Tras la sonrisa del delfín. El hombre que decidió devolver a los delfines a su hábitat natural – Richard O’Barry con Keith Coulbourn

Tras la sonrisa del delfín. El hombre que decidió devolver a los delfines a su hábitat natural – Richard O’Barry con Keith Coulbourn

Estado: impecable.

Editorial: RBA.

Precio: $200.

Richard O’Barry era el entrenador de los delfines que aparecían en la famosa serie de televisión Flipper. Uno de ellos murió en sus brazos, a causa del estrés. Aquella experiencia lo impactó tanto que llegó a pensar que todo el tiempo dedicado a su carrera como entrenador había sido un error, porque los delfines tienen tanto derecho a la libertad como los seres humanos. En aquel momento prometió no descansar hasta haber liberado a todos los delfines del mundo que aún sean capaces de sobrevivir en libertad. O’Barry se dio cuenta de que el delfín es un animal que ama la libertad, que ama la vida y está hecho para disfrutar de los juegos que le ofrece el océano. Por ese motivo, ahora se dedica a desentrenar delfines para que éstos puedan volver a vivir en su hábitat natural después de haber estado en cautividad. Esta decisión lo ha llevado a la cárcel en diversas ocasiones.
El libro esta dedicado a los siguientes delfines, tanto vivos como muertos:
Estados Unidos de América
Abaco, Bea-Bea, Clown, DeeDee, Florida, Squirt, Kathy, Liberty, Mawana, Sharky, Soapy, Rainbow, Cha-Cha, Joe, Rosie, Mitzi, Opo, Pedro, Patty, Scottie, Susie, Samba, Kama, Arrow, Carolina, Snowball, Sonny Boy, Charlie Brown, Ricou, Can-Can, Joker, Georgia, Sunset, Sam, Aphrodite, A. J., Polly, Peter
República Popular de China
Zhen-Zhen, Qi-Qi, Lian-Lian
Australia
Sally, Cheeky, Rebel, Buttons, Salty, Zippy, Tuffy
Marina de los Estados Unidos
Nalu y, como mínimo, 43 de sus compañeros, que murieron al servicio del ejército
Y para
Hugo, la ballena asesina
Fragmento de una entrevista a Richard O’Barry
¿Tiene algo más que decir con respecto a los derechos de los delfines?
Ric O’Barry : Es difícil resumirlo el algunas palabras. Lo mejor que podríamos hacer para los delfines es dejarlos en paz. Parece que no somos capaces de eso ; es sin embargo la mejor cosa que se pueda hacer.
¿Según usted, qué puede acercar a los hombres y a los delfines?
Ric O’Barry : No estoy seguro que deberían ser especialmente próximos. Hay una distancia natural entre los seres humanos y los animales salvajes. Cuando va a la selva o al África o al océano, los animales salvajes naturalmente evitan a los hombres, se ocultan. Es una forma de comunicación : nos dicen algo, pero no escuchamos. Estamos demasiado ocupados a intentar obtener lo que queremos. Debemos aprender a respetar la naturaleza. Pensamos que debemos acercarnos a ellos, tocarlos y darles besos, pero el problema es exactamente esto. ¿Por qué simplemente no podemos dejarlos tranquilos?

***

The Cove es un documental del 2009 que narra los avatares del ex-adriestador de delfines Ric O’Barry para documentar las operaciones de caza de más de 23.000 delfines en una cala de Taiji, Wakayama (Japón). La película fue dirigida por el ex fotógrafo del National Geographic Louie Psihoyos y las secuencias fueron filmadas en secreto en 2007 bajo el agua usando micrófonos y cámaras de alta definición camufladas entre las rocas.
A continuación transcribo el extracto de una entrevista con el propio Richard O’Barry:
Sabe, cuando era niño siempre quise vivir en la casa de Flipper.
¡Yo solía vivir en esa casa! Estaba en el Miami Seaquarium. Tengo recuerdos muy felices de esos días. Ni siquiera había una valla alrededor del Seaquarium. Era como mágico hasta que empezó a desvanecerse.
Usted mismo capturó a los delfines para la película Flipper, ¿no?
Yo mismo capturé a los cinco delfines que participaron en Flipper. Los entrené a todos, desde el primer capítulo de la serie hasta el último. Viví con ellos en el Seaquarium y los viernes por la noche a las 7:30 encendía el televisor y extendía un cable hacia el final del muelle para que Flipper pudiera verse por la tele. Y fue entonces cuando me di cuenta que tenían conciencia de sí mismos. Podría decirte cuando los delfines se reconocían a sí mismos y entre ellos. Por ejemplo Cathy se reconocía en las tomas en las que aparecía ella, Suzy se reconocía en las suyas y así sucesivamente. Los delfines son difíciles de entender porque tienes que fijarte en su lenguaje corporal. A la mayoría de los animales basta con mirarlos a la cara para entenderlos sin embargo, los delfines tienen esa sonrisa en su rostro que los hace parecer siempre felices.
¿A qué fue debido su cambio de ideas con respecto a la cautividad?
Cathy murió en mis brazos, se suicidó. Fue justo antes del Día de la Tierra, en 1970. A la mañana siguiente me encontraba en la prisión de Bimini por haber intentado liberar por primera vez a un delfín.
¿Cómo supo que se trató de un suicidio?
Para que lo entiendas, los delfines no respiran aire de manera refleja como hacemos nosotros. Para ellos cada inspiración es un esfuerzo consciente. Me miró a los ojos, respiró, retuvo el aire y no quiso volver a respirar más, simplemente se hundió en el fondo. Esto tuvo un profundo efecto en mí.
Las imágenes de la matanza de Taiji que filmó en The Cove son increíbles. ¿Alguien ha visto ya la película?
El mundo la podrá ver el domingo en Sundance. Ni los propios japoneses saben de esta matanza. Salí a las calles de Tokio y mostré las imágenes a unas cien personas que caminaban por la acera y ninguna sabía de loq que les estaba hablando. La única esperanza es exponer al mundo lo que ocurre. No será fácil. Probablemente la película se prohíba en Japón. Espero que Jim Clark, nuestro socio, pueda hallar la forma de que la gente vea la película, si pudo inventar Netscape puede conseguir que esto salga a la luz. De mientras tenemos nuestra página web, SaveJapanDolphins.org donde la gente puede aprender más sobre este tema.
Pero la matanza de delfines es legal en Japón…
Sí, pero no olvidemos que el lugar en cuestión es un parque nacional. Están matando la vida salvaje en un parque nacional y allí no tienen jurisdicción. Sólo son una banda de matones. Y sobre el tema de la legalidad: un 1% de la población japonesa come carne de ballena y un pequeño porcentaje de ese porcentaje come carne de delfín o ni siquiera lo sabe. Esa es una de las razones por las que me opongo a un boicot a Japón. En los años setenta y ochenta, hubo un gran esfuerzo por detener la caza de ballenas llenando anuncios en todas las páginas de los periódicos que decían: “Salva a las ballenas. Boicot a Japón”. La gente de Japón no es culpable porque no sabe lo que está pasando. Los periódicos japoneses y los canales de televisión no cubren esta historia.
Por tanto, si nadie come carne de delfín, ¿por qué tiene lugar esta matanza?
Creo que tiene que ver con la sobrepesca. Es un problema a escala mundial. Básicamente están matando la competencia porque cada uno de esos delfines consume entre 25 a 30 kilos de pescado. Por lo que se refiere a la carne de delfín, nadie sabe dónde va a parar. Matan a 23000 delfines cada año: no tengo ni idea de dónde va a parar esa carne, ni siquiera la puedes comprar en Taiji. Podría ser que se exportara a lugares con una escasez de alimento. Una vez examinamos esta carne y los niveles de mercurio están por las nubes, totalmente contaminada.
¿Ha vuelto a Taiji después de filmar la película?
Voy unas cinco o seis veces al año durante los seis meses que tienen lugar la matanza. Constantemente estoy allí e iré siempre que alguien venga conmigo, la CNN, BBC, quien sea. Ahora se ha convertido en algo tan peligroso que para entrar he de disfrazarme. La última vez me disfracé con una larga peluca negra, gafas de sol, mi máscara de Michael Jackson sobre mi boca, un traje y un pintalabios. Tenía que ir vestido de mujer porque buscaban a un hombre.
¿Qué ocurriría si le atraparan?
El mayor peligro no son los pescadores, aunque se enfadan y algunos más jóvenes nos han dicho que si pueden nos matarán, sin embargo es la yakuza quien está muy conectada a la industria ballenera y a la pesca. En Japón, esa es la manera en que los problemas como yo se resuelven, la forma como se trata a la gente conflictiva. Especialmente en muchas de estas pequeñas ciudades, no puedes llamar a la policía, llamas a la yakuza.
¿Qué hay de la gente que dice que así como el rodaje de The Cove es bastante macabro, cualquier matadero también puede serlo?
Tienen toda la razón. La única diferencia es que los delfines son aterrorizados durante días mientras los pescadores importunan sus patrones migratorios y los persiguen hacia la cala con intensos ruidos. Pero sí, un matadero es un espectáculo de absoluto horror sin embargo son temas distintos y algunos de nosotros también estamos trabajando en este asunto, aunque nada de esto justifique lo que se les está haciendo a los delfines.
La historia explicada por las amebas
Claude Lévi-Strauss
En un estudio reciente, un médico analizó la proliferación de nuestra especie en la superficie de la Tierra como un cáncer que afectó al planeta mismo. Hace poco descubrí, a través de la pluma de un profesor de medicina norteamericano, una teoría según la cual se podría asimilar la proliferación de la especie humana a un cáncer del globo terrestre. Su demostración es de un rigor y una precisión técnica impresionantes; pero dada mi incompetencia, podré ofrecer apenas una versión simplificada. Al comienzo del cuaternario, explica el autor, en Africa, una cepa de células provenientes de una especie de vertebrados terrestres, y más precisamente de primates, dio origen a tejidos humanoides, tan sanos que pudieron resistir en el lugar. En Medio Oriente, al tomar contacto dérmico con sustancias alimentarias más ricas y diversificadas, estas células adquirieron un carácter maligno, que luego se volvió netamente tumoral por efecto de la absorción de tejidos vegetales y animales obtenidos mediante domesticación. Estas células malignas emigraron, bajo la forma de micro-satélites agrícolas, a las regiones submucosas de Europa meridional y Asia. Y, siempre en Medio Oriente, se desarrollaron metástasis bajo forma de densas placas urbanoides, con numerosas inclusiones líticas, seguidas de otras cúpricas y ferrosas. Confinados durante mucho tiempo en el hemisferio oriental, estos tumores unidos desencadenaron la malignidad, tal vez ya latente, de células análogas en el hemisferio occidental. Este fenómeno, conocido bajo el nombre de progresión colombiana, determinó, por recombinación celular, la aparición de clones hispánicos y anglosajones. Al agravarse, la enfermedad se manifestó a través de un estado febril generalizado con crisis respiratorias agudas, bajo la acción de factores culturales: inhalación de destilados de petróleo, disminución de la cantidad global de oxígeno, formación de agujeros en el pulmón forestal. El estadio pre-terminal se anunció a través de niveles altos de metabolitos rojizos en la sangre, índices anormales de cuerpos químicos extraños provenientes de insecticidas orgánicos, grandes derramamientos de hidrocarburos sobre la superficie de los océanos, coágulos de materiales metálicos o plásticos. Con la caída de la vascularización se llegó luego a la necrosis de las excrecencias tumorales y en particular de las más antiguas, con más de 6 millones de células, cuyos núcleos urbanos se vaciaron en el interior hasta aniquilarse, dejando atrás solamente quistes endotóxicos estériles (D. Wilson, Human population Structure in Modern World: A Maltusian Malig nancy, Anthropology Today, vol. 15, n` 6, diciembre 1999). Este sería el diagnóstico y la prognosis que un médico extraterrestre podría dar de nuestro planeta, percibido globalmente como un ecosistema. Si además quisiéramos ver en este cuadro sólo una ingeniosa metáfora, podríamos extraer una valiosa lección del hecho que el mismo lenguaje pueda servir para describir detalladamente dos fenómenos, por cierto ambos relacionados con la vida, pero relativos a la historia individual y colectiva respectivamente.De ese modo resulta más fácil comprender que las explicaciones pueden ser de dos tipos. El primero trata de determinar la causa, o la sucesión de causas de las cuales resulta el fenómeno remontándose del consecuente al antecedente. El otro, siguiendo un recorrido de alguna manera transversal, ve en el fenómeno la transposición de un modelo que ya posee, en otro plano, la misma estructura y las mismas propiedades, y constituye por lo tanto una razón suficiente del primero. Otro ejemplo no menos relevante de tratamientos de esta índole se encuentra en el estudio del origen del lenguaje. racias a las investigaciones que se realizan desde hace unos cincuenta años, se ha probado que determinadas propiedades del lenguaje articulado no son inaccesibles a algunas especies de primates. No obstante, es un hecho que el lenguaje humano se distingue de todos los mensajes emitidos por los animales en su ambiente natural; le son propios el poder de imaginación y creación, la aptitud para hacer uso de abstracciones y tratar objetos y hechos distantes en el espacio y el tiempo, y sobre todo, la característica, absolutamente original del lenguaje humano, de la doble articulación. Su primer nivel está constituido por unidades puramente distintivas, que en un segundo nivel se combinan para formar unidades significativas, que consisten en palabras y frases.Ignoramos las condiciones orgánicas previas que han podido llevar a esa capacidad cerebral universal en nuestra especie. A falta de una teoría biológica sobre el origen del lenguaje, sigue siendo válido el rechazo, pronunciado en su momento por la Sociedad Lingüística de París, de aceptar un debate sobre este tema. No tenemos forma de saber cómo pudo nacer progresivamente el lenguaje humano a partir de la comunicación animal. La diferencia entre uno y otro es de naturaleza, no de grado. De hecho, el problema ha resultado tan insoluble en todas las épocas que los antiguos, y también algunos modernos, vieron en el lenguaje humano una institución divina. Estas especulaciones ya están, sin embargo, superadas gracias al descubrimiento del código genético que nos reveló, en un nivel muy distante pero igualmente a la sombra del lenguaje humano -puesto que se trata siempre de una manifestación de la vida-, la existencia de un modelo conforme con el lenguaje articulado. Tanto el código verbal como el genético -y ningún otro- actúan por medio de unidades diferentes, en número finito, de por sí privadas de sentido, como lo son los fonemas (unidades de sonido articulado), que combinándose entre sí producen a su vez unidades mínimas significativas, comparables a las palabras. Estas palabras forman frases a las cuales no les falta ni siquiera la puntuación; y existe una sintaxis que gobierna estos mensajes moleculares. Y eso no es todo: como en el lenguaje humano, las palabras del código genético pueden cambiar de sentido en función del contexto.Sin subestimar el rol del conocimiento en la adquisición del lenguaje, la aptitud del hombre, desde el primer período de la vida, para el dominio de las estructuras lingüísticas sólo puede derivar de instrucciones codificadas en su célula germinal. En el momento en que se enfrentan las bases del lenguaje humano se plantea la cuestión del patrimonio genético.El isomorfismo constatado entre la estructura del código genético y la que está en la base de todos los códigos verbales de las lenguas humanas va mucho más allá de una simple metáfora e invita a concebir esta arquitectura universal como una herencia molecular del homo sapiens (desde el homo erectus, si no, incluso, desde el homo habilis, en el cual, al parecer, ya estaban presentes las circunvoluciones cerebrales, de las que depende el ejercicio del lenguaje). La estructuras lingüísticas estarían, por lo tanto, modeladas siguiendo los principios estructurales de la comunicación, tal como funciona a escala molecular. Del mismo modo, la proliferación de la especie humana nos pareció, una vez trasladada a escala celular, modelada de acuerdo con la nosografía del cáncer. Un inédito punto de vistaConsideremos ahora un tercer problema: el origen de la vida en sociedad. Desde la antigüedad, los filósofos nunca han dejado de interrogarse sobre esta cuestión. La dificultad que surge es idéntica a la del origen del lenguaje: entre la ausencia de lenguaje articulado y su presencia, la demarcación es clara, tanto que en vano nos esforzamos por individualizar formas intermedias. Y sin embargo, existen modelos de este pasaje, siempre y cuando los busquemos en los niveles más profundos: celular, para la expansión demográfica, molecular, para el lenguaje, y de nuevo celular, para la sociabilidad. El pasaje del aislamiento a la vida en sociedad es directamente observable y científicamente explicable en una especie de amebas terrestres. Mientras la alimentación disponible es suficiente, estos seres unicelulares llevan una existencia independiente, sin contactos con sus congéneres. Pero cuando falta la comida, empiezan a segregar una sustancia que las atrae unas a otras. En ese punto, se unen y se transforman en un organismo de un tipo nuevo, con funciones diferentes. En esta fase social, las amebas se desplazan hacia zonas más húmedas y más cálidas, donde abunda el sustento; luego de lo cual la sociedad se disgrega, los individuos se dispersan y cada uno reanuda una vida independiente. Estas observaciones contienen un aspecto particularmente digno de mención: la sustancia producida por las amebas, por medio de la cual se atraen entre sí para unirse en un ser social pluricelular, no es otra cosa que una sustancia química muy conocida: el adenosin cíclico monofosfato, que rige la comunicación entre las células de los seres pluricelulares -de los cuales nosotros también formamos parte- haciendo así de cada cuerpo individual una inmensa sociedad. Ahora bien, las amebas se nutren de bacterias que segregan esa misma sustancia, gracias a la cual las perciben. En otras palabras, la misma sustancia que señala la presa a los predadores atrae a estos últimos unos a otros, uniéndolos en sociedades. En este humilde nivel de la vida celular, la contradicción frente a la cual se encontró Hobbes -precedido por Bacon y seguido por otros numerosos filósofos- encuentra, así, su solución. El problema para ellos consistía en superar la antinomia entre dos máximas consideradas igualmente verídicas: el hombre para su prójimo es un lobo, pero también un dios. Homo homini lupus, homo homini deus. La antinomia desaparece en cuanto se reconoce que la diferencia entre estos dos estados es solamente de grado. Ascendidas a modelo, las amebas terrestres inducen a concebir la vida social como un estado en el cual los individuos se atraen lo suficiente como para acercarse entre sí, pero no al punto de que la presión se vuelva tan fuerte como para inducirlos a destruirse mutuamente, o incluso a comerse unos a otros. La sociabilidad aparece así como el límite inferior -¿el modo benigno?- de la agresividad. La vida cotidiana de las sociedades humanas, incluida la nuestra, y las principales crisis que atraviesa podrían proporcionar variados argumentos de apoyo a esta interpretación. Los tres ejemplos citados plantean el problema de los orígenes bajo una luz totalmente distinta de la habitual. Los problemas siguen siendo insolubles en tanto se pretenda remontarse a las causas, ya que a los estados precedentes siempre les faltan algunos rasgos esenciales del fenómeno que se busca explicar. Pero el horizonte sombrío se despeja y la cuestión de la génesis ya no se plantea más cuando se descubre en alguna parte otro complejo, en el cual lo que tratamos de comprender aparece calcado como de un modelo.Esta perspectiva no es nueva. Podemos rastrearla en varios pensadores medievales y, por ende, en el siglo XVIII, en la teoría de los avances y retornos de Giambattista Vico, según la cual cada período de la historia humana reproduce el modelo de un período correspondiente en un ciclo anterior. Entre estos períodos existe una relación de homología formal. El paralelismo entre antiguos y modernos, tomado como ejemplo, demuestra que toda la historia de las sociedades humanas repite eternamente determinadas situaciones típicas. ¿No es acaso lo que ilustran, si se les concede algún crédito, nuestros tres ejemplos? En el orden colectivo, la expansión demográfica aparecida como un retorno de la proliferación cancerosa; el código lingüístico como un retorno del genético y la sociabilidad de los seres pluricelulares como un retorno de la sociabilidad a escala unicelular. Sin duda, Vico limitaba su teoría a la historia de las sociedades humanas, tal como se desarrolla a lo largo de las épocas. Pero más allá de los datos empíricos, para él se trataba sobre todo del medio para llegar a una historia ideal eterna, sobre la cual transcurren a su debido tiempo las historias de todas las naciones (La ciencia nueva, segunda, párrafo 349). Es cierto que, desde el vamos su empresa se basa en una distinción entre el mundo de la naturaleza, conocido sólo por Dios, su creador, y el mundo humano o mundo civil, hecho por los hombres, que por tanto ellos pueden conocer.No obstante, según Vico, esta curvatura de la historia humana, que la obliga a volver constantemente sobre sí misma, es obra de la voluntad de la providencia divina. Cuando, gracias a la teoría de los avances y retornos, los hombres toman conciencia de esta ley a la que está sujeta su historia, un trozo del velo se levanta. Desde ese agujero, por así decirlo, acceden a esa voluntad, y adquieren la capacidad de reconocerla en acción incluso en un teatro mucho más vasto, constituido por el conjunto de los fenómenos de la vida, de la que forma parte la historia humana. La teoría de los avances y retornos, que en la obra de Vico es considerada a veces como una extravagancia sin consecuencia, adquiriría entonces un alcance considerable.Si, de hecho, la conciencia de la propia historia revela a los hombres cómo la providencia divina actúa volviendo a emplear siempre los mismos modelos, que son finitos en número, es posible extrapolar a partir de sus voluntades generales una voluntad particular para el hombre. Aunque el estado de la ciencia en los tiempos de Vico no le permitió avanzar en esa dirección, su teoría abre al conocimiento un recorrido que lleva de la estructura del pensamiento a la estructura de la realidad.
Hablemos de langostas *
David Foster Wallace
El enorme, acre y extremadamente bien promocionado Festival de la Langosta de Maine  se celebra todos los años a finales de julio en la región costera media del estado, o sea, en el  lado oeste de la bahía de Penobscot, la médula espinal de la industria de la langosta de Maine. Lo que se llama la región costera media va desde Owl’s Head y Thomaston en el sur hasta Belfast en el norte. (En realidad, podría extenderse hasta Bucksport, pero nunca pudimos llegar más al norte de Belfast por la Ruta 1, cuyo tráfico en verano es, como se pueden imaginar ustedes, inimaginable.) Las dos principales comunidades de la región son Camden, con su dinero muy rancio y su puerto lleno de yates y restaurantes de cinco tenedores y hotelitos maravillosos, y Rockland, un viejo pueblo pesquero de lo más auténtico que alberga todos los veranos el festival en el histórico Harbor Park, al lado mismo del mar.
El turismo y la langosta son las dos industrias principales de la región costera media, ambas asociadas al buen tiempo, y el Festiva] de la Langosta de Maine representa no tanto una intersección de las dos como una colisión deliberada, placentera, lucrativa y estrepitosa. El tema asignado para este artículo de la revista Gourmet es el 56.° Festival Anual de la Langosta de Maine, celebrado entre el 30 de julio y el 3 de agosto de 2003, cuyo tema oficial de este año era «Faros, Risas y Langosta». En total hubo más de cien mil asistentes, en parte debido a un anuncio de ámbito nacional que la CNN emitió en junio, durante el cual un redactor jefe de la revista Food & Wine declaró que el FLM era una de las mejores galas culinarias del mundo. Los puntos álgidos del festival de 2003 son: los conciertos de Lee Ann Womack y de Orleans, el concurso de belleza anual de la Diosa del Mar de Maine, el gran desfile del sábado, la Carrera Sobre Cajas Memorial William G. Atwood del domingo, la competición de cocina amateur, las atracciones y tenderetes de feria, las casetas de comida y la Gran Carpa Comedor de la FLM, donde se consumen algo más de doce mil kilos de langosta de Maine recién pescada después de prepararlos en la Olla para Langostas Más Grande del Mundo que hay cerca de la entrada norte del recinto del festival. También se pueden comer rollitos de langosta, empanadillas de langosta, salteado de langosta, ensalada de langosta Down East, sopa de langosta, raviolis de langosta y bolitas fritas de langosta.
La langosta thermidor se puede conseguir en un restaurante más formal que se llama el Black Pearl y que está en el muelle nordeste de Harbor Park. Una caseta enorme toda hecha de madera de pino y patrocinada por el Consejo para la Promoción de la Langosta de Maine tiene panfletos gratuitos con recetas, consejos para comer y Curiosidades de la Langosta. El Azafrán, cuya receta está ahora disponible para que el público la descargue en http://www.mainelobsterfestival.com. Hay camisetas con langostas y figuritas de langostas de cabeza articulada y juguetes hinchables de piscina en forma de langosta y gorros que se abrochan de langosta con grandes pinzas de color escarlata que se mecen gracias a muelles. Este enviado especial asignado al festival tuvo ocasión de verlo todo, en compañía de una amiga y de sus padres, uno de los cuales nació y se crió en Maine, aunque en la zona más al norte del interior, que es la región de las patatas y no tiene nada que ver con la región costera media y su turismo.
A fines prácticos, todo el mundo sabe lo que es una langosta. Como siempre, sin embargo, el tema es mucho más rico de lo que la mayoría nos molestamos en averiguar: todo es cuestión de qué le interese a uno. Hablando en términos taxonómicos, la langosta es un crustáceo marino de la familia Homaridae que se caracteriza por tener cinco pares de patas articuladas, el primero de los cuales termina en unas pinzas de gran tamaño que el animal usa para someter a su presa. Como otras muchas especies de carnívoros bénticos, las langostas son al mismo tiempo carnívoras y carroñeras. Tienen apéndices oculares, branquias en las patas y antenas. Hay una docena aproximada de especies en el mundo, de las cuales la que nos interesa aquí es la langosta de Maine, Homarus americanus. «Langosta» en inglés, lobster, viene del inglés antiguo loppestre, que se cree que es una forma corrupta de la palabra latina que significaba langosta combinada con la palabra del inglés antiguo loppe, que significaba «araña».
Por otra parte, los crustáceos son artrópodos acuáticos de la clase Crustácea, que comprende a los cangrejos, las gambas, los percebes, las langostas y los cangrejos de río.
Todo está en la enciclopedia. Y los artrópodos son miembros del filo Arthropoda, que abarca a los insectos, las arañas, los crustáceos y los ciempiés/milpiés, cuyo rasgo común a todos, además de la ausencia de un conjunto centralizado de cerebro y espina dorsal, es un exoesqueleto quitinoso compuesto de segmentos, en el cual se articulan parejas de apéndices.
La cuestión es que las langostas son básicamente insectos marinos gigantes. Como la mayoría de los artrópodos, datan del período jurásico, y biológicamente son tan anteriores a los mamíferos que es como si fueran de otro planeta. Y no son nada bonitos, sobre todo en su estado natural marrón verdoso, cuando blanden sus pinzas a modo de armas y dan latigazos con sus gruesas antenas. Y es verdad que son los basureros del mar, que comen cosas muertas,4 aunque también se alimentan de marisco vivo, ciertas clases de peces heridos, y a veces se comen entre ellas.
 Y, sin embargo, son buena comida. O eso pensamos ahora. Hasta algún momento del pobres y los internos. Hasta en el duro entorno penal de principios de la historia de América,algunas colonias tenían leyes que prohibían dar de comer langosta a los reclusos más de unavez por semana porque se consideraba un acto de crueldad, como obligar a la gente a comerratas. Una razón de aquel bajo estatus se debía a lo abundantes que eran las langostas enNueva Inglaterra. «Abundancia increíble» es como una fuente describe la situación, e incluyerelatos de peregrinos de Plymouth que se adentraban en el agua y cogían cuantas querían con las manos, y de fuertes tormentas que dejaban la orilla del mar a la altura de Boston llena de langostas por doquier: estas eran consideradas una molestia maloliente y seusaban para hacer fertilizante. También hay que tener en cuenta que la langosta premoderna se cocinaba muerta y después se usaba para hacer conservas, normalmente en sal o en toscos frascos herméticos. La primera industria de la langosta de Maine tuvo su centro en una docena de estas plantas envasadoras en la década de 1840, desde donde las langostas se enviaban a lugares tan alejados como California; la demanda se debía únicamente a que era un alimento barato y rico en proteínas, básicamente combustible masticable.
Ahora, por supuesto, la langosta es una pijada, una exquisitez, tan solo un poco por debajo del caviar. Su carne es más rica y más sustanciosa que la mayoría del pescado y tiene un sabor sutil comparado con el fuerte sabor a mar de los mejillones y las almejas. En la imaginación de la comida popular americana, la langosta se ha convertido en el análogo marino del filete, con el cual hace pareja a menudo en el plato conocido como Surf’n’Turf [«Espuma y Tierra»] en la parte más cara del menú de las cadenas de braserías.
De hecho, un proyecto lógico del FLM, y de su patrocinador omnipresente, el Consejo para la Promoción de la Langosta de Maine, es contrarrestar la idea de que la langosta es un lujo prohibitivo o algo poco saludable, solamente adecuado para paladares pretenciosos o para darse el placer ocasional de romper la dieta. Las presentaciones y panfletos que hay en el festival hacen énfasis una y otra vez en que la carne de langosta tiene menos calorías, menos colesterol y menos grasas saturadas que el pollo.5 Y en la Gran Carpa Comedor se puede conseguir un «cuarto» (que es como en el ramo se abrevia una langosta de una libra y cuarto), una tarrina de cien gramos de mantequilla derretida, una bolsa de patatas fritas y un panecillo con una porción de mantequilla por unos doce dólares, o sea que solamente sale un poco más caro que cenar en McDonald’s.
Les comunico, sin embargo, que la democratización de la langosta que lleva a cabo el Festival de la Langosta de Maine acarrea todos los inconvenientes multitudinarios y todas las renuncias estéticas de la verdadera democracia. Vean, por ejemplo, la ya mencionada Gran Carpa Comedor, para la cual hay una cola constante tipo Disneyworld, y que resulta ser medio kilómetro cuadrado de colas de cafetería a la sombra del toldo y de hileras de largas mesas institucionales en las cuales amigos y desconocidos por igual se sientan codo con codo, partiendo, masticando y goteando. Hace calor y el toldo combado atrapa el vapor y los olores, que son fuertes y solo debidos en parte a la comida. También hay mucho ruido, y un buen porcentaje del ruido total procede de las masticaciones. Las cenas vienen en bandejas de poliestireno, y los refrescos no tienen gas ni hielo, y el café es de supermercado y también se sirve en vasos de poliestireno, y los utensilios son de plástico (no hay ninguno de esos tenedores largos y delgados para sacar la carne de la cola, aunque unos cuantos comensales expertos se los han traído de casa). Tampoco te dan servilletas suficientes ni por asomo, teniendo en cuenta lo mucho que se ensucia uno comiendo langosta, sobre todo cuando estás embutido en una banqueta en medio de niños de edades diversas y en niveles  ampliamente distintos de desarrollo de la coordinación motora fina, por no mencionar a la gente que ha conseguido entrar con cerveza en enormes neveras portátiles que bloquean los pasillos, o que de repente sacan manteles de plástico que han traído y los extienden sobre grandes superficies de mesas para intentar reservarlas (las mesas) para sus pequeños grupos. Etcétera. Cada uno de estos ejemplos no supone más que un pequeño inconveniente, por supuesto, pero el FLM resulta estar lleno de pequeñas e irritantes experiencias deprimentes como esta: véanse por ejemplo las actuaciones estelares del Escenario Principal, donde resulta que si quieres sentarte tienes que pagar veinte dólares extra por una silla plegable; o  el caos que se monta en la Tienda Norte para conseguir los recipientes del tamaño de vasitos para pastillas con las muestras de los platos a concurso que han quedado finalistas y que se reparten después de la competición culinaria. O la muy cacareada final del concurso de la Diosa del Mar de Maine, que resulta ser atrozmente larga y consistir sobre todo en interminables agradecimientos y tributos a los patrocinadores locales. Y no hablemos ya de los grotescamente inadecuados retretes portátiles Port-A-San o del hecho de que no hay donde lavarse las manos antes o después de comer. Lo que es realmente el Festival de la Langosta de Maine es una feria del condado de nivel medio con incentivo culinario, y en este sentido no es distinto de los festivales del cangrejo de Tidewater, de los festivales del maíz del Medio Oeste, de los festivales del chile de Texas, etcétera, y comparte con esos eventos la paradoja central de todos los acontecimientos comerciales multitudinariamente demóticos: no es para todos los gustos.6 No tengo nada contra el eufórico redactor jefe de Food & Wine, pero me sorprendería que hubiera estado realmente aquí en Harbor Park, en medio de multitudes de gente que se dedica a matar a palmadas mosquitos del canal mientras comen Twinkies fritos y miran cómo el profesor Paddywhack, que camina con zancos de metro y medio y lleva gabardina y langostas de plástico que le sobresalen con muelles en todas direcciones, aterroriza a sus hijos.
La langosta es esencialmente una comida de verano. Esto se debe a que ahora preferimos las langostas frescas, es decir, tienen que haber sido pescadas hace poco, lo cual por razones tanto económicas como tácticas se hace en profundidades de menos de veinticinco brazas. Las langostas tienden a mostrarse más hambrientas y más activas (es decir, más fáciles de atrapar) en verano, cuando la temperatura del agua es de entre siete y diez grados. En otoño, la mayoría de las langostas de Maine emigran a aguas más profundas, o bien en busca de calor o bien para evitar el fuerte oleaje que azota la costa de Nueva Inglaterra durante todo el invierno. Algunas escarban en el fondo marino. Puede que hibernen; nadie está seguro. El verano es también la temporada de muda de las langostas: concretamente entre principios y mediados de julio. Los artrópodos quitinosos crecen mediante la muda, de la misma forma en que la gente tiene que comprar ropa más grande a medida que crece y gana peso. Como las langostas pueden vivir más de cien años, también pueden llegar a ser bastante grandes, y pasar de los quince kilos, aunque las langostas realmente ancianas son ya muy escasas por culpa de las numerosas trampas que hay en las aguas de Nueva Inglaterra. En todo caso, de ahí viene la distinción culinaria entre las langostas de caparazón duro y las de caparazón blando, que a veces se llaman mudadoras. Una langosta de caparazón blando es una que ha mudado hace poco. En los restaurantes de la región costera media, el menú de verano a menudo ofrece ambos tipos, y las mudadoras son un poco más baratas a pesar de que son más fáciles de pelar y la carne es supuestamente más dulce. La razón de su precio más bajo es que las langostas que están mudando usan una capa de agua de mar como aislamiento mientras el nuevo caparazón se está endureciendo, así que en realidad hay un poco menos de carne cuando abres una mudadora, además de una masa olorosa de agua que lo impregna todo y que a veces puede salir disparada como cuando uno exprime un limón y darle a un compañero de mesa en todo el ojo.
Por otra parte, si es invierno o uno está comprando langosta en algún lugar lejos de  Nueva Inglaterra, es casi seguro que la langosta sea de caparazón duro, ya que por razones obvias son más fáciles de trasladar.
Como plato principal a la cañe, la langosta puede ser cocida, asada a la parrilla, hecha al vapor, al grill, salteada, a la plancha o hecha al microondas. El método más común, sin embargo, es hervirla. Si a uno le gusta comer langosta en casa, así es probablemente como lo hará, ya que hervir es lo más fácil. Hace falta una olla grande con tapa, que se llena más o menos hasta la mitad de agua (el consejo estándar es que se usan un poco menos de dos litros y medio de agua por langosta). Existe la opción de usar agua de mar, o bien se pueden añadir dos cucharadas soperas de sal por litro de agua del grifo. También va bien saber cuánto pesa la langosta que se está cocinando. Se pone a hervir el agua, se meten las langostas de una en una, se tapa la olla y se lleva el agua a ebullición. Luego se pone a fuego lento: diez minutos para el primer medio kilo de langosta y luego tres minutos para cada medio kilo adicional. (Esto en el caso de tener langostas de caparazón duro, que, repito, es lo que probablemente tengan ustedes si no viven entre Boston y Halifax. Para las mudadoras, se tienen que restar tres minutos del total.) La explicación de que las langostas hervidas se vuelvan de color escarlata es que por alguna razón la ebullición elimina todos los pigmentos de su quitina salvo uno. Si se quiere averiguar fácilmente si la langosta ya está hecha, se prueba a tirar de una de sus antenas: si se desprende de la cabeza con un esfuerzo mínimo, es que está lista para comer.
Un detalle tan obvio que la mayoría de las recetas ni siquiera se molestan en mencionar es que todas las langostas tienen que estar vivas cuando se meten en la olla. Esto es parte delatractivo moderno de las langostas: que es la comida más fresca que hay. No existe descomposición entre la pesca y el momento de comérsela. Y no solo no hace falta limpiarlas ni prepararlas ni desplumarlas, sino que a los vendedores les resulta relativamente fácil mantenerlas vivas. Aparecen vivas en las trampas, se meten en contenedores con agua de mar y pueden sobrevivir —siempre y cuando se remueve el agua para que se oxigene y tengan las pinzas sujetas con bandas elásticas para evitar que se hagan trizas las unas a las otras por culpa del estrés de la cautividad—8 hasta el momento mismo de hervirlas. La mayoría de nosotros hemos estado en supermercados o restaurantes donde hay tanques de langostas vivas, en los cuales puedes elegir tu cena mientras ella mira cómo la señalas. Y una parte del espectáculo global del Festival de la Langosta de Maine es que se puede ver cómo las barcas de los pescadores de langostas amarran en los muelles que hay junto a la parte nordeste del recinto y descargan el producto recién pescado, que luego se traslada a mano o con carros durante ciento cincuenta metros hasta los grandes tanques transparentes que hay apilados alrededor de la olla del festival; que como ya se ha mencionado, se promociona como la Olla para Langostas Más Grande del Mundo y que puede procesar más de cien langostas a la vez para la Gran Carpa Comedor.
Así pues, aquí va una pregunta que es prácticamente inevitable cuando uno está frente a la Olla para Langostas Más Grande del Mundo, y que puede surgir en las cocinas de toda América: ¿está bien hervir a una criatura viva y sensible solamente para nuestro placer gustativo? Y un conjunto asociado de preocupaciones: ¿es la pregunta previa una señal irritante de corrección política o acaso es sentimental? ¿Qué quiere decir «está bien» en este contexto? ¿Acaso todo esto es una simple cuestión de decisión personal?
Quizá lo sepan ustedes o no, pero cierto grupo bien conocido llamado People for theEthical Treatment of Animáis [«Gente a Favor del Tratamiento Ético a los Animales»] cree que la moralidad de hervir las langostas no es una simple cuestión de conciencia individual. De hecho, una de las primeras cosas que oímos sobre el FLM… bueno, presentemos la escena: estamos viniendo en taxi desde el casi indescriptiblemente extraño y rústico aeropuerto del condado de Knox,9 ya muy entrada la noche previa a la inauguración del festival, y compartimos el taxi con un adinerado consultor político que vive medio año en la isla de Vinalhaven, en la bahía (él se dirige al ferry que va a la isla desde Rockland). El consultor y el taxista están respondiendo a mis preguntas periodísticas informales sobre cómo ve el FLM la gente que vive en la región costera media, por ejemplo si el festival les parece un rollo turístico para hacer pasta o bien si es un evento al que a la gente de por aquí le hace ilusión asistir, del que se enorgullecen genuinamente como ciudadanos, etcétera. El taxista (que anda por la setentena, y forma parte del pelotón de jubilados que la compañía de taxis parece haber empleado para que ayude con el aluvión de visitantes del verano, y lleva un pin en la solapa con la bandera de Estados Unidos, y conduce de una forma que solamente se puede calificar de pausada) nos asegura que la gente del lugar sí que apoya y disfruta del FLM, aunque él hace años que no va, y ahora que lo piensa tampoco lo ha hecho nadie que él y su mujer conozcan. Sin embargo, el consultor semilocal ha estado en un par de ediciones recientes del festival (da la impresión de que ha sido a instancias de su mujer), y su recuerdo más nítido de las mismas es que «hay que hacer cola durante una verdadera eternidad para que te den tus langostas, y mientras tanto hay un montón de ex hippies que van de arriba abajo por toda la cola repartiendo panfletos que dicen que las langostas mueren sufriendo un dolor terrible y que no te las tendrías que comer».
Y resulta que los post-hippies que recordaba el consultor eran activistas de PETA. En el FLM de 200310 no hay gente de PETA a la vista, pero sí que han llamado bastante la atención en muchos de los festivales recientes. Por lo menos desde mediados de los noventa, varios artículos publicados en toda clase de periódicos, desde el Camden Herald hasta el New York Times, han contado que PETA pedía el boicot al Festival de la Langosta de Maine, a menudo usando a portavoces famosos como Mary Tyler Moore en cartas abiertas y anuncios que decían cosas como «Las langostas son extraordinariamente sensibles» y «Yo, comer langosta, ni me lo planteo». Más concreto es el testimonio oral de Dick, nuestro rubicundo y extremadamente gregario contacto en la compañía de alquiler de coches, cuando se refiere al hecho de que PETA ha estado tan presente durante los años recientes que ha surgido una especie de homeostasis precariamente tolerante entre los activistas y los lugareños del festival, a saber: «Hace un par de años tuvimos algunos incidentes. Una mujer se quitó casi toda la ropa y se pintó como si fuera una langosta, a punto estuvo de hacer que la detuvieran. Pero lo más habitual es que los dejen en paz. [Rápida serie de risitas ambiguas, que es algo que Dick hace mucho.] Ellos van a su rollo y nosotros al nuestro».
Toda esta conversación tiene lugar en la Ruta 1, el 30 de julio, durante un trayecto de cincuenta minutos que cubre los seis kilómetros que hay desde el aeropuerto12 hasta el concesionario adonde vamos a firmar los documentos del alquiler del coche. Después de que las anécdotas sobre PETA den paso a varias transiciones irreproducibles, Dick —cuyo yerno resulta que es pescador de langostas profesional y uno de los proveedores habituales de la Gran Carpa Comedor— explica el que a él y a su familia les parece el factor atenuante crucial en toda la cuestión moral de hervir langostas vivas: «En el cerebro de la gente y de los animales hay una parte que nos hace sentir el dolor, y el cerebro de las langostas no tiene esa parte».
Dejando de lado el hecho de que es incorrecta por unas nueve razones distintas, la principal razón por la cual la declaración de Dick resulta interesante es que su tesis refleja más o menos el pronunciamiento del propio festival sobre la cuestión de las langostas y el dolor, que se puede encontrar en un test llamado «Ponga a prueba lo que sabe sobre  langostas» que aparece en el programa del FLM de 2003, cortesía del Consejo para la Promoción de la Langosta de Maine:
El sistema nervioso de las langostas es muy simple, y de hecho se parece sobre todo al sistema nervioso del saltamontes. Está descentralizado y no tiene cerebro. No hay córtex cerebral, que en los humanos es la zona del cerebro que proporciona la experiencia del dolor.
Aunque parece más sofisticada que la anterior, gran parte del contenido neurológico de esta afirmación sigue siendo o bien falso o bien confuso. El córtex cerebral de los humanos es la parte del cerebro donde residen las facultades superiores, como la razón, la conciencia metafísica de uno mismo, el lenguaje, etcétera. La recepción del dolor se sabe que forma parte de un sistema mucho más antiguo y primitivo de nociceptores y prostaglandinas que son gestionados por el tronco cerebral y el tálamo.13 Por otro lado, es cierto que el córtex cerebral está involucrado en lo que se puede denominar sufrimiento, angustia o la experiencia emocional del dolor: es decir, la experiencia de los estímulos dolorosos como cosas desagradables, muy desagradables, insoportables, etcétera.
Antes de que vayamos más allá, reconozcamos que las cuestiones de si las diferentes especies de animales sienten dolor y cómo lo sienten, y de si puede ser justificable infligirles dolor para comérselos y por qué, resultan ser extremadamente complejas y difíciles. Y la neuroanatomía comparativa solo es una parte del problema. Como el dolor es una experiencia mental totalmente subjetiva, no tenemos acceso directo al dolor de nadie ni de nada más que al nuestro. Y los meros principios por los cuales podemos inferir que otros seres humanos experimentan dolor y tienen un legítimo interés en no sentir dolor ya requieren filosofía avanzada: metafísica, epistemología, teoría de los valores y ética. El hecho de que ni siquiera los mamíferos no humanos más evolucionados pueden usar el lenguaje paracomunicarse con nosotros sobre su experiencia mental subjetiva es únicamente la primera capa de complicación adicional a la hora de intentar extender nuestros razonamientos sobre el dolor y la moralidad a los animales. Y todo se vuelve progresivamente más abstracto y retorcido a medida que nos alejamos más y más de los mamíferos superiores y nos acercamos al ganado y los cerdos y los perros y los gatos y los roedores, y luego a los pájaros y los peces, y por último a los invertebrados como las langostas.
La cuestión más importante aquí, sin embargo, es que todo el asunto de la crueldad con los animales y el comérselos no solo es complejo, también es incómodo. O por lo menos me resulta incómodo a mí, y también a todo el mundo que conozco que disfruta de una gran variedad de comidas y sin embargo no se quiere ver a sí mismo como alguien cruel o insensible. Por lo que yo veo, mi forma de abordar el conflicto hasta ahora ha sido evitar pensar en todo este asunto tan desagradable. Tendría que añadir que me parece poco probable que haya muchos lectores de Gourmet dispuestos a pensar tampoco en ello, o que quieran que les pregunten sobre si son morales sus hábitos gastronómicos en las páginas de una revista culinaria. Sin embargo, como el tema que me han asignado para este artículo es cómo ha sido asistir al FLM de 2003, y por tanto pasar varios días en medio de una gran multitud de americanos que comían todos langostas, y por tanto verme más o menos obligado a pensar mucho en langostas y en la experiencia de comprar y comer langostas, resulta que no hay forma honrada de evitar ciertas cuestiones morales.
Esto se debe a varias razones. Para empezar, no es solo que a las langostas las hiervan vivas, es que lo haces tú en persona, o por lo menos alguien lo hace específicamente para ti, in situ. Tal y como ya he mencionado, la Olla para Langostas Más Grande del Mundo, que aparece destacada como una atracción en el programa del festival, está ahí mismo en el recinto norte del FLM, a la vista de todos. Intenten imaginar un Festival de la Ternera de Nebraska en el que una parte de las celebraciones consistiera en mirar cómo paran los camiones y se conduce al ganado vivo por la rampa y se lo sacrifica allí mismo en el Matadero Más Grande del Mundo o algo así… impensable. La naturaleza íntima del asunto se maximiza en casa de uno, que por supuesto es donde se preparan y se comen la mayoría de las langostas (aunque fíjense ya en el eufemismo semiconsciente «se preparan», que en el caso de las langostas realmente quiere decir matarlas allí mismo en nuestras cocinas). La situación habitual es que llegamos de la tienda y hacemos las pequeñas preparaciones como llenar la olla y hervir el agua, y luego sacamos las langostas de la bolsa, o del recipiente de la tienda en el que hayan venido… y es ahí donde empiezan a pasar cosas incómodas. Por muy aturdida que esté una langosta como resultado del viaje a casa, suele volver alarmantemente a la vida cuando uno la mete en agua hirviendo. Si uno está volcando el recipiente dentro de la olla humeante, a veces la langosta intentará agarrarse a los lados del recipiente o incluso enganchar las pinzas en el borde de la olla como una persona que intenta no caerse desde el borde de un tejado. Y es peor cuando la langosta está completamente sumergida. Hasta cuando tapas la olla y te das la vuelta, por lo general puedes oír el repicar y el claqueteo de la tapa mientras la langosta intenta levantarla a empujones. O bien las pinzas de la criatura arañan los costados de la olla  mientras se retuerce. La langosta, en otras palabras, se comporta más o menos como nos comportaríamos ustedes y yo mismo si nos echaran en agua hirviendo (con la excepción obvia de gritar).16 Una forma menos delicada de decir esto es que la langosta actúa como si estuviera sintiendo un dolor terrible, lo cual provoca que algunos cocineros tengan que salir de la cocina y llevarse con ellos uno de esos pequeños relojes de horno de plástico a otra habitación y esperar allí hasta que todo el proceso haya terminado.
Resulta que hay dos criterios principales que la mayoría de los expertos en ética se muestran de acuerdo en señalar como determinantes de si una criatura es capaz de sufrir y por tanto tiene intereses genuinos que nosotros podemos o no tener el deber moral de considerar.17 Uno de ellos es con cuánto hardware neurológico necesario para experimentar dolor viene equipada la criatura: nociceptores, prostaglandinas, receptores opioides neuronales, etcétera. El otro criterio es si el animal demuestra comportamiento asociado con el dolor. Y hace falta un montón de gimnasia intelectual y minuciosidad conductista para no ver el forcejeo, el retorcimiento y los golpes en la tapa de la olla como una de esas conductas derivadas del dolor. De acuerdo con la zoología marina, las langostas suelen tardar entre treinta y cinco y cuarenta y cinco segundos en morir en agua hirviendo. (No he encontrado ninguna fuente que hable de cuánto tardan en morir en vapor supercalentado; uno confía en que sea más rápido.)
Existen, por supuesto, otras formas de matar a tu langosta in situ y por tanto conseguir la máxima frescura. Lo que hacen algunos cocineros es clavar la punta de un cuchillo  grande y afilado en el lugar situado justo encima del punto medio que hay entre los apéndices oculares de la langosta (más o menos donde está el Tercer Ojo en la frente de los humanos). Se dice que esto o bien mata a la langosta al instante o bien le hace perder la conciencia, y al parecer por lo menos elimina una parte de la cobardía que produce arrojar una criatura dentro de agua hirviendo y luego huir de la cocina. Por lo que he deducido hablando con defensores del método de la puñalada en la cabeza, la idea es que es más violento pero en última instancia más compasivo, además de que la voluntad de ejercer una acción personal y aceptar la responsabilidad de apuñalar a la langosta en la cabeza honra por alguna razón al animal y le da a uno derecho a comérselo (a menudo los argumentos pro-cuchillo tienen un vago tufillo a la «espiritualidad de la caza» de los nativos americanos). Pero el problema del método del cuchillo es de biología básica: los sistemas nerviosos de las langostas operan a partir no de uno sino de varios ganglios, es decir, manojos de nervios, que vienen a estar conectados en serie y distribuidos por todo el vientre de la langosta, de popa a proa. Y desactivar únicamente el ganglio frontal no suele dar como resultado una muerte rápida ni una pérdida de conciencia.
Otra alternativa es meter la langosta en agua salada fría y luego llevar el agua muy despacio a ebullición. Los cocineros que defienden este método se basan en la analogía con la rana, que supuestamente se puede evitar que salte fuera de la olla si uno calienta el agua de forma lenta y gradual. A fin de evitarles un largo resumen de mi investigación, me limitaré a asegurarles que la analogía entre ranas y langostas resulta insostenible. Además, si el agua de la olla no se remueve para oxigenarla, la langosta sumergida sufre una lenta asfixia, aunque normalmente es una asfixia no lo bastante definitiva como para evitar que se retuerza y dé golpes cuando el agua se calienta lo suficiente como para matarla. De hecho, las langostas que se hierven gradualmente a menudo dan muestras de toda una serie extra de reacciones repulsivas y parecidas a convulsiones que no se ven en la ebullición normal.
En última instancia, las únicas virtudes que vienen a tener la lobotomía casera y el calentamiento lento son relativos, porque hay formas todavía peores/más crueles en que la gente prepara las langostas. Hay cocineros interesados en ahorrar tiempo que a veces las meten vivas en el microondas (normalmente después de perforar varios agujeros de ventilación en el caparazón, una precaución que la mayoría de la gente que mete marisco en el microondas aprende por las malas). El desmembramiento del animal vivo, por otro lado, es muy popular en Europa: hay chefs que parten la langosta por la mitad antes de cocinarla; a otros les gusta arrancar las pinzas y la cola y echar solamente esas partes en la cazuela.
Y todavía hay más noticias negativas en relación con el criterio número uno para determinar el sufrimiento. Las langostas no ven ni oyen mucho, pero sí tienen un sentido del tacto exquisito, facilitado por cientos de miles de pelitos diminutos que les sobresalen a través del caparazón. «Es por eso por lo que —en palabras de T. M. Prudden en el clásico de la industria About Lobster—, aunque encerrada en lo que parece una armadura sólida e impenetrable, la langosta puede recibir estímulos e impresiones del exterior con tanta  facilidad como si poseyera una piel blanda y delicada.» Y las langostas sí que tienen nociceptores, además de versiones invertebradas de las prostaglandinas y los neurotransmisores más importantes con los cuales nuestros cerebros registran el dolor.
Por otro lado, las langostas no parecen tener el equipamiento necesario para fabricar o absorber opioides naturales como las endorfinas o las encefalinas, que es lo que los sistemas nerviosos avanzados usan para intentar protegerse del dolor intenso. De este dato, sin embargo, uno puede sacar la conclusión o bien de que las langostas son tal vez todavía más vulnerables al dolor, ya que carecen de los analgésicos incorporados a los sistemas nerviosos de los mamíferos, o bien de que la ausencia de los opioides naturales implica una ausencia de las sensaciones de dolor verdaderamente intensas que los opioides naturales están diseñados para mitigar. Yo personalmente puedo detectar una pronunciada mejora de mi estado de ánimo cuando contemplo esta última posibilidad. Es posible que su ausencia de hardware de endorfinas/encefalinas signifique que la experiencia cruda y subjetiva del dolor que tienen las langostas es tan radicalmente distinta de la de los mamíferos que tal vez ni siquiera merezca el término «dolor». Tal vez las langostas sean más como esos pacientes de lobotomías frontales sobre los que todos hemos leído que explican que ellos experimentan el dolor de una forma completamente distinta a la de ustedes o la mía. Es evidente que esos pacientes sienten dolor físico, hablando en términos neurológicos, pero no les disgusta, aunque tampoco es que les guste. Es más bien que lo sienten pero no les hace sentir nada: en otras palabras, el dolor no les resulta angustioso ni es nada de lo que quieran huir. Tal vez a las langostas, que tampoco tienen lóbulos frontales, les resulte indiferente de la misma manera ese registro neurológico de las heridas o peligros que llamamos dolor. A fin de cuentas, no es lo mismo 1) el dolor como evento neurológico puro, y 2) el sufrimiento real, que parece incluir de forma crucial un componente emocional, una conciencia del dolor como algo desagradable, como algo que temer/odiar/querer evitar.
Con todo, después de toda esta abstracción intelectual, siguen estando los hechos de la tapa que repica frenéticamente y del agarrarse de forma patética al borde de la olla. De pie frente a los fogones, es difícil negar de ninguna forma significativa el hecho de que se trata de una criatura viva que experimenta dolor y desea escapar/evitar esa experiencia dolorosa. En mi opinión no experta, la conducta de la langosta dentro de la olla parece ser la expresión de una preferencia; y es muy posible que la capacidad para desarrollar preferencias sea el criterio decisivo del sufrimiento real.19 La lógica de esta relación (preferencia -sufrimiento) puede ser más fácil de ver en el caso negativo. Si uno corta a ciertos gusanos por la mitad, a menudo las mitades silguen reptando y ocupándose de sus cosas vermiformes como si no hubiera pasado nada. Cuando afirmamos, basándonos en su conducta postoperatoria, que no parece que esos gusanos sufran, lo que estamos diciendo en realidad es que no hay signos de que los gusanos sepan que les ha pasado algo malo ni de que preferirían que no los hubiéramos cortado por la mitad. Las langostas, sin embargo, se sabe que exhiben preferencias. Los experimentos han demostrado que pueden detectar cambios de tan solo un grado o dos en las temperaturas del agua; una razón de sus complejos ciclos migratorios (que a veces pueden cubrir más de ciento cincuenta kilómetros al año) es buscar las temperaturas que más les gustan.20 Y como ya he mencionado, habitan en los fondos marinos y no les gusta la luz fuerte: si se pone un tanque de langostas para comer bajo el sol o bajo la luz fluorescente de una tienda, las langostas siempre se juntarán en la parte que esté más oscura. Bastante solitarias en el océano, también les disgusta  claramente la aglomeración que forma parte de su cautividad en los tanques, y por eso (tal como también se ha mencionado) una razón de que a las langostas se les aten las pinzas con bandas elásticas al capturarlas es evitar que se ataquen las unas a las otras por culpa del estrés de estar almacenadas tan juntas.
En cualquier caso, en el FLM, de pie junto a los tanques burbujeantes que hay delante de la Olla para Langostas Más Grande del Mundo, al mirar cómo las langostas recién pescadas se amontonan las unas sobre las otras, agitan con impotencia sus pinzas renqueantes o bien se apartan frenéticas del cristal cuando uno se les acerca, es difícil no sentir que son infelices, o que están asustadas, aunque solo sea una versión rudimentaria de estos sentimientos… Y una vez más, ¿por qué mencionamos siquiera el que sea rudimentaria? ¿Por qué una forma primitiva y muda de sufrimiento es menos urgente o incómoda para la persona que está ayudando a infligirla al pagar por la comida en la que resulta? Y no estoy intentando soltarles a ustedes un discurso tipo PETA, por lo menos creo que no. Más bien estoy intentando resolver y articular algunas de las preguntas inquietantes que surgen en medio de todas las risas y el sazonamiento y el orgullo colectivo del Festival de la Langosta de Maine. La verdad es que si ustedes, los asistentes al festival, se permiten pensar que las langostas pueden sufrir y que sería mejor evitarlo, el FLM empieza a adquirir visos de algo parecido a un circo romano o un festival de torturas medievales.
¿Parece acaso excesiva esta comparación? Y de ser así, ¿exactamente por qué? O a ver qué les parece esta: ¿es posible que las generaciones futuras contemplen nuestra producción de comida y nuestras prácticas alimentarias en gran medida tal como ahora contemplamos los espectáculos de Nerón o los experimentos de Mengele? Mi reacción inicial es que una comparación cómo esta es histérica y extrema: y sin embargo me parece que la razón de que me resulte extrema es que yo creo que los animales son menos importantes moralmente que los seres humanos;21 y cuando se trata de defender una creencia como esta, incluso ante mí mismo, tengo que reconocer que a) tengo un interés egoísta obvio en creerlo, ya que me gusta comer ciertas clases de animales y quiero poder seguir haciéndolo, y b) que no he conseguido articular ninguna clase de sistema ético personal en el que esta creencia sea verdaderamente defendible en lugar de egoístamente conveniente.
Dados el lugar al que pertenece este artículo y mi falta de sofisticación culinaria, me produce curiosidad saber si el lector se puede identificar con alguna de estas reacciones y reconocimientos e incomodidades. También me preocupa la posibilidad de parecer estridente o sermoneador cuando lo que estoy en realidad es más bien confuso. A aquellos lectores de Gourmet que disfrutan de comidas bien elaboradas y presentadas donde haya buey, ternera, cordero, cerdo, pollo, langosta, etcétera: ¿piensan ustedes en el (posible) estatus moral y en el (probable) sufrimiento de los animales involucrados? De ser así, ¿qué convenciones éticas han adoptado que les permiten no solamente comer sino también  saborear y disfrutar de estas viandas a base de carne (ya que por supuesto el disfrute refinado, más allá de la simple ingestión, es el sentido último de la gastronomía)? Si, por otro lado, no quieren ustedes saber nada de confusiones ni convicciones, y las cosas como el párrafo anterior no les parecen nada más que un acto fatuo de mirarse el ombligo, ¿qué hace que les parezca bien, en su interior, descartar todo esto como algo fuera de lu gar? Es decir, ¿es su rechazo a pensar en todo esto el producto de un verdadero pensamiento, o es simplemente que no quieren ustedes pensar en ello? Y en este último caso, ¿por qué no quieren? ¿Se plantean ustedes alguna vez, aunque sea ociosamente, porqué puede ser que no quieren pensar en ello? No estoy intentando acosar a nadie: tengo auténtica curiosidad. Al fin y al cabo, ¿acaso ser especialmente consciente de lo que uno come y de su contexto general y prestar atención a estas cosas y reflexionar sobre ellas no es parte de lo que  distingue a un verdadero gourmet? ¿O es que se supone que toda la atención y sensibilidad especiales del gourmet solamente son sensuales? ¿Realmente es todo una simple cuestión de gusto y presentación?
Estas últimas preguntas, sin embargo, aunque sinceras, es obvio que suscitan preguntas mucho más amplias y más abstractas sobre las conexiones (si es que las hay) entre estética y moralidad; sobre lo que realmente se supone que significa el adjetivo de la frase: «La revista del buen vivir». Y estas preguntas conducen directamente a unas aguas tan profundas y traicioneras que probablemente sea mejor detener la discusión pública aquí mismo. Hay límites a lo que incluso las personas interesadas se pueden preguntar entre ellas.
2004
* Le suprimí al ensayo las notas al pie.
Los horrores del Test Draize y su fracaso científico
Milly Schär-Manzolli
 Todos los experimentos con animales deben ser puestos a la misma altura: científicamente todos son erróneos y no fidedignos, y éticamente son todos intolerables.
El Draize-Test lleva el nombre de su inventor (John Draize), 1944) y se realiza para probar los cosméticos en los ojos y en la piel de los conejos. En realidad, hay dos tests: el “Draize Skin Test”, que concierne a la piel, y el “Draize Eye Test”, que concierne a los ojos. En general implica torturas en masa, por lo cual un gran número de conejos son aprisionados en aparatos especiales que inmovilizan al animal a la altura del cuello y de las patas.
Para efectuar el test de la piel, primero se afeita el pelo del lomo de los animales (generalmente conejos), luego se aplica un esparadrapo sobre la piel afeitada y se quita bruscamente unas cuatro o cinco veces hasta que también la piel es despegada y queda en carne viva. Entonces, directamente sobre la carne, se echa el desodorante o la loción cosmética que hay que probar. Se cubre toda la zona con gasas y vendas. Los animales quedan bajo observación durante diez días, las llagas que se forman en la carne viva debido al contacto con el cosmético a prueba son estudiadas, abiertas con lancetas y cerradas de nuevo. El “Draize Skin Test” se usa también para probar los jabones. Este hecho muestra la enorme idiotez de la experimentación animal: ¡el jabón se utiliza en la piel sana de los seres humanos y de ninguna manera en la carne gravemente herida de los conejos!
El “Draize Eye Test” consiste en verter o inyectar, mediante una pipeta o una jeringa, la sustancia que hay que probar en el saco conjuntival y en la córnea del animal (en este caso son también generalmente conejos). Normalmente se daña sólo un ojo; el otro se deja intacto a título de comparación.
La primera reacción del desgraciado animal es un abundante lagrimeo, luego –día tras día- la córnea, el iris y la conjuntiva cambian. El ojo se irrita e infecta, llegando a enfermar, y poco a poco es quemado por la sustancia sintética que lo corroe y lo estropea. La ceguera sobreviene cuando el ojo, hinchado y reducido a un balón purulento, no es más que un punto de dolor agudo en la cabeza del animal. Llegado a este punto el ojo es extirpado y examinado, sometido a pruebas anatómicas, etc. Algunos laboratorios matan a los conejos antes de extirparles el ojo, otros mantienen al animal con vida para poder usar también el otro ojo todavía sano. Una manera como otra para ahorrar dinero… Cremas, coloretes, barras de labios, esmaltes para las uñas, lociones para la cara, el cuerpo y el pelo, aceites de masaje, sales y aceites para el baño… todo lo que forma parte de la cosmética y deriva de materias primas sintéticas, tiene que ser probado en animales. A veces, antes de ser puestos en el mercado, también los productos de origen natural tienen que probarse con experimentación animal, si las leyes del país en el que van a ser vendidos lo exigen.
En Suiza existe una legislación especial que regula las pruebas de las materias primas de origen químico empleadas en la cosmética. Nos referimos a la Ordenanza del 12 de febrero de 1970, que en el Art. 4 (párrafo 4) prescribe unos test de toxicidad en ratones, y en el Art. 3 tiene el cinismo de establecer una lista de sustancias farmacológicas “con eficacia cosmética”, de las cuales una buena parte son notoriamente cancerígenas para el hombre. De hecho, entre las más de 150 sustancias mencionadas está el cloroformo, el formaldehído, el hexaclorofeno, la fenacetina, etc., todas mencionadas en la literatura médica por haber causado tumores malignos en los seres humanos. Sin embargo, es probable que estas sustancias no sean nada cancerígenas para ratas y conejos; por ésta razón, son vendidas tranquilamente con la eterna ilusión de que las reacciones de animales sean las mismas que las de los hombres.
¿Cuáles son estas reacciones en el sector de los cosméticos? Son de tal gravedad que no sería exagerado hablar de catástrofes, salvo que la lujosa propaganda de las industrias interesadas ha tenido la previsión de presentar productos nocivos y a veces mortales como milagros mágicos de seducción y de belleza.
El 15 de agosto de 1985, la influyente publicación médica americana “The Medical Letter” llamaba la atención sobre un problema bastante preocupante: los estrógenos artificiales, que forman parte de la composición de muchos productos cosméticos. Los estrógenos, o, más exactamente, las hormonas producidas sintéticamente como el estradiol, están particularmente presentes en las cremas para la cara, para el cuerpo y para el pelo, y sus efectos cancerígenos son conocidos desde hace décadas. Las cremas que contienen estrógenos, una vez absorbidas por la piel introducen en el organismo las sustancias oncóngenas, favoreciendo el desarrollo de cáncer en quien esperaba un tratamiento de belleza. Además, hay otros daños: trastornos sexuales, úlceras cutáneas, afeminamiento de los hombres con aumento del volumen de las glándulas mamarias (¡en Estados Unidos, unos chicos jóvenes que habían empleado demasiado a menudo una crema para el pelo a base de estrógenos, tuvieron que ser sometidos a una mastectomía!), hemorragias post-menopausia en mujeres, etc. Y hay que subrayar que, aunque algunos círculos médicos revelan lo escandaloso del tema, ni los legisladores ni tampoco los fabricantes parecen hacerles caso: ¡en la mayoría de los casos no hay obligación de declarar los ingredientes en la etiqueta de un cosmético! Su composición queda como secreto de fabricación.
Ya en 1978, la más prestigiosa revista médica inglesa, “The Lancet”, denunciaba los tintes para el pelo como productores de cáncer. La causa principal era el “diamisol”, una sustancia presente en la composición de casi todos los tintes y que, además de cáncer, provoca daños en los cromosomas de las células sanguíneas. Como siempre, cuando los daños de un producto llegan a ser conocidos, en vez de retirar los productos, los fabricantes intentan salvar sus ganancias; los dejan en el mercado mientras crean una coartada jurídica volviendo a hacer todas las pruebas con animales. Estando estas pruebas prescritas por la ley, y siendo las únicas reconocidas para comercializar algunos productos, así se ponen a cubierto de toda responsabilidad. Nunca mejor que en estos casos puede uno darse cuenta, tan claramente, cómo las leyes, que deliberadamente ignoran los obvios fracasos científicos de la experimentación animal, están preparadas y realizadas por la industria química.
En este caso específico, es decir, el de los tintes para el pelo, no se encontró mejor cosa que hacer que “¡alimentar a los animales de laboratorio con estos tintes!”. Así, en Alemania se les hizo beber a los conejos hasta ¡25 botellas de tintes para el pelo! (“Das Neue Blatt”, No. 33, 1978). Ocho años después (noviembre, 1986) la situación no había mejorado: el “Bundesgesundheitsamt” (BGA, la autoridad alemana para la salud publica) continuaba denunciando la existencia de sustancias cancerígenas en los cosméticos probados en animales, por ejemplo, el óxido de etileno, cancerígeno y, además genotóxico. Y, mientras tanto, la macabra farsa de la experimentación animal continuaba tranquilamente, también en el sector de cosméticos.
Teniendo en cuenta los escándalos que rodearon al formaldehído (declarado indiscutiblemente cancerígeno por toda una serie de autoridades sanitarias, entre ellas en Instituto Americano para el Cáncer en Bethesda y la Comisión Científica de la CEE), uno pensaría que este compuesto químico había sido retirado del mercado. ¡Todo lo contrario! Aún se usa como conservante y desinfectante en cosméticos tales como champús, jabones y espumas de baño. Hasta 1986 era el componente base de las pastillas que se vendían libremente en las farmacias para desinfectar las cavidades bucales irritadas a causa de resfriados, gripe, herpes, etc. El producto conocido como “Formitrol” (Wander AG, Berna) se usaba tan generalizadamente que todos podían comprarlo sin prescripción médica, incluso los niños. Además, estaba en el mercado desde hacía lo menos medio siglo, formando parte de los botiquines caseros y las madres lo administraban a los niños resfriados, quienes lo llevaban al colegio junto con la merienda. El “Formitrol” fue retirado del comercio hacia 1988, clandestinamente, sin que nadie explicase los daños que seguramente había causado a varias generaciones desde hacía, aproximadamente, medio siglo.
Los champús sintéticos puestos en el comercio después de las habituales pruebas en animales, contienen otras sustancias perjudiciales: tricloro-hidroxifenol, propileno glicólico, aceites de silicona, etc., sustancias en su mayoría cancerígenas, y que pueden modificar las glándulas sebáceas (pequeñas glándulas de la piel que segregan el sebo), favoreciendo la aparición de eczemas. (“Financial Times”, 27 ag., 1985).
La publicación científica “El Médico” declara: “Las enfermedades dermatológicas y alérgicas causadas por el uso de cosméticos, están muy difundidas ahora”. Y a esta afirmación siguen las pruebas: una lista impresionante de sustancias farmacéuticas, muchas de las cuales son empleadas también en cosmética, y que estropean la piel. He aquí algunas: antibióticos, vitaminas sintéticas, psicofármacos, laxantes, analgésicos, medicamentos cardiovasculares, etc., etc. ¡La gente cree que son cosméticos “garantizados” porque los vende el farmacéutico! Además, los productos de síntesis, estando compuestos por materias primas que no son naturales son mal asimilados por la piel, perjudicando la normal respiración de la misma, que se vuelve fláccida y arrugada.
Naturalmente, los fuertes intereses económicos que sostienen la industria de los cosméticos buscan ser protegidos como en la industria farmacéutica. El “Cosmetic Journal” (No. 2, 1980) sostiene la presunta necesidad de la experimentación animal en cosmética, igual que la industria farmacéutica la sostiene para los medicamentos. Una confortante noticia llega desde la Universidad de Papua, donde el equipo del Prof. Antonio Bettero (miembro de la LIMAV) ha descubierto un método para probar cosméticos, que no necesita el uso de animales. Un método a primera vista muy positivo, ya que, entre otras cosas, se basa en las relaciones del líquido lacrimal humano, y no en las reacciones del ojo de los conejos cuyos tejidos son diferentes a los del hombre.
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*[El presente texto es un extracto del libro Holocausto de Milly Schär-Manzolli. Ha sido tomado de la edición en español de ATRA AG STG, Suiza, 1996, pp. 166-170].
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