el coto del hogar obrero de perón – 3 –

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DASHIELL HAMMETT

 

el halcón maltés – $200-
la llave de cristal – $300-
el hombre delgado – $300-
la llave de cristal – $300-
solo te ahorcan una vez – $200-
Dashiell Hammett. Biografía – Diane Johnson – $400-
Hellman and Hammett: The Legendary Passion of Lillian Hellman and Dashiell Hammett – Joan Mellen (version original en inglés) – $350-
Selected Letters of Dashiell Hammett : 1921-1960 Edited by Richard Layman (version original en inglés) – $350-
Una mujer inacabada. Autobiografía – Lillian Hellmann – $300-
La vida de Raymond Chandler – Frank MacShane – $200-
Selected Letters of Raymond Chandler – Edited By Frank MacShane (versión original en inglés) – $350-
Solo un asesinato – Jim Thompson – $300-
En el patio. Epílogo de Jonathan Lethem – Malcolm Braly – $400-
La habitación – Hubert Selby Jr. – $450-
Littlle Boy Blue – Edward Bunker – $500-
Black Cherry Blues – James Lee Burke – $350-
Mis rincones oscuros -James Ellroy – $300-
El poder del perro – Don Winslow – $200-

– LIBROS KALISH
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Ayacucho 341
piso 7
departamento 56
(entre Corrientes y Sarmiento)
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– 11-2-235-3498
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– LIBROS KALISH
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Dashiell Hammett, todo un tipo
Escritor estadounidense cuya obra es esencial en el desarrollo de la novela negra. Sus relatos y novelas reflejan en tono crítico la convulsa sociedad de su país en los años veinte y sientan las bases de la figura literaria del detective privado. Después de trabajar durante una década en Hollywood, donde realizó la adaptación de su novela El halcón maltés, abandonó la literatura y fue encarcelado a consecuencia de la Caza de Brujas dirigida por el senador Mc Carthy en los años cincuenta.
1894. Nace en el estado de Maryland.
1914. Entra a trabajar como detective en la Agencia Pinkerton.
1923. Publica la primera historia del Agente de la Continental.
1944. Escribe El hombre delgado, su última obra.
1952. Permanece en prisión durante cinco meses.
1961. Es enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington.
Samuel Dashiell Hammett nació el 27 de mayo de 1894 en Saint Mary, condado del estado de Maryland, en la Costa Este de los Estados Unidos, en el seno de una familia católica de origen escocés y francés. Todavía adolescente abandonó la escuela en Baltimore, ciudad a la que se había trasladado su familia, a causa del fracaso de su padre en los negocios. Trabajó vendiendo periódicos y como aprendiz en compañías de ferrocarril, fábricas y agencias de bolsa. A los veinte años se incorporó a la Agencia Pinkerton, la empresa de investigación privada más famosa de los Estados Unidos. Su oficio de detective le permitió conocer pronto los perfiles más duros de la sociedad. La Pinkerton era la mejor escuela posible para un autor de novela negra, aunque entonces él, un joven alto, flaco y pelirrojo, estaba lejos de imaginar su futuro como escritor.
En 1918 dejó la agencia y se alistó en el Cuerpo de Ambulancias del ejército, donde contrajo una gripe que derivó en tuberculosis. Licenciado como sargento, se reintegró en la Pinkerton, pero un nuevo ataque de la enfermedad le obligó a renunciar al trabajo y a seguir un largo tratamiento en hospitales de veteranos de la costa del Pacífico. Tras ser dado de alta en 1921, un año después de su matrimonio con la enfermera Josephine Annis Dolan, a la que había conocido mientras permanecía internado, se trasladó a San Francisco, ciudad de notable influencia en su obra. Los ocho años que residió allí le proporcionaron no sólo un marco realista para sus tramas y personajes sino también un conocimiento sobre el terreno del acelerado desarrollo urbano de los Estados Unidos, telón de fondo de sus mejores narraciones.
En San Francisco, después de otro período de trabajo en la Pinkerton, que dio por finalizado al frustrarse a última hora un viaje profesional a Australia, estudió Periodismo y encontró un empleo como redactor publicitario de una joyería. Tenía buenas perspectivas de futuro profesional, pero para entonces ya había decidido encaminar sus pasos hacia la literatura popular y, más en concreto, a los relatos de intriga que publicaban las revistas especializadas al módico precio de diez centavos. Con ese objetivo comenzó a escribir mientras se dotaba de una cultura autodidacta frecuentando bibliotecas públicas. En 1922 las páginas de las revistas Smart Set y Black Mask acogieron sus primeras relatos. Al año siguiente inició con la segunda una colaboración regular mutuamente beneficiosa. En poco tiempo Hammett se convertiría en autor de éxito y referencia fundamental de la revista, y ésta alcanzaría, en buena medida gracias a su firma, el mayor prestigio entre las que eran conocidas con el nombre genérico de pulp fiction por la poca calidad del papel de pulpa en el que se imprimían.
A mitades de los años veinte Dashiell Hammet sobresalía entre los escritores del género por sus innovaciones formales y por su acerada visión de la sociedad americana de la época. El primer relato de la serie El agente de la Continental (Continental Op, 1923), un personaje que protagonizaría veintiséis narraciones, dos novela cortas y dos novelas, había sentado las bases de un cambio de rumbo en la ficción policíaca. Sus historias se caracterizaban por la fusión de intriga y acción, unos diálogos secos y chispeantes, la narración en primera persona, la eficacia y el cinismo del detective privado protagonista, la minuciosa descripción física de los personajes y una crítica apenas encubierta de los entresijos del poder y del dinero. Había nacido el estilo hard boiled (duro y en ebullición), del que Hammett sería la figura más representativa.
En 1927 se separó de su mujer, con la que había tenido dos hijas, y se dedicó con mayor intensidad a la literatura. Siguió publicando en Black Mask relatos independientes pero interconectados que más tarde, con pequeñas correcciones, agrupaba en novelas. Fue así cómo aparecieron dos protagonizadas por el agente de la Continental, Cosecha Roja (Red Harvest, 1929) y La maldición de los Dain (The Dain Curse, 1929), y la que le consagró como escritor, El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1930). En esta última creó el detective Sam Spade, “tan asombroso como un hombre de verdad en un escaparate de maniquíes”, según el crítico del New York Graphic, y referencia inevitable de muchos de los posteriores héroes de la novela negra. El halcón maltés, con Sam Spade envuelto en una complicada trama en torno a una estatuilla que provoca la avaricia de todos los personajes, tiene un desenlace final que ridiculiza el ansia de dinero, pero paradójicamente convirtió a su autor en un hombre rico y famoso.
Tras abandonar San Francisco por Nueva York, volvió rápidamente a la Costa Oeste reclamado por Hollywood, donde a lo largo de los años treinta adoptó para la pantalla varias de sus novelas, realizó guiones originales por encargo y colaboró en otros de diferentes películas. Al principió de la década vivió un período fecundo en lo creativo y compulsivo en lo personal. Sus descomunales borracheras, sus múltiples aventuras amorosas, el derroche del dinero y sus enrevesadas relaciones con las compañías le convirtieron en uno de los personajes más conocidos y difíciles de la Meca del Cine. El escritor William Faulkner, con el que siempre mantuvo una buena relación, llegó a decir tiempo después que se había convertido en “uno de esos tipos que no pueden triunfar en Hollywood sin tratar de bajar a Dios de su trono celestial”.
De esa época es su cuarta novela, La llave de cristal (The Glass Key, 1931) , sus guiones de Las calles de la ciudad, de Rouben Mamoulian, y Alias Dinamita, de Alan Crosland, y su adaptación cinematográfica de El halcón maltés, dirigida por Roy del Ruth en 1931, con el papel de Spade interpretado por Ricardo Cortez. Esta novela tendría una versión más libre realizada en 1936 por William Dieterle, con el título Satan Met a Lady, y otra, de idéntico título a la obra de Hammett, y muy fiel a ella, dirigida por John Houston en 1941 con Humphrey Bogart como protagonista. La llave de cristal fue llevada también en dos ocasiones a la pantalla. Y el propio Hammett se convirtió con el paso de los años en personaje de otras películas, como ocurrió en 1977 con Julia, de Fred Zinnemann, y en 1982 con Hammett, de Wim Wenders, esta última basada en una ficción biográfica escrita por Joe Gores.
El hombre delgado (The Thin Man, 1933), novela de la que se realizaron cinco versiones cinematográficas, cerró el ciclo de la producción literaria de Hammett. Tras publicarla, siguió en Hollywood, todavía escribió algunos relatos poco significativos e incluso pareció aceptar el papel de autor de éxito en crisis de creación, pero en realidad estaba en trance de cambiar de vida. Su relación amorosa con la joven autora de teatro Lillian Hellman y su compromiso intelectual con el marxismo le condujeron en poco tiempo por caminos muy diferentes a los que había circulado hasta entonces. Fue un cambio radical con todas sus consecuencias, entre ellas la de renunciar a la literatura. El emparejamiento con Lillian Hellman, basado en la independencia y en la comunidad de intereses culturales, duró con altibajos hasta su muerte, casi treinta años después. La militancia política no resistió tanto el paso del tiempo, pero sí la mayoría de las convicciones que le llevaron en 1937, durante la guerra civil española, a afiliarse al Partido Comunista y a participar activamente en organizaciones de izquierda junto a muchos otros intelectuales y gentes del cine.
Su conciencia antifascista y su sentido patriótico hicieron que se alistara de nuevo en el Ejército al convertirse Estados Unidos en país beligerante en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de su delicada salud y de sus 48 años consiguió vestir el uniforme y fue enviado a las Islas Aleutianas, cercanas a Alaska, dónde se encargó de la edición de un periódico militar. Acabada la contienda se instaló en Nueva York. Tenía 51 años, todavía era famoso aunque llevaba años sin publicar, las relaciones amorosas con Lillian Hellman no pasaban por su mejor momento y cada vez era más dependiente de su adición a la bebida. Todo siguió así hasta 1948. En ese año un ataque de delirium tremens le indujo a abandonar el alcohol. Y, para sorpresa de cuantos le conocían, dejó la bebida para siempre. Hellman escribió más tarde que se sentía obligado porque había dado su palabra al médico que le previno de que estaría muerto en pocos meses si seguía con su afición a la botella. Según la escritora, esa explicación le movió a preguntarle si siempre había mantenido su palabra, contestándole Hammett que “la mayoría de las veces, quizá porque muy raramente la he comprometido”.
El hombre delgado, apodo por el que era conocido tras la publicación de su novela postrera, actuaba siempre de acuerdo a sus propias reglas, como volvería a demostrar cuando el clima político del país se tornó particularmente hostil con las figuras públicas de la izquierda. El era una de las más relevantes, un objetivo mayor para quienes participaban en la Caza de Brujas del senador Mc Carthy, y al verse obligado a declarar ante la Corte Suprema durante el verano de 1952, optó por la cárcel antes que denunciar a los miembros del Congreso para los Derechos Humanos que, bajo su presidencia, habían pagado la fianza de once dirigentes comunistas juzgados en 1948. Condenado a seis años de prisión, pasó cinco meses en tres penales distintos y, tras ser puesto en libertad, tuvo que hacer frente a una deuda fiscal de 140.000 dólares que le llevó a la ruina.
Sin dinero, sin posibilidades de trabajo porque su nombre figuraba en la lista negra y minado por la enfermedad, Hammett se apartó de la vida pública. Refugiado en el silencio, siempre mantuvo una hoja en blanco en su máquina de escribir, pero ese gesto era más una evocación del pasado que una apuesta de futuro. Hasta 1956 aún pudo vivir solo, pero desde esa fecha siempre tuvo a su lado a Lillian Hellman, quien ya había alcanzado renombre como escritora y autora de teatro. El 10 de enero de 1961 murió de cáncer y, conforme a sus deseos, fue enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington como veterano de dos guerras.

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ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $40.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Adolf Hitler, Angelina Jolie, Betty Davis, Dashiell Hammett, Edward Bunker, El Gaitero del tren Mitre, Hubert Selby Jr., James Ellroy, James Lee Burke, Jim Thompson, Jonathan Lethem, Miles Davis, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Pier Paolo Pasolini, Ralph Steadman, Raymond Chandler, The Rolling Stones, William T. Vollmann, zzz---EN INGLÉS---zzz | Deja un comentario

La dalia negra – James Ellroy

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Y ahora te doblo, mi borracho, mi navegante, mi primer guardián perdido, para amarte o para mirarte después.
Anne Sexton

Estado: usado.

Editorial: Ediciones B.

Precio: $300.

El 15 de enero de 1947, en un solar de Los Ángeles, apareció el cadáver desnudo y seccionado en dos de una mujer joven. El médico forense determinó que la habían torturado durante días. Elizabeth Short, de 22 años, llamada la Dalia Negra, llevará a los detectives a los bajos fondos de Hollywood, para así involucrar a ciertas personas adineradas de Los Ángeles. Ambos están obsesionados por lo que fue la vida de la Dalia Negra, y, sobre todo, por capturar al individuo que la asesinó…
El libro que inspiró la aclamada película dirigida por Brian de Palma y protaganizada por Scarlett Johansson y Josh Harnett.
«Yo soy a la novela negra lo que Beethoven es a la música»
Después de Mis rincones oscuros, Ellroy publica otra memoria sobre el fantasma de su madre: A la caza de la mujer. Aquí habla de las diferencias y conexiones de los libros.
Tenía 15 años, su padre estaba en el hospital, recuperándose de una embolia cerebral, y él se apoderó del departamento. A su madre la habían asesinado cinco años atrás. Empapeló las paredes de fotos de mujeres desnudas. Junto a la chica del mes de Playboy, estampó una imagen de Beethoven. Corría 1963 y James Ellroy iba en picada.
El escritor pasaría la próxima década intoxicándose con anfetaminas, alcoholizándose hasta perder la conciencia, durmiendo en pensiones infectas o en la calle, e irrumpiendo por las noches en casas de mujeres para robar un par de billetes y ropa interior. En un parque de Los Angeles, entre los arbustos, guardaba un busto de Beethoven. A fines de los 70, después de sobrevivir a un infierno, inició una vida sobrio, poniendo un nuevo póster del músico en la cabecera de la cama. Hoy, convertido en la voz central de la novela policial norteamericana, Ellroy tiene dos pequeños bustos de Beethoven en su escritorio. Hay más: en todos los rincones de su casa aparece el músico alemán, en decenas de ilustraciones. Es su héroe.
No es solo admiración. A mediados de los 70, cuando en su soledad lo acechaban mujeres imaginarias y todavía no publicaba ningún libro, el autor de Mis rincones oscuros sospechaba que «Beethoven era el único artista de la historia que rivalizaba con el desconocido e inédito Ellroy». Tres décadas después, no ha cambiado de opinión. Sólo afinó la idea: «Yo soy a la novela negra lo que Beethoven es a la música».
Ellroy está al otro lado del teléfono, hablando con una perfecta modulación. Tiene 63 años y ocupa un lugar tangencial, pero cada vez más desequilibrante en la literatura estadounidense. Suena imperturbable, sereno, algo seco y evidentemente orgulloso de su fama de excéntrico. Pareciera disfrutar cuando cuenta que duerme poco en las noches, que jamás aprendió a usar la máquina de escribir o el computador y que, a mano, escribe excesivas notas para cada una de sus novelas: los apuntes para Sangre vagabunda tienen 400 páginas más que el libro.
«No tengo computador, no voy al cine, no veo televisión. Ignoro la cultura popular. La última vez que leí una novela fue en 1988. Soy mucho más feliz llevando una vida interior», dice desde Los Angeles, California, la ciudad que ha alimentado toda su obra.
Después de 25 años viviendo en diferentes ciudades de EEUU, Ellroy volvió a L.A. en 2006. Estaba recién separado y buscaba a una mujer. Otra más. Aún estaba bajo la «maldición Hilliker». Es decir, el fantasma de su madre asesinada (Jean Hilliker) en 1958 aún lo atormentaba. Desde los 10 años lo persiguió. Ellroy, que por décadas se sintió responsable, en los 90 contrató a un detective y juntos buscaron al asesino. No lo encontraron. La brutal crónica de esa investigación es Mis rincones oscuros (1996), un volumen de memorias en que el Ellroy de carne y hueso ingresa a su universo de ficción: un mundo solitario e implacable, en donde todos tienen las manos manchadas.
El eco de ese libro es A la caza de la mujer, un nuevo volumen biográfico: Ellroy relata cómo el fantasma de su madre condicionó su obsesión con las mujeres. De paso, reconstruye el viaje autodestructivo de su juventud: drogadicto, alcohólico, paranoico, solitario, voyerista, fantaseaba con mujeres que no tenía. Forzaba puertas de las casas de esas chicas en Los Angeles y se paseaba en la oscuridad. Apenas robaba un par de dólares, comía algo, espiaba la ropa interior. No dejaba huellas. Años después, sobrio, Ellroy les pagaba a prostitutas para pasar un rato hablando desnudos. Trabajaba como caddie.
A la caza de la mujer es una confesión y el intento de escamotear esa maldición de su madre. «Mis dotes de narrador tienen su origen en el momento en que deseé verla muerta y decreté su asesinato (…). Ya no puedo recurrir mucho tiempo más a Ellas para encontrarla a Ella. He llevado demasiado al límite mi voluntad obsesiva», anota en el libro.
¿Cree que todavía está bajo la «maldición Hilliker»?
Escribí el libro hace dos años, ya es historia vieja. Hoy entiendo mucho mejor lo que pasó en mi vida. Haber formalizado la idea de la maldición, haber escrito el libro, me liberó.
Novelista histórico
La novela que Ellroy leyó en 1988 fue Libra, en la que Don DeLillo explora los claroscuros de Lee Harvey Oswald, el hombre que disparó a J. F. Kennedy. Fue una revelación. Hasta ese momento, Ellroy no había salido del esquema clásico de la novela negra: calle, crímenes, asesinatos, detectives. Su afiladísimo y brutal estilo narrativo telegráfico le otorgaba una personalidad única. El límite de esa vía fue El cuarteto de Los Angeles, donde figuran La dalia negra (1987) y L. A. Confidential (1990). Luego vino el efecto DeLillo.
«Nos conocimos una vez, intercambiamos cartas. Somos cercanos, pero no somos amigos. Le debo mucho al señor DeLillo», dice. Para empezar, le debe el fijarse en un tiempo en la historia de EEUU: en la Trilogía americana (América, 1995; Seis de los grandes, 2001, y Sangre vagabunda, 2009), Ellroy explora las zonas más oscuras de la historia política de EEUU en los 60, desde el asesinato de Kennedy hasta el caso Watergate. Más de 2.000 páginas paranoicas que van y vienen sobre los planes secretos de la CIA, la guerra de Vietnam, las redes de la mafia, la agitación de la izquierda, la muerte de Martin Luther King y las cavilaciones de J. Edgar Hoover, el jefe del FBI. El relato de un desastre.
Después de leer la Trilogía americana, queda la idea de que en los años 60 está el corazón del siglo XX en EEUU.
No comparto esa idea. Pese a que no estoy al tanto de lo que sucede hoy en la cultura popular, tengo ojos y puedo ver que EEUU ya no está en decadencia. Creo que EEUU reinará como la superpotencia del planeta.
En los 60, usted vivía su propio infierno mientras su país estaba cambiando completamente. ¿Cómo fue recuperar esa historia?
Generalmente observo el mundo a mi alrededor y logro darme cuenta de lo más importante. Pero en esos años yo tenía una agenda privada y paranoica, que consistía en beber, usar drogas y fantasear sobre mujeres y en convertirme en un gran escritor. No tenía idea de que el recrear la historia de EEUU sería mi destino. Tuve que investigar.
Habla bastante de esos excesos en A la caza de la mujer. Tuvo momentos muy solitarios. ¿Fue difícil recordar esa época?
No. Fue hace mucho tiempo. Soy extremadamente exhibicionista y me encanta hablar de mí mismo. Además, estaba explorando una nueva forma de escritura en este libro. Es un ensayo autobiográfico. El viejo James Ellroy comenta al joven James Ellroy y descubre sus momentos más significativos. El arte de contar una historia de ficción está en sustentar una narración en base a inferencias e implicaciones, y aquí me permito entrar en el terreno del significado. Puedo decir, ya que esto me pasó a mí y he pensado mucho en ello -pensar es mi principal actividad durante las noches-, qué significa todo lo que cuento. Eres libre de interpretarlo como quieras, no me molesta, pero te estoy diciendo lo que significa.
¿En qué momento se dio cuenta de que tenía que escribir otro libro sobre su madre?
A la caza de la mujer es algo totalmente diferente a Mis rincones oscuros. Gradualmente me di cuenta de que mi gran historia autobiográfica no era la del asesinato de mi madre, sino que su asesinato era responsable de la forma en que he buscado a las mujeres en mi vida. Mi madre está ahí, pero es analizada desde otro punto de vista. Esta no es una historia de crímenes, sino una de amor: entre mi madre y yo, y todas las mujeres que me han salvado el trasero.
No hace mucho decía que no quería convertirse en uno de esos escritores que al envejecer escriben libros cada vez más cortos. ¿En qué trabaja ahora?
Estoy escribiendo un libro enorme. Será el más grande de todos mis libros. Está ambientado en Los Angeles, en el mes del ataque de Pearl Harbor, en 1941. Aparecen personajes de La trilogía americana y de El cuarteto de Los Angeles. Mi propósito es unificar mis 11 novelas con esta nueva serie. Es un trabajo a gran escala.
Con el tiempo se ha alejado totalmente del perfil del novelista policial clásico.
No, no, no soy este tipo de escritor. La mejor manera de describirme sería decir que soy un novelista histórico. Eso es lo que he estado haciendo en los últimos años: recrear la historia de EEUU.
¿Qué le interesa de la historia?
Quiero vivir en el pasado. Quiero recrear un tiempo y un lugar que ha desaparecido para siempre. Y quiero reescribirlo de acuerdo a mis propias especificaciones.
¿Se siente parte de la tradición de la novela negra americana? ¿Fueron importantes para usted autores como Raymond Chandler o Dashiell Hammett?
Hammett más que Chandler. James Cain. Pero… Yo soy el non plus ultra de la novela negra americana. Echa una mirada a mi obra. Chandler, Hammett, Cain, nunca llegaron a hacer lo que yo he hecho. Nadie nunca lo hizo. Y nadie nunca lo hará.
The Best of Beethoven
Tracklist:
01. Symphony No 3 – Allegro con brio
02. Symphony No 5 – Allegro con brio ( 13:46 )
03. Symphony No 6 – Allegro ( 21:02 )
04. Symphony No 6 – Allegretto ( 26:04 )
05. Symphony No 7 – Allegretto ( 35:34 )
06. Symphony No 7 – Presto ( 38:56 )
07. Symphony No 9 «Ode to Joy» ( 42:24 )
08. Moonlight Sonata (Sonata al chiaro di luna) ( 1:07:38 )
09. Fur Elise (Per Elisa) ( 1:11:47 )
10. Rondò a Capriccio in G Major ( 1:14:24 )
11. Minuet in G ( 1:21:53 )
12. Duo for Clarinet and Bassoon ( 1:24:24 )
13. Piano Concerto No 5 Emperor movt. 2 ( 1:28:17 )
14. Piano Sonata Op. 13 Movement 2 Adagio ( 1:35:06 )
15. Concerto for Violin and Orchestra in D major ( 1:40:16 )

SUMO: OBRAS CUMBRES(2000) CD1/2 [FULL ALBUM]
CD1
Heroina (0:00)
Kaya (05:42)
La rubia tarada (08:57)
Fiebre (12:40)
Mula plateada (16:38)
Cuerdas, gargantas y cables(20:34)
No acabes (23:41)
Cinco magnificos (27:35)
Regtest (31:49)
Estallando desde el oceano (35:34)
El reggae de la paz y amor (39:10)
T.V. caliente a.k.a. Virna Lisi (43:26)
Debede (48:07)
El ojo blindado (50:59)
Mejor no hablar de ciertas cosas (53:16)
Fuck you (58:03)
Divididos por la felicidad (1:00:00)
No duermas mas (1:05:01)
CD2
Los viejos vinagres (1:08:04)
Hello Frank (1:11:23)
Next week (1:14:35)
Ojos de terciopelo (1:17:51)
No good (1:21:27)
Lo quiero ya (1:26:19)
Que me pisen (1:28:38)
La gota en el ojo (1:32:58)
Aqui vienen los blues jeans (1:36:05)
El cieguito volador (1:38:52)
No mas nada (1:42:14)
No te pongas azul (1:45:13)
Crua chan (1:49:19)
Brilla tu luz para mi (1:52:52)
No tan distintos (1:55:42)
Callate Mark (1:58:24)
Banderitas y globos (2:03:31)
Años (2:06:31)
Mañana en el abasto (2:11:05)
Noche de paz (2:15:15)

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto:juanpablolief@hotmail.com

 

Publicado en Adolf Hitler, Angelina Jolie, Anne Sexton, Boris Vian, Charly García, Charly Medina, Chilly Gonzales, Copi, Fogwill, James Ellroy, Luca Prodan, Ludwig van Beethoven, Moria Casán, Pier Paolo Pasolini, Quentin Tarantino, Ralph Steadman, Sumo, Uma Thurman, William T. Vollmann | Deja un comentario

el coto del hogar obrero de perón – 2 –

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TRES –
LAS BRONCAS SÁDICAS DEL PETISO OREJUDO Y LOS FURORES INDÓMITOS DEL GIGOLO PINOCHET 
un ensayo de interpretación de la realidad nacional
juan pablo liefeld
Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.
La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.
Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emilia había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emilia podría haber dado por buena esta historia.
Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.
Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.
Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emilia, con un deslucido marco dorado.
Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emilia entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.
No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.
Su voz fue seca y fría.
-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.
-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?
-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emilia-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos…
-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero, señorita Emilia…
-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.
II
Así pues, la señorita Emilia venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.
“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.
Una vecina de la señorita Emilia acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.
-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.
-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?
-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.
Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:
-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emilia; pero hay que hacer algo.
Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.
-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emilia que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace…
-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emilia de que huele mal?
Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emilia y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emilia, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.
Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emilia. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emilia, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emilia ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas..
Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emilia. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.
Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emilia y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emilia rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.
No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.
III
La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena…
Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler…
Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:
“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.
Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de…?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”
Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.
-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.
-Necesito un veneno -dijo.
-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom…
-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.
El droguero le enumeró varios.
-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?
-Quiero arsénico. ¿Es bueno?
-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea…?
-Quiero arsénico.
El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.
-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.
La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.
IV
Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emilia!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emilia con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos….
Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emilia pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emilia tenía en Alabama….
De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emilia había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emilia tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emilia había sido….
Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emilia para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer….
Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emilia por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él….
Cuando vimos de nuevo a la señorita Emilia había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven….
Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.
Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.
Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emilia les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emilia fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.
Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emilia el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emilia pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.
Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.
Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.
V
El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.
Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante esperaron, para abrirla, a que la señorita Emilia descansara en su tumba.
Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.
El hombre yacía en la cama..
Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir, se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.
Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.
«A Rose for Emily», 1930

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Bibliografía (además de la televisión e Internet) utilizada para este ensayo de interpretación de la realidad nacional:
El manjar de los dioses. La búsqueda del árbol de la ciencia del bien y el mal. Una historia de las plantas, las drogas y la evolución humana – Terence McKenna
Las siete hermanas del sueño – Mordecai Cooke
Historia general de las drogas – Antonio Escohotado
Una historia de las drogas. Un viaje psicodélico al corazón del chamanismo contemporáneo – Daniel Pinchbeck
Una mirada a la oscuridad – Philip K. Dick
Trainspotting – Irvine Welsh (versión original en inglés)
Las Vegas parano – Hunter S. Thompson (versión en francés)
El señor de los venenos – Enrique Symns
Noches de cocaína – J. G. Ballard
Ponche de ácido lisérgico – Tom Wolfe
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
El poder del perro – Don Winslow
La trilogía americana de James Ellroy: América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda
El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis – Mircea Eliade
Acercamientos. Drogas y ebriedad – Ernst Jünger
Flash Backs. Historia personal y cultural de una época. Una autobiografía – Timothy Leary
Polvo blanco. Historia cultural de la cocaína – Tim Madge
Blow – Bruce Porter (versión original en inglés)
Confessions of a dope dealer – Sheldon Norberg (versión original en inglés)
La búsqueda del olvido. Historia global de las drogas, 1500-2000 – Richard Davenport-Hines
El siglo de la heroína – Tom Carnwath y Ian Smith
Una historia cultural de la intoxicación – Stuart Walton
Ciego de nieve. Una breve carrera en el comercio de la cocaína – Robert Sabbag
Marc, la sucia rata. Los pro y los contra de hacer dedo – José Sbarra
Vivir afuera – Fogwill
Europa Central – William T. Vollmann
En la frontera – Cormac McCarthy
En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media – Norman Cohn
Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre – Carlo Ginzburg
El nacimiento del purgatorio – Jacques Le Goff
Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo – Georges Duby
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 – Hugh Thomas
Sobre la responsabilidad. No matar – Oscar del Barco
La formación de la clase obrera en Inglaterra – E. P. Thompson
El cuerpo y la sociedad. Los hombres, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo – Peter Brown
Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner
Técnica y civilización – Lewis Mumford
Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana – Giles MacDonogh
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler – Peter Hoffmann
Caballeros y milagros. Violencia y sacralidad en la sociedad feudal – Dominique Barthélemy
La misericordia ajena – John Boswell
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
DOS-
LAS MANOS DE CHARLY GARCIA
estaba buscando en google
fotos de las manos de charly garcía
para subir junto al cuento de william faulkner
una rosa para emily
y que queria cambiar su título por el siguiente:
«las broncas sadicas del petiso orejudo y los furores indomitos del gigolo pinochet»
ok
cuento de faulkner
que condensa en su miniatura
la inmensiad de la obra faulkneriana
toda la pesadilla faulkneriana
el corazón de las tinieblas
de america
de una america
que va de faulkner a onetti
que va de usuhia a la quiaca
todo faulkner
esta ahí
en esa breve narración
y georges steiner
creo que en lenguaje y silencio
escribe que faulkner
probablemente sea el único autor
del siglo XX
que logra rozar
algo de la vieja tragedia griega
bien
ok
y estaba buscando
las manos de charly garcia
y google me tira imagenes
algunas muy inquietantes
que no eran de charly
de sus manos
pone en google
manos de charly
ahora a la madrugada
y mira las cosas que te tira google
te advierto que no vas a ver cosas lindas
entrando a los sitios
que te ofrece esta busqueda
pero entre las cosas que
me tiro google
en mi busqueda de las manos de charly garcia
para hacer un collage que acompañe
el cuento de faulkner
una rosa para emily
di con esta nota que pego abajo
y este cretavio publicitario
charly medina
que me reenvio
en mi cabeza
a ese otro
creativo publicitario y su obra
fogwill
y en las obras de charly medina que acompañan la entrevista del bolg
peinate que veine gente
me recordaron
la novela
vivir afuera
y los pichiciegos
no se
de faulkner a charly
de charly a fogwill
y de ahí
a este personaje
charly medina
que no conocia
y que quiza te interese
escucharlo en esta entrevista

-LIBROS KALISH
Charly Medina muestra las uñas
http://peinatequevienegente.com/…/charly-medina-muestra-la…/
Publicado el 17 junio, 2014 por José Playo
Una vez andaba boludeando en Unquillo y recalé en un bar que se llama Papaíto. Es un lindo bar que cada tanto viste sus paredes con obras de algún pintor, fotógrafo o lo que sea.
Cuando yo fui, había cuadros pintados sobre cartón. Eran cuadros inocentes y pícaros a la vez. El eje parecía ser siempre la pobreza, la marginalidad y el humor.
Pregunté quién era el autor. “El Charly”, me dijeron.
Di con él en el corazón de un barrio carenciado en Unquillo. Martín Baez fue el fotógrafo que captó la situación del artista mejor que yo con mi grabador. Nos fuimos todos contentos. Dos horas de charla y salió esto…
Que conste en actas: Charly Medina se pinta las uñas de las manos y de los pies desde mucho antes que Charly García. Sus hermanos, cuando era chico, sospechaban que el destino del menor de los Medina era, indefectiblemente, ser puto.
Una nutrida lista de parejas femeninas desde que comenzó a ejercer su adolescencia prueba que el diagnóstico no se cumplió. Pero ese tiempo ya es historia, hoy Charly está solo, según sus palabras, “con el corazón con agujeritos”.
Fue rico, fue pobre. Fue aventurero y suicida; tuvo los pies sobre la tierra y luego la cabeza en las nubes. Hoy vive en Unquillo, barrio San José, donde el avance de la ciudad no se ha tragado las casas precarias, donde falta revoque y sobra simpleza.
En las inmediaciones del mundo Medina se erige el último bastión de la resistencia contra la injusticia, una confusa línea invisible que activa el reflejo de poner el seguro en la puerta del auto.
En ese rincón de Unquillo, el disfrute va escoltado siempre por el yugo de la crueldad. Y ahí el tipo de las uñas azules está chocho: “Es mi lugar en el mundo”, asegura.
Basural bacanal
Charly es un Keith Richards pobre. Y desde que se bajó de su vida burguesa, tuvo que pagar durísimos peajes que a veces lo tiraron a la banquina, desde donde volvió montado en cuadros que le permitían zigzaguear en el tráfico de la fatalidad, un tráfico que amenaza siempre con atropellarlo.
Su obra es singular, irónica, cruda; hay minas en bolas que dan a luz en basureros sembrados de botellas de plástico, hay meretrices tetonas de sonrisas bobaliconas, hay cacos fumando paco con media raya del culo afuera, hay mujeres crucificadas y con los ojos en compota. La obra es a veces trash, a veces pornográfica. Pero nunca aburrida; la obra de Medina cuaja de manera indiscutible con el paisaje.
“No sé cómo estoy viviendo, supongo que del arte –dice con humildad–. Este año no he tenido alumnos y mi oficio también es enseñar. En este barrio medio carenciado me conocen y me respetan, y los niños están becados. Además, tengo a otra gente con más dinero que sí puede pagar”, agrega.
Las condiciones de vida de Charly Medina generan preguntas que huelga responder. Su casa chorizo es su estudio y en ella duerme, come y piensa. Todo entre cuadros. Cuando no está sentado en dos cajones de cerveza que hacen de banqueta frente al bastidor, escucha música electrónica que brota de una MacBook: “Porque el rock ya no existe más, y porque me quedé enganchado con esta música cuando viví en Ibiza”, explica.
A Charly Medina, exempresario acaudalado, exdibujante publicitario, exgerente de la cuenta de L’Equipe, excreador de la firma Natural, exactor de reparto, exokupa, exfundador serial de pizzerías, expeón de cortijos, lo aqueja una duda existencial que todavía no ha podido descular: ¿vale la pena seguir vivo?
Para ayudarlo a dar con esa respuesta hay un batallón de psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales que tratan de encarrilarlo: “Tengo 55 años –cuenta–, pertenezco a la generación del reviente. En mi adolescencia los ídolos eran suicidas y morían jóvenes. En mi vida los excesos son una constante; internaciones, intentos de suicidio, soy una crisis permanente”, dice.
Charly se debate a diario en una batalla tolkieniana entre la ciencia psiquiátrica y la pulsión por dejar la vida frente a un lienzo o dentro de una botella.
Nació en Río cuarto, pasó la adolescencia en Córdoba y a los 17 se independizó para correr en moto. Mientras, estudió en la Escuela Provincial de Bellas Artes y se metió en el vertiginoso mundo de las agencias de publicidad para dibujar storyboards y armar piezas gráficas. Esto fue en la prehistoria informática, cuando no había computadoras y a la gente se la ubicaba en un teléfono fijo. “Seguí laburando por 35 años –cuenta–. Para un tipo de mi edad era importante, pero me estaba limando la cabeza. Entonces, en una fiesta apareció una dama montada en un potro de nácar sin bridas y sin estribos. Se bajó y con ella vino el amor. Se llamaba Celeste y estuvimos seis años –recuerda–. Yo ya tenía un viaje programado a Europa así que al final me fui”, resume.
Arrancó en Ibiza, donde el infierno es sexy y arde bajo atardeceres dolarizados y paisajes pecaminosos. Fue un tiempo bisagra para él. De ahí se montó en un Fiat y se fue a recorrer el sur de España, laburando en los cortijos como peón hasta llegar al País Vasco, donde se convirtió en actor de reparto para una compañía de cine y televisión.
Se volvió cuando falleció su viejo, y ocurrió algo insólito: la noche de la despedida con su madre, ya listo para retomar su aventura en el Viejo Mundo, perdió los pasajes, el pasaporte y la guita que traía. “Quedé en bolas –recuerda–. Mis amigos me hicieron el aguante para poner una pizzería. Y con mi novia de ese entonces pusimos un estudio de diseño. Después me descarrilé un poco, y no sólo me dejó ella, sino que perdí los dos negocios y terminé internado en una granja de desintoxicación”, recuerda.
Tras cartón
Una noche de embole agarró un cartón del embalaje de una heladera y empezó a pintar. Esa obra se llamó La Villa y tenía una serie de personajes anclados en un mundo marginal. Alguien de la Agencia Córdoba Cultura la vio y se la llevó al Museo Emilio Caraffa. Luego un tipo se la compró para obsequiársela a uno de los mayores coleccionistas de Córdoba: “A partir de ahí el lenguaje medio de cómic que yo usaba para mis personajes empieza a gustar y se empieza a vender –rememora–. Entonces me pongo de cabeza a pintar. Y acá estoy, lo más pancho”.
Su producción está empezando a colarse en lugares de legitimación, como una inyección de realidad que calienta las venas de un ámbito a veces frívolo. Los cuadros de Charly escupen color y se pegan a las paredes con facilidad. Su obra es un vicio.
El seudónimo de Charly es “Cartonero Báez”, un hombre que utiliza los soportes descartables para una construcción tan mañosa como hilarante: “Mi obra es para mirar las cosas desde atrás. No sólo me mueve reflejar en manos de quiénes estamos –una manga de rufianes, señala–. Yo desde la plástica trato de decirte que esto es injusto y hacer que te preguntes qué hacemos todos desde nuestro lugar”, concluye. Y tras una pausa agrega: “Puta, no sabía que pensaba todas estas cosas”.
Derrapes
La amenaza constante en la vida del “Cartonero Báez” es el derrape. Y aplaca la sed de la ansiedad echando garguero abajo un buen trago de cerveza caliente, aduciendo que eso no es chupar. “Con los excesos las cosas se sienten de otra forma, si cometés excesos te llamás a vivir al límite –dice–. El whisky y mi moto no se llevan bien, por ejemplo, y me costó un par de palos darme cuenta. Por ahora decidí seguir viviendo. No tengo muy en claro el compromiso con la vida, no me resulta tan importante vivir, pero respeto mi misión, que es mi obra”, concluye.
Mañana Charly tal vez piense en dejar de existir y pasado, en irse a Brasil. El Cartonero y Medina tiran y aflojan una cuerda peligrosa: “Fluctúo entre la ironía y la desesperación –dice–. Soy negativo, cuando no realista. Por eso pinto lo que existe. Por eso prefiero vivir y después pintarlo”.
En eso sí se ha puesto de acuerdo con su alter ego: vivir es un mal necesario.
Charly ahora está empantanado en químicos con receta, químicos que le bajan estrepitosamente la libido: “Además, con la medicación las ganas de pintar se me van a la mierda –explica–. Y sí, soy jodido como pareja, pero creo que me voy a cambiar de bando porque los hombres nunca me hicieron daño como las mujeres –ironiza–. Tengo una hija de crianza en Nueva York pero decidí llevar una vida en soledad, tengo dos hermanos con hijos, tuve parejas y me dejaron todas –cuenta–, me mandé todas las cagadas posibles, y ahí empecé un período de autodestrucción. Y hasta ahora la gente que conozco me viene convenciendo de que es mejor estar vivo que muerto”, reflexiona.
La gran paradoja del arte obra de manera misteriosa. Quienes más amenazados se sienten por los personajes que caricaturiza Medina son los que compran su obra. Y hay un sentido bastante romántico en el hecho de que se desembolsen unos billetes para sacar a Medina de la pobreza por un rato e iconizar el miedo en un living. Charly Medina pinta para mantener a raya a sus demonios.
Otros lo compran porque esos demonios son patrimonio de todos.
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“Será que mi misión es pintar basura”
La obra de Charly Medina rompe los moldes y las bolas. Comunica algo que a la gente le llama la atención y que molesta, que ensucia, que seduce, que da morbo y que a veces provoca una sonrisa cómplice: “Cuando veo a la gente que mira mi obra y se ríe, ya está. Fantástico si se vende, más vale, pero con ver la reacción quedo muy conforme”.
Charly define su estilo como “figurativo realista, localista, y lleno de desperdicios”. “En mis obras hay mucha basura. Hay algunos que le dicen arte trash, pero qué sé yo. Mirá cómo le doy bola a las marcas conocidas y a las segundas marcas –dice señalando una pintura de una mesa en la que pueden verse los restos de un festejo entre delincuentes tras un golpe jugoso: cocaína, etiquetas de puchos, celulares, tarjetas de crédito, billetes en rollitos–. Este cuadro es para usarlo sobre una mesa en serio”, grafica.
Sopórtame
Charly Medina explora soportes para conseguir efectos. El comportamiento del acrílico sobre el cartón corrugado, por ejemplo, hace que se acumule tierra sobre los pliegues pequeños y “así la pintura va cambiando con el tiempo, va ganando una textura especial”, explica. Lo mismo ocurre cuando, para hacer una versión femenina de la crucifixión, crea un bastidor a medida.
Pero el tipo no se queda sólo con la parte material del trabajo y vuelve a insistir con el mensaje, además quiere comunicar su sincera preocupación en un estricto sentido ecológico, cuando hay sobradas pruebas de que el mundo cruel corre serios riesgos de irse al carajo.
Otra preocupación que tiene el artista es el rol de la mujer en la locura de este mundo: “En mi obra la mujer es protagonista en un contexto de pobreza. Y jugueteo con los clásicos. La Maja Desnuda en un basural es un ejemplo –dice–. Prefiero quedarme con esta intención de revelar la injusticia social. Estos últimos dos años estoy trabajando a escala uno en uno. Tengo una técnica muy lenta y detallista. Lleva mucho tiempo, por eso hago varias cosas a la vez”, resume.
Para vivir mejor y no parar de pintar, intuye, hay que poner una pata en Buenos Aires y de ahí pegar el salto a Miami. Está difícil. “Porque estoy mostrando una imagen que la gente no quiere ver, porque creo que hay mucha más poesía en una alcantarilla que en un jarrón de flores –confiesa–. O será que mi misión es pintar basura y acá me quedo. Me vine a vivir a este barrio de Unquillo porque es un barrio donde el contexto de mi obra habla por sí solo. Me siento más cómodo entre mis marginales, mis pobres, mis putas, mis drogadictos y mis choros”, concluye.
Locura, dolor, fiesta
¿Quién compra un cuadro con un choro pintado? Una pregunta extraña. Mientras, en casi todos sus cuadros las imágenes terribles se ven tras una detallada lluvia de papelitos de colores. “Eso quiere decir que, a pesar de la locura y el dolor, sigue la fiesta”, explica.
En su obra los pobres no reclaman nada, como si el verdaderamente pobre fuese quien analiza lo que ve frente a sus ojos sin que se le mueva un pelo.
“Juego a hacerme el Molina Campos o el Diego Cuquejo –confiesa Medina–, porque hago caricaturas y todos somos una caricatura. Por eso, en una misma obra podés encontrar un cura corrupto, una travesti, un choro, un cana que se hace el boludo y un tren con gente en el techo”, enumera antes de volver a su vaso de cerveza. Tiene prohibido el alcohol, pero una cerveza caliente no cuenta.
—————————
Perfil
Charly Medina nació en Río Cuarto en 1957. Egresó de la Escuela Provincial de Bellas Artes y trabajó 30 años como creativo publicitario. Actualmente está radicado y desarrolla su obra en Unquillo. Su blog es: charlymedina.blogspot.com.ar
http://charlymedina.blogspot.com.ar/

william t vollmann Angelina Jolie Osvaldo Pugliese libros kalish

UNO –
HOY TENGO GANAS DE TI – cinco –
basta
ricardo
me cansaste
todas las noches lo mismo
nunca se donde estas
y despues me entero por la tele
que estas por ahi
siempre con una atorranta diferente
ahora no pretendas
ricardo
que encima
me fume
que me humilles con la hija de onetti
soy una boluda importante
ricardo
por eso sali con vos tantos años
pero todo tiene un limite
ricardo
no me dejas esuchar
a ricardo montaner
con el pretexto que eso es populista
yo populista
atorrante
y encima me encagñas
con esa melancolia uruguya
sos peor que el depredador pinochet
basta ricardo
te vas
no te quiero ver mas
no te quiero escuchar mas
basta
vestite y andate
y mientras haces las valijas
ricardo
voy a poner a
ricardo montaner al palo
y descorchar una botella de champagne
y llamar a cinco taxi boys
para festejar
que por fin no te voy a ver mas
ricardo
y voy a subir
el video a las redes sociales
de los cinco taxi boys garchandome
con mascaras de ricardo montaner
y lo voy a llamar
al video
walter benjamin y el problema del mal
pd: yo no puedo creer que casullo y del barco
alguna vez hayan creido en vos
la verdad
que ni en el relato mas delirante
de Vichy mouse
es verosimil
y sin embargo…

Sobre la responsabilidad. No matar – Oscar del Barco
https://libroskalish.wordpress.com/…/sobre-la-responsabili…/

Los mejores Éxitos de Ricardo Montaner HD


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CERO – 
 …cacho mueve la cola cacho mueve la cola cacho mueve la cola cacho mueve la cola cacho mueve la cola…

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Publicado en Angelina Jolie, Charly Medina, Chilly Gonzales, Don Winslow, el perro de la kiosquera, Ernst Jünger, Eva Perón, Evita, Flema, Fogwill, James Ellroy, Juan Domingo Perón, La Renga, Osvaldo Pugliese, Pier Paolo Pasolini, Tan Biónica, William Faulkner, William T. Vollmann | Deja un comentario

el coto del hogar obrero de perón

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ACV
yo
juan pablo liefeld
responsabilizo
al desastre que hara
el macrismo en el conurbano bonaerense
a la canalla cultural argentina
que en su voluntad de leer mal
le hace al pais un daño terrible
y en los siguientes nombres
de Puan y Marcelo T.
de Letras y Sociales
de la UBA
encuentro una metáfora
de todo este mundo cultural argentino
que es una porquería:
la champion lee:
Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo y Jorge Panesi
la B nacional:
Graciela Esperanza, Silvia Saitta, María Pía Lopez y Ricardo Foster
la reserva:
todos mis amigos de la UBA
que ocupan catedras y suplementos culturales y hacen revistas y son editores y publican libros y hacen películas
la canalla cultural
es peor que la corrupcion
y mi generacion
ya es pura corrupcion
me dan asco
porque sus festicholas
las van a pagar
dentro de 20 años
los que hoy son niños
y mañana seran pibitos
con un presente horrible
y no ustedes
que si de algo
saben
es de como facturarle
a otros sus porquerias
y nunca pagan nada
porque son tan pobres
que lo unico
que pueden dar
es guita
porque su vida
es solo guita
y lo unico que los mueve
es eso
la guita
money money money
por mas que hablen
de dumchamp
de peron y evita
de auschtwitz
a la canalla cultural argentina
lo unico que
le empapa la bombacha
y le dibuja relieves brutales en los calzoncillos
es la guita
money money money
conozco muy bien
lo que es el infierno
del conurbano bonaerense
y me canse de decirle
a mis amigos de la UBA
que eso
habia que pensarlo
bueno
ahora es tarde
ese infierno
ya no es algo
que queda del otro
lado de la ciudadela
en la que ustedes
viven muy horondos
no no no
ahora estan de a poquito
conociendo toda esa mierda
en sus propias vidas
de gente culta y leida
y con titulos universitarios
y vacaciones
en Berlin
en Nueva York
en Rio de Janeiro
y por qué no
si tambien les gusta
jugar a que son amigos del pueblo
en Mar del plata
no la de Borges y Bioy
sino que la de Peron
son unos hijos de puta
y me envenena
que su hijaputes
la van a pagar
los pibitos
que hoy estan dando
sus primeros pasos
en el mundo
y en unos años
seran adolencentes
con un presente horrible
gracias a la cobardia
de mi generacion
amigos
son los
amigos
Guernica ·
Humilla tu vanidad,
Apresurado en destruir, avaro en caridad,
Humilla tu vanidad,
digo, humíllate.
Pero el haber hecho en vez del no hacer nada
esto no es vanidad
juan pablo liefeld
dni 25 187 111

Pulp Fiction Libros Kalish - copia (2)Pulp Fiction Libros Kalish - copia (3)Pulp Fiction Libros Kalish - copiaPulp Fiction Libros KalishPulp Fiction Libros Kalish - copia (4)Pulp Fiction Libros Kalish - copia (4) - copia - copiaDSC09828DSC09838el papa francisco libros kalishMoria Casan Jorge Rial Libros Kalishwilliam t vollmann libros kalish

 

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NOVEDADES Y RECOMENDACIONES DE LIBROS KALISH

Pier Paolo Pasolini Stephen King Fogwill Proust Nick Cave William T Vollmann

 

Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

 

Hellman and Hammett: The Legendary Passion of Lillian Hellman and Dashiell Hammett – Joan Mellen (version original en inglés)
Hans Christian Andersen: The Story of His Life and Work 1805-75  – Elias Bredsdorff  (version original en inglés)  
Isaac Babel: The Lonely Years 1925-1939 : Unpublished Stories and Private Correspondence – Isaac Babel and Nathalie Babel (version en inglés)
Alì dagli occhi azzurri – Pier Paolo Pasolini ( versión original en italiano)
Umano, troppo umano – Nietzsche (versión en italiano)
Boxcar Bertha. Autobiografía de uan hermana de la carretera – Ben Reitman
América – James Ellroy  
Selected Letters of Dashiell Hammett : 1921-1960 Edited by Richard Layman (version original en inglés)
The exegesis of Philip K. Dick – Jonathan Lethem y Pamela Jackson editores (versión  original en inglés)  
Guns, Germs, and Steel. The Gates of Human Societies – Jared Diamond (versión original en inglés) 
Les Sept piliers de la sagesse : Un triomphe – Thomas Edward Lawrence (versión en francés)
Malcolm X. A Life of Reinvention – Manning Marable (versión original en inglés)
Doce lecciones de filosofía – Jacques Derrida, Emmanuel Lévinas y otros
Pulp fiction. Tres historias sobre una misma historia – Quentin Tarantino 

 

Track 1

1 chano libros kalish2 john cassavetes3 john cassavetes 14 john cassavetes libros kalish6 carlos monzon
7 gonzalo basualdo8 aldana y leon 9 gonzalo basualdo libros kalish 10 chaplin jesus libros kalish 11 chaplin jesus 12 jesus chaplin 13 avenida rivadavia 5 carisma charly garcia borges libros kalish14 libros kalish madrugada 14 pity stephen king 15 eva peron copi 16 papa francisco 17 esteban masot 18 philip roth Erica Voget 19 Mariana Liefeld atardecer 21 pasteur hitler 22 libros kalish 23 libros kalish argentina

Track 2

Track 3

Track 4

LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -I-
Confesiones de un librero de mierda
Publicado marzo 22, 2013
Es mediados de febrero. Es un jueves. Labure todo el día en la librería. Y tengo hambre. Y estoy cansado. Pero un conocido tocaba en San Telmo y ahí fui.
Pase por casa rápido a comer algo. Y de ahí partimos en colectivo. Nos bajamos en Plaza de Mayo. Y ahí, justo ahí, en la Plaza descubro algo que no había visto nunca: una patrulla perdida de Pichiciegos fogwillianos cenando en una choza armada en la plaza frente a la Casa Rosada. Son los Pichiciegos que reclaman un poco de amor. No mas que eso. Que los reconozcan y un sueldito de hambre. Pero como no combatieron en las Islas Malvinas sino que quedaron como reserva en el sur no los quieren. Yo de solo pensar de haber tenido que hacer el servicio militar me baja la presión. No soy Ernst Jünger ni el ejercito argentino es el viejo ejercito prusiano de Ernst.
En fin.
A todo esto en las tres cuadras hasta el lugar donde tocaba mi conocido me tope con toda clase de lumpenes durmiendo en portales de lugares tales como el Ministerio de Economía y así y ya sobre Defensa la cosa se puso mas densa.
Soy un boludo importante pero se mirar en la calle. Yo iba a Defensa al 269 y en la esquina de Defensa y Alsina ademas de cartoneros y otras yerbas había un pibito de unos 17 años que entraba y salía de un conventillo que es una casa tomada y le daba ordenes a otro pibito de no mas de 7 años que iba y venia en bicicleta. Fija. Dealers. El pibito de 7 era el que hacia las entregas y el más grande el que cocinaba los pedidos.
En fin.
Registro todo eso y me gustaría quedarme un rato mas ahí estudiando el terreno. Pero avanzo. Obviamente los que vienen conmigo no ven nada.
Llegamos a la puerta del boliche. Decimos nuestros nombres y nos dejan pasar. Era una fiesta solo con invitación. Muy exclusiva Muy mierda, pero en francés y la puta que te parió.
Subimos.
El boliche tenía una terraza increíble que da a la cúpula del Convento de San Francisco y visualmente parece la continuación de la terraza.
Bien.
Miro. A derecha. A izquierda. Gente linda. Joven Guita. Mucha guita. Al toque medite: acá debe haber más de 8 personas que si secuestras ahora mismo antes de la madrugada su familia tiene la liquides suficiente para pagar un millón de dolares.
Para mantener a raya mi odio de clase me puse a beber. A robarle de los vasos de los conocidos ya que ponerse en pedo ahí era más caro que los libros más caros que vendo en mi librería.
Empezaron a pasar los minutos. Y el contraste entre la calle y esa terraza era brutal. No se si me entendés. Abajo pibitos de 10 años vendiendo droga y cartoneros revolviendo basura y tipos durmiendo en portales y ex soldados cenando en una choza y arriba a poco mas de 40 o 50 metros todo risas y vino del mejor y juventud y guita mucha guita. Me sentía como el personaje alemán de Dyango de Tarantino cuando están cerrando la compra de la negra y él mientras tocan Beethoven no puede dejar de ver en su cabeza al negro que Di Caprio ordenó que se lo comieran los perros porque ya no servia para una mierda. Algo así era mi malestar. Todos estos forros de la terraza eran Di Caprios y sus familias no dudo que pueden ser tan crueles como él en esa película de Tarantino. Además ese contraste entre la ciudad rica y la miserable, entre las vidas bellas y las vidas horribles y todo tan cerca y tan lejos y tan normal me hacía acordar a las novelas de Philip K. Dick o Ballard o Ellroy.
La cosa que me quede un rato ahí escuchando a mi conocido que toca música electrónica que no entiendo ni me gusta y luego sin lograr emborracharme, lo cual solo hizo que me pusiera a estudiar con ojo clínico a esa gente y sus ropas y sus gestos y palabras, me fui a dormir. Ah, en el lugar si bien había mucha gente puesta en la terraza si prendías un porro venia un patovica de seguridad y te pedía que lo apagues. Y otra cosa que me llamo la atención era un pibe en silla de ruedas, que apenas lo registre no le perdí mirada ya que razone que si un paralitico en silla de ruedas esta en una fiesta exclusiva en un cuarto piso de una fiesta re re re copaaaaada solo puede ser un pibe de guita. No lo se. Pero todo el mundo lo trataba con mucho servilismo y en un momento dado se le acerco un putito de anteojos con pollera escosesa y le dio un paquetito, luego de lo cual el paralitico le pregunto cuánto le debía y el homosexual pollerudo le dijo que nada. Ahí me dije si me llevara a esta silla de rueda fijo que le podría sacar un montón de verdes a su familia.
Luego me fui y cuando pase por la esquina ahí estaban los pibitos dealeando parados en el medio de la calle. Mire al de 16 a los ojos y me miro y lo salude.
Pero acá viene el remate de por qué te cuento todo esto.
Yo durante esos días de febrero estaba puteando porque el forro de Antonio de La Rúa, el ex de Yaquira, el pibe lindo que perteneció al grupo Sushi y fue parte de un Gobierno que sembró la Plaza de Mayo de cadáveres un diciembre de 2001 y consiguió abolir la moneda nacional, ese mismo forro, había declarado para Revista Gente que quería que su hijo naciera en Punta del Este. Que ese forro pueda decir eso me enferma, porque eso quiere decir que el jamás va a pagar nada de todo el dolor que causo.
Bueno. Viste que cuando llegue a la fiesta te dije que relojié el lugar y pensé que ahí había por lo menos 8 personas que si las secuestrabas te ganabas un millón de dolares blue en un par de horas (obviamente todo esto de los secuestros es imaginación producto de mi odio de clases y no de ninguna militancia criminal que practique o me interese practicar), ok, en la fiesta estaba Antonio de La Rúa y la hija de Macri, de Macri el que esta en China, el demonio de Papá Macri. ¡Y no los vi! La puta que los parió. Bueno, te lo digo ahora y acá. Antonio andate a la puta madre que te pario y te recitaría el poema con el que Primo Levi habré Si esto es un hombre, pero como es al pedo, solo te deseo lo peor, que es lo que Primo Levi le desea a tipos como vos en su poema: que tu casa se derrumbe, la enfermedad te imposibilite, tus descendientes te den vuelta la cara.
LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -II-
las malvinas son argentinas
la plaza de mayo es británica
maradona es un negro de mierda
y tu corazón apesta

los pichiciegos fogwill los pichiciegos fogwill 3 los pichicieos fogwill 2

LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -III-
Solo le pido a Dios
La historia que me contaron es la siguiente.
León Gieco escribió “Solo le pido a Diós” en contra de la Guerra de Malvinas.
La canción se volvió un hit. Un golazo como el de Diego a los Ingleses. Cobro un montón de guita. Y la canción en el intercambio paso de ser una bandera de un barco corsario a convertirse en un buque mercante.
Esto lo destrozo a León Gieco y se encerro a tomar merca y a destruirse para escapar del dolor horrible de un mundo asqueroso.
Esta historia se la escuhe contar en la radio un mediodía o una noche cualquiera de hace años no recuerdo a quién ni en qué radio.
En todo caso, el relato es verosímil.

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LOS PICHICIEGOS – FOGWILL -III-
Parte de la religión
Una flor
Una cruz
Un sol
Una moneda
Un pozo en la arena
Un resplandor
Un fulgor
Quizá
Simplemente
Algo
Que se parece
A mi corazón
Cuando lo veo
Reflejado
En tus
Ojos

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NOVEDADES Y RECOMENDACIONES DE LIBROS KALISH

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NOVEDADES Y RECOMENDACIONES DE LIBROS KALISH
 
Cosas que los nietos deberían saber – Mark Oliver Everett

Perdedores. Testimonios de alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial – Nigel Cawthorne

El sueño de la razón. El Capricho 43 de Goya en el arte visual, la literatura y la música – Helmut C. Jacobs

Los guardianes de sabiduría Wisdom Keepers. Encuentros con ancianos líderes espirituales indios de América del Norte – Steve Wall y Harvey Arden

El credo falsificado – Karlheinz Deschner

¿Hay vida en la tierra? – Juan Villoro

Piano. La historia de un Steinway de gran cola – James Barron

París era ayer (1925-1939) – Janet Flanner

El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem – Stéphane Moses

Mi vida – León Trotski

A la cara – Christa Faust

Perú. 10.000 años de pintura. Desde la época rupestre hasta nuestros días – Marisa Mujica

Shakespeare, nuestro contemporáneo – Jan Kott

El Nilo blanco – Alan Moorhead

El bandolero, el pocho y la danza. Prólogo Carlos Monsiváis – David R. Maciel

Galería de escritoras isabelinas. La prensa periódica entre 1833 y 1895 – Íñigo Sanchez Llama

Escuchar a Bajtín – Iris M. Zavala

Filosofía de la cultura griega – Evanghélos Moutsopoulos
Ensayos sobre la filosofía en Al-Andalus – Andrés Martínez Lorca
Memorias intimas – Georges Simenon
Leon Blum – Jean Lacouture
The Complete War Memoirs of Charles De Gaulle (versión en inglés)
Ramón del Valle-Inclán – Miguel Casado
Journaux, 1959-1971 – Alejandra Pizarnik (versión en francés)
La Divina Comedia – Dante Alighieri
La Vie Parisienne 1852-1870 – Joanna Richardson (versión original en inglés)
Sociología de los campos de concentración – Eugen Kogon
The Masks of God. Mythology – Joseph Campbell (versión original en inglés)
Crítica de la impaciencia revolucionaria – Wolfgang Harich
Venice. A Maritime Republic – Frederic C. Lane (versión original en inglés)
Los orígenes de las enfermedades humanas – Thomas McKeown
Historia de Italia – Christopher Duggan
Adán, Eva y la serpiente – Elaine Pagels
Bertolt Brecht. Der unbequeme Klassiker – Ronald Hayman (versión en alemán)
El primer milenio de la cristiandad occidental – Peter Brown
El Islam – Karen Armstrong
Los inocentes – Hermann Broch
Banderas al amanecer – Robert Stone
El joven Adolfo – Beryl Bainbridge
Edith Piaf  – Simone Berteaut
La edad de la inocencia – Edith Wharton
Los falsos Mesías. De Simón el Mago a David Koresh – Christophe Bourseiller
Truman Capote. La biografía – Gerald Clarke
Cómo desaparecer completamente – Mariana Enríquez
La conspiración de la moda – Nicholas Coleridge
Vie et destin – Vassili Grossman (versión en francés)
Atípicos en la literatura latinoamericana – Noé Jitrik (compilador)
Gramsci et l´état. Pour une théorie matérialiste de la philosophie (versión francesa)
El encierro de las bestias. Magnus Mills
Rodrigo Superstar – Cicco
La dame du lac – Raymond Chandler (Traducción Boris Vian)
Cómo… hacer el amor igual que una estrella del porno – Jenna Jameson con Neil Strauss
Suttree – Cormac McCarthy

 

VARIACIONES CASSAVETES XII
FOGWILL
Cuando el deseo persigue, aunque estés muerta
La lengua te convoca y te despierta:
Molusco ensangrentado, embudo lánguido
Hombre interior de ti, pudor elástico
Cosa, caja ética, estético hambre
Denso tufo animal, sutil calambre
Oscurecida luz, tiniebla untuosa
Frutal masticación, partida rosa.
No hay lengua que metáforas no encuentre
Para invocar la boca de tu vientre.

gonzalo basualdo DSC08364A la recherche du temps perdu, MANS. pág. 14-917DSC06151DSC05688DSC08240DSC08392DSC08429DSC08406DSC08407DSC08419image560aac0e126b74.86591341Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann12009550_887416931313807_3688470655813605298_n

 

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balvanera confidential – Capítulo Cero Cero Cero

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EL PAISANO ENSIMISMADO O LA TENEBROSA SEXUALIDAD DEL GAUCHO EN LA VECINDAD DEL CHAVO DEL OCHO
el gigolo papo francisco basterrica riquelme tevez say no more

Para Anita Leporina que me escribio la madrugada de ayer «Así q sí podes, tirate unos números para la quiniela». OK, creo que ya tire unos cuantos numeros, ahora vos anita anda y juga esos numero que te pase a pedido tuyo y reventa la banca que te da el cuero para eso y mucho mas.

“-Sí-me dijo el victorioso general Francisco Villa, cuando le pedía yo que me otorgara el precioso caudal de sus recuerdos-, que se conozca mi historia, con todos sus sufrimientos, con todas sus luchas, con todas sus miserias; con toda la sangre que me vi forzado a derramar, con todas las injusticias que me vi precisado a combatir, con todas las agresiones que me vi compelido a repeler y todas las infamias que hube de castigar.
Que se conozca todo mi pasado, aquel pasado que mis enemigos han esgrimido contra mí, pretendiendo asfixiarme con la polvareda de mis dolorosas hazañas de otras épocas, y aturdirme con los dicterios más crueles y las punzaduras más venenosas.
No pretendo justificarme ni defenderme; pero que se me conozca tal y como fui, para que se me aprecie tal y como soy: un hombre que nacido de la clase más ultrajada y más sufriente de nuestro pueblo, de la peonada que fecunda la tierra con su sudor y con su sangre y con sus lágrimas, supe rebelarme contra esa esclavitud brutal de nuestra sociedad egoísta y de nuestras costumbres corruptoras, y desarrollando todas mis energías, y reanimando todas mis esperanzas, y fortaleciendo todas mis aspiraciones de libertad y de justicia, he venido a ofrecerlas en toda su madurez a la causa nobilísima de mi patria y de mi Pueblo.
De mi patria: víctima hasta hoy de una odiosa herencia ancestral, en la que se mezclan todas las desenfrenadas ambiciones de los crueles aventureros que siguieron a Hernán Cortés, con todas las indiferencias, todas las indolencias, todas las pasividades de los súbditos de Moctecuzoma Ilhuicamina.
De mi pueblo: de ese pueblo sufrido y valeroso, abnegado y leal, que siempre ha sabido responder con todo el ardor de su sangre y el ímpetu de su raza guerrera, cuando un Miguel Hidalgo, cuando un Benito Juárez, cuando un Francisco I. Madero, le ha convocado a derrumbar las tiranías, a desbaratar los despotismos, a desenraizar los fanatismos, a reconquistar los derechos y a cimentar las libertades todas a que debemos aspirar.
Ya es tiempo de que el pueblo sacuda, de una vez por todas, la sábana de polvo impuesta por los negreros de la conquista, a sus más diáfanas aspiraciones de vida como vida, y no como un martirio inacabable.
Ya es tiempo de que en nuestra civilización desaparezcan las sombras del encomendero, del inquisidor, del señor feudal, y del déspota que a través de un siglo de nuestra sostenida independencia, aún se prolongan, aún se proyectan en nuestro suelo, aún manchan con negras tintas el verdor de nuestros campos, cuando bajo el sol radiante de la libertad aparecen las figuras pesantes de un Luis Terrazas, de un Enrique Creel, de un Porfirio Díaz o de un Victoriano Huerta.
Ya es tiempo de que desaparezca, y para siempre, la trágica forma del cacique en toda su abominable magnitud: desde el supremo magistrado, que gobierna sin más ley que su capricho, su ferocidad y su sed inagotable de mando y de riquezas, hasta el humilde gendarme y el ciego alguacil dela Acordada, que son elementos del pueblo para oprimir al pueblo, bajo la férula de hierro del cacique máximo.
Ya es tiempo de que los prejuicios acaben, de que la sociedad se establezca sobre bases más sólidas, más naturales, más sabias, más justas y mas nobles.
Y si a la revolución libertaria de 1910consagré todos mis esfuerzos y todas mis energías, en la revolución vindicadora y social de 1913 tengo cifradas todas mis esperanzas, todas mis ilusiones, de ver, ¡finalmente! Redimido a nuestro pueblo y venturosa a nuestra patria.
-Sí-continuó el general Villa, mientras un rayo de suprema fiereza brotaba de sus ojos relampagueantes-, que conozca el mundo todo lo malo que hice y por qué lo hice. Pero que lo conozca íntegramente, totalmente, que nada he de ocultarle ni desnaturalizarle ni mentirle: nada más que la verdad, pero toda la verdad he de decirle.
Y que conozca también lo bueno de mi vida. algo bueno, quizás mucho bueno, he llevado a cabo en mi existencia, y también ha de conocerlo el mundo; para que de la serena apreciación de todos mis actos, del balance que haga de mis hechos, del valor y trascendencia que conceda a mis hazañas, a las buenas y a las malas, brote el fallo con que la historia ha de juzgar a uno de aquellos mexicanos que por la fuerza arrolladora de su bien meditada rebeldía, ha sabido conducir por un camino de triunfos bélicos, cívicos y morales a un pueblo de soldados heroicos en abierta rebeldía contra la opresión y el despotismo.
Soldado del pueblo y caudillo de mis soldados, servidor sincero y desinteresado de mi patria y de mi pueblo, leal hasta la muerte a mis jefes y a mis compañeros, el más alto sentimiento de patriotismo guía todos mis actos.
No tengo ambición de mando ni afán de poderío. La intriga política, la farsa diplomática y el complicado engranaje administrativo, no son mi fuerte: sólo la guerra.
La misión que me he impuesto terminará el día en que termine la guerra por la victoria de nuestras armas; y entonces regresare a la oscuridad de mi vida, y volveré a ser el Francisco Villa de 1911, que sólo surgió nuevamente a la vida pública y a la lucha armada, cuando las traiciones de un abominable Pascual Orozco y de un espantoso Victoriano Huerta amenazaron la obra magna del pueblo redimido por el inmortal Francisco I. Madero.
Volveré feliz a esa vida modestísima, tranquila, llena de las más íntimas satisfacciones, a que creo tener derecho, tras de tanto luchar. He allí todo mi deseo: que si una bala enemiga no me depara la muerte de los héroes sobre el campo de batalla y en holocausto de mi patria, a quien le he ofrendado mi vida, que mi futura existencia sea de calma y de reposo, de trabajo honrado y regenerador, mirando cómo la obra de la verdadera paz y del verdadero progreso – a la que consagré mis mejores años – enraiza fuertemente y para su felicidad, en las almas de los hijos de mis soldados, de mis compañeros, de mis hermanos, que siempre respondieron a mi grito de libertad y de vindicta, con su grito de adhesión y de confianza.
Para que todos ellos, amigos y enemigos, conozcan al Francisco Villa de verdad, el de carne y hueso, al de nervios y sangre y corazón y pensamiento, que ni es el hombre-fiera que pintan los enemigos del pueblo, atribuyéndome una insaciable sed de sangre, de pillaje y de exterminio, y acaudillando unas hordas desenfrenadas de brigantes, ni es tampoco el super-hombre que quisieran encontrar en esta época de seres normales, de hombres como todos, los que encarinñados con el forjamiento de ídolos populares, no ven que ante las aras de esos falsos ídolos se sacrifica estérilmente la sangre de los pueblos.
¡Ni hombre-fiera, ni super-hombre! ¡Hombre nada más! Hombre sencillo, rudo, que aprendió a leer muy tarde, que vivió la vida agreste de las montañas y las selvas, pero en cuyo corazón, que sufrió todas las amarguras y palpitó con todas las altiveces, hay un caudal inagotable de amor para mi patria y para mi pueblo.
Patriota sincero y compañero leal: esos son los únicos títulos que sí reclamo, porque he sabido conquistarlos al precio de mi sangre y de mis constantes esfuerzos”

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DON RAMÓN
DANDO CLASES FRENTE A LOS MISERABLES DE LA UBA Y LOS CANALLAS DE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN

¡¡¡VIVA ZAPATA!!!

Annex - Brando, Marlon (Viva Zapata)_01 henry-silva-viva-zapata DSC06384 DSC06206

En los Links que siguen se pueden leer las columNas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda, Las Chicas de Letras se masturban así Sábados de súper acción:
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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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balvanera confidential – Capítulo Cero Uno

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Buen día día
La librería online con el catálogo más exquisito del mercado y el librero más encantador y más tiernamente hijo de puta de la web, en Libros Kalish van a encontrar los grandes libros que se han escrito pero de los que muy poco se sabe y también una empresa experimental donde la vida es la obra y la obra, vida. Librero, clientes, personajes, autor por Corrientes a 180 km/h y en contramano -siempre en contramano. Es más bien una antilibrería, los dividendos son sangre y tripas. Hacerle caso en alguna recomendación secreta, comprarle un libro, leerlo, hablar con él, tiene algo de la experiencia adolescente de conectarse por primera vez con un objeto de fascinación -el rock, la literatura, el sexo. De la mitología literaria de Buenos Aires que sobrevive hoy, Libros Kalish de Liefeld es la única que habrá de convertirse en legendaria.
Anita Leporina

 

Borradores de la vecindad  del Chavo del Ocho 

 

 

Shameless. CRUZ DE HIERRO soldaditos alemanes

Casi no duermo.
Como Neustad.
Dos horas.
Que era amigo del padre de Fernando Peña.
.Otro que no dormía mucho.
Y ahí estoy yo.
El Gigolo Bazterrica Tevez Riquelme Say no More.
En las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
En un agujero mugroso aguantando el fuego enemigo.
Y la crueldad de mis amigos.
Se equivocaba Walter Benjamin
– que salía de putas con Georges Bataille y juntos adoraban a las paraguayitas escort independientes que los putos argentinos dejaron sin hombres en otra guerra asquerosa que preparo el terreno para que años después desembarcara ahí la hermana de Nietzsche queriendo fundar una nueva Alemania mas limpia y desente y casi lo logra pero no pudo convercer al loco de su hermano de que se fuera a vivir a Paraguay, no, y tiempo después por esa zona que los putos argentinos desbastaron dejando a las chicas paraguayas sin sus hombres irían a experimentar su propio Walden Juan Molina y Vedia y el amigo del padre de Borges Macedonio Fernandez cuyo uno de sus poyos mas queridos fue Raul Scalabrini Ortíz que vio el sol caer a plomo sobre la fiesta del mostrito de Villa Ballester –.
Sí, se equivocaba Walter Benjamin cuando decía que los soldados volvían de las trincheras mudos, sin palabras.
Jünger volvió de una trinchera de la Primera Guerra Mundial.
Con muchas palabras.
Y vio a la Técnica.
Como Lewis Mumford del otro lado del Océano vio a la Técnica.
Y ambos la vieron cuando nadie la veía.
Nadie.
En los 50 no fueron esas palabras de Jünger las que le permitieron a Heidegger una vez dada y ganada la guerra contra los nazis en la cual les robo a Nietzsche restituyéndolo a mi corazón para dar en un patio donde fueron cinco gatos locos a escuchar al loco Martín hablar de la Técnica y la Tecne???
El loco Ricky Martin pregunto alguna vez si las democracias modernas eran capaces de escuchar los problemas que le planteaban la Técnica.
Ay Martin Martin Martin.
En la placita Roca de Villa Ballester existia un ombú que un hijo de puta talo.
El fue el único que pudo escuchar tu pregunta y recoger el guante.
Pero un hijo de puta lo talo.
Esa pasión tan argentina: la traición.
Un tópico Borgeano dice Davis Viñas mientras lee La Nación y le toca la concha a una puta de Puan por debajo de la mesa de La Paz y hunde sus dedos en esa humedad tan Marcelo T.
Se equivocaba Benjamin.
No todos volvieron de la Primera Guerra Mundial del infierno demente de las trincheras sin palabras.
Ahí esta Jünger.
Ahí esta Fernando Peña surgiendo de San Isidro con sus heterónimos mostritos.
Ahí esta un soldadito medio retacón y que era un sorete de padre que volvió a Berlin – a la Berlin de Fito Páez y Georges Grozs y Karl Kraus y Sigmund Freud.
Y luego partió al exilio.
Fue ahí en un país de miserables y traidores y asesinos de paraguayos que a mi bisabuelo le hicieron llegar el estado alemán la cruz de hierro de la primera guerra mundial.
Esa medalla me acompaño durante toda mi infancia.
Así como las estampillas de mi papá que ordenaba en la cocina con la abuela Elsa Kalish contándome historias de cómo se los humillo a los alemanes.
Tenía razón y no la abuela mientras yo ordenaba estampillas de Hitler que compraba papá en un club social los domingos a la mañana en Villa Ballester y donde solía estar el militar Ballester que si no me equivoco estuvo en contra del Proceso de Reorganizaion Nacional – creo y no pienso chequear si me equivoco o no, poruqe no hay tiempo, porque la metralla del fuego enemigo recrudece y cuando es asi hay que agarrar la pistolita y vaciar el cargador y cargar y seguir tirando porque si vos no matas te matan a vos y asi esta democracia hermosa de mi corazón queridos amigos de mi generación, así de horribles somos.
Y Benjamin se equivocaba. Como la abuela Elsa. Y no. Y también.
No todos volvieron mudos de las trincheras.
Acá estoy yo.
Ejerciendo la palabra.
Solo en un agujero.
Como Jünger.

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MI GENERACIÓN
Que queda entre el cadáver del Hogar Obrero que hoy es un Coto y el cadáver de Ave Porco que hoy es un Día. El Hogar se transformo en un Coto de Caza Obrero y la reina Porco de la noche de los 90 con mas glamour y rock que era un cuervo delirante y locura de la mejor hoy es un Día berreta lleno de gondolas y productos de segunda marca.
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PROXIMAMENTE EL CAPITULO DOS
El diablo a todas horas
Una tragedia faulkneriano en clave Knockemstiff
en breve
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-I-
Shameless. Pan
Siempre me jacte de saber ver y de tener un buen sentido de la vista en la calle.
Otra cosa muy distinta es saber luego que mierda hacer con eso.
Millones de horas de televisión y radio durante la infancia y un verano con su otoño y su invierno en Mar del Plata de 1993 pateando con Jorge Sanz y una corte variopinta de zatrapaz y delincuentes marplatenses me entrenaron el ojo.
En la calle camino y veo lo que los demás no ven y se los marco y siempre me sorprende que eso que veo y es obvio ellos no lo ven.
Me acuerdo a Jorge caminando los dos por la peatonal de Mar del Plata y él diciendome:
Ese que esta caminando ahí delante es cana.
Me acuerdo a Jorge y a mi sentados en una mesa de Pilolas a la madrugada y que entrara alguien a sentarse a una mesa a ver una peli en ese bar como nosotros y Jorge decirme mira a ese.
Ok.
Y hoy vi dos cosas.
Una.
La ultima vez que nos vimos Peter vos me bardeaste.
Me deliraste mal.
Y toda la noche.
Y cuando te acompañe al quiosco cerraste el pico.
Y estuviste bien.
Me dijiste pelotudo pero no me humillaste y marcaste con una sutileza que desconocia en vos que era un forro y no lo dijiste pero lo marcaste.
Hay un manejo de la política ahí muy sutíl.
Si, Peter.
Estuviste bien, resien me cayo la ficha.
Recien viniendo de la panadería.
Y dije:
Que hijo de puta este Peter me dijo lo que tenía que escuchar y callo lo que no podía en ese momento escuchar.
Eso es tener manejo de la política.
Gracias Peter, en serio, de corazón.
Bien.
Y voy a la panaderia y a comprar ravioles y una cerveza y puchos.
Y voy a esa panaderia de Rivadavia al dos mil y pico porque es una buena panaderia.
Mi hermana Carolina y yo trabajanos años en una cooperativa donde pasamos por todas la tareas de la cuadra de una panaderia.
Desde picar un cajon de cebollas o un cajón de tomates podridos hasta cocinar pan o hacer medias lunas y barrer o labar platos o hacer de burro de carga o trabajar gratis para el atorrante del hijo del manda más.
Bien.
En Argentina hay muchas panaderías pero pan rico poco y nada.
Tanto es así que en una cocina como la argentina donde el pan es central para una cena que uno puede en un restaurant comer de todo y beber de todo pero raramente pan rico y bueno.
Y el pan es central en la economia nutricional nacional.
Eso algo dice de nosotros.
Bien.
Yo siempre me jacte de que soy buen observador en la calle y que nunca me pude dar cuenta si una mujer me mira o no.
No soy una maravilla.
Pero en el mercado veo cada pan rancio que si se lo ofreces a las palomas que son unas comilonas te miran haciendo así con las manos y te dicen:
Que te pasa eso cometelo vos, yo ni loca.
En fin.
Lo que queria contar es que en esa panaderia de Rivadavia al dos mil y pico me enseñaron a ver si una chica me mira o no.
Y ahora me acuerdo el otro día que fui a castrar a mi gato Horacio a la Recoleta y la veterinaria cuando lo puso en la mesa llevo una mano a los huevitos de Horacio y torico la cabeza para el otro lado y lo miro a mi gato con llema de sus dedos y cuando vio lo que tenía que ver sonrio.
Bueno, yo cuando tenía que ver que bandejas de pan estaban a punto para ir al horno y cuales no hacia lo mismo.
No miras la masa, la tocas con la llema de los dedos y con ellos ves si la elasticidad y la fermentación de la levadura esta a punto o falta.
Nunca haces esto mirando sino con los dedos.
Eso lo aprendi cocinando pan un año todas las noches.
Y esta veterinaria cuando tuvo que estudiar si mi gato estaba a punto o no hizo lo mismo.
Me sorprendio cuando lo vi.
Eso.
Y en la panaderia esta que voy hay una chica de unos veintipico.
Que me adora.
No me gusta.
Pero se muere cada vez que entro en la panaderia a comprar pan o galletas o facturas.
El resto de las chicas se las ingenia siempre para que sea ella y no las demas para que me atienda.
Y vengo estudiando esa escena hace un mes.
Toda la escena.
Bueno.
Eso.
Soy un viejo pelotudo de 40 años.
Que hoy saque a la mañana una fotos geniales frente a la confiteria Los Angelitos con restos de carcasas de celulares y el tronco de un arbol y aprove esa materia del secundario que adeudaba a mi mirada hacía años.
Le voy a sacar fotos un dia de estos a esa chica, a la panadera.
Una linda foto.
Porque me enseño a ver un poquito mejor.
Es raro como a veces uno aprende a ver sin darse cuenta buscando otra cosa y no lo que pensaba buscar.
Me causa ternura esa chica y tengo que ser cuidadoso con ella si quiero sacarle una linda foto porque ella se derrite cuando me ve y yo no.
Y sin embargo, es extraño.
Cada vez que me siento mal y solo y perdido voy a comprar un cuarto de pan y por un momento los dos a nuestra manera somos felices.
Felices de verdad.
Recibiendo cada uno lo poquito que puede darle al otro.
Como dos chicos que juegan a ser novios pero sin pija ni concha.
Ni todos los quilombos y desbarios de los adultos.
Que muchas veces se exceden lastimando y hasta destruyendo lo que solo debería protegerse de la intemperie y la locura mas oscura y humana.
Demasiado humana.
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MI GENERACIÓN
Empiecen a sacarle punta al lápiz y pónganse a trabajar.
Yo mientras tanto estoy leyendo estos libros pensando en ustedes:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles de Philip Norman
Cartas de la cárcel de Louis-Ferdinand Céline
En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media de Norman Cohn
La caridad ajena de John Boswell
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 de Hugh Thomas
Seis de los grandes de James Ellroy
La oscuridad exterior de Cormac McCarthy
Agustín de Hipona de Peter Brown
Durruti en la Revolución española de Abel Paz
Y
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler de Peter Hoffmann.
Todo esto estoy leyendo.
Estoy pensando.
Estoy trabajando.
Esto lo hago por nosotros, por mi generación, que es hermosa y tiene un futuro de progreso indefinido y riquezas maravillosas y bellezas de turgencias cachondas y noches y días y tanta poesía.
Empiecen a sacarle punta al lapiz y trabajen.
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-II-
Shameless. EL VECINDARIO DEL CHAVO DEL OCHO
«Juan- mañana 10 vencen las expensas, si no me pagas yo no las pago y van cobrando un porcentaje por día de multa – ademas la mitad del alquiler es de mi hermano jubilado. No me jodas- si tenes problemascancelamos el contrato-sin dramas-
XXX
yo mañana a la tarde me voy afuera y no regreso hasta el domingo.»
bien
asi las cosas
si a alguien le interesa comprar un libro
de mi catalogo
es hoy el dia
es esta mañana
es esta tarde
mañana es tarde
si no compran libros
mañana pongo todos los libros
de mi libreria en la calle
todos
para que se los lleve
el que quiera
un cartonero
los chicos y chicas de la UBA
mis vecinos libreros
el que quiera
al carajo
así las cosas
si la libreria no puede
sostenerse por si misma
se va a la calle
esten atentos
quizas mañana
a la mañana
pueden encontrar
buenos libros
tirados
en la calle
el que me alquila tiene razon
en escribirme y tirarme por debajo
de la puerta
«no me jodas»
y yo tambien
tengo razon
en quereer sostener
esta libreria y su catalogo
¿entonces?
hoy pueden comprarme
buenos libros
o mañana a la mañana
venir a buscarlos
gratis
porque los pongo
todos en la vereda
………………………………………………
salgo a la calle vuelvo a la una
hablo en serio
o me compran libros
o tiro mañana a la mañana
todo a la calle
hoy me pueden comprar
mislibros
o
mañana pueden venir
a carroñar
como buitres
a la puerta de mi casa
porque lo que hoy
vale algo
puede mañana
estar tirado en la calle
los libros tienen
un valor
segun el lugar
donde se encuentran
un mismo libro
en una libreria de nuevo puede valer 100
en una libreria de usados puede valer 30
en mercado libre 50
en la calle nada
y lo recoge un cartonero
y se lo vende a un librero de plaza italia
y puede valer 200
y lo compra alguien que lo necesita
y ahi
¿que valor tiene ese libro?
me voy a la calle
a las 13 hs estoy de vuelta
Ayacucho 341
piso 7
departamento 56
(entre Corrientes y Sarmiento)
11-2-235-3498
juanpablolief@hotmail.com
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-III-
LA CANCIÓN DEL MAREO
Nick Cave
Nashville / Tennessee
Un niño trepa a un montículo a la orilla de un río. Se mete en un puente de ferrocarril. Tiene doce años.
Se arrodilla, bajo un sol abrasador, y pega la oreja a la vía. La vía no vibra. No se acerca ningún tren desde la curva que hay al otro lado del río.
El niño em pieza a correr por las vías. Llega hasta el centro del puente. Va hasta el borde y mira hacia abajo, al río cenagoso.
A la izquierda hay un pilote de hormigón que sostiene el puente. A la derecha, un árbol a medio talar se extriende sobre el río: sus ramas se meten en el agua oscura. En medio hay un pequeño espacio de unos ciento veinte centímetros de ancho.
Le han dicho que es posible tirarse en ese lugar, pero él no está seguro, pues nunca ha visto a nadie hacerlo.
Las piedras de debajo de sus pies comienzan a temblar. Se agacha y vuelve a pegar la oreja a la vía.
La vía empieza a vibrar. El tren se acerca.
Mira al agua oscura y cenagosa. El corazón le late con fuerza.
El niño no se da cuenta de que no es un niño en absoluto, sino m´ñas bien el recuerdo de un niño.
Es el recurdo de un niño que atraviesa la mente de un hombre que está en una suite del Hotel Intercontinental, en el centro de Nashville (Tennessee), al que le están poniendo en el muslo una inyección de esteroides que transformará al cantante griposo y afactado por el jet-lag en una deidad.
En tres horas saldrá a toda prisa de la habitación del hotel.
Avanzará por la ciudad vacía, cruzando ríos enormes, conduciendo a través de praderas vacías, por unas tremendas autopistas de muchos carriles, bajo el cielo del atardecer, como un pequeño dios, para estar con ustedes esta noche.
Manchester / Tennessee
Y saldré al escenario del Festival Bonnaroo de Manchester (Tennessee), y seré objeto de una gran fascinanción por parte de casi nadie. La multitud aturdida irá sin rumbo de un lado a otro por los campos y el sol poniente inundará el lugar con un fuego naranja. Después de la actuación, me sentaré al aire libre, en las escaleras de nuestro autocar, a fumar.
En el camino de vuelta a Nashville, nuestra furgoneta tendrá que pararse dos horas, en la autopista, junto a la escena de un terrible accidente de tráfico. Miraremos cómo las ambulancias y los coches de policía reducen la velocidad en elas resbaladizas carreteras. Veremos un helicóptero que revolotea sobre nosotros y con su foco reflector corta la oscuridad de la noche. Durante una hora nos quedaremos sentados en silencio en la furgoneta, fumando y bebiendo. Al final, nuestro tour manager saldrá del vehículo para investigar. Al volver, contará que han chocado dos vehículos, un poco más adelante, y que hay una chica decapitada tirada en la carretera.
Me quedaré dormido en la parte de atrás de la furgonta, y no me despertaré hasta que el vehículo no empiece a moverse lentamente. Por la ventanilla veré el cuerpo decapitado tirado en la carretera, cubierto con una sombría y abultada sábana de plástico azul.
Estaré tirando de un hilo que sobresale de la manga de mi chaqueta durante todo el camino de vuelta hasta el Sheraton, en el centro de Nashville. Tirando, tirando, tirando.
Un ángel desplegará las alas y me hablará al oído.
“Tienes que dar el primer paso tú solo.”
Después el ángel me dará un empujoncito y me enviara hacia lo desconocido.
Así es como empezaré “La canción del mareo”.
*Extracto del ultimo libro de Nick Cave y tipeádo en un ciber de mala muerte porque mi computadora esta agonizando.
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MI GENERACIÓN
solo admito de ahora en mas a mis amigos que si tienen algo para discutir conmigo sea publico, texto contra texto y a la vista de todo el mundo. los corruptos son los que discuten en la oscuridad de una habitacion que no los ve nadie. si tienen algo para decir publicamente. si no tienen nada para decir, no hay problema yo si, y esto viene para largo, asi que en las vacaciones de verano se pueden poner a estudiar y a pensar. estoy discutiendo con gente formada, con bibliotecas, con convicciones, con pocisiones politicas y esteticas y eticas y filosoficas tomadas. bueno digan cuales son publicamente esas pocisiones y convicciones que sostienen. tienen tiempo. mi trabajo es serio y me va a llevar un par de años o mas pero va a valer la pena. trabajen. y que me ninguneen a mi no me sorprende si hoy la discipula de lacan vive a veinte cuadras de casa y nadie jamas le toca el timbre para saber si tiene algo que decir la mujer que casi logra traer a Lacan a la argentina y que por los putos militares no pudo ser.
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-IV-
LA CIUDAD DE LOS CAZADORES TÍMIDOS*
Tom Spanbauer
Las cosas empiezan donde no sabes y terminan donde sabes. Cuando sabes es cuando preguntas, ¿cómo empezó esto?
La Ciénaga de los Lobos. Así empezó esta historia. Cuando crucé el río East para meterme en el misterio, esta ciudad, la ciudad del jódete.
La Ciénaga de los Lobos. O, como a lo mejor sabes, Manhattan.
Menuda historia, esta historia, cómo se asienta la niebla y Manhattan se transforma en La Ciénaga de los Lobos.
Como todas las historias, es un misterio. Al principio, no sabes y luego al final te enteras. Pero este misterio no es como los de Agatha Christie, que se van encubriendo a lo largo de la historia y al final surge una gran revelación.
En este misterio, todo está allí desde el comienzo, pero no te das cuenta.
La revelación surge cuando vas en una dirección y luego ocurre un marrón y entonces vas en otra dirección y por algún motivo esta vez te detienes, adviertes lo que había allí desde el principio y todo se aclara perfectamente porque lo adviertes.
Hasta yo mismo, al final de esta historia, montado a caballo descalzo galopando por la Avenida A, soy un misterio: el Misterio de la Voluntad del Cielo.
Hay un par de suicidios, un par de sacrificios, una traición. Un acto ético. Una estrella famosa de cine. Una antigua leyenda india. Un viaje al infierno para encontrar a un amor perdido. Hay un rey codicioso y su reina malvada. Capullos Totalitarios Viciosos. Un virus – una epidemia – , miles de muertos.
Un héroe en un semental blanco.
Es un cuento cantado en playback por una drag queen.
De modo que el final es feliz, más o menos.
Canciones de amor contrariado para la eternidad.
Todo es disfraz.
*Extracto de la novela de Tom Spanbauer y tipeádo en un ciber de mala muerte porque mi computadora esta agonizando.
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MI GENERACION
Ustedes, mis amigos y mi generación, hace años que me vienen pidiendo que vuelva Elsa Kalish. QUe es divertida. Que se cagan de la risa cuando se acuerdan de su columna Las chicas de Letras Se Masturban Así en El Interpretador. Genial, inteligente y me cago de la risa cada vez que la releo. Bueno, amigos a ustedes Elsa Kalish tanto los divierte y tanto quieren vovler a escuchar su lengua Karateka entrenada en las tolderias ranqueles de Moria Casan. ok. Los divierte. Se rien. ELsa volvio. Pero lo que no saben es que convocaron a una mujer que se la comio un cancer de mama. Elsa Kalish murio de un cancer de mama. Y acá esta para divertirlos una vez más y con su cancer de mama y su toz cronica de obrera textil peronista del conurbano bonaerense.
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-V-
Shameless. EL VECINDARIO DEL CHAVO DEL OCHO
Bajo a la calle.
El cielo es una pizarra gris.
Lo que veo a mi alrededor una historia aburrida y obvia como una botellita de coca cola.
Una porqueria.
Pero ahí esta Chacho el Dogo de Burdeos con la mirada mas triste del mundo entretenido con uno de esos huesos extra lange que le compr su mamá la quiosquera que esta mas loca que yo.
Su hijo es un dogo de Burdeos.
El mío u pinito Paraná.
Y camino enojado y le pego piñas a los carteles de la calle y miro pesado a unos que me miran pesado en corrientes.
Y fumo.
Y rezo por que mi mirada los convenza de que soy pesado porque si se habivan que si vamos a las manos me cojen de parado, eso, me cojen de parado.
Los otros días un pibito muy oscuro me metio miedo.
Yo sacaba fotos y el pibe me miraba de forma descarada y fija desde detrás de unos anteojos negros.
Qué podes hacer cuando te miran asi en la calle detrás de unos anteojos negros.
Rezar y bancar la parada. Y volver a rezar. Y que Dios te ayude.
Y sigo.
Voy a la estación de subte Callao.
Y canto Tan Biónica y le pongo huevo a la esterilidad que me rodea.
Y cuando estoy llegando a Callao y Cordoba. En la esquina anterior a llegar por Callao a Córdoba hay un banco Frances.
El mismo banco que hace unos domingos atrás llendo al cumpleaños de un amigo le saque una foto a ese banco con un tipo durmiendo en el piso del banco rodeado de cajeros para retirar dinero.
Y ahora a una cuadra de subte callao veo nuevamente una foto de esas que si no las sacas, si no logras atrapar lo lamentas el resto de tu vida.
Sentado en la vereda y apoyada su espalda contra una de las columnas del banco frances hay un linyera.
El tipico linyera de manual con los pelos así y barba rabínica y la piel del rostro curtida por la intemperie del desierto bíblico.
Ok, champú para todos, acá te esta contando un cuentito El Gigolo Bazterrica Chano Tevez Riquelme Say no more y good show man y punchi punchi el rey de tu corazón robotina de pulsitos de siembra de la salada.
Y a un costado del linyera la vidriera del banco.
El linyera en la vereda y en la vidriera cosas como gente extrayendo dinero de los cajeros automáticos.
Y chiqui pun chiqui pun chiqui pun pun pun chiqui pun.
Una gran foto.
Tu corazón Gigolo, ni más ni menos, es esa foto, querido lector.
Bien.
Y no tengo la camara porque no quise sacarla de casa porque tengo urgencias que resolver que no me permiten perder el tiempo en sacar fotos.
Y camino.
Y lo observo al linyera.
El tipo estira una mano y recoge unas colillas de cigarrillo y se las guarda en un bolsillo de su camisa.
Yo sigo de largo.
Stop.
Gigolo.
La puta que te pario.
Ok.
Doy media vuelta y lo encaro al linyera.
Busco en mi campera de Zara mi atado de cigarrillos y se lo ofresco.
Toma, loco, le digo.
El tipo desde el piso con la espalda apoyada contra el banco frances levanta la mirada primero haciendo foco en mi mano ofreciendo un atado de cigarrillos y luego hace foco en mis ojos.
Me mira a los ojos.
Y por segunda vez en menos de un mes descubro en la calle y en el fondo de gente tirada y abandonada a toda intemperie una mirada franca y viva como la nena de mil años que encontre en una mesa de la Farmecie de Charcas y Vid en Palermo Culo Roto.
El tipo me sonríe.
Me mira de lleno a los ojos.
Y yo a él.
Y baja la vista y me obliga a seguirlo y me muestra su bolsillo de la camisa.
Y veo un atado de cigarrillos.
Y me dice:
Gracias, tengo, no necesito.
Y le digo:
Todo bien, suerte loco.
Y el linyera me desea suerte con un gesto de la mano.
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MI GENERACION
A mi abuela, una polaca de ojos claros increiblemente bellos, la mato una persona formada en la UBA que no quiso detectar a tiempo el cancer que una vez desatado solo la morfina pudo hacer algo piadoso por ella.
Acá esta, ELsa Kalish, de nuevo, con su cancer de mama y su tos de obrera peronista.
A la abuela Elsa no la mataron los nazis sino un egresado de la UBA.
Por cierto, Lacan tambien murio de un pico de morfina.
Pero Lacan pudo morir con dignidad.
Mi abuela no.
Murio con una peluca ridicula en la cabeza y delirando y lejos de la casa donde pario a sus hijos. La abuela queria morir donde pario a sus hijos en su casa.
No pudo ser.
Yo fui una de las ultimas personas que la vio.
Fue la noche anterior al pico de morfina que se compadecio de ella.
Era un chico y nunca lo olvide.
Un egresado de la UBA consiguió lo que los nazis y los aliados no pudieron con mi abuela.
Saben amigos de la UBA las barbaridades que le hacian los soldados Rusos y Americanos y Alemanes a las mujeres???
saben????
No saben????
chicas y chicos de la UBA que hacian los aliados y los alemanes con las mujeres???
balvanera confidential
PROXIMAMENTE EL CAPITULO DOS
El diablo a todas horas
Una tragedia faulkneriano en clave Knockemstiff
en breve
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La novela El club del la pelea de Chuck Palahniuk surgio de la cocina de la casa de Tom Spanbauer:

La canción de la bolsa para vomitar
Nick Cave
El hombre que sale al escenario en el Sony Centre de Toronto no se da cuenta de que no es un hombre en absoluto.
Es el sueño de un niño que está de pie, con lágrimas en los ojos, paralizado en una trepidante vía de tren.
El hombre y el niño se sueñan el uno al otro.
Se recuerdan el uno al otro.
El hombre se acerca al niño y extiende su brazo hacia él.
Tomados de la mano, se vuelven y salen bajo los estruendosos focos.
El sonido del tren sin rostro, que no deja de chillar, es ensordecedor.
Caminan lentamente hasta el borde del mundo.
La tierra tiembla y se estremece bajo sus pies.
Los dos entienden que el otro puede ser olvidado.
Los dos entienden que el otro puede morir.
El universo contiene la respiración.
*
Juntos y solos, saltan.
Bonus Track con Sarmiento y Facundo en el corazón de San Martín
Sarmiento y Facundo
Borradores de la vecindad del Chavo del Ocho

Camila Flynn y Guadalupe Marando
estoy escribiendo dos libros que me va a llevar años terminarlos
estoy leyendo y pensando y estudiando para ellos
estoy haciendo el duelo necesario y doloroso de una pareja de seis años con una mujer que quiero y me quiere pero que se termino lamentablemente y eso duele y te vuelve loco y te cagas encima y lloras y te emborrachas y seguis llorando
y esta bien que ese dolor este y se exprese
pórque sino todo hubiera sido nada
y ahi en esa relacion hubo amor
y tengo una libreria que hace seis años sostengo
y que en los ultimos diez dias
a una chica que estudia cine cine en la universidad de avellaneda
me compro requiem por un sueño de herbert selby
y no conocia a william faulkner
y me desvivi por trasmitirle que si podia llegar al corazon del infierno
faulkneriano seria inmensamente feliz
y un chico de unos veintipico que me compro
el libro del reloj de arena de ernst junger
me pregunto por autores similares
y le recomende lewis mumford
y los primeros dias que me mude
un fin de semana que me la pase
encerrado llorando y borracho y drogado
el lunes cayo un cliente
y yo solo necesitaba un abrazo
y necesitaba la guita
y baje a darle los libros al cliente
los libros con los ojos rojos por el llanto
de un duelo necesario y cuyo dolor debo
respetar y dejar que salga
y le hiba a pedir perdon al cliente
por atenderlo asinderlo asi
y le hiba a decir que soy un ser humano
y que a veces la vida duele
y el cliente
no era un cliente
era un lector que me compra libros hace años
y le conte que me habia separado y necesitaba
un abarzo
y me abrazo
y charlamos de libros como dos enfermos
como siempre
con calenutra con pason
todo eso es libros kalish
y cuando siento que todo eso peligra
que esta buenisimo
me vuelvo loco
y tengo miedo
deperder algo que me costo mucho sacrificio
y es hermosoy
hermoso
mi trabajo
y voy a defender esa bellaza a muerte
porque despues
de presentarle a una chica
a faulkner
o a un chico a lewis mumford
me siento brutalmente bien
siento que todo tiene sentido
y camino por la calle y canto
y le puedo decir a mi vecina
a mi vecina del piso de arriba
que esta buenisima
en el acensor
que el bordo de su campera
es un color que me fascina
y robarle una sonrisa
y si chicas
no soy ni pasolini ni cave
en eso tienen razon
soy juan pablo liefeld
alguien que
leyo y lee con amor a pasolini
y que por las noches escucha y canta
a los gritos
nick cave y los bad seeds
estoy vivo
estoy caminando
no tengo la mas puta idea
de como salirme con la mia
que me encanta y me parece brutal
y creo que hay cosas que veo
que son maravillosas
y otras horribles
cuando charlo con el payaso de la esquina
me siento comodo
cuando charlo con mi sobrino o mi primo
tengo conversaciones increibles
cuando charlo con la travesti peruana
nos cagamos de la risa
cuando puteo a los gritos
a coto en la caja
y les digo a los chicos de la caja
yo se la mierda que es laburar aca
son unos putos
y los pibes esos
sacan una sonrisa de agradecimiento
que intentan que los encargados no vean
y eso soy yo
juan pablo liefeld
y libros kalish
un espacio donde
se busca una logica de la vida
menos miserable
que la que sueñan
la UBA
o la universidad de San Martin (UNSAM)
besos

balvanera confidential
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en el corazón de San Martín
a la memoria de mi madre la mejor profesora de matemáticas que conoció el paritido de San Martin y no fue la mejor porque fue mi madre sino porque amaba lo que hacia y dejo su vida en las aulas y en los chicos y adolecentes a los que le dio clases la querian, esa fue mi madre, una docente que dio su vida hasta perderla en las aulas por amor, te llevo en el corazon mama, siempre, mientras tenga aliento tu memoria seguira viva en mis dias y noches y en el mundo, si

Mariana Liefeld Carolina Liefeld Cariola Sebastian Esteban Masot

Borradores de la vecindad del Chavo del Ocho

Caramelos Bandolero de El Amanecer

ayer cuando fui a pagar el alquiler al dueño del mono que vive al lado de casa – igualito que en pasaje centenario 160 donde funcionaba libros kalish, pero sin medicos forros de caballito en el fondo rompiendo las pelotas – charlamos y llegamos en la charla a mar del plata y eso fue ayer y recien mientras preparo unos mates se me viene una imagen a la cabeza como una bala de petalos de flor: el envoltorio de los caramelos Bandolero de la empresa lactea El amanecer que se la comio hace tiempo La Serenisima o Sancor, no recuerdo y donde trabajaba mi tio Carlitos Orellano,el hermano de mi mama, que tiene un parecido muy notable a Sandro, y que tiene la coleccion completa de los discos en vinilo de los beatles y recuerdo una tarde con mi primo birra y el pintando la casa -nosotros, birra y yo, pibitos- pintando la nueva casa que habian comprados los tios y el tio carlitos poniendo sus discos en vinilo de los beatles y nosotros queriendo escuchar a los Guns and rouses que todavia no conocia aca nadie y estan tocando de teloneros de los Rolling Stone junto a John Lee Jooker y en la puerta de esa casa escuchamos conciertos enteros de Charly Garcia Y Soda Stereo y Fito Paez que tocaban a diez cuadras de ahi y esa casa donde se escuchaba como si estuvieras en el campo de el patinodromo de mar del plata esos conciertos y esos caramelos bandolero de el amanecer y el tio hoy tiene una enfermedad similar a la que tenia roberto fontanarrosa y mi borges de los collages que hago para la libreria es un borges pibe chorro.
el borges pibe chorro de los collages de libreria Kalish

los caramelos Bandolero de el amanecer del tio carlitos con su envoltorio azul oscuro y un bandolerito con dos pistolitas en la mano igualito a mi pibe chorro borges

me viene otra imagen y cruzo datos y los ordeno como hace ellroy, y me viene la imagen ahora de un envoltorio de caramelos bandolero rojo, el envoltorio de los caramelos bandolero azul seguro segurisimo que existian, el rojo dudo y no quiero ir a buscar a google este recuerdo, no, me acabo de ver en mar del plata con toda mi familia llendonos de mar del plata para volver a san martin y si, se terminaron las vacaciones y hay que volver a la escuela, mis hermanas y yo a estudiar y mi mama a dar clases de matematica en mil y una escuelas y pasamos con el reno 12 breack de papa a saludar al tio carlitos por la empresa el amanecer y el tio nos regala un tarro de dulce de leche y una caja de caramelos bandolero y me vi recien abriendo esa caja y comiendo un caramelo bandolero

y acabo de recordar otra cosa y me levanto y busco en el despelote que es mi mono una bolsa negra y la abro y saco un album de estampillas alemanas de los buenos viejos tiempos de Hitler. son las estampillas de la segunda guerra mundial de mi papa y de hitler.
y en este album mayoritariamente de estampillas del loco adolf hay una foto, siempre estuvo ahi, desde que la puso mi papa hace decadas atras y luego yo le robe ese album con esa foto y las estampillas y vuelvo a ver esa foto

la foto
mama
con el guardapolvo blanco
de docente
posando para la camara
y no mira a la camara
mira al costado
mira otra cosa
y tiene cierta expresion ironica
apenas perseptible en su rostro
mientras mama vivio
no solo fue una docente
trabajadora incansable honesta
con los que tenia que ser honesta
con sus chicos
en un aula
siempre
y ademas
mietras mama vivio
tenia un humor muy acido y filoso
frente al cual los chistes
de Roberto Petinatto
son pelotudos
y eso que a mi los chistes de petinatto me gustan
y tiene en la foto
mama
un corte de pelo igual
al de la chica
del video
lunita de tucuman
de tan bionica
mi lunita de tucuman
mama

y termino
a las ocho y media de la mañana
de sacar unas fotos divinas
de mis dos chicas
la de la foto y la del video
y el album de estampillas de hitler
y cuando tropiece con una computadora
que me responda
las descargo y las subo
como las fotos
de Juan Pablo Poggio
que lo sorprendi
ayer a la noche
en la recoleta
subiendo a un taxi
rumbo a
santiago del estero
a hacer lo que el sabe hacer
vender libros
buenos libros
El hombre que sale al escenario en el Sony Centre de Toronto no se da cuenta de que no es un hombre en absoluto.
Es el sueño de un niño que está de pie, con lágrimas en los ojos, paralizado en una trepidante vía de tren.
El hombre y el niño se sueñan el uno al otro.
Se recuerdan el uno al otro.
El hombre se acerca al niño y extiende su brazo hacia él.
Tomados de la mano, se vuelven y salen bajo los estruendosos focos.
El sonido del tren sin rostro, que no deja de chillar, es ensordecedor.
Caminan lentamente hasta el borde del mundo.
La tierra tiembla y se estremece bajo sus pies.
Los dos entienden que el otro puede ser olvidado.
Los dos entienden que el otro puede morir.
El universo contiene la respiración.
*
Juntos y solos, saltan.

La canción de la bolsa para vomitar, Nick Cave.

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zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Sábados de súper acción
balvanera confidential para James Ellroy y Philip K Dick con amor

 

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Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Adolf Hitler, Antony Beevor, August Sander, balvanera confidential para James Ellroy y Philip K Dick con amor, Carlos Tévez, Chuck Palahniuk, Cipriano Mera, David Bowie, Ernst Jünger, Friedrich Wilhelm Nietzsche, George Grosz, George Steiner, Georges Bataille, Lou Reed, Martin Heidegger, Philippe Ariès, Pier Paolo Pasolini, Pixies, Tom Spanbauer, Walter Benjamin, William Faulkner, William T. Vollmann | Deja un comentario

balvanera confidential – Capítulo Uno

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Buen día día
La librería online con el catálogo más exquisito del mercado y el librero más encantador y más tiernamente hijo de puta de la web, en Libros Kalish van a encontrar los grandes libros que se han escrito pero de los que muy poco se sabe y también una empresa experimental donde la vida es la obra y la obra, vida. Librero, clientes, personajes, autor por Corrientes a 180 km/h y en contramano -siempre en contramano. Es más bien una antilibrería, los dividendos son sangre y tripas. Hacerle caso en alguna recomendación secreta, comprarle un libro, leerlo, hablar con él, tiene algo de la experiencia adolescente de conectarse por primera vez con un objeto de fascinación -el rock, la literatura, el sexo. De la mitología literaria de Buenos Aires que sobrevive hoy, Libros Kalish de Liefeld es la única que habrá de convertirse en legendaria.
Anita Leporina

Drama wagneriano en tres actos

 

old the nait y  punchi punchi y champagne para todos man
El Gigolo Bazterrica

 

Primer acto
DEBORITA VARGAS
Suena el teléfono.
Devorita intrerrumpe su tarea y va a atender.
Yo estoy sentado frente al espejoCon la cabeza con un corte de pelo a medio medio hacer.
Me miro en el espejo y lo ridiculo de mi cabeza con el corte aun sin terminar me causa gracia.
Y puteo.
Me olvide la cámara.
La concha de la lora.
Y Devorita termina su asunto con el cell y vuelve a agarrar la tijera y a mi cabeza.
Y mientras me corta el pelo le cuento que es una cagada que me alla olvidado la camara porque acabo de ver una buena foto frente a mi no la voy a poder capturar.
Deborita me pregunta si soy fotógrafo.
Le digo que no.
Que soy un caradura.
Que soy escritor.
Que lo mio es contar historias.
Y que cuando no se como contar historias con palabras lo intento con las imágenes y cuando fallan las imágenes y las palabras lo intento gritando.
Es la segunda vez que me corto el pelo con Deborita.
Y esta vez logre caerle bien.
Y charlamos.
Mientras me corta el pelo.
Y le cuento que anoche cayo en casa Franquito, un amigo y me invito a comer una pizza a El Cuartito y que estaba Carlos Bianchi y Guillote Copolla y como ahora no tenía la puta camara para capturar la imagen.
Como decía Francella en Casado con hijos: boluuuuuuuuudooooooo…
Me cuenta sus aventuras en Milan.
La paso mal.
Una travesti peruana en la Italia rica.
Y le recomiendo que lea El baile de las locas de Copi.
Y que tengo una hermana por allá. Entre Roma y Londres.
Y le cuento que me cuente su vida.
Y me cuenta.
Después de que la maltrataran los Italianos ricos – los mismos que odiraron y odriaran siempre a Pier Paolo Pasolini y a Maradona – volvio a Peru.
Y me cuenta que antes de venirse para Argentina en Lima tuvo un escandalo con un futbolista conocido de allá.
Y que fue un escandalo.
Y me doy vuelta y la miro a Devorita tijeara en mano:
¡Y cómo no tenes la peluqueria empapelada con las fotos de las revistas de Paparazzi donde estas con el futbolista!
Mirá si la pegas, le digo a Devorita y te volves la peluquera de los futbolistas Argentinos y asi, sí, te vas a poder comprar el edificio que fuiste a buscar trabajando en Milan y que estos tanos amarretes y racistas no te quisieron dar.
Porque ser una chica travesti peruana sin dinero en Milan es como ser pobre en el Londres de Jack London de el Pueblo del abismo en el cual este fue de vacaciones a esa ciudad y en lugar de vivir la vida loca se fue a vivir y conocer como vivian los pobres en Londres. Creo que en 1905.
Se rie y me dice que una amiga de ella le dice lo mismo.
Obvio, le digo.
Y charlamos de su Perú y de cómo ella vea a Buenos Aires.
Y le pido permiso para sacar fotos en la pelu.
y le pido que me recomiende donde esta la papa de la musica Peruana que yo no puedo conocer para googlearla y escucharla en un rato cuando vuelva a casa.
me aclara que una es folclorica y la otra cumbia.
Y le digo que los Beatles salieron de un hogar obrero.
Que John Lennon nacio en el Conurbano Bonaerense.
Que a Lennon lo crió su abuela en Chilavert y me lo mató la bala de un loco en Nueva York.
Y me tira estos dos nombres:
Gastón Castro y Corazón Serrano.
Y nada salí contento de la pelu de Devorita y queria contarte algo de lo que charlamos hoy con mi peluquera.

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Segundo acto
JUAN RAMÓN RIQUELME 
Bajo a la calle.
Seis y media de la tarde.
Voy a buscar la ropa al lavadero.
En la calle veo una cola larguisima de personas y moviles de la tele.
Cruzo y encaro a uno de la cola.
Me cuenta que Riquelme va a dar una charla a la vuelta de casa.
En el boliche de Santa María.
Que queda entre el cadáver del Hogar Obrero que hoy es un Coto y el cadáver de Ave Porco que hoy es un Día. El Hogar se transformo en un Coto de Caza Obrero y la reina Porco de la noche de los 90 con mas glamour y rock  que era un cuervo delirante y locura de la mejor hoy es un Día berreta lleno de gondolas y productos de segunda marca.
Entro en la lavenderia.
Le comento a la mujer que esta Riquelme a la vuelta.
Es una cuarentona dura y un poco amarga.
Me dice que es de River pero que igual Ramón y Carlitos son un sol.
Ok.
No entiendo un sorete de futboll.
Pero la lavandera me acaba de ordenar que vaya a hacer la cola y lo escuche a Riquelme.
Vuelvo a casa.
El monoambiente es Kosovo.
Y Babel.
Y me dieron por muerto como a Maradona y acá estoy bailando al borde del Titanic.
Tengo que seguir laburando, tengo que pagar el alquiler, todavía no llegué a juntar el dinero, pero al carajo.
Vamos a jugar un rato.
Vamos a verlo a Riquelme.
¡Esta a la vuelta de casa!
Agarro la cámara y salgo. Y vuelvo. Soy mas vueltero que la mierda.
Y entro y salgo. Y entro y salgo. Y me olvido algo y pierdo otra cosa y así un rato largo hasta que logro bajar a la calle.
Me pongo en la cola.
Llevo en la mano un libro que vi de refilón al salir de casa.
Fútboll contra el enemigo. Un fascinante viaje alrededor del mundo en busca de los vínculos secretos entre el fútbol, el poder y la cultura de Simon Kuper.
Pienso.
Si lo puedo atajar a Ramón le voy a pedir que me lo firme así puedo vender ese libro más caro y así hacer la diferencia que necesito para pagar el alquiler.
¡Vamos guachos todos al piso!
En la cola me hago amigo de dos chicas.
Chicas.
De la misma escuela de las que le tiraban bombachas a Sandro.
Son administrativas del Club Boca Junior.
En dos segundos somos culo y calzón.
Como las chicas del sindicato de no docentes del IUNA de Pedro Barreiro donde trabaje y donde trabajaban esas dos viejas divinas que extraño no verlas mas todos los miércoles por la mañana y que me querían y se desvivían por que comiera algo y para mi ultimo cumple trabajando en ese sindicato me regalaron un Fahrenheit de Dior. Y esas dos viejas con las que charlaba sobre la novela Dulce Amor eran unos demonios. Si haces política solo las tenes que escuchar a ellas y charlar de Dulce Amor.
Bien.
Empiezo a sacar fotos.
Obviamente llegue tarde.
Un tópico en mi vida.
Voy a tener que ver por una pantalla que se puso en medio de la calle cortada a Riquelme.
De un altoparlante suena Tan Biónica, Los Piojos, Charly García.
¡Y estoy tratando de sentirme mejor / y esta bailando mi corazón!
Tiro fotos.
Lo busco a Riquelme.
El centro a partir del que me tengo que mover y tirar fotos es la pantalla gigante en medio de la calle Sarmiento.
Ese es el centro. Sarmiento. Y tengo que lograr no perder el centro y buscar la foto más allá de la estructura, por debajo y los costados de la pantalla donde se suceden infinitas imágenes de Riquelme.
El libro me rompe las pelotas para sacar fotos.
Le pido a una de las chicas de la administración de Boca Juniors que me cuiden el libro de Simon Kuper y me tiro al piso y me paro en puntas de pies y busco la foto.
No se si la voy a encontrar.
No se si voy a lograr que Riquelme me firme el libro para poder hacer unos pesos extras.
No se una mierda.
Pero estoy vivo.
Y si no encuentro la vuelta la voy a pasar fea.
Pero estoy jugando y me estoy divirtiendo y me muevo con libertad.
Me tiro cuerpo a tierra y la gente me mira y grita Ramón y grita Riquelme y suena en un parlante Tan Biónica y esta libertad no entrego ni loco.
Me estoy divirtiendo y siempre hay tiempo para volver a Batán.
Yo no voy a tocarle el timbre a los chicos de caseros para que me entierren en una tumba.
Que me vengan a buscar y que me esposen y me lleven.
Pero yo solito no voy ni en pedo a la carcel.
Yo quiero estar en la calle.
Como ahora tirado cuerpo a tierra en Sarmiento buscando una buena foto de Riquelme.
Y la gente delira.
Hay manteros con imágenes que reproducen a Carlitos Tévez.
Y llega Ramón.
Ramón como Ramón Sixto Alegre ese pibito de José León Suárez que laburaba con Fernando Peña en la radio y que era más conocido por el apodo de Palito.
La entrevista se la hace Bonadeo hijo. Que en su infancia era vecino del niño Fernando Peña y sus padres Bonadeo padre y Peña padre eran vecinos de San Isidro y los dos periodistas deportivos.
Y lo escucho a Ramón.
Escucho su voz saliendo de los parlantes de la vereda y lo veo en la pantalla que esta en medio de la calle Sarmiento.
Y ya no quiero una mierda que me firme el libro Fútbol contra el enemigo.
No.
Quiero regalárselo.
Quiero que Ramón lea ese libro.
Ahora tengo que dos objetivos.
Sacar una buena foto y regalarle un libro a Riquelme.
Y no pude darle el libro a Ramón.
Intente darselo a Bonadeo que estaba en un auto y se lo mostre y le pedí por favor que se lo llevara y se lo hiciera llegar a Riquelme pero no me dio pelota.
Ok.
Riquelme si por alguna puta casualidad tenemos algún conocido en comun aca en Libros Kalish hay un libro que hoy te quise regalar y no pude hacerte llegar el regalo.
En todo caso acá esta.
Esperándondote.
Y hoy a la tarde paso un cliente.
Me compro El libro del reloj de arena de Jünger.
Y pibito.
Charlamos.
El pibe es un excelente lector.
Y es chico.
Es un pibito.
Y le pregunto que hace.
Me dice que es anarquista.
Que no le gusta el mundo de hoy y que esta buscando una forma alternativa a este mundo que da asco.
Y sí.
Estoy donde tengo que estar.
Estoy como quiero estar.
De aca me sacan con la policía.
Ese pibito anarquista y Riquelme y mi peluquera traviesa peruana Deborita Vargas los tres me dijeron hoy lunes que la calle que camino es peligrosa y encantadora.
Y llena de colores.
Y de músicas.
Y de palabras.
Las mejores.
Las mismas de las de un chico que solo llegó a séptimo grado y tiene la dureza y belleza indefinible de la nena de mil años.

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Tercer acto
El perfecto asesino  entre Pasolini y Junger

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Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Anita Leporina García Orsi, August Sander, balvanera confidential para James Ellroy y Philip K Dick con amor, Carlos Tévez, Charly García, Claus Philipp Maria Justinian Schenk Graf von Stauffenberg, Corazón Serrano, Diego Armando Maradona, E. P. Thompson, Ernst Jünger, Fito Páez, Jack London, John Lennon, Juan Román Riquelme, Maradona, Mijail Bajtin, Mikhail Bakhtin, Paul Veyne, Peter Brown, Philip K. Dick, Philippe Ariès, Pier Paolo Pasolini, Richard Wagner, Sandro, Santiago Chano Moreno Charpentier, Tan Biónica, The Beatles, William T. Vollmann, Woody Allen | Deja un comentario

Sábados de súper acción – Octava temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann

Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Para el hombre en el castillo: Diana Rabinovich

 

 Sábados de súper acción – Octava temporada
Shameless. JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!/ Shameless. EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD / Shameless. EL PEPO Y LA SUPER BANDA GEDIENTA DE GLENN GOULD / Shameless.  CANCIONES DEL HURACÁN / Shameless. MÁS CANCIONES DEL HURACÁN POR MILITA BORA / Shameless. EN EL PARTIDO BONAERENSE DE SAN MARTÍN MANHATTAN SE ESCUCHA ASÍ: / Shameless. PUAN Y SOCIALES, ESOS AMIGOS DEL ALMA / SHAMELESS. Hey Hey My My
Bonus Track:  Glenn Gould / INXS / The Strokes /Stevie Ray Vaughan / Pappo / El Pepo / Tan Biónica / Marvin Gaye / Bill Evans / Neil Young / Sandro

 

-I-
Shameless. JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!

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Titulo del collage:
JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!

LIBROS KALISH LA ÚNICA LIBRERIA DEL MUNDO QUE PUEDE TOCAR EL PIANO COMO GLENN GOULD, LA GUITARRA COMO JIMMY HENDRIX, VOMITAR CON LA MISMA ELEGANCIA DE NICK CAVE EN UN AVIÓN, CANTAR YO TE AMO CON ESE FRASEO TAN MASCULINO Y MARICÓN DE SANDRO, CANTAR COMO TODA MUJER CON LA MISMA POLENTA DE MARIA MARTHA SERRA LIMA, CANTAR VIAJANDO EN UN BONDI  QUE NO LLEVA A NINGUNA PARTE ESTA BAILANDO MI CORAZON IGUAL QUE CHANO, SER UN FANTASMA ROTO Y SACARLE MELODIAS AL SAXO Y LA TROMPETA COMO CHARLIE PARKER Y MILES DAVIS, APRETAR EL BANDONEON Y LLEGAR AL CAROZO DEL TANGO ESCENCIAL COMO PICHUCO Y PIAZZOLA, HACER UNA PAYADA COMO LAS DE INODORO PEREYRA Y EL PERRITO MENDIETA, MIRARTE A LOS OJOS CON LOS MISMOS OJOS CIEGOS DE STEVE WONDER Y DECIRTE SOLO LLAME PARA DECIRTE QUE TE AMO Y MAS Y MUCHO MÁS Y TODO CON TAN SOLO UNA ESCOBA, LA ESCOBA DE LENNON CON LA QUE TODOS LOS DIAS LIBROS KALISH VENDE LIBROS COMO CERATI TOCABA LA GUITARRA EN CHILAVERT A POCAS CUADRAS DE DONDE UNO DE LOS FUSILADOS DE OPERACIÓN MASACRE SE ESCAPO EN UNA FORMACIÓN DEL MITRE DE LA MUERTE PARA QUE EL PIBE CHORRO BORGES QUE ES UN MOUNSTRUO TRAVESTIDO DEL POWER TRÍO DE GARAGE SUBURBANO FORMADO POR WILLIAM T VOLLMANN, KATE MOSS Y CHARLY GARCÍA Y CON TAN SOLO UNA ESCOBA, LA ESCOBA DE LENNON PODER SACAR CONEJOS DE LA GALERA PARA REGALARSELOS A LA SONRISA INOLVIDABLE DE BELLEZA INDEFINIBLE DE LA NENA DE MIL AÑOS.

-II-
Shameless. EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº1

DSC05858 DSC05841 DSC05842 DSC05830 DSC05832 DSC05834 DSC05843

ESTEBAN MASOT:

JUAN PABLO LIEFELD:

EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº2
bonus track: Riviera Paradise de Stevie Ray Vaughan en Texas de donde viene el autor de En la frontera, Meridiano de sangre y La carretera, Cormac McCarthy. McCarthy un hombre que a visto al mal a los ojos y con eso a escrito algunas de las páginas mas increibles de la literatura universal. Y que por cierto su concepcion de la traducción y el mundo esta muy sercana a la de Martin Heidegger. Se lo que digo. No lo puedo explicar con palabras claras, precisas, técnicas, pero se que estoy en lo cierto, que es así. Si no te da la cabeza para leer a Heidegger como a mi, lee a Cormac McCarthy y luego de perderte en el bosque quiza encuentres el claro del bosque que te conduzca a esas sendas perdidas que siempre estan aguardando una palabra que no se que dice ni a donde mierda conduce pero que uno la busca y se pierde y no deja de caminar camino a su muerte como los héroes de Cormac McCarthy. Como esa loba de En la frontera que ahora me mira a los ojos y Billy Phartman la mata. Y es una de las escenas de amor mas hermosas y dolorosas de la historia de la literatura. Esa loba y ese chico y la inteperie del mundo y la esutidez sin limites del hombre. Y esa loba. Eso es magia. Eso es literatura. Esa loba de Cormac McCarthy mirando al chico Billy Parhtman a los ojos un instante antes de la muerte, acorralados ambos y en esa mirada todo es amor y desgarro y Ray Vaughan sigue tocando tan bien como cuando los sabados a la noche lo escucha en el programa de la Rock & Pop de Bobby Flores.

EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº3

¿saben como se llama el payaso que hizo feliz a miles de niños y hoy mendiga con su hija de 14 en la calle y pueden encontrar sus videos en You Tube?
¿Saben?
¿Quieren Saber?
No creo.
Igual les voy a contar.
Hoy lo supe.
Porque se lo presente a mi sobrino.
Qué haces le dije y le di un beso al payaso.
Y le dije al novio de la hija del payaso que estaba tirado en la calle corrientes con su novia frente al Complejo La Plaza en un colchon.
Este es mi sobrino y las fotos que me sacaste el otro día en la calle vos a mi salieron muy bien.
Saluda loco, le pidio el novio de la hija del payaso a mi sobrino.
Y mi sobrino que venia de contarme sus aventuras en la ciudad de Londres donde fue a visitar a mi hermana Mariana Liefeld y hablar de James Ellroy y dibujar un mapa del mundo cada uno en una servilleta a raiz de un mal entendido se hacerco y le dio la mano.
Mi sobrino tiene 19.
Y el novio de la hija del payaso deve ser mas chico que mi sobrino pero por su aspecto podria pasar por el padre.
Y esta tirado en un colchon en la calle con su novia adolescente, igualito que 11 y 6 de Fito Paez y le pregunta a mi sobrino:
¿Cómo te llamas?
Y mi sobrino dice:
Esteban.
Y el novio de la hija del payaso le grita al payaso:
¡Che, escucha, acá tenes un tocayo!

-III-
Shameless. EL PEPO Y LA SUPER BANDA GEDIENTA DE GLENN GOULD

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-IV-
CANCIONES DEL HURACÁN

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-V-
MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: GLENN GOULD POR Militta Bora
Nº1

Copia de Copia de DSC05802

MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: BILL EVANS POR Militta Bora
Nº2

Copia de DSC05802

MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: ASÍ SE VEÍA MANHATTAN DESDE UN TELEVISOR DE VILLA BALLESTER UN JUEVES A LA NOCHE POR CANAL 2 PRESENTADO POR ALAN PAULS, POR Militta Bora
Nº3

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-VI-
EN EL PARTIDO BONAERENSE DE SAN MARTÍN MANHATTAN SE ESCUCHA ASÍ:

-VII-
Shameless. PUAN Y SOCIALES, ESOS AMIGOS DEL ALMA
Las politicas que se implementaron en los ultimos años en la argentina en relacion a los libros han hecho que la argentina se convierta en un pais donde solo las elite pueden acceder a los libros. Entiendo la pocicion puntual de Moreno en relacion a los impresentables de la industria editorial y me parecio perfecto en su momento que Moreno hicera eso. Ahora bien. Una vez que paso esa situacion coyuntural donde moreno la menejo bien eso que tendria que haber sido algo pasajero termino siendo algo permanente. Los chicos del Nacional Buenos AIres pueden ir a comprar libros caros a LIbreria Guadalquivir. Los Chicos de Lugano o Jose Leon Suarez, no. No es tan dificil entender que un libro no es un comoditi. No es tan dicifil entender que a Heidegger no lo remplazas con Sandra Ruso – que salio del mismo semillero que Alan Pauls, de una agencia de publicidad -. Encontes entran pocos libros y caros. Y el ministro de economia es una persona inteligente y onesta. ¿Y mis amigos que lo conocen y son de Puan y van a comer a la casa le trasmiten esta inquietud de que solo ustedes pueden hoy acceder a los libros pero no los chicos de Villa soldati como el que murio el viernes cayendo de un balcón? Un millon de veces les trasmiti esta inquietud con la esperanza de que llegue a Kisilov mi preocupacion pero a ustedes se ve que no les interesa lo mismo que a mi. Que no este obligado un chico de Berazategui a leer a Sandra Russo cuando quiero leer a Heidegger porque se confunde un libro con un comiditi.

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-VIII-
SHAMELESS. Hey Hey My My
Una vez que el control automático se ha consolidado, no es posible negarse a acatar sus instrucciones ni insertar otras nuevas, ya que, teóricamente, la máquina no puede permitir que nadie la desvíe de sus propios criterios perfectos. Y esto nos conduce al al defecto más radical que aparece en todos los sistemas automatizados: para su correcto desarrollo, este sistema infradimensionado requiere infrahombres cuyos valores sean los que exigen el funcionamiento y la expaansión indefinida del propio sistema. Las mentes que padecen semejante acondicionamiento son incapaces de concebir alternativas. Al optar por la automatización, están obligados a desobedecer cualquier reacción subjetiva y a anular toda forma de autonomía humana o, mejor dicho, todo proceso orgánico que no concuerde con las limitaciones peculiares del sistema.
El pentágono del poder, Lewis Mumford

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda, Las Chicas de Letras se masturban así Sábados de súper acción:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Alan Pauls, August Sander, Bill Evans, Charlie Parker, Charly García, Cormac Mc Carthy, Cormac McCarthy, David Bowie, Diana Ravinobich, E. P. Thompson, El Pepo y La Superbanda Gedienta, Fito Páez, Glenn Gould, Jacques Lacan, Jimi Hendrix, John Lennon, Johnny Allon, Julia Kristeva, Kate Moses, Las mil noches y una noche, Lewis Mumford, Margery Kempe, Martin Heidegger, Marvin Gaye, Michel Foucault, Miles Davis, Militta Bora, Neil Young, Nick Cave, Pappo Norberto Aníbal Napolitano El Carpo, Philip K. Dick, Sandro, Santiago Chano Moreno Charpentier, Sábados de súper acción, Sigmund Freud, Stevie Ray Vaughan, Tan Biónica, The Simpson, The Strokes, William T. Vollmann, Woody Allen | Deja un comentario

Sábados de súper acción – Séptima temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Sábados de súper acción – Séptima temporada
SHAMELESS. Villa Lugano
Bonus Track:  Soda Stereo/ Tan Biónica

 

SHAMELESS. Villa Soldati
«Esta bien discutir»
Cristina lo dice superponiendose a un chico que corta las vias porque su hermano perdio la vida cayendo de un monoblok en la frontrera de la Capital federal con el inospito Conurbano Bonarense donde siempre estamos cayendo ahi siempre estrolandonos contra el piso como el pibito del chico que murio hoy y que su hermano lo defiende con tanta dignidad en villa soldati como si fuera Carlos Tévez o Pier Paolo Pasolini.

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ESTOS COLLAGES Y FOTOS  SON PARA VOS, MI VECINO, QUE NO ES EL PAYASO QUE MENDIGA CON SU HIJA EN LA ESQUINA DE CASA SINO OTRO VECINO QUE VIVE UN POQUITO MAS ALLA Y ES UN GRAN POETA Y NARRADOR Y TE ESTAS MURIENDO MAL Y YO CREO QUE NO TE TENES QUE MORIR SIN ANTES POR UNA VEZ CREER EN VOS Y NO SENTIR VERGUENZA DE SER UN GRAN POETA UN BESO QUERIDO Y ME VOY A COCINAR ALGO PARA COMER Y SEGUIR LABURANDO EN MI LIBRERIA COMO TODOS LOS DIAS COMO TODAS LAS NOCHE COMO SIEMPRE Y ESPERANDO QUE VOS ESCRIBAS LO QUE TENES QUE ESCRIBIR
ESCRIBÍ
HIJO DE PUTA
ESCRIBÍ
Y VAS A VER
COMO
EL SOL
Y LA LUNA
TE VAN A PERTENECER
SOLO A VOS
Y A NADIE MAS QUE
A VOS
HIJO DE PUTA
ESCRIBI
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Sábados de súper acción – Sexta temporada: MI OPERACION MASOTTA (PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Para Horacio  Gonzalez, mi gato, el hermanito de René, que esta mañana fuimos junto a mi ex mujer y Charly Stegmayer a castrarlo y la operación salió bien,  esta bien y es un hermoso gato negro con una cola gigante y peluda dulce y llena de vida como una cucharada gigante de dulce de leche Chimbote.

 

Sábados de súper acción – Sexta temporada
SHAMELESS. MI OPERACION MASOTTA (PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
Bonus Track: Divididos/ Tan Biónica

 

– 01 –
UNIDAD DE TRASLADO DE LA NIÑA DE MIL AÑOS
Esta serie de fotos donde aparece un payaso mendigando en la calle con su hija las saqué yo. Salvo las que aparezco yo en el hogar del payaso y su hija que me las saco el novio de la hija del payaso.
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 LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
Estoy en la esquina de Charcas y Vidt.
En pleno corazón de Palermo Culo Roto.
Sentado a una mesa de La Pharmacie en la vereda.
Entonces una nena de no mas de cinco años irriumpe en mi conversación.
Apoya medio cuerpo sobre la mesa de la confiteria.
En la mano tiene paquetes de carilinas.
Y dice:
Comprame una.
Es una orden. Y me la esta dando una nena de cinco años con la misma dureza y templanza que tienen algunas mujeres.
Es una nena y esta vendiendo carilinas en la calle.
Y me mira.
Tiene mil años esa nena.
Y le digo:
No tengo un mango.
Y el café con leche me lo va a pagar él.
Y señalo con la mano que sostiene mi cigarrillo a la persona que me acompaña.
La nena de mil años ni se mosquea.
Me mira fijo a los ojos.
Tiene cinco años y la determinación de una mujer de cuarenta dueña de sus destino.
Pero no tiene cuarenta sino cinco y esta vendiendo pañuelos por la calle.
Y la miro.
Y entiendo esa dureza de sus ojos, que le chupe un huevo mis palabras.
Es una nena y esta vendiendo pañuelos en la calle que mierda le importan mis palabras.
Nada.
Y esta muy bien que así sea.
Y entones digo lo único que tengo que decir.
Ok, le digo.
Te voy a dar todo lo que tengo.
Y saco todo lo que tengo de mi bolsillo.
Que no alcanza ni para un café con leche y que a ella ese dinero ni ninguno va a reparar el daño que este sociedad de mierda le ha ocasionado.
Pero esta bien, ese dinero le pertenece, esas monedas que me quedan.
Y saco de mi campera lo que tengo y extiendo la mano para que tome el dinero.
Y me vuelve a sorprender la nena de mil años.
Ni se mosque y me mira a los ojos.
Tiene una mirada dura pero franca.
Y vuelvo a entender que no entendi nada.
Entonces soy yo el que hace el esfuerzo, que soy el adulto, no ella que es una nena y no le corrresponde.
Y entonces le doy todo mi dinero, me muevo en la silla y me acerco a ella y le pongo el dinero en la mano.
Y la nena de mil años ni se inmuta y me sigue sosteniendo la mirada.
Y entonces dice:
Mira que yo no soy policía.
Y le respondo:
Si yo creyera que vos sos policía no te daria todo mi dinero, porque a mi tampoco me gusta la policía.
Y me mira y no dice nada.
No me cree.
Y esta bien que no me crea porque es una nena y tiene mil años y yo no puedo hacer nada por ella salvo mentirle.
-I-
PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA
«Para Juan Pablo, festejando este encuentro casual, y pensando en que al fin no hay casualidades, hay una cierta persistencia del vivir. con mucho afecto Horacio González ‘Gallo para esculapio´ nov. 2001»
Palabras que guardo como un tesoro en mi ejemplar todo marcado y subrayado y leido tres veces de Restos Pampeanos.
así se llama este collage
los materiales que utilize para este collage son el ultimo libro de
samanta schweblin
y Nick Cave
y dejo una pregunta
por que hablo de pedofilia en relaion a mi generacion
y nadie me pregunta por que decis eso????
qué metáfora encierra esa palabra en relación a la intelectualidad argentina?
por que todos los que conozco que me dicen escribis bien y esta bueno lo que pensas los acuso de pedófilos y no dicen nada?
porque me consideran loco?
como a fogwill?
la entrevista que le hace el ojo mocho a fogwill y algunas palabras que cruzamos y una visita inesperada que hoy al mediodia tuve
me hizo entender este silencio
tanto de mi generacion como de los que conozco y ocupan y sostienen lugares politicos esteticos y folosóficos
y me gustaria que la directora del museo de la lengua
maría pía lópez
me responda públicamente y dando la cara
como lo hize yo siempre
porque lo que plantie es serio
y estoy pensando en las pibitas del conurbano
a esas en las que nadie en las que nadie piensa ni les interesa su suerte
cuando planteo que quiza diana rabinovich tiene algo que decir
en relacion a ni una menos
lacan le dirigio su tesis de doctorado
lacan
y a ver
entendamosnos, como decia Viñas
no se si ella tiene o no algo para decir
lo que se es que tiene una agudeza intelectual pocas veces vista
la vi una sola vez en mi vida dando clases
hace 15 años mas o menos
y esa mujer piensa y es impresionante
toadavia la recuerdo y la vi una sola vez
eso me vasta para sugerir seriamente
que quiza si se le toca el timbre ella
tal vez tenga algo para decir
alguna vez lacan la escucho
por qué nosotros vamos a ser menos que el
hagamos el intento
mira si tiene algo que decir
y nosotros que escuchar
tal vez
no lo se
pero tengo buena escucha
y se ver
me puedo equivocar pero su silencio
me hace sospechar en relacion a mis dudas
y a mi generacion y todos los que conozco
me van a escuchar
el texto esta escrito ya
y en el explico por que son pedófilos
pero los tiempos ahora los manejo yo
como cristina con los pabotes de la opocision
como el papa con la agenda internacional
como fogwill con la canaya cultural
y como yo
ahora
esto lo hago por mi
obvio
pero tambien
por los que vienen
y por los que hoy son apenas un brotecito
que ustedes quieren
destrozar
y su silencio
es muy oscuro
hoy vino a casa una persona que me abrazo y charlamos
y eso me convencio como la entrevista de
el ojo mocho
que le hacen a FOgwill
por que es necesario
defender la vida
y no ceder a la muerte
y además seis años
viviendo en la misma manzana
en la cual Carlos Correas
el autor de Operación Masotta
se suicido
y escuchar durante seis años
como el nunca dejaba de caer
en el vacio frente a la indiferencia de todos
me daño y me afino
el oido y la vista
y me permitio llegar
a esta noche y a las palabras
que van a leer
porque ustedes son mis lectores
yo jamas perdi el tiempo leyendo lo que no escribian
sino escuchando lo que decian
y dicen
y las barbaridades que dicen
y seguimos golpeando puertas que no se abren
y esperando bondis que no llegan
igual que chano
arriba de un escenario
-II-
MI OPERACION MASOTTA
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)
ESTE ES EL VIDEO QUE FILMO PLABLO KLAPPENBACH
EL DIRECTOR DE LA PELICULA
ANTE LA LEY
CUYA IDEA ORIGINAL
DE LA PELICULA DE CARLOS CORREAS
ES DE
ANDRES TEJADA GOMEZ
(CURIOSO LA IDEA DE LA PELICULA DE CARLOS CORREAS
SE LE OCURRIO A TEJADA GOMEZ Y LAS ULTIMAS ESCENA
DE LA VENTANA DE LA CAIDA LIBRE DE CORREAS
LAS FILMASTES DESDE MI DORMITORIO
DESDE MI CAMA
Y ANDRES Y YO APARECEMOS EN LOS AGRADECIMIENTOS
DE LA PELICULA
SI PABLO
VOS RECONOCES EL TRABAJO DE LOS OTROS
YO TAMBIEN)
EN EL MUSEO DE LA LENGUA
DONDE ME QUISIERON LLEVAR
PARA QUE AYUDE A CONVERTIR
A FOGWILL EN UNA MOMIA
Y LES SALIO EL TIRO POR LA CULATA
PORQUE EN LUGAR DE FESTEJAR
AL POETA MUERTO
LO PUTIE A FOGWILL
ES AMOR Y GENEROSIDAD
LA MISMA QUE TENIA QUIQUE
CON LA LENGUA
Y ALAN PAULS
ESTA AHI
EL TENIA QUE HABLAR AL OTRO DIA
SE ENFERMO
¿FUE SOLO UN PROBLEMA DE SALUD
ALAN PAULS LO QUE TE IMPIDIO
HABLAR DE FOGWILL EN ESAS JORNADAS
DEL MUDEO DE mARIA PIA LOPEZ?
¿O TE ENFERMASTE PORQUE
TE DISTE CUENTA QUE ESTABAS
COLABORANDO IGUAL QUE
YO EN MATAR A FOWGILL Y VOLVERLO
UNA MOMIA DE MUSEO?
¿Y OTRA COSA QUE ME LLAMO LA ATENCION
ES QUE FABIAN CASAS NO HABLO EN ESAS
JORNADAS Y EL FUE EL QUE LO ACOMPAÑO
HASTA EL FIN?
¿POR QUE PIA?
MOMIA
MUSEO
LENGUA
POLITICA
PALABRAS
RECUERDO AUN
A LA DIRECTORA DE LA LENGUA
ENTRANDO EN PUNTAS DE PIE
CUANDO ME TOCO MI TURNO
DE HABLAR
ME MIRO UN MINUTO
Y SE RETIRO
YO VEO Y ESCUCHO
COMO AL PAYASO
QUE MENDIGA EN LA ESQUINA DE MI CASA
SI UN PAYASO CON SU HIJA
-AHI ESTAN LAS FOTOS EN MI FACEBOOK
DEL PAYASO Y SU HIJA
SON MUY DOLORASAS LA FOTOS
PERO HA QUE VERLAS-
SIEMPRE
Y SEGUIMOS GOLPEANDO PUERTAS QUE NO SE HABREN
Y ESPERANDO BONDIS QUE NO LLEGAN
Y SALE EL SOL
PARA VOS
Y ESTA BAILANDO MI CORAZON

Juan Pablo Liefeld ESTOY DISCUTIENDO POLITICA POR SI NO LES QUEDO CLARO
Juan Pablo Liefeld VOLVERLO A FOGWILL UNA MOMIA DE MUSEO ES UNA POLITICA HORRIBLE
Juan Pablo Liefeld QUE SOSTIENE PUAN Y MARCELO T
Juan Pablo Liefeld TRANQUILOS YA VOY A LLEGAR A LA PALABRA PEDOFILIA A LA METAFORA QUE ESO ENCIERRA EN RELACION A LA POLITICA CULTURAL ARGENTINA DE MI GENERACION
Juan Pablo Liefeld Y QUE DEFIENDE A RAJATABLA Y A COMO DE LUGAR SOCIALES Y LETRAS
-III-
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)
estoy en la calle y camino y pienso
y veo series de palabras
que se ordenan
como el otro día
que lo vi a francella y luego al ministro de economia y luego a horacio gonzalez con un tipo taladrandole la cabeza y vi dolor en esa imagen y ceguera y luego un payaso con su hija y luego un pedazo de carton donde el payaso mendiga
estoy pensando
ahora les tiro la serie
que lo que escuche en mi cabeza
puro devenir deleuziano
maquina de guerra
-IV-
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)

series de palabras

EL INTERPRETADOR / TE VOY A ATORNILLAR / ANTE LA LEY. EL RELATO PROHIBIDO DE CARLOS CORREAS

LENGUA / MUSEO / MOMIA

POLITICA / ESTETICA / FILOSOFIA

FOGWILL / PIGLIA / PUTA

RAVINOVICH / FOGWILL / GONZALEZ

EL HOMBRE EN EL CASTILLO / VIVIR AFUERA / RESTOS PAMPEANOS

PUCCIO / FRANCELLA / KISILOV

HERNAIZ / COUSIDO / KISILOV

LA ENTREVISTA DE EL OJO MOCHO A FOGWILL / LA CARTA DE OSCAR DEL BARCO NO MATARAS / EL HOMENAJE A HORACIO EN MARCELO T EL AÑO PASADO

UN PEDAZO DE CARTON CON PALABRAS:
SOY UN PAYASO QUE HICE FELIZ A MILES DE NIÑOS

PAYASO / MENDIGO / HIJA:
Y ME LLEGA UN MENSAJE DE TEXTO QUE ME CUENTA QUE MI GATO HORACIO GONGALEZ QUE SE LLAMA ASI POR HORARIOC GONZALEZ EL JUEVES LO VAN A IR A CASTRAR A LA RECOLETA Y ME INVITAN A CASTRALO PORQUE ESTA «ELECTRICO»

MIENTO

LETRAS / SOCIALES / LENGUA MUERTA

ES

HORRIBLE / TODO / ESTO

«TODA ESA MIERDA JUNTA» VERINICA OJEDA, INTRUSOS, 15:20 HS
-V-
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)

CONOZCO DE MEMORIA ESA MALDAD
QUE ME PIDIERON QUE HAGA CON QUIQUE
AL IR AL MUSEO A MOMIFICARLO
Y QUE LE HICIERON A HORACIO TORTURANDOLO
SENTANDOLO 8 HORAS MUIY ENFERMO
PARA ESCUCHARA LAS ESTUPIDECES
DE PUAN Y MARCELO T
YO LA LLAMO LA LEY LOCA
DESDE QUE LE PUDE PONER UN NOMBRE
LUEGO DE 8 AÑOS DE TRABAJO
EN EL DIVAN DE VANESA OTERO
ESA LEY LOCA
ES UNA POLITICA DE PURA MUERTE
QUE ODIA LA PALABRA
Y SOLO PUEDE DESTRUIR
A CUALQUIERA QUE
LO MUEVA UNA PASION Y UN AMOR VERDADERO POR LA LENGUA
ESO ES LETRAS Y SOCIALES
LA LEY LOCA OPERANDO EN LA CULTURA POPULAR ARGENTINA
DEBASTANDOLA
«y esta violencia regalo de mi papá me esta doliendo mucho cada día más» Lunita de Tucumán, Tan Biónica
– VI –
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)

FOGWILL
FUE VIOLENTO CON LA BOLUDA DE LETRAS
QUE SE LLAMABA ELSA KALISH
JAMAS FUE VIOLENTO CON ESE CHICA
QUE COCINABA PAN TODA LA NOCHE
EN PARQUE CENTENARIO
EN LA COOPERATIVA LA CACEROLA
AL LADO DE COMUNICACIÓN
A ESA LA CUIDO
EL ERA EL LOCO Y AGRESIVO
PERO LOS QUE HACEN DAÑO REAL
SON USTEDES
LOS DE PUAN Y MARCELO T
ODIANDO A LA LENGUA
MOMIFICANDO LA LENGUA DEL POETA
TALADRANDOLE LA CABEZA AL QUE PIENSA
– VII –
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)

«OJO A LA TÉCNICA NO LE GUSTAN LAS PALABRAS, TE PUEDEN SUSPENDER»
– VIII –
Mi casa tiene el cielo gris, y el piso verde…
Para mi amigo…
— con Juan Pablo Liefeld.
Pablo Entrerrios
pablo entrerrios juan pablo liefeld hot hot hot
Juan Pablo Liefeld ESTA SALIENDO EL SOL
Juan Pablo Liefeld PARA VOS
Juan Pablo Liefeld Y ESTA BAILANDO MI CORAZON
– IX –
MI OPERACION MASOTTA
(PEDOFILIA EN EL MUSEO DE LA LENGUA)
(ES SOLO UNA PUNTITA DE MI TEXTO COMPLETO)


LIBROS KALISH – LIBRERIA ONLINE
https://libroskalish.wordpress.com/
Pablo Entrerrios tenia 16 años
y no se por qué empece a leer
o sí
porque mi mama lee
y leía
la maestra que conoce
lo que es el arte de la docencia
no porque sea mi madre
si yo mintiera con esas cosas
no podria haber dicho mal
pero decirlo
lo que dije
eso me va a costar amistades
pero no creo estar equivocado
en todo caso yo sostengo mi palabra
otros lo sostienen
hasta que llega el verano
y se van de vacaciones
hasta que consiguen un sueldito
que los ayuda a tirar a la basura
palabras que se decian
y se seguiran diciendo
pero ahora esas banderas
son bergonzosas
y
son tus hijos
a los que yo vi
como los criaste
pablin
porque de alguna forma
yo era otro de esos hijos que criaste
el hijo bobo
y
veo ahora a los de guada
y otros y otros
y esos chicos mañana
van a tener 16
años
como yo cuando te conoci
y toda esta gente
incluso
los padres de albertina
no por maldad ni por estupidos
no
sencillamente leen mal
la literatura y la politica
y es su parte boba nosiva
la parte
letras y sociales
la que los vuelve malos lectores
a ellos
uno buen lector
lee con amor
y el otro una gran traductora
que no tengo ningun prurito en decir
que a guada la invente yo
como traductora
la vi yo
y la psicopatie hasta que ella
viera lo obvio
que era buena traductora
ahi en esa lectura mia
de albertina
que sigo sosteniendo que
ella
albertina
con su collage inocente
sigue siendo
la mejor critica que se hizo
de la biografia de martines estrada
de chrisitan ferrer
pero evidentemente
salvo yo
ni cristian ni los padres
de albertina le reconocen
esa lecutra a albertina
bueno yo si
pero no pueden
ahi
porque esta puan y sociales
y hago esto
porque
primero alguein me viene halbando hace
mucho de la momificacion
las nuevas momias
y horacio ni fogwill se merecen eso
sabes por que
porque al tener una relacion amorosa y violenta con la lengua
ellos estan ayudando a que tus hija guada y tus hijos pablo
puedan vivir en un pais menos horrible de lo que es
y los veo
a mi generacion
ya plantaron
sus semillitas
ahora solo hay que esperar
a que mis amigos y mi generacion
deje pasar el tiempo
porque ya estan en los lugares
que deven estar
cuando los muertos mueran
ustedes amigos y mi generación
seran los que manden
y los van a hacer mierda a tus hijos
guada y palbo
y yo los escucho los veo
algunos los quiero un monton
pero yo apuesto a la vida
no a la muerte
y el desprecio de de mis amigos y mi generacion
hacia mi libreria
no es otra cosa
que es una forma radiclamente
diferente a lo que mi generacion y mis amigos sostienen
nadie de ellos se hubiera roto
y hacer los sacrificios que hice yo
y fumarse los zombis que me fume
y me seguire fumando
son unos chantas
como decia
Leonidas Lamborghini
el poeta
que lo conoci
gracias a Juan Escobar
y que odiaba a los montoneros
porque decia
estos hijos de puta
dejaron a todos los pibes
a la intemperie
y se fueron de vacaciones al extranjero
y despues volvieron
y ocuparon el sillon de la gerencia de los padresa
el resto de lo que tengo que decir
que lo dije mal
de forma horrible
pero lo dije
el resto quedara para un libro
que estoy escribiendo
y eso
pero en lugar de
preocuparme por conseguir
plata y ver si no pierdo el techo
tuve que pensar y decir
y si cuando no tenes que comer
y tener o no tener el mes o dentro
de dos techo
y si
no siempre se puede asi
escribir bien
pero escribo y pienso
y tomos riesgos
y tomo pocision
mas que todos ustedes
amigos
todos
porque ahi esta
esteban mi sobrino
y tus hijas guada y hernan
y los de palbo
y los que yo nunca tendre
pero ah
me acorde
cuando tenia
16 años
fue pablo entrerrios
el que lo dejo a un boludo que leia libritos
sentarse en una silla frente a un microfono
para que hablara de libros
tenia la edad que van
a tener los hijos de guada
y marco guada
porque me acusaste de crueldad
cuando le dije a fogwill
hijo de puta
frente a sus propios hijos
y no
estaba bien
vos leiste mal
es tu matriz puan y sociales
desde hai se termina
ablando boludeces como
beatriz sarlo
y tenia 16 años
y estaba muy solo
como hoy
y mañana estaran en ese lugar
de soledad
tus hijos guada
y nuestra generacion
de coool y cancheros y cumpas
que sosmos los van
a cojer de parados
a esos chicos
como la nena de mil años
y si les tengo que cortar los huevos
para evitar
inutilemete que usteses
amigos
no terminen
cogiendose a sus propios hijos
lo hare
porque podran ser buenos o malos
podran leer bien o mal
a EL Principito
no importa
esa matriz puean letras
va a hacer lo imposible
para que el chico
que era yo
y que seran
mañana los hijos
de mis amigos
y de mis amores
de gonzalo
y los de mis hermanas
y a todos esos chicos
que mi mamá
les dio matematica
ya sea en el fondo de jose leon suares
como en escuelas y secundarios
de la elite
y todos a ella la quisieron
porque los tomo en serio
y les trasmitio un saber
eso me trasmitio y se de mi madre
como tambien que hoy sigue viva
pero esta muerta
como ustedes amigos
y toda mi generacion
igual que mi mama
estan llengo por ahi
pero ustedes no le enseñaro
matematica con amor a los chicos
no
estan muy ocupados por bancar la parada
que mañana les va a permitir humillar al chico que fueron
y eso no lo aguantan
por eso no quieren mi libreria
y la desprecian
y no entienden por que
yo aca estoy dejando mi salud
mental y fisica
pero asi y todo
sigo
golpeando puerts que no se abren
y esperando bondis que no llegan
estoy escribiendo esto
sintiendome fisicamente mal
porque su silencio
me da miedo
y me da la serteza que lo que haog lo tengo que sostener
y me sieento mal
porque me tome uan botella de wiskhy
y una bolsa de merca
¡ahy dice merca!
¡ay dice borracho cinco de la tarde!
ay!
cuantas veces tomamos cocaina juntos
y yo voy a seguir tomando cocaina
porque me encanta
y me voy a seguir emborachando
porque eso me gusta
lo que me daño y me destrozo
fue otra cosa
fue tener que sostener y defendeer
algo que ustedes no van a hacer ni les interesa hacer
y lo sostuve
y aca estoy
sintiendome mal
dos dias de corrido laburando
no se preocupen
no me voy a morir
y a vos y solo a vos te digo
esta todo bien
pero llego a este texto
ustedes muy comodos
en haciendose los boludos
poque se de sus corrupciones berrets
podria hablar aca de corrupciom
porque ya empezaron
a zaquear y lo se
a mi no
no me joeden
uested no me puedn decir ni mui
y si me ayudaron
y me pagaron
el alquiler cuando
yo lo fui a rebentar todo esa noche
con dos bolsas de cocaina
a un puterio no lejos de donde hoy estoy
estubo bien
porque estoy sosteniendo una politica
que ustedes por lo bajo y en privado
dicen que esta bien
pero cuando hay que dar la batalla
nunca estan ahi
nunca sostienen eso
y yo cuando fue a un puterio a rebentar todo
tambien fue por aalor
a una de las dos mujeres que mas me amo
mira si tanto me quizo
que se tuvo que fumar
que fuera verdd
que yo durante un años y medio
jamas le dije
te quiero
prqo esp splo lo digo si es de verdad
y no te lo dije petu
y porrque hubiera mentido
y a vos jamas te mentiria
ni a vos ni a ninguna mujer que amo
porque las amo
y me dolio
petu
esa matriz
puan y sociales
que te llevo a acusarme
que yo no tenia palabra
yo
ava estoy
al limite de mi cuerpo
sosteniedo
una libbretia
que busca una politica y una estetica y
una forma de vivir
que
que sea
petu
mas desente y no esta mierda
para tus hijos
tus hijos
y yo no puedo sostener la palabra
aca estoy
a la intemperie
sosteniendo
solo algo que
cuando
podes escapar
a esa matriz puan letras
te parece lo mejor qu te paso en la vida
y si es asi
si soy yo el que esta cuidando a tus hijos
de los pedofilos
eso amor
no estoy dando
lastima
llegue aca porque yo quise llegar aca
porque yo si creo en esot
yo si
me encanta la cocaina
y el alchohol
y eso no me hace mal
es la mirada de la nena de mil años de la farmacie
lo que me daña
eso que la libreria siempre sostuvo
y para ustedes era lago simpatico
si
simpatico
pero estan
sus hijos
y las chichas de las cajas de coto o carrefour
y las putas que me quisieon y escuhcaron
con un amor
tan generoso
y tambien me chuparo la pija
obvio
pero habia generosidad ahi
la misma de horacio y fogwill
la misma que la tuya
Pablo entrerrios
igualita
que la puta que con la que estuve hablando
y tomando merca y cogiendo
porque mi proyecto
de cuidar a sus hijos
de sus perversioes
se me caia
y si
pablo
vos me dejate hacer radio
hice radio
horrible lo que hacia
pero hice
y yo amo la radio
y era un pibito
solo
sin nadie que lo quier
como hoy
pero hoy estoy solo
no porque ustedes me dejaron solo
lo cual agrradesxo
porque eso me permitio desmalezar
el jardin y ver a la floor en medio de los yuyos
aca estoy
vivo
roto
pero vivo
y tengo un libro
para contar
para tirrarselos por la cabeza a sstedes
mi generacion y mis amigos
que me dejaron solo
no solamente fisicamnete
como todo estos meses
sino con lo que dije
ayer
nadie me dijo nda
nada
y si putos
eso una vez mas me dolio
y fui a reventarme
wisky y coca y aguanta la parada
pero la coca y el wisycky y lso pucchos
no me matan
lo que mata es ver a la gente que guerres
volviendose
pedofilos
y pablin vamos a terminar
con la cortina de
Hot Hot HOt
ese malisimo progran,a de radio
que hicismos
eso estaba buenisimo
y que cagada
que ayer no tennia guita
para ir de putas
porque les hubiera chupado la concha
de esa forma que yo se chuparla tan bien
y que a las putas y a las quew an sido mis mujeres
tanto les gusta
y hubiera podido hablar de todo esto y me hubieran
escuchado
y ustedes me escuchan pero no me pueden respnder
por que
y eso duele
y por eso me rebente
porque si no me rebiento
rebiento
sy reibneto
estoy sediendo a la muerte
y el texto
que sigue
me lo escribio ua mujer
que no me conoce
pero con la que sali
y ella que no me conoce
me conoce mas que ustedes amigos
en realidad no
ustedes me conocen y porque sabien bien quien soy
y lo que valgo me tienen que destruir
ustedes me pueden destruir
porque los amo
y nunca estubieron
prqo no estubienon
no por malos
ni nada de eso
se que me quieren
pero odian
que la lengua este viva
y la palabra sircule
y la carta de la chica que
con esa carta luego
de tomar merca toda la noche y wisky y mil pchos
que si lo hace los mismo con un amigo eso te da vida
al dejarme ustedes solo y odiarme
me mataron
como lo quisieron y lo van a seguir intentando
a horacio gonzalez y a fogwill
ustedes no son mejor que maria pia lopez
que pia todos estos maricones
se burlan de lo que escribis
se burlan
si pudieras escucharlos
la verguenza que sentirias de vos miama
si hablo de todos
y esta bien en algun putno
pororque vos como mis amigos y mi generacion y son pedofilos
y cuando un pedófilo entra a la tumba
la pasa mal ç
los reos le hacen sentir su maldd en carne propia
yo jamas te dije que lo que escribirs esta bien
es malisimo
horrible
pero todad las personas que tenemos en comun
hablan con una crueldad terrible de tu escritura
cob la misma crueldad con la que vos
y todos lo sentaron a horacion gonzalez
pra torturrlo
cual
gurpo de tareas
durante horas y horas
si
pero yo apuesto a la vida
a esos hijos
que nunca
le pude dar ni les dare
ni a mis putas
ni a esas mujeres que ame y por la cuales
di y voy a dar topdo
y por sus hijos
porqu eso es via
eso es amor
ustedes dos saben de lo que hablo
ustedees ban a brillar y yo tambien
porque ahy amor
ahi
y me voy con la carta de esta chica
a darme una ducha
pra rescatarme un poco
y seguir luego
golpendo bondis que no llegan
y esparando puertas que no se haben
y seguimos caminando
y el sol
esta saliendo
para vos
y mi corazonn esta bailando
hola juan pablo, estas? como estas? te puede parecer un poco salido de la nada esto, salido de facebook supongo y de la suerte de contacto que genera, en fin…la cuestion es que te quise decir algo, porque hoy estuve algun rato ojeando un poco estas cosas de perfiles y posts, y si bien tengo la certeza de que te conoci como tres vidas -minimo- atras, y que puedo asegurar que no te conozco ni vos a mi, me senti de a ratos hoy alcanzada, capturada, por la misma sensacion que una vez tuve por unas cartas que me escribiste, no recuerdo nada mas, alguna muy difusa imagen capaz, pero no se ni donde, ni como, ni cuando te crucé, sin embargo algo que me escribiste alguna vez que ni se fechar y no importa, me tocó y siempre lo llevo conmigo aunque ni lo recuerde ni lo tenga presente, pero es parte mia querida de algun modo, es muy raro porque es como una marca sin contenido, te parezco muy delirante? la cosa es que hace un rato me tente a buscar entre mis cuadernos, notas, cartas y papeles que guardo, que van sobreviviendo a las mudanzas y a los ataques de limpieza, intentos de dejar atras, de despojarme, en los que siempre quedan restos dando vueltas en el placard para ser arrojados en la proxima revision… pero no las encontre, parece que no han sobrevivido… sin embargo siento clara, viva, la sensacion de esas palabras olvidadas, vaciadas, perdidas, pero esa marca de un momento en mi historia y su resonancia, lo que evoca, es mucho mejor que el recuerdo, que la conservacion de la anecdota o del papel, y es algo que me da mucha alegria, por eso me deje llevar por el impulso de decirtelo. espero que estes muy bien, te mando un beso, bar
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
y gracias chano vos me abrazaste todos estos dias para caminar, en serio, Santiago Chano Moreno Charpentier, yo encontre en tu musica y tu poesia vida pura vida la que necesitba, si chano no mew equivoque cundo dije este pelotudo es un pelotutudo pero tiene algo algo lo mismo que tienen todas las personas que tienen un angle un dolor y algo que dedir si la risa ironcia de diego cousido al deibri esto me lo confirma asi como puede de4cir orgulloso que el es amigo de el minsitro de eonomia kisilov yo poedo decir roto broto btoroto que yo sin conocerlo a c hano soy su amigo y el mi amigo prioqque el con su musica me abrazo, lo que hace cualquier amigo co n un amigo caido y que es lo que ustedes que deicn ser mis amigos no pudiero ni decir que no mer querian ni que les parecia un alñipo qie up ,e muriera y estoy vivo roto y vovo y y y los chicos que ustedes se quieren biolar y entre ellos los de mis hermanas y las mujeres que yo amo ya sean esta y esta y las putas y fuck you estoy vivo no es facil llegar aca pero setguimos caminando como siempre y baila mi coazon y baila mi corazon y sanbe putos haora en mi libreria estoy esprando a una chica que me va a comprar dis ejemplaeres de vivr afuera de fogwi¡kk si porque yo y vasta neceisito una ducha no para seguir peleandome con euinuicos sino por esos chicos que ya existen y los que estan y por lños que estan ppor venir por todos ellos y solo por ellos y por mi porque los quiero y por la nena de mil anñas sd da l farcmeciae

– X –
momento porque todavia el texto no esta terminadio
ahora si pueden leer el texo amigos
y lougo los etiqueto a toso en el para que no digan yqe yo soy n misrerable
que los dejo fuera de la foto
Y AHORA SI
NO JODO MAS
PERO TERMINO DE DECIR COSAS S QUE NAIDE DICE SALVO POR LO BAJO Y LO ESTOY DICIENDOK BIERN A PESAR DE TODOS USTEDWS
QE ODIAN ESCUHAR ESO PORQUE EXO ES LO QUE LES DEVUELVE SU VERDADERO ROSTRO PEDOFILO Y CLARO AHI ENTIENDO A Vera FogwillSI A FOGWEILL Y SU ODIO POR EL ONO MOCHO Y CONFIENES Y LA CAJA SI ESO FUE LO MEJOR Y HOY DE HIA SALEN TODA LA MIERDA QUE SON USTTERDES
PORQUE EL SE LOS MARCO FLACO LE DIJO AKL PELOTUDO DE RINESI XCON ESA BARBA DE RABINO PIOJOSO FLACO LO OIMPORTNTE ES ESTE PIBE LE DIJO EN LA ENTREVISTA Y NO LO ESCUHO RINESI
Y NO LO ESCUHO RINESI, NO, SE FUE A TRABAJAR CON MI AMIGO CASARETELLUI
Y NO LO ESCUHO RINESI, NO, SE FUE A TRABAJAR CON MI AMIGO GUSTAVO CASARETELLUI OTRO TIPO DESTROZADO POR SOCIALES Y QUE TERMINA SIENDO EL SECRETARIO DEL SEGUNDO DEL AFKE
CACA O COMOP MIERDA ESA ESE LUGAR DONDE Y ME CALLO Y QUEQUE LE DICE EN ESA ENTREVISGA A PIA LOPAZ NO ENTENDES NADA NADA Y NO PUDISTE ESCUCHAR ESO NO NON NO
CKLARO AHORA LO ENTIENDO A FOGWILL EL SE PODIA FUMAR O NO A GONZALEZ PERO LO REPSTABA Y VIO EN VOS A S ASESINO
POR QUE SE ENSAÑA TANTO CON OVS PIA LOPEZ< EN ESA ENTREVISTA POR KLA MISDMA RAZON QUE SE ENSAÑA EN DEFE4NDER A BIEL TEMPERLEY Y A PERLONGHER
PORQUE SOS VOS Y MI GENERACION Y MIS AMIGOS LOS QUE ODIA N A LA LENGUA Y A LOS HIJOS QUE YA TIENEN O ESTAN POR VENIR
Ç
FOGWILL LO ESTABA CUIDANDO AHI A HORACIO DE VOS PIGLIA Y ME EQUIVOQUE PORQUE HACE DOS DIA QUE NO PEGO UN HOJO PERO ACA ESTOY DICIENDO QUE AL QUE MAS AMO Y CUIDO LA LENGUA ARGENTINA VOS PIA Y MIJ GENERACIO Y MIS AMIGOS LO ESTAN MATANDO Y YO NO VOY A SER PARTE DE ESE CRIMEN
LA PUTA QUE LOS PAIRO A TODO!!!!!!
AH MI ME OLVIDAVVA DE LOQUE QUE ME RETIEN ACA EN LUGAR DE DARME UNA DUCHA
QUE UNA CHICA ESTA PRO PASAR A BUSCAR POR MI LIBRERIA DOS LIBROS DE VIVIR A FUERA DE FOGWILL
Y ES A CHCICA HOIY CUMPLE AÑOS
CUMPLE AÑOS
LO VI RECIEN
CUENDO TERMINE DE ESCIRIBIR
TODO ESTO
ME LO DIJO FACEBOOK
Ángeles sananez hoy no solo es tu cumpleaños sino tambien el de fogwill
yo me puedo estar cagando de ambre hoy pero uno de esos libro de esos dos vivir afuera prqoe me peidizge dos ejmpalres no uno dos me compraste hoy justo y lo estas por pasa a busxxar
ho y es el cumplede fowgill
feliz cumple quique
felizz cumple anteles sananez
aca estoy
esperandote para qwu te de tu regalo de cumpleaños y luego si me baño y me voy a dormir la mona que lo necesito
y todavia falta algo amigos
demen un minuto queb vajo a la calle y vuelvo
porque es importantye lo que voy a hacer ahroa
un minuto
ya vuelvo
y no pude bajar porque no encuentro las llaves
entonces despues de diez mintuos de buscar las llaves
y no encontrarlas
le digo a la chica que suba
a buscar el regalo de ella y de fogwill
y sube
y me quiere pagar
por esos libros
ella por estar viva sismplemente
y ser hoy su cumpleaños
logro el milagro
de que todo lo que yo estaba diciendo es verdad
y son las unicas banderas que hay que sostener
hoy es el cumple de esa chica
angles sananez
yo la acuso a
maria pia lopez de asesina de horaico gonzalez
y en esa metafora encierro a todos los ojos mocho
y a toda mi generacion
y a silvia saitta que no lo respeta hoy a horacio
no
lo que pasa es que lograron ustedes
canallas
a uno de los tesoros de la lengua
en un amamente de la lengua
apenas un puntero de planes trabajar
lo que devio haber sufridio ese hombre
frente a su maldad
el
el mas generoso
el que los escuho a todos
y ninguno de ustedes tenia ni tiene ni va a tener nada que decir
porque jes una puta del conurbano la que tiene algo qye decir yv aya a saber uno donde esta esa santa
y ojala ustedes no la encuentren nucna
porque la van a umillafr y la van a matar
como harocio torutrandolo mil horas
en el lugar donde dio todo
si dio todo
eso aprendi de horacio
y hoy horacio es un cadaver
como mi mama
que tambien esta muerta como horacio
y caminando por la calle
y ustedes los siguen matando
con las cosas en las que creen
y que devienden
y no tienen ningun prurito
de hablar como gruopoes de las cenas
de kisilov
y ven al hombre que defendio la lengua argenian y ven lo ven como lo estan matando y nadie dice nada
si fernanda simonetti
que te amo
pero te volviste un mounstruo
hoy una chica cumplio años
y yo acuse de que a mi me llevaron a la biblioteca nacional
a museificar
convertilo en una momia a quieuqe
que amaba la lengua
y piden que yo lo mate
y me piden que yo lo mate
putos
no me concoec
y esa chica
angeles sananez
hoy logro
el milgro del don
del que hablaba Bataille
y esta chica sin saber nada
me compfa dos ejempalres de vivir afuera
de quique puto maricon viejo querido
estas muerto
pero hoy es tu cumpleanso
gracias a esa chcia
que simplemente cumplio años
simplemente nacio
y me quiere pagar por esos libros
y la hecho a patadas
y le digo
se feliz
y anda coger
y drogate
y se feliz
toda esta escena es el don
y si yo que nunca regalo un libro
y he regalado libros
pero nunca regale un libro
si yo le cobro a esa chica por esos dos libros
y todos los que conozco lo harian
porque tienen que comer
y yo no tengo que comer
si claro
pero hay cocas mas importante que comer
ahroa endienten cousido y casartelli
de que hablo
cuando hablo
que la vida no es el ministro de economia ni los putos del afka
es esa chica que hoy cumple años
es la nena
de los mil años
que me miro a los ojos
y me dijo policia
a mi me dijo policia
y tiene razon
toda la razon
la unica razon
ella la llengua
esa nena que te mira
y en su mirada vi la inteligencia de las mujeres que ame y del daño que se les hizo y se les hara
a ellas dos
por sr buena gente
son ser hermosas
brindemos esta noche
por nosotros
porque una chica
lo salvo la lengua
y le quise explicar
que acababa de entrar en la hisorier
por nosotros
porque una chica
lo salvo la lengua
y le quise explicar
que acababa de entrar en la hisorier
de lka lengua argentian
y me queria pagar el libro
me queria pagar
por erso
por ekl don
me queria pagar
y la saque a patadas
y la puse en el ascensor
y ella me queria seguir pagando
lo que no tiene valor
lo que si mercantilizas
lo que valentin diaz
discipul,o del maricon alcahuete de damielo link
y te digo alcahuete
porque aty que ser muy maricon
para que te guste la pija
y chuparle la cocha a la mujer
de paolo roca
eso
es letras
daniel link
chupandole la concha a la dueña de Techint
eso
es sociales
el ojo mocho
devenido un grupo de tareas
torturando a horacio gonzalez
y ahora
voy al chino a comprar
birra
y a brindar
por
horacio y fogwill
porque yo los quise
yo los quiero
y los voy a seguir queirndo
porque su generosidad
entre otras cosas
me enseño
y me detengo
aca
hoy es el cumple de fowgill
los que te quisimos
de verdad
hoy vamos a lebantar la copa y bridar
brindo por vos
y por la vida
y si hay que morir diciendo estas
ciosass
es una noche hermosa
logramos robarle
la lengua al enemigo
que son lso migos
que digo
carlitos tevez es el traductor de pasolini al español
y se rien de mi
esta bien
esta muy bien
logramos
robarle
la lengua
al enemigo
por esta noche nada mas
y se que esto me lo van a cobrar con sangre
los daniel link y los pia lopez y mis amigos
pero esta noche
solo por esta noche
fogwill
volvio a nacer
no me digan que no es ermoso eso
buenas noches
y
esta saliend9ioi
el sol
para vos
¡¡¡¡y para vos tambien chano!!!!!
y esta bailando mi corazon

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda, Las Chicas de Letras se masturban así Sábados de súper acción:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Sábados de súper acción

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Sábados de súper acción – Quinta temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Pasen y vean
ahí acabo de terminar
la cuarta columna que escribo en mi vida
esta llena de oscuridad y de dolor
y también de belleza
dolida
porque en un mundo
de hombres de corazones criminales
la unica belleza posible y verdadera
es una belleza dañada
en algun momento
nacera una quinta* nueva columna
en mi vida
pero ahora
que pude hacer esto
puedo sí
ahora sí
hacer lo que devo hacer
y luego escribir un libro
porque ahora tengo un libro
en mi cabeza
lo vi
y voy a ir hasta el fin
en busca de esa historia que hay que contar
porque si yo no rescato y preservo
eso
para que algun dia
el piberio bionico
y los guachines que esperan
bondis que nunca llegan
puedan recibir esa memoria
nadie lo hara
sobrevivi una vez mas
me mataron pero sigo vivo
soy un gato con mil vidas
una rata del conurbano
bonaerense
y ahi vamos
porque lo mejor viene
ahora
gracias
solo a vos
y a vos
y a vos
que me han cuidado
y dado el amor y la palabra
que necesitaba
para templar el filo de mi alma
y por eso
esta mañana
soy un arcoiris
de colores dementes
geniales
llenos de musica
y palabras
* «Quinta columna. f. Expresión coloquial muy común en Estados Unidos en 1941. El termino surgió en la reciente Guerra Civil Española. Partían para el frente cuatro columnas de soldados. La quinta columna se quedaba en casa y practicabel sabotaje industrial, la difusión de propaganda y otras formas de subversión menos detectables. Los quintacolumnistas procuraban mantenerse en el anonimato; por ese carácter ambiguo y/o no identificado se los consideraba igual de peligrosos, o más, que las cuatro columnas que participaban en la guerra día a día.» Perfidia, James Ellroy

 

Sábados de súper acción – Quinta temporada
 SHAMELESS. Restos pampeanos/ SHAMELESS. El clan de Cacho/ SHAMELESS. La torre de Babel de Elsa/ SHAMELESS. Pedofília/ Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES/ SHAMELESS. Las bellas banderas/ SHAMELESS. Chano Chanpertier/ SHAMELESS. Los Simpson/ Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE/ Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS/ Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II/ SHAMELES. Buen provecho/ Shameless. CAROLINA

 

Bonus Track: The Beatles/ Tan Biónica/ María Martha Serra Lima/ Fito Páez/ Palito para Maradona en su cumpleaños

 

«Siempre hay que pensar mas allá de la estructura. Pensar en lo que ocurrre abajo y a los lados porque es ahí donde se establecen las ratas. Cuanto más mire uno ahí, tanto más probable es que las encuentres.»
John Murphy, exterminador en la revista Pest Control Technology
«¡Y el piberio biónico sigue golpeando puertas que no se abren y sigue esperando bondis que no llegan y el piberio biónico sigue caminando igual porque lo mejor esta por venir y ahora Buenos Aires todos a bailar al ritmo de su corazón!»
Chano

 

SHAMELESS. Restos pampeanos
ayer me faltaba el aire
me sentía terriblemente angustiado
entonces salí a la calle
y ahi
lo vi a Guillermo Francella
mirandome
y en el fondo de esos ojos
de eso
IT
el ministro de economía Kicillof
y me arroje a buscar esa mirada
esos ojos
que no eran ni Francella ni Kicillof
ni el actor ni el ministro
sino IT
y luego seguí caminando
y entonces
veo una manada de adolescentes
vestidos de negro y con basos de Mc Donals
y unas bayas
esperando a su idolo
en la puerta de Musimundo
y lo veo emerger de ese remolino
a Horacio Gonzalez
la vi la foto
era esa
y no la pude sacar
Gonzalez
emergiendo de ese remolino
y no la pude sacar
y me lance sobre Horacio
buscando atrapar la foto
que sabía que ya no iba a poder
capturar
que la vi
y era el emergiendo de esa maraña
de adolescentes
como un idolo pagano
y lo persegui
una cuadra
sacandole fotos
puteando a la gente
que se interponia en mi camino
y me molestaba para sacar fotos
y horacio no me vio
nunca me vio
quiero decir
no a mi
que no soy nadie
sino a un boludo que le estaba sacando fotos
a lo largo de toda una cuadra
no me vio
todo mi cuerpo y mi cabeza
respondian a un objetivo
captar una foto
que sabía que había pasado
hacia un segundo
pero que habia que insistir
porque otra imagen
que valiera la pena
iba a parecer
imaginate
era un espectaculo dantesco
como cuando escribo
gesticulo
fumo
hablo
puteo
me contorciono
y horacio no vio a un tipo sacandole fotos
a lo largo de toda una cuadra
y horacio es una persona que ve
todos sus libros lo acreditan
todos los que pasamos por un aula
en la que el estaba lo saben
que ha visto como nadie
que ve
y ayer no me vio a un tipo sacandole
fotos
y me puso triste
porque si horacio no ve
la argentina se queda ciega
quiza me vio
y se hizo el boludo
y le chupaba un huevo que nadie le sacara fotos
ojala sea asi
porque si horacio no ve
todos vamos a tener
que usar
culos de botella
para poder ver
algo
Este dibujito que no tiene más valor que el que puede tener los garabatos de un niño en una hoja lo hice al calor del desierto y las palabras.
Restos pampeanos Horacio Gonzalez
Lo que sigue sucedió en Facebook:
XXX- eh, no leo bien, que decia..? Horacio Pagani?
Juan Pablo Liefeld Jamas me reiria yo de horacio, él como Tomás abraham son persadores de los que aprendi mucho mucho mucho pero eso sí su pensamiento templado de humor creo que hoy lo han perdido, perdieron el filo al volverse serios y sin humor y diferente era el caso de Nicolas Casullo que era amargo como un limón y el filo de su cuchillo estaba hecho de otros materiales tan necesarios en mi formación, que me arme yo solito, como los de Horacio y Tomás Abraham, pero a esos tres tipos los vi pensar alguna vez, sí, claro que sí y lo voy a agradecer toda la vida, en cambio a mi generación, los que hoy tenemos entre 35 y 45 años, solo los veo mariconear, solo los escucho cantar lindas canciones en caraoques berretas
XXX-Y cual será la causa?
Juan Pablo Liefeld que somos una generacion de groupis de Chano Chanpertier
Juan Pablo Liefeld somos nenitas, eso somos, nenitas que corren como locas detras de un chico lindo y que nunca les va a dar bola
XXX-  jejeje…
Juan Pablo Liefeld Cual sera la causa, cual sera la causa justa preguntaria Osvaldo Lamborghini, ¿Chano? no, la causa justa de mi generación si podria mirarse a un espejo lo que le devolveria el espejo es el rostro del gigolo Bazterrica con su ya clasica remera polo comprada en la salada
XXX- Somos nenitas que forman club de fans. Pero el problema son las discograficas. Nos tiran fortunas, bah, algunos mangos, para llorar y tener eyaculaciones. Y despues, cuando la guita ya no sobra y cierran, nos dejan en penumbras. Con el vacio significante al palo. Llorando sin respuestas. Y lamentamos y brindamos por ese viejo amigo: el capitalismo salvaje.
Juan Pablo Liefeld No, la culpa y la responsabilidad es nuestra, somos una generación de maricones porque nos gusta, nos encanta ser mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que lo veo al Beto Casella en lo de Marcelo Tinelli y no puedo puedo ver algo así en ninguna intervención publica de mi generación? Por qué el Beto Casella es mas filoso he inteligente que los chicos vivos que manejan Bataille y Nietzche? Y sí, porque el Beto es un hombre y nosotros mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que Carlos Tévez maneje al dedillo y sea un gran traductor de Pier Paolo Pasolini y mi generación no sabe ni como se agarra un libro de Pasolini. Eso sí, conocen toda su filmografía y pueden hablar de durante horas. Pero es Tevez el que lo sabe traducir no mi generación que es puro cartón pintado.
Juan Pablo Liefeld Y cuál es el problema de ser mariquitas. Ninguno. Absolutamente ninguno. El problema que no se lo reconcoce. Nos montamos de superhombres y en el mingitorio vemos a un tipo haciendo carambolas con las bolitas del baño con su meo y nos cagamos de miedo.
Juan Pablo Liefeld Y es tan pelotuda mi generación que digo Tevez es un gran traductor de Pasolini y el Beto casella es un pensador interesante y les sale del corazon una sonrisa ironica llena de desprecio.
Juan Pablo Liefeld Las mariquitas necesitan negar estas cosas porque ponen en evidencia su pobreza tanto intelectual como espiritual. Lo mismo paso hace muchos años con Horacio Gonzalez, Tomás Abraham y Nicolas Casullo, que hoy son muñequitos de torta de cuanto cumpleaños de 15 alla pero alguna vez fueron un chiste malo que nadie entendia ni festejaba.
Juan Pablo Liefeld Existe un mundo Beto Casella y un mundo Nacha Guevara. Uno respeta y defiende a un patetico imitador de Sandro y el otro lo humilla y desprecia gratuitamente con saña y sevicia. Yo intento estar del lado del mundo del Beto. A mi generación le encanta el mundo de Nacha. Lo que el mundo Guevarista tanto odia de ese patetico laburante que es un imitador de Sandro es que ese hombre tiene una pasión verdadera, un amor verdadero y lo sostiene con el cuerpo y con su voz. Lamenteblemente compañero imatador de Sandro -al que yo también amo- no te puedo ayudar más que con estas palabras que no valen una mierda. Pero a los Guevaristas Nachianos les digo hijos de puta las banderas, las bellas banderas nos las entrego, las defendi toda mi vida esa que para ustedes es una caricatura como el emitador de Sandro, voy a caer en batalla y ustedes van a escupir sobre mi cadaver pero las banderas, las bellas vanderas, no  se las entrego a ustedes ni a nadie, jamas, porque a mis banderas las sostienen un pasion y un amor inutil cosas de las cuales para ustedes  solo son comprensibles solo si estan mediadas por variables de utlilidad y lucro. El imitador de Sandro y yo vamos a perder, claro que sí y somos pateticos, calro que sí pero ustedes nunca van a conocer el dolor de la perdida porque nunca ganaron nada.
SHAMELESS. El clan de Cacho
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SHAMELESS. La Torre de Babel de Elsa
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SHAMELESS. Pedofília

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La traduccion de You Never Give Me Your es mala pero sobrevive a su mala traducción como todo buen libro a sus malos traductores:
Nunca me das tu dinero
Sólo me das tus historietas
en medio de las negociaciones te quiebras
Yo nunca te doy mi número
Sólo te doy mi situación
Y en medio de la investigación me quiebro.
Salir del colegio y gastar el dinero
No veo futuro ni pago el alquiler
Todo el dinero se fue, no hay donde ir
Los chanchulleros despedidos
De vuelta el lunes por la mañana
Camión amarillo y lento, sin lugar adonde ir
Pero ¡oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir!
Oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir! ¡no tener adonde ir!
Un dulce sueño
Toma las maletas y sube a la limusina
Pronto estaremos lejos de aquí
Aprieta el acelerador y sécate esa lágrima
Un dulce sueño hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…
Los niños buenos van al cielo.
Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES
Para David Viñas y una de esas oraciones que podía tirar como se puede tirar con una pistolita comprada en una villa de San Martin con varios cadaveres sobrebolando el ánima del arma:
Los intelectuales en argentina se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha.

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SHAMELESS. Las bellas banderas
JUAN PABLO LIEFELD 
-I-
Mariano Cúparo Ortiz:
Estaba enamorado de ella en Shameless. Sinceramente enamorado.
———–
Juan Pablo Liefeld:
te creo compañero, pero la suerte nunca va a estar de nuestro lado, nunca y menos esta noche, que dificil que es la vida, un beso cuparo siempre crei en tu sinceridad cuando todos te tomaban por chanta y vago en Libreria Santa Fe, yo no, se que sos un buen pibe, pero te va a ir siempre para el orto por ese caminito, abrazo
————–
Mariano Cúparo Ortiz:
Este es el mejor elogio que recibí en mucho tiempo.
Porque viene de un romántico anarquista de los de antes. El tipo de club al que me gustaría pertenecer, y al que lamentablemente no pertenezco. Pero igual me honra la confusión que te lleva a decirme «compañero». Porque de todos los clubes a los que no pertenezco (que son a la vez todos los clubes que alguna vez haya conocido), con ese es con el que más me quiero identificar.
En la librería intenté hacer inconscientemente algo que después descubrí que fue la esencia de la resistencia peronista del 55 y que cuando lo supe se me puso la piel de gallina porque sin dudas fue (humildemente) uno de los mejores desempeños de mi vida: el boicot, el trabajo a desgano y el sabotaje al hijo de puta que quería nuestra alma a cambio de un sueldo. En ese lugar nos quisieron hacer creer que nuestra dignidad valía $1600.
Vos me estás reconociendo por eso y entonces el orgullo es doble.
—————————————————
juan pablo liefeld:
no es un elogio es algo que te digo desde el corazon yo no respeto a cualquiera ni le digo te quiero a cualquiera lo digo cuando lo siento cuando es verdad, cuando le hice juicio a libreria santa fe y cerramos juan pablo aisenberg me quizo dar la mano, el tipo que me humillo y me robo plata como le roban los empresarios argentinos a todos los laburantes y yo no le quise dar la mano ni a el ni a su abogado porque si se la hubiera dado si yo esta noche te digo que vos sos un buen pibe seria mentira porque mi corazon podra estar herido pero no esta podrido puedo reconocer la belleza en medio de la mierda y vos sos noble lo vi porque trabajamos juntos y otros compañeros nuestros de esa libreria son unos soretes alcahuetes y que no valen nada ni para los aisenberg ni para nosotros dos, compañero, un beso grande te quiero
—————————————————
 Mariano Cúparo Ortiz:
Voy a sumar un tercer honor para el pibe que entró el mundito literario porteño, a los tipo 20 años, y sin entender nada, leyendo las columnas de Elsa Kalish, gracias a quien leí también Urbana.
Juajua, me resulta inolvidable el día que me pasaste tu mail, en el subte línea d, y me dijiste algo así como elsakalish@hotmail.com
-II-
Si sos una persona noble hace lo que se te canta las pelotas siempre.
Porque seas refractario e ingobernable o alcahuete y come mierda de la patronal igual te van a aplastar como una cucaracha.
Y te van a dejar todos solo: tu amor, tus amigos, tu familia, tus compañeros y la puta que te pario.
Pero si sos una persona noble no entregas jamas las banderas al enemigo porque no podes, porque eso no esta ni estuvo ni estara en vos.
Y te vas a quedar solo como un perro.
Y vas a escuchar boludeces crueles de gente «bien intencionada» y «que te quiere» pero el tiro te lo van a pegar igual, sin asco, de forma prolija y sin fallar.
Te van a aplastar como una cucaracha hagas lo que hagas.
Y si te van a dejar solo y te van a hacer mierda con una alpargata como a una cucaracha por qué mierda no haces lo que se te canta el quinto forro del culo y que se vaya todo a la mierda.
si de ahi venimos.
si ahi vamos.
las banderas no se entragan compañero.
las entregan los que nunca las tuvieron.
Y nos van a aplastar como cucarachas.
claro que sí.
no hay duda.
solo hay que leer dos o tres libros de historia.
y caminar y ver lo que pasa en la calle.
y te van a aplastar como una cucaracha.
pero si sos un rey.
las banderas mueren con uno.
hijos de puta.

SHAMELESS. Chano Chanpertier 
«y esta violencia regalo de mi papá me esta doliendo mucho cada día más»
Lunita de Tucumán, Tan Biónica
«una cosa que se pierde en la penosa madrugada silenciosa, del cielo de San Martín»
Momentos de mi vida, Tan Biónica
-I-
¿se fue por el aire o era
una invención de cuello verde?
Isidoro Ducasse de Lautréamont
se fue por el aire o era:
una invención de cuello verde
un Isidoro del otro amor
que comía rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
y erguía entonces su valor
y reemplazaba la desdicha
por unos cuantos resplandores
el sudamericano magnífico
de algas en la boca
¿dónde encontraba resplandores?
los encontró en rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
que le tocaron corazón
como se dice lo pudrieron
desesperaron atristaron
se lo vio como un pajarito
en Canelones y Boul’ Mich’
pasear a la Melanco Lía
como una noviecita pura
disimulando violaciones
cometidas en el quartier
«oh dulce novia» le decía
clavándola contra sus brazos
abiertos y una especie de
mar le salía a Lautréamont
por la mirada por la boca
por las muñecas por la nuca
«a ver cómo te mueres» le
decía «bella» le decía
mientras la amaba especialmente
y la desarmaba en París
como una fiesta como un fuego
ayer crepita todavía
en un cuarto de Poissonières
que huele a suda mexicano
ea Ducasse Lautréamont
montevideano ea ea
eu vide o monte de ta mort
parecía una bola de oro
una calor desenvainada
la tristeza decapitó
la furia desenfureció
se fue por el aire o era
un Isidoro Ducasse muerto
solamente por esta vez
o como lluvia de otro amor
mojó a Nuestra Dama de
la Comuna armada y amada
con la belleza que subía
de su cuello verde podrido
en mil nueve sesenta y siete
por la barranca de los loros
se lo oyó como que volaba
o parecía crepitar
contra la selva agujereada
los desesperos del país
las melancolías más gordas
pero fue el otro que cayó
solamente por esta vez
mientras Ducasse descansaba
en un campamento de sombras
-II-
En medio del naufragio salgo a la calle.
Goebbels y el III Reich con Cabezas de tormenta bajo el brazo.
En la tele Cristiana habla en la Bolsa.
Inteligente, brillante como siempre.
Y digo:
Que buena oradora que es.
Y Mauro a mis espaldas dice:
No es una oradora es una gran narradora.
¿Quién es Mauro?
Viale, Mauro Viale.
Que es como mi tío.
Me vio crecer, me conoce desde chiquito.
Y ahora me esta viendo envejecer.
El tío y yo envejecimos.
Pero también crecimos.
Los dos.
Y Cristina habla desde la Bolsa de Buenos Aires.
Y yo sigo intentando sobrevivir al naufragio.
Y sigo pensando en Chano Chanpertier.
Por qué me interesa ese chico.
Qué veo en el que no llego a ver pero intuyo.
Que es lindo.
No.
Que lo conocí hace dos veranos atrás en un recital que paso Cronica TV por la tele un domingo a la noche.
Sí, eso me interesa.
Si Cronica TV pasa un domingo a la noche a un recital de un artista es porque ese musico es un artista popular argentino.
Y eso me interesa.
Pero no es eso solo.
Hay algo mas.
Hay cierta oscuridad en sus canciones que la escucho.
De dónde viene esa oscuridad, Chano, porque tu belleza proviene de esa oscuridad no de tu cara bonita, que lo es.
Y entonces encuentro la pregunta que me abre la puerta.
Una pregunta obvia que nadie hace.
Quién es la familia de ese chico.
Es poderosa.
Eso se puede ver a la legua pero nadie sabe y todos saben.
Pero la pregunta no se hace.
Por qué no se hace.
Porque es una familia poderosa.
Supongo, porque no sé quién es la familia.
No lo se.
Lo que se es lo que decia Robaira Lynch todos los jueves a la mañana en La Metro en el programa Gente como uno:
Toda familia de bien para serlo tiene que tener un puto, un militar y un drogadicto.
Gracias Fernando Peña, aunque ya no estes tu presencia en mi vida me sigue iluminando.
Esa familia que no conozco es este mundo perverso que es tan perverso que no le alcanza con destrozar la vida de los demas sino tambien la de sus propios hijos.
Y este chico lindo que es un rebentado y que tiene guita y esta tan en la lona como yo que tengo menos de cien pesos en el bolsillo tiene algo que me gusta, que respeto, que me interesa escuchar y no dejo de escuchar desde hace una semana de forma obseciva.
Eso me viene de mi sangre alemana.
Cuando vez algo te arrojas ahí y lo perseguis hasta el fin.
Ok.
Que es eso.
¿IT?
Ese chico roto y lindo y que escribe buenas letras, escuchalas atentamente, pero escuchalas de verdad y vas a descubrir una oscuridad y dolor verdadero.
Ese dolor, esa oscuridad y esa belleza rebentada es el capitalismo.
Chano, digo yo sin saber nada de él, salvo por las boludeces que dicen los medios y fundamentalmente por escuchar su trabajo, la musica que hace, creo, quiza me equivoque, pero ese chico lindo es un hijo de este capitalismo canibal.
Y por medio de un dolor horrible y reventado logro  una dignidad y humanidad dolida pero humana, terriblemente humana. Como toda persona que a conocido eso:
IT.
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SHAMELESS. Los Simpson
Para Mariana Liefeld
Marilu, como te llama El Alemán, hace días tendría que haberte llegado una carta mía a Londres que juro que busque y no encontre las palabras, precisas, necesarias de lo que quería y debía decirte. Pero las palabras no aparecieron. OK. Quizá en estas fotos que saqué esta mañana con un libro genial en la cabeza que sólo yo puedo contar pueda hacerte llegar lo que las palabras hoy no quieren o no pueden decir. En las fotos están los restos de mis anteojos Union Pacific que me destrozaron una noche cuando me robaron Europa Central de William T. Vollmann, un collage que hice para un libro de Nick Cave escrito sobre bolsas para vomitar en un avión, la computadora que compre con mi trabaja y sacrificio en Libreria Santa Fe y un dibujito de Bart Simpson hecho por un chico que encontre tirado en la calle. Lo mejor es lo que esta por venir. Siempre. Lacan le dice a Derrida en una discución que una carta siempre llega a destino. Derrida sostenía lo contrario y se equivocaba, una vez más, como cuando se peleó con Foucault y éste le hizo morder la banquina. Las cartas siempre llegan a destino. Y esta es mi carta para vos. un beso grande

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Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
Estoy en la esquina de Charcas y Vidt.
En pleno corazón de Palermo Culo Roto.
Sentado a una mesa de La Pharmacie en la vereda.
Entonces una nena de no mas de cinco años irriumpe en mi conversación.
Apoya medio cuerpo sobre la mesa de la confiteria.
En la mano tiene paquetes de carilinas.
Y dice:
Comprame una.
Es una orden. Y me la esta dando una nena de cinco años con la misma dureza y templanza que tienen algunas mujeres.
Es una nena y esta vendiendo carilinas en la calle.
Y me mira.
Tiene mil años esa nena.
Y le digo:
No tengo un mango.
Y el café con leche me lo va a pagar él.
Y señalo con la mano que sostiene mi cigarrillo a la persona que me acompaña.
La nena de mil años ni se mosquea.
Me mira fijo a los ojos.
Tiene cinco años y la determinación de una mujer de cuarenta dueña de sus destino.
Pero no tiene cuarenta sino cinco y esta vendiendo pañuelos por la calle.
Y la miro.
Y entiendo esa dureza de sus ojos, que le chupe un huevo mis palabras.
Es una nena y esta vendiendo pañuelos en la calle que mierda le importan mis palabras.
Nada.
Y esta muy bien que así sea.
Y entones digo lo único que tengo que decir.
Ok, le digo.
Te voy a dar todo lo que tengo.
Y saco todo lo que tengo de mi bolsillo.
Que no alcanza ni para un café con leche y que a ella ese dinero ni ninguno va a reparar el daño que este sociedad de mierda le ha ocasionado.
Pero esta bien, ese dinero le pertenece, esas monedas que me quedan.
Y saco de mi campera lo que tengo y extiendo la mano para que tome el dinero.
Y me vuelve a sorprender la nena de mil años.
Ni se mosque y me mira a los ojos.
Tiene una mirada dura pero franca.
Y vuelvo a entender que no entendi nada.
Entonces soy yo el que hace el esfuerzo, que soy el adulto, no ella que es una nena y no le corrresponde.
Y entonces le doy todo mi dinero, me muevo en la silla y me acerco a ella y le pongo el dinero en la mano.
Y la nena de mil años ni se inmuta y me sigue sosteniendo la mirada.
Y entonces dice:
Mira que yo no soy policía.
Y le respondo:
Si yo creyera que vos sos policía no te daria todo mi dinero, porque a mi tampoco me gusta la policía.
Y me mira y no dice nada.
No me cree.
Y esta bien que no me crea porque es una nena y tiene mil años y yo no puedo hacer nada por ella salvo mentirle.

Nick Cave William T Vollmann Borges Chano Tan Bionica Libros Kalish Bart Simpson Primo Levi Kate Moss

LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
4
Yo piratie a Fogwill para la republica argentina
para los guachines que lo quisieran a quique
yo piratie a Copi
para el piberio bionico
cuando copi no se conseguia en francia
y no daniel link
yo pense arme un equipo y publique
en las revistas digitales
el interpretador
y
te voy a atornillar
textos perdidos de copi
a pura perdida
y mis compañeros a Daniel Link lo respetan
y a mi que recupere copi y se lo pedi a LInk
y se nego
me acusan de miserable
yo queme dolares para proteger a mi famialia
de ella misma
y salvo la tia marta todos me putearon
¿y cuanto cotiza el dolar blue
hoy compañeros de mi generacion?
yo queme dolares
yo queme mi bibloteca personal
para sostener esta libreria
que es mi cuerpo
y soy un vago
yo me pelie con medio mundo
pero lo logre
consegui que circulara
la carta de oscar del barco
se la robe a esos hijos de puta
que la estaban leyendo en privado
para hacerce una paja
y yo siendo un pibito laburando
en una panaderia toda la noche
super escuchar esa carta
y el tembrlor de la voz de Nicolas casullo
porque fue casulllo en la puerta de su casa
el que me hizo saber
que esa carta existia
de oscar
y me arroje sobre ella
para que algun dia
la puedan leeer
los guachines que esperan bondis que no llegan
yo vi los ojos de esa nena de mil años
los vi ya millones de veces
y los voy a seguir viendo
pero mi generacion
los que hoy tienen
entre 35 y 45
estan esperando en una mesa
de algun var
que esa nena que yo vi ayer
les ofresca una carilinas
y dios santo
eso ya lo vi
y voy a dar mi vida porque eso no suceda
y va a suceder igual
cuando esa nena de mil años
les ofresca a MI GENERACION
unas calininas
dios santo
eso
it
son horribles
son pura pedofilia
son bestiales
son
so
s
que dios te ampare
si existe
nena de mil aaños
de la banalidad del mal
de mi generacion
lamentablemente dios no existe
pero te voy a mentir
por amor
nena de mil años
dios existe y te va a cuidar
de la banalidad del mal
de mi generacion

Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS
camino en medio del desierto
en una mano llevo cuatro cervezas caseras
y en la otra un pan con aceitunas y queso
vengo de buscar el dinero de la venta de un libro
y voy para mi casa
que es un desastre
como mi vida
pero un poco mas
y veo a un ex caminando
en medio del desierto
y le grito
¡puto puto puto!
y no me escucha
y le grito mas fuerte
puto puto puto
y la gente me empieza a mirar
pero mi ex no me escucha
y entonces me pongo detras de el
y le grito al odio
¡puto puto puto!
y se da vuelta para enbocarme
y me ve
y me reconoce
y nos abrazamos
y charlamos
ese pibe es madera noble
la mejor madera de Misiones
ordenando palabras en un deposito
una rata de papel de pura raza como yo
trabajamos juntos dos años
me cuenta que el sueño
de su familia esta en marcha
que pronto la madera volvera al origen
y abro mi bolsa
donde llevo las cuatro cervezas caseras
la mejor cerveza casera
de Jose Leon suares
que hace doctor neurus
a pocas cuadras
de donde rodolfo walsh
fue a buscar
el facundo de sarmiento
y le digo agarra una
elegi la que quieras
no me dice
te estoy regalando
la mejor cerveza del conurbano bonaerense
porque para que brindes sta noche por vos
porque la madera por fin vuelve al origen
porque estamos donde queremos estar
nosotros elegimos esto
lo bueno y lo malo
y elige una
y el muy puto
me elije una de las mas ricas
y nos abrazamos
y ese abrazo
es una bandera hermosa
mi cruz del sur
mi flor mas amada
y nos decesamos suerte
en medio
del desierto
y las palabras
y nos perdemos en la noche
en busca de nuestro destino

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Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II
Fito: Siempre pensé que era necesario que te volvieran a matar a alguien que quisieras para que vuelvas a componer algo vivo. Como en la película «Las Horas» donde Virginia Woolf interpretada por Nicole Kidman, en medio de un momento de bloqueo descubre cual epifanía que para poder seguir, alguien en su novela debía morir. Es así como decide matar al protagonista para continuar escribiendo. Allí encontré una buena metáfora de que para no hundirse hay que poder perder, cosa que creo hace muchos años olvidaste porque la vida se arreglo los dientes para poder sonreírte de nuevo, olvidando las bocas podridas de donde salían las palabras de otros días. Después escuche la canción «Sacrificio» y me emocione, pensando que había una chispa… pero no paso mucho para enterarme que era una canción vieja que nunca habías sacado y pensé… los lentes oscuros que forman parte de tu nuevo semblante no son el modo de ocultar la vergüenza por cual antítesis de Schöenberg pudiste dejar la vida por la bolsa. Es el espejado de los lentes que oculta la vergüenza de saber que alguna vez optaste por estar en un café solo por casualidad viendo sin estar detrás de nada que esconda tus decisiones.
Hoy escuche «Hermanos»… obviamente la version en portugues es mucho mas bella que en castellano, pero igual asi creo en mi la esperanza de que nadie tenga que matar a tu hija, solo debias enconcontrar alguien que vuelva a tener la boca sucia, las manos ensangrentadas y la mirada limpia. No se como sera el resto del disco. quiza es una mierda…. pero hoy, por este tema, vuelvo a brindar por vos. Salud!!!

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SHAMELES. Buen provecho
Anticipándome unas horas a mi cumpleaños, y como regalo en mi 37 aniversario, les dejo lo que estuve escribiendo. Llego finalmente. Para ustedes, lo que algunosconocen como «La historia de Doña Elisa». Espero les guste y sino, esta bien igual. Yo me divertí haciéndolo. Salud!
Buen provecho
Como sé lo que sé, no puedo decirlo, ya que no recuerdo cómo llegue a saberlo. Lo que sí puedo decir es lo que sé. Tampoco recuerdo cuando apareció por primera vez, pero estoy seguro que no estuvo ahí desde siempre. De eso no tengo dudas porque la primera vez que lo vi estaba en una oscura y húmeda habitación, sobre una gran cama cubierta con un roído acolchado rojo. Esos eran los dos elementos que resaltaban en ese cuarto gris y mohoso, el acolchado rojo y el espejo con forma de escudo heráldico que colgaba sobre la cabecera de la cama. Lo que me llamo la atención de aquel espejo no fue su forma, sino que al refractar la escasa luz que allí habitaba, se convertía en el elemento que más sobresaltaba entre tanta opacidad. Ese espejo aún existe, en este mismo momento, mientras les cuento esto, está colgado sobre una puerta tapiada que da a aquel cuarto. En algún momento, ese cuarto formo parte de la casa, pero ya no. Lo único que queda es el espejo como recuerdo que ahí, tras él, se esconde una habitación que fue exiliada del resto. A simple vista se pueden ver las huellas del marco y su capitel asomando sus bordes de la pared, y en su centro aquel ojo como ventana a un mundo ocluido que los actuales dueños de la casa se han esforzado por intentar olvidar. Ni la cama ni el acolchado existen más, el fuego y luego un antiguo pozo ciego se encargaron de fagocitarlos, como tampoco existe más la mujer que vivió allí. Elisa se llamaba, o eso siempre creímos hasta poco después de su muerte. Doña Elisa le llenábamos nosotros, “la doña de los gatos” le decían los demás vecinos del barrio.
I
Cuando mis abuelos llegaron a aquella parte de Punta Mogotes por primera vez, promediando el final de la década del sesenta, el barrio del Faro era un mero puñado de casas de veraneo desparramadas en el mapa. Mar del Plata ya se había convertido en la ciudad balnearia por excelencia de la clase media trabajadora, y aquel verano no era la excepción en cuanto a la cantidad de turistas que habían llegado de diferentes partes del país. El iodo y salitre de mar cotizaban por metro cuadrado, acompañándose con facturas arenosas y mates fríos bajo el tinglado de miles de sombrillas multicolores. Un cachito de paraíso a fuerza de pelotas de futbol de goma, paletas de madera, pirulines y barquillos, en el medio de un infierno bosconeano de abdómenes prominentes, epitelios sudorosos y choclos embadurnados en mayonesa. Mis abuelos: Elsa, una polaca orgullosamente nacionalizada argentina, y Herbert, un berlinés orgullosamente alemán que jamás renuncio a su origen, llegaron ese verano como muchos otros sin tener previsto donde alojarse. Iban con sus hijos: Marta y Jorge. También los acompañaba Juan Carlos, el novio de Marta, quienes años después se casarían y se transformarían en mis padres. Ese mismo año, mi tío Jorge también conocería a una chica marplatense, María Emilia, su futura mujer y madre de mis tres primos.
Según tengo entendido, el incauto grupo de veraneantes fue recibiendo rechazo tras rechazo en distintos hoteles y casas de alquiler por estar todo ya ocupado. Con cada nueva negativa se alejaban más del centro de la ciudad, siendo expulsados hacia sus márgenes, atraídos cual fuerza centrífuga invisible que a última hora los deposito en una playa solitaria al sur de la ciudad. Contaban con una carpa que intentaron armar, pero una lluvia de esas breves pero violentas y la nula experiencia en tareas campistas, frustro rápidamente el intento. La leyenda familiar dice que apenas comenzó la lluvia, la playa se llenó de ranas. La imagen de una playa cubierta por estos anfibios tiñe la escena con una especie de presagio bíblico tan colorido a los términos de una narración que me veo obligado al menos a dudarlo. El bosque Peralta Ramos se encuentra no muy lejos de la costa, si las ranas salieron de algún lugar es muy probable que haya sido de allí, y desorientadas intentaran colonizar los médanos y las aguas de un mar embravecido por el clima. De uno u otro modo, los protagonistas cuentan que la lluvia y la plaga terminaron de echar por tierra el intento de pasar la noche en una carpa. Puedo imaginarme perfectamente el ataque de histeria de mi madre al verse entre arena, agua y ranas, quizá fue más esto lo que terminara convenciendo a los demás de probar suerte entre el caserío del barrio. Golpearon varias puertas y en las pocas que alguien los atendió recibieron la misma negativa, hasta que alguien se apiado se esas almas mojadas y les dio el dato de una mujer que posiblemente estuviera dispuesta a alojarlos por algo de dinero. Allí fueron y así es como llegaron al umbral de la casa de Doña Elisa. Era un pequeño chalet, bastante humilde pero confortable, enquistado en el centro de una manzana a unos doscientos metros de la playa y a unos trescientos del majestuoso Faro de Punta Mogotes. Faro que hoy le da su nombre al barrio, pero antes de su existencia se conocía como “Lobería Grande”, por la cantidad de lobos marinos de la región. Había sido construido en Francia, totalmente en hierro, y traslado hasta su morada final, en un pequeño promontorio en forma de punta que se adentra en el mar, donde fue ensamblado en el año 1891. No sé en qué momento lo pintaron a franjas rojas y blancas, pero así fue como aquel anochecer, desesperados por cobijo, lo vieron por primera vez mis abuelos y mis padres. Así fue como lo conocí yo, así es como sigue estando. Quizá, aquella noche, tras el cansancio del día, hayan quedado obnubilados, como luego me pasaría a mi tantas veces, por aquel haz de luz que iluminaba por unos segundos la oscuridad de esos parajes. Ese haz blanco giraba en medio de la negrura, cortándola, y cuando llegaba a uno, por unos segundos, eras bendecido por el día en mitad de la noche. Seguramente en mi infancia esos segundos me daban el alivio necesario para afrontar los fantasmas nocturnos de mis pensamientos hasta el próximo baño de luminosidad. No lo sé, lo que si recuerdo es que poder ver girar aquella luz era un modo de ratificar que el mundo seguía en su lugar.
Doña Elisa estaría promediando los 50 años, y si bien era una mujer muy descuidada en su aspecto, se notaba que había sido bella. No era fácil vivir solo y menos en el barrio del Faro. Los inviernos eran duros y solitarios, sobretodo solitarios, y podían pasar semanas sin ver una cara diferente a la propia. Había un almacén, una carnicería, un kiosco, una verdulería y un puesto de diario, únicos comercios que permanecían abiertos todo el año, todos manejados por la misma familia de tanos brutos y careros. Pero cuando hay tan pocos seres humanos cerca, hasta los más desagradables se adoptan como familia. También estaba la pequeña base naval donde estaba emplazado el Faro. Los marineros y militares que trabajaban ahí eran la mayor fuente de ingreso de los residentes de la zona, incluyendo a Elisa, quien habitualmente les alquilaba cuartos a los muchachos de la base. El Faro era un lugar inhóspito para vivir fuera de la temporada de verano, y el hecho que muchas de las casas que habían fueran solo usadas en temporada, le daba aún más aspecto de paisaje pos apocalíptico de película zombi. Claro que esto lo tornaba un lugar estratégico para algunas necesidades, sobre todo para aquellos que quisieran pasar inadvertidos, lejos de miradas ajenas, pero lo suficientemente cerca de las comodidades que podía ofrecer una ciudad relativamente grande. En mi adolescencia conocería a varios hijos de desaparecidos que vivían en Punta Mogotes y que habían sido criados allí por sus padres expropiadores, o personas con diferentes problemas con la justicia, etc. Como será que a pesar del paso del tiempo y los muchos cambios, algo de esto se sigue manteniendo. Hoy abundan geriátricos y neuropsiquiátricos en los alrededores, donde las familias pueden depositar a sus desechos lo suficientemente lejos de casa como para que no llegue el mal olor a sus ventanas. Pero este no era el caso de Doña Elisa, quien hacía ya muchos años se había auto exiliado en esa casita sin aparente causa.
No sé porque Doña Elisa accedió a alquilarles un cuarto a mis abuelos, aunque sospecho que fue porque se enamoró de Herbert apenas lo vio. Era un hombre alto, corpulento, de manos grandes y trabajadoras, se había desarrollado como carpintero toda su vida y era muy bueno como techista. De pocas palabras, no muy expresivo, hasta algo tosco, pero de un corazón tan grande que sería la causa de su muerte. Unos 15 años después de este verano, Herbert moría de un paro cardiaco producto de una miocardiopatía dilatada, es decir lo que se conoce como un corazón agrandado. Lo primero que haría Elisa apenas se enterase sería ir a atacar a Elsa y acusarla de haberlo asesinado y dejarla a ella sin la posibilidad de aquel excepcional hombre. Elisa también era de pocas palabras, pero de una templanza y carácter tan duro como los inviernos que la habían forjado.
II
Al verano siguiente volvieron a la casita del Faro, y al otro, y al otro. No pasaron muchos más veranos antes de que mis abuelos le ofrecieran comprarle la propiedad a Elisa, y que ella aceptara. ¿Necesitaba el dinero más que la casa? ¿O fue un modo de asegurarse que mi abuelo siguiera yendo todos los veranos? Quién sabe. Como terminaron dándose los hechos alrededor de la transacción tuvo hasta un tiente cómico. Elisa respondió la propuesta a último minuto del último día de veraneo y no lo hizo de forma directa. Fiel a su actitud siempre colmada de misterios, al despedir a Herbert le introdujo un papelito doblado en el bolsillo delantero de su camisa escocesa y le dijo al oído: “ábralo solamente cuando llegue a Buenos Aires”. Mi abuelo se olvidó de aquel papelito después de 9 horas de un incansable viaje de retorno, y fue recién semanas después que Elsa lo encontró al momento de querer lavarle la camisa. “Estimado Herb: acepto. Elisa”, eso era todo lo que figuraba escrito. Poco y mucho a la vez, depende quien lo leyera. Nunca nadie me conto que suscito en mi abuela leer aquello, así que lo dejare a la imaginación de cada quien. Una llamada telefónica de larga distancia pondría fin a las posibles variadas lecturas: aceptaba venderles la casa. Se ultimaron los detalles para el viaje de Elisa a Buenos Aires, y en algún día de un mes de mayo mis abuelos la fueron a recoger a la estación de trenes de Constitución. Apenas subió al auto les anuncio: “Tengo que decirles algo”, pero a pesar de la insistencia de mis abuelos no lo hizo. Solo repitió durante todo el viaje desde Constitución a José León Suarez: “Tengo que decirles algo”. Lo haría solamente una vez establecida en la casa de Herbert y Elsa, “yo les vendo la casa, pero la casa no es mía”. En ese momento se debe haber formado un revuelo importante, pero Elisa apaciguo todo con un seco: “yo me ocupo”. Resulto que la casa estaba a nombre de una de sus hermanas, lo cual no solo devolvió un poco más de confianza a los compradores sobre aquel negocio sino también la humanizo un poco a esa mujer. Tenía familia. Realizo una corta llamada telefónica y esa misma noche aparco un auto en la puerta de la casa familiar. Dos hombres bajaron de él, uno alto, canoso, serio, que traía una carpeta con los papeles de la propiedad, y el otro retacón, con unos bigotes muy finitos que fumaba sin parar. Ambos saludaron extendiendo sus manos sin decir nada. Mis abuelos ya tenían muchos resquemores de lo que estaban haciendo, pero el monto que les había pedido Elisa era tan irrisorio que siguieron adelante. Elisa comando todo el trámite, solo luego de que estuviera todo firmado el hombre más bajito entre pitada y pitada la miro y le dijo: “¿Mi Señora, donde va a ir a vivir usted?”. Elisa solo le clavo su mirada y el hombre balbuceo un casi inaudible “disculpe”. La cuestión es que antes de que terminara el día, habían llegado a un nuevo acuerdo: Elisa seguiría viviendo allí como casera. Durante el año, se aseguraban que la propiedad no quedara sola, que alguien la mantuviera y cuidara, que los posibles malhechores vieran que no era una casa más que poder desvalijar en la época invernal. Fue así como terminó tapiada la puerta de uno de los cuartos y se construyó un pasillo al costado, abriendo un nuevo e independiente acceso a esa habitación. Se le agrego un pequeño baño, es decir un inodoro y una ducha en uno de los recodos del pasillo, y listo… una nueva casa para Elisa. Y así una familia de clase media del conurbano bonaerense obtenía parte del sueño peronista con su propia casa en la costa atlántica.
III
Millones de pinchazos. Todos a la vez. Más y más arriba, subiendo por mi pierna derecha. Dolor, mucho dolor. Una metástasis de hormigas enfurecidas se propagaba desde mi pie, el cual estúpidamente había pisado un hormiguero. No entendí enseguida que pasaba, al principio solo sentí un cosquilleo que luego fue mutando en dolor, pinzas diminutas que se clavaban en mi carne y avanzaban conquistando terreno. Esa mañana, como tantas otras, luego de desayunar había ido a jugar al patio, y me cruce a Doña Elisa. No era extraño, ya que ella todas las mañanas salía de su casa y volvía al mediodía. En el cruce, me muestra un caparazón de caracol terrestre con un color blancuzco y una consistencia diferente a lo habitual, y me dice que lo encontró en el terreno baldío del fondo, donde hay muchos más. Luego sigue su camino. Salí corriendo tras esas conchas globulosas helicoidales como si fueran pepitas de oro, adentrándome entre los pastizales de esas tierras arrasadas por el descuido. Cada tanto, alguien arremetía contra el avance desmedido de la naturaleza generando distintos focos de incendios. El fuego se deshacía de toda maleza y de los diferentes bichos que ahí moraban, dejando un paisaje desolador y ennegrecido. Las llamas eran las causantes de ese fenómeno de caparazones blancos y endurecidos, cociendo su carbonato de calcio y proteínas, deshaciéndose del molusco, en un proceso alquímico que arrojaba como saldo esas cadavéricas preciosidades que de golpe me eran tan indispensables. Ni idea tenía en aquel tiempo que la forma de espiral que presentan responden a la secuencia de Fibonacci, secuencia de números matemática infinita que está presente en todas la arquitectura del Universo. Esta milagrosa maldición es conocida entre los físicos y matemáticos como el espiral dorado, y el cociente que arrojan los números consecutivos de la secuencia de Fibonacci difiere en una mil milésima del número de oro, número que en el medioevo se desarrolló como la proporción justa que determinaba la belleza ideal de las cosas. El David de Miguel Ángel está construido con la proporción de este número, por ejemplo. Quizá algo de esa belleza oculta y maldita propiciara la ambición desenfrenada por obtener mis propias reliquias macabras, y en ese afán es que mi pie se topó con el hormiguero. Mientras era mordido vivo por millones de insectos enfurecidos, mi abuela me encontró y arranco de la terrible trampa. Sus manos, su piel, quedarían en mi memoria táctil por el resto de mi vida, como así también el dolor producido por estos formícidos. Una marca por siempre, donde el placer fuera precedido por cierto doloroso sutil hormigueo recorriendo alguna porción del cuerpo. Mientras aun me encontraba en el más encarnizado ataque y mi abuela me levantaba en andas, con el rabillo del ojo, me pareció ver tras la pequeña ventana desvencijada de su casa, el rostro de Doña Elisa sumido en el más extasiante goce de satisfacción.
Entre que mi familia compro la casa del Faro, y la escena que acabo de relatarles, pasaron muchas cosas. Entre ellas, los nacimientos de mis primos y mío, mi hermano vendría unos años después. También, en el entre estas dos circunstancias, Elisa fue convirtiéndose en la Doña Elisa que quedaría en nuestro imaginario. Regordeta, baja, de no más de 1,65, ermitaña, sucia… y sobretodo, dueña de un ejército de gatos. No se la veía mucho, como dije antes solo dos veces al día, a la mañana cuando salía, y al mediodía cuando regresaba. Y siempre, tras ella, una manada de gatos la acompañaba. Vivian juntos en su pequeña casa, encimados, apiñados, brindándose calor en los largos inviernos, y mucho olor en los veranos. El pestilente pis de gato pasaría a ser su perfume característico, avisándole a los incautos que se acercaba, cubriéndole la espalda al retirarse. La recuerdo con turbante, anteojos de sol con patillas de carey y lentes grandes, varias polleras largas por debajo de las rodillas, una encima de la otra. Unos cuantos sacos de lana, y medias, también de lana, con zapatos de hombre de esos que usan los obreros en las construcciones. Se apoyaba en un bastón de madera, y se pintaba exageradamente con rubor los cachetes y los labios de un estridente rojo carmín. Un gato en particular era objeto de su atención y cuidado. Azrael era más grande que el resto, y obviamente en aquel complejo andamiaje de jerarquías felinas era el que mandaba. La mayoría iba tras él, o esperaba una seña de este para poder ir o venir. También era el que más lejos llegaba junto a Doña Elisa en sus incursiones matutinas, y luego, cuando ya no podía ir mas allá con ella, volvía y se sentaba a esperarla en el umbral de su casa. Por las noches, Azrael, era el que siempre te salía al paso produciéndote un susto de muerte. A veces, se encorvaba todo, echaba las orejas para atrás, te clavaba la mirada erizando todo su pelaje blanco y sacando las garras producía un aullido macabro que podía acelerar cualquier latido. Otras, solo permanecía inmóvil, mirándote fijo… solo mirando. Azrael sería el último de los gatos de Elisa que moriría luego que ella no estuviera más. A partir del deceso de su jefa, todos los veranos nos recibía el tufo fétido del olor a mierda y pis de sus gatos, y siempre, como sobrándonos, Azrael sentado en el techo con su actitud victoriosa, recordándonos quien mandaba allí. La última vez que lo vi, fue al arribar después de todo un año de ausencia. Lo encontramos como todos los años, esperándonos. Pero esta vez no estaba en el techo. Parecía estar durmiendo, hecho un bollo, al pie de la puerta de entrada. Hasta parecía un gato manso que descansaba apaciblemente al sol. Pero al acercarnos nos dimos cuenta que algo no estaba bien… Jamás Azrael había permitido que ninguno de nosotros lo tuviéramos tan a mano. No estaba vivo, pero aun nos estaba esperando. En su último acto nos mostraba que aun esperaba. Que eternamente, como solo lo permite la muerte, podía esperar. Cuando lo levantamos con una pala, descubrimos que había muerto hacia un tiempo, y el sol, la salitre y la arena que volaba desde la playa se habían confabulado para hacer un perfecto trabajo de momificación. Lo que había quedado era la carcasa de lo que había sido, y debajo…, nada. Pero su espíritu de lucha lo había mantenido fiel a su ama más allá de los límites de la vida.
IV
Las discrepancias y malestares fueron en aumento. A partir de algún momento Elisa dejo de hablarles a las mujeres de la familia y solo se dirigía a mi abuelo, mi padre o mi tío, a excepción de su saludo en los mediodías, cuando al llegar de su paseo diario encontraba a todos dispuestos a almorzar. Una larga mesa se armaba en el patio, con caballetes y un tablón de madera, los banquetes podían variar entre asado, pastas, sandwichitos de miga, o picada con las sobras del día anterior. Todo siempre dispuesto sobre un mantel de linóleo blanco y florcitas rojas, con vasos de plástico y platos de distintos juegos, bajo un toldo excepcionalmente confeccionado con cientos de sachets de leche abiertos y cocidos uno al otro. La artífice de semejante ingeniería había sido mi abuela. Siempre me maravillo lo ingenioso de haber convertido aquellos recipientes descartables en algo tan distinto. Uno de los recuerdos más vivos que guardo de mi infancia, es el sonido plasticoso que producían aquellos sachets al golpear contra los cordeles que oficiaban de tensores, cuando después de intentar liberarse con la ayuda de los vientos de la costa, se daban por vencidos y caían resignados a su suerte: continuar allí, sin su identidad originaria, esclavos de un trabajo que no les pertenecía. Entre las costuras, sol y agua se filtraban. Tras el plástico, las marcas de su pasado atestiguaban sus nombres: Sancor, La Serenísima, Gándara, Ciudad del Lago, La Vascongada. Nombres que el sol fue destiñendo, que las lluvias fueron borrando, nombres que no importaban porque allí ya no significaban nada. Nombres aunados bajo un mismo destino, bajo la misma condena. El encantamiento de ese sonido solo era roto por la voz grave de Doña Elisa diciendo a su paso “Buen provecho”, para luego desaparecer tras la puerta de madera verde de su guarida. Y el “buen provecho” quedaba flotando en el aire junto con el olor a pis de gato, durante un buen rato, resistiéndose a abandonarnos, haciéndonos compañía.
Más de grande me contarían que Doña Elisa había comenzado a incurrir en abusos sobre la confianza que mi familia había depositado en ella. Se comentaba que durante el año había seguido alquilando las habitaciones de la casa, sobre todo a los muchachos de la base naval, quienes en sus salidas necesitaban un lugar donde satisfacer ciertas necesidades con señoritas que los ayudaran en esos menesteres. Al principio solo eran rumores, pero luego fueron apareciendo pequeños detalles que daban cuenta de esos otros usos a los que la casa era sometida. También el descuido y la suciedad que progresivamente fue en aumento en la propia Elisa, se fue trasladando a los habitáculos a los que tenía acceso. Creo que finalmente tomaron la decisión de quitarle las llaves de la casa después de que una vuelta encontraran un reguero de botellas de alcohol, colillas de cigarrillos y las paredes de los dormitorios meadas cual baño público de estación ferroviaria. Tengo la impresión de haber escuchado a mi madre contar alguna vez que también habían comenzado a aparecer diferentes elementos extraños que correspondían a “brujerías” (estoy casi seguro que esa fue la palabra que utilizo) en perjuicio de ella y su madre. Quizá de ahí provenga parte de la idea de que Doña Elisa era una bruja que en su casita del fondo preparaba brebajes y hechizos contra todo aquel que no le cayera en gracia. Pero a pesar de des-investirla de sus funciones, la dejaron que siga viviendo en su pequeña casa, ya sin acceso al resto de la propiedad. A partir de ese día, fuimos vecinos que compartimos el patio y la entrada del terreno hacia la calle. Calle, que como simple detalle de color, si la buscan en el mapa, la encontraran como Calle 0. Sin otra indicación que un número, el cero, representado por un trazo que se cierra sobre sí mismo, que deja un hueco en el centro… como la angustia en el pecho.
Muy gradualmente, Elisa fue entrando en un mundo delirante de historias enmarañadas y poco comprensibles. En su mente se convertía en la protagonista de escenas en importantes locaciones, grandes hoteles y restaurantes de Buenos Aires, entre artistas y empresarios, gremialistas y políticos, generales y delincuentes… todo un abanico de lumpenes y vampiros porteños. Al que más le confesaba sus fabulas, por supuesto, era a mi abuelo. Así, nos enteramos que se había dedicado a la actuación sin grandes éxitos, pero que igualmente había conocido la fama. Paris, Berlín, Nueva York… en todos lados había estado, en todas las metrópolis a sus pies se habían doblegado las más grandes tenacidades. Mi abuelo la escuchaba como escuchaba a las mujeres… a la distancia… fumando su pipa… sin creerle demasiado. Loca o no, bruja o no, no era más que solamente una mujer. Una vieja al abrigo de sus gatos, en la compañía de sus recuerdos, con una pistola como única amante que la defienda en las noches llena de culpas y fantasmas. Perdida en aquel punto del mapa, tenía todo el año para tejer historias, adornarlas, desarmarlas, ensayarlas… no por mentirosa, sino más que nada, por la imperiosa necesidad humana de hablar y ser escuchada. Sus conexiones con personas importantes de la política nacional e internacional iban en aumento… desde admirar, hasta haberse codeado alguna vez, y después llegar a ser íntimos con el mismísimo Perón, la llevo su delirio. La última versión diría que realmente su única representación exitosa fue hacer de la mismísima Eva Perón. Según confeso alguna vez, el parecido entre ellas era tan grande que había terminado haciendo de doble de la primera dama en un sinfín de ocasiones. Cuando Elsa y Marta estaban de humor y escuchaban estas cosas, reían socarronamente, pero cuando no, meneaban la cabeza de un lado a otro y arremolinaban un bucle imaginario en sus sienes con el índice. Igualmente nada detenía el parloteo de Doña Elisa cuando contaba con la presencia de Herbert. Confabulaciones internacionales, asesinatos, nazis yendo y viniendo con oro o solo con hambre y frio, científicos delincuentes que vendían conocimientos siniestros a por kilo. Sobre todos estos acontecimientos, Elisa tenía alguna verdad que solo ella portaba y que otorgaba como ofrenda al amor ausente de mi abuelo.
A pesar del miedo debía saber. Su voz me invitaba pero su mirada me advertía lo inconveniente de lo que estaba por hacer. Esa misma curiosidad imperiosa, de descubrir algo, de conseguir un saber sobre lo que solo suponía, es la misma curiosidad que a lo largo de distintas ocasiones me llevaría a adentrarme en hondas situaciones, y en este caso la que me indujo a aceptar la invitación de Doña Elisa a entrar en su casa. A pesar del miedo, de las dudas, de la resistencia que ponía mi cuerpo inmovilizándose un paso antes de traspasar la puerta, debía saber. ¿Qué? No sé. Nunca lo supe, ni en ese momento, ni en todos los otros en los que me sometí a avanzar intentando descubrir ese algo que no sabía que era. Fue como saltar al vacío, soltarse y saltar, saltar y soltar a pesar que todo tu cuerpo te dice que no lo hagas. Es como mover un peso muerto de miles de kilos, y luego la liviandad de la caída donde ya pareciera que no cuesta nada. Caer no cuesta esfuerzo, es el alivio de la gravedad haciendo lo que siempre se quiere evitar, no cuesta pero siempre tiene un precio. Mi cuerpo automatizado que avanza… irrumpiendo en ese mundo que solo había fantaseado. Un pasillo largo, oscuro, húmedo. Daba lo mismo que sus paredes fueran de material o el hueco terroso por el que Alicia cayó persiguiendo un conejo. Todo era mentira, y a la vez, era el lugar más verosímil por el que podía estar caminando. La adrenalina hacia que mis sentidos estuvieran más vivos que nunca. Podría decir que recuerdo estanterías llenas de frascos, que dentro de ellos había seres extraños, animales malformados… recuerdo o invento, un ser inidentificable que parecía tener el cuerpo de una rata sin pelos con cara de sapo, y sé que eso no es posible, pero cierro los ojos y aun hoy es eso lo que veo. Podría decir que Elisa iba delante de mí abriendo paso entre tantos gatos, pateando latas, trapos, a la luz de una lamparita agonizante que volvía más tétricos los recodos donde se mecían las sombras. Podría decir que recuerdo su bastón golpeando los tablones de madera del piso, mientras puteaba y maldecía a la vida que hacia tan difícil avanzar en su propia casa. Podría describir tantas cosas y sensaciones que no se si viví o me las invente luego. Y al final del pasillo, su habitación, la que antes había pertenecido a la otra casa… lugar donde estaba su cama, una cama matrimonial casi tan grande como el cuarto, cubierta por el acolchado rojo y más gatos. Y sobre la cama, el espejo. En ese punto fue donde algo del encantamiento que me condujo se rompió, donde volvió sobre mi cuerpo todo el principio de gravedad. Donde apareció la imperiosa necesidad de salir corriendo y hacer de cuenta que nunca había entrado. No fue haber visto el espejo, ni mi reflejo en él, o el de Doña Elisa, o el de nada de todo lo que estaba en la habitación. Es más, lo que vi fue ningún reflejo. Pero lo que clavo en mí la necesidad acuciante de irme no fue lo que vi o no vi, sino sentir que en realidad el espejo me miraba a mí. En el no reflejo, al mirar me veía mirado, sancionado por estar viendo lo que no se podía. No sé cuánto tiempo paso, ni de qué modo salí. Pero una vez afuera, tenía el alivio de haber escapado y la intranquilidad de saberme robado. Algo se me había quitado, algo me faltaba. Algo quedo allí, no en la habitación, no en el espejo, sino en la mirada que me observaba desde donde no se reflejaba nada.
No le conté a nadie lo que había vivido, y a partir de ese momento evite lo más posible cruzarme con Doña Elisa.
V
El judeocristianismo de la herencia olvidada, pero aun así enquistada en la moral de mi familia, no permitiría demostraciones festivas ante la desgracia ajena aunque esa desgracia nos librara de una gran molestia. Sin embargo, una sensación de algarabía contenida inundo la tarde de domingo en que sonó el teléfono para avisar que habían encontrado a Doña Elisa tirada en el patio de la casa del Faro. No sabían hacia cuanto estaba allí, pero era increíble que no hubiera muerto. Los días más fríos del año estaban transcurriendo, y la sola idea de permanecer aunque sea por una sola noche a la intemperie, tirada, sin poder moverse, helaba la sangre de cualquiera. La había encontrado una vecina que desde hacía un tiempo la visitaba ocasionalmente y le dejaba alguna vianda de comida. Siempre hay almas caritativas que se regodean en los desvalidos. Después se fueron agregando esos sutiles detalles tan importantes que van armando las escenas de los crímenes fallidos: había aparecido boca abajo, con la mitad inferior del cuerpo de la puerta de su casa para dentro, y la mitad superior fuera, los brazos extendidos, y a corta distancia su pistola sin haber sido gatillada. Si su intención fue defenderse de algo, seguramente fue un algo a lo que uno no hiere con un arma de fuego. La trasladaron a un hospital municipal en ambulancia, la vecina fue con ella. Un accidente cerebro vascular es lo que dejo su cuerpo tendido y moribundo reptando por un hilo de vida sobre la fría piedra de nuestro patio, allí, en el mismo lugar, donde años después estaría Azrael momificado. En menos de una semana estaba todo arreglado, una expedición compuesta por mi padre, mi tío y mi abuela saldría para Mar del Plata. Los que nos quedamos, recibiríamos la versión de ellos sobre lo que encontraron, y como único elemento material al cual remitirnos, una bolsa de supermercado Toledo llena de papeles viejos y de fotos. Si bien habían pasado unos cuantos años desde mi incursión por la casa de Doña Elisa, podía seguir perfectamente el recorrido que hicieron en mi mente. Lo primero fue comprar mascarillas para respirar y guantes. No solo el tufo era mortal, sino la cantidad de peligros que ofrecían el ataque de objetos inanimados con sus óxidos y filos, y los animados con sus garras y dientes, hacía que salir vivos o al menos enteros de allí se convertía en toda una proeza. Los que se adentraron en la madriguera fueron los hombres. Mi abuela los esperaba afuera haciéndoles mate, alcanzándoles baldes con lavandina, tachos donde vomitar, preparándoles la cena, quemando las ropas infestas de mierda. En el terreno baldío del fondo se fue acumulando en una montaña de podredumbre y miseria, cosas de una vida, para luego convertirse en una gran fogata. Aquello duro tres días de arduo trabajo. Puedo imaginarme las lenguas llameantes enrojeciendo los alrededores en mitad de la noche, mientras se consumían las ropas, chinches, frascos, mantas, muebles, brebajes y maldiciones, todo bajo la mirada de mi abuela. Mi padre me contaría que se encontró con algo que ya había visto en la estación de tren Retiro, donde él trabajaba desde los 16 años. Poco a poco, se había instaurado una convivencia entre ratas y gatos, a tal punto que o por identificación o por apareamiento, las ratas comenzaron a ser cada vez más grandes, hasta tener el mismo tamaño que los gatos. Esas mismas ratas gigantes estaban en esa casa royendo huesos de otros animales muertos, quizá hasta porque no, royendo los huesos de algún gato desafortunado. El calor abrasante de la fogata ayudo a quebrar el piso donde se apoyaba, abriendo un gran hoyo que trago los restos aún vivos del fuego. El antiguo pozo ciego parecía de pronto una puerta humeante a los infiernos y, cuando finalmente el fuego ceso, se convirtió en la cripta mortuoria con los tesoros chamuscados de Doña Elisa.
Cuando mi abuela y mi madre querían hablar entre ellas sin que nadie supiera lo que decían, lo hacían en alemán. Esto les daba la impunidad de poder hacerlo delante de cualquiera. Era un idioma propio de las dos, donde abundaba un sinfín de neologismos inventados por mi bisabuela. Ese alemán es el idioma más materno del que puedo dar cuenta, donde las palabras más dulces se podían decir en el tono más severo y los secretos estaban al resguardo de oídos ajenos. Ese alemán nunca lo hable, pero si a lo largo de los años aprendí a escucharlo. Mientras cocinaban, hablaban, y yo mientras dibujaba, escuchaba. Me gustaba oírlas, me gustaba estar al amparo de los aromas de esa cocina, y creer que casi se olvidaban de mi presencia colmadas por el devenir de sus confesiones cifradas. En una de estas ocasiones mi abuela conto con asombro que habían encontrado en esa cueva objetos que parecían de valor. Tapados de visón, un bastón con empuñadura de marfil, algunas alhajas, vestidos y zapatos de otras épocas con finas costuras en telas de primera. Esas cosas habían corrido la misma suerte que las demás, el olor a mierda que tenían y la terquedad de Jorge las hundieron en el pozo del baldío. Pero una vez visitando a mi tío, me topé con algo de lo cual reconocí su procedencia. Era un cenicero de porcelana que tenía dibujado en su centro un escudo del Partido Justicialista en oro y cobalto. Tuve la misma tentación que seguramente tuvo mi tío, pero no me lo guarde y lo deje donde estaba.
Algunos creen que el diablo adopta distintas formas. Algunos creen en la maldad de una manera muy consistente. Mis padres siempre creyeron que el mal estaba en el peronismo y el diablo repartido entre Perón y Eva. Lo interesante es que creo que saben que es un diablo que no tiene dios que se le oponga, solo distintas encarnaciones del mismo demonio insistiendo. Por eso es normal la consternación que tuvieron al abrir la bolsa de Toledo, el único bien rescatado de la destrucción del fuego. Los niños tuvimos poco tiempo para poder revisar aquellos documentos cuando los adultos se quedaron en el comedor haciendo sobremesa. Nos recluimos en el garaje y feroces nos empachamos con las verdades de un universo perdido. Mi primo Juan Pablo era el único con conocimiento sobre próceres, y aun su procesión lo extravía de vez en cuando por esos caminos. Reconoció a Perón y sus dos Evas con la Torre Eiffel de fondo. A Doña Eva y a Elisa Duarte bajando de un helicóptero en Roma. A puchi y canela jugando a los pies de nuestra bruja mientras su mirada se perdía en la imagen de un hombre. A la intimidad que trasfiguraba las damas en una sola y única imagen para su rey. Cartas de viaje, saludos de navidades, despedidas de un retorno jamás producido, de un autoexilio solo visto por el ojo nocturno y constante de un Faro en silencio. El timbre abofeteo nuestra ensoñación, dos hombres volvían para llevarse nuestro tesoro y nunca más los vimos. Se fue la bolsa de supermercado y nuestra familia nunca mas hablo sobre ello.
VI
En algún momento Doña Elisa murió, sola, callada, en algún cuarto de algún asilo de mala muerte. En algún momento se construyeron casas alrededor de la nuestra, apresándola para siempre. Se cerró con una pared la salida del fondo, esa que conducía al baldío, al pozo ciego, y más allá, a la playa, al Faro, y luego al mar abierto. En algún momento el cáncer se comió a mi abuela. En algún momento un colectivo convirtió en acordeón al Dodge 1500 que nos retornaba todos los veranos al mismo lugar. En algún momento parecieron más lejos que nunca las guerras de bombitas de agua de los carnavales de febrero. En algún momento todo quedo más lejos. Lejos, en algún momento.
Yo no seguiría yendo muchos veranos más a la casa del Faro. Una de las últimas veces, dentro del gabinete de las garrafas, tras trapos y escobas, encontré una pintura. Una sonriente Eva lucia magnifica con sus atuendos, pero en la sonrisa estaba esa mueca que alguna vez había visto, y sentí nuevamente miles de hormigas comiendo mi cuerpo. ¿Cuál de las dos era? En el reverso se leía: “A mi señora, la única, por siempre. Ayrinhac.” A la temporada siguiente, el cuadro junto con esta historia había desaparecido. Lo único que quedaba era el espejo. Espejo que espera, no importa cuánto tiempo, que alguien se detenga a mirarse en él. Espera, porque no son los ojos del que mira los que ven, son las cuencas de un abismo que con su mirada claman por el amor a ese vacío. Impávido, allí, testigo de un recuerdo incesante que desde la imagen tienta a buscar lo que tras lo que se muestra observa, en silencio, a la espera que olvidemos lo que del recuerdo ya no queda. Esa, que no solo quizá nunca fue, sino, y sobretodo, seguramente nunca existió.
***
Juan Pablo Liefeld Esta muy bien. Eso sí, el titulo para mi es IODO Y SALITRE. Es un texto que merece que un editor le de una oportunidad y simplemente lo lea (Maximiliano Crespi, Hernán Vanoli, Maximiliano Kreft, Leonora DjamentAndrés Beláustegui, , Francisco GaramonaGabriel Waldhuter, Juan Ignacio Boido, Cez Espósito). No digo feliz cumple porque eso se lo dejo a Palito Sixto Alegre: 
Juan Pablo Liefeld Juan Diego Incardona, Juan Pablo Lafosse, Hernán Sassi e Ines de Mendonca buen probecho, sospecho por conocerlos y por tener esa absurda pasión por el peronismo que no comprendo en ustedes, pero qué pasión es comprensible, quién puede decirme hoy me voy a comer tu dolor, que este texto que postié, buen provecho de Sebastían Cariola, les va a gustar seguramente, Buen provecho y viva Perón
Juan Diego Incardona gracias juanpi, hoy estaré dando vueltas todo el día, mañana lo leo tranquilo, abrazos para vos y sebastián
Juan Pablo Liefeld Vos sos Juan Diego Incardona la persona que le dio un espacio a Elsa Kalish para que pudiera tener su propia vos y este texto es una variante mejorada y más elegante y mas jodida como jodido podia ser el viejo atorrante de borges de Elsa Kalish, en fin, ficciones del Conurbano Bonaerense como Villa Celina y Vivir afuera y Los rebentados, un beso juan y ahotra me doy cuenta la única que en vivir afuera de Fogwill sabe narrar es mariana una puta con sida que lleva cocaína en la concha envuelta en forros y que es obviamente del Conurbano Bonaerense, en vivir afuera no es ni Ricardo Piglia ni Fogwill sino la puta la narradora, solo ella

Shameless. CAROLINA
Para Carolina Liefeld que todas las mañanas se levanta a las 5 de la madrugada para ir a trabajar a una fábrica de juguetes en José León Suárez y corta rutas y es la pesadilla de la Panamericana y yo le digo que lea a Pasolini y Celine y Ellroy y no me da pelota. Y es muy importante todo tu sacrificio y trabajo, Caro, importantisimo y León Trotsky – que lleva el mismo nombre del hijo de mi amigo Gonzalo Basualdo que aun no nació y tiene todo el futuro por delante – si estuviera vivo te diría lo mismo que yo que es tan importante trabajar en una fábrica como cortar rutas como leer a Pasolini y Celine y Ellroy.
Sí, Caro, somos igual a los Gallagher, la familia de la serie norteamericana Shameless – y los Simpsons y Casados con hijos y Las correciones y Los Cubrepiletas de Cha Cha Cha y El camino del tabaco y El club de la peléa y Mis rincones oscuros y Europa Central y El hombre que se enamoro de la luna y País de sombras y eso, IT y El hombre en el castillo y El señor de los anillos y Tabaquería y El lamento de Portnoy y La muerte de Bunny Munro y En pos del milenio y Correrías de un infiel y En la Frontera y Operación Masacre y Facundo y las obras completas de Freud, Nietzsche, Marx y Los Pimpinela y esos  son nuestros cuatro Beatles: Freud Nietzsche Marx y los Pimpinela y Animales hasta en la sopa y El diablo a todas horas y Boquitas pintadas y Los adioses y el cuento Iniciación de Fontanarrosa y La balada del boludo y El niño proletario y ¡Absalón, Absalón! y la carta de Oscar del Barco y Radiaciones I y II de Jünger y El narrador de Benjamin y La larga risa de todos estos años y La familia Máshber de Der Níster – gente muy particular y con algunos problemitas, pero así y todo, acá estamos sin dejar de golpear puertas que no se abren y esperando bondis que no llegan y seguimos caminando, como dice Chano, porque lo mejor esta por venir.
Siempre.

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Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Antonio Gramsci, Axel Kicillof, Bart Simpson, Beto Casella, Carlos Tévez, Comte de Lautréamont, David Viñas, Diego Armando Maradona, Elsa Kalish, Elsa Morante, Emmy Rossum, Ernst Jünger, Eva Perón, Evita, Fernando Peña, Fito Páez, Fogwill, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Georg Simmel, Georges Bataille, Guillermo Francella, Gustavo Cerati, Horacio González, Jacques Derrida, Jacques Lacan, James Ellroy, John Belushi, John Berger, John Cassavetes, John Lennon, Jorge Luis Borges, Joseph Goebbels, Juan Diego Incardona, Juan Domingo Perón, Juan Gelman, Lewis Mumford, María Martha Serra Lima, Michel Foucault, Michel Houellebecq, Nicolás Casullo, Pablo Trapero, Paul McCartney, Pier Paolo Pasolini, Ricardo Piglia, Roberto Fontanarrosa, Santiago Chano Moreno Charpentier, Sábados de súper acción, Sebastián Cariola, Stephen King, Tan Biónica, The Beatles, The Simpson, Tomás Abraham | Deja un comentario

Sábados de súper acción – Cuarta temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Sábados de súper acción – Cuarta temporada
SHAMELESS. En remolinos/ SHAMELESS. La escoba de Lennon/ SHAMELESS. Chano/ SHAMELESS. BALVANERA CONFIDENTIAL. Ralph Steadman/ SHAMELESS. IT, del Chavo del Ocho a Stpephen King/ SHAMELESS. Gracias por venir
Bonus Track: Soda Stereo/ Tan Biónica

 

SHAMELESS. En remolinos.
«a la técnica no le gustan las palabras, ojo, te puede suspender.» Franco Gargiulo
Esteban Masot:
Mirando recién algunas de las fotos que quedaron fuera del relato de La escoba de Lennon vi algo que nunca había visto: mientras estas tocando el teclado Charly García te esta tocando la cabeza con esas manos maravillosas, con esos dedos largos y monstruosos llenos de magia, de belleza como bello era el amarillo del primer disco de Cerati y la oscuridadde Jorge Luis Borges que no era negra sino amarilla como también son amarillos algunos granitos de polen que extraen las abejas de las flores.
Sófocles contó uno de los relatos mas poderosos que pudo crear la humanidad y a uno de los personajes de ese relato le arranco los ojos para que pudiera ver por fin esa oscuridad que no era pura oscuridad sino amarilla como algunos pétalos de flor.
Y los otros días en un cruce de mails Hernan Sassi me escribió:viste que hay soles negros.
Sí.
También existen soles negros.
Que son los que logran dar la belleza mas extrema y trágica.
Y el que renuncia a ver esos soles se queda ciego.
Ciego de negrura sin resto, sin luz.
Existen soles negros.
Claro que sí, Hérnan, existen y son maravillosos.
Son los únicos que logran rozar el misterio del universo.
…resplandor/ ahí va/ otra flor/ παράδεισος/ zona oscura/ perfección/ florecer mirandote a los ojos…
Canta Cerati en remolinos.
… quién sabrá el valor de tus deseos/ quién sabra…
… florecer los dos…
… florecer…

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SHAMELESS. La escoba de Lennon
La primera vez que vi a Soda Stereo fue en el Super Domo de Mar del Plata.
Ocho. Tenía ocho años.
Me pase toda la adolescencia esperando que se fueran todos de casa y quedarme solo para agarrar la escoba de mamá y hacer que eso era una guitarra y yo Cerati y el grabador JVC de papá sonando al taco. Bueno, sonando. Hacíamos lo que podíamos la escoba, el JVC y yo.
Y a veces, no siempre, este power trío que eramos sonaba de puta madre.
No siempre, pero a veces eramos una banda del carajo.
***
saqué 3000 fotos
en 4 horas
y quedaron
estas
anda a saber
quizá alguna
una
quizá
tal vez
quién sabe
sea una buena foto
anda a saber
si no probas
en todo caso
que hablen las fotos por sí solas
y si no valen nada
que las devore el olvido
que se mueran
como se muere
todo
y también
y mucho antes
lo que no vale
la pena

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SHAMELESS. Chano 
Algunas de las letras de este pibe me gustan. Tienen una oscuridad y una inteligencia que el envoltorio pabote con el que se presenta a primera vista te engaña. Pero lo estuve escuchando todo el fin de semana y tiene cierto ángel Chano que te engaña como se presenta pero a mí no me engaña. Es bueno este pibe. Casi 40 años escuchando música me han dado la escucha que se necesita para ver cuando un chico escribe o canta y tiene algo. No es una gran vos y en vivo desafina y patina pero tiene algo. Y es bueno eso que Chano tiene. Seguí. No te detengas. La gilada no para nunca. Los que tenemos algo que decir tampoco.

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SHAMELESS. BALVANERA CONFIDENTIAL. Ralph Steadman
Rodrigo Ruiz Ciancia:
La noche anterior a que fueras a sacar las fotos del recital de Fito Páez que cené en tu casa y yo te hinche las pelotas para que me consiguieras unas fotos y unos libros firmados de la novela de Fito para los clientes de Libros Kalish y vos me dijiste que me dejara de romper las pelotas, que vos cuando trabajas trabajas no molestas a la gente y dijiste algo al pasar que era todo lo que necesitaba escuchar para usar tu cámara: yo cuando trabajo me afantasmo, me vuelvo invisible para sacar la foto. A Pablo Klap cuando lo vi trabajar con una camara de fotos o filmando lo ví hacer lo mismo. Un fantasma captando imagenes,
actos, palabras con el ojo de una cámara. Lo ves al empezar a trabajar y a la media hora se hizo humo, está pero no lo vez.
Y Klappenbach cuando vivía en Parque Patricios también me dijo una tarde al pasar algo que era todo lo que tenía que escuchar, que cuando una persona agarra una cámara y no es un profesional es al pedo que busque la precisión tecnica de un fotografo profesional y para lograr algo interesante tiene que buscar un punto de vista particular, personal y por ese lado puede lograr algo interesante quizá. Un fantasma recorre Europa.
Y eso que dijiste y que me reenvió al laburo de Klappenbach es lo que el sábado pasadome llevó a un cumpleaños de un editor y ensayista argentino a sacar fotos toda la noche. Desde que llegué hasta que me fuí borracho como una cuba.
Pero me volví el ojo de fantasma toda la noche.
Salvo raptos fugaces de Pan Triste y de Borracho Rabioso perseguí toda la noche al ojo del fantasma.
a ver Rodrigo si esta edición te convence.
Hace un rato fuí a comprar algo para comer al chino y saqué 34 fotos. seleccioné 13. Y finalmente quedaron 7
Más un bonus track.

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Juan Pablo Liefeld Hermoso, hermoso, hermoso, increiblemente bello esta en este video Gustavo. Bellisimo, bellisimo, increiblemente bello. Y podría decir de él lo mismo que escribí ayer de Sandro y su fraseo: tan masculino y tan maricón. Y tan lindo. Tan lindo, masculino y maricón como Ziggy Stardust. Y que no se diga más.
SHAMELESS. IT, del Chavo del Ocho a Stpephen King
estoy trabajando frente a la compu y a mis espaldas escucho hablar al chavo del ocho, quico, don ramon, el señor barriga, la bruja del 78, doña florinda y los escucho y me hacen reir, me parecen geniales esos juegos y carambolas de palabras y equivocos y pienso es bueno el chavo del ocho es tan bueno como la serie shameless que estoy viendo en TNT series y pienso esto y aparece esta foto y este texto y lo primoro que veo es lo que no esta es mi cumpleaños y donde esta Leo «birra» orellano y pienso y veo y el chavo del ocho hablando a mis espaldas y a vos te gustaba el chavo y esos juegos de palabras del vecindario del chavo y en la foto seba a tus espaldas Doña Lisa y si la foto se podria llamar IT’S eso podria ser la tapa de una nueva edicion de it’s de stephen king y pienso a sebastian le gustava el chavo del ocho y stephen king y claro que otra cosa podía salir de ahi sino un psicoaalista
Sebastian Cariola
Pronto lo prometido sera dado… pequeño adelanto de «Buen Provecho», la historia de Doña Elisa.
Como sé lo que sé, no puedo decirlo, ya que no recuerdo cómo llegue a saberlo. Lo que sí puedo decir es lo que sé. Tampoco recuerdo cuando apareció por primera vez, pero estoy seguro que no estuvo ahí desde siempre. De eso no tengo dudas porque la primera vez que lo vi estaba en una oscura y húmeda habitación, sobre una gran cama cubierta con un roído acolchado rojo. Esos eran los dos elementos que resaltaban en ese cuarto gris y mohoso, el acolchado rojo y el espejo con forma de escudo heráldico que colgaba sobre la cabecera de la cama. Lo que me llamo la atención de aquel espejo no fue su forma, sino que al refractar la escasa la luz que allí habitaba, se convertía en el elemento que más sobresaltaba entre tanta opacidad. Ese espejo aún existe, en este mismo momento, mientras les cuento esto, está colgado sobre una puerta tapiada que da a aquel cuarto. En algún momento, ese cuarto formo parte de la casa, pero ya no. Lo único que queda es el espejo como recuerdo que ahí, tras él, se esconde una habitación que fue exiliada del resto. A simple vista se pueden ver las huellas del marco y su capitel asomando sus bordes de la pared, y en su centro aquel ojo como ventana a un mundo ocluido que los actuales dueños de la casa se han esforzado por intentar olvidar. Ni la cama ni el acolchado existen más, el fuego y luego un antiguo pozo ciego se encargaron de fagocitarlos, como tampoco existe más la mujer que vivió allí. Elisa se llamaba, o eso siempre creímos hasta poco después de su muerte. Doña Elisa le llenábamos nosotros, “la doña de los gatos” le decían los demás vecinos del barrio.
 SHAMELESS. Gracias por venir
Para Charly y Marisa, por el Pinito Paraná, gracias por venir.

Charly Garcia Nick Cave Gustavo Cerati Kate Moss William T Vollmann Jorge Luis BorgesDSC04282

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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Sábados de súper acción – Tercera temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Y gracias a Franco Gargiulo por el aguante de todos estos días de mierda, gracias loco, te quiero mucho.

 

Sábados de súper acción – Tercera temporada
SHAMELESS. Viaje al fin de la noche/ SHAMELESS. Libreros/ SHAMELESS. Sandro/ SHAMELESS. Ser o no ser, de Hamlet a Horacio González y Beatriz Sarlo/ SHAMELESS. Collage. Murió uno de los Les Luthiers, de Daniel Rabinovich a Diana Rabinovich/ SHAMELESS. El Coto del Hogar Obrero de Perón/ SHAMELESS. Las Cartas luteranas de Carlos Tévez
Bonus Track: Soda Stereo/  Sandro/ Tan Biónica 
Y la participación estelar de mi vecino Cacho y mi Pinito Parana

 

SHAMELESS. Viaje al fin de la noche
Esta noche conocí a un chico que esta traduciendo en silencio y por amor a la literatura una nueva traducción de Viaje al fin de la noche de Louis Ferdinand Celine. Ese libro que los hermanos Gallimard rechazaron y luego tuvieron que pagar caro su error. Ese libro que volvió locos a tipos como León Trostky y Juan Carlos Onetti. Ese libro que esta madrugada no me deja dormir porque quiero ver esa traducción. Ese libro que podría junto con El Principito devidir el mundo en dos.
Los seres sin alma que leen El Principito y los que alguna vez sentimos los dientes de Celine mordiendo nuestra carne.
Que un chico que tiene la edad que tenia yo cuando agarre con torpeza ese libro y Celine me sumergió en las profundidades de la literatura y en los abismo del alma humana me conmueve, no me deja dormir, quiero leer esa traducción.
Y si la traducción de ese chico no es felíz, no es mejor que las malas traducciones que se consiguen hoy de esa obra maestra de la literatura, qué importa.
Ese chico esta traduciendo por amor a la literatura y en silencio ese libro que frente al zoquete de El Principito y sus perversos seguidores que son legión, que son epidemia, que son peste nos hace sentir menos solos en nuestro viaje cotidiano al fin de la noche.
Y que no se diga más.

William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis Isabel Coca Sarli DSC03494 DSC03582 DSC04117 DSC04122 DSC04118 DSC04129 DSC04130 Copia de DSC04134 Copia de DSC04135 Copia de DSC04137 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis

SHAMELESS. Libreros
Numa Bianchetti Aristipo Libros

William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-001 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-002 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-003 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-004 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-005 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-006 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-007 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-008 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-009 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-010 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-011 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-012 William T Vollmann Jorge Luis Borges Michael Foucault Libros Kalish Johnny Cash Fontanarrosa Nick Cave Miles Davis-013

Shameless. Sandro
Repito lo que le dije los otros días a Sebastián Hernaiz en relación al cumpleaños de Marina Kogan:
Mientras Eduardo Aliverti y Olga y María Marta Serra Lima y yo y algunas calzonudas más conservemos nuestro aliento Sandro seguira cumpliendo años. Seguira vivo. Seguira cantando «renovado esplendor esta noche hay en ti que vonita que estas que bien luces así por el blanco marfil del vestido de tul maquillada muy bien y tu tapado azul y los hombres envidian mi suerte lo comun se transforma ante mi orgulloso te llevo del brazo y Paris se arrodilla ante mi»
Sandro es Mansilla yendo a buscar a los indios Ranqueles mas la boludez del pasado de Alan Puals más la Mariana de Vivir afuera de Fogwill mas el Berlin de Lou Reed y un poco de locoto de L. A. de James Ellroy en el baño del Britanico con el detective Echenique.  
Y ese fraseo tanguero tan masculino y maricón y esa melodía que corcovea entre la farsa y el dolor y sí: Sandro es Capusotto borracho como borracho y triste era Pessoa en un caraoke de mala muerte de Lisboa o Buenos Aires poniendole musica al Libro del desasociego.
Feliz cumple Sandro.
Brindo por vos rodeado de tu música.
Y por ese palpitar y ese drama singular que agita la pasión que muerde el corazón y por tus labios de rubí gitanos.
***
Post de Facebook
Y ese fraseo tanguero tan masculino y maricón y esa melodía que corcovea entre la farsa y el dolor y sí: Sandro es Capusotto borracho como borracho y triste era Pessoa en un caraoke de mala muerte de Lisboa o Buenos Aires poniendole musica al Libro del desasociego.
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Ana Ortiz de Rozas ¡Desasosiego!
Juan Pablo Liefeld ¡que me importa la ortografia correcta de esa palabra! conozco algo mas importante que su ortografia que es su significado en mi existencia. estoy hablando de sandro desde el corazon no desde el diccionario de la real academia española. si hoy te tocaria el timbre un tipo grandote y te da un cuentito que se llama Las fieras, vos que verias primero: ¿la demoledora literatura de roberto arlt o su ortografia?
Ana Ortiz de Rozas En Arlt no miro la ortografía porque él se pudo cagar en eso.
Te entendí el post. Y cuando puse: ¡Desasosiego! lo escribí como a mí me sale naturalmente, y no para corregirte. (¿Quién soy para eso?).
Usé la palabra como comentario del post. Quise decir: ¡Desasosiego! conforme a mi sentimiento.
Juan Pablo Liefeld es un error pensar que roberto arlt se cagaba en la ortografía, es otra mala lectura de los chicos que produce como chorizos la UBA, Arlt no era capaz de ver su desastroza ortografía y tenia una mision en su vida mas importante que escribir correctamente cosa que cualquier alfabetizado bruto de letras o sociales puede hacer de forma insuperable, arlt no tenia tiempo de boludear pensando el perfecto uso de una palabra porque estaba demasiado ocupado en escribir LITERATURA
Ana Ortiz de Rozas Estudié Derecho y Letras pero no soy un chorizo académico. Lo último que espero es discutir. Disfruté y amo a R Arlt en su totalidad desde mis 17 años por placer puro, no para rendir exámenes. Sé quién es, y lo que significa su literatura. Yo no soy Arlt, por eso escribo desasosiego como lo escribimos los mortales. El mismo amor por Pessoa. No nos conocemos vos y yo. No prejuzgues por favor. Creo que por tu apasionamiento (emocionante por cierto) apenas sobrevolaste mi respuesta y de ahí el malentendido. Pensamos lo mismo sobre ellos y con tanta vehemencia ni te diste cuenta. Calma te pido. Un saludo, ellos nos unen.
Juan Pablo Liefeld no podria acusarte de nada porque no te conozco ni conozco tu trabajo. y esta bueno discutir. nicolas rosa rosa decia que la lengua era un espacio de guerra. o algo asi. y nicolas rosa es barthes acá. lo que estaba discutiendo es una forma de leer y pensar que conozco muy bien y que me parece que le hace mucho daño a la literatura y el pensamiento argentino.
Juan Pablo Liefeld Sarmiento Borges Martinez Estrada Viñas Casullo Rosa y por qué no el mejor González y la mejor Sarlo y una larga tradición y que hoy solo se recupera como museo a la hora de sentarse a escribir eran guerra eran pura guerra
Ana Ortiz de Rozas Entiendo y comparto eso de «esa forma de leer y pensar » dañina. Lo es para mí también.
Amando a esos dos monstruos vos y yo no estaremos tan lejos.
Post de Facebook
Un buen titulo para una revista de ensayos que recupere el espiritu de revistas como El ojo mocho de Horacio González o la Confines Nicolas Casullo y La caja de Tomas Abraham que hoy no existen y hacen falta como el aire para estar vivos:
 Otra mala lectura de los chicos que produce como chorizos la UBA

sarina_valentina_by_m_r_x-d4vg7t7Copia (20) de Copia de Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Jorge Luis Borges

SHAMELESS. Ser o no ser, de Hamlet a Horacio González y Beatriz Sarlo
Cristina habla por la tele.
La tele esta encendida día y noche en casa.
No la miro. La escucho.
Y me habla y le hablo.
A veces nos puteamos. A veces charlamos. Y a veces es un dialogo de sordos.
Mi tele y yo somos una pareja como cualquier otra.
Tenemos buenos y malos momentos.
Como cualquier pareja.
Y ahora esta Cristina.
Y la escucho.
Mientras intento remontar en la computadora el desastre financiero que me ocasiono Mercado Libre.
La escucho.
Me gusta.
Tiene fuerza. Es inteligente. No se come los mocos.
Es una mujer.
No comparto su proyecto político.
Pero eso no le quita merito ante mis ojos.
Mis convicciones politicas, estéticas y filosóficas son muy diferentes a las de la presidenta.
Y me llega un mail con el primer capítulo de una traducción nueva que se esta haciendo en las sombras y por amor de Viaje al fin de la noche de Louis Ferdinand Celine.
¡Tengo el primer capitulo de una nueva traducción de Viaje al fin de la noche de Celine en mi computadora!
Al carajo el laburo por un rato.
Tengo toda la noche y la madrugada para laburar.
Ahora voy a buscar alcohol y a sentarme a Celine.
Salgo a la calle.
Asomo el hocico en la calle luego de estar toda la noche hasta la madrugada y hasta hace un rato que eran las ocho y monedas sentado frente a la computadora trabajando en mi pagina Libros Kalish y en Mercado Libre.
Primero voy a comprar puchos al kiosco de Ayacucho y Corrientes. Paso por la puerta de Librería Aquilea y lo veo detrás del mostrador a Hernán Lucas.  Antes de encarar para el Coto que esta montado sobre un edificio hecho con el sacrificio de los ahorristas del Hogar Obrero paso por la Librería de el Rojas.
En la vidriera veo un nuevo libro de Charly Gamerro publicado por Interzona.
Un nuevo Hamlet con traducción, notas y estudio preliminar de Gamerro.
Y eso me dispara al pasado.
Y eso me reenvía al 2002.
Cuando la Argentina estaba hecha mierda y que lo volvera a estar lamentablemente y no por culpa de Cristina ni Scioli.
No.
Va a volver a estar hecha mierda porque hoy la política no tiene las herramientas necesarias para evitar eso.
Simplemente no existen hoy en el mundo.
Hay que aguantar.
Ya apareceran.
Y no reconocer esa falta, no poder verla ni escucharla solo agravan las cosas.
Pero esa gravedad es la misma en Argentina, Alemania, Japón o China.
Es una civilización ciega, sorda y muda.
Como los monitos.
Y menos mal que acá hoy esta Cristina.
Pero eso no alcanza.
No va a alcanzar.
Una civilización caníbal no la arreglas con porotos de soja ni con sushi club.
No.
Una civilización caníbal necesita carne.
Carne.
Mucha carne.
Y estoy en el 2002.
Nunca termine el secundario.
Y estoy cursando materias en la facultad.
Estoy llendo a escuchar a tipos cuyos libros leí y estan en mi biblioteca plebeya de José León Suárez.
Y estoy en un aula del primer piso de sociales en Marcelo T.
El seminario es sobre estética y política.
La cursada de ese año es sobre Hamlet.
Y ahí esta Horacio González.
Todos los miércoles de 9 a 13 hs.
Siempre.
De o no de clases ese día él esta en el aula.
Pensado.
Dando clases.
O sentado junto a nosotros con sueño haciendole el aguante a sus compañeros desde un pupitre.
Una de esos miércoles cuando salí de Marcelo T. fui como no podía ser de otra forma en mí a boludear y revolver libros.
Así dí con un librito en portugues publicado en Brasil.
No sé idiomas.
Apenas manejo el español.
No recuerdo ahora si el libro era un ensayo sobre Albert Camus o Evita.
Y el autor era un tal Horacio González.
Lo miro como un chico puede mirar el diario.
Como no puede descifrar lo que dice leyendolo busca cosas laterales para averiguar qué esta diciendo eso.
Yo cruce datos.
Camus, Evita, Horacio Gonzalez, Brasil.
¿Sería el gordo que se parece a Lito Cruz y que es la única persona que conocí en mi vida que es capaz de pensar en acto 24 horas seguidas los 360 días del año?
Sí. No.
Miro el libro como un chico con curiosidad buscando un sentido a eso que tengo en mis manos.
Hay una dedicatoria.
De este tal Horacio González a una chica.
Y por fin encuentro lo que necesitaba.
En las ultimas páginas a unas breves líneas biograficas del autor.
Se crío en Pueyrredon.
Lesto, man.
Es Horacio.
Lo compro.
No vale nada el libro.
Lo compro porque sospecho que González no tiene ese libro en su biblioteca.
Pero soy tímido.
Como le digo ¿tenés este libro, es tuyo, lo compre para vos porque sospeche al verlo que vos podías no tenerlo?
Pasaron dos miércoles.
Hasta que un mediodia junte valor y lo encare.
Empece por pedir disculpas por molestarlo y le conte que había encontrado ese libro en una batéa de un peso y que si era de él ese libro.
Y Horacio lo mira.
Y me dice.
Me acuerdo de la chica a la que se lo dedique y se lo regale.
Lo tenes le pregunto en un hilo de voz muerto de vergüenza.
No, me dice.
Y me hace un chiste y en ese chiste noto cierta dejo amargo.
Me imagine, le digo, por eso lo compre para vos.
El me agradecio y yo me fui como rata por tirante de Marcelo T. rojo de vergüenza.
Dos semanas después estaba dando clases Eduardo Rinesi o Facundo Martínez, no recuerdo, pero el pidio permiso, sí, pidio permiso siendo él el titular, para decir dos palabras.
Tenía que irse un mes a dar un seminario a París sobre pensamiento argentino, que luego eso apareceria en su libro Retórica y locura.
Y nos pidió perdón por tener que viajar un mes a Paris a contarle a los boludos de los franceses como se piensa en la larga llanura de los chistes crueles donde el soldado japonés Tokuro conoció el amor en una oficina porteña estudiando con su compañero de oficina polaco y tomar unos coñac Napoleón.
Y nos dijo que el prefería quedarse acá dandonos clase y más en ese momento tan dramatico de la patria.
Y era verdad.
Si vos estabas en ese aula y lo veías y escuchabas.
Era verdad.
Y lo sigue siendo.
No estaba contento de viajar a Paris.
Estaba angustiado, molesto y tenía una pátina de vergüenza por abandonarnos.
Tiempo después fui a Puan a buscar a otros inquilinos de mi biblioteca.
Hoy vos decis González, uno de mis gatos se llama Horacio González, un gato negro de cola peluda y comprador como él solo, pero en el 2002 vos decías Horacio González en Puan y les bajaba la presión a los docentes de esa institución.
Le decías a Silvia Saytta: Horacio González y vomitaba.
Se lo decías dos veces seguidas y tenías que llamar al SAME.
Todo bien con Saítta, una excelente docente, pero estoy hablando de otra cosa acá.
Y de paso voy a decir algo más.
La catedra que hoy dirige Saitta era la catedra de Beatriz Sarlo.
Beatriz Sarlo se fue de las aulas de la universidad publica dejando un equipo de trabajo excelente.
Eso no es habitual.
En la UBA es raro que se armen equipos de trabajo buenos.
Hay buenos profesores.
Pero todo es muy mezquino donde la hoguera de las vanidades y los planes trabajar son más importantes que pensar seriamente o armar buenos equipos para crear catedras de excelencia para los chicos.
Y Sarlo, la que hoy la podes ver con el gigoló Bazterrica que estafó a la hermana de Flavio Mendoza en cuanto programa se te ocurra hablando boludeces, fue una excelente profesora que llegaba al aula con la raqueta de tenis bajo el brazo y fue una de las mejores cosas que le paso a la universidad publica argentina.
Y eso.
Y llego a Coto.
Compro combustible con la guita que me queda.
Y empiezo a sacar fotos en el super.
Entonces me encaran y me dicen acá no se pueden sacar fotos.
Justo que le estaba sacando a una máquina donde podes pescar ositos de peluche pelotudos.
Y me hago el boludo.
Le estaba sacando fotos a los ositos.
Ah, bueno, me dice la mujer de seguridad, pero por favor no sigas sacando fotos porque esta prohibido.

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SHAMELESS. Collage
Título del collage:
Murió uno de los Les Luthiers, de Daniel Rabinovich a Diana Rabinovich.
Para este collage se utilizo a Diana Rabinovich con Jacques Lacan en Caracas donde Lacan dió su último seminario en el mundo, sí, fue una argentina la que logro que las últimas palabras de Lacan fueran en Latinoamerica, también se utilizó para el collage al psicoanalísta Sebastián Cariola, el escritor William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Sandro, Roberto Fontanarrosa, un Muñequito Liefeld Puteador, un consolador, una «musulmán» de las calles de Buenos Aires y Doña Lisa una mujer que conocí cuando era chico y tenía fotos con Perón y Evita y posando con la Torre Eiffel de fondo y que termino viviendo en un cuartito mugruso llena de gatos en la casa de Mar del Plata de la abuela Elsa Kalish.
Bonus Track: Loca de Tan Biónica. 

Recién subí este trabajo a mi página de Word Press Libros Kalish y cuando tuve que etiquetarlo Lacan quedo entre Isabe la Coca Sarli y James Ellroy. Increíble la escucha de Lacan.Leo esa serie y pienso, claro, ese soy yo, Lacan me saco la ficha en 2 segundos: La Coca Sarli mas James Ellroy.

Y es más.
Toda este serie de nombres arman un relato que se llama Juan Pablo Liefeld:
Publicado en Aristipo Libros, Beatriz Sarlo, Bill Evans, Carlos Gamerro, Cristina Fernández de Kirchner, Cristo, Daniel Rabinovich, Diana Ravinobich, Eduardo Aliverti, Eva Perón, Evita, Fernando Pessoa, Franco Gargiulo, Guadalupe Marando, Horacio González, Horacio González (mi gato no el de la Biblioteca Nacional), Isabel la Coca Sarli, Jacques Lacan, James Ellroy, Jesús de Nazaret, John Coltrane, Johnny Cash, Juan Carlos Onetti, Juan Domingo Perón, Julián Urman, León Trotsky, Les Luthiers, Lou Reed, Louis-Ferdinand Céline, Lucio V. Mansilla, Michel Foucault, Miles Davis, Nick Cave, Nicolás Casullo, Patricio Rago, Roberto Fontanarrosa, Samanta Schweblin, Sandro, Santiago Chano Moreno Charpentier, Sarina Valentina, Sábados de súper acción, Sebastián Cariola, Sebastián Hernaiz, Sigmund Freud, Soda Stereo, Tan Biónica, Tomás Abraham, Vanesa Otero, Vox Dei, William Shakespeare, William T. Vollmann.
Y Jorge Luis Borges que no aparece en esta serie porque hubiera sido redundante que apareciera en ella como en el Corán que no se nombra un puto camello pero están y los ves por todos lados.

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SHAMELESS. El Coto del Hogar Obrero de Perón
voy al Coto de la calle Juan Domingo Perón
2072
compro:
una bandejita de aletas de calamar
dos botellas de cerveza Imperial Stoch Ale
un puñadito de semillas de girasol
un puñado de avena gruesa
un tomate
una palta
una cebolla
una zanahoria
aceite
todo sale
un ojo de la cara
y el Coto del Hogar Obrero
es lo más barato
y llego a la caja
la cajera
me pregunta
¿quiere una bolsa?
¡sí por favor!
¿ahora Coto vende bolsas de las otras también
o sólo bolsas de supermercado?
¿quiere una bolsa grande o chica?
una bolsa grande quiero si Coto esta vendiendo
de las otras bolsas
la cajera se me queda mirando
es un chiste tonto
no importa
le digo
pero no entendi
me dice la cajera
del Coto del Hogar Obrero de Perón
¿quiere o no quiere una bolsa?

quiero una bolsa grande
por favor
pago
y vuelvo a casa
a cocinar
un arroz con calamares
en mi cocinita
de muñequita Barby

SHAMELESS. Las Cartas luteranas de Carlos Tévez
Si viste la entrevista de anoche de Fantino a Carlos Tevez y tuviste la suerte de haber leido – y cuando hablo de leer hablo de leer con amor como reclamaba Pasolini de una lectura – las Cartas Luteranas de Pier Paolo Pasolini me vas a entender lo que voy a decir ahora:
Anoche Carlitos Tévez en el programa de Fantino tradujo las Cartas Luteranas de Pasolini al español.

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda, Las Chicas de Letras se masturban así ySábados de súper acción:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Sábados de súper acción

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Alejandro Fantino, Aristipo Libros, Beatriz Sarlo, Bill Evans, Carlos Gamerro, Carlos Tévez, Cristina Fernández de Kirchner, Cristo, Daniel Rabinovich, Diana Ravinobich, Eduardo Aliverti, Eva Perón, Evita, Fernando Pessoa, Franco Gargiulo, Guadalupe Marando, Horacio González, Horacio González (mi gato no el de la Biblioteca Nacional), Isabel la Coca Sarli, Jacques Lacan, James Ellroy, Jesús de Nazaret, John Coltrane, Johnny Cash, Juan Carlos Onetti, Juan Domingo Perón, Julián Urman, León Trotsky, Les Luthiers, Lou Reed, Louis-Ferdinand Céline, Lucio V. Mansilla, Michel Foucault, Miles Davis, Nick Cave, Nicolás Casullo, Patricio Rago, Pier Paolo Pasolini, Roberto Fontanarrosa, Samanta Schweblin, Sandro, Santiago Chano Moreno Charpentier, Sarina Valentina, Sábados de súper acción, Sebastián Cariola, Sebastián Hernaiz, Sigmund Freud, Soda Stereo, Tan Biónica, Tomás Abraham, Vanesa Otero, Vox Dei, William Shakespeare, William T. Vollmann | Deja un comentario

Sábados de súper acción – Segunda temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

SHAMELESS. Ratas del Conurbano Bonaerense
Bonus Track: Necesito un amor de Manal

 

Bajo por el ascensor.
Dos días sin ver la calle.
Salvo en un operativo fugaz en el voy a buscar alcohol y puchos.
Vengo golpeado y que Mercado Libre me suspenda 10 días me deja sin piernas.
Por eso no quiero ver la calle. Porque si Dios realmente no existe o es el hijo de puta que yo siempre sospeche que es a fin de mes me quede en la calle.
En medio de la desesperación hago lo que yo se que tengo que hacer y que mi analista Vanesa Otero me recomendó el otro día que haga: escribi, saca fotos, hace collage, agarrate de eso es lo único que te queda.
Así que después de dos días de caminar por los techos salgo a la calle.
Es lunes a la tarde y tengo hambre. La última vez que comi comida fue el sabado a la noche en el cumpleaños de un escritor y editor argentino. Desde entonces aunque vivo rodeado de un catálogo de libros que la editorial Gallimard me envidiaría no he logrado vender un puto libro.
Bajo, recién bañado y con el calzoncillo más limpio que tengo: 5 días de uso.
En mi mano tengo la bolsa de la basura.
Cuando logro llegar a la calle encaro para el container de la basura.
Y cuando estoy por levantar la tapa el container me abre él solo la tapa.
Un chico de unos veinte años esta dentro.
Lo saludo y el me pide que no tire la bolsa dentro. Se la doy y el la abre y empieza a revolver dentro de mi basura.
Lamento infinitamente no poder registrar esta escena fotograficamente.
Empiezo a caminar para la esquina de ayacucho y corrientes.
Me cruzo con el compañero del chico que esta dentro del container de la basura como si fuera El Chavo del Ocho y me pide una moneda.
Le digo que no tengo un mango y que probablemente el mes que viene este revolviendo basura igual que él.
El pibe me dice que me pidió con respeto una moneda, que no me quizo ofender.
Sigo caminando.
Me detengo.
No me puedo permitir que ese chico me malinterprete.
Tengo que hacer el esfuerzo de hacerme entender con él.
Qué yo le diga que el mes que viene quiza este revolviendo basura con él vestido impecable y con ropa de marca no es verosimil a sus ojos.
Pero es cierto.
La realidad no siempre es verosimil.
Así que vuelvo sobre mis pasos.
Lo encaro.
Y le digo:
¿De donde sos amigo?
De Caraza, me dice.
Bueno, yo soy de Suarez.
Que yo hoy pueda estar bajando de un departamento y que vos estes revolviendo basura en la puerta de casa, es anegdotico, le digo
Somos dos ratas del Conurbano, le digo.
Fumas, le pregunto.
Sí, me dice.
Voy al kiosco de la esquina de Ayacucho y Corriente.
Compro dos atados de cigarrillos.
Yo fumo dos atados de cigarrillos por día. De piso. Y puedo llegar a fumar 7 u 8 atados.
Vuelvo y le doy uno de mis dos atados.
Y encaro para el Centro, para la calle Corrientes.
Voy a la deriva.
Soy un barco en medio del océano sin víveres.
Voy sacando fotos.
Cuando llego a Corrientes y Callao me vuelvo a encontrar con los dos chicos que tropecé en la puerta de casa y a uno le di mi bolsa de la basura y al otro uno de mis atados de cigarrillos.
Y entonces al volverlos a ver diez minutos después revolviendo en otro container de basura veo lo que entonces no vi: que los dos chicos llevan en el carrito cartonero bonaerense un nenito de dos o tres años.
Así de puta es la vida la concha de tu hermana.
Y sigo caminando.
Bajo por Corrientes.
Susana Jiménez esta por empezar una nueva función.
Le saco unas fotos a un seguridad que esta sentado en el hall de un edificio de la cuadra del Complejo la Plaza y al darse cuenta que lo estoy fotografiando se levanta y se me viene al humo.
Empiezo a caminar rapido. El tipo me sigue y me quiere agarrar. Entonces empiezo a correr hasta perderlo de vista.
Dos días chupando y fumando y sin tener idea de cómo pagar el alquiler y un seguridad corriendome para pegarme me han dejado sin aire.
Cuando me repongo sigo caminando, sigo buscando imágenes, sigo pensando, sigo entrando en las librerias de Corrientes estudiando el negocio.
Entonces llego a una librería cuyo dueño tiene un convenio con la Biblioteca Nacional para publicar una colección de ensayos sobre grandes pensadores. Wittgenstein, Foucault, Heidegger, Deleuze, Benjamin, Lacan y otras Bestias de ese calibre.
Estoy revolvolviendo en su local.
Es feriado.
En el local estan solo el dueño y un empleado.
El tipo tiene si no me equivoco 5 locales y ahora esta detrás del mostrador.
Y entra una rata del Conurbano como yo.
Se dirige directo a la caja y encara al dueño.
La Rata del Conurbano no puede saber que ese tipo que esta detrás del mostrador es el dueño.
Yo sí.
Entonces la Rata del Conurbano le pide una ayuda para un comedor de chicos.
Y el dueño de la librería, de esta y de otros cuatro locales y de una colección que cohedita con la Biblioteca Nacional le dice:
Tendrías que venir mañana, porque hoy no esta el encargado.
Y volví corriendo a mi casa.
Para contar esta historia.
Y para decirte a vos y a todos los que son como vos:
Que a las Ratas no nos gusta que nos mientan, que nos duele y que seas un hombre y si no queres o no pedes ayudarlo desilo, hacete cargo de tus palabras y tus actos, se un hombre o una mujer y decile a la rata: soy el dueño y no te quiero ayudar o no te puedo ayudar, pero no le mientas diciendo que no esta el encargado, porque las ratas del conurbano tenemos sentimiento y cuando nos mienten nos volvemos locas de rabia y te podemos comer el higado con nuestros dientes sucios, manchados, horribles como tus mentiras.
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Sábados de súper acción – Primera temporada

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Para Rodrigo Ruiz Ciancia, fotógrafo y gran cocinero, que una noche me regalo una de sus cámaras para que saque fotos.

 

Sábados de súper acción – Primera temporada
 El resplandor/ Shameless/ SHAMELESS Abbey Road
«samsungs presento en nueva york dos modelos nuevos de celulares que son hermosos»
acabo de escuchar esto en la television, en C5N.
si para vos la belleza del mundo puede ser un nuevo modelo de celular samsungs entonces este mundo te pertenece y por mi parte te podes ir a la puta madre que te pario.

 

Este es el primer capítulo de una nueva columna mía. Un título y una serie de fotos que arman un relato.
Hoy Libros Kalish esta contra las cuerdas a punto de morder la lona. El 95% de sus ingresos entran por Mercado Libre y en uno de esos actos arbitrarios y crueles que caracterizan el trato de esta empresa con la gente que trabaja para ellos suspendió mi cuenta por 10 días.
Mercado Libre me la puso difícil. Me la puso. Hasta el fondo.
Esta nueva columna nace de esa desesperación. De esa angustia. De ese terror. De que seis años de trabajo se demoronen en un instante por un error perversos de Mercado Libre con la misma facilidad con la que una mano puede derribar un castillo de naipes.

 

El resplandor

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Shameless

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SHAMELESS. Abbey Road

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Publicado en Anita Leporina García Orsi, Antonio Gramsci, Beto Casella, Diego Cousido, George Harrison, Hernán Vanoli, John Lennon, Joseph Goebbels, Mauro Libertella, Maximiliano Crespi, Nick Cave, Paul McCartney, Ringo Starr, Rodrigo Ruiz Ciancia, Sábados de súper acción, Sebastián Hernaiz, Shameless, Stephen King, The Beatles, William T. Vollmann | Deja un comentario

Goebbels y el III Reich – Viktor Reimann

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

Estado: usado (presenta manchas de humedad).

¿Pero qué clase de sujeto puede afirmar luego del paso por el mundo de un ser humano como Goebbels que no tiene manchas de humedad en su corazón que lo vuelve algo deteriorado como este libro usado que vendo?

Editorial: Noguer.

Precio: $250.

Goebbels, que hizo de Hitler un ídolo para millares de personas, llegó a ser uno de los ministros de propaganda más extraordinarios que han existido a lo lago de la Historia. Los combates electorales, dirigidos por él, resultan lecciones magistrales en torno a los modernos métodos de la dirección de masas. Su mejor realización en este terreno culminó con la conquista política de Berlín, “la ciudad más roja después de Moscú”. Y su intervención en la famosa conferencia “Lenin o Hitler” , fue asimismo una genial estratagema propagandística que colocó a Hitler, todavía desconocido líder del NSDAP, al mismo nivel de importancia – para sus seguidores –, que el creador de la revolución rusa.
Pero la obra maestra del Goebbels intelectual fue la creación del mito Führer. Gracias a él fue posible el triunfo de la “revolución parda”. Gracias al Goebbels lisiado, que predicaba la “raza superior”, al escritor encubierto que deseaba hacer carrera y que supo encontrar su oportunidad en el escenario político, al hombre que siempre se sacrificó y demostró un valor personal que satisfacía sus casi enfermizos anhelos de ser querido y necesitado.
El libro de Reimann resulta ser una contribución extraordinaria, rica en información basada en datos fidedignos, sobre la fenomenología del nacionalsocialismo. Pero también, al presentar desde un punto de vista analítico el carácter de Goebbels, ofrece un conocimiento, hasta ahora incompleto, del ministro de Hitler. porque el autor nos muestra, más que al político, al hombre y nos hace asistir al drama de un intelectual prodigiosamente dotado, que se traicionó a sí mismo en aras de su aniquiladora devoción al mito por él creado: el Führer.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Auschwitz. Los nazis y la “solución final” – Laurence Rees
Primo Levi ou la tragédie d’un optimiste – Myriam Anissimov (versión original en francés)
La guerra de Hitler – David Irving
Por qué perdió Hitler la guerra – Hermann Jung (corresponsal de prensa alemana)
Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro – Sebastian Haffner
La tercera noche de Walpurgis – Karl Kraus
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler – Peter Hoffmann
Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana – Giles MacDonogh
Contra el estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo – Yakov Rabkin
La Segunda Guerra Mundial – Antony Beevor
Conversaciones con un verdugo. En la celda del teniente general de la SS Jürgen Stroop – Kazimierz Moczarski
Paul Celan. Poeta, superviviente, judío – John Felstiner
Hitler. Anatomía de un dictador. Conversaciones de sobremesa en el Cuartel General del Führer, 1941/1942 – Henry Picker
Una mujer en Birkenau – Seweryna Szmaglewska
Los hermanos Himmler. Historia de una familia alemana – Katrin Himmler
Voces del gueto de Varsovia – Michal Grynberg
Arte e ideología del Nazismo – Berthold Hinz
Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en Polonia – Christopher R. Browning
El enemigo judío. La propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto – Jeffrey Herf
Israel and The Dead Sea Scrolls – Edmund Wilson (versión original en inglés)
A History Of the Israeli-Palestinian Conflict – Mark Tessler (versión original en inglés)
Never Too Late To Remember. The Politics Behind New York City’s Holocaust Museum – Rochelle G. Daidel (versión original en inglés)
Schindler’s Legacy. True Stories Of The List Survivors – Elinor J. Brecher (versión original en inglés)
Witness To The Holocaust. An Illustrated Documentary History of the Holocaust in the Words of Its Victims, Perpetrators and Bystanders – Michael Berenbaum (versión original en inglés)
Against All Odds. Holocaust Survivors and the Successful Lives They Made in America – William B. Helmreich (versión original en inglés)
La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío – Norman G. Finkelstein
Doktor Faustus. Vida del compositor alemán Adrián Leverkühn narrada por un amigo – Thomas Mann
El hombre perro – Yoram Kaniuk
Operación Shylock – Philip Roth
Perfidia – James Ellroy
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay – Michael Chabon
Europa central – William T. Vollmann

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Adolf Hitler, James Ellroy, Joseph Goebbels, Miles Davis, Nick Cave, Primo Levi, Roberto Fontanarrosa, Severino di Giovanni, Viktor Reimann, W. G. Sebald, William T. Vollmann | Deja un comentario

La canción de la bolsa para el mareo – Nick Cave

Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann

Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

Estado: nuevo.

Editorial: Sexto Piso.

Precio: $ 300.

La canción de la bolsa para el mareo conduce al lector hasta lo más recóndito de la mente y el alma de uno de los grandes genios musicales contemporáneos: Nick Cave. Tomando como pretexto una gira realizada con su grupo The Bad Seeds por veintidós ciudades de Norteamérica, Nick Cave ha creado un libro de impresiones, recuerdos, poemas, letras de canciones, reflexiones sobre su filosofía de la composición, y también sobre sus temores y miedos más profundos, volcados de manera artística con una sensibilidad y una imaginación desbordadas, no carentes de humor. A través de una escritura tan lírica como íntima, Nick Cave se desdobla de manera continua entre sus respectivos roles como creador e intérprete, pues, como él mismo dice, es «un sistema nervioso que se alimenta de rimas y fantasmas». Entre aviones, autocares, hoteles y conciertos, La canción de la bolsa para el mareo es el testimonio alucinado de un viaje espiritual y sonoro por las distintas estaciones que componen ese fascinante enigma conocido como Nick Cave, que afirma con precisa lucidez: «La bolsa para el mareo es una canción de amor larga y a cámara lenta».

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $40.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XVII y último

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XVII
Petu, Horacio y René

 

Para Petu Stegmayer.
Y para René y Horacio González.
Voy a desnudar mi corazón.
Voy a decir la única verdad que importa en el universo esta noche.
Y ayer.
Y mañana.
Y siempre.
Tuve la suerte de amar y que me amen dos mujeres increíbles, hermosas, inteligentes, generosas, únicas
Con la primera y única mujer que ame, amo y amare siempre una noche terrible nos besamos y cada uno siguió su camino.
Pero ese amor genuino y verdadero después de tantos años sigue intacto.
Y esta noche terrible te digo a vos que has sido durante seis años mi segunda y unica mujer que ame, amo y amare siempre te escribo lo que lamentablemente no pudimos hacer esta noche: besarnos y que cada uno siga su camino.
Pero ese amor genuino y verdadero siguira siempre intacto y sabes que si me necesitas ahí estare.
Cuando yo pronuncio las palabras amor, odio, felicidad, dolor es tan verdad como que hoy llueve o que todos los días sale el sol y todas las noches sale la luna.
Después de estar todo el día en la cama llorando y pude encontrar por fin las putas llaves que perdi y no encontraba en mi monoambiente salí a la calle.
Y ahora acá estoy frente a la computadora después de caminar bajo la lluvia y la gente mirandome porque estaba llorando.
No tengo vergüenza por llorar por una mujer que amo.
Amar de verdad supone también un dolor de verdad.
Y mientras estaba caminando bajo la lluvia me llega un mensajito de texto.
Era un mensajito de Patrico Rago el dueño de la librería de Villa Crespo Aristipo Libros: pibe, estas para una birra ahora?
Y le respondí: En la semana paso ahora no puedo ver a nadie tengo un dolor en el alma insoportable. Un beso grande.
Y seguí caminando.
Y un perrito atorrante blanco y negro y con collar me ladra, lo miro y él me mira y le pregunto qué te pasa loco y el me mueve la cola y empieza a caminar a lo largo de media cuadra a mi lado y en la esquina el dobla y yo sigo derecho.
Yo se que vas a encontrar a ese hombre que te va a amar tanto como yo pero además te va a poder dar eso que yo no te puedo dar y vos necesitas.
Obvio que eso a mi me produce un dolor espantozo pero jámas odio. Nunca senti odio por una persona que amo. La puedo putear, gritar, volverme loco de dolor pero jamas me permitiría odiarla. Si fuera capaz de eso, de odiar a una persona que amo me odiaria a mi porque lo unico que tiene una persona en el mundo son las personas que ama.
Esta columna, la tercera que escribo en mi vida, hoy llega a su fin.
En media hora o en mil años o nunca o la semana que viene empezare una nueva columna.
Pero esta termina acá y te pertenece de principio a fin desde la primera que escribí el 9 de marzo de este año hasta esta última que escribo esta noche, es solo tuya, sos la única dueña de ellas y en la que puse todo: mi amor y mi dolor, mi salud y mi enfermedad, mi cuerpo y mi alma.
Duele esta noche y las que sigan seran terribles y solo una damajuana de morfina podría dar un poco de alivio a este dolor.
Pero cualquiera que acepta amar de verdad a otra persona sabe que un amor inmenso siempre en algun momento trae un dolor inmenso.
José Sbarra en su novela Plastico cruel escribe una frase perfecta, simple, unica como solo él sabía escribir:
Cualquier plástico dura más que un amor eterno.
Marguerite Duras en El amante describe una escena donde la adolescente esta con su amante chino haciendo el amor y Margeurite dice que la vida siempre es terrible antes y después de hacer el amor.
Es verdad, antes y después de hacer el amor la vida siempre es terrible.
Pero para el que nunca lo ha hecho la vida es imposible.
Y este dolor terrible y brutal que esta noche y muchas mas que sentiremos y que nos destrozara el cuerpo y el corazón algún día pasara.
Pero el amor que sentimos seguirá vivo en cada uno de los latidos de nuestro corazón.

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Horacio González (mi gato no el de la Biblioteca Nacional), Juan Gelman, Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once, Petu María Stegmayer, René | Deja un comentario

Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XVI

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XVI
Así habló Zaratustra en Ayacucho 341 séptimo cincuenta y seis

 

Para el ensayista y docente Hernán Sassi que me dio la clave del título de este relato.

 

«Vivimos para nada. Después, morimos y todo se termina. ¡Qué reconocimiento! ¿Qué nos puede salvar? Sólo saber que hemos vivido sin expectativas ilusorias, incluyendo la de que algo nos pueda salvar. Pues el templo de nuestras simulaciones se derrumbará al final, y caerán sus piedras provocando muerte (como ocurre al final de esta novela), pero esto no se deberá a la fuerza bruta y ciega de un Sansón que se pone a sacudir sus columnas, sino a un arte, a una música surgida de un órgano que alguien toca con determinación tras activar sus registros; que alguien toca, al fin, de un modo insensato y despreocupado por los riesgos que supone su reverberación hasta que todas las piedras del vecindario comienzan a temblar.»
De la introducción de William H. Gass a la novela Los reconocimientos de William Gaddis

 

-I-
WALK ON THE WILD SIDE
Necesito tomar un poco de aire le digo a mi pinito parana.
Agarro la campera y salgo.
En la puerta me lo cruzo a Cacho y le digo qué haces campeón.
Es un dogo de Burdeos de mirada melancólica.
Camino.
Siento las piernas pesadas.
El tiempo me esta comiendo los pies.
Pero todavía puedo caminar.
Y arrastrarme.
Lo importante es seguir.
No quedarte quieto.
Miro. Observo. Pienso.
Kamy. 24hs. 15-3-129-1763
Camino. Veo.
Conejitas insaciables. 24 hs. Hoteles y domicilios. 15-845-2386.
Estoy cansado, las piernas ya no las siento.
Me chupa un huevo JP segui caminando no te detengas si te paras perdes.
Y miro.
Dinero ya!!! Por débito sin informes ni gastos. 4962-1846. Hasta $15000 a empleados estatales y privados que cobre sus haberes por bancos.
Camino. Veo. Observo.
Nuves negras:
Odontología integral Ramón Falcon. Centro de implantes y estética dental. Consultas sin cargo. Odontología de avanzada, al alcance de todos. Aranceles especiales. Niños y adultos.
Y pienso.
Odontología Ramón Falcon!!!
No es solo el nombre de una calle Ramón Falcon.
Es un simbolo de la disctaruda argentina del 76: el Ford Falcon.Y es antes que nada el nombre de un asesino de obreros y represor de luchas sociales y responsable de la Semana Roja del 1º de Mayo de 1909 donde asesino a cientos de obreros en las calles de buenos aires, las mismas que estoy caminando yo ahora y que el anarquista ucraniano Simón Radowitzky ajustició.
Ramón Falcon. Aranceles especiales para niños y adultos en odontología avanzada.
Se esta poniendo complicada la cosa.
En la puerta de Librería Hernandez me cruzo con un periodista de Página 12.
Es cliente y buen lector.
Me cuenta que ahora es un hereje porque se paso al ibook.
Le pregunto qué tal eso.
Me dice que esta bueno porque por poca plata podes leer lo que se te ocurra pero que hay una relacion con el objeto que no es lo mismo.
Y pienso.
Y le digo.
La diferencia entre un I-Book y un libro es la misma que puede haber entre una mina y una muñeca inflable. Con las dos se puede garchar. Pero no es lo mismo coger con una mujer que con una muñeca inflable. No se trata de una cuestion de tecnologia sino de que en el libro pueden quedar marcas imborrables de nuestro paso por él y en el i-book no.
Y hablamos por enesima bez de las malas politicas culturales que llevaron a esta país a se hoy un país tristisimo en relacion a la industria del libro.
Si yo fuera gobierno llamo a los dueños de las librerias El incunable de la calle Montevideo, Brujas de la calle Rodríguez Peña, El tunel de av. De Mayo y Arcadia de la calle Marcelo T. de Alvear, Los Cachorros de av. Díaz Veléz y les diria: ustedes saben de libros y yo se de su amor a la profesion, acá tienen recursos y en cuatro años cuando me saquen esto adelante volvemos a hablar, chau.
Sigo.
Camino.
Veo en lo que era el local de librería Libertador un tipo durmiendo.
Busco la caara en el bolsillo de la campera.
Me la olvide.
Qué cagada, JP, no te voy a poder sacar una foto.
Era muy buena esa foto.
Sigo.
No te pares. No cedas. Aguanta. Si ya volvés a casa no va a se bueno. bancátela, seguir caminando y si te quedastes sin piernas camina aprende a caminar con los dientes que te quedan. Pero por nada del mundo te pares. Si te paras perdiste como en la guerra.
Sigo.
Camino.
Lou Reed canta Walk on the Wild Side mientras ojeo el libro La relación médico-enfermo: Historia y teoría de Pedro Laín Entralgo editado por Revista de Occidente.
Suena mi celular.
Llegó el mensajito que esperaba.
Necesita la data de un libro.
Le mando un mensajito a este amigo agradeciendo la informacion y de paso le expreso mi alegría porque ahora sea él el director de una pelicula de la cual yo soy uno de sus autores intelectuales. El me dice que no, que no es el director. Yo que soy uno de los dos autores intelectuales de esa película te digo que sí.
Bien.
Sigo.
En Dickens charlo con uno de sus emplados que es del Conurbano como yo, creo que de Ramos Mejía.
Antes estaba en el local de av. De Mayo y Florida.
Siempre que salía de mi seción de análisis con Vanesa Otero entraba a charlar con él y él siempre me hacia el mismo chiste:
Ya fuiste a hacerte ver o estas por ir.
Y yo siempre le retrucaba lo mismo:
Mi analista te manda un beso y siempre me pregunta lo mismo cuando tu amigo se vas a acordar de ella y te das una vuelta.
Le cuento que me separe, que extraño a mis gatos con la misma angustia que él podria extrañar a sus dos hijas si mañana se separara de su mujer y que mi situación financiera es horrible.
Ok.
Seguimos camino.
Todavía no vuelvas a casa.
Aguanta.
Aguanta.
Vamos, aguanta.
Y entro en Brujas.
Lo saludo a Vigote.
Charlamos y me convida un mate.
Esta contento porque se va a Japón a ver a River.
Y me alegra que este contento porque es un buen tipo.
Y en la vidriera tiene los 4 tomos de Las mascaras de Dios de Joseph Campbell.
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-II-
FABULA DEL COCODRILO QUE SE DURMIO Y AHORA TRABAJA EN UN LOCAL DE PRÜNE 
¡Que bueno! Abro los ojos y descubro que sigo vivo y que la tierra da vueltas y que el chacho alvarez esta vivo – ¿sigue vivo ese traidor cobarde poco hombre que llevo al gobierno a flamarique y luego se fue a tomar un cafe al varela varelita y si te vi argentina no me acuerdo y como digo una cosa tambien te digo la otra el chacho es un leon en la cama y lo se porque mama conocia a la amante de el cuando este procer era vice ?- y que al cabezon duhalde nadie le reconcoe que cuando todo se incendiaba el agarro las papas y se quemo las manos con randazzo que le dio al nestor la balita para pnerle en la cabeza – pero yo cabezon no me burlo de vos se que cuando dijiste la famosa frase de los dolares hiciste bien en decirla porque era lo unico que se podia decir para garantizar la boveranbilidad y por otra parte vos no les mentiste a nadie los ahorristas con sus dolares que habian perdido se habian mentido a si mismo asi que dualde yo te respeto porque ahi demostraste ser un estadista y tener oido para escuchar – y me perdi por donde iba… ah que seguía vivo la puta madre que los pario, bien bien bien, como te decia, ya estoy con el mate y el pucho y laburando y escribiendo estas meditaciones desde mi trinchera de la Primera Guerrra Mundial para calmar la angustia, y abro los ojos y se me ocurrre la siguiente prengunta ¿si viera todo mi trabajo grafico y escrito de estas ultimas semanas duran barba que pensaria? y por que duran barba deveria leeerme a mi porque yo sabia hace dos años gracias a que se leer que Daniel scioli es el nuevo presidente y cristina tambien lo sabia, obvio, los que no lo sabian son los chcios del boliche de la puerta de la puerta de casa, abajo, siente piso mas abajo , en ayacucho a media cuadra de corrientes hay un local de la campora y les digo chicos de ayacucho, yo, que ago horas extras de scort independiente traviesa disfrazado de cristina para ver si logro llegar a redondear un sueldo que hay que laburar chicos no puede ser que siempre que paso esta cerrado, no no no, asi no va, laburen loco, como el local de la campora de parque centenario de campichuelo que yo lo veia abitualmente porque la libreria funcionaba en paasaje centenario en una cuadra donde tenia el honor de ser el chabo del ocho y tambien siempre cerrado ese local de caballito, no hay que trabajar como andres el que viene una vez al mes, no no no, hay que trabajar todos los dias, porque hoy es para ustedes tiempo de vacas gordas pero yo que ya soy viejo y vi por lo menos cuatro veces a la argentina undirse en el infierno, te digo, les digo, chicos campora, mis venicnos de ayacucho laburen si lo unico que tienen que hacer hoy es sentarse a tomar mate en el local y comentar con los cumpas – ¡como me rompe las pelotas la palabra CUMPA, cada vez que la escucho mi mano instintivamente siempre va a buscar la Luger del abuelo que calzo dia y noche – si lo viste anoche o no a tinelli – y yo trabaje en un sindicato perotnista , trabaje para ATUNA, sindicato de no docentes de IUNA, asi que algo conosco, tomas mate, chateas, vas al baño a cagar y tenes que hablar con energumenos que lo unico que le interesa es saber que va a comprar el sindicato de no docentes del IUNA para el dia del padre o de la madre – no se duerman miren que esto es argentina y en el teercer mundo cualquier cocodrilo sabe que si se duerme lo hacen una carterita de PRÜNE.
-III-
ES INCREIBLE LA CARA DE PELOTUDO DE ESTE TIPO QUERIA PONER SOBRE LA CARA DE MACRI LOS OJOS DE SEVERINO DI GIOVANNI Y ME DI CUENTA QUE LA FUERDA EXPRESIVA DEL PELOTUDO LE DAVA AL COLLAGE UNA POTENCIA QUE LA MIRADA DE DI GIOVANNI NO LE PODIA IMPRIMIR LO CUAL ME HA LLEVADO A MEDITACIONES OSCURAS Y PRESAGIOS PEORES
Ya se habla en todos los diarios
De: mauricio@mail128-10.atl41.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: miércoles, 05 de agosto de 2015 04:39:13 a.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Hoy publiqué en Facebook el pedido para que que los que me votan publiquen la foto de «Yo lo voto» en Facebook, Twitter o Instagram.
Acá tenés el link.
Y parece que a la prensa le interesó mucho:
Cronista: Cierre de campaña virtual: Macri pide que sus seguidores invadan las redes con su foto
Ámbito Financiero: Macri cree en impacto virtual como última chance por votos
La nueva gazeta de Buenos Aires: CON MACRI CERRAMOS TODOS
El Diario Noticias: Macri cierra su campaña por Facebook y Whatsapp
Política Argentina: Macri cerrará su campaña vía redes sociales
La Tecla: Macri cerrará su campaña en las redes
La Noticia 1: Scioli, Macri y Massa cierran campañas (Provincia de Buenos Aires)
Letrap: Macri cierra su campaña en tres municipios del norte del conurbano (Provincia de Buenos Aires)
Terra: Candidatos a primarias argentinas refuerzan su juego en las redes sociales (Provincia de Buenos Aires)
Corrientes Online: Macri cierra la campaña con vecinos con fiscales y en Facebook (Corrientes)
La Arena: Macri, Sanz y Carrió cierran campañas (La Pampa)
Diario Jornada: Referentes de Cambiemos cierran sus campañas (Chubut)
El Liberal: Tecnópolis, Facebook y un microestadio, las opciones elegidas para el cierre de campaña (Santiago del Estero)
Quedan dos días para el cierre de campaña.
No te olvides que el jueves a las 17:00 vamos a tratar de publicar
esta imagen en Facebook y Twitter todos a la vez.
Es muy importante
Abrazo!
Mauricio
‪#‎YolovotoaMM
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-IV-
hay algo en el rostro de severino di giovanni que me recuerda al guitarrista aleman de la banda de nick cave los vad seeds

severino2

-V-
He visto morir…
Por Roberto Arlt
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
«..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…»
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
«..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…»
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
«..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…»
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
«..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…»
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
-VI-
miren atentamente esta foto. ¿no ven nada? ¿Nada? ¿quién es la de flequillo con ojos de loca que asoman por detras de la sonrisa inolvidable de Mauricio?
sí, papurro, con el flequillo de Lisa Ann y la sonrisa de Mauricio soy igualito a cristina. yo sabia que le hiba a encontrar la vuelta a la cosa. papito, ya no vendo mas libros, al carajo los putos libros, a partir de esta noche me trasvisto de cristina y atiendo full time en ayacucho, arancel promocional $500-, chupada sin globito, cola $100 mas y diez pesos cada forro y la bebida hasta que haga un poco de liquidez y te la pueda vender yo te la podes traer vos.
te espero. soy caliente, fogosa y me entrego al placer sin restricciones. soy inteligente y me gusta conversar y pasar lindos momentos. y me gusta que el otro sea feliz.
veni, proba a esta madurita que esta a punto caramelo.
veni, conoceme y vas a aprender a gritar peron con ganas
veni, te estoy esperando, no puedo más
y si soso muy muy perverso y muy muiy rebentado
me puedo poner un vigote
y la camiseta de boca
y hablarte de osho
y de como las chinas le tiran la goma a papá
quien es papá
el que ahora es amigote de los k
y hace unos años atras fue
el que hizo mierda
el correo argentino
deuda que nunca pago
y que tuvieron que pagar los argentinos
que laburamos
mientras este viejo hijo de puta
cuenta en las revistas
lo vien que las masajistas chinas
te chupan la pija
un beso ahi justo ahi
cristina liefeld
____________________________________
Francisco Giarcovich me tienta, pero eso si, lavate un soncillonca, si no, no
Juan Pablo Liefeld tengo uno especial para vos, francis, uno todo lleno de agujeritos que lo tengo desde los 11 años, mira si me conocera el sinverguenza ese y como sos un amigo a vos te hago precio hacemos 700 redondo hora y media con o sin forrito y si queres de yapa me podes acabar en la boca toda toda toda esa lechita de tigre de cereales kellogs que hay en vosFrancisco
Francisco Giarcovich mmm delicia
Juan Pablo Liefeld ay, que poco expresivo que me salio el tigresito kellorgs, me gustan los hombres timidos porque una vez que estan colgados de la mamadera son los peores
Francisco Giarcovich Oh Juan Pablo Liefeld, solo escuchás a tus pasiones! Los tigres en el fondo de los más inhóspitos desiertos, sentirían horror ante tus fechorías
Juan Pablo Liefeld no, me la bajaste papito, sos un pelotudo, ya estaba por acabar y vos con tu poca honda me la bajaste si queres garchar ahora la hora a vos te sale 1500
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-VII-
Falta solo un día y te necesito
De: mauricio@mail135-3.atl141.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: miércoles, 05 de agosto de 2015 05:35:25 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
En promedio cada persona tiene en Facebook 205 amigos (depende mucho de la edad)
Si este jueves a las 17:00 conseguimos que los miles de voluntarios como vos publiquen la imagen que te envié diciendo que me votan, cubrimos la Argentina varias veces.
Por eso, es muy importante que reenvíes la siguiente foto a todos tus amigos que estén con el cambio, uno por uno, para que ellos también la compartan el día jueves en sus cuentas de Facebook, Twitter y/o Instagram.
No te olvides: Jueves 6 de agosto a las 17.00
TODOS en Facebook, Twitter o Instagram.
(Falta 1 solo día para el cierre de campaña)
Gracias por tu ayuda!
Mauricio
‪#‎YolovotoaMM

000

-VIII- 
VILLA CELINA
acaba de pasar una clienta
hablamos
y llegamos a la revista el interpretador
y a Juan Diego Incardona
y me cuenta que su ejemplar
de villa celina
esta destrozado porque los chicos
se lo fueron pasando de mano en mano para leerlo
bien
es publico que a mi no me gusta lo que escribe
juan
pero tiene una vos propia y personal
y
eso es tener exito con un libro
juancito
que unos pibitos en una escuela
destrocen el ejemplar de la docente
porque se lo fueron pasando de mano en mano
para leerlo y que les alla gustado
-IX-
¡Ahora!
De: mauricio@mail100.us4.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: jueves, 06 de agosto de 2015 09:29:27 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Llegó el momento, Juan Pablo
A partir de las 17.00 publicá la foto en tus cuentas de Facebook, Twitter y/o Instagram
con el hashtag ‪#‎YolovotoaMM‬.
Miles y miles y miles de personas hoy mostrarán la confianza que tienen en cambiar.
Gracias!
Un abrazo,
Mauricio
#YolovotoaMM
Este collage es un homenaje al Ruso Norberto Verea que lo acabo de ver y escuchar en el programa de Matías Martin Linea de tiempo y una vez más luego de escucharlo lo único que puedo decir es: gracias, Ruso, por existir.

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-X-
PIER PAOLO PASOLINI
Ayer me encontré en un bar diciendo: Ricagno lleva a Pasolini hundido en la carne.
Alejandro Ricagno no es Daniel Link que lo lee a Pasolini porque es un saco que le queda brutal.
Ale tiene una relación visceral con Pasolini.
La relación de Daniel Link con Pasolini es la de un pajero con los videos porno que guarda en su computadora.
La relación de Alejandro Ricagno con Pasolini la de un amante insaciable con el gran amor de su vida.
Y es una pena que Ricagno no escriba un libro sobre la vida y obra de Pasolini, porque si el se sentara a escribir ese libro este se traduciria a todos los idiomas de la tierra y después de él no abría otro libro mas que ese como bibliografía fundamental sobre la vida y obra de Pasolini.
La última vez que lo vi a Alejandro fue en el bar Le Troquet y le dije que qera una pena que salvo un libro que se publico en Nueva York con sus poesías no existan en las librerias libros de él de poesía, ensayo, critica de cine. Y el se largo a llorar y me dijo que era un hijo de puta que le estaba cagando la vida y se largo a llorar y a gritar. Y se fue. Y volvió y me dijo: ahora me vas a tener que escuchar toda la noche por hijo de puta. Y estuvo toda la noche en Le Troquet parado al lado de mi mesa sacando cuadernos de su mochila llorando y leyendome sus poemas a los gritos.
Ese es Ricagno.
Lo conozco hace mil años.
Desde que era pibito.
Ricagno es el Macedonio Fernandez de mi generación.
Por eso te digo, a vos, si sos un pibito que esta dando sus primeros pasos en el mundo y tenes inquietudes reales con la literatura y el cine buscalo a Ricagno. Y vas a conocer lo que es tener un vinculo verdadero y pasional con el cine y la literatura.
¿Y dónde lo podes encontrar?
Simple.
Busca una noche cualquiera un bar de Buenos Aires que aun este vivo y ahí lo vas a encontrar a Ricagno.

-XI-
Introduccion a “Los Reconocimientos” de William Gaadis
William H. Gass
Había sido jefe de sección en Bloomingdale’s. Ése era uno de los rumores. En la actualidad, escribía bajo el pseudónimo de Thomas Pynchon. Ése era otro. Había tenido que pagarle a la editorial Harcourt Brace para que publicara Los reconocimientos y después, decepcionado y molesto por la recepción del libro, había hecho que destruyeran los ejemplares que no se habían vendido. Había muerto de disentería o alguna otra enfermedad humillante y turística a los cuarenta y tres años y lo habían enterrado bajo un árbol retorcido, en España, sin ninguna lápida. Uno de los más absurdos era el que sostenía que había trabajado como asistente de maquinista en el canal de Panamá y que había participado como mercenario en una pequeña guerra en Costa Rica. No parecía tener ninguna fuente de ingresos. Lo que hacía era vagar de un sitio a otro. Se convirtió en un personaje de libros firmados por un vagabundo. No. Trabajó para el ejército y se dedicaba a escribir los textos de los manuales de campo. No. Hizo guiones para películas que contaban/mostraban cómo desmontar y limpiar una escopeta. Algunos, con muy poca amabilidad, sugerían que había estado empleado en The New Yorker, donde su labor era comprobar que lo que contaban los artículos era cierto. Para nada, decían otros, es un autónomo innato. Y se convirtió en un fantasma que se infiltró en varias corporaciones mientras reunía el material para una novela sobre América y el dinero que tenía la intención de escribir algún día. Cuando John Kuehl y Steven Moore editaron una recopilación de ensayos sobre él, el autor homenajeado se volvió artista y, para la portada, se dibujó con un elegante traje y un vaso alto en la mano, pero sin cabeza.
En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book Award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis (que encaja tan bien con los diversos rumores ya mencionados), por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.
Cuando me felicitaban, siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.
Todas estas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas? Sólo esto: que si tuviéramos dos puertas, en una habría un santón hipócrita y en la otra un charlatán disfrazado de estadista; que entre las reliquias más valoradas de nuestra tierra, si las hubiera, descubriríamos que el pulgar conservado en formol del santo de la localidad perteneció, en origen, a un borracho que vivía en el barrio y no tenía ni un céntimo, que el cuadro más estimado del museo es una falsificación, que las monedas antiguas que hace tiempo que coleccionamos son falsas y que el magnífico coche que acabamos de comprar es robado. Lo que escribió Rainer Maria Rilke sobre Auguste Rodin puede aplicarse sin ninguna duda al hombre que aparece en ese boceto sin cabeza: “Rodin era un solitario antes de que lo alcanzara la fama, y después quizá se volviera más solitario todavía. Y es que la fama, al fin y al cabo, no es más que la suma de todas esas equivocaciones que se reúnen en torno a un nombre nuevo”. En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.
Como Bajo el volcán, la excelente y oscura obra de Malcolm Lowry, Los reconocimientos necesitaba devotos que lograran que su existencia siguiera siendo conocida hasta que llegara el momento en que pudiese aceptarse como un clásico; pero convertirse en un libro de culto no es lo mejor que le puede pasar a una obra, pues en algunas ocasiones eso hace que se crea que sólo pueden admirarla quienes tienen un gusto especial. En este caso, se temía que se lo considerara una locura de libro con unos fans chiflados. De hecho, fue surgiendo un cierto culto, un culto en el mejor y más antiguo sentido del término, ya que lo formaban lectores a los que el encuentro con el libro les había alterado la conciencia, que habían percibido algo más que su evidente excelencia artística y que no reaccionaban ante la escasa atención que había suscitado meramente con la rabia resignada que suelen sentir quienes leen bien y mucho y desean que se trate a los buenos libros con justicia; se trataba de lectores que notaban desde lo más profundo de su ser que esta novela era un auténtico reconocimiento y podía producir esa célebre conmoción: que revelaba los mecanismos internos del mundo social como si éste fuera un reloj de níquel; que combinaba el pesimismo de sus percepciones con las afirmaciones del arte que, al mismo tiempo, él mismo modificaba y hacía progresar; y además, que su autor, aunque aquél fuera su primer libro, se preocupaba lo suficiente por sí mismo, sus objetivos y sus capacidades como para crear una obra maestra contracorriente y, por supuesto, contra todo pronóstico.
Comenzado en 1945 sin saber realmente para qué ni por qué, y escrito a rachas a partir de 1947, Los reconocimientos se publicó a mediados de los cincuenta, una década tan arrebatada por el éxito que no pudo percibir las señales de morbidez que el libro mostraba. Se dice que un compositor tipográfico se negó a continuar trabajando con ese texto y buscó el consejo de su sacerdote, quien le dijo que tenía razón en desistir. Como es natural, la novela ganó un premio por su diseño cuando fue publicada.
Su salida fue debidamente anunciada por cincuenta y cinco periódicos y revistas. Sólo cincuenta y tres de estas reseñas fueron estúpidas. En cualquier caso, las reacciones de los críticos ante el libro confirmaron su carácter y su calidad, ya que no sólo lo declararon ilegible y fluctuante y agotador y confuso, sino que participaron en las mismas artimañas que el texto documentaba y escenificaba. Habría sido pedir demasiado que leyeran, comprendieran y elogiaran una obra de ficción de la que formaban parte. También usted puede dejar su ejemplar, sin haberlo leído, sobre alguna mesa bien visible. Unos cuantos críticos confesaron que sólo pudieron llegar a la conclusión de la novela saltándose páginas. Bueno, ¿cuántos han llegado realmente a la última página de Proust, o han terminado Finnegans Wake? Y de todos modos, ¿qué significa terminar de leer Moby Dick? No empiece este libro con esa clase de esperanzas. Éste es un libro del que debería hacerse amigo. Lo acompañará durante toda su vida. Cuando lo termine, sólo será para empezarlo de nuevo.
Era un error, para alguien joven, ser tan ambicioso, pensaron los críticos; el resultado, sin duda, tendría que ser pretencioso, y se notaría la tensión por el gran esfuerzo. Si el autor se esfuerza para escribir su obra, el lector quizá también tenga que hacerlo para leerla, mientras que si el primero se dedica a pasar el rato con las palabras, el segundo puede relajarse y leer tranquilamente. Bueno, Los reconocimientos pesa demasiado como para que alguien pueda echarse la siesta con él en el regazo. (¿Cuánto pesa el que tiene usted entre las manos? Puede compararlo con la primera edición que, con sus 956 páginas, sale al ring con un kilo y cien gramos de peso, para descubrir cuánta sustancia le han extraído. Súmele unos treinta gramos por esta introducción).
Bueno, desde luego, era ambicioso, denso, largo, complejo. Su autor es un romántico, en ese sentido, y es evidente que está preocupado por crear una obra maestra; ¿cómo lograr la excelencia, sino intentando lograrla? No es habitual que uno comience a hacer un castillo de arena, una apacible mañana de verano —relajado, junto a una laguna azul— para —¡por Dios!— concluir —gracias a una serie de arenosos azares— una Alhambra llena de estanques al atardecer. El libro hablaba de embaucadores, de eso se daban cuenta hasta los más lerdos, y por lo tanto se veían a sí mismos, y por ello lo dejaban. No se trataba de un pasatiempo soporífero de una tarde larga y perezosa, sino de una denuncia de su falta de decencia.
Copiaron lo que decía la contraportada. Plagiaron las reseñas que habían salido antes. Cometieron miles de errores. Condenaron el tema, aunque no entendieron cuál era; detestaron la erudición, que consideraron pedantería; rechazaron el tono, aunque no lograron captarlo; criticaron con furia su punto de vista, cuyos propósitos criminales sospechaban. Uno tras otro alabaron a Joyce, un escritor que, según decían, era el verdadero McCoy, mientras que… Y sin embargo, si se hubieran visto transportados al pasado, habrían sido los primeros en lapidar al autor dublinés.
Hay quien cree que hay que mejorar la crítica, pero yo opino que la culpa es de la especie, que se rodea de mentiras y llama a esas mentiras cultura, del mismo modo que las ardillas construyen sus nidos con ramitas cortadas y hojas secas y después se esconden dentro. En cualquier caso, como observó el filósofo alemán Lichtenberg, cuando un lector se duerme sobre un libro y al chocar su cabeza con él suena a hueco, no siempre es el libro el que carece de cerebro.
Tras la confusión de su recepción inicial, Los reconocimientos fue dejado de lado salvo por unos pocos felices pero furiosos que habían descubierto que esa ficción sobre la naturaleza, el significado y el valor de “lo verdadero” era, en sí mismo, lo verdadero. Se rumoreaba que el propio William Gaddis había publicado un panfleto vituperando a los reseñistas de su libro y citando sus ilicitudes una por una. La verdad, cuando se encuentra rodeada de mentiras, como las falsedades, calumnias y tergiversaciones con las que he sazonado el comienzo de esta introducción (pues el “sí” se puede convertir en “no” pintándolo al óleo), va tomando su hedor y al cabo de poco tiempo no se puede distinguir de ellas. Gaddis se ganó la vida, en una época, comprobando la veracidad de lo que decían los artículos de una publicación. Trabajó en un barco bananero en América del Sur. No tendría ninguna importancia si no fuera porque los contextos corrompen. Los compañeros de cama muerden. Los chaqueteros son capaces de robar de sus propios bolsillos. El fraude es contagioso. Lo cierto es que un neoyorquino publicó, con el pseudónimo de Jack Green, tres artículos sobre los chapuceros reseñistas que dedicaron su talento a Los reconocimientos. Los llamó, sin andarse por las ramas, Fire the Bastards!,1 y Dalkey Archive Press ha sacado una cuidada reedición hace poco. Ahí, además de obtener muchos de los datos que ya he mencionado, me enteré de que uno de aquellos caballeros atribuyó el libro a William Gibson.
Un reducido grupo de admiradores mantuvo la obra a flote durante los siguientes veinte años, pero su rechazo, en mi opinión, fue debido a una serie de factores que tienen poco que ver con su supuesta dificultad o con la dudosa distinción de ser un libro de culto. Si uno quiere ser conocido dedicándose a la escritura, como los libros en sí mismos suelen tener una vida efímera, debe o bien cortejar a los medios y dejar que la publicidad actúe como su chulo, como hacía Truman Capote, o bien aferrarse como la hiedra a los muros de la academia, yendo de campus en campus como un canapé en una fiesta. Así, de un modo o de otro, uno puede aparecer en público con frecuencia y cosechar el aplauso de aquellos a quienes aplaudir no les cuesta nada porque no tienen otra cosa que hacer. Uno debe también leer su libro histriónicamente, o dar muestras de su trabajado ingenio y de su creciente comodidad, en programas de entrevistas televisivas. Y hacer reseñas. Sí, exacto, descender hasta las profundidades de los rivales, donde uno será considerado un tiburón más. Y participar en simposios, y dar entrevistas. Todo eso se va sumando a los textos escritos por uno y sobre uno que cualquier estudiante, crítico o estudioso debe consultar. Porque uno vale en función del número de entradas en que aparece su nombre en el catálogo de la biblioteca. Mientras tanto, también hay que enseñarles a los principiantes cómo ser un genio, apoyar profesionalmente a los alumnos más destacados e ir creando en torno a uno mismo, a lo largo de los años, un círculo de personas agradecidas cada vez mayor. De este modo, el prestigio de uno va creciendo con tanta firmeza como el tronco de un frondoso árbol.
William Gaddis, también conocido como Gibson, también conocido como Green, también conocido como Gass, no hizo ninguna de estas cosas que suelen hacerse para potenciar la propia carrera literaria, quedando, como dicen convenientemente los políticos cuando no quieren que algo los salpique, “al margen”. Fuera de foco. A un lado. Tampoco se dedicó a escribir un nuevo libro cada quince días sólo para demostrar lo fácil que es, ya que todos sabemos lo fácil que es, y lo deseable, puesto que de ese modo uno puede darle a sus nuevos amigos lo que están acostumbrados a recibir e ir a las fiestas, e incluso a las juergas, que organizan los editores, pues ¿acaso no somos todos viejos amigos?, y sus libros reciben cada vez más y mejores críticas. No hay que olvidar que los mismos chapuceros que condenan también están dispuestos a elogiar, por un precio.
El silencio se convirtió en su forma de estar y el exilio (como consecuencia) en su estatus. Consiguió salir adelante gracias a su astucia mientras iba recopilando material y construyendo otras tramas irritantes sobre la vileza de la gente, escribiendo otro largo libro sobre el mundo de los negocios y su obsesión por el dinero y su modo de funcionar basado en la manipulación y el engaño, componiendo un himno para Horatio Alger, una música hecha a partir de un discurso inane, confabulador, taimado, falso. Jota Erre funcionó más o menos bien en las librerías durante un tiempo y recibió el National Book Award, pero creo que fue menos leído que Los reconocimientos, menos disfrutado, y no causó, como es lógico, la misma sorpresa. Además, aunque resultaba evidente que era un producto de la misma sensibilidad y que expresaba un punto de vista similar, Jota Erre era tan distinta de la novela anterior como Joyce de James. Pero no deje lo que tiene entre las manos para ponerse a leer Jota Erre, aunque sea tan musical como Finnegans Wake, un torrente de palabras y una Torre de Papel, un potaje hecho de frases rotas y pensamientos —llamémoslos así— incompletos, porque aquí hay mucho que escuchar, porque siempre debemos escuchar al lenguaje, que es la primera señal que percibimos de encontrarnos con la escritura de un maestro; y cuando hacemos eso, cuando escuchamos, es porque primero hemos pronunciado las palabras y actualizado el texto, de modo que cuando escuchamos, oímos, nos oímos a nosotros mismos cantando lo que ahí se dice, y entonces somos verdaderos lectores, estamos participando en la creación, estamos modificando nuestra escucha en función de lo que va ocurriendo, porque nadie que ame la literatura puede seguir esos movimientos, esas frases, esas frases entrecortadas de William Gaddis durante mucho tiempo sin detenerse y levantar los brazos y gritar aleluya hay algo bueno en este mundo horrible y falto de dios.
Es casi sólo por eso que hacemos lo que hacemos.
Y eso da cuenta de la pureza de las intenciones artísticas de Gaddis, y de la realidad de su obra, ya que logra elevarse partiendo de lo que es tan falso que produce asombro. Además, el paso de las preocupaciones de Los reconocimientos a las de Jota Erre es totalmente razonable. Los reconocimientos, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. Jota Erre muestra un mundo absolutamente decadente. Se trata de un mundo de palabrería, maquinaciones y dinero. Unos pocos reseñistas de Jota Erre, más perceptivos que la mayoría, echaron de menos la lucha espiritual del libro anterior, pero mire a su alrededor, lector: esa lucha se ha perdido. Lo grande ha sido sofocado por lo pequeño. Si usted es lo bastante ruin, el mundo puede convertirlo en un príncipe. No son los mansos quienes heredarán la tierra, sino los falsos.
Sí, debemos seguir las instrucciones que nos dan al final de Jota Erre:
¿… se acuerda del libro ese de esa vez que querían que escriba sobre el éxito y o sea la libre empresa y todo eso eh? Y o sea ¿se acuerda de eso que le leí en el tren la vez esa que había una corriente de piñón para que lidere un desfile y me meta en una carrera política y todo eso? Pues o sea escuche tengo una idea buenísima eh, ¿me está escuchando? ¿Eh? ¿Me está escuchando…?
Entonces, si somos obedientes, apenas habremos llegado a la segunda página de Los reconocimientos antes de encontrarnos con un párrafo como éste, en el que se nos presenta a Frank Sinisterra, que en ese momento se está haciendo pasar por el médico de un barco pero que es falsificador de profesión:
El médico del barco era un hombrecillo granujilla y sin afeitar cuya ropa, adornada con manchas, churretes y quemaduras de cigarrillo, se mantenía sujeta a su persona mediante una amplia redecilla de cuerda anudada. Los botones delanteros de aquellos pantalones de dril habían sido hechos originalmente, con todo el triste e ingenioso engaño de la falsa economía, de cartón estucado. Tras numerosos lavados persistían como una hilera de tocones grises alineados junto a los portones abiertos de su bragueta. Aunque a veces aparecía una boutonnière por algún agujero de la pechera de su camisa, sus pétalos resultaban ser también de papel, y parecía el tipo de hombre que acostumbra a quitar la espuma de la superficie de un vaso de cerveza con el forzal de un sucio peine de bolsillo, y a limpiarse las uñas en la mesa con los dientes de su tenedor de ensalada, cosas que efectivamente hacía. Diagnosticó el trastorno de Camilla como indigestión, y se encerró en su camarote. Eso fue por la mañana.
Me gustan particularmente las dobles l con que comienzan nuestros placeres, pero tal vez usted prefiera el ingenioso empleo de la vocal i en la frase con la que concluye (which things, indeed, he did. He diagnosed Camilla’s difficulty as indigestion, and locked himself in his cabin), o el juego con la d y la c en esa misma sección. En cualquier caso, estamos transitando avenidas hermosas y deberíamos demorarnos en ellas no sólo para admirar estas aliteraciones iniciales, sino también para disfrutar del hecho de que este hombre que trabaja con papel moneda está hecho de papel, o para visualizar el gesto, tan apropiado como el de un dedo, y sin duda tan poco higiénico, con el que quita la excesiva espuma de su pinta o, por encima de todo, para apreciar el juego de palabras oculto que conecta la “espuma” con el “peine”, mediante el cual se consigue despeinar la cabeza de la cerveza de Frank.
Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar éste. Una explicación —en realidad, cualquier explicación— lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama —por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda— falsean gravemente las obras. Las guías son útiles, pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso. Lo domestica, lo desarma. “Muy bien, ya lo entiendo”, decimos, lavándonos las manos, “y esto tiene que ver con eso”. “Por fin comprendo a Kafka” es una afirmación estúpida y presuntuosa.
Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos? Por supuesto, el mundo bien presentado de los autores realistas tradicionales, en el que las motivaciones son conocidas y las acciones son inequívocas, en el que uno puede creer lo que le cuentan y en el que los caminos del bien y del mal están tan claramente señalizados como si fueran autopistas, es un mundo tan artificioso como un abrelatas. A pesar de que con frecuencia resultan brillantes y de lo mucho que nos gustan esos personajes artificiales, sus conversaciones inteligentes y sus elegantes fiestas y los argumentos sobre los que giran como los caballitos de un tiovivo, considerarlos, a ellos y al mundo que decoran, “reales” es como aferrarse a una ilusión muy querida. Las páginas de Los reconocimientos están más cerca de la realidad que nada de lo que escribieron Zola o Balzac.
No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro —disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización— como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche. Las personas que merecen tal devoción, tal aprecio instintivo, son escasas; más escasos todavía son los libros con los que vale la pena establecer esa clase de relación.
Puede ser de utilidad, en cualquier caso, situar Los reconocimientos en el centro de todas las historias de las que forma parte, para poder captar la estrategia esencial de la novela. Primero, veamos una trama arquetípica.
Nace un bebé varón. En tiempos pasados, antes de que se lograra la igualdad, los padres del protagonista de nuestra historia habrían sido importantes —eran dioses y diosas, héroes y sus cónyuges, reyes y reinas—, porque lo que les sucedía a ellos tenía que ser significativo no sólo para ellos, sino para todo el conjunto de la sociedad. Este niño será un heredero y, como ha señalado Joseph Campbell, tendrá mil rostros. Todo tipo de señales —presagios, augurios, profecías de los adivinos— advierten al padre (el rey) de que el nacimiento de su hijo supone un peligro para él, de modo que el rey hace que se lleven al niño y lo abandonen en medio de la naturaleza donde sin duda habrá de perecer, pero a manos de la naturaleza y no a las de su padre (una sofistería que quienes firman sentencias de muerte hoy en día siguen practicando). Sin embargo, si el padre en cuestión es un tipo directo, como Cronos (o Saturno, si usted prefiere), se limita a engullir a su rival. El primer reconocimiento es de los padres, y consiste en que la nueva generación, algún día, detentará la posición y tendrá el poder que ahora disfrutan sus mayores. Aunque la muerte es tan importante como el nacimiento para la salud de la especie, pocas veces es bienvenida y por lo general se la trata de postergar todo lo posible.
Si el bebé no tiene ninguna marca que lo identifique, sin querer se le hace alguna cuando se lo llevan. A Edipo, como usted recordará, le ataron los pies como si fuera un ave preparada para ir al asador. A veces lo dejan delante de una puerta, o lo lanzan a la deriva en una cesta, o lo abandonan en la ladera de una colina; después, el niño es hallado por un animal totémico y criado como si él también lo fuera (Rómulo y Remo fueron amamantados por una loba), o lo rescata un pastor o un pescador que pasa a ser su padre adoptivo. Durante este período de exilio, cuando el niño crece en una tierra extranjera, es cuando tiene lugar el segundo reconocimiento, bien debido a una creciente convicción interior de que es “otro” y es importante y tiene un destino, bien porque, en determinado momento, sus padres adoptivos le cuentan algo sobre su historia. Éste es el primer reconocimiento del “héroe”, y es básicamente negativo. Más o menos, dice: yo no soy un lobo; yo no soy un oso; yo no soy de estirpe campesino. “¿Qué estoy haciendo en Akron, Ohio?”, se pregunta Hart Crane; “Utah”, insiste Ezra Pound, “no es mi segundo nombre”.
Poco después, parte en busca de su verdadera patria y de su identidad real. Esta parte del relato tiene la forma de una odisea: un viaje largo durante el cual el joven supera una serie de obstáculos que ponen a prueba su carácter, certifican sus capacidades y establecen su fama, como los trabajos de Hércules o cualquier Wanderjahr. Su prueba final suele consistir en tener que hallar la solución a alguna clase de adivinanza, y es una prueba espiritual o intelectual más que física (Edipo resuelve el acertijo de la Esfinge).
Mucho más tarde, después de que su padre adoptivo lo haya salvado de su destino y él haya vagado por el mundo en busca de su verdadero hogar (su odisea), Edipo llega a un lugar del que no recuerda nada y, por casualidad (es decir, por obra del Destino), se encuentra con el rey, su padre. Sus pies desfigurados señalan su identidad, le advierten al rey, y en una especie de disputa (el agón), el hijo lo derrota y obtiene una recompensa: la mano de la reina. Este reconocimiento podría ser mutuo y la disputa, por lo tanto, comprendida, pero el reconocimiento suele posponerse, como en la versión de Sófocles de la historia de Edipo, hasta que hayan pasado muchos años. La primera parte de la narración ya está completa. Comienza con el nacimiento de un niño y termina con su boda o comus; de ahí viene el nombre de “comedia”.
La segunda parte de la historia repite la primera, pero desde el punto de vista del padre, ya que el matrimonio supone que un nuevo rival aparecerá en escena muy pronto. Si nos quedamos con nuestro protagonista original, para él sigue un período de paz durante el cual establece su gobierno y hace prosperar a su pueblo. Mientras tanto, su hijo desterrado está cada vez más inquieto y continúa su búsqueda. Es importante darse cuenta de que desde un punto de vista, el personaje del padre es un héroe, pero desde otro, es un villano incorregible, y que los delitos de destierro y usurpación se repiten, sin remedio, generación tras generación. La segunda parte de la historia concluye, por lo tanto, con la muerte del héroe a manos del hijo al que ha maltratado, y se llama, por supuesto, tragedia.
Sin embargo, un héroe que es derrocado y muere apenas puede considerarse un héroe, sobre todo cuando, como sucede con mucha frecuencia, es hecho pedazos o sacrificado o devorado. Es evidente que no habría perdido la disputa, la batalla, la elección, la guerra o a la mujer si no hubiera sido traicionado, como lo fue Alemania por el Tratado de Versalles, como lo fue el Sur en la Guerra de Secesión, como lo es siempre todo perdedor: por un mal arbitraje, una desgracia, una confabulación, camarillas políticas, conspiraciones raciales. Se nos ha escapado la pelota, pero ha sido porque nos apuñalaron por la espalda. De modo que siempre hay un Judas o dos por ahí, esperando la ocasión para hacer alguna maldad, o un Yago con un pañuelo metido en la manga. En un acto de deslealtad, podemos pasarnos al bando del nuevo gobernante: el rey ha muerto, al fin y al cabo, así que viva el rey; si permanecemos fieles a nuestro personaje original, ¿qué nos queda, además de trozos dispersos de un cuerpo deshonrado o una tumba sellada para velarla durante toda la vida? Bueno, los trozos, de un modo u otro, vuelven a juntarse; el héroe levanta la lápida que hay sobre su tumba; los seguidores del rey traicionado y crucificado lo reconocen como recuperado y vivo; con lo cual, como Dioniso (habiendo concluido ya su historia), sale de la trama de inmediato, se le pone su nombre a una constelación y se va a morar con los dioses.
Y nosotros —usted y yo—, en la medida en que seamos capaces de identificarnos con la personalidad y la vida de esta figura heroica, superaremos la muerte y lograremos la redención, como él, ya que él, y los altibajos de su peripecia, simplemente encarnan el incierto ciclo de las estaciones. “En la juventud del año llegó Cristo, el tigre”.
Hay otra sección de este relato que podría mencionarse, aunque tiende a ser herético por su contenido y es popular, es decir, no está protegido por ningún canon. Mientras el héroe de uno de los ciclos está disfrutando de la reina y gobernando su reino, como usted recordará, el hijo (el héroe de la otra versión) está en el exilio y llevando a cabo su odisea. Del mismo modo, cuando el rey es asesinado y el nuevo rey asume el mando, podemos imaginarnos que el muerto está viviendo en el exilio, en el país de los muertos —en el inframundo— y que emprenderá otro viaje, y se enfrentará a otras pruebas, mientras espera que llegue el momento de su resurrección. La tradición cristiana describe un “descenso a los infiernos”: una lucha entre Cristo crucificado y el señor del infierno (ahí, como dos gallos, en el foso). Y esta fase también supondrá una serie de reconocimientos.
Los poetas, los novelistas, los creadores de mitos, casi nunca tratan de contar el relato completo; por lo general, deciden centrarse en algún elemento de la historia y desarrollarlo (las odiseas proporcionan muchas oportunidades de ese tipo), o modifican la ontología de la empresa, como hace Sófocles, haciendo que el tema principal del ciclo no sea la acción, sino la comprensión. Como Edipo ha actuado de un modo tan poco atento, se quita la vista, cuando ya ha abierto los ojos y tomado conciencia de lo que ha hecho, con un broche que saca de las vestimentas de su madre-amante. La ceguera física es, por supuesto, necesaria para lograr una visión interior tan potente como la suya.
Supongamos, ahora, que yo recreo este relato, adornándolo con detalles que encajen bien con mi época y mi lugar y mis intereses particulares, como si ninguno de sus elementos se hubiera visto antes, como si ninguno de sus actos se hubiera realizado, como si ninguno de sus objetivos, en ningún momento y en ningún sitio, se hubiera cumplido. Mis rituales serían fantasías, serían falsificaciones, y sus efectos dependerían de la supresión del “había una vez” original y su sustitución por mi taimada recreación posterior. Mi relato sería un usurpador si no reconociera su parentesco con todas las versiones anteriores, y correría el riesgo de ser destronado en el momento en que lo obligaran a admitir dicho parentesco. La larga y única cita de La rama dorada, el libro seminal de sir James Frazer que Gaddis incluye en Los reconocimientos, nos permite reconocer (aunque ya lo sabíamos desde hacía algún tiempo) que la práctica de buscar víctimas propiciatorias es antigua y ocurre a menudo y tiene motivos estacionales. Si la crucifixión de un mono o una rata tiene un aire de supersticiosa desesperación, ¿qué podemos decir de la crucifixión cristiana?
Hay supresiones y reconocimientos, por lo tanto, que son inherentes a los mitos y relatos tradicionales que recogen los antropólogos y que aparecen constantemente como parte del mecanismo de despliegue de las historias (entre los pretendientes que rodean a Penélope, el perro de Ulises es el único que lo reconoce vestido con harapos); y hay reconocimientos que también los personajes de esta novela experimentan, además de los que tendremos nosotros, los lectores, a lo largo de su complejo curso, un curso a cuyos orígenes alude constantemente, como sucede en La tierra baldía: las referencias que aparecen contribuyen en buena medida a su riqueza. Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte, y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”.
Vivimos para nada. Después, morimos y todo se termina. ¡Qué reconocimiento! ¿Qué nos puede salvar? Sólo saber que hemos vivido sin expectativas ilusorias, incluyendo la de que algo nos pueda salvar. Pues el templo de nuestras simulaciones se derrumbará al final, y caerán sus piedras provocando muerte (como ocurre al final de esta novela), pero esto no se deberá a la fuerza bruta y ciega de un Sansón que se pone a sacudir sus columnas, sino a un arte, a una música surgida de un órgano que alguien toca con determinación tras activar sus registros; que alguien toca, al fin, de un modo insensato y despreocupado por los riesgos que supone su reverberación hasta que todas las piedras del vecindario comienzan a temblar.
Las reseñas que cayeron sobre William Gaddis y su libro eran, sin duda, piedras de un orden antiguo, pero, al terminar Los reconocimientos, de la obra auténtica “todavía se habla, cuando se menciona, con alta estima, aunque casi nunca se interpreta”.
Así que pase la página… y altere esa frecuencia lamentable.
Traducción: Mariano Peyrou.

-XII-
Mostrito
Lo llamaban Monstruito.
También Mostrito.
Me gusta más Mostrito así que lo llamaremos esta noche así.
La historia que te voy a contar de Mostrito trascurre durando los años dorados del menemato.
Durante los buenos y viejos tiempos de los 90.
Cuando mamá era una mujer dueña de sus actos, brava, dura, inteligente, laburadora incansable y con un humor filoso y preciso como un chuchillo de carnicero.
Cuando un peso valía un dólar y podías comprarte por lo que hoy te compras un Vat 69 en ese momento un Brandy americano exquisito y un wisky escoces de escocia y una tableta de chocolate suizo o alemán y te quedaba plata para los puchos. O te podías con 300 pesos de hoy rastrillar la calle Corrientes y volverte con la Historia de la vida Privada de Ariès y Duby y Cristianismo, tolerancia sexual y homosexualidad de John Boswell y la autobiografía de Miles Davis y el Nietzsche de Heidegger y José Sbarra y te quedaba lo suficiente para entrar en los saldos de Dickens y Libertador y Fin de siglo (que ya no existe y esta a la vuelta de casa en la misma cuadra donde estaba Ave Porco que ahora es un Día) y hacer desastres y  tener que dejar libros porque no podías cargarlos hasta casa y entonces tenías que decidir si dejar a Sylvia Plath o a Cormac McCarthy.
Estoy hablando de los viejos buenos tiempos de los pobretones del Conurbano no de los que se iban a Europa y Brasil y Estados Unidos como uno a Mar del Plata. Para ellos los noventa fueron más dorados, luminosos, llenos de brillo.
Pero lo cierto, es que el Carlos, que gente mala como la de Página 12 lo acusaba de Mono Musulman, no por haber leído a Primo Levi, sino por desprecio a surgir de unos de los textos capital y clasico como el Facundo de Sarmiento – civilización y barbarie –, le negaba ese desparpajo de alegria y generosidad en el que sacrificaba a la Nación en un potlash alucinante donde todos fuimos felices y podíamos comprar encontrar el don en la góndola de cualquier supermercado Carrefour.
Nadie se quedo afuera de la fiesta con Carlos y él se ocupo de que todos en la medida de los posible tuviera su corneta y su antifaz para cuando llegara el momento del baile carioca.
Y nadie se lo reconoce.
Con Menem lo que duro la fiesta nunca falto el champagne frances, la pizza italiana y la cocaína que nadie quiere reconcocer hoy pero que a la hora de evaluar puntos turísticos los europeos suelen optar por Buenos Aires porque por lo que allá tienen que pagar algo carisimo y malo acá consiguen una bolsa así de grande y de una calidad excepcional. Por qué te crees que el Joaquín Sabina de 500 noches y 19 días se fue a vivir a González Catan: por la belleza de nuestras mujeres y la calidad y precio de nuestra cocaína.
Pero Argentina es un país ingrato.
Nada dura para siempre y a Menem siempre le reprocharon que la noche se hizo día.
Pero eso no era culpa de él sino de Dios que se le ocurrió poner esas reglas.
El sólo fue responsable de la fiesta donde algunos compraban empresas estatales y otros paquetes turísticos que un alemán de clase media alta hubiera tenido que hipotecar su casa para concretarlo y otros canchas de padle y otros remises y otros whiskys escoceses y chocolates suizos y nadie se quedo sin comer una porción de pizza ni tomar un vasito de champagne frances ni de darse un birulazo y contar una anegdota de Pichuco o el Polaco y obviamente maldecir la puta bolsa de Olmedo que una madrugada nos dejo sin su humor.
La piñata duro poco pero mientras duro fue una fiesta.
Cuántos en la historia de la humanidad se pueden colgar esa medalla y llevar con orgullo en el pecho haber hecho feliz a todo un pueblo.
Y esta historia surge del delirio del Conurbano Bonaerense.
De un Conurbano Bonaerense donde los niños jugaban en la vereda y los adolescentes volvían caminando borrachos  la madrugada y los adultos no tenían miedo de que los mataran cuando les robaban.
Fue el final de una época y el comienzo de otra.
Una bisagra entre dos mundos.
Y Carlos no fue el responsable de eso.
Eso no lo decidió él ni le era posible oponer resistencia alguna a ese cambio.
Y frente a la tragedia inevitable como toda tragedia el opuso lo único que esta a su alcance que todos fueramos felices por una noche en una fiesta loca y única.
Y vinieron los Rolling Stone.
Loco, vinieron los Rolling a tocar a la fiesta, a nuestra fiesta.
¿Entendes?
Una vida pensando que moriríamos sin ver llegar el avión negro de Perón con los Stones dentro y el Carlos lo hizo posible.
Y en ese Conurbano Bonaerense donde solo los maricones tomaban remis a la madrugada creció Mostrito.
En el secundario lo apodaron así porque estaba siempre de la cabeza y dado vuelta.
Pero no era porque fuera falopero, chupaba como un condenado, pero las drogas eran algo que pasaba en División Miami y que no veía él sino yo que crecí con ese Don Johnson de saco blanco y alpargatas como modelo de hombre junto con el Arnaldo André de El Infiel.
Mostrito era diabético desde los cuatro años y para el Hospital Aleman un misterio de la ciencia que Mostrito estuviera vivo.
Tenía picos de diabetes – estoy hablando aquí sin precisión técnica pero fiel a la realidad peronista – que lo llevaban siempre al borde del coma pero en lugar de matarlo a él esos picos lo colocaban.
Una vez su madre fue a consultar a un japonés, creo que de San Isidro, no recuerdo su nombre ni su especialidad especifica pero todos los que vivieron en los 80 y 90 en el Conurbano y Capital y tuvieron a un familiar complicado y sin salida tarde o temprano terminaba en su consultorio donde había que hacer cola para escuchara qué te había traido hasta él como se acude a cualquier santo hoy o en la antigüedad a consultar al oráculo de Delfos.
El japonés – y su hija heredera y continuadora de la obra de su padre – escuchaba y dictaminaba qué se podía hacer o qué era lo mas digno para el condenado a muerte.
No chamullaba.
Te cantaba la posta el japones y en perfecto español.
Yo no lo conocí personalmente.
Pero la tía Odila hermana de la abuela Plinia, mamá, la tía marta, la abuela Elsa todas acudieron al japones por ellas o por sus seres queridos en busca de una palabra franca frente a la desesperación del dolor de sus seres queridos.
Y la madre de Mostrito viendo que el Hospital Alemán por muy alemán que fuera no daba pie con bola con Mostrito – una vez el hospital llego a hacer un congreso interno para evaluar y analizar en una jornada el misterio de Mostrito que hiba por la vida al borde del coma diabético sin nunca morirse el hijo de puta – emprendió la senda del samurai.
Y el japonés le explico que la adolescencia seria el momento más critico y criminal de su enfermedad y luego y si había después vendría una meseta donde poder caminar tranquilo por un tiempo.
Porque el chiste era que cuando a el los niveles de insulina  – y temo estar diciendo barrabasadas – se le disparaban el efecto en sangre era el mismo que te produce a vos fumar un porro. Y mostrito no neseitaba un dealer para dogarse sino simplemente comer un poco de azucar de mas.
Y Mostrito estaba en esa encrucijada del destino al momento de trascurrir la historia que se demora pero llegara a ser contada.
Y se demora porque la empecé a escribir el vienes a las diez de la noche y a media noche cuando estaba endemoniado escribiendo cayo Diego Cousido. Y se fue a las cinco de la mañana y en el medio perdí tres amigos y me chupa un huevo sus argumentos y me chupa un huevo mis argumentosos ahora sábado a las siete de la tarde que nunca pude dormir ni tener paz preguntandome que nos pasó, no se, lo que sé es que Fernanda Simonetti, Gustavo Casartelli, Pablo Klapenbach y Juan pablo liefeld están todos un poco mas solos en el mundo.
En fin no los distraigo con estos lamentos de borracho pasado que va a estar aca en ayacucho 341 septimo sicuenta y seis y puede venir el que se les cante las pelotas esta noche triste – incluso mis dos amigos que amo y que me han dejado muy claro que sus ganas de romperme la cara, aca estóy Ayachucho 341 piso 7 departamento 56 y como ustedes saben que no se boxear ni me interesa sear un tramitete para ustedes simpelente tocan bajo y me cagan a palos y siguen sus vidas en pas y armonia , terriblemente triste y obvio el que venga que traiga para tomar y para tomar – no se si entendes mi sutileza – porque esta noche se murió la abuela, a mamá se la cagaron violando los soldados rusos cuando los aliados le doblaron el brazo a los malos malos en Berlin, Nick Cave ahora se da la viava en en los tres pelos que le quedan para esconder las canas como el tío Juan Minoli que cuando se lo dije no pudo escuchar qué le estaba diciendo que era un tipo grande y hacia natacion y tenia buen lomo y dueño de una fabrica familiar de repuestos de autos que debe tener dos años menos que José León SUarez y bueno nos tapo el auga.
Así de simple.
Como dice siempre Dady Brieva en su programa de radio: disimular un pedo desupes de los cuarenta es patético.
Me chupa un huevo quien tiene y quien no tiene razon y los amo y me aman y ya nunca mas bamos a poder compartir un mate, una noche o estar cuando el otro necesita que este.
Y eso es una mierda.
Un amigo como un amor se pueden terminar pero hay una marca imborrable que queda en el cuerpo y en eso que nadie sabe muy bien qué es y lo define al hombre salvo los putos publicistas y los periodistas y que se yo.
Retomemos.
Loco, no me pongas cara de qué me importa tu vida privada conta tú histora y ya flaco.
Bueno, la libreria es mi vida privada y sin estos tres amigo y María Petu Stegmayer fundamentalmente cuidandome y bancandome y soteniendome hasta que un día se rompio las pelotas con justa razon de la persona muy dificil que soy yo por ser suave  la librería jamas hubiera hubiera existido y llegado hasta acá y los sebastian que cuando tiene que intervenir intervienen en el momento justo y con la palabra justa.
En fin, soy esto todo esto que te estoy mostrando y lo que no te muestro y esta noche que perdi a cuatro amigos que al perdelos solo me volvi mas viejo y solo y estupido y terriblemente triste, triste, triste porque no se consiguen repuestos de Klappenbach en Warnes ni un Casartelli en la gondola de ofertas del permercado ni una Fernanda y no se me ocurre ahora y pero no, no se consigue, carajo y la puta que los pario, como duele esto.
Hoy perdí la segunda guerra mundial y los rusos se están cogiendo a todas las mujeres que pueden en Berlin.
Bien pero te dije que te hiba a contar la historia de Mostrito y te la voy a contar igual, como sea, como pueda, pero se cuenta porque yo di mi palabra.
Bien.
Resulta que unas vacaciones de invierno Mostrito y dos compañeros del secundario van al centro a revolver libros por corrientes y toman el tren en Villa Ballester – en una época maravillosa donde todavía existia el bagon de fumadores lleno de humo y gente fumando – se bajan en Retiro y empiezan a caminar buscando “el centro” que para los del Conurbano el Centro es toda Capital Federal y en este caso era la calle corrientes y su librerias.
Suben por la peatonal Florida, llegan a Corrientes y empiezan a caminar buscando las librerias del otro lado de la 9 de Julio.
Y en el medio se topan con el teatro gran rex y cincomil madres y todos esos mostruitos horribles que salieron de sus vaginas.
Entendes el contexto, no.
Bacaciones de invierno, madres boludas saliendo de debajo de las baldozas y pibitos incha pelotas cayendo del cielo como si Dios tuviera Diarrea.
Y el gran rex con doble funcion de chiqutitas.
Imaginate, ser Chuck Norris en Vietnam es una fiesta.
Ser al tipo que se lo cogen en el cuento de echeberria y lo matan los mazorqueros es una boludez.
Perder tu cuchara sin la cual no  podes comer tu potaje en Aushcwitz no es joda pero al lado de 3000 nenitas hijas de puta con sus madres conchuda esperando para entra a ver un espectaculo de Cris Morena es mucho mas pesado y heavy.
Y Mostrito y sus dos amigos, uno era  el hijo de la blbiotecaria de la Plasita Roca y el otro era muy paresido a un Sympson de los dibujitos, que eran quilomberos como ellos solos de repente se encontraron en un quilombo que jamas imaginaron que podía ser posible.
Y sí, ese es el gran encanto del infierno que siempre te puede ofrecer un poco mas de dolor y desesperación, en cambio el cielo que te ofrece unos angelitos culones  que tocan trompetas y no te dejan dormir la sienta.
Y Cris morena una mujer con presencia internacional con sus porquerias televisivas y musicales que han matado a generacios y generaciones de jóvenes con sus estupideces y a matado a mas gente que el cigarrillo, el cancer y el paco junto cuando Mostrito y sus amigos se encontraban en el corazon del infierno con 3000 gritando por sus idolas televisivas que estaban bajando de una combi se sintio perturbado.
Las nenitas de la tele saludaban a las nenitas de la vida real y todo era mentira y lo sigue siendo.
Imaginate.
Unas cuatro mil minas todas juntas, chiquitas y grandes y cogibles e imposibles.
Una película de Alfred Hitchcock.
Y las chiquitas empiezan a pasar entre la gente para ir a laburar – lo cual no deja de ser llamativo que una nenita que trabaja con Cris Morena sea un trabajadora y un chico que trabaja en la calle sea un pobre pibe, como lo que yo siempre digo tanto una cajera de Carrefour como una escort independiente son laburantes que ofecen su cuerpo para laburar y me retrucan pero no le rompen el culo a la cajera en Carrefour ni se la garchan todos el tiempo como a una puta, los que dicen eso es porque no saben nada, pero de la vida simplemente compraron un poster con una imagen estupida con una frase que prodria ser de una cancio de Cris Morean que es una de las personas que mas derechos de autor a facturado en los 90 y dos  mil con lo cual es esa cosa horrible halgo que no puedo ver hace bien. porque vos no podes meter cien canciones que las conoszca todo el mundo y ser un peloteo y no entender nada.
Bien.
Y cris morena y sus chuiquititas estaban pasado por un corredor humano de conchuditas y conchudas
Y en primara fila del corredor de conchudas estaban parados Mostrito el falopero que con un kilo de azucar podía estar una semana re loco y hasta darse vuelta y sus dos amigos.
Y cuando pasan las chiquititas por delante de mostrito este agarro a una de los pelos y la empezo a zamarrear.
Imaginate.
Cuatro mis conchas y conchitas gritando por la CHitquita que estaba siendo introducida a una edad que no correspondia al sadomasoquismo.
Y Mostrito que se le habia disparado la diabetes esta mas loco que la locura y no la largaba.
Nadie los agredio a ellos tres a pesar de ser adolescentes boludones y por qué.
Porque eran las unicos pitos del lugar.
Cuatro mil o mas según las encuestas de chochas y tres pitos solamente y qué mina se iba a atrever a dañar un bien tan escaso y nesecario.
Hasta que las conchudas lograron atraer la atención de la pocilia y ahí los amigos de Mostrito lo rescataron de su mambo tan justiciero como delirante y salieron rajando.
Esta serie fotográfica que saque en la esquina de Callao y Corrientes se llama: Civilización y barbarie. 
Y Domingo Faustino Sarmiento al equivocarse y poner en el título de Facundo la Y en lugar de la O llega a la misma lectura de la historia que Walter Benjamin. Pero Sarmiento llega a misma idea que Benjamin cien años antes. Y por sacar estas fotos casi me pisa un auto que no lo hizo porque un tipo me agarro y me tiro a un costado un segundo antes de que me llevaran puesto. Y te digo gracias a vos que no se quién sos pero me salvaste la vida. Y yo hoy no voy a ir a votar al Conurbano Bonaerense porque no creo en esto ni esto cree en mi.

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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Alejandro Ricagno, Daniel Link, Domingo Faustino Sarmiento, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Juan Diego Incardona, Lou Reed, Luis Ortega, Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once, Pier Paolo Pasolini, Primo Levi, Ricardo Darín, Roberto Arlt, Ruso Norberto Verea, Severino di Giovanni, William Gaddis, William Gass | 1 Comentario

Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XV

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
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XV
El Fiord
Obviamente esto es un homenaje a ese texto esoterico y perfecto que escribio Osvaldo Lamborghini y que se llama El Fiord. Lamentablemente casi medio siglo despues de esa pesadilla lamborghiniana seguimos undidos en el mismo fango que soño el perverso de osvaldo

 

-I-
pensar a veces no sirve de nada, hay que actuar y en el acto mismo de la acción inconcientemente uno a veces logra pensar mejor, en esta foto que saque ayer en santa fe y callao no vi lo que vi que a la persona que le estaba sacando una foto era una mujer, que a la mujer que le estaba sacando la foto y le faltaba una pierna justo se esta arrastrando a la altura de una placa que dice «clinica de varices computarizada” a la izquierda de la foto y a su derecha el muñequito blanco del semaforo que te da paso y yo cuando saque la foto lo unico que vi fue a alguien sin una pierna arrastandose por avenida santa fe

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-II-
El pibe de los astilleros
——————————————————————————————
SI LO DECÍS, CAMBIA TODO
De: mauricio@mail135-3.atl141.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: domingo, 02 de agosto de 2015 09:06:16 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Hola Juan Pablo
Como te conté ayer, vamos a necesitar de tu ayuda para el cierre de campaña. Es más, tu participación es la clave.
Teníamos varios planes para esta fecha, pero me acercaron una idea que, creo, puede ser muy potente. Se nos ocurrió pedirte que hicieras público tu voto en Facebook, Twitter y/o Instagram compartiendo esta imagen que dice «Yo lo voto»
(ACÁ EN EL MAILVA LA FOTO QUE ME ENVIA MAURICIO QUE NO SE COMO DESCARGAR DEL MAIL)
Y queremos que lo hagamos todos a la vez el jueves 6 de agosto a las 17.00 con el hashtag ‪#‎YOLOVOTOAMM
Por qué hacerlo:
La razón para pedirte que hagas público tu voto en las redes sociales, es que las personas son muy influyentes entre sus amigos y familiares cuando dan a conocer sus opiniones. Al decir lo que pensás, tus allegados podrían sentirse autorizados a pensar como vos. Si piensan parecido pero nunca te lo dijeron, se sentirán acompañados en sus ideas, estarán más cómodos con sus propias simpatías.
Lo que vos digas va a ayudar a los demás a decidirse.
Estamos ante una elección que determinará la vida de millones de personas durante años. Por esto, te pido un favor tan grande, que cuentes tu voto en Facebook ,Twitter .Todo empezará a cambiar.
El jueves 6 a las 17.00
publicá esta imagen en Facebook, Twitter, Instagram.
Enviala por email y Whastapp a tus amigos
para que ellos también se sumen.
Gracias!
Un abrazo,
MAURICIO MACRI

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-III-
ACORDATE: El jueves 6 es clave
De: mauricio@mail144.wdc04.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: lunes, 03 de agosto de 2015 11:38:46 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Hola Juan Pablo
El jueves 6 a las 17:00 cerramos la campaña publicando, todos a la vez, la foto que está abajo. Mientras tanto, es una buena idea que la vayas compartiendo a través del email o WhatsApp con tus amigos y parientes.
La idea es que cuentes esta invitación tal cual, que seas vos el que les pida a ellos que también la publiquen el jueves 6 a las 17.00 horas antes del cierre de la campaña.
El jueves 6 a las 17.00, todos publicamos esta imagen en Facebook, Twitter, Instagram
Gracias!
Mauricio
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-IV-
¡Por favor, chicos! Todo no puede salir en la foto. Póngase de acuerdo. O sale el musulmán durmiendo en el banco y me borran de la pared Todos con Cristina. O me lo mandan a mudar al musulman y que se vaya a dormir a otra parte y ahí si Todos con Cristina. ¡Que poco criterio de la oportunidad que tienen! ¡Que poca sensibilidad estética tienen! Todo no puede entrar en una sola foto. O la consigna o el cadaver, pero todo no.
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-V-
¡Bien chicoooos! Esta foto me gusto. Es brutal. Y el detalle del cartel de la gorda Carrio del derecho y del reves, es de una sutileza increible. Lograron captar lo que hay que decir: que pasemos el disco como corresponde o al reves al diablo se lo escucha igual. Bien chicos, ahora vayan al chino a comprar champagne y vos llama al petiso y que traiga una bolsa grande y rica y vos llama a las putas y vamos a festejar porque el domingo el que ganas es el pueblo: ¡Argentina! ¡Vamos putos griten Argentina con el corazon!
_______________________________________________________________________
YO QUIERO ABRIR LA MISMA PUERTA QUE VOS
De: mauricio@mail100.us4.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado: martes, 04 de agosto de 2015 05:08:20 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
YO QUIERO ABRIR LA MISMA PUERTA QUE VOS
El domingo habrá una elección muy importante para todos nosotros. Y no hablo de los políticos, o de mi que soy candidato a presidente, sino de nosotros, los argentinos.
Es así. Parte de lo que pase en la vida de millones de personas durante los próximos años estará determinado por estas elecciones. Quienes seremos, quienes no seremos, hasta dónde llegaremos como sociedad, qué tan tranquilos viviremos en nuestras casas, cuánto prosperarán nuestros hijos, quién cuidará de nosotros, qué tan felices seremos…
Hay un sueño que soñamos los argentinos desde hace tanto tiempo que a veces parece un sueño imposible. Soñamos vivir en un país que se parezca a sus verdaderas posibilidades ¿Acaso no tenemos un país inmenso, fértil, mineral, marítimo, rico en todo y bendito por donde se lo mire? ¿Acaso no vemos desde hace años a nuestro alrededor cómo la riqueza nos espera hasta casi malograrse? ¿No es cada provincia argentina potencialmente tan rica como un país entero? ¿No somos los argentinos un pueblo espectacular lleno de talento, inteligente, solidario, valiente?
Soñamos con ese país, soñamos en parecernos a ese país.
Pronto tendremos en la mano la llave de una puerta que nos puede llevar a ese país rico, próspero, justo, alentador…. Esta llave el domingo tendrá la forma de una boleta electoral y la puerta tendrá la forma de una urna.
Te pido que este domingo me votes como presidente, porque yo quiero abrir la misma puerta que vos, para ir, lo antes posible, hacia la Argentina extraordinaria que nos espera con benevolencia y alegría para cumplir nuestro sueño.
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-VI-
JAPÓN
Bajo. Mi cabeza es un call center en el que mantengo discuciones simultaneas con cincuenta personas a la vez. Más 24 horas sin comer. Mate y cigarrillos. Polen y miel. Después de trabajar casi un día entero me acuesto a dormir un rato. Puedo dormir sólo una hora. Una pesadilla horrible me saca de la cama. Me levanto, prendo un pucho y sigo trabajando. Luego me pongo a ordenar y limpiar un poco la casa. Me quedo sin cigarrillos y bajo en el ascensor pra ir al kiosco. Y mientras bajo en el ascensor discuto con vos, sí, con vos. Te cuento lo que me contaron el otro día. Que había un argentino viajando en un subte de Japón y que el subte se detiene en seco unos pocos minutos. Esta persona dice en vos baja para sí misma que nunca imagino que en Japón los subtes podñian andar mal como en Argentina. Un japones que estaba a su lado que sabía castellano lo encaró. Le explico que el subte no estaba demorado porque andubiera mal sino que una persona se había suicidado. Y como últimamente en Japón cada vez más gente se tira diariamente a las vias del tren la justicia japonesa tuvo que reglamentar que se pudiera agarrar al cadaver y dejarlo tirado a un costado de las vias y que la formación siga su marcha y luego cuando se pueda se ocupan del muerto. Tuvieron que hacer esto porque crecio tanto la tasa de suicidio que si esperaban a ocuparse del cadaver como corresponde los subtes en Japón andarían una hora al día con suerte.Eso es capitalismo serio. Eso es que el modelo cierre. Reza, aunque no creas en Dios, reza por Francisco, por que nos falte mucho para llegar a eso. Y ahora entendes por qué digo que este mundo es un gran campo de concentración y que las democracias nada pueden ofrecer para evitar su crueldad. No soy estupido, Cristina y Scioli es lo mejor que le pueden pasar a este país hoy, pero eso no alcanza ni va a detener la deshumanización brutal de esta sociedad. Bien. El ascensor llega a a la planta baja. Aun tengo para un par de paquetes de cigarrilos y si una clienta no me caga y pasa esta noche voy a poder cocinar algo para comer. Porque yo como la comida que yo mismo me cocino. Y en la puerta un pelado me consulta por un departamento. Le digo que no tengo ni idea. Pero cómo, no sos el encargado del edificio, se queja el pelado con una planilla en su mano. Le digo que no soy el encargado, que yo vivo acá. Y me mira y no me cree. Y sigo mi camino y empiezo a putear en vos alta y la gente me mira y entonces grito ¡yo el encargado! y entonces me empiezo a cagar de la risa.
-VII-
ESTO NO ES UNA PIPA
Una de las primeras personas en tomarlo en serio a Michael Foucault cuando este apenas era chico brillante proveniente de una familia de cirujanos fue el historiador Philippe Arìes. El otro que lo tomó en serio fue Louis Althuser que cuando este estaba a la deriva y a punto de ser carne de psiquiatricos Louis lo atajo y le explico que su carne Althuseriana era la muestra viva que eso era solo una pesadilla. Gracias Althuser por cuidarmelo a Foucault. Pero no era esto lo que te quería contar, que Foucautl sencillamente tuvo suerte y que supo aprovecharla, obviamente. Pero lo que quería contarte es lo siguiente: Phillippe Ariés durante 15 años se aboco a un estudio exaustivo sobre la relación del hombre ante la muerte en Occcidente. En ese estudio de una herudición y elegancia increible Ariès hubica a nuestra época desnuda frente a la muerte. El hombre a lo largo de la historia de Occidente logro contruir diques de contención frente a la brutalidad de la muerte. Occidente logro durante siglos tener una relación que el llama «muerte domada» y que por una seire de razones a lo largo de la modernidad esos muros que permitían al hombre tener una relación con la muerte que no fuera pura muerte para la vida se rompio y hubica a nuestra època como «la muerte salvaje». Estoy citando de memoria un libro que leí hace 20 años. Y hay una frase de ese libro que me quedo grabada a fuego em mi memoria:»En la ciudad todo sigue como si ya nadie muriera.»
Y si ya nadie se muere en la ciudad es porque estamos todos muertos.

 

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Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

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Para estos collages se utilizó a Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, Jorge Rafael Videla, Lisa Ann, mi remera de Charly García y el pinito parana que surgió de una semilla que plantó Charly y me regalo un verano, pero no Charly del cancionero popular argentino sino el Charly que surca el Delta del Tigre hoy igual que ayer cuando era un niño.
-1-
Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia – Osvaldo Bayer
-2-
Journaux, 1959-1971 – Alejandra Pizarnik (versión en francés)
-3-
La Divina Comedia – Dante Alighieri
-4-
La Vie Parisienne 1852-1870 – Joanna Richardson (versión original en inglés)
-5-
Sociología de los campos de concentración – Eugen Kogon
-6-
The Masks of God. Mythology – Joseph Campbell (versión original en inglés)
-7-
Crítica de la impaciencia revolucionaria – Wolfgang Harich
-8-
Venice. A Maritime Republic – Frederic C. Lane (versión original en inglés)
-9-
Los orígenes de las enfermedades humanas – Thomas McKeown
-10-
Three Complete Novels: Cat’s Cradle; God Bless You Mr. Rosewater; Breakfast of Champions – Kurt Vonnegut (versión original en inglés)
-11-
Ramón del Valle-Inclán – Miguel casado
-12-
Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust –  Daniel Jonah Goldhagen (versión original en inglés)
-13-
Historia de Italia – Christopher Duggan
-14-
Todo sobre la cama – Anthony Burgues
-15-
Cahiers de prison, tome 3: numéros 10, 11, 12, 13 – Antonio Gramsci (versión en francés)
-16-
Nagasaki: las crónicas destruidas por MacArthur – George Weller
-17-
The Discoverers. A History of Man’s search To Know His World and  Himself – Daniel J. Boorstin (versión original en inglés)
-18-
Adán, Eva y la serpiente – Elaine Pagels
-19-
Marxisme et monde musulman – Maxime Rodinson (versión original en francés)
-20-
The Rise and Fall of the Third Reich A History of Nazi Germany – William L. Shirer (versión original en inglés)
-21-
Gramsci Et L’État. Pour une théorie matérialiste de la philosophie – Christine Buci-Glucksmann (versión original en francés)
 
&&&
-1-
Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia – Osvaldo Bayer
Estado: impecable.
Editorial: Planeta.
Precio: $150.
Si tenés más de 30 años y no leiste este libro ni te interesa leerlo sos un pelotudo y no tenes nada que hacer en mi librería.
la historia de amor de severino y america deven ser de las mas hermosas que conocio el siglo XX. y severino di giovanni una e las figuras mas increiblemente lindas que alla podido dar la historia politica argentina, increiblemente hermosa y el libro de bayer hace justicia a esa belleza con su relato. si sos un pelotudo de mas de treinta que todavia no lo leiste , ya esta, da igual, vas a seguir siendo un pelotudo toda tu vida pero si sos un chico que se esta abriendo camino en la vida leelo, no te lo estoy vendiendo, rovalo, pedilo prestado, pero ese libro si sos un pibe y tener la suerte de leerlo su relato, la vida de severino te va a ensañar que se puede ser bello en esta bida y que los hijos de puta que siempre ganan, siempre siempre lamentablemente siempre pero severino fue hermoso porque eligio lo unico que podes elegir cuando las cartas estan marcadas la forma en que vas a perder y severino perdio y ese perdida sigue siendo un bergel para el corazon de algunos.
He visto morir…

Por Roberto Arlt

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
«..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…»
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
«..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…»
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
«..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…»
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
«..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…»

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

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-2-
Journaux, 1959-1971 – Alejandra Pizarnik (versión en francés)
Estado: nuevo.
Editorial: Collection Ibériques, Corti, 2010.
Precio: $500.
Depuis les années 50 jusqu’à son suicide, en 1972, Alejandra Pizarnik n’a eu de cesse de se forger une voix propre. Conjointement à ses écrits en prose et à ses poèmes, le journal intime qu’elle tient de 1954 à 1972 participe de cette quête. Une voix creuse, se creuse, avant de disparaître : « Ne pas oublier de se suicider. Ou trouver au moins une manière de se défaire du je, une manière de ne pas souffrir. De ne pas sentir. De ne pas sentir surtout  » note-t-elle le 30 novembre 1962.
Le journal d’Alejandra  Pizarnik se présente comme une chronique des jours hybride, qui offre à son auteur une sorte de laboratoire poétique, un lieu où s’exprime une multiplicité de « je », à travers un jeu spéculaire. Au fil des remarques d’A. Pizarnik sur sa création, sur ses lectures,  de ses observations au prisme des journaux d’autres écrivains (Woolf, Mansfield, Kafka, Pavese, Green, etc.), une réflexion métalittéraire s’élabore, lui permettant un examen de ses propres mécanismes et procédés d’écriture.
Le journal est aussi pour Alejandra Pizarnik une manière de pallier sa solitude et ses angoisses : il a indéniablement une fonction thérapeutique. « Écrire c’est donner un sens à la souffrance » note-t-elle en 1971. Alejandra Pizarnik utilise ainsi ses cahiers comme procédé analytique, refuge contre la stérilité poétique, laboratoire des perceptions, catalyseur des désirs ou exutoire à ses obsessions. Les Journaux sont toutefois moins une confession ou un récit de soi qu’un ancrage mémoriel, une matière d’essayer de se rattacher au réel par des détails infimes et de se rappeler qui l’on est.
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La Divina Comedia – Dante Alighieri
Estado: usado.
Editorial: Ediciones Carlos Lohlé.
Traducción, prólogos y notas: Ángel J. Battistessa.
 Precio: $2000.
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-4-
La Vie Parisienne 1852-1870 – Joanna Richardson (versión original en inglés)
Estado: usado (tapa dura con subrayados de su antiguo dueño).
Editorial: Viking.
Precio: $400.
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Sociología de los campos de concentración – Eugen Kogon
Estado: usado.
Editorial: Taurus.
Precio: $600.
Buchenwald fue el primer gran campo de concentración alemán que cayó intacto en manos de las tropas aliadas. Los servicios de inteligencia solicitaron entonces un amplio informe sobre la organización de esta «institución», el papel que desempeñaba dentro del Estado nacionalsocialista y la suerte que habían corrido sus reclusos bajo el mando de la SS. La tarea se encomendó a Eugen Kogon, un publicista y sociólogo, experto en ciencias políticas, que había sido encarcelado por la Gestapo en 1938 y que llevaba seis años prisionero en Buchenwald. El informe fue refundido poco después en un libro, «El Estado de la SS», que, desde su publicación en 1946, se convertiría en una obra de referencia, utilizada en los juicios de Nuremberg, y desde entonces continuamente reeditada, en ocasiones corregida y aumentada por su autor.
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The Masks of God. Mythology – Joseph Campbell (versión original en inglés)
Estado: usado.
Editorial: Penguin.
Precio: $500.
Vol. I: Mythology Primitive y Vol. II: Mythology Oriental.
Al pelotudo que veo venir derechito a mi. Stop. Por favor. Por favor no me preguntes si tengo el volumen 3 o 4. ¿OK? No que tengo es lo que publique y no lo que no tengo publicado. Vía, su camino, siga su camino energumeno.
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Crítica de la impaciencia revolucionaria – Wolfgang Harich
Estado: impecable.
Editorial: Crítica.
Precio: $400.
Una crítica marxista a los anarquistas efectuada 20 años después del Club del Clan del 68. Esta edición española contien, además la transcripción  de uno de los más célebres diálogos radiofónicos mantenidos por Theodor W. Adorno y Arnold Gehlen.
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Venice. A Maritime Republic – Frederic C. Lane (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: The Johns Hopkins University Press – Baltimore and London.
Precio: $500.
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Los orígenes de las enfermedades humanas – Thomas McKeown
Estado: impecable.
Editorial: Crítica.
Precio: $400.
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Three Complete Novels: Cat’s Cradle; God Bless You Mr. Rosewater; Breakfast of Champions – Kurt Vonnegut (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Wings Books.
Precio: $400.
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Ramón del Valle-Inclán – Miguel casado
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Omega.
Precio: $400.
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Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust –  Daniel Jonah Goldhagen (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Knopf Doubleday Publishing Group.
Precio: $400.
This groundbreaking international bestseller lays to rest many myths about the Holocaust: that Germans were ignorant of the mass destruction of Jews, that the killers were all SS men, and that those who slaughtered Jews did so reluctantly. Hitler’s Willing Executioners provides conclusive evidence that the extermination of European Jewry engaged the energies and enthusiasm of tens of thousands of ordinary Germans. Goldhagen reconstructs the climate of «eliminationist anti-Semitism» that made Hitler’s pursuit of his genocidal goals possible and the radical persecution of the Jews during the 1930s popular. Drawing on a wealth of unused archival materials, principally the testimony of the killers themselves, Goldhagen takes us into the killing fields where Germans voluntarily hunted Jews like animals, tortured them wantonly, and then posed cheerfully for snapshots with their victims. From mobile killing units, to the camps, to the death marches, Goldhagen shows how ordinary Germans, nurtured in a society where Jews were seen as unalterable evil and dangerous, willingly followed their beliefs to their logical conclusion.
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Historia de Italia – Christopher Duggan
Estado: impecable.
Editorial: Cambridge University Press.
Precio: $400.
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Todo sobre la cama – Anthony Burgues
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Seix Barral.
Precio: $400.
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Cahiers de prison, tome 3: numéros 10, 11, 12, 13 – Antonio Gramsci (versión en francés)
Estado: impecable.
Editorial: Gallimard.
Precio: $400.
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Nagasaki: las crónicas destruidas por MacArthur – George Weller
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Crítica.
Precio: $400.
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The Discoverers. A History of Man’s search To Know His World and  Himself – Daniel J. Boorstin (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Random House.
Precio: $400.
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Adán, Eva y la serpiente – Elaine Pagels
Estado: impecable.
Editorial: Crítica.
Precio: $400.
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Marxisme et monde musulman – Maxime Rodinson (versión original en francés)
Estado: impecable.
Editorial: Éditions du Seuil.
Precio: $500.
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The Rise and Fall of the Third Reich A History of Nazi Germany – William L. Shirer (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura).
Editorial: Simon & Schuster.
Precio: $400.
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Gramsci Et L’État. Pour une théorie matérialiste de la philosophie – Christine Buci-Glucksmann (versión original en francés)
Estado: impecable.
Editorial: Fayard.
Precio: $400.

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XIV

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XIV
Kind of Blue

 

-I-
Kind of Blue
Para Vanesa Otero por el trabajo de todos estos años sin el cual hoy estaría muerto o me habría convertido en un terrible pelotudo. Y sí, pelotudo soy, porque tengo pelotas, como le decía mamá a Yaca Zulu y porque un psicoanalista no hace milagros sino que es alguien que trabaja con tu dolor cuando vos estas dispuesto ha hacer algo con él.

 

Pasé dos días encerrado con sus noches llorando.
No sabía que era capaz de llorar tanto.
Ni que era capaz de chupar y tomar tanto como el incendio que envolvía a mi corazón.
Y cante a los gritos canciones de Sandro y María Martha Serra Lima y El Trío los Panchos.
Y tuve que atender a cliente en un estado lamentable.
Les pido perdón, pero hay momentos en la vida de un hombre que son horribles y para seguir hay que agarrarse de lo que sea.
Por ejemplo estar obligado a seguir laburando borracho y con los ojos rojos por el llanto porque si no mañana te quedas en la calle.
Y no cuento todo esto para dar lastima.
Sino porque siempre intento con mi arte, sea bueno o malo, pero mío, contar mi verdad y como ésta encaja en el mundo en el que vivo.
Y por otra parte no hay nada mas humano que el dolor.
Y en gran medida a un hombre se lo define y entiende en su justa medida por la relación que este tiene con la angustia.
Y después de dos noches con sus días como pude me bañe y salí a la calle.
Ayacucho al 400 y empecé a caminar para el lado del Alto Palermo para charlar con el papá de Saimon, un perro con cara de chancho.
Y en el camino me dí cuenta de algo que hacía tiempo percibí pero recien ahora se cristaliza en mi cabeza.
De un tiempo a esta parte el nivel de las mujeres policías mejoró un mil porciento. Llegué a esta conclusión luego de ver a una oficial en un patrullero y decir, esta mina tranquilamente podría estar trabajando en una porno.
El la confitería El Progreso de av. Santa Fe al 2820 compre un pan casero con aceitunas negras exquisito. Y te recuerdo que este juico lo hace una persona que trabajo dos años cocinando pan toda la noche en una cooperativa de Parque Centenario.
Y fui sacando fotos.
Las fotos que yo saco, buenas o malas, pero mias.
Hace poco un amigo fotógrafo me mostró una foto que sacó él y me dijo: esta foto tranquilamente podría ser tuya.
Y luego de tomar un café y hablar de la vida con el papá de Saimon emprendí la vuelta en este domingo gris y opaco.
Entre en un Carrefour y compre un yogurt bebible Sancor y la mina que estaba delante mio en la caja era más infumable que mi resaca. Cuando me tocó mi turno le dije a la cajera: tranquila que el domingo ya se termina. Al responderme con una sonrisa que agradecía que entendiera el calvario al que era sometida le dije: trabaje un año en el Carrefour de San Martín, son unos hijos de puta, los dueños y la gente.
Y por un momento este domingo esa cajera y yo fuimos felices imaginando Carrefour ardiendo por el fuego con sus dueños y todos sus clientes dentro.
Y me acordé de dos amigos a los que quiero.
Uno me cayó el otro día a pedirme plata a mi casa porque se patino todo el sueldo en putas y merca. Lo cual no me parece mal. Hay putas encantadoras y mercas riquísimas. Lo que sí me parece mal es la falta de registro de la realidad de ir a pedirle dinero a una persona que no sabe si se queda en la calle el mes que viene.
Y la otra me pidio dinero para un amigo en común que la esta pasando mal. Y la verdad que me asombró.
Y estaba en estas meditaciones cuando un lumpen me si lo puedo escuchar un momento para manguearme guita y le digo: no, y sigo caminando.
Y me grita ¡estás zarpado hijo de puta quién mierda te crees que sos!
Y sigo caminando y no “entro en un bar y ya era de día y no era verdad”.
¿Y quién mierda soy lumpen?
Entre otras cosas el hermano mayor de Carolina y Mariana.
Así que chicas en mi derecho de hermano mayor me van a escuchar hoy y después ustedes hagan lo que quieran.
Carolina andate de ese manicomio en el que te encerraron esos dos hijos de puta que nunca te permitieron la oportunidad que te mereces de ser feliz.
Mariana no vuelvas a la Argentina ni loca. Quedate en Londres o volve a Roma, defende lo tuyo con uñas  y dientes, acá solo podés perder.
Y así llego a la esquina de Santa Fe y Pueyrredón.
Me paro a esperar que el semáforo cambie de rojo a verde y una chica me pide fuego.
Es hermosa.
No alcanza con ser lindo para ser lindo.
Es como para pensar, no alcanza con ser inteligente y estar bien preparado para pensar de verdad.
Muchas veces más es menos.
Nada es gratis.
Ni el cielo ni el infierno es gratis.
Y mucho menos en un mundo plagado de ofertas y promociones gratuitas.
Y la chica que me pide fuego tiene el pelo negro recogido en un pañuelo. Tez blanca y con pecas muy tenues el la cara y una sonrisa encantadora.
Y noto que mira mientras me espera que encuentra donde carájos meti el encendedor.
Y también noto en su rostro cierta inteligencia y picardía muy fresca y autentica.
Y me doy cuenta que es eso lo que la hace linda y no que sea linda.
Si la chica que me pide fuego se lo hubiera pedido a Sebastián Hernaiz, una persona que siempre se comportó conmigo como un caballero y un amigo, se la hubiera comido en esa misma esquina con dos rodajas de pan lactal y una coca Light.
Era 100% una chica Hernaiz.
Y le dí fuego y ella siguió su camino y yo el mio y maldije no haber aprendido nada del arte de Hernaiz.
Y llegué a casa y estas son las fotos que saque.
Esto es lo que vi con el ojo de la cámara luego de dos días y dos noches de no saber si lo que asomaba por la ventana de Ayacucho y Corrientes era el sol o la luna porque el llanto me había dejado ciego.

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-II-
Liquidación
Estoy sentado en una confitería paqueta de un barrio paquete.
Son las cuatro y media de la tarde.
Estoy despierto desde las 9.
Dormí cuatro horas.
Trabaje toda la noche con Noches Mías de Robertito haciendome compañía de fondo en la tele.
A las dos de la tarde me doy cuenta que todo lo que pude hacer en la computadora lo hice. Y que de un rato a esta parte estoy girando en falso.
Tengo la plata para el alquiler en la cuenta de Mercado Pago.
Bien, ahí.
Y mil cien pesos.
Y tengo una boleta de 1400 de los hijos de puta de Clarin por el servicio de FIbertel y la boleta de la luz y la boleta de Mercado ibre que me tiene que llegar y todavía le devo a Jorge en conceptos de libros que saque de su distribuidora entre 3000 y 5000 – no se la cifra exacta porque aun Max no me envio la liquidación y 300 al dueño de Los cachorros y otros 5000 a mi analista Vanesa Otero.
Ah y me olvidaba tengo que comer.
Y qué mierda hago con esos mil cien pesos.
Es todo el margen que tengo.
Ok.
Me baño.
Me pongo el canzocillo mas limpio que tengo.
Un calzoncillo que tiene tres o cuatro dias de uso y que solo uso para salir a la calle y luego en casa uso calzoncillos con mas uso.
Sí.
Soy un metro sexual.
Tengo calzoncillos para salir a la calle y calzoncillos para andar de entre casa.
Tranquilos a los que les devo plata.
Como sea les voy  pagar.
Se perfectamente quien estuvo y quien no durante este tiempo.
Los que estuvieron los puedo contar con los dedos de una mano y con las de la otra también si me meto los dedos en el culo.
Así que no duden que les voy a pagar.
Jamás deje de agradecer la ayuda de un amigo.
Y jamas deje tirado a ninguno.
A mi sí.
Ok.
No estoy muerto todavía.
Así que espern un poco. No sea cosa que esten probandose mis calzoncillos sucios de metro sexual a ver si les quedan y aparezca yo por la puerta.
Y estoy en una confietia paqueta de un barrio paquete.
Un puto cincuento me mira.
Le gusto evidentemente.
Si me haria romper el culo por ese puto paquete pero no me gusta la pija sino la concha.
Pero hay que vivir JP.
Ok.
Evaluemoslo.
Lo pienso.
Quiza se enamore de mi el puto y lo convenzo que si me ayuda financieramente el va a ser feliz y va a conseguir enriquecer el mundo cultural al fortalecer mi librería con su dinero.
Pero  pienso en la pija y no me calienta ni un piquito.
Y el se daria cuenta.
Y no.
No hay caso.
Así que puto paquete bay bay .
Y miro a mi alrededor.
Es increible así como hay bolsones de pobreza tambien hay bolsones de guita.
La mujer que esta a mi izquiera con un adolescente hablando en frances o aleman, no me doy cuenta, pongo el oido para definir la lengua, y no me doy cuenta.
Así de bruto soy.
Pero puedo leer a Ernst Jünger mejor que vos que lo lees en alemán o a Celine vos que lo lees en frances.
Tomá, te la dije, como diría robertito.
Y aparece un mozo y me pregunta si estoy atendido.
No, le digo.
Me mira.
Algo le parece extraño en mi.
¿Se abra dado cuenta que soy una rata que nada tiene que hacer en ese lugar?
Mi aspecto no tendría po que llamar la atención en una confieria paqueta.
Debe se mi cara.
Tiene la locura de El juguete rabioso de Roberto Arlt y la angustia de la actriz que interpreta a la hermana mayor en la serie Shameless – una gran, gran serie llena de humor negro y la brutalidad de la vida narrada con maestría.
Debe ser eso.
Mi cara de desespeación, bronca, locura, convicción.
Es algo que ya comprobe las veces que me han puesto un arma en la cabeza.
En esos momentos puedo actuar con tranquilidad.
Querés la billetera.
Todo bien.
Querés ponerme un tiro.
Todo bien.
Una vez que pasa me desmorono y soy puro nervios.
Pero puedo manejar el momento y leer sin margen de duda ni equivoco toda la escena y actuar en consecuencia.
Son mis momentos donde soy brillante como cuando logro no pensar.
Ok.
No me gusta que me miren.
Soy yo el que mira.
Qúe miras mozo.
Le pido un café con tres medialunas de grasa.
Me dice que no cree que hayan quedado de grasa.
Le digo que sé que él va a hacer todo lo posible si existe la posibilidad remota de conseguir medialunas de grasa y se va.
Saco los libros que ya compre.
A todo o nada.
Si soy un tibio hoy mañana dios me va a mear en la cabeza o me va a tirar un pido en la cara que me va a desfigurr ar mi rostro mas que los cirujanos de las minas que me rodean en la paqueta confiteria.
Ya gaste una parte del dinero que me quedaba.
Aun me queda un pucho.
Tengo que hacer tiempo hasta dentro de una hora que abra la librería donde quiero ir.
Y como lo unico que tengo en el estomago son unos mates entre en la confiteria.
No me va a salir mucho mas caro que un café con leche de mierda en Once.
Y moro lo que compre.
Y el mozo llega con mi pedido.
Me consiguió una de grasa y le agrdezco.
Mientras va acomodando mi pedido en la mesa veo lo que tengo que ver y entiendo todo.
El mozo en la mano derecha tiene marcas de un tatuaje tumbero, claro, me saco la ficha, es de mi barrio, se dio cuenta que yo soy una rata peluda y fea como él.
Es como el mozo alto y flaco de la confiteria London de Rivadavia y Florida donde hiba Julio Cortazar, sí, el de los Cronopios y que lo vi a este mozo y me no podía dejar de observarlo y pensar que desentonaba con el resto de sus compañeros. Y cuando me atendio y vi sus tatuajes tumberos en este caso muy visibles comprendi.
Ok.
En la tele TN salta de una ballena pelotudeando en puerto madero a la efedrina de Anibal Fernandez – no lo digo yo, es lo que dice TN, pero TN le paga un sueldo  a Lapegue, así que no sé que pensar y a mi Lapegue me da pedófilo o que le gusta que le rompa el culo un traba, pero no sé, creo que lo estoy subestimando y solo es un genuino periodista argentino, que obviamente es mucho mas perverso y asqueroso ser un periodista argentino que un pedofilo.
Y miro los libros que compre.
Con nada hice milagros.
Y todavía falta decirle a Lazaro: Levantate y anda.
Y le voy a decir a Lazaro que se levante y va a andar y si no se quiere levantar a patadas en el culo lo voy a sacar de la cama a ese pelotudo hijo de puta.
Porque hay dos o tres personas que creyeron en mi y aun les devo plata.
Así que Lazaro hijo de puta te levantas o te levantas.
Y pago.
Y salgo a la calle.
Miro frente a la confieria paqueta un Carrefour montado sobre la estructura de un Mercado fundado en el 1900.
Esto me lleva al supermercado Día  de la vuelta de casa montado sobre el cadáver del boliche Ave Porco que durante los 90 fue un infierno encantador y hoy es un supermercado que destina Carrrefour para los pobres.
Y esto me lleva al Coto de dos cuadras de casa donde se puede leer por encima de la palabra Coto una leyenda grabada en la pieda del edificio que reza que ese edificio fue construido con el sacrificio y ahorros de los trabajadores de la cooperativa del Hogar Obrero.
Y nadie ve eso???
Y no, mejor es ver las publicidades pelotudas que hace Andy Fogwill para Coca Cola.
Y voy a la librería que tengo que ir para comprar lo que tengo que comprar.
Un caballero el dueño. Como vigote el dueño de Librería Brujas o el dueño de la librería que ahora no me acuerdo su nombre y queda a pasos del edificio Patagonia en Rivadavia y Peru que tenes que bajar al subsuelo y lo atiende con su hija y su hermano.
Es una suerte de Pablo Pazos – que debe tener hoy la mejor librería comercial de la argentina: Aecadia, la unica cagada es que las horribles politicas culturales hacen de los que queremos genuinamente laburar bien nos rompen el culo y nos confunden con ladrones –  este librero pero de la alta burguesia.
Y bajo al sotano de la librería.
Antes le pido perdon porque le habia pedido que me guardara unos libros hace dos meses que nunca pude pasar a levantar.
El no sabe que yo soy librero o lo sabe pero se hace le tonto, lo que sí sabe es mi amor y conocimiento por los libros.
Y lo sabe porque el es una persona que ama los libros y no se por que mierda Teresa Parodi no lo llama para que la aconseje en politicas de cómo llevar adelante una politica seria sobre los libros.
No te confundas Teresa, ese tipo recoleto de un barrio recoleto y que jamas votaria a los K podria interpretar tan bien como llevar a cabo politicas que acerquen la alta cultura a las clases populares como un Boris Spivacow.
Pero bueno sigan con la pelotudez.
Total los que perdemos somos siempre los mismos.
Y el tipo trajo libros nuevos.
Y quedo loco.
Estoy tres horas en un sotano revolviendo y separando y haciendo cuentas.
Separo libros por 5000 pesos y que yo puedo vender por muchisimo mas.
¿Por que el puede tener esos precios y yo no?
Sencillo, Teserita de mi vida, porque él en dos dias se va de vacaciones a Berlin o Nueva York y yo no se si como mañana.
De hecho hoy no ceno.
Y este librero que puede viajar y detesta a los k tiene una de las mejores librerias de la argentina y con los precios mas baratos de la argentina.
Precio y calidad.
Como Daniel.
El inglés que vende libros en Belgrano.
Y fumo, porque en esa librería se puede fumar como en la de Pablo.
Y baja una señora recoleta con una perrita y me dice si le molesta la perrita.
Para nada, le digo, por favor, que seria de nuestras vidas sin estos bichitos.
Y me responde que hay gente que no le gustan o le tienen miedo.
A los humanos hay que tenerles miedo, le digo, estos bichitos jamas te pueden hacer daño y si te lo hacen es porque vos los pusiste en peligro.
A un animal que le das amor te devuelve amor.
A un ser humano que que le das amor te puede destripar.
Y eso vale tanto para mi como para el resto de los de mi especie.
Pero Mini, la perrita de la señora recoleta es un caramelo de dulce de leche, por favor, con esa colita coqueta que le recogia el flequillo.
Y después de casi cuatro horas le dije al librero esto me llevo y esto te lo voy sacando a medida que pueda en el transcurso de un mes.
No hay problema me dice mientras fuma pipa.
Y mira que yo se de libros mucho pero al lade de este tipo soy un ignorante.
Y esa confianza me alaga y me da fuerza como cuando el dueño de Los Cachorros  de Parque Centenario que no fia a nadie me dijo que me llevara unos libros que no le podia pagar y que después pasara y se los pagara.
Y antes de irme le dije a este librero lo que tenia que decirle.
Gracias.
Que vos existas.
Y que tu librería exista.
Yo lo valoro y lo agradezco.
Quedan pocos como vos lamentablemente en este pais pero quedan y vos sos uno de ellos y yo lo se y te digo gracias.
Y antes de internarme toda la noche a subir los libros que me van a permitir tirar unos días o morder la lona te voy a contar algo que escuche mientras estaba en el sotano de esta librería y lo escuche hablando al librero con la dueña de la perrita Mini y que es maravilloso poder escuhar eso de boca de un tipoque trabaja con libros:
Un libro propio jamás se presta.
Si uno quiere que un amigo lea un libro se lo regala.
Un libro nunca se presta.
Se regala.
A la madrugada las novedades de Libros Kalish.
Chau.

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XIII

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XIII
Gris topo

 

-I-
Gris topo
Trabajo toda la noche.
Del parlantito con sonido latozo se van sucediendo Nick Cave, María Martha Serra Lima, Audioslave, Bowie, Sarah Vaughan, Hendrix y Shostakovich.
Duermo unas pocas horas.
Preparo unos mates y sigo laburando.
Sigo el sistema de trabajo de las camas calientes.
Tengo un 50% de probabilidades de terminar en la calle en breve si me muevo mal.
Tengo un 50% de probabilidades de salir adelante si no me dejo dominar por el miedo he ignoro que estoy solo y que todas las apuestas me dan como el gran perdedor de la jornada.
50% y 50%.
La moneda ya se arrojo.
Esta girando en el aire.
Cara o cruz.
Seguir o la calle.
La moneda sigue girando en el aire.
Ahora hay que seguir trabajando, el resto es puro azar.
Ok.
Y hace un rato salgo a la calle.
Junto todo el dinero que me queda.
Me alcanza para una comida y dos atados de cigarrillos.
Quiero comer algo rico.
Tengo las pelotas llenas de comer arroz yamani.
Voy a la fábrica de pastas A primeira de Recesindes de Pasco 779.
Compro una caja de ravioles de verdura.
Encaro la vuelta.
Antes de llegar a la curva de Pasco donde se encuentra la Basílica Santa Rosa de Lima me encuentro con un gatito.
Esta en la vereda al sol.
Sigo.
Me detengo.
Me doy media vuelta y lo miro.
Lo saludo.
Que lindo que sos, le digo.
Es muy peludo y es color gris topo.
Nos miramos.
Es hermoso y esta tirado en la calle a la buena de Dios de cualquier hijo de puta que se le ocurra hacerle daño.
Mi cuerpo tiene el impulso de recogerlo y llevarlo a casa.
Mi cabeza me recuerda que si lo llevo no voy a poder comprarle comida, piedritas, llevarlo al veterinario ni poner un tejido en la ventana que da a Corrientes y Ayacucho para que no caiga de un séptimo piso.
Fuerzo a mi cuerpo a seguir.
A dejar al gatito abandonado.
Me siento un sorete.
Camino.
Me alejo del gatito.
Las lágrimas empiezan a caer por mi rostro.
La gente me mira y les devuelvo una mirada dura que la obliga a mirar para otro lado.
Y me acuerdo de esa conchuda que dice que mi gato René es malo.
Hija de puta, mala sos vos, no mi gato.
Los animales no pueden ser malos.
Vos y yo sí.
Hace diez años que te conozco, hija de puta, no tenes un corazón en el pecho sino una calculadora.
Y cuántas noches me tuve que fumar escuchar que en la casa de mi gato René vos dijeras que él es malo y que lo encierren.
Malas sos vos.
Y de un egoísmo pocas veces visto en un ser humano.
Sí, te hablo a vos, la puta que te parió.
Que no me vuelva a enterar que decís ni mu de mi gato porque te voy a ir a tocar el timbre de tu casa  y arrancar el hígado y hacerlo vuelta y vuelta a la plancha y después tirarlo a la basura porque comer tu hígado sería como comer cianuro.
De mi, decí lo que quieras, que soy nazi, que soy drogon, que soy un perdedor, que soy insoportable, que soy un pelotudo, que dañe a gente que quiero y eso no tiene perdón.
Lo que quieras. De mí podes decir lo que se te cante. Yo a diferencia de vos no ejerzo el monopolio de la verdad, por mas que mi estilo y maneras puedan dar esa falsa impresión.
Pero me entero que volves a entrar a la casa de René y lo acusas de malvado y vas a conocer el odio del Conurbano Bonaerense vomitando rayos y culebras.
-II-
UNA FÁBULA SOBRE EL PAPAGAYO DE DUCHAMP
Una vez vi a un flaco decirle en la cara hijo de puta al gran “artista” argentino creador de LANDIA.
Todo el mundo lo detesta pero nadie le dice nada.En parte porque todos son maricones y eso que detestan de él es lo que sueñan con rabia y desesperación algun día llegar a ser. En parte porque en sus comarcas el es un rey feudal y todos los demas sus siervos que saben que el cuerpo del rey es terrenal y celestial.
Es un bon vivant.
Es un loco lindo.
Por ejemplo puede en medio del rodaje de una publicidad estar comiendo salmón rozado mientras para su personal encargo viandas de polenta. Puede contratar a un argentino para que enseñe a modular en otra lengua a un actor para vender la publicidad en el extranjero y jamas dirigirse al empleado sino por medio de su empleado de confianza.
Así de locos lindos son los tipos que diseñan el arte que rodea tu vida de todos los días.
¿Sabes que le paso al flaco que vi decirle hijo de puta en la cara a este hijo de puta amigo de Alan Puals que puede leer muy bien la obra de Marcel Duchamp pero nada tiene para decir del arte fascista de la publicidad?
Nada.
Y decirle a este tipo hijo de puta en la cara es lo mismo que decirle a Marcelo Tinelli en la cara que la tiene chiquita o al jefe de la barra brava de Boca que es poco hombre.
Cuando el flaco le dijo lo que le dijo Andy se le acerco, le dio un beso y dijo:
Yo soy el hijo de puta del que hablabas, estuviste bien.
Moraleja, pequeño saltamontes, no seas alcahuete si queres que el enemigo te respete.
Coda
Porque ese es el gran chiste de los creativos publicitarios, entendieron que al entrar dentro de la esfera autónoma del arte moderno como se entiende en Occidente ellos jamas pagan costos políticos. Y estos Maquiavelos son los que aconsejan a El Principe qué tenes que comer, qué tenes que cagar, qué tenes que votar, que tenes que amar, qué tenes que odiar, qué tenes que ver, qué tenes que ignorar, qué tenes que tolerar, qué tenes que despreciar, cómo tenes que entender la vida y qué relación tenes que tener con la muerte. Sin ellos en Occidente el sol no sale y la luna no tiene palabras que murmurarle a los poetas.
Título del collage: Arte e ideología del nazismo.
Para el mismo se utilizo a Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, una muñeca inflable, un Snoopy pedófilo, un Woodstock pedófilo, un consolador, Gustavo Cerati y Andy Fogwill.

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-III-
COLABORANDO CON EL SOBERANO HIJO DE PUTA ARGENTINO
Che
vos
sí te hablo a vos
que cada vez que
ves por la tele
a la mujer del nestor
mas conocida como
la dueña del cubito pelotudo de la patagonia
o a Rosa María Juana Martínez
mas conocida como
Mirtha Legrand de Tiner
(con la que mi abuelo
marinero, pintor y billarista
Carlos Orellano
jugaba en la vereda
en la infancia)
que
hablan
denuncian
y se quejan
de los piquetes
y vos
sí, vos
pensas
por fin alguien piensa y expresa lo mismo que yo
vos
que frente a un piquete
lo unico que te preocupa es que se esta
violando el derecho de la libre circulación
que garantiza la constitución
(peocupacion
que a cristina y mirtha
no las  deja dormir)
bueno
yo
que por suerte
no soy un mono sudamericano
como vos
pero puedo tener piedad
frente a bestias
como vos
cuando
tengas que argumentar
que los piquetes son fascistas
saca a relucir
este
nombre y apellido
Ferdinand Staeger
y luego
mostrá la
su obra
«piquete de SS»
y despues
de eso
Mirtha o Cristina
da igual
pueden levantar el telefono
y dar la orden
a los cosacos
de que aprieten el pomo
que es carnaval
y para que vean
que yo
que no soy
un mono como ustedes
y soy una persona
critica y justa
quiero decir
que mi hermana
maria carolina liefeld
esta muy bien
que la repriman
y le meta bala
jodete
carolina
estas violando el libre derecho de circular
de cristina y mirtha
asi
que ojala
la proxima vez
que cortes la Panamericana
con tus amigachos troskos
no sean balas
de goma
sino
balas de plomo
y en la cabeza
carolina
asi servis de ejemplo
asi servis para algo
mas
que molestar
a mirtha
a cristina
y a un monton de argentinos
hijos de puta
Título del collage: Dogville.
Para esta obra multidisciplinaria se utilizo a Jorge Luis Borges, 
Ferdinand Staeger, David Bowie y Lars von Trier.

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-IV-
UNA FÁBULA SOBRE DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, LA BESTIA PARAGUAYA Y LA ECONOMÍA SEXUAL DE LOS ARGENTINOS
mira que loco
acabo de utilizar
el final
de dogwill
de Lars von Trier
para mi ultimo collage
y descubro que la pelicula
esta dedicada
a katrin cartildge
entonces googleo su nombre
y le veo cara conocida
y ahi
me acuerdo
que trabaja
en la peli
antes de la lluvia
donde el actor principal
de esta
se parece a mi
cuando era joven
por cierto
esa pelicula
tiene una estructura
perfecta
como
las ruinas circulares
de jorge luis borges
como
continuidad de los parques
de julio cortazar
como
el hombre en el castillo
de philip k dick
(libro este ultimo
que me quise hacer
el domingo faustino sarmiento
es decir
quise acercarle
un cacho de cultura
a una bestia paraguaya
que trabaja
en el quiosco
de rivadavia
de al lado del
bingo congreso
– esa falopa
que vuelve locas
a las minas a partir
de la menopausia
a los tipos los calienta
la merca
y a las minas las calienta
los cartoncitos y maquinitas del bingo
así funciona
la economía sexual de los argentinos –
y la bestia paraguaya
me perdio
la edición hermosa
de esta novela borgeana
moraleja
pequeño saltamontes
a los negros
dale alpargatas
porque darle libros
es al pedo)
-V-
CLARIN MIENTE (CRISTINA SE LA DA POR EL CULO)
Nueva temporada
Capítulo -1-
X-MEN: LA BATALLA FINAL ENTRE LA SILLA DE RUEDAS Y LA MANO ORTOPÉDICA
Para Juan Agustín Robledo que fue la única persona en esta región salvaje del mundo de monos atrasados que hace mas de un año cuando empecé a decir que el próximo presidente de los Argentinos era Daniel Scioli en lugar de mirarme como un extraterrestre me dijo: sí, obvio.

 

Estoy amanecido.
Tengo los ojos hinchados.
La cabeza embotada.
El cuerpo roto.
Como un guiso que hizo un amigo anoche.
Y salgo a la calle.
Voy a buscar puchos.
El pelotudo del quiosquero, ve mi facha, soy un dibujito animado y me hace un chiste irónico.
Le festejo el chiste y pienso que este negro cabeza ignorante con suerte termino la primaria y no tiene título secundario porque todavía adeuda Educación Cívica, Lengua y Café Fashion.
Le pago y encaro para la casa del poeta peruano Tejada Gómez. Le voy a tocar el timbre para invitarlo a cenar a casa.
Pero en el camino me asalta nuevamente la imagen del peludo divino gris topo mirandome en la vereda el domingo.
Entonces me paro en seco.
Miro a la gente que pasa a mi lado. Y recuerdo las otras noches cuando el poeta chileno Juan Pablo Ignacio Rudolffi Ugarte Pinochet amigo del novelista y traductor chileno Fernando Correa Navarro Pinochet me dijo que le fascinaba la belleza infernal de Buenos Aires.
Donde el poeta ve belleza yo solo puedo ver un gigantesco y único campo de concentración repleto de Kapos y Musulmanés.
Y pienso.
Te necesito gatito y vos a mi.
Vos no me podes ayudar a salir de este infierno y yo tampoco a vos.
Pero nos podemos hundir juntos en este abismo.
Y darnos un poco de compañía y amor.
No te lleve el otro día por no tener dinero para alimentarte y cuidarte como se debe. No te lleve el otro día porque quizá mañana yo este tirado en la calle igual que vos.
Y pienso.
En Billy Parhman y esa historia que ya conte un millón de veces cuando este héroe mccarthyano esta volviendo a su casa con la loba preñada y le ordena a su caballo dar media vuelta, cruza la frontera de Estados Unidos y se pierde en México buscando encontrar un lugar seguro para esa loba y los lobeznos que lleva en su vientre.
Y pienso.
Al carajo.
Voy a buscarte.
Te venis a mi casa peludito gris topo.
Todo probablemente salga mal como en la novela de Cormac McCarthy pero eso no es excusa para compartir un momento verdadero vos y yo.
Entonces pego media vuelta y voy a buscarlo.
Estoy en Ayacucho y Corrientes y el peludo gris topo en Pasco al 600.
Mientras camino hacia allá pienso en nombres para darle a mi gato.
Shostakovich.
Te vas a llamar Shostakovich.
Y cuando llego al lugar Shostacovich no esta.
Me siento en el cordón de la vereda y fumo un pucho.
¿Dónde estas Shostakovich?
¿Dónde te metiste?
Te necesito loco.

 

Y colorín colorado este cuento se ha terminado.

 

Bien.
Ahora podemos pasar a la realidad cruel y dura.
Dame dos minutos que me trasvisto de súper héroe kirchnerista y empiezo a los tiros.
¡Por el poder del Nestor dame zaracatunga!
Y ya esta.
Ahora, nuevamente soy Lanata Gay K.
¡Puto, puto, puto!
Periodismo gay K para todos y todas.
Para el programa de hoy tengo dos informes que desnudas lo que hace tiempo venimos denunciando acá: que Argentina no es una República sino un tren fantasma.
El primer informe tiene que ver con la campaña presidencial de Daniel Scioli.
Quién es Daniel el publicista hijo de puta que te esta haciendo la campaña.
En un corte de Duro de domar de Roberto Pettinato veo una publicidad televisiva de tu candidatura a presidente y qué veo en esa publicidad todo el tiempo.
Primer plano de manos.
Y el afiche callejero reza “Scioli para la Victoria”
Y qué imagen acompaña esta leyenda.
Una mano haciendo la V de la Victoria.
Y te vuelvo a preguntar Daniel quién es el publicista hijo de puta encargado de tu campaña presidencial que elige como imagen para vender tu candidatura a próximo capitán del Titanic sabiendo que sos manco llenar las publicidades de manos.
Bien.
Ok.
Man.
Men.
Y los X-Men.
Y para terminar el último mail que me mando Mauricio Macri.
Los dejo con este mail.
Y me despido.
Que tengan buenas noches.
Y les deseo suerte porque como le dijo el Mago Gandalf a Bilbo Bolson de Bolson Cerrado:
El poder de Sauron esta creciendo y las tinieblas de Mordor lo estná cubriendo todo.

 

ESTO NO ES SÓLO UNA BOLETA ELECTORAL‏
De: mauricio@mail133-18.atl131.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (mauricio@voluntariosdelcambio.com)
Enviado:   martes, 28 de julio de 2015 09:46:01 p.m.
Para:  juanpablolief@hotmail.com
Esto no es sólo una boleta. Es el instrumento que vas a tener el 9 de agosto en la mano para poder empezar a cambiar:
Cambiar el estancamiento por la prosperidad.
Cambiar la mentira por la verdad.
Cambiar la frustración por el entusiasmo.
Cambiar el rencor por la fraternidad.
Cambiar lo que anda mal por lo que ande bien.
Pocas veces un pedazo de papel tuvo tanto poder para terminar con algo y cambiar para estar mejor.
Esto no es sólo una boleta electoral.
Reenviá este email a tus amigos y familiares para que ellos sepan que el 9 de agosto el poder de cambiar también estará en sus manos.
Saludos,
Mauricio.
Título del collage: Soy un truhán, soy un señor, dijo la dueña de la noche.
Para esta para esta obra multidiciplinaria se utilizo a Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, una muñeca inflable, un Snoopy pedófilo, un Woodstock pedófilo, un consolador, Cristina Fernández de Kirchner, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Gabriela Michetti,  Julio Iglesias, los Pimpinela, Gustavo Cerati y Andy Fogwill.

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-VI-
Para mi hermana Carolina Liefeld que cuando era chica le encantaba Pimpinela
Libros Kalish
tiene el honor
de presentar
en exclusiva
el video
del primer corte
del nuevo disco
del duo
678
de los hernanos
Sandra Russo y Orlando Barone
«Como le digo que siempre me gusto la pija»
y a pedido del publico
volvemos a pasar
los exitos que catapulton a la fama
a estos dos artistas inmensos
«Ese estupido desconocido, Cristina, te va a garchar de parado»
«Una estupida más fuiste en mi vida Florencia»
«A esa»

-VII-
CARTA ABIERTA AL GRUPO CLARÍN
Me están robando soretes.
Me acaban de enviar una factura de Fibertel mal liquidada.
No hay error en su liquidación sino un acto deliberado y fríamente calculado de pillaje.
Cualquier usuario de Fibertel sabe que tiene que mirar cinco veces cada vez que llega una factura de Cable Visión antes de ir a pagarla porque suelen equivocarse en la liquidación que les hacen llegar a sus clientes.
Hace más de un mes que a puro huevo, sobre exigiendo mi cuerpo y mi cabeza llevando un regimen laboral demencial de 15 a 18 horas diarias, comiendo algunos días arroz yamani y otros cuando me arto del arroz prefiero la ginebra (que es barata y cuando te pega tiene un mambo medio psicodélico).
Y así llegue a fin de mes cortando clavos con el culo a juntar la plata del alquiler y su puta factura de Fibertel.
Tengo el dinero para pagar lo que acordamos, no lo que dice su factura donde me estan robando a mano armada.
Me voy a asesorar para ver cómo puedo hacer para que se metan esa boleta que me hicieron llegar en el culo.
Y si no puedo hacer nada y estan todas las cartas marcadas en este juego para que sólo puedan ganar ustedes entonces resolveré no pagarles nada.
Qué me pueden quitar, soretes, si no les pago.
Qué.
Nada.
Plata no tengo. Casa no tengo. Auto no tengo.
Hay días que juntando monedas llego a un atado de cigarrillos de diez y yo fumo un piso de dos atados diarios.
¿Y me quieren robar a mi?
¿Por qué no le van a robar al Banco Galicia que fue uno de los principales operadores y beneficiarios del Blindaje Económico del 2001 y la pesadilla del 19 y 20 de diciembre?
Pero si harían eso, robarle a la gente mala en lugar de a los laburantes, no serian ladrones sino Robin Hood.
Soretes.
Son unos ladrones hijos de puta.
Soretes.
Y su delito es doblemente grave.
Primero porque le quieren robar a un laburante.
Segundo porque le quieren robar a un librepensador.
¿Quieren que les pague una factura de Fibertel mal liquidada?
Bueno, si me chupan la pija quiza se las pague.
Pero miren que me la van a tener que chupar bien para convencerme que les pague sin protestar una factura mal liquidada.
Juan Pablo Liefeld

-VIII-
Título del collage Nº1: Sigo esperando, Clarín, que me mandes una puta para que me chupe la pija y me convenza que te tengo que pagar una factura de Fibertel mal liquidada.
Para este collage se utilizo una foto de Fito Páez que le saco el fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, un recital de Nick Cave and the Bad Seeds en Lyon en el 2003 sonando de fondo, el reloj de mi abuela Elsa Kalish que me acompaña y cuida de soretes como Clarín, Roberto Fontanarrosa, Ratas de Robert Sullivan y Borges, Jorge Luis Borges.

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Título del collage Nº2: La puta ya pasó y ahora aguardo a los ladrones para que nos lleven a todos y nos claven en el madero.
Para este collage se utilizo un Gauchito Gil, una foto de Fito Páez que le saco el fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, un recital de Nick Cave and the Bad Seeds en Lyon en el 2003 sonando de fondo, el reloj de mi abuela Elsa Kalish que me acompaña y cuida de soretes como Clarín, Roberto Fontanarrosa, Ratas de Robert Sullivan y Borges, Jorge Luis Borges.

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-IX-
Titulo de esta serie de 4 collage: Es mentira Dolores que el desierto no le pueda clavar un puñal a tu corazón.
Para los mismos se utilizo a Jorge Luis Borges, al mejor escritor vivo en el mundo hoy: William T. Vollmann personificando a su alter ego femenino Dolores, una remera de Charly García que compre en Locuras de Munro cuando era un niño, Joaquín Sabina, Fito Páez, la sombra de Nietzsche mirandome desde las profundidades de la noche eterna de los tiempos y uno de los millones cigarrillos que he fumado en mi vida.
Collage Nº1

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Collage Nº2

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Collage Nº3

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Collage Nº4

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– X –
EL NARRADOR
Sensible como una herida oye, ve y percibe cualquier vibración…
Roberto Fontanarrosa
Los otros días lo escuche a Maradona entrevistado telefónicamente por Rial en su programa Intrusos.
Lo escuche.
Y una vez más me encontré repitiendo sin darme cuenta: es brillante.
Y también: te quiero Diego, como le grita Rodrigo en la canción que le dedica.
El manejo que tiene de la lengua, la riqueza de su vocabulario, la facilidad con la que se mueve y domina la picaresca, la tragedia y la parresía hacen de cualquier escritor argentino vivo hoy un monigote.
Es una pena que Maradona no escriba libros.
Pero su tradición es más antigua que la del libro impreso.
Es la del narrador oral.
Vuelvan a leer muñequitos de torta que usan a Walter Benjamin como usan el papel higiénico y descubrirán que su famoso ensayo El narrador le cabe a Maradona como anillo al dedo.
Es curioso, tanto Maradona como el Ruso Verea, surgen del universo del futbol. Universo con el cual poco y nada tengo que ver. Y por supuesto del Conurbano Bonaerense. Y escucharlos a Diego o al Ruso, siempre es tan enriquecedor como un poema de Juan L. Ortíz, un ensayo de Borges, una novela de Saer.
Alguna vez Horacio González dijo que el gran poder del peronismo radicaba en que albergaba en su corazón tanto la promesa de la revolución como su cancelación y Maradona todo el tiempo y cada vez que interviene es esa promesa y clausura de la inminecia de un momento que no se concreta. Por cierto, para Borges esa inminencia que siempre esta a punto de revelarse pero retrocede un segundo antes de desnudarse es la belleza.
A Maradona se lo ha acusado de contradictorio.
Pero acaso vos, sí, vos, el que esta mirando para otro lado con cara de yo no fui, no conoces personas de tu circulo más intimo que dicen sostener una cosa y hacer otra.
Maradona es conmovedor siempre porque en sus actos busca hacer coincidir de forma obsesiva teoría y praxis. Y nunca lo logra porque nadie nunca lo logra. Pero como el no es un sofista – aunque maneje este disciplina a la perfección – sino un parresiasta, sus actos finales donde nunca logran encastrar la teoría con la praxis siempre logran caer del lado de la tragedia. Jamás del lado de la farsa.
Maradona es un héroe trágico.
Es Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.
Es el Quijote de Cervantes.
Y Hamlet de Shakespeare.
Es todo eso en un corazón Bonaerense.
Y se lo suele despreciar porque sus raíces con lo más autentico y popular de la Argentina son tan verdaderas y arraigadas en su corazón como el dulce de leche para los chicos o la guita para los adultos.
Maradona es un quilombo.
En todos los sentidos de la palabra.
Como la Argentina.
Coda
Hay algo que me quedó en el tintero en relación a Maradona.
No pocas veces escuche la frase “A la mona por mas que la vistan de fiesta mona queda” en relación a Maradona.
Ese desprecio de las clases medias y altas argentinas por Maradona – porque aunque lo adulen y lo mimen lo odian – es porque no le perdonan a Maradona que sea un hijo genuino de estas tierras y no Alemán.
Por eso, yo siempre hago el chiste de que soy alemán – es cierto tengo un papel que me paso por el culo que acredita que tengo esa nacionalidad porque mi abuelo era Berlines y su padre peleó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial junto a Ernst Jünger y hasta no hace mucho tiempo tenía la Cruz de Hierro de mi bisabuelo hasta que decidí regalársela a una persona que le gusta atesorar esos objetos – y en ese chiste lo que quiero decir porque veo que no se entiende es que me cago en la clases medias y altas argentinas de odian a la Argentina.
Cuando las clases medias y altas se sientan a ver un mundial aunque griten ¡Argentina, Argentina, Argentina! a mi no me engañan, los conozco, se sienten humillados y poca cosa porque no pueden gritar ¡Alemania, Alamenia!
Por eso odian a Maradona las clases medias y altas argentinas.
Porque Maradona es Maradona.
Y las clases medias y altas argentinas no son ni serán nunca alemanas porque a la mona aunque la vistan de ceda mona queda.
–  XI –
UNA FÁBULA SOBRE W. G. SEBALD Y EL NIÑO PROLETARIO
(un cuento narcoprostibulario para niños que ven Paka Paka y les gusta Zamba)
No hay nada más triste que ser un escritor argentino.
Bueno, sí.
En realidad sí hay algo mucho más patético.
Ser un escritor argentino que se formo en la UBA.
Y ahora te voy a contar un pequeño cuentito.
Resulta que había un niño morochito.
Que leía.
Y leía mucho.
Y le gustaba la banana más que al mono.
Pero como a su súper héroe Sebald no le gustaba la banana cuando otros chicos morochitos como él se le acercaban y le ofrecían una bananita dolca él movía un vigotito imaginario que en su mente de infradotado era igualito al de Sebald y les decia a estos chicos morochitos: a mi no me gusta la bananita dolca.
Y a veces se le escapaba al afirmar que a él no le gustaba un pucherito que a estos negritos atorrantes los volvía locos.
Y el niño morochito que soñaba con un día convertirse en un hombre con vigote igualito al de Sebald nunca le creció el vigote.
¿Por qué te creés que cuando los europeos descubrieron América andaban todos barbudos buscando un puto negocio que les vendieran hojitas de afeitar?
Porque la barba y los vigotes en la cara de un hombre es un rasgo distintivo que heredo el hombre blanco occidental de los griegos y los persas. Y a un indio sudamericano puede saber mucho sobre Marcelo Tinelli o la serie Shameless en el mejoooooor de los casos pero les preguntas que opinión tienen formada sobre “un gallo para esculapio” y se te quedan mirando como opas.
Esto al ahora joven mocochon y bastante fuleron y sí, hay que decirlo, lo humillo, lo castro – aunque un hombre no necesita ser lindo como si las mujeres para que alguien le aceite los patines y sino ahí lo tenés a Diego Rivera que tenía cara de sapo y cuerpo de Ubu Rey pero fiel a la frase que acuñó Jacobo Winograd amigo del pintor “billetera mata a galán” nunca le falto donde mojar el bizcocho –.
Pero siguió leyendo y empezo a chupar como un condenado y cada vez que veía una bananita dolca – y ahora las veía por todos lados y eran grandes como las bananas en piyama – salía corriendo a un puterio.
Y paso por ese antro de delincuentes de Puan al 400 y ahí le enseñaron todos los trucos que hay que aprender para ser Alí Baba y los 40 ladrones.
Pero tenía una virtud este morochito era buen poeta y narrador.
Pero el quería ser Sebald.
Entonces un día unos atorrantes que robaban dandose corte de cool y pensadores críticos se dieron cuenta que el morochito  era negocio y le dijeron: no te puedo creer, sos igual a Sebalds.
No se si notaste la ironía de este matrimonio de la estafa crítica, le mintieron sin mentirle, le dijeron que se parecía a Sebalds no a Sebald, para que si un día el negro boludo se avivaba y les quería hacer juicio por estafa pudieran refregarle por la cara la filmación de la camara oculta que había filmado todo y donde claramente lo llamaban Sebalds no Sebald que era el portero del edificio.
Y el negrito pelotudo se lo creyo.
Y la mafia de la critica argentina hizo clin caja.
Y aparecio un sorete peridista – lo cual es una redundancia porque se sobreentiende que cuando se habla de periodismo se esta hablando de mierda y viceversa – y se dio cuenta que el negrito le podía redactar buenos textos por moneditas y lo encaró y le dijo: ay, no te puedo creer, sos igual a Sebald.
Y el negrito si vos le decias que era igual a Sebald te daba el culo de la madre – el de él no porque a Sebald no le gustaba la bananita dolca.
Y el pobre negrito ahora iba por la vida caminando convencido que era Sebald.
El negro Sebald lo llamaban.
Y él orgulloso le contaba a su familia que la gente veía en él a un Sebald argentino, como alguna vez se vio en Onetti a un Faulkner argentino – sí, uruguayos Onetti es nuestro, los dos libros que el mas quiso, La vida breve y Los adioses, trascurren y las escribio en argentina  no en su país que salvo para fugar divisas de los argentinos cansados de pagar impuestos regresivos no sirven para nada.
(También iba a citar el caso de Jorge Asis que la izquierda argentina lo acusaba en los 70 de ser el nuevo Roberto Arlt y como siempre la izquierda preprare el trago que prepare siempre mezcla 50% de razón objetiva y dura y 50% de delirio que se va al carajo.)
Y el padre lo miraba a su hijo con lastima y dolor y quería hacerlo entrar en razones, ¿cómo, hijo mío, vas a ser Sebald, si sos negrito y nunca vas a llegar a tener vigote como el autor de Austelitz?
Y las palabras paternas que buscaban encausar la cordura al escucharla el negrito Sebald lo volvían loco, lo hacían ver bananitas dolcas que le hablaban detrás de las paredes llamándolo y salia corriendo a la peluquería a cortarse el pelo y la manicura y luego llamaba a una puta.
Pero un día lo paró la policía en la calle confundiendolo con un inmigrante ilegal peruano.
Muy ofendido le dijo a los oficiales que el era argentino.
Documentos le dijeron los hombres de la ley.
No tengo, los perdi.
Peruano atorrante por mentirnos y hacerte pasar por argentino te vamos a recoger ahora.
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para actuar que lo horrorizaba que se lo quisieran coger a la fuerza y los oficiales se dieron cuenta y como eran unos terribles hijos de puta al comprobar que eso le gusta se lo negaron.
Pero que vieran en él a un sudamericano pata sucia y no a un maestro de la lengua alemana lo destrozó.
Cuando la ley por fin lo dejó en libertad fue corriendo a contarles a sus amigos el atropello que había sufrido.
Estos dos amigos que lo conocían bien y lo querían le pidieron que se dejara de mariconear y que se sentara a escribir sus historias de putas y falopa, y sus poemas de odio a sus padres que conocían porque el morochito Sebald cuando estaba borracho o puesto se ponía a contar oralmente historias o a recitar poemas y era muy bueno.
Pero como no era Sebald sino el morocho Sebald no contaba lo que tenía que contar.
Y fiel a su destino siguió la senda del perdedor.
Se hizo el ofendido.
Y se fue a España a buscar el reconocimiento que en su tierra no encontraba.
En España como son medios brutos, hasta un boludazo como el negrito Sebald les puede hacer creer que un tipo que no sabe una palabra de alemán puede ser una promesa en esa lengua.
La cuestion que el morochito Sebald durante un tiempo logro el sueño de su vida ser como Maxima de Zorreigueta, una reina de la realeza europea.
Durante un tiempo el morochito Sebald vivió en una nube de pedos donde creyó por fin haber conseguido el anhelo de su vida.
Hasta que una tarde dos oficiales de policía le piden documentos en la calle.
El morochito Sebald tenía la visa bencida y quizo chamullarlos convencido que a una reina de la dinastía Sebald dos Manolitos amigos de Mafalda que trabajaban de alcahuetes no hozarían molestarla al reconocer en él su sangre azul.
Y empezo a boquear giladas y los dos manoletes de la ley se convencieron al escucharlo hablar de lo habían olfateado al verlo caminar: que era un terrorista árabe.
Otra vez adentro, pobre morochin Sebald.
En su país lo confundían con un peruano, en Europa lo confundian con un terrosita árabe.
Entonces se largó a llorar en la oscuridad del calabozo y se dirigió a los barrotes he hizo lo que siempre soñó que quizo hacer y jamas se animó.
Agarro los barrotes de su celda con sus manos y grito: ¡Guardias!
Igualito que Diego Torres en una pelicula.
Y vino uno y vino otro y un tercer compañero de celda y se lo re cogieron.
Y ahora vive en Buenos Aires, se puso tetas, se llama Lisa Ann, hizo un curso de masajista en el SUTHER y ya va por su quinto libro publicado.
Título del collage: Austerlitz, la vendedora de arte y sus tetas gordas.
Para este collage se ulitizo a Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, Lisa Ann, W. G. Sebald, Charly García, la camiseta argentina, la bandara norteamericana envolviendo las tetotas de Lisa y uno de los millones de cigarrillos que he fumado en mi vida.

Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann

-XII-
Juan Pablo, te necesito
Una noche de mierda
una mañana asquerosa
y una tarde criminal
si fuera un poco más joven
y no hubiera visto ya
tanta mierda
propia y ajena
podría recitar
Tabaqueria
de Fernando Pessoa
y quizá
ser feliz
y me llega un mail
al pozo oscuro de los días
apenas iluminado
por rutilantes estupideces
de una crueldad
a prueba de balas
y el mail que me llega
me dice
lo mismo que le dije yo
los otros días a un gatito
que por miserable no tuve el valor
de llevarme
y cuando volvi
por él
ya no estaba
te necesito
gracias mauricio
seras un sorete
sos un sorete
siempre seras un sorete
pero esta tarde
al escribirme
te necesito
me hiciste llorar
y sentir
que valgo la pena
que valemos la pena
contá conmigo mauricio
Juan Pablo, te necesito
De: contacto@mail149.wdc04.mandrillapp.com en nombre de Mauricio Macri (contacto@voluntariosdelcambio.com) Has movido este mensaje a su ubicación actual.
Enviado: sábado, 01 de agosto de 2015 07:58:40 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Juan Pablo
Te necesito el jueves 6 a las 17:00hs
Este jueves 6 de agosto a las 17.00 vamos a hacer el cierre de la campaña de las primarias presidenciales en Internet.
Por eso, voy a pedirte que participes activamente apoyándonos en Facebook, Twitter, Instagram, email y WhatsApp.
A partir de mañana vas a recibir mensajes con instrucciones.
Por favor, chequeá tu correo.
Cuento con vos.
Gracias,
Mauricio
&
me preparo otra ginebra
la ginebra es noble
quita el dolor y lo mata todo
como la morfina
y busco en you tube
un disco
de grandes existos
de Armando Manzanero
del Trío los Panchos
es una noche triste
es una noche
para cantar
hasta quedar sin vos
canciones de Manzanero y Los Panchos
y encuentro
en You Tube
un disco de la epoca de oro
de Los Panchos
y le doy play
man
y sobre el video
hay una publicidad
que dice:
compre dólares baratos
aprenda cómo hacer para cambiar dólares sin autorizacion de la AFIP
anuncios google
y debajo un link que me lleva a una pagina
que dice:
InversorGlobal
Si quieres aprender a manejar tu dinero con éxito regístrate al newslettter de InversorGlobal. Dos veces por semana recibirás los datos y consejos necesarios para multiplicar tus ahorros en la Argentina del dólar paralelo.
Importante: Te acercaremos técnicas y estrategias simples y fáciles de entender para invertir tus ahorros con éxito. Que las trabas del Gobierno no te detengan a la hora de multiplicar tu dinero.
Dios santo
¿qué sería de este sabado asesino
sin ginebra y El trío Los Panchos?
-XIII-
Título del Collage: Mar del Plata.
Y obviamente es para Sebastian Cariola

Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en David Bowie, Diego Armando Maradona, Ferdinand Staeger, Fito Páez, Flema, Gustavo Cerati, Lars von Trier, Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once, Maradona, María Martha Serra Lima, Marcel Duchamp, Nick Cave, W. G. Sebald, Walter Benjamin | Deja un comentario

Justicia salvaje. La vida moral de los animales – Marc Bekoff y Jessica Pierce

This photo by Massoud Hossaini of Agence France-Presse and provided by the Pulitzer Prize Board was awarded the 2012 Pulitzer Prize for Breaking News Photography, announced in New York, Monday, April 16, 2012. The photo depicts Tarana Akbari, 12, screaming in fear moments after a suicide bomber detonated a bomb in a crowd at the Abul Fazel Shrine in Kabul on Dec. 6, 2011. (AP Photo/AFP via the Pulitzer Prize Board, Massoud Hossaini)

Título del Collage: Lloren, chicos, lloren, dijo el barquillero. Se utilizó para el mismo muchas muñecas inflables, Jorge Luis Borges, una foto de Massoud Hossaini, Las tres gracias de Pedro Pablo Rubens  y toda la pornografía a la que ya te tiene acostumbrado este supermercado horrible donde no sos más que un pedazo de carne embazada en la góndola de ofertas.

Estado: nuevo.

Editorial: Turner Noema.

Precio: $250.

Los científicos han siempre desaconsejado interpretar el comportamiento animal en términos de emociones humanas, advirtiendo que tal antropomorfismo limita nuestra capacidad de comprender a los animales como realmente son. Pero entonces, ¿qué pensar de una gorila de un zoo alemán que pasó varios días de luto por la muerte de su bebé?, ¿o de una elefante salvaje que cuidó de una hembra más joven después de que fuera herida por un macho?, ¿o de unas ratas que se negaban a empujar la palanca de alimentación al ver que haciéndolo dañaban a otra rata? ¿No son estos signos claros de que los animales tienen emociones reconocibles e inteligencia moral? Para Marc Bekoff y Jessica Pierce la inequívoca respuesta es SÍ.
Justicia salvaje no sólo ofrece ciencia de vanguardia sino que es una llamada a repensar nuestra relación con nuestros compañeros animales.
¡Adiós, tonto gatito!
 Hans Ruesch
No, tonto gatito, nadie te liberó, a pesar de que tu foto y tu grito de ayuda estaban en exhibición en todos los quioscos de periódicos de Europa, donde millones de personas los vieron, y probablemente millares no pudieron dormir la noche siguiente. Sin embargo, esto es todo lo que han hecho –incluso yo-. Durante un momento de locura esperábamos que algunos de esos chicos que liberan animales de los laboratorios corrieran a salvarte, pero, naturalmente, las probabilidades eran enormemente contrarias, porque la policía protege a los torturadores de laboratorio y no a sus víctimas; los héroes son pocos, y millones de animales candidatos a morir en los laboratorios pseudocientíficos para proporcionar una coartada a los traficantes de drogas.
Pronto serás inmovilizado en un aparato estereotáxico, con tanta fuerza que no lograrás mover la cabeza, ni siquiera un pelo, tal vez dos barras de acero serán introducidas en las órbitas vacías de tus ojos, y dos prensas te presionarán las orejas tan fuertemente que tus tímpanos podrían reventar, pero no te preocupes, se hará porque no influirá ni un poco el resultado del experimento, según cuanto dicen los catálogos de los fabricantes, Lab-Tronics y H. Neuman & Co., cerca de Chicago, que envían tales instrumentos de tortura a los laboratorios de todo el mundo. Sin embargo, lo que importa es tenerte absolutamente inmóvil, mientras la verdadera acción comienza.
Demonios de bata blanca, disfrazados de “científicos”, te harán agujeros con un taladro en tu pequeña cabeza, e introducirán cánulas, sensores, y electrodos en tu pequeño cerebro, para repetir una vez más en tu sistema nervioso los mismos insensatos experimentos efectuados desde el fin del siglo pasado; experimentos que no han aportado beneficios de ningún tipo, ni a la especie humana ni a la felina, sino únicamente a los mismos experimentadores, a quienes han procurado satisfacción personal, a veces fama y honores, y quizá incluso un Premio Nobel, como en el caso del Prof. Walter Hess de la Universidad de Zurigo, antes que se supiera que todas sus conclusiones eran erróneas y habían causado daños incalculables a un número no revelado de pacientes. En cualquier caso, las obras pseudocientíficas de este señor y de sus colegas, si es que todavía están en algunas bibliotecas médicas, por más que nadie las lea, han sido colocadas allí con la ayuda de tontos gatitos como tú.
Porque tú fuiste creado sólo para “servir” a la especie humana. ¿No lo sabías? También el Papa lo ha dicho explícitamente, probablemente con base en su creencia de que tú no tienes un alma (algo que sin embargo no puede demostrarse), mientras que tus torturadores sí la tienen (y tampoco esto es algo que pueda demostrarse), porque “están hechos a imagen de Dios”. ¡Hermosa imagen!
Y, naturalmente, los jóvenes químicos continúan repitiendo y perpetuando todo esto, así como los fabricantes de productos que están envenenando la Tierra y matando a la gente por millones, los gobiernos y los políticos que pagan la nómina, los profesores universitarios y los rectores, los medios de comunicación que se ganan la vida cómodamente, no informando a la opinión pública sino manipulándola, y también los dirigentes de las grandes asociaciones para el bienestar de los animales, como la RSPCA (Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals) y la WSPA (World Society for the Protection of Animals) y El Eurogrupo y la HSUS (The Humane Society of the United States), etcétera, que en lugar de dar a conocer el daño evidente, enorme, causado cotidianamente a la especie humana por los métodos erróneos de investigación médica, ocultan deliberadamente este hecho con cortinas de humo de pueriles charlas filosóficas –como los viviseccionistas quieren que hagan, bajo el pretexto de que la humanidad debe ser “salvada”, y que sólo con el sacrificio tuyo y el de tu especie esto se puede obtener-.
Naturalmente, tonto gatito, para cuando seas inmovilizado en uno de sus aparatos estereotáxicos, probablemente habrás llegado a la conclusión de que la humanidad no puede ser todo eso que se dice de ella, y, desgraciadamente, tendrás razón. En efecto, el hombre es el único animal capaz de matar a sus hijos porque lo molestan mientras duerme. Y también el único macho que golpea a su hembra, si bien algunos graciosos argumentarán que la mujer es la única hembra que merece ser golpeada. El hombre es el único animal que asesina a todas las especies conocidas, incluida la suya, e, incesantemente, erosiona el suelo y daña su hábitat hasta hacerlo inhabitable, sin embargo se considera –sólo porque es capaz de sembrar más muerte y caos que todas las demás especies juntas– la más inteligente de las especies, la única que merece sobrevivir.
¿Qué esperas de una especie así, tonto gatito? Pero, tal vez, sólo quieres saber porqué siempre es tu especie la utilizada para los experimentos más dolorosos y prolongados que existen. Es porque has tenido la mala suerte de nacer con un sistema nervioso extremadamente sensible, mucho más sensible que el de tus atormentadores, pero al mismo tiempo eres también más resistente que la mayoría de los otros animales. He aquí el porqué.
Pero no grites cuando te lastimen, tonto. Si lo haces, “ellos” te cortarán las cuerdas vocales, porque “ellos” son de corazón sensible y no soportan los chillidos de los animales. De hecho, muchos de ellos no sólo son grandes filántropos, sino también verdaderos amantes de los animales, que dicen sufrir más que tú a causa del dolor que, por pura filantropía, te infligen.
Y, ahora, adiós, tonto gatito. Espero que mueras antes de que comiencen las fiestas de Navidad, porque durante esas fechas corres el riesgo de permanecer durante días sin agua, inmovilizado en tu aparato de contención. Mas no contemos con ello, porque vivisectores como el prof. Konrad Akert, capo líder de la Universidad de Zurich, y el prof. W. D. M. Paton de Oxford –Sir William, nombrado caballero de su Graciosa Majestad la Reina por su incesante trabajo sobre cerebros de gatos– junto con sus colegas han llevado a cabo estos experimentos tan increíblemente a menudo, con idiota repetitividad, que han llegado a ser bastante hábiles en prolongar la agonía. Asimismo ninguno de ellos ha sido nunca capaz de nombrarnos un sólo paciente al que hayan curado, mientras que nosotros podemos nombrar a un gran número de personas que han sido dañadas de por vida, o que incluso han muerto, a causa de su torpe y contraproducente método de pseudoinvestigación.
Pero, quizá, puedes recibir una especie de aterrador consuelo del siguiente pensamiento, desafortunado gatito. Piensa sólo esto: de una tonta pequeña cabeza como la tuya, hombres “importantes” como Sir William Paton esperan, en efecto, encontrar algún día qué hacer con sus propios cerebros defectuosos y con el gran agujero negro que tienen dentro, y es tanta su preocupación que los experimentos sobre el cerebro han llegado a ser en sus vidas una obsesión.
Ahora, debemos dejarte, desafortunado gatito. Espero que mueras rápidamente. Es, verdaderamente, lo único que podemos desearte. Quizá nos encontremos algún día, en algún otro mundo, que únicamente podrá ser mejor que este.
 * Este artículo de Hans Ruesch apareció originalmente en Boletín CIVIS-SCHWEIZ, en la navidad de 1983. Poco antes, la fotografía del gatito con la leyenda “HILFE, LAAST MICH HIER RAUS!” (“¡Ayuda, sáquenme de aquí!”) había sido publicada en la portada de Stern, el semanario alemán de mayor circulación. Cinco años después, Hans Ruesch volvió a publicar el artículo en el Boletín CIVIS No. 2, “The Infiltrarion in Animal Welfare”.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Los derechos de los animales – Henry S. Salt
Comer animales – Jonathan Safran Foer
Tras la sonrisa del delfín. El hombre que decidió devolver a los delfines a su hábitat natural – Richard O’Barry con Keith Coulbourn
El guerrero de la Tierra. A bordo, con Paul Watson y la Sea Shepherd Conservation Society – David B. Morris
La responsabilidad del hombre frente a la naturaleza. Ecología y tradiciones en Occidente – John Passmore
Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las especies – Franz J. Broswimmer
Más afuera – Jonathan Franzen

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Hans Ruesch, Jessica Pierce, Marc Bekoff | Deja un comentario

Auschwitz. Los nazis y la “solución final” – Laurence Rees

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Título del collage: Llegando los monos, estás muerto hijo de puta. Y se utilizó para el mismo un Gauchito Gil de Chacarita, Jorge Luis Borges, John Lennon, Sandro, pantalones Levi´s 501 producidos por obreros carneados del lejano Oriente, William T. Vollmann, un porno star musulman de Balvanera, el poeta peruano Andrés Tejada Gómez en uno de sus habituales viajes de turismo sexual por África, a mi haciendo la calle travestido de gordita puta, Pablo Picasso, Sarina Valentina, Iggy Pop, El Indio Solari, Nick Cave and the Bad Seeds, la puta Cajita Feliz, el Guernica, a mi haciendo la calle travestido de vieja puta, los testículos de un degenerado que saqué de una pagina porno, las tetas de una muñeca inflable, una distribuidora de peliculas pelotudas y a mi haciendo la calle travestido de gordita putarraca.

Estado: usado.

Editorial: Planeta DeAgostini.

Precio: $500.

Hace sesenta años el mundo se horrorizó con el descubrimiento de la realidad de Auschwitz, el escenario de la mayor matanza de la historia humana; un millón cien mil seres humanos asesinados, incluidos más de doscientos mil niños. Pero, más allá de las imágenes y de los testimonios de las víctimas, la realidad de lo que Auschwitz fue y significó ha seguido escapando a nuestra percepción.
Este es el primer relato completo de la historia de Auschwitz, que se convirtió en un inmenso taller que trabajaba para la guerra, a la vez que en una fábrica de muerte, donde se acabó arrojando niños vivos a las hogueras, al no dar abasto las cámaras de gas. Un lugar singular, con funcionarios corruptos, con médicos sanguinarios como Mengele y hasta un burdel para estimular a los prisioneros «muy trabajadores».
Pero tal vez lo más terrible resulte saber que cerca del 85 por ciento de los miembros de las SS que trabajaron en el campo y sobrevivieron a la guerra han quedado impunes, que ni se arrepienten ni creen necesario excusarse con la obediencia a las órdenes recibidas y que ello no parece escandalizar hoy a sus conciudadanos. Este libro pretende despertar nuestras conciencias para que entre todos impidamos que vuelva a haber otro Auschwitz.
La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío
Norman G. Finkelstein
Abril 2000 – Ciudad de Nueva York
Este libro es tanto una anatomía como una denuncia de la industria del Holocausto. En las páginas que siguen, argumentaré que “El Holocausto” es una representación ideológica del holocausto nazi. Al igual que la mayoría de las representaciones similares, ésta tiene una conexión, si bien tenue, con la realidad. El Holocausto es una construcción, y no arbitraria sino más bien intrínsecamente coherente. Sus dogmas centrales sustentan importantes intereses políticos y de clase. De hecho, el Holocausto ha demostrado ser un arma ideológica indispensable. A través de su explotación, una de las potencias militares más formidables del mundo, poseedora de un horrendo historial en materia de derechos humanos, se ha presentado como un Estado “víctima”, y el grupo étnico más exitoso de los Estados Unidos ha adquirido un estatus de víctima en forma similar. Esta falsa victimización genera considerables dividendos – particularmente inmunidad a la crítica, por más justificada que ésta sea. Y podría agregar que quienes gozan de esta inmunidad, no han escapado de las corrupciones morales que típicamente van con ella. Desde esta perspectiva, el desempeño de Elie Wiesel como intérprete oficial del Holocausto no es una coincidencia. Es evidente que no llegó a esta posición por sus compromisos humanitarios o sus talentos literarios. Wiesel desempeña este papel principal más bien porque articula impecablemente los dogmas del Holocausto y, por consiguiente, sostiene los intereses que le subyacen.
El estímulo inicial para este libro provino del decisivo estudio The Holocaust in American Life (El Holocausto en la Vida Norteamericana) de Peter Novick al que reseñé para una publicación literaria británica. En estas páginas, el diálogo crítico en el que entré con Novick se ha ampliado; de allí las numerosas referencias a su estudio. El The Holocaust in American Life es más una colección de golpes provocativos que una crítica fundada y pertenece a la venerable tradición norteamericana del muckraking.  Sin embargo, como la mayoría de los de su estilo, Novick se concentra solamente en los abusos más notorios. Por más sarcástico y refrescante que sea, The Holocaust in American Life no constituye una crítica a fondo. Hay postulados básicos que no critica. El libro, ni banal ni hereje, está sesgado hacia el extremo controversial del espectro conocido. Como era previsible, recibió muchos, aunque dispares, comentarios en los medios norteamericanos.
La categoría analítica central de Novick es la “memoria”. Con toda la actual furia en la torre de marfil, la “memoria” es con seguridad el concepto más pauperizado que descenderá de la cumbre académica por largo tiempo. Con el obligatorio guiño hacia Maurice Halbwachs, Novick apunta a demostrar cómo los “conflictos actuales” modelan la “memoria del Holocausto”.  Solía haber un tiempo en el cual los intelectuales disidentes difundían categorías políticas robustas, tales como “poder” e “intereses” por un lado, e “ideología” por el otro. Hoy, todo lo que queda es el lenguaje blando y despolitizado de “conflictos” y “memoria”. Sin embargo, dada las pruebas que Novick presenta, el Holocausto es una construcción ideológica con intereses creados. Si bien la memoria del Holocausto es deliberada, de acuerdo con Novick también es arbitraria “en la mayoría de los casos”. Según su argumento, lo deliberado proviene de “un cálculo de ventajas y desventajas” pero más bien “sin mucha consideración por. . . las consecuencias”. Las pruebas sugieren la conclusión opuesta.
Mi interés original en el holocausto nazi fue personal. Tanto mi padre como mi madre fueron sobrevivientes del Ghetto de Varsovia y los campos de concentración nazis. Aparte de mis padres, todos los miembros de mi familia, en ambas ramas, fueron exterminados por los nazis. Mi primer recuerdo del holocausto nazi, por decirlo así, es el de mi madre pegada al televisor mirando el juicio de Adolf Eichmann (1961) cuando yo volvía a casa de la escuela. Si bien habían sido liberados de los campos sólo dieciséis años antes del juicio, en mi mente siempre hubo un abismo infranqueable que separaba a mis padres de eso. Había fotografías de la familia de mi madre colgando de las paredes de nuestra sala de estar. (Nadie de la familia de mi padre sobrevivió a la guerra). Nunca pude establecer el sentido de mi conexión con ellos, menos todavía concebir lo que había ocurrido. Eran las hermanas, los hermanos y los parientes de mi madre; no mis tías, tíos y abuelos. Recuerdo haber leído de niño el The Wall  de John Hersey y Mila 18 de Leon Uris; ambos relatos novelados del Ghetto de Varsovia. (Todavía recuerdo a mi madre quejándose de que, enfrascada en  The Wall pasó de largo por la estación de subterráneo en dónde debía haber bajado en su camino al trabajo).  A pesar de que lo intenté, no pude ni por un momento dar el salto imaginativo de conectar a mis padres, en toda su condición de gente común y corriente, con ese pasado. Francamente, sigo sin poder hacerlo.
La cuestión más importante, sin embargo, es la siguiente: aparte de esta presencia fantasmal, no recuerdo que jamás el holocausto nazi haya invadido mi niñez. La principal razón de esto fue que a nadie de fuera de mi familia pareció importarle lo que había sucedido. El círculo de amigos de mi niñez leía mucho y discutía apasionadamente los hechos del día. Y, sin embargo, sinceramente no me acuerdo de ningún amigo (o padre de amigo) que haya hecho una sola pregunta sobre lo que mi madre y mi padre habían tenido que soportar. No era un silencio respetuoso. Era simple indiferencia. A la luz de ello, uno no puede menos que ser escéptico frente a los desbordes de angustia de décadas posteriores, una vez que la industria del Holocausto estuvo firmemente establecida.
A veces pienso que el “descubrimiento” del holocausto nazi por parte de los judíos norteamericanos fue peor que el haberlo olvidado. Es cierto: mis padres rezongaban en privado; el sufrimiento que habían padecido no estaba públicamente validado. Pero ¿no era eso mejor que la crasa explotación del martirio judío? Antes de que el holocausto nazi se convirtiese en El Holocausto, sólo se publicaron sobre la materia unos pocos estudios académicos como el The Destruction of the European Jews  (La Destrucción de los Judíos Europeos) de Raul Hilberg y memorias como Man’s Search for Meaning (La Búsqueda del Sentido por el Hombre) de Viktor Frankl y Prisoners of Fear (Prisioneros del Miedo) de Ella Lingens-Reiner. Pero esta pequeña colección de perlas es mejor que el contenido de estantes y más estantes de esos novelones que ahora atiborran las bibliotecas y librerías.
Tanto mi padre como mi madre, si bien revivieron ese pasado hasta el día en que fallecieron, hacia el final de sus vidas perdieron todo interés en El Holocausto como espectáculo público. Uno de los amigos de toda la vida de mi padre había sido, junto con él, un interno de Auschwitz; un idealista de izquierda aparentemente incorruptible quien, por una cuestión de principio, se negó a recibir indemnizaciones de los alemanes después de la guerra. Más tarde, en un momento dado, se convirtió en el director del museo del Holocausto israelí, Yad Vashem.  A regañadientes y con genuina desilusión, mi padre finalmente admitió que hasta este hombre había sido corrompido por la industria del Holocausto, acomodando sus convicciones a las necesidades del poder y el beneficio.
A medida en que las versiones de El Holocausto adquirían formas cada vez más absurdas, a mi madre se le daba por citar (con ironía premeditada) a Henry Ford: “La Historia es cháchara”. En mi casa, especialmente los cuentos de los “sobrevivientes del Holocausto” – todos ex internos de campos de concentración, todos héroes de la resistencia – resultaban blanco de una sarcástica hilaridad. Hace ya mucho tiempo, John Stuart Mill descubrió que las verdades que no están sujetas a un continuo desafío “dejan de tener el efecto de la verdad y se convierten en falsedades por exageración”.
Con frecuencia mis padres se asombraban de mi indignación ante la falsificación y la explotación del genocidio nazi. La respuesta más obvia es que se lo ha utilizado para justificar las políticas criminales del Estado de Israel y el apoyo norteamericano a esas políticas. Hay, también, motivos personales. Me importa la persecución de la que fue objeto mi familia. La actual campaña de la industria del Holocausto de extorsionar dinero de Europa en nombre de “las víctimas necesitadas del Holocausto” ha reducido la dimensión moral del martirio de mis padres al de un casino en Monte Carlo.  Pero aún aparte de estas consideraciones, sigo convencido de que es importante preservar – luchar por – la integridad del registro histórico. En las páginas finales de este libro sugeriré que, estudiando el holocausto nazi, podemos aprender mucho no sólo acerca de “los alemanes” o de “los gentiles” sino acerca de todos nosotros. No obstante, creo que para hacer eso, para realmente aprender del holocausto nazi, hay que reducir sus dimensiones físicas y agrandar sus dimensiones morales.
Se han invertido demasiados recursos públicos y privados en monumentalizar el genocidio nazi. La mayor parte de lo así producido es inservible; no constituye un tributo al sufrimiento judío sino al engreimiento judío. Hace ya mucho tiempo que deberíamos haber abierto nuestros corazones a los sufrimientos del resto de la humanidad. Ésta fue la principal lección que me impartió mi madre. Ni una sola vez le escuché decir: “no compares”. Mi madre siempre comparaba. Sin duda, es preciso hacer diferenciaciones históricas. Pero el hacer diferenciaciones morales, entre “nuestros” sufrimientos y los de “ellos” ya es, en si mismo, una parodia moral. Muy humanamente Platón observó: “No puedes comparar a dos personas miserables y decir que la una es más feliz que la otra”. A la vista de los sufrimientos de afroamericanos, vietnamitas y palestinos, el credo de mi madre era: todos somos víctimas de holocaustos.
Carta de Oscar del Barco sobre la imposibilidad del hombre de no ser un asesino y la conciencia trágica de aquellos que se ven desnudos frente a la verdad
Señor Sergio Schmucler:
Al leer la entrevista con Héctor Jouvet, cuya transcripción ustedes publican en los dos últimos números de La Intemperie, sentí algo que me conmovió, como si no hubiera transcurrido el tiempo, haciéndome tomar conciencia (muy tarde, es cierto) de la gravedad trágica de lo ocurrido durante la breve experiencia del movimiento que se autodenominó “ejército guerrillero del pueblo”. Al leer cómo Jouvet relata suscinta y claramente el asesinato de Adolfo Rotblat (al que llamaban Pupi) y de Bernardo Groswald, tuve la sensación de que habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando por qué, cómo y dónde lo habían matado, era yo mismo. En ese momento adquirí una conciencia clara y definitiva de que yo, por haber compartido los “ideales” de ese grupo, era tan responsable como los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de asumirse como responsable en general sino de asumirse como responsable-de-un-asesinato de dos seres humanos que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos los que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o desde fuera, somos responsables del asesinato del Pupi y de Bernardo.
Ningun justificativo nos vuelve inocentes. No hay “buena causa” ni “ideales” que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo “absolutamente otro”. Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase se suplicios, en el fondo de cada uno se oye imperiosamente el no matarás. Un mandato que no puede fundarse, explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.
Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montonero, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos resposables de sus acciones. Repito, no existe ningúna “idea” o “ideal” que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu o de un simple policía. El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos.
En este sentido la llamada teoría de los “dos demonios” es cierta. Si no existen “buenos” que pueden asesinar y “malos” que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto “derecho” a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Ferminich, Quieto o Juan Gelman, por una parte, y Menéndez o Videla por la otra? Si uno mata el otro también mata. Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que participa es un asesino, el que apoya aunque sólo sea con su simpatía, es un asesino. Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente.
Más aun. Creo que parte del fracaso de los movimientos “revolucionarios” que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No se si es posible construir una nueva sociedad, pero se que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso fracasaron y al “ideal” de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capitalismo, como señaló Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese “comunismo” nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros.
Al decir esto no pretendo justificar nada ni decir que todo es lo mismo. El asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo mismo. Lo que no es lo mismo es la muerte ocasionada por la tortura, el dolor intencional, la sevicia. Estas son formas de maldad suprema e incomparable. Sé, por otra parte, que el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son principios imposibles. Sé que la historia es en gran parte historia de dolor y muerte. Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.
Aunque  pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un acto de constricción y pedir perdón. El camino no es el de “tapar” como dice Juan Gelman, porque eso -agrega- “es un cáncer que late constantemente debajo de la memoria cívica e impide construir de modo sano”. Es cierto. Pero para comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes de la dirección del movimiento armado Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares, e incluso de algunos militantes montoneros que fueron “condenados” a muerte. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad. No un perdón verbal sino el perdón real que implica la supresión de uno mismo. Es hora, como él dice, de que digamos la verdad. Pero no sólo la verdad de los otros sino ante todo la verdad “nuestra”. Según él pareciera que los únicos asesinos fueron los militares, y no el EGP, el ER y los Montoneros. ¿Por qué se excluye y nos excluye, por qué “tapa” o quiere tapar la realidad?
Gelman y yo fuimos partidarios del comunimo ruso, después del chino, después del cubano, y como tal callamos el exterminio de millones de seres humanos que murieron en los diversos gulags del mal llamado “socialismo real”. ¿No sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe o buena conciencia, no es un argumento, o es un argumento bastardo. No sabíamos porque de alguna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos otros? Nosotros seguimos en el partido comunista hasta muchos años después que el Informe-Krutschev denunciara los “crímenes de Stalin”. Esto implica responsabilidades. También implica responsabilidad haber estado en la dirección de Montoneros (Gelman dirá, por supuesto que él no estuvo en la Dirección, que él era un simple militante, que se fue, que lo persiguieron, que lo intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera cierto, no lo exime de su responsabilidad como dirigente e, incluso como simple miembro de la organización armada). Los otros mataban, pero los “nuestros” también mataban. Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo de estado, pero sin callar nuestro propio terrorismo. Así de cruel es lo que Gelman llama la “verdad” y la “justicia”. Pero la verdad y la justicia deben ser para todos.
Habrá quienes digan que mi razonamiento, pero este no es un razonamiento sino una constricción, es el mismo que el de la derecha, que el de los Neustad y los Grondona. No creo que ese sea un argumento. Es otra manera de “tapar” lo que pasó. Muchas veces nos callamos para no decir lo mismo que el “imperialismo”. Ahora se trata, y es lo único en que coincido con Gelman, de la verdad, la diga quien la diga. Yo parto del principio del “no matar” y trato de sacar las conclusiones que ese principio implica. No puedo ponerme al margen y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, o a la inversa. Yo culpo a los militares y los acuso porque secuestraron, torturaron y mataron. Pero también los “nuestros” secuestraron y mataron. Menéndez es responsable de inmensos crímenes, no sólo por la cantidad sino por la forma monstruosa de sus crímenes. Pero Santucho, Ferminich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos los militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera, también nosotros somos responsables de lo que sucedió.
Esta es la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo creo.
Lo saludo.
Oscar del Barco
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Sobre la responsabilidad. No matar – Oscar del Barco
Primo Levi ou la tragédie d’un optimiste – Myriam Anissimov (versión original en francés)
La guerra de Hitler – David Irving
Por qué perdió Hitler la guerra – Hermann Jung (corresponsal de prensa alemana)
Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro – Sebastian Haffner
La tercera noche de Walpurgis – Karl Kraus
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler – Peter Hoffmann
Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana – Giles MacDonogh
Contra el estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo – Yakov Rabkin
La Segunda Guerra Mundial – Antony Beevor
Conversaciones con un verdugo. En la celda del teniente general de la SS Jürgen Stroop – Kazimierz Moczarski
Paul Celan. Poeta, superviviente, judío – John Felstiner
Hitler. Anatomía de un dictador. Conversaciones de sobremesa en el Cuartel General del Führer, 1941/1942 – Henry Picker
Una mujer en Birkenau – Seweryna Szmaglewska
Los hermanos Himmler. Historia de una familia alemana – Katrin Himmler
Voces del gueto de Varsovia – Michal Grynberg
Arte e ideología del Nazismo – Berthold Hinz
Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en Polonia – Christopher R. Browning
El enemigo judío. La propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto – Jeffrey Herf
Israel and The Dead Sea Scrolls – Edmund Wilson (versión original en inglés)
A History Of the Israeli-Palestinian Conflict – Mark Tessler (versión original en inglés)
Never Too Late To Remember. The Politics Behind New York City’s Holocaust Museum – Rochelle G. Daidel (versión original en inglés)
Schindler’s Legacy. True Stories Of The List Survivors – Elinor J. Brecher (versión original en inglés)
Witness To The Holocaust. An Illustrated Documentary History of the Holocaust in the Words of Its Victims, Perpetrators and Bystanders – Michael Berenbaum (versión original en inglés)
Against All Odds. Holocaust Survivors and the Successful Lives They Made in America – William B. Helmreich (versión original en inglés)
Doktor Faustus. Vida del compositor alemán Adrián Leverkühn narrada por un amigo – Thomas Mann
El hombre perro – Yoram Kaniuk
Operación Shylock – Philip Roth
Perfidia – James Ellroy
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay – Michael Chabon
Europa central – William T. Vollmann

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XII

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
XII
La viuda blanca 

 

-I-
Clarin miente
Capítulo 5
(un cuento narcoprostibulario para chicos k de 4 a 6 años)
Hola.
Buenas noches
Para el programa de hoy tengo un cuento.
Un gran cuento.
Pero antes de ir a los bifes primero mi monólogo.
Y para dar comienzo formal a esta nueva emisión de Clarin Miente – sí, Clarin sin acento, en homenaje a las faltas de ortografía de Roberto Arlt – antes debo convertirme en un Súper Héroe.
¡Por el poder de Nestor  – sí, Nestor sin acento, en homenaje a todos los negros cabezas  peronistas feos, sucios y malos – dame Zaracatunga!
Y ya esta.
Ahora soy:
Lanata Gay K.
¡Puto, puto, puto!
Y ahora sí.
Periodismo gay k para todos y todas.
Mi monólogo de esta noche tiene que ver con lo que le pasó a Victor Hugo en los últimos días.
No en relación a que se le metieron en la casa para apretarle los huevos.
No.
Nada que ver.
Sino en relación a las repercusiones que eso trajo.
A ver.
Más allá de un trasnochado y dos o tres renegados el grueso de la patria periodistica cerro filas en defensa de Victor Hugo.
Hubo de todo.
Balbuceantes, tímidos, enardecidos y delirantes.
Como en la vida real en la patria periodística hay de todo.
Bien.
En general se remarco que Victor Hugo hace años que viene peleando solo frente al poder.
Solo.
Y que esto es conmovedor. Ejemplar. Digno de aplaudir y festejar.
Ok.
Stop.
What???
¿Se juntaron todos para decir que el tipo hace años que esta solo?
¿Y dónde estuvieron todos estos años?
Le pregunto a los periodistas que defienden el heroísmo de Victor Hugo.
Le pregunto a los periodistas que hoy lo abrazan pero nunca en estos años se les ocurrió caminar a la par de él y mucho menos transitar caminos similares.
Le pregunto a los periodistas que lo dejaron solo – que surge de sus propias palabras chicos – por qué ahora buscan darle abrigo a alguien que siempre dejaron deliberadamente a la intemperie.
Escuchame, sí, te estoy hablando a vos, Victor Hugo, ojo con estos, que son peores que el abogado pelirrojo que te mando Magnieto.
Estos descienden directo de una de las ramitas del arbol que plantó  Judas.
Supongo que ya tenes el cuero curtido y el corazón a prueba de sensiblerías que buscan desarmarte para dartela por la espalda.
Pero igualmente no viene demás recordar que estos no son un Oscar Raúl Cardoso, un Rogelio Pajaro Lupo o un Osvaldo Bayer.
Bien.
Y ahora mi cuentito, dedicado para vos, Victor Hugo, sobre la noche que le cague una orgía – de puro boludazo que soy nomás – a un periodista de Clarin.
Sabrás entender que omita algunos nombres.
Pero la historia con o sin nombres propios sospecho que te va a divertir.
Te cuento.
Esto sucedió hace muchos años.
Resulta que con un grupo de gente organizamos un recital a beneficio.
Al grupo lo coordinaba un periodista que luego iría a trabajar para María Laura Santillán haciendo cámaras ocultas.
Ok.
Para el recital conseguimos a Los Caballeros de la Quema y luego la memoria se me vuelve borrosa. Creo, pero no lo puedo asegurar, que también tocaron en ese recital a beneficio la Bersuit Vergarabat, Los Gardelitos, La Chilinga. Sí, La Chilinga, seguro, porque esa noche conocí a la mujer de Ciro el cantante de Los piojos. Una mujer increíblemente bella. De una belleza que duele comprovar que existe.
Ok.
En el grupo también había una chica que me gustaba que venía bien palanqueada porque su padre era la mano derecha de una figura central del pulso político de esas horas que es un histórico del Varela Varelita y que mi mamá lo odiaba porque conocía a su amante que vivía en el mismo edificio que la pareja de entonces de mamá.
Pero la chica en cuestión con buenos contactos, estudios en TEA – que es lo mismo que decir que había cursado corte y confección en las academias Pitman o un curso de astronauta por correo de la revista Patoruzu – le gustaban los tipos grandes y experimentados y reventados. Para más datos de la patria periodística.
Pero tenía, además,  inquietudes literarias y estos sátrapas solo querían garchar y tomar merca con la pendeja.
Entonces, ahí, como yo había leído algunos libros y podía hablar de Pessoa, Celine o Itinerarios de la modernidad de Casullo, Foster y Kaufman con pasión me invitaba cada tanto a su casa. Ella ponía los condimentos para uno noche larga y yo le hablaba de literatura y filosofía sin ser un erudito ni por asomo como Peter Brown o George Steiner o Erich Auerbach pero con la misma calentura que ellos escriben sus libros.
Obviamente el papa frita no solo lo calentaban los libros sino también la chica.
Pero el papa frita quería hacer el amor. Y la piba – ambos no teníamos más de veintipico – con guita, contactos, laburo y varios cuarentones periodistas que se la garchaban bien garchada no pidía ver en mi mas que al negrito pelotazo de Cirilo Tamayo enamorado de la niña rica Etelvina de Señorita maestra.
Bien.
Y organizamos este recital en beneficio de gente que lo necesitaba.
Para Esteban, Daniel, el viejo elegante y coqueto como solo conocí a Héctor Carrizo y que lamentablemente no recuerdo su nombre.
Y otros, que quise mucho y que una tarde luego de ver la maldad infinita que les hicieron y luego caminar por la calle y comprobar que nada de todo eso existía salvo para mi y para algunos pocos más me destrozo la cabeza y el corazón y esa noche si no hubiera pasado la noche borracho en Belgrano en Artes y Oficios diseñando una revista quizá hubiera enloquecido de dolor.
No es fácil ver el mal desatado sin limite y comprobar luego que todo sigue funcionando como si nada pasara y saber que nada podes hacer o muy poco y con veinte años aprender a acomodar eso sin que te destroce es un infierno que te puede dañar de por vida.
Bien.
El recital.
Estábamos todos.
Nuestras madrinas también.
Dos locutoras entrañables que ayudaban de corazón.
Una en ese momento era muy conocida y debe ser de las personas mas autenticas que te podes cruzar en la vida luego del Ruso Verea. La otra conocida pero no como hoy que es parte del equipo del numero uno de la televisión.
Y comandando todo el periodista.
Nuestro capitán del grupo.
Un personaje extraño.
Que lo quise mucho.
Y para las personas que hacíamos el recital lo adoraban.
El tipo lograba con ellos una intimidad y afecto increíble.
Tenía una buena pluma y escribía sus notas luego de jugar en el terreno arriesgando no pocas veces su integridad física.
Al grupo lo comandaba él y R que hace poco lo vi en una parada de diarios de Belgrano que no recuerdo si era del ERP o lo estoy inventando. En todo caso R ponía todo y mucho más por esas personas y el grupo. Era conciente que había creído y sostenido algo que resulto horrible en el pasado y que esas personas y nuestro grupo le restituían algo de cordura a la fealdad del mundo que resulto de los sueños propios y ajenos. R creía a pesar de todo y supo encajar la derrota sin volverse un converso ni un cínico y seguir sosteniendo sin esperanzas sus viejas banderas.
Carajo.
Voy a decir tu nombre porque merece ser pronunciado y recordado.
Ramiro.
No recuerdo tu apellido y no importa.
Recuerdo algo más importante.
Tus actos.
Ok.
Y coso, que lo voy a llamar Daniel de acá en más para darle un nombre, era junto con Ramiro las dos patas del grupo.
Uno era sistemático, ordenado, disciplinado. El otro era un quilombo. Los dos eran obsesivos y ponían en juego en ese lugar algo del orden de su  propia verdad. Y con vidas muy diferentes y estilos opuestos lograban combinarse bien.
Sin el orden de Ramiro era imposible llevar a cabo muchas tareas. Y sin el carisma y llegada de Daniel con las personas era inviable el trabajo del grupo.
Daniel también tenía su dolor como Ramiro.
Hasta donde supe – era de esa gente que puede llegar a vos con facilidad y conocerte y vos creer conocerla hasta que un día un suceso cualquiera te hace notar que nada o poco lo conoces – la separación de su mujer y no vivir con sus hijos le hacía daño.
Por alguna razón que desconozco cuando era joven mucha gente insistía que yo era puto.
Es cierto que he visto mil novelas. Por ejemplo una que nadie recuerda La viuda blanca con Carmen Sevilla y Gerardo Romano o una con un bigotudo mexicano que veíamos con la tía Marta en el departamento de América frente a la escuela 34. A la tía la volvía loca el bigotudo y a mi la viuda.
Pero con ser un erudito de telenovelas no alcanza para que te rompan el culo.
Pero sí es verdad que algo de ese melodrama novelesco incorpore desde la primera hora y arropa muchos de mis actos y palabras.
Y eso sí puede dar la falsa idea en mi caso de que soy un invertido.
Pero no.
Y Daniel estaba convencido que yo lo era.
Bueno, la cosa que estamos en la noche del recital.
Todo viene saliendo bien.
Entonces noto movimientos furtivos procurando organizar no se qué.
Ya son como las dos de la mañana y volver a San Martín en el 78 0 87  esperándolo mil horas en Chacarita o el tren en Retiro ya entrada la madrugada no me seduce.
Y estos están armando algo y no me quiero quedar afuera.
Estos son Daniel, la chica hija de un amigo de un héroe de las mesas del bar del Varela Varelita, una pelirroja amiga suya que era un desastre y un flaco, que me arriesgaría a decir que se llamaba como yo.
Cuando mis pesquisas me confirmaron que se estaban por rajar a alguna parte no les perdí pisada.
Entonces llegó el momento de arrancar.
Se subieron los cuatro al auto de Daniel y cuando me quise sumar intentaron disuadirme con que iban a buscar algo y volvían en media hora.
Me están dejando afuera, hijos de puta, somos un equipo, pensé y argumente con otras palabras.
La cosa que logre colarme en el auto.
Fuimos los cinco al departamento de la pelirroja.
En el departamento alguien saco un papel y peino unas rayas.
Imaginate.
Estaba hinchado como sorete en querosén.
Tenía veintipico, un boludin del Conurbano Bonaerense que hablaba de la Viena del 900, acababa de abandonar un recital con Ivan Noble y otras estrellas que había sido artífice de que sucediera y ahora estaba con Daniel que lo admiraba y una chica que me gustaba y me respetaba por lo que pensaba y leía aunque no me cogería ni loca y estábamos en un departamento para terminar la noche  drogados.
Cada uno tomo una raya.
Salvo yo, que como era muy timido y me intimidaba el respeto y  admiración que sentía por Daniel,  quería pero  no me animaba.
Entonces pedí permiso.
¿Puedo?
La pregunta enrareció por lo desubicada la escena.
Sí, obvio, Juan.
Y hundí la cabeza en el plato.
La pelirroja trajo algo para beber.
Daniel y la chica que me gustaba fueron a la pieza y prendieron la tele.
What???
¿Cómo, no habíamos venido al depto para tomar y charlar tranquilos y festejar que el recital había salido más que bien?
No terminaba de captar la honda y percibía que al resto mi falta de ubicación lo desubicaba.
No sabía qué decir. Qué hacer.
Ellos intentaban pilotear la situación pero no tenían la más puta idea de qué hacer conmigo.
Incluirme. Ignorarme. Echarme.
Entonces entendí todo.
Estaba en medio de una orgía.
Entender no necesariamente resuelve nada.
Incluso puede empeorar todo.
El pánico se apoderó de mí.
Me quede congelado en el lugar sin saber que hacer.
Sumarme. Quedarme parado como si fuera un velador de pie. Irme.
Los cuatro ya estaban en plena faena.
Entonces encare para el dormitorio y me pare en la puerta intentando no mirar demasiado. Intentando no molestar. Intentando averiguar que debería ser lo correcto.
Alguien se dio cuenta que estaba en la puerta y me pregunto qué sucedía.
Y lo único que se me ocurrió decir fue volver a formular la misma pregunta pelotudo de hacía un rato.
¿Puedo tomar otra raya?
Sí, Juan, obvio. ¡Por favor!
Salí corriendo para no incomodar y busque la bolsa y pique y peiné y tomé otra raya y me quede dando vueltas en el comedor sin saber dónde colocar mi cuerpo ni qué hacer con mi cabeza.
Unos minutos después estábamos todos en el comedor con cara de velorio.
Y cinco minutos después volviendo en el auto al recital.
-II-
https://libroskalish.wordpress.com/2015/07/18/novedades-y-recomendaciones-de-libros-kalish-5/
En la entrada que acabo de publicar con las novedades y recomendaciones hay un ensayo critico donde Pier Paolo Pasolini lee una novela publicada por su amiga Elsa Morante. Bien. Tarde mil años en copiar el texto porque mi computadora se esta muriendo y anda para el orto y destroce el libro, mi libro de Pasolini, para transcribir ese ensayo. Pero lo hice para enseñarles a los que leen y escriben luego sobre esas lecturas que efectuaron que para leer y ejercer la critica si no es con un amor sincero y violento es una mierda. En Argentina la critica es una mierda. En Argentina cuando alguien se llama a sí mismo «critico» quiere decir maricon, cagatintas, traidor, forro, periodista, hijo de puta pagado por el mejor postor. Este ensayo de Pier Paolo Pasolini trata al objeto de lectura y a su autora -¡su amgia!- con amor infinito y eso no le impide destrozar la novela con argumentos. Lamentablemente en Argentina nadie entiende de lo que yo estoy hablando aca, soy conciente que soy un perro ladrando en el desierto. Bien, sere eso, pero un perro solo bien se lame. Ustedes son cucarachas.
https://libroskalish.wordpress.com/2015/07/18/novedades-y-recomendaciones-de-libros-kalish-5/
-III-
UNA FÁBULA SOBRE LA NOVIA DE CHARLY GARCÍA Y LA CUEVITA DEL DÓLAR BLUE
¿Que ves en esta foto?
A ver.
¿Qué mierda ves en esta foto?
Bien.
Como vos estas ciego y yo estoy loco te voy a contar lo que vos no ves y lo que a mi me enloquece.
Esta foto pertenece a una segunda serie de fotos de la mujer que vive en la puerta de la casa de Charly Garcia.
Bien ahora ves a un musulman en la puerta de la casa de Charly.
¿Y qué es el local que estas detrás de La Novia de Charly García como llamo yo a esta musulmana pornstar?
Una cueva financiera.
La grieta no es entre K y anti K.
No.
La grieta es entre esa mujer rota y esa cueva financiera.
Grieta que es una falsa grieta, porque si existiera una grieta real entre la musulman pornstar y esa cueva financiera habría un punto de fuga, una esperanza de escape de este campo de concentración.
Pero no existe.
Por eso vos elegis estar siego y yo loco.
Fogwill definio muy bien este mundo en su novela Vivir afuera:
Los hombres y el mundo. Tres hombres, dos mundos. Mundo del bien, mundo del mal. Hombres locos, boludos, y hombres hijos de puta. En el mundo del mal los locos se vuelven más locos, los boludos más boludos y los hijos de puta más hijos de puta. En el mundo del bien no se puede pensar, porque ya se fue lejos de nuestro alcance.
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-IV-
Siete casas vacías
 Se utilizo para estos collage a Sarina Valentina, Julián Urman, Jorge Luis Borges, Sandro y William T. Vollmann.
Nada de todo esto

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Mis padre y mis hijos

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Pasa siempre en esta casa

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La respiración cavernaria

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Cuarenta centímetros cuadrados

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Un hombre sin suerte

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Salir

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Julián Urman, Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once, Samanta Schweblin, Sandro | Deja un comentario

Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

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Este collage se titula: Felíz día del amigo, de un alemán de pura raza como yo, para todos los musulmanes de las calles de Buenos Aires. Y se utilizó para el mismo a mi gato René, Sandro, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, The Beatles, Roberto Fontanarrosa, un porn star de Balvanera y La Novia de Charly García.
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-1- En crudo. La cara oculta del mundo de la gastronomía – Anthony Bourdain
-2- La retirada de Jenofonte. Grecia, Persia y el final de la Edad de Oro – Robin  Waterfield
-3- Divide y vencerás. El reparto de África, 1880-1914 – Henri L. Wesseling
-4- La muerte de Sócrates. Toda la verdad – Robin Waterfield
-5- La séptima cruz – Anna Seghers
-6- Irán. Una historia desde Zoroastro hasta hoy – Michael Axworthy
-7- Los grandes sofistas de la Atenas de Pericles – Jacqueline De Romilly
-8- Los fusileros. Crónica secreta de una guerrilla en Chile – Cristóbal Peña
-9- Peregrina y extranjera – Marguerite Yourcenar
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En crudo. La cara oculta del mundo de la gastronomía – Anthony Bourdain
Estado: impecable.
Editorial: RBA.
Precio: $300.
El frenético mundo de los restaurantes y de la alta cocina puede cambiar mucho en una década. Anthony Bourdain, un verdadero «infiltrado» en el infierno de los fogones y en el paraíso de las mesas, lo sabe mejor que nadie. En En crudo, Bourdain nos ofrece una perspectiva privilegiada y actual de ese universo, aderezada con valiosos consejos a la hora de disfrutar de un restaurante, pero también salpimentada con los más curiosos secretos, los más oscuros mecanismos y las más amargas envidias que vertebran el gran circo de la restauración.
Siguiendo la estela des u superventas Confesiones de un chef, también publicado por RBA, En crudo va muchísimo más allá de los libros convencionales sobre cocina y restaurantes. Bourdain es un excelente narrador que escribe con una fluidez cercana a la oralidad, pero además es un agudo observador y un despiadado crítico que no tiene pelos en la lengua ni compasión con nadie que no la merezca. Ni siquiera él mismo se salva de sus ácidos ataques. Una experiencia única de un autor sin igual.
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-2-
La retirada de Jenofonte. Grecia, Persia y el final de la Edad de Oro – Robin  Waterfield
Estado: impecable.
Editorial: Gredos.
Precio: $500.
Corre el año 401 a.C. En Cunaxa, junto al río Éufrates, el rey persa Artajerjes derrota a su hermano Ciro el Joven, que pretendía arrebatarle el trono. Entre las tropas vencidas y abandonadas en ese momento a su suerte se encuentran los mercenarios griegos conocidos como los Diez Mil, además de un joven llamado Jenofonte (antiguo discípulo de Sócrates), que deberá ponerse al frente de ellos para guiarlos en una atroz expedición que cruzará un continente y se abrirá camino librando feroces combates a lo largo de un duro invierno. Un viaje épico cargado de dramatismo, pasión y pundonor.
Robin Waterfield (1952) impartió la enseñanza en varias universidades inglesas y colaboró con la editorial Penguin antes de retirarse a escribir, traducir y elaborar aceite de oliva biológico en el sur de Grecia. Ha traducido gran parte de los diálogos de Platón, de las tragedias de Eurípides, las Vidas paralelas de Plutarco y la Historia de Heródoto, entre otras obras clásicas del griego, y ha escrito una historia de Atenas y estudios sobre Platón y Sócrates.
&
-3-
Divide y vencerás. El reparto de África, 1880-1914 – Henri L. Wesseling
Estado: impecable. 
Editorial: RBA.
Precio: $600.
A caballo entre dos siglos, en el periodo que va desde la década del 1880 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas se lanzaron a la conquista y reparto de un jugoso botín: África. Esta aventura colonial aúna los tintes heroicos de las hazañas de exploradores que descubrieron un mundo nuevo, los épicos de batallas como la de Jartum protagonizadas por militares legendarios, y los mucho más sórdidos y oscuros relacionados con la codicia sin freno que despertaban las riquezas del continente, las masacres del pueblos y culturas, y la aciaga operación política que supuso el reparto de África entre los colonizadores, troceándose como si de una tarta se tratase.
La aventura colonial africana implicó a siete países europeos: Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania, Italia, España y Portugal, y a variopintos exploradores, militares, políticos y líderes locales como Stanley, Kitchener, Gordon, Emían Pachá, el rey Leopoldo II, Brazza, Bismark, Cecil Rhodes, Alfred Milner…
De Marruecos a Sudáfrica, de Egipto al Congo, de Argelia a Somalia, las potencias europeas jugaron una estratégica partida de ajedrez sobre el mapa de África, y crearon un desbarajuste social y político de grandes magnitudes, que los sucesivos procesos de independencia no lograron resolver, y cuyas heridas abiertas siguen todavía presentes en la África actual. Este libro es la magistral crónica del imperialismo europeo en África.
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-4-
La muerte de Sócrates. Toda la verdad – Robin Waterfield
Estado: impecable.
Editorial: Gredos.
Precio: $500.
El juicio y la muerte de Sócrates constituyen en conjunto un momento emblemático de la civilización occidental. La imagen que tenemos de aquellos hechos (creada por sus seguidores inmediatos y perpetuada a partir de entonces por un sinnúmero de obras de literatura y arte) es la de un hombre noble condenado a muerte por un acceso de locura de la antigua democracia ateniense. Se trata de un emblema, una imagen, no de una realidad. La acusación explícita de impiedad y de corromper a la juventud podía ser mortal por sí sola, pero los acusadores afirmaron o sugirieron también que Sócrates era un elitista que se rodeaba de personajes políticamente indeseables y había sido maestro de quienes les habían hecho perder una guerra. Más aún: según muestra Robin Waterfield, aquellas acusaciones tenían bastante de verdad desde el punto de vista de un ateniense. El juicio fue, en parte, una respuesta a unos tiempos agitados (una guerra catastrófica y unos cambios sociales turbulentos) y nos ofrece, por tanto, un buen prisma a través del cual podemos explorar la historia de la época; a su vez, los datos históricos nos permiten retirar parte del barniz que nos ha impedido durante mucho tiempo tener una visión del verdadero Sócrates.
&
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La séptima cruz – Anna Seghers
Estado: impecable.
Editorial: RBA.  
Precio: $300.
Alemania, otoño de 1936. Siete presos se escapan de un campo de concentración. En el campo se levantan siete cruces, una señal de los que les espera cuando sean hechos de nuevo prisioneros. Poco a poco, los presos son capturados, vivos o muertos, devueltos al campo y colgados de la cruz. Pero el séptimo prisionero no aparece. La séptima cruz, destinada a Georg Heisler, mecánico de profesión, se convierte en todo un símbolo de esperanza y resistencia. A pesar del terror perfectamente, el régimen nazi se ve enfrentado a su propia impotencia e irritación. Escrita desde el exilio provocado por la llegada al poder del régimen nazi, La séptima cruz retrata esa época y las condiciones que la situación histórica imponían al individuo.
La obra de esta escritora nacida como Netty Reiling que preferió llamarse Anna Seghers, es extensa: nueve novelas, más de sesenta relatos, además de cuentos y leyendas. Algunas de estas novelas, como La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara (publicada en 1928 y premiada con el Kleist), La séptima cruz (1942) y Tránsito (1944), son consideradas obras maestras de la literatura alemana.
La novela La séptima cruz alcanzó fama mundial y narra la huída de un preso político de un campo de concentración nazi. Fue llevada al cine en 1944 por Fred Zinnemann en Hollywood, con Spencer Tracy en el papel de protagonista. El libro ha sido y sigue siendo uno de los más importantes del siglo XX y fue incluido por Marcel Reich-Ranicki en su Canon de la literatura alemana.
&
-6-
Irán. Una historia desde Zoroastro hasta hoy – Michael Axworthy
Estado: impecable.
Editorial: Turner.
Precio: $500.
Michael Axworthy, periodista y profesor británico, ha conseguido hilar una narración apasionante, que abarca varios milenios de pasado y explica al detalle el presente. Una narración que recoge y celebra la diversidad, la cultura y el misterio de un país que, incluso a su pesar, encarna los desafíos y las complejidades de Oriente Medio. Desde la época del profeta Zoroastro, pasando por los poderosos imperios persas de la antigüedad hasta llegar a hoy, con la presidencia de Ahmadineyad (tan controvertida dentro como fuera de su país), Azworthy se centra en la influencia que Irán ha ejercido sobre su entorno y en los contrastes entre su cultura hedonista y su accidentada vida política y religiosa.
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Los grandes sofistas de la Atenas de Pericles – Jacqueline De Romilly
Estado: Impecable.
Editorial: Gredos.
Precio: $500.
Los grandes autores del «siglo de Pericles» fueron los discípulos de los sofistas, esos maestros del nuevo género de la retórica que ofrecieron al mundo una enseñanza, el desarrollo del arte de razonar, y abrieron la vía a todas las formas del pensamiento libre. Con frecuencia atacados y vilipendiados por una tradición ingrata, era necesario asignar adecuadamente a los sofistas el lugar y el papel que tuvieron en la formación de la cultura occidental. Jacqueline de Romilly muestra, en este libro brillante y riguroso, la influencia que ejercieron los sofistas en la evolución intelectual de la Atenas del siglo V a.C. Un clásico de la filosofía, la ciencia política y la religión, apto tanto para los especialistas en el mundo clásico (sean filólogos o filósofos) como para el público culto en general, que supuso una contribución fundamental en el análisis de los conceptos primigenios de bondad, justicia o verdad en la historia de las ideas.
Jacquelline De Romilly (1913-2010) fue profesora de griego antiguo, entre otras instituciones, en la Sorbona. Fue la primera mujer docente en el Collège de France, y la primera en ingresar en la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres; tras Marguerite Youcenar, la segunda en entrar en la Academia Francesa. Publicó multitud de estudios de gran influencia sobre la lengua y la cultura griegas antiguas, por los que se le concedió la nacionalidad helena, así como reflexiones sobre la docencia y el valor de la enseñanza de lenguas y literaturas clásicas que tuvieron una gran repercusión.
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Los fusileros. Crónica secreta de una guerrilla en Chile – Cristóbal Peña
Estado: usado.
Editorial: Debate.
Precio: $400.
La tarde del domingo 7 de septiembre de 1986, en el Cajón del Maipo, un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) tendió una emboscada a la caravana que trasladaba al general Augusto Pinochet. La temeraria acción pasó a la historia y sus protagonistas – entre los que se contaban un escolar, un gásfiter, un bombero, un fisicoculturista, un cantautor, un ex seminarista de Schoenstatt y un estudiante de Cine y otro de Filosofía- cayeron en el olvido y corrieron suertes dispares. Narrada en clave de thriller político y policial, esta crónica acude al presente para reconstruir la historia de los veintiún fusileros que esa tarde de domingo desafiaron al régimen, convencidos de que no saldrían con vida. Los fusileros es una historia de lealtades, traición y muerte que opera como un relato a trasluz de los violentos años ochenta en Chile.
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Peregrina y extranjera – Marguerite Yourcenar
Estado: impecable.
Editorial: Alfaguara.
Precio: $260.
Peregrina y extranjera es una recopilación póstuma de ensayos en los que Marguerite Yourcenar – ciudadana del país de la inteligencia, de gira por el mundo – trata, desde su particular punto de vista, los más diversos temas relacionados con la cultura.
Los escritos reunidos aquí son el fiel reflejo de un recorrido intelectual que va desde los años 30 hasta los últimos hasta los últimos días de 1987.
Las música del joven Mozart; sus pintores favoritos – Rembrandt, Poussin, Ruysdael… –; su admiración por la obra de Virginia Wolf, Henry James, Oscar Wilde, Jorge Luis Borges; sus opiniones sobre el mundo de la Grecia antigua, en relación con la época actual, y hasta su discurso de ingreso en la Academia Francesa, configuran un libro de múltiples, cambiantes y profundos atractivos.
Cuadernos de notas, 1942-1948 
1942. Todo hombre, capitán a bordo después de Dios. Todo hombre, prisionero en el fondo de la bodega. Y navío al mismo tiempo que marinero. Océanos vacíos, playas abandonadas para siempre o jamás alcanzadas, faros, naufragios, botella arrojada al mar: volvemos a un tiempo en que las metáforas recobran su peso y su densidad de cosas, vuelven a medirse en millas terrestres o marinas, en unidades de espacio o de peligro. Y si el frasco con cabellera de algas danza para siempre sobre el mar sin que nadie lo vislumbre, lo repesque y lo salve, al menos habrás hecho flotar un frágil objeto humano en la superficie de las olas.
*
Arte griego: el hombre es la naturaleza y la encierra dentro de sí toda entera. Arte de la Edad Media: el hombre está en la naturaleza como el pájaro en el bosque, como el pez en el río, objetos colocados sostenidos en el tiempo por la mano del Creador. Arte de Extremo Oriente: el hombre y la naturaleza, inextricablemente mezclados uno con otro, huyen, cambian y se disipan, apariencias cambiantes, onda que se mueve, juego de sombras paseadas por el lienzo eterno. Arte barroco: el hombre convierte a la naturaleza en objeto de su tiranía o de su meditación, inventa los parterres de Versalles o las soledades ordenadas de Poussin. Arte romántico: el hombre se precipita en la naturaleza, a ella lleva su pena y sus gritos de animal herido. Arte del siglo XX: el hombre hace estallar la naturaleza, detiene o precipita la evolución de las formas…
Una rosa es una rosa, pero de la rosa de Anacreonte a la rosa del Roman de la rose, de la rosa de las catedrales a los ramilletes de Renoir, se excluyen y se suceden todos los puntos de vista posibles sobre la rosa y la vida.
*
«No me gustan los poetas, decía Nietzsche, enturbian todas las aguas para que parezcan más profundas». Tampoco a mí me gustan los que añaden complicaciones muertas a las complejidades vivas, ni los que apartan los ojos de la sangre que se derrama pero aúllan de gozo cuando han embadurnado de rojo una cabeza de muñeca. ¿Por qué me habláis de actos gratuitos cuando apenas puedo hacer frente a los actos indispensables, por qué me habláis del absurdo en un mundo donde el amor y la muerte siguen su curso al igual que las estaciones sus leyes, como la salida de los astros en el horizonte? ¿Y qué he de hacer con los esqueletos de la novela policíaca y con los relojes blandos de Dalí, yo que, como todo el mundo, llevo dentro mi esqueleto y mi reloj?
*
Han cortado la rama de pino medio seca que durante cuatro años he visto balancearse junto a una tapia de ladrillo rojo. Esa madera, esa resina, esas escamas de corteza, esas delgadas agujas desaparecidas, se dibujan en mi memoria con la exacta precisión de un dibujo de Hokusai. Objeto cualquiera, inerte, sin relación conmigo, que ha cumplido su destino en otros reinos pero dotado por mi atención de una suerte de duración espiritual, destinado a sobrevivir, sin duda, o por lo menos a vivir tanto como yo, transmisible a otros, mudado en signo… ¿Qué crees probar con esto? Nada sino que quizá existan diferentes órdenes de realidad.
*
No juzgues… Juzga, por el contrario; no ceses, conciencia infatigable, de evaluar tus acciones, tus pensamientos y los de los demás con la ayuda de tus instrumentos aun primitivos; utiliza lo mejor que puedas tu balanza a la vez demasiado y poco sensible, nunca en el fiel, equilibrada bien que mal mediante la aportación de incesantes escrúpulos. Juzga para no ser juzgado el peor de los seres, el cobarde de espíritu, perezosamente dispuesto a todo, que se niega a juzgar.
*
1943. Es demasiado pronto para hablar, para escribir, para pensar quizá, y durante algún tiempo nuestro lenguaje se parecerá al tartamudeo del herido grave a quien se reeduca. Aprovechemos este silencio como si fuese un aprendizaje místico.
*
Aceptar que tal o cual ser, a quien amábamos, haya muerto. Aceptar que este o aquel ser no sea más que un muerto entre millones de muertos. Aceptar que éste o aquel, vivos, hayan tenido sus debilidades, sus bajezas, sus errores, que nosotros tratamos en vano de encubrir con piadosas mentiras, un poco por respeto y por compasión de ellos, mucho por compasión de nosotros mismos, y por la vanagloria de haber amado solamente la perfección, la inteligencia o la belleza. Aceptar su independencia de muertos, no encadenarlos, pobres sombras, a nuestro carro de vivos. Aceptar que hayan muerto antes de tiempo porque no existe el tiempo. Aceptar nuestro olvido, puesto que el olvido forma parte del orden de las cosas. Aceptar nuestro recuerdo, puesto que, en secreto, la memoria se esconde en el fondo del olvido. Aceptar incluso -aunque prometiéndonos que lo haremos mejor la próxima vez y en el próximo encuentro- el haberlos amado torpe y mediocremente.
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Pase lo que pase, aprendo. Siempre salgo ganando.
*
Envejecer… Desprenderse de muchas cosas, correr el riesgo de aferrarse tanto más desesperadamente a aquello por lo cual rechazamos todo lo demás. «Habrá que dejar todo esto… ¡Y que me ha costado tanto!» Y Sainte-Beuve dice que si bien la primera exclamación de Mazarin es la de un amateur, la segunda es la del avaro. Se equivoca, y la segunda, precisamente, justifica la primera. Por lo que nos cuesta valoramos, lo más exactamente posible, el inestimable objeto amado.
*
No nos quejemos de que nuestros males no tengan igual: desde lo alto de las Pirámides, cuarenta siglos se reirían ante nuestras narices. No digamos tampoco que son insoportables: si lo fuesen, ya habríamos perdido la vida. Y los muertos callan o no se expresan sino con Dios.
*
Estos fragmentos proceden de un cuaderno de notas que tuve entre 1942 y 1948, o sea durante un período de seis años. Sólo llevan fecha aquellos escasos pasajes que se refieren claramente a acontecimientos exteriores.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Anna Seghers, Anthony Bourdain, Cristóbal Peña, Henri L. Wesseling, Jacqueline De Romilly, Jenofonte, Marguerite Yourcenar, Michael Axworthy, Pericles, Robin Waterfield, Sandro, Sócrates, Sofista, Zoroastro | 1 Comentario

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Copia (20) de Copia de Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Jorge Luis Borges
Este collage se titula: Ni uno más. Jorge Luis Borges, Sandro, Roberto Fontanarrosa y William T. Vollmann.
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-1- La historia – Elsa Morante
-2- Siete casas vacías – Samanta Schweblin
-3- Édith Piaf – Carolyn Burke
-4- Bailando al borde del precipicio. Una vida en la corte de María Antonieta – Caroline Moorehead
-5- Historia social de la locura – Roy Porter
-6- Benjamin y Brecht. Historia de una amistad – Erdmut Wizisla
-7- Salinger – David Shields y Shane Salerno
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La historia – Elsa Morante
Estado: impecable.
Editorial: Gadir.
Precio: $400.
La Storia
Pier Paolo Pasolini
La última novela de Elsa Morante es un poderoso volumen de seiscientas sesenta y una páginas, y su “argumento” es justamente aquello que dice el título, es decir la Historia. Difícil es concebir proyecto más ambicioso que éste: pero se trata de una ambición evidentemente justificada, si la única ambición injustificada es la de escribir obras limitadas y perfectas. Ilimitación e imperfección son caracteres de la necesidad. ilimitada la novela de Elsa Morante lo es, dado que indudablemente se desborda, más allá de la frontera de las seiscientas sesenta y una páginas, hacia inmensidades de temas, motivos y superficies no verbales. Imperfecta también lo es. Tal vez Elsa Morante hubiera debido trabajar en ella un año o dos más. Efectivamente, no hay duda de que el grueso volumen se divide por lo menos en tres libros magmáticamente fusionados entre sí: el primero de estos libros es bellísimo – es extraordinariamente bello –: ¡bastará decir que me tocó leerlo en plena relectura de Los Hermanos Karamaázov y que soportaba admirablemente la comparación! El segundo libro, en cambio, es u fracaso completo, no es otra cosa que un amasijo de informaciones desordenadamente superpuestas, casi se diría que sin reflexionar; el tercer libro es bello, aunque muy discontinuo y con muchas recaídas en la confusión un tanto presuntuosa del libro intermedio.
En el primer libro se relata la historia de los padres, directamente vistos como antepasados: la acción se sitúa en “otra parte” (Calabria) que corresponde al desplazamiento del tiempo de la narración a un período anterior, ya completamente alaborado y por tanto cristalizado por la muerte. Allí los progenitores viven circunstancias y acciones perfectamente esenciales, poetizadas ya por el hecho de pertenecer al pasado: por lo tanto pueden caer bajo el completo dominio de la autora, que tiene la ventura de estar viva y conocerlas. Tanto la rama calabresa (Ramundo, el padre) como la rama judía (Almagià, la madre), junto con su círculo, ocupan espacios y tiempos perfectos. Su muerte no es ideológica sino en tanto que pertenece al mito. Por lo tanto, permite que sus vidas, finitas, sean totalmente expresadas: que sean ésas y no otras.
Todo este “libro” es un enorme excursus que se sitúa entre el encuentro de un soldado alemán con Ida en el barrio romano de San Lorenzo, en 1941, y la violación a que éste la somete: violación de la cual venturosamente nacerá un hijo bastardo (en tanto que él, el muchacho bávaro, morirá pocos días después). Podríamos por ello extender este libro – estupendo – hasta el nacimiento del pequeño bastardo Useppe, nacimiento relacionado con las ansiosas incursiones de la medio-judía Ida en el gueto romano.
El segundo libro discurre entre el nacimiento del pequeño bastardo, el bombardeo de San Lorenzo, el refugio de Ida y del cachorro Useppe en el pequeño cuartel de Pietralata y la resistencia anarco-comunista (a la manera española), en la que destaca el hijo, por decirlo así, de primer lecho de Ida, Ninnarieddu, junto con otro protagonista del libro, el judío Davide Serge. (Pero en el pequeño cuartel de Pietralata se amontonan muchos otros personajes cuyas historias dan al relato un carácter coral, exteriormente neorrealista.) La guerra concluye, Ida se traslada al barrio de Testaccio, donde aparece y desaparece el otro hijo mayor, el seductor (matón, ex fascista, ex comunista, ex anarquista, estraperlista revolucionario: un poco “retrofechado”, a decir verdad, como su amigo Davide).
El último libro es el “Libro de las muertes”. La guerra ha terminado, pero todos los personajes mueren después. Primero le toca al triunfante, al vivo por definición, Ninnarieddu; después a Davide Serge; después al pequeño Useppe, que se ha vuelto epiléptico, y por último a la “pobre de espíritu” Ida. Pero anteriormente habían muerto casi todos los demás personajes menores.
El conjunto de la novela se configura como una comparación entre la vida y la Historia: entre uno y otro capítulo de la novela (concebida en secuencias de años) hay, efectivamente, breves interpolaciones que resumen los acontecimientos históricos objetivos – con estilo de manual – desde 1941 hasta 1967. En el “primer libro” éste es un recurso, digamos que “estructural”, extraordinario. ¿Por qué? porque la vida que se opone a la Historia es una vida de muertos, y, por lo tanto, no es una vida ensalzada e instrumentalizada como tal. Hay una real incompatibilidad entre ella y la Historia. La oposición no puede ser dialéctica: y, por lo tanto, no corre el riesto de ser ideológica y veleidosa. Las cosas son así y basta: la comparación entre la vida de los muertos y la Historia ofrece estupendos efectos alucinantes (como el gran “adagio” de la muerte de la madre de Ida).
Después, este “efecto” de la contraposición entre vida e Historia repentinamente se pierde y decae. Dicha degradación del texto coincide con el nacimiento del pequeño Useppe: es decir, con la formación de una vida “ensalzada e instrumentalizada como tal”. Porque con Useppe empieza la larga celebración morantiana de la vitalidad de la inocencia, de la joie de vivre de los pobres de espíritu. Useppe es su símbolo: pero también todos los demás personajes que durante este período (de la vida y de la novela) lo rodean, son sus formas y variaciones. En primer lugar el hermano mayor, Nino (del que Useppe se enamorará perdidamente). Más aún: Nino se presenta como el estandarte de la vida vivida – como el héroe de un melodrama – en todos sus repliegues, en toda su inconsciencia, en todas sus tentaciones, en todas sus miserias (inmediatamente y sistemáticamente “perdonadas” por la autora: que, más todavía, se apresura a glorificarlas a través de cierta ironía evangélica, por la cual las miserias, incluso, las más miserables, no han de provocar sonrisas). También Davide Serge, en su torva e ingenua rabia y degradación, es un símbolo de esta “vida viviente”. Y no hablemos luego del carromato de los personajes menores (napolitanos y sub-proletarios romanos, nada menos; por no hablar, además, de los animales).
En este interminable capítulo de la novela todos los personajes están declamados, son improbables, irreales: por lo tanto, manieristas. Puro manierismo es la infancia de Useppe; puro manierismo es la juventud de Nino, puro manierismo el ceño de Davide, etcétera.
En ellos Elsa Morante no “representa” la vida, sino que, precisamente, la celebra: pero (a mi entender) sin haber mediado lo bastante sobre semejante ideologización y, por consiguiente, sobre su propio proyecto narrativo. Los “espías” que atestiguan este carácter aproximativo en la representación y en el estilo son numerosos.
1) Elsa Morante, que acepta la convenci9ón de la “fábula” y por lo tanto la necesaria funcionalidad de cada una de sus partes, no está hecha para los excursus (a la manera de Gadda, para entendernos). Sin embargo, estas doscientas o trecientas páginas del libro están todas hechas de excursus: a los que empero les falta, precisamente, la inclinación y la locura necesaria para que tales excursus se vuelvan autosuficientes, funcionales de por sí. Son, en general, diligentes relaciones cuya función es que transcurra el tiempo de la máquina narrativa: una relación que se refiere a Useppe hace que “transcurra el tiempo” que atañe a Nino, una relación que se refiere a la familia napolitana hace que “transcurra el tiempo” que atañe a Useppe, y así por el estilo. La dimensión prolongada del tiempo (necesaria en una novela como ésta) es sentida como prolijidad verbal: y un elemental juego combinatorio entre varias sub-historias es sentida como cosa capaz de sustituir la sucesión naturalista: es decir, la unilinealidad de la historia (privada o pública). Este equívoco logra que en realidad perduren y pesen amenazadoras en la novela tanto la sucesividad naturalista como la unilinealidad histórica.
2) Todo ello se ve agravado por el hecho de que Elsa Morante no ha sabido o no ha querido escoger un personaje que – en esta parte del libro – pusiese su mirada a disposición de ella de manera tal que los hechos y las cosas resultasen “vistos por él”.
Pero cada vez que ocurre algo, Elsa Morante – que es quien administra y gestiona por separado a todos los personajes – siente el deber de informarnos acerca de las “reacciones” de cada uno de los presentes ante tal suceso. Y lo hace con una diligencia que roza la obsesión. A veces la meticulosidad de dichas informaciones es puro arbitrio: no hay personaje mencionado casualmente – y, por lo tanto, fuera de la historia – que no esté gratificado por una “relación que le concierne. Por ejemplo, un tal Giovannino, hijo de una señora en cuya vivienda Ida subalquila una habitación. Él es solamente nombrado como ausente en esa casa (está en Rusia): pero nada impide a Elsa Morante imponernos, algún tiempo después, una larga y pormenorizada descripción de su muerte en Rusia, que no logramos entender si es bella o fea, tan poco nos interesa dicho personaje. Y otro tanto en cuanto al amor de una chiquilla por el consabido irresistible Nino, que en la novela no tiene desembocadura alguna: y tampoco un sentido que valga por sí mismo. He ofrecido dos ejemplos pero podría ofrecer docenas.
3) Elsa Morante está ideológicamente segura de que para describir las empresas de sus héroes no hay otro medio lingüístico que cierto humorismo. Pero resulta que el lenguaje de semejante humorismo es de un carácter tan elemental que desarma: consiste casi exclusivamente en el uso obsesionante de dos adverbios, “presentemente” y “actualmente” (para señalar un acontecimiento vivido con gran pasión y afectividad por parte de los personajes en una situación, por lo contrario, muy humilde y mísera), las alocuciones “el parecer” y, algo menos a menudo, “que yo sepa”, y los adjetivos “fútil” y “grandioso” (para tomarel pelo a los objetos de su amor, a sus héroes).
El corolario de la pobreza del contingente de la lengua humorística es el carácter aproximativo y la patosidad de la “mimesis” del lenguaje de tales héroes, sean romanos o napolitanos (por no hablar de Davide, italiano del norte). El romano que hablan Nino y sus amigos llega a evocar (que Elsa Morante me perdone, aquí he de ser duro) el de ciertos recuadritos costumbristas de Il Messaggero; en cuanto al habla de Davide, no tiene equivalencia con nada: el muchacho se presenta como boloñés en realidad es de Mantua, pero habla una especie de véneto. Sin embargo, no hay rincón en Italia del norte donde cadere se diga cader. En todas partes, en la Alta Italia, es cascare la voz que ha triunfado, eliminando cualquier otra forma rival. Que Davide diga cader es ofensivo para el lector, pero es sobre todo ofensivo para él. ¿Dónde esta el tan grande amor por él de Elsa Morante, si después es tan perezosa como para no hacer el menor esfuerzo por escuchar cómo habla? Quiere decir que en este amor hay algo preconstituido que impide lo particular y lo concreto, como hechos irrelevantes, frente  a las “grandiosas” Leyes del Amor. Por otra parte, el hecho mismo de demoler, o, por lo menos, disminuir y ridiculizar, aunque sea afectuosamente, todo lo que hacen sus héroes, significa que éstos son amados en función de lo que son, es decir por inducción apriorística, y no en función de lo que hacen: que está visto, precisamente, como irrisorio y vano. Cosa ésta que de golpe los convierte en míseros autómatas de una realidad incompatible con sus ilusiones. También en los apogeos de la vida y de la acción, en los que la vida se opone a la historia precisamente en tanto que vida – maravilloso fenómeno que ha de vivirse con extremismo, como precisamente lo hacen los héroes de Elsa Morante, que los ama por eso –, dicha oposición es subrepticia. El carácter mortuorio de la vida no puede oponerse sino nominalmente a una Historia vista por definición como mortuoria.
4) Técnicamente, Elsa Morante no se ha dado cuenta en los capítulos de esta parte del libro de que no debía repetir, casi mecánicamente, aquello que se expone en los añadidos informativos entre uno y otro capítulo. La incomunicabilidad entre capítulos y añadidos, para ser poética, tenía que ser radical.
26 de julio de 1974
En la última parte de la novela, en el “Libro de las muertes”, de golpe, con la muerte de Ninnarieddu, la vida se libra de su mortuoriedad: la muerte se vuelve protagonista, cosa que de nuevo da gran vitalidad al libro. La extremada belleza de las primeras ciento cincuenta páginas no se vuelve a alcanzar, porque la contraposición entre la muerte y la Historia (productora de muertes, por otra parte) es enigmática, no-relatada y pura. Aquí, en cambio, dicha contraposición sigue siendo ideológica y polémica. Es culpa de la Historia (en este caso específico, la última guerra) que los personajes mueran: por lo tanto, su morir tiene una función preestablecida. Pese a ello, aquí sí se puede decir que las páginas tienen una función preestablecida. Pese a ello, aquí sí se puede decir que las páginas tienen una función también en sí mismas, fuera de su contexto lógico e ideológico. La muerte de Ninnarieddu (y, sobre todo, el recuerdo de él, muerto, en la madre alelada), la muerte de Davide (aparte del delirio en la taberna, poco antes), el presagio de la muerte del pequeño Useppe (al aparecer el “gran mal”) son cosas muy elevadas. Aquí Elsa Morante – sin que nada cambie, sino prosiguiendo imperturbable el diligente y genial “zumbido de su escritura de Manierista Omnisciente – está profundamente inspirada. Se diría que ella también es como su Hitler: llega al climax sólo cuando todos están muertos (por otra parte, véase al respecto Poder y supervivencia de Elías Canetti, ed. Adelphi).
La gran novela de Elsa Morante es el complejo producto que forzosamente había de ser, como antes dije, gigantesco y desproporcionado, de una ansiedad expresiva anormal. Efectivamente, confluyen en ella por lo menos tres fuentes de inspiración identificables: 1) la experiencia autobiográfica; 2) la ideología real; 3) la ideología “decidida”.
1) Como filólogo que ha reunido documentos y ha recogido testimonios escritos u orales (¡no como amigo de Elsa Morante!), sé con certeza que toda la primera parte de la novela – aparte de las experiencias intelectuales que también son, en última instancia, autobiográficas – está dominada por el elemento autobiográfico del terror de la medio-judía al iniciarse las persecuciones raciales. Dicha atroz experiencia autobiográfica de Elsa Morante ha sido por ella imparcialmente repartida entre la madre de Ida y ésta. Idea extraordinariamente poética. Efectivamente, ninguno de los dos personajes es luego autobiográfico: la una viviendo míticamente la primera parte de la tragedia, la otra la segunda parte, son los únicos personajes verdaderamente objetivos del libro entero. Tienen la profundidad – la extremada precisión y la extremada imprecisión – de las personas vivas.
Muy poética es luego la intuición del personaje de Ida, una pobre de espíritu incapaz de mirar cara a cara la realidad ni una sola vez en su vida, y, sin embargo, tan llena de gracia, nunca manierista. Elsa Morante utiliza el manierismo con los varones y con los animales, pero con su personaje Ida la autora no ha sido ni un solo instante insincera. Ida es también el personaje menos puesto en solfa (afectuosamente): de hecho, ella está totalmente desprovista de ilusiones y, en contrapartida, llena de terrores. Por lo tanto, no hay nada en ella de lo cual sonreír. No se puede bromear sobre una mortuoriedad real. Y será precisamente Ida el personaje “otro” que vivirá las más recientes y siempre atroces experiencias autobiográficas de Elsa Morante. También dichas experiencias, en realidad vividas (como indican las indagaciones filológicas) en una única persona, en la novela están repartidas entre tres personas: con sus reapariciones, la muerte le toca en suerte a Ninnarieddu; la epilepsia o “gran mal” a Useppe y, por último, la droga a Davide.
Es especialmente Ninnarieddu quien se beneficia de tal atribución. Hasta aquel punto había sido un personaje falso, todo él construido de manera apriorística y arbitraria. Nada de lo que dice o hace es creíble. Tal como hemos visto, la autora está informada de todo: nos brinda informaciones sobre personajes menores y mínimos, incluso cuando están ya fuera de la historia, en un remotísimo mundo propio autónomo; Elsa Morante nos da informaciones hasta de personajes sólo nombrados. Pero, dado que para NInnarieddu la autora necesitaba la figura del clásico amado que huye, desaparece, está eternamente en otra parte, para desesperación del amante (el hermanito Useppe), pues bien, Elsa Morante siempre nos dice que Ninnarieddu, precisamente, huye, desaparece, está en otro sitio, no da señales de vida, etcétera. Adónde va y qué es lo que hace, no se sabe.
Pero, ¿cuál es la lógica que enlaza la abundancia de informaciones, inútiles y no solicitadas, sobre un personaje cualquiera apenas mencionado y puramente relacionado por parentesco, con la total ausencia de toda información sobre un personaje que, en cambio, nos interesa mucho, como Ninnarieddu? Se trata de la libertad del artista, nos dirán: de su derecho a quebrantar su propia lógica. Pues bien, sí. Pero ello no quita que dichas infracciones sean extremadamente patosas, y que por lo tanto Ninnarieddu resulte un personaje “despegado” (como dice Moravia acerca de madame Bovary). Pero he aquí que, dese el momento en que muere y se convierte en un recuerdo, Ninnarieddu es estupendamente real.
2) La “ideología real” siempre es “deducida”: cosa que significa que individualizarla y expresarla depende de la inteligencia del seductor. Por lo tanto, no pretendo poder delinearla aquí en toda su objetividad o, por lo menos, en su configurabilidad. Entre otras cosas, toda ideología real es, por propia naturaleza, ilimitada e indefinible, porque abarca todo lo posible. Me limito a captar algunas características de ella.
Ante todo, precisamente, el ser ilimitada que corresponde a esa totalidad que es la persona de Elsa Morante: totalidad que se plantea en una relación interpretativa completa con el mundo. De esta falta de límites procede la falta de límites real del libro, su difuminarse hacia “otras” superficies, no verbales. Y esta falta de límites vuelve vana la convención de la “fábula” (obstinadamente adoptada y aplicada por Elsa Morante): efectivamente, la “fábula” es por su propia constitución “cerrada”, y de ninguna manera se puede “cerrar” una ideología ilimitada. Dicha ideología es la que por su propia cuenta produce las partes sinceras y “bellas” del libro (la primera parte, el personaje de Ida; y la parte final, aunque no toda). No sólo esto, sino que gobierna también las doscientas o trescientas páginas amaneradas y “feas” del libro: efectivamente, no hay una sola entre estas páginas que, extrapolada, no contenga algo que sea real, siempre. Por ejemplo, cada uno de los “informes” incluidos por pura voluntad de la autora, casi a manera de relleno, en el relato, y que en el contexto se muestran insoportables, en sí mismos, en cambio, casi siempre resultan estar provistos de vitalidad y realidad.
El núcleo verbalizable de la “ideología real” de Elsa Morante consiste en la muerte vista como fenómeno que reduce a pura broma la vida: pero una broma bellísima, conmovedora, digna de ser vivida, incluso con sus inevitables fealdades. Ello les ha ocurrido a los antepasados, que ya están muertos, y les ocurre a quienes mueren físicamente. Una estupenda, funeraria música mozartiana acompaña los actos de las vidas de estos últimos. El hecho de que mueran no estimula en quienes permanecen el atroz sentimiento de la supervivencia: todo lo contrario, estimula el sentimiento de la piedad, o, mejor aún, el amor propiamente dicho por los muertos, sentidos como los verdaderos hermanos. La autora (que, precisamente, sobrevive) no experimenta el placer del tirano (Hitler) que sólo se realiza a través de la infinita serie de muertes ajenas, sino que se siente la serena pena de que ve confirmarse aquello que sn piedad sabe: es el médico Hachiya, superviviente, quien merodea por Hiroshima contemplando los sitios de los muertos y rezando (ver nuevamente el ya citado Poder y supervivencia).
3) Sin embargo, es la “ideología decidida”, recortando el inmenso tejido de la “ideología real” – o acaso, mejor dicho, restringiéndola y vulgarizándola – la que produce la estructura del libro: es decir los dos esquemas de la anormal aunque canónica dilatación narrativa y de la contraposición entre vida e Historia. Es aquélla, por lo tanto, la que hace verbalizable lo no verbalizable, aunque sea a través de pacientes circunloquios. Así venimos a enterarnos explícitamente, a lo largo de larga lectura, de que la vida, precisamente la vida – como vitalidad que irrumpe, ingenuidad, dedicación total a la ilusión, corporeidad – es el “Bien”, en tanto que la Historia, como productora de muertes, es el “Mal”. Es una idea como cualquier otra. Justa, incluso demasiado justa.
Elsa Morante, empero, añade a esta idea elemental y evidentemente insostenible (¿cómo se puede separa la Historia del Poder, de la Historia de quienes sufren la violencia de dicho Poder o se disocian de éste?) un soporte filosófico-político. La filosofía es la de Spinoza, la del Evangelio leído por san Pablo y la de la gran cultura hinduista; la política es la que ideologizan los anarquistas. Pero tal sincretismo no coincide, sin embargo, con ninguna ideología histórica: ningún místico se reconocería en ella, pero tampoco ningún anarquista. El “pastiche” es únicamente morantiano. Dicha fascinante ideología personal revela empero una debilidad y fragilidad extremadas en el momento en que se traduce en términos de novela popular, aplicada, vulgarizada. Aunque enmascarada con cierto humorismo, rechina puerilmente en el texto narrativo; en tanto que “puesta en boca” de los personajes se vuelve totalmente afásica. Está claro que, para valer – como realmente vale –, necesita un carácter absolutamente aristocrático, absolutamente ilegible. Y, efectivamente, por algo su elevado valor se manifiesta plenamente en el libro anterior de Elsa Morante (El mundo salvado por los niños), que es un libro de versos al que en vano el registro gnómico, y, una vez más, fabulista, intentan atribuir legibilidad. En el m omento en que tal ideología es transformada en un “asunto” de novela popular – por definición voluminosa, cargada de hechos e informaciones, fácil, redonda y cerrada – pierda  toda credibilidad: se convierte en un frágil pretexto que termina por quitar realidad a la desproporcionada máquina narrativa que ha pretendido poner en movimiento.
2 de agosto de 1974
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Siete casas vacías – Samanta Schweblin
Estado: nuevo.
Editorial: Páginas de espuma.
Precio: $250.
Las casas son siete, y están vacías. La narradora, según Rodrigo Fresán, es «una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca». Y la cordura, como siempre, es superficial.
Samanta Schweblin nos arrastra hacia Siete casas vacías y, en torno a ellas, empuja a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos, y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una «normalidad» enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan.
La prosa afilada y precisa de Schweblin, su capacidad para crear atmósferas densas e inquietantes, y la estremecedora gama de sensaciones que recorren sus cuentos han hecho a este libro merecedor del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. Su primer libro, El núcleo del disturbio(2002), obtuvo los premios del Fondo Nacional de las Artes y el Concurso Nacional Haroldo Conti. En 2008 le otorgan el premio Casa de las Américas por su libro de cuentos Pájaros en la boca (2009), traducido a trece lenguas y publicado en más de veinte países. En 2012 obtuvo el premio francés Juan Rulfo de cuento, y en 2014 publicó su primera novela, Distancia de rescate. Ha obtenido becas de residencias de escritura en México, Italia, China y Alemania, y actualmente reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios en español.
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Édith Piaf – Carolyn Burke
Estado: nuevo.
Editorial: Circe.
Precio: $250.
Cuando en 2007 se concedió el Oscar a la mejor actriz, a la protagonista La vida en rosa, un veterano del mundo del espectáculo francés comentó: «No se lo dan a Marion Cotillard; se lo dan a ella.» Ella, por supuesto era Édith Piaf, el ave fénix que más de cuarenta años después de su muerte seguía logrando triunfos. De origen humilde, desde muy joven Édith Piaf (1915-1963) estuvo acostumbrada al contacto directo con el público. En unas décadas la Môme Piaf, el pequeño gorrión que cantaba para sobrevivir, se transformó primero en princesa de la canción, admirada por todos; más tarde, en diva que cosechaba éxitos a ambos lados del Atlántico, y por fin, en una auténtica leyenda. Pero su breve viaje contó con tantas luces como sombras. Siempre necesitada de afecto e incapaz de soportar la soledad, sufrió no pocos desengaños amorosos y se rodeó de una «corte», una «familia» que vivía de ella y donde no todos eran tan amigos como pretendían ser.
El gorrión que no cesa
Sergio Pujol
“¿Qué tienen en común Yves Montand y Amandine Bourgeois? ¿Louis Armstrong y Serge Gainsbourg? ¿Marlene Dietrich y Jean Cocteau? ¿Jean-Louis Barrault y Tino Rossi? ¿Françoise Giroud y Roland Barthes? ¿Ellos y nosotros? Eso que tienen en común se llama Edith Piaf.”
Esta ingeniosa cita abre el catálogo de la muestra (“expo-évenement”) con la que la Biblioteca Nacional de Francia François Mitterrand (BnF) ha decidido conmemorar el centenario del nacimiento de la figura máxima –pocas veces el superlativo resulta más pertinente– de la canción francesa. La exhibición, curada por un equipo encabezado por Joël Huthwohl, es de una riqueza documental y un rigor expositivo extraordinarios. Hay veinte extractos de películas y emisiones de televisión y radio; una buena cantidad de entrevistas y videoclips que contextualizan la biografía; innumerables fotografías de la Piaf a lo largo de su vida (algunas raras, como aquella en la que baila con Charles Aznavour o esa otra en la que le está leyendo las manos a Django Reinhardt); cincuenta canciones –todas ilustradas con sus respectivas partituras– para ir escuchando mientras uno avanza a través de un pasado condensado en esa mujer bajita, de risa contagiosa y ojos desorbitados que, con la voz y las manos, supo cantarle a su pueblo como ninguna otra. Como ningún otro.
Abierta hasta agosto, la exposición revela no sólo la aquilatada canonización del gorrión de París, sino también la vigencia de un estilo y un repertorio que no por estar rotundamente fechados dejan de interpelar al oyente contemporáneo. Es notable que el fenómeno Piaf siga guardando para sí algo de misterio después del mamarracho que Claude Lelouch hizo con su vida y la un tanto previsible La Môme de Olivier Dahan. Después de los abusos turísticos de sus discos y la institucionalización de su figura (unos años atrás, el gobierno norteamericano puso a rodar una estampilla de la Piaf, acaso en retribución tardía por la estatua de la Libertad). Como sea, sobran pruebas de la actualización permanente de su figura y de los interrogantes que esta despierta. Sólo en Francia, la bibliografía que la analiza y celebre supera los veinte títulos; el último es Piaf, un mythe français, de Robert Belleret.
En 2013 se cumplió medio siglo de su muerte y hubo una primera oleada de memorabilia que ahora se profundiza. Cuando surge alguna cantante cuyos mayores activos son la simpatía y la franqueza, como sucedió recientemente con Zaz, tarde o temprano llega la comparación con la Piaf. Esto puede resultar una carga un tanto molesta –incluso en artistas que poco y nada tienen que ver con el estilo desgarrado del gorrión–, pero también es certificado de calidad. A propósito de la sintonía de los franceses con su ídolo, la muestra de la BnF nos sorprende con una sala de karaoke donde los asistentes –mayoría de jóvenes– pueden cantar las melodías allí compiladas. Esta prueba de circulación popular intemporal habría puesto feliz a la Piaf, que una vez afirmó: “Mi voz no canta sola, en mí canta la voz de muchos”.
UNA OBSESION FRANCESA
Nacida como Edith Giovanna Gassion, Piaf fue la gran articuladora de la modernidad francófona. Unió a los cantantes de la París del vals musette con los de la generación de Jacques Brel. Unió música con literatura –nunca se dejará de escribir sobre la fascinación que por ella sentía el gran Cocteau– y, lógicamente, unió a los franceses de ayer con los de hoy, al punto de convertirse en una obsesión nacional sin edad. ¿A qué se le parece esta obsesión? ¿A la de los norteamericanos por Elvis? ¿A la de los argentinos por Gardel? Quizá. Todos los países tienen su ídolo canoro, su mito constructor de identidad musical. Pero ni aun los gigantes nombrados lograron hegemonizar en la medida que lo hizo la Piaf la representación musical de una nación. Y al representar a Francia, ella se ganó un lugar en el mundo.
Esa hegemonía no se explica sólo por su resonante voz, tan característicamente timbrada, con ese vibrato que la acercaba a las cantantes de blues y jazz. Vale aquí pensar en la dimensión política de un canto que salió del suburbio y que nunca lo abandonó del todo. En ese sentido, Piaf produjo una subversión importante en el imaginario de la mujer cantante. Lo hizo en los años ’30 y ’40, época en que las mujeres empezaban a ganar más presencia en los dominios hasta entonces masculinos de la música popular (pensemos en nuestras cancionistas de tango, sin ir más lejos). Pero Piaf aprovechó la feminización del canto urbano para romper moldes. Ni vampiresa, ni muñequita de placer: aquella chica pobre, hija desamparada de padres artistas y nieta de abuela dueña de un burdel, perdida con su enorme acordeón en los bajos fondos de una ciudad anclada en el siglo XIX, fue otra cosa, otra significación menos dócil, menos estereotipada del ser femenino en clave de canto.
Rescatada de la calle por “Papá” Leplée en 1934, se puso a cantar el repertorio de su Pigmalión artístico Raymond Asso, y no bien terminada la Segunda Guerra Mundial –trauma del que salió no sin algún moretón, toda vez que El Comité Nacional de Depuración le objetó el haber actuado alguna vez para prisioneros franceses en suelo alemán– ascendió meteóricamente al cielo de las estrellas. Por supuesto, los éxitos discográficos le allanaron el camino. Sólo un año después de haber dejado la calle, había grabado su primer disco (“Les Momes de la cloche”) y se había convertido, para sorpresa de Chavelier y celos de Mistinguet, en una de las figuras más queridas de toda Francia. Si a la precoz inserción en la industria del disco le sumamos sus notables performances sobre un escenario y sus participaciones en cine, es fácil entender que haya sido tan famosa. Pero su entrega absoluta a la enunciación del amor (un potenciamiento del tópico que llegaría a borrar, inquietantemente, los límites entre vida e interpretación) la terminó situando al margen de las canciones realistas –así se las llamaba– que la habían visto nacer. Pensemos en la distancia que separa “El acordeonista” de “Himno al amor”. ¿Quién puede confundir “Le vagabond” con “La foule” o la patética “Mon Dieu”? Eso que hoy consideramos tan francés en la Piaf, ¿no fue disruptivo en su tiempo? De alguna manera, desobedeció las dos grandes verdades de la cultura popular francesa: el estilo zumbón de la publicitada joie de vivre y el naturalismo de la vida de suburbio. Enterró para siempre los faroles tardíos de la belle époque y se desligó del mandato del compromiso social de la izquierda francesa.
Queda claro que alcanzó su estrellato más perdurable cuando cantó su deseo a los cuatro vientos. Hizo entonces del canto al amor romántico una confesión sin fin. Despojada de todo pudor y a distancia de todo sentimentalismo, se hundió en una suerte de expresionismo sin vuelta atrás, contando siempre la misma historia, la historia de su vida, de su desamparo, de su ansiedad amorosa. ¿No afirmaba no arrepentirse de nada (“Non, je ne regrette rien”, algo así como su “My way”), mientras seguía buscando el amor en esa secuencia impresionante –por la cantidad, por la calidad– de amantes que, salvo el boxeador Marcel Cerdan, le hicieron una segunda voz hasta que la dejaron para ser solistas? Montand, Aznavour, Moustaki, Sarapo, Pills… También un beso apasionado a la Dietrich, por qué no.
PIAF HASTA EL FINAL
Cuando estaba arriba de todo –porque llegó a estar en la cima absoluta, conquistando incluso al público norteamericano en su memorable gira de 1947–, quedó asociada para siempre a ese vestido negro que se exhibe en la BnF. En cierto modo, y más allá de clivajes de repertorio y vestuario, Piaf permaneció en el mismo lugar, fue el público el que debió moverse hacia ella, internarse en los meandros de su personalidad artística. ¿Qué cambios introdujo en su sonido? No mucho, en verdad. A fines de la década de los 50, su voz, que no se había deteriorado tanto como su cuerpo, solía salir a escena arropada por algún arreglo recargado, que al cabo de un par de compases ya resultaba innecesario frente a tamaña expresividad. Por momentos haciendo equilibrio sobre el filo del kitsch –el kitsch de la canción romántica francesa, convengamos–, siempre terminaba conmoviendo a todos al mismo tiempo.
Su síndrome era la búsqueda urgente del amor, en un estado de eterna juventud. Podía ser una persona inmadura en términos psicológicos, pero era extremadamente sabia en términos artísticos, cantando cada nueva pieza de su repertorio como si fuera la primera y la última. Observa Matthias Henke: “Nunca abandonó el ritmo forzado de la juventud, jamás abandonó la búsqueda de la flor azul. Guardar la medida. ¿Qué es eso? Ahorrar, hacer acopio. ¿Qué dice? Apurar la copa hasta las heces. ¡Sí! Deleitarse con la fruta fresca. ¡Sí, sí! ¡Y mil veces sí!”.
Vivimos un tiempo de canciones autorreferenciales. Es el efecto demorado del rock y el pop. Pero en tiempos de Piaf las cosas no eran así. Letristas y compositores profesionales escribían al servicio de determinados intérpretes. Y estos mudaban de carácter según la canción. Algunos cantantes sublimes, como Billie Holiday y Frank Sinatra, transgredieron las reglas de la interpretación y asumieron como propias algunas de las historias que cantaban. Llegaron incluso a elegir los temas que mejor daban al personaje que habían construido más allá del tiempo efímero de una canción. Piaf perteneció a ese club: el de los apropiadores autorreferenciales. Pero dio un paso más allá: entre las cientos de canciones que grabó, 80 salieron de su puño y letra. Generalmente escribía la letra e imaginaba una melodía que otro volcaba al pentagrama, o buscaba una música que quedara bien con su letra. Pudo entonces, entre creaciones ajenas y propias, construir un corpus de efecto autobiográfico sobrecogedor. Nadie pudo –nadie podría hoy– imaginar “Mon Dieu”, “La foule” o “Hymne à l’amour” en otra vida que fuera la de la Piaf.
Sin embargo, en 1945 Piaf creó “La vie en rose” para Marianne Michel… en el mantel de papel de un restaurante de Champs-Elysées. Cuenta la leyenda que primero escribió “je vois les choses en rose” (“veo las cosas de color rosa”), pero al comprobar que a Marianne no le convencía ese verso lo cambió por “je vois la vie en rose”. La guerra había terminado, estaba locamente enamorada del joven Yves Montand y, como diría el tango, la vida le reía y cantaba. Le pidió la música su gran amiga Marguerite Monnot, pero esta se negó, aduciendo que le parecía una canción tonta. ¿La vida rosa? Finalmente Edith dio con el compositor Marcel Louiguy, un tipo con suerte. En 1947, salió el disco por su autora –descomunal éxito de ventas de Columbia en Estados Unidos– y en junio de 1950 Louis Armstrong convirtió el tema en una clase magistral de swing. He aquí una Piaf compositora neta: si hasta Grace Jones nos regaló una versión extendida y divertida de este himno a la ilusión amorosa, que hoy es el himno no declarado de París. A la apropiadora le apropiaron su gran canción, si bien su versión sigue brillando desde un pasado discográfico siempre próximo.
Visitar a Piaf, entrar nuevamente a su mundo: la gran muestra de la BnF, en el mismo distrito 13 que la vio nacer al mundo del disco, es una invitación irresistible. Ahí está el recorrido de un genio de la canción francesa. Si no el único, con toda seguridad el más venerado. Jean Cocteau, que tan bien la conoció y admiró, definió su voz como una ola que nos invade, nos atraviesa, nos penetra. Y la definió, sin pudor semántico, como genio. Pero genio como lo entendía Stendhal: sin dejar la palabra en las alturas. Escribe Cocteau en el prólogo de la autobiografía de la Piaf: “No quedará de ella más que su mirada, sus manos pálidas, esa frente de cera que retiene la luz y esa voz que se hincha, que asciende, que poco a poco la sustituye y que, creciendo como una sombra sobre la pared, reemplazará a la tímida chiquilla. En ese minuto, el genio de Mme. Edith Piaf se hace visible, y todo el mundo lo constata”.
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Bailando al borde del precipicio. Una vida en la corte de María Antonieta – Caroline Moorehead
Estado: nuevo.
Editorial: Turner.
Precio: $250.
Educada para ser dama de compañía de María Antonieta, la marquesa de la Tour du Pin, Lucie (1770-1853), sobrevivió precariamente a una revolución devastadora, a un emperador, a dos restauraciones y a una república. Basado en los diarios reales de esta cortesana, nos descubre con detalle la vida en esa corte disparatada. Una gran historia social y cultural de la Revolución Francesa y de los claroscuros que le precedieron y le siguieron.
Lucie fue una mujer de inteligencia aguda, en una época turbulenta y dominada por los hombres. Vio, escuchó, analizó y lo escribió todo, mezclando política e intriga judicial, observación social y vida cotidiana, creando así una fascinante crónica de su época.
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Historia social de la locura – Roy Porter
Estado: nuevo.
Editorial: Crítica.
Precio: $400.
A través de los escritos autobiográficos de un buen número de “locos” famosos (Schumann, Nijinski, Virginia Woolf…), el doctor Roy Porter Trata de hacer llegar hasta nosotros las experiencias vitales, la sensibilidad y la visión del mundo de aquellos seres pretendidamente anormales, y ello no tanto desde sus supuestas patologías individuales como desde el entramado ideológico común del que forman parte los locos, los psiquiatras y la sociedad misma. Los locos son gentes de su tiempo, reflejos de una época que los condiciona, pero que ellos también contribuyen a forjar. ¿Por qué, si no, hubo tantos maníacos religiosos durante la Reforma y tantos exorcistas expertos para curarlos? O ¿por qué la Viena finisecular produjo numerosos pacientes con trastornos sexuales, curados por freudianos obsesionados a su vez con la sexualidad? Las palabras de los locos, evocadas en este libro, configuran un mundo al otro lado del espejo en el que se refleja la sociedad “cuerda”, su hipocresía y su insensibilidad, hija casi siempre del prejuicio  y de la ignorancia.
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Benjamin y Brecht. Historia de una amistad – Erdmut Wizisla
Estado: nuevo.
Editorial: Paidos.
Precio: $200.
La amistad entre Walter Benjamin y Bertolt Brecht está entre las más trascendentes del siglo pasado en lo estético y lo político. Es una amistad que sigue irradiando una atracción mágica. Hannah Arendt la consideró “única porque en ella el mayor poeta alemán vivo se encontró con el crítico más importante de la época”. Para Benjamin era una “constelación” significativa, una de las relaciones que tenían mayor relevancia en su vida. Pero muchos de sus amigos, como Theodor Adorno o Gershom Scholem, no compartían ese juicio. Su recelo llevó a falsas interpretaciones que aún subsisten en la investigación y que han condicionado, incluso, los criterios de edición de la obra de Benjamin. Este libro recoge las huellas del encuentro eliminando al mismo tiempo los prejuicios. Y lo hace a partir de numerosos documentos inéditos que posibilitan nuevas evaluaciones. Por primera vez se analizan las actas de las conversaciones sobre la revista que habían planeado, Krise und Kritik (1930-1931), y se describe la proximidad personal puesta a prueba por el exilio. Sobre l base de las cartas, apuntes de diarios y notas, se trabajan los temas de la colaboración entre ambos intelectuales (la literatura policial, el pensamiento como intervención, la escritura en el exilio, Trotsky y Stalin, Kafka, Baudelaire). Algunos capítulos están dedicados tanto a los trabajos de Benjamin sobre Brecht como a las manifestaciones de Brecht sobre Benjamin, por ejemplo los epitafios.
A partir de una investigación escrupulosa y exhaustiva, Wizisla busca contar la singularidad de un vínculo incomprendido por sus contemporáneos, y lo hace con la mirada del estudioso y también con la agilidad del narrador y del comentarista erudito.
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Salinger – David Shields y Shane Salerno
Estado: nuevo.
Editorial: Seix Barral.
Precio: $200.
Las máscaras de Salinger
Alan Pauls
El Salinger de Shane Salerno y David Shields resucita el fenómeno de reticencia pública más exasperante de la industria cultural norteamericana: el affaire Jerome David Salinger (1919-2010), autor de una ópera prima prodigio, El cazador oculto, un best seller contemporáneo admirablemente longevo que desde su aparición, en 1951, inició en la imaginación literaria a generaciones enteras de generaciones y lleva vendidos 65 millones de ejemplares, y tres pequeños libros de culto masivo (Nueve cuentos, Franny y Zoey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado–Seymour: una introducción), que a principios de los años ’60, tapa de Time, codiciado por Elia Kazan y Billy Wilder, se autoconfinó en una tosca dacha de Cornish, New Hampshire –un pabellón frío e inhóspito para su familia, un bunker frío e inhóspito para él, al que ni su mujer ni sus hijos tenían derecho de acercarse “a menos que la casa estuviera ardiendo”– y no volvió a publicar libros ni a dar entrevistas ni a intervenir en la vida social hasta que murió, salvo para comprar el pan, retirar su correo en el centro de Cornish, espantar paparazzi carabina en mano o litigar vía abogados contra cuanto periodista o biógrafo o simpatizante académico osara perturbar su voto de castidad mundana.
Nadie con dos dedos de frente perdería un segundo de su tiempo indignándose por un escritor que abraza el ostracismo como modo de vida. Nadie con una pizca de sentido común, o de imaginación, o de familiaridad con las tasas de demanda de exposición de la industria cultural americana perdería el tiempo improvisando respuestas alambicadas para una pregunta (“¿Por qué usted, que hasta ayer era todo expresión, manifestación, sentido, se llama ahora a silencio?”) que Marcel Duchamp, recluso igualmente célebre aunque más intermitente, ya había contestado con un laconismo ejemplar: “Me quedé sin ideas”. Saber si Salerno y Shields satisfacen esos requisitos de longitud frontal es tan difícil como saber por qué Salinger hizo todo lo que hizo en sus ochenta y un años de vida, una vida que lo embarcó en una guerra cruenta, en relaciones sentimentales enigmáticas, desdichadas o imposibles, en sociedades editoriales complejas, en disciplinas orientales, dietas espartanas y obstinados amours fous con ninfas de inspiración nabokoviana, pero cuya única singularidad evidente es eso mismo que el tándem Salerno-Shields (SS) se obstina en ignorar en su libro: una obra literaria, esa obra frugal, a la vez compacta y abierta, pulida y enigmática, inconclusa siempre, desde el minuto uno, que hoy llamamos Salinger. Lo que sabemos, porque el libro lo suda en cada página, es que el motor de Salinger no es la curiosidad, ni la identificación mimética, ni la admiración, ni siquiera el morbo (que son las altas y bajas pasiones que informan a la biografía): es el escándalo. El escándalo provocado por el deseo de desaparecer, por supuesto, pero sobre todo los escándalos suplementarios, supremos –casi provocaciones criminales– que derivan: 1) del hecho de que Salinger se borró del mundo en pleno éxito (y sabemos hasta qué punto el régimen capitalista del triunfo impone como condición estar ahí, para experimentarlo y gozarlo, naturalmente, pero sobre todo para padecerlo y sucumbir a él), y 2) del hecho de que Salinger desertó y enmudeció pero siguió escribiendo encarnizadamente (y sabemos el tipo de asocialidad, el gasto perverso, la provocación que representa ese encarnizamiento cuando los que lo justifican no son sus destinatarios “naturales” (lectores, crítica, academia, mercado).
Más que leerse, el Salinger de Salerno y Shields se ve, se ve con avidez, con impaciencia, con la atención irascible que solían merecer los episodios, siempre distintos pero siempre idénticos, de The E! True Hollywood Stories o de su primo hermano amarillo, Mysteries and scandals, suerte de Hollywood Babylon de pacotilla, con el inolvidable A. J. Benza en el papel de un Kenneth Anger quemado por años de pujante cable latino. No es casual que en septiembre del año pasado, cuando se lanzó en Estados Unidos, el libro de SS saliera al ruedo en simultáneo con un documental, también titulado Salinger pero firmado sólo por Salerno (de los dos, al parecer, Shields es el letrado, mientras que Salerno acusa sabrosas entradas –guionista de Armaggedon y Aliens vs. Predator: Requiem, entre otras– en el penal de Hollywood). No me negaría a ver el documental si me lo mandaran a casa con una mensajería, pero estoy seguro de que no necesito verlo para haberlo visto. Basta chequear el trailer en YouTube y enterarse de quiénes son las talking heads que Salerno se pasó una década reclutando para su película para entender hasta qué punto lo que tenía en la mira cuando se entusiasmó con el personaje de Salinger no era la vida y mucho menos la obra del escritor sino la creación del formato “Puñado de actores famosos hablan del escritor de culto más vendido del siglo XX”, en el que el escritor de culto más vendido del siglo XX importa menos, mucho menos, que el ‘consenso cultural’ fraguado por una pandilla de muñecos que hablan con pasmosa autoridad de alguien con quien tienen una relación como mínimo totalmente inconsistente, la misma que admitirían tener con entre seis y siete mil ítem que participan de sus vidas cotidianas”. Puede que el pobre Philip Seymour Hoffman, que Edward Norton, John Cusak o Martin Sheen (actores entre los que figuran dos objetos de mi suave devoción y el plan de ortodoncia más inexplicable de la historia americana) tengan mucho que decir sobre J. D. Salinger. Cómo les pegó la primera vez que lo leyeron, cómo todos ellos fueron Holden Caulfield, cómo les encantaría seguir siéndolo, cómo de algún modo lo siguen siendo, etc. Nada demasiado estimulante, como era de prever. Pero, por desalentadora que sea, la falta de interés de lo que digan sobre Salinger es mucho menos invalidante que la función publicitaria que Salerno los obliga a cumplir, que por supuesto no tiene por objetivo promover al escritor del que se declaran simpatizantes sino a sí mismos, a la peculiar fórmula de frivolidad cool que encarnan, al concepto de accesibilidad cultural que representan, etc.
Entre las novedades de las que el Salinger de Salerno (suena un tanto sobrevaluado, como “el Hamlet de Laurence Olivier”) se decía portador en septiembre del año pasado, cuando lo lanzaron al mercado, figuran cartas desconocidas e inéditas (las más conspicuas, a Hemingway, las menos, a Paul Fitzgerald, un camarada de la 4ª división del ejército norteamericano que fue su amigo de toda la vida), fotos nunca vistas (Salinger durante el desembarco de Normandía: flaco y lungo, una mezcla de Borat y de Humphrey Bogart; más tarde, trajeado de oscuro y fumando muy suelto, como un Don Draper judío), testimonios de gente que nunca había hablado (ex conquistas, ex mujeres, empleadas domésticas, amigos, etc.). Muchas de esas voces aportan cosas carnosas, anécdotas, detalles que valen la pena, pero a menudo las desmerecen y relativizan –aunque más no sea por contagio– ciertas compañías: los propios SS, que se intercalan en el coro para opinar, sólo para opinar (cuando lo que deberían hacer es escribir, o hacer del cortar-y-pegar algo equivalente a escribir, y en lo posible hacerlo bien), libros o entrevistas ya publicados (que SS presentan sin comentar, como si fueran hallazgos de su propia cosecha) o Holden Caulfield, Seymour Glass, Esmé y otros personajes de ficción de Salinger, a los que SS dan la palabra como si fueran informantes de carne y hueso. No me acuerdo si Jean Stein y George Plimpton se insertan a sí mismos en la familia de testigos que hacen hablar en Edie: American Girl, la gran biografía oral que reconstruye el vía crucis de Edie Sedgwick, la libélula más triste de la factoría de Warhol. Creo que no; la idea probablemente les hubiera parecido vulgar, de mal gusto. Pero Stein y Plimpton no se veían a sí mismos como informantes, y tampoco veían a sus testigos como portavoces potenciales de la verdad ínfima, mezquina, esquiva, cuyas huellas rastrea sin descanso este Salinger. No compartían el populismo cínico que campea aquí (y presumo que en la película) y que consiste en confiar en que cualquiera, hasta el más insignificante de los mortales con los que Salinger cruzó una palabra alguna vez, tendrá algo que decir sobre él, sabrá algo de él, habrá estado en contacto con algo recóndito y decisivo de él y, sobre todo, aportará la evidencia que lo crucificará. Porque la matriz investigativa de Salinger es mucho más judicial que periodística. Los testigos que declaran ante SS no están allí para recordar, contar o describir, sino para amenazar: zanjar la discusión, disipar la ambigüedad, develar el enigma, dar un veredicto. Amenazar al famoso: he aquí la consigna del libro de Salerno y Shields.
Pero en septiembre del año pasado, Salinger no sólo alardeaba de novedades; también prometía promesas. (Eso, que no es tan común en un libro que se presenta como la biografía de un muerto, tal vez sea menos anómalo en un libro que va al grano y miente desde la tapa de la edición original cuando dice: El libro oficial del aclamado documental. A menos que en el mundo SS “aclamado” no signifique lo mismo que en el nuestro, nadie diría que “aclamar” es lo que hizo con Salinger la crítica del The New York Times Michiko Kakutami el 25 de agosto del año pasado. Por supuesto que los juicios de madame Kakutami y el The New York Times no tienen más peso y valor que los que les da la ley que encarnan ni más autoridad que la que les confiere la autoridad que se les reconoce. Lo que impacienta del asunto no es tanto que SS mientan, como que mientan cuando ya no necesitan mentir.) Siempre es tentador anunciar novedades sobre la vida de un muerto. Pero ¿anunciar su futuro, su próximo capítulo, su continuará? La serie otra vez; otra vez la tele dándole forma al libro, lo que, además de triste, parece más bien pasado de moda, en la medida en que las fuerzas que dan forma hoy a los libros ya no vienen de la tele sino de regiones incluso más brutalmente democráticas que la tele. Y en el rubro promesas, el Salinger de SS es a la vez excitante y desmoralizador, porque todos los hallazgos que anuncia con bombos y platillos pertenecen a la literatura, la misma cultura letrada ridícula, lenta y compleja en la que SS no se detienen ni una sola vez en las 700 páginas que tiene el original. Dicen que Salinger, antes de morir, habría dejado instrucciones para publicar en un lapso de cinco años (entre 2015 y 2020) todo lo que escribió en secreto en su exilio de Cornish, mientras los precursores de Salerno velaban en las inmediaciones de la granja camuflados de arbustos: cinco relatos nuevos sobre la familia Glass, una novela inspirada en su relación con su primera mujer, Sylvia Welter –la alemana con la que Salinger se casa poco después del fin de la guerra–, una novela de guerra con forma de diario de un oficial de contrainteligencia (lo que Salinger fue en Europa durante la Segunda Guerra), un manual de filosofía vedanta (con amenos inserts narrativos), unas cuantas secuelas del personaje de Holden Caulfield, mítico punk avant la lettre.
¿Existirán esas reliquias? El tiempo y la sucesión del eremita muerto y las abstrusas leyes de la posteridad literaria lo dirán. Lo extraño es que, publicitadas en el libro de Salerno y Shields, esas trouvailles resultan menos deseables de lo que deberían, quizá porque la euforia un poco maníaca con que se proclaman da la impresión de que el día que estén disponibles será a ellos, a Shields y Salerno, a quien habremos de pagarles el peaje para poder leerlas; a ellos, que se adjudicaron el papel de albaceas por el simple hecho de haber anunciado que existían. ¿Tienen derecho Salerno y Shields a esa arrogancia? Probablemente sí. Es un efecto intrínseco, no necesariamente ruin, de la equívoca tarea de hurgar en la vida de otro para escribirla. No son pocas las cosas nuevas que hay en este Salinger, y Salerno y Shields tienen todo el derecho del mundo de enarbolar en estado de trance las cartas autógrafas, los memos, las instantáneas borrosas, los testigos que fueron los primeros en encontrar. La paradoja (herida congénita de toda biografía) es que nosotros, por nuestro lado, tenemos también todo el derecho del mundo de contemplar esos fósiles laboriosamente excavados y darnos cuenta –encogiéndonos de hombros– de que son el colmo de la banalidad, de que nos dicen poco y nada, tan poco y tan nada como lo que dicen de la singularidad del muerto. De ahí que la arrogancia de SS suene espuria, o no todo lo legítima que podría sonar, y que, envueltos en ella, los presuntos inéditos de Salinger aparezcan menos como tesoros que reclaman ser leídos que como una suerte de botín de guerra, el pago que satisface un anhelo voraz, levemente resentido, la libra de carne que SS querían a toda costa que el anacoreta de Salinger les diera para no sentir que su escándalo había sido en vano, y ni hablar su investigación.
¿Hay una tesis en el Salinger de SS? La habría si el libro fuera una biografía oral y no la mutación grafoaudiovisual que es, y si las tesis –en el mundo eminentemente biópico de Salerno– no hubiesen sido reemplazadas ya por su ersatz más grotesco, los concepts, esos slogans secos y sexies que todo cineasta primerizo deberá aprenderse de memoria y recitar cuando pitchee su proyecto ante un jurado de productores mal dormidos: “La guerra lo destruyó y lo convirtió en un gran artista. La religión le ofreció consuelo espiritual y liquidó su arte”. Y hay además algo mejor, más eficaz, mucho más reproducible que una tesis (que, por escuálida que sea, siempre exigirá un mínimo de argumentación): hay “conclusiones”. Los autores prefieren llamarlas “condiciones”, lo que muestra la fe que tienen en su poder explicativo y quizá sólo las vuelva más risibles. Están al final del libro, al alcance de la mano, como un grato cotillón, y van sin escalas del insight anatomopatológico (una de las causas de la vocación prófuga de Salinger habría sido un testículo remiso a bajar, desperfecto que lo habría abochornado toda su vida) a la prístina obviedad (la experiencia de la Segunda Guerra –el desembarco, la batalla de Hurtgen Forest, la entrada en Dachau– habría dejado en el escritor un trauma imborrable), pasando por el determinismo erótico (Salinger, ninfófago célebre, habría contraído el virus nabokovianus de joven, cuando la súper teen Oona O’Neill aprovechó que se iba a la guerra y lo plantó por Charlie Chaplin), el bovarismo salvaje (Salinger se extraditó del mundo real para vivir en el que había inventado, el mundo de la familia Glass, disfuncional y suicida pero infinitamente más glamoroso) o la vulgata sociopsicoliteraria (karma muy norteamericano, la vida de Salinger no tuvo segundo acto: conoció el éxtasis del éxito y se agotó).
El Salinger de Salerno y Shields no es serio, ni inspirado, ni elegante, ni siquiera especialmente asombroso para los standards biográficos americanos, tan exigentes, siempre, a la hora de tasar exhaustividades, primicias y esos coups de théâtre únicos que dan vuelta las vidas como guantes y nos deparan el alivio de saber que vivimos equivocados. Pero si es interesante, si es incluso irresistible –para hablar la jerga de las toxicofilias, el verdadero género que el libro de SS debería reivindicar–, es porque es un objeto básicamente malsano, que actúa con una especie de indolencia psicopática los problemas que debería plantearse y que todas las grandes biografías contemporáneas –del Henry James de Leon Edel al Philip K. Dick de Emmanuel Carrère, pasando por el Wittgenstein de Ray Monk y el Kafka de Reiner Stach– debieron articular de algún modo para ser lo que son. Esos problemas son básicamente dos: cómo leer a la vez una vida y una obra y cómo leer a la vez esa vida y esa obra y la relación que el biógrafo establece con ellas. Si el Salinger de SS los actúa es porque no puede pensarlos, y no puede pensarlos simplemente porque no sabe, no puede, no quiere leerlos. Híbrido de letra, voz e imagen, mosaico de versiones montadas según la lógica del infomercial, el libro de SS es un objeto más para ver que para leer porque es un libro que no lee, que no cree en leer, que no cree que para hacer la biografía de un escritor, aun de un escritor ultra pop como Salinger –icono literario, gurú, excéntrico, freak–, y aun una biografía oral, sigue siendo necesario leer. En ese sentido, el Salinger de SS no es un libro de biógrafos sino de groupies, y ni el más sorprendente de sus hallazgos brilla más que la gema más triste de una vitrina memorabílica. Y es en ese sentido, también, que todo lo que el libro exhuma del caso Salinger suena menos a descubrimiento que a satisfacción y a revancha, como si SS susurraran entre líneas que lo que encontraron husmeando no es más ni menos que lo que Salinger –en tanto que ídolo– les debía –a ellos, en tanto que fans, pero también consumidores, compradores, clientes, usuarios, etc.–. Tal vez ése sea el mérito más singular de este libro, y también el más incómodo: poner en escena a qué se parecerá una existencia artística cuando los encargados de contarla no sean los biógrafos, lectores devotos de signos de vida, sino los fans, raza desinteresada y militante, parcial y exhaustiva, insensible y vengativa, talibanes de la experiencia vicaria que lo saben todo de sus ídolos, que sueñan con dar su vida por ellos, pero nunca gozan tanto –véase Mark Chapman, fan de Lennon pero también de El cazador oculto– como cuando los ajustician.

 

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Publicado en Alan Pauls, Édith Piaf, Bertolt Brecht, Caroline Moorehead, Carolyn Burke, David Shields, Elsa Morante, Erdmut Wizisla, J. D. Salinger, María Antonieta, Pier Paolo Pasolini, Roberto Fontanarrosa, Roy Porter, Samanta Schweblin, Sandro, Sergio Pujol, Shane Salerno, Walter Benjamin | 1 Comentario

Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo XI

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Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
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XI
Una carta para Enrique Symns 

 

El hombre ante la muerte
Enrique.
Tendría que seguir trabajando. Seguir buscando el hueco que me permita llegar a pagar el alquiler y la comida el próximo mes.
Pero no puedo.
Ahora. En este momento.
Necesito decirte algo hace días y que esta noche si no hago el intento de hacerte llegar mi palabra más franca algo del orden de la verdad en relación al amor que siento por vos se volvería pura farsa.
Alguna vez fui un chico. Y ese chico quiso mucho a su abuela. A tal punto que hoy que no estoy pasando por un buen momento su reloj, un bellisimo relojito de mujer, que me acompaña hace tres décadas, lo llevo a todas partes. Es mi amuleto. Mi talismán. Sus ojos claros. Inolvidables. Que seguirán brillando mientras tenga aliento. Y que me cuidan y guían en la errática deriva de estos días. Y sin embargo, a esa mujer que quise tanto y que es parte de mí como las manos con las que tecleo en la computadora estas palabras, una tarde de verano en Mar del Plata, me pregunto a quién quería más, si a mi mamá o a mi papá. Y yo que era un chico entendí que la pregunta era una mierda y que no había posibilidad de palabra sincera, así que le dije a mi abuela, lo que ella no quería escuchar. A mi mamá. No a su hijo. Y le hice daño. Pero si no se lo hubiera hecho en ese momento hoy, esta noche, no estaría acompañándome después de tantos años.
En fin.
Enrique.
La primera noticia que tuve de vos fue por Mariano, un noviecito de mi hermana Mariana.
El leía a Lautreamont, Bukowski, Dostoievsky, Celine y tenía varias revistas de Cerdos y Peces.
Aun recuerdo a Mariano en su roñosa pieza de José León Suárez y con su tapado negro transmitiéndome la belleza de ese comienzo de editorial de la Cerdos donde hablabas de la guerra de Irak:
Un franco tirador se ha subido al techo del mundo.
Luego recuerdo un cassette que si no me equivoco perdí en la casa de Juan Escobar – una amistad que te debo, ya que Juan y su familia me han procurado infinitos afectos y cuidados –  donde el Rafa Hernández te hacía una entrevista en su programa de radio Piso 93.
Luego vendrían los libros editados por Jorge Lanata Invitación al abismo y Páez, este último regalado por vos y Vera para un cumpleaños mío donde me escribías una dedicatoria que lamento no poder reponer por no estar el libro en este departamento.
Y sí.
Entonces llega el momento de conocerte.
Con los ahorros de un año de trabajo en la sección de menaje del Carrefour de San Martín fui a anotarme en un curso de periodismo que dabas en la calle Estados Unidos – entre Cemento y la avenida Entre Ríos – y donde funcionaba la Cerdos que había vuelto nuevamente.
Leerte fue para mi tan importante como leer a Borges, Fontanarrosa, Ellroy o McCarthy.
Y conocerte algo que me marcó para siempre como el día que conocí a Pablo Entrerrios y me abrió las puertas de la radio.
Esos momentos, como el amor,  son instantes con los que uno tropieza, choca, y de repente todo cambia. Se buscan, siempre se buscan y uno los espera, los anhela, pero no siempre se dan porque no hay mapa ni brújula que te guíen hacia ellos sino que uno debe dejarse perder permitiendo que los pasos se dispersen y reagrupen, que la mirada vague y se detenga de repente con visión rígida y espíritu sin ataduras para escuchar hablar al misterio.
Yo escuche hablar al misterio.
Te vi, te escuche esa noche que diste tu monólogo sobre Totem y tabu en la casa de José donde ya estabamos promediando el curso y la Cerdos había perdido su redacción de Estados Unidos y ahora funcionaba en el sótano de el bar El Mirador.
Yo siempre insisto que tenés un don.
Que tenés un brillo.
Un no sé qué.
Un algo que tienen algunos y que si lo saben pulir logran una belleza inconmensurable.
Se puede aprender a escribir, actuar, dar una clase, hacer un dibujo o interpretar un personaje he incluso ser muy bueno con el tiempo.
Pero ese don, ese brillo no se aprende, se lo tiene o no.
Maradona, Pancho Villa, Marlon Brando, Charly García, Faulkner o Philip Dick lo tenían.
Y no es que ellos trabajaron más que muchos otros que hoy nadie recuerda o resultan figuras endebles al ponerlas en serie con estos nombres.
Sencillamente ellos poseían un don que se tiene o no.
No se fabrica. No se inventa.
Esta o no esta.
El resto es laburo. Oficio.
Que sí se construye. Se pule. Se domina. Se pueden conseguir buenos resultados o estropearlo todo.
Y vos tenés ese don.
Yo lo vi.
Yo lo escuche.
Yo lo leí.
Recuerdo al armenio Andrés Mouratian – otra persona que te debo haberlo conocido por vos – una tarde en su auto saliendo del Borda en la que me dijo:
Enrique es un boludo 23 horas y media al día pero durante media hora por día en algún momento es brillante, genial, único.
Tenés ese brillo.
Lamentablemente sos un vago y no llevaste ese brillo hasta el fondo.
Lamentable, obviamente, para mi, no para vos, porque si hubieras decidido escribir de forma obsesiva como Fernando Pessoa u Horacio González hoy podría haber decir que fui feliz con tu don muchas veces más de las que pude experimentar.
También de ese curso surgió la revista Vestite y andate de donde hasta el día de hoy sigo manteniendo una amistad que atesoro y me es fundamental con Fernanda y Gustavo.
Y no quiero olvidarme de Santiago Ferron que es como un padre para mí y que vos me lo presentaste en ese momento prófugo de la justicia y criando a una hijita que hoy ya es una mujer.
Sí, ha pasado el tiempo.
Desde un principio entendí que además de ese brillo que te hace único y especial y diferente a cualquiera también tenías una parte dañina, cruel, implacable.
Por eso desde un principio mantuve la distancia adecuada para que no pudieras hacerme daño y poder quererte.
También es cierto que en El Mirador al grupo de Vestite y andate nos cuidaste con cierta delicadeza que no es habitual en vos.
Un ejemplo que puede parecer bobo pero que creo que es un buen ejemplo.
Jamás permitiste que te viéramos tomando merca – siempre te vimos duro pero nunca tomando – y jamás nos ofreciste vender un papel o compartir un saque.
Nos cuidaste. A tu manera nos cuidaste.
Como no lo hiciste con muchos amigos tuyos a los que quisiste y los traicionaste.
Lo cual se por relatos de algunos de ellos y por tus propias palabras donde no pocas veces relataste la fábula de el escorpión y la rana donde siempre interpretaste el personaje del escorpión.
Y estoy dando todo este rodeo porque lo que te quiero decir no es fácil.
Porque probablemente no te guste y te enojes.
Pero si no fuera capaz de decírtelo mi amor hacia vos y agradecimiento por ese brillo que me diste con tus palabras seria cartón pintado.
Ahora recuerdo ese fin de año en el que te encerraste a pasar solo el año nuevo en El Mirador.
Fito Páez había alquilado una quinta y te había invitado.
Pero vos no quisiste ir y a tus padres le mentiste que te ibas para la quinta de Fito pero yo sabía que estarías solo en el Bar frente a el Parque Lezama, ese lugar mágico que aun hoy sigue vivo a pesar que la ciudad entera parece más un cementerio que una aventura.
Y entonces sin consultarte decidí ir a pasar fin de año con vos.
Ahora, mientras escribo esto, te veo en una de las ventanas de El Mirador, tomando una ginebra y escribiendo y yo llegando con miedo de que no estuvieras, que te hubieras ido a pasar la fiesta con Páez o a algún otro lado y me quedara clavado solo viendo año nuevo en un banco del Lezama.
Pero ahí estabas y la pasamos juntos.
Luego vino Vera y otra gente y fuimos todos a Ave Porco.
Si no hubieras estado, me hubiera sentido un pelotudo pero igualmente contaría la anécdota convencido de que hice lo que quería hacer.
Si bien no somos amigos.
Nunca lo fuimos.
Si te quiero mucho, tanto como a un amigo.
Y que si bien para vos yo solo soy un conocido.
Creo que algo me aprecias.
Por eso, por todo lo que dije hasta acá voy ha hablarte con franqueza.
Enrique.
Hasta donde me contó Fernanda no estás bien y la operación que te espera no va a hacer más que hacer todo más difícil y triste y humillante.
Ok.
Enrique.
Creo que deberías meditar seriamente si tiene sentido seguir o retirarte definitivamente.
Sin mariconeadas.
Porque si la operación solo te ata a una cama y a depender de enfermeras y médicos y a ir muriéndote lentamente sin margen para moverte por vos mismo sería terrible.
Tu cuerpo increíblemente resistible a todo esta muy desgastado hoy. Tu cabeza sin embargo sigue intacta, o mejor, muy bien.
¿Te imaginas lucido pero postrado en una cama?
El dolor al que estarías obligado a padecer sin posibilidad de escape salvo pudrirte y enloquecer lentamente.
Por eso Enrique.
Quizá me equivoque.
Y solo te estoy expresando algo que veo y siento sin tener más certezas que las que intuyo por lo que se.
Pero lo que se puede estar equivocado.
Y de lo que te estoy hablando es de tu vida y de tu muerte.
Y lo que te pido ahí es que medites soberanamente sin hacerte trampas a vos mismo porque en definitiva lo que decidas hoy si no lo evalúas correctamente el que va a padecer las consecuencias sos vos y nadie más que vos.
Por eso, Enrique, si realmente la operación te va a permitir seguir vivo adelante. Pero si es solo algo que te va a permitir sobrevivir miserablemente, entonces, quizá sea el momento de conseguir un arma y volarte la cabeza o darte una sobredosis de insulina.
No sé qué es lo correcto.
Eso lo sabes vos.
Yo solamente te digo lo que vos me enseñaste.
Se un hombre.
Mira a la muerte a la cara.
Evalúa tus posibilidades reales de seguir vivo de verdad.
Quizá una cama de hospital sea el mejor camino.
Quizá suicidarte sea el mejor camino.
Te quiero mucho.
Juan Pablo Liefeld
Nick Cave and the Bad Seeds live at the Bizarre Festival in 1996

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo X

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Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
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X
El día que Borges conoció a Dolores

 

-I-
CLARIN MIENTE
Capítulo 2
(un cuento narcoprostibulario K para niños de 4 a 6 años)
Estoy por responderle un mail a Hernán Sassi.
Lo empiezo a redactar y me doy cuenta que lo que le estoy contando merece ser público, no privado.
Así que abro un Word y me siento a escribir.
Pero el miedo me hace retroceder.
El miedo me aconseja que lleve la montaña de ropa sucia que tengo al lavadero. Que lave los platos. Que sigua trabajando en mi pagina Libros Kalish y en mi cuenta de Mercado Libre. Que me tire en la cama a leer alguno de los libros que tengo a medio leer: Agustín de Peter Brown, País de sombras de Matthiessen, Perfídia de Ellroy, La trata de esclavos de Hugh Thomas, Cuerpo de Harry Crews, El hombre que se enamoro de la luna de Spanbauer y dos o tres más que no me acuerdo ahora. Que prenda la tele. Que llame a algún amigo para salir a boludear a la noche.
Cuando el miedo te habla las palabras entran en el cuerpo con la facilidad  con la que un miembro erecto puede penetrar un ano correctamente trabajado y bien envaselinado.
Y cuando ya la tengo adentro y estoy mordiendo la almohada como un perro rabioso, de repente, hago de tripas corazón, cierro las filas del dolor y le digo al miedo mirándolo a los ojos:
Así, no.
El miedo se burla de mí.
Me agarra la cabeza.
Me la mete en la boca y me dice:
El bebote tiene hambre, tome la mema, tome toda la lechita, que después le hago hacer provechito y va a dormir la siesta como un campeón.
Y ahí, justo ahí.
Cuando el miedo ya me tiene arrodillado y presa de su voluntad me acuerdo que aun me quedan en el comedor algunos dientes sanos. Los suficientes para hacer daño.
Muerdo con rabia y desesperación.
El miedo grita loco de dolor.
Lo empujo, cae al piso y yo corro a encerrarme en el baño con su cachibache en la boca y toda la cara embadurnada de chocolate.
Y grito:
¡Por el poder de Nestor dame Zaracatunga!
Y ya está.
Ahora soy un super heroe.
Ahora soy Lanata Gay K.
Puto, puto, puto.
Salgo del baño.
Me paro frente al miedo y le escupo en la cara su salchicha.
Y voy a la computadora, me siento y me pongo a escribir periodismo K para todos y todas.
A ver, tengo mucho material para hoy, así que apretemos el bandoneón para llegar al carozo del tango esencial.
Los K como Grupo Clarin mienten cuando ambos bandos acusan al contrario de tener la suma del poder mediatico.
Inflan al enemigo y se victimizan ellos.
Pero en ambos bandos existe la suficiente liquidez de caja para decir y mostrar lo que se les canta las pelotas a cada uno de ellos.
Así que al pescado podrido de la dictadura mediatica que me quieren vender los K y el el grupo Clarin, yo, Lanata Gay K, les digo:
¡Putos, putos, putos!
Bien.
Sigamos.
Pasemos a otro tema, como reza una bellisima canción de Andrés Calamaro.
Para la presidenta la inseguridad es producto de un espejismo proyectado por el alma perversa de Clarin, que obliga a las madres de los funcionarios K a vivir empastilladas mirando con terror por la tele como los Barbaros asolan las calles de Roma.
Ok.
Yo le propongo un experimento a la presidenta.
Que hoy domingo diez de la noche me preste por un rato a su madre y a su nieto.
¿Para qué?
Para hacerlos ir caminando sin custodia desde Artigas 5814, la casa de mis padres en Chilavert hasta la heladeria Irupé en el corazón mismo de Villa Ballester.
No son más de 15 cuadras.
Y me gustaria que una camara oculta en auto siga a cierta distancia a la madre de la presidenta y a su nieto. Y otra camara la filme a la presidenta mirando desde Olivos toda la escena.
Es una escena familiar y tierna donde una familia sale una noche por las calles del Conurbano Bonaerense a comprar heladito.
Me gustaria ver esa escena.
Para comprovar que a medida que su madre avanza por la calle Artigas rumbo a una de las mejores heladerias del Conurbano su rostro no se desfigura por el miedo de estar poniendo en peligro al nieto de la presidenta.
Para ver como la presidenta tiene que atarse las manos para no bajarse una botella de wiskhy para tolerar el horror al que es sometido cualquier familia del Conurbano que se le ocurre pisar las calles de noche.
Y para terminar.
Me llama la atención que haya escrito que existe un celular de 10.000 dolares y que pertenezca a la mujer de uno de los dueños reales de la argentina y nadie me pregunte si esto es real o un invento mío.
Bueno, como nadie me pregunta, porque son todos ¡putos, putos, putos!, yo les voy a contar igual.
Ese celular existe y esa mujer existe.
Y te voy a contar una historia terrible en relación a ese celular y esa mujer.
Esa mujer tiene un Bolichongo que hace las delicias de nuestras elite ilustradas.
Hay cierto homosexual asqueroso de Puan que dice ser hijo de Foucault y Pasolini al cual le gusta chuparle la bombacha  a esa mujer para bancarse sus infulas de princesa Lady Di o Máxima Zorreguieta.
Ok.
Esta mujer un día llega a su Bolichongo, abre su cartera y descubre que no tiene su célular de 10.000 dólares.
¿Y qué piensa esta buena mujer enyuntada con uno de los dueños reales de la Argentina?
Me lo robaron.
Lo cual no es loco que piense eso ya que si su pareja a logrado ser dueño de la argentina gracias al robo a mano armada por qué los que rodean a esta buena mujer no van a queres seguir su ejemplo.
Entonces la buena mujer puso el bolichongo patas para arriba y acuso a todo sus empleados de ladrones.
Imaginate el momento que se tuvieron que fumar los empleados cuando esa mujer los acuso de ladrones.
Imagino que devieron haber sentido lo mismo que un militante de los 70 sintio al ver estacionar un Falcon verde en la puerta de su casa.
Ok.
Y acá viene el remate de este cuentito triste y horrible como el mundo que puedo ver desde la ventana de mi monoambiente.
El celular esta buena mujer se lo olvido en una confiteria y el mozo que lo encontro la llamo días después para informarle que lo había encontrado.
En fin.
Me voy al chino a comprar un wiskhy y puchos para sentarme a ver por la ventana de mi monoambiente como la tarde se muere y con ella mi corazón.
¡Putos, putos, putos!
APENDICE A CLARIN MIENTE (capítulo 2)
salgo a la calle
luego de denunciar la ficcion de la dictadura mediatica
y con quién me tropiezo
en la pizzeria de Pichincha e Hipolito Yrigoyen
con el capanga del afsca
Eduardo Rinesi
con esa barba enorme
que oculta un bello rostro
escribiendo en una mesa
de la pizzeria La Posta
¡me siento Oliveira
preguntando
¿Encontraría a la Maga?
y que la deriva
de la ciudad
nos reúna
caprichosamente!
-II-
Porno Amateur
Jorge Luis Borges, Sandro, Roberto Fontanarrosa y William T. Vollmann

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo IX

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
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IX
Das Ende des Weges (Aus Nahrungssorgen)

 

-I-
ROTO Y DESCOCIDO
Así, si el número de mutilados de guerra [de soldados estadounidenses] fue de diecisiete mil, entre los trabajadores que permanecieron en Estados Unidos sufrieron amputación cien mil a consecuencia de accidentes laborales durante el tiempo que duró la guerra.
Se desataron todos los infiernos, Max Hastings

 

Al pintor, dibujante y humorista George Grosz lo conocí por la tapa de un libro de Nicolás Casullo donde se reproducía un fragmento de su famoso cuadro Metrópolis.
Al menos eso me dicta hoy la memoria.
Poco y nada puedo decir de la historia de la pintura.
Esto me gusta. Esto no me gusta. Esto me parece una terrible boludez. Esto me parece genial.
Son sentencias que puedo sostener por una formación estética que me viene mayormente de la literatura y la música pero que difícilmente pueda argumentar por desconocer la historia de la pintura.
George Grosz vivió en una época y un lugar particularmente generoso en el derroche de expresiones estéticas y pesadillas sociales.
Era alemán como mi abuelo paterno.
Poco y nada puedo decir de la historia de Heriberto Oto Liefeld.
Que durante la Segunda Guerra Mundial todos los meses aportaba una parte de su magro sueldo para ayudar a su país a ganar la guerra.
¡Era nazi!
No, bebote.
Era un boludo que creía en su país. Como hay otros que creen en la historia, Dios o el progreso.
Y por cierto – una cuestión que excedía ampliamente a un techista, mi abuelo hacía techos – cuando se preguntan algunos cómo podían tolerar ciertas personas vivir en la Alemania nazi, me gustaría recordar dos cosas: una, que la historia siempre es terrible; y dos, que Sigmund Freud recién se va en 1938 a Londres no tanto porque le molestara la situación politica sino por la inchapelota de su hija. Freud como Ernst Jünger o Martin Heidegger o Karl Kraus eran concientes de la horribilidad de la situación pero ya habían percibido que el mundo que se avecinaba luego de la guerra era un horror ganara quien ganara. Y si cruzamos el océano y viajamos por esa Norteamérica tan maravillosa donde Thomas Mann encontró refugio nos podemos topar con William Faulkner al que nadie jamás le paso factura por vivir en una región donde el racismo era tan asqueroso como el de Hitler.
Del abuelo tengo tres recuerdos.
Una tarde en la puerta de su casa en José León Suárez en cueros tomando una cerveza.
Un domingo que me llevo a pasear en su motoneta.
Una foto de Mar del Plata donde estamos festejando mi cumpleaños.
Y algo más.
Un recuerdo de la abuela Elsa Kalish, cuya madre era prima hermana de Schindler, el de la Lista de Spellberg.
En casa había billetes alemanes de la década del 20 y la abuela me contaba lo terrible que era la hiperinflación alemana donde la gente usaba los Marcos para tapizar las paredes.
Y obviamente el abuelo jamás se nacionalizo argentino. Gracias a eso yo tengo la nacionalidad alemana. Que me chupa un huevo como la argentina pero que acepte que mi hermana Mariana y mi primo Sebastián me la tramitaran porque siempre puede irse todo a la mierda acá y es bueno tener un papel que acredite que perteneces al primer mundo.
Mi abuelo y George Grosz conocieron la Alemania de los Weimar.
Uno era un niño que padeció de la supervivencia diaria de un país hecho mierda. El otro era un adulto y ya un artista consumado.
Ok.
Hasta acá el abuelo.
Chau, abuelo, Gute Nacht, süße Träume.
En los dibujos y pinturas de Georges Grosz lo que desde un principio me fascino fue como logra captar lo esperpéntico de una época y lo familiar que me resulta esa mirada porque es sencillamente la mía y la tuya, lector pelotudo.
Burgueses satisfechos y putas de saldo y esquina.
La política y el sexo en su obra son pura pornografía.
Pornografía que no habla de Aletta Ocean detrás de un escritorio haciéndose una paja cuando entra su jefe y la descubre y se la recoge.
Como cualquier hombre bien nacido y que no sea un degenerado invertido desearía cogersela hasta quedar seco.
No.
La pornografía de Grosz habla de la vida cotidiana de una ciudad, de una sociedad y de un mundo que es… a ver, pabote lector, de quién es esa ciudad, esa sociedad y ese mundo pornográfico del que habla Grosz, del tuyo y del mío, bien estúpido, algo vas captando.
Bien.
Quería balbucear algunas palabras sobre Grosz porque en estos días me dí cuenta que cuando saco fotos en la calle o hago mis collage me inscribo claramente en la tradición de Grosz.
Esos musulmanes que fotografío y los cruzo con pornostars dicen mucho más de tu vida cotidiana que la supuesta importancia de si Pirulito o Menganito va primero en las encuestas de quien será el próximo capitán del siempre nuevo y maravilloso Titanic.
Perdón, porque doy por supuesto que todos saben qué estoy diciendo cuando llamo a la gente que duerme en la calle musulmán.
Musulmán es el término que usa Primo Levi para señalar en su libro Si esto es un hombre a los rotos y descocidos de un campo de concentración.
Mira si estarán rotos los tipos que duermen en la calle y lejos de vivir en el mundo maravilloso en el que vos y yo vivimos que son los únicos “seres humanos” que no tienen celular.
Un cartonero tiene celular. La mujer de uno de los dueños reales de la Argentina tiene un celular que vale 10.000 dólares. Pero el tipo que duerme en la puerta de tu casa no tiene celular.
Los campos de concentración como se entienden en la modernidad fueron usados mucho antes que por los alemanes por los españoles y los norteamericanos. Y cuando los Aliados ganaron la guerra no destruyeron los campos de concentración como sí destruyeron ciudades enteras sino que simplemente se limitaron a desalojar a unos y poner a otros en ellos.
Los otros días luego de sacarle unas fotos a una mujer rota, pornográficamente rota, en la puerta del edificio de la casa de Charly García, en Coronel Días y Santa Fe, se me ocurrió pensar que hoy toda la ciudad es un campo de concentración. La diferencia es que los alemanes eran más piadosos. Cuando la gente se rompía la gaseaban – con un producto que patento la misma empresa que hoy te vende medicamentos para tu hijo – y se moría físicamente, porque espiritualmente ya estaba muerta. Pero nosotros ni eso, sencillamente a la gente que se rompe la dejamos tirada en la calle.
Los campos de concentración no fueron una locura producto del Profesor Neurus sino un laboratorio donde una civilización ensayo una forma particular de ciudad, de sociedad, de mundo.
A los argentinos les gusta trompetear que los desaparecidos son un invento argentino.
Pero cuántas especies animales y vegetales han desaparecido en los últimos 200 años producto de una forma de vida que occidente no duda en seguir creyendo que tiene un futuro de progreso tan prometedor y feliz que es capaz, incluso, de convertir a sus propios hijos en musulmanes.
-II-
acabo de releer el prologo de Baron BIza a su novela «el derecho de matar» libro que tipeamos a cuatro manos con Sebastián Hernaiz y fue publicado en no me acuerdo que numero de la revista elinterpretador y nada lo reprodusco porque es muy bueno, asi como quien quiere leer la novela la puede leer entrando en el link de este post (Baron Biza. El inmoralista – Christian Ferrer):
A MANERA DE PRÓLOGO
Aclaremos…
Lector: No quiero, ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, no temo a tu abrazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama; más allá de esa fe que hácete creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo.
No tengo trazas de Cristo ni vehemencias de profeta. Si mides mi libro con la vara mediocre del catecismo de tu vida, mi libro, dejará en tu alma un acre sabor de inmoralidad. Será inmoral porque te mostrará su maravilloso pubis y sus erguidos senos y habrá de hablar desde el fondo obscuro del protoplasma.
Inmoral quizás, porque te recordará, cuando ello sea necesario, que defecas diariamente.
Te hará dudar de tu Dios.
Te ensañará a escupir sobre el código de la Sociedad y de la ley, de esa ley dictada por viejos sicalípticos, seniles, decrépitos y repletos.
Te hará dudar de ti mismo.
Si no tienes coraje, déjalo. Hay en él cátedra de muerte, tribuna de revolución, escuela de crimen, remansos de odio, crimen y sadismo fruto sólo de la simiente que los hombres, mis hermanos, arrojaron en mi alma…
No fue escrito para las muchedumbres endebles, ni para los mercaderes disfrazados de rotativos, ni para los maestros en técnica, ni para los que visten la toga de la estupidez a modo de ciencia, ni para los policíacos, ni los invertidos.
Todos los libros encuentran un rincón en las bibliotecas. El mío, no lo encontrará nunca, porque no lo busca, porque no lo quiere, porque no es veneno que ha de guardarse en ampolletas. Si ese hubiera de ser su destino, no lo habría escrito…
Tampoco necesita encuadernarse para adornar “boudoir”, ni sirve de solaz a semivírgenes.
Veaa corretear salvaje en el cerebro de la humanidad, a gritarte en la noche triste de tu cama fría o mentida la verdad que conoces y callas, va a retozar en las cavernas de tus pulmones como lo hacen los bacilos de Koch, como lo hacen en tus venas las espiroquetas pálidas que te brindaron como herencia tus mayores, cuando volcaron generosos en tus vasos sanguíneos el residuo de los suyos.
Está hecho para los harapos, para los hijos de nadie, para “los mal nacidos”, para los que tienen por cabecera el tarro de basura, para los que no tienen Dios, ni hembra… Para los vagabundos que sueñan mirando al sol en los suburbios de las ciudades esperando el nuevo amanecer y que más tarde disputan, a los perros, los huesos que arrojaron los sirvientes, y que rechazarían las “Quiquís” y las “Lulús”.
Son hojas destinadas a las prostitutas sin cartilla, los presidiarios que no llevan número, los Jueces y quizás las colegialas.
No te engaño, porque si así lo hiciera, pretendería engañarme a mí mismo.
En sus páginas, como ante el calidoscopio, desfilarán esperanzas muertas, jirones de una vida, de un corazón y de un cerebro. Un corazón y cerebro a semejanza del tuyo, que va a mostrarte sus lacras y sus bellezas, que desplegará ante tus ojos, el abanico de sus lepras y sus virtudes…
He nacido rebelde, revolucionario, como otros nacen proxenetas o cornudos.
Alma que no busca el alma hermana.
No te pido respeto ni mofa. No me interesa. Estoy por encima de tu admiración o de tu burla.
No espero ni tu aceptación ni tu rechazo. Voy hacia ti sin que me llames, seguro de mí mismo.
El Autor
-III-
CLARIN MIENTE
(un cuento narcoprostibulario para niños K de 4 a 6 años)
hoy me voy a poner el disfraz
del aparato publicitario-periodistico K
voy a invocar la palabra
magica
que creo y lego
el conductor Nicolas Repeto
y que hoy es patrimonio
de la lengua rioplatence
¡por el poder de nestor
dame
zaracatunga!
y ya esta
ahora soy
lanata gay k
puto puto puto
sí a vos
te digo
puto puto puto
bien
clarin miente
y lo voy a demostrar
denunciando una informacion
que tengo recontra chequeada
de un cagatintas del grupo clarin
diego erlan
un periodista cultural
pelado y con una barba
que si le pusieramos un turbante
es igualito a bin laden
ok
periodismo k
para todos y todas
titulo de la nota
Murió Edgardo Russo, una elegante figura de la edición independiente en nuestro país
a ver dieguito
de russo
se pueden decir muchas cosas
menos que era elegante
se puede decir que era un puto insoportable
que era una conventillera
que no sabia cuidar y respetar
a la gente que trabajaba para el
que era un buen editor
lo que quieras
meno que era elegante
al menos que para clarin y sus esbirros
elegante
quiera decir
mamarracha
clarin y erlan
mienten
putos putos putos
-IV-
este collage se llama: El abogado de La Reina de los Supermercados Chinos que es coreana, se la da de Yoko Ono y nunca se garcho al Viejo Boludo porque no se le paraba

Copia (20) de Copia de Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Jorge Luis Borges

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo VIII

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre y una Muñequita Liefeld Puteadora. 
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
VIII
La novia de Charly García

 

-I-
Es paradójico.
Probablemente las columnas de Confesiones de un librero de mierda escritas por Chuang Tzu y traducidas al español por Jorge Luis Borges sean de las mejores cosas que escribi el año pasado.
En ellas hacia equivaler a una librería con un puterio y a mi profesión de librero con el de una puta.
Libros Kalish a partir del lunes abrira sus puertas en Ayacucho casi Esquina Corrientes. En un monoambiente donde alguna vez funciono un puterio. Donde alguna vez se filmo una película porno.
Libros Kalish no usa imágenes de libros para comercializar sus productos. Durante un largo tiempo use imágenes de pornostars. Muchas conchas, tetas y luego pijas y transexuales. Las pijas descubri que a la gente le hacia cortocircuito, que le chocaban, que la violentaban. Las tetas y las conchas y los culos no. OK. Entonces llene la pagina de pijas. Como quien diria: no te gustan las pijas, toma, te meto otro pijazo.
¿Acaso el mercado no hace eso todo el tiempo con tu cuerpo y tu mente: romperte el culo todo el tiempo a puro pijazo?
Probablemente haya un goce perverso en cada uno de esos pijazos que nuestra civilización recibe con un dolor que deforma y destruye el alma de cualquiera.
Luego la estetica del Libros Kalish viro hacia las fotos de personas durmiendo en la calle.
Llene la pagina de fotos de “musulmanes” durmiendo en las calles de Buenos Aires hasta que una madrugada me robaron la camara.
Entonces nuevamente la pagina viro su estetica y comence con los collage.
En estos collages fundi las pijas y las conchas con las fotos de los musulmanes de Buenos Aires.
Y finalmente a eso le sume los ojos de Jorge Luis Borges de una foto sacada por la revista Life y la monte a todos los collages que vengo haciendo desde hace un tiempo entre putas y musulmanes.
Y a partir del proximo lunes Libros Kalish – que es la única librería del mundo que comercializa sus libros con pijas y conchas y musulmanes – termina abriendo sus puertas al publico en lo que alguna vez fue un putero y se filmo una porno.
Todo tiene que ver con todo.
Y el lunes pasado una vez mas tapado de quilombos y al borde del precipicio recibi una llamada.
Era mi cuñado.
El Alemán.
Uno de esos personajes del Conurbano con una vida de película.
Un salvaje. Un indomable.
Un tipo que paso por todas.
Estrella del basquet y pistolero.
Que conoció la miel del oro y la oscuridad de una tumba.
Que ahí en José León Suárez donde la policia y la gendarmeria solo puede entrar con apoyo de grupos de elite y helicópteros y munición gruesa el entra caminando y la gente lo quiere.
Y ese personaje cansado de la horribilidad del ser humano me llamo que estaba de paso por Buenos Aires y llendose a Misiones para empezar una nueva vida en el campo. Con una mano delante y otra atrás. Tan solo con un pasaje de tren y dos monedas. Y nada mas.
Y como yo tengo un conocido que tiene campos en misiones le pedi algun contacto y punta para él.
Le hice una descripción de quien era y me dijo cómo pretendía que recomendara a alguien así.
Y yo le respondí que todos tenemos a Dios y al diablo en nuestro corazones pero que a diferencia de todos el era buena madera. Que quiza podía volver a cagarla. Pero que era madera noble y que no tuviera una nueva oportunidad seria triste.
En fin.
Me di cuenta ahí, justo ahí.
Que los dos estabamos nuevamente viajando a la aventura sin red.
Con biografias muy diferentes.
Pero nunca siendo alcahuetes de la cana, siempre intentando hacer la nuestra sin perder nuestros rasgos humanos.
Obviamente en el camino nos deformamos.
Pero milagrosamente algo sobrevivio. Lo suficiente para seguir más vivos que muchos que hoy no necesitan tirarse al vacio y jugar a todo o nada.
Ok.
Libros Kalish ya quebro en seis años varias veces.
La dieron por muerta todas y cada una de esas veces y lo que es más doloroso a veces gente a la que uno quiere mucho.
Y sin embargo aquí esta una vez más después de seis años a medio camino entre los muertos que duermen todas las noches bajo un techo seguro y los musulmanes que duermen en las calles de Buenos Aires.
Si tendria que leer los datos objetivos de la realidad tendria que abandonar ya mi nave pirata. Nunca tuvo oportunidad concreta de existir. Y sin embargo aca esta navegando. Ahora a pasos de Callao y Corrientes donde empezo mi amor por los libros.
Quiza salga todo mal.
Pero que las cosas salgan bien no es la norma sino la excepción.
Ya senti otras veces el vertigo de este momento. Ya me mori muchas veces. Pero como no me traicione pude sobrevivir a cada una de esas muertes dolorosas y terribles.
Una vez mas el destino pone el peso de mi fortuna que para los griegos era esa fortuna la carga de desgracia que todo hombre lleva consigo y que solo sabiendola llevar consigo sin negarla e intentando equilibrarla se puede vivir sin ser un esclavo, sí, del destino.
Ahí vamos una vez más.
A la aventura.
Por esta librería.
Que no es un asqueroso emprendimiento comercial.
Sino que soy yo.
Juan Pablo Liefeld.
-II-
suena el telefono
¿sera un cliente?
¿sera la clienta que me hiba a comprar
Cultura e imperialismo de Edward Said?
por fafor
que sea un puto cliente
necesito la puta plata
pero no
el suspenso que genera el sonido del tenelfono
se desvanece
y la realidad hace mierda una vez mas
cualquier atisbo de esperanza
digo hola
me saludan y me piden mi nombre
le digo
que quiere
me cuenta que es de telefonica
y me empieza a ofrecer no se
se que mierda
y pienso
vos queres la puta plata que yo no tengo
sorete
y lo corto en seco
gracias, no me interesa
y me pregunta
¿por algun motivo en particular?
y le respondo
porque no tengo ganas que me rompan los huevos
y cuelgo
y la noche ya llego
para todos y sin distinción
-III-
PASOLINI
hace mas de dos
años que vengo diciendo
que Daniel Scioli
es la unica oportunidad que tiene
cristina
y que es lo mejor que tiene
sino preguntenle a Pablo Ruchansky
y le afirmaba
a pablito
cristina y yo
sabemos que eso es verdad
y no es porque yo sea un genio
ni porque tenga muchas luces
simplemente se leer
algo que hoy la inteligencia
argentina
confunde con mariconadas
de todo orden
y toda clase de beneficios
para la cartera de la dama
y el bolsillo del caballero
bien a las pruevas me remito
sino ahi esta ruchansky
en fin
leen mal chicos
todos
de un lado y del otro
yo igual no creo en nada de todo esto
y vuelvo a formular una pregunta
que todos ustedes
obvian
¿pueden las democracias actuales
ser capaces de esuchar
los problemas que le plantea
la tecnica?
cuando originalmente ese pregunta
se formulo
era una incognita
hoy en cambio
esa pregunta esta respondida
aunque nadie la quiera escuchar
y me despido
recordandoles
que mi amado pasolini
en los 60
hubicaba un fascismo
mucho mas cruel y sofisticado y canibal
que el de benito musolini
-IV-
CÁNCER
La Reina de los Supermercados Chinos y sus abogados ya han dado sobradas pruebas de su miserabilidad desde que Borges es un muerto que vive como ya sucedió con los fusilados del basural de José León Suarez.
Pero esta vez a direfencia de otras este cáncer borgeano buscando hacer un daño creo que le ha hecho un favor a Pablo Katchadjian.
Con una pieza literaria que apenas llega a ser pirotecnia con polvora humeda muy caracteristica de los egresados de la UBA y por obra y gracia del infinito egoísmo de La Reina de los Supermercados Chinos El Aleph engordado a logrado una presencia cultural, económica y politica a nivel nacional y mundial que si Katchadjian sabe capitalizar en la brevedad esta maldad china le puede acarrear perder plata hoy pero en un plazo mediano lo puede hacer ganar mas dinero y presencia que lo que nunca imagino hasta que hizo su aparición el cáncer borgeano.
&&&
El viernes 3 de julio a las 19.00hs se realizará en la Biblioteca Nacional un Acto público por el desprocesamiento a Pablo Katchadjian
* Lectura de Carta pública y adhesiones
* Mesa debate «Borges: Qué hacer». Participan: César Aira, María Pía López, Jorge Panesi, Pablo Katchadjian. Moderador: Damián Ríos
Para sumar adhesiones:
http://www.alephengordado.blogspot.com.ar/
Contacto: alephengordado@gmail.com / Tel. 155.721.5355 – 155.601.4149
-V-
«El hombre es más noble que su suerte»
Raymond Chandler

DSC03053

-VI-
La novia de Charly García
Para esta serie de fotos utilice como modelo  a una pornostar «musulmán» y como locación la entrada del edificio de Charly García.

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo VII

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
VII
Primero le pasó a Napoleón, después a Hitler y ahora me llego el turno a mí

 

-I-
Pomelos
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años)

 

Agarro el canuto de billetes de dos pesos que guardo en un frasco de miel.
Salgo a la calle.
Voy a comprar unos pomelos.
En la esquina me cruzo con una funcionaria cultural kirtchnerista.
Recién hago foco en ella cuando casi la tengo encima.
Ayer en esa misma esquina me cruce con su marido.
Creo que ella si me vio.
Su mirada estaba demasiado en tensión buscando hacer foco a la vez en el local del judío y la tetona que venden calzas y mi lado de la vereda.
En fin.
¿Harán gimnasia la funcionaria cultural K y su marido a la vuelta de casa?
Fui solo cuatro semanas a ese gimnasio.
La última vez que fui la escena me supero y abandone.
Yo estaba haciendo bicicleta y al fondo alguien que creí reconocer hacia aparatos.
Que me vean haciendo gimnasia siempre me parecio vergonzoso.
Así que fije la vista en la tele.
TN sin sonido y Radio Aspen por los altoparlantes.
Periodismo para infradotados y música para maricas.
Y pedaleé rezando que no fuera quien de un solo golpe de ojos creí reconocer.
El tipo termana su rutina y avanza por el pasillo.
Mi corazon se acelera.
¡¡¡Que no sea, que no sea!!!
Pedaleo como si estuviera con la bici por la calles de Chilavert y unos pibes chorros me corren detrás pistola en mano.
Pedaleo como si estuviera intentando salvar mi vida.
Y el tipo pasa delante de mí y se detiene.
La puta madre que los pario.
Nos saludamos.
El se limpia la traspiracion con una toallita que lleva en la misma mano que una botellita de agua y yo sigo pedaleando, ahora, con una balita del 22 en mi cuerpo buscando mi corazón.
Charlamos un minuto.
Es el autor de una gran novela argentina que le publicó María Moreno en el 2004.
Ok.
Voy a decirle a mi portero que es de Ramos Mejía que aberigue si hay funcionarios K haciendo gimnasia en el barrio.
Entro en la verduleria autocervicio.
Compro cuatro pomelos, cuatro naranjas y tres bananas.
Voy a la cola.
Delante de mi hay un viejo que le da a la chica de la caja un billete de diez y uno de cinco.
La chica le pregunta si tiene una moneda de un peso.
El viejo le responde que no.
El viejo se pone a contarle a cuento de nada que fue corresponsal de guerra en Malvinas. Y aclara, corresponsal de guerra para un diario.
Pero no dice que diario y yo me salgo de mi por preguntarle de qué diario.
Lleva unos anteojos de sol de los años 60 o 70.
Anteojos que en Bond Stret los boludos de Palermo, los conchetos de Caballito y los bohemios de Villa Crespo comprarian gustosos para salir a la calle con sus caras de pelotudos sintiendose gatos de alta gama.
Pero esos anteojos me hacen sospechar que lo que dice el viejo es verdad, que fue corresponsal de guerra mas alla de parecer un viejo pelotudo.
Ok.
La chica de la caja le da el cambio al viejo.
El viejo mira los dos billetes de dos pesos y le dice a la chica que no lo debe querer nada porque le ha dado billetes viejos.
El viejo toma su bolsita con fruta y se retira de la caja.
Se para en medio de la verduleria y lebanta los brazos.
¡Vote a Macri!
¡Macri, Macri!
Y sigue su marcha.
Cuando esta en la puerta vuelve a detenerse.
Vuelve a levantar los brazos y grita:
¡Hay que salvar a la República de Cristina que dice ser doctora!
Y la mañana va.
Como la vida va.
Y la muerte ahí, siempre ahí, esperándonos, con infinita paciencia
-II-
LAS COSAS
HERMOSAS
TAMBIEN SE MUEREN
SINO VEAN
LO VELLISIMO
Y LO VIVO
QUE ESTABA
CHARLY
EN ESTE VIDEO
Y SÍ
ASÍ DE PUTA
ES LA VIDA

-III-
BICISENDA
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años)

 

Estoy en el subte esperando que pase el tren del futuro.
Y sí, Charly tenía razón:
Todo el mundo en la ciudad es un suicida.
Ok
Entonces en esos televisores de mierda que todo el tiempo te están tirando mensajes pelotudos en la vía publica aparece Macri.
Y me habla, a mí, ¿a quién más sino?
Y me dice.
Y me cuenta:
Le preguntamos a la gente como la bicisenda y la bicicleta les cambió la vida y esto es lo que nos contaron.
– “Sebastián Hernaíz venía por una bicisenda a los palos porque llegaba tarde a su trabajo y mi mamá me justo estaba cruzando la calle y Sebastián por verle el culo a una mina se la llevo puesta y la mato.
Vos podrías pensar que yo lo odio a Sebastián por lo que hizo, pero no, no lo odio, es más, me hice su amigo, gracias a él me saque de encima a una vieja hija de puta que mi analista en veinte años de analisis no había logrado romper las mazmorras de crueldad y sadismo en las que me había encerrado esa vieja hija de puta que me parió.”
– “Mi ex novia y yo estabamos en la esquina de Pasteur y Mitre. Ella estaba montada a su bicicleta y yo a pata llendo a buscar puchos. Entonces la rete por ir por la vereda porque podía atropellar a un peaton. Y dos negros cabezas me miran y me dicen: tratala bien a la chica. Y yo como un pelotudo retruque: es mi novia. Y los negros cabeza que hicieron un curso rapido de violencia de genero por la tele me dijeron: tratala bien a la chica. Y yo como un pelotudo les respondi: pero… Y lo siguiente que recuerdo es estar en el hospital con cinco costillas rotas y la cara desfigurada.”
Mauricio vuelve a aparecer y me vuelve a hablar a mí y me dice:
Sigamos creyendo en nuestros sueños.
Y el tren del futuro hace veinte minutos que lo espero.
Y yo tengo ganas de llorar.

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-IV-
los dias se suceden
la vida sigue su implacable logica
todo huele un poco a desolación y muerte
todo es demasiado triste y cruel
y las mañanas
son frías
y enquilombadas por los gatos
y la magia de repente
surge una vez mas
poderosa
unica
fugaz
lo que dura la lectura
ellroy
sigue vivo
ellroy
lo volvió a hacer
consiguió convertir
nuevamente
la mierda en arte

-V-
Sobre el dolor
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 6 a 8 años)

 

I
SABLES Y MAZORCAS
Estoy esperando que pase un cliente para comprarme un seminario interdisciplinario que dirigió Kristeva sobre el texto psicótico.
Necesito que cumpla con su promesa de que va a pasar. Necesito ese dinero para ir corriendo a comprar las memorias de la muqui de Freud y poder pagarle mañana a mi analista.
Suena el timbre.
El cliente cumplió con su palabra.
Lebanto los brazos como si me hubiera hecho saltar la banca.
Son casi las ocho de la noche y tengo que estar en quince minutos en Caballito, a pocas cuadras de Puan.
Mando un mensaje de que estoy en camino pero demorado y agarro la campera y los veo a los gatos jugar y me quedo sin aire y los ojos se me ponen rojos.
Ok.
Respiro hondo, prendo un pucho y los agarro a los gatos que no entienden por que los estoy molestando y se quieren zafar. Los aprieto fuerte y Horacio González y René se miran entre ellos preguntandose qué le pasa a este pelotudo.
Ok, chicos, solo queria decirles que los quiero.
Chau.
Y salgo a la calle.
Tomo el subte y bajo en estación Puan.
Empiezo a caminar, voy a la calle Davalos, a la altura de Directorio al 1700.
Y si bien conozco la zona bien, jamás habia caminado por estas calles.
Y descrubro guita, que hay mucha guita ahí.
Muchas casas menemistas, muchos edificios de lujo nuevos (tambien con impronta menemista) y en la vereda perros cancheros y autos caros.
Veo la edificación menemista y Kirchnerista y me resulta igualmente fea.
Entonces me vienen a la cabeza las palabras de Lewis Mumford hablando que en la arquitectura moderna no solamente el probre vive en espacios horripilantes sino tambien el rico.
Ok.
Hace frio.
Y el dolor no deja de hundirse en la carne.
Pero no tengo que ceder, tengo que poder encajar el dolor, escucharlo, vivir con él.
Taparlo con pastillas psiquiatritas es cosa de maricas o pelotudos.
Si es muy fuerte drogas y alcohol, pero nada de pasta farmacologicas nivelar nada.
Ernst Jünger me lo enseño, cuando todas las señales fallan solo el dolor te puede guiar.
En fin.
Llego.
Retiro el libro de la mucama de Freud y me lo vende una cuarentona que esta buena.
Miro la hora.
Quiza llegue antes de que cierre una librería de viejos que esta a tres cuadras de Puan y que suele tener buen material.
Encaro hacia allá.
Sin darme cuenta llego a Puan.
Hace tiempo que no la veía a la fabrica de cigarrillos Commanders donde pase incontables horas estudiando, haciendo una revista y trabajando para una cooperativa.
Miro. Camino rapido. Espio a ver si reconozco a alguien.
No reconozco a nadie.
Llego a la librería en cuestion.
La atienden el padre y su hijo.
El hijo atiende y el padre sale a la calle a comprar libros.
Estan los dos y me preguntan que libros les compre.
Les explico que estaba por la zona y que les compre muchas veces y que queria revolver un poco a ver que encontraba.
Lo cual va a ser un dolor de huevos porque voy a encontrar cosas que no voy a poder llevar.
Pero esto tambien es parte de mi oficio: el stoquear librerias, el saber que libros hay en todas y cada una de las librerias de la ciudad, para saber donde puedo conseguirlos cuando tenga la liquidez y tambien para descubrir titulos y autores que desconocía y como estamos con inflación tener siempre presente los precios que estan todo el tiempo moviendose.
Empiezo a revolver.
Ellos estan viendo en la tele a Cristina.
Cristina esta hablando de San Martin y Rosas. De espadas nobles y mazorcas macanudas.
Yo estoqueo.
Encuentro como cuatro mil pesos en mercaderia.
Y salgo a la calle.
Y las palabras de Cristina se funden con los edificios ricachones de Caballito y mi dolor y llego a Primera Junta donde una hilera de unos cincuenta linyeras hacen cola esperando que les den unos que no se quienes son algo caliente para comer.
A algunos de ellos los conozco.
Hace ya varios años que les saco fotos a la gente que duerme en las calles de buenos aires, así que hay varios a los que les he sacado fotos y otros a los que les quise sacar pero no pude.
Y algo de toda la escena me recuerda al trabajo de la fotógrafa Dorothea Lange durante los años treinta en Estados Unidos.
Y Cristina por la tele habla de sables y mazorcas para un publico que la ama o la odia.
Y en la calle hace frío.
Mucho frio.
II
EL CHAPULÍN COLORADO
Siete y media.
La mañana se abre como una herida.
Prendo un pucho, pongo la pava para el mate y enciendo la computadora que anda para el orto.
Veinte minutos después estoy frente a la computadora con el mate y un segundo cigarro esperando poder abrir un Word y chequear mis cuentas de Internet antes de tener que bañarme y salir rajando a la calle.
Dos minutos antes de tener que levantarme de la mesa la computadora se apiada de mí y me permite usarla.
Luego me baño y salgo corriendo.
En la puerta me detengo.
Vuelvo.
Los veo a René y Horacio González.
La escena me desarma.
Me duele.
Me deja en carne viva.
Cierro la puerta y me quedo en las escaleras recomponiéndome para que no me vea así el portero.
Igual sospecho que el portero ya lo sabe todo.
No hay portero que desconozca las artes del recontraespionaje.
Ok.
Mi portero esta en la puerta.
Por un momento dudo si decirle o no que en breve no me va a ver más.
Descarto anunciarle nada por miedo a quebrarme delante de él.
Me saluda:
Qué haces Charly, ¿todo bien?
Y yo le respondo:
Subido al caballo blanco de San Martín.
Y con una mano hago el gesto de que estoy cabalgando un caballo y con la otra la V de la victoria.
Y sigo de largo.
Y él se caga de la risa.
Y cuando estoy en llegando a la esquina y creo que la mañana no va a ser tan terrible mi caballo – que dije de San Martín y no el de Billy Parham porque el portero no hubiera entendido un pepino de lo que le estaba hablando y le tendría que haber contado que en Estados Unidos existe un escritor que ha hecho un pacto con el diablo y ha logra que sus personajes e historias esten vivas como el dolor – es derribado en la esquina.
Caigo al piso.
Mi caballo blanco sobre mi.
Y el enemigo abanza sable en mano para deguellarme.
Y yo grito:
¡Oh y ahora quién podrá ayudarme!
El enemigo avanza.
El panico se apodera de mi carne.
Entonces aparece Moria Casán.
Vestida con un traje colorado, con antenitas en la cabeza y con una casaca militar.
Y Moria Casan me dice:
¡Yo, el Chapulin Colorado!
Lleva en una mano un sable y en la otra el Chipote Chillon con el cual al apuntarlo y hacerlo sonar frente al enemigo estos son barridos del horizonte como si hubiera abierto fuego de metralla.
Y Moria luego eliminar al enemigo con una sonrisa se dirige a mí:
¡No contaban con mi astucia!
Y lentamente como un verdugo de pesadilla me va hundiendo el sable en el corazón.

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-VI-
El oso
(un cuento narcoprostibulario para chicos de todas las edades)

 

bueno
acabo de grabar un version
impecable de
el oso
de moris
cantado a tres boces con
fito paes una botella de habana club
y mi desavinada y destrozada
cantando el oso
a duo
con
pito paez
en fin
sepan
que yo
juan pablo liefled
tengo gravado
a pito paes y a mi
cantandando
borrachos en la camara de un anomimo
que me la c edio para que yo
fotografie
lo0 que misd ojos ven
es un vuen fotografo
y me a dado una de uss camara
lo c ual quizsa sea un
b uen incidio
que cuando ago foco
algo veo
alo registro
en fin
solo queri xdecir que tenia
en la caMARA
dodne registro la dewsolacion
de una ciudad que no deja dxe morirse
fito `paesz y yo cantamos
El oso
de moris
-VII-
HEIDEGGER
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 6 a 8 años)

 

hace unas semanas
me llamo me mauricio
no me dijo que era el
pero me hablo
de sueños, cambios
y esperanzas
y que todo
podia ser posible
si teniamos
el valor y el coraje
de caminar juntos
de la mano
por la vereda del sol
y me dijo
que si queria saber mas
que marcara uno
en el telefono
y que me llamaria
y ayer cumplio con su palabra
me llamo
una chica
y me consulto
si queria sumarme al cambio
y le dije que sí
y me pidio un mail
para ir informandome
de todas las actividades
que mauricio y su equipo
van generando
le dije que sí
y me pidio un mail
para que este al tanto de todo
y que no estaba obligado a participar
de ninguna actividad
pero que era bien vendio a todas
porque sin mi los sueños
pueden realizarse pero no serian completos
sin mi
porque mientras exista un hombre
triste en argentina
mauricio no va a poder dormir
y le di mi mail
a la telefonista
y recien recibi
el primer mensaje de mauricio
en mi cuenta de hotmail:
Junto a vos podemos cambiar la historia
De: contacto=juntospodemos.com.ar@s34.dptagent.net en nombre de Mauricio Macri (contacto@juntospodemos.com.ar)
Enviado: viernes, 19 de junio de 2015 06:25:05 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Quiero contarte con mucha alegría y orgullo que mi compañera de fórmula será Gabriela Michetti. Ella es un testimonio de los valores que nosotros queremos para la política. Venimos trabajando juntos hace más de diez años y estoy convencido de todo lo que tiene para aportarle al país.
Si todavía no sos voluntario, aprovecho para invitarte a que te sumes enwww.mauriciomacri.com.ar/sumate
Este es el año en el que todos juntos vamos a cambiar la historia.
Mauricio.
****
y ahora quiero decir algo
que es serio
de verdad
conozco
a mucha gente
que trabaja en el gobierno
de macri
todos lo putean
y estan convencidos
que trabajar para alguien
con el cual no estar deacuardo
eso no les acarrea
ninguna responsabilidd
etica ni moral ni politica
eso solo se lo pedimos a heidegger
y obvio
tambien conozco
kirchneristas
que roban a mano armada
y cuando cristina habla
se les llenan los ojos de lagrimas
hablo de todos ustedes
heidegger no es ni fue nunca el problema
son la gente como ustedes
el problema

-VIII-
PORNO AMATEUR
William T. Vollmann y Jorge Luis Borges
No dejes que se vaya. Si se va no lo verás nunca más. Si se va hablará otros idiomas. Se cubrirá con ropas nuevas, Aprenderá distintas formas de placer. Descubrirá que era hermoso estar a tu lado pero que no eras imprescindible para respirar.
No lo dejes ir. No puedes dejar que se vaya. Hazte un sitio dentro de sus pulmones. Asesínalo, pero no lo dejes ir.
Los que se van no vuelven, los que vuelven son siempre otros. Apunta directo a su corazón y dispárale toda la muerte. Tienes el derecho otorgado por el demente tribunal del amor. Asesínalo.
Te absolveremos los que hemos amado alguna vez. Pero no lo dejes ir, porque cuando se deja partir a alguien, ya no se lo ve nunca más.
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-IX-
Cuadros
Sebastián Cariola
Nueva adquisición para el consultorio: «Coriolanus» grabado de 1803 por James Caldwell y Gavin Hamilton. Representa la escena 2 de la tragedia de Shakespeare sobre la historia del general romano Cayo Marcio Coriolano, quien es desterrado de Roma por cuestiones políticas y se alía a sus enemigos volscos para asaltar la ciudad. La aparición de su madre y el ruego de esta lo convencen de que no conquiste Roma, por lo cual comete doble traición: primero a sus conciudadanos, luego a los volscos. Repudiado por los romanos y ahora enjuiciado por los volscos es sentenciado a muerte y lapidado. Seguir el ruego de su madre lo aparta de su deseo y lo conduce a la muerte. Que mejor lugar que sobre el diván a la vista de mis pacientes para recordarles donde conduce la traición.

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En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

Copia (23) de mapa-de-once1
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre, un pibe que toca la viola como los dioses en la estación Carlos Pelegrini y que desconozco su nombre como el del otro músico callejero que se le sumo al terminar Sucio y desprolijo de Pappo y zaparon un blues y Johnny Allon. 

 

1-  La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia. Recuerdos de Paula Fichtl – Detlef Berthelsen
2- El Cid – Richard Fletcher
3- La otra historia de los Cátaros – Malcolm Lambert
4- Templarios. La nueva caballería – Malcolm Barber
5- Los Cátaros del Languedoc en el siglo XIII. Vida cotidiana – René Nelli
6- ¡Petróleo! – Upton Sinclair
7- Correrías de un infiel – Osvaldo Baigorria
 
1-
La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia. Recuerdos de Paula Fichtl – Detlef Berthelsen
Estado: impecable.
Editorial: Península.
Precio: $500.
Todos aquellos que visitaban a Sigmund Freud en su domicilio vienés de la Berggasse eran recibidos por Paula Fichtl, que vivía como criada en casa de los Freud desde que tenía veintisiete años. Elemento indispensable en la buena marcha de la casa, Paula Fichtl era una institución: María Bonaparte, Stefan Zweig, Thomas Mann y Marilyn Monroe recibieron sus atenciones y se regalaron con sus pasteles. Observadora, leal y vivaz, Paula sivió a la familia y siguió su suerte. Los acompañó en su exilio a Londres y sólo volvió a su Austria natal tras la muerte de Anna Freud. Basado esencialmente en las conversaciones de Detlef Berthelsen con Paula Fichtl, este libro constituye un testimonio personal de primera mano sobre Sigmund Freud y su entorno sobre los cincuenta y tres años que Paula convivió con la familia, y es además un detallado retrato de la vida doméstica en la primera mitad del siglo XX.
Prefacio
Durante una estancia en Inglaterra en el año 1966 leí en el Times de Londres en un artículo sobre Sigmund Freud que su hija, la analista infantil Anna Freud, vivía aún en la casa en la cual murió el fundador del psicoanálisis en 1939. Según el artículo, a sus setenta y un años Anna Freud seguía dirigiendo el jardín de infantes que había fundado en el barrio londinense de Hampstead durante la Segunda Guerra Mundial.
Pocos días después me encontraba ante el edificio de ladrillo rojo del número20 de Maresfield Gardens, medio cubierto de viñas vírgenes, y descubría en el muro una placa conmemorativa azul con el epígrafe “Sigmund Freud lived here”. Mientras estaba admirando el cuidado jardín, entró una mujer de cierta edad con dos bolsas de las compras bien repletas. Al cabo de unos minutos salio con un delantal puesto y me pregunto si buscaba a alguien o deseaba ver a alguien. Después de escucharme, replicó con acento austríaco: “Puede hablar alemán conmigo tranquilamente.” Parecía amable y servicial, y acepté su invitación a entrar en la cocina; allí me preparó una taza de café de sabor agradablemente “continental”.  Paula Fichtl, así se llamaba mi anfitriona, llevaba treinta y siete años unida a la familia Freud, como pronto supe, y ésta constituía evidentemente el centro de su vida. Tras una agradable conversación me despidió de forma súbita y apresurada: “Porque cuando la señorita Freud vuelve a casa no ve con buenos ojos que hable con personas desconocidas”, explicó Paula Fichtl. “¿De dónde procede su confianza?”, pregunté. “Usted no me conoce de nada.” “Sabe usted, el profesor Freud me dijo una vez: ‘Con su conocimiento de las personas es usted mejor analista que muchos analistas profesionales.’”
Éste fue mi primer encuentro con Paula Fichtl, ama de llaves de la familia Freud, que por entonces contaba sesenta y cuatro años. Me di cuenta de que aquella mujer era un testigo importante de su época y de que había conocido a Sigmund Freud en privado y durante largo tiempo, tanto como sólo su hija Anna. Vi en mi amable anfitriona una magnífica fuente historiográfica. De las palabras de Paula Flichtl surgía la silueta de Sigmund Freud en su vida privada de una forma que hasta entonces no había podido conocerse, sino que se había mantenido cuidadosamente oculta.
Cuando volví a ver a Paula Fichtl al cabo de dos semanas, mantuvimos una larga conversación. Hubo café y tarta de Linz, hecha por ella misma. Pero esta vez también ella “sentía curiosidad” y deseaba saber quiénes eran mis padres y por qué había ido a para a Londres. Escucho compasiva el relato de la huida de mis padres hacia el oeste durante la guerra. Ello la llevó a hablar de su condición de emigrante. Luego me enseñó con orgullo el despacho y la biblioteca del hombre por quien abandonara voluntariamente su patria austríaca. En 1938 había emigrado con los Freud a Londres sin tener necesidad de hacerlo y sólo por lealtad y afecto, como si fuera lo más natural del mundo. Sigmund Freud constituye el principal elemento de su vida, y naturalmente la llenaba de orgullo saber que le había sido simpática y útil. Me explico la disposición de su lugar de trabajo y extrajo fotos del cajón del escritorio de su “admirado profesor”. Incluso me permitió que probara el famoso diván.
En las muchas meriendas que siguieron – así denominaba Paula nuestras charlas – me llamó la atención repetidamente el ver que en las biografías de Freud conocidas faltaban muchos de los aspectos personales que Paula me confiaba de manera tan natural y discreta.
En los años siguientes mantuve el contacto con Paula Fichtl mediante postales. En 1971 dejé Nueva York y pasé a ocupar un puesto en Hamburgo. Ocho años después, al declarar la UNESCO el 1979 como Año del Niño, llegó por fin la ocasión de combinar mi interés por la obra de Sigmund Freud y por la personalidad de su hija Anna en una tarea concreta. Se me encargó que hiciera una entrevista a la analista infantil. Al principio rechazó sin ambages mi solicitud y por lo demás me remitió a sus libros. Pero acabó dando su consentimiento para una entrevista, aunque a regañadientes. “Solo estaré a su disposición durante cincuenta minutos, el tiempo de una de mis sesiones de análisis.”
Cuando al cabo de pocos días llamé al timbre de la casa número 20 de Maresfield Gardens, volvió a abrirme Paula Fichtl al cabo de trece años, ahora de forma oficial. Le había dado mi firme promesa de no decir una sola palabra acerca de nuestra antigua relación. Anna Freud me hizo enseñarle primero el pasaporte, a los pocos minutos se apropió también de mi lista de preguntas y luego declaró con aspereza: “¡No contestaré ninguna pregunta acerca de mi padre!” Al cabo de una hora y media  me despedí de la exhausta analista, que contaba por entonces ochenta y cuatro años. al despedirnos, me quedé gozosamente sorprendido de que me invitara a continuar nuestra conversación a la tarde siguiente. De ahí surgió una relación que se prolongaría hasta su muerte en el año 1982.
Pocos días más tarde, Paula Fichtl y yo celebramos nuestro reencuentro sentados en la mesa de la cocina. Desde entonces la visité más a menudo y la escuché con más atención, planteándole preguntas más concretas. Aceptó también que en nuestras reuniones hubiera siempre un grabador en funcionamiento. Yo deseaba saber más cosas acerca de Anna y Sigmund Freud desde el punto de vista de su ama de llaves. El padre del psicoanálisis y su hija, que habían hecho de la revelación de lo más oculto el fundamento de su ciencia y de su terapia, se habían negado durante toda su vida a dejar entrever cuestiones personales. Sigmund Freud tuvo buen cuidado ya desde muy pronto de que sus futuros biógrafos se encontraran con muchas dificultades. A los veintinueve años escribió a su novia Martha: “…He destruido todas las anotaciones de los últimos catorce años y las cartas, resúmenes científicos y manuscritos de mi trabajo…” Hasta la muerte de Anna Freud, las informaciones y publicaciones de corrrespondencia referidas a su ámbito estuvieron severamente controladas: todo lo que no sirviera a la teoría pura caía víctima de la redacción.
En un total de más de ochenta horas de grabaciones de audio, Paula Flichtl me contó  la historia de su vida. Lo que había pensado, sentido, creído y observado a lo largo de cincuenta y tres años en casa de los Freud. “Quien tiene ojos para ver y oídos para oír, llega a la convicción de que los mortales no son capaces de ocultar ningún secreto. Aquel cuyos labios callan, charla con las puntas de los dedos…” Así le dejó escrito Freud en el historial de un paciente.
También Paula Fichtl sabía leer a su modo el pensamiento de la “gente lista”. No me contó nada acerca de Sigmund Freud como científico, pero sí como patrono, anfitrión, pachá que constituía el centro de una familia de mujeres, filatelista, padre y esposo más bien triston. Ya desde el principio tuve que asegurar a Paula Fichtl una yt otra vez que no publicaría sus recuerdos hasta después de la muerte de Anna Freud. U jasta qie jibp dekadp de existir el domicilio londinense de los Freud no me permitió revisar y evaluar las cartas, documentos y fotos que poseía. Aparecieron muchas cartas. Eran sobre todo cartas de Anna Freud y de su compañera Dorothy Burlingham-Tiffany, que me transmitían una cróncia casi completa de la “vida interior” de la casa de Freud en Londres. He completdo y comprobado las informaciones procedentes de las cartas y los documentos mediante numerosas entrevistas a conocidos y amigos de la familia Freud en el mundo entero.
El resultado constituye  a la vez, en gran medida, la biografía de una criada austríaca nacida en 1902, a quien le estuvo reservado cuidad a uno de los principales científicos del siglo XX en sus años más difíciles.

 

2-
El Cid – Richard Fletcher
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/papel ilustración).
Editorial: Nerea.
Precio: $400.
Tras el Cid de la leyenda, el que celebra el Poema como compendio de virtudes humanas y cívicas, se esconde un personaje histórico escasamente conocido. Descubrirlo es el propósito de este libro, en el que Richard Fletcher, hispanista de la Universidad de York, expone con rigor lo que fue su vida y lo que ésta significó en la España del siglo XI.
La figura que la investigación histórica saca a la luz dista mucho del Cid a que nos tiene acostumbrados la tradición. Extraordinariamente dotado para el arte de la guerra; amante de la aventura y receloso de la autoridad establecida hasta el extremo de ofrecer sus servicios tanto a cristianos como a musulmanes; gobernante independiente de Valencia en sus últimos días, Rodrigo Díaz de Vivar se nos aparece como un hombre de fuerte personalidad, individualista, arrogante e insubordinado, que gozó de enorme fama y prestigio entre sus contemporáneos.
El autor sitúa con precisión al personaje en su contexto histórico, una España que “regresaba a Europa”, como dijera Vicens Vives, y que, tras un período de aislamiento, empezaba a mostrarse más abierta y receptiva a las influencias del exterior.
“Richard Fletcher consigue descubrirnos al Cid histórico en una obra espléndida…” Raymond Carr.
“Richard Fletcher hace un recorrido sugerente y tremendamente evocador por la historia de España… Su dominio de las fuentes documentales es casi tan excepcional como su vital descripción de la España de la época” Economist.
La edición inglesa de esta obra ha sido galardonada con los prestigiosos Premios Wolfson y Los Angeles Times.

 

3-
La otra historia de los Cátaros – Malcolm Lambert
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta)
Editorial: Martínez Roca.
Precio: $500.
Calumniados e idealizados por igual, los Cátaros forman parte del imaginario colectivo de los europeos. Pero la leyenda ha oscurecido la historia real. Esta herejía fue la más radical e influyente de la Edad Media. Se organizó una cruzada para exterminarlos en el sur de Francia. La Inquisición se creó para reprimirlos. Los dominicos se fundaron para predicar contra ellos. Su historia y la de la Iglesia medieval están inextricablemente unidas.
La otra historia de los Cátaros sitúa la «religión de los puros» dentro de su amplio y complejo contexto histórico. Ofrece una síntesis de la totalidad de la historia del catarismo en la Europa Occidental, su ascensión y caída, creencias y costumbres, y su larga y devastadora contienda con la Iglesia católica. Inteligente combinación de estudio riguroso y lúcida narrativa, este escrito histórico se convertirá en el libro fundamental sobre una herejía que ha ejercido su extraña fascinación a través de los siglos.
4-
Templarios. La nueva caballería – Malcolm Barber
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta)
Editorial: Martínez Roca.
Precio: $500.
La Orden del Temple fue fundada en el año 1119 y bautizada por san Bernardo de Claraval como “la nueva caballería”. Nacida para proteger a los peregrinos en los alrededores de Jerusalén, acabó transformándose en una de las corporaciones más influyentes del mundo medieval.
Los dramáticos acontecimientos que desembocaron en el juicio y la abolición de la orden doscientos años después de su fundación siguen despertando la curiosidad y la fascinación del hombre moderno, que ha visto cómo el nombre de los templarios ha sido invocado en misterios históricos que van desde la conspiración masónica hasta la supervivencia del Sudario de Turín.
En esta extensa y detallada visión de la orden, Malcom Barber separa el mito de la historia. Templarios: la nueva caballería es un lúcido retrato que abarca desde los orígenes, florecimiento y desaparición de la orden hasta las recreaciones míticas que la consideran partícipe fundamental en una teoría conspiratoria y global de la historia. Un clásico imprescindible para los interesados en discernir entre los hechos reales, las hipótesis plausibles y los relatos fantásticos sobre templarios.

 

5-
Los Cátaros del Languedoc en el siglo XIII. Vida cotidiana – René Nelli
Estado: impecable.
Editorial: Medievalia.
Precio: $400.
Este libro nos introduce, de la mano de uno de sus más expertos conocedores, René Nelli en el complejo mundo de los cátaros o albigenses de la Occitania medieval. El amplio saber de su autor nos permite realizar un verdadero descubrimiento de la vida y la mentalidad de aquellos hombres que tanto incidieron en el devenir de la historia y las letras del sur de Europa.

 

6-
¡Petróleo! – Upton Sinclair
Estado: impecable
Editorial: Edhasa.
Precio: $150.
Los inolvidables personajes creados por el genial novelista Upton Sinclair introducen al lector en un turbulento mundo poblado por combativos líderes sindicales y empresarios sin escrúpulos, banqueros ávidos de poder y falsos mesías, políticos corruptos y actrices dispuestas a vender su alma.Petróleo, es una novela que se lee como si fuese una vívida crónica acerca de la vida en la California de la década de 1920, sacudida por la fiebre del petróleo, la corrupción y el culto a la fama y a los coches.
Upton Sinclair: Nació en 1878 en Baltimore, Estados Unidos. Estudió en las universidades de Columbia y New York. Militante socialista, autor de decenas de obras de ficción y ensayo y escritor de referencia dentro de la literatura norteamericana de la primera mitad del silgo XX, su nombre saltó en a la fama 1906, cuando se editó la novela La jungla, que denunciaba las pésimas condiciones laborales de los trabajadores de la industria de la carne en Chicago. Publicó además las novelas Rey Carbón (1917), ¡Petróleo! (1927) y Boston (1928), y en 1942 ganó el Premio Pulitzer en 1943 por Los dientes del dragón (1942), ambientada en la Alemania nazi. Murió en 1968 en New Jersey.

 

7-
Correrías de un infiel – Osvaldo Baigorria
Estado: nuevo.
Editorial: Catálogos.
Precio: $200.
El deseo y el viaje son las vigas maestras de Correrías de un infiel. Su protagonista parte hacia la antigua tierra ranquel en busca de una probable línea genealógica indígena en su familia, y en el trascurrrir del viaje van filtrándose los recuerdos de otros anteriores: migraciones, aventuras, regresos, peripecias en soledad o a dúo. Y además, la aventura sexual. En todos ellos, el protagonista, cruza de pícaro porteño y de hombre meditativo, nunca ha dejado de ser “desertor, infiel y pagano”. El periplo lleva al último Baigorria del barrio de Mataderos hasta una comuna canadiense, y de allí a rastrear la historia del coronel indio Manuel Baigorria, su antecesor. En el camino, la novela va transformándose en un tratado de sexo pampeano hasta concluir en una conversión amorosa. No son demasiado las novelas argentinas que meditan el deseo, aún cuando en muchas abunden sexualidades sórdidas, complicadas, infantiles, frustrantes, y otras propias de sementales. Pero el eros de la novela de Osvaldo Baiforria es polígamo, y nos plantea problemas del deseo distintos  a los que se corresponden con las subjetividades toruturadas por la impotencia o el matrimonio clásico. Correrías de un infiel recrea una gauchesca erótica que tanto flirtea con la suerte placentera de las cautivas de los tiempos en que en este país existía el “problema del indio” como con una voluntad de paganismo sexual coherente con el delta genealógico que culminó en el propio autor. Las incesantes preguntas que éste mismo se hace son ecos disonantes o apagados de la revolución sexual del último medio siglo. Otras tantas nos conducen hacia los momentos en que somos también transformados en cautivos. Las correrías de este infiel han sido intensas o decepcionantes, pedagógicas o salvajes, cortas o largas, cristianas o budistas, pero al final, después de tanto ver mundo, y en medio de las pampas, a Baigorria le salió el indio de adentro.
Crónica en defensa de la novela
Osvaldo Baigorria
Cuando escribí Correrías de un infiel, a principios de siglo, me propuse hacer una novela, a partir de la coincidencia de mi apellido con el del narrador y con el de un personaje inspirado en el coronel Manuel Baigorria. Así lo entendió Ana Longoni, en la presentación: “Hay por lo menos tres Baigorria cruciales en el libro: el autor, elnarrador (se trata de un relato en primera personay el personaje histórico, militar unitario aparentemente mestizo refugiado entre los ranqueles durante más de veinte años, enemigo de Rosas… El punto es que el pacto habitual de lectura que propone una novela aquí se desdibuja: ¿dónde termina la confesión autobiográfica y empieza la ficción? Quizá la gracia del asunto radique en esa imprecisión, que el texto alienta continuamente”. Así lo comprendió Germán García: “Yo creo que acá hay un narrador que busca ese inconmensurable, apropiándose de un elemento azaroso -como ocurre tantas veces en la literatura-, que es el apellido Baigorria. En ese espacio ajeno en el que se ingresa a partir del rastreo del apellido hay una transformación de la relación que se tiene con la propia cultura”. Y así lo percibió María Pía López: “En las palabras se sacude del polvo de Tierra Adentro. En esta novela se decide qué heredar y qué no heredar de (Manuel) Baigorria. Y se decide no heredar el tono de disculpa. Correríaspuede pensarse como unas memorias -de todas las experiencias vitales atravesadas por el narrador: sean las de la multiplicidad de la vida sexual en el mundo de la contracultura, sea la del ritual de la comunión en un convento- que no pretenden disculpas… Eso me parece que es una decisión respecto de la herencia, respecto de qué significa heredar y qué significa elegir un antepasado”.
Elegir un antepasado: vaya esta aclaración como aporte al intercambio de ideas que provoca el articulo “La realidad, sus voces y sus ámbitos” de Julián Gorodischer y Javier Sinay en la Ñ, publicado en la edición digital como “Crónica argentina, modelo siglo XXI”. Allí se denomina “nueva crónica argentina” y también “no ficción argentina” a una amplia constelación de textos que va desde Montserrat de Daniel Link hasta el diario de viaje Misoginia latina de Joaquín Linne, pasando por el inclasificable Banco a la sombra de María Moreno, entre otros. Y entre esos otros también está Correrías de un infiel. Aclaro: “infiel” se le decía al indio de Tierra Adentro en el siglo XIX, por oposición a “cristiano”. Y también: Manuel Baigorria fue un unitario exiliado entre ranqueles de 1831 a 1852 con quien no me une ningún lazo sanguíneo comprobado. O sea, no fue mi antepasado. O si lo fue, no podría probarlo.
En todo caso, lo que hace el narrador de Correrías de un infiel es adoptar a aquel coronel devenido cacique indígena como “ancestro político”. Porque esto sí ocurre en la novela: un narrador -que es periodista, se apellida Baigorria y viaja hacia un monasterio rural para investigar sobre el origen de su apellido- cruza recuerdos de la contracultura setentista con las escenas en la que imagina a un cacique-coronel polígamo y partidario del amor libre entre los pampas del siglo XIX. Y aunque nunca llega a establecer con certeza la línea de ancestros que lo vincula a ese apellido, decide tomar a aquel Baigorria como “antepasado adoptivo”. En esto, el pacto de lectura se ancla firme en la ficción: ese personaje no guarda ninguna relación con la realidad que haya vivido el auténtico Manuel Baigorria, cuyas Memorias, escritas en 1868, fueron publicadas, en varias ediciones, por Hachette y El Elefante Blanco. Quien desee conocer la escritura y los hechos relatados por aquel Baigorria hará bien en remitirse a ese texto crucialmente autobiográfico, más que a mi novela.
Que la ficción sea leída como realidad y la realidad como ficción impugna o pone en sospecha la división binaria entre esas categorías. Es cierto: en Correrías, la impugnación es alentada por la heterogeneidad en la distribución de voces, entre las cuales aparecen el narrador y el personaje histórico que presuponen un pacto ficcional, la voz del ensayista y crítico literario (por ejemplo, en discusión con La lengua del malón de Guillermo Saccomano), y la voz de la memoria del autor -ahora así- evocando correrías en la escena contracultural, de revolución sexual y de costumbres, a lo largo de los años 70. A ese cruce se le puede llamar de muchas maneras. En el artículo mencionado, a Montserrat de Daniel Link se lo califica de “crónica-novela”. También podría ser novela crónica.
Josefina Ludmer, quien prefiere hablar más de “sistemas de distribución de voces” que de las viejas categorías de “género”, ubica al libro de Link en esa serie de “literaturas posautónomas” en las que también incluye Banco a la sombra de Moreno, La villa de César Aira y Ocio de Fabián Casas, entre otras. En Aquí América Latina, Ludmer señala que “estos textos son y no son literatura, son ficción y realidad… Se instalan localmente y en una realidad cotidiana para fabricar presente y ese es precisamente su sentido”.
Fabricar presente, incidir sobre la realidad, más que buscar “representarla” o “documentarla”. Néstor Perlongher hablaba de “realismo lancinante” al referirse a Reynaldo Arenas y su novela El mundo alucinante, sobre la vida deseada, alucinada de fray Servando Teresa de Mier. Arenas habría tomado a las memorias de fray Servando para ponerse a alucinar, decía Perlongher en la entrevista con Pablo Dreizik publicada en Papeles insumisos, desplazando la palabra “alucinante” hacia otra portuguesa que le parecia más linda: “lancinante”. Cruza de lanza y alucinación, lo lancinante pincha, perfora, interviene lo real. “Lancinar es como hacer una estocada, como desgarrar. Tiene que ver con la experiencia de la alucinación, pero no deja de instaurar un plano que también es de lo real, de lo molecular… El problema es si vos respetás lo real constituído como tal o lo invadís” (Perlongher).
Me parece muy bien que Gorodischer y Sinay hayan rescatado a todos estos textos de estatuto ambiguo, híbrido, mestizo; aplaudo que hayan reivindicado el diálogo con un imaginario actual que “ya no concibe a lo real sino como mirada que lo constituye”; agradezco la mención de mi libro, las amables palabras de elogio que le destinan, la asociación con Una excursión a los indios ranqueles de Mansilla. Alucinante.
Pero justamente por eso advierto: hay en Correrías de un infiel una crónica de viaje a un monasterio en Los Toldos, disfrazado bajo el nombre ficcional de La Tapera, como parte de la investigación en la que me embarqué para escribir este libro. Hay una Beatriz, hay monjes con nombres de ficción para proteger la privacidad de los auténticos en esa crónica incrustada o envuelta dentro de la novela. Porque la novela aquí rodea, envuelve, comprende e interviene a la crónica así como abarca al ensayo, a las memorias, al diario de viaje. Porque la novela -no esta, sino La Novela, las mejores novelas- es en pleno siglo XXI el espacio donde todavía pueden cruzarse, cohabitar, copular, hacer máquina todos los “géneros” de la tradición, toda la poesía, toda la teatralidad, todo el pensamiento filosófico que pueda soportar el duro deseo de narrar.
Creo esto, creo en esto. Ya ven, esta entrada se titula “Crónica en defensa de la novela” pero termina sin ser realmente una crónica. Como decían los viejos periodistas, nunca dejes que la realidad te arruine un buen título.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Publicado en Cátaros, Charly García, Gustavo Cerati, Malcolm Barber, Malcolm Lambert, Osvaldo Baigorria, Paula Fichtl, René Nelli, Richard Fletcher, Rodrigo Díaz de Vivar, Sigmund Freud, Templarios, Upton Sinclair | Deja un comentario

Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo VI

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
VI
Variaciones Borges-Vollmann

 

-I-
El gordo
el mejor
el mas romantico
el mas machote
el que se puede comer infinitos
gusanitos conservados en mezcal
y despues de semejante resaca
cantarte
no se tu
pero yo…
y vos le entregas
el alma
el culo
lo que sos
y lo que mentis
y mas
todo
todo
todo
y mas:

-II-
LA NACIÓN SUBREPTICIA DE LAS HISTÉRICAS HIJAS DE PUTA
(un cuento narcoprostibulario para niños de 4 a 6 años que algún día ejercerán con alegría la violencia de género)
Estoy sentado en la computadora trabajando.
Estoy editando textos e imágenes de libros para subir a mi pagina Libros Kalish y a Mercado Libre.
Entonces me entra un mail en mi casilla de Hotmail.
Una chica me acaba de comprar La nación subrepticia de Horacio González.
Le paso los datos para que pueda pasar a retirar el libro.
Y me responde:
En tu pagina dice que se retiran por caballito («Los libros se retiran de lunes a viernes de 16:30hs a 20:30hs por el barrio de Caballito»), que tambiej es mi barrio, es correcta la info que pusiste alli?
Y le respondo que me mude a fin de año de Caballito y que ahora estoy en Once y que hay unos cuantos libros a los que no pude en mercado libre cambiar los datos de mi nuevo domicilio dado que son muchos y que igualmente esta a cuatro estaciones de subte del domicilio donde funcionaba antes la libreria y le pido disculpas por el mal entendido.
Ok.
Y me responde:
En la semana te llamo para coordinar el retiro. Me resulta complicado ir hasta once (vivo en caballito y compre el libro confiada en que lo retiraba cerca de mi casa).
Y yo pienso:
Debería mandarla a la concha de la lora y escribirle que histéricas hijas de puta como ella no me interesa tener como cliente. O debería torturarla, violarla, matarla, trozarla y tirarla al basural de José León Suárez.
Pero no are nada de todo esto sino que pondré mi mejor cara de pelotudo y cuando venga le venderé el libro y me sentiré mal. Muy mal. Por haber sido cooptado una vez más por el discurso de una histérica hija de puta.
-III-
Jaulas y colmenas
cristina
hoy hablo
en la inauguracion
del correo argentino
reformulado
en un centro cultural
de jaulas y colmenas
y prioriso las colmenas a las jaulas
el trabajo de las avejitas al encierro
ahora bien
y quiero destacar que no soy
el Puma Rodriguez
que ayer en el programa de
radio de
dady brieva
lo escuche
decir barbaridades
de una groseria infumable
a este cantante de gran popularidad
continental
toda
bien
cristina
destaca el trabajo de las avejitas
las mismas
que me proveen a mi
el polen y la miel
que consumo
hace 8 años
ok
ahora
bien
monsanto
promociona
tanto a programas
del grupo clarin
como a programas
del grupo K
y Monsanto
y sus agroquimicos
es una de las grandes
pesadillas
de mis abejitas
es asi
ese es el punto ciego
donde
dereccha o izquierda
comprometido o vendepatria
da igual
todo confluye
en el asesinato en masa
de mis abejas
y su trabajo
***
este es mi dealer de polen y miel
Mario Braun / mariobraun@hotmail.com / 011 15 5754 0940
es un apicultor con colmenas en las islas del delta del parana
-IV-
¿queres saber como hacer mierda uno de los cuentos
mas importantes que se han escrito en la historia
de la humanidad?
bueno, escucha
a la bombacha de elastico vencido
una de las chicas
de la temible patota
de Alan Pauls
que leyo gravo y subio
una rosa para emily
¡que hija de puta¡
¡absalon, absalon!
-V-
UN PIROPO
intriga
hola jp, acá juan forn desde gesell.
descubrí tu librería por internet (buscando libros sobre erik satie) y me dieron muchas ganas de ir de visita. ¿se puede o sólo funcionás online y mercadolibre?voy a estar en bsas durante la semana. contame si podemos pasar con mi mujer a chusmear un poco.
un abrazo y felicitaciones por los buenos libros que tenés
-VI-
Fogwill
(un cuento narcoprostibulario para niños de 4 a 6 años)
Hace una semana paso por la Cuspide de Santa Fe casi esquina Callao.
Entro a buscar algo preciso, concreto. Una de esas pocas novelas argentinas de estos últimos 30 años a las cuales se la puede acusar de ser una novela. Literatura de la buena
La media de la literatura argentina es lamentable.
El grueso una vergüenza.
La buena una excepción.
Ok.
Mi novela esta en camino así que espero con eso al menos mejorar un poco el promedio para arriba. Aunque con tanta chica y chico palermitano y provincianos viviendo en capital escribiendo tan mal ni si Borges publicara hoy Ficciones lograría elevar un poco el nivel general de la peripatetica literatura argentina.
Bien.
Estoy enojado.
Escribiendo en caliente.
Porque tengo que seguir laburando todo el día y si no me saco el veneno de encima me voy a volver loco.
Entre la semana pasada a Cuspide de Santa Fe y Callao en busca de Fogwill. De su novela Vivir afuera.
Hasta hace unos meses atrás tenían varios ejemplares y baratos.
Consulto.
Me dicen que no y se desentienden de mi.
Stop.
Repregunto e interrumpo el laburo del empleado que ya me había descartado y queria cobrarle el librito pelotudo que estaba comprando una mina.
Ok.
Te podes fijar en el sistema si hay ejemplares en otra sucursal.
Se fija.
Hay en dos.
Le pido que me traiga a esta sucursal todos los que hay.
Me mira sin entender.
Los quiero todos.
Lo quiero a Fogwill.
Es una gran novela.
Pedí que te traigan todos los ejemplares para esta sucursal.
Me dice que no puede. Que no se los van a enviar. Pero que puede que si pide le envíen uno.
Le pido que lo pida.
Y le consulto en que otras sucursales hay.
En Ramos hay 4 y en Cabildo hay dos.
Pide uno, le doy mi teléfono para que me avise cuando llegue y me voy.
El domingo viaje luego de mucho tiempo al Conurbano.
Hace tiempo que no piso el Conurbano. Que no quiero pisarlo.
La última vez que lo hice fue una noche horrible.
Ok.
Por ir tras el rastro de una gran novela de Fogwill hago el esfuerzo y voy a Ramos Mejía el domingo a la tarde.
Levanto todos los ejemplares que hay en esa sucursal y desaparezco. Huyo del Conurbano y sus demonios.
Ok.
Faltan los de Cabildo.
Voy el lunes al mediodía.
Cerrado.
Luego me quedo sin liquiidez.
Cero peso.
Así que Quique me va a tener que aguantar unos días para que lo rescate de esa librería de Belgrano tan sin honda como un chupetin de caca de chiguagua.
Ayer me dejan un mensaje en el telefono.
Llego Quique a Santa Fe y Callao.
Hoy me levanto a las 6 de la mañana.
Leo Peter Matthiessen una hora y luego me pongo a laburar.
Salgo a la calle temprano.
Voy a Los Cachorros en Parque Centenario a comprar unos libros y a charlar con su dueño, un viejo lobo de mar.
Gasto mas guita de la que devía.
Estoy casi en cero nuevamente.
Pero tengo merca de la buena.
Y falta Fogwill.
Si falta Fogwill no es merca tan de la buena.
Vamos por Quique.
Se lo que vale esa novela.
No estoy hablando de guita.
La puta de esa novela es inolvidable.
Es literatura 100%.
Ok.
Voy cargado de libro y traspirando y tambaleandome por el peso en busca de los restos diurnos de quicoteputochillon.
Llego a Cuspide.
Saludo al empleado que me atendió la otra vez.
Le pido mi libro que me trajeron de otra sucursal.
Lo busca. No lo encuentra.
Aparece otro empleado que me dice que me conoce pero no sabe de dónde.
Le digo que no lo conozco.
Me mira y dice si estaba en la Feria.
Sí, trabaje en la Feria.
Consulta qué pasa y le explica su compañero que me trajeron un libro de otra sucursal, que el lo vio y que ahora no le ve.
El supuesto encargado busca en el sistema.
Me dice que el libro se vendió hace dos días.
Le digo que me llamaron ayer.
Se vendió, me dice el supuesto encargado y sigue con su laburo.
Y su compañero sigue con el siguiente cliente para facturar un librito.
Ok.
Cuando buscas un libro jamas tenes que creerle a un empleado de librería ni al sistema. Tenes que arremangarte y empezar a dar vuelta la librería y encontrarlo vos mismo.
Busco. Lo busco a Fogwill. Y no lo encuentro.
Vuelvo a la caja.
Pasa un cliente, otro cliente y un tercero y yo parado frente a la caja como si fuera una mosca molesta que anda sumbando en el aire y lo mejor es ignorar.
Le digo al de la caja, disculpame, quiero mi libro.
Me dice que se vendio y sigue facturando.
Bueno hay dos en Belgrano traelos para acá.
Y en lugar de enmendar el error de haber vendido la librería un libro encargado para mi y remediarlo rapidamente llamando a otra sucursal para que me traigan el libro ya sigue facturando libros boludos y me hace esperar cuando sabe que me ha hecho ir al pedo para retirar un libro que no estaba.
Y me caliento.
Y empiezo a los gritos.
Que quiero a mi Fogwill.
Que quiero que enmenden su mal trabajo ya.
El supuesto encargado me pide que no grite.
Cuando me vuelvo loco y me pongo a gritar si me pedis que no grite solo puedo volverme más loco y gritar mas fuerte.
¡Quiero a Fogwill ya!
Solucioname el problema ahora.
Hay ejemplares en otra sucursal traelos ya.
Y el encargado se me para de guantes.
Nos miramos. Tenemos las caras pegadas y sus puños cerrados y me pide que me retire ya.
Yo no se pelear.
Pero evalúo la posibilidad de que me pegue.
El problema lo va a comprar el si me pone una mano encima no yo.
Me acusa de que le estoy faltando el respeto.
Y le retruco que ellos me faltan el respeto trabajando mal y haciendo ir a buscar un libro que cuando lo quiero retirar ya lo vendieron a otro y en lugar de solucionarme el problema trayendo otro ejemplar de otra sucursal se desentienden de mi y pasan a otra cosa.
Y sigo gritando y el tipo que me quiere arrancar la cabeza para que no siga getoniando a los gritos que son unos incompetentes.
Y finalmente me voy a buscar el documento a la esquina que Randaso me dijo que ya lo tenia cocinado y vuelvo a casa enfurecido y te cuento este cuentito.
-VII-
Mercado libre
La Casa De Hojas Mark Danielewski Marcelo Cohen Stephen King $ 600 x 1 disponible Finaliza en 41 días
Pregunta de un comprador:
Porque pones stephen king en el titulo?
Respuesta del vendedor:
Para generar intriga y terror en los compradores de Mercado Libre. Intriga porque no pienso responder a tu pregunta a no ser que me des dinero por una pregunta que vos mismo podrias responder facilmente y terror porque cuando llegues a la respuesta ya va a ser tarde para todo. Saludos Libros Kalish
-VIII-
hace por lo menos tres o cuatro meses
que note una tendencia en el contador
de ganado
de libros kalish
donde argentina es el segundo pais
con mas visitas en mi wordpress de libros kalish
y el país con más visitias
todos los santos días
es Estados Unidos
igual al pedo
porque estos gringos putos
no me compraron jamas
un puto libro
pero me miran
me estan mirando
¿alguno de ellos
sera
Donald Ray Pollock
Tom Spanbauer
Chuck Palahniuk
William T Vollmann
Jonathan Franzen
Jonathan Lethem
Cormac McCarthy
Philip Roth
James Ellroy?
No lo sé
lo que sé
es que los gringos
me estan mirando
y yo por las dudas
ya limpie y engrase
la Luger del abuelo
si quieren venir que vengan
que le presentaremos
batalla
-IX-
CARTA A MI EDITOR
XXX:
Partamos de una base.
Alguna vez escribí que un escritor escribe porque sino se muere. Y mi primo Sebastian Cariola, me salio al cruce: es todo lo contrario, me escribió, el escritor escribe porque solo esta vivo cuando escribe, exactamente lo contrario a lo que vos decís, me señalo.
Hay un gran disco de Flema donde una letra de Ricky Espinoza dice: vivo como un muerto pero vuelvo a nacer.
Ok.
También todo lo que hice siempre desde la revista El Interpretador esta online para el que lo quiera leer si a alguien le interesa.
Mi problema y mi interés y mi necesidad de tener algún control caprichoso, delirante, absoluto es solo con lo que tengo que contar hoy.
Lo que ya escribí ya esta hecho y no me pertenece (aunque en este ultimo tiempo por cuestiones de sobrevivir intente vender eso, sin mucha suerte, pero buscando sierto valor simbolico que te da un libro, que se que puede llegar a muchas menos personas que si lo subo a Internet).
Yo necesito “volver a nacer” como canta Ricky por eso escribo.
Cuando logro eso es maravilloso.
Eso es lo que me pertenece y no hay libro ni guita ni fama ni siquiera escribir la gran obra que busco pero que se que nadie que la haya hecho lo supo mas alla de su locura anteriormente a producirla.
Paul McCartney hoy tiene dinero, fama, lo que quieras, lo cual no esta mal, pero cuando brillo y estuvo vivo de verdad era cuando se juntaba con los otros tres y su futuro era incierto y nadie lo esperaba ni daba mas que moneditas por eso. Y si hoy le dieras a Paul poder volver a ese momento magico donde algo sucede creo que entregaria su cuantiosa fortuna por volver a experimentar eso.
Mira te voy a contar una infidencia y te voy a mostrar unos mails que espero que no los muestres porque no estaria bueno.
El año pasado cuando todo lo que podía salir mal salio mal y mucho peor, en un momento me agarre de la escritura que fue lo que en algun punto me salvo.
Y descubri que me autorizaba a escribir lo que escribia lo cual me dio libertad. Creo que a un autor solo lo autoriza el propio autor.
Te digo esto porque Fogwill me repitio – a Elsa Kalish en realidad – que escribia bien. Y Hector Libertella que no leí nunca pero se muy bien quien es supo decir en Varela Varelita a un amigo que escucho un conocido mio: leiste a Elsa Kalish, leela esta bueno eso, o algo asi.
Ok.
Se que un libro te da un valor simbolico y me lo paso por el orto, igual me encantan los libros, pero mas escribir.
Asi que empece a mover mis columnas de Las chicas de letras se masturban así de Elsa Kalish.
Era el recurso que tenia a mano y estaba en el quinto infierno.
Ok.
Y le pedi un prologo a XXX para el libro.
Por dos razones.
Una, porque si alguien tendria que decir algo de eso y es una chica de letras por excelencia, es él, XXX.
Dos, porque se que si bien esas columnas son conocidas por lo que podemos llamar el campo literario y cultural y critico, sabía que si XXX me escribia un prologo el libro tenia futuro.
Obviamente no le escribi motivado por lo segundo sino por lo primero.
Estos son los dos mails:
XXX
XXX
Bueno, este mail para mi es mas importante que cualquier libro.
No porque el sea quien sea y tenga un peso especifico en el campo sino porque fue mi profesor y yo sabia que me leia y de algun modo yo lo autorize para que me leyera y me diera su veredicto. Yo, no él. Por eso es importante.
A ver, ahora algo tecnico.
Por la extensión de lo que vos podrias publicar.
Me parece que se puede hacer un recorte mas interesante de Las confesiones de un librero de mierda que de Las chicas de letras se masturban así.
En fin eso es tu laburo de editor vos arma lo que te parece y lo discutimos a partir de tu recorte, de tu laburo.
En cuanto a guita, me chupa un huevo o mejor, seria un idiota discutir guita en donde no la hay. Si te parece que hay un libro, adelante, es tuyo todo, no quiero nada, porque no hay, en todo caso cuando la haya hablamos, asi que guita olvidate o no preocupate porque la guita que entre te permita seguir adelante con el proyecto, yo no quiero nada por ahora.
Mi problema hoy en relacion a la escritura es una novela que tengo en la cabeza y no le encuentro como empezarla. La tengo en la cabeza, pero tiene que crecer y tengo que crear las condiciones para que cuando aparezca la punta pueda ir detrás de la ballena blanca hasta el fin del mundo.
Lo que escribí es del que lo quiera leer y le pase algo con eso.
A vos te parece que en lo que escribi hay un libro, es tuyo.
Podemos discutir criterios de edición y que se publica o no, pero eso es todo, luego el libro es tuyo y luego del que supuestamente le interese comprarlo y leerlo, no mio.
Quizas no este de acuerdo con tu recorte de editor.
Y diga que esta todo mal.
Igual ahí tenes un recurso alternativo.
Uno, yo jamas patente nada.
Y segundo podes piratear mi material ya que todo lo que escribi esta online.
Y si esta en la red es solo cuestion de bajarlo y es tuyo.
Abrazo
Juan Pablo
-X-
William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y la choncha de tu madre.
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William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y la falopera de tu vieja reventandose otra vez en el Bingo Avellaneda.
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William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y a mamá le dieron dos años.
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William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y tu mamá empepados viendo Peron, sinfonia del sentimiento de Favio.
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William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y tu vieja filman la remake de El regreso del Enano Polvorita.
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William T. Vollmann, Jorge Luis Borges y la chocha de tu madre zapando No vamo a trabajar de Rodolfo Zapata.
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-XI-
MERCADO LIBRE
El Tábano.natalio Botana Diario Crítica – Álvaro Abós $ 200.00 x 1 disponible Finaliza en 48 días
PREGUNTA DEL COMPRADOR:
Que tal? Te ofrezco $120 por el libro. Saludos.
RESPUESTA DEL VENDEDOR:
si el nieto de botana que escribio dos obras maestras como son El baile de las locas y La vida es un tango me ofreciera lo que vos me estas proponiendo le diria igualmente que no, gracias, saludos Libros Kalish
-XII-
PORNO AMATEUR
William T. Vollmann y Jorge Luis Borges
Otoño. Que sea otoño. Que sea otoño y que llueva. Mucho. Que haya leños ardiendo en un brasero. Y un gato. Que haya un gato y que sea negro y que mire de amarillo y que se enrosque y que nos enseñe un poco a vivir. Pero por sobre todas las cosas que sea otoño. Que le falte un vidrio a la ventana. Que entren por ese hueco la lluvia y el frío. Que tengas ganas de besarme. Muchas ganas. Que un hombre te espere en otra parte. Que sea otra vez otoño. Otoño y Que llueva. Y que no vayas. Que te quedes conmigo. Que sea otoño otra vez y que te quedes.

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-XIII-
Dancing 
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 6 a 8 años)
A media cuadra de la Confitería Atenea – lugar mítico de la ciudad donde se cuenta que en su baño Cheever, Carver, un perro que habla y un muñeco de Borges profugo de la justicia están día y noche chupando y tomando falopa.
Más cerca de Plaza Once que de Plaza Congreso había un puterío.
Se llamaba Dancing.
Estaba encajonado entre una fiambrería y un banco Galicia.
Hace un rato cuando pasé lo estaban tapiando.
Como yo compro fruta en la cuadra donde se encontraba el puterío conozco de memoria su fachada.
Apenas una puerta negra, un cartel que dice Dancing y una escalera que bajaba.
Cuando recién llegué a Once aun funcionaba.
Siempre voy a lamentar no haber bajado esas escaleras y aberiguar si éstas conducían directo o no al infierno.
En fin.
Pero si bien es un paisaje cotidiano el puterio de la vuelta de casa entre el banco y la fiambrería nunca me dejo de sorprender esta triada.
¿Acaso ésta encerraba el misterio de la santisma trinidad?
Hay un poema de Juan Gelman que lo tengo leido por él en un compac que hizo Jorge Lanata donde recita:
Preguntas
Juan Gelman

“lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra” dijeron
las Seis Enfermeras Locas del Pickapoon Hospital de Carolina
mientras movían sus pechos con una
dulzura tan parecida a Dios
¿y si Dios fuera una mujer? alguno dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno
¿y si Dios moviera los pechos dulcemente? dijo
¿y si Dios fuera una mujer?
corrían rumores acerca de las Seis
las habían visto salir de hospedajes sospechosos con una mirada triste
en la boca
las habían visto en una cama del Bat Hotel
las habían visto fornicando con sastres zapateros carniceros de toda
Pickapoon
¿y acaso Dios no sale de los hospedajes con una mirada triste
en la boca? alguno dijo
¿y si Dios fuera una mujer?
¡tetas de Dios! ¡blancos muslos de Dios! ¡lechosos! Dijo
¡leche de Dios! gritaba por los techos de toda la ciudad
así que lo quemaron
hicieron una hoguera alta al pie de la colina del Este
y también quemaron a las Seis Enfemeras Locas de Pickapoon
todas eran rubias y cada día habían visto a la muerte trabajar
eso es todo
así acaban con los temblores mortales e inmortales en Carolina
y otros sitios de Dios
¿y si Dios fuera una mujer?
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno.
Y pregunto yo:
¿Y si el misterio de la santisima Trinidad hubiera estado frente a mis narices todo este tiempo y no lo pude ver porque en mi ceguera absoluta ahí donde Dios me estaba dando una señal yo sólo veía un puterio encajonado entre una fiambrería y un banco Galicia?
Ok.
Esto pensaba hoy mientras caminaba rumbo al fantasma del Spinetto Shopping a comprarle comida a mi gato René.
Entonces tropecé con un poster tirado en el cordón de la vereda.
Ahí.
Justo ahí.
En Pichincha donde funciona una librería de viejo donde todo es polvo y desorden y te atienden para el orto y que yo sospecho que lavan dinero sus dueños porque nunca entra nadie y cuando entra alguien se esmeran para convencerte que no vuelvas a entrar jamas.
Ok
Ahí había un poster de la serie televisiva Amigovios.
Y me hacerco al cordón de la vereda porque creo reconocer a una de las chicas del poster.
Sí, la conozco.
Yo alguna vez hice una revista que era una nave espacial.
Cuando me fui la coparon terrícolas de Puan y la nave espacial devino en poco tiempo en un cartin oxidado.
Y cuando estoy llegando al Shopping fantasma me cruzo con tipos durmiendo en la vereda bajo frazadas.
Y pienso:
Estos son la alta burguesía de los linyeras de Balvanera.
Y pienso:
Estos quizá si supieron ver el misterio encerrado entre jamones y dinero que existía a plena luz del día en Avenida Rivadavia.

 

En los Links que siguen se pueden leer las columnas Mapa narcoprostibulario de Carrefour, Confesiones de un librero de mierda y Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

Copia (7) de mapa-de-once1
Para este collage se utilizó a William T. Vollmann, Jorge Luis Borges, Camila Flynn, Patti Smith, Hitler, The Beatles, Pablo Picasso, Lisa Ann, Oscar del Barco, Sarina Valentina, un Pibe Chorro, mi gato René, un japones con un lomo increible que no se su nombre, Fogwill  y una Muñequita Liefeld Puteadora.
– The Metropolitan Opera 1883-1966. A Candid History – Irving kolodin (versión original en inglés)
–  Sartoris – William Faulkner
– Obras completas – Kurt Gödel
– El gran cuaderno – Agota Kristof
– VN The Life and Art of Vladimir Nabokov – Andrew Field (versión original en inglés)
– 99 francs – Frédéric Beigbeder (versión original en francés)
– Problemas del Realismo – Georg Lukács
– Israel and The Dead Sea Scrolls – Edmund Wilson (versión original en inglés)
– Los hundidos y los salvados – Primo Levi
– Teoría económica del sistema feudal – Witold Kula
– Los judíos en México y América Central (fe, llamas e Inquisición) – Seymour B. Liebman
– Kafka on the Shore – Haruki Murakami (versión en inglés)
– A History Of the Israeli-Palestinian Conflict – Mark Tessler (versión original en inglés)
– Never Too Late To Remember. The Politics Behind New York City’s Holocaust Museum – Rochelle G. Daidel (versión original en inglés)
– The Illustrated Encyclopedia Of  Medieval Civilization – Aryeh Grabois (versión en inglés)
– Schindler’s Legacy. True Stories Of The List Survivors – Elinor J. Brecher (versión original en inglés)
– Witness To The Holocaust. An Illustrated Documentary History of the Holocaust in the Words of Its Victims, Perpetrators and Bystanders – Michael Berenbaum (versión original en inglés)
– Against All Odds. Holocaust Survivors and the Successful Lives They Made in America – William B. Helmreich (versión original en inglés)
– La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío – Norman Gary Finkelstei
The Metropolitan Opera 1883-1966. A Candid History – Irving kolodin (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Alfred A. Knopf New York.
Precio: $500.
A complete and candid history of Americ’s foremost lyric theater from irs opening on October 22, 1883, to its last performance at Broadway and 39th Street on April 16, 1966, this is a revised and greatly expanded version of Mr. Kolodin’s earlier books on the Metropolitan. Uniquely it supplies the entire story of the “old Metropolitan” and of the conceptio and creation of the “new Metropolitan” in Lincoln Center. Scrupulously researched and authenticated, the book is not an official history but  free report by a longtime critic and enthusiast who has been fascinated but not blinded or overwhelmed by what he has heard and seen in decades of operagoing. Completely reset and redesigned, with many new ilustrations.
The Kolodin Review
FRED COHN explores the legacy of Irving Kolodin, whose often surly but unfailingly well-informed and readable reviews defined classical music for a generation.
“Corelli was more often than not merely a tall man with a loud voice, buying audience favor with such childish coin as long-held top notes and, for variety, longer-held top notes. Given his physical advantages and the power of sound he commands, Corelli could make himself a painter-hero of the first rank, but this would take an alteration of attitude for which there is no reasonable hope.” 
Classical-music lovers of a certain age will know that the words above, describing Franco Corelli’s Cavaradossi, could have been written by one man and one man only. Irving Kolodin (1908–88) practiced music criticism for five decades; during much of that time, he dominated his field, attaining a celebrity unimaginable for a current practitioner of his profession. In an era when classical music and its appreciation figured in the cultural aspirations of many Americans, he projected such unimpeachable authority as to seem the custodian of the whole territory. He was also an exceptional writer: if he ever let an ill-considered sentence make its way to print, I haven’t read it. Later critics such as Andrew Porter and Alex Ross have achieved a more direct, conversational form of discourse; Kolodin’s reviews are unmistakably “written.” But they are intensely readable, full of humor and, despite his reputation as a curmudgeon, manifestly supportive of the art form he knew and loved so well.
“When he was at his peak, everyone knew his name,” says critic Richard Freed, who served as Kolodin’s assistant in the early 1960s. “The way he wrote was reassuring to the general reader, who might have been frightened off by talk of a Neapolitan Sixth, and to professional musicians, who could tell he was on the same level of knowledge as they were. He expressed his judgment with not an iota of pretentiousness but a great understanding of the issue at hand.”
“Even though I disagreed with him a lot, I considered him the most authoritative voice out there,” says critic Peter G. Davis.
Kolodin’s chief pulpit was Saturday Review, the weekly magazine that all but defined upper-middlebrow American taste in the middle of the last century; he served as critic there from 1947 to 1982, reviewing not just classical music but jazz as well. He was staggeringly productive, chronicling each week’s musical events in his “Music to My Ears” column and quite often supplementing that stalwart effort with record reviews and features.
Kolodin was a prolific writer of books as well, most notably his compendious season-by-season, opera-by-opera history of the Metropolitan Opera. It first came out in 1936 and was revised twice, the last time — asThe Metropolitan Opera, 1883–1966: A Candid History — updating the chronicle to the company’s final pre-Lincoln Center season. The book is full of essential information about the company’s management and repertory through the years, and it becomes especially interesting once it reaches the period of Kolodin’s own operagoing. Here, instead of relying on contemporary reports, he proffers his own insightful, often acerbic observations:
It was clear [Ettore Bastianini] was inclined to overplay his voice and underplay his role. 
[Fausto] Cleva lasted long rather than really wearing well. 
On Otto Edelmann in La Forza del Destino: No bel, no canto.
Kolodin was as persuasive an advocate as he was a detractor. His Saturday Review coverage of figures such as Kirsten Flagstad, Birgit Nilsson, Leonie Rysanek, Joan Sutherland, Karl Böhm and especially Maria Callas offers an enviable seat-on-the-aisle view of some of the most illustrious careers in opera history. His writing about these cherished performers combines fervor with discernment; he displays not just his admiration but the reasons behind it, as in this evocation of Callas’s 1959 Carnegie Hall concert performance of Il Pirata:
Much could be made of the extremes of range with which she coped impressively well, but there was much more art and expression in her firmly controlled delivery of the legato line and its embellishments, in her sense of the tragic accent appropriate to the words and their meanings, and the kind of spell she casts with a covered sound as against an open one. 
A favorite Kolodin tactic was to offer praise with one hand and a slap with the other. While lauding Luciano Pavarotti in the Met’s Puritani for “long, vibrant phrases of sculptural beauty seldom heard,” he also called him “aCavalier who has been earning his bread and butter, meat, potatoes, pasta formaggio — and all the other expensive goodies that have given him his huge girth — by his ability to produce the piercing high notes … that arouse the beast in an audience.”
More than one performer must have been taken aback by a Kolodin review. Take the young James Levine, whose work in a 1976 Aida, according to Kolodin, provided “discipline rather than leadership, energy rather than experience, and a boisterous love of percussion as difficult for the orchestra to play against as it is taxing for the singers to overcome.” Or soprano Pauline Tinsley, of whose high E-flat, in New York City Opera’s Maria Stuarda, he wrote, “It was flat all right, but it wasn’t E.” Of Lily Pons in a 1947 Lucia di Lammermoor Kolodin wrote, “Belaboring Mme. Pons for her insecure pitch at this date is akin to discovering the crack in the Liberty Bell.”
Sometimes his victims bit back. Bass Lorenzo Alvary, reacting to a Rosenkavalier pan, sent Kolodin a letter that read, “Please accept my congratulations for your exquisite taste and sensitivity in labeling with your admirable confidence my intentionally underplayed Ochs ‘dead and undistinguished.’”
The prickliness that Kolodin could display in print reflected his personality. He terrorized young assistants such as Freed and Martin Bernheimer, whom he used not just as writers but as copyeditors, fact-checkers and couriers. “It was some privilege to work for him — and every day, I was frightened out of my wits,” says Freed.
“The man was brilliant, the man was eccentric, the man was very difficult,” says Bernheimer. “I saw the opportunity to work at the side of somebody whose work I admired and who had an important voice in American music life. But I would be a liar if I pretended it was an easy job.”
Kolodin would as a matter of course get two press seats for performances, but he wouldn’t even consider bringing an assistant along. “He refused to take anyone with him to a performance — even a Callas sellout,” says Bernheimer. “He would go and put his overcoat on the seat next to him. And woe to anyone who would ask, ‘Is this seat taken?’ He wanted to be alone.”
Fact-checking duties were especially fraught. Bernheimer once caught a glaring error in a review of a MetDon Giovanni: not having received the slip announcing George Schick as replacement, Kolodin covered the performance as if Lorin Maazel, the scheduled conductor, had been at its helm. “He would never have allowed that to show up in print,” Bernheimer says. “But it really got him mad at me. I had exposed something in him that he didn’t want me to see.”
Bernheimer left Saturday Review in 1965 to become chief music critic at the Los Angeles Times — in the process, despite giving a full three months’ notice, infuriating Kolodin. “He was really pissed,” Bernheimer remembers. “He said to me, ‘There’s only two places you can be a critic in America — New York and out-of-town.’ He virtually didn’t speak to me for my last twelve weeks on the job, and he didn’t go to my goodbye party.”
If Kolodin was difficult at work, he was even more so at home. He had no children of his own, but his wife, Irma, had a son and a daughter from her first marriage, to real-estate mogul William Zeckendorf. Kolodin was not a loving stepparent, to put it mildly. “You’re not gKolodin with Leontyne Price, on board a train to Philadelphia for a 1961 performance of Turandot with the Met
Louis Mélançon/Opera News Archivesoing to find many people who were fond of him,” said his stepdaughter, Susan Zeckendorf, in an interview conducted shortly before her death this past October. “He was an intellectual, and he liked to talk about music and ballet — I learned a lot from him. But he was notwarm and fuzzy. He was clearly angry about something, and I was never sure what he was angry about.”
His relationship with his stepson Bill eased after the younger Zeckendorf married Nancy King, a Met ballerina who traveled in Kolodin’s artistic circles. “I had a very easy relationship with Irving — we didn’t have any baggage,” King says now. “I had been at the Met for nine years, the era of fabulous people like Pierre Monteux and Dimitri Mitropoulos, so it wasn’t hard to find things in common. We would talk about what was going on in the music world — the usual musical gossip. But if my life hadn’t been so wrapped up in opera, I don’t think we would have had the same kind of relationship.”
Susan Zeckendorf remembered that during her childhood, notables such as Isaac Stern, Thomas Beecham and jazz- and folk-record producer John Hammond would bring their recordings up to the apartment to get Kolodin’s feedback. In fact, throughout his career, Kolodin cultivated bonds with his favorite artists. A case in point was Marilyn Horne. He had emphatically disapproved of her Barbiere Rosina. (“A houseful of attendants gave every evidence of having a wonderful time, which is another way of saying there is no accounting for tastes.”) But her Mahler was a different matter. “He thought I was the exemplary Mahler singer, and we became sort of friends,” Horne says.
He eventually invited her out for dinner, but Horne found him scarcely more approachable than others did. “He was not so easy to talk to, not effervescently outgoing — no, no, no!” she says. “But we did talk about Mahler a lot, and song-singing — all the things that are so near and dear to my heart.”
Kolodin maintained a years-long correspondence with Callas and was instrumental in bringing her to Juilliard for her celebrated 1971–72 master classes. (Kolodin served on the faculty at the time.) They stayed in touch until Callas’s untimely death; toward the end, he urged her to take to the legitimate stage in Robinson Jeffers’s translation of Euripides’s Medea, a scheme that came to naughtKolodin’s letters to Callas display a tenderness and courtliness that may well have surprised his family and employees. In the wake of Aristotle Onassis’s breakup with Callas, and his subsequent marriage to Jacqueline Kennedy, Kolodin wrote the soprano a note expressing his sympathies, as delicately worded as it is compassionate:
You have been subjected to the cruelest kind of pressure and… responded with the kind of grace that does you honor (especially as I do not doubt that the inward emotions are rather at variance with the outward control). Good for you … and for you, everything good!
Callas’s letters, written in expressive if not always absolutely idiomatic English, reveal not the pro forma politeness of a star singer handling a powerful journalist but real fondness, as well as indications of how much Kolodin’s esteem meant to her.
I will try to thank you for your respect to my artistic capabilities by the only way I think I should and can — and that is to sing as best as I can so you all will be proud of me.
Callas’s affection tells us much about the man. No doubt, Kolodin was complicated and in many ways unlikable. But the most significant operatic performer of the era valued his judgment. And so, for many years, did America’s music-lovers.
–  Sartoris – William Faulkner
Estado: impecable.
Editorial: Schapire.
Traducción: Francisco Gurza.
Precio: $300.
Pocos años antes de su muerte, el propio William Faulkner recomendaba esta novela como aquella por la que debía empezar quien se acercara por primera vez a su obra. «He concebido la historia entera como un relámpago que iluminase de golpe un paisaje», declaró. La publicación de Sartoris en 1929, después de varios intentos fallidos, supuso que por fin viera la luz el mítico condado de Yoknapatawpha, escenario de muchos de sus relatos y novelas posteriores.
En Sartoris, Faulkner disecciona una clase social en decadencia a partir de una familia heredera de las tradiciones aristocráticas del Sur, a la que sólo le queda la retórica romántica, el orgullo y la autocompasión para enfrentarse a un mundo en el que ya no encuentra su sitio.
«El mundo ficticio de Faulkner, con su tragedia, su belleza, su hilaridad, sus pasiones, sus generaciones de sentimientos y de saber, la totalidad de su extraordinaria obra, está viva y se halla aquí con nosotros.» EUDORA WELTY
– Obras completas – Kurt Gödel
Estado: impecable.
Editorial: Alianza.
Precio: $600.
La casi mítica fama de Kurt Gödel entre lógicos, matemáticos y filósofos descansa en tres logros de importancia excepcional: en 1930 probó la suficiencia del cálculo lógico de primer orden; en 1931 probó que todo sistema formal que contenga un poco de aritmética es necesariamente incompleto y que es imposible probar su consistencia con sus propios medios; y en 1938-1939 probó la consistencia relativa del axioma de elección y la hipótesis del continuo respecto de los demás axiomas de la teoría de conjuntos. Pero sus artículos y trabajos, de una concisión spanaria y de una incomparable densidad intelectual, no siempre resultan fáciles de consultar, pues se encuentran desperdigados en publicaciones, actas y revistas de varios países. Estas Obras completas reúnen la totalidad de los escritos de Gödel hasta ahora publicados. Ordenados cronológicamente, cada uno de ellos va precedido de una breve introducción de Jesús Mosterín, que los sitúa en su contexto más general y a veces los resume someramente.
vendido
– El gran cuaderno – Agota Kristof
Estado: impecable.
Editorial: Seix Barral.
Precio: $000.
Esqueletos
Herida y maravilla en las novelas de Agota Kristof.
Marcelo Cohen
Aunque en las novelas de Agota Kristof casi no hay desgracia que no pueda ocurrir, crimen que no se cometa ni prohibición que no se viole, la desmesura de los hechos no tiene nada de trágico. Tampoco hay augurios de redención ni actúan otras potencias que las terrestres; no hay destino, ni bromas del destino. El tono es invariablemente flemático ante el horror. Tomemos un párrafo de Ayer: “Agarré el cuchillo grande que había en el cajón, un cuchillo de cortar carne. Entré en la habitación. Dormían. Él estaba encima de ella. La luna los iluminaba. Había luna llena. Hundí el cuchillo en la espalda del hombre y me eché encima para que penetrase bien y atravesara el cuerpo de mi madre. Después me fui”. El que hizo esto a los diez años era un chico que vivía en la mugre y no soportaba más los gruñidos conjuntos de su madre, la puta del pueblo, y su maestro; el exiliado que lo cuenta ahora sabe que ese maestro era su padre; está enamorado de la hija de él, su media hermana –casada–, y no por descubrir que los amantes no murieron se siente menos huérfano ni desterrado.
Este complejo perpetuo es típico de las fábulas de Kristof. Casi siempre están en un presente que absorbe todos los incidentes, las filiaciones falsas y verdaderas, las formaciones y deformidades, los amores y las pérdidas, y se extiende a la espera, los reencuentros y los aparecidos. Un presente tan dilatado y tan lleno que raya en lo sobrenatural; que asfixia pero también ampara, en la medida en que puede escribirse. Abunda en personajes oscuros, “agazapados”, insomnes, lastrados de aflicciones y faltas imprescriptibles. Son exudaciones de la historia en la vida ordinaria, frutos de la barbarie y el avance, de la falacia del sentido y, aunque pueden ser muy compasivos, viven esa inmediatez agitada e inconexa como un sueño lúgubre. Querrían despertar a la quietud, a la muerte. Sin embargo algo los empuja y, mientras el deseo no se extenúe, en esas condiciones tienen que sobrevivir. A eso aplican sus mejores recursos: trabajan, observan, traman, se adiestran y cuando los vence la desazón beben y fuman hasta destrozarse. Las narraciones de Kristof son breves momentos de deseo de muerte en cadenas constantes de actividad y sucesos atroces. Todo se lleva a cabo, y de una realización se pasa a otra, no importa el tiempo que medie, sin que la frase tenga ocasión ni interés en matizarse con metáforas, en general ni siquiera con adjetivos. Entre el dolor de la privación, las necesidades del cuerpo, los chispazos de reflexión y el peligro del desaliento, entre los daños de la Historia y el denuedo de los personajes, una tras otra las lapidarias frases de Kristof se consuman llevadas por el delirio. No alojan juicios ni interpretaciones. Su verdad es la acción. Sólo presentan escenas decisivas, como en los folletines.
En este plano de fantasía dolorida existen Claus y Lucas, los gemelos de El gran cuaderno, la novela inicial de la trilogía que Kristof, húngara exiliada en Suiza, escribió tardíamente en francés; una novela que demudó a los lectores y le dio a ella un lugar único en la tradición moderna de la literatura extraterritorial. Un interrogante enhebra las docenas de espantos de las tres novelas y es quién está contando todo; porque sobran contradicciones. Pero si el El gran cuaderno maravilla es en primer lugar porque está narrada en primera persona del plural, un recurso con muy pocos antecedentes novelísticos que no sean meramente retóricos.
Ha estallado la guerra. Una mujer cuyo marido marchó al frente decide probar suerte en otro país y va a dejar a sus gemelos a la casa de su madre en las afueras de un pueblo. La vieja viuda, avinagrada, ascética hasta la avaricia, la acribilla a reproches y, si acepta a los chicos, advierte que lo pagarán caro. Para ellos empieza una educación en el sufrimiento, la suciedad, la estrechez y el desprecio. “Antes de venir a vivir a esta casa no sabíamos que nuestra madre todavía tenía madre. Nosotros la llamamos la abuela. La gente la llama la Bruja. Ella nos llama ‘hijos de perra’”. Claus y Lucas no opinan; miden todo por el rasero de las vivencias y la necesidad. Desde que quedan en manos de la vieja se funden en una sola fuerza de duración. No bien pueden, se aprovechan de que los demás no los distingan. Si tienen que diferenciarse, dicen “uno de nosotros hace de sordo; el otro de mudo”La abuela los instala en la cocina y les raciona la comida y la leña. Plantan papas, despluman pollos, cuidan cerdos. Se cubren de roña. “La letrina está en el fondo del jardín. Nunca hay papel. Nos limpiamos con las hojas más grandes de determinadas plantas… Ahora olemos mal, como la abuela”. Pero ese “determinadas plantas” es una señal del discernimiento que los va a alzar desde el chiquero a la notoriedad en la comarca. Como medio mundo les pega, se templan en el sufrimiento con bofetadas y patadas mutuas, ponen las manos en el fuego, vierten alcohol en los cortes que se hacen en el pecho. “No dolió”, se comentan. Después vienen los ejercicios espirituales, como tirarse horas de cara al sol, y por fin el estudio, con diccionarios, libros y lápices que le exigen al librero del pueblo que les fíe con el incontestable argumento de que son huérfanos y tienen que educarse y, siendo muy aplicados, un día le retribuirán con creces. Pero también les es imprescindible contar cada peripecia en un cuaderno grande, porque con la distancia del relato se consolidan y entienden mejor el mundo. Gracias a esta evolución que incluye el cálculo comercial, ganan la apariencia suficiente para juntar monedas actuando en las tabernas. Hacen acrobacia; tocan la armónica y cantan, y la gente arrasada por la pena llora. La autodocencia se completa con estrategia humana. No sólo equilibran la relación de fuerzas con la abuela gracias a haber descubierto que mató al marido; chantajean al cura del pueblo, se las ingenian para masturbar a una muchacha que los baña y se dejan seducir por un “oficial extranjero” que los quiere de veras. Aprenden que la astucia es útil pero el cumplimiento calma. Son recelosos, pragmáticos, no tienen escrúpulos ni miedo. Pero también son caritativos con los más débiles que ellos, respetuosos de las obligaciones y enemigos de la pereza. Son fabulosos prometeos pulgarcitos, miniulises ilustrados. Alrededor pululan la traición, el doblez y el egoísmo mortífero. Ellos persisten en el conocimiento. Como si su sensatez embebiera las circunstancias, todo el mundo en la novela habla con formalidad despiadada y gramática impecable hasta en el insulto. Pero a ellos esto les demanda una consecuencia agotadora. Aquí están por ejemplo, con “el oficial extranjero” que los mima: “nos empuja suavemente, nos alborota el pelo y se pone de pie. Nos tiende dos fustas y se acuesta en la cama… Lo golpeamos. Una vez uno, otra vez el otro. La espalda del oficial se llena de rayas rojas… La sangre se nos mete hasta en los ojos, se mezcla con nuestro sudor y seguimos golpeando hasta que el hombre lanza un grito inhumano y nosotros caemos, agotados, al pie de su cama”. No es la única perversidad en que se comprometen; pero ninguna es mayor que la retahíla de traiciones, represalias y asesinatos y suicidios que la guerra provoca o devela. Hay un ejército ocupante, locos de guerra emboscados, bombardeos, una frontera cercana y peligrosa, maldad que se escuda en el hambre. Corre mucha sangre en esta historia; pero para Claus y Lucas pervertirse de varias maneras es una tarea más. Son indefectiblemente prácticos. No amorales; no tan indiferentes como para no compadecerse de los más débiles y aconsejar a los idiotas. Un día, de pronto, reaparece la madre; con un bebé en brazos. El extranjero que la acompaña la apremia a partir porque ya se oyen los disparos de otro ejército. Los gemelos se niegan a dejar a la abuela. “En ese momento hay una explosión en el jardín. Después vemos a nuestra madre en el suelo”. Ha sido un obús. El pasaje no tiene ninguna relación con lo que suele considerarse climático. Diez líneas después la madre está enterrada. Tres páginas después termina la guerra. “A todo el mundo le falta de todo. A la abuela y nosotros no nos falta nada”: es que han descubierto que la abuela tiene un tesoro acumulado. Pero ocurren otros cambios: “Más tarde tenemos de nuevo un ejército y un gobierno propio, pero son los liberadores quienes los dirigen… La foto de su líder aparece por todas partes. Nos enseñan sus canciones, sus bailes, proyectan sus películas en nuestros cines… Hombres y mujeres desaparecen sin que se sepa por qué… Reconstruyen la frontera. Ahora es infranqueable”. Pero los retornos no cesan: soldados que perdieron las uñas en la tortura, hombres demolidos que reclaman derechos en hogares ilusorios y en seguida desisten, osamentas de cadáveres de la metralla o la codicia. Una vez más, una de tantas, los gemelos atienden a lo suyo sin flaquear ante ninguna transgresión; su ingenio impávido los ayuda a que “uno de nosotros” pueda irse “al otro país” sorteando la frontera mediante una operación macabra. Porque la última fase de la ordalía que se han impuesto es aprender la separación; individuarse.
Será un fracaso. Más bien una amputación de la simetría; la única herida que no va a cerrárseles ni podrán ignorar. La prueba –escrita en indirecto libre– es la novela de la maduración de Lucas, el que se queda, y de su lucha para no pudrirse en la soledad. Acoge a una muchacha cabeza hueca que se fajó un embarazo para conservar el empleo; y adopta al niño que nació tullido, con tal amor que para no perderlo le miente y termina matando. Mathías es un precipitado de generaciones de error y grosería; un cerebro fulminante en un cuerpo desgraciado, y sus ambivalencias infectan la novela. Ni él ni nadie pueden retribuir el ardor sistemático con que Lucas entrega afecto; ni la mujer que enloquece esperando al marido deportado, ni el secretario del partido que oculta su homosexualidad, ni la ralea sentimental de las tabernas. En la pieza que fue de la abuela Lucas tiene colgados los esqueletos de su madre y el bebé; deberían ser talismanes, pero son la coagulación de su vida y contaminan el entorno. Demencia, arribismo, represión, alcohol, suicidio; los personajes de estas novelas vomitan mucho.
La tercera mentira, que está narrada en primera persona por Claus, el que se fue, pone el contenido de las dos novelas anteriores en un limbo. La primera persona literaria suele ser eficaz pero engañosa; la tercera es mediadora y empática en su distancia; la primera del plural es tan inexplicable que derriba las prevenciones. La combinación de las tres da un nuevo tipo de novela. Es como si del “nosotros” de El gran cuaderno emanara hacia las otras un trastorno fulgurante: el registro pasa del cuento folklórico siniestro a la novela familiar desguazada, y luego al melodrama truculento y al fantástico existencial. Entre sueños, mentiras y cuadernos que se mencionan pero no se esgrimen, las versiones de los gemelos se solapan, se glosan, se interpretan; las identidades se interpolan, suplantan y anulan como variaciones excesivas sobre el tema de la pérdida. Es una inestabilidad de desierto alzada sobre la historia de Hungría a través del nazismo, la guerra, el estalinismo, la revolución del 56 y todas las matanzas y los exilios. El don que ofrece Kristof es una forma que aumenta la visión. Por el flaco cauce de su estilo sustantivo, guionístico, un caudal de géneros seculares y modernos –el mito, el cuento popular, el poema en prosa simbolista, el cine neorrealista, las experimentaciones– se depura y prepara la novela para las auspiciosas vacilaciones del siglo XXI.
En una de las versiones que escribe el gemelo Claus de su vida en otro país y el regreso al pueblo, asegura que le mintió a la policía sobre cómo pasó la frontera, sobre su edad y sobre su nombre. Pero la revelación de que no se llama Claus también puede ser falsa. Imposible saber si hubo gemelos; o cuál de los dos escribe. Todos mienten en estas novelas. Mienten para defenderse del Estado y el prójimo; velan con mentiras sus crímenes y la corrupción incesante de la sangre de las generaciones: mienten para librarse de la identidad. Pero mentir es suplantar por otra una identidad presuntamente verdadera. Lo negado vuelve como congoja; los sepultados que no afloran como esqueletos perviven como fantasmas. Por eso los héroes de Kristof escriben sin parar. Escribiendo la identidad se disuelve. Del insomnio del obsesionado, el desvarío de la literatura hace una casa. Afuera quedan los pavores de la historia, el vino nihilista, el llamado del suicidio, la necesidad. Adentro, el deseo sin objeto, lo que cada frase extingue y recobra a la vez, todos los tiempos conjugados.
En un cuento de No importa, el último libro de Kristof, un hombre invierte su fortuna en buscar la casa de su infancia; cuando la encuentra, un chico soñador sentado en la entrada le dice que está mirando, no la luna, sino el futuro venturoso. El hombre contesta que él viene de ese futuro y es un cenagal; pero viendo que el chico se enfurece, admite que quizás el problema sea que él se fue. La literatura es eso: una casa, no un hogar, y es toda ahora. Así piensa Tobías, el protagonista de Ayer, en uno de los pocos arrebatos de la obra de Kristof: “El tiempo se desgarra. ¿Dónde encontrar los terrenos vagos de la infancia? ¿Los soles elípticos inmovilizados en el espacio negro? (…) En un momento nieva. En otro llueve. Después hace sol, viento. Todo es ahora. No ha sido, no será. Es. Siempre. Todo a la vez. Ya que las cosas viven en mí, no en el tiempo. Y en mí todo es presente”. Este presente absoluto es la invención. De la convivencia de lo que el tiempo arbitrario divorció suele surgir algo que antes no estaba: un país, un artefacto, unos gemelos inauditos.
Lecturas. Agota Kristof: Claus y Lucas incluye las novelas El gran cuadernoLa prueba La tercera mentira (traducción de Ana Herrera y Rosser Berdagué, Barcelona, El Aleph, 2007);Ayer (traducción de Ana Herrera, Barcelona, El Aleph, 2009) y No importa (traducción de Julieta Carmona, Barcelona, El Aleph, 2008).
– VN The Life and Art of Vladimir Nabokov – Andrew Field (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Crown Publishers.
Precio: $300.
WHAT MASTERPIECE WAS WRITTEN IN A BUICK?
JOEL CONARROE
WHENEVER he replied to an inquiring stranger that, yes, he was Vladimir Nabokov, the novelist in turn would ask, »And what do you do?» as though »Nabokov» were a vocation. The well-rehearsed role he played so well – urbane, polymath emigre, playful yet aloof – is nicely documented in Andrew Field’s unauthorized life, »VN,» his third book about the writer. Mr. Field’s efforts to get past the public persona, however, have been less successful. There is a telling moment in one of the earlier books when he observes Nabokov enter a room while putting on a tie and hears him speak to his wife: » ‘Darling, can I really not write about him?’ . . . Then he suddenly saw me. – ‘Oh, I’m terribly sorry, Andrew. I didn’t realize you were still here.’ The word stress was strangely out of place.» This was apparently one of the few times Mr. Field saw the author with his guard (and necktie) down; had he witnessed such spontaneity more often, his analysis of the private man would almost certainly be more penetrating.
Nabokov’s public career, as Mr. Field shows, falls into four nearly symmetrical parts – an artist’s seasonal cycle. Springtime was spent in St. Petersburg, where, as the novelist later said, he was »a perfectly normal trilingual child.» The pampered princeling of a well-to-do family, young Volodya learned to regard himself as the center of the universe. At 16 he became a multimillionaire when his father’s brother left him an estate. Almost immediately, however, the Bolshevik Revolution sent the family into relative poverty abroad, and the writer spent the summer of his life in that unmapped country called exile, deeply aware of all he had lost. During this 20-year period, in Germany, England and France, he wrote under the pseudonym Sirin a body of work in Russian that may be compared in this century, Mr. Field correctly claims, only with that of Chekhov and Ivan Bunin.
The productive autumn years, in America, lasted from 1939 until 1959, during which time he taught at Stanford, Wellesley and finally Cornell, where for a decade he played the part of intellectual dandy in the provinces and earned a reputation as a brilliant and charmingly eccentric professor. With the success of »Lolita» in 1958 he was able to give up teaching and move with his wife to Switzerland, spending his final 18 years in the stately Palace Hotel in Montreux. A permanent transient, Nabokov never owned a home, apparently unwilling to risk another trauma like the loss of his family’s estates. It seems that he settled in contentedly wherever he happened to be, and his years in such quiet places as Ithaca, N.Y., and Montreux suggest a comment Haydn once made about his own periods of relative seclusion: »I was cut off from the world – there was no one to confuse or torture me, and I was forced to become original.» IN documenting this pilgrimage through six countries (and numerous fictional landscapes), Mr. Field provides a great deal of interesting information. We learn, for example, that Nabokov was an insomniac with a lifetime history of headaches, that he had an aversion to music, that much of »Lolita» was written in a Buick, that he thought »Doctor Zhivago» third-rate sentimental fiction and that, when he gave up his heavy smoking, this sensuous athlete who had troubled the sleep of Wellesley undergraduates came to resemble, in his own description, »a blend of the portly poet Apukhtin and General MacArthur.» Entertaining as such facts are, whether about Buicks or butterflies, they do not show what went on behind the man’s carefully constructed facade; we never see the emergence of what Leon Edel, with reference to Henry James, calls the figure in the carpet. It may be, of course, that the figure cannot be revealed, since Nabokov’s will stipulates that his private papers not be published until 50 years after the death of his wife and son. But even though Mr. Field recognizes that the man is »a conjecture within a conundrum,» he feels adequately equipped »to describe that secret life.»
Continued on page 9 As it happens, Nabokov, in whose work the subject of biography looms large, was suspicious of »mucking biographitists,» who commit »psychoplagiarism» by using what an author has created to give an impression of the inner life. If the biographitist of his own peripatetic history errs, however, it is on the side not of looting the artist’s canon but of substituting details for imaginative speculation and analysis.
»VN,» to be sure, does have a controlling thesis -Nabokov as Narcissus – but the theory is never persuasively argued, and in fact it disappears for long stretches at a time. There are those who regarded the ironic Russian as a cold-blooded creature with little capacity for deep feeling, but Mr. Field is interested neither in relating this point of view to his own consideration of self-love and creativity nor in discussing the implications for fiction of a writer’s possibly distorted sense of self. When he does offer interpretive commentary, moreover – mostly quarried from his earlier studies – his critical vocabulary proves unequal to the challenge of so complex and articulate an artist. Some of his generalizations, in fact, sound remarkably naive, as in the reference to » ‘pessimistic’ Despair and ‘optimistic’ The Gift» (Mr. Field is fond of quotation marks), or in the stupefying observations that Humbert Humbert desires »the destruction of all mature women» and that his »perversity is very close to homosexuality.» And while carefully composed passages can be found, some wayward prose cries out for a blue pencil: »Nabokov’s technique is to attempt to, quite literally, by ridicule exclude the possibility of a Freudian reading.» (That sentence, with its infinitive not merely split but sundered, sounds like a translation from some mythical Nabokovian language.) At other times the problem lies not in manner but in matter: »The following dates for public readings have been gleaned from public newspaper announcements and accounts: a reading on March 25, 1924, at the Flugerverband (Schoneberger Ufer 40); on April 18, 1924 (Fasanenstrasse, 78, am Kurfurstendamm); a reading at an unspecified place. . . .» The list goes on at length, its data scarcely transmuted into digestible prose. NABOKOV once referred to Mr. Field as »absent-minded,» and it does seem that his right hand is not always aware of what the left is up to. For example, following the atypically bold statement that there is not »a single actual ‘sexual’ scene in all of Nabokov, except for . . . one in ‘Lilith,’ » the critic discusses several erotic passages, including a scene »in which Van feasts on Ada’s nipples,» which, if not »sexual,» is certainly sexual. And although his research is admirable and his knowledge of the man and the work impressive, there are lapses of fact that give one pause, such as the assertion that »Lolita» – banned in public libraries in Cincinnati, Newark and elsewhere – »wasn’t banned (except in New Zealand).»
In his earliest book, »Nabokov: His Life in Art,» published nearly 20 years ago, Mr. Field provided a laudatory gloss on the major novels written up to then. Ten years later he brought out »Nabokov: His Life in Part» (which the novelist playfully suggested be called »His Life and His Parts»), an entertaining study based on a series of interviews with the author and his wife. For »VN,» Mr. Field draws heavily on these works (he now sees them as preparatory exercises), revising some passages and quoting others at length. We learn, in the final chapter, that »there was a four-year legal struggle over my 1977 book about him. Nabokov was furious about what he saw as a breach of faith. The author was upset because, he contended, he had been given assurances about the general outlines of the life of Nabokov that proved to be untrue.»
There is nothing like a legal dispute to arouse hostile feelings, and Mr. Field’s portrayal of the Montreux years does seem to be fueled by anger. The intolerant and dictatorial novelist we encounter, no longer Narcissus, is now simply a »garden-variety egotist,» a furtive tippler who wears his fame badly, openly boosting himself for the Nobel Prize (which, shamefully, he was denied) while gossiping maliciously about other writers. We read that »Ada» is »sprawling and self-indulgent,» its characters »not people but dolphins,» and we get, gratuitously, a description of a conte a clef by Zinaida Schakowskoi about an aging artist held prisoner by a tyrannical wife who isolates him from all natural feeling. Little wonder that with so depressing a sense of the final years Mr. Field can rise only to a halfhearted peroration: »A full-length portrait of Vladimir Nabokov then, Russian-American writer of our time and of his own reality. The world will not quickly forget either him or his stories.» For the conjurer who gave us »The Gift,» »Pnin,» »Pale Fire» and other works of genius, this, surely, is prose too feeble, praise too faint.
– 99 francs – Frédéric Beigbeder (versión original en francés)
Estado: impecable (con algunos subrayados que no molestan la lectura a no ser que usted sea un rompe huevos).
Editorial: Folio/Gallimard.
Precio: $200.
Un concepteur rédacteur décrit le cynisme de son métier. Dans ce roman d’autofiction d’inspiration autobiographique, Frédéric Beigbeder sous couvert de son personnage Octave Parrango raconte les désillusions des « créatifs d’élite » de slogans publicitaires face au management aux clients de l’agence de publicité qui l’emploie.
Tentant de rehausser le niveau culturel, moral et éthique des réclames qu’il produit, il se heurte aux refus du directeur de communication d’une grande marque de yaourts et voit son script progressivement édulcoré pour laisser place à un spot creux, caractérisant d’après lui le peu de considérations qu’ont les grandes marques commerciales pour lesconsommateurs et leurs préjugés vis-à-vis de leur intellect.
Il erre dans un monde d’opulence de consommation, d’argent roi, et perd ses repères humains et ne sait plus comment trouver le bonheur, malgré ou peut-être justement à cause de son niveau de rétribution démesuré. La drogue et les prostituées de luxe qu’il dépeint comme le quotidien des gens de son métier ne le satisfont plus, et il cherche de nouveaux frissons en dépassant les limites de la morale.
Dégoûté par son métier et par son propre génie pour le cynisme, il tente outrancièrement de se faire renvoyer. Ses tentatives se soldent par des échecs retentissants et le propulsent petit à petit au sommet de l’échelle. Au faîte de sa gloire, récompensé à Cannes pour un vrai-faux spot de publicité dans lequel il peut enfin exprimer sa créativité, il est rattrapé par la justice et ses abus passés.
«En ce temps-là, on mettait des photographies géantes de produits sur les murs, les arrêts d’autobus, les maisons, le sol, les taxis, les camions, la façade des immeubles en cours de ravalement, les meubles, les ascenseurs, les distributeurs de billets, dans toutes les rues et même à la campagne. La vie était envahie par des soutiens-gorge, des surgelés, des shampoings antipelliculaires et des rasoirs triple-lame. L’œil humain n’avait jamais été autant sollicité de toute son histoire : on avait calculé qu’entre sa naissance et l’âge de 18 ans, toute personne était exposée en moyenne à 350 000 publicités. Même à l’orée des forêts, au bout des petits villages, en bas des vallées isolées et au sommet des montagnes blanches, sur les cabines de téléphérique, on devait affronter des logos «Castorama», «Bricodécor», «Champion Midas» et «La Halle aux Vêtements». Il avait fallu deux mille ans pour en arriver là.»
– Problemas del Realismo – Georg Lukács
Estado: impecable.
Editorial: Fondo de Cultura Económica.
Precio: $450.
El distinguido filósofo y crítico literario Georg Lukacs – del que hace unos años ofrecimos una de las obras fundamentales: El asalto a la razón – reúne en este volumen una serie de trabajos de índole crítica, escritos en buena parte anteriores a 1940, a la luz de una doctrina marxista que, si por un tiempo pudo parecer precaria, ha demostrado más tarde su autenticidad y hasta su valentía. En efecto, como escribió Leo Kofler: “Lukács y el stalinismo se distinguen uno de otro como el socialismo burocrático. Entre ellos no existe puente alguno”.
En el prólogo que el autor preparó, especialmente para esta edición española, subraya el hecho de que los artículos, a pesar del tiempo transcurrido desde que los escribió, conservan entera su validez. Su visión de principio afirma que lo que hay de humano en la base de una obra de arte, ala actitud que ella plasma como posible, como típica o ejemplar, decide en última instancia lo que representa en la historia del arte y en la historia de la humanidad.
Los autores y tendencias qu Lúkacs estudia ocupan lugares tan sobresalientes en la literatura moderna – basta con citar a Thomas Mann y a Máximo Gorki -, que la lectura de estos ensayos será de interés, por encima de cualquier matiz ideológico, para todo el que se interese en las corrientes estéticas actuales.
El pecho de Fausto: modos de ser intelectual
Horacio González
A Jorge Alemán, Eduardo Grüner y Diego Tatián, que en su tarea intelectual buscan infatigablemente la lengua que pertenezca a las cosas y la secreta razón que las separa.
Siempre acude a mi memoria una vieja lectura de Georg Lukács, el intelectual húngaro que se revolvió entre las obligaciones que imponía la revolución de su tiempo y el legado cultural del vitalismo neo-romántico. Entre la primera y la segunda década del siglo XX, Lukács había publicado obras fundamentales de crítica literaria e histórica –El alma y las formas; Teoría de la novela; Historia y conciencia de clase– en las que se examinaban los temas centrales de la filosofía social trágico-romántica en relación a lo que podríamos llamar una teoría de la conciencia revolucionaria. No puede haber un arqueo estricto de esos temas, pero baste enumerar algunos: la relación entre la naturaleza y la historia; el sujeto de la historia por encima de la naturaleza como cosa; el privilegio del ensayo como escritura de indagación sobre el ser trágico del mundo; la conciencia de clase como totalización metodológica de un marxismo presentado como crítica a la “cosificación de la conciencia” y el destino de la existencia ante la ironía de la historia, entendida como “mística negativa de una época sin dioses”.
A Lukács siempre pudo presentárselo como uno de los casos más dramáticos de la existencia intelectual en medio de las reorientaciones partidarias –en su caso los partidos comunistas del Este de Europa, especialmente el soviético-, y de las mutaciones en la organización técnica del capitalismo. Son particularmente importantes sus prólogos de 1967 a la re-publicación –que le estaba vedada- de sus mencionados ensayos de la década del 10 y del 20 –esto es, cuarenta años antes. Volverían a ver la luz gracias a que Lukács esbozara diversas autocríticas repletas de explicaciones contritas sobre aquellos grandes trabajos. A la luz de las vicisitudes de su extensa carrera intelectual, que se había iniciado con el apoyo al gobierno ultrista de Bela Kuhn, que había merecido críticas del propio Lenin en 1919, y concluido con el apoyo al reformista Imre Nagy, que en la ocasión no resultaba del agrado de Moscú, Lukács puede considerarse el alma trágica de la historia intelectual del siglo XX. En el caso de sus dos experiencias de participación en aquellos gobiernos, su función era la de atender los problemas de política educacional, pero en ambientes políticos muy diferentes entre sí. Un ultrismo revolucionario en el primer caso, y una apertura democratista en el segundo, pero de alguna manera enhebrando una extraña continuidad en la vida de un intelectual que escribía y actuaba en medio de las tempestades.
La autocrítica de Lukács tenía una enorme fuerza. Se situaba a sí mismo, en esos trabajos juveniles, como alguien que poseía “una concepción del mundo basada en una fusión de “ética de “izquierda’” y teoría de conocimiento (ontología, etcétera), “de derecha’”. Decía haber superado esa escisión que de alguna manera estaba envuelta en el clima existencial y en teorías “comprensivistas” del conocimiento que tenían expresión en las obras de Dilthey y luego en la de Heidegger, al que veía tomando algunos de sus temas sin mencionarlo y dándole otro rigor argumental a la idea de que “la alienación era una forma eterna de la condición humana”. Sin embargo, la idea de tener dos flancos del conocimiento en fusión –ética de izquierda y epistemología de derecha-, resultaba tan profundamente atractivo que él mismo se atreve a compararla con la situación de Fausto. “Si se admite, en el caso de Fausto, que un mismo pecho puede albergar dos almas, ¿por qué no ha de ser posible reconocer la acción simultánea y contradictoria de tendencias espirituales opuestas en un mismo hombre, un hombre normal que pasa de una clase a la otra, en el proceso de una crisis mundial?”. Este recurso al ejemplo fáustico y otros entusiasmos con el que Lukács describe su “error juvenil” hacen pensar que no estaba muy convencido de la “autocrítica” que concede en vista de depurar su nombre ante las autoridades partidarias. Más bien da la impresión de que la publicación de las obras –inmediatamente traducidas al francés y al castellano a fines de los 60-, era el objetivo que se protegía con esos prólogos arrepentidos. Sin embargo, la explicación de sus “errores” tenía atractivos fundamentos, como si hubiera deseado que la autocrítica se entendiera como un gesto al que se sentía obligado pero que dejaba a salvo todo lo que había pensado en aquellas obras malditas. Es que la descripción de aquellos desvíos hacía en verdad apasionantes los desvíos mismos, sus supuestas heterodoxias.
El caso de Lukács es acaso el más impresionante en cuanto al intelectual en medio de las exigencias de los partidos, gobiernos y estados. Una cosa es el intelectual partidario, usualmente mal llamado “orgánico”, que comparte genéricos preceptos con las organizaciones en las que actúa, y otra cosa es el que viene de sostener una obra notoriamente distanciada de cánones partidarios y se adhiere a una fuerza política que no le reclama que ponga de lado el lenguaje diferente que ya ha elaborado. Es ésta una situación habitual en los ámbitos regidos por ideologías liberales, que justamente en el horizonte cultural se jactan de cumplir con la observancia hacia el culto de los “eximios legados”. La coincidencia entre los partidismos liberales y el trato con una concepción del arte “encumbrado” –con su correspondiente teoría del gusto: no es lo mismo apreciar un buen borgoña que un Tiziano-, da como resultado una zona no conflictiva entre los “partidos de la civilización” y los intelectuales que se piensan como custodios de valores selectos que pueden ser amenazados.
Aunque no es ésta una definición que contenga cabalmente el pensamiento de Kart Popper, que fue muy leído entre nosotros durante casi tres décadas, este ensayista defensor del nominalismo y fuerte crítico del historicismo y el “esencialismo”, ubicó en Platón, Hegel y Marx la síntesis de todos los ataques que sufría la “sociedad abierta”. Esta expresión era un sinónimo de lo que luego serían las teorías pluralistas de la conciencia política, cuyo acecho por los “autoritarismos” se convertía en la mayor plataforma de defensa de lo que con los años se transformó en la consigna del “capitalismo serio”. Popper fue en su momento miembro de la Sociedad Mont Pelerin, fundada por su amigo Hayek. El liberalismo de sus posturas políticas y científicas –el llamado falsacionismo por un lado, y su recusación al historicismo como plataforma del totalitarismo-, pretendía adosar un colofón científico a una conclusión política. Se puede decir que el liberalismo de los intelectuales –a diferencia del caso Lukács-, pretendía asentar una relación armoniosa entre epistemología y ética.
Resulta interesante contrastar las apreciaciones de Thomas Mann sobre la cultura alemana con las tesis popperianas de una sociedad liberal inspirada en una ciencia nominalista. Mann, en susConsideraciones de un apolítico, tropieza con la cuestión de la cultura alemana como un llamado a la educación de sí mismo, la célebre bildung, refractaria a su integración a un horizonte cosmopolita. La “cultura nacional” -en este gran libro de posturas nacionalistas que Mann luego abandonaría-, aparece como un escollo que mantiene fijo a su suelo al “burgués intimista” y no permite llegar al estadio del burgués liberal, no telúrico. Thomas Mann, de alguna manera, traza así su propio derrotero desde el espiritualismo de la ética protestante hasta su crítica al trascendentalismo o del mesianismo alemán. El mundo político al que Mann ingresa poco después, que culmina con su destacada actividad de guía espiritual de los exilados antinazis en todo el mundo, no es el del liberalismo cientificista de Popper sino el de un hijo de la kultur alemana intentando preservarla en una nueva cepa histórica, universalista, pero sin perder su condición trágica. Testimonio de ello es su libro sobre Nietzsche, Freud y Schopenhauer, que trata sobre la formación moral alemana de un modo en que no pudiese ser pensada por los nazis, precisamente rescatando autores que podrían figurar en los anaqueles de ese movimiento que, significativamente, apelaba a fuerzas anímicas soterradas.
Esto nos devuelve a Lukács. Más arriba dije que su autocrítica en los años 60 (cuando se preparaba a escribir su Ontología del ser social, un libro con simpatías hacia lo que en aquel momento se llamó eurocomunismo, aunque en verdad es un proyecto para darle un estatuto epistemológico radical a losManuscritos de Marx del año 44), podía ser un gesto al parecer dictado por el deseo de participar de la nueva etapa que se abría en un Hungría (y él era el más importante intelectual húngaro, junto a Arnold Hauser, autor de laHistoria social de la literatura y el arte, trabajo que quienes cursábamos materias en las facultades de humanidades, leíamos hace casi ya medio siglo). En efecto, El alma y las formas, escrito en 1911, es muy superior y deja un recuerdo de lectura más vigoroso que la Ontología, o incluso que laEstética, trabajo que se ve afectado por pretensiones sistemáticas que no parecen tener sustento en cierta ligereza con la que trata la idea de “reflejo”, aunque son muy valorables sus preocupaciones sobre los significados inmanentes del arte en la vida cotidiana.
De modo que podría dudarse sobre los planos de la conciencia intelectual del propio Lukács cuando escribió sus prólogos autocríticos. ¿Es o no es sincero? Él mismo había dicho que en ciertas oportunidades de su vida había “comprado un billete de entrada” para la época política que sobrevenía, abandonando o mejor protegiendo sus verdaderas convicciones políticas con los ropajes de la crítica literaria: allí había surgido su apología al realismo crítico, sus denuestos a Kafka y su moderada aprobación hacia Thomas Mann, a quien homenajea con un escrito siempre citado, A la búsqueda del hombre burgués, considerando que Mann sostiene una literatura cuyo corazón dadivoso aunque oscuro se refiere a que falta en él lo que debería ser la conciencia burguesa que definitivamente lo sacara de su lidia con los fantasmas de la cultura del “irracionalismo alemán”.
Precisamente, un libro de Lukács que impresionó fuertemente a los lectores de pos-guerra, hacia 1950, es El asalto a la razón. (Recuerdo que aún se leía al comienzo de los años 60, cuando ingresé en la Facultad de Filosofía y Letras, en una edición que ahora dudo si era del Fondo de Cultura Económica o de Grijalbo, cuyos editores habían tenido una interesante correspondencia con Lukács a propósito de su traducción al castellano). Libro extraño, maledicente, injusto. Pero, leído hoy es un modelo de construcción de una historia nacional –la de Alemania- en relación a sus configuraciones culturales y el modo en que habían avalado el surgimiento de un poder político alienado. La tesis fundamental del libro es que la disparidad entre el desarrollo de la esfera productiva y el “atraso” de la esfera ideológica, daba como resultado un hiato conceptual irracionalista, que la filosofía alemana desplegó con creces en términos de ataques a la razón. El clima intelectual así generado habría sido propicio para el nazismo, al punto de que el libro de Lukács se subtitula de Schelling a Hitler. La mención de un filósofo que recorrió todas las estaciones del idealismo trascendental y la antropología filosófica del idealismo, desembocando en Hitler, como si estos dos nombres pudieran equipararse en cualquier secuencia serial que fuese, habla del carácter panfletario del ensayo de Lukács.
Pero no era cualquier ensayo. Dedicado al ejército soviético que había entrado en Berlín en 1945 –a modo de nuevo sujeto de la razón crítica en combate-, El asalto a la razón tenía la particularidad de que era implacable con los antiguos maestros de Lukács. Él se había formado con Simmel y Weber. En el primero había inspirado su libro ya mencionado, El alma y las formas, que dedicaba atención a figuras del romanticismo místico, como Stephan George, poeta profético y de exquisita sensibilidad esotérica y popular (su noción salvífica extremadamente mitologizada llamó la atención del nazismo aunque, a la inversa, Stephan George no se interesó por el nazismo; el círculo de intelectuales de George estaba integrado también por Simmel, uno de los maestros de Lukács: el mismo Max Weber llega a considerar a Stephan George como un tema válido para su sociología espiritualizada del capitalismo, como un monje que sale hacia el mundo con su elaboración mesiánica).
Pues bien, Lukács combatiría todo eso en El asalto a la razón, con lo que también estaba combatiendo los primeros eslabones de su educación intelectual. Estaba atacando la bildung alemana en sus máximas expresiones, las mismas que habían informado sus primeras obras. Es cierto que emplea toda clase de matices, pero los aplasta en el recorrido de la hipótesis general del libro, donde el irracionalismo enhebra como una flecha maldita todos los autores que se sitúan en esa oscura fisura entre la economía y la ideología, propagando nada menos que la argamasa mitológica en la que se basó el nazismo para coronar demoníacamente su sistema. Quizás es el mayor libro de propaganda filosófica del siglo XX, aunque habría que equipararlo a laDecadencia de Occidente de Spengler (antípodas del de Lukács, aunque también dedicado a un ejército, el alemán), que por cierto también está en la fila de los autores que “haciéndolo sin saber”, fertilizaban el terreno en el cual surgiría el hitlerismo.
Este libro, que de alguna manera es una autobiografía del propio Lukács en contra de su remoto pasado, no habilitaría para considerar que sus autocríticas posteriores son ejercicios de reacomodamiento que a la manera de la “escritura entre líneas” o “esotérica” que explica Leo Strauss en suPersecusión y el arte de escribir, llevarían a un escritor sobre el que penden prohibiciones, a exponer sus pensamientos como “equivocados” pero por esa vía, no obstante, exponerlos. En todo caso, podría pensarse que en el comprensible arrebato que llevaba a festejar el fin del nazismo, se trataba de trazar un gran cuadro filosófico que sancionara al idealismo alemán –que Marx consideraba uno de sus afluentes-, como corresponsable de la creación de una de las más siniestras formas de dominio político jamás concebidas. Este propósito, sin duda, era desmesurado. La hipótesis del correlato trascendental entre las creaciones ideológicas y sus consecuencias políticas exigía mayores cautelas que las que está dispuesto a entregar Lukács. Por un lado, era la disparidad entre lo económico y el tradicionalismo ideológico de las elites propietarias de la tierra lo que originaba el pathos irracionalista. Por otro lado, en un círculo arbitrario, eran esas “filosofías del alma” las que originaban enteras cadenas políticas y construcciones estatales.
A su modo, Thomas Mann en La montaña mágica, había intentado –con su señorial narrativa-, tratar este mismo tema de la filosofía capaz de educar las sensibilidades más recónditas sin abandonar, luego del libre juego de lahybris salvacionista, la reconstrucción del ciudadano democrático que, eso sí, no debía abandonar a su turno las cuestiones del alma, como ese gran personaje de la novela, el sabio italiano Settembrini, que aún nos emociona, al que Mann definía como un “sociólogo del alma”. En esa novela, siempre recordable, se decía que el propio Lukács aparecía como personaje en la máscara del jesuita Naphta, quien exhibía rasgos de obcecación mesiánica, a la manera de un bolchevique poseído por la furia revolucionaria, tocándose así con un jesuitismo redentorista. Este pequeño episodio de la historia literaria motivó muchas opiniones, incluso la del propio Thomas Mann negando que hubiera retratado a Lukács en Naphta. A Mann no le gustaba Lukács, era el pensamiento de un novelista que intentaba recrear el espíritu fáustico en un ambiente de burgueses desesperados, frente al arduo teórico marxista, algo dictaminador, que sofocaba en su espíritu ese momento inicial en el que también pensó su biografía como un problema que evocaba las “dos almas de Fausto”, el peso del presente revitalizado y la apelación a las fuerzas irredentas del pasado. Hace años, Michael Löwy, con su estilo esmerado, viene estudiando estas configuraciones intelectuales en los interregnos históricos de la Europa revolucionaria, revalorizando el momento trágico del marxismo, con lo que evidentemente muestra cierta audibilidad –cuidadosa, por cierto-, del problema lukacsiano.
Lukács, evidentemente, es mucho más interesante a principios del siglo XX –con su problema situado en la escisión trágica del sujeto-, que en los tiempos que anuncian el derrumbe de la Unión Soviética, castillo filosófico al fin, donde el problema ya no parecía ser el de la construcción de una ontología del ser político para recobrar la forma emancipatoria del “ser genérico del hombre”. No descartamos que él mismo lo haya pensado así, a pesar de los testimonios de fidelidad más o menos obligatorios –y más o memos auténticos-, que ofreció a la gran corriente de hechos que pasaban por la construcción del nuevo hombre racionalista, crítico y autoconciente, capaz de hacer las cosas al mismo tiempo que era capaz de explicarlas. Ahora bien. ¿Percibió esto? Si aceptamos uno de los puntos de partida de su filosofar, la conciencia de la cosificación capitalista –“lo hacen pero no lo saben”-, Lukács fue presa de su propia consigna. Primero puso toda su historia de iniciación intelectual bajo la mácula del irracionalismo, y luego intentó una explicación generosa para sus “desviaciones” que en sí misma se convertía en un interesante programa filosófico. En efecto, su idea de “una concepción del mundo basada en una fusión de “ética de izquierda” y teoría de conocimiento (ontología, etcétera), “de derecha”, establece un conjunto de problemas que vendrían a estallar de una manera muy sugerente en el panorama de los debates sobre el sujeto cultural hacia finales del siglo XX.
¿Es adecuada esta fórmula? En principio llama la atención sobre los legados culturales universales que pueden ser reinterpretados por las izquierdas, que los someterían a un balance que permitiría conservarlos y a la vez transformarlos. Acude aquí una idea familiar: la dialéctica. Fue la gran discusión en los orígenes de la Unión Soviética sobre ciencia y tecnología, aptas para proceder a incorporarlas. Pero Lukács habla de fusión cuando sería más atinado pensar en una transferencia o en una traducción, en la cual las epistemologías conservadoras –romanticismo, barroco, espiritualismo, idealismo, etc.-, se dejan interpretar por fuerzas culturales de izquierda. Supongamos que éstas proponen otro “sujeto histórico” capaz de ofrecer esa interpretación (o reinterpretación), con lo cual este se convierte en depositario de un legado y obtiene a la vez el derecho a promover interrogantes sobre las grandes obras –Dostoyevsky, por ejemplo-, en la que se verían las almas en expiación como figuras que no custodian valores sacros, sino abren el espíritu a otras jornadas de liberación moral e intelectual.
Las tesis de la “teoría de la recepción”, que hace varias décadas se difundieron en los ambientes académicos, señalan que hay una remota unidad cultural que se desplaza en el tiempo, dando carácter singular a obras antepasadas que adquieren rostros modernos sin perder la veta arcaica. Hace muchos años, los trabajos de H. R. Jauss pusieron de relieve esta circunstancia hermenéutica, con ejemplos como los de Ulises atado al palo del insigne navío y Jesucristo clavado en la no menos célebre cruz. Dos figuras imposibilitadas de actuar pero revelando la trascendencia del goce o del sacrificio. ¿Podemos entonces juzgar así toda lógica cultural, como estaciones de trasbordo y modificación de un puñado de alegorías o metáforas fundamentales? El desafío es grande, pero muchas veces estos trabajos recuerdan apenas la consigna de la “unidad en la diversidad” del espíritu humano. Con el tiempo, estas teorías “recepcionistas” se dedicaron a estudiar cómo ciertos mundos culturales marginales recibían en su seno, por medio de pioneros, traductores o agentes colonizadores, los materiales primigenios que se elaboraban en los ambientes culturales más maduros. Proliferaron los estudios sobre la relación Europa-Resto del mundo, con el propósito de seguir el itinerario de modificaciones culturales que eran recepcionadas extramuros.
Pero el sentido que Lukács avizora en su sentencia autocrítica es otro. Se trataría de un traspaso-reinterpretación (más que fusión) que permitiría juzgar todas las culturas, y no solo como un legado que el proletariado respeta, resguarda y eventualmente utiliza, fuera o dentro de los museos a los que se destine el material heredado. El breve y elocuente trabajo de Marx sobre el arte griego pertenece en cierto sentido a este tipo de razonamiento, pero hay que tener en cuenta que allí el autor de El Capital introduce un tema inquietante respeto al conjunto de su teoría, cual es el de la perdurabilidad del gusto, dándole a la nostalgia artística un valor al borde de los transhistórico: gran jugada maestra en medio de una obra que consagra la historicidad incesante de la producción.
Pero Lukács lo que hace es mentar no tanto la traductibilidad de los lenguajes de la cultura, sino una escisión entre ética y ontología (o epistemología, utiliza imprecisamente esos conceptos), a las que les confiere adjetivaciones de izquierda y derecha respectivamente. El planteo resulta inesperado y atractivo, aunque la palabra “derecha”, como está destinada a ser refutada, no molesta en la aseveración de Lukács pero es inadecuada si fuéramos a considerar la posible pertinencia de este enunciado. Habría que decir “patrimonio universal de la memoria artística” o algo por el estilo. En efecto, pensamos que si era de ese modo que pensaba Lukács mientras permanecía en los círculos weberianos de la época, estaba bien planteado el problema. Y quizás él mismo lo desea hacer saber de un modo que llamaríamos oblicuo, describiendo en términos de autorefutación lo que realmente seguía pensando. Es cierto que sus trabajos posteriores implican un proyecto de equiparación entre ética, epistemología y estética. Lo demuestra la más bien tosca armazón de El asalto a la razón, que sin embargo aún nos impresiona por la abolición del nivel estético-epistemológico en el nivel político-social, un reduccionismo que no lo es de cualquier modo, pues es Lukács el que escribe. Es un reduccionismo como género ensayístico, urgente, de la moral colectiva en tiempo de guerra, reverso de su programa refutado, la ética de izquierda en fusión con la epistemología conservadora.
Y en verdad, ese “programa lukacsiano refutado” resultaría hoy más tentador para reconstituir en términos de una nueva actualidad a las fuerzas de la sapiencia cultural, o si se quiere, de la izquierda cultural. Las formas de definirlo son las mismas formas para concebirlo y debatirlo. A Lukács se le ocurrió lo de los dos corazones de Fausto, ligando con esa alegoría el problema del conocimiento escindido (ética y gnoseología por cuerdas separadas), con lo que acercaba al debate a la tradición fáustica, y por lo tanto, a Thomas Mann. Esto es, una Alemania con su historia cultural “goethiana” o “schilleriana” y su política social de “izquierda democrática” o “autonomista igualitaria”. Los rótulos, como se ve, son chirriantes. Pero se entiende el problema. Como sea, la fórmula paradojal –izquierda ética junto a tradicionalismo epistemológico-, ha resistido la prueba del tiempo. Mientras el liberalismo postuló hemisferios compatibles para el arte, la teoría del conocimiento y la política (de ahí las tesis de una completa antropología económica liberal la organización Mont Pelerin, que ni siquiera pueden cumplirse en el mismo Vargas Llosa), las izquierdas clásicas también eligieron un tipo de relación sin fisuras ni contradicciones entre la realidad artística y el juicio sobre lo real histórico: de ahí el realismo socialista. Se achicaba el pecho de Fausto.
La obra y más aún la biografía intelectual de Georg Lukács –su familia había comprado un apellido nobiliario, él se saca el “von”-, son uno de los testimonios más dramáticos de las vicisitudes de la filosofía en medio de las tensiones de la esfera pública. El alma profunda de una vida así considerada es la autocrítica. Ésta es una figura de la dialéctica vinculada al proceso inmanente del conocimiento. En Lukács es el pasaje a una conciencia que preserva varias capas de memoria teórica, que desean cancelarse pero perviven en lo que podríamos llamar la nostalgia pensante. Había escrito contra sus antiguos maestros, lo que implicó haber escrito contra sí mismo. La autocrítica parecía severa y cierta y no hay motivos para dudar que se había desandado los pasos de su ultraizquierdismo de 1919. Lo que ponemos en duda es si sus notables esfuerzos ensayísticos –no hay que olvidar su magnífico ensayo de 1911 sobre “el ensayo sobre destino”, esto es, unión de alma y forma-, no perdurarían en el plano más renegado de su itinerario intelectual, ya sea en su hora soviética, luego como partícipe del gobierno húngaro de 1956 y después como exilado en Rumania. Creemos que sí. Perduran. El acertijo de la izquierda ética “fusionada” con la derecha epistemológica es suficientemente asombroso como que para que no sea, so capa del renegado, la presentación fina de lo que subsistía en sus convicciones íntimas.
El logogrifo lukacsiano, que intentamos interrogar al margen de su anécdota, puede ser un camino posible para retratar al intelectual del siglo XX, por lo menos en la dimensión que resulta más apasionante: la del que recoge un legado ligado a los grandes escritos del éxtasis cultural clásico y trata de ponerlo a disposición de una época de revulsión social. La simultánea lectura de Maquiavelo y de Marx que hace Gramsci es el ejemplo más acabado del gran mito del intelectual que vive escindido entre la esfera arcaica del memorial humano y la esfera social de los movimientos que procuran un huso del tiempo actual para escapar de los trastos viejos de la historia. Ahora bien, sería interesante proponer esta travesura intelectual –al margen de la cual no existen los llamados “intelectuales”- para juzgar la historia argentina. El hilo conductor de este desafío sería investigar los momentos en que se evidenciaba una gran traducción cultural de las culturas añejas hacia los ramos activistas del cambio social. Traducción que para el caso podría estar muy bien representada en el libro de claves –quizás toda la obra de Lukács- que llamó a que se considere verosímil, por la inversa, hacer convivir un conocimiento de izquierda, con formas del ser troqueladas por la otra alma de Fausto: la creencia en las tenaces y opacas herencias culturales de la humanidad.
– Israel and The Dead Sea Scrolls – Edmund Wilson (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Farrar, Straus And Giroux.
 Foreword: Leon Edel.
Precio: $200.
The Dead Sea Scrolls, a collection of 972 documents discovered between 1946 and 1956, are of immeasurable religious and historical significance. They include the oldest known surviving copies of Biblical-era documents. The manuscripts shed considerable light on forms of Judaism never known before. These forms contain hints of Christianity, or as put elsewhere, it was the Judaism amid which Christ and his first followers lived, thought, and wrote. Edmund Wilson’s book is a record of this great scholarly find.
Wilson was a prolific literary critic and social commentator, not an academic, and therefore Israel and the Dead Sea Scrolls reads like a journalist’s reportage. This unique personal account weaves together threads of folklore, history, and intrigue. As Leon Edel writes in his foreword, “Reading him, it is not difficult to imagine the ardor with which Edmund Wilson pursued his complex subject; it was the kind of subject he had always liked best, involving as it did history, politics, ancient lore, and all his faculties for imaginative reconstruction and historical analysis. . . . No book quite like this has been written in our century.”
The scrolls of the Essenes, and the history of this Jewish sect’s possible antecedence to Christianity, led the author to Israel and to the revelations contained in the scrolls. This book contains his resulting account of the scrolls’ history.
– Los hundidos y los salvados – Primo Levi
Estado: impecable.
Editorial: Muchnik.
Precio: $200.
Este libro, que cierra la trilogía de Primo Levi sobre los campos de exterminio, es una prueba viva de que sólo con la palabra, sólo si  el horror se vertebra, se está en condiciones de crear y fortalecer la conciencia crítica que exigen los tiempos. Los hundidos y los salvados supone la última reflexión del autor sobre su experiencia, una summa moral en la que indaga en las cuestiones más esenciales: la libertad, la vergüenza, la responsabilidad, la complicidad, el compromiso, el olvido… Y también un alegato a favor de la piedad como categoría básica de la ética humana. Hay libros que, como éste, se escriben para poder seguir viviendo. Primo Levi, que procuró en sus textos analizar la experiencia del horror como un momento ejemplar que permita la comprensión del hombre y sus límites, no lo consiguió, y se suicidó en 1987, poco después de acabarlo.
Notas a partir de un verso de Paul Celan
(en diálogo, “cuidadoso de las palabras”, con Ricardo Forster)
Oscar del Barco
1. Paul Celan: “Nadie / testimonia / por el testigo».
2. Lo primero es la victima. La víctima es lo más presente y lo más ausente. Presente porque en su órbita giran todas las memorias-testimonios y los comentarios. Ausente porque está muerta, es lo que falta. Su falta absoluta determina paradójicamente la constelación real planteada por el poema de Celan. A su vez, para que haya víctima debe necesariamente haber un victimario. Ambos, víctima y victimario, conforman una unidad perversa, están íntimamente enlazados: si uno suprime cualquiera de los términos, el otro cae de manera automática. Pero así como la víctima es lo más real, porque es la línea de fuerza de la totalidad de la escena, y lo más irreal, porque ya no existe (si aparecieran los huesos o las cenizas de la víctima, ya no podrían ser la víctima), el victimario es lo más real que resta, o el resto más real: existe un hombre que suprimió con violencia a otro. Este es el hecho básico.
3. El poema se refiere al testigo. Se dice expresamente que existe un testigo. El testigo puede ser: (a) alguien que presenció, que estuvo presente, que vio y comprendió el sacrificio de la víctima, que grabó en su memoria ese acto y pudo decir: «yo» presencié que A asesinó a B de tal o cual manera; (b) el propio asesino fue testigo de su asesinato: él lo decidió y ejecutó; también él recuerda; también él es testigo-partícipe del suplicio; (c) de alguna manera la situación en sus alcances trascendentes, que incluye a los demás: hombres, participa del testimonio, porque el asesinato no se produjo fuera del mundo ni fuera de la sociedad; (d) dios (o eso a lo que tal vez sea posible alguna vez llamar dios) también fue un (misterioso) testigo del sacrificio, y en este caso queda abierto el problema de la inconcebible responsabilidad divina del mismo.
4. Estos “testigos” carecen de “garantía” respecto a su propio ser-testigos, salvo el propio testimonio, su decir “yo presencié… o participé… o permití…”; pero esto, desde el punto de vista jurídico, carece de validez: un testigo no es un testigo. Un testigo es nulo para el derecho penal pues en caso contrario todos podrían ser acusados por todos y todos tendrían que ser condenados, lo que es absurdo. Por otra parte ese testigo “uno” fue realmente testigo. Siempre el testigo es “uno”, mientras que los otros son también uno o garantía de que el testigo es testigo, dan testimonio de que ese tal fue testigo y así se asumen ellos mismos como testigos, ellos mismos estuvieron presentes cuando se cometía el acto. Y si no estuvieron presentes, ¿cómo podrían saber que el testigo fue realmente testigo?, ¿por qué le creen al testigo? Volvemos así al testigo uno-nulo.
5. El verso comienza con la palabra “Nadie”. ¿Celan quiere decir que “nadie”, ningún ser humano, puede testimoniar por el testigo? ¿O es posible que “Nadie” –afirmativamente– testimonie por el testigo, en lugar del testigo (como si dijese: que el testigo no testimonie pues yo ocuparé su lugar y testimoniaré por él)? Pero, y esta es la incógnita, ¿quién o qué es ese Nadie? ¿“Nadie” puede ser el poeta? Pienso que no, porque el poeta no es, no tiene, en cuanto poeta, los modos del ser. Llamamos poeta a un espacio-de-manifestación. El poeta no es una intencionalidad constructora del poema sino el lugar donde se manifiesta el don del poema (lugar que es la propia manifestación). Creo que R. Forster, en su trabajo dedicado a Paul Celan en Pensamiento de los Confines n.° 8, al considerar que “Celan, el poeta” es el “testigo” (pp. 77, 78), que Celan es el “poeta-testigo” (p. 83), no le presta la suficiente atención al problema del no-sujeto de la enunciación que se expresa como “Nadie”. Según mi parecer, por el contrario, el “Nadie” tiene un cabal sentido ontológico: Celan no puede decir “Nadie” y después asumir a ese Nadie como si fuese él, el “poeta”; el Nadie es Nadie (no hay quien ni que del Nadie) y comprende en consecuencia la tachadura del poeta. Es posible, por otra parte, que alrededor de este Nadie se jueguen las interpretaciones, todas y siempre tentativas, del poema.
6. Nadie podría ser lo que llamamos o podríamos llamar, sin saber de qué estamos hablando, “Dios” (no me detengo en esta problemática que haría necesario indagar en la concepción sin-dios, mas no a-religiosa, de Celan). En tal perspectiva lo Absoluto-Dios sería lo que testimonia como testigo tanto “por” como “en lugar de” el testigo. Pero si Dios se hace carne o, más precisamente, voz, en la voz del testigo (y el poema es esa voz y no otra cosa), no puede ser otro, o al menos totalmente-otro. Posiblemente sólo la idea de la trinidad, de lo trino, del trivio, nos aproxime a una respuesta enunciada como imposibilidad, como no-respuesta. Celan dice paradójicamente que ningún hombre (nadie) testimonia por el testigo, y (es posible) que Nadie sea el que testimonie, y nadie es Nada, vale decir nada nombrable, pensable o imaginable, pero no nada de nada. Al contrario, es una nada-todo. En su análisis de este poema tampoco Jacques Derrida (“Hablar por el otro”, en Diario de poesía n.° 39) considera la posible significación del Nadie como un alguien tachado. El peso que tiene esa palabra en Celan es decisivo, no únicamente en su poesía sino en lo que podríamos llamar intempestivamente su “estética”. Recordemos que el cuarto libro de poemas que publicó lleva la palabra “nadie” en su título: Rosa de nadie, y que en él se encuentra “Salmo”, poema que comienza con la palabra “Nadie” repetida tres veces; en la segunda estrofa dice “Alabado seas tú. Nadie,/ Por amor a ti queremos/ florecer./ Hacia/ ti.”; además dice “rosa de nada” y repite “de Nadie rosa” (Obras completas, pp. 161-162). La palabra “nadie” tiene una gran fuerza significativa y un evidente peso religioso, de personalización-despersonalizada, es decir no-nombrable. También en el Diálogo en la montaña la palabra Nadie se inscribe como algo determinante indeterminado: “… el que habla, primo hermano, no habla a nadie, habla porque nadie lo oye, nadie y Nadie y entonces dice, él y no su boca y no su lengua, dice él y sólo él: ¿oyes?” (Obras completas, pp. 484-485). Lo importante aquí, en relación con nuestro tema, está en la distinción que creo esencial entre “nadie” y “Nadie”, entre dos posiciones, la de un pronombre indeterminado y la de una suerte de sustantivo-desustantivado.
7. En resumen: un testigo carece de reconocimiento jurídico porque no hay quien pueda garantizar que el testigo dice la verdad. Este principio, que tiende a impedir la arbitrariedad y la maldad del falso testimonio, no garantiza de por sí la justicia pues siempre el testigo, incluso todos los testigos, son en última instancia un testigo. Se vuelve relativa entonces la veracidad de todos los testigos y, al mismo tiempo, se establece un contra-principio al margen o más allá de la juridicidad: ‘el único, o lo único, que puede testimoniar es Nadie. Testimoniar por el testigo y en lugar del testigo, y esto es así porque si no pudiera testimoniar en lugar del testigo (vale decir ser él mismo testigo), no podría testimoniar por el testigo. Para ser o dar garantía de que el testigo dice la verdad él mismo debe ser testigo,
y para no ser pasible, como todo testigo, de duda, debe ser un testigo Absoluto, lo que implica ser, simultáneamente, el testigo, la victima (como primer testigo) y el victimario (como primer testigo negativo). El testigo Absoluto subsume los momentos del acontecimiento y plantea un enigma, tal vez insoluble, porque implica un algo tachado (llamémosle un «dios», así, entrecomillado, para remarcar su total vacilación) responsable, de una manera fuera de cualquier posible comprensión, de todas las dimensiones del acto.
8. Las dos palabras unidas con las que comienza el poema son: «Aschenglorie»: Ceniza-gloria (en la traducción de las obras completas dice “aureola de cenizas”). En su artículo Derrida juega con varias posibilidades de traducción (ninguna incluye la palabra “aureola”). El poema es trágico. Las palabras sueltas, sin decirlo, crean un ámbito trágico: manos deshechas-anudadas, rama ahogada, juramento petrificado, nudos de dolor, terrible, etcétera. De estas palabras sólo puede surgir un poema trágico. La tragedia que está implicada en el poema es la tragedia del pueblo judío: el holocausto, la shoá, o Auschwitz como dice Agamben, quien, por otra parte, le niega carácter trágico (tal vez por no considerar los dos aspectos esenciales, pero que pueden aparecer como derivados o meros efectos, de la tragedia: la piedad y el horror, y por no profundizar en el aspecto catártico de la tragedia, o confesión, o perdón, universal y además universalizable a partir del exterminio judío). Derrida se refiere al número tres, repetido al comienzo y al final del poema, diciendo que se trata “de la enigmática y recurrente figura del tres”. Sostiene que tres es más que dos, y que «dos» son la víctima-victimario y el testigo. Pero lo que a mi entender rompe el dos, lo más-que-dos, es ese “Nadie” polisignificativo. Me parece que no hay ninguna otra referencia alternativa.
9. El “juramento petrificado” según Derrida, se refiere al testimonio, ya que todo testigo debe prestar juramento, un juramento (de decir la verdad) que podríamos llamar coactivo en tanto castiga a quien miente. Según él se introduce así un elemento de sacralidad, de fe. El acto falta, o es un acto sustraído por el tiempo, un acto pasado, que ya no existe, y este hecho pone en juego el absoluto del testigo: su juramento lo compromete radical, absolutamente, abriendo –dice Derrida– un “espacio sagrado”. Pero ¿por qué petrificado? Creo que por la imposibilidad de negarlo a causa de ser pasado, o ya realizado para siempre, imborrable, y a la vez inexistente (en el presente y como tal, o existente sólo como recuerdo-memoria): tanto el hecho como el testimonio son algo fijo, es decir, petrificado. En este sentido tiene razón Derrida cuando dice que “Nunca hay testigo para el testigo” (de haber testigo del testigo, el verso interrogativo de Celan sería imposible). Si hubiera testigo del testigo se trataría de otro testigo, es decir, sería uno y el mismo testigo. No obstante… la frase es más complicada, y tal vez “el poema de Celan pueda querer decir” algo más (no nos detengamos en ese “querer decir”, pues el poema dice-sin-querer): precisamente que sí hay “testigo para el testigo”, y es “Nadie”. Nadie, o la voz-de-dios, o el absoluto, o el Tercero.
10. Derrida dice que “Sabemos que no sabemos lo que quiere decir en última instancia, ni sobre qué, para quién o para qué testimonia…” el poema. No obstante “siente en la obra una fuerza (yo subrayo) más fuerte que la del sentido”, e, incluso, “que la verdad”. No sabemos, reconozcamos, en el ámbito de la docta ignorancia, ya que sentimos una fuerza ignota, poderosa, que es más que el sentido y que la verdad. Está bien, pero ¿de qué “fuerza” se trata?, ¿de la naturaleza humana o de lo “divino”?, ¿o tal vez de un algo tachado que está más allá del ser, del pensamiento y de dios? Al entrar en el poema entramos en un espacio de sacralidad, en el sentido de lo in-fundado, como fuera de toda conceptualización, como fuera de lo común, de la comunidad. Fuerza significa, sin significar (porque no hay nada que significar ni nadie a quien significar), algo así como la presencia absoluta y sin presencia como tal. La “fuerza” disuelve el mundo-cosa y pone su no-ser como lo abierto; o: la fuerza pone lo abierto del no-ser. La verdad y el sentido como manifestación constituyen lo abierto por la fuerza (¿del ser?, ¿de ese “dios” siempre entrecomillado?, ¿o más-que-ser-y-que-dios?).
11. Un poema, por supuesto, no se puede explicar, como si se tratase de un teorema o un enunciado científico. No obstante se debe tratar de agotar su inteligibilidad, de llevarla hasta el límite para después ir más allá del límite, hacia lo inexplicable. El poema es, esencialmente, inexplicable. Está situado fuera del orden de la razón explicativa. De allí que, agotada su inteligibilidad, se accede a un nuevo orden, potencial o utópico, y luego, por último, a un orden inefable o dé Total silencio. Frente a quienes sostienen que no se trata de entender, pienso que se debe tratar de entender hasta el límite, vale decir entender lo más posible; y frente a quienes sostienen que en ese límite de inteligibilidad termina la comprensión, decimos que recién allí se está en el comienzo de la lectura del poema incomprensible. ¿Qué quiere decir, se pregunta Derrida, el für (por)?: primero, “a favor” del testigo (yo doy fe de que lo dicho por el testigo es cierto); segundo, “en lugar de” (reemplazo al testigo y doy testimonio en su lugar: el testigo ha muerto o no se ha presentado y entonces yo testimonio por el ausente, convirtiéndome asi de hecho en el testigo). El “en lugar de” se muestra, por lo tanto, imposible, ya que hay testigo. El testigo ausente no cuenta, en este sentido, y (yo) me convierto en el único auténtico testigo; tercero, los jueces son también testigos (ante sí mismos) del testimonio que reciben del testigo; los jueces testimonian “ante su conciencia” lo que testimonia el testigo (afirmar que la conciencia de los jueces no está implicada, que es conciencia pura y, por lo tanto, no responsable del hecho, contradice el principio de responsabilidad, en el sentido enunciado por Levinas a partir del texto de Dostoievski: todos somos responsables de todo y de todos). Una última alternativa del für seria para: testimonio “para” el testigo. No “en lugar de”, ni “a favor de”, sino para él, al margen del juez. Yo le digo: estoy escuchándote, creo en ti, yo testimonio, doy fe de ti, hay alguien que cree en ti de manera absoluta. Se trata de un dirigirse, de un reconocer al otro como absoluto, como “verdad” más allá de la verdad. Derrida tampoco considera en su “deconstrucción” esta última alternativa.
12. En estas figuras del testimonio se basa la posibilidad de la denegación: el hecho no existió porque todo testimonio es subjetivo y destinado a subjetividades: frente a esta relatividad vuelta hermenéutica “el poema de Celan puede también resonar como un suspiro desesperado”. El Nadie es el que suprime, a mi juicio, el relativismo. No es un parecer, ni tampoco son los documentos probatorios del exterminio (requisito de toda investigación histórica –pero aquí lo esencial pasa a ser el desplazamiento de lo histórico como tal–). El “Nadie” es lo Otro-Absoluto, o la fuerza que desbarata el orden jurídico-histórico y se pone absolutamente como Acto inefable e impensable porque no hay a qué algo extranjero o a qué extrañeza remitirlo.
13. En Sauf le nom Derrida toca este problema remitiéndose a Ángelus Silesius. Este dice: Volverse la Nada es volverse Dios. Y Derrida comenta: “Este venir al ser a partir de nada y como nada, como Dios y como Nada, como la Nada misma, este nacimiento que se lleva a sí mismo sin premisa, este devenir-sí-mismo como devenir-Dios –o Nada–, he aquí lo que parece imposible, lo más imposible posible, más imposible que lo imposible si lo imposible es la simple modalidad negativa de lo posible” (p. 31). En ciertos lugares el texto pareciera estar refiriéndose al “musulmán” y no al decir “místico” de Ángelus Silesius, quien enuncia: “Ve a donde no puedes ir, mira donde no ves; / Escucha donde nada se oye ni suena, así estarás donde Dios habla” (p. 33); “Debo tender hacia el desierto más allá de Dios”; “En todas partes podrás estar en un desierto”; “Dios” “es” –dice Derrida– “el nombre de este hundimiento sin fondo”. Silesius: “No se sabe lo que se es. / No sé lo que soy. No soy lo que sé. / Una cosa y una no-cosa…”. Derrida: “Al llegar a borrarse él será salvo por si mismo” (p. 80). “El ‘no importa’ del ‘no importa quién’ o ‘no importa qué’ abriría el camino a una suerte de serena impasibilidad, a una aguda insensibilidad, si así puedo decir, capaz de vibrar ante todo, precisamente a causa de ese fondo de indiferencia que expone a no importa cuál diferencia” (pp. 90-91).
14. Nombré al “musulmán” y me pregunto: ¿es posible interrogarse respecto a los llamados “musulmanes” más allá de la pura descripción? De hecho es posible, ya que todos los que escribieron sobre los campos de exterminio nazi han hablado de los musulmanes. Primo Levi llega al extremo de identificar a los musulmanes con el campo. Considera que el musulmán es el campo, es el judío: “El judío es un hombre que ha sido privado de toda Würde, de toda dignidad: simplemente hombre, y precisamente por ello, no-hombre”. Para quienes dejaron testimonio escrito, aunque le presten un gran cuidado a su lenguaje, la palabra musulmán tiene un carácter negativo, es la víctima-víctima, lo despreciable, aquello a quien nadie quiere ver ni tratar, el ya muerto que deambula como una cosa alucinada por el campo. Mi visión, y lo sostengo dubitativamente, como una pura propuesta, es distinta. Me parece necesario superar el concepto comúnmente aceptado del musulmán visto desde una perspectiva humana, con toda la carga de horror que tiene lo humano en el campo, transformándolo en algo positivo. En última instancia en el campo co-existieron dos fuerzas esenciales: las fuerzas asesinas de los SS y las fuerzas de las victimas; éstas, a su vez, atravesadas por fuerzas de vida (en última instancia los sobrevivientes) y de muerte (los musulmanes), con todas las diferencias y los matices propios de unas y otras.
15. En realidad los llamados “musulmanes” fueron quienes derrotaron al régimen nazi de exterminio enfrentándolo con la muerte-viva. ¿Qué podían hacer los SS frente a esos seres vivos que estaban muertos? Podían, y lo hacían, golpearlos y torturarlos hasta la muerte, pero eso era igual a nada, ya que se ensañaban con un no-ser o, mejor, con un vacío-de-ser, con hombres que se habían suprimido y así privado al verdugo de su víctima. Un muerto-vivo voluntario no puede ser una víctima, está colocado, o mejor dicho se ha colocado a sí mismo, más allá de la posibilidad de ser-víctima. El pueblo judío encarnado en el “musulmán” puede cambiar así radicalmente la óptica de las interpretaciones del genocidio, para las cuales el musulmán representa, a la inversa, su derrota absoluta.
16. Las características más graves del musulmán se parecen a las de los místicos: el abandono (“Todo lo que le rodea se le hace completamente indiferente”, dice un ex-musulmán sobreviviente –Agamben, p. 177–), la falta de deseos, la muerte-viva, la no-resistencia, la falta de tiempo… ¿Hay un punto –el del musulmán– en que lo sublime subsume al mismo tiempo la cima y el abismo? ¿Unidad del ser? ¿El musulmán como forma mística de la edad concentracionaria, como no-poder-real, como anti-política y como absoluto? ¿Las ideas de la no-resistencia extremadas y realizadas? ¿Es o fue esto posible? ¿Lo que Derrida llama lo imposible-posible fue posible? Si esto es cierto, y si decirlo no es un puro sacrilegio, entonces los nazis fueron trascendentalmente derrotados por el pueblo judío-musulmán mediante una resistencia inédita y aún no nombrada, y que tal vez no tenga nombre, pues consiste en la pura situación-de-ser manifestándose como no-ser.
17. El gran descubrimiento del campo, su terrible descubrimiento, aquello que lo convierte en una total angustia, es que el mal, eso que llamamos de manera imprecisa e infunda “mal”, está en nosotros, o somos nosotros. Lo que pasó está aún pasando y pasará siempre: eso somos. Basta leer detenidamente a Levi, a Antelme, a Améry, para advertir el punto de tensión extrema en que advierten la posibilidad o la propensión al mal (tal vez más justo sería decir la “necesidad”) de nuestra “especie”. El mal por acción o por omisión, el mal de las grandes guerras, el de los genocidios, el de las hambrunas, y el mal “pequeño” que se filtra por todos los poros de la sociedad, el mal que vemos y que callamos, y el mal que no vemos y con el que convivimos. Los alemanes no veían, no oían, no se daban por enterados. Pero tampoco nosotros, y el nosotros es cualquiera, vimos-vemos. ¿Qué puede un cuerpo? (agreguemos: ¡y un alma!), se preguntaba Spinoza. La pregunta puede y debe enunciarse de otra manera: ¿qué mal pueden hacer un cuerpo y un alma?, ¿a qué abismo de maldad puede llegar el “hombre”?, ¿cómo es posible el mal-absoluto?, ¿hay una falla en el hombre y eventualmente en lo que llamamos Dios?, ¿esa falla es la libertad?, ¿libertad de quién si sólo queda el muerto-vivo, si no hay “quién”? Pero la pregunta, o, mejor, la “sospecha”, en este caso de P. Levi, pero en realidad de todos, de toda la humanidad, es, no puede dejar de serlo, terrible: es la sospecha “de que todos seamos el Caín de nuestros hermanos, de que cada uno de nosotros (y esta vez digo ‘no-sotros’ en un sentido muy amplio, incluso universal) haya suplantado a su prójimo y viva en lugar de él” (Los hundidos y los salvados, p. 71; yo subrayo).
18. Desde esta perspectiva es entendible que, como dice P. Levi, el musulmán sea el “testigo integral”, es decir, que el pueblo-judío sea el testigo, por ser no sólo los más “próximos” a la muerte sino los muertos antes-de-morir: “cadáver ambulante” (Améry), “muertos vivientes” (Sofsky). Aquí Agamben señala una paradoja: es el “testigo integral” y, simultáneamente, es –según P. Levi– “el que no puede testimoniar”: “el testigo absoluto”; no obstante la contradicción desaparecería, y a esto no lo considera Agamben, precisamente ante lo “absoluto”; lo absoluto se apropia, hace suya, toda contradicción. Se plantea –y volvemos a Celan– el problema inconmensurable del testigo (digo “inconmensurable”, en primer lugar, porque no tiene medida de comparación, carece de metro y no puede ser remitido a otra cosa que le dé sentido o que lo explique; y, en segundo lugar, porque el exterminio es un “acontecimiento sin testigo” –extemo, se entiende–).
19. El verdadero testigo es el que no puede testimoniar, “aquel cuya humanidad ha sido destruida” (el musulmán); paradójicamente este testigo “verdadero” (“integral”) no habla (no quiere ni puede hablar en cuanto es musulmán; los que hablaron fueron musulmanes sobrevivientes, vale decir que ya habían dejado de ser musulmanes o testigos integrales). De allí que P. Levi se asuma como verdadero testigo, pero sólo en cuanto habla “por ellos”, “por delegación”. Pero ¿cómo y por qué se asume la delegación, no cualquier delegación sino ésta delegación, la de un muerto?, ¿quién lo nombró delegado si precisamente no hay quién? En realidad nadie delegó en alguien el poder “jurídico” de testimoniar en su nombre. Se trata, en sentido estricto, de una situación trans-subjetiva que crea la compulsión inevitable del testimonio. En este caso la situación es el todo-del-campo de exterminio, y su asunción es el autorizarse de mudez, de testimonio mudo, o de un testimonio sin nadie que testimonie, sin nada que testimoniar y sin nadie a quien testimoniar. Se asume, en otras palabras, una delegación sin delegante y sin delegado. Del “Acontecimiento sin testigo” por muerte (en muerte y en vida) del testigo privilegiado, lo que surge es el acontecimiento vacio, el acontecimiento que podríamos llamar “trascendental” (como posibilidad de lo empírico, en un sentido kantiano). En realidad nadie es testigo, nadie testimonia. Este es el enunciado de Celan: “Nadie” es el nadie del alguien; alguien siempre es nadie: en el fondo de lo que llamamos hombre siempre hay nadie, vale decir ningún sujeto o alma, sólo nadie. Por eso “el hablante habla sin saber lo que dice”, P. Levi no sabe lo que dice: ¿cómo saberlo si no es musulmán, si habla por “delegación”, y el musulmán cómo sabría si precisamente ser musulmán es no-saber?
20. Paul Celan tampoco sabe lo que dice. Y Primo Levi no sabe lo que dice Paul Celan. Precisamente porque no se trata de “decir”, porque decir pertenece al orden de la razón, del logos. R. Forster sostiene que “El propio Levi no alcanzó a comprender el alcance de la poesía de Paúl Celan…”. Me parece que en un sentido sensible la comprendió muy bien, pero que no estuvo de acuerdo con esa poesía. “Muy bien” porque la caracteriza tal como es, como un “balbuceo inarticulado”, como un “estertor de un moribundo”, cuando dice que “no es una comunicación”, que no es “un lenguaje”, o que es “un lenguaje oscuro y mutilado, como lo es el del que está a punto de morir…”, y sin duda así es la poesía de Celan. ¿Pero qué es eso que –según P. Levi– debía haberse dicho –o dicho la poesía de Celan– y no ha sido? ¿Qué decir si ya todo está dicho-sin-decir? El sin-decir del decir de la poesía hace a su esencia. Y lo esencial, aquí, remite a la inexistencia de autor, a una escena sin personajes, a una escena sin Nadie, o absoluta. Repito: Paul Celan no es ni poeta ni testigo, ante todo porque no se puede ser, ni, en consecuencia, ser-poeta (“’Yo’ – no escribo versos”, dijo Marina Zvétaieva). Habría que decir: eso que llamamos Paul Celan y que llamamos poeta sólo es (sin ser) el lugar donado-donante (todos los términos son vacilantes, imprecisos) de Nadie. Entonces Paul Celan no puede ser testigo por inexistente, ni el “poeta” puede ser testigo por inexistente. La referencia de Agamben a Keats es justa en este contexto: “El yo poético no es un yo, no es idéntico a sí […]. No hay nada más in-poético que un poeta […]. El enunciado ‘yo soy un poeta’ no es un enunciado, sino una contradicción en los términos”; y también la referencia a Ingeborg Bachmann: “…el yo podría ser nada, la hipóstasis de una pura forma, algo similar a una sustancia soñada” (pp. 118-119): se habla “sin tener –en propio– nada que decir” (p. 127). Pero entonces hay que tomar el verso de Celan en sentido estricto: el nadie no es ni Paul Celan ni el poeta Paul Celan, sino que (es) nadie, y nadie significa nadie.
21. Auschwitz no puede ser “explicado”. Puede ser descrito, analizado en su funcionamiento material, pero no explicado, ya que explicar significa rendir cuenta de algo por otro algo, o que algo encuentra su razón de ser en otro algo mayor que lo incluye y así lo explica. Lo que decimos con la palabra Auschwitz es un hecho espiritual sin referencias extrañas. Auschwitz carece de temporalidad, lo cual significa que está ocurriendo y no ocurriendo (ahora), y que así debe ser asumido-vivido (el campo anula toda temporali- dad, toda historicidad: no hay historia del acontecimiento absoluto; la intensidad no puede ser medida horizontalmente: es un estallido sin continuidad; lo que llamamos “historia” es la fantasía de algo inexistente, es decir su continuidad, o una visión de sucesos imposible de incluir en una continuidad, una suerte de mónadas en el vacío). Y a su vez la falta de temporalidad priva al campo de sentido: nada ni nadie le puede dar un sentido, es lo que es y eso (es) sin trascendencia. Los campos de exterminio –dice Agamben, p. 27– carecen “de sentido absolutamente”. Podríamos decir que su sentido es su sin-sentido, y este sería su absoluto: “el hecho de carecer de todo sentido hace que sea más espantoso”, agrega P. Levi. En este contexto Agamben se refiere a El proceso de Kafka. Esta referencia sólo puede ser pertinente, a mi juicio, desde un punto de vista teológico: lo que llamamos hombre sólo es el proceso, a la vez un juicio y un movimiento sin sentido, sin causa y sin fin, sin juez y sin ley, que transcurre en la pura anomia, como locura infinita. Esto fueron los campos: una concentración de fuerzas demoníacas donde los hombres sólo eran figuras, simulacros, sometidos a la demencia exorbitante y auto-creativa del sistema.
22. La relación de Celan con Benjamin plantea un problema teórico fundamental que a mi entender debe analizarse a partir del conflicto entre ambos. R. Forster, en el artículo citado anteriormente, afirma que “Tal vez, e intentamos ser muy cuidadosos con las palabras y las suposiciones, Celan haya sobreimpreso su poesía en las Tesis sobre filosofía de la historia…”. Celan leyó por supuesto a Benjamin, y lo cita en varias oportunidades (ver el libro de J. Felstiner Paul Celan. Poeta, superviviente, judío). Seguramente se detuvo en sus ensayos de crítica literaria. Sobre este punto no creo que haya discrepancias. Lo que sí resulta cuestionable es que las “tesis” constituyan el trasfondo (filosófico) de la poesía de Celan. Pareciera que entre Benjamin y Celan existen dos visiones de fondo que son diferentes. Como dice J. Bollack en Poésie et contre poésie, “la detención mesiánica que aísla Benjamin (Sobre el concepto de historia) tuvo lugar, fue producida por la historia. El mesianismo conoció su negación en la muerte de sus portadores” (p. 3); y agrega: “Celan fue un judío distinto que Benjamin; lo fue sin teología. La filosofía de la historia que podría extraerse de su obra [de Celan] diría: existieron los campos de muerte…” (p. 9). En el “mesianismo”, en el sentido teológico de la concepción de Benjamin, está a mi entender la clave de la diferencia. El cap. 7 del libro de Bollack se titula “Walter Benjamin en 1968” y se detiene a analizar el poema “Port-Bou ¿alemán?”. Según su interpretación Celan reprocharía a Benjamin el hecho de no haber distinguido en la lengua alemana la corriente conservadora que desembocaría en el nazismo (“la celebración de todos los grandes modelos clásicos contribuía positivamente a la preparación del desastre”) y haber admirado la poesía de un antisemita como Stefan George. Desde esta perspectiva interpreta los versos “Nibelungos/ de izquierda, nibelungos/ de derecha:/ pu-Rin-eados, purificados/ escombro.// Benjamin/ os nonea, para siempre,/ él que dice sí”. ¿Es posible que en Bollack haya “animadversión” hacia Benjamín? Es posible. De lo que no puede dudarse es de la intransigencia extrema de Celan en todo lo referido al genocidio nazi, a la poesía y a la concepción de la poesía. Las diferencias fundamentales con Benjamin seguramente se referían al marxismo, al mesianismo, a la dialéctica y a la “filosofía de la historia”. Para Celan el tiempo es un tiempo no-temporal, detenido, sin esperanza, un tiempo, en resumen, no-mesiánico, no dialéctico, paradojalmente un tiempo-no-tiempo.
23. Por otra parte también su relación con Adorno, a quien no dejó de considerar “genial”, estuvo signada por el conflicto. Conflictos planteados, con Benjamin y con Adorno, en una mente atormentada que llevaba al extremo de tensión sus exigencias éticas. En relación con Adorno, Martine Broda sostiene, en “La leçon de Mandelstam” (Études sur Paul Celan, Cerf, p. 45) que “Toda su vida Celan se dio como tarea refutar una famosa frase de Adorno que, sin duda, lo hería personalmente: ‘Ningún poema es posible después de Auschwitz’. Fue escribiendo La rosa que aniquiló dicha frase…”. J.P. Lefebvre, que fue su traductor y amigo, en el prefacio a la Choix de poémes de Paul Celan escribió, refiriéndose al mismo tema, que se trata de “una poesía que no es la de ‘después-Auschwitz’ sino que es ‘a partir de Auschwitz’, a partir de los campos, a partir del asesinato de la madre, a partir de las cámaras de gas, en el sentido en que ‘después’ quiere decir igualmente ‘en función de…’”; y el mismo autor, en “Hablar en la zona de combate” (revista Europa n.° 861-862, p. 178), dice que “se contaban historias muy desagradables sobre su relación obsequiosa [de Adorno] con los nazis en los años 1930, Golo Mann, en particular tenía la lengua muy afilada al respecto cuando hablaba de esa época”; a Celan esto puede haberlo herido profundamente, pues incluso le molestaba que Adorno hubiera suplantado su apellido paterno, Wiesengrund, por el de la madre, y además, lo que tal vez fuera decisivo, que no lo apoyase públicamente cuando la acusación de plagio lanzada contra él por la mujer del poeta surrealista Goll (en ídem). El encuentro proyectado con Adorno en Sils-Maria (al que se refiere el Diálogo) no se realizó porque Celan regresó prematuramente a París “no por casualidad”, como se lo expresó a Otto Poggeler diciéndole “fui para encontrarme con el profesor Adorno a quien creía judío” (yo subrayo). Finalmente en una carta a Neumann (Felstiner, p. 312) Celan dice “…como ha anunciado un periódico en su sección de cartas del lector, lo que yo he presentado sub specie calami constituye un particular agradecimiento a los asesinos de Auschwitz, ahora en la revista Merkur… que sigue estrictamente el pensamiento de Adorno, se sabe por fin dónde hay que buscar a los bárbaros”. Pareciera que este es el intrincado trasfondo que se sublima en el Diálogo en la montaña.
24. En la biblioteca de Celan se encontraron libros, conferencias y cursos dictados por Heidegger, muchos de ellos dedicados por el autor y la mayoría subrayados y comentados por el poeta. La relación con el filósofo fue muy compleja, y a veces hasta borrascosa, pero son innegables tanto su influencia profunda como, al mismo tiempo, sus diferencias teóricas y de experiencias, en lo referido ante todo a la poesía. El Discurso de Bremen (1958) y El meridiano (1960), a los que se deben agregar un amplio conjunto de notas preparatorias de este último escrito (¡314 páginas!), así como las observaciones incluidas en su correspondencia, constituyen los textos donde Celan desarrolló sus ideas centrales sobre la poesía y sobre algunos temas filosóficos particulares. Trataré de enunciar sucintamente algunas de sus ideas. En el Discurso de Bremen dice que el poema “no es intemporal” (“Nunca escribí una línea que no tuviera que ver con mi existencia –soy, como ves, un realista a mi manera”, carta a Erich Heinhorn, del 23-6-62; y en El meridiano dice “el poeta habla siguiendo el ángulo de inclinación de su existencia”). Con esta simple frase Celan va más allá de la “poesía moderna” en cuanto simbolismo y poesía “pura”, sostenida en su época por G. Benn y antes por Mallarmé (Celan “toma así sus distancias en relación a una concepción del poema como pura construcción lingüística”). Así trasciende a Mallarmé la poética celaniana (en El meridiano dice “Pensar a Mallarmé hasta sus últimas consecuencias”, vale decir yendo más allá de Mallarmé, a otra cosa, a un nuevo espacio: el camino de Celan está fuera de la dicotomía entre poesía “pura” –Mallarmé– y poesía realista-representativa o social; el individuo determinado y situado, o su experiencia, y la poesía como esa situación, como esa experiencia en cuanto poema; el poema no habla-de la experiencia, no se refiere-a la experiencia como a algo extraño, sino que es la experiencia tras-substanciada; digamos: la experiencia del genocidio nazi se vuelve poema). Pero dice “a mi manera”, vale decir con su poesía, que no tiene nada que ver con el realismo-realismo de la representación directa. El poema “no es intemporal”, es temporal, pero intenta “pasar a través del tiempo”, ¿pasar hacia dónde?, “hacia algo abierto, ocupable, tal vez hacia un tú asequible”; “por sobre ti, Abierto, te llevo hasta mí” dice un poema. En el mismo Discurso afirma que el poema, como “manifestación del lenguaje”, es “esencialmente dialógico”. Estos son algunos de los ejes alrededor de los cuales gira El meridiano.
25 Lo que llamamos “yo” (no en el enunciado sino en cuanto presunto enunciante) es la comunión indiferenciada del “tú” en lo abierto de la inmanencia-trascendencia en su pasividad temporal; abarca el tú y toda cosa porque es, como observó Descartes, la infinitud como tal. En el Discurso de Bremen Celan dice que el poema “en cuanto manifestación del lenguaje” es “esencialmente dialógico”; un diálogo “a menudo desesperado” y que “está en camino… hacia una realidad asequible a la palabra”. Es el mismo y reiterativo “tal vez” de El meridiano: “Tal vez –sólo pregunto– , tal vez la poesía, como el arte, se dirige, con un yo olvidado de sí mismo, hacia aquello insólito y extraño…” (yo subrayo). En el diálogo el poema va “hacia algo Otro, necesita ese Otro, necesita un interlocutor”; en esta búsqueda el poema encuentra “en cada cosa, en cada hombre” una “forma de ese Otro”. En el espacio del poema se constituye el Tú. Cierre dialógico del yo-tú en busca de un “espacio abierto, vacío y libre”. El “yo”: imposibilidad de pensarlo, de pensar(lo), de pensar. El yo-infínito como vacío alucinado lleno por la persona en cuanto no-yo como potencia de lo abierto que es el darse como ser-con (otro) (otro también siempre virtual ya que ese vacío es in-llenable); la “persona”, así, como fuego que consume la onto-teo-logía. En sus “notas” para El meridiano dice que “Judaizar es el devenir-otro, el mantenerse-hacia-el-otro-y-su-secreto” El “diálogo” como nominación, o poema, es así el lugar del aparecer de “todo lo que es”. “En el diálogo el mundo no es constituido por un sujeto, él se constituye” (H. France Lanord, Paul Celan y Martin Heidegger, el sentido de un diálogo, p. 286). De esta manera el yo y el otro –lo mundo y lo humano- son en el diálogo y como diálogo; el “yo” se manifiesta, en esta relación (de lenguaje-poemática), como persona. Persona innombrable, y sin nombre la no-persona se dice persona, o el decir persona no dice nada, o dice nada. La persona entendida como yo excedido hasta su supresión. O la persona como lo único que uno ve del otro al verlo como real infinitud (o a-temporal). Dice France-Lanord: “la persona que habla en el poema ya no es persona, ni Celan ni ningún otro. La persona que habla en la voz del poema es lo esencialmente otro de toda persona en sentido corriente (subjetivo) –es: Niemand, y la identidad de esa (ya no esta) ‘persona’ permanece para siempre secreta” (idem, p.129). El poema libera un espacio que el otro ocupa vuelto manifestación: “…no hay interioridad. Hay algo vació y abierto, y un espacio libre” (en el sentido de disponible para su ocupación). “Porque en la poesía de Celan no hay sujeto metafísico toda forma de expresión es imposible”, y “La palabra no expresa nada, no tiene ni suelo ni fondo a partir del cual hablar…”. A partir de la muerte en los campos de exterminio Celan “desplegó el espacio de un diálogo” (idem, p. 288) donde cada uno puede ocupar un lugar como el tú del poema que sólo en él acontece.
26. Celan: “La oscuridad del poema: la oscuridad de la muerte. Los hombres: los mortales. Por esto el poema, en tanto conserva memoria de la muerte, consta entre lo que hay de más humano en el hombre. Pero lo humano, entre tiempo hicimos largamente la prueba, no es la característica principal de los humanistas. Los humanistas con aquellos cuya mirada pasa sobre la cabeza de los hombres, en lo que tienen de concreto, para considerar el ‘concepto’ de humanidad, que no obliga a nada” (en idem p. 280). El encuentro de sí mismo se realiza en una experiencia de la muerte a la que el poeta nombra a veces: tú (der Toddals Du) (“la muerte en tanto que tú”). “La muerte como principio productor de la unidad y el límite, de allí su omnipresencia en el poema” (anotación del 22 de agosto de 1960; idem, p.283-284). La muerte es real en el sobreviviente, como presencia-ausencia dolorosa de un ser en otro ser. A la muerte no es posible poseerla o aprehenderla como algo o como cosa, porque la muerte no-es, no hay algo-que-sea-muerte; llamamos “muerte” a la desaparición (de alguien, un “tú”) que nos hiere “a muerte”, advirtiéndonos de nuestra futura desaparición para otros o para un imaginario nosotros mismos como otros. En todo caso para Celan lo que llamamos muerte, no como temor sino como desgracia, fue la fuerza decisiva que dio origen a su poesía (la “vieja capitana” baudelaireana esperándolo en el fondo de un río).
27. Diálogo. En otra nota: “Se trata de la superación de una dualidad; con el yo del poema se pone el tú…”; “yo hablo alternando la primera y la segunda persona; nombrando tanto la una como la otra digo lo mismo” (idem, p. 285). La negación del “yo” como sustancia pertenece al orden de la crítica a la metafísica; lo que Celan plantea, el diálogo como ámbito de la constitución de la persona, presupone el ser-con heideggeriano: no la relación de un yo y un tú como “cosas”, o como sujetos, extraños el uno al otro, sino una implicancia esencial de uno y otro en lo mismo; en esta interpelación, en este hecho-de-lenguaje, el yo se vuelve “persona” trascendiendo el círculo egológico: “una vez efectuado este giro el yo deja de ser un simple yo y es en sí mismo el diálogo de un yo y de un tú” (idem, p. 14; yo subrayo).
28. Otra realidad, un cambio de aliento. Realidad como lo abierto y libre del encuentro en el poema, es decir, como diálogo. El poeta dice: “ve con el arte a tu más propia angostura. Y libérate”. La libertad es “creada por el poema, por las palabras”. En lugar de un yo puro un yo encamado, martirizado, una “persona”, esta o aquella, siempre una, concreta. No seis millones de judíos asesinados sino este, este, este… hasta terminar la cuenta interminable. El hombre es el don de la palabra. Hasta esa palabra no oíble, no pronunciable, mass-klo, dicha por Hurbinek, el niño mártir, ese “sonido incierto y privado de sentido” (P. Levi, La tregua, pp.22-23) tiene un sentido originario, un sin-sentido que supera todo sentido, y que aún habla, no porque P. Levi lo haya manifestado, sino porque su habla-sin-habla nos constituye sorda, esencialmente. Diría que ese sonido, igual que el Pallaksch, Pallaksch de Hölderlin en el poema “Tubinga, enero”, ese retroceso al lenguaje-no-lenguaje “materno”, es el ámbito de manifestación y asunción de la poesía de Paul Celan, toda ella articulada en el dolor y la muerte. No es casual que en El meridiano diga y repita que su “procedencia” es un 20 de enero. Sí, sin lugar a dudas esa fecha es la clave de una vida y una poesía trágica que finalizaron con la muerte voluntaria.
– Teoría económica del sistema feudal – Witold Kula
Estado: impecable.
Editorial: Siglo XXI Argentina Editores.
Precio: $300.
La publicación el 1962 de la Teoría económica del sistema feudal causó un gran impacto en las aguas estancadas del debate historiográfico sobre los orígenes del capitalismo que, pese a los diversos posicionamientos, se basaba en una visión unidireccional y determinista de la historia. A partir del caso polaco en la época moderna, Witold Kula se adentraba en el estudio del feudalismo y de su racionalidad económica. Al contrario que la mayoría de autores de aquella época, no aborda el sistema feudal des de una perspectiva teleológica, desde el capitalismo que lo sustituyó, sino que lo estudia en él mismo, en sus características propias. Su actualidad e interés, su condición ya de clásico, de una de las obras más sugestivas de la historiografía del siglo XX, justifican ahora, a casi cincuenta años de distancia, la vigencia de su lectura.
– Los judíos en México y América Central (fe, llamas e Inquisición) – Seymour B. Liebman
Estado: impecable.
Editorial: Siglo XXI Argentina Editores.
Precio: $400.
Durante trecientos años, México, América Central, el sudeste de Estados Unidos y las Filipinas formaron uno de los dos mayores virreinatos españoles, el de la Nueva España. A este inmenso territorio migraron, posiblemente ya entre los hombres de Cortés, los judíos sefarditas perseguidos por la corona española. Durante esos trecientos años continuaron viviendo de acuerdo con sus tradiciones, aunque tuvieran que hacerlo de manera subrepticia, ya que su presencia era tan ilegal aquí como en España. Por grande que fuera la fortuna, el prestigio o el puesto que hubieran alcanzado, las cárceles secretas de la Santa Inquisición se abrían ante ellos en el momento en que se descubría su adhesión a la Ley de Moisés. Entre estas familias merecen destacarse, y así lo hace el autor, la de los Carvajales y la de Treviño de Sobremonte, que terminaron en la hoguera, como también la de Justa Méndez, verdadera matriarca judía que llegó a ver “a los hijos de los hijos de sus hijos”, educados todos dentro de la Ley estricta que ella guardó durante toda su vida. El profesor Liebman, mediante un estudio cuidadoso de los documentos de la Inquisición, ha logrado presentarnos un cuadro vívido de la época y de las costumbres “judaizantes” que convertían automáticamente a un hombre en criminal a los ojos de las autoridades. Y sin embargo, a pesar de todas las persecuciones, torturas y muertes en la hoguera, generación tras generación siguió apegada a sus viejos principios. Irónicamente, la libertad que alcanzaron, primero por debilidad del Tribunal inquisitorial y luego, legalmente, por la independencia de México, fue su perdición. Así, ninguna de las actuales comunidades judías de estos países puede pretender ser descendiente de aquellas viejas familias coloniales que se extinguieron sin dejar más rastro que las hojas de sus procesos en el Archivo de la Inquisición.
Seymour B. Liebman hizo sus estudios de historia en la UNAM, a los que siguió una larga investigación en los Archivos de México, Sevilla, Lisboa y Lima. Es autor de muchos otros trabajos sobre los judíos coloniales, que han aparecido en diversos medios de todo el mundo.
– Kafka on the Shore – Haruki Murakami (versión en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Vintage.
Precio: $150.
Kafka on the Shore is powered by two remarkable characters: a teenage boy, Kafka Tamura, who runs away from home either to escape a gruesome oedipal prophecy or to search for his long-missing mother and sister; and an aging simpleton called Nakata, who never recovered from a wartime affliction and now is drawn toward Kafka for reasons that, like the most basic activities of daily life, he cannot fathom.
As their paths converge, and the reasons for that convergence become clear, Haruki Murakami enfolds readers in a world where cats talk, fish fall from the sky, and spirits slip out of their bodies to make love or commit murder. Kafka on the Shore displays one of the world’s great storytellers at the peak of his powers.
– A History Of the Israeli-Palestinian Conflict – Mark Tessler (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Indian University Press.
Precio: $400.
Savagery and Hope
David Schoenbaum*
HARD as it may be to recall, there was a time when the Israeli-Palestinian conflict was not yet part of the global landscape. On the contrary, like jazz and heavier-than-air flight, it is almost entirely a product of this century, and its evolution was scarcely imaginable when the century began.
Then, of course, came the Kishinev pogrom, World War I, the collapse of the Ottoman Empire, United States immigration quotas, the rise of Hitler, another world war and the Holocaust, followed in turn by the partition of Palestine, five Israeli-Arab wars, two Palestinian dispersions, a 26-year Israeli occupation of Gaza and the West Bank and countless acts of mutual savagery. Then came the Declaration of Principles, negotiated in Norway and signed last September on the White House lawn, and the recent self-rule agreement in Cairo.
Not by chance, Mark Tessler’s very large new book begins and ends with reminders that the hostilities are really quite recent, and that we might, «just maybe,» face «the beginning of the end.» The hows and whys that turned an evitable into an inevitable conflict, and the bloody metamorphoses, ellipses and mutually mistaken identities that marked its way from Then to Now are nonetheless the predominant theme and preoccupation of the intervening 752 pages.
Thoughtful, well-informed and resolutely fair-minded, Mr. Tessler, a political scientist and the director of the Center for International Studies at the University of Wisconsin, Milwaukee, makes no claim to new sources or interpretations in «A History of the Israeli-Palestinian Conflict.» His comparative advantage is, instead, his approach to the subject.
More consistently than any English-language predecessor, Mr. Tessler takes it as given that the struggle between Zionist Jews and Palestinian Arabs for a room of their own in the same small territory has always been, and has again become, the core of the rivalry. He then elaborates the dissonant counterpoint of political aspirations, cultural outlook and above all historical experience that have made that struggle a persisting, if asymmetrical, tragedy for both peoples.
As the story nears the present, Mr. Tessler’s pursuit of comprehensiveness leads to a loss of thematic forest in the leaves of narrative detail. Still, the dry stretches are outweighed by exemplary chapters on the formation of dissimilar and antagonistic national identities; the growing irreconcilability of two peoples living adjacently, but not together, under British administration, and the big bang of 1948 that brought Israelis independence and Palestinians a national disaster, as well as some three-quarters of a million refugees.
Mr. Tessler is rigorous and commiserative alike, and his gloss on the fallout from the creation of Israel, which included a counterflow of millions of Jewish immigrants from the Arab world, is among the best things in the book. So too, if regrettably understated, is his demonstration of how shock waves from the collapse of the Soviet Union and the gulf war of 1991 set both Israelis and Palestinians on the way to Norway and the White House lawn, each for their own very different reasons.
Why, for all their tenacity, have Palestinians consistently found nation-building so much harder than their Jewish counterparts? And why, from the 1930’s to the 1990’s, did they associate their cause with every tyrannical loser from Berlin to Moscow to Baghdad? Was the delusive attempt to make Cairo, Amman or Beirut the Palestinian Hanoi (to Jerusalem’s Saigon) really their only option after the six-day Israeli-Arab war of 1967? What might have happened instead had they grabbed the hand so gingerly extended them by America’s shuttle diplomatist ex officio, Henry Kissinger, after the October war of 1973, and all but waved in their faces by President Jimmy Carter after the Camp David accords a few years later?
DID Israelis who, in turn, so regularly complained that there were no Palestinians to talk to, have to apply themselves so assiduously to making that proposition self-fulfilling? Did they really have no choice but to wait 14 years before risking the proverbial offer that Palestinians couldn’t refuse?
Political scientists like Mr. Tessler can hardly be faulted for hedging or avoiding such questions. But the introspective reader can also hardly help asking them on the long march through the story he tells.
Persistent questions about the nature and impact of social structure and political culture, though possibly more answerable, are too seldom asked by Mr. Tessler. Both Israeli and Palestinian societies have been substantially, even radically transformed since 1948. Israelis have confirmed that they can constitute and govern themselves and that there is more to their national identity than denial of Palestinians.
Palestinians, meanwhile, have shown themselves, the world and Israelis that they exist and can fight, that Israelis must talk with them, and that the Palestine Liberation Organization is their chosen representative. But, symptomatically, neither the 1988 Declaration of Independence for the State of Palestine nor even recognition by Israel have yet produced the Government, albeit in exile, that presumably ought to be the logical consequence.
Can Palestinians, in fact, constitute and govern themselves, as they never have before? Is there more to their national identity than rejection of Israel? Mr. Tessler’s book, for all its thoroughness, leaves both questions open. The breakthrough agreements in Washington and Cairo, let alone the realities in Gaza and Jericho, only underscore their urgent and crucial importance.
* David Schoenbaum teaches history at the University of Iowa and is the author of «The United States and the State of Israel.
– Never Too Late To Remember. The Politics Behind New York City’s Holocaust Museum – Rochelle G. Saidel (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Holmes and Meier.
Precio: $350.
Why did New York City, the largest center of Jewish culture and home to more survivors than any other city in the United States, take more than half a century to finalize plans for its Holocaust memorial? Because the process of memorializing any historical event is inevitably political, Rochelle Saidel explains, and she gives a detailed analysis of how various groups within the American Jewish community, local power brokers, real estate developers, and major political players have all influenced the memorial’s progress.
Never Too Late To Remember traces the history of the numerous attempts to create a Holocaust memorial in New York City that began in 1946–47, and focuses on the present project, initiated by Mayor Edward I. Koch in 1981, which is scheduled to open in 1997. A Living Memorial to the Holocaust, the Museum of Jewish Heritage stands on the shore of the Hudson River, facing the Statue of Liberty and Ellis Island. Saidel is frank in attributing the many false starts and delays to conflicting political agendas, tensions among project organizers, and broken promises and commitments. More than a story of back-room politics, Never Too Late To Remember places New York City’s project in the broader framework of Holocaust memorialization, thereby examining the dynamic between memory, ideology, politics, and representation.
Rochelle G. Saidel, a political scientist and journalist, is the author of The Outraged Conscience: Seekers of Justice for Nazi War Criminals in America (1984) and has written extensively and lectured widely on the Holocaust for nearly twenty years. She was awarded the prestigious National Foundation for Jewish Culture Musher Publication Prize in 1994 for her work on Never Too Late To Remember.
– The Illustrated Encyclopedia Of  Medieval Civilization – Aryeh Grabois (versión en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Mayflower.
Precio: $500.
– Schindler’s Legacy. True Stories Of The List Survivors – Elinor J. Brecher (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: A Plume Book/Penguin.
Precio: $300.
They appeared at the end of the movie Schindler’s List – the poignant processional of real-life people whom Oskar Schindler saved. Now they tell their stories in a book that is the living legacy of what Schindler did and what the human spirit can endure and overcome. Through their own words and more than 100 personal photographs, we learn the truth of their experiences with Schindler, their incredible stories of day-to-day survival, and their ultimate triumph of rebuilding lives, reclaiming family, and recording their memories for future generations. They range in age from late fifties to nearly ninety. Some emerged from the Holocaust as the lone remnants of their families; others, miraculously, survived with parents, siblings, and children. Their current lifestyles are equally varied: a multi-millionaire New Jersey developer; a Cleveland tailor who works out of his basement; a retired New York cafe violinist; a Baltimore fabric-store owner; a Pittsburgh cantor; a Los Angeles high school shop teacher; a world-famous Manhattan commercial photographer. Some remain committed, observant Jews; others have drifted far from religious ritual and belief. Some cling to the past; others have spent a lifetime trying to forget. Some seem to take pleasure in every breath; others seem forever burdened by sorrow. What they have in common is this: Oskar Schindler gave each a second chance at life. Now we learn what they did with that precious gift.
– Witness To The Holocaust. An Illustrated Documentary History of the Holocaust in the Words of Its Victims, Perpetrators and Bystanders – Michael Berenbaum (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Harper Collins Publishers.
Precio: $300.
50 years after the liberation of the death camps in Nazi Germany, the former project director of the U.S. Holocaust Memorial Museum in Washington, DC, and current director of its Research Institute, compiles a fascinating collection of firsthand accounts of the Holocaust.
From the first boycott of Jewish businesses in Germany in 1933 to testimony at the Nuremberg Trials in 1946, this illustrated volume includes survivor testimonies, letters, government documents, newspaper reports, diary entries and other firsthand materials, as well as Holocaust scholar Michael Berenbaum’s insightful commentary putting the materials into context. The book’s chronologically organized documentary approach provides a unique perspective on this much-published subject, and drawing on the most current research in the field of Holocaust studies, offers readers an unforgettable and engrossing history of the Nazis’ largely successful effort to eradicate the Jews and other «undesirables» of Europe.
– Against All Odds. Holocaust Survivors and the Successful Lives They Made in America – William B. Helmreich (versión original en inglés)
Estado: impecable.
Editorial: Simon & Schuster.
Precio: $300.
Against All Odds is the first comprehensive look at the 140,000 Jewish Holocaust survivors who came to America and the lives they have made here. William Helmreich writes of their experiences beginning with their first arrival in the United States: the mixed reactions they encountered from American Jews who were not always eager to receive them; their choices about where to live in America; and their efforts in finding marriage partners with whom they felt most comfortable–most often other survivors.
In preparation, Helmreich spent more than six years traveling the United States, listening to the personal stories of hundreds of survivors, and examining more than 15,000 pages of data as well as new material from archives that have never before been available to create this remarkable, groundbreaking work. What emerges is a picture that is sharply different from the stereotypical image of survivors as people who are chronically depressed, anxious, and fearful.
This intimate, enlightening work explores questions about prevailing over hardship and adversity: how people who have gone through such experiences pick up the threads of their lives; where they obtain the strength and spirit to go on; and, finally, what lessdns the rest of us can learn about overcoming tragedy.
– La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío – Norman Gary Finkelstein
Estado: impecable (con subrayados de su antiguo dueño que solo molestan si usted es un nazi).
Editorial: Siglo XXI.
Precio: $300.
Introducción
Norman G. Finkelstein
Abril 2000 – Ciudad de Nueva York
Este libro es tanto una anatomía como una denuncia de la industria del Holocausto. En las páginas que siguen, argumentaré que “El Holocausto” es una representación ideológica del holocausto nazi. Al igual que la mayoría de las representaciones similares, ésta tiene una conexión, si bien tenue, con la realidad. El Holocausto es una construcción, y no arbitraria sino más bien intrínsecamente coherente. Sus dogmas centrales sustentan importantes intereses políticos y de clase. De hecho, el Holocausto ha demostrado ser un arma ideológica indispensable. A través de su explotación, una de las potencias militares más formidables del mundo, poseedora de un horrendo historial en materia de derechos humanos, se ha presentado como un Estado “víctima”, y el grupo étnico más exitoso de los Estados Unidos ha adquirido un estatus de víctima en forma similar. Esta falsa victimización genera considerables dividendos – particularmente inmunidad a la crítica, por más justificada que ésta sea. Y podría agregar que quienes gozan de esta inmunidad, no han escapado de las corrupciones morales que típicamente van con ella. Desde esta perspectiva, el desempeño de Elie Wiesel como intérprete oficial del Holocausto no es una coincidencia. Es evidente que no llegó a esta posición por sus compromisos humanitarios o sus talentos literarios. Wiesel desempeña este papel principal más bien porque articula impecablemente los dogmas del Holocausto y, por consiguiente, sostiene los intereses que le subyacen.
El estímulo inicial para este libro provino del decisivo estudio The Holocaust in American Life (El Holocausto en la Vida Norteamericana) de Peter Novick al que reseñé para una publicación literaria británica. En estas páginas, el diálogo crítico en el que entré con Novick se ha ampliado; de allí las numerosas referencias a su estudio. El The Holocaust in American Life es más una colección de golpes provocativos que una crítica fundada y pertenece a la venerable tradición norteamericana del muckraking.  Sin embargo, como la mayoría de los de su estilo, Novick se concentra solamente en los abusos más notorios. Por más sarcástico y refrescante que sea, The Holocaust in American Life no constituye una crítica a fondo. Hay postulados básicos que no critica. El libro, ni banal ni hereje, está sesgado hacia el extremo controversial del espectro conocido. Como era previsible, recibió muchos, aunque dispares, comentarios en los medios norteamericanos.
La categoría analítica central de Novick es la “memoria”. Con toda la actual furia en la torre de marfil, la “memoria” es con seguridad el concepto más pauperizado que descenderá de la cumbre académica por largo tiempo. Con el obligatorio guiño hacia Maurice Halbwachs, Novick apunta a demostrar cómo los “conflictos actuales” modelan la “memoria del Holocausto”.  Solía haber un tiempo en el cual los intelectuales disidentes difundían categorías políticas robustas, tales como “poder” e “intereses” por un lado, e “ideología” por el otro. Hoy, todo lo que queda es el lenguaje blando y despolitizado de “conflictos” y “memoria”. Sin embargo, dada las pruebas que Novick presenta, el Holocausto es una construcción ideológica con intereses creados. Si bien la memoria del Holocausto es deliberada, de acuerdo con Novick también es arbitraria “en la mayoría de los casos”. Según su argumento, lo deliberado proviene de “un cálculo de ventajas y desventajas” pero más bien “sin mucha consideración por. . . las consecuencias”. Las pruebas sugieren la conclusión opuesta.
Mi interés original en el holocausto nazi fue personal. Tanto mi padre como mi madre fueron sobrevivientes del Ghetto de Varsovia y los campos de concentración nazis. Aparte de mis padres, todos los miembros de mi familia, en ambas ramas, fueron exterminados por los nazis. Mi primer recuerdo del holocausto nazi, por decirlo así, es el de mi madre pegada al televisor mirando el juicio de Adolf Eichmann (1961) cuando yo volvía a casa de la escuela. Si bien habían sido liberados de los campos sólo dieciséis años antes del juicio, en mi mente siempre hubo un abismo infranqueable que separaba a mis padres de eso. Había fotografías de la familia de mi madre colgando de las paredes de nuestra sala de estar. (Nadie de la familia de mi padre sobrevivió a la guerra). Nunca pude establecer el sentido de mi conexión con ellos, menos todavía concebir lo que había ocurrido. Eran las hermanas, los hermanos y los parientes de mi madre; no mis tías, tíos y abuelos. Recuerdo haber leído de niño el The Wall  de John Hersey y Mila 18 de Leon Uris; ambos relatos novelados del Ghetto de Varsovia. (Todavía recuerdo a mi madre quejándose de que, enfrascada en  The Wall pasó de largo por la estación de subterráneo en dónde debía haber bajado en su camino al trabajo).  A pesar de que lo intenté, no pude ni por un momento dar el salto imaginativo de conectar a mis padres, en toda su condición de gente común y corriente, con ese pasado. Francamente, sigo sin poder hacerlo.
La cuestión más importante, sin embargo, es la siguiente: aparte de esta presencia fantasmal, no recuerdo que jamás el holocausto nazi haya invadido mi niñez. La principal razón de esto fue que a nadie de fuera de mi familia pareció importarle lo que había sucedido. El círculo de amigos de mi niñez leía mucho y discutía apasionadamente los hechos del día. Y, sin embargo, sinceramente no me acuerdo de ningún amigo (o padre de amigo) que haya hecho una sola pregunta sobre lo que mi madre y mi padre habían tenido que soportar. No era un silencio respetuoso. Era simple indiferencia. A la luz de ello, uno no puede menos que ser escéptico frente a los desbordes de angustia de décadas posteriores, una vez que la industria del Holocausto estuvo firmemente establecida.
A veces pienso que el “descubrimiento” del holocausto nazi por parte de los judíos norteamericanos fue peor que el haberlo olvidado. Es cierto: mis padres rezongaban en privado; el sufrimiento que habían padecido no estaba públicamente validado. Pero ¿no era eso mejor que la crasa explotación del martirio judío? Antes de que el holocausto nazi se convirtiese en El Holocausto, sólo se publicaron sobre la materia unos pocos estudios académicos como el The Destruction of the European Jews  (La Destrucción de los Judíos Europeos) de Raul Hilberg y memorias como Man’s Search for Meaning (La Búsqueda del Sentido por el Hombre) de Viktor Frankl y Prisoners of Fear (Prisioneros del Miedo) de Ella Lingens-Reiner. Pero esta pequeña colección de perlas es mejor que el contenido de estantes y más estantes de esos novelones que ahora atiborran las bibliotecas y librerías.
Tanto mi padre como mi madre, si bien revivieron ese pasado hasta el día en que fallecieron, hacia el final de sus vidas perdieron todo interés en El Holocausto como espectáculo público. Uno de los amigos de toda la vida de mi padre había sido, junto con él, un interno de Auschwitz; un idealista de izquierda aparentemente incorruptible quien, por una cuestión de principio, se negó a recibir indemnizaciones de los alemanes después de la guerra. Más tarde, en un momento dado, se convirtió en el director del museo del Holocausto israelí, Yad Vashem.  A regañadientes y con genuina desilusión, mi padre finalmente admitió que hasta este hombre había sido corrompido por la industria del Holocausto, acomodando sus convicciones a las necesidades del poder y el beneficio.
A medida en que las versiones de El Holocausto adquirían formas cada vez más absurdas, a mi madre se le daba por citar (con ironía premeditada) a Henry Ford: “La Historia es cháchara”. En mi casa, especialmente los cuentos de los “sobrevivientes del Holocausto” – todos ex internos de campos de concentración, todos héroes de la resistencia – resultaban blanco de una sarcástica hilaridad. Hace ya mucho tiempo, John Stuart Mill descubrió que las verdades que no están sujetas a un continuo desafío “dejan de tener el efecto de la verdad y se convierten en falsedades por exageración”.
Con frecuencia mis padres se asombraban de mi indignación ante la falsificación y la explotación del genocidio nazi. La respuesta más obvia es que se lo ha utilizado para justificar las políticas criminales del Estado de Israel y el apoyo norteamericano a esas políticas. Hay, también, motivos personales. Me importa la persecución de la que fue objeto mi familia. La actual campaña de la industria del Holocausto de extorsionar dinero de Europa en nombre de “las víctimas necesitadas del Holocausto” ha reducido la dimensión moral del martirio de mis padres al de un casino en Monte Carlo.  Pero aún aparte de estas consideraciones, sigo convencido de que es importante preservar – luchar por – la integridad del registro histórico. En las páginas finales de este libro sugeriré que, estudiando el holocausto nazi, podemos aprender mucho no sólo acerca de “los alemanes” o de “los gentiles” sino acerca de todos nosotros. No obstante, creo que para hacer eso, para realmente aprender del holocausto nazi, hay que reducir sus dimensiones físicas y agrandar sus dimensiones morales.
Se han invertido demasiados recursos públicos y privados en monumentalizar el genocidio nazi. La mayor parte de lo así producido es inservible; no constituye un tributo al sufrimiento judío sino al engreimiento judío. Hace ya mucho tiempo que deberíamos haber abierto nuestros corazones a los sufrimientos del resto de la humanidad. Ésta fue la principal lección que me impartió mi madre. Ni una sola vez le escuché decir: “no compares”. Mi madre siempre comparaba. Sin duda, es preciso hacer diferenciaciones históricas. Pero el hacer diferenciaciones morales, entre “nuestros” sufrimientos y los de “ellos” ya es, en si mismo, una parodia moral. Muy humanamente
Platón observó: “No puedes comparar a dos personas miserables y decir que la una es más feliz que la otra”. A la vista de los sufrimientos de afroamericanos, vietnamitas y palestinos, el credo de mi madre era: todos somos víctimas de holocaustos.
Wagner – Tristan und Isolde (Barenboim, Ponnelle, 1983)

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Agota Kristof, Andrew Field, Aryeh Grabois, Daniel Barenboim, Edmund Wilson, Frédéric Beigbeder, Georg Lukacs, Haruki Murakami, Horacio González, Irving kolodin, Kurt Gödel, Leon Edel, Marcelo Cohen, Metropolitan Opera House, Michael Berenbaum, Norman Gary Finkelstein, Oscar del Barco, Oskar Schindler, Primo Levi, Richard Wagner, Rochelle G. Saidel, Seymour B. Liebman, Vladimir Nabokov, William Faulkner, Witold Kula, zzz---EN FRANCÉS---zzz, zzz---EN INGLÉS---zzz | 4 comentarios

Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

James Ellroy Tennessee Williams William T. Vollmann Paula Fox Jonathan Lethem Fogwill Peter Matthiessen Jared Diamond Nietzsche Kierkegaard Johnny Cash Wittgenstein Hitler Sófocles Libros Kalish
–  Sófocles – Karl Reinhardt
– Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed – Jared Diamond (versión original en inglés)
– Scott Fitzgerald. A Biography – Jeffrey Meyers (versión original en inglés)
– Stalin. Una biografía – Robert Service 
– Yo fui amigo de Hitler – Heinrich Hoffmann
– Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
– Cash. La autobiografía de Johnny Cash
– Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía – Werner Ross
– Ludwig Wittgenstein – Ray Monk
– Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay
– País de sombras – Peter Matthiessen
– El hombre que se enamoró de la luna – Tom Spanbauer
– Los jardines de la disidencia – Jonathan Lethem
– Personajes desespearados – Paula Fox
– Imperial – William T. Vollmann (versión original en inglés)
– Notebooks – Tennessee Williams (versión original en inglés)
– Perfidia – James Ellroy
Vivir afuera – Fogwill

 

–  Sófocles – Karl Reinhardt
Estado: impecable.
Editorial: Gredos.
Precio: $400.
Olvidada hasta finales del siglo XVIII y diversamente interpretada a lo largo del siglo XIX por la crítica romántica, el hegelianismo, Nietzsche y la primera filosofía alemana, la obra de Sófocles fue recuperada en el siglo XX por la retórica de la «modernidad trágica», el existencialismo y el psicoanálisis. Karl Reinhardt se pregunta en este libro hasta qué punto las piezas sofocleas pueden proporcionarnos todavía un saber cierto del fenómeno trágico, y se inclina por dar una respuesta afirmativa, siempre y cuando se efectúe un riguroso análisis hermenéutico de la poesía griega. La voluntad de percibir los auténticos orígenes del hombre griego es el propósito fundamental de este trabajo. El magistral estudio (con prólogo de Carlos García Gual) de las siete tragedias completas que se conservan de Sófocles pone de manifiesto la complejidad de las relaciones humanas en el mundo griego o, como realidad primera, de los hombres con los dioses.
Karl Reinhardt (1886-1958) trabajó en las universidades de Bonn, Marburgo y Hamburgo, hasta que fue llamado en 1924 a la Universidad de Frankfurt. Allí enseñó Filología clásica hasta ser nombrado emérito en 1951, con excepción de los años 1942-1945, que pasó en la Universidad de Leipzig. Fue nombrado miembro ordinario de la Academia Sajona de las Ciencias y se le considera uno de los más representativos helenistas de su época.

 

– Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed – Jared Diamond (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Viking.
Precio: $400.
Jared Diamond’s Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed is the glass-half-empty follow-up to his Pulitzer Prize-winning Guns, Germs, and Steel. While Guns, Germs, and Steel explained the geographic and environmental reasons why some human populations have flourished, Collapse uses the same factors to examine why ancient societies, including the Anasazi of the American Southwest and the Viking colonies of Greenland, as well as modern ones such as Rwanda, have fallen apart. Not every collapse has an environmental origin, but an eco-meltdown is often the main catalyst, he argues, particularly when combined with society’s response to (or disregard for) the coming disaster. Still, right from the outset of Collapse, the author makes clear that this is not a mere environmentalist’s diatribe. He begins by setting the book’s main question in the small communities of present-day Montana as they face a decline in living standards and a depletion of natural resources. Once-vital mines now leak toxins into the soil, while prion diseases infect some deer and elk and older hydroelectric dams have become decrepit. On all these issues, and particularly with the hot-button topic of logging and wildfires, Diamond writes with equanimity.
Because he’s addressing such significant issues within a vast span of time, Diamond can occasionally speak too briefly and assume too much, and at times his shorthand remarks may cause careful readers to raise an eyebrow. But in general, Diamond provides fine and well-reasoned historical examples, making the case that many times, economic and environmental concerns are one and the same. With Collapse, Diamond hopes to jog our collective memory to keep us from falling for false analogies or forgetting prior experiences, and thereby save us from potential devastations to come. While it might seem a stretch to use medieval Greenland and the Maya to convince a skeptic about the seriousness of global warming, it’s exactly this type of cross-referencing that makes Collapse so compelling. –Jennifer Buckendorff –This text refers to an out of print or unavailable edition of this title.

 

– Scott Fitzgerald. A Biography – Jeffrey Meyers (versión original en inglés)
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Harper Collins.
Precio: $300.
Scott Fitzgerald, a romantic and tragic figure who embodied the decades between the two world wars, was a writer who took his material almost entirely from his life. Despite his early success with The Great Gatsby, Fitzgerald battled against failure and disappointment.
This book, by the acclaimed biographer of Hemingway, is the first to analyze frankly the meaning as well as the events of Fitzgerald’s life and to illuminate the recurrent patterns that reveal his inner self. Meyers emphasizes Fitzgerald’s alcoholism, Zelda’s illnesses and her doctors, Fitzgerald’s love affairs both before and after her breakdown, and his wide-ranging friendships, from the polo star Tommy Hitchcock to the Hollywood executive Irving Thalberg. His writer friends included Ring Lardner, John Dos Passos, James Joyce, Edith Wharton, and Dorothy Parker. His friend and lifelong hero, Ernest Hemingway, was a harsh critic of both his behavior and his novels, but Fitzgerald accepted this with remarkable humility. Meyers portrays the volatile connection between these two writers and Fitzgerald’s marriage to the schizophrenic Zelda with insight and poignancy. Meyers also discusses Fitzgerald’s fascinating relationship with his daughter, Scottie. Exercising a fine critical balance, he details Fitzgerald’s weaknesses but ultimately reveals a man capable of fierce loyalty and great moral courage.

 

VENDIDO
– Stalin. Una biografía – Robert Service
Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta/con láminas).
Editorial: Siglo XXI.
Precio: $000.
Robert Service goza de reconocido prestigio como experto en la historia de Rusia. En esta demoledora biografía de Iósef Stalin (1878-1953) pone a nuestro alcance por primera vez un estudio completo sobre la vida de uno de los personajes más controvertidos de la historia.
Service ha investigado en los archivos de Moscú, a los que han tenido acceso muy pocos expertos occidentales, y ha recopilado testimonios personales y documentos privados por toda Rusia, Georgia y Abjasia. Ello le ha permitido desafiar la imagen comúnmente aceptada del líder soviético como un simple burócrata asesino.
Cuando, en 1928, obtuvo el poder supremo, Stalin tenía 50 años. Service describe con un detalle sin precedentes los factores vitales que configuraron al “Hombre de Acero”: su temprana infancia en Georgia, hijo de un alcohólico violento y de una mujer devota; su incorporación al seminario religioso; su etapa juvenil revolucionaria como denodado marxista, cuyo celo le llevaría a afianzar su posición y su influencia en el partido bolchevique, mucho antes de la Revolución rusa. Asistimos al papel que jugó en la guerra civil de 1918-1920 y al modo en que sus acciones a lo largo del conflicto prefiguraron al Stalin del Gran Terror. Pero Service también nos muestra a un hombre de ideas: un voraz lector y poeta consumado cuyo rigor analítico competía con el de Lenin y otros artífices de la Rusia soviética.
Los datos sobre su vida siempre han sido opacos, orquestados por su implacable esfuerzo por silenciar a los testigos y su sistemática distorsión, ocultamiento y destrucción de documentos.
Robert Service ha dedicado treinta años al tema, y su reciente y pormenorizada investigación le permiten reconstruir al hombre que se oculta tras el mito, en esta obra que es, hasta la fecha, la más autorizada sobre la larga carrera de Stalin, sobre su impacto y sobre su extraordinaria personalidad.
Robert Service es autor, entre otros libros de, Lenin: Una biografía Lenin: Una biografía (que obtuvo en 2000 el History Book of the Year Award de la revistaForeWordde EE UU), Historia de Rusia en el siglo XX y Rusia: experimento con un pueblo. Es miembro de la British Academy y del St Antony’s College, Oxford.

 

– Yo fui amigo de Hitler – Heinrich Hoffmann
Estado: nuevo.
Editorial: Caralt.
Precio: $300.
La figura que representó los más dramáticos destinos de Alemania durante un período crucial en la historia del mundo ha sido descrita desde muchos puntos de vista por amigos y adversarios. Pero ninguno de los libros que sobre Hitler se han publicado posee el valor humano que le ha dedicado Heinrich Hoffmann, su fotógrafo oficial y uno de sus íntimos amigos. Ante nosotros aparece en este libro, no sólo el Führer del pueblo alemán, el conductor de multitudes, el fanático de un sistema político férreo e implacable, el hombre que llevó a su patria a la cumbre de su poderío material para arrojarla luego al abismo de la derrota, sino también Adolf Hitler; el hombre con sus fracasos juveniles, sus inquietudes artísticas, sus aventuras femeninas, sus diversiones y sus cóleras.
Traducido a la vez a varios idiomas, el libro de Hoffmann ha logrado en el mundo un éxito auténticamente excepcional.
Heinrich Hoffmann, hijo del fotógrafo Robert Hoffmann, trabajó con gran éxito como fotógrafo de prensa después de varios años de formación. Miembro activo del NSDAP (Partido Alemán Socialista de los Trabajadores), se convirtió en el fotógrafo oficial de Adolf Hitler del cual será amigo íntimo. Arrestado en los últimos días de la II Guerra Mundial por las fuerzas armadas US y condenado a diez años de cárcel por alta actividad pro-nazi. Heinrich Hoffmann falleció en Munich el  16 de diciembre de  1957.

 

– Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
Estado: usado.
Editorial: Taurus.
Precio: $300.
El simple acto de la lectura implica, en realidad, miles de significados que este libro –la primera gran síntesis histórica en la materia– nos revela. Leer uno o varios textos, en voz alta o en silencio, rápidamente o descifrándolos con dificultad, en un manuscrito o en un ordenador, equivale, cada vez, a recrear el sentido de lo escrito en función de nuestras propias competencias y expectativas.
Fruto del trabajo de los máximos especialistas en el tema, esta Historia pone en evidencia los cambios fundamentales que han tenido lugar en la lectura –de la lectura silenciosa en la Grecia Antigua a las novedades introducidas por la imprenta y las revoluciones electrónicas que estamos viviendo. También nos presenta historias de objetos, de los libros en sus diversas formas, así como historias de los hombres y de las mujeres, adultos o jóvenes, de sus gestos y costumbres, de los espacios y los tiempos reservados a la lectura.

 

– Cash. La autobiografía de Johnny Cash
Estado: nuevo.
Editorial: RBA.
Precio: $150.
Descubierto a mediados de los 50 por la discográfica Sun Records de Memphis, Cash fue compañero de Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, grabando canciones de gran éxito. Fichado por Columbia, en los 60 se convertiría en toda una institución cultural publicando álbumes conceptuales, himnos gospel, aclamados discos grabados en prisiones e incluso presentando su propio programa de televisión. Desde la satisfacción de su recuperada fama en los 90, Cash rememora pasajes oscuros, otros luminosos, y hace las paces con el mundo y consigo mismo. Y no únicamente su propia vida habita estas páginas de lectura compulsiva, sino también la historia de todo un país, Estados Unidos, y sus gentes más humildes y olvidadas.
Réquiem por Johnny Cash
 Bob Dylan
 Me pidieron que diera una opinión sobre la muerte de Johnny y pensé en escribir un texto llamado “Cash es el Rey”, porque eso es lo que realmente siento. Lisa y llanamente, Johnny era y es la estrella polar: te orientaba al navegar. El más grande de los grandes, entonces y ahora. Lo conocí en el ‘62 o ‘63 y lo vi mucho durante esos años. No tanto en los últimos tiempos, pero de algún modo estaba conmigo más que mucha gente a la que veo todos los días.
A principios de los ‘60 no había muchos medios musicales. Sing out! era la revista que cubría todas las noticias típicas del folk. Los editores habían publicado una carta donde me castigaban por el rumbo que estaba tomando mi música.
Johnny les contestó con una carta abierta diciéndoles que se callaran la boca y me dejaran cantar, que yo sabía lo que estaba haciendo. Eso fue antes de conocerlo, y esa carta fue todo para mí. Todavía conservo ese número de la revista.
Por supuesto, yo sabía de él mucho antes de que él hubiera oído hablar de mí. En el ‘55 o ‘56, “I Walk the Line” sonó en las radios todo el verano. Era algo diferente a todo lo que habíamos escuchado. El disco sonaba como una voz que venía del centro de la tierra. Era poderoso y conmovedor. Era profundo, y así también eran su tono y cada uno de sus versos: hondos y ricos, a la vez imponentes y misteriosos. “I Walk the Line” tenía una presencia monumental y cierta humillante majestad. Hasta un verso tan simple como “Es demasiado, demasiado fácil para que sea cierto” da una idea de lo que era. Basta recordarlo para darse cuenta lo lejos que estamos hoy de algo así.
Johnny escribió miles de versos como ése.
Él es, en verdad, la esencia de la tierra y el territorio, la encarnación de su corazón y de su alma y de todo lo que significa estar aquí. Y todo eso lo dijo en un inglés llano. Creo que podemos recordarlo pero no definirlo, así como no podemos definir una fuente de verdad, de luz y de belleza. Para saber qué significa ser mortal, no tenemos más que volvernos hacia el Hombre de Negro. Bendecido con una profunda imaginación, Johnny usó ese don para expresar todas las muchas causas perdidas del alma humana, y eso es algo milagroso y humillante. Escúchenlo y siempre volverán a sus cabales. Johnny se eleva muy alto sobre todas las cosas y nunca morirá ni será olvidado por nadie, ni siquiera por los que aún no han nacido, especialmente por los que aún no han nacido. Y así será para siempre.

 

– Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía – Werner Ross
Estado: impecable (con subrayados de su antiguo dueño, que no afectan a la lectura y no me rompa las pelotas preguntándome si los subrayados son en lápiz o tinta, si usted tiene esa pregunta para hacerme este libro no es para usted).
Editorial: Paidós.
Precio: $1300.
Sin duda una de las más controvertidas y polémicas de la historia cultural europea, la figura de Friedrich Nietzche continúa siendo también una de las más misteriosas y oscuras. Y ello hasta el punto de que, por ejemplo, sólo hoy empieza a aceptarse mayoritariamente que el olvido y el desprecio de sus teorías que se produjo al final de la segunda guerra mundial no respondió tanto, como muchas veces se ha dicho, al hecho de que su pensamiento pudiera haber servido de base parta el desarrollo del fascismo, como al clima de optimismo conformista que invadió entonces la escena europea: nada más contraproducente para ese período de reconstrucción que el vitalista nihilismo nietzscheano.
La loable intención de Werner Ross en esta electrizante biografía, pues, ha sido poner las cosas en su sitio y apelar al lector crítico, independiente. Por ello, el Niezsche que acaba emergiendo de su libro es, sí, el angustiado aspirante a lo sublime que todos conocemos pero también el más influyente representante de esa descomunal crisis de la cultura burguesa occidental que estalló a finales del siglo pasado y continúa vigente aún hoy en día. Nietzsche, de este modo, deja de ser por fin el filósofo quizá peor interpretado de la historia, para convertirse en un pensador extraordinariamente moderno, un creador complejo y atormentado cuyas intuiciones aún se cuentan entre las más fructíferas del debate filosófico actual.
El resultado es una biografía minuciosa, fruto de incontables años de investigación, cuyos objetivos principales parecen ser el equilibrio, la mesura y la brillantez de la narración. El turbulento universo nietzscheano, así, termina encauzándose en los límites de un apasionante relato biográfico y -situado en el contexto de la efervescencia cultural europea de la época- revelándose finalmente en su justa medida: la de una filosofía y una vida más allá de toda regla, más allá de cualquier sistema.

 

– Ludwig Wittgenstein – Ray Monk
Estado: nuevo (tapa dura/con sobrecubierta/cocido).
Editorial: Anagrama.
Precio: $1000.
La obra de Ludwig Wittgenstein es el producto de un pensamiento riguroso y de una imaginación brillante, y sólo puede ser comprendida en todo su alcance analizando la relación entre su filosofía y su vida. Wittgenstein nació en 1889, hijo cíe una de las más acaudaladas y cultas familias de Viena, de origen judío pero convertidos al catolicismo, y cuyos miembros eran triunfadores o suicidas; en esta compleja matriz familiar podemos rastrear el origen de su intensa y siempre presente preocupación por problemas éticos, espirituales y culturales.
Su trayectoria como filósofo comienza tras su encuentro con Bertrand Russell en Cambridge, y su trabajo en esta universidad culmina en el Tractatus Logico-Pbilosopbicus, celebrado en la actualidad por los positivistas lógicos, quienes a veces nos hacen olvidar su intenso contenido místico. Wittgenstein terminó esta obra al final de la Primera Guerra Mundial, contienda en la que su experiencia como soldado le enfrentó al sufrimiento humano en una escala tal que le marcó para siempre. Convencido de que su libro había resuelto todos los problemas tradicionales del objeto de su investigación, abandonó la filosofía y se dedicó a la enseñanza en escuelas rurales de Austria, donde se vio envuelto en serias dificultades de índole profesional y personal. Tenía ya más de cuarenta años cuando regresó a la vida académica y a la filosofía. La radical reelaboración de su pensamiento anterior, cristalizada en su obra postuma, Investigaciones filosóficas, ha ejercido una influencia decisiva en la filosofía actual.
Ray Monk pudo consultar por primera vez los archivos de Wittgenstein, sus papeles y sus diarios, escritos en código, que despejan las incógnitas sobre la mistificada vida sexual del filósofo.

 

– Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad Iberoamericana.
Precio: $1000.
Soren Kierkegaard (1813-1855) ha sido uno de los más importante referentes intelectuales del siglo XIX que influyeron en las ideas y la transformación socila del siglo XX. Junto con autores como Marx, Nietzsche y Darwin, Kierkegaard se destacó por su critica al orden establecido en us tres ámbitos: el social, el intelectual y el religioso, mostrando las inconsistencias y atropellos de una sociedad de masas que es manipulada y enajenada. Su propuesta es el rescate de lo genuinamente humano; solo así lo social, lo religioso y el uso de la razón podrán reencontrar su verdadero sientido.
Esta biografía, escrita por Alastair Hannay, reconocido traductor y especialista en Kierkegaard, ha tenido una gran acogida entre los especialistas del autor danés. La biografía desarrolla la génesis de las principales obras de Kierkegaard y contextualiza muy bien los diversos acontecimientos del mundo académico danés y del resto de Europa que influyeron en el debate filosófico de aquella época.

 

– País de sombras – Peter Matthiessen
Estado: nuevo.
Editorial: Seix Barral.
Precio: $1000.
País de sombras *
Peter Matthiessen
La “Trilogía de Watson”, tal como se llamó su edición original, fue gestada como una sola e inmensa novela cuyo primer borrador manuscrito debió de tener más de mil quinientas páginas. No es de extrañar que mi editor se mostrara reacio ante la enormidad de lo que yo había forjado, y así pues, como si fuera una hogaza de pan, aquella cosa elemental fue partida en tres pedazos que se correspondían con sus sucesivos marcos temporales y de punto de vista. A continuación su primera parte fue desgajada del resto y terminada con el título de Matar al señor Watson (que era el título original del conjunto), mientras que a la segunda y a la tercera parte se les fueron dando títulos nuevos a medida que cada una de ellas era terminada y publicada: El río Lost Man (el nombre de un río que había en la región del remoto sudoeste de los Everglades donde vivía Watson) y Hueso a hueso (tomado de un hermoso y extraño poema de Emily Dickinson).
Aunque los tres libros fueron recibidos con generosidad, la solución de la “trilogía” nunca se correspondió con mi idea original de cuál era la verdadera naturaleza de este libro. Aunque el primer libro y el tercero se sostenían por sí mismos, la sección intermedia, que había servido originalmente como una especie de tejido conectivo, y sin embargo contenía gran parte del corazón y el cerebro del conjunto del organismo, carecía de armazón o esqueleto propio; separado de los otros, se volvió amorfo, y me recordaba de forma desagradable el vientre alargado de un perro salchicha, colgando lastimosamente entre sus patas recias y verticales. Resumiendo, la obra me parecía inacabada, y su desdichado autor, después de veinte años de trabajo penoso (las primeras notas, tal como descubrí con horror, databan de 1978), quedo algo frustrado e insatisfecho. La única solución aceptable era desmontarlo y volverlo a crear, para asegurarse de que existía en alguna parte (aunque fuera solamente en un armario) en su forma adecuada.
En una entrevista concedida a The Paris Review (nº 157, Primavera de 1999), confesé mi intención de dedicar un año a su reconstrucción, aunque yo carecía de expectativa alguna de que lo que resultara fuera a encontrar una editorial respetable. Pese a todo, el año reservé para la recreación de la obra se acabó convirtiendo en seis o siete. Esto se debe a que el señor Watson y la gente desesperada que había compartido su vida desesperada volvieron a cobrar vida en las nuevas página y me volvieron a absorver por completo, y también a que – durante los cortes y destilaciones que redujeron el conjunto en casi cuatrocientas páginas – su historia se profundizó y se intensificó de forma inevitable.
En mi concepción original, los tres libros de la novela eran variaciones entretejidas de la evolución de una leyenda. En esta nueva manifestación, el libro primero de la novela sería análogo a un primer movimiento, ya que el conjunto tiene unos ritmos, un auge y caída que me recuerdan a una sinfonía, así como el regreso continuo a la autodestrucción obsesiva de un hombre narrada sobre el trasfondo histórico de la esclavitud y la guerra civil, el imperialismo y la violación de la tierra y de la vida bajo el estandarte del “progreso” industrial. De forma indirecta, pero tal vez esencial, la obra trata de la tragedia del racismo que sigue oscureciendo la integridad de un gran país como si fuera la sombra de un dosel de nubes.
Conservado a modo de preludio más o menos intacto, y regresando a lo largo del libro de formas diversas, se encuentra el mito de la violenta y controvertida muerte de Watson. De forma intencionada, este “final” se devela de entrada, a fin de evitar que la trama obstaculice la intriga mas profunda del misterio que le subyace. Un hombre poderoso y carismático es cosido a tiros por sus vecinos: ¿Por qué? Lo que importa es ese porqué. ¿Cómo puede tener lugar un acontecimiento tan aterrador en una comunidad pacífica de pescadores y granjeros? ¿Fue realmente un acto de defensa propia, tal como afirmaban quienes participaron en el mismo, o fue un linchamiento calculado? ¿Cómo respoderán los hijos de Watson a su muerte? Y el único hombre negro que había en aquella turba de blancos armados, ¿qué estaba haciendo allí? Narrada con el trasfondo de la era de la segregación, la extraña historia de Henry Short tiene interminables reverberaciones. En País de sombras, a esta enigmatica figura se le da una voz propia en calidad de testigo y también se le adjudica su propia narración final.
El presente libro junta en una sola obra los temas que me han absorbido durante toda mi vida: la polución de la tierra, el aire y el agua que resulta inevitable durante la ciega aniquilación de la naturaleza virgen y de sus criaturas silvestres, y también las injusticias que se cometen hacia los más pobres de nuestra propia especie, sobre todo los pueblos indígenas y los herederos de la esclavitud, dejados atrás por la cruel hipocresía de eso que quienes tienen el poder hacen pasar por progreso y democracia.
E. J. Watson fue un empresario de la frontera inspirado y dotado de un talento excepcional que vivió durante la época más fabulosa para la invención y los avances que ha habido en toda la historia de América. También fue un hombre gravemente condicionado por la pérdida, los desmanes del destino y la mala suerte, que se llegó a obsecionar tanto con participar de la prosperidad del nuevo siglo que al final cayó en la ilegalidad y llegó a excusar sus acciones cada vez más insensatas citando como precedentes la implacabilidad de las corporaciones y las prácticas laborales asesinas en la construcción de los ferrocarriles, en las minas y en todas partes: unas atrocidades comunes y flagrantes en los EEUU del cambio de siglo que eran disculpadas y hasta promovidas por un nuevo gobierno americano de corte imperial.
En el libro tercero leemos la versión de los hechos que nos da el mismo señor Watson, desde su tierna infancia hasta el momento de su muerte: la última palabra, ya que seguramente él sabe mejor que nadie en quién se ha convertido, ese “primo oscuro” que nadie en la familia menciona. El lector debe de ser el juez último de Watson.
Aunque el libro carece de mensaje, se puede afirmar que la metáfora de la leyenda de Watson representa nuestra trágica historia de liberalismo salvaje y racismo, la erosión continua de nuestro hábitat humano y cómo estas cosas afectan las vidas de quienes viven bajo el azote de los elementos y perdidos en los márgenes, despojados de voz en medio del desgaste económico y medioambiental que erosiona los cimientos de sus esperanzas y sin nada con que afrontar su propia irrelevancia más que el coraje y la rabia. Puede que los males de nuestra gran república, tal como son percibidos con los ojos de los americanos del campo atrasado, parezcan inconsecuentes, pero la gente que tiene que afrontar verdaderas penurias en su búsqueda de la felicidad, y no simples neurosis, pueden ser amargamente elocuentes y hacer gala de un humor muy negro, razón por la cual siempre me han gustado sus voces y escribir sobre ellos. Al final, por extravagantes que puedan parecer esos personajes, sus historias también proceden del corazón humano; en este caso, del corazón salvaje de un primo oscuro y presunto forajido.
Respecto a Watson, los reseñistas de los tres libros originales han citado la idea de D. H. Lawrence de que “el alma esencial americana es dura, solitaria, estoica y asesina”. Hasta cierto punto, esto se puede aplicar al caso de Watson, pero también hay más misterio en él. Por lo que he llegado a entender después de todos estos años, no fue ni un “asesino nato” ni tampoco un hombre provisto de una mentalidad criminal atrofiada: esa clase de hombre carece de interés. Por otra lado, sí que estaba obsesionado, y toda obsesión que no es enfermiza ni criminal resulta apasionante; a lo largo de estos treinta años he aprendido mucho sobre las obsesiones por culpa de pasar demasiado tiempo en la mente de E. J. Watson.
* Nota del autor que abre el libro fechado en la  primavera de 2008.

 

– El hombre que se enamoró de la luna – Tom Spanbauer
Estado: nuevo.
Editorial: Muchnik.
Precio: $500.
El diablo es… aquel que te confunde y no te deja contar tu propia historia. Evocativa y carnal, la historia de El hombre que se enamoró de la luna está narrada por Cobertizo, un huérfano sin origen que sólo puede interponer, entre él y el diablo, las palabras recién aprendidas de un idioma que le es ajeno y su amor por Dellwood Barker, un cowboy de ojos verdes que podría ser su padre.
En 1880, en Excellent, Idaho, Cobertizo es violado a punta de pistola por el hombre que esa misma noche asesinará a su madre india. Ida Richilieu, prostituta y alcaldesa del pueblo, dueña de un saloon pintado de color de rosa, se encargará desde entonces de su crianza. Historia de una educación y de una iniciación, El hombre que se enamoró de la luna sigue el camino místico de Cobertizo en busca de su propia identidad, camino sembrado de falsas pistas.
Una novela en la que la sexualidad es celebrada en todas sus formas y manifestaciones, en la que la violencia quema las yemas de los dedos que sostienen la página. Y, sin embargo, El hombre que se enamoró de la luna es una novela sobre la caída del lenguaje: sobre cómo vivir en los espacios en blanco que quedan entre dos palabras.

 

– Los jardines de la disidencia – Jonathan Lethem
Estado: nuevo.
Editorial: Mondadori.
Precio: $500.
Una historia sobre el idealismo; cómo se modula, se desvanece y se trasforma en el seno de una familia a lo largo de los años. Los Jardines de la Disidencia sigue la vida de tres generaciones de neoyorquinos que no responden al prototipo del patriota estadounidense, puesto que son comunistas, hippies y activistas políticos. Rose Zimmer es conocida en Queens como la Reina Roja de Sunnyside por ser una comunista reaccionaria que importuna a familia, vecinos y camaradas políticos con su carácter feroz y su radical intransigencia. Su hija Miriam,que comparte el carácter obstinado de su madre, huye de su sofocante influencia para abrazar los albores de la contracultura de la Era de Acuario en Greenwich Village. La vida de estas dos mujeres es el eje central de un desfile de personajes imperfectos e idealistas que luchan por alcanzar el sueño utópico de una América donde el radicalismo es recibido con desconcierto, hostilidad o indiferencia.A través de sus vidas vemos cómo un movimiento revolucionario sucede al anterior: el auge comunista de los años treinta, la caza de brujas de la era McCarthy, el movimiento en defensa de los derechos civiles, las andrajosas comunas de los setenta y el conflicto sandinista hasta llegar al actual Ocupa Wall Street. En este viaje a lo largo de las décadas, la estimulante prosa de Lethem nos recuerda que lo personal puede ser político, pero que lo político siempre es personal.
«Lethem es tan ambicioso como Mailer, tan divertido como Philip Roth y tan agudo como Bob Dylan […]. En Los Jardines de la Disidencia se muestra en plena posesión de sus facultades como novelista.» Los Angeles Times

 

– Personajes desespearados – Paula Fox
Estado: nuevo.
Editorial: EL Aleph.
Precio: $250.
“Una obra de prosa sostenida tan lúcida y bella que más parece esculpida que escrita.”
David Foster Wallace
“Personajes desesperados, con sus mordaces e hilarantes diálogos y sus recurrentes silencios, salpicados de sombras, es una obra maestra de la comunicación… Adoro este libro.”
Jonathan Lethem
Introducción
“Aquello no tenía fin”
Releer Personajes desesperados
Jonathan Franzen
En una primera lectura, Personajes desesperados es una novela de suspense. Sophie Bentwood, una mujer de cuarenta años que vive en Brooklyn, es mordida por un gato callejero al que ha dado leche y, durante los próximos tres días, se pregunta qué va a acarrearle el mordisco: ¿morir de rabia?, ¿inyecciones en la tripa?, ¿nada en absoluto? El motor del libro es el horror contenido de Sophie. Al igual que en las novelas de suspense más convencionales, están en juego la vida y la muerte y, tal vez, el destino del Mundo Libre. Sophie y su esposo, Otto, pertenecen a la incipiente alta burguesía urbana de finales de los años sesenta, un período en el que la civilización de Nueva York, la principal ciudad del Mundo Libre, parece estar desmoronándose bajo una cortina de basura, vómitos y excrementos, vandalismo, fraudes y odio social. El mejor amigo de Otto, y su socio, Charlie Russel, deja el bufete de abogados y ataca violentamente a Otto por su convencionalismo. Otto se lamenta de que la descuidada cocina de una familia rural “le está diciendo una sola cosa” –dice “muérete”– y, sin duda, ése parece ser el mensaje que recibe de prácticamente todo en su mundo cambiante. Sophie, por su parte, fluctúa entre el horror y un extraño deseo de resultar perjudicada. Le aterra el dolor que no está segura de que sea inmerecido. Se aferra a un mundo de privilegios, aun cuando ese mundo la está asfixiando.
Por el camino, página a página, se hallan los placeres de la prosa de Paula Fox. Sus frases son pequeños milagros de compresión y especificidad, diminutas novelas en sí mismas. Este es el momento en que el gato muerde a Sophie:
Sophie sonrió, preguntándose con cuánta frecuencia, o si habría habido alguna vez en que hubiera sentido el calor humano, y aún sonreía cuando el gato se levantó sobre las patas traseras, incluso cuando la atacó con las garras extendidas, hasta el mismo instante en que le clavó los dientes en el dorso de la mano izquierda y tiró hasta casi hacerla caer hacia adelante, atónita y horrorizada y, sin embargo, lo bastante consciente de la presencia de Otto para contener el grito que se le quedó ahogado en la garganta mientras intentaba librar su mano de aquel círculo de alambre de espino.
Imaginando un momento dramático como una serie de gestos físicos –prestándole mucha atención–, Fox deja espacio aquí para todas las facetas de la complejidad de Sophie: su generosidad, su autoengaño, su vulnerabilidad y, por encima de todo, su conciencia de persona casada. Personajes desesperados es de las pocas novelas que hacen justicia a las dos caras del matrimonio, al amor y al odio, a ella y a él. Otto es un hombre que ama a su esposa. Sophie es una mujer que se bebe de un trago una copa de whisky a las seis de la madrugada de un lunes y abre el grifo del fregadero “expresando su repugnancia en voz alta como si fuera una niña…”. Otto es lo bastante mezquino para decir: “Mucha suerte, tío” cuando Charlie deja el bufete; Sophie es lo bastante mezquina para preguntarle, más adelante, por qué lo ha dicho; Otto se avergüenza cuando ella lo hace; Sophie se avergüenza de haberlo avergonzado.
La primera vez que leí Personajes desesperados, en 1991, me enamoré de la novela. Me pareció claramente superior a cualquier novela de los contemporáneos de Fox, como John Updike, Philip Roth y Saul Bellow. Me pareció una genialidad irrebatible. Y, como yo había reconocido mi propio matrimonio conflictivo en el de los Bentwood, como la novela parecía sugerir que el miedo al dolor es más destructivo que el dolor mismo y como yo sentía un gran deseo de creerlo, la releí casi de inmediato. Confiaba en que el libro, en una segunda lectura, pudiera decirme cómo vivir.
No lo hizo. En lugar de eso, se tornó más misterioso –se tornó menos lección y más experiencia–. Comenzaron a emerger densidades metafóricas y temáticas anteriormente invisibles. Mis ojos se posaron, por ejemplo, en una frase que describe la llegada del alba a un salón: “Los objetos, cuyas siluetas comenzaban a perfilarse bajo la luz creciente, poseían un aire de sombría amenaza totémica”. A la luz creciente de mi segunda lectura, vi cómo comenzaban a perfilarse de esa forma los objetos del libro. Los higadillos de pollo, por ejemplo, se presentan en el primer párrafo como una exquisitez y como el plato central de una cena cultivada –como la esencia de la civilización del Viejo Mundo–. (“Tomas materias primas y las transformas –observa el izquierdista Leon mucho más adelante en la novela–. Eso es la civilización.”) Al día siguiente, después de que el gato haya mordido a Sophie y ella y Otto hayan comenzado a contraatacar, los higadillos que han sobrado se convierten en el cebo para la captura y matanza de un animal salvaje. La carne cocinada continúa siendo la esencia de la civilización; pero ¡cuán más violenta parece ser ahora la civilización! O sigamos la comida en otra dirección; veamos a Sophie, angustiada, un sábado por la mañana, en su intento de levantarse la moral gastando dinero en un utensilio de cocina. Va al Bazaar Provençal con la intención de comprarse una sartén para hacer tortillas, un accesorio para un “neblinoso sueño doméstico” de comodidad y refinamiento francés. La escena concluye cuando la vendedora levanta las manos “como si quisiera ahuyentar a una bruja” y Sophie sale huyendo con una compra que es casi cómicamente emblemática de su desesperación: un reloj de arena para medir el tiempo de cocción de los huevos pasados por agua.
Aunque a Sophie le sangra la mano en esta escena, su impulso es negarlo. La tercera vez que leí Personajes desesperados –la había elegido como lectura obligatoria de una clase de ficción que estaba impartiendo– comencé a prestar más atención a estas negaciones. Sophie va emitiéndolas de forma más o menos constante a lo largo de todo el libro: “Está bien. Oh, no es nada. Oh, bueno. No es nada. No me hables de ello. ¡El gato no estaba enfermo! ¡Es un mordisco! ¡Un mordisco nada más! No voy a ir corriendo al hospital por algo tan estúpido como esto. No es nada. Está mucho mejor. No tiene importancia”. Estas reiteradas negaciones reflejan la estructura subyacente de la novela: Sophie huye de un posible refugio a otro y ninguno logra protegerla. Asiste a una fiesta con Otto, sale furtivamente con Charlie una noche, se compra un regalo, busca consuelo en sus viejos amigos, se pone en contacto con la esposa de Charlie, intenta llamar por teléfono a su antiguo amante, accede a ir al hospital, captura al gato, se mete en la cama, intenta leer una novela francesa, huye a su querida casa de campo, piensa en trasladarse a otra época de su vida, piensa en adoptar hijos, destruye una antigua amistad: nada la alivia. Su última esperanza reside en escribir a su madre contándole que la ha mordido un gato, “moviendo los hilos precisos para despertar el desprecio y la hilaridad de aquella anciana”, en convertir su sufrimiento en arte, en otras palabras. Pero Otto arroja su tintero a la pared.
¿De qué está huyendo Sophie? La cuarta vez que leí Personajes desesperados, confiaba en obtener la respuesta. Quería averiguar, finalmente, si es un hecho feliz o terrible que la vida de los Bentwood estalle en la última página del libro. Quería “captar” la última escena. Pero no logré hacerlo. Me consolé con la idea de que la buena ficción se define, en gran medida, por su negativa a ofrecer las respuestas fáciles de las ideologías, las curas de una cultura terapéutica o los sueños con final feliz de los espectáculos de masas. Personajes desesperados quizá no tratara tanto de las respuestas como de la persistencia de las preguntas. Me impactó la semejanza entre Sophie y Hamlet –otro personaje morbosamente introspectivo que recibe un mensaje perturbador y ambiguo, sufre un tormento mientras intenta decidir su significado y se pone por último en manos de una “divinidad” providencial y acepta su destino–. Para Sophie Bentwood, el mensaje ambiguo no proviene de un espectro sino de un mordisco de gato y su sufrimiento no se debe tanto a la incertidumbre como a su falta de disposición para afrontar la verdad. Cerca del final, cuando se dirige a una divinidad y dice: “Dios mío, si tengo la rabia soy como lo que hay fuera de aquí”, no es un momento de revelación. Es un momento de alivio.
***
Un libro que ha estado agotado, aunque sólo sea brevemente, puede ejercer cierta presión en el amor del lector más devoto. De igual forma que un hombre puede lamentar ciertas manías de su esposa que ensombrecen su belleza, o una mujer puede desear que su esposo se ría menos alto de sus propios chistes, yo he sufrido por las pequeñas imperfecciones que pueden predisponer a los potenciales lectores en contra de Personajes desesperados. Estoy pensando en la rigidez e impersonalidad del párrafo que inaugura el libro, en la austeridad de la primera frase, en la chirriane palabra “viandas”. Como enamorado de este libro, ahora aprecio la manera en que la formalidad y el estatismo de este párrafo introducen la frase breve y cortante del diálogo que viene a continuación (“El gato ha vuelto”), pero ¿y si el lector no pasa de la palabra “viandas”? También me pregunto si el nombre de “Otto Bentwood” es quizá difícil de asimilar en una primera lectura. Generalmente, Fox trabaja los nombres de sus personajes con mucha profundidad –el apellido “Russel”, por ejemplo, refleja logradamente la energía incansable y furtiva de Charlie (Otto sospecha que le está “robando” clientes [rustle en inglés; pronunciado como el apellido]) y, de igual forma que al personaje de Charlie le falta sin duda alguna cosa, a su apellido le falta la segunda “l”. Admiro el modo en que el nombre anticuado y vagamente teutónico “Otto” impone una carga sobre el personaje, tanto como lo hace su obsesivo sentido del orden; pero “Bentwood” (‘madera combada’), incluso después de muchas lecturas, continúa resultándome un poco artificial en su intento de sugerir la imagen de un bonsai. Y está además el título del libro. Es acertado, desde luego, y, no obstante, no puede equipararse a El día de la langosta, El gran Gatsby o ¡Absalom, Absalom! Es un título que se puede olvidar o confundir con otros títulos. A veces, deseando que fuera más impactante, me invade la peculiar soledad de una persona hondamente casada.
Con el paso de los años, he continuado entrando y saliendo de Personajes desesperados, buscando consuelo o aliento en pasajes de conocida belleza. Ahora, no obstante, mientras releo el libro en su totalidad, me asombra cuánto en él continúa siendo nuevo y poco conocido para mí. Jamás había prestado atención, por ejemplo, a la anécdota de Otto, hacia el final del libro, sobre Cynthia Kornfeld y su esposo, el artista anarquista. Jamás había advertido cómo remeda el postre de gelatina con monedas de Cynthia Kornfeld la equivalencia que hacen los Bentwood entre la comida, los privilegios y la civilización, ni cómo la idea de las máquinas de escribir rediseñadas para escribir disparates prefigura la imagen final de la novela, ni cómo insiste la anécdota en que Personajes desesperados sea leída en el contexto de un panorama artístico contemporáneo cuyo objetivo es la destrucción del orden y el significado. Y Charlie Russel –¿lo he visto realmente hasta ahora?–. En mis anteriores lecturas, continuaba siendo una especie de villano típico, un renegado, un hombre infame. Ahora me parece casi tan importante para la historia como el gato. Es el único amigo de Otto; su llamada telefónica precipita la crisis final; él aporta la cita de Thoreau que da título a la obra y él pronuncia el veredicto sobre los Bentwood –“La gente como tú, terca, estúpida y tediosamente esclavizada por la introspección mientras los cimientos de sus privilegios se desmoronan bajo sus pies”–, cuya exactitud parece inquietante.
A estas alturas, no obstante, no estoy seguro de querer siquiera descubrir nada nuevo. De igual forma que Sophie y Otto adolecen de un conocimiento mutuo demasiado íntimo, yo adolezco ahora de un conocimiento demasiado íntimo de Personajes desesperados. Mis notas a pie de página y al margen se están desmandando. En mi última lectura, he encontrado y señalado como vital y nuclear una enorme cantidad de imágenes que antes no había marcado referidas al orden y al caos, y a la infancia y a la edad adulta. Como el libro no es largo, y como ahora lo he leído media docena de veces, me estoy acercando al punto en que marcaré todas las frases como vitales y nucleares. Esta extraordinaria riqueza es, naturalmente, un testimonio del talento de Paula Fox. Es difícil hallar en el libro una palabra superflua o arbitraria. Un rigor y una densidad temática de tal magnitud no ocurren por casualidad y, no obstante, es casi imposible que un escritor los logre mientras se relaja lo suficiente para permitir que los personajes cobren vida. Y, sin embargo, aquí está la novela, muy superior a cualquier otra obra de ficción realista norteamericana posterior a la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, la ironía de esta riqueza reside en que, cuanto mejor comprendo la importancia de cada frase en particular, menos capaz soy de articular a qué gran significado global podrían estar contribuyendo todos estos significados locales. Hay, por último, una especie de horror a un exceso de significado. Es muy semejante, como Melville sugiere en el capítulo “La blancura de la ballena” de Moby Dick, a una ausencia total de significado. Buscar, descifrar y organizar el sentido de la vida puede abrumar hasta el punto de impedir vivirla y, en Personajes desesperados, el lector no es el único abrumado. Los mismos Bentwood son criaturas cultas íntegramente modernas. Su maldición reside en estar excesivamente bien preparados para leerse como textos literarios, repletos de significados que se solapan. En el transcurso de un fin de semana de finales de invierno, el modo en que las palabras más casuales y los incidentes más nimios parecen “portentos” los oprime y termina por abrumarlos. El enorme suspense que el libro desarrolla no es sólo producto del miedo de Sophie, ni de la forma paulatina en que Fox va cerrando todas las posibles vías de escape, ni de la equivalencia que establece la escritora entre una crisis en una asociación conyugal, una crisis en una asociación comercial y una crisis en la vida urbana de Estados Unidos. Más que cualquier otra cosa, es el lento ascenso hasta su punto más alto de una ola de significado literario de un peso aplastante. Sophie invoca consciente y explícitamente la enfermedad de la rabia como una metáfora de su crisis emocional y política, e incluso cuando Otto se desmorona y grita cuán desesperado está, no puede evitar “citar” (en un sentido posmoderno) su anterior conversación con Sophie sobre Thoreau, invocando de esta forma todos los demás temas y diálogos que se han ido hilvanando a lo largo del fin de semana, en particular, la irritación que a Charlie le produce el tema de la “desesperación”. Por muy malo que sea estar desesperados, es incluso peor estarlo y ser asimismo conscientes de las cuestiones vitales de la ley y orden públicos, privilegios e interpretaciones thoreaunianas que van implícitas en nuestra desesperación particular, y sentir que desmoronándonos estamos demostrando a toda una nación de Charlies Russel que tienen razón. Cuando Sophie declara su deseo de contraer la rabia, al igual que cuando Otto arroja el tintero, los dos parecen estar rebelándose contra un sentido insoportable, casi insano, de la importancia que tienen sus palabras y sus pensamientos. No es de extrañar que los últimos actos del libro carezcan de palabras –que Sophie y Otto hayan “dejado de escuchar” las palabras que emite el teléfono, ni que lo que haya escrito con tinta en la pared cuando ellos se vuelven lentamente para leerlo sea una violenta mancha carente de palabras–. En cuanto Fox logra el éxito más asombroso hallando orden en los contratiempos de un fin de semana de finales de invierno, repudia ese orden con el gesto perfecto.
Personajes desesperados es una novela que se rebela contra su propia perfección. Las preguntas que plantea son radicales y desagradables. ¿Qué sentido tiene el significado –en especial el literario– en un mundo moderno que está aquejado de rabia? ¿Por qué molestarse en crear y preservar el orden si la civilización es tan mortífera como la anarquía a la que se opone? ¿Por qué no tener la rabia? ¿Por qué atormentarnos con libros? Releyendo la novela por sexta o séptima vez, siento una ira y una frustración cada vez mayores ante sus misterios, ante las paradojas de la civilización y ante la ineptitud de mi propio cerebro y, entonces, sin saber cómo, termino por captar el final –siento lo que Otto Bentwood siente cuando estampa el tintero contra la pared– y, de repente, vuelvo a estar enamorado otra vez.

 

– Imperial – William T. Vollmann (versión original en inglés)
Estado: nuevo.
Editorial:Penguin.
Precio: $500.
From the author of Europe Central, a journalistic tour de force along the Mexican-American border. 
For generations of migrant workers, Imperial Country has held the promise of paradise and the reality of hell. It sprawls across a stirring accidental sea, across the deserts, date groves and labor camps of Southeastern California, right across the border into Mexico. In this eye-opening book, William T. Vollmann takes us deep into the heart of this haunted region, exploring polluted rivers and guarded factories and talking with everyone from Mexican migrant workers to border patrolmen. Teeming with patterns, facts, stories, people and hope, this is an epic study of an emblematic region.
You Are Now Entering the Demented Kingdom of William T. VollmannHome to goddesses, dreams, and a dangerously uncorrupted literary mind
Tom Bissell
One morning, in 2000, while I was working as an editor for Henry Holt, a manuscript contained on several compact disks was delivered to my office. Back at the dawn of the twenty-first century, it was still relatively unusual for submissions to arrive in any form other than a stack of paper, so the occasion was memorable for that reason alone. More memorable yet was the manuscript’s author, William T. Vollmann, who had been churning out thick, conceptually audacious books faster than New York publishing could keep pace. From 1987 through 1993, for instance, Vollmann published eight books through five different houses.
This new Vollmann manuscript, Rising Up and Rising Down, was sent on compact disk mainly due to its length: 3,800 pages. “Let me get back to you,” I told his agent. I’d heard vague stirrings about Vollmann’s gargantuan undertaking, in the same way I imagine London studio engineers were hearing about Sgt. Pepper’s in the winter of 1967. The book was said to be an attempt to define a philosophically coherent set of moral coordinates for when violence was acceptable. Many houses had already rejected it, which was why its fate had fallen to a 26-year-old greenhorn such as myself. And now here I was, marshaling the entire assistantariot of Henry Holt to help me print the thing out.
A week later, I went to my boss and told him I thought we should do it. He’d read enough to agree, provided we could get Vollmann down to 1,500 manuscript pages, which was, given Vollmann’s chosen font (I had taken to calling it American Miniscule) actually more like 2,000 manuscript pages. I knew enough about Vollmann to guess at his thoughts concerning the general barbarity of editors and believed my best shot was to convince him how much I loved the book and how sincerely I believed it would benefit from compression. One Monday afternoon, he heard me out over the phone. Our conversation ended with him saying, “This subject is too important for truncated treatment.” Only while riding the subway back to Brooklyn that night did it occur to me to laugh. In 2003 McSweeney’s published a handsomely slipcased, seven-volume edition of “rurd” (as it’s known to Vollmann fans), which was a finalist for the National Book Critics Circle Award. Two years later, Vollmann finally consented to publish a “truncated” one-volume RURD, through HarperCollins, though he did so, by his own admission, for the money alone. Today, copies of the McSweeney’s edition can go for close to $1,000 on Amazon.
Fourteen years after our phone conversation, Vollmann and I walked down a quiet street in Sacramento, California, on our way to pick up shelving wood from Burnett & Sons, a lumber mill close to Vollmann’s studio. As we moved through sawdust-spiced air, the man I was now calling Bill smiled to remember his and my long-ago talk. I wanted to know: Did I ever have a shot at convincing him to shorten the book? “Nah,” he said.
Although Vollmann these days sports the punctilious mustache of a maître d’, he still resembles the baby-faced boy wonder readers first encountered in his shocking late ’80s author photo, in which he affectlessly held a pistol to his own head. Vollmann is a man of forbidding reputation, to say the least, which is why his speaking voice—as polite, deep, and expressive as someone selling you a vacation over the phone—so surprised me. He takes obvious pleasure in speaking, especially when he can add some mischievous wrinkle to whatever is being discussed: “Well, Tom, you see, the thing with that is this.” You get the feeling he might have been a wonderful grade-school teacher in another, much weirder dimension.
Vollmann has often been linked to Jonathan Franzen, Richard Powers, and David Foster Wallace, which makes a good amount of literary and cultural sense. Not only are or were they all friendly; they also share Midwestern roots and began publishing at the same time, in the mid- to late-’80s. They were initially hailed as heirs to the cogitationally sweaty tradition of Thomas Pynchon and John Barth, writing fiction perceived as formally or intellectually challenging. In the intervening decades, Franzen became something like America’s foremost novelist of middle-class manners; Powers has become our go-to seismologist on the fault line between literature and science; Wallace, following his 2008 suicide, is now widely regarded as a literary saint. For his part, Vollmann began as an uncompromising visionary drawn to equally uncompromising material, and though he has mellowed as a man, his subject matter has, if anything, grown even more confrontational.
This month, Vollmann’s twenty-second book, Last Stories and Other Stories, will be published by Viking. Not many writers could convince a large, multinational publisher to go forth with a 680-page short-story collection about death, putrefaction, ghosts, and cancer, but Vollmann’s career has never really cohered to any preexisting template. This is to say nothing of his attendant identities: war correspondent, traveler, accomplished visual artist, parking-lot owner, gun lover (“I believe that the second amendment is really wonderful,” he once told an interviewer), privacy advocate, and champion of homeless rights. We passed numerous homeless people while walking to his studio, including a legless man in a wheelchair with a milky, unwell eye, to whom Vollmann bid a hale, “Hello! Good morning!”
I’d been in Sacramento a day and already noticed the pervasiveness of its homeless problem. The city seemed like California without the masks or pretense: a place where dreams were occasionally made but mostly torn apart. When I asked Vollmann why he’d chosen to live in Sacramento, he said, “Well, Joan Didion used to live here.” Then he laughed. The truth was more banal: His wife, an oncologist, got a job in Sacramento about twenty years ago. “Space was cheap,” he said. “So I made the best of it.” Vollmann told me one benefit of Sacramento was not being part of any literary hothouse. (Vollmann’s closest literary friend is Franzen, though, as he was sad to admit, they hadn’t been in touch in some time. Franzen tells a hilarious story of being a young writer in New York, meeting Vollmann, becoming fast friends, and inaugurating a draft swap. A while later, they exchanged work. Franzen gave Vollmann a dozen chiseled pages. Vollmann gave Franzen an entire novel.) In Sacramento, Vollmann said, he was merely “a guy named Bill who writes books.”
Vollmann’s studio, which he has owned for the last ten years, was once a corner-occupying Mexican restaurant called Ortega’s. Its windows are barred and curtained; its back door is fenced off, festooned with PRIVATE PROPERTY signs, and crowned with razor wire, which, he said, made him “feel like the Omega Man trying to keep the vampires out.” Vollmann cheerfully described the surrounding neighborhood as “bad,” and robbery remains a worry. Even so, he loves it here. Over the last few years he has had several offers to buy the studio. “I hear out their offers,” he said. “Then I ask for two million dollars.” What if some buyer went ahead and offered him $2 million? “I’d ask for five million dollars.”
It has been said that Vollmann works 16 hours a day, every day. To my relief, he refused either to confirm or deny this. “I’m going to be fifty-five in July,” he said with a sigh. “I’m a little less productive, a little less focused.” His studio, in which he both paints and writes, is a de facto home, complete with a bedroom, shower, men’s and women’s bathrooms (this, and the fact that his bedroom closet is an old meat locker, are the most obvious artifacts of the space’s previous identity), and a kitchen stocked with food and good whiskey. Most significant for Vollmann’s productivity, and peace of mind, was his studio’s lack of an Internet connection. In fact, Vollmann never uses the Internet. “I tried ordering from Amazon once,” he told me. “I was almost all the way through and then they wanted my e-mail. I couldn’t do it.” Along with the Internet and e-mail, Vollmann also foregoes cell phones, credit-card use, checking accounts, and driving.
Half of Vollmann’s studio felt like a proper gallery, with finished pieces handsomely framed and displayed. The other half was split into what looked like a used bookstore on one side and a struggling industrial arts business on the other. I imagined Vollmann had a gallery somewhere that showed his stuff, yes? Actually, no. “I’ve had a couple of photographer friends who have shows,” Vollmann said. “Every time, they always end up impoverished.” He employs “a couple dealers” who sell his work to various institutions, but he considers his studio a “perpetual gallery.” Vollmann gets additional income from Ohio State, which has been buying Vollmann’s work and manuscripts for several years. Vollmann has no idea why Ohio State has shown such interest in his work, but he’s grateful to the institution, which has been paying the mortgage on his studio for the last decade.
He began our tour proper while a dinging train from the city’s light-rail line rumbled by, just feet from his curtained windows. Woodcuts, watercolors, ink sketches, silver-gelatin black-and-white photographs, portraits. “Gum-printing is a nineteenth-century technique,” he told me. “It’s the most permanent coloring process. But it’s slow, and toxic. … I also have this device here, which is based in dental technology. … It’s like a non-vibrating, very high-speed Dremel tool. … This was originally drawn with pen and ink, and then I had a magnesium block made with a photo resist.” Some of the pieces he showed me were complete; most were not. He estimated that he has “dozens and dozens” of pieces going at any one time.
Vollmann’s most important artistic influences are Gauguin and what he described as the “power colors” of Native American art. His other inescapable influence is the female body. The majority of Vollmann’s visual art centers upon women generally and geishas, sex workers, and those he calls “goddesses” specifically. Usually they are nude. From where I was standing I counted at least two dozen vaginas, their fleshy machinery painstakingly drawn and then painted over with a delicate red slash. Vollmann uses live models, so every vagina within sight is currently out there right now, wandering the world.
We walked over to a shelf lined with paintbrushes in old moonshine jars and little acrylic tubes of paint as hard as toothpaste fossilized. Vollmann held out blocks of Norwegian wood into which he’d carved Norse runes and which he’d translated himself: “It took me a ridiculous amount of time, hours and hours … but I had a blast.” The wood was given to him in exchange for his attendance at a Norwegian literary festival, along with his sole other request: Norwegian women willing to pose nude for him. One of the women who volunteered was an archaeologist in charge of excavating a site related to the worship of Freya, the Norse goddess of love, beauty, and war. “I wanted a Freya,” Vollmann said, “so that’s who we got.”
Finally, Vollmann removed some sketchbooks from their protective plastic covers and set them down on a table for me to look at. Vollmann’s sketchbooks, naturally, were about three feet by two feet across; turning a page was like opening a door. His Arctic sketchbook had page after page of beautifully hand-drawn and water-colored portraits of Inuit people, northern landscapes, and walrus hunts. They were exquisite, which I told him. “Oh, thanks!” he said. “I had fun.” A sketchbook from Southeast Asia was thumped down before me. These were less colorful, and many were simple pen-and-ink portraits. The subjects were all sex workers. Vollmann explained that to fill up the back pages he’d encouraged the women to draw pictures of him. Some of the women, I observed, were quite skilled. “Yeah,” he said. “They had fun!” The last sketchbook he showed me was titled The Best Way to Smoke Crack. (Once, when asked by an interviewer if he had ever smoked crack, Vollmann memorably responded, “I guess that I would say that I have.”) I paged through a run of despairing watercolors depicting crack-addicted San Francisco sex workers. Vollmann stopped me when I came to a portrait of a woman languid on a hotel-room bed, a crack pipe beside her. The subject of the portrait, Vollmann told me, loved to steal his red paint and use it as lipstick, even though Vollmann warned her the paint was carcinogenic. According to Vollmann, she laughed off his warning, saying that something else was bound to get her. “And she was right,” Vollmann said. “I heard she got strangled.”
When I asked about his infamous fascination with sex workers, Vollmann said, simply, “I love and admire them.” In another interview, he’d gone so far as to describe sex workers as “almost like saints.” Here, even the most liberal-minded will have their qualms. But Vollmann believes that, once one sheds any crypto-Christian assumption that sex must have a context deeper than pleasure, it becomes difficult to regard paying a consenting sex worker as all that different from paying a masseuse or psychotherapist. In the end, it’s intimate labor, professionally applied. “I’d say there are almost as many different kinds of sex workers as there are different kinds of women,” Vollmann told me. “I think, ‘Well, how different is that from what I do—just running around worrying about how to finish paying off my mortgage?’ I’ve never really answered that.”
By his own account, Vollmann started hanging around sex workers as a way to get to know and better understand women. He first wrote about the subject in The Rainbow Stories, which is the kind of book Mark Twain might have written after smoking crank and hanging out with skinheads for six months. Like Twain’s travel writing, or Isaac Babel’s Red Cavalry stories,Rainbow is an amalgam of unlabeled fiction and nonfiction. It has several running threads, one of which is its narrator’s pith-helmeted investigation into the lives of street prostitutes. After many harrowing passages, a footnote will summon one’s attention down to the bottom of the page: “This paragraph cost me seven dollars,” or “This revelation cost me twenty dollars.” One story, sub-chaptered “While Trying Unsuccessfully to Make Ginger’s Cunt Wet,” features a narrator who self-identifies as Bill and appears to be Vollmann himself. Bill calls an escort service, finds himself with Ginger, and is doing as advertised. A supremely unmoved Ginger suddenly asks him, “Do you like camping?”
Butterfly Stories was Vollmann’s first book-length plunge into the world of prostitution. Vollmann has described it as “strictly a novel … based on documentary research with prostitutes,” a phrase (as he knows) that can be interpreted any number of ways. The novel began as a nonfiction piece forEsquire about the Khmer Rouge’s killing fields, but appended to that piece was a long, bonkers travelogue starring two journalists whore-mongering their away across Southeast Asia. Guess which part Esquire chose to publish? Shortly after the magazine hit the stands, Vollmann told me, “I was visiting my grandfather, and my mother and sisters were crying. My father took me down to the basement and said, ‘Bill, do you have AIDS? Have you been sleeping with prostitutes?’” When I asked whether Esquirehad published the piece as fiction or nonfiction—in Butterfly Stories, the main character, called “the journalist,” eventually contracts HIV from an illiterate Thai prostitute—Vollmann shrugged and said, “I don’t know what it was published as.” Butterfly Stories reads like Henry Miller de-romanticized and poxed with STDs, with the added looming specter of Cambodian genocide. Its appalling central character ponders, at length, his predatory nature with illiterate, impoverished prostitutes and wallows in sexual crapulence. Despite or possibly because of that, the book ranks high among the most grimly riveting things Vollmann has written.
Vollmann’s most serious artistic statement on sex workers, and their clients, is The Royal Family, a gargantuan novel about a private investigator chasing the so-called Queen of San Francisco’s prostitutes. Running at 800 generously text-crammed pages, and containing 593 chapters, the book lingers at a hypnotic remove from its nightmarish narrative material. It’s also a moving and humane book, not only in how it handles its fucked up characters but also in how it presents itself to readers, for it eschews many of Vollmann’s formal pyrotechnics. There are, however, several sections that make it quintessentially Vollmann: an astonishing “Essay on Bail” (a piece of nonfiction originally commissioned, and then rejected, by San Francisco Magazine), a marvelous prose poem called “Geary Street,” and the unendurably vivid confessions of a pedophile named Dan Smooth. One astute reader of the book imagined, probably correctly, that had it been shorter, less gruesome, and better emphasized its private-eye elements, it might have become a “blowaway detective best-seller.” As it happens, Vollmann took a lower royalty on the book in exchange for not having it edited.
Standing with Vollmann amid his many portraits and paintings of sex workers, I asked him how his wife and teenage daughter felt about his subject matter. “Oh, they’re used to it,” Vollmann said. His daughter was particularly gleeful when Vollmann went public with his “thought experiment” inhabitation of “Dolores,” a transgender woman, whom Vollmann discusses exclusively in the third person. There were quite a few photos and portraits of him as Dolores around his studio. And his wife? How did she feel about Dolores? Vollmann was silent for a moment. “She was not impressed,” he said. “When I started doing the Dolores stuff, it was really fun because I thought, ‘Now I can exploit the hell out of this person. I don’t have to worry about ethics. I can show this woman as she is or whatever she is, in all her ugliness and vulnerability and vanity, and she has nothing to say about it.’ ” Like his earlier artistic excavation of sex workers’ lives, Dolores was Vollmann’s gambit to place himself in closer psychic orbit to women. As he put it, “Until I started doing the cross-dressing, I had no idea of what it was like to go out into the night and be afraid. That is what a huge portion of the human race has to go through, and I really get it now.”
Vollmann admitted that, after he went public with Dolores, some of his friends “were really disgusted.” This only underlined his point about what becoming Dolores meant. After a career of hanging out with neo-Nazis, pursuing sex workers, doing drugs, dropping thousand-page books the way Updike dropped short stories, and being suspected of being the Unabomber, Vollmann, without even meaning to, had managed to cross the last line of decorum. He had dared to abdicate his masculinity.
As for being suspected of being the Unabomber, William T. Vollmann was suspected of being the Unabomber. He discovered this accidentally, after he requested his FBI file, for a piece he was writing for Harper’s about privacy. His FBI file is 785 pages long; only 294 were released to him. When Vollmann first discovered he was a Unabomber suspect, he thought: “ ‘Wow, this is really fun!’ I bustled about telling all of my friends. Then I started reading more of it.” He’s still angry that the content of his fiction was marshaled against him. His novel Fathers and Crows, for instance, is about the clash between the Iroquois and the first French missionaries to what was then called Kebec. An FBI operative rather ambitiously deduced that its title had something to do with the “FC” the Unabomber was known to scrawl on his bombs. “Fathers and Crows,” Vollmann said incredulously, “which took place in seventeenth- century Canada. It was outside what’s now the U.S. in a time before there was the U.S. It was evenhanded, I thought, about Iroquois and Jesuits. [But] they were saying, since he supports the Iroquois torture of the missionaries, he’s clearly in favor of terrorism.” (Not everything the FBI said about him was unkind, or not exactly unkind: “By all accounts, VOLLMANN is exceedingly intelligent and possessed with an enormous ego.”)
Vollmann’s politics, which are both coherent and somewhat bananas, run toward big-hearted Libertarianism—except when it comes to the environment. “The more I see of unregulated coal and nuclear companies,” he told me, “the more I think, ‘Boy, do we have to watch those people.’ ” At the same time, he believes we are living in a growingly consolidated police state that will only get worse. The Internet, he told me, “is partly about government surveillance, and I have to reject that, given my hatred of authority. It’s partly about helping these corporate types make money from me, which involves surveillance and targeted ads, and I have to reject that also.”
These are not the fulminations of a department-chair radical. Vollmann is one of very few American writers who can claim to have fallen under concerted government surveillance based on nothing more than what he thought and wrote. Today, he’s fairly certain his calls are still monitored; on one occasion, his studio’s security system was remotely hacked into, possibly, he says, by Homeland Security. As a private investigator told him, “Once you’re a suspect and in the system, that ain’t never going away.” Indeed, after the arrest of Ted Kaczynski, the actual Unabomber, Vollmann was upgraded to a suspect in a different case involving mailed anthrax.
“What’s discouraging,” he said, “is that I don’t get a lot of mail. My poor Japanese translator has practically given up writing to me. One year, she sent me so many postcards. I never got one.” Perhaps the strangest thing about all this is Vollmann’s estimation that he’s made tens of thousands of dollars writing and lecturing on privacy around the world since he went public with his FBI case file. It amounted to a rather ambiguous endorsement of the American Way: We’ll investigate you, we’ll put you under secret surveillance, and we’ll steal your mail, but we’ll also make you rich when you accidentally find out about it, provided you’re famous.
Vollmann tried to be characteristically charitable when imagining the FBI’s interest in him: “One reason that the FBI thought I might be the Unabomber is that I believe probably the thing most likely to save us, and save the planet, would be a massive epidemic. Because we can’t regulate ourselves. If fifty percent or ninety percent of the humans died, maybe the rest would be better off. Would I push the button to release the virus? Probably not.”
I listened for the off-white silence of the FBI bug planted somewhere around us, possibly behind one of Vollmann’s effulgent paintings of a vagina. Then, smiling, I pointed out that Vollmann said “probably not,” not “absolutely not.”
Vollmann held up his hands. “I’d have to think about it.”
IOn Becoming a Novelist, the classic primer on fiction writing and writers, John Gardner argues, “A psychological wound is helpful, if it can be kept in partial control, to keep the novelist driven.” If true, Vollmann was well prepared for the writing life. Like Gardner, who accidentally ran over and killed his younger brother, Gilbert, with a tractor, Vollmann lost his six-year-old sister, Julie, to drowning when she was left in his youthful care. This has understandably gripped Vollmann’s imagination ever since, and he has written several books and stories in which pursuing and rescuing a woman is the central driving impulse. In the mid-’90s, a reviewer brought up Vollmann’s compulsive attraction to human conflict—he has covered war as a journalist, but also ran off to fight the Soviets with the mujahedin in Afghanistan when he was in his early twenties—and wondered if it all wasn’t some veiled suicide mission to join his sister. That could not have been an easy judgment to read, much less ponder.
Vollmann was born in Santa Monica in 1959. He moved to New Hampshire as a child and later to Bloomington, Indiana, where he went to high school. By all accounts, Vollmann did not have a happy childhood, at least when it came to other children. He describes the authorial stand-in of one book passing the time during his childhood “by reading and dreaming alone or by watching others, wishing that they liked him,” and in the afterword to Dalkey Archive’s reissue of the Yugoslavian writer Danilo Kis’s trim masterpiece, A Tomb for Boris Davidovich, Vollmann mentions being “beaten up on the school bus two or three times by big, tall, stinking boys,” who were outraged by his book-reading.
Vollmann credits his father, a business professor, with giving him the encouragement he needed to pursue the life he wanted for himself: “He would always say, ‘Bill, if it’s not easy, lucrative, or fun, don’t do it.’” Even so, Vollmann’s career as a writer very nearly didn’t happen. His first book,Welcome to the Memoirs, an account of his failed effort in Afghanistan, went unpublished (the version Farrar, Straus and Giroux published years later asAn Afghanistan Picture Show was a much-revised version of the unsold manuscript), and for years he got nothing but “rejection upon rejection” by American editors and agents. “I think it was such a fluke that I got published at all,” Vollmann told me.
Anyone who’s taken a lot of creative-writing classes, or taught creative writing, has learned to dread a certain kind of manuscript. It’s long, for one thing; it has irritatingly small type; it’s grammatically meticulous when it comes to everything but punctuation, for which it has developed its own system of Tolkienic elaboration. An unagented manuscript of roughly this description landed on the desk of Esther Whitby, an editor at the British house André Deutsch, in 1985. Rather than do the sensible thing and reject it, Whitby went ahead and published You Bright and Risen Angels, Vollmann’s bizarre fantasia of insect war. It reviewed well and finally garnered Vollmann an American publisher. He published his next six books acting as his own representation and sought the eventual help of his agent, Susan Golomb, only because dealing with foreign rights became unmanageable. The early critical success did nothing to dissuade Vollmann’s view that his personal vision for his books trumped all other considerations. As he has often said, the money you’re paid for your writing is never enough. Therefore, why compromise?
A number of Vollmann’s books, I believe, would be better if they were shorter, sometimes much shorter. At the same time, the unaccommodating nature of Vollmann’s books is what many of his readers respond to. His books are too long in the way the Petronas Towers are too tall, the way foie gras is too rich: the manner of their excess is central to their essence. Vollmann is neither a readers’ writer nor a writers’ writer but a writer’s writer, which is to say William T. Vollmann’s writer. The point he comes back to in conversation, again and again, is how fortunate he has been to maintain his independence in a literary culture that can be hostile to such independence. “The reader that I write for will be open to beautiful sentences and will try to see why I’m doing what I’m doing,” he told me. “That’s the reader that I love and the reader who loves me.” I’ve read a great number of Vollmann’s books, but I’ve skipped around in many of them, too. Fathers and Crows is one of my favorites, yet I’ve read less than half of it. You don’t go to Vollmann for structure or old-fashioned storytelling; you go to Vollmann for the sentences, the mood, the experience. You go to Vollmann for the same reason certain people chase storms.
Vollmann’s public stature as a writer expanded following two events in the early ’90s. The first was the publication of the opening volume of Vollmann’s proposed mega-novel, Seven Dreams: A Book of North American Landscapes, which had its genesis, naturally enough, in Vollmann’s fascination with sex workers. While researching The Rainbow Stories, he found himself standing outside numerous convenience stores and gas stations, “where the whores were doing their business. I thought to myself, ‘What was the country like before all the parking lots were here?’”
Every book in the Dreams cycle dramatizes a particular epoch in the ongoing cultural collision between North America’s native peoples and its European colonizers. The books are rich with Norse, Huron, Iroquois, and Inuit myth; are filled with excursions into Catholic theology and European history; and contain beautifully observed descriptions of landscape, clothing, and weapons. In 1991, Vollmann predicted it would take him “at least ten years” to finish Seven Dreams. Twenty-three years later, he still has three books to deliver. He has written, and published, the cycle out of order, admitting that his work on the project has often been “so sickeningly depressing” that he has “deliberately interrupted the work” by writing other—often longer and equally depressing—books. On top of that, his devotion to on-site research has forced him to expensively travel to and inhabit the varied landscapes of his fictional dreams, sometimes at great personal peril. While researching The Rifles, his sixth Dream, which concerns John Franklin’s doomed quest to find the Northwest Passage, Vollmann almost froze to death in the Arctic.
Not all of Vollmann’s Dreams are successful. Argall, the fourth and most recently published Dream, about Pocahontas and John Smith, is written in an exhausting parody of Elizabethan language. At their worst, Vollmann’sDreams read like the 4 a.m. ravings of an insomniac associate professor of history in the middle of Nebraska. At their best, the Dreams have an unstoppably mad Melvillian energy. While Vollmann’s earliest books were spastic and quick-cutting—more like textual slide shows than proper stories—the Dreams are finely crafted watchmaker novels. Every volume has a narrative of daunting complication, corrals unimaginable amounts of historical research, and contains a present-day travelogue narrated by William the Blind, aka Captain Subzero, aka Vollmann himself, who considers his Dreams “simultaneously fiction and nonfiction.”
Vollmann told me that Viking, which has been publishing his Dreams for decades, was currently “sadly contemplating” the publication of The Dying Grass, volume five, about the Plains Indian wars of the late nineteenth century. For the first time in Vollmann’s career, Viking had begun to impose page limits in his contracts. For The Dying Grass, the page limit was 700. “I gave them 2,100 and they weren’t super happy,” he said, “so I corrected it to 2,300.” According to Vollmann, the book is composed mostly of dialogue. “It looks like a concrete poem,” he said, “because I treat the printed page as a stage. Since we read from left to right, there might be dialogue which is occurring, say, on the left-hand side of the page, and then maybe in the middle part of the page people are thinking what they actually think as they talk to each other.” It sounded a bit like William Gaddis, except more insane. I asked what would happen if Viking rejected it, which Vollmann knew was a possibility. He shrugged. “If they want to reject it, they can. Of course, I will be quite sad and worried about making a living.”
The other defining event of his early career happened while he was covering the Bosnian War for Spin magazine in 1994. Vollmann was traveling in a rental car, near the city of Mostar, with his interpreter and a childhood friend who, like Vollmann, was a freelance journalist, when their car either hit a land mine or came under sniper fire. Vollmann’s memory of the incident is clouded by trauma, but he remembers “two sharp reports and small holes in the windshield.” One of the bullets, Vollmann believes, struck one friend in the heart, while the other struck his remaining friend in the head. Afterward, he said, Muslim snipers came running down the road, laughing and waving their rifles. Vollmann sat in the back seat, convinced he would be next. When the snipers realized Vollmann was an American, and that the men they had just shot were not Croatian saboteurs but journalists, the mood very rapidly changed, and the Muslims began to suggest to the still-dazed Vollmann that his friends had hit a landmine. When the American ambassador and Vollmann returned to the site the next day, “the authorities there had prepared some kind of a diagram saying it was a mine trap, there were these two mines. The car looked much worse than I remembered it.” He suspects all this happened to avoid an embarrassing international incident, as the Muslims of Bosnia were greatly hoping for American protection. “They just made a mistake,” Vollmann told me. “It was no one’s fault.” Rising Up and Rising Down is dedicated to the memory of Vollmann’s friends, and his account of the incident in that book is as elegantly horrifying as Orwell’s account of being shot in the throat in Homage to Catalonia.
The best piece in Last Stories, his new book, is “The Leader,” a lightly fictionalized third-person account of Vollmann’s return to Mostar 20 years after the incident that claimed his friends’ lives. It’s often harsh and unsparing: in it, the brother of Vollmann’s childhood friend, here called Ivan, attacks Vollmann’s stand-in for having had the misfortune to survive. “And now you’ll cash in,” the grieving brother predicts. “You’ll have your dramatic story.” Vollmann declined to discuss much of this with me, due to the poor relations he continues to have with the families of his dead friends (to which he seems forlornly resigned), but he did say he was pleased with the note of hopefulness that creeps into “The Leader” ’s last few lines, which provide a rare glimmer in a book whose skies are otherwise gray and unbroken.
That he’d write such a crepuscular book isn’t a wild surprise. In 2004, he had a serious bike accident, and later that year suffered the first of several strokes, which left him unable to read, write, or speak properly for months. (Vollmann believes they may have been brought on by work- and finance-related stress.) It took three years for Vollmann to feel normal again, after which his beloved father died. In the aftermath of all this, Vollmann found himself staring into what he describes in Last Stories as his “lovely wall of ill.”
The Vollmann of the early books was a bomb-throwing polymath determined to bring the novel, with its many formalities, to its knees. Last Stories is something else. There are ghost and horror stories here, parables, tales, and tender, more memoiristic stories, all enriched by Vollmann’s travels to the Balkans, Scandinavia, Japan, Trieste, Bohemia, Buenos Aires, Mexico. It’s less a story collection than a dozen interrelated mini-novels wrapped around various continents. Many of the stories have an antiquated, vaguely middle-European feel to them. Back in the early ’90s, one would have hardly imagined the author of You Bright and Risen Angelsor The Rainbow Stories to one day seem so continental, so old-fashioned, but then Vollmann describes something fantastical, such as the Madonna descending into Hell, and he reminds his readers how capable he remains at launching the champagne cork of his imagination clear across the room:
Through those depths Our Lady now flew, her alabaster face downcast, her lips parted as if she might even breathe, and amidst shiny ebony snails and pale green night-leaves she found both Lilith, who had been stalking a child’s nine-hundred-year-old beetle-sized ghost, and Giulia, who was cowering in a temporarily vacant vampire hole. Gathering them both up into her arms, so that they nearly warmed the still Christ child she also carried, the Madonna ascended three hundred and thirty-two flights of stairs, each step paler and less nitrous than the last.
Vollmann has never been one to make the grotesque lyrical. When one of his characters in Last Stories makes love to a skeleton, he imagines his way through the procedure, painful abrasions and all. While there are numerous resurrections in Last Stories, what happens after the moment of death remains a mystery even to his dead. As one of Vollmann’s resurrected characters complains of the living: “It upsets me that everyone up here mentions the future so unemotionally. Why don’t they scream death, death, death?”
Vollmann stressed that in writing Last Stories, he really wanted to face up to death’s psychological challenges. Death, he said, “is nothing, and therefore the only way we can engage with nothing is to personify it … to invent.” For Vollmann, facing up to the inevitability of death involves remembering the orange he ate in his Bosnian rental while his friends sat dead in the front seats. “It was a hot day,” he said. “I was really thirsty. I ducked down and I was peeling one of these oranges and thought, ‘This is probably the last thing I’m ever going to eat.’ ” Twenty years later, when he gets upset about something, he wills himself to remember that orange and the strange reassurance it offered. Any type of permanent consciousness in the afterlife would, he believes, inevitably devolve into torture, and there would be no parting orange to leaven it. Consciousness is to our mortality what beer is to Homer Simpson: the cause of, and solution to, all our problems.
“Where does consciousness come from?” Vollmann asked, and it took me a moment to recognize he really was asking. I told him I didn’t have the faintest idea. Neither did Vollmann. “It makes no sense to me. None of it makes sense. It’s all preposterous, no matter how I look at it.” I reminded him that his first novel, You Bright and Risen Angels, seems to suggest that the collectivist social intelligence of insects might be preferable to the disquieting solitude of human intelligence—and it was possible that Vollmann spent more time alone in his head than any other living American writer. “Maybe,” he said, “it’s not so bad to be a social insect.”
The next morning, Vollmann’s model, Lindsay, arrived by bus from San Francisco for her session. “Hey, Goddess,” Vollmann said warmly. “Did you bring a robe?”
Lindsay, a former exotic dancer in her mid-thirties, had not brought a robe. Vollmann suggested that she wear one of Dolores’s robes. “Dolores doesn’t mind,” Vollmann assured her. “She likes it.” While Lindsay went off and changed, Vollmann asked me if I wanted to pick out the music for today’s session. That meant digging through the twin towers of Vollmann’s compact-disc collection. Vollmann’s tastes ran to classical and ’70s-era thought rock: Bowie, Randy Newman, Jethro Tull. After looking through his discs for a while, I said Lindsay should probably pick the music. Once she came back out, barefoot in a thin black and white dress (“You look much prettier in that than Dolores does,” Vollmann said, “but how could you not?”), she popped Lou Reed into Vollmann’s Silurian disc-playing boombox.
He arranged before him the three paintings of Lindsay he was currently working on. One was a portrait, one was a nude, and another was a more impressionistic rendering of her as a gold-sequin-clad angel. All would receive “another layer” today. He’d been at work on these pieces for several months; he’d seen Lindsay at least six or seven times in the last year. Lindsay was a professional sitting model these days; when I asked how many people she sat for, she laughed and said, “Quite a few!”
Then Vollmann began painting. Once again, he told Lindsay she looked beautiful. How salacious—how Terry Richardson—this must sound: an artist repeatedly telling a younger model how beautiful she looks while he paints her in his studio. But it didn’t feel that way to me, and Lindsay pretty clearly adored Vollmann. The afternoon before, at lunch, Vollmann told our waitress he had a question: “How did you get so darn beautiful?” Our waitress, an utterly normal-looking person, laughed and thanked Vollmann for noticing. It felt like a dorky, sweet encounter, but, again, I have no idea how it felt from her end. A man who constantly compliments women could be seen as wielding power over them, especially in social situations shaped by payment or gratuity, which I think is true whether we as men are aware of it or not. “I’ve never seen a woman who isn’t beautiful,” Vollmann said, as he painted. “When I talk to guys who say they had to dump their wives when she turned forty, I always think, ‘Why?’ ” Vollmann would keep on living in his world of clumsy, sword-bent gallantry.
Vollmann’s attitude about how he’s perceived by others is simple. He doesn’t care. Here he is, painting a naked woman in front of a journalist. Whatever you think that indicates is of no concern to Vollmann. I will admit to finding this calculated diffidence seductive. The morning before I visited Sacramento, I habit-checked my Amazon ranking on a book that came out seven months before and helped a friend fretting over the precise wording of a tweet he wanted to send to his 400 followers. Twitter, Amazon, Facebook: so many writers have turned to these platforms and opportunities, if only out of grim self-promotional necessity. They allow us the illusion of tracking the fortunes of our careers in something close to real time. It would be interesting to find and interrogate the first American writer who thought this would be a good idea. When I told Vollmann how impressed I was by his determination to write exactly what he wanted, with no fear of reprisal, he shrugged and said, “I’m sure it helps that I’m not on the Internet and I don’t know what they say.” Writing is as much a struggle to control what gets into one’s head as it is to transform what comes out.
Now Vollmann was mixing up the acrylic paint—mostly blues, whites, and yellows—he’d use to touch up Lindsay’s hair. During their last session, he said, “I didn’t worry at all about color. Just tone.” Vollmann peeked around his canvas at Lindsay. “Goddess, what do you think is your most beautiful feature?”
Lindsay thought for a moment. “I think my nose.”
Vollmann was using a thin brush to add some blue shadow along his Lindsay’s jawline. “And why is that?”
“Because I used to hate it, but then I figured I’d better like it, because it’s in the middle of my face.”
Vollmann laughed. “That’s a good reason.”
She asked him what his favorite part of his body was.
“I think my hands,” Vollmann said.
“You have nice hands.”
“I know!”
Now Vollmann was working with yellow and blue to capture the light on his Lindsay’s face. “What’s the worst thing that ever happened to you as a stripper?”
Lindsay sighed. “I’d have to sit down and make a list.”
I asked if either of them had seen George W. Bush’s recent self-portraits and dog paintings. To my surprise, neither of them was aware that Bush had been painting. To my even greater surprise, both voiced their unwavering support for George W. Bush, Water Colorist. “Good for him!” Vollmann said. “I try to separate the art from the artist,” Lindsay said. Suddenly Vollmann was urging me to set up an easel next to him and paint Lindsay, who was now naked, for myself. I thought: Why shouldn’t Bush paint? Why shouldn’t I try?
With a fine brush, Vollmann was lining the underside of his Lindsay’s breasts with blue paint. “You look at someone’s skin,” he said, “and you realize, ‘Oh, there are way more colors here than I thought.’ ” He took a break, and when I looked at the paintings again, ten minutes later, I noticed they seemed different. Vollmann was across the room, in his kitchen. “The tones changed,” he called over. “It’s the most fascinating part of this. As things become less liquid, everything—all the colors—shift around.” He uncorked a bottle of Ardbeg whiskey. “Well, Tom—what could be better than this? Kicking back in an air-conditioned room and looking at a beautiful woman?” He poured us both a dram and walked back over. “Now, Goddess,” he said to Lindsey, “how about stretching out your beautiful arms?”

 

– Notebooks – Tennessee Williams (versión original en inglés)
Estado: nuevo.
Editorial: Yale University Press.
Editor: Margaret Bradham Thornton.
Precio: $500.
Tennessee Williams’s Notebooks, here published for the first time, presents by turns a passionate, whimsical, movingly lyrical, self-reflective, and completely uninhibited record of the life of this monumental American genius from 1936 to 1981, the year of his death. In these pages Williams (1911-1981) wrote out his most private thoughts as well as sketches of plays, poems, and accounts of his social, professional, and sexual encounters. The notebooks are the repository of Williams’s fears, obsessions, passions, and contradictions, and they form possibly the most spontaneous self-portrait by any writer in American history.
Meticulously edited and annotated by Margaret Thornton, the notebooks follow Williams’ growth as a writer from his undergraduate days to the publication and production of his most famous plays, from his drug addiction and drunkenness to the heights of his literary accomplishments. At one point, Williams writes, “I feel dull and disinterested in the literary line. Dr. Heller bores me with all his erudite discussion of literature. Writing is just writing! Why all the fuss about it?” This remarkable record of the life of Tennessee Williams is about writing—how his writing came up like a pure, underground stream through the often unhappy chaos of his life to become a memorable and permanent contribution to world literature.

 

– Perfidia – James Ellroy
Estado: nuevo.
Editorial: Mondadori.
Precio: $500.
Seis de diciembre de 1941. Estados Unidos se encuentra al borde de la Segunda Guerra Mundial. La última esperanza de paz salta por los aires cuando los escuadrones japoneses bombardean Pearl Harbor. Hasta ese momento, Los Ángeles ha sido un refugio inestable para los americanos japoneses, pero ahora la locura de la guerra y una creciente escalada de rencor se apoderan de la ciudad. En este ambiente de miedo y sospecha, el hallazgo de los cuerpos sin vida de una familia nipona de clase media pondrá sobre el tablero a una multitud de personajes: el astuto y ambicioso capitán del departamento de policía William H. Parker, el brillante químico forense japonés Hideo Ashida, una jovencísima y atrevida Kay Lake, el ex boxeador Lee Blanchard, el policía Bucky Bleichart y el detective de homicidios irlandés Dudley Smith, todos ellos viejos conocidos de las novelas anteriores de Ellroy.
Con Perfidia, Ellroy regresa a los escenarios de su ciudad natal y al universo de su famoso Cuarteto de Los Ángeles, y nos presenta a muchos de sus personajes -ficticios y reales- cinco años antes de aquello. Perfidia es el primer volumen de lo que será un nuevo cuarteto que recorrerá toda la Segunda Guerra Mundial.

 

 – Vivir afuera – Fogwill
Estado: nuevo.
Editorial: El Ateneo.
Precio: $300.
Apenas unas horas en la vida de sus personajes le alcanzan a Fogwill para trazar un mapa descarnado y a la vez fascinante de la Argentina de las crisis. Desplazándose entre el conurbano y la capital, Vivir afuera habla de los territorios más disímiles: el sida, los negocios políticos, las distintas formas que asume la locura, la nueva relación entre policía y delito, las secuelas de Malvinas, el nuevo y el viejo periodismo, la expansión de los cultos evangelistas entre los sectores pobres y también, por qué no, de literatura. Los personajes de Mariana, Gil Wolf (que juega todo el tiempo a convertirse en alter ego del autor sin terminar de serlo nunca), Saúl, Pichi y la Susi -cada uno desde diferentes lugares sociales, a veces enfrentados entre sí- forman parte de un mundo en el que el sexo, la droga y la violencia son la manera más habitual de comunicarse. Todo desde una mirada que mucho tiene de impiadoso y de incorrección política y que es la marca de estilo de un escritor que se ha ido transformando en imprescindible. La falta de concesiones de esta notable novela es a la vez un desafío y un incentivo para aquellos lectores que busquen reencontrarse con una obra con destino de clásico.
Fogwill
(un cuento narcoprostibulario para niños de 4 a 6 años)
Hace una semana paso por la Cuspide de Santa Fe casi esquina Callao.
Entro a buscar algo preciso, concreto. Una de esas pocas novelas argentinas de estos últimos 30 años a las cuales se la puede acusar de ser una novela. Literatura de la buena
La media de la literatura argentina es lamentable.
El grueso una vergüenza.
La buena una excepción.
Ok.
Mi novela esta en camino así que espero con eso al menos mejorar un poco el promedio para arriba. Aunque con tanta chica y chico palermitano y provincianos viviendo en capital escribiendo tan mal ni si Borges publicara hoy Ficciones lograría elevar un poco el nivel general de la peripatetica literatura argentina.
Bien.
Estoy enojado.
Escribiendo en caliente.
Porque tengo que seguir laburando todo el día y si no me saco el veneno de encima me voy a volver loco.
Entre la semana pasada a Cuspide de Santa Fe y Callao en busca de Fogwill. De su novela Vivir afuera.
Hasta hace unos meses atrás tenían varios ejemplares y baratos.
Consulto.
Me dicen que no y se desentienden de mi.
Stop.
Repregunto e interrumpo el laburo del empleado que ya me había descartado y queria cobrarle el librito pelotudo que estaba comprando una mina.
Ok.
Te podes fijar en el sistema si hay ejemplares en otra sucursal.
Se fija.
Hay en dos.
Le pido que me traiga a esta sucursal todos los que hay.
Me mira sin entender.
Los quiero todos.
Lo quiero a Fogwill.
Es una gran novela.
Pedí que te traigan todos los ejemplares para esta sucursal.
Me dice que no puede. Que no se los van a enviar. Pero que puede que si pide le envíen uno.
Le pido que lo pida.
Y le consulto en que otras sucursales hay.
En Ramos hay 4  y en Cabildo hay dos.
Pide uno, le doy mi teléfono para que me avise cuando llegue y me voy.
El domingo viaje luego de mucho tiempo al Conurbano.
Hace tiempo que no piso el Conurbano. Que no quiero pisarlo.
La última vez que lo hice fue una noche horrible.
Ok.
Por ir tras el rastro de una gran novela de Fogwill hago el esfuerzo y voy a Ramos Mejía el domingo a la tarde.
Levanto todos los ejemplares que hay en esa sucursal y desaparezco. Huyo del Conurbano y sus demonios.
Ok.
Faltan los de Cabildo.
Voy el lunes al mediodía.
Cerrado.
Luego me quedo sin liquiidez.
Cero peso.
Así que Quique me va a tener que aguantar unos días para que lo rescate de esa librería de Belgrano tan sin honda como un chupetin de caca de chiguagua.
Ayer me dejan un mensaje en el telefono.
Llego Quique a Santa Fe y Callao.
Hoy me levanto a las 6 de la mañana.
Leo Peter Matthiessen una hora y luego me pongo a laburar.
Salgo a la calle temprano.
Voy a Los Cachorros en Parque Centenario a comprar unos libros y a charlar con su dueño, un viejo lobo de mar.
Gasto mas guita de la que devía.
Estoy casi en cero nuevamente.
Pero tengo merca de la buena.
Y falta Fogwill.
Si falta Fogwill no es merca tan de la buena.
Vamos por Quique.
Se lo que vale esa novela.
No estoy hablando de guita.
La puta de esa novela es inolvidable.
Es literatura 100%.
Ok.
Voy cargado de libro y traspirando y tambaleandome por el peso en busca de los restos diurnos de quicoteputochillon.
Llego a Cuspide.
Saludo al empleado que me atendió la otra vez.
Le pido mi libro que me trajeron de otra sucursal.
Lo busca. No lo encuentra.
Aparece otro empleado que me dice que me conoce pero no sabe de dónde.
Le digo que no lo conozco.
Me mira y dice si estaba en la Feria.
Sí, trabaje en la Feria.
Consulta qué pasa y le explica su compañero que me trajeron un libro de otra sucursal, que el lo vio y que ahora no le ve.
El supuesto encargado busca en el sistema.
Me dice que el libro se vendió hace dos días.
Le digo que me llamaron ayer.
Se vendió, me dice el supuesto encargado y sigue con su laburo.
Y su compañero sigue con el siguiente cliente para facturar un librito.
Ok.
Cuando buscas un libro jamas tenes que creerle a un empleado de librería ni al sistema. Tenes que arremangarte y empezar a dar vuelta la librería y encontrarlo vos mismo.
Busco. Lo busco a Fogwill. Y no lo encuentro.
Vuelvo a la caja.
Pasa un cliente, otro cliente y un tercero y yo parado frente a la caja como si fuera una mosca molesta que anda sumbando en el aire y lo mejor es ignorar.
Le digo al de la caja, disculpame, quiero mi libro.
Me dice que se vendio y sigue facturando.
Bueno hay dos en Belgrano traelos para acá.
Y en lugar de enmendar el error de haber vendido la librería un libro encargado para mi y remediarlo rapidamente llamando a otra sucursal para que me traigan el libro ya sigue facturando libros boludos y me hace esperar cuando sabe que me ha hecho ir al pedo para retirar un libro que no estaba.
Y me caliento.
Y empiezo a los gritos.
Que quiero a mi Fogwill.
Que quiero que enmenden su mal trabajo ya.
El supuesto encargado me pide que no grite.
Cuando me vuelvo loco y me pongo a gritar si me pedis que no grite solo puedo volverme más loco y gritar mas fuerte.
¡Quiero a Fogwill ya!
Solucioname el problema ahora.
Hay ejemplares en otra sucursal traelos ya.
Y el encargado se me para de guantes.
Nos miramos. Tenemos las caras pegadas y sus puños cerrados y me pide que me retire ya.
Yo no se pelear.
Pero evalúo la posibilidad de que me pegue.
El problema lo va a comprar el si me pone una mano encima no yo.
Me acusa de que le estoy faltando el respeto.
Y le retruco que ellos me faltan el respeto trabajando mal y haciendo ir a buscar un libro que cuando lo quiero retirar ya lo vendieron a otro y en lugar de solucionarme el problema trayendo otro ejemplar de otra sucursal se desentienden de mi y pasan a otra cosa.
Y sigo gritando y el tipo que me quiere arrancar la cabeza para que no siga getoniando a los gritos que son unos incompetentes.
Y finalmente me voy a buscar el documento a la esquina que Randaso me dijo que ya lo tenia cocinado y vuelvo a casa enfurecido y te cuento este cuentito.

 

Dmitri Shostakovich
Lady Macbeth of Mtsensk 

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Adolf Hitler, Alastair Hannay, Bob Dylan, Dmitri Shostakovich, F. Scott Fitzgerald, Fogwill, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Guglielmo Cavallo, Heinrich Hoffmann, James Ellroy, Jared Diamond, Jeffrey Meyers, Johnny Cash, Jonathan Franzen, Jonathan Lethem, Karl Reinhardt, Ludwig Wittgenstein, Paula Fox, Peter Matthiessen, Ray Monk, Robert Hoffmann, Robert Service, Roger Chartier, Sófocles, Soren Kierkegaard, Stalin, Tennessee Williams, Tom Spanbauer, Werner Ross, William T. Vollmann, zzz---EN INGLÉS---zzz | Deja un comentario

Novedades y recomendaciones de Libros Kalish

Copia (25) de mapa-de-once1
– Historias del arcoíris – William T. Vollmann
– La hoguera pública – Robert Coover
– Una singularidad desnuda – Sergio de la Pava
– Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera – Ben Reitman
– Gente, años, vida (Memorias 1891-1967) – Ilya Ehrenburg
– Shakey. La biografía de Neil Young – Jimmy McDonough
– Energy Flash. Un viaje a través de la música rave y la cultura de baile  – Simon Reynolds
– La gran depresión medieval: siglos XIV-XV. El precedente de una crisis sistémica – Guy Bois
– Y el asno vio al ángel – Nick Cave
– Big Bang – Simon Singh
– La hoja plegada – William Maxwell
– La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio – Pierre Hadot
– La formación de la clase obrera en Inglaterra – E. P. Thompson
– La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno – Thomas Frank 
– Cruzar California – Adam Langer
– Testigo de raza Un negro en la Alemania nazi – Hans Massaquoi
– Una vida ejemplar: memorias de Art Pepper – Art y Laurie Pepper
–  Las tres vidas de Stefan Zweig – Oliver Matuschek
– Los bohemios – Anne Gédéon Lafitte Marqués de Pelleport
– Flannery O’Connor – Brad Gooch
– Loca verdad: verdad y verosimilitud del texto psicótico – Julia Kristeva
– Más afuera – Jonathan Franzen
– Dante, poeta del mundo terrenal – Erich Auerbach 
– Marc, la sucia rata. Los pro y los contra de hacer dedo –  José Sbarra 
– Los reconocimientos – William Gaddis
– El estilo de los otros – Mauro Libertella
– El Imperio Plantagenet 1154-1224 – Martin Aurell
– Libro de Margery Kempe. La mujer que se reinvento a sí misma – Margery Kempe 
– Cuentos reunidos – Clarice Lispector
– Bob Marley. La biografía – Timothy White
– Esferas II (Globos) – Peter Sloterdijk
 – La curva pornográfica. El sufrimiento sin sentido y la tecnología – Christian Ferrer
– La habitación- Hubert Selby
– Postales de invierno – Ann Beattie
– Jernigan – David Gates
– Los Obreros Contra El Trabajo – Michael Seidman
– Contra toda esperanza. Memorias – Nadiezhda Mandelstam
– Vida del espíritu y tiempo de la polis: Hannah Arendt entre filosofía y política – Simona Forti
– Fortunas familiares. Hombres y mujeres de la clase media inglesa, 1780-1850 – Leonore Davidoff y Catherine Hall
– La anomalía salvaje: ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza – Toni Negri
– Los filántropos en Harapos – Robert Tressell
– Futbol contra el enemigo: Un Fascinante Viaje Alrededor Del Mundo En Busca De Los Vinculos Secretos Entre El Futbol, El Poder Y La Cultura – Simon Kuper
– Little boy blue – Edward Bunker
– Temas lentos – Alan Pauls
– Senda de Oku – Matsuo Basho
– Conversaciones con artistas contemporáneos – Hans Ulrich Obrist
– Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una Revolución – Mary Gabriel
– Días felices en el infierno – Faludy, György
– Nacionalismo banal – Michael Billig
– Ensayos y discursos – William Faulkner
– La Casa De Hojas –  Mark Z. Danielewski
– Historias desde la cadena de montaje – Ben Hamper
– De Paris a Monastir – Gaziel
– La bandera invisible – Peter Bamm
– Ángulo de reposo – Wallace Stegner
– 1688 – Steve Pincus
– Historia de las utopías – Lewis Mumford
– La consagración de la primavera. La Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos – Modris Eksteins
– La mujer que disparó a Mussolini – Frances Stonor Saunders
– La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX – Sandra M. Gilbert y Susan Gubar
– Las mujeres y el cine. A ambos lados de la cámara – E. Ann Kaplan
– POPism. Diarios (1960-69) – Andy Warhol & Pat Hackett
– Marcel Duchamp – Bernard Marcade
– Las experiencias de Tiresias. Lo masculino y lo femenino en el mundo griego – Nicole Loraux
– La unidad de la Fenomenologia del espíritu de Hegel – Jon Stewart
– Yósik, el del viejo mercado de Vilnius – Joseph Buloff
– El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem – Stéphane Mosés
– Malas y perversos. Fantasías en la cultura y el arte contemporáneo – Linda S. Kauffman
– El hombre perro – Yoram Kaniuk
– Memorias de guerra del capitán George Carleton. Los españoles vistos por un oficial inglés durante la Guerra de Sucesión – Daniel Defoe
– Musketaquid – Henry David Thoreau
– La pasión de la mente occidental – Richard Tarnas
– Realidad Daimónica – Patrick Harpur
– A la escucha del cuerpo. Puentes entre la salud y las palabras – Ivonne Bordelois
– Mis aventuras con monjas – Giacomo Casanova
– Correspondencia – Oscar Wilde
– Correspondencia (1940-1985) – Italo Calvino
– Cold Spring Harbor – Richard Yates
– La de Dios es Cristo – John Niven
– Cuando éramos malos – Charlotte Mendelson
– Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable – Christian Ferrer
– I feel good. Las memorias de James Brown
 

Historias del arcoíris – William T. Vollmann

Estado: nuevo.

Editorial: Palido Fuego.

Precio: $400.

William T. Vollmann ha sido frecuentemente comparado con Thomas Pynchon y William S. Burroughs. Las trece historias que se incluyen en este volumen están pobladas de drogadictos y ángeles, skinheads y asesinos religiosos, prostitutas callejeras y fetichistas, marginados sociales y oscuros personajes bíblicos. Ambientadas en entornos tan diversos como la antigua Babilonia, la India y los sórdidos suburbios de San Francisco, estas historias han sido ampliamente calificadas como perturbadoras, imponentes, osadas e innovadoras. Historias del arcoíris lleva de la mano al lector por un mundo que guarda una semejanza hipnótica con nuestras peores pesadillas. Su gran calidad artística confirmó la reputación de Vollmann como uno de los mejores escritores de nuestra época.
William T. Vollmann nació en Los Ángeles en 1959. Cursó estudios universitarios en la Universidad de Cornell, donde se licenció summa cum laude en literatura comparada. Sus novelas incluyen You Bright and Risen AngelsPara Gloria(Muchnik Editores), Historias del mariposa (El Aleph), The Royal FamilyEuropa Central(Mondadori) y cinco entregas de una serie de siete novelas sobre la cuestión del enfrentamiento entre los indios nativos de América y los colonizadores y opresores europeos, publicadas bajo el título genéricoSeven Dreams. Vollmann es también autor de los libros de relatos Historias del arcoírisTrece relatos y trece epitafios (El Aleph) y The Atlas. Ha escrito, además, numerosos ensayos, de los que el único traducido al español es Los pobres(Debate). Su obra ha generado numerosos ensayos críticos a la par que ha recibido varios premios literarios importantes, como el National Book Award y el PEN Center USA West Award for Fiction.

La hoguera pública – Robert Coover

Estado: nuevo.

Editorial: Palido Fuego.

Precio: $450.

Tercera novela de Coover, La hoguera pública fue publicada en 1977, quizá no por casualidad en el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos de América. La historia se centra en los sucesos que condujeron a la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg. Una inusitada caricatura humana del por entonces vicepresidente Richard Nixon ejerce de protagonista y narrador de la trama principal.
La novela satiriza la política de Guerra Fría de Joseph McCarthy mediante el retrato del “Fantasma” como personificación del comunismo global y de todo aquello que amenaza el estilo de vida americano: un enemigo vago, espantoso y omnipresente. La cara horrenda de la psique americana está caracterizada por la encarnación del Tío Sam, quien siempre que aparece desata un torrente de verbosidad imparable de estilo rústico y malhablado. El New York Times y la revista Time figuran como símbolos de fracaso institucional de los medios de comunicación.
Como era de esperar, la publicación de la novela sufrió de innumerables problemas y retrasos debido al temor de las editoriales a las demandas judiciales. Pese a estas dificultades, La hoguera pública ha recibido un impresionante nivel de atención crítica y se la ha denominado como “quizá la más completa reposición lingüística desde Whitman y (de un modo diferente) Mark Twain… desde Melville ningún escritor se ha zambullido tan profundamente y sin miedo en el ámbito americano como Coover ha hecho en esta novela”. Larry McCaffery la considera la 4ª mejor novela en lengua inglesa del siglo XX, por detrás de Ulises, Pálido Fuego y El arcoíris de gravedad.
Robert Coover nació en Iowa en 1932 y se licenció en Estudios Eslavos en la Universidad de Indiana. Estuvo en la Marina de los Estados Unidos. En 1965 se licenció en Humanidades por la Universidad de Chicago. Es profesor emérito de la Universidad de Brown en Providence, Rhode Island. Su obra es extensa y ampliamente reconocida. Incluye novelas comoThe Origin of BrunistsThe Universal Baseball Association, Inc.La hoguera públicaLa fiesta de Gerald (Anagrama), Pinocchio in Venice y Noir(Galaxia Gutenberg). Sus relatos y colecciones más importantes son Pricksongs and Descants(traducido en España por Seix Barral como El hurgón mágico), Azotando a la doncella(Anagrama), Sesión de cine (Anagrama) yZarzarrosa (Anagrama).
La hoguera pública
William Gass
Están ustedes a punto de leer un libro sobre el Capitán América. Escrito en la década de los setenta, finalmente publicado en 1977, basado en acontecimientos reales e imaginarios acaecidos en junio de 1953, este libro no podría ser más actual, más relevante, no podría dar más «en el clavo» que en este momento.
Antes del caso Watergate y del Whitewater y de todos los otros casos abiertos y cerrados en décadas recientes, ha habido en Estados Unidos numerosas cazas de brujas, procesos políticos, investigaciones del Congreso, filtraciones vengativas de documentos privados, así como oleadas periódicas de acoso general, con sus víctimas y villanos asociados: el caso Sacco-Vanzetti, por ejemplo, el de Alger Hiss, Klaus Fuchs y Harry Gold, las escuchas McCarthy, la terrible experiencia de los guionistas de Hollywood y, entre los más conocidos, el proceso de Julius y Ethel Rosenberg.
Nuestro país abunda tanto en sustos como el día de Halloween. Éstos han venido de casi todos los colores, y las teorías conspirativas no se han limitado a entornos rurales de derechas pertrechados de armas. Ni tampoco han estado nuestros políticos por encima del uso del miedo y la intimidación a fin de ganar votos e influencia política. Los asesinatos se suceden con la frecuencia de ciclos económicos y proporcionan al paranoico numerosas horas de alegres conjeturas. Aunque seguimos desenterrando topos traicioneros de los terrenos de la CIA, la Amenaza Roja ha quedado relegada en buena parte a los cómics de donde surgió. No obstante, nos aferramos al Peligro Amarillo y al temor a varios cultos de lo Impío como los cubanos de Castro, la plaga gay, las Pandillas Callejeras, los Señores de la Droga y los inmigrantes en general. Luego están los Terroristas que nos quitan el sueño, además de todas aquellas naciones gamberras que fabrican armas químicas y planean construir la Bomba, la cual, ahora que ha dejado de dar miedo, sí que pone los vellos de punta.
En La hoguera pública la piel de gallina queda a cargo del Fantasma, quien naturalmente es invisible y ubicuo; y todo oídos. Grandes trozos del libro están narrados por Dick Nixon, vicepresidente con Eisenhower en la época, aunque con un pensamiento y una conversación de más enjundia y elocuencia que las expresadas por el real, ahora que ya hemos leído [las transcripciones de] las cintas y conocemos su estilo. El Dick taimado del libro goza sin embargo de la suficiente hipocresía, autoengaño y oportunismo indicativos de su conexión con el histórico vicepresidente, aunque no lo refuerzan. El Richard Nixon de Coover es un personaje ficticio fértil y maravillosamente interpretado. El Richard Nixon real es una caricatura. Esta es una de las profundas ironías del logro de Coover. A modo de prueba, valga este pasaje en el que Nixon describe su rol de pacificador como segundo al mando de Eisenhower:
Fui el encargado de Eisenhower en los Reservados de los Grupos Políticos, esa fue mi tarea, fui el intermediario político entre los merluzos y los neandertales, tuve que aplacar a los incendiarios, ablandar a los intransigentes, mantener a raya a los machos y a los vaqueros, apaciguar a los cascarrabias y los fanfarrones, fui el mensajero de las reacciones hostiles, el caballo guía, tuve que arreglar las cercas y vendar las heridas. … Supongo que me parezco mucho a Lincoln, quien era un tanto compasivo por una parte y fuerte y competitivo por la otra.
El Nixon supuestamente real no se expresa con frases sino con estallidos e interjecciones. Sus lugares comunes son principalmente escatológicos. Habla como un capo de la mafia. Refiriéndose a Ted Kennedy, Nixon ordena a sus esbirros: «Colocadle uno. Colocadle dos tíos encima. Eso vendrá de perlas. A lo mejor hay suerte y pillamos a ese hijo de perra y lo acribillamos en el 76».
A medida que la novela avanza, el texto nos proporciona abundantes evidencias del carácter traicionero, interesado, embustero de Nixon, y lo haría aunque a Nixon se le hubiera cambiado el nombre por Fred Smith. Al lector no le hace falta conocer el historial de paranoia de Nixon para comprender al Nixon de La hoguera pública. Este Nixon, como el histórico, como los políticos en general, se expresa con frases fáciles, valiéndose de epítetos, si no de índole homérica, sí como mínimo de tal frecuencia. Él necesita engañarse a sí mismo («Me parezco mucho a Lincoln») antes de poder engañar a otros. Pero el registro retórico y la energía de la figura imaginaria, la complejidad psicológica de su personalidad proyectada, alcanzan cotas que superan con creces la consentida majadería soez y el juicio de doble rasero del Nixon histórico.
Lo mismo puede decirse del Tío Sam, ese lábil vendedor de esencia de víbora. Como símbolo americano casi ha sobrevivido a su finalidad de paleto de dedo en ristre poco convincente en carteles de alistamiento; si bien aquí es el prototipo de América, descrito con una docena de jerigonzas deslumbrantes aunque pedestres, y por tanto circenses, figura ubicua de talla superior a la de cualquier otra, mentiroso aunque con arrestos, arrogante como un ponche cargado de alcohol: el contador de cuentos chinos y fanfarrón provinciano, el vendedor de verbo fácil, el voceador de barraca de feria, el político del Cuatro de Julio, el maestro de ceremonias, el párroco itinerante avivador de polémicas, el entrenador animoso, el orador masticaterrones, el domador bravucón, el vaquero pistolero, el educador y predicador condescendiente, el soldado de fortuna ajena, el meloso redentor de almas y profanador de cepillos… todos ellos se encuentran aquí en su lingüística gloria; y se hallará al Sam creado, desde el sombrero de copa a los faldones de la levita, por todos ellos, en un prólogo al estilo de los noticiarios cuya energía satírica y feroz musicalidad sencillamente no tienen parangón en nuestra literatura salvo por bastantes otros pasajes, construidos sobre principios similares, de La hoguera pública.
Esta novela —la historia dentro de la historia— es por consiguiente densa en detalles, sus fragmentos se atraen entre sí como la multitud hacia un accidente (o como la masa a una ejecución); pedazos dispares se transforman de repente en Uno y Macizo y en Movimiento, que es precisamente como ha de ser, pues una narración que se propone inquietar a la historia y a nosotros demostrando el dominio de lo irreal debe sumergirnos en numerosos hechos y figuras —datos danzantes al son del canto de un payaso en el programa radiofónico de conocimientos musicales de Kay Kaiser— porque alrededor de cualquier personaje giran otros doce más y todos los tejemanejes de éstos, cada uno un Jack Benny, un Rochester, un Charlie McCarthy.
Empapada en datos, la fantasía se torna realidad porque, en determinado plano, aquélla es real. Si Nixon va a convertirse en presiden te de su país, entonces tendrá que unirse en naturaleza al Tío Sam; unión por penetración posterior. La lógica de ello es impecable. La voz del cronista, en un recurso que me recuerda a los noticiarios del USA de John Dos Passos, recapitula el estado de la nación y del mundo, describiendo situaciones que son en esencia difíciles de creer si se las examina con rigor. Eisenhower y Nixon juegan al golf en el Burning Tree. ¿El Burning Tree? Nixon es el negado consumado. Puede que el béisbol sea el deporte del americano del montón, pero el golf, y sólo el golf, es el juego del hombre de éxito: presidentes, actores, banqueros, héroes de otros deportes. Éstos dan el golpe de salida… Tiran, lanzan… Embocan… Zampan —sus escoceses con agua— en el hoyo diecinueve… todavía con los zapatos de suelas de clavos puestos. Los hechos, que son mudos, resuenan cuando se inscriben en la ficción y las fantasías, al ser representadas, devienen hechos. De niña, Ethel Greenglass protagonizó un melodrama carcelario. ¿Una obra carcelaria? Lo sigue protagonizando —esto es, mientras leemos—, en el revuelo apenas se le mueve un pelo. Y Richard Nixon se va enamorando poco a poco de la mujer que quiere electrocutar en la plaza de los letreros ardientes llamada Times. Y ella —esta duquesa de la oscuridad—, ella —(le parece a él)—, ella desea —(como él)— alguien a quien amar. Antes de la hora final, él irá a la celda de ella en Sing Sing. ¿Sing Sing? El libro comienza con una cita de la señora Nixon acerca de lo mucho que se divertían dando fiestas, en ocasiones recreando «La Bella y la Bestia». Adivinen quién es la bestia; piensen a quién representa una Ethel trasplantada.
En un momento dado, mientras Nixon trabaja entre papeles dispersos acerca del famoso Caso, se descubre pensando en los nombres de sus protagonistas.
…todos los colores. Curioso. Verde, dorado, rosa… ¿de qué país era esa bandera? Jugué con los nombres de calles, los pseudónimos, los nombres de los abogados, de las personas en los márgenes del drama: Perl, Sidorovich, Glassman, Urey, Condon, Slack, Golos, Bentley. Advertí que las iniciales de los nombres de los cuatro acusados —Sobell, Rosenberg, Rosenberg y Yavkolev— formarían la palabra sorry si no fuese porque faltaba la O. ¿Había otro agente secreto del Fantasma, todavía libre, con esta inicial? ¿Oppenheimer? ¿Oatis?
Elucubrar así puede ser de locos pero común; habitual, cotidiano; sus consecuencias catastróficas bastante conocidas y sin duda predecibles.
Durante toda su carrera, Robert Coover ha tratado de asumir el engaño comercial, las mentiras políticas y los mitos religiosos para sofocarlos mejor. Vacía fábulas y creencias adquiridas como escupideras de uso cotidiano. Su excelente primera novela, The Origin of the Brunists, se ocupa de la creación de un culto milenarista que aguarda el fin del mundo (como aquí una ejecución). En The Universal Baseball Association Inc., J. Henry Waugh, Prop., un deporte zarpa en busca de lo sagrado. Su libro de relatos, Pricksongs and Descants, revienta numerosos clichés culturales, reduciéndolos a jirones de caucho rajado. Luego está su obra de teatro, A Theological Position (obra breve salida a rastras de La hoguera pública), y varias parodias políticas como A Political Fable (o, como yo la prefiero, «The Cat in the Hat for President») la siguen, así como su manipulación de los estereotipos mostrados en las películas de Hollywood (Sesión de cine).
La prosa de Coover es en ocasiones lenta y pausada como una embarcación a vela, va cabeceando por las aguas de la historia, si bien de pronto mete una marcha más rápida, sale pitando y parte hacia las alturas. La dicción sube y baja como un ascensor. Hay plantas para el Arte Elevado, la Religiosidad, el Enredo y la Escatología, así como para el Porno. Los buenos —villanos para los villanos: por ejemplo el magistrado William O. Douglas, quien, con una Opinión, salva, al menos momentáneamente, a los Rosenberg de la hoguera— son sin embargo superados en número. Los abogados campan a sus anchas como manadas de perros salvajes. Los oradores se hinchan de pomposidad y lanzan sus opiniones en cadencias arrastradas fuertemente sureñas. «¡No le encuentro demasiado sentido a enviar hom-bres a Co-RE-a a morir, señor Presidente, mientras que, aquí en CASA, a los espías atómicos se les permite vi-vir!» En la cúspide se encuentra el Tío Sam, quien constantemente trata de estar a buenas con la coacción, la calumnia y la decepción. Al oír su voz, soy consciente de mi amor por el Tío Sam; esto es, por este Tío Sam: una criatura de barrabasadas sin fin.
Los políticos hablan. Les hablan a sus colegas, esforzándose en tratarlos con dureza con verbos y asustarlos con nombres. Discursean, sospecho, en pensamientos, y se oyen a sí mismos elogiarse como es debido en sueños y denunciar con rotundidad la palabrería de los demás charlatanes. Aunque sus palabras llegan a los medios, y siempre hay memorándums en circulación, todavía quedan la conferencia de prensa, los estrados de las convenciones, el reservado cargado de humo y los pasillos del congreso, donde los políticos viven, mienten y farfullan. Apropiada para su temática es, pues, la insistente y lograda oralidad de la prosa de Coover. El lector no puede apresurarse y aun así oír, porque el ritmo de la mendacidad de toda una nación lo marcan sus marchas políticas, los metales de sus grandes bandas, la entonación conmovida de su himno, y las frases de Coover cantan de manera similar, convirtiéndose en otra clase de frase, otra clase de veredicto.
Sea cual sea la justicia de su sentencia final, el proceso Rosenberg fue un proceso espectáculo. Que Coover disponga la ejecución de sus condenados en Times Square apenas si es una exageración. El gusto de la nación se ha rebajado con avidez en la dirección de las ejecuciones públicas —por lo menos cabe que los ofendidos que buscan reparación miren y disfruten—, por lo que la idea de alcanzar la muerte por medio de la iluminación eléctrica a la manera de un letrero luminoso no es tan sumamente satírica como quizá lo fuera antaño. La descripción de la dura prueba de los Rosenberg está llena de detalles hábiles y demoledores. «A Julie ha habido que sacarle dos dientes (el alcaide Denno, con su proceder ahorrativo, se ha asegurado de que se le ponga una simple dentadura temporal)…» Esta estridente y vulgar «silla de Times Square» pretende recordarnos el comportamiento de la Inquisición, que celebraba quemas públicas de manera regular; no por el castigo sino por edificantes propósitos pedagógicos. Con sus vestiduras amarillas y sombreros cónicos [los inquisidores] podrían haber pasado por payasos. La hoguera pública anticipa un carnaval romano, un circo romano, así como una caza de brujas. Sin embargo la ceremonia se adecúa en su mayor parte a la pompa pagana de una doctrina laica. Gertrude Stein declaró en una ocasión, cuando decidió que el General Grant era un líder de la iglesia americana, que «no hay alturas en la religión americana».
El poder, cuando ha de apoyarse en la opinión pública en lugar de sustentarse en policías y ejércitos, se ve obligado a expresarse de distinta manera a como lo hace cuando el secreto y el silencio son sus esbirros. En sus primeros pasos hacia el poder, tanto fascistas como comunistas abrieron sus tribunales a la mirada y la edificación públicas; sin embargo, después, asegurados sus propósitos, tendieron simplemente a hacer que los enemigos desapareciesen en silencio.
En Estados Unidos, el Tribunal de la Opinión Pública ha estado siempre atareado. Ahora, cuando los técnicos de televisión se centran en los procedimientos judiciales, los jueces se pavonean y los jurados se acicalan, mientras que los abogados escuchan el rugido de la multitud y miden sus casos con la cámara, en lugar de medirse con ellos. Las nobles últimas palabras de Vanzetti al tribunal, en referencia a su amigo, Sacco, que probablemente aparecieron en la prensa local, ciertamente no tienen cabida en este caso, porque el proceso Rosenberg fue burgués de cabo a rabo. Fue, en cierto sentido, un asunto familiar. Ya ni siquiera tenemos oídos para palabras como las que Vanzetti pronunció.
Sacco es todo corazón, un amigo, un gran tipo, un hombre; un hombre amante de la naturaleza y la humanidad; un hombre que lo dio todo por la libertad y por su amor a la humanidad: dinero, descanso, ambición mundana, a su propia esposa, sus hijos, su misma persona y su propia vida.
Se ha convertido en costumbre entre los periodistas aderezar las vidas, los crímenes, las condiciones sobre las que escriben con florituras ficticias, pero, hasta hace poco, era inaceptable que los novelistas se ocuparan del presente de manera similar, permitiendo que personas reales recorriesen sus calles ficticias, personas modificadas desde sus roles en la vida real a fin de que sus auténticas naturalezas puedan ser mejor reconocidas. La hoguera pública va más allá. Coloca a personalidades en la pista central de un circo, en la viñeta destacada de una tira cómica editorial, y yo me acuerdo de las feroces imágenes satíricas de Felician Rops, George Grosz, de Hogarth y Daumier, así como de las involuntarias parodias de Horatio Alger. De los defensores de la vida supuestamente real que se preocupan sobre la tajada y la probabilidad de inminentes demandas por libelo.
El manuscrito de Coover ha sufrido tantas vicisitudes como algunos de los personajes de la novela. Con prudencia, el autor muestra una porción de la misma a su editor, el cual se alarma pero se muestra valeroso. De manera que Coover continúa trabajando en el libro, aunque ahora con menos confianza acerca de su recepción final que la que podría considerarse adecuada. De repente, trágicamente, el editor, joven y fuerte al menos moralmente, muere durante un partido de tenis. La hoguera pública se queda sin paladín. Poco después, sin embargo aparece otro editor, lleno de confianza y buen ánimo. La edición del manuscrito progresa sin incidentes. El libro parece listo para su publicación en 1976, convenientemente durante el segundo bicentenario de la nación. Tras completarse la corrección y ser de vuelto a la editorial, el manuscrito cae en un pozo de silencio. Finalmente la verdad es despojada de su atuendo de renuencia. El equipo legal de la empresa tiene miedo y ha nixoneado la publicación de la novela. A él, el Dick Más Temido y Taimado, se le teme por ser un abogado con la piel más fina que la de un condón, y se cree que posee una veta vengativa tan ancha que podría convertirlo en una mofeta. Tras arduas negociaciones, se acuerda someter el manuscrito a la evaluación de un jurado imparcial. Este grupo, encabezado por el decano de la Facultad de Derecho de Columbia, ve algunos problemas potenciales pero dictamina que no son lo bastante serios para impedir la publicación del libro. La virtud parece haber triunfado.
La historia dice —hablando del Burning Tree…— que el cabeza de la editorial estaba jugando al golf con un hierro reglamentario y, mientras recorría la calle (desde luego no mientras estaba en el green), le describió el libro a su abogado. Te meterás en una trampa, se le dijo al cabeza pensante. Puesto que la lealtad del cerebro al partido opositor a Nixon era de sobras conocida, el madero jurídico avisó que el cabeza podía ser demandado por dolo además de por libelo e invasión de la privacidad. La decisión de publicar dio marcha atrás con toda la discreción posible (i.e., sin decírselo al autor) para que el cabeza pudiera recibir, tranquilamente, un premio a la libertad de prensa de manos de los periodistas de Nueva York.
La verdad tuvo que ser arrancada una vez más del anteriormente entusiasta editor, quien puso entonces a Coover a caldo. Por supuesto que el libro no iba a publicarse, porque era una obra innnmoral. Con tres enes. Malo. ¿Por qué? Míralo de este modo, llegó como respuesta; supón que hubiera escrito el libro sobre Eleanor Roosevelt en lugar de sobre Richard Nixon. Al editor, orgulloso de sus motivos —una incongruencia triunfadora—, no le hizo gracia que Coover ofreciese meter a Eleanor.
En su búsqueda de casa, La hoguera pública recorrió una larga y desagradable odisea de una colección de abogados corporativos a otra —de sirena a Circe a Polifemo—, acumulando rechazos: cinco, diez, quince, más; no quedan tantas grandes editoriales como para que tuviese la oportunidad de recibir el no de los abogados en latín. Como un vertido de crudo, los rumores de demandas legales inmediatas comenzaron a contaminar las oportunidades del libro. Los chanchullos se multiplicaron. En ninguna parte se hablaba a las claras. Hasta que por fin un buen editor picó. El teléfono sonó. Bob descolgó. El agente de Bob dio el parte: hay trato. ¿Por qué fue el autor reacio a descorchar la botella en ese momento?
Al cabo de unos minutos… el teléfono volvió a sonar. Bob descolgó, pero el ánimo se le cayó a los pies. El agente de Bob dijo: ya no hay trato. El oído del editor había recibido el cosquilleo de una lengua viperina con otra advertencia legal.
El camino no es un túnel de amor. Lo que se extiende adelante es el Valle del Desaliento y la Tribulación. Quedaba un editor que merecía la pena y Coover le explicó la naturaleza de las amenazas que se habían hecho contra el manuscrito. El director de la compañía editorial, neófito además de sobrino de Alguien Importante, estaba convencido de que el libro no levantaría más que las olas justas y armaría unos cuantos follones en la orilla. Finalmente se pergeñaron contratos que acabaron siendo firmados. Quién tenía que estar de vacaciones durante todos estos avances sino el principal abogado de la firma, quien naturalmente clamó «ruina» cuando se enteró. Sin embargo, ahí estaba aquel deplorable par de firmas. El contrato debía ser honrado. Unos pocos cambios, sobre los que la editorial tuvo que insistir (para conservar su honor), llegaron al buzón de Coover: de seis a diez páginas a un escasamente atractivo único espacio semejante a una invasión de hormigas. La «petición» inicial era que todas las personas vivas fueran eliminadas de la novela. Quizá pudieran ser asesinadas ceremonialmente en Times Square. Pero, de alguna manera, con sigilo para que nadie supiera jamás que habían estado allí.
Tocaba remangarse para discusiones exasperantes. Éstas retrasaron el libro un año. A estas alturas, Coover tenía su propio abogado y el texto se peleó como los campos que rodean Verdún. Uno no tiene que ser autor para imaginarse el estado mental de Coover en aquellos momentos, pues éste ya no podía confiar en las intenciones tras ninguna sugerencia. Entretanto, la 1ª Editorial quiso recuperar su adelanto. La vigente Editorial de Coover —renuente, enfadada y frustrada— no sólo no le adelantaría el dinero necesario (gastado hace una década), sino que amenazó con empobrecerle si él los demandaba, por lo que Coover hubo de pedir prestada contra su exigua hacienda una suma que a cualquiera nos bastaría para vivir un año, deuda que tardó diez en devolver.
Temiéndose un mandamiento judicial, algo que paralizaría la publicación tras haber incurrido en los costes de producción, la firma anunció la aparición de La hoguera pública para agosto/septiembre y, a renglón seguido, la sacó de la casa a empujones durante mayo/junio, momento en que vendió lo bastante durante su primera semana para meterse en la lista de más vendidos del New York Times. Aquello no fue bueno, pues se tenía la sensación de que si este libro infame se empezaba a leer de verdad, la acción legal estaba asegurada. El título de la novela fue eliminado del catálogo de la editorial, no se permitió publicidad alguna y los ejemplares fueron discretamente retirados de las librerías.
De todos modos, lo más probable es que el libro no hubiera sido demandado, aunque —mirada en derredor— ¿qué libro? A éste no se le veía por ninguna parte.
Ahora, por fin, La hoguera pública volverá a salir como la marmota y contemplará su sombra. Y el lector llegará a conocer al verdadero Richard Nixon y entenderá al Tío Sam, el cual, incluso de joven, era
…terso como un olmo sin hojas, ya con perilla y sombrero de copa y ataviado con sus faldones y sus pantalones a rayas, los bolsillos llenos de discursos, patentes y pirotecnia…
y descubrirá cómo se las gasta el mundo por aquí, porque La hoguera pública es una explicación de en qué se ha convertido este país. Es una narración soberbia, convulsa, tachonada de estrellas, y cada una de sus imponentes palabras es cierta.

Una singularidad desnuda – Sergio de la Pava

Estado: nuevo.

Editorial: Palido Fuego.

Precio: $400.

Casi es un abogado neoyorquino, hijo de emigrantes colombianos, que vive en Brooklyn y trabaja en Manhattan como defensor público; y que jamás ha perdido un juicio. Nunca. En Una singularidad desnuda, vemos lo que ocurre cuando su sentido de la justicia e incluso su sentido del yo comienzan a resquebrajarse, y cómo su mundo se transforma. Primera novela del norteamericano de ascendencia colombiana Sergio de la Pava, y narración ambiciosa escrita con una voz diferente y frecuentemente hilarante y con una impresionante empatía por el ser humano, Una singularidad desnuda lleva al lector por un paisaje de crímenes y tribunales, familias emigrantes e infortunios urbanos, brutalidad mediática y sátira de los medios de comunicación, escatología y boxeo, e incluso un atraco apasionante digno de novela de suspense.
La novela expone la vaciedad de las promesas occidentales de justicia e igualdad ante la ley, capturando con su voz el exceso, la desolación y el agotamiento que permea nuestra vida social y cultural de hoy día.
Sergio De La Pava (Nueva Jersey, 1971) es un autor norteamericano. Es hijo de emigrantes colombianos y ejerce la abogacía en Nueva York. Su primera novela, Una singularidad desnuda, fue rechazada por varias editoriales estadounidenses. En 2008 la autopublicó y, ya en 2012, la University of Chicago Press la publicó con gran éxito de ventas y crítica. La novela recibió el premio de la revista Believer en el año 2012, ganó el premio PEN 2013 a la mejor primera novela, y fue finalista del FOLIO Prize británico en 2014. La crítica lo ha comparado con Thomas Pynchon, David Foster Wallace y William Gaddis. Además de Una singularidad desnuda, ha publicado Personae (2011), novela cuya traducción al español será publicada por Penguin Random House Colombia.

Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera – Ben Reitman

Estado: nuevo.

Editorial: Pepitas de Calabaza.

Precio: $350.

Forjada por trabajadores migrantes «autóctonos», vertebrada por el ferrocarril y por la posibilidad de viajar escondidos en los vagones de mercancías, a finales del siglo xix y principios del siglo xx se desarrolló en Estados Unidos toda una contracultura, una auténtica contrasociedad dotada de sus instituciones, sus saberes legales —y sobre todo ilegales—, su jerga y sus taxonomías: la cultura hobo, la «Hobohemia».
Con capital en Chicago y extendiendo su radio de influencia entre el medio oeste y el oeste de los Estados Unidos, todo un ejército de pobres, a los que no les faltaban las ganas de vivir y de adquirir conocimientos, se organizó en una sociedad paralela de la que apenas quedan algunos vestigios folclóricos y cuya autonomía fue «aniquilada» por el asistencialismo social en los años treinta.
A pesar de que no es raro ver un hobo que se cuela como personaje secundario en los productos culturales importados desde Norteamérica, y de que el propio Martin Scorsese realizó una adaptación más que libre de Boxcar Bertha en su segunda película (Bertha, la hermana de la carretera, 1973), la «Hobohemia» es un fenómeno muy poco conocido: son escasos los que hasta la fecha, en nuestro idioma, se han hecho eco de su fuerza, su riqueza, sus raíces, sus alianzas y sus proyecciones posteriores.
En este texto, original de 1937, Ben Reitman narra la vida de Bertha Thompson, una mujer que fue prostituta, ladrona, reformadora, trabajadora social, revolucionaria… Y con los hilos de esta biografía, Reitman dibuja los entresijos del movimiento hobo, ofreciéndonos así tanto una panorámica de conjunto como una visión íntima, y no exenta de reflexión, del maremágnum de vagabundos, delincuentes, radicales y revolucionarios que poblaban los márgenes de la sociedad norteamericana de principios del siglo xx.
Ben Reitman nació en Saint Paul, Minnesota, en 1879 y murió en Chicago en 1943. En cierta ocasión dijo de sí mismo: «Soy americano de origen, judío de nacimiento, bautizado de adopción, profesor y médico de profesión, cosmopolita por elección, socialista por inclinación, célebre por accidente, vagabundo por el peso de veinte años de experiencia y reformador por inspiración».
Conocido como «El rey de los hobos», fue uno de los pilares de la «Hobohemia», se convirtió en el médico de los mendigos y trotamundos, y se pasó media vida cuidando de las prostitutas, entre ellas las explotadas por Al Capone. Practicó abortos clandestinos, militó a favor de las políticas maltusianas y fue más un reformador social que un revolucionario. Con los años se convirtió en una figura destacada de la vida intelectual de Chicago.
Es conocida su relación con Emma Goldman, de la que fue colaborador y amante durante nueve años. Tras un largo periodo de separación, poco antes de morir, Emma le dedicó estas líneas: «Habría echado en falta conocer a una criatura tan exótica y primitiva como tú. Siempre le he dicho a todo el mundo lo trabajador que eras, el único de todos los hombres que he conocido, de hecho, que se habría consagrado por completo a la tarea y a los fines que constituían el más poderoso motivo de mi vida».

Gente, años, vida (Memorias 1891-1967) – Ilya Ehrenburg

Estado: nuevo.

Editorial: Acantilado.

Precio: $1000.

El nombre Iliá Erenburg se relaciona, en primer lugar, con el intelectual que colaboró sin reservas con el régimen soviético, y, en segundo lugar, con su amigo Vasili Grossman, con el que escribió, en colaboración con terceros, el terrible El libro negro. Novelista criticado en su país, en 1932 aceptó ser corresponsal del Izvestia en París, convirtiéndose en un relevante periodista oficial que describía a Stalin como «un capitán que permanece junto al timón … con el viento de costado, mirando la oscuridad profunda de la noche … con un enorme peso sobre sus hombros». Sus memorias, escritas al final de su vida y que hoy presentamos por primera vez íntegras al lector español, son un documento de primer orden para conocer aspectos fundamentales de la convulsa historia del siglo XX. Aunque incómodas para el régimen soviético (hasta 1990 no fueron editadas enteras y sin censura), no dejan de ser los recuerdos de alguien que, en su relación con los más relevantes intelectuales europeos, intentó atraerlos a la propaganda del comunismo. Y, a su vez, fueron también, como recuerda Nadiezhda Mandelstam, «el único de sus libros que desempeñó un papel positivo en su país», porque—afirma—abrió los ojos a una minoritaria intelligentsia.
Iliá Ehrenburg (Kiev, 1891 -Moscú, 1967), activista, novelista, poeta y periodista, dedicó su vida a la propaganda. Como corresponsal soviético en París, frecuentó a los artistas e intelectuales más destacados del siglo pasado. Sus memorias, Gente, años, vida, son un documento de primer orden, fundamental para entender momentos decisivos del siglo XX.

Shakey. La biografía de Neil Young – Jimmy McDonough

Estado: nuevo.

Editorial: Contra.

Precio: $450.

Neil Young es uno de los músicos más relevantes de la historia del rock. Su prolífico talento ha producido más de cincuenta álbumes y cuatrocientas canciones, entre las que se encuentran algunas de las más imperecederas de todos los tiempos: «Like a Hurricane», «Tonight’s the Night», «Down by the River», «The Needle and the Damage Done», «Old Man», «Rockin’ in the Free World», «Southern Man», «Cinnamon Girl», «Cortez the Killer», «Hey Hey, My My», «After the Gold Rush», «Heart of Gold» y un larguísimo etcétera…
Jimmy McDonough, admirador a ultranza de Young, consiguió establecer una relación privilegiada con el músico, venciendo infinidad de resistencias y barreras, y se embarcó en un proceso de documentación exhaustivo y meticuloso que le llevaría casi diez años y no pocos quebraderos de cabeza, entre los cuales destaca la reacción adversa de Young al leer la biografía, cuya publicación trató de impedir a toda costa. Alejado de la hagiografía y de la previsible retórica de la mayoría de biografías de músicos, McDonough logró no solo ofrecer un retrato feroz del canadiense —mostrando en toda su crudeza tanto su carácter errático, brutal y desconcertante como la esencia de su singular talento para componer canciones y una generosidad nada autocomplaciente—, sino que consiguió plasmar de manera apasionada e intensa cuatro décadas de rock por las que brillan con luz propia, además de Young, prácticamente la totalidad de sus allegados, colaboradores y tanto los músicos de su generación como los que recogieron el testigo de su talento.
Neil Young, nacido en Canadá en 1945 en el seno de una familia desestructurada, padeció de muy joven la polio, que lo dejaría marcado física y psicológicamente. Muy pronto empezó a aflorar una pasión por la música que lo llevaría a los veinte años a liderar la primera de sus míticas formaciones, Buffalo Springfield. No tardaría en empezar a grabar en solitario y con la superbanda de estrellas Crosby, Stills & Nash, colaboración que lo llevó a la fama mundial, aunque también suscitó innumerables tensiones fruto de la confrontación de egos, muchos de ellos enardecidos por las drogas y la pulsión creativa. Un Young cada vez más ermitaño, esquivo y atormentado por los frecuentes ataques de epilepsia, que lo dejaban destrozado, fue encontrando progresivamente su voz, sobre todo cuando se unió a los erráticos Crazy Horse, banda con la que ha compartido algunos de sus mejores momentos. Sin embargo, más allá de los datos oficiales, de los éxitos sobradamente conocidos, McDonough también desvela la parte más oscura de Young, sus fracasos amorosos, su lucha por ayudar a sus dos hijos con parálisis cerebral o su inveterada tendencia a desaparecer sin dar explicaciones y dejar a todo el mundo colgado…
La heteróclita e imprevisible obra de Young es una de las más originales y arriesgadas de todos los tiempos. Su estilo ha basculado de una obsesiva atención por el detalle y la producción minuciosa a la búsqueda del momento mágico de la interpretación en directo sin apenas filtros de producción o ensayos previos. En 1995 entró en el Salón de la Fama del Rock y sigue al pie del cañón, reinventándose con cada disco, fiel a su máxima «es mejor quemarse que apagarse lentamente».

Energy Flash. Un viaje a través de la música rave y la cultura de baile  – Simon Reynolds

Estado: nuevo.

Editorial: Contra.

Precio: $450.

En su doble faceta de historiador y «observador participante», crítico musical y fan, intelectual y noctámbulo, Simon Reynolds ha escrito el que está considerado como el mejor libro sobre la cultura de baile y la música rave. En esta edición ampliada de ENERGY FLASH, el autor de Retromanía Postpunk: Romper todo y empezar de nuevo entrega el que probablemente sea su mejor y más ambicioso ensayo.
Desde los orígenes de la cultura de baile con el sofisticado techno de Detroit, el hedonismo toxicómano del house de Chicago y el fervor bacanaliano del garage de Nueva York, pasando por la eclosión del acid house y el rave en el Reino Unido a finales de los ochenta, que nacieron de la cultura balearic importada de Ibiza, de la proliferación de pastillas de éxtasis y de las primeras fiestas ilegales en naves industriales, Reynolds da cuenta de la explosión de un nuevo tipo de cultura hedonista propulsada por las drogas que dará lugar a una de las grandes revoluciones de la historia de la música. Con sus infinitas ramificaciones, géneros y subgéneros, la cultura rave muta a la misma velocidad con la que las drogas que frecuentan cada escena lo hacen en el metabolismo de sus actores. Reynolds retrata con una intensidad y brillantez inusitadas algunos de los movimientos musicales más locos y perturbadores de todos los tiempos: Madchester, el hardcore británico, la escena de raves del entorno Spiral Tribe, las radios piratas, el advenimiento del jungle y su frenesí polirrítmico, el particular y exacerbado rave estadounidense, el furor del gabba belga, el narcotizado trip hop, el trance… hasta llegar a la dispersión genérica del postrave, cuyas variantes estilísticas han estallado en infinitas y heteróclitas direcciones, como el dubstep o la EDM.
A partir de entrevistas con algunos de los principales productores, DJ y personajes clave de cada escena —Juan Atkins, Derrick May, Carl Craig, Paul Oakenfold, Richard D. James (Aphex Twin), Goldie, Tricky, Jeff Mills, Richie Hawtin, DJ Shadow, entre muchos otros—, Reynolds revela y analiza con un estilo trepidante, conceptualmente exuberante y sazonado de algunos de los mejores pasajes de la literatura musical las claves creativas de la música y la cultura rave, con especial énfasis en la faceta más hardcore, hedonista y toxicómana.
ENERGY FLASH es un libro sobre algunos de los sonidos más radicales de la música de los últimos treinta años. Reynolds es un maestro cuando se trata de aprehender el espíritu y la intensidad de untrack, y el libro es una mina inextinguible que nos descubre los tesoros mejor guardados del underground más reciente.

La gran depresión medieval: siglos XIV-XV. El precedente de una crisis sistémica – Guy Bois

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $450.

En el otoño de la Edad Media la sociedad europea se vio inmersa en una crisis general que tuvo sus manifestaciones más dramáticas en epidemias y guerras devastadoras, en una agudizada conflictividad social y en la disminución de las actividades económicas.
Las causas de esta espiral depresiva, más allá del impacto de las coyunturas catastróficas, hay que buscarlas en el bloqueo y la posterior crisis del sistema feudal. En este sentido, las manifestaciones de la gran depresión no se limitaron a la esfera económica, sino que ponían de manifiesto un verdadero proceso de descomposición social: el repliegue de los distintos grupos en defensa de sus intereses, el aumento masivo de la exclusión, la violencia y la corrupción generalizadas y, finalmente, la irrupción de lo irracional en el orden intelectual. Unos signos inquietantes, análogos los cuáles se pueden observar en el mundo contemporáneo, que el autor explora desde una actitud rigurosa y crítica alejada de los convencionalismos académicos.

Y el asno vio al ángel – Nick Cave

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $500.

Y el asno vio al ángel es una novela que no podrá olvidar ninguno de sus lectores. Su personaje principal, Euchrid Eucrow, es el producto de varias generaciones incestuosas de consumidores de aguardiente. Con malformaciones físicas y mudo de nacimiento, pero poseído por una sensibilidad fuera de lo común, que oculta bajo una simpática e indestructible fanfarronería: vive en una aislada comunidad de cultivadores de caña dominada por una estricta y peculiar secta religiosa, los ukulitas. Subyugado por las manías y obsesiones, en ocasiones terroríficas y a veces hilarantes, de una madre monstruosa y un padre medio psicótico, y por la constante mofa del resto de la comunidad, Euchrid aprende a encontrar refugio en un mundo propio, el del corazón de la ciénaga en los confines del pueblo. Pero incluso ese cobijo seguro le es negado, y cuando su sensación de soledad y de resentimiento acaba volcándose sobre una impostora inocente pero privilegiada, aceptada en el seno de la comunidad ukulita, Euchrid va hundiéndose gradualmente en el autoengaño y en la demencia, culminando con un acto que deja caer sobre él la terrible venganza del valle.Pese a ser la primera y única novela, hasta la fecha, del cantante pop australiano Nick Cave, miembro fundador del legendario grupo de rock «The Birthday Party» y de su actual banda «The Bad Seeds» además de colaborador musical del director alemán Wim Wenders en su película «El cielo sobre Berlín»; la historia de Euchrid, con sus pasajes épico-bíblicos, sus milagros, visiones y digresiones obsesivas, es una comedia macabra, profundamente mordaz, tramada con brillantez y asombrosamente escrita.

Big Bang – Simon Singh

Estado: nuevo.

Editorial: Montesinos.

Precio: $500.

Albert Einstein dijo en cierta ocasión que “lo más incomprensible del universo es que sea comprensible”. Simon Singh cree que genios como Einstein no son los únicos capaces de entender los mecanismos físicos que subyacen en la historia de la formación del universo. A cierto nivel, todos podemos entenderlos. Además de explicar en qué consiste realmente la teoría del Big Bang, este libro explica las razones por las cuales los cosmólogos creen que dicha teoría es una buena descripción del origen del universo. El libro también nos cuenta la historia de los brillantes y en ocasiones excéntricos científicos que elaboraron la teoría del Big Bang enfrentándose a la idea establecida de un cosmos eterno y sin cambios.
Todo el mundo con un mínimo interés por la cosmología ha oído hablar de la teoría del Big Bang, pero ¿cuántos pueden afirmar que realmente la entienden? Con la claridad que le caracteriza y con un estilo narrativo sembrado de anécdotas sobre las historias personales de quienes han contribuido de un modo u otro a nuestra comprensión del origen del universo, Simon Singh ha escrito para el lector no especializado la historia de la que seguramente es una de las teorías científicas más importantes de todos los tiempos. Introduciendo una a una las diversas piezas de este rompecabezas científico, Singh empieza por el principio, con los primeros mitos y leyendas sobre la creación del mundo; luego pasa por los grandes filósofos y científicos de la antigüedad (Eratóstenes, Ptolomeo, Aristóteles), por los grandes nombres de la ciencia renacentista y moderna (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton) hasta llegar a los científicos y astrónomos modernos (Einstein, Hoyle, Hubble, etc.). Pero el libro no es solamente un exhaustivo relato cronológico de una idea cosmológica; es también una exposición de cómo se desarrolla el pensamiento científico y cómo las nuevas ideas surgen de las viejas: vemos así cómo evoluciona la propia idea del Big Bang, desde la noción casi puramente intuitiva y sin una base empírica que la confirmase de Lemaître, según la cual el universo empezó con la explosión de una especie de átomo primordial, hasta el triunfo final de la teoría tras una serie de conclusiones lógicas corroboradas por la evidencia observacional aportada, entre otras, por la radioastronomía y la espectrometría.

La hoja plegada – William Maxwell

Estado: nuevo.

Editorial: Libros del Asteroide.

Precio: $350.

En los suburbios del Chicago de los años veinte, dos chicos inician una insólita amistad: Lymie Peters, un muchacho escuchimizado y un poco patoso que saca siempre buenas notas, y el recién llegado Spud Latham, un auténtico atleta y estudiante mediocre. Spud acepta la devoción de Lymie sin cuestionarla, pero al terminar el instituto y comenzar la universidad, aparecen las primeras tensiones entre ellos. Lymie es el primero en conocer a Sally Forbes, pero ella se enamorará de Spud; este hecho marcará el inicio del distanciamiento entre los dos amigos. Pero la ruptura es más de lo que Lymie podrá soportar.
Si en Vinieron como golondrinas Maxwell -el histórico editor del New Yorker y uno de los grandes de la literatura norteamericana del XX- elaboró un conmovedor retrato de la infancia y primera adolescencia, en La hoja plegada demuestra la misma sensibilidad y agudeza en mostrar el paso de la juventud a la edad adulta.
William Maxwell (1908-2000) nació en una pequeña ciudad del estado de Illinois (EE.UU.). Cuando tenía apenas diez años su madre murió de gripe, episodio que le marcará durante toda su vida. Posteriormente su padre se volvió a casar y la familia se instaló en Chicago. Estudió Periodismo en la Universidad de Harvard, y en 1937 comenzó a trabajar como editor de ficción en The New Yorker, donde permaneció durante más de cuarenta años en los que ayudaría a orientar la prosa y las carreras de autores como J. D. Salinger, John Updike, John Cheever, Flannery O’Connor o Eudora Welty. Para muchos de ellos Maxwell era, a la vez, el lector y el editor ideal, de quien destacaban su educado carácter y su rigor compasivo.
Paralela a su carrera como editor, Maxwell desarrollaría una obra exquisita compuesta por seis novelas: Bright Center of Heaven, Vinieron como golondrinas, La hoja plegada, Time Will Darken It, The Chateau y Adiós, hasta mañana; seis libros de cuentos; un libro de memorias, Ancestors; y una recopilación de reseñas y ensayos literarios.

La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio – Pierre Hadot

Estado: nuevo.

Editorial: Alpha Decay.

Prólogo: Arnold I. Davidson.

Precio: $450.

En las apasionantes páginas que componen La ciudadela interior, Hadot deja constancia de cómo las Meditacionesde Marco Aurelio se insertan en la tradición de los ejercicios espirituales que, como el filósofo francés ha demostrado a lo largo de su obra, puede recorrer la larga distancia que va de los filósofos griegos hasta Foucault. En sus propias palabras, las Meditaciones son el libro de un hombre de acción, que busca la serenidad porque es la condición indispensable de la eficacia. La ciudadela interior nos enseña cómo el aprendizaje del dominio de las propias pasiones puede ser la base para gobernar todo un imperio.
Con la escritura de sus Meditaciones, Marco Aurelio desarrolló una disciplina interior que le permitió llevar a término un gobierno de la ciudad desde una perspectiva filosófica, cuya principal tarea no era velar por el propio interés, sino aplicar la justicia en la medida de lo posible. La ciudad se convierte así en un símbolo del alma del filósofo, de modo que su gobierno es inseparable de su praxis espiritual. Las preguntas y los planteamientos que propone Pierre Hadot en La ciudadela interior son, en nuestra época, más que nunca actuales y de gran interés cultural para todo aquel que, en un momento de severa crisis económica, busque en la filosofía antigua como en la moderna una forma de vida de lo más plena. Par tiendo de la conocida frase de Marco Aurelio «¿Qué puede guiar a un hombre? Una única cosa: la filosofía», Hadot nos enseña (tal y como demostró en La filosofía como forma de vida) que hacer filosofía no consiste en resolver problemas abstractos, sino en mejorar nuestra misma forma de vivir.
Pierre Hadot (París, 1922 – Orsay, 2010) fue un helenista y filósofo, y uno de los primeros autores franceses en escribir sobre Wittgenstein. Su defensa de la filosofía como forma de vida influyó profundamente a Michel Foucault. Su Plotino o la simplicidad de la mirada (Alpha Decay, 2004) es una de las obras más bellas jamás escritas sobre el fundador de la estética y la mística en Occidente. La filosofía como forma de vida (Alpha Decay, 2009) recibió una muy calurosa acogida por parte de la crítica y de los lectores de nuestro país.

La formación de la clase obrera en Inglaterra – E. P. Thompson

Estado: nuevo.

Editorial: Capitán Swing.

Prólogo: Antoni Domènech.

Prefacio: Eric Hobsbawm.

Precio: $500.

Publicado en 1963, La formación de la clase obrera en Inglaterra es probablemente la obra de historia social inglesa mas imaginativa de posguerra. Sin duda se trata de uno de los libros de historia más influyentes del siglo XX, y está dotado de una extraordinaria calidad histórica y literaria. E. P. Thompson muestra cómo la clase obrera participó en su propia gestación y recrea la experiencia vital de personas que sufrieron una pérdida de estatus y libertad, fueron degradadas y aún así crearon una cultura y una conciencia política de gran vitalidad.
La obra estableció la agenda para la “nueva historia social” de las décadas de 1960 y 1970, influyendo sobre muchos historiadores y académicos de otras áreas. Ya en el prefacio, Thompson anotaba las ideas que guiarían a varias generaciones de historiadores: la clase es una relación más que una estructura o una categoría; la clase trabajadora se forjó a sí misma; existía un potencial revolucionario en dicha clase; y, quizás lo más importante, que la responsabilidad de los historiadores era la de “rescatar” a la gente ordinaria del pasado, especialmente aquellos que habían sido derrotados, de la “enorme condescendencia de la posteridad”.
El historiador e intelectual británico influyó decisivamente en el pensamiento marxista británico, separándolo del europeo y dándole carácter propio, dentro de lo que se conoce como socialismo humanista. Comprometido políticamente con la izquierda y el pacifismo, formó el Grupo de Historiadores del Partido Comunista junto a Christopher Hill, Eric Hobsbawm, Rodney Hilton, Dona Torr y otros; que tuvo un papel clave en los comienzos de la corriente conocida como Nueva Izquierda a finales de los años cincuenta.
Su producción se centra en la historia social, sobre todo en el movimiento obrero de la Inglaterra de la Revolución industrial. Prolífico ensayista y articulista, publicó influyentes biografías como las de William Morris y William Blake. Su obra esencial es La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), donde revisa la interpretación marxista tradicional desde un materialismo histórico no dogmático; aunque también son destacables otros muchos libros y artículos como La economía moral de la multitud en Inglaterra (1979), donde reclama para el estudio de la sociedad la misma metodología que emplea la antropología cultural en el estudio de las sociedades primitivas.

La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno – Thomas Frank

Estado: nuevo.

Editorial: Alpha Decay.

Precio: $450.

Thomas Frank (1965) es escritor y periodista. Ha ejercido como columnista en el New York Times, Harper’s, The New Republic, The New York Review of Books y Le Monde Diplomatique. Fundador del periódico satírico-político The Baffler, en sus escritos explora la retórica y el impacto de las “guerras culturales” de la vida política americana así como la relación entre política y cultura en los Estados Unidos. Ha publicado los libros ¿Qué pasa con Kansas? y One Market Under God, entre muchos otros. Vive en Washington.
“Nos imaginamos rebeldes… y no lo somos”
Federico Lisica
“Estoy viviendo mis días como si no hubiese mañana, porque no lo hay”, asegura Don Draper, el personaje principal de Mad Men. Pese a haber escrito un libro sobre el mundo de la publicidad en los ‘60, Thomas Frank asegura no haber visto ni un capítulo de esta serie. Y es por un simple motivo: “Me haría muy infeliz. ¿Cómo te sentirías si publicás un ensayo y después aparece un programa centrado en esa época, que toca los mismos temas que vos, y nunca te consultaron?”, dice entre carcajadas. Al leer La conquista de lo cool (Alpha Decay), uno se da cuenta de que la publicidad sí tuvo un mañana. Frank lo explica con films, revistas, bandas y spots. Lo jugoso es que para Frank, el aliado más notable de la publicidad vino del bando contrario: la contracultura. Todas las banderas levantadas por la cultura rock fueron cooptadas por el marketing, al punto que una y otra convalidan el conformismo. Considerado uno de los críticos más lúcidos de la Generación X, Frank reservó algunos cartuchos en esta charla con el NO.
–¿Cuál es el punto exacto en el que la contracultura se encuentra con lo cool?
–Creo que se trata de eso: lo cool es anterior a la contracultura, que está muy ligada a los ‘60, pero una y otra se fusionaron más que bien.
–¿Cuáles fueron las emociones que motivaron el libro?
–Todos los libros vienen del presente. Y ese presente era lo alternativo de los primeros ‘90. Estaba muy metido en el indie rock. ¿Querés escuchar algo simpático? Yo dirigía la radio de la universidad a la que iba, en Chicago. Tenía un programa sobre punk y llegué a conocer a Nirvana. Poníamos Bleach, íbamos a verlos cuando tocaban cerca, tengo muy presente cuando salió Nevermind. Voy a la radio y veo la grilla de los discos más vendidos: Nirvana había desbancado a Michael Jackson del número 1. Algo grande había pasado. En ese momento no sabía bien qué. Porque era gente que conocíamos y Michael Jackson no era concebible siquiera como humano. ¿Cómo carajo había pasado eso? Era muy emocionante para todos los involucrados: bandas, seguidores, periodistas. Y terminó siendo un completo desastre. Cada ciudad quiso convertirse en Seattle, algo completamente ridículo. Y ahí lo tenías: cooptación. Me intrigó comprender la forma en que aquello de lo que yo había sido parte estaba siendo aceptado sin problemas por el mercado. Así que empecé a averiguar sobre la historia de la cooptación y me focalicé en el cooptador, más que en el cooptado: la industria publicitaria. No me interesó verla como un villano sino comprender cómo es que tomó las ideas de contracultura para su provecho.
–Bajo esa lógica, ¿el rock fue sólo la banda de sonido de los ‘60 o fue algo más?
–Buena pregunta. Obviamente que la contracultura fue más que música. El rock es una de las partes más importantes, pero no es toda la historia. Ir a Woodstock no fue lo mismo que participar de la lucha por los derechos civiles, por más que muchísimos estadounidenses se confundan.
–¿Qué músicos son significativos para entender ese momento?
–Siempre he sido un poco escéptico con Bob Dylan, pero hubo gente que cruzó los límites, como MC5. Aparecieron en medio de las grandes revueltas de la convención demócrata del ‘68, tenían su manifiesto y demás. En el otro extremo, hay bandas como The Monkees, fabricados por una cadena televisiva, pero que tenían que ver con ese mentado espíritu de cambio. Y, de hecho, ¡tenían buenas canciones!
–En los últimos años retornó un término que trabajás en tu libro: hipster. ¿Cuántas diferencias hay entre el de ayer, que describió Norman Mailer en El negro blanco, y el de hoy? En tu libro no parecen tantas…
–Hoy el hipster está en todos lados. Y es cierto, tiene una fortísima relación con el consumo. Hoy tienen sus lindos vegetales y sitios web como Tumblr. Lo interesante de Norman Mailer es que los exaltaba, para él eran algo muy especial y bello. Lo que continúa permanente es esa idea de falsa vanguardia.
–¿Qué conceptos son los que más aparecieron durante la investigación?
–La figura del rebelde. Y toda una serie de frases pegajosas como “sé vos mismo” o “no te conformes”. Esa es una de las cosas más interesantes: la publicidad abrazó ideas que iban contra ella misma. Lo hizo muy inteligentemente, porque al fin y al cabo te siguen vendiendo sus porquerías.
–Analizás films como Forrest Gump para dar con los ‘60, pero desde otro momento. ¿Ha cambiado el enfoque sobre esa década en los últimos años?
–La idea de Forrest Gump con el militante es tremendamente conservadora, lo muestran como un monstruo. Pero al mismo tiempo la película se conmueve por sus figuras y la música de esa era. De allí en más, Estados Unidos se volcó a la derecha. El otro día estaba en Kansas, una parte muy conservadora del país, y en cada lugar sonaban las radios de rock clásico. Salía de las casas, de los shoppings y de los autos. Aunque en un sentido político todo sea diferente, se escucha la música de entonces. Una clase de contradicción muy estadounidense: nos imaginamos rebeldes y no lo somos.
–En el libro se nota el respeto que tenés por los ‘60. ¿Qué fue lo mejor y lo peor del período?
–Por supuesto que no soy despreciativo. Hubo gente honesta que trató de cambiar el mundo a su alrededor. Pero el poder económico les ganó. Lo de la música es muy interesante. ¿Cómo es posible qué sigamos escuchando esos temas? Vuelvo a lo de Kansas, las fábricas están cerrando, hay bastante pobreza, pero suenan los ‘60. Es como estar preso de esa época. Las radios de rock clásico tienen un playlist fijo y no pasan otra cosa: Led Zeppelin, The Who, Rolling Stones, The Eagles, Grand Funk Railroad. Nada de Buddy Holly, ni música de los ‘80, ni punk rock. Es un perímetro muy fijo del que no se mueven. Es como una pesadilla, un paisaje del que no podemos escapar. En los ‘60 se sentaron las bases para lo que vino después en creatividad y también en conformismo. Tenemos esta ilusión de que la libertad es escuchar rock clásico y comprar tal o cual producto. Esa es la gran tragedia.

Cruzar California – Adam Langer

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Traducción: Javier Calvo.

Precio: $250.

Estamos a principios de los años ochenta: en Teherán languidecen cincuenta y tres norteamericano tomados como rehenes por los chicos del ayatolá Jomeini; en un barrio de Chicago, un puñado de jóvenes se asoma a la vida por hacer y un puñado de adultos arrastra la vida hecha esperando un indulto contra las sentencias del tiempo. Los primeros están construyendo certezas que los segundos ya necesitan destruir, unos escapan a tientas de la adolescencia y otros parecen regresar a ella: todos, sin embargo, sucumben ante la amarga ironía de un futuro siempre añorado mientras Adam Langer los observa con humor y sin piedad, aunque también sin ira.
La avenida California que divide en ese barrio a los judíos pudientes de los judíos menesterosos sirve en esta obra como cauce metafórico por el que fluyen las peripecias de tres familias durante los cuatrocientos cuarenta y cuatro días de la crisis iraní. Esas familias alimentan la corriente principal (o torrencial) de un relato que crece, se multiplica y desborda para tejer una intrincada red de subtramas a medida que los personajes se van cruzando con la madeja de cada pequeña historia a la espalda. Pero la fuerza, la implacable vitalidad de esta novela, no sólo radica en la meticulosa (casi neurótica) orquestación de sus mil afluentes: llevando hasta el límite la mejor tradición literaria de su ciudad natal (la de Bellow, entre otros), Adam Langer despliega una pericia casi inquietante para la detección de detalles elocuentes, la evocación de atmósferas extraviadas y la disección de angustias, ridículos, delicias, absurdos, anhelos o turbaciones. Abandonad toda esperanza porque su nostalgia es cruel y sus afectos implacables.
Adam Langer nació y se crio en Chicago, pero ahora vive en Manhattan con su mujer, su hija, un perro y dos palomas que se arrullan sobre el aire acondicionado. Tras el éxito de Crossing California ha publicado las novelas The Washington Story y Ellington Boulevard.

Testigo de raza Un negro en la Alemania nazi – Hans Massaquoi

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Precio: $250.

«Un muchacho negro, el menos ario de los seres humanos, observa como actor y testigo la vida cotidiana de sus congéneres en la Alemania nazi. El hamburgués Hans Massaquoi nos ofrece los recuerdos de una vivencia tan reveladora como excepcional»
Cuando una hermosa mañana estival de 1934 llegué a la escuela, Herr Grimmelshäuser, nuestro maestro de tercer grado, comunicó a la clase que el director, Herr Wriede, había dado la orden de reunir en el patio al alumnado y el cuerpo docente. Allí, ataviado con el pardo uniforme nazi que solía vestir en las grandes ocasiones, anunció que «el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas» era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a «nuestro amado führer Adolf Hitler» con nuestros propios ojos. Era ése un privilegio, nos aseguró, que nuestros hijos aún no nacidos y los hijos de nuestros hijos envidiarían en tiempos venideros. Yo tenía entonces ocho años y no había advertido que, de los casi seiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía. Así se inician las apasionantes memorias de Hans J. Massaquoi, director durante muchos años de Ebony, la más prestigiosa revista «negra» de Estados Unidos. Nieto de un cónsul africano cuyo hijo contrajo matrimonio con una enfermera alemana y criado durante su primera infancia en el bienestar propio del universo diplomático, el triunfo del nazismo trastocaría dramáticamente su existencia. Padre y abuelo se vieron obligados a abandonar el país y Hans fue a dar con su madre a una miserable buhardilla de Hamburgo. Pero el cambio de posición social fue sólo el principio de sus desventuras: durante los doce años siguientes viviría estigmatizado por su impureza, privado de su humanidad como individuo envilecido con sangre no aria. Hans, sin embargo, se dejaría cautivar por la fascinación que Hitler ejercía sobre todos sus compañeros e intentaría (tan irónica como infructuosamente) ser admitido en las Juventudes Hitlerianas. Cuando las tropas británicas ocuparon por fin Hamburgo en 1945, Hans J. Massaquoi había conseguido sobrevivir al delirio racial del nazismo y a la ferocidad de los bombardeos aliados.

Una vida ejemplar: memorias de Art Pepper – Art y Laurie Pepper

Estado: nuevo.

Editorial: GLOBALrhytm.

Precio: $250.

Los códigos de la memoria, ese delicado mecanismo para la administración del olvido, impiden que un libro conquiste la interminable fortaleza de una vida, pero hay vidas que toman al asalto las terminables páginas de un libro, y además no dejan prisioneros. El narrador de esta historia, por ejemplo, embiste contra su propio pasado blandiendo una sinceridad tan brutal que incluso sus mentiras ejercen como auténticas delatoras de un personaje fiscalizado a la vuelta de cada esquina por los testimonios de amigos, parientes o colegas. Ese personaje es un héroe que ha dimitido de la virtud, un títere sin cabeza que exhibe sus polvos y sus lodos con la fruición de un pornógrafo, sus fechorías con el orgullo de un santo, sus chutes con la añoranza de un sibarita, sus cárceles con el realismo de un cirujano, sus disparates con la inocencia de un párvulo, sus viejos amores con la piedad de una hiena, su música con la pasión de un amante incansable y siempre perplejo… No hay pelos en la lengua.
«Hay muchos libros excelentes sobre la música, o que tienen la música en ellos, pero si tuviera que quedarme con uno solo elegiría Straight Life, la autobiografía del saxofonista alto Art Pepper. Es un relato excelente sobre la vida cotidiana de los músicos de jazz entre los años cuarenta y los ochenta, y además un testimonio de la adicción a las drogas más sobrecogedor que Junkie, de William Borroughs.» Antonio Muñoz Molina
Art Pepper (1925–1982) fue, seguramente, el mejor saxo alto de la generación formada a la sombra de Charlie Parker, pero su autobiografía es mucho más que un libro sobre el mundo del jazz o las peripecias de unos músicos reglamentariamente excéntricos: estamos ante una de las crónicas humanas más explosivas, lacerantes y al mismo tiempo líricas que jamás se hayan escrito. Porque esa vida tan difícilmente ejemplar fue una tormenta, y el hombre que la cuenta supo hacerlo de forma magistral.

Las tres vidas de Stefan Zweig – Oliver Matuschek

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Precio: $250.

«Mis tres vidas» era el título original que Zweig había pensado para su célebre (y celebrada) autobiografía El mundo de ayer. Tres son, en efecto, las grandes etapas en la azarosa existencia del escritor austríaco: los años de aprendizaje en la vibrante Viena finisecular y los posteriores de ascenso en el escalafón literario, un tiempo dedicado a los largos viajes y las apremiantes ambiciones que concluye bruscamente con el estallido de la Primera Guerra Mundial; los dos decenios de trabajo constante, éxito popular y brillo mundano que vive con su primera esposa en una no siempre plácida mansión de Salzburgo; y, finalmente, el período de la pavorosa catástrofe que lo condujo al exilio y luego al suicidio.
Para relatar la compleja y apasionante vida de Stefan Zweig, Oliver Matuschek ha llevado a cabo una meticulosa investigación basada en los materiales más diversos, entre ellos muchos textos (cartas y otros documentos) hasta ahora inaccesibles o desconocidos. Con un rigor erudito siempre aliviado por la agilidad narrativa consigue recrear el fascinante itinerario vital de un personaje adorado en su época y, sin embargo, destruido por la ferocidad emboscada dentro de la cultura que lo había llevado a los pies del Olimpo. Zweig fue un semidiós demasiado humano que acabó sus días en una pequeña ciudad de Brasil cuando percibe que todo su presente es un ayer desmoronado.
«Los hombres de bien deberían meditar sobre la responsabilidad y la vergüenza de una civilización capaz de crear un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir.» André Maurois
El cazador de autógrafos
Juan Forn
Hay una famosa frase de Freud sobre Stefan Zweig que dice: “Comprendo sus pensamientos como si fueran viejos conocidos míos”. Se la dijo en una carta en que le agradecía el envío de una de sus obras, pero a continuación agregaba: “Por desgracia, las lectoras que hay en mi casa se llevaron su libro. Espero que no se enfade de ganar lectoras jóvenes en lugar de conservar éste, ya anciano”. Freud no se había ido de Viena aún y Zweig era el autor más exitoso de la época. Su carrera había empezado a la manera vienesa: a los cinco años, Brahms le apoyó la mano en el hombro cuando se lo cruzó por la calle y el pequeño quedó varios días trastornado de emoción. Sus primeros esfuerzos literarios consistieron en pedir autógrafos por correo a autores y compositores. Como nadie le contestaba, empezó a firmar las cartas Stephanie Zweig. Creía que el secreto de los genios estaba en su caligrafía. Conservó el hábito cuando se hizo famoso: escribió, o conservó copia, de treinta mil cartas con contemporáneos célebres, además de poseer en su casa de Salzburgo la pluma de ganso con la que escribía Goethe, el escritorio de Beethoven y cartas manuscritas de Mozart, Rembrandt, Balzac y William Blake. Incluso llegó a comprar, en el mayor de los secretos, unos papeles manuscritos de Hitler, para tratar de entender el odio que éste le profesaba: Hitler había mandado quemar los libros del judío Zweig, junto con los del judío Freud y el judío Einstein, en cuanto llegó al poder.
Hasta entonces era moneda común entre los escritores de Viena burlarse un poco de Zweig. Karl Kraus lo llamaba “peluquero de héroes” por su estilo de adjetivación y los títulos de sus libros (Idearios de grandes mentes, Momentos estelares de la humanidad, Constructores del mundo). El irreverente Kurt Tucholsky tenía una canción que empezaba así: “Una dama no demasiado joven / se ponía cada noche un vestido diferente / y se sentaba a comer sola en su mesa. / La describiré con pocas palabras: / era una lectora de Stefan Zweig. / ¿Lo he dicho todo? / Sí, ya lo he dicho todo”. Cuando Zweig publicó el libro La curación por el espíritu, donde trataba la labor de Freud junto con la del médico hipnotista Mesmer y la de la fundadora de la Ciencia Cristiana Mary Baker Eddy, Freud le escribió: “El ensayo de Mesmer es el más acertado. El de la señora Eddy no logró interesarme. En cuanto al mío, acentúa casi exclusivamente el elemento pequeño-burgués de la corrección, pero yo soy algo más complicado”. El propio Zweig confesaba en la intimidad: “No me engaño a mí mismo con sueños de inmortalidad, sé lo relativa que es toda la literatura que hago”. Su primera esposa pensaba lo mismo: “Tu literatura es sólo un tercio de ti y nadie ha llegado a comprender la esencia que permite interpretar los otros dos tercios”. Zweig era un maestro en el arte de evadir lo áspero en su obra y en su vida. Allí creía que radicaba su singularidad como observador privilegiado de su tiempo. Supo predecir en 1920 que las capitales europeas se estaban pareciendo cada vez más entre sí, perdiendo su color. Culpó de ello a la radio, el cine y las revistas ilustradas, que consideraba el mal de la época hasta que los nazis llegaron al poder y procedieron a convertirlo en un judío errante más.
Zweig abandonó su casa de Salszburgo y pidió asilo en Londres. Cuando estalló la guerra y empezó el bombardeo de Londres huyó a un cottage en la campiña, donde primero trató de tener una huerta para enfrentar el racionamiento y luego llenó una habitación entera de latas de conservas y reservas de papel y de tinta. Cuando los nazis ocuparon Francia consideró inminente la invasión de Inglaterra y huyó a Nueva York. Cuando los japoneses bombardearon Pearl Harbor y Estados Unidos entró en la guerra, partió de apuro a Brasil. Se instaló en Río de Janeiro hasta que supo que había submarinos alemanes en aguas brasileñas y emprendió entonces su éxodo final, a las montañas de Petrópolis, donde se suicidó con su segunda esposa, en 1942.
En esos años, cada vez que llegaba a un nuevo destino y la prensa le pedía su opinión sobre lo que ocurría en Alemania, Zweig declinaba opinar de política: prefería hablar de literatura. Los honorarios que recibía en cada conferencia eran para el comité de refugiados judíos del país donde estuviera, pero decepcionaba a todos los que querían oírlo condenar el régimen nazi. Creía que la mejor respuesta no era demonizar a los seguidores de Hitler sino tratar de contagiarles el valor de la cultura que su Führer quería erradicar de la faz de la Tierra. Su plan era solventar una revista literaria “escrita en conjunto por toda la hermandad cultural europea” que abriera colectivamente los ojos de todo el Reich. Cuando el proyecto fracasó, consideró que su silencio era la mejor condena a Hitler. Mientras Thomas Mann declaraba a la prensa: “Donde yo estoy está Alemania, llevo conmigo la cultura germana y no me considero caído”, Zweig le escribía a un amigo: “Ojalá existiera algún rincón donde poder escabullirme. Nada vale más para un escritor que un poco de silencio y soledad”. En palabras de sus críticos, nunca fue ni un activista ni un pacifista, sino apenas un pasivista. Pero su suicidio produjo tal efecto que terminó reformulando su figura.
Los diarios del mundo publicaron la foto que hizo circular la policía brasileña, donde se veía a Zweig y a su esposa acostados vestidos en su cama de hotel: él ya está muerto pero parece seguir transpirando; la joven Lotte también está muerta pero parece seguir amándolo; en la mesa de luz se ve el frasco vacío de veronal y casi se puede sentir el ventilador de techo girando en vano. Muchos otros refugiados judíos se suicidaron en esos años, casi todos en circunstancias mucho más adversas y luego de haber padecido muchas más penurias que Zweig, pero aquella foto fue simbólica: como si encarnara por sí sola la vulnerabilidad de todos los judíos europeos que habían tenido que abandonar su mundo para conservar la vida. “Ninguno de sus libros me estremeció tanto como su muerte”, confesaría años después Hermann Broch. Similar sacudón experimentaron personalidades tan distintas entre sí como Schöenberg, Einstein, Wittgenstein y Brecht, y tiendo a pensar que lo mismo habrían sentido Joseph Roth y Freud, si no hubieran estado muertos para entonces. Pero en aquel momento nadie se animó a decirlo en voz alta, después de que Thomas Mann declarara con indignación: “Jamás debió darles a los nazis esa satisfacción. Su odio y su desprecio hacia ellos eran demasiado débiles” (además, en su correspondencia privada, Mann echó a rodar el rumor de que el suicidio se debía a la homosexualidad de Zweig: “Tengo entendido que era inminente algún escándalo, que sintió que corría peligro”).
Yo reconozco que Thomas Mann fue diez veces más escritor que Zweig (y que, si hablamos de Viena, creo que con sólo leer una página de Joseph Roth uno queda incapacitado de por vida para los libros del pobre Stefan), pero confieso que me embarga una secreta y enferma satisfacción cada vez que alguien que admira cándidamente a Stefan Zweig lo describe como el Thomas Mann vienés.

Los bohemios – Anne Gédéon Lafitte Marqués de Pelleport

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de liar.

Introducción: Robert Darnton.

Notas: Robert Darnton y Vivian Folkenflik.

Precio: $250.

Mientras Donatien de Sade pergeñaba Los 120 días de Sodoma en la Bastilla, otro marqués no menos libertino escribía a pocos pasos de su celda una novela igualmente escandalosa y repleta como aquélla de lujurias y enormidades, pero mucho más significativa con respecto al oficio de la escritura. Porque Los bohemios abría una ventana satírica al mundo de los versificadores, filosofastros, plumíferos, libelistas y quincalleros de la lengua que vagaban en busca de papel durante el crepúsculo del Antiguo Régimen. Ese vecino de Sade, sin embargo, quedó sepultado bajo la losa del tiempo y su obra nunca se incorporó a nuestra genealogía literaria; de hecho, apenas quedan seis copias de la edición original desamparadas en otras tantas bibliotecas. Esta versión en castellano es la primera que se publica tras 220 años de purgatorio. Los bohemios aquí retratados son una tropa de escribidores filosofantes que recorren los campos de Champaña escoltados por sus barraganas y un asno cargado de manuscritos inéditos. Viven de la tierra (robando gallinas, básicamente), propinan interminables arengas filosóficas (a cada cual más insensata), riñen y berrean como chiquillos, fornican en católica promiscuidad (sin excluir al clero de sus calenturas) y sólo se detienen para engullir lo que van afanando por el camino. Como el descubridor del texto afirma en la introducción, Los bohemios se mueve entre varios géneros, de modo que puede leerse al mismo tiempo como un relato de aventuras, una novela picaresca, un roman à clef, una colección de ensayos filosóficos, un panfleto anticlerical, una autobiografía y un opúsculo libertino. Estamos, pues, ante una muestra tan magnífica como olvidada del mejor relato dieciochesco anclado en los magisterios convergentes de Rabelais y Cervantes.
Sobre Anne Gédéon Lafitte, marqués de Pelleport, dice lo siguiente un informe policial: «Es hijo de un gentilhombre […]. Ha sido expulsado de dos regimientos […] y apresado cuatro o cinco veces […] por atrocidades contra el honor. Se casó en Suiza, donde mantuvo una vida errante durante dos años. […] Estudió en la Escuela Militar, pero no es lo mejor que ha salido de ella». A estos cargos podemos añadir que nació en 1754; que en Suiza fue preceptor de niños burgueses y tuvo dos hijos; que hacia 1780 escapó a Londres para escribir feroces libelos contra la buena reputación de Francia; que entre 1784 y 1788 residió en la Bastilla, donde coincidió con el marqués de Sade; que el 14 de julio de 1789 presenció el asalto a su antigua residencia e intentó salvar la vida del alcaide de Losme, cuya cabeza acabó paseada sobre una pica (episodio inmortalizado en un cuadro de Charles Thévenin); y que a partir de esa memorable fecha su rastro se vuelve incierto, aunque seguramente regresó a Inglaterra como espía y emigró después a América para enmendar su azaroso destino. Unos dicen que murió en 1807, otros que vivió hasta 1810.
 La bohemia es así
Juan Forn
En 1789 había en París tal cantidad de escritores que un censo de la época registra “672 poetas en estado de indigencia”. Muchos de los escritores que no lograban abrirse paso hacían las valijas y probaban suerte en cualquier otra parte donde se venerara la lengua francesa. Voltaire se había ido a Moscú, Rousseau a Ginebra, pero Londres era la ciudad que congregaba más escritores franceses en el exilio. De hecho, muchos de los que conformaban aquella diáspora no eran escritores antes de salir de su país; alcanzaba con tener un mínimo manejo de la pluma para dedicarse al oficio: podía ser un cura que hubiese dejado los hábitos por una doncella de su parroquia, un oficial del ejército que hubiese desertado por deudas de juego, un administrativo que hubiese huido con la caja chica de su patrón. Todo exiliado francés probaba suerte como escritor en Londres, y no por la gloria sino por el dinero.
Me explico: había en Londres por esa época, en el patibulario distrito de Cripplegate, una calle llamada Grub Street donde se concentraban los talleres de impresión más fenicios de la ciudad. Estos talleres cobraban y tardaban mucho menos que un impresor serio en hacer un libro y estaban convenientemente fuera de la jurisdicción del paranoico Ancien Régime francés, de manera que imprimían y enviaban clandestinamente a Francia toneladas de libelos, escritos a toda velocidad sobre las mesas de las tabernas de Grub Street por una pandilla de malandrines devenidos poetastros y novelistas de ocasión. Los que tenían más éxito eran las “chroniques scandaleuses”: biografías sobre personajes públicos que combinaban chismes más o menos ciertos con anécdotas apócrifas. Cómo serían de molestos aquellos libelos para la corte francesa que el canciller Maupeou terminó viajando a Londres a entrevistarse con el más exitoso de los libelistas, un tal Théveneau de Morande (autor de Memorias secretas de una mujer pública, sobre Madame DuBarry, la amante de Luis XV), a quien convenció de no escribir más, a cambio de una renta vitalicia de cuatro mil libras anuales.
Muy pronto, la industria del libelo quiso convertirse en la internacional del chantaje. En lugar de inundar París de copias, ahora se enviaba sólo una a las oficinas de Quai d’Orsay y se esperaba la oferta (el imprentero era el encargado de la negociación). Théveneau de Morande, en tanto, se había pasado al bando de la monarquía: ahora se dedicaba a informar secretamente a París quiénes tenían más o menos adelantado un libelo contra quién. Luego convencía al libelista de negociar él mismo el “anticipo” en lugar de permitir que el imprentero lo esquilmara. Y finalmente daba su zarpazo rastrero: conseguía al libelista una cita con emisarios del canciller. Pero esa cita debía hacerse del otro lado del canal, en Boulogne-sur-Mer. En cuanto los libelistas ponían pie en suelo francés, eran arrestados y enviados a la Bastilla.
Así fue como cayó el más atrevido de todos ellos, un borracho pendenciero llamado Gédéon Lafitte, autotitulado Marqués de Pelleport. Lafitte estuvo cuatro años preso en la Bastilla, en la misma época que el Marqués de Sade. Igual que el Marqués, tenía permitidos la tinta y el papel. A diferencia del Marqués, no se hizo nunca el loco. Cuando logró salir pocas semanas antes de la Revolución, en 1789, llevaba un libro bajo el brazo, escrito durante su cautiverio: una novela titulada Les Bohémiens que, en cuanto salió de prisión, intentó sin suerte publicar y, cuando los ánimos revolucionarios amainaron un poco, logró por fin que se la editaran, pero sin pena ni gloria. Nadie, nunca, desde entonces hasta ahora, le prestó la menor atención a Los bohemios. Pasaron más de doscientos años de absoluto silencio. El libro nunca se reeditó, ni se tradujo, ni nada. De hecho, hoy quedan sólo seis copias, nada más que seis ejemplares ubicables en todo el planeta de aquella edición. Y así hubieran seguido, durmiendo el sueño de los justos hasta que se convirtieran en cinco, cuatro, tres, dos y al fin no quedara ni una sola evidencia de que alguna vez existió en el mundo una novela llamada Los bohemios, escrita por un tal Gédéon Lafitte, en una celda vecina a la del Marqués de Sade en la Bastilla, en los cuatro años anteriores a la Revolución Francesa… de no ser por Robert Darnton.
Darnton es un grano en el culo para los historiadores franceses: heterodoxo de Harvard, lector infatigable, amigo del alma de Pierre Bourdieu, se la pasa haciendo descubrimientos que sus pares galos tenían delante de las narices y no supieron ver (recomiendo un libro suyo llamado La gran matanza de gatos y otras historias de la cultura francesa). Darnton asegura que Los bohemios es una cruza del Quijote de Cervantes con el Cándido de Voltaire, del Tristram Shandy de Sterne con Los 120 días de Sodoma de Sade. Pero lo que más ha revolucionado el apacible ambiente de la historia es que, según Darnton, el libro de Lafitte sería el que impuso la palabra “bohemia” como sinónimo de la vida disipada del artista… cien años antes que La Bohème, la ópera de Puccini, y cincuenta años antes que Escenas de la vida de bohemia, el folletín de Henri Murger en el que se basó Puccini para su ópera.
Esta afirmación toca un nervio porque hay un feudo feroz a ambos lados del Canal de la Mancha para dirimir quién “inventó” la bohemia. Los franceses se apoyaban hasta ahora en el folletín de Murger (quien a su vez habría copiado sus personajes de la novela Ilusiones perdidas de Balzac, publicada en 1834). Los ingleses, por su parte, sostienen que la bohemia había empezado a practicarse por lo menos medio siglo antes que Balzac, y que sus oficiantes iniciales eran los habitués de las tabernas de Grub Street (de hecho, en inglés hoy se les dice Grubstreet a los aciagos y mal pagos primeros tiempos de un escritor). Pues bien, la novela de Lafitte cuenta la historia de una pandilla de hombres de letras marginales, expulsados de su país de origen, que viven de su ingenio y a la deriva, estafando y sodomizando a todo el que pueden y, entretanto, propinando al lector delirantes discursos reivindicativos del oficio de escribir. Descaradamente autobiográfico, individualista a ultranza, enemigo de toda consigna que no sea la disipación, Lafitte nunca menciona Grub Street, pero evidentemente la retrata. Y, según Darnton, liquida para siempre la discusión sobre la bohemia: es cierto que los franceses la inventaron… pero para practicarla debían irse a Londres, porque en París no se podía ser bohemio. Quizás esa tocada de culo simultánea sea la razón por la cual, hasta ahora, Los bohemios no se ha publicado (ni hay señales de que vaya a publicarse) en francés ni en inglés. A Darnton no le importa: el mes pasado prologó una traducción al holandés publicada en Amsterdam, la única ciudad de Europa capaz de bancarse la pluma de Gédéon Lafitte, Marqués de Pelleport, libelista de Grub Street, fundador de la bohemia.

Flannery O’Connor – Brad Gooch

Estado: nuevo.

Editorial: Circe.

Precio: $500.

La primera novela de Flannery O’Connor apareció en tiempos de buena cosecha para la narrativa estadounidense. Un año antes se había publicado El guardián en el centeno; el mismo año surgieron El viejo y el mar, Al este del Edén y El hombre invisible. Con todo, Sangre sabia se hizo un hueco en la crítica y desde entonces su prestigio no ha hecho más que crecer, sobre todo a partir de la versión cinematográfica de John Huston, que la elevó a categoría de mito. Asimismo, Mary Flannery O’Connor (1925-1964) se convertiría en uno de los nombres más destacados del panorama literario con una obra breve pero intensa, compuesta esencialmente de relatos. El autor bucea en la historia personal de la escritora y descubre las claves biográficas que conforman la peculiar arquitectura de sus escritos; claves que van desde su origen sureño y católico hasta su admiración por Poe, Joyce y Faulkner, pasando por su grave enfermedad, su vitriólico sentido del humor, su extrema timidez o su afición a las aves. Tras años de rigurosa investigación, Brad Gooch presenta en Flannery O’Connor un texto esencial para conocer mejor a la autora que una vez escribió: «Provengo de una familia donde la única emoción respetable es la irritación. En algunos esta tendencia provoca urticaria; en otros, literatura. En mí, las dos cosas».
La bruja blanca
Juan Forn
Al pie de foto le alcanzaría decir: “Flannery O’Connor en Lourdes” y sería como una novela entera. La bruja blanca de la literatura, que se estaba muriendo de lupus desde los veinticinco años, llega al santuario de Lourdes en muletas. Una parienta rica le pagó el viaje. Flannery tenía treinta y tres años, le quedaban seis de vida. Ya había escrito uno de los mejores libros de cuentos de la historia: Un hombre bueno es difícil de encontrar. Cuando llegó desde su Georgia natal a la famosa residencia de escritores en Iowa a los veinte años, no sabía quiénes eran Kafka y Joyce. Días después, cuando leyó su primer cuento allá, dejó a todos en atónito silencio; en las horas siguientes se fueron acumulando manojos de flores silvestres en la puerta de su cubículo, que manos anónimas habían ido dejándole sin decir palabra. De Iowa fue a Yaddo, otra famosa residencia de escritores, y pasó más o menos lo mismo. En los días previos a que lo internaran en el loquero, el poeta Robert Lowell abandonó Yaddo sin decir a nadie adónde iba y en un legendario raid maníaco por Nueva York enloqueció a todos sus amigos con influencias exigiendo que lo ayudaran a lograr la canonización de Flannery: no la literaria sino la auténtica, la del Vaticano; se había hecho católico por Flannery. Ella se enteró cuando ya estaba de vuelta en Georgia. La habían bajado en camilla del tren: de un día para el otro sus brazos no le respondieron al teclear en la máquina de escribir. Le diagnosticaron lupus. Desde Georgia escribió a sus amigos del Norte: “Creo que me quedaré hasta ver en qué clase de inválida me convierto”. A Lowell prefirió no escribirle nada en la carta que le mandó; adentro de la página en blanco doblada en tres iba una pluma del último de los pavos reales que había criado de chica en su granja, el único que quedaba con vida cuando ella volvió del Norte y se convirtió en la celebridad del pueblo: la escritora loca que caminaba en muletas por sus humildes dominios seguida de su pavo real.
Vivía en esa granja con su madre, mantenidas por la parienta rica que después las llevaría a Lourdes. Todas las mañanas al despertarse y todas las noches antes de dormirse leía una hora, de algún breviario, la vida de un santo o un mártir (nunca la Biblia; ése era territorio de Faulkner y ella no quería “que mi pequeña barca encalle contra él”). Después se iba a misa de siete y después se sentaba a escribir sus historias dementes y fabulosas sobre las pobres almas del Sur. Su madre y su tía decían: “Ojalá hubiera encontrado otra forma de expresar su talento”. La gente del pueblo decía: “Es una buena chica. Sólo me da miedo acercarme y que me ponga en uno de sus cuentos”. Ella se limitaba a decir: “Las buenas personas son muy difíciles de encontrar. Hay que arreglarse con las malas personas, que son tan respetables que resultan horribles, tan horribles que resultan cómicas, tan cómicas que resultan patéticas, tan patéticas que sería horroroso tener piedad de ellas, porque atraería a los demonios del desprecio”.
En esos cinco años en el Norte se alimentaba, sin alejarse de su máquina de escribir, de sardinas que comía directo de la lata y de agua de la canilla, a la que vertía un chorrito de bourbon porque “el agua del Norte no tiene gusto a nada”. Cuando volvió a Georgia y el lupus empezó a asfixiarle el cuerpo, le escribió a una admiradora: “Descanso veintidós horas al día para poder escribir las otras dos” (la misa, la lectura de breviarios y la alimentación de su pavo real eran parte del descanso). Nunca tuvo novio ni marido y sólo una vez fue besada en toda su vida, por un vendedor de biblias danés, sobreviviente de los nazis. Fue poco antes del viaje a Lourdes. Así describió ese beso en “La buena gente del campo”, uno de sus mejores cuentos: “El le apoyó la mano en el nacimiento de la espalda, la atrajo hacia sí y la besó sin decir una palabra. El beso produjo una circulación de adrenalina en el cuerpo de ella, esa clase de adrenalina que permite arrastrar un baúl lleno fuera de una casa en llamas. Pero antes incluso de que él la soltara, la mente de ella dictaminó con agridulce satisfacción, como si contemplara la escena desde muy lejos, que era una experiencia perfectamente intrascendente si se mantenía el control”. Siempre que leo ese beso me acuerdo al instante de su perfecta contracara, una escena formidable del cuento “La Persona Desplazada”: la señora Shortley reta a su marido porque está fumando mientras ordeña las vacas de la patrona; el señor Shortley hace que la colilla del cigarrillo apunte hacia adentro y cierra su boca, sin dejar de mirarla y sin interrumpir su tarea. “Ese truco había sido en realidad su manera de cortejar a la señora Shortley. Nunca llevó una guitarra para cantarle ni nada bonito para regalarle, sólo se sentaba en los escalones del porche, la miraba intensamente, hacía girar la punta del cigarrillo hacia adentro con la punta de la lengua y el labio inferior, cerraba la boca y la miraba con la expresión más cariñosa que se pueda imaginar. Esto volvía loca a la señora Shortley. Al instante le entraban ganas irrefrenables de bajarle el sombrero hasta los ojos y estrecharlo entre sus brazos, mientras le murmuraba al oído: Oh, señor Shortley, oh, señor Shortley”.
La intelligentzia francesa quedó atónita cuando Flannery se negó a parar en París en su viaje a Lourdes. Tampoco quiso sumergirse en las aguas supuestamente milagrosas del manantial: “Vine como peregrina, no como paciente. Soy de esas personas que pueden morir por su religión, pero no tomar un baño por ella”. Le encantó, en cambio, que en Lourdes hubiera tantos enfermos, tullidos y locos como en sus cuentos. Y pidió que la dejaran un rato largo rezando en la capilla, no para curarse, sino para poder terminar el libro que estaba escribiendo (Todo lo que asciende debe converger, al que llamaba su “opus nauseus”). “Vivo en lo que escribo. Si entrecierro los ojos puedo ver todo lo que me ha pasado como una bendición”, dijo poco antes de morir. “Aunque, a decir verdad, prefiero mirar hacia 1931. De ahí en adelante ha sido un prolongado anticlímax”. En 1931, cuando Flannery tenía cinco años, la gente del noticiero de variedades Pathé viajó hasta Georgia para filmar el gallo al que ella había enseñado a caminar para atrás. La filmación existe todavía: el gallo es un gallo cualquiera, hasta que empieza a imitar a la nena. Lo que se ve entonces en los ojos de ese bicho, y especialmente en los de esa nena, es lo mismo que asomó en los ojos de aquel anciano general confederado, cuando lo llevaron como un trofeo al estreno en Georgia de Lo que el viento se llevó. El general tenía 104 años, fue vestido con su uniforme y su sable, en mitad de la película creyó que se le venía encima la parca y “mientras su mano apretaba el filo de acero hasta que se hundía en el hueso, sus ojos hicieron un esfuerzo desesperado por ver más allá, más atrás; por tratar de saber, antes de morir, qué venía después del pasado”.

vendido

Loca verdad: verdad y verosimilitud del texto psicótico – Julia Kristeva

Estado: nuevo.

Editorial: Fundamentos.

Precio: $000.

Los textos que componen este volumen han sido expuestos durante el seminario de Julia Kristeva en el Hospital de la Ciudad Universitaria, para los estudiantes de la Universidad de París VII. Estas exposiciones vienen acompañadas de una participación en «grupos de palabras» de los enfermos, así como análisis de entrevistas y textos elaborados entre éstos y sus médicos.
El médico y el linguista ocupan sólo aparentemente dos polos opuestos de la negación de la pulsión de muerte: intentando el uno liberar de ella cuerpos y espíritus de los enfermos y el otro, construyendo un objeto imaginario, el habla, que no cesa de comunicar sentido a condición de excluir de él la significación del deseo. El encuentro de médico y linguistica es invariablemente en el terreno del psicoanálisis, pero la identidad de ambos discursos sufre por ello y de lo que se trata de ahora en adelante no es del habla ni del sujeto del deseo sino del desvelamiento de los mecanismos del asesinato inscritos en cada articulación simbólica y social.

Más afuera – Jonathan Franzen

Estado: nuevo.

Editorial: Salamandra.

Precio: $400.

El enorme talento narrativo de Jonathan Franzen —cuya última novela, Libertad, fue el acontecimiento literario más destacado de 2011 tanto en América del Norte y del Sur como en Europa—, así como su inagotable afán por exponer la realidad con rigor y honestidad, se ponen de manifiesto en esta recopilación de veintiún textos de no ficción que incluye ensayos, artículos, reseñas y discursos escritos en los últimos años.
Bien sea narrando su violento encuentro con cazadores furtivos en Chipre, bien sea señalando de forma aguda y conmovedora cómo el abuso de las nuevas tecnologías está erosionando el sentido de la intimidad, Franzen cumple en cada uno de estos textos la promesa implícita de llegar hasta el fondo y no escatimar nada.
Así pues, estos ensayos dan fe de una inteligencia madura que se interroga sobre la identidad, el alcance de la literatura y algunos de los temas más relevantes de nuestro tiempo.
El título del libro hace referencia a la isla Alejandro Selkirk —denominada Masafuera hasta 1966—, el islote más apartado de los tres que componen el archipiélago Juan Fernández, situado a unos 800 kilómetros de la costa continental de Chile. Hasta ese remoto lugar, poblado sólo por aves, osos marinos y una veintena de familias de pescadores temporeros, se desplazó Jonathan Franzen para reponerse de una agotadora gira promocional, con la intención de releer Robinson Crusoe y depositar las cenizas de su amigo y colega David Foster Wallace, muerto dos años antes.
Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) fue elegido en 1996 entre los Mejores Jóvenes Novelistas Norteamericanos en la prestigiosa revista Granta. Hasta esa fecha, había escrito las novelas Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992), pero la eclosión de su enorme talento narrativo tuvo lugar en 2001 con la aparición deLas correcciones (Salamandra, 2012), que marcó un punto de inflexión en su trayectoria: obtuvo el National Book Award y el Premio James Tait Black Memorial, fue finalista de los premios Pulitzer y Pen/ Faulkner, y fue descubierto por millones de lectores en todo el mundo. Nueve años más tarde, la consagración definitiva de Jonathan Franzen como un auténtico maestro de la literatura anglosajona actual llegó con su última novela, Libertad(Salamandra, 2011), que fue objeto de los más encendidos elogios por parte de un amplísimo abanico de críticos y expertos de los más diversos países. En España, obtuvo el Premio a la Mejor Novela del Año otorgado por los lectores de la revista Qué LeerMás afuera —última obra de no ficción después de Cómo estar solo (2002) y Zona templada(2006)— es una interesantísima recopilación de ensayos y artículos periodísticos, que ponen de manifiesto una vez más la lucidez y la amplitud de miras de un autor excepcional. En la actualidad, Franzen vive entre Nueva York y Santa Cruz, California.

Dante, poeta del mundo terrenal – Erich Auerbach

Estado: nuevo.

Editorial: Acantilado.

Precio: $500.

El ejemplar análisis que Auerbach hizo en Mímesis del encuentro dantesco con Farinata y Cavalcanti en el infierno encuentra su origen y desarrollo en la investigación emprendida en el presente libro, publicado por primera vez en 1929. Introducción magistral y guía eficaz al soberbio poema dantesco, nos acerca a la obra del poeta toscano desde la perspectiva medieval de la configuración del hombre y su experiencia vital hacia un destino significativo y último, ahondando entonces con extraordinaria perspicacia en sus consecuencias literarias. Auerbach acompaña al lector—con sabiduría, erudición y brillante capacidad de síntesis—por un momento crucial del espíritu europeo.
Erich Auerbach (1892-1957) nació en Berlín y estudió en las universidades de Heidelberg y Greifswald. Catedrático de Romanística en Marburgo, huyó a Estambul con la llegada de Hitler al poder; fue allí donde, acudiendo fundamentalmente a su memoria, compuso su monumental Mímesis, de 1946. Al año siguiente emigró a los Estados Unidos, donde murió. Entre sus trabajos cabe destacar, además del libro que hoy presentamos, su Literatursprache und Publikum in der lateinischen Spätantike und im Mittelalter (Lenguaje literario y público en la Baja Latinidad y la Edad Media), publicado en 1958.

vendido

Marc, la sucia rata. Los pro y los contra de hacer dedo –  José Sbarra

Estado: nuevo.

Editorial: Torres Agüero Editor.

Precio: $000.

Los reconocimientos – William Gaddis

Estado: nuevo.

Editorial: Sexto Piso.

Prólogo: William H. Gass.

Precio: $700.

Muchos son los elementos que hacen de Los reconocimientos una obra capital de la literatura estadounidense del siglo xx. Todo resulta abrumador en esta novela descomunal —descomunal en todos los sentidos que puedan imaginarse—: tanto el alcance de la ambición que demostraba Gaddis en la que era su ópera prima, como, sobre todo, el hecho de poseer el talento necesario para consumarla. Las obsesiones propias del universo narrativo del autor ya aparecen aquí en todo su furibundo esplendor: la crisis del arte como dominio privilegiado para representar la vida, la tensión entre lo auténtico y lo reproducible, y el imperio omnímodo de los farsantes y lo mercantil. Wyatt Gwyon, protagonista de la novela, es un pintor que aún cree en el sentido del arte en un siglo en el que éste parece estar siendo desplazado, eclipsado, vaciado; pero paradójicamente Gwyon es incapaz de crear nada nuevo u original. Su habilidad reside en copiar minuciosamente a los maestros flamencos, y a ese gesto interminable y reiterado, el de construir una realidad desde el préstamo, entrega su existencia: la suya es la tragedia de quien no encuentra más salida que la restauración de un clasicismo que ya no cree posible.
Los reconocimientos es una de las obras maestras de Gaddis y, como han señalado escritores de la talla de William H. Gass o Jonathan Franzen, anticipó gran parte de la mejor ficción literaria que estaba por venir (Pynchon, Heller, DeLillo, Foster Wallace, etc.). Objeto del más justificado de los cultos, así como de enconadas polémicas —es célebre el caso de Jack Green y sus artículos incendiarios defendiendo el libro—, esta novela cimentó la grandeza y la leyenda de un escritor que nunca dejaría de entregar obras de altura, y que constituye una tradición en sí mismo.

El estilo de los otros – Mauro Libertella

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad Diego Portales.

Precio: $600.

Durante dos años, Mauro Libertella entrevistó, sin nunca aplicar exactamente la misma fórmula, trabajando variaciones en función de cada interlocutor, a dieciocho de los más importantes escritores latinoamericanos contemporáneos, quienes se explayaron con soltura, humor y agudeza sobre su escritura, sus lecturas y sus vidas, así como sobre la crítica y los contextos en que sus obras han sido publicadas. “Como un asesino a sueldo que estudia los movimientos de su víctima, me metí en su mundo conceptual durante meses, a veces de un modo obsesivo, como si leer sus libros, escuchar sus conferencias y estudiar sus modos de moverse pudiera hacerme entender algo único: una suerte de verdad. Por fortuna, no encontré nada parecido a eso”. Así describe Libertella su trabajo en estas conversaciones. Fuguet, Eltit, Zambra, Gumucio, Pauls, Bizzio, Molloy, Matilde Sánchez, Casas, Piglia, Ercole Lissardi, Rey Rosa, Antonio José Ponte, Castellanos Moya, Bellatin, Glantz, Nettel y Villoro son los autores que Libertella entrevista en este libro que funciona como un mapa posible del continente literario de América Latina.

El Imperio Plantagenet 1154-1224 – Martin Aurell

Estado: nuevo.

Editorial: Sílex.

Precio: $600.

En el espacio de un siglo, la dinastía Plantagenet consiguió yluego perdió una gran parte de Europa occidental. Por mediode su matrimonio con Leonor de Aquitania, en 1152, el jovenEnrique II, aspirante al trono de Inglaterra, se convirtió engobernante de un vasto territorio. Con una extensión que abarcabadesde Escocia, en e l norte, hasta los Pirineos, en el sur, y desdeIrlanda, al oeste, hasta el Lemosín, hacia el este, el ImperioPlantagenet se fundamentó y se mantuvo por medio de unacombinación de guerra y vínculos familiares. Con el fin de mantenerel control, Enrique II creó un estado burocrático, gestionado porintelectuales, hábiles en el arte de la propaganda y las tramaspolíticas, y empleados deliberadamente para llevar a cabo una guerraideológica contra sus adversarios Capetos.En el estudio de Martin Aurell se reviven la pasión y la política, lasrebeliones y los reveses del Imperio Plantagenet. Por medio de lautilización de las complejas fuentes del periodo, el autor desvela unaintrincada maraña de maniobras políticas y toma de decisiones, ydevuelve a la vida aquel mundo del siglo xii en el que se desenvolvíanasesores políticos y gurús: hombres capaces de pensar en unostérminos geopolíticos que, hasta entonces, en la etapa medievalanterior, habían sido inimaginables.En su relato de los episodios dramáticos, Martin Aurell narra elasesinato de Tomás Becket, consejero de Enrique II y posteriormentearzobispo de Canterbury; el implacable odio que sentían RicardoCorazón de León y Juan Sin Tierra contra su padre, Enrique II; lacruzada de Ricardo Corazón de León, y finalmente el desmo -ronamiento del Imperio bajo Enrique III.Texto de referencia para cualquier investigador de la Edad Media opara cualquier universitario interesado en el siglo xii, esta obra deMartin Aurell supone un fascinante estudio del poder y sus fuentes.

Libro de Margery Kempe. La mujer que se reinvento a sí misma – Margery Kempe

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $600.

El «Libro de Margery Kempe» constituye la primera autobiografía escrita en lengua inglesa y, asimismo, se cuenta entre los ejemplos más notables de la literatura mística anglosajona medieval. Concebido con una finalidad eminentemente didáctica, es la única fuente para reconstruir la controvertida vida de una figura insólita, de una dama burguesa, esposa, madre, mujer de negocios, peregrina y visionaria. Estas memorias, dictadas por ella misma al final de su vida, trazan un extraordinario retrato de una mujer de carácter indoblegable, inmersa en una experiencia mística que la llevó a enfrentarse a la religiosidad dominante y a las jerarquías eclesiásticas, siempre en el filo de la acusación de herejía. El libro constituye un amplio y abigarrado retablo de la sociedad y la vida cotidiana en una época de grandes transformaciones como fueron los siglos XIV y XV.

Cuentos reunidos – Clarice Lispector

Estado: impecable.

Editorial: Siruela.

Precio: $300.

Los cuentos de Clarice Lispector aquí reunidos constituyen la parte más rica y variada de su obra, y revelan por completo el trazo incandescente que dejó la escritora brasileña en la literatura iberoamericana contemporánea. En todo cuanto escribió está la misma angustia existencial, similar búsqueda de la identidad femenina y, más adentro, de su condición de ser humano. En sus cuentos hay, ciertamente, el vuelo ensayístico, la fulguración poética, el golpe chato de la realidad cotidiana, la historia interrumpida que podría continuar, como la vida, más allá de la anécdota. Leer a Clarice es identificarse con ella, desnudar su palabra, compartir una sensualidad casi física, entrar en el cuerpo de una obra que vibra y chispea, traducir a nuestro propio horizonte cultural su haz de preguntas lanzadas al viento, saber que, más allá de las letras, del espacio y el tiempo, hubo alguien, una mujer, que estuvo cerca del corazón salvaje y nos dejó, en su escritura y definitivamente, su soplo de vida.
Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) sorprendió a la intelectualidad brasileña con la publicación en 1944 de su primer libro, Cerca del corazón salvaje, en el que desarrollaba el tema del despertar de una adolescente, y por el que recibió el premio de la Fundación Graça Aranha 1945. Lo que entonces se consideró una joven promesa de tan sólo 19 años, se convirtió en una de las más singulares representantes de las letras brasileñas, a cuya renovación contribuyó con títulos tan significativos como La hora de la estrella, Aprendizaje o el libro de los placeres o su obra póstuma Un soplo de vida.

Bob Marley. La biografía – Timothy White

Estado: nuevo.

Editorial: Manon Troppo.

Precio: $400.

A más de un cuarto de siglo de su muerte, la estatura de Bob Marley como superestrella del reggae e icono de la cultura pop sólo ha hecho que crecer. La biografía definitiva de Timothy White traza un retrato duradero del hombre y su época, y hace que los lectores profundicen en la vida del célebre músico. Enraizado en el amor y la comprensión de la música de Marley, el libro es también una historia social de los orígenes del líder de los Wailers en Jamaica y del movimiento rasta.

Esferas II (Globos) – Peter Sloterdijk

Estado: impecable (solo le falta la página de los créditos).

Editorial: Ciruela.

Precio: $500.

Si el primer volumen de la trilogía Esferas, titulado Burbujas, trata de las microsferas –de que el individuo desde el estadio de feto hasta la niñez nunca está solo, sino que siempre incluye al otro y se orienta de acuerdo con él–, con el segundo volumen de Esferas, titulado Globos, se recorre una historia del mundo político basada en las imágenes rectoras morfológicas de la esfera y del globo. Peter Sloterdijk muestra que todas las manifestaciones con respecto a la globalización están aquejadas hasta ahora de miopía. Para él, la globalización comienza con los griegos, quienes ya representaron el universo mediante la imagen de la esfera. Ésta también se encuentra en la base de las representaciones de orden de los imperios premodernos. Con el descubrimiento de América y las primeras circunvoluciones terrestres, aparece en su lugar el globo. Esta segunda globalización es sustituida por una tercera, dado que la virtualidad general de todas las relaciones conduce a una crisis de espacio. El autor narra, así, la verdadera historia de la globalización: desde la geometrización del cielo en Platón y Aristóteles hasta la circunvolución de la última esfera, la tierra, por barcos, capitales y señales. Peter Sloterdijk emprende aquí, por tanto, la tarea de poner al descubierto los fundamentos filosóficos de la historia política de los últimos dos milenios y medio.
Peter Sloterdijk (Karlsruhe, Alemania, 1947), uno de los filósofos contemporáneos más prestigiosas y polémicos, es rector de la Escuela Superior de Información y Creación de Karlsruhe y catedrático de Filosofía de la Cultura y de Teoría de Medios de Comunicación en la Academia Vienesa de las Artes Plásticas. De su extensa obra pueden destacarse, entre otros, su novela El árbol mágico y sus libros ensayísticos El pensador en escena, Eurotaoísmo, Extrañamiento del mundo (Premio Ernst Robert Curtius 1993) y El desprecio de las masas.
La curva pornográfica. El sufrimiento sin sentido y la tecnología – Christian Ferrer
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $300.
[…] Esta nueva selección se compone de materiales que serían inhallables si se los quisiera rastrear en sus publicaciones originales. Son textos fulgurantes en un momento cultural en donde se vuelve arduo discernir por dónde circulan las palabras todavía capaces de sublevar la inteligencia adormecida, palabras que marchen contra el hallazgo generacional de una prosa acomodaticia. […]
El conjunto de estos textos continúa girando alrededor de la violencia técnica: analizan el vínculo entre una historia técnica y una historia nacional, o devuelven algunos fósiles —publicidades, medallas, vestigios en la lengua— al contexto que los hidrata en sus sentidos olvidados. Levantan la ceniza del pasaje de un deseo colectivo y sus formas olvidadas de acicate, o se demoran en los atributos espirituales que permiten acoplar un envión sensitivo a la imagen ritmada por la pulsión eléctrica, por la música o la velocidad. También se ocupan de las bajamares de la quietud, de los paliativos de una sensibilidad maníaco depresiva extendida, de los incitadores parciales que vuelven a activar el lazo negado entre deseo y dolor, de un cuerpo pertinaz. […]
La habitación- Hubert Selby
Estado: nuevo.
Editorial: Escalera.
Precio: $450.
Que Hubert Selby Jr. cuenta con un talento prodigioso es incuestionable, dotado de un don incendiario que muy pocos pueden accionar en un país donde las tendencias artísticas se escrutan con riguroso recelo.
Su libro más conocido hasta ahora ha sido Última salida para Brooklyn (Anagrama), seguido de Réquiem por un sueño (Sajalín), ambos reforzados por adaptaciones cinematográficas y por la buena promoción que sin duda es la censura en Estados Unidos.
Sin embargo, La habitación supone para muchos entendidos la verdadera obra maestra de Selby, una lectura desafiante donde las haya, protagonizada por un delincuente vulgar e iracundo, a la espera de un juicio por un crimen que clama no haber cometido. En el transcurso de la novela, el lector dudará de su inocencia en todo momento, la cual pasa a un plano secundario a medida que se van sucediendo por la mente del reo toda clase de pensamientos desoladores, recuerdos de violaciones, asesinatos, tortura, delirios de grandeza, venganzas inverosímiles, raptos masoquistas y una corrupción aún más claustrofóbica dadas las dimensiones de la ubicación de la acción: una celda.
El propio autor llegó a decir de este libro que no pudo siquiera pensar en releerlo hasta pasados veinte años, llegándolo a considerar “el libro más oscuro eescrito acerca de la degradación humana después de la Biblia” y a mostrarse satisfecho con el revuelo que su aparición generó tanto entre seguidores como detractores para poco después caer de nuevo en el ostracismo de los non gratos de facto.
Postales de invierno – Ann Beattie
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del Asteroide.
Precio: $350.
Considerada en EE. UU. como una de las novelas más influyentes de la década de los setenta, Postales de invierno es la novela con la que Ann Beattie debutó y que le sirvió para ser inmediatamente identificada como una de las voces más importantes de su generación. La novela -que retrata como pocas el desencanto de la juventud americana posterior al movimiento hippie- cuenta la historia de Charles, un joven perdidamente enamorado de Laura, una mujer casada; de su amigo Sam, eterno parado; de Clara, su hipocondríaca madre que se pasa el día deprimida en la bañera; de Tod, su padrastro; y de Susan, su hermana. La música pop, el cine y otros elementos de la cultura popular le sirven a Beattie para tratar con ironía temas tan universales como el amor no correspondido, la insatisfacción laboral o las relaciones familiares; y así lo que podría leerse como una divertida comedia de situación se convierte en una aguda mirada sobre una generación que se resiste a abandonar el idealismo de su juventud y a someterse a las normas que imperan en la sociedad. Postales de invierno resulta ser -recogiendo las palabras de Rodrigo Fresán en el prólogo- «una de las novelas más tristemente graciosas o graciosamente tristes que jamás se hayan escrito».
Jernigan – David Gates
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del Asteroide.
Precio: $300.
Peter Jernigan tiene poco más de cuarenta años, vive en un barrio residencial de Nueva Jersey con su hijo adolescente, Danny, y trabaja en una inmobiliaria neoyorquina. Inteligente pero con escaso éxito, Jernigan naufraga en una adocenada vida de la que no consiguen sacarlo ni sus adicciones ni su sarcasmo. Su estrafalaria manera de relacionarse con los demás y la reciente muerte de su mujer lo arrastran a una tortuosa decadencia. Parece que las cosas pueden empezar a cambiar cuando conoce a Martha Peretsky, la madre divorciada de la novia de su hijo, e inician una prometedora relación.
Jernigan es la divertídisima historia de un hombre que dejándose llevar por sus peores cualidades consigue convertir su vida en un estrepitoso fracaso. La cautivadora voz de Peter Jernigan nos acompaña en su particular descenso a los infiernos, a la vez que ofrece una desternillante disección del egoísmo, la indiferencia y la crueldad que se hallan en el fondo de cada uno de nosotros. Jernigan, publicada en 1991 y finalista del Premio Pulitzer, es la primera y más aclamada novela de David Gates, y su protagonista se ha convertido en uno de los antihéroes clásicos de la literatura norteamericana reciente.
Los Obreros Contra El Trabajo. Seidman, Michael
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza
Precio: $420.
Este libro constituye un estudio comparado de la historia social y política durante la revolución española en Barcelona y el gobierno del Frente Popular en París durante el periodo 1936-1939, y se centra en la actitud adoptada por los obreros de ambas ciudades ante el trabajo cuando las organizaciones que pretendían representarlos ejercían responsabilidades gubernamentales en mayor o menor medida.
Fruto de investigaciones realizadas por Michael Seidman en París, Barcelona y Salamanca a comienzos de la década de 1980, y editado por primera vez en 1991 en Estados Unidos, Los obreros contra el trabajo abunda en documentos e información de primera mano sobre las luchas obreras cotidianas, y demuestra que los enfoques productivistas y culturalistas son incapaces de abarcar de forma adecuada aspectos fundamentales del comportamiento de la clase trabajadora. Este volumen, que ofrece un examen de la actividad obrera tanto en contextos revolucionarios como reformistas, pone de manifiesto la persistencia de una resistencia directa e indirecta al trabajo.
 Michael Seidman fija su atención en detalles que están más allá de las omnipresentes querellas ideológicas o políticas; el resultado es un estudio tan documentado como refrescante que no solo nos ayuda a entender la historia de ambos países y a profundizar en la comprensión de dos momentos clave de la historia del siglo XX europeo, sino que además contribuye a sacar a la luz una dimensión del mundo del trabajo hasta hace no mucho considerada poco menos que tabú: la resistencia que engendra y el papel desempeñado por las organizaciones «obreras» al respecto.
No es este un libro que haya pasado desapercibido precisamente: ha sido traducido a siete idiomas y desde su aparición ha desatado pasiones encontradas en todo el espectro ideológico, tal y como dice su autor en el artículo «La extraña historia de Los obreros contra el trabajo»: «Sus admiradores han sido universitarios, libertarios, comunistas y capitalistas, y sus detractores han sido igual de heterogéneos».
Este volumen, publicado ahora por primera vez en castellano, ha sido traducido por Federico Corriente, e incluye un epílogo escrito en colaboración con Jorge Montero, «Sobre las vicisitudes de Los obreros contra el trabajo», destinado a arrojar un poco de luz sobre el medio que lo inspiró a la par que atizar un debate más que necesario en nuestros días.
Contra toda esperanza. Memorias – Nadiezhda Mandelstam
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $500.
Este libro es una bella historia de amor, así como una interrogación sobre el significado de lo humano, escrito además con una brillantez literaria excepcional. Tras su primera detención en 1934, el poeta Ósip Mandelstam, uno de los mayores del siglo XX, permaneció en el exilio en Vorónezh durante tres años hasta su deportación; la muerte le llegó en 1938, en un campo de tránsito hacia Siberia. Su viuda logró escapar y sobrevivió como profesora de inglés en pequeñas ciudades de provincias, hasta que en 1956 se le permitió regresar a Moscú. Allí comenzó este relato, uno de los más conmovedores del siglo XX, en el que con extraordinario detalle narra las trágicas vivencias de su marido y sus compañeros de generación. La sensacional lucidez que nos muestra, su admirable serenidad en la lucha contra la barbarie y su conocimiento de primera mano del mundo intelectual de la Rusia de ese período, hacen de este libro un documento excepcional, así como una experiencia lectora imborrable.
Vida del espíritu y tiempo de la polis: Hannah Arendt entre filosofía y política – Simona Forti
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $450.
El carácter poco ortodoxo del pensamiento de Arendt la ha convertido durante años no sólo en una desconocida para la cultura filosófica, sino también en una extraña del movimiento feminista. Desde mediados de los 80, la teoría feminista empezó a considerar a Hannah Arendt como “una de las nuestras” no sólo por su apuesta de gratitud hacia lo dado y por una atención a la “diferencia” judía, sino también a partir de un relectura de categorías como las de natalidad, pluralidad, paria, las cuales permiten empezar a satisfacer la necesidad de construir un mundo común que signifique algo más que un cambio de “estilo de vida”. «Vida del espíritu y tiempo de la polis» reconstruye el significado general del itinerario intelectual arendtiano, siguiendo la lógica interna de su pensamiento y sin atenerse a los dictámenes de la cronología. Un itinerario que encuentra su propia continuidad en un radical replanteamiento de la relación tradicional entre filosofía y política, entre «theoria» y «praxis».
Fortunas familiares. Hombres y mujeres de la clase media inglesa, 1780-1850 – Leonore Davidoff y Catherine Hall
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $300.
Hombres y mujeres y, muy especialmente, el lugar asignado a la familia y la delineación de las diferencias de género en la clase media inglesa son el objeto de esta obra, que abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. El principal argumento de este trabajo parte de la convicción de las autoras de que sexo y clase operan siempre juntos y que la conciencia de clase también adopta siempre una forma sexuada aunque, naturalmente, la articulación de ambas nunca es perfecta.
La anomalía salvaje: ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza – Toni Negri
Estado: nuevo.
Editorial: Waldhuter.
Precio: $320.
La filosofía spinoziana, para A. Negri, no es una metafísica racionalista que conduce a la fundación del idealismo, sino un pensamiento materialista y postdialéctico, una filosofía de la praxis y del sujeto que se abre al porvenir y promueve un concepto de razón colectiva.
Los filántropos en Harapos – Robert Tressell
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $410.
Publicada en 1914 e inédita en nuestro país, Los filántropos en harapos es una novela explícitamente política, considerada un clásico de la literatura obrera de todos los tiempos. Ofrece una visión global de la vida social, política, económica y cultural de Inglaterra en un momento en que el socialismo estaba empezando a ganar terreno. George Orwell elogió su capacidad para transmitir sin sensacionalismo el detalle real del trabajo manual. La consideraba una obra que todo el mundo debería leer, un pedazo de la historia social del siglo XX.
Claramente frustrado por la negativa de sus contemporáneos a reconocer la injusticia y la inequidad de la sociedad, Tressell elabora todo un mosaico de cristianos hipócritas, explotadores capitalistas y concejales corruptos que proporcionan un telón de fondo para su objetivo principal: mostrar la vida de los trabajadores, a los que considera “filántropos”, que se lanzan a un trabajo agotador con salarios de pobreza con el fin de generar beneficios para sus amos.
Futbol contra el enemigo: Un Fascinante Viaje Alrededor Del Mundo En Busca De Los Vinculos Secretos Entre El Futbol, El Poder Y La Cultura – Simon Kuper
Estado: nuevo.
Editorial: Contra.
Precio: $300.
El fútbol no es solo el deporte más popular del mundo. Como dijo Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool: «el fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más importante que eso.» Y no le faltaba razón: durante años ha fraguado guerras, ha alimentado revoluciones e incluso ha contribuido a mantener a dictadores en el poder. Por algo se le conoce como «el deporte rey».
Simon Kuper viajó a veintidós países, de Argentina a Camerún, de Ucrania a Botsuana, de Brasil a Sudáfrica, de Alemania a España, para investigar la poderosa influencia que el fútbol ejerce en la política, en la cultura y en la sociedad. El resultado, a medio camino entre un libro de viajes y un ensayo sociopolítico, es un fascinante y divertido relato de las complejas tramas ocultas de ambición y poder, de pasiones individuales y nacionales, de la historia y, cómo no, de la belleza del deporte más popular del mundo.
Little boy blue – Edward Bunker
Estado: nuevo.
Editorial: Sajalin.
Precio: $500.
Considerada por Edward Bunker como su mejor novela, Little Boy Blue narra el conmovedor periplo de Alex Hammond de los once a los diecisiete años. La historia de un «pequeño chico triste», como lo fue el propio Bunker, hambriento de amor y obligado a pelearse con todo el mundo.
Alex Hammond es un niño inteligente e independiente, pero sujeto a violentos accesos de rabia. Rebelde desde el divorcio de sus padres, Alex pasará su infancia huyendo de casas de acogida y reformatorios en la California de la Gran Depresión para ir en busca de su padre, un hombre deshecho e incapaz de ofrecer al hijo el hogar que necesita desesperadamente. Asistentes sociales bien intencionados, pero desconcertados por su comportamiento, y crueles figuras autoritarias se cruzarán en su camino y marcarán a fuego su carácter. Las atroces experiencias vividas en instituciones estatales, y las malas compañías, llevarán a un chico brillante, pero excesivamente impulsivo, a vivir según un código propio que chocará constantemente con el orden establecido y lo convertirá en un precoz delincuente.
Edward Bunker (Los Ángeles, 1933 – Burbank, 2005) fue escritor, guionista y actor ocasional. Criado en hogares de acogida y reformatorios desde que sus padres se divorciaran cuando tenía cuatro años, pasó gran parte de su vida entrando y saliendo de prisión, donde se convirtió en un lector voraz y en el cronista ideal de los bajos fondos y de la mala vida de Los Ángeles. Acumuló condenas por atraco a mano armada, tráfico de drogas y extorsión, llegando a figurar en la lista de los diez fugitivos más buscados del F.B.I. Interpretó a Mr. Blue en la mítica película Reservoir Dogs (1992) de Quentin Tarantino, y asesoró a Michael Mann en Heat (1995).
– Temas lentos – Alan Pauls
Estado: nuevo.
Editorial: Diego Portales.
Precio: $400.
Diarios personales, crónicas de viaje, conferencias, columnas de opinión, prólogos, intervenciones periodísticas sobre arte, cine y literatura: los textos de este libro – leídos y publicados en diversos espacios y medios de España y Latinoamérica desde fines de los años ’90 hasta hoy – reúnen parte de la enorme, sólida y hasta ahora dispersa obra de no ficción del escritor argentino Alan Pauls.
Con una prosa elegante y perturbadora, Temas lentos traduce la curiosidad, las ideas fijas y la compulsión analítica de un escritor capaz de descifrar con rigor tanto las obras de Borges, Duchamp, Bolaño o  Jean-Luc Godard como la noción del tiempo en la ciudad de Brasilia, el placer de manejar autos alquilados o las desdichas universales de las tardes de domingo. Escriba sobre los Screen Tests de Andy Warhol o la forma en que su abuela alemana pronunciaba la palabra “Europa”, sobre Ricardo Piglia y la Historia o la peste de los teléfonos celulares, sobre las formas de vida de los artistas contemporáneos o el vello en las axilas de las mujeres, el autor de El pasado destila posibilidades inesperadas de todos los temas que caen en su mira. Así, una crítica de la película Melody se convierte en un viaje al despertar sexual de toda una generación, y un diario de una estadía en la universidad de Princeton en una radiografía feroz de la idiosincrasia norteamericana.
Los textos de Temas lentos responden a la actualidad, pero no la respetan ni obedecen. Lo que pretenden es más ambicioso y también más pérfido: ralentarla, poner en evidencia lo que ella misma no ve o desdeña, fascinada por su propio vértigo.
vendido
– Senda de Oku – Matsuo Basho
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $000.
«Suele hablarse de joyas para calificar libros meramente bonitos, pero habría que reservar la palabra para los que son –como algunas ideas, como algunas personas– verdaderos tesoros.»
Ignacio F. Garmendia. Diario de Sevilla
«Todo se describe de manera sucinta: “Como si rozara las cosas”, dice Octavio Paz en la introducción. Los poemas breves que jalonan todo el recorrido, tan alegóricos que crean un desconcierto plagado de ecos en el lector, son una música que acompaña un viaje cuya maravillosa simplicidad lo convierte en una experiencia de enorme profundidad. Un libro delicioso para leer sin prisa, con el smartphone apagado y los sentidos abiertos.»
Antonio Iturbe. Qué leer
««Sendas de Oku» tiene —y con esto terminamos— el aroma de lo simple y de lo bello; leerlo es como contemplar una de esas (en apariencia) sencillas acuarelas Zen. Ingenuo, es la palabra. Es un libro ingenuo. Pero sin que aquí eso signifique aquí nada negativo, sino todo lo contrario. Es un libro para encontrar el reposo en medio de la actividad, para hallar una ventana hacia un modo muy diferente de vida, de pensamiento y de espiritualidad. »
Alberto Gomez Vaquero. Mundo crítico.es
«Este es un libro zen que 350 años después deja una irresistible sensación de quietud.»
PlayGround. Javier Blánquez.
«Poesía y vida se funden en este libro, una especie de Diario de un peregrino que huyendo de una falsa realidad, se encuentra al final de su camino con un puñado de verdades eternas».
Antonio Colinas. El Cultural.
«La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.»
Santos Domínguez. Encuentros con las letras.
«La poesía de Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que contempla largamente un árbol y un cuervo sobre el árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que después de remendarse las ropas raídas leía a los poetas chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los labradores y las prostitutas, los monjes y los niños, es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago.»
«La idea del viaje –viaje desde las nubes de esta existencia hacia las nubes de la otra– está presente en toda la obra de Basho. Viajero fantasma, un día antes de morir escribe este poema:
Caído en el viaje:
Mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.»
Octavio Paz
– Conversaciones con artistas contemporáneos – Hans Ulrich Obrist
Estado: nuevo.
Editorial: Diego Portales.
Selección, traducción y prólogo: Alan Pauls.
Precio: $350.
Prólogo
Alan Pauls
Las veinte entrevistas que compila este libro son solo la punta del inmenso iceberg oral que Hans Ulrich Obrist viene recopilando desde mediados de los años 80, cuando estudiaba ciencias sociales y conoció a Alighiero Boetti y entendió que nada le interesaba más que hablar con artistas. De esa pasión relacional, casi más que de cualquier devoción por un objeto llamado “obra de arte”, nace sin duda el Obrist curador estrella, el hombre orquesta que desde principios de los 90 (tenía veintitrés años cuando convirtió la cocina de su casa en galería y ofreció su primer vernissage) hasta hoy lleva montadas más de 150 exposiciones en todo el mundo, ha estampado su firma en cientos de catálogos y revistas especializadas de arte y desde hace un par de años es codirector de exhibiciones y programas y director de proyectos internacionales de la Serpentine Gallery de Londres. La curadoría, en el caso de Obrist, quizá no sea, pues, sino la continuación de la conversación por otros medios, y el tramado de encuentros entre obras, prácticas, experiencias y artistas una especie de versión 3D, a escala global, de la verdadera escena en la que Obrist parece cristalizar la experiencia del arte contemporáneo (o al menos su performance predilecta): la escena de la interlocución.
Obrist no tiene paz. Ubicuo, hiperquinético, vive entre aeropuertos, ferias internacionales, coloquios, inauguraciones, concursos, un poco como la réplica elegante y relajada de ese Wally que un juego inesperadamente en sincro con la época nos invitaba a localizar, siempre idéntico a sí mismo, en los contextos más disparatadamente diversos del presente. Y si Obrist, como Wally, no cambia, es reconocible siempre, es porque hay algo que no deja de hacer nunca, ni a diez mil metros de altura en un avión, ni en un túnel debajo del mar, ni en un taxi en medio de un atasco de tráfico, ni en el piso 70 de un rascacielos inteligente: conversar con artistas. Varias de las entrevistas que figuran en este volumen fueron hechas así, en tránsito, en los settings efímeros que ofrece el teatro de la vida artística contemporánea, y llevan impresa la huella de la inestabilidad, la zozobra, la impermanencia que a menudo anima las obras y las prácticas de los artistas con los que se encuentra a charlar.
Obrist siempre parece estar en algún otro lado, y siempre –como mínimo– en dos lugares a la vez, como si en vez de uno hubiera diez, cien, todo un tendal de pequeños Obrists de saco y camisa clara, impecables, como recién bañados, dispersándose por el mundo con la misión de activar alguna célula dormida o nueva de la experiencia artística, cámara en mano, grabador encendido, celular en alerta roja. Lo único que permanece, sin embargo, es la conversación: el único lugar continuo en un mapa que encuentra en la discontinuidad su lógica y su alimento. De hecho los proyectos conversacionales de Obrist son los más longevos, los que atraviesan incólumes todas las épocas: el Interview Project, que lleva más de dos mil horas de conversaciones grabadas con artistas, escritores, músicos, filósofos, científicos, ingenieros, suerte de archivo oral siempre en expansión, abierto a todo tipo de reconfiguraciones, o las Conversation Series, la colección de veintiún libros de entrevistas con artistas, a razón de uno por libro, que Obrist publica con el editor Walther König, pero también eventos como sus célebres Maratones, que, de Stuttgart a Pekín, pasando por Londres, se jactan de apilar medio centenar de entrevistas en un día y son ya un clásico de la performance conversacional de larga duración.
Sin duda Obrist no inventó la pólvora. El género conversación con artista es tan viejo como las vidas de Vasari (1542-1550), y la palabra “entrevista” (o su sombra arcaica) aparece ya en los Entretiens sur les vies et sur les ouvrages des plus excellents peintres anciens et modernes (1666-88), del controlador general de carreteras y puentes Andre Félibien. El mismo Obrist cita como inspiración un tête-à-tête ineludible del arte del siglo XX, las conversaciones de David Sylvester con Francis Bacon. Podría haber citado también las de Pierre Cabanne con Marcel Duchamp, o algunos especímenes literarios del género, más excéntricos pero no menos influyentes, como lasConversaciones con Kafka de Gustav Janouch o los Paseos con Robert Walser de Carl Seelig (que a su vez citan las conversaciones de Goethe con Eckerman y las del doctor Johnson con su fiel amanuense Boswell). Las diferencias, con todo, saltan a la vista. Sylvester eligió a Bacon para quedarse con él, para volver a él tres veces, en una tentativa de extenuación que a Obrist, aun cuando vuelva a sus entrevistados, jamás se le pasaría por la cabeza emprender. Janouch y Kafka hablaban como si tuvieran todo el tiempo del mundo, todo el tiempo que Carl Seelig y Walser quizá tuvieron, en efecto, si por “mundo” aceptamos entender Herisau, la clínica psiquiátrica en la que Walser vivió encerrado los últimos veintitrés años de su vida. Obrist, en cambio, suele hablar con los artistas en coyunturas variables, casuales o vagamente apremiantes: entre vuelos, entre dos citas, entre compromisos mundanos. Sus entrevistados rara vez están en sus estudios, nunca en sus casas, o sus galerías, o cualquier lugar digno de ser llamado “propio”. Siempre están mezclados con la vida en alguna forma de intemperie, vienen de alguna parte o van a otra, algo los reclama, algo que se hace esperar demasiado los tiene pendientes. Esa exterioridad –esa urgencia extraña, flexible, tan ajena al clima envidiablemente relajado que suele imperar en las conversaciones– no es el único rasgo que hace de las charlas de Obrist el fenómeno hipercontemporáneo que son. Antes de llegar a la forma libro, la última que les espera, y no necesariamente la más importante, las conversaciones de Obrist aparecen y circulan en una despreocupada promiscuidad de diarios, revistas, publicaciones online, reproduciéndose a través de medios, países, lenguas, y sufriendo en el camino todo tipo de alteraciones, reversiones, ediciones y adiciones, en un destino de remix tan impersonal, tan ligado a la lógica apropiacionista de los medios, que se vuelve casi imposible decidir cuál es el texto original (si es que hay uno), en qué lengua se escribió o habló (si es que hay una: los diálogos de Obrist suelen ser interlingüísticos), y cuándo fue la primera vez que se dio a leer.
Tal vez uno de los méritos más notables y paradójicos de Obrist sea haber conseguido revitalizar el género conversación de artista a los ojos de una comunidad, quizá de una generación, que tenía todo para desdeñarlo o ignorarlo y todo, sin duda, para descreer de la concepción del arte y el artista que presupone. Si las conversaciones de Obrist son cien por cien contemporáneas es sobre todo por la manera flagrante y hasta jovial, casi hedonista, en que ponen en escena el repliegue de la configuracióncrítico/discurso crítico (que fue dominante hasta los años 80), su reemplazo por la configuración curador/conversación (que prevalece a partir de los años 90), y el desalojo asombrosamente incruento de la obra (objeto de análisis, crítica, reflexión, y objeto dotado de cierta autonomía, al menos respecto de su autor) a manos de la figura (la personalidad, la vida, la intención) del artista, objeto de interés, de complicidad y hasta de mistificación, en la medida en que vuelve a ser el que tiene la última palabra sobre su trabajo. Muchos de los encantos que destilan las entrevistas de Obrist abonan, lo sepan o no, las iras o las nostalgias del bando de los desalojados. El carácter cooperativo de la charla, su índole casi de entrecasa, la desfachatez con que pasa del chisme al diagnóstico artístico o político, de la trivialidad privada a la discusión de programas estéticos ambiciosos o complejas problemáticas sociales, la falta de distancia entre los interlocutores, la puesta entre paréntesis de todo factor polémico en la conversación: todo lo que hace de estas entrevistas un ejercicio de deriva discursiva feliz, inspirado, por momentos tan artístico como las obras a las que alude, es lo que al mismo tiempo pone en evidencia el eclipse radical de los valores que no hace tanto regían el juego del arte y decidían el prestigio o el descrédito de sus jugadores: distancia crítica, disenso, contestación, controversia, etc.
Y sin embargo, si hay algo que no falta en estas entrevistas es tonicidad. Solo que es el tipo de tonicidad que el pensamiento crítico más tiende a poner en duda: una tonicidad fluida, capaz de afirmar con intensidad, discriminar, cortar, disonar, discrepar –todo lo que la musculosa cultura crítica se arrogaba el privilegio de hacer– sin necesidad de chocar, crisparse, levantar la voz o reducir el mundo a esa osamenta de oposiciones binarias sin las cuales la cultura de la crítica suele sentirse perdida. Obrist es perspicaz y astuto pero no amnésico, y el buen humor, la alegría y el combo de entusiasmo y curiosidad con que lleva adelante sus entrevistas jamás se confunden con esos ejercicios de tabula rasa a los que nos tiene acostumbrados la arrogancia de un discurso sobre el arte que solo confía en su propio ensimismamiento en el presente. No en vano una de las preguntas a las que vuelve una y otra vez en este libro es la pregunta por la utopía, noción huérfana por excelencia, blanco fácil de todos los sarcasmos contemporáneos, que Obrist desempolva con una insistencia de mosca y, ante los artistas a priori más insensibles a sus hechizos (Jeff Koons, por ejemplo), nunca para celebrarla como ideologema vintage sino –suprema ironía– con un criterio cien por ciento pragmático, haciéndola trabajar en los contextos más hostiles, para activar y poner a prueba sus reservas de potencia. En ese sentido, la práctica conversacional de Obrist tiene poco que ver con la licuefacción de la crítica pura y dura y mucho con algunas de sus formas de supervivencia más excéntricas, más fértiles: por ejemplo, las entrevistas para televisión de Alexander Kluge, o los extraordinarios momentos conversacionales de películas como Noticias de la antigüedad ideológica, la “adaptación” de Kluge de El capital de Marx, verdadera maratón ensayística (ocho horas) donde la figura del crítico, parasitando el imperativo comunicacional de la época, se vuelve máquina de interrogar,punching ball discursivo, partenaire intelectual, curador de pensamientos ajenos, imán, atractor, anfitrión de extranjeros indeseables.
Ya el casting de entrevistados de Obrist promete estímulos variados. Obrist, como se dice, habla con todos: íconos del arte conceptual de los años 60 y 70, militantes de los 90, pintores europeos hardcoreperformers esotéricos, divos de la provocación sexual, entrepreneurs del mercado del arte, conceptualistas severos, activistas ambientales, escultores sin ley, paladines de la memoria… Eso no quiere decir que todos los artistas le gusten por igual, o lo interpelen del mismo modo, o tengan el mismo grado de pertinencia en el paisaje que Obrist se hace del arte contemporáneo. Quiere decir que todos son interesantes, que todos tienen algo que decir, que todos son relevantes en términos comunicacionales –términos hoy nada superfluos, desde el momento en que allí se juega mucho del valor actual de un artista–, y que si Obrist tiene alguna función, esa función es estar ahí y escucharlos, casi como si la suya fuera una disposición menos humana que mecánica, un poco como la máquina de registrar que Warhol (el Warhol de los Diarios y las Time Capsules, otro de los precursores de Obrist) siempre soñó con ser.
Pero Obrist es humano, quizá más que humano, y tiene eso que solo tienen los grandes conversadores: oído. Oído para afinar con y captar y transcribir el grano de la voz de sus entrevistados, su cadencia expresiva o argumentativa, los dobles o triples fondos que esconden cuando se ponen lacónicos o elocuentes, y transcribirla a menudo a la letra, aun a riesgo de caer –es el karma de los entrevistadores-etnógrafos, y también de sus traductores– en la desprolijidad, la redundancia o el anacoluto. Pero oído también, y sobre todo, para escuchar la marcha de la situación conversación, el acontecimiento conversación, y percibir todo lo que acecha en sus silencios, todo lo que todavía tiene para dar, los rumbos que puede tomar, las inflexiones capaces de aligerarla (cuando se pone demasiado grave) o adensarla (cuando corre peligro de evaporarse). Esa perspicacia, Obrist la tiene también para pensarse a sí mismo en la situación, y decidir cuál de todas las máscaras que esconde en su ropero –Obrist el animador, el crítico, el investigador, el ratón de trastienda de galería, el fundraiser, el director de museo, el viajero superfrecuente– le conviene exhumar según el momento de la conversación, el mood del entrevistado o el rastro que sigue la entrevista. Y ahí Obrist es perverso y polimorfo: aunque declara entrevistar siempre sin guión, apoyándose apenas en una serie de preguntas sin orden que anota en un papel, sabe siempre cuándo asociar, cuándo matizar, cuándo sacar de la galera el dato, el antececedente o el ejemplo que desvíen la charla y la revitalicen, dónde desplegar todo su capital de crítico-curador y dónde callarlo, en qué circunstancias hacer de fanático atónito, de erudito sobrador, de exégeta, de confidente, de cómplice.
Entusiasmo y curiosidad: es cierto que la fórmula, sobre todo aplicada con el estilo de Obrist, a la vez confianzudo e impetuoso, está lejos de los protocolos críticos consensuales. Los críticos son fríos, clínicos, y solo levantan temperatura a la hora de tomar posición y romper lanzas, dos imperativos que Obrist, con su cintura pluralista y su formidable rango de maniobrabilidad, parece ignorar con sorprendente despreocupación. A esas dos cualidades habría que agregar una tercera: proximidad, que es el tipo de relación que suele ligar a Obrist con sus entrevistados. Es obvio que con Parreno, Abramovic o Tiravanija lo une una relación previa, una complicidad (muchas veces generacional) que con Louise Bourgeois o Gerhard Richter brillan por su ausencia. Pero Obrist el preguntón quiere ser con todos lo mismo: de todos los otros posibles de un artista, el otro más cercano, un prójimo, una suerte de caretaker sagaz, exhaustivo pero nada complaciente, en el que el artista puede descansar pero sobre todo verse reflejado, y sorprenderse diciendo cosas que no esperaba decir, o descubrir algo, o recordar, o mentir, o contradecirse, o simplemente descubrirse pensando. (Susan Sontag, conversadora viciosa, decía que conversaba para averiguar qué pensaba).
Puede que el factor mayéutico no neutralice del todo el factor proximidad; puede incluso que en el caso de Obrist sea uno de sus frutos más afortunados. Pero lo que desactiva, sin duda, es un efecto colateral bastante típico de la fórmula entusiasmo + curiosidad: el peligro groupie. (Pregunta al paso: así como el curador desalojó al crítico, ¿cuándo desalojará el groupie –ese talibán del interés formado en el paraíso de accesibilidad de la red– al curador, y también al espectador, al lector, alamateur de arte o de cualquier cosa?). Obrist podrá flirtear con la actitudgroupie; podrá incluso citarla al reconstruir la escena primitiva de su encuentro con el mundo del arte, cuando “en 1986, yo tenía dieciocho años y Alighiero Boetti me dijo que podría dedicar mi vida a esto. Yo realmente creía que los artistas eran las personas más importantes del planeta, y quería ayudarlos y serles útil”. Pero, más que el fan, con sus compulsiones, su delirio de especificidad y su monomanía, el personaje que Obrist encarna cuando intercepta artistas es el del estudiante, con su juventud eterna y su vigor insomne y su anhelante virginidad intelectual: alguien que goza menos de los deberes hechos que de los que quedan por hacer, un ávido y, en más de un sentido, un romántico. No por azar la otra pregunta que escande estas conversaciones es la pregunta por los proyectos no realizados. Contracara de la pregunta por la utopía, la de los proyectos no realizados es romántica porque resucita una pasión muy siglo XVIII: la pasión por las ruinas. Pero Obrist, una vez más, no acude a las ruinas como quien peregrina a un santuario. Vuelve con la fruición de un arqueólogo que no ha pegado un ojo en toda la noche, frotándose las manos, paladeando ya la joya roma y un poco chamuscada que habrán de depararle los escombros: no el pasado, no, nunca el pasado, sino las formas sorprendentes del futuro.
– Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una Revolución – Mary Gabriel
Estado: nuevo.
Editorial: El viejo Topo.
Precio: $500.
Amor y Capital revela la rara vez entrevista humanidad del hombre cuyas obras iban a transformar el mundo después de su muerte. Pero es también un vívido relato en torno a la mujer que le dio la fuerza necesaria para proseguir en sus esfuerzos para lograrlo.
Karl Marx era un estudiante con pocos medios y de incierto futuro cuando Jenny von Westphalen, la cautivadora hija de un barón prusiano, se enamoró de él. Juntos recorrieron Europa esquivando distintos gobiernos, cada vez más alarmados por las ideas revolucionarias de Marx. Pero en la vida de la pareja no todo era lucha política. Como Mary Gabriel nos cuenta, Marx idolatraba a sus hijos y esposa, era un bromista al que le gustaban las fiestas familiares y un hombre capaz de experimentar salvajes entusiasmos, uno de los cuales casi destruye su matrimonio. A través de décadas de lucha desesperada contra la pobreza, y siempre teniendo en mente como objetivo prioritario la emancipación de los trabajadores, el amor de Jenny por Karl se pondrá a prueba una y otra vez mientras ella esperaba a que terminara su obra maestra, El Capital.
Basándose en material hasta ahora inédito, Mary Gabriel narra la historia de Karl y Jenny con el telón de fondo del siglo XIX europeo, un período nutrido de reyes y agentes secretos, de complots en las trastiendas, de pasiones encendidas, de rivalidades feroces y dramas sin igual. En una narración que se extiende a lo largo de décadas por paisajes de Londres, París, Bruselas, Berlín y otros lugares, Gabriel descubre las semillas de las revoluciones por venir y el amor inquebrantable que unía a un hombre y una mujer en medio del torbellino de la historia.
– Días felices en el infierno – Faludy, György
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $450.
Días felices en el infierno, la obra maestra del poeta, periodista, traductor y enfant terrible de las letras húngaras del siglo xx György Faludy (Budapest, 1910- 2006), es el relato trepidante de quince años de la biografía del autor, que comprenden desde su huida de Hungría (perseguido judicialmente por el gobierno filonazi), a finales de 1938, hasta su salida del campo de trabajos forzados de Recsk, donde había sido internado en 1949, entre los miles de detenidos a raíz del proceso a Lazsló Rajk, que fue el bautismo de sangre del estalinismo húngaro. Editado en inglés en 1962, el libro no fue publicado en húngaro hasta 1989, tras la caída del régimen comunista.
Philip Toynbee saludó la aparición de Días felices en el infierno asegurando que Faludy era «el tipo de persona que todos hubiéramos querido ser, aparte de nosotros mismos». Es obvio que el crítico inglés no se refería al pormenor biográfico de la historia, cuya naturaleza dramática o directamente trágica es difícil ignorar, sino a la actitud vitalista, desinhibida e irónica con que el narrador, el personaje Faludy, encara y afronta los acontecimientos más complejos y las situaciones más deprimentes. Más allá de su interés histórico, como crónica documental del «socialismo real» y como texto pionero de la «literatura del Gulag», el libro es el testimonio de una curiosa e irrepetible aventura intelectual, aparte de contener, sabia y elegantemente administrados, elementos de todos los géneros y subgéneros literarios. La poesía, la economía política, el erotismo, la historia antigua, el humor, las aventuras, los sueños, el espionaje y el horror se dan cita en ella para componer un relato animado y vivo, poblado de personajes inolvidables y de episodios insólitos, que frecuentemente ponen a prueba nuestra credulidad o nuestra capacidad de sorpresa, y que confluyen para dar cuerpo de obra maestra a esa «celebración del triunfo del espíritu humano» que es, en palabras de Thomas Orzság-Land, Días felices en el infierno.
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György Faludy (Joseph George Leimdörfer; Budapest, 1910–2006) da a conocer sus primeros poemas en la primera mitad de los años treinta del siglo pasado y se convierte en colaborador de la publicación liberal Magyar Hírlap, relacionándose con los círculos radicales y socialdemócratas que combaten a los sucesivos gobiernos del régimen autoritario del Almirante Horthy. Pese a que suele considerarse que su trayectoria poética tiene inicio en 1938, cuando aparece Centinela en Pompeya, fueron sus versiones de Heine y Villon publicadas el año anterior las que le consiguieron sus primeros éxitos, sus primeros problemas con la justicia y una gran popularidad. Las Villon Balladái han sido reeditadas en medio centenar de ocasiones, y son uno de los libros de poesía más vendidos de la historia de Hungría. En los años siguientes, Faludy publica las recopilaciones Laudatur. Himnos medievales y laAntología de poetas europeos.
Su actividad pública no deja de provocarle problemas, sobre todo con la extrema derecha húngara. Acosado por varias demandas judiciales por, entre otros cargos, “ofensas a una potencia amiga”, abandona Hungría y se instala en París a finales de 1938. En junio de 1940 abandona París con destino a Casablanca y subsiste en Marruecos hasta el verano de 1941, en que se dirige a Nueva York en un barco de refugiados. En los Estados Unidos se alista en el ejército, participando en distintos episodios de la guerra del Pacífico. Al acabar la contienda, Faludy regresa a Hungría y se incorpora a la vida pública como miembro activo del Partido Socialdemócrata. A finales de mayo de 1949 se desencadena el “caso Rajk”, y en la secuencia de purgas que lo siguen, es detenido y conducido al campo de Recsk. Liberado en 1953, hasta 1956 se gana la vida como traductor, apenas tolerado en los márgenes del régimen. Tras el fracaso de la Revolución de 1956, Faludy sale de Hungría y se instala en Londres, donde dirige la Gaceta Literaria. En 1957 aparece en alemán Tragödie eines Volkes. Ungarns Freiheitskampf durch die Jahrhundert, escrito en colaboracióncon María Tatár (pseudónimo de su esposa, la periodista Zsuzsanna Szegö) y György Pálóczi Horváth, y en 1961 su libro de poemasEmlékkönyv a rőt Bizáncról. En 1962 se publica en la editorial André Deutsch lo que generalmente se considera su obra maestra,My Happy Days in Hell, que no será editado en húngaro hasta la caída del comunismo, en 1989. El libro tendrá un éxito discreto, una magnífica recepción crítica, dos ediciones inglesas y otras dos en los Estados Unidos y será traducido al alemán y al holandés en 1964, y al francés en 1965.
A la muerte de su esposa, Faludy abandona Inglaterra y reside primero en Florencia y luego en Malta. Allí, hacia 1966, Faludy conoce a Eric Johnson, lingüista aficionado, viajero impenitente y bailarín de ballet, que llegaría a ser, en el pintoresco universo de la literatura “neolatina”, el enigmático Ericus Livonius. Ambos convivieron durante los siguientes treinta y cinco años. En 1967 se trasladan a Canadá y se establecen en Toronto. Faludy adquiere la nacionalidad canadiense e imparte cursos en Columbia University, en Wesleyan, Princeton, UCLA, y en la universidad de Toronto, de la que será nombrado Doctor Honoris Causa en 1978, año en el que también aparece la primera antología de su poesía traducida al inglés, East and West. Selected Poems of George Faludy. En 1980 edita en magiar sus Poemas escogidos, un grueso volumen de más de seiscientas páginas. Entre 1983 y 1985 publica una colección de los poemas escritos en el campo de Recsk, las antologías Learn This Poem of Mine by Heart. Sixty Poems and One Speech, y losSelected Poems of George Faludy.
En 1987, con los nuevos aires suscitados por la “perestroika” gorbachoviana, aparece la primera edición (pirata) de My Happy Days in Hell en Hungría. Tras el colapso del imperio soviético, la pareja Faludy-Johnson se muda a Budapest y aparece la primera edición húngara de Días felices en el infierno, reavivándose la popularidad del poeta. Extraordinario orador, sus lecturas públicas congregan a multitudes y sus poemas son frecuentemente musicados, como lo habían sido en los años treinta y primeros cuarenta. Publica dos colecciones de artículos y semblanzas, en las que están presentes muchos de los personajes de Días felices en el infierno. Es candidato al Nobel y obtiene en 1993 el Premio de la Fundación Soros y en 1994 el prestigioso Premio Kossuth a la labor de una vida.
En el orden político postcomunista, la figura de Faludy concita las reservas de distintos colectivos a derecha e izquierda del arco parlamentario húngaro. Su condición de testigo de los horrores del “socialismo real” incomoda a muchos; el ultranacionalismo le reprocha su participación en un oscuro incidente del año 1947, en el que algunos miembros de formaciones de izquierda, Faludy entre ellos, derribaron la estatua del obispo antisemita de Székesfehérvar, el venerable Ottokar Prohászka; y lo que se considera su “libertad de costumbres” no lo hace popular entre los húngaros más conservadores. En 2002 Faludy contrae matrimonio con la joven poetisa Fanni Kovács, convirtiendo a Johnson, al decir de George Jonas, “en el primer hombre de la historia abandonado por un amante de 92 años de edad”. La nueva pareja aviva el escándalo con un reportaje fotográfico en la edición húngara de la revista Penthouse, que se convierte (o eso quiere la leyenda) en el número más vendido de su historia en Hungría. Se dice que Faludy vive un periodo de extraordinaria creatividad. Publica un libro de poemas escrito a medias con su joven esposa y la segunda parte de sus memorias, Después de mis días felices en el infierno. György Faludy fallece en 2006 en Budapest.
– Nacionalismo banal – Michael Billig
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing.
Precio: $350.
¿Por qué la gente no olvida su identidad nacional? Billig sugiere que el nacionalismo cotidiano se encuentra presente en los medios de comunicación, en numerosos símbolos omnipresentes y en ciertos hábitos rutinarios del lenguaje. Elementos habituales en nuestra vida cotidiana, como la bandera que ondea en los edificios públicos, escuelas, despachos, fachadas de las viviendas, etc., son eficaces recordatorios que operan de manera mecánica sobre el inconsciente individual y colectivo, más allá de la conciencia deliberada. Mientras que la teoría tradicional ha puesto el punto de mira en las expresiones más radicales del nacionalismo, el autor centra la atención en las formas diarias y menos visibles de esta ideología, que se encuentran profundamente arraigadas en la conciencia contemporánea, y que constituyen lo que define como un «nacionalismo banal».
Los escritos de Billig son de lectura esencial para comprender el fenómeno nacional, los aspectos más banales en que se manifiesta y cómo es utilizado, en primer lugar, por los estados-nación. El autor cuestiona las teorías ortodoxas de la Sociología, de la Ciencia Política y de la Psicología Social que ignoran este crucial asunto, y manifiesta con convicción y documentación que el nacionalismo continúa siendo una fuerza ideológica fundamental en el mundo contemporáneo.
– Ensayos y discursos – William Faulkner
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing.
Precio: $350.
Una recopilación esencial de la brillante obra no narrativa de Faulkner, puesta al día y con abundante material nuevo. Pero sobre todo una singular mirada a la vida del maestro estadounidense.
Este volumen incluye el discurso de aceptación del Premio Nobel, una reseña de El viejo y el mar de Hemingway (en la que sugiere que su autor ha encontrado a Dios), y algunas joyas reunidas recientemente, como el ácido ensayo «Sobre la crítica» o el cautivador «Nota sobre una fábula». Piezas como «Sobre la privacidad (El Sueño Americano: ¿Qué le sucedió?)» deberían ocupar un lugar junto al discurso del Nobel como uno de los más importantes y proféticos documentos del siglo, se trata de una maravillosa crítica sureña al materialismo y al falso progreso estadounidenses. La edición contiene también cartas al público elocuentemente dogmáticas sobre los temas más variados, desde las relaciones raciales y la naturaleza de la ficción hasta la caza de ardillas salvajes en su finca. Este libro ofrece un medio excelente para analizar el pensamiento del escritor y debería servir de ayuda para juzgarlo correctamente. No sólo no ha pasado de moda con el tiempo, sino que se ha vuelto más incisivo e impactante.
vendido
– La Casa De Hojas –  Mark Z. Danielewski
Estado: nuevo.
Editorial: Alpha Decay.
Precio: $000.
La casa de hojas
Marcelo Cohen
La literatura fantástica ya no es eso que hace varias décadas la teoría definió como una zona huidiza entre la percepción ilusoria y el fenómeno inexplicable, o entre lo extraño y lo maravilloso. Cuando cunde la convicción de que la realidad está tapada por una réplica falaz, pero suele colar de improviso sus raras lógicas, ya no es imprescindible preparar la aparición del prodigio con estrategias retóricas ni usar rigurosamente el punto de vista para que suceda el fantasma. El mundo enseña que de la mera reunión de objetos disímiles y fenómenos discordantes surge algo que antes no estaba. La literatura sabe que la fecundidad de un relato depende de la cantidad de alimentos de cualquier orden que puede componer, sean textos o hechos. De textos superpuestos, por lo demás, está hecha en gran medida la literatura experimental, ese género sólo definible por una lista de autores —de Joyce a Arno Schmidt y/o Burroughs— y que, salvo Cortázar, ni se interesa demasiado por lo sobrenatural ni es apto para este tiempo de lecturas expeditivas. Mark Danielewski demuestra que estas dos ideas no son tan ciertas. La casa de hojas es una novela fantástica de 736 páginas, repleta de anomalías formales de todo tipo, que además da miedo. Veamos cómo lo consigue. Johnny Truant, empleado de un salón de tatuajes, consumidor de drogas varias, noctámbulo frenético y abrumado de inteligencia, está buscando departamento cuando su compinche Lude lo lleva al de Zampanò, un viejo ciego que acaba de morir. Ahí Johnny descubre un enorme amasijo de papeles; es el manuscrito de La casa de hojas, un desmesurado ensayo de Zampanó sobre un documental ficticio. En el centro de este libro están Will Navidson, un fotoperiodista Premio Pulitzer, y su mujer, la ex modelo Karen Green, que deciden salvar un matrimonio en quiebra mudándose con sus dos hijos a una casa en el campo. Al poco tiempo descubren un pasillo nuevo dónde sólo había un tabique y, con mediciones estrictas, confirman que la casa es más grande por dentro que por fuera. Pero además crece. Con los días el pasillo se alarga, aparecen puertas laterales, después un hueco hacia un subsuelo donde proliferan puertas, recodos y desvíos, una escalera auténticamente inacabable: un desierto Averno de oscuridad. Lo que sigue va de la obstinación de Will por filmar ese vacío a la incursión de un equipo de espeleólogos, de la tentativa breve a la expedición de meses, del reto a la muerte y de la idea fija a la demolición de una familia y su posible salvación. Supuestamente, de todo esto queda lo que Navidson montó con lo que pudo filmar y, en el manuscrito de Zampanò, las profusas secuelas de la película: notas críticas, estudios de arquitectura del laberinto, arqueología, religión, ingeniería, alpinismo, cine, filosofía del tiempo, polémicas, recortes, fotos, una mezcla de documentos apócrifos y verdaderos que Truant edita con sus respectivas tipografías, formatos, tamaños, posiciones y colores como un fruto del descalabro que ese trabajo obra en su vida. En la confluencia entre el manuscrito y la historia de Johnny hay un descubrimiento y un terrible desasosiego; pero lo que horroriza de veras es la absorción del tiempo por un espacio insondable, vivo, impalpable, que desquicia los ritmos de la vida, el pasado y el porvenir, y se ensaña con la debilidad de los acuerdos humanos. Así también la novela sorbe el orden mental del lector. La endiablada puesta en página de un material inmanejable abruma y transforma: hace perder el tiempo. Esto es lo que Danielewski devuelve al fantástico: no la rendición del lector a una historia, sino la adaptación de la mente a una lógica tan improductiva que es de otro mundo. Aprovechemos La casa de hojas para recuperar ciertos libros intempestivos que han mantenido viva la novela experimental —The Tunnel de William Gass (1997), La historia de Martín Caparrós (1999)— y saludemos la gesta de los editores y el traductor de la edición española.
– Historias desde la cadena de montaje – Ben Hamper
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing
Precio: $300.
Desde Hunter S. Thompson no había aparecido un escritor americano capaz de generar la explosión rebosante de verdad y cruda realidad a la que Ben Hamper da rienda suelta en este recorrido a través de la panza de la gran bestia industrial de los EE.UU.
Mediante una prosa pura y sin concesiones de ningún tipo, Hamper, también conocido como “Rivethead”, un ex remachador de la cadena de montaje de la fábrica de camionetas y autobuses de General Motors, y cuyos artículos para EsquireHarper’s y Mother Jones obtuvieron un reconocimiento literario excepcional, nos conduce a lo largo de su delirante carrera como obrero automotriz trastornado: de ofrecerse para trabajar turnos dobles a beber y atiborrarse de todo tipo de drogas, pasando por el plan de control de calidad de General Motors (basado en un Gato de Calidad gigante que se paseaba por toda la cadena) hasta los personajes a lo gonzo que fueron compañeros de Hamper. Estamos ante una historia extraordinaria, hilarante y trágica al mismo tiempo, de unos seres humanos atrapados en un inframundo de ruido asfixiante, aburrimiento y disparate.
De Paris a Monastir – Gaziel
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $250.
En octubre de 1915 Agustí Calvet «Gaziel», un aprendiz de filósofo que se había convertido por casualidad en corresponsal de guerra, emprendió un viaje desde París que culminaría en la ciudad serbia de Monastir. Su propósito era escribir un reportaje sobre la situación bélica en el sur de Europa. Grecia era por entonces uno de los epicentros del conflicto, permanecía todavía neutral, pero su reacción ante las recién estrenadas hostilidades entre sus dos vecinos, Bulgaria y Serbia, podría condicionar el desarrollo de la guerra decisivamente. Gaziel alargó el viaje hasta Serbia y allí contempló, conmovido y desolado, el espectáculo dantesco de los refugiados.
Las crónicas de guerra de Gaziel tuvieron gran repercusión y marcaron un punto y aparte en la historia del reporterismo español. Desde un primer momento las concibió más como narraciones que como artículos. Como sostiene Jordi Amat en el prólogo, «Gaziel escribió reportajes cuya factura tenía un aire inequívocamente novelesco. Los lectores, más que información sobre el conflicto bélico, leían una aventura por entregas basada en hechos reales».
Gaziel reunió y pulió algo más de la mitad de sus colaboraciones bélicas con La Vanguardia y las publicó en varios libros. De todos ellos el más impactante y logrado, seguramente, es De París a Monastir. Publicado por primera vez en 1917, considerado como un libro fundamental del periodismo español del siglo XX.
– La bandera invisible – Peter Bamm
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $300.
Peter Bamm participó como médico del ejército alemán en la segunda guerra mundial; años más tarde se basaría en su experiencia como cirujano de campaña en el frente ruso (1941-1945) para escribir esta novela autobiográfica. La bandera invisible, que fue saludada como una obra maestra cuando se publicó, nos habla de las dificultades de la atención médica en campaña con un vigor narrativo, una sencillez y una compasión que la hacen única en su género. Peter Bamm escribió desde dentro de la poderosa maquinaria bélica alemana mostrando sus contradicciones, sin ocultar la responsabilidad de la Wehrmacht en los crímenes del nazismo; pero se ocupó también de otros aspectos: de cómo la humanidad y la camaradería afloran en las condiciones más duras, incluso entre enemigos; de las penalidades que debió soportar la población civil durante la guerra o de la belleza y el rigor de la estepa rusa. La bandera invisible es un libro conmovedor, que recoge los hechos de hombres y mujeres que, en medio de la atrocidad de la guerra, decidieron caminar bajo «la bandera de la humanidad», aquella que ampara a quienes con hechos silenciosos son capaces de sacrificarse por los demás.
«Una de las escasas memorias de su clase subjetivamente sinceras.»  Hannah Arendt (The New Yorker)
– Ángulo de reposo – Wallace Stegner
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $450.
El historiador Lyman Ward, ya retirado de sus tareas docentes, se propone investigar la memorable historia de sus abuelos: una pareja de la alta sociedad de la costa Este que en la segunda mitad del siglo XIX abandona el lugar en el que ambos habían crecido para instalarse en California, cuando este era un territorio aún por civilizar. Conforme va profundizando en los recuerdos de su familia, Lyman Ward se da cuenta de la intensidad con la que el pasado ayuda a iluminar y comprender el presente.
Basada en la correspondencia de una autora e ilustradora norteamericana, Mary Hallock Foote, una de las primeras artistas en ocuparse de la vida en el Oeste americano, Ángulo de reposo retrata el esfuerzo que tuvieron que hacer las gentes del Viejo Mundo para enfrentarse a una nueva realidad geográfica, histórica y humana. Esta emocionante narración sobre cuatro generaciones de una familia norteamericana fue galardonada con el premio Pulitzer en 1972, y está considerada como la novela más importante de Wallace Stegner y una de las mejores novelas estadounidenses de todo el siglo XX.
– 1688. La primera revolución moderna – Steve Pincus
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $870.
Durante tres centurias, los académicos y los intelectuales han identificado la Revolución Gloriosa de Inglaterra, de 1688-1689, únicamente como un momento crucial en la excepcional historia de Inglaterra, asociándola a los orígenes del liberalismo. El viejo relato enfatiza la revolución de 1688-1689 como un gran momento en el cual los ingleses defendieron su particular forma de vida, de manera incruenta y consensuada. La idea que propone Steve Pincus en este libro es que los revolucionarios ingleses crearon, por medio de una revolución—la primera y auténtica revolución moderna por encima de la francesa—mucho más sangrienta de lo que se creía hasta ahora, un nuevo tipo de Estado moderno, que habría supuesto un auténtico antes y después en la historia de Europa y en la conformación del mundo moderno tal como lo conocemos hoy.
En la versión tradicional de la Revolución Gloriosa, el pueblo inglés, guiado por sus líderes naturales en las dos Cámaras del Parlamento, cambió del modo más sutil el Estado inglés en 1688-1689. Alteraron ligeramente la sucesión, hicieron que fuese ilegal que un católico heredase el trono y aprobaron la ley de Tolerancia, permitiendo a los disidentes protestantes practicar su culto libremente. La tesis de Macaulay, que se convirtió en la exposición clásica de la interpretación whig de la revolución de 1688-1689, reunía ciertos aspectos distintivos. En primer lugar, la revolución fue no revolucionaria (durante el período revolucionario y por todo el país, hombres y mujeres se amenazaban entre sí, destrozaban sus propiedades y se mataban y mutilaban los unos a los otros). En segundo lugar, la revolución fue protestante. En tercer lugar, la revolución puso en evidencia la naturaleza fundamentalmente excepcional del carácter nacional inglés. En cuarto lugar, no hubo reivindicaciones sociales en la base de la revolución de 1688-1689.
 El presente libro cuestiona todos los elementos de esta arraigada versión. Sostengo que la revolución inglesa de 1688-1689 fue la primera revolución moderna. Llegué a esta conclusión tras más de una década de investigación en archivos de Norteamérica, del Reino Unido y del resto de Europa. La revolución de 1688-1689 es importante no porque reafirmara el excepcional carácter nacional inglés, sino porque constituyó un hito en la emergencia del Estado moderno. Pero el cambio económico y social no hizo que la revolución de 1688-1689 fuera inevitable. Jacobo II [rey de Inglaterra entre 1685 y 1688], profundamente influenciado por la particular rama del catolicismo que él practicaba y por el exitoso modelo político de su primo, Luis XIV de Francia, procuró desarrollar un Estado absolutista moderno. Llegaron pronto a la conclusión de que un centralizado imperio territorial y de ultramar, con bases en la India, en Norteamérica y en las Indias Occidentales, constituía un puntal esencial. Jacobo reunió recursos disponibles desde hacía poco e ideó planes para un imperio mucho mayor, a fin de crear un Estado católico y moderno.
Los revolucionarios imaginaron que Inglaterra sería más poderosa si alentaba la participación política más que el absolutismo, si se mostraba más tolerante con las religiones y menos tendente a catolizar, y si se dedicaba a promover la industria inglesa en vez de a mantener un imperio basado en la posesión de tierras. Fue precisamente porque Jacobo había sido capaz de crear un Estado tan poderoso por lo que muchos de sus oponentes se dieron cuenta de que sólo era posible oponerse a él con violencia y de que sólo una transformación revolucionaria lograría impedir que un futuro monarca inglés recrease su moderno Estado absolutista. Aquellos que derrocaron a Jacobo II en 1688 y dieron forma al nuevo régimen en la década siguiente fueron, necesariamente, revolucionarios.
Ni la Inglaterra de la modernidad temprana llegó a su fin en 1688, ni la Inglaterra moderna comenzó a partir de entonces. Sin embargo, sería justo decir que el carácter de las relaciones entre el Estado inglés y la sociedad se transformó de manera fundamental. Pero no rechazaron el Estado, sino que crearon un Estado intrusista en muchos sentidos y promovieron una sociedad tolerante en cuestiones de religión. Si bien la Revolución Gloriosa constituyó un momento crucial en el desarrollo del liberalismo moderno, dicho liberalismo no fue hostil al Estado. En mi opinión, la Revolución Gloriosa no fue el triunfo de un grupo de modernizadores sobre los defensores de la sociedad tradicional. No señalo que la modernización del Estado implique necesariamente una ruptura completa y total con el pasado en la vida intelectual, religiosa o social.
¿Qué quiero decir, pues, con «la emergencia de un Estado moderno»? Me refiero a dos tipos de cambios interrelacionados. Aludo, primero, a una serie de innovaciones socioestructurales en el arte de gobernar. En segundo lugar, aludo al hecho de que un Estado moderno implica una ruptura ideológica con el pasado. Mientras que la magistral versión de Macaulay se centra en acontecimientos ingleses, en reacciones de la comunidad protestante y en actores de la elite, la mía añade a eso un contexto europeo, la perspectiva ideológica católica de Jacobo II y su entorno, la política popular y cuestiones de economía política. Estos elementos adicionales permiten ver que las causas de la revolución de 1688-1689 eran antiguas y sus consecuencias para Inglaterra y el resto del mundo se dejaron sentir a largo plazo. Fue, de hecho, la primera revolución moderna.
– Historia de las utopías – Lewis Mumford
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $460.
En este hermoso y valioso volumen, Lewis Mumford hace balance crítico del pensamiento utópico: su historia, sus fundamentos básicos, sus aportaciones positivas, sus cargas negativas y sus debilidades. Releyendo las utopías más conocidas e influyentes y los mitos sociales que han desempeñado un papel de primer ord en en Occidente, y contrastándolos con las utopías sociales parciales todavía recientes, Mumford valora el impacto que todas estas ideas podrían tener en cualquier nuevo camino hacia Utopía que estemos dispuestos a emprender. Presentamos por primera vez en castellano el primer libro que publicó Lewis Mumford, escrito con apenas veintisiete años, y que no dejó de reeditar a lo largo de toda su prolífica vida. La edición que ofrecemos a los lectores cuenta además con un prólogo que el propio Mumford redactó casi cincuenta años después de su edición original. En un momento en el que cada vez se escuchan más voces que hablan de la necesidad de que la sociedad cambie de rumbo, y en un tiempo en el que todas las brújulas parecen irremediablemente rotas, este libro se antoja una lectura básica por su fino análisis, por su anticipación y por la lucidez propia del pensamiento de Mumford.
– La consagración de la primavera. La Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos – Modris Eksteins
Estado: nuevo.
Editorial: Pre-Textos.
Precio: $650.
Deslumbrante en su originalidad, agudo y perspicaz a la hora de desenterrar patrones de conducta que la historia ha borrado, Modris Eksteins explora los orígenes, el impacto y las secuelas de la I Guerra Mundial —desde el estreno del ballet de Stravinsky La Consagración de la Primavera en 1913 hasta la muerte de Hitler en 1945. Como escribe Modris Eksteins, La Gran Guerra fue el punto de inflexión psicológico… para la modernidad como conjunto. Las ansias de crear y las ansias de destruir habían intercambiado sus puestos.” En “este libro fértil y audaz” (Atlantic Monthly), Eksteins procede a cartografiar las modificaciones sísmicas de la conciencia humana producidas por aquel gran cataclismo en las vidas y palabras de la gente común, en las obras literarias y acontecimientos tales como el vuelo trasantlántico de Lindberg y la publicación del primer best-seller moderno, Sin novedad en el Frente del Oeste. Esta Consagración de la Primavera de Eksteins es una obra extraordinaria y singular, una historia cultural que redefine el modo que tenemos de contemplar nuestro pasado y mirar hacia el futuro.
MODRIS EKSTEINS, nacido en Letonia en 1943, es profesor de Historia en la Universidad de Toronto en Scarborough. La Consagración de la Primavera: La Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos ha sido traducida a varios idiomas y ganó el premio Trillium y el premio Wallace K. Ferguson de la Asociación Histórica de Canadá, entre otras distinciones. Su libro Walking since Daybreak (Caminando desde el alba), ganó el premio Pearson de ensayo. Vive en Toronto.
– La mujer que disparó a Mussolini – Frances Stonor Saunders
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $350.
A las once de la mañana del 7 de abril de 1926, una mujer salió de la multitud en la Plaza del Campidoglio de Roma. A menos de un paso delante de ella, se detenía Benito Mussolini. Al levantar el brazo para hacer el saludo fascista, la mujer levantó la suya y le disparó a quemarropa. Mussolini escapó ileso por muy poco, la bala apenas le había rozado. Animado por todo el mundo, pudo continuar la marcha fascista. Esta es la asombrosa historia jamás contada de Violet Gibson, la mujer que trató de detener el ascenso del fascismo y cambiar el curso de la historia. Violet fue arrestada, etiquetada como “solterona irlandesa con problemas mentales”, y enviada a un asilo mental inglés donde murió en 1956.
Esta elegante obra de reconstrucción biográfica, a través de una narrativa llena de suspense, conspiración y diplomacia, recupera la notable figura de Gibson de los registros históricos perdidos. Desde su aristocrática juventud en la élite de Dublín, entre bailes de debutantes y presentaciones en la corte, hasta su compromiso con las ideas fundamentales de la época, como el pacifismo, el misticismo o el socialismo. Pero sobre todo, analiza su menospreciado papel en el desarrollo del fascismo y el culto a Mussolini, en una peligrosa y novedosa época en la que todo parecía posible.
– La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX – Sandra M. Gilbert y Susan Gubar
Estado: nuevo.
Editorial:
Precio: $500.
Sandra M. Gilbert y Susan Gubar ofrecen con este texto una atrevida y novedosa interpretación de las grandes escritoras del siglo XIX y, al hacerlo así, presentan la primera demostración de la existencia de una imaginación claramente femenina.
Este libro surgió de un curso impartido por ambas autoras en el que al leer lo que escribieron las mujeres, desde Jane Austen y Charlotte Brontë hasta Emily Dickinson, Virginia Woolf y Silvia Plath, se sorprendieron por la consistencia de temas  e imágenes que se hallaban en las obras de escritoras con frecuencia distantes unas de otras geográfica, histórica y psicológicamente. Incluso al estudiar sus logros en géneros radicalmente diferentes, descubrieron lo que comenzó a parecer una tradición literaria manifiestamente femenina, una tradición abordada y apreciada por muchas lectoras y escritoras, pero que nadie había definido aún en su totalidad. Imágenes de encierro y fuga, fantasías en las que dobles locas hacían de sustitutas asociales de yoes dóciles, metáforas de incomodidad física manifestada en paisajes congelados e interiores ardientes: estos modelos reaparecían a lo largo de toda esta tradición, junto con las descripciones obsesivas de enfermedades como la anorexia, la agorafobia y la claustrofobia.
– Las mujeres y el cine. A ambos lados de la cámara – E. Ann Kaplan
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
La idea de este libro nació del curso que sobre la mujer en el cine imparte Ann Kaplan desde hace más de veinte años. Aunque muchos de estos trabajos son conocidos para un pequeño círculo de críticos y estudiosos del feminismo, se trata de obras prácticamente desconocidas para personas de otras disciplinas humanísticas. El objetivo de la autora es hacer accesible una obra teórica reciente que suele estar oculta en un lenguaje oscuro y para la que es necesaria una amplia formación en psicoanálisis y semiología.
– POPism. Diarios (1960-69) – Andy Warhol & Pat Hackett
Estado: nuevo.
Editorial: Ediciones Alfabia.
Precio: $400.
No puedo imaginarme por qué, de toda la gente a la que Valerie debía conocer, tenía que ser yo a quien disparara
Esta es mi visión personal del fenómeno Pop en Nueva York en los años 60
POPISM, publicado por primera vez en España, cubre el período más dinámico de la vida y la obra de Andy Warhol. Unas memorias que pueden leerse, en última instancia, como una novela.
En estos diarios, Warhol ofrece su peculiar versión sobre el fenómeno pop en el Nueva York de los 60, y lo hace desde la privilegiada posición que le confiere su peso específico en el panorama artístico y mundano de aquella época irrepetible. Efervescente, lúcido e inevitablemente  cool, como siempre, Warhol repasa aquellos tiempos y nos aporta, de primera mano, un sucinto anecdotario de sus encuentros y desencuentros con toda esa impagable galería de amigos, colaboradores, protegidosallegados y promocionados varios que conformaron su más directo entorno. Edie Sedgwick, Lou Reed, John Cale, Paul Morrissey, Nico, Candy Darling y toda la troupe de la Factory están aquí. Y también, claro, las fiestas, los clubs, la interminable vida social, el arte, el sexo y las drogas de los cenáculos underground, sin obviar el momento crítico que supuso el intento de asesinato que por poco acaba con su vida. Nadie mejor que Warhol para hablar de sí mismo, para saber venderse a través de esta fascinante autobiografía.
– Marcel Duchamp – Bernard Marcadé
Estado: usado.
Editorial: libros del Zorzal
Precio: $400.
Luego de su muerte en 1968, la obra e influencia de Marcel Duchamp, a quien André Breton consideraba “el hombre mas inteligente del siglo XX”, no dejaron de imponerse en el paisaje del arte contemporáneo. Del futurismo al cubismo, del Dadá al surrealismo, el arte de Duchamp acompañó las grandes aventuras estéticas del siglo pasado. Pero fue sobre todo a partir de los años sesenta que su obra se impuso como fuente insoslayable para las jóvenes generaciones. Mucho es lo que se ha escrito sobre Marcel Duchamp, mucho lo que se ha observado a propósito de sus obras y sin embargo, el interés por su vida ha sido escaso. Henri-Pierre Roché escribió, en este sentido, que “la obra mas hermosa de Marcel Duchamp [fue] el empleo de su tiempo”. La presente biografía desarrolla esta hipótesis, con la fuerte convicción de que la observación detallada de la vida de Marcel Duchamp permite un acceso privilegiado a su obra. Por medio de su vida, hecha de una multitud de reencuentros, secretos y resurgimientos, asistimos a la elaboración de un verdadero arte de vivir. El mito, iniciado por Breton, de un Duchamp que abandona la partida del arte a favor de “una partida interminable de ajedrez” corrobora el aura de un artista cuya vida y obras estuvieron dedicadas exclusivamente a la paradoja y la elegancia.
El virus Duchamp
Alan Pauls
Marcel Duchamp es famoso por dos obras que dilataron el tiempo y por una invención que lo abolió. Tardó ocho años en realizar La mariée mise à nu par ses célibataires, même (1915-1923), más conocida como el Gran Vidrio, y casi veinte en completar Etant donnés: 1. la chute d’eau, 2. Le gaz d’éclairage (1946-1966), una combinación de cuadro y de puerta-con-agujeritos-para-mirar-el-cuadro que, por su tempo parsimonioso, pasó a la historia prácticamente como una obra póstuma. (La situación es perfectamente duchampiana: el artista ha muerto; el tiempo prosigue su obra.) En cuanto a la invención, Duchamp, nominalista incorregible, la bautizó con el nombre más exitoso que haya desfilado por las pasarelas del arte contemporáneo: ready-made. Todo el siglo le debe algo al ready-made. Todo el arte de vanguardia del siglo, naturalmente, del dadaísmo a la performance, del arte conceptual al minimalismo, del pop art a las instalaciones, de la música concreta al happening; pero también, en más de un sentido, esa actitud de autoconciencia generalizada –lo que Duchamp llamaba “ironismo afirmativo”– con la que el siglo XX se atrevió siempre a desdeñar a los demás por inocentes. Ready-made, es decir: un objeto ya hecho, anodino, industrial, que es elegido, separado de su función, arrancado de su contexto y nombrado como objeto artístico. La definición es provisoria, como siempre que Duchamp merodea la idea o la práctica que se pretende definir, pero tiene al menos la ventaja de abarcar el medio centenar de ready-mades que registran los duchampianos más escrupulosos, y la de limar los peculiares matices que podrían distinguirlos: ready-mades “puros, modificados, rectificados, imitativos, recíprocos”. El Portabotellas (1914) es puro, como la pala para nieve de In advance of the broken arm (1915); la Mona Lisa con bigotes de L.H.O.O.Q. (1919),  donde Duchamp homenajea con humor al primer artista que imaginó la pintura como cosa mental, es claramente un ready-made rectificado, mientras que la Rueda de Bicicleta (1913), consagrado por muchos como el inaugural, podría perfectamente quedar afuera de la categoría, dado que en rigor, más que una elección y un nombre, involucra un montaje de dos elementos ya hechos, la rueda y un banquito. Pero el más célebre –el que se convirtió en icono y estandarte de la estrategia ready-made– es la Fuente, el mingitorio con el que Duchamp, que lo firmó con seudónimo, escandalizó a los jurados de la exposición de los Independientes de Nueva York y quedó marginado de la selección. Era un urinario de porcelana, modelo Bedfordshire, de fondo plano, que Duchamp –en compañía de Walter Arensberg, uno de los jurados– había comprado una semana antes de la inauguración de la muestra en el negocio de sanitarios del señor J. L. Mott. Lo llevó a su estudio, lo puso boca abajo y en el reborde inferior izquierdo, con grandes letras negras, le pintó el nombre de R. Mutt y la fecha, 1917. Faltaban dos días para la apertura de la muestra cuando la “cosa” llegó al Grand Central Palace, acompañada de 6 dólares (era la cuota requerida para participar), la dirección (falsa) del falso Richard Mutt, en Filadelfia, y el título de la obra, Fountain. El Caso Mutt, como se lo conoció después, cortó la historia del arte en dos. Cualquier cosa podía ser arte. Hacer cualquier cosa era el nuevo mandato del artista contemporáneo.
Conocemos en detalle los entretelones del escándalo (Arensberg discutiendo a los gritos con George Bellows, otro de los jurados, con aquel “objeto blanco reluciente” en medio de los dos) gracias al testimonio de Beatrice Wood, una especie de novia platónica de Duchamp, entonces virgen, ante la que el artista, para desconsuelo de Wood, se detenía con una caballerosidad típicamente francesa. Pero si esos pormenores nos arrebatan hoy, a ochenta años de ocurridos, es gracias al encarnizamiento, la minuciosidad, el tono a la vez entusiasta, desapegado y jovial con que Marcel Duchamp (Barcelona, Anagrama, 1999), la monumental biografía de Calvin Tomkins, reconstruye ahora, a días de terminar elsiglo, la imagen enigmática del único artista que podría jactarse de haberlo inventado.
Sólo que “artista”, en el caso de Duchamp, no parece ser la palabra adecuada. Esa es una de las moralejas que el libro de Tomkins destila con cuidado, sin imponerla, rebajándola –fórmula secreta del gran arte biográfico norteamericano– con sabias cuotas de antropología mundana aprendidas en Proust, en la Djuna Barnes de los Perfiles o en Lytton Strachey. Artista no, decía de sí el mismo Duchamp: anartista. Si la palabra suena extraña –como una errata anarquista– es porque, aunque la Fuente del apócrifo señor Mutt, a esta altura del partido, nos arranque la clase de sonrisa desganada con la que un abuelo comprensivo contempla los jeroglíficos que su nieto garabateó en las paredes de su pieza, la política que esa palabra designa sigue sin resultarnos familiar, ejerciendo resistencia, desbaratando nuestro fervor y nuestro desencanto con la obstinación de una opacidad irreductible. Anartista: es decir, alguien que no es un artista ni su contrario, un anti-artista. Alguien que pinta, sí, alguien capaz, incluso, de pintar cuadros convencionales, o cuadros convencionalmente modernos (cubistas, futuristas), o de canjear de golpe la pintura por la producción de ready-mades, o de “volver a la pintura” veinte años más tarde, pero alguien perfectamente capaz, al mismo tiempo, de renunciar, de abstenerse, de abandonarlo todo. Como si el anartista siempre produjera su obra (la convencional tanto como la revolucionaria) en el límite mismo de su existencia como obra, en ese filo infinitesimal (“el espacio que media entre el derecho y el envés de una hoja de papel”: lo infrafino, la idea teórica en la que Duchamp trabajó a mediados de los años ‘40) donde, como los dados que giran en el aire antes de caer, habrá de decidirse si hay arte o si no lo hay, si se es un artista o se es otra cosa, si la obra es una genialidad o es un fraude.
Esa dimensión de abandono de la vida de Duchamp es quizá el elemento más insistentemente perturbador que atraviesa las 640 páginas del libro de Tomkins. El hombre que deslumbró a Apollinaire y eclipsó a Picasso, que provocaba en André Breton vahídos de admiración, el hombre que derrocó la tiranía de la mano, que acabó con el despotismo retiniano y entronizó la idea del arte como juicio, el hombre que desalojó una pregunta eterna (¿Qué es el arte?) por la pregunta que todavía hoy nos rige (¿En qué condiciones cualquier cosa es arte?), el hombre que hizo posibles a John Cage, a Rauschenberg, a Merce Cunningham, a Warhol –ese hombre, Marcel Duchamp–, está todo el tiempo a punto de dejar de ser un artista. Pero esa inminencia es completamente indolora; ningún sufrimiento, nada que lamentar; el anartista es como el célibe, como el artista del hambre de Kafka: la privación no es un accidente, no interrumpe ni corta nada: es el corazón mismo del programa. Tomkins sigue paso a paso los períodos “ociosos” de Duchamp, los largos intervalos improductivos, las lagunas (Munich, Buenos Aires) en las que parece abandonarse a la nada, y sigue, también paso a paso, como un centinela alarmado, el tenaz itinerario del Duchamp ajedrecista, que parece despilfarrar en gambitos y aperturas las horas, los días, los años preciosos que podría dedicarle a su arte. (Duchamp, profesional del desapego, es también un experto en el derroche.) Y cuando alguien en el libro se hace eco de la preocupación de Tomkins –alguien como Denis de Rougemont, que en 1944, veinte años después del Gran Vidrio, le pregunta a Duchamp si ha dejado de pintar en la cúspide de su carrera–, Duchamp, con altiva apatía, se echa a reír y dice que no, que nunca ha tomado una decisión semejante, y le cuenta que se ha quedado sin ideas, sencillamente. (Pero al día siguiente de la entrevista, anota Tomkins, Duchamp le confía a Rougemont la idea de lo infrafino.) Una vez más, todo orilla la comedia o la histeria. Todo el mundo se afana alrededor de Duchamp, los amigos le ofrecen ayuda, los admiradores su preocupación, y él, motor inmóvil, dandy impasible, se empeña en su castidad, en su abstinencia, en su desierto sin pathos, y cuando todo parece perdido algo irrumpe, instantáneo y fulgurante, que ilumina el mundo hasta enceguecerlo. El enigma Duchamp: “Cuando sonreía”, recuerda Beatrice Wood en el libro de Tomkins, “el cielo se abría de par en par, pero cuando no movía ni un músculo, resultaba tan inexpresivo como una máscara mortuoria. Aquel vacío tenía perplejos a muchos y daba que pensar que había sufrido durante la infancia”.
Error. Error, o quizás el wishful thinking de alguien que no ha comprendido esa verdad esencial que el biógrafo Tomkins deja aparecer entre líneas: Duchamp no cambió sólo el estatuto general del arte: también cambió de modo radical el concepto “vida de artista”. No hubo penurias ni traumas en la infancia de Duchamp. Padre notario (la profesión burguesa de la Francia de fines del siglo XIX) y tolerante, madre sorda (buena escuela de impasibilidad), dos hermanos mayores pintores (Gaston y Raymond), que lo eximieron incluso del deber de la vocación, y una hermana menor, Suzanne, a la que Marcel sin duda adoró pero no tanto como para justificar, dice Tomkins, que aquí pierde un poco los estribos, a los “patanes freudianos” que leen los primeros cuadros de Duchamp como sublimaciones de un deseo incestuoso.
La vida de Duchamp es una vida intacta. Joyce dijo que las armas del escritor eran la astucia, el exilio y el silencio. La divisa de Duchamp –“Silencio, lentitud, soledad”– coincide con la de Joyce en las ventajas del silencio, pero también podría compartir las del exilio. Cada vez que la atmósfera se enrarece, se tensa, se vuelve imperiosa, Duchamp huye. “En 1912 decidí estar solo sin saber adónde iba. El artista tendría que estar solo. Cada cual consigo mismo, como en un naufragio”. A los 25 años, después de haber terminado el Desnudo bajando una escalera, huye de París propulsado por la lectura de las Impresiones de Africa de Raymond Roussel y recala en Munich, donde pasa los dos meses que pondrán en marcha el proyecto del Gran Vidrio. Más tarde, la Primera Guerra Mundial lo sorprende en París, pero no consigue darle alcance: el 15 de junio de 1915, Duchamp embarca en el “Rochambeau” rumbo a los Estados Unidos; en su equipaje, cuidadosamente embalados, van los Nueve moldes málicos (la parte inferior del Gran Vidrio) y un boceto definitivo de la obra completa. “No me voy a Nueva York, me marcho de París, que es muy distinto”, dice en una carta: “Hace ya mucho tiempo, incluso desde antes de la guerra, que tengo aversión a esta ‘vida artística’ en la que estaba envuelto”. Pocos viajes tuvieron tanta incidencia en el arte de este siglo como ese módico arrebato fóbico. Duchamp cambia de continente y desvía radicalmente el foco de la vanguardia artística. París ha muerto. Es el turno de Nueva York.
Ese relevo, nada incruento, por otra parte, es otro de los hilos decisivos que Tomkins hace zigzaguear en los dobles, triples fondos de su libro. Más que una cuestión de geopolítica artística, la mudanza de Duchamp es como el vértice de todo un nuevo, gigantesco dispositivo cultural que está poniéndose en marcha, un aparato que compromete maneras de hacer, de pensar y de entender el arte, pero también formas de difusión, instituciones, mecenazgos, financiamientos y, por fin, la constitución de un mercado de arte. Duchamp, como era de esperar, se mueve en Nueva York como pez en el agua. El Armory Show de 1913, donde presentó su Desnudo bajando una escalera, lo convirtió en un genio, una celebridad instantánea, un mito in absentia. “La modernidad europea sacude el arte norteamericano y lo arranca de su aletargamiento provinciano”, escribe Tomkins, y aprovecha de paso para recordar que el “American Art News” ofrecía un premio de diez dólares a la mejor explicación del cuadro. Pero el mito, que por fin camina por la ciudad que lo consagró, se gana la vida dando clases de francés (2 dólares la hora) y aprende inglés con sus alumnos, o explota su desconocimiento de la lengua para multiplicar su compulsión al calembour, o consigue un puesto en el Instituto Francés (de 2 a 6 todos los días, 100 dólares por mes), o mata el tiempo traduciendo y destraduciendo los títulos de sus obras. De ese equívoco intercambio franco-norteamericano saldrán, por otra parte, las tres versiones de Duchamp que se repartirán, a veces enemistándose entre sí, su posteridad: un Duchamp surrealista, ligado a Francis Picabia, a Breton y a la vanguardia “europea” (muchos de cuyos representantes se exiliaron en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial); un Duchamp “experimental”, minimalista y zen, emparentado con John Cage; un Duchamp pop, precursor del modernismo tardío de Andy Warhol. (Warhol aparece poco en el libro de Tomkins. En una ocasión, Duchamp le objeta su necesidad de “gustar”, una compulsión que también parece comprometer al pop art en general. En otra –1966– Warhol lo filma sentado en una silla, fumándose un puro durante 20 minutos, tan imperturbable que ni siquiera reacciona cuando una chica se le sienta al lado, prácticamente encima, y empieza a frotarse contra su cuerpo.)
“¡Ojalá Norteamérica se diera cuenta de que el arte europeo está acabado –muerto– y de que Estados Unidos es el país del arte del futuro! ¡Mirad esos rascacielos! ¿Acaso Europa tiene algo más bello que ofrecer que eso?” Así, con ese entusiasmo casi marinettiano (es decir: europeo), se congraciaba Duchamp con sus primeros, devotos entrevistadores norteamericanos. Tomkins, como al pasar, desempolva un episodio fugaz que enrarece –duchampianamente– ese frenesí de recién llegado: la ocurrencia de Duchamp de “firmar” el Woolworth Building, “para convertir así el que entonces fuera el rascacielos más alto del mundo (241,4 metros) en un ready-made”. Duchamp lo sabía bien: la existencia del rascacielos no era suficiente. Hacía falta su dedo índice, su eso es arte, para transformar el rascacielos en ready-made, para acabar de una vez por todas con el arte y, al mismo tiempo, para afirmar como nunca –irónicamente– lo que el arte es: magia pura.
Ese índice apuntado a un objeto común, indiferente, sin “gusto”, ese eso –algo tan simple y económico como un eso, que con recursos mínimos consigue efectos máximos, ¿no es lo que en ajedrez se llama elegancia?– es lo que hizo famoso a Duchamp. Famoso y, para provecho de Tomkins, que aquí libra su propia batalla de biógrafo norteamericano, ininterpretable. Porque esa es la otra tensión que envalentona a este libro sabroso, inteligente, que ya sería irresistible si se limitara a comentar, en cinco o seis renglones distraídos, la vida de cualquiera de sus personajes secundarios (Picasso, Peggy Guggenheim, Man Ray, Katherine Dreier, Henri Pierre Roché, amigo del alma, socio en un par de suculentos ménages-à-trois y autor del slogan que mejor define a Duchamp: “Su obra más imponente es el empleo del tiempo”): la guerra contra la interpretación. Retomando una vieja fobia de Nabokov (asimilar toda interpretación a una “patraña freudiana”), y también sus armas (la mordacidad, el sarcasmo, risitas malévolas), Tomkins parece sostener que eso –el gesto fundador de Duchamp– no tiene sentido, que es sólo un indicador, un signo que muestra algo –un mingitorio, una pala para nieve, un rascacielos de 241 metros de altura– que es opaco, impasible, pura superficie. Como el dandy Duchamp.
Pero ¿y si aun en esa apoteosis de la frivolidad hubiera algo más? ¿Algo menos? ¿Un resto? Medio siglo después del Caso Mutt, Duchamp, en una entrevista con Francis Steegmuller, volvía a darlo vuelta todo. “Usted sabe que es uno de los artistas más famosos del mundo”, le comenta Steegmuller. Y Duchamp: “No sé nada de eso. En primer lugar, la gente común no conoce mi nombre, mientras que la mayoría ha oído hablar de Dalí y de Picasso, e incluso de Matisse. En segundo lugar, si alguien es famoso, creo que es imposible que lo sepa. Ser famoso es como estar muerto: no creo que los muertos sepan que están muertos. Y en tercer lugar, si fuera famoso, no podría enorgullecerme demasiado; la mía sería una fama payasesca, que se remontaría a la sensación causada por el Desnudo bajando una escalera. Aunque supongo, evidentemente, que si esa clase de infamia dura ya cincuenta años, es porque entonces hay algo más que el escándalo”. Steegmuller: “¿Qué otra cosa hay?”. Duchamp: “Hay eso”. “¿Eso?” “Eso. Lo que no tiene nombre”.
Las damas
Acerca del viaje de Marcel Duchamp a Buenos Aires
Christian Ferrer
El de Duchamp fue un viaje idiota. Es decir, sin objetivo ni derrotero, un viaje a cualquier lado, a Buenos Aires entonces. Llegó en piróscafo, junto a una dama –Ivonne Chastel, su esposa. De él solo se sabía que era un “artista” que un tiempo antes había instalado un urinario en una galería de arte; y que con ese simple enroque había pateado el tablero, como sólo los reyes y los bufones saben hacerlo. Ahora sabemos que ese hombre todavía joven era un gran artista, o quizás un gran bufón, y que estaba en su mejor momento. Y de repente, zas, en Buenos Aires, donde no conocía a nadie, con excepción de los familiares de un amigo parisino que regenteaban un prostíbulo. “Gente simpática”, según los describió en su correspondencia. Marcel e Yvonne habían abandonado Nueva York, toda ella un sólo rascacielos, por Buenos Aires, de la que apenas sabían lo que cabe en un signo de interrogación. El viaje careció de incidentes, no sufrieron de mareos y las estadías en los puertos intermedios fueron breves. Así también, de punta a punta, se desplazan los alfiles y las torres, gambeteando escaques.
¿Acaso escapaba de la Primera Guerra Mundial? No es muy probable: estaba lejos de los acontecimientos. ¿Huía de la fama? Era escasa aún, no más que un escándalo inofensivo en una exposición. Por otra parte, en bares bohemios y en inauguraciones nunca falta un niño terrible –cosa que él nunca fue. ¿Para qué vino entonces? Misterio… Ningún misterio: fue un viaje idiota. No cabe otra explicación. Un viaje porque sí, un viaje porque no. Dicen que en Buenos Aires no habría hecho nada de nada, o quizás se puso a trabajar en unas diapositivas estereoscópicas. Dicen también que aquí habría procurado detener la caída del cabello con toda suerte de experimentos capilares, o bien jugó ajedrez ininterrumpidamente. Por cierto, no hablaba castellano, pero eso no fue obstáculo, pues el tablero es perfectamente mudo. Además, Duchamp tenía cara de poker, al igual que la mayoría de los ajedrecistas.
Durante su estadía no pasó mucho: nevó en la ciudad por primera y única vez en su historia, el presidente se llamaba Hipólito Yrigoyen, se estrenaron dos películas argentinas, “Buenos Aires tenebroso” y “El último malón”, el joven Borges redactó unos versos comunistas, hizo mucho calor en ese verano de 1919, y en el mes de enero una huelga que fue reprimida a sangre y fuego acabó con ochocientos muertos y tres mil heridos. Y poco más. Duchamp dice haber comido bien, haberse rapado la cabeza por completo, haber enviado un regalo de casamiento a su hermana, haberse sacado una fotografía junto a una cacatúa, y no haber encontrado el menor signo de vanguardismo estético en el país. Tampoco pudo encontrar rastros de su amiga Gertrudis Lowy, alias Mina Loy, poeta y pintora, a quien él apreciaba y a la que sabía varada en Buenos Aires esperando por el arribo de su esposo Fabien Avernarius Lloyd, alias Cravan, a quien apreciaba bastante menos. Muchos años más tarde Duchamp seguiría enviándole poemas a Mina, que alguna vez fuera musa –es decir, dama– de su amigo Man Ray y a la vez autora de un Manifiesto Feminista. Cravan era dadaísta y poeta, boxeador además, y decía ser sobrino de Oscar Wilde. Junto a su esposa Mina habían viajado anteriormente por Argentina, Perú, Brasil y Méjico, pagando comida y traslado por medio de exhibiciones de pugilato; y ya en el Puerto de Veracruz se separaron y se dieron cita en Buenos Aires, donde Mina Loy, embarazada, lo esperó durante muchos días y muchas noches. Aparentemente, Cravan se habría embarcado en un velero con rumbo desconocido, o quizás no, no se sabe bien.
Al comienzo, Duchamp pensó en jugar ajedrez a distancia por intermedio de cablegramas; luego, se le ocurrió que eso podía lograrse mediante estampillas adhesivas con las piezas impresas; al final se anotó en un club local y también diseñó un tablero y torneó él mismo una y cada una de las piezas necesarias, las blancas y las negras, con excepción del caballo, al que dio forma un artesano local. De todas las piezas del ajedrez, el caballo es la más imprevisible: corcovea, arremete, improvisa y se desvía en un instante. Parece obra del capricho, pero sus motivos tendrá, tanto como Duchamp los tuvo cuando desde Buenos Aires le envió a su hermana un objeto perecedero llamado “ready-made desgraciado”, destinado a ser despedazado por el tiempo y la lluvia. Era un regalo de casamiento. Suzanne Duchamp se casaba con Jean Crotti, el marido anterior de Ivonne Chastel, la esposa de Marcel. Hay vaivenes así en el tablero, y si bien en el juego no suelen abundar los finales felices, algunos rivales terminan emparejados. Por otra parte, una amiga de Duchamp le había dicho que en Argentina “lo importante no es la felicidad sino el matrimonio”.
Esa amiga se llamaba Katherine Dreier. Era más que eso: era su clienta, su patrocinadora y su cómplice. Una dama blanca. Y ambos eran miembros de un grupo de conspiradores llamado “La Sociedad Anónima”, cuyo emblema era un caballo dibujado por Duchamp. Katherine era, además, millonaria y sufragista, y había venido al país para enterarse de la condición social y política de las mujeres de las pampas. Un año después publicaría una memoria del viaje. “Cinco meses en la Argentina desde el punto de vista de una mujer”: ese era el título del libro y por él nos enteramos que Katherine Dreier encuentra al clima argentino relajante y mortal para el espíritu, que las mujeres salen a pasear con chaperon y que eso se debe a la mala influencia de los moros traída por los conquistadores españoles, que presenció el desmantelamiento de la fuente de las nereidas de Lola Mora, que concurrió al Corso de Flores, que le extrañó descubrir que los hombres porteños se empolvaban la cara, y que también fue a un montón de locales socialistas y de beneficencia. Sus días pasaron entre curiosidades al paso y paseos proselitistas, y no pareció sacar mucho en limpio. Se diría que fue otro viaje idiota. Cuando Katherine partió de Buenos Aires en piróscafo, se llevó un montón de hojas escritas, una estereoscopia y una cacatúa. Marcel Duchamp la acompañó al puerto y se dejo fotografiar con el avechucho al hombro, cuyo nombre era “Koko”.
Es raro que los peones lleguen a protagonizar jugadas estelares en el ajedrez. A ellos se les reservan los mayores esfuerzos, el trabajo sucio, son la carne de cañón. Y suelen pasar desapercibidos. “Buenos Aires no existe”: esto es lo que Duchamp había escrito a uno de sus corresponsales en noviembre de 1918. Y a comienzos de enero de 1919 le escribe a otro: “Sólo se puede ir al teatro”. Ni siquiera eso, porque en los días siguientes Buenos Aires estaría dada vuelta, barrios enteros tomados por huelguistas, guardias armados en todas las esquinas, ataques a hogares judíos, y una multitud anarquista enfrentándose al ejército y la policía y dispuesta a establecer un mundo sin Amo y sin Dios. Al terminar la jornada había heridos y muertos por doquier. El 13 de enero Duchamp le confía a una amistad epistolar: “me siento como un prisionero de guerra pues el uniforme de los soldados argentinos es igual al de los alemanes”. Lo que había sucedido sería conocido como la Semana Trágica de Buenos Aires, y Katherine Dreier se transformó en improvisada cronista del levantamiento. Nos dice que la ciudad estaba en guerra, que los huelguistas destruyeron incontables bulbos eléctricos y lámparas de petróleo, que las calles eran bocas de lobo, que el cortejo fúnebre de los primeros anarquistas muertos fue tiroteado desde una iglesia y que el fuego fue respondido por igual, que se importaron trescientos rompehuelgas japoneses, que no hubo diarios, y que ella transcurrió esos días entre el Plaza Hotel, el más lujoso de la ciudad, y el local de la Federación Obrera de la Aguja. Por cierto, la mujer tomó partido por las piezas negras, no por la chusma del mauser. Décadas después, al ser preguntado por qué razón el rey torneado en Buenos Aires no estaba coronado con una cruz, Duchamp respondió: “Esa fue mi declaración de anticlericalismo”.
Ivonne Chastel abandonó Buenos Aires en marzo de 1919, y en abril zarpó Katherine Dreier, y a mitad de junio se fue Marcel Duchamp. Atrás quedó Mina Loy, perdida en el tablero y llamando inútilmente a Cravan, el esposo perdido para siempre en el Caribe azul.
– Las experiencias de Tiresias. Lo masculino y lo femenino en el mundo griego – Nicole Loraux
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $500.
Al principio, los historiadores creyeron en el «milagro griego», espejismo de una civilización de luz implacable, filosofía abstracta, figuración geométrica. Más tarde, descubrieron una Grecia de contrastes, trabajada por la polaridad, por las oposiciones entre cultura y naturaleza, entre Ciudad y barbarie, entre varón-ciudadano y mujer menor de edad. Con Nicole Loraux, hoy nos llega el momento de una Grecia atormentada, en claroscuro, donde ya no reina tan sólo la exclusión, sino que también operan la ambivalencia y el intercambio. «Las experiencias de Tiresias» nos revela esta fascinación de Grecia por el Otro femenino: la Ciudad ha reducido siempre este Otro a un orden, minimizando la mezcla que forman el hombre y los préstamos tomados a la mujer por medio del rechazo, el olvido y la representación, abstracta y sin fisuras, de sus figuras epónimas: el guerrero, el ciudadano, el filósofo. Tiresias perdió la vista por haber contemplado un día el cuerpo sin velos de Atenea; Grecia, a base de velar lo femenino, acabó cegándose, tanto a ella misma como a un gran número de historiadores. Ya no será posible, después de la obra de Nicole Loraux, continuar creyendo en todo aquello que Grecia nos ha relatado a propósito de sí misma.
– La unidad de la Fenomenología del espíritu de Hegel – Jon Stewart
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad Iberoamericana.
Precio: $1000.
Frente a quienes consideran la Fenomenología del espíritu una serie de retazos sin un tema común, Jon Stewart tiene una posición franca: defender que la Fenomenología puede leerse como una obra que sigue un problema de principio a fin. Con esto en mente, presenta al lector con claridad y precisión los argumentos de Hegel, sin perder la complejidad de la Fenomenología. Además se ocupa de situar la obra en la vasta, ardua y no pocas veces enredada conversación de la filosofía del pasado y del presente. En dicha conversación, como corresponde en cualquier diálogo genuino, oímos tanto la voz grave de Hegel como la de su modesto, pero no callado ni pasivo, lector. Stewart hace discutir a Hegel con la filosofía kantiana, aceptando el reto de descubrir las condiciones de posibilidad, de una manera siempre histórica; de hecho, propone ver la Fenomenología como una continuación y corrección del proyecto kantiano. Stewart discute con las distintas interpretaciones de la obra de Hegel, haciendo referencia a ellas en cada sección, señalando sus aportes y deficiencias. Sin duda, Jon Stewart logra con este texto una auténtica proeza de alquimia: del plomo, logra sacar oro.
– Yósik, el del viejo mercado de Vilnius – Joseph Buloff
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $350.
En las calles y callejones de la vieja ciudad de Vilnius, Joseph Buloff creció aprendiendo el arte de la metamorfosis, necesario para sobrevivir durante las ocupaciones sucesivas de cosacos, alemanes, bolcheviques y polacos. La vida urbana, los estruendos, la realidad de la Primera Guerra Mundial… Todo se combina en este impactante documento histórico de un período durante el cual Europa del Este y el mundo occidental cambiaron para siempre.
Dentro de la tradición de la literatura del absurdo, Yósik, el narrador, relata la caótica historia de su hogar espiritual, el viejo mercado de Vilnius, y el extravagante aprendizaje de un niño judío más pequeño de lo normal, pero con mucha labia y una vívida imaginación. Desgarradoramente divertido e históricamente fidedigno, el libro, tiene toda la desbordante vitalidad de aquella vida en la plaza del mercado.
Joseph Buloff
Vilnius, 1899 – Nueva York, 1985
La carrera artística de Buloff, primer actor de la Compañía Teatral de Vilnius, y de su mujer, primera actriz e hija del fundador de dicha compañía en Polonia, figuran entre las más extensas de la historia del teatro judío.
El joven actor abandonó Europa oriental en 1926 y desembarcó en los Estados Unidos, donde se incorporó al Yiddish Art Theater de Maurice Schwartz. A mediados de los años treinta actuaba también en inglés, participando en más de 225 obras antes de 1936, año de su debut en Broadway. Buloff creó míticos personajes como Alí Hakim, el vendedor ambulante persa, y dirigió la obra Mr. McThing en Broadway, aunque se hizo especialmente famoso por su interpretación del Di Mahashefah (El brujo) de Chéjov, que llegó a representar en Johannesburgo en 1950. Debutó en el cine en 1949 con la película Let´s make music.
– El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem – Stéphane Mosés
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
En la Alemania de los años 20 Rosenzweig, Benjamin y Scholem imaginaron una nueva visión de la historia que puso en escena la idea de una utopía mesiánica. A la visión optimista de una historia concebida como una marcha permanente hacia la realización final de la humanidad, opusieron la idea de una historia discontinua en la que los desgarramientos son más significativos que la aparente homogeneidad. Su reflexión de la historia nació de su experiencia directa de los grandes trastornos que han mercado la historia del siglo XX. Pero, paradójicamente, desde los escombros de la razón histórica puede elevarse la esperanza. Y la utopía resurgió en estos tres autores a través de la categoría de Redención. La leyenda talmúdica asigna a cada instante del tiempo su ángel específico. La esperanza mesiánica judía, que simboliza aquí el Ángel de la Historia, no sigue las etapas de una finalidad histórica; se aloja en los desgarrones de la historia que dejan al desnudo los millares de hilos que forman su trama.
– Malas y perversos. Fantasías en la cultura y el arte contemporáneo – Linda S. Kauffman
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
La cultura contemporánea no está saturada de pornografía —en opinión de linda S. Kauffman-— sino de fantasía, y los actores, cineastas y escritores que aparecen en estas páginas se dedican a descodificar estas fantasías. Las «malas» de este libro son satíricas salvajes con un agudo sentido del absurdo, Algunos de los “perversos” exponen de forma similar sus propios cuerpos como especímenes médicos; otros utilizan la medicina como material y como metáfora. En conjunto, el trabajo de las mujeres y de los hombres de quienes se ocupa aquí la autora es demasiado literal para el arte, demasiado visceral para la pornografía. La cultura popular es una máquina productora de deseo. Hoy día, la confusión sobre el impacto que tiene la cultura popular permea el discurso público; los activistas contra la pornografía insisten en que las imágenes de sexo y violencia tienen un impacto directo sobre el público, mientras que los activistas en contra de la censura lo niegan. Matas y perversos muestra que ambos bandos están equivocados: la cultura popular produce un impacto, pero no de la manera que imaginan unos y otros.
– El hombre perro – Yoram Kaniuk
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $350.
Adán Stein había sido uno de los payasos más populares de Alemania durante los años treinta. De origen judío, fue recluido en un campo de concentración, donde se libró de la muerte a cambio de tranquilizar y entretener a miles de prisioneros que eran dirigidos hacia las cámaras de gas. Ahora Adán es el cabecilla de un hospital psiquiátrico para supervivientes del Holocausto situado en el desierto del Néguev. El constante desafío de Adán a la autoridad del hospital y sus perturbadoras interpretaciones del pasado sacuden la institución y la despiertan de su letargo. Más lúcido que los médicos y más loco que cualquiera de los pacientes, Adán lucha incesantemente por comprender el sentido de un mundo en el que la línea entre cordura y locura se ha borrado irreversiblemente.
El hombre perro es una de las más significativas novelas hebreas sobre el Holocausto, y la obra maestra de Yoram Kaniuk, uno de los grandes de las letras hebreas actuales. Con la emoción y la humanidad distintivas de Kaniuk, El hombre perro ofrece una demoledora visión del infierno moderno.
– Memorias de guerra del capitán George Carleton. Los españoles vistos por un oficial inglés durante la Guerra de Sucesión – Daniel Defoe
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad de Alicante.
Precio: $450.
No siempre estas Memorias.., han sido tenidas como la entretenida narración que todavía hoy continúan siendo, sino que la extraordinaria habilidad de Defoe y su astucia literaria (presentaba todas sus novelas como autobiográficas y no las firmaba él sino el protagonista de cada una) lograron que durante cierto tiempo fueran tomadas por reales: el “capitán Carleton”, en efecto, fue bastante citado como auténtica fuente de conocimiento respecto a España y la Guerra de Sucesión. Defoe, pues, utilizando tanto diversos textos,  como sus propios recuerdos de nuestro país ya que había viajado en su juventud por España, Francia, Italia y Alemania, consiguió con esta obra una de las aspiraciones máximas de cualquier escritor: crear la verdad. Por otra parte, las Memorias…, además de centrar las circunstancias políticas de la Gran Bretaña de principios del XVIII, entran de lleno en la Guerra de Sucesión, todo entreverado con sagaces observaciones sobre las costumbres, los paisajes, los personajes o las poblaciones por las que el capitán Carlenton pasa: Cataluña, Montserrat, la vida en los conventos, Valencia y su música, las corridas de todos, Alcira, Játiva, Denia y su puerto, Benisa, Altea, Fuente la Higuera, Villena, Elda, un Alicante vaciado de sus monjas enviadas a Mallorca ante la amenaza inglesa y sustituidas en sus conventos por prostitutas, el estallido de la mina puesta al castillo de Santa Bárbara, Elche, Guardamar, el Cardenal Belluga, Cartagena, la batalla de Almansa…
Posteriormente, hecho prisionero el narrador-protagonista y condenado en un pueblo de La Mancha, de la cual también aparecen varias poblaciones, son observadas de cerca las costumbres desde el puritano -y, sin embargo, tolerante- punto de vista de Carleton-Defoe: los usos amorosos, el funcionamiento de la Inquisición, las intrigas políticas, las comidas, nuestro paisaje… Hasta que nuestro capitán, recobrada la libertad, puede emprender viaje de regreso a su patria transitando por las ciudades de que habla: Madrid, Burgos, El País Vasco, Vitoria, Biarritz…
– Musketaquid – Henry David Thoreau
Estado: nuevo.
Editorial: Errata.
Precio: $400.
La posteridad de Henry David Thoreau ha quedado asegurada gracias aWalden, su libro más conocido, un auténtico clásico y una obra de culto. Sin embargo, Walden es inseparable del volumen que el lector tiene ahora en sus manos, ambos conforman un díptico y el gran proyecto literario y filosófico de su autor. Si Walden es un ensayo que se asienta en el bosque, habitado por el espíritu del lugar y centrado en el recogimiento de la cabaña, Musketaquid es un ensayo en movimiento: un viaje río abajo donde el pensamiento fluye en perfecta armonía con las aguas y el paisaje, y a contracorriente de toda reflexión domesticada.
En el verano de 1840 Thoreau decidió emprender un viaje, junto a su hermano John, por los ríos Concord y Merrimack. Para ello construyeron una barca y la llamaron Musketaquid: el nombre indio del río Concord, al igual que Walden era el nombre indio de la laguna. Ambos hermanos estaban aún enamorados de una misma mujer, ambos le habían propuesto matrimonio y ambos habían sido rechazados. Dominados por la melancolía inician su aventura. A su regreso, John se hace un profundo corte mientras se afeita y poco después muere de tétanos con apenas veintiséis años. Henry David se ve profundamente afectado por la súbita muerte de su hermano y compañero, con el que había compartido éste y otros muchos viajes y proyectos. Comienza así a exorcizar su dolor a través de la escritura, y como un homenaje a su hermano se lanza a la redacción de Musketaquid.
Este volumen es por tanto un libro de viajes, una memoria y un ensayo de primer orden sobre la amistad y el amor, sobre la literatura y la filosofía, sobre los grandes escritos de la tradición occidental y los textos sagrados de India y China, sobre la vida de los primeros colonos y la de los últimos indios, sobre la naturaleza salvaje y la serena Nueva Inglaterra. Y confirma que Thoreau era tanto el hombre de los bosques como el hombre de los ríos.
– La pasión de la mente occidental – Richard Tarnas
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $605.
`Magnífico, sensacional, iluminador, revelador, necesario`. `Me ha encantado, enganchado, sorprendido, enseñado`. Expresiones de lectores del libro La pasión de la mente occidental, de Richard Tarnas, en internet. Y es así: un libro muy brillante, muy sabio, perspicaz, fácil y subyugante de leer, de una prosa de tanta claridad como esplendor literario. Vendió más de 200.000 ejemplares en Estados Unidos…`
Isidoro Reguera. Babelia. El País
`La pasión de la mente occidental, en este sentido, ha escorado la libertad humana hacia la autonomía individualizante cuyo destino más trágico es el aislamiento de la naturaleza y el «absurdo existencial, de índole kafkiano-beckettiana». La respuesta está en descubrir en nosotros la otredad constitutiva del ser; algo, por cierto, que Antonio Machado pensó con lucidez en términos ontológicos. Tarnas no ignora los derroteros del pensamiento científico y sus problemas epistemológicos, de Popper a Feyerabend, y no puede aceptar que el concepto de verdad sea un mero producto de índole sociológica. Es decir, intuye que Kant nos metió en un atolladero y que hay, sin embargo, un acceso a la famosa «cosa en sí».
Retomando la concepción teleológica de la historia de Hegel, pero ampliándola al universo, Tarnas postula que los principios subjetivos y la mente humana son el órgano del proceso de autorrevelación del mundo, y afirma algo que vale la pena pensar: «La imaginación humana es parte de la verdad intrínseca del mundo; sin ella, en cierto sentido el mundo está incompleto». Tras este atractivo trabajo, Tarnas escribió una obra digna de ser leída: Cosmos y Psique, en la que desarrolla de manera exhaustiva lo aquí iniciado.`
Juan Malpartida. ABC de las Letras
«La pasión de la mente occidental» es un amplio recorrido a través de las ideas centrales que han moldeado la evolución del pensamiento en Occidente. Con una claridad y amplitud de miras que han hecho que este libro sea un best seller en Estados Unidos y lectura obligatoria en no pocas universidades norteamericanas, Tarnas realiza una síntesis completa de toda la cosmovisión occidental, desde el antiguo legado de los griegos hasta la época helenística; desde la aparición del cristianismo y el desarrollo de la escolástica medieval al renacimiento de la cultura clásica; desde la revolución científica y filosófica de la era moderna, con todo su brillante dinamismo crítico en continua transformación, hasta la mentalidad posmoderna. A través de la filosofía, la religión, la psicología y la ciencia, Tarnas va desvelando el largo desarrollo de esta prometeica pasión del hombre occidental (y sus sucesivas crisis) mediante un sólido y coherente tratado del pensamiento occidental.
Hegel dijo que una civilización no puede tomar conciencia de sí misma hasta que no ha madurado lo suficiente como para aproximarse a su muerte. En su epílogo, Tarnas nos habla del fin del hombre moderno, y aboga por nuevos valores: la reintegración de lo «femenino» y el redescubrimiento empático del misterio de la naturaleza y el universo.
«La más lúcida y concisa introducción que he leído sobre las grandes líneas del pensamiento occidental que cualquier estudiante debería saber. Su estilo es elegante y transporta al lector con el ímpetu de una novela…»
Joseph Campbell
Richard Tarnas es historiador de la cultura y profesor de Filosofía y Psicología en el California Institute of Integral Studies (CIIS) de San Francisco, así como fundador y director del programa de Filosofía, Cosmología y Conciencia. Graduado cum laude por la Universidad de Harvard en Historia de la cultura y Psicología en 1972, se doctoró en 1976 en el Instituto Saybrook. De 1980 a 1990 escribió «The Passion of the Western Mind» (1991) que se convirtió en un éxito en Estados Unidos, y, tras treinta años de estudio de los tránsitos planetarios, su siguiente libro, «Cosmos and Psyche» (2006), ambos publicados en Atalanta.
– Realidad Daimónica – Patrick Harpur
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $475.
`Viene todo esto a cuento de un libro (Realidad Daimónica, Atalanta), en el que su autor, Patrick Harpur, explica con brillantez esta enfermedad de nuestros días a la que denomina literalismo. Su lectura sólo tiene un peligro: que nos tomemos lo que dice, dado lo sugestivo que resulta, al pie de la letra`.
Juan José Millás.
`Hace unos días, Juan José Millás me recomendó el libro Realidad daimónica, de Patrick Harpur. Las recomendaciones de Millás deberían ser vinculantes, así que me sumergí en el libro y, en efecto, es muy recomendable`.
Sergi Pàmies. El País. Dr. Harpur
`Convendría, en estos tiempos adustos para la imaginación, una reestructura radical de lo que llamamos comúnmente realidad. Porque lo irracional no es necesariamente insensato, ni lo inconmensurable incomprensible. Al contrario, ésos son los retos de siempre del pensar. Lo importante de los avistamientos, al menos, es que cuestionan la naturaleza de la realidad, de la mente, de ambas, y del mismo concepto de verdad con ellas. Eso pretende Harpur en este libro. La realidad también es paradójica, metafórica, poética, simbólica, mítica, es decir, daimónica. Creer en una realidad literal, en lo literalmente real, es una locura de nuestra época, dice. El juego de la imaginación es esencial para la salud del alma, obstaculizarlo es petrificarse en la letra, nos vuelve dogmáticos, fanáticos, fundamentalistas`.
Isidoro Reguera. Babelia. El País
Los fenómenos paranormales nunca han sido temas respetables para los portavoces oficiales de nuestra cultura, ya sean científicos, académicos, prensa seria o representantes de la Iglesia. El trato que siempre han recibido por parte de la cultura oficial contrasta vivamente con la continua atención obtenida en la cultura popular, que ha tratado de explicarlos con todo tipo de teorías extravagantes, sensacionalistas y pseudocientíficas.
Patrick Harpur reprueba estas dos actitudes. La primera, por esquiva, al eludir las preguntas que, a su juicio, deberían suscitar tales fenómenos sobre la naturaleza de la realidad y de la mente; la segunda, por ingenua, al tomar estas apariciones en su sentido literal. Para Harpur se trata de fenómenos puramente psíquicos; pero la «psique» es el mundo, no sólo nuestras mentes individuales. De esta manera, todos los seres fantásticos que han aparecido a lo largo de la historia –hadas, dáimones, divinidades, animales, fantasmas, damas blancas, enanos, Yetis, ovnis, etc.– pertenecen a la esfera de la Imaginación o, como denominaron los neoplatónicos, «Alma del Mundo». El error, dice Harpur, es negar y reprimir estas manifestaciones, pues cuanto más se reprimen, más patológicamente retornan.
Tanto «Realidad daimónica» como «El fuego secreto de los filósofos» constituyen una de las aportaciones más coherentes y lúcidas de estos últimos años sobre el inefable mundo de la Imaginación.
– A la escucha del cuerpo. Puentes entre la salud y las palabras – Ivonne Bordelois
Estado: nuevo.
Editorial: libros del Zorzal.
Precio: $150.
Virus significa en latín, a la vez, esperma y veneno; embarazada es la que no lleva cinto; hospital y hostilidad tienen orígenes comunes; el vocabulario de la Iglesia y del Ejército se entremezcla con el de la medicina. Este libro explora las proyecciones inesperadas de las palabras en el reino de la salud y la enfermedad, tratando de recobrar sus raíces, su historia, y las connotaciones sociales y emotivas que irradian. Etimologías, eufemismos, ambivalencias y transformaciones semánticas van jalonando un camino donde aparecen, entre otros, Rilke, Sontag, Foucault y Tolstoi, acompañando la pregunta sobre el lenguaje del sufrimiento y la cura.
En la sintaxis de la enfermedad (¿en qué se asemeja contraer una enfermedad a contraer un matrimonio o una deuda?), en el léxico de la compasión, en los poemas que provocan las enfermedades terminales, las palabras van dibujando el camino de la conciencia enfrentada con el dolor en busca de esa totalidad que es la salud, en un tiempo relacionada con la salvación.
Liberar el lenguaje de un sistema que traba la comunicación plena de médicos y enfermos sólo es posible si acrecentamos nuestra confianza y lucidez con respecto a los poderes terapéuticos de la palabra misma.
Ivonne Bordelois es poeta y ensayista. Se doctoró en lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts con Noam Chomsky y ocupó una cátedra en la Universidad de Utrecht (Holanda). Recibió la beca Guggenheim en 1983. Ha escrito varios libros, entre los cuales se destacan El alegre Apocalipsis (1995), Correspondencia Pizarnik (1998) y Un triángulo crucial: Borges, Lugones y Güiraldes (1999, Segundo Premio Municipal de Ensayo 2003). En Libros del Zorzal ha publicado La palabra amenazada (2003), Etimología de las pasiones (2005), A la escucha del cuerpo (2009) y Del silencio como porvenir (2010). Ganó el Premio Nación-Sudamericana 2005 con su ensayo El país que nos habla.
– Mis aventuras con monjas – Giacomo Casanova
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $320.
«Si sólo hubiera narrado “la verdad”, el libro conocido como Histoire de ma vie creo que carecería de interés literario, aunque bien pudiera haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso es que, en su estado real, es […] también una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio.»
Félix de Azúa
«[…] las aventuras del caballero Casanova son el espejo en donde debería mirarse buena parte de la sociedad actual para recobrar algo del dinamismo y la imaginación que acompañaron a nuestro héroe.»
José María Guelbenzu, «Babelia», El País
Entre todas las aventuras que relata Casanova en sus Memorias, quizá las más libertinas sean los amores cruzados con dos monjas, un embajador de Francia y nuestro autor por protagonistas. Como dice Mauro Armiño en su prólogo al presente volumen: «A lo largo de 1754 y hasta los primeros meses de 1755, esas relaciones a cuatro bandas en una Venecia de máscaras y góndolas nocturnas, de apartamentos preparados con espejos para el disfrute directo o indirecto, dan lugar a la aventura lujuriosa por excelencia de un Casanova que cumple uno de los sueños de todos los seductores desde la Edad Media: romper los barrotes del convento y seducir pese a tocas y hábitos a una esposa de Cristo».
Cinco años después, cuando Casanova cuenta treinta y cinco años, se encuentra en Francia con otra monja que tiene el mismo nombre, los mismos hábitos y parecido rostro…
– Correspondencia – Oscar Wilde
Estado: impecable.
Editorial: Siruela.
Precio: $500.
Las 305 cartas de esta Correspondencia de Oscar Wilde son la primera colección que aparece en España de este autor y suponen el testamento biográfico más verídico para contrastar la imagen de dandy que de Wilde se ha venido creando. Se ha dado prioridad a las de mayor interés literario, a las más amenas y a las que arrojan luz sobre su vida y obra. Entre ellas, la extensa y amarga carta, conocida como De Profundis, que escribió a su amigo lord Alfred Douglas desde la prisión de Reading. Oscar Wilde (Dublín 1854-París 1900) vivió de la época victoriana el desafío de quienes estuvieron contra el puritanismo de una sociedad vengativa e hipócrita, y en él, además, se suma una excepcional sensibilidad para apreciar lo que el Arte y la Vida significaban. Jorge Luis Borges aclara que a diferencia de otros escritores que tratan de parecer profundos, Wilde, como Heine, esencialmente lo era y trataba de parecer frívolo.
– Correspondencia (1940-1985) – Italo Calvino
Estado: impecable.
Editorial: Siruela.
Precio: $500.
Italo Calvino (1923-1985) es uno de los autores más brillantes y originales del panorama literario europeo del siglo XX. Algunas de sus novelas, cuentos o ensayos son imprescindibles no sólo para comprender la Italia de su tiempo, sino sobre todo para saber qué gran salto hacia delante da con él
la creación estrictamente literaria. Obras suyas, como las novelas de la trilogíaNuestros antepasados (Siruela, 2004), han sido de referencia para varias generaciones de lectores, por su gran fuerza fabuladora y por su fértil fantasía. Se comprenderá, por ello, la importancia que posee el epistolario que aquí se ofrece, una emocionada crónica en las cartas a su padre o a amigos de juventud, como Eugenio Scalfari, pero también a numerosos escritores. Basta ver la relación de los mismos –de Elsa Morante a Natalia Ginzburg, de Antonioni a Moravia, de Pasolini a Gadda– para saber que este volumen recoge hechos muy vivos del panorama literario italiano; pero también, por su significación social y política en otros casos, este epistolario es un rico friso de la cultura italiana de la segunda mitad del siglo XX. Agudeza y sentido común, ironía y precisión, fidelidad a la libertad siempre y compromiso con los grandes cambios de su tiempo, son otras características de estas cartas que revelan la crónica íntima de un gran escritor.
– Cold Spring Harbor – Richard Yates
Estado: nuevo.
Editorial: libros del Zorzal.
Precio: $200.
La avería de un coche en Nueva York pone en contacto a los jóvenes Evan y Rachel, que de inmediato se sienten atraídos y no tardan en casarse. El flechazo irreflexivo construye planes secretos que intentan escapar de la trampa de la mediocridad y sueños que pronto se disiparán; la realidad acabará imponiendo sus severas reglas… Profundo conocedor de la sociedad estadounidense, Yates compone una trama de amor y desamor sobre el fondo de unas familias desencantadas, ajenas al famoso sueño americano y a sus ideales, aunque nos recuerda la necesidad de las ilusiones, pues la esperanza lo es todo cuando la vida se obstina en decepcionar.
– La de Dios es Cristo – John Niven
Estado: nuevo.
Editorial: Papel de Liar.
Precio: $250.
Tras 4.600 millones de años sudando la camiseta para corregir las muchas taras de su propia obra, Dios decide tomarse un breve y merecido descanso. Con la llegada del Renacimiento todo indica que su experimento mundano ha tomado por fin un camino menos insensato: desde las alturas celestiales observa a Copérnico, Miguel Ángel o Leonardo y se dice satisfecho que tal vez el divino empeño ha merecido la pena, Así las cosas, nuestro Padre Eterno se va a pescar dejando a su hijo como administrados subsidiario del universo. Cinco siglos después (contados en tiempo terrenal) regresa al puesto de mando para descubrir consternado que la creación está otra vez hecha un guiñapo. ¿Qué hacer ahora? Un congreso extraordinario de santos y arcángeles delibera sobre tan delicado asunto y concluye que sólo hay una salida: el niño debe volver a la Tierra. «¿Estáis seguros de que es una buena idea? —pregunta el Unigénito—. ¿Acaso no recordáis lo ocurrido la última vez que anduve por ahí abajo?» Pero de nada valen sus advertencias, y Jesús (que siempre llama dos veces) se presenta de nuevo en este valle de lágrimas dispuesto a enjugarlas con el pañuelo de su calamitosa bondad. Y de nuevo se arma la de Dios es Cristo sin excluir parábolas, discípulos, calvarios o resurrecciones, aunque los inescrutables designios de la Providencia se realizan en este caso mediante programas televisivos, estupefacientes, artillería pesada y otros recursos del siglo XXI.
«Un reverencial guiño a La Vida Brian de Monty Python manifiéstase ya en la primera junta de la corte celestial que el Altísimo convoca, por procedimiento de urgencia, al regresar de sus primeras y muy merecidas vacaciones en esta divertidísima novela sobre Dios y Jesús. La Vida Brian causó no poca controversia en su día sin dejar de obtener por ello una gran notoriedad. Tal vez anide en el afán de Niven un ferviente deseo por propinar —con más vehemencia, si cabe— una certera coz a la bienpensante burguesía y escandalizar a los virtuosos, con especial atención a quienes que se aferran a la cruz como a un clavo ardiendo. Dios resulta ser un tipo de lo más normal, algo disoluto, a decir verdad, y con un estentóreo gusto por la retórica y el argot de nuestro tiempo… mas sigue teniendo un gran corazón; razón por la cual se ve obligado a cumplir la profecía del segundo advenimiento enviando al mesías, a su amado Hijo, de nuevo a la tierra con el loable fin de redimir a nuestra a nuestra indómita especie. Jesús, que en esta reencarnación neoyorquina se hace llamar J. C., es un joven adorable, que, en sintonía con los tiempos que corren y las costumbres de su entorno, ha reemplazado los deliciosos y milagrosos caldos de Judea por un notable consumo de tetrahidrocanabinol. Con gran talento para la música, y animado por los compañeros de su banda, se presenta al casting para el concurso American Popstar [una suerte de Operación Triunfo] dirigido por el diabólico productor inglés, Stephen Stelfox, quien, presa de una epifanía, acierta a ver una gran oportunidad de negocio en este iluminado que afirma ser El hijo de Dios y canta como los ángeles. Stelfox es el demonio de la historia (el verdadero Diablo, por contra, en esta historia es un tipo a lo Tony Soprano de quien queda uno prendado en la cena que éste ofrece a Dios y a Jesús en el inframundo) pero su maldad se ve desbordada por la propia realidad. No deja de antojarse extrañamente irónico el evidente desprecio del autor por la instrumentalización de la religión y por todo cuanto es objeto de apasionada denuncia en este desternillante relato: al vertir toda la furia de su genio verbal sobre la maldad terrenal, parece elevarse a sí mismo niveles de beatería casi patológicamente mesiánicos.»
Jane Housham, The Guardian
– Cuando éramos malos – Charlotte Mendelson
Estado: nuevo.
Editorial: Papel de Liar.
Precio: $250.
Los Rubin formaban a todas luces la familia perfecta: eran tan ricos como brillantes, y para colmo estaban endiabladamente unidos. Las apariencias no engañaron hasta la boda del hijo mayor, una fiesta cargada de previsible alegría que, sin embargo, desata un pandemónium cuando el novio decide fugarse con una mujer casada. La conmoción sacude a propios y extraños, pero en especial a Claudia, formidable matriarca y rabina de la pequeña comunidad judía a la que todos pertenecen. Esa infracción, ese atentado contra el orden constituido, abre las compuertas a una catastrófica riada de murmullos que pone al descubierto las entretelas silenciadas por cada miembro de la tribu. Los cuatro hermanos y sus padres han de poner boca arriba las cartas de sus deseos e identidades ocultas. Cuando éramos malos dibuja un cálido e incisivo (a veces incluso inmisericorde) retrato de una familia en estado de alarma.
«Inmensamente divertida y conmovedora […]. Explora con agudeza y sin reparos las relaciones que se dan entre unos padres y sus hijos.» Los Angeles Times
«Jubilosamente original […]. Una elegante comedia sobre la entereza y la individualidad.»
Newsday
«La culpa, la vergüenza, el amor, las victorias y ansiedades de la vida en familia: ésas son las capas de cebolla que Mendelson arranca amablemente con un humor de perros. Y ocurren tantas cosas… Una novela que se devora de un tirón canino.»
Fay Weldon
– Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable – Christian Ferrer
Estado: nuevo.
Editorial: Anarres.
Precio: $150.
A fin de permanecer entre los hombres, las ideas deben auscultar –y eventualmente tensar– el malestar de una época. El anarquismo ha sabido pellizcar esa cuerda una y otra vez. Por su parte, los propios anarquistas se negaron a partir. Seguramente, firmeza ética e irreductibilidad política fueron condiciones de sobrevivencia. Pues existieron los tiempos en que la palabra anarquía era sinónimo de libertad, no de caos inmotivado. Una historia de la disidencia y de las luchas por libertades negadas o conculcadas necesariamente debe tenerlos en cuenta. Fueron sus cabezas de tormenta. Los primeros en anunciar y promover algunas libertades que hoy se disfrutan en ciertas partes del mundo. Las otras aristas de su historia exponen tanto un estilo de garra como una consideración amorosa por los hombres y la tierra. De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida y miserable. Y aunque se filtre únicamente en cuentagotas, la “idea” sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos […] Cien años atrás el anarquismo era un movimiento organizado, culturalmente significativo y políticamente temido. Ese impulso no ha llegado hasta nosotros. Pero nada se ha perdido. Ni las palabras dichas, ni las ideas publicadas, ni las acciones realizadas. Irradiada hace ya mucho tiempo, su influencia se dispersó más allá de los propios simpatizantes. Afluentes de aquella mutación cultural frustrada se vertieron soterradamente en las aspiraciones y conductas de la actualidad. Y como los anarquistas siempre han sido los testigos vivientes de una libertad prometida, la memoria política actual está habitada por voces y recuerdos de hombres y mujeres que ya no están y de acontecimientos que retroceden en el tiempo. Aún se murmuran proclamas o historias que en otro tiempo se leyeron en libros o se escuchó de viejos combatientes. Es por eso que los ensayos reunidos en este libro no pretenden tanto celebrar el mito político del anarquismo como admirar su supervivencia. Son ensayos nacidos del amor por la saga libertaria.
Cabezas de tormenta interior.pdf
http://www.librosdeanarres.com.ar/sites/default/files/Cabezas%20de%20tormenta%20interior.pdf
– I feel good. Las memorias de James Brown
 Estado: nuevo.
Editorial: GLOBALrhythm.
Precio: $250.
Un artista fundamental en la historia de la música moderna cuenta su azarosa vida. “Please Please Please” fue un grito salvaje que consagró a James Brown como encarnación de una turbulenta sacudida social y musical. Esa mítica canción apareció en 1956, más de dos décadas después de que el cantante iniciara su periplo vital y su lucha por ganarse el respeto de un mundo que nunca lo aceptó del todo. Aunque la leyenda de James Brown está cumplidamente reflejada en sus discos, en las listas de éxitos y, por desgracia, en la prensa sensacionalista, hay una historia no estrictamente cronológica que jamás se ha relatado. Es la historia de un carácter y una entereza, la historia de un negro criado en la tierra de la segregación racial que se alza contra un destino en apariencia inexorable para construirse a sí mismo como un hombre libre cuya convicción y energía sólo serían igualadas por los demonios que lo asediaban por dentro. Con un candor desconcertante, sin velar conflictos, contradicciones o tormentosos encuentros con la justicia, el hombre James Brown relata en este libro el largo viaje que, desde una menesterosa infancia, lo llevaría a la cumbre por los caminos del gospel, el R & B y el soul. Sólo él podía contar esta historia.

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Adam Langer, Alan Pauls, Andy Warhol, Ann Beattie, Anne Gédéon Lafitte Marqués de Pelleport, Art Pepper, Baruch Spinoza, Ben Hamper, Ben Reitman, Benito Mussolini, Bernard Marcadé, Bob Marley, Charlotte Mendelson, Christian Ferrer, Clarice Lispector, Daniel Defoe, Dante Alighieri, David Gates, E. Ann Kaplan, E. P. Thompson, Erich Auerbach, Flannery O’Connor, Frances Stonor Saunders, Franz Rosenzweig, Gaziel, Gershom Scholem, Giacomo Casanova, Guy Bois, György Faludy, Hannah Arendt, Hans Massaquoi, Hans Ulrich Obrist, Henry David Thoreau, Hubert Selby, Ilya Ehrenburg, Italo Calvino, Ivonne Bordelois, James Brown, Javier Calvo, Jimmy McDonough, John Niven, Jon Stewart, Jonathan Franzen, José Sbarra, Joseph Buloff, Juan Forn, Julia Kristeva, Karl Marx, La Renga, Lewis Mumford, Linda S. Kauffman, Marcel Duchamp, Marcelo Cohen, Marco Aurelio, Margery Kempe, Mark Z. Danielewski, Martin Aurell, Matsuo Basho, Mauro Libertella, Michael Billig, Michael Seidman, Modris Eksteins, Nadiezhda Mandelstam, Neil Young, Nick Cave, Oscar Wilde, Pat Hackett, Patrick Harpur, Peter Bamm, Peter Soleterdijk, Pierre Hadot, Richard Tarnas, Richard Yates, Robert Coover, Robert Tressell, Sandra M. Gilbert, Sergio de la Pava, Simon Kuper, Simon Reynolds, Simon Singh, Stéphane Mosés, Stefan Zweig, Steve Pincus, Susan Gubar, Thomas Frank, Toni Negri, Wallace Stegner, Walter Benjamin, William Faulkner, William Gaddis, William Gass, William Maxwell, William T. Vollmann, Yoram Kaniuk | Deja un comentario

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. Edición especial: Feria del Libro de Buenos Aires 2015 – Capítulo V

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
V
Feria del Libro 2015

 

Dedico esta columna que me llevo casi 4 semanas de laburo al equipo que se formo para trabajar en el stand de Waldhuter de la Feria del libro. Un equipo humano particular y excéntrico dado que entre los componentes que lo conformamos no existían alcahuetes ni hijos de puta mal paridos. Cada uno de los textos lleva un número (el del día de trabajo que escribí ese texto) y el mismo número se repite más abajo con una serie de fotos que saqué ese día y que acompañan al texto que siempre fue posterior a las fotos.

 

Los itinerarios que cubrían los tranvías eran invariables, pero nadie conocía el trayecto de la historia.
Gente, años, vida (memorias 1891-1967), Ilya Ehrenburg
Entre la vida y la muerte siempre ha existido lo mismo. Es lo que es. La violencia de la vida.
Francis Bacon

 

21
le agregue un poco de Fernet
para darle
algo de poesía
a la muerte
22
libos kalish volvio a la feria del libro
como los ombúes que planto
el viejo martinez de hoz
en la rural
le quedaban chicos
a nuestro bunker cultural
este año nos instalamos
en la embajada norteamericana
23
ayer
comencé a trabajar
muy temprano a la mañana
sacandole fotos
a un pornstar
y termine
tropezando
a las dos de la mañana
con otro pornstar
en la puerta
de casa
24
Los pro y los contra de hacer dedo
José Sbarra
Humean montañas de basura a ambos lados de la carretera. Seres andrajosos suben y bajan por ellas. Un adolescente, recostado sobre una pila de cartones y trapos, lee. Ha encontrado un libro y lo lee con dificultad, pero hechizado.
Para él ha desaparecido el basural, sus manos heladas y sucias pasan las hojas del libro.
El adolescente ha terminado de leer su libro. Se encienden estrellas sobre la basura. Es la primera vez que lee un libro desde el comienzo hasta el final. Es la primera vez que descubre que alguien que no lo conoce y a quien nunca vio, sabe exactamente lo que le pasa y lo que piensa. Aprieta el libro. Llora. O casi. Acaba de comprender que no está solo en el universo. Hay alguien que lo entiende y se lo ha contado por medio de un libro. Vuelve a la primera página, a la primera frase. Se repite a sí mismo el nombre del autor. Es un escritor de otro país, de Alemania.
A la mañana siguiente le dice a su maestra que ha leído un libro de un escritor alemán y que durante la noche le ha escrito una carta, pero que no sabe a dónde tiene que enviarla para que le llegue. La maestra le pregunta como se llama ése escritor. Y él responde que en ese momento no lo recuerda. Entonces le pregunta por el título del libro. El responde que lo tiene en la punta de la lengua pero que no le sale. Ella le pregunta cómo puede ser que le haya impresionado tanto un libro, que hasta lo ha impulsado a escribir una carta y que no retenga el título ni el nombre del autor. El adolescente se queda en silencio. No quiere revelar esos datos por vergüenza. La maestra podría conseguir el mismo libro y sería como si lo espiase a él por dentro. Ella le dice varias cosas. El sólo repara en una; embajada de Alemania.
Se ha aplastado el pelo con agua jabonosa. Trata de no pisar charcos para no manchar las alfombras que imagina detrás de la palabra embajada. Lleva mal abrochado el cuello de la camisa.
Hace dedo. Se detiene un Renault color mostaza.
El chico de la basura sonríe. Agradece. Sube al coche. Agradece. En su mano izquierda palpita una página de cuaderno doblada, sin sobre.
La humareda semeja niebla y el día es gris.
¿Y para qué tenés que ir a la embajada de Alemania?
Para enviarle esta carta a un escritor. Ahí me van a dar la dirección.
¿Quién escribió esa carta?
Yo.
¿Y cómo se llama el escritor?
El adolescente revela por primera vez el nombre del escritor.
El hombre reprime un impulso. Mira a los ojos al adolescente. Siente el humo caliente delbasural que entra por la ventanilla. Sonríe ante la asimetría de la camisa del chico. Le dice:
Te voy a llevar hasta la puerta de la embajada. Aprieta el acelerador y, poco a poco, el entorno empieza a urbanizarse. Sintoniza la radio en una músico alegre.
Intenta imaginar cómo recibirán a ese jovencito en la embajada. Tal vez lo traten con indiferencia –piensa-, tal vez le tomen la carta sin darle mayor importancia o quizás alguna secretaria le diga lo que él no se atrevió a decirle, que ese escritor ha muerto hace ya muchos años.
25
Lloren chicos, lloren
Pídanle a sus papis
Que los lleven a la feria del libro
Que los traigan
Al bunker narcoprostibulario kalish
Para conocer
A los simpaticos y divertidos
Personajes
Que ya se ganaron el corazon
De los chicos de todo el mundo infantil
Y que ahora Libros Kalish
Tiene la concesión exclusiva para argentina
Paquito, Pepona y Falopita
Tus nuevos amigitos
Con los que vas a poder jugar
Y divertirte
Y llevarte
Merca para papi
Faso para mami
Pastis para tu hermanito
hongos para la tia
Y paco para vos

Venite este domingo
A la feria
Decile a tus papis que te traigan
Al bunker de libros kalish
Y vas a poder fumar
De la pipa de agua mas grande del mundo
Y vas a ser testigo
De un evento que va a hacer historia
Vamos a peinar la raya de merca
Mas grande y gorda de la historia
Para quedar en el libro guines de este año
Venite hoy
Que la vamos a pasar relindo!!!!!
26 
El principito
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años)
Hola chicos, me llamo Pepona y él es Falopita y aquel es Paquito y  les vamos a contar un cuento narcoprostibulario para chicos.
Resulta que estábamos en el bunker kalish de la Feria del Libro ubicado en la embajada de Estados Unidos y cae una abuela con su nietito.
Ok.
La abuela, una de esas viejas chotas de Recoleta que tan solo la ves caminar y te das cuenta que si la secuestras la familia tiene la liquides suficiente para gatillarte un millón de dólares en efectivo lo encara a Paquito y le pregunta si tenemos El principito.
Paquito se la queda mirando como un mogólico porque esta pasado de paco y no entiende nada.
La abuela recoleta vuelve a preguntar por El principito evidentemente indignada por la falta de servilismo total de Paquito. Es una mujer acostumbrada a que los siervos cuadren sin chistar a sus demandas y no sabe que cayo con nosotros que no servimos para una mierda.
Entonces Falopita y yo no acercamos a la abuela recoleta y su nieto y le preguntamos a Paquito que quiere esta vieja chota.
Paquito nos dice que no entiende que mierda le esta preguntado la vieja hincha pelota.
Ok.
Le preguntamos a la abuelita recoleta que quiere.
Estoy buscando el principito para mi nieto, no exige, ya cansada, ya violenta.
Le explico yo que acá solo vendemos falopa y prostitución, nada de libros pelotudos.
Y la vieja hija de puta redobla la apuesta y nos pregunta si sabemos en que puesto de La Feria del Libro puede encontrar el libro para su nieto.
Ok.
Querés El principito, te vamos a dar el principito, le digo y nos miramos los tres y los tres sacamos nuestras pistolitas calibre 22 y nos llevamos a la abuelita y su nietito al fondo del bunker.  Y ahí les robamos y los violamos y luego les cortamos la cabeza.
Y después para bajar un poco la adrenalina nos fuimos con la plata de la abuela al stand de Clarin que tienen en unos sillones debajo de un cartel de Cable Visión sentadas a tres rubias trolas sentadas todo el día mostrando las piernas y están para el crimen y las encaramos y les decimos a las promotoras de Clarín vamos a dar una vuelta y me nos la chupan o te reviento acá mismo perra hija de puta.
Y atrás de uno de los ombúes que planto ese soñador principito del siglo XIX que era el viejo Martínez de Hoz las promotoras de Clarín nos tiraron la goma y después nos comimos todos unos cucumelos y nos tiramos a ver el cielo y cuando estábamos por armar una orgía vimos asomar a los de seguridad y tuvimos que salir corriendo.
La puta que te parió, que mundo de mierda, una vez que habíamos pegado merca de la buena tiene que venir un ortiba escupirte el asado y tuvimos que salir cagando, las promotoras a su stand y nosotros al bunker a seguir laburando.
Bueno chicos, ¿les gusto el cuentito narcoprostibulario?
Mañana les contamos otro cuentito, así pueden encarar el día bien enchufados.
¡¡¡¡Chau, chau, chauuuuuuu… amiguitos!!!!
27
Mi pequeño Pony
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años)
Amiguito, cómo va.
¿Querés que te cuente un cuentito?
Ok.
Ahí va.
Resulta que estábamos todos en el bunker laburando.
Arturito y Picachu con la balanza pesando florcitas y gramitos.
Pepona, Falopita y Paquito armando paquetitos.
Aparte este año gracias a la embajada norteamericana y la DEA había logrado traer un embarque de heroína, con lo cuál nuestro puesto era el más visitado de la Feria del Libro.
Y yo estaba atendiendo a los amiguitos que visitaban el bunker.
La estábamos juntando con pala.
Ok, amiguito.
La cosa que estaba atendiendo a un cliente y tenía detrás una cola de unas cincuenta personas esperando su turno y aparece una vieja.
Estoy charlando con mi cliente que esta halagando el bunker y diciéndome que es el mejor stand de la Feria del Libro.
La vieja pasando por alto la fila de cincuenta clientes y obviando que estoy atendiendo a un cliente dispara a quemarropa:
¿No sabes dónde se encuentra La Nación?
Mi primer impulso es sacar el fierro y ponerle un tiro en la cabeza a esa yegua hija de puta.
Pero no.
Le perdono la vida.
La ignoro y sigo charlando con mi cliente que se esta llevando un Kits Bolquete grande como las bolsas grandes de Carrefour.
Y la vieja vuelve a la carga:
Disculpame, querido, estoy buscando el stand del diario La Nación, no me podrías indicar cómo llegar.
Miro a mi cliente buscando misericordia, complicidad y la paz y cordura que estoy a punto de perder y el me devuelve una mirada cómplice que me da a entender que si él fuera yo la cagaría a tiros a esta soreta de mierda.
Pero apuesto una vez mas a esa pasión inútil que es la humanidad y le vuelvo a perdonar la vida.
Y la muy conchuda redobla su apuesta. Apoya una mano en mi brazo y lo sacude levemente:
Disculpame, nene, me podes decir dónde queda el puesto de La Nación.
Ok, la concha de tu hermana.
Saco la Luger del abuelo Heriberto y se la pongo en la panza.
Qué estabas buscando vieja hija de puta, le pregunto.
La vieja me mira con ojos de espanto y a perdido el habla.
Camina para el fondo vieja chota y calladita.
Arturito y Pepona que me ven llevandome para el fondo a la vieja dejan de pesar y armar bolsitas y vienen tras de mí. Y Picachu me reemplaza en el mostrador del bunker atendiendo a los clientes.
En el fondo le robamos todo lo que tiene y le pongo tres tiros de una.
Corta la bocha.
Vieja puta.
Y después le cortamos la cabeza con un cuchillito Tramontina.
Y Arturito propone armar un fulbito con asadito.
Y a la Pepona se le ocurre que hagamos un asadito de pony.
Por qué no.
Les cuento que Sebastián Hernaiz me contó que hace poco con sus amigos del Nacional Buenos Aires comió un asado de caballo y ahí parten Picachu y Arturito a la puerta del zoológico y vuelven al rato los dos montados a un pony cantando La marcha de San Lorenzo.
Luego faenamos al pony y lo tiramos a la parrilla y jugamos un partidito de futbol con la cabeza de la vieja chota de La Nación.
28
La bicisenda de Chatran
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años) 

 

Siempre hay que darle para adelante
porque por atrás sale solito.
Consejo que le daba el abuelo del escritor chileno
Fernando Correa Navarro cuando este era chico.

 

¡Hola chicos!
¡Cómo están amiguitos!
¿Bien?
Me alegra.
Antes de pasar a contarles el cuentito de todas las mañanas quiero recordarles algo:
El próximo sábado 2 de abril va a estar La Abuela Cocainómana que contara un cuentito narcoprostibulario para todos los chicos que visiten el bunker de Libros Kalish de la Feria del libro. Y haremos un sorteo cuyo ganador se hará acreedor a salir de caravana con La Abuela Cocainómana cuyos gastos correrán por cuenta de Libros Kalish. Sí, amiguito, lo que siempre soñaste, salir de caravana con La Abuela Cocainómana que trabaja en el programa de tele de Roberto Petinato con todos los gastos pagos. Pico y pala y putas y más, mucho más. Vos pones el cuerpo y nosotros la locura.
Bueno, pasado el chivo vamos a lo nuestro.
Te voy a contar un cuentito narcoprostibulario.
Resulta que estabamos todo el equipo de Libros Kalish embolados en La Feria del Libro porque había venido poca gente ese día a la Feria.
Había caído por la tarde un cliente de esos que uno siempre quiere ver.  Un demente apasionado  y erudito que labura en la AFIP y que siempre que viene a comprarme algo me descubre un nuevo autor que desconocía. A William Gaddis lo conocí por él. En su biblioteca de babel tiene el hijo de puta un ejemplar de Muerte a credito de Louis Ferdinand Celine con traducción de Néstor Sanchez. Y que esa tarde me descubrió un libro que estaba frente a mí y que me era indiferente hasta que él me lo marcó: Contra toda esperanza de Nadiezhda Mandelstam.
Ok, amiguito.
Pero salvo este cliente el día era la muerte desnuda. La repetición absurda de una comedia que dan ganas de llorar.
Entonces Falopita propone ir a comprar un wisky para calentar motores.
Y ahí mandamos a Picachu y Arturito a la calle a buscar un wiscacho.
Cuando volvieron de la misión etílica ya teníamos preparados en un plato seis largas y gordas raya de merca para acompañar el whisky y encontrar la poesía y verdad de Goethe.
Arturito estaba indignado porque camino de vuelta con el whisky pasaron a saludar por Plaza Italia a Pablo y Walter, dos puesteros de libros amigos de ellos y uno de esos pelotudos que van por la vida en bicicleta por la vereda para que no los pisen los autos atropellando a los que vamos por la vereda casi se lo lleva puesto a Picachu.
Arturito quiso sacar la 22 y sacudirle ahí mismo dos corchazos al bicipelotudo pero como estaba lleno de canas opto por putearlo en lugar de fusilarlo.
Ok, amiguito.
La cuestión que empezamos con el whisky y la merca en el bunker y se largo la temporada de cacería de elefantes.
Obviamente la botella nos quedo corta y fuimos por más.
Mientras esperábamos que volvieran con el wishky nos pusimos a peinar unas rayas para matar el tiempo y cae un pibe con casco de bicicleta bajo el brazo y nos consulta si tenemos El secreto.
El secreto es un libro para gente pelotuda cuyo argumento del libro es que te da el secreto de la vida.
Lo miramos todos con cara de nada y el pibe se nos queda mirando con esperanzas de vamos a concretar sus horribles deseos.
Entonces le respondo:
Acá solo vendemos falopa, chatran.
Y doy una larga calada a mi cigarrillo y le tiro el humo en la cara.
Y el pelotudo hace una muesca de asco y me responde que fumar hace mal y que contamina el aire.
Nos miramos entre todos evaluando que hacer con este chatran.
Le respondo:
Mi abuela Elsa cuando era chiquito siempre todos los primeros dias del mes cuando cobraba la jubilación me daba plata y me decia que la usara en lo que quisiera menos en cigarrillos.
¿Y por qué no seguiste el consejo de tu abuela?, me pregunta chatran.
Porque mi abuelo, fumaba y mi abuela consiguió que deje de fumar y se murió. Además trabajar también hace mal y el amor también te puede matar y los boludos como vos me confirman que la vida no tiene sentido alguno y me hacen replantear por qué sigo insistiendo en habitar este planeta de mogolitos.
El pibe vuelve a repetir que fumar hace mal y me reprocha mi nihilismo y me recomienda que lea el libro que handa buscando que me va a cambiar la vida.
Y entonces llegan nuevamente Picachu y Arturito, ahora con dos botellas de whisky cada uno y al ver al flaco a Picachu se le transforma la cara y lo encara al pibe de una.
Pedazo de chatran casi me matas con tu bicicleta de mierda hace un rato.
Y entonces, sí, chicos, acá viene la parte que estaban esperando ¡sangre!
Nos llevamos a chatran para el fondo y mientras nos bajamos las cuatro botellas de whisky lo torturamos a chatra. Empezamos arrancandole las uñas una por una. Le metimos un palo astillado por el culo. Le quemamos diferentes partes del cuerpo con la braza de cigarrillos para comprobar efectivamente como el decía que el pucho hace mal. Y finalmente le picaneamos los huevos y se nos fue la mano y se nos murió de un bobaso.
Después a la madrugada lo atamos desnudo a su bicicleta y lo colgamos de un poste de luz de la calle.
Y llamamos a esta instalación que merecería exponerse en PROA o el MALBA con curaduría de Federico Baeza y Pablo Ruchansky: La bicisenda de Chatran.
¿Les gusto chicos el cuentito de esta mañana?
¿Sí?
Bueno, que lindo, mañana a la mañana antes de ir al cole les cuento otro cuentito narcoprostibulario.
¡Chau, chau, chauuuuuuuuuuuuuuuu…!
01
veni a la Feria del Libro
visita el stand de Libros Kalish
te esperamos
con la Luger del abuelo
y una bala que todos los dias
pregunta por vos
y la duda de la bala es la siguiente:
¿a la cabeza o al corazon?
y yo todos los dias le repito
da igual
lo vamos a hacer mierda
03
Historia del Snoopy y la Gota de Agua pedófilos y el pajarito que no sabía volar
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 6 a 8 años)
¡Hola chicos!
¡Cómo están!
¿Bien?
¡Me alegra!
Vamos a empezar la semana con un cuentito.
Resulta que estábamos en el Bunker de Libros Kalish vendiendo lo que ya sabes en la Feria del Libro cuando llega una intelectual buscando un autor que no conocía y me trata de analfabeto por no conocerlo y después volví a casa luego de trabajar catorce horas seguidas y se me quemo la comida y discutí con mi novia y me fui a la cama sintiendo el peso muerto de la vida mordiéndome las pelotas y ahora sí, acá arranca el cuentito.
Pepona y Arturito habían ido a una fiesta el viernes a la noche primero de mayo al salir de la Feria con Pinochet.
Estaban bastante borrachos y cayeron en la casona de Palermo donde se hacia la fiesta con un Vat 69 y se fueron a charlar a la terraza.
Ok.
Pinochet les estaba comentando a Pepo y Artu que los otros días en la Feria había visto como Snoopy y la gota de agua de Ayssa se estaban garchando detrás de un ombú de esos que planto el principito del siglo XIX Martínez de Hoz a un nenito de 5 años.
Pepona no le daba crédito a las palabras de Pinochet y éste saco su celular y les mostró fotos de la Gota de Agua de Ayssa y Snoopy garchandose al nenito.
Bueno, por ahí circulaba la charla cuando cae un pajarito e interrumpe la conversación.
El pajarito se presenta y sin decir agua va se nos pone a contar que esta triste porque se peleó con su novia.
Pepo, Artu y Pinocho se miran entre sí buscando la forma de sacarse de encima a este pelotudo.
Arturito intenta disuadirlo para que se haga humo pero el pajarito es un boludo importante y sigue dale que dale contádoles su dolor a ellos que no lo conocen y que les chupa un huevo su suerte.
Ok.
Pinochet que es malvado y cruel como todo chileno en un rapto de humanidad le da una ultima oportunidad al pajarito pidiendole que se haga humo. Pero el muy sorete sigue con su cantinela.
¿Qué hacer – como alguna vez se preguntaron Vladímir Ilich Lenin y Marcos Aguinis – con semejante energúmeno?
Bien, chicos, les voy a contar qué hacer, yo que leí a Lenin y Aguinis, para que cuando crezcan y la vida los ponga frente a estos criminales de guerra sepan como actuar.
Resulta que cuando Pepona, Arturito y Pinochet agotaron todos los recursos para sacarse de encima al pajarito optaron por lo sano.
Los tres sacaron fierros y se lo pusieron en la cabeza.
El pajarito haciendo gala de ser un boludo a prueba de balas siguió hablándoles de él y los desconcertó a nuestros amiguitos.
Entonces Pinochet se acordó de los vuelos de la muerte de la época y les sugirió a Pepona y Arturito que era hora de que el pajarito aprendiera  a volar.
Así que lo molieron a palos y luego lo tiraron de cabeza de la terraza a la calle y cuando se estrello en el asfalto justo paso un colectivo y lo hizo puré.
Y colorín colorado este cuento se a terminado.
Y no olviden nunca chicos que la vida es una calesita desvencijada que da vueltas sin sentido y la historia un fosa común sin nombre.
05
Las fotitos de Snoopy
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 4 a 6 años)
¡Hola chicos!
Ayer en el bunker kalish de la feria del libro nos visito la traductora argentina Guadalupe Marando con sus dos hijas – una de las cuales, Albertina, colaboro conmigo como artista plástica en diversas columnas mías de Confesiones de un librero de mierda haciendo collages. Nos estuvo contando de su experiencia como traductora de Jonathan Franzen, Siegfried Kracauer, François Truffaut, de Copi y Marguerite Duras en coaturoría con Margarita Martínez y de su gran Gatsby inédito de Francis S. Fitzgerald.
Y luego los adorables personajes amigos de todos los niños Pepona, Falopita, Arturito, Picachu, Paquito y los simpaticos muñecos que hacen la delicia de los mas pequeños de el Snoopy Pedófilo y el Consolador Borgeano les contaron un cuentito narcoprostibulario a las nenas de Guadalupe Marando.
Acá va, para antes de ir al cole el cuentito que ayer se contó en el bunker para los más pequeños que mañana creceran y antes de convertirse en alimento balanceado para los gusanos pasaran por un sin fin de experiencias horribles y situaciones humillantes que los harán mierda.
Bien, amiguitos, acá va el cuentito narcoprostibulario de todas las mañanas.
Resulta que estaban Pinochet y Falopita comentando en el Bunker de la Feria del Libro de unas calzas verde militar de una chica con un rostro increíblemente hermoso.
Entonces cae una señora con su hijo regordete.
Perdón, dice la señora, estoy buscando un Martín Fierro.
Falopita le explica que en el Bunker solo se venden drogas y se ofrecen servicios sexuales.
Y la señora desconcertada y un tanto angustiada no porque este frente a un antro de placer y perdición sino porque no encuentra dentro de la Feria del Libro al puto Martín Fierro – les recuerdo chicos que fue Ezequiel Martínez Estrada en Muerte y transfiguración de Martín Fierro donde dice que Fierro y Cruz eran se pelaban y comían la bananita Dolca mutuamente –  para el mogólico de su hijo que le encargo la hija de puta de su maestra consulta si saben Pinochet y Falopita dónde encontrar a Fierro.
Entonces  Pinochet le consulta si esta buscando alguna edición en especial y la mujer responde:
Una que venga con los versos.
Ok, amiguito.
Luego siguieron charlando Pinocho y Falopita hasta que cayeron el muñeco de Snoopy Pedófilo y el Consolador Borgeano con fotos sacadas desde sus celulares de sus nuevas victimas infantiles. Fotos de niños empalados por Snoopy bajo un ombú y del Consolador Borgeano destrozando la inocencia de infantes.
Estaban los cuatro muy entretenidos mirando las fotos cuando cae un boludo con licencia para hacer imposible tu vida.
Pregunta:
Saben dónde esta el stand 605.
Para allá, dice señalando Falopita.
Sí, pero para allá dónde, porque no tengo ganas de caminar demás.
Para allá, buscalo por ahí, le señala ahora el Consolador Borgeano con su celular en la mano que contiene un museo en imágenes del horror infantil.
Ok.
Y el boludo redobla apuestas.
Pero no me pueden decir exactamente dónde es allá porque te repito que no tengo ganas de caminar demás.
Falopita, Pinochet, Snoopy Pedófilo y el Consolador Borgeano se miran entre sí molestos evaluando la forma más aceptica de sacarse de encima a este energúmeno.
Y el energúmeno vuelve a la carga antes de que ellos puedan reaccionar.
Estoy cansado y no tengo ganas de caminar demás y quiero encontrar el puesto 605 e irme, ¿no pueden ser más especificos?
Entonces los cuatro sacan sus fierro – todas las armas compradas en la Villa 9 de Julio del partido de General San Martín y con pedido de captura – y le apuntan a los pies del forro y le sacuden unos corchazos los cuatro simultáneamente a si zapatilla izquierda.
El tipo empieza a gritar.
Y ahora corre pedazo de hijo de puta, le dice Snoopy Pedófilo.
¿No querías caminar sorete hijo de puta?, ahora vas a tener que correr o te reviento acá mismo, lo amenaza Falopita.
¡Dale, corre, corre o te reventamos Chatran!
Y el Chatran empieza a correr.
Y los cuatro amigos se miran y evalúan qué hacer y en sus ojos se refleja un resplandor de felicidad.
Entonces levantas sus fierros y apuntan a Chatran que corre ciego buscando una salida mientras deja tras de si un reguero de sangre tras de sí y cuando esta por llegar a la salida del pabellón azul Falopita, Pinochet, Snoopy y el Consolador abren fuego y el energúmeno desaparece del planeta tierra cocido a tiros.
Y colorín colorado otro cuento narcoprostibulario se ha terminado.
07
Juntacadaveres
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 6 a 8 añitos)
¡Hola pequeñuelos!
Hoy Silvia Pérez, ese culo con el cual sus papis cuando eran chicos como ustedes imaginaban que le hacian cosas inconfesables y se desternillaban de la risa sin entender los chistes cuando era la sercretaria de No toca botón y atendía a Borges y Alvarez (Alberto Olmedo y Javier Portales)  les vine a contar un cuento narcoprostibulario.
Bien, bajitos, acá va un adelanto de lo que esta tarde a las 16 hs Silvia con su arte oratorio desplegara en el Bunker Kalish de la Feria del Libro.
Resulta que las ventas de falopa en el bunker de libros kalish de la Feria del Libro venían viento en popa. Lo que más salía era MDA, cocaína, burundanga, peyote, marihuana y por supuesto la reina de la Feria que se vendía como pan caliente: heroína.
Ok, amiguito.
Así las cosas.
Pero el negocio tenia dos aristas: drogas y putas.
Como te contaba la falopa se vendía sola. Pero nuestras escort independientes – Snoopy Pedófilo, el Consolador Borgeano y la Traviesa Carla y su terrible boa constrictora – se la pasaban tomando wiskhy y merca y leyendo a Onetti a la espera de clientes que nunca llegaban.
Ok.
Entonces cayo Pinochet que es un soldado del amor y le rompió el corazón ver a nuestras escort independientes tristes por falta de clientes y le propuso a Paquito y Pepona que por qué no imprimiamos papelitos que promocionaran los servicios de Snoopy Pedófilo, Consolador Borgeano y Carla y su boa constrictora y salíamos a pegarlos por toda la Feria.
Así se hizo.
Imprimimos dos millones de papelitos y un pale de cincuenta cajas de Boligoma y mandamos a Arturito, Picachu y Falopita a pegar papelitos puteros por toda la Feria.
La cosa que se armo quilombo y nos tiraron la bronca porque empapelamos prácticamente toda la Feria con los papelitos puteros.
Y los boludos de Juan di Natale, Eduardo de la Puente y Osvaldo Quiroga que trasmitían sus programas de radio y tele desde la Feria nos acusaron de violencia de genero.
Pelotudos, violencia de genero, yo te voy a dar violencia de genero, pensamos.
Y entonces diseñamos el operativo Juntacadaveres.
Armamos dos comandos armados hasta los dientes y cocinamos  a tiros a estos alcahuetes que hace años enferman a nuestros hijos haciendo pelotudeces en los medios de comunicación.
Y después de eso, vos crees que alguien osó decir ni mú. No.
Y gracias a los papelitos puteros nuestras chicas empezaron a facturar y la prácticamente todo libro exhibido en la Feria del Libro llevo en su tapa un papelito putero ofreciendo los servicios de la traviesa Carla y su boa constrictora y Snoopy Pedófilo y el Consolador Borgeano.
Y colorín colorado este cuento narcoprostibulario acabo su lechita en tu boquita chupa pija.
08
Padre rico, padre pobre
(un cuento narcoprostibulario para chicos de 8 a 12 años)
¡Hola pequeñuelos!
Hoy vamos a cambiar el registro del relato. Vamos a dejar de lado los relatos narcoprostibularios que a ustedes les gustan tanto como los Sugus azules y rojos y relatar algunas escenas del bunker Kalish que por alguna razón necesito trasmitirles.
I
Sigo sin recordar su nombre.
Pero la conozco.
La he visto en cientos de revistas y fotos y en la tele.
Era modelo. De la vieja guardia. De la generación de Teté Coustarot.
En fin, una vieja chota como tu madre o la mía.
Y la veo revolver libros en la Feria.
Y lo primero que me impresiona es su rostro.
Da travesti. Como Moria Casan. Pero en Moria lo monstruoso del paso del tiempo y las intervenciones de la industria de la belleza desfigurando el cuerpo no carece de ironía.
El rostro de esta modelo de la cual no recuerdo su nombre es terrible.
Están desdibujadas en su rostro todas las marcas del tiempo con lo cual no parece más joven ni mas bella ni haberle ganado un solo día a la muerte.
Pero cuando veo sus manos tomando un libro el shock es terrible.
Son las manos de una vieja en el cuerpo de un monstruo.
Y alguna vez fue una mujer bella a la cual los hombres deseaban y las mujeres envidiaban su suerte.
Debe ser terrible su existencia. Su memoria del pasado de una belleza hoy vencida como se vence la leche en la heladera.
II
Estoy parado en una de las entradas del bunker con Pinochet.
Pinochet es chileno, obvio.
Como Roberto Bolaño y Manguera Valenzuela.
Escritor como el primero y un encantador de serpientes como el segundo.
Bien.
Estamos ahí.
Justo ahí.
Y entran dos adolescentes.
No más de 16 años.
Una me encara y me pregunta si tenemos Padre Rico, Padre Pobre.
Me las quedo mirando.
Me dan pena. Y rechazo.
Ser tan chico y tener una inquietud tan estúpida como pretender leer una literatura tan berreta y nazi como la que propone ese libro me rebela la carencia de sentido de esas adolescentes que algún día se volveran mujeres tan horribles como la estupidez.
Les respondo que no tenemos ese libro.
Y me preguntan si sé donde lo pueden conseguir y quien es el autor.
Y yo les respondo:
No sé dónde podes escribir ese libro y el que lo escribió es un pelotudo.
III
Maximiliano Kreft es uno de mis compañeros de la Feria.
La verdad que el grupo humano con el que estoy trabajando es el mejor del mundo.
Desde el dueño de la distribuidora hasta el ultimo orejón del tarro todos formamos un equipo horizontal donde en jornadas demenciales de hasta 16 horas de laburo de corrido jamás asistí a una escena de humillación o violencia.
Tengo 40 años así que sé que es prácticamente imposible encontrar patrones que no sean perversos y compañeros que no sean alcahuetes. Pero Waldhuter parece ser la excepción. Y me alegra que exista y que yo pueda pasar por esta experiencia laboral donde me dan ganas de ir a laburar para compartir un momento con mis compañeros.
En fin.
Resulta que Maximiliano Kreft es callado y labura como una bestia.
Eso era todo lo que sabía de él cuando entre.
Eso. Y algo más.
Observe que cuando se cruzaba en la Feria con viejos compañeros de trabajo la gente lo saludaba con mucho afecto.
Observe que sus viejos compañeros se esforzaban su cariño hacia él.
Eso me llamo la atención y esa escena la ví repetirse muchas veces.
Entonces un día lo encare y le dije:
La verdad que no se un carajo de vos ni quién sos pero soy observador y note que cuando te cruzas con viejos compañeros de laburo de saludan con amor, lo cual me hace pensar que debes ser una buena persona.
Y el me conto que sus viejos compañeros lo apreciaban mucho porque habia sido encargado durante años de una cadena de librerias y que como encargado siempre intento cuidar y preservar a sus compañeros lo cual lo llevo a infinitos problemas con la patronal.
Lo cual le creí porque vi como sus viejos compañeros le demostraban su amor al abrazarlo cuando se lo cruzaban por la Feria.
Y como el viejo pelotudo de Borges no puede faltar nunca en mi trabajo acá va una breve historia de la infamia.
Estábamos charlando con Maxi de Horacio González y de un texto suyo donde ponía en caja el sentido común del progresismo argentino que se sentía muy culta por burlarse de Menem por haber leído las novela de Borges. A lo cual Horacio desarmaba esta inteligencia argumentando que en esa ignorancia menemista había un saber oculto que era mucho más sabio que el supuesto saber progresiste ilustrado. Ya que Borges padre había escrito una novela, Los Caudillos y que su hijo habia construido una obra monumental en laguna medida en opocision a la novela del padre.
Ok.
Y el otro día pasan por el stand un niño de 8 años y su hermana que no tendría más de 14.
Venían del campo.
No eran hijos de inversionistas de pool de siembra.
Eran hijos de la peonada de esos hijos de puta.
Y la chica lo encara a Maxi y le pregunta si tiene Los Caudillos Borges.
A Max le entra curiosidad por saber por qué están buscando ese libro.
En niño de 8 años lo mira a Max y le dice que lo quiere leer él.
Y la hermana le dice que a ellos le gusta leer esa literatura.
El niño que tiene 8 años quiere leer la novela del padre de Borges y Max no lo puede creer. Solo se lo puede explicar pensando que ese niño no es otro mas que Borges que reencarno en este niño.
La cuestión que Max les consiguió el libro y como no llegaban con la guita de este libro que es particularmente barato les hizo un descuento muy grande para que los dos hermanitos pudieran leer la novela de Borges.
11/12/13
Christine
(un cuento narcoprostibulario para chicos de cuatro a seis años)
en el playon de carga y descarga
de La Rural
que da a la Av Sarmiento
hay siempre estacionado un Ford Falcon
que pertenece a la seguridad de la empresa
que custodia la rural
hay que ser muy hijo de puta
y muy psicopata
para ser una empresa de seguridad
en argentina y prestar servicios con un falcón
Juan Diego Incardona
vos que conoces a
Horacio Verbitsky
por qué no le decis
que investigue
quien es el dueño
de la empresa que
presta servicios de seguridad
a La Rural
porque tener un
Falcon
nunca es inocente
en la Argentina
y lo digo yo
que hasta donde se
escribi el primer cuento
donde
torturo mato y hago desaparecer
a un hijo de desaparecidos
en mi columna
Confesiones de un librero de mierda
El almuerzo desnudo
una noche muy dificil
y una madrugada mucho mas puta que la noche
y abro los ojos
es el mediodía
12:40 hs
en el radio reloj
y la pesadilla
por la supervivencia
sigue
cruel
absurda
como siempre
hasta que no de mas
hasta que la muerte nos separe
y vuelvo a mira el radio reloj
12:45 hs
llego tarde a las feria!!!!
todavia tengo que desayunar
todavia tengo que chequear libros
todavia tengo que bañarme y cagar
y llegar e intentar llegar en horario
a la feria del libro
(llo intente, hice lo imposoble por llegar en horario
pero no lo logre
nunca)
en fin
el corazon me sobresaltata
marcha forzada
y la puta madre que te pario
y de repente estoy corriendo
para no llegar tarde
sabiendo que voy a llegar tarde
y entro al baño
y me doy cuenta
al dar un portazo
y abrir la ducha
que la feria se termino
el martes a las seis
de la mañana y que es miercoles
y amadeo zanotti
que es la unica persona real
que creyo en mi escritura
es decir
me pago
500$ por un libro que no publique
me envia este mails:
Hola Juan !! Como estás ?? te enteraste de la toma de rehenes en el super de Córdoba ?? Mirá su hubiese sido empleado de Librerías Santa Fe !!
Imperdible
https://www.youtube.com/watch?v=GrhGpm3NTVk
abrazo
Exclusivo: así fue la toma de rehenes en el supermercado Mariano Max. Telenoche
The End
el gran fracaso de la Feria del Libro
se llama Willian T. Vollmann
a todo librero que paso por el Stand
y tuve oportunidad de decirle
que estaban frente a uno de los
escritores vivos más importantes del planeta
todos sin excepcion
me miraban como puede mirar
una vaca mientras come pasto
y ve alejarse un auto por la ruta dos
y algo muy similar sucedio con el publico
en general
pero quiero que sepas
Vollmann
que el ultimo día de la feria
a un disquero
le di
Historias del arcoiris
y le dije que esta frente a una
de las plumas mas poderasas que existen hoy
¡y te conocia!
y me dijo que ya lo tenia el libro
entonces nos pusimos a hablar
y no conocia a cormac mccarthy
y le exprese toda mi envidia
de que el todavia tenga que pasar
por la magica y torturada experiencia
de leer a Cormac
y deslice el nombre
ellroy
james ellroy
y tampoco lo conocia
entonces fui corriendo a mi mochila
y saque
América
de lo di
y le dije
toma, te lo doy
hagamos algo
leelo
si te gusta me lo pagas
y si no te gusta
me lo devolves

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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo IV

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El precio más bajo garantizado de Once
IV
Mujeres reales

 

La única moneda verdadera en este mundo en quiebra es lo que compartimos con otra persona cuando estamos fuera de moda.
I Loved You More, Tom Spanbauer

 

Con la idea de continuar con el espíritu de la marca, en esta nueva campaña apostamos por las #MujeresReales, como vos, como nosotras. Una mujer que busca su identidad más allá de los modelos y las convenciones. Esa mujer que malabarea entre la cotidianeidad y sus sueños, sus metas y la eterna pregunta: hacia donde voy y qué es lo que quiero.
En esta nueva colección quisimos contarles la historia de 6 mujeres totalmente distintas, con historias de vida muy diversas entre sí. Así que las invitamos a divertirse y jugar a ser las protagonistas de nuestra historia, de nuestra temporada.
Al principio llegaron unas un poco más tímidas que otras pero a medida que se fueron adentrando en el mundo nuevo de un set fotográfico, empezaron a soltarse. La consigna era fácil: “Mostrate tal cual sos”. Y así sin más, estas 6 #MujeresReales se fueron soltando.
Para enterarte más sobre cómo fue el detrás de escena de nuestra campaña diseñada por el arte publicitario de LANDIA podes entrar a nuestro canal de YouTube. Mirá los videos y contanos qué te parecen!
De todas las #MujeresReales de la comunidad de ver® elegimos a Juan Pablo Liefeld y a Jorge Luis Borges y esto es lo que nos que nos mostraron tal cual son:

 

Juan Pablo Liefeld
Tengo 40 años.
Soy un maduro real.
Cuando era chico quería ser tenista como Gaby Sabatini.
Pero no pudo ser.
Cuando era chico quería ser rico como los multimillonarios de un programa que daban los sábados por la tarde en la tele y que nadie recuerda hoy y que creo daban por el 13.
Mi tío Juan me decía siempre que me consiguiera una vieja con guita.
Ese era el consejo del tío. Y aquel el sueño del sobrino.
Pero tampoco pudo ser.
Cuando era chico no pude aprobar un puto dictado.
Hoy siguen siendo un misterio las reglas ortográficas cuando me enfrento a la redacción de un texto.
Soy escritor.
Malo.
Pésimo.
¿Pero no hay malos futbolistas y malos políticos y malos docentes y pésimos amantes y un etcétera infinito?
Ok.
Soy escritor.
Pero me gano la vida como panelista en programas de la tele.
Sí.
Soy de esos que opinan con vehemencia de lo que sea.
Soy de esos que pueden ahorrar para comprar dólares gracias a decir lo que sea cuando el conductor del programa tira el tema del día.
Trabajo de panelista en la tele.
Soy el escritor, artista, intelectual que frente a la tragedia del día dice algo que parece decir algo y no digo una mierda más que las boludeses que se esperan de mi personaje.
Y mis compañeros me retrucan o yo a ellos y se arma el debate.
El debate: yo digo una pelotudez y otro me sale al cruce con otra pelotudez.
Pero es mejor que laburar de lo que labura la gente que todas las noches sigue las palabras de los panelistas y luego las repite.
Mataron a un pibe en José León Suárez o la presidenta dijo que volverá a usar calzas o que Tinelli se hizo los claritos o que el tomate aumento o que en tal encuesta se proyecta un descreimiento de la política o lo que sea.
Lo que sea. Lo nuestro es la historia universal.
Nos tiras un tema y te lo devuelvo.
Con contenido.
Obvio.
Con compromiso por la gente.
Obvio.
Siempre del lado de los buenos.
Obvio.
Siempre defendiendo el dialogo, el debate, la democracia. ¡Y la armonía universal!
Sí, obvio.
Pero que yo sea un panelista de programas de tele que vos ves para llenar tu vacío con mis palabras no me hace mas real que vos.
Vos y yo somos igual.
Somos la gente.
Yo voy al baño y me emborracho y me drogo y me mando cagadas como vos y hay días que llego a casa y no hay una mierda en la heladera para comer.
Sí.
Somos reales.
Vos y yo.
Reales como todo el mundo.
Hablamos boludeces y opinamos de todo sin saber de nada. La diferencia es que a mi me pagan por eso y a vos no.
Pero tu vida no es más estúpida y corrupta que la mía.
No.
Es tan absurda y cruel como la mía. Y la del hijo del vecino.
Bueno. Me alegra haberte abierto las puertas de mi corazón para que me conozcas. Para que descubras que detrás de ese panelista que nunca se queda sin palabras frente a la realidad hay un ser humano real.

 

Jorge Luis Borges
Hola.
Quizá me conozcan por ser el autor de libros tales como Ficciones o El Aleph. O más probablemente por la película porno A mí él supermercado me la pone dura donde junto al escritor y panelista de televisión Juan Pablo Liefeld interpretamos a una pareja de lesbianas que cumplen todas sus fantasías eróticas en un raid sexual por los supermercados Coto, Carrefour y Disco.
En fin.
Pero mi vida real pasa por la crianza de mis dos hijos de 5 y 8 años cuyo padre es un sorete que no aporta una mierda y que es mejor perderlo que encontrarlo. Por suerte aun tengo un cuerpo mas que deseable y puedo sacar buena guita laburando de puta en mi bulo de la calle Maipú.
Seguramente vos te preguntaras qué es lo que lo calienta a un escritor de mi talla con prestigio internacional como pornstar.
Te lo voy a contar, papi.
No es tu pija.
No es tu lechita.
Nada que ver.
Son los fichines del bingo.
Me vuelve loco, me calienta, me droga y si no fuera porque tengo dos chicos chiquitos que criar con un padre ausente me iría de gira una vez al mes una semana seguida de Bingo en Bingo.
Sí, vos, que más de una vez me viste a la mañana enchufado a un fichin del Bingo quemando guita como loco y te preguntaste: ¿ese, que esta ahí, es Borges?
Sí, pabote, soy yo.
Sí, papi, soy tan real como tu mamá que en cuanto cobra la jubilación quema todo en el Bingo después de dejar a sus nietos en la escuela.
Sí, soy tan real como vos, como cualquiera que sueña con que la muerte lo encuentre gritando bingo en la mesa de un bingo minutos antes de salir a la realidad y tener que afrontar la puta vida real de otro día sin sentido.

 

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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish
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Black Cherry Blues – James Lee Burke

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Estado: usado.

Editorial: Edicione B.

Precio: $350.

En esta gran novela, James Lee Burke demuestra estar al nivel de los escritores más cotizados de América. Black Cherry Blues es una nueva obra protagonizada por el ex policía de Nueva Orleans, Dave Robicheaux, quien se mueve entre las misteriosas tierras de Luisiana y las duras de Montana, donde se enfrenta a los reyes del petróleo, a mafiosos y a una mujer que quiere conquistar su amor.
Cuando su amigo Dixie Lee Pugh le pide ayuda, Robicheaux no duda en acudir. Poco a poco va rompiendo los eslabones de una cadena que irónicamente lo lleva a la compañía donde trabajo su padre. Pero mientras presta apoyo a ese viejo amigo, él mismo se ve mezclado en un mundo de agentes federales corruptos y cantos de sirena de la mafia.
Dave Robicheaux se presenta como un hombre duro pero noble, y hace de Black Cherry Blues una novela profunda, intensa y de gran impacto.
James Lee Burke es un escritor estadounidense de novelas detectivescas nacido el 5 de diciembre de 1936 en Houston (Texas).
Estudió en la Universidad de Missouri y antes de publicar sus primeros libros trabajó en diferentes oficios, entre ellos el de periodista. También fue asistente social en la ciudad de Los Ángeles.
Sus novelas más conocidas son las protagonizadas por el detective Dave Robicheaux, quien nació como personaje literario a finales de los años 80 en el libro “La Lluvia De Neón” (1987). Otros títulos de Robicheaux/Burke que pueden encontrarse en español son “Prisioneros Del Cielo” (1988), “Black Cherry Blues” (1989), “Camino Púrpura” (2000) o “El Huracán” (2007).
Al margen de Robicheaux, otras series de Burke son las protagonizadas por Billy Bob Holland y Hackberry Holland. También ha escrito libros de relatos, como “The Convict” (1985) y “Jesus Out Of Sea” (2007), y otras novelas, como “Two For Texas” (1982) o “White Doves At Morning” (2002).
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
La educación de un ladrón – Edward Bunker
Camino púrpura – James Lee Burke
Los Angeles confidencial – James Ellroy
1280 almas – Jim Thompson
El largo adiós – Raymond Chandler
El halcón maltes – Dashiell Hammett
La victima – David Goodis
Mátalos suavemente – George V. Higgins
Manual del contorsionista – Craig Clevenger
Bésame, Judas – Will Christopher Baer
No hay bestia tan feroz – Edward Bunker
Hollywood Station – Joseph Wambaugh
El poder del perro – Don Winslow
Sartoris – William Faulkner
Meridiano de sangre – Cormac McCarthy
Out – Natsuo Kirino
Sombra de la sombra – Paco Ignacio Taibo II
Santería – Leonardo Oyola
Pacto, s.a. – Les Standiford
Bajo los vientos de Neptuno – Fred Vargas
La sombra del cuervo – Joel Rose
Sopa de miso – Ryu Murakami
Canciones de sangre – Jake Arnott

 

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The Magical Record of the Beast 666: The Diaries of Aleister Crowley 1914-1920 Aleister Crowley (Edited & Annotated By John Symonds and Kenneth Grant)

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vendido

Estado: impecable.

Editorial: Duck Worth.

Precio: $000.

Crowley’s Diary is here published for the first time. Crowley called it a Magical Record Vecause it contains accounts of his magical experiments, including the details of his secret sexual magick and of his consumption of a variety of dangerous drugs. It was not written with an eye to publication. “I don’t articularlyexect anybody to read it,” he wrote. Hence the unguarded way in which he recorded his innermost thoughts and performances of secret rites. There is a veiled reference to this extraordinary journal in his Magick in Theory and Practice, 1929. “Yea, he (Crowley’s Holy Guardian Angel, Aiwaz) wrought also in me a Work of Wonder beyondall this, but in this matter I am sworn to hold my peace”. The Wok of Wonder was his supreme initiation into the highest grade of the mystical Order of the Silver Star, the beginning of which is describes in this volume. Crowley, who died in 1947, had to hold his peace about that, and certainly about his sexual magick. Today, in these confused times, strange creeds thust themselves forward, asking to be examined. Everything is in the melting pot and a way out of the chaos is being anxiously sought. There is no stranger creed than Crowley’s doctine of Do What Thou Wilt. Nor are there any experiences more exotic than his mystical illuminations and initiations.

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Desolation Angels – Jack Kerouac (versión original en inglés)

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Estado: impecable.

Editorial: Andre Deutsch, London (1966, primera edición).

Introducción: Seymour Krim.

Precio: $500.

Desolation Angels is Jack Kerouac’s strongest novel since On the Road, and his most eagerly awaited. Begun in the mid-50s, completed in 1961, and thereafter passed from hand to hand in the American literary underground until the tattered manuscript reached the American publisher in 1964, this book has already acquired a reputation as a candid account of the key figures of the Beat Generation and of the crucial year which brought them together in San Francisco and Mexico in 1956-57.
Perhaps the closet comparison is with The Sun Also Rises and A Moveable Feast. Like Hemingway, Kerouac made the literary history about wich he is writing, and like Hemingway he forged a new style in which to convey the experience.
All the leading figures of the Beat Generation appear in this novel, and what the reader witnesses is the way in which these eople, obsessed by art, self-investigation and ideas, became aware of theselves and their own attitudes, and crystallized into a group expressing, many of their contemporaries’ feelings which had hitherto been hushed up or considered improperfor literature. And the man who is writing might be called the crystallizing agent: the Big Daddy of Hip, the writer who achieved a rhythm close jazz, a pace like the actual movement of the mind, and a voice which has penetrated to a larger number of young people than has been reached by anyone else fo his generation.
A Line Must Be Drawn
Saul Maloff
f it were in fact a novel, and if the prototypes were at all interesting, and if it succeeded with some craft and art in playing the game of identity, Jack Kerouac’s indifferently awaited «Desolation Angels» might appeal to our basest nature as a roman à clef. But if the term is to retain a shred of meaning, the book is not a novel, whatever the dust jacket may proclaim; and the characters are as fatuous in life as in art; and, as if to deny us even a low pleasure, Kerouac goes to considerable pains to identify his friends and business associates, stopping just short of spelling their names correctly. And for future historians of defunct movements who after plumbing the archives still do not know the poet of (as it is here) «Howling» or the author of «Nude Supper,» Seymour Krim provides the key in his exegetical introduction.
Perhaps none of this would much matter, if only the book were a fresh departure, instead of merely another version of the single, interminable matter if only the book were a fresh book that Kerouac has been writing all these years. Depressingly, he is celebrating life again–with ruthless inclusiveness, down to the last molecule. The last, the final one: «Happy, happy, the little gasoline fumes,» eulogizes. Gagging, one draws the line.
A line more like a noose, for something larger is at stake here than yet another bad book. At style falls with this book, a way of writing, a kind of sensibility. The diaster is general. When the jangling note was first sounded in «On the Road,» it had, if nothing else, a certain weirdness to commend it; but the spurious new soon fades and dies. What vitality there may have been spent itself in its first expression; thereafter it died and died. Yet so much clamor accompanied its dying that some people persuaded themselves that it lived, giving rise to the odd literary theory that, if only you beat it frenziedly enough, it is possible to return a corpse to life.
The fervency of Kerouac’s belief is not without its dogged heroism. In book after book, he has flailed away with undiminished vigor; indeed, with increasing gladness of heart, restlessly following his multifoliate vision, listening with a fixed smile to his own voice and no other, declining valiantly to traffic in the usual amenities of prose. Grammar, syntax, apostrophes and the conscious exercise of intelligence are all–and equally–the anathema to art. To overuse the dash in the manner of Victorian schoolgirls is, apparently, to assert the freedom of the creative spirit; and, conversely, to punctuate less vividly and more accurately is to submit to the brutal force of the State, the dead hand of Tradition.
Even to use words accurately is an intolerable restraint of freedom. Besides, «fulsome,» as in «fulsome breasts and thighs,» sounds so much fuller than «full,» say.
Sound determines so much for Kerouac. Admiration signifies poesy, and a chance to employ a fertile skill at it drives him to ecstasy, then past it. Past it to a kind of echolalia: the moon not only «yellows,» it «mellows» as well, all in the same soft, ascending movement. And when the sound «poop» occurs, who could resist balancing it with «oop»? Not Kerouac.
Ecstasy («Ecstasy Pie» is the sobriquet of his favorite lady), rapture, a strenuously induced euphoria–this, as always, is the prevailing tone of Kerouac’s book, when it is not wistful, elegiac, or simply dejected. That is, the book is either high or hungover, as it were. Indeed, Kerouac must be the last remaining convert to the playful old notion that art results from the spontaneous combustion of the unconscious. Otherwise stated: anything goes.
With remorseless exuberance, Kerouac continues the vast, inconsequential epic of himself and his friends, no longer even attempting to disguise memoir with the trappings of fiction, and offering this as the sacred book of the Movement, the canonical work. Here we are told of the legendary time he went up into the mountain as a fire-watcher, there to confront the All-in-One–and all in a chanting lyricism, sodden with simulated mysticism, hilarious with solecisms.
Then to the inevitable road again, first to North Beach, then to Mexico, then back past, then on to Tangier, Paris, London, and back to America. Where not? Ah, God, those were joyous days, back in ’57. Allen and Gregory stripping naked at private parties, small and large, hi-jinks on public platforms, anywhere, everywhere. Peter urinating in the street–just like that. That glorious whore house in Mexico City. Those never-to-be-forgotten pads and ah! those girls, always home, ready, waiting patiently, like so many Penelopes, no matter how long the Rover Boys were away.
Kerouac-Duluoz-Ti Jean–the author in several of his epic manifestations–goes all the way to Tangier, Morocco (he is careful to specify, lest we confuse it with some other Tangier) to drink at the fount of William Burrough’s wisdom. On the evidence, he might have spared himself the long, hot voyage; and as far as London and Paris, they seem so like North Beach and the Lower East Side, one feels quite at home.
To put it another way: nothing changes, or has changed. Aging, Kerouac grows younger. The prose still leaps up and down, overjoyed to be itself; the boys and girls arrive and depart with inexhaustible energy; everything dissolves in the everlasting sea of confusion. At no time does Kerouac exult more than when he strikes a particularly infelicitous chord. If only he were putting us on; but no, he is beyond compare the most sincere writer we have.
Some Cassandras have climbed to notice, over the last decade, some flagging in the impulse of the unfortunately named Beat Generation. Now the last lingering doubt may be put to rest, for there can be no recovering from this final assault.
Jack Kerouac King of the Beats 

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La guerra de Hitler – David Irving

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Estado: impecable.

Editorial: Planeta.

Precio: $600.

La guerra de Hitler es una minuciosa reconstrucción de la II Guerra Mundial desde el punto de vista de Hitler, es decir, utilizando testimonios y documentos –en gran parte desconocidos hasta hoy- que proceden de las altas esferas del III Reich. El historiador, siempre en un tono sereno, desapasionado y estricto, se propone destruir las incontables versiones interesadas y falseadas que desde uno y otro bando se han ido acumulando sobre un tema tan controvertido; y su relato se esfuerza por desentrañar la verdad de los hechos, situándonos en el centro neurálgico de la eficaz máquina bélica alemana, como un observador que por encima de todo prejuicio sólo busca pruebas documentales de cómo ocurrieron realmente las cosas.
El rigor de su método y la gran riqueza de las fuentes inéditas que ha podido consultar le permiten darnos una visión de los hechos muy distinta de la comúnmente admitida. Tanto que ha escandalizado a multitud de lectores, ninguno de los cuales, sin embargo, ha podido refutar con pruebas válidas las afirmaciones de Irving. En el libro no se disminuyen ni se justifican las responsabilidades de Hitler, ni se pretende dar de él una imagen favorable, pero sí se matizan con sumo cuidado innumerables aspectos exagerados de la guerra y la personalidad del dirigente nacionalsocialista (como las leyendas al uso de un “Hitler loco” o un “Hitler enfermo”, el supuesto “holocausto” de los judíos, o la competencia entre algunos líderes nazis) que permiten un análisis mucho más profundo y pormenorizado de lo que suelen dar las simplificaciones habituales.
La guerra de Hitler, obra de lectura apasionante en la que abundan las revelaciones significativas tanto desde el punto de vista humano como del histórico, es, pues, un intento capital para comprender y conocer uno de los temas más polémicos de la historia contemporánea.
David Irving en Argentina. Conferencia brindada en la confitería «Del Molino», en Buenos Aires, el 19 de Octubre de 1991. Testimonio histórico del gran investigador e historiador inglés, en el que relaciona la propaganda sobre el «holocausto» con la creación del Estado de Israel y la «justificación» del genocidio contra el pueblo Palestino.

 

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Los Reyes Magos. Historia y Leyenda – Franco Cardini

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Estado: impecable.

Editorial: Península.

Precio: $400.

Estamos acostumbrados a llamar reyes a los magos de Oriente, a conocer sus nombres (Melchor, Gaspar, Baltasar), a creer que al menos uno de ellos es negro… Sin embargo, nada de eso se narra en el Evangelio. ¿Cuál es, entonces, el origen de esta tradición? Franco Cardini cuenta la génesis y difusión de las diversas versiones que han hecho de los “tres santos reyes” el símbolo de las razas primigenias procedentes de los tres hijos de Noé, el símbolo de los tres continentes del mundo antiguo (Asia, África y Europa), de las tres fases de la existencia (la juventud, la madurez y la ancianidad) o de las tres dimensiones del tiempo (el pasado, el presente y el futuro). Una historia legendaria, rica en imágenes espléndidas y célebres, en representaciones todavía vivas en la tradición popular y folclórica, que ha atravesado los siglos.

 

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¿Dónde está Dios? El problema del sufrimiento humano – Bart D. Ehrman

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Estado: nuevo.

Editorial: Ares y Mares.

Precio: $350.

¿Cómo es posible que Dios, omnisciente y benevolente, permita la guerra, la enfermedad, los desastres naturales, los abusos, el dolor y la muerte? Si Dios no es responsable de esto, ¿quién lo es? Solemos citar la Biblia en momentos de desesperación o cuando no encontramos respuesta a nuestras preguntas. Sin embargo, la Biblia no nos proporciona una respuesta sino muchas. En God’s Problem, el eminente especialista Bart D. Ehrman nos revela las respuestas bíblicas más importantes -y muchas veces conflictivas- al sufrimiento humano. Asimismo, el autor explica su propia y angustiosa experiencia al desentrañar las contradictorias explicaciones al dolor que dan las Sagradas Escrituras y nos cuenta cómo este descubrimiento le hizo perder la fe.
Bart D. Ehrman: formado por la Universidad de Princeton y profesor en las de Princeton, Rutgers y Duke, Bart D. Ehrman dirige en la actualidad el Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Carolina del Norte. Como experto en crítica textual, Ehrman ha editado The Apostolic Fathers para la Loeb Classical Library, y ha publicado The Orthodox Corruption of Scripture y Dydimus the Blind and the Text of the Gospels. Como reputada autoridad en el estudio y conocimiento de la Iglesia primitiva y de los Evangelios, Ehrman ha sido premiado por diversas instituciones y colabora asiduamente en series de conferencias y programas de radio y televisión. Es autor, además, de numerosas monografías, entre las que destacan The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings (2000), Jesús, el profeta judío apocalíptico (2001),Cristianismos perdidos: los credos proscritos del Nuevo Testamento (Crítica, 2004), Jesús no dijo eso. Los errores y falsificaciones de la Biblia (Crítica, 2006) y Simón Pedro, Pablo de Tarso y María Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo (Crítica, 2007) y El evangelio de Judas (Crítica, 2007).

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Pobre Diablo. Una Biografía De Satanás – Henry Ansgar Kelly

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Estado: nuevo.

Editorial: GLOBALrhythm.

Precio: $200.

La tradición cristiana identifica a Satanás (el príncipe de las tinieblas) con Lucifer, ángel archienemigo del Altísimo que por orgullo se rebela contra él y, ya caído en desgracia, instiga el pecado más fecundo y persistente de la historia. Henry Ansgar Kelly, sin embargo, nos muestra que esa estampa no es rigurosamente bíblica, sino más bien una entelequia fabricada por los primeros Padres de la Iglesia, que de ese modo cimentaron la «nueva biografía de Satán». La «biografía original» debe ser, por tanto, rescatada desde las páginas del Nuevo Testamento, donde Satanás es una especie de burócrata celeste muy similar al descrito en el Libro de Job. Su ocupación es el gobierno del mundo y, específicamente, la escrupulosa vigilancia del género humano. Pero se trata de un administrador tan brutal y embustero que Jesús anuncia su pronta destitución. Kelly traza en este libro el desarrollo posterior de la fábula y sus aciagas consecuencias para los mortales: una culpa heredada de padres a hijos, la inexorable y tentadora presencia de un demonio vitalicio y el eterno castigo de los réprobos en las llamas del infierno. Esa es la imagen canónica que muy insignes pastores quieren hoy promover, pero Kelly nos insta a recuperar la «biografía original» del probo funcionario siempre a punto de ser cesado en los despachos de la Divina Providencia.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo III

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
III

 

PERFIDIA
James Ellroy
Fragmento del 1er capítulo
LOS JAPOS
(6 – 11 de diciembre de 1941)
6de diciembre de 1941
1
HIDEO ASHIDA los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
Ahí: la farmacia Whalen, en la esquina de la calle Seis con Spring. Objeto de cuatro delitos recientes. CP 211: robo a mano armada.
Esa tienda tenía la negra. Cuatro atracos en un mes auguraban un quinto. Seguramente era el mismo malhechor. Trabajaba solo. Se cubría la cara con un pañuelo y llevaba una fusca de cañón largo. Siempre robaba estupefacientes y el dinero de la caja.
La Brigada de Robos y Atracos andaba escasa de efectivos. Un cretino con una máscara de Hitler había asaltado tres tabernas en Silver Lake. Era un 211 con agravante por lesiones. El cretino en cuestión cruzaba la cara a los camareros con la pistola y magreaba a las clientas. Le pirraba usar el arma. La emprendía a tiros con las gramolas y las botellas de los estantes.
Robos y Atracos estaba desbordada. Ashida montó el chisme de activación por tensión y eligió esa farmacia como lugar de prueba. Había creado el prototipo cuando era estudiante de secundaria. Su primer lugar de prueba fueron las duchas del instituto Belmont. Lo utilizó para fotografiar a Bucky después de un entrenamiento de balonces…
Un coche torció hacia el norte por Spring. El conductor vio a Ashida. Como cabía esperar, prorrumpió:
–¡Japo de mierda!
Ray Pinker reaccionó. Como cabía esperar, prorrumpió: –¡Vete al carajo!
Ashida permanecía atento al suelo. El hilo disparador cruzaba la calle hasta el bordillo opuesto, frente a la farmacia. El malhechor, el muy cretino, había aparcado en el mismo sitio las cuatro veces. El hilo iba conectado a una cámara revestida de goma dura, provista de un sistema de activación por tensión. Accionaban el engranaje, por contacto, las ruedas del coche en el momento de aparcar. Un obturador y un flash se disparaban y fotografiaban la matrícula posterior. Los carretes de película iban guardados en tubos recubiertos de goma. Bastaba una sola carga para todos los coches de un día.
Pinker encendió un pitillo.
–Esto es un tiro al aire. Somos criminólogos civiles, no policías. Ya sabemos que el puñetero artilugio funciona. ¿Por qué seguimos aquí, pues? Tampoco es que nos bonifiquen por hacer otro trabajo.
Ashida sonrió.
–Ya conoce la respuesta a eso.
–Si la respuesta es «No tenemos nada mejor que hacer» o «Somos científicos con una vida personal de pena», tienes toda la razón.
Pasó un autobús en sentido sur. Un mexicano formaba anillos de humo con la boca desde su ventana. Vio a Ashida. Prorrumpió:
–¡Puto japo!
Pinker tiró la colilla. Cayó cerca del autobús.
–A ver, ¿cuál de vosotros nació aquí? ¿Cuál de vosotros no cruzó a nado ilegalmente el Río Grande?
Ashida se enderezó el nudo de la corbata.
–Repítalo. Estaba exasperado la primera vez que lo ha dicho, y por tanto sé que era una respuesta sincera.
Pinker esbozó una sonrisa.
–Eres mi protegido, y por tanto eres mi japo, con lo cual tengo un interés personal en ti. Eres el único japo al servicio del Departamento de Policía de Los Ángeles, lo cual te hace aún mucho más único y aumenta mucho más mi caché.
Ashida se echó a reír. Un DeSoto del 38 se detuvo frente a la farmacia. Las ruedas tocaron el hilo, la lente se abrió, el flash se disparó. Se apeó un hombre alto. Tenía los ojos pequeños y castaños, el pelo oscuro, peinado a lo Bucky Bleichert. Ashida lo observó entrar en la farmacia.
Pinker cruzó la calle y, agachado, toqueteó la ranura del flash. Ashida escudriñó a través del escaparate y siguió los movimientos de aquel hombre. El cristal distorsionaba sus facciones. Ashida lo convirtió en
Bucky. Cerró los ojos, parpadeó, abrió los ojos y lo transformó. Ahora el hombre exhibía la desenvoltura de Bucky. Más que andar, flotaba. Sonrió y enseñó unos dientes enormes de conejo.
El hombre salió. Pinker corrió de nuevo a la otra acera y obstruyó la visibilidad de Ashida. El coche se marchó. Ashida parpadeó. El mundo perdió su minuto de esplendor encarnado en Bucky Bleichert.
Se reacomodaron. Pinker se apoyó en una farola y fumó sin parar. Ashida, inmóvil, percibió el zumbido del centro urbano de Los Ángeles.
La guerra se avecinaba. El zumbido giraba exclusivamente en torno a eso. Ashida, nacido en Estados Unidos, era el segundo hijo de una familia japonesa. Su padre era peón ferroviario. Tomaba hidrato de terpina como si fuera agua y se dejó la vida poniendo raíles de ferrocarril. Su madre vivía en un piso de Little Tokyo; era pro-emperador y hablaba japonés solo para mortificarlo. La familia tenía en propiedad unas tierras de labranza en el valle de San Fernando. Al frente de la granja estaba su hermano Akira. En esa zona las explotaciones agrícolas eran en su mayor parte de japoneses de segunda generación, conocidos como nisei. Para la cosecha, recurrían a ilegales mexicanos. Era una práctica habitual entre los nisei. Era vergonzoso, era prudente, era mano de obra barata. Dicha práctica rayaba en servidumbre voluntaria. Dicha práctica garantizaba la solvencia a la clase agraria nisei.
Dicha práctica implicaba connivencia. La familia sobornaba a un capitán de la Policía del Estado mexicana. Los pagos libraban de la deportación a los espaldas mojadas. Akira aceptaba la práctica y la aplicaba sin sondeo moral. Eso permitía a Hideo, el hijo segundo, vivir ajeno al negocio familiar y cultivar su pasión por la criminología.
Este tenía títulos superiores en química y biología. Se había doctorado por Stanford a los veintidós años. Poseía conocimientos de serología, dactilografía, balística. Entró luego en el Departamento de Policía de Los Ángeles, donde llevaba un año. Quería colaborar con su legendario químico jefe. Era un protegido en busca de mentor. Ray Pinker era un pedagogo en busca de discípulo. Así se forjó el vínculo. Las funciones asignadas pronto se desdibujaron.
Pasaron a ser colegas. Pinker era admirablemente ciego en cuestiones de raza. Comparaba a Ashida con el hijo número uno de Charlie Chan. Ashida decía a Pinker que Charlie Chan era chino. Pinker contestaba: «Para mí eso es griego».
Árboles navideños con nieve artificial bordeaban Spring Street. Estaban cubiertos de excrementos de pájaro y hollín. Un muchacho voceaba el Herald frente a la farmacia. Anunció el titular a voz en cuello: «¡FDR en un desesperado intento final de negociación con los japoneses!».
–El puñetero chisme funciona –dijo Pinker.
–Lo sé.
–Eres un genio del carajo.
–Lo sé.
–El violador aquel sigue actuando. Los de la Brigada Central Antivicio sospechan que es policía militar. Se cepilló a otra mujer hace dos noches.
Ashida asintió con la cabeza.
–La primera víctima opuso resistencia y le arrancó parte del brazalete. Llevaba la camisa del uniforme debajo de la chaqueta de paisano. Tengo una muestra de fibras en mi laboratorio en el piso de mi madre.
Pinker dio un buen repaso a una rubia enorme colgada de un marinero. El marinero miró de reojo a Ashida.
–Bucky Bleichert tiene un combate mañana por la noche en el Olympic. La primicia es que peleará unas cuantas veces más y luego se incorporará al departamento.
Ashida se sonrojó.
–Conocí a Bucky en el instituto.
–Ya lo sé. Por eso te lo digo.
–¿Contra quién pelea?
–Un tal Junior Wilkins, un zopenco. Elmer Jackson lo trincó por estafa. Compinchado con un predicador negro, timaba a la gente con la promesa de volver a África.
Un cupé Ford del 37 aparcó delante de la farmacia. Ahí: las ruedas tocaron el hilo, la lente se abrió, el flash se disparó a su debido tiempo.
Pinker tosió y volvió la espalda a Ashida. Un hombre se apeó del coche. Llevaba un sombrero de fieltro y un abrigo con el cuello levantado. Ashida sintió un hormigueo. Nohacía frío para abrigo.
Pinker carraspeó y tosió. Estaba casi doblado por la cintura. El hombre se cubrió la cara con un pañuelo.
Ashida se estremeció.
Era perfecto. Era ideal. Pinker no vio al hombre. Tenían la matrícula. Ashida podía dejar que el delito se perpetrara. Podía llevar a cabo su estudio forense desde el inicio.
El hombre entró en la farmacia.
Ashida consultó su reloj. Eran las 9.24.
Pinker se volvió y encendió un pitillo. Ashida escrutó a través del escaparate de la farmacia. El hombre recorrió el pasillo de los dentífricos. Ashida consultó su reloj con disimulo.
El hombre se agachó y se perdió de vista. 9.25, 9.26, 9.27.
–Mi mujer opina que es por el polvo que flota en el aire –comentó Pinker–, pero yo le digo que es solo exceso de flema.
El hombre salió corriendo de la farmacia. Llevaba en la mano una bolsa de papel y una pistola semivisible. Derribó al voceador de periódicos. Cogió el coche y se largó a toda pastilla.
–Joder –dijo Pinker.
Se le cayó el pitillo de los labios.
El voceador corrió hacia la farmacia. Pinker corrió hacia una cabina de teléfono. Ashida corrió hacia el chisme.
Sacó la llave, lo abrió y se arrodilló muy cerca. Examinó el negativo en el alimentador. Ahí estaba, tenue y borrosa: «Cal KFE-621».
Un coche se detuvo al ralentí. Al volante iba un shriner, con fez y todo. Vio a Ashida y contrajo el rostro. Ashida se irguió y cerró los puños. El coche se alejó.
–«¡FDR en un desesperado intento final de negociación con los japoneses!» –El voceador fijó la mirada en Ashida y gritó con tono más penetrante.
Ahí: una sirena de policía a las 9.31.
Ashida permaneció inmóvil. Un modelo K dobló la esquina y se detuvo con un frenazo a corta distancia del chisme. Ashida los vio en primer plano. Reconoció a los dos hombres: Buzz Meeks y Lee Blanchard.
Se apearon. Meeks trabajaba en la Sección de Robos y Atracos de la Jefatura. Blanchard trabajaba en la Patrulla Central. Meeks vestía un traje recién planchado. Blanchard vestía uniforme, y había dormido con él puesto.
–¿Qué tal, chico? –dijo Meeks–. ¿Cómo es que has llegado antes que nosotros?
–¿Qué tal, Hirohito? –dijo Blanchard.
Meeks agarró a Blanchard por la corbata y, de un tirón, lo obligó a doblar la cabeza. Blanchard se sonrojó.
Ashida señaló el chisme.
–El señor Pinker y yo estábamos probando este dispositivo. La farmacia es una víctima propiciatoria, y por eso la hemos elegido como lugar de prueba. Las ruedas de los coches activan una cámara que hay oculta en ese tubo. Nos hemos tropezado con el atraco por pura suerte. La matrícula del sospechoso es KFE-621.
Meeks guiñó el ojo y se agachó junto al chisme. Blanchard subió al coche y dio el aviso. Meeks era un veterano de los tiempos de la gran sequía y un ex actor de películas del Oeste. Llegó al cuerpo de policía cuando estaba al mando James Edgar Davis, alias «Dos Pistolas». Actuó como recaudador en las extorsiones del alcalde Frank Shaw. El jurado de acusación defenestró a Shaw y al jefe de policía Davis. Meeks eludió los catorce cargos que se le imputaron.
Blanchard era ex púgil, peso pesado. Con los ahorros del boxeo se compró una casa por encima de Sunset Strip. En el año 39 resolvió un caso, un gran atraco a un banco, y se forjó así cierta reputación como policía. Andaba ajuntado con una mujer, Kay algo. Esos apaños estaban prohibidos con el actual jefe de policía, C. B. Horrall. El jefe sentía debilidad por Lee y hacía la vista gorda. Meeks y Blanchard atraían los rumores como imanes. El más extendido: Lee hacía buenas migas con Ben Siegel y el sindicato judío.
La farmacia era ahora una olla de grillos. Las voces reverberaban en el escaparate. Ashida miró hacia el interior. Pinker tenía agrupados a los testigos.
Meeks se hurgó los dientes y admiró el chisme. Blanchard salió del modelo K.
–El coche lo han robado en East Slauson, delante de un salón de billar. En la comisaría de la calle Setenta y siete han tomado nota de la denuncia a las 8.16. Tiene que ser un negro. No hay blanco que sobreviva al sur de Jefferson.
Meeks consultó su reloj.
–Avisa a Tráfico. Diles que difundan un comunicado, y diles que carguen un poco las tintas. Oleada de crímenes a manos de un solo hombre, armado y peligroso. Píntalo como si fueran palabras mayores.
Blanchard formó el signo de la victoria de Churchill. Meeks se miró en el escaparate y se atusó el pelo. Ashida entró en la farmacia.
Se grabó en la cabeza el plano de planta. Memorizó las fisonomías de los testigos. Calculó geométricamente las distancias. Lo recorrió todo con la mirada, los detalles se acumularon, percibió olores corporales impregnados de adrenalina.
Dos farmacéuticos en bata blanca. El encargado, con traje y corbata. Dos clientas ya ancianas. El farmacéutico gordo tenía un forúnculo en el cuello. El farmacéutico flaco tenía tembleque. Una anciana era obesa. El dibujo de sus venas denotaba arteriosclerosis.
Los testigos estaban apiñados. Meeks se situó detrás del mostrador de la entrada, de cara a ellos.
–Soy el sargento Turner Meeks, y soy todo oídos.
El encargado dijo:
–Ha entrado y ha ido derecho a la sección de fármacos. Llevaba antifaz e iba armado, pero dudo que fuera el mismo que nos atracó las otras veces. Este era más alto y delgado.
Los farmacéuticos movieron la cabeza en gestos de asentimiento: sí, jefe, lo suscribimos.
–¿Y qué ha pasado después? –preguntó Meeks.
–Nos ha puesto en fila y nos ha robado las carteras. Luego nos ha obligado a acompañarlo por el primer pasillo, donde las pastillas, ha robado un frasco de fenobarbital y ha disparado al techo.
Ashida sintió un hormigueo. Ahí: el detalle insólito.
–El señor Pinker y yo estábamos en la acera de enfrente. Habríamos oído el disparo.
El farmacéutico gordo negó en redondo.
–La pistola llevaba silenciador. Sobresalía de la punta del cañón. Ashida se acercó a la sección de fármacos. Observemos la caja registradora, las tabletas de chocolate Hershey y las postales de Navidad. Marcó una venta por valor de un dólar. El cajón del dinero se abrió. Las casillas estaban repletas de billetes de uno a veinte.
Intuición.
El malhechor tenía más interés en la droga que en el dinero. El robo de las carteras era secundario. Se las apropió para encubrir el móvil principal.
Anomalía. ¿Por qué robar solo un frasco de fenobarbital? Ese acto se contradecía con el arquetipo de ladrón drogadicto.
Ashida saltó por encima del mostrador y recorrió el primer pasillo. Ahí: ningún casquillo de bala expulsado. Ahí: dos opciones.
El ladrón lo recogió o el arma era un revólver.
Ahí: el balazo en el techo. Limaduras de metal en el suelo, justo debajo: fileteado de silenciador desprendido.
Se arrodilló y lo examinó. Los contornos estaban chamuscados por el calor generado en la boca del cañón. El fileteado formaba pequeñas volutas.
Ashida regresó al mostrador de la entrada. Pinker tenía su equipo de pruebas. Meeks descorchó una botella de licor de la tienda y la hizo circular. Blanchard saqueó el estante de los chicles. Meeks se llenó los bolsillos de condones.
La botella corrió de mano en mano. Ashida la rehusó. Los farmacéuticos echaron generosos tragos. Las ancianas, entre risitas, tomaron unos sorbos.
–Ya hay novedades de Tráfico. Han abandonado el coche a tres calles de aquí. De momento tenemos las huellas de unas manos enguantadas en el salpicadero.
Meeks encendió un pitillo.
–¿Ese hombre ha tocado algo dentro de la tienda? ¿Pueden ayudarme con eso?
El farmacéutico gordo carraspeó.
–Ha rozado el expositor de los tebeos al salir. Es posible que se le haya enganchado el abrigo, diría yo.
Pinker puso cara de «Ya mismo.» Ashida captó y, agachándose, pasó por delante de los testigos. El expositor estaba lleno a rebosar de tebeos del Ratón Mickey Tarzán. Ashida lo hizo girar dos veces. Nada y nada. Sí… ahí.
Hebras de color rojo vivo, prendidas de uno de los brazos.
Fieltro de lana, muy tupido. Le resultaba familiar.
Ashida sacó una pluma y un sobre de pruebas. Desprendió las hebras, las metió en el sobre y lo cerró. Escribió en la solapa: «CP 211 / Farmacia Whalen / 10.09 horas, 6-12-41».
Más risas cerca de la entrada: Blanchard y Meeks hacían el papel de Hermanos Ritz. Ashida olfateó el sobre. Olió la tela a través del papel. Estableció el enlace sináptico.
El policía militar presunto violador. Las fibras de su brazalete. Acaba de violar a otra mujer, dice Pinker. El muy idiota merodeaba por ahí, dispuesto a violar, con el brazalete puesto.
En el abrigo del ladrón no había nada rojo. Los brazos del expositor quedaban a la altura de la cintura. Era un abrigo sin solapas en los bolsillos. Las hebras de tela quizá procedían de algo que asomaba de un bolsillo. En casa de su madre tenía fibras con las que comparar. Podía confirmar si se correspondían o descartarlo.
Oyó el silbido: el te necesito ahora mismo de Pinker.
Ashida localizó la procedencia del sonido. Pinker estaba de nuevo en la sección de fármacos. Había sacado la cámara de registrar pruebas.
Tomó tres instantáneas del orificio de bala, tres más de las limaduras del silenciador.
–Este asunto me intriga. No ha aterrorizado a los testigos con el arma, no ha robado el dinero de la caja, ha descerrajado un tiro porque sí.
Ashida asintió.
–Es como si estuviera probando el silenciador. ¿Y por qué ha robado un único frasco de fenobarbital?
Pinker asintió.
–Me gusta esa teoría de la prueba de disparo. Salta a la vista que era un silenciador de fabricación casera, porque, con un único tiro, hay ya restos quemados del fileteado. Después de ocho o diez quedará inservible.
–Bien observado, y según el encargado, no era el mismo atracador que en las ocasiones anteriores. Fueran cuales fuesen sus móviles primario y secundario, ha elegido una víctima propiciatoria.
Pinker recogió las limaduras y las metió en un sobre. –Probablemente hay un altillo entre el cielo raso y el tejado.
El techo era de placas de cartón yeso sueltas. Ashida saltó y, de un golpe, desalojó la placa contigua a la que presentaba el balazo. Pinker formó un estribo con las manos. Ashida tomó impulso y se asomó al hueco.
El altillo se componía de tablones mohosos y telarañas. Ashida se encaramó. Olía a pólvora residual. Se irguió y se enredó en una telaraña. Se la sacudió y sacó la linterna de bolsillo. El haz iluminó enjambres de insectos y una rata que se escabullía. Ahí: seis fragmentos de bala disgregados.
Ándate con cuidado. Has estado presente desde el inicio. Está tu deber oficial… y estás Tú.
Stanford, año 1936. Introducción a las Ciencias Forenses: «Todo auténtico investigador clínico sucumbe y se guarda pruebas. La práctica crea una simbiosis entre eso y ».
Consultó su reloj. Sujetando la linterna con los dientes, extrajo otro sobre. En el anverso anotó: «CP 211 / Farmacia Whalen / 10.16 horas, 6-12-41». Metió dentro cuatro fragmentos de bala. Se guardó los otros dos en el bolsillo.
La rata se revolvió cerca de él. Ashida se sacudió el polvo y se descolgó por el hueco. Cayó ágilmente. Vio a Buzz Meeks observar con interés los estantes de estupefacientes.
–Fíjate en esto, chico.
Ashida miró. Premio: cuatro hileras de frascos colocados en perfecto orden. La quinta hilera: desordenada. Botellines de paregórico, a todas luces revueltos.
–Según uno de los farmacéuticos, el ladrón solo ha robado fenobarbital.
–Sí, y le creo –dijo Meeks–. Pero el farmacéutico flaco está como un flan y lleva el cuello de la camisa empapado. Sospecho que es adicto.
–Sí. Ha aprovechado el atraco para robar un botellín de paregórico. Solo ha cogido lo que podría haberse llevado encima el ladrón, y lo que podía esconder él mismo.
Meeks le guiñó el ojo.
–Vaya si tienes razón, Charlie Chan.
–Soy japonés, sargento. Ya sé que no distingue usted la diferencia, pero no soy un puñetero chino.
Meeks sonrió.
–A mí me pareces americano.
Ashida se sintió abrumado. Ante los halagos siempre temblaba como una…
Lanzó un vistazo a la entrada. Pinker espolvoreaba la puerta. Blanchard gorroneaba cuchillas de afeitar al encargado. El farmacéutico yonqui estaba blanco como el papel. Contraía las manos; le bailaba la nuez.
Meeks se acercó a él y lo agarró por la corbata. La corbata hizo de traílla. Tirando de él, Meeks lo llevó a la sección de fármacos y lo empujó contra Ashida. El yonqui se meó en el pantalón. Ashida lo empujó contra el mostrador y se inspeccionó por si lo había manchado.
El yonqui entró en convulsiones. La mancha de orina se propagó. Meeks echó mano de la porra que llevaba al cinto.
–¿Has guindado un frasco de paregórico? ¿Es una costumbre tuya? –Uno por semana, jefe. Estoy reduciéndolo. Si miento, que me lleve el viento.
–Tienes treinta segundos para convencerme de que no estabas compinchado con el ladrón. Te quedan veintinueve segundos desde ahora.
El yonqui juntó las manos en un gesto de súplica.
–Yo no, jefe. Estudié farmacia en el San Juan Bosco. De pequeño fui a los dominicos.
Meeks cogió un frasco de paregórico del estante. El yonqui se lamió los labios.
–Si llegas a conocer a algún trafica, ¿a quién vas a darle el cante a cambio de material incautado? ¿Quién es tu papaíto, de Oklahoma de pura cepa?
–El s-s-s-sargento T-T-Turner M-M-Meeks. Ese es mi papá… si miento, que me lleve el viento.
Meeks le lanzó el frasco. El yonqui lo atrapó al vuelo y se fue zumbando por el pasillo.
–Eres muy escrupuloso, Ashida. No me explico por qué te fascina tanto un trabajo como este.
El grupo próximo a la entrada suspendía la sesión. Blanchard abrazó a las ancianas. El encargado sacó de pronto una cámara y tomó unas instantáneas. Fotografió a Pinker, con su pincel dactilográfico, y al Gran Lee, en pose de boxeador. Meeks se acercó e intercambiaron unos puñetazos en una parodia de pelea. Las ancianas chillaron.
Todos se despidieron en la acera. Ashida se arregló la chaqueta del traje y esperó a que los demás se dispersaran. Pinker, Blanchard y Meeks se hallaban junto al chisme. Blanchard y Meeks tenían cara de estar pensando «Joder».
Ashida salió y se aproximó. Un coche patrulla dobló hacia el norte rozando el bordillo. Pinker, Blanchard y Meeks se cuadraron.
–¡Ahora ojo! –dijo Pinker.
–Whisky Bill –dijo Meeks.
–Ese chupacirios, el muy cabrón… –dijo Blanchard.
Un capitán uniformado se apeó e inspeccionó el chisme. Llevaba gafas. Era de estatura media, moreno y esbelto. Con toda probabilidad se trataba del capitán William H. Parker.
Ashida también se cuadró. Parker examinó el hilo disparador. Pinker,
Blanchard y Meeks permanecieron en posición de descanso.
Parker tocó el hilo con la puntera del zapato.
–Es innovador, pero las aplicaciones prácticas más amplias escapan a mi comprensión. Pongan remedio a eso describiendo con todo lujo de detalle la génesis creativa y el funcionamiento mecánico. Quiero tener el informe en mi mesa mañana a las nueve.
Ashida y Pinker asintieron.
Parker miró a Meeks.
–Tiene usted un sobrepeso ofensivo. Pierda quince kilos en los próximos treinta días, o le pediré al jefe Horrall que lo someta al «Régimen del Marido Gordo», recientemente alabado en Ladies’ Home Journal.
Meeks asintió.
Parker miró a Blanchard.
–Bájese las mangas. Ese tatuaje de la sirena es repugnante. Blanchard se bajó las mangas.
Parker se tocó el reloj.
–Ahora son las 10.31. Quiero en mi mesa un informe sobre el coche robado, con una sinopsis del atraco, dentro de cincuenta y nueve minutos.
Pinker asintió. Ashida asintió. Blanchard y Meeks ídem de ídem. Parker subió a su coche y se marchó.
–Whisky Bill –dijo Meeks.
–Perdió dinero en mi combate contra Jimmy Bivens. No me lo perdona –dijo Blanchard.
–El combate estaba amañado. Deberías haberle avisado –dijo Pinker.
Semiorugas del ejército avanzaban por Spring. Los seguían obuses tirados por camiones. El convoy se prolongaba manzanas y manzanas. En la radio no hablaban de otra cosa. Elementos de fortificación para las fábricas de pertrechos militares y para Fort MacArthur.
Los conductores de los vehículos saludaban a los vecinos. Los peatones se detenían para aplaudir. Los hombres se quitaban el sombrero, los niños vitoreaban, las mujeres lanzaban besos.
El fragor del tráfico era tremendo. Ashida atajó por la calle Cuatro en dirección este y por Broadway hacia el norte. Los transeúntes le echaban miradas.
Se sintió incorpóreo. Había infringido la ley a fin de observar la ilegalidad de un acto delictivo desde su inicio. Sucumbió a la patología criminal. Emprendió un experimento. ¿Acaso el acceso precoz y la empatía a distancia le permitirían comprender mejor a los delincuentes?
Introducción a las Ciencias Forenses. Sabía que llegado el momento sucumbiría. Reconocería el caso en cuanto este se adueñara de él. Esa simbiosis: eso y .
Aprovechó una oportunidad de manual. Primero tenía que determinar la patología de un atraco prosaico e informar de sus conclusiones. Sus conclusiones podían ser útiles a la causa mayor de la criminología forense. Sus conclusiones podían no ser útiles para nada. Se sentía impulsado a actuar. Era un japonés prototípico. Los hombres japoneses habían nacido para encarnar el concepto de Acción.
Ashida torció hacia el este y llegó a Little Tokyo. Se le desa celeró el pulso, se le relajó la respiración. Pasó por su lado un coche de policía. El conductor lo reconoció y lo saludó.
Su madre vivía en un piso de una casa sin ascensor en una esquina de San Pedro con la calle Dos. Los rellanos apestaban siempre a anguilas asadas. Él disponía de su propio apartamento frente al instituto Belmont.
Lo tenía a rebosar de equipo de laboratorio. Lo que no cabía allí abarrotaba su antigua habitación en casa de su madre. Mariko veía con buenos ojos sus intrusiones. Le permitían mortificarlo a su antojo.
Ashida entró en el edificio, sacó la llave y abrió la puerta. La casa estaba en silencio. Mariko había salido, probablemente a empinar el codo y sembrar discordia. Fue a su antigua habitación y se encerró.
Estantes repletos de manuales. Frascos con productos químicos y cubetas. Matraces, mecheros de Bunsen, una placa calefactora. Un espectrómetro y tres microscopios fijados a una mesa.
Ashida colocó los fragmentos de bala en la mesa y cogió su manual de identificación balística. Acercó una lupa a los fragmentos y examinó las marcas y hendiduras.
El arma de fuego alemana por excelencia. La Luger de 9 milímetros.
La Luger tenía un extractor de cerrojo corredizo. El cartucho vacío siempre trazaba un lento arco. Un tirador hábil podía atrapar el casquillo al vuelo.
Identificó la bala a título personal. Se había reservado dos fragmentos. Entregó a Ray Pinker los cuatro restantes. Pinker los identificaría o no.
Pinker no era tan apto como él en la identificación de balas. Estaba investigando este indicio probatorio por su cuenta.
A continuación las fibras.
Pinker sabía que se había quedado con las fibras del expositor. Pinker sabía que tenía ahí las fibras del brazalete. Compartían ese indicio. De momento era hipotético.
Ashida sacó los dos juegos de fibras. A simple vista eran similares. Las colocó en el portaobjetos bajo su microscopio comparador.
Subió la platina. Examinó las muestras para comprobar afinidades de textura y color. Casi, casi, acércalo aún más. Sí: las fibras del expositor y las del brazalete procedían de la misma clase de tela.
Podía hervir el tejido y absorber el tinte con papel secante. Podía someterlo a pruebas químicas. Las pruebas conllevaban sus propios errores sistemáticos. Los resultados no serían concluyentes.
Se crispó al oír el ruido de una llave en la cerradura. Entró en la sala de estar. Mariko tenía el aliento a alcohol de las once de la mañana.
–Hola, madre –dijo.
Ella le contestó en un japonés inarticulado. Ashida inclinó la cabeza y trató de cogerle la mano. Su madre la retiró y esgrimió una revista.
Una de esas publicaciones de tres al cuarto en las que se ofrecían «novias por catálogo». Elija una fotografía y encargue una mujer joven. Se la mandaremos desde Japón. Adjunte quinientos dólares para el coste del pasaje en barco. Se garantiza que todas las novias son fértiles y sumisas.
–Ya te lo he dicho, madre. No pienso casarme con una quinceañera salida de un burdel.
–Tú ya muy mayor para estar soltero. Vecinos empezar a sospechar. –Los vecinos me traen sin cuidado. Akira está soltero. ¿Por qué a él no lo agobias?
Mariko pasó al pidgin sin transición alguna. Lo aprendió en los campamentos ferroviarios, allá por 1905. Lo hablaba para desdoro de la educación de su hijo.
–Habla en inglés normal, madre. Llevas aquí treinta y seis años. Mariko se dejó caer en el sofá.
–Franklin «Doblez» Rosenfeld claudicar ante ministro Togo. «Inminente rendición de Estados Unidos ante China», decir Chiang Kai-shek.
Ashida se echó a reír.
–Andas un poco confusa con la geopolítica, madre. Te preguntaría dónde has oído eso, pero mucho me temo que me lo dirías.
Mariko dejó escapar una risita.
–Padre Coughlin. Frente Cristiano. «No a guerra por banqueros judíos», decir Gerald L. K. Smith. Lindy Afortunado ichiban. Cruzar Atlántico en vuelo en solitario, aterrizar a pies de Hirohito.
Ya bastaba.
Ashida fue a la cocina. El Ten High de Hiram Walker estaba junto al escurridor. Ashida sirvió un bourbon doble y se lo llevó a Mariko. Ella se lo echó entre pecho y espalda y le entró la risa. Dio unas palmadas en el sofá.
Ashida se sentó.
–Dime algo que no sea un disparate. Haz como si yo fuera Akira y tuviéramos asuntos del negocio que tratar.
–Ganancias de granja aumentar dieciséis por ciento trimestre pasado. Contable judío encontrar forma de deducir sobornos a capitán Madrano. Decir: «Cuidados y alimentación de espaldas mojadas buena deducción».
Ashida le tocó el brazo.
–Las partes de la oración, madre. No te comas los artículos. Siempre lo haces cuando has bebido.
Mariko le hincó un dedo en el brazo.
–¿Así mejor? Leer sobre Bucky Bleichert en el Herald. Decir que Bucky Bleichert tener pronto un combate, pero no de cir que amigo de mi hijo ser un blandengue que solo lucha contra zánganos a los que poder ganar. No decir que mi hijo considerar a su madre quintacolumnista, pero padre de Bucky sí quintacolumnista, porque ser de Federación Germano-Americana.
Un golpe bajo. Se emborrachaba, se hacía la tonta, atacaba a traición. –No hables así de Bucky, mamá. Sabes que no es verdad.
–Bucky ser un gallina. Dar miedo pelear con chico mexicano. Padre de Federación. Bucky blandengue.
Ashida se levantó y volcó una lámpara de pie. Mariko se llevó dos dedos a los labios y saludó a lo «Heil Hitler». Ashida se desvió bruscamente hacia su habitación y cerró de un portazo.
Ahora en la habitación el calor era excesivo. La temperatura aumentaba la presión de sus sustancias químicas, y emanaban vapores. Encendió el ventilador y telefoneó a la línea directa de la sala de Robos y Atracos.
El timbre sonó tres veces. Oyó:
–Aquí Meeks, y soy todo oídos.
–Soy Hideo Ashida, sargento.
–Ah, y eres la eficiencia en persona, viendo la hora que es. ¿Llamas para decirme algo que no sepa?
–Pues sí.
Meeks carraspeó.
–Entonces dilo, porque soy todo oídos.
–La fibra encontrada en el expositor concuerda con la fibra del brazalete. Es la misma tela, y por tanto existen muchas probabilidades de que la fibra proceda de un brazalete del ejército. Puede ser o no ser exactamente el mismo brazalete usado por el mismo hombre, pero sin duda es la misma tela, y por el orden cronológico de los delitos, el violador es sospechoso del atraco.
Meeks dejó escapar un silbido.
–Bueno, creo que debo informar de esto a Dudley Smith. Ya verá él cómo prefiere actuar Jack Horrall.
–¿Qué quiere decir? –preguntó Ashida.
–Bueno, tú planteas una posible acumulación de delitos, violación y robo a mano armada, y la probabilidad de que algún maníaco de las fuerzas armadas ande suelto. Según parece, ese fulano se la está buscando, y a lo mejor nosotros nos apuntamos un tanto con los militares si impedimos que el asunto llegue a consejo de guerra.
Ashida tragó saliva.
–¿O a juicio civil?
–Ya veo que lo has pillado, chaval. La señora Ashida no crió hijos tontos.
Ashida dejó caer el auricular. El ruido de la sala de la brigada le llegó desde el suelo.
Él eligió este mundo de hombres. Está aprendiendo sus códigos y costumbres. Es insoportablemente emocionante.
2
DIARIO DE KAY LAKE
[recopilado e insertado cronológicamente por el museo de la policía de los ángeles]
los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
He empezado este diario movida por un impulso. Una escena extraordinaria se desarrolló cuando yo estaba sentada en la terraza de mi habitación independiente. Dibujaba la vista del lado sur y oí abajo, en el Strip, un retumbo de motores. Inmediatamente me levanté y anoté la fecha y la hora exacta. Presentí lo que ese retumbo presagiaba, y no me equivoqué.
Una fila de vehículos blindados avanzaba estruendosamente hacia el oeste por Sunset, objeto de una enfervorizada atención y acompa
ñada de aplausos. Esa legión tardó diez minutos largos en pasar. El ruido era atronador, los vítores más aún. La gente paraba el coche para salir y saludar a los jóvenes soldados. Eso desbarajustaba la circulación, pero a nadie parecía importarle. Los soldados estaban encantados con semejante demostración de respeto y afecto. Agitaban las manos y lanzaban besos; cinco o seis camareras del Dave’s Blue Room salieron corriendo y les entregaron cajas de bebidas alcohólicas. Alguien exclamó: «¡Estados Unidos!». Fue entonces cuando lo supe.
Se avecina la guerra. Voy a alistarme.
Siempre hago lo que digo que voy a hacer. Expreso formalmente mi intención y actúo a partir de ese punto. Voy a escribir en el diario todos los días hasta que el actual conflicto mundial concluya o el mundo vuele en pedazos. Abandonaré mi cómoda existencia y solicitaré destinos oficiales cerca del frente. Ahora llevo una vida de diletante. Mi compulsiva dedicación artística al dibujo es el intento de capturar realidades confusas de una colegiala. Mis estudios de piano y mi creciente destreza con los nocturnos más sencillos de Chopin son para mí un impedimento en la búsqueda de una verdadera causa. Esta encantadora casa no mitiga en modo alguno mi desazón psíquica; la indulgencia de Lee Blanchard más que nada me desconcierta. Este diario es una invectiva contra la pasividad y el desasosiego.
Siempre me he sentido superior a mi entorno. Esta casa es una clara prueba de ello. Yo elegí todas las reproducciones de expresionistas alemanes y todos los muebles de madera clara. Soy una pueblerina de Sioux Falls, Dakota del Sur… y una arribista de gran talento.
Ahora entro en mi habitación independiente. En las paredes tengo mi obra arrogantemente expuesta, intercalada entre los Klee y los Kandinsky. Hay una docena de dibujos de un peso semipesado que se llama Bucky Bleichert. Tiene el cuerpo ávido de un joven y unos enormes dientes de conejo. Lo he dibujado muchas veces, desde los asientos más cercanos al cuadrilátero en el Olympic. Bucky Bleichert es una celebridad local que entiende el carácter efímero de la celebridad y no concibe el boxeo como una verdadera causa. Su circunspección en el cuadrilátero es una delicia. Nunca he hablado con Bucky Bleichert, pero estoy segura de que lo comprendo.
Porque yo fui en otro tiempo una celebridad local. Corría el mes de febrero del 39. Yo tenía diecinueve años. Todo guardó relación con el atraco a un banco y su supuesta solución.
Esta casa. Refugio hace unos años, trampa ahora.
Esta casa me la proporcionó el atraco, no el dinero que Lee ganó con el boxeo e invirtió prudentemente. Contra la opinión generalizada, Lee Blanchard no es un inversor sagaz. Ni es mi amante, en el sentido habitual de la palabra. Entró en mi vida para facilitarme el destino… sea cual sea. Ahora lo sé.
Sioux Falls era un destino insuficiente. Los frentes fríos del invierno y las olas de calor del verano dejaban muertos a su paso. Los indios abandonaban las reservas cercanas y se mataban a puñaladas en las tabernas clandestinas. Elementos del Ku Klux Klan sacaron a un negro de la cárcel del condado por la fuerza. Estaba acusado de violar a una chica blanca corta de alcances. Los del Klan improvisaron un tribunal tendencioso. La chica no tenía luces para condenar o exonerar al acusado. Lo inmovilizaron sobre un nido de hormigas rojas en pleno agosto. Lo mataron las hormigas o el sol del verano. A ese respecto la rumorología local estaba dividida.
Los protestantes despreciaban a los escasos católicos del pueblo. Durante la Depresión surgieron grupos nativistas. Los metodistas disentían de los luteranos y los baptistas, y viceversa. En 1934 se desencadenó una guerra de pastos a causa de reses de concurso. Resultaron muertos catorce hombres cerca de la línea divisoria del estado de Iowa.
Mis padres y mi hermano mayor eran personas conformadas y de buen carácter. Su único pecado era la falta de imaginación. Yo fingía ser una más entre ellos a fin de vivir dentro de mí sin estorbos. Vivía para leer, dibujar y vagar. La gente hablaba de mí. Me daba por soltar ocurrencias subidas de tono en la iglesia.
No sentía el menor afecto por mi familia. Eso me horrorizaba un poco. Quería fugarme a Los Ángeles y llegar a ser alguien allí. Conseguí un empleo en una librería y robé los ingresos de caja de un mes. Dejé a mis padres una formularia nota de despedida.
Corría el mes de noviembre del año 36. Yo tenía dieciséis años. El viaje en autocar al oeste me deparó tormentas de polvo y una riada cerca de Albuquerque. En la línea divisoria de California había apostados matones armados. Les pagaban por impedir la entrada de indigentes llegados de Oklahoma. Eran policías de Los Ángeles.
Alquilé un catre en una residencia femenina de Holly wood y trabajé de camarera en el Simon’s, un autorrestaurante en Miracle Mile. Llevaba patines y ejecutaba espectaculares piruetas por diversión y por las propinas. Las otras chicas me detestaban y propalaron el rumor de que era prostituta. Me despidieron. Me entregué a una vida bohemia sin norte.
La Depresión ya amainaba; las privaciones y la iniquidad seguían claramente presentes. Vagué por Los Ángeles con mi bloc de dibujo. Plasmé imágenes polémicas de los conflictos de la clase obrera de la ciudad. Leí a Karl Marx, me creí solo un tercio de lo que decía y asistí a numerosas soirées izquierdistas. Adopté la izquierda como un accesorio de moda. Carecían de la grandeza que con el tiempo yo había empezado a considerar un derecho de nacimiento.
Adoraba a los hombres y enloquecía de deseo reprimido. Eso me empujó a sucesivas aventuras con jazzistas poco dignos de confianza. El sexo no era lo que imaginé. Era tensión, olor y alianzas prosaicas poco convenientes. Fue una revelación dulce y triste, y se truncaron todas mis esperanzas.
Presté dinero a sucesivos amantes y apuré los ahorros obtenidos con mi trabajo en el autorrestaurante. Me expulsaron de la residencia femenina y me lo tomé con estridente buen humor. Comí en los comedores de beneficencia y dormí en un saco en Griffith Park. Me aseaba diariamente en la YWCA y nunca fui por ahí desarreglada. Era inocencia y delirante audacia a partes iguales. Era inmune al peligro, y los hombres me desconcertaban de tal modo que era incapaz de evaluarlos más allá de mi propio deseo.
Bobby De Witt era batería de un grupo de jazz. Era la viva imagen de lo que se conoce como «galanteador». Lucía pantalones de franela de cintura alta y americanas informales de dos tonalidades; se mantenía en contacto con sus compañeros de dormitorio pachucos del reformatorio Preston. Me sorprendió dibujándolo. Quise creer que reconoció mi talento y mi aplomo a lo Norma Shearer. En eso me equivoqué. Lo único que reconoció fue mi propensión a la extravagancia.
Bobby tenía una casita en Venice Beach. Yo tenía mi propia habitación. A fuerza de dormir me sacudí los efectos de meses de arduos días al aire libre y noches en exceso calurosas y en exceso frías al aire libre. Comí hasta abandonar los límites de la desnutrición y me planteé qué hacer a partir de ese punto.
Entonces Bobby me sedujo. Creí que lo seducía yo a él. Me equivocaba. Vio que yo echaba alas y decidió cortármelas.
Al principio Bobby me colmó de atenciones. Eso empezó a cambiar poco después de Año Nuevo. Su negocio prosperó. Me enganchó al láudano y me obligó a quedarme en casa para atender el teléfono y concertar las citas entre las chicas y sus «clientes». La cosa fue a peor. Me empujó al hábito de la droga y, mediante coacción, me incluyó en su cuadra. La cosa fue a peor.
«Batería de un grupo de jazz» siempre es sinónimo de «traficante de droga» y «chulo». En la parte posterior de los muslos tengo las cicatrices que lo demuestran.
Corría el invierno del 39. Mi momento de celebridad local estaba a la vuelta de la esquina. La prensa y la radio tienen su versión. El Departamento de Policía de Los Ángeles tiene la suya. Ambas versiones afirman lo siguiente: Kay Lake conoce a Lee Blanchard en el juicio contra Bobby De Witt.
No fue así. Conocí a Lee antes del golpe del Boulevard-Citizens. Nos conocimos en el Olympic Auditorium. Bobby me autorizó a salir de la casa-burdel de «permiso». Por entonces hacía ya más de un año que estaba poseída del furor por Bucky Bleichert e iba a todas sus peleas.
Bucky noqueó a su adversario en el sexto asalto. Al final abandoné el pabellón sin prisas junto con el resto del público. Lee se presentó. Lo reconocí: era ex boxeador. No sabía que era policía.
Hablamos. Lee me cayó bien. Me esforcé en disimular mi profunda disipación. Regresé apresuradamente a casa, a mi láudano y mi esclavitud blanca. Lee me siguió hasta Venice Beach. Esa noche no me di cuenta.
Vinieron después otras dos veladas pugilísticas. Coincidí con Lee en las dos. Me había seguido desde la casa hasta el Olympic. En aquel momento no me di cuenta.
Lee me lo sonsacó todo con mucha delicadeza. Descubrió lo que escondían mis mentiras y eufemismos y montó en cólera. Me dijo que tenía en perspectiva la posibilidad de un buen negocio. Insinuó que podría «tomar cartas en mi situación».
Llegó el 11 de febrero de 1939. Los periódicos presentaron con exactitud los hechos tangibles. El banco estaba en Holly wood, en una esquina de Yucca con Ivar. Cuatro hombres se apoderaron de un furgón blindado que iba con destino allí. Como táctica de distracción se recurrió a un motorista caído. Los asaltantes redujeron y durmieron con cloroformo a tres guardias de seguridad. Sustituyeron seis sacas de dinero por seis sacas llenas de jirones de hojas de listín telefónico.
Se apretujaron en la parte de atrás del furgón blindado. Se pusieron uniformes de guardias de seguridad y fueron al banco. El director vio las sacas llenas de jirones de papel y abrió la cámara acorazada. Lo dejaron grogui de un golpe de porra y añadieron el dinero de la cámara a su recaudación. Encerraron a los cajeros en la cámara y salieron por la puerta principal.
Un cajero había activado la alarma. Acudieron cuatro coches patrulla que estaban en las inmediaciones. Se produjo un tiroteo. Dos atracadores resultaron muertos, dos atracadores escaparon. Ningún policía salió herido ni sufrió daño alguno.
Los dos atracadores muertos fueron identificados como «matones de fuera de la ciudad». La identidad de los dos atracadores fugitivos no llegó a conocerse.
Todo eso los periódicos lo presentaron con exactitud. Todo eso los periódicos lo presentaron con exactitud durante las dos semanas siguientes. En el Herald apareció un titular el 28 de febrero: dato aportado por policía ex boxeador permite resolver el cruento atraco al banco.
La versión oficial:
El agente Lee Blanchard hiló varios datos. Informantes y «conocidos del mundillo del boxeo» proporcionaron «el escabroso trasfondo». Señalaron a Bobby De Witt como el «cerebro oculto tras el golpe del Boulevard-Citizens».
Era mentira, por supuesto. El «cuarto hombre» quedó sin identificar, por supuesto. Yo sé quién es. El público y el Departamento de Policía de Los Ángeles lo ignoran.
La versión real:
Lee Blanchard organizó el golpe del Boulevard-Citizens. Yo lo sabía ya entonces; lo sé ahora. Lee y yo nunca hemos hablado del tema. Sencillamente compartimos el conocimiento del mismo modo que no compartimos la cama.
Bobby fue juzgado en junio. Lo declararon culpable a partir de pruebas amañadas. Lee Blanchard es mucho más sagaz e inteligente de lo que aparenta. A Bobby lo condenaron a cadena perpetua, sin derecho a libertad condicional antes de diez años. El Herald publicó un artículo de interés humano. La conclusión era un tanto retorcida: la chica de la banda se enamora… ¡de un policía! ¿irá ahora por el buen camino… hacia el altar?
Asistí al juicio y atestigüé contra Bobby. Reduje el consumo de láudano para asegurarme una interpretación desgarradora en el estrado. El fiscal presentó una alegación trillada. El relato de mi degradación fue la formulación de cargos, la exposición final, el escrito de sentencia a modo de decreto de condenación eterna. Me presté a la mentira de que conocí a Lee en el juzgado.
No fuimos camino del altar. Lee compró esta casa para los dos. A Bobby De Witt lo mandaron a San Quintín. Lee intentó torpemente hacer el amor conmigo unas cuantas veces descorazonadoras y dio por concluida esa parte de nuestra unión. Vivo del salario de Lee en la policía y de sus supuestos ahorros del boxeo. Estudio para obtener titulaciones en la Universidad de California en Los Ángeles; mi profesor de piano califica de virtuosismo mi Chopin de principiante. Me acuesto con hombres por capricho: porque quiero y porque necesito extinguir el poder de Bobby De Witt. Traigo hombres aquí, a la casa que Lee Blanchard compró para mí. Lee no muestra resentimiento. Duerme en el cuarto de camastros de la Unidad Central de Investigación casi todas las noches. Desea con toda su alma el traslado a la Unidad Central. Está subyugado por un policía arteramente brutal llamado Dudley Smith, y quiere unirse a su cuadrilla de gorilas.
Tengo mi mundo de diletante y ese otro mundo más cautivador de delincuentes y policías. Habito esos dos mundos como si fuera uno solo y ciertamente hago gala de un aplomo a lo Norma Shearer. Me recreo en mi privilegiada posición de pertenencia. La génesis fue Bob by De Witt. Él me introdujo en este mundo. Eso se lo debo.
Bobby me presentó a una madama de un servicio de acompañantes, una tal Brenda Allen. Brenda me ayudó a dejar el hábito de la droga. Hemos seguido en contacto. Tomamos café, charlamos y fumamos hasta la ronquera. Brenda organiza la actividad de sus chicas por medio de una centralita telefónica y atiende a una selecta clientela. Su amante es un sargento de la Brigada Antivicio llamado Elmer Jackson. Elmer es divertido y chistoso; facilita con total desenfado esa clase de prostitución exclusiva consentida por la policía. El jefe Jack Horrall saca tajada, un siete por ciento.
Adoro mis dos mundos. Me atrae mucho más el mundo de polis y delincuentes. Pagué un altísimo precio por acceder.
Otro convoy pasa por el cruce de Sunset con Doheny. Siento el retumbo por todo el cuerpo.
Paul Robeson actúa en el Philharmonic Hall el lunes por la noche. Quizá vaya. Puede que estén allí algunos de mis viejos amigos izquierdistas. A lo mejor alardeo de mi celebridad local con ellos y afirmo que Stalin es tan malo como Hitler. Puede que incluso monte una escena.
Me aburro. Me paso la vida ocupada en naderías. Lee me comunicó un rumor que corre en el edificio municipal: Bucky Bleichert ha solicitado el ingreso en el Departamento de Policía.
Espero que le vaya bien. Iré a su graduación en la Academia y lo dibujaré de azul policía. Este domingo por la noche es su combate de despedida. Estaré allí para capturar el último puñetazo que lance. En los periódicos vienen saliendo caricaturas del emperador Hirohito. Los dibujantes siempre lo presentan con los dientes enormes de Bucky.
No estoy ya en el radio de acción del convoy. El retumbo ha abandonado mi cuerpo.
No existe nada anterior a este momento. Se avecina la guerra. Voy a alistarme.
3
WILLIAM H. PARKER los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
Otro puto convoy. Embotellamiento en Pico con Crenshaw.
Un cruce importante. Los seis carriles cortados. Bocinazos de los civiles al volante de sus automóviles: en parte fervor, en parte frustración.
Parker consultó su reloj. Ya llegaba con dos minutos de retraso. Iba a reunirse con Carl Hull en la comisaría de Wilshire. Carl mantenía al día los archivos del Departamento relacionados con la quinta columna. Carl era mitad agente de inteligencia, mitad poli.
Un tipejo en moto saltó por encima del enganche de un semioruga y se alejó como una exhalación en sentido oeste. Con esa acción infringió cuatro leyes del código de circulación. El aviso sobre el coche recién usado en el atraco le había representado una hora. El chisme de ese chico, Ashida, compensaba.
Los soldados aplaudieron el salto. El tipejo les hizo un corte de mangas.
Parker se bajó del coche. El convoy llegaba hasta Olympic por el norte y hasta Washington por el sur. Tráfico cruzado, vehículos pesados, cretinos del ejército saltándose semáforos en rojo.
La sirena no le serviría de nada. El bullicio de la calle habría ahogado el sonido. Los elementos de fortificación iban destinados a las fábricas de pertrechos militares. Dos obuses iban destinados a la Douglas Aircraft. Su antiguo jefe estaba al frente de la policía apostada en la fábrica. James Edgar Davis, alias «Dos Pistolas», tendría dos armas más.
Estaba inmovilizado en medio del tráfico. Estaba inmovilizado en la División de Tráfico. Era el Hombre que Aspiraba a Ser Jefe. Estaba inmovilizado en todos los frentes.
Era de Deadwood, Dakota del Sur. Era hijo de la Santa Madre Iglesia y del sentido de la justicia de un pueblo minero. Será jefe. Truncará la línea sucesoria protestante. Implantará rigurosas reformas. Ese afán reformista suyo tan desabrido era de inspiración divina. Serájefe. Ha estado preparando el terreno durante años.
Es William H. Parker Tercero. Bill Parker Primero fue coronel del Ejército de la Unión y fiscal. Bill Parker Primero ordenó el cierre de burdeles y fumaderos de opio. Bill Parker Primero obtuvo un escaño en el Congreso en 1906. Murió de cirrosis a los sesenta y un años.
Bill Parker Primero padecía La Sed. Línea sucesoria: Bill Parker Segundo y Tercero la heredaron.
Su mote en el Departamento de Policía es «Whisky Bill». Tiene su gracia, pero es incompleto. No refleja su conducta en el contexto de ese padecimiento.
No probó la bebida durante los años de la Ley Seca. Por entonces el alcohol era ilegal. En 1933 llegó la derogación. Ha bebido esporádicamente desde entonces.
Deadwood. Contrajo La Sed allí.
Deadwood lo formó en igual medida que Los Ángeles lo forjó. Acabó el instituto en el año 20. Fue el más inteligente de su promoción. Su madre se divorció de Bill Parker Segundo en el 22 y se trasladó a Los Ángeles. Él la ayudó en la mudanza y ya se quedó allí.
Los Ángeles era cien veces más grande que Deadwood y cien veces más corrupta. Trabajó de acomodador en un cine y de taxista. El ambiente pecaminoso de Los Ángeles lo sublevaba. La magnitud del lugar lo atraía.
Pasó por un matrimonio adolescente catastrófico. Su esposa era una fulana. Él le hizo verdaderas atrocidades. No puede dar el nombre de la mujer. Confesó sus atroces actos a un sacerdote y recibió la absolución.
Obtuvo la anulación matrimonial y volvió a casarse. Helen Schultz fue una esposa elegida con prudencia: era ex policía. Su primera mujer fue el sueño sórdido de un borracho. Helen era la integridad en estado puro.
Él llevó un taxi y estudió derecho. Se incorporó al Departamento de Policía de Los Ángeles en el año 27. En este la corrupción era nauseabunda. Matones protestantes controlaban el Departamento. Se mordió la lengua y fue subiendo en el escalafón. Se convirtió en el esbirro de Davis Dos Pistolas. El tipo no era trigo limpio. Él se prestó a sus maquinaciones. Oyó cosas que no debería haber oído e hizo cosas que no debería haber hecho. Su brutal ambición se fraguó a partir de este siniestro descenso.
Inició su ascenso. Empezó por el título de derecho y un pasmoso resultado en las pruebas de acceso al colegio de abogados. Jim Davis le enseñó la ley desde una perspectiva desprovista de moral. Alteró la ley para ponerla al servicio de su trayectoria profesional.
Jim Davis y el alcalde Frank Shaw fueron destituidos. Fletcher Bow ron salió elegido alcalde. Bowron era un reformista de cortos alcances y nula competencia. Bowron llegó y puso en la calle al jefe de policía Art Hohmann. El jefe Art protestó cuando Fletch nombró a Horrall, alias «Llámame Jack». Llámame Jack, como jefe de policía, se distinguía por «no ver, no oír». Mantenía limpia la fachada. Utilizaba a recaudadores y esbirros como mediadores. El capitán William H. Parker permanecía congelado en el puesto. La lista de ascensos era un témpano de hielo. Recurrió a sus conocimientos jurídicos para conseguir el deshielo.
Elaboró documentos legales. Reforzó los estatutos de la administración pública, restringió la influencia política y apuntaló la autonomía de la policía. Encargó la introducción de medidas a juristas de orientación reformista. Eran hombres de paja y mantuvieron su nombre al margen de todo aquello. Las primeras medidas modificaron la Carta Municipal y, por votación, se convirtieron en leyes. Una última medida otorgó inmunidad de funcionario público al jefe de policía. Ahora la ley protegía a Horrall Llámame Jack. Protegería a Parker algún día.
El Departamento de Policía de Los Ángeles era un nido de víboras. Faccionalismo endémico, policías en el papel de caudillos feudales. En el edificio municipal había micrófonos por todas partes. La Unidad Central de Investigación estaba llena de puestos de escucha instalados en cuartos del servicio de limpieza y dispositivos de grabación sujetos con masilla a repisas y lámparas. Los policías hablaban a la ligera, los policías vigilaban. Los policías listos hacían sus llamadas ilícitas desde cabinas.
Como Dudley Smith.
Los dos se controlaban mutuamente. Jugaban a la urbanidad. En ese sentido, su común catolicismo era muy útil. Tenían una cena mensual con el arzobispo Cantwell. Llámame Jack permitía a Dudley trapichear con droga entre los negros del lado sur. Llámame Jack suscribía las nauseabundas teorías de Dudley respecto a la sedación racial. Dudley era seguidor de Coughlin y del Comité América Primero. Había nacido en Irlanda. Aborrecía a los ingleses. Se refocilaba con los bombardeos de Londres a manos de los nazis.
Parker se apoyó en su coche patrulla. Ahora el tráfico en sentido norte permanecía detenido hasta Adams. Los soldados jaleaban a las chicas del instituto Dorsey. Una de estas se levantó la falda y enseñó las bragas. Fue un disloque.
Tráfico inmovilizado. Inmovilidad en la División de Tráfico.
Él estaba al frente de la Unidad de Investigación de Accidentes. Era un trabajo aburrido, un trabajo crucial, no un trampolín para la promoción profesional. La eclosión de Los Ángeles continuaba. La eclosión del automóvil eclosionaba de manera exponencial. A más coches, más accidentes de coche, más heridos y víctimas mortales.
El año anterior Llámame Jack lo mandó a la Universidad de Northwestern. Se matriculó en una academia para altos cargos de la policía de tráfico. Sus profesores auguraban un «apocalipsis de la siniestralidad automovilística». En el campus veía con frecuencia a una joven. Era alta, pelirroja, de unos veinticinco años. Preguntó por ella a unos cuantos estudiantes. Le dijeron que era enfermera diplomada y estudiaba biología. Se llamaba Joan algo más. Era de un rincón perdido de Wisconsin. Le gustaba beber.
Eran las 13.14 horas. El convoy era infranqueable. Alto ahí: se caló un semioruga en sentido norte.
Enhebra la aguja. Golpea el punto reflejo.
Parker subió al coche y encendió las luces de colores y la sirena. En la acera unos niños pequeños chillaron. Pisó el acelerador y, con un chirrido, se coló por el resquicio. Llegó a la comisaría de Wilshire a las 13.16.
Aparcó y corrió escalera arriba. Los policías jóvenes miraron boquiabiertos al capitán cuando este pasó desaladamente.
Carl Hull tenía un despacho enfrente de la sala de revista. Estuvo al frente de la Brigada Anti-Rojos y la reformó. El Departamento contrataba matones rompehuelgas. Hull puso fin a esa práctica y asumió su empleo de archivero.
Parker entró en el despacho. Hull estaba sentado a su mesa con los pies en alto. Un mapa bélico cubría dos de las paredes. Los alfileres azules y rojos indicaban la posición de las tropas en Europa. Los alfileres amarillos indicaban el avance de los japoneses en el Pacífico.
–Llegas con diecisiete minutos de retraso.
Parker se sentó a horcajadas en una silla.
–El robo de un coche y un atraco a una farmacia me han entretenido. –Sobre eso me ha llegado un runrún.
–Cuenta.
Hull cebó la pipa.
–El cauce es la Unidad de Investigación. Ese chico del laboratorio, el japo, ha llamado a Buzz Meeks. Tiene una fibra que coincide con la del brazalete de aquel policía militar violador.
–¿Concluyente?
–No, y así se lo ha dicho el chico a Meeks.
Parker tamborileó en las tablillas del respaldo de la silla.
–¿A quién se lo ha dicho Meeks?
–A Dudley Smith.
–Y Dudley ha acudido a Llámame Jack, que le ha dicho: «Ocúpate tú, Dud».
Hull encendió la pipa.
–Sí, y en un mundo ideal yo preferiría que se siguiera el procedimiento debido.
Parker encendió un pitillo.
–Pese a lo mucho que desprecio a los violadores y los atracadores, también yo lo preferiría.
Un soplo de brisa alabeó el mapa bélico. Parker examinó los alfileres del frente ruso. Los rojos, que oponían resistencia, se aglomeraban ante los azules, que avanzaban. Era casi una derrota aplastante.
–Después de la guerra estaremos enfrentados a los rusos, Carl.
–A menos que intercedamos cuando Hitler les chupe la sangre. Parker movió la cabeza en un gesto de negación.
–Ahora son nuestros aliados. Los necesitamos para ganar esta guerra, que para nosotros ni siquiera ha empezado.
Hull sonrió.
–Stalin pretenderá un reparto de bienes en Europa oriental. Tendremos que renunciar a ciertos territorios y quedarnos con unas cuantas posesiones estratégicas.
Parker señaló el mapa.
–El conflicto será en gran medida ideológico, pues. Ha sido así desde la puñetera revolución. Ellos nos odian; nosotros los odiamos. Una alianza momentánea no va a acallar el hecho de que en el mundo no hay espacio suficiente para nosotros dos.
Hull hizo girar un cenicero.
–Estás llevándome a tu terreno, William.
Parker sonrió.
–He aquí mi pregunta, pues: ¿predices una guerra de ajedrez territorial entre Estados Unidos y Rusia en cuanto se declare la paz?
–Sí, así es –dijo Hull.
–En ese caso te consideraré testigo favorable y sacaré provecho de esa concesión. ¿Opinas que nuestra quinta columna local posee la inteligencia y la visión de futuro necesarias para iniciar sus actividades subversivas antes de nuestra inevitable entrada en el actual conflicto mundial?
Hull señaló el mapa.
–Sí. Saben que Hitler no puede librar una guerra en dos frentes y ganar, igual que lo sabemos nosotros. Cargarán las tintas en el hecho de que la sangre rusa ha allanado el camino de nuestra victoria, nos retratarán como panfascistas e ingratos, y a partir de ahí recurrirán a todos los tópicos habidos y por haber.
Parker sacó un folleto de tamaño bolsillo.
–Escucha unas citas textuales sacadas de aquí: «Una draconiana política estadounidense de agresión contra Rusia, nuestro valeroso aliado actual, en cuanto se gane la guerra»; «Escalada de la histeria bélica y encarcelamiento masivo de súbditos japoneses inocentes con motivación racial, obra del Departamento de Policía de Los Ángeles y el FBI actuando en connivencia».
Hull apretó el tabaco de la pipa.
–Abogado del diablo, William. Los federales tienen en efecto una lista de japoneses subversivos, y nos utilizarán a nosotros si se requiere algún tipo de detención. Ahí la lógica de esos cabrones es impecable.
–Su lógica es engañosa, sediciosa, falsa y vergonzosamente difamatoria. Estos mangantes se las dan de antifascistas, y sin embargo ofrecen ayuda y consuelo a nuestro común enemigo fascista por medio de la elaboración y la publicación misma de este panfleto. Y por si necesitas más confirmación de la lógica corruptamente tortuosa de todo ello, el panfleto lo imprimió el mismo taller que imprime los panfletos de incitación al odio de Gerald L. K. Smith.
Hull fijó la mirada en los mapas de las paredes. Parker le echó el panfleto al regazo. Hull lo hojeó.
–Yo sé quién escribió esto. Tengo memorizados su estilo prosístico y su vocabulario.
–Cuenta.
–Es una mujer. Una mujer mundana, a falta de descripciones menos benévolas, y está al frente de una célula roja. Va de gran señora entre ciertos guionistas y actores. Acuden a las concentraciones, pronuncian discursos y arman barullo. Los federales tienen a un informante en la célula. Es un psiquiatra de Beverly Hills al que todos los rojos le cuentan sus penas. Tengo un amigo en los federales que me pone al corriente de los cotilleos del buen doctor. Te enseñaré el expediente si dejas de llevarme a tu terreno y te sinceras.
Parker cabeceó.
–Antes dame algún nombre. Vamos, Carl. Soy tu superior.
Hull se rió.
–El médico se llama Saul Lesnick. Su hija cumplía condena en Tehachapi por homicidio imprudente con vehículo a motor. Los federales la soltaron a condición de que él actuara como soplón.
–¿Y los otros?
–La mujer se llama Claire De Haven. Sus principales acólitos son un actor marica, Reynolds Loftis se llama, y su enamorado, Chaz Minear.
A Parker no le sonaron de nada. El Impulso lo asaltó de pronto como surgido de la nada. Vamos, revoca La Promesa. Una copa no va a matarte.
–Esos rojos están difamando a nuestro Departamento de Policía, Carl. Eso no podemos tolerarlo.
–Algún día serás tú el jefe de policía, William. Espero ese día con impaciencia, y serviré orgullosamente bajo tu mando. Pero de momento me contentaría con una explicación.
Parker se puso en pie.
–Infiltraremos a alguien en la célula. Nuestro propio informante. Alguien a quien podamos presionar con algún medio de coacción.
Hull abrió un cajón y sacó cuatro fotografías. Parker se inclinó sobre la mesa.
Hull extendió las fotos.
–Hace unas semanas examiné los expedientes de los servicios de vigilancia. Estas fotos me llamaron la atención. Pensé que quizá fueran útiles en algún momento, así que podríamos considerarlo un azar afortunado.
Cuatro instantáneas tomadas furtivamente. Fotos de grupo. Dos reuniones a puerta cerrada; dos concentraciones al aire libre. Fechas: entre mediados del 37 y otoño del 38. El rostro de una mujer joven marcado con un círculo, cuatro veces.
Tenía el pelo oscuro. Miraba algo con atención. Ofrecía un aspecto provocativo.
–¿Quién es?
–Katherine Ann Lake, veintiún años. He aquí un indicio: su novio era el policía uniformado presente en tu aviso de atraco de hace unas horas.
Eso sí le sonó. Provocativa… sin duda.
El golpe del Boulevard-Citizens. El persistente rumor: Lee Blanchard organizó el atraco y le cargó el muerto a un incauto. Blanchard presuntamente mantenía una estrecha relación con Ben Siegel. «Bugsy» estaba ahora en la cárcel del Palacio de Justicia. Presuntamente despachó a un hampón llamado Greenie Greenberg. Fue un ajuste de cuentas entre bandas judías: noviembre del 39.
Siegel no tardaría en salir. El principal testigo de la fiscalía saltó por una ventana. El mes pasado: Coney Island, Nueva York. El matón de una banda, Abe Reles, muere a causa de una caída. Está bajo la custodia de agentes del Departamento de Policía de Nueva York. Improvisa una cuerda con unas sábanas e intenta escapar. Se precipita desde una altura de ocho plantas.
Katherine Ann Lake. La chica que Blanchard conoció en el juicio por el robo. La imponente testigo estrella de la fiscalía.
Parker observó las fotos.
–Blanchard es un mangante. Ya habrás oído los rumores.
Hull tosió.
–Sí, y les doy crédito. Si estás pensando en el atraco al BoulevardCitizens como medio de coacción con la chica, no vas muy desencaminado.
–Él quiere unirse a Dudley y sus chicos. Ya habrás oído los rumores –dijo Parker.
–He aquí una cosa que no habrás oído –dijo Hull–. La Brigada de Información del Departamento de Policía de Nueva York situó a Blanchard en Coney Island justo antes de que el testigo del juicio de Siegel saltara. Los polis lo reconocieron de su época de boxeador.
Parker observó las fotografías. La resolución era alta. La tal Lake tenía unos ojos oscuros de mirada intensa.
4
DUDLEY SMITH los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
Rueda de reconocimiento.
Cinco sospechosos de violación, cuatro víctimas de violación, un espejo polarizado en medio. Una tarima y las escalas de estatura marcadas en la pared.
Sillas para los testigos presenciales. Ceniceros de pie. Un desconcertante cartel en la pared.
Mostraba banderas y águilas dispépticas. Era un anuncio de bonos de guerra. Promovía la intervención en esta guerra de inspiración judía.
Dudley era pro-Comité América Primero. Le encantaban los programas semanales del padre Coughlin. Disfrutaba con las diatribas de Gerald L. K. Smith. Compartía el apellido con el pastor Smith pero no tenían lazos consanguíneos. El pastor era abominablemente antipapista.
–Las mujeres violadas están en la habitación de al lado –dijo Mike Breuning–. Todas sostienen que pueden identificar al individuo, así que por ese lado estamos de suerte. Los participantes en la rueda de reconocimiento están entre bastidores. Son todos policías militares de la compañía de Fort MacArthur, y todos coinciden con la descripción del sospechoso.
Dick Carlisle hizo crujir los nudillos. Elmer Jackson hojeó su bloc de notas. Había colaborado en el caso del violador en serie desde el principio.
Dudley lo observó mientras leía. Sí, tenía el pálpito de que las violaciones guardaban relación con el atraco a la farmacia de esa mañana. Ese lumbreras japonés del laboratorio tenía razón: las fibras encontradas en el expositor no situaban al violador con total certezaen la farmacia. La posible acumulación de dos delitos era intrascendente. La violación tenía efectos devastadores en las mujeres. Era un delito equiparable al asesinato. Así se lo dijo a Llámame Jack. Llámame Jack contestó: «Ocúpate tú, Dud».
Elmer mordió el extremo de un puro. Elmer controlaba una red de putas con Brenda Allen. Los teléfonos de la Brigada Antivicio estaban intervenidos. Todo el mundo conocía los trapos sucios de todo el mundo. El edificio municipal era un gran puesto de escucha.
Carlisle encendió un pitillo. Breuning permaneció inmóvil. Elmer blandió el puro.
–Hemos tenido cuatro incidentes. Todas las víctimas describieron al hijo de puta como un individuo de alrededor de veinticinco años, rubio, de estatura media. Estos hombres que tenemos aquí concuerdan con ese retrato, y todos tenían permiso las noches en que se produjeron los incidentes. Además, todos habían tenido conflictos a montones con mujeres antes de alistarse. Como modus operandi, tenemos lo siguiente. Las cuatro víctimas iban de paseo, solas, por el lado oeste de Los Ángeles. El violador las abordó, las amordazó y las llevó en coche a cuatro solares distintos de la zona. Y he aquí lo delirante: el violador les pega dos veces, se pone una goma y, mientras está en plena faena, se echa a gritar como si le doliera algo.
Dudley sonrió. Breuning se inclinó hacia ellos. Dudley lo rodeó con el brazo.
–Muchacho, llama a la enfermería de Fort MacArthur. Consigue los nombres de todos los soldados tratados por sífilis y purgaciones en los últimos seis meses, tanto en la compañía de la policía militar como en el resto del cuartel. Haz listas por separado y ven a informar dentro de media hora.
Breuning se fue zumbando.
–¿De qué va eso, jefe? –preguntó Elmer.
–Una intuición y una hipótesis, muchacho. Pongamos que el brazalete de policía militar fuese una treta para eludir la identificación, porque llevar un elemento identificatorio como ese en sucesivas violaciones equivale al suicidio. Pongamos que tiene un pique con alguna mujer en particular desde hace tiempo porque le contagió algo. Pongamos que es un chico listo con conocimientos científicos. Sabe que podemos determinar su grupo sanguíneo a partir del pus o la emisión seminal. Pongamos que, por alguna razón endiabladamente insondable, quiere que las violaciones le causen dolor.
Elmer puso cara de «¿Eh?» Carlisle puso cara de «Ah, sí, ya veo». Dot Rothstein hizo entrar a las mujeres. Dot era celadora en la oficina del sheriff, una marimacho de cuidado. Metro ochenta y dos, ciento diez kilos. Los polis se erguían en su presencia.
Las cuatro mujeres presentaban esa apariencia de maestra de escuela que atraía al violador. Acudían a una rueda de reconocimiento vestidas como para ir a misa. Carlisle repartió pitillos y fuego.
La sala se llenó de humo. Las mujeres miraron en dirección a la tarima e hicieron muecas. La Dot se largó.
–Todas ustedes son mujeres magníficas y valientes por someterse a este suplicio –dijo Dudley–, así que haremos lo posible para que sea breve. Van a entrar cinco hombres y se quedarán de pie en la tarima, debajo de los números pintados en la pared del uno al cinco. Ustedes pueden verlos, pero ellos a ustedes no. Si ven al hombre que las agredió tan vilmente, tengan la amabilidad de decírmelo.
Las mujeres tragaron saliva en bloque. Elmer accionó un interruptor en la pared. Cinco soldados subieron a la tarima y se colocaron de cara a la sala. Vestían uniformes caqui y brazaletes rojos. A grandes rasgos coincidían con las características del violador.
Dos mujeres los miraron con los ojos entornados. Una mujer derramó unas lágrimas. Una mujer se puso las gafas. Observaron a los hombres de la tarima. La tensión del momento creció y chisporroteó. Todas negaron con la cabeza.
Elmer pulsó el interruptor. Los soldados abandonaron la tarima. Las mujeres se arracimaron en torno a un cenicero y apagaron los pitillos.
–No era ninguno de esos, sencillamente –dijo una.
Otra se frotó los ojos y añadió:
–Tenía un aspecto más malévolo.
Otra asintió.
–Tenía una expresión malévola en los ojos –coincidió la última. Dudley sonrió. Dudley les tocó los brazos. Con eso quería decir: «Tranquila, tranquila».
Breuning volvió. Tenía la respiración entrecortada. Y la camisa mojada. Agitaba una foto de archivo.
Dudley se acercó. Breuning se asomó a la puerta.
–Un solo caso. Es un cabo de la policía militar, y concuerda con la descripción. Tenía pase de pernocta en las fechas de los cuatro incidentes, y recibió tratamiento médico después de la última violación. El capitán al mando de la policía militar me ha dicho que fue sospechoso de una serie de violaciones en Seattle, pero el ejército lo aceptó de todos modos. Ahora está de permiso. Es un obseso de las carreras de caballos, y hoy se celebra la Oak Tree Meet en Santa Anita. Tengo su matrícula.
Dudley cogió la foto. Aaaaaah: Jerome Joseph Pavlik. Joven, rubio, malévolo.
Tenía cerca a dos mujeres. Les enseñó la foto. Las mujeres la examinaron.
Una se echó a llorar. La otra chilló.
Dudley sacó dos dijes en forma de trébol. Era oro de catorce quilates. Los compraba a granel a un joyero judío.
Atrajo a las mujeres hacia sí. Colocó los dijes en sus manos. –Ya me ocuparé yo –dijo.
La última carrera era a las 15.30. Se accedía a Santa Anita por una de las salidas de la autovía de Arroyo Seco. Iban con el tiempo muy justo.
Atravesaron a todo correr el garaje del edificio municipal. Breuning tenía un Ford trucado. Subieron y salieron a toda pastilla.
Breuning iba al volante. Dudley ocupaba el asiento delantero. Carlisle ocupaba el trasero, con tres escopetas de cañones recortados.
Eran de calibre diez y doble cañón. Estaban adaptadas para cartuchos de cazar osos, con posta triple cero.
Tomaron por Main Street y atajaron a través de Chinatown. Enseguida llegaron a la autovía.
Breuning pisó a fondo. La aguja del velocímetro llegó a ciento treinta. Dudley fumaba y miraba por su ventanilla. Vio un accidente en los carriles en sentido sur.
Marcas de neumáticos en el suelo, luces de emergencia, colisión. Impacto: un camión de plataforma de la Armada y un flamante Cadillac. Los conflictos del tráfico. Lo llevó a pensar en Bill Parker, alias «Whisky Bill». Dudley conocía bien sus trapos sucios.
No deberías haberte permitido ese matrimonio de juventud. ¿Creías que me pasaría inadvertida tu mala conducta?
Whisky Bill había vuelto a casarse. Su segunda unión era rutina pura y simple. El propio Dudley tenía mujer irlandesa y cuatro hijas. Tenía una quinta hija ilegítima en Boston. Esta ahora contaba diecisiete años. Mantenían correspondencia frecuente y cruzaban llamadas telefónicas.
Elizabeth Short. Su hija con una mujer casada llamada Phoebe. Una arpía de mal carácter que tenía a su vez sus propias hijas.
Todas las hermanas Short se parecían a Phoebe. Eso enmascaraba la sangre paterna de Beth. Phoebe era mayor que Dudley. Él tenía solo diecinueve años cuando se emparejaron. Era un recluta irlandés sin experiencia de la vida.
Joe Kennedy vivía en Boston. Joe era asquerosamente rico y hacía donaciones a causas irlandesas. Joe le financió la tramitación de la nacionalidad. A cambio Dudley le pagó con trabajos de matón.
Beth sabía que él era su padre. Lo quería y se aferraba a su imagen de policía duro. Él acababa de mandarle un billete de avión. Ella quería ver Los Ángeles en Navidad. Su última carta lo inquietó. Beth hacía alusión a «algo espantoso» ocurrido el año anterior. Tenía un amigo ciego que se llamaba Tommy Gilfoyle. Debía telefonear a Tommy e indagar acerca de ese «algo espantoso».
La familia.
Los hombres audaces la necesitaban. Los condicionantes eran mínimos. El compromiso era risible. Las alegrías eran muchas. La familia era una atadura necesaria. Sin ella, el demonio que Dudley llevaba dentro enloquecería. Whisky Bill no tenía hijos. Iba por ahí desbocado en su pudibunda demencia.
La circulación era escasa en la autovía. Breuning tomaba deprisa las curvas cerradas. La aguja del velocímetro se disparaba en los tramos rectos.
Dudley consultó su reloj. Eran las 14.54. La penúltima carrera empezaba a las 15.00. En general los forofos de la hípica se marchaban antes de la última carrera.
Lincoln Heights quedó rápidamente atrás. En lo alto de las colinas rodaban una película de vaqueros. Vieron pasar, desdibujado, un tiroteo. Dudley reconoció a un hombre en taparrabos. Un apache: un corredor de apuestas de poca monta que había cumplido condena tres veces en Big Q.
Dudley fumaba. Dejó vagar el pensamiento.
Estaba pluriempleado: trabajaba también para Columbia Pictures. Era el guardián de la moralidad de Harry Cohn. Las estrellas de cine se desmadraban. Los führers de los estudios las controlaban con rígidos códigos de conducta. Las infracciones constituían incumplimiento de contrato. Ha puesto en evidencia a actores de la acera de enfrente. Ha puesto en evidencia a no pocos borrachos y yonquis. Tiene en nómina a una legión de botones y putas para informarlo de indiscreciones. Está elaborando el gran libro de recortes de prensa de Hollywood en acción.
A Bette Davis le encantarán las fotos que le ha sacado furtivamente. El viernes por la noche ella estará en el Shrine. El Examiner organiza allí el sarao navideño para sus reporteros. Él irá para provocar un encuentro casual.
Unos espaldas mojadas labraban en unos campos situados por encima del lugar del rodaje. Probablemente los había suministrado Carlos Madrano. Carlos. El Capitán, de la Policía del Estado de México. Buen amigo de Llámame Jack y Davis Dos Pistolas. Carlos compartía la antipatía de Dudley por los rojos y los judíos. Para Carlos, los japos eran unos parientes molestos de der Führer.
Dudley examinó la foto de archivo. El violador se parecía a Lee Blanchard en pequeño.
Aaaaah, Leland. ¿Todavía te preocupa lo de Coney Island, aquel 12 de noviembre? Te encantaría unirte a mi cuadrilla, pero ¿tienes los redaños para un trabajo así?
Ben Siegel quería ver a Abe Reles muerto. Lee Blanchard estaba en deuda con Ben, por el golpe del Boulevard-Citizens. Los chicos del sindicato judío sobornaron a dos agentes del Departamento de Policía de Nueva York. Se dejaron abiertas las puertas de una habitación de hotel.
Le echaron un somnífero en la comida. Fue un trabajo rápido de dos hombres. Blanchard improvisó la cuerda para la fuga: un eufemismo para referirse a la soga. Él mismo se encargó de izarla.
El Daily News de Nueva York capturó el momento: ¡el canario muere en la caída! ¡sabe cantar pero no sabe volar!
El viaje en tren de regreso a casa fue incómodo. Blanchard lloriqueó y se pasó todo el trayecto borracho. El muchacho había vuelto con Ben S. Benny compró el contrato de Lee y le aconsejó que tuviera la prudencia de tirarse a la lona alguna vez. Lee se negó, Lee estaba en deuda con Benny, Lee se comportó irreflexivamente en el golpe del Boulevard-Citizens. Benny tenía cuenta en el BoulevardCitizens y jugaba al golf con el director. Benny estaba mal de la cabeza y lo obsesionaba la respetabilidad. Ese asunto fue toda una pifia.
Breuning salió de la autovía. Eran las 15.01. Carlisle cargó las escopetas. Atajaron por South Pasadena. Llegaron a Arcadia y Santa Anita en dos minutos exactos.
La sierra de San Gabriel se alzaba por detrás del hipódromo. El contorno de las crestas encuadraba las gradas y la tribuna. Dos terceras partes del aparcamiento estaban vacías. El sistema de megafonía atronaba. Los caballos de una carrera enfilaron la recta final.
Breuning recorrió los pasillos del aparcamiento. Dudley y Carlisle permanecieron atentos a las matrículas. Los vítores sofocaron el sonido del sistema de megafonía. Los forofos de la hípica abandonaban la tribuna y se dirigían hacia sus coches.
–Ahí –dijo Carlisle.
Sí: ADL-642.
Breuning entró en una plaza vacía de un golpe de volante y dejó el coche al ralentí. Dudley fumaba un pitillo tras otro. El gentío se dispersaba entre las hileras de coches. Un hombre y dos mujeres se separaron del resto en dirección a ellos. Sí: Jerome Joseph Pavlik y un dúo de putas de Chinatown.
–Fulanas tong –dijo Carlisle.
–De las Cuatro Familias, y protegidas –añadió Breuning–. El jefe chino juega al mahjong con Llámame Jack.
Daba la impresión de que estaban como cubas. El violador vestía un uniforme caqui desvaído. Las fulanas vestían abrigos de pieles apolillados.
Se subieron al Oldsmobile.
–Síguelos –ordenó Dudley.
El Oldsmobile salió del aparcamiento derrapando. Breuning se situó detrás. Llevaban una buena cogorza. No se darían cuenta. Breuning iba pegado a su parachoques, muy pegado.
Dos coches en caravana. Calles residenciales, Fair Oaks Boulevard. La autovía, dirección sur.
El Oldsmobile coleaba y zigzagueaba. Breuning aflojó la marcha. Un Packard se interpuso entre ellos. La antena de látigo continuaba a la vista.
Carlisle envolvió las escopetas con una manta. –Bon voyage, encanto –dijo Breuning.
El Oldsmobile se desvió por la salida de Alameda, en sentido sur. Chinatown se hallaba justo enfrente. La Pagoda China de Kwan estaba muy cerca.
El Oldsmobile topó con la acera y se detuvo. Las putas salieron a trompicones. Les costaba mantenerse en equilibrio. Se guardaron fajos de billetes en las ligas y lanzaron besos al violador. Haciendo eses, se alejaron por un callejón situado detrás de un fonducho chino.
Carlisle repartió las escopetas. Jerome Joseph Pavlik se apeó de su coche y, hecho un cuero, contempló el mundo. Miró embobado hacia un solar, en el chaflán. Crecían allí palmeras y hierba alta.
Tambaleante, entró en el solar. Se acercó a una palmera y se sacó la polla. Acometió una meada de plusmarca mundial.
–Ahora, muchachos –dijo Dudley.
La calle estaba tranquila, sin un alma. Fueron derechos al solar. Tierra blanda encubría el ruido de sus pasos. El violador se balanceaba y rociaba la hierba.
Llegaron hasta él desde atrás. No oyó un carajo.
–Esas excelentes chicas ya nunca serán las mismas de antes –dijo Dudley–. Con esto evitaremos más sufrimiento.
El violador empezó a volverse. Comenzó a decir:
–¿Cómo dice?
Se accionaron seis gatillos. El violador voló por los aires. Esquirlas de hueso se llevaron por delante frondas de palmera. Un salpicón residual manchó las gafas de Carlisle.
Sonoras detonaciones se superpusieron. Observemos esas reverberaciones por el impacto de las postas en la madera. Las campanas de una iglesia dieron las 15.30 durante toda la escena.
Dragones de ojos saltones flanqueaban la Pagoda. Por la noche sus lenguas se iluminaban y se movían. El tío Ace Kwan era el jefe del tong de los Hop Sing. Su restaurante atendía a blancos y a chinos con papilas gustativas de blanco. Los polis de Los Ángeles comían allí de balde.
Dudley cruzó el restaurante. El alcalde Bowron y el fiscal McPherson tenían las narices hundidas en chow mein. Fletch B. era un dinámico impulsor cívico y un zoquete por los cuatro costados. McPherson era un beodo narcoléptico y aficionado a la carne negra. Frecuentaba el Casbah de Minnie Roberts y siempre se lo montaba con dos monadas negras a la vez.
Una puerta escondida en un entrante de la pared conducía al sótano. Dudley bajó por la escalera. Empujó un panel. Este se deslizó y se abrió. Los efluvios lo asaltaron de inmediato.
Un fumadero de opio. Luces tenues y veintitantos jergones. Boles de agua, tazas y cucharones. Chinos descarnados en paños menores, chupando pipas.
Dudley contó las cabezas. Aaaaah, dieciséis adictos a la deriva. Dudley cerró el panel. El sótano evocaba los laberintos subterráneos de la Guarida del Lobo. Paredes de cemento, moho, puertas de hierro forjado. El despacho de Ace Kwan: un búnker de las SS.
Llamó y entró. El tío Ace estaba acuclillado ante la caja fuerte empotrada en el suelo. Era un hombre de sesenta y seis años, con la delgadez de un tísico. Llevaba un gorro de Papá Noel. Evocaba la atrocidad y la alegría navideña.
–¿Cómo andamos, Dudster?
–Renqueamos, mi hermano amarillo.
–¿Y eso?
–Al otro lado de la calle, en el solar, hay un blanco muerto. Tus muchachos deberían echarle un poco de cal viva y montar guardia hasta que la tierra lo absorba.
Ace se sentó con las piernas cruzadas. Poseía una elasticidad extraordinaria. Ese era un rasgo propio de infieles.
–Al muchacho se lo ha visto por última vez con dos putas tong. –¿Hop Sing?
–Cuatro Familias. Quizá también te convenga retirar el sedán verde. No quiero que una nimiedad entre blancos como esta cause molestias a tu clientela.
Ace inclinó la cabeza.
–Los de las Cuatro Familias han faltado al respeto a mi sobrina predilecta. Son unos indeseables.
–¿Llamo a capítulo a los responsables? No me gustaría que hubiera otra refriega.
Ace se puso en pie.
–No, pero mi hermano irlandés me honra con el ofrecimiento. Dudley inclinó la cabeza. Ace señaló una puerta lateral y puso cara de «Estás en tu casa». Dudley abrió la puerta. Ace se esfumó. Los chinos eran sigilosos y tenían un gran sentido del decoro.
Era su habitación secreta. El jergón, el bol, el cucharón. Goma comprimida en un platillo para pan. Como siempre, La Pipa.
Colgó la chaqueta del traje y la pistolera en una percha de la pared. El jergón tenía las dimensiones aptas para acomodar a un hombre alto. Dudley cebó la pipa y la encendió.
La goma empezó a arder, la llama prendió, el humo pasó por la boquilla. Se le hundieron los hombros. Desaparecieron sus extremidades.
Ahora las volutas. Nunca se sabe qué vas a ver.
Sí, ahí está.
Dublín. Grafton Street, 1921. Los miembros del Negro y Caqui provistos de escopetas cargadas con balas de goma. Apuntan a los riñones. Aún le duele cuando se encorva.
Una concentración. Patrick Pearse a pleno pulmón.
«Irlandeses e irlandesas, en nombre de Dios y de las generaciones de muertos de las que Irlanda recibe su condición de nación, este país, por mediación de nosotros, llama a sus hijos a servir a su bandera y luchar por la libertad.»
Una parroquia. Un alijo de armas en el dormitorio de un sacerdote. La culata de un fusil llega a sus manos. Ahora está en la calle. Tiene el ojo en la mira del cañón. El rostro de un soldado británico estalla.
Está en Sackville Street. El impacto del retroceso remite. Saquea la tienda de un protestante. Patrick Pearse le alborota el pelo.
«Ahora, con el apoyo de sus hijos exiliados en América, aprovecha la ocasión.»
Joe Kennedy sonríe. Tiene maletines repletos de dinero. Los hombres del Ejército Ciudadano Irlandés lo saludan. Miembros del Negro y Caqui asesinan a Patrick Pearse. Hay un pelotón de fusilamiento. Tiene una diana prendida en el pecho.
Joe Kennedy dice: «Eres un chico listo. Deberías venir a América. La Ley Seca es una licencia para robar. Podrías hacer estraperlo para mí».
Está en Canadá, eso es el lago Erie, está en una gabarra atracada. Empuña un subfusil Thompson. La cubierta está llena de cajas de whisky.
Boston. Una casa regia. Una criada yanqui lo mira con desdén. Él lleva de la mano a Jack, de seis años.
Joe Kennedy dice: «Dud, cierto banquero judío me la ha jugado en un negocio. Ocúpate tú, ¿quieres?».
No tiene extremidades. La goma todavía arde. Sabe cuándo avivar la llama. El tiempo es un cinematógrafo. Se proyecta a través de los ojos en el fondo de la cabeza.
Se le fue la mano en la paliza al judío. No debería haberlo matado. Joe Kennedy está que trina.
«Tu futuro está en Los Ángeles, hijo. Puedo colocarte en el cuerpo de policía. Podrás tirarte a estrellas de cine y hacer diabluras.»
Está muy ufano con su impecable uniforme azul. Golpea a un carterista con un listín telefónico. Jack Horrall brinda por él a la mesa del arzobispo Cantwell. Está en el despacho de Harry Cohn. Harry da unas palmadas a un busto de Benito Mussolini. Está frente a una mansión de Bel-Air con una cámara. Dispone de una vista interior a través de una ventana. Cary Grant participa en un soixante-neuf hombres.
Photoplay, Screen World: un remolino de páginas de revista. Bette Davis: radiante por algo que dijo él.
Cambio de escena. Un documental de viajes contenido en un solo instante. Está en Coney Island, en el hotel Half Moon. Iza al canario. No llores, Lee Blanchard; eso no es de hombres.
Documental de viajes. Otra vez en Boston. Ahora el joven Jack Kennedy es alférez en la Armada. Tiene que venir en Navidad. Quiere tirarse a estrellas de cine.
Jack empieza a cantar, en español. Su voz desentona con la melodía. Fundido a Trocadero. Cuelga una pancarta: ¡damos la bienvenida a 1938!
Está sentado a una mesa con Ben Siegel y el sheriff Biscailuz. La orquesta de Glenn Miller toca «Perfidia». Bette Davis baila con un joven afectado.
La luz entró a raudales. La imagen del cinematógrafo dio una sacudida. Se cerró un obturador y eso puso fin al documental.
Se sentía ya las extremidades. Vio su chaqueta y su arma en una percha.
Apareció una china. Le sirvió un aperitivo. Tres benzedrinas y té verde.
Dudley se levantó. La habitación conservaba un resplandor.
–¿Qué hora es, por favor?
–Las 18.42.
«Perfidia» terminó con un acorde desafinado. Bette Davis le lanzó un beso.
5
los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
Bucky llegaba tarde. Los fines de semana siempre se dejaba caer por el laboratorio. Se entrenaba en el gimnasio de Main Street. La Comisaría Central estaba a un paso de allí.
En el laboratorio no había un alma. La mayoría de los químicos trabajaba de lunes a viernes. Ashida trabajaba toda la semana, noche y día.
El capitán tenía su despacho justo al lado. La voz de Elmer Jackson llegaba por un respiradero. Empinaba el codo en compañía del capitán Bergdahl. Comentaban con Dudley Smith la rueda de reconocimiento por el caso de las violaciones.
Las víctimas habían identificado al violador a partir de una foto de archivo. Elmer dijo:
–Puede que sea el mismo individuo que ha atracado la farmacia esta mañana, pero probablemente el fiscal tendrá que encausarlo en una mesa de autopsias.
Bergdahl se echó a reír. Ashida preparó un microscopio y los fragmentos de bala de la farmacia. Ray Pinker había llevado a cabo sus propias pruebas. Dejó su informe en la mesa de Ashida. Su conclusión: Browning 9 milímetros, equipada con recogecasquillos.
Incorrecto. El texto comparativo de Pinker estaba desfasado. Ahora asegúrate. Repite tú mismo la prueba.
Acercó la platina. Observó las mismas características que esa mañana. Dejémoslo en que es concluyente. Una bala de Luger había atravesado una placa de cartón yeso.
Bergdahl hizo un chiste. El respiradero amplificó su voz. Ja, ja: «Come San Chin, el soplapollas chino».
–Es bueno, pero ya lo había oído –dijo Elmer.
–¿Usted los distingue? A los japoneses y los chinos, quiero decir. Tengo un amigo en los federales. Según él, tienen una lista de japos sospechosos, por si entramos en esta guerra y hay que organizar redadas. Desde mi perspectiva de hombre blanco, no veo la diferencia entre unos y otros.
Ashida sacó la llave y abrió su cajón de instrumental. Allí guardaba sus fotografías.
Ahí aparece Bucky. En cuclillas con su calzón de boxeo. Es alto. Es esbelto. Sus músculos, más que sobresalir de manera definida, se funden entre sí. Es luterano alemán, y lleva una estrella judía en el calzón. Esta expresaba un sentimiento antinazi.
Se desplazaba de puntillas lateralmente sin trastabillar jamás. Poseía un poderoso izquierdazo cuando fintaba. Mariko decía que tenía «los dientes de Tojo». Su padre pertenecía a la Federación Germano-Americana.
Tenía los ojos pequeños y muy hundidos. Su sonrisa iluminaba salas enteras.
Ahí está. Esas sonoras pisadas: sube los peldaños de dos en dos. Ashida cerró el cajón de las fotos y echó la llave. Bucky entró y acercó una silla. Vestía pantalón de franela y su cazadora con la letra del Belmont. La B de color verde se ponía en baloncesto y atletismo.
Se dieron la mano.
–¿Es verdad? –preguntó Ashida.
Bucky sonrió.
–¿Quién te lo ha dicho?
–Según Ray Pinker, es vox pópuli, lo cual probablemente significa que lo sabe todo el mundo menos yo.
–Me han dado el visto bueno para incorporarme a la academia en mayo. He aprobado todos los exámenes, y me han dicho que la inspección de antecedentes es puro formulismo.
Ashida sonrió.
–Preferías esperar antes de decírmelo. No querías gafarlo, y por eso pensaste que era mejor esperar hasta saberlo con seguridad.
Bucky se meció en la silla.
–O hasta después del combate de mañana. Yo estaré muerto de hambre e invitaré a cenar. Nos pesan a las doce del mediodía, y tendré los nervios de punta hasta que haya acabado todo. Ya no bajo de peso tan fácilmente como antes. Sigo por encima de los ochenta y un kilos.
–Date un baño de vapor en Shotokan –dijo Ashida.
–Ni hablar. Tengo un pase para el Jonathan Club. El fiscal me ha dejado una nota en el gimnasio: «Hijo, apuesto por ti».
Ashida se dio una palmada en las rodillas.
–Yo podría contarte más de una cosa sobre él.
–Ya lo he oído todo. Se presentó borracho a un combate de Lee Blanchard, con dos chicas de color.
–Conque Junior Wilkins, ¿eh? –dijo Ashida–. No es un combate de despedida muy prometedor.
–No, pero puedo ganarlo.
Ashida entrelazó los dedos.
–¿Has leído la columna de Braven Dyer? Decía que eludes a Ronnie Cordero.
Bucky dio un respingo.
–No pienso colgar los guantes tras una derrota, Hideo.
–No perderías.
–Me haría picadillo. Soy tan capaz de tumbarlo a él como de tumbar a Joe Louis.
–Lamento que lo hayas interpretado mal. Yo no quería…
Bucky le quitó importancia con un ademán.
–Me he encontrado con Jack Webb. Vende trajes en Silver wood. Dijo que los hombres de la Unidad Central de Investigación compran allí a precio de mayorista.
–Jack es muy aficionado a dar jabón a los polis. Siempre está trayendo café y tabaco a los hombres de la Unidad Central.
Bucky se acarició la B de Belmont.
–Los Sentinels para siempre. Jack debería hacernos precio de mayorista. Lo elegimos presidente de la clase.
De buenas a primeras Ashida dijo:
–Tienes una admiradora.
–¿Quién es? ¿Y qué le pasa?
–La he visto en tus combates. Siempre te está dibujando.
Bucky enseñó los dientes.
–Me reservo para Carole Lombard. ¿Crees que se prendará de unos dientes así?
He ahí el rubor. Como siempre. Bucky tiene la gentileza de no verlo nunca.
6
DIARIO DE KAY LAKE los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
El Strip es un enjambre de soldados. El Dave’s Blue Room, el Bit O’Sweden y el Trocadero reparten bebidas alcohólicas gratis en la acera. Acabo de escuchar un boletín informativo. Están apostando las tropas en la base naval de Chavez Ravine, Fort MacArthur en San Pedro y Camp Roberts, cerca de San Luis Obispo. Los Ángeles es el centro de asignación de destino; la artillería que ya ha atravesado la ciudad ha sido enviada a las instalaciones de defensa costera y a las fábricas aeronáuticas Lockheed, Boeing, Douglas y Hughes. El ex jefe Jim Davis está al mando del destacamento de policía destinado en la Douglas; se explayó durante diez minutos largos sobre la necesidad de proteger los centros de producción civiles del sabotaje de la quinta columna y los ataques desde globos aerostáticos. Davis es un absoluto chiflado local; el año pasado en la fiesta de Navidad de la Unidad Central lo vi hacer diana en un cigarrillo que Lee sostenía entre los labios.
He empezado mi diario esta mañana. Lo veo ya como un remedio contra la pasividad. Recorro con la mirada mi habitación independiente; lo primero que veo son mis dibujos de Bucky Bleichert. Identifican mi necesidad de entablar relación con hombres de manera anónima y abstracta. Escribir sobre Bucky me obliga a verlo bajo una luz más crítica.
Lee Blanchard desprecia a Bucky, por su «estilo de maestro de danza» y sus «adversarios blandengues y previamente seleccionados». Quiero a Bucky por todo aquello en que no se parece a Lee, porque estoy en deuda con Lee de maneras confusas y mi necesidad de Lee es directamente proporcional a nuestra historia común.
Hace unas horas hemos tenido una pelea espantosa. Guardaba relación con el comportamiento reciente de Lee. Desde hace ya un mes actúa como si estuviera dolido. Se queda a dormir cada vez más a menudo en el cuarto de camastros de la Unidad Central de Investigación, y pasa cada vez más tiempo con la «mascota» de la Unidad
Central, un tal Jack Webb, un vendedor de ropa para caballero muy deseoso de complacer. A mediados de noviembre Lee desapareció durante una semana, y para explicar su ausencia adujo que había «trabajado como señuelo» en la investigación de un robo. Me lo creí, pero solo brevemente. Esta tarde, por puro capricho, he registrado los cajones de la habitación independiente de Lee. He encontrado un billete de tren de ida y vuelta a Nueva York, del 8 al 15 de noviembre.
He estado dándole vueltas al asunto. Lee ha venido a casa y se ha quitado la ropa de paisano para ponerse el uniforme. Ha anunciado su intención de pasar la noche en el edificio municipal. En ese momento me he encarado con él.
Le he exigido una explicación por el billete y su conducta reciente. Ha sido en ese momento cuando él se ha encarado conmigo. Ha dicho: «Te crees que eres una mujer independiente, pero vives a mi costa y follas con otros en mi casa mientras yo me encargo de las facturas. Eres una diletante y un parásito, y si desapruebas mi comportamiento, lárgate de mi casa de una puta vez».
Dicho esto, Lee ha salido hecho una furia de su casa, ha subido a su coche y se ha marchado para vivir en su mundo, un mundo en el que yo me subsumo. Un mundo en el que caí, y del que quiero más.
Brenda Allen, Elmer Jackson y el vicio consentido por la policía. Lee y su lealtad aduladora a Dudley Smith. Bobby De Witt en San Quintín y las cicatrices en mis piernas. La deuda que Lee tenía o no tenía con Ben Siegel, que en estos momentos está a la espera de salir en libertad de la cárcel del Palacio de Justicia. El atraco al banco que Lee planeó en gran medida como misión para salvarme. El deus ex machina: una niña se esfuma en 1929.
La hermana pequeña de Lee, Laurie, de doce años. Lee, por entonces, tiene quince. Laurie desaparece. Estaba jugando en un parque y de pronto se había ido para siempre. En principio Lee era el responsable de vigilarla. En lugar de eso estaba tirándose a una chica ligera de cascos del barrio.
Lee carga con la culpa. No ha tocado plenamente a una mujer desde entonces. Por eso me proporciona un hogar cómodo y no hace el amor conmigo. Es un castigo padecido y un castigo infligido. Me enfurece y me hace llorar. Por eso quiero tanto a Lee y me niego a abandonarlo. Por eso me acuesto con otros hombres en su propia casa.
Se oyen los noticiarios de la noche a todo volumen en las radios de las dos casas contiguas a esta; oigo con toda claridad los dos boletines informativos. FDR despotrica contra Japón por sus viles agresiones. El padre Coughlin despotrica contra FDR y la hegemonía judía.
Los dos merecen la posteridad. La guerra da a los hombres algo claro y sencillo que hacer. Hay una reyerta en el Strip. Las radios son un leve zumbido bajo el griterío.
Lee Blanchard participó en cuarenta y nueve combates como profesional y urdió un audaz atraco. Él merece la posteridad como yo nunca la mereceré. Eso me da rabia.
Yo solo tengo una percepción devastadora. Las mujeres escriben diarios con la esperanza de que sus palabras atraigan el destino.
7
los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
El locutor del noticiario se despidió. Lo sustituyó un castor parlante que anunciaba dentífrico. Parker cerró su puerta de un puntapié.
En la División de Tráfico no había un alma. El desbarajuste en el tránsito tenía patas arriba toda la ciudad. Él era el único hombre de servicio. A nadie más le importaba.
La división disponía de su propio edificio. En la esquina de la calle Uno con Figueroa, a seis manzanas del edificio municipal. Era creación suya. Comprar un almacén viejo y reformarlo. Crear autonomía. Limitar el acceso a Jack Horrall.
Parker rezó. Rogó a Dios valor para no beber esa noche. Rogó a Dios que lo guiara en su incursión.
Estaba crispado. La Sed lo atormentaba. La Patrulla de Los Ángeles oeste había detenido a dos soldados por conducir bajo los efectos del alcohol. En el cruce de Pico con Bundy había tres semiorugas averiados. Mandaron a diez hombres de la División Central. La Central mantenía una dotación mínima para el turno de noche.
Parker ordenó su escritorio. Parker miró los expedientes colocados en su cartapacio.
El expediente interno de Lee Blanchard. Los expedientes facilitados por Carl Hull: Claire De Haven, Reynolds Loftis, Chaz Minear,
Saul Lesnick. El resumen de los sospechosos de sedición elaborado por Carl con relación a Katherine Ann Lake.
Mujer blanca, estadounidense. 9-3-20 Sioux Falls, Dakota del Sur. Procedente de las praderas, como él.
Carl llamaba a Claire De Haven la «Reina Roja». No había expedientes sobre los demás miembros de la célula. Los «miembros secundarios» iban y venían. La Reina movía de aquí para allá sus peones. No sabía que el doctor Lesnick era un topo al servicio de los federales desde hacía tiempo.
Primero Blanchard: un expediente breve, tres hojas.
Informe de aptitud: clase B. Ninguna alusión a los posibles informantes en el golpe del Boulevard-Citizens. Nada sobre la presunta amistad entre Blanchard y Benjamin Siegel, alias «Bugsy». Cuatro demandas por lo civil. Los demandantes acusaban a Blanchard de palizas brutales en celdas de la cárcel. Las demandas fueron desestimadas: los demandantes eran pervertidos y yonquis.
Ninguna sorpresa. Ninguna idea nueva. Su antigua intuición confirmada. Estaba claro que Blanchard no era trigo limpio.
La Reina y sus peones principales: un asunto más siniestro.
Parker leyó por encima los expedientes. Enseguida captó la esencia. Daba la impresión de que las percepciones del doctor Lesnick en su papel de topo eran válidas. Claire De Haven se dedicaba a la extorsión. Reynolds Loftis y Chaz Minear eran homosexuales. La Reina Roja poseía fotos incriminatorias.
Iban vestidos de mujer en un baile de homosexuales. Los informes del desalojo por parte de los hombres del sheriff corroboraban la imagen. Loftis y Minear habían sido detenidos repetidamente en redadas de sarasas. Las detenciones se remontaban a 1940. Loftis y Minear frecuentaban lugares de reunión de maricas y se congregaban con otros degenerados.
La Reina Roja los tenía dominados. Decía a Loftis en qué películas debía actuar y a Minear cómo elaborar sus guiones. Carl incluía una muestra de los diálogos. Era quintacolumnismo en estado puro.
En las películas de guerra: soldados rusos condenan la penosa situación de los negros en Estados Unidos. En las películas de gángsters: los hampones se mofan de la autoridad y ensalzan el abominable encanto de una vida en estado de abandono. En las comedias: personajes refinados dejan caer agudezas izquierdistas y denigran a Adolf Hitler. Al criminal Stalin ni se lo menciona.
Parker encendió un pitillo. El expediente de la tal Lake era de dieciséis páginas, repletas de fotografías.
Aquí aparece la señorita Lake en mítines de rojos. Abundan las pancartas. Causas dudosas, multitudes de desharrapados.
¡justicia para los chicos de scottsboro! ¡recordad a sacco & vanzetti! ¡roosevelt, peón de wall street! ¡pan en todos los platos ya!
La muchedumbre presentaba un aspecto desaliñado. La señorita Lake iba bien vestida y muy peripuesta. Ella se acicalaba.
Eran nítidas fotos en blanco y negro. Parker tuvo la sensación de que ella siempre vestía de rojo. En una concentración contra el Ku Klux Klan lucía un casquete. Los hombres se apiñaban en torno a ella. No era una mujer de una belleza clásica. Sabía aprovechar lo que tenía.
El casquete debía de ser rojo. Ella parodiaba sus propias inclinaciones. Se distanciaba de las causas que defendía.
Sacaba sobresalientes en la Universidad de California en Los Ángeles. Estudiaba música, literatura y ciencias políticas. Sus profesores introducían comentarios en sus informes académicos. Mencionaban la «lucidez» de sus exámenes de fin de trimestre. Dos profesores destacaban el nivel de su trabajo titulado «Beethoven y Lutero: el arte y Dios en ellos». Lo difundió una publicación de prestigio.
Carl Hull consiguió una lista de los libros que sacaba de la biblioteca. Parecía representativa. Biografías de sesgo izquierdista. Poesía romántica. Monsergas propagandísticas sobre la situación de la clase obrera.
Cuñas, fulcros, coerción.
Un azar afortunado.
¿Qué hacía esa joven con un poli como Lee Blanchard, un matón? El asunto del Boulevard-Citizens no era explicación suficiente. Carl Hull vio atestiguar a la señorita Lake en el juicio contra Bobby De Witt. El fiscal fue a la deriva hasta que ella subió al estrado. La señorita Lake prestó juramento entre sollozos. A partir de ahí el desenlace estuvo cantado.
Había hecho dos llamadas desde el despacho de Carl. Primero se puso en contacto con el FBI. Quería hablar con el supervisor del doctor Lesnick en los federales. El hombre en cuestión se había ido de pesca a Oregón. Tuvo que hablar, pues, con el agente especial Ward Littell.
Un azar afortunado.
Conocía a Ward de la iglesia. Ward era ex seminarista y tenía algo de defensor de causas perdidas. Ward no sabía nada de Lesnick. Ward le filtró un dato.
Los federales se disponían a investigar las escuchas telefónicas del edificio municipal. La maniobra tendría lugar a principios del 42. El ex jefe Hohmann había delatado al Departamento. Fletch Bowron nombró jefe de policía a Jack Horrall. El zoquete de Hohmann quería recuperar el cargo. Los teléfonos pinchados y los puestos de escucha eran un secreto a voces. Fletch y Llámame Jack eran falsos reformistas. Jack estaba metido en la mierda hasta el cuello. Jack tenía más mano que Jim Davis el Loco.
A continuación llamó a Sid Hudgens. Sid escribía para el MirrorNews. Sid confirmó las palabras de Ward Littell.
Art Hohmann era informante de los federales. El muy cabrón era un pleiteador desbocado. ¿Acaso  no lo serías, Bill? Jack el Gordo está en su poltrona.
Cuñas, fulcros, coerción.
Eran las 21.05. Parker cogió el teléfono y llamó a la Unidad Central.
–Homicidios, sargento Ludlow.
–Aquí Bill Parker, de Tráfico.
–Ah, sí. ¿Capitán?
–¿Está por ahí Lee Blanchard?
–Sí, capitán –respondió Ludlow–. Está echándose una siesta en el sofá de Dudley Smith.
–No lo despierte –ordenó Parker–. Y no le diga que he llamado. Ludlow dijo algo entre dientes. Parker colgó. La foto del equipo de vigilancia lo miraba radiante.
El casquete de la señorita Lake era rojo. Tenía que serlo.
Parker cogió el coche y se encaminó hacia el oeste por la calle Uno. Recorrió el dial de la radio, de noticiario en noticiario. No se hablaba más que de japos.
Los japos enfilan rumbo a Siam; los japos enfilan rumbo a Filipinas. FDR sigue manteniendo tensas conversaciones con enviados japoneses. Hirohito, el jefe japo, hace pedorretas.
Parker apagó la radio. La calle Uno desembocaba en Beverly Boulevard. Las luces navideñas titilaban en los jardines y perfilaban los marcos de las puertas. Una valla publicitaria de Schenley reavivó La Sed. Una valla publicitaria de Maytag lo puso a cien.
Una familia se maravillaba ante una cocina de gas encendida. La madre se parecía a la pelirroja de Northwestern. Joan no sé qué. Una rompehogares. Se escondía de Helen y se encendía por la pelirroja.
Parker dobló al norte por La Cienega. El Strip era una fiesta. Esquivó un camión de plataforma parado que repartía máscaras antigás. Unos marineros borrachos se ponían las máscaras y brincaban. Dos infantes de Marina se enzarzaban a puñetazos delante del Mocambo. Tropezaron y volcaron un árbol de Navidad artificial.
Hacia el norte por Wetherly Drive. El nido de amor de Lake y Blanchard, calle arriba a media manzana.
Funcional y elegante. Estéticamente ajardinado. No era la casa propia de un policía. Demasiado cara, demasiado buena.
En el camino de acceso Parker vio aparcado un Packard descapotable. Se detuvo detrás. En la casa había luz. Bocanadas de humo de tabaco se elevaban por encima de una terraza alta.
Parker se apeó y se desperezó. Se arregló el nudo de la corbata y se reacomodó la pistolera. Cruzó el porche y llamó al timbre.
Respondieron unas pisadas. Ella abrió de par en par.
Lo miró fijamente. Vestía un pantalón de tela de gabardina y una camisa blanca de hombre. Iba muy puesta para estar en casa.
–Bill Parker, señorita Lake. Esperaba poder robarle unos minutos. Ella consultó su reloj. Era de oro macizo. Calzaba zapatos oxford bicolores. Llevaba el pelo recogido con un broche de concha.
–Son las 21.41, capitán.
–Sí, ya sé que es tarde. Si molesto, puedo volver mañana.
Ella avanzó hacia él. Adoptó la pose de quien pretende obstruir el paso.
–¿Tiene que ver con Lee, pues? Eso que lleva en la manga es una insignia de la División de Tráfico. ¿Ha habido un accidente?
Tenía el dejo de las praderas. Parker notó que ella notaba el dejo de él. Ella podía perderlo o modificarlo. Era la viva imagen de la Afectación.
–El agente Blanchard está bien, señorita Lake. Se trata de otro asunto muy distinto. Espero despertar su curiosidad lo suficiente para que me escuche.
Ella se hizo a un lado. Él entró. El salón era un plató de cine. Paredes de color malva, sillones de orejas, chaise longues tubulares. Piezas de arte con mensaje izquierdista y un mueble bar cromado.
–Tiene una casa preciosa, señorita Lake.
Ella cerró la puerta.
–Lee fue un boxeador de éxito. También contó con buenos asesores financieros.
–Ben Siegel es un lince en cuestiones de dinero. No me cabe duda que asesoró personalmente al agente Blanchard.
Ella se apoyó en la puerta. La pose disimuló un mohín. Por un instante: falsa apariencia de niña temeraria y sofisticada.
–Todos hemos oído los rumores, capitán. Algunos de nosotros sabemos que no son ciertos.
Parker señaló una silla.
–¿Me permite?
Ella asintió y se acercó al mueble bar. Parker se sentó. Ella sirvió sifón en dos vasos y le llevó uno. Acercó una silla idéntica.
Entrechocaron los vasos.
–Por lo que venga a continuación –brindó ella.
Parker tomó un sorbo.
–¿Cómo lo sabía? Dígamelo.
–Asistí a la comida de Pascua que el alcalde Bowron ofreció al arzobispo Cantwell. Había barra libre. Usted vaciló entre una selección de bebidas alcohólicas y la bandeja de refrescos. Al final tomó agua con gas. Le vi en la cara una expresión de desi lusión y alivio a la vez.
–¿Siempre observa usted con tanta atención los momentos intrascendentes? –preguntó Parker.
–Sí. Y usted intuye que soy así, y por eso ha venido.
Parker empezó a sudar.
–¿Es usted de Sioux Falls?
–Sí. Y usted es de Deadwood.
–¿Y eso cómo lo sabe?
–Me lo dijo Elmer Jackson.
–¿Es usted amiga del sargento Jackson?
–Sí.
–¿Conoce los rumores que corren sobre él?
–Sí, y sé que son ciertos, en igual medida que los rumores sobre Lee no lo son.
El sudor se le acumuló en el nacimiento del pelo. La muchacha, la muy puñetera, se dio cuenta. Cruzó el salón y abrió la ventana.
Entró la brisa. Llegaban los bocinazos de Doheny. La muchacha, la muy puñetera, adoptó una pose relajada.
Estallaron fuegos artificiales. Él disfrutaba de una vista panorámica. Algarabía ilegal del ejército. Explosiones de color rojas, blancas y azules.
–Se avecina la guerra –dijo ella.
–Sí. ¿Qué opina al respecto?
–Yo veo los grandes acontecimientos como oportunidades. Quizá no sea esa mi mayor virtud.
Parker sonrió.
–¿Por ejemplo?
Ella se sentó y cruzó las piernas. Los calcetines cortos desentonaban con los oxford bicolores. Era una manera intencionada de decir «Jódete».
–Por ejemplo, la Gran Depresión. Me permitió salir de Sioux Falls. –¿Qué opina de la campaña en el frente oriental?
–Detesto a los alemanes y tengo sentimientos encontrados con respecto a los rusos, si es ahí adonde quiere llegar.
Parker se palpó los bolsillos en busca de tabaco. La muchacha se llevó una mano al bolsillo y le lanzó su propio paquete. Él cogió un cigarrillo y devolvió el paquete, también lanzándoselo.
Encendieron sus respectivos pitillos. Siguió un silencio de dos segundos. Se oyeron los zumbidos de los fuegos artificiales ilegales.
–No me ha preguntado a qué he venido.
–Estaba usted despejando embotellamientos. Estaba usted en el barrio y se le ha ocurrido pasarse por la casa de una mujer a quien no conocía.
–¿Ha terminado?
–No. Antes ha telefoneado a la Unidad Central. Quería asegurarse de que el agente Blanchard dormía en el sofá del sargento Dudley Smith.
Parker se agarró a la silla y miró alrededor en busca de un cenicero. La muchacha aplastó su colilla y le entregó el suyo. Las manos de ambos temblaron y se rozaron.
¿Ha terminado? –No, pero he aquí una respuesta alternativa. Hoy es sábado por la noche, y ha pensado que quizá yo no tenía ningún plan.
–¿Y por qué iba yo a pensar eso?
–¿Porque usted no tiene ningún plan? ¿Porque los rumores circulan en los dos sentidos? ¿Porque ha leído algún expediente sobre mí y ha hecho extrapolaciones?
Se sucedieron las detonaciones de los fuegos artificiales. Sunset Boulevard se iluminó. Varias parejas bailaban en un camión de plataforma.
Se miraron fijamente. La muchacha fue la primera en parpadear. Se inclinó al frente y arrancó el cenicero del regazo de Parker.
Él dio un respingo. Las gafas le resbalaron por la nariz. La muchacha señaló en dirección a la ventana.
–¿Qué celebran?
–La oportunidad.
–Ya. Eso sí me lo creo.
–¿Me enseña la casa?
Ella se puso en pie y simuló una reverencia. Parker la siguió. Vaya afectación: «Fíjate».
Arte quintacolumnista expresado con elegancia. El cubismo confluye con la opresión. Asombroso: ahí vivía un poli.
Subieron por la escalera. El pasillo del piso de arriba presentaba unas paredes de un rojo intenso e iluminación empotrada en el suelo. Había dibujos a lápiz pegados con cinta adhesiva al rojo. Hileras de mendigos en comedores de beneficencia, cuerdas de presos, obreros en huelga y cargas policiales.
Ella entró en una habitación y pulsó un interruptor. La luz encuadró una naturaleza muerta: el rincón de un poli.
Una cama sin hacer. Un uniforme tirado y artículos de papelería en desorden. Un 38 Especial, esposas, una porra de muelle. Recortes enmarcados de los tiempos del Gran Lee en el boxeo.
La muchacha volvió a pulsar el interruptor. La habitación quedó a oscuras. Se detuvo en el pasillo excesivamente iluminado y lo miró. Adoptó una poseÉl cayó en la cuenta.
Ella estudiaba a las estrellas de cine y fotos al azar. Tomaba imágenes prestadas para mostrarse coherente. Se le daban extraordinariamente bien las apariencias. Sin ellas era maleable.
El cabello castaño rojizo, las paredes de un rojo intenso, la iluminación con focos. Ahora va a girar sobre los talones, eso sin…
Ella giró sobre los talones. Se dirigió a una puerta al otro lado del pasillo. Él la siguió.
La puerta estaba cerrada. Tenía un ojo de cerradura acoplado al pomo. Esa anomalía lo desconcertó.
Se detuvo junto a la muchacha. Ella sacó una llave y abrió la puerta. Era su habitación privada. Le había dado las pistas y se lo había reservado para el final.
Paredes de color rosa, mesa de dibujo con caballetes. Un piano vertical adosado a una pared. Bustos de Beethoven y Lutero.
Retratos a lápiz dispuestos en un estante. El tal Bucky Bleichert, ese peso semipesado tan escurridizo.
Parker lo señaló.
–Ha solicitado plaza en el departamento.
–Lo sé –dijo Kay Lake.
–¿Por qué él? Tiene usted a su propio boxeador.
–No está siendo sincero, capitán. Si va a decirme que echar un polvo está prohibido por el reglamento de la Policía de Los Ángeles, se lo explicaré de manera más provocadora.
Parker salió a la terraza. Sunset Strip era una fiesta. Soldados borrachos confraternizaban delante del Trocadero. Armaban jolgorio y agitaban bengalas. El tráfico era un caos y no lo arreglaría nadie hasta el final de los tiempos.
Se apoyó en la barandilla. Kay Lake salió y se acercó a él. Parker tenía una sensación de mareo.
Ella le dio un pitillo y lo encendió. Se encendió otro para ella.
–A veces me quedo aquí bajo la lluvia. Hay unos cambios de color magníficos.
Parker la miró. Olía a sándalo. Se había perfumado en el dormitorio. Afectación, apariencias: había percibido su propio sudor.
–¿Cuáles son sus planes inmediatos, señorita Lake?
–Voy a alistarme.
–¿En qué sección?
–La que tenga los uniformes más estilosos.
Parker sonrió.
–¿Está decidida?
Ella agitó el pelo.
–A menos que usted me ofrezca algo más tentador.
Parker tiró la colilla por encima de la barandilla. Cayó en el capó de su coche de policía y destelló.
–Hay teléfonos pinchados y puestos de escucha por todo el edificio municipal. Necesito que transcriba usted las grabaciones de las escuchas en la Unidad Central de Investigación. Tendrá que hacerlo allí mismo.
Kay Lake desplegó una sonrisa radiante.
No está siendo sincero, capitán. Yo diría que hay algo en esas grabaciones que quiere usted que yo oiga, y que tiene que ver con la amenaza que se reserva para más adelante.
Parker se sonrojó.
–Puede empezar el lunes por la mañana.
Ella negó con la cabeza.
–Si se asegura de que Lee no me verá, empezaré esta misma noche. Estallaron fuegos artificiales justo por encima de sus cabezas. El Strip se iluminó y el resplandor pasó de blanco a rosa.
–He visto una fotografía suya. Llevaba usted un casquete, y me preguntaba si era rojo.
Kay Lake entró en su habitación y volvió a salir de inmediato. Llevaba el casquete puesto.
Posó en la puerta. El casquete era de un inconfundible azul policía.
8
los ángeles / sábado, 6 de diciembre de 1941
Lee Blanchard roncaba. Ese muchacho vivía con una nena preciosa. Asombrosamente dormía en el edificio municipal.
Los ronquidos retumbaban en Homicidios. Por lo demás, la sala de la brigada estaba en silencio. Sin teletipos, sin barullo de teléfonos.
Dos chicos acababan de enloquecer. Un negro llamado Jefferson había despachado a un negro llamado Washington. Una negra llamada Lincoln había precipitado el suceso. Dudley desestimó el caso.
–Ahí os quedáis, muchachos. El Dudster estará a vuestro lado en el espíritu de la justicia imparcial.
Blanchard roncaba. El cubículo de Dudley era pequeño. Se oía el eco. Jack Webb, apoyado junto al teletipo, se hurgaba la nariz.
Dudley escribió una carta a Beth Short. «Aplícate con más disciplina en tus estudios, mi extraordinaria hija. Trae a ese amigo ciego tuyo, Tommy Gilfoyle, cuando vengas a finales de este mes. Te mandaré otro billete de avión. Quiero ver cómo le describes una película, ese magnífico truco tuyo.»
Seguía aún bajo los efectos de las benzedrinas. Un chico de los Hop Sing montaba guardia junto al vertido de cal y el violador borboteante. Envió rosas rojas a las cuatro mujeres violadas. Adjuntó un tierno saludo.
Blanchard roncaba. El muchacho era un cornudo permanente. Los rumores reverberaban.
Dudley cogió el Screen World. Las hojas estaban manoseadas. Había leído el artículo sobre Bette Davis un billón de veces. El papel estaba hecho jirones. La cara de Bette tenía un manchurrón de tinta.
Harry Cohn encontraba a Bette distante. Ella se negaba a dejar la Warner para pasarse a Columbia. Harry dijo:
–No lo entiendo, Dud. Esa mujer debe de ser antisemita.
–Todas las buenas mujeres lo son –afirmó Dudley–. Pero ¿no sois judíos todos los magnates del cine?
Harry soltó una carcajada. Harry era un hombre blanco honorario. Llevaba Columbia con el puño prieto. La doctora especialista en raspados de los estudios era una lesbi llamada Ruth Mildred Cressmeyer. Ruthie era propietaria de un antro de esclavas tortilleras, que regentaba a medias con Dot Rothstein, celadora de la Oficina del Sheriff. Ruthie la pifió en un raspado a la nena negra de Bill McPherson y perdió su licencia para ejercer la medicina. El hijo de Ruthie, Huey, organizaba atracos y asistía a reuniones de la Federación Germano-Americana. Huey era informante de Dudley. Huey esnifaba pegamento. Huey era un psicópata extraordinario.
Sonó su teléfono. Brilló el botón rojo: el teniente Thad Brown. Descolgó.
–¿Sí, Thad?
–Necesito un favor. No tiene mayor importancia, pero Blanchard y usted son los únicos hombres de que dispongo.
–Cuente con ello.
–Hemos recibido una queja por exceso de ruido en una fiesta en Highland Park: avenida Cuarenta y cinco, 2108. La comisaría del barrio está desbordada, y la Central anda escasa de efectivos. Ese caos en el tráfico provocado por el ejército tiene ocupado a medio turno de noche.
Dudley anotó la dirección. La comunicación de Brown se cortó con una ráfaga de interferencia estática. La Bella Durmiente se removió.
–Arriba con alegría, muchacho. Tenemos trabajo.
Blanchard se frotó los ojos. Dudley le dio un café. Blanchard bostezó como un perro.
Dormía con la chaqueta del traje puesta. Necesitaba un afeitado. Era un insatisfecho crónico. En el 39 dio un osado golpe y rescató a una doncella de moral dudosa. Desde entonces no había hecho una mierda.
Dudley cogió su pistolera. Guió a Blanchard a través de la sala y lo observó mientras se quitaba las telarañas. Bajaron en ascensor al garaje y cogieron un modelo K. Tomaron por Main, en sentido norte.
El reloj del salpicadero marcaba las 23.41. Blanchard bosteeeezó y abrió la entrada de aire de su lado.
–Benny no tardará en salir.
–Sí, muchacho, lo sé.
–Seguramente montará una fiesta.
–Se ha librado de la cámara de gas. Esa es una hazaña digna de celebrarse.
Blanchard encendió un pitillo.
–Se ha librado, sí, gracias a nosotros.
–No me obligues a tirarte de la lengua, muchacho. Completa el pensamiento que deseas expresar.
Blanchard se estremeció.
–Todavía veo su cara. La del canario, quiero decir. A veces tengo pesadillas.
Dudley bajó el cristal de la ventanilla. El aire fresco avivaba el efecto de la benzedrina.
–Tranquilo, muchacho. Mejor será que reserves tus remordimientos para quienes los merecen.
Blanchard tragó saliva y tiró la colilla. Dudley tomó por Broad way a través de Chinatown. Evitaron la autovía y tomaron por Figueroa en sentido norte. Reminiscencias del pasado: el instituto Nightingale.
Primavera del 38. Un maníaco sexual retiene como rehén a la profesora de gimnasia de las chicas. El maníaco la obliga a desnudarse en las duchas. Él entra sigilosamente y le vuela los sesos al maníaco. Envía flores a la rehén todas las navidades.
Atravesaron Mextown. Los noctámbulos jugaban a los dados delante de las cantinas. Atajaron por la avenida Cuarenta y cinco. Los cholos se esfumaron. Allí la calle era blanca y limpia.
Casas con armazón de madera, vistas de la autovía, un refugio de blancos. Esa fiesta ruidosa: más adelante, a la derecha.
En la casa todas las luces estaban encendidas. La música sonaba a todo volumen. Infantes de Marina e integrantes de la sección femenina de la Armada pegaban la hebra en el porche. Un suboficial servía ponche de una sopera. Las soldados agitaban banderines estadounidenses ensartados en palos.
Dudley aparcó. Blanchard se bajó y se desperezó.
–La poli –avisó alguien.
Alguien apagó la música.
Blanchard se acercó al porche. La jarana se interrumpió. Blanchard puso cara de «Chsss». Se oyeron risas nerviosas alrededor.
Un infante dijo:
–Yo a usted lo vi pelear contra un charol en Tijuana.
Blanchard saludó con una inclinación de cabeza. Una soldado le ofreció ponche. Blanchard lo despachó en un par de tragos y puso cara de «¡Uau!». En algún sitio las campanas de una iglesia dieron las doce de la noche.
Dudley se apeó del coche. Se desvaneció el eco de las campanadas. Le pareció oír algo.
Era un sonido débil y agudo. No era un ruido callejero procedente de Figueroa.
Blanchard cautivó a los palurdos. La soldado le rellenó la taza. Ese ruido penetrante. Como una superposición de violines.
Situémoslo: una casa a la derecha. Una construcción con armazón de madera. Cuidada. Dos plantas, porche cubierto. Sacó la linterna y se acercó. Unas siluetas cruzaron el porche.
Coyotes. Bestias de voz aguda.
Blanchard volvió haciendo eses hacia el coche. Dudley atravesó el jardín e iluminó el porche con la linterna. Los coyotes lamían el resquicio de la puerta.
La luz los espantó. Se dispersaron. Tenían el hocico teñido de un color rojo brillante.
Consultó su reloj. Eran las 00.02. Blanchard lo vio y se aproximó.
Dudley subió al porche.
Alumbró el resquicio. En efecto: sangre.
Salía por el resquicio. Sangre semicoagulada.
Blanchard accedió al porche de un salto. Despedía un tufo a ron barato. Dudley puso cara de «Chsss». Blanchard siguió con la mirada el haz de la linterna y le entró desazón.
Dudley sacó la pipa.
–Echa abajo la puerta. Ojo dónde pisas.
Blanchard eligió el punto menos sólido, a la altura de media jamba. Bastó una embestida para hacer saltar el cerrojo. La puerta se abrió de par en par. Salió una bocanada de hedor.
Un despliegue de sangre y carne.
–Entra, muchacho. Arrímate a la pared y busca un interruptor. Usa el pañuelo. Ojo dónde pisas, y no toques nada.
Blanchard se tapó la nariz y entró. Hábil como era, se pegó a la pared y avanzó de lado. La habitación de la entrada presentaba la oscuridad de plena noche. Blanchard pisó madera noble.
Luz.
Un plafón, bombillas potentes, una luz blanca que iluminó lo siguiente:
Un salón. Una alfombra persa de pared a pared. Empapada de sangre, inmersa en sangre. Sangre de cuatro infieles muertos. Una familia amarilla: papá, mamá, hija, hijo.
–Japos –dijo Blanchard.
Estaban en posición supina. Estaban eviscerados. Estaban totalmente destripados. Sus vísceras desparramadas por el suelo. Yacían los cuatro al través. Parecían haber sido colocados en esa posición. Cuatro espadas impregnadas de sangre yacían junto a ellos.
Hojas largas y curvas. Gruesas empuñaduras de cuero. Espadas tradicionales japonesas.
Blanchard salió tambaleante. Dudley lo oyó vomitar, se arrimó a la pared y circundó el salón. Observó a los japos.
El papá rondaba los cincuenta y se mantenía en forma. Bronceado, manos recias: japo de extracción campesina. La mamá, regordeta, era de la misma edad que el papá. El hijo tenía unos veintidós o veintitrés años. Era musculoso. Llevaba un insolente corte de pelo a lo hispano. La chica era esbelta, de unos dieciséis años.
Tradición japonesa. Seppuku, harakiri, suicidio ritual. El deshonor impone la autoaniquilación.
Blanchard asomó a la puerta. Le temblaban las rodillas. Una música movida empezó a sonar en la casa contigua.
–Avisa a la Unidad Central y al laboratorio –ordenó Dudley–. Informa al teniente Brown de lo que hemos encontrado y deja un mensaje al jefe Horrall para que actúe a su discreción. Haz venir a Ray Pinker, y pídele que traiga al joven y brillante doctor Ashida.
Blanchard habló a través del pañuelo.
–¿Y si peinamos el vecindario? O sea, si preguntamos de puerta en puerta.
–No viene al caso, muchacho. Diría que se trata de un suicidio. Pídele a Pinker que llame al depósito de cadáveres y avise a Nort Layman. Tiene mucho ojo para determinar la causa de la muerte.
–¿Y la comprobación de antecedentes? ¿Se ocupará usted? Dudley se sentó en cuclillas en la estrecha franja de suelo desnudo. –No son criminales en el sentido clásico de la palabra. Con los infieles trastornados que aparentemente se adhieren a las leyes del hombre blanco no se hace «comprobación de antecedentes». Coge al dueño de la casa de al lado y averigua qué sabe. Llama al empleado de guardia del Registro de la Propiedad. Averigua quién es el dueño de esta casa y cuánto hace que la tienen los japos en alquiler o propiedad.
Blanchard se marchó. Dudley sacó el bloc y la pluma.
Dibujó el salón. Midió a ojo la alfombra y las franjas de suelo desnudo. Dibujó un sofá y dos sillones. Las patas estaban impregnadas de sangre hasta la mitad de su altura. Calculó unos cinco centímetros.
Decoración de las paredes:
Fotos en sepia de japos muertos hacía mucho tiempo y un mapa de Japón enmarcado. Una apariencia de cordura en la vida familiar.
Un comedor lindaba con el salón. Dudley dibujó la mesa, las ventanas y las sillas. La sangre derramada no llegaba por poco al comedor. La alfombra del salón la había absorbido toda.
Tenían las bocas abiertas. Murieron intentando tomar aire. Se colocaron ellos mismos en esa posición, uno al lado del otro.
Tendió la mano e hincó el dedo en el brazo del papá. Estaba rígido. El rígor mortis ya se había iniciado.
Entró en la cocina. Estaba toda alicatada de blanco.
Los platos se hallaban amontonados en un escurridor. Comida japonesa en la nevera. Verdura, arroz, anguilas y calamares.
Dudley dibujó la cocina y el lavadero. Suelo de linóleo, lavadora, tendedero interior. Ropa húmeda colgada de las cuerdas. ¿Por qué hacer la colada el día que uno se suicida?
Subió por la escalera y se detuvo en el pasillo del piso de arriba. Dos habitaciones, a la izquierda. Una habitación, a la derecha. En las paredes, retratos de japoneses muertos hacía mucho tiempo.
Entró en la habitación de la izquierda más cercana. Era la de la chica. Era puramente femenina al estilo japonés.
La chica dormía en una esterilla de bambú. La chica tenía una maceta con un bonsái en su mesa. Tenía peluches de ojos oblicuos. Sus armarios contenían kimonos y la indumentaria normal de una estudiante.
La puerta que comunicaba con la habitación contigua estaba asegurada con un candado. Eso le chocó. Salió al pasillo para ir a la habitación contigua. Era puramente masculina al estilojaponés.
El chico muerto ofrecía cierto aspecto de rebeldía. Lucía ese corte de pelo a lo hispano. Pongamos: la chica cerraba con candado la puerta entre las dos habitaciones para que él noentrara.
Las puertas del pasillo tenían cerradura. Dos cerrojos significaban que ella podía encerrarsedentro.
La habitación del chico: rebeldía, y algo más.
Dos palos de golf apoyados en un rincón. Un banderín del instituto Franklin por encima de la cama. Cómics desperdigados. Observemos los espías nazis en las portadas.
Una jarra junto a la cama. Emanaba un tufillo a meados.
Las habitaciones de la señorita y el señorito no tenían váter. No estaba garantizada la intimidad de quienes allí cohabitaban.
Dudley registró el armario y la cómoda. Se reveló lo siguiente: Ropa masculina inocua. Un jersey con la inicial del Fran klin. Cuatro trajes a la última moda. Más cómics. Dos navajas plegables. Revistas de chicas desnudas y suspensorios forrados.
Examinó los suspensorios. Constituían el forro banderines japoneses y ropa interior femenina. Se correspondía con la ropa interior de la hermanita.
Quedaba una habitación: el dormitorio de los papás.
Entró. Echó un vistazo al baño. Vio cuatro cepillos de dientes en un soporte. Por encima del lavabo, en una repisa, vio brillantina de la que usaban los pachucos.
Echó un vistazo al dormitorio. Vio un papel pegado con cinta adhesiva a la pared.
Dos líneas. Caracteres japoneses. La evidente nota de suicidio.
El armario estaba hasta los topes. La mamá llevaba kimonos. El papá prefería los petos y la indumentaria propia de un caudillo japo. Había una cómoda encajada en el armario. Dudley abrió el cajón superior.
Observemos: fajos de yenes japoneses y marcos alemanes. Observemos: un panfleto titulado «El opresor de Los Ángeles».
Dudley lo hojeó: ocho páginas. Era una sarta de idioteces polémicas.
El «señor Autor Anónimo» arremetía contra el furor antijaponés.
Achacaba la culpa a «fakkkciones kkkorruptas de la maquinaria política de Los Ángeles». Al servicio de la causa: «polis kkkorruptos del Departamento de Policía y la Oficina del Sheriff». Vapuleaban al alcalde Fletch Bowron. El sheriff Gene Biscailuz recibía un buen varapalo. El ex jefe Jim Davis y el jefe C. B. «Jack» Horrall se llevaban la peor parte. El autor despotricaba contra los judíos, los ingleses y los chinos.
Entró Blanchard, con el bloc y una Lucky Lager en mano. Abajo ya había metido la pata. Tenía los zapatos manchados de sangre.
–La familia se apellida Watanabe. El papá se llama Ryoshi. La mamá se llama Aya, y los hijos se llaman Nancy y John. La casa está a nombre del papá. Tiene una explotación agrícola en el Valle, igual que todos los japos que no se dedican a la venta ambulante de baratijas o tienen un pesquero en San Pedro. El vecino de al lado dice que son japos decentes que se mantienen a distancia de los blancos y llevan una vida reservada, y supuestamente son los únicos japos de Highland Park.
Fuera se oyeron portazos. Dudley fue a la habitación de Johnny y miró por la ventana. Los pasajeros de dos coches: Ray Pinker, Nort Layman. El joven Ashida y el teniente Thad Brown.
Corrieron hacia la casa. De abajo llegó un atronador «Joder». Entró Blanchard, el muy aprensivo. Toqueteó los cómics de Johnny. Eructó la Lucky Lager.
Dudley le quitó la botella.
–Vete abajo y haz subir al japo. Mueve el culo, Leland.
Blanchard salió pitando. Dudley entró en la habitación de los papás. Dudley observó la nota:
Entró el japo. Era la 1.30. Iba acicalado y tenía los ojos muy despiertos.
–¿Sabe leer en japonés, doctor Ashida?
–Sí, sargento.
Dudley le señaló la nota. Ashida la observó.
–«El inminente apocalipsis no es obra nuestra. Hemos sido buenos ciudadanos y no sabíamos que se avecinaba esto.»
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7 de diciembre de 1941
9
los ángeles / domingo, 7 de diciembre de 1941
–Una nota de suicidio, seguramente –dijo Dudley Smith.
–Sí, es muy probable.
–¿Es usted nisei, doctor Ashida?
–Sí, sargento.
–¿Tiene usted algún conocimiento derivado de su extracción cultural que pueda servir para ilustrarme a este respecto?
Había algo en la posición de los cuerpos que resultaba anómalo. La casa se veía demasiado ordenada. A menudo el caos doméstico precipitaba el seppuku. Debería haber más desorden.
–La nota, más que reconocer la deshonra o la vergüenza, la justifica –dijo Ashida–. El «inminente apocalipsis» es ambiguo. En los suicidios en grupo japoneses, las notas suelen ser más concretas y poner de relieve el concepto de recuperación de la honra.
Dudley Smith sonrió. Era alto y estaba en forma. Tenía los ojos castaños y pequeños. Su sedoso acento irlandés seducía a los sospechosos. A eso seguía la cámara de gas.
–Agradezco sus comentarios. Tengo la intención de quedarme en esta habitación y reflexionar sobre ello mientras usted presta sus servicios abajo.
Ashida inclinó la cabeza y se dirigió a la escalera. Percibió el hedor: efluvios de fluidos viscerales en el aire estancado. Bajó al salón. Blanchard y Brown se mantenían a cierta distancia de la alfombra. Pusieron cara de «Aagh» y encendieron sendos pitillos.
Ray Pinker fotografió los cadáveres. Nort Layman examinó los cadáveres. Calzaba unas botas de goma que le llegaban a las rodillas. Iba bien preparado para la podredumbre líquida.
–La chica me gusta –comentó Blanchard–. Si estuviese vivita y coleando, le echaría un clavo.
–Puede que esto vaya para largo –dijo Brown–. ¿Crees que Ace Kwan podría mandarnos algo de manduca?
–Los Hop Sing y las Cuatro Familias andan otra vez a la greña –contestó Blanchard–. Ace bastante ocupado está ya.
–Dudley tiene tratos con Ace –dijo Brown–. Él nos conseguirá algo para jalar.
–No le diga a Ace que tenemos aquí a unos japos muertos. Los japos y los chinos mantienen una enemistad histórica.
Dos empleados del depósito de cadáveres entraron cargados de cubiletes para muestras de sangre. Layman anotó la hora y la fecha en etiquetas adhesivas. Los hombres del depósito llevaban guantes de goma y portaban paletas metálicas. Layman señaló a los fiambres.
–Despejen el camino alrededor. Sellen los cubiletes con cinta. Conserven la sangre en frío, para que yo pueda echar un vistazo a las células.
Los hombres del depósito se pusieron manos a la obra. Recogieron cuajarones de sangre y los envasaron de cualquier manera. Layman les lanzó otros cuatro cubiletes. La sangre estaba ya totalmente cuajada. Se desprendía semiseca.
Un hombre abrió un camino hacia Ryoshi Watanabe. Un hombre abrió un camino hacia Johnny. Llenaron seis cubiletes de sangre. Se ensartaron los cubiletes en los brazos por las asas y, cargando con ellos, abandonaron la alfombra.
–Joder –exclamó Blanchard.
Layman se acercó a los cadáveres. Cogió las espadas. Las dejó en la alfombra. Dio la vuelta a los cadáveres y les bajó los pantalones, las faldas y la ropa interior. Pinker le lanzó cuatro termómetros unidos por una goma elástica. Layman los insertó en los rectos y cronometró los segundos con su reloj de pulsera.
Ashida los cronometró con su propio reloj. Layman retiró los termómetros y miró las temperaturas. Hizo una seña a los hombres del depósito: «Ya podéis iros». Se largaron a su coche fúnebre a toda prisa.
Layman tosió.
–Calculo que llevan muertos unas diez horas. Como están destripados, la comida de los intestinos podría haberse dispersado parcialmente entre la sangre, sobre la alfombra. Si consigo determinar la fase de la digestión, podré precisar más la hora de la muerte.
Los hombres del depósito entraron cuatro camillas metálicas con ruedas. Tenían los bordes manchados de sangre. Pinker, de pie junto a los cadáveres, sacó fotos de los cuerpos en posición prona.
–Es un suicidio –dictaminó Brown–. He hablado con el jefe. Ha dicho que despachemos el asunto y lo aparquemos.
Entró Dudley Smith.
–Me inclino a pensar que es un suicidio, pero ya lo determinaremos a su debido tiempo.
Los hombres del depósito se apoyaron en las camillas. Con una seña, Layman les indicó: «Adelante». Trabajaron en cadena. El hombre más cercano a los fiambres los levantaba. El otro hombre los agarraba y los balanceaba. Layman los extendía en las camillas, boca arriba.
Ashida observó. Ashida tragó saliva y habló.
–La práctica del seppuku conlleva una comida ritual poco antes del destripamiento. El doctor Layman debería poder determinar la cantidad de comida presente en el aparato digestivo.
Layman se echó a reír.
–Este chico me cae bien. Podría llamarme «Nort», pero me llama «doctor».
Pinker se echó a reír.
–Él también es doctor. Nada menos que por Stanford.
Blanchard hizo un gesto masturbatorio. Dudley Smith guiñó un ojo a Ashida.
Este sintió agitación. Le flojearon las piernas. Ocho hombres blancos lo miraban.
Se acercó a las camillas. Se calzó unos guantes de goma. Los hombres del depósito lo miraron como preguntando: «¿Quién es este tipejo?».
Ashida dio la vuelta a Ryoshi. Sí: intuición confirmada. Ashida dio la vuelta a Johnny. Sí: otra vez. Ashida dio la vuelta a Aya y a Nancy. Sí: otra vez, otra vez.
Tenía la palabra. Lo miraban atentamente ocho hombres blancos. –Vemos marcas de vacilación justo por debajo de las incisiones de entrada. No es de extrañar, dada la enormidad del acto. Lo anómalo es la similitud de las marcas, dado que presuntamente las cuatro personas se evisceraron ellas mismas. En los casos de seppuku, las marcas de vacilación suelen ser incisiones rectas y descendentes. En estos cuatro casos, los desgarrones se desplazan lateralmente, como si estas personas forcejearan o se resistieran al impulso de matarse, de un modo que no refleja mediante pruebas ninguna publicación criminológica.
Pinker y Layman se acercaron. Ashida señaló las marcas en Nancy y Johnny. Layman apartó escamas de sangre. Pinker dejó escapar un silbido.
–El chico tiene razón –dijo Layman.
–Detecto algo anómalo en la posición de los cuerpos. He visto fotos de seppuku en grupo en manuales japoneses. Invariablemente, los miembros de una misma familia intentan abrazarse entre sí mientras mueren, a pesar de que su intención original era quedarse uno al lado del otro. Los cadáveres siempre aparecen amontonados.
Dudley Smith encendió un pitillo.
–Digamos que atribuimos las marcas de vacilación al papá. Temía que su mujer y sus hijos flaquearan en el último momento y fueran incapaces de hundir la hoja. Él les guió la mano, los mató, dispuso los cadáveres y se mató él. Vaciló él mismo porque el acto de matar a su familia lo había alterado.
–Sí, es verosímil –contestó Ashida.
Brown se encogió de hombros.
–Estamos ahondando más de la cuenta. Ha sido un suicidio, por Dios.
Blanchard soltó una carcajada.
–Esto vale un artículo de última página en el Mirror: «Japos muertos en Highland Park. El Emperador llora».
Dudley Smith terció:
–Pídele disculpas al doctor Ashida, Leland. Basta con que digas: «Lo siento, señor».
Blanchard se miró los zapatos.
–Lo siento, señor –dijo Blanchard.
Ashida se miró los zapatos. Layman sacó una petaca. Pinker la aceptó, echó un trago y la hizo circular. A Ashida le llegaron los posos.
Uno de los hombres del depósito se rió. Brown se rió. Ashida se rió. Dudley señaló las espadas y los fiambres.
–Les tomaremos las huellas y llevaremos a cabo comparaciones. Necesitamos establecer qué mano tocó qué arma.
Pinker movió la cabeza en un gesto de negación.
–Las empuñaduras son de cuero rugoso. Ese material no retiene las huellas.
–Espolvoreen las hojas –dijo Layman–. Quizá encontremos algo. Ashida abrió su estuche de pruebas. Encima: polvo dactilográfico, tinta dactilográfica, pincel dactilográfico, tarjetas dactilográficas.
Dejó el estuche en la camilla de Ryoshi. Examinó los cuatro pares de manos. Los cadáveres presentaban ya rígor mortis. Tenían los dedos contraídos. Así posiblemente sería difícil hacer rotar el dedo para estampar las huellas.
Pinker abrió su propio estuche. Layman cogió las espadas. Dudley se acercó y se situó junto a Ashida. Cruzaron una mirada. Pareció telepática.
Ashida agarró la muñeca izquierda de Ryoshi. Dudley dobló los dedos y los partió. Los huesos se troncharon con un chasquido audible. Ashida consiguió una superficie de impresión estable.
–Joder –dijo Blanchard.
–Ahora no te me andes con remilgos, hijo –intervino Brown. Ashida entintó los cinco dedos. Ashida hizo rotar las yemas en una tarjeta dactilográfica y consiguió una estampación perfecta.
–Madre mía –dijo Blanchard.
Pinker y Layman se ocuparon de las espadas. Dudley rompió los dedos de la mano derecha a Ryoshi. Ashida los entintó, los hizo rotar y consiguió una estampación perfecta.
En el salón subió la temperatura. Ashida empezó a sudar. Dudley partió los dedos a Aya. Dudley partió los dedos a Johnny y a Nancy. Los huesos se troncharon con un chasquido. Las astillas traspasaron la piel.
Ashida entintó los dedos. Ashida hizo rotar los dedos. Ashida consiguió una estampación perfecta. Dudley le guiñó un ojo. Ashida sintió su propio rubor.
Pinker y Layman sostenían en alto las espadas. Estaban espolvoreadas, desde la empuñadura hasta la punta. Pinker dijo:
–No hay huellas latentes. Solo manchas borrosas y huellas de guante de piel suave.
Blanchard dejó escapar un silbido.
–Joder, es un homicidio.
–No necesariamente –dijo Brown.
–Alguien podría haber tocado las hojas con unos guantes puestos –apuntó Pinker.
–Revuelve la casa, Leland –ordenó Dudley–. Buscamos unos guantes de piel suave. No guantes de trabajo de piel tosca ni guantes de mujer. Ahora partimos de supuestos.
Blanchard salió pitando. Brown sacó una petaca. Layman la aceptó, echó un trago y la hizo circular. Dudley se la entregó a Ashida. Este echó un trago. El alcohol desencadenó la inspiración.
–Existe una tradición samurái conocida como «suicidio cómplice». Los patriarcas deshonrados emplazaban a amigos íntimos o sacerdotes sintoístas para ayudarlos a matarse ellos y a matar a sus familias. Eran quienes en realidad hundían la hoja.
–Está pensando que eso explicaría las marcas de vacilación y la posición de los cadáveres –dijo Brown.
–Sí, pero falta un detalle. El cómplice siempre deja retratos de la familia junto a los cuerpos.
Brown cabeceó.
–¿Qué hago yo aquí? Soy un policía de alto rango.
Layman cabeceó.
–Con lo revuelto que está el mundo ahora, nada necesitamos menos que un homicidio de japos.
Dudley sonrió a Ashida.
–Como aislacionista a ultranza, debo coincidir.
Arriba resonaron unas fuertes pisadas. A continuación se oyeron rozamientos.
–¡No hay guantes de piel! –informó Blanchard a voz en cuello–. ¡He encontrado guantes de tela, eso es todo!
Ashida notó los efectos del alcohol. El salón estaba atestado. Hombres blancos con el aliento cargado. Humo de tabaco. Cuatro japoneses muertos.
–Una cosa más. Los cuatro miembros de la familia vestían prendas de lana suave de cintura para arriba. Si el señor Watanabe prestó ayuda en los suicidios de los otros tres, tuvo que situarse detrás de ellos para empuñar las espadas, y por tanto tal vez dejara fibras de tela distinta en la parte posterior de los otros. Una quinta persona, un cómplice en el suicidio o un homicida, podría haber dejado fibras de tela distinta en las cuatro personas, incluido el señor Watanabe.
Se sucedieron gestos de asentimiento. Sí, lo captamos… pero. Pinker lanzó una linterna a Ashida. Alineó las camillas y colocó a los fiambres de costado. Los hombres del depósito retrocedieron. Ashida se puso a ello con las dos manos ocupadas: linterna y lupa.
Empezó por Nancy. Esta vestía una blusa fina de lana con copos de nieve bordados. Ahora de cerca. Sí, ahí: fibras de una tela distinta, más claras. Ásperas, teñidas de un color vivo. Sí: lana de Shetland malva.
A continuación pasó a Aya. Su blusa era de una mezcla de algodón y lana. Ahora de cerca. Sí: fibras idénticas, en la parte superior de la espalda.
Ashida sudaba copiosamente. Se secó las manos en la chaqueta del traje y volvió a empuñar sus herramientas. Johnny vestía una camisa de franela. Ahora de cerca. Sí: fibras de lana de Shetland malva, con florituras.
Ryoshi vestía una chaqueta de punto fina. Ahora de cerca: confirma o refuta la tesis…
Sí. Fibras de lana de Shetland de color malva, por toda la espalda. Ashida se enjugó la cara.
–Hay fibras idénticas en los cuatro. Son fibras de un jersey muy corriente, así que la conclusión está clara: es lana de Shetland teñida de malva.
Entró Blanchard. Se lo veía más contento que unas pascuas. Se había llenado los bolsillos de cómics.
Dudley lo cogió por banda.
–Revuelve otra vez la casa, muchacho. Busca prendas de lana de Shetland de color malva. El malva es un tono morado claro, por si las dudas.
Blanchard se dio media vuelta.
–Quiero fotografías –dijo Dudley–. Creen una perspectiva de toda la casa. Veamos si hemos pasado algo por alto.
Pinker revolvió en su estuche. Sacó flashes y película. Ashida revolvió en su estuche. Sacó unas pinzas y un sobre. Escribió en la solapa: «Watanabe/Avenida 45, 2.17 horas, 7/12/41».
Pinker tomó fotografías posteriores. Sacó primeros planos de las fibras, en los cuatro cadáveres. Brown y Layman salieron al porche y encendieron sendos pitillos.
Ashida desprendió las fibras con las pinzas y las metió en el sobre.
Blanchard trajinaba ruidosamente en el piso de arriba.
–¡He buscado en todos los cajones y armarios! –informó a voz en cuello–. ¡No hay nada que se le parezca!
Dudley observó trabajar a Ashida. Ashida extraía fibras con las pinzas. Las repartió en cuatro sobres. Pinker blandió su cámara. Significaba: «Marchando». Ashida cogió su estuche de pruebas.
Tanda de fotos.
Pinker tomó las instantáneas. Ashida cargaba con la película y los flashes. Actuaban deprisa. Dudley los seguía. Disparaban, recargaban, disparaban. Los flashes usados le quemaban las manos a Ashida. Los echaba al interior de su estuche.
Tanda de fotos.
Salón, comedor, cocina. Una galería de servicio y ropa húmeda en un tendedero.
El detalle mosqueó a Ashida. ¿Por qué hacer la colada en un día como este? ¿Descarta ese detalle el seppuku en buena lógica?
Tanda de fotos.
De allí fueron al pasillo. Foto del suelo, foto de la pared, foto del techo…
Ashida bajó la mirada. Pinker alzó la mirada. Advirtieron limaduras de metal en el suelo. Advirtieron un pequeño orificio, justo encima de ellos.
El suelo –dijo Ashida.
El techo –dijo Pinker.
Dudley lo vio. Miró arriba y abajo.
–Eso me resulta interesante –comentó.
Ashida se acuclilló junto a las limaduras. Tenían que ser el fileteado residual de un silenciador. Se parecían a las limaduras del atraco a la farmacia.
–Sargento, ¿ha leído mi informe sobre el 211 en la farmacia?
–Sí, doctor. La exposición era brillante y abundaba en hipótesis. Según usted, es posible que el malhechor que rozó el expositor de libros no fuera el policía militar violador.
Ashida asintió. Recogió las limaduras y las metió en un sobre. Escribió en la solapa: «Watanabe / Avenida 45, 2.42 horas, 7-12-41». Pinker señaló el techo. El orificio tenía el diámetro de una bala.
Dudley puso cara de «Ustedes primero». Subieron a toda prisa por la escalera. Cubría el pasillo una alfombra alargada. Dudley la cogió por el ángulo más cercano y tiró. La alfombra voló.
Dudley la echó a un lado. Ahí, en una tabla del suelo: dos fragmentos de bala.
Ashida fue el primero en llegar. Se arrodilló muy cerca. Apro ximó su lupa.
Los fragmentos concordaban con los fragmentos de la farmacia. Se correspondían con total o casi total seguridad. No era una coincidencia.
Pinker se arrodilló muy cerca.
–Es una Luger equipada con recogecasquillos. He leído tu último informe, Hideo. Sé que has vuelto a verificarlo en el laboratorio. Solo hay una discrepancia. Esta bala tenía que proceder de un lote de munición distinto. Podría aplastar estos fragmentos con la mano.
Dudley se arrodilló muy cerca. Cogió los fragmentos y los aplastó. Metal en polvo se escurrió entre sus dedos.
Bajó. Pinker se quedó boquiabierto. Ashida creyó entenderlo. Le trajo a la memoria su conversación con Buzz Meeks. Le trajo a la memoria la luz verde en el caso del violador del ejército.
Pinker permaneció boquiabierto. Ashida bajó. Oyó voces en la cocina. Se arrimó a la pared del pasillo.
–Quizá sea nuestro asesino, quizá no –dijo Brown–. Probablemente lo único que tenemos es el mismo hombre con un arma de fuego que probablemente es la misma en dos ubicaciones distintas en el mismo día. Quizá es un violador, quizá no. No nos consta que fuera él quien dejó esas fibras en la farmacia. Sí, eran fibras del brazalete de un policía militar, pero ¿y qué? Si piensan que nos hallamos ante una acumulación de delitos, violación / robo / homicidio, es muy posible que tengan ustedes razón… pero, desde luego, también pueden estar metiendo la pata hasta el cuello.
–No puede ser una acumulación de delitos –dijo Dudley–. Nort Layman nunca la caga con la hora aproximada de la muerte.
–Póngame al corriente de la situación a grandes rasgos, Dud –dijo Brown.
–Identifiqué al violador a partir de una foto de archivo –respondió Dudley–. Jack Horrall me dio luz verde. Mis chicos y yo matamos a ese hombre ayer a las tres y media de la tarde. Él no podría haber matado a los japos.
Ashida se estremeció. Se desencadenó otra inspiración. Introducción a las Ciencias Forenses: «Las intuiciones  formarán un todo coherente».
Deutsches Haus, calle Quince Oeste. Ese informe de la Brigada Antisubversión. Es un lugar de reunión de pronazis. Presuntamente trafican con Lugers y silenciadores.
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La carne, el diablo y el confesionario. El Kama Sutra de la Iglesia – Guy Bechtel
El mundo de los trovadores. La sociedad Occitana medieval (entre 1100 y 1300) – Linda M. Paterson
Emperador y sacerdote: estudio sobre el “cesaropapismo” bizantino – Gilbert Dagron
Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval – Ernst H. Kantorowicz
El soberano pontífice. Un cuerpo y dos almas: la monarquía papal en la primera Edad Moderna – Paolo Prodi
Bizancio y Venecia. Historia de un Imperio – Giorgio Ravegnani
Bizancio y el mundo ortodoxo – Alain Ducellier, Michel Kaplan, Jadran Ferluga, Jean-Pierre Arrignon, Antonio Carile, Catherine Asdracha, Michel Balard
Magia, brujería y superstición en el Occidente medieval – Franco Cardini
Esclavos y sirvientes en las sociedades mediterráneas durante la Edad Media – Jacques Heers
La aristocracia medieval. El dominio social en Occidente (siglos V-XV) – Joseph Morsel
La Edad Media y el dinero. Ensayo de antropología histórica – Jacques Le Goff
Mujeres del siglo XII (3 tomos) – Georges Duby
Reyes y siervos y otros escritos sobre la servidumbre – Marc Bloch
En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media – Norman Cohn
Señorío y feudalismo – Robert Boutruche
Vísperas sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII – Steven Runciman
Historia ilustrada de la moral sexual – Eduard Fuchs
Los sueños en la Antigüedad tardía. Estudios sobre el imaginario de una cultura – Patricia Cox Miller
Jesús. La historia de un viviente – Edward Schillebeeckx
Carne de la Pasión. Flagelantes y disciplinantes. Contexto histórico y psicológico – Patrick Vandermeersch
El nacimiento del cristianismo. Qué pasó en los años posteriores a la crucifixión de Jesús – John Dominic Crossan
Los Cínicos. El movimiento cínico en la antigüedad y su legado – R. B. Branham y M. O. Goulet-Caze (Eds.)
La lucha de clases en el mundo griego antiguo – G. E. M. de Ste. Croix
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 – Hugh Thomas
El hombre ante la muerte – Philippe Ariès

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Sófocles – Karl Reinhardt

Sófocles - Karl Reinhardt

Estado: impecable.

Editorial: Gredos.

Precio: $400.

Olvidada hasta finales del siglo XVIII y diversamente interpretada a lo largo del siglo XIX por la crítica romántica, el hegelianismo, Nietzsche y la primera filosofía alemana, la obra de Sófocles fue recuperada en el siglo XX por la retórica de la «modernidad trágica», el existencialismo y el psicoanálisis. Karl Reinhardt se pregunta en este libro hasta qué punto las piezas sofocleas pueden proporcionarnos todavía un saber cierto del fenómeno trágico, y se inclina por dar una respuesta afirmativa, siempre y cuando se efectúe un riguroso análisis hermenéutico de la poesía griega. La voluntad de percibir los auténticos orígenes del hombre griego es el propósito fundamental de este trabajo. El magistral estudio (con prólogo de Carlos García Gual) de las siete tragedias completas que se conservan de Sófocles pone de manifiesto la complejidad de las relaciones humanas en el mundo griego o, como realidad primera, de los hombres con los dioses.
Karl Reinhardt (1886-1958) trabajó en las universidades de Bonn, Marburgo y Hamburgo, hasta que fue llamado en 1924 a la Universidad de Frankfurt. Allí enseñó Filología clásica hasta ser nombrado emérito en 1951, con excepción de los años 1942-1945, que pasó en la Universidad de Leipzig. Fue nombrado miembro ordinario de la Academia Sajona de las Ciencias y se le considera uno de los más representativos helenistas de su época.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
La muerte de la tragedia – George Steiner
Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental – Erich Auerbach
Séneca. Una introducción – Paul Veyne
Arcana Mundi. Magia y ciencias ocultas en el Mundo Griego y Romano – Georg Luck
El cuerpo y la sociedad. Los hombres, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo – Peter Brown
La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio – Pierre Hadot
Poesía y Filosofía de la Grecia Arcaica. Una historia de la épica, la lírica y la prosa griegas hasta la mitad del siglo quinto – Hermann Fränkel
Los Cínicos. El movimiento cínico en la antigüedad y su legado – R. B. Branham y M. O. Goulet-Caze (Eds.)
En los oscuros lugares del saber – Peter Kingsley

 

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Piano. La historia de un Steinway de gran cola – James Barron

Piano. La historia de un Steinway de gran cola – James Barron Jorge Luis Borges

Estado: nuevo.

Editorial: Alba.

Precio: $500.

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“¡Quién se imagina un piano al mirar un árbol!”, dice Enrique Rosado, uno de los lijadores de la sección de pulido de la fábrica Steinway & Sons. Rara vez nuestra imaginación se remonta al origen de las cosas – especialmente cuando nos procuran placer estético – y menos todavía nos preguntamos por su funcionamiento. Quizá no sea necesario saber cómo funciona un coche para conducirlo, o un piano para tocarlo, “pero, si no hubiera alguien que se ocupase de los misterios mecánicos, el coche no se pondrías en marcha y el piano no sonaría”. James Barron, intrigado por el origen y los “misterios mecánicos”, ha seguido paso a paso el proceso de fabricación de un piano Steinway de gran cola, desde que no es más que un conjunto de 18 listones de madera de arce sin ensamblar hasta, más de un año después, su debut en un festival internacional de música. Un proceso que conjuga dimensiones extraordinarias (bastidores de hirro que pesan 160 kg o cuñas de madera que miden 0`33 mm) y requiere habilidades maestras, y en el que intervienen los más puntillosos artesanos. Piano cuenta además la historia de la legendaria firma Steinway & Sons, desde su fundador, un ebanista alemán que hizo su primer piano en la cocina de su casa, hasta sus actuales propietarios, dos banqueros, y ofrece las claves de su histórico prestigio y de su férrea vocación “antiindustrial”. Éste es un libro fascinante y poético sobre las cosas y las personas de las que depende el arte.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles – Philip Norman
Los Beatles – Hunter Davies
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin
Paul McCartney. Hace muchos años – Barry Miles
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
John Lennon, mi hermano – Julia Baird / Geoffrey Giuliano
Lennon in america. 1971-1980, based in part on the lost John Lennon diaries – Geoffrey Giuliano (versión original en inglés)
John Lennon. La biografía de un genio – Jordi Tarda y Andy Peebles
Memorias de un Rolling Stone – Ron Wood
Como una moto. La vida galopante de John Belushi – Bob Woodward
Kurt Cobain – Christopher Sandford (versión original en inglés)
Monk – Laurent de Wilde
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Cash. La autobiografía de Johnny Cash
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis – Enrico Merlin y Veniero Rizzardi
Louis Armstrong. An extravagante life – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker – James Gavin
Wishing on the moon. The life and times of Billie Holiday – Donald Clarke (versión original en inglés)
Disfruta de mí si te atreves. Bessie Smith, Billie Holiday, Aretha Franklin, Janis Joplin, Tina Turner y las grandes mujeres que marcaron la historia del blues – Buzzy Jackson
Live at the Village Vanguard – Max Gordon (versión original en inglés)
La música es mi amante – Duke Ellington
El mundo de Duke Ellington – Stanley Dance
El Jazz. Su origen y desarrollo – Joachim E. Berendt
El jazz en el agridulce blues de la vida – Wynton Marsalis / Carl Vigeland
Los grandes del jazz. La música negra en un país blanco – LeRoi Jones
Hear me talkin` to ya. The story of jazz by the men who made it – Nat Shapiro and Nat Hentoff (versión original en inglés)
Brother Ray. Ray Charles´ own story – Ray Charles & David Ritz (versión original en inglés)
The arrival of B.B. King. The authorized biography – Charles Sawyer (versión original en inglés)
Jelly’s Blue. The Life, Music, and Redemption of Jelly Roll Morton – Howard Reich y William Gaines | Libros Kalish – Librería online
La rabia de vivir – Mezz Mezzrow con Bernard Wolfe
El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia – Ashley Kahn
My favorite things. Conversaciones con John Coltrane. Y una carta a Don DeMichael – Michel Delorme (ed.)
Rodrigo Superstar – Cicco
Discépolo. Una biografía argentina – Sergio Pujol
En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui – Sergio Pujol
Escuchando a The Doors – Greil Marcus
Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll – Greil Marcus
Escucha esto – Alex Ross
Música al límite. Tres décadas de ensayos y artículos musicales – Edward W. Said
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
Autonomía y gracia. Sobre las óperas de Mozart – Ivan Nagel
Pau Casals – Robert Baldock
Arnold Schönberg oder der Konservative revolutionär – Willi Reich (versión original en alemán)
As thousands cheer. The life of Irving Berlin – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Los grandes compositores – Harold C. Schonberg
El poseedor y el poseído. Handel, Mozart, Beethoven y el concepto de genio musical – Peter Kivy
Ludwig van Beethoven – Jean Massin y Brigitte Massin
Correspondencia – Federico Chopin
El sonido es vida. El poder de la música – Daniel Barenboim
Vida y arte de Glenn Gould – Kevin Bazzana
Glenn Gould a Life and Variations – Otto Friedrich (versión original en inglés)
Viena, una historia musical – Henry-Louis de La Grange
Jinetes en la tormenta. Mis años en los Doors – John Densmore

 

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El botón de Pushkin – Serena Vitale

El botón de Pushkin – Serena Vitale BorgesEl botón de Pushkin – Serena Vitale

Estado: nuevo.

Editorial: Muchnik.

Precio: $600.

Cuando se cumplen doscientos años del nacimiento del gran poeta ruso Aleksandr Pushkin, los detalles de su muerte, ocurrida cuarenta y ocho horas después de ser herido de muerte en un duelo con Georges d’Anthés, siguen fascinando e intrigando a los admiradores de su obra. Si los grandes poetas son una unión indisoluble de talento y fuerte personalidad, Pushkin lo es en grado sumo. De temperamento impulsivo, amante del juego y el riesgo, no era la primera vez que el escritor se batía en duelo y, sin embargo, las circunstancias que le condujeron a enfrentarse a un militar francés al servicio de Rusia, supuesto amante de su mujer, nunca han sido aclaradas.
Serena Vitale ha realizado en El botón de Pushkin un brillante trabajo de investigación, basado en cartas inéditas de los personajes involucrados, despachos diplomáticos e informes policiales. La autora plantea al lector un interesante y misterioso rompecabezas sobre los últimos meses, días y horas que precedieron a la muerte de Pushkin, y revela los datos de una trama que sólo podía acabar en tragedia. ¿Quién escribió la carta anónima que precipitó los acontecimientos? ¿Era realmente D’Anthés amante de la hermosa Natalia Goncharova, esposa de Pushkin?
La vida en los salones de San Petersburgo en los años treinta se presenta aquí como un incesante hervidero de intrigas, intereses políticos, seducción y traiciones, el perfecto escenario de una sociedad corrupta y asfixiante que acabó con la vida de un genio.
Pushkin va solo al muere
Juan Forn
Todavía hoy, cuando un ruso nombra al francés que mató a Pushkin en un duelo, dice: “D’Anthés, que su nombre sea maldecido tres veces”. Aunque en el fondo todos los rusos piensan lo que dijo Aleksandr Blok: “No fue la bala de D’Anthés lo que mató a Pushkin; fue la falta de aire”. Pushkin era un prisionero en jaula de oro (“El diablo me hizo nacer en Rusia con alma y talento”). El zar le prohibía salir de Rusia; el zar hacía personalmente de censor sobre cada página que Pushkin mandaba a imprenta; el zar seguía de cerca la suerte del poeta en cada uno de los veintiún duelos en que se batió; el zar lo obligaba a asistir a los bailes de la corte porque le gustaba posar sus ojos en Natalya Pushkina, la joven esposa del poeta, la mujer más hermosa de Rusia. Para garantizarse la presencia de Natalya en la corte, el zar nombró a Pushkin gentilhombre de cámara, un título de pacotilla que se daba a jovencitos lampiños de buena familia cuando estaban en edad de participar de los bailes imperiales. Pushkin mascó bilis, pero no tuvo más remedio que aceptarlo porque a su adorada esposa le gustaba bailar y él tenía deudas por ciento treinta y cinco mil rublos, cuando su sueldo era de cuatrocientos rublos al mes (el propio zar era su empleador: Pushkin debía escribir una biografía de Pedro el Grande, se le otorgó acceso irrestricto a los archivos imperiales, nadie contó mejor la historia de Rusia que él, en esos apuntes vibrantes y dispersos que quedaron truncos por la bala de D’Anthés).
Los gentilhombres de cámara tenían un uniforme verde y otro azul, según la velada que hubiera en la corte, pero Pushkin se presentaba con invariable levita negra. El zar le dijo una vez: “¡Existen reglas!”. Pushkin le contestó: “Creí que las reglas eran asunto de mujeres” (los rusos, igual que nosotros, llaman regla a la menstruación). Nadie sabía cómo tratar a Pushkin, salvo su joven esposa. Se ponía “negro como un africano” a la menor ofensa; sus carcajadas eran tan intensas que dejaban ver sus intestinos, llevaba siempre revuelto el pelo oscuro; su piel era olivácea, los dientes blancos como perlas, los ojos gris acero. No creía en Dios (“Cuanto más nos acercamos al cielo, más frío hace”); sólo creía en Rusia, en su pluma y su pistola. Pero cuando conoció a la joven Natalya perdió la cabeza (al pedir su mano, dijo a la madre de la joven: “Estoy dispuesto a morir por ella, aunque la idea de dejarla viuda, libre de escoger otro marido, es el infierno para mí”), aceptó por ella frecuentar la corte imperial y su atmósfera viciada e histérica, asistía a aquellos trances sólo de cuerpo presente, olímpicamente ajeno al murmullo que despertaban los giros de su esposa en la pista de baile, en brazos de diferentes galanes (“Tengo la desgracia de ser un hombre público, que es algo aun más arduo que ser una mujer pública”).
Por eso Petersburgo hirvió de rumores cuando se supo que Pushkin había desafiado a duelo a D’Anthés, el petimetre francés, oficial en los húsares del zar, que había tomado por asalto al sector femenino de la corte esa temporada (a una pregunta mordaz del conde Apraksin acerca de su éxito con las damas casadas, D’Anthés contestó famosamente: “Cásese, señor conde, y lo sabrá”). Es cierto que el francés cortejaba a Natalya con más intensidad que al resto de las damas de la corte, pero era bien sabido también que D’Anthés era protegido del embajador de Holanda ante el zar, el barón Heeckeren, que “no tenía esposa y no se le conocían relaciones con mujeres” y en cuya residencia confluían los jóvenes nobles adeptos al “vicio asiático”. D’Anthés, según las malas lenguas, sumaba conquistas sólo para el libidinoso regocijo del viejo Heeckeren. Sin embargo, cuando Pushkin recibió un anónimo (también enviado a todas sus amistades) donde se lo proclamaba Rey de la Orden de los Cornudos, envió sin pensarlo dos veces sus padrinos a D’Anthés, luego fue a una casa de empeños, obtuvo mil rublos por el juego de platería de su casa, con el dinero compró dos pistolas y se sentó a esperar.
Hasta el zar trató de intervenir para que Pushkin se serenara. El aterrado D’Anthés ofreció matrimonio a una de las hermanas de Natalya, para calmar al ofendido. El zar bendijo la unión, Natalya le juró y perjuró a su marido que nada había pasado entre ella y el francés, pero Pushkin quería un duelo, “lo más sangriento posible”, con el hombre que iba a vivir bajo su techo, casado con su cuñada. La corte imperial de Petersburgo estaba compuesta en partes iguales por nobles locales y por representantes de las distintas coronas de Europa. Cada noche, al volver de las veladas en palacio, cada uno de esos extranjeros enviaba a su rey un informe confidencial de lo oído en los corrillos de la corte. No por nada Pushkin dijo: “Los embajadores saben siempre más que el diablo. La diplomacia es el arte de saber qué sucede en casa de los demás y contárselo al patrón”. Una siciliana llamada Serena Vitale se tomó el trabajo de leer esa tonelada de papel disperso en archivos nacionales de toda Europa, se quemó las pestañas leyendo durante quince años y en su librazo El botón de Pushkin cuenta la historia como un apasionante folletín por entregas, seguido paso a paso por la corte de Petersburgo y todas las cortes de Europa, porque no se habló de otra cosa, aquel invierno ruso de 1837, que de Pushkin y su desesperante inmolación.
La primera vez que D’Anthés vio a la Pushkina entrar en un salón acompañada de sus hermanas, dijo: “Ella parece un poema y las hermanas, dos diccionarios”. Cuando la zarina intentó disuadir a Pushkin del duelo, él le contestó: “Las infidelidades son asunto de matronas rusas, los duelos son asunto de hombres”. Cuando los duelistas se dispararon uno al otro, Pushkin cayó primero y, al ver que D’Anthés caía, preguntó: “¿Está muerto?” y, cuando le contestaron que sólo estaba herido, maldijo y murmuró: “Habrá que recuperarse y volver a empezar”, mientras su pelliza de oso se teñía de rojo a causa de la sangre que perdía. Ya en el lecho de muerte, Natalya le preguntó: “¿Qué será de nuestros hijos ahora?”. Pushkin contestó que el zar velaría por ellos. Sus últimas palabras fueron: “Vete al campo, guarda luto dos años y cásate de nuevo, pero no con un bellaco”. El pope ruso enviado por el zar llegó cuando ya era tarde, pero nadie se animaba a corregir al monarca cuando decía: “Hemos logrado por suerte que muriera como un buen cristiano”. El zar había ordenado además que las arcas imperiales pagaran las deudas de Pushkin y que la viuda recibiera una pensión anual de quince mil rublos para criar a sus hijos (aunque sólo en los tres días posteriores a la muerte del poeta se vendieron casi cuarenta mil rublos de sus libros).
D’Anthés fue condenado sumariamente a la horca, pero el zar conmutó la pena por degradación a soldado raso y expulsión: despojado de su uniforme, fue trasladado hasta la frontera en camisa, en un trineo descubierto. Al otro lado de la frontera lo esperaba el barón Heeckeren (fueron felices, D’Anthés le dio nietos, nunca volvieron a Rusia). Dieciocho meses después de la muerte de Pushkin, el zar ordenó que Natalya volviera a la corte. Hay quienes dicen que “la honraba con sus atenciones” hasta que la casó con un general, unos años más tarde.
Algunos clásicos
Pier Paolo Pasolini
He releído en estos días, escogidos de una bonita y económica colección, Las almas muertas de Gógol, Novelas y cuentos de Pushkin, Eugénie Grandet de Balzac, y Madame Bovary de Flaubert.
Madame Bovary se publicó en 1856 (después de cinco años de trabajo). Hace más de un siglo. Sin embargo, podemos seguir ocupándonos de este libro como si se tratase de un problema actual. La pregunta que éste nos plantea es una pregunta elemental: «¿En qué se funda el derecho de un narrador a contar literariamente una historia?». Parecería poderse responder, por lo que respecta a Flaubert: «Porque otros ya lo han hecho». Madame Bovary no fue una invención: no tiene, desde luego, el aspecto de la primera novela de la historia. Esta reciente relectura mía no he conseguido acabarla, porque la novela me pareció «rehecha», y -aunque parezca increíble- no «rehecha» en 1856, como genial calco o mímesis de una narrativa irrepetible, sino «rehecha» mucho más tarde, después de Proust, después de Joyce, en una especie de restauración moderna, que viese el año 1856, aproximadamente, como una época «costumbrista».
El matrimonio de Charles-Denis-Bartholomé Bovary con la señorita Emma Bertaux parece una grande e bella secuencia de una película americana, quizá de Ford. Sin embargo, la primera aparición «real» de Emma en cuanto presencia física tiene el detalle (las manos «no lo bastante pálidas, un poco enjutas en las falanges») de una película un poco menos objetiva, vagamente intelectualista (una película francesa de 1940): aunque no carente de poesía. Tiene razón Moravia, que -también él en una reciente relectura- encuentra a Emma “desunida”, hecha de muchas partes y sustancialmente escindida. ¿Sabía o no sabía Flaubert lo que sabe de él Jakobson? ¿Sabía del «nivel estilístico de seriedad objetiva, desde el que las cosas mismas hablan»? ¿Sabía del proceso de «autoconstitución» de la propia lengua (en Madame Bovary)? Es cierto que, a su manera, debía de tener conciencia de su trabajo, es más, de su proyecto, y precisamente en los términos en los que podemos entenderlo hoy, comprendidos todavía, en suma, dentro de su época. Y, sin embargo, en Madame Bovary, respecto al proyecto de la seriedad objetiva lingüísticamente autoconstituida (con la doble consecuencia de dar derecho al autor a contar y, al mismo tiempo, hacerle desaparecer como persona), hay un grave error, que está ahí, inexplicable, injustificable, desconcertante, en la primera página. ¡Madame Bovary comienza autobiográficamente! El autor, él, es el testigo ocular de la realidad física de Charles Bovary: y precisamente en el momento en que él «aparece» -cosa que ocurre en el aula de un colegio, en la cual es el mismo protagonista quien pronuncia su propio nombre: «Charbovari».
Por tanto, el autor está ahí, con sus cómplices: un escuadrón de ojos que miran y observan cruelmente. De este modo la novela comienza con una primera persona plural que comprende el «yo» que narra: «Nos encontrábamos…». Pero de golpe, este plural simpatético, y en consecuencia el yo que narra, desaparecerá en la tercera página para no reaparecer nunca más. ¿Qué necesidad había?
Al leer Madame Bovary, de hecho, nada más se sabrá de su autor, no sólo porque no se hace notar, aunque sólo sea técnicamente, en su pura y simple calidad de narrador, sino porque, a través de su obra objetivante, e intencionadamente tal, él no nos da ninguna información ni siquiera implícita o indirecta de sí. Si no conociéramos a Flaubert por otras vías -es decir, a través de otros escritos suyos y de los testimonios de la época- no sabríamos quién fue este hombre que lo sabe todo de Charles Bovary y de su mujer. No se haría patente de él ningún rasgo característico y cultural, ni siquiera mínimo o confuso. De él sabríamos sólo, al fin y al cabo, su «teoría de la literatura».
Tampoco de Balzac, a través de Eugénie Grandet (1833), llegamos a saber, directamente, nada, de no ser cómo pensaba él que había que escribir una novela. Pero es precisamente esto, en su caso, lo que nos hace saber algo, indirectamente, de él. Hay, por lo tanto, una diferencia sustancial entre la «teoría de la literatura» de Flaubert (que implicaba la total desaparición del narrador, incluso como «temperamento») y la «teoría de la literatura» de Balzac (que, por el contrario, no impedía al autor desbordarse en sus páginas, ciertamente no nacidas de sí mismas, sino de su puño, y, por lo tanto, de las tormentas de su carácter). El modelo del naturalismo (como teóricamente no ha ocurrido, pero ha ocurrido prácticamente) no podía sino ser Madame Bovary, que era ya, digámoslo así, un modelo aplicado a sí mismo, y que, por lo tanto, podía ser repetido. Por contra, Eugénie Grandet (traducida al ruso con entusiasmo por el joven Dostoievski) no podía de ningún modo llegar a ser un modelo (sino, si acaso, un paradigma). Se puede imitar una novela «dominada» por el autor (ausente), no una novela que domina al autor, presente con toda su pasión inventora. (Sainte-Beuve decía negativamente que Balzac era «presa de su obra».) Escrita más de veinte años antes que Madame Bovary, Eugénie Grandet es infinitamente más moderna: no sólo en el sentido que da a esta palabra la crítica marxista (Lukács), es decir, en el sentido de que la mirada a la sociedad de Balzac capta sus aspectos políticos y sociales más verdaderos y revolucionarios (dentro de la burguesía capitalista), sino también en el sentido de que se presenta como una «liberación» de las reglas instituidas por una hipotética Madame Bovary anterior. Y se trata de una liberación enaltecedora, llena de desproporciones, de errores, de invenciones imprevistas e inspiradas. Aunque también Balzac vea ya a sus personajes de provincia casi «costumbristas», no hay una sola escena en Eugénie Grandet que haya sido manipulada, representada; cada escena es poética, tiene la arbitrariedad de la vida, que tiende a fijarse en algún recuerdo o en algún sueño.
El negro de Pedro el Grande de Pushkin es de 1827. Pushkin no tenía una tradición nacional a sus espaldas. Se vio materialmente obligado a inventar una lengua rusa para sus novelas. En una fantasmagórica historia de las formas, él tenía como precedentes las novelas occidentales, y especialmente las francesas: precedentes con los que había establecido una relación polémica (más o menos como, precisamente, Balzac en su casa). Sin embargo, Pushkin, aunque en la invención de las formas fuese tan moderno como Balzac, y quizá más, por razones objetivamente históricas, era temperamentalmente más arcaico (¡un noble de la Rusia zarista!), y si tuviese que compararle con alguien, no encontraría más que, algunas décadas antes, a Mozart.
Al ser sobre todo poeta de versos -a diferencia de Balzac y de Flaubert, de los que es inconcebible que supiesen hacer una rima- Pushkin está completamente al descubierto, como hombre y como inventor de formas, en sus novelas: éstas parecen ser una directa emanación material de él: su trágica alegría, su fúnebre ligereza (cabalmente mozartiana) son su tejido conectivo (críticamente, se entiende, inefable). La «teoría de la literatura» en Pushkin, parece, literalmente, elemental y lábil: ya era mucho que él mantuviese una polémica eternamente juvenil con la narrativa tradicional y de éxito (tanto la rusa de corte occidental como la propiamente occidental). Él inventaba el relato escribiéndolo, en una especie de adorable vitalismo empírico. De El negro de Pedro el Grande se puede decir que es sublime como se dice de las obras de Mozart. Está concebida como un poema, de grandes estrofas irregulares, muy irregulares. Los banquetes y las fiestas son los más bellos de la historia de cualquier literatura. La figura de Pedro el Grande, llamado, con asombrosa confianza, Pedro, parece la figura de una novela ateniense de la época de Platón. Es admirable la dislocación final del relato: en el cuartito del prisionero sueco que toca la flauta y después empieza a desnudarse para irse a la cama, él, figura gris de segundo plano, deja de esta manera suspendida la historia de los protagonistas, incluido el Zar, o quizás la concentra en su propia cotidianidad enigmática de sentido irrelevante y, sin embargo, infinitamente irresuelto.
Todos saben que el protagonista de Las almas muertas (1842) es el estafador Chichikov: y es justamente protagonista por definición, protagonista si alguna vez hubo uno: protagonista, en suma, a la altura de Don Quijote, de quien es tan digno que tal vez no pueda encontrarse otro igualmente digno en toda la narrativa burguesa europea. Y sin embargo, yo osaría proponer la candidatura a protagonista de Las almas muertas de otro personaje: ni más ni menos que el mismo Gógol. Él, de hecho, no es su propia novela, o mejor -como dice Jung, citado por Pound- él no es el «instrumento de su propio trabajo», siendo, por lo tanto, incapaz de autodefinirse. No. La «teoría de la literatura» de Gógol presupone un autor que instrumentaliza su propio trabajo (y en el caso en cuestión la novela), para decir alguna cosa más respecto a lo que se hace objetivo en la novela misma. Nunca, en ningún lugar del libro, en ningún momento, olvidamos que Gógol lo está escribiendo. Él, al mismo tiempo, crea uno de los más objetivos mundos novelescos -tanto más objetivo cuanto más visionario; porque el sueño no permite alternativas- y dice cómo, cuándo y por qué él hace esto. El «yo» que narra es personaje de su relato porque es el inventor de la «teoría de la literatura» que dirige la invención y la forma, y se ve, por lo tanto, obligado continuamente a aplicarla página por página, palabra por palabra. Aun no estando físicamente presente en el relato, su relación con él es similar a la dantesca. Al igual que Dante es un personaje de la Comedia, Gógol es un personaje de las divinas Almas muertas. Las intervenciones directas -es decir, el continuo intercambio con el lector y los apóstrofes- tienen el mismo carácter. Tanto Dante como Gógol ponen el mayor cuidado en hacer que el lector no olvide jamás que está leyendo una obra literaria escrita. No le crean nunca, ni siquiera por un momento, la ilusión de que se trata de algo que es la vida misma, milagrosamente resumida. En ningún momento se olvidan las reglas del juego.
Pero mientras que en Dante la violencia de su presencia en tanto que autor-personaje está presupuesta por la funcionalidad de todo, es decir, por el dominio, explícito y casi ostentado, que él tiene sobre su materia (por eso «macro»), en Gógol sucede lo contrario: la violencia de su propia presencia en el libro como autor-personaje está presupuesta por las continuas violaciones de la funcionalidad: él es el amo, y es libre de hacer todo lo que quiere. Por ejemplo, eludir las normas por él mismo instituidas. Naturalmente, el modo más clamoroso con que Gógol lleva a cabo esto es la excursus, la divagación infinita: pero lo más probatorio y perentorio es la arbitrariedad. Justo en la primera página (la llegada de la calesa de Chichikov, con Chichikov en ella «no guapo pero tampoco feo de aspecto, ni demasiado gordo ni demasiado delgado; no se podía decir que fuese viejo, pero tampoco que fuese demasiado joven»; y el comentario metafísicamente cómico de los dos únicos campesinos que le observan) encontramos el siguiente pasaje: «Después, cuando la calesa se iba acercando al albergue, se cruzó con un joven con pantalones blancos de felpa, muy cortos y estrechos, con un frac que pretendía estar a la moda, bajo el cual se veía el escote de la camisa cerrado con un alfiler de Tula decorado con una pistola de bronce. El joven se giró, sujetó con las manos su gorro, que por poco el viento no le voló, y prosiguió su camino».
Si la descripción, a través de negaciones, de Chichikov, y las bromas de los dos campesinos cargadas de un sentido común que ya no sigue creyendo ni siquiera en sí mismo, vienen a significar, como dice Belyj, que «el objeto de la narración es un lugar vacío y común en el que se delinea una ficción de este tipo: ya no más una unidad, no menos que un cero» -es decir, la perfecta mediocridad, entre el todo y la nada del mundo, que Gógol se dispone a representar-, ¿qué viene a significar, a su vez, el joven de los pantalones blancos de felpa, etc., tan minuciosamente descrito? Él no aparece nunca más en la novela, y de ninguna desaparición se puede decir que es más definitiva que la suya: él no tiene vínculos de ninguna clase con nada, no está en función de nada. Es, precisamente, puramente arbitrario. Luego la descripción de su figura no puede tener otro significado que el de demostrar que Gógol en ese momento está escribiendo.
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La cocina italiana. Historia de una cultura – Alberto Capatti y Massimo Montanari

La cocina italiana. Historia de una cultura – Alberto Capatti y Massimo Montanari

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Alba.

Precio: $000.

En el fondo, en los espaguetis, sin que seamos conscientes de ello, se mastica algo de Dante. A. Capatti y M. Montanari
Cuando en 1954 Prezzolini observó que los espaguetis habían entrado en hogares estadounidenses donde apenas se sabía quién era Dante, comprobó que él éxito de la pasta era mayor que la fama del poeta italiano… La infinidad de tradiciones gastronómicas regionales de la Península Itálica condujo, por un proceso de intercamvio de productos y de técnicas entre las distintas regiones y clases sociales, a la creación de una cocina nacional distintiva. Rastreando documentos papales y grabados gremiales, leyendo recetas caseras y menús de la corte, Alberto Cappatti y Massimo Montanari demuestran que la cocina italiana era una realidad aun antes de la unidad italiana: lombardos, sicilianos, calabreses, vénetos o piamonteses, nobles, cardenales, campesinos o sirvientes, impusieron un mangiare all’italiana que se transmitió de generación a generación y de país  a país. LA COCINA ITALIANA no es sólo un recorrido histórico que abarca desde la antigüedad grecorromana hasta nuestros días, sino también un agudo análisis de los conceptos asociados al hecho cultural de la alimentación y a la historia del gusto, que no es tanto una historia de necesidades como una de voluntades: la historia, a la hora de la comida, de lo que se tiene, y la historia de lo que se quiere.
Massimo Montanari (Imola, Italia, 1949) enseña historia medieval en las universidades de Catania y de Bolonia, pero su interés por la alimentación humana y todos los aspectos con ella relacionados le lleva a menudo a traspasar los límites temporales de su medievalismo; así no nos ha de sorprender que también se ocupe del mundo romano y prerromano y que por el otro extremo alcance hasta nuestros días más actuales de las grandes superficies comerciales, los alimentos congelados, las hamburgueserías, y los fast-food.
Su producción bibliográfica es muy extensa e incluye, dejando aparte sus numerosos artículos de revistas, títulos de libros como los siguientes: L’alimentazione contadina nell’alto Medioevo (1979); Campagne medievali. Strutture produttive, raporti di lavoro, sistemi alimentari (1984); Alimentazione e culture nel Medioevo (1988); Convivio. Storia e cultura del piaceri della tavola dall’Antichità al Medioevo (1989); Nuovo convivio. Storia e cultura dei piaceri della tavola nell’età moderna (1991) y Convivio oggi. Storia e cultura dei piaceri della tavola nell’età contemporanea (1992).
Alberto Capatti nacido en 1944, es profesor asociado de Historia de la Lengua Francesa en la Universidad de Pavia. Ha trabajado veinte años en la historia de la alimentación y la gastronomía. Ha dirigido la revista mensual ‘La Quebrada’ y dirige la revista Slow Food Association. Es miembro del Comité de Dirección del Institut Européen d’Histoire de l’Alimentation. Autor de numerosas ediciones, publicadas por el editor Slow Food en 2010.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Historia de la alimentación – Jean-Louis Flandrin & Massimo Montanari
El país del hambre – Piero Camporesi
Historia natural y moral de los alimentos (9 tomos) – Maguelonne Toussaint-Samat
El café. Historia de la semilla que cambió el mundo – Mark Pendergrast
El hambre. Una historia moderna – James Vernon
Obesos y famélicos. Gobalización, hambre y negocios en el nuevo sistema alimentario mundial – Raj Patel
De compras en el Renacimiento. Culturas del consumo en Italia 1400-1600 – Evelyn Welch
Monsanto. De la dioxina a los OGM. Una multinacional que les desea lo mejor – Marie-Monique Robin
Sal. Historia de la única piedra comestible – Mark Kurlansky
Una cena con Calígula. El libro de la cocina depravada – Medlar Lucan & Durian Gray
La jungla – Upton Sinclair
Comer animales – Jonathan Safran Foer

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El credo falsificado – Karlheinz Deschner

El credo falsificado – Karlheinz Deschner

Estado: nuevo.

Editorial: Txalaparta.

Precio: $250.

De una manera didáctica, el profesor Karl Deschner nos ofrece una visión crítica de la doctrina de la Iglesia católica y de sus trasfondos históricos. Desde la misma existencia de Jesús, hasta la polémica transmisión de los Evangelios, la instauración y significación de los sacramentos o la supuesta infalibilidad del Papa.
Todos estos asuntos son estudiados, puestos en duda y expuestas las conclusiones en una obra de rigor que, traducida a numerosos idiomas, ha venido a cuestionar los orígenes, métodos y razones de una de las instituciones más poderosas del mundo: la Iglesia católica.
Entrevista a Karlheinz Deschner
Karlheinz Deschner nació en Alemania en 1924 y se licenció en filosofía y teología por la Universidad de Würzburg. Es autor de numerosas obras críticas con la Iglesia Cristiana, entre ellas la Historia Criminal del Cristianismo, obra inacabada que va por el noveno tomo, y a la que se ha podido dedicar gracias al apoyo económico de varios patrocinadores privados. En 1971 fue juzgado por difamación de la Iglesia, pero ganó el juicio, y en los últimos años ha recibido numerosos honores. La Fundación Giordano Bruno ha instituido un premio que lleva su nombre, y cuyo primer galardonado ha sido el biológo Richard Dawkins.
Sr. Deschner, ¿cuál es la esencia del cristianismo?
Karlheinz Deschner: La buena nueva con pintura de guerra. Incluye muchas leyendas bonitas, por ejemplo la historia de la resurrección, así como muchos mandamientos bonitos, por ejemplo el mandamiento del amor al prójimo, del amor al enemigo, el mandamiento de no robar, no matar y la astucia de no cumplir ninguno de estos mandamientos. El cristianismo es la fusión de un coro con una conflagración.
Pero, ¿qué tiene de malo el cristianismo hoy en día? Historia criminal del cristianismo es el título de su obra principal, que va ya por el octavo tomo. ¿La Iglesia no ha perdido mucha influencia, al menos en Europa occidental?
En primer lugar: yo no estoy describiendo el cristianismo actual, el que existe ahora, sino un pasado, es decir, a veces (y a veces no) algo un poco distinto. Pero lo que sigue siendo criminal del cristianismo actual son las repercusiones de su ideología, las muchas consecuencias de su demencia dogmática, que no se conforma solamente con la fe, sino que quiere hacer proselitismo, expandirse, conquistar. Lo que hoy en día sigue siendo criminal del cristianismo es su desastrosa moral sexual y social, su práctica de proteger dentro del vientre materno lo que luego se sacrifica en la guerra; como si en las tripas de las mujeres se criara la carne de cañón. Los grandes sacrificios de los pobres a favor de los ricos se convierten en pequeños sacrificios de los ricos a favor de los pobres. Lo que las iglesias pierden, o parecen perder, en Europa occidental, lo ganan en otros lugares, por ejemplo en “God’s own country” (la Tierra propia de Dios, N. de la trad.)
Hoy en día, ¿el Islam radical no supone un peligro mucho mayor?
En lo que respecta al Islam, dejando de lado sus propios potenciales agresivos, que se entremezclan con la miseria socioeconómica del Tercer Mundo, en lo que respecta al Islam que ya casi se ve sólo, como en su día se vieron los judíos o los comunistas, en el papel del mal, casi del único gran mal, ¿no podríamos pensar que este papel les viene bien a determinados sectores occidentales, no podrían incluso haber alentado, en secreto, el peligro islámico?
Pero es evidente que muchos terroristas de hoy en día legitiman sus asesinatos a través del Islam.
Sí, de acuerdo con la opinión pública que predomina aquí. Pero un estudio que la Fundación Bertelsmann llevó a cabo en todo el mundo y que se publicó a finales de noviembre llega a otra conclusión. Este estudio no menciona como motivo principal de la violencia política (que en los últimos cinco años se ha triplicado) el fanatismo religioso, sino la pobreza, la mala administración y la represión. Según el estudio, el extremismo religioso, incluido el islámico, está aumentando, pero en conjunto sólo supone una cuarta parte de los grupos terroristas. La mayor proporción, un 36%, sigue correspondiendo a los movimientos nacionalistas.
¿Cómo ve usted la relación entre cristianismo, Islam y judaísmo? La violencia y la exclusión de los que piensan de otro modo, ¿está presente en todos los monoteísmos, o hay gradaciones?
Las tres religiones monoteístas tienen algo de intolerancia. Algo de violencia y violación. Debido a su idea de ser el pueblo elegido, tienen unas aspiraciones absolutistas que excluyen de entrada una auténtica tolerancia.
¿Qué le motiva a usted a lo largo de las décadas para este trabajo increíble? ¿La indignación?
¿Qué me motiva? Muy sencillo: la injusticia. Una injusticia que clama al cielo, que durante milenios se ha empaquetado en palabras pseudo piadosas, en mentiras escandalosas; los detalles se pueden leer en mis muchos libros críticos con el cristianismo.
Usted se define como agnóstico. ¿Qué quiere decir exactamente?
Como agnóstico, soy honrado y dejo abierta la pregunta sobre Dios y sobre la inmortalidad. No la niego, aunque para mí El no tiene una gran probabilidad. Pues si bien comparto con Shakespeare la idea de que hay más cosas en el cielo y en la Tierra de las que puede soñar nuestra filosofía, pienso, como Goethe, que no podemos explorar esa cuestión, que nuestro cerebro está demasiado limitado. “Del mismo modo” dice Darwin “podría especular un perro sobre el entendimiento de Newton”. Y no lo digo con afán de criticar a los perros.
¿Usted fue creyente antes? Y en ese caso, ¿cuándo dejó de serlo?
Fui creyente de niño. A los diez años quería ser cura. A los once ya no. A los quince años leía a Nietzsche, en la universidad a Schopenhauer y Kant. Con eso fue suficiente para despedirme del cristianismo. Y con lo que ya conseguí acabar con un residuo emocional que tampoco se debe subestimar es con la escritura de Abermals krähte der Hahn (El gallo volvió a cantar), en su mayor parte una historia de los dogmas del cristianismo temprano, en parte una historia comparada de las religiones; 25.000 horas de trabajo en cinco años.
¿La reforma supuso un avance, una humanización del cristianismo?
No, para nada. Significó continuar con los crímenes. Bien es cierto que Lutero desenmascaró las leyendas de los santos como cuentos. Pero mantuvo las leyendas bíblicas; la creencia en el diablo; en las brujas; el exterminio de los herejes; el antisemitismo, la guerra, la servidumbre, el príncipe. A eso se le llama reforma.
¿Y en Suiza? ¿Zwingli fue mejor?
Zwingli no quería que lo confundieran con Lutero, le sabía muy mal que los papistas lo llamaran luterano, pero no era tan independiente, al menos en la práctica. Al igual que Lutero se amparaba en los príncipes, él se amparaba en el Consejo de Zurich, la ciudad república autónoma. Al igual que Lutero combatía los levantamientos de los campesinos, al igual que Lutero actuaba en contra de los que bautizaban, al igual que Lutero (y que todos los cristianos auténticos) se mostró a favor de la guerra. Igual que Lutero, dividió las tierras y, a diferencia de éste, atacó con toda violencia a los católicos del interior de Suiza. Finalmente, opinaba que “la Iglesia sólo podía renovarse por la sangre”. La sangre era siempre lo que más les deleitaba, sobre todo la de los demás.
¿Y Calvino?
Ay, ese asceta enfermizo, pálido, vestido de negro, que parecía no sentir nada por la naturaleza ni por el arte ni le gustaban las mujeres ni disfrutaba de la vida, que sólo sentía un ansia insaciable de poder, que sólo quería imponer sus teorías, su dictadura teocrática; fanatismo acérrimo, espionaje sistemático, castigar y meterse en lo más privado de las vidas de los demás. Basta con pensar en su comportamiento vil hacia Miguel Servet, reformista como él, médico y filósofo de la naturaleza, a quien por una diferencia teológica metió en la cárcel y luego lo quemó en la hoguera, dejando que ardiera vivo durante media hora, hasta que la víctima, que no paraba de gritar, se convirtió en una masa de carbón. Doscientos años más tarde, Edward Gibbon, el gran historiador de la Ilustración, afirma que este sacrificio “le conmovió más que los miles que murieron en las hogueras de la inquisición”.
Una sociedad atea, ¿es automáticamente una sociedad mejor?
No, desde luego que no. Pero una sociedad sin “Dios”, sin mitos, sin la base de unas religiones mentirosas militantes, me parece algo a lo que merece la pena aspirar. No sé si las cosas mejorarán si cambian. Pero cito a Lichtenberg: “Pero las cosas tienen que cambiar para poder mejorar”.
Los casos de pedofilia, ¿son un fenómeno nuevo, o forman parte de la Iglesia?
Por supuesto que la pedofilia no es nada nuevo. Eso existe en la Iglesia desde que existe la Iglesia, incluso antes, en los tiempos del cristianismo primitivo. Si leemos las cartas de Pablo, las auténticas y las seis falsificadas, se encuentran, igual que en otras partes del Nuevo Testamento, todo tipo de “pecados” sexuales.
¿Las “perversiones” de los sacerdotes están relacionadas con el celibato?
Es muy posible. Pero la mayor parte de los célibes no le hicieron mucho caso al celibato, en lugar de renunciar a UNA mujer mantenían a montones de ellas, en cierto sentido el matrimonio de los clérigos es sustituido por un harén de clérigos. En el siglo VIII, San Bonifacio pilla a los curas con cuatro, cinco o más concubinas en la cama. Luego hubo en Basilea obispos con veinte, con sesenta y un niños, incluso los monasterios están llenos de mujeres, y las monjas le hacen la competencia a las prostitutas. En el siglo XIII, hasta los papas se lamentan de la indecencia del clero, les dicen que son peor que los laicos, la podredumbre de los pueblos. En el siglo XV, en el Concilio de Constancia, el que quema a Hus, participan además del Espíritu Santo setecientas prostitutas públicas, sin contar las que se trajeron los propios padres del Concilio.
¿Y los propios papas?
En el mismo siglo, el papa Sixto IV, el que construyó la Capilla Sixtina, que lleva su nombre, y también un burdel de mucho éxito, cohabitaba con su hermana y con sus hijos. ¡Y en 1476 introdujo la fiesta de la Inmaculada Concepción! Por descontado que después de las reformas tridentinas continuaron las bacanales del clero. Incluso en el año 1970, una asociación católica de Munich lamenta la hipocresía los sacerdotes católicos, que mantienen relaciones secretas similares al matrimonio.
Entonces, ¿está usted a favor de abolir el celibato’
Para nada. Yo, al igual que los papas, estoy totalmente a favor del celibato: el que quiera ser católico, el que quiera ser cura católico, que se aguante.
¿Se puede decir que el primer cristianismo fue bueno, pero que la Iglesia lo convirtió en algo malo?
Eso es lo que creen muchos. Pero, aparte de que el cristianismo no tiene nada, absolutamente nada de original (desde la Navidad hasta la ascensión, todo son plagios), ya el primer tomo de la Historia Criminal testimonio en casi cien páginas las luchas de los primeros cristianos contra el judaísmo.
Usted mismo es la mejor prueba del espíritu liberal del cristianismo. En el Islam, haría ya tiempo que le habrían colgado una fatua.
Y antes, en el cristianismo, me habrían excomulgado, o colgado, o quemado, durante siglos. Que nadie se confunda: hoy en día es sólo la relativa impotencia del clero lo que impide que quemen a sus enemigos.
¿Vivimos en una sociedad laica, o la religión sigue siendo un factor importante, o incluso que va a más?
No hace falta más que encender la televisión para ver el tratamiento que reciben las iglesias y sus dirigentes, el papa, el espacio que se les dedica, los comentarios . . . Por no pensar lo que ocurrirá entre bastidores.
El papa actual, ¿tiene cabida dentro de su historia?
Sí, en la medida en que parece que continúa en todos los aspectos esenciales la política de sus antecesores, sobre todo la terrible represión sexual que me temo que seguirá cobrándose víctimas mientras vivan y mueran los hombres. El legado de quienes le precedieron se documenta en mi obra Política de los papas en el siglo XX, de casi 1400 páginas.
Benedicto XVI, ¿podría romper, si quisiera, con esta lamentable tradición?
En contra de lo que se suele creer, no tiene tanta importancia quién encabeza la curia. Por más poder que tenga, su margen de actuación es limitado. Depende de todo el aparato burocrático y jerárquico, de tendencias políticas y teológicas, de pugnas dentro de la curia y fuera, en la iglesia de los obispos. En la práctica, el papa, aparentemente un autócrata, está atado por todos los lados, muchas veces las decisiones ya están tomadas antes de que él las pronuncie. Rara vez tiene el papa la capacidad de integrar los extremos, a menudo no es más que el órgano de ejecución de un bando u otro. En resumen, el Vaticano es una camisa de fuera para su soberano.
¿Se pueden dar cifras de la víctimas del cristianismo?
Si a las víctimas directas (paganos, judíos, musulmanes, herejes, brujas, indios) se le suman las indirectas, por ejemplo las de las dos grandes guerras del pasado siglo, que todas las Iglesias cristianas alentaron con insistencia, no cabe duda de que han sido varios cientos de millones de humanos; por no hablar de los animales.
Vamos a ver. Las víctimas de las dos guerras mundiales, ¿se las atribuye usted a la Iglesia? El régimen comunista de la URSS era ateo, y los nazis también estaban en contra de la Iglesia. Los cristianos estaban en su mayoría del lado de las víctimas, o se opusieron a los regímenes totalitarios.
Casi todo eso es cierto. Ahora bien, y ahí está la vergüenza, las Iglesias, la católica, la protestante y la ortodoxa, todo el clero colaboró con los regímenes que hicieron la guerra, fue una íntima colaboración por todos los lados.
Pónganos un ejemplo. ¿Qué papel desempeñó el papa durante la primera guerra mundial?
Pío X, fanático antieslavo, prácticamente metió a Austria en la primera guerra mundial. Y también el secretario de estado del cardenal Merry del Val, nada más estallar el infierno, dijo literalmente que “tenía la esperanza de que la Monarquía fuera hasta el final”. Hay documentos que lo prueban sin lugar a dudas. Y hay miles de sermones vomitivos animando a la guerra, que rebosan de fervor bélico y espíritu asesino. A las matanzas las llaman “primavera de los pueblos”, “tormenta de Pascua”, el silbido de las balas es “el canto de la misa”, los cañones “altavoces de la piedad que llama”, las trincheras son “la gruta de Getsemané”, la campo de combate es “Galgatá”, y el instante de la muerte, el “momento divino”. Ahí estaban los cristianos, pero eran víctimas y también culpables, ambos.
¿Y en la segunda guerra mundial?
Bueno, pues antes el papa había apoyado desde el principio, y había llevado al poder, a todas las bandas fascistas, en Italia, Alemania, España, las más deleznables en Croacia. Y al principio de la segunda guerra mundial Pío XII amenazó a “millones de católicos del ejército alemán”: “Han jurado, tienen que obedecer.” Les metió en la cabeza que el Führer era el jefe supremo de los alemanes y que negarle obediencia era pecado. Este papa no sólo expresó, en mitad de la guerra, gran simpatía por Alemania, sino también, literalmente “admiración por las grandes cualidades del Führer”. Incluso le transmitió a éste, a través de dos de sus nuncios, literalmente, que “no deseaba nada con más anhelo que su victoria.”
¿Por qué? ¿Por miedo, por adaptarse? ¿O perseguía la Iglesia sus propios fines?
Pío XII (propietario de una fortuna personal de ochenta millones en oro y títulos) tenía la esperanza de conseguir, en la segunda guerra mundial (25.000 muertos diarios, gasto diario de dos mil millones de marcos) lo que el papado no había conseguido con Habsburgo y el Káiser alemán: el gran objetivo de Roma, convertir en católicos los Balcanes y someter a la Iglesia rusa ortodoxa.
¿Cuál fue la reacción de la Iglesia rusa ortodoxa?
Se puso inmediatamente del lado de la URSS atea, del lado de Stalin. Pues es que, sean católicos, protestantes o ortodoxos, en realidad siempre se trata de lo mismo, de una sola cosa: el poder, el poder, el poder. Y así pues, se hizo una llamamiento a la población para que apoyaran a Stalin, y se celebraron misas para rogar a Dios por la victoria del Ejército Rojo. Un Concilio de 46 obispos le deseó “a nuestro queridísimo jefe José Stalin una larga vida”.
¿La religión nos atonta automáticamente? ¿O también puede ennoblecer a los hombres?
No sé, tal vez en algunas ocasiones ennoblece, sobre todo a aquellos que por sí mismos también se habrían ennoblecido. Pero los cristianos buenos son los más peligrosos, porque se los confunde con el cristianismo. Y todas las creencias absurdas, siempre, nos hacen un poco estúpidos.
Usted lucha contra la literatura de mal gusto, el modo de vida americano y la crueldad contra los animales. Estos distintos combates, ¿surgen de una fuente común?
Sí, así lo creo: surgen de un aparato sensorial especialmente sensible, de una gran repugnancia tanto de lo falso como de lo injusto.
Hablando de América, ¿piensa usted que la religión es un factor importante de la política de Bush?
Desde luego que sí. De eso no hay ninguna duda, dada la mentalidad de muchos americanos, que son tan propensos a la beatería. En cuanto al presidente mismo, lo considero suficientemente retardado como para creerse las cosas “religiosas” que dice. Por una parte. Por otra parte, lo considero una persona con tan poco personalidad como para no creerlo. Sin querer subestimar su falta de inteligencia, esto último me parece incluso más probable.
¿Qué le respondería usted a un niño que entrara en una iglesia y le preguntara lo que es?
Citaría a Nietzsche: la sepultura de “dios”. Un recuerdo petrificado de algo que muy probablemente no existió jamás.
Usted ha dedicado su vida a una obra inmensamente extensa. ¿Volvería a hacer lo mismo?
Pues me gustaría haberlo hecho de otra manera en algunos casos: mejor, mejor en el sentido formal. Y lo que más me habría gustado es, no luchar contra algo (algo tan necesario como combatir el cristianismo) sino a favor de algo: la liberación de los animales. Pues lo que les llevamos haciendo desde hace miles de años, a unos seres tan sensibles como nosotros, que se alegran y sufren como nosotros: permitirles que nazcan sólo para poder sacrificarlos y comerlos, eso es el mayor crimen de la historia de la humanidad, algo horrendo. Lo pienso todos los días, a menudo, pero no debo pensarlo mucho para no volverme loco.
Una persona como usted, que probablemente no cree en la vida eterna, ¿se enfrenta al hecho de que la vida sea transitoria y la muerte definitiva?
Sí, son cuestiones sobre las que reflexiono. Soy viejo. Está oscureciendo, y la luz es mi color favorito. Pero prefiero morir con miles de dudas que morir eufórico pagando el precio de la mentira.
¿Tiene usted un sueño?
Mi madre solía decir que yo era un soñador obstinado. Me hice mayor y tuve algunos sueños, entre ellos el sueño del progreso, de un mundo mejor. Ahora casi sólo hay un progreso con el que sueño: que los políticos y los curas no nos den miedo, sino risa.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Historia criminal del cristianismo. Tomo I: Los orígenes, desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana – Karlheinz Deschner
Biografía de Agustín de Hipona – Peter Brown
El primer milenio de la cristiandad occidental – Peter Brown
La religión romana. Historia política y psicológica – Jean Bayet
Estructuras del cristianismo antiguo. Un viaje entre mundos – Christoph Markschies
El año mil y la paz de Dios. La iglesia y la sociedad feudal – Dominique Barthélemy
Cristianismos perdidos. Los credos proscritos del Nuevo Testamento – Bart D. Ehrman
Los ejércitos del cielo. La primera cruzada y la búsqueda del Apocalipsis – Jay Rubenstein
Orígenes – Jean Daniélou
Los jesuitas. Una historia de los “soldados de Dios” – Jonathan Wright
Sexualidad en el confesionario. Un sacramento profanado – Stephen Haliczer
La guitarra de Dios. Género, poder y autoridad en el mundo visionario de la madre Juana de la Cruz (1481-1534) – Ronald E. Surtz
Libro de la vida – Santa Teresa de Jesús
Jesús y la historia – Charles Perrot
El Jesús histórico. La vida de un campesino judío del mediterráneo – John Dominic Crossan
Sarracenos. El Islam en la imaginación medieval europea – John V. Tolan
El año mil y la paz de Dios. La iglesia y la sociedad feudal – Dominique Barthélemy
Exceso y donación. La búsqueda del Dios sin Dios – Oscar del Barco
El Vaticano y sus banqueros. Las finanzas del papado moderno, 1850-1950 – John F. Pollard
La Biblia en España – George Borrow
La Inquisición española – Cecil Roth
Orígenes de la Inquisición española. El tribunal de Valencia 1478-1530 – Ricardo García Cárcel
Herejía y sociedad en el siglo XVI. La Inquisición en Valencia 1530-1609 – Ricardo García Cárcel
La bruja. Una biografía de mil años fundamentada en las actas judiciales de la Inquisición – Jules Michelet
Los conversos ante el tribunal de la Inquisición – Haim Beinart
Los nombres del diablo. Ensayo sobre la magia, la religión y la vida de los últimos musulmanes de España: los moriscos – Yvette Cardaillac-Hermosilla

 

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Por qué perdió Hitler la guerra – Hermann Jung (corresponsal de prensa alemana)

Por qué perdió Hitler la guerra - Hermann Jung (corresponsal de prensa alemana)

Estado: usado.

Editorial: Javier Morata, editor.

Precio: $250.

Las actividades periodísticas han dado a Hermann Jung ocasiones para conocer y tratar a las más destacadas personalidades del mundo: estadistas, militares, escritores… Ha viajado por todo el planeta, en infatigable búsqueda de informaciones fidedignas.
Su labor como corresponsal de las publicaciones Münchner Neuste Nachrichten, Hamburger Fremdenblatt y Leipziger Neuste Nachrichten acredita sobradamente su capacidad, su dinamismo y su certera visión de los problemas que hoy conmueven y apasionan a los hombres de todos los países.
Siente en su carne el dolor de una tragedia que piensa fue posible evitar, y se afana en descubrir los orígenes de la hecatombe, más que para mostrar a la pública vindicta cuáles fueron los responsables, por obtener una ejemplaridad que evite la repetición de tan luctuosos descalabros. La nobleza de su propósito y la honradez de su aportación hacen que su tarea merezca el respeto y el interés de cuantos ansían un mejoramiento de la Humanidad.

 

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No sin nosotros. Los días del terremoto, 1985-2005 – Carlos Monsiváis

No sin nosotros. Los días del terremoto, 1985-2005 - Carlos Monsiváis

Estado: nuevo.

Editorial: Era.

Precio: $200.

En junio de 1996 el lema de la Semana Cultural Lésbico – Gay es categórico: “No sin nosotros”; en octubre de ese año, el Primer Congreso Nacional Indígena sintetiza su programa: “Nunca más un México sin nosotros”. Las dos consignas, y otras de intención similar, responden a la certeza compartida: sólo se avanza en la democratización y en la lucha contra la desigualdad si se le pone límites a la exclusión o si se le elimina.
A lo largo de unas semanas, el terremoto de 1985 hace vislumbrar un diseño utópico (en el mejor sentido del término): la incorporación de la mayoría al espacio donde se fraguan sus destinos. Y desde entonces la sociedad civil, esa realidad variadísima y turbulenta, es el término que cubre, sin explicarlas del todo, las movilizaciones, las decepciones, las alegrías, la renovación de las mentalidades.
La primera parte de este libro se dedica a la crónica de algunos procesos primordiales de la sociedad civil en México desde 1985. En la segunda se reproduce la crónica de Carlos Monsiváis escrita en los días del terremoto, en esos meses de dolor, confianza y energía de la comunidad imaginada.
Carlos Monsiváis (México, 1938-2010) fue uno de los escritores más fecundos, más curiosos y más diversos de la historia de nuestras letras. Su implacable mirada crítica, su estilo incisivo y siempre sorprendente, y su sentido del humor sin concesiones hicieron de él el autor más atento a las transformaciones, las costumbres, las inquietudes, las tragedias y los momentos clave de nuestro país. Su obra incesante encontró en la crónica su espacio idóneo. Durante más de medio siglo su mirada lo recorrió todo. Apenas pueden encontrarse temas, aspectos del diario acontecer, libros de poesía, novelas, taras sociales, prejuicios, espectáculos, figuras de la política, el arte, la canción que hayan escapado a sus ojos. La vida popular, las costumbres, los vicios y la corrupción del sistema político, los usos de los poderosos, las glorias de los ídolos, las pasiones de las masas, la ignominia cultural de los medios: todo fue tema de su obra inabarcable y apasionada.
Se puede decir sin exageración que colaboró asiduamente en prácticamente todas las publicaciones de su tiempo, desde los diarios de circulación nacional, las revistas y suplementos culturales, hasta las más recónditas revistas estudiantiles al interior de la república. Su presencia, mejor, su omnipresencia en la vida mexicana lo llevó también a los espacios radiofónicos y televisivos, todo tipo de coloquios, presentaciones, festivales, conferencias y mesas redondas.
Algunos datos biográficos mínimos: Al lado de José Emilio Pacheco trabajó en las revistas Medio Sigly Estaciones. Colaboró con Jaime García Terrés en la Revista de la Universidad de México y en la mejor época de Difusión Cultural. Como crítico y periodista cultural, durante quince años dirigió La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, y por más de cuarenta escribió la columna satírica Por mi madre, bohemios en distintas publicaciones; fue también director del programa El cine y la crítica, en Radio UNAM, y de la colección de discos Voz Viva de México. Gustoso siempre de las expresiones de arte popular y del gran arte mexicano, a lo largo de su vida reunió una vasta colección de pintura, grabado, caricatura, miniaturas, fotografía, maquetas, juguetes y muchos otros objetos de la más variada índole que hoy forman parte del acervo del Museo del Estanquillo, Colecciones Carlos Monsiváis, que presenta exposiciones en todo el país.
Entre sus polifacéticas publicaciones destacan los libros de crónica Días de guardarAmor perdidoEntrada libre: Crónicas de la sociedad qeu se organiza, Los rituales del caos (Premio Xavier Villaurrutia), Escenas de pudor y liviandadNo sin nosotros: Los días del terremoto, 1985-2005 Apocalípstick; los textos biográficos Frida Kahlo: Una vida, una obra Salvador Novo: Lo marginal en el centro; como también A ustedes les consta: Antología de la crónica en MéxicoNuevo catecismo para indios remisosAntología de la poesía mexicana del siglo XX, El 68: La tradición de la resistencia Aires de familia: Cultura y sociedad en América Latina, (Premio Anagrama de Ensayo). Si reunir una bibliografía suya es tarea ímproba, pues publicó en muchísimas editoriales de todo el país y en muchas del extranjero, intentar una hemerografía parece totalmente imposible. Mereció, entre muchos otros galardones, el Premio Nacional de Periodismo, el Mazatlán de Literatura, el Premio FIL de Literatura y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística, así como diversos doctorados honoris causa.
Y sin embargo se mueve
Enrique Héctor González
Borges, hablando de Kafka, dice que los autores esenciales generan a sus propios precursores: se adelantan a su obra, se sobreviven a sí mismos y permiten vislumbrar a los que estaban antes, haciendo de la sucesión una simultaneidad insólita y de la secuencia un orden anterior. Síntoma de la postmodernidad (uno más de los inabarcables rasgos de su cauda), los hechos terminan, asimismo, por parecerse luego a los libros, los actos se acomodan tardíamente a las palabras y el hilo conductor que antes explicaba los hitos de la historia de un modo ameno y consecuente es ahora un ovillo azaroso que va de ninguna parte a ningún lado, con escalas en lo imprevisible.
Todo esto a propósito de que antes y después es una fórmula equívoca que a veces impide leer a futuro y, más bien, invita a reconocer en retroceso, a ver lo que vino luego como una causa remota de lo que ya estaba en ciernes y no habíamos tenido la paciencia (o la astucia) de mirar en su esplendor; por ejemplo, la circunstancia del terremoto de 1985 en nuestro país, que hizo moverse y despertar de su concha al musculoso molusco de la inercia, ese que ya en 1968 se había organizado para decir «Ya basta», que en 1996, en la Semana Cultural Lésbico-Gay, pronunciará un sonoro «No sin nosotros», y que hace un año, en abril de 2005, generaría la marcha más habitada (desde luego, mucho más nutrida que esa moderada movilización del buen gusto contra la violencia que, por esas fechas, perfumó Reforma con aromas caros) en la historia de la ciudad: la que se opuso a la descalificación electoral de López Obrador.
El libro de Monsiváis, afortunadamente, no se ocupa de la gente que perdió su Porsche en la Alameda o su porte al caminar junto a peatones sin pedigree, ni tampoco es un catálogo de las marchas ocurridas en Ciudad de México en los últimos años. Se trata de un volumen breve, editado con una modestia cercana a la austeridad, en el que a partir de una crónica puntual del terremoto del ’85 (el después del libro, pues ocupa su segunda mitad), el autor se detiene en el antes del futuro: la serie de apariciones concretas de un fantasma que desde entonces recorre México: el de las acciones inmediatas, desobedientes y si se quiere inciviles (porque desquician el tráfico, porque no le piden permiso al rating de las televisoras para interrumpir sus transmisiones) de la sociedad civil.
Si no fuera siniestro suponer que un siniestro es fabricable (podemos recordar con Machado que «muchas veces mentimos por falta de fantasía: también la verdad se inventa»), se diría que la gente (no el pueblo), los chilangos y los guzmanenses y demás gentilicios que se enfrentaron a los desmanes del sismo, lo provocaron para salir a flote, para existir, dado que las tragedias tienen la perversa gentileza de favorecer conductas iluminadas. Frente a la muerte súbita de los percances, sí, pero también frente a la inoperancia del poder, la beatitud de las clases privilegiadas y el envaramiento de las burocracias, la gente se encuentra, las sociedades se organizan. El libro de Monsiváis, sin embargo, no reconoce al azar como el motor del cambio, sino al azoro ante la pasividad complaciente (o coludida) de quienes no hacen lo que se debe hacer cuando todo se deshace.
Pero si un terremoto ocasiona que la gente despierte, la sociedad civil (nombre que en el libro se da a esta comunidad de espabilados), una vez consciente de su papel protagónico, se manifiesta en numerosos ademanes que van más allá del infortunio meteorológico o las marchas forzadas por la sordera. Monsiváis hace un recuento del antes y el después del temblor para ubicar los prolegómenos y las últimas consecuencias de un movimiento negado por los medios, combatido desde «el gobierno de Vicente Fox, el pri, las derechas política, social y clerical, la burocracia del prd, los intelectuales antiizquierditas y los izquierdistas antiintelectuales», hasta por «el miedo o la indiferencia de sectores muy vastos aislados en la desinformación».
El cronista repasa con denuedo el territorio donde la sociedad civil toma forma en su precisa, organizadísima glosa de los días posteriores al temblor. Divide el texto, a la manera de Shakespeare (¿habrá algún guiño inusitado en esta segmentación?), en cinco actos noticiosos acerca de la catástrofe que incluyen asimismo cinco espacios para el comentario crítico (editoriales) y tres escenas testimoniales (expedientes) donde se ve a la gente actuar a través de sus palabras. Si no fuera siniestro remedar al siniestro, se podría decir que la misma crónica del sismo se mueve, es una sinfonía incesante donde se oyen contrapuntísticos gritos de angustia y solemnes declaraciones, en glissando, del político en turno. No es novedad que, además de la intensidad inherente a los hechos contados, los textos de Monsiváis dejen ver, a través de la parodia y la ironía, del incesante ingenio y la densidad de su estilo enumerativo, acumulante, a uno de los mejores prosistas de nuestra lengua, uno en quien la escritura es una turba de ideas y los conceptos un certamen de ocurrencias (o al revés) trepidatorio y lúcido, pleno y feliz —aunque deambule entre desgracias.
De la ochentera huelga del ceu a las manifestaciones feministas, de los movimientos populares y sindicales al puño en alto de quienes aquí y en China (es un decir) y en Los Ángeles (es un acto a contar) hacen suyos aquellos primeros versos de la «Epístola satírica y censoria» de Francisco de Quevedo («No he de callar, por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, o ya la frente,/ silencio avises, o amenaces miedo»), los asuntos de «No sin nosotros» configuran el revés de la trama de aquel tango famoso: nada de que veinte años no es nada, sino todo, por lo menos mucho para la historia de un país que, en ese lapso, ha visto crecer y mudarse a los grupos que se organizan; que ha sentido cómo, cuando todo se derrumba, quedan aún rumbos a seguir. No se trata de un canto a la esperanza infundada (toda oda al optimismo sigue siendo irresponsable o, para decirlo con Monsiváis, «como no tengo hijos, tengo mucha fe en el México de mis nietos») sino más bien de un riguroso examen de los últimos decenios emprendido, precisamente, por el autor que en nuestros días más se le parece a Quevedo (y Borges decía que el poeta español no era un escritor, sino una literatura), en su flemática apostura, en la agudeza de su humorismo, en sus veleidades retóricas (¡vaya, hasta el apellido Monsiváis sugiere un castizo vosotros velado!), pero, sobre todo, en la conciencia de que la escritura es un acto moral.
Entre la infinidad de fisuras a la solemnidad que ha pergeñado el cronista natural del México contemporáneo, se cuenta la justa observación de que si Carlos Fuentes escribió Terra Nostra gracias a los auspicios de una beca, él necesitaba otra para leerla. No es el caso de «No sin nosotros», libro que a la perfección de su trazo y a la pertinencia de sus ideas añade la delicadeza de su brevedad.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo II

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
II

 

¿Le puedo hacer una pregunta: no tendría dos pesos para darme?
Tengo El inconsciente en la mano.
Hace un momento entro a la librería de Avenida de Mayo una chica preguntando por Padre rico, padre pobre de Robert Kiyosaki y Sharon Lechter.
Se lo había prestado su hermano para leer y se le estropeo y quería devolverle un ejemplar en buen estado.
El librero le responde que no lo tiene.
Estoy en El túnel de Buenos Aires.
Su dueño, es un viejo librero con oficio. Es como Bigote, el dueño de Brujas, un buen tipo que da gusto saludar.
¿Le puedo hacer una pregunta: no tiene dos pesos para darme?
La pregunta es la segunda vez que la escucho.
Hace unos minutos atrás en otra librería.
Y ahora se repite la escena.
Con El inconsciente en la mano vuelvo a mirar al linyera.
Esta limpito. No tiene olor. Tiene una edad indefinida. Parece un gaucho. Podría interpretar a Martín Fierro o a Inodoro Pereyra.
¿Si tengo dos pesos?, le responde el dueño de la librería.
Sí, ¿tiene dos pesos?
El librero extiende la mano con un billete de dos pesos y el linyera lo toma.
Muchísimas gracias, que tenga un buen día, dice el linyera y se retira.
Ok.
Me acerco al mostrador y le pido que me cobre el libro que tengo en las manos donde se reproduce el Coloquio de Bonneval y cuya parte más jugosa del libro son las discusiones que le siguen a las ponencias donde discuten Jean Hyppolite y Jacques Lacan.
Pago y le hago un comentario acerca la chica que entro buscando Padre rico, padre pobre.
Hay que tener ganas de leer esa porquería. ¿Para qué quiere recuperarlo? Le haría un favor a su hermano si no se lo devuelve jamás.
Tal cual, me dice el librero.
Es un libro que se vende como pan caliente, una de esas porquerías eternas que la gente lee como si fuera La Biblia.
Al salir a Avenida de Mayo me lo vuelvo a cruzar al gaucho linyera que entra a los negocios pidiendo ni cien ni uno ni mil sino dos pesos.
Lo miro.
Su rostro es amable.
Debajo de su sonrisa infantil debe haber un campo de batalla sembrado de cadáveres, imagino.
Pero sonríe.
Y parece feliz.

 

En los Links que siguen se pueden leer las Confesiones de un librero de mierda y Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish

 

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En el condado de Grouse – Tom Drury

En el condado de Grouse – Tom Drury

Para este collage que se titula Borges y su perrito Juampi se uso una foto que le saque a un ciego mendigo con su perro en la calle Florida, Jorge Luis Borges,, Adolf Hitler, Pablo Picasso, Sarina Valentina, Pier Paolo Pasolini, Las cenizas de Gramsci, The Beatles, Oscar del Barco, Lisa Ann, una Muñequita Liefeld Puteadora, a mi gato René y un Pibe Chorro que puede ser tan cruel en ciertas circunstancias como Carrefour – trabaje un año para ese supermercado en la sucursal San Martin así que conozco lo poco que vale la vida para esta empresa.

Estado: nuevo.

Editorial: 451.

Precio: $400.

El ficticio condado de Grouse, en el frío y desolado Medio Oeste, sirve como escenario para esta sugestiva e inteligente novela coral. Tom Drury detiene el tiempo para registrar la vida cotidiana de sus variopintos habitantes, entre ellos el sheriff Dan, Louise y el gamberro Tiny. Un inolvidable triángulo que teje un difícil entramado de vínculos personales. Una historia sincera y diferente narrada por una de las voces más originales de la literatura norteamericana actual.
Tom Drury (Iowa, EE UU, 1956) es uno de los grandes talentos ocultos de la novela estadounidense. Su narrativa breve ha aparecido en las prestigiosas Harper’s, The New Yorker o Granta, que en 1996 lo incluyó en su selección de «Los mejores novelistas americanos jóvenes» junto a autores como Lorrie Moore, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Es autor de cuatro novelas: The end of vandalism (1994, de próxima aparición en 451 Editores), The black brook (1998), Hunts in dreams (2000) y La región inmóvil (2006), su primera obra traducida al castellano.
comedy/tragedy, promises/problems. Charlando con Tom Drury
iletrado pero cuerdo
La semana del 27 de junio al 4 de julio de 1994 la revista The New Yorker publicó un número doble especial con textos inéditos de autores como Alice Munro (The Albanian Virgin) o David Foster Wallace (Several Birds), además de un artículo sobre Francis Scott Fitzgerald, escrito por un tal John Updike –¿les suena?–, y otras piezas de Donald Barthelme, Harold Brodkey, Charles McGrath (hablando sobre Comarc McCarthy)… Podría definirse este número como un SEÑOR número, más teniendo en cuenta que en su interior uno podía contemplar un reportaje fotográfico de primera firmado por Richard Avedon, nada más y nada menos.
Para quien desconozca cuál es la importancia de Avedon, decir que sus fotografías definieron la belleza, elegancia y cultura de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. El neoyorquino retrató a Truman Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, también a William S. Burroughs o Janis Joplin. Todos querían que su peculiar mirada les inmortalizará. Y es que Avedon captaba rasgos inesperados en los rostros de los personajes que retrataba, los desnudaba, los sinceraba.
En ese número especial del The New Yorker que costaba 2,95 dólares, Avedon reunió a algunas de las “plumas” más celebradas del momento –escribo siempre desde el punto de vista norteamericano–, autores de referencia indiscutible y prestigio intachable, promesas y talentos encomiables, catorce escritores de ficción. Con su peculiar estilo en blanco y negro, en un escenario perfectamente diseñado y en el cual cada uno de los figurantes adoptaba la posición que se le antojara, Avedon capturó a Michael Chabon, William Maxwell, Haruki Murakami, Ann Beattie, John Updike, Harold Brodkey o Alice Munro, entre otros. De entre esos “otros” destaca un hombre con las manos en los bolsillos, una corbata que desafía cualquier precepto estético en el mundo de la moda y un semblante quizá un tanto soso. El portador de esa leve sonrisa cariacontecida es Tom Drury.
Curioso, con un sentido del humor perspicaz, Drury es divertido y serio al mismo tiempo, creador de diálogos que resultan, a priori, inexpresivos, secos, pero que contienen una fuerza extraordinaria entre sus líneas. No es amante de las descripciones correosas, prefiere ir al grano de la cuestión, a su esencia, nada de adornos ni pompas de jabón ni edulcorantes empalagosos. Resulta llamativo que sea así de franco y directo, pues existen multitud de ejemplos en la narrativa norteamericana de textos de más de 500 páginas insufribles, verdaderos plomazos rellenos de discusiones insustanciales, de pura paja. Si el autor nacido y criado en Mason City, Iowa, se diferencia de esa especie de autor que anhela la fama a base de kilogramos de papel inservible, es su sinceridad y, sobre todo, su capacidad para retratar con simpatía a personas que luchan por encontrar un propósito en la vida, por alcanzar la dignidad en un universo decididamente indiferente para con ellos. Los personajes de Drury son personas que viven un proceso constante de búsqueda, son personas que necesitan sincerarse, conocer cuáles son sus defectos y virtudes para, así, comprender el porqué de sus decisiones, el porqué de su existencia.
Algunos dicen que su escritura roza el naturalismo, aunque ésta contiene más bien unos tintes un tanto surrealistas. El hecho de crear un condado imaginario (Grouse County) denota ese carácter fantasioso, si bien es un territorio situado en el Medio Oeste norteamericano con unas características muy similares a las de cualquier localidad de la zona, con sus excentricidades y rituales, sus peleas y comodidades, un lugar nostálgico e ingenioso conformado por pequeñas comunidades agrícolas donde las familias se han entrelazado durante generaciones, donde, en ningún caso, puedes escapar de la sombra del pasado, donde todos se conocen y todos cotillean. De todo ello brota una prosa desgarradora y ocurrente; ese binomio es condición indispensable para saber quién es y quién quiere ser como escritor. Sin temor a equivocarme diré que Drury es un escritor de aúpa.
The End of Vandalism –traducida aquí en España como En el condado de Grouse, algo que no logro comprender en absoluto– fue su primera novela publicada como tal, pues ya había aparecido previamente por entregas en las páginas de The New Yorker. Fue en 1994, y el éxito que cosechó rotundo, llegando incluso a compararle con Sherwood Anderson y William Faulkner. Muchos de los grandes medios de comunicación americanos calificaron el texto como el mejor del año y eso se tradujo en una especie de veneración en torno a Drury y ese territorio imaginado de Grouse County. El propio Jonathan Franzen –ahora transformado en gurú– ha considerado The End of Vandalism una de sus lecturas favoritas. ¡Hasta la han recomendado en el programa de Oprah, por dios santo! A día de hoy, esta obra es como un texto obligatorio para todos aquellos que quieren ser novelistas, una especie de vademécum.
El sello 451 Editores, ahora en proceso de reestructuración –por evitar decir que está o pudiera estar al borde de su desaparición–, fue el valiente en traducir a Tom Drury al castellano por primera y única vez hasta la fecha. Curiosamente el primer título en leerse en la lengua de Cervantes no fue The End of Vandalism, sino The Driftless Area (2006), su penúltima obra. La región inmóvil (2009), como se conoce aquí en España, es, en palabras de Milo Krmpotic, “una maravillosa extrañeza, una obra de por sí la mar de entretenida”. La novela es un drama atípico, irónico y sofisticado en el que el Medio Oeste americano vuelve a ser protagonista. En esta ocasión, Drury lo “infesta” de vagabundos y ladrones patosos, incluso de un traficante de drogas que también ejerce de agente en una empresa de alquiler de coches. Existe en sus páginas un cierto aire de derrotismo agradable. Como bien remarcaba Robert Draper en The New York Times, “sus desafortunados personajes rara vez lloran o piden misericordia”, He ahí la gracia.
Habría que esperar al año 2011 para disfrutar con esa historia centrada en un triángulo amoroso entre un ladrón de poca monta, la ex esposa del ladrón, y el sheriff de corazón blando que finalmente se casa con ella. Hablo de En el condado de Grouse, donde quedan perfectamente reflejados los temas que preocupan a Drury; la ausencia de esperanza, las promesas incumplidas, el hambre por lograr ser amado, la cochambrosa decepción, la mala suerte, la rutina… Tom Drury describe compasión en esos personajes inadaptados, muestra sus debilidades e impulsos autodestructivos. Louise, Dan y Tiny crecen y crecen en cada página, te hipnotizan con sus inseguridades y sus anhelos. La complejidad que en ellos habita necesitaba más dedicación, otros puntos de vista, nuevas situaciones a las que enfrentarse y por las cuales poder quejarse. Quizá por ello recuperara estos personajes en su novela Hunts In Dreams (Grove Press, 2000) y en Pacific (Grove Press, 2013), Precisamente, con esta última ha vuelto a copar titulares y más de un piropo hasta el punto de ser candidato al National Book Award.
Recapitulando un poco, visto el renombre y notoriedad de este autor en su país –país que, no olvidemos, ha dado a algunos de los narradores más extraordinarios de la historia reciente; negarlo sería de mentecatos–, aun sigo preguntándome cómo es posible que haya pasado prácticamente desapercibido en España. ¿Cómo? Puede que mi amor por las “causas perdidas”, los “marginados” e “inadaptados”, los “ángeles caídos” o los injustamente olvidados me nuble el juicio y realmente Drury no sea para tanto. Por esa misma razón quise entrevistarlo, saber un poco más sobre su figura, cosa que resultó más fácil de lo que en un principio pudiera parecer –¿quién soy yo para entrevistar a quién?–. Para embarcarme en esta nueva aventura necesité ayuda, como siempre que decido explorar en territorios anglosajones. En esta ocasión, el benevolente y afable Rubén Martín Giráldez me echó un buen cable. Él ha sido el encargado de traducir esta sincera y modesta entrevista a uno de los autores norteamericanos que merecen un poquito más de nuestra atención. Desde aquí, un aplauso para Rubén, bien fuerte, para que el bueno de Tom pueda oírlo desde su casa en Brooklyn, no sean tímidos.
Pregunta: Algunos medios te definen como “talento oculto”, “un maestro extraño” o, simplemente “un gran escritor”. También remarcan ciertas semejanzas con la literatura de los hermanos Grimm o el cine de los hermanos Coen. ¿Tantas etiquetas resultan contraproducentes?
Tom Drury: Evidentemente, lo ideal a la hora de enfrentarse a un libro sería limitarse a leerlo sin tener en cuenta lo que hayamos oído o leído al respecto. Creo que eso es lo que hace la mayoría de la gente. Es lo que hago yo. Supongo que la variedad de etiquetas puede llevar a confusiones si uno les presta demasiada atención, pero ¿alguien se la presta? Y ¿cómo va a quejarse uno cuando los lectores encuentran algo interesante en la obra, algo que expresan en la medida de sus posibilidades, si eso significa que hasta cierto punto la cosa funciona?
P: Formas parte de una generación de autores como Lorrie Moore, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Todos realizáis un análisis, cada uno con su particular estilo, de la sociedad norteamericana, de esa América de ayer y de hoy. ¿Podría decirse que intentáis establecer un diálogo en el que poder dar voz a testimonios de las cambiantes actitudes sociales del país?
TD:Para serte sincero, mientras escribo no pienso demasiado en cambios de actitud social, pero ya veo a lo que te refieres. Si uno escribe sobre el pasado y sobre el presente, generalmente introducirá ciertas alusiones a lo que ha cambiado, a lo que significan esos cambios, a si son buenos o malos, etcétera. Y cada escritor tendrá distintas respuestas para esto, así que en ese sentido sí existiría un diálogo entre los libros, aunque tal vez sería más preciso hablar de monólogos comparativos.
P: Pacific te situó en el 2013 National Book Award Longlist, en la categoría de ficción. A pesar de no haber sido finalista del galardón, imagino que ha supuesto una importante inyección de moral estar entre los seleccionados. ¿No es así?
TD: Así es. Fue una alegría y una sorpresa encontrarme en tan grata compañía. La noche antes de que llegase la noticia había estado pinchando discos en un bar, y cuando me desperté y vi que tenía un montón de mensajes de texto pensé que a la gente le habían gustado los discos que puse.
P: Una parte de la idiosincrasia norteamericana, corrígeme si me equivoco, por favor, se caracteriza por ese afán por alcanzar el éxito, la gloria y la fama. En este sentido, ¿los premios y reconocimientos son la razón de vivir para el escritor? ¿O eres de la opinión de que el escritor que se precie de serlo debe únicamente dedicarse a escribir, sin más?
TD:Estoy de acuerdo contigo en que, cada vez más, la búsqueda de la fama ha llegado a formar parte de la idiosincrasia americana. Por mi parte, nunca he deseado más reconocimiento que el justo para continuar trabajando; porque un cierto reconocimiento sí es necesario, de lo contrario no hay manera de salir airoso. Si uno se dedica a escribir ficción esperando la gloria y la fama, me parece que se ha equivocado de oficio.
P: Volviendo a Pacific, en ella realizas una narración en la que lo cómico y lo trágico se dan la mano, donde las promesas y lo problemas conviven constantemente. Y para ello, sitúas la acción en Los Ángeles y el ficticio condado de Grouse, una América cosmopolita y una América rural. ¿Literatura de contrastes?
TD: Pues ahora que lo dices, sí. Los dos contrastes principales –comedia / tragedia, promesas / problemas– siempre han formado parte de lo que escribo. Así es como veo yo la vida. Por muchos problemas que tengas, sales a la calle, hace buen tiempo, alguien te saluda y, de repente y de una manera inexplicable, te sientes bien o mejor, por lo menos. Me costaría mucho escribir una tragedia pura en la que todo termine en ruina y desolación. Tal vez me engaño, pero también creo que una especie de tristeza atraviesa estos relatos. Cierta consciencia, quizás, de que ahora estamos aquí y al instante siguiente ya hemos desaparecido. La novedad de Pacific consiste en que hay escenas largas tanto en la ciudad como en el campo. Esto lo exigía la propia historia. No había justificación para hacer que Joan apareciese en el primer capítulo y se llevara a Micah a Los Ángeles sin seguirlos después y ver qué sucedía. El gran cambio para Micah es que, acostumbrado a una vida rural bastante monótona, se encuentra con que tiene a su disposición una gran variedad de posibilidades: drogas, fiestas, contemplar helicópteros, enamorarse. Casi son demasiadas cosas. Y Los Ángeles me gusta, tiene cosas de las que me apetecía escribir.
P: Quien no haya leído Pacific pero sí haya leído alguna de tus novelas, como The End of Vandalism, Hunts in Dreams y The Driftless Area, se fija en que tus personajes actúan más que reflexionan. ¿Podría decirse que tienes un estilo directo, sin artificios? En otras palabras, ¿una literatura sin edulcorantes?
TD: Las acciones se adelantan a la reflexión, sí. Con frecuencia, lo que siente un personaje me parece o bien obvio o bien algo que es mejor que averigüe el lector por su cuenta. En la vida real vemos a gente en distintas situaciones y podemos imaginarnos cómo se sienten, pero no se nos da una transcripción narrativa. Vamos, no se nos da una transcripción narrativa ni de nuestros propios sentimientos.
P: Otro aspecto a destacar en esas historias es que son historias sinceras, historias con un aire melancólico pero con un sentido del humor muy particular. Asimismo, todo resulta aparentemente simple, aunque la construcción de los personajes y sus relaciones no tienen nada de simple. Son historias sobrias y magníficamente construidas, lo que me lleva a preguntar, ¿cómo lo haces? ¿Te basas en el lema de Ludwig Mies van der Rohe de ‘menos es más’?
TD: No creo que menos sea más: Moby Dick es una de mis novelas preferidas, pero mi método consiste en escribir mucho y recortar mucho. Intento reducir el relato a los elementos que percibo como más verdaderos y los describo directamente. De este modo la historia me parece real. No me gusta esa clase de escritos que dan la impresión de desvivirse por convencerte de algo. Creo que el lector comprenderá la complejidad de una situación si se la describe con claridad. Los lectores suelen ser así. En cuanto a la melancolía y el humor, mi anterior editora en TheNew Yorker, Veronica Geng, me comentó en una ocasión que mis escritos funcionaban mejor cuando uno no era capaz de distinguir si se suponía que aquello era triste o divertido, y siempre lo he tenido en cuenta desde entonces. Así que hay cosas que uno considerará tristes o divertidas sin que, generalmente, se le proporcione ningún tipo de explicación textual sobre cómo deberían hacerle sentir.
P: ¿Por qué nos gustan tanto los anti-héroes? ¿Las historias de redención?
TD:A los antihéroes, porque sabemos que la autoridad se equivoca a menudo; la redención, porque todos hemos cometido errores y esperamos mejorar.
P: Tus escritos han aparecido en las prestigiosas Harper’s, The New Yorker o Granta. ¿Qué importancia le confieres a la narrativa breve? Lo pregunto porque son muchos los que consideran que un escritor serio es un autor de novelas, algo que me parece absurdo.
TD: Muchos de los relatos que he publicado formaban parte de novelas. A veces se me ocurre algo que debería ser simplemente un relato breve y lo escribo de esa manera. Por supuesto, estoy de acuerdo contigo en que algunos de nuestros mejores escritores se han dedicado sobre todo a los cuentos. Diría que, en general, se da por hecho que los escritores tienen ideas inamovibles sobre qué es un relato y qué es una novela, y la serie de requisitos formales que pertenecen a uno y otra, pero yo no tengo esa clase de ideas ni creo que quiera tenerlas.
P: Como escritor, ¿sientes que tienes una responsabilidad social, que puedes y debes crear conciencia a través de tus historias?
TD.:No exactamente. O, al menos, no una responsabilidad social más allá de la que pueda tener cualquiera. No escribo con una intención didáctica en mente, escribo para seguir la narración, y no pretendo ni más ni menos que crear una cadena de sucesos que yo mismo juzgue verosímil y relevante por motivos que no sé argumentar o que podría pasarme horas argumentando. Muchos de mis personajes poseen una honradez fundamental, por lo que el comentario social se entreteje de vez en cuando en la obra, pero me gusta que esto suceda porque sí, y no porque constituya el motivo secreto por el que escribo. Por ejemplo: en Pacific, nos encontramos a Tiny robando los gigantescos grandes almacenes Big Wonder y se dice de pasada que las grandes superficies comerciales han aniquilado los pequeños negocios locales en muchos kilómetros a la redonda, cosa que es cierta y no deja en muy buen lugar al mercantilismo centralizado, pero es un dato que aparece en el contexto de la historia. Otro ejemplo: contratan a Tiny para desmantelar una iglesia abandonada, y uno puede preguntarse qué insinuación oculta este abandono y desmantelamiento a propósito del papel inestable de la religión en la cultura. Pero la razón por la que lo escribí fue porque me pareció que era interesante ver a Tiny haciendo eso, y tomarlo como una metáfora es algo que puedo hacer en retrospectiva, al igual que el lector, pero no forma parte de una estrategia.

 

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Verano en Baden-Baden – Leonid Tsypkin

Verano en Baden-Baden – Leonid Tsypkin Susan Sontag Alan Pauls

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Prólogo: Susan Sontag.

Precio: $000.

Esta impresionante y singular novela transcurre en dos planos temporales. Uno arranca en 1867 y recrea el viaje que Dostoievski y su joven esposa, Ana Grigorievna, hicieron por distintas capitales de Europa durante cuatro tormentosos años de enfermedad, pobreza, juego y lucha contra sus propios fantasmas; el otro recoge, en un indefinido presente, el viaje del propio autor de Moscú a un Leningrado aún herido por los horrores del sitio, reconstruyendo las huellas de Dostoievski con la ayuda del diario de Ana.
Escrita entre 1977 y 1980, Verano en Baden-Baden fue sacada de Rusia clandestinamente y publicada por entregas en ruso en un semanario de Nueva York en 1982. Leonid Tsypkin jamás supo que su obra sería publicada. Hoy está traducida a catorce idiomas, considerada una obra digna de figurar entre las más hermosas, importantes y originales del siglo XX.
Dice Susan Sontag en el prólogo que la prosa de Tsypkin recuerda a Saramago y posee la fuerza de Thomas Bernhard. Y añade: «parecería improbable que aún haya obras maestras… Sin embargo, hace unos diez años, saqueando una caja de desaliñados libros viejos en una librería en la calle londinense de Charing Cross, justamente di con un libro así, Verano en Baden-Baden, que incluiría entre las hazañas más hermosas, exaltadas y originales de todo un siglo de narrativa y metanarrativa».
Leonid Tsypkin nació en Minsk en 1926 de padres judíos rusos, ambos médicos. Estudió medicina y en 1957 se le permitió instalarse en Moscú junto a su mujer y su hijo. Publicó numerosos artículos en revistas científicas, pero su escasa producción literaria —poemas, relatos y dos novelas autobiográficas— fue escrita sin la perspectiva de ser publicada. Verano en Baden-Baden es la culminación de su apasionada y secreta vocación literaria. El manuscrito de esta novela fue sacado clandestinamente de la Unión Soviética en 1981 y publicado en 1982 por entregas en un semanario ruso de Nueva York. Cuando su hijo emigró a los Estados Unidos en 1977, el régimen castigó severamente a Leonid, y le denegó dos veces el permiso de salida de la Unión Soviética. Murió de un ataque al corazón en Moscú en 1982 sin saber que su obra vería por fin la luz. Verano en Baden-Baden está publicado en catorce idiomas por las editoriales más prestigiosas.
Memorias del subsuelo
Alan Pauls
Verano en Baden-Baden empieza con un robo. El narrador, que viaja en tren a Leningrado, saca de una valija un libro prestado, lo abre en la página marcada y antes de ponerse a leer descubre la decisión que acaba de tomar su corazón: no, no lo devolverá. El libro –ex préstamo y ahora botín de una vasta biblioteca de tía– es una edición gastada del Diario de Ana Grigórievna, la segunda mujer de Fedor Dostoievsky. Algunas semanas antes, en Moscú, el narrador ha cruzado temblando toda la ciudad para dar con el encuadernador capaz de frenar la hemorragia de páginas que lo desangraba. Lo ha leído a toda hora, en todas partes: lo empezó, ya restaurado, en el tranvía, y sigue leyéndolo ahora, bajo la luz parpadeante del vagón, mientras afuera campean las tinieblas del invierno soviético. Ese libro es su Biblia: nada de todo lo que el narrador tiene para decir existiría sin él.
Pero ¿no hay en toda lectura apasionada un reflejo expropiador, una secreta pulsión delictiva? Algo de eso se insinúa en Verano en Baden-Baden, el libro del soviético Leonid Tsypkin que, publicado el año pasado por la editorial norteamericana New Directions, vuelve como un zombi del otro lado del mundo, no de Rusia sino de la URSS, del vasto imperio helado en el que el libro se escribió, que siempre lo ignoró y que terminó despojando a su autor de todo –hijo, trabajo, carrera, prestigio–, incluso del espectáculo, quizá consolador, de su propio derrumbe. En las primeras líneas del prólogo de la edición norteamericana, Susan Sontag se pregunta si aún quedan obras maestras por descubrir en las literaturas centrales –“las más patrulladas”– del siglo XX. La pregunta es retórica: “Hace unos años me crucé con uno de esos libros”, se contesta Sontag: “Se llama Verano en Baden-Baden, y yo lo incluiría entre los logros más bellos, excitantes y originales de la ficción y la para-ficción del siglo”.
Por una vez, la historia de un libro es también la de su autor, de la que quedó –a diferencia de otras obras notables escritas bajo el régimen comunista– tristemente cautivo hasta hace muy pocos años: una historia de anonimato y clandestinidad, represión y redención, adoración y martirio. Éstos son algunos de sus pormenores.
Leonid Tsypkin nació en 1926 en Minsk, en un hogar de médicos judíos. Tenía 15 años cuando sobrevivió al ghetto que acabó con una abuela, una tía y dos primos. En 1947 se graduó en la Facultad de Medicina; un año después se casó con la economista Natalia Michnikova y en 1950 nació Mikhail Tsypkin, su único hijo, cuyo nombre aparece ahora en Internet asociado con Harvard y con papers sobre política militar soviética. En 1957, tras haber eludido las purgas antisemitas de Stalin trabajando en un oscuro neuropsiquiátrico rural, Tsypkin se muda a Moscú, donde oficia de patólogo en el prestigioso Instituto de Poliomelitis y Encefalitis Viral. Los primeros escarceos literarios datan de principios de los años 60; escribe poemas que suenan a Marina Tsvetaieva y a Pasternak –sus dos máximas divinidades– y que mantiene escondidos en un cajón, como frutos de un hobby torpe o de una indecencia. Más tarde, a instancias del único pariente conectado con el mundo literario que tiene, Lidia Polak –la tía de cuya biblioteca expropia el ejemplar del Diario de Ana Grigórievna–, Tsypkin se decide a mostrarle sus cositas al crítico Andrei Sinyavsky; la cita no llega a consumarse: Sinyavsky es arrestado dos días antes.
Tsypkin no vuelve a las letras hasta fines de los 60, pero esta vez se pasa a la prosa. Escribe dos horas todas las noches, de regreso del instituto, después de una siesta, en una máquina Erika, alemana, de la Segunda Guerra Mundial. De esa época son El puente sobre el Neroch y Norartakir, dos novelas autobiográficas, y su absorbente devoción por Dostoievsky, cuyos archivos agota y cuyas huellas (biográficas y ficcionales) registra con minuciosas fotos de forense. En 1977, mientras empieza Verano en Baden-Baden, su hijo y su nuera emigran a los Estados Unidos. Las represalias no se hacen esperar: Tsypkin es excluido de las tareas de investigación y degradado al rango que tenía veinte años atrásen el instituto, con su sueldo reducido a la cuarta parte. En 1980 termina la novela y dona su álbum de fotos al Museo Dostoievsky de Leningrado, y al año siguiente accede a darle el manuscrito a un amigo periodista, Azary Messerer, para que trate de colocarlo en el extranjero. En marzo de 1982, después de esperar las visas dos años, un funcionario lo cita para comunicarle que “no se le permitirá emigrar nunca”. El 15 de marzo lo despiden del instituto. Ese mismo día recibe un llamado de su hijo Mikhail desde Harvard, donde estudia, anunciándole que el 13 apareció la primera entrega de Verano en Baden-Baden en el semanario émigré Novaya Gazeta de Nueva York, ilustrada con algunas de sus fotos. El 20, día en que cumple 56 años, Leonid Tsypkin muere de un infarto en su escritorio, mientras traduce un texto médico del inglés. En 1987, Quartet Books publica la primera traducción inglesa de Verano en Baden-Baden: ésa es la edición que sorprende a Susan Sontag y la deslumbra.
La historia es patética, pero lo notable del libro de Tsypkin es que ni su rareza formal, ni su prodigiosa convicción narrativa, ni su emoción parecen necesitarla. A mitad de camino entre el De Quincey de Los últimos días de Emanuel Kant y el Sebald de Vértigo (Tsypkin también soñaba con insertar sus fotos en el cuerpo de la novela), al narrador de Verano en Baden-Baden le basta con abalanzarse sobre su viejo ejemplar del Diario de Ana Grigórievna para pasar del otro lado del espejo: ya no viaja a Leningrado sino a San Petersburgo, la ciudad que caminó Dostoievsky, “ese hombre menudo, de piernas cortas, con cara de sereno de iglesia o de soldado retirado”. El Diario de Ana es al narrador de Tsypkin lo que la magdalena al hipersensible Marcel de En busca del tiempo perdido: el pliegue, la bisagra que pone en contacto dos dimensiones remotas del espacio-tiempo: el presente del narrador, anclado en el mortecino invierno comunista, que sigue los rastros de su escritor predilecto, y la franja de la vida de Dostoievsky que va desde 1867 –cuando, recién casados, Fedor y Ana viajan en tren a Dresde– hasta las 8.38 de una noche de 1881, cuando el doctor Cherepnin ausculta el pecho del escritor, arrasado por tres noches de hemorragia pulmonar, y lo declara muerto. Sí, Dostoievsky es el otro que huye y Tsypkin la sombra que lo persigue sin desfallecer, que lo asedia en Dresde (luna de miel, idilio, contemplación de la Madonna de la Capilla Sixtina), en Baden-Baden (casino, ruleta, dilapidación, encontronazos con Turguenev y Goncharov), en Ginebra (visión del “Cristo en su sepultura” de Holbein) y en San Petersburgo (agonía y muerte). Pero si Tsypkin viaja, y no sólo a Leningrado –destino lícito– sino también al exterior –destino prohibido–, es porque antes que un viajero es un lector, porque lee el Diario de Ana y lo glosa hasta el fervor, hasta hacerlo desaparecer, hasta robárselo, en una especie de trance transferencial del que cada tanto “vuelve” para ensimismarse en lo poco “propio” que le queda: la barba que ve cada mañana en el trolley (un eco insípido de la barba de Dostoievsky), una escena de posguerra, cuando, estudiante, Tsypkin vivía en el hospital donde trabajaba su padre, o la estadía final en Leningrado, con la visita al museo y la lectura del Diario de un escritor de Dostoievsky, el otro gran libro que Tsypkin vampiriza con su fidelidad de insomne. Sólo que esas “vueltas”, más que una salida, son el corazón mismo del trance. Tsypkin va y viene, lee y vive, viaja y se queda, retrocede y avanza, y el medio que le permite desplegar esa movilidad sobrenatural es algo tan viejo como la literatura: la frase. La frase es el verdadero trance de Verano en Baden-Baden: una frase compleja, facetada, “florecida”, capaz de enhebrar épocas y lugares y voces heterogéneas en un solo soplo hipnótico que puede durar toda una página. Una frase que tiene la lentitud y el vértigo de la lectura, y también su soberanía.

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Sangre en abril. Florencia y la conspiración contra los Médicis – Lauro Martines

Sangre en abril. Florencia y la conspiración contra los Médicis – Lauro Martines

Estado: nuevo.

Editorial: FCE/Turner.

Precio: $400.

«Un domingo de abril de 1478, en la catedral de Florencia, un grupo de conspiradores trató de acabar con la vida de dos de los principales miembros de la familia Médicis, Lorenzo el Magnífico, jefe extraoficial del Estado, y Juliano, su hermano menor. El complot, conocido como la conspiración de los Pazzi, fracasó; las represalias posteriores se saldaron con un baño de sangre y de ahí el título de este libro: Sangre de abril.»
De esta forma nos introduce Lauro Martines en la conspiración política que marcó el desarrollo del futuro Estado italiano y vertebró el dominio de los Médicis sobre el entramado de intrigas, luchas de poder y florecimiento cultural que fue el Renecamiento. Un papa belicoso y lascivo, Sixto IV, las aristocráticas familias Pazzi y Sofrza, Fernando de Aragón, rey de Nápoles, y el duque de Urbino componen el elenco conspirador unido por una vasta urdimbre de intereses y odios contra la poderosa familia Médicis. La historia, que se desvala al lector hasta en su más mínimos detalles, tiene más en común con el El Padrino de Puzo que con el Julio César de Shakespeare.
Martines, Lauro imparte clases de historia tanto en la UCLA como en la universidad de Londres. Además, ejerce de escritor, crítico literario y experto mundial en el Renacimiento flotenino, tema sobre el que ha publicado numerosos libros como The Social World of Florentine Humanists: Lawyers and Statecraft in Renaissance Florence, Society and History in the English Renaissance o Violence and Civil Disorder in Italian Cities, 1200-1500.

 

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Cazadores de cuerpos. La experimentación farmacéutica con los pobres del mundo – Sonia Shah

Cazadores de cuerpos. La experimentación farmacéutica con los pobres del mundo – Sonia Shah

Estado: nuevo.

Editorial: 451.

Precio: $400.

Una cruda denuncia de la inmoralidad de la industria farmacéutica. Nos medicamos sin saber que el crimen puede estar detrás de ese gesto cotidiano. Los enfermos de países en vías de desarrollo sufren experimentos a los que jamás nos someteríamos. La industria farmacéutica encuentra en África, Latinoamérica, Asia o Europa del Este a pacientes desprotegidos, a los que a menudo se informa mal del riesgo que corren al participar en programas experimentales: tratamientos de segunda categoría para el sida, placebos que suponen un tiempo prolongado sin tratamiento cuando la cura es posible, gobiernos que hacen la vista gorda y empresas capaces de matar. Sonia Shah describe con precisión estos atropellos, y se atreve a poner nombre y apellido a los responsables. ¿Quieres seguir con los ojos cerrados?
Sonia Shah (Nueva York, 1969), licenciada en Periodismo, Filosofía y Neurociencia, es una periodista independiente dedicada a la investigación y denuncia del poder corporativo, sobre todo en lo referente a la agricultura, el petróleo y la industria farmacéutica. Ha sido editora de los libros Between fear and hope (1992) y Dragon ladies (1997), y autora de Untying the knot (2001) y Crude: Story of oil (2004). Traducida a varios idiomas, está considerada como una de las autoras de referencia en el desenmascaramiento de las prácticas ilícitas de las grandes multinacionales.
Prefacio
Sonia Shah
La sangre de quienes morirán si no se realizan investigaciones biomédicas recaerá sobre las manos de quienes no las lleven a cabo.
Joshua LEDERBERG
¡Mierda!… Quiero decir que aprendemos trepando sobre los cuerpos de los seres humanos.
Murray GARDNER
Los ensayos de campo son indispensables […]. Ante los dilemas médicos importantes, si la alternativa es pagar el precio de la incertidumbre perpetua, ¿tenemos realmente alguna elección?
Donald FREDERICKSON

 

Mi vida y la de algunos de mis parientes más próximos prosiguen gracias a las intervenciones de la medicina moderna, un arte científico que ha avanzado a trompicones sobre la base de la investigación clínica. Los medicamentos que me permitieron sobrevivir a una cesárea de urgencia, los que permiten que mi hijo respire a pesar de su asma alérgica y los que corrigen un déficit hormonal de mi madre se nos han administrado con éxito y seguridad debido en parte a que han sido probados en centenares, tal vez miles, de sujetos humanos en ensayos experimentales. Y no solo eso: estos medicamentos eficaces emergen de un lodazal compuesto por infinidad de medicamentos fallidos, cada uno de los cuales también fue probado en docenas de cuerpos calientes, de los que algunos tal vez se hayan visto perjudicados por sus deficiencias.
El hecho de que la investigación médica traiga consigo ciertas cargas no tiene nada de terrible. Pero, en términos generales, no nos gusta saberlo. No nos gusta verlo. La mera idea de experimentar en seres humanos suena siniestra, y, a pesar de todo, siempre queremos más medicamentos que nos alivien o nos curen, y más datos para garantizar su seguridad y su eficacia y así vencer nuestros temores. La respuesta a estos deseos contradictorios ha sido la misma desde mediados del siglo XIX, cuando los científicos empeñados en diseccionar animales sorteaban las protestas de los movimientos británicos contrarios a la vivisección ocultando sus prácticas rebanadoras en el secreto. En la actualidad, los prudentes fabricantes de medicamentos dan a conocer nuevos productos médicos después de haber dirigido calladamente las fases de experimentación necesarias para obtenerlos. Y así, mientras nos alegramos, discutimos o nos quejamos de los frutos de la investigación médica (¿cuánto cuestan los medicamentos?, ¿quién los paga?, ¿cuáles son los efectos secundarios?), el inmenso negocio de difundir nuevos medicamentos avanza soterradamente.
La tendencia de la industria del medicamento a dirigir sus ensayos farmacéuticos experimentales a países pobres está en mantillas, pero crece con rapidez. Según USA Today, los principales fabricantes de medicamentos como GlaxoSmithKline, Wyeth o Merck, que ya realizan fuera de Estados Unidos y Europa occidental entre el 30 y el 50% de sus experimentos, tenían previsto aumentar el número de ensayos en el extranjero hasta el 67% en el año 2006. Y aunque, según un estudio realizado en el año 2005 por el Tufts Center for Drug Development, los ejércitos de investigadores clínicos disminuyen en Estados Unidos, donde su proporción ha caído un 11% entre los años 2001 y 2003, engrosan en el extranjero, donde han aumentado un 8% durante el mismo periodo. «La deslocalización de la investigación farmacéutica está empezando a acelerarse», informabaThe Washington Post en mayo de 2005.
Y hay indicadores que apuntan que esta tendencia no hará sino acentuarse en los próximos años: las presiones sobre una industria animada por el lucro, que la empujan a ir más deprisa y de reducir continuamente los costes; el contradictorio afecto que los estadounidenses sienten por los nuevos medicamentos y sus reticencias a la hora de participar en los experimentos que los hagan posibles; la creciente angustia de miles de pacientes de países en vías de desarrollo privados del acceso a medicamentos eficaces, o las necesidades económicas inmediatas de unos hospitales y clínicas públicas escasos de dinero para lo que se pretende que sirvan. Teniendo que gestionar unas instalaciones que se vienen abajo, unos presupuestos minúsculos y la escalada de crisis sanitarias, muchos dirigentes de países en vías de desarrollo firman acuerdos para que la industria lleve a cabo más ensayos en su país, no menos.
Es una tendencia que pide a gritos ser analizada públicamente, ya que las consecuencias de la incursión de la industria farmacéutica multinacional en los países en vías de desarrollo van mucho más allá de los destinos de los pacientes, a quienes primero se capta para los ensayos y después se abandona. Al fin y al cabo, muchos de ellos recibirán ayuda al menos durante los breves periodos que dure su participación en los estudios, lo cual no es una insignificancia.
Más perturbadoras son las implicaciones para la atención sanitaria en los países pobres. Como los depauperados centros de salud encuentran más fácil obtener beneficios con los ensayos clínicos, una parte cada vez mayor de unos recursos ya escasos de por sí se desvían de la atención sanitaria. En muchos países, los Gobiernos han alimentado esta tendencia endureciendo la legislación sobre patentes, relajando la supervisión ética de los experimentos y traduciendo la recogida de datos médicos al inglés, lengua propicia para la industria. Cuando las prioridades institucionales se desplazan de tratar a los enfermos a experimentar con ellos para las empresas farmacéuticas, las enfermeras, los médicos y el resto de personal sanitario especializado, ya sobrecargados de trabajo por unos pacientes muy necesitados, encuentran cada vez menos tiempo para curar. Y tanto si se trata de un experimento acelerado como de un estudio con buenas intenciones, o si la supervisión ética es una chapuza y los sujetos no comprenden su papel en el ensayo, la desconfianza generada crece como la espuma y contamina todas las ofertas de la medicina occidental, incluidas las relativas a vacunas y medicinas para salvar vidas.
El negocio de la experimentación en los países en vías de desarrollo también intensifica la presión para abrir esos mercados a las ventas de nuevos medicamentos de marca: incorpora exigencias de reciprocidad de parte de los profesionales locales de la medicina y las autoridades gubernamentales para que ofrezcan a sus pacientes como pasto para los experimentos. Pfizer, Eli Lilly, GlaxoSmithKline y otros gigantes farmacéuticos se agolpan ante las fronteras de la India, Brasil, Rusia y China adivinando unos mercados inmensos para sus medicamentos superventas, concebidos para bajar el colesterol, aliviar la disfunción eréctil o combatir la depresión. La filosofía de una industria que identifica innovación médica con «nuevos productos» resulta particularmente perniciosa en lugares en donde todavía hay que probar con soluciones más sencillas. Mientras sigamos careciendo, por ejemplo, de respuestas satisfactorias para los problemas sanitarios planteados por la falta de agua salubre y de alimentos sanos, un nuevo medicamento de marca no va a resultar muy útil. Y aun en los casos en los que lo más necesario sean ciertamente productos novedosos, desde fármacos para la malaria hasta remedios para la enfermedad del sueño, por regla general los que alivian a los más pobres suelen suscitar poco interés en las compañías farmacéuticas, que están comprometidas con las necesidades económicas de sus inversores. El resultado más probable será una clase rica ahíta de medicamentos junto a otra pobre famélica de ellos. En este caso, la venta de medicamentos de marca en los países pobres acentuará las desigualdades, no las corregirá. Y, como se ha documentado con profusión, la propia desigualdad empeora aún más la salud de los desposeídos.
En conclusión, debemos inaugurar el debate sobre la idea misma de utilizar cuerpos humanos como materia de investigación. Para algunas personas, realizar la tarea de ser sujeto de ensayos experimentales es lo mismo, pongamos por caso, que aceptar un empleo en una fábrica. Pero para muchas otras los ensayos industriales en países pobres plantean un dilema irresoluble que menoscaba los derechos humanos: ser objeto de experimentación o morir por falta de medicinas. En las calles de Lagos y en las salas de los congresos internacionales sobre sida, las personas procedentes de países en vías de desarrollo condenan que los científicos occidentales las utilicen como conejillos de Indias. Por su parte, los cazadores de cuerpos hacen caso omiso de las crecientes protestas.

 

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Clarke Street 64 – Andrew Holmes

Clarke Street 64 – Andrew Holmes

Estado: nuevo.

Editorial: 451.

Precio: $400.

El pusilánime Dash, que se convirtió por error en reyezuelo del hampa juvenil, intenta sobrevivir ahora al estresante trabajo de timador al que todos timan. Por su parte, tras perder las riendas de una vida y pasar una temporada en la cárcel víctima de una acusación falsa, Max vegeta en su apartamento colgado de la MTV. Sus vidas mezquinas se cruzan cuando Chick, el delincuente más aclamado del barrio para el que ambos trabajan, secuestra a un niño de seis años. Pero Chick ignora que Dash proyecta su venganza y que Max aún posee cierta conciencia, lo que, unido, puede provocar una inesperada y terrible tragedia.
Andrew Holmes, Londres, Inglaterra, 1972. Vive en Londres, donde trabaja como periodista independiente para The Guardian, The Observer y Scotland on Sunday, entre otros medios. Es autor de Sleb (2002, seleccionada para el WH Smiths New Talent Award) y All Fur Coat (2004), en las que recrea, al igual que en Clarke Street 64 (2005), el ambiente suburbial del norte de Londres. Recientemente ha publicado Rain dogs and love cats (2007).

 

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La región inmóvil – Tom Drury

La región inmóvil – Tom Drury

Estado: nuevo.

Editorial: 451.

Precio: $400.

En lo más crudo del crudo Medio Oeste, donde nunca parece ocurrir nada, está Driftless Área, la región inmóvil. Allí vive Pierre Hunter, un joven camarero a quien Stella, mujer de misterioso pasado, rescata cuando está a punto de ahogarse en un lago helado. Ingenuo y bienintencionado, Pierre querrá saldar la deuda contraída con su bella y enigmática salvadora. Sin embargo, tras la apariencia de azar y placidez de este encuentro amoroso se esconde una trama de crimen y venganza en la que Pierre es, sin saberlo, la pieza clave de un desenlace inaudito y, paradójicamente, inevitable.
Tom Drury (Iowa, EE UU, 1956) es uno de los grandes talentos ocultos de la novela estadounidense. Su narrativa breve ha aparecido en las prestigiosas Harper’s, The New Yorker o Granta, que en 1996 lo incluyó en su selección de «Los mejores novelistas americanos jóvenes» junto a autores como Lorrie Moore, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Es autor de cuatro novelas: The end of vandalism (1994, de próxima aparición en 451 Editores), The black brook (1998), Hunts in dreams (2000) y La región inmóvil (2006), su primera obra traducida al castellano.
comedy/tragedy, promises/problems. Charlando con Tom Drury
iletrado pero cuerdo
La semana del 27 de junio al 4 de julio de 1994 la revista The New Yorker publicó un número doble especial con textos inéditos de autores como Alice Munro (The Albanian Virgin) o David Foster Wallace (Several Birds), además de un artículo sobre Francis Scott Fitzgerald, escrito por un tal John Updike –¿les suena?–, y otras piezas de Donald Barthelme, Harold Brodkey, Charles McGrath (hablando sobre Comarc McCarthy)… Podría definirse este número como un SEÑOR número, más teniendo en cuenta que en su interior uno podía contemplar un reportaje fotográfico de primera firmado por Richard Avedon, nada más y nada menos.
Para quien desconozca cuál es la importancia de Avedon, decir que sus fotografías definieron la belleza, elegancia y cultura de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. El neoyorquino retrató a Truman Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, también a William S. Burroughs o Janis Joplin. Todos querían que su peculiar mirada les inmortalizará. Y es que Avedon captaba rasgos inesperados en los rostros de los personajes que retrataba, los desnudaba, los sinceraba.
En ese número especial del The New Yorker que costaba 2,95 dólares, Avedon reunió a algunas de las “plumas” más celebradas del momento –escribo siempre desde el punto de vista norteamericano–, autores de referencia indiscutible y prestigio intachable, promesas y talentos encomiables, catorce escritores de ficción. Con su peculiar estilo en blanco y negro, en un escenario perfectamente diseñado y en el cual cada uno de los figurantes adoptaba la posición que se le antojara, Avedon capturó a Michael Chabon, William Maxwell, Haruki Murakami, Ann Beattie, John Updike, Harold Brodkey o Alice Munro, entre otros. De entre esos “otros” destaca un hombre con las manos en los bolsillos, una corbata que desafía cualquier precepto estético en el mundo de la moda y un semblante quizá un tanto soso. El portador de esa leve sonrisa cariacontecida es Tom Drury.
Curioso, con un sentido del humor perspicaz, Drury es divertido y serio al mismo tiempo, creador de diálogos que resultan, a priori, inexpresivos, secos, pero que contienen una fuerza extraordinaria entre sus líneas. No es amante de las descripciones correosas, prefiere ir al grano de la cuestión, a su esencia, nada de adornos ni pompas de jabón ni edulcorantes empalagosos. Resulta llamativo que sea así de franco y directo, pues existen multitud de ejemplos en la narrativa norteamericana de textos de más de 500 páginas insufribles, verdaderos plomazos rellenos de discusiones insustanciales, de pura paja. Si el autor nacido y criado en Mason City, Iowa, se diferencia de esa especie de autor que anhela la fama a base de kilogramos de papel inservible, es su sinceridad y, sobre todo, su capacidad para retratar con simpatía a personas que luchan por encontrar un propósito en la vida, por alcanzar la dignidad en un universo decididamente indiferente para con ellos. Los personajes de Drury son personas que viven un proceso constante de búsqueda, son personas que necesitan sincerarse, conocer cuáles son sus defectos y virtudes para, así, comprender el porqué de sus decisiones, el porqué de su existencia.
Algunos dicen que su escritura roza el naturalismo, aunque ésta contiene más bien unos tintes un tanto surrealistas. El hecho de crear un condado imaginario (Grouse County) denota ese carácter fantasioso, si bien es un territorio situado en el Medio Oeste norteamericano con unas características muy similares a las de cualquier localidad de la zona, con sus excentricidades y rituales, sus peleas y comodidades, un lugar nostálgico e ingenioso conformado por pequeñas comunidades agrícolas donde las familias se han entrelazado durante generaciones, donde, en ningún caso, puedes escapar de la sombra del pasado, donde todos se conocen y todos cotillean. De todo ello brota una prosa desgarradora y ocurrente; ese binomio es condición indispensable para saber quién es y quién quiere ser como escritor. Sin temor a equivocarme diré que Drury es un escritor de aúpa.
The End of Vandalism –traducida aquí en España como En el condado de Grouse, algo que no logro comprender en absoluto– fue su primera novela publicada como tal, pues ya había aparecido previamente por entregas en las páginas de The New Yorker. Fue en 1994, y el éxito que cosechó rotundo, llegando incluso a compararle con Sherwood Anderson y William Faulkner. Muchos de los grandes medios de comunicación americanos calificaron el texto como el mejor del año y eso se tradujo en una especie de veneración en torno a Drury y ese territorio imaginado de Grouse County. El propio Jonathan Franzen –ahora transformado en gurú– ha considerado The End of Vandalism una de sus lecturas favoritas. ¡Hasta la han recomendado en el programa de Oprah, por dios santo! A día de hoy, esta obra es como un texto obligatorio para todos aquellos que quieren ser novelistas, una especie de vademécum.
El sello 451 Editores, ahora en proceso de reestructuración –por evitar decir que está o pudiera estar al borde de su desaparición–, fue el valiente en traducir a Tom Drury al castellano por primera y única vez hasta la fecha. Curiosamente el primer título en leerse en la lengua de Cervantes no fue The End of Vandalism, sino The Driftless Area (2006), su penúltima obra. La región inmóvil (2009), como se conoce aquí en España, es, en palabras de Milo Krmpotic, “una maravillosa extrañeza, una obra de por sí la mar de entretenida”. La novela es un drama atípico, irónico y sofisticado en el que el Medio Oeste americano vuelve a ser protagonista. En esta ocasión, Drury lo “infesta” de vagabundos y ladrones patosos, incluso de un traficante de drogas que también ejerce de agente en una empresa de alquiler de coches. Existe en sus páginas un cierto aire de derrotismo agradable. Como bien remarcaba Robert Draper en The New York Times, “sus desafortunados personajes rara vez lloran o piden misericordia”, He ahí la gracia.
Habría que esperar al año 2011 para disfrutar con esa historia centrada en un triángulo amoroso entre un ladrón de poca monta, la ex esposa del ladrón, y el sheriff de corazón blando que finalmente se casa con ella. Hablo de En el condado de Grouse, donde quedan perfectamente reflejados los temas que preocupan a Drury; la ausencia de esperanza, las promesas incumplidas, el hambre por lograr ser amado, la cochambrosa decepción, la mala suerte, la rutina… Tom Drury describe compasión en esos personajes inadaptados, muestra sus debilidades e impulsos autodestructivos. Louise, Dan y Tiny crecen y crecen en cada página, te hipnotizan con sus inseguridades y sus anhelos. La complejidad que en ellos habita necesitaba más dedicación, otros puntos de vista, nuevas situaciones a las que enfrentarse y por las cuales poder quejarse. Quizá por ello recuperara estos personajes en su novela Hunts In Dreams (Grove Press, 2000) y en Pacific (Grove Press, 2013), Precisamente, con esta última ha vuelto a copar titulares y más de un piropo hasta el punto de ser candidato al National Book Award.
Recapitulando un poco, visto el renombre y notoriedad de este autor en su país –país que, no olvidemos, ha dado a algunos de los narradores más extraordinarios de la historia reciente; negarlo sería de mentecatos–, aun sigo preguntándome cómo es posible que haya pasado prácticamente desapercibido en España. ¿Cómo? Puede que mi amor por las “causas perdidas”, los “marginados” e “inadaptados”, los “ángeles caídos” o los injustamente olvidados me nuble el juicio y realmente Drury no sea para tanto. Por esa misma razón quise entrevistarlo, saber un poco más sobre su figura, cosa que resultó más fácil de lo que en un principio pudiera parecer –¿quién soy yo para entrevistar a quién?–. Para embarcarme en esta nueva aventura necesité ayuda, como siempre que decido explorar en territorios anglosajones. En esta ocasión, el benevolente y afable Rubén Martín Giráldez me echó un buen cable. Él ha sido el encargado de traducir esta sincera y modesta entrevista a uno de los autores norteamericanos que merecen un poquito más de nuestra atención. Desde aquí, un aplauso para Rubén, bien fuerte, para que el bueno de Tom pueda oírlo desde su casa en Brooklyn, no sean tímidos.
Pregunta: Algunos medios te definen como “talento oculto”, “un maestro extraño” o, simplemente “un gran escritor”. También remarcan ciertas semejanzas con la literatura de los hermanos Grimm o el cine de los hermanos Coen. ¿Tantas etiquetas resultan contraproducentes?
Tom Drury: Evidentemente, lo ideal a la hora de enfrentarse a un libro sería limitarse a leerlo sin tener en cuenta lo que hayamos oído o leído al respecto. Creo que eso es lo que hace la mayoría de la gente. Es lo que hago yo. Supongo que la variedad de etiquetas puede llevar a confusiones si uno les presta demasiada atención, pero ¿alguien se la presta? Y ¿cómo va a quejarse uno cuando los lectores encuentran algo interesante en la obra, algo que expresan en la medida de sus posibilidades, si eso significa que hasta cierto punto la cosa funciona?
P: Formas parte de una generación de autores como Lorrie Moore, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Todos realizáis un análisis, cada uno con su particular estilo, de la sociedad norteamericana, de esa América de ayer y de hoy. ¿Podría decirse que intentáis establecer un diálogo en el que poder dar voz a testimonios de las cambiantes actitudes sociales del país?
TD:Para serte sincero, mientras escribo no pienso demasiado en cambios de actitud social, pero ya veo a lo que te refieres. Si uno escribe sobre el pasado y sobre el presente, generalmente introducirá ciertas alusiones a lo que ha cambiado, a lo que significan esos cambios, a si son buenos o malos, etcétera. Y cada escritor tendrá distintas respuestas para esto, así que en ese sentido sí existiría un diálogo entre los libros, aunque tal vez sería más preciso hablar de monólogos comparativos.
P: Pacific te situó en el 2013 National Book Award Longlist, en la categoría de ficción. A pesar de no haber sido finalista del galardón, imagino que ha supuesto una importante inyección de moral estar entre los seleccionados. ¿No es así?
TD: Así es. Fue una alegría y una sorpresa encontrarme en tan grata compañía. La noche antes de que llegase la noticia había estado pinchando discos en un bar, y cuando me desperté y vi que tenía un montón de mensajes de texto pensé que a la gente le habían gustado los discos que puse.
P: Una parte de la idiosincrasia norteamericana, corrígeme si me equivoco, por favor, se caracteriza por ese afán por alcanzar el éxito, la gloria y la fama. En este sentido, ¿los premios y reconocimientos son la razón de vivir para el escritor? ¿O eres de la opinión de que el escritor que se precie de serlo debe únicamente dedicarse a escribir, sin más?
TD:Estoy de acuerdo contigo en que, cada vez más, la búsqueda de la fama ha llegado a formar parte de la idiosincrasia americana. Por mi parte, nunca he deseado más reconocimiento que el justo para continuar trabajando; porque un cierto reconocimiento sí es necesario, de lo contrario no hay manera de salir airoso. Si uno se dedica a escribir ficción esperando la gloria y la fama, me parece que se ha equivocado de oficio.
P: Volviendo a Pacific, en ella realizas una narración en la que lo cómico y lo trágico se dan la mano, donde las promesas y lo problemas conviven constantemente. Y para ello, sitúas la acción en Los Ángeles y el ficticio condado de Grouse, una América cosmopolita y una América rural. ¿Literatura de contrastes?
TD: Pues ahora que lo dices, sí. Los dos contrastes principales –comedia / tragedia, promesas / problemas– siempre han formado parte de lo que escribo. Así es como veo yo la vida. Por muchos problemas que tengas, sales a la calle, hace buen tiempo, alguien te saluda y, de repente y de una manera inexplicable, te sientes bien o mejor, por lo menos. Me costaría mucho escribir una tragedia pura en la que todo termine en ruina y desolación. Tal vez me engaño, pero también creo que una especie de tristeza atraviesa estos relatos. Cierta consciencia, quizás, de que ahora estamos aquí y al instante siguiente ya hemos desaparecido. La novedad de Pacific consiste en que hay escenas largas tanto en la ciudad como en el campo. Esto lo exigía la propia historia. No había justificación para hacer que Joan apareciese en el primer capítulo y se llevara a Micah a Los Ángeles sin seguirlos después y ver qué sucedía. El gran cambio para Micah es que, acostumbrado a una vida rural bastante monótona, se encuentra con que tiene a su disposición una gran variedad de posibilidades: drogas, fiestas, contemplar helicópteros, enamorarse. Casi son demasiadas cosas. Y Los Ángeles me gusta, tiene cosas de las que me apetecía escribir.
P: Quien no haya leído Pacific pero sí haya leído alguna de tus novelas, como The End of Vandalism, Hunts in Dreams y The Driftless Area, se fija en que tus personajes actúan más que reflexionan. ¿Podría decirse que tienes un estilo directo, sin artificios? En otras palabras, ¿una literatura sin edulcorantes?
TD: Las acciones se adelantan a la reflexión, sí. Con frecuencia, lo que siente un personaje me parece o bien obvio o bien algo que es mejor que averigüe el lector por su cuenta. En la vida real vemos a gente en distintas situaciones y podemos imaginarnos cómo se sienten, pero no se nos da una transcripción narrativa. Vamos, no se nos da una transcripción narrativa ni de nuestros propios sentimientos.
P: Otro aspecto a destacar en esas historias es que son historias sinceras, historias con un aire melancólico pero con un sentido del humor muy particular. Asimismo, todo resulta aparentemente simple, aunque la construcción de los personajes y sus relaciones no tienen nada de simple. Son historias sobrias y magníficamente construidas, lo que me lleva a preguntar, ¿cómo lo haces? ¿Te basas en el lema de Ludwig Mies van der Rohe de ‘menos es más’?
TD: No creo que menos sea más: Moby Dick es una de mis novelas preferidas, pero mi método consiste en escribir mucho y recortar mucho. Intento reducir el relato a los elementos que percibo como más verdaderos y los describo directamente. De este modo la historia me parece real. No me gusta esa clase de escritos que dan la impresión de desvivirse por convencerte de algo. Creo que el lector comprenderá la complejidad de una situación si se la describe con claridad. Los lectores suelen ser así. En cuanto a la melancolía y el humor, mi anterior editora en TheNew Yorker, Veronica Geng, me comentó en una ocasión que mis escritos funcionaban mejor cuando uno no era capaz de distinguir si se suponía que aquello era triste o divertido, y siempre lo he tenido en cuenta desde entonces. Así que hay cosas que uno considerará tristes o divertidas sin que, generalmente, se le proporcione ningún tipo de explicación textual sobre cómo deberían hacerle sentir.
P: ¿Por qué nos gustan tanto los anti-héroes? ¿Las historias de redención?
TD:A los antihéroes, porque sabemos que la autoridad se equivoca a menudo; la redención, porque todos hemos cometido errores y esperamos mejorar.
P: Tus escritos han aparecido en las prestigiosas Harper’s, The New Yorker o Granta. ¿Qué importancia le confieres a la narrativa breve? Lo pregunto porque son muchos los que consideran que un escritor serio es un autor de novelas, algo que me parece absurdo.
TD: Muchos de los relatos que he publicado formaban parte de novelas. A veces se me ocurre algo que debería ser simplemente un relato breve y lo escribo de esa manera. Por supuesto, estoy de acuerdo contigo en que algunos de nuestros mejores escritores se han dedicado sobre todo a los cuentos. Diría que, en general, se da por hecho que los escritores tienen ideas inamovibles sobre qué es un relato y qué es una novela, y la serie de requisitos formales que pertenecen a uno y otra, pero yo no tengo esa clase de ideas ni creo que quiera tenerlas.
P: Como escritor, ¿sientes que tienes una responsabilidad social, que puedes y debes crear conciencia a través de tus historias?
TD.:No exactamente. O, al menos, no una responsabilidad social más allá de la que pueda tener cualquiera. No escribo con una intención didáctica en mente, escribo para seguir la narración, y no pretendo ni más ni menos que crear una cadena de sucesos que yo mismo juzgue verosímil y relevante por motivos que no sé argumentar o que podría pasarme horas argumentando. Muchos de mis personajes poseen una honradez fundamental, por lo que el comentario social se entreteje de vez en cuando en la obra, pero me gusta que esto suceda porque sí, y no porque constituya el motivo secreto por el que escribo. Por ejemplo: en Pacific, nos encontramos a Tiny robando los gigantescos grandes almacenes Big Wonder y se dice de pasada que las grandes superficies comerciales han aniquilado los pequeños negocios locales en muchos kilómetros a la redonda, cosa que es cierta y no deja en muy buen lugar al mercantilismo centralizado, pero es un dato que aparece en el contexto de la historia. Otro ejemplo: contratan a Tiny para desmantelar una iglesia abandonada, y uno puede preguntarse qué insinuación oculta este abandono y desmantelamiento a propósito del papel inestable de la religión en la cultura. Pero la razón por la que lo escribí fue porque me pareció que era interesante ver a Tiny haciendo eso, y tomarlo como una metáfora es algo que puedo hacer en retrospectiva, al igual que el lector, pero no forma parte de una estrategia.

 

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Las vacas de Stalin – Sofi Oksanen

Las vacas de Stalin – Sofi Oksanen

Estado: nuevo.

Editorial: 451.

Precio: $400.

La joven y bella Anna no está dispuesta a creer en las malas consecuencias de la bulimia salvaje que padece. ¿Qué puede tener de malo algo que le proporciona un placer comparable al sexo y hace que se sienta divina? Pero se ha perdido en sus obsesiones: necesita controlar su destino y no quiere repetir los errores de su madre, Katariina, que huyó desde la Estonia soviética a Finlandia, y allí, tras ocultar su identidad, tuvo a Anna de un matrimonio con un borracho que desapareció sin dejar rastro. Anna tiene grabada a fuego en su memoria una visita clandestina a Estonia para ver a su abuela Sofia, víctima del régimen estalinista. Tal vez ahí se encuentre la clave de todo.
Sofi Oksanen nació en Jyväskylä, Finlandia, en 1977, y estudió dramaturgia en la Academia de Teatro de Helsinki. Si sus dos primeras novelas, Las vacas de Stalin y Baby Jane, catapultaron a la joven Oksanen a la élite de los nuevos narradores finlandeses, con Purga se ha consolidado como uno de los más interesantes y leídos nuevos escritores contemporáneos. Purga nació como una obra de teatro, representada con gran éxito en el Teatro Nacional de Helsinki en 2007. Posteriormente, Oksanen desarrolló los personajes hasta convertir la historia en una novela que, además de obtener un éxito de ventas arrollador en los países nórdicos y en Francia, ha sido reconocida con los premios más importantes de Finlandia, a los que se sumaron los prestigiosos Nordic Council Literature Prize, Prix Femina Étranger y el Premio a la Mejor Novela Europea del Año.
El secreto de la crueldad
Winston Manrique Sabogal
Pääskyset olivat jo menneet, mutta kurjet auroittivat taivasta kaulat suorina…», y la voz en finés de Sofi Oksanen leyendo un pasaje de su novela Purga suena como una oración solitaria en un bar en penumbra de cuyo techo caen delgadas columnas de luz. Es el comienzo de un capítulo que condensa en una metáfora la historia que narra y el libro mismo, la de la trágica realidad emocional y política de Estonia en el siglo XX ocupada primero por los nazis y luego medio siglo por la tiranía soviética y la de su estilo. «…Niiden huuto satoi peltoon ja särki Aliiden päätä…», continúa ella hasta acabar la entrevista en Helsinki por una novela que está ganando desde hace dos años los premios más importantes de Europa.
en los estonios tras medio siglo de dictadura, vejaciones e impostura y los conflictos del presente como el tráfico de personas. Fue cuando denunció la larga sombra de Rusia: «A pesar de los problemas de la Unión Soviética y las víctimas, uno de los aspectos en el que estoy más interesada es el de los efectos mentales; es un sistema de lavado de cerebro. Incluso ahora que Estonia es un país europeo, podemos hallar pequeñas huellas de esa mentalidad soviética; lleva años, muchos años, lograr que cambien estos aspectos del alma de los ciudadanos y también los valores de la sociedad». Oksanen calla…, coge la taza transparente del capuchino con la espuma secándose por sus paredes y toma su penúltimo sorbo.
Puhdistus. Purga.
Eso es lo que muestra la novela en varios niveles: el político y el social, pero sobre todo, las esquirlas que desprende un férreo sistema en el ámbito personal, psíquico y sentimental. Un mosaico del verdadero corazón de la Estonia bajo el yugo soviético. La escritora describe ese mundo juntando la vida de dos mujeres de diferentes generaciones que deben confrontar su pasado y su presente, Aliide y Zara. Lo narra a ritmo de thriller trenzado de drama amoroso y secretos. Y deja claro cómo algunas felicidades prometidas por ciertos regímenes o personas no son más que una felicidad emponzoñada.
¿Cómo supo ella esas historias? En Helsinki, bajo el azul luminoso dejado por una nevada, Sofi Oksanen llega al bar-nightclub Ahjo abierto para esta entrevista. Atraviesa el vestíbulo de bebidas de colores, baja una corta escalera y se interna en un amplio salón semioscuro. Saluda. Se detiene, y su vestuario de negro riguroso le hace improvisar una fugaz escena del teatro negro de Praga donde su rostro, enmarcado por una abombada melena azabache de rastas, es lo único claro. ¡Solo por tres segundos! Hasta que se quita una bufanda negra que deja al descubierto una gargantilla de perlas gigantes. Da cuatro pasos, pone el abrigo sobre una de las butacas del rincón y se sienta en otra quedando escoltada por la oscuridad esparcida de columnas de luz cenital.
Ella, Oksanen, es el punto de encuentro de dos países hermanados histórica y culturalmente: es de madre estonia y padre finlandés. Además, porque los novelistas estonios no suelen tratar el pasado reciente como ha hecho ella con Purga. Ya antes, en 2003, había llamado la atención con Las vacas de Stalin (451 Editores) al hurgar en la historia de una Europa dividida entre el Este y el Oeste, y dos años después con Baby Jane, sobre la relación entre sus dos países, lo cual le ha llevado a popularizar una Finlandia literaria más allá del long-seller de Mika Waltari, Sinuhé, el egipcio.
En el salón solo se oye su voz, un tris cavernosa, que empieza a reconstruir parte de su pasado y de su familia, esenciales en su obra. Su madre estonia se casó con un finlandés en 1974, dos años después se trasladaron a Finlandia y el 7 de enero de 1977 nació ella. Varias veces la llevaron a ver a sus abuelos que vivían en un koljós, cooperativa agrícola soviética, al oeste de Estonia, en una zona rural militarizada y de difícil acceso… Un camarero se acerca y ella pide un capuchino, en lugar de su habitual café a la hora de escribir y privándose del cigarrillo… Desde pequeña vio, oyó y sintió la auténtica Estonia soviética. Su infancia estuvo poblada de murmullos de historias ajenas, quejas y lamentos. Intuyó el valor de la mentira y la impostura para sobrevivir. Siberia, Siberia. Una palabra que solía estar en aquellos relatos que se referían a los miles de personas que «se habían ido a vivir a allí. Hasta que en los noventa se le empezó a llamar por su nombre: ¡deportación. Exilio!». Además, el contacto con sus abuelos era complicado. «Los teléfonos estaban intervenidos y no podías hablar de nada abiertamente; sin contar con que encargar la conferencia telefónica era un proceso delicado. Las cartas se censuraban y no podías escribir de ciertas cosas. Mis cartas infantiles, por supuesto, no lo eran. Pero mi madre y mis parientes tenían un código: hacían unas marcas que convertían la frase en todo lo contrario».
Un progresivo y suave aroma de café altera el aire. El camarero vuelve con una taza alta de cristal, rebosante de espuma de capuchino, y una cucharilla de mango largo. Las coloca sobre una mesita negra con un vidrio que las refleja nítidas. Oksanen se inclina a coger la taza y su imagen también se duplica sobre el vidrio, al tiempo que este hace lo mismo sobre sus gafas. Toma un sorbo y misteriosamente sus labios de rojo esquivan la espuma. Retoma la conversación sobre su familia, y pasa a hablar de la Universidad de Helsinki donde estaba un poco harta de investigar y explorar los textos de los demás. Así decidió entrar en la Academia de Teatro y realizar su sueño de dramaturga. Era el mejor sitio para aprender a escribir, ya que no había talleres de escritura creativa. En febrero de 2007, ya con dos novelas, estrenó su primera obra en el Teatro Nacional de Finlandia: Puhdistus. ¡Éxito! Y ese éxito modificó su destino al querer hacer una versión novelada que publicó en 2008. La transformación de teatro a novela no fue tan difícil. «Los personajes y el mundo ya estaban. El título también». Desde entonces no han cesado las distinciones a mejor libro de Finlandia, del Consejo Nórdico, el Femina de Literatura Extranjera o el Premio Europeo a la Mejor Novela de 2010, y que acaba de editar en España Salamandra, en castellano, y La Magrana, en catalán.
¿Dónde puede estar la clave de su acogida? Sofi Oksanen se acomoda en la butaca mientras recoge su larga melena de rastas, algunas moradas, sobre los hombros. Aparte de la estructura de péndulo, de ir del presente al pasado con tres historias que van armando el puzle de sus vidas en un thriller, es clave el punto de vista del narrador. Uno muy humano que por momentos toma distancia o busca la complicidad del lector o se implica en la historia. «En las primeras versiones de Purga el narrador hablaba en primera persona. Pero en un momento dado lo cambié a la tercera, así adquirió la voz definitiva. Pero es cierto que tanto en Las vacas de Stalin como en la novela que estoy escribiendo, están escritas en la primera persona que me sale natural; aunque en esta última eso puede cambiar».
Los detalles son cruciales en Purga. A veces duros. «Supongo que como se dice, la verdad está siempre en los detalles, y como ha dicho un colega finlandés: si quieres escribir sobre sexo para que no parezca pornografía tienes que ahondar en los detalles. Y es así tanto para el sexo como para la violencia. No me gusta distanciarme. Me gusta que el lector entre en la historia a través de información visual, auditiva; de cómo se sienten las cosas desde el punto de vista material, no olvidar los aspectos sensuales».
Tratar de involucrar los cinco sentidos no fue tan difícil. «En cambio sí lo fue acertar en los detalles del periodo histórico. Son temas que no están en los libros de historia o investigaciones; por ejemplo, la clase de pomo de una puerta o el diseño de las cortinas. Al evocar mi infancia en Estonia recordé hasta qué punto era un mundo diferente del de Finlandia y del occidental», cuenta la escritora en un tono más desapacible. «Debido a la ocupación soviética y al atraso económico era como un museo al aire libre. Esas experiencias de niña han sido clave para mí como escritora».
Y a los recuerdos se sumaron la búsqueda de testimonios y documentación sobre temas cotidianos, de costumbres. La comida tiene un homenaje. Oksanen sonríe complacida ante la reminiscencia. «En Estonia, por ejemplo, al poco tiempo de la crisis se agotaron las existencias de los tarros o frascos porque todo el mundo se puso a hacer conservas como una reacción automática. En cambio, en Finlandia las alacenas están vacías». De pronto, en sus ojos aguamarina se atisba un cambio y su voz se torna entre alegre y nostálgica al decir que investigó en las viejas revistas femeninas estonias. «Entendí que tenía un punto ciego en mi mente de cómo había sido visualmente Estonia en la época presoviética», dice mientras coge la cucharilla para remover el capuchino, y se reaviva la espuma de las paredes de la taza.
Purga comienza y termina en 1992. Un año después de su independencia y tres de la caída del muro de Berlín. Desde esa fecha se recrea el pasado de los personajes y traza un fresco de su presente y del país. «Estonia ha tenido un enorme progreso en 20 años. La verdad es que se han hecho las cosas bastante bien en el sentido de que se ha logrado crear un Estado legal y acabar con la corrupción, con éxito en comparación con países cercanos como Lituania y Letonia. Se ha conseguido reducir el crimen. Estonia tiene ahora el euro, pertenece a la Unión Europea y a la OTAN, lo cual la hace más conectada que Finlandia, que no pertenece a la OTAN. A pesar de la crisis actual, ha conseguido la confianza de la Unión Europea». Y un deje orgulloso se nota en su voz: «El progreso en las tecnologías de la información ha sido sorprendente, es la nación mejor conectada a Internet de Europa».
Pero el pasado sigue ahí. En los mismos dos ámbitos: político-social y personal. «No ha sido fácil curar las heridas. Está mejorando, pero el pasado es complicado. Y lo es de maneras concretas. Por ejemplo, la frontera con Rusia todavía no está ratificada y la gran minoría de ciudadanos de Estonia que hablan ruso son un problema; bueno, ellos no, pero Rusia los está usando en su política exterior. Hace un momento decía que se ha reducido la corrupción, aunque la verdad es que cada tanto sale un asunto donde un político ha recibido un soborno de Rusia y eso genera mucha complicación».
El saqueo de las emociones y sus consecuencias son otra cosa. Como cuando un cuervo se va pero las ondas de su graznido se congelan. «A pesar de los problemas de la URSS y las víctimas, uno de los aspectos en el que estoy más interesada son los efectos mentales, es un sistema de lavado de cerebro. Incluso ahora…», y es cuando se lamenta de las heridas dejadas por el régimen. Calla, toma su penúltimo sorbo de capuchino y deja la taza donde el aire va devorando rápidamente la espuma adherida al cristal.
Puhdistus. Purga.
Los tiempos no acaban de sincronizarse.
El tiempo aún no ha devuelto a algunas palabras mancilladas su real significado.
«En los Estados bálticos, Igualdad es una palabra que aún suena sospechosa, mal, porque oficialmente en la época soviética todo el mundo era igual, pero no lo era. Por lo tanto, sigue sin haber confianza. Sucede lo mismo con la libertad de expresión. Es difícil explicar por qué hay que permitir que se expresen puntos de vista opuestos en defensa del derecho a la libertad de expresión. O por qué hay que proteger a las minorías. Hay cierta desconfianza y se sigue usando una frase antigua: ‘Nunca se sabe».
Y aquel presente-futuro de la liberación, reconoce Oksanen, trajo consigo otros problemas, o los hizo visibles. «Cuando empecé no sabía que iba a escribir sobre tráfico de personas. Sí sabía que quería hablar sobre la violación como un crimen de guerra. Descubrí que esas víctimas de diferentes lugares y orígenes religiosos tenían experiencias parecidas. Supe que las víctimas de tráfico de personas tenían las mismas reacciones traumáticas que las de la violación en la guerra. Debía mostrar que incluso la llegada de la libertad no había sido igual para todos. Los países bálticos son muy jóvenes y no han podido desarrollar un Estado de bienestar, de manera que cuando aparece una crisis los golpea de manera brutal».
Toma el último sorbo del capuchino, que saborea hasta el fondo. Ahora sus reflexiones exploran las esclavitudes de la modernidad allí. «El materialismo es una de ellas. Mientras los finlandeses quieren ser dueños de su coche o apartamento, en Estonia lo que realmente importa es aparentar ser rico. ¡Deslumbrar! Los coches de marca y los apartamentos son todos alquilados y la ropa tiene más importancia que para los finlandeses». Hace una pausa para aclarar con un asomo de sonrisa que «Estonia ha atravesado tantos cambios y reformas del suelo que no es aconsejable comprar tierra porque nunca se sabe».
Y tras una sonrisa irónica, llega una frase seria ante la pregunta de la posición, oficialmente neutral, de Finlandia durante la época soviética. «No era realmente neutral. El periodo de la finlandización del efecto que la Unión Soviética tuvo sobre el país fue muy fuerte. Finlandia era independiente, pero todas las decisiones importantes las tenía que aprobar Rusia», y relata algunos episodios en los cuales Finlandia dio la espalda a los estonios. Ahora es distinto, «¡claro!». La relación es más estrecha. Además, muchas empresas finlandesas están presentes allá. Algo que, asegura la autora, debe relacionarse con el descenso de los niveles de corrupción. «Todo esto hace que Finlandia se considere como el hermano mayor de Estonia, y a ellos no les gusta que se les vea como a un hermano menor».
Sofi Oksanen abre un ejemplar en finés de Puhdistus. Se acomoda en el borde de la butaca, la mesita muestra en negativo su cara oculta por la novela, la taza de cristal porosa de espuma y la cucharilla que acoge una chispa de luz, y empieza a leer de manera cautivadora: «Pääskyset olivat jo menneet… Las golondrinas ya se habían marchado, pero las grullas cruzaban el cielo en formación y con los cuellos estirados. Su graznar resonaba por los campos y hacía que a Aliide le doliera la cabeza. Al contrario que ella, las aves eran… Toisin kuin hän, ne pääsivät posi, niillä oli vapaus lähteä…».
Entrevista a Sofi Oksanen
Fran Martínez
Mirada de Lobo. Visceral y poderosa, como sus novelas Purga y Las vacas de Stalin. Me encuentro con Sofi Oksanen en la antigua prisión rusa de Patarei (Tallin). Ella viste un traje militar, corretea por las celdas y fuma. Sí, es Sofi Oksanen, ¿Te puedo hacer una foto aquí en la cárcel? “¡Pero si no nos conocemos!”.
Minutos después llega un fotógrafo profesional y comienza una sesión para ilustrar su nuevo libro. “Mi próxima historia está ambientada en Siberia. Es un tema que me ha interesado especialmente porque casi no hay ficción escrita sobre las deportaciones. Hay memorias, diarios, documentos, pero no representaciones artísticas, ni siquiera películas. De hecho, estaría bien investigar la reacción que produce en los lectores de más edad ya que vivieron lo que yo he contado como ficción”.
Su novela anterior, Purga (publicada en 41 países y traducida a 25 idiomas), ha acumulando las más altas distinciones del continente: mejor libro de Finlandia, premio del Consejo Nórdico, el francés Fémina de literatura extranjera, mejor novela europea de 2010… “Purga se ha publicado en territorios muy diferentes. Para mí es curioso ver cómo el mismo texto es presentado y recibido de una manera tan diversa. En muchos países, por ejemplo en Inglaterra, el nombre del traductor está como escondido, como si la novela no hubiera sido escrita en otra lengua. También en ese país, la edición de Purga en tapa dura ha sido presentada como una obra maestra literaria, y luego la de bolsillo como un thriller. No obstante, creo que la mayor diferencia se ha dado entre Europa del este y occidental… aunque en esta última también hay diferencias, por ejemplo un lector francés no es un británico”.
¿Cómo explicas esas diferencias? “Un inglés no es un irlandés o un escocés, porque estos países también han tenido su ocupación. Luego, creo que el lector francés conoce más el mundo que le rodea que el inglés. En España se da el caso de que parte de la población también se puede sentir identificada, por ejemplo los catalanes. Para algunos lectores la novela es puro entretenimiento, para otros refleja la realidad. Pero no quiero imponer ninguna interpretación sobre mi novela. Algunos lectores destacan en ella el tema de la violencia sexual, otros el tema colonial o los traumas del pasado; a mí me satisface que se emocionen cuando la lean”.
¿Y a qué tipo de lector están dirigidas tus novelas? “Yo escribo en finlandés, así que en primer lugar están dirigidas al lector finlandés. Pero es cierto que desde que mis novelas están traducidas a tantos idiomas también pienso en una audiencia más internacional. Por ejemplo, hay referencias culturales que podrían ser obvias para cualquier finlandés, pero no fuera del país. Eso podría ser reparado por el traductor, pero aun así lo tengo en cuenta e intento escribir de forma local, aunque tampoco demasiado local”.
Oksanen dice estar muy contenta con el trabajo de sus editoriales españolas y con el número de ventas de Purga en América latina. “La recepción de Purga en España ha sido extremamente buena. Confieso que me sorprendió un poco al principio, pero después he entendido que no es porque los españoles estén especialmente interesados en lo que pasa en este pequeño rincón de Europa, sino porque está relacionado con cómo se ha tratado su propio pasado, especialmente entre las generaciones más jóvenes. En mi editorial española me han dicho que allí no hay muchas novelas que reflexionen sobre cómo afrontar el pasado, y las que hay no son tan buenas ¿Es así? ¿Tú que piensas sobre eso?”.
Oksanen reconoce que es un privilegio tener una audiencia tan grande, pero esto implica tener menos tiempo para escribir. “Cuando viajo a otros países para presentar la traducción de mi novela siempre pregunto por la literatura que se está haciendo en el país y por los temas que tratan”.
Mi segundo encuentro con Oksanen se produce en una conferencia organizada en la universidad de Tallin para analizar su obra. “Yo estudié literatura y sé lo difícil que es comentar el trabajo de otra persona”, reconocerá la autora más tarde. Oksanen hace una mueca cuando la presentan como ‘nueva estrella literaria’ y escarba en su capuchino en busca de una espuma que ya relamió. La mueca se hace más aguda cuando se refieren a ella como ‘la lady Gaga de la literatura con gafas de John Lennon’. Poco después se levanta y abandona la conferencia.
Regresará 40 minutos más tarde, para hacer un comentario final y responder amablemente a las preguntas de los presentes. Entre tanto, pido un cigarro y salgo a fumar. “La relación entre hombres y mujeres es uno de mis temas favoritos. También me interesan las relaciones de poder, las reacciones traumáticas y lo que se considera desorden mental. En general todo lo relacionado con las formas de curar el pasado”, reflexiona en voz alta.
“El pasado lleva a una memoria futura, esto crea un vínculo entre generaciones y puede acabar en trauma… si no entendemos los problemas del pasado no tendremos futuro”, sentencia Oksanen, antes de añadir “en el caso de Estonia es particularmente complicado, de hecho es casi imposible juzgar el pasado porque Rusia querría participar en cualquier intento de hacerlo”.
Además, “en Estonia se combina la prisa por llegar al futuro con la necesidad de curar el pasado. Estonia ha tenido un pasado reciente muy complejo y el país sigue en transición. De hecho, cuando Estonia recuperó la independencia no éramos conscientes de los problemas que íbamos a afrontar”. Oksanen habla en primera persona al referirse a Estonia. Su padre es finlandés, pero su madre nació en el pequeño país báltico. También habla de la necesidad de reconstruir la identidad estonia, como si el período soviético la hubiera puesto en cuarentena.
“En Estonia yo distingo entre los que se fueron, la diáspora, y los que vivieron aquí bajo la ocupación soviética. Esta ocupación afectó a la identidad, el idioma y todo lo que se hacía en este territorio. Cuando Estonia recuperó la independencia, aquellos que vivieron alejados del país durante décadas quedaron en estado de shock al volver porque ya no encontraron lo que recordaban o lo que les habían presentado. Como casi todos los que han emigrado, ellos vivían en una nación imaginada que sólo existía en su cabeza”.
“Al final no puede haber una manera correcta de ser un buen estonio, pero sí muchas opiniones”, reconoce, y pasa a analizar secuelas soviéticas todavía latentes en dicha sociedad: “la cultura soviética está detrás del estado de la libertad de expresión en Estonia. Aquí hay cierta libertad de expresión, pero no al nivel de los países occidentales. Un ejemplo es cómo se trata la igualdad de género en Estonia y en Finlandia. Otro es el tema del tráfico de personas, en Estonia hacen como si no existiera o no fuera un problema”.
¿Y cómo fue recibida en Estonia tu última novela? “La prensa local estaba muy preocupada por la impresión que los extranjeros podían tener del país, como si el lector de mi novela acabara pensando que toda la gente de aquí es extremamente violenta. Este es un síntoma típico de los países pequeños. En Finlandia pasó algo parecido con Aki Kaurismäki, la gente se preocupó porque los extranjeros podían pensar que los finlandeses no son capaces de hablar, tal y como aparece en sus películas. Es típico de aquellas sociedades no acostumbradas a que se hable de ellas. Estoy bastante segura de que a los italianos no les preocupa que se diga de ellos que son unos gángsters, o que sólo comen pizza”.
Rusia está muy presente en tu obra ¿Es por proximidad geográfica o tu interés va más allá? “Yo respeto todas las interpretaciones que se hacen de mis novelas y no me gusta decir si es errónea o correcta. Normalmente, yo escribo sobre supervivientes y la mayoría de mis personajes son supervivientes. Yo he leído literatura rusa, pero tengo la impresión de que en los últimos años se está traduciendo menos al finlandés” (En el caso español es al contrario, donde tanto la calidad como el número de traducciones del ruso al castellano se ha disparado en los últimos años).
Además, “creo que en este mundo hay demasiado mainstream, en la ficción, en el cine, todo está demasiado concentrado en un lado del planeta. Hay muchos temas que pueden ser muy eficaces, por ejemplo, las experiencias que fueron vividas pero no escritas en su misma lengua”. Su última novela, Purga, está ambientada en una zona rural de Estonia en 1992, cuando el pequeño país báltico acababa de recuperar su independencia. No obstante, las historias se entrecruzan, alternando presente y pasado a través de una narración que alcanza un ritmo afilado. “Me interesó que las víctimas del tráfico de personas tuvieran similares reacciones traumáticas que las mujeres violadas durante la guerra”, confiesa.
“A mí me sorprende que en el 2012 sigamos preguntándonos si es realidad o ficción. Una ficción no es un documental y ya en el siglo XV se hablaba de mímesis. Los siglos han pasado y seguimos hablando de esto, algo tan evidente en literatura. Al final lo importante es que seas capaz de crear imágenes potentes que transmitan emoción. Por ejemplo en Purga hay un pasaje con gatos. Yo no tengo gatos, de hecho soy alérgica a los gatos, pero la gente da por supuesto que tengo gatos porque he hablado de ellos. Incluso, una revista sobre animales domésticos contactó conmigo para que hablara sobre mis gatos. Esto significa que en tu texto has creado realidad, o al menos sensación de realidad”.
En febrero de 2007, ya con dos novelas en negro sobre blanco (Las vacas de Stalin y Baby Jane) Oksanen presentó Purga (‘Puhdistus’) primero como obra de teatro, después como novela. Cinco años han tenido que pasar para terminar su siguiente obra: Cuando las palomas desaparecieron. Aparecerá en finlandés después del verano, con una tirada de 100.000 ejemplares para un país de 5.5 millones de habitantes. “Yo no soy inmigrante, si lo soy es de segunda generación. Yo he nacido en Finlandia y escribo en finlandés”.
Invitado a una recepción del presidente de Estonia, Toomas Hendrik Ilves, me encuentro por cuarta vez en tres días con la autora de Purga y Las vacas de Stalin. Retomamos la conversación durante media hora, tiempo suficiente para liquidar un puñado de bombones y varios vasos de vino. Oksanen rechaza el cava – le gustan los dulces pero no las burbujas. Ya con la guardia baja demuestra cierta socarronería.
¿Puedo publicar nuestra conversación como entrevista?… creo que saldrá algo divertido. “Por supuesto, a veces me toca dar entrevistas a periodistas que ni siquiera han leído mi libro”. Por cierto, ¿Te acuerdas que nos encontramos hace tres días en la prisión? “¡Claro que me acuerdo! Querías hacerme una foto… esta semana me han acontecido casualidades extrañas, como encontrarme contigo en sitios tan diferentes”.
Al día siguiente me llegaron tres fotos suyas. Fue la semana que casi conocí a Sofi Oksanen.

 

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Mapa narcoprostibulario de Carrefour – Capítulo I

Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once
Mapa narcoprostibulario de Carrefour
El precio más bajo garantizado de Once
I

 

CUENTO MONEDAS
cuento monedas
una dos tres monedas de dos pesos
una dos monedas de un peso
una dos tres cuatro cinco seis monedas de cinco centavos
una dos tres cuatro cinco seis seite ocho monedas de diez centavos
total
mas de nueve pesos en monedas
tengo para un atado de diez
salgo a la calle
voy al kiosco
le digo al kiosquero
un atado de diez Philip Morris
la kiosquera me mira extraño
sabe que cuando compro nunca compro menos
de dos atados
uno de diez me dice la quiosquera mirándome sin entender
me lo da
diez pesos
me la quedo mirando desconcertado
aumento??
No, me dice la quiosquera siempre valio eso
Ah bueno no me alcanza
Y salgo a la calle con un puñado de monedas
Que no me alcanza para un atado de diez
Lo aprieto fuerte en mis manos
Es todo mi capital
Paso por la puerta del bingo congreso
Y tiro todas las monedas al aire
Y arrojo todas las monedas a la reputisimadrequetepario
Y las monedas se abren en abanico
Como la detonación de un catucho de escopeta del 16
Y caen barias sobre el techo de un auto
Que pasa por Rivadavia
El tipo detiene el auto en seco
Casi lo choca el de atrás
Y se me viene encima
Y yo empiezo a correr
Me putea y quiere agarrarme
Pero por suerte esta en peor forma que yo
asi que intento recuperarme
me sercioro de que no me alla vuelto
a interceptar
y vuelvo a casa
con el mono mordiéndome
la nuca
los huevos
y la puta que te pario
ANIMALITOS DE DIOS
«Eran animales valiosos; una hembra joven costaba unos 400 dólares.»
¿De qué se esta hablando acá?
¿De tu mamá, de tu hermana, de tu abuela
de tu novia, de tu hija?
¿De una cajera de Carrefour
de una estudiante de la UBA
de una empleada de Bayer?
No.
Para tu tranquilidad estival
de lo que se esta hablando
en esta línea que copio
de las memorias de
Richard O’Barry
es de delfines.
Obviamete en tu mundo
los seres humanos
no son tasados
por la fria concienca contable
del debe y el haber.
MERCADO LIBRE
Hola juan pablo,
Tienes una pregunta en Walden O La Vida En Los Bosques – Henry D. Thoreau.
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Hola,es la versión en ingles? Enviado desde MercadoLibre para Android
Respuesta del vendedor:
Buenas noches, el libro que vendo se llama walden o de la vida en los bosques, con traduccion de Julio Molina y Vedia amigo de Macedonio Fernandez y cuyo nieto era amigo de David Viñas, la verdad que no se que responder a tu pregunta, saludos Libros Kalish.
ATARDECER
Estoy sentado en la placita Primero de Mayo.
Fumo.
Miro a los chicos jugar.
Miro a los perros correr.
A mis espaldas unos chicos discuten. Son una bandita de mas de 15 y el más grande como mucho tendrá no más de 10 años.
Uno con el pelo teñido de amarillo se sienta en el caño que hace de resplado del banco de la placita en el que estoy viendo pasar la vida, esperando que llegue la muerte y buscando la escena inicial que ponga a funcionar la novela que voy a escribir este año.
Ok.
Cuando el chico se sienta en el caño del respaldo del banco yo desde abajo lo miro y el desde arriba me mira.
Hola, señor, me saluda.
Hola, cómo va, le respondo.
Todo bien señor.
Y volvemos ambos, el chico y el señor, a nuestros asuntos tan inútiles como inevitables.
Ok.
Tengo la edad que tenían mis padres cuando yo tenía la edad del chico que me acaba de tratar de señor.
Bien, amiguito.
Me seguís, no?
Ok.
Ahí llego.
Vení.
Estás?
Ok.
Estaba sentado viendo caer la tarde o desapareciendo lentamente con ella mientras el cielo se teñía de rojo sangre – que no era rojo sino un infinito degrade de rosas y celestes y grises pero rojo sangre y el desierto y Billy Parthman me asaltaron y me llevaron al rojo sangre.
Bien.
Amiguito.
Te la hago corta porque todavía tengo que ir a comprar las cosas para cocinar y si me cuelgo me cierra todo.
Veo entrar a la Placita Primero de Mayo tres elementos. Una mujer con una carpeta y dos hombres que la acompañan y encaran a una parejita.
Los miro. Entre la mujer y los dos hombres si sumo todo deben haber haciendo números redondos unos 200 años.
A mis espaldas además de los chicos que juegan a la pelota hay un hombre que canta.
Sí, canta, para nadie, sentado en un banco solo y en un tono bajo y nada desafinado.
Ok.
Miro los tres elementos con curiosidad.
A mi lado ahora también se ha sentado una vieja con baston y bolsas del Coto del Spinetto – el Spinetto es un fantasma esperpéntico que supo vanagloriarse de ser el primer shopping center de la argentina.
Bien.
Toda la escena ya esta preparada para el crimén.
Los tres elementos avanzan hacia mí. La mujer al frente, los dos hombres le cubren las espaldas.
Prendo un cigarrillo.
Los miro sin mirar. Ver sin que el otro persiva que lo ves es una técnica difícil pero útil para la policía, los ladrones y los curiosos como yo que en la calle estan atentos a todo lo que se mueve y lo rodea a su alrededor.
Ok.
Tengo a los tres elementos parados frente a mí.
Hola, tenes un momento, que queremos hacerte una breve propuesta, me dice la mujer con la carpeta en su pecho tapando sus tetas caídas baya uno a saber cuantos años ya.
Recién entonces cuando se calla la mira de frente, a los ojos.
No, le respondo.
Ella hace caso omiso a mi respuesta y suma a la propuesta de contar algo brevemente a la vieja de baston y bolsas de Coto que no dice nada.
Bueno, dice la mujer, lo que les quería contar es que estamos juntando firmas para la candidatura de Gabriela Michetti para que se postule como jefa de gobierno de la Ciudad.
La mujer sigue desplegando su propuesta y yo abro la boca para ponerle un tiro en la cabeza.
A Gabriela Michetti yo le sacaría la silla de rueda, le gatillo mirando a la mujer y atento a los dos hombres que estan un paso detrás de ella.
La mujer se calla. Me mira con horror. Titubea un instante, se rehace y ensaya unas palabras.
Pero si le sacamos la silla de rueda queda en el piso, me responde con vos dramática, sin entender si esta hablando con psicópata o un loco.
Y yo le respondo:
Lo mejor que le puede pasar a la ciudad de buenos aires es que Michetti quede en el piso.
Los tres elementos, la mujer y los dos hombres, dan un paso atrás ahora temerosos de mi presencia y se alejan.
Y los chicos juegan.
Y los perros corren.
Y yo envejezco como la tarde. Como el fantasma esperpéntico del shopping Spinetto del barrio de Balvanera.
MERCADO LIBRE
Hola juan pablo,
Tienes una pregunta en Ciudades En Evolución Patrick Geddes Jane Jacobs Mumford.
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MercadoLibre
Pregunta del cliente:
¿Atenderán en Viernes Santo? Saludos. Eduardo
Respuesta del vendedor:
no tengo ni idea cuando es viernes santo pero el Señor dijo: por la plata baila el mono, así que mientras tires el cadaver caliente sobre la mesa me vas a encontrar bailando como cualquier monito hijo de dios, saludos Libros Kalish
SÁBADO
El tipo no para de hablar.
Ni de fumar.
Fuma mas que yo que fumo mas que Dhashiell Hammett.
Mi amigo y yo estamos viajando en una camioneta haciendo una mudanza. Y el tipo que es armenio y tiene en la cara mas arrugas que Keith Richards y es diabético.
Es sábado a la tarde y estoy ayudando a mi amigo a mudar sus bartulos de la casa de su ex.
Embalar y mudar una vida en común que se rompió es triste.
Armamos cajas y metemos cosas en ella en un clima asfixiante. El aire se corta con un cuchillo. Estoy tentado de pedir si se puede poner un poco de música para amortiguar la tensión pero no digo nada porque el silencio, solo interrumpido por intercambios de palabras breves entre mi amigo y su ex, es pesado como la muerte de la escena que se respira.
En la camioneta, el tipo, que es un viejo de piel muy blanca nos cuenta que le reventaron la casa hace un tiempo. Que casi revienta cuando se entero y solo se salvo porque su vecino que es cana y diabético también le dio un pico de insulina que le salvo la vida.
Es sábado a la tarde. Hay sol. Y mi amigo y yo ya cargamos cadáveres, fantasmas y pesadillas que brillan como el sol de esta tarde en el que somos extranjeros.
El tipo, que se llama Jorge y hace 40 años que es fletero, nos cuenta que sospecha que el que le revento la casa es el ex de su mujer. Que justo la semana pasada había sacado del banco unas joyas que le habían regalado de su primer matrimonio. Según él, piezas de oro engastadas en rubies. Una costumbre armenia, según él.
Que se yo.
Cuando llegamos a destino.
Bajamos las cosas.
El tipo no para de hablar.
Cuando terminamos de bajar todo de la camioneta mi amigo le paga.
El fletero se va y a nosotros aun nos queda subir todo al departamento.
Y mi amigo me dice:
Una relación de años puede entrar en una camioneta.
Lo miro, sin saber que decirle.
La tarde cae.
Suave.
Perfecta.
Triste.
Y se que nos aguarda una noche difícil.
Como el dolor del tiempo en una calle que ostenta una iglesia de Cristo científico y una óptica Foucault.
PASTEUR Y MITRE
Pasteur y Mitre
Por favor.
Hace mas de veinte minutos que escucho pedir por favor.
Ahora mismo, sentado en la computadora escribiendo estas líneas sigo escuchando la misma vos pidiendo por favor.
Hace media hora había terminado de comer.
Estaba mirando la tele, los mosquitos me picaban y la noche parecía tener la misma consistencia que el container de basura estacionado en la puerta de mi casa.
Esta terminando Intratables y comenzando Animales sueltos.
Y ahí, justo ahí, escucho frenadas y gritos y corridas en la calle.
Pongo la tele en silencio. Me asomo a la ventana. Miro a la calle. A Pasteur.
Veo un policía caminar hacia Rivadavia.
Los tilos de la vereda me permiten un angulo muy reducido de visión de la cuadra.
Pero escucho voces y hadis de la policía y el policía que caminaba para Rivadavia vuelve ahora con un pibe con camisa a cuadros.
Por favor, escucho ininterrumpidamente.
Caen más patrulleros.
Desde la ventana veo detenerse gente a la altura de mi ventana y que se queda observando algo que escapa a mi campo visual.
Caen más patrulleros.
Estoy en calzoncillos. Me pongo el pantalos, agarro la remera, las llaves y bajo a la calle.
En la vereda de enfrente, sobre Pasteur casi llegando a Mitre, contra la persiana de metal, arrodillado en el piso, esposado y de espaldas a la calle veo al pibe que pedia y pide por favor.
Un tipo que se hacerca y se pone a mi lado se me pone a hablar y me explica que el pibe quiso robarle al flaco de camisa cuando salía del cajero de Rivadavia al 2300.
El flaco pide por favor. Todo el tiempo.
Ahora hay cuatro patrulleros. Unos diez policías.
Aparecen por la cuadra dos barrenderos del gobierno de la ciudad barriendo el cordon de la vereda y haciendo chistes y hablando de sus cosas. Barren el cordon de todo Pasteur y pasan al lado de toda la escena como si esta no existiera. Como si no hubiera una persona en el piso pidiendo por favor esposada y cuatro patrulleros y siguen con su trabajo.
Hay pocos curiosos mirando y pronto desaparecen.
Los minutos pasan y me parece ecsesivo el tiempo del operativo y la cantidad de efectivos implicados en el terreno.
Luego de 15 minutos de mirar la escena, siempre tentado de sacar la cámara y sacar fotos sin decidirme ha hacerlo, vuelvo a casa.
En la tele esta hablando Sergio Berni con Fantino que para mi volvió a la tele con barba porque se hizo retoques en la cara.
Y en la calle el pibe sigue pidiendo por favor.
Es la misma esquina y la misma hora en la que ayer estaba con mi sobrino Esteban Masot y Luco, un librero amigo, que sabe cantar la internacional socialista en catalán
Por favor…
Pide el pibe en el piso.
Por favor…
PERFIDIA
Lo presiento.
Su cercanía me pone histérico y me imprime miedo.
Es una promesa que se huele como cuando llega la primavera y en el aire flota una leve melancolía que te atraviesa el cuerpo.
Sí, lo sé, es el amor.
Algo que cuando llega arrasa con todo. Que cuando llega no hay lugar donde guarecerse o confin del mundo donde esconderse de él.
Y como ya tenemos pelitos en los huevos que nos afeitamos para que parezca nuestro cachivache un poquito mas grande visualmente sabemos de sobra que cuando llega el amor lo que arrastra con él es una yunta de bueyes que cargan tantos sueños como pesadillas.
En fin.
George Steiner abre su ensayo sobre Tolstoi y Dostoievski escribiendo que la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor.
Y con James Ellroy tengo una deuda de amor.
Y desde ahí escribiré sobre él.
A fines de marzo sale en España un nuevo libro de James Ellroy, Perfidia. Y tarde o temprano se publicara en Argentina. Y si no es así, como ha sucedido con otros libros de Ellroy, de alguna forma me las arreglare para conseguirlo.
Perfidia es la primera parte de un cuarteto de policiales que trascurren a principios de los años cuarenta en Los Angeles. Este cuarteto encastra con otro cuarteto anterior que escribió Ellroy en los años ochenta y con el cual logro para el policial negro en su momento el milagro de multiplicar los panes y los peces. Con La dalia negra, El gran desierto, Los Angeles confidencial y Jazz Blanco Ellroy no solo cuenta la historia criminal de Los Angeles de los años cuarenta y cincuenta sino que renueva un genero donde los detectives Philip Marlowe y Sam Spade ya olían a bolitas de naftalina. Y luego vendría una trilogía en donde contaría la historia criminal de Estados Unidos en el periodo que cierra el cuarteto de Los Angeles y hasta los años setenta. Y en medio de toda esta orgía de palabras y sangre escribiría dos libros de memorias, uno dedicado a su madre, Mis rincones oscuros, el otro a las mujeres que pasaron por su vida, A la caza de la mujer.
La cantera de la cual James Ellroy extrae pepitas de oro que son su fortuna y su desgracia es cuerpo brutalmente asesinado una noche de sábado de su madre cuando él tenía diez años. Crimen nunca resuelto cuyo cadáver es el angel guardian de todos los demonios de su literatura.
En Ellroy la historia se parece bastante a como la leía Foucault donde no hay principio ni fin, ni buenos ni malos, sino que cada momento tiene su nucleo de conflicto con sus opuestos en tensión y donde la sangre siempre es inevitable. A lo sumo se puede ahorrar algunos litros si se entiende el drama del momento, pero la sangre será derramada, siempre.
Hay quienes comparan a las novelas de Ellroy con los dramas históricos de Shakespeare. Y siguiendo a la amada-amante de Georg Lukacs Guadalupe Marando donde hace poco me señalaba que este filosofo húngaro afirmaba “que las ficciones históricas de Shakespeare y Walter Scott, que no eran fieles a los hechos, eran sin embargo más verdaderas que las crónicas porque mostraban mejor ellas lo esencial de la época en cuestión”, lo mismo se puede decir de las novelas de Ellroy.
Hace unos años fui testigo de una defensa de tesis. En ella participaba como jurado la empleada pública que por más duchampciana que le guste emperifollarse yo que conozco sus mañas de empleada estatal se que mas se parece a la empleada publica de aquel esquech famoso de Antonio Gasalla, me refiero a Graciela Esperanza que se preguntaba en un momento de la defensa de esa tesis en relación a 2666 de Bolaño de dónde éste había sacado esa imaginación para escribir ese libro. La pregunta era tramposa, como tramposa son casi todas las preguntas y lecturas que hacen las personas formadas en la UBA y que yo sostengo que si se quiere darle aire a la literatura y el pensamiento en Argentina a todos los egresados de la UBA en general y de las carreras de SOciologia y Letras en particular hay que mandarlos a trabajar al campo y prohibirles bajo pena de muerte que se dediquen a escribir libros de ficción o critica y cosas asi. En fin. Bolaño era lector de Ellroy y tras carton de Cormac McCarthy. De ahí saca Bolaño esa mierda de cadáveres que se apilan. Ya que esta, para cerrar mi dictamen de lo mal que Puan lee traigo como anegdota que un buen día le preste a un delfin de Graciela Esperanza un libro de Ellroy. Él lo leyó y su veredicto fue el siguiente: no es más que un bet-seller.
Así lee la UBA literatura, pero también política y filosofía. Para la mierda. Y son los que en gran medida terminan ocupando todos los puestos bacantes que ofrece la industria cultural argentina.
En fin.
Perfidia.
Lo espero. Con miedo. Porque el encuentro puede ser puro amor o una cita amarga. Nunca se sabe. Lo que sí se es que no me será indiferente.
Sus últimos dos libros, A la caza de la mujer y Sangre vagabunda fueron una larga noche de amor. Aun recuerdo las 200 paginas finales de Los Angeles Confidencial – libro que compre en saldo en una librería que ya no existe de la av. Corrientes al mil novecientos y monedas que se llamaba Fin de siglo, librería donde también compre otro libro que me calaría hondo en los huesos, En la frontera de Cormac McCarthy – que las leí un sábado a la noche en Villa Ballester y que lo termine de leer ya con la luz del día asomando por el patio de casa y yo en estado de locura total como si me hubiera tomado una bolsa de merca así de grande. Pero no, esa noche no hubo merca ni alcohol ni una mierda, solo Ellroy y docientas pavas de mates y barios atados de cigarrillos.
Las contadas veces que me paso algo parecido con la literatura en estos últimos tiempos fue con Donald Ray Pollock y William T. Vollmann.
Y a mi sobrino Esteban que se crió conmigo jamás le dije que leyera nada. Simplemente me vio crecer leyendo y para cada cumpleaños le regalaba libros que no leía. A los doce le regale la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, a los diez It’s de Stephen King, a los catorce Meridiano de sangre de Cormac McCarthy, a los quince Fontanarrosa y los ocho Los angeles confidencial. La apuesta era fuerte. Simplemente le deje al alcance de su mano buena literatura y que el decidiera que hacer con ella. Hoy es un buen lector de Ellroy apenas tiene 19 años.
Ellroy esta vivo.
Ellroy esta escribiendo.
Ellroy publico el año pasado una nueva novela que este año se publica en español.
Ellroy me ha hecho feliz en diferentes momentos de mi vida.
Ojala lo vuelva a hacer nuevamente.
Y si no es posible, será triste, pero eso no cambiara para nada mi amor hacia él, su literatura y los momentos que pasamos juntos y fuimos felices.
Inmensamente felices.
¿QUERÉS SER POLICÍA?
¿Para qué sirve un servicio de inteligencia en cualquier país del mundo?
Para saber qué te metes por la nariz, qué te metes por el culo, para sembrar cadaveres y borrar evidencias. En fin, para conocer tus verguenzas y sus secretos inconfesables para tenerte bien agarrado de los huevos cuando sea el momento. Pretender un servicio de inteligencia con hombres educados en una moral tan recta como en una etica intachable es como exigirle a los chanchos que vuelen o que el mundo sea alegre y festivo como una propaganda de Coca Cola.
COLLAGE
este collage se llama CHARLY CARISMAYER en obvia referencia a charly y charly, el publico y el privado, el de barrio norte y el del tigre, el desorden y el orden, cahrly y charly se cruzan en las inmediaciones de wisky que nutre la musicalidad de este duo peculiar y complejo como unos pimpinelas atravesados por la psicodelia de los dias en que lucia salia con el diego y joaquin se daba viavas en la cara para sucitar los suspiros de las chicas que bailan al ritmo de carisma en alemania o el DF, en baires o donde sea que suene la melodia que rueda en las consolas de los carismas o las gargantas de dramas amorosos que siempre bordean el incesto argentino, y surgue el sonido que envuelve a la pimpinela enamorada y tontona de barrio y la cool sombi electrica que sueña como la otra con un sonido que la eleve y la aleje de su tristeza de oscuras pasarelas cotidianas y asi y asi carisma o pimpinela son sortilegios de la angustia que cuando se apacigua con la musica se vuelve movimiento y flujo inmantado de luminosidad breve como breve es la funcion la noche la oscuridad que retrocede del dia que vuelve implacable como las rutinas y derivas del diario que afantasma a las pinpinelas carismas hasta la proxima resurrexion fugas como una hermosa melodia que es tan tonta y simple como un sonido como cualquier ventosidad que se agrupa y conforma un conjunto de siluetas o rítmicas y dibujan una encadenada sucesión de formas sonoras que por alguna razón se convierten en música como antes eran solo sonidos díscolos desconectados inconexos o solo runrunes sin fuerza de don o darse al que lo escucha como melodía y mas y un mas exquivo y motriz de todo arte que surge de un antes y se reinventa sin entender lo que dibuja en su hacer lo que ignora aunque crea que lo sabe pero eso solo es posterior nunca anterior ni en el momento asi es siempre todo forma de belleza que dibuja una melodía que le da un mágico momento a la pimpinela o a la carisma da igual lo que el músico da y lo que el que recibe su arte lo atraviesa es algo que si es perdurable es algo posterior y en todo caso no importa si el carisma o pimpinela dan forma a sus melodías y las chicas pimpinelotescas o carismaticoolescas son felices y ya con eso es mas que cualquier paga o retrivucion la del momento de la simple y peligrosa mirada al abismo donde el músico mira y escaba en su melódica búsqueda una música que solo el escucha y solo el puede traducir o nadie lo hara después si eso es schoenberg o paganini o solo ruido chatin chatin qué importa si el músico cuando elaboro su tachin tachin o su layda Macbeth de shostakovich en ese acto donde arriesgo y se entrego a su deriva por un instante el de la cohesión de una forma propia y que surge tan urgente como esquiva y hay que atrapar sujetar solo bajar y trascribir y traducir y es algo que se recibe mas que confeccionarlo luego la pulicion es orfebrería pero sin transe ni misterio ni nada eso ese momento el de la transcripción de una locura interna que delimita una posible belleza es el arte y el momento del artista en el que es dios y su creación es nada y todo es solo un estar atravesado por algo que lo excede y lo posee y lo guía y lo pierde ese momento es el único que cualquier músico o artista de veras busca porque es el momento donde se pierde y se encuentra luego si las chicas pimpinelas o carismas le dan su entrega enamorada o su rechazo asqueado que importa o importa pero si eso que estaba brotando de la nada y los sonidos asimilados logro conformar la estúpida o sublime sonoridad ese que ha hecho eso es soberano porque el arte y la música en este caso siempre es una forma de componer algo que solo uno busca y espera y arriesga porque ni a los Beatles ni a Atahualpa yupanki ni a manzanero ni a carisma ni a pimpinela ni a glen gould ni a charly ni a nadie lo buscada ni esperaba y arriesgo nadie nada por el sino el mismo ellos y eso ese momento de arrojar y jugar sin red es y será el mejor y mas luminoso momento mucho mas que cualquier trompeteo adulador o recompensa monetaria o seguridad es solo las senizas del fuego que ardio y que es solo el reconocimiento de algo que ya es pasado y recuerdo pero nunca vida en ebullición que en una habitación humeda o un garaje suburbano o la solitaria música que surge sin esperanza ni futuro mas que la necesidad del que esta buscando una palabra o música y la logra cazar como su movy dick su ballena blanca eso es lo único que es la forma de felicidad de un músico que tiene una melodía que volcar al mundo luego si eso es bueno o malo genial o asqueroso vanguardista o tradicionalista que importa si eso es comercial o alternativo si el músico es músico es decir lo mueve una melodía que lo mueve y lo hace buscar su forma secreta donde sus amores y sus necesidades de recrear ese encantamiento igual y diferente y poder dar una forma propia tan suya como las que lo formaron y eso a la vez encantar a otros eso ese moemento donde esta en juego y se arriesga esa forma es siempre un misterio que solo el que se anima a arrojarse a esa aventura que puede ser reconfortante como mortífera es el momento mas exitante y caliente y mágico del músico

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MET
En directo la temporada del Metropolitan Opera House de Nueva York. Este sábado, desde las 14, Carmen, de Bizet, con Elina Garanča, Jonas Kaufmann, Ailyn Pérez, Gábor Bretz y la dirección de Louis Langrée. El Met, todos los sábados en directo desde Nueva York, solo por La 96.7
http://www.nacionalclasica.com.ar/
http://player.dcarsat.com.ar/rn_sc_rad37/
SÁBADOS DE SÚPER ACCIÓN
Camino con rumbo descuajeringado pero firme hacia el Eassy.
Todo derechito por avenida Rivadavia.
Antes de llegar a Plaza Once escucho en un local de ropa que sale por los parlantes algo así como: ¡Arriba, arriba, arriba las palmas todas las solteras a bailar a la pista!, o algo así.
Siempre me intrigan esos barsuchos y locales de ropa de las inmediaciones de Plaza Once.
Es el universo de los mejores cuentos de Charles Bukouski.
Ahí todo esta a la vista y oculto.
Todo es ilegal y legal.
Y si te movés mal podes terminar para el culo en cuestión de segundos.
Cruzo Pueyrredon.
Plaza Once.
Cámaras mirando desde lo alto.
Policías. Putas. Ladrones. Linyeras. Locos. Evangelistas. Laburantes haciendo cola en una parada de colectivo.
Paso al lado de un evangelista que canta y acapara la atención de un publico nutrido.
Canta con micrófono y un parlante que amplifica mucho su voz.
Canta: ¡Aquí esta el señor!, o algo así.
Su público lo sigue entretenido.
Sigo.
Avanzo.
Mas putas, mas canas, mas pibes chorros, mas negros y el sol dejando todo a la vista.
Cuando llego al Eassy entro.
Un lugar horrible.
Para mi es una metáfora de la horribilidad del mundo.
Una confirmación de que las cosas avanzan sin ton ni son.
Bien.
Vuelvo por el mismo lugar por el que fui.
Veo una puta que da pena. Me pregunto cuánto cobrara y cuánto hará al día.
Que jodida que es la vida.
Cuando estoy llegando a casa miro hacia atrás.
El sol se pone sobre Rivadavia.
Todo es naranja y hermoso.
Y debajo de esa belleza hay vidas descompuestas que la luz del atardecer cayendo sobre Rivadavia maquilla por un instante.
Llego a casa. Tomo un café y como un alfajor.
Salgo nuevamente.
Voy al Coto, por unas anchoas y unas cervezas.
Entro a ese lugar tan triste y horrible como cualquier Super donde los cuerpos se ordenan y circulan ordenados por las mercancías.
Me peleo con una vieja en la caja que se enoja porque no abanzo.
Dejo libre el pasillo para que se pueda circular libremente.
La gente se pone loca. Si obstruís la circulación se vuelven locos. Si les facilitas la circulación también.
Le quiero explicar a la vieja que cuando llegue mi turno en la caja avanzo pero mientras tanto dejo libre el pasillo para que los changuitos circulen libremente en su orgia mercante.
Ok.
Me peleo con la vieja que teme no se qué. Que alguien se nos cuele porque la fila tiene un agujero.
Dios santo.
Vuelvo a casa.
Me pongo a cocinar un calzon de muzzarella, tomate, anchoas y picante mexicano que me trajeron los Carismas de una gira por ese país rico en cadáveres que nutre una de las venas mas ricas de la imaginación literaria norteamericana.
Bien.
El calzon me salió para el culo.
Mal.
Me duele, porque soy cocinero, porque cocino de toda la vida.
Con mi calzon malogrado y una cerveza me siento a comer frente al televisor.
Lo veo a Del Moro entrevistando primero a Larreta y noto sierta virulencia en su forma de hacerle preguntas, lo cual en su tono tan suave y sutil de conducir es toda una toma de posición política pienso. Luego pasa a primer plano en el programa Alejandro Dolina. Estuvo brillante. Inteligente. Y creo que los panelistas no entendieron una mierda lo que dijo.
Sentarte a mirar tele solo un sábado a la noche es un error.
Las horas pasan sin sentido y las imágenes se suceden y lo único que podes hacer es seguir bebiendo hasta desaparecer.
Vi a la Rocasalvo entrevistando a Pinti y en TBR a Jazmin Stuart que es preciosa y parece inteligente, es decir la ecuación perfecta de una pesadilla.
También vi una peli donde De La Serna y Pablo Echarri estan en la Mansión Sere. Me caen bien los dos actores pero la peli me parece mala.
Por ahí pasó Johnny Allon que lo conozco desde chico cuando conducía un programa en canal 2 en los años ochenta. Tarantino con Johnny Allon no le seria difícil hacerse de 10 oscares con una peli.
En fin.
Así llegue a la madrugada con Corpleyde en TN y finalmente a Pasión de sábado donde si tenes entre 16 años y 99 años y lo tuyo es bailar esta semana que viene van a hacer un casting para contratar nuevas bailarinas para el programa.
Las bailarinas del programa, han mejorado mucho en estos últimos tiempos. Estan bastante bien. Son las cuatro de la mañana y quizá la noche y sus culos y tetas bamboleándose al ritmo de la cumbia villera logran imprimirle una belleza extra. Que se yo.
Entonces llega al programa El Pepo.
¿Lo conocias al Pepo?
Yo no.
Hace cumbia villera y parece que no hace tanto estuvo guardado a la sombra.
Hace un discurso sobre lo bueno que es no tomar porquerías y que ahora rescatado esta haciendo las cosas bien.
La conductora y el hablan y se ponen de acuerdo en que es bueno no tomar porquerías .
¿De qué estamos hablando chicos?
Imagino que El Pepo y la conductora estan hablando de faso, paco, cocaína y de que el Pepo se paso de manija y salió de caño.
Imagino.
Porque en sus palabras se dice cosas omitioendo casi todas.
En fin.
El Pepo empieza a tocar.
La primera canción habla de vivir de gira, que aguante la cumbia villera y peposa y arriba las palmas.
Vivir de gira.
A todos nos gustaría vivir de gira.
Pero si vivis de gira terminas mal.
También es cierto que si nunca te vas de gira en tu vida también podes terminar para el orto.
En fin.
El Pepo volvió y rescatado y sus canciones hablan de gira.
Y ahí en un momento me quede dormido frente al televisor como Omero Sympson.
Say no more.

En los Links que siguen se pueden leer las Confesiones de un librero de mierda y Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Mapa narcoprostibulario de Carrefour. El precio más bajo garantizado de Once | Deja un comentario

Radiografía de la pampa – Ezequiel Martínez Estrada

Radiografía de la pampa Ezequiel Martínez Estrada Jorge Luis Borges Juan Pablo Liefeld Horacio González Christian Ferrer

Para este collage se uso a La Vaca y El Pollito, Jorge Luis Borges,  Ezequiel Martínez Estrada, Adolf Hitler, Pablo Picasso, Sarina Valentina, Pier Paolo Pasolini, Las cenizas de Gramsci, The Beatles, Oscar del Barco, Lisa Ann, una Muñequita Liefeld Puteadora, a mi gato René y un Pibe Chorro que puede ser tan cruel en ciertas circunstancias como Carrefour – trabaje un año para ese supermercado en la sucursal San Martin así que conozco lo poco que vale la vida para esta empresa.

Estado: nuevo (tapa dura/con sobrecubierta/cuadernillos cosidos).

Editorial: Colección Archivos.

Edición crítica: Leo Pollmann (coordinador).

Precio: $700.

Espejismos en la llanura
Christian Ferrer
Zarza
Los libros son horizontales. Así se predisponen, así se leen. De ellos se esperan buenas historias, cortesía compositiva, claridad y precisión argumental. Son ascensores del alma o elixires para pasar el rato, no instrumentos de tortura, salvo para los escolares y los indolentes. La reputación de una biblioteca es la misma del refugio, el lugar de solaz y la sala de nutrición. Pero hay otro tipo de libros, bruscos, escarpados, verticales, que se desploman sobre el lector como lanzados desde un abismo. No son amables, no por dificultades de sintaxis o por jergas peculiares, sino porque están escritos en piedra. O bien uno se refriega la vista con ellos, o bien se los rechaza de plano. No admiten el análisis deductivo ni el estudio comparativo, aun cuando pueda hacérselos. Exigen ser leídos con sobresalto, con alarma, y que además se les entregue algo a cambio. No atención ni interés, sólo un ojo de la cara. La desolación es sin contraparte. En este caso, tratándose de un autor de versos con rima, la apuesta era fuerte, a doble o nada, pero es asó, hay escritores poseídos por un espíritu numantino, que prefieren vivar el perder a no salir invictos. O se destruyen ellos o acaban con el lector.
Cuando Ezequiel Martínez Estrada publicó Radiografía de la pampa, a sus treinta y siete años de edad, su amigo Horacio Quiroga le hizo esta pregunta: “¿De dónde sacó usted el coraje para escribirlo? Se lo necesita, y muy grande”. el libro parecía haber sido dictado por una Casandra o una Pandora, o por un dios muy enojado. Fue el primero de sus ensayos, el que a la postre quedaría inmediatamente asociado a su nombre, aun cuando años después diera a conocer obras quizá más relevantes, como Muerte y transfiguración de Martín Fierro, o más bellas, como El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson, o más polémicas, como su Qué es esto, en la tapa estaba impresa una miniatura creada por el bien conocido dibujante Alejandro Sirio, la estampa de la Torre de Babel, emblema de la editorial de su amigo Enrique Espinoza.
Diríase que el libro, por sí mismo, podría haber confirmado la justicia del Premio Nacional de Literatura que le había sido otorgado recientemente y, aunque a largo plazo así sucedió, en aquel momento la “recepción” no fue unánime, ni siquiera entusiasta. Más bien primó el recelo, sin contar el sobreentendido grosero y a veces malintencionado de que había sido escrito en contra del terruño. Con el tiempo acumularía adeptos y contradictores, pero no lectores contemporáneos, al menos no tantos, puesto que la primera edición tardó diez años en venderse por completo. Fue el último título que llegó a ser publicado por Babel, casa editora que, por falta de resto económico, jamás tuvo local propio, siéndolo el de la casa familiar de Espinoza. Pero no era un libro, era una zarza ardiente, y un ramalazo de urgencia y desventura azota al lector ya desde las primeras páginas.
Círculos concéntricos
De entrada puede decirse lo siguiente: la Argentina es un país imposible. La causa puede residir en la recurrente manía por el trauma; o en los sueños frustrados de los antecesores traspasados a sus descendientes, camada por camada; o en la tristeza de cementerio que es propia de los pueblos y ciudades del país, desarraigados y distanciados unos de otros por océanos de soledad; o bien en la monarquía portuaria incompatible con la tirria de sus provincias súbditas; o en la costumbre general de cumplir la ley únicamente en caso de conveniencia; o en la intervención en política menos para reclamar por ofensas apiladas que para impulsar “anhelos ilegítimos”; o en la predisposición a disimular el rencor y el miedo a la realidad de lo que se es mediante juegos de cultura, “técnicas de máscara y prestidigitación”; o en los plácemes concedidos esos especuladores de voz en cuello que invocan la patria y el porvenir, es decir el progreso. Con el fin de desviar la atención de la letra chica de sus discursos; o en la improvisación, que tantas veces nos ha posibilitado sacar las castañas del fuego, sin dejar de ser artesanía de hombres provisorios; o más simplemente en que cuanto mayor ha sido nuestra prosperidad, más degradado el sentido de la decencia y la justicia sin los cuales cualquier cohesión es fingida. En suma, si la historia de un país pudiera ser contada como un error mantenido en el tiempo hasta transformarse en mentira, ése sería nuestro caso.
Nunca faltaron hombres representativos o ideólogos o fantasiosos que deliraran destinos manifiestos para estas tierras, una vez “Granero del Mundo” y otra vez “Argentina Potencia”, pero Martínez Estrada hizo otro tipo de inventario: encrucijadas trabadas, crisis de grandeza ficticia, propensión a la hecatombe, porfía en ingresar en callejones sin salida. De allí que cada capítulo del libro resuene como toque de rebato. Dado que no creía en el progreso de nada ni en la superación de ninguna etapa, entonces examinaba todos los procesos históricos en forma superpuesta y simultánea y con vértigo y resquemor. Su pampa no era un conjunto de datos organizados en cuadros, viñetas o panoramas, o en conceptos, teorías o sistemas, sino un modo de sentir y de revelar un engaño gigantesco: “La pampa es una ilusión”. La pampa es la Argentina que a la vez es Trapalanda que a la vez es un fraude. Sólo hay llanura pregnante, y miedo, y distancias, y aislamiento, y mucha pero mucha apariencia de realidad, de la que huye.
Sin duda que las preocupaciones sociológicas que concernieron a Martínez Estrada no eran singulares, más bien semejantes a las de muchos otros escritores de la época, pero lo que fue específico en él, se diría excepcional, es haber desechado las salidas de emergencia como también descartado supuestas tierras de promisión más adelante en el camino. Prefirió quitarle las rejas a una suerte de “pánico doctrinal”. Los demás optaron por una u otra forma de la historicidad provechosa, equivocándose dos veces de cada una. En verdad, propuso una idea alternativa de historia nacional, un poco desencantada, bastante cruel, comenzando por el principio: primero se habría violado a la naturaleza; después, si no antes y a granel, a las mujeres; después al indio; se siguió con el gaucho y con las muchedumbres; y después sólo quedaron los semejantes y también se los violó. El epílogo es el fratricidio. Es un libro agobiante, que va contrayéndose en círculos cerrados, cada vez más vigorosos, hasta dejar al lector sin respiro y sin ánimo de creer.
Radiografía de la pampa
Cuando llegaron los conquistadores sólo encontraron extensión, es decir baldíos. Soledades, pues los indios estaban de más. No vinieron a admirar ni a poblar, querían riquezas, metales, tesoros. Los impulsaba la codicia, para adelante, siempre más adelante, en pos de un lugar llamado Trapalanda, un país áureo cuyo rey se engalanaba el cuerpo con polvo de oro y al que nunca encontraron, otro más de los mitos que enceguecieron a los españoles de entonces, como el de la Fuente de la Juventud que rastrearon inútilmente en la Florida, o el de la isla Rica en Plata y la isla Rica en Oro que creyeron avistar en el océano Pacífico y que quizás hayan sido las islas de Hawai. Pronto se desilusionaron y tuvieron que conformarse con tierras de labranza y con esclavos. Pero la irrealidad no se desvanece tan rápidamente, queda latente en el renco por lo que nunca fue, por lo que se quiso y no se consiguió, de modo que en el labriego inmotivado no hubo amor a la tierra sino posesión, desfloramiento. Fue inevitable y constante una cuota de repugnancia por la porción del mundo a la que se había arribado, que es decir por sí mismos. La pampa fue hembra detestada, no mina de oro. “Señorío Fálico” sobre la carne, sobre los bienes, sobre las tierras. El paisaje era la propiedad.
Luego vino el colono y fue lo mismo, decepción porque con la naturaleza a la larga se hace fortuna, pero lenta, parsimoniosamente. Y tampoco eso deja de ser ilusión, pues el desgobierno y las crisis de vez en cuando traen la insolvencia. Todo era un poco inconsistente, “espíritu errátil y afán de acumular”, también la forma del país. Se multiplicaron los mestizos, enconados, que incubaron algún tipo de venganza, aunque fuera a ser cobrada póstumamente. Las mujeres indígenas, “bestias de trabajo y placer”, transmitieron a su prole sentimientos de desconfianza y reserva. Mestizaje, bastardía, inadaptación, son palabras homónimas: “Nunca se comprenderá bien la psicología del gaucho ni el alma de las multitudes anárquicas argentinas si no se piensa en la psicología del hijo humillado, en lo que un complejo de inferioridad irritado por la ignorancia puede llegar a producir en un medio propicio a la violencia y el capricho”. Pero lo más importante fue la codicia, del conquistador al actual pool de granos, porque es erógena, en tanto el bien común una abstracción molesta, como esas materias que se estudian por obligación. La pampa de Martínez Estrada es la pampa del individuo solitario, si es que ahí se puede ser otra cosa.
La Independencia fue un problema de consorcio, entre el dueño de las parcelas y sus inquilinos, o patriotas, que pretendían potestades administrativas y comerciales, a las que llamaron libre albedrío. Hubo que pelear y establecer fórmulas constitucionales sobre papel, casi mágicas. Pero los cálculos les salieron mal a los aprendices de brujo, pues rápidamente se involucraron otros sectores, hoy denominados “subalternos” y mañana con otro concepto. Principiaría una guerra civil, más bien una guerra social. Al comienzo, los caudillos al mando pudieron haber luchado por una buena causa pero, tarde o temprano, la prolongación de tan belicosa forma de vida los llevó a combatir por combatir, o sea por una mala causa. Las guerras y batallas se libraban en nombre de ideas o retóricas o “relatos”, pero el objetivo eran la tierra y las vacas. A eso se le llamó la “Era del cuero”. Había dinero en juego, especulación en tierras e idoneidades específicas, porque el mismo hombre que sacrificaba cabezas de ganado era el que degollaba a sus congéneres: “El cuchillo como instrumento de trabajo es feroz y como arma no admite indulgencia”. Aflojar cuerdas vocales, destreza de autodidactas. De modo que la tierra fue fértil, las reses fecundas, las cosechas duraderas, pero el alma siguió siendo árida. En la Argentina, “el alambrado de púa fue la primera lección de derecho”. A los asuntos públicos se los condujo como se lo hacía con las estancias, y los objetivos de gobierno no fueron desemejantes a los de un frigorífico. Un enemigo de los rebaños es inconcebible en este país, también en política.
El centro de esta circunferencia fue, por peso propio, Buenos Aires, una fantasía, la Trapalanda de verdad. Asimismo: vitrina. En exhibición, “joyas falsas”. Pero también “el centro del vacío”, el “polípero monstruoso”, “el foco de la tela de araña”, el fruto de la desarmonía de crecimiento de la nación, carcomido por el salvajismo del nuevo rico: riqueza de temporada y ansia de figuración, amén de ilicitudes consentidas. Es “ostentación de poderío” y por comparación los pueblos de provincia resultan cansinos y silenciosos, “herbívoros”, como vacas. Martínez Estrada juzga que es preciso despoblar Buenos Aires, pues carece de unidad ciudadana: cada uno lucha por sí mismo. Cada persona es, psicológicamente, un fortín, y sus vidas son vividas con disgusto. Luminiscencia bucólica en la calle de barrio, claridad apenas lóbrega en la casa. Falta amor, se teme, mucho. Ser propietario, tener tierras no ser alguien, significa miedo: “Azar-temor-ficción son los tres términos de casi todas las ecuaciones”. Para conjurarlo está la calle Florida, “un estado de ánimo, una apariencia de bienestar, un rito y un dogma”. Por allí se anda con disfraz: “Hay político, profesor o hijo de prócer que ya no podría cambiar u indumentaria sin que aboliese su personalidad, perdiera prosélitos o renegase del apellido”. ¿Podemos despertar? “Una palabra de franqueza que se pronunciara en esa calle destruiría quizá la ilusión, si una palabra puede alguna vez ser más fuerte que cien años”. No se puede entonces, y en cada barrio y periferia se hace mímica del centro. Las ciudades provinciales, “saturadas de lujuria, codicia y temor”, no son mejores, nacieron sin vida propia y alquilan a Buenos Aires “un tinte cutáneo de cultura”. Adiós, pampa mía, adiós galas de la naturaleza: “La agricultura es enemiga del árbol como el agricultor es enemigo del pájaro”.
El estilo y las metas de gobierno se consolidaron en la época del general Roca, un hombre que medía la grandeza del país “por kilómetros”, y a su poderío “por la fuerza que se le concede a sus elites ilustradas”. Progreso, vías de comunicación, escribas y oropel. Nada había para atrás, salvo el cuento rosa, o celeste y blanco, que se les recitaba a los niños escolares y adultos por igual, lo mismo que ahora: escarapela y patria grande. Del pasado se huye y el porvenir es un goce mantenido en estado de promesa. Era cuestión de tender una red de ferrocarriles que enlazara frutos del país y clientes de ultramar, que además eran nuestros acreedores, y de hacer juramentos que el pueblo y la patria, por benevolencia o connivencia, nunca demandarían. Artes de política, y de máquinas y artilugios con botones y luces de colores. De allí en más se establecería un modo de llevar la cosa pública que engarzaría el siglo XIX con el XXI: “Corromper para sojuzgar y enriquecer para estabilizar”.
La justicia, el ejército y la enseñanza cumplieron labores de “guardia pretoriana para la defensa del Estado”. La pobreza fue considerada una falta de respeto, como si hubiera sido producto de la mala suerte y no de un plan organizado, y las víctimas mismas acabaron ponderando la sublevación o la sedición con mucho reparo, porque mucho más admiraban al triunfador en la lucha por la vida que antes había desertado de su bando: “En cada pobre hay un soñador de riquezas malogrado”. La debilidad de las solidaridades orgánicas hizo que las partículas fueran imantadas por el todo estatal, que las organizó por adhesión fascinada y temerosa “al líder que acumulaba mayor posibilidad de hacer daño”. Buena época para el político, “proxeneta de rango cuyo papel es hacer promesas, hablar del porvenir con seguridad de profeta y de tener confianza en algo, en el gobierno o en la caída del gobierno”. Impulsado hacia arriba, como “instrumento infinitesimal de la venganza anónima”, inevitablemente acaba transformado en usurpador.
Los temores, las frustraciones, las desarmonías, las matanzas, el incesante endeudamiento, el desmanejo de los asuntos gubernamentales, los gatuperios y enjuagues de la casta política, la pasión por la ilegalidad encarnada en el Estado, que entonces se vuelve invencible, en fin, “la mentira superpuesta como traje y cultura”, son constantes endémicas que requieren, para adaptarse a ellas, de diversos encubrimientos a los que Martínez Estrada llama “seudoestructuras” o “sustitutos ortopédicos”. Son apariencias que esconden secretos humillantes, “ilusiones escénicas” a las que se festeja con optimismo desesperado. La función no se suspende jamás, y al espectador se le camufla “la incapacidad de aceptar con valentía la realidad como lo que es”. De allí la necesidad de una radiografía, de un “negativo”. Pero la violencia y el desprecio no se amenguan, más bien se transmutan, por ejemplo en las algarabías carnavalescas, en las celebraciones con banderita y choripán – o sushi –, en las compadradas políticas, o bien en la ironía, la afectación, la arrogancia, incluso en el halago sin anuencia, con su carga explosiva de ultraje: “Buenos Aires tiene una sola cara para todas las fiestas populares, la misma que pone en las revoluciones y al regreso de los asuetos campestres”. Rostro descontento, sombrío, “tétrico”. Aborrecimiento cortés, hostilidad apenas “friendly”. Incluso una serpentina puede ser usada a modo de arma arrojadiza.
Las sudoestructuras, “huecas de sentido y sustancia”, también incumben a la vida emocional de la población, a cada sexo por separado, y juntos. Son su envoltorio. El hombre argentino, a la mujer, “no la compadece ni la desprecia: la usa”. La mujer argentina, al hombre, lo descorazona y frustra, “disfrazándose de lo que no es, de lo que no le gusta ser”. Así las cosas, el enlace matrimonial es “horca caudina”. Él no le reconoce nada que pueda enaltecerla o desatarla, “porque teme no ser suficiente marido”. Ella “es corteza y no jugosa pulpa”. Y si uno ha amputado la sinceridad de los vaivenes de pelvis, incapaz de hacerla partícipe de su placer, la otra custodia su honor como una heroína o una loca de atar, aunque sin dejar de fingir insinuaciones inconducentes, alardes de flipper y demi-mondaine, cuando no de satiresa: “Hace todo lo que ciertas mujeres que vivien con desenvoltura, pero no se entrega”. Ofensiva, defensiva, es lo mismo: un tango sórdido. El ingreso masivo de la mujer en espacios laborales y sus eventuales ascensos de ciudadanía no cambiarán la cosas: “Se sienta junto a los hombres, percibe un sueldo miserable por la misma faena, es cortejada por el capataz y el jefe, que se creen con derecho intrínseco a su honra, y no se la considera obrera ni empleada: se la considera mujer. Se le exige belleza, un cuerpo esbelto como si fuese una mercadería de lupanar. Las feas van a la fábrica. Mañana podrá divorciarse y volver a casarse, podrá votar, pero no será libre”.
La cuestión es que la pampa había conquistado al conquistador y de allí en más reinaría una situación inestable y falsa, contrapesada con simulacros, mitos y justificaciones. Sin duda que la apariencia y lo apócrifo no son buenos, pero tal parece que aceptar la verdad es peor. Y desde ya que “toda palabra destructora del encanto es considerada tabú”. Habría solución: trabajo honesto, conducta recta, humildad, “fuerzas morales”, pero no hay caso, se interpone la política, y la política es algo que no tiene forma, las admite todas, porque es la orgía de los intereses, “una contabilidad por partida doble de los valores incotizables de la sociedad”. El político, que “saca partido de lo que ignora”, protagoniza la comedia de la aptitud inexistente. Lo que le importa es el rango y el puesto en el Estado a fin de garantizarse ser eximido de todo castigo. En esas altas posiciones el aparato escénico tiene mucho valor, concediéndole a la posición de fuerza el disimulo del acto de mascarada, a veces incluso de la bufonada. No es la política, como dice la teoría, una inflorescencia de la colectividad, pues demasiado a menudo la idolatría popular por el caudillo de turno dura lo que una lluvia dorada, sino más bien “la ciencia de salir con suerte de los maños trances”. Las personas continúan con sus vidas, conscientes de que no hay tribunal que castigue ese tipo de desfalcos, y acaban conformándose con alguna dosis de bienestar ostensible y con la “hipervaluación del cosmético cultural”. No se puede ser de otra manera, pues exigir responsabilidades a un sistema que en sí mismo es irresponsable resulta una contradicción en los términos que los funcionarios conocen bien y después de todo hay pacto de impunidad. Por lo general se improvisa y hay gente “que estudia las teorías de otras realidades, fórmulas surgidas de otros sistemas de cosas, para adaptarlas a nuestra realidad, buscan soluciones europeas”. Todo culmina en derrota. ¿Hay esperanza? Claro que sí, y en caso de venir, llegará de un afuera, “desde el fondo de los campos, bárbara y ciega, como la vez anterior”, y para barrer con todo. ¿Se podría proponer algo distinto? Si ni siquiera el propio diablo sabría explicar qué cosa es la Argentina. Es un cuento que termina mal.
Horacio Gonzalez – Conferencia sobre Ezequiel Martínez Estrada
– Centro Cultural Rondeau 29 – UNS:

Ezequiel Martínez Estrada, profeta desdichado
Documental

 

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Publicado en Christian Ferrer, Ezequiel Martínez Estrada, Horacio González | Deja un comentario

América – James Ellroy

América James Ellroy

Estado: impecable.

Editorial: Ediciones B.

Precio: $200.

 Prólogo
James Ellroy
A Nat Sobel
El país nunca fue inocente. Los norteamericanos perdimos la virginidad en el barco que nos traía y desde entonces hemos mirado atrás sin lamentaciones. Pero no se puede atribuir nuestra pérdida de la virtud a ningún suceso o serie de circunstancias en concreto. No se puede perder lo que no se ha tenido nunca.
La nostalgia como técnica de mercado nos tiene enganchados a un pasado que no existió nunca. La hagiografía convierte en santos a políticos mediocres y corruptos y reinventa sus gestos más oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral. Nuestra línea narrativa desde entonces se ha difuminado hasta perder cualquier asomo de veracidad y sólo una descarada sinceridad puede rectificar esa línea y ajustarla de nuevo a la realidad.
La auténtica trinidad de Camelot era ésta: Dar Buena Imagen, Patear Culos y Echar Polvos. Jack Kennedy fue el testaferro mitológico de una página particularmente jugosa de nuestra historia. Tenía un acento elegante y llevaba un corte de pelo sin igual. Era Bill Clinton, salvo la penetrante mirada escrutadora de los medios de comunicación y unos cuantos michelines flácidos en la cintura.
Jack fue asesinado en el momento óptimo para asegurarse la santidad y en torno a su llama eterna siguen girando las mentiras. Ya es tiempo de desalojar su urna y de exponer a la luz unos cuantos hombres que contribuyeron a su ascenso y que facilitaron su caída.
Eran policías corruptos y artistas de la extorsión. Eran expertos en escuchas clandestinas y mercenarios y animadores de clubes para maricas. Si alguno de ellos se hubiera desviado de rumbo durante un solo segundo de su vida, la historia de Estados Unidos no existiría como la conocemos.
Es hora de desmitificar una época y de construir un nuevo mito desde el arroyo hasta las estrellas. Es hora de descubrir a los hombres malvados de entonces y de averiguar el precio que pagaron para definir su época entre bastidores, en secreto.
Va por ellos.
Perfidia
Juan Pablo Liefeld
Lo presiento.
Su cercanía me pone histérico y me imprime miedo.
Es una promesa que se huele como cuando llega la primavera y en el aire flota una leve melancolía que te atraviesa el cuerpo.
Sí, lo sé, es el amor.
Algo que cuando llega arrasa con todo. Que cuando llega no hay lugar donde guarecerse o confin del mundo donde esconderse de él.
Y como ya tenemos pelitos en los huevos que nos afeitamos para que parezca nuestro cachivache un poquito mas grande visualmente sabemos de sobra que cuando llega el amor lo que arrastra con él es una yunta de bueyes que cargan tantos sueños como pesadillas.
En fin.
George Steiner abre su ensayo sobre Tolstoi y Dostoievski escribiendo que la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor.
Y con James Ellroy tengo una deuda de amor.
Y desde ahí escribiré sobre él.
A fines de marzo sale en España un nuevo libro de James Ellroy, Perfidia. Y tarde o temprano se publicara en Argentina. Y si no es así, como ha sucedido con otros libros de Ellroy, de alguna forma me las arreglare para conseguirlo.
Perfidia es la primera parte de un cuarteto de policiales que trascurren a principios de los años cuarenta en Los Angeles. Este cuarteto encastra con otro cuarteto anterior que escribió Ellroy en los años ochenta y con el cual logro para el policial negro en su momento el milagro de multiplicar los panes y los peces. Con La dalia negra, El gran desierto, Los Angeles confidencial y Jazz Blanco Ellroy no solo cuenta la historia criminal de Los Angeles de los años cuarenta y cincuenta sino que renueva un genero donde los detectives Philip Marlowe y Sam Spade ya olían a bolitas de naftalina. Y luego vendría una trilogía en donde contaría la historia criminal de Estados Unidos en el periodo que cierra el cuarteto de Los Angeles y hasta los años setenta. Y en medio de toda esta orgía de palabras y sangre escribiría dos libros de memorias, uno dedicado a su madre, Mis rincones oscuros, el otro a las mujeres que pasaron por su vida, A la caza de la mujer.
La cantera de la cual James Ellroy extrae pepitas de oro que son su fortuna y su desgracia es cuerpo brutalmente asesinado una noche de sábado de su madre cuando él tenía diez años. Crimen nunca resuelto cuyo cadáver es el angel guardian de todos los demonios de su literatura.
En Ellroy la historia se parece bastante a como la leía Foucault donde no hay principio ni fin, ni buenos ni malos, sino que cada momento tiene su nucleo de conflicto con sus opuestos en tensión y donde la sangre siempre es inevitable. A lo sumo se puede ahorrar algunos litros si se entiende el drama del momento, pero la sangre será derramada, siempre.
Hay quienes comparan a las novelas de Ellroy con los dramas históricos de Shakespeare. Y siguiendo a la amada-amante de Georg Lukacs Guadalupe Marando donde hace poco me señalaba que este filosofo húngaro afirmaba “que las ficciones históricas de Shakespeare y Walter Scott, que no eran fieles a los hechos, eran sin embargo más verdaderas que las crónicas porque mostraban mejor ellas lo esencial de la época en cuestión”, lo mismo se puede decir de las novelas de Ellroy.
Hace unos años fui testigo de una defensa de tesis. En ella participaba como jurado la empleada pública que por más duchampciana que le guste emperifollarse yo que conozco sus mañas de empleada estatal se que mas se parece a la empleada publica de aquel esquech famoso de Antonio Gasalla, me refiero a Graciela Esperanza que se preguntaba en un momento de la defensa de esa tesis en relación a 2666 de Bolaño de dónde éste había sacado esa imaginación para escribir ese libro. La pregunta era tramposa, como tramposa son casi todas las preguntas y lecturas que hacen las personas formadas en la UBA y que yo sostengo que si se quiere darle aire a la literatura y el pensamiento en Argentina a todos los egresados de la UBA en general y de las carreras de SOciologia y Letras en particular hay que mandarlos a trabajar al campo y prohibirles bajo pena de muerte que se dediquen a escribir libros de ficción o critica y cosas asi. En fin. Bolaño era lector de Ellroy y tras carton de Cormac McCarthy. De ahí saca Bolaño esa mierda de cadáveres que se apilan. Ya que esta, para cerrar mi dictamen de lo mal que Puan lee traigo como anegdota que un buen día le preste a un delfin de Graciela Esperanza un libro de Ellroy. Él lo leyó y su veredicto fue el siguiente: no es más que un bet-seller.
Así lee la UBA literatura, pero también política y filosofía. Para la mierda. Y son los que en gran medida terminan ocupando todos los puestos bacantes que ofrece la industria cultural argentina.
En fin.
Perfidia.
Lo espero. Con miedo. Porque el encuentro puede ser puro amor o una cita amarga. Nunca se sabe. Lo que sí se es que no me será indiferente.
Sus últimos dos libros, A la caza de la mujer y Sangre vagabunda fueron una larga noche de amor. Aun recuerdo las 200 paginas finales de Los Angeles Confidencial – libro que compre en saldo en una librería que ya no existe de la av. Corrientes al mil novecientos y monedas que se llamaba Fin de siglo, librería donde también compre otro libro que me calaría hondo en los huesos, En la frontera de Cormac McCarthy – que las leí un sábado a la noche en Villa Ballester y que lo termine de leer ya con la luz del día asomando por el patio de casa y yo en estado de locura total como si me hubiera tomado una bolsa de merca así de grande. Pero no, esa noche no hubo merca ni alcohol ni una mierda, solo Ellroy y docientas pavas de mates y barios atados de cigarrillos.
Las contadas veces que me paso algo parecido con la literatura en estos últimos tiempos fue con Donald Ray Pollock y William T. Vollmann.
Y a mi sobrino Esteban que se crió conmigo jamás le dije que leyera nada. Simplemente me vio crecer leyendo y para cada cumpleaños le regalaba libros que no leía. A los doce le regale la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, a los diez It’s de Stephen King, a los catorce Meridiano de sangre de Cormac McCarthy, a los quince Fontanarrosa y los ocho Los angeles confidencial. La apuesta era fuerte. Simplemente le deje al alcance de su mano buena literatura y que el decidiera que hacer con ella. Hoy es un buen lector de Ellroy apenas tiene 19 años.
Ellroy esta vivo.
Ellroy esta escribiendo.
Ellroy publico el año pasado una nueva novela que este año se publica en español.
Ellroy me ha hecho feliz en diferentes momentos de mi vida.
Ojala lo vuelva a hacer nuevamente.
Y si no es posible, será triste, pero eso no cambiara para nada mi amor hacia él, su literatura y los momentos que pasamos juntos y fuimos felices.
Inmensamente felices.
Entre líderes muertos
Elvio Gandolfo
La obra de James Ellroy fue un sacudón fuerte en la “novela negra”, sobre todo a partir de su “Cuarteto de Los Angeles”: La Dalia negra, El gran desierto, Los Angeles Confidencial y Jazz blanco. El autor era un hombre que había sufrido en carne propia el crimen, con el asesinato de su madre (cuyo cadáver fue arrojado a un baldío, sin que jamás se descubriera al culpable), después en su propia carrera de delincuente juvenil. Una foto policial lo mostraba de frente y de perfil, alto, duro y peligroso, con cara de muy pocos amigos. La decisión progresiva de dedicarse a la literatura lo fue sacando de un destino seguro de pronta desaparición violenta o de larga dedicación al crimen.
Fue justamente La Dalia negra (un caso real de Hollywood, donde una aspirante a estrella, Elizabeth Short, fue descuartizada y repartida en distintos sitios de la ciudad) la que más le ayudó a “elaborar” (como dicen los psicoanalistas) la muerte de la madre. No bastó, desde luego. Siempre lo rondó una doble culpa: primero la de haber acusado a su padre de la muerte, aunque su participación concreta era imposible; después haber aprovechado el hecho real para promocionar La Dalia… Más tarde, cuando acordó con la revista GQ realizar una serie de notas sobre crímenes, el trato fue comenzar con la muerte de Geneva (o Jane) Hilliker Ellroy, su madre. Ahora esas notas forman la primera parte del libro que las recopila, Ola de crímenes. Allí Ellroy no se demora en psicologismos, aunque acepta el sitio fundacional de aquel hecho violento: “La estratagema gobernó mi inconsciente. La represión se cobró un precio: años de pesadillas y de temor a la oscuridad. Escribir el libro sólo resultó levemente catártico. Al transformar a Jean en Betty seguía dejando a una mujer sin reconocimiento. Y explotada por un maestro de la autopromoción con un conocimiento profundo de la palabrería psico-pop.”
La continuación fue un libro autobiográfico entero sobre el caso: Mis rincones oscuros. Durante un buen tiempo se dedicó a tratar de encontrar algún hilo que llevara a la más mínima clarificación del hachazo violento que partió su vida en dos, ayudado por un detective privado. Ese hombre, Bill Stoner, hacia quien Ellroy siente un gran agradecimiento, se convierte allí en casi un padre sustituto para él. El libro es un poco desmañado, como él mismo, pero reafirma una sólida postura: si estuvo en el lado oscuro de las cosas y de la sociedad norteamericana, ha vuelto decidido a mirarla de frente, sin el menor agradecimiento de “salvado”, y metiendo las dos manos en los costados más psicopáticos y violentos de ese mundo y de sí mismo. A pesar de sus alargues y de cierta debilidad de estructura, el libro es lo que sus lectores más fieles suelen llamar “un plano de sus obsesiones”, útil para rastrear los orígenes de su estilo y su modo de ver las cosas, duro y cortante como pocos. Un capítulo incluye el descubrimiento sucesivo de los libros que más lo marcaron. Como suele pasar en la realidad, a diferencia de las novelas, la saga investigativa no descubrió demasiado. Cuando recopiló sus notas para GQ, títuló esa zona como “Sin resolver”. Había pasado el tiempo, él mismo ya estaba en plena carrera literaria, y junto con el lector, cerró su único libro autobiográfico con ese agridulce reconocimiento.
OTRA VEZ AMÉRICA. Del “Cuarteto de Los Angeles” la mejor novela (y la mejor de su obra hasta la llegada de Seis de los grandes) fue Los Angeles al desnudo. Llevada al cine, le ganó la fama definitiva fuera de los límites del género policial. Cuando volvió al ruedo, con América, anunciaba desde el título mismo su decisión de escribir esa “gran novela americana”, tan esquiva, tan buscada y tan encontrada a veces sin predeterminarlo (en el Moby Dick de Melville). El libro tenía un alcance abarcador notable, y arrancaba de una convicción expresada en el prólogo: “El país nunca fue inocente”, que llevaba a la conclusión de que no se puede perder lo que nunca se ha tenido. Uno de los blancos del desenmascaramiento era “Camelot”, el grupo que integraban los Kennedys y sus acólitos. Pero le volvió a ocurrir en parte lo de otros títulos (El gran desierto, por ejemplo).
Leer a Ellroy es presenciar un combate muy poco frecuente en la literatura de las últimas décadas: un escritor que lucha a brazo partido, con uñas y dientes, contra su propia violencia temática y expresiva, que a menudo lo lleva a un descontrol primitivo, incluso infantil. Una especie de explosión o aullido que apaga o ahoga en su estruendo todo matiz o registro minucioso. El amontonamiento de cadáveres, la descripción del cuerpo humano como una serie de piezas desmontables, el descontrol orgiástico de las armas y las personalidades a veces hunden el texto en una catarsis sólo aparente. En América la masa impresionante de datos (sobre la administración Kennedy, sobre la bahía de Cochinos, sobre agentes corruptos de la CIA o el FBI y sobre exiliados cubanos usados como mano de obra) culminaba en un cuadro de sangre disfrazado de batalla real.
Seis de los grandes empieza el mismo día en que termina América: el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, una fecha y un lugar muy cargados históricamente. Ese día fue asesinado en esa ciudad John Fitzgerald Kennedy, el presidente norteamericano. Y termina el 9 de junio de 1968 en Las Vegas, con un asesinato menos espectacular, más íntimo, “fuera de cuadro” pero cargado de una violencia familiar extrema, basada en una mezcla inextricable de justicia y venganza. Hay una diferencia sobre otros estallidos anteriores: el momento cierra con un golpe de címbalos bien aplicado, seco y preciso, una estructura difícil pero lograda, con un estilo donde Ellroy alcanza la mayor potencia de su obra.
PELIGRO EXPLOSIVO. Todo lo que buscaban los adictos de Ellroy en los libros anteriores está aquí, potenciado. Por ejemplo el triángulo de hombres corruptos, imprevisibles, inestables y peligrosos, todos ex integrantes del FBI: el sinuoso y neurótico Ward J. Littel, el matón y asesino Pete Bondurant, y Wayne Tedrow, también llamado “junior”, por la existencia de un “Wayne Senior”, su padre mormón, peligrosísimo “pez gordo” de Las Vegas. Todos ya estaba en América y reproducen a su vez la química de los tríos siniestros de hombres de la Ley más peligrosos que cualquier asesino que suele pintar Ellroy. También está la violencia extrema. Lo nuevo es la extrema complejidad del argumento, el manejo del lenguaje, y de la estructura.
En esos años no sólo muere Kennedy: también son asesinados Martín Luther King y Bobby Kennedy. Además, desde luego, de una lista interminable de cadáveres de todo tipo. Para Ellroy no hay lugar a dudas: los dos Kennedys y King fueron asesinados todos por la Mafia. Esa idea surge del libro que lo impulsó a escribir la trilogía sobre su país: Libra, el mejor pero menos apreciado libro de Don de Lillo, un autor extraordinario para elegir temas, pero también para arruinarlos. Parte del combustible argumental está destinado a las tácticas de aprovechamiento de un “blanco” a derribar para borrar huellas (que sería Lee Oswald en el primer caso) para filtrar otro asesino de respaldo, esta vez experto, para que el final del blanco político importante sea seguro. También fueron esos los años donde Johnson se fue empantanando cada vez más en Vietnam. El armado de una red de producción y distribución de droga de origen vietnamita es uno de los nudos clave del libro. También el aporte de uno de los dos investigadores pagos contratados por Ellroy: Kateri Butler, redactor en jefe del L.A. Weekly, que estuvo en Vietnam y le proporcionó instantáneas del lugar y un amplio glosario. Para complicar más las cosas, los testigos del asesinato de Jack Kennedy van siendo perseguidos y eliminados, uno a uno.
El protagonista principal, sin embargo, no es el argumento sino el lenguaje, el estilo. A lo largo de las 870 generosas páginas del libro, cuando se trata sólo de narrar, Ellroy llega a un despojamiento extremo, a su vez cargado de violencia, y no se baja un solo instante de ese tono, que vuelve barroco al propio Hemingway. Si un personaje le ofrece a un jefe un informe detallado, éste lo corta: “-Habla –Moe puso los ojos en blanco-. Pero utiliza palabras de una sola sílaba.”
Cuando retrata la Depresión de esos años, tan fuerte en algunos lugares como la del ’30, escribe por ejemplo: “Había coches que hacían las veces de vivienda. Chevrolets con dos inquilinos. Lincolns para solteros. Fords con toda la familia dentro.” Cuando define a uno de sus numerosos psicóticos dice: “Había hecho un máster. Leía comics. Le había volado los sesos a JFK. Vivía con sus padres. No salía de su habitación. Construía maquetas de aviones e inhalaba cola.” Si resume los planes de la Mafia: “Marquemos objetivos. Empresas a comprar. Con el dinero del Fondo. Extorsionemos a esas empresas. Construyamos casinos en el extranjero. Compremos un presidente. Configuremos la política de éste. Invirtamos los resultados de 1960. Ampliemos nuestras apuestas. Cubramos todas las posibilidades. Subvirtamos a naciones izquierdistas.” Otro recurso eficaz, justamente porque es usado con discreción es el brusco alargue de una letra: “El telón se alzó. Pete vio desplegarse unas piernas laaargas.” O un coche avanza “lennnto”.
PARTES DE UN NAUFRAGIO. Esa masa nerviosa, eléctrica, incesante, que aumenta la adrenalina del lector (o también lo expulsa a otros libros más serenos, menos chocantes, justo es reconocerlo) va mezclada con “documentos” diversos, supuestamente auténticos. Sobre todo la transcripción de las conversaciones entre Littell y su jefe Edgar Hoover, conocido gestor de paranoias y pervrsiones varias a través de su cargo de director del FBI. O largas series de titulares de diario. O informes minuciosos, como el ejemplar despliegue de la situación en Vietnam cuando todo apenas empieza para Estados Unidos, aunque no hace más que tomar la posta de otro imperio, como lo expresa un diálogo: “-¿Stanton está en Indochina? –Pete aplastó el vaso. –No seas tan francés. Ahora se llama Vietnam.” No son documentos estrictamente reales (la mayoría incluye la instrucción de ser destruidos una vez leídos) sino filtrados de una masa de información que Ellroy recogió con la colaboración de Kateri Butler y otro investigador pago.
Sin proponérselo del todo, Seis de los grandes alcanza una paradójica grandeza. Muy en especial por el estilo, muy conciente por parte de Ellroy, que declaró: “Lo más difícil fue captar bien el tono, y eso exigía destilar la historia en frases simples, impulsivas, directas. El libro se lee como una especie de taquigrafía, pero no lo es: son frases completas escritas en el lenguaje de la violencia de la época, y veo el libro como una celebración del idioma norteamericano, entre otras cosas. (…) Está saturado del idioma americano, de insultos racistas. De yiddish. De elementos de francés y español. De buen y simple y viejo slang americano.” Pero no es el único elemento. En el enredo infernal que une droga, asesinatos políticos, psiquis enfermas, utilización de exiliados cubanos, descuartizamientos, grupos tribales vietnamitas y altas esferas mucho más corruptas que las bajas, y generadoras del clima de demencia general, hay también lugar para el humor, incluso para el amor. Como en el estilo endemoniado de Shakespeare, una situación depresiva desemboca en un arranque erótico, o una conspiración incluye diálogos de mafiosos con este humor:
“-Ese mamón (Bobby Kennedy) nos ha utilizado –dijo Santo-. Puso al maricón del hermano en la Casa Blanca a costa nuestra. Nos ha jodido como los faraones jodieron a Jesús.
–Los romanos, Santo –dijo Johnny-. Los faraones jodieron a Juana de Arco.”
Y si el elemento clave es el Ku Kux Klan, el lenguaje lo refleja: “Unos kapullos del Klan akarreaban armas. Unos kapullos del Klan engrasaban las armas. Unos kapullos del Klan kortaban kupones.”
Las que más importan como factor equilibrante son las tres mujeres de los “héroes”: Jane, Barb y Janice. Son propias o ilegales (una es esposa del padre de Junior) pero son indudablemente las mujeres del trío infernal, las que hacen que en última instancia el color negro cerrado y violento de la trama termine por ser soportable. Aportan un mundo complejo, tenso, tan quebrantado como el de sus hombre, pero menos demoledoramente destructor. Conmueven. Sencillamente porque son más fieles a sí mismas, a sus impulsos afectivos y sexuales.
UNO DE LOS GRANDES. El sistema literario estadounidense demora décadas en reconocer el valor de los nombres más o menos francotiradores. Pasó con Poe, sigue pasando con Lovecraft, pasó con Vonnegut, o con la casi totalidad de la generación “beat” (Burroughs, Ginsberg, Kerouac, Corso), seguirá pasando un tiempo con Stephen King. Al mismo tiempo ese sistema de reconocimiento y “aduana” infla al extremo a cultores más serenos, seguros y a la postre agotadores: desde Updike a Anne Tyler, desde el “realismo sucio” ya un poco remilgado de Richard Ford, al Bashevis Singer novelista (no así el cuentista). O al ya citado Don de Lillo.
A su vez, cuando polemiza, ese establishment que va del New Yorker en bajada hasta el New York Times Review of Books, se muestra ingenuo e ignorante. Cae con facilidad en la vorágine atorranta de Tom Wolfe, que trató de convertirse en “gran autor” como quien pide una orden de hamburguesa con fritas. Su error no fue sólo volver a promocionar, sin cambios, la “novela realista y social del siglo XIX” sino además tratar de apoyar sus ideas con dos ladrillos de venta asegurada pero peso específico cercano a cero: La hoguera de las vanidades y Todo un hombre. Con un gran trabajo de investigación, había mucho “simil estilo”, pero nada de literatura real. En cambio James Ellroy, envuelto en sus conflictos, decidido a mirar sin parpadear los momentos más crudos y salvajes de la historia oculta de su país, no se quedó en la mera publicidad de un proyecto. Le agregó una fuerza literaria a la vez precisa y poderosa, convirtió la sangre y la violencia en literatura original, nunca vista antes, dejó atrás el corralito del género policial y se instaló, alto y desmañado, arrogante pero vulnerable, negándose con claridad a “portarse bien”, como un nombre esencial de la literatura norteamericana. Todo con una obra generada, allá lejos, por la muerte violenta de una madre.

versión de Los Cortineros del Amor del clásico de SANDRO «ASÍ»
Este tema es parte del disco más exitoso de Sandro, «La Magia de Sandro» (1969)
ASI
(Sandro – Anderle)
Así, como una rosa desecha por el viento
así, como una hoja reseca por el sol
así, como se arroja de costado un papel viejo
así, mi alma tu imagen arrojó.
Así, como se marcha la noche con el día
así, como se aleja un velero hacia altamar
así, como se escapa el agua entre los dedos
así, te deje ir, sin meditar…
Estribillo
Más hoy, que estoy tan solo y tan cansado de llorar
quiero saber si tú querrías regresar
junto a mi lado para amarnos otra vez.
Tal vez, estés pensando que no quiero más de ti
ese calor que alguna vez yo te pedí
y que después… abandoné, así, así…

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Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381 – Rodney Hilton

Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381 – Rodney Hilton

Vendido

Estado: impecable.

Editorial: Siglo XXI.

Precio: $000.

Los movimientos campesinos que agitaron periódicamente la Edad Media no fueron meros brotes inconexos de violencia. Tuvieron sus raíces en las condiciones políticas y económicas comunes, y en un persistente conflicto entre los campesinos y sus grupos aliados, por una parte, y los terratenientes y las autoridades establecidas, por otra. Este conflicto era estimulado y modificado simultáneamente, por el crecimiento de una economía de mercado. La obra comienza con un detallado panorama de la economía campesina medieval, basado en un cuidadoso estudio de las fuentes originales para mostrar a continuación cómo las tensiones en esta economía condujeron en diversos momentos a alzamientos en varios países, y cómo conformaron el carácter y resultado de tales alzamientos. La segunda parte examina en profundidad un importante episodio: la revuelta campesina de 1381 en Inglaterra. De esta forma, a la vez que se arroja nueva luz sobre dicha revuelta campesina, se la utiliza como modelo de trabajo para estudiar en detalle y en la práctica las cuestiones generales planteadas en la primera parte. Tras trazar un cuadro global de las condiciones en las que se produce el alzamiento, el autor analiza la composición social de la fuerza rebelde, tanto de su base como de sus dirigentes, las áreas geográficas afectadas, los aliados del campesinado y los fines y organización de los rebeldes.

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El inconsciente (coloquio de Bonneval) – Henry Ey

El inconsciente (coloquio de Bonneval) - Henry Ey

Estado: impecable.

Editorial: Siglo XXI.

Precio: $500.

¿Qué es el inconsciente? ¿Un mito? ¿Un postulado científico? ¿Una excusa de nuestra falibilidad? ¿Un espejismo de nuestra conciencia errática? ¿Una trampa del lenguaje? ¿Hay alguna realidad filosófica que lo funde? ¿Cómo se manifiesta en el delirio, en la locura, en la memoria? ¿Qué lugar ocupa en la trama social? ¿Cuál es su estatuto filosófico? Estas y otras muchas preguntas en torno a este concepto clave polémico y omnipresente en nuestro mundo en crisis, convocaron a psicoanalistas, psiquiatras, biólogos y filósofos a un debate sin precedentes.
La obra que presentamos al lector es sin duda la contribución colectiva más lúcida, comprensiva y profunda de cuantas se han hecho hasta ahora para esclarecer el misterio del inconsciente, ese continente oscuro y negado de la psique humana que mucho presintieron, pero que solo el genio de Freud se atrevió a explorar y roturar. El valor de este encuentro multidisciplinario no reside tanto en la calidad excepcional de los interlocutores y en la multiplicidad casi exhaustiva de los enfoques propuestos, como en el rigor y la lucidez con que son encarados los problemas y sus implicaciones epistemológicas, sociológicas y psiquiátricas.
A lo largo de estas jornadas participaron entre otros René Diatkine, André Green, Georges Lantéri-Laura, Jean Laplanche, Serge Lébovici, Serge Leclaire, Henri Lefebvre, François Perrier, Paul Ricoeur, Conrad Stein, Alphonse de Waelhens, Jean Hyppolyte, Maurice Merleau Ponty y Jacques Lacan (quien a modo de respuesta al trabajo de Laplanche y Leclaire, pronunció su célebre «Posición del inconsciente»).

 

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La gran bestia. vida de aleister crowley – John Symonds

La gran bestia. vida de aleister crowley. john symonds

Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta).

Editorial: Ciruela.

Precio: $700.

Edward Alexander Crowley (1875-1947), más conocido como Aleister Crowley, fue poeta, alpinista, viajero y escritor, pero también pintor vanguardista, drogadicto, bisexual y practicante de técnicas mágicas, herederas de la Hermandad Hermética de la Golden Dawn, que le dieron la aureola de satanista y mago negro que le valió el epíteto de «el hombre más perverso de Inglaterra». Crowley, que se hacía llamar a sí mismo «la Gran Bestia 666», fusionaría la tradición mágica europea (de raíces egipcias, helenísticas, célticas y hebreas, tal y como se estudiaban en la Golden Dawn) con las enseñanzas de Oriente, como el yoga y el tantrismo –a las que tendría acceso gracias a sus lecturas y viajes–, y con la magia sexual preconizada por la sociedad secreta conocida como O. T. O. (Ordo Templi Orientis), todo lo cual le permitiría fundar una orden de cuño propio, la de la Estrella de Plata. Creador de la ley «Haz lo que Quieras», y fundador en Cefalú de la abadía de Thelema, Crowley fue, en pleno siglo XX, uno de los más singulares avatares del no racionalismo en su vertiente operativa y mágica.

 

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Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier

Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier

Estado: usado.

Editorial: Taurus.

Precio: $300.

El simple acto de la lectura implica, en realidad, miles de significados que este libro –la primera gran síntesis histórica en la materia– nos revela. Leer uno o varios textos, en voz alta o en silencio, rápidamente o descifrándolos con dificultad, en un manuscrito o en un ordenador, equivale, cada vez, a recrear el sentido de lo escrito en función de nuestras propias competencias y expectativas.
Fruto del trabajo de los máximos especialistas en el tema, esta Historia pone en evidencia los cambios fundamentales que han tenido lugar en la lectura –de la lectura silenciosa en la Grecia Antigua a las novedades introducidas por la imprenta y las revoluciones electrónicas que estamos viviendo. También nos presenta historias de objetos, de los libros en sus diversas formas, así como historias de los hombres y de las mujeres, adultos o jóvenes, de sus gestos y costumbres, de los espacios y los tiempos reservados a la lectura.

 

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Atardecer

Fechorias de un eunuco en los circulos cristianos Juan Pablo Liefeld Jorge Luis Borges
Estoy sentado en la placita Primero de Mayo.
Fumo.
Miro a los chicos jugar.
Miro a los perros correr.
A mis espaldas unos chicos discuten. Son una bandita de mas de 15 y el más grande como mucho tendrá no más de 10 años.
Uno con el pelo teñido de amarillo se sienta en el caño que hace de resplado del banco de la placita en el que estoy viendo pasar la vida, esperando que llegue la muerte y buscando la escena inicial que ponga a funcionar la novela que voy a escribir este año.
Ok.
Cuando el chico se sienta en el caño del respaldo del banco yo desde abajo lo miro y el desde arriba me mira.
Hola, señor, me saluda.
Hola, cómo va, le respondo.
Todo bien señor.
Y volvemos ambos, el chico y el señor, a nuestros asuntos tan inútiles como inevitables.
Ok.
Tengo la edad que tenían mis padres cuando yo tenía la edad del chico que me acaba de tratar de señor.
Bien, amiguito.
Me seguís, no?
Ok.
Ahí llego.
Vení.
Estás?
Ok.
Estaba sentado viendo caer la tarde o desapareciendo lentamente con ella mientras el cielo se teñía de rojo sangre – que no era rojo sino un infinito degrade de rosas y celestes y grises pero rojo sangre y el desierto y Billy Parthman me asaltaron y me llevaron al rojo sangre.
Bien.
Amiguito.
Te la hago corta porque todavía tengo que ir a comprar las cosas para cocinar y si me cuelgo me cierra todo.
Veo entrar a la Placita Primero de Mayo tres elementos. Una mujer con una carpeta y dos hombres que la acompañan y encaran a una parejita.
Los miro. Entre la mujer y los dos hombres si sumo todo deben haber haciendo números redondos unos 200 años.
A mis espaldas además de los chicos que juegan a la pelota hay un hombre que canta.
Sí, canta, para nadie, sentado en un banco solo y en un tono bajo y nada desafinado.
Ok.
Miro los tres elementos con curiosidad.
A mi lado ahora también se ha sentado una vieja con baston y bolsas del Coto del Spinetto – el Spinetto es un fantasma esperpéntico que supo vanagloriarse de ser el primer shopping center de la argentina.
Bien.
Toda la escena ya esta preparada para el crimén.
Los tres elementos avanzan hacia mí. La mujer al frente, los dos hombres le cubren las espaldas.
Prendo un cigarrillo.
Los miro sin mirar. Ver sin que el otro persiva que lo ves es una técnica difícil pero útil para la policía, los ladrones y los curiosos como yo que en la calle estan atentos a todo lo que se mueve y lo rodea a su alrededor.
Ok.
Tengo a los tres elementos parados frente a mí.
Hola, tenes un momento, que queremos hacerte una breve propuesta, me dice la mujer con la carpeta en su pecho tapando sus tetas caídas baya uno a saber cuantos años ya.
Recién entonces cuando se calla la mira de frente, a los ojos.
No, le respondo.
Ella hace caso omiso a mi respuesta y suma a la propuesta de contar algo brevemente a la vieja de baston y bolsas de Coto que no dice nada.
Bueno, dice la mujer, lo que les quería contar es que estamos juntando firmas para la candidatura de Gabriela Michetti para que se postule como jefa de gobierno de la Ciudad.
La mujer sigue desplegando su propuesta y yo abro la boca para ponerle un tiro en la cabeza.
A Gabriela Michetti yo le sacaría la silla de rueda, le gatillo mirando a la mujer y atento a los dos hombres que estan un paso detrás de ella.
La mujer se calla. Me mira con horror. Titubea un instante, se rehace y ensaya unas palabras.
Pero si le sacamos la silla de rueda queda en el piso, me responde con vos dramática, sin entender si esta hablando con psicópata o un loco.
Y yo le respondo:
Lo mejor que le puede pasar a la ciudad de buenos aires es que Michetti quede en el piso.
Los tres elementos, la mujer y los dos hombres, dan un paso atrás ahora temerosos de mi presencia y se alejan.
Y los chicos juegan.
Y los perros corren.
Y yo envejezco como la tarde. Como el fantasma esperpéntico del shopping Spinetto del barrio de Balvanera.

 

En los Links que siguen se pueden leer las Confesiones de un librero de mierda y Las Chicas de Letras se masturban así:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz
Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Ofertas – Libros Kalish

Libros Kalish
Para este collage se uso a Jorge Luis Borges, Adolf Hitler, Pablo Picasso, Sarina Valentina, Pier Paolo Paolini, Las cenizas de Gramsci, The Beatles, Oscar del Barco, Lisa Ann, una Muñequita Liefeld Puteadora, a mi gato René y un Pibe Chorro que puede ser tan cruel en ciertas circunstancias como Carrefour – trabaje un año para ese supermercado en la sucursal San Martin así que conozco lo poco que vale la vida para esta empresa.
Los libros que siguen a continuación estan a la venta desde este jueves hasta el próximo martes 10 de febrero. El sábado y domingo atenderé todo el día, si no estoy es que estoy boludeando por el barrio pero me mandan un mensajito de texto y me hago presente.
Cuentos reunidos (2 tomos) – Roberto Fontanarrosa
$1000-
Amor malo y feroz – Larry Brown
$400
Poesía y Filosofía de la Grecia Arcaica. Una historia de la épica, la lírica y la prosa griegas hasta la mitad del siglo quinto – Hermann Fränkel
$700
Borges – Adolfo Bioy Casares
$800-
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 – Hugh Thomas
$800-
Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval – Ernst H. Kantorowicz
$500
Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX – Greil Marcus
$400
Submundo – Don DeLillo
$400
Historia general de las drogas – Antonio Escohotado
$800
No hay bestia tan feroz – Edward Bunker
$350-
Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo – Georges Duby
$800-
Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad: los gays en Europa occidental desde el comienzo de la Era Cristiana hasta el siglo XIV – John Boswell
$800-
El sentido de la vista – John Berger
$500-
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler – Peter Hoffmann
$800-
Durruti en la Revolución española – Abel Paz
$800-
El idiota de la familia. Gustave Flaubert desde 1821 a 1857 (tomo 1) – Jean Paul Sartre
$300-
Y el asno vio al ángel – Nick Cave
$400
El primer milenio de la cristiandad occidental – Peter Brown
$500-
Seis de los grandes – James Ellroy
$400-
Meridiano de sangre – Cormac McCarthy
$400-
Suttree – Cormac McCarthy
$400-
Historia de la vida privada – Georges Duby
$2000-
Plástico cruel – José Sbarra (el libro esta firmado por el autor y con una dedicatoria a Daniel Riga)
$800-
Trilogía Americana – Philip Roth
$400-
Filosofía del dinero – Georg Simmel
$300-

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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En el corazón del corazón del país – William Gass

En el corazón del corazón del país – William Gass

Para este collage se utilizo a mi gato René, Jorge Luis Borges, John Lennon, una Muñequita Liefeld Puteadora, un mapa del delito tan delirante como argentina y una publicidad de un supermercado que te coge de parado.

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Alfaguara.

Precio: $000.

William Gass, filósofo de formación, profesor universitario, ensayista y crítico, pero también autor de excelentes relatos, respetado y reputado, pero poco leído por lo experimentalista de su estilo, es el autor de esta colección de cuentos de 1968, que contiene los siguientes: : “El chico de Pedersen”, el más largo, una verdadera novela corta; “La señora Ruin”, “Carámbanos”, “Del orden de los insectos” y el que da título al libro, “En el corazón del corazón del país”, unidos por una común ambientación rural, una desolada visión de la existencia humana y un estilo prodigioso, exigente y cristalino a la vez.
Shelf Life *
William Gass
Vivo en una biblioteca. Cuando era un adolescente, impaciente por abandonar el nido aunque tan incapaz de volar como un dodo, me imaginaba en una vida nueva y mágica en Nueva Zelanda. Puesto que no sabía nada de Nueva Zelanda salvo que estaba en uno de los confines de la tierra y que tenía normas contra la introducción de malos hábitos en el país, podía soñar mi Zelanda como quisiera, libre de ataduras familiares y por tanto sin complicaciones o irritaciones sociales, sus encantadores días, sus serenas noches. Allí, los árboles darían libros en lugar de frutos, y uno bebería soda en calabazas cuyos jugos habrían sido bendecidos por los dioses nativos. Navegaría hasta allí como un marinero en un barco de los descritos por Joseph Conrad y cuyo rumbo habría sido trazado por Robert Louis Stevenson. Era más barato evadirse mediante un libro que con un pasaje, y cuando lo hacías con un libro, siempre estabas en casa a la hora de cenar.
Después, durante la Segunda Guerra Mundial, surqué de verdad el océano azul. El mar era todo lo que se había escrito sobre él. Nunca era azul; su humor era variable; era enorme; y en él las campanas de todos los barcos eran más bellas que cualquier otra campana. En días tranquilos su superficie era la piel de una criatura dormida. Lavaba mi ropa interior atándola al cabo de una cuerda y dejando que el barco la arrastrara por el agua como si se tratara de una pieza mayor, quizá un traje de etiqueta. Allí iba acumulando sal mientras se limpiaba a fondo, por lo que ponérsela después no era demasiado aconsejable. Decidí ir si ropa interior durante un breve periodo, hasta que un chivato se lo contó a mis superiores, de los cuales había muchos. Varios años después, mi ropa interior todavía olía a sal.
Yo era un oficial pasivamente indisciplinado, a menudo recluido en mi camarote, donde leía cualesquiera libros legibles que hubiera a bordo. Éstos consistían en un puñado de Hemingway y una pizca de Faulkner. Aparte de eso jugaba al ajedrez con otro hereje que jamás fue recluido en su camarote pero que en todo caso siempre estaba allí. A causa de mi incompetencia ejemplar fui ascendido (tal es el modo de actuar de la Armada) a Oficial de Alto Secreto. Por consiguiente se me confió la combinación de la caja de seguridad del barco, donde los libros de códigos y claves, impresos en papel disoluble y cargados de plomo, vivían un aislamiento silencioso excepto por la compañía del alcohol medicinal del barco. Hasta ese espacio seguro, del tamaño de una habitación de un Red Roof Inn, me retiraba con regularidad, cerraba su pesada puerta blindada, tragaba un poco de brandy y leía los mismos Hemingway y Faulkner que ya había disfrutado repetidamente, pero sin la tranquilidad interrumpida ni la atención distraída —casi como en mi Nueva Zelanda de fantasía— hasta que un chivato se lo contó a mis superiores, de los cuales había muchos. De inmediato retiraron el brandy. Todavía podía encerrarme en mí mismo y leer o dormitar. Mis superiores parecieron contentos de perderme de vista.
Mientras hacía el posgrado en Cornell, pasé horas en la biblioteca de la Universidad, como se espera de un esclavo del doctorado. Allí tenía mi cubículo, apenas un palmo entre la pared y las columnas en el que cabía una silla de metal barata y una bombilla, una chapa de acero para escribir o apoyar un libro, una balda frente a mi cara para los volúmenes que cogía de las estanterías (que bajo juramento no podían salir del edificio) y un bote de caramelos duros cuyo contenido era peligroso cuando se ablandaba. Para tomar notas había una regla de “sólo lápices” que yo estaba dispuesto a respetar, ya que, a diferencia de las de la Armada, aquélla tenía sentido. El edificio parecía en cierto modo un barco que me llevara suavemente. No sólo las columnas estaban hechas de metal, el suelo era una malla metálica que permitía que una luz ya exhausta se hundiera hacia un sótano tan distante como una sentina. Naturalmente los pasos hacían ruido a menos que fueras en zapatillas de deporte, aunque había zonas tan ajenas al interés humano (“Nutrición”, por ejemplo… era otra época) que los únicos sonidos que escuchabas eran probablemente los de los vigilantes. Sin embargo, sentado allí, día tras día bajo aquella luz oscura, mi concepción del Edén empezó a cambiar. No era un sitio en un mapa, sino un destino decidido por el Sistema Dewey de Catalogación Bibliotecaria.
Cuando no estaba leyendo o quedándome dormido sobre una página de La gran cadena del ser de Arthur Lovejoy, deambulaba. Subía y bajaba las escaleras metálicas. Recorría los pasillos metálicos. Acechaba como un cazador que por entre la luz turbia considerara beneficioso el largo entierro de algún volumen, pero poco práctico si se deseaba leer uno, a veces mis dedos resbalando por los cantos de los libros como un niño haría con un palo contra una valla, mi mirada sobre los lomos y sus títulos, una mirada llena de asombro por que hubiera tantos, tan muertos para mí como aquellas hileras de calaveras en las catacumbas a menos que sacara uno de su fila, lo abriera y lo leyera como Hamlet hizo con la calavera de Yorick: El libro de los insectos, de Jean-Henri Fabre, o El peor viaje del mundo, de Apsley Cherry-Garrard. ¿Quién podría resistirse a un autor llamado Apsley Cherry-Garrard? Quería sacar el de Jean-Henri Fabre para un hijo de mi director de tesis, el profesor Max Black, pues se me había pedido que buscara textos entretenidos pero que valieran la pena para uno de sus chicos. Desafortunadamente, al joven le encantaron mis selecciones, y el profesor Black prolongó mis servicios. El de Apsley Cherry-Garrard también fue un éxito. Había ahí uno de los relatos más desgarradores jamás escritos sobre la aventura antártica, páginas de frío y nieve, dolor e incertidumbre, además de un heroísmo obstinado y no deseado que intentaría recordar cuando escribí “El chico de Pedersen”, una novela corta ambientada en una tormenta de nieve. Puesto que yo era un estudiante de filosofía, intenté convertir en paradoja el hecho de que El peor viaje era en realidad el mejor viaje que había hecho jamás.
A los tipos de botas pesadas que vigilaban la oscuridad no les gustaban los lectores que se quedaban por la noche. Podías agachar la cabeza sobre John Locke toda la tarde, no les importaba, pero al dar las 10 en punto empezaban a barrernos hacia fuera. Primero llegaban para investigar quiénes estaban en sus cubículos. Lo sabían gracias a la luz. Como nuestros pequeños rincones estaban abiertos como en un supermercado, si veían que no estabas allí sentado, apagaban tu lámpara. Escondiéndonos en el momento justo por el sistema de diluirnos al final de un pasillo o volando a otra planta como una corriente de aire juguetona, esperábamos para volver tras el cierre.
Esquivar los pasos pesados de la Gestapo se convirtió en un juego, pero nuestras habilidades (evidentemente yo no estaba sólo en esta práctica) se veían comprometidas cada año cuando la biblioteca celebraba su saldo de libros. Sabía lo que eran la sucesión, la secesión, la recesión, la posesión, la concesión y la depresión, y ahora iba a disfrutar de la des-adhesión. Se apartaba un espacio de la planta baja y se amueblaba con varias mesas grandes de biblioteca. Sobre ellas se colocaban hileras de libros con los lomos hacia arriba. Las humanidades ocupaban más superficie que las ciencias, lo que no era una sorpresa ya que los científicos no leían, investigaban. Y comunicaban sus resultados en revistas que costaban más que los libros. Había rumores de que personas desconocidas se escondían por la noche entre las columnas para ser los primeros en la cola cuando la venta comenzara a la mañana siguiente. Pero eso no era lo peor que hacían estos furtivos. En realidad cogían los libros que querían de una de las mesas (literatura, filosofía, historia) y los escondían entre los de economía o estadística, y una persona a la que yo conocía fue acusada de llevarse volúmenes a otra parte del edificio por la noche, sólo para traerlos de vuelta a la mañana siguiente como si acabara de elegirlos. De nuevo algún chivato se lo contó a todo el mundo.
La competencia era feroz, y no existía la amistad. Todos los libros nos pertenecían a todos, y a menudo hubo recompensas jugosas, pues en ocasiones nuestros profesores tenían la decencia de morirse, y sus herederos, ignorantes o indiferentes, se deshacían de grandes partes de su herencia en las papeleras de la biblioteca. Pero estos libros nunca llegaban a las estanterías. Se les denegaba la admisión (“Ya tenemos esta edición de La doncella de Orleans”). Un escritor dijo una vez, a cuenta de los editores, que del rechazo viene la redención, en este caso porque los libros a la venta no se habían visto afeados por el pretencioso lema de la biblioteca (PROPIEDAD DE LA BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD DE CORNELL), o agujereados por el sello en relieve de la Universidad, o por el registro adhesivo de retiradas y devoluciones, o avergonzados por una marca de tinta sobre sus lomos. Como compradores atareados dijimos que rescatábamos libros que con ilusión arrancábamos de un destino que sabíamos calamitoso. No la muerte. Eso no era nada. El destino más deprimente era estar siempre disponibles pero no ser nunca importunados.
Desde entonces he estado en muchos saldos de bibliotecas y doy fe de que los ejemplares rara vez son examinados, o considerados sus orígenes, porque de ellos han caído, como de un libro de una feria del libro, tesoros que a veces superan incluso los de sus páginas: no sólo los desechos que los lectores normalmente van dejando tras su paso —clips, cerillas de cocina, gomas elásticas, papel de aluminio, bucles de pelo, marcadores, facturas, palos de caramelos, listas, cartas de amor, postales, sellos de correos, envoltorios de chicles— sino fotografías y avisos amenazadores, dólares, cheques y el borrador de un telegrama al Alto Mando Aliado pidiendo que se acelerara la salida de Alemania de Werner Heisenberg, que revoloteó hasta el suelo de mi casa cuando hojeé rápidamente uno de los libros de Arthur Holly Compton después de comprarlo por 50 centavos en un saldo de la Universidad de Washington.
Los coleccionistas que no se preocupan por los libros más allá de por su rareza los prefieren sin estrenar, puros y virginales, pero esos volúmenes no han tenido vida, y ahora, cuando a uno de ellos se le da una oportunidad, resulta que, aprisionado por un plástico sofocante, encarecido para halagar la vanidad del advenedizo que lo ha comprado, ese libro es retirado de la luz en un humidificador hermético de cristal como el vino demasiado viejo para ser abierto, demasiado caro para ser disfrutado.
Mientras el Señor Andrajoso, que tiene el fracaso económico marcado en su guarda como un personaje de Dickens podría gracias a su condición usar el sombrero, el bastón y el abrigo como almacén de forraje recién cortado, se ha visto enriquecido con una historia: vendido como nuevo en 1937 por 3,95 dólares, como usado en el Mercado de Libros de Gotham en 1947 por 2 dólares, y rebajado sucesivamente con lápiz y después con cera de 75 a 50, y de 35 centavos a un cuarto de dólar durante las décadas siguientes —poseído por dos sujetos que escribieron sus nombres, uno de los cuales añadió su dirección en Joliet— hasta terminar su viaje en San Luis, donde recogido de una carretilla o una caja en un saldo de un garaje o sacado de un cubo de la beneficencia fue el modo en que encontré mi ejemplar de El sentido de la belleza, de George Santayana, en 1982. Sobrevivió a sus aventuras tan admirablemente como Odiseo. Soy más bien generoso con mis libros, y permitiré a quien, con la esperanza de conseguir un poco de buena suerte en la vida, desee besar la cubierta de El sentido de la belleza.
Así es como aprendí a vivir en una biblioteca, qué camino conduce al baño, qué provisiones pasar de contrabando en mi maletín, cómo ablandar un asiento duro, evaluar rápidamente lo que hay en la carretilla del librero de viejo o encontrar dónde es más fácil leer, dónde es más seguro dormir.
Sería una década antes de que encontrara mi primera gran biblioteca. Por “gran biblioteca” me refiero a una biblioteca cuyos compartimentos son tan grandes que nadie puede estar lo bastante seguro de qué hay en sus profundidades; una biblioteca en la que unas partituras de Vivaldi quizá permanezcan ocultas durante cien años; una biblioteca densa y abundante; una biblioteca que no rechazará ningún libro —ya sea basura o un tesoro— porque una buena biblioteca es avara, tan orgullosa de sus reliquias como una iglesia, permitiendo incluso que una novela barata sea útil para el estudio de la cultura que la creó; una institución, en consecuencia, que no permitirá que lo efímero perezca y que no se avergonzará de tener la mejor colección existente de novelas románticas; una biblioteca que lleva sentada tranquilamente en el mismo lugar y ha visto como un sabio envejecer su contenido, en consecuencia una biblioteca cuyo polvo es el óxido del tiempo; una biblioteca que nunca cierra los días de frío y que permitirá a quienes no tengan hogar descansar en su sala de lectura; una biblioteca que me permitirá husmear en sus tripas tanto y tan a menudo como yo quiera.
Me doy cuenta ahora de que comencé mi vida en las bibliotecas como enemigo de la institución, metiéndome en problemas con las llamadas al silencio de la solterona de pelo enmarañado y cara de pocos amigos del mostrador de recepción… (Los estereotipos son acertados más veces de las que no lo son, y su esbozo es esencial en el arte de la novela, si no ¿dónde estarían Trollope y Thackeray y Dickens sin sus caricaturas, y cómo vendería Roger Tory Peterson sus guías de pájaros, porque reconocer un tordo en mi jardín es como encontrar un irlandés en un pub; y ninguna de las bromas sobre curas, rabinos o imanes intentando explicar el amargor de sus pintas de cerveza a un escocés llamado David Hume tendrían gracia, y quién querría que sucediera eso?) …Ahora volvamos, un tanto jadeantes, al mostrador… Cuando intentaba, como un crío de instituto, sacar el Ulises de James Joyce, se me decía que (a) era demasiado joven, y (b) de todos modos era un libro guarro, y (c) si persistía en el intento de sacar libros asquerosos, ella informaría de todo a mis superiores, de los cuales había muchos.
Mientras estaba en el instituto, aunque por entonces también era recluta de la Armada, mi profesor de literatura me pidió que escribiera sobre El amante de Lady Chaterley y me dio una autorización para retirar dicha obra de Peticiones Especiales (un calabozo, supuse, para libros sediciosos), pero la señora de rostro pálido que custodiaba la cuerda de reos se negó, arguyendo que contenía descripciones de actos antinaturales. Esta respuesta me provocó un afán por el proyecto que no había tenido previamente, pero no hubo suerte. Llevado por una corazonada, busqué en la biblioteca los ejemplares de Los cuentos de Canterbury sólo para descubrir (lo que de hecho me encantó) que habían “afeitado” a uno del cuento de la esposa de Bath. Descubrí que ejemplares de Boccaccio, Catulo, Petronio y Aristófanes habían sufrido daños similares. No había ninguno de Henry Miller, pero lo había habido, sus por entonces escandalosos textos seguramente estarían penando en la cárcel. Se lo conté a los superiores de la señora, de los cuales había muchos. La señora de rostro pálido y afeitado declaró que era su deber proteger a los estudiantes de la indecencia. Pensé que su propia ignorancia era protección suficiente. La Armada me envió a la Academia de Guardamarinas, y desconozco lo que le sucedió a esta particular guardiana de la moral pública. Siempre parecen unos enfermos pero viven eternamente.
Ahora vivo en mi propia casa rodeado de casi 20.000 libros, pocos de ellos raros, muchos no leídos, ninguno descuidado. Están ahí, como en las bibliotecas, para ayudar cuando se les necesita, y quién sabe cuál será el próximo escritor sobre el que tendré que escribir, qué asunto se convertirá de repente en esencial, o qué encargo surgirá que requiera la asistencia inmediata de los libros de la —sí— biblioteca, o el idioma de los animales o la pronunciación de la jerga melanesia, puesto que mis ensayos son normalmente asignados, no simplemente solicitados, y porque los temas nuevos me seducen con facilidad. De hecho puedo decir unas cuantas cosas en jerga melanesia, ninguna de ellas amable.
Por lo que están ahí para mantener mi curiosidad despierta y en funcionamiento, para preguntar cuáles eran los escritores estadounidenses más notables en 1984, cuando Henry C. Vedder publicó su libro sobre este asunto (acabo de cogerlo en este momento aleatoriamente de la estantería), y de ahí saber de Charles Egbert Craddock y Elizabeth Stuart Phelps, pero también averiguar que Henry James “se pasa de listo” y que su teoría sobre la ficción es vergonzosa porque se atreve a suponer que “una novela es buena cuando está bien escrita” y “es mala si está mal escrita”, una opinión que sugiere una deplorable indiferencia hacia la dimensión moral de la novela. ¡Oh, qué mal parado saldría yo a manos del señor Vedder! Por supuesto, Henry James no ignoró, ni por un momento, la dimensión moral de la novela. Trato de reprimir la sonrisa ante confusiones como esa, y mi indignación por tal juicio, para así disfrutar la definición de John Quincy Adams de un almuerzo (citada por el señor Vedder) como “una reflexión sobre el desayuno y un insulto a la cena”.
Antes de que el señor Vedder volviera a la oscuridad de la que vino, y que tan justamente merece, pude descubrir que el notable Egbert Craddock fue un seudónimo de M. N. Murfree y que el buzón desde el que fue enviado su primer relato a The Atlantic Monthly estaba en San Luis. Leyendo el primer capítulo dedicado a él, fui informado de que nuestro autor misterioso es Mary Noailles Murfree, que proviene de “los mejores valores de los Estados Unidos” y es, cuando los editores de Atlantic la vieron por primera vez, una cosita joven. Cuál fue su suerte, y cuáles son los mejores valores de los Estados Unidos, no lo sabréis, porque yo tengo el libro y vosotros no.
Pero hojear un libro es muy divertido, y no pasa un día que no recoja a ciegas un premio y no lea una página que me deje perplejo, informado, sorprendido, encantado y ofendido.
Mis libros están ahí para consolarme del mundo, porque sólo a los infames puede agradarles nuestro presente estado de cosas, mientras que el honesto discrepa de las razones de nuestras dificultades y amenaza con enzarzarse con quienes de nosotros son responsables de la miseria de tantos millones de personas y de un número cada vez mayor de hipócritas, chacales y sinvergüenzas.
Entre ellos, los escritores. Ninguna ocupación puede garantizar la honestidad tal como el trabajo duro aumenta la musculatura, y sólo la santidad la exige como parte de su ejercicio. Así los escritores escriben, quizá mejorando sus textos de vez en cuando, pero rara vez a sí mismos.
Pero los libros… los libros discrepan sin hacer ruido, como quizá las mentes de tantos lectores en una biblioteca, sin el más mínimo alboroto; y en esa paz podemos observar lo bellas, lo inteligentes, lo particulares, lo importantes, lo cómicamente absurdas que son las ideas; porque aquí, en las vistosas hileras que hacen que las estanterías parezcan bailar, el mundo existe tal y como la mente humana lo ha aceptado e imaginado, pero transformado en un reino más elevado del Ser, donde la virtud es el conocimiento que los griegos reivindicaban, donde incluso el conocimiento de lo peor debe ser tan estimado como cualquier otro y donde sucesos tan concretos como un asunto amoroso, unas elecciones o un campo de batalla son reemplazados por sus descripciones —por relatos como el del viaje blanco de Apsley Cherry-Garrard a través de la página fría y blanca—, porque estos volúmenes son depósitos de conocimiento y son ejemplos, cuidadosamente construidos, de los tipos de consciencia humana, de sabiduría que de otro modo sería efímera, frágil y a menudo confusa. Entre las estanterías, donde los filósofos despliegan sus tropas, hay una guerra de palabras —pero una guerra soportable—, una guerra de posiciones seleccionadas con consideración, quizá con ningún problema resuelto, pero sin derramamiento de sangre; estanterías donde los triunfos humanos y sus sufrimientos son representados por escritores que por lo menos se preocuparon lo bastante por sus vidas y por este mundo como para llevar una pluma hasta un papel. Tucídides lo sabía cuando dijo, respecto del conflicto con el Peloponeso, esta guerra es mía. La Historia sucede una vez. Las historias suceden repetidamente lector tras lector.
Cada uno de estos libros es un amigo que siempre dirá lo mismo, pero que siempre parecerá decir algo nuevo, o algo viejo, o algo prestado, algo triste.
Lo que me recuerda que debo ir a visitar a la Reina Victoria. Le prometí una visita. Ella está ahora entre los montones apilados de mi sótano. En la biografía de Lytton Strachey. Todavía gordita, poco agraciada. Todavía Reina.
* Texto publicado en el número de diciembre de 2007 del St. Louis Magazine y reproducido en español por autorización expresa y directa de William Gass en el blog http://bolmangani.blogspot.com.ar/

 

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La vida maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la historia – Stephen Jay Gould

La vida maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la historia  – Stephen Jay Gould

Para este collage se utilizo a Jorge Luis Borges, John Lennon, un Muñequito Liefeld Puteador, un mapa del delito tan delirante como argentina y una publicidad de un supermercado que te coge de parado.

Estado: nuevo.

Editorial: Crítica.

Precio: $250.

Este libro trata de contestar desde el punto de vista de la ciencia las preguntas de «qué significa nuestra vida, por qué estamos aquí y de dónde venimos», nos dice el autor. Su objeto central es la historia de la vida y su punto de partida los fósiles encontrados en 1909 en Burgess Shale: unos fósiles que databan de hace 530 millones de años, mostraban infinitas variedades biológicas y sobrepasaban, con mucho, a los dinosaurios en su potencial instructivo sobre la historia de la vida. A partir del estudio de estos fósiles, Stephen Jay Gould llegó a unas conclusiones que echaron por tierra la visión tradicional de la evolución como un proceso inevitable que, de lo más simple a lo más complejo, culminaba en el hombre. A las leyes de la naturaleza y de la historia, que explican la evolución de los seres vivos y la muestran como un progreso continuo, Gould añadió el azar y la contingencia y revolucionó, con esta obra trascendental, las ideas admitidas sobre la historia de nuestra maravillosa vida.
Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo y biólogo evolutivo, fue catedrático «Alexander Agassiz» de Zoología de la Universidad de Harvard, donde trabajó desde 1967. Combinó magistralmente la investigación científica con la divulgación y el ensayo, dominios en los que fue un maestro reconocido universalmente. Crítica ha publicado la mayoría de sus libros, obras como La falsa medida del hombre, El pulgar del panda, Ciencia versus religión, Brontosaurus y la nalga del ministro, La vida maravillosa, La sonrisa del flamenco, Acabo de llegar y Ontogenia y filogenia.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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El lapsus freudiano. Psicoanálisis y critica textual – Sebastiano Timpanaro

El lapsus freudiano. Psicoanálisis y critica textual – Sebastiano Timpanaro

Para este collage se utilizo a Jorge Luis Borges, Adolf Hitler, un Muñequito Liefeld Puteador, un mapa del delito tan delirante como argentina y una publicidad de un supermercado que te coge de parado.

Estado: impecable.

Editorial: Crítica.

Precio: $400.

Sebastiano Timpanaro examina aquí una parte de la teoría psicoanalítica poco estudiada después de Freud: la interpretación de los lapsus, de las amnesias y de otros «actos fallidos». Sostiene el autor que la explicación freudiana de tales fenómenos psíquicos sólo es válida para una exigua minoría de casos y que la crítica textual puede contribuir a formular explicaciones más convincentes. En su crítica a las tesis freudianas sobre los lapsus, Timpanaro afronta el problema de la distinción entre aspectos «científicos» e «ideológiocos» del psicoanálisis, y expresa grandes reservas sobre su cientificidad y sobre su posible conciliación con el marxismo.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Historia financiera de Europa – Charles P. Kindleberger

Historia financiera de Europa – Charles P. Kindleberger Borges Hitler

Para este collage se utilizo a Jorge Luis Borges, Adolf Hitler, un Muñequito Liefeld Puteador, un mapa del delito tan delirante como argentina y una publicidad de un supermercado que te coge de parado.

Estado: impecable.

Editorial: Crítica.

Precio: $300.

Este es el primer intento de escribir una Historia financiera de Europa desde el inicio de los tiempos modernos. Un libro semejante no había sido escrito hasta ahora, aunque contásemos con algunas historias generales del dinero y con monografías sobre las finanzas de un solo país. De ahí el interés que encierra.
Por “historia financiera” entiende Kindleberger la que se ocupa del dinero, la banca, los mercados, los mercados de capital, la hacienda pública, el sector financiero, las inversiones, los préstamos y las transferencias exteriores y otros aspectos semejantes, y piensa que ha de servir para corregir y completar la visión sesgada que nos suele ofrecer la historia económica, acostumbrada a olvidad la actuación de las instituciones del marco político.
La obra se divide en dos grandes partes. La primera analiza comparativamente la evolución del dinero, la banca y las finanzas en Europa desde comienzos del siglo XVI hasta el estallido de la primera guerra mundial, en 1914. La segunda examina globalmente la evolución financiera europea desde 1914 hasta la de década de 1980.
Charles P. Kindleberger (1910-2003) trabajó para varias instituciones americanas como el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, el Banco de Establecimientos Internacionales en Suiza y el consejo superior del Sistema de Reserva Federal. Autor de libros como La crisis económica, 1929-1939 (1984), El orden económico internacional (Crítica, 1992) o Problemas históricos e interpretaciones económicas (Crítica, 1993) y reconocido como uno de los mejores historiadores de la economía, sus estudios se centraron en las finanzas internacionales y sirvieron de base para confeccionar el Programa de Recuperación Europea o Plan Marshall, destinado a la reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Acabo de recibir un mail de una persona que no conozco. Un mail cuyas palabras yo no esperaba y él que las escribe no tenía obligación alguna de escribirlas y hacermelas llegar. Un mail cuyas palabras por su gratuidad me conmueven y agradesco y que recibo en un momento de gran incertidumbre y quilombos y que agradezco de corazón.
Gracias, loco, hoy estuve pateando la ciudad todo el día como un fantasma sin consuelo y llegar a casa y abrir el correo y leer tu mail me ha hecho llorar y eso, A. F. Z. gracias… totales.
No sé si la libreria y esta columna tienen futuro pero tu mail y las palabras que en el se escriben justifican estos cinco años de laburo y si finalmente todo resaulta mal y tenga que salir a buscar un patroncito que me coja mes a mes, pijazo a pijazo por un sueldito de mierda y una catarata de boludos expertos en consejos pelotudos me bajen línea ahi estara tu mail para recordame que nada fue en vano que algo que nunca tuvo futuro, que algo que solo podía ir mal, que algo tan obsceno como un negocio donde todo es guita, puta guita mierda y solo guita pudo generar un mail como el que sigue que agradezco, me conmueve y solo puedo agradecer. Y con esta columna cierro las Confesiones.
Y si logro resolver los quilombos infernales que tengo y salvar la libreria volvere con una nueva columna que se llamara Fechorías de un eunuco en los círculos cristianos.

 

De: A. F. Z. (XXX@hotmail.com) Este remitente está en tu lista segura.
Enviado: martes, 13 de enero de 2015 11:39:21 p.m.
Para: juanpablolief@hotmail.com
Hola Juan
El tema es así.
Hace más de una año (Dic/2013) te compré un libro (The Beatles, Una Biografía Confidecial), y me llamó mucho la atención en tu página el envidiable catálogo de libros a la venta. También, en ese momento y de pasada, vi que escribís Confesiones de un librero de mierda, y me prometí volver.
Pasó el tiempo y entré. Buenísimo lo que escribís.
Así que, como me gusta la hoja y no el monitor, imprimí todo y lo estoy leyendo todas las noches.
En fin.
El motivo de éste mail no es declararte amor, sino decirte que pensé esto:
Como imprimí todas las entradas de Confesiones de un Librero de mierda (imprimir todo me salió $ 300), y ahora tengo tu «libro» que leo todas las noches … pensaba  ¿porque el gordo de la fotocopiadora se llevó $ 300, y Juan Pablo nada?
Así que me parecía justo comprartelo como corresponde.
En síntesis, quiero comprar tu libro, el que nunca editaste, pero escribiste y fotocopié.
Me parece justo $ 400.  Te parece ?
Dame el ok.
Tu cuenta sigue siendo:
XXX
Está muy bueno lo que haces.
Abrazo
A. F. Z

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Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

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Confesiones de un librero de mierda – 100

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

La entrada más antigua que registra el WordPress de Libros Kalish es de enero de 2010.
Y hoy, viernes 26 de diciembre de 2014, con un catálogo de libros que registra 2.946 entradas, voy a ejercer mi derecho a decir la verdad. Como lo aprendi de tipos como Pier Paolo Pasolini, Ernst Jünger, Ezequiel Martínez Estrada, Fogwill, Fernando Peña y Oscar del Barco.
Ok, amiguito.
Estamos al borde del abismo.
Tengo miedo pero no soy un cobarde.
Un guerrero también tiene miedo en medio de una batalla pero precisamente porque se preparo toda la vida para ese momento puede dominarlo para ir en busca de su destino.
Bien.
Te voy a contar algo.
Empeze con esta librería hace casi 5 años.
No tenía trabajo ni la más puta idea de qué hacer para sobrevivir.
Ahí aparecio Pablo Klappenbach, con el que por entonces hacía la revista digital Te voy a atornillar, que me dio $300, me dijo que saliera a comprar libros que yo sabía de eso, me abrió una cuenta en WordPress y me diseño la página de Libros Kalish.
Así empezo la cosa.
Con $300 y un amigo que creyo en mi.
Como veras es mucho y poco para empezar.
Pero es lo que había y me embarque en esta nave pirata y zarpe a la aventura.
A todo esto, otro amigo, Gustavo Casartelli, que estaba alquilando un departamento en lo que terminaria siendo hasta el día de hoy el domicilio de la librería, me ofrecio que la librería funcionara en su depto. Y obviamente, me instale ahí la librería sin poner un mango ni para el alquiler, ni para los impuestos ni para nada.
Durante dos años, trabaje de sol a sol, pateando la calle durande hora y horas buscando los tesoros ocultos que estan a la vista de todos y que solo algunos vemos.
El metodo que seguí durante estos dos primeros años fue sencillo.
Tengo una biblioteca excelente que arme sin dinero y con un gusto exquisito.
Se de libros y de autores.
Se el valor simbolico de ciertos libros y también su valor de mercado.
Y donde encontrar un libro que no vale nada acá y fortuna allá.
Así que salí a hacer lo que había hecho toda mi vida, salir a revolver y encontrar libros que por estar en el lugar equivocado no valen nada.
¿Dónde se encuentran esos libros?
Te voy a contar el secreto.
No existe el secreto.
Simplemente donde hay libros ya sea una cadena de librerias como Yenny, ya sea una librería de usados como Brujas, ya sea una librería con un criterio y amor a los libros a la hora de saber que elegir en su librería como Arcadia, ya sea una librería de saldo como Dickens siempre si sabes ver y tenes paciencia para revolver, encontras un libro bueno y barato que si lo corres y lo pones en otro circuito le podes vender mucho más caro.
Sabiendo esto y guiandome a partir de lo que había en mi biblioteca personal o lo que me gustaria que estuviera fui comprando libros.
Compraba uno y lo vendía y compraba dos y los vendía y compraba cuatro y los vendia y compraba 8.
Y otra cosa que me olvidaba, el valor de un producto también esta relacionado con su escaces o super abundancia.
Yo no tenía liquidez para comprar – ¡no tenía liquides para cubrir las necesidades basicas de techo y comida! – así que busque las figuritas difícles y donde las encontraba ya fuera a precio de saldo o a precio de oro las compraba y les duplicaba su valor.
Así fui armando el catalogo personal y excelente.
Trabajando mil horas.
Bancado económicamente para vivir por mi novia Petu y algunos amigos mientras yo me dedicaba a duplicar todo el tiempo el catalogo y el stock.
Porque ese es otro secreto de cualquier librería.
Comprar libros y saber qué libros comprar.
Así de sencillo y difícil es la cosa.
Al cabo de dos años mi amigo Gustavo Casartelli se va del departamento. Yo había logrado que la librería tuviera visibilidad a fuerza de tener buenos libros y venderlos con imágenes que llamaran la atención. Pero no podía sostenerme solo, necesitaba aun duplicar muchas veces el catalogo y el stock, para lograr autonomía y no depender de techo y comida de terceros. Pero ya podía compartir algunos gastos.
Así es que se va Gustavo Casartelli y entra Sebastián Hernaiz, con el que comparti  entre otros integrantes el consejo editor de la revista digital El Interpretador dirigida por Juan Diego Incardona.
Durante estos siguientes dos años, solo pague una parte ridicula del alquiler y todo el resto corrió por cuenta de Sebastián Hernaiz.
Yo se comprado un libro y vendiendolo y con esa plata comprar otros dos y luego de venderlos con la plata de esos dos comprar cuatro y así.
La cosa hiba creciendo.
Ahora no solo podía pagar una parte simbolica del alquiler, sino comprar la comida en mi casa.
La rueda era lenta pero daba vueltas.
Apurarla hubiera sido inútil.
Hay mil millones de tipos que venden libros por Internet. Pero pocos que venden buenos libros y que saben lo que estan vendiendo. Ahora lo sabía, era cuestión de tiempo que el negocio que ya funcionaba me permitiera independencia económica. Ese también fue mi gran temor siempre: el tiempo. Había logrado instalar la librería y crecia a costa de sacrificio fisico y mental y de gente que me queria y me bancaba el techo y la comida.
Durante estos primeros cuatro años la librería nunca paro de crecer hasta que llegue a finales del 2013 donde yo ya había logrado cierta independencia económica y podía darme lujos de stockear libros caros o invitar a mi novia a cenar pero sin aun poder no depender de terceros. Y diciembre del 2013 todo cambió y me hundió en una pesadilla.
Las razones son multiples. La economía desde entonces hasta hoy se achico. Vino la devaluación y yo que estaba embalado había pedido libros a España que los tendría que pagar el doble cuando llegaran a Buenos Aires. Y muchos de los libreros y distribuidores que tenían un catálogo exquisito  salieron a vender por Internet, los libros que yo les compraba. Y obviamente las malas politicas en relación a la importación de libros que vació las librerias de Argentina de buenos libros también afecto.
Todo esto luego de casi cuatro años de un crecimiento continuo, lento, muy lento, pero continuo, me obligo a replantear el negocio.
Yo estoy en contra de la consignación, porque eso mata las librerias con criterio editorial y te somete a los caprichos caníbales del mercado.
Durante cuatro años todo lo que estaba en mi librería era mio.
Los dueños de Waldhuter que es hoy la mejor distribuidora de libros de la Argentina con Maximiliano Tononi eligiendo que traer de España me ofrecieron muchas veces llevar libros en consignación a lo cual siempre me negue.
Hasta enero del 2014 que tuve que aseptar levantar libros en consignación.
Y también tuve que pedir guita prestada a un amigo para pagar los libros que había encargado a España por mi cuenta.
Entonces empezo una bicicleta loca.
Tuve que empezar a prometer cosas que no sabía si hiba a poder cumplir.
A todo esto Sebastián Hernaiz se fue en diciembre y se mudo en enero la librería Andres Tejada Gómez.
A fines de marzo o principios de abril ahogado financieramente y con deudas y con una economia achicandose y sin espalda para bancar la época de vacas flacas hice lo que siempre sostuve que nunca haría.
Puse a la venta libros de mi biblioteca.
Los puse a precio oro porque estaba vendiendo mi cuerpo, mi vida, lo que amaba.
Tomar esa decisión fue terriblemente dolorosa.
Pero era la única carta que tenía para jugar.
Así que sacrifique una de esas pocas sagradas con las toda vida carga hasta la muerte y que no se negocian jamas sino a un costo altísmo. En mi caso una de esas pocas cosas sagrada era mi biblioteca.
Los meses que siguieron fueron una pesadilla.
Gracias al stock de libros que logre acumular en cuatro años y a mi biblioteca logre cubrir gastos. Pero no podía comprar libros – con lo cual estaba vaciando la librería – y volví a casi depender de otros para vivir.
Y acá viene lo que realmente quiero contar.
Jamas deveria haber puesto a la venta libros de mi biblioteca y a la vez debía hacerlo entre otras cosas porque no sabía el costo que podía tener para mi eso.
Haber puesto a la venta la biblioteca fue terrible.
Y cuando me di cuenta que había sacrificado algo sagrado y que al hacerlo eso no cambiaria las cosas me destrozo.
Entonces empece a odiar la librería.
Al mercantilizar mi librería todo me resultaba una mierda.
Descuide la página de libros kalish y de Mercado Libre.
Me volvi insoportable.
Me encerraba en la librería a esperar a algun cliente que pasara a comprar un libro y luego hiba corriendo al chino a comprar wiskhy.
Entonces borracho o drogado podía minimamente conectar con la librería y me ponía a trabajar.
Cuando pasado mediados de año no pude más y me di cuenta que la unica salida posible era abandonar un barco que no quería ni podia abandonar – la librería – hice todo por destuirla.
Tenía deudas que pagar, cuatro años de trabajo que se estaban llendo a la mierda por ciertas variables que yo siempre tuve en cuenta y trabaje para evitarlas y mercantilizado algo sagrado.
Y esto lo digo hoy, con el diario del lunes, la unica forma que encontre de encauzar ese dolor de vender algo sagrado fue quemar la guita que me entraba.
Eso fue, visto desde hoy, un mecanismo inconciente de protección, que me permitio preservar lo sagrado que hay en mi.
Los meses que siguieron fueron un deliro doloroso.
Mi amiga Fernanda Simonetti me pago el alquiler de esos meses y Andrés Tejada Gómez cubrio cosas que yo no podía cubrir y comia gracias a mi novia.
Un desastre.
Era un perro sarnoso, solo podía ladrar.
Y morder.
Hasta que hace poco mas de dos meses una serie de circuntancias me dieron algo que necesitaba para rehacerme y volver a tomar el timón de mi nave.
Hacia un tiempo que no podía leer nada. Que todo lo que empezaba lo abandonaba a las quince páginas. Hasta que un día pase por librería Del Marmol y vi en la vidriera Europa Central de William T. Vollmann. El libro costaba casi $600 y yo no tendría más de $700 – para moverme, comer, pagar cosas y comprar libros. Pero el libro era una obra maestra y un incunable. Lo compre y lo puse al doble en la librería. Y un día no se por qué me lo puse a leer y me agarró de los huevos y me encanto.
Pero Vollmann me dio algo más, ganas de escribir.
Entonces un día llegue a la librería y en lugar de esperar que viniera un cliente a retirar un libro para ir al chino a comprar bebida para tolerar la angustia que me estaba haciendo mierda me sente a escribir. Y lo que escribi me gusto.
Y si bien las Confesiones de un librero de mierda comienzan hace dos años como una forma de darme aire y vida frente a las ingratitudes de la vida – en el 2012 – y las escribia los domingos y en este último periodo caotico la había abandonado, me agarre de ella con dientes y uñas.
Tambien el collage que hizo la hija de 5 años de Hernan Sassi y Guadalupe Marando jugando sobre la tapa de la  biografía de Martinez Estada  de Christian Ferrer me dio la clave para laburar los collage que empece a hacer para los libros de la página: trabajar con esa inocencia infantil de la hija de mis amigos para suplir mi falta de conocimiento y talento estetico y poder hacer algo que estuviera vivo en esos collage.
La formula que me ofrecio Albertina era sencilla: jugar.
Claro que en el medio volviendo de una fiesta del 15C – espacio que genero Luis Pompa para que simplemente surgiera un espacio donde musica y amigos puedan encontrarse y que pasara algo, lo cual me conmovio – me robaron la camara con la que sacaba fotos a la gente que duerme en la calle y el libro de Vollmann.
Y aunque te parezca loco el robo y los golpes de esa madrugada lejos de acobardarme me dieron valor.
Y  todas estas circuntancias me permitieron pensar lo siguiente.
Estoy en el horno.
Esta empresa nunca tuvo futuro y sin embargo acá estamos.
No llegamos aca gratuitamente.
Me di el lujo de armar una librería sin dinero y con un buen catalogo en un país donde por multiples circuntancias ya casi no existen librerias con un buen fondo editorial y un dueño que decide que vender y que no según sus propios criterios estéticos.
Esto es mio.
Esto no existia antes de mi y esta buenisimo.
Y entonces todo cambió.
Mis posibilidades son casi nulas de poder salir victorioso de la batalla.
Pero es mi batalla y no darla seria la muerte.
No puedo proyectar nada a un mes.
Ok.
Al carajo.
Juguemos cada día como si fuera el último.
Juguemos con las posibilidades que ofrece cada día y quiza podamos abrir un agujero donde nunca hubo nada.
Me ocupo de lo que puedo ocuparme y de lo que no al carajo.
Si hago agua por todos lados querer resolverlo todo sabiendo que no puedo hacerlo me lleva a la derrota de los ultimos meses donde era un fantasma arrastando mis penas. No tengo que focalizar donde puedo hacer algo y estar convencido de ellas.
Y si no tenía libros para ofrecer qué podía hacer.
Escribir.
Hacer collage.
Jugar.
Y es lo que hice estos ultimos meses.
Y ese sentarme a escribir y armar collage para libros que a veces no tenía me devolvió la confianza en mi mismo y me permitio conectarme con la librería.
No tengo para comer, me tengo una moneda para cargar la SUBE para viajar y tengo que volver caminando a casa después de trabajar todo el día, tengo que decidir a quien le pago y a quien le devo, ok, pero escribi algo que esta buenisimo – para mí, obvio, que soy él único que puede autorizar o no mi escritura.
Y fue magico.
Sentarme a escribir o hacer los collage me dio la confianza que necesitaba para cargar con responsabilidades que son importantes pero que no tenía con que afrontarlas en el corto plazo.
Fogwill que era un buen lector alguna vez me dijo que tenía cierto talento para la escritura y Juan Leotta – editor de El Interpretador – una tarde sentado en el café Varela Varelita lo escuho a Héctor Libertella charlando con un amigo al que le recomendaba que leyera las columnas que escribia de Las chicas de letras se masturban así.
Pero aunque ninguno de ellos dos me atorizo a tomar mi propia voz – de hecho puedo jactarme de de Libertella me leyo y yo nunca a él – y eran buenos lectores sus palabras que nunca me creí las tome en prestamo.
Así como la de otra persona que no dire su nombre pero cuando le ofreci hace poco escribir un prologo para un libro que no tiene ni editor ni editorial que recopilara lo mejor de Las chicas de letras y me dijo que a él le hubiera gustado escribir esas columnas yo encontre la templanza que necesitaba para creer en mi. No porque el fuera una autoridad en el mundo de la cultura sino porque yo alguna vez lo elegi como maestro mio.
En fin.
Así llegamos a esta noche.
En la que quería contarte que hay cosas sagradas.
Y que a veces la vida te obliga a destruirlas.
Amiguito, la tragedia existe y es ridiculo pretender refinanciarla racionalmente.
Yo hice muchas cosas mal.
Cuando tuve que recurrir a lo que era sagrado para mi lo hice porque debia hacerlo, porque estaba obligado por las circunstancias a hacerlo.
Y eso tuvo un alto costo para mi.
Pero cuando recurri a lo que es sagrado para mi para darle una utilidad practica y luego sin darme cuenta quemar sus beneficios gratuitamente y sin sentido, los restituí a mi.
El costo fue altisimo y podria no haberla contado.
Pero tambien si no hubiera actuado asi no estaria hoy escribiendo esto.
La verdad que no se que rumbo tomara la librería o si tiene alguno.
En principio las cuentas no cierran.
Hoy la librería se queda sin espacio fisico donde existir porque la garantia del departamento es de un amigo y no se si puedo solucionar los problemas economicos que tengo y asi como me parece legitimo jugar hasta el fondo lo que sea que sea lo tuyo eso tiene el limite de que no puede joder a los que te rodean.
No estoy llorando.
No estoy pidiendo limosnas.
Simplemente soy una persona que jugo en serio y trabajo duro y que quiza las cosas no resulten bien.
Simplemente estoy diciendo que soy el capitan de mi barco, que se hunde, pero es mio y solo yo soy responsable de la estela de sus actos.
Jugar en serio implica la posibilidad de perder en serio.
Estoy  jugando.
En la encrucijada donde se cruzan el azar y el destino las cosas se resolveran o no.
Y frente a esa encrucijada lo unico que se puede hacer es confiar en su trabajo y  saber que el juego donde se le va  a uno la vida es el que él eligió y nadie más que él.
Con sus pros y sus contras.
La nave avanza, con rumbo firme y suerte incierta.

 

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: Seven)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

La Muñequita Liefeld Puteadora
Un monólogo navideño
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Ayer a la tarde recibo un mensaje privado en Facebook de Luis Pompa:
La batiseñal los llama espectros de la noche, hoy congregamos.
15C
El 15C hoy se viste con sus trapos más viejos, esas viejas remeras de Sumo, camperas, colgantes… parafernalia del rock que nos educó en la rebeldía juvenil. Vamos a juntarnos entre amigos a brindar por la vida y obra de Luca Prodan, vamos a descorchar una ginebra Bols y nos vamos a sumergir en la música y el clima sumero. Los que quieran venir a pasar el rato son bienvenidos, hoy no hay barra así que traigan sus aportes en bebidas, etc. Esto no es un evento, es una reunión de amigos.
Repasaremos la discografía en el siguiente orden (todo en alta calidad y con el sonido de los Yamaha y los KRK):
19.00hs Corpiños en la madrugada
20.00hs Divididos por la felicidad
20.45hs Llegando los monos
21.30hs After chabon
22.10hs Fiebre
22.50hs Time fate love
23.50hs Perdedores hermosos
Si al terminar la discografía nos quedan energías podemos ver el documental.
Si traen pendrives se llevan todo SUMO y Luca solista en mp3 de 320 kbps (todo pesa menos de 1GB)
Saludos, salud!
Cuando recibo esta batiseñal pompeana estoy despierto hace doce horas y aun me quedan en la cadena de montaje varias horas por delante.
Por la plata baila el mono.
Pero solo los monitos del Bailando de Marcelo Tinelli pueden guardar dólares debajo del colchon, irse de vacaciones al caribe o comprarse una casa.
El resto de los monitos del planeta de los simios argentinos baila por el pancho y la coca.
Y a mi no me gusta ni el pancho ni la coca.
Me gusta el asado y el wiskhy.
Ok.
Estaba oscuro.
Así que no pensaba ir a escuchar a Luca a lo de Luis.
Pero primero llama mi primo y me escucha ladrar y me aconseja que vaya a emborracharme en homenaje a Luca.
Y al rato llama mamá que le digo que no voy a ir para navidad sino que me voy a quedar con mi gato solo y un wiskhy barato y que no quiero ver a nadie y me dice dolida y con un tono quebrado que me quiere.
Ok.
Sigamos la ruta de la batiseñal.
A las 20:30 hs, estoy en pie desde las 6 de la mañana laburando, cierro la librería cantando a los gritos Cenizas de María Martha Serra Lima con el Trío los panchos y salgo a la calle con una banana en la boca y buscando en mis bolsillos el cuarto atado de cigarrillos del día.
Llego a la puerta del 15 C.
El paisaje del Microcentro es desolador.
Gente revolviendo la basura. Gringos paseando. Gente durmiendo en la puerta de negocios. Mas basura tirada por todos lados. Putas. Travestis. Pibes rotos. Empleados que no llegan a fin de mes.
Una jungla.
Llena de fieras.
Y cadáveres por donde mires entre nuves de moscas y guitres deborando las delicias del gourmet.
Ok.
Subo.
15C.
Suena Sumo.
Hay amigos.
Y brindamos con ginebra por el pelado.
A la madrugada Panchito me deja en casa.
Sumo, resto, multiplico y divido.
Numeros rojos.
Alerta naranja.
Pongo todo lo que tengo a un solo numero y el croopier dice no va mas.
A las 7 de la mañana suena el despertador.
Aposte todo al negro 28.
El puto del crupier grita ¡cero!
Me despierto a las diez.
Me quede dormido.
¡Cero!, grita el cropier.
Tenia que ir a mi analista Vanesa Otero por la zona del bolichongo rosa de Cristina.
Tenía que entragar un Requiem por un sueño de Hubert Selby Jr. en Belgrano.
¡Cero!, vuelve a gritar el crupier.
Salto de la cama y como los monitos del bailando de Tinelli me pongo a bailar pero por mucha menos plata.
Me lavo la cara.
Tengo resaca.
Tomo un vaso de agua fria con limon y salgo a la calle con Selby.
Tengo 45 minutos para llegar a destino.
Once es un infierno de pelotudos comprando boludeces para unas fiestas tan horribles como la vida misma.
El subte viene con demora. Viene hasta las tetas de gente. Infectado de carteristas.
Si yo fuera presidente a los carteristas les rompo las manos con una masa.
Pedazo de hijo de puta si vas a robar robale a un banquero, al dueño de un museo, a un empresario, a un periodista de la tele pero no le robes a un pobre monito como vos que vive al día o mejor aun como vos que muere al día como las mariposas.
Creo que voy a llegar a entregar el libro a tiempo.
Mientas envio un mensaje a mi analista que me quede dormido.
A todo esto a mi analista le devo 5 meses de laburo. Es evidente que debe estar convencida de que el laburo que estamos haciendo en mi analisis vale la pena sino ya me habria pegado una patada con razon en el ojete.
Bien, amiguito.
En mi cabeza suena El ojo blindado.
Camino. Marcha forzada.
No hace ni una hora que estoy despierto y dormi solo dos y tengo solo un vaso de agua con limon en el cuerpo – el limon es alcalino y es muy bueno para el cuerpo esto, lo se, porque me lo dijo la profesora de yoga de Alan Pauls una noche en una reunion, sí, conozco a la profe de yoga de Alan Pauls, pero no se hagan los ratones, nada que ver con las profes de yoga de las porno de interntet, no, nada que ver, esta solo es una excelente profe de yoga y madre de dos hijos que podrían sí participar de una porno sin pasar vergüenza – y prendo mi cigarrillo numero diez del día.
Abanzo.
Retrocedo.
La resaca me aprieta como si fuera un bandoneón y me hace sacar sonidos distorcionados de dolor.
Y en mi cabezo suena:
¡El ojo blindado, el ojo blindado
Que me a señalado
Me mira mal!
Y el crupier vuelve a gritar:
¡Cero!
Y la concha de tu hermana crupier hijo de puta.
Llegue en hora a la puerta de mi clienta a entregarle el libro.
La clienta es analista.
Perdi mi seción con mi analista y el azar me pone en la puerta de otra analista.
Hace unos días que venia con ganas de contar de un analista que se murió atendiendo.
Lo cual como motor para una novela de Philip Roth o una pelicula de Woody Allen sería genial.
El pasiente entra al consultorio por la mañana bien temprano y se acuesta en el divan y empieza a hablar. El analista no dice nada y el paciente cuenta boludeces de su vida. Como a la hora nota que el analista no ha dicho nada, se angustia y se pone a laburar en serio y vomita toda su verdad. Así se hace la noche. El analisante no para de llorar y hablar y se esta cagando y meando ensima y tiene hambre  y sed y ya esta afónico de tanto hablar sin parar y el cuerpo incomodo de estar acostado hace 20 horas en la misma pocision pero no deja de hablar porque por alguna razon el analista no dice nada ni pone un corte a las palabras de la  cesión y entonces sigue hablando y hablando…
A todo esto, este analista que se murió atendiendo es el mismo analista al que hiba Dario Steinberg, el empleado de Marcelo Cohen y Graciela Speranza en Otra Parte e hijo del semiologo  Oscar que vive en la calle El Signo. Y cuando llega a la puerta de su analista lo ataja el portero. Este lo saluda y le pregunta:
¿Crees en Dios?
Dario no sabe que responder a semejante pregunta a pasos de su divan.
Daro por cortecia le dice que sí.
El encargado lo mira:
Tenes que ser fuerte.
Que paso, pregunta Daro.
Se murio, tu analista se murió.
En fin.
Todo esto da para una novela.
Pero no estamos en esa novela sino en la puerta del edificio de mi clienta con Hubert Selby Jr.
La clienta me cuenta que ese libro es para su tesis de doctorado. Es una psicoanalista especializada en toxicomanía.
Nos ponemos a charlar del tema.
Le recomiendo el libro de un autor que no conoce.
No conoce a Ernt Jünger.
¡A mi juego me han llamado!
Resaca hija de puta, crupier del orto, miren como los meo en la cabeza putos.
Y me ilumino.
Y me pongo a contarle vida y obra de Ernt Jünger.
De su erudición oceanica. De su valor titánico a la hora de tener que cargar con la cruz de no ser alcahuete de nadie en la vida. De su prosa elegante. De su mente afilada y presisa que cuando meditaba llegaba al hueso como cuando un pibe chorro te clava un Tramontina hasta el fondo.
En fin.
Que la resaca puta y el crupier perverso sigan boqueando giladas que  a mi me cuida el angle de Jünger que esta mañana se hizo presente en el barrio de Belgrano convocado por mis palabras.
Y ya se hizo el mediodía.
Vuelvo a tomar el subte.
Y en el bagon descubro nuevos carteristas y boludos con regalos de navidad y gente aplastada por la vida.
Vuelvo a casa para bañarme y seguir laburando.
Y sumo y resto y multiplico y divido.
¡Cero!, me grita el crupier.
Me meto la calculadora mental en el orto y me cago en el crupier.
Voy a la fiambreria y compro jamón crudo. El mas caro.
Voy a la verduleria y compro cerezas y un melón.
Voy a la panadería y compro pan negro y blanco.
Almorzamos con Petu y René.
Antes me baño.
Y después salgo para la librería fumandome el decimo cigarrillo del segundo atado a las tres de la tarde.
Vuelvo a tomar el subte que esta retrasado.
Vuelvo a ver pelotudos con regalos y carteristas y gente devastada por la vida diaria que es más hija de puta que un comisario del Conurbano Bonaerense o un periodista que se ocupa de la actualidad.
Me siento en la compu.
Laburo un par de horas.
No doy más.
Hay que seguir.
El crupier vuelve a gritarme:
¡Cero!
La concha de tu hermana puta y la reputisimamadrequeteparió crupier del orto hijo de puta mal parido.
Pego un volantazo.
Abro un Word.
Mi computadora se esta muriendo.
Cada media hora la tengo que apagar y volver a prender porque al cabo de un rato de estar encendida empiezan a desaparecerme las palabras de la pantalla y las imagene y todo se cuelga.
¡Cero!, me grita el crupier cagandose de la risa.
Y me siento a escribir esta columna de la Confesiones donde una vez más te relato el costo físico y mental altísmo al que es sometida una vida que busca y no renuncia a su propia soberanía en el planeta de los simios que bailan por un sueño.
Pero sabes una cosa, lindo, gladiador rocker de paladar cool que le canta a  la libertad y que todas las noches sueña con ser el nuevo jefe de las SS:
Yo estoy del derecho
Dado vuelta estas vos

 

Bonus Track
Cae un cliente a última hora.
Recién.
Ocho y media de la noche.
Viene a retirar Todos los hermosos caballos de Cormac McCarthy.
Autor que conocí a partir de una reseña de Marcelo Cohen en Clarín cuando la editorial Debate acababa de publicar el final de la Trilogía de la Frontera de McCarthy, cuyo segundo tomo, En la Frontera, es sin lugar a dudas uno de los momentos más fuertes de la historia de la literatura del siglo XX.
Le doy el libro y me comenta que ya me compro otra vez. Heliópolis de Ernst Jünger. Y que los otros días se compro para llevarse de vacaciones junto con el libro de McCarthy el bellismo Libro del reloj de arena de Jünger. Y que lo compro por algo que yo le dije y que le quedo y que por eso se va con él de vacaciones: que el libro era hermoso.
Y es verdad.
Es un libro hermoso.

 

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: Six)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Muerte instrumental *
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

 Se está abriendo paso una nueva relación con la muerte. Esto es más importante que todas las proezas del mundo técnico. Un Gran Tránsito.
No sólo la pared calcárea, también el desierto vive. Moisés lo sabía. Lo demuestra la serpiente convertida en cayado con que golpeó la roca e hizo brotar el venero de agua. También en nuestros desiertos hay sed de esa agua. Los sedientos son muchedumbre. Y esa sed aumenta cuando el ser humano se harta.
Acercamiento, Ernst Jünger

 

los que viven seguros
en sus casas caldeadas
los que encuentran, al volver por la tarde,
la comida caliente y los rostros amigos:
consideren si es un hombre
quien trabaja en el fango
quien no conoce la paz
quien lucha por un pedacito de pan
quien muere por un sí o por un no
consideren si es una mujer
quien no tiene cabellos ni nombre
ni fuerzas para recordarlo
vacía la mirada y frío el regazo
como una rana invernal
piensen que esto ha sucedido:
les encomiendo estas palabras
gravenlas en sus corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostarse, al levantarse;
trasmitanselas a sus hijos
o que sus casas se derrumben,
la enfermedad los imposibilite
y sus descendientes les den la espalda.

 

 

Notas
* si sumo
Carisma + Carolina Stegmayer + Ernst Jünger + Ismael Pinkler + Philippe Ariès + Primo Levi + Jorge Luis Borges + Johnny Allon
¿qué da?
un collage que vomita mi corazón
¡dale power, cambiame la música:
confesiones de un librero de mierda!

 

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Los enemigos del comercio. Tomo 1:Historia de las ideas sobre la propiedad privada. Tomo 2: Una historia moral de la propiedad – Antonio Escohotado

Los enemigos del comercio Antonio Escohotado zumo luca prodran petinato ricardo moyo arnedo pasolini borges Alejo Slucki

Para este collage se uso a mi gato René, Pier Paolo Pasolini, Alejo Slucki, Luca Prodan, Ricardo Moyo, Germán Daffunchio, Diego Arnedo, Roberto Pettinato, Alberto «Superman» Troglio, Juan Domingo Perón, Evita y Jorge Luis Borges. 

vendido

Estado: nuevo (2 tomos).

Editorial: Espasa.

Precio: $000.

La aparición de la sociedad de consumo es un hecho muy reciente, precedido por dos milenios de modelos sociales hostiles a ella. Sin embargo, su éxito ha sido tan completo que unas pocas décadas han bastado para borrar no sólo muchas instituciones, sino hasta el recuerdo de sus alternativas morales y prácticas. Se nos ha olvidado, por ejemplo, que el fundador del cristianismo empezó y terminó su vida pública expulsando a mercaderes, e incluso que desde mediados del siglo XIX a finales del XX no hubo cuestión moral y política comparable al comunismo.¿Quiere esto decir que hemos pasado página definitivamente? Antonio Escohotado plantea la pregunta sin dogmatismo, repasando con lupa de entomólogo las situaciones y los argumentos opuestos al tipo de mundo en el que acabamos de instalarnos. Tras localizar el complejo que precipitó la idea del comercio como un mal infeccioso, pasa a describir sus altibajos desde la civilización grecorromana hasta el día de hoy. Este análisis supone compartir con el lector una larga peripecia, donde algo que ayuda a entender nuestros orígenes tiene también el color insuperable de lo real. Los enemigos del comercio ofrece la primera historia completa del comunismo, que al ir contextualizando sus etapas expone la evolución paralela del individualismo y el pensamiento liberal.
Los enemigos del comercio: una historia moral de la propiedad II, de Antonio Escohotado, autor de obras como Historia general de las drogas o Los enemigos del comercio: Historia de las ideas sobre la propiedad privada, es una obra canónica que pone en cuestión los conceptos más arraigados de nuestra civilización. Antonio Es cohotado culmina ahora el estudio que inició en 2008 con la publicación del primer volumen de Los enemigos del comercio. El nacimiento del socialismo o la figura de Karl Marx son objeto de estudio y punto de partida de esta segunda entrega, cuya intención es reconstruir la génesis y el desarrollo de las formulaciones que, desde entonces, han tratado de volver a transformar lo privado en común. Escohotado es un ensayista muy valorado; su obras se caracterizan siempre por el rigor del análisis y la exhaustiva labor de documentación. Los enemigos del comercio: una historia moral de la propiedad II va dirigido al lector interesado en temática histórica, en economía, teoría política y sociología. Antonio Escohotado (Madrid, 1941) es jurista, filósofo y sociólogo. Ha traducido a Hobbes, Newton y Jefferson, y ha publicado numerosos libros. Dentro de la trilogía proyectada sobre el origen y desarrollo del movimiento comunista, este segundo volumen confirma una investigación sin precedente en la bibliografía mundial. Ninguna historia del fenómeno ha añadido hasta ahora al debate ideológico el detalle de su contexto económico, la evolución de instituciones paralelas como el sindicato, la gran empresa, la propiedad defendida por derechos de autor o los distintos sistemas de seguridad social; ni tampoco perfilado lo singular de sus manifestaciones en Norteamérica, Inglaterra, Francia, España, Alemania y Rusia.
Las noches blancas (Antonio Escohotado) Los enemigos del comercio.
Presentado por Fernando Sanchez Dragó.
(Telemadrid). Año emisión: 2009.

Los enemigos de la realidad
Conferencia Antonio Escohotado 

Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
La historia del petróleo 1853-1990 – Daniel Yergin
Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner
Historia del automóvil – Ilya Ehrenburg
La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
Una breve historia de la misoginia – Jack Holland
Evolución. La asombrosa historia de una teoría científica – Edward J. Larson
El rey del vodka. La historia de Pyotr Smirnov y la caída de un imperio – Linda Himelstein
Historia de la luz – Ben Bova
El manjar de los dioses. La búsqueda del árbol de la ciencia del bien y el mal. Una historia de las plantas, las drogas y la evolución humana – Terence McKenna
La búsqueda del olvido. Historia global de las drogas, 1500-2000 – Richard Davenport-Hines
Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre – Carlo Ginzburg
La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870 – Hugh Thomas
Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX – Greil Marcus
Historia de la vida privada – Georges Duby, Philippe Ariès, Paul Veyne, Peter Brown, Dominique Barthélemy, otros.
Historia de la literatura utópica. Viajes a países inexistentes – Raymond Trousson
Historia universal de las cifras. La inteligencia de la humanidad contada por los números y el cálculo – Georges Ifrah
Historia ilustrada de la moral sexual – Eduard Fuchs
Armas, gérmanes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos 13.000 años – Jared Diamond
Historia de la lectura en el mundo occidental – bajo la dirección de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier
Historia del diablo – Daniel Defoe
Viaje a las hormigas. Una historia de exploración científica – Bert Hölldobler / Edward O. Wilson
Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX – Paco Ignacio Taibo II
Historia de la alimentación – Jean-Louis Flandrin & Massimo Montanari

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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El imperio grecorromano – Paul Veyne

El imperio grecorromano – Paul Veyne Luca Prodan Charly Garcia John Lennon Peron Evita Borges

Para este collage se uso a  Alejo Slucki, Luca Prodan, Diego Arnedo, Roberto Pettinato, Omar Chaban, Inodoro Pereyra, Miles Davis Charly García, Juan Diego Incardona, John Lennon, Juan Domingo Perón, Evita y Jorge Luis Borges. 

vendido

Estado: impecable.

Editorial: AKAL.

Precio: $000.

La separación de las cátedras de griego y de latín en el seno de la universidad perpetúa el mito de una distinción, incluso de una oposición, entre «Grecia» y «Roma». Sin embargo, el Imperio llamado «romano» fue en realidad grecorromano por más de una razón. En primer lugar por la lengua: sin duda la lengua vehicular que se practicaba en su mitad occidental era el latín, pero lo era el griego alrededor del Mediterráneo oriental y en el Próximo Oriente. Igualmente, la cultura material y moral de Roma surgió de un proceso de asimilación de esa civilización helénica que comunicaba Afganistán con Marruecos. Por último, el Imperio era grecorromano en un tercer sentido: la cultura era helénica y el poder romano; ésa es la razón por la cual los romanos helenizados pudieron continuar creyéndose tan romanos como lo habían sido siempre. El presente volumen sugiere una visión de conjunto y un análisis certero de esa primera «universalización» que constituye los cimientos de la Europa actual.
Paul Veyne nació en 1930 en Aix-en-Provence. Alumno de l’École Normal Supérieure y más tarde la l’École Française de Rome, fue nombrado profesor de Historia romana en el Collège de France en 1975. Ha publicado, entre otras obras, Cómo se escribe la historia (1972), ¿Creyeron los griegos en sus mitos? (1987), La sociedad romana (1991) y El sueño de Constantino (2008). En Akal ha publicado Los misterios del gineceo (2003) con Françoise Frontisi-Ducroux y François Lissarrague.
Paganos y caridad cristiana ante los gladiadores
Paul Veyne
La gla­dia­tu­ra es un fe­nó­meno exor­bi­tan­te, una sin­gu­la­ri­dad vi­si­ble, se­gu­ra­men­te des­co­no­ci­da en otro lu­gar que no sea Ro­ma. Su fe­ro­ci­dad no ca­rac­te­ri­za a la ci­vi­li­za­ción ro­ma­na en ge­ne­ral y, sin em­bar­go, la ma­yo­ría de las per­so­nas sen­ci­llas y de los le­tra­dos, tan­to grie­gos co­mo ro­ma­nos, tan­to Sé­ne­ca co­mo Mar­co Au­re­lio, la acep­ta­ba con una con­cien­cia tan lim­pia que nos sor­pren­de; no obs­tan­te, sus­ci­ta­ba ma­les­tar en una mi­no­ría. No ca­be du­da de que fue el cris­tia­nis­mo el que pu­so fin a es­tos com­ba­tes, pe­ro con di­fi­cul­tad, tar­día­men­te y por di­ver­sas ra­zo­nes par­ti­cu­la­res que eran las su­yas en esa épo­ca y que no son siem­pre las que no­so­tros su­pon­dría­mos; por ejem­plo, no fue por con­mi­se­ra­ción pa­ra con los gla­dia­do­res, por­que los cris­tia­nos los con­si­de­ra­ban ase­si­nos pro­fe­sio­na­les y no víc­ti­mas de una ins­ti­tu­ción mons­truo­sa, co­mo los con­si­de­ra­mos no­so­tros.
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Los cris­tia­nos no es­ta­ban to­tal­men­te equi­vo­ca­dos, por­que, y es al­go que con­vie­ne te­ner muy pre­sen­te, los gla­dia­do­res pro­pia­men­te di­chos (así co­mo los que lu­cha­ban con fie­ras sal­va­jes en el cir­co), siem­pre eran vo­lun­ta­rios; no se tra­ta­ba de con­de­na­dos ni com­ba­tien­tes for­zo­sos. La ma­yo­ría de ellos eran hom­bres que ha­bían na­ci­do li­bres, que se ha­bían com­pro­me­ti­do por pro­pia elec­ción, co­mo en­tre no­so­tros los to­re­ros; tam­bién ha­bía es­cla­vos que no es­ta­ban ahí por sim­ple obe­dien­cia; era im­pres­cin­di­ble te­ner vo­ca­ción. La ra­zón de ello es sen­ci­lla: con com­ba­tien­tes for­zo­sos el es­pec­tácu­lo ha­bría re­sul­ta­do me­dio­cre. Se pue­den ha­cer to­dos los co­men­ta­rios que se quie­ra so­bre su gra­do de li­ber­tad, in­cri­mi­nar a la ins­ti­tu­ción y a la so­cie­dad, pe­ro re­pi­ta­mos en pri­mer lu­gar, con Momm­sen, que si esa gen­te lu­cha­ba era por­que así lo que­ría; se da­ba por su­pues­to que un gla­dia­dor era «un hom­bre va­lien­te, aun­que fue­ra un ca­na­lla de es­cla­vo, cu­ya fo­go­si­dad irre­fle­xi­va le hu­bie­ra lle­va­do a des­pre­ciar la muer­te». Sé­ne­ca re­cuer­da ha­ber oí­do que, du­ran­te el reina­do del ava­ro Ti­be­rio, el gla­dia­dor Triump­hus se que­ja­ba de la es­ca­sez de com­ba­tes; los de an­ta­ño sí que eran bue­nos tiem­pos. «¡Cuán­tos ma­ra­vi­llo­sos días per­di­dos!» Co­sa que el pen­sa­dor co­men­ta en es­tos tér­mi­nos: «El va­lor es­tá ávi­do de pe­li­gros, sa­be que sus su­fri­mien­tos son una par­te de su glo­ria». La gla­dia­tu­ra, des­pués de to­do, era un no­ble ar­te, has­ta el pun­to de que a ve­ces se echa­ba mano de la no­ble­za y de la ju­ven­tud do­ra­da y se re­clu­ta­ban gla­dia­do­res en su seno. En la «es­cue­la de gla­dia­do­res» (lu­dus gla­dia­to­rius), que era su re­si­den­cia, y don­de ca­da uno te­nía su cuar­ti­to que ocu­pa­ba con su con­cu­bi­na y sus hi­jos, es­tos vo­lun­ta­rios no vi­vían co­mo en una cár­cel, po­dían en­trar y sa­lir li­bre­men­te. Sin du­da ahí vi­vían en­tre ellos en una mez­cla de ca­ma­ra­de­ría y du­re­za.
Lo que po­dría con­fun­dir nues­tras ideas so­bre la vo­lun­ta­rie­dad de los gla­dia­do­res es lo que se de­no­mi­na la con­de­na a ser eje­cu­ta­do en la are­na del cir­co: cier­tos cri­mi­na­les, en­tre ellos los se­cues­tra­do­res, en lu­gar de ser arro­ja­dos a los leo­nes, eran pu­ra y sim­ple­men­te ajus­ti­cia­dos por gla­dia­do­res pro­fe­sio­na­les en el pa­pel de ver­du­gos (dam­na­tio ad gla­dium lu­dí). El pú­bli­co po­pu­lar es­ta­ble­cía per­fec­ta­men­te la di­fe­ren­cia en­tre los con­de­na­dos a la are­na del cir­co, que a ve­ces con­si­de­ra­ba in­jus­ta­men­te con­de­na­dos, y los ver­da­de­ros gla­dia­do­res, que, se­gún él, de­bían afron­tar la muer­te sin re­pug­nan­cia. La eje­cu­ción de los con­de­na­dos te­nía lu­gar no en el trans­cur­so del es­pec­tácu­lo, sino en el en­tre­ac­to, du­ran­te la pau­sa del me­dio­día, mien­tras que los es­pec­ta­do­res sen­si­bles o los afi­cio­na­dos al au­tén­ti­co de­por­te pre­fe­rían ir a co­mer. Otra fuen­te de con­fu­sión pro­vie­ne de la con­de­na de otros cri­mi­na­les y tam­bién de pri­sio­ne­ros de gue­rra bár­ba­ros a pa­sar una tem­po­ra­da en la es­cue­la im­pe­rial de gla­dia­do­res (dam­na­tio ad lu­dum pu­bli­cum); allí re­ci­bían un mí­ni­mo de en­tre­na­mien­to en es­gri­ma pa­ra ser fi­nal­men­te eje­cu­ta­dos en la are­na del cir­co des­pués de un si­mu­la­cro de com­ba­te de­sigual en el que se en­fren­ta­ban a un au­tén­ti­co gla­dia­dor, un vo­lun­ta­rio pro­fe­sio­nal. Se tra­ta­ba de una de esas in­ge­nio­sas pues­tas en es­ce­na de su­pli­cios ca­pi­ta­les de las que vol­ve­re­mos a ha­blar; la co­rrien­te de opi­nión cris­tia­na más hos­til a la gla­dia­tu­ra tam­bién se­rá la ad­ver­sa­ria a la pe­na de muer­te.
So­la­men­te los vo­lun­ta­rios de los que he­mos ha­bla­do más arri­ba eran los ver­da­de­ros gla­dia­do­res, só­lo ellos ha­cían ca­rre­ra, y al­gu­nos se con­ver­tían en es­tre­llas muy po­pu­la­res; en cuan­to a los con­de­na­dos, la du­ra­ción de su vi­da no so­bre­pa­sa­ba la jor­na­da… La are­na del cir­co tam­bién era un me­dio pa­ra des­em­ba­ra­zar­se de nu­me­ro­sos pri­sio­ne­ros de gue­rra; se les echa­ba a las fie­ras, se les obli­ga­ba a lu­char con­tra los ani­ma­les sal­va­jes co­mo ca­za­do­res o a ma­tar­se en­tre sí por pa­re­jas o en ma­sa. Los ger­ma­nos he­chos pri­sio­ne­ros por el jo­ven Cons­tan­tino «fue­ron pa­ra su des­gra­cia ofre­ci­dos co­mo es­pec­tácu­lo y, da­do su nú­me­ro, col­ma­ron la cruel­dad de las fie­ras». Al­gu­nos se sui­ci­da­ban pa­ra no ser­vir de ju­gue­te (lu­di­brium) a las ri­so­ta­das del po­pu­la­cho; un pri­sio­ne­ro ger­mano, en la ca­rre­ta fa­tal que lo lle­va­ba a una ca­ce­ría en el cir­co, «se pu­so a ca­be­cear co­mo si ce­die­ra al sue­ño, la de­jó col­gan­do de tal ma­ne­ra que se la en­gan­cha­ra en los ra­dios de la rue­da y es­pe­ró la vuel­ta de la rue­da que le rom­pió el cue­llo».
Una se­gun­da co­sa que no hay que ol­vi­dar es que un com­ba­te de gla­dia­do­res no es un due­lo en el que el desen­la­ce se de­ci­die­ra por la suer­te de las ar­mas, en el que uno de los due­lis­tas aca­ba­ra por re­sul­tar muer­to o he­ri­do; es un com­ba­te en el que aquel de los com­ba­tien­tes que cae al sue­lo o que se de­cla­ra ven­ci­do es o bien in­dul­ta­do, o bien, más ra­ra­men­te, so­lem­ne­men­te de­go­lla­do por su com­pa­ñe­ro, su ad­ver­sa­rio, su ven­ce­dor, por or­den del pre­si­den­te de los jue­gos, se ajus­ta­ra o no a las ma­ni­fes­ta­cio­nes del pú­bli­co: el in­dul­to o la muer­te san­cio­nan su ma­yor o me­nor va­lor y re­sis­ten­cia. Ca­da com­ba­te se li­bra­ba de acuer­do con un re­gla­men­to anun­cia­do de an­te­mano me­dian­te car­te­les: se lu­cha­ría has­ta la pri­me­ra he­ri­da, o has­ta que uno de los com­ba­tien­tes pi­die­ra cle­men­cia, o has­ta la muer­te de uno de ellos (com­ba­te si­ne mis­sio­ne). En Lyon, el gran sa­cer­do­te del cul­to de los em­pe­ra­do­res ofre­ció un día un es­pec­tácu­lo de trein­ta y dos com­ba­tes, de los cua­les ocho fue­ron si­ne mis­sio­ne: no me­nos de un com­ba­te de ca­da cua­tro ter­mi­nó con la muer­te del ven­ci­do, co­sa que era muy bue­na pa­ra el gran sa­cer­do­te, que pa­ga­ba el es­pec­tácu­lo de su bol­si­llo y ten­dría que re­em­bol­sar ocho ca­dá­ve­res al tra­tan­te de gla­dia­do­res (la­nis­ta) que le ha­bía al­qui­la­do aque­llos com­ba­tien­tes. Sin em­bar­go, pa­ra apli­car­le un ver­so de Ju­ve­nal, ocho ve­ces ha «com­pla­ci­do a su pú­bli­co ase­si­nan­do»; un me­ce­nas de Min­turno, en su pro­pio epi­ta­fio, se jac­ta de ha­ber man­da­do de­go­llar a on­ce gla­dia­do­res de las on­ce pa­re­jas que ha­bía al­qui­la­do. El cris­tiano Cle­men­te de Ale­jan­dría ha­bla­rá ca­si co­mo Ju­ve­nal: la bús­que­da de la po­pu­la­ri­dad lle­va has­ta a ma­tar. En el con­tex­to ro­mano, un hom­bre que ocu­pa­ba una al­ta po­si­ción no te­nía de­ma­sia­dos es­crú­pu­los en man­dar cor­tar ca­be­zas. Sin em­bar­go, Ju­ve­nal tam­bién per­mi­te ver que al la­do de su po­pu­la­ri­dad los com­ba­tes de la are­na del cir­co ins­pi­ra­ban el ho­rror que se sien­te an­te un ase­si­na­to. Am­bi­va­len­cia de la gla­dia­tu­ra.
Aho­ra bien, el ase­si­na­to de un hom­bre que es­ta­ba en el sue­lo era la san­ción, si no de to­dos los due­los, al me­nos de los que en­tu­sias­ma­ban a los es­pec­ta­do­res, y el mo­men­to de la de­go­lla­ción era el apo­geo del pla­cer: el pú­bli­co se sen­tía pue­blo rey, de­ci­dien­do so­bre la vi­da y la muer­te. Aquel ase­si­na­to even­tual iba acom­pa­ña­do de to­do un ce­re­mo­nial: anun­cio so­lem­ne, de­ci­sión del pre­si­den­te (el fa­mo­so ges­to del pul­gar ha­cia el sue­lo), to­que de trom­pe­tas… El gla­dia­dor ven­ci­do po­nía su amor pro­pio en mo­rir con be­lle­za, sin en­co­ger­se en el mo­men­to fa­tal.
Pa­ra re­vi­vir la reali­dad de es­tas atro­ci­da­des, lo más sen­ci­llo es me­di­tar los tér­mi­nos al­mi­ba­ra­dos, cul­tos e im­pla­ca­bles de un epi­ta­fio in­creí­ble, en­con­tra­do en la Ita­lia ro­ma­na, en Tries­te, que da­ta del si­glo de los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos: «Cons­tan­tino, que ha re­ga­la­do un es­pec­tácu­lo en la are­na del cir­co, ha da­do a sus gla­dia­do­res es­ta tum­ba co­mo re­ga­lo pa­ra agra­de­cer­les el éxi­to que ha te­ni­do su re­ga­lo [de un es­pec­tácu­lo]. A De­co­ra­tus, re­cia­rio, que ma­tó a Cae­ru­leus y ca­yó, muer­to él tam­bién. Fue el ar­bi­tro el que pu­so fin a los días de am­bos [en­ten­de­mos que el ar­bi­tro trans­mi­tió a sus ven­ce­do­res la or­den de de­go­llar­los, da­da por Cons­tan­tino], y la pi­ra fu­ne­ra­ria es su mo­ra­da tan­to pa­ra uno co­mo pa­ra el otro. De­co­ra­tus ha­bía li­bra­do ocho com­ba­tes con­tra re­cia­rios [y, por lo tan­to, ha­bía so­bre­vi­vi­do a sie­te u ocho com­ba­tes]. Era la pri­me­ra vez que cau­sa­ba do­lor a su es­po­sa Va­le­ria».
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¿Có­mo se ha­bía lle­ga­do a es­to? La gé­ne­sis de la gla­dia­tu­ra no tie­ne mis­te­rio, bas­ta con abrir la Ilía­da: han ma­ta­do a Pa­tro­clo y, pa­ra so­lem­ni­zar sus fu­ne­ra­les, se or­ga­ni­zan unos jue­gos fú­ne­bres, en­tre los cua­les hay un com­ba­te ar­ma­do que du­ra has­ta que uno de los dos con­ten­dien­tes hie­re al otro, cuan­do la es­pa­da atra­vie­sa la ar­ma­du­ra y la san­gre em­pie­za a bro­tar. En mu­chas so­cie­da­des an­ti­guas, el due­lo se de­bía ma­ni­fes­tar con al­gún ex­ce­so: se ras­ga­ban las ves­ti­du­ras, se arran­ca­ban el pe­lo, se abo­fe­tea­ban las me­ji­llas, se in­fli­gían he­ri­das has­ta te­ner el cuer­po cu­bier­to de san­gre, se cor­ta­ban un de­do que echa­ban a la fo­sa. Durkheim des­cri­be, en­tre los abo­rí­ge­nes de Aus­tra­lia, el com­ba­te sin­gu­lar de dos alle­ga­dos del di­fun­to an­te la se­pul­tu­ra. El due­lo po­día lle­gar has­ta el sui­ci­dio; en el año 69 de nues­tra era, des­pués de la de­rro­ta de Bé­driac y la muer­te de Otón, al­gu­nos de sus sol­da­dos se die­ron muer­te jun­to a la pi­ra de su em­pe­ra­dor, «no por te­mor a las re­pre­sa­lias del ven­ce­dor, es­cri­be Tá­ci­to, sino por emu­la­ción de he­roís­mo y ad­he­sión a su prín­ci­pe». Cua­tro si­glos an­tes, en el año 317, le­jos de la Ita­lia ro­ma­na, el jo­ven su­ce­sor de Ale­jan­dro Magno tu­vo unos fu­ne­ra­les que fue­ron real­za­dos por los com­ba­tes sin­gu­la­res de cua­tro de sus sol­da­dos; el prin­ci­pi­to ha­bía si­do ase­si­na­do y Otón se ha­bía sui­ci­da­do, co­sa que tal vez ex­pli­ca el due­lo exu­be­ran­te de sus fíe­les.
En Ro­ma, la gla­dia­tu­ra co­men­zó asi­mis­mo por ser un ri­to fu­ne­ra­rio, una ma­ni­fes­ta­ción de due­lo y así se man­tu­vo du­ran­te mu­cho tiem­po; los gla­dia­do­res se ba­tían y se he­rían an­te la pi­ra de un per­so­na­je po­de­ro­so. Del mis­mo mo­do que las pla­ñi­de­ras que se gol­pea­ban el pe­cho y se arran­ca­ban el pe­lo, ellos co­men­za­ron por ser pro­fe­sio­na­les del due­lo; cum­plían, en lu­gar de los fie­les del di­fun­to, el de­ber de ha­cer co­rrer la san­gre y de afron­tar la muer­te pa­ra de­mos­trar una de­ses­pe­ra­ción mor­tal.
El ca­rác­ter fu­ne­ra­rio de la gla­dia­tu­ra sub­sis­tió has­ta el úl­ti­mo si­glo de la Re­pú­bli­ca, pe­ro no era más que un pre­tex­to; los com­ba­tes fú­ne­bres se ha­bían con­ver­ti­do en un es­pec­tácu­lo ofre­ci­do al pue­blo y a los elec­to­res, fe­li­ces de ver có­mo co­rría la san­gre. Los gran­des que se pre­sen­ta­ban en al­gu­na fun­ción pú­bli­ca ofre­cían al pue­blo ese es­pec­tácu­lo, con el pre­tex­to de real­zar los fu­ne­ra­les de al­guno de sus alle­ga­dos que es­ta­ba muer­to des­de ha­cía mu­chos años. Es­to ocu­rría ba­jo la Re­pú­bli­ca ro­ma­na, es de­cir, en una so­cie­dad oli­gár­qui­ca en la que di­chos gran­des es­ta­ban se­pa­ra­dos del pue­blo hu­mil­de por una dis­tan­cia más am­plia que en la Gre­cia clá­si­ca, y en la que po­dían man­dar ma­tar po­co más o me­nos a quie­nes qui­sie­ran. Es­ta oli­gar­quía, cau­sa pri­me­ra, per­pe­tua­ría sus efec­tos du­ran­te un mi­le­nio o ca­si; no cho­ca­ría más que con el cris­tia­nis­mo, o con una de sus co­rrien­tes.
Pa­ra desem­pe­ñar el pa­pel po­co en­vi­dia­ble de can­di­da­tos a la muer­te, se acu­día a con­de­na­dos a los que se da­ba a ele­gir en­tre de­fen­der su vi­da con las ar­mas en la mano o ser en­tre­ga­dos al ver­du­go. Sin em­bar­go, muy pron­to es­to se con­vir­tió en una es­pe­cie de ca­rre­ra y al­gu­nos de aque­llos in­fa­mes se ha­bían con­ver­ti­do en es­tre­llas po­pu­la­res, de tal mo­do que des­pe­ra­dos, ca­mo­rris­tas o ex­clui­dos to­ma­ron vo­lun­ta­ria­men­te el lu­gar de los con­de­na­dos, co­sa que Ci­ce­rón de­plo­ra: eso ya no es mo­ral, no es ya un su­pli­cio que me­re­ce ser con­tem­pla­do, es la ex­hi­bi­ción de des­po­jos so­cia­les.
No sien­do por la de­go­lla­ción de­li­be­ra­da y el pa­so del com­ba­te fu­ne­ra­rio al es­pec­tácu­lo lú­di­co, la gla­dia­tu­ra no tie­ne na­da de ex­tra­or­di­na­rio, ni des­de el pun­to de vis­ta de­por­ti­vo, ni por la psi­co­lo­gía de los com­ba­tien­tes. Se tra­ta­ba de un de­por­te de com­ba­te lle­va­do muy le­jos, a me­nu­do has­ta la muer­te, pe­ro no por eso se apar­ta­ba de la nor­ma de los de­por­tes an­ti­guos, que eran de una bru­ta­li­dad que se ha­bía vuel­to in­con­ce­bi­ble. Si­tué­mo­nos en el mun­do de Sha­kes­pea­re; al prin­ci­pio de Co­mo gus­téis, el lu­cha­dor pro­fe­sio­nal del du­que di­ce a su amo: «Ma­ña­na, mon­se­ñor, mi fa­ma es­ta­rá en jue­go; vues­tro her­mano de­be­rá com­por­tar­se muy bien, pa­ra es­ca­par de mí sin te­ner nin­gún miem­bro ro­to». Si­tué­mo­nos en el mun­do de los con­cur­sos grie­gos; en Olim­pia, de­jar­se ma­tar en un com­ba­te de bo­xeo no era con­tra­rio a una con­cep­ción re­la­ti­va a la se­gu­ri­dad pú­bli­ca del de­por­te: era de­plo­ra­ble y ad­mi­ra­ble, co­mo mo­rir en la gue­rra. Era ho­no­ra­ble pa­ra el vás­ta­go de un cón­sul lle­gar a ser un bo­xea­dor, por­que era pen­sar en mo­rir ba­jo los gol­pes, por amor a la glo­ria y por fi­de­li­dad a un ideal. Los atle­tas «so­lían ele­gir mo­rir en el trans­cur­so del com­ba­te», es­cri­be Dión de Pru­sa.
Los guan­tes del bo­xeo an­ti­guo, re­cu­bier­tos de plo­mo, no ser­vían pa­ra amor­ti­guar los gol­pes, sino pa­ra de­vol­ver­los más te­mi­bles. En la lu­cha del pan­cra­cio, un mé­to­do con­sis­tía en rom­per los de­dos del ad­ver­sa­rio. En el año 561, un tal Arri­chión fue es­tran­gu­la­do en el sue­lo, pe­ro, co­mo an­tes de ser as­fi­xia­do ha­bía lo­gra­do rom­per los de­dos gor­dos de los pies de su ad­ver­sa­rio y le ha­bía he­cho to­car tie­rra, los jue­ces co­ro­na­ron su ca­dá­ver. Sie­te u ocho si­glos más tar­de, Olim­pia hon­ró a un bo­xea­dor al que la ad­mi­ra­ción pú­bli­ca ha­bía apo­da­do Ca­me­los, «el Ca­me­llo», por to­das las prue­bas de re­sis­ten­cia que ha­bía mos­tra­do; mu­rió ba­jo los gol­pes an­tes que con­fe­sar que ha­bía si­do ven­ci­do. Le­jos de con­si­de­rar­se ac­ci­den­tes de­por­ti­vos, era aquél el de­por­te au­tén­ti­co: cuan­to más se apro­xi­ma­ba a la reali­dad la prue­ba de va­lor (es de­cir, pa­ra los grie­gos, de re­sis­ten­cia an­te to­do), más con­vin­cen­te re­sul­ta­ba. Los con­cur­sos atlé­ti­cos no eran jue­gos, sino prue­bas de am­bi­ción y te­na­ci­dad. De ahí la ele­va­da idea que se ha­cen San Pa­blo y Dión de Pru­sa del atle­ta, el gue­rre­ro de los tiem­pos de paz. Los ries­gos que co­rrían los au­ri­gas en las ca­rre­ras del cir­co no eran me­no­res, pe­ro sin ellos el pla­cer de los es­pec­ta­do­res se ha­bría vis­to re­du­ci­do.
La so­cie­dad ro­ma­na no ad­mi­tía el ase­si­na­to más de lo que no­so­tros lo ad­mi­ti­mos y nin­gu­na otra so­cie­dad lo ad­mi­te; te­ner las ma­nos man­cha­das de san­gre en to­das par­tes se con­si­de­ra des­hon­ro­so; sin es­ta prohi­bi­ción nin­gún gru­po hu­mano po­dría sub­sis­tir. Por otro la­do la so­cie­dad ro­ma­na no era más cruel que la ma­yo­ría de las de­más ci­vi­li­za­cio­nes de su épo­ca; cuan­do los ro­ma­nos ha­bían con­quis­ta­do un te­rri­to­rio bár­ba­ro, su pri­me­ra pres­crip­ción era prohi­bir en él los sa­cri­fi­cios hu­ma­nos, por lo que cuan­do se co­no­ció en Ro­ma la Ma­tan­za de los Inocen­tes por He­ro­des, se pro­du­jo una reac­ción de ho­rror. Sin em­bar­go, los con­cur­sos grie­gos y los jue­gos y es­pec­tácu­los ro­ma­nos per­te­ne­cían a una es­fe­ra apar­te, eran una pe­cu­liar ins­ti­tu­tion que ad­mi­tía la de­ro­ga­ción de la mo­ral or­di­na­ria. De la mis­ma for­ma que en­tre no­so­tros, la mo­ral no­bi­lia­ria ad­mi­ti­rá, en con­tra de la mo­ral cris­tia­na, que ha­ya una de­ro­ga­ción de la prohi­bi­ción bí­bli­ca de ma­tar: el due­lo. Que una mo­ral co­ti­dia­na ad­mi­te de­ro­ga­cio­nes nos lo en­se­ña un es­cép­ti­co: en ma­te­ria de mo­ral, «po­ne­mos tal o cual mo­do de vi­da [agôgê] en opo­si­ción con la ley. Aun­que no se ten­ga de­re­cho a gol­pear a un hom­bre li­bre de bue­na cu­na, los pan­cra­cis­tas se gol­pean en­tre sí a cau­sa de su mo­do de vi­da par­ti­cu­lar y, aun­que es­tá prohi­bi­do ma­tar a un hom­bre, los gla­dia­do­res se eli­mi­nan mu­tua­men­te por la mis­ma ra­zón».
Ésa de­ro­ga­ción de los es­pec­tácu­los ro­ma­nos de la prohi­bi­ción de ama­tar no ha­cía sino agra­var un fe­nó­meno am­plia­men­te di­fun­di­do: los es­pec­tácu­los eran un re­go­ci­jo (lae­ti­tia), un pla­cer (vo­lup­tas), una fies­ta; aho­ra bien, las fies­tas, en cual­quier épo­ca que se si­túen, in­te­rrum­pen la vi­da or­di­na­ria y de­ro­gan más o me­nos sus prohi­bi­cio­nes. Uno de sus pla­ce­res con­sis­tía en po­der ejer­cer ese día la vio­len­cia y la cruel­dad. En su Ta­bleau de la Fran­ce, Mi­che­let no se equi­vo­ca, pro­ba­ble­men­te, cuan­do es­cri­be, ha­blan­do del día de Ta­ras­que en Ta­ras­con: «La fies­ta no es bue­na si no hay una pier­na o un bra­zo ro­to». A ve­ces, las di­ver­sio­nes pú­bli­cas con­sis­ten en ba­ta­llas a pe­dra­das en­tre dos ciu­da­des o dos ba­rrios de una ciu­dad, con he­ri­dos. El so­ció­lo­go Paul Yon­net su­gie­re que, en el fút­bol in­glés, el fe­nó­meno de los hoo­li­gans no es un efec­to de la mi­se­ria po­pu­lar, sino una reac­ción po­pu­lar con­tra el fair play tan que­ri­do por el pa­tri­cia­do bri­tá­ni­co. De ahí vie­ne, nos in­for­ma R. Hog­gart, la hos­ti­li­dad del pú­bli­co po­pu­lar con­tra los ár­bi­tros, quie­nes, en nom­bre de un le­ga­lis­mo pun­ti­llo­so, im­pi­den a los ju­ga­do­res que des­plie­guen su ar­dor: «¡Dé­ja­los de una vez ju­gar un po­co!».
Ol­vi­de­mos por un ins­tan­te la gla­dia­tu­ra y la An­tigüedad. Es­ta­mos al ai­re li­bre, en el cam­po y con un pú­bli­co reuni­do; dos ca­ba­lle­ros van a arre­me­ter uno con­tra otro: es un tor­neo. El Le­xi­kon des Mit­te­lal­ters me in­for­ma de que en el año 1130 el Con­ci­lio de Cler­mont prohi­bió que «se ce­le­bra­ran esos re­pug­nan­tes mer­ca­dos o fe­rias, en los que los ca­ba­lle­ros, se­gún la cos­tum­bre, se en­con­tra­ban pa­ra me­dir su fuer­za y co­ra­je; por­que eso lle­va a me­nu­do a la muer­te de un hom­bre y a un gran pe­li­gro pa­ra las al­mas». Se de­ci­dió, pues, que to­do ca­ba­lle­ro he­ri­do mor­tal­men­te en un tor­neo re­ci­bi­ría el con­sue­lo de la re­li­gión, pe­ro que se le ne­ga­ría la se­pul­tu­ra en tie­rra sa­gra­da. Aque­llos ca­ba­lle­ros te­nían al­ma de gla­dia­do­res. En no im­por­ta qué so­cie­dad, un in­di­vi­duo de ca­da cien o de ca­da mil, no me es po­si­ble pre­ci­sar más, es­tá dis­pues­to a arries­gar la piel por el pla­cer de ejer­cer la vio­len­cia. Geor­ges Duby de­cía que pen­sa­ba en esos ca­ba­lle­ros cuan­do veía pa­sar a to­da ve­lo­ci­dad a un jo­ven mo­to­que­ro con su cam­pe­ra de cue­ro ne­gra. To­dos he­mos vis­to a esos ado­les­cen­tes fas­ci­na­dos por la vio­len­cia y la au­to­des­truc­ción.
Gla­dia­do­res, hoo­li­gans, ca­ba­lle­ros: el mis­mo com­ba­te, si al me­nos ten­go ra­zón al su­po­ner una reali­dad hu­ma­na po­co bri­llan­te tras los en­fren­ta­mien­tos, bron­cas, tor­neos, amo­res y vio­la­cio­nes que mag­ni­fi­ca el Lan­ce­lot en pro­sa. Se me ha ob­je­ta­do que la ver­da­de­ra ex­pli­ca­ción de la ca­ba­lle­ría erran­te era la so­cie­dad de la épo­ca, el de­re­cho de pri­mo­ge­ni­tu­ra, la cri­sis de la no­ble­za; coin­ci­do en ello, pe­ro la his­to­ria so­cial no lo ex­pli­ca to­do, pues la psi­co­lo­gía in­di­vi­dual tam­bién desem­pe­ña su pa­pel, así co­mo la ex­clu­sión; aque­llos jó­ve­nes no­bles ha­brían po­di­do ha­cer­se hom­bres de la Igle­sia. En Ro­ma, una cla­se es­pe­cial de gla­dia­do­res, los tu­ni­ca­ti, era con­si­de­ra­da in­fa­me por sus pro­pios com­pa­ñe­ros de ar­mas; eran ho­mo­se­xua­les que «ha­bían bus­ca­do re­fu­gio en una es­cue­la de gla­dia­do­res don­de po­dían ejer­cer su anor­ma­li­dad» y, pue­de su­po­ner­se, com­pen­sar su fe­mi­ni­dad con una vi­ri­li­dad sui­ci­da.
3
Ésa es la ra­zón por la cual la gla­dia­tu­ra pu­do exis­tir: por­que aque­lla sin­gu­la­ri­dad mons­truo­sa se fue for­man­do po­co a po­co, a pe­que­ños pa­sos, y nin­guno de esos pa­sos en­con­tró re­sis­ten­cia; al con­tra­rio, el pú­bli­co con­si­de­ra­ba aque­llo nor­mal y le co­gía gus­to. Así na­cen y cre­cen los ma­los há­bi­tos… Na­da ni na­die im­pi­dió que el pú­bli­co en­con­tra­ra allí el pla­cer que pro­por­cio­nan las emo­cio­nes fuer­tes, que sa­tis­fi­cie­ra el gus­to di­fun­di­do por la cruel­dad (es­tan­do la in­di­fe­ren­cia por la suer­te del pró­ji­mo no me­nos ge­ne­ra­li­za­da). La gran im­por­tan­cia que ad­quie­ren de­ter­mi­na­dos he­chos de ci­vi­li­za­ción no se de­be a que los im­pul­se nin­gu­na gran cau­sa (una so­cie­dad con un al­to ni­vel de cruel­dad, por ejem­plo), sino a la au­sen­cia de obs­tácu­los que los de­ten­gan; cier­tas co­sas tie­nen tan po­cas con­se­cuen­cias, ame­na­zan a tan po­cos in­tere­ses que flo­tan, por así de­cir­lo, li­bre­men­te. La re­pug­nan­cia por la cruel­dad de aque­llos com­ba­tes exis­tió, Ci­ce­rón lo di­ce, pe­ro no opu­so re­sis­ten­cia al­gu­na. El cris­tia­nis­mo, por su par­te, opon­drá al­gu­nos obs­tácu­los a la gla­dia­tu­ra; in­ten­ta­re­mos pre­ci­sar cuá­les.
¿Dón­de he leí­do o es­cu­cha­do que el ho­rror de los com­ba­tes en la are­na del cir­co era so­por­ta­ble pa­ra los es­pec­ta­do­res por­que el pú­bli­co só­lo los veía de le­jos, co­mo una es­gri­ma des­per­so­na­li­za­da? Na­da pue­de es­tar más le­jos de la tris­te ver­dad, una ver­dad de­mos­tra­da por una in­gen­te do­cu­men­ta­ción, tan­to es­cri­ta co­mo re­pre­sen­ta­da: el pú­bli­co desea­ba ver cla­ra­men­te aquel es­pec­tácu­lo de muer­te, y con él se de­lei­ta­ba. Que se me per­do­ne que co­mien­ce por ge­ne­ra­li­da­des des­agra­da­bles: nues­tro ho­rror in­dig­na­do por la muer­te vio­len­ta, por los su­pli­cios de la gla­dia­tu­ra es una ac­ti­tud que lla­ma­re­mos «se­cun­da­ria», y que es el fru­to de una edu­ca­ción co­lec­ti­va, de un adies­tra­mien­to éti­co, de prohi­bi­cio­nes ci­vi­li­za­das. En au­sen­cia de se­me­jan­te edu­ca­ción -o en ca­so de abo­li­ción de es­tas prohi­bi­cio­nes, de la eli­mi­na­ción de es­ta edu­ca­ción en un seís­mo re­vo­lu­cio­na­rio o ideo­ló­gi­co-, la ac­ti­tud es­pon­tá­nea, «pri­ma­ria», de una ma­yo­ría de in­di­vi­duos es la de ex­pe­ri­men­tar re­go­ci­jo a la vis­ta de la san­gre y de la muer­te vio­len­ta; el ase­si­na­to de un hom­bre pro­por­cio­na el pla­cer que pro­du­ce cual­quier sen­sa­ción fuer­te. O, por lo me­nos, se ve mo­rir con in­di­fe­ren­cia, sin ho­rror y sin con­mi­se­ra­ción, in­clu­so aun­que las per­so­nas se lla­men Sé­ne­ca o Mar­co Au­re­lio: sus es­cri­tos nos lo de­mos­tra­rán. En una car­ta, Mme. de Sé­vig­né afir­mó ha­ber con­tem­pla­do y des­cri­bió con una cu­rio­si­dad in­di­fe­ren­te el su­pli­cio de una en­ve­ne­na­do­ra que­ma­da vi­va; ba­jo el An­ti­guo Ré­gi­men, se acu­día en ma­sa pa­ra asis­tir a es­te gé­ne­ro de es­pec­tácu­los.
Una ac­ti­tud muy di­fe­ren­te, pe­ro no me­nos «pri­ma­ria», es la de una mi­no­ría que ve co­rrer la san­gre con un ho­rror es­pan­ta­do y que no so­por­ta la vi­sión de los su­pli­cios ni de los gla­dia­do­res, ni si­quie­ra de las co­rri­das de to­ros. En­tre no­so­tros, al­re­de­dor de la víc­ti­ma de un ac­ci­den­te de co­che al­gu­nos es­pec­ta­do­res di­si­mu­lan mal su cu­rio­si­dad y atrac­ción, mien­tras que otros hu­yen ho­rro­ri­za­dos. De la mis­ma for­ma, po­de­mos su­po­ner, en las gra­das de los cir­cos an­ti­guos que to­dos los ros­tros ten­drían al­go de es­pan­ta­do o de cruel. Dos ver­sos de Los li­ti­gan­tes de Ra­ci­ne po­nen en es­ce­na las dos ac­ti­tu­des a pro­pó­si­to de la tor­tu­ra ju­di­cial ba­jo nues­tro An­ti­guo Ré­gi­men. Un juez pro­po­ne ele­gan­te­men­te a una jo­ven que va­ya a asis­tir a una se­sión de «tor­tu­ra». He aquí su diá­lo­go: «Ah, se­ñor, ¿se pue­de ver su­frir a los des­gra­cia­dos? – Bah, eso siem­pre se pa­sa en una o dos ho­ras». Es his­tó­ri­ca­men­te im­por­tan­te dar­se per­fec­ta cuen­ta de que esa sen­si­bi­li­dad ha­cia el pró­ji­mo es­tá he­cha ge­ne­ral­men­te de mie­do por uno mis­mo; no es so­la­men­te pie­dad por el tor­tu­ra­do, con­mi­se­ra­ción, mi­se­ri­cor­dia. Co­mo di­ce Aris­tó­te­les, «la pie­dad es un sen­ti­mien­to pe­no­so, con­se­cuen­cia del es­pec­tácu­lo de un mal des­truc­ti­vo que se pue­de es­pe­rar que uno mis­mo lo su­fra en su per­so­na o en la per­so­na de uno de los su­yos». Una re­pro­ba­ción éti­ca «se­cun­da­ria» ci­vi­li­za­to­ria se aña­dió a lo lar­go de los si­glos, pe­ro no de mo­do ab­so­lu­to, y una anéc­do­ta si­nies­tra bas­ta­rá pa­ra de­mos­trar­lo. Los gru­pos hu­ma­nos se ha­cen la gue­rra en­tre ellos, pe­ro en el in­te­rior de ca­da gru­po se pres­cri­be un mí­ni­mo de no agre­sión mu­tua y só­lo se de­be ma­tar a los ase­si­nos; de lo con­tra­rio ca­da uno ten­drá mie­do de su pro­pia suer­te.
La in­di­fe­ren­cia, e in­clu­so el re­go­ci­jo pri­ma­rios, no se de­bían al sa­dis­mo; eran, si nos atre­ve­mos a de­cir­lo, inocen­tes. Paul Zan­ker tu­vo ra­zón al ob­je­tar­me que los com­ba­tes de los gla­dia­do­res no reunían a los per­ver­sos de la ciu­dad, pues las gra­das del an­fi­tea­tro es­ta­ban ocu­pa­das por per­so­nas nor­ma­les. Re­go­ci­jo san­gui­na­rio o in­di­fe­ren­cia «pri­ma­rios», in­ca­pa­ci­dad no me­nos «pri­ma­ria» y egoís­ta de so­por­tar la vi­sión de la muer­te vio­len­ta, ho­rror e in­dig­na­ción «se­cun­da­rios» que ins­pi­ra una edu­ca­ción ci­vi­li­za­da: ta­les son las ac­ti­tu­des co­no­ci­das en la his­to­ria. So­la­men­te las dos ac­ti­tu­des «pri­ma­rias» se en­cuen­tran en el pa­ga­nis­mo: más aún que la con­mi­se­ra­ción y la ca­ri­dad, se­rá la in­ca­pa­ci­dad «pri­ma­ria» la que aca­ba­rá lo­gran­do abo­lir la gla­dia­tu­ra en la épo­ca cris­tia­na. Efec­ti­va­men­te, quie­nes dis­fru­tan con los su­pli­cios o les de­jan in­di­fe­ren­tes y quie­nes no so­por­tan su vi­sión for­man co­mo dos «par­ti­dos vir­tua­les» que al­gu­nas ve­ces lle­gan a en­fren­tar­se; nor­mal­men­te el pri­mer par­ti­do es el más fuer­te, pe­ro, en la épo­ca cris­tia­na, el «par­ti­do vir­tual» de la man­se­dum­bre y de la de­bi­li­dad pre­va­le­ció so­bre el ca­pí­tu­lo de la gla­dia­tu­ra, si no so­bre el de los su­pli­cios.
En cuan­to al bar­niz «se­cun­da­rio» de la ci­vi­li­za­ción, es frá­gil y nun­ca se ha con­se­gui­do de­fi­ni­ti­va­men­te. Es­tá he­cho de obe­dien­cia a la au­to­ri­dad y a la mo­ral reinan­te más que de sen­ti­do mo­ral in­terio­ri­za­do y au­tó­no­mo; en el si­glo XX, la prohi­bi­ción de tor­tu­rar y de ma­tar pu­do ser a me­nu­do su­pri­mi­da por au­to­ri­da­des ideo­ló­gi­cas, dic­ta­to­ria­les o co­lo­nia­les que no en­con­tra­ron mu­cha opo­si­ción. Y, en to­das par­tes y siem­pre, la prohi­bi­ción de ma­tar es su­pri­mi­da en dos ca­sos: la gue­rra y la pe­na de muer­te; en­tre no­so­tros tam­bién lo fue pa­ra el due­lo. En Ro­ma, es­ta prohi­bi­ción aca­bó sien­do su­pri­mi­da en el ca­so de los es­pec­tácu­los.
Sin lu­gar a du­das, en to­da co­lec­ti­vi­dad, la vi­sión de la san­gre que co­rre por ac­ci­den­te o por cri­mi­na­li­dad ins­pi­ra a to­do el mun­do te­mor; «si la san­gre bro­ta de la car­ne de un mor­tal, quien quie­ra que la vea se que­da ho­rro­ri­za­do». Pe­ro es­te te­mor se apa­ci­gua cuan­do la víc­ti­ma per­te­ne­ce a un gru­po ajeno: un enemi­go, un con­de­na­do o in­clu­so un ex­clui­do. Una vez apa­ci­gua­do el te­mor, el go­zo «pri­ma­rio» pue­de se­guir su cur­so, la in­di­fe­ren­cia «pri­ma­ria» tam­bién, y am­bas ac­ti­tu­des es­tán bien pro­ba­das en la Ro­ma an­ti­gua. Pe­ro tam­bién va­mos a ver que, a fal­ta de una edu­ca­ción «se­cun­da­ria» al­truis­ta, exis­tía otra edu­ca­ción, la del ci­vis­mo: el re­go­ci­jo te­nía que con­ser­var en las gra­das de un edi­fi­cio pú­bli­co un ai­re de dig­ni­dad.
En el año 99, pa­ra fes­te­jar su en­tra­da en Ro­ma, Tra­jano ofre­ce unos jue­gos al pue­blo, no unos jue­gos tea­tra­les, sino «un es­pec­tácu­lo que no de­bi­li­ta­ría a los es­pí­ri­tus vi­ri­les, no los ablan­da­ría, no los re­la­ja­ría ni los de­gra­da­ría, sino que los in­fla­ma­ría con be­llas he­ri­das, con el des­pre­cio a la muer­te, ha­cien­do apa­re­cer has­ta en cuer­pos de es­cla­vos y de cri­mi­na­les el amor a la glo­ria y el de­seo de vic­to­ria». La gla­dia­tu­ra co­mo pre­pa­ra­ción mi­li­tar: esa ideo­lo­gía ocul­ta­ba de­cen­te­men­te el es­cán­da­lo de com­ba­tes li­bra­dos en tiem­pos de paz y en el in­te­rior de un círcu­lo cí­vi­co. El pa­ne­gi­ris­ta de Tra­jano opo­ne unos com­ba­tes tan edu­ca­ti­vos a otra cla­se de es­pec­tácu­lo que es de­bi­li­tan­te y por lo tan­to in­mo­ral, la «pan­to­mi­ma» (una es­pe­cie de ópe­ra). La gla­dia­tu­ra era edu­ca­ti­va en otro as­pec­to del que los tex­tos no ha­blan: de­mos­tra­ba que la vio­len­cia no es­ta­ba ex­clui­da de la vi­da pú­bli­ca, que Ro­ma no du­da­ría en ha­cer co­rrer la san­gre pa­ra de­fen­der­se, es­cri­be Pe­ter Brown; es­to se cree­rá fá­cil­men­te si se re­cuer­da que tras ha­ber aplas­ta­do la re­vuel­ta ju­día, Ti­to hi­zo que una mul­ti­tud de pri­sio­ne­ros ju­díos «se ma­ta­ran unos a otros» en com­ba­tes si­mu­la­dos de gla­dia­do­res, or­ga­ni­za­dos en Ce­sá­rea, Bei­rut y en to­das las ciu­da­des si­rias por las que pa­sa­ba.
Sin em­bar­go, al­gu­nas per­so­nas no te­nían el al­ma lo bas­tan­te vi­ril, por­que «un es­pec­tácu­lo de gla­dia­do­res siem­pre les pa­re­cía cruel e in­hu­mano», nos di­ce Ci­ce­rón. La edu­ca­ción fi­lo­só­fi­ca po­día con­fir­mar «se­cun­da­ria­men­te,» es­ta de­li­ca­de­za; un es­toi­co ro­mano, Mu­so­nio Ru­fo, fi­lohe­leno con­ven­ci­do, aban­do­nó Ate­nas cuan­do allí em­pe­za­ron a ce­le­brar­se com­ba­tes en la are­na del cir­co; en pri­mer lu­gar ten­dríais que ha­ber qui­ta­do el al­tar le­van­ta­do a la Pie­dad, di­ce a los ate­nien­ses. Es­ta sen­si­bi­li­dad (que no era ne­ce­sa­ria­men­te la de los hom­bres cul­tos) era una de las sin­gu­la­ri­da­des di­ver­ti­das de la vi­da co­ti­dia­na. En un ma­nual de re­tó­ri­ca, un abo­ga­do pa­re­ce que ex­cla­ma: ¿Có­mo po­déis pre­ten­der que cual­quier ma­ri­do en­ga­ña­do ven­gue su ho­nor con san­gre? ¿Có­mo po­déis su­po­ner que es un ma­ri­do com­pla­cien­te si no lo ha­ce? «¡Pen­sar que al­gu­nos lle­van la man­se­dum­bre has­ta no po­der so­por­tar la vis­ta de la san­gre! Mu­chos no quie­ren ver gla­dia­do­res he­ri­dos». Así pues, lo que pa­sa­ba por nor­mal a los ojos de la opi­nión pú­bli­ca (la re­tó­ri­ca ju­di­cial se ba­sa siem­pre en la opi­nión de la ma­yo­ría) era con­tem­plar los com­ba­tes de gla­dia­do­res con mi­ra­da tran­qui­la; lo que era me­nos nor­mal (in­clu­so ri­dícu­lo, co­mo la de­bi­li­dad de un ma­ri­do en­ga­ña­do) era no so­por­tar su vi­sión. El cris­tia­nis­mo in­ver­ti­rá los tér­mi­nos de es­ta re­la­ción: lo anor­mal se­rá ver co­rrer la san­gre, y la nor­ma se­rá ne­gar­se a asis­tir; al me­nos mien­tras se tra­te de los gla­dia­do­res, y no de los ajus­ti­cia­dos ni de los ca­za­do­res de fie­ras en la are­na del cir­co.
No to­das las al­mas sen­si­bles te­nían la be­lla im­par­cia­li­dad del pa­gano Li­ba­nio, el cual, pa­ra desa­fiar a los cris­tia­nos, hi­zo un gran elo­gio de «los com­ba­tes de gla­dia­do­res en los que caían o ven­cían unos hom­bres a los que tú lla­ma­rías dis­cí­pu­los de los Tres­cien­tos de las Ter­mo­pi­las», to­do ello re­co­no­cien­do que él ja­más ha­bía asis­ti­do (pre­fie­re la lec­tu­ra), que no pue­de «ver co­rrer la san­gre» ni asis­tir al su­pli­cio de los con­de­na­dos al lá­ti­go; que «in­clu­so des­de lo al­to de un ár­bol, no so­por­ta­ría la vi­sión de una ba­ta­lla cam­pal». Del mis­mo mo­do que el al­ma de la pro­fe­so­ra de los ni­ños, que es de­ma­sia­do dé­bil o no es­tá edu­ca­da, no pue­de so­por­tar los es­pec­tácu­los san­grien­tos; en su pri­me­ra ju­ven­tud un fu­tu­ro ti­rano, Ca­ra­ca­lla, llo­ra­ba y des­via­ba la mi­ra­da cuan­do veía a cri­mi­na­les ex­pues­tos a las fie­ras, y a los es­pec­ta­do­res aque­llo los en­ter­ne­cía. Plu­tar­co pa­re­ce ig­no­rar si es «la na­tu­ra­le­za o la edu­ca­ción la que ha­ce que nos pro­duz­ca pla­cer ver a unos hom­bres ba­tir­se en­tre ellos, con la es­pa­da en la mano».
Es­tos com­ba­tes se da­ban al pue­blo en es­pec­tácu­lo a tí­tu­lo de es­cue­la de va­lor, de en­du­re­ci­mien­to, y te­nían fa­ma de ser con­tem­pla­dos con ese es­pí­ri­tu. Tan­to ver en­fren­tar­se al pe­li­gro co­mo ver co­rrer la san­gre son pla­ce­res am­bos, pe­ro muy di­fe­ren­tes y que pue­den dar­se el uno sin el otro; so­la­men­te el pri­mer pla­cer se con­si­de­ra­ba pre­sen­te, se­gún pa­re­ce, en el al­ma de los es­pec­ta­do­res, y el se­gun­do de­bía ser ig­no­ra­do. En una oca­sión, en un com­ba­te de gru­po, un gla­dia­dor he­ri­do (ho­mo­se­xual, co­sa que agra­va­ba el es­cán­da­lo) al que ya el em­pe­ra­dor ha­bía or­de­na­do de­go­llar, se pu­so de pie a pe­sar de to­do y él só­lo con­si­guió ex­ter­mi­nar a sus ven­ce­do­res; el prín­ci­pe, in­dig­na­do, de­plo­ró es­ta ma­tan­za en un edic­to, en el que abo­mi­na­ba del pú­bli­co que ha­bía man­te­ni­do la mi­ra­da an­te se­me­jan­te es­cán­da­lo; to­do com­ba­te de­be ate­ner­se al re­gla­men­to y no ser un des­en­ca­de­na­mien­to de vio­len­cia; el al­ma de los es­pec­ta­do­res tam­bién de­be es­tar dis­ci­pli­na­da, su ac­ti­tud de­be ser dig­na (los es­pec­ta­do­res que no es­tán re­ves­ti­dos con la pe­sa­da y cos­to­sa ves­ti­men­ta de las ce­re­mo­nias cí­vi­cas, la to­ga, son ex­pul­sa­dos a las gra­das su­pe­rio­res). Por­que los es­pec­tácu­los son un pla­cer, pe­ro un pla­cer pú­bli­co, ofi­cial, cí­vi­co, y en las gra­das hay que com­por­tar­se bien.
El pre­si­den­te, ha­cia el que se di­ri­gían to­das las mi­ra­das, de­bía dar ejem­plo; aho­ra bien, su fi­so­no­mía a ve­ces re­ve­la­ba sen­ti­mien­tos in­dig­nos. Clau­dio man­da­ba de­go­llar a los com­ba­tien­tes que ha­bían caí­do a con­se­cuen­cia de un pa­so en fal­so, «por­que le gus­ta­ba mi­rar sus ca­ras mien­tras ex­pi­ra­ban»; lo más gra­ve no era su cruel­dad, sino su fal­ta de im­pa­si­bi­li­dad: co­mo au­to­ri­dad, Clau­dio de­be­ría ha­ber­se mos­tra­do due­ño de sí mis­mo co­mo los de­más. Dru­so «dis­fru­ta­ba de­ma­sia­do ha­cien­do co­rrer una san­gre vil», san­cio­na­ba con la muer­te la de­rro­ta de una de­ma­sia­do gran­de pro­por­ción de gla­dia­do­res; los gla­dia­do­res eran vi­les, es­ta­ban to­ca­dos de in­fa­mia por la ley co­mo la gen­te del tea­tro, co­sa que vol­vía a es­te prín­ci­pe tan sór­di­do co­mo cruel. A los gla­dia­do­res no ha­bía por dón­de co­ger­los y so­la­men­te los ma­los súb­di­tos fre­cuen­ta­ban a esos in­fa­mes di­vos.
Dru­so o Clau­dio es­ta­ban le­jos de ser ex­cep­cio­nes; es­tos tes­ti­mo­nios de­mues­tran a la vez que los com­ba­tes eran, se­gún pa­re­ce, con­tem­pla­dos con un es­pí­ri­tu pu­ra­men­te de­por­ti­vo y que no to­dos los es­pec­ta­do­res te­nían el al­ma tan pu­ra. Ver a un hom­bre va­lien­te que se en­fren­ta há­bil­men­te al pe­li­gro es el pla­cer de la ad­mi­ra­ción que pro­du­cen las co­rri­das, en las que re­sul­tar he­ri­do o muer­to es un ac­ci­den­te te­mi­do; no era tal el pla­cer que se es­pe­ra­ba de la gla­dia­tu­ra, en la que la es­gri­ma no ha­cía sino ador­nar la es­pe­ra y re­tra­sar el ver­da­de­ro ob­je­ti­vo: la es­pe­ra del jui­cio so­bre el va­lor que ha­bía mos­tra­do el ven­ci­do, que se­ría in­dul­ta­do, azo­ta­do o pu­ra y sim­ple­men­te de­go­lla­do. No se ig­no­ra­ba en ab­so­lu­to la vo­lup­tuo­si­dad de la san­gre y de la muer­te y los cris­tia­nos no ten­drán que ha­cer el des­cu­bri­mien­to. Sin em­bar­go, los ma­li­cio­sos lo des­cu­brían más fá­cil­men­te en el ros­tro de los po­de­ro­sos que en ellos mis­mos.
La lu­ci­dez so­bre es­te pun­to no era, sin em­bar­go, inexis­ten­te y los tes­ti­mo­nios mu­dos (mo­sai­cos, de­co­ra­ción de las lám­pa­ras) son nu­me­ro­sos. En es­tos «es­pec­tácu­los si­nies­tros», «ape­te­ce dis­fru­tar con la san­gre hu­ma­na», es­cri­ben unos pa­ga­nos; «la san­gre de­lei­ta una li­bi­do de mi­ra­das crue­les», es­cri­be san Ci­priano, «ali­men­ta la vo­lup­tuo­si­dad», se­gún Pru­den­cio. Asis­tir a com­ba­tes de gla­dia­do­res era por de­fi­ni­ción ir a ver a unos hom­bres lu­chan­do y ha­cién­do­se san­gré, hi­rién­do­se y arries­gán­do­se a que los ma­ta­ran, o, en los es­pec­tácu­los de ga­la, arries­gán­do­se a ser de­li­be­ra­da­men­te re­ma­ta­dos. Ha­cia la épo­ca en la que Cons­tan­tino pro­mul­ga­ba el edic­to de to­le­ran­cia del cris­tia­nis­mo, el dia­blo ten­ta­ba a un er­mi­ta­ño en las are­nas egip­cias ha­cién­do­le ver la muer­te de un gla­dia­dor en la are­na del cir­co. El pú­bli­co cuen­ta la can­ti­dad de gol­pes de ja­ba­li­na o de tri­den­te que un gla­dia­dor li­ge­ro ases­ta en el es­cu­do de bron­ce de un gla­dia­dor pe­sa­do. «Cuan­to más ve el pue­blo lu­char fe­roz­men­te a los gla­dia­do­res en sin­gu­lar com­ba­te, co­mo si real­men­te fue­ran enemi­gos, más los ve lu­char con una ra­bia lo­ca, más los ama y los aplau­de y más los ex­ci­tan es­tos aplau­sos».
Es du­do­so que en ca­da es­pec­tácu­lo hu­bie­ra muer­tos; de ser así, un gla­dia­dor ha­bría si­do uti­li­za­do muy po­co y la ro­ta­ción del per­so­nal ha­bría si­do tan rá­pi­da que la gla­dia­tu­ra no ha­bría po­di­do con­ver­tir­se en un ofi­cio que se en­se­ña­ba en es­cue­las pro­fe­sio­na­les. En las ciu­da­des pe­que­ñas, el me­ce­nas que ha­bía de­ci­di­do cuál se­ría el re­gla­men­to del com­ba­te evi­ta­ba arrui­nar­se man­dan­do de­go­llar a me­nu­do, y los com­ba­tien­tes po­nían po­co en­tu­sias­mo en de­jar­se ma­tar, pa­ra no arrui­nar la pro­fe­sión, sin de­jar ver de­ma­sia­do que es­ta­ban con­cha­ba­dos, por­que si no el pú­bli­co los man­da­ba apa­lear o azo­tar. A lo cual se aña­de un he­cho po­co co­no­ci­do: un do­cu­men­to tar­dío (da­ta del si­glo IV cris­tiano) nos in­for­ma de que, du­ran­te un mis­mo es­pec­tácu­lo, al­gu­nos com­ba­tes se li­bra­ban con ar­mas sin fi­lo, otros con ar­mas afi­la­das que po­dían ma­tar o he­rir al ad­ver­sa­rio, y que al­gu­nos com­ba­tes so­la­men­te eran «sin mer­ced» (apo­to­moi), pu­dien­do cual­quier gla­dia­dor re­co­no­ci­do co­mo ven­ci­do ser eje­cu­ta­do. Mar­co Au­re­lio no au­to­ri­za­ba, al me­nos en la pro­pia Ro­ma, más que com­ba­tes con ar­mas sin fi­lo1 (a la vez pa­ra li­mi­tar el gas­to y pa­ra aho­rrar vi­das hu­ma­nas, co­mo se ve­rá más ade­lan­te). Pe­ro, por otra par­te, el re­gla­men­to de de­ter­mi­na­dos es­pec­tácu­los de ga­la era mu­cho más des­pil­fa­rra­dor; un me­ce­nas ge­ne­ro­so o sá­di­co po­día de­ci­dir que to­dos los com­ba­tes fue­sen «sin mer­ced» (si­ne mi­sio­ne). En ese ca­so el com­ba­te es mu­cho más apa­sio­nan­te, se di­ri­ge ha­cia la vi­da o la muer­te: uno de los com­ba­tien­tes se­rá muer­to en el com­ba­te, de­go­lla­do o in­dul­ta­do. Un mo­men­to crí­ti­co es aquel en el que el ani­mal hu­mano es­tá aco­rra­la­do: «No os acer­quéis a un gla­dia­dor he­ri­do» (re­tro a sau­cio), de­cía un pro­ver­bio.
Si se pro­du­ce la muer­te de un hom­bre, se ve­rá esa muer­te con el pla­cer que pro­du­ce una emo­ción fuer­te des­pro­vis­ta de ries­go. El poe­ta cris­tiano Pru­den­cio ex­pre­sa­rá con fuer­za la vio­len­cia de los gol­pes que re­tum­ban en el me­tal, los re­gue­ros de san­gre en la are­na, las he­ri­das cu­ya am­pli­tud apre­cia el pú­bli­co. El su­fri­mien­to de la víc­ti­ma du­ran­te el com­ba­te «es una for­ma de vo­lup­tuo­si­dad», el pú­bli­co es­tá «en­can­tan­do» si el ven­ce­dor hun­de su es­pa­da en la gar­gan­ta del ven­ci­do. La na­tu­ra­le­za es­tá al­te­ra­da; los gla­dia­do­res son se­res sór­di­dos que ven­den su vi­da pa­ra vi­vir, y es una tier­na vir­gen, una sa­cer­do­ti­sa pa­ga­na, una ves­tal, un ser que de­be­ría ser pu­ro y dul­ce quien, con el pul­gar ha­cia aba­jo, vo­ta su de­go­lla­ción. Igual de po­de­ro­sa y más pe­ne­tran­te es una fa­mo­sa pá­gi­na de san Agus­tín: su gran ami­go, el doc­to y re­fi­na­do Ali­pio, siem­pre se ha­bía ne­ga­do asis­tir a com­ba­tes, pe­ro se de­jó lle­var un día. Al prin­ci­pio man­tu­vo los ojos ce­rra­dos, pe­ro los abrió lleno de sor­pre­sa en el mo­men­to en el que la caí­da de un com­ba­tien­te pro­vo­có un gri­to en el pú­bli­co; por des­gra­cia, «ape­nas hu­bo vis­to la san­gre, be­bió de un tra­go la fe­ro­ci­dad; en lu­gar de des­viar la mi­ra­da, la fi­jó, em­bria­gán­do­se de san­grien­tas vo­lup­tuo­si­da­des; mi­ró, gri­tó, se enar­de­ció».
La pues­ta en es­ce­na del es­pec­tácu­lo de los gla­dia­do­res era de­li­be­ra­da­men­te ma­ca­bra. Se em­pe­za­ba por ca­len­tar al ro­jo vi­vo unas plan­chas de hie­rro que per­mi­tían com­pro­bar si un gla­dia­dor he­ri­do no si­mu­la­ba la muer­te; cuan­do se eva­cua­ba a los ca­dá­ve­res, se da­ba a ese trans­por­te una so­lem­ni­dad pa­ró­di­ca; a ve­ces se ins­ta­la­ba un osa­rio en ple­na are­na del cir­co, «pa­ra que el pú­bli­co lo vea». Los mo­nu­men­tos con fi­gu­ras con­fir­man es­tos gus­tos fú­ne­bres. Los com­ba­tes apa­re­cen re­pre­sen­ta­dos en un gran nú­me­ro de ob­je­tos prác­ti­cos y po­co cos­to­sos: en la va­ji­lla, en in­nu­me­ra­bles lam­pa­ri­llas de acei­te; tam­bién son fre­cuen­tes otros dos te­mas: las ca­rre­ras del cir­co y los fes­ti­nes. Las imá­ge­nes eró­ti­cas lo son me­nos. Si los al­fa­re­ros uti­li­za­ban a los gla­dia­do­res co­mo de­co­ra­ción fa­vo­ri­ta era por­que ese te­ma era ad­mi­ti­do por el gran pú­bli­co y no in­fluía en las ven­tas; las imá­ge­nes en las lám­pa­ras son de ta­ma­ño re­du­ci­do y es­tán po­co de­ta­lla­das, pe­ro el gus­to por los com­ba­tes era tan vi­vo en el gran pú­bli­co que in­clu­so así eran su­ges­ti­vas, del mis­mo mo­do que la me­nor ima­gen de des­nu­dez fe­me­ni­na bas­ta­ba pa­ra des­per­tar la li­bi­do.
En las pa­re­des de Pom­pe­ya, in­nu­me­ra­bles graf­fi­tis exal­tan a gran­des di­vos y mo­des­tos com­ba­tien­tes lo­ca­les. En lo que se re­fie­re a los ri­cos, a los me­ce­nas, man­da­ban re­pre­sen­tar or­gu­llo­sa­men­te en los mo­sai­cos de su re­ci­bi­dor o en su tum­ba mo­nu­men­tal una es­ce­na de de­go­lla­ción o los cuer­pos de los gla­dia­do­res que con gran­des gas­tos ha­bían man­da­do de­go­llar, de la mis­ma for­ma que in­di­ca­ban el im­por­te de su gas­to en la ins­crip­ción pues­ta en los edi­fi­cios pú­bli­cos que ha­bían man­da­do cons­truir de su pro­pio bol­si­llo. Un es­pí­ri­tu ele­va­do, Sí­ma­co, in­vo­ca­rá en su au­xi­lio el ejem­plo de Só­cra­tes y la fi­lo­so­fía pa­ra con­so­lar­se del sui­ci­dio de vein­ti­nue­ve pri­sio­ne­ros de gue­rra sa­jo­nes que ha­bían co­me­ti­do la bar­ba­ri­dad de dar­se muer­te la mis­ma ma­ña­na del día en que su hi­jo se pre­pa­ra­ba pa­ra ha­cer que se ma­ta­ran en­tre ellos en la are­na del cir­co co­mo gla­dia­do­res for­zo­sos.
Es­ta in­di­fe­ren­cia an­te la muer­te del pró­ji­mo y es­te re­go­ci­jo es­tán le­jos de ser una vergüen­za par­ti­cu­lar de la so­cie­dad ro­ma­na; se pue­den en­con­trar en cual­quier so­cie­dad y re­apa­re­cen in­clu­so en la más ci­vi­li­za­da, en cual­quier épo­ca; no su­po­nen ni una men­ta­li­dad co­lec­ti­va es­pe­cial ni el pe­so de un pa­sa­do es­pe­cial; bas­ta que el bar­niz «se­cun­da­rio» de la hu­ma­ni­dad, allá don­de exis­ta, des­apa­rez­ca por una ra­zón cual­quie­ra. Ape­nas los grie­gos hu­bie­ron to­ma­do con­cien­cia de la gla­dia­tu­ra, la adop­ta­ron o la vie­ron es­ta­ble­cer­se con in­di­fe­ren­cia. He ci­ta­do más arri­ba las lí­neas elo­gio­sas de Li­ba­nio. Cuan­do Gre­cia y el Orien­te grie­go se con­vir­tie­ron en pro­vin­cias ro­ma­nas, la gla­dia­tu­ra se ex­ten­dió por to­das par­tes co­mo con­se­cuen­cia del cul­to a los em­pe­ra­do­res. Al­gu­nos in­te­lec­tua­les la re­pro­ba­ron, pe­ro tan­to por sen­ti­mien­to an­ti­rro­mano co­mo por hu­ma­ni­ta­ris­mo; al buen Plu­tar­co se de­be es­ta per­la: «No con­fun­di­ré, des­de lue­go, a los no­bles gla­dia­do­res grie­gos con esas bes­tias sal­va­jes que son los gla­dia­do­res ro­ma­nos». El mis­mo éxi­to se dio en las Ga­lias; por el con­tra­rio, los gla­dia­do­res tu­vie­ron po­co éxi­to en Si­ria y en Egip­to.
¿Có­mo no ha­brían de so­por­tar los es­pec­ta­do­res ro­ma­nos con se­re­ni­dad o con pla­cer los com­ba­tes con sus even­tua­les de­go­lla­cio­nes «lim­pias», cuan­do en el en­tre­ac­to del me­dio­día se ajus­ti­cia­ba a cri­mi­na­les «me­jor que no ha­cer na­da»? Y cuan­do en otros mo­men­tos po­dían asis­tir a su­pli­cios diez ve­ces más es­pan­to­sos que los com­ba­tes de la are­na del cir­co: una muer­te atroz se pre­pa­ra­ba a los con­de­na­dos en al­gu­nas re­pre­sen­ta­cio­nes mi­to­ló­gi­cas; se man­da­ba ves­tir a un con­de­na­do con las ro­pas de Hér­cu­les Oe­tano y se le que­ma­ba vi­vo; a unas cris­tia­nas con­de­na­das a muer­te se las dis­fra­zó de Da­nai­des y se las vio­ló pre­via­men­te, o bien, co­mo a Dir­ce, se las ató a los cuer­nos de un to­ro. An­tes de Bec­ca­ria, ba­jo nues­tros an­ti­guos re­gí­me­nes, los su­pli­cios eran atro­ces, pe­ro de otra ma­ne­ra: el po­der real, con una se­rie-, dad te­rri­ble, se lan­za­ba con to­da su fuer­za so­bre el cri­mi­nal que ha­bía vio­la­do sus le­yes, pa­ra que se va­lo­ra­ra la des­pro­por­ción de fuer­zas en­tre el rey y su súb­di­to y la enor­mi­dad del de­li­to; las pues­tas en es­ce­na ro­ma­nas son un lu­di­brium, un sar­cas­mo; el cuer­po cí­vi­co ha­ce un ju­gue­te del cri­mi­nal, pa­ra bur­lar­se de aquel que se hu­bie­ra creí­do más fuer­te que él.
Tam­bién la in­ge­nio­si­dad de los su­pli­cios en­can­ta­ba al pú­bli­co, que fe­li­ci­ta­ba a sus or­ga­ni­za­do­res. El Li­bro de los es­pec­tácu­los de Mar­cial po­ne los pe­los de pun­ta; en unos bo­ni­tos y afec­ta­dos ver­sos el poe­ta ala­ba al prín­ci­pe reinan­te por los in­ge­nio­sos dis­fra­ces y tor­tu­ras que ha­bían ser­vi­do de in­ter­me­dio en el trans­cur­so de los es­pec­tácu­los im­pe­ria­les; son otras tan­tas prue­bas de la preo­cu­pa­ción que tie­ne el em­pe­ra­dor por ha­cer reinar la jus­ti­cia y el or­den pú­bli­co. En una no­ve­la hu­mo­rís­ti­ca y un po­co snob, Apu­le­yo nos ha­ce en­trar en la man­sión de un ri­co no­ta­ble; cuan­do es­te úl­ti­mo se pre­pa­ra­ba pa­ra ofre­cer un es­pec­tácu­lo a su ciu­dad, se veían en su ca­sa con­de­na­dos en­car­ce­la­dos a los que, es­cri­be, «se ce­ba­ba pa­ra ali­men­tar a las fie­ras»; tam­bién se veían osos en jau­las, de los cua­les nues­tro au­tor di­ce, to­man­do una an­ti­gua ocu­rren­cia de Gor­gias, que se­rán los no­bles se­pul­cros de esos con­de­na­dos. En­ten­de­mos que aquel me­ce­nas ha­bía com­pra­do con­de­na­dos a muer­te al te­so­ro pú­bli­co im­pe­rial, su pro­pie­ta­rio, que ha­cía co­mer­cio con ellos y los ven­día a los me­ce­nas, con la con­di­ción de que fue­sen ajus­ti­cia­dos en el trans­cur­so del es­pec­tácu­lo. Se­gu­ra­men­te man­da­rá re­pre­sen­tar su su­pli­cio en un gran mo­sai­co en su sa­lón de re­cep­ción.
Con la cris­tia­ni­za­ción del po­der im­pe­rial, las re­pre­sen­ta­cio­nes sar­cás­ti­cas lle­ga­rán a su fin: la ley de Dios ha si­do ri­di­cu­li­za­da, co­sa que me­re­ce la ho­gue­ra a ojos de to­dos, pues la in­dig­na­ción del pú­bli­co, es­tá en con­ni­ven­cia con la del juez, pe­ro eso ya no se pres­ta a la bur­la; ya no es el pue­blo de los ciu­da­da­nos el que se re­ve­la co­mo que es el más fuer­te, sino la jus­ti­cia del so­be­rano la que pre­va­le­ce. Los cris­tia­nos cen­su­ra­rán la gla­dia­tu­ra, pe­ro so­la­men­te una mi­no­ría de ellos con­de­na­rá los su­pli­cios, en vano.
4
De­je­mos a los pú­bli­cos po­pu­la­res: ¿cuál era an­te la gla­dia­tu­ra la ac­ti­tud de la éli­te in­te­lec­tual, cu­ya pa­la­bra cla­ve, a par­tir de la he­le­ni­za­ción, era phi­lanth­ro­pia o hu­ma­ni­tas? ¿Y la de ese es­toi­cis­mo que se con­si­de­ra «bueno en to­dos los as­pec­tos», la de un Sé­ne­ca o de un Mar­co Au­re­lio? De­je­mos los anacro­nis­mos pia­do­sos: uno y otro es­ta­ban a la mi­tad del es­ta­do «pri­ma­rio»; Mar­co Au­re­lio y Sé­ne­ca no per­te­ne­cían a esas al­mas dé­bi­les que no so­por­tan la vis­ta de la san­gre: ellos mi­ra­ban la muer­te de un hom­bre sin pla­cer, des­de lue­go, pe­ro sin de­ma­sia­da pe­na. Tam­bién Sé­ne­ca pu­do ser un afi­cio­na­do a los com­ba­tes de la are­na del cir­co.
Mar­co Au­re­lio, por su par­te, no com­par­tía el gus­to de Sé­ne­ca por los com­ba­tes, ni tam­po­co por nin­gún es­pec­tácu­lo. Es­to es to­do lo que tie­ne que de­cir: a él «no le gus­tan en ab­so­lu­to los es­pec­tácu­los del an­fi­tea­tro y de lu­ga­res de esa cla­se, por­que en ellos siem­pre ve lo mis­mo y la mo­no­to­nía ha­ce su vi­sión fas­ti­dio­sa». An­te la muer­te de un gla­dia­dor, el em­pe­ra­dor fi­ló­so­fo no tie­ne nin­gu­na reac­ción in­dig­na­da; la san­gre fría de su len­gua­je de­mues­tra que po­see la in­sen­si­bi­li­dad «pri­ma­ría» de quien ve ma­tar a un hom­bre con in­di­fe­ren­cia o in­clu­so con abu­rri­mien­to si los ho­mi­ci­dios se re­pi­ten. Sin du­da, el pe­so de la cos­tum­bre le ocul­ta­ba su ho­rror, co­mo a ca­si to­dos sus con­tem­po­rá­neos, sin ha­blar de la nor­mal in­di­fe­ren­cia por la suer­te del pró­ji­mo. Mar­co Au­re­lio se con­for­ma­ba con las con­ve­nien­cias y, sien­do aún un sim­ple se­na­dor, ofre­ció un es­pec­tácu­lo fu­ne­ra­rio de gla­dia­do­res por la muer­te de su abue­lo.
Por el con­tra­rio, co­mo em­pe­ra­dor, Mar­co Au­re­lio se to­ma­ba muy en se­rio uno de los pro­ble­mas per­ma­nen­tes de la eco­no­mía im­pe­rial: el enor­me des­pil­fa­rro de di­ne­ro que su­po­nía el me­ce­naz­go, que era un de­ber pa­ra los ri­cos; los com­ba­tes de gla­dia­do­res con­tri­buían a mer­mar la for­tu­na de los me­ce­nas mu­ni­ci­pa­les y de los su­mos sa­cer­do­tes del cul­to im­pe­rial. Mar­co Au­re­lio hi­zo, pues, que el Se­na­do apro­ba­ra un pro­yec­to de ley con el pro­pó­si­to de abo­lir el gra­vo­so im­pues­to que pe­sa­ba so­bre las ven­tas de gla­dia­do­res o li­mi­tar el pre­cio de ven­ta au­to­ri­za­do. El ob­je­ti­vo de­cla­ra­do y au­tén­ti­co de ese pro­yec­to era ali­viar la bol­sa de los ri­cos, por­que los co­mer­cian­tes de gla­dia­do­res re­per­cu­tían so­bre ellos el im­por­te del im­pues­to im­pe­rial. La nue­va ley ve­nía en au­xi­lio «de las fi­nan­zas de las ciu­da­des y de los pa­tri­mo­nios de la cla­se al­ta», de­cla­ró un se­na­dor du­ran­te el de­ba­te. Se­gún uno de sus co­le­gas, los co­mer­cian­tes de car­ne hu­ma­na ven­de­rán a par­tir de en­ton­ces esa car­ne a pre­cios más equi­ta­ti­vos, me­nos leo­ni­nos, más hu­ma­nos (por una trá­gi­ca iro­nía, es a pro­pó­si­to de es­tos pre­cios más jus­tos por lo que se uti­li­za la pa­la­bra hu­ma­ni­tas en el tex­to). Co­mo ya no te­nían mie­do a arrui­nar­se, los me­ce­nas no ha­rán otra co­sa que de­di­car­se a ofre­cer esos es­pec­tácu­los, aña­de há­bil­men­te es­te ora­dor. Efec­ti­va­men­te, la po­lí­ti­ca im­pe­rial bus­ca­ba cons­tan­te­men­te el jus­to me­dio en­tre dos ne­ce­si­da­des opues­tas: im­pe­dir que los ri­cos gas­ta­ran de­ma­sia­do en el pue­blo y, sin em­bar­go, obli­gar­los a gas­tar.
En con­se­cuen­cia, ob­je­ti­va­men­te, la ley de Mar­co Au­re­lio fa­ci­li­ta­ba la ma­tan­za de un ma­yor nú­me­ro de gla­dia­do­res. Pe­se a lo cual, otro se­na­dor, pa­ra en­sal­zar esa mis­ma ley, fe­li­ci­tó al em­pe­ra­dor por una no­ble in­ten­ción; la gla­dia­tu­ra, di­jo, «es con­tra­ria a to­das las le­yes di­vi­nas y hu­ma­nas», y a par­tir de en­ton­ces la fis­ca­li­dad im­pe­rial «ya no vol­ve­rá a es­tar sal­pi­ca­da de san­gre hu­ma­na». El ora­dor re­co­no­cía, pues, que la are­na del cir­co con­tra­ve­nía mo­ral­men­te la prohi­bi­ción que cas­ti­ga­ba el ho­mi­ci­dio en cual­quier so­cie­dad; co­mo he­mos vis­to, des­per­ta­ba la pie­dad de al­gu­nos, sus­ci­ta­ba un ma­les­tar, arras­tra­ba tras de sí una som­bra. Es po­si­ble, pues, que la ley fue­ra un ob­je­ti­vo se­cun­da­rio, el de per­mi­tir al em­pe­ra­dor fi­ló­so­fo de­cla­rar­se inocen­te de aque­lla in­mo­ra­li­dad la­ván­do­se fis­cal­men­te las ma­nos. Uno de sus su­ce­so­res re­nun­cia­rá a em­bol­sar­se el im­pues­to so­bre otra in­mo­ra­li­dad, la pros­ti­tu­ción.
Del mis­mo mo­do que Mar­co Au­re­lio, Sé­ne­ca es a me­dias «pri­ma­rio» y a me­dias fi­ló­so­fo, pe­ro, a di­fe­ren­cia del em­pe­ra­dor, no se abu­rre en los es­pec­tácu­los de gla­dia­do­res; al con­tra­rio, asis­te a ellos por pla­cer. Ad­mi­te, co­mo to­do el mun­do, la de­ro­ga­ción au­to­ri­za­da por la cos­tum­bre, aun­que el pen­sa­dor que hay en él la con­de­na o más bien la de­plo­ra; es­tos com­ba­tes no son pre­ci­sa­men­te una obra pia­do­sa, es­cri­be, por­que la san­gre hu­ma­na co­rre en ellos. Pe­ro, al fi­nal, él va al an­fi­tea­tro por su pro­pio pie, sin que na­die le obli­gue a acu­dir; va pa­ra di­ver­tir­se y no pien­sa en ocul­tar­se. Di­ri­gién­do­se a una da­ma, le ha­bla de la ra­re­za de nues­tros hu­mo­res: «Nues­tro es­pí­ri­tu a ve­ces es­tá ocu­pa­do en ver com­ba­tes de gla­dia­do­res; pues bien, pre­ci­sa­men­te en me­dio de ese es­pec­tácu­lo que de­be­ría di­ver­tir­nos, ocu­rre que una li­ge­ra som­bra de tris­te­za se des­li­za en no­so­tros».
Sé­ne­ca, vien­do la muer­te del gla­dia­dor ven­ci­do en la are­na del cir­co, es com­pa­ra­ble al es­pec­ta­dor de una co­rri­da que con­si­de­ra­ra cruel la muer­te del to­ro (le su­pon­go aman­te de los ani­ma­les), pe­ro al que tam­bién le gus­ta­ría ver có­mo unos hom­bres va­lien­tes se en­fren­tan a pe­li­gros reales. La de­go­lla­ción del ven­ci­do es cruel, pe­ro, sin esa san­ción, la prue­ba de va­lor ya no se­ría tal: co­mo en otros «de­por­tes» an­ti­guos, los com­ba­tes de la are­na del cir­co eran prue­bas de va­lor en si­tua­ción real. Ésa es la ra­zón por la que, a pe­sar de su par­te de cruel­dad, los com­ba­tes de la are­na del cir­co son a los ojos de Sé­ne­ca un es­pec­tácu­lo no­ble que él va a ver sin sen­tir vergüen­za; qui­zá nos re­cuer­de que es­ti­ma el va­lor y la re­sis­ten­cia de los gla­dia­do­res, por su amor a la glo­ria.
Los su­pli­cios en la are­na del cir­co son, por el con­tra­rio, es­cri­be él, ase­si­na­tos pu­ros y sim­ples en los que se lle­va a la muer­te a unos con­de­na­dos «a la­ti­ga­zos y con hie­rros al ro­jo vi­vo; ¿por qué aquél es tan co­bar­de que co­rre pa­ra ha­cer­se en­sar­tar? Que los gol­pes cai­gan so­bre esos pe­chos des­nu­dos y de fren­te». Un día Sé­ne­ca se en­con­tró por azar en las gra­das du­ran­te el des­can­so del me­dio­día, a la ho­ra de aque­llos ho­rro­res, y cons­ta­tó que fas­ci­na­ban al pú­bli­co. No son más que cri­mi­na­les jus­ta­men­te con­de­na­dos, le di­rán. «Des­de lue­go, pe­ro ¿qué ne­ce­si­dad tie­nes tú de ver co­rrer la san­gre?» Sé­ne­ca es se­gu­ra­men­te el úni­co au­tor pa­gano que vis­lum­bró que era per­ver­so de­lei­tar­se vien­do su­pli­cios.
Pe­ro, en Sé­ne­ca, el hom­bre y el fi­ló­so­fo es­toi­co só­lo se con­fun­den en par­te. Pa­ra es­te úl­ti­mo, los com­ba­tes son tan im­píos co­mo los su­pli­cios, vio­lan igual­men­te la prohi­bi­ción de ma­tar, cuan­do cual­quier hom­bre de­be­ría ser in­vio­la­ble, por­que to­dos son con­ciu­da­da­nos de la Ciu­dad cós­mi­ca. Las sa­bi­du­rías pa­ga­nas, y la de Sé­ne­ca es­pe­cial­men­te, ha­cían del amor en­tre los hom­bres un de­ber, o más bien una in­cli­na­ción na­tu­ral, re­sul­tan­te de una es­pe­cie de víncu­lo de pa­ren­tes­co na­tu­ral (oi­keiôsis) que to­dos tie­nen en­tre sí. Aho­ra bien, «el hom­bre, co­sa sa­gra­da pa­ra el hom­bre, se ma­ta en nues­tros días por di­ver­sión y en­tre­te­ni­mien­to. En­se­ñar­le a in­fli­gir y re­ci­bir he­ri­das an­tes era im­pío, pe­ro re­sul­ta que aho­ra se le arras­tra an­te el pú­bli­co, des­nu­do y des­ar­ma­do, y bas­ta la ago­nía de un ser hu­mano pa­ra ha­cer un es­pec­tácu­lo».
La hu­ma­ni­dad pri­mi­ti­va ig­no­ra­ba aún es­tas in­mo­ra­li­da­des, pe­ro so­la­men­te era inocen­te por no ha­ber te­ni­do tiem­po de des­cu­brir el mal, de in­ven­tar la gla­dia­tu­ra; to­da­vía se de­di­ca­ba a «tra­tar con in­dul­gen­cia a los ani­ma­les, y fal­ta­ba mu­cho pa­ra que el hom­bre hi­cie­ra pe­re­cer al hom­bre sin más có­le­ra que mo­de­ra­ción por el pla­cer de un es­pec­tácu­lo». Es­ta inocen­cia no ofre­cía nin­gu­na ga­ran­tía pa­ra el fu­tu­ro, por­que «la na­tu­ra­le­za no da la vir­tud; es una téc­ni­ca [ars] lle­gar a ser un hom­bre de bien», y esa téc­ni­ca tie­ne un nom­bre, fi­lo­so­fía. En­ten­de­mos en­ton­ces por qué Sé­ne­ca ce­de tan fá­cil­men­te a su afi­ción por los es­pec­tácu­los: la in­mo­ra­li­dad de la hu­ma­ni­dad ac­tual es me­nos el pe­ca­do per­so­nal de ca­da hom­bre de que lo es la de­ca­den­cia inevi­ta­ble, impu­table a la hu­ma­ni­dad en blo­que. So­la­men­te el lar­go es­tu­dio de los co­no­ci­mien­tos o «dog­mas» de la fi­lo­so­fía per­mi­te ad­qui­rir, al pre­cio de con­ti­nuos ejer­ci­cios, esa cien­cia que es la vir­tud. Más ge­ne­ral­men­te, sin ser fi­ló­so­fo, to­do hom­bre de cul­tu­ra, en Ro­ma, de­bía es­tar lleno de hu­ma­ni­tas; en vir­tud de es­ta fi­lan­tro­pía, Ci­ce­rón, mien­tras aprue­ba la des­truc­ción de la re­bel­de Car­ta­go, la­men­ta que sus an­te­pa­sa­dos hu­bie­ran bo­rra­do a Co­rin­to del ma­pa y Sé­ne­ca con­de­na vi­va­men­te a uno de sus con­tem­po­rá­neos, go­ber­na­dor de pro­vin­cia, que ha­bla­ba del pla­cer re­gio que sen­tía al man­dar de­ca­pi­tar a tres­cien­tos hom­bres.
Sé­ne­ca no se tie­ne por un sa­bio y sa­be que nun­ca lo se­rá; no es más que un hom­bre de la de­ca­den­cia que tra­ba­ja por me­jo­rar. Cuan­do va a ver com­ba­tes, si­gue la cos­tum­bre y su gus­to, vi­ve co­mo un miem­bro de la so­cie­dad tal co­mo es (y no es per­fec­ta, pues es­tá cons­trui­da so­bre la «lo­cu­ra» ca­si uni­ver­sal), del mis­mo mo­do que con­fie­sa ser muy ri­co, mien­tras que el oro es un des­cu­bri­mien­to del vi­cio. En nues­tros días, es­tig­ma­ti­za­ría a la «so­cie­dad de con­su­mo», pe­ro con­ti­nua­ría con­su­mien­do.
Sin em­bar­go, Sé­ne­ca, por ca­sua­li­dad, ha­bría lle­ga­do a ser un sa­bio ca­bal cu­ya sa­bi­du­ría no lo ha­bría lle­va­do muy le­jos en el ca­mino del hu­ma­ni­ta­ris­mo. La sa­bi­du­ría he­le­nís­ti­ca era eu­de­mo­nis­mo eli­tis­ta que ape­nas se di­ri­gía más que a hom­bres cul­tos y que les en­se­ña­ba a ser fe­li­ces con­tem­plan­do el mun­do des­de arri­ba y vien­do las de­bi­li­da­des hu­ma­nas con el desa­pe­go del sa­bio. Co­mo di­ce Geor­ges Vi­lle, su ac­ti­tud an­te las de­bi­li­da­des del co­mún de los mor­ta­les «es­ta­ba an­te to­do he­cha de in­di­fe­ren­cia, en la que en­tra­ba a la vez la fi­lo­so­fía y un cier­to aris­to­cra­tis­mo». Es­ta sa­bi­du­ría, evi­den­te­men­te, se con­si­de­ra­ba co­mo ver­da­de­ra pa­ra to­do el mun­do, pe­ro no se pro­po­nía ir a edu­car a to­dos los hom­bres ni re­for­mar la so­cie­dad: se ofre­cía a ca­da in­di­vi­duo que in­ten­ta­ba ser fe­liz, abría una tien­da de fe­li­ci­dad y es­pe­ra­ba al clien­te. Esa doc­tri­na de au­to­su­fi­cien­cia era tam­bién po­co pro­se­li­tis­ta, no es­pe­ra­ba ni pre­ten­día re­unir un día en ella a to­da la hu­ma­ni­dad; de­pen­día de ca­da yo el res­pon­der al ofre­ci­mien­to, bus­car su fe­li­ci­dad. El clien­te es es­toi­co se ocu­pa­ba de sí mis­mo pa­ra po­ner­se al res­guar­do del mun­do a fuer­za de me­di­tar la ver­dad de la doc­tri­na y de em­pa­par­se de ella; lo que ha­bía que ha­cer era con­se­guir al­gún día ha­cer de uno mis­mo una es­pe­cie de es­ca­fan­dra que atra­ve­sa­ría el mun­do en un es­ta­do de se­gu­ri­dad in­te­rior y de au­tar­quía. Tal co­mo va el mun­do, se tra­ta de un ob­je­to de­plo­ra­ble o un mo­ti­vo de sar­cas­mo, y no de una ac­ción re­for­ma­do­ra.
Sé­ne­ca es­cri­bió que el hom­bre es sa­gra­do pa­ra el hom­bre, y se le ha ala­ba­do mu­cho es­ta fra­se, dig­na de un au­tor cris­tiano, se­gún di­cen. Sin em­bar­go, des­pués de ha­ber­la es­cri­to sus­pi­ran­do, Sé­ne­ca se que­dó ahí; no em­pren­dió la ta­rea de en­se­ñar a sus lec­to­res que de­ja­ran de ir al an­fi­tea­tro, a don­de él tam­bién iba. El cris­tiano Lac­tan­cio, lec­tor de Sé­ne­ca, re­cu­pe­ró un día es­ta fra­se: Dios ha que­ri­do que el hom­bre sea un ser sa­gra­do, in­vio­la­ble, un sanc­tum ani­mal, pe­ro Lac­tan­cio lo di­rá pa­ra que en ade­lan­te es­te prin­ci­pio se tra­duz­ca en ac­tos.
Sí, no ca­be du­da de que fue el cris­tia­nis­mo el que pu­so fin a la gla­dia­tu­ra, pe­ro lo hi­zo me­dian­te com­pli­ca­dos ro­deos y por ca­mi­nos en los que no se pen­sa­ría de ma­ne­ra es­pon­tá­nea. An­tes de abor­dar es­ta di­fí­cil cues­tión, re­ca­pi­tu­le­mos las ac­ti­tu­des pa­ga­nas an­te los com­ba­tes de la are­na del cir­co:
1° La ac­ti­tud nor­mal era amar los com­ba­tes; ver afron­tar la muer­te era un es­pec­tácu­lo no­ble, co­mo ver co­rrer la san­gre es un pla­cer muy ex­ten­di­do en cual­quier épo­ca. La ac­ti­tud del pú­bli­co iba del sa­dis­mo (el del em­pe­ra­dor Clau­dio) a la in­di­fe­ren­cia, no me­nos ex­ten­di­da, ha­cia la des­gra­cia del pró­ji­mo.
2° Al­gu­nos doc­tos re­pro­ba­ban es­tos ase­si­na­tos en nom­bre de la pie­dad (Mu­so­nio) o de la mo­ral fi­lo­só­fi­ca (Sé­ne­ca), pe­ro es­ta re­pro­ba­ción era pla­tó­ni­ca: la mo­ral pa­ga­na co­rrien­te era una mo­ral de cos­tum­bres y no es­pe­cu­la­ti­va ni re­li­gio­sa; aho­ra bien, los gla­dia­do­res for­ma­ban par­te de la cos­tum­bre, al me­nos en Ro­ma.
3° Una reac­ción más ex­ten­di­da, pe­ro con­si­de­ra­da co­mo de­bi­li­dad, era la de no po­der so­por­tar la vi­sión de la san­gre. No nos de­be­mos en­ga­ñar res­pec­to a es­ta re­pul­sión: es­ta­ba he­cha de egoís­mo más que de al­truis­mo; se tra­ta del mie­do por uno mis­mo.
4° No obs­tan­te, pre­ci­sa­men­te ese mie­do de los dé­bi­les te­nía su jus­ti­fi­ca­ción: un he­cho an­tro­po­ló­gi­co es que el ase­si­na­to es­tá prohi­bi­do en­tre miem­bros de un mis­mo gru­po hu­mano; so­la­men­te se pue­de ma­tar al enemi­go o al cri­mi­nal. Na­da es más ba­nal que el «No ma­ta­rás» del De­cá­lo­go. El cris­tia­nis­mo lle­va­rá a la nor­ma­li­dad el es­cán­da­lo an­tro­po­ló­gi­co y la ex­cep­ción en­tre los pue­blos que era la gla­dia­tu­ra.
5
¿Se po­dría ex­pli­car, pues, el fin de la gla­dia­tu­ra de una for­ma tan ren­ci­lla? Nos sen­ti­mos ten­ta­dos a su­po­ner que con los cris­tia­nos lle­gan por fin a la es­ce­na his­tó­ri­ca unos se­res que ven esos com­ba­tes con nues­tros ojos. «Con­quis­ta­dos por el Evan­ge­lio, es­cri­bía Car­co­pino, los ro­ma­nos se ru­bo­ri­za­ron de aque­lla vergüen­za tan arrai­ga­da y se ne­ga­ron a su­frir­la por más tiem­po». No, ese len­gua­je edi­fi­can­te y va­go ig­no­ra­ba una his­to­ria más com­pli­ca­da y ol­vi­da que las con­duc­tas hu­ma­nas es­tán bal­ca­ni­za­das; pa­ra ci­tar a Marc Bloch, la ley de Cris­to «pue­de ser com­pren­di­da co­mo una en­se­ñan­za de man­se­dum­bre y de Mi­se­ri­cor­dia, pe­ro, du­ran­te la era feu­dal, la fe más vi­va en los mis­te­rios del cris­tia­nis­mo se aso­ció sin di­fi­cul­tad apa­ren­te con el gus­to por la vio­len­cia». Nues­tros va­lo­res, cu­ya for­mu­la­ción es más am­plia, más ge­ne­ro­sa -ca­ri­dad cris­tia­na, pa­ren­tes­co es­toi­co en­tre to­dos los hom­bres-, no tie­nen en ge­ne­ral sino un cam­po de apli­ca­ción más li­mi­ta­do; el sa­bio Mar­co Au­re­lio se com­por­ta­ba más allá del Da­nu­bio co­mo lo que en­tre no­so­tros se lla­ma un ge­no­ci­da.
No se pue­de pen­sar en to­do en cual­quier épo­ca; los cris­tia­nos ja­más pen­sa­ron en abo­lir la es­cla­vi­tud, al con­tra­rio, pe­ro re­pro­chár­se­lo se­ría pe­car de anacro­nis­mo. En cam­bio, es cier­to que fue el cris­tia­nis­mo el que aca­bó po­nien­do fin a la gla­dia­tu­ra (con di­fi­cul­tad, por­que la so­cie­dad se re­sis­tía). Con­de­nó esos com­ba­tes por­que la Ley di­vi­na prohí­be ma­tar a un hom­bre in­jus­ta­men­te. No con­de­nó el es­pec­tácu­lo sá­di­co de los su­pli­cios ju­di­cia­les ni las pe­li­gro­sas ca­ce­rías de fie­ras en la are­na del cir­co, que ha­bían sus­ti­tui­do a los com­ba­tes de gla­dia­do­res.
¿La gla­dia­tu­ra? A los cris­tia­nos les cho­ca­ba me­nos que a no­so­tros, por­que, del mis­mo mo­do que sus con­tem­po­rá­neos pa­ga­nos, con­tem­pla­ban la muer­te de un hom­bre (o de un már­tir) sin es­cán­da­lo; to­do el mun­do es­ta­ba acos­tum­bra­do a los su­pli­cios o a la tor­tu­ra, al­go nor­mal en esa épo­ca, de los que se era tes­ti­go sin gran con­mi­se­ra­ción. Aun­que no por ello fue me­nos el cris­tia­nis­mo el que pu­so fin a la gla­dia­tu­ra por cin­co ra­zo­nes: 1) La Igle­sia lan­zó una prohi­bi­ción as­cé­ti­ca con­tra to­dos lo es­pec­tácu­los, em­pe­zan­do por las ca­rre­ras de ca­rros. 2) Es­tá es­cri­to: «No ma­ta­rás», y era vol­ver­se cóm­pli­ce de ase­si­na­tos ver ac­tuar a esos ase­si­nos que eran los gla­dia­do­res. 3) Es ha­cer­se una idea va­ga y char­la­ta­na de la ca­ri­dad cris­tia­na atri­buir­le el fin de la gla­dia­tu­ra. El es­pí­ri­tu evan­gé­li­co de man­se­dum­bre no es lo mis­mo y es a él a quien hay que con­ce­der el mé­ri­to; «la san­gre de­lei­ta a una li­bi­do de mi­ra­das crue­les, es­cri­be san Ci­priano, el hom­bre es allí ase­si­na­do pa­ra el pla­cer del hom­bre». 4) Más allá de es­te es­pí­ri­tu, el ho­rror por la san­gre de­rra­ma­da, que ya sen­tían mu­chos pa­ga­nos, te­nía por mó­vil un mie­do egoís­ta a la vio­len­cia. 5) Por úl­ti­mo, en­tre al­gu­nos cris­tia­nos, una ideo­lo­gía de la no vio­len­cia des­apro­ba­ba a la vez al gla­dia­dor, al sol­da­do y al juez ar­ma­do de es­pa­da, a pe­sar de las ne­ce­si­da­des de la vi­da so­cial. Man­se­dum­bre evan­gé­li­ca e ideo­lo­gía de la no vio­len­cia hi­cie­ron que se con­si­de­ra­ra co­mo nor­mal, y ya no co­mo una mie­do­sa de­bi­li­dad, el ho­rror por la san­gre de­rra­ma­da den­tro del gru­po en paz, lo que re­pre­sen­ta­ba una ame­na­za pa­ra to­dos. La abo­li­ción de la gla­dia­tu­ra se­rá el triun­fo de la man­se­dum­bre y, por lo de­más, su úni­co triun­fo.
Des­de lue­go, la es­tric­ta jus­ti­cia que prohí­be el ase­si­na­to en to­dos los pue­blos hi­zo tan­to co­mo la man­se­dum­bre por la abo­li­ción de la gla­dia­tu­ra. Sin em­bar­go, no ha­bría po­di­do ha­cer­lo, no ha­bría po­di­do aca­bar por im­po­ner­se, sin la tri­ple ori­gi­na­li­dad de la mo­ral cris­tia­na: le­jos de ser una mo­ral de las cos­tum­bres, es una mo­ral de prin­ci­pios que no ad­mi­te de­ro­ga­cio­nes; es­ta mo­ral, es­pe­cu­la­ti­va a su ma­ne­ra, se im­po­ne a to­dos los hom­bres en lu­gar de es­tar re­ser­va­da a una éli­te ilus­tra­da; es, por úl­ti­mo, una mo­ral in­terio­ri­za­da: sen­tir pla­cer vien­do un ase­si­na­to es ser un ase­sino en el fon­do del co­ra­zón.
Pues­to que el tiem­po ha­ce mu­cho en el pro­ce­so, dis­tin­ga­mos en­tre las dis­tin­tas épo­cas. An­tes del año 313, en el que el cris­tia­nis­mo se con­vier­te en la re­li­gión per­so­nal de los em­pe­ra­do­res, la Igle­sia es una sec­ta sos­pe­cho­sa, a ve­ces per­se­gui­da, una de cu­yas preo­cu­pa­cio­nes es pro­te­ger a sus fíe­les de las cos­tum­bres de una so­cie­dad pa­ga­na que se­ría ab­so­lu­ta­men­te in­ca­paz de re­for­mar. Sus fíe­les se com­pro­me­ten a vi­vir vir­tuo­sa­men­te y no a mi­li­tar con­tra los vi­cios de una Ciu­dad que no es la su­ya; la ver­da­de­ra Ciu­dad de Dios, in­si­núa El Pas­tor de Her­mes, se lle­va­rá a ca­bo des­pués del re­gre­so del Cris­to-Juez en­tre las nu­bes y no en es­te mun­do. Por el con­tra­rio, des­pués del año 313, ba­jo un em­pe­ra­dor cris­tiano, la gla­dia­tu­ra po­drá con­ver­tir­se en un es­cán­da­lo pa­ra la Igle­sia y pa­ra el Es­ta­do.
Ade­más, tan­to an­tes co­mo des­pués del año 313, es­ta re­li­gión era muy di­fe­ren­te de lo que lle­ga­rá a ser a lo lar­go de los si­glos, por ejem­plo con el fran­cis­ca­nis­mo, por no ha­blar más que de él, y de lo que ima­gi­na­rá el hu­ma­ni­ta­ris­mo del si­glo XIX. La «Cruz in­ven­ci­ble» era el sím­bo­lo de la vic­to­ria de Cris­to so­bre la muer­te, so­bre los fal­sos dio­ses, so­bre los de­mo­nios. Sin em­bar­go, el te­ma que nos re­sul­ta más fa­mi­liar des­de ha­ce lar­gos si­glos, a sa­ber, la Pa­sión de Cris­to y la Cru­ci­fi­xión, es­tá au­sen­te del ar­te cris­tiano y de la pa­trís­ti­ca grie­ga y la­ti­na de los cua­tro pri­me­ros si­glos y más allá, con una o dos ex­cep­cio­nes más o me­nos. El cris­tia­nis­mo an­ti­guo ig­no­ra­ba los su­fri­mien­tos del Cru­ci­fi­ca­do y el amor de la Vir­gen Ma­dre; Cris­to no era un mo­de­lo de hu­ma­ni­dad amo­ro­sa, de con­mi­se­ra­ción, ha­bía ve­ni­do a traer la sal­va­ción o la con­de­na al pre­cio de una pro­fun­da re­for­ma de ca­da uno, de la ob­ser­va­ción es­cru­pu­lo­sa de una mo­ral se­ve­ra o de lar­gas pe­ni­ten­cias. En los tex­tos cris­tia­nos de los tres pri­me­ros si­glos, las lla­ma­das a la ca­ri­dad no son ra­ras, pe­ro las lla­ma­das al res­pe­to de los de­más man­da­mien­tos son más nu­me­ro­sas; la le­che de la ter­nu­ra hu­ma­na ma­na po­co en la li­te­ra­tu­ra pa­leo­cris­tia­na, en la que pre­do­mi­na el ri­gor mo­ral y pas­to­ral. Co­sa que se com­pren­de: las prohi­bi­cio­nes y abs­ti­nen­cias son más rea­li­za­bles que la uto­pía re­vo­lu­cio­na­ria de amar al pró­ji­mo; des­pués de la li­mos­na y las obras de mi­se­ri­cor­dia, ¿qué más se po­día pres­cri­bir que fue­ra po­si­ble? El es­pí­ri­tu evan­gé­li­co no apa­re­ce co­mo el men­sa­je cris­tiano por ex­ce­len­cia has­ta el si­glo XIX; ha­cia 1848, a la gen­te le gus­ta­ba creer que el fin de la es­cla­vi­tud se de­bía a la ca­ri­dad.
Co­mo la so­cio­lo­gía aún te­nía que es­pe­rar quin­ce o vein­te si­glos an­tes de na­cer, el gla­dia­dor no era una víc­ti­ma de la so­cie­dad ro­ma­na; nun­ca fue ob­je­to de con­mi­se­ra­ción, nin­gu­na pa­la­bra ca­ri­ta­ti­va se pro­nun­ció so­bre él. Se­gún Ta­ciano, la are­na del cir­co tie­ne dos cul­pa­bles: el me­ce­nas que ofre­ce el es­pec­tácu­lo y el pro­pio gla­dia­dor. Pa­ra que es­te úl­ti­mo «pue­da ma­tar, exis­te una ha­bi­li­dad, un en­tre­na­mien­to, una téc­ni­ca; no so­la­men­te se eje­cu­ta el cri­men, tam­bién se apren­de», es­cri­be san Ci­priano. El gla­dia­dor que si­gue es­ta en­se­ñan­za es un ase­sino a suel­do, un men­di­go que ven­de su piel pa­ra vi­vir, una es­pe­cie de pros­ti­tu­to. A me­nos que sea un lo­co, co­mo son los bes­tia­rios, los ca­za­do­res de la are­na del cir­co, que ex­po­nen sus días sin que na­da los obli­gue, que con ello con­si­guen glo­ria por una es­pe­cie de ra­bia, y que im­po­nen el es­pec­tácu­lo a su her­mano, a su her­ma­na, a su ma­dre, que ha pa­ga­do ca­ro su si­tio pa­ra par­ti­ci­par en las an­gus­tias de su hi­jo.
Hay, sin em­bar­go, una ex­cep­ción par­cial, san Agus­tín, cu­ya lu­ci­dez com­pren­dió que los gla­dia­do­res eran víc­ti­mas de las pa­sio­nes de la mul­ti­tud an­tes que pres­tar­se ellos mis­mos al jue­go. La pa­sión de los es­pec­tácu­los, es­cri­be, «vuel­ve a las gen­tes se­me­jan­tes a de­mo­nios. Con sus gri­tos, in­ci­tan a ma­tar­se mu­tua­men­te a hom­bres que no tie­nen otro mo­ti­vo pa­ra lu­char con hom­bres que no les han he­cho na­da que el de­seo de com­pla­cer a un pú­bli­co de fa­ná­ti­cos»; es­te pú­bli­co se en­cuen­tra «arre­ba­ta­do por la lo­cu­ra de los com­ba­tien­tes que él mis­mo ha vuel­to lo­cos» al ex­ci­tar sus ri­va­li­da­des mu­tuas. De to­das for­mas, si­guen al­gu­nas lí­neas re­ve­la­do­ras: ade­más de los gla­dia­do­res, el mis­mo círcu­lo vi­cio­so de pa­sión lo­ca y ri­va­li­dad tam­bién arre­ba­ta a «co­me­dian­tes, mú­si­cos, au­ri­gas del cir­co y esos mi­se­ra­bles ca­za­do­res que no ha­cen sino lu­char con­tra las fie­ras» en la are­na del cir­co. Es equi­pa­rar un es­pec­tácu­lo, en el que los hom­bres ma­tan y mue­ren, con una ca­rre­ra de ve­lo­ci­dad en pis­ta y con los equi­va­len­tes an­ti­guos del tea­tro, del mu­sic-hall o de la ópe­ra.
Agus­tín si­gue man­te­nién­do­se, pues, en lo que era la crí­ti­ca cris­tia­na con­sa­gra­da des­de ha­cía tres si­glos: to­dos los es­pec­tácu­los son cul­pa­bles, ya sea la are­na, el cir­co o el tea­tro; to­dos lo son, tan­to unos co­mo otros, y su igual cul­pa­bi­li­dad con­sis­te en pro­vo­car pa­sio­nes, per­tur­bar el al­ma de los ac­to­res y del pú­bli­co. «Tal ali­men­to, tal sa­lud; ¿có­mo un es­pí­ri­tu que se ali­men­tó del es­pec­tácu­lo de ri­va­li­da­des y de com­ba­tes sin­gu­la­res po­dría man­te­ner­se en paz?» Esa paz «sua­ve y agra­da­ble, in­clu­so en me­dio de la amar­gu­ra de las pe­nas de la vi­da pre­sen­te», esa «ale­gría de una bue­na con­cien­cia» que ex­pe­ri­men­ta aquel que obe­de­ce a los man­da­mien­tos de Dios y hu­ye de los fal­sos pla­ce­res «de la ri­que­za, de las ta­ber­nas, del cir­co, de la las­ci­via de los ba­ños pú­bli­cos, del de­rro­che». La con­de­na de los es­pec­tácu­los por par­te de las au­to­ri­da­des ecle­siás­ti­cas te­nía la pro­me­sa de un gran pro­ve­nir, Bos­suet y la Car­ta a d’Alam­bert so­bre los es­pec­tácu­los del gi­ne­brino Jean Jac­ques Rous­seau se­gui­rán tro­nan­do con­tra el tea­tro.
6
¿Y los gla­dia­do­res? ¿Los he­mos ol­vi­da­do? No, pe­ro la con­de­na glo­bal de to­dos los es­pec­tácu­los eclip­sa un po­co la es­pe­ci­fi­ci­dad de es­tos ase­si­nos, que son do­ble­men­te cul­pa­bles: ma­tan y for­man par­te de la gen­te del es­pec­tácu­lo. El pri­mer re­pro­che era ca­pi­tal a los ojos de al­gu­nos cris­tia­nos. Por el con­tra­rio, pa­ra la je­rar­quía ecle­siás­ti­ca, que te­nía el en­car­go de ve­lar por el re­ba­ño de los fie­les, el se­gun­do re­pro­che era mu­cho más gra­ve; con­si­de­ra­ba los es­pec­tácu­los, a to­dos sin dis­tin­ción, co­mo uno de los peo­res pe­li­gros pa­ra las al­mas y ha­cía gran­des es­fuer­zos por apar­tar de ellos a los fie­les. La gla­dia­tu­ra no era a sus ojos más que un es­pec­tácu­lo en­tre otros, se­gu­ra­men­te no el peor. To­dos los es­pec­tácu­los les es­ta­ban prohi­bi­dos a los cris­tia­nos. ¿Era la prohi­bi­ción acep­ta­da y res­pe­ta­da por el re­ba­ño de los fie­les? Eso es me­nos se­gu­ro.
To­da­vía hay que des­en­tra­ñar las ra­zo­nes de la prohi­bi­ción, que no siem­pre son las que avan­za­ban los mo­ra­lis­tas cris­tia­nos y que no son tan sim­ples ni siem­pre cons­cien­tes. De­je­mos de la­do el ca­rác­ter pre­ten­di­da­men­te sa­gra­do de los es­pec­tácu­los: no era más que un pre­tex­to; Geor­ges Vi­lle de­mos­tró que el Cir­co, el tea­tro y la are­na es­ta­ban to­tal­men­te desa­cra­li­za­dos, al me­nos ba­jo el Al­to Im­pe­rio; no eran más que pla­ce­res. Eso es pre­ci­sa­men­te lo que los cris­tia­nos les re­pro­chan, por «un pu­ri­ta­nis­mo pro­cli­ve a con­de­nar to­da bús­que­da del pla­cer» o por esa des­va­lo­ri­za­ción del mun­do que im­pli­ca to­da re­li­gión de sal­va­ción. Los es­pec­tácu­los son otras tan­tas «vo­lup­tuo­si­da­des de los sen­ti­dos», de las que hay que huir lo mis­mo que de los ba­ños, los gim­na­sios, los ador­nos de las mu­je­res y to­do aque­llo que pue­de lla­mar­se lu­jo y vi­da mun­da­na. De la mis­ma ma­ne­ra, por as­ce­tis­mo, al­gu­nos pa­ga­nos, sa­cer­do­tes o as­tró­lo­gos, «se man­te­nían ale­ja­dos de las se­duc­cio­nes de los es­pec­tácu­los». El úni­co pla­cer per­mi­ti­do es el que pro­por­cio­na el ejer­ci­cio de la vir­tud.
Aho­ra bien, no se va a los tres es­pec­tácu­los más que por pla­cer, por con­cu­pis­cen­cia. Tres pa­la­bras los re­su­men: fu­ror, sae­vi­tia, im­pu­di­ci­tia («fu­ror», «cruel­dad», «im­pu­dor»). Se va a bus­car allí el de­li­rio arre­ba­ta­do de las ca­rre­ras de cua­dri­gas, don­de los es­pec­ta­do­res apues­tan por el ven­ce­dor o se pe­lean en­tre ellos por su equi­po fa­vo­ri­to; se sa­bo­rea la cruel­dad del an­fi­tea­tro, esa es­cue­la de ho­mi­ci­dios, y las in­fa­mias que en­se­ña el tea­tro: per­mi­te ver di­vi­ni­da­des adúl­te­ras, Ve­nus y Mar­te, ofre­ce el ejem­plo del pa­rri­ci­dio y del in­ces­to con Edi­po y Pé­lo­pe; una cas­ta ma­tro­na se to­ma­rá im­pú­di­ca. Teó­fi­lo de An­tio­quía va más le­jos: ver una pan­to­mi­ma que mues­tra el fes­tín ca­ní­bal de Atreo y Ties­tes es «pen­sar en ha­cer otro tan­to».
En es­tas con­di­cio­nes, se co­rría el pe­li­gro de pen­sar que las ig­no­mi­nias del tea­tro bien va­lían los crí­me­nes del an­fi­tea­tro. Sin em­bar­go, no se ale­ga­ba es­ta pro­po­si­ción más que ba­jo la for­ma de la ne­ga­ción, en una fra­se ne­ga­ti­va: «La man­cha del tea­tro no es me­nos de­plo­ra­ble que la de la are­na del cir­co»; se reac­cio­na­ba con­tra un pri­mer mo­vi­mien­to que con­sis­tía en con­si­de­rar la are­na del cir­co peor que el tea­tro, se du­da­ba en­tre el as­ce­tis­mo y la sim­ple hu­ma­ni­dad. Re­sul­ta que los cris­tia­nos, del mis­mo mo­do que sus con­tem­po­rá­neos pa­ga­nos, con­tem­pla­ban la muer­te de un hom­bre (o de un már­tir) con san­gre fría.
Los es­pec­tácu­los son cul­pa­bles, los hom­bres del es­pec­tácu­lo, por lo tan­to, tam­bién lo son, el gla­dia­dor es cul­pa­ble de ser­lo y, ade­más, es un ase­sino; la gla­dia­tu­ra es un ofi­cio des­ho­nes­to que nin­gún cris­tiano de­be­ría ejer­cer. En el pri­mer cuar­to del si­glo III, el pres­bí­te­ro Hi­pó­li­to de Ro­ma quie­re que, si un gla­dia­dor pre­ten­de con­ver­tir­se al cris­tia­nis­mo, «de­je de ser­lo o sea re­cha­za­do». Lo exi­ge tan­to del au­ri­ga, del co­me­dian­te, de la cor­te­sa­na y del ru­fián, que no se­rán ad­mi­ti­dos co­mo ca­te­cú­me­nos has­ta que no aban­do­nen su ofi­cio; ésa era, a gran­des ras­gos, la lis­ta de los que eran ta­cha­dos de in­fa­mia en el de­re­cho ro­mano: aque­llos cu­yo ofi­cio con­sis­tía en pros­ti­tuir en pú­bli­co su cuer­po o la ima­gen de su per­so­na. Sin em­bar­go, tal no era en ab­so­lu­to el cri­te­rio de Hi­pó­li­to, cu­yas exi­gen­cias eran re­li­gio­sas y éti­cas: un es­cul­tor o un pin­tor no de­be­rán nun­ca más ha­cer ído­los o se­rán re­cha­za­dos, un as­tró­lo­go no vol­ve­rá a pre­de­cir. «Se prohí­be a un sol­da­do que ma­te a un ser hu­mano; si re­ci­be la or­den, no hun­di­rá [su ar­ma]», o, de lo con­tra­rio se­rá re­cha­za­do. En vir­tud del mis­mo im­pe­ra­ti­vo de no vio­len­cia, el ma­gis­tra­do que ten­ga el de­re­cho de pro­nun­ciar sen­ten­cias de muer­te de­be­rá re­nun­ciar a su car­go. El ofi­cio de pro­fe­sor es sos­pe­cho­so, si no desecha­do: «Aquel que en­se­ña a los ni­ños, se­ría bueno que ce­sa­ra», sin em­bar­go, «se le per­do­na­rá [que si­ga ha­cién­do­lo] si no tie­ne [otra] ha­bi­li­dad». La ra­zón de ello es, creo yo, que los do­cen­tes eran sos­pe­cho­sos de ser pe­dó­fi­los (la ob­se­sión de los pa­dres de los alum­nos era en­con­trar un maes­tro que no lo fue­ra).
La prohi­bi­ción lan­za­da con­tra los es­pec­tácu­los y su per­so­nal no se de­bía so­la­men­te a los di­fe­ren­tes pe­ca­dos a los que se ex­po­nían, sino tam­bién, y so­bre to­do, a un ras­go co­mún a to­dos ellos y que con­tra­ria­ba a los mo­ra­lis­tas cris­tia­nos in­clu­so más que los pro­pios pe­ca­dos, a sa­ber, la so­bre­ex­ci­ta­ción del pú­bli­co que se des­en­ca­de­na­ba tan­to en el cir­co co­mo en el tea­tro y en el an­fi­tea­tro; los es­pec­tácu­los per­tur­ban y apa­sio­nan a nues­tras al­mas, que de­be­rían ser «tran­qui­las y apa­ci­bles». ―Es por la ma­ña­na, hoy va a ha­ber una ca­ce­ría en la are­na del cir­co, uno de tus ami­gos, apa­sio­na­do por esas ca­ce­rías, tie­ne mie­do de que ol­vi­des la ho­ra, vie­ne a des­per­tar­te, te sa­cu­de, te me­te pri­sa; ca­si te arras­tra por la cin­tu­ra pa­ra de­jar­te en las gra­das del an­fi­tea­tro‖. Nun­ca, por lo que yo sé, se for­mu­la otro re­pro­che, se­gu­ra­men­te mu­cho más de­ci­si­vo, sin du­da por­que un gru­po pro­sé­li­to no de­be de­ses­pe­rar­se por an­ti­ci­pa­do por to­dos los que que­dan por con­quis­tar: ¿qué se pue­de es­pe­rar de mul­ti­tu­des que no se in­tere­san más que por va­nos es­pec­tácu­los y cu­ya mi­ra­da no se ele­va a ma­yor al­tu­ra? No son más que una ma­sa amor­fa, in­di­fe­ren­te, un sue­lo es­té­ril en el que mo­ri­ría la bue­na se­mi­lla si ca­ye­ra en él.
Más allá de ese re­pro­che que más va­lía si­len­ciar, los mo­ra­lis­tas te­nían una bue­na ra­zón pa­ra es­tar ho­rro­ri­za­dos. Se­gún su cur­so or­di­na­rio, el «mun­do» se­du­ce con sus má­xi­mas, sus va­ni­da­des, sus ma­los ejem­plos; pe­ro la vio­len­cia de las pa­sio­nes pro­vo­ca­da por los es­pec­tácu­los no tie­ne na­da de nor­mal; aho­ra bien, na­da es más con­tra­rio que es­ta vio­len­cia a la mor­ti­fi­ca­ción, al re­co­gi­mien­to del al­ma cris­tia­na que de­be­ría «mo­rir al mun­do», so­se­ga­da en la paz de su Dios; la pa­sión de los es­pec­tácu­los vuel­ve al al­ma sor­da a los man­da­tos de la vo­lun­tad di­vi­na, du­ran­te los es­pec­tácu­los de­ja de per­te­ne­cer­se y ya no per­te­ne­ce a Dios. Pe­ro, en­ton­ces, ¿a quién per­te­ne­ce? ¿Se­ría a esos «de­mo­nios» que me­ro­dean por to­das par­tes? ¿A la so­cie­dad pa­ga­na? ¿No se­ría más bien a una so­cia­bi­li­dad ri­val?
De­mo­nios los ha­bía por to­das par­tes y en to­das par­tes es­ta­ban se­cre­ta­men­te ac­ti­vos; se les te­mía tan­to co­mo te­me­mos no­so­tros a los vi­rus y a los mi­cro­bios, y en to­das par­tes se sos­pe­cha­ba que in­ter­ve­nían tan­to en la vi­da pú­bli­ca co­mo en la pri­va­da. Des­de Ter­tu­liano, en las Cons­ti­tu­cio­nes apos­tó­li­cas, has­ta san Agus­tín, mu­chos au­to­res lo afir­man con una pa­la­bra que no es pa­ra ellos una pa­la­bra va­na; esas asam­bleas vo­ci­fe­ran­tes en que con­sis­ten los es­pec­tácu­los no son otra co­sa que de­mo­nía­cas o in­clu­so sa­tá­ni­cas; el pú­bli­co, de­li­ran­do, atrae a los de­mo­nios co­mo a una pre­sa fá­cil a la que ellos se acer­can pa­ra ati­zar aún más su lo­cu­ra. Pa­ra ter­mi­nar de en­ne­gre­cer así el cua­dro, es­te ras­go úl­ti­mo plan­tea, en mi opi­nión, el ver­da­de­ro pro­ble­ma: ¿por qué los mo­ra­lis­tas cris­tia­nos se ob­se­sio­na­ban de esa ma­ne­ra con­tra los es­pec­tácu­los? En­tien­do per­fec­ta­men­te que asis­tir a un es­pec­tácu­lo era pe­car do­ble­men­te, co­mo se ha vis­to, pe­ro ¿por qué atri­buían a aque­llos pla­ce­res pro­fa­nos, que no eran el peor de los ma­les, una im­por­tan­cia des­me­su­ra­da, igual a la que les con­ce­día la so­cie­dad pa­ga­na por mo­ti­vos dis­tin­tos? Na­da en el pa­ga­nis­mo les su­ble­va­ba tan­to, sal­vo los sa­cri­fi­cios ofre­ci­dos a los ído­los: «No­so­tros, los cris­tia­nos, nos man­te­ne­mos al mar­gen de vues­tras ce­re­mo­nias re­li­gio­sas [pom­pae] y de vues­tros es­pec­tácu­los».
In­clu­so las com­pe­ti­cio­nes atlé­ti­cas al mo­do grie­go (las ha­bía en Car­ta­go), que na­da te­nían de in­mo­ral, son cas­ti­ga­das con una prohi­bi­ción por Ter­tu­liano por las ra­zo­nes más pe­re­gri­nas y con una es­pe­cie de re­pul­sión. To­dos los pre­tex­tos son bue­nos; Ter­tu­liano tam­bién pre­ten­de que el cir­co y la are­na te­nían un sig­ni­fi­ca­do re­li­gio­so; co­mo di­ría Gil­bert Da­gron, pa­ga­ni­za los es­pec­tácu­los pa­ra de­mo­ni­zar­los. Son, pues, los es­pec­tácu­los co­mo ta­les lo que con­de­na. Ha­bía en ello, en­tre los in­te­lec­tua­les cris­tia­nos y los obis­pos, al­go más que un re­cha­zo jus­ti­fi­ca­do: se tra­ta­ba de una ver­da­de­ra fo­bia. ¿Qué era, pues, lo que ha­bía en­ve­ne­na­do una cues­tión tan le­gí­ti­ma? A tra­vés de la prohi­bi­ción que les im­po­nían, ¿ha­brían que­ri­do no so­la­men­te com­ba­tir el pe­ca­do, sino tam­bién des­ta­car sim­bó­li­ca­men­te que la Igle­sia rom­pía con to­da la so­cie­dad im­pe­rial pa­ga­na, con el «mun­do»? Se po­dría su­po­ner­lo, por­que la ciu­dad pa­ga­na, por su par­te, atri­buía una im­por­tan­cia ca­si ideo­ló­gi­ca a sus que­ri­dos es­pec­tácu­los, que re­cla­ma­ba co­mo un de­re­cho.
Una ori­gi­na­li­dad muy co­no­ci­da de la ciu­dad gre­co­rro­ma­na es ha­ber ins­ti­tu­cio­na­li­za­do los pla­ce­res de la fies­ta (rom­per con el cur­so or­di­na­rio de la vi­da, es­tar ale­gre y sen­tir que se per­te­ne­ce a un gru­po nu­me­ro­so pa­ra ser­lo al mis­mo tiem­po) y ha­ber he­cho de ello unos de­re­chos del ciu­da­dano (lo que su­po­nía que los ri­cos no­ta­bles tu­vie­ran la obli­ga­ción mo­ral o le­gal de ser me­ce­nas). Los pri­vi­le­gios co­mu­nes a los ciu­da­da­nos (los com­mo­da), es­cri­be Ci­ce­rón, son la ciu­da­da­nía, las ins­ti­tu­cio­nes ci­vi­les y ju­di­cia­les, las fies­tas y los es­pec­tácu­los. La ciu­dad los ha­bía ins­ti­tu­cio­na­li­za­do en con­cep­to de pla­ce­res, de fies­tas, y se les da­ba su nom­bre (lae­ti­tiae, vo­lup­ta­tes), aun­que la oca­sión o su pre­tex­to, in­me­dia­ta­men­te ol­vi­da­do por los es­pec­ta­do­res, fue­ra re­li­gio­so. Los es­pec­tácu­los no te­nían na­da que ver con el sen­ti­mien­to de so­li­da­ri­dad cí­vi­ca, el gre­ga­ris­mo, con Nú­rem­berg ni tam­po­co Bay­reuth: una ciu­dad an­ti­gua era una co­lec­ti­vi­dad con­cre­ta que reunía a in­di­vi­duos de car­ne y hue­so, aman­tes de los pla­ce­res, y no so­la­men­te a ciu­da­da­nos abs­trac­tos, in­ter­cam­bia­bles y que no te­nían más que de­be­res. Los es­pec­tácu­los eran la prue­ba de que la ciu­dad era prós­pe­ra, ci­vi­li­za­da y con­for­me a su ideal.
Ca­da per­so­na to­ma­ba par­te en ellos o no, a su gus­to; la ple­be iba en ma­sa o de ello te­nía la fa­ma, los le­tra­dos se pro­cla­ma­ban re­ti­cen­tes o asis­tían con na­tu­ra­li­dad. Sin em­bar­go, es­tos pla­ce­res pú­bli­cos eran un de­re­cho que te­nía la po­bla­ción, pa­ra la cual re­pre­sen­ta­ban lo su­per­fluo que ha­bía más allá de las ne­ce­si­da­des de sub­sis­ten­cia, la par­te de ci­vi­li­za­ción más allá de lo que exi­ge la na­tu­ra­le­za; el pan, pe­ro tam­bién el cir­co. La ciu­dad pro­por­cio­na­ba es­to a sus ha­bi­tan­tes, pues­to que era la co­lec­ti­vi­dad hu­ma­na con­su­ma­da. Des­pués de una gue­rra o una in­va­sión, la pri­me­ra preo­cu­pa­ción de una ciu­dad era res­ta­ble­cer los es­pec­tácu­los pa­ra de­mos­trar­se que se ha­bía vuel­to a la nor­ma­li­dad, que la ciu­dad con­ti­nua­ba y pros­pe­ra­ba, y con ella la ci­vi­li­za­ción. En el si­glo V, en Trèves, en Cons­tan­ti­na o en Car­ta­go, ame­na­za­dos o sa­quea­dos por los bár­ba­ros, la gen­te re­cla­ma­ba es­pec­tácu­los, pa­ra gran es­cán­da­lo de un mo­ra­lis­ta cris­tiano, que veía en ello el gus­to ob­se­si­vo por los pla­ce­res de una so­cie­dad que só­lo se ha con­ver­ti­do al cris­tia­nis­mo en la fa­cha­da. San Agus­tín iro­ni­za amar­ga­men­te: «In­de­cen­te épo­ca, du­ra épo­ca», se oye re­pe­tir a su al­re­de­dor, pe­ro no por ello se ofre­cen me­nos es­pec­tácu­los en la are­na del cir­co. Ve­re­mos al fi­nal de es­te li­bro que en ple­na era cris­tia­na, des­pués del sa­queo de Ro­ma por los go­dos en el año 410 y la li­be­ra­ción de la ciu­dad, se res­ta­ble­cie­ron mo­men­tá­nea­men­te los com­ba­tes de gla­dia­do­res.
Des­pués de una gue­rra o una re­vo­lu­ción, la pri­me­ra preo­cu­pa­ción de los Guer­man­tes, esos miem­bros de una al­ta so­cie­dad con­su­ma­da, se­ría igual­men­te vol­ver a dar fies­tas pa­ra de­mos­trar que su exis­ten­cia re­fi­na­da con­ti­nua­ba co­mo an­tes. En con­se­cuen­cia, ne­gar­se por prin­ci­pio a co­rres­pon­der a su in­vi­ta­ción se­ría ha­cer ran­cho apar­te, re­cha­zar sus va­lo­res, se­pa­rar­se de su so­cie­dad. Aquí to­do re­si­de en los ma­ti­ces: los es­pec­tácu­los an­ti­guos no for­ja­ban so­cia­bi­li­dad, más bien la su­po­nían; no te­nían na­da de gre­ga­rio, co­mo he­mos vis­to, sino que per­te­ne­cían a un mo­do, el ro­man way of li­fe, que se se­guía sin pen­sar en él. To­mar par­te en ello no con­sis­tía en ren­dir­le ho­me­na­je. Sin em­bar­go, la re­cí­pro­ca no es ver­da­de­ra: no li­mi­tar­se a que­dar­se en ca­sa, pe­ro re­cha­zar por prin­ci­pio esas fies­tas de la gran fa­mi­lia cí­vi­ca, ha­bría sig­ni­fi­ca­do re­cha­zar esa so­cia­bi­li­dad, se­pa­rar­se de los su­yos. El nar­ci­sis­mo de una so­cie­dad que es­tá or­gu­llos a de sí mis­ma y de sus ven­ta­jas (com­mo­da) ha­ce que se con­si­de­re ne­ga­ti­vo que se pon­ga ma­la ca­ra a su way of li­fe. Hay un tex­to pa­gano que me­re­ce­ría ser traí­do a co­la­ción a pro­pó­si­to del cris­tia­nis­mo y de los es­pec­tácu­los: en el año 66, Ne­rón quie­re des­ha­cer­se de un se­na­dor que le ha­ce opo­si­ción, Th­ra­sea; lan­za con­tra es­te miem­bro de la sec­ta es­toi­ca acu­sa­do­res que re­pro­chan al sec­ta­rio de­ser­tar del «fo­ro, los tea­tros, los tem­plos». No le re­pro­chan que hu­bie­ra si­do me­jor que or­ga­ni­za­ra un día de es­pec­tácu­lo o no ha­ber es­ta­do de hu­mor pa­ra or­ga­ni­zar la fies­ta, sino que sos­pe­chan que re­cha­za la so­cie­dad de los su­yos por es­pí­ri­tu sec­ta­rio y de opo­si­ción.
Es­to era tan­to co­mo ha­cer pa­sar a un opo­si­tor a los abu­sos del ce­sa­ris­mo por un enemi­go de la so­cie­dad. Se ca­lum­nia­ría de for­ma se­me­jan­te a los mo­ra­lis­tas cris­tia­nos, en mi opi­nión, si de ellos se sos­pe­cha­ra que que­rían ha­cer ran­cho apar­te, rom­per con la so­cie­dad me­dian­te un ges­to sim­bó­li­co, el re­cha­zo de los es­pec­tácu­los. Sus fíe­les, en­re­da­dos en es­ta so­cie­dad por to­dos los la­zos del ci­vis­mo, del in­te­rés y del afec­to, no les ha­brían se­gui­do; no po­dían evi­tar el con­tac­to con los pa­ga­nos, vi­vían con ellos, tra­ba­ja­ban con ellos. Y, una vez he­cha la ex­cep­ción de al­gu­nos ex­tre­mis­tas del Apo­ca­lip­sis an­te los cua­les el pro­pio Ter­tu­liano du­da­ba, sus in­te­lec­tua­les ha­bían apren­di­do de san Pa­blo que los de­be­res de fie­les súb­di­tos del Im­pe­rio y del em­pe­ra­dor pe­sa­ban so­bre los cris­tia­nos. Sin em­bar­go, tie­nen bue­nas ra­zo­nes pa­ra du­dar o es­tar ten­sos: son a la vez ciu­da­da­nos de la ciu­dad te­rres­tre y ex­tran­je­ros de pa­so, y, allí don­de las le­yes del Im­pe­rio se opo­nen a la ley di­vi­na, es la ley de Dios la que de­ben se­guir.
Si su re­cha­zo a los es­pec­tácu­los (re­cha­zo jus­ti­fi­ca­do por es­ta ley) to­mó el ca­rác­ter de una fo­bia, no era por al­gu­na ob­se­sión de rom­per to­tal­men­te con la ciu­dad te­rres­tre, sino por dos par­ti­cu­la­ri­da­des de las cua­les una era evi­den­te y la otra se ig­no­ra­ba ella mis­ma. La pri­me­ra era el prin­ci­pio mis­mo de los es­pec­tácu­los, que les in­dig­na­ba co­mo un es­cán­da­lo: los pla­ce­res pú­bli­cos eran pla­ce­res, lle­va­ban ese nom­bre y, co­mo eran pú­bli­cos, ha­cían alar­de de un de­re­cho al pla­cer, eran el ma­ni­fies­to de un prin­ci­pio de pla­cer. La se­gun­da par­ti­cu­la­ri­dad se po­ne al des­cu­bier­to en la reali­dad con­cre­ta de los es­pec­tácu­los: en las gra­das del cir­co o del tea­tro se for­ma­ba mo­men­tá­nea­men­te una so­cia­bi­li­dad ri­val, de la cual la so­cie­dad cris­tia­na es­ta­ba ce­lo­sa sin sa­ber­lo. Sín­to­ma re­ve­la­dor: los es­cri­to­res cris­tia­nos no con­si­de­ran a los es­pec­ta­do­res más que ba­jo un as­pec­to co­lec­ti­vo, el de una ma­sa hu­ma­na vo­ci­fe­ran­te en un lu­gar de per­di­ción; evo­can a mul­ti­tu­des de­li­ran­do, pe­ro, a me­nos de lla­mar­se san Agus­tín, no de­ta­llan lo que su­ce­de en el al­ma de un in­di­vi­duo que se arries­ga en esos lu­ga­res ni qué pe­li­gros co­rre. ¿Pa­ra qué en­trar en de­ta­lles? Un cris­tiano que allí se arries­ga­ra pron­to se per­de­ría pa­ra sus her­ma­nos, de­ja­ría de ser uno de ellos, ol­vi­da­ría su so­cie­dad pa­ra gri­tar co­mo los de­más, con los de­más. Es­tos ce­los te­nían bue­nas ra­zo­nes de ser: los es­pec­tácu­los ha­cían una du­ra com­pe­ten­cia al men­sa­je cris­tiano, atraían a gran­des mul­ti­tu­des, en­tre las que ha­bía nu­me­ro­sos fie­les po­co res­pe­tuo­sos con la prohi­bi­ción.
7
Al dar de es­ta ma­ne­ra lec­cio­nes de mo­ral al es­pec­ta­dor, la Igle­sia re­ve­la­ba has­ta qué pun­to la pro­pia pa­la­bra «mo­ral» te­nía pa­ra ella un sen­tí­do nue­vo, di­fe­ren­te de lo que en­ten­dían tan­to la so­cie­dad pa­ga­na co­mo un Sé­ne­ca y to­da la sa­bi­du­ría an­ti­gua. Se ne­ce­si­tó esa re­vo­lu­ción men­tal pa­ra que los com­ba­tes de gla­dia­do­res aca­ba­ran por des­a­pa­re­cer.
Pa­ra la mo­ral ro­ma­na, co­mo re­cor­da­mos, los com­ba­tes eran una de­ro­ga­ción de la prohi­bi­ción de ma­tar: los es­pec­tácu­los se con­si­de­ra­ban co­mo un ca­so par­ti­cu­lar. Mien­tras que la nue­va mo­ral no po­día ad­mi­tir de­ro­ga­ción al­gu­na a una mo­ral que era la ley mis­ma de Dios. La mo­ral cris­tia­na, en efec­to, no era una mo­ral de las cos­tum­bres, a di­fe­ren­cia de la que ha­bía prac­ti­ca­do to­da la An­tigüedad pa­ga­na: por pri­me­ra vez en la his­to­ria, una mo­ral re­li­gio­sa se di­fun­día por el vas­to mun­do, una mo­ral que era es­pe­cu­la­ti­va y ya no de las cos­tum­bres.
Los dio­ses del pa­ga­nis­mo en ab­so­lu­to se de­sin­te­re­sa­ban de la mo­ral, pe­ro ellos no se la ha­bían da­do a los hom­bres: prac­ti­ca­ban la mis­ma mo­ral que ellos, la que ha­bían res­pi­ra­do co­mo ellos en el ai­re de los tiem­pos. Esa mo­ral no es­ta­ba ex­pli­ci­ta­da en una en­se­ñan­za doc­tri­nal; se apren­día con el uso, el ejem­plo, los pro­ver­bios, y con­sis­tía en «com­por­tar­se co­mo to­do el mun­do», en res­pe­tar las ins­ti­tu­cio­nes y cos­tum­bres del mun­do cí­vi­co y hu­mano; los di­fe­ren­tes ám­bi­tos de la reali­dad se yux­ta­po­nían en ella ho­ri­zon­tal­men­te, la prohi­bi­ción de ma­tar co­exis­tía con la de­ro­ga­ción de la gla­dia­tu­ra. Por el con­tra­rio, la mo­ral cris­tia­na se en­se­ña­ba ex­plí­ci­ta­men­te a los fie­les, que apren­dían cuá­les eran los dog­mas re­li­gio­sos y cuá­les eran los man­da­mien­tos de Dios. Sin du­da, la mo­ral cris­tia­na era ab­so­lu­ta­men­te idén­ti­ca a la pa­ga­na; se­gún una y otra, no ha­bía que ma­tar ni ro­bar; una má­xi­ma pa­ga­na de­cía que no se de­bía ha­cer al pró­ji­mo lo que no se que­ría ver que le hi­cie­ran a uno. Pe­ro, se­gún los cris­tia­nos, no ha­bía que ha­cer­lo por­que Dios lo ha­bía prohi­bi­do. Su mo­ral no con­sis­tía en­se­ñar «lo que se ha­ce», sino en ha­cer lo que Dios que­ría que el hom­bre hi­cie­ra. Aho­ra bien, la cria­tu­ra hu­ma­na no po­dría de­ro­gar por su cuen­ta la ley di­vi­na: «El pre­cep­to que di­ce no ma­ta­rás no con­lle­va nin­gu­na de­ro­ga­ción», es­cri­be el cris­tiano Lac­tan­cio; la cos­tum­bre (con­sue­tu­do) y la opi­nión de los hom­bres no po­drían pre­va­le­cer con­tra él. Los man­da­mien­tos de Dios te­nían, pues, la mis­ma ge­ne­ra­li­dad que los pre­cep­tos de una mo­ral fi­lo­só­fi­ca.
Tam­bién te­nían la mis­ma uni­ver­sa­li­dad, por­que esa mo­ral no es­tá re­ser­va­da a una éli­te, a la ma­ne­ra de las éti­cas de la fi­lo­so­fía an­ti­gua: con el cris­tia­nis­mo na­ció una mo­ral no de cos­tum­bres que se im­po­nía a to­dos los hom­bres en tan­to que hom­bres; no ha­cía con­ce­sio­nes des­de­ño­sas a la me­dio­cri­dad de las ma­sas, sino que en­ten­día que de­bía ser uni­ver­sal­men­te ob­ser­va­da. Cuan­do Teó­fi­lo de An­tio­quía, san Je­ró­ni­mo o Pru­den­cio gri­ta­ban con­tra la per­ver­si­dad del tea­tro o de la are­na del cir­co, no lan­za­ban la mi­ra­da in­di­fe­ren­te de un sa­bio so­bre la «lo­cu­ra» hu­ma­na, sino que que­rían ser obe­de­ci­dos, que­rían di­sua­dir a los fíe­les, pa­ra su sal­va­ción, de acu­dir a aque­llos lu­ga­res de per­di­ción y ter­mi­nar con una de­ro­ga­ción cri­mi­nal. La apo­lo­gé­ti­ca cris­tia­na no men­tía cuan­do afir­ma­ba que la nue­va re­li­gión ha­cía fi­ló­so­fos a to­dos sus fie­les, in­clui­dos los anal­fa­be­tos: el me­nor de los cris­tia­nos era un in­te­lec­tual a su ma­ne­ra, su con­duc­ta no se­guía la cos­tum­bre, sino que obe­de­cía a una doc­tri­na de la que Cris­to era el doc­tor.
Ese uni­ver­sa­lis­mo abre un abis­mo en­tre la mo­ral cris­tia­na y las éti­cas de las sec­tas fi­lo­só­fi­cas pa­ga­nas cu­yo con­te­ni­do pa­re­ce no me­nos ele­va­do. La sec­ta es­toi­ca, por ejem­plo, en­se­ña­ba la fi­lan­tro­pía, el amor a la hu­ma­ni­dad; sin em­bar­go, nos en­ga­ña­ría­mos si nos jac­tá­ra­mos de esa sec­ta lla­mán­do­la pre­cris­tia­na. Por­que, con el cris­tia­nis­mo, con­si­de­rar que los com­ba­tes en la are­na del cir­co son in­mo­ra­les ya no es la idea ele­va­da y pla­tó­ni­ca de una éli­te im­po­ten­te, re­sig­na­da y sa­tis­fe­cha de su su­pe­rio­ri­dad: es una evi­den­cia uni­ver­sal que hay que con­se­guir po­ner en prác­ti­ca. He­mos vis­to más arri­ba que Sé­ne­ca y Lac­tan­cio no de­cían lo mis­mo cuan­do es­cri­bían con las mis­mas pa­la­bras que el hom­bre es un ser sa­gra­do pa­ra el hom­bre: de­be­ría ser­lo, sin du­da, de­cía Sé­ne­ca; es ne­ce­sa­rio que lo sea, di­jo Lac­tan­cio.
Con­vie­ne ex­ten­der­se so­bre lo que aque­llo tu­vo de re­vo­lu­cio­na­rio. La na­tu­ra­le­za es­pe­cu­la­ti­va y uni­ver­sa­lis­ta de su mo­ral es lo que el cris­tia­nis­mo apor­tó de más nue­vo y de más du­ra­de­ro a los si­glos pos­te­rio­res; a eso hay que aña­dir la or­ga­ni­za­ción ecle­sial y el go­bierno pas­to­ral de las al­mas. Por pri­me­ra vez se vio có­mo se or­ga­ni­za­ba una doc­tri­na pa­ra im­po­ner­se y di­ri­gir a to­dos los es­pí­ri­tus; a par­tir de en­ton­ces, re­for­ma­do­res y utó­pi­cos la imi­ta­rán. De esa for­ma, el ejem­plo cris­tiano que­da co­mo uno de los com­po­nen­tes de la ci­vi­li­za­ción oc­ci­den­tal, al la­do del li­be­ra­lis­mo y de las Lu­ces, del so­cia­lis­mo, del fe­mi­nis­mo, et­cé­te­ra, otras es­pe­cu­la­cio­nes for­ma­das ba­sán­do­se en su mo­de­lo; a par­tir de en­ton­ces ya no se li­mi­ta­rá a abrir una sec­ta co­mo se abre una tien­da y es­pe­rar al com­pra­dor, sino que se que­rrá re­for­mar la so­cie­dad me­dian­te un cle­ro o un par­ti­do.
En cuan­to al con­te­ni­do de la mo­ral cris­tia­na, era tri­vial («no ma­ta­rás»), utó­pi­co («ama­rás a tu pró­ji­mo co­mo a ti mis­mo») o par­ti­cu­lar (as­ce­tis­mo). Re­sul­ta vano pre­ten­der que el cris­tia­nis­mo es la ba­se de nues­tra ci­vi­li­za­ción y el fun­da­men­to de nues­tra mo­ral; es­ta ilu­sión re­tros­pec­ti­va tal vez se re­mon­te a la apo­lo­gé­ti­ca de La­cor­dai­re, que de­mos­tra­ba la ver­dad o la ne­ce­si­dad del cris­tia­nis­mo por su pa­pel en la his­to­ria y en la so­cie­dad hu­ma­na. Se­me­jan­tes afir­ma­cio­nes tie­nen, his­tó­ri­ca­men­te, po­co sen­ti­do: una doc­tri­na no atra­vie­sa los si­glos sin cam­biar, pues los pre­sun­tos fun­da­men­tos se trans­for­man, una re­li­gión se me­ta­mor­fo­sea en el trans­cur­so de los mi­le­nios con­ser­van­do el mis­mo nom­bre y los mis­mos li­bros sa­gra­dos, lo que per­mi­te creer que su iden­ti­dad per­ma­ne­ce. Y, le­jos de ha­ber mo­de­la­do el fu­tu­ro, se mo­de­la sin sa­ber­lo en las di­fe­ren­tes épo­cas que atra­vie­sa; los ca­tó­li­cos li­be­ra­les de la épo­ca de La­men­nais re­cu­pe­ra­ron con ab­so­lu­ta bue­na fe sus con­vic­cio­nes mo­der­nas en la re­li­gión que les era que­ri­da. Le­jos de fun­da­men­tar­nos, el cris­tia­nis­mo tal co­mo lo en­ten­de­mos y lo ama­mos es hi­jo del si­glo XIX.
Por úl­ti­mo, es­ta mo­ral es­pe­cu­la­ti­va y uni­ver­sa­lis­ta tam­bién era una mo­ral de la in­te­rio­ri­dad y no só­lo de las ac­cio­nes ex­te­rio­res: se co­me­te ya adul­te­rio en el co­ra­zón cuan­do se desea se­cre­ta­men­te a la mu­jer del pró­ji­mo. Des­de el año 180, el len­gua­je de Teó­fi­lo, obis­po de An­tio­quía, era cla­ro: «El Ver­bo san­to no en­se­ña só­lo a no pe­car en ac­to, sino tam­bién a no pe­car en pen­sa­mien­to; no hay que re­pre­sen­tar­se en el co­ra­zón nin­gu­na co­sa ma­la, ni desear la mu­jer del pró­ji­mo mi­rán­do­la a los ojos. Nos es­tá prohi­bi­do ver los es­pec­tácu­los de gla­dia­do­res, con el fin de no con­ver­ti­mos en par­tí­ci­pes y cóm­pli­ces de ase­si­na­tos». Pa­ra los pa­ga­nos, por el con­tra­rio, no se ha­cía nin­gún mal en las gra­das: ¡lo úni­co que se ha­cía era mi­rar, co­sa que no es­tá prohi­bi­da! El cris­tia­nis­mo hi­zo des­cu­brir que mi­rar pue­de ser un pe­ca­do; «las im­pu­re­zas de los es­pec­tácu­los es­tán en con­ver­tir en cóm­pli­ces del mis­mo cri­men a ac­to­res y es­pec­ta­do­res», es­cri­bi­rá Sal­viano de Mar­se­lla.
Hay ahí una le­ja­na apor­ta­ción del An­ti­guo Tes­ta­men­to: se de­be ser sa­cri­fi­ca­do y fiel con to­da el al­ma al Se­ñor di­vino, obe­de­cer sus man­da­mien­tos con to­tal sen­ci­llez, sin con­ser­var re­ser­va al­gu­na en nin­gún plie­gue del co­ra­zón. Es­ta re­la­ción con la di­vi­ni­dad de­ja­ba de ser la cla­ra re­la­ción «in­ter­na­cio­nal», ne­go­cia­da y cal­cu­la­do­ra, que man­te­nía en el pa­ga­nis­mo gre­co­rro­mano la or­gu­llo­sa ra­za de los hom­bres, preo­cu­pa­da por sus in­tere­ses, con la po­de­ro­sa ra­za de los dio­ses, no me­nos preo­cu­pa­da por los su­yos; era la re­la­ción de un hi­jo obe­dien­te con su pa­dre. Las cria­tu­ras hu­ma­nas te­nían con su Crea­dor una re­la­ción que se­gu­ra­men­te no se en­cuen­tra en nin­gu­na otra re­li­gión: son las hi­jas ama­das de un Dios aman­te, al que hay que obe­de­cer fi­lial­men­te. Se pue­de pe­car con el pen­sa­mien­to y hay que es­cru­tar el co­ra­zón pa­ra ver si no se es­con­de en él un pen­sa­mien­to pe­ca­mi­no­so. En al­go es bueno el re­ce­lo: el ideal ju­deo­cris­tiano de au­sen­cia de du­pli­ci­dad an­te el Se­ñor, que son­dea los cuer­pos y los co­ra­zo­nes, ten­drá co­mo con­se­cuen­cia mul­ti­pli­car la ob­ser­va­ción de uno mis­mo: te­ne­mos diez ve­ces más ideas so­bre el co­ra­zón hu­mano de las que te­nía la An­tigüedad con su op­ti­mis­mo in­te­lec­tual.
En el pa­ga­nis­mo, un can­di­da­to a la sa­bi­du­ría no te­nía es­tas in­quie­tu­des, pues los es­crú­pu­los eran su me­nor pun­to dé­bil y só­lo se plan­tea­ba a sí mis­mo pro­ble­mas in­te­lec­tua­les. Se­gún la con­cep­ción an­ti­gua del co­no­ci­mien­to, el al­ma es un apa­ra­to fo­to­grá­fi­co que re­ci­be del ex­te­rior la im­pre­sión de la reali­dad, de tal mo­do que, cuan­do se la es­cru­ta, no se des­cu­bre un yo en ella, sino el uni­ver­so. Aho­ra bien, un apa­ra­to in­te­lec­tual no tie­ne olor, y no se pue­den ol­fa­tear rin­co­nes sos­pe­cho­sos. El es­toi­co no te­nía na­da de un vir­tuo­so del exa­men de con­cien­cia, eje­cu­ta­ba sus ejer­ci­cios de au­to­per­sua­sión doc­tri­nal pa­ra ha­cer de su al­ma la re­pro­duc­ción más ve­rí­di­ca de la reali­dad y po­der así com­por­tar­se co­rrec­ta­men­te. El ideal ju­deo­cris­tiano de un co­ra­zón sin­ce­ro pa­ra con el Se­ñor trun­có la es­tre­chez del in­te­lec­tua­lis­mo an­ti­guo.
8
La mo­ral sin de­ro­ga­cio­nes e in­terio­ri­za­da que aca­ba­mos de ver ha­rá que se con­de­ne la gla­dia­tu­ra por dos ra­zo­nes, cri­men y cruel­dad. El cri­men es con­tra­rio a la jus­ti­cia, la cruel­dad lo es al amor al pró­ji­mo; jus­ti­cia y amor son, por lo de­más, in­se­pa­ra­bles, di­rá un día san Agus­tín co­men­tan­do a san Juan.
Se­gún las Con­fe­sio­nes del pro­pio Agus­tín, con­vie­ne se­guir las cos­tum­bres de la ciu­dad y de la épo­ca, «sal­vo si Dios pro­mul­ga un man­da­mien­to que va­ya en con­tra de la cos­tum­bre»; aho­ra bien, la ley de Dios prohí­be los crí­me­nes (fa­ci­no­ra) con­tra el pró­ji­mo, los que co­me­ten los ase­si­nos, los en­vi­dio­sos, los bro­mis­tas, los em­bau­ca­do­res «y los es­pec­ta­do­res de com­ba­tes de gla­dia­do­res», por­que to­dos «dis­fru­tan vien­do la des­gra­cia del pró­ji­mo». Ali­pio, gran ami­go de Agus­tín, ha­bía co­no­ci­do de­ma­sia­do bien aque­lla «vo­lup­tuo­si­dad san­grien­ta», ha­bía «be­bi­do con to­da su al­ma» la san­gre de un gla­dia­dor de­go­lla­do. La nue­va mo­ral des­cu­brió que se pue­de pe­car con el pen­sa­mien­to con­tra la jus­ti­cia y que, en las gra­das de la are­na del cir­co, la cria­tu­ra hu­ma­na tie­ne una in­te­rio­ri­dad en la que se es­con­den los go­zos más con­tra­rios a la ca­ri­dad.
Pe­ro, ade­más del amor al pró­ji­mo, los tex­tos de­mues­tran que, le­jos de sen­tir pla­cer vien­do la des­gra­cia de los de­más, los man­sos pros­cri­bían la vi­sión que les da­ba mie­do a ellos mis­mos. Lac­tan­cio de­ja tras­lu­cir ese ho­rror y ese mie­do an­te los ase­si­na­tos sin freno que so­bre­pa­san las ba­rre­ras de la paz pú­bli­ca: «¿Qué es tan ho­rri­ble, tan re­pug­nan­te co­mo el ase­si­na­to de un hom­bre? Ésa es la ra­zón por la cual nues­tra vi­da es­tá pro­te­gi­da por las le­yes más se­ve­ras, ésa es la ra­zón por la cual la gue­rra es exe­cra­ble. La cos­tum­bre, sin em­bar­go, ha en­con­tra­do el me­dio de co­me­ter un ho­mi­ci­dio que es­ca­pa a la gue­rra y a las le­yes». El em­pe­ra­dor Cons­tan­tino en per­so­na se ex­pre­sa­rá en tér­mi­nos bas­tan­te se­me­jan­tes cuan­do em­pren­da su lu­cha con­tra la gla­dia­tu­ra.
El ho­rror por los su­pli­cios pre­sen­ta­dos co­mo es­pec­tácu­lo es el mis­mo que el de los com­ba­tes de la are­na del cir­co, pues se tra­ta de otros tan­tos tor­men­tos in­fli­gi­dos al es­pí­ri­tu de man­se­dum­bre. Un mo­ra­lis­ta, Ate­ná­go­ras, reunió to­do el in­for­me de la acu­sa­ción: la gla­dia­tu­ra es un ase­si­na­to co­mo el abor­to, aho­ra bien, «ver ma­tar es ca­si co­mo ma­tar»; ha­bla de la man­cha, del mias­ma que se con­trae al ir al an­fi­tea­tro y aña­de que asis­tir a eje­cu­cio­nes de con­de­na­dos tam­bién es im­pu­ro. Su­pli­cios y com­ba­tes son igual­men­te in­so­por­ta­bles pa­ra los cris­tia­nos, por­que ellos son se­res man­sos que «no so­por­tan» su vi­sión, in­clu­so aun­que el tor­tu­ra­do ha­ya si­do con­de­na­do jus­ta­men­te; su man­se­dum­bre hu­ye de los com­ba­tes de gla­dia­do­res, los su­pli­cios e in­clu­so las ca­ce­rías en la are­na del cir­co. Ate­ná­go­ras se com­pa­de­ce vi­si­ble­men­te no de quie­nes arries­gan su vi­da en la pis­ta, sino de los que es­tán en las gra­das, que en­cuen­tran cruel el es­pec­tácu­lo y que se es­tre­me­cen.
La re­pug­nan­cia fí­si­ca a la san­gre de­rra­ma­da es el efec­to más vi­si­ble y el más sen­si­ble de un ho­rror que se co­no­ce mal a sí mis­mo. Un re­tó­ri­co efi­caz y un po­co su­per­fi­cial, Ar­no­bio, pa­re­ce no dis­tin­guir en­tre pe­ca­do y man­cha; los de­mo­nios, es­cri­be, que que­rían ha­cer a los hom­bres fe­ro­ces, les han pro­por­cio­na­do dos edi­fi­cios en los que co­rre la san­gre: los cir­cos o amp­hit­hea­tra y los ma­ta­de­ros o ma­ce­lla, don­de la san­gre de los ani­ma­les aba­ti­dos man­cha las ma­nos y el al­ma de los em­plea­dos. Ar­no­bio uti­li­za pa­ra su acu­sa­ción otra de las aver­sio­nes de su épo­ca, la de la san­gre de los ani­ma­les, que los cris­tia­nos tam­bién ex­pe­ri­men­ta­ban; ob­ser­va­ban en aque­lla épo­ca la prohi­bi­ción ju­día de las car­nes san­gui­no­len­tas y nu­me­ro­sos pa­ga­nos eran ve­ge­ta­ria­nos por con­vic­ción fi­lo­só­fi­ca. Pa­ra con­fe­rir ho­rror a la gla­dia­tu­ra, Pru­den­cio apa­ren­ta asi­mi­lar­la a un sa­cri­fi­cio sa­crí­le­go a los fal­sos dio­ses, a los de­mo­nios.
Mo­ra­lis­tas y le­gis­la­do­res cris­tia­nos ex­pre­sa­ban su pie­dad por los ani­ma­les inocen­tes que eran in­mo­la­dos en los sa­cri­fi­cios pa­ga­nos, y más de un teó­lo­go pa­gano, de­fen­sor de los sa­cri­fi­cios in­cruen­tos, pen­sa­ba lo mis­mo. Pru­den­cio es­ta­ble­ce­rá un pa­ra­le­lis­mo en­tre los sa­cri­fi­cios cruen­tos y los com­ba­tes de gla­dia­do­res y re­cla­ma­rá pa­ra ellos una prohi­bi­ción se­me­jan­te. De ello sur­gi­rá otro acon­te­ci­mien­to: la desa­pa­ri­ción de aque­llas in­mo­la­cio­nes de ani­ma­les, que des­de ha­cía mi­le­nios fue­ron el ri­to prin­ci­pal en mu­chas de las re­li­gio­nes.
En cuan­to al res­pe­to de­bi­do al es­pa­cio pú­bli­co, en que se de­be­ría po­der es­tar se­gu­ro de que nin­gún ho­rror ven­drá a ofus­car las mi­ra­das, el su­til Alain Cor­bin ha de­mos­tra­do có­mo la gui­llo­ti­na del Te­rror pre­ten­dió ser el sus­ti­tu­to «lim­pio» de las re­pug­nan­tes ma­sa­cres pre­vias a 1793, ca­dá­ve­res mu­ti­la­dos, ca­be­zas ex­pues­tas en la pun­ta de una pi­ca. No­so­tros mis­mos tam­bién dis­tin­gui­mos, a nues­tra ma­ne­ra, en­tre la de­li­ca­de­za y la ca­ri­dad: a nues­tros ojos la pe­na de muer­te es in­dig­na de una na­ción ci­vi­li­za­da, mien­tras que los ahor­ca­mien­tos o fu­si­la­mien­tos en pú­bli­co son la mar­ca de un país bár­ba­ro.
És­ta fue la prin­ci­pal ra­zón de la abo­li­ción de la gla­dia­tu­ra: no exac­ta­men­te la ca­ri­dad pre­di­ca­da por Cris­to, sino una ca­ri­dad que em­pe­za­ba por uno mis­mo y que no ha­bía si­do aje­na al pa­ga­nis­mo.
9
Por el con­tra­rio, pron­to ve­re­mos que la con­mi­se­ra­ción fue co­no­ci­da por una mi­no­ría de cris­tia­nos que tu­vie­ron ra­zo­nes más au­tén­ti­ca­men­te ca­ri­ta­ti­vas pa­ra con­de­nar los com­ba­tes y los su­pli­cios. Aca­ba de ser pro­nun­cia­da una pa­la­bra ilus­tre, la de «ca­ri­dad», so­bre la que con­vie­ne de­te­ner­se, por­que, co­mo to­das las gran­des cons­truc­cio­nes his­tó­ri­cas, la ca­ri­dad es­tá le­jos de ser una no­ción sen­ci­lla.
Su pun­to de par­ti­da fue la uto­pía evan­gé­li­ca, la pre­di­ca­ción de Je­sús de Na­za­reth. En­vi­dia­bles son los po­bres de es­pí­ri­tu por­que de ellos es el reino de los cie­los, en­vi­dia­bles son los man­sos por­que he­re­da­rán la tie­rra, en­vi­dia­bles los mi­se­ri­cor­dio­sos, en­vi­dia­bles los pa­cí­fi­cos; per­do­ne­mos las ofen­sas; si te dan una bo­fe­ta­da, pon la otra me­ji­lla; nun­ca sa­ques la es­pa­da; los pri­me­ros se­rán los úl­ti­mos y los úl­ti­mos se­rán los pri­me­ros , el ca­mino de la Vi­da es en pri­mer lu­gar amar a Dios, en se­gun­do lu­gar amar a tu pró­ji­mo co­mo a ti mis­mo. Ha­bía ahí con qué re­vo­lu­cio­nar al mun­do, pe­ro ¿de qué re­vo­lu­ción se tra­ta? Aquí con­vie­ne no equi­vo­car­se.
Efec­ti­va­men­te, Je­sús anun­ció a Is­rael, su pue­blo (y so­la­men­te a él: en ab­so­lu­to se di­ri­gía al an­cho mun­do), que el día del Jui­cio Fi­nal es­ta­ba pró­xi­mo y que era ur­gen­te arre­pen­tir­se de los pe­ca­dos y cam­biar de vi­da. Sin em­bar­go, el cam­bio que pre­di­ca­ba iba más le­jos, has­ta una in­ver­sión de las re­la­cio­nes hu­ma­nas de las que ex­cluía to­da vio­len­cia, to­da ri­va­li­dad, to­do egoís­mo, to­da in­di­fe­ren­cia. Ve­mos cuál es la na­tu­ra­le­za de es­te men­sa­je re­vo­lu­cio­na­rio: Je­sús en­se­ña­ba lo que era pro­pia­men­te una uto­pía, pe­ro di­fe­ren­te de aque­llas que nos son más fa­mi­lia­res; no era una uto­pía po­lí­ti­ca o so­cial, sino una re­vo­lu­ción in­te­rior, una re­vo­lu­ción de los co­ra­zo­nes que trans­for­ma­ba las re­la­cio­nes en­tre los hom­bres. Esa uto­pía que­ría ins­tau­rar en­tre los hom­bres el reino de la man­se­dum­bre, em­pe­zan­do por prac­ti­car­la uno mis­mo. Co­sa que se com­pren­de me­jor en cuan­to que se opo­ne al pro­gra­ma de ri­cos en es­pí­ri­tu que es el pro­gra­ma an­ti­guo: Aris­tó­te­les, des­pués su dis­cí­pu­lo san­to To­más de Aquino en su Su­ma Teo­ló­gi­ca (que du­ran­te mu­cho tiem­po se­rá una co­rrien­te mi­no­ri­ta­ria en un cris­tia­nis­mo so­bre to­do agus­ti­niano), y des­pués Des­car­tes con su «ge­ne­ro­si­dad», exal­ta­rán la vir­tud de la gran­de­za de al­ma, no­ción am­plia que reúne to­do lo que no se pue­de lla­mar me­dio­cri­dad y que ex­clu­ye la ava­ri­cia y la ven­gan­za.
Je­sús, o el Evan­ge­lio, en ab­so­lu­to con­tem­pla even­tua­les apli­ca­cio­nes so­cia­les, co­mo tam­po­co pen­sa­ba en de­rri­bar la do­mi­na­ción ro­ma­na. Sin du­da, na­ci­do en un am­bien­te de po­bres y di­ri­gién­do­se a per­so­nas po­bres, el Evan­ge­lio «es un li­bro en el que el sa­cer­do­te siem­pre es cul­pa­ble, en el que las per­so­nas im­por­tan­tes son to­das hi­pó­cri­tas, en el que las au­to­ri­da­des lai­cas se mues­tran co­mo vi­lla­nos, en el que to­dos los ri­cos es­tán con­de­na­dos». Sí, es di­fí­cil que un ri­co en­tre en el reino de Dios, pe­ro la ra­zón de ello es que los ri­cos tie­nen el co­ra­zón du­ro; pa­ra ser sal­va­dos ten­drán que ha­cer­se hu­mil­des y po­bres de es­pí­ri­tu. La uto­pía evan­gé­li­ca ni ex­cluía ni apro­ba­ba la es­cla­vi­tud o la pro­pie­dad pri­va­da; no se lo plan­tea­ba ni se lo plan­tea­rá nun­ca, sal­vo qui­zá en el si­glo XIX.
Efec­ti­va­men­te, los hom­bres son her­ma­nos me­nos por su con­di­ción y sus ne­ce­si­da­des que por ha­ber si­do to­dos ellos res­ca­ta­dos por Cris­to: son igua­les y so­li­da­rios «en Cris­to» y en lo que se re­fie­re a su al­ma eter­na. No­so­tros so­mos to­dos her­ma­nos en Cris­to, di­ce san Pa­blo, de­sig­nan­do con ello una par­ti­ci­pa­ción en la vi­da de la Igle­sia y una co­mu­nión per­so­nal con el Se­ñor re­su­ci­ta­do. La uto­pía del reino del amor en­tre la gen­te hu­mil­de ha lle­ga­do a su fin; des­de que se or­ga­ni­zan las igle­sias, la ca­ri­dad ya no con­sis­te en re­vo­lu­cio­nar las re­la­cio­nes in­ter­hu­ma­nas, sino en amar al pró­ji­mo «en Cris­to», es de­cir, en que­rer su sal­va­ción eter­na; y, si se es el pas­tor de un pe­que­ño re­ba­ño, en ejer­cer el po­der pas­to­ral en con­se­cuen­cia. La gran me­ta era la sal­va­ción eter­na, no la fe­li­ci­dad te­rre­nal. San Pa­blo re­cuer­da, pues, a las mu­je­res y a los es­cla­vos que su de­ber es so­me­ter­se a su amo y a su ma­ri­do, y a to­dos sus dis­cí­pu­los que de­ben obe­de­cer al po­der, que vie­ne de Dios. «¿Quie­res no te­ner mie­do al go­ber­na­dor? Obra el bien y él te elo­gia­rá, por­que es­tá al ser­vi­cio de Dios pa­ra tu bien». Los es­cla­vos si­guen sien­do es­cla­vos, pe­ro su due­ño los con­si­de­ra co­mo sus igua­les en Cris­to.
Sin em­bar­go, por otra par­te, es­ta­ba la li­mos­na ju­día: he­la ahí, to­do es­tá di­cho. No in­ten­te­mos re­du­cir ló­gi­ca­men­te las dos co­sas a un prin­ci­pio co­mún: to­do «dis­cur­so» fou­caul­tiano tie­ne per­fi­les iló­gi­cos, a la ma­ne­ra de las fron­te­ras na­tu­ra­les de la geo­gra­fía po­lí­ti­ca, que son el pro­duc­to del pa­sa­do. Si se si­guie­ra has­ta el fi­nal de su ló­gi­ca a una u otra de es­tas dos co­sas, ¿adon­de se lle­ga­ría? A la re­vo­lu­ción so­cial por un la­do, a aban­do­nar a los po­bres a su mi­se­ria por otro, pa­ra sal­var so­la­men­te su al­ma. Pe­ro no se si­guió has­ta el fi­nal: es eso, un «dis­cur­so».
Se ha pa­sa­do de la uto­pía a un «cris­tia­nis­mo real». La me­ta­mor­fo­sis de las re­la­cio­nes en­tre los hom­bres no ten­drá lu­gar; el amor al pró­ji­mo no re­ci­bi­rá, y no po­día re­ci­bir, sino es­ca­sas apli­ca­cio­nes prác­ti­cas, apar­te de la li­mos­na y las obras de mi­se­ri­cor­dia. Se­gu­ra­men­te su ideal de hu­mil­dad pa­ra to­dos y de man­se­dum­bre ha­bía con­tri­bui­do a atraer al cris­tia­nis­mo a los hu­mil­des y a los po­bres, pe­ro la ca­ri­dad no es­ta­rá en el cen­tro de la fu­tu­ra en­se­ñan­za ni de la vi­da de los cris­tia­nos, que re­ten­drán so­bre to­do la par­te ne­ga­ti­va del men­sa­je, de­jar de pe­car.
La ca­ri­dad es an­te to­do una ac­ti­tud in­te­rior: si se es ri­co, se pue­den con­ser­var las ri­que­zas, pe­ro no hay que te­ner un al­ma de ri­co o de po­de­ro­so; lo que im­por­ta pa­ra la sal­va­ción es lo que se pien­sa del pró­ji­mo en el co­ra­zón: hay que con­si­de­rar­se el her­mano de los po­bres y de los es­cla­vos. La uto­pía in­te­rior de la ca­ri­dad sim­ple­men­te se enun­cia: se de­be amar al pró­ji­mo. Pe­ro su apli­ca­ción zig­za­guea en­tré los obs­tácu­los de la so­cie­dad, que a me­nu­do no la de­jan mos­trar­se más que co­mo in­ten­ción. Has­ta el pun­to de que se ins­pi­ra más a me­nu­do en las ideas del mo­men­to de lo que las ins­pi­ra; apren­de­rá de su épo­ca, mu­chos si­glos más tar­de, que la es­cla­vi­tud o el des­tino del pro­le­ta­ria­do son con­tra­rios a la ca­ri­dad.
En la prác­ti­ca, ¿cuál es su ba­lan­ce en la An­tigüedad? Es una so­li­da­ri­dad de gru­po, de sec­ta, de igle­sia. Se tra­du­ce en la li­mos­na, en las obras de mi­se­ri­cor­dia. Le lle­va a afir­mar la dig­ni­dad de los po­bres en Cris­to. Tam­bién ha ser­vi­do de ideo­lo­gía jus­ti­fi­ca­do­ra de la au­to­ri­dad pas­to­ral.
El amor de­be reinar en pri­mer lu­gar en­tre los cris­tia­nos, en el seno de su gru­po, del mis­mo mo­do que es­ta­ba pres­cri­to en­tre los miem­bros del pue­blo ju­dío. «Amaos los unos a los otros co­mo yo os he ama­do», ha­bía pres­cri­to Je­sús de Na­za­reth a sus dis­cí­pu­los, al sa­ber que ha­bía lle­ga­do su ho­ra. «¡Có­mo se aman en­tre ellos!», de­cían los pa­ga­nos de los cris­tia­nos. Cuan­do el cris­tia­nis­mo, con­ver­ti­do en la re­li­gión de los em­pe­ra­do­res, de­jó de ser una sec­ta en la que se de­ci­día en­trar, y co­men­zó a con­ver­tir­se en la Igle­sia en la que se na­cía, es­te amor pro­sé­li­to se ex­ten­de­rá vir­tual­men­te a to­da la hu­ma­ni­dad; san Pa­blo acep­tó a Cris­to y bus­có a los no cir­cun­ci­sos y la Igle­sia pre­ten­de­rá un día te­ner de­re­cho so­bre to­da la hu­ma­ni­dad, a la que tie­ne que con­ver­tir. Por­que exis­ten uni­ver­sa­lis­mos y uni­ver­sa­lis­mos, y ca­da uni­ver­sa­lis­mo es es­pe­cial…
El cris­tia­nis­mo to­ma a la so­cie­dad tal co­mo es, con sus ri­cos y sus po­bres. Pe­ro man­ten­drá al­go de la vi­ru­len­cia del men­sa­je evan­gé­li­co: la ca­te­go­ri­za­ción de los po­bres. Al me­nos des­de los ser­mo­nes de san Juan Cri­sós­to­mo, la vi­sión cris­tia­na del mun­do dis­tin­gui­rá dos gran­des ór­de­nes, las «gran­de­zas del po­der» y las «gran­de­zas de la po­bre­za, se­gún las má­xi­mas del Evan­ge­lio», di­rá Bos­suet. Exis­ten los gran­des, exis­ten los po­bres, y los unos tie­nen ne­ce­si­dad de los otros; los pri­me­ros pa­ra si­tuar sus ri­que­zas en el Cie­lo a tra­vés de sus li­mos­nas, los se­gun­dos pa­ra no mo­rir de ham­bre. Ri­cos y po­bres no son más que uno en Cris­to, di­ce san Pa­blo. Los po­bres en­con­tra­ban al­gún con­sue­lo en es­ta igual­dad en es­pí­ri­tu; les gus­ta­ba ir a la igle­sia «por­que en ella los pe­que­ños son igua­les a los gran­des», es­cri­bi­rá agria­men­te Vol­tai­re, a quien no le gus­ta­ba la igual­dad con los por­dio­se­ros.
Es así que la preo­cu­pa­ción por los po­bres y el de­ber de la li­mos­na fue­ron no­ve­da­des re­vo­lu­cio­na­rias: el mun­do pa­gano no ha­bía co­no­ci­do na­da igual; ha­bía po­bres, se les da­ba li­mos­na, una mo­ne­da, pe­ro no se ha­bía he­cho de ellos una ca­te­go­ría. Ha­bía sur­gi­do un «dis­cur­so» nue­vo. Co­mo es­cri­be Pe­ter Brown en unos tér­mi­nos que su ami­go Mi­chel Fou­cault ha­bría po­di­do ha­cer su­yos, el po­bre fue la in­ven­ción de los obis­pos cris­tia­nos y nos en­fren­ta­mos aquí a un cam­bio de ima­gi­na­ción his­tó­ri­ca. El de­ber de la li­mos­na es­tá en el ori­gen de las ins­ti­tu­cio­nes lai­ci­za­das a par­tir de en­ton­ces, la asis­ten­cia pú­bli­ca, los hos­pi­ta­les, las poor laws de la In­gla­te­rra pro­tes­tan­te.
En la prác­ti­ca, pues, la ca­ri­dad con­sis­tió so­bre to­do en «ha­cer ca­ri­dad», en dis­tri­buir li­mos­nas, en fun­dar ins­ti­tu­cio­nes ca­ri­ta­ti­vas, en prac­ti­car las obras de mi­se­ri­cor­dia. Cuan­do san Juan Cri­sós­to­mo y los pa­dres ca­pa­do­cios abor­dan la ca­ri­dad en sus ho­mi­lías no desa­rro­llan te­mas es­pi­ri­tua­les o mís­ti­cos, sino que sa­can a la luz a los po­bres, sus mi­se­rias, sus en­fer­me­da­des y su emi­nen­te dig­ni­dad. Sin em­bar­go, la hu­ma­na me­dio­cri­dad se en­cuen­tra en to­das par­tes. Los po­bres a los que so­co­rrían las igle­sias y dia­co­nías eran so­bre to­do viu­das y huér­fa­nos, en esa de­mo­gra­fía en la que la edad me­dia de vi­da era de unos trein­ta años: la muer­te del ca­be­za de fa­mi­lia era la cau­sa más fre­cuen­te de la caí­da en la mi­se­ria. Aque­llas viu­das a me­nu­do per­te­ne­cían a la cla­se ri­ca y res­pe­ta­da, y ape­nas te­nían ne­ce­si­dad de ayu­da, co­mo di­ce con ira san Juan Cri­sós­to­mo, que se ha­cía en to­das par­tes in­so­por­ta­ble y al que se le hi­zo pa­gar muy ca­ro.
Por úl­ti­mo, la ca­ri­dad tam­bién fue una ideo­lo­gía, una le­gi­ti­ma­ción. El Evan­ge­lio y san Pa­blo di­cen que hay que amar, san Agus­tín afir­ma que, efec­ti­va­men­te, se ama: bien o mal orien­ta­do, el amor es el mo­tor de nues­tras ac­cio­nes, es en el hom­bre una in­fa­ti­ga­ble fuer­za ac­ti­va. Se ve a ban­di­dos su­frir las peo­res tor­tu­ras sin de­nun­ciar a sus cóm­pli­ces: «No lo ha­brían he­cho si no hu­bie­ran te­ni­do una gran ca­pa­ci­dad de amor». En am­bos ca­sos, ya se ame o se de­ba amar, el amor al pró­ji­mo a ve­ces se con­vir­tió en la in­ter­pre­ta­ción que jus­ti­fi­ca­ba cier­tas con­duc­tas o sir­vió de lla­ma­da al or­den. La ca­ri­dad es apa­ci­ble, aje­na a la dis­cor­dia, de ma­ne­ra que, pa­ra nues­tra sor­pre­sa, las más lar­gas ex­pli­ca­cio­nes que se pue­den leer so­bre la ca­ri­dad en los tex­tos de los dos pri­me­ros si­glos no la in­vo­can más que pa­ra hos­ti­gar con un­ción a un re­bel­de, un fal­so pro­fe­ta, un cis­má­ti­co pa­ra que vuel­va al re­dil, pa­ra no ce­der al es­pí­ri­tu de dis­cor­dia, pa­ra no rom­per la uni­dad.
Se­gún san Pa­blo, la ca­ri­dad dis­tin­gue al buen após­tol del ma­lo, co­mo adu­ce en una fa­mo­sa pá­gi­na de la Pri­me­ra Epís­to­la a los Co­rin­tios, en la que es­tá po­seí­do de su per­so­na. Con­fie­so que no com­par­to la ad­mi­ra­ción ge­ne­ral por es­ta pá­gi­na elo­cuen­te. En ella Pa­blo exal­ta la ca­ri­dad en unos tér­mi­nos que, se­pa­ra­dos de su con­tex­to, se han con­ver­ti­do en ilus­tres y fun­da­do­res: «Por mu­cho que ha­bla­ra las len­guas de los hom­bres y de los án­ge­les, si no ten­go ca­ri­dad, no soy sino un cla­rín so­no­ro»; la ca­ri­dad no bus­ca su in­te­rés, se re­go­ci­ja de la ver­dad… La Igle­sia de Co­rin­tio que san Pa­blo ha­bía fun­da­do es­ta­ba aho­ra di­vi­di­da y ha­bía si­do trai­cio­na­da por fal­sos mi­sio­ne­ros que ha­bían al­te­ra­do la en­se­ñan­za del fun­da­dor; en su epís­to­la, san Pa­blo ha­ce su pro­pio elo­gio con­tra sus ri­va­les y jus­ti­fi­ca su au­to­ri­dad so­bre sus dis­cí­pu­los: los au­tén­ti­cos após­to­les, los que son co­mo él, só­lo se mue­ven por la ca­ri­dad, por el amor a sus dis­cí­pu­los, son de­sin­te­re­sa­dos y, por lo tan­to, no en­se­ñan más que la ver­dad; mien­tras que los fal­sos mi­sio­ne­ros no son ca­ri­ta­ti­vos, no pien­san más que en sí mis­mos y mien­ten pa­ra im­po­ner­se.
To­do ello lo pro­fun­di­za­rá y ge­ne­ra­li­za­rá san Agus­tín. Por lo ge­ne­ral, Agus­tín per­ci­be me­jor que cual­quier otro el pe­li­gro que exis­te en iden­ti­fi­car­se con sus bue­nas in­ten­cio­nes cons­cien­tes. Sin em­bar­go, tam­bién a él le ocu­rre que lle­ga a ser víc­ti­ma de sí mis­mo. Es au­to­ri­ta­rio y lu­cha­dor; así, afir­ma que el amor jus­ti­fi­ca el ejer­ci­cio de la au­to­ri­dad: amar ver­da­de­ra­men­te al pró­ji­mo es que­rer el bien del pró­ji­mo, su ver­da­de­ro Bien, es de­cir, a Dios; se ama al pró­ji­mo por­que Dios es­tá en él, o, al me­nos, pa­ra que es­té en él, se le ama «en Cris­to». Lue­go en­ton­ces se po­drá, por ejem­plo, coac­cio­nar al pró­ji­mo, «obli­gar­lo a en­trar» en la or­to­do­xia, pues­to que es por su bien y por­que la coac­ción ter­mi­na­rá, sin du­da, un día por con­du­cir­lo sin­ce­ra­men­te a ese Dios que es su ver­da­de­ro Bien. De ahí el fa­mo­so «ama y haz lo que quie­ras»: ha­gas lo que ha­gas, con la con­di­ción de es­tar ani­ma­do por ese amor a Dios en el pró­ji­mo (aun­que sea a pe­sar de és­te), en­ton­ces lo que tú ha­gas es bueno, in­clui­da la coac­ción.
La sin­ce­ri­dad, la cohe­ren­cia y los mó­vi­les ele­va­dos de san Agus­tín no se pue­den po­ner en du­da, al me­nos en una re­li­gión en cu­yo co­ra­zón es­tán, en nom­bre de la ca­ri­dad, la au­to­ri­dad pas­to­ral, el amor por el pas­tor, la obe­dien­cia y la he­te­ro­no­mía. Sin em­bar­go, pa­re­ce di­fí­cil ne­gar­lo: la ca­ri­dad, co­mo vo­lun­tad de que­rer la fe­li­ci­dad eter­na del pró­ji­mo, uni­da a la or­ga­ni­za­ción je­rár­qui­ca de la Igle­sia, ha pro­du­ci­do en es­te ba­jo mun­do mu­chos más efec­tos de au­to­ri­dad que de bon­dad.
Por el con­tra­rio, exis­te una pa­la­bra, «mi­se­ri­cor­dia», que es me­nos sos­pe­cho­sa que la de «ca­ri­dad». El pa­ga­nis­mo la co­no­cía; en los poe­mas ho­mé­ri­cos, los po­bres y los ven­ci­dos, pa­ra con­se­guir una li­mos­na o la gra­cia, ale­ga­ban que los dio­ses que­rían que se fue­ra mi­se­ri­cor­dio­so. Pe­ro la pa­la­bra re­so­na­ba con mu­cha más fuer­za en el cris­tia­nis­mo; ha­bía per­ma­ne­ci­do en las me­mo­rias y es­ta­ba gra­ba­da en la Es­cri­tu­ra; un cris­tiano, pres­cri­bía san Pa­blo, de­be re­ves­tir­se «de ter­nu­ra, de de­fe­ren­cia, de hu­mil­dad, de ge­ne­ro­si­dad y de man­se­dum­bre», «la man­se­dum­bre y la mo­de­ra­ción de Cris­to». La ca­ri­dad mi­se­ri­cor­dio­sa se­rá una mo­ral in­te­ri­n­di­vi­dual: te­ner con­mi­se­ra­ción, mos­trar­se sen­si­ble a la suer­te del pró­ji­mo, es­tar abier­to al ex­tran­je­ro, per­do­nar las ofen­sas, no ser cruel, ha­cer fa­vo­res. El de­ber de amar es un im­pe­ra­ti­vo de ca­rác­ter ge­ne­ral que to­ma­rá ros­tro se­gún las oca­sio­nes; el buen sa­ma­ri­tano so­co­rre a un he­ri­do y «mu­chos de no­so­tros han ido a pri­sión pa­ra li­be­rar a otro» de la pri­sión por deu­das.
Con­clu­ya­mos. Je­sús de Na­za­reth fue an­te to­do un pro­fe­ta es­ca­to­ló­gi­co ju­dío, un tau­ma­tur­go fa­mo­so en su país, pe­ro tam­bién fue un pre­di­ca­dor que en­se­ña­ba que la man­se­dum­bre, la mi­se­ri­cor­dia, el per­dón mu­tuo, el amor o «ca­ri­dad» (ágapê) pa­ra con to­dos, her­ma­nos o enemi­gos, ten­drían su re­com­pen­sa en el reino in­mi­nen­te de Dios. A tra­vés de los si­glos, es­ta en­se­ñan­za ha­brá in­fun­di­do la idea de mi­se­ri­cor­dia a per­so­nas sen­si­bles que te­nían al­gu­na dis­po­si­ción pa­ra re­ci­bir­la, pe­ro que, sin ella, se­gu­ra­men­te no la ha­brían pen­sa­do por sí mis­mas. El Evan­ge­lio in­tro­du­jo de es­ta ma­ne­ra un po­co de ca­ri­dad en me­dio de las atro­ci­da­des ha­bi­tua­les de la his­to­ria.
Se­gún pa­re­ce, nos he­mos ale­ja­do de los com­ba­tes de la are­na del cir­co, pe­ro va­mos a ver que otra co­rrien­te cris­tia­na ex­traía de la uto­pía evan­gé­li­ca una mo­ral de la no vio­len­cia. Me­re­ce la pe­na que se dé cuen­ta de ella, que se le de­vuel­va su es­pe­ci­fi­ci­dad.
10
Co­rrien­te pu­ra­men­te re­li­gio­sa, ni re­vo­lu­cio­na­ria ni he­ré­ti­ca, pe­ro mo­vi­da por una éti­ca de la con­vic­ción y no, co­mo el grue­so de la Igle­sia, por una éti­ca de res­pon­sa­bi­li­dad ha­cia sí mis­ma y ha­cia la so­cie­dad im­pe­rial. Fiel a la le­tra del De­cá­lo­go y al ideal evan­gé­li­co, ata­ca a esos pi­la­res de la so­cie­dad que son dos ase­si­nos: el sol­da­do y el juez; al me­nos, has­ta el triun­fo de la Igle­sia en el Es­ta­do ro­mano, en el que la co­rrien­te se de­bi­li­ta­rá sin des­a­pa­re­cer. Ese ex­tre­mis­mo ha­brá con­tri­bui­do a la desa­pa­ri­ción de un ter­cer ase­sino, el gla­dia­dor.
No más que Ate­ná­go­ras, el dul­ce Lac­tan­cio no ha­ce dis­tin­ción en­tre los com­ba­tes de la are­na del cir­co y las eje­cu­cio­nes de con­de­na­dos. Aun­que un cri­mi­nal fue­ra tor­tu­ra­do con to­da jus­ti­cia, no por ello ir a ver su su­pli­cio de­ja­ría de ser una «vo­lup­tuo­si­dad» cul­pa­ble que «con­ta­mi­na» el al­ma de los es­pec­ta­do­res. El ho­rror de de­rra­mar la san­gre y la con­mi­se­ra­ción por la víc­ti­ma po­drán acom­pa­ñar­se de una sen­si­bi­li­dad crís­ti­ca: el obis­po Rá­bu­la con­de­na­rá las pe­li­gro­sas ca­ce­rías del cir­co ale­gan­do que la car­ne de un hom­bre era sa­gra­da, por­que era la car­ne con la que Cris­to se ha­bía uni­do en la Eu­ca­ris­tía.
Pues­to que el con­de­na­do es digno de pie­dad, el juez es un ho­mi­ci­da; in­fli­gir su­pli­cios es tan cul­pa­ble co­mo asis­tir a ellos en ca­li­dad de es­pec­ta­dor, con­de­nar al pró­ji­mo es un pe­ca­do. Un es­cri­tor de gran ta­len­to, Ter­tu­liano, con­ce­dió, en sus años jó­ve­nes, que «es un bien cas­ti­gar a los cul­pa­bles, ¿quién lo ne­ga­rá?», pe­ro pres­cri­bía que no se asis­tie­ra a los su­pli­cios: un cris­tiano «de­be­ría su­frir al ver que un hom­bre, su se­me­jan­te, se ha re­co­no­ci­do lo bas­tan­te cul­pa­ble co­mo pa­ra ex­piar tan cruel­men­te». Por el con­tra­rio, nun­ca hay una pa­la­bra de pie­dad pa­ra el gla­dia­dor. ¿Por qué es­te tra­to de­sigual en­tre dos hom­bres de los que el se­gun­do no es más cul­pa­ble que el otro? Sin du­da por­que el cri­mi­nal no ha­ce más que su­frir su cas­ti­go, mien­tras que el gla­dia­dor ha acep­ta­do ma­tar.
Más tar­de, una vez que pa­só a la he­re­jía mon­ta­nis­ta, nues­tro au­tor irá más allá: bas­ta de jue­ces en la Igle­sia, bas­ta de sol­da­dos; un cris­tiano no pue­de sa­car la es­pa­da, por­que «el Se­ñor ha pro­nun­cia­do que el que ha­ga uso de la es­pa­da a es­pa­da pe­re­ce­rá». Hu­bo, en efec­to, sol­da­dos que se ne­ga­ron a sa­car la es­pa­da y mu­rie­ron co­mo már­ti­res; sus nom­bres es­tán ins­cri­tos en los mar­ti­ro­lo­gios. La pá­gi­na más so­bre­co­ge­do­ra de Ter­tu­liano re­la­ta el he­roís­mo de uno de ellos. La úl­ti­ma gran per­se­cu­ción, y la peor, la del año 303, qui­zá tu­vie­ran co­mo de­to­nan­te a los ob­je­to­res de con­cien­cia en un ejér­ci­to que pre­ten­día ha­ber si­do re­no­va­do.
Es una re­vo­lu­ción: el cre­yen­te pre­va­le­ce a par­tir de aho­ra so­bre el sol­da­do y el ma­gis­tra­do, que te­nían una po­si­ción pre­pon­de­ran­te en la ciu­dad pa­ga­na; su atri­bu­to co­mún era la es­pa­da y he aquí a la es­pa­da de­ni­gra­da; in­clu­so sien­do le­gal, la vio­len­cia pier­de su le­gi­ti­mi­dad. Co­mo juez, un cris­tiano po­drá re­sol­ver los pro­ce­sos de na­tu­ra­le­za ci­vil, los «asun­tos de di­ne­ro», pe­ro no in­fli­gir cas­ti­go a un cri­mi­nal, ni tam­po­co cas­ti­gar con la in­fa­mia a los de­lin­cuen­tes. En lo pe­nal, el man­da­mien­to de no ma­tar le prohi­bi­rá ser­vir­se de la es­pa­da; en vir­tud de es­te amor al pró­ji­mo, no im­pon­drá al acu­sa­do de­ten­ción pro­vi­sio­nal; «bas­ta de ca­la­bo­zos, bas­ta de ca­de­nas, bas­ta de tor­tu­ra, bas­ta de su­pli­cios», bas­ta de pe­na de muer­te, «si es cier­to que pue­de ima­gi­nar­se que es po­si­ble» cuan­do se es juez. Así pues, un cris­tiano no pue­de ser juez, co­mo tam­po­co sol­da­do: ¿aca­so va a ven­gar las in­jus­ti­cias co­me­ti­das con­tra otro, «él que no ven­ga las in­jus­ti­cias co­me­ti­das con­tra él»? Se ha pro­nun­cia­do la gran pa­la­bra: que­da prohi­bi­do de­vol­ver mal por mal, por­que «ama­rás a tu pró­ji­mo más que a tu vi­da». De­jar de ven­gar las in­ju­rias sua­vi­za­ría la so­cie­dad. La uto­pía no era una so­la, la ne­ce­si­dad y la ca­ri­dad eran con­ci­lia­bles, y se po­día so­ñar con una so­cie­dad con­ver­ti­da en cris­tia­na en la que to­da muer­te vio­len­ta ha­bría des­pa­re­ci­do; Lac­tan­cio pre­di­jo que el cris­tia­nis­mo ha­rá reinar la bon­dad uni­ver­sal y to­das las vir­tu­des, co­sa que con­ver­ti­rá en inú­ti­les las gue­rras y los cas­ti­gos ju­di­cia­les; otor­ga a una re­li­gión una mi­sión inau­di­ta, la de ter­mi­nar con el mal.
El amor al pró­ji­mo, en su in­ter­pre­ta­ción ex­tre­ma, po­día apo­yar­se en las Sa­gra­das Es­cri­tu­ras: «Pues yo os di­go: no os re­sis­táis al mal­va­do», ha di­cho el Se­ñor; «al que te qui­te el man­to no le im­pi­das que te qui­te la tú­ni­ca; si al­guien te abo­fe­tea en la me­ji­lla de­re­cha, pre­sén­ta­le tam­bién la iz­quier­da». En es­to hu­bo, sin du­da, un gran de­ba­te que, me­nos rui­do­so que las que­re­llas gnós­ti­cas, de­bió de di­vi­dir a la Igle­sia en los tres pri­me­ros si­glos de nues­tra era y aún ten­drá ecos en el si­glo V… y en nues­tros días: pa­ci­fis­mo, no vio­len­cia, un cier­to ter­cer­mun­dis­mo, ac­ti­tu­des to­das ellas que se pue­den re­unir ba­jo el nom­bre, pres­ta­do de Max We­ber, de «amor acós­mi­co», de amor que quie­re ig­no­rar el cos­mos, el mun­do, en vir­tud de una éti­ca de va­lo­res («¡Pe­rez­ca Ro­ma an­tes que un prin­ci­pio!») o de una ac­ti­tud má­gi­ca que nie­ga la vio­len­cia re­nun­cian­do uno mis­mo a ejer­cer­la.
Fren­te a la so­cie­dad glo­bal, es­ta ca­ri­dad ex­tre­mis­ta es una ac­ti­tud de sec­ta, na­ci­da en el seno de la pri­mi­ti­va es­ca­to­lo­gía cris­tia­na que rom­pía con el mun­do. Fue, es de su­po­ner, esa co­rrien­te acós­mi­ca la que com­ple­tó el tex­to de los Evan­ge­lios tal co­mo hoy día lo lee­mos; in­ser­tan­do en él un epi­so­dio de la vi­da de Je­sús so­bre el que po­día apo­yar­se, el de la mu­jer adúl­te­ra, que la Ley ju­día con­de­na­ba a ser la­pi­da­da; Cris­to le sal­vó la vi­da pro­nun­cian­do las fa­mo­sas pa­la­bras «El que es­té li­bre de pe­ca­do que ti­re la pri­me­ra pie­dra» y di­jo a aque­lla mu­jer cul­pa­ble: «Yo no te con­deno, ve­te y no pe­ques más». Es­te epi­so­dio fal­ta en una de las dos fa­mi­lias de ma­nus­cri­tos de los Evan­ge­lios o apa­re­ce in­di­ca­do co­mo sos­pe­cho­so me­dian­te un signo con­ven­cio­nal; en la otra fa­mi­lia, fue in­ser­ta­do, se­gún los ma­nus­cri­tos, ya en el ca­pí­tu­lo VIII del Evan­ge­lio de Juan, en el que lo lee­mos ge­ne­ral­men­te, ya en el VII, ya en el XXI, es de­cir, en el apén­di­ce al fi­nal de es­te Evan­ge­lio, ya in­clu­so en el ca­pí­tu­lo XXI del Evan­ge­lio de Lu­cas. In­ser­ción, pues, e in­ser­ción tar­día, por­que nin­gún au­tor cris­tiano, ya fue­ra grie­go o la­tino, men­cio­na es­te fa­mo­so epi­so­dio an­tes del si­glo IV; y, en los pri­me­ros de­ce­nios de di­cho si­glo, Eu­se­bio, que lo men­cio­na co­mo una ra­re­za, no lo leía to­da­vía más que en un Evan­ge­lio no ca­nó­ni­co, el de los he­breos (es de­cir, de los ju­deo­cris­tia­nos).
Era, pues, ahí don­de los acós­mi­cos lo ha­bían en­con­tra­do; sin du­da esa pá­gi­na ad­qui­rió una enor­me fa­ma, de mo­do que su in­ser­ción en di­fe­ren­tes lu­ga­res de los Evan­ge­lios se de­bió a ini­cia­ti­vas dis­tin­tas. A par­tir de en­ton­ces la Es­cri­tu­ra en­se­ña­ba que na­die po­día con­de­nar al pró­ji­mo y que un cris­tiano no po­día ser juez. Y ello per­ma­ne­ció así du­ran­te mu­cho tiem­po, aun­que san Agus­tín in­ten­ta­ra arran­car a es­ta pá­gi­na su ve­neno irres­pon­sa­ble. In­clu­so des­pués del año 313, a to­do lo lar­go del pri­mer si­glo cris­tiano, los ma­gis­tra­dos no pue­den ser ad­mi­ti­dos en el cle­ro o no lo son más que al tér­mino de una lar­ga pe­ni­ten­cia, al me­nos en prin­ci­pio. Aún en el mo­men­to cru­cial del año 400, el gran ad­ver­sa­rio de san Agus­tín, Pe­la­gio, apli­ca es­tric­ta­men­te la éti­ca de los va­lo­res: un cris­tiano no pue­de ser juez, no pue­de ocu­par el pues­to de Pon­cio Pi­la­to; es inad­mi­si­ble que or­de­ne tor­tu­rar y mar­ti­ri­zar, por­que la con­mi­se­ra­ción se exi­ge a to­dos, cual­quie­ra que sea el pues­to que ocu­pe en la so­cie­dad. Las eje­cu­cio­nes pú­bli­cas son ho­rri­bles y los cris­tia­nos de­ben sen­tir los su­fri­mien­tos del pró­ji­mo co­mo si fue­ran su­yos. «Los hom­bres que, en vir­tud de sus fun­cio­nes, pue­den dar li­bre cur­so a su cruel­dad», irán al in­fierno.
En la mis­ma épo­ca, ya fi­nal­men­te cris­tia­na, ba­jo el reina­do de Ho­no­rio, no son los he­re­jes co­mo Pe­la­gio, sino pre­ci­sa­men­te los «pa­pas» Si­ri­cio o Inocen­cio, con to­da la au­to­ri­dad que tie­nen ya los obis­pos de Ro­ma, los que prohí­ben, si no en­trar y per­ma­ne­cer en la co­mu­ni­dad de los fie­les, al me­nos ac­ce­der al epis­co­pa­do a to­dos aque­llos, fun­cio­na­rios o con­se­je­ros de una ciu­dad, que tu­vie­ron que «apli­car unas le­yes fa­tí­di­ca­men­te se­ve­ras» y usar la es­pa­da, o que ofre­cie­ron al pue­blo «pla­ce­res», es de­cir, es­pec­tácu­los (vo­lup­ta­tes et edi­cio­nes). La opo­si­ción de la Igle­sia ha­cia to­dos los es­pec­tácu­los no ha­bía ce­sa­do.
Sin em­bar­go, fue en vano, co­mo va­mos a ver, sal­vo con­tra la gla­dia­tu­ra, que era cin­co ve­ces con­de­na­ble: era un pla­cer y agi­ta­ba las al­mas, co­mo los de­más es­pec­tácu­los, pe­ro ade­más vio­la­ba la Ley, que prohi­bía ma­tar y ver ma­tar, fal­ta­ba a la ca­ri­dad, que prohi­bía ser cruel, da­ba mie­do a los man­sos, que no so­por­tan la vi­sión de la san­gre, y era con­tra­ria a la ideo­lo­gía de la no vio­len­cia.
Los em­pe­ra­do­res, con­ver­ti­dos en cris­tia­nos, no la ve­rán de otra ma­ne­ra; em­plea­rán, sin em­bar­go, más de un si­glo en aho­gar­la o de­jar­la ex­tin­guir­se. ¿Qué pa­pel pu­do desem­pe­ñar en es­te asun­to la co­rrien­te no vio­len­ta? No siem­pre es­tu­vo le­jos del po­der. Lac­tan­cio fue el pre­cep­tor de uno de los hi­jos de Cons­tan­tino. Se pue­de con­si­de­rar, sin em­bar­go, que su sig­ni­fi­ca­ción his­tó­ri­ca es so­bre to­do la de un sín­to­ma: es­te mo­vi­mien­to de in­te­lec­tua­les de­mues­tra que el es­pí­ri­tu pro­pia­men­te evan­gé­li­co per­ma­ne­cía vi­vo y que, por lo tan­to, pu­do que­dar im­preg­na­do en las ma­sas cris­tia­nas, cu­yos pen­sa­mien­tos co­no­ce­mos tan mal.
11
El año 313 es el de una di­vi­na sor­pre­sa y de un acon­te­ci­mien­to cu­yo al­can­ce ha­bría de ser más que mi­le­na­rio: Cons­tan­tino se con­vir­tió al cris­tia­nis­mo, que a par­tir de en­ton­ces se­rá, si no la re­li­gión del Im­pe­rio, al me­nos la re­li­gión per­so­nal del em­pe­ra­dor (sea di­cho sim­pli­fi­can­do las co­sas, por­que la per­so­na pri­va­da del so­be­rano se se­pa­ra con di­fi­cul­tad de la per­so­na pú­bli­ca). Él fa­vo­re­ce­rá a la nue­va re­li­gión, la col­ma­rá de fa­vo­res, de pri­vi­le­gios, de con­ce­sio­nes y de di­ne­ro, y tam­bién in­ter­ven­drá en los asun­tos ecle­siás­ti­cos. La Igle­sia no pue­de opo­ner­se a su po­de­ro­so pro­tec­tor y sien­te que aho­ra tie­ne res­pon­sa­bi­li­da­des es­ta­ta­les. Al­gu­nos ma­gis­tra­dos cris­tia­nos con­ti­núan ne­gán­do­se a sa­car la es­pa­da del juez, con gran in­dig­na­ción de los pa­ga­nos. Por el con­tra­rio, al an­ti­mi­li­ta­ris­mo se le po­ne sor­di­na: el em­pe­ra­dor ne­ce­si­ta a su ejér­ci­to: los nom­bres de los sol­da­dos que ha­bían si­do mar­ti­ri­za­dos por ha­ber­se ne­ga­do a obe­de­cer las ór­de­nes son ex­clui­dos de los mar­ti­ro­lo­gios; los sol­da­dos cris­tia­nos se ven de aho­ra en ade­lan­te obli­ga­dos a sa­car la es­pa­da, lo mis­mo que los jue­ces.
La Igle­sia es la alia­da del po­der y se ha con­ver­ti­do en un po­der. Com­ba­ti­rá con du­re­za a sus pro­pios he­re­jes y cis­má­ti­cos, pe­ro en es­tos pri­me­ros si­glos cris­tia­nos no per­se­gui­rá de for­ma sis­te­má­ti­ca a los pa­ga­nos (sal­vo en ex­plo­sio­nes lo­ca­les de vio­len­cia, de­bi­das a gru­pos fa­ná­ti­cos, an­te las cua­les las au­to­ri­da­des ce­rra­ban los ojos). No los per­se­gui­rá por la sen­ci­lla ra­zón de que no se preo­cu­pa de su al­ma y en ab­so­lu­to se pro­po­ne con­ver­tir­los: lo que ella quie­re es ga­nar su gue­rra, ven­cer al pa­ga­nis­mo, erra­di­car sus pom­pas, sus obras, sus fies­tas, sus sa­cri­fi­cios que con­ta­mi­nan y sus gla­dia­do­res que con­ta­mi­nan del mis­mo mo­do. Los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos tam­bién lo desea­ban, pe­ro sa­bían con qué re­sis­ten­cias tro­pe­za­ban. La nue­va re­li­gión es­ta­ba me­nos «en el sen­ti­do de la his­to­ria» de lo que su fu­tu­ra vic­to­ria ha­rá pen­sar re­tros­pec­ti­va­men­te. Los cris­tia­nos es­ta­ban le­jos de ser una ma­yo­ría; al ca­bo de un si­glo de es­fuer­zos, ha­cia el año 400, se es­ti­ma que me­nos de la mi­tad de los ha­bi­tan­tes del Im­pe­rio lo eran. El cris­tia­nis­mo era un gran pro­ble­ma, no una gran mu­che­dum­bre, y la ca­li­dad era aún me­nor que la can­ti­dad; eran cris­tia­nos, pe­ro lle­va­ban amu­le­tos, se em­bo­rra­cha­ban y, to­da­vía peor, las no­ches de las fies­tas de los már­ti­res iban a flir­tear con las mu­cha­chas en las igle­sias, si­guien­do el ejem­plo del jo­ven san Agus­tín, les gus­ta­ba el tea­tro y la dan­za co­mo a él, o se apa­sio­na­ban por el cir­co y, co­mo el cris­tiano Ali­pio, por los gla­dia­do­res.
Aque­llo no era una no­ve­dad: an­tes del año 313, an­tes de la épo­ca en que las con­ver­sio­nes po­dían ser in­tere­sa­das, ha­bía fie­les que se re­sis­tían a la fo­bia pas­to­ral. Sos­te­nían que los es­pec­tácu­los no eran más que di­ver­sio­nes y no ha­cían otro mal que ha­cer­los fe­li­ces; to­ma­ban la de­fen­sa del tea­tro y del cir­co a gol­pe de ci­tas bí­bli­cas: Da­vid ha­bía dan­za­do de­lan­te del Ar­ca y el pro­fe­ta Elías con­du­cía un ca­rro. El pan­fle­to de Ter­tu­liano con­tra los es­pec­tácu­los es­tá di­ri­gi­do pre­ci­sa­men­te a lec­to­res cris­tia­nos, pa­ra di­sua­dir­los de asis­tir a ellos. La ima­gi­na­ción de los fie­les, des­de san Pa­blo, es­ta­ba po­bla­da de com­pa­ra­cio­nes que pro­ce­dían de los es­pec­tácu­los de lu­cha y de bo­xeo; los ser­mo­nes de san Juan Cri­sós­to­mo es­tán lle­nos de ellas. En las Ac­tas de Per­pe­tua y Fe­li­ci­dad, del año 203 apro­xi­ma­da­men­te, una de es­tas jó­ve­nes már­ti­res li­bra en sue­ños, en la are­na del cir­co de Car­ta­go, un com­ba­te atlé­ti­co con­tra el de­mo­nio. El al­ma cris­tia­na no es­ta­ba exen­ta de una con­cu­pis­cen­cia más san­gui­na­ria; en la épo­ca cris­tia­na, las lám­pa­ras de acei­te de­co­ra­das con es­ce­nas de már­ti­res to­ma­rán el re­le­vo de las lám­pa­ras pa­ga­nas con com­ba­tes de gla­dia­do­res, sien­do la mis­ma la fas­ci­na­ción por la san­gre de­rra­ma­da.
«És­tas son las mis­mas ma­sas que lle­nan las igle­sias los días de las fies­tas cris­tia­nas y los tea­tros los días de las fies­tas pa­ga­nas», es­cri­be amar­ga­men­te san Agus­tín. Fren­te a una po­bla­ción me­nos de la mi­tad cris­tia­ni­za­da, y mal, cu­yos fie­les iban a los es­pec­tácu­los y en la que los pa­ga­nos a ve­ces es­ta­ban dis­pues­tos a lin­char a los agua­fies­tas y a los des­truc­to­res de ído­los, los em­pe­ra­do­res se cui­da­ron bien de se­guir en es­te pun­to la ta­rea ecle­siás­ti­ca de de­mo­li­ción del pa­ga­nis­mo. De­ja­ban que san Agus­tín en su Áfri­ca y san Juan Cri­sós­to­mo en Cons­tan­ti­no­pla de­plo­ra­ran des­de el pul­pi­to que la gen­te no fue­ra a es­cu­char su ser­món el día en que ha­bía ca­za en la are­na o ca­rre­ras en el Gran Cir­co (si bien el pro­pio Juan po­nía a los au­ri­gas del cir­co co­mo ejem­plo a su grey por su as­ce­sis, su die­ta ali­men­ti­cia, sus su­fri­mien­tos). En la pro­pia Ro­ma, la po­bla­ción man­te­nía sus jue­gos y no le gus­ta­ba ver su fies­ta al­te­ra­da. Las «con­tor­nia­tas», esas me­da­llas que dis­tri­buía la aris­to­cra­cia a mo­do de agui­nal­do, re­pre­sen­tan a in­di­vi­duos que gus­ta­ban al pue­blo; ade­más del inevi­ta­ble per­fil del em­pe­ra­dor reinan­te, en ellas se ve el de Ne­rón, muy po­pu­lar des­de ha­cía tres si­glos a cau­sa de sus es­pec­tácu­los, así co­mo es­ce­nas del cul­to pa­gano, ca­rre­ras del cir­co y a ve­ces de gla­dia­do­res. Tres ge­ne­ra­cio­nes des­pués del acon­te­ci­mien­to del año 313, se cuen­ta que un mon­je ba­jó a la are­na del Co­li­seo pa­ra im­pe­dir a unos gla­dia­do­res que lu­cha­ran y fue lin­cha­do por una mul­ti­tud fu­rio­sa.
Del mis­mo mo­do, los so­be­ra­nos te­nían cui­da­do de re­pe­tir in­can­sa­ble­men­te en sus le­yes que los pue­blos de su im­pe­rio te­nían de­re­cho a sus tres fes­te­jos: cir­co, tea­tro y ca­ce­rías, las cua­les ha­bían sus­ti­tui­do ca­si en to­das par­tes a los com­ba­tes de gla­dia­do­res. Abo­lir los sa­cri­fi­cios, muy bien, pe­ro no las di­ver­sio­nes. El 19 de mar­zo del año 399, unos co­mi­sa­rios im­pe­ria­les des­em­bar­ca­ron en Áfri­ca pa­ra des­truir los tem­plos de Car­ta­go; sin em­bar­go, el 20 de agos­to si­guien­te, los dos em­pe­ra­do­res es­cri­bían al pro­cón­sul de Áfri­ca que ellos «ha­bían abo­li­do me­dian­te una ley sa­lu­da­ble los ri­tos sa­crí­le­gos, pe­ro que no to­le­ra­rían que las reunio­nes fes­ti­vas de los ciu­da­da­nos y los fes­te­jos co­mu­nes fue­ran su­pri­mi­dos». Se sa­be que los sa­cer­do­tes del cul­to im­pe­rial (sa­cer­do­ta­les) se­guían exis­tien­do en Áfri­ca en esa fe­cha; ya no ado­ra­ban, evi­den­te­men­te, a los em­pe­ra­do­res, pe­ro con­ti­nua­ban pa­gan­do los gas­tos de los es­pec­tácu­los al pue­blo. La Igle­sia y el Es­ta­do son dos, hay que dar al Cé­sar lo que se le de­be, y en­ton­ces Cé­sar man­tie­ne los es­pec­tácu­los. Los es­pec­tácu­los con­ti­nua­ron, pues, bri­llan­do y bri­lla­rán más que nun­ca en el Im­pe­rio bi­zan­tino.
Sí, se ha sal­va­do la tra­di­ción, los es­pec­tácu­los per­ma­ne­cen, co­sa que, en la opi­nión ge­ne­ral, es la prue­ba de la so­li­dez ci­vi­li­za­da de los tiem­pos cris­tia­nos, del reina­do prós­pe­ro de sus pia­do­sos em­pe­ra­do­res, que es­cri­ben en el año 376: «No­so­tros no nos opo­ne­mos a las pa­sio­nes de un pue­blo en aras de su fe­li­ci­dad, sino más bien los ani­ma­mos a adop­tar­las». En es­te si­glo IV, se en­cuen­tran una jun­to a otra una in­to­le­ran­cia pú­bli­ca o lar­va­da con­tra las reali­da­des del pa­ga­nis­mo (a ex­cep­ción de los es­pec­tácu­los) y una co­exis­ten­cia más pa­cí­fi­ca del po­der o de la Igle­sia con los pa­ga­nos. El po­der nom­bra im­par­cial­men­te a pa­ga­nos y cris­tia­nos pa­ra los pues­tos de ge­ne­ra­les y al­tos fun­cio­na­rios, in­clui­dos los más ele­va­dos; más de la mi­tad son pa­ga­nos. En el Se­na­do de Ro­ma, don­de só­lo ocu­pa­ba es­ca­ños la aris­to­cra­cia que vi­vía en la ciu­dad, los pa­ga­nos es­ta­ban en ma­yo­ría; en el seno de es­tas gran­des fa­mi­lias, pa­rien­tes cris­tia­nos y pa­ga­nos con­vi­vían no me­nos pa­cí­fi­ca­men­te, tal vez con un re­par­to cal­cu­la­do de los pa­pe­les. Idén­ti­ca cor­te­sía se ha­lla­rá en los in­ter­cam­bios epis­to­la­res en­tre aris­tó­cra­tas o en­tre las per­so­nas cul­tas; és­te se­rá el es­ti­lo de las car­tas de san Agus­tín, así co­mo el de las del pa­gano Li­ban­do. El ca­so de la ciu­dad de Ro­ma que­da­ba apar­te y era el peor de to­dos: con la ri­quí­si­ma aris­to­cra­cia cul­ta y pa­ga­na que allí es­ta­ba es­ta­ble­ci­da, más pa­ga­na que nun­ca por emu­la­ción con los cris­tia­nos y en reac­ción con­tra ellos, Ro­ma se ha­bía con­ver­ti­do en «el Va­ti­cano del pa­ga­nis­mo», co­mo lo lla­ma Pe­ter Brown; era en Ro­ma don­de Ali­pio ha­bía po­di­do ver gla­dia­do­res.
A tra­vés del Im­pe­rio, en las de­más ciu­da­des, la co­exis­ten­cia con­sis­tía en guar­dar si­len­cio so­bre aque­llos te­mas que co­rrían el pe­li­gro de mo­les­tar; co­mo ha de­mos­tra­do Clau­de Le­pe­lley, si no se le­ye­ran más que las ins­crip­cio­nes pú­bli­cas que ema­na­ban de los con­se­jos mu­ni­ci­pa­les, ja­más se sos­pe­cha­ría que hu­bo una re­vo­lu­ción re­li­gio­sa en el si­glo IV. En­tre pa­ga­nos y cris­tia­nos se ex­ten­día una am­plia zo­na neu­tral. Un es­pí­ri­tu cor­po­ra­ti­vo o una so­li­da­ri­dad de cla­se lo­gra­ba evi­tar cual­quier con­flic­to, con lo que se po­día ver al lí­der del pa­ga­nis­mo en Ro­ma re­co­men­dar a un obis­po. Otro te­rreno neu­tral era la pa­la­bra pú­bli­ca, que se­guía sien­do más li­bre de lo que se po­dría creer, por res­pe­to a los gran­des nom­bres de la aris­to­cra­cia o de la cul­tu­ra (ofi­cial­men­te, el res­pe­to de los em­pe­ra­do­res al pa­tri­mo­nio ur­ba­nís­ti­co pa­gano, tem­plos, es­ta­tuas y bos­ques sa­gra­dos era igual de gran­de); cuan­do Te­mis­tio, pre­cep­tor de un prín­ci­pe im­pe­rial, se di­ri­ge a su so­be­rano, no di­si­mu­la, le ha­bla co­mo pa­gano; Li­ba­nio, ilus­tre pro­fe­sor, pue­de di­ri­gir im­pu­ne­men­te al muy cris­tiano Teo­do­sio un lla­ma­mien­to va­lien­te a fa­vor del res­pe­to por los tem­plos. Y el más le­tra­do de los se­na­do­res de Ro­ma, Sí­ma­co, pre­fec­to de es­ta ciu­dad, di­ri­gió el año 384 a la cor­te im­pe­rial de Mi­lán una pe­ti­ción no me­nos va­lien­te­men­te ar­gu­men­ta­da que pe­día el res­ta­ble­ci­mien­to de los cul­tos y de los cré­di­tos del pa­ga­nis­mo.
Aho­ra bien, en el año 393, ba­jo el pia­do­so Teo­do­sio, el mis­mo Sí­ma­co ma­ni­fies­ta co­mo una evi­den­cia que, pa­ra ca­da nue­vo se­na­dor de Ro­ma, ofre­cer un es­pec­tácu­lo de gla­dia­do­res for­ma par­te del ce­re­mo­nial de su en­tro­ni­za­ción y que pa­ra ello hay que vi­gi­lar que se re­clu­te «con un con­tra­to es­pe­cial [auc­to­ra­tio] pro­fe­sio­na­les for­ma­dos con una lar­ga ex­pe­rien­cia». Por­que en es­ta fe­cha las es­cue­las de gla­dia­do­res si­guen exis­tien­do, pe­ro ¿es­ta­ban a pun­to de caer en desuso y Sí­ma­co desea­ba aquí ver­las de nue­vo flo­re­cer? Efec­ti­va­men­te, la are­na del cir­co se ha­bía con­ver­ti­do en la apues­ta del com­ba­te en­tre las dos re­li­gio­nes. Los úl­ti­mos pa­ga­nos se em­pe­ña­ban en man­te­ner la tra­di­ción de es­tos com­ba­tes, que eran pa­ga­nis­mo en to­da su cruel­dad, pa­ra arro­jar­los a la ca­ra de los man­sos cris­tia­nos; re­cor­de­mos que Li­ba­nio com­pa­ra­ba a los gla­dia­do­res con los hé­roes es­par­ta­nos de las Ter­mó­pi­las. El pa­ga­nis­mo a la de­fen­si­va se ha­bía he­cho in­te­gris­ta pa­ra ser más vi­go­ro­so. Al en­te­rar­se de que una ves­tal ha­bía trai­cio­na­do su vo­to de cas­ti­dad, Sí­ma­co, otra vez él, in­sis­te pa­ra que es­te de­li­to mons­truo­so sea cas­ti­ga­do con ex­tre­mo ri­gor y se le apli­que es­tric­ta­men­te la an­ti­gua cos­tum­bre; es­ta cos­tum­bre, caí­da en desuso des­de ha­cía tres si­glos, con­sis­tía en en­te­rrar vi­va a la cul­pa­ble y un cas­ti­go pa­re­ci­do ha­bía cau­sa­do ho­rror cuan­do un ti­rano, Do­mi­ciano, lo ha­bía apli­ca­do por úl­ti­ma vez. El in­te­gris­mo pa­gano, evi­den­te­men­te, era pa­ra los cris­tia­nos una in­ci­ta­ción más pa­ra ter­mi­nar con esa gla­dia­tu­ra so­bre la que uno y otro par­ti­do me­dían sus fuer­zas; sin em­bar­go, pa­ra los go­ber­nan­tes, aun­que fue­ran cris­tia­nos, era más bien una ra­zón pa­ra dar mues­tras de mo­de­ra­ción.
12
La im­pe­rial mo­de­ra­ción en cues­tión ha­bía to­ma­do con Cons­tan­tino la for­ma de un do­ble jue­go: en el año 325, es­te prín­ci­pe pa­re­cía abo­lir me­dian­te una ley los com­ba­tes de gla­dia­do­res y los sa­cri­fi­cios, pe­ro sus car­tas ofi­cia­les y su prác­ti­ca des­men­tían su ley; una de­ce­na de años des­pués de la apa­ren­te abo­li­ción, res­pon­dien­do a una pe­ti­ción de la ciu­dad de Spe­llo, en Um­bria, au­to­ri­za­ba a es­ta ciu­dad me­dian­te car­ta im­pe­rial a ofre­cer un es­pec­tácu­lo de gla­dia­do­res. Co­mo ha de­mos­tra­do Ti­mothy D. Bar­nes, Cons­tan­tino da prue­ba de una to­le­ran­cia ex­pre­sa pa­ra con los pa­ga­nos; no bus­ca erra­di­car el pa­ga­nis­mo, aun­que lle­ga a su­pri­mir enér­gi­ca­men­te un ob­je­to de es­cán­da­lo. Se ve­rá que en otros ám­bi­tos, en­tre ellos la gla­dia­tu­ra, pro­ce­dió más dis­cre­ta­men­te, con me­di­das in­di­vi­dua­les, o pa­so a pa­so. Tal era el «prag­ma­tis­mo de Cons­tan­tino».
Es­te prag­ma­tis­mo no era so­la­men­te una mo­de­ra­ción pru­den­te an­te la fuer­za del pa­ga­nis­mo; tam­bién se ex­pli­ca por el «dis­cur­so» ro­mano so­bre el pa­pel im­pe­rial. Cons­tan­tino fue un em­pe­ra­dor cris­tiano, sin la me­nor du­da, de una fe sin­ce­ra y pro­fun­da por lo que me pa­re­ce, pe­ro lo fue co­mo em­pe­ra­dor ro­mano. Aho­ra bien, des­de el mo­men­to en que uno de los em­pe­ra­do­res no se li­mi­ta­ba sen­sa­ta­men­te a go­ber­nar se­gún los de­seos de la no­ble­za di­ri­gen­te, da­ba rien­da suel­ta a su tem­pe­ra­men­to en dos di­rec­cio­nes, tal co­mo es­ti­mo en otro ca­pí­tu­lo del pre­sen­te li­bro: unas ve­ces ex­po­nía al pú­bli­co su per­so­na pri­va­da, sus ta­len­tos, sus gus­tos de­por­ti­vos, el cul­to de su jo­ven aman­te -o tam­bién de su dios ele­gi­do-, y obli­ga­ba a sus súb­di­tos a acep­tar­los; y otras pre­ten­día has­ta la in­dis­cre­ción di­ri­gir la vi­da pri­va­da y las cos­tum­bres de sus súb­di­tos. Cons­tan­tino hi­zo lo uno y lo otro.
Con­si­de­re­mos sus muy fa­mo­sas le­yes so­bre las cos­tum­bres: si una mu­jer tie­ne a su es­cla­vo por aman­te, se­rá de­ca­pi­ta­da y él se­rá que­ma­do vi­vo; si una jo­ven es rap­ta­da por su enamo­ra­do, la no­dri­za se­rá su pre­sun­ta cóm­pli­ce y se le echa­rá plo­mo fun­di­do en la bo­ca, mien­tras que el se­cues­tra­dor se­rá que­ma­do vi­vo, et­cé­te­ra; es­ta úl­ti­ma ley fue sua­vi­za­da por el pia­do­so Cons­tan­cio II y por Ju­liano el Após­ta­ta. Era ti­rá­ni­ca, en efec­to, pe­ro no es la obra de un ob­se­so se­xual, co­mo a ve­ces se ha di­cho, y tam­po­co es impu­table a la mo­ral cris­tia­na: el cris­tia­nis­mo pu­do ha­cer que se odia­ra el pe­ca­do de la car­ne, pe­ro un Cé­sar no ne­ce­si­ta­ba a los cris­tia­nos pa­ra con­ven­cer­se de que te­nía que reinar so­bre las con­cien­cias. Cons­tan­tino, ase­sino de su mu­jer y de su hi­jo, te­nía un tem­pe­ra­men­to de dés­po­ta, co­mo más de uno de sus pre­de­ce­so­res pa­ga­nos.
En es­te ca­so su des­po­tis­mo es el mis­mo que lo ha­bía si­do en otro tiem­po el del pa­gano Do­mi­ciano, ya nom­bra­do, el cual me­día la am­pli­tud de su po­der so­bre sus súb­di­tos se­gún su con­duc­ta pri­va­da, es de­cir, prác­ti­ca­men­te, se­gún sus há­bi­tos se­xua­les; me­día igual­men­te la sa­lud del Im­pe­rio por la mo­ra­li­dad de sus ha­bi­tan­tes. Así ha­bían ac­tua­do tam­bién unos per­se­gui­do­res, los te­trar­cas, con su «sym­bo­lic mo­ral-re­li­gious le­gis­la­tion» con­tra el in­ces­to, co­mo di­ce R. R. R. Smith: se ha­bían em­pe­ña­do con en­sa­ña­mien­to en un pro­ble­ma li­mi­ta­do, pe­ro de un ho­rror in­sig­ne, y «creían en un víncu­lo en­tre la mo­ra­li­dad pri­va­da y la sal­va­ción del Im­pe­rio».
El Cons­tan­tino le­gis­la­dor es un Cé­sar más que un hi­jo de la Igle­sia, “co­mo se ha vis­to con el man­te­ni­mien­to de los es­pec­tácu­los. En ma­te­ria re­li­gio­sa es­te Cé­sar se man­tie­ne en el mis­mo «dis­cur­so» que sus pre­de­ce­so­res pa­ga­nos, al me­nos en par­te: no im­po­ne su Dios per­so­nal a sus súb­di­tos, aun­que la vi­da pú­bli­ca en ade­lan­te de­ba de­jar un más am­plio es­pa­cio a la re­li­gión per­so­nal del prín­ci­pe. «No ha­ce fal­ta for­zar a los pa­ga­nos, es­cri­be, pues ca­da uno de­be man­te­ner y prac­ti­car la creen­cia que pre­fie­ra; que con­ser­ven sus san­tua­rios fa­la­ces». Por el con­tra­rio, co­mo no pue­de en­ce­rrar su po­der y su dig­ni­dad so­be­ra­nos en lí­mi­tes de­ma­sia­do es­tre­chos, col­ma a la Igle­sia de ri­que­zas, de pri­vi­le­gios y de exen­cio­nes.
Del mis­mo mo­do se preo­cu­pó por aho­rrar a sus co­rre­li­gio­na­rios el con­tac­to im­pu­ro con el pa­ga­nis­mo; los ma­gis­tra­dos cris­tia­nos que­dan dis­pen­sa­dos de cum­plir el ri­to pa­gano de las pu­ri­fi­ca­cio­nes co­mo lo exi­gían sus fun­cio­nes. Aquí es don­de nos vol­ve­mos a en­con­trar con la gla­dia­tu­ra. Aca­ba­mos de ver que au­to­ri­za a Spe­llo a ofre­cer los com­ba­tes de la are­na del cir­co que ha­bía afir­ma­do no to­le­rar; por el con­tra­rio, prohí­be a es­ta mis­ma ciu­dad ofre­cer un sa­cri­fi­cio a la fa­mi­lia im­pe­rial a la que él mis­mo per­te­ne­ce: que con sus gla­dia­do­res los pa­ga­nos se en­su­cien si quie­ren, pe­ro que no lo en­su­cien a él con sus sa­cri­fi­cios. Evi­tar a los cris­tia­nos y al pro­pio em­pe­ra­dor el con­tac­to con el pa­ga­nis­mo, sin abo­lir los de­ma­sia­do po­pu­la­res com­ba­tes del cir­co: los su­ce­so­res de Cons­tan­tino se aten­drán a es­te prin­ci­pio, se li­mi­ta­rán a prohi­bir con­de­nar a los cri­mi­na­les a lu­char en la are­na del cir­co co­mo gla­dia­do­res for­za­dos, si son cris­tia­nos.
Y te­nien­do en cuen­ta que el cris­tia­nis­mo no era más que la re­li­gión per­so­nal del em­pe­ra­dor, Cons­tan­tino ha­bía da­do otro ejem­plo, el de no ata­car las cos­tum­bres pa­ga­nas sal­vo en el ca­so de aque­llos hom­bres que de­pen­dien­do per­so­nal­men­te del prín­ci­pe es­tu­vie­ran im­pli­ca­dos en ellas. Era el ca­so de los con­de­na­dos a muer­te, a tra­ba­jos for­za­dos o a la are­na del cir­co, que se con­ver­tían en pro­pie­dad del Fis­co im­pe­rial y, en es­te sen­ti­do, del pro­pio em­pe­ra­dor. De ahí la ley que va­mos a leer y a tra­vés de la cual Cons­tan­tino, en el año 325, pa­re­ce su­pri­mir ca­te­gó­ri­ca­men­te los com­ba­tes de gla­dia­do­res, aun­que les per­mi­te sub­sis­tir; pe­ro es­te aban­de­ra­do del cris­tia­nis­mo ce­dió a su gus­to bien co­no­ci­do por las pro­fe­sio­nes de fe y las de­cla­ra­cio­nes de prin­ci­pios: «Los es­pec­tácu­los san­grien­tos no son ad­mi­si­bles en una so­cie­dad tran­qui­la y un país pa­cí­fi­co» (ha­brá que vol­ver so­bre es­tas pa­la­bras re­ve­la­do­ras); «tam­bién prohi­bi­mos ab­so­lu­ta­men­te que exis­tan gla­dia­do­res». Pe­ro es­ta de­cla­ra­ción pe­ren­to­ria y ge­ne­ral se tra­du­jo en una sim­ple re­for­ma de de­ta­lle: las con­de­nas a los com­ba­tes en la are­na del cir­co se­rán en ade­lan­te re­em­pla­za­das por una con­de­na a tra­ba­jos for­za­dos en la mi­nas y las can­te­ras, «de tal suer­te que los con­de­na­dos sien­tan el cas­ti­go de sus de­li­tos sin que la san­gre sea de­rra­ma­da».
Es­ta pre­ten­di­da abo­li­ción de la gla­dia­tu­ra en el año 325 se pa­re­ce a la de nues­tras pro­pias le­yes, que nun­ca se apli­can por­que los de­cre­tos de apli­ca­ción nun­ca apa­re­cen; en es­te ca­so, una ley ge­ne­ral de abo­li­ción lo úni­co que con­tie­ne de apli­ca­ble es un de­cre­to que re­for­ma un de­ta­lle del de­re­cho pe­nal. Pron­to ha­rá cien­to cin­cuen­ta años que Momm­sen re­co­no­ció que la pri­me­ra par­te de la ley no era más que una de­cla­ra­ción de prin­ci­pios; por lo de­más, los com­ba­tes en la are­na del cir­co se­gui­rán sub­sis­tien­do to­da­vía un si­glo. Cons­tan­tino era re­in­ci­den­te; pro­mul­gó otra ley que pro­cla­ma­ba la abo­li­ción to­tal de los sa­cri­fi­cios pa­ga­nos (los cua­les no se­rían abo­li­dos has­ta dos ge­ne­ra­cio­nes más tar­de) y que no prohi­bía, de he­cho, más que los sa­cri­fi­cios adi­vi­na­to­rios de ma­gia ocul­ta.
En lo que se re­fie­re al prin­ci­pio de no pre­ser­var de la man­cha pa­ga­na más que a los hom­bres que per­te­ne­cen al em­pe­ra­dor, se­rá tam­bién res­pe­ta­do por los su­ce­so­res de Cons­tan­tino: Cons­tan­cio II prohi­bi­rá a los al­tos ma­gis­tra­dos que si­gan ofre­cien­do es­pec­tácu­los en la are­na del cir­co en Ro­ma con­tra­tan­do co­mo gla­dia­do­res a sol­da­dos (el ejér­ci­to es co­sa del prín­ci­pe) o a ofi­cia­les del Pa­la­cio im­pe­rial. En el año 399 to­da­vía exis­ten es­cue­las de gla­dia­do­res, pe­ro sin du­da for­man prin­ci­pal­men­te a guar­daes­pal­das, por­que una úl­ti­ma ley as­pi­ra ese año a prohi­bir a sus alum­nos po­ner­se al ser­vi­cio de un se­na­dor. Se tra­ta, sin du­da, de los pri­me­ros pe­que­ños ejér­ci­tos pri­va­dos de «bu­ce­la­rios» que sal­pi­can los co­mien­zos de la épo­ca bi­zan­ti­na (ya en el año 366, el pa­pa Dá­ma­so, pa­ra una elec­ción pon­ti­fi­cia con­tro­ver­ti­da, ha­bía re­clu­ta­do gla­dia­do­res co­mo se­cua­ces, co­sa que ori­gi­nó cien­to trein­ta y sie­te muer­tos en­tre sus ad­ver­sa­rios). Ta­les son los úni­cos «de­cre­tos de apli­ca­ción» nun­ca pu­bli­ca­dos con­tra la gla­dia­tu­ra.
Así pues, al fi­nal de un si­glo de im­pe­rio cris­tiano, nin­gu­na ley prohi­bía los com­ba­tes; el año 402, Pru­den­cio se li­mi­tó a con­ju­rar a Ho­no­rio pa­ra que los abo­lie­ra, cuan­do los sa­cri­fi­cios lo ha­bían si­do ha­cía tres años; las preo­cu­pa­cio­nes «hu­ma­ni­ta­rias» eran me­nos apre­mian­tes que las preo­cu­pa­cio­nes con­fe­sio­na­les. Re­sul­ta que los em­pe­ra­do­res fue­ron po­nien­do fin po­co a po­co a la gla­dia­tu­ra, pe­ro lo hi­cie­ron, en mi opi­nión, pa­so a pa­so y por un ca­mino más dis­cre­to que la le­gis­la­ción. Des­de ha­cía si­glos, el me­nor es­pec­tácu­lo de gla­dia­do­res, en cual­quier ciu­dad que tu­vie­ra lu­gar, de­bía ser au­to­ri­za­do por el em­pe­ra­dor; a par­tir de en­ton­ces, su­pon­go, di­cha au­to­ri­za­ción se­ría re­cha­za­da, sal­vo en el ca­so de los más lla­ma­ti­vos. Los em­pe­ra­do­res con­si­guie­ron de es­ta for­ma no la abo­li­ción, sino la ex­tin­ción ca­si to­tal de la gla­dia­tu­ra. Es­ta ex­tin­ción hi­zo que el pú­bli­co se des­acos­tum­bra­ra de ella y esa fal­ta de cos­tum­bre per­mi­tió que re­apa­re­cie­ra el ho­rror al ase­si­na­to o, más bien, la ne­ce­si­dad de sen­tir­se se­gu­ro en el seno del gru­po so­cial. Pa­ra ci­tar a Egon Flaig, la gla­dia­tu­ra se con­vir­tió en un «acon­te­ci­mien­to ra­ro», co­sa que hi­zo de aque­llos com­ba­tes «un es­pec­tácu­lo an­gus­tio­so en ciu­da­des pa­cí­fi­cas». Cons­tan­tino tam­bién ha­bía ha­bla­do de un «país pa­cí­fi­co», co­mo se­gu­ra­men­te se re­cuer­de.
13
De es­te mo­do la gla­dia­tu­ra re­co­rrió al re­vés el ca­mino a tra­vés del cual ha­bía arrai­ga­do: ba­jo la ac­ción di­rec­ta, o más bien in­di­rec­ta del cris­tia­nis­mo, es­ta ma­la cos­tum­bre se per­dió por desuso. A lo lar­go del si­glo IV, se la ve des­a­pa­re­cer ca­si com­ple­ta­men­te a lo lar­go y an­cho del Im­pe­rio. Ca­mi­lle Ju­llian ya no en­cuen­tra hue­llas de gla­dia­do­res en la Ga­lia, ni Clau­de Le­pe­lley en la ri­ca epi­gra­fía de Áfri­ca o en la obra con­si­de­ra­ble de san Agus­tín, que «no men­cio­na los com­ba­tes, sal­vo de for­ma alu­si­va y nun­ca co­mo un he­cho ac­tual en Áfri­ca». Pa­ra Cons­tan­ti­no­pla y pa­ra An­tio­quía, la obra no me­nos mo­nu­men­tal de san Juan Cri­sós­to­mo ja­más ha­ce men­ción a los gla­dia­do­res. En Si­ria, don­de An­tio­quía po­seía un an­fi­tea­tro, las fies­tas de las Olim­pia in­cluían úni­ca­men­te ca­ce­rías, tea­tro y ca­rre­ras de ca­rros; du­ran­te su es­tan­cia en Orien­te, el em­pe­ra­dor Ju­liano só­lo ofre­ce­rá es­tos tres es­pec­tácu­los. En una fe­cha an­te­rior al año 451, Sal­viano de Mar­se­lla, que se en­fu­re­ce con­tra to­dos los es­pec­tácu­los y que de­ta­lla la atro­ci­dad de los ac­ci­den­tes de ca­za en la are­na del cir­co, ig­no­ra la exis­ten­cia de gla­dia­do­res e in­clu­so la pa­la­bra.
Y, sin em­bar­go, sub­sis­ten ca­sos ais­la­dos, pe­ro en dos ám­bi­tos li­mi­ta­dos y emi­nen­tes, el cul­to re­gio­nal de los em­pe­ra­do­res y la ciu­dad de Ro­ma. Se ha vis­to a Cons­tan­tino au­to­ri­zar gla­dia­do­res en su res­crip­to de His­pe­llium. En una fe­cha des­co­no­ci­da del si­glo IV, el gran sa­cer­do­te del cul­to im­pe­rial en Cre­ta re­ci­bió de un em­pe­ra­dor la au­to­ri­za­ción pa­ra ce­le­brar com­ba­tes de gla­dia­do­res o con más gla­dia­do­res que sus pre­de­ce­so­res; un cier­to nú­me­ro de es­tos com­ba­tes de­bía ser «sin pie­dad» (apo­to­moi) y no ter­mi­nar sino con la pues­ta fue­ra de com­ba­te (muer­te o he­ri­da gra­ve) de uno de los com­ba­tien­tes. Por­que la au­to­ri­za­ción im­pe­rial en­tra­ba en to­dos los de­ta­lles: nú­me­ro de días, nú­me­ro de com­ba­tien­tes por día, na­tu­ra­le­za del com­ba­te. Se ne­ce­si­ta­ba igual­men­te una au­to­ri­za­ción del po­der cen­tral si un gran sa­cer­do­te im­pe­rial desea­ba ofre­cer un edi­fi­cio, un acue­duc­to en vez de un es­pec­tácu­lo de gla­dia­do­res: se ha vis­to có­mo el po­der bus­ca­ba al mis­mo tiem­po no pri­var a las mu­che­dum­bres de sus es­pec­tácu­los e im­pe­dir que los me­ce­nas se arrui­na­ran con es­pec­tácu­los o edi­fi­cios. En la pro­pia Ro­ma, en el año 384, Sí­ma­co tu­vo que trans­mi­tir a Teo­do­sio, pa­ra que la ra­ti­fi­ca­ra, una opi­nión del Se­na­do que as­pi­ra­ba a li­mi­tar has­ta un ni­vel ra­zo­na­ble (me­dio­cri­tas) los gas­tos de los nue­vos dig­na­ta­rios pa­ra sus es­pec­tácu­los del tea­tro y de la are­na del cir­co (gla­dia­to­res).
Por con­si­de­ra­ción ha­cia sus sú­bid­tos y ha­cia la aris­to­cra­cia de Ro­ma, los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos du­da­ron en des­po­jar a los más gran­des es­pec­tácu­los de su más be­llo or­na­men­to, la gla­dia­tu­ra; de­ja­ron ha­cer a Sí­ma­co e in­clu­so le pro­por­cio­na­ron pri­sio­ne­ros de gue­rra. Pe­ro prohi­bie­ron sis­te­má­ti­ca­men­te, en mi opi­nión, los sim­ples es­pec­tácu­los mu­ni­ci­pa­les de gla­dia­do­res, que tam­bién ne­ce­si­ta­ban su au­to­ri­za­ción; por lo de­más, de­bie­ron de de­jar rá­pi­da­men­te de pe­dir­les en vano esa au­to­ri­za­ción. De ahí la ex­tin­ción ca­si to­tal de los com­ba­tes en to­do el Im­pe­rio. Un pa­ra­le­lis­mo es­cla­re­ce­dor se en­cuen­tra en la plu­ma de nues­tro ami­go Clau­de Le­pe­lley, el cual cons­ta­ta que des­pués del año 313 hu­bo una caí­da muy rá­pi­da del nú­me­ro de tes­ti­mo­nios pú­bli­cos del cul­to pa­gano: las ciu­da­des afri­ca­nas des­cui­da­ron el man­te­ni­mien­to de los mo­nu­men­tos de la an­ti­gua re­li­gión. Es­to no se de­bió a un aban­dono rá­pi­do del pa­ga­nis­mo por las éli­tes mu­ni­ci­pa­les, sino a la hos­ti­li­dad al po­der cen­tral: en el si­glo IV más que nun­ca, las obras pú­bli­cas en las ciu­da­des es­ta­ban so­me­ti­das a un es­tric­to con­trol por par­te de los go­ber­na­do­res.
Va­ya­mos con­clu­yen­do: ¿cuán­do y có­mo la gla­dia­tu­ra lle­gó a su fin? Lo ig­no­ra­mos, por­que lo cier­to es que se des­va­ne­ció os­cu­ra­men­te. ¿Fue so­fo­ca­da? ¿Ca­yó en desuso? ¿Fue prohi­bi­da for­mal­men­te? Los úl­ti­mos com­ba­tes de los que se tie­ne no­ti­cia son los que se ofre­cie­ron en Ro­ma ha­cia el año 418, pa­ra ce­le­brar la su­pues­ta vic­to­ria de Ho­no­rio so­bre el go­do Ala­ri­co y el usur­pa­dor Ata­lo. Un pa­sa­je de Má­xi­mo de Tu­rín, sin fe­cha, ha­bla de una prohi­bi­ción im­pe­rial. Es­ta prohi­bi­ción, si exis­tió, pu­do ser le­van­ta­da más ade­lan­te, o tam­bién la tra­di­ción de los com­ba­tes, caí­da en desuso, pu­do ser re­cu­pe­ra­da mo­men­tá­nea­men­te, por­que la me­da­lla que ce­le­bra la vic­to­ria de Ho­no­rio tie­ne por le­yen­da: «¡Vi­va el res­ta­ble­ci­mien­to de los com­ba­tes!» (re­pa­ra­tio mu­ne­ris fe­li­ci­ter). No im­por­ta: des­pués de ese ca­so ais­la­do, y pa­ra no­so­tros el úl­ti­mo, de ha­cia 418, la gla­dia­tu­ra des­a­pa­re­ció de­bi­do a los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos. Pu­do ser en vir­tud de una prohi­bi­ción for­mal, por una as­fi­xia len­ta y dis­cre­ta, por en­ra­re­ci­mien­to y fal­ta de cos­tum­bre, o por­que se re­la­jó el em­pe­ci­na­mien­to de los úl­ti­mos dig­na­ta­rios pa­ga­nos en la pro­pia Ro­ma; pe­ro, en to­dos los ca­sos, Má­xi­mo de Tu­rín di­jo la ver­dad: «El cri­men pú­bli­co que re­pre­sen­ta­ban los gla­dia­do­res fue su­pri­mi­do por la pia­do­sa de­vo­ción de los prín­ci­pes».
Es así, en mi opi­nión, co­mo des­a­pa­re­ció la gla­dia­tu­ra. He­mos vis­to có­mo po­co a po­co es­te mo­nu­men­to ro­mano se ha­bía ele­va­do en me­dio de los pue­blos: a par­tir de un ri­tual de due­lo am­plia­men­te ex­ten­di­do, ha­bía cre­ci­do ba­jo la oli­gar­quía por sim­ples ra­zo­nes elec­to­ra­les, in­cul­can­do en ca­da eta­pa una cos­tum­bre y un sen­ti­mien­to de nor­ma­li­dad, has­ta im­po­ner­se co­mo de­ro­ga­ción ad­mi­ti­da. A me­nu­do se ha in­ten­ta­do ex­pli­car las atro­ci­da­des co­lec­ti­vas por la men­ta­li­dad del pue­blo cul­pa­ble o por su pa­sa­do; yo creo más bien que unos ras­gos hu­ma­nos sin fe­cha ni lu­gar (la in­di­fe­ren­cia por el pró­ji­mo, el gus­to por la vio­len­cia, la au­to­ri­dad de la cos­tum­bre o del po­der) bas­ta­ron, pa­ra ha­cer po­si­ble la gla­dia­tu­ra; su reali­dad se de­bió a una con­ca­te­na­ción de cau­sas tri­via­les, a par­tir de la con­di­ción ini­cial de un ri­tual de due­lo no me­nos tri­vial. Po­cos años nos se­pa­ran de la gla­dia­tu­ra: la prohi­bi­ción de ver co­rrer san­gre por pla­cer es un he­cho de al­ta cul­tu­ra y de una edu­ca­ción, pe­ro no se pue­de so­bre­es­ti­mar su den­si­dad y la so­li­dez de es­te bar­niz.
Na­ci­da y desa­rro­lla­da co­mo una ma­la cos­tum­bre, la gla­dia­tu­ra des­a­pa­re­ció si­mé­tri­ca­men­te por una pér­di­da de la cos­tum­bre, lo que su­pu­so una pér­di­da del fa­vor en­tre el pú­bli­co de los afi­cio­na­dos. Au­to­ri­za­dos ca­da vez más ra­ra­men­te, los com­ba­tes de­ja­ron de ser un de­por­te apa­sio­nan­te cu­yos acon­te­ci­mien­tos se po­dían se­guir, cu­yas es­tre­llas se ad­mi­ra­ba; ha­bía de­ja­do de ser un te­ma fa­vo­ri­to de las con­ver­sa­cio­nes, mien­tras que en otros tiem­pos Me­ce­nas en per­so­na dis­cu­tía con Ho­ra­cio so­bre los com­ba­tes y los cam­peo­nes. Y cuan­do, de vez en cuan­do, en Ro­ma y en con­ta­das gran­des ciu­da­des, to­da­vía se ce­le­bra­ba un com­ba­te, la fal­ta de cos­tum­bre ha­cía que el sal­va­jis­mo de los com­ba­tes y su ca­rác­ter de­ro­ga­to­rio se ma­ni­fes­ta­ran ple­na­men­te y afec­ta­ran al ins­tin­to de paz pú­bli­ca.
La prue­ba de que al en­ra­re­cer la gla­dia­tu­ra los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos des­acos­tum­bra­ron a sus súb­di­tos es­tá en un fa­mo­so tex­to de Pru­den­cio. En el año 402, des­pués de tres ge­ne­ra­cio­nes de Im­pe­rio cris­tiano, es­te poe­ta cris­tiano pi­de a Ho­no­rio que prohí­ba los com­ba­tes, que no son sino ase­si­na­tos co­me­ti­dos abier­ta­men­te y que no son ho­rro­res le­ja­nos: aquí mis­mo, en­tre no­so­tros, «en los es­pec­tácu­los del La­cio, se de­rra­ma san­gre hu­ma­na»; es «en la ciu­dad de Ro­ma» don­de se «ma­ta a unos hom­bres pa­ra la vo­lup­tuo­si­dad de otros hom­bres». Ha­cia el año 400, el cris­tia­nis­mo se da cuen­ta de que se es­tá con­vir­tien­do en ma­yo­ri­ta­rio; por pri­me­ra vez, qui­zá, se atre­ve a pen­sar que al­gún día se­rá la úni­ca re­li­gión del Im­pe­rio; el pa­ga­nis­mo no es más que un pa­sa­do mons­truo­so del que hay que eli­mi­nar sus úl­ti­mos ves­ti­gios. Y, por pri­me­ra vez, un es­cri­tor cris­tiano se atre­ve a ha­blar de su­pri­mir los com­ba­tes de la are­na del cir­co.
Na­da pa­re­ci­do al tex­to de Pru­den­cio se ha­bía es­cri­to to­da­vía con­tra la gla­dia­tu­ra, ni na­da tan ex­ten­so (más de una pá­gi­na…); só­lo se ha­bían po­di­do leer has­ta en­ton­ces ar­gu­men­ta­cio­nes par­cia­les a par­tir de di­ver­sos prin­ci­pios. Pru­den­cio ya no ar­gu­men­ta, ha­ce ver las co­sas co­mo son, las es­ca­mas se han caí­do de los ojos. Ve a los gla­dia­do­res no co­mo los ha­bían vis­to has­ta en­ton­ces los ro­ma­nos, sino co­mo los ha­bría vis­to un pue­blo ex­tran­je­ro que no hu­bie­ra es­ta­do acos­tum­bra­do a ellos. To­do es­tá ahí: ase­si­na­to, cruel­dad, im­pu­re­za. La gla­dia­tu­ra con­den­sa to­do lo que el pa­ga­nis­mo te­nía de re­pug­nan­te. Que el em­pe­ra­dor su­pri­ma es­tos sa­cri­fi­cios hu­ma­nos, «ese ri­tual si­nies­tro, del mis­mo mo­do que han si­do abo­li­dos» esos otros ri­tua­les san­grien­tos que eran los sa­cri­fi­cios de víc­ti­mas ani­ma­les a los ído­los.
«Re­pug­nan­cia» es la pa­la­bra exac­ta. Nues­tro poe­ta no tie­ne la pers­pec­ti­va mi­le­na­ria que nos per­mi­te juz­gar a la gla­dia­tu­ra co­mo una ex­tra­va­gan­cia exó­ti­ca; tie­ne el ho­rror de un tes­ti­go más que la in­dig­na­ción de un juez, sien­te ese cri­men en su reali­dad re­pul­si­va, de la mis­ma for­ma que Ar­no­bio com­pa­ra­ba la are­na del cir­co con los ma­ta­de­ros. Tres si­glos an­tes, el grie­go Dión de Pru­sa ha­bía sen­ti­do la mis­ma re­pug­nan­cia, ho­rro­ri­za­do an­te la trans­gre­sión que re­pre­sen­ta­ban aque­llos com­ba­tes: ha­bía co­rri­do san­gre en ple­na ciu­dad de Ate­nas, man­ci­llan­do el tea­tro sa­gra­do de Dio­ni­so.
¿Cuál fue, pues, de­trás del pro­ce­so de desuso, la ra­zón pro­fun­da de la desa­pa­ri­ción de la gla­dia­tu­ra? ¿Fue aca­so una ra­zón ele­va­da, tal co­mo la mo­ral, la ca­ri­dad, la re­ci­pro­ci­dad de las con­cien­cias, el re­co­no­ci­mien­to del pró­ji­mo co­mo per­so­na, el amor «acós­mi­co»? ¿O bien el mó­vil más po­de­ro­so fue que mu­chos hom­bres se sen­tían in­quie­tos an­te la idea de que, no le­jos de don­de vi­vían ellos, otros hom­bres se ase­si­na­ban en pú­bli­co con la apro­ba­ción de sus com­pa­trio­tas? Ve­re­mos que los dos ór­de­nes de mó­vi­les no se han dis­tin­gui­do.
Y pues­to que los em­pe­ra­do­res cris­tia­nos pu­sie­ron fin a la gla­dia­tu­ra, ¿lo hi­cie­ron co­mo cris­tia­nos, en nom­bre de la ley di­vi­na o de la ca­ri­dad, o bien lo hi­cie­ron co­mo so­be­ra­nos que abo­lie­ran una de­ro­ga­ción sor­pren­den­te? De­ter­mi­na­dos he­chos dan que pen­sar: se man­tu­vie­ron los de­más es­pec­tácu­los, pri­sio­ne­ros de gue­rra bár­ba­ros con­ti­nua­ron sien­do ma­sa­cra­dos en la are­na del cir­co, en si­mu­la­cros de com­ba­tes, y, la pre­sen­cia de es­pec­ta­do­res nun­ca ce­só an­te los su­pli­cios ca­da vez más nu­me­ro­sos. Pe­ro so­bre los gla­dia­do­res exis­tía con­ver­gen­cia en­tre las con­vic­cio­nes re­li­gio­sas de los em­pe­ra­do­res y las con­si­de­ra­cio­nes de Es­ta­do.
14
Vol­va­mos a la de­cla­ra­ción de Cons­tan­tino del año 325, se­gún la cual no quie­re «es­pec­tácu­los san­grien­tos […] en una so­cie­dad tran­qui­la y en un país apa­ci­ble». Es­tas úl­ti­mas pa­la­bras pue­den ex­cu­sar el ca­so de los pri­sio­ne­ros de gue­rra arro­ja­dos a las fie­ras u obli­ga­dos a ma­tar­se en­tre sí, pe­ro creo que su al­can­ce es mu­cho más ge­ne­ral: en el es­pa­cio so­cial en el que de­ben reinar la paz y la se­gu­ri­dad no se de­be ha­cer mo­rir más que a los enemi­gos de la so­cie­dad o de la pa­tria. To­do buen ciu­da­dano de­be sen­tir­se se­gu­ro en el seno de su gru­po. La de­ro­ga­ción de ese prin­ci­pio que eran los com­ba­tes en la are­na del cir­co siem­pre ha­bía sus­ci­ta­do ma­les­tar; los pen­sa­do­res, un Mu­so­nio, un Sé­ne­ca, los con­de­na­ban, al me­nos en prin­ci­pio, y los ca­rac­te­res sen­si­bles los en­con­tra­ban crue­les y te­nían mie­do.
Aho­ra bien, es­te te­mor sen­ti­do por in­di­vi­duos coin­ci­día con una pre­ten­sión del po­der mo­nár­qui­co; na­die lo ig­no­ra des­de Max We­ber; el Es­ta­do reivin­di­ca el mo­no­po­lio de la vio­len­cia le­gí­ti­ma. En vano se ha­bría ob­je­ta­do que los gla­dia­do­res eran vo­lun­ta­rios que acep­ta­ban por con­tra­to ser ma­ta­dos y en con­se­cuen­cia que otro pu­die­ra ma­tar­los im­pu­ne­men­te: un in­di­vi­duo no pue­de, por de­ci­sión pro­pia, es­ca­par al mo­no­po­lio es­ta­tal; es­to se­ría un des­or­den in­so­por­ta­ble pa­ra los ojos im­pe­ria­les, y los Cé­sa­res del si­glo IV, li­be­ra­dos de la vie­ja aris­to­cra­cia, po­dían mos­trar­se im­pe­rio­sos.
Ade­más, la gla­dia­tu­ra -él pa­so de una ma­ni­fes­ta­ción de due­lo a un me­ce­naz­go del es­pec­tácu­lo- era una tra­di­ción de ori­gen re­pu­bli­cano, un pro­duc­to del des­ca­ro aris­to­crá­ti­co de an­ta­ño, cuan­do ca­da gran­de era su pro­pio amo. Los com­ba­tes en la are­na del cir­co eran con­tra­rios a la mo­ral cris­tia­na, pe­ro tam­bién a una con­cep­ción mo­nár­qui­ca del or­den pú­bli­co, lo mis­mo que pa­re­ce­rán per­ju­di­cia­les los due­los en tiem­pos de Ri­che­lieu. Por el con­tra­rio, el es­pec­tácu­lo de los su­pli­cios pú­bli­cos ha­cía ver a to­dos que reina­ba el or­den mo­nár­qui­co.
Lo que con­fir­ma que la ins­pi­ra­ción es­ta­tal desem­pe­ñó un pa­pel de­ci­si­vo es que los com­ba­tes en la are­na del cir­co sub­sis­tie­ron ofi­cial­men­te allí don­de era el Es­ta­do el que or­de­na­ba ba­tir­se a los gla­dia­do­res, y no es­tos úl­ti­mos quie­nes de­ci­dían so­bre su vi­da o su muer­te. Ex­ter­mi­nar cau­ti­vos ha­cién­do­los lu­char en­tre sí a mo­do de cas­ti­go era una tra­di­ción: por de­fi­ni­ción, o ca­si, los enemi­gos de Ro­ma eran re­bel­des (ci­te­mos de nue­vo a Mon­tes­quieu: bas­ta­ba ha­ber oí­do ha­blar de los ro­ma­nos pa­ra te­ner que so­me­ter­se a ellos). Re­cor­de­mos a Ti­to y su lar­go cor­te­jo de ma­tan­zas de ju­díos en Si­ria. En el año 384, Sí­ma­co fe­li­ci­ta a sus em­pe­ra­do­res: han ex­ter­mi­na­do a mu­chos sár­ma­tas pa­ra ga­ran­ti­zar la se­gu­ri­dad de las pro­vin­cias fron­te­ri­zas y los que no lo han si­do «se han re­ser­va­do pa­ra re­go­ci­jo de la ple­be»; se vio en­trar en la are­na del cir­co a una lar­ga fi­la de es­tos bár­ba­ros en­ca­de­na­dos, don­de re­ci­bían tem­blan­do las ar­mas con la for­ma es­pe­cial que uti­li­za­ban los gla­dia­do­res. Nue­ve años más tar­de, pa­ra los jue­gos de su hi­jo, Sí­ma­co re­ci­be del em­pe­ra­dor, cau­ti­vos sa­jo­nes que ten­drán que lu­char en­tre sí.
Sí, es cla­ra­men­te en vir­tud de sus con­vic­cio­nes cris­tia­nas co­mo los em­pe­ra­do­res eli­mi­na­ron la gla­dia­tu­ra, pe­ro ra­ra­men­te po­nían en prác­ti­ca es­tas con­vic­cio­nes, sal­vo allí don­de ser­vían a su au­to­ri­dad o al me­nos no la de­bi­li­ta­ban. Una de sus dos gran­des preo­cu­pa­cio­nes era man­te­ner el Im­pe­rio en buen or­den, re­for­zar la dis­ci­pli­na pú­bli­ca; le­jos de ser un si­glo de de­ca­den­cia, los tiem­pos cris­tia­nos son una épo­ca de re­cons­truc­ción (de re­pa­ra­tio tem­po­rum, di­cen las le­yen­das en las mo­ne­das). Lo que ex­pli­ca la atro­ci­dad ca­da vez ma­yor del de­re­cho pe­nal en es­te si­glo cris­tiano: «Nun­ca hu­bo en la his­to­ria ro­ma­na tan­tas pe­nas de muer­te», ha po­di­do es­cri­bir Mme. Grodzyns­ki. Los so­be­ra­nos no con­ser­va­ron na­da del amor acós­mi­co; en el año 399 se al­za­ron en Ro­ma gran­des ho­gue­ras: por or­den im­pe­rial los pros­ti­tui­dos de los lu­pa­na­res de Ro­ma fue­ron de­te­ni­dos en ma­sa y que­ma­dos an­te los ojos de to­dos, spec­tan­te po­pu­lo. No ha­bía na­da de cris­tia­nis­mo en ello; la pe­na de muer­te por pe­de­ras­tia era an­te­rior en dos si­glos y gran­des cons­truc­to­res de la Ro­ma «se­ria» (apro­ve­che­mos la oca­sión pa­ra de­cir­lo: impu­tar la prohi­bi­ción de la li­bi­do al cris­tia­nis­mo –y a san Agus­tín, que jus­ti­fi­ca­ba el ma­tri­mo­nio con­tra la co­rrien­te as­cé­ti­ca- es un lu­gar co­mún erró­neo; son la An­tigüedad pa­ga­na tar­día, al­gu­nos sec­ta­rios pa­ga­nos y cris­tia­nos y el ce­sa­ris­mo, pa­gano o cris­tiano, los ver­da­de­ros res­pon­sa­bles).
La otra preo­cu­pa­ción de los ce­sa­res cris­tia­nos era con­se­guir el triun­fo de la Igle­sia y com­ba­tir la he­re­jía, más que ha­cer ob­ser­var los man­da­mien­tos de Dios; an­te la idea de pri­var a la ple­be de los es­pec­tácu­los, aun­que fue­ran los más li­cen­cio­sos, se echa­ron atrás; la ac­triz de tea­tro Teo­do­ra, que ter­mi­na­ría sien­do em­pe­ra­triz de Bi­zan­cio, in­ter­pre­tó en es­ce­na con to­do el rea­lis­mo desea­ble la unión car­nal de Le­da con el cis­ne. Por el con­tra­rio, an­te la gla­dia­tu­ra, no du­da­ron: aquel es­pec­tácu­lo, de­ma­sia­do ex­cep­cio­nal, siem­pre ha­bía sus­ci­ta­do es­crú­pu­los y da­do mie­do, y de­ro­ga­ba el mo­no­po­lio real de la vio­len­cia.
Es­tos dos mó­vi­les ter­mi­na­ron por pre­do­mi­nar so­bre la afi­ción ge­ne­ra­li­za­da a las emo­cio­nes san­grien­tas y so­bre la in­di­fe­ren­cia ge­ne­ral por la suer­te del pró­ji­mo. Pe­ro no lo ha­brían lo­gra­do sin el cris­tia­nis­mo; por­que, pa­ra des­arrai­gar una cos­tum­bre in­ve­te­ra­da, se ne­ce­si­tó el ca­rác­ter ex­cep­cio­nal de la mo­ral cris­tia­na: no sien­do una mo­ral ha­bi­tual, opu­so el «No ma­ta­rás», prohi­bi­ción en sí mis­ma tri­vial, a la au­to­ri­dad de la cos­tum­bre. Lo su­ge­ri­mos más arri­ba, que es so­bre to­do por su for­ma, ge­ne­ral y uni­ver­sal, por lo que la mo­ral cris­tia­na tie­ne una im­por­tan­cia his­tó­ri­ca. Sin el cris­tia­nis­mo, la de­ro­ga­ción ha­bría po­di­do per­pe­tuar­se, aun­que con­ti­nua­ra arras­tran­do un ma­les­tar tras ella; ¿por qué una pos­tu­ra pe­no­sa aca­ba­ría por li­brar­se de ella con ma­yor fa­ci­li­dad? A pe­sar de que re­sul­ta­ba es­can­da­lo­so pa­ra la ma­yo­ría de sus con­tem­po­rá­neos, el due­lo a muer­te en­tre hom­bres sub­sis­tió ca­si has­ta1914.
Las mul­ti­tu­des cris­tia­nas de­bían ex­pe­ri­men­tar an­te la gla­dia­tu­ra una cier­ta in­di­fe­ren­cia o los mis­mos sen­ti­mien­tos mez­cla­dos de atrac­ción y de mie­do que ya te­nían las mul­ti­tu­des pa­ga­nas. El éxi­to du­ra­de­ro que ten­drán las pe­li­gro­sas ca­ce­rías en la are­na del cir­co en­tre unas .ma­sas se­gún pa­re­ce cris­tia­ni­za­das sa­tis­fa­rá la atrac­ción sin pro­vo­car ese mie­do. A lo lar­go del si­glo IV, esas ca­ce­rías se con­vier­ten en el sus­ti­tu­to «inocen­te» de la gla­dia­tu­ra. Pro­por­cio­nan las mis­mas emo­cio­nes crue­les, pe­ro sin que ha­ya ase­si­na­tos: so­la­men­te se pro­du­cen ac­ci­den­tes de ca­za. Ha­bía que de­jar al­gún pla­cer al pue­blo; en el año 402, cuan­do Pru­den­cio su­pli­có al em­pe­ra­dor que prohi­bie­ra los com­ba­tes hu­ma­nos, ha­rá una con­ce­sión: «Que la in­fa­me are­na se con­ten­te con las fie­ras sal­va­jes y de­je de ha­cer­se un jue­go de ho­mi­ci­das». Que los es­pec­ta­do­res es­pe­ra­ban ver al león co­mer­se al ca­za­dor na­die lo du­da­ba. En el año 517, en el muy cris­tiano Im­pe­rio de Orien­te, en una ta­bli­lla de mar­fil, se ven las ca­ce­rías ofre­ci­das en la are­na del cir­co por un nue­vo cón­sul: uno de los ca­za­do­res, ho­rro­ri­za­do, con los bra­zos le­van­ta­dos, es mor­di­do por una fie­ra. En cam­bio, no re­cuer­do nin­gún car­tel de una co­rri­da que mues­tre a un to­re­ro cor­nea­do.
No, el cris­tia­nis­mo no cam­bió gran co­sa el desa­rro­llo de la exis­ten­cia. Ni si­quie­ra abo­lió los es­pec­tácu­los; ja­más pen­só en abo­lir la es­cla­vi­tud y no pu­do sua­vi­zar ni me­jo­rar las cos­tum­bres; en ma­te­ria de di­vor­cio, los em­pe­ra­do­res apli­ca­ron más bien po­co las prohi­bi­cio­nes ecle­siás­ti­cas, con in­de­ci­sión y no sin vuel­tas atrás. Y, se pien­se lo que se pien­se, no re­pri­mió una li­ber­tad se­xual que, en la reali­dad pa­ga­na, ya era mu­cho más tí­mi­da y re­pri­mi­da de lo que per­mi­te creer el ima­gi­na­rio li­te­ra­rio y ar­tís­ti­co en que se re­fu­gia­ban los pa­ga­nos. Por el con­tra­rio, se pro­du­je­ron dos enor­mes cam­bios en la iden­ti­dad, en lo que ca­da uno con­fe­sa­ba ser; a par­tir de en­ton­ces, se ha­bla y se pien­sa co­mo cris­tiano, co­mo miem­bro de un pue­blo cris­tiano, ba­jo un em­pe­ra­dor cris­tiano (fren­te a los pa­ga­nos, a los ju­díos, a los mu­sul­ma­nes, a los nes­to­ria­nos, et­cé­te­ra); y la Igle­sia, un po­der de una es­pe­cie has­ta en­ton­ces des­co­no­ci­da, un po­der iden­ti­ta­rio, ex­tien­de su red so­bre es­ta nue­va iden­ti­dad in­di­vi­dual y co­lec­ti­va, so­bre la que reina más que go­bier­na. La iden­ti­dad cris­tia­na no cam­bió gran co­sa las con­di­cio­nes ma­te­ria­les, so­cia­les, po­lí­ti­cas, ju­rí­di­cas; por el con­tra­rio, una iden­ti­dad es al­go pre­cio­so por lo que se pue­de ma­tar y mo­rir.
Es­te en­sa­yo –que re­pro­du­ci­mos aquí sin las 339 no­tas al pie— per­te­ne­ce al li­bro El im­pe­rio gre­co­rro­mano, Edi­cio­nes AKAL, 2009.

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: Five)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Rostros
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

I
Cristinita.
Es chiquita, como el gato de Maxi Crespi, que no es enano sino Chiquito.
Anoche mi primo mientras yo amasaba unas pizzas en su casa me comento  que se la cruzo  a Cristinita en el Alto Palermo y que me mando un beso.
Y hoy en el subte camino para la librería sube en Miserere un tipo igual a Cristinita.
Igual.
Pero con barba y hasta donde pude evaluar con pito.
Es decir que viaje en el subte con un Cristinito.
El mismo rostro, la misma fragilidad, la misma locura, la misma belleza rota y torturada de un duende que sobrevive como puede en las arenas siempre crueles del coliceo romano.
Cristinita fue compañera mía en Librería Portnoy.
Cristinita no sirve para nada.
Es incapaz de encontrar un libro que le pida un cliente.
Es incapaz de guardar un libro donde corresponde. Puede guardar en policiales Usted puede sanar su vida de Louise Hay o en autoayuda Los misterios del gineceo de Paul Veyne – lo cual para lectores sutiles como Horacio González o Jorge Panesi podrían leer en este despelote que te arma Cristinita en el orden de una libreria una maliciosa operación crítica tamizada de ironía borgeana.
Pero si es tu cumpleaños te cocina una torta. Si necesitas plata te da su sueldo. Si estas mal te abraza y te da un beso. Si necesitas cambiar el turno del laburo te lo cambia. Y si te estuvieras muriendo y ella podría ponerse en tu lugar no dudaría un momento en darte su vida y morirse ella.
Cristinita no sirve para nada.
Pero precisamente porque es totalmente inútil para cualquier requerimiento práctico que exige un negocio a la hora de hacer caja ella es más importante que el mejor encargado de librería que pueda conseguirse.
Porque ella cumple la función inútil que puede ocupar una flor creciendo en los muros de una carcel.
Cristinita es una chica que la vida la maltrato mucho.
Eran tres hermanas. Ahora sólo queda una. Dos se suicidaron.
Cristinita es frágil como una flor.
Tan inútil como una flor para detener una bomba atómica cayendo en tu cabeza.
¿Pero qué seria de la vida si no existiera esa flor?
¿Qué sería de este mundo si no existiera Cristinita?
II
El jueves vuelvo para la libreria en el 15 de pasar por Plaza Italia de charlar  sobre libros, clientes y  la vida con Walter – el pelado con voz gruesa como la de Ricardo Iorio – y con el ex jefe de León Pereyra  que ya no esta más en el puesto.
Estoy cansado.
Filtrado.
El colectivo tarda en venir y cuando llega esta lleno.
Son las dos de la tarde.
Me duermo parado.
Me duele el cuerpo y el cansancio me nubla la mente.
Pero frente a mi en el 15 lleno viaja un hombre con su hija.
Lo miro.
No puedo parar de mirarlo.
Es igual a Paul Newman.
El mismo rostro increíblemente hermoso.
Los mismos conmovedores ojos claros.
Pero la cara un poco más alargada y con pozos.
Esas variaciones en su parecido hacen mas verosimil el parecido.
Es como cuando Kenneth Branagh trabajo en Celebrity haciendo de Woody Allen. Kenneth Branagh y Woody allen se parecen tanto entre sí como el día y la noche. Y sin embargo, no bien comienza la película y aparece Kenneth Branagh actuando al que estas viendo en escena es a Woody Allen.
Y este Paul Newman argentino cuyo distancia con él Paul Newman original varia en cuestion de minutos – no entre el día y la noche sino entre el mediodia y las once y cincuenta y siete – capto mi atención y no podía dejar de mirarlo.
Y me recordo a mi infancia. A Hollywood en castellano por Canal Once los sábados a las diez de la noche. Después de las pizzas amasadas por mamá y todos viendo frente al televisor Noblex La leyenda del indomable. Película que no recuerdo por qué ni a razón de qué Juan Diego Incardona cuando haciamos juntos la revista El Interpretador siempre la mencionaba. Pero recuerdo patente a Juan Diego hablandome de la pélicula. Pero la pelicula de ese recuerdo de Juan comentando esa peli de Paul Newman es una película muda.
La leyenda del indomable es la historia de un preso. Indomable. Que durante toda la película no se resigna jamás a intentar escaparse de la carcél. Y siempre logra escapar y siempre fracasa a la hora de que sus captores no lo atrapen.
¿Y ahora recuerdo una escena en la que los presos hacen una apuesta donde Paul Newman, increíblemente joven y hermoso, dice que puede comerce 44 huevos duros? ¿O eran 50 huevos duros? No me acuerdo. Así como no me acuerdo como termina la película que sospecho que mal pero que me dejo un rastro indeleble en mi para siempre jamas.
III
Recién ahora me doy cuenta. El Oscar del Barco travestido de Lisa Ann que uso para muchos de mis collage tiene un notable parecido a mi papá. Que no se malinterprete, por favor, el parecido es entre los rostros y no entre las tetas. ¿Quien es mi papá? Un obrero metalúrgico que esta tan loco como el obrero metalúrgico de la novela de Juan José Saer Cicatrices. ¿Quién es Oscar del Barco? Un filósofo cordobés que en un país de alcahuetes, mentirosos, traidores y lame culos supo un día cometer el peor pecado que se puede cometer por estas pampas de chistes crueles: ejercer la verdad.

 

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Soy un gato – Natsume Sôseki

Soy un gato Natsume Sôseki Pasolini Barthes Perón Evita Jorge Luis Borges

Para este collage se uso a mi gato René, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, Juan Domingo Perón, Evita, Roland Barthes, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y la Rana René Falopera amiga de mi gato.

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Impedimenta.

Precio: $000.

«Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre.»
Así comienza la primera y más hilarante novela de Natsume Soseki, una auténtica obra maestra de la literatura japonesa, que narra las aventuras de un desdeñoso felino que cohabita, de modo accidental, con un grupo de grotescos personajes, miembros todos ellos de la bienpensante clase media tokiota: el dispéptico profesor Kushami y su familia, teóricos dueños de la casa donde vive el gato; el mejor amigo del profesor, el charlatán e irritante Meitei; o el joven estudioso Kangetsu, que día sí, día no, intenta arreglárselas para conquistar a la hija de los vecinos. Escrita justo antes de su aclamada novela Botchan, Soy un gato es una sátira descarnada de la burguesía Meiji. Dotada de un ingenio a prueba de bombas y de un humor sardónico, recorre las peripecias de un voluble filósofo gatuno que no se cansa de hacer los comentarios más incisivos sobre la disparatada tropa de seres humanos con la que le ha tocado convivir.
Corazón Partido
Laura Galarza
Tsuda, el protagonista de Luz y oscuridad, está en la camilla. El médico acaba de limpiarlo por dentro con una sonda. Tendrá que poner fecha para operarlo, dice, y soldar las dos partes sueltas de su intestino. Más tarde, Tsuda vuelve en tranvía hacia su casa, ve cómo el mundo sigue andando, ajeno a su sufrimiento: “No existe forma de saber, de prever cuándo se operará un cambio súbito en el cuerpo de uno. Peor aún, quizás en este mismo instante esté sucediendo algo en mi interior y puede que yo no me esté dando cuenta de nada”. Curiosamente, cuando Natsume Soseki –considerado el padre de la literatura moderna japonesa– escribía Luz y oscuridad, tenía los días contados: antes de terminarla moriría de una úlcera estomacal y la novela quedaría inconclusa. Sin embargo los finales no son lo importante cuando los viajes son soñados. La lectura de Luz y oscuridad es una experiencia completa. Una inmersión hipnótica donde lo único que se puede hacer es seguir leyendo. Y éste no es un privilegio que le cabe solo a ésta, la última novela de Soseki, sino a toda su obra. Por algo aseguran que cambió la manera de hacer literatura en Japón y fue referente de escritores como Akutagawa, Kawabata, Mishima y Kenzaburo Oé que dice en el postfacio sobre esta novela final e inacabada: “Está escrita de una forma admirable, perfecta, de ahí que la fuerza cinética de la imaginación provocada en el lector sea tan poderosa”.
A mediados del siglo XIX en Japón, el régimen feudal de los Tokugawa (1600-1868) estaba en decadencia y la población se manifestaba con revueltas campesinas. A la vez las potencias extranjeras, Inglaterra, EE.UU. y Rusia comenzaron a presionar para que Japón abriera sus puertas al mundo. La era Meiji (1868-1912) llevó a cabo esa transformación que significó el fin del feudalismo y un giro trascendental para el país cuyos efectos serían para siempre. Soseki va a representar ese cambio de paradigma en la literatura. Profesor de literatura inglesa –incluso vivió dos años en Londres becado por el gobierno japonés–, la relación de Soseki con la creciente occidentalización de su país, quedará marcada por la ambivalencia y será un tema que atravesará toda su obra. Sus personajes se preguntan con sorna por “los restaurantes occidentales”, notan cuando en una casa hay sillas (en vez de sentarse en el piso como hacen tradicionalmente en Japón) o envían tarjetas para el 1º de año. Soseki cuenta una anécdota de su estadía en Londres cuando invita a un inglés a contemplar la caída de la nieve (una costumbre japonesa) y éste termina burlándose de él. El conflicto entre productividad y espiritualidad será llevado al extremo por Soseki en su novela Daisuke, que cuenta la vida de un joven que tiene como opción no trabajar y dedicarse a leer y a cultivarse. “Si nunca tienes una experiencia maravillosa al margen del sustento que necesitas para vivir, entonces no tiene ningún sentido pertenecer a la raza humana.”
Occidente renueva, pero no sin dejar lastre. El principal, para Soseki: alejarse de la contemplación.
Es difícil que los humanos podamos recordar lo que nos sucedió en la infancia temprana. Sin embargo, hoy con el avance de las neurociencias se sabe que lo vivido se aloja en alguna parte del cerebro y queda ahí, congelado y mudo, aunque al acecho. A los dos años, los padres de Natsume Soseki –una familia de samuráis venida a menos– lo entregaron en adopción a una pareja de sirvientes de la casa. ¿Podría tenderse un puente entre esa primera expulsión de lo familiar y el autoexilio de Soseki dentro de la literatura? La dualidad de sentirse un extranjero en su propio terreno, y desolado fuera de él, aparece como una espina en el talón en cada una de sus novelas. Soseki no resuelve esa contradicción. Pero claro, escribir desde la incomodidad, siempre da resultado. Como perro que quiere morderse la cola anda Soseki la mayor parte de su vida mientras es profesor de literatura. Hasta que se convierte en escritor sólo trece años antes de morir. Soseki comienza como poeta –aunque no dejará nunca de escribir poesía– y en 1903 publica sus primeros haikus en revistas literarias, a los 36 años. Más tarde, en 1905, aparece su novela Soy un gato, que resulta un boom literario y la primera de las 14 que escribirá en ese lapso de 13 años, hasta su muerte en 1916. Hoy, los libros de Natsume Soseki –que significa “terco” y es seudónimo de Natsume Kinnosuke– son de lectura obligatoria en todos los colegios secundarios de Japón y su cara está en los billetes de 1000 yenes.
Seguido al éxito arrollador de Soy un gato comienzan los problemas de salud de Soseki (siempre afecciones estomacales) y los estudiosos de su obra aseguran que eso es lo que dará un tono cada vez más melancólico a su literatura, aunque sin perder nunca cierta ironía y desfachatez. En 1906 escribe Botchan, que se convierte en un best-seller y será una de las novelas más leídas en Japón durante décadas. Considerada el Huckleberry Finn nipón y comparada con El guardián en el centeno, Botchan narra la vida de un joven profesor en una escuela rural, basada en la propia experiencia de Soseki cuando se traslada a Matsuyana, un pueblo remoto en el que dura un año y termina renunciando para irse –siempre como profesor de literatura– a la ciudad de Kumamoto, donde conoce a su mujer. Luego, en orden de aparición y editado en español, sigue su trilogía: Sanshiro (1908), Daisuke (1909) y La puerta (1910), para culminar en su obra maestra Kokoro (1914).
LO QUE NO SE PUEDE UNIR
El intestino que hay que unir, podría representar –y muy justamente– el pathos de Luz y oscuridad. El amor, la familia, los amigos, ¿no son acaso algo roto de entrada, una imposibilidad en sí misma? Lo que se suelda, ¿está unido? Durante el viaje de regreso en tranvía Tsuda se pregunta por qué se casó con O-Nobu, y también por qué ella se casó con él. Hace sólo seis meses que estos jóvenes son marido y mujer y representan lo nuevo de la era Meiji. Ellos son la generación que abandona el ikebana y la ceremonia del té; se casan por amor y no por conveniencia. Sin embargo, Tsuba y O-Nobu no terminan de estar seguros de su decisión. ¿Y si de verdad cada uno tenía intenciones con el otro más allá del amor? “Disfrutas de tanta libertad que no sabes qué hacer con ella”, le dice un amigo a Tsuda. Porque la familia se occidentaliza, y la obediencia deja lugar a la voluntad individual de los hombres, pero eso también complica las cosas. “¿Cómo puede crecer el amor?”, interpreta Kenzaburo Oé en el postfacio como la pregunta que parece hacer Soseki. Asumir un “yo” implica inevitablemente admitir un “otro” que también se afirma a sí mismo.
Antes de operarse, Tsuda recibe una carta de su padre que le anuncia que va a dejar de enviarle su mensualidad. Tsuda tiene la sospecha de que lo hace no por dificultades económicas, sino por las diferencias que han empezado a zanjarse entre su padre y él desde que su casamiento. O-Nobu, al ver debilitado a su marido en todos los frentes, lejos de unirse a su causa, comienza a tomar distancia. El día que Tsuda se opera, ella se va al teatro para “cumplir” con sus tíos que la criaron y que opinan que Tsuda, de algún modo, le queda chico. Todos los personajes secundarios pretenden controlar la vida del matrimonio: los tíos de O-Nobu, O-Hide, la hermana de Tsuda, y el amigo de Tsuda, Kobayashi. Pero sobre todo la esposa del jefe de Tsuda, la señora Yoshikawa, una mujer indiscreta y seductora que lo tienta para que se vuelva a ver con Kikoyo, su antigua novia. Soseki muestra los pliegues del alma humana con una virtuosidad delicada. Sus personajes no terminan de comprender por qué hacen las cosas; por momentos se sienten capaces de todo y al rato, desalentados. ¿Qué son sino el miedo, la cobardía, la insensatez, lo que lleva al hombre a tomar sus decisiones? ¿Es posible que el hombre con sus limitaciones y deformidades del espíritu sea capaz de tomar las riendas de su vida?
En todas sus novelas anteriores, como un sello que lo hace el más grande autor de la renovación de Japón, Soseki interpela la existencia, poniéndola contra las cuerdas. Entonces sus personajes mientras dialogan se hacen preguntas como éstas: ¿Qué pretendes? ¿Crees que aún te falta algo? ¿Acaso no eres feliz? Y de a ratos los hace sacar conclusiones como la del personaje de Kobayashi: “La gente que ha leído novelas rusas, en especial las de Dostoievski, saben perfectamente a qué me refiero. Todos deberíamos saber que no importa cuán bajo pueda estar alguien”.
SOSTIENE EL GATO
Eto Jun, un gran estudioso de la vida y la obra de Soseki, afirmaba que fue un maestro generoso. Las puertas de su casa de Tokio estaban abiertas: aconsejaba a sus discípulos, les prestaba sus libros, los orientaba. Pero llegó un momento en que Soseki vio afectada su concentración en el trabajo y decide poner un día fijo para las visitas. Así nace lo que se conocería en los círculos literarios como “la reunión de los jueves”. En aquellos encuentros se hablaba de todo: literatura, arte, filosofía.
Soy un gato es una novela única, donde un gato –sí, un gato– encarna una voz excepcionalmente creíble para poner bajo la lupa a la especie humana y en tono burlón, a la vez, tener piedad de ella. Algunos de los pasajes de esta novela están inspirados en aquellas reuniones de intelectuales, siendo el mismo Soseki –en el personaje del dueño del gato– el maestro. Dice el gato: “No hay criatura viviente tan despiadada como el ser humano”. “Han adoptado una actitud de indiferencia ante la vida, manteniéndose al margen de la gente, apartados de todo como serpientes en su nido, pero en realidad los mueven las mismas ambiciones mundanas que a todo el mundo.” “Los seres humanos no valen para nada, excepto para el uso estruendoso que hacen de su boca con el fin único y exclusivo de matar el tiempo, contando historias sin gracia y riéndose de cosas que no son divertidas.”
Tanto en Sanshiro como en Daisuke y La puerta, los personajes –hombres jóvenes de clase media bien educada– intentan zafarse de un sistema que los agobia: el trabajo, la familia, la sociedad. A Soseki le interesa volver una y otra vez como el cincel a la piedra, al mundo interior. De lo menos importante a lo más: la fidelidad del hombre consigo mismo. Sus héroes son hombres que han traicionado, o que han sido traicionados por alguien cercano a ellos y llevados por la culpa o la desilusión, buscan aislarse. El mundo parece no tener lugar para ellos. Sanshiro continúa el tono de sátira de Soy un gato, esta vez en la voz de su personaje, Sanshiro, un muchacho de pueblo que se va a estudiar literatura a Tokio y deberá vérselas con snobs occidentalizados. Mientras, él sigue viendo el mundo como un poeta: “Las raíces de la vida, que nos parecen tan sólidas, se debilitan antes de que nos demos cuenta y se escapan flotando en el oscuro vacío”. En el caso de Daisuke, Soseki también a través de otro joven en offside, pone patas para arriba el concepto de que “el trabajo dignifica”. Daisuke no trabaja. Sin embargo no piensa en sí mismo como ocioso (como le reprochan su familia y sus amigos), sino como un privilegiado: es libre, tiene tiempo para soñar y siente lástima por aquellos que son una pieza más en el engranaje de producción. “Es un fenómeno lamentable que detrás de cada evolución, pasada y presente, reaparezca la degeneración.” En La puerta, un hombre hace el camino inverso que Daisuke (que termina enamorado y poniendo en jaque toda su ideología) y abandona repentinamente a su esposa, a quien ama, para entrar en una vida de contemplación en un templo zen. El va en busca de respuestas, pero sólo encuentra preguntas. También en las tres novelas Soseki toma un camino maravilloso para plantar la encrucijada: el amor. Aunque el amor siempre –otra de las obsesiones de Soseki– será por la mujer equivocada.
¿Hasta dónde puede un sujeto sostener su individualidad? Los personajes de Soseki siempre desafían al mundo. Y al estilo de los policiales que hacen que el lector se enamore de la vulnerabilidad del asesino, de la misma manera Soseki logra que acompañemos a sus antihéroes hasta la tumba. Que seamos capaces de morir por las mismas causas que ellos abrazan.
CIEN AÑOS DE KOKORO
La editorial Impedimenta de España anticipó la reciente publicación de Kokoro con nueva traducción en español en conmemoración del centenario de esta obra cúlmine de Soseki. En Japón, el Asahi Shimbun, uno de los principales periódicos del país, inició en abril la publicación por entregas del libro, al mismo ritmo que cien años antes, en 1914, cuando su autor, Natsume Soseki, era responsable de la sección literaria del periódico. El título fue traducido anteriormente como The Heart (El corazón) o a Le pauvre coeur des hommes (El pobre corazón de los hombres). Sin embargo como observa Fernando Cordobés en la introducción de Impedimenta, éstas son traducciones interpretativas de un vocablo que resiste el encasillamiento aludiendo, a la vez, a “corazón, mente, alma, espíritu, pensamiento”.
Antes de escribir Kokoro y durante unas vacaciones en el balneario de Shuzenji, Soseki –eternamente afectado por su úlcera estomacal– sufrió una crisis aguda que lo puso al borde de la muerte. Algunas fotos de la época atestiguan ese cambio en su fisonomía. En una de ellas, fechada en diciembre de 1914, posa con sus dos hijos varones y se lo ve cansado y envejecido. Su mujer, Kyoko, daría cuenta de esto después del fallecimiento de su marido en su libro Mi vida con Soseki. Todas estas experiencias darán tono a la narración de Kokoro, una novela que deja al lector sumido en una profunda melancolía. Y a la vez con la sensación de salir de ella, definitivamente transformado. Soseki maduro, afianzado y enfermo, vuelve sobre sus obsesiones de una manera que conmueve.
Kokoro narra en primera persona la relación del personaje principal, un joven que acaba de terminar la universidad, con Sensei, un hombre mayor al que conoce durante unas vacaciones en el mar y que ejercerá una influencia decisiva en su vida. La novela describe la relación entre ambos, así como la del narrador con su padre y su familia y, por último, la de Sensei con K, su amigo, en la que Soseki, como ya en novelas anteriores, introduce una mujer, armando un triángulo amoroso. Sensei termina siendo el padre simbólico del joven, ya que su padre de sangre se está muriendo y es un hombre común, preocupado por cosas comunes. En cambio Sensei parece desprender un aura de sabiduría que atrapa al personaje, de la misma manera que atrapa al lector que también queda subyugado tanto por lo que dice el Sensei como la manera en que lo dice: con una sonoridad de fondo, una melodía que hamaca, sostiene. Soseki logra reproducir magistralmente ese poder hipnótico que tiene el Sensei para el personaje y trasladarle esa sensación al lector. “Enfermos o sanos, los seres humanos somos criaturas frágiles”. “Incluso aquí, conmigo, es probable que te sientas solo.” “No vacilaré en proyectar sobre ti las sombras de la vida, pero no temas. Míralas de frente, extrae de ellas las lecciones que te sean útiles.” “Yo no tengo la fuerza suficiente para agarrar tu soledad y expulsarla de ti.” Un manual de espiritualidad, bello y doloroso. Eso es Kokoro. La conexión entre dos seres que logra modificarlos.
La novela está dividida en tres partes: la relación entre Sensei y el protagonista, marcada por la idealización; la relación del protagonista con su familia y cómo ésta se ve modificada a partir de la enfermedad del padre, y la tercera y última en formato epistolar es la historia de Sensei, que simboliza el legado a su discípulo. La anécdota del caso es que Soseki, a cargo de la sección de literatura del diario, iba dando esta historia en entregas. Al llegar a la carta, esperaba un reemplazo para tomarse unas vacaciones que nunca se pudo tomar porque nadie lo reemplazó. Entonces se vio obligado a dilatar la carta que llega a ocupar la mitad del total de la novela. La carta es una confesión del Sensei donde le devela secretos a su discípulo, como por ejemplo, por qué visita la tumba de un amigo cada mes (intriga que se plantea en la primera parte de la novela). La historia del Sensei desnuda la humanidad de este hombre que en la primera parte y a ojos del protagonista parecía alguien sabio y seguro de sí mismo. Sin embargo, esa sabiduría pareciera tener su origen en las decepciones de la vida y en lo que le se ha convertido después de haber tomado algunas decisiones. Como en sus libros anteriores, Soseki pareciera decir que en algún momento de la vida es necesario saber quiénes somos de verdad. Y sólo eso puede hacer al hombre mejor. “Quien no tiene voluntad de crecer espiritualmente es un idiota.”
Por otra parte, esta novela, Soseki la escribe sobre el final de la era Meiji, marcada no sólo por la muerte del emperador, sino también por el suicidio bajo el ritual japonés seppuku (conocido vulgarmente como harakiri) de su asistente, el general Nogi y su mujer. Ambos acontecimientos causaron un impacto emocional inmenso en la sociedad japonesa de la época. ¿Qué iba a suceder a continuación con la apertura a Occidente que tanta angustia había traído aparejada al desarrollo y la expansión? Varias entradas del diario de Soseki dan cuenta de su preocupación y, entre sus objetos personales, se conservan diarios de ese momento.
Se conserva también una triste fotografía en la que se ve a Soseki moribundo, tumbado en un colchón sobre el tatami, cubierto con una manta y rodeado de gente. En esa época se creía que si se tomaba una fotografía del enfermo se curaría. Como a K, el amigo de Sensei en Kokoro, a Soseki lo enterraron en el cementerio de Zôshigaya, en Tokio. El gran terremoto de Kanto de 1923 y los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial que destruirían la ciudad dos veces, no consiguieron borrar su tumba del mapa. Terco, Soseki recorre ese camino que envidian los escritores occidentales: va del haiku a la novela moderna, convirtiendo la dimensión humana en algo posible de explorar por el lenguaje. Encantador y agudo, leer a Soseki es entonces leer un extenso haiku.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
El zen y la cultura japonesa – Daisetz T. Suzuki
Filósofos de la nada. Un ensayo sobre la Escuela de Kioto: Nishida Kitarô, Tanabe Hajime, Nishitani Keiji – James W. Heisig
La religión y la nada – Keiji Nishitani
Mishima. Biografía – John Nathan
Salto mortal – Kenzaburo Oé
Yakusa. Una investigación sobre la mafia japonesa – Jerôme Pierrat & Alexandre Sargos
La vida y películas de Kurosawa y Mifune. El emperador y el lobo – Stuart Galbraith IV
Los chicos de las taquillas – Ryu Murakami
El erudito de las carcajadas (2 Tomos) – Jin Ping Mei

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: Four)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

La Muñequita Liefeld Puteadora
Un monólogo navideño
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Risas que duelen.
Sorpresa de Shangai, Patricio Rey y sus redonditos de ricota.
El blanco no es incoloro, sino refugio del mundo cromático.
Acercamientos, Ernst Jünger.

 

¡Navidad!  ¡Navidad!
¡Llega navidad!
¡Y con Papá Noel llegan los regalitos de navidad!
¡Y para tu arbolito de navidad qué mejor que regalar un libro del catálogo de Libros Kalish!
¡Y como Libros Kalish no podía ser menos – aunque es lo menos y por eso mismo es lo mas de lo mas – que cualquier comercio que busca y toca la fibra más sencible de tus deseos para mercantilizarlos te ofrece para estas navidades el mejor catalogo de libros de la Argentina!
¡Y más!
¡Y si queres algo especial Libros Kalish te lo da!
¡Para estas navidades te ofresco algo único e irrepetible!
Te cuento.
El 23 a la noche la voy a pasar solita con mi gato René en el departamento de mi novia en Once.
Mi gatito y yo.
Los dos solitos.
Nada de familia. Nada de amigos.
Mi gato y yo. Solos.
Y una botella de Vat 69.
William Faulkner escribió la parte más jugosa de su obra sin futuro alguno y acompañado de wiskhy barato.
Y la compu donde me voy a sentar a escribir la columna de las Confesiones numero 100.
¿Y qué te ofrece esta puta barata para estas navidades?
Un postre caro.
Carisimo.
Y exquisito.
Pasar las navidades conmigo y mi gatito.
Soy una chica sensible y abierta a todos los deseos y que busca complacerte en todo.
Puedo ser una esclava de tus deseos.
Puedo hacerte gozar hasta que llores de felicidad.
Soy una madurita que llego a los 40 con la colita virgen.
Y un pito normal pero rendidor.
Y si no rinde le metemos una pastillota de Porongon.
Sí, te ofresco mi cola y mi pito y la mala honda de mi gato para que pasemos unas navidades diferentes.
Te ofresco que seas por primera vez feliz en tus navidades por solo 10.000 dólares.
El pago es por adelantado y si aparece un cliente que pone más plata que vos se te devuelve el importe y la colita de esta madurita es para el mejor postor.
Y si me queres agazajar como solo se agazaja a las reinas tenes que venir con un lechón,  un rico wiskhy y una rica bolsa.
Y yo te voy a estar esperando con mi colita madurita y parada como la de un futbolista para pasar las mejores navidades de tu vida.

 

 Bonus Track
Boludeces que posteo en Facebook
Recién ahora me doy cuenta. El Oscar del Barco travestido de Lisa Ann que uso para muchos de mis collage tiene un notable parecido a mi papá. Que no se malinterprete, por favor, el parecido es entre los rostros y no entre las tetas. ¿Quien es mi papá? Un obrero metalúrgico que esta tan loco como el obrero metalúrgico de la novela de Juan José Saer Cicatrices. ¿Quién es Oscar del Barco? Un filósofo cordobés que en un país de alcahuetes, mentirosos, traidores y lame culos supo un día cometer el peor pecado que se puede cometer por estas pampas de chistes crueles: ejercer la verdad.

 

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
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Diario del ladrón – Jean Genet

Diario del ladrón – Jean Genet  Borges Peron Nietzsche Bowie Beatles Pessoa Vollmann Dady Brieva

Para este collage se uso a John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, las cenizas de Gramsci, David Bowie, Dady Brieva, Friedrich Nietzsche, Fernando Pessoa,, Juan Domingo Perón, Evita y estampillas de la colección personal de mi padre.

Estado: impecable.

Editorial: Debate.

Precio: $400.

Diario del ladrón no es tan sólo un diario, pero tampoco se puede considerar únicamente una novela. A caballo sobre la confesión y la crónica, sobre la invención y el deseo, esta obra clave de la producción de Jean Genet arrastra al lector hacia un mundo de vileza y decadencia, admirablemente trascendido gracias a un consciente poderío verbal e imaginativo que el autor maneja con plena conciencia. El protagonista pretende salvarse del mal por el propio mal. «Ética y estética del vicio» bien podría valer como subtítulo de Diario del ladrón, expresando así la posición que Genet toma ante la vida, necesariamente enfrentado con una sociedad a la que ni quiere ni puede pertenecer.
Jean Genet, 1910- 1986. Nació el 19 de diciembre de 1910 en París.  Hijo ilegítimo, su madre fue una prostituta que lo entregó a la asistencia pública. A los ocho años pasó a la crianza de unos campesinos del Morvan, en el centro de Francia, con quienes permaneció hasta los 10 años, cuando fue acusado de robo y enviado al reformatorio de Mettary y hasta unos treinta años después hubo de enfrentarse a una larga serie de procesos por robo y prostitución homosexual. Se alistó en la Legión Extranjera en 1930, que lo llevó a Siria, y desertó de ella cinco años más tarde. Empezó entonces un largo camino errante como delincuente por los barrios bajos de distintas ciudades europeas. En 1947 le condenaron a cadena perpetua. Su primer poema fue El condenado a muerte. Años después, en su novela autobiográfica Diario del ladrón, Genet decía: «Fui a través del robo como hacia una liberación, hacia la luz». El libro habla de la vida de Genet en los bajos fondos de Barcelona y Amberes entre 1930 y 1939. Durante su estancia en la cárcel, escribió y publicó varios libros, y su creciente prestigio literario movió a un amplio grupo de autores franceses a pedir su liberación, que finalmente fue concedida en 1948 por el presidente de Francia. Su primera obra fue una autobiografía acerca de la homosexualidad y la vida en los bajos fondos, Nuestra Señora de las flores(1944). Entre sus novelas posteriores se cuentan El diario de un ladrón (1949), El milagro de la rosa(1951) y Pompas fúnebres (1953).  Su prosa se caracteriza por su gran cantidad de imágenes líricas y por el empleo del lenguaje propio de los bajos fondos. En 1947 de nuevo escribió teatro, medio en el cual llevó a cabo sus obras más impactantes. Su primera obra, Las criadas (1947), una de las más exitosas de su autor, marcó su entrada en el movimiento llamado el teatro del absurdo. Autor de Estricta vigilancia (1949), El balcón (1957), Los negros (1959) y Los biombos (1961), que criticaba la posición del Gobierno francés en la guerra de la independencia de Argelia, provocó un escándalo cuando fue puesta en escena en París en 1966, con una audiencia enfurecida que lanzaba botellas y huevos podridos al escenario. En 1983 le otorgaron el Grand Prix National des Lettres, el premio nacional de las letras francesas. Su última novela fue Un captif amoureux (Un prisionero enamorado). Jean Genet falleció el 15 de abril de 1986 en una habitación del hotel parisiense que desde hacía años era su residencia habitual. Genet padecía un cáncer de garganta contra el que había iniciado un tratamiento radiológico.
Angeles del Mal
Daniel Link
Un cautivo enamorado
¿Y si toda nuestra actualidad no pasara sino por ese hombrecito, alternativamente despreciado y admirado, llamado Jean Genet? ¿No nos obligaría esa constatación a revisar su obra y a preguntarnos hasta qué punto somos capaces de sostener sus incómodas hipótesis o, por el contrario, a intentar, inútilmente, rebatirlas?
Jean Genet nació en París en 1910. Su madre era una prostituta que lo entregó a la asistencia pública en cuanto cumplió un año de edad. Adoptado a los ocho años, comenzó a robar a sus tutores. A partir de los diez años, Genet (alumno escolar aventajado) era ya un ladrón consumado y comenzó a recorrer las prisiones juveniles que constituirán la materia de su literatura y de su ética. Según sus propias confesiones (puestas en duda por su biógrafo, Edmund White), llegó a prostituirse.
En 1943 publicó la novela Santa María de las Flores, que llamó la atención de sus contemporáneos por la calidad de su prosa y la radicalidad de su opción por el Mal (la “gratuidad” y la “inutilidad”). En 1949, Diario de un ladrón recogió sus experiencias como vagabundo, ladrón y prostituto por toda Europa durante la década anterior.
Pocos meses antes, y luego de diez condenas consecutivas, sólo la intercesión de Jean-Paul Sartre, Jean Cocteau y Pablo Picasso (que en 1944 lo habían sacado de la cárcel) lo salvaron de la cadena perpetua y le ganaron un indulto presidencial por todas las condenas en suspenso.
Para entonces había publicado ya cinco novelas –Pompas fúnebres (1947) y Querelle de Brest (1947), entre ellas–, tres obras de teatro –Las criadas (1947) es la más conocida y tuvo una profunda influencia en el pensamiento de Jacques Lacan– y varios libros de poemas. Pero arrancado del mundo del delito, al que se había entregado con devoción sacrificial, Genet se encontró con problemas para seguir escribiendo. La “normalidad”, a él, le olía a muerte.
El golpe definitivo vendría de la mano de Jean-Paul Sartre, a quien Gallimard le había encargado un prólogo para las Obras completas de Genet que preparaba. Sartre se tomó en serio su trabajo y el resultado fue el monumental Saint Genet. Comediante y mártir (1952), un epitafio de casi seiscientas páginas en el que Sartre, entre otras cosas, propone una teoría de la libre elección sexual (de la que la homosexualidad sería su caso más agudo y más visible), que Genet abominó en general y en especial aplicada a su vida y a su obra.
En 1984, la Academia Francesa le concedió el Premio Nacional de Literatura. El 15 de abril de 1986, sus restos fueron enterrados en Marruecos. Había contraído cáncer de garganta, pero probablemente murió de una caída.
El Mal como experimento
En la perspectiva de Genet, muy explícita en los dos textos que la madrileña editorial Errata Naturae ha reunido ahora bajo el título El niño criminal, con traducción y prólogo de Irene Antón, se afirma: “La sociedad pretende eliminar, o volver inofensivos, los elementos que tienden a corromperla” (pág. 47). Contra ese “proyecto de castración”, el poeta (el criminal, la loca) levanta su grito de protesta.
El niño criminal es un texto escrito por encargo (habría que agregar: ¡a quién se le ocurre!) para la Radiodifusión Francesa, que pensaba emitirlo como parte del ciclo Carta blanca en 1948. Pero del dicho al hecho, en este caso, hubo un abismo, y ni El niño criminal de Genet ni Para acabar de una vez con el juicio de Dios de Artaud pudieron ser leídos. Las razones son obvias: Genet se dirige a los niños criminales para recomendarles que persistan en su empresa de disolución, porque es eso lo que los hace bellos.
El otro texto, Fragmentos…, parece ser el efecto de un desencanto amoroso y postula, con el alto estilo lírico característico de Genet, una teoría de la homosexualidad como caída, pecado, ruina y condena eterna. Muy deshilvanado (y, por eso mismo, delicioso), incluye unos “Fragmentos de un segundo discurso” en los cuales se lee, inevitablemente, un antecedente de los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes.
Leído por Sartre, pero también por Bataille, Lacan, Derrida (que en Glas lo pone, literalmente, junto a Hegel), colaborador de Michel Foucault y Daniel Defert en el Grupo de Información sobre las Prisiones, retomado recientemente por Didier Eribon para, en algún sentido, refutar la corrección política de las ideologías norteamericanas, llevado al cine por Fassbinder en una de sus más grandes películas (Querelle), es muy probable que Jean Genet nos resulte hoy un poco anacrónico y, por eso mismo, estimulante: aunque sus hipótesis se nos aparezcan como cosa envejecida, o tal vez por eso, tienen el sabor de lo insospechado, de lo que violenta el propio pensamiento y lo pone a andar en una dirección desconocida.
Se trata de reivindicar, precisamente, la salida desconocida del experimento y, por lo tanto, el Mal: “Si pretendemos realizar el Bien, sabemos hacia dónde nos dirigimos y qué es el Bien, y que la sanción será beneficiosa. Cuando es el Mal, no sabemos todavía de lo que hablamos. Pero sé que es el Unico en poder suscitar en mi pluma un entusiasmo verbal, signo aquí de la adhesión de mi corazón” (pág. 51).
Por la vía del Saint Genet de Sartre, Oscar Masotta incorporó a la tradición argentina (leyéndolos en Arlt) los motivos más característicos de la ética genetiana. Tal vez sea ya tiempo de declarar definitivamente caducas aquellas perspectivas o, por el contrario, de investigarlas hasta sus últimas consecuencias.
La comunidad imposible
El niño criminal es para Genet, todavía, una figura heroica porque es objeto de un martirologio: odiando la sociedad, se pone al margen, roba y delinque, busca su castigo porque entiende que son ésas las penas que lo convierten en algo más que la masa boba de la “buena gente” (de los bien pensantes, se diría hoy), en algo diferente, en algo superior. Entre criminales puede haber asociación e incluso camaradería (aunque la traición, el acto más gratuito y más inútil, esté siempre en el horizonte de esa precaria teoría de conjunto).
El homosexual, en cambio, es dos veces víctima del odio y del terror. La homosexualidad “me aísla, me separa a un tiempo del resto del mundo y de cada pederasta. Nos odiamos, en nosotros mismos y en cada uno de los demás. Nos desgarramos” (pág. 73).
Lo que a las locas les queda es la comunidad ausente o la ausencia de la comunidad. Contra toda teoría de las identidades, Genet postula una deriva (una ascesis) en solitario, un “Soy” que jamás podrá declinarse en plural salvo asociado con la negación: “No somos”.
¿De dónde viene esta imposibilidad radical para pensarse grupo, comunidad, para imaginar la propia identidad en relación con otras?
Se trata de la Mujer, al mismo tiempo expulsada de ese universo en el que cada partenaire sexual se siente como piedra, mineral, abstracto, pero que vuelve, irónicamente, como máscara: “Nos llaman afeminados. Expulsada, secuestrada, burlada, la Mujer, a través de nuestros gestos y nuestras entonaciones, busca la luz y la encuentra: nuestro cuerpo, agujereado de repente, se irrealiza” (pág. 76).
Lo que condena al homosexual es ese principio de irrealidad, esa esterilidad irrevocable que fertiliza de vacío sus actos. Es decir: lo que lo obligará a pagar con angustia contante y sonante “el estúpido orgullo que nos hizo olvidar que salimos de una placenta” (pág. 77).
Intentando recuperar las tajantes definiciones genetianas, Didier Eribon las ha inscripto en una teoría generalizada de la injuria: es la injuria fundacional que señala al niño como “maricón” (o la palabra que se quiera) la que lo aísla, lo separa, lo condena y lo obliga a aceptar el odio como único motor de su existencia.
El cielo y el infierno
Pero Genet tal vez hubiera rechazado esa hipótesis sentimental y redentora (“Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor”, etcétera). Lo que le interesa de la homosexualidad (como tema de discurso) es el modo en que supone una antropología entera y, por lo tanto, una cosmovisión y, también, una ética. Si la homosexualidad no es de elección libre, tampoco se llega a ella por pura presión social. La homosexualidad es, como la palabra de Dios, una llamada, una convocatoria.
Lo que Genet señala es que al tachar a la Mujer de su horizonte de ternuras, el homosexual se entrega a una existencia moribunda (y, en este punto, parece incluso más existencialista aun que Sartre). La teoría de la homosexualidad genetiana recurre a la autoctonía como principio explicativo: la loca se genera sola, sin la intervención de lo otro (la Mujer, sin la cual no puede haber mundo). Su principio reproductivo es el contagio y no la familia. Su destino es el infierno (donde se esconden todos los demonios y las divinidades del subsuelo, de la tierra, de la autoctonía) y no el cielo (donde moran la Sagrada Familia y sus fieles seguidores). El homosexual, “suspendido entre la muerte y la vida”, habla “desde el fondo de un pozo” (pág. 80), como una Samara insepulta que viene a atormentar los sueños de los niños vivos (pocos años antes que Genet, Federico García Lorca había sostenido una teoría semejante).
Lo que separa a Genet de Sartre (entre tantas otras cosas) es la profunda religiosidad del primero, aunque se trate de una religión pagana. Genet pone a la homosexualidad del lado de un complejo crimen imaginario, del lado de una llamada irresistible (que es la llamada del goce y también de la condena eterna).
Desterrado del cielo por haber escuchado el llamado del abismo, lejos de toda malevolencia (porque no es capaz de alcanzar nunca, verdaderamente, el estado adulto), el homosexual es un ángel del Mal, un expulsado de toda comunidad porque en ninguna encuentra la posibilidad de construir alguna identidad que no sea precisamente la del desvío, el rechazo, la caída. ¿Cómo podría pensar el homosexual que su sustancia y su forma han sido producidas (por las leyes de la genética o por las reglas familiares)? No, no ha habido nunca intercesión alguna de algo ajeno a esa mismidad que lo constituye, lo paraliza y lo subleva: es él y sólo él (y su melancolía).
¿Por qué no morir, entonces? ¿Por qué no entregarse al mar de todos los olvidos?
“El orgullo cambió el exilio en rechazo voluntario, pero la soledad luminosa y continuamente deseada del artista es lo contrario de la reclusión taciturna y arrogante de los pederastas” (pág. 81). Esa es la clave: llamadas por potencias infernales, obligadas a obedecer esa voz que las separa de sí para siempre (separación que jamás permitirá que haya coincidencia del yo consigo mismo, ni con los otros), las locas se sostienen sólo en un arte, el arte de vivir, para el cual, naturalmente, no hay regla escrita y todo está, siempre, por principio, a punto de inventarse.

 

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El teatro de Sabbath – Philip Roth

El teatro de Sabbath  Philip Roth Beatles Borges Nietzsche William T Vollmann Dady Brieva Fontanarrosa

Para este collage se uso a Dady Brieva, Friedrich Nietzsche, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, Roberto Fontanarrosa y The Beatles.

Estado:  impecable.

Editorial: Alfagura.

Precio:  $350.

El teatro de Sabbath es una creación cómica de proporciones épicas en la que Mickey Sabbath, eterno adolescente casi al borde de la jubilación, es un héroe digno de Rabelais. Este ex titiritero imaginativo y genial, se ha convertido en un personaje permanentemente indignado con el mundo -a causa del lugar que ocupa él- y escandalosamente libidinoso. Muy libidinoso: le gustaría ser el marqués de Sade, pero, definitivamente, no lo es. Tras la muerte de su amante de toda la vida -un «espíritu libre» cuya fidelidad al adulterio único ha sorprendido incluso al propio Sabbath-, nuestro héroe decide hacer balance y se embarca en un turbulento viaje hacia su pasado. Acongojado y perseguido por los fantasmas de todos aquellos que más le amaron -y odiaron-, sus intentos de escapar de este cerco terminan en una sucesión de desastres absurdos que casi consiguen volverle loco y acabar con su vida.
Philip Roth obtuvo el premio Pulitzer por Pastoral americana en 1997. En 1998 recibió la Medalla Nacional de las Artes y las Letras en la Casa Blanca, y la Medalla de Oro de Narrativa, concedida anteriormente a John Dos Passos, William Faulkner y Saul Bellow, entre otros. Ha sido galardonado en dos ocasiones con el National Book Award y el National Book Critics Circle Award. Ha ganado el PEN/Faulkner Award tres veces. En 2005, La conjura contra América obtuvo el premio de la Society of American Historians. Recientemente Roth ha recibido los dos premios PEN de mayor prestigio: en 2006 el PEN/Nabokov Award y en 2007 el PEN/Saul Bellow Award por Logro en la Literatura Norteamericana. Philip Roth será el tercer escritor norteamericano vivo cuya obra publicará la Library of America en una edición completa y definitiva. Está previsto que el último de los ocho volúmenes vea la luz en 2013. Obras publicadas en Random House Mondadori: La conjura contra América (Mondadori 2005, Debolsillo 2007); El pecho (Mondadori 2006, Debolsillo 2007); Elegía (Mondadori 2006, Debolsillo 2008); Deudas y dolores (Mondadori 2007, Debolsillo 2008); El profesor del deseo (Mondadori 2007); Sale el espectro (Mondadori 2008, Debolsillo 2009); Lecturas de mí mismo (Mondadori 2008); Nuestra pandilla (Mondadori 2008), e Indignación (Mondadori 2009). Además se han publicado también en Debolsillo: Pastoral americana; Me casé con un comunista; Operación Shylock; El teatro de Sabbath; Cuando ella era buena; Zuckerman encadenado; La contravida; Patrimonio; El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras; Mi vida como hombre; Goodbye, Columbus; La mancha humana; El mal de Portnoy, El animal moribundo y Los hechos.
Otros libros relacionados disponibles en LibrosKalish:
El tiempo de nuestras canciones – Richard Powers
País de sombras – Peter Matthiessen
Todo está iluminado – Jonathan Safran Foer
Árbol de humo – Denis Johnson
El Día de la Independencia – Richard Ford
La escoba del sistema – David Foster Wallace
Cuerpo – Harry Crews
El Cadillac de Big Bopper – Jim Dodge
Furias – Fernanda Eberstadt
América – James Ellroy
Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk
El diablo a todas horas – Donald Ray Pollock
Retratos de Will – Ann Beattie
El evangelio de la anarquía – Justin Taylor
Amor malo y feroz – Larry Brown
En la frontera – Cormac McCarthy
Dr. Bloodmoney o cómo nos las apañamos después de la bomba – Philip K. Dick
La casa de hojas – Mark Z. Danielewski
It (Eso) – Stephen King
Su pasatiempo favorito – William Gaddis
 Jernigan – David Gates

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Réquiem por un sueño – Hubert Selby Jr.

Réquiem por un sueño Hubert Selby Jr. William T Vollmann Borges Perón Evita

Para este collage se uso a Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, una Muñequita Liefeld Puteadora y estampillas de la colección personal de mi padre.

Estado: nuevo.

Editorial: al margen.

Prólogo: Richard Price.

Precio: $400.

Sara Goldfarb, viuda cuyo contacto con el mundo se reduce a las horas pasadas delante del televisor en su modesto apartamento de Coney Island, fantasea con participar un día en un popular concurso televisivo. Harry, el hijo veinteañero de Sara, yonqui como su novia Marion y su mejor amigo Tyrone, sueña con abrir un café bohemio que permita a los tres abandonar el sórdido y desesperanzado mundo que los rodea y que a duras penas reconocen. El inicio del verano trae las mejores expectativas: Sara recibe una enigmática llamada invitándola a participar en un importante concurso, mientras a Harry se le ofrece una oportunidad única de conseguir rápida y eficazmente el dinero necesario para poner en marcha su anhelado negocio: el tráfico de heroína. Sin embargo, el verano pasa, y el deus ex machina que debía alejarlos de la tragedia a la que sus vidas parecían abocadas, termina por revelar su auténtico rostro y por arrastrarlos en un vertiginoso descenso a los infiernos. Con un estilo único, un ritmo palpitante, y una crudeza sin precedentes en la reciente literatura norteamericana, Hubert Selby Jr. logra en Réquiem por un sueño retratar la angustia de una generación que descubrió sin saberlo la vertiente más oscura del sueño americano. Obra de culto, su adaptación cinematográfica en el año 2000 a cargo de Darren Aronofsky hizo de ella la novela más conocida de Selby, autor también de Última salida para Brooklyn.
Hubert Selby Jr. (Brooklyn, 1928 – Los Ángeles, 2004) es uno de los autores más interesantes y radicales de la narrativa norteamericana contemporánea. Con tan sólo quince años se alistó en la Marina Mercante, y a los dieciocho contrajo tuberculosis. Desahuciado en varias ocasiones por los médicos que lo trataron, su frágil estado de salud le impidió encontrar un trabajo estable, y siguiendo el consejo de un amigo se convirtió, pese a su escasa educación, en escritor. Admirador de Melville, Isaac Babel y Céline, debutó en 1964 con Última salida para Brooklyn (Anagrama), cosechando un gran éxito no exento de polémica por el contenido violento del libro. Durante las cuatro décadas siguientes, hostigado permanentemente por sus múltiples adicciones, escribió cinco novelas y un libro de relatos. La adaptación cinematográfica de Réquiem por un sueño a cargo de Darren Aronofsky en el año 2000, de la que Selby Jr. fue coguionista, despertó de nuevo el interés por esta novela.
Sin aliento
 Mariana Enriquez
Hubert Selby Jr. solía contar que se dedicó a la literatura cuando a mediados de los ‘50 un médico le anunció que le quedaban pocos meses de vida. Selby (“Cubby” para los amigos) tenía menos de treinta años, no había terminado el secundario y estaba gravemente enfermo. “Fue una experiencia espiritual”, decía. “De pronto me aterrorizó pensar que había arruinado mi vida, que no había logrado nada. Debía hacer algo con el tiempo que me quedaba. Así que decidí escribir.”
Seis años después, Selby tenía terminada su primera novela, Ultima salida para Brooklyn (1964). Crítica y público cayeron a sus pies. Allen Ginsberg profetizó que el libro “arrasaría como una bomba Estados Unidos, y será leído con la misma relevancia dentro de cien años”. El New York Times escribió: “Selby se ubica en la primera línea de los novelistas norteamericanos, y en su trabajo habitan el poder y la intimidad junto con el sufrimiento y la moralidad; tiene la misma honestidad y urgencia moral que Dostoievski. Entender a Selby es entender la angustia de Estados Unidos”.
Ningún elogio era exagerado, y Ultima salida para Brooklyn es un clásico de la literatura norteamericana, tan enorme y mítico que oscureció el resto del trabajo de Selby, por lo general a la altura del impactante debut. Cuarenta y cinco años después de su publicación, cuando gran parte de la literatura contemporánea desgastó los personajes y tópicos favoritos de Selby (prostitutas, travestis, homosexuales, drogadictos, obreros, borrachos, matrimonios violentos, ancianas solitarias), el libro sigue incólume y mucho más feroz que toda su progenie. Es fácil pensar en la conmoción que habrá causado a principios de los ‘60 si aún hoy estremece; no es sólo el estilo, los monólogos interiores de los personajes que parecen sintonías sobrenaturales, ni los recursos tipográficos, ni la lógica interna que convierte a seis relatos independientes en una auténtica novela. Hay algo más, algo despiadado pero compasivo, una escritura casi desesperada. De los seis relatos de Ultima salida…, tres condensan el universo de Selby: La reina está muerta, Tralala y Huelga. En el primero, la protagonista es Georgette, una travesti adicta a las anfetaminas que se expone hasta lo suicida para estar cerca de Vinnie, el ex presidiario de quien está enamorada. El relato culmina con una orgía entre travestis y los rudos hombres que frecuentan el bar El Griego (sitio donde gravitan todos los personajes y elemento unificador) que pasa del erotismo a la violencia, inminente desde el primer renglón.
Pero mucho más violento es Tralala. El relato se centra en una prostituta que, durante la guerra, sobrevive acostándose con los hombres que vuelven del frente. Enamora a uno de ellos –o, al menos, él la considera un paliativo a su soledad– pero Tralala lo rechaza cuando sólo recibe una carta de amor y no el dinero que esperaba. A partir de entonces, cae en una espiral de degradación, espejo de la decadencia de su barrio, sus clientes, sus compañeros de la noche; y su trayecto culmina en un gang-bang que todavía hoy se encuentra entre lo más violento que alguna vez haya alcanzado la literatura: “…y le dieron otra lata de cerveza y bebió y gritó lo de sus tetas y le rompieron otro diente y la herida de los labios se hizo mayor y todos reían y ella reía y bebió más y más y pronto se desmayó y le dieron unas bofetadas y ella murmuró algo y volvió la cabeza pero no consiguieron que reviviera así que continuaron cogiéndosela mientras yacía inconsciente en el asiento… y los que estaban mirando y esperando su turno descargaron su frustración sobre Tralala y le hicieron trizas la ropa y le quemaron con cigarrillos los pezones y se mearon encima de ella y le metieron un mango de escoba en la concha… yacía desnuda cubierta de sangre, meadas y semen y una pequeña mancha de sangre se formaba en el asiento entre sus piernas…”.
Sin embargo, quizá sea La huelga el mejor relato de la novela. Harry, un líder sindical, vive noches infernales cada vez que su esposa le pide sexo; la posee con furia, con asco, sufre pesadillas y vomita cada vez que tiene un orgasmo. No entiende qué le ocurre, ni por qué odia tanto a su mujer. Pero durante una larga huelga que dirige en su fábrica, durante esos días ociosos, conoce a un homosexual en un bar, y descubre un mundo de placer inesperado. Visita los bares de travestis, tiene varios romances; mientras tanto, sigue dirigiendo a los obreros en paro desde su oficina, gastando en sus amigos el dinero que paga el sindicato. Cuando la huelga llega a su fin y Harry se encuentra sin el dinero extra, descubre que las travestis ya no están interesadas en un obrero pobre; y el final, una espantosa escena de abuso infantil que vengan los matones del barrio, lleva a Ultima salida… hasta un clímax infernal. Lo cierto es que la salida del título es una paradoja: no hay escape alguno a la violencia y tragedia que plantea la novela de Selby.
Tralala se publicó en 1961, como cuento, en la revistas literarias The Provincetown Review, Black Mountain Review y New Directions. El editor de Provincetown fue arrestado por venderle material “pornográfico” a un menor –que resultó no ser menor– y la publicación fue a juicio por obscenidad, aunque las acusaciones fueron declaradas nulas en la apelación. Pero cuando Ultima salida… se publicó en Gran Bretaña, provocó un verdadero furor. Aunque recibió críticas positivas y vendió 14.000 ejemplares –un número importante para la época–, el dueño de una librería de Oxford se quejó al director de Fiscalizaciones Públicas sobre las brutales y crueles descripciones del libro. El funcionario no le hizo caso, pero en 1966 Sir Cyril Black, miembro conservador del Parlamento, inició una demanda privada ante la Corte, que consideró al libro culpable de obscenidad bajo la Sección 2ª del Acta de Publicaciones Obscenas. El caso llegó a juicio en la corte londinense de Old Bailey. Del lado de la defensa se encontraban académicos como Al Alvarez II, Frank Kermode (que había comparado a Selby con Dickens) y Anthony Burgess. El juez Graham Rigers consideró que las mujeres “podían sentirse incómodas al leer un libro que hablaba de homosexualidad, prostitución, drogadicción y perversiones sexuales”; tras nueve días de audiencias, Ultima salida… fue prohibido.
Pero en agosto de 1968, la sentencia se apeló y fue revocada gracias al abogado y escritor John Mortimer. El caso marcó un punto de quiebre en las leyes de censura británica: fue un fallo histórico. A esta altura, la novela había vendido medio millón de ejemplares en Estados Unidos.
Pero ni el éxito ni la histórica sentencia lograron darle confianza a un desmoralizado Selby. Al contrario: la notoriedad lo hundió en la peor de las inseguridades. “Todo es tan diferente cuando uno está sentado, solo, escribiendo. Pasé seis años escribiendo Ultima salida…. Nadie lo sabía, a nadie le importaba. Me la pasaba peleando, peleando. No tenía nada que defender, y nada a qué oponerme. Uno no tiene responsabilidades, salvo la que tiene con su arte. Y de repente, hay que mantener algo. Hay que hacerlo otra vez. Mientras en el corazón y en los huesos y en el alma uno siente que no vale nada, que no sirve para nada… que todo es un error y algún día se darán cuenta. Es algo aterrador. Aunque mis amigos escritores, a quienes respetaba, me decían que era talentoso, no podía creerlo. Y por supuesto, en aquella época era un borracho, y de repente tenía el dinero y los motivos para beber todo lo que quisiera. Cosa que entorpeció mi trabajo. Nunca fui Faulkner o Hemingway. Cuando bebía, sólo bebía. Todo lo que escribí lo hice en períodos de sobriedad.”
Viaje al fin de la noche
Los problemas de Selby con las adicciones no comenzaron estrictamente con su éxito. Nacido en Brooklyn en 1928, hijo de un marino mercante (y ex minero de Kentucky), a los 15 años dejó el colegio y siguió los pasos de su padre como marinero. En 1947, sobre el buque, le diagnosticaron tuberculosis avanzada, y lo trasladaron a Alemania antes de devolverlo, casi desahuciado, a Estados Unidos. Selby tenía 18 años, y hasta los 21 estuvo internado en el Hospital de la Marina de Nueva York. Los médicos intentaron un tratamiento experimental con drogas, que le provocó consecuencias casi fatales. Tuvieron que operarlo: en el quirófano perdió diez costillas, uno de sus pulmones colapsó y le fue removida una parte del otro. Sobrevivió, pero padeció problemas pulmonares hasta su muerte en 2004, además de una grave adicción a la morfina y, más tarde, a la heroína.
En 1949, Selby se casó por primera vez, pero sin experiencia y con problemas de salud, no podía conseguir trabajo. Pasó los siguientes diez años postrado, y hospitalizado con frecuencia. Los médicos insistían en que no podía sobrevivir, porque sencillamente carecía de una capacidad pulmonar compatible con la vida. Fue su amigo de infancia, el poeta Gilbert Sorrentino, quien le sugirió escribir; cuando tuvo algo listo, se contactó con el agente de Jack Kerouac. Quizá por eso durante un tiempo se lo asoció con los beatniks, pero Selby solía aclarar: “Nunca tuve mucho que ver con ellos. Me gustaron varios libros de Jack Kerouac y siempre amé a Allen Ginsberg como persona y como poeta. Pero la verdad es que no tenía relación alguna con ellos. Especialmente con los supuestos beatniks que se juntaban en bares. Estaban llenos de mierda, en pose. Ni Allen ni Jack tuvieron la culpa, pero esta gente tenía una actitud al estilo: ‘todo lo que tengo que hacer es pintar un cuadro o tocar un instrumento o poner algunas palabras sobre el papel y es arte porque yo lo hice’. Ridículo. Una locura. El arte precisa de mucha técnica y disciplina. Es el trabajo más difícil del mundo”.
Sin educación, sin entrenamiento, Selby insistía en que su “estilo” tuvo que ver con estas carencias, además de su pasión por la música. “Quería narrar el oscuro mundo de mi juventud, mis experiencias con linyeras, matones, travestis, cafishos, marineros, travestis, homosexuales, adictos… sobre todo hablar de mi comunidad, que era muy pobre y marginal. Por eso usé una gramática inapropiada; no me importaba la puntuación ni abrir diálogos ni usar comillas. Un diálogo consistía en un párrafo, y no me preocupaba en indicar quién hablaba. Pero escribía con mucho cuidado, siempre traté de ser fiel a las voces, y ponerle la mayor dedicación posible. Además, me influencia mucho la música. Así que desarrollé una tipografía que en mi opinión reflejara las notas musicales. Me parecía que la forma en que estuvieran ubicadas las palabras sobre la página traerían un efecto musical, de pausas, de silencios.”
Selby necesitó siete años para volver a escribir. En 1967 estuvo detenido por posesión de heroína, y para fines de la década había superado la adicción. Recién entonces publicó The Room (1971), para muchos su verdadera obra maestra; para Selby, un libro tan brutal que ni siquiera él pudo volver a leerlo. Se trataba de un hombre atrapado en una habitación, consumido por la culpa, las fantasías sexuales, las pesadillas y la desesperación. Después llegó The Demon, quizá su trabajo más convencional; pero recién volvió a alcanzar cierto grado de fama con Réquiem para un sueño (1978) –llevada al cine en una versión mediocre pero respetuosa por Darren Aronofsky en el 2000–. La novela tiene un solo héroe, la adicción, y cuatro personajes atrapados en sus redes: Harry, su novia Marion, su madre Sara y su mejor amigo, Tyrone. Los jóvenes son heroinómanos; la madre es adicta a las pastillas para adelgazar y la televisión. Todos parecen suspendidos en un limbo, que Marion explica así: “Parecía que hubiera pasado toda su vida esperando. ¿¿¿Esperando qué???? Esperando vivir. Se había dado cuenta de eso en algún momento, durante la terapia. Como si esto fuera un ensayo para la vida. Sólo una práctica”. Sara espera que la llamen de un programa de concursos televisivo, y mientras tanto adelgaza para poder usar su vestido rojo; Harry y Tyrone esperan un kilo de heroína pura que les salve la vida; Marion, la chica judía de clase media, culta, pintora, espera que la vida vuelva a resultarle interesante. Y, mientras tanto, niegan la profundidad de su adicción y sus miedos, hasta un final apocalíptico que muchos confundieron con moralizante; Selby usa con frecuencia citas bíblicas en sus libros, y muchos críticos consideraron que se trataba de un guiño, de una condena implícita a sus personajes. “No soy religioso –explicaba–, pero hay cosas muy humanas, profundas y bellas en la Biblia. Usé citas bíblicas en los primeros cuatro libros porque en ninguno hay catarsis. Las únicas respuestas implícitas están en las citas.”
Selby no volvió a publicar una novela hasta The Willow Tree en 1998; la ausencia de 20 años sólo contó con una recopilación de cuentos a mediados de los ‘80. El agujero apenas tuvo que ver con lo creativo; durante esos años se convirtió en un autor de culto reverenciado, especialmente por músicos de rock. El legendario punk californiano Henry Rollins editó un CD con Selby leyendo su trabajo, y lo llevó de gira; Kurt Cobain lo citó como influencia crucial. Pero Selby tuvo que reconocer que escribía cuando su deterioro físico se lo permitía. “La mayor parte del tiempo me ocupo de sobrevivir, lo que ya es demasiado. Intento dar clases de escritura creativa, aunque no creo que nadie pueda aprender a escribir. Uno se quiere morir, transpira, se vuelve loco. Es la única manera. Sin embargo creo que se puede enseñar a reescribir, a corregir, y de eso me ocupo. Encuentro muy difícil, físicamente, hacer algo más.”
En 2002, Selby entregó a la imprenta su último trabajo, pero ya no tenía vida pública. Atado a un tubo de oxígeno, había dejado de dar clase y sufría de depresión; murió en abril de 2004 de obstrucción pulmonar crónica, y rechazó la morfina durante su agonía. Cuatro años antes, había escrito para el diario L.A. Weekly: “Lo extraño, en realidad, es que todavía estoy vivo, y que periódicamente publico un libro. Creo que tiene que ver con aquella sentencia de muerte que me dio el médico cuando era joven. Que se vaya a la mierda, pensé entonces. Nadie me dice lo que tengo que hacer”.
El eterno desahuciado
PHILIPP ENGEL
“Última salida para Brooklyn” (1964) lo consagró como el Céline estadounidense. Anagrama la publicó a finales de los 1980 y nunca más se supo. Pero el “boom” de las pequeñas editoriales independientes ha propiciado la recuperación de las tres siguientes novelas de este “outsider” de las letras americanas. La última en ser rescatada ha sido “El demonio” (Huacanamo).
A los 15 años, Hubert Selby Jr. dejó el colegio para seguir la estela de su padre y se alistó en la marina mercante. El bravo muchachote siempre había soñado con hacerse a la mar, pero no tardaron en devolverlo a tierra con un diagnóstico, tuberculosis, y la garantía de que no llegaría a finales de año. Pero a los 20 todavía estaba agonizando en una cama de hospital, incluso llegaron administrarle la extremaunción en varias ocasiones. Y, contra todo pronóstico, logró salir adelante, no tanto milagrosamente como gracias a numerosas operaciones quirúrgicas y a innovadores tratamientos con drogas experimentales que arruinaron a su familia. Tampoco es que saliera ileso. Le dieron el alta con diez costillas menos, un pulmón y parte del otro totalmente irrecuperables, la vista y el oído seriamente dañados y una adicción galopante a las pastillas y a la morfina, más tarde heroína, de la que no consiguió zafarse hasta que, en 1967, le encerraron por posesión.
Hubert Selby Jr. envejeció más rápido que nadie, enseguida se convirtió en la sombra de sí mismo, un tipo alto y flaco, medio calvo y con ojos de iluminado. Casi un fantasma, un espectro con el ligero toque de distinción que le confería su ascendencia británica. Al menos estaba vivo, muy vivo.
Teclas contra la muerte
Rebobinemos al plano del joven desahuciado en la cama del hospital. No cabe duda de que la literatura tuvo un papel primordial en su salvación. Fue en esa cama donde le cogió gusto a la lectura, y así se aferró a una Remington portátil como si fuera la vida misma. Palabra a palabra, se construyó un estilo propio, caracterizado por su desprecio de las convenciones académicas: puntuación al gusto, uso y abuso de MAYÚSCULAS… También marcado por el sonoro realismo de su poética callejera y por un ritmo endiablado que hace pensar en un escritor poseído. Habrán adivinado que la temática de este superviviente nato, que conoce el dolor de primera mano, no baña en una luz cegadora. Aunque vaya por delante que su premisa nunca fue la de aburrirnos con su propio calvario, sino ante todo la de “contar una buena historia”. Construyó un universo literario que bien podría ser el reverso más oscuro del sueño americano, su pesadilla, el reflejo de “la violencia de un mundo sin amor”.
Con él llegó el escándalo
En las seis historias que se entrelazan en su debut, Última salida para Brooklyn (1964), circulan maricas, yonquis y una prostituta, la inolvidable Tralala, que se deja violar hasta la muerte por medio centenar de desalmados. Una tan implacable como honesta inmersión en los bajos fondos del Brooklyn de los años 1950, que fue recibida con prohibición total en Italia y un histórico proceso por obscenidad en Gran Bretaña, con miles de narices arrugadas en los círculos puritanos, en el que tomaron su defensa escritores como Anthony Burgess. Resultado: más de dos millones de ejemplares vendidos, condición de clásico instantáneo y una adaptación cinematográfica que se retrasó, por causa de varios proyectos fallidos, hasta un tardío 1989. La dirigió el alemán Uli Edel y Selby brindó un curioso cameo metaliterario: es el desaprensivo conductor que atropella y mata a uno de sus personajes.
Ansiedad tras la tormenta
¿Qué ocurrió entre el libro y la película? Selby simplemente dejó de ser noticia, siguió tecleando con la misma furia, pero en el oscuro rincón de la literatura americana que le correspondía, más el de un escritor de culto que el de un novelista superventas. Y es que tampoco lo puso fácil. Su segunda novela, La habitación (publicada en 1971 y recuperada por Ediciones La Escalera), transcurre íntegramente en el laberinto mental de un recluso consumido por sus delirios de venganza en la celda del título; el propio autor reconoció que se trata de “el libro más oscuro sobre la degradación humana después de la Biblia”. El comportamiento adictivo es el tema que más vistosamente se repite en sus novelas, y la adicción tiene un nombre en la ficción de Selby. Se llama Harry. Harry nunca es la misma persona, pero siempre es un tipo en lucha consigo mismo, y que pierde. Harry es el sindicalista casado que descubre su homosexualidad durante la huelga de Última salida para Brooklyn, y no puede reprimir su deseo ni cuando asea a su propio bebé; Harry se llama también el recluso que incuba su resentimiento victimista en La habitación, y por Harry atiende uno de los tres yonquis de Réquiem por un sueño (1978), opresiva novela recuperada por Sajalín, que el cineasta Darren Aronofsky tuvo la audacia de trasladar a la actualidad en el año 2000. Otro film con cameo metaliterario: Selby aparece como el guarda que se ríe de sus propios personajes.
El diablo dentro de Selby
Hubert Selby Jr., que se mantenía sobrio desde principios de los 1970, dedicó El demonio (1978), la soberbia novela que ha publicado Huacanamo, a Bill Wilson, uno de los fundadores de esa asociación tan presente en la historia de la literatura estadounidense, Alcohólicos Anónimos. Aunque este último Harry no tiene problemas con las drogas, ni con el alcohol, sino con aquello tan contradictorio que popularizó Michael Douglas. Es un adicto al sexo y, a diferencia del resto de la galería de personajes selbynianos, Harry White pasa por ser un triunfador en todos los sentidos. Es el hijo atento que vive con sus padres en Brooklyn, toma el metro cada día para ir a trabajar a una empresa de Manhattan donde no dejará de medrar siempre que su enfermiza obsesión se lo permita, y no hay falda que se le resista. El demonio también podría ser la novela más recomendable para iniciarse en Selby, pues contiene pasajes diabólicamente divertidos. Y si no, vean lo que piensa el bueno de Harry cuando uno de sus compañeros de trabajo es nombrado vicepresidente junior en su lugar: “El imbécil de Davis, entre tanto, hacía una serie de estúpidos comentarios sobre lo feliz que se sentía y sobre lo mucho que se esforzaría por estar a la altura de las exigencias de su cargo –de tu nuevo cargo, pedazo de idiota-, y le agradecía a su mujer lo mucho que le había ayudado y que hubiera hecho posible que él se dedicara de lleno a su trabajo, hasta el punto de haber podido llegar adonde había llegado… Y luego siguió dando las gracias a unos y a otros con un puñado de chorradas carentes de sentido, aquel empolloncito sin carácter, hasta que por fin se volvió a sentar y todos aplaudieron como una manada de focas subnormales” (Risas). Una cita vale a veces más que mil divagaciones de crítico enfierecido.
El demonio es American Psycho “avant la lettre” y, sobre todo, un remake a la americana, convenientemente actualizado y ampliado, de El diablo, aquel cuento póstumo de Tolstói sobre un joven hombre casado torturado por el deseo, cuyo final alternativo dice así: “Y, en efecto, si Eugenio Ivánich estaba loco, cuando cometió el crimen, los demás también lo están; locos son ciertamente los que en otros ven síntomas de locura que no saben descubrir en sí mismos.” No cabe duda de que Tolstói, como Dostoievski, hubiesen sido fans a muerte de Hubert Selby Jr.
HUBERT SELBY JR. EL HOMBRE QUE SE NEGABA A MORIR
Lydia Lunch
(Entrevista recogida en “Medidas desesperadas” de Lydia Lunch. Publicado por Libertos Editorial)
Nacido en las Badlands de Brooklyn en 1928, Hubert Selby Jr. le dio una nueva patada en el trasero a la literatura con su primera novela “Last Exit to Brooklyn”. Publicada en 1964 y convertida en película en 1990, sigue siendo una de las obras más importantes y desgarradoras de la literatura norteamericana. Con cada una de sus sucesivas obras maestras -“The Room”, “The Demon”, “Requiem for a Dream”, “Song of the Silent Snow” y “The Willow Tree”-, Selby sumió a sus lectores en escaramuzas emocionales donde la obsesión, la violencia y la locura teñían las cicatrices de una vida de lecciones aprendidas a golpes. Hubert Selby Jr. murió de una afección pulmonar crónica en abril de 2004. Esta entrevista se condujo bajo una luz de interrogatorio en el modesto apartamento de Selby en Los Ángeles, el año 2001.
LL: Sus libros han inspirado a las tres últimas generaciones de escritores, yo misma incluida… ¿Diría que el hecho de escribir le salvó la vida?
HS: No lo dudo, posiblemente en más de un sentido. Lo principal es que me dio un objetivo, me dio una razón para molestarme en vivir… Empecé a escribir porque quería hacer algo con mi vida antes de morir. Porque me moría. Se convirtió en una forma de vida. Creo que esto fue lo más importante. Todo el mundo necesita una razón para vivir. Puede que no exista razón para esta vida, pero todos necesitamos una razón para vivir. Tiene un gran poder curativo… Si no me hubiera dedicado a escribir, tal vez habría estallado o quién diablos sabe…
LL: Escribir como válvula de escape… Para aliviar la presión… ¿Cuándo y por qué dejó Nueva York?
HS: En 1965, por una oferta de trabajo. En retrospectiva, trataba de huir de mí mismo… Me estaba volviendo loco, tenía todo tipo de problemas, así que vine aquí pero, por supuesto, me traje conmigo. Lo hago siempre. Parece que soy incapaz de dejarme atrás. Así que me quedé en California hasta 1978, luego estuve en la costa Este hasta 1983 y desde entonces he estado aquí.
LL: ¿Echa de menos aquello?
HS: Mucho, muchísimo… Naces y creces en una ciudad y luego vives en un lugar como Los Ángeles, que no es siquiera un suburbio…, es la gran nada. Pero la NuevaYork que yo echo de menos ya no existe. Físicamente ya no está, y la gente -que es de lo que realmente están hechos los recuerdos- está hoy desperdigada por todas partes, si es que aún viven. Un día decidí que disfrutaría de esta ciudad por lo que tiene, en lugar de lamentarme por lo que le falta.
LL: Hay un dinamismo real entre la Costa Este y la Oeste.Ycierto esnobismo en la Costa Este. La base de nuestra realidad es muy diferente. Real como haber soportado los campos de batalla de Brooklyn, especialmente en los años treinta y cuarenta. Se alistó en la marina mercante. ¿Por qué?
HS: Sólo duré un par de años, hasta que me puse enfermo. Siempre quise ir al mar, estábamos en guerra y era fácil mentir sobre la edad que uno tenía. Quién sabe cuántos millones de chavales lo hicieron… Cuando empecé en el puerto de Nueva York tenía quince años. A los dieciséis me embarqué hacia Europa. Eso fue entre 1945 y 1946. En septiembre de 1946 me sacaron del barco, me dijeron que iba a morirme.
LL: En aquella época, la mayoría de la gente que enfermaba de tuberculosis no sobrevivía.
HS: El estrés de la guerra, las condiciones de higiene, la mala alimentación … Pasé cerca de cuatro años en el hospital. Me extirparon diez costillas y todo el rollo…
LL: ¿Leía mucho?
HS: Fue entonces cuando empecé a leer.Mickey Spillane y toda la novela negra. Podías leerte un par de libros cada día.
LL: ¿Está “The Room” inspirada en el tiempo que pasó encerrado?
HS: Pues sí…
LL: Entonces, por si no hubiera pasado ya lo bastante mal con la tuberculosis, las múltiples operaciones y los cuatro años de encierro en un hospital ..
HS: Bueno, en aquel tiempo no me daba cuenta de eso, pero me internaron. Cada vez que el mundo me resultaba una carga excesiva, me quedaba el recurso del internamiento. Lo que tiene de fantástico ser internado es que puedes quejarte y lamentarte y todo el mundo está de acuerdo contigo. Siiií, estamos todos jodidos… No tienes responsabilidades. No tienes que preocuparte de nada. Excepto si eso interfiere en tu libertad.
LL: ¿Arresto por drogas?
HS: Por heroína. Me detuvieron en septiembre de 1967. Al final quedó en posesión o conducir bajo el efecto de estupefacientes. Fue aquí, en Los Ángeles.
LL: ¿Fue difícil conseguir que alguien publicara “Last Exit to Brooklyn”?
HS: Una noche, en el Cedar Taver donde nos juntábamos todos, Amiri Baraka (poeta y activista) me sugirió que probara con Sterling Lord, el agente literario de Jack Kerouac. Les envié un manuscrito, y luego me llamaron y dijeron: “Creo que podemos ganar dinero con esto”. Se lo pasó a Barney Rosset, de Grove Press, que por entonces era probablemente una de las mayores editoriales del país, y ellos lo publicaron.
LL: ¿Que anticipo pagaron?
HS: Creo que fueron unos pocos cientos de dólares…
LL: ¿Se relaciona con los beats?
HS: No.
LL: ¿Le interesaban?
HS: No demasiado… Leí uno o dos libros de Jack.
LL: A veces lo encasillan en el campo de los beats. ¿En qué se diferencia de ellos?
HS: Cuando se habla de los beats, se habla de cuarenta o cincuenta escritores diferentes. En lo que discrepo con quienes se hicieron llamar beatniks es su idea de que bastaba con poner palabras sobre papel. Sin técnica, ni método, ni maestría, ni arte. Bastaba con “Lo hice”. Si cogías un instrumento y lo rasgueabas, o vertías pintura sobre cualquier cosa, eso era arte. No me lo creo.
LL: “The Willow Tree”… La última vez que hablamos se refirió a él como una incubación de dieciséis años… ¿Hubo alivio? ¿Fue el embarazo más largo de la historia?
HS: No lo sé, pero seguro que con aquel libro podría competir con una elefanta. Fue muy difícil. El final de una cosa y el principio de otra. De alguna manera tuve que romper con algo. Tenía el libro en mente ya en 1983. Pero, cuando empecé a escribirlo realmente, escribía unas semanas y luego un día me levantaba para ponerme a escribir y, al acercarme a la puerta del estudio, algo me impedía entrar, me echaba de allí. A veces tardaba semanas sólo en conseguir entrar en la habitación. Escribirlo en sí me costó quizá seis meses, pero a lo largo de un período de muchos años. Cada vez que reemprendía el trabajo, tenía que recuperar el ritmo de la escritura porque podían haber pasado seis meses o un año entre una sesión y otra. Era un libro de setecientas páginas, pero tuve que descartar cerca de trescientas. Fue una experiencia extraña y dolorosa. El libro más doloroso que he escrito.
LL: “The Willow Tree” trata de un hombre azotado por la desesperación y la violencia, que ha superado la pesadilla de su vida y ha sobrevivido, y se esfuerza en no perder la esperanza. Como escritor que trata la parte oscura de la vida, ¿fue difícil exponer asuntos de redención en una manera que como lector le pareciera aceptable?
HS: La escritura en sí no era el problema…
LL: ¿Era el espectro de la puerta del estudio? …
HS: Tal vez fuera algo tan obvio y simple como que mi pasado me tenía cogido por las pelotas y no quería que yo escribiera aquello, no quería que yo fuera libre. Mi pasado trataba de impedir que yo me apartara de él.
LL: ¿Cuándo fue más feliz?
HS: Antes de nacer…
LL: ¿En el claustro materno?
HS: No, no… eso fue horrible. Ahí fue donde empecé a morir …
LL: La tortura empieza en el útero.
HS: ¡Exacto! Empecé a morir treinta y seis horas antes de nacer. Cuando nací era un caso desesperado: azulado por la cianosis, era algo extraordinario … Mi madre padecía toxemia, no sabía qué hacer con la lactancia y el médico le dijo: “No se preocupe, él succionará todo el tóxico …” Así empece la vida … Cabreado.
LL: EL HOMBRE QUE SE NEGABA A MORIR … ¿Es un viejo verde?
HS: ¿Soy viejo? Supongo que sí …, tengo setenta y un años. Nací siendo un viejo verde.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Ángulo de reposo – Wallace Stegner
Staten Islan – Arthur Nersesian
Amor malo y feroz – Larry Brown
Trilobites – Breece D’J Pancake
Suttree – Cormac McCarthy
El diablo a todas horas – Donald Ray Pollock
The black dahlia – James Ellroy (versión original en inglés)

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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La familia Máshber – Der Níster

La familia Máshber Der Níster

Para este collage se uso a John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, las cenizas de Gramsci, Charly García, la lengua de los Rolling Stones, Juan Domingo Perón, Evita y estampillas de la colección personal de mi padre.

Estado: nuevo.

Editorial: Libros del silencio.

Traducción del yiddish y prólogo: Rhoda Henelde y Jacob Abecasis.

Precio: $900.

Una de las obras cumbre de la literatura yiddish, comparada con las grandes novelas de los maestros rusos, como Tolstói y Dostoyevski, e incluida por el prestigioso National Yiddish Book Center en su lista de «Las cien mayores obras de la literatura judía moderna» junto a figuras como Isaak Babel, Vasili Grossman, Imre Kertész, Giorgio Bassani, Primo Levi o Isaac Bashevis Singer.
La familia Máshber es un magnífico, poderoso y riquísimo retrato de un mundo en crisis (máshber significa «crisis» en hebreo) desplegado en torno a tres personajes inolvidables, los hermanos Máshber: Moishe, un próspero y pragmático hombre de negocios que deberá hacer frente a un giro dramático de la fortuna; Luzzi, deseoso de alejarse del mundo y entregarse a la vida espiritual, y Álter, que tras una infancia prometedora cayó víctima de una aflicción que lo condujo a una existencia torturada y a la reclusión en una buhardilla de la que no sale jamás. Las relaciones entre ellos serán dinamitadas por la aparición de Sruli Gol —tal vez, en realidad, el personaje más complejo de la novela—, una especie de vagabundo, enigmático e irreverente, que parece poseer la clave de todas las verdades y del propio destino de los hermanos.
Ambientada en la ciudad ucraniana de N. a finales del XIX, La familia Máshber analiza los conflictos entre los valores familiares, comunitarios, mercantiles, políticos y espirituales de una época en la que ya se presentían las convulsiones que traería el nuevo siglo; todo ello con una indudable maestría en la escritura y unas grandes dosis de inteligencia, sátira, magia y humor negro.
Der Níster («El Oculto») es el seudónimo del escritor, filósofo, traductor y crítico ucraniano Pinjas Kahanovich (1884-1950), figura clave del modernismo ruso. Algunos ven en sus aspiraciones estilísticas un paralelismo con la obra pictórica de Marc Chagall, de quien fue gran amigo.
Pese a las dificultades para publicar que encontró en su país tras la creación de la Unión Soviética, el primer volumen de La familia Máshber vio la luz en 1939, y el segundo, que solo se publicó en Estados Unidos (en yiddish), en 1948. Un año después, fue enviado al gulag, donde se dio la orden de fusilarlo. No fue necesario: las duras condiciones de supervivencia lo hicieron enfermar y provocaron su muerte en 1950.
Su obra ha empezado a ser recuperada en los últimos años en Estados Unidos, donde New York Review of Books publicó una traducción de La familia Máshber en 1987 (que apareció en la lista del New York Times de los libros más vendidos y se reeditó en 2008), o en Italia, donde se ha publicado recientemente una selección de textos escritos entre 1942 y 1945 bajo el título Prólogo de un exterminio (Marsilio Editore) que coincide en gran parte con el volumen Sobre una tierra ardiente, traducido por primera vez al español a partir de la edición original norteamericana de 1957 (Relatos y ensayos, editorial Ykuf).
Visiones de la luz futura
Alberto Manguel
El 4 de junio de 1950, en el atroz hospital de uno de los campos de concentración de Stalin, falleció un cierto Pinjas Kahanovich, quien, bajo el seudónimo de Der Níster, escribió una de las obras fundamentales de la literatura universal: La familia Máshber. La novela fue escrita en yídish, en tres volúmenes. El primero fue publicado en Moscú en 1939, el segundo en Nueva York nueve años después, el tercero se perdió en alguna de las muchas purgas estalinistas. Las primeras traducciones aparecieron años después: al hebreo en 1962, al francés en 1984, al inglés en 1987. Misteriosamente, la primera traducción al castellano tuvo que esperar hasta ahora cuando, gracias a la valiente iniciativa de Libros del Silencio, en una espléndida versión de Rhoda Henelde y Jacob Abecasis, el lector español puede finalmente conocer esta obra maestra. Pocos son los libros que, como el Quijote, Los hermanos Karamazov o Sueño en el Pabellón Rojo, definen a la vez una época y un mundo particular, y también los aspectos más universales de la condición humana. La familia Máshber es uno de estos libros.
Der Níster quiere decir «El Oculto». Kahanovich quizás lo eligió no tanto para definir su vocación de escritor en una lengua despreciada por la cultura oficial, sino para definirse a sí mismo, dado que era de carácter tímido y silencioso. Quienes lo conocieron en su juventud, tanto en su ciudad natal de Berdichev como en el mundo literario de Kiev, adonde se trasladó a los diecinueve años, recordaban sus maneras delicadas, su modestia, su placer en escuchar hablar a sus mayores, sin atreverse a intervenir. Sus primeros escritos son algo preciosistas, impregnados de un simbolismo cuya atracción no lo abandonaría nunca. Cuando años después, tratando de escribir La familia Máshber y ganándose apenas la vida como redactor de fichas técnicas en una Rusia cuyo credo era el realismo socialista, le confiesa a su hermano Motl: «El simbolismo no tiene plaza en la Unión Soviética y, como sabes, yo siempre he sido un simbolista. No es posible para alguien como yo, que se ha esforzado por perfeccionar mi método y estilo, pasar del simbolismo al realismo. Es muy duro. No es cuestión de técnica. Lo que se requeriría es nacer de nuevo y dar vuelta al alma de adentro para afuera».
Sin embargo, Der Níster logró una transformación aún más dura. Como lo prueba La familia Máshber, logró inventar un estilo que, bajo la apariencia de una narración realista, documental, crea una atmósfera de pesadilla en la que cada personaje, cada gesto, cada evento es a la vez la representación de sí mismo y también otra cosa, más profunda, menos obvia. Máshber, el nombre de la familia cuya crónica sirve de estructura a la novela, quiere decir «crisis» en yídish, y es de crisis en crisis que la historia avanza. La ciudad de N. es en realidad Bredichev, pero también es una suerte de teatro universal, el microcosmo de una visión hasídica del mundo. Los diferentes miembros de la familia son personajes de carne y hueso, y también símbolos de los varios destinos humanos. Moshe, el hermano banquero, es un Job del mundo material, mercader honesto y marido fiel que pierde uno a uno los frutos de sus labores. Luzzi, el místico, cree en un universo que Dios ha quebrado en su esfuerzo por crear el mundo, y nuestra tarea es ayudarle a remendarlo. Alter, recluido desde una enfermedad temprana a una buhardilla, es un idiota imbuido de pureza espiritual, un hombre sustraído por completo a los quehaceres mundanos, escribiéndole apasionadas cartas a Dios y obsesionado al mismo tiempo por deseos carnales hacia la fregona Gnesye, olfateando su cuerpo mientras ella duerme. Y entre los extraordinarios personajes femeninos se destaca Gitl, la mujer de Moshe, personaje sutil y decoroso, capaz de emplear la dulzura como una potente arma defensiva.
Cada personaje lleva adelante la historia hacia un trágico fin que el lector vislumbra pero no adivina, un fin anunciado desde temprano con la aparición de quien es quizás el personaje más extraño, más extraordinario de esta extraordinaria novela: el soñador Sruli Gol, filósofo pordiosero, enemigo declarado de los ricos, místico pragmático que toca la flauta en las bodas de los pobres. Sruli cree que Dios nos enseña su voluntad a través de acertijos, y pone a prueba nuestra fe por medio de nuestra inteligencia para reconocer la verdad. Durante una de sus muchas borracheras, creyendo ver en Luzzi Máshber una señal del complejo juego divino, Sruli se explica: «A menudo veo a Luzzi pasar delante de una fila de velas encendidas en memoria de generaciones anteriores… Cuida de ellas, las atiende y recorta las mechas… Pero las llamas están a punto de extinguirse; no durarán mucho más porque la cera se acaba, la altura de las velas disminuye y enseguida se apagarán… Sólo hay una esperanza para impedir que toda la hilera quede en la oscuridad: Luzzi ha escondido una vela más en su regazo, que no muestra de momento y guarda para después, cuando se haga la oscuridad total…».
Describiendo la visión de un personaje y la mágica fe de otro, y los diversos destinos de toda una familia, Der Níster supo (o intuyó) que estaba invocando algo mucho más universal y tremendo. Estaba describiendo (o anunciando) los horrores de su tiempo reflejados en su sociedad y en la de sus lectores, ayer como hoy, milagrosamente consciente de nuestra desdichada atracción por «la oscuridad total» pero también nuestra esperanza en una rescatada y futura luz.

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Cielo rojo sobre Montana – James Lee Burke

Cielo rojo sobre Montana – James Lee Burke Gustavo Cerati Spinetta Borges Dady Brieva Beatles Fontanarrosa Pasolini Gramsci

Para este collage se uso al perrito Mendienta, Roberto Fontanarrosa, The Beatles, Dady Brieva, Jorge Luis Borges, Pier Paolo Pasolini, Las cenizas de Gramsci, Luis Alberto Spinetta y Gustavo Cerati. 

Estado: nuevo.

Editorial: Diagonal.

Precio: $250.

Ambientado en el valle Bitterroot de Montana, la nueva novela de Burke cuenta la historia de Billy Bob Holland, un abogado afincado en Texas que acude a Big Sky para socorrer a un amigo en apuros. Los problemas no vendrán sólo para su amigo sino también para Billy Bob en la persona de Wyatt Dixon, un preso recién encarcelado que juró matar a Billy Bob como venganza por su arresto y por la muerte de su hermana, de los que, según él, el abogado es culpable. Conforme aumentan los interrogantes y la lista de víctimas engruesa, el lector se adentra en la atormentada mente de Billy Bob, un héroe increíblemente complicado y torturado por los errores del pasado que se empeña en hacerlo todo, lo que se dice todo, bien.
James Lee Burke es un escritor estadounidense de novelas detectivescas nacido el 5 de diciembre de 1936 en Houston (Texas).
Estudió en la Universidad de Missouri y antes de publicar sus primeros libros trabajó en diferentes oficios, entre ellos el de periodista. También fue asistente social en la ciudad de Los Ángeles.
Sus novelas más conocidas son las protagonizadas por el detective Dave Robicheaux, quien nació como personaje literario a finales de los años 80 en el libro “La Lluvia De Neón” (1987). Otros títulos de Robicheaux/Burke que pueden encontrarse en español son “Prisioneros Del Cielo” (1988), “Black Cherry Blues” (1989), “Camino Púrpura” (2000) o “El Huracán” (2007).
Al margen de Robicheaux, otras series de Burke son las protagonizadas por Billy Bob Holland y Hackberry Holland. También ha escrito libros de relatos, como “The Convict” (1985) y “Jesus Out Of Sea” (2007), y otras novelas, como “Two For Texas” (1982) o “White Doves At Morning” (2002).
Otros libros relacionados del catálogo de  Libros Kalish:
La educación de un ladrón – Edward Bunker
Camino púrpura – James Lee Burke
Los Angeles confidencial – James Ellroy
1280 almas – Jim Thompson
El largo adiós – Raymond Chandler
El halcón maltes – Dashiell Hammett
La victima – David Goodis
Mátalos suavemente – George V. Higgins
Manual del contorsionista – Craig Clevenger
Bésame, Judas – Will Christopher Baer
No hay bestia tan feroz – Edward Bunker
Hollywood Station – Joseph Wambaugh
El poder del perro – Don Winslow
Sartoris – William Faulkner
Meridiano de sangre – Cormac McCarthy
Out – Natsuo Kirino
Sombra de la sombra – Paco Ignacio Taibo II
Santería – Leonardo Oyola
Pacto, s.a. – Les Standiford
Bajo los vientos de Neptuno – Fred Vargas
La sombra del cuervo – Joel Rose
Sopa de miso – Ryu Murakami
Canciones de sangre – Jake Arnott

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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La abadía de Northanger – Jane Austen

La abadía de Northanger Jane Austen Borges William T Vollmann Perón Evita Cesar Aira Juan Gelman George Steiner Conrad Dady Brieva Ezequiel Martinez Estrada del barco

Para este collage se uso a Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, Juan Domingo Perón, Evita, Ezequiel Martínez Estrada, Oscar del Barco, Luis Pompa, Dady Brieva, Lisa Ann, La Vaca y El Pollito, una Muñequita Liefeld Puteadora y estampillas de la colección personal de mi padre.

Estado: usado.

Editorial: Sudaméricana.

Traducción: César Aira.

Precio: $200.

La historia de Catherine Morland, una joven ingenua y aficionada a la lectura de novelas góticas.
Publicada originalmente en 1818, La abadía de Northanger narra la historia de Catherine Morland, una joven ingenua y aficionada a la lectura de novelas góticas. Invitada por los Tilney, que erróneamente la consideran una rica heredera, a pasar una temporada en su casa de campo, se dedicará a investigar tortuosos e imaginarios secretos de familia. Pero cuando finalmente todo se aclare y comprenda que la vida no es una novela, la inocente Catherine pondrá los pies en la tierra y encauzará su futuro según dictan las normas morales y sociales. Esta es quizá la novela más irónica y divertida de Jane Austen, maestra inigualable en la recreación de retablos sociales con hondo perfil humano.
Austen Powers
María Gainza
Pocos autores despiertan semejante ternura en sus lectores. Sus admiradores, al contrario de lo que sucede con, digamos, Shakespeare o Byron, la llaman por su nombre de pila, Jane. A secas. Como si la conocieran de toda la vida. Tal es la capacidad de Jane Austen de generar intimidad. No debe sorprender entonces que cada tanto una ola janeaustiana rompa sobre la escollera de la cultura pop y, si bien no arrase con todo, salpique lo suficiente para que advirtamos su presencia. Ahora, en el horizonte no tan lejano, vemos subir el agua: dos películas, Becoming Jane y The Jane Austen Book Club, más una edición inédita de la novela epistolar Lady Susan (en marzo en las librerías), vuelven a poner a la reina de la ironía doméstica en su trono. Y la apacible tranquilidad familiar, así como la conocemos, tiembla. Después de todo, Jane Austen puede producir más drama en el corazón de un hogar que la mayoría de los autores en un naufragio, un incendio o una batalla naval.
I
Es una verdad universalmente reconocida que toda novela de Jane Austen anda en busca de un director que la lleve a la pantalla. Pero hay un límite a cuántas remakes de Orgullo y prejuicio se pueden hacer, cuántas actrices pueden interpretar Emma o cuánto sexo se le puede agregar a Persuasión. Sumado a que Jane Austen misma ha dado claras señales de que no piensa seguir escribiendo. La solución es simple: si no quedan novelas, hagamos de su vida una novela. Eso pensaron los productores de Becoming Jane y convirtieron a la autora en una heroína al estilo Austen. De paso se garantizaban un vestuario adorable, soñadas casas de piedra y un diálogo picante.
El asunto es que nadie que haya estudiado la vida de Jane Austen se la confundiría con la de, por ejemplo, Hemingway o Burroughs. Dicen que había en la rutina diaria de la novelista inglesa una marcada ausencia de deportes extremos y de drogas. “De eventos, su vida estuvo singularmente vacía”, escribió su sobrino Austen-Leigh. Un poquito de escándalo hubiese sido aconsejable. Como no lo había, hubo que inventarlo.
Anne –El Diablo se viste de Prada– Hathaway es la actriz principal y se parece tanto a Jane Austen como Scarlett Johansson se parecía a la chica de Vermeer en La joven con el aro de perlas. La película cuenta la hipotética historia de amor entre Jane y Tom Lefroy, un abogado irlandés a quien la escritora conoció en un baile por la Navidad de 1795. Cuando unos días después se separaron, ¿fue el final de un coqueteo intrascendente o una tragedia que marcaría su literatura futura? El director Julian Jarrold no tiene dudas, lo que lo animó a exagerar el suceso hasta convertirlo en un drama épico. Drama que alcanza su total desconsuelo cuando, muchos años más tarde, un maduro Lefroy se topa con la ahora exitosa Jane y le permite saber a través de sus ojos vidriosos que aún lamenta “lo que pudo haber sido”.
La película supone, un poco absurdamente, que todos los elementos de Orgullo y prejuicio estaban en la vida de Jane prontos a ser llevados a un libro. La madre obsesionada con casar a su hija y verla trepar por la escalera social: “El afecto es deseable; el dinero, absolutamente indispensable”; el padre soñador, más apoyo emocional que financiero; y el joven arrogante, prototipo de Darcy (en el papel, James McAvoy recuerda a un Bob Dylan en sus años de trovador), que visita la casa de Jane y se burla de sus intentos de hacer literatura.
La verdad es que se sabe poco de la relación. En sus cartas a su hermana Cassandra, casi el único documento histórico que sobrevive, Jane lo menciona unas dos veces. Parece que la relación generó cotorreo: “Casi tengo miedo de decirte lo que hicimos mi amigo irlandés y yo. Imagínate lo más libertino y asombroso en la manera de bailar y de sentarnos juntos. Sólo tiene un defecto… que confío que el tiempo eliminará totalmente: es que lleva un chaqué demasiado claro”. Cinco días después: “Confío en recibir una oferta de mi amigo en el curso de la velada. La rechazaré, desde luego…”. Para los lectores de Austen es difícil de lamentar. El verdadero Lefroy terminó siendo jefe de Justicia de Irlanda y la idea de Jane como una esposa devota compartiendo sus soirées con la crema de la profesión legal, en lugar de sentarse tranquila en su casa a escribir sobre Emma Woodhouse, es horrible.
La Jane de Anne Hathaway es inteligente y creíble, pero nunca asoma en ella aquella observación infatigable (“Busco un sentimiento, una ilustración o una metáfora en todos los rincones de la habitación”), aquel constante ver lo que otros no, que está presente en cada línea que escribió la autora. Pero una vez que se admite que la Jane de la pantalla poco tiene que ver con la Jane real, la película es linda de ver.
II
No ocurre lo mismo con el bodrio colosal de The Jane Austen Book Club. Una adaptación del best-seller de Karen Joy Fowler sobre un grupo de mujeres en crisis, fanáticas de Austen, que se reúnen a leer sus libros y ven sus vidas reflejadas en ellos. Seis personajes, seis novelas, seis meses para leerlos. El infantilismo, las risitas, las mujeres –su parecido a mujeres de verdad es tenue– discutiendo si tal personaje es atractivo o no, resultan tan irritantes como una uña arañando un pizarrón. Es la clásica película para chicas, lo que los norteamericanos llaman chick-flick. Y, en rigor de verdad, no merece más que un párrafo. Aunque, nobleza obliga, hay que admitir que hace el uso más zarpado de Austen del que se tenga memoria cuando un apetecible mozalbete se tapa su erección con un ejemplar de Persuasión.
Dentro de la austen-manía, la edición de Lady Susan por la flamante editorial La Compañía es, por lejos, lo mejor. Una novelita de ciento y pocas páginas donde, a través de una serie de cartas, se despliegan las intrigas de Lady Susan Vernon. Un ser amoral, una psicópata y viuda reciente que pergeña matrimonios de conveniencia para ella y su sometida hija. Lady Susan es fascinante como personaje porque no tiene nada querible, y aún así no cae en desgracia sino que, como muchas veces ocurre en la vida, de una manera u otra termina saliéndose con la suya. Es seductora y perversa, y escribe cartas delirantes, un poco como lo hacía otro ser adorablemente atractivo, el Vizconde de Valmont en Las relaciones peligrosas (1782), obra cuyo formato epistolar probablemente inspiró a Jane. Escrita en algún momento antes de 1805 pero publicada recién en 1871, la novela parece ser la única vez en que la autora centró su atención en la decadente alta sociedad londinense. Ya que, por lo general, Austen afilaba su pluma sobre el microcosmos pueblerino. Ella misma señaló: “Unas tres o cuatro familias en una ciudad rural forman la base material de trabajo”.
III
Nadie sabe a ciencia cierta cómo era físicamente Jane Austen. No hay un retrato definitivo salvo el torpe dibujo en lápiz y acuarela que dejó Cassandra. Allí se ve a una mujer simplona, del lado incorrecto de los treinta. Tan común que hace poco la editorial Wordsworth decidió fotoshopearla y agregarle extensiones y colorete. Parece ser que una de las escritoras más inspiradas de todos los tiempos no era suficiente inspiración para poner en la tapa de sus libros. Aun cuando debajo de su gorrito y de esos ojos almendra ardiera la primera sensibilidad moderna.
“Dudo que sea posible mencionar a otro autor notable que haya vivido en tan completa oscuridad”, escribió su sobrino. Atribuir opiniones en base a sus libros es peligroso, pero se puede decir que a Jane no le interesaba un comino estar casada. En una de sus cartas menciona que recibió una propuesta de matrimonio. La aceptó y al día siguiente la rechazó. No quería casarse con un hombre soso, con el carisma de un palito, fuera rico o pobre. Y creía que una mujer joven, soltera y con inteligencia era una criatura maravillosa, con absoluto poder –aunque sea el poder de resistirse– sobre los deseos de un hombre. Austen veía la fragilidad de la circunstancia. La fuerza de la fragancia y la delicadeza de la flor.
La verdadera Austen existe en sus novelas como una inteligencia veloz, haciendo observaciones generales para un minuto después meterse en la cabeza de algún personaje y después correr al jardín y escuchar una conversación en voz baja a través de un seto. Su técnica es viva y brillante. Hay quienes le critican su desconexión del mundo. Es verdad que por sus novelas nadie sospecharía que Inglaterra estaba en guerra con Napoleón. Y sus opiniones sobre la esclavitud o el imperialismo jamás se escuchan. Puede parecer extraño que una de las autoras que más amplió la conciencia moderna haya estado preocupada exclusivamente por comprar muselina a cuadros, por saber si el pato y el jengibre en conserva estarían listos para la cena o si las fresas del jardín ya estarían maduras. No obstante, puede que justamente ahí radicara su genialidad: en la capacidad de darles la espalda a los grandes asuntos para volver su mirada sobre la vida, siempre tan sostenida por alfileres, de personas comunes.
Es probable que Orgullo y prejuicio sea su novela más graciosa y Persuasión, la más lograda. Pero lo que hace a sus historias tan seductoras, es la forma en que la ironía se despliega. Lo que es absurdo para nosotros no lo es para los personajes. Porque ése es su mundo, el único que tienen y, en realidad, el mismo que el nuestro, sólo que nos ha sido dado el privilegio de reírnos de él desde afuera. Suponemos que el tonito punzante del narrador es Austen misma. Pero es difícil de saber. ¿Ella satiriza cosas que encuentra tontas o por las que se siente atraída? Su burla, ¿revela o cubre sus sentimientos? De todas formas, su humor es lacerante: “Ayer, la señora Hall de Sherborne dio a luz a un niño muerto, unas semanas antes de lo que esperaba, por culpa de un susto. Supongo que miró a su marido sin darse cuenta”.
IV
Jane Austen nació en 1775 y murió en 1817, a los 42 años. Dejó seis novelas. Todas sobre amor, herencias y matrimonios. Las heroínas son mujeres jóvenes e inteligentes. El lenguaje es elegante. Las oraciones, hermosas. El ingenio, devastador pero no vicioso. Su voz, clara, cristalina como arroyito de montaña. Abran cualquiera de sus novelas y la sabiduría vuela de las páginas, expandiéndose mucho más allá del drama angosto del ámbito familiar. Un par de frases cualesquiera, al azar: “Era una persona simple. La empresa de su vida la cifraba en casar a sus hijas; sus distracciones eran el visiteo y los chismes”, es una observación compacta sobre clase y naturaleza humana en apenas veintitrés palabras. Todas las novelas terminan con matrimonios apropiados (aunque la idea de pasarse el resto de sus días hablando con Mr. Knightley puede resultar perturbadora). Los argumentos tratan sobre cómo las mujeres obtienen esos matrimonios.
Charlotte Brontë acusaba a Jane de ser demasiado cerebral y falta de pasión. Pero toda adolescente, en algún momento, cree ser Elizabeth Bennet, no todas creen ser Jane Eyre. Todos conocemos a una mujer tratando de decidir si un tipo es el adecuado para ella. No todos conocemos a un tipo adecuado que guarda una loca en el altillo. Qué lástima que Jane Austen naciera antes que Mark Twain. Qué hubiera dicho –irónicamente– sobre él. Quizás hubiesen sido almas gemelas guiñándose el ojo por sobre el pianoforte cuando nadie miraba.
Provocaciones
Juan Gelman
Joseph Conrad se preguntaba qué podía interesar de las ficciones de Jane Austen, tan admirada en Inglaterra. La misión de la novela, dijo, es mostrar, “hacer ver”, y poco y nada veía él en Orgullo y prejuicio o Persuasión. E. M. Forster, admirador de la obra de Austen y de Conrad, se preguntaba a su vez qué clase de escritor era el polaco-ruso que escribía en un inglés “admirable y (que) fluye con delicada maestría”, según Borges. Desconcertaba a Forster que en el centro de los estupendos relatos de su amigo no encontrara claves, soluciones, sino una suerte de “neblina” disipadora de toda perspectiva. Es verdad que esa mezcla compleja y aun inquietante del mundo material y el interior del ser humano que impera en la escritura de Conrad puede leerse como enigma.
Ciertos críticos han intentado bucearlo en los antecedentes familiares del autor de El corazón de las tinieblas. El padre, Apollo Korzeniowski, poeta reconocido y miembro de la pequeña nobleza campesina de una Ucrania que el zarismo arrancó a la Gran Polonia, fue un patriota ardiente. Participar en el clandestino Comité ciudadano de Varsovia que planeaba una insurrección lo llevó en 1861, acompañado de familia, al destierro en el helado norte del imperio ruso. El futuro escritor, de 4 años, casi muere en ese viaje. Tenía 8 cuando fallece allí su madre y 12 cuando se extingue la existencia de su padre. Lo recoge y ampara entonces su tío Tadeusz Bobrowki, pero a los 17 Conrad deja Cracovia por Marsella y comienza su vida sobre el mar en un barco mercante francés. En esos hechos han hincado el diente algunos explicadores de literatura que consideran que El agente secreto es una estrafalaria confesión de culpa por “haber traicionado” los ideales revolucionarios que cobraron la vida de sus padres.
Esa novela de Conrad se publicó en 1907, ubica la acción en 1886 y uno de sus protagonistas es el señor Verloc, un agente provocador infiltrado en un grupo de anarquistas. En cumplimiento de órdenes de la embajada extranjera –probablemente rusa– para la que trabaja, Verloc organiza un atentado terrorista contra el observatorio de Greenwich que no logra su objetivo y en el que se inmola su cuñado semi idiota. La trama tiene ecos contemporáneos. Conrad califica el acto de “sangrienta insensatez, tan enormemente estúpida que resulta imposible desentrañar su origen por ningún proceso mental razonable, o incluso irracional. Porque la sinrazón perversa tiene sus propios procesos lógicos”. Claro que el objetivo de ese atentado era mover a las autoridades británicas a reprimir a los grupos anarquistas. No es menos claro que Osama bin Laden –al que el enorme aparato de espionaje norteamericano y aun otros no consiguen curiosamente capturar– proporcionó el pretexto para que Washington declarara un par de guerras. Por ahora.
El relato no parece confesión de culpa alguna. Una bomba había estallado junto al observatorio de Greenwich efectivamente en 1894, sin rajar siquiera sus muros. Conrad no carecía de opiniones políticas, que expuso en Autocracia y guerra, un ensayo contra la tiranía zarista publicado en 1905, año de la primera revolución rusa, y es verdad que en El agente secreto dedica largas páginas a exponer el ideario anarquista de la época. Como en toda su obra, no hizo “más que ocuparme de mi labor con entrega absoluta… hubo momentos durante la redacción del libro en que yo me sentía un extremista revolucionario”, dijo. No lo era: le preocupaba ante todo cómo decir en y con la ficción verdades cuya imagen pareciera una sombra huidiza. “¡Qué bueno sería que la idea tuviera una sustancia y las palabras un mágico poder, que lo invisible pudiera ser atrapado en una forma!”, escribió a Ford Ma- ddox Ford. Nunca se libró de “la multitud de dudas angustiosas que, con tanta persistencia, acechan cualquier intento de realizar una obra de creación”.
Conrad padeció la dolorosa conciencia de las incapacidades y las obligaciones de la lengua, de la necesidad de decir y de la imposibilidad de decir. Y no se trata simplemente de los obstáculos que él encontraba en el idioma inglés, esos vacíos existen en todas las lenguas. A tal dificultad se suma otra en El agente secreto: la de dar cuenta de situaciones históricas siniestras desde los “valeurs idéales” que Conrad profesaba en una era en que “todas las cosas sagradas y profanas se han convertido en una imitación”. Tal vez por eso el tono de la narración dimana de una clase de ironía muy particular, mezcla de “desprecio y compasión”, que también envuelve a policías, diplomáticos y miembros de la clase alta que circulan por sus páginas en un Londres lleno de “lodo y maravilla”. Para el autor de Nostromo, el valor más alto era la fidelidad a un propósito que da sentido a la vida y es lo único que se puede oponer a la nada. Cuando la barrera se rompe, surgen en sus personajes –siempre instalados en situaciones límite– toda la corrupción y la maldad que adentro llevan: esa “neblina” sin solución ni perspectiva que turbaba a E. M. Forster.
En el prólogo a una reedición de 1920 de El agente secreto, Conrad explica cómo nació la idea de la novela: un par de referencias casuales de un amigo al atentado anarquista real de 1894 y una escena de siete líneas leída en las memorias de un jefe de policía inglés de la época. Seguramente así fue. Como seguro es que el impulso de escribirla y la escritura misma nacieron de una cosmovisión que, al decir de Bertrand Russell, consideraba que “la vida civilizada y moralmente tolerable es una caminata peligrosa sobre una delgada costra de lava apenas enfriada que en cualquier momento puede romperse y hundir al imprudente en profundidades de fuego”. Lo cual no impedía a Conrad describir el comienzo de una noche londinense así: “El frutero de la esquina había apagado la gloria resplandeciente de sus naranjas y limones”.
Canta dinero a la diosa *
George Steiner
Las convenciones de los amanuenses no se extendían al uso de comillas, en otras palabras, a escribir “dinero”. Es más, en este punto, nuestro pergamino ha sufrido daños. Descifrarlo constituye un problema. ¿Le falta algún fragmento a esta enigmática exhortación? ¿A qué divinidad se refiere? ¿La lectura del imperativo “canta” es del todo confiable? Asumiendo que nuestro texto sigue vigente, su paráfrasis admitiría dos versiones: “canta dinero a la diosa” o “celebra el dinero en presencia de la Divina Dama cuando le hagas alguna petición”. Ninguna de las dos resulta del todo clara o convincente.
Hace poco los eruditos comenzaron a descifrar las complejas interconexiones que existen entre el establecimiento del sistema monetario, las reglas de parentesco y la semiótica del simbolismo en el antiguo Medio Oriente, en las culturas minoica y lidia, y en el preclásico jónico. La de Plutón sigue siendo una presencia ambigua porque a este patrono de la riqueza se le confunde siempre –incluso Dante se equivocó– con Plutón, soberano de los infiernos. De ahí el incierto uso que se da a la palabra “plutocracia”. En algunos mitos Plutón es ciego para que la distribución de la riqueza sea equitativa y gratuita. Así aparece en la comedia epónima de Aristófanes. Lo encontramos en el Fausto de Goethe y en Baudelaire. Hijo de Deméter, quizás al principio representó la abundancia de las cosechas. “Mammón” significa “tesoro oculto”. El nombre recalca la forma en que Lucas fustiga la avaricia y el amor por la riqueza. En El paraíso perdido de Milton, Mammón tiene un arranque de siniestra energía cuando explota las riquezas minerales del Infierno. Extrae oro y joyas de las mismísimas entrañas del abismo. Pero, hasta donde sé, hay un único rastro de la controvertida existencia de una diosa del dinero: se trata de la inscripción votiva, parcialmente legible, hallada entre las ruinas de un santuario menor, al parecer local, en lo que hoy es el sur de Albania.
El mandamiento (?) de Epicarnio sigue siendo un enigma.
La sola noción de riqueza está saturada de ambigüedades. El aspecto económico de la santidad es el mismo que el del mendigo. Los camellos entran al cielo donde se vence a los ricos. El lucro resulta siempre “indecente”. Mucho antes que Freud, Swift certificó las afinidades entre dinero y excremento. El avaro es una criatura a la vez repugnante e irrisoria que aúlla por la pérdida o el hurto de su cofrecillo de dinero (véase Molière). A Midas se le maldice por su avidez. La Dama de la Pobreza es quien complace a Dios. Pero las teologías, el ascetismo religioso o los votos monásticos no son lo único que anatematiza la riqueza. La ética de los estoicos, de Diógenes, el radical estilo bucólico de Rousseau también lo hacen. Ningún filósofo que se precie de serlo debería tener riquezas; Wittgenstein regaló su herencia. El verdadero poeta, el artista, los radicales del pensamiento, el Spinoza que pule sus lentes, tienen la intención de desdeñar los beneficios materiales. Los sofistas traicionan la verdadera filosofía al aceptar dinero por enseñar. Cuando está basado en intereses financieros, el matrimonio está en el límite de la prostitución. En los misterios de la Edad Media, en las máscaras y en las alegorías del barroco, en las novelas de Balzac, en los cuentos de Dickens, el dinero, la especulación económica, la avaricia adquieren un aspecto demoníaco o espectral. De manera generalizada ese escondrijo de monedas, ese puñado de dólares, incitan al asesinato. Las analogías entre la violación y el desgarramiento de la tierra para despojarla de sus tesoros son tan antiguas como la sátira romana. Cada una de estas resonancias simbólicas y de estos entramados se expresan claramente en Timón de Atenas (de entre las obras de Shakespeare, la favorita de Marx). Aquí la riqueza y la locura que produce el dinero vicia la existencia bajo un sol que se “genera”, se abastece y se corrompe por la riqueza y la locura que produce el dinero. A los contrabandistas se les vierte oro fundido por la garganta. Al judío se le vincula con la impuesta usura asesina, la moneda de Judas, el indicio de alguna intimidad particular con la acumulación y el goce del dinero en efectivo. Este es el estandarte amarillo-dorado de su tribu en los pogromos medievales, en Shylock, en el escarnio, la expropiación y el asesinato en masa de los nazis. Muy al contrario de lo que dice el refrán latino, el dinero sí despide un olor. Casi siempre, a muerte.
Del otro lado de la balanza la riqueza evidencia virtud, esfuerzo honesto. Sazonada con caridad, la riqueza que se emplea sin ostentar es, sobre todo en las sociedades protestantes y abiertas, el índice mismo del reconocimiento, incluso si es un mérito sancionado por la divinidad. La multiplicación de valores financieros mediante el trabajo honesto y la habilidad para invertir es prácticamente obligatoria. La riqueza no debe envidiarse ni condenarse. Es algo que se lucha por alcanzar en la escalera sin fin de la democracia y la libre empresa. La transmisión de ganancias, de los ahorros de una generación a otra, es el legítimo fin de la crianza de los padres. ¿La propiedad acaso no es sagrada? En las comedias y la literatura clásicas, los finales felices –tan sutilmente incisivos en Jane Austen– son fiscales. La libreta de ahorros subscribe lo erótico. El amor ha entrado a la casa del bienestar. El rentista vive feliz para siempre. Alguna vez personificación de los misterios de lo imprevisible, ingobernable animadora de la “rueda de la fortuna”, Fortuna se ha convertido en “fortuna”, en el sentido del contador y del banquero. La ruina financiera, la deshonra y el suicido del especulador en bancarrota son insensibles recordatorios del pecado original.
En el capitalismo tardío –resulta más gráfico decir capitalisme sauvage– el dinero es todopoderoso. Es, propiamente, el “Todopoderoso”. “Soy el primer hombre en la historia de la humanidad cuyos empleados son multimillonarios”, afirmó el director de Microsoft. En efecto, los multimillonarios se vuelven cada vez más comunes entre los jefes del hampa de la Rusia poscomunista, los magnates del petróleo del Medio Oriente, los malabaristas de fondos de inversión y los banqueros planetarios. Pero también entre los patrones de la pornografía infantil o los capos de la droga en América Central y en Malasia. ¿Qué son mil millones para los emporios de Dubái, los casinos de Macao, o las arenas de placer en las islas privadas del Caribe? ¿Qué son mil millones para quienes dilapidan treinta millones de libras en una boda o cien millones de dólares en una pintura? ¿Para quienes adquieren una botella de vino de Burdeos que cuesta mil euros? Cuando una empresa fracasa, miles de personas quedan en el desempleo o endeudadas; sus directivos huyen llevándose millones en bonos y en fulgurantes apretones de mano. Y, sin embargo, a ninguno de estos rufianes se les escupe, ¡ya no digamos se les fusila!
Quizá –los estudios sistemáticos del dinero no anteceden al siglo XVI italiano– la infección de cada una de las células, del cuerpo privado tanto como del cuerpo político por aquello que se llama el “nexo con el efectivo”, constituya un nuevo desarrollo. Ese virus mutante ahora gobierna casi toda de nuestras vidas. Time is money, dice el refrán norteamericano. También es dinero el espacio psíquico porque se ha convertido en una tierra baldía debido a la decadencia de las religiones conocidas. Los pobres venden sus órganos vitales a los ricos. Una infinidad de niños es víctima del lucrativo tráfico sexual. Las mentes más elevadas danzan como animales de circo cuando los medios agitan el dinero que se les va a pagar. La corrupción es el aliento de la política, del mercado. ¿Acaso existe algo que no esté en venta? El embate por obtener ganancias depreda lo que resta de nuestros bosques, devasta los océanos, contamina el aire. En el capitalismo urbano de la megalópolis, pero también en la miseria de las barriadas, el alarido del dinero nunca ha sido tan descarado como ahora. Raquíticos niños escudriñan la basura tóxica en busca de desechos que se puedan vender; conglomerados multinacionales explotan el mar abierto en busca de petróleo y de metales preciosos; las cosechas se valoran cuando son lucrativas y su fruto es el “dinero”. Los encantos fiscales del contrato prenupcial toman las riendas de la noche de bodas. Los anuncios de pantimedias interrumpen los documentales sobre Auschwitz que se pasan en la televisión. Hasta ahora solo la muerte ha logrado evadir el soborno.
¿El soborno podría ser la pista para el ruego de Epicarnio? ¿A la diosa sin nombre se le debe aplacar y seducir con dinero? Esta propuesta resulta mucho más cercana de lo que nos gustaría admitir. Nuestras plegarias, rituales litúrgicos, santuarios, templos, las abadías que erigimos y dotamos con tanta opulencia son peticiones para obtener un favor divino. Los ministros que salpican el paisaje cristiano –muchas veces a corta distancia unos de otros–, la ostentación de los benefactores eclesiásticos, los diezmos que recogen sacerdotes y rabinos, ¿qué son sino intentos por comprar la benevolencia de los dioses, la protección mafiosa de lo sobrenatural? ¿Qué son sino intentos por canjear tesoros esenciales por dividendos trascendentes? Vender indulgencias al pecador causó escándalo. Y sin embargo: ¿cuál si no es la función de los exvotos penitentes: animales, mazorcas, la fruta de la primera cosecha, monedas en el arca de los diezmos?
La canción del dinero que entonó el aforista de Agra se vuelve desvergonzada y ensordecedora en las letras del rap. Puede estar enmudecida pero no es menos audible en los himnos de la iglesia. Somos “señores de la danza”, pero bailamos en torno al becerro de oro, tal y como aquellos lejanos intermediarios de la salvación.
Notas
* Aunque la riqueza puede evidenciar el esfuerzo honesto y la virtud, a menudo se la relaciona con la corrupción, la avaricia y la depredación. Este ensayo se adentra en sus resonancias simbólicas –de la Antigüedad a Jane Austen– para explicar la omnipotencia que parece tener en nuestros días.
Ocho breves ensayos componen Fragments (somewhat charred) de George Steiner. Cada texto incluye un aforismo atribuido a un filósofo griego imaginario, y su interpretación. Publicamos el quinto ensayo, precedido por estas palabras de Steiner: “Estos fragmentos aforísticos aparecieron en uno de los pergaminos quemados hallados hace poco en lo que al parecer fue la biblioteca privada de una villa en Herculano. La evidencia lingüística y su tenor de discusión indican que proviene del siglo ii a. C. Algunos académicos han sugerido a Epicarnio de Agra como su autor. Pero casi nada se sabe de este moralista y orador elocuente (si es que eso fue). Por otra parte, la condición del papiro hace que en varias partes la tarea de descifrarlo sea pura conjetura.”

 

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis:Three)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Monedas de oro
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

 Para el dueño de librería Los cachorros de Parque Centenario que los
otros días charlando con él me regaló sin darse cuenta una moneda de oro.

 

Convendrás en que son mundos aparte. Pero con todo existe un solo mundo y todo cuanto uno pueda imaginar le es necesario. Pues también este mundo que a nosotros nos parece hecho de piedras y flores y sangre no es en absoluto una cosa sino una historia. Un cuento. Y en él todo es cuento y cada cuento la suma de otros cuentos menores, y aun así éstos son también el susodicho cuento y contienen asimismo todos los demás. Así, todo es necesario. Hasta lo más insignificante. Ésta es la lección que debemos aprender. No podemos prescindir de nada. Nada es desdeñable. Porque las junturas nos son ocultadas, ¿comprendes? La ebanistería del mundo. La forma en que está hecho. No tenemos modo de saber qué podría quitarse. Omitir. No tenemos modo de decir qué cosa quedaría en pie y qué otra caería. Y esas junturas que nos son ocultadas están, cómo no, en el cuento mismo, y el cuento no tiene una morada donde existir salvo en el hecho mismo de la narración, y ahí vive y tiene su casa, y es por eso que nunca terminamos de contar. El contar no tiene fin. Y ya sea en Caborca o en Huisiachepic o en cualquier otro lugar, se llame como se llame o deje de llamarse, afirmo otra vez que todos los cuentos son uno solo. Correctamente escuchados todos son el mismo cuento.  
En la frontera, Cormac McCarthy

 

Emerjo de la boca del subte de Pasteur.
Cruzo Rivadavia y entro al chino donde esta mi novia con una amiga comprando cosas para la cena.
Son las nueve y media de la noche.
Desde las ocho de la mañana que salí de casa que no veo a nadie conocido a no ser a mi analista Vanesa Otero.
Solo hable con un cliente que me pregunto por un libro que no tenía. Y la ironía en esta época de vacas flacas me hace sacar una risa forzada: me consulta si tengo la Filosofía del dinero de Georg Simmel.
Por suerte no vi a nadie durante todo el día.
Por suerte nadie me llamo por teléfono.
Escribí dos columnas de las Confesiones, trabaje en la página de WordPress de mi librería y en la cuenta de Mercado Libre y estuve todo el día en carne viva y llorando porque logre decir después de mucho tiempo, de años de trabajo, lo que tenía que decir y donde tenía que decirlo y para quien tenía que decirlo: frente a mi y para mi.
Mientras estamos haciendo la cola para pagar en el chino mi novia me dice que Enrique Symns esta en la esquina, en la confitería Atenea tomando algo.
La confitería Atenea es el escenario de muchas de las historias del Muñequito Liefeld Puteador cuya acción trascurre en su baño donde siempre estan sentados a una mesa John Cheever y Raymond Carver y el perrito callejero que habla Ringo y su coequiper en el negocio de la basura Indie Jorge Luis Borges.
Voy al encuentro de Enrique.
Lo saludo y me siento en la mesa de la vereda del Atenea donde esta tomando un Campari con el periodista y editor Rodolfo Palacios que acaba de publicar un libro sobre el “robo del siglo” al Banco Río de Acasuso.
Symns tiene una remera con las palabras que escribieron los delincuentes en una pared luego de cometer el robo que a las personas que tenemos corazón nos llena de orgullo su trabajo y nos da bronca que haya fracasado:
Sin armas ni rencores.
Es la primera vez en mi vida que me siento en el escenario de una parte de mis ficciones confesionales: Atenea.
Palacios y Symns estan borrachos.
Contentos.
Son dos adolescentes en pedo.
Charlamos.
Hace como seis meses o más que no lo veo y solo se de él por mi amiga Fernanda Simonetti.
Lo observo.
Está viejo.
Camina con andador y vive en una pensión de Constitución de mala muerte en la que las putas dominicanas lo cuidan de los paqueros y otras yerbas bravas.
Lo observo.
A veces se repite.
A veces se contradice.
Pero hay algo en el que esta intacto.
Que late y bibra en el fondo de lo que carajos sea ese misterio que lo habita.
Symns es un boludo como cualquier hijo de vecino. Como podemos ser vos y yo y el hijo del vecino.
Pero Symns es algo más.
Tiene un don, un no sé qué, algo, que no se explica pero cada tanto surge de la nada provocando la inminencia de una revelación que no se cumple.
Bueno, así define Borges un hecho  estético: la inminencia de una revelacion que no se produce.
Y Symns tiene ese poder. Ese don. De convocar esa inminencia de una revelación que no se concreta. Y esta intacto.
Además es como alguna vez defini a Fogwill en otro texto una muela cariada: alguien que no puede dejar de molestar metiendo el dedo en el nervio de la muela podrida.
Me cuenta de su reciente internación. De que fue al hospital a comprar unos medicamentos que necesitaba y lo dejaron internado porque no dejaba de cagar sangre. Las enfermeras lo querían, los medicos lo detestaban. Y la presincia de Andrés Calamaro y Palito Ortega que fueron a visitarlo para ver cómo estaba le crearon un escudo protector frente al poder médico que él se puso en contra.
Me imagino a los medicos del hospital preguntandose luego de ver entrar a Andrés Calamaro y Palito Ortega, ¿quién es ese viejo de mierda bardero que lo vienen a visitar estas estrellas?
¡Es el heroe del wiskhy, el alter ego de la mitad de las canciones de Patricio Rey!
Hay solo dos personas que hoy en la Argentina podrian caminar por el Conurbano Bonaerense sin miedo de  que les suceda nada: una es Maradona, la otra es el Indio Solari.
Y el Indio que hace años y años esta peleado con Symns le hizo llegar una carta este año a traves de amigos en comun  para Enrique.
¿Qué necesidad tenía El Indio de hacerle llegar esa carta a Enrique?
Yo creo que una muy simple y elemental: regalarle una moneda de oro a Enrique para que la usara cuando la necesite. Ya que su amistad esta rota por toda la eternidad pero eso no clausura el amor y El Indio sabe que si él le escribe una carta donde dice que Symns es un gran poeta le esta regalando un aura que lo puede proteger.
Ok.
Symns me pregunta por mi librería.
Le cuento que en menos de quince días tengo que resolver si resindo el contrato del alquiler y cierro la librería y veo que mierda hago o si sigo con la librería. Que estoy tapado de quilombos que no se como resolver. Y que por primera vez en mi vida soy dueño del barco que navego y que un capitan jamas abandona su barco y que estoy llendo derecho al ojo de la tormenta y que quizá pueda pasar la tormenta o quizá me hunda con mi barco en el fondo del mar pero es mi barco y estoy convencido de que es lo mejor que pude hacer y es lo que quiero hacer y que tirar la toalla ahora seria alta traición.
Entonces, ahí, justo ahí, sentado por primera vez en cuatro años que vivo a una cuadra de Atenea en una de sus mesas y con Enrique y habiendo dicho esa mañana en analisis algo importantisimo que me hizo llorar todo el día, que fue Enrique el que me condujo sin saberlo a ese día.
Hace muchos años Enrique en una de esas clases de periodismo que nos dio a los que terminamos formando Vestite y andate en un departamento de San Telmo frente al parque Lezama empezo a hacer un monólogo de Totem y tabú de Sigmund Freud. Ese monólogo me caló hondo y me consegui los tres tomos de las Obras Completas de Freud de la traducción de Ballesteros en tapas marron que me presto la hija del asesor de confianza Pedro del Piero del por entonces vicepresidente de la Nación y traidor hijo de puta de la Patria Carlos Chacho Alvarez. Y luego mi primo conoce por mí a Freud y empieza a estudiar psicología y se convierte en lo que es hoy uno de los psicoanalistas mejor formados del país y un día de hace siete años yo necesito mover fichas para ayer o la cague y el me recomienda que vaya a ver a Vanesa Otero y hoy con ella dije cosas que tenía que decir y por fin las dije y ahora a la noche me encuentro con Enrique en la esquina de mi casa y como dice mi amiga Fernanda todo en el universo esta conectado.
Seguimos charlando y llega una chica de una belleza increible que venia de filmar una publicidad de chocolates para Estados Unidos amiga de Palacios.
Y Symns nos cuenta que un rato antes de que llegaramos nosotros sentado en la vereda del Atenea pasa el dueño de la librería  De la Mancha y lo ve a Enrique y sigue de largo. Y retrocede y lo encara.
Lo saluda.
Y le muestra  un libro que tiene en la mano.
El libro es de un chico de 21 años que se suicido y esta dedicado a sus padres y a Enrique Symns.
Say no more.

 

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
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Historia de mi vida (2 Tomos) – Giacomo Casanova

La guerra de la Triple Alianza Thomas Whigham Eduardo Galeano Borges Perón Evita Incardona Luis Pompa

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, Oscar del Barco, un mapa del Villa Celina de Juan Diego Incardona, una Muñequita Liefeld Puteadora, Lisa Ann, Luis Pompa  y estampillas de la colección personal de mi papá Jorge Eduardo Liefeld.

vendido

Estado: nuevo (tapa dura/encuadernado).

Editorial: Atalanta.

Prólogo: Félix de Azúa.

Precio: $000.

“Historia de mi vida” se compone de dos volúmenes con un total de 3.648 páginas.
Las Mémoires de Casanova constituyen el cuadro más completo y detallado de las costumbres de la sociedad del siglo XVIII: una auténtica autobiografía de ese periodo. Probablemente ningún otro hombre en la historia haya dejado un testimonio tan sincero de su existencia, ni haya tenido una vida tan rica, amena y literaria junto a los más destacados personajes de su tiempo.
Escrito en francés, en sus años de declive, cuando Giacomo Casanova (1725-1798) era bibliotecario del castillo del conde Waldstein en Bohemia, el manuscrito de sus memorias fue vendido en 1820 al editor alemán Brockhaus. Éste encargó su edición a Jean Laforgue, quien no se conformó con corregir el estilo, plagado de italianismos, sino que adaptó su forma de pensar al gusto prerromántico de la época, censurando pasajes que consideraba subidos de tono. En 1928, Stefan Zweig se lamentaba de la falta de un texto original de las Mémoires que permitiera «juzgar fundadamente la producción literaria de Casanova». No fue hasta 1960 cuando la editorial Brockhaus decidió desempolvar el manuscrito original para publicarlo por fin de forma fiel y completa, en colaboración con la francesa Plon. La edición de Brockhaus-Plon se había traducido al inglés, alemán, italiano y polaco, pero no al español.
Esta edición de Atalanta brinda al lector la oportunidad de gozar por primera vez en español de la auténtica versión de este gran clásico de la literatura universal, traducido y anotado por Mauro Armiño y prologado por Félix de Azúa, con cronología, bibliografía e índice onomástico.
Casanova
Ernst Jünger
Friedrichstal, 20 de abril de 1940
Casanova. Los historiadores que se dedican a verificar las cosas que dice son desde luego muy aburridos. Las fuentes de primer rango brotan aquí, no de los documentos oficiales de Venecia, París o Viena, sino de sus Memorias. No es probando sus mentiras como ponemos al descubierto al ser humano – al contrario, por su forma de mentir se pone él al descubierto.
Casanova como comediante. Hijo de comediantes, compañero de comediantes. Su figura, sus encajes, sus diamantes, sus tabaqueras, sus joyas. Pregunta al Papa si le está permitido decorar con diamantes la Orden de la Espuela de Oro que se le ha concedido. Cuando Bernis le encomienda una misión oficial, la ejecuta como comediante, no como diplomático. En el banquete de Colonia se alza con el triunfo sobre el bueno de Keteler, quien como actor era probablemente superior a Casanova en substancia. Rasgos similares intervienen en el duelo con Branicki, fuente inagotable de la vanidad de Casanova. En Polonia, como en todos los sitios donde permanece una larga temporada, la opinión que de él se tiene empeora con el paso de los días. Casanova mismo menciona ese hecho, pero en su recuerdo esa circunstancia no arroja ninguna sombra posterior sobre sus triunfos. He ahí un rasgo peculiar del comediante; a éste le basta con deslumbrar y brillar por una noche. No puede decirse, sin embargo, que Casanova invierta el axioma que reza “ “ser más que aparentar” – y no puede decirse porque para él significan lo mismo, de una manera especial, el ser y el aparentar. Casanova es un comediante de raza; de ahí que para él sean reales los triunfos del escenario.
Por cierto – ¿qué es lo que Casanova puede ocultar con sus mentiras? ¿Acaso que él, el gran artista en el terreno de las mujeres, no poseyó más que a hembras de segundo rango? Todas ellas, incluida Herniette, son cómicas, aventureras y damas de poca categoría; ninguna pasa de eso. Por lo que a la selección se refiere, son otros los amadores – Byron, por poner un caso – de los que debemos tomar ejemplo. Es notable el hecho de que el Chevalier Casanova pase de puntillas sobre los asuntos relativos a Manon Baletti. Pero ésta fue sin duda la mujer que mayor espacio ocupó en su vida – es cierto que detrás de las bambalinas; y de esas cosas no se habla.
¿Cómo se explica la atracción que ejerce sobre nosotros este veneciano tan lleno de defectos? ¿Por qué norma se guía nuestra memoria para seleccionar a alguien de entre la enorme muchedumbre de personas que vivieron y sobresalieron en otros tiempos? ¿Por qué continúa siéndonos familiar un vagabundo como Villon, mientras que han sido relegadas al olvido muchísimas personas honorables que en su época tenían un nombre? Sin duda esto ha de deberse a la medida de fuerza vital indivisa que en esos hombres hay y que asciende como savia desde las raíces a sus hechos y a sus obras – una fuerza en la que, allende todos los méritos y allende toda la moral, nos reconocemos a nosotros mismos, ya que es nuestra herencia común.
* Radiaciones I. Diarios de la segunda guerra mundial (1939-1943)
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Borges – Adolfo Bioy Casares
Osvaldo Lamborghini, una biografía – Ricardo Strafacce
Virginia Woolf – Quentin Bell
Céline secreto – Lucette Destouches y Véronique Robert
En busca del Barón Corvo. Un esperimento biográfico – A. J. A. Symons
Así fueron las cosas. Biografía de Raymond Carver – Maryann Burk Carver
Personajes secundarios – Joyce Johnson
Mis rincones oscuros – James Ellroy
Leopold Sacher-Masoch – Bernard Michel
Historia de mi vida (2 Tomos) – Giacomo Casanova
Diarios. Notas y apéndices – Robert Musil
Ensayos y discursos – William Faulkner
Dashiell Hammett. Biografía – Diane Johnson
La vida de Raymond Chandler – Frank MacShane
Kafka – Max Brod
Calderón de la Barca. Su carrera cecular – Don W. Cruickshank
Realidad y fantasia en Balzac – Ezequiel Martínez Estrada
Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões
Samuel Beckett, el último modernista – Anthony Cronin
Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una biografía – Hermann Kurzke

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: Two)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Knockemstiff
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Lee, si tenes ganas, claro, el cuento que te copio abajo de Donald Ray Pollock La vida real y después de leerlo escucha el tema de Marvin Gaye What’s Going On. Hace la prueba. Si no te pasa nada, si no necesitas un wiskhy y un pucho y llorar, bueno, entonces una de dos: sos un hijo de puta o estas muerto.

 

La vida real
Donald Ray Pollock

 

Mi padre me enseñó a hacer daño a la gente una noche de agosto en el autocine Torch cuando yo tenía siete años. Era lo único que se le dio bien alguna vez. Fue hace muchos años, cuando la experiencia de ver películas al aire libre todavía era de lo más popular en el sur de Ohio. Ponían Godzilla, junto con una peli cutre de platillos volantes que demostraba que los moldes de tartas podían conquistar el mundo.
Aquella noche hacía un calor que se caían los pájaros, y para cuando empezó la peli en la enorme pantalla de madera contrachapada, el viejo ya estaba de un humor de perros. No paraba de despotricar contra el calor y de secarse el sudor de la frente con una bolsa de papel marrón. Hacía dos meses que no llovía en el condado de Ross. Todas las mañanas mi madre sintonizaba la KB98 en la radio de la cocina y escuchaba cómo la señorita Sally Flowers le pedía a Dios que hubiera tormenta. Luego salía y se quedaba mirando aquel cielo blanco y vacío que pendía como una sábana sobre la hondonada. A veces todavía la recuerdo allí de pie, en medio de aquella hierba reseca y marrón, estirando el cuello con la esperanza de ver ni que fuera una triste nube oscura.
—Eh, Vernon, mira esto —dijo mi madre aquella noche.
Desde que habíamos aparcado, había estado intentando demostrarle al viejo que era capaz de meterse un perrito caliente en la boca sin estropearse el reluciente pintalabios. Hay que tener en cuenta que mi madre llevaba todo el verano sin salir de Knockemstiff. El mero hecho de ver un par de luces rojas ya la tenía toda alborotada. Pero cada vez que se atragantaba con la salchicha, a mi viejo se le retorcían un poco más aquellos músculos como sogas que tenía en el pescuezo, y daba la impresión de que la cabeza le iba a salir disparada en cualquier momento. Mi hermana mayor, Jeannette, había sido lista y se había pasado todo el día fingiéndose enferma, y así era como los había convencido para que la dejaran quedarse en casa de una vecina. De manera que allí estaba yo, atrapado a solas en el asiento trasero, mordiéndome la piel de los dedos y confiando en que mamá no cabreara demasiado al viejo antes de que Godzilla destrozara Tokio a pisotones.
Pero la verdad es que ya era demasiado tarde. Mamá se había olvidado de llevar la taza especial del viejo, de modo que por lo que a él respectaba todo era una puta mierda. Ni siquiera Popeye le arrancó una risita, así que mucho menos se iba a emocionar porque su mujer hiciera trucos con una salchicha Oscar Mayer arrugada. Además, mi viejo odiaba las películas. «Son un montón de trolas de mierda —decía siempre que alguien mencionaba que había visto la última película de John Wayne o de Robert Mitchum—. ¿Qué coño tiene de malo la vida real?» Para empezar, si había aceptado ir al autocine era sólo por el escándalo que le había montado mi madre la noche antes, cuando apareció en casa con un coche nuevo, un Impala de 1965.
Era el tercer coche que se compraba en lo que iba de año. Nos alimentábamos a base de sopa de alubias y pan frito, pero íbamos en coche por Knockemstiff como ricos. Aquella misma mañana había oído a mi madre coger el teléfono y ponerse a rajar con su hermana, la que vivía en el pueblo.
—Está loco, el hijoputa, Margie —le dijo—. El mes pasado no pudimos ni pagar la factura de la luz.
Yo estaba sentado delante de la tele muerta, mirando cómo le goteaba sangre aguada por sus pálidas pantorrillas. Se las había intentado afeitar con la navaja del viejo, pero tenía las piernas como barras de mantequilla. Una mosca negra no paraba de zumbar alrededor de sus tobillos huesudos y de esquivar sus palmadas cabreadas.
—Lo digo en serio, Margie —dijo por el auricular negro—, si no fuera por los críos me largaría de esta hondonada de mala muerte sin pensarlo.
Nada más empezar Godzilla, mi viejo sacó el cenicero del salpicadero y lo llenó de whisky de su botella.
—Por el amor de Dios, Vernon —dijo mi madre. Se había quedado con el perrito caliente en alto, a punto de metérselo otra vez en la boca.
—Eh, ya te he dicho que no pienso beber de la botella.
Empiezas con esa mierda y acabas como un puto borracho de la calle.
Dio un trago del cenicero, tuvo una arcada y escupió una colilla empapada por la ventanilla. Llevaba privando desde el mediodía, haciendo alarde de su nuevo buga delante de sus colegas de juerga. El coche ya tenía una abolladura en uno de los paneles laterales.
Después de dar un par de sorbos más del cenicero, el viejo abrió la puerta de golpe y sacó sus flacas piernas. Se le escapó un chorro de vómito que le empapó de Old Grand-Dad los bajos de los pantalones azules de trabajo. La camioneta que teníamos al lado arrancó y se colocó en otro sitio de la hilera de coches. El viejo se pasó un par de minutos con la cabeza colgando entre las piernas, pero al fin se incorporó y se limpió la barbilla con el dorso de la mano.
—Bobby —me dijo—, como tu pobre padre se coma uno más de esos buñuelos de patata grasientos de tu madre, lo van a tener que enterrar.
Con lo que comía mi viejo no sobreviviría ni una rata, pero cada vez que vomitaba el whisky le echaba la culpa a la comida que le hacía mamá.
Ésta se rindió, envolvió el perrito caliente en una servilleta y me lo devolvió.
—Vernon, acuérdate de que nos tienes que llevar en coche a casa —lo avisó.
—Carajo —dijo él, encendiendo un cigarrillo—, pero si este coche se conduce solo.
Luego vació el cenicero y se acabó lo que le quedaba de bebida. Estuvo unos minutos mirando la pantalla y se fue hundiendo lentamente en la tapicería acolchada como si fuera un sol poniente. Mi madre estiró el brazo y bajó un poco el volumen del altavoz que colgaba de la ventanilla. Nuestra única esperanza era que el viejo se quedara dormido antes de que la noche entera se fuera al garete. Pero en cuanto Raymond Burr aterrizó en el aeropuerto de Tokio, se incorporó de golpe en su asiento y se volvió para fulminarme con su mirada inyectada en sangre.
—Me cago en la puta, chaval. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te muerdas las uñas? Haces más ruido que un puto ratón royendo un saco de maíz.
—Déjalo en paz, Vernon —intervino mi madre—. Además, no se las muerde.
—Joder, ¿y qué diferencia hay? —dijo, rascándose la barba del cuello—. Vete a saber dónde ha metido esas zarpas de pajillero.
Yo me saqué los dedos de la boca y me senté encima de las manos. Era la única forma que tenía de mantenerlas apartadas cuando estaba con mi padre. El viejo llevaba todo el verano amenazándome con rebozarme de mierda de pollo hasta los codos para quitarme el hábito. Ahora se echó más whisky en el cenicero y se lo tragó con un escalofrío. Justo cuando estaba desplazándome sigilosamente por el asiento para sentarme detrás de mi madre, la luz del techo se encendió.
—Venga, Bobby —dijo—. Tenemos que echar una meada.
—Pero si acaba de empezar la película, Vernon —protestó mamá—. Lleva todo el verano esperando para verla.
—Eh, ya sabes cómo es —dijo el viejo lo bastante alto como para que lo oyera la gente de la hilera de al lado—. Cuando vea ese rollo del Godzilla, no quiero que se me mee en los asientos nuevos.
Se deslizó fuera del coche, se apoyó en el poste metálico de los altavoces y se remetió la camiseta en los anchos pantalones.
Yo salí a regañadientes y seguí a mi viejo mientras él cruzaba el solar de grava haciendo eses. Unas adolescentes con minishorts pasaron pavoneándose a nuestro lado, con las piernas iluminadas por la luz resplandeciente de la pantalla. Cuando se detuvo a mirarlas, choqué contra sus piernas y me caí a sus pies.
—Me cago en la puta, chaval —me dijo, levantándome de un tirón del brazo como si yo fuera una muñeca de trapo—. A ver si miras por dónde vas. Cada día te pareces más a tu puñetera madre.
El edificio de bloques de hormigón que había en medio del solar del autocine estaba abarrotado de gente. El proyector, que traqueteaba con estruendo, estaba en la parte de delante, el tenderete de refrescos en el medio y los retretes en la parte de atrás. El olor a meados y a palomitas flotaba en el aire caluroso y estancado como si fuera insecticida. En los lavabos había una hilera de hombres y chavales con las pollas colgando a lo largo de una artesa de metal verde. Todos estaban mirando al frente, con la vista clavada en una pared pintada de color barro. Otros esperaban en fila tras ellos sobre el suelo mojado y pegajoso, meciéndose sobre las puntas de sus zapatos y esperando su turno con impaciencia. Un gordo con peto y un sombrero de paja raído salió de un cubículo de madera dando tumbos y masticando una chocolatina Zero, y el viejo aprovechó para empujarme adentro y cerrar de un portazo detrás de mí.
Yo tiré de la cadena y me quedé un rato allí conteniendo la respiración, fingiendo que meaba. Del exterior me llegaban fragmentos de diálogo de la película, y yo trataba de imaginarme las partes que me estaba perdiendo cuando el viejo empezó a aporrear la puerta endeble.
—Joder, chaval, ¿por qué tardas tanto? —gritó—. ¿Te la estás cascando o qué? —Volvió a aporrear la puerta y oí que alguien se reía. Luego dijo—: Te lo juro, estos putos chavales te vuelven loco.
Me subí la cremallera y salí del cubículo. El viejo le estaba dando un pitillo a un tipo gordo con el pelo negro y grasiento repeinado con serrín. Una mancha color púrpura con forma de porción de tarta le cubría los faldones de su sucia camisa.
—Te lo juro por Dios, Cappy —le estaba diciendo mi padre al hombre—, este chaval le tiene miedo a su puñetera sombra. Un puto gusano tiene más pelotas que él.
—No, si yo te entiendo —dijo Cappy. Le arrancó el filtro al cigarrillo de un mordisco y lo escupió en el suelo de cemento—. Mi hermana tiene uno igual. El pobre desgraciado no es capaz ni de poner la mosca en el anzuelo.
—Bobby tendría que haber salido niña —soltó el viejo—. Joder, cuando yo tenía su edad, ya estaba cortando leña para la cocina.
Cappy se sacó una cerilla larga de madera del bolsillo de la camisa, encendió el cigarrillo y dijo con un encogimiento de hombros:
—Bueno, aquéllos eran otros tiempos, Vern. —Luego se metió la cerilla por la oreja y se hurgó la cabeza entera.
—Lo sé, lo sé —continuó el viejo—, pero aun así, uno se pregunta adónde coño va este país.
De pronto un hombre con gafas de montura negra se salió de su sitio en la fila de los urinarios y le dio unos golpecitos en el hombro a mi padre. Era el cabrón más grande que había visto en mi vida; tenía un cabezón enorme que prácticamente tocaba el techo y unos brazos del tamaño de postes. Detrás de él había un chaval de mi altura, vestido con un bañador de colores vivos y una camiseta con una foto descolorida de Davy Crockett en la pechera. Llevaba el pelo al rape recién engominado y la barbilla manchada de gaseosa de naranja. Cada vez que respiraba, emergía de su boca un globo de chicle Bazooka que parecía una flor redonda de color rosa. Tenía pinta de ser feliz y yo lo odié al instante.
—Cuidado con las palabrotas —advirtió el hombre. Su vozarrón retumbó por la sala y todo el mundo se volvió para mirarnos.
Mi viejo se giró de golpe y se dio con la nariz en el pecho del hombretón. Salió rebotado hacia atrás y levantó la vista hacia el gigante que se erguía por encima de él.
—Joder —dijo.
La cara sudorosa del hombre se empezó a poner roja.
—¿Es que no me has entendido? —le dijo a mi padre—.
Te he pedido que no sueltes palabrotas. No quiero que mi hijo oiga ese vocabulario. —Y luego dijo muy despacio, como si estuviera hablando con un retrasado—: No… te lo voy… a pedir… otra vez.
—No me lo has pedido ni una puta vez —le soltó mi padre.
Mi viejo tenía el cuerpo duro como una roca, pero en aquella época estaba hecho un fideo, y nunca sabía callarse a tiempo. Se quedó mirando a la multitud que se empezaba a congregar, después se volvió hacia Cappy y le guiñó un ojo.
—Ah, ¿te parece gracioso? —dijo el hombre. Cerró las manos para formar unos puños del tamaño de pelotas de softball y dio un paso hacia mi padre.
Alguien al fondo de la sala dijo:
—Dale una paliza.
Mi padre retrocedió dos pasos, dejó caer el cigarrillo y levantó las palmas de las manos.
—Quieto parado, colega. Carajo, no iba con mala intención. —Luego bajó la vista y se quedó mirando los zapatos negros del grandullón durante unos segundos. Yo vi que se estaba mordiendo el interior de las mejillas. No paraba de abrir y cerrar las manos como si fueran las pinzas de una cigala—. Eh —dijo por fin—, esta noche no queremos problemas por aquí.
El grandullón echó un vistazo a la gente. Estaban todos esperando a ver qué hacía a continuación. Se le empezaron a resbalar las gafas por la ancha nariz y se las volvió a subir. Respiró hondo, tragó saliva aparatosamente y le clavó un dedazo a mi padre en el pecho huesudo.
—Escucha, lo digo en serio —dijo, escupiendo gotitas de saliva—. Aquí vienen muchas familias. No me importa que seas un puñetero borracho. ¿Me entiendes?
Yo miré furtivamente al hijo del tipo y él me sacó la lengua.
—Sí, lo entiendo —oí que mi padre decía en voz baja.
Una sonrisa petulante se dibujó en la cara de aquel cabronazo de gigante. Hinchó el pecho como si fuera un pavo real y se le tensaron los botones de la camisa blanca y limpia. Echó una mirada a la panda de hombres que confiaban en ver una pelea, soltó un profundo suspiro y encogió sus anchos hombros.
—Me temo que esto es todo, muchachos —dijo sin dirigirse a nadie en particular.
A continuación, con la mano apoyada suavemente sobre la cabeza de su hijo, empezó a darse la vuelta.
Yo miré nerviosamente cómo la multitud, decepcionada, negaba con la cabeza y comenzaba a alejarse. Recuerdo haber poder largarme a hurtadillas con ellos. Supuse que mi viejo me iba a culpar a mí de lo mal que había ido aquello. Pero en el mismo momento en que el rugido de Godzilla, chirriante como el gozne de una puerta, arrancaba ecos de los lavabos, mi padre se abalanzó hacia el grandullón y le arreó un puñetazo en toda la sien. La gente nunca me cree, pero una vez vi a mi viejo tumbar a un caballo con aquella misma mano. Un crujido espantoso reverberó por la sala de cemento. El hombre se tambaleó y de pronto a su cuerpo se le escapó todo el aire, como si se estuviera tirando un pedo. Agitó las manos frenéticamente en el aire, igual que si intentara agarrar una cuerda de salvamento, y por fin se desplomó en el suelo con un ruido sordo.
La sala se quedó un momento en silencio, pero en cuanto el hijo del tipo se puso a chillar, mi padre estalló. Rodeó al hombre, atizándole patadas en las costillas con sus botas de trabajo, y le pisoteó la mano izquierda hasta que la alianza de oro le cortó la carne y se le vio el hueso del dedo. Se puso de rodillas, le quitó las gafas, se las partió por la mitad y le pegó en la cara con tanta fuerza que un diente le atravesó la mejilla carnosa. Por fin Cappy y otros tres hombres agarraron a mi padre por detrás y se lo llevaron a rastras. Tenía los puños cubiertos de sangre reluciente. De la barbilla le colgaba un fino hilo de espuma blanca. Oí que alguien gritaba que llamaran a la policía. Sin soltar a mi padre, Cappy dijo:
—Joder, Vern, ese hombre está malherido.
Justo cuando yo estaba levantando la vista del cuerpo tirado en el suelo para mirar a los ojos desquiciados de mi padre, el hijo del tipo se volvió y me arreó en toda la oreja. Yo me cubrí la cabeza con los brazos y me agaché mientras el chico se ponía a darme tortazos.
—¡Maldito seas! —oí que mi padre gritaba con voz ronca—. ¡Como no plantes cara, te arreo una tunda!
Los perritos calientes que me había comido me subieron por la garganta y me los volví a tragar. Yo no quería pelear, pero el chico no era nada comparado con mi viejo. Justo cuando me levanté para mirarlo me pegó un puñetazo en la boca. Me eché hacia atrás y di un manotazo a ciegas. De alguna manera conseguí acertarle en la cara. Oí que mi padre volvía a gritar y seguí dando porrazos. Al cabo de tres o cuatro puñetazos el chaval bajó las manos y se echó a lloriquear, atragantándose con el chicle. Dirigí una mirada a mi viejo y él me gritó:
—¡Rómpele la cara!
Yo volví a pegar al chico, y de la nariz le salió un chorro de sangre de color rojo brillante.
Zafándose de los hombres que lo sujetaban, mi padre me cogió del brazo y me sacó por la puerta. Cruzó corriendo el aparcamiento, llevándome a rastras y buscando el coche en la oscuridad. De pronto se detuvo y se arrodilló ante mí. Estaba intentando respirar.
—Lo has hecho bien, Bobby —dijo, secándose el sudor de los ojos. Me agarró de los hombros y me los estrujó—. Lo has hecho muy bien.
Cuando encontramos el coche, mi padre me empujó al asiento trasero y levantó el altavoz de la ventanilla. Lo dejó caer al suelo con un estruendo, se abalanzó hacia el interior y puso la llave en el contacto. Mi madre se despertó de golpe.
—¿Ya se ha acabado? —preguntó con voz soñolienta.
Por el sistema de megafonía se oyó una voz crepitante suplicando que, si había algún médico o enfermera, se presentara de inmediato en el tenderete de refrescos.
—Dios, ¿qué ha pasado? —dijo mamá, irguiéndose en el asiento y frotándose la cara.
—Un gordo hijoputa ha intentado decirnos cómo tenemos que hablar, eso es lo que ha pasado —respondió el viejo—. Pero les hemos dado una buena, ¿eh, Bobby? —Arrancó el motor. Los dos levantamos la vista hacia la pantalla justo cuando Godzilla estaba mordiendo una torre de alta tensión—. Hostia puta, chaval, ese bicho tiene unos dientes así de largos —se rió mi viejo, extendiendo los dos brazos. Luego se inclinó y le dijo a mi madre en voz baja—: Esta vez van a avisar a las autoridades. —Estiró el brazo y puso el Chevy en marcha.
Pisando a fondo el acelerador, el viejo bajó el coche del montículo donde habíamos aparcado y salió coleando por entre los demás vehículos. La grava suelta los salpicó. Un viejo y una mujer se chocaron mientras intentaban apartarse de nuestro camino. Empezaron a sonar bocinas y a encenderse faros. Nos largamos a toda pastilla por la salida y llegamos patinando a la carretera, donde pusimos rumbo al oeste en dirección a casa. Una ambulancia pasó a toda velocidad a nuestro lado, con la sirena aullando. Yo miré atrás, hacia el cine, en el preciso momento en que la pantalla parpadeaba y se apagaba.
—Agnes, tendrías que haberlo visto —dijo mi viejo, aporreando el volante con la mano ensangrentada—. Le ha arreado una buena tunda a ese chaval. —Agarró la botella de debajo del asiento, la destapó y dio un trago largo—. ¡Ésta es la mejor noche de mi puta vida! —gritó por la ventanilla.
—¿Has metido a Bobby en una pelea?
—Pues claro, faltaría más, joder —replicó mi viejo.
Mi madre se inclinó por encima del asiento delantero, me palpó la cabeza con las manos y echó un vistazo a mi cara en la oscuridad.
—Bobby, ¿estás herido? —me preguntó.
—Tengo sangre.
—Dios mío, Vernon —dijo ella—. ¿Qué has hecho esta vez, cabrón de mierda?
Alcé la mirada justo cuando él le arreaba un golpe con el antebrazo. La cabeza de mi madre rebotó contra la ventanilla.
—¡Hijo de puta! —gritó ella, cubriéndose la cabeza con las manos.
—No lo trates como a un bebé. Y tampoco me llames «cabrón».
Yo pegué un salto y me senté detrás de mi padre mientras volvíamos a casa a toda pastilla. Cada vez que se cruzaba con un coche, daba otro trago de la botella. El viento entraba a ráfagas por su ventanilla abierta y me secaba el sudor. El Impala daba la impresión de estar flotando por encima de la carretera. «Lo has hecho bien», me repetía a mí mismo una y otra vez. Fue la única maldita cosa que me dijo el viejo en toda mi vida que no traté de olvidar.
***
Más tarde me despertó el ruido de una tormenta que se avecinaba. Yo estaba tumbado en la cama, todavía vestido. A través de la ventana vi relámpagos por encima de las Mitchell Flats. Un inmenso retumbar de truenos avanzaba por la hondonada, seguido de cerca por un aullido agudo y espantoso; pensé en Godzilla y en la película que me había perdido. Sola mente cuando los truenos se alejaron me di cuenta de que aquel aullido era el ruido que hacía mi viejo al vomitar en el cuarto de baño.
Se abrió la puerta de mi dormitorio y mi madre entró con una vela encendida en las manos.
—¿Bobby? —dijo.
Yo fingí que estaba dormido. Ella se inclinó sobre mí y me acarició la mejilla dolorida con su suave mano. Luego levantó el brazo y me cerró la ventana. A la luz de la vela, le eché un vistazo furtivo al moratón que se le extendía por la cara como una mancha de mermelada de uva.
Salió de puntillas de la habitación, dejando la puerta entreabierta, y se alejó por el pasillo.
—Ten —oí que le decía a mi padre—, ¿verdad que alivia?
—Creo que me lo he roto —dijo éste—. El cabrón ese tenía la cabeza dura como una piedra.
—No deberías beber, Vernon.
—¿Está dormido?
—Está agotado.
—Me apuesto un sueldo a que le ha roto la nariz a ese chaval, por cómo sangraba —dijo mi padre.
—Tendríamos que irnos a la cama.
—No me lo podía creer, Agnes. Ese puto chaval era el doble de grande que Bobby, lo juro por Dios.
—No es más que un niño, Vernon.
Pasaron despacio por delante de mi puerta, apoyados el uno en el otro, y entraron en su dormitorio. Oí que mi madre decía «Ni hablar», pero al cabo de unos minutos la cama comenzó a chirriar como una sierra oxidada. Fuera, la tormenta por fin se desató y unos goterones enormes empezaron a aporrear el tejado de hojalata de la casa. Oí que mi madre gemía y que mi padre llamaba a Dios. Un relámpago trazó un arco en el cielo negro y unas sombras largas se pusieron a danzar por las paredes de yeso desnudo de mi habitación. Me tapé la cabeza con la fina sábana y me metí los dedos en la boca. Un sabor dulce y salado me hizo escocer el labio partido y se esparció por mi lengua. Era la sangre del otro chico, que yo todavía tenía en las manos.
Mientras la cama de mis padres aporreaba con fuerza el suelo de la habitación contigua, yo me lamí la sangre de los nudillos. Los grumos secos se me disolvieron en la boca y convirtieron mi saliva en sirope. Aun después de tragarme toda aquella sangre, me seguí lamiendo las manos. Quería más. Ya siempre querría más.

 

 What’s Going On
Marvin Gaye 

 

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Poker. Crónica de un gran juego – Al Alvarez

Karl Kraus, Jonathan Franzen Juan Domingo Perón Evita Jorge Luis Borges Ezequiel Martínez Estrada Dady Brieva William Klein

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, William Klein, Ezequiel Martínez Estrada, Dady Brieva, un pibe chorro, un Muñequito Liefeld Puteador y  estampillas de la colección personal de mi papá Jorge Eduardo Liefeld.

Estado: nuevo.

Editorial: Hueders.

Precio: $400.

Un conocido poeta inglés, jugador empedernido de poker en pequeños garitos londinenses, vieja a Las Vegas en 1881 para escribir sobre la Serie Mundial que se disputa en una pequeño casino, el Horseshoe, propiedad del legendario Benny Binion. El resultado se publica en sucesivas crónicas en la revista The New Yorker, y se convierte en un libro clásico sobre el juego.
Por primera vez traducido al castellano, cuenta lo que hoy parece la era fundacional de un entretenimiento de multitudes, con una galería de personajes únicos e inolvidables, los próceres de las grandes apuestas de poker en Estados Unidos: Johnny Moss, Jack Straus, Doyle Brunson, Stu Ungar, entre muchos otros singulares jugadores. Durante veintisiete días, ALvarez convive con ellos, escucha sus historias y comprende sus estrategias y su pasión por una vida libre, en la que el vértigo del juego prima sobre increíbles cantidades de dinero.

 

Entrando en este link se puede leer la indroducción de Al Alvarez a su libro sobre el poker:
http://www.hueders.cl/media/files/Poker_def.pdf

 

Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje nocturno, el dormir y el soñar – Al Alvarez
El dios salvaje. El duro oficio de vivir – Al ALvarez
El arte de la guerra en el poker – Sebastián Hernaiz
La timba como rito de pasaje. La narrativa del juego en la construcción de la modernidad porteña (Buenos Aires, 1900-1935) – Ana Cecchi
Homo ludens – Johan Huizinga
American Tabloid – James Ellroy (versión original en inglés)
The cold six thousand – James Ellroy (versión original en inglés)

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Confesiones de un librero de mierda (99 Bis: One)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Hot, Hot, Hot 
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Te voy a contar algo.
Crecí en un Conurbano Bonaerense que no tiene nada que ver con el que es hoy.
Lo cual no implica que sea mejor ni peor.
Al menos para mí que concibo la Historia como una pesadilla en la que la paz es una continuidad de la guerra y viceversa.
No existen épocas mejores ni peores.
Todas albergan su tragedia y sus grietas por las cuales siempre un chico puede ser feliz.
Todas.
Solo hay que saber preguntar al dolor de cada época lo que tiene para decirnos.
Y para saber qué preguntar al dolor lo que tiene para decirnos hay que primero dejarlo hablar  y escucharlo.
Y si sos capaz de escuchar, quizá, puedas encontrar el margen de libertad que la época te ofrece, cuyo rostro como el del dolor cambia con los días y cada día.
No tengo la más puta idea de cómo hoy un chico de 15 años sufre o es felíz en el partido Bonaerense de General San Martín.
Pero seguramente al igual que yo y al igual que cualquiera estaran buscando su lugar en una Historia que solo les promete una tumba sin nombre.
Encontrar esa grieta por la cual escaparse de la leva del destino siempre es violento.
Yo me crié frente a un televisor con cinco canales, una única gaseosa de litro que tenía que compartir con mis dos hermanas los sabados a la noche, con los ravioles con seso que hacia mi abuela, saliendo a boludear con mis amiguitos de la cuadra por la calle y perdernos durante horas sin que ningún adulto supiera dónde estabamos ni qué estabamos haciendo lo cuál imagino que para nuestros padres era un alivio poder perdernos de vista y olvidarse de nosotros en lo posible hasta la hora de la cena.
También me crie escuchado radio, en casa mamá escuchaba a la mañana cuando nos levantaba para ir a la escuela a Magdalena Ruiz Guiñazu o a Bernardo Neustad. Y la abuela Elsa escuchaba a Hector Larrea. Desde ese primer momento hasta anoche que me dormi escuchando a Alejandro Dolina y hoy a la mañana que me levante para ir al analista escuchando a Dady Brieva y su Dadyman en el medio pasaron por mis oidos todos los locutores y conductores que te pueda imaginar: Fernando Peña, Mario Pergolini, Eduardo Aliverti, Estevan Schmidt, Oscar Raul Cardoso, Jorge Lanata, El Rafa Hernandez, Bobby Flores, El negro Martineiz, Fernando Bravo, Cacho Fontana, El Ruso Verea, Fernando Bravo, Antonio Carrizo, Rogelio Patricio Kelly, Beto Casella, Ari Palluch, Polino y la Tauro, Longhobardi, Chiche Gelblung y lo que se te ocurra y más también. Pensa que cuando yo llegue a la adolescencia había una suerte de boom de las radios alternativas, así que en San Martin podias escuchar de todo. Casi toda estas radios eran una reverenda mierda pero siempre se puede encontrar cucumelo entre la cacona.
Cuando llegue a los quince era un chico timido. La primera vez que la puse tenía 22 años y en mi adolescencia no existia Internet asi que procurarse una revista porno para un pibe timido como yo para hacerde una pajota era complicado. Así que había que recurrir a las revistas Gente y otras de esa calaña para encerrarse en el baño o en el cuarto a hacer cosas inconfesables con el culo del momento que estuviera haciendo temporada en la costa y promocionando su culo en la tapa de las revistas de chimentos y boludeces.
La verdad que no sé por qué me incline por la escritura.
Fue la radio la que me la hizo conocer.
Fue Lanata, El Ruso Verea, Bobby Flores, El Rafa Hernandez los que me empujaron a ir a la biblioteca publica de Villa Ballester a buscar libros.
Así que yo a los 15 con mil dificultades porque nunca fui una luz leía.
Hasta que una noche en un cumpleaños de 15 contaron una de esas historias estupidas sobre aparecidos y a mi me quedo dando vueltas en el barulo.
Y una tarde en la que tenia que estudiar contabilidad y no podia concentrarme me fui al fondo de casa a fumarme un pucho.
Ahí escondido entre los pinos de casa para no ser descubierto por mi vieja de repente, senti el impulso de contar esa historia tonta que había escuchado.
Mi maestro literario por entonces que amaba y leía y me hacía volar era Osvaldo Soriano.
Así que volvi a mi cuarto y en vez de seguir con la tarea de contabilidad me sente en un sillon en el que hoy duerme mi perro Manu ese cuento. Mi primer cuento. De un chico que se escapa de la casa y agarra la ruta y en medio de ella se topa con una persona que le pide fuego y cuando se lo da el chico descubre que esta persona no tiene rostro. Eso fue lo primero que escribi. Eso, si no se tiene en cuenta las cartas de amor pateticas que le escribia a chicas a las que estaba enamorado sin resivir a cambio otra cosa que su desprecio y vergüenza agena.
Pero en realidad ya escribia.
No en papel, sino en mi cabeza.
Desde mi mas temprana edad vi programas de chimentos y telenovelas. Las telenovelas que hicieron historia las vi todas. Y de ida a la escuela y de vuelta de ella, tanto en la primaria como en la sucundaria, asi como por las noches cuando me acostaba y me apagaban la luz imaginaba historias donde yo era el protagonistas de un dramon telenovelezco.
En fin.
Asi que llegue a los 15 años con un gran bagage televisivo y radial, un ejercicio novelezco mental importante, un cuento escrito e incontables pajas que tenía que hacerme con las revistas viejas que caían en casa de chimentos.
Y un día descubro un nuevo programa de radio. Siempre estaba subiendo y bajando por el díal buscando programas que dijeran algo o pasaran la musica que me interesaba.
Una imagen muy nitida de esa época: los domingos a la noche yo acostado a oscuras escuchando en el radio reloj de mi abuela Elsa que le herede y hoy no se dónde mierda estara al Rafa Hernandez primero, a Jorge Lanata después y finalmente me dormia, ya tarde, ya tardísimo – me tenía que levantar al otro dia a las seis y media – el programa del Rusito Verea cuyos monologos de la primera media hora de La Heavy Rock & Pop aunque ya no los recuerde siguen siendo mi guía etica a la hora de conducirme en la vida.
Ok.
Y una noche, descubro, un programa en una radio de San Martín donde pasaban Rock Nacional, que no era tan habitual como hoy si lo querías escuchar en la radio y no exitia nuevamente Internet para bajartelo o escucharlo en linea y guita para comprar cassettes no tenía, así que había que patear el dial en busca del tema que te gustaba.
Y este programa se llamaba Hot, Hot, Hot. Hiba los martes o viernes, no lo recuerdo, de 20 horas a 21 horas por Radio Ciudad de la Tradición.
Esa noche el concurso era una pregunta pelotuda que no recuerdo y la respondi correctamente y me gane un cassette a elección.
¿Cuál elegí?
Crónica de Fito Páez.
Tenía que pasar a retirar mi cassette de Fito Paez grabado y con fotocopia a color de la tapa en la cajita al proximo programa.
El día que tuve que emprender el viaje a la radio, que estaba a tres cuadras de la municipalidad de General San Martin, en una vieja casona, que era de la familia de Diego Martínez, que era el hijo de uno de los dueños de la radio y amigo de Pablo Enterrios que era el conductor de Hot, Hot, Hot estaba mas nervioso que nucna.
Hiba a entrar por primera vez a una radio. A verla por detro. Estaba más nervioso que la primera vez que la puse. Asi de nervioso estaba.
Para bajar la anciedad recurri a un vicio que había recién adquirido: comprar libros.
Entre en Librería Garabombo que tenía por entonces un local en la peatonal de San Martín y me compre las Leyes de Murphy que lo había escuchado a Bobby Flores joder con ese libro en la radio.
Y pase por un kiosco y compre un atado de cigarrillos.
Y si bien yo ya fumaba desde los 12, solo a partir de esa noche que hiba para la radio a retirar mi cassette de Fito Páez me hice un fumador hecho y derecho y compulsivo que para respirar necesita fumar.
Así pertrechado camine hacia mi destino.
Así tambien me encontrara la muerte algun día a la vuelta de no sé que esquina.
Con un libro y un atado de puchos.
Y entre en la radio y Pablo Enterrios no había grabado el cassette que me había prometido y no sé que escusa barata me vendió y me invito a quedarme a preseciar el programa.
Y cuando entre al estudio, que era una pelotudez, una garcha, como todo estudio de radio, porque la magia no esta en ninguna parte sino en el arte de hacer surgir conejos de la galera, recuerdo, pero como si fuera hoy, que Pablo arranco el programa Hot, Hot Hot y yo pense:
Esto es lo mio, amo esto, de aca me sacan a patadas en el culo.
Y una de las chicas del programa me pregunto que era ese libro que tenía y se lo pase y leyeron cosas al aire de La leyes de Murphy e intentaron que el invitado, o sea yo, dijera algo al aire, lo cual fue inútil.
Y volvi por mi cassette de Fito al siguiente programa.
Y volvi al siguiente ya llevando algo de literatura que sospechaba que a Pablo le pudiera interesar.
Y segui llendo a todos los programas durante dos meses sin ser parte de él ni que nadie me dijera que me querían en el programa.
Y una noche al salir de la radio, llendo Pablo y yo a tomar el colectivo, él era mayor que yo, le pregunte si podia quedarme en el programa.
Pablo me miro y me dijo:
Si no quisiera que estés ya te habría pedido que no volvieras hace tiempo.
Y esa fue, a los 15, mi grieta por donde escape a la leva compulsiva del destino.
Que los cumplas feliz Pablito y mientras te escribo estas líenas en mi cabeza suena una vez más Ala Delta de los Divididos.

 

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Cultura e imperialismo – Edward W. Said

¡Absalón, Absalón! – William Faulkner Pasolini Borges Beatles Fontanarrosa William Vollmann Juan Pablo Liefeld Gramci

Para este collage se uso: a mi gato René, William T. Vollmann, John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, un Muñequito Liefeld Puteador y las cenizas de Gramsci. 

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Anagrama.

Precio: $000.

Jamás en toda la historia el fenómeno del imperialismo tuvo las dimensiones que alcanzara en el siglo XIX y principios del XX. Roma, Bizancio o España en su momento de máximo esplendor, no pueden compararse con Francia, Estados Unidos o Gran Bretaña. Con todo, y a pesar de que este fenómeno ha afectado profundamente la vida en las grandes capitales imperiales y en sus colonias, su influencia en los productos culturales de Occidente nunca ha sido suficientemente estudiada. Edward W. Said, mediante un análisis sutil y brillante de algunos de estos productos más emblemáticos –la Aida, de Verdi, El corazón de las tinieblas, de Conrad, El extranjero, de Camus– ilumina la cooperación entre cultura y política que ha producido –a sabiendas o a ciegas– un sistema de dominación que implicaba mucho más que cañones y soldados, una soberanía que se extendía sobre formas e imágenes y comprometía la imaginación de dominadores y dominados. El resultado fue una «visión consolidada» que afirmaba no sólo el derecho de Occidente a gobernar, sino también su obligación. Said despliega, según sus propias palabras, las diferentes etapas del «contrapunto» entre metrópolis y periferias, y construye una obra indispensable para la comprensión del proceso histórico y cultural más complejo y abarcador de la modernidad.
Edward S. Said, palestino de origen, protestante por religión (su familia pertenecía a la minoría cristiana del Líbano, su país natal) y norteamericano por adopción, es profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia. Pero es mucho más. Especialista en Joseph Conrad, se dio a conocer a finales de los años setenta con The World, the Text and the Critic, donde polemizaba con las posturas estructuralistas y formalistas en la crítica literaria. Políglota, mandarín de los estudios culturales, inventor años más tarde de una nueva disciplina con su extraordinario ensayo Orientalismo, en el que sometió a examen las representaciones e imágenes occidentales del mundo árabe, es defensor de la causa palestina en Estados Unidos (miembro del Consejo Nacional Palestino desde 1977 a 1991), musicólogo, polemista feroz y agudísimo lector, como demuestra en sus maravillosas y heterodoxas interpretaciones, en esta obra, de Mansfield Park de Jane Auster, de Kim de Kipling o de Aida de Verdi.
“Orientalismo”: 25 años después *
Edward Said
Hace nueve años escribí un epílogo para Orientalismo, que -intentando clarificar lo que consideraba haber dicho y no dicho- enfatizaba no sólo las muchas discusiones abiertas desde que mi libro apareció en 1978, sino el curso de las crecientes malinterpretaciones de un trabajo en torno a las representaciones de “el Oriente”.
Que hoy me sienta más irónico que irritado acerca de este hecho es un signo de la tanta edad que se ha colado a mi interior. Las muertes recientes de mis dos mentores principales, intelectual, política y personalmente -Eqbal Ahmad e Ibrahim Abu-Lughod-, me han traído tristeza y pérdida, pero también resignación y una cierta entereza para seguir adelante.
En mi libro (Fuera de lugar), 1999, describía los extraños y contradictorios mundos en los que crecí, proporcionándome a mí y a mis lectores un recuento detallado de los ambientes que, pienso, me formaron en Palestina, Egipto y Líbano. Pero era un relato muy personal de todos esos años de mi involucramiento político -que comenzó después de la guerra árabe-israelí de 1967-, y se quedó corto.
Orientalismo es un libro atado a la dinámica tumultuosa de la historia contemporánea. Abre con una descripción, que data de 1975, de la guerra civil en Líbano, que terminó en 1990. Llegamos al fracaso en el proceso de paz de Oslo, al estallido de la segunda Intifada, y el terrible sufrimiento de los palestinos de las reinvadidas franjas de Cisjordania y Gaza. La violencia y el horrible derramamiento de sangre continúan en este preciso instante. El fenómeno de los bombazos suicidas ha aparecido con todo el odioso daño que ocasionan, no más apocalíptico y siniestro que los sucesos del 11 de septiembre de 2001 con su secuela en las guerras contra Afganistán e Irak. Mientras escribo estas líneas continúa la ocupación imperial ilegal de Irak a manos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Su estela es en verdad horrible de contemplar. Se dice que todo esto es parte de un supuesto choque de civilizaciones, interminable, implacable, irremediable. Yo, sin embargo, pienso que no es así.
Me gustaría poder decir que el entendimiento general de Medio Oriente, los árabes y el Islam en Estados Unidos ha mejorado en alguna medida, pero caray, en realidad no. Por todo tipo de razones, la situación en Europa parece ser considerablemente mejor. En Estados Unidos el endurecimiento de actitudes, el tensar el yugo de un cliché de generalizaciones menospreciativas y triunfalistas, la dominación de un poder crudo, aliado con el desprecio simplista hacia quienes disienten y contra “otros”, tiene su correlato exacto en el saqueo y la destrucción de las bibliotecas y museos de Irak.
Lo que nuestros dirigentes y sus lacayos intelectuales son incapaces de comprender es que la historia no puede borrarse como un pizarrón, dejándolo limpio para que “nosotros” podamos ahí inscribir nuestro propio futuro e imponer nuestras formas de vida para que estos pueblos “inferiores” las sigan. Es bastante común escuchar que los altos funcionarios en Washington y en otras partes hablen de cambiar el mapa del Medio Oriente, como si las sociedades antiguas y una miríada de pueblos pudieran sacudirse como almendras en un frasco. Pero esto ha ocurrido con frecuencia en “Oriente”, ese constructor semimítico que se inventa y reinventa en incontables ocasiones desde la invasión de Napoleón a Egipto a finales del siglo XVIII. Y en el proceso, los sedimentos no relatados de la historia, que incluyen innumerables historias y una variedad sorprendente de pueblos, lenguajes, experiencias y culturas, son barridos e ignorados, relegados al banco de arena junto con los tesoros derruidos a fragmentos indescifrables que le fueron arrebatados a Bagdad.
Mi argumento es que la historia la hacen mujeres y hombres, y es factible deshacerla y rescribirla de tal manera que “nuestro” Oriente se vuelva “nuestro” para poseerlo y dirigirlo. Tengo en muy alta estima las potencialidades y regalos de los pueblos de la región que luchan por su visión de lo que son y lo que quieren ser. Ha sido tan abrumador y calculadamente agresivo el ataque contra las sociedades contemporáneas árabes y musulmanas, acusándolas de ser retrógradas, carecer de democracia y abrogar los derechos de las mujeres, que se nos olvida que las nociones de modernidad, iluminismo y democracia no son conceptos acordados por todos ni son en modo alguno tan simples que puedan encontrarse o perderse como huevos de Pascua en una sala de estar. La suficiencia desalentadora de los publicistas estúpidos (que hablan en nombre de la política exterior pero sin conocimiento alguno del lenguaje con que habla la gente real), fabrica un árido paisaje, propicio para que el poderío estadounidense construya un modelo artificial de “democracia” de libre mercado, con el cual no se necesita hablar árabe, persa o francés para pontificar sobre el efecto dominó que supuestamente necesita el mundo árabe.
Pero existe una diferencia entre conocer otros pueblos y otros tiempos (que resulta del entendimiento, la compasión, el estudio y el análisis cuidadoso en sí mismos), y el conocimiento que es pieza de una campaña global de autoafirmación. Hay, después de todo, una profunda diferencia entre el deseo de entender con el propósito de coexistir y ensanchar horizontes y el deseo de dominar con el fin de controlar. Es sin duda una de las mayores catástrofes de la historia que una guerra imperialista confeccionada por un grupito de funcionarios estadounidenses que no fueron elegidos se lance contra una devastada dictadura tercermundista, apelando a aspectos claramente ideológicos, para intentar la dominación del mundo, el control de la seguridad y los escasos recursos, y que disfrace su intención real, adosada y pensada por orientalistas que traicionaron su deber como académicos.
Las principales influencias del Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional de George W. Bush fueron hombres como Bernard Lewis y Fouad Ajami, expertos en el mundo árabe e islámico que ayudaron a los halcones estadounidenses a idear fenómenos ridículos como el de la mente árabe o la decadencia de siglos del mundo islámico que sólo el poderío estadounidense puede revertir. Hoy las librerías en Estados Unidos están llenas de peroratas mal confeccionadas con títulos gritones como el horror y el terror islamita, el Islam al desnudo, la amenaza árabe, el riesgo musulmán, todos escritos por polemistas políticos que hacen gala de un conocimiento que les fue impartido a ellos y a otros por expertos que supuestamente han penetrado en el corazón de estos extraños pueblos orientales. Los acompañantes de esta prédica guerrerista son CNN y Fox, más la miríada de locutores y anfitriones de programas de radio, evangélicos y de extrema derecha, innumerables tabloides e inclusive revistas clasemedieras, todos ellos lanzados a reciclar las mismas ficciones no verificables y las vastas generalizaciones que acicatean a América contra el demonio extranjero.
Sin un esquema bien organizado de que los pueblos de allá no son como “nosotros” y no aprecian “nuestros” valores -el corazón mismo del dogma orientalista- no habría habido guerra. Así que del mismo directorio de académicos profesionales pagados por los conquistadores holandeses en Malasia e Indonesia, por los ejércitos británicos en India, Mesopotamia, Egipto y África occidental, por los ejércitos franceses en Indochina y África del norte surgieron los asesores estadounidenses del Pentágono y la Casa Blanca, y utilizan los mismos clichés, los mismos estereotipos menospreciadores, las mismas justificaciones para ejercer poder y violencia (al fin y al cabo, dice el coro, el poder es el único lenguaje que entienden). Toda esta gente se unió para el caso de Irak con un ejército entero de contratistas privados y emprendedores voraces a quienes se confiará todo, desde escribir libros de texto hasta la Constitución que remodele la vida política de Irak y su industria petrolera.
Todo imperio, en su discurso oficial, ha dicho que no es como los otros, que sus circunstancias son especiales, que tiene la misión de iluminar, civilizar, traer orden y democracia, y que utilizará la fuerza únicamente como último recurso. Lo más triste es que siempre hay un coro de intelectuales deseosos de decir palabras tranquilizadoras acerca de los imperios benignos o altruistas.
Veinticinco años después de la publicación de mi libro Orientalismo, se alza una vez más la cuestión de si el imperialismo moderno ha terminado o si continuó en Oriente desde que Napoleón invadió Egipto dos siglos antes. Se le ha dicho a los árabes y a los musulmanes que la victimología y vivir de los despojos del imperio es sólo una manera de evadir la responsabilidad del presente. Han fallado, se fueron por el camino equivocado, dice el orientalista moderno. Por supuesto, está también la contribución de Naipaul a la literatura: las víctimas del imperio gimotean mientras su país se va a la mierda. Pero qué superficial cálculo de una intrusión imperial es ésta que poco anhela encarar la larga sucesión de años a través de los cuales el imperio continúe su intromisión en las vidas de palestinos, congoleños, argelinos o iraquíes. Piensen en la línea que comienza con Napoleón, continúa con el surgimiento de los estudios orientales y la toma de África del norte, para luego proseguir en empresas semejantes en Vietnam, Egipto y Palestina y que durante todo el siglo XX ha pugnado por el petróleo y el control estratégico del golfo Pérsico, en Irak, Siria, Palestina y Afganistán. Luego piensen en el surgimiento del nacionalismo anticolonial, el corto periodo de una independencia liberal, la era de golpes militares, la insurgencia, la guerra civil, el fanatismo religioso, la lucha irracional y la brutalidad irresponsable hacia los más recientes grupos de “nativos”. Cada una de estas fases y eras produce su propio conocimiento distorsionado de la otra, sus propias imágenes reduccionistas, sus propias polémicas peleoneras.
En Orientalismo mi idea es utilizar la crítica humanista para abrir campos de lucha e introducir una secuencia más larga de pensamiento y análisis que remplace las breves incandescencias de esa furia polémica, contraria al pensamiento, que nos aprisiona. A lo que intento realizar le llamo “humanismo”, palabra que continúo usando tercamente, pese al menosprecio burlón que expresan por el término los sofisticados críticos posmodernos. Por humanismo quiero significar, primero que nada, el intento por disolver los grilletes inventados por Blake; sólo así seremos capaces de usar nuestro pensamiento histórica y racionalmente para los propósitos de un entendimiento reflexivo. Es más, el humanismo lo sostiene un sentido de comunidad con otros intérpretes y otras sociedades y periodos; por tanto, estrictamente hablando, no puede existir un humanismo aislado.
Esto quiere decir que todo ámbito está vinculado con todos los demás; no existe nada en nuestro mundo que haya estado aislado y puro de influencias exteriores. Requerimos hablar de aspectos tales como la injusticia y el sufrimiento en el contexto amplio de la historia, la cultura y la realidad socioeconómica. Nuestro papel es ampliar el campo de la discusión. Buena parte de mis pasados 35 años he defendido los derechos que tiene el pueblo palestino a la autodeterminación nacional, pero siempre he intentado prestar toda la atención posible a la realidad del pueblo judío y la forma en que sufrió persecuciones y genocidio. El punto central es que la lucha por la equidad entre Palestina e Israel debe dirigirse hacia un objetivo humanista, es decir, hacia la coexistencia, y no a una ulterior supresión y negación.
No es accidental que indique que el orientalismo y el antisemitismo moderno tienen raíces comunes. Por tanto es necesidad vital que los intelectuales independientes provean modelos alternativos a aquellos que simplifican y confinan por basarse en una mutua hostilidad que prevalece en Medio Oriente y en otras partes, desde hace tanto tiempo.
Como humanista cuyo campo es la literatura, tengo la edad suficiente como para haber sido educado, hace 40 años, en el campo de la literatura comparada, cuyas ideas conductoras se remontan a la Alemania de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Antes debo mencionar la contribución creativa, suprema, de Giambattista Vico, filósofo y filólogo napolitano cuyas ideas anticiparon a pensadores alemanes como Herder y Wolf, y después a Goethe, Humboldt, Dilthey, Nietzsche, Gadamer, y finalmente a los grandes filólogos del siglo XX, como Erich Auerbach, Leo Spitzer y Ernst Robert Curtius.
A los jóvenes de la generación actual la mera idea de la filología les sugiere algo demasiado mohoso, de anticuario, pero de hecho es la más básica y creativa de las artes interpretativas. Su ejemplo más admirable puede hallarse en el interés de Goethe por el Islam en general y por Hafiz en particular, pasión que lo consumía y lo condujo a la composición del West-Östlicher Diwan, y que influyó en las ideas posteriores de Goethe respecto de la Weltliteratur, el estudio de todas las literaturas del mundo como si fueran un todo sinfónico que pudiera aprehenderse teóricamente preservando la individualidad de cada trabajo sin perder la visión del todo.
Hay una ironía considerable al percatarnos de que si bien el mundo globalizado de hoy se agrupa en algunos de los modos de los que he estado hablando, podemos estarnos aproximando a un cierto tipo de estandarización y homogeneidad que la formulación específica de las ideas de Goethe buscaba prevenir. En un ensayo publicado en 1951, con el título de Philologie der Weltliteratur, Erich Auerbach enfatizó exactamente ese punto, justo cuando se iniciaba el periodo de posguerra, que fue también el principio de la guerra fría. Su gran libro, Mimesis, publicado en Berna en 1946, pero que fuera escrito cuando Auerbach era exiliado de guerra que impartía cursos de lenguas romances en Estambul, intentaba ser un testamento de la diversidad y la concreción de la realidad según la representaba la literatura occidental de Homero a Virginia Wolf. Pero al leer el ensayo de 1951 uno siente que para Auerbach su gran libro era una elegía del periodo donde la gente podía interpretar textos filológicamente – concreta, sensible e intuitivamente-, usando la erudición y un excelente manejo de varias lenguas, en apoyo del entendimiento que Goethe pregonaba en su aproximación a la literatura islámica.
El conocimiento positivo de las lenguas y la historia fue necesario, pero nunca fue suficiente, como tampoco la recolección mecánica de datos podía en modo alguno constituir un método adecuado para comprender lo que era un autor como Dante, por ejemplo. El requisito fundamental para el tipo de entendimiento filológico del que hablaban Auerbach y sus predecesores, el que intentaron poner en práctica, era uno que con simpatía y subjetividad penetrara en la vida de un texto escrito, desde la perspectiva de su tiempo y su autor (einfühlung). En vez de pregonar la alienación y la hostilidad hacia otros tiempos y diferentes culturas, la filología según la aplicaba la Weltliteratur implicaba un profundo espíritu humanista desplegado con generosidad y, si se me permite el uso del término, con hospitalidad. Así, la mente del intérprete creaba activamente un lugar para el otro, extranjero. Este crear un lugar para el trabajo de los que podrían ser ajenos y distantes es la faceta más importante de la misión del intérprete.
Todo esto, obviamente, fue minado y destruido en Alemania por el nacional-socialismo. Después de la guerra, Auerbach anota con tristeza la estandarización de las ideas, y la creciente especialización del conocimiento que estrechó gradualmente las oportunidades para el tipo de trabajo filológico de indagación perenne e investigación que él había representado, y, caray, es todavía más depresivo saber que, desde la muerte de Auerbach, en 1957, la idea y la práctica de la investigación humanista se ha encogido en espectro y en centralidad. En vez de leer en el sentido real del término, nuestros estudiantes se distraen hoy con el conocimiento fragmentado disponible en la red electrónica y los medios masivos de comunicación.
Lo que es peor es que la educación está amenazada por las ortodoxias religiosas y nacionalistas que los medios masivos diseminan, pues se enfocan -ahistóricamente y de modo sensacionalista- en las distantes guerras electrónicas dando a los que miran un sentido de precisión quirúrgica, cuando de hecho oscurecen el terrible sufrimiento y la destrucción producida por el armamento moderno de la guerra. Al demonizar a un enemigo desconocido a quien etiquetan de “terrorista”, se cumple el propósito general de mantener a la gente agitada y furiosa haciendo que las imágenes de los medios exijan mucha atención que puede ser explotada en tiempos de crisis e inseguridad, como el periodo posterior al 11 de septiembre de 2001.
Hablando como árabe y estadounidense, debo pedirle a mis lectores que no subestimen este tipo de visión simplificada del mundo que un puñado de elites civiles del Pentágono han formulado como política estadounidense para la totalidad de los mundos árabes e islámicos. Una visión en la cual el terror, la guerra preventiva y el cambio de régimen unilateral -con el respaldo del presupuesto militar más inflado de la historia- son las ideas principales que se debaten sin cesar, empobrecidas por medios que se asignan a sí mismos el papel de producir esos llamados “expertos” que validan la línea general del gobierno. La reflexión, el debate, el argumento racional y los principios morales basados en la noción secular de que los seres humanos deben crear su propia historia, fueron remplazados por ideas abstractas que celebran el excepcionalismo estadounidense u occidental, denigran la relevancia del contexto y miran con desprecio las otras culturas.
Tal vez dirán que hago demasiadas transiciones abruptas entre interpretaciones humanistas, por un lado, y política exterior, por el otro. Que una sociedad tecnológica moderna, poseedora de un poder sin precedente -además de redes electrónicas y aviones de combate F-16- debe, a fin de cuentas, ser conducida por expertos en política- técnica tan formidables como Donald Rumsfeld y Richard Perle. Lo que en realidad se ha perdido es un sentido de la densidad y la interdependencia de la vida humana, que no pueden ser reducidas a una fórmula ni barridas como irrelevantes.
Esta es una de las facetas del debate global. En los países árabes y musulmanes la situación no es mejor. Como argumenta Roula Khalaf, la región se ha deslizado hacia un antiamericanismo fácil que muestra muy poco entendimiento de lo que en realidad es Estados Unidos como sociedad. Dado que los gobiernos se han vuelto relativamente incapaces de afectar las políticas estadounidenses hacia ellos, vuelcan sus energías en reprimir y sojuzgar a sus propias poblaciones, lo que acarrea resentimiento, rabia e imprecaciones inútiles que no abren la posibilidad de que en las sociedades haya ideas seculares en torno a la historia y el desarrollo humanos. En cambio, son sociedades sitiadas por la frustración y el fracaso, y por un islamismo construido por un aprendizaje dogmático y por la obliteración de otras formas de conocimiento secular, consideradas competitivas. La desaparición gradual de la extraordinaria tradición ijtihad islámica, o interpretación personal, es uno de los mayores desastres culturales de nuestro tiempo, pues ocasiona la pérdida del pensamiento crítico y de los modos individuales de lidiar con el mundo moderno.
Esto no significa que el mundo cultural haya simplemente regresado hacia un neoorientalismo beligerante o al rechazo tajante de lo exterior. Con todas las limitaciones que se quiera, la Cumbre Mundial de Johannesburgo, de Naciones Unidas, celebrada el año pasado, reveló de hecho una vasta área de preocupaciones globales comunes que sugiere la emergencia, muy saludable, de un sector nuevo y colectivo que confiere una nueva urgencia a la frecuentemente fácil noción de “un solo mundo”. En todo esto debemos admitir que nadie puede conocer la extraordinariamente compleja unidad de nuestro orbe globalizado, pese a ser realidad que el mundo tiene tal interdependencia de las partes que no permite la genuina oportunidad del aislamiento.
Los terribles conflictos que pastorean a los pueblos con consignas tan falsamente unificadoras como “América”, “Occidente” o “Islam” e inventan identidades colectivas para una enorme cantidad de individuos que en realidad son bastante diversos, no deben permanecer en la potencia que ahora mantienen y debemos oponernos a ellos. Aún contamos con habilidades interpretativas racionales que son un legado de la educación humanista, no piedad sentimental que clama por que retornemos a los valores tradicionales o a los clásicos, sino una práctica activa del discurso racional, secular, en el mundo. El mundo secular es el de la historia como la construyen los seres humanos. El pensamiento crítico no se somete al llamamiento a filas para marchar contra uno u otro enemigo aprobado como tal. En vez de un choque de civilizaciones manufacturado, necesitamos concentrarnos en el lento trabajo de reunir culturas que se traslapen, para que se presten unas a otras, viviendo juntas en formas mucho más interesantes de lo que permite cualquier modo compendiado o no auténtico de entendimiento. Pero este tipo de percepción ampliada requiere tiempo, paciencia e indagación escéptica, y el respaldo que otorga la fe en las comunidades de interpretación, algo difícil de mantener en un mundo que demanda acción y reacción instantáneas.
El humanismo se centra en la individualidad humana y la intuición subjetiva, no en ideas recibidas o autoridades aprobadas. Los textos deben leerse como producidos y vividos en el ámbito histórico de todas las posibles formas del mundo. Pero esto no excluye el poder. Por el contrario, he tratado de mostrar las insinuaciones, las imbricaciones del poder inclusive en el más recóndito de los estudios.
Por último, y lo más importante, es que el humanismo es la única y yo diría la forma final de la resistencia contra las prácticas inhumanas y las injusticias que desfiguran la historia humana. Hoy contamos con el enorme y alentador campo democrático del ciberespacio, abierto a todos los usuarios de modos no soñados por generaciones anteriores de tiranos o de ortodoxias. Las protestas mundiales ocurridas antes de que comenzara la guerra en Irak no habrían sido posibles si no fuera por la existencia de comunidades alternativas por todo el mundo, alertadas mediante información alternativa, y que son activamente conscientes de los derechos humanos y ambientales, y de los impulsos libertarios que nos mantienen unidos en este pequeño planeta.
Notas
* En 1978, Edward Said, profesor palestino de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, publicó Orientalismo, un libro en el que desmontaba con implacable rigor los mecanismos imperialistas de fabricación del “Otro” que han forjado en el pensamiento colonial occidental desde finales del siglo XVII. Veinticinco años después, y desde la perspectiva de la reciente invasión de Irak, el autor palestino reflexiona sobre los principios de un libro que sigue provocando enormes polémicas parecidas a aquellas con que fue recibido en su momento.

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Confesiones de un librero de mierda (99)

Confesiones de un librero de mierda René Juan Pablo Liefeld
Cementerio de animales
Las aventuras de René (segunda parte) *

 

Para Stephen King **

 

Los días que siguieron a la madrugada en que René se cayo de la ventana del departamento de Pasteur fueron licuando la angustia de mi novia y mia al comprobar que no se había hecho un rasguño y dando paso a la grata noticia de que algo en su personalidad malhumorada como la del que esto escribe había desaparecido para darle paso a un René bueno y complaciente como un gatito de peluche.
Antes de caerse por la ventana René era un gato con una personalidad fuerte. No por nada yo lo llamaba el Leoncito de Balvanera.
Pero ahora  se había vuelto bueno como un café con leche con medialunas después de donar sangre.
Por un lado me gustaba y por otra le desconfiaba porque nadie puede ser tan bueno las 24 horas del día. Así como nadie puede ser malo las 24 horas del día, ni siquiera Adolf Hitler.
Nadie, nada, nuca, las 24 horas, todos los días.
En fin.
Al chino del local de baratijas chinas que lo rescato de los peligros de la calle dejando que René se escondiera detrás del mostrador lo fui a tantear para saber que le gustaba para hacerle un regalo acorde a sus deseos.
Como no pude sacarle la ficha, le regalé en agradecimiento una remera de Bensimon y un pantalón de Tascani que le fui a comprar a la calle Cordoba.
La vida siguió como sigue todo. Con su lenta y estupida rutina de sin sabores y obligaciones que solo conducen al geriatrico.
René como vos o como yo o como cualquier boludo tenía su personalidad y había gente a la que queria, a otra a la que aguantaba por educación y a otros a los que detestaba y no hacia nada por ocultar que le rompian las pelotas que ya no tenía porque lo habíamos castrado.
A una de esas personas a las que detestaba era a mi sobrino Esteban.
En cuanto Esteban ponía un pie en el departamento él se ponía mal. Y le hacía una marca personal el tiempo en que pasara ahí y cualquier movimiento brusco o sospechoso que observara en mi sobrino en seguida René que no le perdía pisada lo sacudía con sus garras de Gaturro malevo del Once.
Así que cuando Esteban me llamo una tarde para ver si cuando salía del profesorado podía venir a quedarse a dormir y cayo en casa y René lo resivió ronroneando no lo podíamos creer.
Estaban, con René hecho un ovillo en sus rodillas y frotando su cabeza en su estomago duro y solido de años de entrenar como nadador federado reclamandole cariño, me dijo en chiste:
Evidentemente le hizo bien caerse por la ventana, se volvió un gatito bueno. Esta escena de René si hubiera sucedido antes de su caida por la ventana hubiera terminado con él arrancandome el higado.
Fue una linda noche.
Comimos, charlamos, escuchamos musica y luego nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente al despertarme fui a poner la pava para el mate.
Durante un rato me quede solo en el comedor tomando mate, fumando y leyendo. Después me bañe y fui a despertar a Esteban y mi novia.
Cuando entre al cuarto que usa mi novia de oficina en el que duermen las visitas cuando se quedan a pasar la noche éste no estaba.
René estaba panza arriba ronroneando en la cama que le habiamos improvisado a mi sobrino y la ventana estaba abierta.
¿Dónde mierda se metio Estaban?
Me asome por la ventana y abajo había un mundo de gente. Había por lo menos cinco patrulleros, una ambulancia y todo el barrio en circulo mirando algo que las ramas del tilo que daban a la ventana no me dejaban ver.
¿Dónde mierda esta Esteban?, volví a repetir, pero esta vez sintiendo un vertigo que me aceleró el corazón y me obligo a agarrarme de una silla para no caerme presa del miedo y la desesperación.
Me puse a gritar ¡Esteban!, y salí corriendo a la calle.
Y ahí estaba mi sobrino en la vereda hecho mierda, bajo una sabana que lo cubria.
Esteban era un chico hermoso, con 18 años leía, escuchaba música, las chicas enloquecían por él y estudiaba el profesorado de gimnasia.
Cómo era posible que se quisiera suicidar.
Nada en su vida a diferencia de otros adolescentes podía presagiar un final así.
Fue duro.
Fue durismo.
Terrible.
Cargar con la muerte de Esteban me hundío dentro de una botella de wiskhy y una bolsa de falopa durante meses.
Como un sombi solo podia repetir:
Esteban, Esteban, Esteban…
Y René durante todo ese tiempo me acompaño, me hizo el aguante, quedandose a mi lado.
Pero la vida sigue, imperturbable, implacable, para todos y sin distinción.
Cuando por fin avisore una luz al final del túnel de la pesadilla la muerte volvió a golpearme nuevamente.
Una mañana me desperte y mi novia no estaba durmiendo a mi lado.
Me levante y fui a poner la pava para el mate pensando que estaria en el baño.
Cuando la pava estavu me sente a tomar mate y esperar a que mi novia saliera del baño porque tenía ganas de mear.
Quince minutos después, hinchado las pelotas de que tardara tanto en el baño y meandome, me levante de la silla para golpearle la puerta del baño y pedirle que salga que me meaba.
Pero no llegue nunca a golpear la puerta del baño porque cuando estaba por hacerlo golpearon a la puerta del departamento.
¿Quién mierda es a esta hora de la mañana la puta que los parió?
Caliente, molesto y meandome fui a abrir la puerta para reconocer al hijo de puta que me molestaba tan temprano tocando el timbre de casa.
Al abrir la puerta del departamento me encontre con cinco oficiales de la federal.
Antes que digan nada mi primera reacción fue mearme encima.
La segunda antes de que los oficiales me dijeran lo que sin saber ya sabia fue caer de rodillas y llorar como un niño.
Fui preso acusado de arrojar a mi novia por la ventana y sospechoso de haber asesinado también a mi sobrino de igual manera.
Si vos crees que conoces el infierno es porque nunca fuiste a la carcel.
Una carcel argentina nada tiene que envidiarle a Auschwitz o Treblinka.
Algún día, en un futuro incierto de otra civilización otras personas se preguntaran lo mismo que hoy algunas personas se preguntan de los alemanes de la decada del 30 en relación con los campos de concentración:
¿Cómo es posible que no supieran de su existencia y de lo que allí sucedia?
Bien.
La puta que los parió amgiguito.
Sobrevivi a eso.
O algo de mi sobrevivio a todo eso.
Pero podrido para siempre.
Salí 5 años después no por buena conducta sino porque fue mi gato René en persona junto con el chinito amable y delicado que lo salvo que me sacaron.
Entonces supe toda la verdad. que fue peor que la pena de muerte.
El chinito era un descendiente del último emperador chino y lo habían enviado a la Argentina para llegar al sillon presidencial y luego hacerce con toda Latinoamerica y finalmente copar los Estados Unidos.
Al momento de sacarme de la cárcel el chinito era el presidente de Argentina y René su consejero de confianza.
René jamas sobrevivió a la caida de la ventana pero el chinito en el depósito del local tenía un cementerio de animales donde si vos enterrabas a un muerto volvia transformado en un demonio chino que respondia a tus ordenes.
Aun no sé por que él chinito me tomo cariño siendo un dictador cruel e implacable y me saco de la carcel y me puso a trabajar a las ordenes del demonio chino de René.
Esto sucedió hace 15 años.
Ahora, en este mismo momento, el chino hijo de puta, el demonio chino de René y yo estamos repasando el discurso que dara éste por cadena nacional como presidente de Estado Unidos.
El demonio chino de rené le esta recomendando que cierre su primer discurso como presidente de Estados Unidos con las palabras de Juan Domingo Perón:
Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo.
El chino me mira consultandome y acuerdo, pero le digo que lo tiene que decir en chino, no en ingles, porque si ahora él es el dueño del mundo y su lengua es el chino, que se curtan, que hablen y entiendan chino o que vayan a plantar arroz al campo.
El chino y René se rien acordando con mi sugerencia.
El demonio de René repite las palabras de Perón pero en chino:
我把在我的耳朵上最美妙的音樂,對我來說,是人的話.
Suena bellisimo, le digo al demonio chino de René.
Y el demonio chino de René me guiña un ojo y entra un secretario a anunciar que esta todo listo para salir por cadena nacional en un minuto.

 

Notas:
La primera parte de esta historia se cuenta en esta entrada de las Confesiones:
Soy un gato. Las aventuras de René:  Confesiones de un librero de mierda.
**  Stephen King. Un recuerdo. Estamos sentados en una mesa del bar El Mirador, que estaba en San Telmo al lado de la Iglesia Ortodoxa Rusa y frente al parque Lezama, charlando a finales de los 90 Javier Galarza, Enrique Symns, Sebastián Cariola y yo. Estamos hablando de cuál es el libro que mas nos gusto a cada uno de Stephen King. Cada uno tiene dos o tres que le gustaron y son sus favoritos pero los cuatro coincidimos en que La hora del vampiro nos voló la nuca. Es un recuerdo remoto que me viene al calor de esta historia que te cuento de Las aventuras de René de cuando todos los jueves nos juntabamos los editores de la revista Vestite y andate, surgida de un curso de periodismo que daba Enrque Symns, en ese bar de San Telmo para discutir la gruilla y el laburo de la revista y luego quedarnos a presenciar el Cabaret Poético de Tom Lupo y emborracharnos hasta el amancer frente a la magia de la belleza del Parque Lezama.

 

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Confesiones de un librero de mierda (98 Bis: Three)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Laberinto de muerte
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Anoche festejaba su cumpleaños Francisco Giarcovich y tocó por primera vez en público en el comedor de la hermosa casa de Palermo de los padres de Pancho la banda La menos (1) compuesta por el cumpleañeros, Luis Pompa, Lucas Ugüet, Patricio da Torre y un bandoneonista que no recuerdo su nombre y me dejo la impresión de un músico delicado y sensible (2). Y para el tema que más me gusto que interpreto La menos entro como invitado el trompetista de La joven Guarrior Alfredo Gadyi.
Como Pancho es además de músico, lector y escritor, busqué un libro del catálogo de Libros Kalish para regalarle. Cuando di con Laberinto de muerte de Philip K. Dick, supe que ese era el libro para Pancho. Roberto Bolaño hubiera estado de acuerdo en la elección si hubiera tenido la posibilidad de consultarle.
Antes de ir al cumpleaños me sente a escribirle una dedicatoria.
Esta es la dedicatoria que le escribí:
Pancho:
El aliento de una vida
es un misterio
como lo es
el surgimiento, supervivencia y extinción
del aliento de toda vida.
Un beso grande
JP 2014-12-14 

 

Notas: 
(1) La banda no se llama La menos como creía sino como que acaba de señalar uno de sus integrantes Lamenos que es un imperativo del verbo lamer.
(2) El bandoneonista se llama: Federico Cucharita Niebuhr.

 

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Confesiones de un librero de mierda (98 Bis: Two)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges 
Un día en la vida
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

Viajo con El manjar de los dioses en el subte.
Moverse por Buenos Aires es ingrato.
Pero una ciudad ordenada con un buen trasporte público implica mucho dinero. Y en un país periférico como la Argentina pretender un trasporte público acorde con las necesidades de sus habitantes es un oxímoron. Llevarlo a cabo implicaría el odio irracional de los que podrían financiarlo y dejar a pie a los que viven expuestos a las inclemencias del clima.
Bajo en Congreso de Tucumán y busco Roosvelt.
Mientras espero que baje el cliente al que le estoy llevando el libro de Terence McKenna descubro en la vereda una planta. No sé cómo se llama ni cómo describírtela. Pero la conozco desde chico, cuando le arrancaba un tubito blanco que era el delirio de los colibrís y la chupaba paladeando un néctar dulce como un caramelo Sugus.
Entrego el libro y salgo corriendo a tomar nuevamente el subte.
Con la plata de la venta del libro tengo que ir a comprar libros que deje reservados y con el resto sumarlo a lo que ya tengo para pagar el alquiler.
En Palermo retiro dos libros.
Hago cuentas mentales.
Sumo, resto, multiplico y divido.
Administrar mi librería es como administrar los recursos del Estado, siempre son escasos o no alcanzan para cubrir todas las necesidades y hay que tomar decisiones que permitan un orden que la falta no desordene.
Tengo que estar en media hora en la librería porque va a pasar una clienta a retirar un libro de Johnny Cash.
El colectivo no viene.
Me debato. Puteo. Y salgo cagando a la parada de otro colectivo que esta a diez cuadras pero tiene mejor frecuencia y me acerca más.
Marcha forzada.
Transpiro. Fumo. Y sumo y resto y multiplico y divido.
Llego media hora mas tarde de lo pautado con la clienta.
Le pido disculpas y la hago pasar.
Como me pregunto por la imagen con la que vendo el libro de Johnny Cash le explico que yo no uso imágenes de libros para los libros que vendo sino fotos y collages donde intento trabajar una estética personal.
Le explico que el collage de Cash donde esta haciendo fuck you sobre un fondo negro tiene los ojos de Borges y debajo de él el que esta con un cigarrillo es Nick Cave.
No conoce a Nick Cave y veo curiosidad en su desconocimiento.
A mi juego me llamaron.
Le cuento que Nick Cave es un músico australiano, un gran letrista, un rocker digno heredero de Cash y buen novelista. Desarrollo brevemente las tramas de sus dos novelas Y el asno vio al angle y La muerte de Bunny Munrro. Y Cave me lleva a Cormac McCarthy porque en su momento le encargaron que hiciera el guión para filmar Meridiano de sangre, que lo trabajo y llego a la conclusión de que no valía la pena o era inviable atrapar el corazón de esa pesadilla mccarthyana y llevarla al cine. Como tampoco lo conoce y yo amo a McCarthy le desarrollo de forma caótica y apasionada vida y obra de este texano.
La clienta se va. Todavía tengo que pasar a levantar unos libros que deje encargados, pagar el alquiler y trabajar en la computadora en mi pagina de la librería y en la cuenta de Mercado Libre.
Salgo cagando a la librería.
Charlo con el librero que es un viejo lobo de mar.
Del negocio. De libros. De clientes.
Levanto los libros que le reserve y sigo.
Llego a la inmobiliaria.
No me quieren recibir el pago del alquiler porque adeudo casi todo el año de ABL. Discutimos. Le explico que antes de fin de año le cancelo esa deuda pero que agarre el pago del alquiler porque no se si cuando logre juntar el dinero para pagar el ABL que adeudo esta plata siga existiendo. Se niega. Discutimos. Finalmente accede a condición de que no me de recibo del pago del alquiler y si no cancelo antes de fin de año mi deuda del alquiler este pago no existió y esa plata la usara para pagar el ABL y yo nunca pague el alquiler.
Me parece justo. Y acepto.
Me voy de la inmobiliaria y salgo corriendo para la librería.
Trabajo en la computadora.
Un amigo librero me pregunta por Facebook si nos juntamos a beber y charlar.
Le digo que pase.
Cae.
Nos quedamos charlando hasta las mil  con él y otro amigo, sobre libros, el oficio de librero, lo que cada cual escribe (el también es escritor), clientes, política y de nosotros.
A la madrugada le pido que me haga una dedicatoria a un libro que me regalo Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal.
Para Juan Pablo, con el deseo de que se repitan estas gratas charlas hasta la madrugada.
Antes de volver a casa paso por la casa de unos amigos que hace unas semanas que no veo y tengo ganas de saludarlos y decirles que los quiero.
Solo eso.
Entro porque tengo llaves del PH sin tocar timbre.
Mis amigos están de un humor fatal. El mágico encanto de la vida conyugal estallado como le suele ocurrir cada tanto a toda pareja que se ama.
Luego vuelvo a casa.
Quilombo.
Pase un día terrible y una noche hermosa.
La devolución de mi tesis es negativa.
Tiene razón y no.
Así como yo tengo razón y no.
Y me acuesto a dormir.
Y me levanto y te cuento todo esto.

 

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Confesiones de un librero de mierda (98 Bis: One)

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Rezo por vos
Jorge Luis Borges
Traducción del español al alemán: Johnny Allon

 

(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)
Música para camaleones, Truman Capote

 

yo te imploro
por lo tanto
que te transformes.

¿escuchaste
Johnny
lo que me acaba
de decir
Orígenes?

¡dale power
cambiame la música!

tú tienes carbones encendidios
te sentaras encima
y ellos te ayudaran

¡mamadera, mamadera!
¿escuchaste
jünger
lo que me acaba
de decir
Orígenes?


que se acabo
la hora del descanso
y la lectura
en la trinchera
amigo
y que es hora
de volver a agarrar
el fusil
y saltar nuevamente
al campo de batalla
a regar
con la sangre
de nuestros hijos
como
todos los días

ok
ahí vamos, gus
una vez mas
con johnny
con jünger
patrulla perdida
en busca
de la cruz
al amanecer

 

  Rezo por vos (demo)
Charly García & Luis Alberto Spinetta

 

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Viernes negro – David Goodis

Viernes negro  David Goodis Juan Domingo Perón Evita Jorge Luis Borges Incardona Sasturain

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, un mapa del Villa Celina de Juan Diego Incardona y estampillas de la colección personal de mi papá Jorge Eduardo Liefeld.

Estado: impecable.

Editorial: RBA.

Precio: $250.

La suerte ha dado la espalda a Hart y parece que no puede hacer nada para remediarlo. Es buscado por la policía, deambula como un vagabundo por las heladas calles de la gran ciudad y no tiene a nadie a quien acudir. Así que cuando se cruza en su camino un grupo de ladrones profesionales, formado por tres hombres y dos mujeres que se dedican a desvalijar mansiones, une su destino al de ellos con la esperanza de mejorar su fortuna, convencido de que no tiene nada que perder. ¿O quizá sí?
Publicada en 1954, en una época en la que el autor frecuentaba los bajos fondos de Filadelfia, bebía en exceso y escribía a un ritmo vertiginoso para sobrevivir (ocho novelas en apenas cuatro años), Viernes negro tiene esa aura de fatalismo que tan bien sabía dibujar Goodis en torno a unos personajes maltratados por la vida. Al igual que otras novelas de este autor de culto, Viernes negro se llegó a adaptar al cine una vez muerto su autor, en 1972, bajo el título La course du lièvre à travers les champs.
Con Goodis al piano
Juan Sasturain
En 1960, hace exactamente cincuenta años, el todavía muy joven François Truffaut –que ya había dado el golpe con Los cuatrocientos golpes y revolucionado la pareja con la impar Jules et Jim– hizo su primer film noir, esa buena costumbre francesa, con una adaptación de Down There, la novela de David Goodis, que alguien tituló libremente (esa mala costumbre francesa) Tirez sur le pianiste. La película, como la coetánea Sin aliento de Godard, nos sorprendió por entonces adolescentes y algo más snobs que ahora. Y la disfrutamos, nos asombramos con el tratamiento distanciado de la pesadilla, los toques de humor, el personaje del petiso Charles Aznavour, cantante franco-armenio no tan famoso aún y por entonces convertido en actor, pianista que disparaba para que no le dispararan, víctima típica del mejor Goodis.
Pero hace cincuenta años y tan pibes, aunque ya le entrábamos a Truffaut, no sabíamos todavía (demasiado) de Goodis. Como el tango, como Onetti, nos estaba esperando unos años después, cuando descubriéramos ciertos humores, ciertos autores y registros sombríos que nos acompañarían como referencia para siempre. Por eso, acaso valga la pena, en este arbitrario aniversario –suenan desafinadas las notas de nuestro teclado estrafalario– acordarse de este narrador de bajos y tonos menores, al que no le desagradaba fotografiarse precisamente al piano.
Partamos de una referencia oblicua, un sesgo que ilumine de perfil. Es muy sabido que en Citizen Kane, de Welles, toda la película gira –o se desliza, mejor– alrededor o a lo largo de una palabra clave, “Rosebud”, murmurada por el gran hombre en agonía. La respuesta al enigma está en la infancia, en la felicidad pequeña, plena y relampagueante asociada a un trineo: “Rosebud” es la palabra, la inscripción que el juguete llevaba en el dorso, la marca inolvidable asociada a momentos inolvidables.
En La rubia de la esquina (The Blonde on the Corner Street), novela de David Goodis publicada en 1954, uno de los cuatro amigos y desocupados, Dippy, reflexiona sobre el final y ante la nieve acumulada de un invierno durísimo y sin salida, como todos los de la Filadelfia sombría del autor: “Lo que me gustaría tener es un trineo. Si tuviera un trineo, iría a la calle. Miren cómo baja la calle. Me gustaría encontrar una calle, una colina que bajara siempre”. Su amigo George lo cuestiona: “¿Dónde encontrarás una colina así?”. “Cómprame un trineo y yo iré a buscarla”, afirma Dippy. “No existen colinas así”, dice Ken. “¿Estás seguro?”, pregunta Dippy. En ese momento se abre la puerta y entra Ralph. Es evidente: él es el que tiene el trineo y quien ha encontrado la colina. Pero no es un niño feliz, ni mucho menos.
Precisamente no son niños los protagonistas de esa novela, ni siquiera adolescentes, aunque lo parezcan en su desamparo, su patética vagancia, su soledad agresiva, la inmadurez ya derrotada: tienen treinta años o más, y no hay mujer, trabajo o un sueño cierto que los pueda poner en movimiento más allá de la esquina. Sólo la fantasía, el autoengaño. Los derrotados filósofos desocupados de Goodis recuerdan a los habitantes del Cafetín de Buenos Aires de Discépolo: nacen a las penas, beben sus años y se entregan sin luchar. Se ilumina así la metáfora de Dippy: en la película de Welles, el recuerdo del trineo contraponía la opulencia desolada del final a la simple felicidad sin atributos de la infancia; en la novela de Goodis, el trineo está esperando en el último tramo, cercano al epílogo, y es el símbolo de la caída sin fin elegida, el dejarse ir consciente, placenteramente, por un camino helado y resbaladizo.
Y la imagen no es casual, aislada. El oscuro novelista de Filadelfia, nacido en 1917 y muerto en el invierno de 1967 (le faltaban semanas para cumplir los cincuenta) en la misma ciudad –no de sus sueños sino de sus pesadillas–, reitera desde los títulos de varias de sus novelas la idea–fuerza de la calle, del camino como espacio de la incertidumbre y la derrota, del desamparo esencial: Dark Passage (1946) –traducida como Senda tenebrosa para el clásico del cine negro de Delmer Daves con Bogart y Bacall–, Street of the Lost (1952) y la paradigmática Street of no Return (1954).
La contraposición entre un mundo bajo techo que ofrece la seguridad, pero también el ahogo –desde el “hogar dulce hogar” hasta la cárcel– y la marginalidad callejera, con su extensión a las tabernas como punto de recalada, es otra constante en Goodis. El suyo es un héroe a la intemperie, sin casa, sin posibilidades de descanso y mucho menos de arraigo. Además, muchas veces su protagonista huye –de la prisión, de la justicia equivocada, de sí mismo o su pasado– perseguido por una oscura culpa no fácilmente identificable. Por algo les hizo juicio, en su momento, a los responsables de la mítica serie televisiva El fugitivo. Y tenía razón: eso era Goodis puro. El miedo, la fatalidad o un oscuro destino dibujan el itinerario. El héroe de Goodis –Parry en Dark Passage; Hart en Black Friday; Vanning en Dark Chase (Al caer la noche); Harbin en The Burglar (El ladrón); el incendiario de Fire in the Flesh (Fuego en la carne); el mismísimo pianista de Down There o cualquier otro– viene de algún lugar del dolor, pero se dirige en trineo, veloz, hacia el abismo. Así de duro.
El crítico norteamericano Francis Nevins establece la filiación del mundo de Goodis con el de Cornell Woolrich o William Irish, pero señala que, a diferencia del autor de La ventana indiscreta o La novia vestía de negro (que Truffaut también filmó), Goodis no da lugar al suspenso: sabemos que el protagonista no se salvará… Es como ver, dice Nevins, en un noticiero, la crónica grabada del accidente fatal de un equilibrista de los que cruzan la ciudad sobre un cable de acero tendido en las alturas. Es verlo avanzar, dudar, hamacarse en el viento frío, esforzarse hasta el final, observar el primer plano de sus muecas, de sus últimos gestos antes de asistir a lo que se sabe desde el principio que va a suceder y sucedió: el equilibrista se estrellará finalmente contra el cemento de la calle…
Claro que no siempre es así. A veces hay salidas. Pero los deus ex machina suelen ser descabellados o de casi irrisoria obviedad –como los desenlaces “psicoanalíticos” de Dark Chase o Fire in the Flesh– y jamás compensan o equilibran las tensiones desencadenadas por la opresión del relato. Es que para Goodis son más importantes las situaciones que la resolución final. Y, en ese sentido, no se cuidó en reiterar, casi paradigmáticamente, motivos y circunstancias, partiendo casi siempre de esa helada Filadelfia. El mismo Nevins señala, como un enigma vital y literario, el extraño camino creativo de un autor que, luego de una novela precoz y no de género como Retreat from Oblivion, publicada a los 22 años, se sumerge en el policial negro con cuatro textos que merecen el hard cover –la tapa dura que identifica a las ediciones de literatura “seria”–- durante los ‘40, con Dark Passage, The Dark Chase, Behold this Woman y Of Missing Persons, para luego escribir en la década siguiente una serie de novelas directamente para ediciones populares en paper back, violentas, coloridas y escandalosas, como hacía Jim Thompson, por ejemplo, y al mismo tiempo. Este cambio no es estilístico, pero indica una caída o la elección de la estereotipia. Según Nevins, ya todos los tópicos de Goodis, desde la desgracia hasta la rubia fatal, estarían en Behold this Woman, y no haría más que repetirlos de ahí en más. Puede ser. En el fondo, Goodis fue un autor de tragedias –no cabe otra clasificación más adecuada para sus tramas, incluso la del pianista lo era– y éstas se construyen con pocas cosas, un puñado de situaciones básicas. Y él fue coherente hasta el final. Lo último que dejó, la decimoséptima novela, publicada el año de su muerte, aunque tuvo otros nombres se llamó, coherente, redundantemente, The Victim.
Otros libros relacionados relacionados del catálogo LibrosKalish:
Camino púrpura – James Lee Burke
La educación de un ladrón – Edward Bunker
Los Angeles confidencial – James Ellroy
1280 almas – Jim Thompson
El largo adiós – Raymond Chandler
El halcón maltes – Dashiell Hammett
La victima – David Goodis
Mátalos suavemente – George V. Higgins
Manual del contorsionista – Craig Clevenger
Bésame, Judas – Will Christopher Baer
No hay bestia tan feroz – Edward Bunker
Hollywood Station – Joseph Wambaugh
El poder del perro – Don Winslow
Sartoris – William Faulkner
Meridiano de sangre – Cormac McCarthy
Out – Natsuo Kirino
Sombra de la sombra – Paco Ignacio Taibo II
Santería – Leonardo Oyola
Pacto, s.a. – Les Standiford
Bajo los vientos de Neptuno – Fred Vargas
La sombra del cuervo – Joel Rose
Sopa de miso – Ryu Murakami
Canciones de sangre – Jake Arnott

 

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Los últimos días de la humanidad. Versión escénica del propio autor – Karl Kraus

Karl Kraus, Jonathan Franzen Juan Domingo Perón Evita Jorge Luis Borges Ezequiel Martínez Estrada Dady Brieva William Klein

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, William Klein, Ezequiel Martínez Estrada, Dady Brieva, un pibe chorro, un Muñequito Liefeld Puteador y  estampillas de la colección personal de mi papá Jorge Eduardo Liefeld.

Estado: impecable.

Editorial: Hiru.

Precio: $400.

Cuando leemos Los últimos días de la Humanidad, que es un Apocalipsis cómico y patético del horror de la Primera Guerra Mundial, reír es… una forma de llorar y, así mismo y sobre todo, de tomar conciencia de la gravedad de estos problemas; y más cuando se hace una lectura actual de la obra, desde el conocimiento histórico de que la humillación que sufrieron los alemanes en el Tratado de Versalles fue una causa muy importante de que naciera el huevo de aquella serpiente del nazismo que definitivamente estalló en 1939 con el comienzo de unos nuevos “últimos días de la Humanidad” (Segunda Guerra Mundial), que acabaría en el doble espanto de Hiroshima y Nagasaki, ya profetizado de algún modo en la obra de Karl Kraus.
Kraus nos introduce su obra con palabras como éstas: “Los actos más inverosímiles aquí presentados ocurrieron realmente … Los diálogos más increíbles que aquí se mantienen fueron dichos palabra por palabra … Dejes y acentos recorren rechinando el tiempo y se van inflando hasta convertirse en el coro de este sacrificio cruento … La gente que vivió entre la humanidad y la ha sobrevivido termina reducida a sombras y marionetas, larvas y lémures, máscaras de este carnaval trágico…”. ¿De qué se trataba en aquella guerra y en todas las habidas desde entonces? El drama, dice Kraus, “ha sido ideado para su puesta en escena en un teatro del planeta Marte: el público de este mundo no sería capaz de soportarlo”. Porque era “sangre de su sangre”, y el contenido era “el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, años en que unos personajes de opereta interpretaron la tragedia de la humanidad”.
Lo que falla en el mundo moderno
Jonathan Franzen
Traducción de Guadalupe Marando *
Karl Kraus fue un satírico austriaco y una figura central en la célebremente rica vida del pensamiento de la Viena finisecular. Desde 1899 hasta su muerte en 1936 editó y publicó la influyente revista Die Fackel(La antorcha); a partir de 1911 fue el autor único de la revista. Aunque Kraus probablemente habría odiado los blogs, Die Fackel era como un blog que todos los que importaban algo en el mundo germanoparlante, desde Freud a Kafka o Walter Benjamin, creían necesario leer, y sobre el que había que pronunciarse. Kraus era especialmente famoso por sus aforismos –por ejemplo, “el psicoanálisis es esa enfermedad del espíritu de la que él mismo cree ser la cura”– y en la cima de su popularidad incluyó miles de ellos en sus lecturas públicas.
El problema con Kraus es que es muy difícil de seguir en una primera lectura –deliberadamente difícil. Era el flagelo del periodismo descartable, y para sus seguidores de culto su estilo densa e intrincadamente codificado era una agradable barrera: mantenía a los no iniciados afuera. Kraus mismo dijo del dramaturgo Hermann Bahr, antes de atacarlo: “Si entiende una sola oración del ensayo, me retractaré de todo”. Si uno lee las afirmaciones de Kraus más de una vez, se da cuenta de que tienen mucho para decir sobre nuestra época mediáticamente saturada, tecnológicamente trastornada y apocalípticamente obsesionada. Este, por ejemplo, es el primer párrafo de su ensayo “Heine y sus consecuencias”.
“Dos vertientes de la vulgaridad intelectual: indefensión ante el contenido e indefensión ante la forma. Una experimenta en el arte solo lo material. Es de origen alemán. La otra experimenta artísticamente incluso la materia. Es de origen romance [romance en el sentido de lengua romance, francés o italiano, n. de J.F.].[1] Para una, el arte es un instrumento; para la otra, la vida es un ornamento. ¿En qué infierno preferiría freírse el artista? Seguramente viviría entre los alemanes. Pues aunque hayan atado al arte a la cama de Procusto plegable de su actividad comercial, también han hecho sobria la vida, y eso es una bendición: la fantasía prospera, y cada cual puede poner su luz en los desnudos marcos de las ventanas. ¡Pero nada de guirnaldas! Nada de ese buen gusto que aquí y allá deleita al ojo e irrita a la imaginación. Nada de esa melodía de la vida que destruye mi propia música, que solo alcanza su máxima expresión en el ruido del día de trabajo alemán. Nada de ese elevado nivel de refinamiento universal desde el que es tan sencillo observar que el vendedor de diarios en París tiene más encanto que el editor prusiano”.
Primera nota al pie: la desconfianza de Kraus de la “melodía de la vida” en Francia e Italia aún tiene su valor. Su opinión –que caminar por una calle de París o de Roma se vive como una experiencia estética en sí misma– se confirma por la popularidad creciente de Francia e Italia como destinos vacacionales, y por el tono “envídienme” de los americanos amigos de lo francés y lo italiano a la hora de anunciar sus planes de viaje. Si en cambio uno dice que va a viajar a Alemania, más vale que pueda explicar qué planea hacer allí exactamente; de lo contrario, la gente se preguntará por qué no ir a un lugar donde la vida sea bella. Todavía hoy Alemania insiste en la primacía del contenido por sobre la forma. Si el concepto de lo cool hubiera existido en su época, Kraus podría haber dicho que Alemania es poco cool.
Esto me sugiere una versión más contemporánea de la dicotomía de Kraus: Mac versus PC. ¿No es acaso la esencia del producto Apple que uno se vuelve cool simplemente poseyéndolo? Ni siquiera importa lo que estés creando en tu Mac Air. El solo hecho de usar una Mac Air, de experimentar el diseño elegante de su hardware y su software, es un placer en sí mismo, como caminar por una calle de París. Por el contrario, si trabajás con una PC tosca y funcional, lo único para disfrutar es la calidad del trabajo mismo. Como dice Kraus de la vida alemana, la PC “vuelve sobrio” el trabajo; permite verse despojado de adornos. Esto era especialmente cierto en la época de los sistemas operativos DOS y de los primeros Windows.
Uno de los desarrollos que Kraus condenará en este ensayo –el engalanamiento de la lengua y la cultura alemanas con elementos decorativos importados de las lenguas y la cultura romances– tiene un correlato en las ediciones más recientes de Windows, que toman prestados más elementos de Apple y sin embargo no pueden ocultar su “windowsidad” esencialmente no cool. Peor aún, al aspirar a la elegancia de Apple, traicionan la vieja y austera belleza de la funcionalidad de la PC. Todavía no funcionan tan bien como las Macs, y son feas tanto desde el punto de vista cool como del utilitario.
Y sin embargo, siguiendo a Kraus, prefiero vivir entre PCs. Toda chance de pasarme a Apple fue obturada por la famosa y extensa serie de avisos de Mac destinados a convencer a gente como yo de que se pasara. El argumento era eminentemente razonable, pero lo comunicaba una Mac personificada (interpretada por el actor Justin Long), de una pedantería tan insoportable, que las miserias de Windows parecían atractivas en comparación. No querrías leer una novela sobre la Mac: ¿qué podría decir excepto que todo es copado? Los personajes de las novelas deben tener deseos reales; y el personaje que tenía deseos en los avisos de Apple era la PC, interpretada por John Hodgman. Sus intentos por defenderse y pasar por cool eran divertidos, y sufría, como un ser humano. (Había versiones locales del aviso en otras partes del mundo, por ejemplo, en el Reino Unido, con los actores David Mitchell y Robert Webb como la PC y la Mac).
Sería negligente no agregar que el concepto de lo “cool” ha sido tan ampliamente cooptado por la industria tecnológica que se necesita una expresión adicional como “con onda” para describir esas voces online que a continuación odiaban a Long y juzgaban a Hodgman como el cool. La inquietud por quién o qué se considera con onda hoy puede considerarse un producto de la célebre “inquietud” de la naturaleza del capitalismo que identificara Marx. Uno de los peores efectos de Internet es que tienta a todos a volverse sofisticados –a tomar posición respecto de lo que tiene onda y a considerar, bajo pena de ser juzgado sin onda, las posiciones adoptadas por los demás. Probablemente a Kraus no le importaba la onda per se, pero ciertamente disfrutaba de tomar posición y estaba intensamente sintonizado con las posiciones de los otros. Era un sofisticado; de ahí que Die Fackel cause la impresión de un blog. Kraus pasaba mucho tiempo leyendo cosas que odiaba para poder odiarlas con autoridad.
“Créanme, gente alegre, en culturas donde cualquier imbécil posee individualidad, la individualidad se vuelve cosa de imbéciles.”
Segunda nota al pie: algo así no puede decirse hoy en Estados Unidos, sin importar cuánto el billón (¿o ahora son dos billones?) de páginas “individualizadas” de Facebook te pueda llevar a querer decirlas. Kraus era conocido, en su época, como el Gran Odiador. Según se sabe, era un hombre tierno y generoso en su vida privada, lleno de amigos leales. Pero una vez que empieza a darle cuerda al mecanismo de su retórica polémica, la lleva hasta registros extremadamente duros.
Los imbéciles “individualizados” que Kraus tiene en mente no son hoi polloi.[2] Aunque Kraus pudiera sonar como un elitista, no se ocupaba de denigrar a las masas o la cultura popular; la calculada dificultad de su escritura no era una barricada contra los bárbaros. Apuntaba, por el contrario, a autoridades brillantes y bien educadas que adoptaban una falsa clase de individualidad –gente que, según pensaba Kraus, no podía hacerse la distraída.
No es claro que las denuncias chillonas y ex cátedra de Kraus fueran el medio más efectivo para transformar mentes y corazones. Pero confieso experimentar cierta versión de su decepción cuando un novelista que creo que no puede hacerse el distraído, como Salman Rushdie, sucumbe a Twitter. O cuando una revista en papel políticamente comprometida que respeto, N+1, denigra a las revistas en papel como terminalmente “masculinas”, celebra Internet como “femenina”, y de algún modo se olvida de considerar la acelerada pauperización de los escritores freelance para Internet. O cuando buenos profesores progres que alguna vez resistieron la alienación –que criticaron al capitalismo por su permanente ataque contra cada tradición y cada comunidad que se interpuso en su camino– comienzan a llamar “revolucionaria” a la corporativizada Internet.
“¡Y nada de ese hormigueo pintoresco en la cáscara de un viejo gorgonzola en lugar de la confiable monotonía del queso crema! La vida es difícil de digerir tanto allí como aquí. Pero la dieta romance embellece lo echado a perder; uno le hinca el diente y queda patas para arriba. El régimen alemán echa a perder la belleza y nos pone a prueba: ¿cómo podríamos recrearla? La cultura romance hace de cualquiera un poeta. Allí el arte es una papa. Y el cielo, un infierno.” En lo hondo de este párrafo hallamos la sugerencia de que la Viena de Kraus era un caso intermedio –como el Windows Vista. Su lengua y su orientación eran alemanas, pero era la co-capital de un Imperio Romano Católico que se extendía hasta el sur de Europa, y estaba enamorada de la noción que tenía de su espíritu vienés y su estilo de vida especial y encantador. (“Las calles de Viena están pavimentadas de cultura”, reza uno de los aforismos de Kraus. “Las calles de otras ciudades, de asfalto”).
Para Kraus el supuesto encanto cultural de Viena consistía en un tejido de hipocresías extendido sobre contradicciones al borde de la catástrofe que él se sentía inclinado a desenmascarar con su sátira. El párrafo puede caer más duramente sobre la cultura latina que sobre la alemana, pero a Kraus en realidad le gustaba vacacionar en Italia y tuvo allí algunas de sus experiencias más románticas. Para él, el lugar de la desconexión realmente peligrosa entre contenido y forma era Austria, que se modernizaba rápidamente al mismo tiempo que mantenía modelos políticos y sociales de comienzos del siglo XIX. A Kraus lo obsesionaba el rol de los diarios modernos, consistente en ocultar las contradicciones. Como los periódicos de Hearst en Estados Unidos, la prensa burguesa vienesa tenía una enorme influencia política y financiera, y era probadamente corrupta. Se benefició inmensamente de la Primera Guerra Mundial y fue instrumental a la hora de sostener encantadores mitos vieneses como el de la “muerte del héroe” durante años de masacre mecanizada. La Gran Guerra fue precisamente el apocalipsis austriaco que Kraus había profetizado, y que contó con la complicidad de la prensa implacablemente satirizada por él.
La Viena de 1910 era, pues, un caso especial. Y sin embargo se podría afirmar que Estados Unidos en 2013 es un caso especial similar: otro imperio debilitado contándose historias sobre su carácter excepcional mientras se encamina hacia alguna clase de apocalipsis, fiscal o epidemiológico, climático-ambiental o termonuclear. Nuestra extrema izquierda puede odiar la religión y pensar que consentimos a Israel; nuestra extrema derecha puede odiar a los inmigrantes ilegales y pensar que consentimos a los negros; y todos pueden no saber cómo se supone que deba funcionar la economía ahora que los mercados se volvieron globales, pero la sustancia real de nuestras vidas cotidianas es la distracción total. No podemos enfrentar los problemas reales; gastamos un trillón de dólares en no resolver realmente un problema en Irak que no era realmente un problema; ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo evitar que los gastos en salud se devoren el PBI. En lo que sí estamos todos de acuerdo es en entregarnos a los nuevos medios y tecnologías cool, a Steve Jobs y Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, y en dejar que se beneficien a costa nuestra. Nuestra situación se parece bastante a la de Viena en 1910, solo que la tecnología del periódico fue reemplazada por la tecnología digital, y el encanto Vienés por lo cool de los Estados Unidos.
Consideremos el primer párrafo de un segundo ensayo de Kraus, “Nestroy y la posteridad”. El ensayo es una celebración ostensible de Johann Nestroy, una figura central de la Edad de Oro del teatro vienés durante la primera mitad del siglo XIX. En la época en que Kraus lo publicó, Nestroy era infravalorado, mal leído y fundamentalmente olvidado, y Kraus ve en esto un síntoma de lo que falla en la modernidad. En su anterior ensayo “Apocalipsis” había escrito: “La cultura no puede recuperar el aliento y, en el final, una humanidad muerta yace junto a sus obras, cuya invención nos costó tanto intelecto que no nos quedó nada para hacerlas funcionar. Fuimos lo suficientemente evolucionados como para construir máquinas y demasiado primitivos para ponerlas a nuestro servicio.” Para mí, lo más sorprendente de Kraus como pensador probablemente sea cuán temprana y claramente reconoció la diferencia entre el progreso tecnológico y el progreso moral y espiritual. Un siglo exitoso del primero, incluyendo avances científicos que habrían parecido milagrosos hasta no hace mucho, resultó en videos de smartphones de alta resolución de tipos tirando pastillas Mentos adentro de botellas de litro de Pepsi light y gritando “¡Waaa!” Los tecnovisionarios de los noventas prometieron que Internet iba a dar lugar a un nuevo mundo de paz, amor y comprensión, y los ejecutivos de Twitter aún golpean el tambor utópico, reclamando el crédito principal por la primavera árabe. Al escucharlos uno pensaría que es inconcebible que Europa del Este haya podido librarse de los Soviets sin ayuda de los celulares, o que un puñado de estadounidenses se levantaran contra los británicos y redactaran la constitución de los Estados Unidos sin capacidad 4G.
“Nestroy y la posteridad” comienza:
“No podemos celebrar su memoria del modo en que una posteridad debería hacerlo, reconociendo una deuda que tenemos que pagar. Entonces queremos celebrar su memoria confesando una culpa con la que cargamos, nosotros, habitantes de una época que ha perdido la capacidad de ser una posteridad… ¿Cómo pudo el constructor eterno no aprender de las experiencias de este siglo? Pues, desde que hay genios, fueron instalados en la época como ocupantes temporarios mientras se secaba el revoque; luego se mudaron, y la humanidad pudo habitar un ambiente más cálido. Desde que hay ingenieros, sin embargo, el edificio se volvió menos habitable. ¡Que Dios se apiade del emprendimiento! Que no permita que nazcan artistas, si no es con el consuelo de que cuando los recuerde la posteridad, lo haga mejor. ¡Este mundo! Intentemos tan solo que se sienta como una posteridad, y ante la insinuación de que debe su progreso a un rodeo del Espíritu, soltará una risa que parecerá decir: Los dentistas prefieren Kalodont. Una risa basada en una idea de Roosevelt y orquestada por Bernard Shaw. Es la risa que acaba con todo y todo lo puede. Pues los técnicos han derribado los puentes, y el futuro es todo lo que sigue automáticamente.”
Hoy el lema es “no hay quien detenga nuestras poderosas nuevas tecnologías”. La resistencia espontánea a estas tecnologías está casi completamente confinada a asuntos de salud y seguridad, y mientras tanto, varias otras lógicas –de la teoría de la guerra, de la tecnología, del mercado– continúan desplegándose automáticamente. Vivimos en un mundo con bombas de hidrógeno porque las bombas de uranio no alcanzaban para hacer el trabajo; pasamos la mayor parte de nuestras horas de vigilia mensajeando, enviando emails, twitteando y posteando en aparatos con pantalla a color porque la ley de Moore determinó que podíamos hacerlo. Nos dicen que, para ser económicamente competitivos, debemos olvidarnos de las humanidades y enseñarles a nuestros hijos la “pasión” por la tecnología digital, y prepararlos para que pasen toda su vida reeducándose para estar al día. La lógica indica que si queremos cosas como Zappos.com o capacidad DVR doméstica –¿y quién no los querría?– debemos decirle adiós a la estabilidad laboral y hola a toda una vida de angustias. Debemos volvernos tan inquietos como el propio capitalismo.
No solo no soy ludita, sino que ni siquiera estoy seguro de si los luditas originales lo eran. (Simplemente les resultaba práctico destruir las máquinas textiles a vapor que los estaban dejando sin trabajo). Paso todo el día, todos los días, usando software y silicona, y estoy encantado con todo lo relativo a mi nueva ultrabook Lenovo, excepto con su nombre. (Trabajar con algo que se llama IdeaPad me tienta a negarme a tener ideas). Pero no hace mucho tiempo, cuando era lo bastante desmedido como para decir que Twitter era una “estupidez” en público, la respuesta de los adictos a Twitter fue llamarme ludita. ¡Lero, lero! Fue como decir que fumar es una “estupidez”, solo que en este caso no contaba con evidencia médica que me respaldase. A la gente sí le preocupó, por un tiempo, que los celulares pudieran causar cáncer de cerebro, pero se demostró que la relación era entre débil y no existente, y ahora ya nadie tiene de qué preocuparse.
“Esta velocidad no sabe que su mérito solo es importante en la medida en que escapa de sí misma. Carnalmente presente, espiritualmente repugnante, acabada como es, esta época, así lo espera, será absorbida por la siguiente, y los niños, que fueron testigos de la unión del deporte y la máquina y se nutrieron de periódicos, podrán reírse mejor entonces… Asustarlos no sirve; si un espíritu se anuncia, se dice: estamos completos. La ciencia está determinada a garantizar su aislamiento hermético de todo lo que esté más allá de ella. Lo que entonces se llama mundo porque puede recorrerse en cincuenta días está terminado tan pronto como puede hacer el cálculo. Para mirar a la pregunta ‘¿Y entonces qué?’ directamente a los ojos: todavía confía en dar cuenta de lo incalculable. Y el cerebro difícilmente piensa alguna vez que el día de la gran sequía ha despuntado. Entonces calla el último órgano, pero la última máquina continúa zumbando, hasta que incluso ella hace silencio porque su operador olvidó la palabra. Porque el entendimiento no entendió que, alejándose del espíritu, podía no obstante crecer dentro de su generación, pero perdería habilidad para reproducirse. Si dos por dos es cuatro, como sostienen, esto se debe al hecho de que Goethe escribió el poema “El mar en calma”. Pero ahora se sabe con tanta exactitud cuánto es dos por dos que en cien años no podrá ser calculado. Algo que nunca antes existió tuvo que haber venido al mundo. Una infernal máquina de humanidad”.
De todas las líneas de Kraus esta es probablemente la que más ha significado para mí. En este pasaje Kraus está evocando al Aprendiz de Brujo –el desencadenamiento involuntario de consecuencias sobrenaturalmente destructivas. Aunque está hablando del periódico moderno, su crítica se aplica, si cabe, todavía mejor al tecnoconsumismo contemporáneo. Para Kraus, lo infernal de los periódicos era el acoplamiento fraudulento de ideales ilustrados con una implacable búsqueda de ganancias y poder. Con el tecnoconsumismo, la retórica humanista del “empoderamiento” y la “creatividad” y la “libertad” y la “conexión” y la “democracia” se vuelve cómplice del franco monopolio de los tecno-titanes; la nueva máquina infernal parece cada vez más obedecer exclusivamente a su propia lógica de desarrollo, y es mucho más esclavizante y adictiva, y mucho más indulgente con los peores impulsos humanos de lo que los periódicos lo fueron alguna vez. De hecho, lo que Kraus dirá más tarde de Nestroy podría decirse hoy del propio Kraus: “ataca su pequeño entorno con una aspereza digna de una causa posterior”. Las ganancias y el alcance de la prensa vienesa eran lastimosamente pequeños de acuerdo con los parámetros de la tecnología y los gigantes mediáticos de hoy. El océano de datos triviales o falsos o vacíos es millones de veces más vasto ahora. Kraus simplemente pronosticaba cuando vislumbraba el día en el que la gente olvidaría cómo sumar y restar; hoy es difícil que transcurra una comida con amigos sin que alguien recurra a su Iphone para obtener la clase de información que su cerebro solía tener la responsabilidad de recordar. Los tecnoadeptos, por supuesto, no ven nada malo aquí. Apuntan que los seres humanos siempre han tercerizado la memoria –en poetas, historiadores, parejas y libros. Pero soy a tal punto un hijo de los sesentas que puedo ver la diferencia entre dejar que tu esposa recuerde los cumpleaños de tus sobrinas y ceder funciones memorísticas básicas a un sistema corporativo global de control.
“Un invento para destrozar el Koh-i-nor [en esa época, el diamante más grande, (n. de J. F.)] y hacer accesible su luz a todos los que no lo poseen. Por cincuenta años ha estado funcionando la máquina en la que el espíritu se coloca por la parte delantera para salir por la trasera como impreso; diluyendo, divulgando, destruyendo. El que da, pierde, los que reciben, se empobrecen, y los intermediarios se ganan la vida…”
Ahí tienen una muestra de la prosa krausiana. La pregunta que ahora me gustaría considerar es: ¿Por qué Kraus estaba tan enojado? Fue un hijo tardío en una familia judía próspera y bien asimilada cuyo negocio generaba un ingreso lo suficientemente alto como para asegurarle independencia financiera de por vida. Esto, a su vez, le permitió publicar Die Fackel exactamente como quería, sin hacer concesiones a anunciantes ni suscriptores. Tenía un estrecho círculo de buenos amigos y un círculo mucho más amplio de admiradores, muchos de ellos fanáticos, algunos de ellos famosos. Aunque nunca se casó, tuvo algunos affairs rutilantes y una relación extensa. Su único problema de salud significativo era una curvatura de columna, e incluso esto tuvo la ventaja de dejarlo afuera del servicio militar. ¿Cómo pudo una persona tan afortunada convertirse en el Gran Odiador?
Me pregunto si no estaría tan enojado precisamente porque era tan privilegiado. Más adelante en el ensayo sobre Nestroy, el Gran Odiador defiende su odio de este modo: “El ácido quiere el brillo, y el óxido dice de él que solo está siendo corrosivo”. Kraus odiaba el lenguaje malo porque amaba el buen lenguaje –porque tenía dones, intelectuales y financieros, para cultivar ese amor. Y la persona que tuvo suerte en la vida no puede evitar esperar que el mundo siga marchando en la misma dirección; cuando el mundo insiste en tomar la dirección equivocada, la dirección de la corrupción y el mal gusto, se siente traicionado por él. Y entonces se enoja, y el enojo lo aísla más e intensifica su sentimiento de singularidad.
Como cualquier artista, Kraus quería ser un individuo. Durante buena parte de su vida fue desafiantemente antipolítico; parecía formar alianzas profesionales casi con la intención de torpedearlas espectacularmente después. Dado que la obra de teatro favorita de Kraus era El rey Lear, me pregunto si habrá visto su propio destino en el de Cordelia, la hija menor mimada que ama al rey y que, precisamente porque ha sido la hija privilegiada, segura del amor del rey, tiene la integridad personal de negarse a degradar su lenguaje y mentirle en su vejez. El privilegio colocó a Kraus, también, en la senda de la individualidad independiente, pero el mundo parecía dispuesto a frustrarlo. Lo decepcionó del mismo modo en que Lear decepciona a Cordelia, y en Kraus esto se convirtió en una receta para el enojo. En su anhelo de un mundo mejor en el que la verdadera individualidad fuera posible, continuó aplicando el ácido de su enojo a todo lo que fuera falso.
Permítanme pasar a mi propio ejemplo, ya que de todos modos he intentado encontrarlo en la historia de Kraus.
Fui un hijo tardío en una familia amorosa que, aunque ni siquiera era lo bastante próspera como para hacer de mí un rentista, sí tenía suficiente dinero como para ubicarme en un buen colegio público y enviarme a una buena universidad, donde aprendí a amar la literatura y el lenguaje. Era un estadounidense blanco, macho y heterosexual con buenos amigos y perfecta salud. Me convertí en una persona extremadamente enojada. El enojo cayó sobre mí tan cerca del momento en el que me enamoré de la escritura de Kraus que los dos hechos me resultan prácticamente indistinguibles.
No nací enojado. En todo caso, fue todo lo contrario. Puede sonar exagerado, pero creo ser exacto al decir que no conocí el enojo hasta los veintidós. En la adolescencia tuve mis momentos de malhumor y rebelión contra la autoridad, como Kraus, pero el conflicto con mi padre había sido mínimo, y lo peor que podría decirse de la relación con mi madre era que discutíamos como una pareja de viejos. El enojo real, el enojo como una forma de vida me fue ajeno hasta una tarde en particular de abril de 1982. Estaba en una estación de tren desierta en Hanover. Había venido de Múnich y esperaba el tren a Berlín; era un oscuro día gris alemán, y tomé un puñado de monedas alemanas de mi bolsillo y comencé a arrojarlas sobre la plataforma. Había cierta hostilidad anti-alemana en esto; hacía poco había tenido una experiencia horrible con una vieja alemana tacaña, y me hacía bien imaginarme a otras viejas alemanas tacañas agachándose para recoger las monedas como sabía que lo harían, agravando así sus dolores de rodilla y de cadera. El modo en que soltaba las monedas, sin embargo, revelaba un enojo más general. Estaba enojado con el mundo de una forma en que no lo había estado nunca. La causa próxima de mi enojo era mi intento fallido de tener sexo con una chica increíblemente linda en Múnich, solo que no había sido exactamente un intento fallido, sino una decisión de mi parte. Pocas horas más tarde, en la plataforma de Hanover, marqué mi entrada en la vida que siguió a esa decisión arrojando mis monedas. Luego tomé el tren y regresé a Berlín, donde vivía de una beca Fulbright, y me inscribí en un curso sobre Karl Kraus.
Como regalo de boda, tres meses después del regreso de Berlín, mi colega profesor de alemán, George Avery, me dio una edición de tapas duras de la formidable crítica del nazismo de Kraus, La tercera noche de Walpurgis. George, que me había abierto los ojos a la conexión entre leer literatura y vivir la vida, se estaba convirtiendo en una especie de segundo padre para mí, un padre que leía novelas y abrazaba todo los placeres. Había sido un buen estudiante suyo, y debe haber sido el deseo de mostrarme valioso, de demostrarle mi amor, el que me llevó, durante los dos meses siguientes a mi boda, a intentar traducir los dos difíciles ensayos de Kraus que había traído de Berlín.
Hacía el trabajo avanzada la tarde, luego de seis o siete horas de escribir relatos breves, en el dormitorio del pequeño departamento de Somerville que mi esposa y yo alquilábamos por 300 dólares al mes. Cuando terminé los borradores de las dos traducciones se las envié a George. Me las devolvió unas pocas semanas más tarde, con anotaciones marginales manuscritas en letra microscópica, y con una carta en la que aplaudía mi esfuerzo pero decía que también podía ver lo “endemoniadamente difícil” que era traducir a Kraus. Teniendo en cuenta su insinuación, volví a los borradores con una mirada renovada y me desanimé al descubrir que eran poco naturales y casi ilegibles. Tenía que retrabajar casi todas las oraciones, y estaba tan agotado por el trabajo que ya había hecho que enterré las páginas en una carpeta.
Pero Kraus me había cambiado. Cuando abandoné los cuentos y volví a mi novela, era consciente de su fervor moral, su rabia satírica, su odio por los medios, sus preocupaciones apocalípticas y su audacia como escritor de sentencias. Quería exponer las contradicciones estadounidenses del modo en que él había expuesto las austriacas, y quería hacerlo a través de la novela, el género popular que él había desdeñado, pero yo no. Todavía deseaba terminar mi proyecto Kraus también, luego de que mi novela me hubiera hecho famoso y millonario. Para hacer honor a estos deseos, coleccionaba recortes delSunday Times y el Boston Globe a los que nos habíamos suscripto mi esposa y yo. Por alguna razón –tal vez para asegurarme de que otras personas también se casaban– leía religiosamente las páginas nupciales, y recortaba títulos como “Cynthia Pigott se casa con Louis Bacon”, y mi favorito: “La señorita LeBourgeois contraerá matrimonio con el señor Writer”.[3]
Leía el Globe con un ojo krausiano especialmente frío, y me enfurecía amablemente con su trivialidad, y el trabajo lamentable de sus correctores, y sus mortalmente aburridos juegos de palabras en los títulos de la sección del clima. Me molestaba tanto el “ingenio” sin fundamento y sin sentido de Head-on Splash[4] –que imagino que no le causaría gracia a la familia de alguien muerto en un accidente automovilístico– y de Autumnic Balm[5] –que ofendía mi sentido de la seriedad del peligro nuclear–, que terminé enviándole una carta fulminantemente krausiana al editor. El Globe por cierto publicó mi carta, pero, con su negligencia característica, se las arregló para deformar mi remate como Automatic Balm,[6] volviendo mi argumento incomprensible. Estaba tan furioso que más tarde dediqué muchas páginas de mi segunda novela a burlarme del diario de mierda que era el Globe. Mi furia de entonces –dirigida no solo contra los medios sino también contra Boston, los automovilistas de Boston, la gente del laboratorio donde trabajaba, la computadora del laboratorio, mi familia, la familia de mi mujer, Ronald Reagan, George H. W. Bush, los teóricos literarios, los escritores de ficciones minimalistas por entonces en boga y los hombres que se divorciaban de sus esposas– me es ajena ahora. Debe haber tenido que ver con el profundo aislamiento de mi vida de casado y con la crueldad con la que, en mi ambición y mi pobreza, me negaba todo placer.
Como ya argumenté, probablemente también habría algo del enojo del hombre privilegiado con el mundo que lo decepciona. Si resultó que no tenía suficiente enojo como para convertirme en un Kraus junior, fue debido al género que había elegido. Cuando un satírico hardcore logra alcanzar cierta popularidad, solo puede significar que su público no lo entiende. La falta de un público al que Kraus pudiera respetar era una conclusión inevitable, de manera que nunca tuvo que dejar de estar enojado: podía ser el Gran Odiador en su escritorio, y luego dejar su lapicera y tener una cálida vida personal con sus amigos. Pero cuando un novelista encuentra su público, incluso uno pequeño, se relaciona de una manera diferente con él, porque la relación está basada en el reconocimiento, y no en el malentendido. Con una relación así, con un público como ese, se vuelve simplemente deshonesto permanecer tan enojado. Y el trabajo mental que la ficción fundamentalmente requiere, que consiste en imaginar cómo es ser alguien que no sos, debilita todavía más el enojo. Cuantas más novelas escribía, menos confiaba en mi propia virtud y más inclinado me sentía a compadecer a gente como los cajistas del Globe. Es más: cuando Internet ascendió al poder, diseminando información en la que se podía confiar tan poco como costaba leerla, agradecí que el Times y el Globe todavía existieran y continuaran pagándoles a cronistas a medias responsables para que informaran, y perdí todo interés en destrozarlos.
Y así, en algún momento de los 90s, saqué mis malas traducciones de Kraus de mi gabinete de carpetas activas y las archivé en un depósito. Las sentencias de Kraus nunca dejaron de dar vueltas en mi cabeza, pero sentía que había dejado atrás a Kraus, que era un escritor del tipo chico enojado, y básicamente no del tipo novelista. Lo que ahora me ha llevado a él nuevamente es, en parte, mi irritante sensación de que el apocalipsis, que por un momento pareció retroceder, todavía está en el horizonte.
En mi pequeño rincón del mundo, lo que equivale a decir “la ficción estadounidense”, Jeff Bezos de Amazon puede no ser el Anticristo, pero seguramente se parece a uno de los cuatro jinetes. Amazon quiere un mundo donde los libros sean o bien autopublicados o bien publicados por Amazon, con lectores dependientes de las reseñas de Amazon para elegir sus libros, y con autores responsables de su propia promoción. El trabajo de charlatanes, twitteros y fanfarrones, y de la gente con dinero para pagarle a alguien que escriba para ellos cientos de reseñas de cinco estrellas florecerá en ese mundo. ¿Pero qué pasa con los que se convirtieron en escritores porque la charlatanería, el twitteo y la fanfarronería les parecían formas superficiales de compromiso social?¿Qué pasa con los que quieren comunicarse en profundidad, de individuo a individuo, en la tranquila permanencia de la letra impresa, y que fueron delineados por su amor a escritores que escribían cuando la publicación todavía aseguraba alguna clase de control de calidad, y las reputaciones literarias eran más que un asunto de cantidad de decibeles de autopromoción? En la medida en que cada vez menos lectores pueden encontrar su camino, en medio del ruido, los libros decepcionantes y las reseñas falsas, hacia el trabajo producido por esta nueva generación de escritores, Amazon va camino a convertir a los escritores en trabajadores sin perspectivas a quienes sus contratantes dan empleo en sus almacenes, donde trabajan cada vez más duro por cada vez menos, y sin seguridad laboral, porque los almacenes están ubicados en lugares donde ellos son la única empresa contratante. Y cuanto mayor es la población que vive como esos trabajadores, mayor es la presión descendente sobre los precios de los libros y mayor es el apriete a los vendedores de libros convencionales, porque cuando uno no gana mucho dinero, quiere entretenimiento gratis, y cuando la vida es dura, quiere gratificación inmediata (“¡Envío inmediato gratuito!”)
Pero así el libro físico pasa a formar parte de la lista de especies amenazadas, así los reseñadores responsables se extinguen, así las librerías independientes desaparecen, así los novelistas son reclutados para la autopromoción al estilo Jennifer Weiner, así los Seis Grandes editores son asesinados y devorados por Amazon: esto parece un apocalipsis solo si la mayoría de tus amigos son escritores, editores o libreros. Pero es posible que la historia no se haya terminado. Tal vez el experimento de internet de las reseñas de consumidores resulte en una corrupción tan flagrante (ya se sospecha que un tercio de las reseñas de todos los productos online son falsas) que la gente clamará por el regreso de los reseñadores profesionales. Tal vez un número económicamente significativo de lectores llegue a reconocer los costos humanos y culturales de la hegemonía de Amazon y vuelva a las librerías locales o al menos a barnesandnoble.com, que ofrece los mismos libros y un e-reader superior, y cuyos dueños tienen una política progresista. Tal vez la gente llegue a asquearse tanto de Twitter como alguna vez se asqueó de los cigarrillos. Todavía me parece que los últimos modelos de Twitter y Facebook para hacer dinero pueden describirse como una tercera parte fraude piramidal, una tercera parte ilusión y una tercera parte repugnante vigilancia panóptica.
Podría, es cierto, desarrollar un argumento apocalíptico más amplio sobre la lógica de la máquina, que ahora se ha vuelto global y está acelerando la desnaturalización del planeta y la esterilización de sus océanos. Podría mencionar la transformación del bosque boreal canadiense en un lago tóxico de arenas bituminosas, la destrucción de los últimos bosques asiáticos para la fabricación de muebles de garaje chinos ultralivianos en Home Depot, los diques en el Amazonas y la tala terminal de sus bosques para la producción de carne y la explotación minera, y toda la mentalidad “me cago en las consecuencias, queremos comprar un montón de mierda y la queremos barata, con envío inmediato gratuito”. Y mientras tanto el calentamiento de la atmósfera, mientras tanto el abuso de antibióticos en los agronegocios, mientras tanto el jugueteo generalizado con núcleos celulares, que podría resultar tan desastroso como el jugueteo con núcleos atómicos. Y sí: los misiles termonucleares todavía están en sus silos y submarinos.
Pero el apocalipsis no es necesariamente el final físico del mundo. Por cierto, la palabra sugiere más directamente la idea de juicio cósmico final. En su crónica de los crímenes contra la verdad y el lenguaje en Los últimos días de la humanidad (mankind) Kraus no se refiere únicamente a la destrucción física. De hecho, el título de su obra debería traducirse como Los últimos días de la condición humana (humanity): “deshumanizado” no significa “despoblado”, y si la primera guerra mundial significó el fin de la humanidad no fue porque allí no hubiera más gente. Kraus se sintió consternado ante la matanza, pero vio en ella el resultado, y no la causa, de una pérdida de humanidad por parte de personas que todavía estaban vivas. Vivas pero condenadas, cósmicamente condenadas.
Pero un juicio como ese obviamente depende de lo que se entienda por “humanidad”. Me guste o no, el mundo que está siendo creado por la máquina infernal del tecnoconsumismo es todavía un mundo hecho por seres humanos. Mientras escribo esto, parece que la mitad de las publicidades televisivas muestran a personas inclinándose sobre sus smartphones; hay una particularmente nociva/genial donde todos los veinteañeros en una recepción de boda no hacen otra cosa que sacarse fotos y mensajearse unos a otros. Describir este espectáculo deprimente en términos apocalípticos, como la “deshumanización” de una boda, es sostener una particular concepción moral de humanidad; y si uno sigue a Nietzsche y rechaza el juicio moral en favor del estético, es inmediatamente confrontado por la persuasiva conexión de Bourdieu entre estética y privilegio de clase; y al momento siguiente uno se encuentra traduciendo Los últimos días de la humanidad como Los últimos días del privilegio de aquello que personalmente encuentro hermoso.
Y tal vez no sea algo tan malo. Tal vez el apocalipsis sea, paradójicamente, siempre individual, siempre personal. Mi actividad sobre la tierra es breve y aparece encorchetada por una nada infinita, y durante la primera parte de esta actividad estoy anexado a un conjunto de valores humanos inevitablemente delineados por mis circunstancias sociales. Si hubiera nacido en 1159, cuando el mundo era más estable, a los cincuenta y tres podría haber sentido que la siguiente generación compartiría mis valores y apreciaría lo mismo que yo había apreciado; ningún apocalipsis en el horizonte. Pero nací en 1959, cuando la TV era algo que solo se miraba en el horario central, y la gente escribía cartas y las colocaba en el buzón, y todas las revistas y periódicos tenían una sólida sección de libros, y editores respetados hacían inversiones a largo plazo en jóvenes escritores, y la Nueva Crítica reinaba en los departamentos de literatura, y la cuenca del Amazonas estaba intacta, y los antibióticos solo se empleaban para tratar infecciones graves y no eran inyectados en vacas sanas. No era necesariamente un mundo mejor (teníamos refugios antiaéreos y piletas solo para blancos), pero era el único mundo que conocía para intentar encontrar mi lugar como escritor. Y entonces hoy, cincuenta y tres años más tarde, no puedo evitar que la sintomática protesta de Kraus –respecto de que el nexo entre tecnología y medios hizo que las personas se enfocaran inexorablemente en el presente y se olvidaran del pasado– me parezca verdadera. Kraus fue el primer gran ejemplo de un escritor experimentando plenamente cómo la modernidad, cuya esencia es la aceleración de la tasa de cambio, crea dentro de sí las condiciones para el apocalipsis personal. Naturalmente, como fue el primero, los cambios le parecían particulares y únicos, pero de hecho estaba registrando algo que se volvió el esquema de la modernidad. La experiencia de cada generación siguiente es tan distinta de la de la anterior que siempre habrá quienes sientan que toda conexión con los valores claves del pasado se perdió. Mientras dure la modernidad,todos los días le parecerán a alguien los últimos días de la humanidad.
Notas
* Guadalupe Marando es profesora de Letras de la UBA, traductora, profesa una herudicion promiscua en el Templo de las Virgenes Vestales de Georg Lukács y es mi amiga.
A traducido entre otras obras libros de Copi, Marguerite Duras, Siegfried Kracauer y tiene una traducción inédita de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.
Junto a Margarita Martínez forman un equipo de traducción que está a la altura de los mejores traductores de la historia de la traducción.
Jonathan Franzen es novelista, cultivador de la poética del siglo XIX donde el cuentito busca el relato total de una época, elegante ensayista, amante de los pajaritos y contrincante raqueta en mano de David Foster Wallace en una cancha de tenis hasta que este se ahorco.
Pero es fundamentalmente el autor de Las correcciones. Un cuentito chiquito donde la familia Lambert en poco más de 600 páginas logra desplegar la locura de una familia normal y el pulso de una época. Suerte de Los Simpsons remixado por León Tolstói, de Esperando la carroza con pulso de dickensiano.
Karl Kraus fue un punky epiléptico como Iggy Pop y de palabras afiladas como escupitajos de Ricky Espinosa. Su revista La Antorcha fue – cosa que Jonathan Franzen no puede saber ni su biógrafo Edward Timms – una trinchera contracultural arrinconada entre la ya clásica película de súper acción insuperable hasta hoy de La Primera Guerra Mundial con su manejo de efectos especiales que siguen maravillando y los pasos de comedia desopilantes de Adolf Hitler, diseño la maqueta sobre la cual años después en un sitio inmundo Enrique Symns – suerte de alter ego de Kraus – zarparía con su nave pirata de tripulación extraterrestre, de cerdos y peces extraviados, rumbo al doloroso abismo de los días ni fáciles o difíciles sino imposibles a recuperar el brillo misterioso de la aventura.
[1] Nos mantenemos, como en el resto de la traducción, más cerca de la versión inglesa, que traduce el término alemán romanisch como Romance, “romance”; también traducible como “latino”. (N. de t.)
[2] En griego, “los muchos”, “la mayoría”. En inglés se usa para referirse a la plebe, la masa. (N. de t.)
[3] Pig: cerdo; bacon: panceta; le bourgeois (fr.): el burgués; writer: escritor. (N. de la t.)
[4] ¿Lluvia de frente?; juego con head-on crash: choque frontal. (N. de la t.)
[5] Bálsamo otoñal; la pronunciación es parecida a atomic bomb: bomba atómica. (N. de la t.)
[6] Bálsamo automático. (N. de la t.)

 

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El genio y la diosa. Arthur Miller y Marilyn Monroe – Jeffrey Meyers

Juan Domingo Perón Evita Jorge Luis Borges Arthur Miller Marilyn Monroe biografía Truman Capote

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges y una familia de muñecos de goma cuyo hijo es un extraterrestre transexual con tres tetas.

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Babel Books.

Precio: $000.

A partir de la larga amistad entre Jeffrey Meyers y Arthur Miller, y de la exhaustiva investigación llevada a cabo por el autor desde Washington a Los Ángeles, surge El Genio y la Diosa, el retrato del matrimonio entre el mayor dramaturgo estadounidense del siglo XX, Arthur Miller, y la actriz más famosa de todos los tiempos, Marilyn Monroe.
Una adorable criatura 
Truman Capote
Escena: La capilla de la funeraria Universal en la Avenida Lexington y la calle Cincuenta y dos, Nueva York. Un interesante grupo representativo se apretuja en los asientos: celebridades, en su mayoría, del ambiente teatral, cinematográfico y literario internacional presentes todos en homenaje a Constance Collier, la actriz nacida en Inglaterra, que murió el día anterior, a los setenta y cinco años.

Nacida en 1880, Miss Collier comenzó su carrera como corista de teatro de variedades, pasando de allí a convertirse en una de las principales actrices shakesperianas de Inglaterra (y novia, de por vida, de Sir Max Beerbhom, con quien nunca se casó, siendo tal vez por esa razón la inspiración de la traviesa e inconseguible heroína de la novela de Sir Max, Zuleika Dobson). Después de un tiempo emigró a los Estados Unidos, donde se convirtió en una importante figura en el teatro de Nueva York y en el cine de Hollywood. Durante las últimas décadas de su vida vivió en Nueva York; allí daba clases de teatro de alto nivel: sólo aceptaba profesionales como estudiantes, y por lo general profesionales que ya eran “estrellas”. Katharine Hepburn fue su alumna permanente. Otra Hepburn, Audrey, fue igualmente una de las protegidas de la Collier, igual que Vivian Leigh y, unos meses antes de su muerte, una neófita a quien Miss Collier llamaba “mi problema especial”: Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe, a quien conocí por intermedio de John Huston cuando dirigía La jungla de asfalto, la primera película en que Marilyn habló, pasó a ser protegida de Miss Collier por sugerencia mía. Conocía a Miss Collier desde hacía unos seis años, y la admiraba como mujer de mucho valor en el aspecto físico, emocional y creativo, y por ser, a pesar de sus modales altaneros y de su voz de gran catedral, una persona adorable, levemente malvada pero excesivamente cálida, digna pero gemütlich. Me encantaba ir a los pequeños almuerzos que ofrecía con frecuencia en su oscuro estudio victoriano en el centro de Manhattan; tenía una infinidad de historias acerca de sus aventuras como primera figura con Sir Beerbhom y el gran actor francés Coquelin, su relación con Oscar Wilde, Chaplin de joven y la Garbo en los primeros años de la sueca, en las películas mudas. En realidad, era una delicia, igual que su fiel secretaria y compañera, Phyllis Wilbourn, una solterona brillante pero callada que, después de su muerte pasó a ser, y sigue siendo, acompañante de Katharine Hepburn. Miss Collier me presentó a muchas personas de quienes me hice amigo: los Lunt, los Olivier y especialmente Aldoux Huxley. Pero fui yo el que le presentó a Marilyn Monroe, y al principio no le interesó conocerla, no veía muy bien, no había visto las películas de Marilyn, y en realidad no sabía nada de ella, excepto que era una especie de bomba sexual de pelo platinado, de fama mundial. En fin, no parecía arcilla adecuada para la severa y clásica formación de Miss Collier. Pero yo pensé que podían hacer una combinación estimulante.

Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de sólo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabes que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella como Dorian, por supuesto. Bueno, dijo que le gustaría que Marilyn fuera una de las chicas que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan desaprovechada! Y qué talento, bastante parecido al de Marilyn, cuando se piensa. Por supuesto, Greta es una actriz consumada, de máximo control. Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero.”

Ahora Miss Collier ha muerto, y yo estaba en el vestíbulo de la capilla Universal esperando a Marilyn. Hablamos por teléfono la noche anterior y quedamos en sentarnos juntos en el servicio, que empezaría al mediodía. Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo…

MARILYN: Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme…

(Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacos altos, negros y vagamente eróticos, que había elegido, ni los anteojos oscuros, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)

TC: Se te ve muy bien.

M (royendo la uña del pulgar, ya totalmente comida): ¿Estás seguro? Estoy tan nerviosa, ¿sabes? ¿Dónde está el baño? Si pudiera ir un momento…

TC: ¿A tomarte una píldora? ¡No! Shhh. Esa es la voz de Cyril Ritchard: ya ha empezado el panegírico.

(De puntillas, entramos en la capilla llena de gente y logramos ubicarnos en un espacio estrecho en la última fila. Cyril Ritchard terminó de hablar. Lo siguió Cathleen Nesbitt, colega de toda la vida de Miss Collier, y finalmente Brian Aherne se dirigió a los presentes. Durante todo este tiempo, mi acompañante no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse.)

M: Por favor, sentémonos aquí. Esperemos a que se vayan todos.

TC: ¿Por qué?

M: No quiero tener que hablar con todo el mundo. Nunca sé qué decir.

TC: Siéntate tú aquí, que yo esperaré afuera. Tengo que fumar un cigarrillo.

M: ¡No me puedes dejar sola! ¡Dios mío! Fuma aquí.

TC: ¿Aquí? ¿En la capilla?

M: ¿Por qué no? ¿Qué vas a fumar? ¿Marihuana?

TC: Muy graciosa. Vámonos.

M: Por favor. Hay un montón de fotógrafos abajo. Y por supuesto que no quiero que me saquen fotos con esta ropa.

TC: No te culpo.

M: Dijiste que se me veía muy bien.

TC: Y es verdad. Estás perfecta para el papel de la novia de Frankenstein.

M: Te estás riendo de mí ahora.

TC: ¿Te parece?

M: Te ríes por dentro. Y ésa es la peor clase de risa. (Frunciendo el ceño; mordiéndose la uña del pulgar.) En realidad, podía haberme puesto maquillaje. Todo el mundo aquí estaba maquillado.

TC: Incluso yo.

M: Hablando en serio. Es el pelo. Necesito tintura, y no tuve tiempo. Todo fue tan inesperado. La muerte de Miss Collier. ¿Ves?

(Se levantó un poquito el pañuelo para mostrarme una franja negra en la raya del pelo.)

TC: Pobre e inocente de mí. Yo que creía que eras una rubia auténtica.

M: Lo soy. Pero nadie es tan natural. ¿Por qué no te vas a la mierda?

TC: Bueno, ya se han ido todos. Vamos, levántate.

M: Estos fotógrafos están ahí todavía. Lo sé.

TC: Si no te reconocieron al entrar, no te reconocerán cuando salgas.

M: Uno me reconoció. Pero me metí por la puerta antes de que empezara a gritar.

TC: Debe haber una puerta posterior. Podemos salir por ahí.

M: No quiero ver ningún cadáver.

TC: ¿Por qué vamos a ver cadáveres?

M: Esto es una funeraria. Deben guardarlos en alguna parte. Lo único que me falta, entrar en un cuarto lleno de muertos. Ten paciencia. Iremos a alguna parte y te invitaré a tomar champagne.

(De modo que nos quedamos sentados y Marilyn dijo: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo. Hay otros momentos cuando respirar es un problema. Pero cuando me enteré de la muerte de Miss Collier, lo primero que pensé fue: Oh, Dios mío, ¿qué pasará con Phyllis? Miss Collier era toda su vida. Pero me enteré de que se fue a vivir con Miss Hepburn. Feliz de Phyllis. Lo pasará tan bien ahora. Me gustaría cambiar con ella. Miss Hepburn es una persona maravillosa. En serio. Ojalá fuera amiga mía. Podría llamarla a veces y… bueno, no sé, charlar con ella”.

Hablamos de cómo nos gustaba Nueva York y de cuánto aborrecíamos Los Angeles. “Aunque nací ahí, no se me ocurre nada bueno que decir de Los Angeles. Si cierro los ojos, y me imagino Los Angeles, todo lo que veo es una gran várice.” Hablamos de actores y actuaciones. “Todos dicen que no sé actuar. Decían lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Estuvo magnífica en Ambiciones que matan. A mí nunca me darán el papel apropiado, algo que realmente quiera hacer. No me ayuda el aspecto físico. Demasiado específico”; hablamos un poco de Elizabeth Taylor; quería saber si yo la conocía y le dije que sí, y ella dijo bueno, cómo es, cómo es en realidad, y yo dije bueno, es algo parecida a ti, es muy franca y dice cualquier cosa, y Marilyn dijo vete a la mierda y me dijo bueno, si alguien me preguntara cómo era Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe en realidad, qué diría, y le dije que tenía que pensarlo.)

TC: ¿Te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?

M: Recuerdo. Pero no tengo dinero.

TC: Siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?

M: ¿Quién?

TC: La reina Isabel. La reina de Inglaterra.

M (frunciendo el ceño): ¿Qué tiene esa mierda que ver conmigo?

TC: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.

M: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.

TC: Sigue así y a lo mejor sucede.

M ¿Cómo paga cuando va de compras?

TC: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.

M: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.

TC: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.

M: ¿Para qué quiere ella preservativos?

TC: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.

M: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener un lindo aparato. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn sacó el aparato y tocó el piano con él? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó Eres mi rayo de sol. ¡Cristo! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene el schlong más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿tienes dinero encima?

TC: Unos cincuenta dólares.

M: Eso nos debe alcanzar para un poco de champagne.

(Afuera, Lexington estaba vacía de sospechosos: nada más que inofensivos transeúntes. Eran como las dos de una linda tarde de abril, ideal para caminar. Deambulamos hasta la Tercera Avenida. Unos pocos dieron vuelta la cabeza, no porque reconocieran a Marilyn como Marilyn, sino debido a su atavío funerario. Ella rió con esa sonrisa suya tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: “A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima”.

Mientras nos acercábamos al bar de P. J. Clarke, dije que éste sería un buen lugar para tomar un refresco, pero Marilyn lo vetó. “Está lleno de esos idiotas de publicidad. Y esa perra Dorothy Kilgallen siempre está allí, emborrachándose. ¿Qué les pasa a estos irlandeses? Chupan más que los indios.”

Me sentí obligado a defender a la Kilgallen, que era algo amiga mía, y dije que en ocasiones podía llegar a ser muy graciosa. Marilyn dijo: “Sea como sea, ha escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas perras me odian. Hedda, Louella. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele. ¿Qué he hecho yo a esas brujas? El único que escribe cosas decentes de mí es Sidney Skolsky. Pero él es hombre. Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian”.

Miramos las vidrieras de las tiendas de antigüedades. En una había una bandeja con anillos viejos y Marilyn dijo: “Ese es bonito. El granate con las perlitas. Me gustaría poder usar anillos, pero no me gusta que la gente se fije en mis manos. Son demasiado gordas. Elizabeth Taylor tiene las manos gordas. Pero con los ojos que tiene, ¿quién se va a fijar en sus manos? Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas.”

En otra vidriera vimos un hermoso reloj de péndulo, lo que le hizo decir: “Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!”

TC: ¿Qué?

M: ¿Ves el letrero con la palma de la mano? Ahí deben leer el futuro.

TC: ¿Tienes ganas de entrar?

M: Bueno, vamos a ver cómo es.

(No es un lugar acogedor. Por una vidriera sucia percibimos un cuarto desprovisto de muebles con una mujer flaca, con aspecto de gitana, sentada en una silla de lona debajo de una lámpara roja como el infierno que colgaba del techo y que esparcía un brillo torturador. Estaba tejiendo un par de escarpines. No nos miró. Marilyn estuvo a punto de entrar, luego cambió de idea.)

M: Hay veces que me gusta saber qué pasará. Pero después pienso que es mejor no saberlo. Me gustaría saber dos cosas, sin embargo. Una, si voy a adelgazar.

TC: ¿Y la otra?

M: Es un secreto.

TC: Vamos, vamos. Hoy no puede haber secretos. Hoy es un día de dolor, y los que sufrimos compartimos los pensamientos más recónditos.

M: Bueno, es acerca de un hombre. Hay algo que quiero saber. Pero no diré más. Realmente es un secreto.

(Y pensé: Eso es lo que tú crees. Ya te lo sacaré.)

TC: Estoy preparado para invitarte con champagne.

(Terminamos en la Segunda Avenida, en un restaurante chino vacío, decorado chillonamente. Pero tenía un bar bien provisto, y pedimos una botella de Mumm. Llegó, pero sin helar y sin balde. La tomamos en vasos altos, con cubitos adentro.)

M: Esto es divertido. Como filmar en exteriores. Si a una le gusta. A mí no. Niagara. Qué película mala. Horrible.

TC: Hablemos de tu amor secreto.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M: (risitas).

TC: (silencio).

M: Conoces a tantas mujeres. ¿Cuál es la mujer más atractiva que conoces?

TC: Barbara Paley. No tiene rival.

M (frunciendo el ceño): ¿Esa a la que le dicen “Babe”? A mí no me parece una beba. La he visto en Vogue. Es elegante. Encantadora. Mirando las fotos una se siente como una chancha.

TC: Le divertiría oír eso. Te tiene celos.

M: ¿Celos de mí? Te estás burlando de nuevo.

TC: No. Está celosa.

M: Pero ¿por qué?

TC: Por lo que dijo en los diarios una periodista, creo que la Kilgallen. Algo así: “Se rumorea que Mrs. Di Maggio tuvo una cita con el mayor magnate de la televisión, y no precisamente para hablar de negocios”. Ella leyó la nota y creyó que era verdad.

M: ¿Que era verdad qué?

TC: Que su marido tiene un asunto contigo. William S. Paley. El mayor magnate de la televisión. Le gustan las rubias bien formadas. Las morochas también.

M: Eso es un disparate. No conozco a ese tipo.

TC: Ah, vamos, vamos. Conmigo puedes ser franca. Este amante secreto es William S. Paley, n’est-ce pas?

M: ¡No! Es un escritor. El es un escritor.

TC: Eso es mejor. Ya vamos a alguna parte. De modo que tu amante es un escritor. Debe de ser malísimo, o no te avergonzarías de decirme su nombre.

M (furiosa, frenética): ¿Por qué es la “S”?

TC: La “S”. ¿Qué “S”?

M: La “S” en William S. Paley.

TC: Oh, esa “S”. No quiere decir nada. La metió allí porque quedaba bien.

M: ¿Sólo una inicial que no reemplaza nada? Por Dios. Mr. Paley debe de ser un poquito inseguro.

TC: Tiene un montón de tics. Pero volvamos a tu misterioso escriba.

M: ¡Basta! No entiendes. Tengo tanto que perder.

TC: Mozo, otra botella de Mumm, por favor.

M: ¿Estás tratando de aflojarme la lengua?

TC: Sí. Te diré una cosa. Hagamos un trato. Yo te cuento un cuento, y si te parece interesante, tal vez podamos hablar de tu amigo el escritor.

M (tentada, pero renuente): ¿Un cuento de qué?

TC: De Errol Flynn.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M (enojada consigo misma): Bueno, empieza.

TC: ¿Recuerdas lo que me contaste de Errol? ¿Lo contento que estaba con su pito? Yo soy testigo de eso. Una vez pasamos juntos una noche muy agradable. Si me entiendes.

M: Lo estás inventando. Estás tratando de engañarme.

TC: Lo juro. Estoy jugando limpio. (Silencio. Pero veo que está muy interesada, de modo que después de encender un cigarrillo, prosigo.) Bueno, sucedió cuando yo tenía dieciocho años. O diecinueve. Durante la guerra. El invierno de 1943. Esa noche daba una fiesta Carol Marcus, que no sé si ya estaba casada con Saroyan, en honor de su mejor amiga, Gloria Vanderbilt. La fiesta fue en la casa de su madre, en Park Avenue. Una gran fiesta. Habría unas cincuenta personas. Como a la medianoche entra Errol Flyn con su doble, un playboy que hacía las escenas de capa y espada, llamado Freddie McEvoy. Los dos estaban bastante borrachos. De todos modos, Errol se puso a charlar conmigo. Era inteligente, y nos reíamos mucho. De pronto dijo que quería ir a El Morocco, y por qué no iba con él y con su amigo McEvoy. Dije que sí, pero McEvoy no quería irse de la fiesta, que estaba llena de jovencitas recién presentadas en sociedad, de manera que Errol y yo nos fuimos solos. Sólo que no fuimos a El Morocco. Tomamos un taxi hasta la zona de Gramercy Park, donde yo tenía un departamento de un ambiente. Se quedó hasta el día siguiente, al mediodía.

M: Y ¿cómo calificarías? ¿En una escala de uno a diez?

TC: Francamente, si no hubiera sido Errol Flynn, ni siquiera me acordaría.

M: No es un gran cuento. No mereces el mío. Ni por asomo.

TC: Mozo, ¿y el champagne? Los dos tenemos sed.

M: Y no me has dicho nada nuevo. Ya sabía que Errol caminaba en zigzag. Tengo un masajista que es como mi propia hermana, que era masajista de Tyrone Power, y él me contó la relación que había entre Errol y Tyrone. De modo que tendrías que contarme algo mejor.

TC: Es difícil hacer tratos contigo.

M: Estoy lista a escuchar. De modo que cuéntame cuál fue tu mejor experiencia. En ese sentido.

TC: ¿La mejor? ¿La más memorable? Mejor que contestes tú primero.

M: ¡Y dices que yo soy difícil! ¡Ja! (tomando champagne) Joe no es malo. Juega bien al béisbol. Si fuera por eso, aún seguiríamos casados. Todavía lo amo. Es sincero.

TC: Los maridos no cuentan. En este juego.

M (mordisqueándose la uña; pensando, realmente): Bueno, conocí a un hombre, medio pariente de Gary Cooper. Un corredor de bolsa, no gran cosa: sesenta y cinco años, usa anteojos gruesos. No sé qué era, pero…

TC: Puedes parar ahí. Sé todo acerca de él por otras chicas. Ese viejo espadachín sigue recorriendo mundo. Se llama Paul Shields. Es el padrastro de Rocky Cooper. Se supone que es sensacional.

M: Lo es. Bueno, vivo. Tu turno.

TC: Olvídalo. No tengo por qué contarte nada. Porque ya sé quién es tu maravilla oculta: Arthur Miller. (Bajó los anteojos negros. Si las miradas mataran…)

M (tartamudeando): Pero ¿cómo? Quiero decir, nadie… Es decir, casi nadie…

TC: Hace por lo menos tres o cuatro años, Irving Drutman…

M: ¿Irving qué?

TC: Drutman. Un escritor del Herald Tribune. El me contó que tú andabas con Arthur Miller. Que estabas enamorada de él. Soy demasiado caballero para haberlo mencionado antes.

M: ¡Caballero! (tartamudeando de nuevo pero con los anteojos negros en su lugar) Tú no entiendes. Eso fue hace mucho. Eso terminó. Pero esto es nuevo. Todo es diferente ahora y…

TC: No olvides invitarme a la boda.

M: Si dices algo de esto, te mato. Te hago eliminar. Conozco un par de hombres que me harían ese favor con todo gusto.

TC: Es algo que no dudo ni por un minuto.

(Por fin regresa el mozo con la segunda botella.)

M: Dile que se la lleve. No quiero más. Quiero irme de aquí.

TC: Siento haberte molestado.

M: No estoy molesta.

(Pero lo estaba. Mientras pagaba la cuenta, fue al toilette. Deseé tener conmigo un libro para leer: sus visitas al toile-tte a veces duraban tanto como la preñez de una elefanta. Mientras pasaba el tiempo, me puse a pensar si estaría tomando píldoras tranquilizantes o estimulantes. Tranquilizantes, sin duda. Había un diario en el bar. Lo tomé. Estaba escrito en chino. Después de unos veinte minutos, decidí investigar. A lo mejor se había tomado una dosis letal, o cortado las muñecas. Encontré el baño de damas y llamé a la puerta. Dijo: “Pasa”. Estaba frente a un espejo mal iluminado. Pregunté: “¿Qué estás haciendo?”. Ella contestó: “Mirándola”. En realidad, se estaba pintando los labios color rubí. Además, se había quitado el pañuelo de la cabeza y peinado ese pelo brillante y finito que tenía.)

M: Espero que te quede bastante dinero.

TC: Depende. No como para comprar perlas, si es tu idea de hacer las paces.

M (riendo, nuevamente de buen humor. Decidí no volver a mencionar a Arthur Miller): No. Para un viaje en taxi, nada más.

TC: ¿Adónde vamos, a Hollywood?

M: Diablos, no. A un lugar que me gusta. Ya verás cuando lleguemos.

(No tuve que esperar tanto, pues no bien subimos al taxi, oí que le decía que nos llevara al muelle de la calle South, y pensé: “¿No es allí donde se toma el ferry para Staten Island?”. Y mi conjetura fue: tomó píldoras además del champagne, y está loca ahora.)

TC: Espero que no vayamos a tomar un barco. No llevo dramamine encima.

M (feliz, riendo): Vamos al muelle, nada más.

TC: ¿Puedo preguntar por qué?

M: Me gusta. Huele a otro país, y puedo dar de comer a las gaviotas.

TC: ¿Qué les darás? No tienes nada.

M: Sí, tengo la cartera llena de bizcochitos chinos. Los robé del restaurante.

TC (haciendo una broma): Sí, sí. Mientras estabas en el baño abrí uno, y el papelito de adentro era un chiste verde.

M: Por Dios. ¿Obscenidades en vez del porvenir?

TC: Seguro que a las gaviotas no les importará.

(Pasamos el Bowery. Tiendas diminutas de empeño, estaciones de donación de sangre, cuartos con camas por cincuenta centavos, pequeños hoteles sórdidos de alojamiento por un dólar, bares de blancos, bares de negros y por todas partes vagos, vagos jóvenes, ancianos vagos en cuclillas sobre la vereda sentados en medio de vidrios rotos y de vómitos, vagos apoyados contra las puertas y acurrucados como pingüinos en las esquinas. En una oportunidad, al detenernos ante una luz roja, un espantapájaros de nariz roja avanzó tambaleándose hacia nosotros y empezó a limpiar el parabrisas del taxi con un trapo húmedo que aferraba su temblona mano. Nuestro conductor protestó, gritando obscenidades en italiano.)

M: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?

TC: Quiere una propina por limpiar el vidrio.

M (cubriéndose la cara con la cartera): ¡Qué horrible! No lo aguanto. Dale algo. Apúrate. ¡Por favor! (Pero ya el taxi partía, derribando casi al viejo borracho. Marilyn lloraba.) Estoy descompuesta.

TC: ¿Quieres irte a casa?

M: Se ha arruinado todo.

TC: Te llevaré a casa.

M: Espera un minuto. Ya estaré bien.

(Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)

EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.

M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?

EL HOMBRE: Fu Manchu.

M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.

EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?

M: ¿Yo? Marilyn.

EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?

(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga – Marilyn Monroe).

M: Gracias.

EL HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.

(Seguimos hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)

M: Yo solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta.

(Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)

TC: ¿Cuándo alimentamos los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no almorzamos.

M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda.

TC: Por supuesto, pero también les diría…

(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)

TC: Yo diría…

M: No te oigo.

TC: Diría que eres una hermosa niña.

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Arthur Miller, Jeffrey Meyers, Marilyn Monroe, Truman Capote | 1 Comentario

La guerra de la Triple Alianza – Thomas Whigham

La guerra de la Triple Alianza Thomas Whigham Eduardo Galeano Borges Perón Evita Incardona Luis Pompa
Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges, Oscar del Barco, un mapa del Villa Celina de Juan Diego Incardona, una Muñequita Liefeld Puteadora, Lisa Ann, Luis Pompa  y estampillas de la colección personal de mi papá Jorge Eduardo Liefeld.

Estado: impecable (sólo el volumén II).

Editorial: Taurus .

Precio: $300.

Vol. II El triunfo de la violencia, el fracaso de la paz
El primer volumen abarca desde los lejanos antecedentes, el contexto político, la preparación militar y el desencadenamiento de la mayor conflagración de la historia de América del Sur hasta que el ejército del mariscal Francisco Solano López, luego de su embestida inicial, tuvo que retrotraerse a sus fronteras a fines de 1865 y encarar la defensa en su propio territorio.
En este segundo volumen -de 456 páginas-, se describe el cambio dramático que experimentó la guerra a partir ese momento. Los aliados tuvieron que adaptarse a nuevas circunstancias y a la idea de que vencer al Paraguay requeriría mucho más tiempo, recursos y sacrificios de lo que habían anticipado, mientras que los paraguayos comenzaron a interpretar el conflicto no ya como una aventura del mariscal López, sino como una cuestión de supervivencia nacional, sobre todo después de que se dio a conocer en Londres el texto del hasta entonces secreto tratado de la Triple Alianza.
El resultado fue una guerra total, peleada palmo a palmo, en todos los ámbitos, tanto en batallas terribles, nunca vistas en el continente, como en el campo de la propaganda, la diplomacia y las tácticas de desgaste por hambre, enfermedades y agotamiento.
Thomas Whigham Es Ph. D. en Historia por la Universidad de Stanford y profesor de Historia de la Universidad de Georgia, en Athens. Ha sido profesor visitante en University of California, California State Polytechnic University, en California State University y en San Francisco State University.
Obtuvo las becas Fulbright-Hays, Fulbright para Argentina, Fulbright para Paraguay y el Senior Faculty Research Grant (UGA Research Foundation). Recibió además el premio LeConte Memorial para investigación y la distinción Student Government Association Award for Teaching.
Es autor, coautor y editor de numerosas publicaciones, como: Paraguay: El nacionalismo y la guerra. Actas de las Primeras Jornadas Internacionales de Historia del Paraguay en la Universidad de Montevideo; Lo que el río se llevó.  Estado y comercio en Paraguay  y Corrientes, 1776-1870; Paraguay: Revoluciones y finanzas. Escritos de Harris Gaylord Warren; La diplomacia norteamericana durante la guerra de la Triple Alianza: Escritos escogidos de Charles Ames Washburn sobre Paraguay, 1861-1868; Escritos históricos de José Falcón; Campo y frontera.  Los últimos años coloniales; I Die With My Country!  Perspectives on the Paraguayan War, y The Paraguayan War. Volume One: Causes and Early Conduct.
Es miembro correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia.
La Guerra de la Triple Alianza
Eduardo Galeano
I- Las venas abiertas de América Latina 
El hombre viajaba a mi lado, silencioso. Su perfil, nariz afilada, altos pómulos, se recortaba contra la fuerte luz del mediodía. Ibamos rumbo a Asunción, desde la frontera del sur, en un ómnibus para veinte personas que contenía, no sé cómo, cincuenta. Al cabo de unas horas, hicimos un alto. Nos sentamos en un patio abierto, a la sombra de un árbol de hojas carnosas. A nuestros ojos, se abría el brillo enceguecedor de la vasta, despoblada, intacta tierra roja: de horizonte a horizonte, nada perturba la transparencia del aire en Paraguay. Fumamos. Mi compañero, campesino de habla guaraní, enhebró algunas palabras tristes en castellano. «Los paraguayos somos pobres y pocos», me dijo. Me explicó que había bajado a Encarnación a buscar trabajo pero no había encontrado. Apenas si había podido reunir unos pesos para el pasaje de vuelta. Años atrás, de muchacho, había tentado fortuna en Buenos Aires y en el sur de Brasil. Ahora venía la cosecha del algodón y muchos braceros paraguayos marchaban, como todos los años, rumbo a tierras argentinas. «Pero yo ya tengo sesenta y tres años. Mi corazón ya no soporta las demasiadas gentes.»
Suman medio millón los paraguayos que han abandonado la patria, definitivamente, en los últimos veinte años. La miseria empuja al éxodo a los habitantes del país que era, hasta hace un siglo, el más avanzado de América del Sur. Paraguay tiene ahora una población que apenas duplica a la que por entonces tenía y es, con Bolivia, uno de los dos países sudamericanos más pobres y atrasados. Los paraguayos sufren la herencia de una guerra de exterminio que se incorporó a la historia de América Latina como su capítulo más infame. Se llamó la Guerra de la Triple Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio. No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros. Aunque Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña, fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el crimen de Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con, intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores».
Hasta su destrucción, Paraguay se erguía como una excepción en América Latina: la única nación que el capital extranjero no había deformado. El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814–1840) había incubado, en la matriz del aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía paraguaya y había, conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países del antiguo virreinato del Río de la Plata. Las expropiaciones, los destierros, las prisiones, las persecuciones y las multas no habían servido de instrumentos para la consolidación del dominio interno de los terratenientes y los comerciantes sino que, por el contrario, habían sido utilizados para su destrucción. No existían, ni nacerían más tarde, las libertades políticas y el derecho de oposición, pero en aquella etapa histórica sólo los nostálgicos de los privilegios perdidos sufrían la falta de democracia. No había grandes fortunas privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el único país de América Latina que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones; los viajeros de la época encontraban allí un oasis de tranquilidad en medio de las demás comarcas convulsionadas por las guerras continuas. El agente norteamericano Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay «no hay niño que no sepa leer y escribir…» Era también el único país que no vivía con la mirada clavada al otro lado del mar. El comercio exterior no constituía el eje de la vida nacional; la doctrina liberal, expresión ideológica de la articulación mundial de los mercados, carecía de respuestas para los desafíos que Paraguay, obligado a crecer hacia dentro por su aislamiento mediterráneo, se estaba planteando desde principios de siglo. El exterminio de la oligarquía hizo posible la concentración de los resortes económicos fundamentales en manos del Estado, para llevar adelante esta política autárquica de desarrollo dentro de fronteras.
Los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano continuaron y vitalizaron la tarea. La economía estaba en pleno crecimiento. Cuando los invasores aparecieron en el horizonte, en 1865, Paraguay contaba con una línea de telégrafos, un ferrocarril y una buena cantidad de fábricas de materiales de construcción, tejidos, lienzos, ponchos, papel y tinta, loza y pólvora. Doscientos técnicos extranjeros, muy bien pagados por el Estado, prestaban su colaboración decisiva. Desde 1850, la fundición de Ibycui fabricaba cañones, morteros y balas de todos los calibres; en el arsenal de Asunción se producían cañones de bronce, obuses y balas. La siderurgia nacional, como todas las demás actividades económicas esenciales, estaba en manos del Estado. El país contaba con una flota mercante nacional, y habían sido construidos en el astillero de Asunción varios de los buques que ostentaban el pabellón paraguayo a lo largo del Paraná o a través del Atlántico y el Mediterráneo. El Estado virtualmente monopolizaba el comercio exterior: la yerba y el tabaco abastecían el consumo del sur del continente; las maderas valiosas se exportaban a Europa. La balanza comercial arrojaba un fuerte superávit. Paraguay tenía una moneda fuerte y estable, y disponía de suficiente riqueza para realizar enormes inversiones públicas sin recurrir al capital extranjero. El país no debía ni un centavo al exterior, pese a lo cual estaba en condiciones de mantener el mejor ejército de América del Sur, contratar técnicos ingleses que se ponían al servicio del país en lugar de poner al país a su servicio, y enviar a Europa a unos cuantos jóvenes universitarios paraguayos para perfeccionar sus estudios. El excedente económico generado por la producción agrícola no se derrochaba en el lujo estéril de una oligarquía inexistente, ni iba a parar a los bolsillos de los intermediarios, ni a las manos brujas de los prestamistas, ni al rubro ganancias que el Imperio británico nutría con los servicios de fletes y seguros. La esponja imperialista no absorbía la riqueza que el país producía. El 98 por ciento del territorio paraguayo era de propiedad pública: el Estado cedía a los campesinos la explotación de las parcelas a cambio de la obligación de poblarlas y cultivarlas en forma permanente y sin el derecho de venderlas. Había, además, sesenta y cuatro estancias de la patria, haciendas que el Estado administraba directamente. Las obras de riego, represas y canales, y los nuevos puentes y caminos contribuían en grado importante a la elevación de la productividad agrícola. Se rescató la tradición indígena de las dos cosechas anuales, que había sido abandonada por los conquistadores. El aliento vivo de las tradiciones jesuitas facilitaba, sin duda, todo este proceso creador.
El Estado paraguayo practicaba un celoso proteccionismo, muy reforzado en 1864, sobre la industria nacional y el mercado interno; los ríos interiores no estaban abiertos a las naves británicas que bombardeaban con manufacturas de Manchester y de Liverpool a todo el resto de América Latina. El comercio inglés no disimulaba su inquietud, no sólo porque resultaba invulnerable aquel último foco de resistencia nacional en el corazón del continente, sino también, y sobre todo, por la fuerza de ejemplo que la experiencia paraguaya irradiaba peligrosamente hacia los vecinos. El país más progresista de América Latina construía su futuro sin inversiones extranjeras, sin empréstitos de la banca inglesa y sin las bendiciones del comercio libre.
Pero a medida que Paraguay iba avanzando en este proceso, se hacía más aguda su necesidad de romper la reclusión. El desarrollo industrial requería contactos más intensos y directos con el mercado internacional y las fuentes de la técnica avanzada. Paraguay estaba objetivamente bloqueado entre Argentina y Brasil, y ambos países podían negar el oxígeno a sus pulmones cerrándole, como lo hicieron Rivadavia y Rosas, las bocas de los ríos, o fijando impuestos arbitrarios al tránsito de sus mercancías. Para sus vecinos, por otra parte, era una imprescindible condición, a los fines de la consolidación del estado olígárquico, terminar con el escándalo de aquel país que se bastaba a sí mismo y no quería arrodillarse ante los mercaderes británicos.
El ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton; participó considerablemente en los preparativos de la guerra. En vísperas del estallido, tomaba parte, como asesor del gobierno, en las reuniones del gabinete argentino, sentándose al lado del presidente Bartolomé Mitre. Ante su atenta mirada se urdió la trama de provocaciones y de engaños que culminó con el acuerdo argentino–brasileño y selló la suerte de Paraguay. Venancio Flores invadió Uruguay, en ancas de la intervención de los dos grandes vecinos, y estableció en Montevideo, después de la matanza de Paysandú, su gobierno adicto a Río de Janeiro y Buenos Aires. La Triple Alianza estaba en funcionamiento. El presidente paraguayo Solano López había amenazado con la guerra si asaltaban Uruguay: sabía que así se estaba cerrando la tenaza de hierro en torno a la garganta de su país acorralado por la geografía y los enemigos. El historiador liberal Efraím Cardozo no tiene inconveniente en sostener, sin embargo, que López se plantó frente a Brasil simplemente porque estaba ofendido: el emperador le había negado la mano de una de sus hijas. La guerra había nacido. Pero era obra de Mercurio, no de Cupido.
La prensa de Buenos Aires llamaba «Atila de América» al presidente paraguayo López: «Hay que matarlo como a un reptil», clamaban los editoriales. En septiembre de 1864, Thornton envió a Londres un extenso informe confidencial, fechado en Asunción. Describía a Paraguay como Dante al infierno, pero ponía el acento donde correspondía: «Los derechos de importación sobre casi todos los artículos son del 20 o 25 por ciento ad valorem; pero como este valor se calcula sobre el precio corriente de los artículos, el derecho que se paga alcanza frecuentemente del 40 al 45 por ciento del precio de factura. Los derechos de exportación son del 10 al 20 por ciento sobre el valor…» En abril de 1865, el Standard, diario inglés de Buenos Aires, celebraba ya la declaración de guerra de Argentina contra Paraguay, cuyo presidente «ha infringido todos los usos de las naciones civilizadas», y anunciaba que la espada del presidente argentino Mitre «llevará en su victoriosa carrera, además del peso de glorias pasadas, el impulso irresistible de la opinión pública en una causa justa». El tratado con Brasil y Uruguay se firmó el 10 de mayo de 1865; sus términos draconianos fueron dados a la publicidad un año más tarde, en el diario británico The Times, que lo obtuvo de los banqueros acreedores de Argentina y Brasil. Los futuros vencedores se repartían anticipadamente, en el tratado, los despojos del vencido. Argentina se aseguraba todo el territorio de Misiones y el inmenso Chaco; Brasil devoraba una extensión inmensa hacia el oeste de sus fronteras. A Uruguay, gobernado por un títere de ambas potencias, no le tocaba nada. Mitre anunció que tomaría Asunción en tres meses. Pero la guerra duró cinco años. Fue una carnicería, ejecutada todo a lo largo de los fortines que defendían, tramo a tramo, el río Paraguay. El «oprobioso tirano» Francisco Solano López encarnó heroicamente la voluntad nacional de sobrevivir; el pueblo paraguayo, que no sufría la guerra desde hacía medio siglo, se inmoló a su lado. Hombres, mujeres, niños y viejos: todos se batieron como leones. Los prisioneros heridos se arrancaban las vendas para que no los obligaran a pelear contra sus hermanos. En 1870, López, a la cabeza de un ejército de espectros, ancianos y niños que se ponían barbas postizas para impresionar desde lejos, se internó en la selva. Las tropas invasoras asaltaron los escombros de Asunción con el cuchillo entre los dientes. Cuando finalmente el presidente paraguayo fue asesinado a bala y a lanza en la espesura del cerro Corá, alcanzó a decir: «¡Muero con mi patria!», y era verdad. Paraguay moría con él. Antes, López había hecho fusilar a su hermano y a un obispo, que con él marchaban en aquella caravana de la muerte. Los invasores venían para redimir al pueblo paraguayo: lo exterminaron.
Paraguay tenía, al comienzo de la guerra, poco menos población que Argentina. Sólo doscientos cincuenta mil paraguayos, menos de la sexta parte, sobrevivían en 1870. Era el triunfo de la civilización. Los vencedores, arruinados por el altísimo costo del crimen, quedaban en manos de los banqueros ingleses que habían financiado la aventura. El imperio esclavista de Pedro II, cuyas tropas se nutrían de esclavos y presos, ganó, no obstante, territorios, más de sesenta mil kilómetros cuadrados, y también mano de obra, porque muchos prisioneros paraguayos marcharon a trabajar en los cafetales paulistas con la marca de hierro de la esclavitud. La Argentina del presidente Mitre, que había aplastado a sus propios caudillos federales, se quedó con noventa y cuatro mil kilómetros cuadrados de tierra paraguaya y otros frutos del botín, según el propio Mitre había anunciado cuando escribió: «Los prisioneros y demás artículos de guerra nos los dividiremos en la forma convenida». Uruguay, donde ya los herederos de Artigas habían sido muertos o derrotados y la oligarquía mandaba, participó de la guerra como socio menor y sin recompensas. Algunos de los soldados uruguayos enviados a la campaña del Paraguay habían subido a los buques con las manos atadas. Los tres países sufrieron una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente a Inglaterra. La matanza de Paraguay los signó para siempre.
Brasil había cumplido con la función que el Imperio británico le había adjudicado desde los tiempos en que los ingleses trasladaron el trono portugués a Río de Janeiro. A principios del siglo XIX, habían sido claras las instrucciones de Canníng al embajador, Lord Strangford: «Hacer del Brasil un emporio para las manufacturas británicas destinadas al consumo de toda la América del Sur». Poco antes de lanzarse a la guerra, el presidente de Argentina había inaugurado una nueva línea de ferrocarriles británicos en su país, y había pronunciado un inflamado discurso: «¿Cuál es la fuerza que impulsa este progreso? Señores: ¡es el capital inglés!». Del Paraguay derrotado no sólo desapareció la población: también las tarifas aduaneras. los hornos de fundición, los ríos clausurados al libre comercio, la independencia económica v vastas zonas de su territorio. Los vencedores implantaron, dentro de las fronteras reducidas por el despojo, el librecambio y el latifundio. Todo fue saqueado y todo fue vendido: las tierras y los bosques, las minas, los yerbales, los edificios de las escuelas. Sucesivos gobiernos títeres serían instalados, en Asunción, por las fuerzas extranjeras de ocupación. No bien terminó la guerra, sobre las ruinas todavía humeantes de Paraguay cayó el primer empréstito extranjero de su historia. Era británico, por supuesto. Su valor nominal alcanzaba el millón de libras esterlinas, pero a Paraguay llegó bastante menos de la mitad; en los años siguientes, las refinanciaciones elevaron la deuda a más de tres millones. La Guerra del Opio había terminado, en 1842, cuando se firmó en Nanking el tratado de libre comercio que aseguró a los comerciantes británicos el derecho de introducir libremente la droga en el territorio chino. También la libertad de comercio fue garantizada por Paraguay después de la derrota. Se abandonaron los cultivos de algodón, y Manchester arruinó la producción textil; la industria nacional no resucitó nunca.
(…)
La triple Alianza sigue siendo todo un éxito.
Los hornos de la fundación de Ibycuí, donde se forjaron los cañones que defendieron a la patria invadida, se erguían en un paraje que ahora se llama Mina-cué -que en guaraní significa Fue mina.
Allí, entre pantanos y manquitos, junto a los restos de un muro derruido, yace todavía la bese de la chimenea que los invasores volaron, hace un siglo, con dinamita, y pueden verse los pedazos de hierro podrido de las instalaciones deshechas. Viven, en la zona, unos, pocos campesinos en harapos, que ni siquiera saben cuál fue la guerra que destruyó todo eso.
Sin embargo, ellos dicen que en ciertas noches se escuchan, allí, voces de máquina y truenos de martillos, estampidos de cañones y alaridos de soldados.
II- Memoria del fuego
1865 Buenos Aires
La Triple Infamia
Mientras en Norteamérica la historia gana una guerra, en América del Sur se desencadena otra guerra que la historia perderá. Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo, los tres puertos que hace medio siglo aniquilaron a José Artigas, se disponen a arrasar el Paraguay.
Bajo las sucesivas dictaduras de Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, caudillos de muy absoluto poder, el Paraguay se ha convertido en ejemplo peligroso. Corren los vecinos grave riesgo de contagio: en el Paraguay no mandan los terratenientes, ni los mercaderes especulan, ni asfixian los usureros. Bloqueado desde afuera, el país ha crecido hacia dentro, y sigue creciendo, sin obedecer al mercado mundial ni al capital extranjero. Mientras los demás patalean, ahorcados por sus deudas, el Paraguay no debe un centavo a nadie y camina con sus propias piernas.
El embajador británico en Buenos Aires, Edward Thornton, es el supremo sacerdote de la feroz ceremonia de exorcismo. Argentina, Brasil y Uruguay conjurarán al demonio clavando bayonetas en el pecho de los soberbios.
1865 San José
Urquiza
Besa la mano de una mujer, es fama, y la deja embarazada. Colecciona hijos y tierras. Hijos tiene ciento cincuenta, sin contar a los dudosos, y leguas de campo quién sabe cuántas. Adora los espejos, las condecoraciones brasileñas, las porcelanas francesas y el tintineo de los patacones.
Justo José de Urquiza, viejo caudillo del litoral argentino, el hombre que hace años derrotó a Juan Manuel de Rosas, tiene sus dudas sobre la guerra del Paraguay. Las resuelve vendiendo treinta mil caballos de sus estancias al ejército brasileño, a precio excelente, y contratando el suministro de carne salada a los ejércitos aliados. Salvado de las dudas, manda fusilar a quien se niegue a matar paraguayos.
1866 Curupaytí
Mitre
Flotan en las aguas, a la deriva, astillas que fueron naves. La armada paraguaya ha muerto, pero la flota aliada no puede continuar invadiendo río arriba. La paran los cañones de Curupaytí y Humaitá, y entre ambas fortalezas una hilera de damajuanas, quizás minas, tendidas de costa a costa.
Al mando de Bartolomé Mitre, presidente argentino y generalísimo de la Triple Alianza, los soldados arremeten a bayoneta calada contra las murallas de Curupaytí. El clarín desata oleadas sucesivas de soldados al asalto. Pocos llegan al foso y ninguno a la empalizada. Los paraguayos practican el tiro al blanco contra un enemigo que persiste en mostrarse en campo abierto y a pleno día. A los bramidos de los cañones, retumbar de tambores, sigue el tableteo de la fusilería. La fortaleza paraguaya escupe lenguas de fuego; y cuando se desvanece el huno, lenta neblina, miles de muertos, cazados como conejos, aparecen revolcados en los pantanos. A prudente distancia, catalejo en mano, levita negra y chambergo, Bartolomé Mitre contempla los resultados de su genio militar.
Mintiendo con admirable sinceridad, él había prometido a las tropas invasoras que en tres meses llegarían a Asunción.
1869 Acosta Ñú
Cae el Paraguay, aplastado bajo las patas de los caballos,
y caído pelea. Con campanas de iglesias se hacen los últimos cañones, que disparan piedras y arena, mientras embisten hacia el norte los ejércitos de la Triple Alianza. Los heridos se arrancan los vendajes, porque más vale morir desangrándose que servir al ejército enemigo o marchar a los cafetales brasileños con la marca de hierro de la esclavitud.
Ni los sepulcros se salvan del saqueo de Asunción. En Piribebuy, los invasores arrasan las trincheras, defendidas por mujeres, mutilados y viejos, y prenden fuego al hospital con los heridos adentro. En Acosta Ñú, resisten la ofensiva batallones de niños disfrazados con barbas de lana o hierba.
Y sigue la carnicería. Quien no muere de bala, muere de peste. Y cada muerto duele. Cada muerto parece el último, pero es el primero.
1870 Cerro Corá
Solano López
Ésta es una caravana de muertos que respiran. Los últimos soldados del Paraguay peregrinan tras los pasos del mariscal Francisco Solano López. No se ven botas ni correajes, porque se los han comido, pero tampoco llagas ni harapos: son de barro y hueso los soldados que deambulan por los bosques, máscaras de barro, corazas de barro, carne de alfarería que el sol ha cocinado con el barro de los pantanos y el polvo rojo de los desiertos.
El mariscal López no se rinde. Alucinado, la espada en alto, encabeza esta última marcha hacia ninguna parte. Descubre conspiraciones, o las delira, y por delito de traición o flaqueza manda matar a su hermano y a todos sus cuñados y también al obispo y a un ministro y a un general… A falta de pólvora, las ejecuciones se cumplen a lanza. Muchos caen por sentencia de López, y muchos más por extenuación, y en el camino quedan. La tierra recupera lo que es suyo y los huesos dan el rastro al perseguidor.
Las inmensas huestes enemigas cierran el cerco en Cerro Corá. Derriban a López a orillas del río Aquidabán y lo hieren a lanza y lo matan a espada. Y de un tiro lo rematan, porque ruge todavía.
1870 Cerro Corá
Elisa Lynch
Rodeada por los vencedores, Elisa cava con sus uñas una fosa para Solano López.
Ya no suenan los clarines, ni silban las balas, ni estallan las granadas. Las moscas acribillan la cara del mariscal, y le acometen el cuerpo abierto, pero Elisa no ve más que niebla roja. Mientras abre la tierra a manotazos, ella insulta a este maldito día; y se demora el sol en el horizonte porque el día no se atreve a retirarse antes de que ella termine de maldecirlo.
Esta irlandesa de pelo dorado, que ha peleado al mando de columnas de mujeres armadas de azadas y palos, ha sido la más implacable consejera de López. Anoche, al cabo de dieciséis años y cuatro hijos, él le dijo por primera vez que la quería.
El guaraní
Del Paraguay aniquilado, sobrevive la lengua.
Misteriosos poderes tiene el guaraní, lengua de indios, legua de conquistados que los conquistadores hicieron suya. A pesar de prohibiciones y desprecios, el guaraní es la lengua nacional de esta patria en escombros y lengua nacional seguirá siendo aunque la ley no quiera. Aquí el mosquito se seguirá llamando uña del Diablo y caballito del Diablo la libélula. Seguirán siendo fuegos de la luna las estrellas y el crepúsculo la boca de la noche.
En guaraní han pronunciado los soldados paraguayos su santo y seña y sus arengas, mientras duró la guerra, y en guaraní han cantado. En guaraní callan, ahora, los muertos.
1879 Buenos Aires
Sarmiento
El presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, recibe el parte militar de la victoria en Paraguay. Ordena a la banda de música que toque serenatas y escribe: “Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”.
Sarmiento, fundador de la Sociedad Protectora de Animales, predica el racismo sin pelos en la lengua y lo practica sin que le tiemble la mano. Admira a los norteamericanos, “exentos de toda mezcla de razas inferiores”, pero de México al sur no ve más que barbarie, mugre, superstición, caos y locura. Esas tinieblas lo aterran y lo fascinan: él se lanza al ataque con un sable en una mano y un candil en la otra. Como gobernador y presidente, multiplica los cementerios y las escuelas y fomenta las nobles virtudes del degüello, el ahorro y la lectura. Como escritor, publica prosas de mucho talento a favor del exterminio de gauchos, indios y negros y su sustitución por blancos labriegos del norte de Europa, y en defensa del uso del frac y del corte de pelo a la inglesa.

 

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Confesiones de un librero de mierda (98 Bis )

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

El retorno de la Patota de las Bombachas de Elástico Vencido
amigas de Alan Pauls (1)

 

Para
Anita Cecchi porque hoy es su cumpleaños
Y Anita García Orsi porque es una amiga
Y Camila Flynn porque tiene un angel especial.
Seis de la mañana.
Arriba.
Tomo mate, fumo.
Intento leer.
Me obligo a leer.
Luego de un rato Peter Brown con su prosa elegante y su erudición  de la antigüedad y su manejo de 16 lenguas al cual Michael Foucault acudia en sus ultimos años a consultarle con el respeto con el que los griegos acudían al Oraculo de Delfos a hacerle preguntas logra por fin hacerme olvidar los sinsabores de la vida diaria y me arrastra a la lectura.
Es importante, para mi, leer, y con amor y entrega, sin ello soy un barco a la deriva.
Pero los quilombos son tremebundos y Peter Brown no es Marcélo Tinelli que si me invitara a ir al Bailando se solucionarian de una puta vez por todas mis pesadillas financieras.
En fin.
Luego de un rato de lectura, como haria Ernst Jünger en las trincheras, por las mañanas, de la Primera Guerra Mundial, dejo el libro, agarro el fusil y salgo al campo de batalla a matar o morir, como todos los putos días.
Y ahí vuelvo a la carga, me siento en la computadora de mi novia, que handa casi tan mal como la mía de la librería y empieza la locura de la lucha por la sobrevivencia.
Tengo que estar a las 10:15 hs a tres cuadras del boliche de Cristina. ¿No lo conocés? ¿Cómo que no lo conecés? Sí que lo conoces al bolichongo de Cristina, es ese que esta frente a Plaza de Mayo todo pintado de Rosa.
Ok.
Salgo de casa 10:15 hs y tengo que estar en el analista a las 10:15hs.
Ya no llego. Mando mensaje de que estoy demorado.
No obtengo respuesta.
Voy igual.
En siete años solo falte a mi seción una vez.
Entro, me acuesto en el diván.
Hablo.
Salgo.
Prendo un pucho y camino para el subte evaluando para donde mierda voy a encarar.
Que bueno es trabajar con un analista como Vanesa Otero.
Cuando la vi por primera vez era un Musulman, que es la categoria que usa Primo Levi para hablar de los quebrados dentro de los campos de concentración.
Todo me dolía.
Que mi perro moviera la cola feliz.
Que Natalia Oreiro o Pablo Echarri la pasaran mal en las telenovelas.
Que hubiera cremas en el baño para tener un cutis fresco y sano.
Que saliera el sol y que llegara la noche.
Todo. Absolutamente todo me dolia como un viaje a la deportación.
Solo queria y podia morirme y si no lo hacia era solo porque no podia levantarme de la cama donde estaba tirado día y noche llorando.
Bien.
Vanesa Otero como Peter Brown no pueden hacer milagros.
Pero un buen libro como un buen analista te pueden ayudar a que la angustia no te mate.
También la tragedia existe y ahí no hay tu tía.
En fin.
Fue duro y laburamos juntos y salí adelante.
Este año volvio a suceder y aca estoy nuevamente en pie de guerra y entero.
Todo esto lo contare en mi columna numero 100, así que la corto acá, con este tema.
Hacía semanas que no veía a mi primo el psicoanalista Sebastián Cariola.
Le mando un mensajito de texto y me confirma que va a estar y encaro para Palermo.
Tomo el subte.
Me siento y me pongo a leer Acercamientos. Drogas y ebriedad, de Ernst Jünger.
Es lo que necesito en este momento.
Un hombre que temple mi alma.
Y Jünger como nadie entendio en el siglo XX que el hombre comun, silvestre y boludo como vos y yo es sometido como en ninguna otra época de la historia  a las exigencias propias de de un Titan.
Sabés de qué te hablo, no te hagas el boludo, no es necesario leer a Jünger para conocer los padecimientos de  un ser mortal y cualunque al que se le reclama una vida cuyas pruevas solo pasaron exitosamente los Dioses del Olimpo.
Bien.
Estamos Jünger y yo sentados en el subte.
En la estación Callao sube un tipo con una nena en brazos.
La nene tenía el tamaño de un ñandú sobre alimentado y el padre estaba al borde del colapso físico por llevar a su hija en brazos solo para conseguir un asiento que la nena no necesitaba ocupar.
Jünger y yo miramos la escena y pensamos: que gente de mierda.
Seguimos con las meditaciones de este libro maravilloso.
En la estación Pueyrredon bajan unos y suben otros pasajeros.
Entre ellos una madre con una nena en brazos. No tenía el tamaño de la otra nena pero a un condor esta nena le sacaba media cabeza.
La madre me encara y me pide el asiento.
¡Francisco, dónde estas, te necesito, volve de Roma ya!
Ni Jünger ni yo jamas fuimos alcahuetes ni complacientes con nada.
Bien.
La miro a la mami con desprecio y le cedo el asiento sin decir una palabra.
La mami me mira con odio y no se por qué me dio puta la mina, pero de profesión, no de que le guste garchar. Algo en su mirada y en la forma de encararme me hizo sacarle la ficha. Claro que puede ser todo erronea esta tesis, pero soy buen observador pese a que ando con antoejos con los que no veo un carajo y aunque no viera tambien se oir y para mi la mami era trola. Aclaro que una puta para mi es una laburante como una cajera de supermercado o una docente o una empleada de librería. Ni más ni menos. William T. Vollmann, el escritor norteamericano, en una entrevista dice que en una sociedad donde te enseñan a venderte de la mejor forma posible todo el tiempo todos somos putas.
Bien.
La mami no contenta con haberle concedido todos sus deseos me dice:
Qué, te molesta que mi hija se siente.
La verdad, que sí, porque yo estaba leyendo y tu hija no necesita ese asiento mas que yo y yo estaba antes.
Este asiento es para…
Sí, sí, sí. Este asiento es para embarazadas, viejos, niños y enfermos – y pienso para mí: este asiento es para toda la lacra social: embarazadas, viejos, niños y enfermos – y tu hija entra dentro de esas categorias asi que te lo sedi, ¿cuál es tu problema?
Y la mami que es mas brava que un indio comanche del fondo de José León Suarez me escupe:
Si te molesta que mi hija se siente en el asiento que le corresponde jodete y a leer se va a la plaza no al subte.
Y estoy a punto de decirle que qué culpa tengo yo de que a ella se le ocurrió tener un hijo y por qué no me deja de romper las pelotas si le di el asiento a su hija que no lo necetitaba y yo sí y que…
Jünger que primero se tuvo que fumar a los nazis y luego a los boludos que son hoy los dueños del planeta y tan malos y brutos y crueles como los nazis y que lo chuceaban con pelotudeces, me miro y me dijo:
Cortala acá, todo esto es inútil, a los boludos se los mata o ignora pero con ellos jamas se discute.
Ok.
Bajo en el Alto Palermo.
Tomo unos mates con mi primo.
Charlamos de mi gato René y sus aventuras de gato volador y del páncreas de mi tía Marta.
Un beso tía, sabes que te quiero mucho.
Luego voy a una librería de la zona que tiene dos sucursales.
Voy primero a una donde esta la dueña.
Me saluda y me dice cuánto tiempo sin pasar por acá.
Es sincera en su sorpresa y alegria y eso me sorprende y alegra.
Ella no sabe que yo soy librero. Pero sabe que mi primo y yo somos grandes lectores y de gustos exquisitos. Que somos la clase de lectores que cualquier buen librero quisiera tener como cliente en su librería porque eso quiere decir que en tu librería hay cosas que valen la pena de verdad.
Bien.
Fue abuela hace poco y la felicito.
Charlamos sobre la maternidad mientras revuelvo libros.
Su hijo tuvo un baroncito y me relata las alegrías y los quilombos que genera traer un hijo al mundo.
Luego paso por la otra sucursal.
Saludo primero a la perra de la librería. Una perrita preciosa blanca y beige. Luego lo felicito a él por el éxito de sus espermatozoides y charlamos mientras miro libros, de libros y de cómo la perra recibio la venida de un monstuito desconocido en la casa. Obviamente que bien.
Siempre le digo a mis amigos Hernan Sassi y Guadalupe Marando que tienen dos nenas que es importante que los chicos se crien con animales en la casa. Pero no me dan pelota y ponen escusas estupidas.
Y ahora y hasta las mil seguire sentado frente a la computadora buscando la forma de quitarte tu dinero a cambio de unas hojas impresas con palabras.
Palabras que ha veces habren puertas.
Como el amor. Como las drogas. Como el dolor. Como una flor.
 Notas:
(1) En los link de las siguientes columnas se pueden encontrar otros episodios de La Patota de las Bombachas de Elástico Vencido el primero de los cuales se lo dedique a mi mamá porque algo de su humor oral a la hora de contar la vida cotidiana esta saga siniestra de Bombachas le debe mucho:
Célula maoísta del coro estable del  Teatro Colón de bombachas viejas de elastico vencido:  Confesiones de un librero de mierda
Mother:  Confesiones de un librero de mierda
Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico VencidoConfesiones de un librero de mierda
Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido. Episodio 2:  Confesiones de un librero de mierda
Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido. Episodio 3: La batalla final:  Confesiones de un librero de mierda

 

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zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

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La historia del petróleo 1853-1990 – Daniel Yergin

La historia del petróleo 1853-1990 Daniel Yergin Jorge Luis Borges Perón Evita

Para este collage se uso a: Juan Domingo Perón, Evita, Jorge Luis Borges y una familia de muñecos de goma cuyo hijo es un extraterrestre transexual.

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Vergara.

Traducción: María Elena Aparicio Aldazabal.

Precio: $000.

En la tradición de la épica, La historia del petróleo es una cróncia panorámica del petróleo, desde 1853 a 1990 signada por la lucha por la riqueza y el poder. La investigación es exhaustiva: desde la perforación del primer pozo en Pensylvania hasta las dos guerras mundiales  y desde ese momento hasta la crisis de 1973 que culmina con la invasión iraquí a Kuwait en 1990.
La historia del petróleo revela cómo y por qué el petróleo ha llegado a ser la industria más importante del mundo, un juego de grandes riesgos y monumentales recompensas. Se relatan los acontecimientos más decisivos y dramáticos en la historia del petróleo, la cual está protagonizada por una vívida galería de personajes que hacen que ésta sea una historia fascinante, no sólo acerca de buscadores de petróleo, oportunistas y magnates industriales sino también de políticos y jefes de estado. Los protagonistas de este estraordinario libro van desde John D. Rockefeller, Winston Churchill, Idn Saud y George Bush hasta Saddam Hussein.
La historia del petróleo ha merecido el Premio Pulitzar de 1992 para su autor, Daniel Yergin.

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Nora Joyce – Brenda Maddox

Nora Joyce - Brenda Maddox Jorge Luis Borges Johnny Allon
Para este collage se uso a: Eva Perón, Jorge Luis Borges, Johnny Allon y un falso Hombre Araña venido de la selva Paraguaya.

Estado: impecable.

Editorial: Plaza & Janes.

Precio: $850.

El amor con todas las letras
 Francisco Peregil
El 10 de junio de 1904 un James Joyce de 22 años, delgado, ojos miopes azul claro, vio por la calle a una muchacha alta, pelirroja, de ojos azul oscuro, y le tiró los galgos. Joyce estaba considerado ya una firme promesa en el mundo de las letras, y hasta él mismo no se esforzaba en bajar su voz de tenor cuando afirmaba que iba a ser el mejor de todos los escritores irlandeses, el hombre que cambiaría para siempre la historia de la literatura en su país. Estaba convencido de que era un genio. La mujer a quien abordó trabajaba de asistenta en un hotel. Se llamaba Nora Barnacle. Tenía 20 años. Había ido a la escuela en un convento de monjas sólo desde los 5 hasta los 12 años, y había repetido dos veces el cuarto curso. El le pidió salir una noche y ella prometió que acudiría. Pero faltó a la cita. El le escribió una breve carta en la que le insistía en salir. Y esta vez ella aceptó. Fueron más allá del puerto y los muelles, a una zona desierta y… “para grata sorpresa de Joyce, Nora le desabrochó los pantalones, introdujo en ellos la mano, le apartó la camisa y, procediendo con cierta pericia (según él mismo precisaría más adelante), hizo de él un hombre”.
Los dos habían tenido padres borrachos, los dos se habían quedado sin madre, los dos eran alegres, sardónicos y tenían la risa fácil. Cuatro meses después, Joyce le pidió que se fuera con él a Europa, que fuera su amante para toda la vida, que nunca pensara en casarse, porque él renegaba de la Iglesia, y ella lo dejó todo por él. Se marcharon de Dublín a Trieste, empezaron a hablar italiano en la intimidad, vivieron amancebados durante 27 años, se casaron por lo civil en 1931 y sólo los separó la muerte. Nora no vacilaba en decir “pija” en vez de “pene”, fumaba, no entendía ni leía apenas los escritos de Joyce, disfrutaba con los juegos sexuales y escatológicos que el novelista le proponía y supo conservar el humor junto a un hombre “cuyas obsesiones fueron fatales para muchas de sus amistades y, al parecer, incluso para sus hijos”.
El hombre que con más descaro se atrevió a navegar en el alma, en el subconsciente del ser humano, no iba a dejar que su Nora dejara de relatarle el más mínimo detalle sobre sus recuerdos, sus sueños, sus anhelos, sus frustraciones. El producto de todo eso, pasado por el tamiz de miles de horas de investigación, es el libro Nora, de Brenda Maddox (traducción de Roser Berdagué, Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 2001, 776 páginas) que se publicó por primera vez en 1988 y se acaba de reeditar a raíz de la película del mismo título que se estrenó el año pasado en el Reino Unido, con Ewan McGregor y Susan Lynch en los personajes centrales.
Gracias al viejo vicio de guardar las cartas, los más recónditos detalles de la relación entre Joyce y Nora salen a la luz, su correspondencia furtiva, las llamadas “cartas sucias”, todo… o casi todo. A veces, el lector respetuoso de las intimidades ajenas se preguntará: ¿pero, qué hago yo leyendo este libro que deja en pañales a las bobadas de programas como “Gran Hermano”? Y el amante de la literatura contemporánea se dirá: ¿cómo no leí hasta ahora algo tan necesario para entender uno de los libros más complejos de la literatura contemporánea? Porque Nora es mucho más que una historia de amor.
“Sé y entiendo que si en el futuro tengo que escribir algo bello y noble, tan sólo lo haré prestando oídos a las puertas de tu corazón.” Hasta tal punto prestó oído Joyce al corazón de su amada que, tremendamente celoso como era, no dudó en pedirle a Nora que se acostara con otro hombre para saber qué cosa era eso del adulterio (“la imaginación es memoria”) y poder reflejarlo en el Ulises. Pero Nora no se dejaba manipular ni por Joyce ni por nadie. No era ni mucho menos la esposa del artista William Blake, a la que Joyce describió en una conferencia: “Como muchos hombres geniales, Blake no se sentía atraído por las mujeres cultasy refinadas. Prefería (si me permiten utilizar una expresión común en la jerga teatral) la mujer sencilla, de mentalidad imprecisa y sensual o, en su ilimitado egoísmo, aspiraba a que el espíritu de su amada fuera una lenta y dolorosa creación suya para así liberar y purificar ante sus ojos al demonio (según él lo llama) escondido en la nube. Cualquiera sea la verdad, el hecho es que la señora Blake no era ni muy bella ni muy inteligente. De hecho, era analfabeta, y al poeta le costó grandes esfuerzos enseñarle a leer y escribir. Hasta tal punto lo consiguió que al cabo de pocos años su esposa lo ayudaba en sus grabados, retocaba sus dibujos y cultivaba sus propias facultades imaginativas”.
Brenda Maddox opta por dividir su biografía de Nora en cuatro partes, que corresponden a otros cuatro personajes femeninos de Joyce: la Lily de Los muertos, la Bertha de Exilados, la Molly Bloom de Ulises y Anna Livia. Todos esos personajes tenían algo de Nora. El famoso monólogo de Molly Bloom (último capítulo de Ulises) está escrito sin puntuación y sin mayúsculas, tal como escribía la propia Nora, y da una imagen erótica muy cercana a las experiencias de la esposa de Joyce.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Borges – Adolfo Bioy Casares
Osvaldo Lamborghini, una biografía – Ricardo Strafacce
Virginia Woolf – Quentin Bell
Céline secreto – Lucette Destouches y Véronique Robert
En busca del Barón Corvo. Un esperimento biográfico – A. J. A. Symons
Así fueron las cosas. Biografía de Raymond Carver – Maryann Burk Carver
Personajes secundarios – Joyce Johnson
Mis rincones oscuros – James Ellroy
Leopold Sacher-Masoch – Bernard Michel
Historia de mi vida (2 Tomos) – Giacomo Casanova
Diarios. Notas y apéndices – Robert Musil
Ensayos y discursos – William Faulkner
Dashiell Hammett. Biografía – Diane Johnson
La vida de Raymond Chandler – Frank MacShane
Kafka – Max Brod
Calderón de la Barca. Su carrera cecular – Don W. Cruickshank
Realidad y fantasia en Balzac – Ezequiel Martínez Estrada
Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões
Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una biografía – Hermann Kurzke

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish

Las chicas de letras se masturban así Elsa Kalish Juan Domingo Peron evita Metropolis George Grosz
Para este collage  que se titula Metrópolis en homenaje a George Grosz se uso a David Bowie, Juan Domingo Perón, Evita,  Lisa Ann, Jorge Luis Borges, una Muñequita Liefeld Puteadora.

 

Obras completas sin editar

 Elsa Kalish

Las Chicas de Letras se masturban así
(I)
(elinterpretador, número 9, diciembre 2004)
Voy a empezar por hacer una confesión: hace unos días fui por primera vez al MALBA. Para una chica de Letras, y en general, para alguien comprometido con el Arte, hacer semejante confesión, imagino, debe ser algo así como la parresía para los griegos, es decir, no sólo poner en palabras una verdad con respecto a uno mismo, sino además, al hacerlo, poner en juego, o poner en peligro y en consecuencia arriesgar, algo del orden de la propia subjetividad.
Sí, lo confieso (papá Foucault me diría luego de leer estas líneas donde primero escribo parresía y luego confesión: cómo nena, no era que habías leído La hermenéutica del sujeto… ¡conchas, las conchas de Letras son incorregibles!). El otro día fui por primera vez al MALBA a la presentación de la nueva novela de Charly Gamerro: La aventura de los bustos de Eva.
Lo primero que hice al entrar fue ir derechito al baño. ¡Qué placer! Ahí sí que da gusto cagar. No como en la facu donde los baños parecen el campo de operaciones de una guerra bacteriológica.
Una vez que fui de cuerpo –como diría la tía Marta–, mientras esperaba en la puerta del auditorio que abrieran para ingresar, me prendí un Gitanes. Entonces se me acercó un morocho de seguridad y muy amablemente me in-formo que en el lugar no se podía fumar. Yo —qué problemático es para una chica de Letras escribir yo, porque esto la conduce irremediablemente a formularse una pregunta central: ¿qué es un autor? o ¿hay un autor?— le pregunté dónde se podía fumar y me contestó que en la calle. Suspiré cansada, porque la estupidez humana no tiene límites ni en las comarcas del “otro” ni en las del “yo”, le di una larga pitada al Gitanes, lo miré, con restos de asco, lástima, sin odio, desde lo más profundo de mis hermosos ojos claros y le tiré el humo en la cara. Luego tiré el cigarrillo al piso y lo aplasté.
Imagino que el pobre tipo no me sacó a patadas del MALBA por la sencilla razón de que allí asiste gente importante, y como no sabía si yo era una de ellas, si lo hacía y luego resultaba ser que era pirulita o menganita, podía perder las moneditas que le paga Constantini por cuidar parte de su fortuna reconvertida en arte.
Cuando por fin abrieron las puertas y buscamos donde sentarnos, ya habían llegado algunas de mis amigas de Letras.
Charly iba y venía por ahí, entre los diferentes grupitos de asistentes al evento, excitado y coqueto como una chica en su fiesta de quince. También andaba por ahí Martín K, con su incipiente pelada, unas zapatillas de lona, su pancita sexy y su novia.
En el lugar se respiraba un aire tan culturoso y a autosatisfacción por ser todos tan cultos que había que hacer un gran esfuerzo intelectual para no sentirse Gregori Samsa aquella famosa mañana que despertó convertido en un bicho.
Adorno empieza su Teoría Estética escribiendo: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente.” Sentada en el auditorio del MALBA, me acordé de esa línea y no pude menos que pensar: cómo la pifió Adorno.
Entonces la encaré a mi amiga Sara y le dije qué difícil es después de Adorno y compañía venir al MALBA y hacerse la boluda. (Aclaro que yo no leí a Adorno, sino que leí a otros que dicen haberlo leído, pero que tampoco lo leyeron, sino que se compraron el libro de la Buck Morss, y desde entonces no paran de robarle. A los únicos que les creo que leyeron a Adorno en Argentina —y no sólo el excelente libro de la Buck— son a Silvita Delfino, Hector Schmucler y dos o tres más.) Sara que siempre está “colgada de una rama”, me preguntó, ¿de qué adornos del MALBA me hablás? Después de aclararle que hablaba de Adorno y no de adornos, le quemé la cabeza a preguntas. ¿Cómo este buen señor Constantini hizo semejante fortuna? Philip Marlowe en El largo adiós decía que no conocía a nadie que tuviera un millón de dólares sin haber cagado a otros. Creo que Balzac decía algo parecido. ¿Qué relación hay entre arte, tercer mundo y lavado de dinero? ¿Por qué a Constantini —que es un empresario millonario, y que probablemente no resistiría un archivo como casi ningún rico en la Argentina— se le ocurre ser un mecenas del ARTE? ¿Es el MALBA a Constantini lo que era el astillero a la Santa María de Onetti, es decir, el simulacro en torno al cual se construye una ficción fantasmática? Ya que estamos hablando del MALBA y de la presentación de la última novela de Gamerro, ¿no se podría pensar un ensayo donde intentar establecer posibles relaciones entre el empresario Tamerlán (de las novelas de Gamerro) y Constantini?
Si fuera una chica seria y no sólo una chica de Letras, me tendría que haber documentado sobre el pasado de esta diva del arte actual, antes de hablar. Pero ya poder formularse estas preguntas es todo un logro para una chica de Letras.
En fin, voy a decir algo que me rompe soberanamente las pelotas, con lo cual, según el día, estoy en desacuerdo o no. Creo que el MALBA, como Ñ o El refugio de la cultura de la gorda Quiroga —cuando lo escucho por la radio o lo veo por la tele, tengo la impresión de que Osvaldo al hablar del arte lo hace como podría hacerlo una señora gorda muy señorona medio pelo— son una cagada, pero si no estuvieran estos espacios también lo sería. Esa es la cagada, que son el mal menor. Que son algo triste, patético, indigesto, pero frente al inclemente desierto argentino, algo necesario.
Pero volviendo a la presentación de La aventura de los bustos de Eva, una o dos cosas. Lo mejor fue la Banegas leyendo unas páginas del poema de Leónidas Lamborghini “Eva Perón en la hoguera”. Lo qué se yo, el actor Eduardo Solá disfrazado de Evita —que parecía más Daniel Link travestido para hacer un show en Sitches que la abanderada de los pobres— primero hacía que daba un discurso a sus descamisados con un audio con la voz de Eva, y después leyó el capítulo octavo del libro de Gamerro, donde se notó que lo leía por primera vez. Y lo peor, lo que rompió el boludómetro —expresión que le robé a mi amigo Esteban Schmit, que le levantan el programa en radio Ciudad a fin de año por decir verdades, y que va de lunes a viernes a la media noche en la 1110 de la AM— fue Martín K.
K leyó de un cuadernito —¡qué romántico: un “joven” crítico y “escritor” que vive de becas, usa zapatillas de lona y escribe en cuadernitos!— un texto que, como todo lo que escribe, no está mal ni bien, sencillamente no importa. El problema no estaba en el texto en sí, que por otra parte parecía un trabajo de un pibe de los primeros años de la carrera, sino en cómo tituló cada una de las tres partes en que dividió el texto: “Tesis de filosofía de la historia”, “El narrador” y “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”. Es decir, a cada una de las partes de su textito las tituló con títulos de ensayos de Walter Benjamin. Eso fue, repito, lo que rompió el boludómetro. Alguien tendría que decirle a Martín K que con haber leído a Benjamin, y más, usar —¿“profanar” sería una palabra más adecuada en este caso?— títulos de grandes ensayos de él, no basta para ser Benjamin, o sólo alcanza para ser un benjamín. Ni que hablar de que luego de haber escuchado su texto benjaminiano, una no pudo menos que comparar éste con aquellos, y pensar en la razón que tenía Marx cuando escribió que la historia cuando se repite se transforma en parodia —¿o en tragedia?
Después de la presentación sirvieron un “vinillo” —como diría el profesor Eusebio Filigranatti— más o menos tirando a menos, y eso fue todo, en mi primera incursión en uno de los lugares más paquetes y selectos de la cultura, donde el arte ha llegado a ser tan evidente que nada referido a él puede suscitar otra cosa que aburrimiento
©Elsa Kalish
(II)
(elinterpretador, número 10, enero 2005)
A la memoria de Marcelito Jack
II
Estoy. ¿Estoy? Sí. Creo. Eso sí: triste. Tan triste como las chicas de Onetti. Como las mucamas que los jueves a la noche entran gratis a Metrópoli. Tan triste como el día que Gilles Deleuze, Leonardo Simons, o Carlos Correas decidieron suicidarse arrojándose al vacío. Como cuando te dicen: necesito un tiempo para ver qué me pasa. Como el raid de compras en la nocheshopping del Alto Palermo en que me encontré envuelta la madrugada de ayer gastando lo que no tenía. Como cuando tenés que decirle al boludo que está con vos en la cama: vestite y andate. Como el congreso de literatura que organizó este año la UBA –todo bien Panesi, la mejor con vos, pero el congreso fue patético, patético, patético. Tan triste como cuando abrís la puerta para recibir al pocero porque el pozo está lleno y ves a las chusmas del barrio mirándote desde la vereda de enfrente con una sonrisa irónica. Triste como los pitos de oro que en las madrugadas de los viernes quedan dando vueltas en el aire como trompo loco sin manija en el Quilqueni. Tan triste como el sueldo que cobro todos los meses y me humilla recordándome que no tengo visa para cruzar la frontera de la pobreza –y como dice el Pichi en la mejor novela que se escribió acá en los 90: vergüenza es ser pobre, todo lo demás se agrega por añadidura. Tan triste como Martín Heidegger, que tiene que cargar con estoicismo y vergüenza ajena que José Pablo Feimman le dedique su próxima horrible novela. En fin, tan triste como a tantas otras tristezas a las que una se va acostumbrando.
Pero ustedes se preguntarán por qué cosa puntual estoy tan amarga como el Fernet con soda que estoy tomando en esta madrugada de navidad. Se los voy a contar. Hoy a la tarde, saqué del placard la malla que llevé el verano pasado a Mar del Plata. Me la puse, me miré al espejo, y sólo pude articular:
Amor se fue
mientras duró de todo hizo placer
cuando se fue
nada dejó que no doliera.
III
Pero el show debe continuar, como dicen en la tele. Como bien sabe la Su, que por más que los chongos la maltraten, que las pastas ya no le hagan efecto, que las cirugías estéticas ya no puedan maquillar el horror a la muerte, que ya no le quede nada por comprar en los shopping de Miami, ella todos los años vuelve a hacer Hola Susana.
Me pregunto si el solo hecho de ser una chica de Letras me absuelve de algún día devenir la Su Giménez. Ustedes me dirán, qué tiene que ver una cosa con la otra, y tanta seguridad me hace dudar.
Pero como dicen en la tele, basta de pálidas y pasemos a algo lindo. Se me ocurrió, para ponerle un poco de onda al verano, organizar un concurso: La reina del verano de Letras. El concurso va a durar enero y febrero y pueden entrar para votar en elsakalish@yahoo.com.ar En un principio pensé proponer yo a los candidatos, pero después me di cuenta que lo mejor era que cada cual vote a quien le venga en ganas. Claro que el voto debe ser hecho como todo lo que hacemos nosotras, desde una mirada crítica, ya que somos intelectuales comprometidos o pichones a quienes el futuro nos espera con ese redituable papel.
Las categorías son las siguientes:
– La reina del verano de Letras.
– Primera princesa del verano de Letras.
– Segunda princesa del verano de Letras.
Y las menciones especiales:
– La tilingo-conchudita del verano.
– La costurerita que dio el mal paso.
– La que robó, huyó y la atraparon.
– Con la vieja no se jode.
– El infiel (premio a la trayectoria Arnaldo André).
Si quieren, pueden justificar sus votos (breve, en dos líneas, porque miren que no tengo elsasianos, como la Su a sus susanos, para que me hagan el trabajo sucio).
IV
Ya que estamos en la intimidad del cotorreo de Letras, les voy a contar una intimidad. Para este número tenía planeado contarles un sueño que tuve, en el cual Puán era La Salada y lo mazorcábamos a Zizek, pero como se me murió un ser querido y entré en crisis, preferí dejar el sueño para otra vez y escribir estas estupideces, que espero que las conchuditas de Letras que están enojadas con mi columna me lo agradezcan, ya que les estoy dando pie para que le digan al divino de Juan Diego: ves que teníamos razón cuando te decíamos que tenés que tener mejor criterio a la hora de editar el material que te llega. A todas esas conchudas un beso, igual las quiero.
Pero para suplir ese sueño que espero poder contar en otro momento, se me ocurrió cometer una canallada de esas que sólo las chicas de Letras podemos hacer. Cometer el peor de los pecados que una chica de Letras puede cometer, escribir “ficciones”, y peor aún, publicarlas. Sí, como Daniel Link (¿cómo una persona tan divertida a la hora de dar clases y hasta arriesgaría buen critico puede publicar mamotretos como Los años 90?, y más, me pregunto: ¿qué habrán pensado los de la beca Guggenheim cuando leyeron el socotroco de La ansiedad?, ¡lo que ayuda tener pinta y chamuyo!), Kohan (bueno, en fin, mejor no digo nada), Molloy, Barthes (que por suerte cuando empezó a escribir su novela, que era algo así como lo novelesco sin la novela, un camión de la lavandería se lo llevó puesto y lo dejó chocolate), Florencia Abatte (que me hace acordar tanto a la Tauro, pero sin la poesía con la que cuenta chimentos con Polino, los sábados al mediodía en el programa Quién es quién, por Radio 10), o la Drucaroff (que no me digan que no parece un personaje salido de una novela de Dostoievsky), yo también escribo “ficciones”.
Espero que el cuento les guste y lo encuentren repleto de tipologías, topologías, códigos, ostranenies, intertextos, doxas, semas, operaciones de lectura y otras delicias que tanto nos gusta encontrar a nosotras cuando nos sentamos a leer.
Por favor llamen a mi casilla de correo para votar por La reina del verano de Letras –o para contarme chimentos de Letras, por qué no– y si se van de vacaciones a la costa no “tomen” sol al mediodía que hace mal –siempre queda canchero hacer alguna alusión a las drogas.
Bueno, eso es todo. Chau, chau, chauuuuuuuuuuu…
V
EL AMOR TIENE CARA
DE TRAVESTI PARAGUAYO
Las cosas iban mal y sólo a un forro como Marcos Aguinis se le podía ocurrir que mañana todo cambiaría. Tampoco es cuestión de cargar las tintas sobre un tipo, que bien o mal, había logrado llegar a los 50, con dos hijos en la universidad, tres locales de ropa en Villa Ballester, una linda casa en San Andrés, un auto japonés, y un matrimonio que no se había disuelto hace años “por los chicos» -se justificaba él- y “porque después de aguantarlo todos estos años y perder lo mejor de mi vida a su lado, qué lo voy a dejar ahora, ni loca, ahora que me mantenga este forro hijo de puta” -se justificaba ella charlando con sus amigas de Reiki.
Marcos Aguinis no se llamaba así. Su nombre era Federico Schmitt y la culpa de que todos lo llamaran Marcos Aguinis era de Lauri, la mejor amiga de su mujer. Esta bruja, a diferencia de la bruja de su jermu, gracias a la gimnasia, el yoga, el diván del psicoanalista, la cirugía estética, las siliconas, el peluquero –al que iba dos veces por semana–, una dieta macrobiótica, y un buen gusto para estar siempre bien vestida y a la moda, era una bruja más que cogible. Pero como era amiga de su mujer, nunca intentó tener nada con ella, y por eso Lauri le tomo a él tanto odio como el que le profesaba su mujer. Y como ella era una mujer culta que amaba el arte –no se perdía una sola muestra de Constantini en el MALBA, ni dejaba de ir a todas las obras de teatro que se presentaran en el San Martín, ni dejaba de asistir a cuanta presentación de libro anunciara alguno de los suplementos culturales de Clarín, Pagina/12, o La Nación–, aparte de cuidar su cuerpo, estimulaba los músculos de su mente leyendo. Así es que un día descubrió un libro excelente de Marcos Aguinis(1), El atroz encanto de ser argentino, y cuando lo vio en el stand de Planeta en una Feria del Libro firmando ejemplares de su obra descubrió que era igual al marido de su mejor amiga. Entonces compró dos ejemplares de un libro de Aguinis donde se lo podía ver en la contratapa posando para la cámara con cara de boludo, como el marido de su amiga, y se los regaló, uno a su amiga y otro al esposo de ésta. Y le dijo a él, frente a su mujer, sos un calco, igualito, te re parecés, así que de ahora en más te vamos a llamar Marcos Aguinis.
Por más que al principio mostró indiferencia, luego intentó protestar y finalmente prohibió que se lo llamara como al escritor, se tuvo que resignar a su nuevo nombre, con el que su mujer y su amiga habían decidido rebautizarlo.
Las brujas no existen, pero que las hay las hay: su mujer y la amiga lo eran. Sabían que llamarlo como un escritor con cara de pelotudo que se le parecía de forma notable, a él, le chupaba un huevo. Pero que ese escritor fuera judío –y para colmo cordobés– y que a él lo asociaran con un judío era algo que lo humillaba.
Había sido tan perfecta la tela de araña que tejieron las dos brujas, que no sólo sus hijos habían olvidado el nombre verdadero de su padre, sino hasta sus amigos, y proveedores, empleados y clientes de sus locales de ropa se referían a él denominándolo inocentemente “el rusito Marcos” sin saber que le estaban escupiendo a la cara: judío, usurero, sucio, hijo de puta.
Sin embargo, no eran todos sinsabores la vida de Marcos Aguinis. Los domingos a la nochecita se secuestraba religiosamente en un departamento de Belgrano, con Flopy, un travesti paraguayo.
Flopy no parecía un travesti ni mucho menos una mujer. Flopy, vista de lejos o cara a cara, arreglada para eclipsar la luna o de entre casa, siempre daba la misma impresión, lo que era, un paraguayo disfrazado de mujer. Ese era su encanto, su atroz encanto, no saber que era el travesti más feo del mundo e ir por la vida como si fuera Sofía Lorens. Flopy era petiso, negro y peludo, una suerte de reescritura de Platero y yo escrito a cuatro manos por Philip Dick y Copi, y Marcos Aguinis le pagó las operaciones en Chile para que le sacaran el pito —que lo guardaba como souvenir en la mesita de luz— y en su lugar le pusieran una prótesis de concha, y le implantaran un buen par de tetas y una cola divina.
Marcos Aguinis adoraba con locura a su oscuro objeto de deseo.
Le bancaba un departamento de dos ambientes y lo único que le exigía era que los domingos a la noche fuera solo para él. Durante la semana o los sábados podía atender a sus clientes o hacer lo que se le ocurriera, pero los domingos sin excepción ni excusa que valga tenía que ser su exclusiva geisha paraguaya.
Se habían conocido precisamente un domingo en la Zona Roja de Palermo. Él había ido a ver “por boludear nomás” cómo era ese espectáculo de putos en medio de la calle ofreciendo sus servicios sexuales, que había visto en un programa de televisión. Y fue tan solo verse y sentir una atracción fatal. Él la vio a Flopy acercarse al auto, cuando éste paro a metros de ella, y su idea era putear al “puto” cuando le ofreciera “sus servicios sexuales” –palabras textuales extraídas de un programa de televisión– para luego salir picando, riéndose, por su ocurrencia, pero fue cruzar sus miradas, y algo tan olvidado y vacío de contenido en sus vidas como el Amor –con mayúscula y dentro de un corazón atravesado por una flecha– los dejó mudos, sin aliento, trémulos, y desnudos como Adán y Eva en el paraíso. Ninguno de los dos tuvo que decir nada. Él le abrió la puerta del lado del acompañante y ella subió con decisión y naturalidad como si lo conociera de siempre, pero temblando, arrebatada por la furia del amor que tanto miedo da.
Aquel primer encuentro lo pasaron en un telo –él aun les decía amueblada– que tenía habitaciones temáticas: ellos eligieron la habitación-baticueva de Batman. Esa noche de domingo Marcos Aguinis descubrió que el amor tiene cara de travesti paraguayo. Luego de deshacer y hacer el amor hasta quedar exhaustos, aun con partes de los trajes, ella con el de Batman y él con el del Pingüino, se contaron sus vidas. Así supo Marcos Aguinis que Flopy tenía veinte años, que desde los diez, cuando vio por la televisión paraguaya una película con Sofía Lorens, supo que cuando fuera grande sería como ella o no sería nada, que hacía cinco años que había migrado a la Argentina y tres que hacía la calle. Y Flopy supo que Marcos Aguinis había pasado la barrera de los cincuenta, tenía mujer e hijos, un buen pasar económico, y no era feliz pero tenía fe en el porvenir.
Al mes de conocerse Marcos Aguinis le pagó las operaciones en Chile para que se transformara en su dolce vita, en su florcita guaraní, y le alquiló el departamento de Belgrano, para que no viviera más en una casa tomada entre inmigrantes ilegales, vendedores de droga, ladrones y prostitutas.
Durante un buen tiempo fueron felices así: viéndose sólo los domingos por la noche y hablando durante horas por teléfono durante la semana. Como en toda pareja que se ama, tarde o temprano llagan los hijos, y ellos no fueron la excepción. Fruto del amor de Flopy y Marcos, nació primero Marquitos y después Flopyn.
Marquitos era un bebote precioso, de ojos azules, que cuando se le apretaba la panza decía: mamá, y que si uno le daba la mamadera hacía pis. Marcos Aguinis no podía evitar emocionarse cada vez que la veía a Flopy darle la teta a su bebote Marquitos –made in Taiwán. Y así como Marquitos fue planeado, buscado y esperado nueve meses, Flopyn los sorprendió irrumpiendo de repente cuando ya habían decidido por mutuo acuerdo que sólo tendrían un hijo. Una noche, yendo a comprar helado de pistacho y banana splint al Freddo que quedaba a dos cuadras del departamento de Belgrano, se tropezaron con una perrita abandonada, y él le dijo a ella, mirá que hermosa, tiene tu mirada, y no dudaron un instante, la adoptaron y la llamaron Flopyn.
Pero como sucede siempre, la suerte un día cambia de mano, y la fortuna que se fue acumulando con destreza y esfuerzo, con creatividad y riesgo –como recomiendan los libros de management y marketing que le gustaba leer a Marcos Aguinis en sus horas libres–, de repente se esfuma en el aire en un abrir y cerrar de ojos –y como para estas contingencias del azar los gurúes de los libros de autoayuda y management no saben qué hacer prefieren obviarlas o simplemente echarle la culpa al lector por no haber entendido y seguido sus instrucciones al pie de la letra.
Marcos Aguinis hacía un tiempo que se venía sintiendo mal, y después de postergar todo lo que pudo la consulta a “su” doctor, una tarde fue. Lo reviso y le ordenó un chequeo general. Todo fue tan rápido y violento que casi no tuvo tiempo de pensar en nada: cáncer. El pronóstico era delicado, tenía una oportunidad en cinco de seguir vivo en menos de seis meses.
Como amaba a Flopy y a los hijos que habían tenido fruto de la pasión, Marquitos y Flopyn, y no quería que sufrieran por su culpa, decidió romper la pareja. Sabía que esto a ella le haría mal, pero también sabía que verlo morir consumido por el cáncer le haría peor. Por eso opto por el mal menor. Después de todo, Flopy todavía era joven, y cuando se repusiera del incomprensible abandono de él, ella podría rehacer su vida, y quizá, pensaba, quebrándosele la voz de la conciencia, quizá pueda volver a enamorarse.
Marcos fue tres veces intervenido en el quirófano, y luego de un largo tratamiento de quimioterapia combinado con unos rezos y yuyos que le recetó la bruja a la que iba desde su juventud para que lo protegiera de las malas hondas y otros males, en menos de un año estaba recuperado.
Recién cuando el cáncer se transformó en un mal sueño que había tenido la noche anterior, decidió recuperar a su florcita paraguaya, volver a mirar a los ojos a su amor y contarle todo. Que nunca la había abandonado aun cuando la había dejado, que como tenía cáncer y los doctores lo daban prácticamente por muerto había decidido no involucrarla a ella en esa escena patética. Y que para él, desde que la conoció, supo que el amor tiene cara de travesti paraguayo.
Acá es donde el relato de desliza imperceptible hacia el género policial, pero sin abandonar el melodrama.
Flopy, al ser abandonada por Marcos Aguinis, se hundió en la depresión. Durante los primeros meses se encerró en su departamento a tomar merca y vino blanco de cartón EKI. Pero una noche se dio vuelta después de tomar pala durante horas con un cliente, y si no hubiera sido por éste, que llamó a una ambulancia antes de desaparecer, dejándola tirada en el piso con convulsiones, vomitando espuma y saliéndole sangre por la nariz, Flopy hubiera muerto en su departamento de Belgrano de sobredosis y frente a sus hijos Marquitos y Flopyn, que la miraban sin entender la escena.
Luego de eso decidió que no podía seguir así. Dejó las drogas, el vino de cartón y se dedicó a trabajar y criar a sus hijos.
Una tarde que iba a visitar a sus viejas amigas de la casa tomada donde vivía, pasó por la puerta del canal América y, sin querer, Marcos Aguinis, que salía del canal no la vio y se la llevó puesta. Marcos Aguinis le pidió disculpas y ella se quedó muda, pálida, sintiendo un maremoto dentro de su corazón. Estaba convencida que era Marcos, su Marcos, pero no, era el otro, el escritor. El mal entendido los llevo a charlar a un bar de Palermo Hollywood y, cuando se dieron cuenta, ya estaban en la cama enredados uno en el otro jurándose amor eterno.
Por esto es que el domingo que Marcos Aguinis llegó al departamento de Belgrano, con rosas amarillas, bombones y un koala de peluche gigante con una remera que tenía un estampado que decía I LOVE YOU FLOPY para reconquistarla, ella no lo esperaba.
Entró al departamento sin avisar, abriendo con el juego de llaves que tenía y no le había devuelto a Flopy cuando le dijo fingiendo indiferencia y desdén “lo nuestro no va más, negra”. Ni por un instante se le ocurrió que podía estar otra cosa que no fuera Flopy esperándolo a él como cada domingo. Al abrir la puerta, con los bombones, las rosas amarillas y el koala gigante de peluche, lo que vio, lo dejo duro. Flopy estaba en el sillón del comedor metiéndole un consolador en el culo a alguien igual a él. El escritor Marcos Aguinis(2), con el pepino en el ojete, y Flopy, en parte por la excitación del acto sexual y en parte por ser sorprendidos en él, quedaron tiesos y agitados mirándolo, sin saber qué hacer.
Si hubiera sido un tipo cualquiera, Marcos Aguinis hubiera entendido que había aparecido en un mal momento y se hubiera disculpado por haber entrado sin anunciarse previamente. Pero el tipo era igual a él; era el famoso escritor judío, por culpa del cual la amiga de su mujer, al descubrir que eran iguales, empezó a llamarlo Marcos Aguinis, o sea, una forma sutil de llamarlo judío sucio, usurero, hijo de puta, pero con carpa, casi sin decírselo, pero diciéndoselo. Aparte, Marcos, al verla a Flopy con él, que era un otro él, que era otro y él, y a esta altura ya no sabía quién era quién, solo atinó a pedir disculpas y retirarse.
Bajó los ocho pisos por la escalera de servicio, confuso, llorando, sintiendo que la realidad de ese momento era un decorado de cartón pintado detrás del cual la irrealidad del universo lo reclamaba para devorarlo en su abismo de sin sentido. Fue hasta el auto y buscó en la guantera la Luger –que había heredado del abuelo Ernst Schmitt– y que llevaba siempre encima para seguridad personal, y volvió al departamento.
A Marcos Aguinis le voló la cabeza y a Flopy le descargó el resto del cargador, siempre apuntándole al corazón. Volvió a cargar la Luger y mató a sangre fría a sus dos hijos. Al bebote Marquitos, que dormía en su cuna, le descargó dos tiros en el pecho, y a Flopyn la agarró entre sus brazos y la arrojó por el balcón al vacío. Luego se fue con paso quedo a tomar el ascensor, con el arma aun humeante en la mano y la ropa salpicada con la sangre de su amor.
A la tarde siguiente, la amiga de su mujer, Lauri, apareció por uno de sus locales, el de lencería, y le tiró la sexta de Crónica sobre el mostrador, con cara burlona.
—Mira como terminó tu alter ego —le dijo Lauri.
—¿Tu alter qué…
—¡Que ignorante que sos! No importa. Te traje el diario para que veas como terminan los rusos tramposos como vos.
—Yo no soy judío –le dijo con odio contenido.
—¿Y puto como tu tocayo escritor?
—A ver… – y tomó el diario.
En la tapa de Crónica habían titulado: ESCRITOR MUERE ACRIBILLADO CON PEPINO EN EL HUPITE. Y el copete de la nota informaba: El escritor argentino Marcos Aguinis fue anoche asesinado cuando estaba en un departamento de Belgrano con un traba paraguayo. La policía dice no tener pistas firmes y no descarta que el siniestro haya sido un crimen pasional.
Cuando terminó de leer la nota, Marcos levantó la vista y miró a los ojos a Lauri. Ella le sostuvo la mirada, acompañándola de una sonrisa irónica, como diciéndole “yo sé todo”.
—Mirá —le dijo él—, ¿viniste nada más que para contarme esta boludez sobre un judío degenerado que se encamaba con trabas paraguayos?
Ella volvió a sonreírle con una seguridad que lo intimidaba, y movió la cabeza afirmativamente.
—Bueno, si era eso solo, ya está, podes irte. Porque yo acá estoy muy ocupado y tengo mucho trabajo.
Ella volvió a sonreír y él se contuvo para no clavarla contra la pared y darle en la cara hasta que desapareciera para siempre esa sonrisa irónica que le ofrecía cada vez que hablaba con él. Se dieron un beso en la mejilla. Y Marcos se quedó parado, mirando como el culo de Lauri se perdía en la vereda. Pensando qué haría ahora que tenía los domingos libres.
NOTAS
(1)Breve nota al pie sobre quién es el escritor al que se alude en este texto: Marcos Aguinis es autor de una obra notable, que incluye novelas, ensayos, y que nunca ha dejado de intervenir como intelectual crítico en diversos medios de comunicación –como la televisión, la radio y los diarios. Entre sus obras más destacadas se cuentan su monumental novela La gesta del marrano, la novela histórica La batalla perpetua, su más reciente creación Asalto a la ilusión y su excelente ensayo, ácido y corrosivo, El atroz encanto de ser argentino. Toda su obra debe ser entendida como fruto de un diálogo con lo mejor de la literatura argentina y su nombre ya es parte del panteón de los grandes autores argentinos, como son Eduardo Mallea, Hugo Wast, Silvina Bullrich, Ernesto Sábato, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez, José Pablo Feimann, Rodrigo Fresán, Luis Pedro Toni, Martín Caparrós, Luis Chitarroni y Juan Forn.
(2)Marcos Aguinis desde chiquito siempre fue muy pajero y culposo. Era el típico judío culposo, que gracias a esa culpa insoportable gozaba como loca. Cuando Flopy le metía el consolador por el culo, Marcos Aguinis inevitablemente veía frente a él a su madre asfixiándose en una cámara de gas de Auschwitz. Y su madre consumida, casi irreconocible, transfigurada en un musulmán por la vida del Lager, llorando, le decía a su hijo: Marquitos, la culpa de todo esto que me sucede es sólo tuya. Y él, al borde del delirio, le gritaba a Flopy: ¡Sí mamá, sí, sí, mamita!
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.

©Elsa Kalish

(III)
(elinterpretador, número 11, febrero 2005)
Se puede decir una mentira, pero no se puede hacer una mentira.
Juan D. Perón
¡Lloren, chicas, lloren!
En medio del calor idiotizante de Buenos Aires, rodeada de velas blancas que reclaman que se sequen de una vez y para siempre todas las vaginas, y baladas de amor, locura y muerte que sueñan con dispositivos de vigilancia y control —a la usanza de los viejos buenos tiempos— que garanticen el orden y seguridad de un mundo feliz, ahí, justo ahí, lo imprevisible de un intercambio de mails me devolvió la alegría y humedad que brota de ese punto nodal donde el vacío pone todas las fuerzas opuestas en tensión.
Me explico. Hace tiempo que estaba caliente por leer la última novela de Fogwill, Urbana. La novela la publicó Mondadori hace ya unos años en España y nunca llego acá. Imagino que por razones razonables, es decir, por variables de estricta lógica de mercado, que es la lógica que le permite a los canallas hacer guerras, hundir países enteros en la miseria, o hacer del objeto libro una cosa más entre la infinita oferta de cosas, que otras cosas —que algunos llaman hombre, o sujeto, o gente, o consumidor, o lo que sea— pueden usar y tirar, con la misma instantánea rapidez con la que se compra una latita de Coca Cola, se la toma y se la tira en la calle.
Es por esto que, harta de querer y no poder leer la novela de Fogwill, venía jodiendo hacía meses a mis amigas con la cantinela: mañana voy a ver si le mando un mail a Fogwill para pedirle si me puede mandar Urbana. Y un día me senté frente a la computadora y le mande un mail. Para mi sorpresa me respondió al toque y como no podía ser de otra forma, Fogwill complació, una vez más, todos mis deseos.
A continuación reproduzco el intercambio de mails:
Fecha: Mon, 24 Jan 2005 20:25:50 -0300 (ART)
De: «elsa kalish» <elsakalish@yahoo.com.ar>
A: fogwill@uolsinectis.com.ar
Hola Quique:
> me llamo Elsa, estudio letras, y colaboro en una revista mensual de literatura, http://www.elinterpretador.com, donde tengo una columna que se llama Las chicas de Letras se masturban así. En el número de febrero te vuelo la cabeza de dos tiros. Espero que no lo tomes a la tremenda como otras chicas de letras que leen lo que escribo y se indignan.
> ¿sabías que en letras hay pelotudas que piensan que vos sos
antisemita y leen tu literatura como una continuación de Hugo Wats? Claro que esas son las mismas que suspiran cuando se cruzan con Martín Kohan por algun pasillo de letras.
> Bueno no la quiero hacer larga. Creo que vos escribiste una de las
tres mejores novelas de los 80 y sin duda alguna, la mejor de los 90,
Vivir afuera -claro que mi opinion no es canónica en letras, ahí están
convencidos que la novela es Las islas de Gamerro, que no está mal, pero al lado de la tuya queda pagando.
> En realidad este mail te lo mando para pedirte algo. tu última
novela, Urbana, parece que los gallegos del orto no la piensan mandar nunca, y encargarla allá cuesta una fortuna, y acá viene el mangazo, ya que la novela vos la cobraste y acá no llega, no me la podrías mandar por mail. A mí en particular y a unas cuantas de las chicas de la revista nos harías muy felices. si no podes por cuestiones de contrato o simplemente no querés por alguna otra razón todo bien.
> un besito, Fogwill, elsa.
De: fogwill@uolsinectis.com.ar
A: «elsa kalish» <elsakalish@yahoo.com.ar>
Asunto: A mi ña chicas de letras que hacen revistas boludas me chupan
Fecha: Mon, 24 Jan 2005 22:26:18 -0300 (GMT+3)
a mí los contratos, a semejanza de las chicas de letras que hacen revistas boludas, me chupan un huevo. pero si valen la pena, preferiría que me chupasen la arrugadita pija.
Y más si tienen ojos lindos
y son judías antisemitas
y putitas
Tu revista me parece una mierda, como todo lo que se hace en Puan desde que no está más la fábrica inglesa de Jockey Club y Commander. Pero igual te mando la Urbana, ZZZZipiada y con errátiocas herratas.
Gamerro no existe. Creo que es un seudónimo de Brizuela
De: fogwill@uolsinectis.com.ar
A: «elsa kalish» <elsakalish@yahoo.com.ar>
Asunto: kalish
CC: fogwill@fogwill.com.ar
Fecha: Tue, 25 Jan 2005 19:24:21 -0300 (GMT+3)
mandame esos dos tiros a la nuca.
Ahora, mi idea era simplemente conseguir la novela para leerla mis amigas y yo. Pero cuando abrí mi casilla de mail y me encontré con la novela, me puse loca. Corrí a un teléfono y lo llamé totalmente histérica al divino de Juan Diego, y le dije: loco, tenemos una bomba para la revista, tengo adentro de un comprimido adjunto, titulado “Sarlitas Putitas”, el archivo word con la última novela de Fogwill, entera, ¿qué hacemos?
Estuvimos discutiendo largo y tendido, y decidimos que era canalla guardarnos la novela para leerla nosotras solas.
Claro que estaba el tema de los “derechos” del libro.
Fogwill en el mail era claro, los contratos le chupan un huevo, y aparte, la novela ya la había vendido, cobrado y reventado la guita. Además, le hacíamos circular una novela que a la editorial le importa nada que se lea en Argentina –o en cualquier otro país del tercer mundo donde no es rentable publicar cierta literatura.
Pero estaba también el tema de los “derechos para todo el mundo” de la novela que “compró” Mondadori. ¿Qué hacer frente a esto? Si respetábamos los derechos de Mondadori violábamos los nuestros —los de la revista y sus lectores— y viceversa. ¿Qué hacer?, nos preguntábamos, como el camarada Lenin. Entonces, ahí, recordamos las palabras, una y mil veces repetidas, de nuestro maestro David Viñas: si los libros no se pueden comprar hay que robarlos, los libros son de quien los quiere leer y no de quien lucra con ellos. Y me acuerdo que después, David, nos dio cátedra de cómo hacer en una librería para robar libros —los de él inclusive, claro.
Así es que decidimos publicar la novela íntegramente y al que no le guste, como dicen los españoles, que vayan a tomar por culo.
No quiero ni tengo ganas de explicar quién es Fogwill o qué lugar ocupa dentro del sistema literario argentino. Pero sí quiero anotar algunas observaciones personales.
Fogwill es junto a Laiseca, Fontanarrosa, Leónidas Lamborghini, uno de cada diez libros de Aira, Rivera, Saer, Asís, y tres o cuatro más, la literatura argentina actual.
Fogwill es el único escritor que ha logrado que me tuviera que hacer tres pajas en una sola noche leyendo alguna de sus páginas de La experiencia sensible, y otras tantas pajas más leyendo Vivir afuera o el cuento “Luz mala”.
Fogwill, como David Viñas, es para mí el chongo de las letras. Claro que entre Quique y David hay diferencias, de estilo, del decir, del hacer, pero no en cuanto a la incomodidad que genera el lugar que eligieron ocupar, y mucho menos, en cuanto a esa sensación indeleble y penetrante, que no encuentro otro forma de describir que diciendo que ambos sudan olor a hombre. O para decirlo sin eufemismos, sus presencias sudan un exquisito olor a pija.
Alguna, asombrada, me podría retrucar, ¿y Alan Pauls?
Sí, claro, Alan es un bombón. El más lindo. Pero cuando una lo ve a Alan piensa, qué lindo, cómo me gustaría chuparlo todo, como si fuera un chupetín, despacito, despacito, despacito, hasta que no quede nada.
En cambio, con David o Quique, una piensa, si éste me agarra me la deja como una cacerola.
Como quien diría, es cuestión de matices, viste.
En fin, para ir terminando quisiera decir unas pocas palabras más, a vos, amor de mis amores, Quiquito. El texto donde a vos te matan de dos tiros en la nuca y a Zizek lo mazorqueamos las chicas de Letras, si lo querés leer vas a tener que esperar a que salga en el número de marzo de el interpretador. Y en cuanto a hacer público nuestros mails, publicar tu novela sin pedirte permiso, creo que más allá de que te enojes o no en un principio, te encanta. Te encanta esta conchudez que hice, porque es propia de chicas conchudas, jodidas, malas, perversas, histéricas, reventadas, en fin, como las únicas chicas que vale la pena conocer.
Espero que la novela les guste a nuestros lectores, y que puedan entender el gesto de publicarla como lo que es, un acto de amor interesado. Y a vos, Quique, gracias… totales, y muchos besitos, ahí, justo ahí, donde a vos más te gusta.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(IV)
(elinterpretador, número 12, marzo 2005)
“Es frecuente que la realidad se vuelva ficción”
Héctor Schmucler en “La única verdad es el relato”

“Y…ahora es así”
Doris del Valle entrevistada en “Quién es quien”

Era de noche y viajaba sentada en uno de los asientos del fondo del 44. El colectivo venía prácticamente vacío y yo hacía que leía unos apuntes. Cuando el colectivo llegó a Chacarita subieron dos pasajeros. Uno fue directamente para el fondo a sentarse en un asiento delante del mío. El otro se quedó frente a la máquina expendedora de boletos poniendo monedas, que no bien las ponía la máquina se las devolvía y nuevamente las volvía a introducir.

Como a las 20 cuadras el colectivero le dijo que pasara sin pagar y fue a sentarse junto al otro pasajero. Fue ahí que los miré atentamente. A él lo conocía de memoria, era Brad Pitt. Y a ella también, era una chica de Letras, de las vedettes consagradas, pero por más esfuerzos que hacía por recordar su nombre, no me salía.

Durante todo el viaje, en ningún momento, se me cruzó por la cabeza cuestionarme la verosimilitud de que Brad Pitt estuviera viajando con una chica de Letras en el asiento de adelante al mío. Todo mi esfuerzo intelectual estaba puesto en descubrir quién era esa conchuda de Letras, que estaba segura de haber cursado su cátedra, y que estaba a los besos con mi bombón imposible.
Cuando el colectivo llegó a mi parada, me bajé, y ellos detrás de mí. Encendí un Gitanes. Que de los nervios y ataque de concha de los mil demonios y uno más, me lo fume de tres pitadas. Encendí otro y me puse a caminar rumbo a la facu.
Pero, cuando entré a Puán, el lugar era otro, era La Salada, el bolishopping del Conurbano Bonaerense donde te podés comprar 10 remeras a 20 pesos, zapatillas Nike de 200 pesos a 25, y donde en una suerte de aleph lumpen convergen piratas del asfalto, el aparato duhaldista, la policía bonaerense, la clase media, dealers, marcas de “primera calidad” truchas hechas en quién sabe donde; en fin, un lugar mágico, con un ambiente que oscila entre pesadito y pasadísimo, donde en cuanto te hacés el loco te cortan en cuatro, y donde con poca plata y suerte te podés llevar lo que busques.
Empecé a buscar entre los pasillos mi aula, porque si bien Puán era La Salada seguía siendo Puán, y me detuve frente a un stand donde María Teresa Gramuglio vendía remeras. Había una montaña de remeras y ella estaba a un costado, leyendo “El alma y las formas” en la edición francesa y escuchando en los walkman, a los tacos, a Cacho Castaña: explota la bailanta / ya comienza el show / a vuelto el matador / a vuelto el matador…
Cuando se percató de que la estaba observando, me dijo: yo a Cacho lo sigo desde siempre, ¿sabes? Lo que pasa que antes los maoístas con los que paraba, si les decía que me gustaba me hubieran acusado de contrarrevolucionaria. Aparte Cacho, sabés, dicen que tiene… y abriendo bien grandes los ojos, puso sus manos frente a sí, en paralelo, a unos treinta centímetros de distancia entre ambas, y concluyó: la de Cacho es una cosa de locos, que ni en una porno. ¡Qué Mao ni revolución ni ocho cuartos! ¡Cacho Castaña for ever now! Vos todavía sos pendejita y por eso tan pelotudita como era yo a tu edad, ¿sabes lo único que importa? Que te agarre un Cacho y te dé con su capital en la estructura y la superestructura hasta hacerte pelota toda la plusvalía. La única verdad de la milanesa es la milanesa.
Asentí, sin saber qué responder. Luego se me acercó y me susurró al oído, cuidado, porque en esta facultad están pasando cosas raras. Después, volvió a ponerse los walkman y abandonó su puesto canturreando, explota la bailanta / ya comienza el show/ ha vuelto el matador…
Yo empecé a revolver entre las remeras. Había de todas las marcas y de todos los talles. Cuando de repente siento que la montaña de remeras empieza a temblar. Me alejé unos pasos y del centro de la montaña emergió David Viñas. Me miró fijo a los ojos y empezó a gritar: ¡Literatura argentina y realidad política!
Como pudo salió de la montaña de remeras y se perdió, corriendo, por un pasillo, repitiendo, a los gritos, ¡Literatura argentina y realidad política!
Fue entonces, ahí, que empecé a sentir miedo, y sólo pensé en buscar mi aula, sentarme y tomar apuntes. ¿Pero dónde estaba mi aula?
Aparte el lugar era un mundo de gente que iba y venía, compraba cosas, se chocaban unos con otros. Entre el tumulto lo vi a Jorge Panesi. Estaba con un control remoto de televisor y lo apuntaba contra Daniel Link. Cada vez que Panesi presionaba un botón del control remoto Link devenía algo: Mirta Legrand, Jaques Derrida, Juan Forn, Pampita, Silvio Soldán, Vivi Tellas, y finalmente lo hizo devenir Alf y lo dejo ahí.
Estaba anonadada viendo la escena, cuando a mi lado me di cuenta que había alguien que me atravesaba con la mirada.
¡Era Fogwill!
—Elsita, ¡qué buena que estás! —me dijo, penetrándome con la mirada—, si no hubiera tomado tanta merca en mi vida, y todavía se me parara, no sabes la cogida que te pegaría.
Estaba a punto de decirle que aunque no se le parara igual podíamos, quizás, hacer algo. Pero apareció el gran falso torton patrio, Charles Bronson, El vengador anónimo, que le metió dos tiros en la nuca y Fogwill se desplomó ante la indiferencia de la gente excitada con sus compras.
Más allá, volvió a pasar corriendo David Viñas, gritando, ¡Literatura argentina y realidad política!
Charles Bronson se me arrimó, guardándose la Magnun en el pantalón —que lo lleva a la altura de las tetas— y me confesó:
—Hoy va a correr sangre, vos seguime y no te va a pasar nada, Elsa.
¿Qué podía hacer? Lo seguí.
Me llevó hasta un aula donde estaba reunida toda la farándula de Letras. Y por supuesto estaba Brad Pitt con su chica de letras que no podía identificar. ¿Quién es?, me preguntaba obsesivamente.
La que tomó la palabra fue Cristina Iglesias y planteó que no podía ser que “ese” Zizek se pusiera a hablar impunemente en la Argentina del Matadero y el rosismo. Entonces, Silvita Delfino dijo: lo que pasa es que como nunca entendió, este buen hombre, de dónde sacó Ernesto Laclau su teoría del populismo, entonces vino acá y se cree que leyendo algunos libros nos va a poder contar a nosotros qué es. Y ahí saltó la Cerrato: aparte, estoy harta, que vengan los extranjeros y se lleven a nuestras nenas, ¿qué es la Argentina, una suerte de Yo me quiero casar y usted… para pelandrunes que vienen con euros o dólares?; repito, tenemos que impedir que este yugoeslavo se lleve de Puán a Analía Hounie, que, por otra parte, es la única modelo que produjo Letras, ¿o acaso no recuerdan cuando salió en Caras, mostrando su humanidad, diciendo: Kafka a mí me cambió la vida?
Aparentemente había en el aula un consenso general. Había que darle un escarmiento a Zizek, pero cuál.
En ese momento la puerta fue violentamente abierta de una patada. Era Viñas. Se paró frente a todas las chicas reunidas en el aula, luego nos dio la espalda, agarró una tiza, escribió en el pizarrón ¡Literatura argentina y realidad política!, y se fue.
—Bueno —dijo la Coca Sarli—, si bien el campo intelectual está fracturado hoy, yo creo…
—Callate, vos, callate, peeeerra —la cortó Charles Bronson. Yo sé lo que hay que hacer, si quiere conocer de qué va el populismo y su violencia, hagámoselo conocer.
—No hay problema —dijo Alf-Link.
—Votemos —propuso el fantasma de Enrique Pezzoni. Levanten la mano los que están de acuerdo con lo que propuso la compañera —la totalidad del aula levantó la mano, excepto Brad Pitt que no entendía de lo que hablábamos, porque se ve que no manejaba el español.
En eso llegó Menéndez excitado:
—Chicas, chicas, lo vi, lo vi. En el baño del segundo piso está Zizek.
—Vamos por él —ordenó Charles Bronson en tono marcial. Y salimos a buscarlo todas las chicas de letras.
Cuando llegamos al baño ya no estaba. Nos dividimos en grupos de tareas. El mío estaba compuesto por Delfino, Bronson, Hellow Kitty, la china Ludmer, la coca Sarli, Brad Pitt y Nicolás Rosa.
Lo encontramos en un stand comprando un jeans Ángelo Paolo.
Entre todas lo rodeamos y redujimos. Lo llevamos al departamento de Letras del tercer piso, que estaba lleno de lencería femenina Caro Cuore, y esperamos que volviera el resto de las chicas. Cuando llegaron las últimas, que eran Panesi y Link, éste había devenido, por arte del control remoto de Panesi, el cantante de Babasónicos.
Primero empezamos a sacudirle sopapos y al rato como estábamos todas sobre él, la cosa era un despelote y nos terminamos cagando a palos entre nosotras.
Entonces, la China Ludmer nos recordó aquel viejo chiste del provinciano que viene a la Capital y se va a una orgía y como es tal el despelote enciende la luz y pide: organicémonos.

El chiste fue festejado por todas, excepto por el bombonazo de Pitt que no cazaba una, y por la coca Sarli, que sentía que la sombra de la china le impedía a su potus producir clorofila.

Como nadie se ponía de acuerdo, Charles Bronson sacó su Mágnum y tomó el mando. Dijo que no había por qué respetar a rajatabla la tradición y que por qué en vez de un choclo no le mandaban su Mágnum y le hacíamos sentir el rigor de su máquina.
Ahora el problema era quién lo hacía. Para que la cosa fuera justa y equitativa, empezaron a jugar a piedra, papel o tijera, hasta que se fueron eliminando participantes y quedó una sola: Silvita Saítta.
Zizek ya estaba sobre una mesa con los pantalones bajos y con su horrible culo al aire, inmovilizado de pies y manos. La cosa era hacerlo sufrir un rato y que entendiera bien de qué iba ese objeto de estudio que había abordado con tanta soltura e irresponsabilidad, eso era todo. Pero Silvita parece que nunca había usado un arma y en el forcejeo por hacerla entrar en el esfínter de Zizek —que dicho sea de paso, una chica de letras, que voy a mantener en el anonimato, aportó un gel íntimo con aloe vera y caléndula para una mejor lubricación— se entusiasmó tanto que apretó el gatillo. Zizek se sacudió epilépticamente, empezó a escupir sangre por la boca, y quedó chocolate, chocolate.
—Bueno, no te hagas drama Silvita —la alentó Panesi— el siglo XIX nunca fue tu fuerte.
—Vos sabes, querida —quiso también Nicolás Rosa levantarle el ánimo—, lo que decía Shopenhauer de la vida: que era dolor, voluntad de vivir a pesar de todo dolor. Así que si querés llorar, llorá.
—Aparte —agregó el fantasma de Enrique Pezzoni—, como decía el General Juan Perón: la única verdad es la realidad. Y si a esto le agregamos que para Lacan la realidad tiene estructura de ficción, se podría pensar que estamos en el terreno de la irrealidad contaminada de un verosímil de verdad que extrae su realidad de la ficción. Por eso, no te calentés Silvia. Si querés llorar, llorá, como dice Nicolás, pero tené en cuenta que esto, como en un cuento borgeano, no tiene más consistencia que la materialidad que puede tener un sueño.
—Estoy totalmente de acuerdo con lo que decís, Enrique —dijo Hellow Kitty. Pero lo que agregaría es que esta realidad, y todas nosotras dentro de ella, no es un sueño como el de cualquier hijo de vecino, sino el sueño masturbatorio de una chica de Letras, cuya lógica se basa en la inversión sistemática de “lo serio” y en una estética cuyo rasgo sobresaliente es la degradación, lo cual nos lleva al realismo grotesco de Bajtín, ¿no?
En ese preciso instante, David Viñas volvió a aparecer, esta vez de entre las bombachitas y corpiños Caro Cuore, como Dios lo trajo al mundo y en portaligas, y empezó a gritar ¡Literatura argentina y realidad política!, y a los saltos, se fue por el pasillo.
Después no se cómo ni quién hizo aparecer una guitarra y ofreció su casa para hacer una fiesta. Ahora Puán se había convertido en una gran disco y todas nosotras estábamos haciendo un trencito que lo encabezaba el motorman Enrique Pezzoni. La música sonaba a los tacos, fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gay. Entonces ahí el discjokey bajó el sonido y todas nosotras a coro cantamos: ¡fiesta / fiesta / fiesta pluma gay / fiesta pluma gaaaaaaaayy¡
Y Silvita Saítta conmovida y repuesta del trance de matar al yugoeslavo, gritó:
—¡Puta que vale la pena estar vivo!
Y Daniel Link, ahora devenido Marcelo Bonelli por arte del control remoto de Panesi, gritó:
—¡Zzííí, que lindo que ez eztar vivo, zzzííí¡

Y Charles Bronson propuso:

—¡Cantemos una que sepamos todas!
—¡Una de Sandro! —gritó Zubieta.
Y todas nos pusimos a cantar, mientras el trencito se alejaba de Puán:
Una guitarra / y una muchacha / para poder cantar /
¡eeyyy¡
esas son cosas / que en esta vida / nunca me han de faltar/
¡eeyyy¡
©Elsa Kalish
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(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(V)
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
“En la mujer, el cáncer de mama es el más frecuente y por año se diagnostican un millón de casos en el mundo. En Argentina, a lo largo de la vida, 1 cada 9 mujeres puede estar afectada por esta enfermedad. Sin embargo, detectada precozmente, es curable en un altísimo porcentaje.
La información es el primer paso de la prevención. Informate. Comenzá con el Autoexamen de Mamas.”
Revista AVON, campaña 5/2005
“Eso es lo que le pedimos a las grandes plumas en Argentina: un poco de lucidez”
Mi tía, la “gorda” Quiroga, en El refugio (ex de la cultura)
“¿Mirtha Legrand debe volver a la tele o quedarse en su casa cuidando a su bisnieta?”
Marcelo Polino, en Quién es quien
“Cuando alguna ostenta por reacción su impudor o libertad, se destaca tan neta de las demás que acentúa precisamente la abismal distancia que hay entre la excepción de la mujer que se da y la norma de las que no se dejan tocar con la mirada siquiera. Ellas trabajan, pobrecitas, para lucimiento de las otras.”
Ezequiel Martínez Estrada, en La cabeza de Goliat.
I
No se me ocurre nada.
En realidad, ideas tengo, lo que me falta es tiempo y dinero. Y cuando no hay tiempo y dinero ya se sabe qué pasa: la falta de tiempo y dinero se vuelve una máquina de picar carne.
II
Los otros días escuché a Alejandra Pradon –con la cual, se me antoja, Alberto Laiseca podría escribir una novela en la cual ella podría ser una suerte de gaucho x-men al mando de una patrulla de gauchos desertores y perversos que van por la pampa destruyendo todo lo que se cruza en su camino, algo así como Meridiano de sangre, esa perlita de la novelística norteamericana, pero en clave laisecana– decir algo muy sabio: “hay más tiempo que vida”.
III
No se me ocurre nada.
Así que lo que sigue a continuación son apenas los restos del vacío rabioso de una conciencia desbastada del conurbano bonaerense.
Antes de continuar, me gustaría recomendar dos ensayos, en los que, a diferencia de estas líneas prolijamente peinadas y trasnochadas, encuentro un uso de las palabras y del saber que esas palabras convocan que envidio, con una envidia propia de una chica de Puig pero reelaborada por Chiche Duhalde para un final de mister Rosa.
El primero de los ensayos es Territorios del presente, En la isla urbana(1), de la china Ludmer, que se puede leer en Confines N15. ¿Qué quieren que les diga de esta conchuda de letras? Que lee como la puta madre.
El segundo ensayo es La curva pornográfica, El sufrimiento sin sentido y la tecnología, de Christian Ferrer, y se consigue en Artefacto #5. ¿Y de Christian qué decir? Que su pluma es una mezcla de Ernst Jünger y Ezequiel Martínez Estrada, y que nadie, que hoy por hoy, le interese la filosofía, debería privarse de ir como oyente a sus clases en la facultad de oligofrénicos de la comunicación de la UBA.
Así que las boludas de letras y aledaños que decidan seguir leyendo mi columna en vez de ir a leer a Christian y a china, después no me manden mails reprochándome la mierda que escribo, porque “yo” les avisé en qué boliche parar si lo que buscan es bailar con la más linda.
IV
No se me ocurre nada.
En realidad, la columna de este mes, es la tercera vez que la escribo. Como sé que esta vez va a salir tan mal o peor que las anteriores, me voy a limitar a exponer dos ideas que me queman, como pueda, y nada, eso, que la historia me juzgue, si primero me puede agarrar, acá, en José León Suárez, donde la espero a esa hija de puta.
V
¡Estoy indignada! Como podría estarlo mi tía Marta porque un perro le hizo caca en la puerta de su casa.
Resulta que hace unas semanas atrás pasé a la madrugada por el cumple de “el pelado” Martín Yuchak y lo encontré a mi ex novio y me contó que se están por editar los Pasajes completos de Walter Benjamin. Una, como chica de letras que es, frente a esta noticia, aunque no sea una erudita de Walter, como Martincito K(2), no puede menos que excitarse -¡qué piradas que estamos!- y ponerse contenta. Pero momento, porque de dos plumazos les tiro la libido al carajo.
¿Cuánto va a salir el libro? ¿50$? Frío, frío. ¿150$? Frío, frío. ¿200 y pico? Mmmmmm. ¡500! Y parece que hay un librero que va a traer de España un toco y los va a vender a la módica suma de 420$ y a pagar hasta en tres cuotas.
Frente a esta rial-idad(3), a mí, se me ocurre una sola idea: ¡los españoles son unos hijos-de-puta!
Para colmo el libro hace ya varios años fue traducido al inglés, en edición pocket y a un precio accesible. Y si no recuerdo mal en alguna clase de Silvita Delfino lo vi. Pero claro, una que no maneja idiomas como el cráneo de la Delfino, tiene que depender de ediciones españolas mal traducidas y carísimas.
Yo gano 500$ por mes, ayudo en mi casa, y si mi vieja no me bancara y tuviera que vivir sólo de mi sueldo en este momento estaría parando en un rancho de villa Corea o La Rana, con lo cual, el libro de Walter, gracias a los gallegos putos, y a la inexistencia total de políticas que protejan y fomenten la industria editorial local y la circulación del libro, me es inaccesible.
VI
Quisiera decir algo más de estos gallegos que me tienen indignada. Desde hace cuatro años leo casi sólo literatura argentina de saldo o de usados y algo, casi nada, de literatura latinoamericana y norteamericana –que me encanta. ¿Por qué? Porque no aguanto las pésimas traducciones españolas.
¿En qué lengua traducen los españoles? Porque eso que ellos llaman español es cualquier cosa menos español.
Hace tiempo que mi amigo el poeta Darío Steimberg me venía jodiendo con Michel Houellebecq. “Leélo, es de lo mejor que se está escribiendo hoy”, me insistía el bombón de Darío, y “yo” siempre le respondía, sí, sí, algún día. Y los otros días pasé por la librería de usados El Banquete, y encontré Plataforma, editado por Anagrama en la edición amarilla –no la de bolsillo– a sólo 12$ y lo compré. Mientras volvía en el tren Mitre, parada, apretada, al vacío, como una sardina en lata -¡otros hijos de puta los de TBA!-, me las arreglé para ojear las primeras líneas. Les copio las líneas del segundo párrafo para que entiendan de qué hablo:
“Delante del ataúd del viejo, me vinieron a la cabeza ideas desagradables. El muy cabrón había disfrutado de la vida; se las había apañado de puta madre. “Tuviste críos, imbécil…” , me dije con mucho ardor. “Metiste esa gran polla en el coño de mi madre””
Como canta el “niño” Rafael: ¡Es-cán-da-lo / es un escándalo / es-cán-da-lo…!
VII
El que la vio clarísima esta relación enferma con los españoles es mi Schrek punk, el corazón de mis tinieblas, Fogwill, en 1990:
“En la presentación –habla de la presentación en el ICI de la novela El divino convertible, de Sergio Bizzio– procuré intercalar la celebración del autor y la obra con algunas reflexiones sobre los nuevos vínculos que en esta primera etapa de la Revolución Productiva comienzan a tramarse entre los escritores y las corporaciones empresarias por vías de la creciente intervención de fundaciones y agencias diplomáticas en la distribución de la cultura. Del ICI de la calle Florida destaqué la mirada –sonriente, irónica– que desde su pequeño retrato, cerca de la salida, emitía Juan Carlos Borbón sobre las nucas y las espaldas del público asistente. El origen divino que reivindica la institución monárquica me remitió al titulo del libro. Pero la fecha del evento –7 de noviembre– me impulsó a referirme cómo los intereses hispanos, que desde ese mismo día comenzaban a monopolizar nuestras comunicaciones telefónicas, ya venían contando prácticamente con el monopolio de nuestras comunicaciones aeronáuticas y de nuestra provisión de libros y estaban disputando con éxito, contra la confitería Clásica y Moderna de la avenida Callao, el monopolio de los medios –o ámbitos– de la comunicación directa entre autores y público…”
VIII
Lo otro que quería plantear es una pregunta que le hice a Daniel Link vía mail y nunca me respondió. Pero como se me sulfataron las pilas y está por salir el sol, lo dejo para otra ocasión.
Igual, Dany, quiero decirte que los otros días te vi en el kiosquito de al lado de Platón. Entre vos y yo, esperando para comprar, estaba Luis Alberto Romero, que a mÍ me hace acordar al “gordo lagrimita” del cuento El pibe barulo, de Lamborghini. Obvio que seguís siendo un bombonazo. Pero te tengo que advertir que te cuides y pares con las botellitas de Coca-Cola y los alfajores Terrabusi de chocolate, porque si bien estabas vestido impecable, salvo esa remerita amarilla que hace un par de años cuando cursé con vos ya la tenías -¿qué es eso de preparar un nuevo programa para la cursada y no renovar el vestuario?-, te noté muy ojeroso y panzón, y si no te metÉs ya en un gimnasio, a tu edad, puede significar el principio del fin.
Como ya estoy entrando en cortocircuito, dejo la pregunta pendiente y veo como cierro este mamarracho.
IV
No se me ocurre nada.
Y como ya dije, mal, a medias, pero algo dije, de todo lo que tenía que decir, me voy a dar una ducha, ponerme crema de noche-reveladora Amodil, en la cara y el cuello, otra crema, ésta, de ordeñe, para las partes sensibles de la piel de mi cuerpo, y ahora, me clavo un Lexotanil, me acuesto a dormir, con un camisoncito rosa, sin corpiño, solita, y, mientras, me duermo, vienen a mí, restos, fósiles, sin por qué, de un asalto, con Coca-Cola y papas fritas, con un sistema de luces caseras, precarias, rojas, amarillas, azules, y las caras de chicas y chicos, que ahora deben ser cadáveres, que circulan, reproducen, plusvalía, miseria, hijos, estupidez, traiciones inconfesables, deudas, y muerte, pero que, en esa noche, en aquel mundo, que ahora vuelve a mí, dejándome un sabor salado en la boca, que es dulce, en su dolor ausente, que es triste, en los fulgores de este simulacro, y que, sólo puede ser, ahí, justo ahí, como acto, presente, que retorna de lo que nunca fui, pero que, ahora, ya nunca dejará de ser, en el olvido, de las palabras, que tejen, alucinadas, como costureritas, polacas, del conurbano, y peronistas, un tejido, de lodo, sangre, y sueños, del que surjo para desaparecer, por siempre jamás, y los vuelvo a ver a mis compañeros de la primaria, me vuelvo a ver, 11, 12 años, sin hiperinflación, ni cuartelazos, ni nada, eternos, invulnerables, con la muerte, ahí, justo ahí, mirándonos con celosa atención, con una sonrisa irónica en los labios, y sin poder, aun sin poder, convencernos, que aquel mínimo relato, sólo podía ser posible, porque ella nos daba en préstamo, las palabras, que sostienen el esqueleto, de todo posible relato, que es siempre el mismo y diferente, inconfundible y ajeno, a las cenizas del cadáver de todos relatos pasados y futuros, y ahí, justo ahí, los vuelvo a ver, a Rodolfo, Ato, el fideo con tuco Ignacio, Robito, que el viejo lo fajaba y fumaba Marlboro, la gorda Uliota, una de las pocas que creía que Dios existía y no era un reventado, Silvana, Laura, Lisandro, que se pegó un palo con el auto y los gusanos hicieron el resto, y Madonna, The Cure, Soda Stereo, Syndi Loper, The Police, Génesis, y esa canción de los Fabulosos, que tanto nos gustaba, Mi novia se cayo en un pozo ciego, y esa alegría, estúpida, irrecuperable, llena de cicatrices, ahí, ahora, en lo imborrable, que sentíamos, cuando Vicentico, cantaba, no veo nada / no veo un carajo, y nosotros, cantábamos, gritábamos, repetíamos, a los gritos, ¡un carajo!, sintiendo que estábamos haciendo algo prohibido, loco, sagrado, y después la botellita, el semáforo, los lentos, los primeros besos, el roce de un bulto, la vaporosa humedad de la bombachita blanca que pedía desconsolada, histérica, más, por favor, dame un poco más, y nada, ese mundo, que no era nada, y era todo, vuelve, a mí, real, imposible, intentando arañar su mambeado placer vaporoso, en estas palabras, que escribo, y que me escriben, que me hacen, y me deshacen, en esta noche, en este mundo, donde no soy nadie, donde nunca seré nadie, donde, esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo, acá, en mi cama, sola, mientras Borges me vuelve a contar el cuento de Chuang Tzu, Chuang Tzu soñó que era una mariposa, al despertar no sabía si él soñó que era una mariposa o si la mariposa estaba soñando que era Chuang Tzu, acá, en José León Suárez, say no more.
©Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)Sólo tengo para hacerle una objeción a su ensayo Territorios del presente, que se olvida de leer, incomprensiblemente para mí, dentro de la lógica del aparato de lectura que arma, Vivir afuera, sin duda, y, probablemente, La experiencia sensible, En otro orden de cosas, y Urbana, de Fogwill, que estoy recontenta de habérsela robado a Mondadori – si el botonazo de Rodrigo Fresán lee esto, por favor, que se lo haga llegar a quien corresponda. Y el otro autor que me parece que no está y debería, es Alberto Laiseca, con Las aventuras del profesor Eusebio Filigranatti. Si alguna chica de letras tiene el mail de la china le agradecería que le escriban haciéndole esta observación. Quizá me equivoque, pero, ¿y si no?
(2)Las chicas de Letras a las que le sobre la plata y tengan ganas de divertirse con una performance repleta de sutilezas -que no se veían desde la época de Calabromas-, les recomiendo que se anoten en el taller de escritura que Jacinta Pichimahuida va a dictar en la Boutique del libro. Les pego, a continuación, el anuncio, y fíjense, que en cada oración, como me lo hizo notar un amigo, está rondando el fantasma de la masturbación -no uso paja porque es una palabra demasiado fuerte para vincular con Martincito. Todo esto me lleva a recordar vagamente algo que Esteban Schmidt no se cansaba de decir en Un tiro en la noche: En este país hay más cursos de lo que se te ocurra que industrias, así, cómo carajo se puede pretender salir adelante, si estamos todos ocupados en el currito de dictar cursos o en la pelotudez de ir a cursarlos.
la boutique del libro de san isidro.
chacabuco 459. te: 4 742 12 97
Anuncia la apertura del TALLER LITERARIO a cargo del escritor: MARTIN KOHAN, quien los acompañará y guiará en la búsqueda de su propio estilo, los días miércoles de 17.00 a 19.00 hs o de 19.00 a 21.00 hs.
Las primeras clases Abiertas serán el día miércoles 6 de abril a partir de las 17.00 hs.
COSTO: 70 $ por mes.
Inscribirse en: la boutique del libro de san isidro.
Capacidad limitada.
La escritura y la lectura son dos prácticas solitarias. Escribimos solos y leemos solos, por razones bien evidentes: porque, cuando escribimos, el que luego va a leer todavía no está ahí; y porque, cuando leemos, el que antes escribió ya no está ahí. Estas características de la literatura moderna constituyen, en más de un sentido, una ventaja. Pero aun así hay quienes desean atemperar esa doble soledad, o suprimirla: quieren, por una parte, dar cabida a los otros en su propio proceso de escritura; y quieren, por la otra, ser lectores de un texto en presencia de su autor. Un taller viene a cumplir esa doble función. No es un grupo de expresión personal, ni tampoco es un centro de despacho de consignas. Es un intento gozoso de paliar la definitiva soledad de la literatura.
(3)Este término, la rialidad o rial-idad, lo acuñó mi amigo Gonzalo Basualdo. Es una mezcla del mundo real y del programa de Rial, el cual, no es menos real e imposible que el de una panadería o el de la carrera de Letras. Voy a ver si en futuras entregas puedo elaborar una teoría donde lo que uno puede verificar en los textos desde los 90 para acá no es un retorno a ningún realismo ni nada por el estilo sino una nueva forma donde el texto a partir de ciertas categorías formales construye su verosímil de legibilidad a través de la rial-idad o rialidad.
(VI)
(elinterpretador, número 14, mayo 2005)
Todos hablan de ella
La U, el diario universitario -¿del Coti y Luisito?.
“Empanadas /y chorizos ¡empanadas/ y chorizos!: falta el vino/ falta el vino ….”
Willy Polvorón, Empanadas y chorizos.

Esas raras escritoras nuevas. Sus textos juegan con el lenguaje: alteran la puntuación, cortan las palabras o mezclan idiomas. Aquí dicen que lo hacen para producir sentido cuando ya todo está contado. Y que a veces no las entienden.”
El gran Diario de la Argentina, hablando de Vilker y Bejerman y olvidándose de mi.

“¡Este año la rompo!”
Pepito de chocolate con chips blancos en un cartel luminoso del anden de la estación Belgrano R.
“… comprendieron que la cultura no es opuesta a la barbarie y que mutuamente pueden fortalecerse.”
Alberto Laiseca, La mujer en la muralla.
“En la vida no podemos hacer ni la mitad de las cosas que hacen nuestros personajes”
Mi tía, la gorda Quiroga, en El refugio.
“La todopoderosidad de la naturaleza actúa sobre el hombre en dos lugares: el sexo y la muerte (…) La sociedad no tiene ya pausas: la desaparición de un individuo no afecta ya a su continuidad. En la ciudad todo sigue como si nadie muriese”
Philippe Aries, El hombre ante la muerte.
“¿Vos no notás que todo esta cada vez más berreta, que vos abrís cualquier revista y sólo hay gatos “nique”: ni que bailan, ni que actúan, ni que cantan, ni que nada?”
Marcelo Polino, en Quién es quién.
¡Qué mes abril!
¡Un mes lleno de novedades, regresos y sorpresas!
¡Un mes con todo
para pasar un otoño
bien caliente
bien hot hot hot!
Volvió Susana(1) -y con nuevo novio-, Tinelli -y con nuevo socio, Moneta, que si no recuerdo mal Susana Viau le dedicó un librito donde cuenta las aventuras de este loco lindo-, Mirtha Legrand a la radio, Pergolini -que Carlos Correas hace una pila de años le sacó la ficha y lo señaló como el sobrino de Mariano Grondona-, el pelotudo (pelootúúúdo) de Nico Repeto -cómo detesto a los boludasos que me dicen: Nico es un boludo, estoy totalmente de acuerdo con vos, pero igual… ¿viste la mina que se coge?, es un maestro, tan boludo no es-, y Carlos Salvador Bilardo debutó con su “primer” programa de ficcion“es”.
Terminó “Operación Triunfo”, Eco y Savater publicaron nuevas novelas para que la gilada lea en el “tranvía”, empezó una nueva edición de La feria del libro y del Festival Internacional de cine “independiente” de Bs As(2). Se entregaron los Premios Gardel, Carlos y Camila se casaron, Fernando Vallejo vino a la tabaquera de Puan 480 y nos contó que El Quijote es un libro importante, Moria Casán le dijo “cornuda millonaria” a la Su -¡qué bravos que son los travestis!-, el Papa se murió. Pepe Nun -¿qué era Pepito? ¿peronista?- jubiló a mi punkysaurio(3) con el Premio Nacional de las Artes por Vivir afuera y le mandó un cheque sin fondos por quince mil pesos. Y además, Néstor García Canclini estuvo en el Goethe hablando boludeces.
¡Qué mes abril!
O como diría el amigo rosarino de Lupus Anal Sexy Boy:
Dios santo/ qué bello abril… (4)
Bien. En la columna de este mes, como tengo los puños llenos de verdades, voy a decir algunas y callar otras, por una cuestión de espacio, tiempo, dinero, y porque nunca se puede decir todo. Así que ahora voy a dividir la columna en cuatro partes desiguales para hablar de Néstor García Canclini, Marcelo Cohen, Ricardo Piglia y Germán García.
I
Néstor García Canclini, como todo el mundo sabe, tiene algo bueno y algo malo, es decir, ha sabido equilibrar su yin y su yan. Lo bueno: por suerte hace años vive en México; lo malo: sus libros se dan en las universidades argentinas como bibliografía obligatoria.
Néstor García Canclini, como todo el mundo sabe, estuvo en el Goethe(5) y la rompió. Dio una conferencia que tituló “La construcción de identidades en la interculturalidad global”.
¡A la pelotita! Si mis tías, Marta y Quiroga, escucharan semejante título no dudarían un instante de que lo que viene bajo él es filosofía de la buena, y si además se da en el Goethe, ni qué hablar.
Mirá, papá, te voy a hablar con todas las palabras, qué construcción, ni identidad, ni interculturalidad ni ocho mexicanos pobres del Conurbano del Distrito Federal que no deben valer una mierda. ¿Sabés para qué sirven esas teorías felices que elaborás vos? Para que este mundo agusanado y horrible en que vivimos sea cada día más asqueroso. Captaste la onda papi.
No me jodas. Andá a contarle de interculturalidad e identidades a los flacos que secuestran personas de clase media baja para arriba en una Villa de José León Suárez que se llama Corea.
Andá a contarle a mi mamá que trabaja en escuelas primarias y secundarias de Capital Federal y el Conurbano Bonaerense de construcción de identidades, cuando tiene pibes con padres que no laburan o laburan por monedas, y ellos, los pibes, que no tienen más futuro que ser carne de presidios, violaciones, choreos, trabajos inmundos, tetrabricks, drogas, sidas, y otras tantas tristezas a las que tú, sociólogo argentino, ya te acostumbraste a fuerza de no verlas.
¿Por qué no te venís un día conmigo a viajar en el tren ex Mitre, hoy TBA –que significa: me cago en los pasajeros y los empleados del tren que viajan o trabajan en el ramal Retiro-Suárez y les robo toda la plata que puedo dándoles un servicio de mierda a unos y pagándoles nada a los otros(6)– para verificar tus cantos de sirena llenos de bibliografía de sesudos pensadores? ¿Interculturalidad? Por favor, papi. Ahí hay de todo. Cartoneros, oficinistas, chicos de tres años cantando canciones de propaganda de cerveza por monedas, boludos que leen El código Da Vinci, gaiteros -¡qué bueno es el gaitero del tren!–, gendarmes, bolivianos, carteristas, vendedores ambulantes con más vocabulario que cualquier creativo publicitario, Sergio Denis firmando autógrafos de impecable traje blanco a desdentados, ex malvinas, y más , mucho más.
O un día te puedo llevar a San Miguel a la madrugada para que veas con tus ojos ciegos bien abiertos cómo la interculturalidad global funciona cuando los chicos de clase media baja para arriba salen de Coyote y vienen los “Pitufos bolis” que salen de El nodo y El mito y se recagan a piñas.
Si querés una crítica más académica y seria te puedo pasar el mail de Silvita Delfino o el de Eduardo Grüner, que estoy segura que te pueden dejar así de chiquito y sin decirte una sola mala palabra, boludo(7).
II
Quiero dejar en claro que estoy totalmente en desacuerdo con las agresiones que sufrió Marcelo Cohen en el departamento divino de Ana Maria Shua, en medio de una reunión que se organizó para agasajar a un editor español.
En esa reunión estaban Martín K -¡ay… parece que el rusito está enojado conmigo! ¡ay… qué miedo que tengo!–, el agente 86 Maxwell Smart –vieron que Guillermo Martínez es igual-, Chernov, Nielsen, Kazumi, Steimberg -el sesesemiólolologo-, y un montón de gilada más, y a Marcelo le pegaron una cachetada por firmar la solicitada a favor de Piglia.
Bueno, che, un poco de orden, no sean tan duros con él, pobre Marce. Primero que él es mejor escritor que todos los que estaban en esa reunión de cortesanas. Segundo, es verdad que Guillermo Schavelzon es un pirata digno de la mejor saga menemista, pero también lo es que Schavelzon es el agente literario de Marce –al menos eso es lo que mis abogados me batieron noches atrás comiendo pizza en Guerrin– y qué quieren, que no lo salga a defender, y después quién va a salir a venderle los libros a Cohen, ¿ustedes?
III
Hace tiempo que lo tengo a Piglia en la mira, porque creo que lo agarré en una que se está haciedo el logi.
Graciela Speranza, vos, que leés a Piglia como los cabalistas leen la Torah, atenti, mirá la que te tiro y gratis.
En Argentina, James Ellroy es prácticamente un desconocido. Lo cual es raro porque el policial, acá, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos, es un género mayor. A Ellroy llegué por una charla con Patan Ragendolfer, y sé que lo han leído Tomás Abraham, Christian Ferrer y Quico –no el del Chavo del 8 sino el de Historia Argentina y que escribe en un diario donde a Nudler lo censuraron por hablar de plata –plata, platita, plata-, de cómo va y viene la plata de verdad y no de pelotudeces como si el Pato Donald hablara como Bob Dylan o éste cantara como aquél.
Bien. Lo que diré a continuación es un poco lo que recuerdo de un teórico de Christian Ferrer del 2002, más cositas que se le ocurrieron a una.
Se podría decir que hay un primer momento del policial que va de Poe a Conan Doyle y Borges. Un segundo momento que va de Hammett a Chandler. Y una tercera instancia donde James Ellroy le da una vuelta de tuerca al policial de serie negra.
En la primera etapa, simple, hay un tipo muy inteligente que hace una ecuación matemática o múltiples y resuelve quién es el ladrón o asesino. En la segunda, el tipo ya no es tan inteligente, es borrachín, se lleva mal con la cana, el jarrón chino de la dinastía Ming se tira por la ventana y cae en un callejón mugroso, y suma y resta y las cuentas no le dan. Y en la tercera etapa, (acá entra Ellroy) a diferencia de las dos anteriores, el que vuela por la ventana es el detective con sus restos de romanticismo, el olor a demasiados puchos y el aliento a alcohol.
Ellroy es Ellroy fundamentalmente porque en los ´80 escribió El cuarteto de los Ángeles, en los ´90 La trilogía Americana, y una autobiografía donde cuenta su vida, marcada por el asesinato de su madre cuando él tenía diez años y cómo, treinta años después y ya escritor famoso, reabre el caso para resolverlo.
¿Qué cuenta en el cuarteto de los Ángeles?: la historia criminal de esta ciudad, desde los cuarenta a fines de los cincuenta.
¿Qué cuenta en la trilogía americana?: la historia criminal de Norteamérica, desde el asenso de JFK a Nixon.
Por lo general usa uno o tres personajes centrales que son ficcionales. No sé en qué punto cesa de contar hechos reales y documentados, y dónde comienza la ficción. Igual esto importa poco y nada. Su autobiografía en esto es esclarecedora, una piensa que el noventa por ciento es ficción, y no.
El Gran desierto, L. A. Confidencial, y América son increíbles. Sus personajes principales son canas o de los servicios, y en torno a ellos se va tejiendo un combo que incluye a la policía – la CIA – el FBI- la prensa- el poder judicial – la prostitución- el narcotráfico- Hollywood- los políticos – la mafia- los sindicatos – los rateros – los chicanos – el lavado de dinero – Vietnam – Cuba – la religión, todo está conectado, todo vale plata o no vale nada, y en pocas novelas se mata tantas personas por página como en las de Ellroy.
Por eso Ellroy es un genio, no porque sea una maravilla escribiendo –no lo necesita porque sabe narrar historias–, sino porque pudo contar de qué va la máquina esquizo capitalista como el soquete de Félix Guattari jamás podrá explicarla, por más que se junte con un pibe que haya leído bien – ¡rebién! – a Nietzche.
Yo leo las novelas de Ellroy como alegorías de la historia criminal, policial, política, mediática, mafiosa, y de grupos de poder económico de la Argentina de los últimos treinta años.
Así, como La mujer en la muralla, de Alberto Laiseca, la leo como la historia del peronismo y dentro de la novela, la vida del emperador Chi´n Hsih Hwang Ti, el que levantó la muralla china, como la vida del General Juan Perón. O creo que no hay mejor alegoría del estado de cosas espiritual, económico, cultural y políticas que atravesaron todo el 2001 hasta el 19 de diciembre, que la novela de Erskin Cadwell, El camino del tabaco, que si no me equivoco su primera traducción al castellano es de 1940 y pico, y editada por Sur.
Ahora, qué hace Ellroy contando esas sagas sanguinarias: hablando del presente(8). Habla del presente deslizando las fechas, va del ´40 al ´70 para tejer una genealogía de la pesadilla de los ´80 en adelante.
Bueno, ¿y Piglia qué hace con Plata quemada? ¡Lo mismo! Busca en un hecho criminal puntual del pasado –uno solo, para tanto no le da, igual la novela no está mal- para hablar de la violencia actual.
Bueno, alguien me podrá decir que Piglia ya hizo eso con Respiración artificial y que Andres Rivera también lo hizo en muchas novelas.
Sí, es verdad, a eso no tengo argumento que oponer.
Pero no es ahí donde quiero apuntar sino a otro lugar. Me explico. Sabemos que a Piglia no sólo le encanta la narrativa norteamericana sino que además la lee en su idioma original. Si a eso le sumamos que le gusta disfrazarse de detective para las fotos y el policial es una de sus especialidades teóricas, cómo se entiende que nunca haya mencionado a Ellroy y siga con la cantinela de Hammett y Cosecha roja –novela que Hammett escribe en base a un laburito que tuvo que hacer como detective privado: ir a un pueblo como matón para desbaratar una huelga. (Ojo que este dato biográfico del joven Hammett lejos de hablar mal de él, si se le ve en el contexto de lo que será el resto de su vida, no hace otra cosa que hablar maravillas de Dashiell)
Piglia, yo se que vos leíste a Ellroy y Plata quemada le debe algo a sus novelas, lo que no sé es por qué no lo mencionás. No es pecado decir: este escritor me influenció en esto que escribí.
Lo que sí es pecado son otras chanchadas, que para hacerte justicia no sos el único que las cometió, las comete y las cometerá.
IV
Por último, esto viene a cuento de nada, simplemente hacerle un guiño a mi prima Pamela.
Mi primita Pamelita es lacaniana. De una secta que está en guerra abierta con la secta de los comisarios de la EOL.
Resulta que Pame tenía que hacer un trabajo sobre la historia de los grupos de estudio de psicoanálisis en Argentina. Como todo el mundo sabe el comisario cultural de la EOL, Germán García, es (era) parte importante de esa historia. Nobleza obliga, mi prima lo llamó para hablar del asunto, dejando de lado las posiciones antagónicas entre sectas. Pero Germán, en cuanto escuchó las palabritas “grupos de estudio”, truló. Truló como se trula en Trulala. Empezó a gritarle del otro lado del teléfono totalmente sacada –se sabe que la figura de la locura por excelencia para Lacan es una mina reloca-: ¡histérica, vos sos una histérica! A lo cual Pame le retrucó: sí, Germán, yo soy histérica, agradecé que lo sea, si no, sería psicótica y no podría estar hablando con vos.
El “chiste” termina acá. Ahora, para los que no entiendan por qué Germán trulalá, se los explico como yo lo entiendo en base a mis charlas sobre psicoanálisis que mantengo con mi prima mientras tomamos mate y fumamos como dos escuerzos al igual que Paty y Selma.
La teoría lacaniana en Argentina fue introducida y transmitida por la vía de los grupos de estudio en los ´70. Pero en los ´80 a Miller se le ocurrió poner un kiosquito –un Carrefour– en la Argentina, que se lo encargo a Diana Rabinovich, y ésta lo sacó cagando. Entonces el yerno Miller tuvo que buscar a otros, que de clínica nada pero de chamullo son geniales. Ahí entra Germán. Y lo que sucede hoy es que la EOL es una institución –como Carrefour– hiper jerárquica, cerrada y que por ejemplo para pertenecer a ella tenés que analizarte con sus empleados –no importa si hay transferencia o no con tu analista de la EOL, si querés pertenecer, pagás, te acostás en el diván y algún día…– … me perdí… bueno, nada y lo que sucede hoy con los grupos de estudio es que le quitan clientes a la EOL, por eso Germancito Trulalá no quiere ni “escuchar” hablar de ciertos temas.
Posdata
Para terminar, les dejo una pregunta, que es una remake de una vieja pregunta –la de quién fue primero, el huevo o el “faisán”-:
¿QUÉ FUE PRIMERO: EL LAVADO DE DINERO O LAS FUNDACIONES?
©Elsa Kalish
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)“(…)
-Es una lucha quizá muy exagerada, demasiado. Vengo de pasarme cuatro meses en Estados Unidos y, ¿te digo la verdad?, nadie habla de raiting como acá. Ophrah Winfrey es la mujer más importante de la televisión norteamericana, lejos, y hace mucho que no es primera en el raiting ¡y a nadie le importa nada! Allá nadie habla de eso. El raiting le importa al auspiciante nada más. Acá son los programas de espectáculos que hablan y hablan de eso y hacen toda una psicosis, y es contagiosa…
(…)
-Noo. A mí no me gusta decir eso, porque después te vuelve como un boomerang. ¿Viste las pelotudeces que se estuvieron diciendo y ahora muzza? Yo no hablo ni cuando tuve 40 ni cuando tuve 43, ni cuando bueno, nunca tuve poco. Pero cuando tuve 18 tampoco salí a decir nada. Es una grasada, eso no existe en ninguna parte del mundo. Las tres ultimas películas de Jennifer Lopez fueron tres fracasos y nadie dijo nada. Acá esta todo el mundo esperando que te caigas. Por ahí en otros países también pasa pero son como más… educados…
(…)
-Con los años te vas poniendo más grande y te volvés también más espiritual. Uno necesita más respuestas, al por qué de las cosas, el por qué estamos acá. Y si alguien te puede ayudar un poco, está muy bien. Yo creo en la reencarnación. Me hace bien creer. No podemos pasar tan rápido por este mundo y no volver. Es así. Yo creo…
(…)
Yo leo, simplemente. Y Weiss no es un guru, es un psiquiatra reconocido. El sostiene que cuando reencarnás es como si se te borrara todo del disco rígido de la computadora, nacés sin recuerdos, pero cuando tenés algún sueño especial, o cuando conoces algún lugar en el que no estuviste antes, son los vestigios de lo que te quedó en la computadora. Yo a veces tengo esas señales. Pero no es de ahora…
(…)
Uno le tiene miedo a la decadencia, a la enfermedad, al sufrimiento. Ver a mi madre morir de cáncer me marcó, porque la decadencia es brutal, esa enfermedad transforma a una persona increíble en una cosa tremenda. A eso le tengo miedo. Pero no soy original, porque todo el mundo le tiene miedo a eso…”
(2)Como hace más de 4 años que no voy al cine –salvo cuando mi prima Pamela me lleva al Unicenter a mirar bodrios y chicos– y no tengo cable, no puedo decir nada sobre los independientes jóvenes cineastas argentinos y de otras latitudes. A propósito, ¿alguien sabe por qué durante la apertura hubo una lluvia de papelitos que decían que Carri era una ladri que roba fondos públicos? Igual sospecho que deben ser muchos los que están entongados con el currito del joven cine argentino. Sólo quiero hacer notar que este cine aparece etiquetado con las siguientes palabritas: joven, nuevo, independiente; viejas palabrejas con las que los diversos itinerarios de la modernidad en el siglo XX han sabido tramar innumerables ficciones que siempre se las ingeniaron para terminar en catástrofe o banalidad.
(3)Cuando me enteré del premio le mande un mail a punkysaurio felicitándolo y comentándole que un amigo peroncho me había comentado de cierto texto que ahora no recuerdo –¡y mi amigo en su momento tampoco!–, donde Nun hacia apología del gorilismo, y él me respondió que está totalmente en desacuerdo con el Pepe y su proyecto cultural. Además me mandó un mail que le envió al Pepe y que como nunca se dignó a responderlo se permitía la libertad de dármelo para publicarlo:
“privada1@correocultura.gov.ar
Quiero informar al Secretario de Cultura que, un poco tarde, recibí sus saludos y felicitaciones enviados el 30 de diciembre de 2004 y transmitir mi agradecimiento a los jurados que eligieron mi obra. También deseo comunicarle mi gratitud a la funcionaria Beatriz Bartolomé, que con tanta paciencia atendió a los artistas largamente demorados y denigrados por sucesivas administraciones de la Secretaría. El señor secretario ha de saber que los aspirantes a este premio debieron esperar cuatro años el dictamen del jurado, y que, en interim, se llamaron y fallaron bajo el lema de «premio nacional» premios menores, y puestos en la escala de la administración frívola e irresponsable de Darío Lopérfido. Es de lamentar la constante devaluación monetaria y simbólica del Premio Nacional.

En cuanto a la primera, el que me ha correspondido en esta, mi única presentación, tiene la dotación más baja -en términos de valor de consumo- de la historia del Premio. Demás está decir que los premiados tendimos a interpretar la demora en la difusión pública del resultado de esta edición y de la ceremonia de entrega como indicio de un eventual y razonable ajuste de la suma. (En algún lugar de la Secretaría han de estar los antecedentes del premio José Hernandez, fallado por única vez durante la presidencia de Carlos Menem y que favoreció a un poeta chileno con una dotación veinte veces mayor que la que hoy se asigna al Premio Nacional).

En cuanto a la devaluación simbólica asistimos a un proceso semejante. Hoy se puede encontrar en internet que no menos de dos universidades públicas emiten honores con el nombre de «premio nacional». Mientras, la institución del premio es cada vez más opaca al público y también a numerosos artistas que entre la desconfianza y el desaliento ni se dan por enterados de las convocatorias. A la fecha, se puede recorrer la www y no encontrar señales de los premios, sus bases y jurados y en la pagina de la Secretaría, se pueden recorrer oficinas, locales, divisiones y listas de Directores y encargados de despachos, sin encontrar a quién incumbe la administración de un Premio que debería ser un orgullo de las artes y las ciencias de la Nación. Y, por supuesto, sin encontrar datos sobre premiados, jurados, llamados ni bases para participantes. Más difícil es tomar noticia de la legislación que instituyó el premio, y de los decretos y resoluciones que fueron modificando el régimen.

Cumpliendo mi deber de manifestar mi preocupación saludo muy atentamente al señor Secretario, y hago votos porque como resultado de su gestión deje a la cultura nacional un régimen de premios transparente, digno y eficaz en sus procedimientos.

R. E. Fogwill”

(4)Che, Sergio Zeiger, explicale a tu jefe que lo del anagrama Lupus Anal Sexy Boy es un chiste. A ver si por esta estupidez el día que le vaya a pedir trabajo me lo niega y me frustra mi proyecto de ser la Sandra Russo del 2010. Pasando a otro orden de cosas, tu novela sobre putitos sidosos ochenteros cómo va, no sabes como me derrito en deseos de leerla.
(5)Una duda. ¿Quién pagó la venida de Canclini a la Argentina? ¿El estado Alemán? Como lo trajo el instituto Goethe quiero creer que lo trajeron con los impuestos de los alemanes y no de los argentinos – ya bastante se llevan los alemanes de la Argentina por ser parte del G7 y tener derecho de pernada sobre países pobres como el nuestro para encima obligarnos a tener que pagarle las vacaciones a Canclini en Baires.

(6)¿Qué pensaría el petiso Scalabrini sobre el estado y manejo de los trenes en la actualidad?
Responder esta pregunta es imposible, pero viendo a estos delincuentes que hoy tienen el control del sistema ferroviario una no puede menos que tener nostalgia por los chanchos ingleses. Prometo mas adelante dedicar una columna sólo hablando de mi experiencia como pasajera de toda la vida del ramal Retiro-Suárez de la línea Ex Mitre – ¡y también una no puede menos que sentir nostalgia de una clase dirigente como la “generación del 80” frente a una dirigencia como la actual!

(7)“…etimológicamente la parrhesia es el “decir todo”. La parrhesia dice todo. En rigor, no se trata tanto de “decir todo”. La cuestión fundamental en la parrhesia es lo que podríamos llamar (…) la franqueza, la libertad, la apertura, que hacen que digamos lo que tenemos que decir, como nos da la gana decirlo, cuando tenemos ganas de decirlo y en la forma como creemos necesario decirlo. El termino parrhesia está tan ligado a la elección, la decisión, la actitud del que habla, que los latinos, justamente, lo tradujeron por la palabra libertas. El decir todo de la parrhesia se vierte como libertas: la libertad de quien habla.”
Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto, ed. FCE, México, 2002, pag. 354.
(8)“El país nunca fue inocente. Los norteamericanos perdimos la virginidad en el barco que nos traía y desde entonces hemos mirado atrás sin lamentaciones. Pero no se puede atribuir nuestra pérdida de la virtud a ningún suceso o serie de circunstancias en concreto. No se puede perder lo que no se ha tenido nunca.
La nostalgia como técnica de mercado nos tiene enganchados a un pasado que no existió nunca. La hagiografía convierte en santos a políticos mediocres y corruptos y reinventa sus gestos más oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral. Nuestra línea narrativa desde entonces se ha difuminado hasta perder cualquier asomo de veracidad y solo una descarada sinceridad puede rectificar esa línea y ajustarla de nuevo a la realidad.
La auténtica trinidad de Camelot era ésta: Dar Buena Imagen, Patear Culos y Echar Polvos. Jack Kennedy fue el testaferro mitológico de una página particularmente jugosa de nuestra historia. Tenía un acento elegante y llevaba un corte de pelo sin igual. Era Bill Clinton, salvo la penetrante mirada escrutadora de los medios de comunicación y unos cuantos michelines flácidos en la cintura.
Jack fue asesinado en el momento óptimo para asegurarse la santidad y en torno a su llama eterna siguen girando las mentiras. Ya es tiempo de desalojar su urna y de exponer a la luz unos cuantos hombres que contribuyeron a su ascenso y que facilitaron su caída.
Eran policías corruptos y artistas de la extorsión. Eran expertos en escuchas clandestinas y mercenarios y animadores de clubes para maricas. Si alguno de ellos se hubiera desviado del rumbo durante un solo segundo de su vida, la historia de Estados Unidos no existiría como la conocemos.
Es hora de desmitificar una epoca y de construir un nuevo mito desde el arroyo hasta las estrellas. Es hora de descubrir a los hombres malvados de entonces y de averiguar el precio que pagaron para definir su época entre bastidores, en secreto.
Va por ellos.”
James Ellroy, América, ediciones B, España, 1997.
(VII)
(elinterpretador, número 15, junio 2005)
La novela del señor Best Seller
¿El libro que busca no figura en la lista de los más vendidos de las últimas semanas? No es un clásico? Entonces, olvídelo: ya no pertenece a este mundo.
______________________________________________________________
Supongamos que a usted no le interesa comprar los libros que aparecen en la lista de best-sellers, ni los libros que consagraron los suplementos culturales durante los últimos meses. Supongamos que usted no está buscando la novela de alguna celebridad, ni un clásico como El Quijote, del que podría encontrar fácilmente veinte ediciones que lo han puesto de moda como si no fuera un libro difícil de leer hoy, enigmático y extraño a los gustos contemporáneos. Supongamos que usted no está buscando alguna novela policial extranjera que vendió poco y fue a parar a las mesas de saldos junto con novelas argentinas que sufrieron el mismo destino. Supongamos que el libro que usted busca no terminó, después de vendidos doscientos ejemplares, en una librería de lance. Supongamos, por ejemplo, que usted busca una novela de un buen autor argentino, que jamás fue best-seller ni forma con los consagrados. O un ensayo periodístico de hace seis años, que tampoco llegó a las listas de los más vendidos.
Si usted se encuentra en esa situación, tiene un problema. Lo que busca podría estar en algunas de las ferias de libros de Buenos Aires, en Caballito o en Pacífico. Quizá también en una feria de una ciudad grande del interior. Pero se necesita que alguien lo haya llevado allí para venderlo o cambiarlo por otro libro. En pocas palabras: una casualidad. Si usted busca un libro aparecido hace tres años, está en dificultades porque las librerías ya no conservan una pared con bibliotecas de libros que cumplieron lo que los editores llaman su ciclo, que se inicia con el servicio de novedades y, salvo que el libro tenga éxito, termina muy poco después.
El libro que usted busca está muerto. Y, a diferencia de muchas películas, que tienen una segunda vida sistemáticamente ordenada en los video-clubs, los libros que cumplieron dos, tres o cuatro años han desaparecido sin que ello signifique que se hayan agotado. Con paciencia, usted puede esperar que la editorial que lo publicó lo venda, casi al peso, a las librerías de lance. Pero no todas las editoriales hacen esa venta póstuma, y puede suceder que la novela buscada no exista ya para el mundo.
Los libros aparecen y se suceden a una velocidad que hace sospechar que llevan, como el yogur o la manteca, fecha de vencimiento en la tapa. Y esto no pasa sólo en Argentina, sino que la Argentina empezó a funcionar como funciona el mercado del libro en casi todo el mundo.
Algunas pequeñas librerías pueden ser una excepción, pero ellas son lugares de expertos y además, precisamente porque son pequeñas, no pueden guardar todas las novelas publicadas en la última década. A veces, cuando recomiendo un libro (digamos El aire de Sergio Chejfec, uno de los grandes narradores argentinos), tengo la seguridad de que me va a tocar prestarlo de modo indefectible.
Hace algunas semanas, un aviso a toda página de un premio literario subraya lo que cuento. La ilustración muestra a un hombre, presumiblemente aguardando a un viajero en el hall de un aeropuerto, que sostiene un cartelito con el nombre de la persona que ha ido a buscar. Allí se lee: Señor Best Seller. No hay que ser experto en publicidad para darse cuenta de que el concurso promete a su ganador un triunfo que lo hará entrar en las listas de los más vendidos. Parece un chiste pero, como muchos chistes, es más sincero que gracioso. Para que el concurso tenga éxito su ganador debe tenerlo; por lo tanto, el cartelito debe prescindir de un nombre más descriptivo como: «Señor Nuevo Escritor» o, simple y elegante, «Señor Escritor». Best Seller es el único nombre que promete a un libro cierta presencia, por el tiempo de lo que dure en las listas de más vendidos y, a veces, mucho más (pero eso depende del libro, no de la venta únicamente). En el peor de los casos, el futuro Señor Best Seller tiene aseguradas algunas semanas de gloria en las librerías.
Por lo tanto, si tiene ganas de leer y no quiere volverse loco, vaya a lo seguro: deje de dar vueltas sin ton ni son, compre la última novela del Señor Best Seller.
Elsa Kalish
bsarlo@viva.clarin.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(VIII)
(elinterpretador, número 16, julio 2005)
“¿Vos sabías que los perros no se mueren de cáncer?”
(Mi mamá, en la cocina de casa, mientras tomamos mate.)
“Así es que se confesó plebeyo y homosexual, con lo que manifestó algo que los presentes ni sospechaban: que el humor existe, y que puede ser festivo, vitalmente agresivo, dispuesto a la replica. Pero los presentes nada respondieron porque se sintieron tocados en su ánima. Todos expurgan culpas blandas, de aquellas que se visten con ceremoniales y cinismos de buena fe. Todos fueron otra cosa que lo que son, y creen que son otra cosa que lo que muestran.”
(Tomás Abraham, Viñas de ira)
“Si no tenés maquillaje yo te presto los anteojos”
(Susana Giménez dirigiéndose a Claudia Villafañe que
estaba escondida detrás de un sillón)
“El único amigo de una mujer son sus propios ovarios”
(Una mujer charlando con borrachines y cartoneros
en el kiosco-boliche del paso a nivel de la estación Urquiza)
“Solo la risa de la loca/ cerca del basural más triste/ del barrio más triste/ de la ciudad más triste/ solamente la risa de la loca/ la recurrente e inexpugnable risa de la loca/ acompañaba el parto de las solitarias/ y la tristeza de las solitarias.”
(Fogwill, El efecto de realidad)
“A medida que fueron pasando los años se fue reduciendo en las chicas el tamaño y la calidad”
(Marcelo Polino, Quién es quién)
“Una sola cosa me maravilla más que la estupidez con que la mayoría de los hombres vive su vida: es la inteligencia que hay en esa estupidez.”
(Fernando Pessoa, Libro del desasosiego)
“Me perdí, me perdí…”
(Silvia Hopenhaym, Primeras luces)
“Che, che, che, para un poquito…”
(La Chica Súper Poderosa Sarakey)
“Señora, sepa que yo nunca tuve nada contra usted”
(Chiche dirigiéndose a Mirtha en la entrega de los Marín Fierro)
S/B
Sarlo Beatriz te nombro
Y al nombrarte acuden palabras de vos
Nombres, discusiones, chimentos
Tragedias, políticas, intelectuales
Lugares, posiciones, teorías
Silencios, operaciones, lecturas
Y sobre todo
Incógnitas
Preguntas
Que me hunden
en la abierta oscuridad de mis sentidos.
S/B S/B
Escribir sobre Beatriz es un problema. No para mi tía Marta o mi mamá que lo primero que hacen cuando tienen una Viva a mano es buscar el horóscopo para saber cuáles serán las coordenadas que les deparará su destino astral durante la semana. Tampoco para el 90% de la población. Pero sí para las personas que leen un diario o libro de vez en cuando, van al cine, están al tanto de las actividades del MAL-BA, tienen un currito en el Rojas… o para las Chicas de Letras, claro, oooobvvvio.
Como no tengo respuestas al problema Sarlo Beatriz, lo que haré es simplemente dar cuenta de ciertas incomodidades y ponerlas en relación con otras chicas de letras.
Aparte, quiero dejar constancia que no quiero pegarle a Beatriz, no porque goce de mi respeto como figura pública o intelectual, ni tampoco porque crea que, si le pego, ella no pueda defenderse, sino, simplemente, porque hoy es tan fácil pegarle, ningunearla, que hacerlo sería un acto gratuito, propio de linchadores profesionales del sentido común.
Empecemos con Beatriz y después sigamos con otras conchuditas de letras.
Como todo el mundo sabe –es decir un 10%– Sarlo desde hace un tiempo escribe una columna en Viva. Una columna innecesaria, estúpida, patética. Ya es un lugar común en los pasillos de la tabacalera de Puán 480 encontrarse con alguien y comentarle: “¿leíste la columna de Sarlo del domingo?”, o “la vieja piró mal, se volvió loca, ¿no?” y otras cosas de este orden.
Si bien no apruebo ni descarto estas observaciones, me parece que colocarla a Sarlo en el lugar de una persona senil o pirucha, es no hacerle justicia. Aparte descartar la producción de una persona que se dedica a pensar por el simple hecho de estar loca no me convence, porque si fuera así, qué tendríamos que hacer con Nietzche, ¿borrarlo del itinerario de las ideas de la modernidad, con lo cual se desmoronaría el edificio del pensamiento del siglo XX y el bagullo que resta del XXI?
Hay un par de coordenadas que me llaman la atención. Sarlo renunció a su cátedra Literatura Argentina II en la UBA y al poco tiempo apareció en la Viva escribiendo al lado de Valeria Maza, Jorge Bucay, Rosa Montero, Marcelo Birmajer –una caricatura horrible de Philip Roth– y una palomita de la cual me ocupare más abajo. Es decir, ahí, se puede verificar un movimiento que va de la UBA a Viva, de hacer algo que hacía de maravillas como era ser docente –¡es increíble que haya pelotudos que duden hoy de su capacidad de profesora!– a escribir giladas para el popolo de todos los sentidos comunes que consumen el Diario de la Argentina.
También una podría hacer esta relación: Sarlo en los 70 escribía en la revista Los libros, junto a plumas como la de Oscar del Barco, Héctor Schmucler o Josefina Ludmer, y hoy escribe en Viva junto a plumas como la de Valeria o Bucay que al lado de la de ella parecen Barthes y Foucault.
¿Qué le pasó a Sarlo? ¿Qué le pasa a Sarlo? ¿Estamos locos los argentinos?
Preguntas, preguntas, de las cuales no tengo respuesta.
Pero ya que no tenemos respuestas sigamos con las preguntas.
La gente de Punto de vista qué opinaran de su columna. Martincito K, David Oubiña, Adrián Görelyk y el resto del elenco estable de la revista – del que quedó, del que no se tuvo que ir silbando bajito por la puerta de servicio– que ahora se me borró de la cabeza, o el amor imposible de todas Lupus Anal Sexy Boy o Guillermo Saavedra, esa Victoria Ocampo plebeya a sueldo de españoles, ¿no le dicen: Beatriz, de-ja-te de joder, dejate de escribir estupideces en la Viva que te estás quemando mal?
Bueno, ya que tus compañeros de ruta no te lo dicen, te lo digo yo, parala loca con ese gilada, mira que la estupidez es un camino de ida sin boleto de retorno.
Tengo frente a mí Imágenes de la vida postmoderna, un libro mediocre, pero a diferencia de las columnas de Viva –que también tengo frente a mí en la mesa de la cocina– en ese libro una puede ver una inteligencia puesta en escena para repetir categorías de otros, pero al menos hay una inteligencia operando. En cambio en las columnas lo que una puede verificar con asombro siempre renovado es la carencia total de vida inteligente.
Ahora, hay algo mas, el domingo 19 de junio, Sarlo no sólo publica su habitual columna, sino que, además, escribe un buen texto sobre Saer en el suplemento Cultura de La Nación. No me parece un dato menor, al publico de Viva le escribe giladas, al de La Nación le tira un par de ideas. Cómo es la cosa, según el público es lo que se escribe, a un público exigente se le escribe desde el saber, y a un público semianalfabeto se le escribe estupideces. ¿Y la crítica? ¿Y Bourdieu? ¿Y Barthes? ¿Y Sartre? ¿Y Martínes Estrada? ¿Y Borges? ¿Y Chasman y Chirolita… y la puta madre que los remilparió!
No entiendo. ¿Acaso Sarlo quiere repetir el gesto de Arlt? Pero Sarlo no es Arlt, ni la Viva es el diario La Opinión, ni sus columnas son aguafuertes, ni la Argentina de los años 20 y 30 es la de hoy.
A ver, a ver… ¿y si estuviera leyendo mal y si lo de Sarlo en Viva fuera un chiste de largo aliento, una humorada macedoniana, pura ironía de su figura de ensayista y de intelectual y a partir de ahí estaría haciendo una suerte de fábula cuya moraleja estaría dirigida al raquitismo del pensamiento argentino actual?
En todo lo que escribo acá, lo sé, dejo de lado las posiciones políticas de Sarlo, dentro y fuera de la facu… o ¿no?, no, creo que no. Bueno, qué sé yo, que cada uno lea lo que quiera.
S/B S/B S/B
Ahora vamos a hablar de otro notable cráneo de la fábrica de tabaco Commanders, Croce Marcela.
Croce al igual que Sarlo es una mujer inteligente, culta, que tiene una biblioteca en la cabeza, que no tiene neuronas sino estanterías atiborradas de libros. Y desde una posición radicalmente opuesta a la de Sarlo llega a tocarse con ésta, es decir, a poner todo su saber a girar como trompo sin manija.
Lo que estropea todo lo que dice o escribe a Croce es su falta de ironía, su rabia insoportable, y la falta de parquedad –cosa que Sarlo nunca ha perdido y que más de una vez la ha perdido-. El problema de Croce es que lee todo desde la ideología y si no le cierra, fuerza las cosas para que le cierren.
Un ejemplo. Ella lee en La autopista del sur la tibia ideología de la clase media argentina. Razona así: primero Cortázar plantea en su cuento una suerte de revolución, de utópico socialismo pero al promediar el cuento, como es un niño de la clase media atravesado por la alta cultura siente horror de este fenómeno, entonces resuelve el cuento disolviendo todo para reestablecer el orden establecido.
Bueno, Croce, tu lectura de La autopista del sur está mal. El cuento es perfecto y el final que tiene es el único posible.
Es curioso cómo una mujer que está al lado de los dos hombres a los que se podría señalar como toda la teoría literaria argentina del siglo XX, Nicolás Rosa y David Viñas, lee tan mal. Quizás ese sea el problema. Que su cercanía con ellos, a ella, le jugo en contra, opacó su brillo, que lo tiene, claro.
No hay más que ojear su último libro para darse cuenta que Croce es inteligente y que esa inteligencia la malogra en cada palabra, en cada nota al pie, en cada capítulo de David Viñas – Crítica de la razón polémica.
Una duda. No entiendo la tapa del libro. Para los que no lo han visto se las describo: debajo del título hay una foto, en la cual se puede ver un grupo de policías o soldados con palos o armas largas, en una redacción, donde también hay un hombre sentado frente a varias máquinas de escribir. Policías, máquinas de escribir, un hombre sentado… ¿y qué tiene esto que ver con Viñas? ¿Será una metáfora, donde la máquina de escribir sería Viñas –el intelectual heterodoxo entre Contorno y Dios- y la cana presta a reprimir el imperialismo operando sobre la voz del disidente?
Igual creo que lo que la pierde a Croce es que quiere ser Viñas y lo logra. El problema es que el estilo de Viñas es único, con lo cual si una copia a Viñas no se vuelve otra Viñas sino un chiste mal contado.
Aparte ella tira tiros para todos lados dentro de la UBA y entre ellos muchos a Sarlo y a todo su entorno, lo cual no me parece mal, pero, y del boliche que puso Carlos Heller en la calle Corrientes ¿no tiene nada que decir?
S/B S/B S/B S/B
Llego la hora de hablar de una palomita de letras, de Fabrykant Paloma. Desde que leí la primera nota de Paloma hubo algo que no me cerraba. No entendía cómo una piba de 22 años podía escribir pelotudeces como El calvario de las vacaciones, La tiranía de los calendarios o Adictos al confort, y lo que me parecía más asombroso era que Viva le pagara por eso. Porque después de todo Bucay o Sarlo son Bucay y Sarlo, pero esta piba quién era. Para colmo al final de cada nota se puede leer los años que tiene, que estudia letras y que escribió un libro, sí, sí, sí, escribió un libro palomita intitulado Cómo ser madre de una hija adolescente.
Todo esto me lo aclaró un amiguito al comentarle que no entendía cómo una piba de “nuestra” edad no sólo escribía boludeces sino que además le pagaban –porque no seamos inocentes si bien Viva es una mierda no cualquiera puede llegar ahí.
Bueno, el chiste es el siguiente, palomita es hija de Ana María Shua, por eso escribe ahí. Para los que no la tienen a la Shua, es una escritora argentina que si no hubiera escrito nada hubiera dado lo mismo, claro que Chitarroni no debe opinar lo mismo – Chita para los que no lo tienen es editor de narrativa en Sudamericana y según Silvia Hopenhayn es un estilista notable, ¡si Hopenhayn lo dice, por algo será!
En fin, acá tenemos a otra chica de letras sin rumbo.
Lo más notable de su columna son las fotos que aparecen de ella. Cada seis meses, la foto de la columna que aparece acompañando el título y el copete de la columna cambia. Pero no es que sólo cambia la foto sino ella. Tengo frente a mí tres columnas y en las tres hay tres chicas diferentes con cierto aire de familia. Esta chica se ve que es como Robert de Niro, puede aparecer en una película pelado y gordo y en otra flaco y melenudo, así de versátil es Paloma para las fotos.
Quiero hacer una reflexión final que te sirva, Paloma. Dejate de joder escribiendo estupideces en Viva y escribiendo libros para oligofrénicas cuarentonas fracasadas y mandá al carajo a los contactos de tu vieja. Lo único que lograste hasta ahora es estar en el horno como Sarlo. Lo que se te escapa es que Sarlo a tu edad estaba traduciendo El idiota de la familia de Sartre y escribía en Los libros y después viene Punto de vista y ser una profesora excelente. Si seguís por ese camino vas a terminar en Utilísima Satelital. Ponete las pilas, mandá a todos a la puta que los parió – tenés veintipico, guita, qué más querés- y hacé algo que valga la pena o callate y dedicate a reventarle la guita a tu vieja.
S/B S/B S/B S/B
Habría que ver, acá, qué pasa con Las Chicas de Letras que están en la academia norteamericana. Porque es fácil también pegarle a Sarlo o Croce o Paloma que están acá y una puede seguir sin dificultades todos sus movimientos. ¿Pero Josefina Ludmer o Silvia Molloy? ¿Qué onda?
No lo sé, pero me parece que tenía que nombrarlas a ellas también en relación a Sarlo y plantear la incógnita que me producen estas Chicas de Letras que desde el norte producen libros y ganan buena guita por enseñar allá lo que aprendieron acá, y claro, sin estar en las trincheras infernales del día a día de la realidad argentina –¿había un libro de Frondizi que se llamaba así, no? Aclaro que no me parece mal que enseñen allá, en principio, pero tampoco me parece que eso no sea parte de algo que a mí se me escapa.
S/B S/B S/B S/B S/B S/B
Como se puede apreciar Las Chicas de Letras somos inteligentes y algunas incluso robamos suspiros de peatones. Eso no está en discusión. Lo que sí está en discusión es qué hacemos nosotras con esa inteligencia.
Para terminar quiero ponerme a mí en relación a la constelación de conchuditas de letras que armé.
Yo, a diferencia de todas las que aparecen acá, no laburo en el Estado, ni tengo una mamá con guita y contactos, ni trabajo en una fundación, ni en ningún órgano privado de cultura, ni tengo la beca Guggenheim, ni nada. Laburo en un laburito de mierda en donde gano monedas, no tengo recursos para investigar, ni tiempo para elaborar mis textos con más tiempo que el que le robo a mis escasas horas de ocio. Lo que escribo sale así, se me ocurre algo, lo pienso en el laburito de mierda o viajando en bondis y trenes –ocupo tres horas de mi vida todos lo días en viajar de casa al trabajo y del trabajo a casa– y cuando encuentro un hueco el fin de semana, me siento, y lo que sale, sale.
Lo bueno de no tener que depender de subsidios, ni becas, ni aparatos culturales privados o estatales, es que una dice lo que se le canta sin tener que calcular si a mi empleador lo que diga le puede o no gustar, es decir, afectar a sus intereses, es decir, a su guita. Lo malo es que una no tiene guita, lo cual limita a casi nada el tiempo que se puede permitir para decir algo y pulirlo y lustrarlo y dejarlo hermoso como los futuros que una soñaba cuando era pendejita y creía que el mundo era un lugar lleno de colores.
En fin, Las Chicas de Letras, seamos pobres, ricachonas o de buen pasar, académicas, lúmpenes o chantas, inteligentes o retardadas, corruptas o intelectuales comprometidas, todas, todas, estamos ahí, justo ahí, elaborando discursos que no aciertan a encontrar al objeto que nombran, al deseo que las inquieta, al vacío que las reclama.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(IX)
(elinterpretador, número 17, agosto 2005)
“…la guerra interna y la crisis económica se lo comieron todo.”
Javier Garvich Rebatta, un amigo de Lima.
“La técnica lo supero al hombre y el hombre se olvido de abrazar.”
Juan Carlos Cope, entrevistado por D. T., en AM 1110.

“Me parece muy cruel el sistema.”
Marcela Tauro, en Quién es quién, Radio 10.

Restos diurnos, restos fósiles, restos de lecturas: de propagandas, de diarios y revistas, de teóricos desgravados, de poesías, de ensayos, de textos que escribí en un pasado improbable.
Lo que sigue a continuación son restos, textos, una constelación de relatos que se fueron acumulando y los “ordené” en un único texto, o en un gran resto hecho de restos.
No cito qué es de cada quién porque todo lo que sigue a continuación lo escribo “yo”. Yo, tan improbable y real, como el Gitanes que fumo mientras escribo o los autores “originales” de lo que “copio”. “Yo” soy la “autora” de cada uno de estos restos.
Podría señalar esto es de fulano y esto de mengano, pero ahí están los restos que todavía retengo de “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Borges, recordándome que no hay dos textos iguales, o que cada “autor” crea sus textos a partir de un “original” perdido, repetido y recreado en cada golpe de dados.
No sé muy bien qué es lo que sigue a continuación. Y sospecho que es algo tedioso de leer y que el lector improbable de estos restos abandonará la lectura a poco de empezar. También es cierto que me niego a explicar o sacar conclusiones de lo que sigue, preferí guiarme a ciegas, por instinto, y poner todos estos restos en bruto y que cada cual lea si tiene ganas lo que tenga ganas de leer o que no lea más que los desvaríos de una Chica de Letras. Da lo mismo. En realidad me guié para ordenar estos restos en bruto a partir de una línea de Leonard Cohen, que leí hace años en la tapa de una revista o fanzine de los ´90, creo que se llamaba “Agua sucia” o “Agua negra” o algo así, y que decía: he visto el futuro, hermano, es un crimen. Lo que sigue a continuación, imagino que debe ser tedioso, incluso un error, pero como sé que suelen ser más ricos los errores que los aciertos preferí insistir en la molestia de escribir un texto erróneo, también podría ser leído – ¿por qué no? – como un co-puc burroughsniano – escribí muchos co-puc, siempre fallidos, en una época: compraba un par de mogras, vino y tres atados de cigarrillos y me colgaba toda una noche recortando párrafos, líneas, palabras de mi biblioteca y de revistas y diarios, y llegaba a la mañana frustrada, con la sensación de haber rozado el secreto del texto perfecto, y que se había desvanecido en el aire, como la droga en el plato que peine con devoción y el misterio de la noche estropeada por la luz de un mañana llena de pajaritos en el fondo de casa y otros ruidos siniestros – o como un zapping frente a la pantalla de la tele una madrugada insomne, o quizás, esto lo creo más probable, una pesadilla hecha de restos diurnos, cotidianos, casi sin sentido. También se podría leer como un vomito.
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Te extraño…
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ASEGURAN QUE NO HAY CRISIS ECONÓMICA A LA VISTA.
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Hay muchos lugares donde lucir nuestra bandera: una ventana, un balcón, flameando en un mástil o en la antena de un auto. En ARCOR creemos que el mejor lugar es bien cerca de tu corazón.
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SIGUEN LOS CORTES DE GAS Y PIDEN QUE SE DECLARE LA EMERGENCIA.
Son empresas con servicios interrumpibles. También hay tope a las estaciones de GNC.
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Pero tanto defensa como ataque exigen esfuerzos extraordinarios, y es sin duda en eso donde se dibuja aún más claramente la limitación que pesa sobre el conjunto del planeta. Lo mismo que toda la vida lleva en sí el germen de su muerte, ese nuevo fenómeno que son las grandes masas implica una especie de democratización de la muerte. La era del disparo bien apuntado ya ha pasado. El jefe de escuadrilla que, desde las alturas en la noche, da la orden de bombardear, no distingue entre combatientes y civiles, del mismo modo que las nubes de gas se propagan sobre todo lo que vive con la indiferencia de un fenómeno meteorológico. El que tales amenazas sean posibles supone una movilización que no es ni parcial ni general, sino total, y abarca hasta al niño en la cuna; porque esta amenazado, como todo el mundo, y más aún. Podríamos extendernos más, pero basta considerar la suerte reservada a nuestra vida cotidiana, la disciplina férrea a que está sometida, esos distritos urbanos ahogados bajo el humo, la física y la metafísica de su comercio, los motores, los aviones, las metrópolis en las que se amontonan millones de seres; se adivinará entonces, con un sentimiento de escalofrío mezclado de envidia, que no hay allí ya ningún átomo ajeno al trabajo y que nosotros mismos estamos, al nivel más profundo, abocados a ese proceso frenético. La movilización total se realizará a sí misma, porque es, en tiempos de paz como de guerra, la expresión de una exigencia secreta y forzosa a la que nos somete esta era de masas y de máquinas. Cada existencia individual se convierte en una existencia de Trabajador, sin que pueda existir el menor equívoco por mucho tiempo; a la guerra de los caballeros, a la de los soberanos, la sucede la guerra de los trabajadores – y el primer gran enfrentamiento del siglo XX nos a dado ya un esbozo de lo que será su estructura racional y su carácter escalofriante.
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“Podemos crecer hasta el 2010, llegar al Bicentenario con la serie histórica de crecimiento más larga de la Argentina”, se entusiasmó ayer…
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Te extraño, mucho, mucho. Y esta sensación de tristeza que me atraviesa el cuerpo, que te extraña y me extraña: qué quiere decir. No tengo una palabra que delimite, le dé un orden coherente, un marco que me explique esta sensación que me habita y te extraña y me habla de vos con palabras que conozco y no comprendo en su sentido más abierto, pleno, oscuro. Son palabras que me llevan al centro de un laberinto donde escucho el eco de imágenes, momentos, tantas cosas, que me plantean un enigma y me obliga a buscar respuestas por los corredores de tu ausencia.
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BANCO GALICIA te da un motivo más para que esperes ansioso el fin de semana.
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Tan simple como leíste. Cargás en Shell, pagás con tus tarjetas de Banco Galicia, recibís un 10% de descuento en lo que comprás y también en recupero del IVA. Porque los fines de semana están hechos para que hagas lo que no podés hacer en la semana… aprovechalo!
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CON PLAZOS MÁS LARGOS, CRECEN FUERTE LOS CRÉDITOS HIPOTECARIOS
En el primer cuatrimestre aumentaron 120% con respecto de 2004.
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CHEVROLET VE BIEN LA ECONOMÍA
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EL EURO VOLVIÓ A CEDER TERRENO FRENTE AL DOLÁR
#…la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la
[fábrica
tengo fiebre y escribo.
Escribo haciendo rechinar los dientes, fiera ante la belleza
[de esto,
ante la belleza que desconocían totalmente los
[antiguos.
¡Oh ruedas, oh engranajes, r-r-r-r-r-r eterno!
¡Fuerte espasmo retenido de la maquinaria enfurecida!
¡Enfurecida dentro y fuera de mí,
a través de todos mis nervios disecados,
a través de todas las papilas de aquello con lo que siento!
Tengo los labios secos, oh grandes ruidos modernos,
de oírlos de demasiado cerca
y me arde la cabeza de quererlos cantar con un exceso
de expresión de todas mis sensaciones,
¡con un exceso contemporáneo de ustedes, máquinas!
Mirando febril los motores como a una Naturaleza
[tropical-
grandes trópicos humanos de hierro y fuego y fuerza-
canto, y canto el presente, y tambien el pasado y el futuro,
porque el presente es todo el pasado y todo el futuro
y hay Platón y Virgilio dentro de las máquinas y las luces
[eléctricas
sólo porque antaño hubo Virgilio y Platón y fueron
[humanos,
y pedazos del Alejandro Magno de acaso el Siglo cincuenta,
átomos que irán a dar fiebre al cerebro del Esquilo del siglo
[cien,
andan por estas cintas transportadoras y estos émbolos y
[estos volantes
rugiendo, chirriando, susurrando, atronando, mordiendo
haciéndome un exceso de caricias en el cuerpo con una sola
[caricia en el alma.
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EL PAGO DE INTERESES POR LA SALIDA DEL DEFAULT RECORTÓ EL SUPERÁVIT FISCAL.
Los números indican que subió mucho el gasto público por los cupones que se pagaron a los bonistas que entraron al canje. El ahorro en mayo fue de $ 3.307 millones, 25% menos que en mayo de 2004.
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PARA ENTENDER EL ABC DE LA TECNOLOGÍA.
Cómo usar los programas y sus secretos. Desde lo básico hasta lo más avanzado. Guía de compras. Nuevos productos, y nuevas tecnologías para saber qué se viene. Juegos, consejos y todo lo que necesitás conocer, todos los miércoles con…
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Si a ese tipo que está formándose en nuestros días hubiéramos de caracterizarlo con una sola palabra podríamos decir que uno de sus atributos llamativos consiste en poseer una “segunda” conciencia. Esa segunda conciencia, más fría, esta apuntando en la capacidad, cada vez más nítidamente desarrollada, de vernos como un objeto. No a de confundirse esa capacidad con el reflejo especular de nosotros mismos que nos proporcionaba la psicología de viejo estilo. La diferencia entre la psicología y la segunda conciencia estriba en que la primera elige como objeto de su consideración al hombre sentimental, mientras que la segunda se dirige a un hombre situado fuera de la zona del dolor. También en esto hay, de todos modos, transiciones; así es cómo es preciso ver que también la psicología posee, igual que todos los procesos de descomposición, un lado de orden. Ese lado destaca con especial nitidez en aquellas ramas en las que su desarrollo ha llevado a la psicología a transformarse en un puro método de medición.
Mucho más instructivo que eso resultan, sin embargo, los símbolos que la segunda conciencia intenta extraer de sí misma. Nosotros no sólo trabajamos, como no lo hizo ninguna otra vida anterior a la nuestra, con órganos artificiales, sino que además estamos dedicándonos a construir ámbitos extraños en los que el empleo de órganos artificiales de los sentidos crea un alto grado de coincidencia típica. Tal hecho se halla estrechamente ligado a la objetivación de nuestra imagen del mundo y, por lo tanto, a nuestra relación con el dolor.

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DURANTE LAS HORAS PICO, UN COLECTIVO INTENTA REDUCIR 6 MINUTOS PROMEDIO EL TIEMPO DE LA VUELTA.
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Ciudad de compras
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HAY UN PICO DE PRESIÓN POR EL DÓLAR Y SUBE RÁPIDO
Y FUERTE LA TASA DE INTERÉS
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LA RECAUDACIÓN IMPOSITIVA SUPERÓ LOS PRONOSTICOS Y FUE RECORD PARA JUNIO
La AFIP informó que embolsó 11.054 millones, un 10% más de lo esperado.
Dicen que se llegará sin problemas a la meta presupuestada de $107.000 millones.
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¡Ah, poder expresarme todo como se expresa un motor!
¡Ser completo como una máquina!
¡Ir por la vida triunfante como un automóvil último
[modelo!
¡Poder dejarme penetrar al menos físicamente por todo
[todo esto,
desgarrarme todo, abrirme completamente, volverme
[poroso
a todos los perfumes de aceites y calores de carbón
de esa flora estupenda, negra, artificial e insaciable!

¡Fraternidad con todas las dinámicas!
Promiscua furia de ser parte-agente
del rodar férreo y cosmopolita
de los esforzados trenes,
del laboriosos transporte de carga de los navíos,
del giro lúbrico y lento de las grúas,
del tumulto disciplinado de las fábricas
y del casi-silencio susurrante y monótono de las cintas
[transportadoras!
¡Horas europeas, productivas, atrapadas
entre maquinarias y quehaceres útiles!
Grandes ciudades detenidas en los cafés,
en los cafés – oasis de inutilidad ruidosa
donde se cristalizan y se precipitan
los rumores y los gestos de lo Útil
y las ruedas, y las ruedas dentadas y las chumaceras de lo
[Progresivo!
¡Nueva Minerva sin alma de los muelles y las estaciones!
¡Nuevos entusiasmos de la estatura del Momento!
Quillas de chapas de  hierro sonriendo apoyadas en los
[diques,
o en vilo, alzadas, en los planos inclinados de los puertos!
¡Actividad internacional, transatlántica, Canadian Pacific!
Luces y febriles pérdidas de tiempo en los bares, los
[hoteles,
en los Longchamps y los Derbies y los Ascots,
y Piccadillies y Avenues de l´Opera
que me entran en el alma!

¡He-hi las calles, he-hi las plazas, he-hí-ho la foule!
¡Todo lo que pasa, todo lo que para en los escaparates!
¡Comerciantes; vagos, escrocs exageradamente bien vestidos;
miembros evidentes de clubes aristocráticos;
escuálidas figuras dudosas; jefes de familia vagamente
[felices
y paternales hasta en la cadena de oro que les cruza el
[chaleco de bolsillo a bolsillo!
Todo lo que pasa, todo lo que pasa y no pasa nunca!
Presencia demasiado acentuada de las cocottes;
banalidad interesante (¿y quién sabe qué  hay por dentro?)
de las burguesitas, madre e hija generalmente,
que andan por la calle con un fin cualquiera,
la gracia femenina y falsa de los pederastas que pasan,
[lentos;
¡y toda la gente sencillamente elegante que pasea y se
[muestra
y en definitiva tiene un alma dentro!

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COMPRA RECORD DEL CENTRAL: US$ 160,5 MILLONES
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El principal producto de exportación argentino.
LA SOJA YA ESCALÓ 15,6 % POR LA SEQUÍA EN LOS ESTADOS UNIDOS.
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Te extraño, me digo y lo escribo y lo reescribo, una y mil veces hasta el hartazgo. Como si esas dos palabras fueran un relato que encerrara en su trama una historia fabulosa, pero que al no encontrar la forma correcta de contarla, la forma sin gracia cancelara la esencia del relato al narrarlo. Por eso, escribo y reescribo: te extraño. Para develar el misterio del universo que estas dos palabras plantean, me insinúan, y a la vez velan con la simple, elocuente, explícita claridad que lo dice todo y no me deja nada.
Esta lucidez de nada sobre todo, que se abre y cierra sobre el ser de la tensión de lo que es al darse y sustraerse al mundo a cada instante, donde todo lo que es se resuelve y pierde dejando restos que se ofrecen a cada presente a reinterpretar lo que fue en lo que se es sin resolver.
Te extraño. Estas dos palabras surgidas de las entrañas de mi ser se abren a la tensión de un sentido que se cierra sobre sí mismo, dejándome sólo la sombra de un significado que me atormenta.

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Una de las ideas centrales que hemos propuesto en la materia propone que a una determinada teoría de la técnica corresponde una cierta teoría del lenguaje (es decir, ideas sobre las prácticas lingüísticas que apuntalan un cierto modo de organización social y de comprensión del mundo), que a su vez determinan cómo habitamos el mundo. Estas prácticas operan al interior de un mundo dominado por la metafísica productivista de Occidente. En este mundo un frenesí tecnológico moldea continuamente nuestra existencia bajo la figura del trabajo y del trabajador. Ni la teoría marxista de índole economicista ni la teoría liberal del “libre-mercado” son, para Martin Heidegger un camino de acceso a esta metafísica superficial de una actividad en la que dominan fuerzas mucho más poderosas que transforman al mundo y en la que el trabajo industrial moderno opera a modo de ariete. Se trata de una voluntad de poder. De allí que Heidegger no piense en términos de “buen uso” o “mal uso” de la tecnología, de un uso “capitalista” o de un uso “socialista” o “nacional” de la técnica, sino que le interese analizar el modo en que habitamos el mundo y el modo en que confrontamos con la naturaleza. Para eso es necesario proceder a una topología del ser en la actualidad. La historia del ser sería la historia de su tekhné, la historia del modo en que abrimos el mundo. Las máquinas no sería otra cosa que órganos de poder que dan forma a la existencia, y no, como suele creerse, hierro forjado. Palanca, botón, proceso laboral, control remoto, moldean el sentido del tacto, entre otros sentidos. Los seres humanos, en este mundo, son sellados, estampados, todos los días, cotidianamente, por la figura del trabajo y del trabajador. No importa la situación laboral-existencial de cada persona (intelectual, industrial, rentista, desempleado, etc.), el sello cae pesadamente sobre cada cual. Conviene dejar en claro, desde ya, que los seres humanos son “sellados”, también cotidianamente, por otros sellos (el sello del amante, del juego, de la fiesta, del sacrificio, etc.). Cada era despliega un terreno ontológico que devela una verdad de un modo peculiar. Ese terreno ontológico está condicionado por un engranaje o “estructura de emplazamiento” que obliga a los seres humanos a existir de determinada manera. Una de esas maneras supone forzar a la naturaleza, a los propios seres humanos, a sus cuerpos e incluso al lenguaje usado a exponerse como “reserva”. Una consecuencia es que el lenguaje es instrumentalizado para ser transformado en un arma para la dominación del mundo por una la metafísica productivista. Esta enorme voluntad de poder transforma al mundo en una enorme “planta procesadora” y un campo de maniobras cuyos mayores objetivos son magnificar esa misma voluntad de poder, como si una voluntad pudiera “voluntarearse” a sí misma. El hecho de que todo el sistema técnico esté constituido de acuerdo a este engranaje hace que el develamiento tecnológico de los seres humanos como materia prima emplace a la humanidad a construir un mundo coherente con ese develar, y ello incluye la voluntad de administrar el lenguaje humano. Por eso mismo, cuando nos preocupamos por la “explotación” y la “dominación” de la naturaleza a causa de la tecnología industrial es bueno saber que también nos estamos preocupando por la explotación y la organización administrada de nuestros propios deseos, sentimientos, anhelos, esperanzas, estados de ánimo y por la imaginación humana en general.
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SI HAY ENERGÍA HAY CULTURA. SI HAY CULTURA HAY VALORES.
Y SE AMPLÍA LA COMPRENSIÓN DEL MUNDO.
Y SE ENRIQUECEN LOS VÍNCULOS DE LAS PERSONAS.
Y LA GENTE DESCUBRE LA IMPORTANCIA DE HABITAR UN MUNDO SIN FRONTERAS.
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Valoramos la energía de la cultura.
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EXPERIMÉNTELA.
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Te extraño. Solo dos palabras, estallando todo posible significado en las profundidades del abismo de la nada que me respira, dejándome entrever a través de mi ceguera, la levedad de una ausencia que me aplasta con su peso muerto.
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LOGRARON FRENAR UN PARO NACIONAL DE LOS FERROVIARIOS.
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REGALÍAS POR LA SEMILLA DE SOJA TRASGÉNICA.
En el cuartel general de Monsanto Argentina se respiran aires de “mea culpa”. Un año atrás, la mayor proveedora de insumos para el agro ingresó en una espiral de enfrentamiento con el Gobierno, al que le reclama un sistema que permita el cobro de royalties por la tecnología en semillas. La empresa estadounidense amenazó con acudir a los juzgados europeos para hacer valer sus derechos. Y lo hizo. Pero ayer aclaró que no quiere que la sangre llegue al río.
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Mayor certidumbre para las inversiones.
TRAS EL CIERRE DEL CANJE DE LA DEUDA, LAS EMPRESAS VALEN MÁS.
Se detecta que hay más capital dispuesto a asumir riesgo empresario.
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Internet permite un acceso generalizado a la información, lo cual trae un conjunto de efectos positivos que incluyen la eliminación de las distancias geográficas y la democratización del acceso a obras de diverso tipo. Pero a la vez que hace esto, la red informática está alterando el normal reconocimiento de los derechos de autoría.
Los ámbitos donde con mayor intensidad se advierte esta tensión son el de la música y el de las películas, ya que desde hace más de un lustro existen tecnologías informáticas que permiten el intercambio y la copia de obras digitales. Es más, esta posibilidad fue motorizando innovaciones técnicas que rápidamente se difundieron.
La contrapartida a esta dinámica está dada por la pérdida que padecen los autores, quienes quedan privados de sus derechos. Esto está afectando la producción de obras artísticas, ya que las ventas de copias ilegales están superando a las legales en muchos países, entre ellos en nuestro, con todas las secuelas que esto tiene, incluidas las laborales e impositivas.
Ante esto, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictó una sentencia que tendrá enormes consecuencias sobre el mundo de Internet. Por ella se responsabiliza a las empresas que facilitan el compartir archivos a través de la Red, ya que ese comportamiento impulsa la trasgresión de los derechos de autor. Así, no sólo los quienes realizan las copias, sino también las empresas de programas y de aparatos quedan responsabilizadas por la piratería.
El fallo, entonces, intenta controlar jurídicamente una tendencia tecnológica y social que parece tener una lógica propia.
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MOSTRALE A TODOS QUE ESTÁS PRIMERO.
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(¡Ah, como desearía ser el souteneur de todo esto!)
¡La maravillosa belleza de la corrupción política,
deliciosos escándalos financieros y diplomáticos,
ataques políticos en las calles,
y de vez en cuando el cometa de un regicidio
que ilumina de Prodigio y de Fanfarria los cielos
habituales y brillantes de la Civilización cotidiana!
¡Noticias desmentidas de los periódicos,
artículos políticos insinceramente sinceros,
noticias passez á-la-caisse, grandes crímenes –
y de éstos, dos columnas pasando a la página dos!
¡Oh fresco olor a tinta tipográfica!
¡Los húmedos carteles recién pegados!
¡Vients-de-paraitre amarillos con una cinta blanca!
¡Cómo los amo a todos, a todos, a todos,
cómo los amo de todas las maneras,
con los ojos y con los oídos y con el olfato
y con el tacto (¡ lo que representa para mí palparlos!)
y con la inteligencia como una antena que hacen vibrar!
¡ah, cómo los celan todos mis sentidos!
¡Abonos, trilladoras a vapor, avances de la agricultura!
¡Química agrícola, y el comercio casi una ciencia!
¡Oh muestrarios de los viajantes,
los viajantes, caballeros andantes de la Industria,
prolongaciones humanas de las fábricas y los serenos
[despachos!
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Los grandes proyectos se construyen de a poco. Actuando en chico, pensando en grande. Construir la paz en el país, es una responsabilidad de todos. Y de todos los días. Porque si cada día nos preocupamos por contribuir a la paz, casi sin darnos cuenta vamos a lograr una Argentina más justa, más libre y sobre todo más feliz. Por eso pensemos en construir un país en paz. Empecemos hoy. TENGAMOS EL DÍA EN PAZ. Consejo Publicitario Argentino.
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Ante todo, es 1953. Es la época en la que la imaginación mundial está dominada por el acontecimiento arrasador de la ciudad de Hiroshima y porque por primera vez en la historia de la humanidad el planeta puede ser destruido por la voluntad humana. La era atómica generó miedos, conflictos políticos, determinó la lógica de las relaciones internacionales y en fin dio a la imaginación técnica una orientación decisiva que sólo la aparición y expansión de Internet y las promesas fantasiosas de la biotecnología han conseguido reorientar durante la última década. Es también la época del triunfo de lo que en los años ´50 comenzaba a ser llamado el “american way of life”, que antes de la Segunda Guerra Mundial era conocido como “americanismo”, modo de ser contrario a las tradiciones europeas. Desde entonces, ese estilo de vida, al cual hoy se llama “globalizado” es triunfante en todo el planeta. La superioridad técnica y cultural norteamericana ya no se podrían en discusión. Obviamente la expansión del medio ambiente artificializado no hizo más que acuciar a Martin Heidegger a pensar que el modo en que los humanos confrontan con la naturaleza estaba cambiando aceleradamente. Ya no era la “develación”, el sacar a “luz” para que algo se expusiera, el modo dominante de encarar nuestra relación con las cosas y el mundo; sino la “provocación”, un modo de apoderamiento técnico de las cosas, lo más habitual. Nunca hay que olvidar que la técnica (tekhné) es, para Heidegger, un modo de desocultamiento – es decir, nada tecnológico en sí mismo -. A esto habían contribuido las transformaciones en las experiencias de tiempo y espacio a causa de los sistemas de carreteras, la radio y los vuelos aéreos. Pero más importante, era el crecimiento exasperado en la explotación de la naturaleza lo que hacía a Heidegger preguntarse por la técnica. Pues el industrialismo operaba por rastreo de la materia energética acumulada en la naturaleza (y sólo podía concebir a las obras humanas en términos de energía). En este proceso la dinámica capitalista destruía todo aquello que había sido intangible (“sagrado”), a veces por milenios. Y debe hacerlo pues su dinámica le exige volver disponible a todo bien y metamorfosearlo en “recurso”. Incluyendo a los cuerpos humanos. De este modo, la expansión del capitalismo no se debe a que haya cada vez más bienes comercializables, sino a que todo bien humano es transformado en mercancía, proceso que ya Marx había analizado. En apariencia en “confort” y el “progreso” justifican el precio a pagar, ello parece lógico, pero sólo los que están al final del proceso soportan verdaderamente el precio a pagar, pues el futuro cobra dividendos por adelantado (un ejemplo, son los ríos contaminados de hoy en día, que al comienzo parecían un costo menor del “progreso”). De esta manera lo que es provocado se transforma en un “fondo de reserva disponible” y que es además un proceso igual, constante, en todo el mundo. Para ello hay que calcular y planificar el proceso de pase a disponibilidad de los recursos. Cuando las consecuencias de los desastres tecnológicos se vuelven problemáticos y evidentes, al tecnócrata no se le ocurre otra solución que no sea en sí misma “técnica”. Heidegger, en cambio se plantea la posibilidad de un “giro” en nuestra forma de confrontar con la naturaleza, un giro de tekhné. (Un ejemplo: primero se extinguen a los animales de una región a causa de la explotación petrolífera, digamos, y luego se anuncia que ya podemos clonar el último de los que queda vivo a fin que podamos “admirarlo” en un zoológico). En fin. Al conjunto de provocación, fondo disponible como reserva o materia prima, y planificación de todo ello como constante Heidegger “engranaje” o “estructura de emplazamiento”. Lo problemático del espacio técnico no reside solamente en sus consecuencias sino en el borramiento operado sobre la memoria humana, pues se olvidan otras formas de desocultamiento del mundo, perdemos otras formas de encuentro con el mundo y de habitar en él. Y al perder esa memoria, ya no podemos con-memorar ni a los vivos ni a los muertos. Una consecuencia política es que la alucinación del futuro hace olvidar a todos los caídos y sufrientes en el proceso que nos organizó este mundo nuestro. ¿Qué es entonces lo que pretende Heidegger?: una relación serena con la tecnología, a fin de poder penetrar en su esencia. Esta “relación abierta” con el mundo supone no refugiarse en pasados ideales (nostalgia reaccionaria) ni en el futuro (pura ilusión) sino soportar el presente y experimentar espacios afectivos no matrizados por la técnica. Pensar en lo que nunca tuvo ocasión de existir, en lo que quizá no advenirá y en lo que no está. Solo el espacio vital del lenguaje puede lograr eso. Es decir, evitar que la determinación cotidiana del ser se haga por apoderamiento técnico del mundo, pues en este mundo nuestro los hombres modernos no pueden ocuparse de las cosas más que no-ocupándose del ser.
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LE FALTA HABLAR.
Los autos Mercedes-Benz vienen equipados con sistema integrado de telefonía móvil. Y además, con teléfono celular S66 de Siemens.
Un exclusivo sistema con comandos incorporados al volante y sonido integrado al equipo de audio, que permite hacer uso de todas las funciones del teléfono con total comodidad mientras se está manejando. Porque en un Mercedes, incluso hablar por celular es una experiencia única.
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TU CASA CON BANCO RÍO.
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LE DARÁN UN SUBSIDO A UN MILLÓN DE JUBILADOS.
Lo cobrarán a partir de agosto y es de 30$.
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Microsoft pagará US$ 775 millones para cerrar una espinosa demanda antimonopolio de IBM. Así, la empresa de Bill Gates amplía la cifra de resar…
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Te extraño. Soy esa mujer que esta sola y espera, mientras observa como las napas subterráneas de la patria se convulsionan y vomitan sobre el lodo y la sangre del matadero de nuestra existencia cotidiana.

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LO QUE TENGAS QUE DECIR, DECILO CON TU PERSONAL.

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La Argentina creció el año pasado el 9%, pero los frutos de esa expansión se repartieron de manera más desigual.
De acuerdo a los datos del INDEC difundidos ayer, en la segunda mitad de 2004 el 10% más rico de la población total del país tuvo ingresos 28,2 veces superiores al 10% más pobre.
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ALCANZAME
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Llevate 2 entradas para ver “Herbie a Toda Marcha”
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CON PERSONAL PACK PLUS, SALUDÁ A 50 AMIGOS POR SÓLO $2.
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¡Oh telas de los escaparates! ¡Oh maniquíes! ¡Oh revistas de
[modas!
¡Oh artículos inútiles que todo el mundo quiere comprar!
¡Hola grandes almacenes con varias secciones!
¡Hola anuncios luminosos que vienen, están y
[desaparecen!
¡Hola todo con lo que hoy se construye, lo que nos hace
[diferentes de ayer!
Eh, cemento armado, hormigón, nuevos procesos!
¡Avances de los armamentos gloriosamente mortíferos!
¡Blindados, cañones, ametralladoras, submarinos,
[aeroplanos!
Los amo a todos, a todo, como una fiera.
¡Los amo carnívoramente,
pervertidamente y enroscando la vista
en ustedes, oh cosas grandes, banales, útiles, inútiles,
oh cosas del todo modernas,
oh mis contemporáneos, forma actual y próxima
del sistema inmediato del Universo!
Nueva Revelación metálica y dinámica de Dios!
¡Oh fábricas, oh laboratorios, oh music-halls, oh Luna
[Parks,
acorazados, puentes, dársenas flotantes –
en mi mente arremolinada e incandescente
los poseo como a una mujer hermosa,
completamente los poseo como a una mujer hermosa que
[que uno no ama,
que, encontrada por casualidad, le parece interesantísima.
¡hey fachadas de las grandes tiendas!
¡Hey ascensores de los grandes edificios!
¡Hey reajustes ministeriales!
¡Parlamento, políticas, anuncios de presupuestos,
presupuestos falsificados!
(Un presupuesto es tan natural como un árbol
y un parlamento tan bello como una mariposa.)
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Un destino de 1300 millones de personas que atrae cada vez más a la Argentina.
CHINA, UN MERCADO DIFÍCIL QUE EXIGE RITUALES, GESTOS DE CONFIANZA Y PACIENCIA.
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DISCREPAN ECONOMÍA Y EL CENTRAL SOBRE CÓMO FRENAR LA INFLACIÓN.
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HAY EQUIPO Y HAY FUTURO.
POR SI QUEDA ALGUNA DUDA.
CTI saluda al sub 20 campeón mundial.
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Tekhné, en tanto modo de vida, modo de habitar, modo de sentir, en suma, en tanto forma de des-ocultar el mundo a fin de que éste se haga presente ante nuestra percepción sensorial y conciente. No que se haga presente, según la moderna tradición occidental, a partir del “yo” como centro de gravedad, vigente casi hasta nuestros días – casi, porque es posible que nos encontremos ante el comienzo de una gran transformación de los dispositivos de construcción de las subjetividades contemporáneas –. Entonces: no se trata, para la subjetividad contemporánea, de presentación – modo en que la inmediatez del mundo nos concierne – sino de re-presentación, de los medios y las gramáticas que permiten la inter-mediación entre el mundo y nuestros cuerpos. Re-presentación mediada, al menos, por un trío de inevitables tamices, tres poderosos escudos: el de los códigos lingüísticos, el de la instrucción perceptiva de los sentidos, y el del disciplinamiento de las mentalidades.
El origen de la palabra tekhné se nos aparece inscripta en la modalidad de vivir de los griegos clásicos; arte de vivir que des-plegaba un espacio de sensibilidad que les permitía hacer audibles y visibles las cosas que hay en el mundo, o hasta lo que no hace demasiado tiempo se conocía como mundo. Audibles, visibles: es decir, obligar a las cosas a desplegarse ante, o en las palabras y ante la mirada, en la mirada. A esa teoría del “ser” y del cuerpo la relacionamos con una poderosa suposición sobre la lengua materna, no como medio para una teoría de la comunicación, sino como un hablar que hace al mundo. Esto quiere decir que el lenguaje no es concebido, en la historización que el filósofo Martin Heidegger hizo de la palabra tekhné, como una forma de acoplar conductas a través del uso de signos lingüísticos, o como una forma de organización del mundo en el dominio lingüístico. Tampoco como la suposición de que el significado en el lenguaje depende del uso que se hace de los signos en un sistema de juegos de lenguaje, sino, más profundamente, con lo que el lenguaje guarda, en su mismo decirse, de vigor y potencia, de una especie de exceso que débilmente todavía se presenta cuando utilizamos cotidianamente el verbo ser. Es decir que, aunque sea muy débilmente, en el lenguaje hablado, habla aún – presentándose a nuestra percepción – la presencia inmediata de las cosas. A nosotros no nos ha sido legada la energía emotiva pura de las palabras. Tampoco la de los colores o los olores. Quizás sea preciso retomar al momento del nacimiento para pensar qué habrán significado para un oído virgen esas voces que hablaban; para esa visión acuífera, esos colores que se ensañaban con los ojos; y para una piel inmaculada, la suerte de terremoto que retumbó en el cuerpo. Quizás de este instante originador nos reste aún la potencia de hacer presente el mundo de un modo más fuerte, en determinados momentos de apertura sensorial, de urgencia sensorial. En una teoría del lenguaje madre que no abunda en nuestra carrera se postula entonces la presencia en las palabras de vestigios de la fuerza que tuvo originalmente la presencia inmediata del mundo ante nosotros. Originalmente, en un doble sentido: en un sentido biográfico, y en un sentido histórico, como si en la forma en que el pueblo fue hablando y recuperando mediante un cierto uso de la memoria, memoria que no es obviamente consciente ni voluntaria, todo esté vivo.
Analizamos también la relación que había entre el modo de vida técnica y la constitución del ciudadano moderno y la importancia que ha adquirido – y esto me parece un dato central – desde el Renacimiento en adelante, la figura del Estado como vértice de unificación del espacio social, de garantizador de un lazo social entre todos los seres humanos. ¿Hay comunidad porque el lenguaje madre es protegido por el Estado? En absoluto. Hay comunidad porque se hace imperar a la ley. La relación del Estado con el lenguaje medre se organizó fundamentalmente a través del emplazamiento pedagógico de un código para el habla, de una gramática, con fuerza de Ley no escrita. El problema que vamos a tratar hoy se concita alrededor de la transformación de la relación establecida entre un punto de vista jerárquico, que aúna a toda una comunidad, y el emplazamiento de nuevas modalidades de sobrecodificación de lo que continuamente está emergiendo como “realidad”. Estas formas de sobrecodificación ya no dependen tanto de la administración de opiniones, o de la lucha entre perspectivas ideológicas, sino del emplazamiento de regímenes de visibilidad y de audibilidad. Heidegger tenía en mente esta evolución de las cosas.
Pero quisiera dar todavía una serie de vueltas alrededor del problema que nos plantea la palabra tekhné. Yo había mencionado esa invocación “aparentemente” dramática de Heidegger que había supuesto que de la traducción de la palabra tekhné dependía el destino de Occidente. Heidegger se tomaba en serio las palabras, por eso dedicó casi toda su vida al análisis de una serie de palabras. Estas palabras trataban de develar el modo en que poco a poco se fue olvidando el ser. A ese olvido lo llamo “olvido del ser” o también “nihilismo”. La palabra “ser” alude aquí a nuestra cotidianeidad, y nos va a permitir pensar el modo en que ciertos dispositivos de control de la subjetividad marginan nuestra propia cotidianeidad. Para penetrar en esto es preciso entender las formas en que se administran las energías corporales y la memoria biográfica, que también es una forma de energía – aunque por energía no hay que entender nada místico, sino la forma en que el cuerpo se vincula con las normas y con el “mundo” -; forma que alude a una organización administrativa del cuerpo, que imponía a la mente racionalizadora como dato organizador de los demás sentidos, como principio jerárquico de relación con el principio de realidad. De Descartes en adelante, la objetividad es un principio obligatorio colectivo definidor de la “verdad”, y la subjetividad, un principio individual que debe ser satelitado en órbita alrededor de la “verdad”. Las diferencias entre el principio de subjetividad griego y el principio de subjetividad cartesiano ayudan a entender el problema: a un cartesiano, a un occidental, las cosas se le aparecen ante la vista. Ante un griego, las cosas aparecen. Un griego no está enfrentado a las cosas, sino que está en tensión con ellas, las cuales se dilatan hacia su presencia, mientras él se dilata hacia la inmediatez de la presencia de las cosas. A eso se lo llama develamiento, tekhné producente de mundo. Es decir, un griego se abre a la presencia de las cosas, aunque esta abertura no es unívoca, y no necesariamente es algo constante y duradero. Por lo tanto, lo que aquí está problematizado es la forma en que formulamos al mundo y la forma en que el mundo se hace accesible a nuestra percepción. Los colores, los sonidos, las formas, el tono y ritmo de la lengua madre: cosas básicas. El yo cartesiano reduce todas las cosas a la intuición sensible de una conciencia, mientras que para un griego el hecho de que seamos capaces de reflexionar, razonar y argumentar no implicaba en absoluto que ello sea el dato originador del traer a presencia el ser del ente. En todo caso, la razón era un tipo de actividad humana que le permitía meditar sobre la insólita actividad del caos y del cosmos. A un occidental, la presencia del caos, le suscita la necesidad de controlarlo. Un occidental necesita certezas. De la invención de la actividad racional y del concepto por los griegos, hasta esta etapa, ha pasado mucha agua bajo el puente. Y de esa razón de índole trágica hemos pasado a una racionalización de la propia razón, que dejó de ser una actividad humana para pasar a ser una sustancia. Al límite de que se llegó a considerar que la realidad misma era racional. De más está decir que si la realidad es racional todo fenómeno “anormal” queda en condición de volverse paciente, de ser medicalizado, de ser psicoanalizado, de ser anunciado como herético, de ser amputado, en última instancia, de la normalidad. Y es todavía la forma en que pensamos a la diferencia. La clave de comprensión en el pensamiento de Heidegger consiste en no tratar tanto de preguntarse el por qué de los fenómenos sino de preguntarse por la forma de acceder a los mismos. Esta pregunta se traduce una vez más en el pensamiento de Heidegger a cómo ocurre que el mundo se retrae ante mi presencia. El ocultamiento y desocultamiento de las cosas y no la pregunta por las causas de las cosas. Verdad en términos de Heidegger no es equivalente a “certeza” sino a “aparecer del ente”. Por eso mismo “técnica”, en la obra de Heidegger, no es lo opuesto a “teoría” sino una suerte de saber, de “mirada” al mundo anterior, a la distinción entre teoría y práctica. Esa distinción por el contrario es el origen de la ciencia como proyecto de matematización de la naturaleza, y de allí descienden praxis y teoría como opuestos o uno como directriz y monitor del otro. La técnica no es entonces un “medio” para un “fin”, sino la mirada que tiene del mundo el hombre moderno. Por ejemplo, un río se nos aparece ante nosotros como una forma dominante en tanto y en cuanto sea una promesa de energía utilizable. Nuevamente, técnica es un modo de aparecer de las cosas, no una manera de utilizarlas. Cuando no pensamos la diferencia entre “ser” y “ente o cosa” quedamos obsesionados por las mercancías, en tanto cosas, y el tiempo se nos escurre sin sentido. En última instancia estamos discutiendo formas de “acceso” al mundo y también formas de pensar, que no consisten, para Heidegger, en decir “lo que falta decir” sino en pensar en lo que se niega a dejarse decir y se oculta.

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Hey, interés por todo lo de la vida,
porque todo es vida, desde las gemas de los escaparates
hasta la noche puente misterioso entre los astros
y el amor antiguo y solemne, que lava las espaldas
y es misericordiosamente el mismo
que cuando Platón era de veras Platón
en su presencia real y en su carne con el alma dentro,
y hablaba con Aristóteles, que no iba a ser discípulo suyo.
Podría morir triturado por un motor
con el sentimiento de entrega deliciosa de una mujer
[poseída.
¡Arrójenme a los altos hornos!
¡Tírenme bajo los trenes!
¡Apaléenme a bordo de los barcos!
¡Masoquismo a través de la maquinaria!
¡Sadismo de no sé qué moderno y yo y barullo!
¡Apa-lá jockey que ganaste el Derby!
¡Mordisquear tu gorra multicolor!
(¡Ser tan alto que no pudiese entrar por las puertas!
¡Ah, en mí mirar es una perversión sexual!)
¡Hey, hey, hey catedrales!
¡Déjenme partir la cabeza contra sus esquinas
y que me levanten de la calle lleno de sangre
sin que nadie sepa quién soy!
¡Oh tranvías, funiculares, metropolitanos,
frótense contra mí hasta el espasmo!
¡Huiji! ¡Huiji! Huiji uh!
¡Denme carcajadas en plena cara,
oh automóviles atestados de atorrantes y de putas,
oh multitudes cotidianas ni alegres ni tristes de las calles,
anónimo río multicolor donde puedo bañarme como
[quiera!
¡Ah, qué vidas complejas, cuánto de todo esto por las
[casas!
¡Ah, conocerles las vidas a todos, las dificultades de dinero,
las diferencias domésticas, las depravaciones que ni se
[sospechan,
los pensamientos que cada uno tiene a solas en su pieza
y los gestos que hace cuando no puede verlo nadie!
¡No saber esto es ignorarlo todo, oh rabia,
oh rabia que como una fiebre y un celo y un hambre
me enflaquece el rostro y me agita a veces las manos
en crispaciones absurdas en medio de la turba
en las calles repletas de empujones!
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Te extraño, sólo puedo dar cuenta de eso, de esta extrañeza de todo que me imprime tu recuerdo y hace brotar espectros de la levedad de tu ausencia que me aplasta con su peso que carece de sustancia y se nutre del desgarramiento que en su dolor apenas puede balbucear que te extraña.
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Según datos de una encuesta, casi el 3% de los aparatos habilitados en el país están en manos de preadolescentes de clase media y alta. Los padres se los dan por seguridad. Ellos los usan para jugar.
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¿A qué se opone tekhné griega de la forma en que nosotros nos relacionamos con el mundo? La tekhné que Heidegger no va a llamar “producente” o “poética” sino provocante, o más bien emplazante, es un modo de imponer a las cosas un modo de develamiento de orden “contable”. Obligándolas a mostrarse de una cierta manera, las expone delante nuestro en términos de contabilización. Las cosas deber ser contadas, deben ser analizadas, deben ser científicamente comprobadas; deben ser, una vez que han podido ser contadas, administradas, dadas significado según la lógica del diccionario y colocadas cada una en su escaque correspondiente. A esto le llamamos en la tradición occidental, imposición de certeza. Estamos mencionando dos grandes modelos de subjetividad, que si bien se oponen uno al otro en tanto modelos históricos sucesivos, también debemos decir que el modelo de subjetividad griega, no en tanto que griega sino en tanto que a sido el modelo originario de Occidente, todavía está entre nosotros. Pero es un modo de la sensibilidad que es permanentemente descalificado por el otro gran modelo. Descalificado no quiere decir que está desprestigiado por la población sino que la propia población está emplazada a construir su subjetividad de acuerdo a un modelo dominante. Un occidental necesita certezas, pero todavía somos interpelados por el mundo como imperio del asombro. El occidental tiene su capacidad de asombro debilitada. ¿A qué se debe esto? La pregunta de Heidegger es: ¿Cómo hemos podido llegar a olvidar el ser? ¿Qué modo de vida estamos viviendo de manera tal que el ser disminuya su capacidad de potenciar significados en las cosas? La capacidad de asombro no está perdida, en absoluto: sigue pujando en nosotros, pero está siendo permanentemente sobrecodificada por otra construcción de la subjetividad moderna a través de distintos dispositivos que no se reducen a las instituciones de disciplinamiento sino también implican a la forma en que el lenguaje ha ido disciplinándose y perdiendo su capacidad de acceso inmediato al mundo. Problema de inmediatez, entonces. Y se darán cuenta, ustedes,(…) que aquí tienen un problema. Quizás el asombro, que fue para los griegos un estímulo para pensar, nosotros solamente podamos hacerlo, en sustitución suya, a través de horror: campos de concentración, arrasamiento de dos ciudades japonesas en un segundo, etcétera.
El espacio subjetivo en que vivían los griegos era distinto del que nos permite habitar a nosotros. Ese espacio era un espacio “divino”; el espacio subjetivo de la Modernidad es un espacio que Heidegger va a llamar “técnico”. Es probable que el espacio social que se está abriendo ahora sea distinto. La subjetividad griega, que es capaz de tener acceso inmediato a las cosas, vivía en un espacio social en el cual lo divino (los dioses) creaba una especie de atmósfera alrededor de ellos; en nosotros lo técnico crea una atmósfera distinta a la griega. Esta atmósfera no es ninguna idea mística; es sencillamente formas de hablar, de habitar y de sentir. Lo que permite al mundo volverse formulable, audible y visible para nosotros. Es el problema – para Heidegger al menos, es que consideraba al lenguaje como el conductor fundamental de la relación entre cuerpo y mundo. Podríamos interrogarnos si, por ejemplo, el problema planteado por Heidegger seguirá vigente en el siglo que vendrá, en donde comenzamos a vislumbrar algún tipo de naturaleza “post-orgánica”; en donde, para decirlo rápido y mal, es el no-cuerpo el que se vincula con cosas ausentes a través de un nuevo mediador, un nuevo re-presentador del mundo, que es de orden fundamentalmente tecnológico. ¿Cuándo empieza este debilitamiento del ser? El comienzo es antiguo, pero se acelera a partir de la revolución científico-técnica de los siglos XVII y XVIII, a partir de la cual se presupone que el mundo está inscripto en caracteres matemáticos. Para Heidegger el mundo está organizado de forma poética, no de forma aritmética. En esta diferencia a ustedes les va ser evidente la diferencia entre el proyecto de la ciencia moderna y el proyecto del pensamiento de Heidegger. Si la realidad es profundamente poética no tiene sentido hacer prevalecer a un modo de relación con las cosas, de explicación de las cosas, de índole aritmética. Esto último, entre otras consecuencias – muchas benéficas – trae aparejado que el mundo se vuelva reducido a operaciones de tasación y cálculo, a partir de lo cual lo incalculable, lo irracional es quitado, o es administrado en forma policial. En segundo lugar, y más importante, porque es este modelo relacional la perspectiva cartesiana des-erotiza la relación entre la mirada y las cosas, propone una distancia; sustrae a la pasión de nuestra relación con las cosas. Esta distancia necesita de mediadores. Pasión que nos permitiría hacernos presente la ausencia en el modo en que las cosas se sustraen a nosotros y el modo en que nosotros nos resistimos a las cosas. Hablar no es decir palabras, hablar es dar color a las cosas, dar sonidos, matices a las cosas, dar contorno a las cosas. Dar nombre y forma. Hablar es decir en voz alta lo que las cosas son, lo que débilmente en el lenguaje las cosas todavía guardan de diferencia, de polifacéticas, de amenazantes y de asombrosas. Pero para eso hay que asombrarse todavía de las cosas, de la infinita variedad de cosas que hay en el mundo y de la increíble renovación que hay en el mundo de lo que todo el tiempo se esta gastando y consumiendo. Entonces, en una teoría del lenguaje que nos hace pensar a la tekhné como modo de vida que produce al mundo, a las cosas no accedemos tanto por pensarlas o reflexionarlas, sino por hablarlas, sentirlas, palparlas, gustarlas, en otras palabras, por una suerte de acceso corporal a las cosas. Heidegger propone un ejemplo para entender las distintas formas de tekhné que conciernen a los griegos y a nosotros. Toma el ejemplo simple de una copa. ¿Qué significa hacer una copa? Algo que han hecho desde la antigüedad artesanos, alfareros, y que actualmente hace en serie la industria para consumo masivo. Aparentemente una copa es un bien de uso y también de intercambio. Pero esta es una definición muy pobre de una copa. Ha de haber una clave de la definición en el modo de construcción de la copa. Y aquí la cuestión del diseño moderno se nos revela como un problema. El problema no consiste en confeccionar algo – pues se ha hecho siempre – sino en des-ocultar la esencia de algo que se construye. ¿Por qué preocuparse por una copa? La sed es, quizás, la necesidad primera, y allí debe esconderse el misterio de la copa. Pero la copa ha tenido una biografía mítica en Occidente, con casos famosos como el del cáliz sagrado, o la copa de Alejandro Magno, quien dejó verter el agua en vez de tomarla ante sus soldados sedientos, hasta las copas que se rompen en ciertos casamientos, o la vieja tradición de brindar entre un grupo de pares. La copa no es un simple aparejo que utilizamos para beber. De la forma en que se confeccione una copa también depende la forma en que estos usos míticos de una comunidad se insertan en nuestra vida cotidiana. Heidegger sostiene en La pregunta por la técnica que lo que el occidental actual ve en un río es la esencia del río suscitada desde la central eléctrica o la central nuclear, ello da sentido al río. El río ya no tendría un sentido por solo correr, sino porque hay una central eléctrica, que es además, una “constante” en todo el mundo, porque se reproduce en uno y otro lado de la misma manera. Lo único que no es constante en el mundo, lo único que no es consumible bajo la forma presentada actualmente en el mundo de la producción masiva es el ser humano mismo. Por lo menos no lo es todavía. Es decir, no es cosa él mismo.
La pregunta que la ciencia, hasta el día de hoy, no está en condiciones de responder es ¿qué es vivir? Para acercarse a una respuesta conviene preguntarse: ¿Es el ser humano una cosa eficaz y útil? Nuestra respuesta de cátedra es: no, es un ser asombrosamente ineficaz, y es en esta reiterada condición que se prueba la dignidad de humano en un mundo que solamente acepta y prestigia a lo que es útil. Inútil no significa un desperdicio, descarte o que no está bien construido, o algo que todavía no ha logrado ser puesto en situación de circular en el mundo del consumo bajo el signo de la utilidad, sino que lo in-útil es justamente lo que se sustrae al principio de caos, de reducción, de un animal, de un objeto, de un ser humano, a cosa. Ustedes van a encontrar en el texto de Bataille un profundísimo y soberbio pensamiento sobre la economía y el derroche corporal, como pérdida y derroche. Y más importante, al sacrificio como organizador del pensamiento sobre la in-utilidad. Ahora bien, el hecho de que la tekhné griega y la nuestra difieran no niega el que ambas sean tekhné, y por el hecho de serlo, de que de allí se oculte una solución. Porque ambas tekhné son arte de vivir. Preguntarse por ese arte de vivir, por el modo en que desocultamos el mundo y lo traemos a presencia es ya hacer la pregunta correcta.
En un mundo donde el trabajo como principio de actividad humana, y la tecnología como organizador de entorno se vuelven fundamentales, cualquier otro arte de vivir desprestigiado, y en el extremo es considerado impropio, impío, y peligroso. Las tres mentalidades de la Modernidad que han sido peligrosas en un mundo técnico, son: la del creyente, como forma de vida; la del nacionalista entendido como regionalista o localista; y cualquier forma de vida asociada al romanticismo o a una forma poética de vivir. Aquí, por poética no se entiende “poemas”, sino el acceso al mundo a través de un uso poético – producente – del lenguaje. Por lo tanto, el mensaje del mudo técnico moderno a sus ciudadanos es: “solamente hay un poder que puede ser y debe ser querido, y ese poder es el de la técnica moderna”. La Primera Guerra Mundial, en este sentido, señala un abismo entre dos mundos. Fue la primera vez que los artilleros de dos ejércitos enemigos, el francés y el alemán, apuntaron a las iglesias como un objetivo de batalla más entre otros tantos objetivos. Nunca había ocurrido, y eso señala el declive del mundo de los creyentes. En la Segunda Guerra Mundial directamente se arrasaron ciudades, lo cual ya nos permite preveer cuál es el destino de las masas en el siglo XX, es decir, un destino estadístico, que se cumple inexorablemente día a día. La guerra, en este sentido, resulta un excelente analizador de la técnica, pues al revés de lo que el burgués supone, a saber, que la técnica está al servicio del confort, la guerra demuestra que un motor puede arrastrar tanto a un automóvil como a un tanque de guerra. Esto no quiere decir que las técnicas sean neutras, sino, por el contrario, que están colocadas, emplazadas, en un mundo que ya signa su utilización. Por ello, la técnica no puede conducirnos al “progreso”; sí nos puede conducir a otro dominio de la sociedad. Lo que debilita el imperio de mundo técnico en nosotros mismos, y esto me interesa señalarlo, es el culto a otras formas de sensibilidad de las cuales cada uno de nosotros dispone en potencia. No trato de defender modos de sensibilidad perimidos: señalo que una nueva forma técnica combate y destruye culto y sensibilidades preexistentes; y desprestigia todo uso de sensibilidades en el mundo contemporáneo en el cual domina. No se trata de tomar partido por el innovar o no innovar, lo cual ocurre constantemente. Lo que pensamos son las formas hegemónicas y las formas alternativas o subalternas. Aquí no está en discusión si el pasado es bueno y el futuro es malo: no es un problema que se resuelva apelando al pesimismo o al optimismo de cada uno, a la sensibilidad del nostalgioso o del futurista. Nuestro problema consiste en analizar una forma dominante, nada más. Especialmente porque la técnica no puede desplegarse por sí sola: requiere ser movilizada por un plan general de gobierno llevado a cabo por el Estado. Es preciso, entonces, analizar las instituciones de la sociedad que son capaces de reglamentar a una sociedad en términos de movilización general de la misma. Obviamente, el vértice tradicional se llama Estado, que hoy estaría dividido en variantes estratégicas.
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Metrovías hace los máximos esfuerzos por conseguir monedas pero la falta de circulación dificulta la disponibilidad.
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El peligro del “cuerpo perfecto”.
A pesar de la proliferación de saberes y experiencias sobre la diversidad de subjetividades, culturales, estéticas y éticas, existe un tácito modelo de cuerpo perfecto que estimula la delgadez radical.
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Estamos en el camino de darte más motivos para que nos elijas, de hacer que cada rincón del país sea un punto de encuentro, de hacerte sentir como en casa aún cuando estás muy lejos, de lograr que vayas a donde vayas, sepas que nos vas a encontrar.
Estamos en el camino. REPSOL YPF.
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Te extraño y sin embargo, si te encontrara y te diría que te extraño y necesito, lo que de mí te extraña no encontraría en vos sino aquello que se extraña y no se encuentra, y me obligaría a seguir buscando ahora en el meridiano de tus actos y no en la levedad de la ausencia insoportable que me desarma lo que busco y quizá se haya perdido para siempre en la noche inmemorial de los tiempos.

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¿Qué pensás hacer cuando seas 10 años más joven?
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Tiene tus ojos.
Tiene tu nariz.
Y vos, tenés su piel.
Ahora, vos también podés tener piel de bebé.
La nueva línea Johnson´s Soft contiene emolientes y aceites, y está especialmente pensada para hidratar y humectar tu piel, dejándola tan suave como la de un bebé.
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Ah, y la gente ordinaria y sucia, que parece siempre la
[misma,
que usa palabrotas como palabras corrientes,
cuyos hijos roban a la puerta de los almacenes
y cuyas hijas a los ocho años – ¡me parece bello y me
[encanta!-
masturban hombres de aspecto decente en los descansos de
[las escaleras.
¡La gentuza que anda por los andamios y se va para la casa
por callecitas casi irreales de estrechez y podredumbre!
Maravillosa gente humana que vive como los perros,
que está debajo de todos los sistemas morales,
para la cual no ha sido hecha ninguna religión,
ningún arte creada,
destinada ninguna política!
Como los amo a todos, porque son así,
ni inmortales de tan bajos que son, ni buenos ni malos,
intangibles para cualquier progreso,
fauna maravillosa del fondo del mar de la vida!

(En la noria del patio de mi casa
el burro hace girar y girar la rueda,
y de este tamaño es el misterio del mundo.
Límpiate el sudor con el brazo, trabajador descontento.
La luz del sol ahoga el silencio de las esferas
y todos habremos de morir,
oh pinares sombríos al crepúsculo,
pinares donde mi infancia era diferente
de lo que soy hoy…)
¡Pero, ah, otra vez la rabia mecánica constante!
Otra vez esa agitada obsesión de autobuses.
¡Y otra vez la furia de estar viajando al mismo tiempo en
[todos los trenes
de todos los lugares del mundo,
de estar despidiéndome a bordo de todos los barcos
que a estas horas están levando anclas o apartándose de los
[muelles.
¡Oh hierro, oh acero, oh aluminio, oh chapas de hierro
[ondulado!
¡Oh muelles, oh puertos, oh trenes, oh grúas, oh
[remolcadores!

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Quieren crear bancos para pobres.
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Eurnekian, de los aeropuertos a la construcción de autopistas.
El polémico empresario planea facturar en la actividad vial US$ 200 millones.
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Tratan de evitar que falte el gas en garrafa.
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Las empresas acuerdan renovar los aportes especiales a gremios.
Rondan entre el 0,5% y el 3% de los sueldos y lo pagan los empresarios como una contribución.
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El espíritu que hace más de cien años viene dando forma a nuestro paisaje es un espíritu cruel. Deja sus huellas también en los seres humanos, en los que elimina los lugares blandos y endurece las superficies de resistencia. Nosotros nos encontramos en una situación en la que todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del mundo. (…) Estamos viendo cada vez más claramente también que la persona singular va a parar a una situación en la que puede ser sacrificada sin reparos (…) ¿estamos asistiendo aquí a la inauguración de aquel espectáculo en el que la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más? (…) cuando divisamos al ser humano en su situación solitaria, muy avanzado en el espacio de peligro y en un estado de elevada disponibilidad, la pregunta que surge por sí misma es ésta: ¿con qué punto está relacionada esa disponibilidad? Ha de ser grande el poder capaz de someter al ser humano a las mismas exigencias que se le hacen a una máquina.(…) es el dolor el único criterio que promete informaciones ciertas. En los sitios donde ningún valor resiste, el movimiento dirigido hacia el dolor permanece como un signo asombroso; en ese movimiento se delata la impronta negativa de una estructura metafísica.
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JUMBO
20%
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CON TODOS LOS MEDIOS DE PAGO
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Una medida que siguen muy de cerca los inversores.
SE NORMALIZÓ EL RIESGO PAÍS DE LA ARGENTINA: CAYÓ A 462 PUNTOS
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LLEGARON A UN NIVEL RÉCORD LAS EXPORTACIONES.
En mayo sumaron US$ 3.666 millones, creciendo 8% en un año. Se destacaron las ventas de soja a China, carne a Rusia y acero a Arabia. También sigue fuerte la importación por el consumo y las inversiones. Los datos reflejan la mayor actividad económica.
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Cae la tarde, el domingo se llena de sombras, de promesas incumplidas, de la estupidez de la gente devorándote las tripas. No hay lugar o realidad en esta tarde de domingo que llega a su ocaso más que la tristeza infinita de algo inexplicable que no puede ser posible pero no le impide su imposibilidad encontrar un lugar real donde morar su desamparo. Te extraño.
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EL FMI REVELÓ SUS PEDIDOS.
El director del Fondo Monetario Internacional confirmó ayer que pretende que la Argentina pague los vencimientos de la deuda con las reservas de dólares que tiene acumuladas en el Banco Central…
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¿Tu humectante facial protege tu piel de las agresiones externas?
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Te extraño. De forma indefinida, inconstante, obsesiva. Sin suerte. Te extraño en el desquicio del día, en el miedo que va tejiendo en la noche las pesadillas que me sueñan, en las horas muertas, insoportables, quietas, mientras agonizo en un país que se muere conmigo y yo con él, ya carentes de toda belleza y sentido. Extraño de vos lo que nunca es lo que es, lo que siempre es lo que no es. Te extraño, ahí, donde el pasado me cuenta historias que no me creo, ahí, donde el futuro me ofrece lo que no le pertenece, ahí, donde el pulso de las palabras, de estas palabras, que han perdido la resonancia de su eco, de su melodía, de su memoria escarban en el misterio ese signo vital ausente que le susurra tu recuerdo.
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¿VISTE CUANDO TE VIENE? BUENO, NO LO VEAS.
¿Por qué usar o.b.?
En realidad la respuesta a esa pregunta es bastante simple: con o.b. te sentís mucho más limpia.
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VERTE JOVEN A CUALQUIER EDAD Y SIN CIRUGÍA…
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-La verdad del Modelo es su propia
caricatura, y ésta nos muestra
la fingida perfección de aquél.
Viendo a los Simpsons caricaturescos
lo entendemos; ellos espejos son
de lo deforme que el Modelo oculta.
Vida como parodia de la vida;
locura del Modelo en que la idea
del suicidio, ronda hasta al bebé.
La mezcla, el remedo y el disfraz,
Que a esos émulos su Modelo inspira,
anuncian, es posible, una tragedia.
Desde el reír, lo trágico mirado;
La tragedia que empieza en la parodia,
Sigue en caricatura y da en grotesco.
La tragedia que cede su lugar
a estas tres formas y, con ellas,
se confunde en violento carnaval.
Los Simpsons, es bien claro, somos todos;
somos batracios de la misma charca
con un croar que nos identifica:
el croar de la época, ese barullo
que expresa nuestro horror que causa risa,
que expresa nuestra risa y causa horror.
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EL SALARIO PROMEDIO DE LOS EMPLEADOS NUEVOS ES $ 420
El haber es más bajo cuanto más reciente es la incorporación de cada trabajador.
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Con el control de Finexcor avanza en el negocio de las carnes.
LA CEREALERA CARGILL SE QUEDÓ CON EL 100% DEL SEGUNDO FRIGORÍFICO DEL PAÍS.
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Somos fantasmas, de una pesadilla amable.
Te extraño.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(X)
(elinterpretador, número 18, septiembre 2005)
«Marx postula que si pudiese haber un momento en que las acciones de los hombres se ofreciesen en total transparencia ante su propia mirada realizadora, ese momento no podría ser ningún momento presente. Siempre se cuenta con un conocimiento inadecuado o incompleto de lo que se hace. Los intereses últimos de la realidad son usurpados por sus mediaciones imaginarias. Por eso, era menester descubrir qué ocurría en ese plano imaginario. Parece tener vida propia, es la conclusión de Marx. La imaginación usurpa las notas inmanentes del reino de la realidad.»
Horacio González, El archivo como teoría de la cultura.
«Pero nada tiene que ver el culo con la tempera…»
Tomás Abraham, Fricciones.
«¿Qué es este sujeto, en una actualidad que ya no le encuentra significado a la propia pregunta? En el tiempo de lo fragmentario, acotado, ilusorio, especializado, virtual, producido, los matices de una subjetividad de época flotan por encima de guerras, pestes, festivales intelectuales, irrepresentatividades políticas, urbes atomizadas, partidos de fútbol a toda hora, silenciosos juegos financieros que atraviesan los meridianos, pantallas encendidas, datos increíbles de China, hallazgos biotécnicos, y ella misma, en su figura incontrastable como subjetividad, resuena como un contrasignificado. Sería lo único que no es, ni ya podría ser.
Una pregunta por lo tanto improcedente (…) ¿qué es hoy de las almas?»
Nicolás Casullo, Subjetividades en pena, cuerpos sin historia.
«Pobre Marilyn / la angustia innata /se escapa / en el querer ser /algo más que una cara bonita. / Repica /el taconeo de fondo /la eterna ambivalencia / de no saber quién sos: / letras y noche / uñas pintadas / medias italianas / anteojos de intelectual. / Deberías saberlo: / diamantes y pieles / no se permiten en Puán»
La Chica Súper Poderosa Rulos y Fetiche, Pobre Marilyn.
«…la realidad, convertida en eterna cantera, promovía desbordes épicos de matices dementes.»
Margarita Martínez, Traducir, interpretar, escribir.
«Las olas y el viento / sucundun sucundun / y el frio del mar / yalalalalaaa /
el frió de tu alma / me hace tiritar / el viento y la arena / sucundun sucundun / no me dejan ver / yalalalalaaa / que eres una ola / muy pronta a romper /
tiritando, caminando x la playa / veo la espuma de tu amor desvanecer…»
Donald, Las olas y el viento.
(1)Los Pitufo-Bolivianos no son malos, son malísimos. No tanto porque sean personas brillantes al servicio del mal, sino, porque son boludos. Y los boludos son seres blindados ontológicamente a prueba de eventualidades y contingencias. Pero los Pitufo-Bolivianos de Filosofía y letras, son un caso aparte.
«No se sabe» quién los hizo desembarcar en Puan 480, pero una mañana estaban ahí y desde entonces han hecho devenir Filosofía y Letras en un Boli-Shopping. Los Pitufo-Bolivianos, como todo el mundo sabe, están en la pesada: piratas del asfalto, drogas, prostitución, extorsiones, fundaciones que promocionan-financian-difunden arte y pensamiento y lavado de dinero, secuestros, desarmadero de autos, postgrados, sicarios, falsificación de moneda nacional y extrajera, robo de órganos y últimamente se han dedicado también a la clonación humana.
Pero lo que sucedió el mes pasado con la venida de Bush a Mar del Plata fue algo que superó toda lógica previsibilidad de cómo operan los Pitufo-Bolivianos.
Todo empezó con una asamblea general que se organizó en el aula del subsuelo, Boquitas Pintadas. Estaba gran parte del profesorado, del alumnado y de los puesteros del Boli-shopping. El tema a debatir: la venida de Bush a la Argentina y qué posición debía tomar la facultad con respecto a esto.
En esa asamblea se escuchó de todo. De todo. Cada orador hizo un balance general de los últimos treinta años – como mínimo – de la relación Estados Unidos y Latinoamérica, y propuso, desde que había que escribir un manifiesto hasta que había que alquilar un barquito pesquero en el puerto de la Feliz e intentar llegar hasta el portaaviones yanqui donde estaría Bush e intentar coparlo.
Yo estaba a un costado, junto a Panesi, Charles Bronson, Costa-Picachu, La Chica Súper Poderosa Sarakey y mi primo Xxxxxx Xxxxxxx, que estaba muy entretenido leyendo lo que leería el fantasma de Slovaj Sisek – que fue en su momento ajusticiado y desfondado analmente, por una bala de Magnun, que le profiriera la profesora Saítta. El texto se titulaba así: Ideología, hegemonía y ostracismo, o por qué en la poesía de Calamaro que va del Salmón a los boleros se puede encontrar una forma de resistencia válida en tiempos de oscuridad y soledad del sujeto social. Y el texto estaba escrito en verso, era una larga payada, que el fantasma de Sisek leería acompañándose de una guitarra criolla y que empezaba así: Aquí me pongo a cantar / al compás de las chicas de Puan; / que al fantasma que lo desvela / una pena estrordinaria/ como el ave solitaria / con el masturbar se consuela…
También andaba por ahí, esperando para decir lo suyo, Alberto Giordano, pero de esto no puedo decir nada, porque cuando César Aira se enteró de que iba a escribir sobre todo esto me aclaró que él tenía los derechos exclusivos para todo el mundo de usarlo a Giordano como ficción; y después que el genio-idiota – según palabras de Lupus Anal Sexy Boy en el suplemento cultural que produce para la sinagoga Pagina/K– me increpó, pensé bardearlo a él, pero ahí apareció Tomás Abraham que me subrayó que no podía usarlo a Aira para ficcionalizarlo, porque él había adquirido los derechos y si los violaba iba a poner a los abogados de Random House Mondadori a trabajar en mi contra. Y me aclaro Tomás, que del Aira real, de carne y hueso, de todos los días, podía decir lo que quisiera, pero del ficcional nada, porque él tenía los derechos. A lo cual le hice notar que su argumento era tramposo, porque si bien podía hablar del Aira real en cuanto lo pusiera en un texto por muy real que fuera lo que dijera de él, automáticamente estaría violando derechos de autor y me hizo «pito catalán» y me dijo : «yo soy Pepe Galleta, el único guapo en camiseta» y se fue a esperar su turno para alocutar sobre la venida de Bush.
Como ya dije, en esa asamblea se dijo de todo. Enumero al azar algunas cosas de las que se hablaron y téngase en cuenta que de lo que se trataba la asamblea era la venida de Bush al balneario que Perón le expropió a Borges y sus amigotes: obviamente de Perón, de Menem, de k – no Martín, sino el otro, que no es Kafka tampoco, aunque también se lo menciono a él -, de la postmodernidad, de Vietnam, Argelia, Cuba, el Che, la globalización, el Papa, Aristóteles, el rizoma, Maquiavelo, de que Derrida no se entiende – esto como chicana encubierta a las clases de Panesi –, el FMI, los medios masivos de comunicación, la revolución francesa, Monsanto, Sarmiento, Roca, Hegel, Hitler, la guerra del Paraguay, los bucaneros ingleses, los desaparecidos, los tigres asiáticos, y hasta uno coló el tema de la posibilidad de que hubiera vida en otros galaxias. Lo llamativo era que los Pitufo-Bolivianos, siempre elocuentes, se limitaron a escuchar a los demás, a tomar apuntes, y a no decir ni mu.
Cuando terminó la reunión, Panesi, le hizo una seña a Charles Bronson, y éste nos dijo a Costa-Picachu, Xxxxxx, La Chica Súper Poderosa Sarakey y a mí que lo siguiéramos.
Antes de decir nada, al entrar en el departamento de Letras, Panesi fue a su escritorio, agarró su ya legendario control remoto devenidor, y lo hizo devenir a Daniel Link que estaba frente a la ventana haciendo una performance de Flash Dance, un agente de la SIDE, y le pidió que registrara si había micrófonos en el lugar. Luego de revisar meticulosamente todo, Daniel-SIDE encontró 6 micrófonos que desactivó y se fue a la puerta para custodiar que nadie interfiriera en la charla que Panesi tenía que darnos.
El tema era serio y Panesi nos habló con la gravedad que exigía el tema. Nos dijo que se estaba cocinando un estofado pesuti-pesuti y que los Pitufo-Bolivianos estaban detrás de todo esto. Que se venía tejiendo toda una red de complot desde hacía meses, donde estaban implicados agentes de la CIA, la Bonaerense, gente de Al Qaeda, y el bibliotecario Líto Cruz y el doctor PCPC-Chapatín. Frente a semejante mezcolanza de intereses y personajes, Charles Bronson le pidió a Panesi que fuera más despacio y nos explicara de qué venía la cosa para poder evaluar el cuadro de situación y ver qué podíamos hacer nosotras.
El tema era bien complejo y tardó un buen rato Panesi en desarrollarlo. En principio, parecía que en el Norte había un sector del poder que se le había ocurrido que era hora para sus intereses bajarlo a Bush, como en su momento a JFK, porque éste ya no les servía y estaban ansiosos de ocupar el lugar que le habían facilitado conseguir. Entonces se pusieron en contacto con una facción de la CIA y empezaron a organizar el magnicidio. Fue, ahí, que se les ocurrió que el lugar ideal para llevar la operación a término feliz era la cumbre de la Feliz. Esto por un lado les daría a este sector del poder piedra libre en los Estados Unidos, pero además, justificaría una intervención directa del país del Norte en toda la región sudamericana. Para esto se pusieron los agentes de la CIA en contacto con altos funcionarios de la Bonaerense, que pensaron cómo armar y garantizar la conexión local del complot, y es ahí que se acordaron de los Pitufo-Bolivianos. Pero no fueron directamente a hablar con ellos sino con el bibliotecario Líto Cruz y con su delfín el doctor PCPC-Chapatin. Se sabe que estos están en buenos términos desde hace por lo menos más de tres décadas con los Pitufo-Bolivianos y que hace un tiempo quieren voltearlo a Panesi porque éste tiene grandes posibilidades de transformarse en el rector de la UBA y ellos ambicionan tener el control total de todas las facultades del país. Luego de largas y tediosas negociaciones entre agentes de la CIA, de la Bonaerense, de Papá Pitufo – el capanga de los Pitufo-Bolivianos –, se comenta que Bill Laden también estuvo en la mesa de negociaciones y del bibliotecario Líto y su visir PCPC-Chapatín, lograron armar un esquema que satisfizo, al menos en los papeles, a todos. El tema plata y el reparto de espacios de poder que a cada uno le correspondería estaba claro. Ese no era el problema, sino cómo llevar las cosas a buenos términos. Y se les ocurrió lo siguiente: Bush no iba a parar en el portaaviones, como todo el mundo creía, sino en una casita en el Faro, y el que pararía en el portaviones e iría a las reuniones seria un doble. Él, en cambio, aprovecharía esos escasos momentos para pasear por el Faro y Punta Mogotes – siguiendo la consigna de Juan y Juan que cantaban en los 70: qué lindo que es estar en Mar del Plata / en alpargata / en alpargata –, e incluso ir a visitar a Diego Torres si por esos días estaba en su casa del bosque de Peralta Ramos, para que le cantara Penélope y Color Esperanza, ya que Bush se había hecho fanático de Diego después de conocer sus canciones por ver los videos de éste en MTV Latína. Para no despertar sospechas Bush estaría acompañado de una pequeña comitiva de seguridad, no más de 5 o 6 boinas verdes, que manejaban perfectamente el castellano y que pasarían inadvertidos entre los vecinos. Y acá entraba el aporte del bibliotecario Líto Cruz, la casa que ya estaba alquilada para que se alojara Bush quedaba al lado de la casa de veraneo de Panesi. Entonces, la idea era la siguiente, hacer un clon de Panesi y meterlo en la casa de veraneo del verdadero Panesi, hacer ahí un túnel que saldría a la mismísima pieza donde dormiría Bush, matarlo y filmar la ejecución y distribuirla por Internet vía Al Qaeda por todo el mundo. Después al clon de Panesi lo matarían a su vez y el verdadero no tendría forma de defenderse de las acusaciones, entre otras cosas porque en menos de 48 horas desembarcarían en las costas del Río de la Plata 50 mil marines norteamericanos para limpiar toda la región de terroristas musulmanes. Ese era el plan que estaba en marcha. Y cuando mi primo Xxxxxx le preguntó a Panesi cómo se había enterado de todo, éste sonrió, y por toda respuesta le dijo, vos qué te crees, qué estas hablando con Todorov o Eco, no, mi estimado mártir de la teoría literaria, y le dio unas palmaditas a su control remoto devenidor, como índice de una explicación que no estaba dispuesto a dar.
Ahora bien, todavía había tiempo de revertir las cosas, y es ahí que entrábamos nosotras, Charles Bronson y nosotras, que hacía meses que estábamos entrenando a sus órdenes en una isla del Tigre que nos había alquilado Panesi: tiro, artes marciales, tácticas de guerra y disciplina militar en general: Clausewitz, Napoleón, El codigo del samurai, El arte de la guerra y los apuntes del 31 del General.
Los Pitufo-Bolivianos hace siglos que son maestros en el arte de la alquimia y desde hace poco se les dio por la manipulación genética. La operación ya se les venía encima y todavía no habían logrado clonarlo a Panesi – había algo del orden del enunciado panesiano que resulta de la combinación, en distintos niveles, de diferentes tipos de unidades, fonemas, morfemas, palabras, tono y acento que se resistía a ser clonado. El laboratorio lo habían montado en el subsuelo de la biblioteca de Líto Cruz, donde los Pitufito-Bolivianos laburaban día y noche para llegar a la clonación en los términos que exigía la operación.
Lo que teníamos que hacer nosotras era llegar hasta ahí y desactivar todo, es decir, destruir el laboratorio, destruir el clon en gestación y matar a los Pitufo-Bolivianos especialistas en manipulación genética.
La cosa no iba a ser sencilla, el lugar estaba súper vigilado, pero Panesi nos ofreció para la operación, a su ostranenie rusa y a Daniel Link, y le dio el control remoto devenidor a Charles Bronson pidiéndole que lo cuidara.
Además nos informó que ya había hablado con el profesor Filigranati y este nos daría para la operación, llegado el momento, a los Hermanos Macana.
Esa noche cada cual se fue a su casa a descansar y sabiendo que los días por venir serían terribles, angustiantes, que el destino de las Chicas de Letras, pero también el destino geopolítico de toda América y del resto del mundo dependía de nuestra buena o mala actuación.
Igual esa misma noche casi se estropea todo porque Daniel Link no bien llegó a su casa no tuvo mejor idea que ponerse a escribir de forma velada en su blog acerca del tema y tuvo que caer Charles Bronson a la madrugada en su casa, obligarlo a los sopapos a sacar de su blog lo que había escrito y, para más seguridad, lo hizo devenir Luciana Salazar, a la que puso a laburar para conseguir fondos para la operación, llamando a empresarios para tener un tach con ella a cambio de 1000 dólares el turno, más un plus de 100 dólares por sacarse el corpiño y 250 más si el cliente lo quería hacer sin preservativo.
Los días subsiguientes el grupo se recluyó en la isla del Tigre donde entrenábamos, mientras Salazar-link facturaba como loca para financiar la compra de armas y otros gastos de logística.
También, en los días previos a la operación, perdimos a una de las nuestras. La bruja de la novia de mi primo Xxxxxx lo llamó al celular y le exigió que volviera de inmediato a casa o le ponía todas sus cosas en la calle. Charles Bronson no dudó un instante en matarla, pero desistió luego de que yo lo convenciera de que mi primo si le matábamos a la bruja se deprimiría y tampoco nos serviría de nada. Así que se lo dejó ir, y esa bruja, una vez más se salió con la suya (perdón que meta acá cuestiones familiares, pero me moría de ganas de cantarle «Las 40» a esta rubia oxigenada que engualichó a mi primo, porque lo engualichó, sino, no se entiende).
Cuando se reunió con nosotras Salazar-Link con 20 mil dólares, se lo hizo devenir Rogelio Patricio Kelly, y ahí partieron Bronson y Kelly a contactar al profesor Eugenio Filigranati. El profe Filigranati tenía contactos con nosotras porque era él quien nos había proveído a sus chinos mafiosos para entrenarnos en artes marciales. Ahora ya teníamos todo lo necesario, dos camionetas blindadas, Fals, pistolas automáticas, dos chinos expertos en operaciones suicidas – los Hermanos Macana: Chin y Chong –, y a Jhonny Allon que nos lo mando Eusebio Filigranati para que generara el la biblioteca en el momento del asalto un campo sónico de música melódica que aturdiría los sistemas de seguridad ideológica que habían instalado Líto Cruz y el doctor PCPC-Chapatin en el inconsciente de los Pitufo-bolivianos.
El día de la operación nos dividimos en las dos camionetas blindadas. En una viajaba La Chica Súper Poderosa Sarakey, Costa-Picachu, los dos chinos de Filigranati que se los disfrazó de Pitufo- Bolivianos y Charles Bronson. En la otra Kelly, Jhonny Allon, Link ahora devenido Pamela David – ya que se sabe que los Pitufitos son extremamente pajeros y todo su sistema ideológico entra en cortocircuito en cuanto ven un par de buenas tetas – y yo.
Como el campo sónico de música melódica de Jhonny Allon una vez instalado había que esperar media hora para que se activara, nos quedamos todas en una pizzería de las Heras tomando unos fernet con coca, mientras Jhonny con Bronson y Chin disfrazado de Pitufo-Boliviano hacían su trabajo. La cosa en la pizzería se puso ríspida porque Costa-Picachu se puso a hablar de Hemingway y Kelly a medida que pasaban los minutos de somnífero discurso costa-picachuense se ponía más nervioso, hasta que no lo aguantó más y estalló. Lo acusó de bajar un discurso yanki-judío que terminaría devastando la conciencia de sus alumnos y que era un doble agente que quería desmoralizarnos. Y a renglón seguido saco su automática y se la puso en la cabeza a Costa-Picachu. Éste se puso a llorar y a implorar piedad, a lo cual Kelly cada vez mas enfurecido ya estaba a punto de volarle la cabeza y reflexionó en voz alta: piedad, me pedis piedad, marrano, ¿y ustedes la tuvieron cuando estaba Cristo en la cruz? En eso intervino el chino Chong disfrazado de Pitufito dándole una toma de karate al arma de Kelly y ésta se disparó haciendo estallar una botella de cerveza que estaba tomando una pareja en una mesa frente al ventanal. La Chica Súper Poderosa Sarakey (2), al ver que todas las miradas apuntaban hacia nosotras y era cuestión de segundos que cayera la policía nos hizo levantar campamento. Salimos del lugar y nos fuimos a refugiar a la camioneta blindada.
Mientras tanto Jhonny Allon, Charles Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufito estaban activando el sistema sónico de música melódica en la sala Jorge Luis Borges, mientras hacían que escuchaban una conferencia donde exponían Fögwill (3), Caparrós, Viñas y Laiseca, bajo el título de Los escritores con bigotes escribimos así. Jhonny ya casi había activado el sistema cuando en la mesa Fögwill empezó a bardear a las Chicas de Letras y Charles que tiene cero sentido del humor, sacó su Magnun 45 y lo fusiló de un tiro entre ceja y ceja.
En ese momento todo se precipitó. Empezó a sonar una alarma en toda la biblioteca y aparecieron Pitufo-Bolivianos pertrechados de armas largas por todos lados. El chino Chin llamó al celular de La Chica Súper Poderosa y nos dijo que entráramos en escena en seguida porque habíamos quedado en descubierto y que todo lo planeado se descartaba y se aplicaría el plan B.
Nosotras arrancamos la camioneta reventando cambios y fuimos para el lugar más rápido que ligero. Nos clavamos cada una un par de benzedrinas en honor de Onetti y para meternos rock and roll en la sangre, y las bajamos con unos besos de Legui que había comprado Kelly para ocupar el tiempo muerto.
En la sala JLB Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufo Boliviano resistían el fuego enemigo y cubrían a Jhonny que ya casi había terminado de instalar el sistema de música melódica. Una vez que fue instalado, los tres se replegaron hacia el escenario y desaparecieron detrás de éste. Por ahí salieron a un sistema de pasillos y Bronson sacó un plano de la biblioteca y lo estudió para orientarse. Después cerró el plano y tomaron por el pasillo de la izquierda que conducía a una escalera que descendía hacia los subsuelos de la biblioteca donde estaba el laboratorio donde los Pitufo-Bolivianos estaban clonando a Panesi.
Entrar para nosotras fue todo un tema. El lugar, ahora, estaba hasta las manos de Pitufo-Bolivianos. Nos dividimos en tres grupos y les sostuvimos el fuego hasta romper la barrera de contención artillada y entramos en el lugar.
Rápidamente empezamos a descender por una escalera cuando lo vimos a Caparrós, Viñas y Laiseca pidiéndole explicaciones al Bibliotecario Líto Cruz sobre las agresiones recibidas a Fögwill y amenazándolo con sacar una solicitada en los diarios, a lo cual Lito Cruz replicaba, pero muchachos, si yo también tengo bigotes y escribo, ¡soy uno de ustedes! Como no había tiempo de dejar más nada librado al azar disparamos a Líto Cruz, pero éste rapidísimo se escondió detrás de un mostrador y empezó a sacudirnos, mientras por una puerta aparecía el doctor PCPC-Chapatin con cuatro Pitufo-Bolibianos y también nos abrió fuego. Como la cosa se estaba poniendo fulera, La Chica Súper Poderosa Sarakey y Kelly abrieron fuego a ciegas y todas desaparecimos por las escaleras. Mientras Pamela David-Link se bajaba el corpiño mostrando sus tetas a los Pitufo-Bolivianos que aturdidos no pudieron seguir disparando sus armas y su complejo sistema ideológico se descalabraba al ritmo de una sola palabra que repetían como oligofrénicos: teta, teta, teta, jeeeje, y se empezaron a tocar el pitufo bulto.
Al llegar al subsuelo, nos encontramos con Jhonny, Bronson y el chino Chin disfrazado de Pitufo-Boliviano, que estaban cercados. Desde un descanso de la escalera les prestamos apoyo, pero la cosa parecía perdida. Bajábamos a lo loco Pitufo-Bolivianos y éstos no dejaban de reproducirse. Entonces, ahí, justo ahí, cuando estaba todo perdido, se activó el sistema sónico de Jhonny Allon. Se escuchó en la biblioteca a Ricardo Montaner : Cada mañana el sol nos dió la cara / al despertar, / cada palabra que le pronuncié / la hacía soñar, / no era raro verla en el jardín corriendo tras de mí / y yo dejándome alcanzar sin duda / era feliz./ Era una buena idea cada cosa sugerida / ver novela en la televisión / y contarnos todo / jugar eternamente el juego limpio de la seducción / y las peleas terminaban siempre / en el sillón. / Me va a extrañar al despertar, / en sus paseos por el jardín / cuando la tarde llegue a su fin./ Me va a extrañar al suspirar / porque el suspiro será por mi / porque el vacío la hará sufrir. / Me va a extrañar y sentirá… / que no habrá vida después de mi / que no se puede vivir así. / Me va a extrañar…/ Cuando tenga ganas de dormir/ y acariciar. / Al mediodía era una aventura / en la cocina / se divertía con mis ocurrencias / y reía / cada caricia le avivaba el fuego / a nuestra chimenea / y era sencillo pasar el invierno / en compañía. / Me va a extrañar al despertar, / en sus paseos por el jardín/ cuando la tarde llegue a su fin. / Me va a extrañar al suspirar / porque el suspiro será por mi / porque el vacío la hará sufrir. / Me va a extrañar y sentirá… / que no habrá vida después de mi / que no se puede vivir así. / Me va a extrañar… / Cuando tenga ganas de dormir / y acariciar. Al escuchar esto los Pitufitos empezaron a temblar como epilépticos. Claro que esto solo duraría segundos, luego de lo cual, se repondrían y volverían a sus pitufo aventuras, así que actuamos más que rápido. Entramos en el laboratorio y fuimos directo a donde estaba el clon de Panesi que estaba fumándose un Marlboro mientras le contaba a Papá Pitufo un chisme de cuando Paul Groussac era director de la biblioteca y su secretaria encontró a Groussac en su oficina recitándole poesía de Ruben Darío a un chonguito del conurbano. Apuntamos todas nuestras armas hacia el clon de Panesi y éste se desplomó en el lugar como una bolsa de papa, como la marca de una ausencia.
Ahora la cosa era salir. Charles Bronson con el control remoto devenidor nos devino a todas Pitufo-Bolivianos y nos confundimos con el resto de los Pitufitos que nos buscaban para asesinarnos.
Tardamos un buen rato en salir. Cuando lo logramos volvimos a Puan y Panesi nos esperaba tomando mate con bizcochitos 9 de oro, con la China Ludmer y Menéndez en su oficina. Le devolvimos el control remoto devenidor y fue así que salvamos a Puan de la codicia del Bibliotecario y sus Pitufitos, y de que el mundo se volviera loco en una escalada de violencia que amenazaba con poner todo patas arriba.
Y pensar que después hay personas que se preguntan para qué servimos las chicas que estudiamos letras.
Pero ahí no terminó la cosa. Mientras el mate seguía la ronda, sonó el teléfono.
Panesi levantó el tubo y contesto: alooo! Y al escuchar la voz que le respondió del otro lado se puso pálido. Inmediatamente apretó un botón que activó un sistema de parlantes que nos permitió escuchar a todas la charla.
Era PCPC-Chapatín. Estaba furioso y prometía venganza.
Panesi le retrucó, hay qué miedo que tengo, pero qué te me haces el chonguito matón, mascarita.
Entonces hubo un silencio largo y tenso en la línea y por fin se escuchó la voz de PCPC-Chapa, a mí no me llamas mascarita… pelotita (4).
Y a mí vos tampoco me llamas pelotita, pelotudo, por qué no me venís a sobar el ganso.
Pero… ¡ por favor! ¡el ganso! ¡jajaja!, el patito feo dirás, ¿no?
Y, no sé, por qué no le preguntas a tu jermu, seguro que ella no debe pensar lo mismo.
«Che, che, che pará un poquito», con mi mujer no te metas.
Que no me meto con tu mujer, me meto con ella, con vos, y con tu Sartre bi-focal, mamarracha.
A sí, dijo PCPC-Chapatin, mirá cómo te mojo la oreja y te la vas a tener que comer, acabamos de elevar un proyecto de ley para que no se pueda fumar más en lugares públicos, ahora te quiero ver cómo carajo vas a dar clases vos y tus chicas de letras, no van a poder salir ni a la calle, y se escuchó una carcajada de malo de dibujito animado, onda
¡JAJAJAJAJAJAJAJAAAAAAAAAAAAA..!
y corto el teléfono.
Me cortó el teléfono el puto, me cortó el teléfono, dijo indignado Panesi, agarrando con fuerza y de forma instintiva a su atado de cigarrillos.
Charles Bronson repuesto del golpe letal que acababa de tirar PCPC-Chapa reflexionó, estos montoneros hijos de puta vienen por todo(5).
Sí, dijo La Chica Súper Poderosa Sarakey, y lo peor es que de esta no nos salva ni el General, «¡oh, y ahora quién podrá ayudarnos!».
No importa, dijo Costa-Picachu, si quieren venir que vengan les presentaremos batalla.
Y agregó Rogelio Patricio kelly, por favor no le digamos nada a Viñas que se nos muere de un cáncer pulmonar si se entera; «pelean por un trozo de tierra en el cual no caben todos de pie, desde ahora mis pensamientos serán nulos o serán sangrientos»(6).
Y Jhonny Alon sentenció, con paciencia y saliva el elefante se coge a la hormiga – hubo un silencio general aquí, del lector (sí, un silencio tuyo lector idiota que te arrogás el derecho de la realidad y te olvidás que si yo no te inventara no serias nada para mis palabras), los personajes, quien escribe esto, y se escuchó un cricri cricricri cri cri cricri-, vamos todos a mi boliche Planeta-Disco a bailar toda la noche y a tomar unos drinks y cuando nos recuperemos de la resaca vemos qué hacemos. Entonces sacó un grabador de la mochila y puso a andar un compact y empezó a sonar: quiero vivir/ quiero gritar/ quiero sentir el universo sobre mí/ quiero correr en libertad/ quiero llorar de felicidad/ quiero encontrar mi sitio… y todas corriendo y saltando como adolescentes descocadas nos perdimos por los pasillos de Puan 480.(7)
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)En la columna de este mes, pensaba escribir, de uno de esos personajes de la cultura de occidente que es clave de bóveda de toda una época esperpéntica y obscena. Pensaba hablar del cuñado de Lacan. Ese que como la Kodama arrastra la cruz de ser “la viuda de”. Miller iba a venir el mes pasado a la Argentina y nos dejo plantados. ¡Pobre Germán García que lo fue a buscar al aeropuerto y nunca llegó! Eso sí, mandó un mail en el que explicaba que no iba a venir por problemas personales. Una lástima, ya tenía agentes secretos infiltrados que me iban a pasar toda la data de su deriva psicoanalítica por Baires y me durmió, no vino. Una de las cosas que iba a hacer en Buenos Aires, aparte de hacer una movida política porque el kiosquito en Francia parece que tambalea, es decir, el estado francés está recortando gastos y uno de esos recortes está destinado a reducir la tajada que se llevan los psicoanalistas del presupuesto francés, era alquilar un piso en un hotel 5 estrellas de la Capital y atender a un montón de inconsientes, a todos 5 minutos, 5 minutos de análisis de Miller por 300 pesos o dólares, no recuerdo. ¡5 minutos! También iba a dar una charla en un teatro y como las estrellas de rock había pedido toda clase de caprichos para su estadía. Bueno, yo tenía agentes secretos infiltrados en la organización que me iban a pasar toda la data para escribir mi columna de este mes y Miller nos cagó, a García y a mí.
Ya que está quiero hacer notar algo que me comentaron. Como todo el mundo sabe, hasta el día de hoy hay mucho material inédito de Lacan, que Miller en un gesto de egoísmo y miserabilidad se encapricha como un chico que es dueño de la pelota y dice, la pelota es mía y yo hago lo que quiero con ella, yo decido quién juega y quién no y cuándo se juega y cuándo se termina el juego. Bueno parece que el estado francés lo apretó al yerno por la vía judicial y le ganó con el siguiente argumento, el material que Miller se negaba a publicar es patrimonio cultural y por lo tanto esta obligado a publicarlo. Es así que no le quedó otra que aceptar y publicar cada tanto tiempo un nuevo seminario de Lacan. Ahora bien, gente que en Argentina ya tenía el material que forma parte del ultimo seminario –habría que aclarar aquí que todo el material inédito de Lacan se consigue en Argentina en ediciones pirata – que se publico en Francia y Argentina comentan que lo que se publicó no está completo, que faltan cosas, que los textos están recortados y las traducciones de las ediciones piratas son infinitamente superiores. En fin, ya que mi columna de este mes no ha podido versar sobre Miller por lo menos quería dejar constancia como nota al pie de lo que nunca ya escribiré. Y quiero cerrar esta nota al pie con algunas preguntas, ¿cómo una persona inteligente y con una gran formación como Miller puede caer tan bajo? ¿cómo una inteligencia sofisticada puede transformarse en un fantasma? ¿cuánto del patetismo de la figura de Miller no es otra cosa que un espejo que refleja nuestra propia orfandad y soledad frente a un mundo que nos humilla?
(2)La Chica Super Poderosa Sarakey, como se puede leer hasta acá, se nota que le falta consistencia, este no es un problema del personaje en sí, sino de mí, que ahora, cuando ya es muy tarde y no puedo corregir el texto, me doy cuenta que tendría que reformularlo o suprimirlo. En fin, digamos que la culpa la tuvo Miller.
(3)Escribo Fogwill aquí, como lo inscribe Horacio González en una nota al pie de su ensayo El archivo como teoría de la historia, donde aparece Fögwill, lo cual puede ser un error tipográfico o quizá, uno de los juegos satíricos de Horacio que habría que leerlo como un cruce subterráneo que muestra y no explica y donde encontraría cierto parentesco de ideas de Quique con Ernst Jünger.
(4) Pelotita es una palabra que equivale a pelotudo o tarado en el universo de la lengua del taxista Roberto Modesto Sabino, que es uno de los heterónimos de Fernando Peña, que es para mí, al menos radialmente, un equivalente, lo más parecido que encuentro hoy en día, con el sistema de producción estética de Fernando Pessoa. (El parkimetro, FM 101.9 KSK, de 7 a 10 hs ; ya que está, también recomiendo si de escuchar palabras se trata al programa del gordo Cardoso, Primeras luces, AM 810 Radio Nacional, también de lunes a viernes de 7 a 9 de la mañana).
(5) Creo que todo este texto es sólo una excusa para escribir una línea, esta línea, esta sola línea que más de una vez me encontré escuchando o diciendo entre amigos: estos montoneros hijos de puta vienen por todo.
(6) Rogelio Patricio kelly cita aquí a mi tía la gorda Quiroga que a su vez esta citando a Shakespeare.
(7) En fin, otro día les contaré, si se me ocurre cómo sigue esta historia, el final, y si no, otras historias que tengo en mi cabecita, como son la guerra civil entre saittos y speranzos o, por qué no, el duelo entre la Coca Sarlo y la China Ludmer, o también, la triste historia de “La balada de la Soledad y el otoño del patriarca”, todas historias de amor, locura y muerte.
(XI)
(elinterpretador, número 19, octubre 2005)
(1)
“La oposición entre contemplar y aferrar aparecerá en sus lecturas de la literatura argentina como una duplicación de la antinomia conceptual entre exclusión del contorno, mirado desde la exterioridad de un pensamiento puro, que lo describe sin participar en él, y la inclusión, la integración del contorno en la propia problemática y que afecta no solo los temas sino sobre todo la forma de tratarlos.”
Silvio Mattoni, Viñas: el contorno del ensayo.
“Viñas es un intelectual de izquierda que presenta una imagen pública precisa y nítida. Esa imagen responde a una realidad innegable. Pero la literatura es una mediación peligrosa cargada como está de una plurivalencia estricta y difusa a la vez. Viñas ha intentado crear a través de la literatura una visión crítica del medio que conoce para mostrar los fenómenos de la alienación, pero al mismo tiempo y por efectos de esa misma alienación ha evocado su propia realidad fantasmática. Una escritura que debe ser interpretada como violenta por propia postulación – como falsamente violenta – nos permite connotarla como una escritura masculina insertada en la categoría de los Dueños, de los Poseedores, que intenta violar a la masa femenina de los lectores.”
Nicolás Rosa, Sexo y novela: David Viñas.
“¿Qué veo de ti sino la estela de tus actos, y qué recojo de tus actos sino las cenizas de tu presencia?”
Enrique Symns, Arde tu vida.
“Usted vio que los ojos se me llenaron de lágrimas (lágrimas que cayeron en las arvejas de mi plato).”
Victoria Ocampo, citada por Marcos Mayer en una columna.
“Es el amor, tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de la cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa mascara ha cambiado, pero como siempre, es la única.
De qué me servirán mis talismanes:…”
Jorge Luis Borges, El amenazado.
“Susana Giménez.
La diva que sufre por amor.
Como si fuera una jugada del destino, las grandes mujeres tienen historias sentimentales tormentosas. Y muchas veces salen heridas. Susana es una de ellas. ¿Por qué? Se lo contamos en un informe especial”
Tapa de revista Quién.
Estábamos todas en el gym, que queda en Corrientes, a pasos de la boca del subte de la estación Medrano. Estábamos haciendo gimnasia aeróbica: Guada, Sarakey, Rulos y Fetiche, Bombón de Roquefort, Hello Kitty, Camila, Eduardo Romano, Charles Bronson y yo. Cuando terminamos fuimos todas a las duchas, mientras Hello Kitty nos contaba que estaba enamoradísima de su novio editor, pero que estaba desesperada porque éste la tenía chiquita, muy chiquita. Charles Bronson apuntó su implacable mirada crítica hacia las calzas de Hello Kitty y le preguntó, ¿no será que vos sos muy argolluda, nena? Mientras se quitaba las calzas fucsias Edu Romano para ducharse reflexionó: el diálogo que estamos manteniendo me recuerda cierta tradición picaresca de la literatura argentina, que va desde el circo criollo y el folletín que estudia la Coca Sarlo a Copi y pasando por la producción cuentística de Roberto Fontanarrosa, y claro no habría que olvidarse aquí del teatro consert de Gasalla y Perciavalle, como tampoco de las películas de Olmedo y Porcel, ¿no? Bueno, pará un poco loca, dijo Rulos y Fetiche, Hello Kitty nos está contando un dramón y vos nos salís con un teórico tuyo. Sarakkey, que no la puede ni ver a Rulos y Fetiche, la odia, le salió al cruce, che, che, che, para un poquito, porque Edu lo que está haciendo es encuadrar el tema dentro de la teoría literaria, dentro de una tradición, o si querés está haciendo un trabajo genealógico a lo Foucault, eh, para desde ahí desarmar los fragmentos del discurso amoroso que la tienen a mal traer a Kitty. Bombón de Roquefort, al ver que la cosa se ponía caliente y sacando a lucir su espíritu de madre conciliadora, de madre dictatorial y amorosa del Conurbano Bonaerense dijo: chicas, chicas, por qué en vez de pelearnos no aprendemos a escucharnos y respetar a las otras. Sí, yo opino lo mismo, dijo Camila, igual, como supo decir alguna vez María Teresa Gramuglio: «la única verdad de la milanesa, es la milanesa». Y Guada, para calmar las aguas, nos invitó a todas a su depto., que queda a un par de cuadras del gym, a merendar. Así que nos terminamos de duchar y fuimos todas para allá.
Pero, al salir del gym, nos cruzamos con punkysaurio Fogwill, que salía también de ahí, de hacer natación, y al vernos, a todas juntas, con los pelos mojados, cada una con su bolsito, perfumadas, con nuestros cuerpos moviéndose como panteras en medio de la horrible calle Corrientes y con un hambre en los ojos que destila cierto plus químico después de hacer gimnasia, no pudo menos que darse vuelta al pasar nosotras a su lado y le dijo a Sarakey, encandilado por sus ojos, uno de esos piropos que te gritan los camioneros – no cito el que le dijo Quique acá a Sarakey porque no me acuerdo de ninguno ahora. Igual Sarakey se quedó dura en el lugar(2), como deconstruyendo lo que le acababan de decir. Y Charles Bronson, indignado, saco de su bolsito Ona Saenz la Magnun 44 y lo empezó a correr a Punkysaurio que se subía a un taxi. El taxi arrancó y Charles Bronson empezó a correr por el medio de la avenida Corrientes, entre medio de los autos, disparando. Las cinco balas del primer cargador impactaron en el capot, el vidrio trasero, pero no lo detuvo y el taxista aceleró. Charles volvió a cargar su Magnun y apuntó a una de las ruedas. El tacho se desvió para la izquierda, chocó contra un Megan y se incrustó contra la vidriera de un negocio. Charles Bronson, con el arma en alto, corriendo entre el caos que era ahora la avenida Corrientes, llegó hasta el taxi, y cuando vio que Punkysaurio estaba saliendo a gatas del auto, sangrando, con vidrios en la cara, se miraron un instante, y él dijo, proceda, y lo fusiló. Después volvió a la esquina de Corrientes y Medrano donde lo esperábamos y nos preguntó si ya habíamos comprado facturas para el mate.
Cuando llegamos al departamento de Guada, estaban en el comedor Hernán Sassi, su novio, y Juan Pablo Liefeld, uno de los tarados del consejo editor de el interpretador (3), que no me aguantan, viendo la entrevista que le hizo por cable Maria Pía Lopez a Ernesto Laclau. ¡Qué aburridos y opacos que son esos dos flacos, esas Chicas de Letras que no saben hablar de otra cosa que no sea libros e intelectuales!
Pero la cosa no terminó ahí, no. Hernán, haciendo gala de su mal humor y su machismo a ultranza, empezó a gritale a Guada, que qué se creía trayendo sin avisarle a una manada de cotorras insoportables. Cuando la cosa no dio para más, Charles Bronson, bufando, cansado en su papel de vengador anónimo, se acercó a Hernán, le hizo dos tomas de karate y éste quedó en el piso desmayado. Después lo obligamos a Juan Pablo Liefeld a llevar a su amigo a la pieza y Charles Bronson le dijo rajá, turrito, rajá.
Después pusimos la pava para el mate y empezamos a devorar las facturas. Entonces, ahí, salió el tema de Viñas y Solita. Hacía un par de meses que Viñas había vuelto a salir con Solita y desde entonces lo veíamos a David cada vez más consumido, hecho pelota. Las posiciones eran dispares frente a lo que opinábamos de Solita, el campo intelectual estaba dado y las diferentes posiciones ponían en un máximo de tensión a las partes, estaban las que opinábamos que Solita era una mina macanuda y las que opinábamos que era una concha insoportable e insaciable.
En eso estábamos cuando sonó el teléfono del departamento de Guada. Ella atendió y me dijo que era para mí.
Era Jorge Panesi y me pidió si podía pasar por su casa porque tenía que ir a Liniers por un asunto importantísimo y no quería ir solo. Le pregunté de qué se trataba y me respondió por teléfono no te puedo contar, nena. Así que me despedí y fui para Palermo. Jorge me estaba esperando en la puerta, fumando un pucho.
Qué pasó, le pregunté.
Aaah, se quejó cansado, qué difícil es ser una Chica de Letras. Busquemos un taxi que llegamos tarde y ahí te cuento.
Ya en el taxi, Panesi me contó.
Vamos a lo del hermano Juan, Maestro indígena Aymara, Elsa, a consultarlo por el tema de Viñas y su nueva novia. Vos viste que desde que volvió a salir con Soledad Silveira está cada día peor. ¡Y para colmo mi control remoto devenidor se rompió!; y hasta dentro de un mes no me lo arregla el servis, así que no me quedó otra que hablar con Schettini y éste me recomendó que hablara con el Hermano Juan, que él cada vez que tenía un problema acude al Maestro y se lo solucionaba. Bueno, mirá, yo huelo algo raro acá, pero no sé qué es, a mí se me hace que viene por el lado del Bibliotecario Lito Cruz y su delfín PCPC-Chapatin, que quedaron calentitos los panchos desde que les arruinamos el magnicidio de Bush en Mar del Plata. Pero viste, desde que se me rompió el control remoto estoy como Popeye sin sus espinacas, o si querés como El hombre Araña sin tela de araña.
El hermano Juan parecía ser la persona indicada para esto, me señaló Panesi, dándome un volantito que leí con atención, mientras con una lapicera iba marcando los semas, los códigos proairéticos, los códigos culturales, el campo simbólico y el código hermenéutico.
El volantito decía:
¿Tu pareja es infiel? ¿Cambió y se alejó tu ser amado o amada día por día? ¿No tienes suerte en el amor, trabajo? ¿Fracasas en los negocios? Si el dinero se te va como sal y agua, si tienes dudas consulta estos y otros temas.
Y di vuelta el volantito:
Si te humilla y te es infiel, solución a todos los problemas en el amor, único experto que hace volver rápido al amor alejado. Atracción-retorno y amarres poderosos y en forma definitiva, aun si te ha sido infiel, engañado, traicionado (él) (ella).
Fuerza indígena.
Secretista de rituales y conjuros poderosos que llegan a la mente y al corazón de quien amas para que seas el único amor de su vida. Traeme sólo una foto, el nombre o una prenda y recuperarás la felicidad perdida 100% asegurado, inmediato. ¿Si Usted no avanza, no prospera? Abre: caminos, florecimientos, casas, negocios, talleres y toda la mala racha. El Maestro: trae la buena suerte, guía y orienta sobre su destino amoroso, libera y protege de maleficios, experto en dar contra a tus enemigos.
Cuando terminé de leer y subrayar prolijamente todo el texto Panesi me miró esperando una conclusión.
Jorge, le dije, creo que es la persona indicada para nuestro asunto.
El taxi nos dejo en Ramón Falcón al 7054, tocamos timbre y nos recibió el Maestro.
Lo primero que hizo luego de darnos la mano y hacernos pasar fue preguntarnos por Schettini, ¿cómo anda ese loco?, hace tiempo que no me visita, díganle cuando lo vean que se dé una vuelta así le tiro las cartas, y se hecho a reír, frente a nuestro desconcierto, que nos miramos sin entender el chiste. Después nos hizo sentar y nos pidió algo de David y Solita para empezar a preguntarle a las cartas. Panesi sacó de su bolsillo del pantalón unas medibachas de Solita y un calzoncillo de Viñas, que puso sobre la mesa.
El maestro Juan, estudió las prendas, las olió, estaban usadas, anotó unas preguntas en un cuadernito, encendió una vela, nos pidió que no habláramos y empezó a rezar. Así habrá estado media hora. Luego volvió a escribir más preguntas en su cuadernito, sacó un mazo de cartas, le pidió a Panesi que cortara el mazo en dos, mezcló y empezó a tirar cartas sobre la mesa.
Una vez que puso 9 cartas sobre la mesa, se quedó estudiándolas y movió la cabeza contrariado.
¿Pasa algo grave, ve algo fatal, Maestro?, preguntó Panesi.
No, es que me olvidé de ir a comprar puchos y yo sin puchos no puedo trabajar. ¿Alguna de ustedes fuma?
Yo puse mi atado de Gitanes sobre la mesa y él encendió un cigarrillo con la vela y se quedo media hora fumando un cigarrillo tras otro mientras leía lo que le decían las cartas.
Después habló.
Miren chicas, nos dijo, las cartas nunca mentir. La cosa venir así. Las cartas me dicen que a ustedes odiar gente muy mala de la carrera de sociales, ¿mentir las cartas o le están batiendo la justa, eh?
Movimos la cabeza aprobando y él siguió.
Parece que un tal Atilio Botón que manejar un lugar que llamar Cacos y que no soler ir nunca a dar clases a los teóricos donde ser titular pero estar todo el tiempo hablando de revolución y sujeto y otras bananas en lo de la Tía Quiroga y lo de Aliverti y otros programas del mundo mediático-cultural y ser compinche de correrías de unos tales Líto Cruz y Chapatin engualichó al dueño del calzoncillo que traerme ustedes para hacer mal a Chicas de Letras. Por lo que decir las cartas, la dueña de las medibachas es una ninfómana y contratar Atilio Botón para matar a puro sexo a Viñas. Es clarísimo que Viñas estar engualichado con vulva depredador. ¿Ustedes ver película de Arnold Schwarzenegger: Depredador?, bueno, estas vulvas depredador ser malas como el depredador de peli y sólo un Schwarzenegger poder sobrevivir a su hambre desmedido. Ahora yo no se qué hacer, ya que esta vulva depredador estar protegida por magia negra de la bruja Mary, que atiende a un par de cuadras de acá y sus poderes ser más avanzados y sofisticados que los que tener Maestro Juan, porque ella trabajar con poderes del Rey de las Tinieblas.
Jorge y yo nos miramos desoladas.
Momento, momento, dijo el Maestro, igualmente yo tener solución, pero esto salir mucha plata.
Panesi hizo un gesto como que por la plata no había problem.
Ok, dijo el maestro. Ustedes tener que ayunar tres días y rezar unas oraciones que ser mágicas. Al cuarto día si todo salir bien… aunque yo no saber si poder cumplir objetivo, porque repetir que el engualiche es un amarre muy heavy, pero hacer todo lo posible.
Los tres días siguientes seguimos a rajatabla las indicaciones del Maestro Aymara. Y cuando me desperté al cuarto día puse la pava para el mate y sintonicé al negrito Oro en la radio más potente y escuchada del país. Éste justo estaba terminando de contar un chiste sobre un piquetero homosexual y después le pidió a Marcela Tauro que le contara un chimento. Esta contó entonces que Solita acababa de firmar anoche un contrato con una productora española para filmar una película allá, que debía viajar en los próximos días y que la filmación que la tenía a ella por la heroína la tendría ocupada full time en ese país no menos de 6 meses.
Enseguida marqué el numero de Panesi y le conté la buena nueva. Jorge no lo podía creer y me dijo, este Maestro Juan es un fenómeno y yo que dudaba de sus poderes, hoy mismo lo llamo y le pregunto si puede hacer algo para que deje de comer galletitas todo el tiempo y me haga bajar de peso.
Como anunció la Tauro, Solita partió a España ese mismo día, dejándole a Viñas en su contestador automático un mensaje que decía: David, el amor va y viene, la guita no, así que me voy a España, suerte.
Una semana después, estaba en Platón tomando un Fernet con Camila, Charles Bronson, Bombón de Roquefort, Sarakey y Rulos, discutiendo si el mozo que nos atendía se parecía o no a Copi. Yo y Bombón de Roquefort insistíamos que era igual y Sarakey, que ya estaba bastante entonada y se le patinaban las eses, nos empezó a explicar por qué nuestra voluntad de mímesis estaba viciada de realismo inverosímil.
Después cruzamos enfrente, al Boli-Shopping-Puán y lo encontramos a Viñas al lado de un puesto de ropa deportiva trucha, sentado, mirando el vacío.
Qué hace Viñas, lo saludó Bronson.
Meandros, lecho, afluyentes y emboscaduras, dijo Viñas sin dirigirse a nadie en particular.
¿Está bien, se siente bien?, se preocupó Camila.
Decepción, regreso y descendencia estética.
Che, che, che, paren un poquito, el Viejo esta re-mal Chicas, se preocupó Sarakey.
Esclavatura y piedad: salario, tiempo y silencio.
¿Viñas, quiere ir a tomar algo enfrente? Nosotras lo invitamos y nos cuenta qué le pasa, dijo Rulos y Fetiche.
A ver mami, ¿cómo venimos de tetas?(4)
¿Qué?, preguntó desconcertada Rulos.
Apelaciones, excursión y platonismo.
Qué hacemos, preguntó preocupada Hello Kitty.
La secuencia general, siguió Viñas, por lo tanto, ha sido la siguiente: en principio un programa que implicaba una voluntad de síntesis; a continuación se va marcando una oposición entre lo referido a Europa, al allá y lo que remite a lo inmediato; en un tercer momento el primer núcleo se impregna de elementos idealistas acentuándose los ingredientes concretos en el otro extremo; la polarización está planteada; ya no es estructura sino dogma: lo que apela a Europa se valida en detrimento de lo contado a lo inmediato. ¡EL BIEN Y EL MAL! ¡EL BIEN Y EL MAL¡ ¡EL BIEN Y EL MAL! Literatura… amor… realidad… parafraseando a Cris Miró en los Roldan: mujer mala si no te sirvo matame! Y se largó a llorar desconsoladamente.
Verlo a Viñas llorar para nosotras imagino que generó la misma angustia y desconcierto que podría haber generado a los ejércitos de Alejandro Magno verlo llorar: una soledad infinita.
Pero justo en ese momento entraba a Puán, abriéndose paso entre un mundo de gente y puestos de ropa y audio y comida, Panesi, con un paquete envuelto en diarios bajo el brazo, y la china Ludmer.
Panesi nos llamó aparte y nos dijo: desde que lo dejó Solita, el Viejo ha ido de mal en peor. Por eso fui de nuevo a lo del Maestro Juan y me dio un amuleto mágico que cura los males de amor. Vamos Chicas, sean buenas, ayúdenme a llevarlo a David al baño.
Entre todas logramos convencerlo que tenía que lavarse la cara y que no podía andar por la facu hecho un trapito. En realidad, más que convencerlo, se dejó llevar. El Viejo estaba tan entregado como el cónsul Joeffrey Firmín de la novela Bajo el volcán, ese fatídico y doloroso Día de los Muertos de 1938.
Una vez que entramos al baño, Panesi cerro la puerta con llave, para que nadie molestara.
Ninguna de nosotras entendía muy bien de qué venía la cosa y nos lo quedamos mirando expectantes -salvo Viñas que murmuraba incoherencias-, ahora dedicadas a Sebreli que lo acusaba de gorila, pero bien que había usufructuado la erotización del cabecita negra que les otorgó el General.
Entonces Panesi sacó un sorete enorme que guardaba envuelto en hojas de diario(5).
David, dijo, ahora nos vamos a fumar este sorete y vas a ver que, como decía Roland Barthes, el amor después del amor quizás se parezca a este rayo de sol.
Viñas lo miró. Compañero, para ser breve, apretando el bandoneón para llegar al carozo del tango esencial, le diré que me siento Borges el día que se murió el monstruo de su madre, y se largó a llorar nuevamente.
Panesi quemó la punta del sorete y chupo con fuerza. Retuvo el humo lo más que pudo en los pulmones y luego exhaló el humo.
¡Uuuuh, el sorete que me dio el condenado del Maestro Juan es dinamita! Tomá Viejo, fumate un sorete y nos reímos de janeiro, y se dobló de la risa Panesi.
Viñas empezó a chupar y luego lo pasó al resto.
Al rato, estábamos todas hablando a la vez, sin escucharnos, riéndonos de lo que el resto no decía.
Entonces, Viñas, ya repuesto, olvidado de su pena de amor, dijo, ¿y si escribimos boludeces en las paredes del baño?
Loco, está buenísimo, dale, escribamos boludeces, se enganchó Ludmer, que no paraba de fumar como loca el sorete.
Che paren, se quejó Bombón de Roquefort, a mí no me pegó.
¿Segura?, preguntó Camila que no podía parar de dar vueltas carneras.
Sí, loca, no me pegó, no me pegó, no me pegó, ¡no me pegó! ¡no me pegó!
Y todas nos empezamos a reír y a repetir, ¡no me pegó! ¡no me pegó!
Y al grito de ¡no me pegó! entramos en uno de los cuartos de baño, y otra sacó un fibrón.
A ver qué ponemos, pregunto Sarakey. Ya sé, dame China el fibrón.
Ya quiero
coger tengo 20 y soy virgen.
Jajajajajajajajajajaja, reímos todas.
Dame, dame, reclamó el fibrón Rulos y Fetiche.
No todo se limita
al sexo
¡¿Quenos pasa?!
Viñas, ya animado, dándole unas palmaditas en la cola a Rulos la hizo a un lado y le quito el fibrón.
Todo parece adelantarse
» se limita al sexo.
¡Qué hay! No hay nada
mas hermoso q´ el amor.
No hay nada más maravilloso
que perder la virginidad
estando enamorada, se disfruta
más. Q´ tengas 20, 25 años,
no importa demasiado. El
amor verdadero sabrá
recompensar ese tiempo…
es el amor, la base de
nuestros sentimientos,
él es un ángel bello y
eterno, que posee alas
azules y depende de
nosotros q´ alce un
gran vuelo.
Dejate de joder Viejo, jajajajaja, se rió Panesi y le quitó el fibrón a Viñas.
El amor
sin
haberla
visto
no es negocio.
Yo, yo quiero escribir, se entusiasmo Bombón de Roquefort.
Ma´que beca de apuntes
Beca p´al porro.
Y otra escribió.
Es un baño
q´ funciona.
Y la china.
Lacrimosa
(tilo mi único y
fiel comp..)
Y otra escribió destornillada de la risa.
Probá la
marih
después contame q´ es
único.
Y así seguimos escribiendo, por ejemplo:
Me das pena
x q´ sos fracasada y
dependés de algo
para vivir
allá vos
suicida.
Si bien falta
expresividad en este
mensaje, su significado
es muy claro,
coincido.
Único? Único va a ser cuando
se mueran x fumar esa
garcha drogones de
mierda… que se hacen
los locos la concha
q´ los re parió?
Cuando no puedas ni cruzar 2
palabras, cuando la gente no te
de… ahí vas a ser único….
Entendé que te quema!!
La mente!
No te drogues!
Salvá esta sociedad!
Y así fue como un día se nos ocurrió a las Chicas de Letras empezar a escribir cositas en las paredes del baño. Y desde entonces es un vicio, como masturbarnos.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)En esta columna falta un epígrafe, el más importante, que son las palabras de una tapa de la revista Paparazzi, que dirige el gran Luisito Ventura. En la tapa aparecía Viñas del brazo de Solita, ella sonriendo ante los flashes de las cámaras y el Viejo Viñas como contrariado por la indiscreción de los medios. La nota se titulaba, si mal no recuerdo, Sol de otoño, y el copete decía algo así como Solita dejó a su novio 20 años menor que ella por un ex 20 años mayor. Prefirió dejar las aventuras fuertes por un amor más tranquilo. Se los puede ver por restoranes y bares de San Telmo muy enamorados y a los arrumacos. Es una lástima que no haya podido conseguir la revista y citar las palabras precisas de Luisito Ventura.
(2)La chica Súper Poderosa Sarakey es de una temporalidad diferente a la “normal”. Es como el cuento del león que un día se despertó con un hambre atroz. Entonces reunió a todos los animales de la selva y les dijo, bueno, hoy me levanté con mucho hambre, pero para no comerme a ninguno de ustedes arbitrariamente, van a ir pasando de a uno y me van a contar un cuento, y la tortuga va a ser el jurado, si a ella le causa gracia el chiste, ok, no me lo como, pero si no, me lo como. Entonces pasó el monito que contó un chiste desopilante y todos los animales de la selva se desarmaron de la risa. Pero la tortuga permació inmutable. Bueno, le dijo el león al monito, a mí el cuento me encantó pero a la tortuga no, así que perdoná pero te voy a tener que comer. Y se lo comió. Después pasó la jirafa y también contó un cuento desopilante que hizo llorar a toda la selva de risa, pero la tortuga ni nada. Así que el rey de la selva le pidió disculpas porque el cuento le había encantado, pero era el rey y las reglas se debían cumplir, entre otras cosas porque las había impuesto él, y se comió a la jirafa. Después pasó la cebra y contó un chiste malísimo, pero malo, malo, que no hizo reír a nadie, y la tortuga empezó a reírse hasta que no pudo más. Y el león asombrado le dijo a la cebra mirá, la verdad que tu cuento me pareció malísimo, pero a la tortuga le gustó, así que no te voy a comer. Y entonces la tortuga que todavía no podía parar de reírse le dijo al rey de la selva, jajajaja, no lo puedo creer, qué bueno que estaba el cuento del condenado del monito.
(3)Escribo esto porque se me canta en principio. Y después porque hay gente como Juan Pablo Liefeld dentro del consejo editor de la revista que me hace objeciones pelotudas a mi columna. Ojalá tengas huevos para permitir que esto se publique y después, discutir conmigo por escrito. Bueno por suerte hay otros en la revista que defienden lo que hago. Y me gustaría decir algo más para la gilada que se incomoda con mi columna, aunque algún día pienso escribir en mi columna sobre ella y los efectos que ella provoca, esta columna no es una editorial, no representa necesariamente a la revista, es apenas una columna de una chica que participa activamente de la revista porque cree en el proyecto de Juan Diego Incardona, así que todos aquellos que tengan problemas con lo que yo escribo les pido por favor que se dirijan a mí, yo soy la única responsable de todas y cada una de las palabras que escribo. Mi mail está al final de todas mis columnas. Desde ya al que no le gusta lo que escribo puede no leerlo o leer buena literatura como es Borges o Pessoa o irse al carajo.
(4)Acá Viñas cita una pregunta frecuente que suele hacer Machuca, uno de los tantos personajes que hace el talentoso del Árabe en el programa radial Apaga la tele, por la Rock & Pop, y que conduce el locutor Olmedo, un pibe que como locutor está bien pero en cuanto se pone a opinar sobre la realidad política y social del país, y suele hacerlo, enseguida muestra el barniz mediocre progresista y reaccionario de la clase media argentina.
(5)Estoy segura que cuando escribo vamos a fumarnos un sorete, toda la gilada de clase media baja para arriba que va al cine, dice que lee, usa anteojos de marco negro, ama el cine, se psicoanaliza, coge mal pero miente bien, y sueña que está en Holanda y no en un país incendiado y que seguirá eternamente incendiado, y mira I-Sat, cuando hablo de fumar un sorete, sabe de lo que hablo. Y seguro se reirá y pensará que estamos del mismo lado.
(XII)
(elinterpretador, número 20, noviembre 2005)
A Fogwill y Jorge Rulli
por ser dos hombres que saben
de qué se habla cuando se habla de pan.
I
Voy a hablar de dos eventos que me involucran. De eventos no. Esa es una palabra de Alain Badiu y éste viene en mi lista de lecturas atrasadas, después, mucho después de Martín Heidegger, al que sí me interesa hincarle el diente, ahora, cuando todavía tengo toda la dentadura intacta y al que alguna vez intenté empezar a leer en el tren, entre Suárez y Carranza, y nunca pude pasar de la primer página de Ser y tiempo. Así que nada de evento, sino, momentos, de dos momentos, de mi vida, este año, en que algo de lo que soy rozó, en un caso, algo así como la dignidad de la que habla Camus en El hombre rebelde (1) y, en el otro, algo así como la felicidad fugaz de un momento único e irrepetible que reproduciré a partir de un mail que escribí para amigos.
II
Hace poco, un amigo, al que llamaré Mondonguito, en un mail me cuenta que está por salir un nuevo diario, que irá solo los domingos, y que hay 200 páginas que llenar. Y me pregunta si me interesa, que le avise, que me arma un encuentro con el coordinador, que mi perfil andaría bien y que mi estilo le encantaría a Fontebequia.
Bien. Como podrán imaginarse, al leer este mail me puse re contenta: ¡por fin iba a dejar atrás mi destino opaco y gris de chica del conurbano bonaerense y conocería las caricias y favores de las luces del centro!
Recapitulo para que tengan una idea de en qué contexto socio-económico me llega este mail.
No tengo obra social. Pagar todas las boletas como llenar la heladera corre por cuenta de mi vieja, que es maestra. Nunca fui a Europa, ni a Nueva York, ni a Río, ni a Punta. Hace once años que no me voy de vacaciones a ningún lado, ni salgo de esta ciudad –para mí esta ciudad es el Conurbano y la Capital–, salvo una vez que mi cuñado me invitó a ir a Córdoba a ver el último recital de Los Redondos. Nunca tuve mil pesos en mi poder. No tengo celular, ni auto, ni Internet, ni cable, ni tarjeta de crédito, ni cuenta en un banco, ni plata guardada debajo del colchón. Vivo, con 29 años, con mi familia y comparto el cuarto con una hermana y mi sobrinito. Si le dan un par de patadas a la puerta de madera del comedor de mi casa que da a la calle puede entrar cualquiera. Debo como 5 mil pesos a la AFIP por un monotributo que nunca llegué a usar. No tengo aportes jubilatorios –o sí, creo que tengo más de 100 pesos–. El botón del baño está roto, como la cassettera de mi grabador JVC que tiene más de 15 años y otras tantas cosas de casa que están rotas, tanto materiales como espirituales.
Ahora bien, la oferta era sólo eso por el momento y nadie me garantizaba que, si le caía bien a los que le tenía que caer bien, me pagarían más que en mi actual trabajo o que al menos trabajaría menos horas. Claro que también estaba el tema simbólico, de trabajar en un medio masivo de comunicación y tener visibilidad, es decir, para decirlo llanamente, si algún conocido del barrio, del secundario o conocido me preguntaba, en qué andas Elsita, yo le podría contestar: no te enteraste, escribo en un diario, en el diario Perfil al lado de Lanata, Magdalena Ruiz Guiñazú, ¡Florencia Abatte! y Quintín. Y en esa contestación yo, al que me preguntaba, le respondía implícitamente: hijo de puta, vos imaginabas que yo te iba a decir que estaba laburando como una negra de mucama o atendiendo un cyber para contestarme, bueno ya vas a conseguir algo mejor algún día, y no, te cagué, laburo en un diario con tirada nacional, me codeo con la crema de la crema, no como vos que no existís.
Cosas así imaginé en mi delirio continuado mientras meditaba qué le contestaba a Mondonguito. Mi odio de clase estaba cebado, exigía sangre, se sentía en las puertas del Palacio de invierno de los zares en el 17 o Evita tomando el tren que la traería a Buenos Aires.
Pero algo no me convencía de toda esta historia. También podía terminar como Nené, la pobre Nené, que ya se sabe como terminó, y si nó, lean ya Boquitas pintadas, por favor.
Entonces, ahí, justo ahí, estaba. Pensando qué le respondía a Mondonguito. A ver, una cosa es ser pobre y otra muy distinta es ser pobre y alcahuete, y el 99,9% del periodismo argentino no pasan de ser pobres alcahuetes al servicio de Kirchner, Monsanto, el Grupo Clarín, Quilmes, Nike, Telefónica, TBA, Banco Galicia o quien carajo sea que necesite cagatintas para disfrazar este mundo horrible que hace agua por todos lados.
Yo respeto a muy pocos periodistas, a dos o tres. A Oscar Raúl Cardoso y Esteban Schmidt. Y también a Chiche Gelblum y a los Marcelos –Polino y Tauro–, porque creo que ellos ponen en evidencia –consciente o inconscientemente, no importa– las condiciones de miserabilidad de la gran familia periodística. Es más, si me apuran los definiría como artistas del hambre.
Claro que si me lo propusiera podría convertirme en una Nancy Pazos, una Sandra Ruso, una Gigi Marciota, una Maria Laura Santillán. ¿Pero yo quería desfilar por esa pasarela de entelequias infames? No. Claro que no.
Y empecé a repetirme, no, no, no.
También estaba el tema de la relación de la palabra y la plata. Cobrar por escribir. No está ni bien ni mal cobrar por escribir. En Estados Unidos Faulkner, Hammett, Philip Diks, o Silvia Plath escribieron toda su obra desde que no eran nadie a tanto la palabra. Pero en Argentina esto siempre fue diferente, por un lado va la palabra y por otro la guita. Ni una cosa ni la otra, en realidad, quiero decir, formular las cosas en términos de bien y mal es un callejón sin salida, una trampa. La pregunta correcta era más o menos la siguiente: ¿qué se pone en juego de mí si cobro por escribir?, o ¿ hasta dónde sería capaz de poder mantener mi palabra autónoma de la gran maquina periodística?
No, no, no, me repetía, pero la tentación era grande.
Consulté a mis amigos. Ellos casi sin dudar me dijeron que agarrara viaje, que entre laburar todo el día en una panadería o en un diario no había nada que pensar. ¿Nada? ¿Y mi palabra, esta torpe y estúpida palabra, esta columna mensual y la ficción que algún día pienso escribir, no se corrompería? Quiero decir, cobro nada en la panadería, pero es un laburo noble –más allá de mis empleadores–, que no pone en juego mi palabra, pero entrar en el mundo obsceno del periodismo era otra cosa, algo que siempre vi con desprecio(2).
Entonces recordé a Jorge Rivera que una vez dijo que Eduardo Galeano tenía una capacidad increíble para resumir en pocas páginas informes inleíbles. No se por qué recordé ésto. Quizá porque Jorge Rivera algo sabía sobre el cruce entre periodismo y literatura, y porque Galeano es periodista. Y voy a hacer una digresión antes de citar lo que me interesa de Galeano.
Recuerdo el primer teórico de Christian Ferrer, de un cuatrimestre, del que ahora, se me borraron las fechas. Pero empezó hablando no de su materia sino de Jorge Rivera. Jorge se acababa de morir y en ese mismo momento lo estaban velando y también él tendría que haber estado iniciando la primera clase de su materia. Era un lunes. Puteé, porque siempre quise cursar con Jorge y siempre pateé su materia para otro cuatrimestre. Y Chris dijo algo muy lindo de Jorge, dijo que él siempre iba a todos lados con su mujer, que eran inseparables, eran dos y uno sólo. Y que su mujer se había muerto hacía muy poco y que ésto, imaginaba, fue lo que mató a Jorge. Y trajo a cuento que los caballitos de mar siempre andan en pareja y cuando uno de ellos se muere, el otro, al poco tiempo, también. Esa imagen me pareció preciosa. Cualquiera que retenga la imagen de Jorge Rivera sabe que no hay nada menos parecido que él a un caballito de mar y sin embargo, desde entonces, cuando tropiezo con sus libros no puedo dejar de imaginar a un imposible caballito de mar con la cara de Jorge Rivera.
En fin, vuelvo.
Ya estaba convencida de que meterme en el mundo del periodismo no era lo mío. Pero necesitaba argumentar, necesita que mi biblioteca me diera letra. Y busqué en ella. Entonces encontré un texto de Galeano en El libro de los abrazos, que desde que lo leí nunca lo olvidé. Lo cito:
«Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Joseph Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué del exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
-Pero papá– le dijo Joseph, llorando. -Si Dios no existe, ¿quién hizo al mundo?-
-Tonto– dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto. -Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.-«
Ya sé, citar a Galeano, para una chica de letras, es, cuanto menos, grasa. ¿Y qué? Pero ese texto siempre me quedó. Al mundo lo «hicimos nosotros, los albañiles», tonta, me dije, ni se sostiene hoy, gracias a otra cosa, el súper hábit fiscal del que nunca veremos una moneda, nosotros, la resaca, los cabecitas negra, los desquiciados de El club de la pelea de Chuck Palahniuk, y nunca jamás, ni los periodistas, ni los editores, ni los empresarios, ni los degenerados de los creativos publicitarios –que son mucho mas despreciables que Goebels, con el que al menos una seguro podría tomar el té y charlar de libros y música y mantener una conversación agradable, cosa inimaginable con estos energúmenos de cuarta que hoy siguen sus pasos éticos y morales– ni los políticos, ni nadie más que nosotros, somos los que hacemos el mundo del que las alimañas se obstinan sistemáticamente en destruir y desquiciar.
No, no, no.
Y recordé a ese tozudo que siempre me conmovió. El de Dashiell Hammett frente al comité McCarthysta, cuando éste lo interrogaba en 1951 para que buchoneara la identidad de quienes aportaban dinero al Congreso por los Derechos Civiles, que era la que pagaba la fianza de los acusados de agitación comunista en plena caza de brujas. Hammett por esa época hacía 20 años que no podía escribir una línea, estaba tuberculoso, tenía problemas con la botella, estaba viejo y sin embargo dijo «no» y marchó a la cárcel, a un pabellón de negros.
Copio parte de ese interrogatorio:
«-Antes de comenzar, señor Hammett, y para que comprenda bien su situación, le informo que ha sido llamado como testigo por esta Comisión. Si durante su declaración estima necesario consultar a sus abogados antes de responder a cualquier pregunta no tiene más que pedirlo y se le concederá el permiso. ¿Ha comprendido?
-Sí.
-Señor Hammett, ¿es usted uno de los cinco administradores de fondos para fianzas del Congreso para los Derechos Civiles?
Hammett:
-Me niego a contestarle la pregunta porque la respuesta podría inducir a probar mi culpabilidad. Ejerzo este derecho amparándome en la quinta enmienda de la Constitución.
(Juez):-Señor Saypol, me parece que el nombre de los fondos no a sido bien enunciado. Sugiero que lo repita.
(Irving Saypol):- Muy bien. Señor Hammett, le muestro el…
(Juez):-No. Repita la pregunta para que pueda darnos respuesta.
(Saypol):-¿Es usted uno de los cinco administradores…?
(Juez):-No. Uno de los administradores del …
(Saypol):-…fondo para fianzas del Civil Rights Congress?
-Me niego a responder. ¿Tengo que repetir las razones por la que me niego a responder?
(Juez):- Sí.
-Me niego a contestar dado que la respuesta puede ser usada como prueba de mi culpabilidad y me amparo en los derechos que me otorga la quinta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
(Juez):- Le ordeno que responda a la pregunta.
-Me niego a contestar, Su Señoría, por las mismas razones.
(Juez):- ¿Por las mismas razones que usted ha dado?
Entonces los abogados mostraron las actas y los libros contables del Congreso por los Derechos Civiles e indicaron a Hammett que los mirara detenidamente y le pidieron que se fijara específicamente en unas iniciales escritas en el margen izquierdo.
-¿Las vio Hammett?
-Las veo.
-¿Reconoce esas iniciales?
-Me niego a contestar la pregunta. Ahora, antes de negar, quisiera preguntar…¿si reconozco que son iniciales? Entonces…sí, lo son.
-¿Reconoce la letra?
-Me niego a contestar.
«Ya sé que el contexto en que Hammett dice «no, preferiría no hacerlo», es diferente al mío, pero el mundo sigue tan puto como entonces y frente a los dueños de la tierra que te quieren «cooptar» la palabra, ese «no», ese «preferiría no hacerlo» Bartlebiliano sigue siendo todavía la última y única digna palabra que se puede sostener. Y si no se puede ni siquiera éso, entonces hay que recurrir a los estoicos, a Séneca, que si no leí mal el libro de Paul Veyne, todavía queda pegarse un tiro.
Sé que estoy llevando las cosas demasiado lejos, y que las estoy forzando un poco, pero también sé que por una vez en la vida dije «no», y que me sentí re bien, espléndida. No se si cuando dije «no» me cavé mi propia tumba o cerré la puerta que me conducía a los subsuelos del infierno. No lo sé. O si mañana voy a tener que pedirles por favor el laburo a los que desprecié. Lo que sí sé es que no soy una alcahueta al servicio de ningún mercachifle que contrata a miserables publicistas que hacen una propaganda para radio que dice algo así como: «Diario Perfil, puro periodismo». «Puro» quiere decir: que no está mezclado con otra cosa. ¡Qué pedazos de hijos de puta que son los creativos publicitarios!
Y esto es lo que le respondí a mi amigo, a mi querido amigo Mondonguito:
(NO CORREGIR UNA SOLA LÍNEA NI ERROR ORTOGRÁFICO DE LOS MAILS QUE REPRODUSCO) (3)
xxxxxxxxxx
> hace dias que estoy pensando tu propuesta
> de ir a ver a la gente de perfil
> y por un lado me interesa
> no esta mal vivir de escribir
> pero por el otro se que el periodismo es una maquina obsena y
perversa
> una maquina de picar carne
> hace tiempo me aprendi de memoria el aforismo de karl kraus
> «si bien todo hombre puede hacerse periodista, no toda mujer puede
hacerse
> puta»
> gracias xxxxxxxxxxx
> sos un amor
> pero prefiero dejar a mi escritura lejos del mercado de valores
> del mundo massmediatico
> tengo miedo que ese mundo arruine mis palabras
> por otra parte vos mas de una ves de forma directa o indirecta me
> dijiste que hiciste notar que con laburo puedo llegar a escribir algo
que
> valga la pena ser leido por los otros
> eso para mi es mas importante
> -tu reconocimiento-
> que laburar en un diario de cagatintas
> alguno podria decir
> pero arlt se ganaba la vida asi
> si
> es verdad
> pero si bien yo escribo cuanto menos con tantas faltas de ortografia
como
> arlt
> no soy arlt
> y si podria transformarme en la sarlo
> que escribe estupideces en viva
> frente a estas cordenadas
> creo que lo mas sano
> para la supervivencia de lo poco o mucho que pueda hacer con las
palabras
> lo mejor va a ser decir
> gracias xxxxxxxxx por pensar en mi
> pero como bartebil
> digo
> «preferiria no hacerlo»
III
El otro momento que quería contar en esta columna, es sólo eso, un momento en que fui feliz por un instante y que lo intenté poner en palabras a la salida de mi laburo en un cyber y se lo mandé a Mondonguito, a mi querida amiga el Duende Japonés y algunos pocos amigos más.
hoy en la panaderia concine pan despues de meses de no cocinar
y senti una emocion y exitacion  imposible de explicar
te cuento como lo cocino
el carro tiene 13 bandejas
cada bandeja tiene 6 filas en las que van 5 panes
el horno tiene que estar a 240 grados
cuando llega a esta temperatura
y el pan esta a punto
es decir hinchado pero cuando lo tocas la masa esta elastica
vos lo precionas y el pan esta elastico
bien
ahi
sacas una a una la bandeja
esto lo tenes que hacer muy rapido
porque una ves que cortas el pan se cae muy rapido
bien
sacas las bandejas
una por una
y con una yile le haces un corte al pan
que segun como biene le tenes que hacer un corte superficial o profundo
una ves que cortaste todo el carro
apagas el horno
y mandas el carro
serras la puerta
y le hechas vapor
despues prendes el horno
que por el vapor baja a 200 grados
lo dejas 10 minutos
– siepre es promedio lo que cuento, porque el pan nunca biene igual-
ahi abris el tiraje
y bajas la temperatura a 180 grados
durante otros 10 minutos
entonces ahi
proque el horno no anda del todo bien
un horno rotativo marca pastor
las dos bandejas de arriba que estan mas blancas
las pones abajo y subis las de abajo que estan mas doradas
ahi
dejamos 5 minutos
y entonces
bajo la temperatura a 150 grados
con la puerta del horno abierta
y ya esta
tenes un carro de pan
listo para comer
eso hice hoy despues de meses y me gusto
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice “no”. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”?
Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado” “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vais demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, este “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho mas allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…” . La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no. Afirma, al mismo tiempo que la frontera, todo lo que sospecha y quiere conservar más acá de la frontera. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que “vale la pena de…” , que exige vigilancia. De cierta manera opone al orden que le oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.”
El hombre rebelde, Albert Camus.
(2)Tampoco quiero hacer un elogio del trabajo “noble”, “digno”. No trabajo porque me gusta sino porque soy pobre. En todo caso soy “el trabajador” jüngeriano o el “gil trabajador” de Hermética. Y no es la primera vez que rechazo un “buen laburo”. Durante esos años terribles que fueron los del gobierno de De la Rúa, el país indefectiblemente iba en caída libre y yo con él. Y un amigo, al que llamaré Mandarina –Mandarina lo llamaré, porque es peronista y se me ocurre que la mandarina es una fruta grasa–, rosqueó hasta conseguirme laburo dentro de uno de los tantos aparatos peronachos. El laburo estaba piola, ganaba bien y tenía perspectivas de ganar más, mucho más. Pero a los dos meses de trabajar ahí, no le hacía caso en nada a mi amigo Mandarina, me daba vergüenza decir donde trabajaba y me sentía básicamente para el orto. Así que un día del verano del 2002 le escribí una carta a mi amigo Mandarina, explicándole que yo no podía laburar ahí, que le agradecía su gesto, que estaría siempre en deuda con él, que lo quería, que era una decisión personal y que no lo estaba juzgando por laburar él ahí, y me fui a mi casa, sin perspectivas de conseguir laburo y con un país incendiado, sin futuro, pero después de renunciar volví a poder mirarme en el espejo sin sentir vergüenza de mí misma.
(3)Los mails que reproduzco acá aparecen tal cual los escribí –con la salvedad de que quité algunos nombres propios-, llenos de faltas de ortografía. Para mí la ortografía, la sintaxis y la gramática son algo tan misterioso e insondable como el nombre de Dios, que los cabalistas buscaron infructuosamente. Si mis columnas aparecen sin faltas de ortografía ni errores gramaticales ni sintácticos es gracias a los sufridos correctores de la revista. Alguna vez propuse que mi columna apareciera bilingüe, es decir, publicar mi columna tal cual la mando a la revista –sin siquiera el corrector de Word- y la corregida, pero me sacaron corriendo.
(XII-bis)
(elinterpretador, número 22, enero 2006)
«Será que me reprocho, no el hecho de haber cedido demasiado pronto, sino de luchar tanto y tan duramente contra algo que solamente yo puedo ver. O me lamento por astillarme una y otra vez mientras las palabras se convierten en líquido.»
                                                                            Marguerite Duras.
«Tenía la impresión de que ya todo lo había vivido a pesar de no poder decir en qué momento. Y al mismo tiempo su vida entera parecía resumirse en un pequeño gesto hacia delante, una ligera audacia y después un retroceso suave, sin dolor, y ningún camino hacia dónde dirigirse – sin posarse bien en el suelo, suspendida en la atmósfera casi sin comodidad, casi confortablemente, con la cansada languidez que precede al sueño –. Sin embargo a su alrededor las cosas se vivían a veces tan violentas.»
Esta cita, de Clarice Lispector, me la regaló, El Duende Japonés, en uno de
esos mails increíbles que a veces cruzamos.
«…las lágrimas negras que inician las palabras.»
Silvio Mattoni, Carta.
“Filigranati echó un rápido vistazo a su amigo y luego continuó:
– No temas. He renunciado a mi locura, a la necrofilia y al pato mandarín. Mi problema es otro. Tiene que ver con la realidad. Estoy viejo y estoy solo. En este momento veo signos de interrogación hacia toda la rosa de los vientos.
– Como decían las viejitas de nuestro amado Camilo Aldao: “Mientras hay vida hay esperanzas”.
Pero en el acto se arrepintió de haberlo dicho. El otro no lo escuchaba y no iba a poder sacarlo de ese sitio con una frase convencional. Así que agrego:
– No te preocupes. La vida es más rica de lo que uno supone. A veces más de lo que la gente se merece.
– Eso espero. Porque no es posible que toda una vida dedicada a la autopurificación sea al pedo. Me costo mucho humanizarme ¿sabias?
– Claro que lo sé.
– El problema con la gente no es aquello de “humano, demasiado humano”. Más bien sería: inhumano, demasiado inhumano. Yo no me lo voy a permitir. Bajé al submundo, como Orfeo. Pero no coincido con él en su odio a las bacantes. Más bien al contrario.
– Por supuesto. Debemos tener la más firme confianza en la victoria final. Aun si todo dijese que no.
– Sí. Un trabajo de todos los días. La confianza.”
Alberto Laiseca, Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati.
…Noche: cuando ya no importe, qué será, de estas palabras, que son, restos, de estos días, tristes, con sabor a nada, que se queman, de forma dócil y boba, como papeles viejos. Afuera insisten con los petardos y los fuegos artificiales. Es navidad.
Estoy triste. Y cuando estoy triste pienso mal, escribo peor, me cuesta leer, duermo poco y ando todo el día como una zombi, fumo como un escuerzo – en los últimos meses pasé de fumar un atado y pico a fumar dos y hasta tres atados y pico –. Así estoy, amarga y agria como la cocaína que se le vende a la gilada. Me miro en el espejo cuando me levanto a las seis menos cuarto de la mañana y me descubro vieja, fea, sucia y tonta. Y me pesa el cuerpo como si estuviera soportando sobre mis espaldas una bolsa de harina de cincuenta kilos.
Estoy triste. ¿Qué hace una chica de letras cuando está triste? ¿Toma antidepresivos? ¿Agarra la extensión de la tarjeta de crédito del viejo y se la revienta en el Alto Palermo? ¿Se pone a leer a Barthes? ¿Abre un blog y cuenta lo triste que está? ¿Sale noche por medio a endrogarse y emborracharse y cogerse a cuanta bragueta se cruce en su camino? ¿Busca un analista con el cual trabajar esa tristeza de la cual no puede dar cuentas y que seguramente al cabo de unas pocas sesiones éste le recomendara que se compre un perrito? ¿Proyecta unas vacaciones con sus «amigas» del alma al Cuzco o Europa donde dejará atrás su tristeza y volverá siendo otra: una mujer nueva? ¿Asalta la heladera compulsivamente para llenar ese vacío con sabor a nada que le desquicia la mirada? ¿Se plantea seriamente terminar la carrera? ¿Se le despierta el óvulo loco y no hay Dios ni catástrofe natural o humana que le impida quedar embarazada? No sé. Qué se yo, qué hace, una chica de letras, cuando está triste. Supongo que lo que hacemos todas cuando estamos triste, no parar de hacer y decir pavadas.
Estoy triste. No se me cae una idea y debería llamarme a silencio, no escribir mi columna por un tiempo, pero si no escribo nada, quizá, todo sea peor. ¿Sobre qué debería escribir? No sé. Me cuesta creer en mis palabras, es como si esta tristeza me desautorizara como autora a escribir nada. Pero como mi columna, básicamente, se sostiene en un improbable e imposible yo, que remite a un otro, tan literario y ficcional, como el que leerá estas páginas, o como yo, que las escribo, y como acá no esta en juego ninguna verdad ni saber alguno, sino la posibilidad de contar algo, intentaré hablar sin saber muy bien de lo que hablo, de mi tristeza.
Estoy triste. Y estoy tentada de escribir: Nunca te diré como fui hundiéndome, día tras día…, si fuera capaz de empezar un cuento así… pero entonces sería escritora y no alguien que escribe palabras. Para mí esta es una diferencia obvia, la de que hay personas que son escritores y otras que escriben palabras, pero no hay más que escuchar a la gente que publica libros o escribe cuentos o lo que sea y te das cuenta que cualquiera se cree escritor por el solo hecho de juntar palabras. En fin, estoy triste, pero no quiero hablar de eso, pasemos a otro tema.
Estoy triste. Estar triste es un plomazo – estar triste, no deprimida, esa es harina de otro costal –, porque todo gira en torno a tu tristeza y el mundo es una condena a la deportación y te asqueás de hablar de eso que te pone triste y no podés dejar de dar vueltas en esa calesita endemoniada que gira enloquecida alimentada de palabras raras y absurdas que aceleran la marcha de tu ausencia y que afantasma todo lo que te rodea.
Estoy tan triste, ay, que cuando en la cuadra de la panadería suena en la radio un tema de Andrés Calamaro, me descubro tarareándolo con cierta emoción mal disimulada. Ahora se me pegaron dos temas de Calamaro, la cumbia que canta en el ultimo disco en vivo y también uno de la primera época que lo están pasando bastante en La Mega, ese que dice, pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso. Para mi amiga Fernanda esto debe ser un signo de mi tristeza sino no se puede explicar que yo ande por la vida tarareando canciones de Calamaro. Y para Dieguito Cousido una confesión que certifica que él tenía razón cuando una noche estábamos en la casa de Hernán hablando de cosas de chicas de letras. No sé cómo terminamos hablando de Calamaro, pero él lo defendía y yo lo atacaba. Y más, llegue a la siguiente conclusión: la culpa de que Calamaro y Fresán existan la tiene una serie norteamericana, es decir, Sallinger con El guardián en el centeno – novela estúpida si las hay –, Kerouac con su pelotazo inflado de novela mítica que es su aburridísimo En el camino, y las canciones del Pato Donald que no es otro que Bob Dylan. ¿Si Sallinger, Kerouac y Dylan nunca hubieran penetrado las napas de la cultura argentina qué hubiera sido de Calamaro y Fresán?
Estoy triste. Triste como un lagarto del conurbano bonaerense que se hunde en el fondo del pantano para intentar cambiar de piel y en su delirio sueña que fuera del pantano hay algo así como personas que son felices solo por no ser él – ya les dije que no se me cae una idea, y claro, obvio, esto es Pessoa, Pessoa sin la belleza de sus palabras.
Una cosa desagradable que me pasa cuando estoy triste es que me vuelvo más pobre de lo que soy y un resentimiento de clase horrible me atraviesa el alma. Voy a contar solo un ejemplo. Hace unas semanas atrás una chica de letras se casó y otra chica se encargó de juntar la plata para el regalo de bodas, cincuenta pesos por cabeza. Yo al leer el mail sentí: ¡cincuenta pesos! yo necesito más que ella esa plata, no, loca, yo no pongo un mango, si a ella se le ocurre casarse yo qué culpa tengo. ¿Se entiende? No importa que la lógica de mi pensamiento fuese verdadera o falsa, lo cierto es que lo que sentí es algo mezquino y feo, porque yo a esa amiga la quiero y cincuenta pesos no me hacen ni más ni menos pobre, porque cuando sos pobre sos pobre, es tautológica la pobreza y el asenso social un mito del siglo pasado… supongo que acá hay algo de la idea de gasto relacionada con la plata que me hizo cortocircuito y sacó lo peor de mí, pero no sé, tendría que penar y leer más sobre el tema para decir algo más que esto.
Cuando estoy triste también imagino que me tengo que ir lejos. Escapar a otra ciudad, a otro país. Entonces saco mi pasaporte alemán y me doy cuenta que el problema no esta ahí, que el problema soy yo. Aparte qué voy a ir a hacer a Alemania si no sé el idioma. Mi abuela paterna, que era polaca lo manejaba muy bien, pero nunca me lo trasmitió. Lo hablaba con mi tía Marta cuando no quería que oyéramos nosotros, mis primos y yo, de lo que estaban hablando ellas. Ahí estuviste mal abuela, tendrías que habernos enseñado a hablar tu lengua. De hecho cuando saque la nacionalidad alemana mi idea no era irme a Alemania ni nada, solo quería dos cosas, ver la forma de sacarle plata a los alemanes y que me enseñasen gratis el idioma. Claro está que no conseguí ni una cosa ni la otra. Quizás sea por eso que me cuesta tanto leer filosofía y literatura alemana, porque la abuela no me enseñó de chiquita esa lengua. Leer a los alemanes es algo que me cuesta horrores. Una puede saltearse a la literatura alemana y suplantar ese hueco con otras sin grandes problemas. Pero si a una le interesa la filosofía, cómo hace para saltearse a los filósofos alemanes. Es todo un problema, o en todo caso, para mí es un problema. De hecho los otros días termine de leer un libro de Peter Sloterdijk, El mundo como extrañamiento, y no entendí nada. No es que no lo pudiera seguir, pero cuando quería entrar en lo que me estaba diciendo rebotaba como loca. Lo mismo me pasa con Hegel, Kant, Nietzsche, Benjamin, Adorno o Heidegger. Ahora, cuando leo a otros filósofos o ensayistas, pongamos por caso, argentinos o franceses, hablando de ellos, no me cuesta entrar, los puedo seguir y no voy a decir que los entiendo – aunque el problema nunca esta en entender o dejar de entender un texto, sino en poder dialogar con él – pero algo de ellos me queda.
Estoy triste. Y cuando una esta triste todo parece más triste de lo que es, en primer lugar eso que una imagina que es su vida. Entonces te encerrás en tu casa porque no aguantás a nadie, pero ahí descubrís que estás sola con vos misma y tu tristeza y te resulta inaguantable, y salís y vas a reuniones y fiestas y tampoco resulta, porque ahí estás sola con vos misma y tu tristeza y el lugar y las personas que te rodean acentúan tu desasosiego.
Estoy triste. Y la tristeza hace de mi cuerpo algo torpe y pesado. Bueno, de mi cabeza no tengo que decirles nada, si leyeron hasta acá ya saben que hace la tristeza con ella: lo mismo que hace una carie cuando llega al nervio de una muela. El único momento que logro poner a la tristeza a raya es cuando hago gimnasia. Hace cuatro años que hago gimnasia. Empecé en octubre del 2001, estaba hecha mierda y no podía hacer nada sin sentir que el corazón me iba a explotar. Pero siempre me pareció estúpido eso de hacer gimnasia. Y recordé algo que leí no se dónde que decía que Nietzsche para poder pensar caminaba doce horas por día. Me agarré de eso y empecé a hacer gimnasia, primero en el baño, antes de bañarme, enlongaba un poco, hacía un par de flexiones y al borde de la asfixia y roja cardíaca me metía en la ducha. Juro que esto es verdad. Después de unas semanas tomé valor y empecé a hacer gimnasia en el comedor de casa. Lo que hago hoy son 4 veces por semana glúteos, cuádriceps, abdominales, y troto 40 minutos – veinticinco con unas pesitas de dos kilos y 15 minutos boxeando con mi sombra en la pared – en un espacio que debe tener unos 3 metros de ancho por 6 de largo. A veces cuando hago gimnasia me olvido de mí y mi tristeza y soy feliz. Lo que más me gusta es hacer gimnasia a la tardecita. Bajo la persiana del comedor que da a la calle, pero dejando la ventana abierta. Y toda la luz que entra es por un vidrio amarillo que esta sobre la puerta que está al lado de la ventana que da a la calle. La luz que entra por ese vidrio vuelve a toda la habitación de un color sepia. Entonces pongo la radio a todo volumen y me pongo a hacer gimnasia. Y a medida que la noche va cayendo el color sepia va desapareciendo y gradualmente la habitación se va oscureciendo. Ese es el mejor momento. Cuando las sombras lo están cubriendo todo y yo estoy trotando y las sombras de la habitación y mi sombra en la pared se confunden en una sola y me muevo al ritmo de la música que sale por la radio y por un momento soy todo movimiento y me olvido que hay algo más que ese movimiento que por efectos de la luz ausentan del espacio a mi mente y mi cuerpo.
Tristeza nâo tem fim. Es como el rasgueo de las guitarras del trío Los Panchos con María Marta Serralima cantando un bolero de Manzanero. Algo así ¿cómo explicarlo?
Estoy fuera de foco. Soy triste y estoy triste, es un exceso, algo de mal gusto, como un sanguche con salame y cantimpalo y fiambrín y mortadela, algo incomible.
Estoy triste. No por las fiestas, en todo caso, las fiestas, son para mí, un mal momento, como tantos que hay que pasar y resignarse a su insistente recurrencia. ¿En qué momento las fiestas de fin de año dejaron de ser algo que esperaba con alegría? Supongo que cuando deje de ser una nena. ¿Y qué recuerdo de esa época? Poco y nada. Que nos compraban malta a los chicos, las frutillas con crema, que Papa Noel nunca nos traía lo que le pedíamos, la mesa en el patio de la casa de abuela, debajo de la parra, la abuela y sus increíbles y hermosos ojos claros, mucha comida, los chasquibun y las estrellitas, salir a la vereda a jugar con mis hermanas y mis primos después de las doce, y no mucho más.
Estoy triste. Y cuando estoy triste no me drogo, porque me pega mal. Tampoco, es que soy, guachi guau, la endrogada que inventan periodistas perversos para alimentar el sueño paranoico de vecinas caretas, que tira las jeringas en los areneros donde inocentes niñitos juegan, no, nada que ver, simplemente, «como todo el mundo» de vez en cuando consumo alguna que otra cosa. Aparte, cuando estoy triste, estoy más mambeada que cuando estoy hasta las tetas de lo que sea. Y tampoco me puedo emborrachar. Porque me encierro en casa y soy de las que no puede emborracharse sola, necesito alguien con quien beber. Pero cuando estoy triste y encuentro alguien con quien emborracharme tomo dos vasos de cualquier cosa y me da sueño y un hastío de muerte lo cubre todo. En fin, cuando estoy triste, no hay drogas ni alcohol, solo mi cara de judía triste, que hace cola, esperando, en la cuadra del Lager, con su plato y su cuchara en la mano, a que le sirvan su potaje. Así estoy, cero humor, cero ironía, pura tragedia. Pero mi personaje trágico se parece mas al de las novelas de la tarde que al de los personajes de Sófocles y Shakespeare.
Estoy triste. Y cuando estoy triste leo a Pessoa. Leo el Libro del desasosiego. Eso me calma, es mi cable a tierra. Leo, por ejemplo… a ver, abro al azar y copio:
«Nunca amamos a nadie. Amamos, tan sólo, la idea que nos hacemos de alguien. Es a un concepto nuestro – a nosotros mismos, en suma – a quienes amamos.
Esto es verdad en toda la escala del amor. En el amor sexual buscamos un placer nuestro, alcanzando por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor que no es sexual, buscamos nuestro placer mediante una idea nuestra también. El onanista es abyecto, pero, en rigor de verdad, es la perfecta expresión lógica del enamorado. Es el único que no se oculta lo que le pasa, por eso no se engaña.
Las relaciones entre un alma y otra, a través de cosas tan inciertas y divergentes como las palabras comunes y los gestos habituales, son materia de extraña complejidad. En el mismo acto en que nos conocemos, nos desconocemos. Dicen los dos «te amo» o lo piensan o bien lo sienten al intercambiar, y cada uno quiere expresar una idea diferente, una vida diferente, hasta, incluso, un color o un aroma diferente, en la suma abstracta de impresiones que constituye la actividad del alma.
Hoy estoy lúcido como si no existiese. Mi pensamiento está en claro como un esqueleto por fin liberado de los trapos carnales de la ilusión de expresar. Y estas consideraciones, a las que doy forma y luego abandono, no nacieron de nada – de nada, por lo menos, que este en el escenario de mi conciencia. Quizá sí de una desilusión similar a la del lustrabotas de la plaza con la muchachita que tenía, tal vez, leída alguna frase en los dramas amorosos que los diarios locales transcriben de los periódicos extranjeros; o bien, tal vez de una vaga náusea que traigo conmigo y no pude expulsar físicamente…
Dijo mal el escoliasta de Virgilio. Es del hecho de comprender que sobre todo nos cansamos. Vivir es no pensar.»
Todo el libro es así, 511 paginas, que no me canso de leer, y cuando estoy triste, como ahora, son el oxígeno que mi alma necesita para no sucumbir frente a la falta de confianza derivada de mi tristeza.
Estoy triste. Y mientras escribo esta columna, de repente, se me viene a la mente, la imagen de la conchuda de mi prima leyendo todo esto con una sonrisa irónica, mientras piensa: qué hija de puta, goza como una perra con su tristeza.
Estoy triste. ¿Cuántas veces voy a tener que escribir que estoy triste para lograr quitarle el filo a esta tristeza que por momentos adquiere el frío asesino de un cuchillo Tramontina acariciándome la garganta?
Estoy triste. Ya sé, ya sé, estoy mariconeando, lo sé; lo que sucede es que las chicas que nacimos bajo el signo de pisis somos extremadamente sensibles, inestables, inseguras; qué se le va hacer, cada una carga con el signo zodiacal que le ha tocado en suerte.
En fin, no te diré nunca cómo fui hundiéndome, día tras día, en esta tristeza. Estoy triste. Pero, mejor, pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso. Son casi las seis de la mañana, los pajaritos cantan y no quiero terminar esta columna de forma tan patética – porque sé que todo lo que escribí es patético, pero bueno, las chicas de letras a veces nos ponemos tristes y escribimos boludeces, y, después de todo, no está mal poner en evidencia cómo patina una en el vacío cuando lo único que tiene que decir es que está triste y llena esa tristeza con palabras inútiles –, por eso, para levantar un poco este mamarracho, quiero dejarles dos cuentos de Roberto Fontanarrosa, que me bajé los otros días de Internet, como regalo de navidad, el primero, y como regalo de reyes, el segundo. Espero que les gusten. Seguro que a las chicas de letras más duras – no confundir con Duras – dirán que no entiendo nada de literatura. A eso podría responder diciendo que tienen razón, no la entiendo ni la quiero entender. Lo que sí me duele es no ser una buena narradora. Pero bueno, por lo menos lo sé, ya es algo, es más de lo que saben tanto boludo y boluda sueltos que anda por ahí con un cartel de Escritor… como decía Ezequiel Martínez Estrada, acá los delincuentes se hacen escritores y los escritores se hacen delincuentes.
Roberto Fontanarrosa
Medieval times
No, dejame explicarte. No porque me haya ido a los Estados Unidos quiere decir que ande derecho. Quiero aclarártelo bien porque vos bien sabés que yo nunca cagué a nadie. Ahora, si vos me das quince minutos te explico bien qué fue lo que me pasó porque te juro que si alguien te lo cuenta no se lo podés creer. Solamente a mí me pasan este tipo de cosas, será porque soy un pelotudo o porque soy de esa clase de tipos que no se la bancan ¿me entendés? Hay otra gente que se queda más en el molde y se aguanta lo que le tiren pero yo en ese aspecto, no sé si para bien o para mal, siempre fui medio retobado, ¿me explico? Pero lo que quiero es dejar la cosa bien clarita con vos como para que entiendas como viene la mano y que no estoy tratando, de ninguna manera, de pasarte. Es verdad que yo me fui a los Estados Unidos, es verdad. Yo te admito que habíamos quedado en vernos el 14 de febrero y yo me piré y no te avisé absolutamente nada. Pero no te avisé porque no tuve tiempo y vos sabés como es el Pancho. Dijo «vamos, vamos» y a mí me pareció interesante la mano y agarré viaje. En parte también para ver si se enderezaba la cosa y empezaba a verle las patas a la sota de una buena vez por todas. Porque yo fui a laburar a los Estados Unidos, Horacio, fui a poner la giba, no me fui de joda como es posible que te hayan batido por ahí. El Pancho y Rulo –porque el Rulo también fue– hace como cuatro años que hacen este tipo de viajes a Miami a comprar pilchas para las vaquerías y han hecho su buena diferencia. Y vos lo sabés bien, Horacio, a mí se me estaba cayendo el negocio, especialmente después del quilombo con la negra. Entonces agarré, junté los pocos pesos que tenía, y me fui con Pancho y el Rulo, no solo para ver el asunto de los vaqueros –porque el mercado del jean ya esta un poco emputecido– sino también lo de los muñecos de peluche, que allá están a un precio que es joda, verdadera joda, y son unos muñecos con una confección de la puta madre y que acá los fabricantes no pueden competir en precios ni que se caguen. Porque allá los yankis, vos viste como son estos hijos de puta, ahora han encontrado el yeite de hacer laburar a los amarillos. Vos agarrás las pilchas, los artefactos, los juguetes y son todos de Taiwán, Corea, Singapur, de todos esos lugares donde al obrero lo tienen bajo un régimen de explotación esclavista y lo hacen laburar día y noche por una taza de arroz. Porque los hacen laburar por una taza de arroz a esos tipos. Eso, cuando no hacen laburar a los que están en la cárcel, te juro, para mantenerlos ocupados, y no les pagan un carajo. ¡Los famosos Tigres del Pacífico! Se los han recogido bien recogidos a los tigres del Pacífico. Estos yankis si no te cagan militarmente te cagan con el comercio. La cuestión es que me interesaban también los ositos de peluche porque si la cosa sigue así con la vaquería yo no me hago mucho drama y largo a la mierda. A otra cosa. Pongo un salón de ventas, lo lleno de pelotudeces y a otra cosa mariposa. Traje de esos bichos de felpa, una belleza te juro ¿Qué edad tiene tu pibe? No, tu pibe ya está grande pero te digo que a los pendejos les vuelan el bocho esos muñecos. Hasta pescados de peluche te hacen los hijos de puta. Vos nunca te hubieras imaginado un pescado peludo pero los guachos lo hacen y no quedan nada mal, mirá lo que te digo. Me fui Horacio, entonces ¿qué iba a hacer? Vos no sabés el quilombo que yo tenía aquí, pero me fuí. Bah, vos sí lo sabías. Así que no tenía otra. No tenía otra. Muy bien, llegamos a Miami y ahí empezamos a entrevistarnos con distintos tipos. Bien los tipos, bien. Cubanos casi todos. Una suerte, te digo, porque el Pancho y el Rulo no hablan un sorete de inglés. Que yo antes me preguntaba ¿cómo hacen estos monos para entenderse en una charla de negocios si no saben un joraca de inglés? Pero, bueno, allá son todos cubanos y la cosa se hace más fácil. Más fácil es un decir. Rápidos los cubanos. El más boludo se coge un avestruz al trote. No te creas que han hecho la guita por infelices. Me decían que el poderío actual de todo Miami es gracias a estos cubanos, cosa que yo no podía creer, gusanos de mierda, que se rajaron todos huyendo de la revolución y llegaron con el culo a cuatro manos hasta Miami, sin un puto mango. Porque yo pregunté si habían llegado con guita y me dijeron que no. Que Fidel no les dio tiempo ni para llevarse un calzoncillo, mirá lo que te digo. Y sin embargo los ñatos, los que habían sido multimillonarios en Cuba a los 20 años, veinte años después ya habían recuperado esa fortuna en Miami. Mirá vos los tipos. Unas luces los cubanos. Charlamos un poco con ellos a pesar del asco que me daban esos gusanos, y se nos quedó colgada una entrevista con un pesado de las pilcherías, un tal Ajubel, me acuerdo, para tres días después. Teníamos tres días al pedo entonces. Y va el Pancho, que tiene un petardo en el culo vos lo conocés: no hay Dios que lo haga quedar más de dos minutos en un mismo lugar y se le ocurre ir a Disneylandia. ¡A Disneylandia, fijate vos! Que no había ido nunca, que para qué mierda nos íbamos a quedar en Miami y todo eso, empezó a romper las pelotas. Y el Rulo se anotó. También con lo mismo. Yo no quería ir ni en pedo. Y te lo digo porque sin duda ya habrá habido alguno que te haya venido con el cuento de que yo me piré a Disneylandia en onda bacán y todo ese verso. Yo fuí porque aquellos dos se encajetaron con eso y si no yo me iba a tener que quedar como un pelotudo en Miami, solito mi alma, mirando los canales para latinos. ¡Yo me quería ir para Las Vegas, querido! De haber tenido guita y tiempo, yo me hubiera ido para Las Vegas ¡Qué te parece! Ninguna duda. Me dijeron que estaba en pedo, que Las Vegas estaba en la loma del orto, que el avión, que el tiempo, que las pelotas de Mahoma, en fin… Nos fuimos a Orlando. El Pancho alquiló un auto, porque le encanta manejar, y nos fuimos para Disneylandia. Te juro, no sé si no era mas lejos que Las Vegas. Es lejísimo eso. Yo escuchaba siempre hablar de Disneylandia, de Miami, de la península de Florida, y me creía que estaba ahí nomás. Como si vos cazás el auto acá en Rosario y te vas hasta Roldán, o a San Lorenzo, una cosa así. Santa Fe , por decirte mucho. Los otros dos boludos encantados. Que la ruta, que el coche, que la señalización, que las hamburguesas… Te la hago corta. Llegamos a Orlando, nos metimos en un hotel cerca de los parques (porque son como parques eso), y nos fuimos el primer día a Disneylandia… A las cuatro horas de caminar, te juro, yo ya tenía las pelotas por el suelo. Lo llegaba a encontrar a Mickey y lo cagaba a trompadas, te lo juro. Gente grande, jugando a esas cosas, haciendo colas para ver la Cueva de los Piratas. Pelotudos grandotes en pantaloncito corto, tomando helados. Arabes, iraníes, con una cara de turcos que asustaba, musulmanes, mi viejo, fundamentalistas que vos pensabas que estarían ahí para ponerle una bomba a la Mansión de los Fantasmas, comiendo pororó y esperando como corderos para meterse en esas lanchitas donde te ataca el tiburón. Una cosa de locos, demencial, te lo juro. Una cagada. Tenía razón el mejicano que manejaba la combi que nos llevó hasta Magic Kingdom, –ellos le llaman Magic Kingdom a Disneylandia– y te llevan desde el hotel en una combi. El mejicano, Luis se llamaba, un facho hijo de mil putas, nos decía, «Son retardados los yankis, retrasados mentales. Les gustan todas estas cosas, se enloquecen con estos juegos. Retardados mentales, señor» nos decía. Aunque él, te digo, yo no sé si se las quería tirar del reivindicador de Latinoamérica, del gran revolucionario, de Emiliano Zapata o qué. Por ahí como nos veía argentinos y sabía que nosotros siempre hemos pensado que a los mejicanos los yankis se los han vivido recogiendo –como cuando le chorrearon Texas– se las quería tirar de vengador de los pobres, de algo así. «Yo tuve como cuarenta de estos yankis a mi cargo, señor» nos decía , porque había laburado en una empresa de transportes. «Y los trataba mal, mal los trataba. No; son retardados. Imbéciles, drogadictos». Pero bien que el hijo de puta no solo vivía en los Estados Unidos, sino que se había comprado una casa para cuando se jubilara –«el retiro» le decía él– y se la había comprado ahí , en la costa de Florida, nos contaba. Mejicano piojoso. Los otros le mataban el hambre y éste se la tiraba de revolucionario. Y en esa combi que viajamos a Disney fue con nosotros también una venezolana, que justo se sienta al lado mío. Te digo que la venezolana era un cuatro, a lo sumo un cinco. Del uno al diez era un cinco, digamos, siendo generosos. Te juro que acá esa mina no me tocaba el culo ni con un palo, pero allá, ¿viste? la soledad te lleva a hacerte un poco el pelotudo. La venezolana, Leonor creo que se llamaba, andaba sola y como nosotros, también le habían quedado un par de días sandwich por negocios. Justo vuelve en la misma combi con nosotros y ahí retomamos el chamuye. Y al día siguiente, a la mañana, la volvemos a encontrar para el desayuno. Una casualidad de aquellas, porque son unos hoteles de la gran puta que siempre están llenos de gente. Pero la encuentro. Pancho y el Rulo de nuevo para Magic Kingdom, mejor dicho para Epcot, que me decían que era más interesante, más para intelectuales, me cargaban. Yo los mandé a la concha de su madre, les dije que se fueran solos, que a mí no me agarraban más. Aparte tenía los pies que eran dos albóndigas de tanto patear el día anterior en Disneylandia. Me quedé en el telo pero arreglé con la venezolana de salir juntos a cenar esa noche. Te repito que la venezolana no me movía un pelo pero, en parte, también quería un poco refregársela por la jeta a los otros dos boludos que andaban babosos con «Regreso al Futuro», «La Montaña Espacial» y me venían a hablar maravillas de la tecnología y del Primer Mundo. Que si eso es el Primer Mundo mejor que nos cortemos las bolas y se las tiremos a los chanchos. Un poco decirles, «Loco, ustedes sigan sacándose fotos con Minnie y el Perro Pluto que yo me voy de conga con una mina. En una de esas hasta me echo un fierro y que después me la vengan a contar de la Montaña Rusa» Porque vos sabés bien, Horacio –y en eso somos todos parecidos– que yo puedo decirte que la venezolana no me movía un pelo, pero que si la mina me daba bola –y me daba bola– a eso de las doce de la noche (porque allá es todo más temprano) con un par de cervezas de más yo soy capaz de voltearme a esa venezolana y si me quedo más de tres días hasta en una de esas me lo pincho al mejicano hijo de mil putas y todo, vos lo sabés. La encuentro a la venezolana a la noche y me dice, muy animada, que incluso ya me había preparado un programa. Que íbamos a ir a Medieval Times, que ya había reservado mesa, contratado el transporte y que ella me invitaba. Ahí me dí cuenta que me quería bajar la caña, pero me hice bien el boludo. Un duro, ¿viste? Tipo Clint Eastwood. Le pregunté, como te preguntarías vos, como se preguntaría cualquiera, qué era eso de Medieval Times. Me dijo que era un restaurante que, mientras vos morfás, hay un espectáculo medieval, de esos con caballeros, que hacen duelos con lanzas. ¿Te acordás Horacio de aquella película «Ivanhoe», que hacían esas justas medievales, a caballo, con escudos y lanzas, que el que lo tiraba al otro a la mierda del caballo ganaba?. Bueno, de eso, me dice. «Cagamos» pensé. Yo que imaginaba, no te digo en un Mc Donald, pero una cosita modesta, algún boliche italiano que los hay, donde comer alguna pasta. Incluso una pizza, un vaso de vino. Yo hacía cuatro días que estaba en Miami y ya extrañaba la comida. Mirá que boludo. Parece mentira pero es así. Y esta mina me salía con eso. Comer mientras se ve un espectáculo de caballeros con armadura, que se cagan a espadazos. Te juro que estuve a punto de decirle que no, que no iba, que se metiera en el orto las invitaciones y las reservas. Pero estaba al pedo, tenía hambre y ya me había quedado desenganchado de los muchachos. Ellos no iban a llegar al hotel hasta tarde y además iban a venir destrozados, como yo volví el día anterior, después de caminar más de ocho horas como unos pelotudos por todo Epcot. Ir solo a comer no me convenía porque con un solo año de inglés en la Cultural –cuando yo tenía siete– no me alcanzaba ni para pedir la sal en un boliche. Y allí en Orlando no es como en Miami que todo el mundo la parla en castellano. Allá la cagaste, hermano. Algo de inglés tenés que manejar y esta venezolana me había dicho que ella lo hablaba perfectamente porque había trabajado en Maracaibo en una compañía petrolera de los yankis. Sabes que los yankis se han cogido bien recogidos a los venezolanos, entre otros muchos, con el verso de la privatización del petróleo y todo eso. Así que me fui con la mina. Por supuesto, de nuevo el chofer de la combie era el gordo Luis. Y otra vez con lo mismo. Ya no conmigo, sino con una pareja de españoles que iban con nosotros. «Retrasados mentales, señor, idiotas, ladrones también» y decía, refiriéndose a eso del Medieval Times: «Está bien, sí, muy bonito» con un tono ¿cómo te diría? despectivo, «Como para venir una sola vez, por supuesto. Usted lo ve una vez y ya está bien, señor». Medio medio ya como tratándonos como infradotados por ir a ver ese espectáculo. Como diciendo: «¡Gente grande viniendo a ver estas pelotudeces!». Te juro que me dio bronca, ya me hinchó las bolas el mejicano. Tanto, te juro, que me predispuso bien con el espectáculo. ¿Viste?. De contrera nomás. Yo soy así, por eso me pasan las cosas que me pasan. Dije: «Este mejicano esta hablando al pedo. No hay verga que le venga bien» Y entré contento al boliche, entré bien, de buen ánimo… ¡Para qué! Dios querido… ¡Para qué! Tenía razón el hombre. Primero te cuento que es un lugar inmenso, que quiere imitar a un castillo, por la parte de afuera. Entrás por arriba de un puente levadizo y te metés a una especie de sala de espera, enorme, muy grande. Adentro, para mí que quería una cena íntima, ya había como mil personas. Pero no te lo digo en un sentido figurado. Había como mil personas, no menos. Pero antes, antes de entrar –cuando te piden la reserva, las entradas y esas cosas– ahí una minita vestida de la Edad Media, te entrega un corona. Una corona berreta de esas de cartón que se usan para los cumpleaños de los pendejos, ¿viste? De algún color. Verde, o azul, o rojo. A nosotros nos tocó una a cuadritos blanca y negra. Y nos indicaron que nos las pusiéramos. Ahí yo ya agarré para la mierda. ¿Viste cuando uno empieza a sentir como una calentura que se sube desde el estómago hacia la cabeza? Una cosa así empecé a sentir yo. La venezolana se puso la corona lo más campante y me pidió que yo hiciera lo mismo. Y yo no le dí ni cinco de pelota. Hasta ese momento trataba de ser más o menos cordial, trataba de no darme máquina porque yo me conozco. Además, no quería dejarla para la mierda a esta pobre mina –que era buenita te cuento– porque ella me había invitado y hacía todo con la mejor buena voluntad. Lo que pasa es que los venezolanos son unos colonizados y yo no sé porqué, pero les caben todas esas payasadas que hacen los yankis. Pero te juro que eso era una reverenda payasada. Eso de que te reciban en un boliche y te den una coronita de cartón pintado para que te la pongas. Y no era la Cantina del Lolo, que uno va con globos a bailar la tarantela. No. Eso pretendía ser un lugar bacán, un boliche de primera. Agarré la corona y me la metí debajo del brazo, por no desentonar y tirarla ahí mismo al carajo. Después la máxima: antes de pasar a la sala te recibe un tipo vestido de rey ¡de rey, mi viejo! Con capa, corona dorada, barba, espada, y tenés que sacarte una foto con él. Bah, te ofrecen sacarte una foto con él, casi que te obligan, porque si no no pasás. Segunda payasada de la noche. No solo te tenés que poner una corona como un pelotudo sino que tenés que sacarte una foto con esa corona y con un tipo disfrazado de monarca, cosa de que quede un testimonio gráfico para las generaciones futuras y que después los muchachos del barrio se caguen de risa del pelotudo que viajó a Miami. Para colmo, yo no tuve reacción para mandarlo al monarca a la concha de su madre. Me quedé como un pelotudo al lado de él y me escracharon en la foto. Porque es todo tan rápido, chas, chas y a la lona. Y eso, el no haber podido reaccionar, me dio más bronca todavía. Por suerte, no salí con la coronita puesta –al menos defendí ese pedacito de mi honor– salí con la corona debajo del brazo, como corresponde a alguien que no le da pelota a esas cosas. Arriba la venezolana, después ya en el salón, me cargaba. Me decía que había salido muy lindo y que le podría llevar esa foto a mis chicos. Me quería sacar la información la minita, muy bicha, sobre si yo estaba casado y esas cosas, pero yo tenía tal moto encima que ni siquiera le prestaba atención a la mina.
En la sala de espera, Horacio, te juro, toda la gente, las casi mil personas, con la coronita puesta. A los yankis les decís que se pongan un sorete en la cabeza y se lo ponen. Tipos grandes, viejos, gordos pelados, viejas chotas de lo más elegantes, con la coronita puesta. Y entonces, vino lo máximo. Lo que ya me sacó definitivamente de mis casillas y me dio bien por el forro de las pelotas. La minita que nos había recibido en la puerta del castillo le habla a la venezolana y le indica una cosa, que después la venezolana me transmite. A nosotros nos había tocado la corona blanca y negra y entonces teníamos que hinchar por el caballero Blanco y Negro. ¡Pero mirá vos, si serán pelotudos estos yankis!. ¡Mirá si se cagarán en la libre determinación de los pueblos! ¡No solo te obligan a ponerte una coronita ridícula sino que, además, te indicaban para quien tenías que hinchar en la pelea a espadazos! ¡Es algo inconcebible! ¡Tenías coronita blanca y negra y tenías que alentar al caballero Blanco y Negro! Es como si acá vos, por ejemplo, vas a un cuadrangular de fútbol-sala y no sos hincha de ninguno de los cuatro equipos. Bueno, muy bien, a los cinco minutos de verlos jugar, si se te cantan las pelotas, ya podés elegir a alguno de los equipos. Porque te gusta cómo la pisan, porque juega un tipo que es amigo tuyo, por el color de la camiseta, porque van perdiendo y te resultan simpáticos o por lo que puta fuere, querido, por lo que puta fuere. Pero decidís vos, elegís vos, vos solito. Te juro que yo, a esa altura, ya tenía un veneno, pero un veneno, que no le daba ni cinco de bola a la venezolana que creo que se estaba dando cuenta de que esa noche no me cogía. Aunque te cuento que yo, hasta ese momento, tragaba y tragaba. No te digo que sonreía pero trataba de no agarrar para la mierda y empezar a putearlos a todos en voz alta. Para colmo aparece el payaso del rey ése, el barbudo, y anuncia que nos preparáramos para pasar al lugar del espectáculo. En inglés, por supuesto, pero la venezolana me iba traduciendo. Que primero iban a pasar los de corona verde, después los de corona roja, y así hasta pasar todos. Y yo pensaba «¿Pero qué es esto? ¿El colegio? ¿Porqué no nos hacen formar fila y agarrarnos de las manos también?» ¡Y los yankis lo más contentos! ¡Todos iban pasando de acuerdo al color de las coronitas, saltando, cagándose de risa! ¡Como corderos, mi viejo! ¡Después te vienen con la exaltación del individualismo y todos esos versos! ¡Con John Wayne saludando solo desde el horizonte o Bruce Willis haciendo la suya a pesar de que el jefe de policía le ordena lo contrario! ¡Te juro que Bruce Willis va a Medieval Times y se pone la coronita colorada y grita para el caballero Colorado como cualquiera de esos otros pelotudos! ¡Si así los han llevado a Vietnam, a Corea, a la Segunda Guerra, querido! ¡Como corderos! Les dicen te damos una gorra y una escopeta y ellos felices, dale que va… ¡Uy cómo estaba yo, mi viejo! Envenenado estaba, te juro, envenenado. Entramos –cuando nos toco el turno– al salón del show, del espectáculo y donde presumiblemente teníamos que morfar. Mirá, es una especie de tinglado, largo, rectangular, enorme –no sé cuanto tendrá de largo– como si te dijera una cuadra por cuarenta metros de ancho. A lo largo, a los dos costados, las tribunas para la gente, que está dividida por sectores. Acá los rojos, acá los verdes, acá los azules, cosa de que no se mezclen las parcialidades. Porque si llegan a hacer lo mismo en la Argentina, al primer vino que nos tomamos ya estamos todos cagándonos a trompadas. Y son como graderías, donde vos estás sentado en una tribuna y adelante tenés una especie de mostradorcito, también todo a lo largo, como un pupitre continuo te diría, adonde te podes apoyar y adonde además te ponen las cosas para comer. Y todo bastante apretadito, pegado al lado tuyo nomás tenés la otra persona, el ñato que sigue. En una de las cabeceras, alto, hay una especie de palco, que es donde va el tipo disfrazado de rey, el barbudo que, además, es el que dirige la batuta y no para de hablar en toda la noche. Y por la otra cabecera entran los caballeros. Entre tribuna y tribuna, por supuesto, el piso, la pista, no sé cómo decirle, para los caballos. Que tiene una especie de arena, como en los circos. Y las luces, las banderas, esas trompetas que anuncian cuando llega el rey, o la reina. O cuando salen los tipos que se van a cagar a lanzazos, todo eso. Yo me dije «Bueno Carlitos, pará la mano, relajate y disfrutá. Tratá de pasarla lo mejor posible y bajate de la moto.» Porque por ahí, en una de esas, hasta me garchaba a la venezolana y todo. Ya se había puesto medio cariñosona ¿viste? y se aprovechaba que había que estar bastante apretaditos para franelearme un poco. Me daba en la boca unos pedazos de apio, de pepino, no sé qué mierda era lo que nos habían puesto en unos platitos, como entrada fría. Todo medio rústico –porque se come con la mano ahí– como en las películas, eso no te lo había contado. Una copa grisácea de plástico o no sé de qué carajo era, que pretendía ser de bronce. Un copón, como para el Príncipe Valiente. Aparte, un vaso de vidrio y el palito con los pepinos. Para mejor, en mi intento por aflojarme y ser feliz, cuando empiezan a servir –pasaba un flaco disfrazado de paje o cosa así– me llenan un vaso de sangría. ¡Sangría, loco! ¡Como en Sportivo Constitución! Yo no se si estará de moda o en la Corte del Rey Arturo se tomaría, lo cierto es que nos llenan los vasos con sangría. Y ahí le empecé a dar parejo a la sangría. Meta sangría. Cada vez que me pasaba por delante el paje ése, yo lo cazaba de esa especie de bombachudito que ellos usan y le pedía otro vaso. Al final ya medio me miraba fulero pero me daba, me daba. Porque si hay algo envidiable en esos tipos es esa buena onda con que trabajan. Al parecer siempre contentos, siempre cagándose de risa. Yo pensaba «Claro… ¡cómo no van a progresar estos quías con semejante contracción para el laburo y semejante estado de ánimo! No son como los japoneses que laburan porque son enfermos del bocho y si paran de laburar se agarran una depre terrible y se tiran debajo de un Tren Bala. A estos les gusta». Hasta que la venezolana me lo aclaró. Los pibes laburan por la propina. Por eso tienen tan buena onda, o fingen tener tan buena onda. Y allá el patrón te quiere rajar y te dice te tomas el piro y minga de preaviso de despido, o de indemnización o cualquiera de esas cosas. Te pegan una patada en medio del orto y anda a reclamarle una mensualidad al Seguro de Desempleo. Para colmo, te cuento, para colmo, al poco rato de dejar las sangrías pasa de nuevo el rubio, esta vez con cerveza, y me la sirve en una jarrita grande, también símil peltre o cosa así. Y ya mezclé la bebida, ya mezclé la bebida. Yo, que sé que me hace mal. Porque si yo largo con champú, puedo seguirla con champú toda la noche que vos ni lo notás. Pero si por ahí lo mezclo con algún whisky o algún gin-tonic, ahí viene la cagada, eso me ha pasado.
Y te cuento que estos ñatos no te servían sangría y además cerveza de generosos nomás. ¡Te lo sirven así porque no saben chupar, hermano! Ellos mezclan, mezclan cualquier cosa ¿O acaso no toman cerveza con tequila? ¡Toman cerveza con tequila! A mí me contaron que hacen así. Y creen que tomando vino son mas refinados. Vos viste que en las películas los que aparecen tomando vino son los intelectuales y resulta que tienen unos vinos de mierda que no se pueden probar. Se la pasan hablando de los vinos californianos y me decía Pancho que te tomás un vaso de vino y andás con cagadera como cuatro días con ese vino. La cosa es que te cuento que la cerveza y la sangría me cayeron para la mierda y no me relajaron un sorete. Para colmo de arranque los tipos largan con una sopa. De arranque ¿viste? ¡Una sopa, podés creer? Mirame a mí, muchacho grande, tomando una sopa en la Corte del Rey Arturo. Se la ofrecí a la venezolana que, te aseguro, chupaba y morfaba lo que le ponía adelante. Han sido países muy hambreados ¿viste? Y aunque se notaba que la venezolana andaba bien de guita también era claro que la gente de esas nacionalidades sojuzgadas cuando les dan de comer, aprovechan, no tiran nada, porque no saben si el día de mañana van a tener para lastrar. Aunque la venezolana ya estaba en otra. Habían entrado los caballeros, digamos, había empezado el espectáculo y la gente se había vuelto completamente loca. ¡Pero completamente loca, te juro Horacio! A los que les habían dicho que gritaran para el Caballero Verde, gritaban para el Caballero Verde. A los que les habían dicho que gritaran para el Caballero Rojo, gritaban para el Caballero Rojo. ¡Y todo así! ¡Como corderos, hermano! ¡Te llevaban como ciego estos imperialistas guachos! Y la venezolana estaba como desorbitada. Gritaba y aplaudía al Caballero Blanco y Negro que se había parado delante nuestro a saludar a su hinchada, porque cada uno se paraba delante de su hinchada para saludarla. Me acuerdo que yo le digo –yo estaba muy mal, te juro– le digo: «Pero vos sos una reventada hija de mil putas!». Decí que la mina no me escuchó con el griterío y todo eso, no me escuchó. Pero entonces yo decidí gritar por el Amarillo. A la mierda. De contrera, nomás. Por el Amarillo. Parado en medio de la tribuna de los del Blanco y Negro, empecé a los gritos: «¡Vamos Amarillo, todavía! ¡Vamos Amarillo, carajo!». Los que estaban alrededor mío medio que me miraban raro. Incluso los de las otras hinchadas. Si te digo que hasta detrás nuestro había un grupo de pendejas brasileñas de no más de catorce, quince años, que hacían un quilombo de novela, que me empezaron a abuchear. ¡Como a un traidor me abucheaban! ¡Si hasta el Amarillo se dio cuenta del despelote y miró para mi lado y yo lo saludé con un puño en alto! ¡Tenía una pinta de grone del Saladillo el pobre santo que más ganas me dieron de hinchar por él! Debía ser algún chicano, alguno de esos portoriqueños o algún mejicanito de ésos que se cuelan en los Estados Unidos escondidos adentro de un mionca o cruzando un río. Vendría de alguna hacienda de por ahí en Guadalajara y por eso sabría andar a caballo y el pobre cristo había ido a parar a esa payasada y tenía que seguir con el circo para ganarse un mango. Me imagino la vergüenza de escribir una carta a tu vieja diciendo «Conseguí laburo en los Estados Unidos» y mandar una foto donde estás vos disfrazado de dama antigua con esa lanza, el escudo, la espadita de juguete. Porque están empilchados perfectamente de época los desgraciados. Así como vos los ves en las películas ésas de los castillos. Y los caballos también, te aseguro. Te juro que cuando las brasucas ésas, las pendejas brasileñas me empezaron a abuchear, me paré, me dí vuelta y las mandé a la concha de su madre. Me hervía la sangre, te juro, y para colmo la mezcla de bebidas ya me había puesto muy alterado. Se ve que ahora están de moda esos viajes de pendejas de quince años, que en lugar de festejar el cumpleaños con una fiesta las mandan a Disneylandia. Y saltaban, gritaban, cantaban esas cosas de Xuxa, y estaban todas recalientes con el caballero Blanco y Negro que había venido a saludar a su parcialidad y que tenía una pinta de trolo el hijo de puta, vos no sabés la pinta de trolo que tenía ese muchacho. Pero claro, con esas pilchas, con el pelito largo, el caballo, todo eso, las pendejas estaban recalientes y chillaban como si lo vieran a Michael Jackson. Si a esas brasucas las mandan los viejos a los Estados Unidos a ver si algún negro se las recoge de una buena vez por todas y las desvirgan, para eso las mandan. Y yo me ponía más loco. Dejame de joder, un pueblo creativo como el brasileño, con ése condimento africano, alentando a un vago nada más porque a la entrada les dijeron que tenían que alentarlo. ¿Pero porqué no se van a la reputa madre que los reparió? Por algo les va como les va, por algo son casi todos analfabetos esos guampudos, que no saben ni leer.
Decí que en eso trajeron pollo para comer y yo me puse a comer pollo. Pero la joda es que no te traían un pedazo de pollo, un cuarto de pollo, no era que el paje ése, el rubio de bombachudo, te preguntaba «¿La pata o la pechuga?» No. El rubio venía con una bandeja así de grande y le iba dejando un pollo a cada uno. Un pollito no muy grande, así sería, enterito, al horno y con una salsa de esas que ellos le ponen a todo, medio dulzona. Porque te aseguro que ellos se creen que comen muy bien y no saben comer un carajo. A todo le meten el ketchup y esas porquerías. La savora, la salsa de tomate. Y con la mano, mi viejo, como los reyes. Yo le entré a dar al pollo por dos razones. Primero, que estaba buenísimo, hay que reconocerlo; y segundo, que me dí cuenta que tenía que comer algo porque había venido chupando groso y con el estomago vacío. Y eso es mortal. Me había levantado una curda en cinco minutos porque no había comido nada hasta ese momento. Y esa es otra maniobra de estos yankis hijos de puta. Te ponen en pedo para quebrarte la voluntad. Uno, borracho, hace lo que el otro quiere. Y estos yankis lo aprendieron de los españoles, esos otros hijos de puta. ¿O no lo aprendieron de los españoles? ¿O los españoles no los cagaron a los indios con el alcohol? Los cagaron con el alcohol mi querido. ¿O acaso la península de Florida no estuvo llena de españoles? Y te garanto que, conmigo, lo consiguieron. Porque yo me comí el pollo, que estaba buenísimo, y también un par de costillitas de cerdo que también te traían, y una papa al horno, y no se me pasó la mamúa. Te aseguro que hay partes que no te cuento porque no me acuerdo un carajo. Es toda una nebulosa que no me acuerdo y eso fue uno de los argumentos –después te voy a completar bien el asunto– de donde se agarró la abogada, aunque eso es algo que te voy a ir ampliando al final. Lo que sí te juro es que quedé con grasa hasta las pelotas con ese fato de comer con la mano. Porque además, ya habían empezado las peleas eliminatorias entre los caballeros. Te explico: primero los tipos éstos hacen una especie de ejercitación de destreza, digamos. Sacan con la lanza una argolla parecida a la sortija, clavan unas lanzas mas cortitas en unos blancos de paja. En fin… te diría que esta es la parte más honesta de la cosa porque ahí no hay arreglo, ahí es simplemente una demostración de habilidad ecuestre. Pero en las peleas es un completo circo, un arreglo donde deben decir «Bueno, hoy ganás vos y mañana gana este otro». Así de simple, como en «Titanes en el Ring». Cosa de que no gane siempre el mismo y el tipo se sienta Gardel y ya pretenda el día de mañana irse a las olimpíadas de las Justas Medievales. O se les descuelgue a los tipos con que quiere más guita porque él es el Rey de la Milonga. La cosa es que habían empezado a eliminarse entre ellos y la gente deliraba. Hacían duelos de uno contra uno, de aquellos de Ivanhoe. Con las lanzas largas, uno a cada lado de una especie de valla bajita, se venían y se pegaban en los escudos. El que caía quedaba eliminado. ¡Y el mío venía prendido, che! Y yo que había seguido con la sangría, estaba cada vez más dado vuelta, te reconozco. Me limpiaba las manos con grasa en la espalda de la venezolana, por ejemplo. No por hijo de puta. De los nervios, nomás. ¿Viste cuando vos ves que estás perdiendo el control, que hay algo que te sube y te sube desde el estómago por la garganta y no lo podés contener? Para colmo las brasileñas me gritaban de todo porque el Blanco y Negro también venía clasificándose para la final. ¡Cómo estaría yo de acelerado, de desorbitado, fuera de mí mismo, que el Caballero Amarillo cuando ganó la penúltima pelea, primero saludó a su público y después se vino enfrente mío y me saludó con una inclinación de la lanza! Hasta el Rey, el pelotudo ese que no paraba de hablar, me miró desde su palco como cabrero. ¡Y para qué te cuento que la final fue entre el Caballero Amarillo y el Blanco y Negro! Ahí me volví loco. Me paré en mi asiento, me dí vuelta hacia las brasucas, saqué guita que tenía en el bolsillo y la estrellé contra el respaldo de nuestra fila. «¡Hay guita a mano del Amarillo!» grité «¡Hay guita a mano del Amarillo, la concha de su madre!». Y arrugaron, las brasileñas arrugaron –vos bien sabés que los brasucas arrugan de visitantes– pero empezaron a cantar no sé qué cosa. Me miraban y me señalaban, se reían las pendejas, muy ladillas, saltaban en sus asientos. Empezó el duelo final y yo, te lo digo con una mano en el corazón, estaba más nervioso que con Central. Para colmo, tenía la intuición de que al Caballero Amarillo no le tocaba ganar esa noche, pero que se había agrandado fundamentalmente por el apoyo mío. Había encontrado un pelotudo que lo alentaba contra viento y marea, metido entre medio de la hinchada de los contrarios, pateándole el tablero a todos esos yankis mariconazos y había dicho «Yo a este tipo no puedo fallarle». El morocho se había envalentonado, cansado de que lo basurearan los otros por ser hispanoparlante y había dicho «Esta noche gano yo y se van todos a la puta madre que los reparió» ¡Y se vienen, che, y el Amarillo lo sienta al otro de culo de un lanzazo! ¡A la mierda con el rubiecito trolo, el Blanco y Negro! No sé, no me acuerdo muy bien qué fue lo que hice. Me paré en el asiento, creo que le grité algo al rey y me agarraba de las bolas, le hice así con los dedos como que me los cogía a todos. Después me dí vuelta hacia las brasileñas y también me agarraba los huevos y se los mostraba. Ni sé donde carajo había ido a parar la venezolana, por ejemplo. Creo que le pegué un empujón cuando el Blanco y Negro rodó por el piso y la tiré como cuatro escalones más abajo. Estaba loco, loco. Tan loco estaba puteándolas a las brasuquitas que no me dí cuenta de que el Blanco y Negro se había parado, había sacado su espada y se le venía al humo al Amarillo. ¡La pelea no había terminado! Me apiolé recién cuando vi que las brasuquitas ya no me puteaban sino que saltaban y alentaban de nuevo mirando la pista de las peleas. Y el Blanco y Negro lo cagó al Amarillo. Simularon pelearse a espadas y con esas bolas de pinchos –porque fue una simulación asquerosa– y el negro puto ese del mejicano se tiró al piso como quien se tira a la pileta, se dejó ganar el hijo de puta. La dignidad azteca en la que yo había confiado no le alcanzó para tanto. Habrá pensado, el piojoso, que era mejor asegurarse un plato de frijoles que ganar esa noche para darle el gusto a un argentino totalmente en pedo. Entonces el Caballero Blanco y Negro se vino hacia nosotros, hacia nuestro sector, caminando nomás, y saludó con la espada hacia su tribuna, especialmente hacia el grupito de brasileñas que chillaban histéricas. Ahí fue donde yo cacé el vaso, yo cacé el vaso de vidrio, el alto, el de la sangría Horacio, yo cacé el vaso y, mirá –el Caballero Blanco y Negro estaría como de acá a allá– y le zumbé con el vaso. Acá se lo puse, exactamente acá, en medio de la trucha, en el entrecejo. Cayó redondo el hijo de puta. No dijo ni «Ay». Le salía sangre hasta de las orejas. Acá se la puse. Lo que vino después, bueno, vos te lo imaginarás. Vos sabés como son estos yankis con la cuestión de los juicios. Hay una industria del juicio allá. Vos venís a mi casa a comer una noche, te atragantás con una miga de pan y me metés un juicio, así nomás, derecho viejo. No sabés el tiempo que estuve detenido. Después pude salir por eso que te decía de la abogada que adujo «Descontrol psíquico bajo estado de emoción violenta». Pero la cosa continúa, Horacio. A través de la Embajada. Si tengo que ponerme, son arriba de 27.000 dólares, hermano, no es moco de pavo, ¿me entendés? Por eso te digo que me aguantes un poco, yo no tengo ninguna intención de cagarte, eso de más está decirlo. Vos sabés bien cómo son los norteamericanos. Y esta es otra de las formas que los tipos tienen para sacarle la guita a los tercermundistas. Especialmente a todos aquellos que se oponen al sistema. Por eso te digo, aguantame un cacho hasta que salga la sentencia. Aguantame un cacho, Horacio, que yo creo que todo se va a solucionar.
Roberto Fontanarrosa
¡Que lástima, Cattamarancio!
—Va a venir el centro desde la punta derecha, es un infierno el área 18, arde el cuadro de rigor, Magrín entre los tres palos, empujándose Sabioli con García Mainetti. ¡Cuidado muchachos, cuidado muchachos! Si los ve el árbitro se van los dos para los vestuarios. Entraña serio peligro este tiro libre, sube Tomé, sube Romano, ahí también va Julio Esteban Agudelo en procura del centro, no respeta la distancia Omar Grafigna. ¡Qué cosa con Grafigna, siempre lo mismo! ¡Vamos Grafigna, un poco más atrás! Va a lanzar desde el flanco derecho Juan Carlos Marconi, el áspero marcador de punta de River Plate, se demora la maniobra. ¡Cabrini!
—¡Almaceri termina con el ruido de su motor! ¡Almaceri 348, el anticorrosivo líquido amigo del motor de su coche! ¡No lo olvide! Búsquelo en…
—¡Un momento, Cabrini! Vino el centro, saltó un hombre, un cabezazo, rebota el esférico, sale del área, surge Peñalba, otro golpe de cabeza, va al suelo Tomé, nuevamente Peñalba llega, cruza, pelea. ¡Un león, Peñalba! Salta Romano, cuidado, ahí está, le va a pegar… ¡Qué lástima, Cattamarancio!… Llegó, apuntó, midió, le metió un derechazo tremendo y la mandó apenas rozando una de las torres de iluminación, para ser más preciso la que da a espaldas de la Figueroa Alcorta.
—Se lo perdió Cattamarancio. Llegó muy bien a esa pelota alejada por Peñalba, le pegó de zurda y la tiró a las nubes. Lo habíamos dicho.
—Estaba el gol ahí.
—Estaba el gol.
—¡Qué bien, Peñalba! ¿No, Rodríguez Arias?
—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Excelente el uruguayo, un jugadorazo.
—¡Qué estampa, qué figura, qué manera de pararse en la cancha! ¿Sabe a quién me hace acordar, Rodríguez Arias? A aquél que fuera extraordinario fulback de Racing y nuestra selección… ahora su nombre no viene a mi memoria… ¿Cómo es que se llamaba? Qué hacía pareja con Alejo Marcial Benítez, el «Sapo» Benítez, la misma forma de pararse, hasta el mismo peinado tiene, vea…
—¿Saúl Mariatti, dice usted?
—No, no Cabrini. ¿Cómo era este muchacho? Que tantas veces luciera la blanquiceleste, averígüeme Cabrini; le digo más, atajaba Delfín Adalberto Landi para la institución de Avellaneda en esa época…
—Le averiguo, Ortiz Acosta.
—Y actíveme la comunicación con Petrogrado, Cabrini. En pocos minutos tendremos contacto con la ciudad soviética de Petrogrado, allá en la fría tundra del gran país socialista. En pocos minutos, señores. ¡Se nubló sobre el Monumental de Núñez, qué feo se ha puesto el día, cayeron las sombras sobre el estadio de River, pero el público no deja por eso de vivir intensamente esta fiesta del deporte porque el fútbol es la pasión argentina dominguera que nos aleja al menos por un día de los problemas cotidianos, porque no sólo ya el hombre de la casa disfruta de este espectáculo sino que también las mujeres y los niños, la familia argentina plena goza de esta fiesta hebdomanaria y porque, ¡se animó el partido, Rodríguez Arias!
—Usted lo ha dicho, Ortiz Acosta. Se fue River arriba empujado por el temperamento, la fuerza y la petulancia de Sebastián Artemio Tomé.
—Con la pelota Ignacio Surbián avanza el rubio mediovolante de la visita, cruza la línea demarcatoria de medio campo, pelotazo para el puntero derecho, no va a llegar, no va a llegar, no va a llegar y no llegó. No llegó Falduchi a esa pelota. Jugó un tiempo en Racing y luego pasó a Atlanta, si mal no recuerdo. El zaguero de la Academia cuyo nombre trato de recordar y luego pasó a Atlanta, si mal no recuerdo. El zaguero de la Academia cuyo nombre trato de recordar, luego de Racing pasó a militar en el conjunto bohemio, estoy casi seguro. Esa pelota se fue a la tribuna. Averígüeme Cabrini. Otra vez River en el ataque, ahí va Giménez, lo busca a López, pared para Giménez, se metió, se metió…
¡Qué fuerte salió Bermúdez! Va muy fuerte el misionero, algún día va a lastimar a alguien. Trabó abajo, le sacudió el tobillo al chico de la bandera roja, muy fuerte, muy fuerte el cuevero de San Lorenzo. Es para tarjeta.
—No tiene necesidad Bermúdez es un buen jugador. Lo habíamos dicho.
—Yo no sé qué le pasa a ese chico. Se enloquece en el campo de juego. Y es un muy buen muchacho fuera de la cancha. De buena familia, buenos padres, hogar bien constituido, madre comprensiva. Pero no sé, adentro se transforma… ¡Cabrini!
—¡A correr, a saltar, a «Monigote» no le van a ganar! Ropa para niños «Monigote», la línea que lo aguanta todo. Otro producto diez puntos de la afamada marca.
—¡Un momento, Cabrini, que se va a ejecutar el tiro libre y hay sumo riesgo para la valla defendida por Guillermo Rubén Magrín, el muchacho de Tres Arroyos! Se forma la barrera con dos, tres, seis hombres, imponente esa barrera, una verdadera muralla, el balón descansa aparentemente tranquilo a unos… 23 metros del arco en línea casi recta al entrecejo del golquíper azulgrana.
—Lindo tiro para García Mainetti.
—Para García Mainetti o Giménez. Los dos le pegan bien. Por favor Cabrini, averígüeme. Este zaguero de Racing que le digo, también formó pareja con Anastasio Rico, un tres que pasó por Boca y que luego brillara tantos años en el fútbol colombiano.
—¿Pablo Eleuterio Mercante?
—No, Mercante no, no. ¿Cómo se llamaba este muchacho? ¿Ya está la comunicación con Petrogrado? ¿Ya está la comunicación con Petrogrado? ¿Ya la tenemos?
—Todavía no, Ortiz Acosta.
—Va a tirar García Mainetti, hay peligro, hay peligro, aroma de gol en el estadio, atención, atención… ¿Cómo se llamaba este muchacho que jugaba con Alejo Benítez? Me parece estar viéndolo, alto, rubio, venía de Excursionistas. ¿No tenemos la comunicación con Petrogrado? todavía no la tenemos, están haciendo esfuerzos los muchachos de la estación terreno de Balcarce, gracias muchachos, no es responsabilidad de ellos, hay peligro en este disparo, es problema de la estación receptora de Quito, Ecuador o tal vez del radioenlace de Ciudad del Cabo… ¿Ya lo tenemos, Cabrini?
—Un momento, Ortiz Acosta, nos informan desde…
—¡La pelota pegó en el palo, rebota, se salvó San Lorenzo, un bombazo, entra López, remata, pega en un hombre, cuidado, puede ser…! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Llegó a la carrera ante ese rebote corto, le pegó de volea como venía y estremeció el Autotrol de un pelotazo…
—Entró bien Cattamarancio con el olfato clásico de los goleadores, se apuró a darle, le pegó con un fierro y abolló el cartel indicador.
—Lesionado Peñalba, Ortiz Acosta.
—Lesionado Peñalba, lesionado Peñalba. Quedó en el suelo Peñalba, atención esto puede ser importante, hombre fundamental en el esquema de San Lorenzo, está en el suelo, se toma la pierna…
—Pierna derecha…
—Pierna derecha, puede ser aductor, o gemelo, vamos a ver, averigüemé Cabrini, juzgo detenido, esperemos que no sea nada, corren los auxilios. Este muchacho que hacía pareja con Alejo Benítez, luego de revistar en Atlanta, pasó al Cúcuta de Colombia cuando era técnico Isidro Mendoza, el «Colorado» Mendoza. ¿Usted no lo recuerda, Rodríguez Arias?
—¿El Pardo Sabiña?
—No. No. Este era rubio, alto, buen físico. ¿Cómo se llamaba este muchacho? Parece mentira, pequeñas trampas que nos hace la memoria, sigue el juego, ataca San Lorenzo, se viene Grafigna, creo que el apellido empezaba con «hache», un apellido polaco o algo así, se tiró a la punta, busca el desborde Manuel Carrizo, muy veloz, la tiró para adelante y a correr, si la alcanza hay peligro, cuidado, cuidado… ¿Tenemos la comunicación con Petrogrado, ya la tenemos? ¡Tenemos la comunicación con Petrogrado, ya la tenemos? ¡Tenemos la comunicación con Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa, desde Petrogrado, adelante don Urbano Javier Ochoa!
—…
—¿Qué pasa?… Algo pasa… No se oye… ¿Se cortó?
—¿Ortiz Acosta?… Sí… ¿Ortiz Acosta?
—¡Don Urbano Javier Ochoa, Ortiz Acosta le habla desde el estadio de River, están jugando River y San Lorenzo, 15 minutos del segundo período y empatan sin goles, señor Ochoa!
—Muy bien… yo estoy muy bien, pero…
—El pueblo argentino quiere saber, señor Ochoa, quiere que nos cuente, cómo ha sido hasta el momento ese raid que usted está llevando a cabo a lomo de dos caballos argentinos, dos caballitos argentinos como fueran aún en la memoria y el orgullo de todos nosotros. Y que nos cuente además, señor Ochoa, cómo ha sido ese viaje que tras cruzar el Estrecho de bering lo ha llevado a la tundra soviética, señor Ochoa…
—Bueno, Ortiz Acoste, yo estoy…
—Los argentinos, quiero adelantarle, señor Ochoa, y perdone que lo interrumpa, estamos muy pero muy orgullosos y asombrados de que en esta época de los vuelos interespaciales y las comunicaciones maravillosas que nos unen con todos los confines más remotos del planeta, un hombre, un gaucho nuestro, se lance a la aventura de unir San Antonio de Areco con Stalingrado…
—Bueno, señor Ortiz Acosta, yo…
—Un momento, amigo Ochoa, un momento, acá lo dejo con Peñalba, recio pero leal cuevero de San Lorenzo de Almagro, quien en estos momentos se encuentra lesionado al costado del campo de juego y a quien ya, ya, nuestro colaborador, Miguel Horacio Cabrini, le coloca los auriculares y lo deja conversando con usted. Explíquele a él las características de esos dos maravillosos caballos argentinos que lo están llevando a usted por todos los rincones del mundo proclamando a los hombres de buena voluntad el firme e indoblegable temple de los jinetes de nuestra tierra.
—Cómo no, señor Ortiz Acosta, pero yo…
—¿Cómo le va, señor Ochoa?
—Bien, bien, yo querría…
—Bueno, acá el partido se ha puesto un poco duro, yo recibí un golpe en la canilla, creo que fue al trabar con el ocho de ellos, no hubo mala intención, son cosas que suceden en el ardor del juego…
—Sí, por supuesto, amigo… ehh…
—Peñalba, Eber Virgilio Peñalba.
—Sí, amigo Peñalba, yo no tengo el gusto de haberlo visto jugar a usted porque cuando yo salí de San Antonio de Areco, hace ya de esto unos…
—¡Ochoa! ¡Don Urbano! Ortiz Acosta le habla… ¿Está muy frío allá?
—¿Acá? Bueno, señor Ortiz Acosta, el problema en estos momentos no es tanto el frío, usted sabe que…
—Porque yo recuerdo que cuando fuimos con la selección argentina, hace unos años, hacía realmente mucho pero mucho frío…
—Bueno, sí, es cierto, señor Ortiz Acosta, pero…
—Lo dejo de nuevo con Peñalba, señor Ochoa, explíquele a él, por favor, el efecto que ha causado ese clima tan duro, tan difícil de sobrellevar, en los dos caballitos argentinos que le están posibilitando a usted ingresar por la puerta grande de la historia de la hípica nacional.
—¿Cómo le va, señor Ochoa?
—Bien, amigo Peñalba, como le decía al amigo…
—No. No habla Peñalba, yo soy Escudero, el masajista de San Lorenzo. Peñalba ha vuelto a jugar y me pasó los auriculares…
—Mucho gusto, señor Escudero, yo…
—¡Don Urbano, don Urbano! Ortiz Acosta lo interrumpe, dígame usted con esa proverbial memoria del criollo de nuestra tierra que lo hace recordar hasta los más mínimos detalles ya sean históricos o geográficos, y ahí está el ejemplo siempre presente de los baqueanos, yo le quería preguntar, don Urbano, si usted no recuerda el nombre de aquel zaguero que hiciera pareja con Alejo Marcial Benítez en Racing, que luego fuera transferido a Atlanta, allá por el año…
—Bueno, amigo Ortiz Acosta, para serle sincero yo…
—Tal vez estoy abusando de su sapiencia, don Urbano…
—No, lo que pasa es que yo quería contarle algo que…
—¡A ver… ¡Un momentito, don Urbano, un momentito! Creo que ya tenemos comunicación con Tonopah, en el estado de Nevada, Estados Unidos de Norteamérica. Creo que ya la tenemos. Un momentito… ¡Sí, sí, adelante señor Santiago Collar desde Tonopah, Estados Unidos de Norteamérica, adelante!
—Buenas tardes, Ortiz Acosta.
—Buenas tardes, buenas tardes, amigo Collar, aunque para ustedes, calculo debe ser ya de noche en el gran país del norte! ¡Señor Collar, lo voy a poner en contacto con un gaucho argentino, un criollo de ley, que en estos momentos está cumpliendo un raid, una verdadera hazaña a lomo de dos caballos argentinos y que habla con usted desde la ciudad de Petrogrado en Rusia!
—Cómo no, señor Ortiz Acosta, será un placer para mí y además…
—Atención en Petrogrado, don Urbano Javier Ochoa, lo dejo conversando con el señor Santiago Collar, un relevante ingeniero argentino que se encuentra trabajando en los yacimientos carboníferos de Tonopah, Nevada, 150 metros bajo tierra. El ingeniero Collar es presidente de la «Peña Argentina Amigos de Radio Laboral» agrupación formada totalmente por mineros compatriotas nuestros que están trabajando allá en esas formidables vetas carboníferas y que se reúnen religiosamente, don Urbano, para escuchar los encuentros de fútbol que Radio Laboral les hace llegar hasta las oscuras profundidades del socavón. ¡Adelante, adelante ustedes, señor Santiago Collar, desde Tonopah!
—¿Cómo le va, señor Ochoa? Es para mí una gran emoción…
—Perdón. Escudero lo escucha, señor Collar, el masajista de San Lorenzo.
—Mucho gusto, señor Escudero, bueno, sería interesante si yo pudiera hablar con el señor Ochoa, allá en Rusia…
—¡Adelante, señor Ochoa desde Petrogrado, adelante!
—Bueno, amigo Ortiz Acosta, lo que yo quería comentarle desde acá, desde Petrogrado, es que está sucediendo algo extraño. La gente acá está muy asustada, ha habido varias explosiones atómicas, han caído misiles sobre muchas ciudades rusas, se habla de un ataque nuclear norteamericano, y a decir verdad, señor Ortiz Acosta, yo también estoy bastante asustado, mis animales están nerviosos, no se sabe bien qué pasa…
—¡Qué pena, don Urbano, qué pena, qué pena que nos da todo esto que usted nos cuenta, realmente nos aflige como argentinos, esa situación que usted está viviendo ante la intemperancia que reina en algunas regiones del mundo por las cuales usted está transitando como verdadero símbolo de paz, tranquilamente!
—Sí, amigo Ortiz Acosta, se dice que el aire está contaminado…
—¡Un momentito, un momentito, don Urbano, que acá avanza River, puede haber peligro, se van en contraataque el conjunto de la banda roja, entró al área Menegussi, midió, tiró, la pelota cruza frente a los palos, llega el once, cuidado…! ¡Qué lástima, Cattamarancio! Solo frente a los palos la quiso reventar y en lugar de tocarla la fusiló sobre la bandeja alta…
—Es de no creer, Ortiz Acosta. Con todo el arco a su disposición, el wing izquierdo millonario la tiró a cualquier parte. Lo habíamos dicho.
—¡No quiera creer usted el gol que perdió Cattamarancio, amigo Collar, allá en Estados Unidos! ¡Adelante usted!
—Gracias Ortiz Acosta, yo quería aprovechar la posibilidad que tan gentilmente nos brinda su emisora, porque aquí a mi lado se encuentra ni más ni menos que el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Acá está sucediendo algo terrible, señor Ortiz Acosta, ha habido un ataque nuclear soviético, muchas de las grandes ciudades están destruidas, el presidente de los Estados Unidos, junto a algunos otros hombres de gobierno, se ha refugiado acá, junto a nosotros, bajo tierra, y me piden, dado que todos los otros medios de comunicación parecen estar inutilizados, si aprovechando la presencia de don Urbano en Rusia, no se podría hablar con Moscú y resolver esto, que parece haber sido un gran error.
—Por supuesto, no habrá problemas, señor Collar. Dígale al presidente que espere un momentito, enseguida estamos con él… ¡Cabrini!
—¡Un esplendor de frescura en la garganta «Marcador» el masticable que se anotó un golazo en el gusto del hincha argentino! ¡»Marcador» quita la sed, quita las ganas de fumar, baja la presión arterial!
—Enseguida estamos con el ingeniero Collar y el presidente de los Estados Unidos, apenas venga este tiro de esquina, una de las últimas posibilidades de empatar para la divisa azulgrana. ¡Qué pena, qué pena esto que nos cuentan tanto el ingeniero Collar como don Urbano Javier Ochoa desde el exterior!
¡Cómo hubiésemos querido no tener que escuchar estas cosas, estas muestras de intemperancia! ¡Tal vez así sepamos apreciar un poco más, señores, lo que estamos viviendo acá, en cancha de River, una verdadera fiesta popular en un marco de corrección y tranquilidad que no siempre sabemos valorar en la medida que se merece…
—¡Señor Ortiz Acosta, señor Ortiz Acosta! ¡Collar lo llama, por favor, Ortiz Acosta…
—Un momentito, amigo Collar, un momentito, viene el corner, ya lo vamos a conectar con Rusia, veremos la posibilidad de contactar a ambos presidentes, sería muy interesante una charla entre los presidentes de ambas instituciones, no sabemos si habrá tiempo porque acá sigue el partido a ritmo vertiginoso y la acendrada rivalidad de este clásico de todos los tiempos es un tema excluyente de cualquier otro, máxime cuando se trata de hechos tan desagradables como los que nos han contado, va a venir el corner, atención, en todo caso grabamos la emisión desde los EE.UU. y la pasamos mañana en nuestra polémica de los lunes, entra Marcilla…
—¡Ortiz Acosta, Ortiz Acosta!
—Sube también Julio Jorge Tolesco, hay un micrófono de campo abierto, es la última oportunidad quizás para San Lorenzo, vamos muchachos, se está poniendo muy fea la tarde, el cielo se ha puesto de un extraño color verde, un verde que nos hace acordar que tenemos un llamado desde cancha de Ferro, atención Ferro, cuando venga el corner estamos con ustedes, viene el corner, entra Tolesco, salta Cattamarancio…
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(XIV)
(elinterpretador, número 24, marzo 2006)
Para Esteban Masot que tiene la edad que tenía yo cuando el mundo era otra cosa, ni mejor ni peor, diferente. Diferente, quizá, porque la muerte era solo una idea, una idea terrible y que metía miedo, pero solo una idea «y no más que eso».
«Lo único que hay es el hay. La imaginación permite el recuerdo, pero el recuerdo de algo no es ese algo sino que ese algo recordado es algo inexistente ahora
«Supongamos que la memoria sea el almacenamiento de imágenes, impresiones, recuerdos, ideas, que se acumulan en un número incalculable en determinadas regiones del cerebro; supongamos, además, que «algo» (una energía, una sustancia química o un «alma») actualiza la memoria, es decir saca del depósito una imagen y la ve (me veo pescando a orillas del río Paraná). Ese «algo» debe actualizar en sí otro algo para que quiera o desee actualizar la imagen que se recuerda. Hay algo así como una imagen previa a la imagen que se actualiza con el recuerdo; pero ¿cómo se produce esa actualización?, ¿por qué esa y no alguna otra?, ¿quién actualiza?, ¿otro yo adentro del yo? ¿otra alma en el alma? Además hay que pensar que se trata de un fenómeno ordenado y no caótico. Si las imágenes surgieran al azar, caóticamente, se podría pensar en un mecanismo aleatorio, pero al no ser así el problema lo constituye la narración, al igual que en los sueños. Es como si hubiese alguien que seleccionara y armara el relato, el tránsito. Pero en ese alguien ¿cómo se produce el orden a partir del cual se ordena? ¿y quién ordena ese nuevo orden?»
«¿Cómo podría buscar algo si es un despojo sin vista pero destinado a ver en la ceguera, como ceguera?»
«…la Vida como la facultad que tiene un ser ‘de ser, por medio de sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de esas representaciones’.»
Oscar del Barco, Exceso y Donación.
«El trabajo de la mirada consiste en evocar lo invisible para conquistar zonas habitualmente inaccesibles a la vista. Es preciso rastrear huellas visuales en los claustros de la córnea o bien imaginarlas, pues ver es moldear activamente una energía emotiva. Apenas sospechamos los palacios de cine que se ocultan en el fondo del ojo, en el mismo lugar desde el cual se desprenden las lágrimas. Allí fermentan los desechos de la memoria.»
Christian Ferrer, Nada.
Tengo frente a mí algunas fotos (1). Un piloncito de fotos viejas. Que son como las ruinas de una civilización que desapareció hace miles de años sin dejar más rastros que esas imágenes extrañas que me hablan en una lengua que alguna vez me fue familiar y hoy son jeroglíficos. Fotos. Fotos viejas. Que me interpelan y extrañan, que me incomodan, que me devuelven retazos de imágenes sin editar, hilachas con las cuales debo hilvanar la trama de un relato que se deshace en la memoria en cuanto lo quiero fijar con palabras claras. Fotos, tengo frente a mí fotos, todas de Mar del Plata, de diferentes veranos entre el 78 y el 94. Miro esas fotos, me busco en ellas y sólo me reconozco a partir de una distancia infinita, de una distancia imposible, en la que sólo me puedo acercar a ellas aceptando que hay un abismo entre esas fotos y yo –un abismo que nos une. En esas fotos aparecen mamá, papá, los abuelos, mis hermanas, mis primos, mis tíos, Doña Lisa, Johnny, algunos amigos, algún novio. Pero también mallas, balnearios, mesas, habitaciones, lonas, baldecitos, paletas, cielos, olas, un cenicero, un ajedrez, los árboles de Chapalmalal y Peralta Ramos, el Faro, una torta de cumpleaños de mi primo Juampi. Fotos, fotos viejas, en las que encuentro personas, lugares y cosas de mundos que alguna vez fueron parte de un presente continuo, sin «fisuras» y hoy son parte de un rompecabezas al que le falta la mitad de las piezas.
Si mi intención es contar algo –el inconveniente que plantea contar algo se circunscribe, siempre, a tres problemas básicos: encontrar un principio, desarrollar una trama y encontrar un final– a partir de esas fotos, supongo que lo mejor será dividir los años que reponen esas fotos en tres momentos más o menos delimitables. Mi infancia, mi adolescencia, y el verano del 94.
I
No sé qué sería Mar del Plata para mí cuando era una nena. En todo caso, eso no me impide imaginar, a partir de algunas fotos, qué sería.
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Mamá era de Mar del Plata y papá de acá, de José León Suárez. Y se conocieron un verano en un baile, allá. Poco y nada sé de mi vida familiar anterior a mí. Que mi abuelo materno era marinero mercante y mi abuela nunca trabajó; que Schindler, el de la lista de Spilberg, era primo de Wanda Shinler, la mamá de mi abuela paterna, lo cual lo llevó a ser un pariente poco grato de recordar por esa fama que supo forjarse de salvar judíos; que mamá siempre quiso ser profesora de matemáticas y papá tornero; y que en algún momento mis abuelos paternos compraron un terrenito en el Faro para ir a veranear ellos y sus dos hijos con sus parejas.
Por entonces Mar del Plata llegaba apenas a Punta Mogotes y el Faro no era más que campo, yuyos, algunas casas dispersas, playas sin balnearios, el mar, y un predio del ejército donde estaba el faro.
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A papá siempre le gusto manejar de noche en la ruta. Y el viaje de casa a Mar del Plata se hacía eterno. Mis hermanas y yo, sentadas atrás, hacíamos el viaje algo imposible, nos peleábamos desde que salíamos hasta que llegábamos.
De esas idas recuerdo algunos lugares por donde pasábamos que me llamaban poderosamente la atención. El Parque Lezama, la zona sur del Conurbano bonaerense –lugar donde iría a vivir años después y comprobaría que efectivamente es un lugar horrible– y el campo, las vacas, la nada, que según decían los grandes, era una maravilla, que los europeos cuando venían a Argentina quedaban locos, porque allá es todo ciudad.
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Qué recuerdo de esos primeros años. No sé. Veo las fotos, las fotos de cuando tenía 3 o 5 años y no puedo reponer el contexto. Lo que me llama la atención es que la «gente grande» que aparece en ellas, mis padres y tíos, tenían más o menos la edad que tengo hoy yo, treinta y pico. Yo hoy tengo la edad que tenia la gente grande cuando era chica.
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Supongo que algo que hacía todo diferente a cuando estaba en Buenos Aires, además de la playa, mis primos y toda la parentela de la rama de mi mamá, era que a papá lo veíamos más tiempo. Papá trabajaba todo el día y solo lo veíamos a la noche para cenar. En cambio en Mar del Plata lo veíamos todo el día.
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Pero no puedo recordar nada de esa época. Doy vueltas y miro las fotos y no hay caso, me vienen recuerdos de otros veranos, más cercanos, pero de esos, los primeros, nada. Bueno, tampoco es tan terrible, supongo.
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No sé por qué algunos veranos los pasábamos en la casa del Faro y otros en la casa de la abuela, la mamá de mi mamá.
En la casa de los abuelos maternos había cosas raras. El abuelo había sido marinero mercante y pintor, con lo cual la casa estaba llena de cuadros y objetos exóticos. Un arco con flechas de los indios del amazonas, una pipa de agua turca. Y en el placard y un cuartito del fondo, lugares donde íbamos a revolver cuando nadie nos veía, cosas que nos encandilaban. Fotos de todas partes del mundo, una pistola nueve milímetros, un reloj de oro suizo, estampillas, monedas, cosas así. Cosas que hoy me hacen dudar de si vale la pena contar pero que por entonces alcanzaban y sobraban para pasar las tardes feas encerrados en la casa de la abuela y divertirnos.
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De las tardes en la playa me vienen ráfagas de memoria deshilachada. Somos un montón bajando a la playa y los chicos nos quitamos las ojotas y la arena caliente nos quema los pies; jugar con las olas a que nos revuelquen y nos hagan pelota; un hambre canina a media tarde que hacía de las galletitas más insulsas algo exquisito; yo jugando a la paleta con mi primo Leo o mi papá con una paletas pintadas de blanco y una estrella en el centro naranja; eso, apenas eso.
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Algo inquietante que tenia Mar del Plata era Doña Lisa. Doña Lisa vivía en la casita que teníamos en el faro. La casita estaba dividida en una parte vieja y una nueva, más una piecita con baño en el fondo, y, ahí, vivía Doña Lisa con un montón de gatos y nos cuidaba la casa durante el año.
De Doña Lisa lo primero que recuerdo es su olor, un olor fuerte a suciedad y a pis de gato. Cuando recién se instaló no era eso que recuerdo, claro. Pero se ve que la mujer con los años enloqueció y lo que yo retengo es eso. Una mujer ataviada siempre de mucha ropa, con olor, que a medida que fueron pasando los años piró mal y nadie sabía cómo sacársela de encima. Para los chicos no estaba loca sino que era una suerte de bruja, tenía algo maligno que nos metía rechazo y miedo.
Un invierno, cuando tendría unos catorce años llamaron a casa y nos avisaron que Doña Lisa se había muerto. Y un fin de semana fuimos con mi papá y mi tío Juan a limpiar el lugar. El lugar era un desastre. Ella tenía muchos gatos y no los dejaba salir, con lo cual los gatos meaban y cagaban en el lugar, y sobre eso ponía hojas de diarios, años de hacer eso hizo que el piso se elevara varios centímetros del piso. Mi papá y mi tío estuvieron dos días enteros quemando cosas de esa piecita minúscula.
Pero entre las inmundicias había un caja llena de fotos. Doña Lisa era un personaje de la zona y todo el mundo tenía su teoría acerca de cómo había llegado a ese rincón perdido del mundo, y por qué y cuándo, porque estaba ahí desde que en el lugar no había nada. En realidad nada se sabía de ella, apenas algunas cositas que tiraba cuando tenía unas copas encima. Para que se den una idea de ella se parecía a Marguerite Yourcener de vieja, así la recuerdo. Y lo que contaba en esos escasos días que decía algo de su pasado, eran todas cosas que nadie nunca le creyó, de viajes a Europa y lujos y poder y amores que confirmaban que ella estaba loca.
Pero yo vi esas fotos. En ellas aparecía una Doña Lisa joven y hermosa, parada junto a Evita o con la Torre Eifel de fondo, subiendo a un helicóptero, en transatlánticos, en fiestas de esmoquin y vestidos de alta costura. Quién era esa mujer, nunca lo supe. Ni tampoco qué la expulso de ese mundo y que la llevo a esconderse en el Faro y morir loca en el cuartito del fondo de la casa que teníamos en el Faro.
Cuando vi esas fotos me pasó algo similar a cuando ahora volví a ver fotos de mis veranos en Mar del Plata. Esas fotos eran algo molesto e incómodo, me hablaban de cosas que no sabía cómo encajarlas en el hoy.
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Mis primeros recitales fueron en Mar del Plata. El primero fue en el Súper Domo. Fuimos con mi primo Leo a ver a Soda Stereo, que por esa época había sacado Signos y mi tía Tesi, la mamá de Leo, nos llenó tanto la cabeza que nos cuidáramos de todo, que el recital para mí fue una pesadilla. Era chica, no tendría más de diez años y no sé cómo me dejaron ir. Lo que recuerdo es que estábamos delante de todo, en una suerte de corralito y lo tenía a Gustavo Cerati, ahí, a unos pocos metros de mi, mirándome con esos hermosos ojos azules que tiene y que le resaltaban por el rimel negro.
El segundo fue en el Patinódromo de Mar del Plata. La casa de mi abuela y la de mi primo Leo – que vivía a unas cuadras – quedaban a unas 20 cuadras del Patinódromo. Para esos recitales no teníamos entradas y tocaban una noche Soda, y la otra, Fito y Charly. Esos recitales los fuimos a ver a la puerta del Patinódromo con mi tío Carlitos.
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De mi tío Carlitos recuerdo una tarde. Mi tío era amante de los Beatles y tenia todos sus discos. Y esa tarde Leo y yo lo «ayudamos» a pintar las paredes de la casa en la que recién se habían mudado. Y mientras «pintábamos» fue poniendo toda la tarde discos de los Beatles.
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Algo que me resultaba tristísimo de Mar del Plata era que en la casa del Faro no había televisión. Y también, que la tele marplatense tenía sólo dos canales y no cinco como acá. En Mar del Plata tenían sólo dos canales, donde retransmitían algunos programas de Buenos Aires más programas propios, todos horribles. Eso, para mí, imaginaba, tener que vivir tan sólo con dos canales todos los días de tu vida, me resultaba algo imposible de concebir.
Pero también conocí en Mar del Plata el cable mucho antes de verlo en Buenos Aires. Al principio el cable no iba por cable sino por aire, supongo que debería ser algo así como un Direc TV neolítico. Pero alguien algún día se rescató que poniendo una budinera de aluminio a la antena del televisor se podía captar la señal y en poco tiempo medio Mar del Plata apareció sembrada de budineras en los techos.
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¿A alguien le pueden interesar estos recuerdos desordenados e incompletos?
¿Por qué los cuento?
¿Para quién?
¿Para qué?
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Algo que me volvía loca era los fichines. Para mí Mar del Plata era entre otras cosas poder ir al Saccoa de la peatonal. Había «miles» de máquinas, juegos de lo que se te ocurra. A mí particularmente me gustaban dos: el Pac-Man y el 1942, y también algunos flipers.
Uno de esos veranos, donde ya tendría diez u once años, nos dejaron ir solos al centro a jugar al Saccoa. Esa tarde fui feliz. Esa tarde, que era una de las últimas del verano antes de volver, recuerdo el colectivo de vuelta, sentados en los asientos del fondo, riéndonos de todo, haciendo chistes tontos y riéndonos hasta llorar de risa. Eso retengo de ese día, una alegría y plenitud que pocas veces volví a sentir.
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Otro lugar que nos fascinaba a los chicos era Chapalmalal, donde íbamos religiosamente por lo menos una vez cada verano a pasar un día entero. El encanto que tenía ese lugar era que había una suerte de bosquecito donde nos perdíamos y jugábamos qué sé yo a qué, pero nos divertíamos un montón.
II
Se me ocurre que mi infancia terminó un verano en que yo me fui a Mar del Plata antes que mis viejos. Como yo era la más grande y me llevaba muy bien con mi primo Leo – que tenía mi edad – y no sé qué, ese verano mi tía Marta que veraneaba en enero – y nosotros en febrero – me llevó y dejó en la casa de la abuela Luci. Yo tendría once o doce años, durante la semana me quedaba encerrada en la casa de la abuela, porque no nos querían dejar ir solos a Leo y a mí, y sólo veíamos la playa el fin de semana, claro que si había día lindo. Pero una hermana de mi tía Tesi se había casado con un tipo que era igual a Woodi Allen y tenía toda la plata, trabaja en una mutual, financiera o algo así y en la casa tenía algo increíble: una video cassetera donde podías ver películas. Ese verano nos la pasamos viendo películas de terror con Leo. No sé cuánto duro eso, un día este tipo que era igual a Woodi Allen desapareció de la tierra dejando a todo el mundo colgado, incluyendo a su esposa y dos hijos, y con una quiebra fraudulenta de miles de dólares.
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Ya para entonces Leo había dejado de ser un nene y yo una nena. Él tenía la teoría de que si se masajeaba la pija todo el día eso iba a ayudar a desarrollarla más y tenerla más grande. Así que andaba todo el tiempo con la mano adentro del calzoncillo ayudando a su miembro viril a tener un correcto desarrollo peniano.
Y como no podía ser de otra forma un día me lo apreté. Fue una tarde en la casa de la abuela en que no teníamos nada que hacer y estábamos embolados. Con tanta mala leche que justo entró en la pieza la abuela Luci y sin dudarlo se retiro y volvió al toque con un cinturón y nos sacudió con la hebilla hasta que nos hizo llorar de dolor y nos hizo jurar que no lo íbamos a hacer nunca más .
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Ese verano algo raro pasaba, se olía en el ambiente. (Ese verano: no sé muy bien cuál fue, quiero decir, no me interesa hacer una cronología precisa de nada, sino sólo contar cosas que recuerdo más o menos como me vienen a la memoria y ordenarlas más o menos como creo que se sucedieron en el tiempo sin preocuparme si el orden es correcto o no.) En ciertas conversaciones a media vos, en llamados telefónicos, en algunos comentarios desubicados que se me hacían sin explicarme a razón de qué venían, en fin, algo pasaba y me involucraba y nadie me decía nada, pero me lo hacían sentir todo el tiempo.
Hasta que una tarde vino a visitarme la abuela Nidia – la mamá de mi papá– que veraneaba en el Faro con mi tía Marta y mis primos Pamela y Sebastián. Ellos ya se estaban por volver y mi abuela me quería ver. No sé cómo sucedió pero en un momento nos encontramos las dos solas y ella me hizo una pregunta rarísima: ¿a quién querés más: a tu mamá o a tu papá? Cuando escuche esta pregunta sabía lo que la abuela quería escuchar, pero también sabía que la pregunta era una cagada sin saber explicar por qué, y a una pregunta conchuda respondí con una respuesta conchuda: a mamá. La abuela se descompuso y se puso a llorar, pero no dijo nada, me quería mucho, sólo le pidió a la tía que se fueran. La tía entonces me encaró y me pregunto qué había hablado con la abuela que se había puesto así, y yo le respondí que no sabía, que no habíamos hablado de nada. Me hice la boluda, pero interiormente estaba contenta de haberle respondido eso porque sospechaba que si no ponía ese límite me iban a envolver en un rollo en el que yo no tenía nada que ver.
Claro que con el pasar de los días el rollo terminó por envolverme en una guerra civil conyugal que recién en el 94 «terminaría» dejando tras de sí demasiados años de mierda acumulada.
Ese verano me enteré que las cosas no estaban bien entre mis viejos. Ellos con mis hermanas vinieron los últimos días de febrero para que mi mamá pudiera ver a sus padres y para buscarme a mí.
De ahí en más todos los veranos cambiaron radicalmente. Por un lado estaba la familia de mi mamá y por otro la de mi papá y se decían toda clase de cosas a espaldas y todos se sentaban a la misma mesa y nada, nada que no haya sucedido a otros ni que vuelva a suceder. La única cagada es que nadie se rescató que esos años nos hicieron muy mal a mis hermanas y a mí y que nadie pudo ni tubo la coherencia de darse cuenta de ello y cortar con esa cantinela a tiempo.
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De estos veranos, estoy hablando de los catorce a los diecisiete, empezamos a escaparnos de noche. Yo por ser la más grande de todos los primos y llevarme bien con mis primos de Mar del Plata pasaba más tiempo allá, solía ir en enero a lo de la abuela Luci y en febrero me mudaba al Faro con mis viejos y mis hermanas. Y a veces también estaban en el Faro, creo, pero no me cierra, bueno no importa, mi tía Marta con mis primos. Y nos escapábamos a la noche a tomar cerveza y patear bolsas de basura. Éramos un bardito, éramos unos cuantos y el margen de acción era muy limitado, con lo cual, salir a tomar una cerveza, ver a un chico, simplemente ir a pelotudear hasta la madrugada por las calles del Faro era una aventura.
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Leo una noche de algún verano de esos se gano el nombre de Birra. Esa noche se tomó como siete u ocho litros él solo y terminamos a la madrugada vomitando frente al mar. Leo era un talento. Una persona hiperinteligente y dotado para la música y el dibujo, y como le suele suceder a la gente muy inteligente, esto le jugo en contra. Por entonces empezó a emborracharse y a incursionar en las drogas y soñaba con ser Slash, el guitarrista de los Guns & Roses y morir a los veintiuno como Sid Vicius. Igual nuestras salidas seguían siendo tontas, ir a Alem o Constitución o el Centro a emborracharnos, hacer bardo y levantarnos a alguien. Esto también era un foco de conflictos porque entre mis hermanas y mis primas nos robábamos los novios unas a otras y después nos matábamos entre nosotras.
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Mi primer cigarrillo fue un Inst Saint Lorens que me convidó el Pitufo una tarde en la puerta de la casa del faro. Yo fui la última en empezar a fumar. Mis hermanas y mis primos y primas ya fumaban todos, desde los once o doce años. Todavía puedo paladear ese primer cigarrillo que no sé qué gusto tenía pero no tiene el sabor de ningún cigarrillo que fumé después. Algo parecido me paso con mis primeras borrachera o con la coca. Con los tipos no, depende el caso, el momento, el lugar, tantas cosas, en todo caso es otro tema.
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Mi papá que estaba desquiciado –en realidad todo el mundo adulto estaba desquiciado, hablo de mis padres, pero también de mis abuelos y tíos, pero qué sé yo, en Mar del Plata es como que teníamos cierto margen para que ellos se cocinaran solitos en su propio guiso y nosotros, los primos, pudiéramos hacer la nuestra con cierta libertad– sabia que todos fumábamos y nos tenía terminantemente prohibido hacerlo. Siempre se vanaglorió de nunca haber fumado un cigarrillo y contaba con un orgullo que nunca entendí que un día un amigo del barrio le ofreció un cigarrillo y el le dijo que ni loco probaba esa porquería. Así como suena, eso para mi papá era digno de ser contado como una anécdota que vale la pena ser relatada mil veces. Bueno, mi papá le hizo caso a su mamá que siempre le aconsejó que entre comprarse una golosina o un atado de cigarrillos, siempre era más sano llenarse los bolsillos de caramelos –sic.–.
Pero lo que quiero contar es sobre una tarde que estábamos todos en un local de maquinitas que quedaba a unas cuadras de la casa del Faro. Estábamos todos jugando a los fichines y fumando como escuerzo y de repente lo vimos a mi viejo aparecer en la puerta del local. En un santiamén de pánico y terror, (conocíamos las furias de papá, quiero decir, hacíamos lo que queríamos nosotros, pero él era papá y estaba loco y era la ley), hicimos desaparecer todos los cigarrillos que teníamos encendidos y pusimos nuestra mejor cara de estúpidos. Estaban mis hermanas, mis primos y algunos amigos que habíamos hecho ese verano. Todos lo vimos y logramos deshacernos de la prueba del delito, menos mi hermana Carolina, que estaba muy compenetrada jugando al Pac-Man con el pucho en la boca. Entonces mi papá nos fulminó con la mirada y nos ordenó silencio. Se acercó a mi hermana y le dijo si no quería que le sostuviera el cigarrillo mientras jugaba. Mi hermana sin sacar la vista de la pantalla se lo dio agradeciéndole: gracias lindo. El resto, nosotros, mirábamos, congelados en el lugar, la situación, con mezcla de horror y cierta malévola diversión. Cuando perdió, levantó la vista para reclamar el cigarrillo y mi papá se lo tiró al piso, lo aplastó y empezó a putear como loco. Nosotros nos queríamos matar, era horrible lo que estaba sucediendo, era un quemo. Mi papá estaba sacado, gritaba como un loco, nos ordenó a todos que fuéramos ya para casa y no se privó de darle una piña a un cartel que había en la puerta del local.
Después nos tuvimos que comer todos un sermón, un castigo y lo dejamos hablar, blablabla y seguimos en la nuestra. Ya para esa época sabíamos cuales eran las consecuencias de ser chicos sanos que se atiborran los bolsillos de caramelos.
III
El verano del 94, como otros veranos también me fui todo enero y febrero a Mar del Plata. Ese verano estaba por cumplir los 18 y no sólo estaba harta de mi casa sino que también venia escapando del que había sido mi novio hasta ese momento. Un drogón de cuarta del barrio que me dejó embarazada y me mandó a sus amigos a decirme que tenía que abortar, que no me hiciera la boluda. La cosa que hice lo que me pidieron y quedé bastante mal, no podía dormir, me pasaba las noches en vela, dormía cuanto mucho dos horas por día y la cabeza era una calesita que lograba hacer andar a una velocidad razonable a base de pastillas y marihuana. Pero eso no era todo, sino que él empezó a decirme que yo le había arruinado la vida, que había asesinado a su hijo. Nada, un idiota marca cañón, pero yo por entonces no lo sabía.
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Ese verano la pasé bien. En realidad no recuerdo ningún verano en Mar del Plata que la haya pasado mal. Sí momentos malos, momentos muertos, momentos de mierda, idiotas, pero la vida básicamente es eso, algo imposible, con ciertos momentos donde la cosa se distiende y eso que uno imagina que debería ser la vida siempre, sucede por un rato, sólo por un rato.
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Ese verano no volví a la playa, al menos de día. Nunca más volví a ninguna playa a pasar el día, a tomar sol, a metérme en el mar. Dormía todo el día y salía de noche. O me encerraba a leer. Ya leía. Creo que por entonces estaba leyendo a Soriano, Cortazar, Fontanarrosa, Stephen King y la interminable vida de San Martín escrita por Mitre. Tenía pegada arriba de mi cama una foto de Alejandra Pizarnik que había recortado de un suplemento de cultura de Clarín y que era la misma foto que aparece en la tapa de la edición de la obras completas que edito El Corregidor y que tenía entre los libros que me había llevado para leer.
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Mis noches se repartían entre mi primo Birra y sus amigos punkys, o mis primos Pamela, Seba y Juampi que nos juntábamos con mi compañera del secundario Cecilia que tocaba en la peatonal.
Cecilia estaba de novia con un pavo de Santa Fe que tocaba la guitarra y cantaba y ella lo acompañaba. Cantaban canciones propias y ajenas, durante el año en plaza Francia y ese primer verano en la peatonal. Tambien con ellos había un colombiano que tocaba canciones de Silvio. En ese momento eso me parecía bien, estaba muy bien, pero hoy de sólo pensarlo me mete miedo. Quiero decir toda esa onda hippy y su folclore lo detesto. Si algún día tendría que hacer la revolución sólo me convencerían de tomar las armas y buscar copar el palacio de invierno si me prometieran que una vez en el poder una de las primeras medidas a tomar sería poner a todos los hipposos y todas sus variantes contra el paredón y ordenar fuego.
Pero en ese momento estaba muy bien escuchar canciones de Silvio, León Gieco, Víctor Heredia y toda esa gilada. ¡Éramos tan jóvenes, juro que no sabíamos lo que hacíamos! Y las noches se iban quemando así. Entre boludear por el centro, tomar cerveza y terminar a la madruga en la playa fumando un porro. O en la casa de alguien tomando mate y hablando de qué sé yo qué.
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Ese verano me reencontré con Jorge que conocía de otras vacaciones. Él era mayor que el resto, tenía veinticuatro años y vivía en el Faro con Ingrid, Maxi y algún que otro perdido que caía pidiendo alojamiento es su casa. En realidad vivían en el fondo, en el garaje, que tenía cocina y baño, y adelante alquilaba la casa a una familia tucumana.
El que había tenido contacto con Jorge durante todo el invierno era mi primo Birra y una noche nos cruzamos y nos quedamos tomando cerveza hasta la madrugada y charlando. Ahí surgió el tema que yo me quería ir de casa y él me invito a mudarme a la suya. En realidad, cuando pasara el verano tenía la idea de irse a vivir a Buenos Aires, porque su novia era de allá, y porque la cosa en Mardel se había emputecido para él.
Así que una tarde trasladé todas las cosas de la casa del Faro a la de Jorge, que no habría más de ocho cuadras de distancia, y le dije a mi tía que le avisara a papá que no volvía más a casa, y a la abuela Luci que le dijera a mamá lo mismo. Esa noticia en Buenos Aires no sonó todo lo terrible que podría haber sonado en otro momento porque mis padres habían decidido separarse y eso los tenía sumamente entretenidos.
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Hasta ese verano Jorge básicamente vivía de alternar trabajos temporarios con los oficios que realmente le dejaban guita: dealear y cagar a las tarjetas de credito. Conseguía tarjetas de alguien que tuviera más o menos su edad, arregla con el dueño, que le decía qué quería comprar, y él pegaba a esa tarjeta su foto, y salía a comprar como loco toda la mañana hasta después del mediodía, donde el dueño la denunciaba, y todos los gastos de la tarjeta corrían por cuanta de la empresa. Era un negocio redondo, pero medio Mar del Plata estaba ya en ese curro y ese verano empezaron a caer como pajaritos. El trabajo de dealer también lo había tenido que dejar porque todos sus amigos estaban a la sombra. Jorge supo retirarse a tiempo. Tenía en el placard, colecciones enteras de remeras, pantalones, medias, perfumes, televisor, videocassetera, sillones, de todo.
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Pero el verano llegó a su fin y nadie trabajaba y en el barrio éramos vistos como personas indeseables, que vivían de noche, dormían de día, que nadie sabía de qué vivíamos, lo cual significaba que sí sabían o suponían de que vivíamos: de chorros, de chorros drogadictos, claro.
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Y llegó marzo, la ciudad quedó vacía y nosotros quedamos en veremos. Nuestro objetivo era ir a Buenos Aires pero no teníamos un cobre. Vivíamos del alquiler que Jorge le cobraba a los tucumanos de adelante y de lo que yo o Ingrid le lográbamos sacar a nuestras familias. Pasábamos noches enteras en Pilolas, un bar que quedaba en el centro y que estaba abierto las veinticuatro horas, y donde pasaban películas en dos televisores gigantes. Era un bar como cualquier otro, solo que pasaban películas y era habitual ver en el lugar a muchos canas de civil y a personas como nosotros que no hacíamos nada.
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De esos días recuerdo las caminatas interminables por el Faro y Punta Mogotes. Eso lo extraño, nunca más volví a caminar y perderme por las calles como en aquella época.
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Las cosas se habían puesto complicadas por entonces, empezaron los días realmente feos y se nos venía el invierno y no teníamos ni idea cómo salir de Mar del Plata. Hasta que una tarde cayo Johnny, el hijo mayor de los tucumanos que estaba tapado de deudas y nos propuso hacer un negocio. El trabajaba en un lugar –obviamente que no diré dónde– y para pascuas su jefe se ausentaría unos días de la cuidad y dejaría su auto en el local y suponía Jonhy que en la caja fuerte habría suficiente guita para todos. Lo que nos propuso básicamente era que entráramos la noche de pascuas al lugar, saltando un paredón, el dejaría la puerta de adentro abierta para poder entrar sin tener que violentar ninguna puerta y una vez adentro laburar la caja fuerte y llevarnos el auto. Con Jorge fuimos a contactar a Dany, un chabon que laburaba vendiendo pochoclos en la peatonal pero eso solo era una cobertura para otros negocios. Con el negociamos el precio del auto, nos daría cinco mil pesos si se lo dábamos esa misma noche en Mar del Plata y diez mil si lo llevábamos a Buenos Aires. Además podíamos sacar unos cuantos miles más si aceptábamos cobrar una parte en dólares falsos.
Ya estaba todo súper aceitado y llegó la noche. Johnny y Jorge entrarían al lugar y yo me quedaría en la esquina haciendo de campana. Cualquier cosa rara que viera los tenía que llamar desde el teléfono público al lado del cual hacía que esperaba a alguien y ellos sabrían que era yo y tendrían que hacerse humo.
La cosa es que algo raro había en el aire esa noche. O nosotros estamos muy perseguidos. Lo cierto es que esa noche nos cruzamos como tres veces con un gordito cana de civil mientras hacíamos tiempo en Pilolas y por los fichines para dar el golpe. Cuando fuimos al lugar, yo me quede en la esquina convenida y ellos fueron a hacer lo suyo. En el lugar había todo para laburar la caja fuerte, así que sólo tenían que entrar y laburar. Pero a los cinco minutos de partir volvieron diciendo que la noche estaba rara, que dejáramos todo para la noche siguiente. Volvimos a Pilolas y nos acostamos a la madrugada después de tomar mate y hacer planes de qué haríamos cuando llegáramos a Buenos Aires.
**
A la tarde nos despertó unos golpes en el portón del garaje. Yo mire por la mirilla de la puerta y descubrí con horror que era mi mamá. La casa estaba hecha un despelote y no la veía a mi mamá desde que me había ido de casa a principios de enero. Mi mamá siguió insistiendo en la puerta, entró al patio y golpeó en la puerta del costado y luego se fue, dejando una nota: hola Elsa, pase a verte, más tarde vuelvo a pasar a ver si podemos charlar un rato, besos, mamá.
**
Apenas se fue nos pusimos a arreglar todo lo mejor que se podía ese pandemonium. Cuando llego Rita, la mamá de Johnny, llorando, y detrás el resto de la familia muda y con las caras desfiguradas, nos acercamos a preguntar qué pasaba. Resulta que esa tarde los tucumanos habían recibido unos parientes y fueron todos a la escollera sur. La cuestión que el mar estaba imposible y el padrastro de Johnny se resbaló, se golpeó la cabeza en unas rocas y cayó al mar. Johnny en la desesperación se arrojó al mar y una ola lo cubrió y nunca más se lo vio. Johnny no sabía nadar.
Y mi mamá volvió justo en ese momento. Con la excusa de que se acababa de morir un amigo pude poner a raya los reclamos y reproches de ella, que se fue al rato, triste, sin poder creer en las condiciones en las que vivía, pero gracias al chamullo de Jorge no tan preocupada y molesta como había llegado.
**
Con Jonhy muerto se nos desvaneció la última posibilidad cierta de irnos a Buenos Aires sin laburar. Los meses que siguieron hasta que por fin logramos escapar de esa ciudad son un capítulo aparte –y quizá el único que valdría la pena contar– que no tengo ganas de contar aquí. Sólo diré que esa fue la última vez que fui a Mar del Plata y también mis últimas vacaciones hasta hoy y que desde entonces vivo encerrada entre el Conurbano Bonaerense y Capital Federal, en circuitos o zonas bien delimitadas, reificadas, matrizadas y alienadas, según fueron pasando los años. Pero no he vuelto a salir de este laberinto salvo una vez que con mi amigo Ferront –el negro Cañon de la canción: Masacre en el puti club– fuimos un día a la Plata y la vez que viajé a Córdoba a ver el último recital de los Redondos. Tampoco es que sueñe con viajes a Nueva York, Rio de Janeiro, la Polinesia, Paris ni Mar del Plata. Nada que ver. Lo que busco hace tiempo y no encuentro, no es irme de vacaciones a ningún lugar ni ser turista de nada, sino poder vivir en esta ciudad horrible una vida que no he logrado inventarme y que ciertos días percibo, intuyo, como algo lejano, y otros, como algo imposible. Ahí, justo ahí, estoy, buscando, entre lo lejano e imposible, algo, una tensión, un giro, un no sé qué, que persiste, insiste, más allá, de la estupidez y la nada cotidiana, olvidado, como promesa y espera, improbable y remota, entre los escombros del alma.
IV
Claro que
todo lo que cuento aquí
es mentira.
Todo,
salvo el relato astillado
de los días
a los que pude volver
por medio de él,
por medio de las palabras
que van tejiendo la trama
de una vida
que
siempre, siempre, siempre
emputecidamente siempre
está
en otra parte.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)
La abuela Nidia sentada en la arena de alguna playa del centro. La foto – tarjeta postal – esta fechada el 26-12-43. La abuela no mira a la cámara. Esta sentada medio de costado, inclinada hacia la derecha, con lo cual muestra su perfil izquierdo. Tiene un pañuelo en la cabeza y un vestido que le llega apenas debajo de las rodillas. Y si uno mira atentamente su cara puede intuir, más que ver, sus hermosos ojos claros.
En la foto se puede ver a mamá sentada en una lona con una bikini naranja y yo a su lado recostada sobre su pierna derecha. Tambien están Leo con una musculosa rayada, mis hermanas Mariana y Carolina y el abuelo Carlos de pie, detrás de todos nosotros, medio inclinado, como queriendo agarrar algo. Al fondo se puede ver el Faro pintado a rayas blancas y rojas.
De izquierda a derecha estamos posando en la orilla de la playa: Seba, Pamela, yo, Mariana, Carolina y Juampi. En esa foto no devemos tener todos más de entre 3 y 5 años.
Pamela y yo enterradas en la arena. Y papá agachado agarrando a mi hermana Carolina detrás de nosotras.
Todos posando para la foto en el patio de la casa del Faro. Mis primos, mis hermanas y otros chicos que no sé quiénes son. En la mesa hay una torta con la novia de Mikey Mouse y cinco velitas. Es, claro, 24 de febrero y estamos festejando mi cumple. Al fondo de la foto se la puede ver sentada mirando a la camara a Doña Lisa.
Carolina, Seba, Pamela, yo y Leo, en cuclillas, en un claro del bosqucito de Chapalmalal.
Jorge, Pamela y yo, sentados en una piedra en la que esta grafiteado: amigos para siempre.
Jorge, yo y Jonhy, sentados en la cama del garaje de la casa de Jorge.
Yo limpiando el baño de la casa del Faro luego de bañarme. Tengo el pelo larguísimo y estoy infinitamente más flaca y joven que hoy.
Birra, Jorge, Pamela, Seba y Maxi, en el Saccoa.
(XV)
(elinterpretador, número 25, abril 2006)
Ce texte est pour toi –le cauchemar plus beau et plus intelligent que j’ai connu dans ces ans–; maintenant, que le plus mauvais passé, que mes ossements se sont habitués au poids de ton absence, et seulement me mord une tristesse très pareille au désarroi, quelques jours, quand la memoire impossible de ce que n’a jamais existé, m’assaille et m’enveloppe, en m’apportant des images, des scenès, des mots, des lieux, des odeurs, des silences, des cigarettes, tes yeux, t’implacable et bouleversée intelligence, et ta bouche… et tes lèvres en me disant: je te regrette, je te nécessite, ne t’en va pas.
“Ya no quedan nazis de corazón
ni tu mirada
ilumina
el abismo
de mi nada

llueve
llueve mucho
y las horas pasan
con una chatura e imbecilidad
que me desarticula y aplasta

ahora
aquí y ahora
este instante
es una cárcel, un laberinto
una pesadilla tenue
cualquier cosa
una pensión
llena de fantasmas
un fósforo usado
una moneda
sin relieve
fotos de la infancia
que son
como jeroglíficos
de una civilización perdida
el humo de un cigarrillo
que se desvanece en el aire
estas palabras
que por pudor
o quizás
por cansancio y aburrimiento
han olvidado
su sentido.

Ya no quedan nazis de corazón
sólo un relato mal contado
que me devuelve
a tu ausencia
a la presencia nítida y precisa de tu ausencia
que se parece
demasiado
a este domingo
a esta tarde
a esta lluvia
que insiste
sin por qué
ni futuro alguno.”

Julieta Prandi, Domingo.

MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE UNA CHICA DE LETRAS
No es un secreto que a la profesora Silvia Saítta siempre le gustó la botella. Desde chica, desde pendejita más bien, desde que se fue a Bariloche con sus compañeros de la secundaria y en la barra de un boliche pidió su primer trago, un Séptimo Regimiento, nunca paró de beber. Lo que sí es un secreto es cómo hizo para estar siempre borracha desde entonces y a la vez poder tener un rigor académico que la transformara en una erudita de la literatura argentina y, a la vez, en una académica respetada y odiada, pero siempre tenida en cuenta hasta por aquellos que sólo se toman un vasito de cerveza el sábado por la noche para acompañar la pizza (1).
Pero un día algo pasó. Silvia se quebró. Nadie sabe bien por qué, pero se rompió. Y empezó a chapotear en el fondo de esa botella que nunca tubo gusto a nada. Y empezó a dejar de ir a fiestas, a cumplir con sus responsabilidades, a leer libros, a preparar sus clases. Y empezó a destruirse sistemáticamente, a demolerse como si fuera un edificio viejo que no sirve para nada. De la vieja profesora Saítta siempre borracha, feliz, reventada, ocurrente, siempre dispuesta para leer o dar clases o escribir reseñas o prenderse en una orgía, no quedaba ni la sombra de la sombra, nada.
Sarlo, porque la Coca Sarlo todavía era titular de la cátedra Argentina II por entonces, estaba recaliente, porque Saítta iba a las clases borrachísima, se sentaba frente a los alumnos, sacaba una petaca de whisky Criadores, prendía un Marlboro y durante dos horas se ponía a contar chistes cordobeses o de gallegos o a contar anécdotas sobre bares, personajes de la noche y puteríos de la facultad. Sarlo le llamo la atención, le pidió que se pusiera las pilas porque si no la iba a obligar a tener que tomar medidas que no quería. Y Silvia, que estaba endemoniada, redobló la apuesta, trasladó sus clases al bar de enfrente, a Platón. Ahí arregló con el dueño de Platón, ella le garantizaba una cierta cantidad de alumnos para que consumieran mientras daba sus clases y a cambio éste tenía que dejarle a ella canilla libre, que por lo general era whisky Criadores o ginebra Bols.
En la cátedra todas sus compañeras ponían cara de circunstancia y decían con vos de pena: que lástima esta piba, como se está arruinando la vida, como está tirando una carrera brillante a la basura… Pero en el fondo todas estaban felices de que Saítta se estuviera transformando en un fantasma de lo que había sido alguna vez. Es que en el fondo sabían que Sarlo no iba a durar mucho tiempo más al frente de la cátedra como titular y que la que la sucedería sería Saítta y que frente a ella no tenían oportunidad de disputarle el puesto. Pero si Saítta seguía hundiéndose en el oscuro abismo de su ser terminaría en el Moyano o pidiendo monedas en Constitución para tomarse un vaso de vino barato en los bares de borrachines de la estación, con lo cual alguna de ellas sí podría llegar a ese lugar tan deseado. Por eso todas hablaban con un dolor afectado del «tema Saítta» pero a la vez ninguna hacía nada por ayudarla. En realidad, todas no, hubo una que sí se preocupó sinceramente por su compañera y que se propuso sacarla de ese infierno de sexo, drogas y rocanrroll, – porque hay que decirlo- ya Saítta estaba en cualquiera, pero mal, mal.
A Graciela Speranza siempre le cayó bien Saítta, la admiraba con reverencia desmedida por sus libros, en especial por El escritor en el bosque de ladrillos, pero esa reverencia que tenía hacia su compañera también siempre le impidió demostrarle su afecto y respeto. Pero ahora que Saítta estaba a punto de tirar la toalla, de perder su alma, rodeada de aves de rapiña deseosas de comer su cuerpo exhausto, se propuso dejar a un lado esa estúpida reverencia que siempre había puesto distancia entre ellas y acompañarla en este momento difícil.
Graciela Speranza sabía que si quería ganarse la confianza de Silvia Saítta, al principio no le quedaba otra que seguirle el tren, acompañarla en sus noches de reviente y una vez consolidada la amistad ver la forma de sacarla de esa pesadilla. Así que una noche cayó en el bar de Caballito donde Silvia rigurosamente empezaba todas sus noches – empezaba ahí, dónde amanecía era un misterio que solo el azar conocía -. Estaba en una mesa tomándose un whisky junto a un morocho de unos treinta años. Graciela saludó a su compañera y se sentó sin pedir permiso. Con sólo ojearlo Graciela Speranza le había sacado la ficha al morocho, no era ningún novio, era el dealer del lugar. Pidió un trago, comentó nimiedades y luego encaró al morocho, sacó de la cartera 200 dólares y dijo con vos de gata: bebé, sé bueno y traénos algo rico, ¿dale?, y le pasó los billetes disimuladamente. Cuando el flaco se fue, Silvia la miró con una sonrisa tan dulce que casi la derrite a Graciela y le comentó: mira vos y yo que te hacía una careta del año cero.
Esa noche y los días que siguieron Silvia y Graciela fueron de fiesta en fiesta y terminaron la cuarta noche en el departamento de Belgrano de Graciela hechas mierda, contándose sus vidas, hablando de libros, de amores, contentas porque sin darse cuenta algo había nacido entre ellas que las unía y les devolvía algo de esa felicidad perdida de cuando con una amiga tenían que inventarse algo para pasar las tardes muertas de verano.
Los meses que siguieron no fueron nada fáciles para Graciela Speranza. Si bien se había ganado la amistad de Silvia Saítta y esto le permitía estar, ayudarla a que la caída no fuera abrupta y total, el desmoronamiento seguía su lento y perverso proceso. Graciela mantuvo en secreto una reunión con Jorge Panesi, en donde le pidió consejo y ayuda, y éste le ofreció los servicios de Charles Bronson, al que puso a sus órdenes para que la vigilara a Silvia día y noche. Charles Bronson a partir de entonces paso a ser una suerte de acompañante terapéutico, se instaló en el departamento de Silvia y un día antes de dar sus clases intentaba limitar lo más posible la cantidad de botellas y falopa que habitualmente consumía para que pudiera llegar a la cursada apenas borrachita a dar clases.
Sólo una vez Charles Bronson en su papel de acompañante terapéutico estuvo en serias dificultades. Era medianoche y a la mañana siguiente Silvia Saítta tenía que dar un teórico sobre el cruce entre literatura y periodismo en las primeras décadas del siglo XX. Hacía ya un rato que Charles Bronson se había guardado la tiza y no quedaba nada en el plato y le había dado unas pastas para que bajara y pudiera descansar. Silvia Saítta estaba sentada en un sillón frente al suyo tomando un baso de ginebra sin hielo, mientras charlaban de nada. Cuando Silvia Saítta le preguntó: ¿y vos Charl? ¿qué estás leyendo? ¿estás leyendo algo? Sí, le respondió Charles Bronson, una novela de William Faulkner, Luz de agosto. Saítta se lo quedó mirando, con una mirada estrábica y desquiciada, y dijo: junio, claro, junio, junio qué, dijiste. No Silvia, la corrigió Charles, no dije junio sino agosto, Luz de agosto. Debe ser la resaca, respondió Silvia Saítta, no me hagas caso, voy a la cocina a buscarme un guielín y vuelvo. Se levantó del sillón y fue a la cocina para volver un instante después y pararse detrás del sillón en el que Charles Bronson estaba. Che, ¿y de qué trata la novela de Faulkner? preguntó Saítta. Charles Bronson en un rapto de lucidez rescató que algo extraño estaba sucediendo y pegó un salto del sillón para quedar de frente a ella. En ese mismo instante Silvia Saítta cayó sobre el sillón de Charles Bronson acribillándolo con una enorme cuchilla. Junio y la puta que te parió, gritó descompuesta. Charles Bronson intentó calmarla pero Silvia se había brotado y tubo que encerrarse en el baño. Por suerte el baño tenía una puerta de madera sólida que soportó las embestidas de Silvia que la acuchilló durante un buen rato hasta casi destrozarla y después se hizo un silencio de tumba. Cuando al amanecer Charles Bronson cobró valor y abrió la puerta del baño la encontró a Silvia durmiendo en su cama como un angelito.
Claro que ésto generó un malestar general en Puán y todo el mundo empezó a cuchichear todo tipo de infamias en torno a Graciela y Silvia. Es que en el fondo, todas en Puán, ya se habían hecho a la idea de que Saítta era un cadáver con fecha de vencimiento y nadie quería renunciar a ese día final que cada una había construido en su mente hasta en los más mínimos detalles. Por eso Graciela Speranza se transformó en una mala palabra en los corredores de la facultad, porque era la conchuda que venía a estropear la epifanía de un deseo secreto y oscuro de la mayoría. Pero Graciela hizo caso omiso de tanta mala fe y resistió el desprecio y los comentarios venenosos con estoica determinación. Aparte, ellas, desconocían la dulce sonrisa que Silvia Saítta le regalaba a ella en los escasos momentos en que estaba bien y eso era un milagro al cual no podía renunciar.
Cuando terminaron las clases, Graciela sacó dos pasajes a Europa. Llenó cuatro valijas con ropa, para no tener que pasar por el bochorno de que alguien que la hubiera visto por las calles de Praga un lunes con una remerita verde se la pudiera volver a cruzar algunos días después con la misma remerita verde sentada en un café de Milán. Después se dirigió al departamento de Saítta, donde la esperaba Charles Bronson con Saítta empastillada hasta las tetas – ésta medida la había decidido Graciela y ejecutado Charles Bronson porque de otra forma jamás la hubieran logrado convencer de que entre pasar el verano en barsuchos de mala muerte o ir a pasear por Europa no había nada que elegir. Charles Bronson ayudó a cargar las maletas en el remís y partieron a Ezeiza.
En Europa se produjo el milagro tan esperado. Fue increíble. Saítta a medida que fueron pasando los días y que fueron viajando de ciudad en ciudad del viejo continente, empezó a recuperar la confianza en ella misma. Era inexplicable el cambio, pero era cierto. Ese viaje operó en ella como una suerte de aloe vera espiritual. Claro que seguía chupando como una condenada, pero ya no había casi rastros en su mirada de esa tristeza sin fin que la hundía en un desasosiego criminal que la obligaba a incendiarse como un bonzo. Y una noche en un pequeño bar de Budapest, a la luz de las velas, con un vino tinto en las copas y hablando de Alejandro López – Speranza sostenía que López era una mala copia de Puig y Saítta que nada que ver, que era un gran narrador y que efectivamente se podía ver en él a un continuador de Puig-, de repente, de forma natural y sin pensarlo, se encontraron sus bocas unidas en un beso desesperado y dulce.
Las chicas de letras que teníamos la imagen de la Saítta de antes de su viaje a Europa con Speranza no podíamos creer en el cambio operado en ésta y en tan poco tiempo. Qué duda cabía, era el amor, la fuerza del amor, que había hecho resurgir a Saítta de entre las cenizas de sí misma. Silvia estaba radiante, de buen humor, ocurrente, ahora se bañaba todos los días y había restringido el alcohol, las drogas y el reviente solo a los fines de semana. De lunes a viernes se dedicaba a preparar sus clases, a reseñar libros, a escribir, leer, a ocuparse de sus obligaciones cotidianas. Sencillamente era un milagro, pero este milagro generó mucha desconfianza y malestar entre el profesorado como alegría entre algunas pocas que siempre habíamos apreciado a Silvia.
LA GEOMETRÍA IMPOSIBLE DEL AMOR
Los meses que siguieron fueron un claro abierto otoño, o mejor, una primavera inaudita e imposible que surgía del tibio calor de un sol que hacía brotar risas de la nada.
Pero la historia no termina acá porque el corazón es un cazador solitario y el amor una geometría hecha de formas incorrectas y pasiones erróneas.
Una tarde, Silvia Saítta, estaba en el patio de la facultad fumándose unos porros con una birra, cuando vió pasar a su lado a una chica que lloraba desconsolada. Era preciosa y no pudo evitar el impulso de ir tras ella y preguntarle qué le pasaba. La alcanzó en la puerta de la facultad, la encaró y le preguntó qué le sucedía. La chica entre mocos y llantos intentó hablar pero solo le salían pucheritos. Silvia la miró con atención, la tenía vista de algún lado, ¿habría sido alumna suya?, no, no lo creía, pero tenía la sensación de no habérsela cruzado nunca y conocerla de toda la vida. La tomó de un brazo, la cruzó a Platón, y en el bar pidió un café en jarrito para la chica y una ginebra para ella. Cuando el mozo trajo el pedido y la chica se calmó, por fin pudo hablar.
Se presentó, era Julieta Prandi, la modelo que aparecía en cuanta propaganda de bombachas había en la ciudad y que hacía un sketch en el programa humorístico de Franchella – con razón, se dijo Saítta, tenía la certeza de no conocerla, y a la vez, haberla visto mil veces. Y le contó, resulta que ella escribía poesía y le interesaba mucho la literatura y había venido a averiguar para inscribirse en la carrera de letras, porque si bien su profesión de modelo le había dado fama, plata y cierto poder que surgía a partir de haberse convertido toda ella en un fetiche, lo suyo no era eso sino la literatura. Y cuando intentó informarse de qué pasos debía tomar para inscribirse en la carrera aparecieron unos Pitufos-Bolivianos que la empezaron a bardear. Le escupieron en la cara que la facultad no era una pasarela, que Roberto Giordano no cortaba el pelo en Teoría y análisis literario, que cuál era la tarifa que Pancho Doto la obligaba a cobrar para pasar una noche con ella, y cosas así.
Silvia escuchó callada, sin interrumpirla. Cuando la otra terminó, le preguntó si le podía pasar algo de su producción, que estaba interesada en leer su poesía. A Julieta Prandi se le iluminaron los ojos. Miró su reloj y le dijo, ahora me tengo que ir volando porque en dos horas tengo que tomar un vuelo a Nueva York, pero pasáme tu mail y te mando algo de lo que escribo, ¿dale? Dale, dijo Saítta, encendiendo un cigarrillo para disimular cierto arrebato que sentía crecer en sus entrañas.
Al cabo de unos días Silvia Saítta recibió en un archivo word las poesías prometidas y una invitación, cuando vuelva de Nueva York me gustaría tomar un café con vos y que me digas qué opinas de mis poemas.
Los poemas no estaban nada mal y por una cosa u otra, por ocupaciones mutuas, el encuentro se fue posponiendo varias semanas. Semanas en las que ambas empezaron a tener un correo más o menos diario.
Por fin, una tarde se encontraron en un bar, estuvieron tomando cerveza, charlando durante horas y después cada una se perdió en la ciudad, cada una en su vida, cada una en sus problemas y obligaciones, pero el encuentro había sido perfecto, único, pensó con cierto espanto Saítta, quizá irrepetible.
Dos días después, Silvia Saítta al chequear su casilla se encontró con un mail de Julieta Prandi. En él le decía que la había pasado muy bien en el bar y que le gustaría una noche invitarla a tomar unos tragos. Silvia sopesó la situación, volvió a sentir un arrebato incontrolable y esa noche se emborrachó deliberadamente para no pensar en nada.
Pero a la mañana siguiente todas las preguntas que había suspendido estaban ahí, reclamando que ella las mirara a los ojos. En principio le contesto a Julieta Prandi que ella también la había pasado bien en ese bar, pero que por ahora no podían verse por estar tapada de trabajo y que más adelante arreglaban. En realidad, Silvia Saítta estaba en una encrucijada, hasta hacia unas semanas se creía la mujer mas afortunada del mundo, porque en Graciela Speranza había encontrado al amor de su vida y, ahora, aparecía la Prandi con su juventud, su poesía y esos pucheritos que hacía a cada rato sin darse cuenta y que la arrebataban, la hacían mearse encima, y la volvían loca, loca, loca.
Durante las siguientes semanas siguieron manteniendo un correo fluido por mail. Y a cada segundo que pasaba las dudas de Silvia Saítta con respecto a su amor por Speranza crecían. Speranza la había sacado del fondo de sus propias miserias y horrores inconfesables sin pedir nada a cambio, en un gesto de entrega absoluto, de amor inconcebible, y sabía que estaría atada a ella de por vida, porque todo lo que le quedaba por vivir sólo era posible porque Graciela Speranza había estado en el momento preciso en las puertas del infierno para robarle su destino al diablo. Por eso no podía decirle a Graciela, gracias por todo, fue hermoso mientras duró, y tampoco decirle a Prandi, vayámos a tomar algo, porque, ahora lo sabía, lo sabía sin saber, sin razón, con el corazón, era Prandi y no Speranza el amor de su vida.
Y en un cruce de mails cedió, arreglaron una cita y fueron a tomar unos tragos a Doctor Mason, un bar horrible de Palermo. Hablaron, hablaron, hablaron… y en un momento Silvia miró su reloj y dijo, ¿vamos?, yo todavía tengo que preparar una clase para mañana. Pagaron y Prandi la quiso llevar en su auto hasta su casa, pero Saítta se negó y entonces insistió en acompañarla hasta la parada del colectivo. En la parada, se produjo un silencio espeso y lleno de presagios, no hablaba ninguna de las dos. Silvia estaba en la calle mirando hacia donde debía venir el colectivo y Julieta en la vereda, apoyada en el caño de la parada, mirándola. Y cuando vio que Saítta sacaba un cigarrillo de su cartera y lo encendía con una ansiedad mal disimulada, la atrajo hacia sí y le dio un beso. Entonces, Silvia, la freno, le pidió que no lo hiciera, que tenía pareja, que lo de ellas no podía ser, que la pasaba bien con ella y que no quería que desapareciera de su vida, que ella no era histérica, pero que ahora no podía ser, y que si a ella le hacia mal la cortaban con los mails, que lo último que quería era hacerle daño a ella. Julieta la miró haciendo pucheritos – Silvia pensó que se moría – intentó decir unas palabras que nunca dijo y luego le dio un beso y la dejó en la parada y terminó esa noche en la casa de una amiga tomando whisky y llorando como una magdalena.
Y acá entra en el relato otro personaje fundamental para entender los hechos que siguen. Un personaje que estuvo siempre presente, pero que por economía del relato no aparece sino ahora. Por otra parte, siempre en toda ficción, o también en esa otra ficción que es la propia vida, hay personajes que operan y marcan el pulso de un relato, sin nunca hacerse presentes de forma explícita, pero que están siempre ahí, esperando un instante en el que irrumpen, a veces de forma velada y casual, pasan desapercibidos y con ellos desaparece la clave de toda historia.
El personaje que estuvo hasta ahora entre los bastidores de esta historia de amor es el marido de Graciela Speranza, Marcelo Cohen. Voy a dar por supuesto casi todo dato biográfico de Marcelo Cohen, y también voy a dar por supuestos otros datos que ayudarían a comprender mejor esta historia de amor. Es que esta historia de amor en lo esencial es verdadera, sólo varía en algunos datos, algunos lugares y en los nombres de algunos personajes. Y toda historia, ya sea de amor, locura o muerte, siempre se sustenta en convenciones y supuestos que los sujetos involucrados en los sucesos desconocen en forma precisa y estricta, pero que por ello no dudan un instante en el verosímil de la economía del relato que los hace. Ese es el secreto de todo relato, dar por supuestos algunos datos, dejar casilleros vacíos, personajes a medio dibujar, palabras raras que garantizan el desarrollo de una historia… en fin, todo relato, como toda vida nunca debería caer en el error de querer explicar nada ni de buscar hilvanar con palabras inútiles el tapiz de un dibujo perfecto, sino solo contar algo, dejando lo que no se entiende y su misterio en el lugar que le corresponde, en el corazón de aquello que alimenta y da vida a lo que se cuenta.
Bien, Marcelo Cohen, como todo el mundo sabe, era el marido de Graciela Speranza y, como tal, siempre estuvo al tanto de los amoríos de su mujer con su compañera de cátedra Silvia Saítta. Esto lo tenía sin cuidado, ya que él siempre estuvo a su lado por la fortuna familiar de Graciela Speranza y nunca por amor. El problema no era para Marcelo Cohen que su mujer saliera con otro sino que se enamorara de otro con lo cual él corría peligro de que ella lo dejara y tuviera que empezar a laburar. Por eso, desde un principio, desde que notó en Graciela ese brillo en los ojos que sólo otorga el amor, se preocupó y empezó a averiguar qué estaba sucediendo. Para ello contrató los servicios de la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (2), que eran tan malos como los Pitufos-Bolivianos, pero un poco más, porque éstos, aparte de ser malos por naturaleza, tenían técnica y como rito de iniciación a todos sus miembros se los obligaba a inscribirse en cursos y seminarios en el Rojas. Así que Cohen visitó las oficinas de Bananon (3) y éste puso a su servicio a sus pibes banana favoritos, Bananita y Banana Flaneur (4), y le pagó para que siguieran todos los pasos de su mujer.
El problema es que Cohen no quería involucrar a su mujer de forma directa porque ello lo podía dejar afuera de la fortuna familiar de los Speranza. Así que se limitó a juntar pruebas y a esperar el momento apropiado para dar el golpe. La mañana en que los Pibes Banana le trajeron las fotos de la Prandi comiéndole la boca a Saítta supo que su momento había llegado.
No le mostró las fotos a Graciela Speranza y le recriminó su adulterio, lo cual estaba en todo su derecho, ya que ella lo había convertido en un cornudo. No. Mandó en un sobre anónimo las fotos al programa de televisión de Jorge Rial y éste hizo el resto. Tanto Rial en su programa de chismes como en su revista que dirige Luisito Ventura estuvieron dos meses ganando plata con el escándalo de «La modelo que ratonea a los argentinos y se come una almejita de Puán».
Cuando Silvia Saítta se enteró de que por la televisión Rial decía que ella era la pareja de Julieta Prandi no supo qué hacer, y como tantas otras veces que no sabía qué hacer, hizo lo único que sabía hacer, ponerse en pedo. Y ahora cómo le iba a explicar a Graciela Speranza que esas fotos no decían toda la verdad, que si bien ella se había encontrado con Julieta y se habían dado un beso, ella finalmente le había dicho que no, que lo de ellas no podía ser, que le había dicho que no por Graciela y en detrimento de sus propios sentimientos, porque ella en realidad a la que amaba era a Julieta, pero como estaba en deuda con Graciela… en fin, que más daba, era imposible explicar nada, el mal estaba hecho y ahora había que esperar a ver cómo se sucederían los hechos.
Graciela Speranza no tardó en llegar al departamento de Saítta. Estaba destrozada, fuera de sí, discutieron durante horas, hasta que no hubo palabras ni nada para sostener tanto dolor y desamparo y se fue. Se fue lejos, sin avisar, sin decirle a nadie, simplemente hizo sus valijas y se la comió la tierra.
Silvia en cambio se quedó. Empezó a darle de nuevo duro a la botella y, esta vez, a romperse de forma definitiva y fatal.
Y Julieta Prandi, no menos herida que las otras dos, empezó a ver a Saítta en todas partes: en las caras que la miraban a los costados de las pasarelas donde desfilaba, en la calle, en sus sueños, en todas partes. Empezó a faltar a su trabajo y al cabo de unas semanas fue presa de panic attac y la familia se vio obligada a pedir ayuda en una clínica para que trataran su angustia existencial a base de pastillas que la dejaban taraleta.
Pero Cohen, no contento por cómo le habían salido las cosas, porque en definitiva le habían salido mal, si bien su mujer no lo había dejado, a ésta se la había comido la tierra y temía en ese acto el final de su matrimonio, en un acto de ira mal calculado llamó a Bananon (5) y sus Pibes Banana y les ordenó que la secuestraran a Julieta Prandi y pidieran una suma absurda para su rescate y luego la mataran. Eso era algo que a él no lo beneficiaba en nada, pero dentro de su locura y de puro odio hacia Saítta, que era la madre de todos sus males, lo vio como un acto de justicia y reparación para con él mismo.
Los Pibes Banana secuestraron una noche a Julieta Prandi cuando salía de la Clínica donde se estaba tratando su panic attac producto del affer con Silvia Saítta y que amenazaba con dejarla sin una pasarela nunca más en su vida. La llevaron a un rancho en La Corea, cerca de mi casa, y ahí la tuvieron en cautiverio.
Cuando Silvia Saítta se enteró de la noticia enloqueció de ira. Estuvo toda una noche tomando ginebra Llave y al amanecer totalmente borracha y con el corazón destrozado en mil pedazos, de repente, cobró una lucidez inusitada. Algo le hizo clic dentro de ella, dentro de ella que era todo llagas y dolor sin consuelo. Se paró frente al espejo, se desnudó, buscó en su placard ropa negra, se vistió con ella, y se dijo, de ahora en más la vieja Saítta murió, ahora soy La Dama Negra, La Gatúbela del subdesarrollo, La Mujer Maravilla de una modernidad periférica. Se colgó a sus ropas negras un poncho negro, tiró al piso y aplastó con sus borcegos negros con punta de acero a sus anteojos con aumento y se colocó unos anteojos negros de sol. Después prendió fuego su departamento y salió rauda hacia la facultad.
En Puán fue directo a la oficina de Jorge Panesi. Jorge tardó en darse cuenta de quién era esa dama oscura que reclamaba hablar con él. Pero Jorge, que es un gran lector y un conocedor de operaciones de lectura, no tardó en reconocer en esa «extraña dama» oscura a la vieja Saítta. Ésta le contó todo y le pidió ayuda, tenía que salvar a Julieta Prandi de sus secuestradores y averiguar el paradero de Graciela Speranza antes de que cometiera alguna barbaridad. Jorge le puso a su disposición a Charles Bronson, a Daniel Link que gracias al control remoto devenidor, ya legendario -Daniel en cuestión de un abrir y cerrar de ojos podía devenir cualquier cosa-, y a nosotras, Las Chicas Súper Poderosas: Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiches, Bombón de Roquefort, El Duende Japonés y yo.
La cuestión ahora era moverse rápido y de forma coordinada. Armar grupos de tareas, esquemas, patear puertas y romper dientes, tocar contactos, encontrar una pista certera que nos llevara al corazón de una trama de la que desconocíamos todo detalle y de no llegar a buen término las órdenes de La Dama de Negro – porque Jorge Panesi nos había puesto a sus órdenes – eran claras, incendiar el mundo pero los responsables tenían que pagar por los males que habían ocasionado.
Estuvimos días dando vueltas por la ciudad, día y noche, buscando una pista que nos diera un indicio pero nunca pudimos lograr hallar un dato certero. Al sexto día vimos en los diarios la noticia, los secuestradores de Julieta Prandi le habían mandado en una caja a sus padres el dedo meñique de su mano izquierda y con él un mensaje, que si en 48 horas no le daban 2 millones de dólares y la entrega era en un lugar seguro sin policía, la próxima vez le enviarían en una caja la cabeza de Julieta.
La Dama de negro, que había instalado una suerte de central de operaciones en el aula 250 de Puán, imperturbable, tomando ginebra Llave, pensaba, rumiaba ideas, frente a nuestro desconcierto y desesperación. Algo monstruoso y abismal había en esa serenidad, pero también algo muy humano, porque esa oscuridad que irradiaba La Dama de Negro no podía provenir de otro lugar que no fuera de alguien que había renunciado al amor, a sí misma, pero por amor, un amor total y sin retorno hacia los otros.
Y de repente, Silvia Saítta dejó su estado de inmovilidad, solo interrumpido por sus constantes movimientos de empinar el codo para tomar ginebra. Ya sé, ya sé, siempre lo supe, siempre estuvo ahí la carta y no podía verla, como en el cuento de Poe, la carta siempre estuvo a la vista de todo el mundo, dijo, nos dijo, con los ojos inyectados en sangre.
Silvia Saítta reclutó a su tropa, a sus Chicas de Letras Súper Poderosas. No nos explicó nada, sólo nos recordó que cuando tuviéramos tiempo volviéramos a leer los teóricos de Panesi donde éste habla de La carta robada de «Poe» – Silvia le decía Poe y no Po, lo que pasa es que ahora era una renegada, una súper héroe oscura de una modernidad periférica. Y bajamos al estacionamiento. Silvia se subió a su auto, un Renault 12 break negro, con vidrios polarizados y una leyenda en el capó que decía en letras fosforescentes verdes: Black Lady. Bueno, dijo, en el auto puedo llevar a 5 o 6, el resto va a tener que ir en colectivo, porque tengo la suspensión hecha moco, ¿quién viene conmigo?
Bombón de Roquefort, Sarakey, Hellow Kety, Rulos y Fetiche, El Duende Japonés viajaron en el auto de Silvia Saítta. Y Charles Bronson, Daniel Link y yo nos fuimos a la parada del colectivo. El viaje en colectivo se hizo medio imposible porque Link no paraba de hablar de su novela La ansiedad y de castigo Charles Bronson lo devino con el control remoto de Panesi en Gabriela Bejerman, lo cual lejos de mejorar la situación la empeoró, al menos para mí, ya que la Bejerman no paraba de hablar, y Bronson movía la cabeza sin escucharla con los ojos fijos en sus tetas. Pero la Link-Bejerman empezó a preguntarle a todos los pasajeros de qué signo eran y a decirles que les depararía la semana según su signo astral. Sin abstenerse tampoco de consultar en qué año habían nacido para señalarles de qué signo eran en el horóscopo chino y así tener una mejor idea del rumbo que tomarían sus vidas en lo que restaba del año. El problema es que la Link-Bejerman encaró al chofer del colectivo – y se sabe que estos pintorescos personajes urbanos son extremadamente pajeros – y éste no pudo más prestar atención al volante hipnotizado por el escote pronunciado y sus dos pomelos pornográficos y un poco pasaditos que buscaban escaparse saltando al ritmo de las sacudidas del colectivo. Y justo cuando el chofer estaba llegando a una esquina en la que no tenía paso porque el semáforo estaba en rojo, pasó de largo y se lo llevó puesto a un peatón que justo cruzaba la calle. Cuando paró media cuadra más adelante y bajamos todos lo pasajeros entre contrariados porque llegaríamos tarde a nuestras obligaciones y excitados por el morbo de ver cómo había quedado el pobre diablo que el colectivero había arrastrado media cuadra, Charles Bronson y yo, gritamos al unísono: ¡Uy, mataron a Fogwill! ¡El colectivero se lo llevo puesto a Quique! Y entonces le recriminé a Bronson su ocurrencia de hacer devenir a Link en la Bejerman y le ordené que rápido lo hiciera devenir otra cosa antes de que llegara la policía y se la llevaran detenida a Link-Bejerman a la comisaría por homicidio por andar provocando al colectivero.
Nos volvimos a reunir todas en la puerta del edificio de Speranza. La Dama de Negro le ordenó a Charles Bronson que lo hiciera devenir a Link Graciela Speranza y ésta saco de su carterita comprada en Nueva York las llaves y nos hizo pasar. Una vez en el piso de Speranza, no esperamos a que Link-Speranza nos abriera la puerta con sus llaves. Tiramos la puerta abajo y entramos. En el living estaba Cohen, sentado, traduciendo un libro para Inter-zona. Nos vio con cara de asombro y resignación.
Ah, son ustedes…, dijo Cohen, y nos miró con desprecio cansado.
La Dama de Negro le preguntó por Julieta Prandi y Graciela Speranza. Él, con sorna, respondió que Graciela estaba ahí señalando a Link-Speranza y que no entendía por qué le preguntaban a él sobre Julieta Prandi. La Dama de Negro lo agarró del cuello con una mano y con la otra empezó a sacudirle en la boca. Le hizo saltar tres dientes y lo arrojo contra una pared. Cohen desde el piso se empezó a reír y finalmente le dijo a La Dama De Negro, mi padre golpeaba mejor, y escupió sangre y astillas de dientes. Entonces se llevó una mano a la espalda, debajo de la camisa, y apareció una 38 recortada que apuntaba al pecho de La Dama de Negro.
Ésta no intento hacer nada. Sólo se limito a mirarlo y exigirle el lugar de cautiverio donde la tenían a Julieta Prandi.
Me vas a tener que matar si querés que te diga dónde esta, y así y todo, tampoco te lo voy a decir.
La Dama de Negro avanzó para patearle la cabeza y Cohen abrió fuego. La Dama de Negro cayó en un sillón y se escucharon otros tres tiros, todos dirigidos a la cara de Cohen, que habían salido de la Mágnum de Charles Bronson.
Todas corrimos a socorrer a nuestra heroína periférica pero moderna al fin. Durante un momento el lugar se llenó de un silencio devastador que lo oscurecía todo. Después, Silvia salió de su estado de inmovilidad mortecino y nos sonrió, tontas, nos dijo socarrona, me disparó en el pecho y por suerte mi poncho negro también es un chaleco anti-balas. La ayudamos a acomodarse y algunas de nosotras fuimos a la cocina a preparar una merienda para nosotras y un whiky doble para La Dama de Negro.
Ahora la única que nos quedaba era esperar a que la banda de Los Pibes Banana liderada por Bananon (6) se intentara comunicar con Cohen. Era la única, la ultima esperanza.
A eso de las 11 de la noche sonó el teléfono, era equivocado. Cinco minutos después volvió a sonar y atendió Link devenido Cohen. Hable, dijo. Era el Pibe Banana Bananita (7), para informar que los plazos se habían cumplido y que iban a ejecutar ya mismo a Julieta Prandi. Link-Cohen le ordenó que no lo hicieran, que la trajeran ya mismo para su departamento, porque él mismo quería ajusticiarla.
A eso de las dos de la mañana entraron al departamento Bananita y Banana Flaneur (8) con Julieta evidentemente drogada para que no ocasionara problemas. Link-Cohen estaba sentado en el sillón apenas iluminado por un velador.
Déjenla en mi cuarto, ordeno Link-Cohen, y sentémonos a tomar algo.
Ellos obedecieron y volvieron al living para sentarse a tomar unos whiskys que Link-Cohen les había preparado.
¿Cuánto les dedo, muchachos?
Ah, no sé, respondió Bananita (9), eso lo tenés que arreglar con el jefe, con Bananon (10), nosotros sólo recibimos órdenes.
Perfecto, suspiro Link-Cohen. Y de repente el lugar se llenó de luz y apareció La Dama de Negro como un rayo surgido de ninguna parte volando por el aire y volteó a Bananita (11) de una patada voladora que le hizo saltar la dentadura postiza. Banana Flaneur (12) intentó alcanzar la puerta para huir pero La Dama de Negro no lo dejó dar dos pasos. Le arrojó un cuchillo que se le clavó en la espalda. Éste pegó un grito y La Dama de Negro lo dio vuelta, lo miró a los ojos y le preguntó, ¿sabés quién soy, con quién se metieron?, con La Extraña Dama: La Dama de Negro, y luego lo llevó al balcón y lo arrojo al vacío.
Julieta, por su estado de endrogamiento, sólo se enteró de que estaba sana y salva de sus captores al día siguiente, ya en su casa, y con un enjambre de periodistas en la puerta de su casa.
Unas semanas después, cuando ya todo era polvo del olvido, La Dama de Negro y Julieta se encontraron en un bar de Palermo Holliwood. Julieta estaba preciosa y el dedo que le faltaba resaltaba su belleza, y La Dama de Negro volvió a sentir ese ardor que supo experimentar en otra vida al estar a su lado, pero sus anteojos negros la ayudaron a no traicionarse. Hablaron un largo rato y terminaron en un telo de la zona. Al amanecer, cuando Julieta dormía, La Dama de Negro, le escribió unas palabras en un papel, donde le decía que era lo mejor que le había pasado en la vida, pero que la vida era más complicada y rara de lo que ella podía imaginar y que en todo caso ella ya no podía amar a nadie, porque algo dentro suyo había muerto y que ahora era un fantasma, un fantasma oscuro que velaba por la seguridad de personas inocentes e indefensas como ella. Luego se cambió y fue al estacionamiento a buscar su Renault 12 breek y se perdió en la madrugada de una ciudad violenta e implacable, angelical y obscena, irreal y posible, donde a cada momento la vida y la muerte, el amor y el odio, la estupidez y la belleza, juegan sus fichas en la rueda de la Fortuna (12-bis).
CUANDO YA NO IMPORTE
Un año después, de todos estos hechos que cuento, La Dama de Negro estaba sentada detrás del escritorio de su oficina, en el aula 250 de Puán que Panesi finalmente le había cedido para ella y sus labores de súper héroe de una modernidad periférica. Estaba tomándose una ginebrita con un sandwich de jamón crudo y queso, cuando entró por la puerta una mujer.
Pidió hablar unas palabras con ella y le dijo que tenía para darle una carta de una amiga en común. La Dama de Negro la invitó a sentarse y estudió a esa mujer. Algo en sus rasgos le hacía pensar en alguien a quien ella conoció en otra vida muy bien. Pero era sólo una ilusión, esa mujer no era quien había conocido en el pasado y, si lo era, ya no era la misma, como ella tampoco.
Durante unos minutos se estudiaron sin decir nada y finalmente La Dama de Negro sirvió dos vasos de Ginebra Llave y bebieron.
Supongo que ya no hay nada que decir, ¿no?, dijo esa mujer. Solo vengo para entregarte en mano una carta de una amiga en común que antes de morir me encomendó que te la hiciera llegar.
Esa mujer sacó de su cartera una carta y la puso sobre el escritorio lleno de mugre. La Dama de Negro la miró detrás de sus anteojos negros. Liquidó lo que quedaba en su vaso de un trago y volvió a llenarlo.
Las cosas son así. Imagino que para ella no fue fácil. Para mí tampoco…, dijo La Dama de Negro y encendió un Marlboro.
No digas nada, ya no tiene sentido. Quizás esta carta tampoco, pero fue su ultima voluntad y quiero cumplir la…
Durante un instante La Dama de Negro tuvo el impulso de levantarse de la silla y tomar en sus brazos a esa mujer. Retenerla. Mentirle que ahora todo podía empezar de nuevo y ser felices. Pero no lo hizo. Sabía que era mentira.
Bueno, me voy, dijo esa mujer, y antes de beber levantó la copa y brindo, por lo que no pudo ser, por lo que fue, por esas dos chicas de letras sepultadas en el fondo de nuestro oscuro corazón. Luego se levantó, fue hacia la puerta y se volvió un instante para mirar por última vez a La Dama de Negro.
La Dama de Negro se sacó los anteojos negros, había una tristeza infinita en sus ojos.
No te digo adiós, Gra, solo te digo hasta siempre, porque ya te dije adiós cuando era triste, solitaria y final.
Esa mujer abrió la puerta y se perdió en el bullicio del Boli-Shoping de Puan.
Y La Dama de Negro agarró la carta (14), se la guardó debajo de su poncho negro anti-balas, ordenó unos papeles y después se acercó a la ventana. Mientras miraba la tarde a través del vidrio sucio de la ventana de su oficina, pensó, somos un pozo, un pozo que mira un cielo limpio y ajeno. Intento burlarse de sus palabras, pero no pudo, esta vez no pudo. Entonces se sirvió otro trago y buscó uno en un cajón lleno de compacts truchos comprados en parque Rivadavia, lo puso en su equipo y mientras la música empezó a sonar, se quedo sentada en su oficina, sin hacer nada, mientras el día declinaba y las sombras lo cubrían gradualmente todo:
Desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
las azucenas han cambiado su color

desde que me dejaste
la ventanita del amor se me cerró
desde que me dejaste
no hago mas que extrañarte corazón

tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena

tengo el alma en pedazos
ya no aguanto esta pena
tanto tiempo sin verte
es como una condena

es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío

es tan bonito tener tu cariño
ya no soy nada si no estoy contigo
y tenerte siempre conmigo
soy tu abrigo en las noches de frío

Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)
Antes de esta versión «definitiva» de la cual apenas han leído un párrafo – ésto, claro, siempre y cuando sean correctos y obedientes lectores que cuando tropiezan con una nota al pie van al pie – este texto conoció múltiples intentos de lograr desplegarse para tejer los hilos de la trama de la historia que finalmente se cuenta. Lo que sigue son solo tres de tantos intentos frustrados, borradores, sendas perdidas, palabras desechadas, restos, otros textos, que me guiaron hasta las palabras que finalmente por cansancio lograron imponerse como texto «concluido».
(NO CORREGIR UNA SOLA PALABRA DE TODA ESTA NOTA AL PIE YA QUE SON BORRADORES, Y COMO TALES, TIENEN QUE PERMANECER TAL CUAL LOS ABANDONE. Y CLARO, ESTA ACLARACIÓN BORRARLA AL CORREGIR LA COLUMNA, O NO, QUE LA GENTE SEPA QUE DETRÁS DE ELSA KALISH HAY UNA BESTIA QUE NO SABE PONER UN SOLO HACENTO NI COLOCAR UNA COMA DONDE CORRESPONDE, LO DEJO AL LIBRE ALBEDRÍO DEL CORRECTOR QUE TENGA LA INGRATA TAREA DE CORREGIR LA COLUMNA DE ESTE MES SI DESEA BORRAR O DEJAR ESTAS PALABRAS.)
………………………………………..
Nadie ignora que a Saítta siempre le gusto el chupi. Desde pendejita, desde que salio por primera ves con sus compañeras del secundaria a bailar y pidio en la barra de New York City un Séptimo Regimiento, nunca dejo de darle duro a la botella. Esto no le impidio terminar sus estudios y transformarse en una academica respetada y erudita en literatura argentina. ¡Quién no la ha visto en Platón antes de dar una clase sobre Arlt o Borges clavándose un par de whiscachos para aseitar el motor de su aparato critico!
Pero un día desbarranco y empezo a chapotear en el fondo de esa botella que no tiene gusto a nada. En la catedra de Argentina II todas ponian cara de compungidas y comentaban: pobre Silvia, me rompe el corazón verla asi. Y por lo bajo festejaban el proceso de demolición que dibujaba las dos lineas de la grieta que se extendían tanto en superficie como al interior del cuerpo atormentado de su compañera. Es que sus compañeras no ignoraban que una chica de letras con problemas de alcohol es una chica menos para disputar el casicaje de una cátedra. En realidad, todas no, Graciela Speranza estaba realmente procupada por su compañera. La apreciaba y nunca imagino hasta que punto la queria hasta que se hacerco a ella para ayudarla.
La Gra al principio para entrar en confianza y que no sospechara que su propósito era que Silvia dejara la botella o al menos pudiera mantenerla a raya – porque seamos sinceras quién puede imaginar a Saítta sin una bebida espirituosa en una mano –, se juntaba con ella a menudo a tomar unos birrines que daban paso a unas ginebras sin hielo que solo podian remontarse con un papel bien servido que les vendia un dealer que paraba en el barde caballito donde se encontraban todas las tardes.
Cuando llegaron las vacaciones la Gra saco dos pasajes para Europa, en su departamento de Belgrano armo 8 balijas para no tener que pasar por el papelon de que alguien la viera en Italia con la misma remerita con la que habia caminado la semana anterior por las calles de Praga, paso por lo de Silvia, la obligo a armar una maleta y se la llevo al viejo continente para ver si allí lograba rescatar a su amiga.
Ese viaje fue mágico. Silvia recupero los comandos de su alma etílica descarreada y en un bar de Leverpool hablando de pabadas de repente se encontraron arrebatadas por un beso apasionado. Era increíble, hacia un mes Silvia era un cementerio de botellas, un desierto donde la barbarie era amo y señor, y ahora había renacido como el Ave Fénix de las cenizas. Es que el amor es mas fuerte.
Cuando volvieron de Europa, Silvia volvio a ser la que era. Volvio a preparar sus clases con dedicación y esmero, a reseñar libros, a poder leer mas de dos párrafos seguidos sin sentir la necesidad imperiosa de rajarse al bar, y limito el alcohol y la noche solo a los viernes y sabados.
Pero este amor que había nacido entre Saítta y Speranza estaba condenado desde un principio.
En la catedra Literatura Argentina II todos
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Este texto es para vos. Ahora que mis huesos aprendieron a cargar con el peso de tu ausencia, tu recuerdo, solo me angustia, en algunas ocasiones, cuando la memoria imposible de lo que nunca fue, me asalta y envuelve, trayéndome imágenes, escenas, olores, palabras, lugares, y tu boca, la puta que te parió, tu boca.
Nadie ignora que Silvia Saítta es tanto una erudita en literatura argentina como una borracha perdida. Desde pendejita, desde la primera ves que con sus compañeros del secundario se juntaron en la casa de uno de estos a festejar un cumpleaños y compraron cerveza, vodka, Legui, Gancia, licor de chocolate, y Silvia tomo cerveza, vodka, legui, Gancia, licor de chocolate, y termino a la madrugada arriba del techo de la casa de su compañero, arrancando las tejas para arrojárselas por la cabeza tanto a sus compañeros que le pedian por favor que se bajara de ahí que se hiva a matar como al perro del vecino, nunca, jamas, dejo de beber. No obstante lo cual, su amor por la botella, no le impidió ser un raton de bibliotecas y consolidar una solida carrera academica.
Pero un día desbarranco y quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tubo sabor a nada. Todo empezo imperceptiblemente una tarde que tenía que dar una clase y cuando llamo al mozo de Platón para pagar, no pudo decirle ¿me trae la cuenta, por favor?, sino que solo pudo pedir, otro whisky, por favor. Así empezo, llegando media hora mas tarde a sus clases, porque cada ves que tenia que pedir la cuenta al mozo lo unico que le salia decir cuando lo tenia frente a ella era, tráigame una medida más, levantando apenas el baso vacio todavía traspirado por el hielo. Su imposibilidad de pedir la cuenta y su necesidad pedir un trago mas, siempre uno mas, para lebantarse de la mesa de Platon y cruzar la calle para ir a dar clases en frente, la llevo a tomar una decisión que durante un tiempo resolvió el problema. Traslado la clase al bar. Arreglo con el dueño que ella todos los miércoles a la tarde le garantizaba no menos de 50 alumnos en el bar y que a cambio le tenia que dejar los tragos gratis a ella. Ese cuatrimestre en el bar y con canilla libre, fue uno de los momentos mas altos de su carrera como profesora de literatura argentina.
Al cuatrimestre siguiente, en una reunión de catedra, ahora sin Sarlo y con Romano como nuevo titular, este la encaro delante de todos y le dijo:
– Mira silvia, todo bien con vos, pero yo no voy a tolerar como Beatriz que vos des clases en el bar… las clases las vas a tener que dar en el aula y si no te gusta, bueno, tendre que tomar medidas.
Silvia no dijo nada, se lebanto de la mesa, saludo a todo el mundo y se fue antes de largarse a llorar a otro bar a tomarse unas copas.
En secreto la mayoria de sus compañeras festejaron la medida del titular. Sabian que a Romano le quedaban un par de cuatrimestres para jubilarse y que la que lo sucederia en el cargo seria Silvia, con lo cual ellas quizas estarian toda la vida esperando un cargo que nunca llegaria o llegaria demasiado tarde. Por eso todas festejaron en secreto la medida de Romano. Porque sabian que a ella por esos días le seria imposible dar una clase fresca, careta y que exigirle eso equivalía a pedirle que deje la docencia.
En realidad no todas se pusieron contentas. Graciela Speranza que siempre le tuvo un gran cariño fue presa una gran pena. Y esa misma noche, después de la reunion de catedra le mando un mail, recordándole que siempre habían mantenido una linda amistad y que contara con ella para lo que nesecitara.
Silvia nunca le contesto el mail. Así que Graciela Speranza dejo pasar una semana y una noche cayo en el bar de Caballito en el que Saítta solia parar. Estaba en una mesa, con una ginebra sin hielo, haciendo una tranza con el dealer del lugar.
Graciela Speranza para entrar en confianza, para hacerle un guiño a su compañera, saco de la cartera 150 dólares y le pidio al dealer:
– Se bueno, bebe, anda y servinos algo rico – y le paso los billetes disimuladamente.
Esa noche duro tres días. Y Graciela Speranza logro su objetivo, que Silvia Saítta confiara en ella.
……………………………
Era habitual, juntarnos a tomar un café o una cerveza, varias chicas de letras, para charlar de nada y el tema salia solo, sin darnos cuenta, como un chiste mas, como un comentario ocasional y nuevo, pero que ya habiamos repetido mil veces y que marcaba el espacio de un entre «nos» que nos recortaba y reconocia como lo que éramos sin necesidad de explicar nada: Chicas de Letras.
Pero una tarde que estabamos boludeando en Platon con Bombon de Roquefort y el Duende Japones, llego Sarakey trayendo la buena nueva.
– Vieron que la Sarlo le puso los puntos a Saítta? Le pidio que se pusiera las pilas o que pensara en buscarse otra catedra donde dar clases.
Nooooo, dijimos todas. Conta, conta, pedimos ansiosas. Pero Sarakey solo sabia eso. Y ahí el chiste que tantas veces habiamos repetido se nos represento como una profesia oscura que nosotras habiamos alimentado sin querer y nos quedamos por un momnento mudas.
El chiste era una tontería. Todas sabiamos que a Silvia saítta le gusta la botella, que era una borracha vieja. Desde pendejita, cuando fue a Bariloche y probo por primera ves un trago, un séptimo regimiento, no paro nunca. Claro que eso nunca le impidió a ella ser una erudita en literatura argentina y una de las mejores profesoras de la facu. Y el chiste era un lugar comun, algo que salia facil, que ayudaba a decir algo cuando no se nos ocurria nada:
«¿Viste como chupa Silvia? ¡Que hija de puta! El otro día pase por el bar Magno a las tres de la mañana y tenia un pedo de novela. Si sigue asi va a terminar como Telma Viral en .»
eso. Nada. Era solo un chiste. Pero ahora parecia que el chiste se había cruzado el orden de las palabras de conversaciones tontas para irrumpir en el orden de lo posible.
Silvia Saítta, nadie sabia a ciencia cierta por qué, pero un día habia empezado a desbarrancar. Había pasado de ser una borracha feliz, una rebentada de mil fiestas sin por eso descuidar el rigor academico, a una borracha oscura y triste que quedo chapoteando en el fondo de esa botella que nunca tuvo gusto a nada.
A medida que Saítta empezo a mostrar involuntariamente las marcas de su deterioro tambien empezaron a tejerse mil teorias de los motivos que la habían llevado a esa situación. Desentrañar los motivos de su derrumbe se había transformado en una especie de requerimiento o examen final sin el cual no podias obtener tu titulo en licenciada en letras. Las hipótesis que se barajaban abarcaban un perímetro de posibilidades infinita
(2)
¡Llama ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entras en un concurso en el que te podés hacer acreedor de 3 horas a solas con Daniel Link en el aula Boquitas Pintadas y el control remoto devenidor de Panesi para hacerlo devenir a Daniel lo que a vos se te ocurra! ¡Llamá ya, no te pierdas esta oportunidad única de hacerlo devenir a Link perrito, chongo, escritor, o lo que se te ocurra!
(3)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entrás en un concurso en el que te podes hacer acreedor de una cena con Charles Bronson, Sarakey, Rulos y Fetiche, El Duende Japonés, Hellow Kety, Bombón de Roquefort y conmigo en la pizzería Guerrín! ¡Llamá ya, no te pierdas la oportunidad de pasar una noche diferente, sexy y única!
(4)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y Banana Flaneur y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de todos los teóricos desgrabados de la última cursada de Ana María Subieta o de un ejemplar de la última novela de Elsa Drukarof! ¡Sí, así como lo escuchás, llamá ya y ganáte un pasaporte a la aventura del conocimiento y la literatura que hace furor en el mundo de las ideas y la imaginación!
(5)
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(7)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de una clase exclusiva para vos y tres amigos de Cristina Iglesias hablándote del Martín Fierro en forma de payada acompañada por la guitarra de su prima Teresa Parodi! ¡Llamá ya, tu tiempo es hoy!
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¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y Banana Flaneur y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de ir al supermercado con Miguel Ángel Vedda que te va a hablar de los misterios de la teoría lukácsiana en Húngaro mientras hace las compras! ¡Sí, siempre quisiste saber cuál era la diferencia entre narrar y describir y en húngaro, no pierdas esta súper oportunidad y llama ya!
(9)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananita y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de ir a tomar un café con Maria Teresa Gramuglio dónde te iniciará en los misterios de la doctrina de la Milanesa, cuya máxima es: La verdad de la Milanesa es la Milanesa! ¡Llamá ya, si se te cae el pelo, si tu marido ya no te toca, si no podes dejar de fumar, si te gritan gorda en la calle, si ya no te da la cabeza ni para hacerte la planchita, llamá ya y Maria Teresa que cuenta el secreto de la Milanesa y después contáme!
(10)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de endrogarte en los patios de Puán y serás filmado por una cámara oculta del inefable y genial Chiche Gelblum para su programa de Canal 9 donde luego te llevará para debatir sobre el uso de las drogas en la historia de la civilización humana! ¡Y se te dará importante bibliografía al respecto para no aparecer como la bestia analfabeta que sos aunque ésta no te servirá de nada porque cuando vos vas Chiche ya fue y vino 80 veces! ¡Pero qué importa, si vas a aparecer en la tele, si vas a tener tus 5 minutos de fama! ¡Llamá ya, no te colgués!
(11)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Sólo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Bananon y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de ir al próximo corte del puente Pueyrredón con Silvita Delfino! ¿Te podés perder una oportunidad como ésta? ¡No! ¡Llamá ya!
(12)
¡Llamá ya y participá de importantes premios! ¡Solo tenés que marcar el número de mi celular 15-6-518-7111 y dejar un mensaje diciendo quién es para vos Banana Flaneur y si acertás entrás en un concurso en el que te podés hacer acreedor de un back stage de una asamblea del Centro de Estudiantes de Letras donde se discutirá si la crisis del petróleo de los 70 fue determinante o no para entender el arribo de los pingüinos a la Rosada! ¡Llamá ya, si no querés seguir creyendo las mentiras de la prensa cipaya financiada por un gobierno vende patria y todavía te duele lo de Malvinas como a Víctor Heredia, llamá ya!
(12-bis)
Tiempo después de los hechos que se cuentan aquí, Julieta Prandi reconstituiría los tejidos muertos de su alma destrozada por esta historia de amor desafortunado gracias a su relación con Gastón Portal y sería tapa de revista Caras: «Julieta Prandi, la conductora de ‘Ojo con el ojo’, confiesa cómo el amor logró rescatarla de una profunda depresión.» «En el peor momento de mi vida solo una persona confió en mí.» (Para mas información entrar en www.caras.uol.com.ar)
(14)
Silvia:
Mi Silvita, mi Sil, mi Sí elemental que es un no frente a los fantasmas de la noche y en las horas en que el hórrido vivir de la existencia me aplasta contra el piso como si fuera una cucaracha con el peso despiadado de una ojota metafísica. Mi Si, mi Sissi Emperatriz, mi Barby trucha hecha en Paraguay, mi grasita de Caballito, mi película kitch, bizarra, más lograda, mi teoría literaria etílica y mambeada, mi prisión de alta seguridad donde aprendí a ser una reclusa modelo. Mi Si, mi corazón, ahora y siempre, te pertenece.
Sil estoy al tanto de todo lo que sucedió en Baires. Ahora lo sé todo. Sé que nunca me traicionaste. Y que el mal entendido que se produjo entre nosotras y me obligó a huir del país y esconderme en esta región remota del mundo, es un hecho que no tiene retorno. Ni para vos ni para mí. De hecho vos ya no sos mi Sil sino La Dama de Negro, una heroína del subdesarrollo, una súper héroe de una modernidad periférica, donde renunciaste a todo para salvar tu corazón y así poder hacer operaciones de lectura y dar pelea a la banalidad del mal que habita en el corazón de esa ciudad en la que alguna vez fuimos felices.
Sil, ahora que ya no importa, que estoy borracha, que en unos días dejaré de ser lo que era, que como vos me metamorfosearé en otra, te puedo escribir contándote que te extraño, te necesito, me muero por verte, que sos lo mejor que me pasó en la vida. Pero todo eso sé que hoy es imposible y que curar las heridas que están abiertas y supuran su inmundicia me llevará años y dejarán cicatrices que no hay maquillaje ni cirugía estética que logren ocultar.
Sil, siempre supe que Marcelo era un vago que estaba a mi lado solo por mi dinero. ¿Pero sabés una cosa? Creía que la literatura argentina era más importante que mi propia vida y por eso toleré su desamor y acepté su desprecio, porque él era el gran escritor y yo desde mi humilde lugar de teórica y chica de Belgrano con plata podía contribuir a lo mejor de las letras nacionales. Es que Sil, la historia de las chicas de letras con la literatura es la historia de un desencuentro. Es la historia de un amor no correspondido. Nuestro objeto de deseo es la literatura y la literatura es refractaria a nuestra lectura. Pero hay aún algo mas grave, la literatura puede existir fuera de nuestras lecturas y no así nosotras sin ella. Ella es todo para nosotras y por eso a veces caemos en la tentación, ya no de leerla, sino de hacerla, y, es ahí, justo ahí, donde cometemos el pecado mas grave que se puede infligir por amor a la literatura, escribirla, como si bastara haber leído a Williams, Benjamin, Adorno, Bajtin, los formalistas rusos, Pezzoni, Barrenechea, La Coca, el Viejo Viñas, Barthes, Auerbach, Molloy, a la China, y a quien se te ocurra, como si alcanzara con manejar de memoria las obras de Borges, Arlt, Cortázar, Puig, Ocampo, Saer, Fogwill, Piglia, Laiseca, Juanele, Pizarnik o Perlongher para escribir literatura. No Sil, no alcanza y yo cometí ese pecado cuando escribí mi novelucha.
En realidad esta carta Sil es solo para decirte que no te guardo rencor, que sería incapaz de semejante sentimiento para con vos, que lo que sucedió nos superó a las dos y que quizá no podía ser de otra forma, que te sigo queriendo tanto como siempre y que ahora sé que para que ese amor que lo pide todo sin reclamar nada permanezca ajeno a las miserias de mi destino — ¡¡¡disculpa lo cursi que estoy!!! – debo desaparecer, no esperar nada, renunciar a todo, porque como decía Sting: si amas a alguien déjalo libre, si no vuelve es que nunca fue tuyo. Aunque acá yo le haría una observación a Sting, si bien lo que dice es cierto, hay casos en que la persona amada fue y será siempre tuya y sin embargo nunca vuelve, ¿no?
Elegí esconderme y morir y renacer acá, en las tierras donde al Cónsul Geoffrey Firmin y Manuel Puig los sorprendió la muerte. En unos días seré otra y también tendré que inventarme una vida, un pasado, un futuro que quizá no logre construir y entonces deba aceptar mi derrota y buscar la forma más digna que encuentre de retirarme del juego.
Sil, desde que huí a ciegas y desesperada de Argentina, no hice otra cosa que esperar un gesto tuyo, algo, un gesto mínimo que me indicara que yo era algo para vos y nunca llegó. O llegó pero no supe interpretarlo. Durante meses esperé que me escribieras un mail a mi casilla, iba a chequear mails entre 10 y quince veces por día para buscar leer unas palabras que nunca me escribiste. Y en esa espera inútil, enferma, patética se me fueron meses en los que me preguntaba obsesivamente para lastimarme hasta quedar en carne viva: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Y no pude entender que si no me escribías no era porque no me quisieras sino porque haberlo hecho hubiera alimentado unas expectativas que hubieran terminado por aniquilarnos a las dos. Pero eso no lo supe entender en su momento y tampoco ahora, quiero decir, lo entiendo, pero con entender ciertas cosas qué hacemos. Porque nunca estuvo en juego entre nosotras la razón ni entender nada sino una verdad que nos excede, que es un más que una misma, que es la propia vida mas allá de toda razón, claro estoy hablando de amor Sil, de un amor que no pudo ser y de ahí se desprende este peregrinaje por el desierto buscando la Palabra que me salve de la desnudez y orfandad a la que llegué a la intemperie sin fin, al abismo que me reclama algo de mí que no logro saber qué es.
¿Estoy desvariando, no? Puede ser, igual nunca me sentí tan lúcida como esta noche de mezcal. Como esta noche en la que todo puede ser porque ya no espero nada. Porque algo en mi murió para siempre y es el vacío que ha dejado la muerte lo que me condena y me permite volver a tirar los dados y recomenzar todo de nuevo.
Sil, no quiero despedirme sin antes contarte algo que nunca te dije, algo que te puedo decir ahora que ya no importa. ¿Sabés qué es lo que me terminó de enamorar de vos? Tu costado plebeyo, tu desfachatez para hablar de Arlt frente a una clase con media botella de wisky Criadores encima, que fueras tan grasa, tan grasita, que chorrearas grasa como una milanesa comprada en un barsucho de Chacarita, que compraras las bombachas en el Once, de esas bombachas baratas de tres por 10 pesos. Cuando era adolescente iba a la fabrica de Pa y me quedaba horas mirando a sus obreros y me decía: pobre gente, cómo hacen para vivir, y después volvía a casa y me sentaba en el videt y me masturbaba furiosamente imaginando que alguno de esos pobres obreros me violaba en el escritorio de la oficina de Pa y que yo gracias a eso los rescataba de la horrible existencia sin sentido a la que estarían siempre sometidos. Ja ja ja, que linda nena que era.
Sil espero que ahora mientras leas mi carta te sirvas una vaso de ese vodka barato que tanto te gusta y brindes por nosotras, por eso que la muerte no pudo clausurar y que sigue vivo en la lejanía de esta cercanía que es un abismo donde las palabras sobran y nuestra existencia es un misterio que reclama de nosotras una torsión del alma que deberemos buscar en la soledad y silencio mas absoluto para llegar a recuperar eso que a falta de una palabra precisa lo llamaré alma, nave, caja, corazón, o quizá, en mi caso, vos, mi Si elemental, mi mentira más lograda, mi verdad última, la palabra, mi balbuceo, mi grito, mi silencio, lo dado, mi parte maldita, mi forma imprecisa, mi soberanía, mi exceso, mi azar, mi gracia, mi risa, mi corazón de la tinieblas, mi vida.
Besos
cuidate
te quiero
Gra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(XVI)
(elinterpretador, número 26, mayo 2006)
Con las novelas argentinas siempre pasa lo mismo, los primeros capítulos empiezan en Marruecos con una súper producción y los últimos terminan con un decorado de cartón pintado en La Salada.
Marcelo Polino, Quién es quién, Radio 10.
Heriberto Soares, quizá, ha logrado una proeza literaria, que conmueve los cimientos sobre los que descansaban los fundamentos y categorías con las que estábamos acostumbrados a leer la tradición literaria argentina y que plantea un enigma de cuya feliz resolución depende que todo aquel que escriba después de Heriberto pueda decir algo con su escritura.
¿Pero cómo hablar o desde dónde pensar a un escritor que ha dinamitado todos los paradigmas sobre los que descansaban nuestras certezas?
Solo una mirada ciega y cómoda en su necedad podría hoy ser capaz de afirmar que tiene la clave de bóveda que nos plantea este interrogante. Probablemente si se quiere tomar en serio el desafío al que nos enfrenta Heriberto Soares, con la reciente publicación de su novela Alguna vez yo también fui Madona, habrá que aceptar que todo lo que se puede decir de su obra son balbuceos, que en su precariedad elemental, nos llevan a decir algo en el límite mismo donde las palabras nos abandonan para dejarnos desnudos al borde del abismo. Así que no esperen en esta columna más que algunos balbuceos, lo cual no me impedirá dar cuenta de los diversos modos en que diferentes figuras han aceptado el riesgo de pensar la obra de este autor.
Heriberto Soares hace años viene construyendo de forma laboriosa y persistente, al margen de toda moda literaria y de toda crítica, una figura de autor y una obra desconcertante. Heriberto Soares es, antes que nada, un misterio en sí mismo. Una cifra que aglutina y dispersa en un solo movimiento todo lo que sobre él y su obra se ha leído, pensado o escrito. Es que hasta la aparición de Alguna vez yo también fui Madona, editada recientemente por Interzona, Heriberto era sólo una figura cuyo nombre circulaba de forma obsesiva en reducidos círculos de escritores y de la crítica especializada. Pero quién es Heriberto Soares y qué ha escrito antes de Alguna vez… ni sus más fervientes admiradores ni sus denostadores infatigables lo pueden decir con certeza. Sucede que Heriberto Soares ha hecho del silencio – del silencio llevado a sus últimas consecuencias – una voz poderosa que produce una cámara de vacío que hecha a andar una máquina que se apropia de todo discurso que lo imagine, hable o ignore. ¿Cómo ha logrado esto? De forma inusitada e impensable hasta él, sin publicar nunca una sola línea y sin dejarse ver o intervenir jamás en ámbito público alguno – claro que esto último es relativo si se piensa que la presencia-ausencia de Heriberto Soares ha logrado, sin estar en ninguna parte, estar como el perrito Droopy de los dibujitos animados de nuestra infancia en todas partes—. Así de simple, hasta hace tres meses, momento en el que publicara Alguna vez yo también fui Madona, de Heriberto Soares solo se conocía su nombre y todo lo que en torno a su nombre otros habían dicho sobre él. No por nada se lo acusó a Heriberto Soares de querer ser el Thomas Pynchon argentino, el autor de El arco iris de gravedad, al cual nadie – ni siquiera su editor – nunca ha visto su cara y poco y nada se sabe sobre su biografía. Pero si bien se lo puede asociar al novelista norteamericano, también habría que reconocer que Heriberto Soares lo supera, ya que no sólo hace un misterio de su vida sino que produce una obra de la cual todos se siente obligados a discutir sin nunca él haber dado a imprenta una sola palabra. Claro que esto se entiende porque hace años vienen circulando en forma clandestina fotocopias de borradores y libros de ediciones piratas supuestamente de su autoría. Soares jamás reconoció o negó que esos libros y fotocopias con su nombre y apellido hubieran sido producto de su trabajo. Yo, que he adquirido varios libros piratas de Soares – dos en parque Centenario y uno en librería Hernández –, me inclino a pensar que fueron producto de gente que quiso lucrar con el nombre de este autor, ya que los tres libros que poseo están pésimamente escritos y con estilos tan disímiles que resulta imposible imaginar que sean el trabajo de una misma persona. También se ha dicho que Soares no existe o que es un personaje inventado y pergeñado por el novelista Fogwill, cuyo presupuesto sería traspapelar en la realidad a un personaje de ficción para lograr poder afirmar en el futuro que la Argentina desde Heriberto Soares en adelante es su novela más lograda y así llegar a ganar el Premio Nobel de literatura. Que Soares no existe es absurdo, pero si no fuera así, si cupiere una posibilidad de pensar en su inexistencia, todavía quedaría por resolver su obstinado silencio con el cual los negadores de su vida y obra no pueden dejar de dialogar. Se me ocurre que Soares extrae toda su fuerza y vitalidad del mito. Un mito que como tal, lo dice todo, puede significarlo todo, a condición de clausurar a cal y canto la puerta detrás de la cual escondería los fundamentos de su verdad, y, por ello, se ofrece como un don que en su gratuidad de darse otorga una encarnación a las palabras y las cosas y se la sustrae en cuanto se lo quiere aprehender racionalmente. Por todo esto a Soares no sólo se lo ha comparado con Pynchon, sino con Borges, Arlt, Puig, Aira, Laiseca, Beckett, he incluso con Balzac.
Se lo ha comparado con Borges por la precisión matemática de sus historias y por hacer de la irrealidad un equivalente siempre inquietante de la realidad. En cambio se lo ha asociado a Arlt por cierto imaginario técnico asfixiante y paranoico que altera y desquicia la lengua de sus personajes. Por su parte, de Puig se ha resaltado que recoge y lleva al extremo su imaginario pop. De Aira tomaría sus «vueltas» delirantes y de Laiseca, dejar que su escritura se contamine con la realidad delirante que toman las palabras en el autor de La hija de Kheops y Los Sorias. En cambio su raíz beckettiana estaría dada por cierta ausencia de acción que expresa el vacío de la existencia del hombre, condenado a la soledad, y quizás por esto mismo, a inventarse la ficción de un otro. Y de Balzac su voluntad demoledora y desbordada de querer hacer un panorama total del «apogeo» y «decadencia» de los sueños y pesadillas de una época.
Aunque parezca desmedido y hasta imposible hacer coincidir poéticas narrativas tan diferentes y en no pocos casos opuestas, los lectores de Soares han visto confluir y sintetizarse en su pluma todas ellas. Incluso se ha llegado a decir que la escritura de Soares es un aleph, el punto ínfimo del universo a partir del cual podría verse fluir y confluir la historia total de la literatura universal.
Claro que el silencio de Soares ha sido tan rico y productivo como despiadadas las batallas que se han generado en torno a él. Ya que así como se lo ha querido ver como un heredero de todos los escritores citados unas líneas más arriba, también se lo ha visto como una mera fantochada de críticos trasnochados de postmodernidad, o escritores cooptados para alimentar el mito de un producto que la industria necesitaría para revitalizar el mercado. Pero lo cierto es que Soares frente al revuelo que generaba el elaborado silencio artesanal que fue tejiendo con los años se limitó a mirar ese espectáculo desde afuera y trabajar en su obra monumental que ahora por fin ve la luz y frente a la cual todos caen rendidos sin acertar a decir una palabra certera sobre ella.
A continuación intentaré reponer algunas de las criticas – balbuceos los llamaría— que se le han hecho a Alguna vez yo también fui Madona—.
II
Probablemente una de las que mejor entendió los desafíos que nos ofrece la novela de Soares sea Josefina Ludmer cuando en la revista Pensamiento de los Confites dice acerca de la misma:
Alguna vez yo también fui Madona nos lleva a la incómoda sospecha de que estamos hoy en otra etapa de la historia de la nación, que es otra configuración del capitalismo y otra era de la historia de los imperios. Para imaginar las formas de la imaginación pública del presente (para hacer algo así como una historia crítica del presente que sería testimonio, documental, memoria y ficción) necesitamos un aparato diferente del que usábamos antes de 1990. Necesitamos otras nociones y categorías porque no solamente la novela de Soares parecería alertarnos que ha cambiado el mundo sino los moldes, géneros y especies en que se los dividía y diferenciaba. Estas formas nos ordenaban la realidad: definían identidades culturales y fundaban políticas y guerras.»
Por su parte el notable narrador y crítico Martín Kohan tendría más reparos a la hora de leer a Soares:
«Mediante la constatación de su propio nombre (que de hecho se propuso, a partir de un momento dado, hacer funcionar como una marca) y de cierto aparato publicitario editorial, Heriberto Soares verifica los límites que hoy tendría una provocación a la Duchamp. Y en los límites de aquella provocación hace surgir su propia provocación. Es difícil establecer qué aspecto se ve más agredido por este ejercicio suyo de la causticidad fría: si la vanguardia (cuyas consignas lacerantes mudan hoy hacia la fórmula promocional, hacia el argumento de venta) o si el mercado (que está listo a comprar no sólo lo convencionalmente normalizado, sino también cualquier fantochada que adopte las formas exteriores del vanguardismo). Todo parece indicar que mediante un golpe doble Soares impacta en los dos a la vez: en la vanguardia (que se vende en el mercado) y en el mercado (que compra la aparente vanguardia); o quizás esté golpeando una sola vez, en un solo punto, pero en un punto donde la vanguardia y el mercado han dejado de funcionar como antagonistas.»
Otra lectura sumamente sugestiva sería la que nos ofrece Nicolás Rosa, en la que explora un aspecto al que Kohan parece no poder o querer pensar:
«Pero también la novela de Soares es un ojo angustiado que mira y solo ve mirar las cosas que miran a los otros ojos que miran, la reflexión reflejada o irreflexible. Digamos que la función escópica en Soares es determinante, una verdadera escopofilia continuante renegada por las aurículas de la oreja que oye el caer de las vertientes como verdaderas cascadas del significante, el ojo que vectoriza y sectoriza los meandros del significante por alusión y por elisión, una verdadera orgía de las miradas sesgada por tropismos de succiones y exhalaciones, otro ritual de las murmuraciones. Orgasmos y angustia son los correlatos de la función fálica, el fondo consistente pero algodonoso de la proliferación. Heriberto Soares muestra la castración real en la multiplicación imaginaria de su retórica: el delirio de una evaporación fantasmática de la realidad. Ej.: «No» «
Como puede observarse hasta aquí la novela de Soares, por su complejidad y riqueza, admite múltiples estrategias y entradas de lectura que se confrontan entre sí buscando desentrañar algo que la novela pareciera querernos decir y que se resiste a ser formulado. Por su parte Sylvia Molloy escribe:
«Si por una parte esta combinación de lo personal y de lo comunitario restringe el análisis del yo en Alguna vez yo también fui Madona, tan a menudo asociada con la autobiografía, por otra parte tiene la ventaja de captar la tensión entre el yo y el otro, de fomentar la reflexión sobre el lugar fluctuante del sujeto dentro de su comunidad, de permitir que otras voces, además de la del yo, se oigan en el texto.»
Jorge Panesi, quizás, siguiendo las huellas dejadas por la lectura de Molloy, lee la novela en clave autobiográfica:
«»No.»
Hay varios enigmas en esta cita de Alguna vez yo también fui Madona: uno de ellos lo plantea la palabra «No» respecto de la literatura; otro es la relación de la teoría filosófica con la autobiografía (sin contar con el injerto léxico de «fui» y de «Madona» en el título). La historia ha sido convocada a la cita: la literatura es un invento moderno, un fruto de la Ilustración habría que agregar, y que se caracteriza por la posibilidad de decirlo todo. De decirlo todo al precio de pagar un precio, el de que se la escuche como ficción, e incluso como la ficción de decirlo todo. ¿Qué otros géneros, entonces podrían cumplir mejor con este mandato democrático moderno ligado tanto a la verdad como a la subjetividad, sino la biografía, la confesión y el diario intimo? Y es lo que confiesa la novela de Soares con una economía estremecedora: «No.» «
Beatriz Sarlo, siempre precisa y clara, apunta sus temibles dardos contra Alguna vez yo también fui Madona:
«Este es el problema con la novela de Soares: su novela queda en un más acá de la osadía, como si todo contenido transgresivo estuviera completamente extinguido en la actualidad. Una literatura al día de las diferencias quiere parecer desprejuiciada y burlarse de la «buena» literatura. Pero al ser tan correcta y previsible, representando lo que legitimó antes la televisión, pierde toda capacidad de escandalizar. Y probablemente toda capacidad de divertir. (…) El tedio de Alguna vez yo también fui Madona es inevitable, y de él sólo puede salvarnos la imaginación. En este sentido la novela de Soares recuerda algunas viejas novelas del realismo socialista, novelas donde los campesinos eran solo campesinos, los explotadores solo explotadores, la miseria y la injusticia sólo miseria he injusticia. Y todos hablaban exactamente como el narrador y su público pensaban que debían hablar campesinos y explotadores. El costumbrismo aburre, aun cuando las costumbres descriptas sean desconocidas por el lector. Al prescindir de una idea de composición de lenguajes, se recurre a dialectos socialmente caracterizados por una pobreza semántica que no ha sido tocada por el trabajo, como si se tratara del producto de un escritor haragán que pasó velozmente de su grabador o su libreta de notas a su novela. La mímesis fracasa porque termina devorada por su propio impulso de limitarse exactamente a la idea que el narrador y el lector tienen del lenguaje de los personajes. Como describir a los leones haciendo que la página se cubra de rugidos. Falta el mínimo (o, en algunas estéticas, máximo) desvío.»
Alguien que le ha salido al cruce y pone fuertes reparos a la sofisticada lectura de Sarlo, es la socióloga María Pía López que ha confesado en el programa de mi amada Tía, la Gorda Quiroga:
«A mí la novela de Soares me gusto. Me hizo desternillar (sic) de risa.»
Por su parte, Ariel Schettini, en una reciente entrevista titulada «Quiero un casamiento con todo», donde el crítico fue invitado por revista CARAS a las islas Seychelles para hacer una producción de fotos y hablar de su trabajo y su intimidad, en un momento es abordado por el periodista que le pregunta:
«— ¿Qué es lo que le parece tan fascinante de la novela del siglo (el periodista alude a Alguna vez…)?
—Mirá, me fascinó el ritmo tan realista que mantiene la novela de Heriberto Soares. El libro prácticamente te lo comés y no puedes dejar de leerlo. El aspecto que tiene de cacería, la manera en que te lleva de una clave a otra, es un libro donde participás. El lector toma parte en tratar de averiguar qué significa cada anagrama y qué puede probablemente significar cada clave. Luego, cuando no se muestra la solución, la gente se golpea la cabeza, y dice: «¡Vaya! ¿Por qué no me di cuenta de eso?» Creo que es una de las razones por las que se hizo tan popular. Heriberto Soares es…
—Un enigma.
—Así es. Todos estamos familiarizados con muchas de sus obras y ahí lo tenemos, este hombre de inteligencia impresionante, que puede escribir al revés con ambas manos. Creo que el título mismo, el simple hecho de que incluya a Madona, tiene mucho que ver con la atracción que tiene. Adoramos a Madona. Todo el mundo la quiere.»
Con una mirada más académica y alejada del mundo de la frivolidad y la farándula a la que nos tiene acostumbrados Schettini, y festejando la aparición de la novela en cuestión, Daniel Link, escribió en su blog:
«Heriberto Soares responde bien a esa genealogía de escritores desclasificados (desnacionalizados, desclazados, huérfanos de cualquier otra patria que no sea la escritura) con los cuales se lo relaciona insistentemente (Rimbaud, Kafka, Pavese). Y es, además, testigo del derrumbe de la imaginación humanista, cuyos últimos vestigios se quemaron en los hornos de Auschwitz, y un extranjero respecto de las líneas directrices del modernismo (inscripto, como toda vanguardia que se precie de tal, en la imaginación dialéctica) respecto del cual su obra supone un salto adelante, muy adelante, a un territorio donde la literatura ya no será nunca lo que era, hacia un tiempo en lo que lo único que importa es la performance de lo literario (lo que se llama pop): «No.» «
Sebastián Hernaiz al reseñar la novela el mes pasado para elinterpretador.net, tomando un dato biográfico de Soares, hace una lectura arriesgada y que generó toda clase de repercusiones en diversos blogs:
«De Heriberto Soares se sabe todo y nada. Y en ese ni en el que pareciera fluctuar todo lo que se puede pensar sobre Soares, surge un dato más que sugestivo: éste sería hijo del fruto de una noche de amor casual entre Juan Domingo Perón y Rita Hayworth. Si le concedemos por un momento credibilidad a dicho dato nos conduciría a una reflexión muy productiva respecto a su novela. Ya que la novela, siempre si este dato es cierto, se podría leer como una novela familiar, como los Buddenbrook de Thomas Mann, o que plantearía una relación conflictiva con sus «precursores» genéticos similar a la del personaje de El lamento de Portnoy de Philip Roth. Quiero decir, si Rita Haytworth fue su madre esto conectaría cierta área de la novela con Puig, con la primer novela de Puig: La traición de Rita Haytworth. Si se me concede esto, aquí estaría desplegado en todo su esplendor el imaginario pop de Puig que se evidenciaría en la novela de Soares ya desde el título, que confiesa haber sido «Madona». ¿Y quién si no Madona sería hoy uno de los exponentes más claros del pop? Pero también si Perón fuera su padre, esto esclarece otra zona de la novela, probablemente su zona nodal más dramática y lograda, cuando el personaje dice «No.» Esas palabras qué otra cosa representarían sino cierto imaginario plebeyo que el peronismo – «su padre»— alentó y produjo, y que la novela recrea, reformula y sintetiza con maestría.»
En una reciente mesa redonda que reunió a Tomás Abraham y al Ruso Verea bajo el titulo de «Filosofía y calidad de vida: Heriberto Soares entre la filosofía y lo real», el primero arriesgó:
«La realidad debe exceder el pensamiento y es fundamental que haya un más allá del hombre: un dios, un animal, y bueno, el prójimo. Tres instancias que, mientras subsistan, pareciera querer advertirnos Heriberto con su novela, nos permitirán que la realidad aún pueda ser llamada humana».
Por su parte el Ruso Verea aportó:
«Como un médico a la antigua usanza que se inocula el virus de sus pacientes, Soares cree necesaria una intoxicación voluntaria en el clima de época que implique un distanciamiento en cuanto a sus efectos narcóticos, uno de los cuales es olvidar que existe un vínculo entre la vida que llevamos y la capacidad de pensamiento que nos corresponde. No es de extrañar que, ante su retrato impiadoso, la mala eris aconseje quitarle al propio Soares legitimidad en el campo de la filosofía, desplazarlo a los dominios de extrañas y nuevas ciencias que parecen ser nada porque se atreven a hablar de todo, corriendo los riesgos de la vacuidad, pero conservando la osadía del élan
Lo único que cabría agregar a las contundentes palabras del Ruso Verea sería que lo supone a Soares no un autor de ficciones sino un filósofo. Claro que la obra de Soares como los de Borges o Kafka – a la que muy acertadamente la liga Link – promueven una lectura filosófica, e incluso, se podría agregar que, allí donde la filosofía no encuentra qué decir aparecerían las obras de estos autores para socorrerla de sus flaquezas y extravíos; pero, sin embargo, hasta ahora nadie, como el Ruso Verea, había hablado de Soares como filósofo, lo cual nos lleva a hacernos una pregunta – pregunta que lamentablemente nadie en el auditorio el día de la mesa redonda hizo – : ¿el Ruso conoce a Heriberto Soares?, y más, ¿ha jugado a la pelota con él? Preguntas que hoy no tienen respuestas, como tantas – ya demasiadas – que nos ha formulado este autor tan singular. Tan singular como Macedonio Fernández, podríamos agregar sin temor, seguros de que el Ruso Verea aprobaría nuestras palabras.
Habría que mencionar también aquí las palabras de la crítica de espectáculos Catalina Dlugui que en TN, al referirse al estreno de la adaptación teatral de la obra de Soares vio como nadie la relación de éste con Beckett. Lamentablemente no tengo video casetera y no pude grabar sus palabras, pero intentaré ser fiel a lo que dijo reproduciendo lo que recuerdo. Catalina recordaba en su micro de reseñadora de espectáculos de TN que una tarde tomando el té con la (sic) Cerrato, ésta le contó que a Becket un día un linyera lo apuñaló en la calle. Días después, cuando salió del hospital fue a visitarlo a la cárcel a su agresor y le preguntó por qué lo había apuñalado y el linyera le respondió que no sabía los motivos. Lo cual lo llevó a Beckett a confirmar el sin sentido de la condición humana. Y concluye Catalina Dlugui que Alguna vez yo también fui Madona repone de forma brillante y terrible esta certeza beckettiana, llevando los recursos minimalistas del irlandés a su máxima expresión, para lograr que durante casi dos horas quedemos aferrados a la butaca, en transe, en una mezcla de éxtasis y horror, y salgamos de la sala reflexionando acerca de la condición humana. Reflexión después de la cual ya no podremos ver la vida de todos los días como antes de haber visto la obra de Soares adaptada y dirigida por Ricardo Bartis en el Teatro San Martín.
Como en esta columna nunca hemos despreciado los chimentos y como sospechamos que la teoría literaria si aun está viva es gracias a las palabras que circulan en los pasillos de Puan, contaré que una tarde Graciela Speranza se cruzó con la gorda Derrida en el segundo piso de esta casa de altos estudios y se pusieron a charlar. La gorda Derrida con su verborragia usual, empezó a contarle que estaba loca leyendo la novela de Soares y Speranza empezó a formularle preguntas acerca de la novela, hasta que se descompuso y arrojando al piso los papeles y libros que llevaba, empezó a gritar: ¡NO, NO, NO! ¡PUIG ES MÍO, ES MÍO, MÍO SOLA! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH! Y luego se arrojó como poseída por un demonio escaleras abajo y desde entonces – hace ya un mes – no se la ha vuelto a ver por la facultad.
El bibliotecario Lito Cruz, con más templanza y serenidad, para enfrentar los embates y rigor que exige esta obra, reflexionó:
«Ya desde el título mismo, Alguna vez yo también fui Madona, Soares pareciera querernos convencer de que frente a la idea de que todo colectivo cultural tiene un origen discernible en una voluntad de dominio, se yergue la idea de que la memoria no es la actualización astuta de un invento sino la omisión inevitable de un daño, de un horror sospechado o de un suceso desconocido.»
Por su parte el crítico rosarino Alberto Giordano en su ensayo «Heriberto Soares, la conversación a que le garúa finito» pereciera querernos advertir sobre la farsa que sería pretender escuchar en la obra de Soares algo más que un inútil ejercicio que no tendría más alcances ni consecuencias que pretender sentarse a ver televisión y divertirse un rato, pero no deja la cuestión ahí y arremete:
«La voz de Alguna vez yo también fui Madona es nada más que un artificio de voz que muestra claramente la intención de imponer un discurso único, de impedir la pluralidad de ideas. Si se analiza los modos de realización de la representación de una voz que solo puede ser convencional y no la presentificación de un modo de decir estereotipado, esta voz que carece de toda aparición de ambigüedad radical, ¿a qué ideología adhiere? Porque cuando se detenta en una literatura el privilegio de ser la emisora de todos los mensajes y se obliga a los otros a ser receptores pasivos y mudos, ¿no se está perpetuando los restos sedimentados de una cultura de masas enajenada por la caja boba?»
Como pudo leerse hasta aquí la discusión en torno a la figura y obra de Soares está abierta y los alcances que tendrá en el futuro son impensables. Sencillamente, según mi tesis, porque Soares lo que plantea con su vida y su obra es la pregunta por el hombre, una pregunta que desde la antigua Grecia hasta el postmodernismo ha conmovido al pensamiento por su imposible resolución. Pero si esta pregunta siempre ha existido, se me podría recusar, a lo que yo respondería, sí, pero lo notable es que Soares ha logrado el prodigio de reformularla y de arrojárnosla a nosotros, sus contemporáneos, con toda su carga de presagios oscuros y días felices.
III
Para terminar, reproduciré la novela en su totalidad, violando todo derecho de autor – ¡¿acaso ya no lo dijo Mallarmé: nadie puede ser considerado autor o «creador» de una obra de arte?!–, pero con la seguridad que los lectores me agradecerán este gesto, y, por qué no, Soares, que ha hecho de la figura de autor y de su obra, un signo vacío, para que quien quiera lo llene con sus pobres o ilimitados deseos.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
                                HERIBERTO SOARES                                          ALGUNA VEZ YO TAMBIEN                                                        FUI MADONANO.
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(XVII)
(elinterpretador, número 27, junio 2006)
Presentación de Aquiles y Patroclo de Maximiliano Sánchez.
Poco y nada sé de Max. Apenas unos pocos datos biográficos que se desprenden de algunos mails que hemos cruzado: que se llama Maximiliano Sánchez y es de San Juan; que ha estudiado filosofía; que vive en Estados Unidos; que su teclado no posee la letra ñ; que ha escrito tres novelas –que no leí–, que está trabajando en un ensayo sobre Alejandra Pizarnik partiendo de la perspectiva de los románticos alemanes hasta llegar a Hegel y, de ahí, a Heidegger vía Derrida hasta Deleuze; que le gusta escribir cartas; y que este verano norteamericano —mayo/ septiembre— intentará terminar de escribir su cuarta novela.
Poco y nada sé de Max. Pero sé algo, algo más, lo que se desprende de los archivos de Word que me enviara con los mails que cruzamos. En esos archivos de Word me envió un puñado de cuentos y una obra de teatro y, cuando los leí, tuve la misma sensación que cuando leí por primera vez los cuentos que me pasaran Seba Hernaiz y Juampi Liefeld de Naty Menstrual: la certeza de ver en esa escritura un potencial, una vena narrativa que con trabajo, disciplina, y el tiempo afilando las armas y macerando las palabras, llegará a producir algunos textos realmente buenos, de esos que resisten la corrosión, el óxido y el avejentamiento prematuro.
A mí, a diferencia de otros compañeros de elinterpretador, poco y nada me importa leer a los escritores jóvenes o nuevos o contemporáneos. Mairal, Cucurto, Terranova, Casas, Abatte, Bejerman poco y nada me dicen (1). Apenas veo ahí la novedad de lo nuevo. Siempre he sido una lectora caprichosa y de amores imposibles: Fontanarrosa, Cohen, Asís, Silvina Ocampo, Borges, siempre Borges, Fogwill, Laiseca(2), López, Puig, Copi, son literatura; Caparrós, Martínez, Sábato, Forn, Aguinis, Aira (3), Bioy, Birmajer, Zeiger, Gamerro, Muleiro, De Santis, apenas fenómenos editoriales o notas al pie de la literatura argentina, y cuyos libros jamás podrán pertenecer a mi biblioteca más que como fetiches o adornos para tapar las manchas de la pared (4). Borges decía que cuando uno ordena una biblioteca ejerce la crítica literaria. Por eso Lo trágico cotidiano de Papini o Juntacadáveres de Onetti están en un lugar privilegiado de mi biblioteca y a Paul Auster o a Feiling los tengo tirados por algún lugar de casa.
Aclaro, no es que no me interese lo que se esté escribiendo hoy, lo que no me interesa es leerlo simplemente porque es lo que se escribe hoy. Ni considero que se esté más cerca de lo contemporáneo leyendo lo que se publicó en el último año en la sección narrativa de elinterpretador que leyendo a Balzac o Las mil y una noches. Entonces se me podrá preguntar, ¿a ver, conchudita, ya que vos la tenés tan clara: qué es lo que se debería leer hoy? A lo cual sólo podría responder, ¡qué se yo!, lo que tengas ganas, lo que tus obligaciones académicas te ordenen leer, lo que te caliente más, lo que tu intuición y tus gustos y conocimientos de literatura te orienten a leer.
Pero entonces, qué hago acá escribiendo y presentando a un escritor «nuevo», que no conoce nadie y que quizá nunca llegue a escribir eso que veo como potencial indudable en los pocos textos que leí de él. Simple, cuando lo leí me gustó y me hizo reír y disfruté de la lectura de sus textos. Poco serio, esto no es una crítica seria, se me podrá decir. Es verdad, pero si quisiera escribir crítica seria sobre literatura no escribiría porque sí en elinterpretador sino que haría lo imposible por ser sierva de Radar, Ñ, o los suplementos culturales de Perfil y La Nación, o intentaría desvivirme y hacer méritos para ingresar en cierta zona aurática –y espectral, agregaría— hoy demasiado extendida de la universidad donde las palabras leer, pensar, escribir, crítica, son apenas las coordenadas de una constelación que crea un mito de origen que los excusa de toda relación con alguna forma viva y vital de la lectura, la escritura, las ideas y el acto de la crítica que no es tal en tanto no pone en cuestión sus propios presupuesto que lo fundan(5).
Max, en los primeros mails, me envió dos cuentos. Uno era una carta de amor de Osama Bin Laden a la hija de Bill Clinton y el otro, una carta-mail de la monjita Horta desde el convento a su primo Pijo, donde le cuenta a su primo el descontrol de sexo y drogas que es el lugar. Cuando le pasé este último cuento —que luego supe que no era tal sino el capítulo de una novela, que se llama El epistolario privado de la familia Chrash-Pijatoes-Dummies, donde se cuenta a partir de cartas y mails la historia oscura e incestuosa de una familia sanjuanina— al Duende Japonés me escribió, «el cuento de la monjita Horta es una suerte de Justine bonaerense».
Como lo que leí me gustó e intuí que ahí había algo, le mandé un mail pidiéndole más textos y me envió el cuento El polvo del Ensayo del Eterno y la obra de teatro Aquiles y Patroclo. Los bajé a un diskette en el ciber y me fui a mi casa a leerlos. No soy lo que se dice una lectora que lee rápido ni que cuando lee lee, soy más bien dispersa y cualquier cosa me saca de mi lectura. Pero cuando puse el diskette en la computadora y abrí los archivos no pude desviar los ojos de la pantalla.
Lo que leí me encanto. Quizás sea una porquería, pero a mí me encantaron esos textos y cuando tengo que leer intento guiarme por mis gustos personales, los cuales son los únicos que cuentan. ¡Qué voy a leer, a Tomas Mann, porque le guste a Ricardo Foster o a Hernán Sassi! ¡Ni loca, si a mi me parece un plomazo, independientemente que Mann sea Mann!
El polvo del Ensayo del Eterno es un cuento porno sadomasoquista bufo, cuyos personajes son, ni más ni menos, Martin Heidegger y Hannah Arendt. Y el cuento está perfecto aunque falle en alguna que otra línea –¡ja, Mirá quién habla!— porque el relato permite ser leído, tanto si uno maneja mínimamente la obra de estos filósofos como independientemente de ellos, si se desconoce lo elemental de sus vidas y obras.
En cambio, la obra de teatro Aquiles y Patroclo, reescribe una parte de La Odisea para contar el ocaso del amor entre estos dos personajes. Y creo que es aquí donde Max despliega en todo su esplendor su vena narrativa y su humor. Y como en el cuento de Heidegger y Arendt, uno puede nunca haber leído La Odisea –yo no la leí— y no por esto estar imposibilitado de seguir la pieza de teatro y sentir el placer del texto al calor de la lectura.
Cuando terminé de leer estos dos textos de un saque, al toque, empecé a buscar parentescos, filiaciones y precursores de los mismos. En el cuento de Heidegger y Arendt me pareció que había cierto aire laisecano, cierto placer por cruzar en sus narraciones sexo, humor y perversión. Y en la pieza de teatro de Aquiles y Patroclo, cierta impronta copiniana donde el humor y el sexo (como en el caso de Laiseca, pero con otras características e imaginarios) son el motor que ponen en funcionamiento los diálogos.
Pero también creí encontrar, en esa necesidad estúpida de buscar a qué se parece lo que acabo de leer, a otros dos escritores que cruzarían transversalmente a estos textos de Max. Uno sería Roberto Fontanarrosa y cierta zona muy precisa y reconocible de su cuentística. Aquella zona donde Fontanarrosa rescribe en sus cuentos episodios históricos o literarios (y que a mi particularmente no es la que me gusta, sino aquella donde un personaje cuenta en primera persona una historia, o esos cuentos en tercera persona donde varios personajes hablan en un bar o en una cancha de fútbol o en la vereda). Y sin embargo, eso que no me gusta en Fontanarrosa, lo encuentro en Max y me gusta.
El otro que cruzaría transversalmente estos textos es Woody Allen. El Woody Allen de los Cuentos sin plumas o de su película La última noche de Boris Grushenko. Esa comedia donde Woody hace un homenaje a la literatura rusa y donde los personajes, rusos del siglo XIX, hablan como neoyorkinos de la década del 70, de 1975.
Ahora, ya no se qué tanto hay de todo esto en sus textos, pero lo escribo porque es lo que vi en su momento. (Me pregunto, siguiendo el ensayo Prosa de Estado y estados de la prosa, de Marcelo Cohen, publicado en la revista Otra Parte, si tuviera que pensar el Aquiles y Patroclo de Max siguiendo el razonamiento del ensayo coheniano, ¿dónde debería ubicarlo? ¿dentro la categoría «infraliteratura» o «hiperliteratura»? Lo pregunto porque no sabría en cuál de estos casilleros ubicar al texto de Max siguiendo las coordenadas teóricas de Cohen). Y cuando le escribí todo esto a Max, él me respondió que a Copi y Laiseca nunca los leyó porque a San Juan no llegaban sus libros, que de Fontanarrosa solo leyó algunos cuentos allá en Estados Unidos pero no le gustaron, y de Woody Allen que le gustaban sus películas y que de sus cuentos una vez le hablaron en una fiesta. Y me señaló un escritor que a mi se me había pasado y que obviamente atraviesa su imaginario narrativo, Leo Mashlía.
Y como no se me ocurre cómo terminar esta presentación de Max y su obra de teatro Aquiles y Patroclo, la voy a terminar contando una anécdota que me contó unos días atrás el bombón de Juan Leotta. Una anécdota digna de pertenecer a alguno de los libros de historias de derviches sufí que recopila Idries Shah.
Leo Mashlía aparte de escribir cuentos, novelas, obras de teatro, operas, canciones y dar recitales, también suele dictar cursos de escritura. Pero la anécdota que me contó Juan Leotta no está relacionada con un curso de escritura sino con un curso de música. Resulta que Leo Mashlía, en su primer clase, luego de las presentaciones obligadas les dictó un pequeño ejercicio a sus alumnos. Éstos lo hicieron y cuando Leo Mashlía lo tuvo que evaluar notó que nadie había respondido ni bien o mal a su consigna, sino que cualquier cosa, menos lo que él pedía. Entonces anotó algo en un papel y se retiró del lugar sin decir nada. Los alumnos al pasar los minutos y notar que Leo Mashlía no volvía se impacientaron. Hasta que uno se levantó y se acercó a la mesa donde Mashlía antes de retirarse había dejado una hoja con algo escrito. Y la hoja decía lo siguiente: «para tocar música primero hay que aprender a escuchar».
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)Releyendo lo que acabo de escribir me doy cuenta de que al mencionar escritores nuevos que «critico» no hago ninguna mención a ninguna de las narrativas del grupo editor de elinterpretador. Y como la revista está lejos de no admitir miradas contrarias y críticas a las diferentes estéticas que conviven en ella, no veo la razón para no incluir unas líneas acerca de qué no me gusta de algunos de ellos. Lo escribo como nota al pie, porque el texto ya lo terminé y no sé cómo incluir estas palabras en el cuerpo central sin tener que empezar a mover una vez más todo de lugar.
La serie Ampere de Juan Diego Incardona nunca me gustó. Sé que hay un trabajo arduo hasta la exasperación con el lenguaje en esa escritura, pero a mí no me gusta. Y más, encuentro en Ampere, cierta resonancia en su prosa que la ligaría a William Burroughs, pero no de forma directa sino que le llegaría, interferida y reelaborada, por la pluma del Indio Solari de alguna de las letras de sus canciones y de sus textos de El crimen americano. En cambio, mucho menos pretencioso, con una escritura «menos cuidada», en sus historias de Villa Celina, yo encuentro, ahí, textos que me gustan, que leo con placer. Lo único que no comparto de esas historias de Villa Celina –que repito, disfruto al leerlas— es cierta mirada romántica del barrio y el Conurbano Bonaerense que no comparto y hasta diría que me ubica en un lugar diametralmente opuesto y refractario a su mirada. Porque veo en esa mirada el punto de vista de las películas de Palito Ortega y Sandrini, donde el barrio y lo popular se mitologiza y pierde de vista que el Conurbano no es otra cosa que el Tercer Mundo con toda su carga de brutalidad, enajenación, violencia y humillación.
Por otra parte, en los cuentos de Camila Flynn, como Ouroboros o El arte de amar en la Edad Media veo un manejo de la escritura envidiable y muy personal. Cami tiene líneas que cuando las leo no puedo dejar de pensar, qué hija de puta, por qué no se me ocurrió a mi esa línea. Pero hay algo en su escritura que me expulsa, que no me gusta, que me impide entrar en su lógica narrativa.
(2) Leer, imagino, siempre supone un recorte donde se ponen en juego muchas variables. Lo cierto es que no siempre se deja de leer a un escritor porque se lo ningunee o no se lo reconozca –donde el turco Asís sería un buen caso testigo de ninguneo hoy, o Borges por falta de reconocimiento, producto de una mala lectura en los 60 y 70 por jóvenes románticos borrachos de revolución y sangre— sino que a veces queda fuera de toda lectura crítica porque sí. Pasa, sucede, sin que por ello haya que leer que ahí hay un complot hacia el escritor por su obra o sus signos políticos, ideológicos u opciones estéticas.
Creo que algo de ésto sucede en el caso de Alberto Laiseca. ¿Quién hoy podría con un mínimo bagaje de lecturas y conocimiento de la historia de la literatura dudar de que La mujer en la muralla o Las aventuras del profesor Eusebio Filigranatti es literatura? Creo que nadie –aunque siempre hay un roto para un descosido—, lo cual no quiere decir que esas obras u otras de Laiseca les tengan que gustar, o lisa y llanamente les resulten un plomazo.
Pero lo cierto es que mas allá de prólogos de Ricardo Piglia o Fogwill a sus libros, nunca he encontrado trabajos o ensayos o ponencias –ese género, tan desapasionado y poca cosa, que torna al acto de leer y escribir un trámite que garantiza puntos en el fixture de la supremacía del más apto por lograr un lugar de poder en los claustros del saber; claro que hay excepciones, y una excepción notable es Benesdra: el gran realista, de Nora Avaro, ponencia donde si bien respeta todas las requisitorias del género también las viola porque es un texto apasionado y que está escrito con calentura, enamorado de aquello que lee y escribe— acerca de los libros de Alberto Laiseca. Y se me ocurre un posible trabajo por dónde entrar a la obra de Laiseca. En las facultades argentinas desde hace años se lee hasta el vómito a Walter Benjamin –Benjamin es una suerte de comodín que actúa en el pensamiento vernáculo como una carta que permite fundamentar ideas más que sugestivas así como exceptuar y justificar a otros de toda responsabilidad engorrosa de tener que pensar nada—, y uno de esos textos es El narrador. Bien. Laiseca, desde el 2003, viene conduciendo un microprograma en el canal de cable I-SAT, donde cuenta historias de terror. Cada programa agarra un cuento de Poe, Bierce, Lafcadio Hearn o Quiroga, y lo narra oralmente, lo reelabora y lo pasa por el tamiz de su arte de narrador. Vuelve a contar un cuento, como por ejemplo: El beso, de Bécquer, pero con sus propias palabras, y lo que logra, ahí, es lo que Walter Benjamin escribe como algo casi extinto y perdido en el siglo XX en su bellísimo, bellísimo, bellísimo ensayo El narrador.
(3) Si bien César Aira, autor de Los fantasmas, no es del todo justo que esté en mi biblioteca del lado de aquellos escritores que solo sirven para decorar una pared y tapar las manchas de humedad, lo cierto es que sus novelas me resultan menos interesantes que la operación Aira en sí. Es decir, no puedo dejar de estar atenta a la operación Aira y todas sus estrategias originales y únicas en torno a las cuales éste viene construyendo hace años su obra y su figura de autor en la narrativa de las últimas décadas, pero sus novelas están muy lejos de mis deseos de lectora. Y ahí están los ensayos de Nancy Fernández El artista como crítico: notas sobre César Aira, o el de Sandra Contreras En torno al realismo, donde se lo lee a Aira como crítico notable y narrador excepcional.
(4)Sé que no hay peor cosa que decirle a alguien que escribe: no me gusta lo que vos escribís. Yo incluso suelo ser más taxativa, lo de Pirulo es una cagada y lo de Menganito una basura, pero cuando vierto esta crítica tan sofisticada y compleja, estoy lejos de pensar que nunca debería haber sido escrito o publicado ese material, sino simplemente que a mí no me gusta y si fuera por mí eso nunca se publicaría. Claro que digo esto conociendo la anécdota de los hermanos Gallimard, cuando Louis Ferdinand Celine les lleva el original de Viaje al fin de la noche, y éstos se lo rebotaron para ser publicado en la editorial.
Aclaro esto para que se entienda desde dónde escribo, esto es literatura y esto no es literatura, desde mis propios gustos personales, que son los únicos que puedo sostener y no siempre fundamentar.
Y esto me lleva a una anécdota que contó en una clase Américo Cristófalo. En ella Américo nos contó que él cursó sus estudios universitarios en España y que si bien sus profesores atrasaban décadas en materia de teoría literaria, algunos de ellos eran apasionados eruditos y traductores de clásicos. Y nos contó de un profesor de él que había sido franquista en su momento y en la década del 70 lo seguía siendo, orgulloso de haber perdido un brazo en la guerra civil y que le dijo algo que lo marcó. Este profesor, que lamento no recordar su nombre, dijo en una clase que uno puede leer una cantidad limitada de libros a lo largo de una vida. Supongamos que uno empieza a leer a los 12 años, vive 70 y lee ininterrumpidamente 4 libros por mes, es decir, uno por semana. Esto nos lleva a que en 58 años de vida de lector, leyendo 4 libros por mes, 48 por año, terminaremos leyendo hasta el momento en que la Huesuda nos venga a buscar, 2784 libros a lo largo de una vida. 2784 libros no es una mala cifra para armar una biblioteca considerable, pero también es verdad que si uno tiene en cuenta todo lo que se ha escrito en la historia de la literatura universal –en la cual incluyo en literatura universal a la filosofía, teología, ensayo, diarios, poesía, teatro y narrativa— tampoco es mucho. Así que el profesor de Américo Cristófalo les recomendó a sus alumnos, que dado que la vida del lector tiene posibilidades finitas de ser y la oferta de lecturas posibles se presenta como algo infinito, debían ser muy cautelosos a la hora de elegir qué decidían leer y qué no, porque en esa decisión y elección de los libros que optaran leer a lo largo de sus vidas podían dejar afuera a un clásico por una novedad sin importancia o a un libro que sería central para sus vidas por otro que nada tendría que ver con ellas.
(5)Con relación a las miserias del mundo académico y el pensamiento rentado se me ocurre que una aproximación sugerente al respecto pueden ser los ensayos: Qué pasa cuando no pasa nada de María Pía López, o La gula, el pan del intelecto de Margarita Martínez.
(XIII)
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
Para vos
claro
esta larga carta de amor
estúpida
como toda carta de amor.
Esos bichitos  malvados son las niñas de sus ojos.
Cuando se dice que el artista crea personajes verdaderos, tal es una bella ilusión; de hecho, no sabemos gran cosa de los hombres auténticos y vivos; a esta situación tan imperfecta ante el hombre es a la que responde el artista: hace bocetos de hombre, tan esquemáticos como lo es nuestro conocimiento del hombre. Una o dos características a menudo repetidas, con mucha luz encima y poca penumbra alrededor, más algunos efectos poderosos, responden bastante bien a nuestras exigencias.
Pensé en viejos chistes como ese del tipo que va al psiquiatra y dice, <<doctor, mi hermano está loco, piensa que es un pollo>>, y el doctor dice, <<¿por qué no lo convence de que no lo es?>>, y el tipo dice, <<porque necesito los huevos>>. Bueno, supongo que ahora me siento mejor con las relaciones. Son totalmente irracionales, locas y absurdas. Y supongo que nos mantendremos a través de ellas porque la mayoría de nosotros necesita huevos.
UMA, OTRA VEZ UMA THURMAN.
Extraído de los Diarios de La Dama de Negro.
Martes, XX de XXX, de XXXX.
¿Por qué no leí el horóscopo del domingo de Viva para saber que me depararía mi signo astral esta semana?:
“Amor: Marcas profundas. Recuerdos del pasado vuelven a usted con sentimientos inquietantes…”
                                                 ###
Fumo.
Fumo mucho.
Fumo, casi tanto, como las chicas del Moyano.
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Me abrazaría al diablo sin dudar
Por ver tu cara al escucharme hablar.
Eres todo lo que más quiero
Pero te pierdo en mis silencios.
Mis ojos son dos cruces negras
Que no han hablado nunca claro.
Mi corazón lleno de pena
Y yo muñeca de trapo.
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Es difícil ser una súper héroe de una modernidad periférica. Se necesita una entereza, una templanza, un equilibrio, del cual carezco, a veces, por completo. Por eso, cuando hace unos meses atrás, vi haciendo zapping por la tele, una propaganda de Sprayette promocionando un set completo de tecnologías del yo para el cultivo de sí, no dudé un instante en levantar el tubo y llamar ya para encargarlo. Claro que este set completo para una correcta epimeleia heautou me ayudó a mejorar mis objetivos, metas y rendimientos de parrhésiastes, a sostener mi cuerpo con más dignidad, verdad y coraje gracias a las rutinas de áskesis a las que te obliga la tejne tou bíou, y a enfrentar con más precisión y menos vacilaciones los desafíos a los que es sometida una teórica súper héroe como yo.  Pero en el fondo, sé, que estoy rota, que mi alma es un sótano oscuro y húmedo, lleno de cucarachas. Por mucho que me mate durante horas a pura áskesis, la eleuthería y la autárkeia necesarias para una correcta tejne tuo bíou no aparece y, las cucarachas, feas, negras y grandes como mis hojotas Havaianas, no dejan de asomarse del fondo del sótano de mi alma y pasearse, muy orondas y cancheras, frente a mis narices, haciendo chistes y cagándose de la risa en mi cara.
Ayer particularmente fue un día difícil. Uno de esos lunes que no deberían existir en el calendario. Pero existen y negarlos sería índice de una corrupción existencial que me conduciría derechito al hospicio o al despotismo. Voy a intentar contar mi lunes imposible, desquiciado, triste, patético. Después de todo, los súper héroes también somos seres humanos de carne y hueso a los que les pasan cosas, cosas que a veces no les pasan sino que las atropellan, les estallan en las manos y el alma vuela en mil pedazos.
Como todos los días me levanté temprano, fui al baño, encendí la radio, tomé  mate y comí cereales. Luego me dediqué a mis tareas de áskesis, a mi epimeleia heautou. Y ya al mediodía, previo pasar por el tocador y colocarme una base de foto shop en el rostro para corregir imperfecciones y marcas que delatan que la fecha de vencimiento impresa en el dorso de mis días se venció hace tiempo, partí en mi Renault 12 break a ocuparme de las obligaciones y deberes de súper héroe. Nada serio, apenas un par de casos donde tuve que intervenir sin ejercer la violencia ni derramar sangre. Luego me fui a mi oficina de Puán a ordenar papeles, terminar un trabajo sobre la figura del héroe épico en la literatura argentina del siglo XX, y después me subí al departamento de letras a tomar mate con bizcochitos y ver la novela de las cuatro con Jorge Panesi.
Así se hicieron las cinco y media de la tarde y yo me encontré nuevamente en mi oficina, con un baso de whisky en la mano y, ahí, justo ahí, una sombra me veló los sentidos, un no sé qué, algo, me dijo que no debía salir de allí. Quedarme en la oficina bebiendo o irme a casa a mirar tele o dormir. Pero le había prometido a Fálica y Fogosa que pasaría por el Centro Cultural Rojas a ver un corto suyo que daban a las siete de la tarde en el marco de un ciclo de cortos de realizadores jóvenes. Por un momento sopesé mi presentimiento y me dije, algo va a pasar y no vas a poder con ello. Chica de letras que huye sirve para otra operación teórica, dictaminé. Pero había dado mi palabra a Fálica y Fogosa y no ir al Rojas lo tomaría como una traición a ella, y era justo que así lo interpretara ya que el único argumento que tenía para no ir era que mi instinto teórico crítico periférico me decía, guardáte nena, hacéme caso, no salgas de tu casa.
Desoyendo a mis antenitas meteorológicas espirituales que me anunciaban posible temporal con fuertes lluvias y granizo para las próximas horas, liquidé lo que me quedaba de whisky Criadores en el baso y salí a la calle.
Al llegar a Corrientes busqué un estacionamiento donde dejar el Renault 12 break negro y me dirigí al Rojas. Adentro, ya estaban haciendo la cola Fálica y Fogosa junto a Bombón de Roquefort. Nos pusimos a charlar cosas de Chicas de Letras mientras esperábamos para entrar a la sala, y de repente, tuerzo la cabeza hacia la puerta de salida y la veo. Era ella. Estaba charlando con otra chica. Era ella, Uma Thurman. ¿Quién es Uma Thurman o que significa Uma para mí? No importa. No pienso detenerme a explicar, acá, eso. En todo caso solo diré que de repente se me aflojaron las piernas, me bajó la presión y entré en pánico. Volví a torcer la cabeza y lo agarré del saco a Bombón de Roquefort y empecé a tirar de él, y le repetí, no sé cuántas veces, histérica, ahí está Uma Thurman, qué hago. Dónde, me preguntaron Bombón de Roquefort y Fálica y Fogosa que había escuchado también. Les indiqué que miraran para la salida del Rojas. ¿Qué hago?, pregunté, ¿habrá venido también a ver los cortos?, ¿qué hago?, ¿la saludo?, ¿hago como  que no la vi?, ¿qué hago?…
Bombón de Roquefort y Fálica y Fogosa me pidieron que me calmara. Imposible. Entonces recordé que Martín González, un amigo de años, labura en técnica, en un cuarto cuya puerta está al lado de los baños. Era mi única salida, esconderme en técnica. Entrar a la sala sabiendo que ella probablemente también habría venido a ver los cortos o irme por la puerta estando ahí, me resultaban opciones suicidas. Con la mirada clavada en el piso detrás de mis anteojos negros me dirigí a los baños y golpeé la puerta de técnica. Por suerte estaba Martín González y me hizo pasar. Yo estaba fuera de sí. (¡Muchas tecnologías del yo y las pelotas de Séneca, Epicteto y Musonio Rufo, pero cuando las necesitás de verdad te las tenés que meter en el ojete y empezar a dibujar como loca si no querés que tu embarcación sucumba en la tormenta que quiere adueñarse de la nave que piloteás!) Él me contuvo y me pidió que le explicara todo. Lo hice, entre medio de otros empleados del Rojas, que me miraban como a una loca que estaba pidiendo a gritos un pastillón que la ayudara a enmarcarse dentro de algún principio de realidad, y me dijo que no me haga problemas, que no era para tanto, que volviera y enfrentara la situación. Yo balbuceé un no puedo. Bueno, quédate acá, me dijo Martín González, si querés podes ver el corto de tu amiga desde la sala de control o entrar a la sala cuando ya esté a oscuras y hayan empezado las pelis por una puerta que tenemos ahí, y me señaló hacia ahí.
Yo no podía respirar. Encendía cigarrillos que apagaba a medio fumar y encendía otro. El humo del cigarrillo me ayudaba a no sentir esa sensación de asfixia que me oprimía el pecho, era el elemento químico perteneciente al sexto grupo del sistema periódico de los elementos, de símbolo O, número atómico 8, peso atómico 16 y que tiene tres isótopos estables, es decir, era el oxígeno tecno-industrial nicotinizado que los pulmones de mi alma necesitaban para que mi corazón no colapsara.
Finalmente vi el corto de Fálica y Fogosa desde el control del operador. Fue el tercero. Va, ver-ver no vi nada, pero seguí las imágenes como una vaca puede sentarse frente a una pantalla y mirar las sombras chinescas que se suceden en ella.
Después, mi sensación de asfixia y encierro, y mi necesidad de desaparecer, de huir por la tangente, de sentarme en un bar y tomar algo fuerte, se me presentó como un imperativo categórico trascendente kantiano ineludible, y en ello me iba la bolsa y la vida. Pero no tenía valor para salir sola de la sala de técnica y le pedí a Martín que me acompañara hasta la puerta.
Por suerte cuando salí del brazo de Martín hacia la puerta no me encontré con Uma Thurman. Y estaban Fálica y Fogosa y Bombón de Roquefort discutiendo. Fálica y Fogosa al verme me dijo que la había visto irse a Uma Thurman y yo pude recuperar algunos restos de mi conciencia calcinados por el delirio, los suficientes para no salir corriendo o ponerme a llorar en el lugar. Entonces le agradecí a Martín González por todo y nos despedimos. Un amor. Pero estos dos, dele que te dele, no paraban de discutir y yo que me sentía mal, triste, absurda. Sólo quería emborracharme y que ya fuera el día siguiente de un par de años después a este día.
Finalmente Fálica y Fogosa se quedó en el Rojas con una gente y Bombón de Roquefort y yo partimos. Le propuse ir a un bar a tomar algo, mientras él me hablaba de una cosa y yo de otra sin poder articularlo en un discurso coherente. Querés ir a La Academia a jugar un pool y tomar algo, me propuso y acepté.
Cuando entramos a La Academia cuanto no fue mi hórrido espanto al visualizar a Uma Thurman en una mesa charlando con la misma chica con la que estaba en el Rojas. Yo puteé entre dientes –como suele hacerlo Pepe Argento (Franchela) en Casados con hijos quejándose de su suerte – y me dirigí hacia la barra del local sin mirar a mi derecha donde estaba sentada ella. Pedimos una mesa de pool, un café para Bombón de Roquefort y un fernet para mí.
Una vez en el fondo de La Academia y con las bolas en la mesa para romper y empezar el juego, volví a sentirme asfixiada, encerrada, queriendo huir despavorida. Entonces Bombón de Roquefort me dijo que vaya y la saludara, que la invitara a venir a ella y a su amiga a jugar al pool, que vamos, sos una súper héroe, que no podés achicarte ahora, que no te olvidés que sos una dama y tenés que actuar en consecuencia.
Pero cómo hacía para volver a la parte de adelante del bar y saludarla si acababa de pasar a su lado y no saludarla, y probablemente me había visto en el Rojas donde tampoco la había saludado. Discutimos la estrategia con Bombón de Roquefort hasta que consensuamos que fuera a comprar cigarrillos al quiosco y, al volver a entrar, hacer como que la reconocía  y me acercaba a  saludarla. OK, eso hice. Salí, fui al quiosco que está a la vuelta, sobre Corrientes, compré cigarrillos y volví a La Academia. Yo era un manojo de nervios, Hiroshima al día siguiente que arrojaran la bomba atómica sobre ella, pero en la superficie, a simple vista, parecía dueña de mi cuerpo y alma, de mi destino, como cualquier profesora de letras frente a un alumno al que le está tomando un final. Así entré a La Academia y fui derechito a donde se encontraba ella. Hasta que no estuve a su lado y le tomé la muñeca y me agaché para darle un beso, ella no me registró, o fingió no registrarme muy compenetrada charlando con su amiga. Le dije, hola, cómo estás. Bien, me respondió. Buenísimo, chau, y sin siquiera saludar a su amiga ni nada enfilé para el fondo.
Una vez ahí empezamos a jugar al pool con Bombón de Roquefort y le conté mi performance. Él me dio consejos, me armó nuevas estrategias, pero ya todo era inútil. Todo había salido mal y aunque mis antenitas meteorológicas espirituales me habían advertido que no saliera porque se venía un temporal ontológico, desoí sus advertencias y ahí tenía las consecuencias.
Cuando pagamos y salimos ya no estaba Uma Thurman y nos despedimos en la puerta de La Academia con Bombón de Roquefort, él se fue para Rivadavia y yo para Corrientes a buscar mi auto.
Estaba bastante borrachita y terminé en la casa del Teto Medina. Le pedí el celular del Facha, que es su dealer, que yo no lo tenía y que es carero pero vende gilada de la buena, y le encargué un par de gramos. Esperé y cuando llegó el Facha con lo que había pedido me fui a casa, me serví un baso de Criadores y me puse a peinar y tomar hasta la madrugada, hasta que la cruel luz del día me alcanzó poniendo de relieve mi fantasmal y deshilachada oscura existencia, y me clavé dos Lexotanil con un Actimel frutos del bosque y me fui a la cama.
Y eso es todo. Así terminó mi lunes fatal, triste y desquiciado. Absurdo, como todo. Tan absurdo, inverosímil y carente de sentido como estas palabras o como la señora que saca al perrito todas las noches para que haga sus necesidades, como que Alf no exista o Dios sí pero que nunca diga nada, como que la tierra sea redonda o plana, como el señor que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar o que mañana yo esté muerta. Absurdo. Pero no por ello menos real. Así también es la vida de una súper héroe periférica. No es todo batallas ganadas al mal y sus secuaces o la férrea convicción inclemente de un destino que lucha contra viento y marea contra la banalidad de un mundo que ha perdido su norte. No. También hay oscuridad, soledad, flaquezas, miserias, fantasmas, y días donde lo absurdo la pone a una de rodillas y le escupe en la cara. En fin, una es una súper héroe, pero los súper héroes también somos seres humanos, con todo lo que esto implica. A veces patinar hasta el fondo de la propia idiotez y al llegar al fondo descubrir que no hay nada y no tener ni idea cómo salir de ese pozo negro donde no hay nada, nada de nada.
EL VIEJO ENCANTO DE UNA LÜGER.
La Dama de Negro buscó en el panel del hall central de Retiro el andén y la hora de salida de su tren. Faltaban diez minutos. Como a las tres de la tarde viajaba, relativamente, poca gente, se quedó al lado de la puerta del vagón fumando un pucho. Después buscó un asiento y se dispuso a leer.
Andaba a pie porque el Renault 12 breack negro hacía días estaba en el mecánico. La Dama de Negro, imaginó, que andar a pie para alguien que suele moverse por la ciudad en auto es lo mismo que para un gaucho moverse sin su caballo por el campo.
La Dama de Negro estaba rechiflada en su tristeza, no daba pie con bola. Esa mañana no había hecho sus trabajos de ascesis ni nada. Simplemente se había limitado a tomar mate, mirar dibujitos por la tele, sin sonido, para poder seguir las noticias del día por la radio y fumar como un escuerzo. Al mediodía, cuando se descubrió sirviéndose el segundo baso de whisky Criadores, decidió salir a la calle. Se sacó las pantuflas, el camisón y se cambió. Algo le decía que no iba a ser un día tranquilo y sacó del placard una automática calibre 38, cuatro cargadores de repuesto y el control remoto devenidor con foto shop que le acababa de regalar Jorge Panesi. Fue al espejo del baño y se maquilló: se levantó un poco las tetas, limó curvas, borró kilos, se agregó diez centímetros y finalmente trabajó su cara, cuidando de no perder sus rasgos, limitándose a devolverle un poco de frescura y vitalidad a un rostro castigado por la erosión de los  años y todo lo que de éstos se deriva.
El vagón olía mal. A pedo de vieja, a gente que no se baña ni usa antitranspirante, a basura. Y cuando se sentó a su lado un adolescente granudo con cara de pajero, se sumó a la atmósfera viciada del vagón olor a súper pancho con mayonesa, ketchup, mostaza y todo finamente rociado con una lluvia de papitas.
A todo esto había que sumarle los vendedores ambulantes. Nenitas y nenitos de cuatro o cinco años repartiendo estampitas con una leyenda que reza siempre más o menos así: mis papás no tienen trabajo, somos cinco hermanitos y pido en los trenes para comprar leche…y antes de retirar las estampitas y el papelito cantan una canción; ex Malvinas que te dan señaladores o stikers con las Islas con los colores patrios; drogones recuperados por la gracia de Dios y la granjita del doctor Drogueta que van con una canasta de mimbre llena de galletitas y facturas embazadas; ciegos que cantan canciones melódicas, norteños o de más allá que tocan folklore; tipos a los que les faltan los brazos o las piernas, sidosos con toda su lepra a la vista y con un papel que certifica su leprosidad; psicóticos de todo calibre; y también vendedores ambulantes para cada producto, ya sean caramelos, medias o lo que hayan conseguido en los remates de aduana, arman un spich de tres o cuatro minutos, que ni los más reconocidos, miserables e hijos de puta creativos publicitarios de la argentina podrían armar.
El tren arrancó y La Dama de Negro tenía frente a ella su libro sin poder concentrarse. Volvió a mirar al adolescente granudo con cara de pajero. Éste acababa de terminar el súper pancho y tenía la comisura de los labios sucia de ketchup y mayonesa.
Para ésto tanto quilombo, pensó La Dama de Negro imaginando que le hablaba al adolescente, acá esta todo el futuro que imaginaron y soñaron y por el que lucharon los hombres del siglo XIX. Este vagón es la epifanía de todos esos sueños. Porque como sabrás, Pajerín Come Salchichas, el tren fue una de las grandes metáforas del siglo XIX que englobaba la marcha ininterrumpida del futuro hacia un progreso pleno de libertades y logros ilimitados. Y acá estamos. En el tren fantasma de ese sueño descarrilado, imposible. No tenés más que mirar a tu alrededor para darte cuenta que todo el vagón y vos y yo no somos otra cosa que monstruos, monstruitos, formas erróneas, sueños equivocados y cuerpos sufrientes, poca cosa, apenas basura postcapitalista último modelo. ¿Entendés Pajerín Come Salchichas de lo que te estoy hablando? Y así siguió dando cátedra e instruyendo imaginariamente a su eventual y ocasional discípulo durante un rato. Hasta que se cansó y se pudo enganchar con el libro que estaba leyendo por esos días.
El libro era El jardín de las maquinas parlantes, de Alberto Laiseca. Recién lo empezaba. Cuando el tren estaba llegando a San Martín no pudo leer una línea más. Laiseca en el último párrafo del capítulo tres se preguntaba por qué si Suzuki y Okakura Kakuzo hablaban del té como una de las estéticas del zen, no podía escribirse acá un tratado sobre el mate como disciplina zen del sudamericano. Y unas líneas más abajo, La Dama de Negro, leyó, estas palabras, que la dejaron ciega, le quemaron los ojos: “No hay cosa más linda que tomar mate con la mujer de uno.” Al leer esto ya no pudo seguir con la lectura, tuvo que cerrar el libro, sintiendo una tristeza infinita, una derrota total y definitiva.
Cuando el tren por fin llegó a Chilavert descendió y bajo las escaleras. La casa de su padre no quedaba a más de ocho o diez cuadras. Caminó por la calle San Martín, desierta a esa hora, que corre paralela a las vías del tren, hasta Solís. Una cuadra antes de llegar a ésta, dos negritos feos, sucios y malos, en bicicleta, que iban en dirección contraria, la pasaron y escuchó que uno le decía al otro, che, pará, volvamos, seguro que la vieja nos da un peso para la birra. Y volvieron a pasarla y cruzaron sus bicicletas en la vereda obstruyéndole el paso a La Dama de Negro. Ésta no hizo caso, siguió caminando tranquila, estudiando la situación detrás de sus anteojos negros. Los dos negritos eran feos como la maldad y seguramente, tan idiotas y peligrosos, como la estupidez, que cuando no se la trabaja para negativizarla se vuelve un cáncer criminal y sádico que te va degradando poco a poco.
Che vieja dame toda la guita o te quemo, dijo el negrito más petiso.
La Dama de Negro hizo oídos sordos y siguió caminando hasta quedar a dos pasos de ellos.
A ver, pedazos de mierda mal cagada, abran paso, córranse pelotudos, déjenme pasar, por favor, o…
O qué, vieja, dijo el negrito más alto. Éste sacó una 22 y el otro una navaja.
La secuencia, entre que La Dama de Negro articuló una sonrisa en la comisura de sus labios y los dos pobres negritos quedaron despanzurrados en el piso desmayados con la cara desfigurada, varios huesos rotos y su sangre y sus dientes regando las baldosas de la vereda, duró apenas una fracción de segundo.
Cuando llegó a Solis subió por ésta alejándose de las vías del tren. Hacía años que no iba a visitar a su padre a su casa. Lo solía ver en algunas fiestas familiares, tres o cuatro veces al año, pero a su casa, hacía años que no la pisaba. No sabía por qué estaba yendo ahora, pero ahí estaba, a menos de dos cuadras. Su padre era tornero, vivía en esa casa en la que había nacido – su madre, la abuela de La Dama de Negro, lo había parido en el comedor de la casa— y a la que había vuelto cuando éste se divorció de la madre de ella. Vivía en el garaje que había remodelado porque la casa la alquilaba. Cuando llegó al jardín delantero quiso retroceder, pero ya era tarde. Se vio a ella misma y a sus hermanas y a sus primos y a su abuela y a sus tíos y a Muky y a las flores que plantaba su abuela y a su madre y a él, a todos, en ese jardín, detenidos, felices, jóvenes los grandes y chicos los chicos, espectrales, mudos, mirándola desde el abismo del tiempo, como en una foto que no dice nada ni tiene sentido para nadie más que uno.
Adelante parecía no haber nadie. Cuando llegó a la puerta del garaje golpeó. Nadie respondió. Volvió a golpear y esperó. Puteó por no llamar antes y haberse hecho todo ese viaje al pedo. Aunque en realidad agradeció no haberlo encontrado a él, y ya se disponía a irse cuando tuvo el impulso de agarrar el picaporte de la puerta y ésta cedió, estaba abierto, sin llave.
Adentro el garage estaba en penumbras. Lo vio a su padre en el otro extremo, sentado, entre la mesa y la cocina, frente al televisor apagado. La luz que entraba por unas ventanitas y los vidrios de la puerta que daban al jardín del fondo, caía sobre su rostro. La Dama de Negro caminó hacia él. Estaba un poco despatarrado en su silla. Ella se acercó y le dio un beso en la mejilla y su barba le pico la cara. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. La Dama de Negro se sentó en otra silla, del otro lado de la mesa. Así permanecieron un rato. Cuando el silencio se hizo muy pesado –y siempre que iba a tomar mate a la casa de su padre ese momento llegaba y lo llenaban con palabras inútiles hasta que la farsa era insostenible y ella le decía que se tenía que ir y él le ofrecía alcanzarla hasta algún lado— La Dama de Negro encendió un cigarrillo y le propuso a su padre, ¿tomamos unos mates, dale? Agarró la pava, fue al patio, la llenó en la pileta y volvió. Puso a calentar el agua y preparó el mate.
Cuando el agua estuvo a punto, volvió a sentarse y empezó a cebar. Tomó el primero ella y luego le paso uno a él. ¿El agua está bien?, preguntó La Dama de Negro. ¿Sí, no? Siempre supe hacer mate, ¿no? La abuela me enseñó, desde chiquita que sebo mate, desde que tenía tres o cuatro años y me quedaba con ella… y se interrumpió La Dama de Negro. Buscó con la mirada en el lugar. En una repisa al lado del televisor, junto a botellas encontró lo que buscaba. Se levantó y agarró un vaso, una botella sin abrir de Horse White y dos fotos apoyadas contra botellas. Y volvió a sentarse.
No te jode que mientras tomamos mate, tome también un par de whiskys, ¿no?
Con la colilla del cigarrillo que estaba fumando encendió otro. Sí, ya sé, fumar hace mal y es un vicio papá, pero a esta altura tendrías que saber, que no fumar es también un vicio como cualquier otro. El padre no dijo nada y La Dama de Negro se sirvió un vaso lleno de whisky, se tomó una buena medida y volvió a llenar el vaso.
En una de las fotos estaba la abuela con todos sus nietos. La abuela la miraba a La Dama de Negro desde sus preciosos ojos claros, y ella le dijo, hace tiempo que no sueño con vos abuela, hace mucho. En una época soñaba siempre con vos o vos me visitabas en sueños, particularmente cuando estaba mal. Pero ahora hace mucho que no sueño con vos, por qué será. Siempre que soñaba con vos les decía a papá o mamá que había soñado con vos y era una fija, ellos iban a la agencia y jugaban un peso a nacional y provincia, y era fija, al otro día pasaban a cobrar. ¿O no, papá?
La otra foto no la pudo mirar, se le había nublado la vista. Volvió a tomar el vaso y bebió con ganas. Apagó el cigarrillo en el cenicero y encendió otro.
Y, ¿todavía no tomaste el mate?, se va a enfriar, le dijo La Dama de Negro a su padre, mirándolo, ahora sí, por primera vez, de frente, de lleno, a la cara.
¿No vas a decir nada? Te vas a quedar callado. Querés pasarme facturas, dale, es el momento, es ahora o nunca. Habla viejo hijo de puta. ¿No vas a decir nada? Bueno, te tiro letra, a ver… ¿Cómo andas papá? Y, acá ando, tirando. ¿Y en el laburo que onda? Y son unos hijos de puta esos, te explotan, son unos negreros. Ojo, laburo entra, siempre tienen trabajo y agarran más del que pueden y te hacen laburar como negro, pero después a la hora de pagar empiezan a llorarte, que no hay plata… va, lo de siempre, una cagada, es todo una mierda, se aprovechan porque saben que uno lo necesita y… Sí, sí, lo de siempre. Y ahora de qué querés hablar, ¿de mamá, de Claudia y Patricia, de qué? Dale, empezá, si es tu tema favorito. Estas muy loco papá y nos enfermaste a todos. Ya sé. Vos sos un buen tipo, un tipo que sólo quería lo mejor para su familia, que nunca faltó a su trabajo y que hizo todo por su familia, lo sé. Y algo de eso me llegó. Pero también estabas muy enfermo, muy loco, y nos lastimaste mucho durante muchos años, sin querer, claro, lo sé, no hay ironía en esto, en serio, lo sé, pero lo que hiciste lo hiciste. Si no supiera eso no estaría tomando mate acá con vos. Si no hubiera trabajado sobre mí misma durante años estaría tan loca como vos. Pero gracias a eso solo estoy casi tan loca como vos. Sí, sí, casi, para qué mentirnos, lo que se hereda no se quita. En fin, papá, me tengo que ir, se me hace tarde, me voy. ¿Me tirás hasta la estación? No, está bien, gracias, voy caminando. Sabés una cosa, imaginé muchas veces este momento, muchas, y sin embargo, ahora, todo es diferente a como lo imaginé, y en algún punto igual. Escucháme, hay algo que quiero decirte antes de irme, algo que alguna vez me dijo la prima Romina sobre vos y creo que eso te define de cuerpo entero, y por favor, no lo tomés como recriminaciones de una hija ya demasiado vieja para recriminar a sus padres por cagadas propias como si fuera una adolescente, nada que ver, lo que quería decirte, que me dijo una vez Romina y creo que se ajusta a vos y casi, casi, casi a mí, es lo siguiente: tu viejo no puede hacer las cosas sino todo mal. Eso quería decirte, papá, que hiciste todo mal, todo, sin quererlo, pero lo hiciste y es una cagada. ¿Hace cuántos años que estabas muerto? ¿Hace cuántos años papá que la muerte te obligaba a seguir a rajatabla el libreto de una vida que no existía? ¿Cuántos, papá? ¿Por qué decidiste seguir vivo el día que la muerte clausuró tus días? ¿Era necesario, papá? ¡Por qué! Por qué, por qué, por qué…
Después La Dama de Negro se levantó y cuando agarró su baso de la mesa, descubrió un papel con unas palabras escritas con la torpe caligrafía de su padre. En el papel estaba escrito el nombre de las dos hermanas y la madre de La Dama de Negro y el suyo, y debajo, siempre las quise, siempre las voy a querer, un beso, papá.
La Dama de Negro volvió a llenarse el baso y bebió. No te jode que peine una rayita delante de vos, ¿no? Sacó una tiza de debajo del poncho antibalas, se hizo lugar en la mesa, con un Tramontina rayó de ésta hasta hacer un montoncito, lo picó y peinó con el mismo cuchillo hasta tener una raya gorda y larga. Con un billete armó un canuto y aspiró todo de un saque. Tiró la cabeza para atrás y se quedó aspirando con fuerza, esperando que la droga bajara. Cuando volvió a mirar a su padre, le dijo, bueno ahora me voy. Se acercó y con dificultad le quitó la Lüger de su mano rígida. Le dio un beso y se dirigió a la puerta. Antes de posar su mano sobre el picaporte y salir, se detuvo, dio media vuelta, y volvió. Se quedó a unos pocos pasos de él, apuntó la Lüger a su pecho, amartilló el arma y calló de rodillas al piso. Desde ahí, intentó, nuevamente, hacer blanco en el pecho de su padre y no pudo. Entonces se llevó la Lüger a la sien y cerró los ojos. Intentó gatillar el arma pero no podía. Quería terminar con todo ya, pero no podía. Así estuvo durante un rato, de rodillas en el piso, con los ojos cerrados, llorando, con el arma amartillada, intentando volarse la cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos, los fijó en los de su padre. Lentamente se levantó, volvió a apuntar al pecho de su padre y abrió fuego. Le pegó dos tiros en el corazón. Guardó la Lüger en su mochila y se fue, no sin antes cerrar la puerta con llave.
En la estación de Chilavert compró un boleto hasta Retiro, se lo mostró a los de seguridad para pasar al andén y se paró en la parada de diarios a ver las tapas de Gente, Caras, Pronto, Semanario, H, Playboy, y compró la revista de Luisito Ventura, Paparazzi. Luego caminó por el andén para poder subir a uno de los primeros vagones.
Mientras esperaba, con su mirada perdida en la nada, detrás de sus anteojos negros, prendió un cigarrillo. Fue ahí, justo ahí, que vio al cuzco, andando a duras penas entre los rieles del tren, del lado de las vías de donde vienen los trenes de Ballester a Suárez, y siguiendo ese rumbo. Era un cuzquito hecho pelota, que apenas podía caminar y tenía el ojo izquierdo fuera de su cuenco ocular, colgándole. Había cierta dignidad en esa marcha torturada, sin futuro. La Dama de Negro, se preguntó, para dónde estará yendo este hijo de puta, pobre. A su alrededor, empezó a escuchar a otros pasajeros, que estaban como ella, esperando el tren, decir, “ay mira ese perrito”, “lo va a pisar el tren”, “pobre, seguro que lo atropelló un auto”, pero nadie atinó a bajar a los rieles y rescatarlo. Todos se quedaron hipnotizados mirando la marcha torturada del cuzquito que apenas podía seguir con su vida a cuestas pero seguía. Entonces, el cuzquito, cuando estuvo a la altura de La Dama de Negro, torció su cabeza para mirarla. Se detuvo y la miró. Estas muerta, nena, como yo, le dijo el cuzquito a La Dama de Negro, como todos, y lo que sigue es tan incierto y carente de sentido como todo, y ahora que sabés la verdad, ¿qué vas a hacer? La Dama de Negro se iba a arrojar a las vías para rescatarlo, cuando de repente tuvo frente a sí el tren que venía de Suaréz y del otro lado llegó el tren que venía de Ballester. A su alrededor escuchó exclamaciones de pena por la suerte del cuzco y cuando iba a subir al tren, confundida, medio perdida, se dio cuenta que era el tren recaudador de TBA.
El tren recaudador venía vacío y con varios policías y seguridad privada, con escopetas recortadas, con pistolas en mano, que se desplegaron por el andén en el perímetro que rodeaba a la casucha de la boletería.
La Dama de Negro, sin dudarlo, sacó el control devenidor que le había regalado Jorge Panesi y se autodevino gendarme. Sacó de la cartuchera su automática calibre 38 y avanzó hacia la policía. Cuando tuvo al alcance de la mano a dos de ellos, les dijo, hola, cómo va, y antes de que pudieran responder los fusiló a quemarropa con un tiro en la cabeza a cada uno.
De repente el lugar se llenó de confusión y caos. La Dama de Negro se movió con precisión y sangre fría. Individualizó a un tercero y lo bajó. Tomó la escopeta recortada de éste y disparó bajando a un cuarto. Todavía faltaban tres. Dos ya se habían refugiado en el tren con la recaudación de la boletería y el tercero estaba escondido en el quiosco de revistas. El tren ya empezaba a andar y ella corrió para subir a él. Cuando estaba por perderlo, se arrojó al vagón por una de las puertas y el que estaba escondido en el quiosquito le apuntó dándole en la espalda. Las puertas se cerraron y el tren empezó a andar a toda marcha. La espalda le dolía pero el poncho negro anti balas que usaba le había amortiguado el impacto. Rápidamente se hizo devenir policía y se levantó. Cambió el cargador de su 38 y dolorida, se dirigió al vagón donde se encontraban los otros policías. Éstos estaban comunicando por celular lo que acababa de suceder a sus superiores y no se percataron que ese que venía hacia ellos no era un compañero. La Dama de Negro pudo haberlos matado desde donde se encontraba, pero no lo hizo, se acercó y cuando los tuvo al lado, recién entonces, apuntó al primero y le voló la cabeza, y al segundo, le pegó una patada voladora que lo tiró contra una de las puertas. Éste intentó desenfundar el arma de la cartuchera y antes de lograrlo La Dama de Negro estaba sobre él pegándole en la cara hasta matarlo a golpes.
Después se volvió a devenir ella misma y fue a buscar al que conducía el tren de caudales de TBA. Era un tipo de mediana edad y al verla se sorprendió. Ella no dudó, le ordenó, acelerá, poné el tren a full y no pares hasta Retiro. El tipo, quiso explicar que si hacían eso se iban a cruzar con algún otro tren, chocar y descarrilar. Dale la máxima velocidad que alcance este cacharro. El otro dudó. La Dama de Negro lo obligó a morder con sus muelas el frío odio de su 38, y le preguntó, ¿vas a hacer lo que te ordeno o no? En sus ojos vio miedo y duda. Es una lástima “beiby”, no te iba a hacer nada y gatilló. Los sesos del pobre infeliz salpicaron los vidrios de la cabina del maquinista.
La Dama de Negro estudió los comandos y al cabo de un instante puso el tren a volar sobre las vías. Después volvió al vagón y traspasó toda la plata a un solo bolso. Intentó calcular a ojo cuánto habría, suficiente, dictaminó. Y se fue a sentar a un asiento a fumarse un pucho tranquila.
Cuando el tren estaba por llegar a Belgrano R., agarró la recaudación, su mochila y fue a una de las puertas. La abrió con una llave que colgaba de un panel que estaba al lado de una de las puertas y se arrojó, achicándose toda sobre sí misma como si fuera un bichito bolita y tomándose la cabeza, a un campito que hay a una o dos cuadras antes de llegar a la estación de Belgrano R. El golpe contra el pasto fue brutal. Rodó y terminó contra un paredón que la detuvo y la hizo rebotar. Así permaneció un par de minutos semi inconsciente.
Al volver en sí, como pudo, se levantó. Le dolía todo. Se intentó sacar el polvo y el pasto que tenía por todo el cuerpo y sacó Carilinas. Se las pasó por la cara y éstas quedaron manchadas de sangre. Como no había tiempo que perder, buscó en su mochila el control remoto devenidor. Se fotoshopeó para maquillar un poco el bochorno que era su cara y se hizo devenir ella misma para que nadie notara que estaba toda sucia y rota.
Del campito bajó a la calle y caminó paralelo a las vías hasta encontrar la calle Pampa y empezó a subir por ésta rumbo a avenida Cabildo.
Necesitaba un Chino Loco para formularle algunas preguntas y un lugar donde guardarse para pensar qué debería hacer ahora.
Al llegar a la librería de viejos El Banquete, entró y fue derechito al fondo y encaró a su dueña. Hacía años que compraba libros ahí y ésta le preguntó a La Dama de Negro cómo andaba. Bien, le respondió, he conocido mejores momentos que nunca viví, pero bien. Y le preguntó si tenía un Chino Loco. Un qué… preguntó desconcertada la dueña de El Banquete. Un I-Ching, nena, un I-Ching, ¿tenés? Lo tenía. La Dama de Negro sacó del saco de recaudaciones un puñado de billetes que era mucho más de lo que valía el libro y lo dejó sobre el mostrador. Dijo, “vay vay”, y se marchó, sin esperar respuesta ni que la otra le diera el vuelto.
En la esquina de Ciudad de la Paz se quedó parada, pensando a dónde ir. Entonces recordó que Roberto Petinato tenía sus oficinas por ahí. Ellos se habían hecho grandes amigos en la época en que Petinato se dedicaba a escribir cuentos y tocar música y cagarse de hambre. Por ese entonces Petinato había editado un libro por Ediciones de La Flor y como a La Dama de Negro le había gustado lo incluyó como bibliografía obligatoria en su comisión y lo contactó a Petinato para invitarlo a dar una charla a sus alumnos. Así había comenzado una amistad que ya llevaba largos años.
En Cabildo encontró un teléfono público. Llamó. Petinato estaba descansando para ir en un rato al canal para grabar su programa de trasnoche. Le explicó suscintamente su situación y le pidió que la guardara un par de horas en su departamento. Éste, claro, le dio su dirección y cuando La Dama de Negro aventuró un: pero mira que… la dejó hablando sola, le colgó.
El edificio quedaba a unas cinco cuadras y cuando llegó a la puerta Petinato estaba esperándola. Le abrió y subieron a su departamento. La Dama de Negro intentó explicarle detalladamente su día, pero Petinato le dijo, ya vi todo por la tele, lo acabo de ver, no están hablando de otra cosa que de vos en todos los programas, nena. Ella buscó un sillón y se desplomó en él. Y Petinato, que había ido a la cocina, volvió con dos whiskys, le pasó uno, y le dijo, linda cagada te mandaste. Ella sólo le pudo sonreír amargamente y con el torso de la mano le acarició el rostro. Gracias, bombón, dijo.
Petinato ya se tenía que ir, pero le dejó las llaves de su departamento oficina y le dijo que dispusiera de él, que durante los próximos días no lo pisaría, que se cuidara y que cualquier otra cosa en que la pudiera ayudar no dudara en llamarlo.
Cuando se quedó sola, se trajo la botella de whisky a la mesa ratona, prendió la tele –era verdad, todos los canales sólo hablaban de ella— y sacó al Chino Loco. Durante una hora, estuvo haciéndole preguntas, que éste, no vaciló en responder. La pregunta importante, la que nos interesa acá, que le formuló al Chino Loco, contenía solo una palabra: Uma. Y el Chino Loco ésto le respondió:
Éste signo señala el tiempo en el cual todavía no se ha consumado la transición del desorden al orden. La transformación, por cierto, ya está preparada, puesto que todos los trazos del trigrama de arriba guardan relación con los del trigrama de abajo. Pero todavía no se hallan en su sitio. Mientras que el signo anterior se asemeja al otoño que forma la transición del verano al invierno, este signo es como la primavera que, partiendo del período de estacionamiento del invierno, conduce hacia el tiempo fértil del verano. Con esta esperanzada perspectiva concluye el Libro de las Mutaciones.
El Dictamen.
Antes de la Consumación. Logro.
Pero si al pequeño zorro,
cuando casi ha consumado la travesía,
se le hunde la cola en el agua,
no hay nada que le sea propicio.
Las circunstancias son difíciles. La tarea es grande y llena de responsabilidad. Se trata nada menos que de conducir al mundo para sacarlo de la confusión y hacerlo volver al orden. Sin embargo, es una tarea que promete éxito, puesto que hay una meta capaz de reunir las fuerzas divergentes. Sólo que, por el momento, todavía hay que proceder con sigilo y cautela. Es preciso proceder como lo hace un viejo zorro al atravesar el hielo. En la China es proverbial la cautela con que el zorro camina sobre el hielo. Atentamente ausculta el crujido y elige cuidadosamente y con circunspección los puntos más seguros. Un zorro joven que todavía no conoce esa precaución, arremete con audacia, y entonces puede suceder que caiga al agua cuando ya casi la ha atravesado, y se le moje la cola. En tal caso, naturalmente, todo el esfuerzo ha sido en vano.
En forma análoga, en tiempos anteriores a la consumación la reflexión y la cautela constituyen la condición fundamental del éxito.
La Imagen.
El fuego está por encima del agua:
La imagen del estado anterior a la transición.
Así el noble es cauteloso en la discriminación de las cosas,
a fin de que cada una llegue a ocupar su lugar.
Cuando el fuego, que de todas maneras puja hacia lo alto, se halla arriba, y el agua, cuyo movimiento es descendente, se halla abajo, sus efectos divergen y quedan sin mutua relación. Si se desea tener un efecto, es necesario investigar en primer lugar cuál es la naturaleza de las fuerzas que deben tomarse en consideración y cuál es el sitio que les corresponde. Cuando a las fuerzas se las hace actuar en el sitio correcto, surtirán el efecto deseado y se alcanzará la consumación. Pero a fin de poder manejar debidamente las fuerzas exteriores, es menester ante todo que uno mismo adopte un punto de vista correcto, pues sólo desde esa mira podrá actuar adecuadamente.
Se le hunde la cola en el agua.
Humillante.
En tiempos de desorden se siente uno tentado a descollar cuanto antes, a fin de realizar algo notable. Pero semejante entusiasmo no conduce más que al fracaso y a la humillación, mientras no haya llegado el momento de actuar. En tales épocas será prudente guardar reserva, para eludir así la afrenta del fracaso.
En verdadera confianza se bebe vino.
No hay falta en ello. Pero cuando uno se moja la cabeza,
en verdad la perderá.
Antes de la consumación, en el umbral de los tiempos nuevos, se junta uno con los suyos, en plena confianza mutua, y deja que transcurra el tiempo de la espera disfrutando de una copa de vino. Puesto que la nueva época ya esta en ciernes y comenzará inmediatamente, no hay falta en ello. Sin embargo, al proceder así, es necesario cuidarse de exceder la justa medida. Si en un exceso de ímpetu travieso se vierte el vino sobre la cabeza, se pierde la situación favorable, por falta de moderación.
Arriba se halla Chen, el hijo mayor, abajo Tui, la hija menor. El hombre toma la delantera, la muchacha le sigue gozosa. Se describe así el ingreso de la muchacha en la casa del hombre. Hay en total cuatro signos que describen las relaciones entre cónyuges. El Nº 31, Hsien, “Influjo omnívoro” describe la atracción que se ejerce recíprocamente en una joven pareja. El Nº 32, Heng, “La duración” describe las condiciones duraderas del matrimonio. El Nº 53, Chien, “La evolución” describe los procesos demorados y ceremoniales al consertarse un matrimonio correcto. El Kuei Mei, “El casamiento de la muchacha” muestra finalmente a un hombre de edad mayor seguido por una joven muchacha que se va a casar con él.
El Dictamen.
La Desposada.
Las empresas traen desventuras.
Nada que fuera propicio.
Una muchacha recibida en la familia sin ser esposa principal debe conducirse con particular cautela y reserva. No debe intentar por sí sola desplazar al ama, pues esto implicaría desorden y acarrearía condiciones de vida insostenibles.
Lo mismo es válido para toda clase de relaciones libres entre la gente. Mientras que las relaciones legalmente ordenadas evidencian un firme nexo entre deberes y derechos, las relaciones humanas electivas destinadas a perdurar se fundan puramente en una actitud de reserva inspirada en el buen tino.
El principio de tales vínculos por inclinación tiene máxima importancia en todas las relaciones del mundo. Pues de la alianza de Cielo y Tierra procede la existencia de la naturaleza toda, de modo que también entre los hombres la inclinación libre constituye el principio primero y último de la unión.
La Imagen.
Por encima del lago se halla el trueno:
La imagen de la muchacha que se casa.
Así el noble, por la eternidad del fin
reconoce lo perecedero.
El trueno excita las aguas del lago que reverberan a su saga en las olas rutilantes. Es esta la imagen de la muchacha que sigue al hombre de su elección. Empero, toda unión entre humanos encierra el peligro de que subrepticiamente se introduzcan desviaciones que conducen a malos entendidos y desavenencias sin fin. Por lo tanto, es necesario tener siempre presente el fin. Cuando los seres andan a la deriva, se juntan y se vuelven a separar, según lo disponen los azares de cada día. Si, en cambio, apunta uno a un fin duradero, logrará salvar los escollos con que se enfrentan las relaciones más estrechas entre los humanos.
La muchacha que se casa como concubina.
Un cojo que puede pisar con firmeza.
Las empresas traen ventura.
Los príncipes de la antigüedad establecían una firme jerarquía entre las damas del palacio, subordinadas a la reina como suelen estarlo las hermanas menores respecto a la mayor. Procedían éstas con frecuencia de la familia de la reina, y ella misma las conducía hacia su esposo.
Esto significa que una muchacha joven, si de común acuerdo con la esposa ingresa en una familia, no ocupará exteriormente el mismo rango de aquella; modestamente, se mantendrá en segundo plano. Pero sabiendo cómo integrarse en la relación total, adquirirá una posición enteramente satisfactoria, y se sentirá protegida por el amor de su esposo, al que da hijos.
El mismo significado se presenta en las relaciones entre funcionarios. Un príncipe tal vez disponga de un hombre que es su amigo personal y al que brinda su confianza. Este hombre, con buen tino, deberá ocupar un segundo plano a la vera del ministro oficial de Estado. Pero aun cuando, debido a semejante posición, se encuentre impedido como un lisiado, podrá con todo llevar a cabo alguna obra gracias a la bondad de su naturaleza.
La mujer sostiene el cesto, pero no hay frutos en él.
El hombre apuñala a la oveja, pero no fluye sangre.
Nada que fuese propicio.
Durante el sacrificio ofrendado a los antepasados, a la mujer le correspondía dar los frutos en un cesto, y al hombre degollar personalmente el animal del sacrificio. En ese caso las formalidades se cumplen solo superficialmente. La mujer toma un cesto vacío, el hombre apuñala una oveja ya sacrificada anteriormente, con el sólo fin de guardar las formas. Pero esta actitud frívola, nada devota, no promete dicha alguna en el matrimonio.
Cuando se sentó frente a la computadora, entró en Yahoo y abrió su cuenta. Tenía mil correos de Chicas de Letras y algunos amigos preguntando por ella y cómo poder ayudarla y que acababan de ver todo por la tele. Ella se limitó a chequear algunos y luego escribió un mail. Era breve: Quiero verte. Y escribió la dirección de Uma Thurman y cuando lo iba a mandar, se dio cuanta que ella no respondería o respondería ya tarde. Pensó, entonces, en mandarle un mail explicándole todo, por qué necesitaba verla ya, pero así no tenía sentido nada y cerró su cuenta de Yahoo.
Ya eran las seis de la tarde cuando llamó al jefe de los Pitufo-Bolivianos, a Papá Pitufo. Ahora estaba todo bien con los Pitufo-Bolivianos, durante mucho tiempo no, pero ahora sí. Lo que había sucedido es que éstos habían perdido terreno y se habían transformado en los malos, en el chivo expiatorio, desde que Julio Benito Barreda había articulado una mega alianza entre las más altas esferas del gobierno, La Mafia China, los sojeros y sus Agro Negocios y la gente de Sociales. Y como éstos querían copar Puán y borrar del mapa a los Pitufo-Bolivianos, las Chicas de Letras y los Pitufos habían tenido que aliarse para no sucumbir ante el poder demoledor de esa máquina infernal que había pergeñado Julio Benito Barreda.
Lo primero que le dijo Papá Pitufo cuando atendió, fue un largo rosario de insultos. Cuando se cansó de putearla, le informó, dame 48 horas y te armo un plan de fuga y después aunque te busquen no te van a encontrar. ¿Podés aguantar 48 horas?
¿Me queda otra, Papá? Sí, claro, creo que puedo, dijo La Dama de Negro.
Ok.
No, pará. Necesito algo más. Del otro lado de la línea se escuchó un silencio como toda respuesta. Necesito que me localices a Uma Thurman y me la traigas, necesito verla.
¡¡¡A quién!!! Pero vos estás reloca. Vos me estas pidiendo que te secuestre a la amante de Julio Benito Barreda, a Uma Thurman, y ni más ni menos que para entregársela a la mujer más buscada de la Argentina hoy. No, nena, estás reloca.
No, para, Papá, necesito hablar con ella antes de desaparecer.
Y yo necesito muchas cosas y no digo nada… Por ejemplo, ahora, necesitaría que entre por la puerta Pamela David y me interrumpa la charla que estamos manteniendo para decirme, “papi, me muero de ganas de chuparte la pija, si no te chupo la pija ya, me muero”, y yo apartarla fingiendo fastidio y decirle, “no me jodas, nena, ¿no me ves que estoy trabajando?, hacéme un favor, sentáte en ese sillón que está ahí y mientras yo trabajo vos hacéte una paja, pero eso sí, no dejés de mirarme mientras te la hagas, andá, por favor, andá, perra, y por favor no gimas ni emitas sonido alguno porque me vas a distraer y no voy a poder seguir con mi trabajo, ¿entendiste?”. Eso necesitaría yo en este preciso momento, ¿qué me contás, eh?
Mirá, Papá, estuve hablando acá con el hijo de puta del Chino Loco y tengo que verla.
Y qué te dijo ese Chino Loco.
Giladas, qué me va a decir ese Chino hijo de puta, pero hasta ahora siempre que lo consulté, siempre eh, me cantó las cuarenta…y necesito verla, por favor, “plisss, Fader, plisss”.
Esta bien, a dónde te la llevo.
Ahora estoy en el depto de Peti pero no me quiero quedar acá porque lo voy a dejar pegado y no quiero. Estoy en Belgrano. ¿En cuánto creés que me la podes conseguir?
Supongo que si todo sale bien y solo está custodiada por un par de guardaespaldas, tipo diez de la noche te la entrego con un moñito para regalo.
Bien, yo voy a estar a las diez de la noche en el primer piso de la confitería Manhatan.
Después arreglaron algunos trámites operativos para las próximas 48 horas y la fuga y colgaron.
Hasta las diez de la noche La Dama de Negro ocupó su tiempo en bañarse, perfumarse, fotoshopearse, mandar un mail a Charles Bronson y dormir una pequeña siesta reparadora.
A las diez y media de la noche, La Dama de Negro, ya iba por el tercer whisky. Tenía sobre las rodillas su automática, oculta debajo de una servilleta y fumaba como loca. Cuando vio aparecer por el descanso de la escalera que conducía al primer piso de la confitería Manhatan a Uma Thurman del brazo de Charles Bronson. Y detrás de ellos venía El Duende Japonés y La Gorda Derrida, que se ubicaron en una mesa cercana a la escalera desde donde podían controlar todo el movimiento de la parte inferior de la confitería.
Charles Bronson y Uma Thurman al llegar a la mesa se detuvieron. La cara de La Dama de Negro se iluminó, y, de repente, los años, los cadáveres, los golpes, la sangre, toda la mierda que estaba tatuada en su cara se desvaneció. Intentó disimular, sin lograrlo, la alegría de ver a Uma Thurman frente a ella y haciendo un ademán con su mano derecha la invitó a sentarse.
Charles Bronson le informó a La Dama de Negro que había en la zona ocho Pitufo-Bolivianos monitoreando todo, pero que tenían orden de no intervenir salvo expresa indicación de Papá Pitufo. Que tenía media hora, ni un minuto más, para charlar con Uma Thurman y que después él, con El Duende Japonés y La Gorda Derrida, tenía que entregársela a los Pitufo-Bolivianos y ellos se encargarían del resto. Después se fue a sentar a una mesa que daba a un ventanal desde donde se podía ver toda la avenida Cabildo.
Acá seguirían cinco páginas de archivo Word del diálogo que mantuvieron La Dama de Negro y Uma Thurman. Pero como este diálogo es muy íntimo y no tengo ganas de inventar uno apócrifo ni de maquillar el real, que cada cual reponga las palabras que  faltan en las cinco páginas que siguen.
Bueno, me voy, me tengo que ir, ahí Charles Bronson me hace señas de que se terminó nuestro tiempo, dijo Uma Thurman, levantándose de su silla y acercándose a La Dama de Negro. Ésta hizo lo mismo y cuando quiso saludarla, de repente, se encontraron envueltas en un beso. Pero no un beso cualquiera, tipo, un beso y ya. Sino un beso tipo pendejitas de 13 o 14 que se escapan una tarde de un día de semana para encontrarse con un chico en la plasita del barrio y terminan apretando mal a la vista de todos. Y mientras ésto sucedía, sonaba de fondo, envolviendo la escena sobre sí misma, en una húmeda, tenue, leve luz, que tornaba dolorosa y dulce, la estela de los actos, de ese momento imposible, una bellísima versión unplugged del tema Con toda palabra, interpretada por David Viñas y su The Punk Fuking Band:
Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia
Me acerco al agua
Bebiendo tu beso
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo
Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo
Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia
Me acerco al fuego
Que todo lo quema
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo
Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo
Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Fue ahí, justo ahí, cuando entonces, El Duende Japonés le hizo una seña a Charles Bronson. Era la seña convenida si veía a la cana. Acaba de entrar a la confitería el comando GEO. Charles Bronson sacó el control remoto devenidor que Jorge Panesi le había prestado cuando éste le contó la operación a la que debía asistir para ayudar a la super héroe periférica de Puán. (A todo esto La Dama de Negro ni enterada apretando descaradamente con Uma Thurman). Apuntó el control remoto a dos viejas que estaban cenando y las hizo devenir Uma y La Dama. Y a ellas dos las devino el Rusito Verea a La Dama de Negro y Esteban Schmidt a Uma.
Al notar el devenir, en Ruso Verea, La Dama de Negro se percató de lo que estaba sucediendo y tomó a Uma devenida Esteban Schmidt de la mano y se dirigió lo más tranquila que pudo hacia la escalera. Los del comando GEO pasaron a su lado y apuntaron directo al cuerpo de la falsa Dama de Negro y la acribillaron.
Al escuchar los tiros el lugar se transformo en un pandemónium. Antes de llegar a la puerta, La Dama de Negro sin soltar a Uma de su mano, se detuvo para mirar para atrás y comprobar que El Duende Japonés, La Gorda Derrida y Charles Bronson  le cubrían las espaldas. Entonces los del comando GEO que estaban arriba informaron por un sistema de comunicaciones interno que a la que habían acabado de acribillar no era La Dama, que no dejaran salir a nadie, que hicieran cerrojo sobre el lugar y la zona.
La Dama de Negro, soltó la mano de Uma y sacó su automática y la Lüger –de papá—, y lo mismo hicieron Charles Bronson, El Duende Japonés y La Gorda Derrida. Abrieron fuego sin asco, disparando a tontas y locas, buscando despejar y ganar la puerta. Cuando por fin llegaron a ésta, Bronson y La Dama de Negro les quitaron a dos cadáveres del comando GEO sus ametralladoras y mientras abrían un fuego cruzado, cubrieron la salida de Uma que iba custodiada por El Duende Japonés y La Gorda Derrida. Bajaron por Pampa, alejándose de Cabildo, con las balas silbándoles a diestra y siniestra. En la esquina una trafik abrió sus puertas y aparecieron dos Pitufo-Bolivianos con armas largas. Les ordenaron que subieran y la trafik arrancó quemando llantas y sacudiendo sin asco a lo que se moviera. Dos cuadras mas adelante los interceptó un móvil del comando GEO y uno de los Pitufo-Bolivianos sacó una bazooka y lo mandó al infierno.
Media hora después, en un estacionamiento de la zona de Caballito, a Uma Thurman la subieron los Pitufo-Bolivianos a un auto y se la llevaron, para devolvérsela a Julio Benito Barreda. Y lloraba. Ella lloraba.
Cuando el auto desapareció del estacionamiento La Dama de Negro besó y abrazó a sus compañeras. Era un manojo de huesos sin alma. Todo había salido mal, desde que le habían levantado el programa de televisión, Las Chicas Tivi (1), todo había salido mal y la vida se había vuelto un trompo loco sin sentido. Entonces apareció otro auto, con el Teto Medina y Cae en su interior, le arrojaron una botella de whisky Maclin –con cuarenta años de añejamiento—, y al unísono, dijeron, ¡subí, que te llevo! Ella obedeció y el auto partió. En el asiento trasero, despatarrada, cansada, con el Teto Medina y Cae hablando boludeces para distraerla, abrió la botella, brindó, sin saber muy bien por qué, se largó a llorar y besó el pico de la botella.
No me arrepiento de este amor
aunque me cueste el corazón
amar es un milagro y yo te amé
como nunca jamás lo imaginé
Tiendo a arrancarme de tu piel
de tu recuerdo de tu ayer
yo siento que la vida se nos va
y que el día de hoy no volverá
Después de cerrar la puerta
nuestra cama espera abierta
la locura apasionada del amor
Y entre un te quiero y te quiero
vamos remontando al cielo
y no puedo arrepentirme de este amor
No me arrepiento de…
Zhzhzhzhzhzhzhzhzhhzhz
zzzhzhzhhzhzhzhhzhzh…
… contigo en la distancia
amada mía… zzhzhzhhhzz…
¡Dejá ahí, Teto!, suplicó, ronca, sin vos, La Dama de Negro. Dejá ahí, la radio, a Caetano, “plis”.
No existe un momento del día
en que pueda apartarme de ti
el mundo parece distinto
cuando no estas junto a mí
No hay bella melodía
en que no surjas tú
ni yo quiero escucharla
si no la escuchas tú
Es que te has convertido
en parte de mi alma
ya nada me consuela
si no estás tú también
Más allá de tus labios
del sol y las estrellas
contigo en la distancia
amada mía, estoy…
ADIÓS, MUÑECA.
El mundo va a devorarse en su propia maldad; va a ahogarse en su propia sangre, dijo, La Dama de Negro, con la mirada hundida en las llamas de la fogata, sólo alterada, por la intensidad de las ráfagas de viento, que la hacían crecer hasta casi extinguirse.
La Dama de Negro, junto a sus compañeros de grupo de estudio, el Teto Medina y Cae, estaban sentados en ronda, en posición de loto, frente a una fogata improvisada en los techos de Puán. Era de madrugada y a no ser el ruido del viento silbando con fuerza, el barrio estaba tan silencioso y tranquilo como un cementerio. Hacía horas que estaban así, sentados, tomando té de aloe vera, alimentando el fuego, charlando, con la mirada fija en las llamas. Más allá del círculo de luz que generaba la fogata sobre el techo de Puán, las sombras, se cernían, a sus espaldas, tenues, interferidas por un cielo limpio y la luna llena. Pero había algo de inverosímil en esa realidad, que hería las categorías del espacio y el tiempo convencionales, y que les otorgaba a los tres amigos, cierta frágil lucidez, casi sobrenatural, que alteraba sus miradas y operaba sobre sus palabras.
El mundo agoniza y nosotros con él, prosiguió La Dama de Negro, extática, dirigiéndose a Cae y el Teto Medina que, como ella, tenían la mirada perdida en las llamas, que esa noche parecía ser lo único que gozaba de libre albedrío. ¿Acaso no escuchan sus gemidos insoportables, terribles, inaudibles? Que es uno y el mismo gemido: el del mundo y el de nuestras propias vidas. El mundo se reorganiza y reconfigura cada mañana volviendo real hasta en las cosas más cotidianas y mínimas ese gemido para el cual estamos ciegos, sordos y mudos. ¿Acaso qué otra cosa son esas mañanas del fin del mundo: con sus resacas; con sus mundos objetivos; con sus obligaciones y deberes; con sus valores de cambio y uso; con su baba pornográfica de besos criminales cincelando el tormento de cuerpos a los que se le ha secuestrado el deseo; con su matriz técnica que reformatea he in-forma cada vez el cuerpo y alma mientras tomamos tres mates apresurados; sus trabajos que sólo garantizan el consumo insaciable de una ansiedad que se sostiene en el mercar con la desgracia ajena; con sus ideólogos ontológicos, con su aura de creatividad publicitaria, creando las condiciones de una realidad inodora, incolora, indolora donde al dolor y la muerte se les sustrae toda su carga trágica y se las margina y desplaza a las zonas hegemónicas de las variables estadísticas, económicas, farmacológicas, políticas; con su manejo excepcional de los tonos y giros, de los tiempos y la economía del relato, guionando melodramas asesinos? ¿Acaso no escuchan ese gemido inaudible del mundo que no es otra cosa que nosotros: en medio de una fiesta, viajando en colectivo, acariciando al perro, pensando teoría, escribiendo un cuento, conduciendo o viendo un programa de televisión, cuando nos sacamos un moco de la nariz, cuando nos casamos y tenemos hijitos y compramos la casita y el autito y el celu y el plasma, cuando ascendemos o descendemos en el mercado laboral o del deseo? ¿Y si por un momento nos despojáramos de todo y nos limitáramos a intentar escuchar ese gemido que subyace en todos nuestros actos y pensamientos como un vacío intolerable que dominamos a base de negarlo y sobresaturarlo de imágenes y ruidos y palabras e ideas y melodramas y amores y trabajos y drogas e informaciones y plata y patologías e ideologías y poder y violencia? Entonces, ¿qué escucharíamos? Escucharíamos el gemido del mundo que agoniza con nosotros o nosotros con él. Y escucharíamos en ese gemido inaudible brotando de la nada de la deriva inhumana lo que le devolvería al esperpento deshilachado del espíritu que nos habita y hace, si fuéramos capaces de escuchar ese gemido, claro está, lo que le restituiría la vitalidad y sentido a lo humano que se ha extraviado en la soledad inaudita de una época siniestra y terrible, con sus brujos y hechizos de magia negra, que tornan a la pesadilla que nos sueña en un paisaje amortiguado, emotivo y bello, donde el amor ha sido desguasado al ser, sustraído al dolor y la muerte de la tensión que tonificaba y templaba al alma frente al exceso del don de la existencia. El mundo agoniza en cada uno de nosotros y en todo, recordándonos que el mal existe en lo inhumano que nos hace ciegos sordos y mudos al dolor de la muerte de lo humano que gime agonizante, inasible, olvidado frente a los escombros y ruinas del amor que se aleja y extingue dejándonos solos y desnudos… Luego de decir estas palabras, La Dama de Negro calló. Y los tres amigos permanecieron así, en silencio y estáticos, mirando el fuego, un tiempo imposible de cronometrar, definir, eterno, pero que no duró más que unos minutos.
Luego La Dama de Negro desvió la vista del fuego. Sus compañeros notaron que en las pupilas de sus ojos ardían dos llamas semejantes a las de la fogata. Agarró sus anteojos negros y se los puso. Se levantó y acercó a Cae. Se agachó y tomó su cara entre sus manos y le dio un beso en la boca. Luego se acercó al Teto Medina y con los dedos de ambas manos agarró sus bigotes. Con fuerza, con violencia, con amor. Después se alejó de la fogata y sus compañeros, hacia el borde de los techos de Puán. Se detuvo en la cornisa. Dijo unas palabras ininteligibles, que nadie escuchó. Pegó un salto, como quien salta de un trampolín para efectuar un clavado y se entregó al vacío. Antes de escuchar el ¡¡¡PAAAFFF!!!, seco, brutal, nítido, de su cuerpo contra el cemento de la calle, el Teto Medina y Cae, escucharon un grito desgarrado que atravesó sus almas.
No habría pasado un minuto cuando el Teto Medina y Cae, a su vez, dejaron la posición de Loto en que se encontraban y se asomaron a la cornisa. Miraron hacia abajo, hacia el lugar donde se había arrojado e incrustado La Dama de Negro. En la calle no había nada. Ni masa encefálica, ni sangre, ni el cuerpo desarticulado, roto, intentando confundirse con el asfalto. Ni nada. No había nada. Sólo la calle iluminada por la luna y las luces de la ciudad. Cae y el Teto Medina se miraron, sus caras irradiaban felicidad y una sonrisa se dibujó en sus labios; y a sus espaldas, se apagó de forma súbita, el fogón, que habían improvisado en los techos de Puán.
Continuará…
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(*)Las personas o instituciones citadas en este texto, como lo que se opina sobre ellas, debe ser entendido en el contexto de una operación masturbatoria propia de una chica de Letras. Buscar en esta operación –palabra que, como dice Jorge Panesi, no hay chica de Letras y aledaños que no le guste hacer proliferar– agravios gratuitos sería un despropósito, ya que lo único a lo que se aspira al efectuarla es a encontrar el placer –¿o el goce?– de hablar mal del prójimo para acabar en el texto y sus voces.
(1)
LAS CHICAS TIVI.
I
Todos los martes, a las 9 de la noche, el grupo de estudio de La Dama de Negro, se reunía en el Bar La Orquídea, que queda en la esquina de Corrientes y Francisco Acuña de Figueroa. En una de las mesas que da a Corrientes, estaban sentados: el Teto Medina, Cae, La Gorda Derrida, Ariel Schetinni, Hellow Kety, y faltaba La Dama de Negro que caería de un momento a otro.
Tomaban cerveza, comían maníes, fumaban, y charlaban alegremente, con espíritu crítico, acerca de la realidad del país, sus parejas, los tejes y manejes de la facultad, la bomba que había tirado a la tarde Jorge Rial en su programa de tele acerca de Susana Giménez, de todo, menos del objeto de estudio que los convocaba: las tecnologías del yo como uno de los ejes posibles en la novelística de Laiseca. Igual en cuanto llegara La Dama de Negro se acabaría la cháchara y Hellow Kety tendría que exponer un texto que se le había dado para leer, para luego debatir y pensar entre todos hasta altas horas de la noche.
Che, boluda, esa que está sentada en esa mesa de allá, ¿no es América Cristo-Falo?, preguntó Schetinni a La Gorda Derrida. América era la titular de la cátedra Literatura de Locas de Ayer y Hoy, hija fruto de un amor de verano entre Guillermo Saavedra y Roberto Ferro. (Sí, en Letras los hombres pueden concebir vida, quedar embarazados y al cabo de cuarenta y cinco días dar a luz a una conchudita, gracias a los avances de la ingeniería genético-alquímica que desarrollaron los Pitufo-Bolivianos. El aporte fundamental que efectuaron los ingenieros genético-alquímicos  para permitir a los hombres concebir vida, es muy complejo de explicar. Pero, básicamente, éstos descubrieron que el secreto último de la vida no se hallaba en el ADN sino en el Óvulo Loco. Una vez descubierto el Óvulo Loco que duerme en toda mujer, que es una suerte de Alien, el octavo pasajero, los ingenieros genético-alquímicos lo estudiaron hasta lograr aislarlo y hacerlo reproducir de forma artificial en probetas de ensayo. Cuando por fin se logró que no mediara diferencia alguna entre el Óvulo Loco femenino y su Clon se pasó a la segunda fase de la investigación: ¿cómo hacer para inocular este Óvulo Loco en un organismo masculino, sin que éste lo rechace, para que pueda concebir vida? Esta segunda fase requirió años de prueba y error, en animales primero, y en seres humanos después. Como es de publico conocimiento, el proyecto científico tuvo hasta hoy una parte exitosa y otra, que si bien no es negativa, al menos sí no ha podido ser llevada a su máxima feliz concreción. Ya que si bien se ha logrado que tanto mujeres como hombres en Letras quedaran embarazados, gracias a el octavo pasajero, el Óvulo Loco, todavía no se ha podido desentrañar por qué a los hombres a los que se le ha inoculado el Óvulo Loco al momento de parir no traen a la vida un bebe común y corriente, es decir, un varón o nena, sino una conchudita.)
Sí, es América, le respondió La Gorda Derrida muy concentrada, con la vista fija en el platito de maníes. ¿Hace cuántos meses que venimos a este bar todos los martes y nunca la viste? ¡Está siempre sentada en esa mesa, a la hora que pasés está sentada ahí! Y si no está sentada en esa mesa es porque fue al baño o porque está dando clases en Puán. ¿Pero en serio, nunca la viste, nene?
No, la verdad que no, boluda. ¿Y qué hace ahí todo el día?
¡Todo el día y toda la noche!, y remarcó La Gorda Derrida la palabra noche.
Qué, no entiendo, se interesó Hellow Kety.
La Gorda Derrida, suspiró, cansada.
Yo no sé dónde viven ustedes, ¿adentro de un pote de mayonesa Hellmans? ¿No saben qué hace América para ganarse la vida a parte de dar clases en la facu?
Ahora en la mesa se había producido un silencio total. La Gorda Derrida había logrado concitar la atención de toda la mesa.
Vende, dijo La Gorda, he hizo un gesto con la mano derecha de llevarse algo a la nariz. Vende gilada, la loca.
¿En serio?, preguntó el Teto Medina. ¿Y es buena?
Y… yo le compré un par de veces. Un poco saladito el precio, 100 pesos el gramo, pero rica, rica la hija de puta como la chonta de tu madre, Teto, casi tan rica como la concha de tu madre cuando se vuelve jugosa como un churrasquito apenas cocinado vuelta y vuelta en la plancha y te lo llevas a la boca… y sí, está buena, Teto, casi tanto…
Che, gracias, sí, ya capté la idea Gorda, pero pará un poquito ¿viste?, se enojó el Teto Medina. ¿Y si hacemos una vaquita y compramos algo?, se entusiasmó y miró cómplice a todos a ver quién se enganchaba.
El grupo de estudio estaba concentrado en ésto, cuando vieron del otro lado del ventanal el Renault 12 break negro de La Dama de Negro, intentando estacionar en un espacio mínimo entre dos autos. Chocó un poco al auto de adelante, chocó un poco al auto de atrás, y así siguió hasta hacerse lugar. Al descender del Renault 12 breack, uno de los dueños de los autos entre los que había estacionado al suyo, se avalanzó furioso a putearla. La Dama de Negro no le dio tiempo a nada, le pegó una patada en los testículos, y cuando estuvo doblado en dos, le pegó un rodillazo en la cara que lo enderezó, y el pobre infeliz se desplomó hacia atrás, quedando inconsciente en la vereda. Después La Dama de Negro se acomodó un poco las chuzas, buscó algo en el interior del auto, lo cerró y saludó a sus compañeros sentados en la mesa del otro lado del vidrio, mientras se dirigía a la puerta del bar La Orquídea.
¡Cómo va, Chicaaas!, saludó La Dama de Negro, con un beso a cada una. Buscó la silla vacía que se le había reservado para ella, entre La Gorda Derrida y Cae, y depositó sobre la mesa una caja enorme. Se la veía contenta, blanca y radiante.
Che boluda, qué es eso, preguntó intrigado Ariel Schetinni mirando con curiosidad la caja.
¡Un set de tecnologías del yo que compré por Sprayette! ¡Míren, míren, estña buenísimo!, se entusiasmó La Dama de Negro, abriendo la caja para mostrar su contenido.
Aaah… yo justo ayer por la noche mirando tele vi la propaganda en Crónica y me dije: ¿esto no nos servirá para lo que estamos investigando en el grupo de estudio?, dijo Hellow Kity.
Che, pero eso te debió salir una fortuna boluda, observó Schetinni.
Y barato no es, imagináte, ¡un set completo de tecnologías del yo! Pero bueno, son esos gustos que una se da. Si no te das los gustos en vida, cuándo te los vas a dar.
Es verdad, aprobó el Teto Medina. Pero dale loca, abrí esa caja que me refocilo de intriga por ver qué trae.
¡Cómo, qué trae! ¡Qué va a traer: un set completo de tecnologías del yo, nene!
Dale, no te hagás más la “Alfred Gitcoch” que te sale mal y mostrá los cachivaches que compraste, querés, se impacientó Cae.
La Dama de Negro sacó de la caja de Sprayette: un espejo, sobres de carta y papel para escribir con fondo de imágenes de Snoopy, dos biromes Bic –una azul y otra roja—, una película en DVD, un walkman con un cassette, un rollo de cinta adhesiva y un puf muy pequeño.
¡Ay, no te puedo creer, es un set completo, está buenísimo!, se excitó La Gorda Derrida.
¡Viste! Con todo esto, otra que Séneca, je, canchereó La Dama de Negro. Ven, trae de todo. Un puf para sentarse en el piso y meditar acerca de las metas que alcanzamos y no alcanzamos y nos habíamos fijado al comenzar el día. Un espejo para mirarnos fijo en él y poner en juego la inquietud de sí y poder desprender de ella una verdad que ponga en peligro y tensión al sujeto por sí mismo. Cinta adhesiva para taparte la boca y sujetarte las manos, para no poder gritar pidiendo socorro ni apagar el walkman que viene con un cassette de 90 minutos con la canción de León Gieco La memoria, grabada ininterrumpidamente de ambos lados.
Claro, acotó el Teto Medina, eso es para violentarse a sí mismo, ¿no?, y así hacer surgir del sujeto su propia verdad.
Ajá, aprobó La Dama de Negro. Sobres y papel de carta… ¿No es divino este papel con los dibujitos de Snoopy?, preguntó La Dama de Negro chocha con sus tecnologías del yo, y todos en la mesa aprobaron con la cabeza. (Las hojas para escribir cartas a los amigos venían con un fondo estampado con un dibujo donde se lo podía ver a Snoopy sentado arriba del techo de su cucha, con una expresión de tristeza en la cara y una hoja en una mano, y sobre su cabecita un globo contenía estos pensamientos snoopynianos: cuando estás lejos de mí siento pena!) Y claro, biromes, para escribir cartas a los amigos. Recuerden que esto era muy importante para los estoicos. Y este DVD trae cuatro clases de gymnasia de Catherine Fulop, cosa a la que también los estoicos le daban mucha bola.
Qué bueno que está, nena, la felicitó Cae. Mientras, La Dama de Negro, le pasaba las tecnologías del yo a sus compañeros de estudio.
Al rato, cuando ya todos habían podido ver y estudiar las tecnologías del yo que había adquirido La Dama de Negro por Sprayette, ésta se puso firme y propuso empezar a trabajar en su objeto de estudio.
Pará, para boluda, ahora empezamos, dijo Schetinni. Justo cuando vos entraste estábamos haciendo una vaquita para ir a comprarle a América un poco de mandanga, ¿te prendés?
Y… para qué te voy a decir que no si es sí sí. La única cagada es que ando sin guita. Por qué te crees que me compré este set de tecnologías del yo, eh, para ver si con esto puedo ir tirando y llevar mejor la mishiadura a fuerza de fortalecer el alma. No sé, hay que inventar algo, algún curro, algo, no se, porque así, viste, no da. Decí que soy una Súper Héroe de una modernidad periférica y eso me deja algunos morlacos extras, porque cuando una es buena con la gente ella responde y te lo retribuye. Pero viste, no da, ¿sabés cómo me las ingenié para llenar el tanque del Renault 12 y poder salir a combatir el Mal en la gran ciudad? me conseguí una changuita, laburo los fines de semana de empanada de atún para El Noble Repulgue. ¿Nunca vieron a esos boludos que andan por la calle disfrazados de empanada gigante? Bueno, una de esas empanadas soy yo, la de atún, aunque a veces también me toca la de humita. Pero bueno, yo todo lo hago por amor, y qué se le va hacer, peor sería que tuviera que viajar en colectivo y tren para ir en rescate de las víctimas silenciadas de este sistema injusto, ¿no?
En la mesa se hizo un silencio general. Todos se sentían impotentes y en deuda con La Dama de Negro.
¡Y si te pedís la beca Guggenheim!, propuso el Teto Medina.
A ver, ¿y qué les digo a los de la “Gujenstein”?
¡Cómo, qué ponés! Pedís plata para desarrollar la figura de una heroína de una modernidad periférica que lucha contra el mal y a favor de la cultura en el marco de un postcapitalismo que ha hecho de lo humano un dato traspapelado.
¿Te parece, Teto? No sé…
Pero sí, boluda, la alentó Schetinni, vos mandá fruta, poná lo que te dice el Teto, que por otra parte es verdad, y además, agregá fruta para adornar más la cosa. ¡Si hay cada uno que se saca la beca para cada pelotudez, mirá si no te la van a dar a vos!
Bueno, bueno, déjenmeló pensar. Porque acá a mí se me plantea un problema ético, ¿y si me dan la beca “Jüngestein” pero me dicen: pero esto y aquello no podés hacer, entonces, ¿qué hago? Me entendés, terminaría tranzando, al final sería una careta, una burguesa más… ¡Y no, yo soy una Súper Héroe, como Evita o Perón, como La Mujer Maravilla o Superman, como Batman o Hijitus, sí, dije Hi-ji-tus, que tanta mala prensa ha tenido y se lo ha tachado de espíritu etnográfico y costumbrismo aggiornado, y no, no es así, pero claro, como acá se desprecia lo nacional y una es una Súper Héroe Periférica que no tranza con nadie, al toque te tildan de tilinga que hace cualquier cosa para salir en la foto! No, gracias, pensándolo bien, les agradezco, pero no, porque viste, una empieza cediendo con las palabras y termina cediendo en los actos.
Todos en la mesa se habían quedado mudos, emocionados, agradecidos por sus palabras y la enseñanza que de ellas se desprendía.
Bueno, pero vos boluda no te calentés, que algo ya se nos va a ocurrir, te prometo que algún conejo voy a sacar de la galera, prometió Schetinni y La Dama de Negro le tomó la mano en señal de agradecimiento.
Che, bueno, el Teto intentó desviar el tema al notar que la ponía mal a La Dama de Negro, ¿compramos o no compramos algo, a ver si levantamos un poco la cosa?
A ver, denme la plata a mí, que voy yo a hacer la transa, que a América la conozco y me tiene que hacer precio y no me va a cagar vendiéndome cualquier cosa cortada con Odex y anfetas, porque sabe que si nó la cago a patadas.
Cuando La Dama de Negro con la plata de la vaquita del grupo guardada en el corpiño se disponía a levantarse para dirigirse a la mesa de América, entró un hombre con una bolsa de papel en la cabeza y fue derechito a sentarse frente a América.
La Dama de Negro estudió a ese hombre y les preguntó al resto si lo conocían. Era evidente que había venido a pegar un poco de merca, pero algo en su sistema crítico super poderoso puaniano le decía a La Dama de Negro que no estaba todo bien, que había algo turbio.
Es Leo Rozitchnof, el famoso filósofo Peronólogo, que ha desarrollado toda una teoría antiperonista notable, lo reconoció La Gorda Derrida, y anda con una bolsa de papel en la cabeza porque le da vergüenza su hijo Alejo, que le salió peronista y habla de Osho y Marketing en los programas de Pergolini y Grondona… y bueno, pobre, como lo han cargado tanto en la calle por el hijo pelotudo que le salió y las estupideces que dice, optó por salir a la calle con una bolsa de papel en la cabeza para que no lo reconozcan y le pregunten: ¿vos sos el padre de Alejo Rozitchnof?
Sí, pobre… igual nada que venga de Sociales es trigo limpio, y no sé, hay algo acá que me huele mal, desconfió La Dama de Negro sin apartar sus ojos de la mesa de América.
Te parece, Leo Rozitchnof es un copado, arriesgó el Teto Medina.
En Sociales nos odian, aseveró La Dama, y no sé, hay algo mmmm…. Fíjense, está de corbata, cuándo vieron a un tilingo de Sociales de corbata, si esos son todos hippies sucios. La Dama de Negro se quedó callada analizando la situación como si fuera un formalista ruso leyendo un cuento de Tolstoi. Ese hijo de puta, escupió La Dama de Negro con los dientes apretados como si fuera un perro de caza que acaba de inmovilizar a su presa, le está haciendo una cama a América, esa corbata tiene una cámara oculta! Y se levantó de la silla, saltando por encima de la mesa.
Cuando América la vio venir corriendo, llevándose mesas y sillas por delante, pensó, qué le pasa a esta loca. Pero no tuvo tiempo a decir nada, porque La Dama de Negro encaró a Leo Rozitchnof, lo agarró de la corbata y le pegó en la cara tantas piñas que le destrozó la bolsa de papel. Después lo arrastró a la calle lejos de miradas indiscretas, lo pateó para terminar de amansarlo y le quitó la corbata.
¡Pero qué haces Dama de Negro, te volviste loca! ¡Con el quilombo que armaste me vas a cagar el negocio!, le gritó indignada América.
La Dama de Negro torció el rostro y encaró a América y a sus compañeros que formaban un pequeño grupo en la vereda. Y extendiendo el brazo mostrándoles la corbata de Leo Rozitchnof.
¿Yo te voy a cagar el negocio, o estos hijos de puta de Sociales? ¿Qué es esto? Mirá, y le arrojó la corbata a la cara.
América estudió la corbata y descubrió la cámara oculta.
¡Pero la puta que los parió! ¡Me estaban haciendo una cámara oculta! Gracias Dama, disculpá que te grité, pero…
La Dama de Negro no esperó a que América terminara lo que tenía para decirle. Se agachó, tomando a Leo Rozitchnof por la ropa y poniéndole una automática calibre 38 en la cien, le exigió que le dijera para quién estaba trabajando o lo fusilaba ahí mismo.
No me mates, no me mates, lloró  implorando clemencia Leo Rozitchnof.
Hablá o te mato, hijo de puta, y tiró dos tiros al aire.
Está bien, está bien, pero no me mates. Estoy trabajando para María Pía López, para el nuevo programa que va a salir en el canal de La Ciudad.
La Dama de Negro le escupió en la cara. Se levantó del piso, le quitó la corbata al Teto Medina que se la había puesto de bincha en la cabeza, destrozó la cámara diminuta y se la devolvió a su dueño.
Tomá, ahí tenés tu cámara de mierda y decíle a tu jefecita que mientras exista La Dama de Negro, nadie se va a meter con las Chicas de Letras.
Luego volvieron al bar y el grupo de estudio de La Dama de Negro agregó una silla a su mesa para incluirla a América. Y estuvieron charlando hasta las siete de la mañana.
Antes de despedirse, los del grupo de estudio, para irse a dormir o a sus trabajos, y América para volver a su mesa del bar para desayunar, ésta última, dijo:
Dama, esto va en serio, me sale de acá, y se golpeó con un puño cerrado el pecho, cuando necesités algo de mí solo tenés que pedirlo, guita, merca, armas, libros, lo que sea, vos me lo pedís y yo te lo consigo, ¿estamos?, y la abrazó.
II
El Teto Medina, Charles Bronson, Ariel Schetinni y Martín Menéndez estaban charlando apaciblemente, después de una larga jornada de trabajo teórico intenso, en el sauna de Buenos Aires a Full. Cuando Ariel Schetini sacó el tema de las penurias económicas de La Dama de Negro y la necesidad de encontrar alguna forma de financiar su carrera de teórica y súper héroe antes de que ésta se quebrara y apareciera algún yanqui que la cooptara con mucha guita para llevársela a trabajar a la academia norteamericana. Entonces al Teto Medina se le cruzó por la cabeza una idea.
¡Creo que encontré la forma de hacer guita sin tener que trabajar ni pensar!
A ver, ¿cuál?, preguntó hosco Charles Bronson, que se sentía incómodo con una toallita en el sauna rodeado de hombres que le hacían caritas con la intención de invitarlo al bar de Buenos Aires a Full a tomar un trago o llevárselo a un box privado.
¡Claro, no se dan cuenta! Hay que hacer un programa de televisión. Hay que producirle un programa a La Dama de Negro…
Que lo conduzca ella y que se llame… y se quedó pensando Martín Menéndez. Las Chicas… Las Chicas de Letras… ¡Las Chicas Tivi!
Genial, boludo, aprobó Schetinni. Ya tenemos el título del programa, y una conductora con ángel, tach chang gou, capital simbólico y un alma pirata de la cual extrae el pólemos de las ideas. Ahora sólo nos resta conseguir la guita inicial para montar el programa y en dos meses estamos tomando champagne y merca mirando el Sena por la ventana de un hotel.
Mirá, eso se resuelve fácil a mi criterio. Tengan en cuenta que yo algo sé de tele, no se olviden que yo formé parte de la gestación de uno de los programas televisivos que hoy por hoy ya forma parte del canon occidental: Video Match.
¡Video Match!, se emocionó Charles Bronson, ¿se acuerdan de los bloopers?
Mortal, aportó Martín Menéndez, los bloopers de los ponjas eran mortales. ¡Y las cámaras ocultas… que te destrozaban el auto o arreglaban con los parientes de la víctima para sacarlo de quicio y cuando el pobre infeliz no podía más, le decían, mira ahí, ahí, ¿ves ahí?, es una jodita para Tinelli, mandále un saludo a Marcelo. ¡Jajaja, qué bueno que era eso!
Y a quién te creés que se le ocurrió lo de los bloopers y las cámaras ocultas? A papito, a quién más, se enorgulleció el Teto Medina acomodándose la toalla que había dejado al descubierto sus partes vergonzosas.
A mí lo que me calentaba era el Enano Gula Gula, dijo con mirada libidinosa Schetinni, cómo le hubiera dado gula gula a ese enano hijo de puta.
Sí, sí, esta bien. Todos reconocemos, que vos, Teto, sos una eminencia en cuanto al manejo de los discursos de los medios masivos de comunicación, se puso serio e intentó encausar la conversación Charles Bronson hacia el tema no resuelto, el capital. Pero tenemos que conseguir alguien que aporte el dinero inicial.
Pero eso ya está resuelto, Charles. La semana pasada La Dama de Negro le sacó las papas del fuego a América. Los  hijos de puta de Sociales le estaban haciendo una cámara oculta, para un nuevo programa de cable de Pía López, para denunciar que ella está haciendo fortuna sentadita en el bar La Orquídea vendiendo gilada, y bueno, nada, y en agradecimiento América le dijo, cuando necesites algo de mí sólo tenés que pedirlo. Y aparte acá la guita que invierta le vuelve en unos meses triplicada, porque esto es un golazo, y pun para arriba y no nos para nadie.
Los cuatro se levantaron, extendieron los brazos en alto, golpeando palmas contra palmas y pegando pequeños grititos de alegría, al ver surgir, de repente, frente a sus vidas, a la esquiva y mítica gallina de los huevos de oro que les decía, chicas, retroceder nunca, rendirse jamás, hasta la victoria siempre.
III
Ahí está, señaló Charles Bronson al volante de su Falcon verde a sus compañeras, Schetini, el Teto y Martín Menéndez, al ver a una empanada gigante de atún en la esquina de Rivadavia y Acoyte.
Charles Bronson buscó dónde estacionar su Falcon y todas bajaron. Se notaba en sus rostros cansancio y satisfacción. Es que en Buenos Aires a Full había sido tanta la alegría al ocurrírseles la idea de hacer un programa de tele, que esta excitación se la trasmitieron a otros habitués del lugar y la cosa terminó en una orgía dionisíaca. Incluso Charles Bronson, que era un duro, un heterosexual hecho y derecho, al principio, al ver que las fuerzas libidinales se desataban en círculos concéntricos abarcándolo todo, se quedó a un costado, con su Mágnum amartillada, para cagar a tiros al primero que quisiera tocarle un pelo, pero luego, arrebatado por el deseo dionisíaco ambiente, sacó de su cartera un cinturón que llevaba incorporado un consolador de dimensiones temibles, se lo calzó a la cintura y terminó comiéndose a un pendejito, para enseñarle a la mariquita lo que era padecer el rigor disciplinario de un macho argento.
Las cuatro encararon a la empanada gigante de atún que estaba repartiendo volantes en la esquina de Rivadavia.
Charles Bronson le pegó unas palmadas en la espalda a la empanada de atún. Y cuando ésta se dio vuelta, la saludó y le dijo, Dama de Negro tenemos que hablar.
La empanada gigante de atún se los quedó mirando extrañada, disculpen, pero me parece que me confunden.
Dále boluda, le dijo Schetinni y la abrazó. Estuvimos pensando con las chicas y encontramos la forma de sacarte de pobre, boluda. Tenemos que hablar ya, no podés seguir toda la vida trabajando de empanada, boluda.
La empanada de atún volvió a insistir que ella no las conocía, pero lo dijo con tono temeroso, temiendo que fueran carteristas e intentó deshacerse del abrazo de Schetinni,  buscando con la mirada un policía.
¡Pero boluda, soy Ariel, qué té pasa!
Entonces la empanada de atún cayó en la cuenta de que la estaban confundiendo con otra compañera. ¿Ustedes no estarán buscando a otra empanada? ¿Cómo me dijeron que se llama la empanada que buscan? Charles Bronson se lo dijo. Aaah, La Dama de Negro, no, ella ya terminó su turno y se fue hace como una hora.
Las cuatro le pidieron disculpas y volvieron al Falcon verde.
A dónde podrá estar a esta hora La Dama de Negro.
Y, es sábado a la noche, dijo el Teto Medina, que sé yo, quizá este en Puán, en su oficina.
Una de dos, reflexionó Charles Bronson, o está en su oficina de Puán, o dando vueltas por la ciudad patrullando en busca de personas indefensas a las cuales ayudar.
Si La Dama de Negro no estaba en Puan sería imposible encontrarla, pero como se morían de ganas de contarle la buena nueva optaron por darse una vuelta por la facultad y ver si la encontraban.
Cuando llegaron al segundo piso de Puán y entraron a la oficina de La Dama de Negro, una imagen terrorífica los paralizó en la puerta. Ninguna de las cuatro estaba preparada para ver el espectáculo que las esperaba. Una empanada gigante de Humita con los ojos desorbitados, estaba sentada sobre un puf minúsculo en el suelo, al costado del escritorio. Tenía unos walkman en las orejas, la boca sellada con cinta adhesiva y las manos inmovilizadas también con cinta.
Tardaron un rato en reaccionar. El primero fue Charles Bronson que sacó su Mágnum y con cautela miró a todos lados buscando indicios de más personas en el lugar. Entonces el Teto Medina recordó que ese walkman y la cinta adhesiva y el puf eran parte del set de tecnologías del yo que había comprado La Dama de Negro por Sprayette. Mientras Bronson siguió registrando el lugar desconfiado sin hacerle caso al Teto Medina que le explicaba que La Dama de Negro está haciendo un laburo de ascesis, Martín Menéndez le sacó la cinta de la boca y le desató las manos.
¡Aaaaaaah!, sólo pudo decir La Dama de Negro y se quito los walkman. ¡Haaaay, Dios santo!, esto de violentarse a sí mismo escuchando a León Gieco para hacer surgir una verdad que ponga en juego al sujeto por sí mismo en la inquietud de sí, no es para cualquiera. Ay, chicas, no saben lo que es esto, te mata, te mata, te mata. Pero no saben, después sentís una paz tremenda.
El Teto Medina la ayudó a levantarse y La Dama de Negro desplomándose en su escritorio, le indicó a Charles Bronson que sacara del armario vasos y una botella de whisky Criadores. Una vez que ya todas estaban sentadas bebiendo, La Dama de Negro preguntó, ¿qué cuentan?, imagino que si me sacaron de mis trabajos de ascesis es porque tienen algo importante para decirme.
¿Cómo te ves conduciendo un programa de televisión: Las Chicas Tivi? ¿eh?, le largó el Teto Medina.
¡Qué!…
Entonces, entre las cuatro le contaron atropelladamente todo el proyecto a La Dama de Negro, que al principio las escuchó con reparos, resquemores y cierta ironía dibujada en su cara pero que, al terminar de escuchar toda la argumentación, quedó encantada con la idea.
Esa misma noche se fueron las cinco al bar La Orquídea y fueron derechito a la mesa de América y volvieron a explicar todo el proyecto. Y América que era una Chica de Letras con palabra no puso un sólo pero, sólo preguntó, cuánto necesitás, dame unos días y es tuya esa guita.
IV
El lunes a la tarde la oficina de La Dama de Negro era un mundo de gente y un bullicio de voces. Estaban todas. Schetinni, Cae, el Teto Medina, David Viñas, Charles Bronson, Pan Triste 4×4, Bombón de Roquefort, El Pato Wilson, Sarakey, Gonzalo Aguilar, Hellow kety, Link, Schvartzman, algunos Pitufo-Bolivianos, Silvia Delfino, La Gorda Derrida y Panesi. Solo faltaba para empezar la reunión de producción, ¡cuándo no!, La Dama de Negro.
Cae miró la hora en su reloj y movió la cabeza, qué colgada esta mina, ¿dónde se metió?
No, Cae, pero avisó que iba a llegar más tarde, ¿no sabías?,  informó La Gorda Derrida. Lo que sucede es que hoy laburaba, por lo general los lunes no labura, pero como la empanada de carne picante se enfermó le pidieron si ella la podía reemplazar…
¡Pero cómo, todavía sigue laburando de empanada gigante en la calle!, se asombró Hellow Kety.
Y sí, lo que sucede es que no quiere largar el laburo de empanada hasta que el programa sea una realidad. Porque imagináte, el proyecto se cae, y entonces qué, pobre Dama, se queda sin el pan y sin la torta. Igual también, antes de venir para acá, tenía que pasar por el bar La Orquídea para que América le diera la plata para financiar el proyecto.
Bueno, che, entonces para pasar el tiempo, mientras esperamos a La Dama de Negro, por qué no te copás y te tocás algo Cae, propuso Bombón de Roquefort. Y todas empezaron a batir palmas y corear, ¡que-to-que, que-to-que!…
¡Dale puto, tocáte algo!, ordenó Silvita Delfino.
Bueno, si insisten, les voy a tocar Desierto sin amor, y lo miró a Julio Schvartzman, ¿te copás y me hacés la segunda?
Cae desenfundó una Gibson Les Paul y la enchufó. Schvartzman a su vez desenfundó una Gibson Fierro Payador y la enchufó a otro Marshall.
Y vamos Schvartzman, ¿me seguís?, un, dos, treee…
Despacio y en silencio,
el reloj castiga al tiempo
siento el frío de tus labios
al mentir diciendo adiós.
Y si de algo te sirve
yo te digo que te amo
y clavo entre tus manos
mi fuego y mi pasión.
No prendas las luces,
quiero recordar tu cuerpo
como una rosa en el desierto
desierto sin amor.
Y tu tren cruzó mi alma,
y mis ojos se cerraron,
lágrimas que se escaparon
al correr por el andén.
Veo tu cara entre la gente
y les digo que aún te amo,
bebo los días y te extraño,
quisiera volverte a ver.
Y mis manos ya no saben
de caricias con deseo
en el piano no hay mas juegos
desde que me faltas tú.
Más despacio y en silencio
el reloj castiga al tiempo
ya siento el frío de tus labios
al mentir diciendo adiós.
Y ahora nuestro tema sonando en la radio,
es como si tu boca se acercara hacia mí,
solo apago las luces, y recuerdo tu cuerpo,
como una rosa en el desierto, desierto sin amor.
Al terminar el tema todas aplaudieron y pidieron más, mientras Link lloraba, y La Gorda Derrida y David Viñas intentaban recuperar el aire después de haber improvisado un pequeño pogo en la oficina de La Dama de Negro.
Una empanada gigante de carne picante miraba toda la escena con ternura e infinita tristeza desde el marco de la puerta. Esperó un instante y luego dijo un hola general y se fue a sentar detrás de su escritorio.
Che, boluda, qué te pasa que tenés esa cara de culo, le preguntó Schetinni.
La Dama de Negro no le respondió.
Charles, vos que sabes dónde está la botella de Criadores, por favor, me la alcanzás.
Éste se la alcanzó, La Dama de Negro se tomó dos vasos de una, y recién después, tuvo coraje y verdad, para hablar y decir lo que tenía que decir, porque sabía que lo que tenía que decir era verdad porque era realmente verdad.
Bueno, chicas, se cayó todo.
¡Noooo…  qué pasó!, preguntaron todas a coro.
Los malvados de Sociales finalmente se salieron con la suya. Anoche hicieron un operativo en La Orquídea y se la llevaron en cana a América. Por lo que pude averiguar la denuncia de que en el lugar América vendía gilada la presentó el equipo de producción del programa de televisión de María Pía López.
Pero la puta madre, rezó Panesi, estos de Sociales me tienen las pelotas llenas.
¿Qué podemos hacer?, preguntó el Teto Medina.
Nada, llevarle cigarrillos los días de visita, dijo La Dama de Negro, pensá que esta gente está manijeada por la Mafia China y por los Montos. Claro, se ve que alguien les batió que nosotras estábamos armando un programa y que América nos iba a financiar y la hicieron mierda, le van a dar como veinte años, pobrecita. Igual, más allá de la guerra, ya declarada y abierta, entre Sociales y Letras, esto tiene tintes personales. Ustedes no lo saben pero yo les cuento, Pía y yo fuimos juntas toda la primaria y secundaria y ella siempre me odió porque yo siempre tuve tetas armoniosas y con linda forma y ella siempre las tuvo demasiado separadas, chiquitas y caídas. Y es algo que nunca me perdonó y por lo que siempre me odió, por tener tetas más lindas que las de ella.
Pero el programa se va a hacer igual, afirmó Panesi, con o sin guita, el programa se hace, porque si los dejamos seguir avanzando a éstos, en poco tiempo perdemos Puán.
¡Y cómo Jorge!, preguntaron todas a coro.
Panesi sacó del bolsillo su ya mítico control remoto devenidor y lo movió frente a todas.
El mes pasado conocí a un loco, un genio en tecnologías de punta y le incorporó a mi control remoto devenidor un sistema de foto shop. Vean, miren, y apuntó el control remoto a Link y le devolvió a su rostro la frescura de una chica de 15. Y apretó otro botón y le hizo surgir unas tetas prominentes. ¿Ven? es una maravilla. Con este control remoto podemos suplir la falta de guita. ¡Qué más necesitamos! ¡Con este control remoto devenidor con foto shop podemos hacer el programa que queramos!
La Dama de Negro estaba desmoralizada, como todas, pero la confianza y entereza de Jorge Panesi era más fuerte que todas las pruebas y reveses a los que la sometía los caprichos inescrutables de la vida. Se sirvió otro vaso de whisky y brindó por Las Chicas Tivi.
VI
El programa Las Chicas Tivi finalmente se pudo llevar a cabo y duró un mes, cuatro programas, que fueron éxito por su espíritu vanguardista que dislocó la lógica de la grilla de la tele por cable. El programa salió por canal 26, los sábados a medianoche y su dueño, Pierri, tuvo que darlo de baja debido a presiones de sectores del gobierno Kirchnerista muy cercarnos a la maquinaria de la Mafia China y gente de Sociales.
Todo esto representó un duro revés para La Dama de Negro, que se encerró en su oficina alternando sus tecnologías del yo y mucho alcohol y drogas. Y luego, acontecieron otras aventuras que la obligaron a La Dama de Negro a desaparecer. Nadie más supo nada de ella durante mucho tiempo. Nadie más supo nada hasta mucho tiempo después, cuando Jorge Panesi necesitó de su súper heroicidad periférica para rescatar al último… pero esa ya es otra historia, que algún día les contaré.
VII
Luego de muchas marchas y contramarchas una tarde grabaron el primer programa. Voy a intentar contarles para los que no lo vieron qué se pudo ver por canal 26 y algunas perlitas del backstage.
El programa se gravó casi en su totalidad en el aula Boquitas Pintadas, con una vieja cámara de los 80´ para filmar cumpleaños de 15 y casamientos, y con el control remoto de Panesi que hizo devenir y fotoshopear todo el material dándole ese toque tan personal que hoy todos copian en los medios masivos de comunicación.
El programa empezaba así.
Se escucha la canción La mujer que no soñé, de Ricardo Arjona, en una versión punk interpretada especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fucking Band.
La de lentes, la pasada de moda,
la aburrida, la intelectual,
la que prefiere una biblioteca a una discoteca,
es con la que vivo yo…
La que todos tachan de fea
y en el subte nadie le cede el lugar,
la que es más que una presea para enseñar,
jamás será modelo de televisión,
porque aún no hacen anuncios para el corazón…
CORO:
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
pero también jamás fui tan feliz.
La que ya ni se pinta la boca,
defraudada de coquetear,
la que es más que una aguja para enhebrar.
Si su enemigo aparece acechando el espejo,
ella le da una sonrisa y aniquila el complejo.
CORO:
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
no es una estrella fugaz…
Me gusta porque es autentica y vive sin recetas,
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta,
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás,
pero también jamás fui tan feliz.
Simultáneamente a este tema de apertura se la ve a La Dama de Negro que llega a Puán 480 en su Renault 12 break negro y estaciona en la puerta. Una muchedumbre de alumnos, fans, periodistas que sacan fotos, se abalanzan sobre ella. La Dama de Negro tira besos, recibe un ramo de rosas amarillas, agradece, saluda a diestra y siniestra, y se le dificulta el paso. Luego se la ve en su oficina del segundo piso de la facultad, sentada en su escritorio, escribiendo sobre una hoja con dibujitos de Snoopy una carta a un amigo, ejercitando el cultivo de sí. Entonces entran el Teto Medina, Cae y La Gorda Derrida que hacen gestos de que se apure, que se le hace tarde y la empujan. Ella desciende las escaleras hasta el subsuelo donde está el aula Boquitas Pintadas, rodeada por el Teto, Cae y La Gorda Derrida que le pasan papeles y le dicen cosas, mientras ella lee lo que le acerca su equipo y saluda a alumnos que se le abalanzan para besarla. Finalmente entra al aula Boquitas Pintadas y una muchedumbre la aplaude sentada en los pupitres y ella se dirige al escritorio y termina el tema de David Viñas y sus The Punk Facking Band y la presentación.
La Dama de Negro entra al aula y el público sentado en los pupitres aplaude, que son apenas 10 Chicas de Letras que laburaban en la producción pero gracias a los efectos especiales del control remoto de Panesi parecen una multitud.
¡Cómo están mis chicaaaaaas!, saluda La Dama de Negro, y se dirige al escritorio.
Bienvenidas a Las Chicas Tivi, un programa diferente, lleno de operaciones de lectura, juegos y chimentos. Bueno, La Dama de Negro mira a la cámara, les presento a mis compañeras, y sin dejar de mirar a la cámara extiende el brazo izquierdo para presentar a sus compañeros. La cámara –que se mueve todo el tiempo de forma histérica dando un efecto loco a todo lo que capta— tuerce su ojo hacia donde indica el brazo de La Dama de Negro y ahí están parados mirando fijo a la cámara El Teto Medina, Cae y La Gorda Derrida que saludan, le tiran besos a ella y se presentan.
La Dama de Negro luego de las presentaciones, busca un papel en su escritorio y vuelve a mirar la cámara.
Para empezar quisiera contarles que todos los que llamen al programa y respondan bien a la consigna entrarán en un sorteo por una docena de Empanadas El Noble Repulgue. La consigna es re fácil así que llamen, por favor. A ver, Teto, cuál es la consigna.
Sí, la consigna es la siguiente, dice el Teto comiendo una empanada y mirando a la cámara haciendo gestos de que está comiendo algo delicioso, ¿a quién le dedica Borges su libro Otras Inquisiciones?
¡Pero Teto, esa pregunta es muy difícil!, se queja La Dama de Negro haciendo pucherito. ¡Así no va a llamar nadie! No seas malo, Teto, dále, Teto, hace otra pregunta. Dale, no seas puto, eh, Tetón, Tetín, ortiva puto de mi corazón, hacé una pregunta más fácil, eh, dale, y La Dama de Negro busca la cámara con los ojos, arroja una mirada pícara dirigida al televidente y se queda haciendo trompita.
Eeehh… bueno, a ver, duda el Teto Medina desorientado porque La Dama de Negro se salió de libreto y tiene que improvisar, ¿cuántos escritores argentinos se ganaron el Premio Nobel de literatura?
¡Ay, Teto, qué hambre que tengo!
¡Y bueno, cométe una empanada de El Noble Repulgue!
Entra una empanada gigante de atún y le alcanza a La Dama de Negro una. Ésta la come con ganas, saboreándola y cuando termina, mira fijo la cámara.
¡Qué ricas que son las empanadas del Noble Repulgue! Yo siempre que tengo hambre me como una media docena de empanadas de El Noble Repulgue. ¡Y quedo pipona pipona!
Y la cámara enfoca a la empanada gigante de atún que mueve la cabeza afirmando y saltando y moviendo las manitos alegremente.
Acá hay un corte, para ir a publicidades. Cuando vuelve el aire se la ve a La Dama de Negro sentada en su escritorio mirando fijo a la cámara que se mueve para arriba y para abajo, para la izquierda y la derecha.
Vamos a ponernos serias porque voy a hacer mi editorial. Quiero hablar de un tema que nos involucra a todas Las Chicas de Letras. Como se sabe Brad Pit esta saliendo con la conchuda colagenada que tiene dos churrascos por labios, Angelina Sholy. Y los otros días Brad le pidió casamiento y ésta le dijo que no. ¡¡¡Que no, a Brad, que adoptó a los dos chinitos que ésta se trajo de por allá, de alguno de esos países donde viven los chinos, para hacerse la linda, claro!!! Y Brad en su desesperación se puso de rodillas y le imploró, por favor, que se casaran, ¡¡¡y la muy argoyuda le volvió a decir que no, que no, que no, N-O, NOOO…!!! ¡¡¡Le dijo que no a Brad Pit!!! ¡¡¡Qué suerte que tienen algunas!!! ¡¡¡Algunas tanto y otras tan poco y la concha puta y reputa de la madre trola del Teto Medina que nos parió!!! ¡¡¡Miren lo que les voy a decir, eh, miren!!! ¡¡¡Miren con lo que me conformaría yo, no ya con que venga Brad y me proponga ser su esclava por el resto de la ETERNIDAD, sí, eternidad con mayúscula, estoy hablando de la misma eternidad de la que hablaba Jorge Luis Borges, pero no, me conformaría con mucho menos, sino, apenas, humildemente, tan sólo, me conformaría con que me encarara y me mirara con esos ojitos suyos que me derriten mal, pero me derriten mal-mal-mal y me ordenara: tomá esta pistola, tarada, matáte, y yo primero me muero de amor, y después, resucito como Cristo, y me mato de amor, volándome la cabeza de amor por él!!! La cuestión es que Brad Pit está muy triste, muy triste, tristísimo, chicas. Y se sabe que él suele venir de incógnito a la Argentina, a la Patagonia, como tantas otras personalidades internacionales. Así que yo reflexionando mientras estaba en el baño leyendo la revista de La Nación del domingo llegué a la siguiente conclusión teórica crítica. Tenemos que hacer guardia en la Patagonia Las Chicas de Letras y cuando lo veamos, encararlo, con un book de fotos de todas nosotras para que él elija la que quiera para casarse y así se olvide de esa mentira colagenada que lo engualichó y nos lo tiene deprimido a nuestro Brad. Porque mientras él sufra ninguna de nosotras podrá ser feliz.
La Dama de Negro hace silencio y mira fijo a la cámara durante un minuto. Luego la cámara tuerce su ojo hacia un costado y se lo ve a Cae, mientras se la escucha a La Dama de Negro que dice, Cae todo tuyo lo que sigue.
Gracias, Dama. Eeeh, bueno, ahora vamos a presentar una sección muy hot: ¡100 % Lucha Crítica!
Se escucha la música de Rocky, cuando Silvester Stallone entrenaba en la nieve para luchar contra el ruso, en una versión punk grabada especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fucking Band.
Bien, dice Cae, ya en el centro del Ring, vamos a presentar al arbitro de la pelea, ¡aaaaaaal… rasta_man@lukacs.veda!
El rasta_man@lukács.veda sube al ring y saluda a Cae que le da la espalda y a la cámara que no lo está tomando en ese momento.
Ahora, vamos a invitar para que haga su ingreso la primer contendiente, ¡Beatriz, La Coca, Saaarlooooo! Sarlo entra con una malla enteriza color verde seco y unas calzas amarillas. Saluda.
El Teto Medina da la ficha técnica de La Coca Sarlo.
¡Lugar de nacimiento, Buenos Aires, la ciudad del tango, Borges, Arlt, el obelisco, la calle Corrientes! ¡Altura, uno cincuenta y cinco! ¡Peso, 63 kilos! ¡Y su ataque favorito… toma de cabeza con patada voladora!
¡Gracias Teto!, dice Cae, mientras ve a Sarlo hacer trabajos de precalentamiento, y practicar tomas de katch, sobre el ring.
¡Ahora ingresa la impiadosa China de Yale, Josefina Luuudmeeeeer!
Ludmer hace su ingreso arrojando piñas al aire, vestida con lencería sadomasoquista. Sube al escenario y mira con recelo a su contrincante.
El Teto da su ficha técnica.
¡Lugar de nacimiento, Córdoba, la provincia del Negro Alvarez, las sierras, Filloy, Barón Biza, y Cosquín! ¡Su altura, un metro cincuenta y seis! ¡Su peso, sesenta y ocho quilos! ¡Suuu… ataque favorito, el topetazo de hombro!
Cae se baja del ring y el arbitro rasta_man@lukacs.veda llama a las contrincantes al centro del mismo y les da indicaciones, pero ninguna de las dos parecen prestarle atención a lo que él dice. Cae, ya desde abajo, mientras la cámara sigue todas las instancias preliminares de la contienda sobre el ring, dice, ¡bueno, te paso la posta Luis Principi para que relates la pelea!
¡Gracias, Cae!, dice Link, devenido por el control remoto de Panesi, en Luis Principi.
Pero Sarlo que no espera a que el árbitro indique el comienzo agarra desprevenida a la China Ludmer y le pega un topetazo seco que la derriba. Luego le toma las piernas y ejerce presión constrictora sobre el área vaginal de Ludmer con su pie derecho.
¡Terrible la brutal presión que ejerce sobre la zona vulvar de la China Ludmer la Coca Sarlo! ¡Terrible como la Coca le está estropeando todo el estofado a la China! ¡Señor rasta_man@lukacs.veda, eso no esta permitido, qué esta haciendo, cumpla con su trabajo de árbitro por favor! ¡Qué barbaridad, el árbitro parece que está comprado!, se desespera Link-Principi.
La China Ludmer logra zafar una pierna y le pega una patada en la cabeza a Sarlo, y ésta retrocede aturdida. La Ludmer se levanta y le pega un topetazo de hombro. Luego la atrapa en una tijereta de torta marmolada y la castiga a Sarlo.
¡Esto es una lucha libre, katch, no pornografía, señoras, tijeretas de torta marmolada no, señoras, eso guárdenselo para la intimidad, estamos en un canal de cable para toda la familia no en un canal codificado donde se pasan chanchadas!, se queja Link-Principi.
La Coca Sarlo logra articular un golpe descendente con su pie derecho en plena cara de Ludmer, y ésta afloja la tijera de torta marmolada con la que la castigaba sádicamente. Sarlo rápidamente se arroja sobre Ludmer pegándole un topetazo de hombros brutal y ambas  caen al piso.
¡Estremecedor lo que estamos viendo!, dice Link-Principi, ¡pocas veces hemos podido asistir a un evento crítico teórico de semejantes magnitudes!
Ahora Ludmer ha vuelto a tener el control, le ha aplicado una palanca diapasón a Sarlo y termina por derribarla. El árbitro, se hace el tonto y el publico lo putea.
¡Señor rasta_man@lukacs.veda, cumpla con su trabajo!, le ordena Link-Principi. ¡Empiece el conteo, por favor, cuente, uno, dos!… ¡¿Acaso no fue a la escuela?! ¡¿Acaso no le ensañaron matemáticas en la escuela?!
Entonces alguien del público sube al ring y Link-Principi se pregunta, ¡quién es ese intruso que esta violando las reglas! Es el fantasma de Zizek que le arroja una patada al costado a la China Ludmer tirándola contra las cuerdas. Luego el fantasma de Zizek le hace una tenaza invertida a Ludmer y la Coca Sarlo empieza a pegarle terribles patadas al pecho. Ahora la China Ludmer está en el piso sujetada por el fantasma de Zizek y la Sarlo aplastándole la cabeza con un pie.
¡Árbitro, por favor, es inhumano lo que estamos presenciando, es el fin del humanismo esta pelea, viendo esto ahora comprendo de qué hablaba Martín Heidegger en su Carta al humanismo! ¡Por favor, que alguien pare esta pelea!
Pero el rasta_man@lukacs.veda haciendo oídos sordos, se arroja a un costado de las contrincantes y empieza a contar: uno, dos…
La pelea la gana Sarlo que, subida a caballito del fantasma de Zizek, saluda y festeja el triunfo.
¡Qué barbaridad, que barbaridad!, dice Link-Principi a la cámara. ¡Dama de Negro, cómo permitiste esto, volvemos a vos, es todo tuyo el aire!
La Dama de Negro está sentada en su escritorio mirando fijo a la cámara que se mueve loca.
¡Qué momento, ¿no?!, y mira a un costado y  el Teto Medina espera un instante a que la cámara lo enfoque para responderle.
¡Sí, qué momento!, y mueve las manos flojas frente a él.
La cámara vuelve a enfocar a La Dama de Negro que está sentada en su escritorio mirando fijo al frente.
Ahora tenemos un invitado de lujo. Una figura internacional, zafada, rebelde, contestataria. Una figura a la que le vamos a hacer un reportaje a fondo. ¡Por favor, Cae, hace pasar a Michel Houellebecq!
Entra Michel Houellebecq –que en realidad es Link devenido Houellebecq gracias al control remoto devenidor de Panesi— del brazo de Cae y se escuchan aplausos.
Por favor, sentáte, Michel. (De música de fondo, se escucha el tema, Michel, de los Beatles, interpretado especialmente para el programa por David Viñas y su The Punk Fuking Band) Para mí es un orgullo presentarte en este programa, porque siempre dije que La piel de zapa no sólo es tu mejor novela sino una de las mejores de los últimos años.
Esa novela no la escribí yo, idiota.
¡¿Ay, no?! ¿Y de quién es esa novela que tanto me gustó? ¿No era tuya? ¡Ay, chicas, así no se puede trabajar, si la producción no me escribe bien lo que tengo que decir!…
Sudaca infradotada, monito sudamericano.
Bueno, hace ya una semana que estás en Buenos Aires, ¿qué te parece la ciudad?
Una mierda.
Ah, ¿y la gente? A vos que te gustan mucho las chicas, ¿ya pudiste apreciar la belleza de nuestras mujeres?
Sí, gracias al cambio, tres pesos y medio por euro, me pude coger por monedas a las mejores putas de la Recoleta.
Ay, estuviste en la Recoleta, ¿pudiste pasear por su cementerio?, ¿le llevaste flores a Evita?
A mí la momia de Evita me chupó la pija, pelotuda.
Querés contarme algo de cómo escribís. O, ¿quiénes son tus precursores, a ver?
El puto de Borges seguro que no.
Bueno, pará franchute, bajá un cambio.
Infradotada tercermundista no me caen bien los monitos infradotados que no manejan correctamente el francés.
¡Bueno, entonces para qué aceptaste la entrevista pedazo de puto y la choncha de tu madre que seguro es tan pero tan puta como la del Teto Medina! La Dama de Negro se levanta de su silla, da la vuelta al escritorio y lo agarra de las solapas del saco a  Michel Houellebecq. ¡Raja de acá antes de que te rompa toda la trucha, gil!
Michel Houellebecq va a responderle pero La Dama de Negro no se lo permite. Le arroja una trompada al mentón y empieza a patearlo en el piso.
La cámara desplaza su ojo de la escena pugilística y se detiene en el pizarrón verde del aula. En éste, hay escritas, unas palabras, con tiza, <¿Tu mamá te mima? Bueno, pero yo, que no soy tu mamá pero puedo ser tu mamita, si vos querés, te puedo chupar la pija todo el día y, además, te puedo regalar mi golosa insaciable colita. Llamáme: 15-6-480-1345. La Mamá del Teto Medina>. Mientras la cámara sigue fija captando esta leyenda, se escuchan carcajadas y, aparece el Teto Medina, con cara de desolación y un borrador en la mano. Borra la leyenda y se escucha que alguien grita, ¡pará, Teto, no borrés todavía que no anoté el teléfono de tu vieja!, y el Teto se da vuelta y se lo ve hacer un gesto de: ¡ma, por qué no se van todos a la puta que los parió!, y arroja el borrador con violencia hacia los que están detrás de cámara descompuestos de risa. Cuando la cámara por fin abandona su  estado de inmovilidad zen vuelve a moverse para encontrar a La Dama de Negro mirando al frente detrás de su escritorio.
Creo que es hora, ahora, de escuchar hablar de una figura muy particular. Pero para eso, Dire, ¡por favor, mande la presentación!
Se ve frente a la cámara un cartel con unas letras escritas con un marcador amarillo fosforescente: Apuntes y fotocopias. Luego el cartel desaparece dejando ver el pizarrón verde –donde se puede leer: <LA MAMÁ DEL TETO MEDINA ATREVIDA GOLOSA MIMOSA RE HOT SOLITA EN MI DEPTO $20 PRIVAD-DOMIC 24HS 15-6-480-1345>—, y aparece otro cartel: Hoy la vida de Walter Benjamin.
La cámara toma en primer plano una nuca. La nuca avanza y la cámara la sigue, hasta que se detiene y la cámara abre el plano, entonces se puede apreciar a Ariel Schetinni que está en la biblioteca de la facultad. Luego, se pone de costado y mirando a la cámara, sonriéndole, le habla al empleado que esta del otro lado del mostrador, que es Pan Triste 4×4.
Cómo estas, Pan Triste.
Y… acá ando, tirando, responde en un susurro que deja traslucir desasosiego, sin dejar de mirar tristemente a la cámara desde detrás de sus anteojos de marco negro.
Che, boludo, ¿tenés algo de Benjamin?
Sí, teníamos uno, Sobre el programa de la filosofía futura, la edición de Planeta-Agostini, con una traducción española horrible, pero la semana pasada que llovió se inundó el depósito de la biblioteca y lo tuvimos que tirar a la basura porque fue uno de los libros que agarró el agua.
Schetinni, ríe animoso, a la cámara.
Bueno, boludo, no importa. ¿Querés que te cuente algo de Benjamin?
Pan Triste 4×4, mueve la cabeza, sin dejar de mirar, desde detrás de sus anteojos de marco negro, a la cámara que capta su tristeza.
Bueno, te cuento, boludin. Benjamin era alemán, usaba anteojos porque era medio chicato y le gustaban mucho las chicas, pero no le daban mucha bola. Como a vos, Pan Triste 4×4, ¿viste? Entonces se hizo comunista y leyó muchos libros. Pero ete aquí que un día conoció a Gershom Scholem y éste le enseñó misticismo judío. Todo eso de la Cábala y los Golem y esas cosas. Y entonces a Walter se le armo un matete en la cabeza que ni te cuento, porque entre el marxismo y el misticismo judío hay un abismo espacio temporal irreconciliable, pero se emperró en que quería encontrar el meridiano donde la revolución y la venida del Mesías se cruzaban. Pero La Verdad de La Milanesa, como diría María Teresa Gramúglio, no era ni el misticismo, ni el marxismo, ni ocho cuartos, sino La Milanesa. La cosa era que Benjamin era virgen y ya era grandecito y los muchachos del barrio lo cargaban porque nunca la había puesto y le salía leche hasta por las orejas. Esto es tal cual te lo cuento Pan Triste, agarrá el Diario de Moscú de Benjamin, vas a ver, lo dice con esta brutalidad, en la página 42 escribe: “Si no la pongo antes de fin de año me va a empezar a salir leche hasta por las orejas y me voy a volver loco y se me va a explotar la cabeza. ¡Me irve la cabeza, Dios santo, me irve la cabeza!”. Uno que nunca dejaba de hacerle chistes al respecto era Tehodor Adorno, por eso cuando éste le dijo, veníte Walter para los Estados Unidos que en Europa la cosa está pesuti y aparte acá los yankis son unas bestias epistemológicas que no entienden nada y te armás unos cursitos de cualquier boludes y te hacés rico, y no fue, el loco no fue, porque sabía que Adorno lo quería allá para usarlo de payasito que amenizara las tardes muertas en las que se juntaba a tomar el té con Tomas Mann y Max Horkheimer. Entonces conoció a George Bataille, que estaba bastante loquito también y le gustaba armar festicholas con mucho hachís y putas y trabas y animales, y a todo eso él lo llamaba potlash o lo erótico sagrado y qué se yo. La cuestión es que gracias a Bataille, Benjamin la pudo al fin poner y ahí se le ocurrió escribir sobre los pasajes. ¿Qué eran los Pasajes? En realidad un viaje de hachís, porque para esa altura se la pasaba todo el día fumando como loco-loco, y como no podía escribir algo lineal porque estaba todo el día de la cabeza, escribía lo primero que se le ocurría. Y bueno, después vinieron los nazis, el intento huir y se suicidó.
Schetini tuerce la cabeza para dirigirse a Pan Triste 4×4 que llora conmovido por lo que acaba de escuchar. Pero al verlo hecho un mar de lágrimas, opta por volver a mirar a la cámara.
Como pueden apreciar, la teoría no es para cualquiera, y Schetinni cabecea para indicarle al televidente que se está refiriendo a Pan Triste, y la cámara toma un primerísimo primer plano de la cara descompuesta de Pan Triste 4×4, al cual, sólo se le puede adivinar, su infinita tristeza, ya que las lágrimas, al irrumpir como un río embravecido y tormentoso del fondo de sus ojos, han empañado los anteojos, velando su mirada, que al ser, más que expuesta, insinuada, en todo su desarraigo, golpea doblemente al televidente, que puede por un instante ver surgir frente a la pantalla, la inminencia de una revelación que no se produce, la irrepetible aparición de una lejanía, que relampaguea, quizá, fugaz, violenta, súbitamente, su aura. Hay que estar pertrechado de mucho espíritu crítico para leer a Benjamin. Por eso, les recomiendo, a los que estén del otro lado de la pantalla mirando este programa, que por favor no lean en sus casas a Benjamin sin antes consultar a un intelectual que los autorice, si nó pueden terminar como Pan Triste 4×4, y se queda mirando la cámara con una sonrisa.
Delante de la cámara vuelve a aparecer el cartel: Apuntes y fotocopias, y, nuevamente, aparece La Dama de Negro mirando fijo al frente, sentada detrás de su escritorio.
Acá, La Dama de Negro, presentaba una sección del programa que nunca se vio al aire, donde se teatraliza en un corto de 5 minutos –hechos de la realidad que sucedieron en la vida real— una aventura súper poderosa periférica. En ésta, La Dama de Negro, enfrentaba a Julio Benito Barreda, que no es otro que el que trajo La Mafia China a la Argentina e inventó el negocio de la soja y los Agro Negocios. Pero como el personaje era muy pesado y meterse con él era tocar intereses de chinos, sojeros y gente del gobierno, Pierri, el dueño de Canal 26, pidió que eso no saliera.
Después de esto, que nunca se vio al aire, la cámara toma la imagen de La Dama de Negro detrás del escritorio, mirando al frente, como auscultando el horizonte, ahí, donde el cielo y la tierra se unen y cuesta discernir donde empieza uno o termina la otra y brota en el pecho la angustiante pregunta agonística: ¿por qué el ser y no la nada?
¡Ahora, vamos a presentar un blooper divertidísimo! ¡Dire, por favor, cuando quieras largáme las imágenes!
El blooper, muestra a Fogwill tomando el té con Gustavo Nielsen, en una confitería muy paqueta de zona norte. Están charlando y en un momento Fogwill le dice algo a Nielsen que el micrófono de la cámara aficionada no capta, pero imaginamos que le dice, voy a mear. Entonces se levanta y cuando se dirige para el baño se tropieza con un desnivel del lugar, trastabilla y se desnuca.
¡Uuuh, que gomaso!, dice La Dama de Negro, en medio de una carcajada. ¡Por favor, Dire, volvé a pasar el blooper! ¡¡¡Ja ja jajaja…!!!
Las imágenes vuelven a repetir varias veces el traspié y deceso fogwilliano, mientras La Dama de Negro no para de hacer chistes.
Después, la cámara muestra a La Dama de Negro sentada detrás del escritorio, mirando a ésta y escuchando a alguien que le tira letra mas allá del campo audio visual.
Bueno, estamos llegando al termino de nuestro primer programa. Pero antes de despedirnos… a ver, Teto Medina, vení.
Se acerca el Teto Medina y se queda parado junto a ella.
A ver, Teto, miráme, ¿cómo se me ve?, y La dama de Negro levanta su face hacia el Teto Medina y se acaricia el terso cutis de su piel de durazno, con la punta de sus dedos.
¡Espléndida, estas hecha una pendeja, re joven!, ¿cómo haces para parecer tan joven?
¡Aaaah!… ¡Aaaaaah!… y mira seductoramente a la cámara, hace trompita y vuelve a decir, ¡aaaaaaah! Fácil, me sometí a un tratamiento de Foto Shop Sistem con el control remoto devenidor de Panesi.
¡Qué bueno!, festeja asombrado el Teto Medina. ¿Y cómo hago si yo también quiero hacerme un tratamiento de Foto Shop Sistem?
¿Cómo?, y hace un silencio. ¡Dire, mande el chivo nomás!
La cámara muestra a Jorge Panesi mirando a ésta, sentado en el departamento de letras, con las manos apoyadas en las rodillas.
El tiempo pasa, dice Panesi mientras se levanta de la silla y empieza a caminar por el departamento de letras, y nos vamos poniendo viejos, o tecnos, como decía Luca Prodan. Pero no hay que desesperarse porque gracias a un tratamiento de Foto Shop Sistem yo les puedo devolver la juventud perdida. Ya no hay que aprender francés ni leer a Proust para ir en busca del tiempo perdido. No, no, no, y acompaña estas palabras moviendo los dedos índices de ambas manos frente a él. Gracias a mi control remoto devenidor -Panesi muestra a la cámara el control remoto, testeado por las más sofisticadas tecnologías de punta- te puedo devolver a vos, sí, a vos que estás sentado viendo en este momento Las Chicas Tivi, la juventud perdida. Sí, así como lo oís. ¿Querés volver a tener veinte años? ¿O mejor, querés tener la belleza que añorabas a los veinte y que nunca pudiste tener porque la naturaleza genética fue ingrata con vos? ¡No hay problema! Llamá al departamento de letras y pedí un turno –Panesi se para al lado de Susana Santos, que está sentada hablando por teléfono, le apoya una mano paternal en su hombro y cuando ésta lo mira, le regala una sonrisa—, te atenderá Susana Santos y ella muy amablemente te arreglará una entrevista conmigo. ¿No Susana?, y ésta mueve la cabeza afirmativamente, sonriéndole a la cámara. ¡Con mi Foto Shop Sistem te borro las patas de gallo, te achico la nariz, te elongo el pene, te levanto los senos alicaídos! ¡Con mi Foto Shop Sistem se acabó la fealdad y la vejez! ¡Llamá ya, no seas sonza y volvé a tener veinte!
La imagen se funde y aparece frente a la cámara La Dama de Negro sentada en su escritorio mirando al frente.
¡Cómo se nos fue el primer programa, no!
El Teto Medina y la empanada gigante de atún le dan la razón, mientras le corren la silla para que La Dama de Negro se levante.
Bueno, ahora, para terminar, quiero presentar a una banda que la está rompiendo. ¡Por favor, un gran aplauso para recibir a David Viñas y su The Punk Facking Band!
La cámara se desplaza y toma a Viñas que está vestido con borcegos, pantalones negros achupinados, una remera también negra toda agujereada y gastada que dice: punk not dead, y una cresta en la cabeza.
David, para mí es un honor terminar mi primer programa con vos tocando en vivo.
David Viñas agradece los aplausos y las palabras de la conductora. Y escupe al público y el público lo escupe a él.
Bueno, presentá a tu banda, por favor, David.
Eeeh, Charles Bronson en la batería, Julio Schvartzman y Cae en guitarras, y Silvita Delfino en el bajo. Se escuchan aplausos. Los escupitajos se incrementan de Viñas y su banda hacia el público y viceversa.
¿Y qué nos vas a interpretar, David? Desde ya te adelanto que yo te voy a acompañar en los coros, eh.
Vamos a tocar, con la Punk Fucking Band, el primer corte de difusión de nuestro CD Literatura argentina y realidad política, el tema: Indios, ejército y frontera. Y la The Punk Facking Band y yo, queremos dedicar este tema a América Cristo-Falo, que está pasando por un mal momento y decirle que aguante, que el domingo te vamos a ir visitar y llevarte cigarrillos.
¡Eh, aguante puto!, grita de atrás de su bajo Silvita Delfino a la cámara, ¡no te quiebres trolazo, que ya vas a salir y vamos a volver a las calles, vamos a ir a buscar a esos botonazos que te hicieron comer este garrón, puto!
¡Buenísimo! Bueno, les agradezco a todos por haber estado del otro lado y el próximo sábado nos volveremos a ver.
Entonces Viñas agarra el micrófono con ambas manos, encorvándose un poco sobre él, separa las piernas, y dice: “undostresva”, y la banda empieza a tocar, mientras el aula Boquitas Pintadas, deviene toda, en un sólo y único pogo.
En esta canción, no hay mensajes para vos.
Uno y dos son tres, arruinado hoy me ves.
Me podés buscar, pero nunca encontrar.
Mi cuerpo esta acá mi cabeza mas allá.

Porque yo nunca lo hice, nunca más lo vuelvo a hacer.
Porque todo se repite sin que yo lo quiera hacer.
Porque fácil se presenta cuando no lo quiero hacer.
Porque vivo como un muerto pero vuelvo a nacer.

Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.

En esta canción, no hay mensajes para vos.
Uno y dos son tres, arruinado hoy me ves.
Me podés buscar, pero nunca encontrar.
Mi cuerpo esta acá mi cabeza mas allá.

Porque yo nunca lo hice, nunca más lo vuelvo a hacer.
Porque todo se repite sin que yo lo quiera hacer.
Porque fácil se presenta cuando no lo quiero hacer.
Porque vivo como un muerto pero vuelvo a nacer.

Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.
Si yo soy así, no es por culpa de la droga.
Si yo soy así, no es por culpa del alcohol.

(XIX)
(ciento cincuenta monos, diciembre 2007)
“…porque Françoise veía  por todas partes ‘envidias’ y ‘chismes’, que en su imaginación cumplían ese funesto y permanente oficio que cumplen en la de otras personas los jesuítas y los judíos…”.
 
“No es que ella fuera mala. No hay ninguna mujer que nazca mala, porque todas nacen malas, nacen con la maldad dentro. La cosa es casarlas antes que la maldad llegue a su consecuencia natural. Pero tratamos de hacer que se sujeten a un sistema que dice que una mujer no se puede casar hasta que alcanza cierta edad. Y la naturaleza no presta atención a los sistemas, y las mujeres les prestan menos atención a ellos, ni a nada. Simplemente es que ella creció demasiado de prisa. Alcanzó el punto en que la maldad llega a su consecuencia antes que el sistema dijera que era hora para ella. Creo que no lo pueden remediar. Yo tengo una hija también, y lo digo”.
“Activáte ya. Activáte con Activia.”
Decorado:
El comedor de un coqueto departamento de la calle Las Heras.
 
Situación:
Tres Chicas de Letras toman el té y charlan.
 
Acto I
(Josefina—la china—Ludmer, Marina Mariash y Elsa Kalish)
 
Josefina Ludmer:
¿Está rico el té, chicas?
Elsa Kalish:
Sí, exquisito China.
Marina Mariash:
Eh… yo… eh, podría tomar otra cosita porque…
Josefina Ludmer:
¡Por qué! ¡A ver, por qué querés tomar otra cosa me querés decir! ¡Te invito a mi casa a tomar el té y me lo desprecias! ¡A ver, tarada, explicame por qué mierda si te concedo el honor de venir a tomar el té a mi casa, a mi casa donde solo viene a tomar el té un reducido y selecto grupo de elegidos, me haces este desplante! A ver, dame una explicación valida, porque de lo contrario llamo ya mismo a mi siervo Daniel y le ordeno que te eche a patadas en el culo ya mismo de mi casa.
Marina Mariahs:
Es que… me da vergüenza, no se cómo decirlo sin ponerme colorada y empezar a balbucear.
Josefina Ludmer:
¡Vergüenza, vergüenza! Vergüenza es ese programa de televisión boludo donde entrevistas a escritores de cabotaje que con tal de figurar son capaces… mira lo que te digo, con tal de figurar y aparecer en tu programa de cable boludo para que vos los histeriquiés, son capaces hasta de escribir algo interesante. ¡Que pajé. Me angustiaste. Lograste hacerme angustiar. ¿Es lo que querías, verdad? ¡Claro, que boluda que soy, cómo no me di cuenta antes! ¡Claro, cómo no supe darme cuenta que debajo de ese disfraz de retardada mental se ocultaba un monstruo, un ser inmensamente perverso que goza haciéndole mal a los demás! Mirá como me haces poner! Yo que te invité a mi casa a tomar el té con la mejor, de corazón, mierda, y mirá como me lo retribuís.
Elsa Kalish:
Bueno, China, no te exaltes, no te pongas mal.
Josefina Ludmer:
é. Me angustiaste. Lograste hacerme angustiar. ¿Es lo que querías, verdad? ¡Claro, que boluda que soy, cómo no me di cuenta antes! ¡Claro, cómo no supe darme cuenta que debajo de ese disfraz de retardada mental se ocultaba un monstruo, un ser inmensamente perverso que goza haciéndole mal a los demás! Mirá como me haces poner! Yo que te invité a mi casa a tomar el té con la mejor, de corazón, mierda, y mirá como me lo retribuís.
Elsa Kalish:
Bueno, China, no te exaltes, no te pongas mal.
Josefina Ludmer:
Pero la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. La culpa es mía que soy una boluda que todavía cree en las personas. ¡Cómo no me voy a poner mal, Elsa! ¡Qué, vos también estas del lado de ella! Están todos contra mí, nadie me quiere… Aaaah, ahora me doy cuenta de todo, a ustedes dos las mando el culastron de Panesi para cagarme la vida, ¿no es así? Claro, pobrecito, ese fracasado, el muy mierda, como él se tuvo que quedar acá en Argentina fracasando porque el muy turro de Pezzoni al morirse lo clavó heredándole su bolichongo de morondanga de Puán, me odia, me envidia, quiere que yo también me vuelva una vieja chota que se la pasa todo el día tomando el té y hablando boludeces con retardadas igual que él. ¡Pero yo que culpa tengo! ¡Qué culpa tengo yo de haberme ido al extranjero y romperme bien el orto y convertirme en una reina de  la teoría mientras él se quedaba acá tomando té y atendiendo detrás del mostrador del bolichongo de Pezzoni a esa alta casa de estudios  de mierda que produce retardadas mentales como ustedes dos!
Elsa Kalish:
Calmate, Chinita. Tomá una Carilina y secáte las lagrimas.
Josefina Ludmer:
¡No! No quiero tus Carilinas, metételas en el orto a tus Carilinas. ¡Ya mismo se van las dos de mi casa! ¡Ya, se van! ¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
China, escuchame. Yo entiendo tu angustia e indignación y comparto con vos que Marina sé desubicó y que vos no te mereces lo que te acaba de hacer. Pero bueno, nada, según ella, todo este momento desagradable que nos está haciendo pasar tiene una explicación, una razón de ser, ¿verdad? Por qué no la dejás hablar y si no te convencen sus palabras yo misma me comprometo a echarla a patadas de tu casa.
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¿Dónde se metió ese pelotudo? ¡Cómo te hace renegar la servidumbre en este país! ¡Siempre que una los necesita nunca están! ¡Daniel, vení ya para acá y sacáme a estas dos judías putas de mi vista!
Elsa Kalish:
Dale, China, dejala hablar, dale, toma la Carilina y secate esas lagrimas, ¿dale?
Josefina Ludmer:
Bueno, esta bien. Gracias, nena. Pero yo te digo algo Marinita, si vos seguís por ese camino, conduciendo programas de TV para retardados y escribiendo boludeces en Blogs… así… así…así, jamás, pero jamás de los jamases vas a lograr llegar a dar clases en Yale como yo y convertirte en una reina de la teoría a la cual no haya pajero que no se le arrodille a sus pies. ¡Que te quede claro, eh, porque no te lo voy a volver a repetir!
Marina Mariash:
Ay, no sé cómo empezar, no sé cómo decirlo, me da vergüenza.
Elsa kalish:
Dale tarada, habla, o nos hecha a la calle a las dos esta vieja chota. Dale, pensa en los sacrificios que tuvimos que hacer para lograr llegar a esta tarde a estar sentadas acá tomando el té con esta vieja chota y ahora vos querés tirar todo por la borda por una boludez, porque seguro que es una bolucez, Marina.
Josefina Ludmer:
Te escucho Marina querida de mi corazón.
Marina Mariash:
Sufro… tengo transito lento, por eso no quiero tomar té. Me entendes, China, ahora. No es nada contra vos, lo que sucede es que el té te reseca las tripas y te constipa y yo sufro de transito lento.
Josefina Ludmer:
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA… No podés cagar… JAJAJAJAJAJA… ¿Era eso? La mina no puede cagar, por eso me desprecia el té que le convido.
Elsa Kalish:
¿Y hace mucho que sufrís de este problemita?
Marina Mariash:
¡De toda la vida! Desde que tengo uso de razón que vivo taponada. Mirá, cuando era chica tres veces me tuvieron que internar de urgencia por bolo fecal. Y de grande… ni te cuento. Las mil y unas tuve que pasar y paso con mi transito lento. Es horrible, porque vivo siempre en una espera permanente en la que todo el tiempo estoy por ir de cuerpo y cuando llego al baño, que no puedo más, que me hago encima, me siento, hago fuerza y  fuerza y más fuerza como si estubiera por parir y nada, no puedo, no puedo, no sale. Pero bueno, con el tiempo me fui acostumbrando y aprendí a vivir y llevar mi transito lento a todas partes. ¿Qué se le va a hacer, no?
Josefina Ludmer:
¿Y no probaste con que te rompan bien el culo? Quizá con eso se solucionan todos tus problemas de transito lento. Quizá solo sea un problema de desfasaje entre el tamaño de tus soretes  y el orificio de tu ojete. Digo, no, si producís soretes grandes y duros y tenés un ojete chiquito, quizá, quién te dice, todo el problema se pueda resolver haciéndote romper bien el culo.
Marina Mariash:
Ya probé de todo, China, pero no hay caso, padezco de transito lento crónico.
Elsa Kalish:
¿Probaste con un Activia?
Marina Mariash:
No, ¿qué es eso?
Elsa Kalish:
Un yogur nuevo de La Serenisima que te ayuda a cagar. Tenés que tomar uno por día y al cabo de dos semanas, cagas de lo lindo.
Josefina Ludmer:
¡Daniel¡ ¡Daniel! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Qué sucede, ahora, China. Calmate, que te vas a enfermar.
Josefina Ludmer:
No ves que lo llamo a Daniel y no viene. Esta servidumbre de mierda y la puta que los parió. ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Bueno, ya va a venir. Quizás este ocupado en alguna tarea y no te escucha. ¿Querés que lo baya a buscar? ¿Qué es lo que necesitas tan urgente que haga? Decime, yo lo hago.
Josefina Ludmer:
¡No, no, no… Para eso tengo siervos, para que me atiendan. Ustedes son mis invitadas y tienen que ser servidas a cuerpo de rey. Aparte, yo conozco bien el paño choto de la cultura argentina… y si yo ahora te dejo a vos hacer una tarea que le corresponde a mi siervo, vos mañana, seguro, vas a ir por ahí cotorreando y tirando mierda de que yo soy una vieja puta que te invite a mi casa para humillarte obligándote a hacer las tareas de mis esclavos. ¡Daniel, Daniel…
Elsa Kalish:
Pero nooo, China, nada que ver, faltaba más, todo bien, si vos sabes que esta todo bien entre nosotras, ¿o no sabes que yo te quiero como si fueras una segunda madre?
Josefina Ludmer:
Vos sos una hija de puta. ¿O acaso no te acordás que la última vez que te invite a tomar el té  a mi casa, en esta misma mesa, me contaste que tu vieja era una rebentada, una pobre mina y que la odiabas, eh, eh, eh?
Elsa Kalish:
Aaah, es verdad, me había olvidado. Pero vos sos la madre que yo siempre hubiera deseado tener.
Josefina Ludmer:
Vos sos una hija de puta. Pero te falta tomar mucha lechita para ser la hija de esta puta. ¡Mucha leche, tarada!
Marina Mariash:
A mi me gusta la leche, yo siempre tome mucha leche.
Josefina Ludmer:
Sí, ya se que a vos te gusta la leche igual que a esta otra puta. Ustedes las judías son todas iguales, putas y calentonas.
Marina Mariash:
Si te pone tan mal que no tome el té que me serviste, lo tomo, lo voy a tomar, después de todo, un té más o un té menos, igual cuando llegue a casa no voy a poder ir de cuerpo.
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¡De ninguna manera! Ahora mismo lo llamo a Daniel y que te vaya a comprar Activia. ¡Daniel, vení para acá que tenés que ir a hacerme un mandado a los chinos de la esquina! ¡Daniel! De ninguna manera te voy a permitir tomar mí té si te hace mal, porque yo te dejo tomar mí té y vos después vas a escribir en tu Blogs pelotudo que no podés cagar porque yo te obligué a tomar té… y además, vas a ir corriendo a contarle a la vieja chota de Panesi que yo te obligue a tomar té porque sabía que vos sufrias de transito lento y de pura jodida que soy quería verte reventar de mierda, de un coma de bolo fecal. No nenita, ahora mismo viene Daniel y va al super de los chinos de la esquina y te compra un Activia. ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Che, veo que tenés problemas con la servidumbre.
Josefina Ludmer:
No me hablés, no me hablés. Desde que volví a este país de mierda no hago más que hacerme malasangre. Esto en Estados Unidos no pasa, ¿sabes? Cuando daba clases en Yale tenía una docena de espaldas mojadas, de chicanos feos y analfabetos a mi servicio. ¿Y sabes cuanto me salía tener a una docena de siervos allá? Nada, una ganga. Trabajaban para mí las 24 horas por la comida y la cama. Y no saben cómo me atendían, chicas. ¡Lo dóciles que eran, lo servicial que eran para con su ama! Se desvivían por mí. Yo no tenía que decirles ni mu que ellos ya sabían lo que yo todavía no sabía que iba a necesitar pedirles. Eran divinos, divinos, mis espaldas mojadas. Así sí daba gusto tener siervos. No como acá, que te dan un trabajo, ¡un trabajo! ¿Dónde se vio que una tenga que estar pendiente todo el día de sus siervos y no ellos de una, eh? ¿Dónde? Solo acá, en un país de cuarta como la Argentina llena de negros cabeza peronistas que se creen con derecho, con derechos… ¡Derechos de la poronga de Perón y la cajeta frígida de la rubia oxigenada de su mujer que les metieron esas ideas putas a estos negros putos que no sirven ni para ir a la esquina a ver si llueve y encima se creen con derecho a estropearle a una que es una académica respetada internacionalmente una hermosa velada de té. Desde ya les pido perdón, chicas,  por el comportamiento de mi servidumbre y les prometo que no va a volver a suceder la próxima vez que las invite a tomar el té. Estoy evaluando la posibilidad de conseguirme unos bolitas, esos son buenos bichitos, sumisos y laburadores, no como estos negros del interior que en cuanto te descuidaste te cagaron. Y les digo más, esto en Estados Unidos no pasa. Por eso chicas, si ustedes algún día quieren levantar cabeza y aspirar a vivir una vida menos grasa y tilinga que esta basura que les ofrece el ámbito cultural provinciano y decadente de Buenos Aires, prepárense a conciencia, lean mucho, rómpanse el culo laburando, como lo hice yo, y cuando puedan, rájense  al carajo, a Estados Unidos, que son más boludos que los pajaritos los yanquis, y peor aun les diría… Pero si tenés guita haya no hay lola ni ocho cuartos de la pindonga, haya los siervos son siervos y las reinas somos reinas, como debe ser y a otra cosa… Les voy a confesar algo, chicas, desde que volví del extranjero no puedo evitar la desagradable sensación de  sentirme Mansilla viviendo en los ranchos de los indios Ranqueles. ¡Daniel! ¡Daniel, vení para acá! ¡Daniel!
Marina Mariash:
Elsa tiene razón, China, calmate, porque te va a hacer mal.
Josefina Ludmer:
“Elsa tiene razón, China…”, estúpida. Si fuiste vos la que me generó toda esta angustia y malasangre, estúpida. ¡Vos me vas a matar! ¡Daniel, vení ya, que tenés que ir a los chinos de la esquina a comprar Activia para la boluda de Mariash que no puede cagar!
Marina Mariash:
China, no importa, en serio, me tomo el tecito y ya.
Josefina Ludmer:
¿Harías eso por mí? ¿En serio?
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
¿De veras?
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
Como me gusta la gente sumisa y alcahueta que se deja humillar por mí. Me enternece. Despierta lo mejor de mí, mi parte maternal.
Marina Mariash:
Te entiendo, yo también soy mamá.
Josefina Ludmer:
Vos no entendés nada, vos sos una estúpida, igual que esta otra retardada, que se creen que porque vienen a tomar el té a mi casa, con eso solo, con eso solo y escribiendo después columnas pelotudas para infradotados y poemitas forros, van a llegar a Yale y tener una docena de espaldas mojadas a su servicio que les abaniquen la argolla todo el día.
Marina Mariash:
Ay, que rico este té. ¿De qué es?
Josefina Ludmer:
En serio te gusto mí té. Ay, sos divina, en tu boludez atómica por momentos tenés raptos de inocencia que me conmueven. Es de vergamota el té, Marina.
Marina mariash:
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
¿De qué te reís?
Marina Mariash:
Verga-mota, verga… JAJAJAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
Sos una idiota… JAJAJAJAJ…
Marina Mariash:
Sí… JAJAJAJA…
Josefina Ludmer:
La verdad, chicas, que hoy me desperté rayada mal, pero que ustedes vinieran hoy a tomar el té me cambió los humores y me alegró la tarde.
Elsa Kaslish:
China, a nosotras también nos alegra y gratifica poder estar en tu casa compartiendo este té con vos.
Josefina Ludmer:
Sí, sí, seguro. No sigas hablando mejor que la vas a embarrar. Mira que yo a vos te conozco, vos sos la típica putita del conurbano que por llegar a ser iluminada por las luces del centro es capaz de cualquier cosa. Una negrita rebentada y resentida del conurbano con hambre de salir de pobre y llegar a ser una reina como yo. ¿Pero sabes cuánto te falta a vos para ser una diosa como yo? ¡Sabes!
Elsa Kalish:
Mucho.
Josefina Ludmer:
Sí, mucho. Y la verdad, no te veo pasta, ni que te de el cuero ni para empezar, sencillamente, porque sos una pobre boluda con una educación deficiente.
Marina Marish:
¿Y yo?
Josefina Ludmer:
Y vos en la escala zoológica sos aún inferior que ésta.
Marina Mariash:
Ay, acabas de decirme que soy un animalito, ¡que lindo! ¿Qué animalito seria yo para vos? ¿Una bambi? ¿Un oso panda? ¿Una calandria?
Josefina Ludmer:
Dejalo ahí, Marina, mejor dejálo ahí. No  quiero volverme a calentar. Mejor les voy a contar…
Elsa Kalish:
¡No me digas que nos vas a contar de cuando Osvaldo Lamborghini te tiró toda tu biblioteca por la ventana un día que estaba pasado de merca o cuando también te tiró el gato por la ventana de puro jodido y puto que era! Ay, sí, contá, contá… ¿es verdad que te cagaba a piñas y le gustaba que lo vieras como él se lo garchaba a Cesar Aira mientras te decía: ves, así se hace crítica literaria?
Josefina Ludmer:
No, no se de lo que me hablas, no quiero hablar de eso. Les voy a contar lo que me sucedió anoche, que no se puede creer.
Marina Mariash:
Ay, dale, dale.
Elsa Kalish:
Sí, sí, contá Chinita.
Josefina Ludmer:
Anoche le pido a mi “shofer” que saque el auto y me lleve a jugar a los fichines del casino flotante. Yo soy loca por los fichines, me vuelven loca.  Me vuelven loca las maquinitas. Desde que me agarró la menopausia, de esto hace ya años, se me pego el raye de los fichines. La cosa es que mi “shofer” me lleva y le digo que me espere en la puerta mientras entro a jugar. Entro y en menos de una hora me limpiaron las maquinitas toda la guita que había llevado para jugar. Obviamente que salí puteando a los cuatro vientos. Recaliente. Siempre que salgo de jugar a los fichines vuelvo recaliente como una perra, gane o pierda, quedo con una calentura de los mil demonios. Así que le dije a mi “shofer” que me llevara a un cajero  a sacar guita y después le indiqué que fuera por avenida Santa Fe para lebantar un chongo que me bajara la calentura de la cachufleta que se me incendiaba. Levanto a uno y me lo traigo para casa. Me pongo en pelotas y le pido, le suplico, porque ya no podía ni hablar de la calentura padre que tenía, cogeme, puto. ¿Y a que no saben qué paso en ese momento? El muy puto se me quedo parado en bolas frente a mí, que hervía como una pava caliente olvidada en el fuego, mirándome con cara de cordero degollado y me dice: disculpe, señora, no se me para, no se que me pasa, pero no puedo, no se me para. ¡Para qué! Cuando oí eso me volví loca de desesperación. Empece a saltar en bolas en la cama, histérica, y me arroje sobre él y le empece a pegar desesperada en todo el cuerpo. Lo quería matar. Nene, yo ya te pague por un servicio, le dije, así que ahora me garchas o te mato. La cosa que el pibe, que no tendría más de 18 años, se asustó tanto de verme hecha una fiera dispuesta a cualquier cosa si no me cogía bien cogida, que me propuso llamar a un compañero que laburaba con él y que viniera a cumplir el servicio por el cual yo ya había pagado sus buenos morlacos.
Marina Mariash:
¿Y?
Josefina Ludmer:
“¿Y?”, “¿y?”, “¿y?”, estúpida, ¡y qué! Y nada, vino el compañero, al que sí se le paró y me regarchó.
Marina Mariash:
Que lindo.
Josefina Ludmer:
¿Qué cosa es lindo, Marina?
Marina Mariash:
Hacer el amor, que dos personas se unan en un acto de entrega mutua…
Josefina Ludmer:
Yo no sé. Yo no sé si vos Marina sos o te haces. A veces pienso que vos sos una terrible yegua turra y yo la reina de las boludas. La verdad que me desconcertás.
Marina Mariash:
¿En serio? Esta bueno eso que me decís, ¿lo puedo postear en mi Blog?
Josefina Ludmer:
Hace lo que quieras, Marina, la verdad, que me agotaste. Logras agotarme como pocas personas lo logran.
Elsa Kalish:
Chicas, les quiero contar algo a ustedes dos, ya que estamos acá tomando el té.
Josefina Ludmer:
A ver, dale.
Marina Mariash:
Sí, qué.
Elsa Kalish:
El otro día vino a tomar mate a casa mi primo. Quizá escucharon hablar de él, es el licenciado Cariola.
Marina Mariash:
Ay, sí que lo conozco, ¿cómo no lo voy a conocer? ¡Es mi psicoanalista! ¿En serio es tu primo, no lo sabía? ¡Es un genio! Y tiene unos ojos verdes que me vuelven loca. ¡La de pajas que me abre hecho con tu primo haciéndome la croqueta que me hacia el amor en el diván!
Josefina Ludmer:
Sí, claro que escuche hablar de él. Según la trola de Rabinovich tu primo es una eminencia en materia de histéricas.
Elsa Kalish:
Bueno, resulta que la otra tarde cae en casa a tomar mate y me cuanta que esta escribiendo un trabajo para exponer en un coloquio, ¿no? ¿Y saben sobre que era el trabajo sobre el que esta escribiendo: la mujer y las bombachas? Según él, ahí hay algo fundamental de lo femenino que se pone en juego en la relación que entablamos nosotras con las bombachas.
Josefina Ludmer:
No entiendo.
Elsa Kalish:
Yo le respondí lo mismo cuando me lo contó. Entonces me hizo la siguiente pregunta: vos Elsa cuando te metes en el baño a bañarte, ¿qué haces con la bombacha que te sacas? ¿Lavas la bombacha sucia mientras te duchas? ¿Juntas bombachas sucias y las lavas todas juntas? ¿O metes tus bombachas sucias con el resto de la ropa para lavar y metes después todo junto en el lavarropas?
Marina Mariash:
¡¡¡Yo la lavo mientras me baño y la dejo colgada de la canilla!!!
Josefina Ludmer:
¡¡¡Yo pongo las bombachas sucias en un canasto que es solo para bombachas y Daniel me las lava una por una con Camellito para ropa delicada!!!
Elsa Kalish:
Pero ninguna de las dos mezcla las bombachas que se saca con el resto de la ropa y lava todo junto en el lavarropas o en una palangana.
Josefina Ludmer:
¡No! ¿Cómo vas a mezclar las bombachas con el resto de la ropa sucia para lavar? ¡Es un asco!
Marina Mariash:
No es higiénico, eso. Aparte si metes las bombachas con el resto de la ropa en el lavarropas, las bombachas se te estropean.
Josefina Ludmer:
Lo ideal es lavarlas a mano porque se te estropean si las metes en el lavarropas.
Marina Mariash:
Y, es lo ideal. Pero nunca mezclarlas con el resto de la ropa sucia. Es un asquito.
Josefina Ludmer:
Cómo vas a hacer eso, mezclar la ropa sucia con las bombachas, no, jamás.
Elsa Kaslish:
Yo le dije lo mismo a mi primo. Que las bombachas que te sacas no las podes mezclar con otra ropa, que eso no lo hice nunca.
Josefina Ludmer:
Y sí, las bombachas…
Marina Mariash:
Josefina Ludmer:
Para retardada, que no termine, dejame hablar. Me quede porque me acorde que no me compro una puta bombacha desde que volví de Estados Unidos y las que tengo estan todas con el elastico roto, hechas un trapito, porque el puto de Daniel me las mete en el lavarropas. ¡Y me las estropeo todas, no me dejo una sanita!
Elsa Kalish:
Pero Josefina, vos no podes ir por la vida con las bombachas hechas concha.
Marina Mariash:
Sos Josefina Ludmer, una teórica de renombre internacional, no una boludita que da practicos en una catedra chota del bolichongo de Panesi.
Josefina Ludmer:
Aprendes rapido, mosquita muerta. Igual no te queda, se te nota demasiado que estas impostando mi discurso, que te estas poniendo un vestido que a mi me queda fatal y a vos, sencillamente, para el reverendo culo.
Elsa Kalish:
Claro, imaginate China, que se corra la vos de que Josefina Ludmer anda por ahí con las chabombas rotas, eh. O peor, mira lo que te digo, que se entere la Sarlo, eh, que te tiene entre seja y seja y que te odia desde que le robaste a Piglia y Pauls.
Marina Mariash:
En serio te comiste al bonbón de Alan Pauls. Ay me meo, me meo de la envidia.
Josefina Ludmer:
Paren un toque pelotudas. Primero que nadie se tiene que enterar si ustedes no abren la boca. Segundo yo a Piglia no lo toco ni un puntero laser. De dónde sacaron que yo me sepille a ese boludo la puta que las pario.
Elsa Kalish:
Es lo que se dice en los pasillos de Puan, China.
Josefina Ludmer:
Ese es culastron de Panesi, que como esta al pedo todo el día tomando sus tecitos con escones, como una vieja chota, claro, se aburre y no encuentra mejor manera de pasar el tiempo y divertirse un rato, el pobre mierda, que hablando boludeces de la gente que labura… A ver, esperen. Basta, no quiero escucharlas más con su sartas de estupideces.
Marina Mariash:
Queres que nos vayamos y te dejemos pensar tranquila.
Josefina Ludmer:
Por qué no te cayas, estúpida, cayate y limitate a escucharme, no me interpretes, ¿ok?, que no te da la cabecita para tanto.
Marina Mariash:
Sí.
Josefina Ludmer:
¡Que te calles, te dije, la puta que te parió! Miren, lograron hacerme angustiar con este tema de las bombachas. Así que ahora me van a tener que acompañar a ir a comprar bombachas.
Marina Mariash:
¡Ay, sí, me encanta salir de compras!
Josefina Ludmer:
Te ordené que cerraras el pico. ¡Cómo te lo tengo que decir, en qué idioma tengo que hablar para que me entiendas!
Marina Mariash:
Josefina Ludmer:
Bueno, me acompañan o no, de shoping, a comprar una bombachulis, eh.
Elsa Kalish:
Claro, a dónde vamos.
Marina mariash:
¿Al Paseo Alcorta, al Alto Palermo, por avenida Santa Fe…
Josefina Ludmer:
¡No, no y no! Acá, a la esquina. Al super de los chinos. La bolita que atiende la verduleria de los chinos putos también vende bombachas. El otro día que pase, la boli me mostro unos bombachitas que recien le habían traido de La Salada que me parecieron divinas. Pero nada, no sé, como yo hace tiempo que no estoy en tema, me gustaria que ustedes me aconsejen. Que las vean y me digan qué les parecen las bombachulis de la boliviana de los chinos.
Acto II
(El mismo decorado, la misma situación, las mismas tres chicas, otra tarde, unas semanas después)
“En el caso de un discurso o un individuo, calificaré de grotesco el hecho de poseer por su status efectos de poder de los que su calidad intrínseca debería privarlo. (…) El poder político (…) puede darse y se dio, efectivamente, la posibilidad de hacer transmitir sus efectos, mucho más, de encontrar el origen de sus efectos, en un lugar que es manifiesta, explícita, voluntariamente descalificado por lo odioso, lo infame o lo ridículo. (…) El grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria.  Pero como sabrán, también es un procedimiento inherente a la burocracia aplicada. (…) Para decir las cosas de una manera solemne, señalemos esto: Occidente, que—sin duda desde la sociedad, la ciudad griega—no dejó de pensar en dar poder al discurso de verdad en una ciudad justa, finalmente ha conferido un poder incontrolado (…) a la parodia del discurso científico reconocida como tal.”
Josefina Ludmer:
¿Esta rico el té, chicas?
Elsa Kalish:
Muy rico, más rico que el que nos serviste la última vez. De qué es este té.
Marina Mariash:
Josefina Ludmer:
Vos no hables, no digas una palabra. A vos no te pregunte nada. No te invite para tener que escuchar tus pelotudeces. Te invite para que me escuches y aprendas.
Marina Mariash:
Josefina Ludmer:
Shhhh, cayate, perra, no te me insolentes en mi propia casa, eh.
La verdad que me desconosco, no entiendo por qué insisto con ustedes dos que son dos taradas a cuerda que no entienden nada. Son igualitas a los infradotados a los que les doy clases de postgrado en Sociales, igualitas, cortadas por la misma tijera, con la salvedad que a ellos les saco guita y a ustedes ni eso. ¡Qué ingrato es el trabajo de docente!
Marina Mariash:
¿Sí… mucho?
Josefina Ludmer:
¡Cayate, por favor, cayate! ¡No me tortures más! ¿Cómo te lo tengo que pedir?
Y sí, estúpida, claro que es ingrato el trabajo docente. Te la pasas preparando clases como una negra para alumnos pajeros que cuando terminan la cursada y te vienen a rendir el final no se cansan de humillarte obligandote a bocharlos. ¡Qué frustración! Cada vez que entro a un aula y me enfrento a esos retardados mentales de los alumnos, ¿saben quién me siento, qué me recurda?
Elsa Kalish:
No.
Josefina Ludmer:
Me siento el profesor Jirafales teniendo que darle clases al Chavo del 8, a Quico, a la Chilindrina, a Ñoño, a la Pompis, a Godines… Es tan ingrato y desgastante el trabajo docente. Estresante. Digan que yo me supe inventar este currito de teórica crítica gracias al cual conseguí un batgraund que me da cierto aire libre para boludear y distraerme, que si no, que si no, ya hubiera reventado.
La verdad que no me puedo quejar. Con este curro de la teoría crítica una además de conseguir guita obtiene poder. Y el poder siempre es canchero, te vuelve alguien deseable, impune, un sorete como todo el mundo, con la diferencia que todo el mundo no puede ser todo lo sorete que desearia ser porque carece de la capacidad de acumular el poder necesario para ser como soy yo la reina madre de todos los soretes. Pero para ser un gran sorete hay que romperse bien el culo, no queda otra, subordinación y valor. Pero una vez que llegaste, ¡qué placer! Boludes que se te ocurre, la escribís, la publicás, te pagan por eso y después salis en los suplementos de los diarios en la nota de tapa y ves a los alcahuetes infradotados de tus colegas que repiten lo que dijiste, que discuten lo que vos decis y después te roban para sus papers las boludeces que escibiste para garronear becas y yo me cago de la risa.
Marina Mariash:
Bueno, algo de eso te criticaban, creo, si no leí mal, Celsi e Iglesias en un par de ensayos que aparecieron en elinterpretador, ¿no?
Josefina Ludmer:
Esos dos son dos boluditos que no entienden nada. ¡De qué me hablas! Esos Celsi e Iglesias, que seguramente deben ser dos amiguitos tuyos, son dos idiotas zarpados de boludos, pero zarpados mal, eh. Saben a cuántos giles igual a ellos me cruce en la vida, ¡a cuántos! Cientos. Son como los conejitos de la propaganda de Duracell, que en vez de usar pilas Duracell usan pilas comunes, marca poronga y al rato de empezar a andar ya se quedaron sin pilas. Dos boludazos tus amiguitos, que seguramente son tus amigos porque te hicieron el favor de garcharte, mal, como hacen todo, una noche. Y se les nota demasiado las costuras, que quisieran ocupar mi lugar. Pero no les da. Y no les da. ¿Y saben por qué no les da? Porque les falta la humildad necesaria de saberse unos chantas que no saben nada de nada. Que los demás se crean las boludeces que vos decis y publicás en libros esta bien, porque eso te da poder y el poder te permite hacer cualquiera, pero si te la crees vos, cagaste, sos un cadaver. Y Celsi e Iglesias se creen las boludeces y mentiras que escriben. Amén de que sus textos son teoricamente insustanciales, cancheros, gergosos, pedantes, igualitos a los que yo escribo, pero mal hechos. La teoría no es para cualquiera y mucho menos para dos analfabetos de clase media capitalina salidos del bolichongo de Puan que confunden a Sloterdijk con un espectro inventado por los manolitos de la academia española. ¡Burros, burros, burros! ¡Qué se yo si Sloterdijk alguna vez se la cayo una idea o no! ¡Qué me importa! Pero el loco sabe mentir de lo lindo, es como yo, manda fruta de lo lindo, pero fruta posta-posta, de exportación, no la fruta congelada que se consigue en la verduleria del super de los chinos de la esquina, que es la que consumen estos dos tarados.
Elsa Kalish:
Totalmente de acuerdo con vos, China.
Josefina Ludmer:
Alcahueta.
Elsa Kalish:
Pero no me dijiste todavía de qué es el té que nos serviste hoy.
Josefina Ludmer:
¡Qué té! ¡Qué té! ¡Qué teeeeee…..
Elsa Kalish:
¡El té que estamos tomando!
Josefina Ludmer:
¡No puedo más! ¡No doy más! ¡Me quiero morir!
Elsa Kalish:
¡No, para, Chinita, qué pasa!
Josefina Ludmer:
Estoy destruida. No aguanto más. Me quiero morir. ¡Vayanse, vayanse! Dejenme sola, ¡vayanse! Me quiero suicidar sola. ¡Daniel, traé la pistola que me quiero suicidar! ¡Daniel, vení ya para acá y traeme la botella de whisky y el revolver que quiero jugar a la ruleta rusa! ¡No doy más, no doy más, me muero, Daniel…!
Elsa Kalish:
Calmate. Nosotras no te vamos a dejar sola, te bancamos a muerte, podes confiar en nosotras, contanos. ¿Qué te tiene tan angustiada? Nada puede ser tan grave como para desear la muerte, contanos, dale.
Josefina Ludmer:
¿En serio, puedo confiar en ustedes? ¿Me van a escuchar sin burlarse ni reirse de lo que les cuente?
Elsa Kalish:
Mas vale, claro, si sos nuestro faro guía teórico, pero por sobre todo y lo que es más importante somos amigas en la vida, ¿no? Nosotras no te vamos a dejar sola, te bancamos a muerte.
Josefina Ludmer:
Cuántas me han dicho lo mismo y después me han querido clavar el puñal por la espalda.
Elsa Kalish:
Pero nosotras…
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
Gracias, chicas, no saben lo sola y desauciada que me siento y lo bien que me hace lo que me dicen.
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
Paren, chicas, me estan haciendo llorar de la emoción.
Marian Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Basta, estúpidas, la puta que las parió!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Bueno, basta, se acabo, se cayan o las hecho de mi casa!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel, dónde te metiste! ¡Trae el arma que las voy a cagar a tiros a estas dos hijas de puta que me estan quemando la cabeza! ¡Daniel!
Elsa Kalish:
Tranquila, tranquila, China, simplemente te estabamos demostrando nuestro afecto.
Josefina Ludmer:
Evidentemente me estoy volviendo una vieja boluda para necesitar recurrir al afecto y cariño de dos pelotudas como ustedes.
Marina Mariash:
¡Arriba, Josefina, que la vida es hermosa y vale la pena vivirla!
Josefina Ludmer:
¡Qué me queres insinuar con eso de “arriba, Josefina”, eh. ¿Me estas insinuando puta barata que tengo las tetas caidas?, eh, eh, qué te pasa “putaqueteparió”. Para tu información me hice las lolas el mes pasaso y me quedaron brutales.
Elsa Kalish:
¿En serio?
Josefina Ludmer:
Obvio, ¿quieren que les muestre?
Elsa Kalish:
¡Ay, sí!
Marina Mariash:
¡Sí, a ver!
Josefina Ludmer:
A ver, esperen. Esperen. Ven. Qué tal.
Elsa Kalish:
¡Geniales! Parecen las tetas de una pendeja de 20.
Marina Mariash:
Espectaculares. ¿Te salieron muy caras?
Josefima Ludmer:
Y, sí, me las hizo López, el cirujano que las opera a Moria, Mirta y Susana. La verdad que yo no sé que haría sin la tecnología.
Marina Mariash:
Sí, ¿no?, la tecnología es algo reloco, rebueno.
Josefina Ludmer:
Bueno, quieren escuchar o no, lo que me tiene tan angustiada.
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
Josefina Ludmer:
¡Basta, retardadas mentales, basta!
Marina Mariash y Elsa Kalish:
Josefina Ludmer:
Les cuento.
Anoche eran las tres de la mañana y no me podía dormir. Me clavé unas pastillas para dormir y nada. Le pedí a Daniel que me trajera la botella de Jack Daniel´s y empecé a tomar y nada. Estaba enroscada como loca pensando boludeces. Entonces, viendo que la cosa no hiba ni para atrás ni para adelante, me cambié, llamé a mi “shofer” y le ordené que me llevara al Bingo. Que el Bingo es lo único que cuando estoy angustiada loquicima me baja. ¡Las maquinitas son geniales, me vuelven loca! Bueno, la cosa que se hizo la madrugada entre los fichines y yo con una cabeza… No saben la cabeza que hacia. Estaba del orto. Entre las pastillas para dormir que no me hicieron un porongo y el litro de whisky que para esa hora de la madrugada me había bajado y el par de mogras que pegue con el dealer del lugar que ya me conoce por ser abitué del bingo me vende gilada de la buena, estaba…
Marina Mariash:
Hecha un dibujito animado.
Josefina Ludmer:
Y ensima, las maquinitas, que me vuelven loca y recaliente como una perra puta. Estaba en llamas, hecha un demonio. Y bueno, estaba en una maquinita enchufada jugando como loca y a quién veo que esta jugando en la maquinita de al lado a la mía: ¡el chino puto del super de la esquina! El chino de la esquina, el dueño del super de la esquina, al que fuimos el otro día a comprar bombachas, ¿se acuerdan? Bueno, la cosa es que él  también me reconoce y nos saludamos y que pun y que pan, de repente estamos los dos sentados en el bar del Bingo charlando. Y resulta que el chino, que siempre me cayo mal como todos los chinos, porque vieron que son sucios y tienen olor a ajo y se visten que es un horror, aunque lo de la vestimente, bue, baya y pase, qué sé yo, pero vieron que los chinos siempre dan sucio, son sucios, ¿no? Pero este se ve que se había bañado para ir al Bingo y se me puso a hablar de mis lecturas del genero gauchesco. ¡No saben lo que sabe ese chino puto de teoría y literatura argentina, madre de Dios! El chavon se ve que cuando vino para acá se puso el super chino y empezó a estudiar español para manejar bien el negocio y ahora no me acuerdo cómo, estaba tan del orto que le entendía la mitad, pero la cosa es que el chino se termino leyendo toda la literatura argentina de los viajeros ingleses al patisambo de Cucurto y después siguió con toda la crítica que se ocupa de leer a nuestra literatura. Chino-chino. Cosa de chinos, solo un chino puede tomarse en serio la literatura argentina y leersela de cabo a rabo, y lo que es aun más absurdo, después sentarse y leer toda la crítica y teoría argentina. Y nada, yo, que medio lo seguía y medio me perdía  porque estaba del culo, pero que por momentos le agarraba el hilo de lo que me estaba hablando y me daba cuenta que el chino, Pedro, Pedro se llama el chino, bueno, nada, el chino me dí cuenta que manejaba la literatura y teoría argentina como nadie. Y bueno, me flasho mal el chino, de repente senti que cupido me volaba el barulo con una escopeta calibre 16. Y como ensima por culpa de los fichines que me ponen muy puta mal y sentía que debajo de la bombacha la cachufleta se me prendía fuego como si fuera la caldera del diablo, y como no me importaba nada, me lo traje al chino, a Pedro, a casa y me lo…. y me enamore.
Marina Mariash:
¡Pero eso es hermoso! ¡Buenisimo!
Elsa Kalish:
¡Genial!
Josefina Ludmer:
No. No. No. Sí, me enamore. Pero el chino, Pedro, la tiene chiquita.
Elsa Kalish:
¡Noooo!
Marina Mariash:
¡Puta madre! ¡Cuánto!
Josefina Ludmer:
13 centimetros y medio. Me la mete y no la siento. ¡Me la mete y no la siento! No sé qué hacer. Estoy desesperada. Me enamore de un chino con el pito chico. ¿Qué hago? ¡Qué hago! ¡Lo amo pero la tiene tan chiquita! ¡Lo amo, me muero por él, es el amor de mi vida, pero la tiene tan chiquita que no lo puedo tomar en serio! ¿Qué hago, chicas? No sé qué hacer, creo que me voy a volver loca.
Elsa Kalish:
Por qué no llamas a tu cirujano, el que te hizo la tetas y le consultas tu problema, a lo mejor hace elongaciones penianas.
Marina Mariahs:
Sí, hoy en día la tecnología esta muy abanzada, es una maravilla. Puede hacer milagros, puede hacer de un pito chico tremendo pijudo.
Josefina Ludmer:
Ay, no se me había ocurrido. Yo no sé qué haría sin ustedes. ¿Les dije que las quiero?
Marina Mariash:
Y nosotras a vos…
Marina Mariash y Elsa Kalish:
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos! ¡Tequeremos-Josefina-te queremos!
¡Tequeremos-Josefina-tequeremos!
                                                                                                       Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
Textos de Kalish y sus seudonimos
Tensiones y contenciones: Nielsen, Piglia, Fogwill y demás
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
“La tensión indica que un pensamiento se dirige hacia un afuera de sí. Pero también que ese afuera lo lleva en su matriz. Esta vibración o este alboroto, la inquietud, es el nervio de la idea. El otro de un pensamiento es otro pensamiento.
La tensión es juego y desafío, está en los orígenes mismos de la filosofía. La dialéctica platónica tenía una base polémica, una batalla oral en la que la destreza argumentativa enlazaba y separaba a los contendientes. Pero mas allá de todas las ocasiones en que la enunciación filosófica se dirige a otro (…), es recomendable hacerle a un texto la siguiente pregunta: ¿contra quién? Los discursos culturales, aquellos que tienen que ver con las acciones y con los valores de los hombres, se despliegan sobre un fondo polémico.”
Tomás Abraham, en Tensiones filosóficas
“Le pedí a papá que me tratara como a una compañera de trabajo y no como a su hija.”
María Paz, hija de Carlos Monti, en Revista Pronto
“Por la plata baila el mono, y estos gatos ni te cuento…”
Marcela Tauro, en Quién es quien
¿Tensiones filosóficas? ¿Puterío barato –que me encanta– o una discusión en torno a algo concreto y real? ¿Miserias mar“x”cianas en el Planeta de los simios? En estos textos que reproduzco a continuación, mas allá de quién tenga razón –¿Nielsen?, ¿Piglia?, ¿Fogwill?, ¿todos un poquito o ninguno nada?– lo que importa es lo que surge del conjunto de los ellos: un relampagueo que permite vislumbrar el mismo lodo en el que estamos todos manoseados y verificar cómo en torno a ese manoseo se articulan diferentes posiciones. Porque, precisamente, de ese lodo y de ese manoseo, surgen las condiciones de posibilidad en que se escribe, se debate, se gana plata, se ve pasar a la suerte desde el costado de la ruta mientras se revuelve la basura, se pierde –aunque perder siempre sea perder, no es lo mismo perder de un lado que del otro de la General Paz–, se gana mandando una novela al Premio Planeta o una cartita al programa de Susana Giménez, se ama, se odia, y también se muere, acá, ahí, justo ahí, en esta dulce tierra, Argentina. Un país increíble y cruel, donde por alguna misteriosa razón los escritores se reproducen como hongos, y no descarto que más de uno pueda ser un pitufo.
En La cabeza de Goliat, Ezequiel Martínez Estrada, a mediados de la década del 30, se preguntaba: por qué acá hay tanta producción artística, tantos teatros, recitales de poesía, de música, exposiciones de cuadros, conferencias, cines, etcétera; y don Ezequiel, que era tan impiadoso como lúcido, a esa respuesta la resolvió de un plumazo conciso y notable: porque se coge poco, porque como no se coge se sublima por medio del arte.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar 
TENSIONES…
  1. Carta de Gustavo Nielsen (Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Santiago de Chile, el 11/03/05)
(Según Nielsen, en la semana anterior, Pagina/12 había declinado la posibilidad de difundirla por tratarse de un caso cerrado.)
Soy el ganador del juicio a Editorial Planeta, Schaveltzon y Piglia por el Concurso de Novela Planeta 1997. La Cámara, como es de público conocimiento, entendió que dicho concurso estaba viciado por falta de transparencia y de buena fe, y condenó a los tres demandados a pagarme una cifra de dinero por chance perdida y otra por daños y perjuicios.
No tengo nada personal contra Piglia o Schaveltzon, a quienes conocí personalmente durante el juicio. Al momento del pleito, había leído solamente “Respiración artificial”: lo considero un gran libro.
Tampoco tengo nada personal contra la Editorial Planeta, ni la gente que la conforma. Me consta que Díaz y Nacho Iraola son grandes personas. Publiqué mi primera novela en ese sello, recuerdo que todo el personal que en ese momento era parte de la editorial fue muy amable conmigo.
El motivo que me llevó a emprender el juicio es otro: la búsqueda de transparencia en los concursos literarios.

Como escritor, surgí de un concurso literario. Como escritor, sigo dependiendo de los concursos literarios, el único instante de la literatura Argentina en el que se puede encontrar una recompensa monetaria. Esta situación le ocurre a casi la totalidad de los escritores, que muchas veces se ven confinados a trabajar de noteros, críticos, talleristas o lectores de editoriales para poder mantener a sus familias.

Sigo participando y creyendo en los concursos como el primer día. Corrijo mis libros y hago las fotocopias y los anillados con la misma fe del primer día. Los entrego con esa misma fe. Y considero que esto es una suerte, no una condena o un pecado de ingenuidad.
Del “Concurso Planeta 1997” participaron 264 escritores. Estaba contento por haber quedado entre los diez finalistas con mi novela “El amor enfermo”, que después de dos años se terminó publicando en Alfaguara. Ganó un libro, “Plata quemada”, que estaba comprometido con uno de los sellos del Grupo Editorial que organizaba el concurso. El dato no es menor, y fue denunciado oportunamente por la revista “Tres Puntos” y por “Radar Libros”. La periodista Claudia Acuña, autora de la investigación inicial, sostuvo sus verdades con decisión durante su testimonio judicial.
Mi abogado se llama Gabriel Len. Tiene mi edad, poco más de cuarenta años. Es un profesional que se desempeña con honestidad y valentía. También es mi amigo. Durante siete años trabajamos juntos en el juicio. Codo a codo, como se dice en la calle. Fui a todas las audiencias. Escuché mentiras y verdades, suposiciones y contradicciones. Vi como huían de mí los otros escritores, como si yo pudiera contagiarlos de viruela. Vi temblar a unos cuantos boxeadores de las letras, a los que había equivocadamente considerado como la imagen misma de la anticorrupción. Los vi vencidos en su afán de venderle la obra al Gran Mercado. No los juzgo: los contendientes eran importantes. Para colmo, tres. Tampoco me quejo: me la busqué. La única contención verdadera y desinteresada proveniente del medio, me la dieron los escritores Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Jorge Accame, Elena Bossi, Edgardo González Amer, Damián Tabarosky y Ana María Shua. La contención tuvo a veces la forma de un viaje a Cariló, un asado, una paella, un discurso contra las instituciones, una ensalada de tomates, una receta de Lexotaniles, un abrazo, un consejo, unos vinitos, un partido de ping pong.
También me apoyaron mi mamá, doña Josefina Scellatto, de oficio poeta; mi hermana Machi; mi sobrina Sofi; mi socia, la arquitecta Viviana Miglioli y una buena compañera que tuve que se llama Lorena Boldt, diseñadora gráfica y fotógrafa, que se bancó gran parte de las levantadas temprano para ir a Tribunales.
También me apoyó la editorial Alfaguara, publicándome, soportándome, y haciéndome creer en todo momento que no sabían que yo andaba (y ando) sin otras opciones editoriales, como si fuera un escritor que pudiera pasarme a otro sello simplemente por pura especulación de mercado. Nunca me hicieron sentir que estaba solo; nunca se aprovecharon del monopolio que yo mismo había fabricado. Si no fuera por Alfaguara, y especialmente por su director Fernando Esteves – el uruguayo más tozudo que conozco – no habría podido publicar nada.
Escribo esta carta para agradecer a mis lectores, a todas las personas que creyeron en el juicio, a todos los que creen que los concursos deben ser transparentes, a mi abogado el doctor Len y al doctor Marcelo San Martín, que hicieron que este resultado fuera posible. Y para decirles a los escritores que empiezan: sigan concursando. Esta fue la excepción, no la norma. Lo sé. Hice un juicio para exigir respeto por las ilusiones. Ojalá la lucha sirva para que la gente conozca a los otros finalistas de este premio mal otorgado de 1997, que aún tengan sus libros sin publicar. Otros que también creyeron que estaba todo bien y terminaron participando involuntariamente del marketing de un objeto vendido.
A esas personas que “perdieron” conmigo en el concurso cuestionado, que este justo fallo reivindica, les deseo una pronta publicación y les mando mi abrazo.
  1. Texto de Ricardo Piglia (Publicado enRadar-Página/12el 13-03-2005)
EL CASO PLATA QUEMADA. RICARDO PIGLIA ROMPE EL SILENCIO

A CASI DOS SEMANAS DE CONOCIDO EL FALLO JUDICIAL SOBRE EL CASO PLATA QUEMADA, LA NOVELA CON LA QUE GANÓ EL PREMIO PLANETA 1997, EL ESCRITOR RICARDO PIGLIA ESCRIBE POR PRIMERA VEZ SOBRE LA TRAMA QUE CASI LO LLEVA A LAS PÁGINAS POLICIALES DE LOS DIARIOS.

La lógica de los hechos 
por Ricardo Piglia
La rivalidad entre escritores y las sórdidas luchas por los premios literarios ya la narró Borges en El Aleph. Lo increíble es que ahora esa historia se ha repetido en la realidad. En esta nueva versión, Carlos Argentino Daneri, el típico escritor arribista retratado por Borges, es quien ha perdido el concurso y como un maniático se ha dedicado a denunciar al que ganó y a denigrarlo. Que la Justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria me parece un simpático signo de los tiempos que corren.
Sabemos desde Kafka que la clave de un proceso es que cualquier cosa que diga el acusado parece una justificación o una coartada. Por eso, cuando hace unos días el fallo del tribunal se hizo público, pensé que lo mejor era no decir nada, pero la dimensión que ha tomado el asunto me ha decidido a intervenir. Las líneas que siguen son un intento de esclarecer –en lo posible– la lógica que ha regido la misteriosa serie de hechos literarios que me ha llevado casi a la página policial de los diarios.
Como el personaje de Borges, el nuevo Carlos Argentino Daneri piensa que la justicia literaria sólo es justa si es él quien gana el concurso, porque cualquier otro resultado es prueba de una manipulación y de un fraude. Denunció entonces que, contra las posibilidades de todos los participantes y aparte de mis posibles méritos, de antemano se había decidido que yo iba a ser el ganador del concurso de novelas organizado por la editorial Planeta en 1997. Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial. Pero como esa presunción es irracional, el jurado jamás aparece mencionado en la acusación y soy yo quien es acusado. Su denuncia no sólo desató una ola de rumores y de sospechas sino que sirvió para llevarme a los tribunales y enredarme en un proceso que duró ocho años.
Lo increíble es que la razón que Daneri usó para acusarme se fundó en la lectura delirante de una cláusula del concurso. Según las bases que el fallo cita, la novela “debía ser inédita, sin haber cedido o prometido respecto de ella los derechos de edición y/o reproducción en cualquier forma con terceros”.
Es obvio que el objeto de esa cláusula es proteger al editor de la posibilidad de que un escritor firme con anterioridad un contrato con una editora que no sea Planeta. La cláusula impide que el escritor que gane el concurso pueda publicar luego la novela con otro editor. Aunque parezca imposible, en la interpretación irracional de esa cláusula se fundamentó la denuncia.
Daneri insinúa que mi novela Plata quemada estaba contratada porque yo había firmado años atrás un contrato con Planeta por la edición de toda mi obra. Pero mi novela Plata quemada no estaba contratada, no estaba contemplada ni incluida en ese contrato porque todavía no existía, y nunca se firmó un contrato previo al concurso por esa novela.
De todos modos –como si esto fuera un relato policial–, vamos a considerar por un momento los hechos tal cual los presenta Daneri.
  1. Si la novela ya hubiera estado contratada, eso no garantizaba que pudiera ganar el concurso, ya que esa decisión dependía del jurado.
  2. Si la novela ya hubiera estado contratada por la editorial que organizaba el concurso, ese hecho no hubiera alterado ninguna de las bases del premio, ya que la cláusula impedía el contrato con terceros (como cita el mismo fallo), esto es, con otra editorial.
La suposición de que Plata quemada ya estaba contratada generó un desdoblamiento que podríamos considerar típico de un cuento de fantasmas de Henry James. Sucede que en el razonamiento de Daneri yo aparezco presentando al concurso dos novelas distintas. Permítanme hacer un poco de historia. Terminé de escribir la novela a fines de julio y la presenté el 20 de agosto, mucho tiempo antes de la terminación del plazo del concurso (el manuscrito recibió el número 111 sobre un total de 264 novelas presentadas). La envié con el pseudónimo de Roberto Luminari y con el título de Por amor al arte para proteger mi anonimato y el del libro.
Las bases me permitían presentarme con mi nombre, y muchos escritores lo han hecho en ese y en otros concursos anteriores. Pero si usé un pseudónimo y la presenté con un título distinto fue porque pensé que podía no ganar el concurso. No soy Daneri, no pienso que deba ganar cualquier concurso al que me presente. Como pensé que era posible que no ganara el concurso y que mi novela podía quedar entre los finalistas, preferí (como han hecho antes que yo muchos otros escritores) que mi nombre y el título de mi libro no aparecieran en las listas que se dan a conocer antes del fallo.
Esta decisión fue presentada por Daneri como una prueba de mi culpabilidad. Cito del fallo: “De todas maneras, [María Esther] De Miguel conoció la identidad del autor de Plata quemada por aparecer un personaje reiterado en las obras de Piglia (Emilio Renzi), circunstancia que comunicó a la editorial organizadora, mas las condiciones no se modificaron respecto a la preselección efectuada por lectores amigos o especializados”.
No entiendo la sintaxis de ese párrafo, ni de qué soy acusado.
Desde luego, esto sólo prueba que los jurados no sabían que había una novela mía en el concurso y la leyeron igual que a cualquier otra, y sólo lo supieron gracias al conocimiento literario de uno de ellos que le permitió identificar a mi personaje.
Pero las confusiones kafkianas no terminan ahí. Me permito citar otro párrafo del fallo: “También viene a cuento señalar que el codemandado Piglia admite que la novela que presentara al concurso Por amor al arte, bajo el pseudónimo de Roberto Luminari, corresponde al título que después fue cambiado, supuestamente con anterioridad a la edición, aunque para ser exacta esta aseveración, debió acreditarse la identidad del contenido entre la novela presentada y Plata Quemada, circunstancia que no ha tenido lugar en tanto no se ha acompañado el texto de la primera de estas obras a fines comparativos”.
No entiendo. Parece que había dos novelas distintas. Parece que nadie comprobó que las dos novelas eran una sola. Parece que los escritores del jurado no se dieron cuenta de que habían premiado una novela y que después se había publicado otra distinta.
Carlos Argentino Daneri ve fantasmas. Intenta insinuar que Plata quemada fue introducida a último momento en el concurso para sustituir a Por amor al arte y cree que eran dos novelas distintas. Es decir, sugiere que yo gané con una novela pero luego se publicó otra porque la editorial lo quería así.
Aunque no resuelva el enigma, sería bueno preguntarse cuáles son las razones por las cuales se produjeron estas oscuras y fantasmales sustituciones. La conclusión de Daneri implica el ejercicio simultáneo del resentimiento literario y del anacronismo deliberado. Dice (y cito del fallo) que la editorial se aseguraba así que mi novela “le diera ganancias con las sucesivas ediciones, la realización de una película, etc.”
No hace falta aclarar que en ese momento nadie sabía que tres años después se iba a filmar una película basada en el libro. ¿O Daneri cree que la filmación de una película es el resultado natural de un premio? Y además, ¿quién, salvo Daneri, puede asegurar que toda novela que gane el premio Planeta va a recibir sucesivas ediciones? Estas han sido las razones y los argumentos por los que he sido acusado y calumniado. Más allá de lo que yo pueda decir o explicar, el daño ya está hecho y es irreparable.
Los premios literarios han sido siempre objeto de controversia y de polémica. En un sentido, la literatura argentina empezó con el debate sobre un premio. En el Certamen Literario que se realizó en Montevideo en 1841 con motivo del aniversario de la revolución de mayo, una obra de Juan María Gutiérrez se impuso sobre un texto de José Mármol y esto desató de inmediato una gran controversia en la que varios escritores (entre ellos Alberdi) se opusieron al fallo y hubo debates y discusiones en los diarios. Desde entonces ha habido disidencias y discrepancias por los concursos. Los resultados siempre se pueden discutir, pero hay que ser muy arrogante para imaginar que se comete un delito si una obra nuestra no obtiene el éxito que esperamos.
En la literatura argentina las diferencias literarias las han dilucidado siempre los escritores mismos. Todos esperamos que esa tradición persista. ¿O vamos a empezar a llamar a la policía cada vez que alguien no valore lo que escribimos?
3.Comentario de Fogwill
Piglia es un gran escritor y un pésimo polemista. Es uno de los veinte mejores escritores vivos de la Argentina: es decir, tiene esas excepcionales condiciones poéticas y narrativas que se manifiestan en apenas uno de cada dos millones de ciudadanos.
Pésimo polemista, elige siempre tan mal a su enemigo como a la manera de enfrentarlo. Y no se resiste a aprender de la experiencia. A cualquiera le hubiese bastado con el balance de su patética intervención de hace más de diez años en Diario de Poesía para corregir su estrategia equivocada. Pero él persevera en sus errores. Un polemista debe, ante todo, borrar cualquier huella de mala fe y nunca trasuntar que argumenta para un lector desprevenido, ignorante del tema, o discapacitado para evaluarlo.
Piglia acaba de ser condenado por la justicia en un proceso que habría podido eludir diciendo la verdad y cargando las culpas en su agente, que fue quien lo involucró en la causa. Pero entre la verdad y la fidelidad hacia quien maneja sus intereses literarios, optó por esta última.
En su artículo publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005 manifiesta descreer en la justicia, y, en eso, coincidimos plenamente. Pero en cambio, él simula creer en la justicia de las justas literarias. Esto es curioso: él -como yo- carece de formación jurídica, pero tiene un sólida formación literaria, no sólo en cuanto a los aspectos teóricos y documentales del arte de escribir, sino también en lo que respecta al conocimiento de los procederes de editores, jurados, comentaristas y agentes en el campo de lo que es la política y los negocios que se articulan en torno a la industria del libro.
En ese artículo ataca al denunciante y ganador del proceso judicial, como si ignorase cómo se falla en estas instancias y como si el público ignorase que, los testimonios y el fallo del tribunal corroboran, no ha juzgado el valor literario de su obra y la de Nielsen, sino la defraudación a la buena fe de lectores y participantes en que incurrieron los organizadores del certamen.

El ataque es personal: identifica a Nielsen con el ridículo Carlos Argentino Daneri, arquetipo del escritor naive y mediocre argentino. Presenta a Nielsen como a «maniático dedicado a denunciarlo y denigrarlo», a él, a Piglia.

En eso transparenta su mala fe: Piglia sabe que Nielsen es un brillante arquitecto que se dedica a muchas cosas, y que ha escrito relatos, que, calificados entre los mejores de nuestra literatura, podrían sustituir a cualquiera de los suyos (¡y hasta de los míos!) en cualquier antología de la lengua española. (Me refiero a MarvinPlaya QuemadaAdentro y Afuera, y podría citar otros y, en otro contexto, efectuar odiosas comparaciones que darían cuenta de lo que afirmo.)
Tal vez por recomendación de sus abogados, en su relato de «la trama policial» del proceso publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005, Piglia no nombra a Nielsen sustituyendo su nombre por el de Daneri. Esto es como si nosotros, ahora, sustituyésemos el apellido Piglia por «De La Rúa», que es otro que cada vez que rinde cuentas de sus actos queda peor parado. Prefiero nombrar directamente a Piglia, y hago notar a los lectores de este burdo descargo, que, junto al de Nielsen, omite otro nombre. No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.
Este nombre, y no el del imaginario Carlos Argentino Daneri, debió ser el eje de la rendición de cuentas de Piglia en Página/12. Su participación es tan plausible, como lo prueba su despido de la editorial ante la primer denuncia pública del fraude. Piglia lo oculta, y en ese texto en que se burla de la justicia, simula creer en el valor de los fallos de este tipo comitivas que sólo toman contacto con una breve selección de finalistas, y deben debatir sus pareceres con un miembro que, a la vez es gerente de la empresa que los remunera y se hace cargo de sus viajes y viáticos.
Piglia falta a la verdad y apela al sentido común de los lectores. Burlándose del juez y de la cámara que corroboró su fallo, escribe, por ejemplo, «que la justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria es signo de los tiempos que corren», fingiendo que pertenece a la clase de gente que cree que los tiempos que corren son peores (¿y más corruptos, tal vez?) que los tiempos de nuestros mayores. Con esto trata de convertir el acto de justicia, reparadora de un fraude, en «una rencilla literaria», como si no supiera que la indemnización a Nielsen es, a la vez que una reparación económica a uno de los cientos de damnificados, un señalamiento sobre la moralidad de su proceder.
Al respecto, me consta que no fueron Nielsen ni su abogado, quienes involucraron a Piglia en esta demanda, sino el funcionario que ahora es su agente. También me consta que en momento alguno Nielsen obró por impulso de competitividad literaria, porque no es los de los que creen que la justicia puede dirimir cuestiones estéticas. Nielsen sabe bien que la obra del Piglia de «Plata Quemada» es mejor elección que su «El amor enfermo» para alcanzar la lista de best sellers y atraer al público de cine comercial, pero a la vez, respeta la obra del otro Piglia tanto como ha de sentirse indignado ante el que ha escrito esta falsa trama judicial, que tal vez sea el mismo que, a instancias de su agente, se involucró en un proceso, que, aún después de concluido, sigue damnificándolo.
…Y CONTENCIONES
1.Solicitada que se hizo circular sobre la figura de Piglia.
ACUSADO DE SER RICARDO PIGLIA
Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.
Porque el silencio favorece esta campaña que no merece, decimos que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico.
Como ciudadanos, como colegas y como amigos, expresamos nuestra solidaridad con Ricardo Piglia.
Carlos Altamirano
Cristina Banegas
Osvaldo Bayer
Arnaldo Calveyra
Arturo Carrera
Tito Cossa
Washington Cucurto
León Ferrari
Aníbal Ford
Gerardo Gandini
Germán García
Daniel García Helder
Norberto Gómez
Horacio González
Flora Guzmán
Emilio de Ipola
Roberto Jacoby
Leónidas Lamborghini
Daniel Link
José L. Mangieri
Juan Molina y Vedia
Federico Monjeau
Luis Felipe Noé
Alan Pauls
Nicolás Peyceré
Alfredo Prior
Roberto Raschella
Juan C. Romero
León Rozitchner
Guillermo Saavedra
Juan José Saer
José Sazbón
Daniel Samoilovich
Horacio Tarcus
Osvaldo Tcherkaski
Vivi Tellas
Héctor Tizón
acusadodeserricardopiglia@yahoo.com
  1. Comentario de Fogwill sobre la solicitada:
Hace días que circula la solicitada que transcribo. He sido convocado para firmar, y lo he rechazado. Ahora me consta que entre los firmantes, figuran personas que no están de acuerdo con lo que el escrito manifiesta. Más adelante transcribo un mail que lo confirma, enviado por uno de los que aparecen firmando. La solicitada llama «campaña» a la difusión que en Pagina/12, Clarín, Nación, La voz del Interior y El Mercurio dieron a la sentencia de la Cámara Civil. Esto no fue una campaña sino una noticia de actualidad. También es inexacta la solicitada cuando habla de la decisión unánime del jurado, omitiendo el nombre de su presidente y agente literario de Piglia. Es evidente que muchos han firmado de buena fe, movidos por su amistad o por la admiración a Piglia. No advierten que lo que aquí está en juego es la mala fe y, ellos mismos, han incurrido en la mala fe.
Rodolfo Enrique Fogwill
  1. Cruce de mails de Fogwill y un Firmante:
Un firmante, escribe diciendo:
Quique, no pasó nada… Obviamente la gente está pirando mal con este asunto. Sigo pensando lo mismo de siempre: Ricardo hizo un pacto con el diablo y de ésa no se sale fácil.. Lo último que yo había hablado era que la solicitada no se hacía, pero después apareció circulando, con mi firma. ¿Qué iba a hacer? Decir que «yo no sabía nada» me parecía una forrada. Si Piglia reacciona, puede salir algo bueno de todo. Si no reacciona, al menos yo no voy a sentirme culpable de no haber intentado ayudarlo.
Si leyó tu texto, debería estar pensando en esa dirección. Yo ya no me acuerdo quiénes firmaron aquella solicitada en favor de los Premios Municipales (estaba Sarlo, seguro, porque lo discutí con ella), pero eso me pareció mucho más vergonzoso que decir que Piglia es el boludo del asunto…Abrazo
Respuesta de Fogwill a “Firmante”:
Estimado «firmante»
Yo tendría que estar escribiendo y laburando, y a cada rato me interpelan con novedades. ¿Qué es esto de los Premios Municipales y la Sarlo? Al margen: es grave lo que decís. ¿Es cierto que la solicitada circuló con tu firma sin tu autorización? La socilicitada miente, y vos lo sabés tanto como que en ella figuran firmas que, tal vez agregadas de buena voluntad, corresponden a personas embaucadas.
Atte:
Fogwill
¡Puta, hay cadáveres!
(elinterpretador, número 15, junio 2005) (Dossier: No mataras)
“El futuro era pasado. Vivirlo hubiera sido morir”
Juan Leotta, Luster.
“Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. 
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.”
Jorge Luis Borges, .
“El progreso de las naciones y los pueblos se realiza a través de monstruosas infamias, de todo genero de injusticias y brutalidades (…) Lo irremediable no está hoy en los males mismos sino en no verlos”
Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento.
“Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo `Viva la patria´, sino que dijo: `No me dejen solos, hijos de puta´.”
Rodolfo Walsh, Operación masacre.
“HORA CLAVE
MATAR O MORIR
Cada día más, los delincuentes atacan a mansalva a policías y ciudadanos, que también cada día más les responden a tiros. Matar o morir, ¿es nuestra única alternativa? ¿Cuál es la salida?”
Propaganda del programa de Mariano Grondona, en el Diario de la Argentina, el jueves 24 de mayo de 2001.
“Los hombres y el mundo. Tres hombres, dos mundos. Mundo del bien, mundo del mal. Hombres locos, boludos, y hombres hijos de puta. En el mundo del mal los locos se vuelven más locos, los boludos más boludos y los hijos de puta más hijos de puta. En el mundo del bien no se puede pensar, porque ya se fue lejos de nuestro alcance.”
Fogwill, Vivir afuera.
“¿Puede alguien decirme “¡Me voy a comer tu dolor!”?
Y repetirme “¡Voy a salvarte esta noche!”…”
El Indio Solari, El infierno está encantador esta noche.
“La muerte no habla en lunfardo ni exhibe populismos ni complicidades. Es que no practica vueltas atrás ni “como si” y mucho menos connivencias.”
David Viñas, Las “Aguafuertes” como autobiografismo y colección.
Vivo a pocas cuadras, unas quince o veinte, no lo sé, de la escena de un crimen que sucedió hace 49 años. Sobre la mesa de la cocina, sobre la que escribo esto, tengo apilados una serie de libros y revistas: AntigonasSeverino di Giovanniel idealista de la violenciaSi esto es un hombreEl hombre ante la muerteSéneca y el estoicismo, las Obras completas de Borges, Confines 11donde está el ensayo de Casullo RelámpagosEl ojo mocho 11 donde hay una extensa entrevista a Fogwill, Operación masacre,Walter Benjamin y el problema del malLos fulgores del simulacroInfancia e historia… Pero no creo que lo que me aproxime y me aleje de forma definitiva de la escena de aquel crimen, de aquella noche, de aquel basural, de esos fusilados que “viven”, sea otra que la que me permite alargar el brazo y separar el libro de Walsh de entre el resto de los libros que tengo frente a mí.
De hecho, desde aquel junio de 1956 a hoy, acá, en el partido de San Martín, han sucedido tantos crímenes tan aberrantes como ese, que no estaría mal preguntarse por qué los fusilamientos clandestinos de Suárez hoy siguen teniendo vigencia mientras el resto de los asesinatos –de todo orden– son parte de una cotidianidad (lógica) que los condena al olvido.
La respuesta, creo entender, es la siguiente: es el relato de Walsh, sobre un tiempo, unos hechos y una geografía muy precisa de mi barrio, el que ha permitido que aquello hoy pueda seguir significando algo. Sin el relato de Walsh aquel hecho criminal nunca hubiera existido, como nunca existió, por ejemplo, el asesinato de mi vecino de al lado, al que mataron unos pibes en el andén de la estación Chilavert cuando lo fueron a asaltar y descubrieron que era policía.
Hace varios meses que sabía que este debate en torno a la carta de Oscar del Barco existía. Pero hará cosa de un mes me llegó por medio de uno de los chicos de la revista la carta de Oscar. Cuando la leí, no sé qué fibra interna en mí tocó, pero me puse como loca a tirar mails para todos lados para conseguir lo que ahora publicamos en el interpretador.
Creo que lo central acá es la carta de Oscar, si bien es la entrevista a Jouvé la que desencadena aquella. De la misma forma que el basural de Suárez nunca hubiera existido –de hecho ya no existe– sin Operación masacre. O mejor, como en La carta robadade Poe-Lacan, lo que ordena el relato, las diferentes posiciones en la estructura de ficción, es la carta que falta, el sentido “que” es lo que falta en su lugar.
Pero qué hago yo escribiendo sobre temas que me exceden. Que me involucran y me exceden. Un amigo al que le pase el material que publicamos al enterarse que iba a escribir sobre el tema me preguntó: “No se por què arajo te querès meter en esta poléica de reventados. Me refiero con eso a la antiguedad de esos cuerpos, y a la antiguedad de los conceptos y los horizontes que manejan (…) Ocupate de lo sabès: ag+lgo de letras, algo de paja. NBada de psicoanàlisis y nada de Historia. Empezà leyendo Revolucion y Guerra de tulio Halperin. y hasta que aprendas, quedate callada, pelotuda. No abras la boca en esto hasta que puedas meter adentro de tu discurso las nociones de lucha de clases, clase, naciòn, imperialismo y guerra y sin copiarlas de un manual del PC o de la librarìa liberarte, forra.”
Sospecho con incomodidad que tiene razón. Pero desde que leí la carta de Oscar no hago otra cosa que pensar en ella y ver qué puedo decir al respecto.
Lo primero que se me ocurre decir es que todo lo que se discute acá me resulta algo remoto y que sólo aceptando esa lejanía que me extraña y me toca, desde ahí, y desde ninguna otra parte, puedo hablar(1).
Durante mucho tiempo me asumí como una hija del proceso –nací un mes antes del Golpe– y no hice otra cosa que hablar mal de mis padres, mis tíos, y los amigos de todos ellos, porque en cada “reunión”, en cada fiesta en que los veía y sacaba el tema –estoy hablando de todas personas de clase media para abajo– me hacían callar con el siguiente argumento: vos no podés hablar porque vos no lo viviste… mirá, yo nunca tuve tanto laburo como en esa época ni camine tan tranquilo por la calle. Al escuchar estas afirmaciones yo me enroscaba en discusiones absurdas, patéticas.
Hoy ya no discuto con ellos, ni acepto sus argumentos, claro, pero tampoco creo que aquellos que tomaba por héroes para oponerlos a la miserabilidad de mis viejos que se dedicaron a criarnos y laburar para que mis hermanas y yo creciéramos lo mejor posible, sean un ejemplo de nada.
Lo que sucedió en Argentina desde los 70 para acá es horrible, pero el relato que se ha construido sobre toda esta época no es menos triste. Acaso mi generación no se ha sentido interpelada más de una vez por reventados setentosos que le han bajado línea. Nosotros éramos promiscuos, banales, drogones, estúpidos y funcionales al sistema, no como ellos que lucharon por un mundo mejor. Para no hablar que el relato sobre el horror y las víctimas del proceso opero como una golosina que los poderes en la Argentina le concedieron a intelectuales, izquierdistas y progres para que se engolosinen con ella mientras a su alrededor el horror seguía y sigue operando.
La carta de Oscar del Barco me toca, me inquieta, me formula preguntas que no sé cómo resolver. Oscar del Barco no es Sábato(2). Oscar del Barco cuando habla del no matarás no está diciendo lo que escuchan los izquierdistas profesionales –o si se quiere lo que van a escuchar bien pero argumentar para llevar agua para su molino los poderes de turno–. Creo entender que de lo que habla Oscar del Barco es que mitos modernos como Historia, Revolución no operaron –ni de alguna forma operan– en su lógica de crear condiciones de ser en el mundo diferentes a Capitalismo, Ideología, Progreso, es decir, de crear ruina sobre ruina. No creo que esté impugnando un hecho preciso sino una forma de ser en el mundo que generó hechos puntuales. Creo oír ahí los ecos de Ernst Jünger y Martín Heidegger cuando piensan a la técnica moderna como un artefacto que emplaza dispositivos interpeladores del hombre, la naturaleza, y las palabras como puro objetos, cosas, piezas contables, descartables de una máquina cuyo último sentido es producir “energía” (“es preciso entender las formas en que se administran las energías corporales y la memoria biográfica, que también es una forma de energía – aunque por energía no hay que entender nada místico, sino la forma en que el cuerpo se vincula con las normas y con el “mundo”-; forma que alude a una organización administrativa del cuerpo, que imponía a la mente racionalizadora como dato organizador de los demás sentidos, como principio jerárquico de relación con el principio de realidad”). Esa forma de ser del mundo es la que reformatea a diario a todo lo que nos rodea y nos hace y atraviesa a todo el espectro ideológico de la modernidad, haciendo del mundo puro dato cuantificable. Lo cito a del Barco: “Sé, por otra parte, que el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son principios imposibles. Sé que la historia es en gran parte historia de dolor y muerte. Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.” Ese principio imposible es lo que constituiría a la comunidad antes de la comunidad misma. Es decir, no matarás y la comunidad surgen de un mismo golpe de dados “que constituyen nuestra inconcebible e inaudita inmanencia”.
Ya lo dije, pero lo repito, escribo esto desde la carencia, con palabras escritas a ciegas, con agujeros teóricos, desde la pura intuición y pertrechada de libros que la intuición me sugiere volver a releer, pero no olvidando que parto de la carta de Oscar del Barco.
Los que acusan a Oscar de que su carta está equivocada, es probable que tengan razón, siempre y cuando concedan que lo que ellos mismos y yo argumentamos también es erróneo. Es que frente a la muerte las palabras siempre sobran o faltan, pero nunca están ahí, justo ahí, donde deberían estar.
Yo lo único que sé es que aquel mundo remoto de los 60 y 70 era desigual e injusto, pero este inmediato y cotidiano en el que estoy inmersa lo es tanto o más que aquel. Y sin embargo, no se me ocurre empuñar un arma ni matar a nadie.
Quisiera terminar esta columna transcribiendo algo que le escribí a mi prima Pamela como dedicatoria cuando le regalé para un cumpleaños Si esto es un hombre.
Pame:
¿Qué decir de este libro?
¿Qué es una novela de non-fiction como Operación masacre o A sangre fría? ¿Qué es un ensayo que explora la memoria del pasado y los dramas biográficos que en él se han dado para poder reflexionar de qué somos capaces hoy hacer con aquello que la historia nos ha hecho? ¿Las memorias de alguien que descendió al penúltimo subsuelo del infierno? ¿Un documento que denuncia los aspectos más siniestros de la trama medular y siempre misteriosa de lo humano? ¿Un híbrido que atraviesa diversos géneros?
Primo Levi define de forma precisa y abierta a su libro: un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana.
Walter Benjamin en 1940 se vuela la cabeza cercado por los nazis, en Port-Bou. Primo Levi en 1987 también se suicida. Ahora, mientras para Walter Benjamin en pleno auge y despliegue del nazismo sólo pudo optar por el suicidio como único acto de autonomía que afirmara su vida y su muerte, el caso de Levi fue “distinto”. En 1987 Primo Levi gozaba de prestigio como escritor y los Lager eran algo que habían quedado “atrás”. En verdad, todo suicida se lleva consigo el misterio de su vida, y sin embargo, “existe una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra”. No se si Levi leyó a Benjamin, pero en todo casoSi esto es un hombre se lo podría poner en sintonía con las Tesis de filosofía de la historia, que Benjamin escribe poco antes de suicidarse y donde se puede leer que todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie. Y donde está el archiconocido y releído hasta el vómito famoso capítulo 9, donde escribe:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Ángelus Novus. En el se representa a un ángel que parece como si estuviera a punto de alejarse de algo que lo tiene aterrorizado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta, y extendidas las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándola a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se a enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán lo empuja inevitablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”
Primo Levi supo decir que si no hubiera sido por su “experiencia” en el Lager nunca se hubiera puesto a escribir. Que cuando volvió a su casa luego de sobrevivir a Auschwitz he incluso allí mismo, lo único que le permitió seguir fue la convicción de que tenía que contar qué había sido de él y de los otros en el Lager y cómo fueron reducidos sus cuerpos a cosas y sus almas a conceptos, por no decir a nada.
A Primo Levi se lo podría pensar como una Scherezade moderna. Ya que la gran alegoría que encierra Las mil y una noches es la siguiente, que la única manera de poner a raya a la muerte es contando historias, que no cancelan “la muerte como dato radical” (para decirlo con palabras de Macedonio Fernández), pero al menos la suspenden o postergan para habilitar las condiciones de posibilidad que permitan cierta autonomía respecto de una realidad concreta que amenaza con destruirnos.
Es probable que cuando el siglo XX sea en el futuro algo tan remoto como lo es para nosotras la Paideia griega o el Imperio romano, este libro les permita a esos hombres que aun no existen acercarse a lo que fue la geografía espiritual de nuestra época y entender mínimamente cuáles fueron los problemas y dilemas fundamentales de la experiencia que tensionaban la vida de los hombres del siglo XX.
Escribe Borges (que no era creyente pero gustaba de los temas teológicos tanto como de la literatura inglesa): “El infierno (…) es el nombre humano blasfematorio del olvido de Dios”. Primo Levi, que tampoco era creyente, diría –imagino– de esta línea, no, Borges se “equivoca”. Dios no existe, la prueba de ello es que existió Auschwitz. Por lo tanto, el infierno es el nombre humano que se le da al olvido de la banalidad del mal humano.
Este es un libro que no intenta esquivar las ambigüedades y contradicciones de la psique (el alma para los griegos) humana sino que las incorpora al pulso narrativo de lo que se cuenta, y ese es su gran logro. También es notable que el texto intenta todo el tiempo pensar lo impensable, el terror. Y lo logra, no porque llegue a explicarlo sino porque lo muestra en su despliegue operando sobre cuerpos y almas sin caer en el error de sacar conclusiones o verdades.
Nuevamente ¿qué podría decir de este libro que es bellísimo? Ahora, ¿cómo entender que un libro atravesado por el horror pueda ser bello? Quizá, podría arriesgar, sólo aquellas manifestaciones que son capaces de mirar a la cara al dolor y la locura humana como algo constitutivo he inseparable de la vida de los hombres, se pueden señalar como formas bellas, es decir, como las únicas formas del pensar filosófico, estético y ético que pueden afirmarse en la vida y en la muerte con todas sus contradicciones irresolubles frente al horror del sin sentido, y a la vez, sin renunciar a los peligros y abismos a los que se enfrentan en el acto mismo de querer expresar una verdad tan frágil como lo es el cuerpo y el alma de un hombre.
Un recuerdo.
Una imagen de un tiempo perdido que irrumpe mientras escribo como un relámpago en un instante de peligro:
Es un día de semana, de algún año indefinido de los 80. Una abuela de ojos claros y hermosos almuerza en la cocina con su nieta. Ella es polaca y vino de Europa hace décadas huyendo del hambre y la guerra; y su nieta es una chica que nació un mes antes del Golpe de Estado del 76 y según las palabras de su abuela cuando sea grande va a ser una gran mujer porque lo ha visto en su mirada. Mientras comen milanesas con papas fritas, la abuela le explica a su nieta por qué los alemanes tuvieron que hacer lo que hicieron con los judíos. Es que los judíos se habían apropiado de todo como si fueran ellos los verdaderos dueños del país, y es por eso que Hitler tuvo que tomar medidas para que los alemanes no fueran extranjeros en su propia tierra.
Esa abuela de ojos inolvidables era nuestra abuela, y esa nieta a la que le explicaba lo inexplicable era yo.
La historia es el nombre de un crimen…
La muerte es el sello de todo lo que el narrador puede relatar. Su autoridad ha sido tomada en préstamo a la muerte.
Feliz cumple Pame.
Elsa
23.8.03
NOTAS
(1)Quisiera decir algo más de esa lejanía en relación con la experiencia de la muerte. Varias veces he sentido el terror de sentir a la muerte trabajándome las tripas. Algunos casos puntuales. Escuchar que del otro lado de la puerta de mi casa se estaban cagando a tiros. Que me arrinconen en el portal de una casa y me pongan el caño de una pistola en el cuello; o que la policía federal en la Plaza de Mayo me apunte a mí junto a un grupo de amigos con una escopeta –en enero del 2002– durante unos segundos que fueron eternos, mientras nosotros llorando de terror y por los gases lacrimógenos nos abrazábamos y pedíamos por favor que no disparen. Pero no creo que estas experiencias me habiliten a nada por sí mismas ni me permitan tener una relación menos lejana con la muerte.
Quisiera contar algo con respecto a esto, a ver si logro explicarme. Días después de lo de Cromañón estábamos con Moni y mi prima Pame mirando por la tele la cobertura de aquella noche trágica que había hecho Crónica TV. Estábamos viendo un espectáculo que nos causaba gracia y haciendo chistes. En eso llego el Beto, mi primo y hermano de Pame, y al ver que nos estábamos divirtiendo viendo la tragedia de Cromañón por la tele nos increpó como enfermitas. Eso me quedó dando vueltas en la cabeza y llegué a la siguiente conclusión. En parte tenía razón mi primo al escandalizarse por nuestra actitud frente a semejantes hechos. Pero en parte también teníamos razón nosotras en mirar eso como un entretenimiento, así llegaba la muerte a nuestros ojos, como una primicia, como un dolor que se regodeaba en la morbosidad. Quiero decir, ¿desde dónde hoy se podría sentir el dolor ajeno sin que esto no sea pura lástima por “esa pobre gente”, desde dónde se podría hacer carne la tragedia cuando todo es pura mediación mediática o no es nada? No tengo la respuesta, claro, pero siento que palabras como tragedia, dolor, muerte, sólo las puedo aprehender, incorporar a mí, sin hacer de eso una farsa, desde una lejanía que me roza desde una extrañeza que me habla en una lengua que no entiendo y me incomoda –me incomoda porque sospecho que son esas palabras que no entiendo lo medular y monstruoso de la propia existencia.
(2)Ni tampoco es Juan Gelman, entre otras cosas porque es capaz de escribir una carta como la que escribió y no lo veo en el programa de Mirta Legrand llorando su pena de poeta-mártir, como sí al revolucionario Gelman. Parte de lo central que se puede leer en la carta de Oscar del Barco ya lo había leído en la entrevista que le hace El Ojo Mocho a Fogwill en 1997. Ahora bien, con respecto a Gelman quisiera arriesgar una hipótesis. Hasta hoy creí que Sábato por algún pacto con el diablo seguía vivo para llegar al 2010 y transformarse en el poeta del segundo centenario. Pero viendo las coordenadas políticas actuales y pensando en lo que del Barco y Fogwill dicen de Gelman me resulta arto probable que el poeta del segundo centenario pueda ser Juan Gelman. Digo, arriesgo, así como Leopoldo Lugones se transformó en el poeta del centenario, Gelman, con su cruz de poeta mártir, por qué no, será el poeta que le cante a la gloria del segundo centenario de la Patria. Como diría Viñas, si bien la Historia Argentina cambia, si uno se aleja unos pasos y puede ver en perspectiva, también puede ver sus constantes.
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“…entonces agrega el extraterraquio: necesitamos mucho ruido para valorar el silencio”
José Narozky, contando un cuento de Stevenson en Radio Nacional.
©Elsa Kalish
 
 
 
La celebración
(elinterpretador, número 25, abril 2006)
El 24 me levanté temprano. Desayuné mate con cereales y luego me puse a hacer gimnasia. Después me bañé, almorcé y me fumé el primer cigarrillo del día. Y durante todo este tiempo hasta las tres de la tarde, que me fui a la casa de un amigo, estuve saltando de dial en dial, tanto de AM como de FM, escuchando ruido. Un ruido que secuestraba mi estado de ánimo. Un ruido que en lo central sólo podía articular un bla bla bla que me ponía histérica. Un ruido que hace semanas se viene desplegando, o que en realidad, hace años viene imponiendo sus estrategias de poder, hasta llegar a este día en que la verdad nos hermana a todos bajo esta sentencia irónica y cruel: hoy somos todos desaparecidos.
En el camino a la casa de mi amigo fui leyendo El baile de las locas de Copi y chequeé mis cinco casillas de correo electrónico sin encontrar el mail que hace días espero recibir. En la casa de mi amigo hablamos de un laburo que estamos haciendo y luego seguimos por la tele, en un zapping entre divertido e irónico, las instancias de la marcha en Plaza de Mayo. Quizás lo más interesante de la tele fue algo que vimos en Crónica TV. Se mostraba una foto en blanco y negro. Empezaba por los testículos e iba subiendo hasta mostrar la cara sonriente de Videla. Entonces aparecían unas palabras: hace 30 años reía. Después llegaron otros amigos. Pedimos pizzas y cervezas. Hicimos chistes. Hablamos de ya no se qué y luego algunos se fueron a dormir y otros a una fiesta.
Hasta acá el aguafuerte que me pidió Juan Diego Incardona sobre mi 24 de marzo.
Pero no quiero clausurar mi aguafuerte acá, así que intentaré decir algo más.
Primero, la procesología y todos los kiosquitos que el saber procesológico han logrado establecer me dan asco.
Segundo, la generación que la procesología insiste en afirmar que perdió, es una verdad a medias. Por qué si es una generación que insiste en que perdió de forma fatal y definitiva su sueño de llegar a los lugares de poder donde se toman decisiones sobre la vida del conjunto de la población, una puede verificar que de Menem a Kirchner esta generación a tenido un papel cada vez más protagónico.
Tercero, cada vez que me escucho hablar a mí misma, como a amigos, periodistas, intelectuales, y quién sea sobre el proceso y surgen palabras como memoria, terror de estado, complicidad civil, desaparecidos, intereses económicos, genocidio, lo único que se puede escuchar ahí es una fatal resignación a no decir nada, a un bla bla bla que nos exime de todo pensamiento.
Cuarto, probablemente lo único verdadero que se haya podido decir en torno a este tema desde hace muchos años lo haya escrito Oscar del Barco en una carta (ver el interpretador N° 15 o 22). Pero creo que esa carta es ilegible e imposible de poder ser leída hoy.
Quinto, tengo la sensación de que esta fecha muy bien se puede ilustrar con una película: “La celebración”. La celebración trata, justamente, de una celebración. Un padre, dueño de un hotel, invita a toda la parentela para festejar su cumpleaños. En medio de la celebración, Cristian, su hijo, pide la palabra y acusa a su padre de ser el culpable del suicidio de su hermana y de la violación de su propia persona durante años. Toda la familia hace como que nunca escuchó las palabras de Cristian o que son las palabras del loquito de la familia y siguen con la comilona. Cristian insiste hasta que se les hace insoportable su relato y lo llevan afuera del hotel y lo dejan maniatado en el bosque. Cristian logra desprenderse de sus ataduras y vuelve a pedir la palabra y logra imponer su relato. Entonces todos deciden que el padre es un monstruo y que de ahora en más éste no podrá vivir en el hotel, que de ahora en más vivirá en el fondo, en una cuartito a distancia de toda la familia. La película termina con Cristian sentado a la mesa, a la mañana, con una cara tatuada de tristeza mientras el resto de la familia desayuna feliz.
Sexto, creo que hoy nada se puede decir acerca de este tema, que el tema gira en el vacío. Que todo lo que se diga es paja mental o mentira, palabras que pecan de patética inocencia o de pícara viveza sólo redituable económicamente.
Séptimo, creo que todo lo que escribo aquí no escapa al bla bla bla de los sesudos intelectuales pertrechados de sofisticadas lecturas y teorías, ni a la canalla periodística, ni al discurso de los organismos de derechos humanos. ¿Pero cómo sustraerme a la tentación de participar de esta celebración? ¿Cómo negarme a no decir nada, a no salir en la foto, a tener la honestidad y el valor de poder sostener que yo, de ésto, no puedo decir nada más que bla bla bla?
Elsa Kalish
Ilusiones perdidas
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
¿Puede el dinero dar forma a la mano?
Hagas lo que hagas, estés donde estés, Banco Galicia.
Tormentas de acero acuñaron estas monedas y bruñeron sus diseños. Las leyes que explican su peso no pertenecen al orden físico ni mucho menos al financiero, sino al espiritual. Imanes promueven o repelen energías: quien tiene estas monedas en su mano no necesariamente las tiene en su poder. Tienen “maná”. Fueron tocadas y trastocadas por gente que experimentó regímenes abyectos. Nosotros mismos, descuidadamente, estrechamos  todo el tiempo las manos de aquellos que hicieron circular esta moneda. ¿Implica esto un principio de continuidad? No se piense que la moneda transmita una peste sino que en todo intercambio monetario hay manoseo. Es en la circulación rutinaria de valores que no son abstractos donde se constituye una legitimidad y no en las bellas palabras.
La autonomización de la literatura y la crítica es un hecho de hace aproximadamente 125 años en la Argentina. El proceso de secularización en términos generales, la desilusión respecto de legitimaciones suprahumanas y la distinción de las disciplinas y separación en esferas tiene, por decirlo rápido, unos dos siglos y medio de proceso. Eso no significa que no nos afecte, que no seamos aún románticos, que no nos «rompa la conciencia» ser sujetos fragmentados, escindidos, que viven en una sociedad fragmentada y escindida. Pero eso, caballeros y damas, es la lógica del sistema capitalista (…) El mercado existe desde que existe el capitalismo y el capitalismo hace rato que viene dando vueltas. En todo caso la centralización propia del capitalismo tardío genera flujos de intercambio de bienes, en este caso libros, que hace que las grandes empresas tiren dardos sobre el público consumidor argentino.


Creo, quizá, que podría arriesgar, tímidamente, que se puede llegar a rozar el espíritu de época de estos últimos años escuchando tres canciones que funcionarían como clave de bóveda. El período que va de fines de 2001 al traspaso de poder de Duhalde a Kirchner innegablemente ha tenido como música de fondo el chingui-chingui de Willy Baterola y sus The Cacerola´s Band, cuyo hit a sido el tema El Cacerolazo. En cambio, durante el primer año de mandato pingüinesco, se pasó del sonido power cacerolesco al cool latino de Diego Torres y su Color Esperanza. Y después, y hasta hoy, la melodía que musicaliza el discurrir de la película clase B de nuestros días, es la poesía comprometida y llena de contenido, del tema, La Memoria, del abuelo bueno del rock nacional, León Gieco.
Creo, quizá, que en esos tres temas –El CacerolazoColor Esperanza y La Memoria— se encierra una cifra secreta de los deseos y esperanzas – no sé si con signo positivo o negativo, aunque tengo posición tomada, pero prefiero suspender mi juicio al respecto— de una porción significativa de la sociedad argentina. Porción que desconozco si es mayoritaria o no, pero que en todo caso es uno de los pilares fundamentales a la hora de ejercer el poder y autolegitimarse como poder: la clase media. Yo tengo para mí, que así como Menem le regaló a la clase media el 1 a 1 en su momento para abrir alegremente a la vista de todos la caja de Pandora y crear la Corte de los Milagros, del mismo modo, hoy, Kirchner, le regala, y con los mismos fines que la sombra terrible riojana, el tema de los 70´. Hoy, todos, por fin, somos derechos, humanos, y vivimos en un país en serio, con memoria, con superávit fiscal, con una movilización económica, social, política y cultural nunca antes vista por nadie, nada, nunca.

A eso quiero llegar, a la palabreja “memoria”. Palabra que todo el mundo da de suyo que es central. Bien. Memoria, y me llevo el dedo índice de la mano derecha a la sien, miro fijo al lector y repito, memoria, como lo vi hacerlo durante tantos años al profesor Chiche Gelblung, que ha sabido interpretar como pocos el difícil arte del cinismo de los personajes arlteanos. (Hay que ser un artista consumado pero también tener mucho coraje, por no decir huevos, para que se te ocurra en medio del incendio desbastador y total del 2002, plantear la siguiente tesis doctoral: en Argentina no come el que no quiere. Y para demostrarlo, armó una pequeña huerta, donde sembró tomates y otras verduras, y todos los días en el transcurso del programa la cuidó hasta cosechar sus frutos, y, así, demostró su tesis, que en Argentina no come el que no quiere. Creo que fue Borges el que escribió alguna vez que un escritor puede crear alegorías pero no explicarlas, y creo también, que todavía Gelblung no encontró a los hermeneutas que puedan dar cuenta de sus alegorías.)

Bien. Memoria. Hace unas semanas atrás leo en un diario –el mismo diario que parece tener un escandaloso y apasionado amor incestuoso con el gobierno nacional— que el Banco Galicia organiza un ciclo de charlas de escritores argentinos y que la Biblioteca Nacional le presta sus instalaciones para el evento. Cito a Sylvia Iparraguirre, coordinadora del ciclo que impulsa el Programa Cultural del Banco Galicia, que es responsable del encuentro: “La idea fue reunir a escritores de distintas generaciones y que den cuenta de una diversidad de géneros, poesía, narrativa, y teatro, y de corrientes estéticas”. Hasta acá, todo más que bien, buenísimo, diría. Diría, claro, pero algo me hace ruido. Y, ahí, aparece, ¡ay!, la memoria, tocándome descaradamente las nalgas y diciéndome como un personaje de Capusoto de Todo x dos pesos, “no, no, no, no, no, no, no…”. Cómo que no, si está buenísimo, un ciclo de escritores argentinos hablando libremente y a piayere de literatura argentina, financiado por un ente privado, con entrada libre y gratuita en un lugar agradable y adecuado para tal faena (la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional), cuya lista de participantes es más que sugestiva y entre los que se cuentan algunos de mis amores imposibles de lectora: Héctor Tizón, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Hugo Padeletti, Juan Martini, Hebe Uhart, Andrés Rivera, Diana Bellessi, Tununa Mercado, Arturo Carrera, Fogwill, Daniel Veronese, Eduardo Belgrano Rawson, Juana Bignozzi, Roberto “Tito” Cossa, Juan Forn, Angélica Gorodischer, Liliana Heker, Mauricio Kartun, Vlady Kociancich, Alberto Laiseca, Guillermo Martínez, Alan Pauls y Guillermo Saccomanno. Cómo que no, qué es lo que me hace ruido. Al principio no doy con la molestia, pero le doy vueltas al tema y finalmente encuentro qué es lo que me incomoda. El evento lo organiza el Banco Galicia –la banca privada más grande de capitales nacionales, hasta donde tengo entendido por haber leído durante mucho tiempo a infinidad de analistas económicos pertenecientes o vinculados a la canalla periodística— y por lo que me contaron, a cada participante se le paga muy bien por dicha tarea. Bien. Ahí lo tengo a Chiche nuevamente mirándome de lleno a los ojos con cara de pócker y llevándose el índice a la sien. Memoria. Banco Galicia. ¿Banco Galicia? Entonces empiezo a buscar en mi vieja computadora Commodore 64 –por favor, léase, esto, como una metáfora fallida de mi anacrónica cabecita loca— datos de archivo que hablen de este ente comercial. Y mucho no encontré dado que la capacidad de la vieja Commodore 64 tiene una capacidad limitada de almacenaje, igualmente algo hallé. Lo suficiente para recordar que el Banco Galicia fue uno de los tantos bancos que estafó a sus clientes en el período 2001/2002, y claro, cómo se la iba a perder, operó para desguazar financiera y económicamente al país y ganar fortunas. ¿Acaso no fue Escasany, titular del Galicia allá lejos y hace tiempo a principios de milenio, uno de los que diera la cara para que desembarcara en Argentina el famoso Blindaje económico que milagrosamente resolvería todos los males de la Patria? (1)
Es este mismo banco que otrora trabajara para el lucro y la expropiación de lo ajeno, como cualquier vulgar pibe chorro, el que ahora financia conferencias de escritores para que hablen del maravilloso mundo de las letras. Sería interesante leer referido a ésto una novela, de uno de los escritores pagados por el Galicia, para entender mínimamente, más no sea, de qué hablamos cuando hablamos de cultura en Argentina, me estoy refiriendo a la novela de Fogwill – ¿la apasionada y loca y siempre escandalosa y explosiva Silvia Süller de las letras nacionales? (¿se entenderá este chiste?, ¿sabrán los lacanianos, los heideggerianos, los adornianos-benjaminianos, los derridianos, los deleuzeanos-foucaultianos, y los intelectuales y escritores en general quién es Silvia Süller?)—: En otro orden de cosas.
Yo no estoy planteando a priori que esté ni bien ni mal que ésto suceda. Solo digo que me hace ruido. Y como veo que la cosa se da de suyo, por natural, todo ok, todo lindo, solo planteo mis dudas. Ya que en estos últimos tiempos he tenido oportunidad de empaparme un poco de lo que es el mundo literato, editorial, académico, intelectual, revisteril, o del cine, y la verdad, no se diferencia, salvo honrosas excepciones, del mundo obsceno, chabacano y cruel de la política, las finanzas, la economía y los programas de chimentos. (Para “entender” todo este párrafo, o mejor, el espíritu que articula al texto en su totalidad –que, probablemente, lo haya malogrado, por mi falta de lucidez y mi exceso de estupidez—  recomiendo la lectura feliz del cuarteto de Los Angeles y la trilogía Americana, de James Ellroy, cuyas novelas, no solo son parte de lo mejor de lo mejor de la literatura actual, sino, también, complejos tratados de crítica política y cultural, con lecturas tan sofisticadas y originales, como las de un Sennett o un Foucault.)
No sé, no quiero quedar como una moralista que defiende a ultranza un romanticismo avinagrado, que proclama la bella cantinela del arte por el arte, o como una vieja retardada que envía una carta de lectores al diario La Nación indignada por el irresoluble y eterno problema porteño, qué hacemos con las toneladas de caca que los perros defecan a diario en las vereditas de mi Buenos Aires querido. No, no es eso. O soy también eso, entre tantas otras cosas y con muchas dudas. Pero la verdad, ¿el Banco Galicia?, ¿y la Biblioteca Nacional prestándose a esto?, ¿acaso no dispone de fondos para organizar sus propios eventos?, ¿acaso, señor José Nun, Ministro de Cultura de la Nación, no es verdad que tenemos superávit fiscal –gracias a que estamos hipotecando el futuro de las generaciones por venir con una falta total de políticas de estado pero con una coyuntura internacional que favorece los negocios de la “industria nacional” y la bonanza económica del día, que no me cabe duda, es en esta bonanza alegre donde se esta maquinando el padecimiento y  humillación de los argentinos que aun no nacieron (2)—?, ¿acaso, señor José Nun, no le puede tirar unas monedas del presupuesto de cultura al señor director de la Biblioteca Nacional, Horacio González—al que debo confesar que he leído con pasión sus libros y asistido a sus dos cátedras como oyente—  para que no tenga que terminar aceptando –para mí, bochornosamente— sentarse a negociar con una empresa, de cuanto menos dudoso pasado, para realizar un evento que es más que interesante?
Unos amigos míos han ido a uno de estos eventos. Al que lo tuvo a  Ricardo Piglia como conferenciante. Piglia, como siempre, que se pone a leer literatura, es brillante. Una puede coincidir o no con lo que dice o escribe cuando lee a otros, lo que no se puede es no escucharlo si una tiene alguna inquietud relacionada con el mundo de las letras y las ideas. Su conferencia versó sobre Juan José Saer y me dijeron que fue sencilla, agudísima, genial.
Ahora bien. Es sugestivo que se haya elegido a Piglia y no a otro escritor, para la segunda conferencia del ciclo “La literatura argentina por escritores argentinos”, que es coordinado por Sylvia Iparraguirre, ¡¡¡y que organiza y paga el Programa Cultural del Banco Galicia!!! ¡¡¡El inconsciente, el inconsciente!!!, estoy tentada de gritar con mi manual de Freud para principiantes a mano. Quiero decir, es de público conocimiento que Piglia escribió, en los noventa, una buena novela policial, Plata quemada, la cuál, es precedida de una cita: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”. Pero ahí no termina la cosa, sino que esta novela se vio envuelta en una trama que engarzaba, no sin cierto aire chandleriano rioplatense, al Premio Planeta, a la editorial Planeta y a Ricardo Piglia, en un fraude no menos entretenido y alegórico que el policial que tan diestramente supo escribir su autor. (3)
Tampoco me quiero ensañar con Piglia, sería injusta. En todo caso, a ese hecho lamentable del cual la justicia ya dictó sentencia, hay que verlo menos como la corrupción patente de Piglia y sus editores que como una lógica imperante que opera en el “inmaculado” e “inocente” y siempre “autónomo” mundo de las letras – mundo edénico lleno de angelitos culones, asexuados o sexuados, según el caso, claro, que puede ser extendido a otros ramos culturales, tales como el de la crítica, las agencias de creativos publicitarios, la academia, el cine independiente y no independiente, los intelectuales, o el periodismo—. Porque en Argentina pareciera que el único escritor menemista es Jorge Asís. Y no, no es así. Primero, Asís escribió algunas páginas que ya son parte de lo mejor de la literatura argentina del siglo XX – Los Reventados—, y segundo, el turco ha demostrado ser a lo largo de los años mucho menos alcahuete y mentiroso que la media de los escritores argentinos. Pero lo que quiero contar es otra cosa, hablar en clave de otro escritor que se ha visto envuelto dentro de una tramoya similar a la de Piglia con sus editores. Y lo quiero contar, para mostrar que el mundo de la cultura es tan sucio y miserable como el de cualquier municipio del Conurbano Bonaerense –claro que hay excepciones, incluso en los municipios Bonaerenses, obvio—, y para dar cuenta de cómo los integrantes de este universo que se presenta impoluto, hermoso, ético, moral, especial y diferente, tan diferente que cuando se llevan un cotonete –“saca monos”, lo llamaba yo cuando era chica— a las orejas no se sacan cera de las mismas sino partículas genuinas y preciosas de humanismo, sí, al mundo de la cultura le salen kilos y kilos de humanismo por las orejas. ¿Nunca nadie se preguntó cómo hacer para reconocer por la calle a un hombre de las letras o de la cultura del resto de los mortales? ¡Es tan sencillo, basta con observar sus orejas y si de ellas chorrea humanitas, no hay dudas, estamos ante un hombre de la cultura!
Hace poco más de un año atrás alguien me contó el siguiente cuentito: había una vez un finísimo crítico que escribió, después de varias pésimas novelas, una de las mejores novelas de los últimos diez años, ésta llegó a manos de uno de los peso pesados del mundo editorial del mercado hispano parlante y gracias a un pase de manos mágicas muy similar al de Piglia y su Plata quemada, ganó un concurso importantísimo y, a diferencia de Piglia, tuvo la suerte de que no lo atraparan. Ahora bien, cuando a mí me pasan este dato enseguida quise escribir al respecto, pero como el que me lo pasó me hizo prometer que no iba a escribir nada sobre el tema, y como yo tengo códigos, me llamé a silencio. Pero da la casualidad de que el tiempo pasó y en ese tiempo tuve la oportunidad de enterarme de que esto que yo creía un secreto no era tal, sino un secreto a voces. Cualquier escritor medio pelo para arriba, cualquier periodista de cualquier suplemento cultural porteño, cualquier académico empapado de la literatura argentina de los últimos años, sabe de quién estoy hablando, así que no seré yo la cabeza de turco, en esta ocasión, aunque lo podría decir ya que guardo la documentación referida al tema bajo siete llaves. Pero acá sucede igual que con Piglia, una cosa es la escritura y otra cosa los negocios. O mejor, como decía Panigasi: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.  Y de algunas cosas se habla y de otras no, entre otras cosas porque mirá si mañana por irme de boca no me publican una nota en Radar o no gano un premio de muchos miles de dólares. Igual lo que quería decir es lo siguiente, por un lado: ¿este escritor necesitaba tanto la plata para ensuciarse así –hay que reconocer que era mucha plata igual— cuando su novela se hubiera editado de todos modos ya que es una gran novela –al menos una parte de ella?, y por otro lado: ¿por qué esto que parece tan obvio y natural entre escritores y otros yuyos, es algo tan natural, que solo llama al comentario malicioso entre conocidos pero jamás es tema de reflexión y textos críticos que acompañen esas reflexiones?
En fin, no sé muy bien qué pensar de esta constelación de escritores argentinos notables –algunos, algunos, no todos, ya sé—, un banco que no resiste un archivo detallado que de cuenta de su pasado, y una Biblioteca Nacional que sigue siendo un lugar opaco y gris, casi inexistente. ¿Está bien? ¿Está mal? Creo que lo que esta mal es empezar a pensar cualquier tema en estos términos. Las cosas suelen ser siempre más difíciles de pensar, que lo que cualquier binarismo, por muy feliz que parezca, prometa. La verdad que no sé qué pensar del tema, pero el tema me hizo ruido, y estas son las divagaciones y digresiones, que en torno a él, me surgieron.
Pero como lo valiente no quita lo cortés, me gustaría concluir, este texto, dedicándoselo, con todo mi amor a: Antonio R. Garcés, Federico Braun, Abel Ayerza, Eduardo J. Escasany, Enrique C. Martín, Luis Omar Oddone, Pedro A. Richards, Silvestre Vila Moret, Eduardo J. Zimmermann (4), Héctor Tizón, Ricardo Piglia, Griselda Gambaro, Hugo Padeletti, Juan Martini, Hebe Uhart, Andrés Rivera, Diana Bellessi, Tununa Mercado, Arturo Carrera, Fogwill, Daniel Veronese, Eduardo Belgrano Rawson, Juana Bignozzi, Roberto “Tito” Cossa, Juan Forn, Angélica Gorodischer, Liliana Heker, Mauricio Kartun, Vlady Kociancich, Guillermo Martínez, Alan Pauls, Guillermo Saccomanno, Sylvia Iparraguirre y José Nun. A todos ustedes, por todo, por la magia, besos mal y sepan que siempre estarán en mi corazón. (5)
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
Anexo.
Reproduzco, aquí, un largo mail de Sebastian Hernaiz, que me mandara como devolución a la lectura que hiciera del borrador de este texto:
sebastian hernaiz <sebsaiz@gmail.com> escribió:
elsa, quizá sea que últimamente -hace ya un largo «últimamente»- me obsesiona el tema de los usos de los 70 y la memoria, que si en algún momento pudieron ser una crítica emergente en el estado de cosas, hoy son, creo yo, sostén discursivo de una hegemonía política que no es otra cosa que rearticulación continuadora de lo anterior (no sé bien qué es anterior: menemismo, neoliberalismo, liberalismo, desarrollismo dependiente, pacto por las carnes con Inglaterra, conquista del desierto, conquista de América, conquista del espacio, o lo que sea). Quizá sea eso -decía: mi obsesión sobre la memoria y sus usos-, pero en mi lectura de tu texto el principio con la postulación de la tríada de temas me hace ruido por dos lados.
Primero, porque no coincido con el armado de la serie de temas. Cacerolas y esperanza para el 2001-2003 y 2003-2005, está bien. «La Memoria» de gieco, sin embargo, me parece que la pensaría como el síntoma estético que denota que las reivindicaciones de la serie DDHH ya están instituidas. Están claras: se las puede tocar con los acordes básicos de la familia del Sol mayor. Este «ya están» -o: esta fácil armonización de un discurso crítico con el establecido- más que como telón de fondo del kirchnerismo afianzado lo veo como su precedente, lo que señalaba la posibilidad de una cooptación estatal del discurso de los DDHH. Ya instituido, agotado su poder constituyente, el discurso de los dd.hh. no sólo ya no tiene potencia crítica ni nada más para dar en lo extra judicial, sino que, a esta altura, ya es posible mirar para atrás y pensar críticamente que centrarse en los ddhh pudo haber hecho perder de vista otras cosas. Y el que primero entendió esto, agregaría, no fue K, sino el viejo y efímero Rodríguez Saa. Digámoslo así: R. Saa (y el fálico y fogoso público que invadía la sesión en que asume) captó las condiciones discursivas que tenía que satisfacer para poder intentar quedarse en el sillón de Rivadavia algunos días: crítica al fmi y a la deuda externa, reivindicación de los ddhh, crítica a «la vieja política» (critica que, obvio, -incluyéndonos- cada uno que la practica infiere que no lo incluye).
En mi opinión, «Kirchner» -por llamar de algún modo al estado de las cosas de hoy- viene haciendo malabares con los daños colaterales de la fórmula de explotación natural y humana que es el entre 3 y 4 a 1 que Duhalde y Remes efectivizaron para alegría de la industria y de los que tienen alguna chacrita. Y eso, sostenido en un discurso que captó esas necesidades discursivas básicas a satisfacer. El fascismo progresista de la clase media, en tiempos de renovada estabilidad -10 años de 1 a 1, ahora vamos por el tercero de 0,30 a 1-, se acomoda, mal pero acostumbrado, y sobrevive. El capital concentrado, en sus luchas por hegemonizar la potencia burguesa -estado, medios, industria, campo y bancos peleándose y aliándose-, en tiempos de renovada estabilidad, se acomoda.
En fin, me colgué. A lo que voy: re ubicaría el tema de Giéco más con los 25 años del golpe, pre caída de de la Rúa, que con los 30 y el glamour kirchnerista. Todo eso, por un lado.
Por otro, segundo. Partiendo de la línea que armás en el primer párrafo sin tener en cuenta lo que hasta acá dije, me parece -quizá porque la memoria y los usos de la memoria, como dije, son temas que me obsesionan particularmente- que es improductiva la reflexión sobre la memoria que, según entiendo, opera con el siguiente procedimiento: «incluso ahora que esta tan de moda la memoria (de los 70), nadie tiene memoria para buscar en su ´comodore 64` qué es, qué hizo, qué fue el banco Galicia». Me parece que el recurso es impotente porque trae a colación una discusión fuerte como es hoy la de la memoria y dejas que se meta en tu texto la voz hegemónica al respecto ya que más allá de una línea y alguna chicana al pasar, no aparece, en este texto, discutida con fuerza, sino que aparece como mero procedimiento de persecuta moral que introduce la segunda parte (y si me pongo en crítico literario diría que la sutura del cortar y pegar la idea de «la memoria» y la de «el ciclo cultural del banco» aparece claramente escandida en la fragmentación gramatical del renglón que se inicia con «Bien. Memoria. Hace unas…»).
Bien. Bancos. Escritores: la segunda parte, entonces.
Hago memoria. Otras reuniones que organizaba Escasany:
«Punta del Este ya no sólo era el lugar preferido por empresarios y banqueros. La paradisíaca playa de la costa uruguaya había pasado a ser, además, el destino elegido en vacaciones por muchos de los políticos y personajes del gobierno menemista a quienes les gustaba convivir con la
farándula y exhibir su rápido enriquecimiento.

El sábado 6 de enero se armó una reunión secreta en la casa mansión de Eduardo Esacasany, uno de los dueños del Banco de Galicia. Cavallo llegó acompañado por Felipe Murolo, un técnico de la Fundación Mediterránea que él había colocado como vicepresidente del Banco Central, por Fulvio Pagani -principal accionista de Arcor- y por un gerente del grupo Massuh. Arcor y Massuh eran dos de los principales aportantes de la Fundación Mediterránea.

En la casa de Escasany lo esperaban, además del anfitrión, varios banqueros de entidades extranjeras, como Manuel Sacerdote, del Banco de Boston, y Emilio Cárdenas, del Irving Austral Bank (luego Bank of New York). También estaba presente el entonces presidente del Banco Río perteneciente al holding Pérez Companc, Roque Maccarone, el mismo que integrara el directorio de Citicorp-Río Banco de Inversión, controlante del vaciado Banco del Oeste y que diez años después iba a ser titular del Banco Central durante las presidencias de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde.»

Ahí, en esa reunión que también auspició Escasany se discutió quién se quedaba con cuánto y cómo se salía mediante los Bonex 89 de la crisis del momento. La clase media -extrañamente, si fuera la que importa políticamente hablando-, claro, era el daño colateral indiscutido. Las clases más bajas, indirectamente, también: el achicamiento de circulante que implicaron los Bonex, la captación de Australes y el posterior advenimiento del peso fueron el 1 a 1 que estructuró la reorganización socio económica local.
Luego, la discusión sobre el dinero y los escritores. Me parece que es un charco donde todos tenemos las patas metidas y, partiendo de ahí, cada quien tiene sus distintos posicionamientos, y ahí sí, no sé si en términos de «juzgar» -creo, más bien, que no es productivo por ese lado- pero pensar el tema me parece imprescindible.

Hay una cosa que es la que marca el área de pensamiento en que te metés y me parece que es la frase que dice algo como «más allá de…» y parametrizás ese principio crítico, en un caso, con un «ensañarme con Piglia y su entorno», y, luego, «que la novela (premiada) sea buena». Es decir, no querés hablar de la novela en cuestión ni del affaire anecdótico de Piglia, sino de la lógica que los incluye, y que imagino definible con algo así como un «aquello que no son los textos impresos pero que atañe a los escritores» o algo que versa más cerca de «la figura del escritor» que de «la escritura».

El ruido que te hace lo del Galicia entra en esa zona y me parece bien por el lado ya clásico de cuál es la verdad de la papa: ¿el Banco Galicia, con un par de carteles y promotoras como publicidad, le brinda al público y a Piglia la posibilidad de un diálogo? o ¿Piglia le brinda al Galicia un público para el par de carteles y promotoras? Y pa´colmo, a todo esto, ¿de qué la va la Biblioteca Nac.?

En esa disyuntiva -que probablemente sean dos descripciones correctas en tensión más que una disyuntiva- está, al menos, lo que a mí me hace ruido de estos eventos.

Frente al pasado premiado al que te referís, de haber sido acordado, como se comenta que fue, me parece que no hace más que echar luz (más luz) sobre lo ya sabido de los premios como operación de agitación marketinera (operación que tiene como cara positiva, dicho sea de paso, el posibilitar que autores nóveles o ignotos puedan hacer circular un primer libro que de otro modo, sin eso que mueve casi todo que es el marketing, la industria editorial no puede, en general, publicar).
Bueno, no mucho más.
salute
se.ba
NOTAS
(1)
Si para muestra solo hace falta un botón, acá reproduzco una nota escrita por Julio Nudler. Podría reproducir otras, pero eso, se los dejo como tarea para la casa, a mis lectores.
“Germán Kammerath, quien ocupó la Secretaría de Comunicaciones en los años finales de la gestión Menem, fue acusado de fraude en perjuicio de la administración pública y por faltar a los deberes de funcionario público en virtud de una resolución suya que respaldó una controvertida pretensión de Correo Argentino. La causa le fue iniciada en 1999, pero Kammerath fue sobreseído en cuatro oportunidades, dos por Adolfo Bagnasco, una por Rodolfo Canicoba Corral y, la última, por Jorge Urso. Pero otras tantas apelaciones mantuvieron vivo el procedimiento, hasta que GK logró el sobreseimiento definitivo. Sin embargo, la Oficina Anticorrupción recurrió la medida y ahora es la Cámara Nacional de Casación Penal la que estaría a punto de tomar la decisión final. Si revoca el sobreseimiento, la causa volvería a primera instancia, aunque con perspectivas nebulosas porque toda la prueba que podía producirse ya se produjo. Pero más allá de lo que le ocurra a Kammerath, el caso atañe indirectamente a la empresa privada que opera el ex correo estatal, porque si GK obró incorrectamente al convalidar un procedimiento de Correo Argentino, se deduce que la acción de esta firma fue indebida. Y no son meros preciosismos administrativos: están en juego casi 100 millones de dólares.
La denuncia contra Kammerath, efectuada por diputados frepasistas, se originó en una resolución (18.496 del 1º de julio del ‘99) que dictó como responsable de Comunicaciones, permitiéndole a Correo Argentino SA computar como inversión cerca de 100 millones de pesos/dólares utilizados para indemnizar a más de seis mil empleados, separados mediante el arbitrio de un “retiro voluntario”. Como el consorcio formado por Franco Macri (Sideco Americana e Itron) y Banco Galicia se había comprometido a invertir no menos de 25 millones anuales, la bendición del ucedeístacavallista-delasotista Kammerath “privó al servicio de correos del equivalente a casi cuatro años de inversión genuina”, señala la Oficina Anticorrupción.

Un hecho sugestivo es que en la mencionada resolución de GK no se habla en ningún momento de indemnizaciones laborales ni de retiros voluntarios. Sólo se mencionan “inversiones en bienes intangibles”. Este detalle es interpretado por la OA como revelador de una intención de ocultar el objetivo de fondo de la medida. Posteriormente, en las diligencias judiciales, la consultora internacional Price Waterhouse-Coopers & Lybrand apoyó el criterio sostenido por Macri-Escasany-Kammerath, arguyendo que una erogación como la efectuada, si era por única vez, podía elevar el valor de la empresa y, por ende, calificarse como inversión en un bien intangible. De hecho, toda esta construcción intelectual se ve favorecida porque los ejecutores de la privatización –entre ellos el propio GK– omitieron definir por la positiva en qué cosas debía invertir el concesionario.

La OA detalla que el Pliego de Bases y Condiciones de la privatización, realizada en 1997, establece que el personal de convenio en relación de dependencia con Encotesa (la sociedad estatal traspasada) sería transferido a la concesionaria, quedando a cargo de ésta. La cuestionada resolución de Kammerath le reconoció a CASA, como inversiones en bienes intangibles, la suma de $ 126,7 millones, que incluía $ 98,8 millones que Correo Argentino declaraba como pagos de indemnizaciones. Para resolver como lo hizo, Kammerath adujo haber seguido los lineamientos de la ley nacional de Inversión Pública, pero “la Dirección Nacional de Inversión Pública –precisa la Oficina– entendió que un plan masivo de retiros voluntarios en una empresa prestadora de servicios públicos… no podía encontrarse abarcado por sus términos”.

Según explica la OA, la decisión de Kammerath le permitió a la empresa de Macri y Escasany reducir personal, aumentar sus beneficios y omitir inversiones comprometidas. No obstante, Bagnasco sobreseyó al imputado el 31 de marzo de 2000. Tras la apelación de la OA, el fallo fue revocado siete meses después, ordenándose proseguir con la investigación. Pero el 22 de febrero de 2001, Bagnasco volvió a sobreseer a Kammerath. Cuatro meses más tarde esa sentencia fue otra vez revocada, tras la apelación de la
OA y la Fiscalía Federal.
Ya renunciado Bagnasco, el juez subrogante Canicoba Corral entendió que la conducta reprochada a GK era constitutiva del delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público y malversación de caudales públicos, pero también que, por el tiempo transcurrido, la acción penal se encontraba prescripta. Sobrevino entonces otra apelación, sosteniendo que, al endilgarse al imputado un fraude en perjuicio de la administración pública, la acción penal no estaba prescripta. El 5 de marzo de 2002 la Cámara revió el criterio y revivió la causa. No obstante, el nuevo juez federal subrogante, Jorge Urso, sobreseyó una vez más a GK el 7 de junio del año pasado, considerando que no había cometido ilícito alguno.

El 12 de septiembre, la sala primera de la Cámara consideró, apelación mediante, que GK había efectivamente incurrido en el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público, aunque no en el de fraude. En concreto, lo sobreseyó definitivamente. Ante esto, la OA presentó un recurso de casación, que estaría cerca de resolverse.
Es obvio que Kammerath, que participó en la elaboración del pliego e integró la comisión de admisión y preadjudicación del servicio de correos, conocía al dedillo las condiciones de esa privatización. Entre ellas, que el decreto 265/97, por el que se llamó a licitación, indicaba que la inversión mínima garantizada debía apuntar a repotenciar el correo, aumentando la celeridad y calidad de sus servicios. En este sentido, despedir a miles de empleados, considerándolo como una inversión, no parecía una forma de lograrlo.

El pliego establece que el Estado nacional no será responsable por las obligaciones propias del concesionario como empleador a partir del momento de la entrega de la concesión. De su texto surge claramente que cualquier obligación ulterior con los empleados, incluyendo eventuales indemnizaciones, quedaban a cargo de Correo Argentino. Aquí se plantea toda una paradoja. Si Macri hubiese prescindido de unos pocos empleados, él habría pagado las indemnizaciones. Pero como desvinculó a miles, entonces etiqueta esta cesantía masiva de “reorganización empresaria” o “mejora de la organización” y considera que el Estado –o sea el resto de la sociedad– debe hacerse cargo del costo. Kammerath respaldó este llamativo criterio.

“Lo peor del caso –subrayan los anticorrupción– es que nos hacemos cargo de dicho costo de una manera velada, indirecta, puesto que al reconocerse este rubro como inversión se priva al servicio de correos de otras inversiones necesarias.” GK llegó a sostener que la empresa ganadora del concurso había anticipado que pensaba “invertir” más de cien millones de dólares en retiros voluntarios, pero la OA lo desmiente. Como soporte de su plan comercial, Macri/Escasany afirmaban que sus inversiones tendrían por objeto diversas mejoras –de activos físicos, de tecnología, de imagen corporativa–, y entre ellas de organización y recursos humanos, aclarándose luego que invertirían en capacitación del personal, calidad de atención, adecuación organizativa y de procesos e higiene y seguridad del trabajo. “En ningún lado se menciona que se piensa invertir en despedir empleados o en planes de retiro voluntario”, refuta Anticorrupción.”

(2)
Soy perfectamente consciente de que estas líneas que escribo y que conducen a esta nota al pie, dicen mucho y no dicen nada, pero desarrollarlas en este momento es algo que me excede. Así que solo diré que entre otras fuentes de las cuales me nutro para afirmar lo que escribo sin tomarme el tiempo necesario de fundamentar, es en parte por escuchar los domingos al mediodía el programa de Jorge Rulli por Radio Nacional. Programa que escucho cada domingo y particularmente sus editoriales, mientras hago gimnasia para transpirar y sacarme de encima la resaca de los sábados a la noche. Lo que sigue a continuación es una de esas editoriales radiales de Jorge Rulli, donde encuentro un análisis político infinitamente más agudo que en plumas tales como las de Atilio Boron, José Nun, Nicolás Casullo, Eduardo Rinesi, Eduardo Grüner o Escudé –todas plumas eruditísimas, que suelen nutrirse de un corpus bibliográfico notable—:
EDITORIAL DEL DOMINGO 30 DE JULIO DE 2006
Me preocupa el poder hallar explicaciones para las tensiones y para los conflictos que se suscitan en el campo, y me preocupa, porque vivimos una época en que los modelos hegemónicos que configuran las nuevas dependencias, se instalan en las áreas rurales en el marco de los modelos de agroexportación, y porque  desde allí se proyectan sobre el resto del país, condicionando indefectiblemente toda la vida ciudadana… A la población urbana desenraizada de sus memorias y con un imaginario cada vez más ocupado por la publicidad y por la TV le resulta difícil aceptar esta importancia de lo rural que continúa asimilando con lo atrasado, en una época de Capitalismo Global, de altas tecnologías y de relaciones universales instantáneas.  Sin embargo, esa preeminencia de lo rural se corresponde con los nuevos poderes transnacionales que tienen base en la apropiación de las semillas y de los mercados internacionales de granos, en el creciente poder de las cadenas agroalimentarias y de los supermercados, que han expropiado la función de alimentar a cientos sino miles de millones de seres humanos. Muchos continúan negándose desde una supuesta izquierda a reconocer el valor político de los alimentos, sin embargo, ya los discursos y los interrogantes de muchos líderes apuntan a desentrañar el conflicto que se viene ineludiblemente: el producir comida o producir combustibles, dado que la fuente de ambos será indefectiblemente, al menos si continuamos por este camino, la misma agricultura, y todos temen que no habrá posibilidades de abastecer los dos mercados simultáneamente, y entre la necesidad de comer de los pobres y la necesidad de abastecer el hambre de los automóviles de los ricos, es previsible imaginar quienes habrán de quedar en el camino…
Hemos dicho que, tanto el modelo rural como la producción de alimentos industrializados y su comercialización, se encuentran en manos de lo que se denominan los Agronegocios, y ello se expresa mediante las cadenas agroalimentarias que se inician en un modelo de agricultura sin agricultores, no importa de quién sea la tierra, y que llegan hasta nuestra mesa en forma de productos envasados cargados de publicidad, de residuos agrotóxicos y de conservantes. Ha sido ese un proceso lento pero implacable de conquista del sector, un proceso de apropiación masiva de los mercados, de cooptación y especialmente de aculturación del productor, porque persuadir al hombre de campo que lo suyo era un agro business, y transformarlo de chacarero a pequeño empresario rural, no fue un hecho menor, sino decisivo, para poder imponer el modelo agroexportador de las biotecnologías y de la dependencia a insumos que ahora tenemos.
Y no estamos hablando de algo que ocurrió ni de algo que ha llegado a su máxima expresión… no, todo lo contrario, las últimas informaciones nos hablan de 24 villas miserias nuevas, tan sólo en la Ciudad de Buenos Aires, y según los estudiosos del INTA, 8 de cada 10 de los desocupados que las pueblan, son desempleados de la agricultura… El proceso de despoblamiento continúa…
Ahora bien, si son las cadenas agroalimentarias las que dominan el sector de la producción y comercialización de alimentos, bien podríamos entonces admitir que cada vez que el Gobierno Nacional intenta resolver cupularmente, alguno de los problemas que en esta área se producen, estaría reconociendo y hasta legitimando ese poder de los agronegocios. Cada negociación con los dueños de las grandes cadenas no hace a lo sumo, más que solucionar los problemas hoy, pero a la vez fortalece el modelo hegemónico de los agronegocios y de las cadenas agroalimentarias.  Las negociaciones copulares y el modelo de premios y castigos que se han institucionalizado como práctica política, entre otros con los sectores rurales, es algo peor que aquello de tapar agujeros, es en definitiva una torpeza, el hacer doctrina de la coyuntura y olvidar cuáles serían las tareas indelegables de la investidura en el ejercicio del Estado. Lo que quiero decir es que en la negociación con el Agronegocio, se llame Mastellone o como se llame  ese agronegocio, el único argumento válido a ser usado por el funcionario podría ser el de: Señores, moderen su codicia y su voracidad de ganancias o me obligarán a hacer, lo que yo como funcionario debería estar haciendo…
Sigamos un poquito más con esta idea porque vale la pena desarrollarla. Lo que estoy diciendo es que el Agronegocio ha expropiado al Estado la función reguladora que al Estado le corresponde, y por supuesto la usa de una manera bastante discrecional y en su propio beneficio. El agronegocio es el que le fija el precio al productor, pero cuando ese precio baja en la tranquera no significa que vaya a bajar en la góndola para el consumidor de la ciudad. Creer esta inocentada es el engaño en el que muchos caen… algunos de buena fe y otros con muy, pero muy malas intenciones… La relación no es mecánica, porque los agronegocios manejan las cadenas agroalimentarias, así como los supermercados, y las manejan a discreción. Ellos son los dueños de todos los eslabones. A ver si se entiende: estamos jugando a los naipes con alguien que tiene todas las cartas, también las nuestras…
El precio que baja en la tranquera porque lo decide al Agronegocio, obliga al pequeño productor a disminuir los costos o a desaparecer, y ello significa incorporar el paquete tecnológico de la gran escala que también es parte del Agronegocio, o puede significar acaso incorporar mano de obra familiar que trabaja por la comida o incorporar mano de obra esclava o semiesclava proveniente de los países limítrofes. De hecho se da esa situación con los lácteos y la Serenísima, desde la dictadura de Onganía hasta el presente, sin que el esquema haya sido modificado en tantos años de Democracia. Se da también una situación similar con las retenciones a las exportaciones, en que al pequeño no se le discrimina si la soja va como poroto que paga el 21 o como aceite que paga el 5… el precio lo fija siempre el Agronegocio y la balanza se generaliza siempre para un solo lado. Y se ha producido lo mismo últimamente con la carne, donde la disminución del precio del animal en pie, se la quedaron los frigoríficos y los intermediarios, y no llegó al consumidor sino en mínima expresión y tan sólo para cubrir la apariencias y hacer como qué… es decir, hacer ver que la política empleada fue la correcta, mientras que en verdad, los agronegocios multiplicaron sus ganancias…
Entonces, y repito: toda negociación cupular implica la inmoralidad de manifestarle a la cadena de agronegocios que maneja los precios, algo así cómo: Señores, moderen sus exacciones o me veré obligado a tomar las medidas políticas a las que mi función me obliga y que no tomo porque prefiero continuar con el circo y preservar el modelo impuesto y negociar con ustedes que son como el zorro en el gallinero…
El plan ganadero anunciado no hace más que reafirmar ese modelo impuesto en los años noventa. Y también me refiero a que el Estado no tiene en estos momentos, instrumento alguno como para fijar políticas de cambio de ese modelo y ni siquiera para incidir en lo que ocurre en los mercados. Veamos sino: el ONCA no define políticas sino que es apenas un inspector comercial. El SENASA es en cambio un inspector sanitario y por supuesto tampoco define políticas. Y entonces qué?… La Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes, que se abolieron en épocas de Menem, sí en cambio definían políticas, porque regulaban el stock ganadero, porque fijaban precios sostén cuando eran necesarios, pero también, porque podían satisfacer esa necesidad de participación de los productores en las políticas, que es absolutamente legítima y que en estos últimos conflictos ganaderos ha surgido a luz como una reivindicación entre otras que, bueno sería atender en desmedro del liderazgo que sobre ellos tienen las corporaciones…
La supresión de las exportaciones de carne no ha hecho sino favorecer a los Agronegocios y a la extensión de la agricultura de las sojas transgénicas. O sea que, una mala política sobre el sector ganadero y más allá de sus intenciones  manifiestas, que han sido la de hacer descender el precio de la carne al consumidor, ha terminado favoreciendo a los frigoríficos, o sea a los agronegocios, que se quedaron con la parte del león en las diferencias de precios habidos en la intermediación y además ha favorecido también lamentablemente, al desarrollo de mayores extensiones de soja, porque son muchos los ganaderos que desalentados en sus producciones, se han pasado a la agricultura industrial de la soja.
Y esta situación que describimos se produce en un momento muy especial, cuando grupos importantes de municipios en la Provincia de Buenos Aires se reúnen por primera vez, para estudiar algún modo de detener la creciente sojización con que los amenazan los pooles de siembra, detener el cierre de los tambos y además la emigración a las ciudades de las poblaciones de sus municipios. Esta sojización se produce también, cuando crece en todo el país la resistencia de los vecinos hacia los sojeros y hacia las fumigaciones que acompañan la soja, y cuando los médicos verifican a diario una catástrofe sanitaria originada en la agricultura industrial; que el cáncer, las malformaciones, los abortos espontáneos y el descenso de la capacidad intelectual en los niños, se extienda como una mancha de tinta en todas las periferias urbanas de la Argentina, y que ello es la evidente consecuencia de los venenos que acompañan al modelo de la soja …
Pero hay más para demostrar el despropósito de ciertas políticas que por error u omisión, terminan alentando el modelo de la Sojización. De hecho, los agronegocios se han independizado de las políticas del Estado, imponen sus propios modelos y sus intereses regionales a nivel del MERCOSUR y se despreocupan de las alternativas político electorales que desvelan a los funcionarios y a los hombres de partidos. Ellos, los agronegocios, están más allá de esas alternativas y hechos coyunturales, son los que generan las políticas públicas y los que planifican el futuro de nuestros países. Nada que pueda hacer el Gobierno con su anecdotario de premios y castigos y con sus medidas errátiles, puede llegar a opacar lo que para el rediseño de la Argentina próxima que requieren las biotecnologías y los biocombustibles, pueden llegar a significar proyectos como el de la Hidrovía Paraná Paraguay y ahora también el del ferrocarril Belgrano Cargas, más conocido como el tren de la soja, con sus siete mil kilómetros de extensión, en las manos de Franco Macri y del jefe de la CGT, el camionero Hugo Moyano.
Lamentablemente,  no sólo el Gobierno es rehén del modelo sojero de los Agronegocios y tampoco atina a diseñar una política que sea capaz, al menos, de ponerlo nuevamente en posición de manejar los tiempos políticos y del desarrollo económico. También los pequeños productores son rehenes del modelo y los hemos visto en estos días haciendo causa común con los frigoríficos que se embolsaban las grandes tajadas de la torta, tanto como han hecho en los últimos años causa común con las cerealeras, en el absurdo reclamo contra las retenciones que, ellos precisamente no deberían haber pagado nunca porque son retenciones a la exportación y no al productor, y sin embargo son los exportadores los que les traspasan el tributo y son a tal punto prisioneros del modelo que, en vez de rebelarse ante el abuso descarado de los exportadores, hacen causa común con ellos y en su extrema confusión se rebelan y protestan contra el Estado…
No podemos ser ignorantes ni indiferentes ante estas situaciones. Hoy el modelo rural se proyecta de manera hegemónica sobre la Argentina toda, condicionando nuestras vidas en todos los ámbitos sin excepción alguna. Los Agronegocios nos han impuesto un modelo que conduce inexorablemente a generar enormes territorios vacíos por una parte y enormes conurbanos inmanejables por la otra. Un modelo de país en que la puesta de la agricultura industrial al servicio de la producción de biocombustibles, conducirá inexorablemente a un riesgo mucho mayor aún que los actuales: el de que carezcamos de la suficiente provisión de comida para los argentinos. Continuar enfrentando ese futuro temible sin reconstruir el Estado en sus instrumentos imprescindibles para elaborar políticas de intervención, políticas que puedan modificar el modelo de la soja, limitar sus desarrollos o morigerar sus crecientes impactos, no solo será un gravísimo error político, sino que constituirá un importante incumplimiento de la función de gobierno. Hacerlo desde un pensamiento meramente progresista, nos equipara, con los hermanos uruguayos y con la penosa tragedia de una generación de luchadores sociales y revolucionarios, que terminaron en el país hermano siendo absolutamente funcionales a lo que siempre combatieron o al menos declararon combatir. Si esa misma tarea se intentara  hacer en la Argentina desde los símbolos del Peronismo, tan solo estaríamos añadiendo la burla más cruel a la combinación de torpeza y de falta de conciencia nacional.
Jorge Eduardo Rulli
http://www.grr.org.ar
(3)
Sobre el tema se puede consultar en la revista www.elinterpretador.net , Nº13, de marzo de 2005, Tensiones y contenciones: Nielsen, Piglia, Fogwill y demás .
(4)
Las personas que he citado hasta aquí son, según pude consultar, hoy: 18/07/06, en  www.bolsar.com , parte del directorio del Galicia, sólo parte, apenas el Presidente, el Vicepresidente y sus 7 Directores Titulares.
(5)
Días después de haber escrito este texto, lo releo y me doy cuenta de que hay una pregunta que falta ser formulada en él. Una pregunta que no está, que no he formulado y sin la cual, cualquier lector podría interpretar legítimamente que lo que escribo peca de ingenuidad o cinismo. La pregunta es la siguiente: ¿acaso la revista donde se publica este texto, elinterpretador.net, y en la cual yo colaboro activamente, no ha recibido un subsidio del Gobierno de La Ciudad de Buenos Aires, el año pasado, por 5000$, para financiar el proyecto?  Sí, lo ha recibido. ¿Y no tengo nada para decir al respecto? Quiero decir: ¿es decente recibir un subsidio del Gobierno de la Ciudad de Bs. As. para financiar la publicación de una revista digital, pero indecente que el Banco Galicia financie a un grupo de escritores para que se presenten en un ciclo de conferencias hablando de literatura argentina? ¿Sería la decencia lo que está en juego acá? ¿Es eso? No, creo que no. Creo que el problema no pasa por ahí, sino, por la incapacidad real y concreta de poder pensar y problematizar qué verdad se pone en juego entre un proyecto cultural – ya sea hacer una revista, un ciclo de conferencias, escribir un libro o grabar un disco— y los medios materiales – el dinero— que se necesita para llevarlo a cabo con un máximo de autonomía posible. La verdad que no tengo nada claro al respecto y estoy escribiendo a ciegas. Pero, intuitivamente, voy a concluir planteando dos cosas. Por un lado, que no es lo mismo el Banco Galicia que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ya que el primero es un ente privado y el segundo un ente publico que le pertenece al conjunto de los ciudadanos, de lo cual deduzco, que las obligaciones y deberes que le competen a uno y otro son de diferente orden. Y por otra parte, que hoy las editoriales, el cine independiente, la música, las revistas culturales o literarias, el pensamiento crítico en gran medida esté financiado por becas, subsidios, esponsores estatales o privado o mixtos, o sencillamente por empresas de capitales privados, lo cual no me parece mal, ya que sin dinero, al menos en la sociedad tal como la conocemos hasta la fecha, no se puede vivir; pero sí me parece un problema grave que alegremente se pase por alto las preguntas que ponen en conflicto y problematizan el hecho de que el mundo del arte, el pensamiento y la cultura, sólo son posibles en la medida en que existe un capital que permite su desarrollo, y que este capital tiene un pasado, que no pocas veces ha sido forjado a expensas del dolor ajeno.
¿Quién es esa chica?
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006)
(Dossier Evita)
Una vez
le hice el amor
a una drácula con  tacones:
era un pop  violento que guió
el gran estilo  siniestro.
Ella fue por esa vez
mi héroe vivo.
¡Bah! Fue mi único héroe
en este lío.
La más linda del amor
que un tonto ha visto soñar.
La más hermosa  niña del mundo
puede dar sólo lo  que tiene para dar.
Música para  pastillas (¡rápido!)
y mucha cuchillería.
Hace unos días, charlando por msn, con una amiga, no sé cómo, comento, no sé a razón de qué, algo referido a Evita. Entonces, ella, me pregunta: y a vos ¿qué opinión te merece la rubia oxigenada? Me quedé pensando, con los dedos suspendidos sobre el teclado, buscando, con la mirada, en el local del ciber, qué responder. No sé, le respondí, para mi Evita es, básicamente, un personaje literario (1), que aparece en alguno de los momentos más felices de la literatura argentina del siglo XX. Para mí Evita es eso: Copi, Walsh, Viñas, Perlongher, Leónidas Lamborghini, Onetti, Borges, Barón Biza, María Elena Walsh, Soriano, Gelman. Eso. Literatura argentina. Sexo y traición en
Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y ya no tuviste los medios para defender tu vida.
Tu huída a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso, ahora me presento como tu testigo.
Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre.
Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa.
Quiero darte aliento.
Claro que también, Evita, es Madonna. Pero no la de la peli de Alan Parker (2) (que se rumoreó, en su momento, que Madona tuvo que acostarse con Menem para que éste le prestara el balcón de la Rosada para filmar algunas escenas – y nuevamentesexo y traición en…), sino la de los 80, la que cantaba Quién es esta chicaguiu ser gerls/ muchacha masculina...Esa mujer, la reventada, la que interpreta en el Parakultural, con adaptación de Enrique Symns, una versión teatral del cuento de Néstor Perlongher, Evita Vive. Pieza teatral que es acompañada con música de Patricio rey y sus redonditos de Ricota y que lo tiene a Fito Páez interpretando el papel de Jimmy, el marinero negro y porongudo (que mientras se hace chupar la pija por Madonna-Evita, canta, no te enamores nunca/ no te enamores nunca/ de ese marinero bengalí) y a Fernando Noy en el papel del que narra la historia.
Engañaste a la gente. Te entregaste en pequeñas dosis y te reinventaste a voluntad. Tus movimientos reservados anularon los medios para marcar tu muerte con la venganza.
Creí conocerte. Viví mi odio infantil como un conocimiento íntimo. Nunca te lloré. Agredí tu recuerdo.
Tú exhibiste una rectitud espartana. Los sábados por la noche, la olvidabas. Tus breves reconciliaciones te condujeron al caos.
No quiero definirte así. No quiero revelar tus secretos de una manera tan vulgar. Quiero saber dónde enterraste tu amor.
Y ahí, justo ahí, ahora, mientras escribo, Evita, se me presenta como el doble maldito de la Nené de Boquitas Pintadas. Es que ese otro gran personaje de la literatura argentina, Nené –¿acaso, nuestra Madame Bovary?—, lo percibo, como el otro y único destino posible de Eva si sólo hubiera sido atravesada por el sexo y traición en… pero sin haber sido, a la vez, imaginada de forma oblicua por la literatura argentina y realidad política. ¡¡¡Qué duda cabe que si Eva Duarte no se hubiera travestido de Eva Perón se hubiera casado con Donato José Massa y éste echado al incinerador, luego de su deceso, un 15 de septiembre de 1968, la correspondencia que mantuvo con Juan Carlos Etchepare!!! Es que, a Evita y Nené, las veo como las dos caras de una misma moneda, como cara y cruz del azar de un destino que se repele y se complementa, que se busca y rechaza, pero que se necesitan mutuamente para darle realidad una a la otra y viceversa. Porque, como puede leerse, en las paginas de un viejo libro descuajeringado y todo marcado por mí, del Centro Editor de América Latina, la intención inconsciente de cada mujer es parecerse a una monja, porque le han dicho que eso no sólo es decente, sino virtuoso. Poco parecido hay entre una y otra, sino el que ninguna hace lo que debe. Cuando alguna ostenta por reacción su impudor o liberalidad, se destaca tan neta de las demás que acentúa precisamente la abismal distancia que hay entre la excepción de la mujer que se da y la norma de las que no se dejan tocar con la mirada siquiera. Ellas trabajan, pobrecitas, para lucimiento de las otras.
Tú eras un fantasma. Te encontré en las sombras y tendí las manos hacia ti de muchas y terribles maneras. Tú no me censuraste. Soportaste mis ataques y dejaste que me castigara a mí mismo.
Tú me hiciste. Tú me formaste. Me diste una presencia fantasmal que brutalizar. Nunca me pregunté cómo rondabas fantasmagóricamente a los demás. Nunca me cuestioné el que poseyera tu espíritu.
No quería compartir mi derecho sobre ti. Te rehice de manera depravada y te encerré bajo llave donde otros no pudieran tocarte. No sabía que el simple egoísmo invalidaba todas mis exigencias sobre ti.
Vives fuera de mí. Vives en los pensamientos enterrados de desconocidos. Vives mediante tu fuerza de voluntad para esconderte y fingir. Vives gracias a tu fuerza de voluntad para evitarme.
Estoy decidido a encontrarte. Sé que no puedo hacerlo solo. 
Es probable, que para mí, Evita sea siempre, apenas, dos textos, más allá de el misterio de su muerte, y del teatro, en el cual, una y otra vez, se reinventa, a partir de un original que se a perdido irremediablemente, para travestirse de ella misma, y así, alzarse desnuda como frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor interpretando una Evita, igual y diferente, cada vez, en cada nueva ficción. Para mí Evita es, fundamentalmente, Eva Perón de Copi y Esa Mujer de Walsh.
Eva Perón no puedo evitar leerla sin escuchar la voz de La Mega –la travesti de Fernando Peña, una de las múltiples voces o personajes o vidas paralelas que habitan en él— travestida de “la” Eva de Copi y a Moria Casan –probablemente, el travesti más logrado, que haya conocido jamás, la Argentina— interpretado el papel de su madre (3). ¿Podría ser de otra forma, podría ser otra cosa que un traba, Evita, después de haber escuchado al Coronel decirle a Walsh estas palabras, ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!? Pero esta pequeña pieza teatral, delirante y desaforada, de Copi, que se puede leer como un tratado sobre las relaciones entre madres e hijas –¡¡¡quién alguna vez no fue la Eva Perón de Copi frente a su propia madre!!!, ¡¡¡qué madre no a devenido nunca la madre de la Evita de Copi frente a sus hijos!!!—, me hace suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten, y que me lleva a pensar, en otro texto, como su precursor velado que le dona su fuerza, Tema del traidor y del héroe, de BorgesPara mí la Evita de Copi, más allá de sus voces travestis, no es otra cosa que una reescritura bufa y maravillosa del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.
En cambio, el cuento, Esa mujer, de Rodolfo Walsh, lo veo, sí, lo veo, porque es un texto que se ve más que leer, con la economía matemática de un relato borgeano. Al texto no le falta ni le sobra una palabra, es perfecto, como La ruinas circulares, comoContinuidad de los parques. Perfecto. Si uno les sacara una coma, una sola palabra, a estos cuentos, se desmoronarían. Pero su argumento esta muy lejos de un cuento de Borges (4). Su argumento, al igual que en el texto de Copi, es desaforado, cruel, absurdo, y las voces del relato se enroscan en un delirio brutal, que me gustaría mentirme, que eso sólo es posible en la literatura, mientras bebo con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco, lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata. Pero ahí está el texto, lo veo ahora, lo escucho. Están Walsh y el Coronel, sentados, en unos sillones de un comedor de un décimo piso, bebiendo whisky, y yo los veo charlar. Escucho sus voces. El tema que los ha reunido no es ninguna forma concebible de amor. Es una muerta. Un lugar en el mapa. Apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme, lo escucho pensar a Walsh, mientras lo observo, entrevistándose con el Coronel. Y lo que yo, desde un gran ventanal donde se puede apreciar toda la ciudad al atardecer, veo, escucho, en ese diálogo, de dos hombres, que hablan, de una mujer, de un cadáver, que los obsesiona y que imaginan que si pudieran decir es mía… esa mujer es mía, y eso fuera cierto, ya no se sentirían como una arrastrada, amarga, olvidada sombra, y lo que yo escucho ahí, justo ahí, es el delirio proliferante de los personajes arlteanos, intoxicados desexo y traición, de política y locura. De Erdosain. De los personajes de sus cuentos, de Ester Primavera, de Noche terrible, de El jorobadito, de Escritor fracasado. Y ahora lo veo, a Walsh, retirarse, derrotado, del departamento del Coronel. Vuelve a su casa, se sirve un whisky, se sienta a la mesa, pone una hoja en la maquina de escribir, enciende un cigarrillo, pita, con fuerza, cansado, perdido, con asco, la boca podrida, de tanta farsa, y escribe:
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las ultimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
Ahora estoy contigo. Huyes, te escondes y te encuentro. Tus secretos no estaban seguros conmigo. Te has ganado mi devoción. El precio que has pagado ha sido verte expuesta públicamente.
Te he robado la tumba. Te he revelado. Te he mostrado en momentos vergonzosos. He aprendido cosas de ti. Todo lo que he aprendido ha hecho que te ame más profundamente.
Aprenderé más cosas. Seguiré tus pasos e invadiré tu tiempo perdido. Dejaré al desnudo tus mentiras. Reescribiré tu historia y mientras tus viejos secretos estallan revisaré mis juicios. Lo justificaré todo en nombre de la vida obsesiva que me diste.
No oigo tu voz. Te huelo y percibo tu aliento. Te siento. Te rozas contra mí. Te has ido y quiero más de ti.
Elsa Kalish
elsakalish@yahoo.com.ar
NOTAS
(1)
Porque al realismo del relato lo precede la invención de la vida. Para que alguien pueda contar una aventura, antes tiene que haberla inventado, por ejemplo viviéndola. Aquí también hay una inclusión: dentro del realismo, la invención (…) esta inclusión esta siempre vinculada al tiempo: dentro del realismo de lo que pasa, está la invención de lo que pasó.
(2)
La Madona  que interpreta Evita, en la película de Parker, se parece menos a Madona que a Evita. Madona en esa película se parece poco y nada a la Reina glamorosa y sexy del pop. Y es justamente por eso, que más allá que la película terminara siendo un mamarracho, Madona, logra captar algo elemental de la esencia perversa del imaginario libidinal de Eva. Ya que recuerdo a Dalmíro Saenz contando por radio, en el programa del Rafa Henandez, Piso 93, un domingo, de alguna noche de principios de los 90, algo así: todos cuando éramos chicos estabamos enamorados de Evita, a todos nos parecía hermosa, pero fijate vos, a ninguno se le hubiera ocurrido hacerse una paja con ella. Madona logra interpretar una Evita verosímil, creíble, no porque estuviera respaldada por un buen guión ni una buena dirección ni nada, sino, porque logra mostrarse, como la otra, como esa mujer, como la que imaginaba el adolescente Dalmiro Saenz de los años 40, como un objeto de deseo sin sexo o como un objeto de deseo que solo podría eyacular sus fantasías a condición de profanar la prohibición del incesto.
(3)
Leo, releo lo que escribí, y al llegar a este punto del texto, me imagino, por un momento, que soy el viejo zar de la televisión argentina, Alejandro Romay, y que voy a producir la pieza teatral de Copi, en un teatro de la calle Corrientes. La Mega en el papel de Evita y de Moria Casán en el de su madre, considero que es una decisión acertada. Pero sigo adelante y evalúo otras opciones. Todos travestis, o no, pero que manejan el arte del travestismo a la perfección. Barajo nombres. Las vedettes: Silvia Suller y Luciana Salazar; los actores: Alejandro Urdapilleta, quizá, y Antonio Gasalla, sin duda; la modelo: Dolores Barreiro; la senadora: Cristina Fernández de Kirchner; y la directora del diario Clarín: Ernestina Herrera de Noble. En esta constelación de nombres, yo, por un momento, devenida Alejandro Romay, veo a posibles figuras que podrían interpretar muy bien la pieza de teatro Eva Perón. A las primeras que descarto del elenco son a Dolores Barreiro y a Luciana Salazar, dos travestis jóvenes, que aun arrastran restos de femeneidad, que le resta fuerza y erotismo a sus esfinges, convirtiéndolas en monstruos híbridos, llenas de colágeno y afeites y siliconas y baya uno a saber qué más, porque si bien podrían cautivar a una platea masculina, ser la envidia inconfesable de la platea femenina y mediaticamente marketinera la obra interpretada por ellas, les falta cinco centavos para el peso aun. En cambio, veo, como una opción, arriesgada y provocadora, imposible y genial, a Cristina Fernández de Kirchner en el papel de Evita, quejándose: Mierda. ¿Dónde esta mi vestido presidencial?, y a Ernestina Herrera de Noble exigiéndole a su hija que le revele la clave de las cajas de seguridad que posee en Suiza; pero también, en esta puesta, veo, en el elenco, a Alejandro Urdapilleta en el papel de Ibiza tramando en complicidad con Evita-Cristina la farsa de la historia borgeana que reescribe Copi, a Antonio Gasalla travestido de ese Perón fantasmal y abatido por las migrañas, y a Silvia Suller descollando en el papel de la enfermera que asiste a la señora.
(4)
El cuento de Walsh, también, podría ser leído como una de las historias más logradas, más perversas, más degeneradas, más horripilantes que pudo haber imaginado la pluma endemoniada de romanticismo necrofílico de Edgar Allan Poe. Y claro, también, podría ser leída esta obra maestra de la literatura de terror de todos los tiempos como el capítulo inicial de una novela que ha dejado inconclusa Stephen King –el mismo que a dado vida a  monstruos ya clásicos, como esa suerte de alter ego del payaso Ronald Mc Donal´s, It´s (Eso), o la enfermera Misery que martiriza a su amado escritor y lo obliga a escribir para ella (¡¡¡cualquier relación entre hechos o personajes de la vida real de la novela Misery y del cuento Esa mujer es pura coincidencia!!!); o también, podría ser, este cuento, las primeras páginas de una novela de Alberto Laiseca, a la cual, imagino, que él, no solo haría que Walsh y el Coronel la fueran a buscar a Italia y la repatriaran, sino que los obligaría a que la devolvieran a la vida a la inmaculada y virginal momia Evita, y ésta, inevitablemente, se volvería una drácula con tacones que saldría a vampirizar por las noches a sus amados grasitas, sin privarse, antes de chuparle la sangre, de erotizarlos y someterlos a toda clase de románticas sesiones de sadomasoquismo –¡¡¡ya lo dijo el profesor Eusebio Filigranati: el ultimo refugio de los románticos es el sadomasoquismo!!!
La banda de los chacales, de Enrique Symns.
Introducción.
(elinterpretador, número 14 y 15, mayo 2005)
INTRODUCCIÓN
por Elsa Kalish
«-(…) Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores. Ya no podré hacerlo. Es una lástima.
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. – El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
– Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país.»
Alberto Laiseca 
La mujer en la muralla.
Mariano era hermoso.
Ojitos claros, casi tan lindos como los míos. Pelo largo hasta la cintura, sobretodo negro, un poco sucio, siempre con un Marlboro en la boca, y un no sé qué femenino que me arrebataba. La primera impresión que una se llevaba era que se había escapado de un video de Poison, Bon jovi, o Guns & Roses.
Lo conocí en la placita Roca, un mediodía, haciendo huevo, a la salida del secundario. Al toque pegamos onda. Él no sólo era lindo, sino además curtía un perfil lumpen, tenía amigos raros, tomaba merca y fumaba faso.
Estoy hablando del neolítico, años 92, 93, por ahí, qué se yo.
Pero Mariano tenía –no tendría más de 15 años– un encanto extra: una biblioteca. Sabía de libros y de música. Leía a Dostoievski, Burroughs, Bukowski, Borges, ¡de su boca escuché por primera vez Tabaquería de Pessoa! Escuchaba a Vinicius, Caetano, Los Redondos, Zumo, Shuemberg, los Pistols.
En fin, tenía todo lo que una podía esperar de un chico y algo más, lo mejor, estaba loco por mí.
Fue por él que conocí a Enrique Symns. Tenía todas las Cerdos & Peces.
Claro que cuando yo conocí la revista de Enrique, ésta ya no salía más, era parte de un mito de los 80. Me vienen ahora a la memoria algunas de sus tapas: el pelado Cordera y el gordo Rubén de la Bersuit, uno vestido de nazi y el otro de árabe, manoseando a una chica; Batato Barea –en los 80 para ser travesti había que tener unas pelotas bien grandes y peludas y encima algunas escribían poesía-; alguien tomando una raya así de larga de merca; una nena de 3 años posando desnuda; una monja masturbándose o clavándose un cuchillo en la argolla o algo así.
Volví a saber algo de Enrique cuando en el 95 el gordo Lanata sacó una colección de libros, Fin de siglo, donde aparecía una antología de textos de él: Invitación al abismo.
Cuando terminé el secundario me rajé de mi casa y estuve viviendo casi dos años, primero en Mar del Plata, y luego en Veraza y Lanus –el barrio de Luisito Ventura. Al volver a casa –después de mandarme todas las cagadas habidas y por haber– mi vieja me puso entre la espada y la pared: trabajás o estudiás. Estuve un año como cajera del Carrefour de San Martín.
Trabajar en Carrefour era una cagada, en especial los domingos al mediodía, que antes de ir al trabajo almorzaba en la casa de la tía Marta. Estábamos todos sentados a la mesa comiendo y alguien me preguntaba, ¿y el trabajo qué tal?, entonces contaba cómo nos explotaban y todos movían la cabeza desaprobando a estos carneros, que seguro deberían ser judíos –porque como todo el mundo sabe la dupla comercio y explotación la inventaron los judíos. Y una vez que Elsita había contado a su familia su triste papel de empleada a sueldo estos preguntaban, che Elsa, ¿qué ofertas hay en Carrefour porque tengo la revista de Jumbo pero la de Carrefour no me llegó?
La cosa es que mis francos eran los lunes, así que ahorré algo de guita y un buen día dije, como la Bulrrich, mañana digo basta y los mandé a la puta que los parió.
Fue ahí que volvió a salir la Cerdos y entre sus páginas había una publicidad que anunciaba que Enrique Symns y Vera Land iban a dar un curso de periodismo. Fui a anotarme, la redacción estaba en la calle Estados Unidos, unas cuadras más arriba de Cemento y conocí a Vera Land.
Nunca me voy a olvidar el primer día de clases. Me abrió la puerta Enrique, con un Parliament en una mano y un vaso de whisky en la otra, descalzo, y con la camisa mal abrochada. Era la primera en llegar y nos quedamos los dos mudos sin saber de qué hablar. Yo estaba muda porque me fascinaba como escribía –siempre fui muy cholula y nunca supe qué hacer cuando la cholulés rendía sus frutos– y como todos los que fuimos a ese curso, nos podía interesar poco o nada el periodismo, en todo caso si pagábamos por estar ahí era sólo por una razón: para escucharlo a Enrique. Y ahí lo tenía a Enrique, mudo, supongo que porque él estaba tan espantado de mí como yo de él. Luego fueron llegando los demás y Vera empezó a contarnos de qué iba la cosa, y cuando ya todo parecía perdido, Enrique se puso a hablar y nos enamoró a todos. No es que Vera dijera estupideces ni nada, Vera es divina, lo que sucede, lo repito, es que habíamos ido ahí para conocer a Enrique y punto.
De ese curso salió una revista que tuvo cierta circulación, Vestite y Andate, y me dejó dos amigos a los que amo: Fernanda Simonetti y Santiago “el negro” Ferront.
Ya para cuando Vestite estaba a pleno empezaron los roces con Enrique; nosotros estábamos cebados y queríamos hacer parricidio ya, y Enrique que no es ningún boludo presentó batalla.
¿Qué decir de esa época?
Que a veces extraño los jueves en El Mirador. La redacción de la Cerdos estaba en el sótano del bar y nuestras reuniones –deVestite– eran ahí mismo, los jueves a las 7 de la tarde, y después nos quedábamos a emborracharnos hasta la madrugada, Tom Lupo caía a eso de las once de la noche con su Cabaret poético, y cuando nos aburríamos íbamos a Ave Porco.
Fue por esa época que conseguí La banda de los chacales.
Yo hacía tiempo que la venía buscando, había leído los primeros capítulos en la Cerdos, y sabía que La banda se había editado en libro por publicidades de la revista. Pero nunca la vi en ninguna librería de viejo – y yo soy de revolver de arriba a abajo librerías de viejos por culpa de Juan Escobar – y cuando le pregunte a Enrique si él la tenía y me la prestaba para fotocopiar, me respondió, querida si alguna ves la conseguís haceme una copia.
Cuando ya había perdido todas las esperanzas, una tarde en El Mirador, charlando con Gastix –Gastón Pérsico, el diseñador deVestite, que estoy convencida que fue él con su talento el que más aportó a la revista, y la prueba de eso es que al poco tiempo de salir Vestite empezamos a ver por todas partes que nos estaban robando el diseño de nuestra publicación –le habló de la Banda y me dice, yo la tengo, ¿querés que te la fotocopie?
Sé que todo lo que escribí acá es un mamarracho. Se suponía que tenía que hablar de Enrique y no hice otra cosa que hablar de mí. Podría contar anécdotas de Enrique que no aparecen en su autobiografía El señor de los venenos, con el Indio Solari, con el Gordo Pier, con Fito, del departamento de Once, de un montón de cosas, y mil más, pero sería violar una intimidad y un cariño que no deseo perder.
Lo que si puedo contar es que Enrique es una persona única. Una cuando va al almacén y vuelve, y le preguntan a dónde fuiste, sólo es capaz de decir, fui al almacén. Él no, él de esa minucia te arma un relato, un viaje. Vamos che, enrique es poeta y si durante todos estos años en vez de dedicarse al periodismo se hubiera dedicado a la literatura estaría ahora ahí arriba. Por suerte, según me cuenta, en un mail, hace poco, cuando le pedí permiso para publicar La banda, está escribiendo dos novelas, y mi prima Pame que hojeó El señor de los venenos me comentó que esas primera páginas le hicieron acordar al Diario del ladrón de Jean Genet.
Puta, Enrique, me hubiera gustado en estas líneas presentarte como corresponde, a vos y a tu Banda de chacales. Pero como la idea no es vender nada, sino simplemente decirte que hace años sos parte de mi vida y que tus monólogos y textos y las pocas charlas personales que tuvimos son restos de una amistad imposible que resplandece en el abismo, creo que lo que dije hasta acá alcanza para que los que no te conocen ni nunca te leyeron tengan una mínima idea de esos restos de vos que son tus textos y les pique la curiosidad de querer saber quién es ese duende-loco-extraterrestre-pirata que conoce el delicado y misterioso hilo invisible que engarza a las palabras y las cosas.
Oscura noche en vuelo, de Silvio Mattoni.
(elinterpretador, número 13, abril 2005)
Introducción
Nombre de pila de la poesía
actual: Silvio Mattoni
Mi relación con la poesía, como con la literatura o la filosofía en general, es caprichosa, hecha de golpes de intuición, sin a prioris –aunque cada vez menos.
Pero la poesía, en particular, siempre fue, para mí, un hueso duro de roer. Me cuesta leer poesía. Y para colmo, la carrera de Letras, sólo tiene a una profesora que se dedica a leer poesía, Delfina Muschetti, que debe saber mucho, no lo dudo, pero es incapaz de trasmitir nada y sus clases son ideales para los alumnos que sufren de insomnio.
Sin embargo, leo poesía, poca, pero siempre de la buena.
Cuando leí los poemas que publicamos de Silvio Mattoni, me pasó algo parecido a lo que sentí una noche en San Telmo, cuando lo escuché a mi amigo, el poeta y crítico, Alejandro Ricagno, leer a Cesar Vallejo, algo que me niego a explicar, pero que cuando pasa, una no puede dejar de sentirse satisfecha, y agradecer, esos extraños y escasos instantes, de felicidad fugaz.
Si hoy me preguntaran por dónde pasa la poesía, dejando a un lado a las dos vacas sagradas: Leónidas Lamborghini y Juan Gelman, sin lugar a dudas diría que Silvio Mattoni es uno de los nombres a través de los cuales habla la poesía en Argentina.
Elsa Kalish
Mierda
(elinterpretador, sección Libros, jueves 27 de septiembre de 2007)
Por Elsa Kalish

Patrimonio. Una historia verdadera, de Philip Roth, traducción de Ramón Buenaventura, editorial Seix Barral, segunda edición argentina: 2007.

Cómo se escribe una reseña. No tengo ni idea. El año pasado intente garabatear una reseña sobre una pequeña y bella novelita de Jorge Viera, Mientras gira el viento, y era tan mala, que los editores de elinterpretador me la rebotaron. Ahora, después del fracaso rotundo y estrepitoso de aquella primera reseña mía acerca de la novela de Jorge Viera, Mientras gira el viento, vuelvo a intentarlo, con otra pequeña y bella novelita. Tengo frente a mi, Patrimonio, de Philip Roth.

A Philip Roth lo conocí una tarde inverosímil del 98 boludeando en la librería de usados Los Cachorros de Parque Centenario. Creo que encontré en las bateas de un peso de Los cachorros su novela Mi vida como hombre, editada por EMECE, o El lamento de Portnoy, editada por Bruguera·Libro Amigo. En todo caso, Mi vida como hombre y El lamento de Portnoy, fueron las primeras cosas que leí de Roth, al módico precio de un peso cada una. Luego encontraría en las librerías de saldo de Corrientes a ocho o diez mangos El teatro de Sabbath y Operación Shylock, publicadas por Alfaguara. Y después, en fin, fui rastreando sus novelas por cuanta librería de Buenos Aires pasara. No puedo evitar pasar por una librería y no detenerme, entrar, ver, revolver.

¿Debería, ya que es una reseña, dar cuanta de dónde nació Philip Roth, señalar cuales son sus obras mas destacadas, y fecharlas, y ponerlo dentro de una serie, una tradición y mencionar minimamente de qué van esas obras destacadas? Supongo que debería. Pero hay tantas cosas que debería hacer y no hago en mi vida que por qué preocuparme por cómo debería escribir esta reseña. Si no se cómo carajos vivir y sin embargo respiro, por qué preocuparme y no simplemente hablar sobre Roth y ya. Bien, sigamos, que mas da.

Patrimonio cuenta la relación de Philip Roth con su padre, a partir de un tumor cerebral que se le declara al viejo a los 86 años. Patrimonio es una novela con final cantado, el padre se muere. Patrimonio es la herencia que recibe un hijo de su padre. “Mierda”. Y Roth, con ese patrimonio, ese pasado, esa herencia, esa mierda, a partir de apuntes que toma mientras acompaña a su padre ante la muerte, escribe esta novela. ¿Literatura autobiografica, ficción? Qué se yo, qué me importa. Roth sabe narrar y Patrimonio es un gran relato que se lee de un tirón. Después de todo esto es una reseña que escribo porque me copó un libro y quiero trasmitir eso y no empezar a mandar fruta en un texto para presentar en un congreso para sumar porotos en mi curriculum para subir peldaños en el escalafón académico.

Ya en otras novelas, Philip Roth, que hay que señalar, tiene un sentido del humor y la ironía geniales, ha satirizado el problema de la herencia. Por ejemplo, en El lamento de Portnoy o El teatro de Sabbath, aparece la problemática figura de la madre, de la idish mame—claro, Roth, es un escritor americano, 100% americano, pero que se ha criado en un hogar judío no ortodoxo—, y en La lección del maestro y Operación Shylock juega con el problema de la torturada y pesada memoria judía del siglo XX. Y con Patrimonio se mete con la herencia paterna, que a diferencia de otras novelas suyas carece de humor, pero no de ironía.

No recuerdo muchos libros dedicadas al padre. La invención de la soledad, de Paul Auster—probablemente la única novela leíble de un escritor infumable—, los Cuentos de los años felices, del gordo Soriano y, quizás, el Barón Biza de Christian Ferrer—que no es una novela, pero que se podría leer como la parte de la historia que le falta y reclama la novela de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, novela que si en lugar de tener el tono frió y objetivo con el que Michel Houellebecq narra magistralmente Las partículas elementales hubiera optado por el tono desquiciado de las voces rencorosas y llenas de odio que vomitan su delirio de los personajes de ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, esa novela, El desierto y su semilla, sería, sencillamente, una obra cumbre.

Hace un mes atrás, cuando pase por la librería de usados y saldos, El banquete, de Pampa casi esquina Ciudad de la paz, y encontré en ella un piloncito de patrimonios de Roth en un estante de saldos, les envié un mail a Inés y Camila, que suelen pasar por esa librería, recomendándoles que cuando vayan al Banquete no dejaran de comprar la novela de Roth. Y cebada, en mi rol de asesora literaria, les escribía, que leyendo una novela como Patrimonio una se da cuenta lo buena y viva que esta la novela americana frente a la europea muerta hace más de medio siglo y la argentina que nunca ha podido traspasar el umbral de las buenas intenciones correctas y mariconas. Puede que me haya excedido un poco en mi observación—acerca de la literatura argentina, claro, porque la europea hace décadas es un socotroco marca Cañon—, pero la literatura americana desde principios del siglo XX a hoy no ha dejado de ser una máquina de sacar buenos narradores, cosa que no sucede aquí, y mucho menos en Europa, miren, si no, cito de memoria: Bierce, London, Cadwell, Faulkner, Chandler, Dick, Capote, Cheever, Burroughs, Pynchon, Bukowski, McCarthy, Tom Wolfe, Ellroy, ¡¡¡Sthepen King!!!, Lorrie Moore, Palaniuk, Ford, Ruso, Franzen y la puta que los parió, qué bien que escriben los americanos. Y Philip Roth, claro, aunque tenga novelas que no valen nada, como esa novelita cuyo titulo me fascina Cuando ella era buena.

Pero volviendo a Patrimonio, creo que la novela recoge un problema sartreano, o no, pero yo lo leo así, qué tanto, soy yo— y ese “soy yo”, que escribo, no puede olvidar la obsesiva pregunta que siempre se ha formulado Sthepen King a la hora de sentarse a escribir: ¿quién soy yo cuando escribo?— la que esta hablando a partir de lo que ha leído y a mi se me antoja que eso esta en el texto, qué tanto, che: el problema no es tanto saber que han hecho con uno sino qué es capaz de hacer uno con eso que le han hecho. La herencia, el patrimonio, la mierda que se hereda no se quita, jamás. Lo que sí, hay formas y formas, de llevarla. La novela de Philip Roth no explica cuál seria su mejor forma ni mucho menos. Philip Roth es un escritor, no un boludo que te dice cómo tenes que vivir para ser feliz. Y hace algo mucho mejor, narra “una historia verdadera”. Gracias, Roth, por todos estos años de buena literatura, que de algún modo, ya son parte de mi patrimonio, de mi herencia, de mi propia mierda.

Amor a primera vista
(elinterpretador, sección Libros, martes 2 de octubre de 2007)
Por Elsa Kalish.

El nacimiento de la biopolítica, Curso en el Collège de France (1978-1979), de Michel Foucault, Fondo de Cultura Económica, 2007.

A veces sucede. Un día cualquiera, igual a todos, estas viajando en el tranvía, leyendo Radiolandia, sin esperar que suceda nada, cuando de repente, levantas la vista, distraída, y ahí, justo ahí, parado frente a vos, descubrís que esta Marlon Brando, agarrado al pasamanos y te sonríe.

A mi, dos veces, me sucedió, que me enamore a primera vista. Así, de repente, sin esperar ni buscar nada en ese momento, de repente, tan de repente, algo sucedió. Simplemente levante la vista y ahí estaba lo que siempre había esperado y buscado en la infinita proliferación de cosas que hay pululando en el universo. Y las dos veces sucedió igual, fue apenas visualizarlo en mi campo óptico, para saber que aunque no supiera nada de él, ya lo sabía todo, que siempre había sido parte de mi y que siempre lo seguiría siendo aunque jamás supiera siquiera su nombre. Y ambas veces, sentí, una mezcla de fascinación y espanto, un exceso de alegría y dolor, debatiéndose en mi corazón, al percibir la gracia de ese momento único en que por un instante se descorre el velo opaco y fugaz del tiempo, y quedas desnuda y sin aliento, frente a su sonrisa, que ahora y siempre, fue lo único, que anhelaste dentro tuyo, para que el cielo fuera celeste, el sol amarillo, los chocolates tuvieran sabor a chocolate y tu alma fuera algo más que una estúpida cosa.

A veces sucede. Y voy a escribir sobre uno de estos amores como una suerte de ofrenda hacia el otro.

Hace ya varios años, una tarde, estaba yo en un departamento del Once en la casa de la hermana de una amiga. La hermana de mi amiga era abogada y tenía una pequeña biblioteca. Como no podía ser de otro modo me acerqué a inventariar rigurosamente todos y cada uno de los ejemplares que poseía esta biblioteca. No habría más de cien libros. En su gran mayoría todos libros sobre leyes, códigos y algún que otro bet-seller intrascendente. Solo había un libro que no solo era una gran novela sino que tenía algo que ver con mi existencia, Cementerio de animales, de Stephen King, con traducción de Cesar Aira. Y sin embargo, en esa biblioteca carente de todo deseo para mi, encontre un libro que me llamo la atención. Era de tapas negras, estaba junto a otros libros sobre leyes y nada indicaba que pudiera significarme algo o que tuviera algo para decirme. Sin embargo, algo en él me llamo la atención y lo tomé. Leí el nombre de su autor, Michel Foucault. Jamás había escuchado hablar de él. Y el libro en cuestión, se titulaba, Vigilar y castigar. Qué fue lo que me impulsó a tomar ese libro y querer leerlo, en semejante contexto y sin saber nada del mismo ni de su autor. No lo sé. Pero fue verlo y desearlo. Quererlo. Querer leerlo. La cosa es que le consulte a mi amiga si podía llevarme el libro de su hermana para ojearlo en casa porque me interesaba y me dijo que sí. Cuando, por fin, comencé a leerlo, primero me causó fascinación y angustia la elegancia exquisita de su pluma, y luego, me partió la cabeza lo que en él se planteaba. Así se inicio, esta larga historia de amor, entre Michel y yo.

Y al cabo de un tiempo de conocerlo a Foucault, por estas cosas que tiene la vida, un buen día me encontré en las aulas de la UBA cursando materias, y supe entonces que este filósofo que tanto amaba era muy popular dentro de la papilla que se consume en la academia. Son dos, fundamentalmente, los hits foucaultianos que ya son clásico de clásicos dentro de la universidad argentina, en Sociales el rock duro y glamoroso del panóptico y en Letras la balada con la que todas las chicas alguna vez nos enamoramos, ¿Qué es un autor?

Cuando encuentro un autor que me fascina suelo leer todo lo que ha escrito y buscar paralelamente todo aquello que se ha escrito sobre él. Esto me a sucedido con muchos, pero solo unos pocos al cabo del tiempo siguen siendo una cantera inagotable a la cual siempre puedo volver para extraer algo nuevo que aun no leí, produciéndome asombro y alegría, que esas palabras, por las que ya pase, sigan imantadas del brillo que eclipsa mi deseo. Eso me pasa con Borges, con Fontanarrosa, con Arlt, con Martínez Estrada, con Pessoa, con Foucault y con algunos pocos más.

Lo cierto es que a mi no me da mucho la cabeza. No me da. En cuanto intento forzarla mas de la cuenta—demasiado habitualmente—empiezo a patinar. Sin embargo, con el tiempo, aprendí algo, que cuando acepto que soy bastante idiota para incorporar cosas que a otros con o sin esfuerzo les resulta relativamente posible asimilar al barulo, puedo adquirir cierta lucidez. Cuento esto porque leo ensayos y filosofía desde los 16 años, tengo 31 y nunca fui capaz de resumir de qué esta hablando Pirulo en el libro que este leyendo. Para mi la filosofía, el ensayo, la teoría son un misterio que no entiendo. Jamás entendí un puto libro de filosofía que haya leído. Sin embargo, la lectura de ensayos y filosofía es una parte inescindible de mi vida. No porque busque en ella entender nada—no tanto porque no haya nada que entender, ya que no puedo hacer semejante afirmación, porque como ya dije, no me da la cabeza para tanto—sino porque me hace pensar. Hace unos días atrás terminé de leer La arqueología del saber y no entendí nada, pero nada de nada. Si me preguntaran, ahora, de qué habla Foucault allí, solo podría afirmar que esta haciendo una teoría general sobre el método de investigación que lo llevo de la Historia de la locura en la época clásica a Las palabras y las cosas, y no mucho más, lo cual, por cierto, es lo mismo que no decir nada. Esto no se debe a que Foucault sea un escritor hermético y oscuro, todo lo contrario, es claro y didáctico, además de que esta lleno de ideas y las sabe expresar con gran belleza. Lo que sucede es que a mi la cabeza no me da—claro que cuando afirmo esto no me estoy haciendo la canchera, la linda, remarcando algo para afirmar lo contrario, no, es verdad, a mi la cabeza no me da como le da a otros, por caso: Foucault, y estaría buenísimo que fuera de otro modo, y que no lo sea, más de una vez, suele producirme angustia, pero bueno, asi se dieron las cosas. ¿Entonces por qué insistir con Foucault cuando no se lo entiende? Es sencillo, porque me hace pensar. He leido a incontables lectores de Michel Foucault, nacionales y extranjero—Gilles Deleuze, Maurice Blanchot, Alicia Páez, Gustavo Mallea, Didier Eribon, David Halperin, Marcelo Pompei, Felisa Santos, etcétera— y en su gran mayoría me he sorprendido descubriendo que lo que dicen yo ya lo sabía o estaba cerca de saberlo, salvo que no sabría como expresarlo, pero lo que me sucede con ellos, a diferencia de Michel Foucault, es que los puedo seguir bien que mal pero no me hacen pensar. Tomás Abraham, es quizá, la excepción cuando escribe sobre Foucault así como cuando se dedica a la tele o a la empresa de vivir, es decir, me hace pensar, y además, no pocas veces, reír, porque posee esa inusual característica dentro de su gremio—el gremio de los “inteligentudos”—, de poseer humor.

Ahora bien, ustedes a esta altura ya se deben estar preguntando, ¿cómo, esta no era una reseña sobre El nacimiento de la biopolítica, y entonces, por qué, no dice una puta palabra, esta mina, acerca del libro en cuestión que se supone que tendría que estar reseñando, eh? Bien, ahora diré algo sobre el libro en cuestión que estoy reseñando para tranquilidad del lector.

Desde que Fondo de Cultura Económica distribuyó hará cosa de dos meses atrás, en las librerías de Buenos Aires, El nacimiento de la biopolítica, que cada vez que paso por una librería, él y yo, nos miramos, nos intuimos, nos deseamos, nos presentimos, nos histeriqueamos, nos hacemos promesas mudas y luego, el mismo azar caprichoso de la ciudad que nos reunió nos vuelve a perder cada cual por su lado, solos, infinitamente solos. Lo que quiero decir, es que no tener plata en un país del tercer mundo no es nada fácil, si es que en alguno lo es, claro. Lo cierto es que desde que salió el libro no lo he podido leer porque no tengo el dinero necesario para comprarlo. Así es este mundo, te mete en la cabeza que consumir es algo genial, que le da consistencia a tu identidad, pero no te aclara que para llegar a ser ese consumidor ideal pleno de derechos y deberes, feliz de la vida, como son felices las personas que aparecen en las propagandas de celulares, lácteos o gaseosas, hay cupo limitado. No es tan grave después de todo—mucho más grave es que el kilo de bananas cueste más de 4 pesos, eso sí es realmente grave, porque consumir bananas diariamente aporta el potasio que necesitan los músculos del cuerpo para que éste no se desplome, y el corazón, les recuerdo, es un músculo, que necesita tanto amor como potasio para poder hacer toc-toc toc-toc toc-toc y seguir el tempo de la melodía de los días y las noches, armoniosamente, sin desafinar (1)—, ya en algún momento conseguiré el dinero necesario para comprarlo y lo leeré. Por suerte el libro lo publicó Fondo de Cultura Económica que es una editorial que para mi presupuesto es carísima, pero no imposible como si lo hubieran publicado Amorrortu, Paidos, Ciruela o Taurus. Por otra parte, si lo tuviera el libro y lo hubiera leido, seguramente no podría haber dicho algo muy distinto a esto que cuento aquí, que leo a Foucault, no porque lo entienda sino porque me hace pensar.

(1)
¿Acaso no es éste uno de los temas fundamentales que intenta pensar Foucault en La hermenéutica del sujeto: del consumo correcto y equilibrado de amor y potasio que necesita el corazón? ¿Acaso todas las tecnologías del yo y del cuidado de sí no están pensadas y dirigidas solo para que el corazón consiga articular armoniosamente su propio toc-toc toc-toc toc-toc y así lograr hacer presente en el discurso una verdad que ponga en tensión al propio sujeto?

Memorias de una amante sarnosa
(elinterpretador, sección Libros, jueves 8 de noviembre de 2007)
Por Elsa Kalish.

No es país para viejos, de Cormac McCarthy, Mondadori, 2006.

Pura anarquía, de Woody Allen, Editorial Tusquest, 2007.

Los otros días, parada frente a la vidriera de la librería Hernández, fui presa de amargas y oscuras meditaciones. Ahí, justo ahí, a un escaso metro de mí, a una distancia que a la vez me resultaba tan posible franquear como inaccesible llegar, apenas separada por el vidrio de esta clásica librería de avenida Corrientes, vi dos libros. Claro que lo que convertía a una distancia tan humana y posible—un escaso metro—en algo tan inhumano e imposible de abarcar para llegar a esos dos libros que deseaba tomar, no era el vidrio de la librería Hernández, sino los precios de estos libros. Y esta paradoja de vivir en un mundo convertido en un supermercado repleto de cosas que a un mismo tiempo se presentan tan al alcance de la mano como esquivas a su tacto, tan reales y posibles en lo imaginario como irreales y fantasmales en los hechos, me llevo a recordar la paradoja de Aquiles y la tortuga de la cual hablaba el viejo Borges (1). Paradoja, dicho sea de paso, que lejos de tranquilizarme angustió aun más mi corazón abollado y lleno de aujeritos y me llevo a pensar que con el precio que tienen hoy en día los libros—¡para no hablar del precio en las verdulerías de las bananas que son una fuente imprescindible de potasio para los musculos del cuerpo!—sería mas redituable económicamente armar un grupo comando y asaltar librerías que robar bancos y vaciar sus cajas de seguridad.

El primero de los libros que ví, vale 99 pesos y es la anteúltima novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos. (Su última novela que acaba de ganar el Pulitzer se llama La carretera). Por lo que puedo recordar de leer en la solapa del libro, esta novela trata de un viejo que participo en la guerra de Vietnam, que vive en Estados Unidos cerca de la frontera con México y un buen día cae un avioneta en medio del desierto cargada de heroína o cocaína, y a partir de ahí empieza un raid desquiciado, en el que este viejo se queda con el cargamento y busca huir de la ley y los narcos, que lo buscan para recuperar la droga.

Cormac McCarthy es un escritor increíble. Yo llegue a él por haber leído en su momento un ensayo de Marcelo Cohen en Clarín—ensayo que se puede leer en su libro de ensayos ¡Realmente fantástico!, publicado por Norma—donde hablaba de la reciente publicación de Ciudades de la llanura, tercera parte de la trilogía de la frontera, trilogía donde McCarthy cuenta la historia de dos jóvenes cowboy´s—de John Grady en Todos los hermosos caballos, de Billy Partman en la genial En la frontera, y del encuentro de ambos en Ciudades de la llanura— entre finales de la década del 30 y principios del 40, época en que una forma del mundo en expansión—que por esa época se solía llamar “americanismo” y antes se llamo “mundialización” y hoy “globalización”— destruye de forma violenta una manera diferente de morar y ser en el espacio y el tiempo, porque estorba su despliegue y hace desvanecer en el aire su memoria—de ese morar y ser en el mundo—con la que se criaron estos cowboys, convirtiéndose en fantasmas a caballo que van de un lado y otro de la frontera entre Estados Unidos y México, sin encontrar un lugar donde preservar sus tradiciones ni escapar a la lógica del mundo que las a extinguido. La trilogía de la frontera cuenta la historia de una tragedia, la de unos seres que se ven expropiados violentamente del mundo para el que fueron criados y que no pueden renunciar a él ni adaptarse al nuevo. De esta trilogía, sin duda, la que es una gran novela, cuya historia esta grabada en mi corazón, es En la frontera, en la que Billy Partman va a toparse con una loba que esta atacando al ganado de la zona, que le va a dar caza y por fin cuando logre atraparla descubrirá que esta embarazada y en vez de matarla, cruzara la frontera dirigiéndose a las montañas aun vírgenes de México donde la loba podrá vivir en paz y tener a sus crías. En la frontera, Billy Partman cruzará la frontera tres veces y cada vez que lo haga la muerte dejara su sello implacable y sin sentido sobre él. Lo que es increíble en esta novela, no solo es la historia en sí que se narra, sino como McCarthy, durante páginas y páginas, nos hace cabalgar junto a Billy y su caballo, por un paisaje, tan cruel como bello, tan mudo como elocuente, trasmitiéndonos la gracia y desdicha de un hombre, su caballo y un paisaje—que se confunden y funden hasta formar un único organismo vivo—logrando que el lector olvide al cabo de unas páginas que esta leyendo un libro y de repente sentir en carne propia la desconcertante maravilla dulce y cruel de un atardecer cabalgando perdido y sin rumbo en el desierto. El mundo en las novelas de Cormac McCarthy es a un mismo tiempo un escenario de una belleza y crueldad tan violento como carente de palabras. Y sin embargo el silencio de ese mundo brutal y bellisimo que hace surgir las palabras de McCarthy es de una elocuencia y claridad absoluta.

La otra gran, increíble y genial novela de Cormac McCarthy es Meridiano de sangre. Una novela cuya acción trascurre a mediados del siglo XIX y donde a una patrulla paramilitar de americanos los contrata una ciudad Mexicana para exterminar a todos los indios que hay en la zona y que atentan contra el comercio y el desarrollo de la ciudad. La patrulla cumple su cometido pero se vuelve una maquina de guerra que arrasa y mata a todo lo que encuentra a su paso. El personaje principal de esta novela es un joven que se une a esta patrulla y el juez Holden que no se sabe muy bien quién es ni qué es pero que posiblemente sea un ente maléfico. Y a medida que una va leyendo Meridiano de sangre, se tiene la sensación que a McCarthy se le ocurrió esta novela luego de haber leído Una excursión a los indios ranqueles, Facundo, Martín Fierro, Movy Dick, y mirado todas las películas de cowboy de John Ford y el Juan Moreira de Leonardo Favio, y con todo eso, bien mezclado y procesado, en su cabeza, se haya sentado a escribir una de las mejores novelas americanas del siglo XX.

El otro libro que ví en la vidriera de Hernández y que me causó alegría que exista y desolación su precio, 35 pesos, es el nuevo libro de cuentos de Woody Allen, Pura anarquía. Me causo tanta alegría y felicidad que ese libro que no esperaba encontrar existiera como cada vez que durante todos estos años pase por una librería y entre las novedades descubría que Roberto Fontanarrosa acababa de publicar un nuevo libro de cuentos.

¿Qué decir de Woody? A esta altura de mi vida hablar de Woody Allen es como hablar de un amigo con el me crié y con el que he vivido incontables momentos intransferibles y que forman parte de ese espacio común en el cual sobran las palabras para dar cuenta de la amistad que nos une. Supongo que por eso siempre es tan difícil hablar de un ser querido, de un amigo o del amor de tu vida, porque eso que te une y que compartís con alguien, ya sea una amistad o el amor, solo vos y el otro lo conocen, lo comparten, y es lo que les otorga un aura, que hacia adentro de ese espacio que crea la amistad o el amor, basta para entenderlo todo con una mirada, pero cuando se lo quiere explicar a alguien ajeno a este espacio en común—el resto del universo—no hay palabras que alcancen para definir por qué esa persona que tanto amas es única, irrepetible y fundamental para tu corazón.

Bien. Dado que hablar de Woody Allen se me complica por cuestiones afectivas al igual que por cuestiones económicas, pero a la vez me resulta sencillo ya que conozco su narrativa y vi todas sus películas, voy a procurar ir en busca del tiempo perdido para intentar recuperar un jirón deshilachado de tiempo en el cual él y yo nos conocimos.

Fines de los años 80. Tendría 13 o 14 años, no más. La política y la economía del país eran una pesadilla que seguía a diario por los noticieros. Con mi primo Sebastián teníamos un pizarrón verde en el que seguíamos y anotábamos minuto a minuto el alza del dólar, la libra esterlina, el yen, y las monedas de oro mexicanas que era la moneda más cara que cotizaba en mercado, algo así como 500 y pico de dólares cada moneda, creo. La situación familiar era otra pesadilla diaria que no podía hacer desaparecer de delante de mi vista como con la pesadilla de la política y la economía que con solo apagar el televisor lograba por un momento enmudecer la ficción de los noticieros que me quemaban la cabeza. Y en el secundario no daba pie con bola, me llevaba todo, no entendía nada y no tenía amigas.

13 o 14 años tendría. No leía, ni conocía persona alguna que lo hiciera. El cine más sofisticado que conocía era el de Sábados de súper acción que iba por canal 11 y ocasionalmente el de Función Privada, por canal 7, los sábados por la noche. Eso sí, había empezado a dejar de ver diez o doce horas de televisión diaria y empezado a escuchar radio. La radio fue algo fundamental durante muchos años y particularmente en esos de la adolescencia y que hoy lentamente como con la tele voy abandonando. Fue algo esencial, por dos razones: una porque fue algo que me acompaño y me hizo sentirme menos sola en la desolación de aquellos días, y la otra, porque fue la que me hizo conocer la literatura. Algún día debería escribir un largo ensayo sobre la radio y la literatura, sobre cómo porque primero escuche radio empecé a leer y ver buen cine, y luego porque leía descubrí la escritura y la universidad—sin haber nunca terminado el secundario. Pero dejemos los “Días de radio” para otra noche y volvamos a Woody Allen.

A esa edad, 13 o 14 años, de Woody Allen recuerdo que ya había visto en la tele dos películas de él que me habían divertido bastante Robo, huyo y lo atraparon y La última noche de Boris Grushenko, pero que no me hicieron reír tanto como El mundo esta loco, loco, loco o las pelis de Olmedo y Porcel. Nada, era un chico feo, con anteojos de marco negro y que le sucedían situaciones graciosas, aunque no tanto como las que le sucedían a la Brigada Explosiva que me hacían llorar de la risa. Pero una noche, un jueves, caí en el viejo Canal 2 de La Plata, que según como soplara el viento lo enganchaba o no la antena del televisor de casa. La cosa, es que, en ese momento sin fecha precisa en mi memoria sarnosa, los jueves a las diez de la noche había en canal 2 un caramelo de dulce de leche que yo ya conocía de otro programa de televisión, Badia y compañía, era Alan Pauls. Alan conducía un ciclo en el que durante todos los jueves de cada mes se ocupaba de pasar las películas mas destacadas de un director de cine en particular. Yo tuve la fortuna increíble de descubrir este ciclo el primer jueves de un mes en que Alan Pauls estaba presentando a Woody Allen. Obvio que no recuerdo qué dijo Alan en ese momento de Woody Allen pero sí recuerdo las cuatro películas que se pasaron de él y el orden en que fueron apareciendo cada jueves: Dos extraños amantes, Manhattan, Septiembre y Zelig.

Los cuatro jueves de ese mes a la diez de la noche fueron para mí un antes y un después en mi vida. Me dejaron loca. Me rompieron la cabeza. De repente se había abierto frente a mí un mundo de cosas que ni sospechaba que pudiera ser posible imaginar. Pero lo que fundamentalmente me descolocó y más me llamo la atención en las pelis de Woody Allen era cómo y desde dónde hablaba él del amor. Para mí hasta entonces el amor era como se contaba y aparecía en Clave de sol, Amo y señor y El infiel, Una voz en el teléfono, Topacio, Celeste, Cristal y La dama de rosa, Rosa salvaje y Los ricos también lloran . Y no me quiero olvidar de El pájaro canta hasta morir, esa miniserie australiana en la que Richard Chamberlein era un cura que se debate toda la vida entre su vocación a Dios y la mujer que ama—¿quién de las que esta leyendo esta reseña y que haya visto esta miniserie en su momento por el viejo canal 9 de Romay no lloró hasta decir basta y sentir que el corazón se le destrozaba con el final de El pájaro canta hasta morir, cuando ellos, ya viejos, se encuentran y él le pide perdón por haber elegido a Dios en lugar de ella, porque ella era lo que ahora, ya tarde, ya tardísimo, ya sin tiempo, descubría que había sido siempre el gran amor de su vida y que Dios jamás podría perdonar esa traición, ya que Dios hubiera entendido que no lo eligiera a él por amor a una mujer pero que nunca le podría perdonar de estar junto a él a costa de renunciar al amor?; ¡ay! ¿sería así exactamente el final o me lo estoy confundiendo, salvando las distancias, al argumento de El pájaro canta hasta morir con la novela El amante de Margaritte Duras más un mix de delirios melodramáticos surgidos de mi corazón desquiciado? ¡Perdón, me fui al carajo! Vuelvo. Woody Allen, sí. Qué estaba diciendo (2). Bueno, nada, tiempo después, no mucho, yo solía escuchar a Bobby Flores en la Rock & Pop, el programa que tenía todas las tardes de una a cinco y el que tenía los sábados por la noche, en el que sólo pasaba música y leía algunos cosas y por él me entero que Woody Allen había escrito cuentos y que se conseguían en una edición en español. Así que fui a la avenida Corrientes y compré los Cuentos sin pluma, que me hicieron reír mucho. Y durante muchos años lamente que Allen no hubiera seguido escribiendo y publicando cuentos, hasta que los otros días pase por la librería Hernández y descubrí Pura anarquía, el nuevo libro de cuentos de este hombre que muchas veces me hizo reír y pensar con sus cuentos y sus pelis y una noche perdida de mi adolescencia—que intenta recuperar mi memoria de amante sarnosa—me mostró el amor como solo un extraño amante, inolvidable e irrepetible, puede hacerlo.

Y me gustaría terminar esta reseña apuntando como hace en una de las escenas finales el personaje que interpreta Woody Allen en Manhattan donde esta triste, solitario y final porque su chica se va a vivir a Inglaterra y se pone a anotar en un cuaderno las cosas mínimas y personales que le dieron un sentido a su vida: la risa plena y violenta hasta el llanto que se apodero de mi primo Leonardo y yo una tarde volviendo en colectivo de jugar a los fichines en el Saccoa de Mar del Plata; una madrugada borrachos hasta el culo en que abrazados con Gus le cantábamos a Fer la canción La buena estrella de Fito Paez; el día que vi publicado en el fanzine punk La nueva ley un articulo donde denunciaba como explotaba Carrefuor a mis compañeros y a mi; el momento que entre por primera vez a un estudio de radio y lo conocí a Pablo; el atardecer de mi último cumpleaños en que Marlon Brando me hizo el regalo mas lindo que nadie me halla hecho jamás: un almanaque hecho por él; una mañana en que fuimos con la abuela Elsa de compras a Suárez; el abrazo que nos dimos Javier y yo una noche en San Telmo por la felicidad y el asombro que nos producía darnos cuenta que acabamos de sacar el primer numero de nuestra revista Vestite y andate; las tres noches que no pude dormir después de leer Historia de la eternidad; las tardes de mate con mi primo Seba en las que siempre terminamos deviniendo las hermanas de March, Selma y Paty; el rasgueo de una guitarra que acompaña la voz de María Marta Serra Lima en cierto bolero; el monologo que una noche hizo Enrique Symns sobre Totem y tabú; el cumple que pase con torta y todo en el pabellón 14-22 de sidosos y violentos del Borda junto a Dany; el domingo que escuche leer en Hora 25 a Lanata Tabaquería; la risa de mi sobrino Esteban; mi primer cuento; los cigarrillos; los Redondos tocando Juguetes perdidos por ultima vez en el estadio de Córdoba; cuando el oficial bajo el arma y nos ordeno que desaparecieramos; amanecida sentada en la arena escuchando el sonido del mar en las playas del Faro; el primer carro de pan que cocine en el horno sin ayuda de nadie; ver caer la nieve a traves de la ventana de una confiteria de Barrio Norte mientras él y yo comíamos lemon pie y tomábamos café; las horas posteriores a que terminara de ver por primera vez Dos extraños amantes; el fuera de foco de Robin Williams en Los secretos de Harry; la escena en blanco y negro—¿con música de Gershwin?— en que se ve—¿o imagino ahora?—a Woody Allen y Daine Keaton sentados en un banco abrazados frente al puente de Brooklin al atardecer. Siempre son así las memorias de una amante sarnosa, apenas un resplandor, un aroma, que flota en el aire, solo un momento, haciendote recuperar para volver a peder al instante, la gracia y dicha de aquellos momentos de tu deriva en que fuiste feliz sin saberlo. Sin saberlo, porque eso que solemos llamar felicidad, cuando ocurre, es algo que nos hace olvidar y perdernos a nosotros de nosotros mismos y nos permite ser, frente al otro, algo que fluye, sin por qué ni para qué y que luego, cuando pasa, reconocemos ahí, en ese olvido de uno frente a otro, nuestro rostro más bonito, nuestra risa más plena, nuestra palabra mas lúcida y elocuente. Y Woody Allen forma parte de esa memoria sarnosa que me recuerda que una noche sin saberlo fui feliz mientras el corría cuadras y cuadras en blanco y negro para intentar llegar a tiempo a detener a Mariel Hemingway que se estaba yendo…

(1)
“Recordemos, ahora, esa paradoja.
Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles Piesligeros el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro y así infinitamente, sin alcanzarla… Tal es la versión habitual. Wilhelm Capelle traduce el texto original de Aristóteles: “El segundo argumento de Zenón es el llamado Aquiles. Razona que el más lento no será alcanzado por el más veloz, pues el perseguidor tiene que pasar por el sitio que el perseguido acaba de evacuar, de suerte que el más lento siempre le lleva una determinada ventaja”. El problema no cambia, como se ve; pero me gustaría conocer el nombre del poeta que lo dotó de un héroe y de una tortuga. A esos competidores mágicos y a la serie (…) debe el argumento su difusión. (…) El movimiento es imposible (arguye Zenón) pues el móvil debe atravesar el medio para llegar al fin, y antes el medio del medio, y antes el medio del medio, del medio y antes… (…) Un siglo después, el sofista chino Hui Tzu razonó que un bastón al que cercenan la mitad cada día, es interminable”.

(2)
Bajo al lector a esta nota al pie, en lugar de corregir esta zona del cuerpo central del texto donde quería recuperar algo de cómo Woody Allen habla del amor en estas películas, para señalar que considero que rescribir el texto ahí donde éste se desvía y me hace equivocar el camino para decir lo que él desea independientemente de lo que estaba contando, seria traicionarlo. Pero como sería de algún modo, también, traicionarlo, recuperando, ahora, aquí abajo, lo que no dije mas arriba, prefiero dejarlo inconcluso y erróneo al texto a la vista del lector, ya que sus balbuceos le pueden restar claridad expositiva pero le otorgan cierto movimiento elástico y vital, torpe y caprichoso, del cual las palabras se valen para captar la música que las reúne y las hace bailar frente al blanco de la hoja.

¿Querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?
(no-retornable, sección reseñas, diciembre 2007)
Por Elsa Kalish.
Estudio crítico sobre HOTELES, de Hernán Sassi, editorial PICNIC, 2007.
¿Cómo se hace posible que las apariencias “den a luz” ideas? Por medio de su coherencia específica en un instante dado articulan una serie de correspondencias que provocan en el observador el reconocimiento de alguna experiencia pasada. Este reconocimiento puede mantenerse en el nivel de un acuerdo tácito con la memoria, o puede volverse conciente. Cuando esto sucede, es formulado bajo la forma de una idea”.
Hubo un tiempo en que Hernán Sassi y yo fuimos grandes amigos. Hubo un tiempo en que Hernán Sassi y yo compartimos mates, cereales Granix, tardes muertas, angustias, alegrías, escrituras, lecturas, noches, fiestas, cervezas,  caminatas sin rumbo, charlas, secretos, palabras de socorro dejadas en el contestador del teléfono del otro, dinero y todo lo que una gran amistad permite compartir. Hubo un tiempo en que a Hernán le encargaron escribir un libro sobre una película y da la casualidad que por ese entonces a él y a mi nos unía una gran amistad y gracias a eso pude ver todo el proceso de creación de su libro. Fui leyendo los borradores de diferentes partes del libro a medida que se fue escribiendo y rescribiendo y rescribiendo…—creo que a esas lecturas, más allá de la lectura, no pude aportar nada significativo al libro. Lo que quiero decir es que Hernán trabajo mucho para llegar a la forma definitiva que tiene el libro. Hernán es un cinéfilo y lector apasionado y tiene una gran capacidad de trabajo. Y su libro Hoteles es producto de la subordinación y disciplina de sus pasiones y capacidades.
Bien. Hoteles es un estudio critico sobre una película malísima que filmo Aldo Paparela. Aunque yo no lo llamaría estudio critico a su libro sino ensayo. Una expresión de deseo: Hernán es un buen ensayista y ojalá siga por esa senda y no se desvíe por la senda de los estudios críticos de los inteligentudos que de tan porongudos que son sin Viagra la tendrían siempre muerta. Hoteles es un ensayo que piensa a partir de una película, Hoteles. ¿De que trata la película? Bueno, la única vez que intente verla me quede dormida al cabo de 5 minutos. Si hubiera sido yo sola la que me hubiera quedado dormida, baya y pase, pero ese día estábamos viendo la peli unas diez personas y todas a excepción de Hernán, quedamos literalmente desmayadas. La película—que finalmente por puro masoquismo me obligué a ver entera—es una potente somnífero, con dos o tres escenas porno, que en la soledad bien merecerían una buena pajota—una eh, si te haces más de una con esa peli, bueno, corre rápido a un analista porque estas en serios problemas y no quiero ser aguafiestas pero seguro, seguro: ¡estas enamorado de tu mamá!—, pero salvando estos hechos colaterales, en sí, la película no vale nada, es “un pelotazo en contra”, “un dolor de huevos”, lo que quieras, menos una película para recomendar a un amigo que vea “porque la tenés que ver, loco, porque esta buenísima”. No, desde ya no, no y no. La película no tiene una historia, es pura técnica cinéfila, sin narración, sin un carajo. Una estupidez. Si tendría que definirla lo haría así: primer acto, estamos en Shangai y un quía encara a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; segundo acto, estamos en Nueva York y un quía le dice a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; tercer acto, estamos en Montevideo y un quía encara a otro: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; cuarto acto, estamos en Buenos Aires y una quía le propone a otra: ¿querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?; quinto acto, estamos en Chernovyl y una quía y un quía chocan un rato sus respectivos bichos. ¿Cómo se llama la obra? Bueno Paparela a eso lo llamó Hoteles y Sassi una película fundamental del nuevo cine argentino y yo ¿Querés chocar un rato tu bicho con mi bicho?
Bien. Lo notable es que Hernán a partir de semejante bodrio logro articular una constelación de ideas, problemas y lecturas propias para pensar y escribir un ensayo critico decente. Es curioso como a veces a partir de un elemento estúpido o irrisorio nuestra mente adquiere una lucidez y filosidad que bien encaminada permite una productividad y brillantes única. El ensayo de Hernán sobre la película Hoteles es el caso. La película es una reverenda estupidez. Y el ensayo de Hernán que piensa y lee a partir de esa estupidez que es la película es muy bueno. Claro que el ensayo de Hernán sobre Hoteles es elogioso y cada palabra esta fundamentada. Pero cualquiera que vea la película y luego el libro de Hernán o viceversa, notara un abismo, entre la riqueza de lecturas del ensayo hernaniano y la película paparula. Lo que quiero decir, es que entre la película y el ensayo critico que la lee, media la misma distancia que hay entre tres apuntes mal garabateados para una historia y una novela bien escrita, pongamos por caso una novela que le gusta a Sassi, Glosa, de Saer.
Lo que sí tiene la película y por eso es tan productiva para un critico divertido, ocurrente y versátil en teoría (y Hernán lo es, tiene una sólida formación autodidacta más que académica) es que Hoteles es un compendio de guiños para lectores cultos que se comieron el camello del fin de los relatos, de la muerte del autor, del desdibujamiento del sujeto y de los lugares, en fin, de que ya no se puede contar una historia con principio, nudo y fin. Por eso es que gusta tanto Sergio Chejfec o Cesar Aira entre los hombres de cultura. Por eso, también, es que son incapaces de leer La historia de Lisey de Stephen King, Las correcciones de Jonathan Franzen o El rey de la milonga de Roberto Fontanarrosa. Simplemente porque tener que leer esos libros los obligaría a tener que reconocer que la muerte del relato es una estupidez. Como Hoteles de Paparela que es incapaz de contar nada. Pero eso no es un problema de los artistas sino de los que quieren ser artistas y no les da el cuero. Y claro, de los críticos inteligentudos.
A ver, para ir concluyendo, desde ya que aconsejo la lectura del libro de Hernán Sassi y desaconsejo fervientemente ver la película de Aldo Paparela. En todo caso si luego de leer el ensayo hernaniano tuvieran ganas de ver una peli en ámbitos encapsulados y que pone en tela de juicio algo de la condición humana o que juegue con sus angustias recomendaría ver Barton Fink de los hermanos Coen, El resplandor de Kubrick (basada en la novela de Stephen king),La celebración de Vinterberg, o por qué no Dogville de Lars Von Trier. O les propondría leer las novelas La experiencia sensible de Fogwill o Plataforma de Michel Houellebecq, donde también los bichos se chocan de lo lindo—remarco esto particularmente por si acaso usted lector es el famoso “niño masturbador”—como en los Hoteles de Paparela, pero a diferencia de éste film en las novelas que recomiendo el lector además de tener que ejercer un “libre ejercicio (y no método) de lectura” podrá ser recompensado con una historia, un cuentito que trascurre en hoteles, algo para lo cual el cineasta “inclasificable” de narraciones “no tradicional(es)” no clasifica ni por una tostadora eléctrica como premio consuelo por haber participado.
Sí, soy mala poeta, pero…, de Alberto Laiseca.
(elinterpretador, número 28, septiembre 2006,  sección Libros)
Por Vicky Rákover
Presentación
Sí, soy una mala poeta, pero…., de Alberto Laiseca, publicado por Editorial Gárgola.
Alberto Laiseca, según cuenta la leyenda, nació en Rosario y se crió en un pueblito de Córdoba, Camilo Aldao. Estudió algunos años la carrera de ingeniería. Y se ganó la vida en múltiples oficios; como mano de obra barata para levantar cosechas en el campo, corrector de pruebas en un diario, periodista, telefonista. En algún momento de la década del 70, Fogwill y Piglia, descubren a quien en 1976 la editorial El Corregidor le publicaría su primer libro, una novela, Su turno para morir. A principio de los años 80 publicaría un libro de cuentos, que por su sólo título –independientemente de su contenido— debería estar en toda biblioteca que se precie de tal, Matando enanos a garrotazos. Luego irían apareciendo otros libros: las novelas Aventuras de un novelista atonalLa hija de KheopsLa mujer en la murallaEl jardín de las maquinas parlantesEl gusano máximo de la vida mismaBeber en rojo (Drácula)Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, Las cuatro torres de Babel; un libro de poesíaPoemas chinos; los libros de cuentos, Gracias Chanchúbelo y En sueños he llorado; y un libro de ensayos, ¡Por favor, plágienme! Pero también, Laiseca es artífice de una leyenda, Los Sorias, novela desmesurada, tanto por los años que le llevó al autor escribirla, como por su extensión y por su derrotero de años y años en los cuales buscó sin suerte un editor que se animara a publicarla.
También habría que decir que Laiseca es un narrador oral. Su libro Cuentos de terror, que recopila algunos de los cuentos que reelabora y narra oralmente, en un ciclo de la señal de cable I-Sat, da cuenta del manejo que posee Laiseca de ese viejo arte olvidado y artesanal, de sentarse frente a alguien y contar una historia.
Una vez, un amigo, mientras tomábamos unos vinillos, escuchando Small Change de Tom Waits, me dijo, ves, ese es el encanto de Tom Waits, que es un hombre al que le sale la voz del corazón, que canta con las cuerdas vocales tensadas por sus sentimientos y la pasión. Y creo que de alguna forma se podría decir lo mismo de la obra de Laiseca, de sus relatos orales, de su escritura, de los pasajes más logrados de sus libros, que es la voz macerada en el mortero de los sentimientos y embriaguez de la pasión de un hombre que relata algo, tan lejano y próximo, como una experiencia, de algo, que sucede aquí y ahora, y que es, sin más, sin por qué, ni para qué, ni más tiempo ni espacio, que el que abre la voz del relato.
También, se podría pensar, toda la obra de Laiseca, como la reescritura de algunos pocos temas, a los cuales vuelve obsesivamente, en cada libro, cada vez, desde diferentes ángulos: el amor, el poder, la amistad, la muerte, la pregunta por la técnica, el sexo, el Mal, la búsqueda de la sabiduría, la guerra, el sin sentido y dolor de la existencia, el humor.
Laiseca es un autor que se mueve dentro del panteón de la literatura universal con la comodidad y felicidad que planteaba Borges que debía asumirse a la hora de sentarse a escribir, en su ensayo El escritor argentino y la tradición. Así, en Laiseca se puede leer una novela china – La mujer en la muralla—, un cuento gótico que rinde homenaje a Edgar Allan Poe  —El cuarto tapiado—, o una novela donde su realismo delirante se toca en un punto evanescente e impreciso con la novelística de Philip K. Dick –Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati.
Laiseca es un artista. Un sabio loco. Un mago blanco. Un narrador oral. Un escritor con un estilo, un sistema de citas, algunos temas y una galería de personajes –entre los cuales, él, dentro y fuera de sus ficciones, es su personaje más logrado y conmovedor— que ha producido alguno de los momentos más felices de la literatura argentina.

Laiseca, que es un aprendiz de brujo, un iniciado en los misterios de la magia, sabe como todo mago, que las palabras crean mundos, curan llagas, escriben cartas de amor, hacen brotar la risa en las situaciones más desamparadas y crueles, pueden dar sentido ahí donde la locura (que no es otra cosa que dolor en estado puro) es un príncipe cruel y déspota que humilla a sus súbditos con el solo propósito de deshumanizar al prójimo para convertirlo en un monstruo dócil con el cual gozar. Claro, que también sabe, que esas mismas palabras manipuladas por manos torpes o manijeadas  por el anti-ser pueden crear desiertos, sembrar el hambre, generar dolor, pudrir el alma, envenenar el placer, extraviar la existencia en los laberintos de la desdicha y la soledad sin fin.  Lo que quiero decir, es que, Laiseca, con su arte, con su magia, con sus palabras, no hace otra cosa, todo el tiempo, que intentar iniciar a su discípulos –a sus lectores y a sus oyentes— en el doloroso camino de la disciplina más difícil he imposible de todas, la de hacer del hombre algo humano, una experiencia sensible. Por eso siempre lo vi al maestro Lai como una suerte de Scherezade, que por medio del poder de la magia de los relatos pertrecha al alma de la inevitabilidad de la hórrida muerte, mitiga el dolor, le da un sentido a la nada de la existencia con su brutal carga cotidiana de barbarie, y a veces logra crear el milagro, a veces, sólo a veces, de hacer del hombre algo más que un saco de huesos depravado y perverso, y que pueda ser capaz de crear las condiciones de posibilidad que le permitan abrir  puertas en el alma  a la experiencia del amor y la amistad. ¿Qué sería del hombre sin la posibilidad de poder dar y recibir amor? ¿O qué sería del hombre sin la posibilidad de compartir un momento con un amigo? ¿Qué sería? Lo que es el mundo hoy, lo que fue y será siempre. Basta con ver con los ojos ciegos bien abiertos a nuestro alrededor, con caminar por la calle, ver la cara de las personas que viajan en un colectivo o en un tren como ganado rumbo al matadero, o de la cajera del supermercado que va despachando tu carrito lleno de mercadería. O tu propio rostro, ciertas mañanas, cuando te mirás en el espejo del botiquín del baño y lo que ves reflejado en él es la cara de Drácula y su destino de eterna soledad. El mundo es un lugar oscuro, injusto y horrible, y si no existieran artistas, magos como Laiseca, que nos dicen que el mundo es lo que es, algo terrible y demencial, y que sin embargo hay algo más, algo inexplicable y maravilloso, como el amor y la amistad, nuestras vidas serían insoportables. Serían un campo de concentración nazi.

Lo que sigue a continuación, es el primer capítulo, de una novela, que por estos días está publicando la editorial Gárgola, Sí, soy mala poeta, pero…,y que espero sea del agrado del monstruoso lector degenerado que lee estas líneas de presentación.
Vicky Rákover
Christian Ferrer, el ensayista
(elinterpretador, número 30, marzo 2007) (Dossier: Baron B. Extra Brutt)
Por Juan Pablo Liefeld
 “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía”.
-I-
Hay textos que cuando uno los lee, como en el amor, algo pasa, algo inexplicable, y ya nada vuelve a ser lo mismo. Algo así me paso una tarde de 1998 cuando abrí El Ojo Mocho nº 7/8 y leí el ensayo Una moneda valaca. Cómo llegue a leer un ensayo de Christian Ferrer. Supongo que por Fernanda Simonetti y Gustavo Casartelli que estaban cursando la carrera de Comunicación y habían asistido a la cátedra Informática y sociedad, de la cual Christian Ferrer es titular. O quizás, llevado por la curiosidad de saber qué escribía un tal Christian Ferrer al que Tomás Abraham agradecía en su libro Historias de la argentina deseada. O quizás, también, porque Horacio González en Arlt, política y locura citaba a Una moneda valaca en la bibliografía. Quién sabe. En todo caso leer ese ensayo me produjo una excitación y lucidez que, como cuando uno se enamora, es atravesado en toda la línea por una experiencia sin mediaciones en la cual luego las palabras, en el mejor de los casos, apenas alcanzan a rozar lo que no llegan a definir.
-II-
Es una tarde de domingo y estamos con Analía Romeo caminando entre el bullicio de un mundo de gente por las instalaciones de Buenos Aires No Duerme para ir a la sala donde Christian Ferrer va a dar una charla sobre el arte del ensayo. La sala es apenas cuatro paredes de cartón, unas sillas, y una tarima donde hay una mesa con un micrófono para el expositor. En el lugar no debe haber más de 15 personas y Analía y yo nos sentamos a esperar que comience la charla. Hasta ese día nunca lo vi a Christian Ferrer pero desde hace un tiempo he leído todo lo que ha caído en mis manos de él. De repente llega un hombre de unos cuarenta años, con camisa a cuadritos y jeans, y una carpeta y libros bajo el brazo. Saluda y se dirige a la tarima. Pero no sube y ocupa su lugar. En cambio, da vuelta una silla del público y apoya sus carpetas y libros y se sienta en otra mirando al frente y de espaldas a la tarima y el micrófono. Vuelve a saludar y se presenta. Luego hace silencio y abre un atado de Marlboro de 10 y se toma todo el tiempo del mundo para encenderlo y darle unas pitadas al cigarrillo. Entonces empieza a hablarnos del arte del ensayo. Pero el ruido del lugar es infernal y el tono de voz de Christian Ferrer es muy bajo y una señora lo interpela y otro se le suma dándole la razón, por qué no habla frente al micrófono que no se lo escucha nada. Christian  Ferrer los mira, nos mira, a todos, y dice, simplemente, no. Y luego agrega, si prestan atención, si predisponen el oído y dejan que las palabras lleguen a ustedes van a ver que me van a poder escuchar, después de todo oír al igual que ver son misterios al que ningún artefacto técnico, en este caso un micrófono, garantiza un final feliz. Entonces frente a la indignación generalizada del público que vino a oír hablar a Christian Ferrer sobre el arte del ensayo y no logra escucharlo, éste se pone a reflexionar sobre el tema en cuestión. La verdad es que yo tampoco logro escuchar ni la mitad de lo que dice al principio pero al rato sus palabras me llegan con una claridad acústica como si estuviera escuchando a un tenor cantando una opera en el teatro Colón. Y recuerdo que terminó su charla leyéndonos un ensayo de John Berger y fragmentos de La cabeza de Goliat de Ezequiel Martínez Estrada.
-III-
 
Barón Biza no es la primera figura a la que la “escritura demorada y proliferante” de Christian Ferrer somete a su particular arte de alquimista del verbo que fragua “miniaturas conmovedoras” de las que hace surgir relámpagos que iluminan los contornos y fulgores de una vida y su tiempo. En verdad su pluma tiene una capacidad única para capturar y grabar en las hojas de un ensayo las líneas y signos de una existencia que se vuelven para el lector los relieves de una medalla o moneda antigua a la cual se puede interrogar e intuir las huellas, los dramas, los esplendores y las miserias que deja tras de sí la estela de los actos de toda biografía. Así ha procedido, al menos una zona de su ensayística, con figuras tales como Nietzsche o Jünger, Bakunin o Guy Debord, Sarmiento o Anzoátegui, Perlongher o Asís. Un buen ejemplo de su alquimia ensayística es El borgismo: una filosofía política nacional dondedescarna las letras de Borges hasta llegar al hueso de sus ideas para hallar su raíz anarquista. Pero también ha escrito sobre Ezequiel Martínez Estrada y Michel Foucault, figuras con las cuales, quizá, deba medirse todo el arco de tensión que abren sus ensayos a una escritura que hunde sus palabras en el cuerpo sometido a las inclemencias de la intemperie de la historia y sus “dramatúrgias metabólicas”.
Barón Biza, el inmoralista, mucho antes de ser ahora un libro fue un ensayo publicado en los años 90 en la revista La Caja. Ensayo donde da cuenta de una página olvidada de la literatura argentina y por el cual el escritor Jorge Barón Biza –hijo de Raúl Barón Biza, el inmoralista— le ofrece su amistad y toda la documentación que posee en su poder para que escriba sobre su padre.
¿Pero qué es o cómo leer Barón Biza, el inmoralista? En principio el libro de Christian Ferrer intenta armar un rompecabezas al que le faltan piezas, una historia deshilachada, la de Raúl Barón Biza, una vida singular y de múltiples facetas perdidas durantes décadas tras una bruma de mitos y olvido donde pueden atisbarse: a un millonario, un playboy, un escritor “maldito”, un padre, un viudo, un enamorado, un revolucionario, el hacedor de una tragedia familiar y un suicida, entre otras cosas. Ahora bien, ¿qué es esto, el libro de Christian Ferrer? ¿Una biografía? ¿Un ensayo? ¿Una novela? Christian Ferrer lo llama “un informe” escrito para un amigo, Jorge Barón. Quizás el libro sea todo esto junto –biografía, ensayo, novela, informe—, o quizá no importe definirlo. En todo caso, el libro cuenta lo que la novela El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza, merodea y roza sin llegar a contar. La novela El desierto y su semilla narra la trágica tarde en que los padres de Jorge Barón Biza se encuentran para resolver los términos de su separación y el padre le echa ácido en la cara a la madre y se suicida; luego viene el relato de la reconstrucción del rostro de la madre en Milán y el intento del hijo por no quedar  atrapado al círculo oscuro de la tragedia familiar. Y Barón Biza, el inmoralista repone los hechos anteriores y que completan esta historia que se pueden leer en la novela El desierto y su semilla, es decir, la vida del padre. En verdad toda la historia –la novela de Jorge Barón y el libro de Christian Ferrer– tiene la densidad de un ¡Absalom, Absalom! de William Faulkner, es decir, de  una tragedia, en la cual pueden leerse los trazos de un drama donde se cuenta la fatalidad de una familia unida a  ciertos hechos históricos –que no sé si determinan pero le dan volumen a la trama. Tanto El desierto y su semilla  como Barón Biza, el inmoralista, o ambos como partes de un mismo texto que se complementan y se completan mutuamente, no puedo dejar de leerlos emparentados a otro libro singular de difícil clasificación, Mis rincones oscuros de James Ellroy. En este libro –que cómo leerlo, como novela policial, como autobiografía, como un “informe”, como un ensayo donde se reflexiona sobre el crimen (de una madre) y el cuerpo (de un hijo)– un James Ellroy maduro, escritor famoso de policiales, decide reabrir la causa de un oscuro episodio, el asesinato de su madre acontecido 30 años atrás cuando él era un chico y ponerse a investigar qué sucedió. El libro es implacable, con él mismo, con la memoria de sus padres, con la historia política y la historia criminal de Norteamérica que aparece como telón de fondo de la trama. Y el libro está escrito y dedicado a su madre y también para apaciguar los fantasmas de un hombre que no quiere ser devorado por la memoria de sus “rincones oscuros”. Creo que tanto El desierto y su semilla como Barón Biza, el inmoralista de algún modo son un equivalente dentro de las letras nacionales de aquel libro.
Claro que el Barón Biza de Christian Ferrer, también puede ser puesto en la biblioteca –al menos en la mía tendrá ese destino– junto a otro libro, que se ocupa de una figura no menos dramática –aunque sus días carecen de la materia prima necesaria para formar parte de la Historia universal de la infamia, como es el caso de Barón Biza–, cuyos días conocieron en su época una exposición pública notable y luego fue entrando lentamente en un cono de silencio que lo fue tergiversando hasta casi volverlo una sombra de la sombra y que finalmente, cuando ya no quedaban  de él sino restos mal contados y peor recordados de un mito, se le encarga a un periodista e historiador escribir un artículo sobre éste para una revista, y de ese hecho azaroso surgirá uno de los libros más notables que se hayan escrito en Argentina, tanto por la rigurosidad del que lo escribe como por la envergadura ética a la que sometió su vida de principio a fin el biografiado, estoy hablando del libro de Osvaldo Bayer donde cuenta la vida del anarquista italiano Severino Di Giovani, el idealista de la violencia. Ambas biografías, la de Severino Di Giovani y la de Raúl Barón Biza, no son equivalentes por ser protagonistas de una misma época, porque entre el anarquista “radical” y el revolucionario “radical” mediaba un abismo de sentidos probablemente irreconciliable, sino porque en ambos hay una desmesura, una pulsión desbocada que llevó a sus vidas al límite, ahí, donde la muerte, en el caso de Di Giovani lo desnuda en toda su coherencia frente al pelotón de fusilamiento de un sistema injusto y criminal, y en el caso de Barón Biza a un acto infame que hace añicos su pasado. Pero, sin embargo, en los dos pueden rastrearse los trazos de una vida en la que cuerpo e ideas conforman un nudo gordiano de una dramaticidad digna del teatro isabelino.
Por otra parte, Barón Biza, el inmoralista no es el primer texto de Christian Ferrer que surge a partir de una amistad. Hubo otros antes de éste: Una moneda valacaLas “horaciadas”, o de la generosidad, o Pan de dios. Ensayos donde una recorrida por el Parque Rivadavia buscando una moneda antigua para regalar a un amigo, un réquiem a un compañero de armas que ha partido, o un congreso sobre filosofía política, son los disparadores para hablar de la amistad y del “amor al saber”. Amor al saber que en Christian Ferrer es una filosofía de  la amistad y “una política del amor”, y que en Barón Biza, el inmoralista lo llevó a escribir un libro de gran belleza que quizá no sea otra cosa que un intento por salvar la memoria de un amigo asolado por el peso de un destino trágico.
Juan Pablo Liefeld
El humor de la lengua
(elinterpretador, número 30, marzo 2007) (Dossier: Copi)
Por Juan pablo Liefeld
A
Margarita Martínez
y Guadalupe Marando,
por su generosidad,
por todo,
gracias.
Copi forma parte de un linaje a cuyos últimos estertores Néstor Perlongher le dedica un ensayo en 1991 a modo de réquiem: “La desaparición de la homosexualidad”. Desde entonces cualquiera puede tener un puto en la terraza(1), escribir una tesis de doctorado sobre la cuestión gay, cogerse un traba una madrugada de jueves en Palermo Hollywood, o afirmar públicamente sin temer sanción moral alguna: “yo tengo un amigo gay” –que de alguna manera encastra y hace juego con otra frase célebre: “yo tengo un amigo judío”. Hoy el gay es un tipo social aceptado –domesticado, recluso obediente de la normalidad— y no merece más chascarrillos o atención por parte de los discursos del saber –académicos, estéticos, mediáticos, médicos, publicitarios— que los que se le ofrecen a esa no menos extraña y absurda forma de ser que es el heterosexual. Pero el puto, como el revolucionario, por ejemplo, forma parte de un universo que se extingue con el siglo XX. Claro que habiendo dado batallas y logrando arriar algunas banderas de las cuales se pueden aún hoy percibir imperceptiblemente sus beneficios. Pero lo que se dice puto, un puto, hoy ya no hay (aunque paradójicamente proliferen en la tele, o los estudios de mercado les conceda su “benévola” atención en tanto mercado en expansión, o la Capital Federal se haya convertido en un punto obligado del turismo gay internacional), o es una especie en extinción como los osos panda o la ballena franca. Copi formaba parte de una estirpe en la que podían encontrarse nombres tales como: Genet, Pasolini, Burroughs, Mishima, Foucault, Capote, Batato Barea, Tom Wolfe, Lezama Lima, Lorca o Perlongher. Hay algo refractario he irreductible en sus modos de escritura, de pensar “invertido”, de intervenir públicamente, de conducirse en la vida privada, que los hace piezas de museo de un tipo particular de sujeto social impensable hoy. Esto no es bueno ni malo en sí, sólo han cambiado las coordenadas históricas, con lo cual se pueden verificar cierto relajamiento de algunas pautas en beneficio del “respeto” a las minorías y el “derecho” a la multiculturalidad que reza que cada cual es dueño de hacer un pito de su culo, pero a un costo altísimo: el haber pasado de ser escandalosas y chillonas flores del mal a convertirse en malvones aburridos y obvios de vivero.
… …. … Una noche, triste, vacía, llena de fantasmas. Somos una patrulla perdida: Fernanda, Gustavo y yo, una madrugada, en el centro, muy borrachos, sin saber qué hacer o a dónde ir. Caemos en La Academia, y ahí, sentado a una mesa, fumando y frente a una tasa de café, lo vemos, es Alejandro –poeta, crítico de cine, amante incondicional de la Duras y Pasolini. Cuando el mozo nos deja cuatro fernet estamos comentando el informe de Telenoche: una nota conmovedora desde Canadá donde muestran a parejas de gays que viven felices desde que el Estado les permite adoptar chicos. Los cuatro nos burlamos de la moraleja de la nota y Alejandro, dice, indignado, casi a los gritos: ¡A estos putos de mierda hay que matarlos a todos! ¿Para qué me hice romper el culo todos estos años, eh? ¡Para que ahora vengan estos boludos a decir que todo aquello contra lo que construí mi vida es lo que deseaba: tener una casita, un autito, un trabajito y un hijo al que destrozarle la cabeza… y por qué no se van todos los putos a la puta que los parió! ¡Al final terminaron siendo más depravados que los que los acusaban de degenerados!… …. ….  
Copi nace en 1939 en Argentina y desde 1962 se instala en París, donde dibuja tiras cómicas, escribe obras de teatro, cuentos, novelas y actúa, y muere de sida en 1987. En este sentido Copi forma parte de otra tradición, la que va de los “viajes” de Sarmiento a Marley por el mundo, la de Rosas en Inglaterra a Perón en España, la de Bioy Casares boludeando por Europa a la de Osvaldo Bayer exiliado en Alemania: la historia de los argentinos que viajan a Europa por mero placer turístico, por contingencias de coyuntura política o simplemente porque han decidido vivir en otras tierras que no son la materna –también hay otras formas del viaje argentino y David Viñas le ha dedicado extensas páginas. Copi es un argentino en París como Cortázar o Saer. Comparte con Cortázar el autoexilio producto de la incompatibilidad mutua entre sus convicciones personales y los avatares de la política nacional, incompatibilidad, quizá, que estuvo más cerca de la palabra que de los hechos, y de Saer la decisión de probar suerte y abrirse camino en otras tierras.
………París siempre estuvo cerca. De los diarios de viaje de Sarmiento al programa de televisión de “Marley por el mundo”, se puede verificar el arco temporal de una verdad de perogruyo: París siempre estuvo más cerca de Buenos Aires que Rosario o Bahía Blanca. Así como todo el mundo sabe que Hollywood es un barrio porteño y la India un bálsamo para el alma al alcance de la mano de quien esté exhausto de las endebles y fantasmagóricas ilusiones del sujeto moderno occidental.
París, también, siempre fue, para Buenos Aires, la historia de un amor no correspondido. Entre la Ciudad de las Luces y un puerto de  contrabandistas y cortesanas, el único amor posible siempre ha sido el que pueden mantener un joven de doble apellido de San Isidro y una sirvienta paraguaya. Quizás por eso la teoría y filosofía francesa ha sido leída siempre en Argentina con el loco frenesí con el que un adolescente se encierra en el baño con la última Playboy para estudiar rigurosamente el póster desplegable de la conejita del mes. Claro que hay excepciones, por ejemplo, la noche en que nuestro campeón Carlitos Monzón se la pasó diciendo a quién quisiera escucharlo, en la disco New York City, a la vez que se agarraba el bulto, Alain Delón pasó por acá. Si bien nadie le puede negar verosimilitud a esta literatura menor escrita por Monzón (suerte de fábula infantil pornográfica que tranquilamente podría haber sido el corazón de un cuento de Copi  donde un cabecita negra analfabeto del interior se coge a uno de los hombres más lindos del siglo XX), la historia no deja de ser amarga porque convierte a nuestro deseo por la lengua de Balzac y Duras, de Baudelaire  y Celine, en algo abyecto y depravado donde el  amor ideal y lleno de sentimientos nobles que soñaba con Mansilla caminando de la mano de Madame Bovary por las calles de París se transfigura en un primer plano donde vemos a la tararira de Monzón gozando el mantecoso y blanco culito de Delón………
Copi forma parte de un árbol genealógico rico en figuras notables y visibles de la Argentina de los años 20 a 60 dentro del periodismo, el arte y la política. Como Borges, Victoria Ocampo o Raúl Barón Biza era producto de una clase alta un poco burguesa, un poco plebeya, un tanto decadente, que hereda de la generación del 80 –del siglo XIX– cierta voluntad de pertenencia a la alta cultura, sin la cual no se explica por qué éstos niños bien en vez de dedicarse a enriquecer las arcas de la fortuna familiar la despilfarran o la descuidan en provecho de empresas estéticas.
………A Copi lo conocí una tarde, en la casa de “P”, Drago 36,  suerte de centro de gravedad espiritual de Parque Centenario, donde vivía por entonces mi amigo Juan. No recuerdo cómo ni por qué Copi se hizo presente en esa piecita caótica repleta de libros, revistas y diarios viejos, en la que Juan y yo, charlábamos de literatura y política. Lo cierto es que Juan me preguntó si había leído alguna vez a Copi y yo le dije que no. ¿Quién es Copi? Entonces empezó a revolver en ese quilombo infernal de libros y a pasarme a medida que los encontraba El baile de las locas, La internacional argentina, La vida es un tango, Las viejas putas, el Copi de Aira y el libro de Tcherkaski. Tomá, leélo, a vos te va a gustar, me dijo. Y me contó que Copi era humorista, dramaturgo y escritor, nieto del director del diario Crítica, un puto reventado y muy fino que escribía en París y en francés historias que luego Cesar Aira traduciría para su literatura en novelitas para leer en el subte. Pero no le di bola a Juan, me llevé los libros y al cabo de un tiempo se los devolví sin haberlos leído………
Hoy Copi en Argentina es un misterio. Escritores como Alan Pauls o César Aira señalan la importancia de su literatura, Daniel Mundo o Beatriz Sarlo lo usan para pensar tópicos nacionales, pero si uno va a una librería de la calle Corrientes difícilmente pueda hallar sus libros. Copi ha publicado 5 novelas, dos libros de cuentos, varios tomos con tiras cómicas reunidas y, cotejando datos, uno duda en afirmar cuántas obras de teatro(2). Lamentablemente dos de sus novelas, una nouvelle, así como sus dos libros de cuentos y volúmenes de tiras cómicas han sido destrozados por los fundamentalistas talibanes traductores de la editorial Anagrama –algún día se debería escribir un ensayo extenso solo hablando de Herralde y su criminal política de traducción que ejerce con su editorial. De este material como de la novela escrita en castellano La vida es un tango(3), también editada por Anagrama, uno puede hallarlo en una librería argentina si la suerte y la Virgen María, más Gilda y El gauchito Gil, nos lo ponen en el camino y nos hacen tropezar con él. Recientemente, también, la editorial Eloísa Cartonera ha publicado Laguerra de las mariquitas, novela que aparece en este dossier con traducción de Margarita Martínez.
Las obras de teatro han corrido “mejor” suerte a la hora de ser traducidas. Solo se han traducido en Argentina 3 piezas y se han publicado 5. Una visita inoportuna (edición del teatro municipal San Martín, 1993, trad. Georgina Botana), ¡La pirámide!(Confines, 1997, trad. Damián Tabarovsky), Eva Perón (Tramas, 1998, trad. Gabriela Simón; Adriana Hidalgo editora, 2000, trad. Jorge Monteleone), Cachafaz/ La sombra de Wenceslao  (Adriana Hidalgo editora, 2002). Del resto de su obra dramatúrgica como de parte de la ya publicada en español, es cuanto menos una aventura incierta intentar encontrar. Y la editorial mexicana El Milagro ha publicado en un sólo tomo (el cual nunca tuve en mis manos) las piezas Las cuatro gemelas,Loretta StrongEl refri (supongo que refri significa heladera) y El homosexual o la dificultad de expresarse, con traducción de Joani Hocquenghem y Luis Zapata.
¿Por qué por un lado es lugar común hoy en ciertos círculos colocar la obra de Copi en un lugar central de las letras argentinas y por otra parte tan difícil de acceder a ella?
Respuesta: no lo sé(4).
Hace cerca de dos años atrás algunos integrantes del grupo editor de elinterpretador nos encaprichamos y dijimos: consigamos material inédito en español de Copi en Francia, consigamos buenos traductores y lo publicamos en la revista. Al principio no fue fácil conseguir material inédito en castellano en Francia –otros, antes que nosotros, por diversos motivos, ya habían intentado comprar libros de Copi en librerías de París y vuelto con las manos vacías — pero gracias a la generosidad y el apoyo que brindaron a esta empresa caprichosa desde un principio Elsa Kalish, Guadalupe Marando, Margarita Martínez, Sebastián Cariola y Hernán Sassi –sin los cuales todo hubiera culminado en puro capricho–, en este número de elinterpretador podemos ofrecer un dossier Copi. Dossier compuesto de un conjunto de ensayos críticos que piensan diferentes aspectos de la obra de Copi y dos textos producto de su “pluma”, la novela La guerra de los putos, traducida por Margarita Martínez, y la obra de teatro La torre de la defensa, traducida por Guadalupe Marando.
Finalmente, quisiera formular una sospecha, cuyo sustento teórico se sostiene enteramente en mis hábitos de lectura erróneos y caprichosos: Copi y Fontanarrosa, ¿es posible pensar que hay algo que une la obra de estos dos autores o ciertas zonas de su producción?
Fontanarrosa, al igual que Copi, es un dibujante y narrador, y si bien nunca ha escrito teatro sus cuentos han sido adaptados muchas veces para ser interpretados sobre un escenario. Fontanarrosa ha escrito tres novelas(5), 11 tomos de cuentos(6) y publicado infinidad de libros donde reúne su producción de dibujante. Fontanarrosa es hoy –a pesar de la academia que todavía parece no haberlo leído, a excepción de Daniel Link o de algún que otro ensayo donde se lo cita en la Historia crítica de la literatura argentina, de Noé Jitrik (aunque pensándolo bien, no es tan grave, ya que dentro de cincuenta años cuando payasos como el que ésto escribe sean olvidados, e ilegibles cualquier atisbo de crítica o narrativa que hayan producido, los cuentos de Fontanarrosa seguirán leyéndose, no porque es “El Negro” ni porque tenga una enfermedad grave ni hable de fútbol ni sepa contar chistes ¡o sepa manejar la parodia! para decirlo con prosapia académica, sino porque sabe narrar, como lo sabían hacer Faulkner, Pessoa, o Borges —un fenómeno de ventas–) lo cual no necesariamente es índice infalible para medir a un escritor -y ahí están los libros de Eduardo Mallea o Hugo Wast que en su momento se vendían como pan caliente y hoy son objetos de aburridos trabajos académicos o de bateas de saldo donde juntan mugre y nadie compra en Los Cachorros de Parque Centenario o Martín Fierro de Avenida de Mayo— y uno de las figuras más destacadas de la narrativa actual, ya que sus mejores cuentos, los más logrados (de Fontanarrosa se puede afirmar lo mismo que de las películas de Woody Allen: es bueno, incluso cuando falla o se repite), merecen estar en cualquier antología del cuento argentino junto a Echeverría, Quiroga, Onetti, Borges, Arlt, Silvina Ocampo, Fogwill, Cohen, Asís, Saer y Osvaldo Lamborghini.
………Un dato. Gambito es una buena librería. Queda en la esquina de Filosofía y Letras, y su dueño es editor de una pequeña y buena editorial, Santiago Arcos. Quiero decir, el criterio que tiene esta librería para llenar sus estantes de libros para que sus posibles clientes los compren, no sólo está guiado por las estrategias del mercado sino también por el criterio autoral de un librero-editor.
Una tarde de noviembre del 2006 pasé por Gambito y luego de ver las mesas de saldos y de usados, me dirigí a ver los estantes de literatura argentina. Y a vuelo de pájaro descubrí lo siguiente: sólo había tres libros de Copi y ninguno de Fontanarrosa. Que de Fontanarrosa no hubiera ningún libro parece razonable, ya que Gambito trabaja en alguna medida con lo que Puán lee o desea que se lea, y no es papilla académica, ni material bibliográfico obligatorio ni nota al pie siquiera de ponencias de congresos. Y que de Copi sólo hubiera unos pocos títulos es extraño, ya que hace unos años se ha vuelto fetiche obligado que garantiza el goce de la teoría literaria. Extraño o no, este dato eventual y circunstancial de una tarde cualquiera de una librería argentina, me lleva a preguntarme: ¿por qué si los cuentos de Fontanarrosa son tan leídos, la academia no logra decir nada acerca de su escritura?, ¿por qué si las obras de teatro y las novelas de Copi son canon para la academia, ésta no ha logrado que sus libros puedan conseguirse en las librerías? Los libros de Copi se leen pero no se consiguen, los de Fontanarrosa se consiguen pero no se leen. Y lo más paradójico es que más allá de las leyes del mercado y las estrategias de lectura de la academia (y acá ni nunca estoy proponiendo academia y mercado como opuestos irreconciliables sino como un monstruo de dos cabezas), a Copi y Fontanarrosa se los lee. Quién, cuándo, dónde, por qué, ¡qué sé yo, pero que se lee, se los lee!………
¿Pero qué es eso que sospecho, intuyo, sin lograr definir, une a los “putos” de El baile de las locas con los “machos” de La mesa de los galanes? Quizás dos formas opuestas y complementarias de pensar el sexo y hacer eyacular fragmentos de un discurso amoroso.
Quizá, también, se puede ver de forma oblicua cómo operan en ambos las metáforas de la guerra y cómo ésta se inscribe en el discurso gay –en el caso de Copi en la novela La guerra de los putos— y en el discurso  futbolero –en el caso de Fontanarrosa en el cuento 19 de diciembre de 1971— y como ésto tiene equivalencias con las políticas impiadosas y desquiciadas de una época.
O quizás, también, podrían estudiarse a Copi y a Fontanarrosa en relación con el género gauchesco. Copi escribió dos piezas que se inscriben dentro del género, Cachafaz y La sombra de Wenceslao. Y Fontanarrosa ha ilustrado una edición del Martín Fierroy publicado una tira, Inodoro Pereyra, que básicamente es un gaucho sentado en la puerta de su rancho con su perro que reflexiona y dialoga con los malones. No hay que olvidar aquí que el libro capital del género del “idioma de los argentinos” es el Martín Fierro, historia donde un gaucho se “da vuelta” y huye con otro gaucho a los toldos de los indios. Y que Ezequiel Martínez Estrada al leer este poema en Muerte y transfiguración de Martín Fierro se pregunta, por qué cuando Martín Fierro vuelve de los toldos llora tan poquito la pérdida de su familia pero no deja de guitarrear cual Ricky Martin en un unplugged de MTV por la pérdida de “esa”, su cruz, su gauchito, su guachito:
Tu recuerdo sigue aquí, como un aguacero
Rompe fuerte sobre mí, pero a fuego lento
Quema y moja por igual, y ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal

Un beso gris, un beso blanco
Todo depende del lugar
Que yo me fui, eso está claro
Pero tu recuerdo no se va
Siento tus labios en las noches de verano
Ahí están, cuidándome en mi soledad
Pero a veces me quieren matar

Tu recuerdo sigue aquí… (Repite coro)

A veces gris, a veces blanco
Todo depende del lugar
Que tú te fuiste, eso es pasado
Sé que te tengo que olvidar
Pero yo le puse una velita a to’s mis santos
Ahí está, pa’ que pienses mucho en mí
No dejes de pensar en mí

Tu recuerdo sigue aquí… (Repite coro)

(Piensa en mí) Es antídoto y veneno al corazón
(Te hace bien) Que quema y moja, que viene y va
(¿Tú donde estás?) Atrapado entre los versos y el adiós

Tu recuerdo sigue aquí
Como aguacero de mayo
Rompe fuerte sobre mí
Y cae tan fuerte que hasta me quema hasta la piel
Quema y moja por igual
Y ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal

Tu recuerdo sigue aquí
… Le lo lay lelo lelo…
Si tu recuerdo me hace bien y me hace mal
Pero que rompe, rompe, el corazón
Quema y moja por igual, sé que te tengo que olvidar
Rompe fuerte sobre mí

¡¡¡Qué pasó en esos toldos!!!, se pregunta, alarmado, don Ezequiel, al que ya le tienen las pelotas llenas la voz –masculina y autoritaria— de Evita y la de Perón –maternal y contenedora— apareciendo todo el tiempo por la radio y encima ahora se venía a desayunar que Ricky Martin es uno de los precursores de Martín Fierro. Cabe señalar, quizá, que al mismo tiempo que José Hernández los manda a Fierro y Cruz a que se pierdan Más allá del Horizonte (telenovela de los 90 que iba por canal 9 con Osvaldo Laport, Grecia Colmenares y Luisa Kuliok, donde el Zar de la televisión Alejandro Romay intentó dialogar desde las massmedias con la tradición gauchesca) en Europa un tal Westphal crea con una pluma cargada de categorías científicas un personaje no menos curioso que nuestro payador Fierro: el homosexual.
O, quizás, también, podría pensarse qué estrategias adoptan Copi y Fontanarrosa frente a esa pesadilla, ese fantasma, que es Borges para cualquier escritor que quiera escribir después de él. De hecho ambos desarrollan su producción narrativa en lasorillas de los feudos borgeanos y a la vez hay no pocos cuentos de Fontanarrosa donde de forma implícita o explícita dialoga con éste; y Copi en La guerra de los putos mata a Michel Foucault, que yo intuyo que se debió a un ajuste de cuentas, ya que Foucault en 1966 con una gracia que recordaba el humor de Macedonio Fernández le dedica a El idioma analítico de John Wilkins una nota al pie desmesurada de 384 páginas (Las palabras y las cosas) y lo pone a Borges en un lugar central ya no solo de las letras sino del pensamiento del siglo XX, y claro, Copi, indignado, debió pensar: ¡¡¡me fui de Argentina para poder escribir tranquilo mi obra lejos de esa ciega y arpía pesadilla de espejos, cuchillos y otros chirimbolos, y viene esta “chaqueña chiruza talón rajado” a escupirme el asado!!!
Finalmente, quizás, creo que los personajes putos de Copi y los machos de Fontanarrosa se encuentran con un punto intermedio que hace de bisagra y los une: las películas de Olmedo y Porcel. Todas las películas de Olmedo y Porcel de los 70 y 80, tanto en las dirigidas a un público “adulto” como en las dirigidas a uno “infantil”, en algún momento los personajes que interpretan el gordo y el flaco, machos deseosos de “carne”, inevitablemente se trasvisten. No hay película de Porcel y Olmedo que no quieran aceitarle los patines a cuanta mina se les cruce en el camino y a la vez por alguna razón siempre terminan travestidos de mujer.
Pero más allá de todo esto, lo que creo que une a Copi y Fotanarrosa es su capacidad de auscultar los humores de la lengua, de captar el habla (hablar es escuchar) del idioma de los argentinos y con ello contar historias que nos hacen reír.
Un oído atento debería poder escuchar debajo del don que es la risa producto de la lectura de Eva Perón y Medieval Times o El mundo ha vivido equivocado y El Baile de las Locas, preguntas en estado de latencia sobre  deseo y  política, ahí, justo ahí, donde entre el Estado y el individuo, el sexo ha llegado a ser el pozo de una apuesta, y un pozo público, invadido por una trama de discursos, saberes, análisis y conminaciones.
Juan Pablo Liefeld
NOTAS
(1) Como rezaba el video clip “Tengo un puto en la terraza” que pasaban en el ranking de videos chascos del programa humorístico Todo por dos pesos. Programa que probablemente junto con las columnas mensuales de Tomas Abraham sobre televisión publicadas en la revista El Amante cine hayan sido los dos momentos de crítica televisiva más lucidos que se conociera en la Argentina.
(2) Para establecer y datar las obras de teatro de Copi he cotejado los siguientes libros: Habla Copi, de José Tcherkaski, Copi, de Cesar Aira, Copi: sexo y teatralidad, de Marcos Rosenzvaig, pero opté como fuente para citar su producción teatral la solapa de la edición de Cachafaz/La sombra de Wenceslao cuya edición esta a cargo de Edgardo Russo y Fabián Lebenglik: Un ángel para la señora Lisca (1960), Santa Genoveva en su bañadera (1966), El cocodrilo y el té (1966), La jornada de una soñadora(1968), Eva Perón (1969), El homosexual o la dificultad para expresarse (1971), Las cuatro gemelas (1973), Loretta Strong(1974), ¡La pirámide! (1975), La copa del mundo (1978), La sombra de Wenceslao (1978), Cachafaz (1981), La torre de la Defensa (1981), La heladera (1983), Las escaleras del Sagrado Corazón (1984), La noche de Madame Licienne (1985), y Una visita inoportuna (1985).
(3) La vida es un tango es una novela exquisita donde un personaje, Silvano Urrutia, es protagonista de tres momentos particulares que intentan explorar el enquilombado cruce argentino entre deseo y política: la década infame –en la que aparecen las rotativas del diario del abuelo de Copi: Crítica, intrigas de palacio y corrupción política, y mucho reviente—, el mayo francés del 68, y el centenario de Silvano que juega y hace espejo con el centenario de la patria. Toda la novela está escrita con un ritmo alucinante y un continuo (Cesar Aira) que recuerda la velocidad de los dibujitos de Tom & Jerry o Ren & Stimpy, pero también, creo, está vinculado con el cine mudo de las películas de Charles Chaplin y Baster Keaton –y no quiero escandalizar a nadie diciendo que el último capítulo y la relación entre Silvano y el chico huérfano a la buena de dios, Pelito, tranquilamente podría ser el argumento sentimental de una película de Luis Sandrini, donde podías reír y llorar… por eso mismo no lo diré, claro, para no atormentar a ninguna conciencia. Pero esta novela editada en el mercado hispanoparlante por Anagrama tiene un agregado extra que no carece de humor, viene acompañado como el Martín Fierro de un diccionario, en este caso, de “argentinidades”. Copio, apenas, algunas palabras de este vocabulario: Concha: coño; Bombacha: bragas; Canilla: grifo; Choclo: mazorca tierna de maíz; Frutillas: fresas; Ombú: árbol típico de América del Sur, de copa muy espesa; Pava: recipiente de metal con pico y tapa para calentar agua; Saco: chaqueta; Villa miseria: barrio de chabolas; etc. Este vocabulario de argentinidades que me produce risa e incomodidad me lleva a reflexionar, sintiendo que no llego a dar con lo que quiero decir, en relación a una editorial con fuerte presencia en el mercado hispanoparlante que edita y traduce libros no solo para España pero que hace como que sí, y que está muy lejos del sistema sólido y consiente (en tanto asumía la problemática y dilemas que acarrea toda traducción) de “la constelación del sur” (Patricia Wilson) cuando en las décadas del 40 y 50 José Bianco, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, traducían para editorial Sur libros que eran leídos fuera de Argentina, sin más inconvenientes para el lector que el de la lectura misma que plantea todo libro, y sin necesidad de tener que recurrir el traductor a diccionarios explicativos o traducciones donde se destroza el “original” a favor de un color local que hace ilegible cualquier texto, ya sea Bukowski, Houllebecq, Carver, o Faulkner –comparece la traducción que hace Anagrama de los Relatos de Faulkner con la que publica Sur de Las palmeras salvajes.
(4) Daniel Link pertenece a una tradición notable de profesores que se inicia en los legendarios años 60 y cuyas raíces llegan a nuestros días gracias a su persona; me refiero a esa tradición que se origina con El profesor boligoma en Estados Unidos con Jerry Lewis, que inmediatamente Luis Sandrini asimila y reformula en El profesor hippie, que luego retomaría el Gordo Porcel a fines de los 80 con El profesor Punk, y que finalmente Daniel Link rescatara para darle glamour a Letras en la figura de El profesor pop (“un sintagma desnudo, el objeto pop, inequívoco y terrible” P. P. Pasolini).  Bien, el profesor pop, Daniel Link, quien hace años viene perfilando como el gran candidato a ser el copinólogo oficial de la obra de Copi –así como en su momento Tomas Eloy Martínez supo ganarse el glorioso título de “peronólogo” oficial de la vida y obra de Juan Perón— ha sabido publicar tiempo atrás un interesante ensayo sobre la pieza de teatro Cachafaz. Ensayo que no carece del encanto de la pirotecnia de la teoría literaria y que en un momento dado, quizás, involuntariamente, da cuenta como pocos, como sólo puede hacerlo alguien que maneja toda la obra de un autor con los ojos cerrados cual si fuera la presidenta de un club de fans (ojo, profesor pop, mire que usted ha sabido leer con inteligencia la novela de Alejandro López La asesina de Laidy Di y conoce los truculentos y peligrosos posibles devenires a los cuales pueden ser llevadas las fans de una estrella) y nos dice, hablando de la pieza teatralCachafaz: “(ver La ciudad de las ratas, 1979)”. Creo que es ahí donde Daniel Link da cuenta como nadie del material que maneja, la obra de Copi, y cómo ese material se inscribe y circula en estas “pampas de chistes crueles”. Quiero señalar, la novelaLa ciudad de las ratas, es una obra que nunca ha sido traducida al castellano y que ha tenido una sola edición en francés en 1979, que hoy es inconseguible en librerías de París y que a mediados del 2006 elinterpretador intentó hallar en la biblioteca nacional de Francia, donde había un ejemplar, al cual no se pudo acceder ya que se lo habían robado o se había extraviado. Pregunto: ¿qué “fuerzas extrañas” del campo intelectual  mueven a un erudito en la obra de un autor a escribir un ensayo donde  manda a sus lectores a leer un texto del cual él mejor que nadie sabe de antemano imposible de conseguir?
(5) Las novelas que publicó Fontanarrosa y que no son lo mejor de su narrativa son: Best-SellerEl área 18 y La gansada; las tres publicadas porEdiciones de la Flor, así como el resto de su obra cuentística y gráfica editada en la Argentina.
(6) Los once tomos de cuentos que ha escrito Fontanarrosa hasta la fecha son: Los trenes matan a los autos, El mundo ha vivido equivocado, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de mis defectos, Uno nunca sabe, La mesa de los galanes, Una lección de vida, Te digo más…, Usted no me lo va a creer y El rey de la milonga.
Parresía por Elsa Kalish + Cuestión de principios por R. Fontanarrosa
(elinterpretador, número 32, diciembre 2007) (Dossier: No Temáis)
“Hoy todos somos gente del pasado
y la alucineta es que nadie
quiere volver a ser como antes, no!
Scaracanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un sony samurai”.
“Aunque por lo general estuvo solo, mantuvo de vez en cuando relaciones con otros hombres. Vivió en tiempos de agitación y desdicha. El país que lo vio nacer se inclinaba lenta pero inexorablemente hacia la zona económica de los países medio pobres; acechados a menudo por la miseria, los hombres de su generación se pasaron además la vida en medio de la soledad y la amargura. Los sentimientos de amor, ternura y fraternidad humana habían desaparecido en gran medida; en sus relaciones mutuas, sus contemporáneos casi siempre daban muestras de indiferencia e incluso de crueldad”
“Cursamos una petición de ayuda al FMI y al Banco Mundial -dijo Gitanas-. Ya que habían sido ellos quienes nos empujaron a privatizar, a lo mejor les interesaba el hecho de que nuestra privatizada nación se hubiera convertido en una tierra casi anárquica, de señores de la guerra que son unos delincuentes, de agricultores a nivel de subsistencia. Pero se da la desgraciada circunstancia de que el FMI va atendiendo las quejas de sus clientes arruinados según el tamaño de sus respectivos PBI. Lituania ocupaba el número veintiséis de la lista, el lunes pasado. Ahora estamos en el veintiocho. Nos acaba de pasar Paraguay.”
“en tiempos donde nadie escucha a nadie
en tiempos donde todos contra todos
en tiempos egoístas y mezquinos
en tiempos donde siempre estamos solos
habrá que declararse incompetente
en todas las materias de mercado
habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado
yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mí me puso en otro lado
tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano
”.
            Es probable que los ´90 hayan sido una década infame, oscura, frívola, estúpida, criminal, siniestra. ¿Pero qué época no le es?.
Recuerdo haber leído en el ensayo Mal de ojo esta línea que llevo grabada en el disco rígido del barulo: “La historia es el nombre de un crimen”. ¿Acaso esta década que ha estrenado nuevo milenio y en la que me he hecho “adulta” es menos cruel que la de los ´90, o acaso la de los ´80 en la que me crié, fui a la escuela, tomé la leche y miré la tele, fue más amable?. Y si vamos más atrás en el tiempo, ¿los años ´20 y ´30 en que fueron escritas las Aguafuertes de Roberto Arlt y La Cabeza de Goliat de Martínez Estrada, o más atrás aún, los años del siglo XIX que van de las Ilusiones perdidas de Balzac al Facundo de Sarmiento y hasta llegar al Martín Fierro de Hernández, son acaso momentos de una historia más plena y feliz, menos absurda y desoladora que los ´90?. En fin, la historia, con o sin historia, con o sin progreso, con o sin dios, con o sin Menem, siempre ha sido y será triste, áspera, injusta, para los que no pertenecen a las minorías que gozan de la riqueza que producen la mayoría (¡y para hacer más desoladora la cuestión habría que recordar las palabras de ese gingle menemista que hablaba de “los chicos ricos que tienen tristeza”!). Ser pobre siempre es una cagada, eso quiero decir; y en todas las épocas siempre la mayoría es pobre, con lo cual, todas las épocas son una cagada.
Ya lo dijo el viejo Nietzsche: “sin esclavitud no hay cultura”; un buen ejemplo de esta dialéctica perversa que es la plataforma sobre la cual se asienta la vida cotidiana de este mundo relindo, es la muerte reciente por desnutrición y deshidratación de un grupo de indios, originarios de la selva chaqueña de El Impenetrable, por arte y gracia del milagro de la soja que ha devastado el hábitat del lugar y contaminado sus aguas, para producir una riqueza de millones y millones de dólares.
Lo cual no quiere decir que no haya momentos en la historia donde de forma colectiva se logre, con muchos sacrificios, conseguir repartir más equitativamente el peso que cargan los platillos de la balanza, o que no surjan individualidades que gusten de estar tirados en el pasto tomando sol y un día se les pare frente a ellos un Rey y no duden en decirle: “corréte, cabezón, no ves que me estas tapando el sol”.
En fin, lo que quiero decir, es que la historia no es otra cosa que la dominación de unos sobre otros, y en esa lucha por el poder, lo que hace muchas veces tan triste y desoladora la contienda, es no tanto la arbitrariedad del tirano como la voluntad de alcahuetería y traición del matungo para con sus compañeros de tropilla del bajo fondo donde el barro se subleva…
            Los ´90, por múltiples razones, fueron años más proclives al gesto individual de un perro solitario ladrando en el desierto que a gestas colectivas. Quizá, si se quisiera ensayar un posible bosquejo que intentara merodear la pregunta: ¿cómo fue posible que los argentinos adoctrinaron su voluntad -de forma positiva o negativa, que para el caso es indistinto- tras las banderas del “menemato” y su líder, Menem?; quizá sería útil empezar por leer nuevamente el cuento de Jorge Luis Borges, Deutsches Requiem, para luego meditar serenamente la tragedia que plantea la alegoría borgeana sobre la oscura voluntad de representación del mundo soñada por Hitler y la nación alemana en relación con “El jefe”, “El otro” “Hacer la corte”, la “pizza con champagne”, la “revolución productiva”, la voladura del edificio de la AMIA y de la ciudad de Río Tercero, el osito Teddy, el desguace del erario público, el 1 a 1 (¡¡¡un peso un dólar¡¡¡), la economía de mercado como única razón de estado y a priori ineludible que gestiona la validez de toda posible lengua política audible y pregnante, con el alma de los argentinos de los años ´90; que como señalara el dramaturgo Ricardo Bartis, en una entrevista hecha por Enrique Symns en Cerdos & Peces: el gran drama de los ´90 (decía Bartis, según lo recuerda mi memoria) no era que Menem fuera un líder frívolo y corrupto sino que era un espejo que devolvía la fiel imagen de una sociedad profundamente frívola y corrupta en todos los ordenes de su vida cotidiana.
            Pero hubo durante esos años, entre nosotros, un hombre, que al igual que Sócrates o Diógenes, supo llevar una vida ejemplar, de la cual nada sabríamos hoy, si un tercero no se hubiera tomado la molestia de recoger la estela que dejo tras de sí su vida filosófica. Así como nada sabemos de Sócrates sino a través de Platón, ni de Diógenes sino a través de Diógenes Laercio, tampoco nada sabemos del Viejo Castilla sino a través de Roberto Fontanarrosa.
Es verdad que a primera vista puede resultar para el lector distraído un gesto delirante colocar al Viejo Castilla -personaje un tanto gris que oscila entre el boludo atómico y el moralista ajado con una vida rutinaria de contornos un tanto patéticos y tristones- al lado del maraca de Sócrates y del geropa de Diógenes. ¿Pero acaso el Viejo Castilla no fue en los ´90 un parresiasta en toda la ley según se desprende del texto de Fontanarrosa y siguiendo las coordenadas del Michel Foucault que abreva en la antigüedad para pensar las relaciones harto dramáticas entre sujeto y verdad?.  Etimológicamente, la parrhesía significa decir todo. El parresiasta, estoy glosando a Michel, dice lo que es verdad porque sabe que es verdad. Y sabe que es verdad porque es realmente verdad. El parresiasta no es solamente sincero y dice su opinión, sino que su opinión es realmente verdad. Se dice de alguien que usa la parrhesía sólo si hay un riesgo o peligro para él al decir la verdad. Cuando un filósofo se dirige él mismo a un soberano, a un tirano, y le dice que su tiranía es perturbadora y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad y, más que eso, también asume el riesgo (en tanto el tirano puede enojarse, puede castigarlo, puede exiliarlo, puede matarlo). El parresiasta es alguien que asume un riesgo. Hasta aquí algunas líneas glosadas de Foucault hablando de la parresía.
Pero claro que también se podría señalar que el texto de Fontanarrosa acerca del Viejo Castilla, el parresiasta, recoge el guante de una vieja pregunta que Pier Paolo Pasolini se formula en los años ´60 acerca de cómo ser un sujeto comprometido en un tiempo en el que el compromiso carece de sentido o, lo que es lo mismo, traiciona aquello por lo que alza su voz. Y sabemos que esta pregunta que desveló los itinerarios intelectuales de Pier Paolo Pasolini y Michel Foucault también fue una incógnita que atravesó de forma dramática a los ´90, frente a un menemismo primero y una alianza después -pero ya de forma degradada y grosera- que reciclaban todo gesto, todo acto refractario o disidente en su favor y que hoy, esa pregunta, sigue vigente, al menos para mí: ¿cómo ser un sujeto que se compromete a poner en acto un discurso de verdad sin desdecirlo ni hacerle perder su peligroso filo al ponerlo en circulación?.
Y ahora agotadas ya todas las paparruchadas y balbuceos que me propuse desplegar y considerando que la pluma de Fontanarrosa es de una claridad expositiva notable, prefiero dejar al lector en la intimidad del texto original y no glosar y repetir lo que ya este artista ha expresado de forma insuperable. Pero no quisiera retirarme sin antes apuntar que el texto que van a leer a continuación retoma en los noventa un viejo tema de la filosofía y la tragedia griega, y de la obra de Sófocles en particular, que no es otro que el de la ética, para cuyo tratamiento Fontanarrosa no renuncia a pensar a este pesado blasón de la filosofía con la “gracia” del humor desenfadado e irónico del viejo Macedonio Fernández y con el tono cachador embebido de cinismo canalla de ciertos trazos de la pluma de Roberto Arlt.
Y cuando ya me retiraba silbando bajito, me doy cuenta que debo dar media vuelta, volver, y garrapatear unos últimos apuntes. El texto de Fontanarrosa sobre el Viejo Castilla, el parresiasta, fue escrito en los ´90 y publicado en 1998 por Ediciones de la Flor. Si uno presta debida atención al texto y sus voces, podrá notar que hay una serie de marcas (palabras, personajes y lugares) que si bien por sí solas no explican nada, sin embargo, forman parte de cierto sentido común y a priori, que sería como el suelo común que define las condiciones de posibilidad en una cultura y en un momento dados, en este caso, los años 90 en la Argentina. Así la discusión por el valor de una revista (meollo del drama) entre el gerente Silva y el empleado Castilla se dirime en dólares y no en pesos -años del 1 a 1, un peso un dólar- y de ahí que cuando Silva le ofrezca 5.000 dólares por la revista al Viejo Castilla,  éste cometerá un equívoco notable al rechazar la suma llamándola “dinero moneda nacional”, y en ese equívoco, que confunde dólares por dinero moneda nacional, se puede atisbar la fisura de los desvaríos de una política económica que “gestionó” la marcha de un país famélico del tercer mundo soñándolo como si fuera uno del primer mundo. O cuando el Viejo Castilla acuda en procura de consejo a su viejo amigo Abodenky, “un líder de la zurda, un militante comunista de los más bravos” de los ´70, con el que discutía sobre “el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad histórica” y ahora trabaja como abogado de multinacionales y le confiesa “trato de no convertirme en un terrible hijo de puta…por los pibes, más que nada te digo…”; cómo no escuchar aquí el drama de una generación que termino arribando al poder en la época de Menem y que hoy con el kirchnerismo sigue sumando cuadros.
Y también, por qué no se podría acá escuchar en sordina el debate que se daría patéticamente años después, en torno a la carta de Oscar del Barco y la responsabilidad de esa generación de asumir la parte que le corresponde de la sangre inútilmente derramada de entonces; y en el fracaso de ese debate cómo no oír en las argumentaciones con que se rebatió a la carta de del Barco estas palabras de Abodenky: “trato de no convertirme en un terrible hijo de puta…por los pibes, más que nada te digo…”. O que la acción transcurra en una “empresa” en la que “por estas cosas de los nuevos mercados” y “la globalización” desembarca en ella un “yuppie” con todo un equipo de “colaboradores” para hacerla más “competitiva” y “eficaz” armando una “revolución” que hecha “gente a la mierda”; y cómo no ver acá la suerte que corrió la Argentina de los años 90. O cuando Castilla y Silva discutan acerca del valor de la revista, el primero planteará la cuestión como un “problema” y el segundo le retrucará que no es tal, sino una “transacción comercial” y esta manera de pensar todo conflicto -económico, político, social y cultural- como transacción económica fue la medida estándar con la que se midió -y se mide-toda fortuna y desgracia del país.
También, en estos apuntes apurados y desprolijos, se debería apuntar que hay un hilo invisible que enhebra toda la trama del texto, ese hilo invisible es la palabra corrupción; y si bien, la corrupción es una figura tan vieja como la prostituta o la madre, en los ´90 la corrupción pasa a ocupar un lugar estelar, a ser el centro de la escena con sus plumas, lentejuelas, conchero, afeites, cámaras ocultas y periodismo de investigación, a ser la horma que da forma a todo pensar  cotidiano de esos años, a ser  lo que constituye el máximo brillo y opacidad de un discurso que obsesivamente va a problematizarla como su objeto más productivo y lujoso. Pero quizás lo más significativo sea la voz del narrador del texto, una voz sin nombre, que cuenta lo que relata desde el llano de un sentido común que no se decide jamás entre el inescrupuloso yuppie Silva o el parresiasta Castilla, que se mofa de la suerte del “prepotente” ganador Silva y de la oportunidad que rechaza parresiásticamente el moralista y “pelotudo” Castilla; es decir, esa voz anónima que relata lo que escuchamos en el texto es la voz del sentido común de una época y un tiempo preciso, los ´90, en que la sombra terrible de Menem era, a la vez, cara y cruz, cayera del lado que cayera la moneda, de los deseos, angustias  y fantasmas de la imaginación de los argentinos, que despreciaba por corrupto y hacedor de todos los males de la Nación a Carlos Menem y secretamente soñaba afiebrada con ser él paseando, previo paso por los avisperos de las avispas que guardan el secreto de la juventud eterna, por una ruta a 250 km por hora al volante de una Ferrari roja mientras una rubia tetona le tira la goma.
Elsa Kalish
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Roberto Fontanarrosa
Cuestión de principios
¿Te conté la del viejo Castilla?. La del viejo Castilla es mundial. Es la prueba de lo que se puede comprometer un tipo por hablar al pedo, ¿viste?. Por darse manija con las palabras y después no poder volver atrás. A mí siempre me pareció un viejo pelotudo, eso te lo aclaro desde el vamos, aunque al final, no sé, creo que medio que se reivindica el viejo, pero de todas maneras siempre fue bastante pelotudo. Un formal, ¿viste?, un tipo que estaba permanentemente tratando de demostrarte que él era un caballerito inglés, un tipo educado, un tipo que mantenía una diferencia muy notoria con el resto de la gente, de la gente como nosotros. Cordial, ¿no?. Siempre cordial. Demasiado. Meloso a veces. Muy cuidadoso en su vocabulario, casi te diría que a propósito. Mirá que en la empresa por ahí todos hablaban, cuando se reunían los empleados, por ejemplo a tomar café de una manera normal, lógica, cotidiana. Puteando, por ejemplo, cagándose de risa. Pero Castilla, no. Participaba, hacía algunos silencios reprobatorios ante las malas palabras y siempre mezquinaba las opiniones. Las quería hacer valer. Como si no pudiese rebajarse a intervenir demasiado en las charlas sobre pavadas, o como si se reservara el derecho a la conclusión final, a la moraleja. Un plomo, el pelotudo.
Decí que nosotros ya no le dábamos pelota. Hablábamos delante de él como si no estuviera. ¡Hacía tanto que uno lo conocía de la empresa!. Porque hacía como 20, 30 años… ¡qué sé yo los años que hacía que ese hombre trabajaba en la empresa!. Era ya parte del inventario. Te estoy hablando de un hombre que ahora tendrá cerca de 65 años más o menos. Y siempre muy atildado en el vestir, de traje y chaleco impecable, bigotito fino, cabello rizado algo escaso arriba y muy plateado sobre las sienes. Creo que se daba con la tintura el viejo. Porque era, es, un viejo coqueto. Y muy baboso. Siempre andaba rondando a las minitas, las secretarias. Haciéndose el que no les daba bola. Pero las trataba con mucha deferencia, les corría la silla para que se sentaran, les elogiaba el peinado, les comentaba la ropa.
Un galán a la antigua, digamos. Eso es lo que él, como estrategia yo pienso, quería explotar: su comportamiento a la antigua. El viejo se consideraba un reservorio de las viejas costumbres, un detalle de distinción. Pensaba que con eso hacía diferencia, que eso le daba un rasgo distinto y ganador.
Además, usaba palabras extrañas de vez en cuando, a propósito, antigüedades. “Cobijas”, decía, por ejemplo… “Botines” por zapatos, “Chansonnier” por cantor… Y no te creas que no impresionaba a algunas pibas cuando lo veían tan educado, tan fino… Las minas nos marcaban las diferencias con nosotros, que las tratábamos para la mierda a veces, o como a cualquier otro compañero de trabajo. “Un señor”, solían decir las chicas, cuando hablaban de él.
Aunque me parece que el viejo, muy cauto, nunca iba más allá de ese revoloteo.
No supe de ninguna oportunidad en que haya invitado a una de las pibas a tomar un café fuera de la empresa o que se haya tirado abiertamente con una. Hasta ahí nomás llegaba el viejo. Jugueteaba, le gustaba ese asunto seductor de mariposón veterano.
Con la única que mostraba la hilacha, te juro, era con la Inés, una potra ligerísima que laburaba en Administración. Esa mina siempre estuvo buenísima y además se iba con unas minifaldas por acá que te volvían loco. Para colmo, le daba calce al viejo. En joda nomás, de hija de puta, porque ella se lo caminaba al gerente y después al hijo del gerente.
Te estoy hablando de una mina de unos 34 años, que sabía lo que quería, muy agradable la mina. Y con ella sí, el viejo se moría.
Yo, que conocía el paño, lo miraba cuando él le hablaba o lo cazaba cuando ella andaba revoloteando por la oficina y él, desde su escritorio, la miraba.
Y se le caía la baba al viejo Castilla…
Y un día no va y por estas cosas de los nuevos mercados, la globalización, la computación y todo eso, aterriza en la empresa un nuevo capo. Un nuevo capo con toda una banda de colaboradores nuevos. Como se acostumbra ahora, ¿viste?. Un pendejo.
Insoportable el pendejo, te estoy hablando de 30, 31 años, no más. Medio pintón el mocoso, o parecía pintón porque vos sabés que no hay nada que te arregle más la cara que una buena tarjeta de crédito. Engreído, prepotente, arrogante, con esa cosa yanqui de “pisa recio y escupe lejos”. De la raza de los winners, de los ganadores, de los yuppies y toda esa mierda.
Entrador, por otra parte, cuando quería, simpático, fachero, deportista. Siempre tostado el tipo, Silva se llamaba, de andar en el río, en el mar, de ir a esquiar, de jugar paddle y todas esas boludeces. No le faltaba nada al pendejo. Y su segundo, su mano derecha, otro como él. Algo más grande tal vez, 34, 35, Pérez Centurión, licenciado en marketing, en merchandising y esos inventos.
Las minas, locas con los dos, pero especialmente con el Silva, el presidente. La Inés, por ejemplo, lo marcó de arranque nomás, porque de largada ya estaba la Inés en las gateras. Sin embargo, te diré que el pendejo no comía vidrio -no se llega hasta esos puestos comiendo vidrio- y tampoco era un viva la pepa en su comportamiento profesional. Estos pendejos están adiestrados para competir y para ser eficientes.
Entonces en la empresa mucho no jodía. Te diría que todo lo contrario. Apuntaba más  que nada a la eficiencia y al laburo. Armó una revolución en la empresa, echó gente a la mierda, sacó tipos de aquí y los metió en otra parte, modificó secciones, y al viejo Castilla lo dejó donde estaba, ni lo tocó, como si fuera un mueble que no necesita modificaciones. Tampoco lo ascendió, pero no le pegó una patada en el culo. De todas maneras te digo que el viejo era muy eficiente en lo suyo, muy cuidadoso, muy meticuloso.
-Yo duermo muy bien por las noches, Juan Alberto; le contaba uno de esos días a su cuñado por teléfono el viejo, explicando las modificaciones de la empresa. -Vos no sabés lo bien que yo duermo a la noche. Como un bebé, como un bebé…
y Sarita, la mujer del viejo, meneaba la cabeza de un lado para otro, sin intervenir en la conversación, mientras planchaba.
-Yo nunca le he pisado la cabeza a nadie para subir, ¿me entendés?. Nunca. Por eso duermo tranquilo. Tengo la conciencia muy limpia.
-¿Subir? ¿A dónde subir?; preguntó Sarita, amarga, apenas Castilla cortó la comunicación. -Tenés casi 40 años en la empresa y seguís en un puesto de porquería… ¿Qué “subir”?.
-No seas injusta, Sara… Vos sabés que es un buen puesto. Gano bien, me respetan…
-¿Te respetan?. ¿Así te respetan?. Hace como cinco años que no te ascienden…
-No seas injusta -Castilla exageraba su herida-. ¿Y dónde pensabas que podía llegar en esta empresa?. ¿A gerente general?.
-Mirá, Miranda…
-Miranda… -Castilla meneó la cabeza, con una sonrisa triste-. Miranda…
-Sí, mirá a Miranda… Entró después que vos y gana más que el doble de lo que vos ganás…
-No es más que el doble, no es más que el doble…
-En menos tiempo…
-Oíme, Sara… -Castilla se mordió los labios, como dudando en revelar un secreto de Estado-, yo sé bien cómo ascendió Miranda…
-¿Qué?. ¿Cómo ascendió Miranda?. ¿Qué hizo Miranda?.
-Yo sé muy bien cómo ascendió Miranda… Hay muchas formas de ascender en una empresa, Sarita… Yo no sé si Miranda duerme tan tranquilo como yo…
-Ah, claro… -Sarita golpeó más de lo necesario con la plancha sobre la tabla-. Ya sabía yo… Todos los que consiguen cosas, todos a los que les va bien, son unos deshonestos, son unos sinvergüenzas, son unos ladrones… El único honesto acá sos vos…
Castilla giró sobre sus talones, arreglándose el cuello impecable de la camisa -permanecía con corbata hasta en la casa- volvió a resoplar, como si estuviese recurriendo a los últimos vestigios de su infinita paciencia.
-Hay muchas maneras de trepar, Sarita, muchas maneras…
-Y bueno, contáme -desafió Sara-. A ver, contáme, cómo hizo para trepar Miranda…
-No te puedo contar -frunció la cara, Castilla-. No te puedo contar, es muy complejo…
-Claro, yo soy una burra que no entiende nada. A mí no me podés contar  nada porque no entiendo -Sara no levantaba la vista de la tabla-. Lo único que sé es que Miranda está en el puesto en el que vos deberías estar desde hace mucho… Y que todos los que llegan a algo son delincuentes…
Para colmo, te cuento, el viejo Castilla había recrudecido con ese argumento desde el momento en que llegó el pendejo de jefe. Acostumbrado a una empresa más tradicionalista, eso lo puso loco. Y lo comentó en la mesa del almuerzo con su familia: Sarita, y Rolo, su pibe, porque la pendeja ya se había pirado un par de años atrás.
-Cualquier mocoso petulante se cree con derecho de llevarte por delante, Sarita -había dicho-. Tendrías que ver a este muchacho, su altanería, su soberbia, su desparpajo… Yo no me explico cómo pueden estos muchachos acceder a puestos de tanta importancia…
-Será capaz, Adalberto -cortaba Sara-. Será capaz… Muy simple…
Castilla chasqueaba los labios, despectivo.
-Capaz de cualquier cosa. De eso es capaz… Auto importado, teléfono celular…
-¿Y eso qué tiene de malo?; terció Rolito, el hijo de Castilla, que no tenía más de 16 años, tomando partido junto a su madre.
-Atropellan a todo el mundo -Castilla desestimó la pregunta de su hijo-.  Piensan que no tienen nada que aprender…
-Pero llegaron, Adalberto. Llegaron. Y el día de mañana le darán un buen pasar a su familia; dijo Sarita.
Castilla sonrió tristemente.
-Tal vez sea yo el equivocado -dijo, dramático-. Tal vez sea yo…
Y la cosa se armó una tarde de una forma en que no se puede creer. No me preguntés cómo conozco yo algunos detalles, pero vos sabés que en esas empresas, a la corta o a la larga, uno se entera de todo.
Hasta ese momento, este pendejo Silva no le había dado ni cinco de pelota a Castilla. Salvo saludos muy formales, casi ni le había hablado. Tampoco era que lo ignoraba, sino que más bien estaba haciendo otros estudios de la empresa y no había tocado la parte de Castilla.
Pero esa tarde lo llama a su despacho, en el último piso del edificio para que le lleve unos papeles. Y Castilla va y descubre una cosa, mirá qué rasgo curioso en un pendejo como este Silva con su perfil de eficientista pragmático.
Primero Castilla comprueba que este pibe había cambiado casi todo el mobiliario de su oficina. A la mierda con los viejos muebles, con las cortinas, con las bibliotecas. Todo nuevo, supermoderno, amplios ventanales, moqueta de punta a punta, sillones giratorios, computadoras. Y segundo, que en el estante de una de las nuevas bibliotecas había una colección de revistas muy viejas, la revista “Tertulias”, una revista casi desconocida del año del pedo. Estaban ahí y no tenían un carajo que ver con nada.
Silva, el pendejo, yo creo que a propósito para molestar a Castilla, para escandalizarlo, en ese momento estaba hablando con su segundo, con Pérez Centurión, de minas, medio en clave, como intentando ser prudentes.
-¿Y cómo terminaste anoche?; preguntó Pérez Centurión, haciendo caso omiso de Castilla que acomodaba los papeles de la carpeta que debía presentar.
-¿Anoche?
-Con la Dalmita.
-¿Con la Dalmita? -Silva apretó una sonrisa-. Bien… Muy bien… Pero me acosté temprano…
-Buena piba…
-Me dijo que la amiga te iba a llamar cuando volviera de Punta del Este…
-¿La amiga?.
Fue cuando Castilla carraspeó indicando que ya tenía todo preparado. Silva tomó la carpeta, le pegó una hojeada y musitó un par de “Muy bien, muy bien”, complacido. Entonces el viejo, alentado y agrandado por la aprobación del jefe, preguntó, muy puntilloso, muy medido, por lo de las revistas antiguas.
-Las colecciono, señor Castilla; exclamó, ufano y casi simpático, Silva.
Castilla enarcó las cejas. Nunca hubiese pensado que ese muchacho al que uno podía relacionar más que nada con los estudios del mercado, el análisis sobre gestiones de empresa, las vinchas para playa en colores flúo, las tablas de surf y los amaneceres en Pinamar, podía dedicarse a coleccionar revistas viejas.
-Por mucho tiempo coleccioné pisapapeles también -siguió Silva-. Pero me cansé pronto. Y me entusiasmé con las revistas. Aunque no tengo mucho tiempo para dedicarles. Tampoco tuve mucha suerte con esta colección…
-¿Por qué?; preguntó Castilla, asombrado de haber detectado un rasgo noble en el muchacho.
-Me falta un número, Castilla. Aunque usted no lo crea, me falta un número y no lo consigo.
-¿Un número te falta?; se rió Pérez Centurión, sentado a la mesa de directorio.
-¿Podés creer?. ¡Un número!.
-¿Probó en las librerías de viejo?; preguntó Castilla. Silva se encogió de hombros como desestimando una pregunta de tamaña boludez.
-Entiendo que le parecerá una obviedad mi pregunta -admitió Castilla-. Pero es que yo he visto números de esa revista tiempo atrás en librerías… Y es más, yo tengo algunos ejemplares, muy pocos…
-En librerías no hay -fue drástico Silva-. Pero es muy interesante lo que usted me dice de los ejemplares que tiene…
-Conservo uno -dijo Castilla- de manera muy especial, porque en uno de sus artículos, le estoy hablando del año ´33, ´34, hay una nota donde aparece  mi padre. En la visita del príncipe Humberto de Saboya a Rosario, que vino al Jockey. Y allí aparece mi padre.
-¿Y es el único número que tiene?.
-No… Debo tener tres o cuatro guardados en algún cajón del ropero…
-¿Por qué no me averigua, Castilla?. El número que a mí me falta es el 148. El 148, recuerde…
Pérez Centurión, con presteza, anotó el número en un papelito autoadhesivo y se lo entregó a Castilla. Castilla aprobó un par de veces con la cabeza y se retiró.
Y mirá cómo son las cosas, ya te irás imaginando lo que ocurrió. Castilla va a su casa, esa tarde busca en los estantes altos del ropero y encuentra las revistas. Dos o tres números de “Tertulias” medio hechos mierda, amarillos ya, llenos de tierra, dentro de un sobre, a los que no miraba ni de casualidad desde hacía más de treinta años. Y comprueba, por supuesto, que la revista en que aparecía la foto de su padre, era la número 148, cosas del destino, aunque uno no crea.
Y te digo más. Lo que aparecía de su padre no era ni un artículo, ni una foto de su padre solo, ni nada que se le pareciera. Era una foto de conjunto, con casi más de 35 personas, borrosa, donde su padre aparecía entre ese montón de lameculos rodeando al príncipe Humberto, apretujándose para aparecer en la imagen.
El padre de Castilla era uno más entre todos esos obsecuentes de sombrero y corbatita que rodeaban al monarca. Sin duda de ahí le venía también al viejo Castilla esa reverencia por las monarquías, por los escudos de armas, por la prosapia de la familia y todas esas pelotudeces que él solía contar en la empresa. “León rampante escarlata sobre campo gualda”, solía describir el escudo de sus abuelos, remarcando que uno de ellos había sido Marqués de las Octavillas en el año del pedo.
Lo cierto es que el viejo Castilla se guardó la información de que tenía esa revista. Ni a su mujer le dijo. Pero andaba sonriéndose por los rincones convencido de que había conseguido un arma capaz de darle un poder insospechado. Al día siguiente, el pendejo Silva lo llama de nuevo para pedirle otros papeles. Cuando sube, en el último piso estaba reunida toda la plana mayor de la empresa, como quince figurones de todo tipo y calaña, discutiendo algo importante. Silva se hace un momento para estudiar los informes de Castilla y cuando Castilla ya se estaba por ir, desde la mesa de directorio lo para.
-Señor Castilla -llamó, ante el silencio de todos los demás. Castilla se detuvo junto a la puerta-. ¿Me averiguó lo que le pedí sobre la revista?.
-Vea lo que son las casualidades -paladeó Castilla, muy orondo, desde la salida-. Efectivamente, el número que yo tengo, donde aparece mi padre, es el que usted está buscando, el 148.
Silva enarboló una sonrisa de chico bueno.
-Fantástico lo suyo, Castilla, fantástico -exclamó-. Después hablaremos del asunto -se rió, pícaro-. Supongo que no tendrá inconvenientes en vendérmela en este caso… Puedo pagarla muy bien… Usted puede fotocopiarla de punta a punta en todo caso, hoy por hoy la fotocopia láser permite reproducir una publicación como si fuera la original…
Castilla, la mano apoyada sobre la puerta abierta, comprendió que ése era el momento que había estado esperando toda la vida. mantuvo la respuesta en suspenso, dejando que la ansiedad creciera en el silencio de los presentes que seguían la conversación con una mezcla de interés e ignorancia.
-Señor Silva -deletreó Castilla- usted sabrá perdonarme… Pero esa revista tiene para mí un enorme valor de tipo espiritual… Y no todo  se puede comprar con dinero… Con permiso -y cerró la puerta lenta, dramáticamente, sin un solo ruido-.
Al día siguiente el pelotudo del viejo Castilla, porque te digo que era un pelotudo, festejaba su cumpleaños en su casa, en el departamento que tenía por España y Montevideo. Reunió a casi toda la familia o al menos a aquellos que le tenían una especie de admiración, que consideraban que la suya era palabra santa y que lo ubicaban entre los grandes sabios contemporáneos porque el viejo hablaba bien y tenía modales para comer. No estaba Susana, la hija, porque esa pendeja ya se había roto las pelotas de un modo inconmensurable años atrás con el viejo y se había ido con un pendejo a vivir al Sur o por esa zona. Pero todos los demás estaban. Comieron, chuparon, charlaron y sobre el final de la cena el viejo pidió atención.
-Silencio, silencio que va a hablar Adalberto; exigió, pegando con la palma de su mano la tía Magda, que siempre había sido una chupamedias  del viejo.
-Callados, che -acordó Sarita-. Un poquito de silencio…
-Ayer me llama nuestro nuevo gerente general…; empezó a decir el viejo, solemne, con una sonrisa pícara, para detenerse de inmediato al escuchar cuchicheos. Tía Magda se inclinó sobre Cachito que insistía en seguir conversando con su primo y, enérgica, le ordenó algo en voz baja, zamarreándolo por un brazo. Cachito se calló.
-Escuchá, Ernesto -requirió Adalberto, creando más expectativa-. Escuchá, Tolo, que esto es bueno…
Tolo, cuñado de Castilla, acepto el pedido con una sonrisa ancha y burlona. Era al único que siempre le rompía las bolas el constante señorío de Castilla, y el único que luego, en su casa, despotricaba contra el viejo con frases tales como: “Pero por qué no se va a hacer lavar un poco el culo”. Aceptaba no obstante las invitaciones al departamento de España y Montevideo, porque de tanto en tanto debía recurrir a la ayuda de su hermana Sara ya que él no llevaba una vida “ordenada” como postulaba el viejo.
-Escuchá, Tolo… -insistió el viejo-.Ayer me llama este muchachito Silva, el nuevo jefe…
-No me habías contado nada…; frunció el ceño Sarita, simulando una sonrisa. Y a medida que el viejo contaba el episodio en el directorio de la empresa su rostro comenzaba a tomar un tinte ceniza.
-Y ahí yo le dije… ahí yo le dije… -lentificó el relato, deleitado, Castilla- desde la puerta nomás y frente al silencio de todos los que estaban en la sala… le dije: “Perdonemé, señor Silva, pero esa revista tiene un gran valor espiritual par mí… Y hay cosas que no se compran con dinero”… Y me fui…
Se hizo un silencio. Sarita estaba violeta. Tía Magda, la chupamedias, enseguida dijo, pegando con el puño sobre la mesa, “¡Tomá!”.
-Se lo dije… repitió Castilla, altivo.
-¡Qué lección de vida!; graznó tía Isabel.
-“Esa revista tiene un gran valor espiritual para mí… -casi deletreó, de nuevo, el viejo-. Y hay cosas que no se compran con dinero”.
-¡Pero por supuesto! -chilló Magda-. ¡Estos jovencitos se piensan que se pueden llevar todo por delante, es increíble la prepotencia que tienen!.
-Creen que todo se puede comprar con dinero, Isabel, ése es el problema; acotó Laura. Tolo no dijo nada. Sólo miraba a Sarita quien, una mano sobre la boca, estaba verde.
Esa noche por supuesto, cuando se fueron los invitados, se armó el quilombo. Sarita le reprochó airadamente lo que había hecho, lo calificó de irresponsable, le preguntó quién se creía que era, le consultó dónde iba a ir él a buscar trabajo cuando su patrón le pegara una buena patada en el culo y de dónde iba a sacar la plata para pagar el viaje que Rolito iba a hacer con el equipo de rugby a Nueva Zelandia.
-No hablamos de dinero, Sarita -contestó Castilla ya desde la cama, molesto-. Estamos hablando de principios, que son cosas muy diferentes… ¡De principios!.
Pero Sarita ya no le contestó. Lloraba sofocadamente en el baño.
A otro al que no le había caído para nada bien la cosa fue lógicamente a Silva. Para colmo, Pérez Centurión, medio en joda medio en serio, lo empuaba en los descansos de sus partidas de paddle.
-¿Qué más querés, boludo? -le dijo, tomando un Gatorade y secándose la frente con su muñequera de toalla-. Arriba de que tenés un tipo insobornable, justo en un puesto donde tiene que defender el dinero de la empresa… te quejás…
-¿Insobornable? -osciló la cabeza Silva-. Lo que quiere ese hijo de puta es sacarme guita… Eso es lo que quiere…
-Por ahí no, por ahí no… Por ahí es un tipo de principios muy fuertes… No le importa la guita…
-Es un hijo de puta, Manuel… Yo los conozco a estos tipos, yo los conozco…
-¿Y qué vas a hacer?.
Silva se puso de pie y se pegó dos o tres veces con la paletita sobre el muslo transpirado.
-Ya vas a ver lo que voy a hacer… Todo hombre tiene su precio, acordáte…
-¿Lo vas a echar?.
Silva miró a su amigo con conmiseración.
-Sería muy fácil; dijo. Y siguieron jugando.
Al día siguiente, Silva le pidió de nuevo a Castilla que subiera al directorio. Y ahí, sin dilaciones pero siempre dentro de un marco muy cordial, le ofreció 5.000 dólares por la revista. Castilla, sentado frente a él, se quedó mirándolo. Disfrutaba el momento. Esa cifra era bastante más de lo que ganaba en todo un mes.
-Señor Silva -comenzó a hablar, convencido de que estaba iniciando una cruzada de moralización- creo que provenimos de culturas diferentes, de educaciones diferentes. Yo no digo que la mía sea mejor que la suya o viceversa. Pero son nítidamente diferentes. Y en la cultura de la cual yo provengo se privilegiaban otros valores: la lealtad, la honestidad, el esfuerzo, la amistad, el sentido solidario. Habrá advertido usted, señor Silva, que en ningún momento he hablado de dinero. El recuerdo de mi padre no se mide en dinero moneda nacional, señor Silva. Es todo lo que puedo decirle.
Silva, echado poco elegantemente sobre su sillón, siguió jugueteando con su rompecabezas plástico de intrincado diseño, la vista perdida en un punto abstracto. Aprobó luego con la cabeza. Se puso de pie y extendió la mano de Castilla.
-Le agradezco, señor Castilla -dijo, ya animado-. Sinceramente le juro que admiro a personas como usted, que pueden estar apartados del tema económico…
-No crea que yo no tengo mis problemas, señor Silva; se puso de pie, radiante, Castilla.
-Me imagino, me imagino. Lo que hace más encomiable su actitud.
Castilla se marchó, erguido como De Gaulle. Silva se volvió a sentar, rumió una puteada y le dijo a Pérez Centurión.
-Dame el número de teléfono de la casa de este tipo.
Para colmo -ya te he dicho que todas las cosas se saben en la empresa- la noticia de este asunto, al día siguiente, ya la conocía todo el mundo. Había trascendido lo de la primera reunión, lo de la revista, la negativa de Castilla, la actitud firme de Castilla, la insistencia de Silva, el rebote repetido de Silva. Hubo empleados, yo entre otros, que nos acercamos a Castilla para felicitarlo, discretamente, sin levantar tampoco demasiado la perdiz. Y las minas se le fueron encima. Hasta Inés, que se sabía positivamente que se encamaba con el Silva, se acercó para felicitarlo. Castilla estaba radiante, pese a que mantenía un entripado con ella desde que se había enterado de su fato con el gerente. Celos, más que nada, seguramente. De todos modos, Castilla adoptó un perfil bajo. “Hice simplemente lo que mi ética y mi moral me dictaban”, decía, bajando la vista, no sólo para fingir humildad sino también porque no quería seguramente  montar tal circo que hiciera que el patrón lo echara a la mierda por bocón y farolero. De cualquier forma, se encargó muy bien de decir en las ruedas de café y descanso que algún freno había que poner a todos aquellos que pensaban que cualquier cosa, hasta lo más sagrado, se podía comprar.
Al día siguiente  llega a la casa y la Sarita lo estaba esperando.
-Llamó tu jefe; lo abarajó. Castilla se quedó tieso, aflojándose un poco la corbata. Se había cuidado muy bien de contar los últimos episodios a su esposa, especialmente el del ofrecimiento de 5.000 dólares por la revista.
-Me contó todo; siguió Sarita. Rolito, el rugbier, estaba sentado a la mesa escuchando.
-Te dijo lo del dinero -dijo Castilla-. Te habrás dado cuenta el tipo de tipo que es… Un inescrupuloso que…
-Me pareció muy bien el muchacho -cortó Sarita-. Muy bien. Muy educado. Dijo que se dirigía a mí porque tal vez yo fuese más razonable…
-Esto ya supera los límites -se sulfuró Castilla-. Ese tipo se está extralimitando… es un imprudente y voy a tener que hablar con él nuevamente… no tiene por qué  hablar a esta casa y…
-Papá… -fue a los bifes Rolito-. Por una revistita de mierda que ni siquiera sabías que la tenías…
-¿Cómo revistita de…? -aulló Castilla, perdiendo su compostura-. ¿Cómo dijiste?.
-¡Estuve mil veces a punto de tirarlas, Adalberto! -gritó Sarita-. Mil veces estuve a punto de tirar todas esas porquerías del ropero. No las tiré porque estaban junto a unas recetas de cocina… ¡no me vengas a decir ahora que esa revista es muy importante para vos!.
-¡Fundamental! -rugió Castilla, el dedo índice al aire-. Fun-da-men-tal… está mi padre allí… y aunque así no lo fuera, aunque para mí no tuviese ya demasiada importancia esa revista, Sarita, ahora la cosa pasa por otro lado…
-¿Por qué lado?.
-Por el hecho en sí, por mis principios, por no permitir que un mocoso insolente e irresponsable se crea que me puede comprar con un puñado de dólares miserables…
-No tan miserables -se enojó Rolito-. Es la plata que estamos buscando para mi viaje.
-Y para la ropa que se tiene que comprar Rolito para viajar -secundó Sarita-. No va a viajar hecho un pordiosero ese chico…
Castilla giró un tanto la cara, se quedó mirando hacia un punto indeterminado y abatió sus hombros de la forma en que una vez viera hacerlo a Vittorio De Sica en “Pan, amor y fantasía”.
-Parece mentira… -musitó, como para sí-. Parece mentira… un chico de 17 años, al que uno supondría en la exacta edad de la pureza y la espiritualidad…  está dispuesto a venderse por 5.000 dólares miserables, como un sirviente, como un fenicio, como un galeote…
-¿Cómo 5.000 dólares, Adalberto? -frunció el ceño, Sarita-. 10.000 dólares me dijo ese muchacho, 10.000.
-Diez mil dólares le dijo el tipo, papá; repitió Rolito. Y Castilla sintió que la tierra se abría bajo sus pies.
Al día siguiente, fue Castilla el que llamó a Silva pidiendo visitarlo en su despacho. Castilla entró con paso vacilante. Había perdido su antigua arrogancia, pero la reemplazaba por una militante resignación. La misma, imaginaba, que había lucido Juana de Arco frente a la pila de leños.
El viejo sabía que Silva inteligentemente había abierto otro frente atacando en la cabecera de playa familiar. Sabía, además, que Silva podía multiplicar la apuesta hasta límites difíciles de soportar. Y que su frente interno no resistiría tanto.
Pero el viejo, que te adelanté que era un pelotudo, había llevado las cosas demasiado lejos. Ya todo el mundo sabía de su postura desafiante frente a los jefes, se había convertido en una suerte de Che Guevara frente al poder de la empresa y ahora, si hocicaba, si se rendía, su derrumbe sería vertical y definitivo.
-Me ha parecido realmente imprudente de su parte, señor Silva -dijo el viejo- que metiera a mi esposa en este problema…
-No es un problema, Castilla, es una transacción comercial.
-Para mí ya es un problema, señor Silva. Usted me ha enfrentado con mi mujer y mi hijo, en algo que no debería haber salido de este despacho…
-Hagamos una cosa, señor Castilla… vamos a ver… -lo cortó Silva, práctico-.  Yo sé que todo esto ha trascendido en la empresa, todo este asunto con usted, su revista, mi colección y esas cosas… muy bien… usted, entonces, se ha convertido en una especie de paladín de las causas nobles, en alguien que puede, dentro de este mundo tan comercializado, marginarse de esas presiones y sostener sus principios a rajatabla. Y se ha convertido en eso con justicia, Castilla, créame…
Castilla lo miraba, tratando de adivinar a dónde quería ir.
-Pero usted es un principista, Castilla -siguió Silva- y yo soy un comerciante.  Entonces, hagamos una cosa… hagamos una cosa… dejemos las cosas así.  Esperemos que todo esto se apacigüe, que sus compañeros de trabajo se olviden del asunto, que dejen de hablar de estas pavadas… y dentro de un mes, dentro de dos meses, usted me vende la revista, en la más total de las privacidades. Nadie se entera. Usted mantiene el prestigio adquirido, yo me quedo con la revista y completo la colección. Y usted y su familia se hacen del dinero. Y todos contentos.
Castilla sentía un profundo dolor en la garganta. Pero empezó a negar lentamente con la cabeza. Recuperó su ánimo insuflado de un espíritu épico que lo enardecía.
-Hablamos idiomas diferentes, señor Silva. Y en la familia de los Castilla hemos sido siempre hombres de una sola palabra; se puso de pie. Seguramente Castilla pensaba que en ese momento, su cuerpo íntegro resplandecía, como los de los antiguos mártires religiosos.
Silva comprimió las mandíbulas.
-Un momento, Castilla, un momento… tal vez a usted no le importe el dinero. Pero pueden importarle otras cosas…
Silva miró a Pérez Centurión, testigo privilegiado como siempre de los acontecimientos. Castilla miraba a Silva.
-¿Hace mucho que usted no viaja a Buenos Aires, Castilla?; preguntó Silva.
Castilla se desinfló en una sonrisa irónica, no podía creer que Silva lo corriera con eso.
-Bastante; admitió.
-¿Qué le parecería si la empresa lo manda una semanita a Buenos Aires, Castilla, todo pago por supuesto, a un hotel cinco estrellas…
Castilla sacó hacia delante su mentón, cada vez más sarcástico, abismado, tal vez, por la ramplonería de su adversario.
-…acompañado por la señorita Inés, Castilla?. ¿Qué le parecería eso?.
El viejo sintió como un mazazo en la cabeza. Mil imágenes se le cruzaron inmediatamente frente a los ojos, de camas de agua, recepciones de hoteles lujosísimos, cenas con champán, alcobas con aire acondicionado y las piernas larguísimas de Inés.
-Me parece… -trató de sobreponerse- me parece una falta de respeto hacia la señorita Inés, señor Silva.
-De eso no se preocupe -dijo Silva-. Usted piénselo, ¿me entiende?. Piénselo.  Imagínese cómo podría ser. Si le gusta. Si le parece bien…
-Me parece… me parece una bajeza, señor Silva -se atrevió a acusar, Castilla-.  Lo mismo que el hecho de hablarle a mi señora a mi casa…
-Quédese tranquilo, Castilla -Silva se adelantó casi como para ponerle el brazo sobre el hombro, cínico-. Si hablo con su mujer no le comentaré lo del viaje a Buenos Aires…
Al viejo no le pasaba ni el aire por la garganta.
-Le pido -articuló, con dificultad- que no llame nunca más a mi mujer a mi casa.
-Por supuesto que no lo voy a hacer -prometió Silva-. ¿Pero qué hago si ella me llama?. Es su esposa la que quedó en llamarme…
El viejo no dijo más nada y se retiró del despacho. Para colmo, cuando salía, escuchó sonar el teléfono.
De ahí en más pienso que la cosa fue un calvario para ese pobre viejo pelotudo. Yo supongo que lo del viaje a Buenos Aires con esta mina, la Inés, lo debe haber tenido despierto más de una noche pero que lo descartó casi desde el arranque. No dejaba de ser un viejo pusilánime, hasta moralista te diría, con ese verso pomposo de la fidelidad matrimonial. Y, más que nada, con un cagazo cerval a que lo pescaran en una trampa y que todos dijeran: “Pero mirá en el renuncio que lo cazaron al señor Castilla”. Pero lo que le enquilombó definitivamente la cosa fue la siguiente ofensiva de Silva, decidido firmemente a demostrar al mundo y en especial a Pérez Centurión y sus esbirros del directorio, que todo tiene su precio, que todo se puede comprar y que un buen empresario no debe detenerse ante nada ni ante nadie. Cuando la Sarita lo llamó de nuevo -porque fue ella la que había quedado en llamarlo- Silva le ofertó, derecho viejo, 30.000 dólares. Creo que ya lo hacía no sólo por el desafío personal de confrontar su filosofía de vida con la de este viejo carcamán y ridículo, sino que lo tomaba como una inversión educativa para sus pares, que debían tomar en cuenta ese “caso testigo” como una enseñanza para ejecutivos. Sarita lo encaró a Castilla y lo hizo de goma.
-Es el futuro de tu hijo, -le puntualizó, tratando de mantener la calma- el viaje de tu hijo, los arreglos que le tenemos que hacer al departamento y hasta la posibilidad del auto…
Castilla se quedó en silencio, sentado frente a ella, mordisqueándose la piel interna de los labios
-¿Cuánto hace que no tenemos auto, Adalberto? -preguntó Sarita-. Desde que estábamos de novios, que vos tenías 23 años, yo creo. Desde esa época. Gladys y Ernesto tienen. Magda tiene. Y hasta el Tolo está por comprar uno.
Se hizo un silencio.
-¿Por qué no le decís que no… -preguntó Rolito, de pronto- y esperás hasta que te haga una oferta de 50.000?.
Castilla lo miró sin verlo, preguntándose a sí mismo cómo podía haber engendrado semejante monstruo.
-Si vos le decís que no a tu jefe… -continuó Sarita- porque acordate que es tu jefe, yo te juro que, primero… voy y quemo esa revista de mierda ahora mismo. Ahora mismo la quemo. Y después… -se apoyó el puño sobre los labios que le temblaban, al borde del llanto- te juro que agarro mis cosas y las cosas de Rolo y los dos nos vamos de esta casa… a cualquier lado nos vamos, a cualquier lado…
Castilla miró a su hijo. Rolito le mantuvo la mirada, decidido. El viejo se puso de pie.
-Es reconfortante saber -musitó- que siempre han querido tener un padre que fuera un ejemplo de integridad, de solvencia moral, de ética… es reconfortante…
-¿Qué tiene que ver esto con la ética, Adalberto? -saltó Sarita-. ¡No hagas una pantomima de una revistita de mierda!. ¿De qué ética me estás hablando?.
Fue Castilla entonces el que se sentó vencido.
-¿Qué va a decir tu hermana? -preguntó-. ¿Magda, Ernesto… tu madre?.
-¡Nada tienen que decir, nada!. ¡No tienen por qué enterarse de nada!. ¿O te creés que todo el mundo está preocupado por esa revista de porquería, Adalberto?. ¿Qué van a decir, eh, qué van a decir?. “Adalberto le regaló esa revista a su jefe”, van a decir, eso van a decir, “Cambió de opinión y le regaló esa revista a su jefe”…
-Es que no se la regalo… No es un regalo…
-Se van a alegrar, después de todo, cuando vean que tenemos auto, que Rolo se va de viaje, que por fin nos va bien…
Castilla miraba hacia el infinito.
-También se la podría regalar… reflexionó, mustio.
-Te mato; dijo Sarita.
-Ni en pedo; saltó su hijo.
-Me voy de casa, Adalberto, sabélo -le recordó Sarita-. Nos vamos con tu hijo… y Castilla se quedó callado.
Yo pienso que ahí el viejo decidió entregar el rosquete. Se dio cuenta de que sus desplantes, sus bravatas, sus compadradas, ya no daban para más. Había ido demasiado lejos. Fue al ropero, sacó la revista y la puso sobre la mesa. La hojeó, repasó la foto donde aparecía -uno en la multitud- su padre y suspiró hondo. Y fue en ese momento cuando llamó la hija. Después de no haberle hablado durante más de tres años, Susana, la hija que se le había pirado al sur con un artesano, apareció de vuelta. Le dijo por teléfono que estaba de paso por Rosario y que quería verlo un momento. Averiado, frágil, tremulento, el viejo aceptó la propuesta. Él mismo la había echado prácticamente a la piba, cuando ella se negó a estudiar medicina insistiendo en aprender teatro; allí, para colmo, había conocido a un flaco con apariencia de miserable que hacía figuritas con alambre y tocaba la viola.
El viejo se encontró esa misma tarde con Susana en un café del centro y estuvieron hablando largo rato. Y Susana lo emocionó. Le dijo que se había enterado de todo el quilombo por la revista. Que estaba orgullosa de tener un viejo como él, que él era un bastión de la moralidad y el espiritualismo contra toda la mierda comercial y materialista del sistema que había convertido a América Latina en una sociedad careta. El viejo casi se larga a llorar. Y cuando la Susanita le dijo adiós, porque iba a encontrarse con el flaco melenudo para volverse a San Martín de los Andes, lo dejó al pobre viejo con tal quilombo en la sabiola que él decidió consultar con su amigo Abodenky.
¿Quién es Abobenky, dirás vos?. Bueno, Pedro Abodenky es un viejo pelado, de barba, abogado, que había hecho toda la secundaria con Castilla.
Y por aquel entonces, Abodenky era un líder de la zurda, un militante comunista de los más bravos, un agitador. El viejo siempre lo admiró en silencio al Abodenky. Sin admitirlo, porque el viejo andaba en otra cosa, en el individualismo, en el surrealismo, hablando de Breton, Apollinaire, Braque y esas pelotudeces. Pero lo admiraba al Abodenky por su pasión, por los huevos que este tipo tenía, por la pureza de sus ideas y por la bola que le daban las pendejas a este referente de la zurda.
El viejo no militaba, pero de tanto en tanto charlaba largamente con Abodenky, discutiendo a veces sobre el papel de las masas, sobre el riesgo de sus errores y lo discutible de su infalibilidad histórica.
Durante años no supo más nada de él. Es más, pensó que había sido boleta, que lo habían hecho cagar los milicos porque nadie sabía acercarle noticias de su amigo. Pero al fin reapareció. El viejo lo encontró un día caminando por la calle Córdoba. Había vivido una punta de años refugiado en Holanda. Y con la democracia se había vuelto. Le dejó un teléfono a Castilla, casi como una formalidad tonta, por si acaso, por si necesitaba algo. Y Castilla, en medio del quilombo que le había armado la hija en el balero, lo llamó. Quería pedirle una opinión, un consejo, en ese momento en el que su estructura moral y su ética vacilaban.
-¡Pero dale esa revista, Adalberto! -se echó hacia atrás, como escandalizado, Abodenky-. Dale esa revista y que se deje de hinchar las pelotas.
-Es que… no sé… yo suponía que vos…
-Oíme, Adalberto, oíme… no te pongás en una posición principista pelotuda -bajó  la voz, comprensivo-. Este tipo te está presionando, está tocando lo que para vos es lo más sagrado, tu familia. Te está originando un conflicto con tu mujer y tu hijo. Te está cagando la vida. Puede multiplicar la apuesta tres o cuatro veces más hasta quebrarte… y estamos hablando de una revista chota, Adalberto…
-No se trata de una revista, Pedro. Yo pensé que vos entenderías la lucha de principios y de filosofías de vida que se están planteando en este asunto…
-Adalberto… Adalberto… esto no es como las películas de James Bond, donde se juega el destino de la humanidad. Yo comprendo perfectamente lo que me querés decir… han muerto y mueren miles y miles de personas por cosas más importantes en el mundo… vos estás haciendo una cosa supuestamente épica de un enfrentamiento, hasta te diría, generacional… dale la revista, cobrá la guita, comprate el auto, llevala de vacaciones a tu mujer, que tu pibe pueda viajar a Nueva Zelandia y que ese muchacho Silvo, Silva o como se llame se meta la revistita hecha un cilindro en el medio del orto…
-¿Te parece, Pedro?. Vos eras duro…
Abodenky estiró una sonrisa triste.
-Estoy laburando en una multinacional, Adalberto -le dijo-. Como abogado. Yo, estoy laburando para una multinacional. Ya me casé y me separé tres veces… tengo hijos en Holanda e hijos acá… encontré a un ex compañero mío laburando como informante de la Armada… escribo de vez en cuando y trato de no convertirme en un terrible hijo de puta… por los pibes, más que nada te digo…
Castilla lo miró en silencio.
-Y vos me venís con este conflicto de la revista… -se rió Abodenky-.
-Bueno… perdoná… creí que era importante…
-¡No hombre, por favor!. Me encanta verte, me encanta verte… pero vendele esa revista… ¿o acaso alguien te va a reconocer algo si no lo hacés?. ¿No nos decían a nosotros que nadie nos había pedido que combatiéramos por ellos?. ¿No nos decían eso?. ¿No nos dicen eso?.
-Y es la verdad -pinchó Castilla-.
Abodenky se rió, amargo. Se despidieron.
Dos días después, Castilla arregló las condiciones de su entrega, de su rendición.  Absoluto secreto, exigió. Discreción completa. Incluso lo habló por teléfono con Silva desde su casa, porque cada vez que subía al directorio todo el mundo se enteraba, y no sólo eso, todo el mundo se enteraba de lo que hablaban.
-Por favor, Castilla, ni qué decirlo -aprobó Silva, medido pero exultante, mientras le hacía un gesto con el pulgar elevado a su amigo Pérez Centurión-. Ni qué decirlo. Le digo más. Le propongo que no me traiga la revista acá, a la empresa. Y que nos veamos fuera del horario de trabajo. Incluso, estrictamente, esto no es una cuestión de trabajo. ¿Qué le parece mi departamento el domingo a la tarde?.
Castilla vaciló.
-¿Su departamento?; medía los riesgos.
-Mi departamento. Yo vivo solo, en Barrio Martín. Si usted me dice que se viene a la tardecita, yo lo espero a eso de las siete, siete y media, como le resulte más cómodo. Usted me entrega la revista y yo le doy ahí mismo el cheque. El lunes lo cobra.
Castilla miró a su mujer y ésta, adivinando el éxito, enarcó las cejas.
-Ocho y media del domingo -contrapuso Castilla-. Tengo algo que hacer antes.
Era mentira. Pero pensaba que a esa hora, las ocho y media, ya estaría oscuro y menos gente podría verlo entrando al departamento de Silva. “Como si fuera un ladrón”, se flageló antes de seguir hablando.
-Ocho y media, Castilla. Perfecto. Ahí lo espero. ¿Vendrá usted solo por supuesto?.
-Por supuesto, señor Silva. Iré solo.
Para el domingo el viejo estaba como si se hubiese sacado un peso de encima. El hecho de tomar una decisión, bien o mal, yo pienso que te tranquiliza considerablemente. Lo jodido, lo que te mata, es la incertidumbre. Por otra parte, había recuperado el respaldo de Sarita y hasta el respeto del adolescente Rolo, el promisorio rugbier.
La demás gente le importaba menos. Ya nadie le comentaba nada sobre el asunto de la revista. Y su hija, la recuperada Susana, estaba de nuevo en la remota San Martín de los Andes con el artesano cantor.
Llegó a la puerta del lujoso edificio del barrio Martín y tocó el portero eléctrico. Hacía frío. No se veía prácticamente a nadie por la calle, ni tampoco en la puerta de los departamentos. Ni siquiera un portero detrás de la mesa de recepción.  “Mejor”, pensó Castilla, sosteniendo debajo del brazo el sobre de papel manila donde llevaba la revista. El ascensor lo fue elevando, lenta y silenciosamente, hasta el piso catorce. Abrió y frente a la puerta del ascensor se abrió  también la del departamento. Silva lo esperaba en mangas de camisa pero con corbata, con un vaso de whisky en la mano, sonriendo. Atrás se veía una sala amplia y un amplísimo ventanal que daba al río.
-¿Qué tal?; dijo Castilla.
-¿Cómo le va, Castilla?. Pase, pase.
Castilla entró al departamento y refrenó un impulso de quitarse el sobretodo. Quería que la cosa fuese rápida. El lugar estaba silencioso y poco iluminado, como si Silva también estuviera apurado por terminar aquello, como si estuviera a punto de salir.
-Pase, pase por acá, Castilla; Silva lo invitó a una habitación contigua que se veía más luminosa.
-Le traje también… -aceptó la indicación Castilla- las otras revistas, los otros números que yo guardaba de “Tertulias”. Total, para mí…
Y se quedó en silencio, atónito. Ahí, en el otro salón, frente a una mesa ratona bastante amplia donde había botellas, bocaditos y vasos de distintos tipos, estaban todos, todos sus compañeros de oficina. Estaban también Pérez Centurión, Inés, y los demás secuaces de Silva en el directorio general.
-Miren quién vino; anunció el hijo de puta de Silva. Y ahí fue como si recuperaran el habla todos, que saludaron con gritos de júbilo a Castilla. El viejo se quedó helado, plantado en el medio de la pieza. Sentía, presentía, asumía, que se lo habían cogido.
-A ver… a ver esa revista que usted no quería venderme, Castilla… -palmoteó alegre Silva, manoteando un sándwich triple y zampándoselo en la boca, ante la algarabía general-. Permítamela verla…
Castilla había quedado con el sobre extendido hacia adelante. Silva lo tomó sin esfuerzo y luego se dejó caer en un hueco que le dejaban en el medio del sillón principal la rubia de computación e Inés, que se rió a los gritos. Todos -eran como veinte- se inclinaron sobre la revista para mirarla, con fingidos chillidos de interés.
-Lo prometido es deuda, Castilla -Silva se puso de pie de nuevo, como un resorte-. Ahora le traigo su cheque… -y se marchó casi a los saltos hacia otra habitación-. Castilla permanecía clavado donde estaba, respirando con dificultad. Inés le ofreció un trago, Pérez Centurión, bocaditos, pero el viejo no aceptó ni contestó nada.
-Acá tiene -anunció Silva, volviendo-. Acá tiene lo suyo… -enarboló el cheque a la vista de todos-. ¡30.000 dólares!.
-¡30.000 dólares!… ¡Qué maravilla!; gritaron muchos, en especial, las mujeres.
-Lo que cuesta, vale; sentenció Silva, extendiendo el cheque hacia Castilla, pero sin acercarse. Castilla, tras un momento de vacilación, caminó hasta donde estaba Silva, estirando el brazo, arrastrando los pies.
-Acá lo tiene -explicó Silva, repasando lo escrito en el cheque con el dedo índice-. Mañana mismo puede cobrarlo… mañana a la tarde ya se puede comprar un auto cero kilómetro, si le interesa…
Castilla tomó el cheque como en cámara lenta. Cuando lo apresó entre sus dedos, un suspiro de admiración creció entre los presentes. Castilla vio que Inés lo miraba, ahora, muy seria. Entonces el viejo Castilla, siempre con movimientos lentos, como didácticos, como explicativos, agarró el cheque y lo rompió en mil pedazos. Lo hizo mierda, loco, ahí mismo, frente a los ojos de todos aquellos chupaculos del pendejo Silva, que lo miraba con una mirada de incomprensión.
Después, el viejo Castilla pegó media vuelta y se fue del departamento. Vaya a saber qué carajo habrá pensado cuando salió al frío de la noche. Tal vez en el quilombo que le iban a hacer su mujer y su hijo. Tal vez en lo que le iba a decir a la Susana si lo llamaba de nuevo desde San Martín de los Andes. Tal vez en la cagada que significa comprometerse por hablar tanto al pedo. O tal vez en que esa noche iba a dormir muy, pero muy tranquilo.
Roberto Fontanarrosa
Publicado en Alan Pauls, Alberto Giordano, Alberto Laiseca, Alejandro López, Ariel Schetini, Beatriz Sarlo, Carlos Gamerro, César Aira, Christian Ferrer, Copi, Daniel Link, David Viñas, Eduardo Grüner, Eduardo Rinesi, Elsa Kalish, Elvio Gandolfo, Emilio de Ípola, Erich Auerbach, Eva Perón, Evita, Ezequiel Martínez Estrada, Fernando Pessoa, Fito Páez, Flema, Fogwill, Georg Lukacs, Georges Bataille, Gilles Deleuze, Graciela Speranza, Guadalupe Marando, Harold Bloom, Hegel, Hernán Sassi, Honoré de Balzac, Horacio González, Horacio Tarcus, Jacques Derrida, Jaime Rest, James Ellroy, James Joyce, John Berger, Jorge Asís, Jorge B. Rivera, Jorge Baron Biza, Jorge Lafforgue, Jorge Luis Borges, Jorge Omar Viera, Jorge Panesi, Josefina Ludmer, Juan Carlos Onetti, Juan Diego Incardona, Juan Domingo Perón, Juan Gelman, Juan José Saer, Juan José Sebreli, Julia Kristeva, Julio Cortázar, Karl kraus, Karl Marx, Las chicas de letras se masturban así. Obras Completas sin editar – Elsa Kalish, Louis-Ferdinand Céline, Manuel Puig, Maradona, Marcel Duchamp, Marcel Proust, Marcelo Cohen, Margarita Martínez, Martin Heidegger, Michel de Montaigne, Michel Foucault, Michel Houellebecq, Mikhail Bakhtin, Nicolás Casullo, Nicolás Rosa, Oscar del Barco, Patricia Willson, Philip K. Dick, Philip Roth, Pier Paolo Pasolini, Pierre Bourdieu, Platón, Raymond Williams, Ricardo Forster, Ricardo Piglia, Roberto Bolaño, Roberto Fontanarrosa, Rodolfo Walsh, Rodrigo Fresán, Roland Barthes, Samuel Beckett, Sebastián Cariola, Sebastián Hernaiz, Sigmund Freud, Silvia Molloy, Silvina Ocampo, Silvio Mattoni, Sylvia Molloy, Sylvia Plath, Sylvia Saítta, Theodor W. Adorno, Tomás Abraham, Vladimir Nabokov, Walter Benjamin, William Faulkner, Wittgenstein, zzz---Confesiones de un librero de mierda---zzz | 2 comentarios

Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Collage

 

Como la luz, la risa tiene también su lado sombrío; no se ríe impunemente.
No es el magistrado quien pronuncia la sentencia final – el propio hombre se hace sombra a sí mismo.
Acercamientos. Drogas y ebriedad, Ernst Jünger.

 

Reúno y ordeno una selección en 20 capítulos de los collage que vengo trabajando con Jorge Luis Borges y que están dispersos por todo el sitio de la librería junto a fotos pornográficas y gente durmiendo en la puerta de tu casa. Los títulos de los 20 capítulos en los que reúno una selección de los collage son los siguientes: I- Las cenizas de Gramsci; II – William T. Vollmann; III – Miles Davis; IV – Caleidoscopio; V –  Sigmund Freud; VI – Amateur Pornstar; VII –  ¡Ahí vamos, Gus!; VIII  – Frida Kahlo; IX Carrefour; XI  – Ralph Steadman; XII – Pablo Picasso; XII – Los derechos de los animales; XIV – Käthe Kollwitz; XV  – George Grosz; XVI – Ratas; XVII – Literatura argentina y realidad política; XVIII – Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa; XIX – Fogwill; XX – Estevan Masot.
 Borges y Ringo
Este perrito se llama Ringo y es el perro que me inspiro para los textos donde Borges y él son cartoneros y amigos de Cheever y Carver. La foto se la saque una mañana con la cámara que me robaron y con la cual iba por la ciudad registrando fotográficamente a la gente que duerme en la calle. Esos textos donde Ringo y Borges cartonean la ciudad se pueden encontrar entrando en esta entrada:
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La crisis del siglo XII. El poder, la nobleza y los orígenes de la gobernación en Europa – Thomas N. Bisson

I
 Las cenizas de GramsciFrank Sinatra Gay Talese Charles L. Granata Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciMonstruos invisibles – Chuck Palahniuk Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciLos procesos de Juana de Arco Georges Duby Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciLos Karivan – Miljenko Jergovic Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciTécnica y civilización Lewis Mumford Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa GramsciPaís de sombras Peter Matthiessen Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Roberto FontanarrosaGramsci
II
William T. Vollmann

La ciudad en la historia Lewis Mumford adolf Hitler William T Vollmann Borges Fontanarrosa BeatlesJorge Luis Borges Bob Marley Adolf Hitler Fontanarrosa John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Juan Pablo LiefeldEn pos del milenio Norman Cohn Nietzsche William T Vollmann Fontanarrosa Jorge Luis Borges John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison¡Absalón, Absalón! – William Faulkner Pasolini Borges Beatles Fontanarrosa William Vollmann Juan Pablo Liefeld Gramci

III
Miles Davis

Salvador Allende Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro Pereyra GAP The Beatles Lennon McCartneyLas correcciones  Jonathan Franzen Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro PereyraHomosexualidad literatura y política George Steiner John Boswell Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro PereyraMiles Davis. La biografía definitiva – Ian Carr Jorge Luis Borges Fontanarrosa Bill Evans John ColtraneHistoria criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Juan Pablo Liefeld The Rolling Stones

IV
Caleidoscopio 

Jorge Luis Borges Juan Carlos Onetti Charly Garcia Inodoro Pereyra Roberto Fontanarrosa Libros Kalish Juan Pablo Liefeld 15Cdavid Foster Wallace Onetti Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George HarrisonCuando muere el dinero – Adam Fergusson Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George HarrisonLos que iban cantando. Detrás de las voces – Guilherme de Alencar Pinto Onetti Borges BeatlesMimesis  Erich Auerbach Borges Eva Peron Fogwill George Steiner Homero Honoré de Balzac Marcel Proust Montaigne Cervantes San Agustín Stendhal Virginia WoolfFrida Kahlo Auschwitz Borges Hitler Michael ChabonAdolf Hitler Jorge Luis Borges Libros Kalish La noche quedó atrás – Jan ValtinJorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco El libro de Dios. Una respuesta a La Biblia – Gabriel JosipoviciLibros Kalish Luis PompaBeatriz Sarlo David Viñas Jorge Luis Borges Libros Kalish diario La Nación Ricardo SidicaroJorge Luis Borges David Bowie  James Ellroy libros kalish A la caza de la mujer –Julián Urman Jorge Luis Borges George Grosz Libros Kalish Jorge Lanata David Bowie Lisa Ann Leo Mattioli Metropolis

V
 Sigmund Freud

Hugo Piciana Sebastián Cariola Sigmund Freud Lacan Libros Kalish Borges Rodrigo Ruiz Ciancia Conversación analítica XI. El objeto en psicoanálisis

VI
Amateur Pornstar

Napoleón Bonaparte Albert Manfred Jorge Luis Borges Libros KalishJesuitas Jean Lacouture Jorge Luis Borges Libros KalishKierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay Libros Kalish Jorge Luis Borges Tomas AbrahamEvolución. La asombrosa historia de una teoría científica – Edward J. Larson Charles Darwin libros kalishCondenados de Condado – Norberto Fuentes Ernesto Che Guevara Fidel Castro Camilo Cienfuegos libros kalishInteligencia artificial – Daniel Crevier libros kalish

VII
¡Ahí vamos, Gus!

Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Fito Páez Charly García David Bowie Spinetta Libros Kalish Fabiana CantiloViaje a las hormigas Bert Hölldobler Edward Wilson Gustavo Cerati Soda StereoJorge Luis Borges Libros Kalish L A Spinetta Charly García Fito Páez Juan Pablo Liefeld Guadalupe MarandoNoches de cocaína – J. G. Ballard Keith Richards Mick Jagger Bob Dylan Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Richard Coleman Libros Kalish

VIII 
Frida Kahlo

Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede Frida Kahlo Jesús de Nazaret Adolf Hitler Jorge Luis Borges Libros KalishDe baratijas y curiosidades. Por bazares, zocos, mercadillos y calles del mundo – Barbara Hodgson Adolf Hitler Auschwitz  Jorge Luis Borges Libros KalishElogio del látigo. Una historia cultural de la excitación – Niklaus Largier Frida Kahlo Jorge Luis Borges adolf Hitler Auschwitz Libros KalishLaguna – Barbara kingsolver Frida Kahlo Diego Rivera Leon Trotsky Jorge Luis Borges adolf Hitler Libros KalishEscucha esto – Alex Ross Libros Kalish Jorge Luis Borges Adolf Hitler Benito Mussolini Radiohead Bob Dylan Björk Mozart Verdi Schubert

IX
Carrefour

Descartes. Biografía – Geneviève Rodis-Lewis Jorge Luis Borges Libros KalishEl palacio de la memoria de Matteo Ricci. Un jesuita en la China del siglo XVI – Jonathan D. Spence Jorge Luis Borges Libros KalishMito y pensamiento en la Grecia Antigua – Jean-Pierre Vernant Jorge Luis Borges Libros KalishWu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente – Jonathan Clements Jorge Luis Borges Libros KalishCómo esta solo – Jonathan Franzen Jorge Luis Borges Libros KalishLos inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes – Jörg Blech Jorge Luis Borges Libros KalishLa vida literaria en la Edad Media. La literatura francesa del siglo IX al XV – Gustave Cohen Jorge Luis Borges Libros KalishLa guerra de los cien años – Edouard Perroy Jorge Luis Borges Libros KalishWalt Whitman. El canto a sí mismo – Jerome Loving Jorge Luis Borges Libros KalishSimon Pedro, Pablo de Tarso y Maria Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman Jorge Luis Borges Libros KalishRasputin. Los archivos secretos – Edvard Radzinsky Jorge Luis Borges Libros KalishCuentos de Liao Zhai – Pu Songling Jorge Luis Borges Libros KalishLa Edad Media a debate – Lester K. Little y Barbara H. Rosenwein (eds.) Jorge Luis Borges Libros Kalish

XI 
Ralph Steadman

Primo Levi o la tragedia de un optimista Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling Stones Nietzsche William T. Vollmann Hunter S. Thompson Juan Gelman Oscar del BarcoLa vista desde Castle Rock – Alice Munro Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling StonesPor qué no podemos ser cristianos Piergiorgio Odifreddi Oscar del Barco Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish The Rolling Stones Hunter S. ThompsonChronic City – Jonathan Lethem Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish Hunter S. Thompson William T. Vollmann Sebastian HernaizLa Biblia envenenada – Barbara Kingsolver Johnny Allon Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros KalishThe Moons of Jupiter – Alice Munro Ralph Steadman Jorge Luis Borges libros Kalish Nick Cave Jonathan Franzen

XII 
Pablo Picasso

Todos los hermosos caballos – Cormac McCarthy Pablo Picasso Jorge Luis Borges Nick Cave Iggy Pop Edward Sheriff CurtisArcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX – Paco Ignacio Taibo II Pablo Picasso Jorge Luis Borges Sandro Carlos Monzon Rana René Pancho VillaTodos los hermosos caballos – Cormac McCarthy Pablo Picasso Jorge Luis Borges Nick Cave Iggy Pop Edward Sheriff CurtisBanderas en tu corazón Marcelo Gobello Indio Solari Pablo Picasso Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota Jorge Luis Borges Enrique Symns Skay Beilinson Libros KalishVida y destino  Vasili Grossman Pablo Picasso Jorge Luis Borges Guernica Libros Kalish

XII
Los derechos de los animales

Historia de la luz – Ben Bova Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszEl evangelio de María Magdalena. Jesús y la primera apóstol – Karen King Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszFanny Navarro o un melodrama argentino – César Maranghello y Andrés Insaurralde Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszChico Buarque. Histórias de canções – Wagner Homem Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George GroszCorrespondencia. Con Sigmund Freud, Rainer Maria Rilke y Arthur Schnitzler – Stefan Zweig Vivisección Jorge Luis Borges Libros Kalish George Grosz Lacan

XIV 
Käthe Kollwitz

La torre oscura III. Las tierras baldías – Stephen King Käthe Kollwitz Jorge Luis Borges Libros KalishLa torre oscura IV. La bola de cristal – Stephen King Käthe Kollwitz Jorge Luis Borges Libros Kalish

XV  
George Grosz

Decadencia y caída del Imperio romano – Edward Gibbon William Vollmann Jorge Luis Borges George Grosz SandroLas historias de alcoba de doña Onogoro – Alison Fell george grosz william vollmann jorge luis borgesAmor perdido – Carlos Monsiváis William Vollmann Jorge Luis Borges George Grosz Friedrich Nietzsche maría morenoÉl vigila a su padre – Ch’oe Yun William Vollmann Jorge Luis Borges George GroszRising Up and Rising Down (7 Volume Set) – William T. Vollmann George Grosz Jorge Luis Borges barbie cocaína pibes chorrosEuropa central  William T. Vollmann Grosz-George-Metropolis-1916 Borges Nietzsche Nick Cave David Bowie Gauchito GilUn sí menor y un no mayor – George Grosz Jorge Luis Borges Libros KalishUn sí menor y un no mayor – George Grosz Jorge Luis Borges Hitler

XVI
Ratas

Vida y muerte de Yukio Mishima – Henry Scott Stokes Jorge Luis Borges Leo Mattioli Libros KalishSamuel Beckett, el último modernista – Anthony Cronin Jorge Luis Borges Magalí Mora  Libros KalishMiles. The autobiography – Miles Davis with Quincy Troupe Jorge Luis Borges Libros Kalish

No te mates en mi verde cultivo – Julián Urman Libros Kalish

XVII
Literatura argentina y realidad política

Postales de invierno – Ann Beattie libros kalishLa elegía erótica romana. El amor, la poesía y el Occidente – Paul Veyne libros kalishIt (Eso) – Stephen King libros kalishEva Perón – Copi Libros KalishARTE-BACONNietzsche – Martin Heidegger Borges Evita Peron Libros Kalish

XVIII 
Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish

El resto de de esta serie de collage sobre Ezequiel Martínez Estrada y Borges  se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/16/confesiones-de-un-librero-de-mierda-61/
XIX
Fogwill

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Dady Brieva Hitler Peron Ezequiel Martinez Estrada

El resto de de esta serie de collage sobre Borges y Fogwill se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/13/confesiones-de-un-librero-de-mierda-60/
XX
Estevan Masot

Las bellas banderas - Pier Paolo Pasolini Libros Kalish

El resto de de esta serie de collage que le dedique a mi sobrino Esteban Masot  se puede ver entrando en el link de esta columna de las Confesiones:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/05/21/confesiones-de-un-librero-de-mierda-44/

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Una foto con tu divina presencia
Comandante Che Guevara

 

Para el fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia

 

Te voy a contar algo.
La noche que tome merca sobre una foto del Che Guevara firmada y con una dedicatoria de puño y letra de tu divina presencia, comandante para su hermano.
Y te voy a contar un delito que ya prescribió y se cometió esa misma noche.
Ok.
Ahí vamos, Gustavo.
¡Dale Power, cambiame la música!
Estamos a mediados de los 2000.
Yo trabajo en una panadería toda la noche cocinando pan y formo parte del grupo editor de la revista digital El Interpretador dirigida por Juan Diego Incardona.
Una de las chicas de la revista en una de las reuniones editoriales de El Interpretador nos invita a una fiesta de disfraces que hace una de sus mejores amigas.
No entiendo cual es el encanto que las minas le ven a las fiestas de disfraces.
Pero les encanta.
A los hombres con tendencias perversas mas conocidos socialmente como invertidos sexuales también tienden a encontrar divertidísimo las fiestas de disfraces.
No hacia mucho habíamos ido a una fiesta de disfraces a tres cuadras de Puan con Juan Diego Incardona, Sebastian Hernaiz y Juan Leota. La fiesta de disfraces era de la hija de Marcelo Bonelli y el único que fue disfrazado fue Leota y el único que levanto. Su disfraz era el siguiente: un pantaloncito blanco, medias blancas, chomba blanca, una bincha blanca y una raqueta. Leota (también editor de El interpretador por entonces) estaba disfrazado de Guillermo Vilas.
La hija de Bonelli para su fiesta de disfraces había hechado a Marcelo que tuvo que irse con su mujer a dormir al country.
Ser un periodista comprometido con la verdad y con vos nunca a sido fácil y la vida y obra de Marcelo Bonelli es un caso ejemplar que nunca a dejado de perseguir las huellas de la carrera de periodistas como Rodolfo Walsh, Osvaldo Bayer o el pájaro García Lupo.
En fin.
Amiguito.
Sigo.
Avanzo.
Retrocedo.
Me caigo y me levanto.
¡Y salta violeta!
Así que ese sábado terminamos en la fiesta de disfraces de esta amiga de esta editora del El interpretador.
A partir de aquí como voy a relatar un hecho delictivo no voy a dar nombres mas alla del mio, Juan Pablo Liefeld, aunque el crimen prescribió hace tiempo.
Bien.
La fiesta de disfraces era tan estúpida y aburrida como la mejor.
La dueña de casa tenía un notorio parecido con Madonna y era la sobrina del Che Guevara.
Sí, estábamos la casa del hermano del Comandante Che Guevara.
Para más datos en Belgrano. En la parte mas cheta. A pocas cuadras de donde viven o vivian esos otros dos herederos de Walsh, Bayer y Garcia lupo. Y no me quiero olvidar del gordo Oscar Raúl Cardozo. Esos dos periodistas vecinos del hermano del Che son o eran Ari Palluch y Osvaldo Quiroga.
Abro paréntesis.
Leota también era vecino del barrio. Y su padre que siempre me cayo re bien, un mendocino encantador, estaba convencido que Osvaldo Quiroga siempre que se lo cruzaba por la calle lo miraba mal y estaba esperando la oportunidad de darle un roscaso por mal vecino y pelotudo.
Un fenómeno el viejo de Leota.
Bien.
Ahí vamos, Gus.
¡Dame Power, cambiame la música Johnny!
La cosa es que en un momento de la noche estamos muy borrachos: yo y tres delincuentes más.
Daria sus nombres, pero la gente es tan maricona, que en fin, qué se le va a hacer, es así nomas la cosa.
En la pieza donde dejabas las cosas cuando llegabas a la fiesta de disfraces había una foto enmarcada de El Che firmada y dedicada para su hermano, el padre de Madonna, la anfitriona de la fiesta de disfraces.
Entonces tramamos un plan.
¡Salgamos a pegar merca y peinemos unas rayas sobre la foto del Che!
¿Cuántas oportunidades te da la vida de peinar una raya sobre una foto firmada de puño y letra del comandante Che Guevara?
Decimos que vamos a comprar cigarrillos y nos dan un juego de llaves.
Encaramos por avenida El Cano.
Uno de los delincuentes con los que estoy pateando la noche propone cambiar las llaves de la casa por un par de bolsas.
Con esto ya te estoy diciendo quien es el autor del crimen que aun no conte.
No voy a dar nombres.
Solo contar los hechos.
Somos cuatro por avenida El Cano buscando un dealer.
La cosa que logramos nuestro cometido.
Volvemos.
Ernesto Guevara más conocido como el Che no espera ancioso y cuando nos ve llegar con un nudo en la garganta de angustia nos pregunta si logramos pegar algo.
Los cuatro nos cuadramos frente a su imponente presencia y le respondemos a coro:
¡Comandante, por usted damos la vida!
Peinamos cuatro rayas sobre la foto, ¡y zaracatunga!, como decía Nicolás Repeto.
Y uno de los cuatro que estábamos ahí a las ordenes del Comandante Che Guevara que cuando se ponía muy en pedo le pintaba el raterismo agarro la foto y se la metió en los huevos.
¡Con esta foto, la vendo y me compro un departamento!
Ok.
La fiesta siguió y el domingo la editora de El Interpretador que era la amiga de Madonna la anfitriona de la fiesta y la sobrina del Che Guevara manda un mail interno a todos los que fuimos puteandonos.
¡Son unos hijos de puta, no se quién se robo la foto, pero eso no se hace y me chupa un huevo saber quién es, pero el que la robo que la devuelva!
Negamos todo.
Aunque nos hubieran torturado hubiéramos negado todo.
¡El Comandante hubiera hecho lo mismo y seguramente si se entero de las presiones a las que fuimos sometidos para delatar al compañero esta orgulloso de nosotros!
Y acá viene lo peor.
El chiste.
Que si de reír se trata, creo, son verdaderos drama.
¿O no Patricio?
Bien.
Amiguito.
¡Dale Power, cambiame la música Johnny y ahí vamos, Gus!
El delincuente en cuestión lo encuentro hace poco y vamos a tomar unas cervezas.
Sale el tema de la foto del Che que se robo.
Le pregunto qué hizo con la foto y si aun la tiene.
Me niega todo. Me dice que él no fue.
Le relato esa noche entera y me mira asombrado y me dice desconcertado, entre divertido y asombrado:
¿En serio yo hice eso? No te puedo creer.
Yo siempre estuve convencido que eso era una ficción tuya.
Deci que lo quiero a este pelotudo que sino lo tengo que matar.
La policía me secuestro y torturo para que delatara y no me quebré y no vendi a mi amigo.
¿Y todo para qué?
Para que él me diga años después que él no se acuerda de nada y que no tiene la mas puta idea de donde esta esa foto.
¡El bote roto!
¿A quién le importa?

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Jorge Luis Borges, Sebastián Hernaiz y yo

 

Para
Gonzalo Basualdo que cumplió años ayer
y para Andrés Tejada Gómez que cumple años hoy.

 

Sábado.
Suena el teléfono a las 7 de la mañana.
Es mi amigo Santiago Ferron que esta yendo a hacerle el aguante a un amigo de él.
La hija de su amigo se arrojo bajo las ruedas de un tren.
Santiago esta caminando para la casa de su amigo para encontrar a un padre fusilado por la Cruz Roja.
Hablamos.
Mi amigo necesita hablar, esta mal.
Yo la conocí a la chica que se suicido.
La vi una sola vez en mi vida en un edificio de Congreso en el que el dibujante y cómico Garaycochea daba clases de dibujo.
La única vez que vi a esta chica era una nena. Tendría unos diez o doce años. Y recuerdo que me impresiono su belleza. Era una chica preciosa que no dude en su momento que cuando fuera grande seria una mujer hermosa.
Entre este recuerdo y esta mañana en la que estoy charlando con mi amigo pasaron aproximadamente unos 15 años y la muerte.
El amigo de mi amigo que ahora tiene que enterrar a una hija suicida es el mismo que una noche me regalo el nombre de uno de los escritores más importantes de mi vida, James Ellroy, que cuando tenía diez años tuvo que enterrar a su madre brutalmente asesinada.
Por la tarde intento seguir escribiendo un guion que tengo que entregar ya y no me sale, no encuentro la chispa que prenda el fuego que ilumine el texto.
En algún momento de la tarde recuerdo un posteo en Facebook de Sebastián Hernaiz sobre mi (1).
Entonces le mando un mensaje proponiéndole tirar algo en la parrilla y charlar que hace meses que no lo veo.
Finalmente la cosa se armo.
Y termine a la noche en Agronomía en la casa de Sebastián Hernaiz y Anita García Orsi.
Sebastián prendió el fuego y yo hice el asado.
Mientras la carne se asaba comimos unas anchoas que me trajeron de regalo de Mar del Plata y charlamos.
A Seba lo conocí en un curso que daba Sylvia Saítta sobre literatura argentina de los 90 en el 2003. El era estudiante de Puan y yo un polizón en ese barco sin el secundario terminado llendo a cursar materias que me interesaban por X o B razones. Y tiempo después Juan Diego Incardona me propuso formar parte de la revista digital El Interpretador y ahí es cuando comencé a ser amigo de Sebastián.
Con Sebastián jamás coincidimos en una mierda en la forma de leer literatura. Lo que para el era y es blanco para mi era y es negro. Y viceversa.
Donde yo veo la hoya repleta de monedas de oro que esconden los duendes al final del arco iris Seba ve solo el cotillón que se reparte en una fiesta para el momento del baile carioca y el trencito. Donde Seba ve una tarde suave y delicada de primavera yo encuentro una noche cerrada repleta de fantasmas.
Y sin embargo esas diferencias fueron para el laburo dentro de la revista un dialogo productivo. Luego viviría durante un tiempo en la librería.
Y hay que decirlo yo soy una persona insoportable, malhumorada y pendensiera y aunque muchas veces intente pelearme con Sebastián él que es un diplomático de carrera internacional jamás permitió que la sangre llegue al río.
Y de hecho hace unos meses ese dialogo que ya lleva años sobre nuestras miradas acerca de la literatura muy personales y opuestas volvió, al menos en mi a ser productiva.
Él esta escribiendo una tesis sobre Jorge Luis Borges y como yo hace tiempo vengo escribiendo textos y armando collage sobre Borges me propuse como trabajo en dialogo con él pensarlo como mi contrincante y ver cual de las dos lecturas es mas interesante.
El esta hoy escribiendo su tesis sobre Borges.
Y yo publicando en la pagina de mi librería collages y textos sobre Borges.
Ok.
A la madrugada muy borracho doy por casualidad con un libro que estaba debajo de un repazador en la cocina.
Es la nueva novela de Julián Urman que va a publicar Maximiliano Crespi en su editorial 17 Grises.
Mi intención es copiar uno o dos capítulos y publicarlos en la pagina de mi librería y luego devolverle el libro a Seba.
Cuando me estoy llendo a los tumbos sin lograr pasar por la puerta sin chocarme con las cosas de este mundo que insisten en ponerse en mi camino para que tropiece Seba me dice que le devuelva el libro.
Intento defender el botin de mi robo pero no puedo.
Asi que cuando llegué a casa, o mejor, cuando llegó mi cuerpo arrastrado por mi novia, porque yo hacia un rato que estaba con paradero desconocido, me acoste a dormir y ahora antes de sentarme a escribir esta columna de la Confesiones le escribi al editor:
anoche
sebastian me invito a comer a su casa
y descubri por casualidad
la nueva novela de urman
me la quise robar
para subir a mi libreria un par de capitulos
pero estaba muy borracho y no pude
disimular el robo y luego uir con la robado

 

asi que dado mi fracaso
como delincuente
opto por la via legal
y le pido al editor de la novela
si no me pasa en archivo word
los dos mejores capitulos de la novela
para elegir uno
y subirlo como adelanto
en
mis confesiones de un librero de mierda
por favor
enviame los capitulos de urman
que vos consideres que son los mejores
asi armo una columna con eso

 

tene en cuenta que si
por la via legal
no logro mi cometido
volvere a intentarlo por la via criminal
y esta vez no fallare
abrazo
jp (2)
Notas
(1) Un amigo que nunca me hace caso y al que nunca le hago caso y que por eso somos amigos y que vende y compra tratando de no venderse hasta el punto de tratar de no vender o de comprar hasta que no se puede. Pero para el que vaya a comprar los libros que nadie vende, nada mejor que un librero que hizo de la compraventa de libros una de las bellas artes, de esas artes bellas que carcomen la hipocresía de la ciudad. Los libros inconseguibles que consigue Juan Pablo Liefeld se pueden ver en su página, donde también escribe columnas como esta:
Confesiones de un librero de mierda. Pornografía y modernidad. De Charles Baudelaire y Honoré de Balzac a Nicolás Casullo y James Ellroy (1) Chuang Tzu, Traducción de Jorge Luis Borges.
(2) ¡Perón cumple, Evita dignifica y Libros Kalish siempre te da más!
Adelanto exclusivo de Libros Kalish, un fragmento de la nueva novela de Julián Urman que estará próximamente en todas las librerías de la Argentina y como siempre podras comprar esta nueva novela de Urman como sus anteriores libros en Libros Kalish a un precio único que solo una librería como la mía te puede ofrecer: una botella de litro de whisky Johnnie Walker.
  La Insecto, el Mudo y el Machaco
Julián Urman
Ver al monstruo es fácil: hay que pararse frente al espejo y disociar un rasgo de la cara del conjunto; puede ser el pómulo izquierdo, una ceja rebelde, el nacimiento del pelo. No importa. Alcanza con fijar la atención en un punto y quebrar la simetría del rostro. Después, en un rápido movimiento, recuperar el todo para apreciar, por un instante, al monstruo. El monstruo es efímero: en pocos segundos lo cubre la imagen habitual que tenemos de nosotros mismos. Para volver a verlo hace falta repetir todo el proceso.
Norma Jean, antes de enfrentar a su público, utilizaba una técnica semejante: de perfil, frente al espejo, giraba la cabeza para ver, en un instante, el conjunto que formaban su rostro y los accesorios que esa noche hubiera elegido: cualquier elemento que sobresaliese del conjunto era retirado. Si en esa fracción de segundo su vista se posaba en el collar de diamantes, esa noche el collar de diamantes se quedaba en casa. Así logró, a través de los años, un monstruo perfecto y perdurable. A su muerte, se parecía más al monstruo que a sí misma.
El monstruo de Norma Jean era hermoso.
Pocos tienen esa suerte.
La mayoría somos horribles.
***
Tuve una infancia feliz. Mi único amigo en esa época era mudo. Hacía calor. Nunca una lluvia, salvo dos meses al año que no dejaba de llover.
De noche, el mudo y yo escapábamos de nuestras casas para buscar fiestas en la zona del pueblo donde siempre había fiestas. Al mudo lo conocían de antes. Cuando llegué yo, él ya contaba con la protección de un grupo de borrachos. Éramos el mudo y el otro, nos daban vino con gaseosa y cigarrillos, mientras alguno cantaba acompañado de una guitarra y todos bailaban. El mudo era un gran bailarín; las chicas se acercaban para acompañarlo aunque, al terminar la canción, el mudo volvía a quedar solo.
En un rincón, ajeno al baile y a la música, yo miraba. Por estar siempre en la periferia, compartía espacio con aquellos que ya no podían mostrarse a la luz, los que a oscuras rumiaban asuntos prohibidos, traiciones y amores nunca concretados, entre lágrimas y regurgitaciones se les escapaba por la boca todo lo que les pasaba en la vida. Hablaban solos, hasta que se cruzaban conmigo. Era común que me confundieran con algún personaje del relato. Así, de una frase a otra, por eso la voy a matar a la hija de puta esa, se convertía en por eso te voy a matar, hija de puta, y después venía el abrazo lacrimoso, y a veces el vómito. Pero por lo general todos eran muy amables.
Al vino con gaseosa le decían cerveza. Las chicas cerraban los ojos y seguían con el cuerpo el ritmo ondulante de la música, ajenas al compañero de baile que entorpecía sus movimientos. Muchas dejaban la pista acompañadas. No iban muy lejos. El mudo y yo las seguíamos. Por el rebote de la luna en alguna zona de piel expuesta, las encontrábamos. Las chicas a veces nos veían, entre las ramas de algún arbusto crecido, pero no hacían caso. A lo sumo, en el siguiente encuentro nos pellizcaban la oreja o el cachete con fuerza, pero sin intención de lastimar. Por eso las seguíamos espiando, porque debajo del reto adivinábamos una intención maternal de permitirnos aprender sobre aquello que todavía no podíamos hacer.
El padre del mudo era un alemán que trabajaba de empleado en los tribunales; tenía una cámara de fotos antigua que no funcionaba, pero que el mudo consiguió arreglar en el pueblo con uno que les debía un favor a los borrachos. La cámara generaba infinitas peleas; todos querían copias de las fotos. Cuando podíamos, les sacábamos a las parejas entre los arbustos, pero era difícil distinguir algo en los machones negros que aparecían al revelarlas.
Nadie en el pueblo conocía el lenguaje universal de las señas, por lo que el mudo, para expresarse, debió inventar un código basado en la combinación de gestos comunes a la expresión popular. Tenía un léxico acotado, pero cuando contaba una historia la llenaba de interpretaciones: si había que hacer tres personajes, el mudo se tomaba el tiempo de representar a cada uno. Establecía conversaciones enteras entre personas que estaban sólo en sus manos y en los detalles con que reemplazaba la ausencia de una voz.
Sabíamos leer y escribir, aunque no tuviéramos la costumbre, pero el mudo jamás dependía del papel y la birome. Lo que no podía decir con las manos y el cuerpo, no lo decía. Tampoco recurría a la técnica de formar con la boca palabras silenciosas. Todo eran gestos, que con el tiempo y la acumulación a mí me costaba un trabajo enorme retener y clasificar. Cuando el mudo no lograba explicarme un concepto, caía en un mutismo absoluto con el que me culpaba el haber olvidado el significado preciso de una combinación particular de señas.
A los borrachos les gustaba cómo el mudo se las arreglaba sin palabras. Ellos tampoco hablaban mucho: quizá acuñaban dos o tres frases por noche y las repetían a la espera de encontrar, a través de la reiteración, otras frases con que enlazar las suyas para lograr una charla, lo que en muchos casos daba pie al malentendido, considerado un insulto: alguien que venía “que sí, que sí, que sí” cruzaba a otro que venía “que no, que no, que no” y pronto volaba una piña. En las fiestas la violencia era común, pero había reglas, a saber: nunca se golpeaba a un caído, estuviera borracho o desmayado; a las mujeres y a los menores sólo se les podía pegar dos veces; las peleas si eran a puño eran a puño, y si eran a puñal, a puñal.
Varios borrachos utilizaban gestos aprendidos del mudo para hacerse entender a la distancia, o en los casos en que les fallara la habilidad para hablar. Habían aprendido a pedir distintos tragos o un cigarro, señas básicas, o a expresar lo bien que la estaban pasando. Los borrachos disfrutaban también de las imitaciones que el mudo hacía y de su capacidad por recordar y reconstruir historias de las fiestas mismas. Todos pedían o reclamaban ser imitados, y para el mudo, que de gestos estaba hecha su vida, transformarse en cualquiera era un acto sencillo: le alcanzaba con leer una o dos actitudes y repetirlas, fiel a la cadencia del representado.
Llegaba incluso a cantar mediante señas. Acompañado de una guitarra, combinaba el baile y el canto. Todos, los borrachos, las mujeres y yo, teníamos un alto grado de fascinación por el mudo. El juego de adivinarlo nos devolvía el brillo de entenderlo todo por primera vez.
Para el resto del pueblo el mudo era sólo un mudo. Pobrecito, comentaban las señoras, y le hablaban a los gritos por creerlo también sordo. El mudo se daba el lujo de contestarles abiertamente lo que pensaba: nadie podía entenderlo, nunca sabían qué les había dicho.
Pero nada de esto le sirvió cuando el progreso del pueblo terminó por echar a los borrachos. El mudo y yo éramos demasiado chicos para entender los motivos reales que llevaron a muchos al exilio. Como nunca hablábamos con nadie, no podíamos preguntar qué había pasado. De noche buscábamos las fiestas, y las mujeres salían a recibirnos con un mate y alguna masita, eso era todo.
Por identificarnos con el grupo ausente, muchos castigaban nuestra existencia cuando nos encontraban merodeando por el barrio. Los varones que nos cruzábamos, los que habían quedado, aprovechaban la falta de represalias para dar rienda suelta a su coraje. Se la agarraban con el mudo, leían en su silencio un desafío y creían que a fuerza de golpes le arrancarían un grito. Yo, por mi parte, tenía el grito fácil, que pronto cansaba a cualquiera, por eso volvían al mudo, al desafío de lograr que hablara.
Entre estos varones y las mujeres del barrio se desataba una lucha injusta y cruel. Las mujeres y nosotros teníamos la piel cubierta por moretones. Ellas se defendían y nos defendían de a grupos. Los varones que quedaban eran vagos hasta para la crueldad, y si encontraban una situación de la que no pudieran sacar una ventaja obvia, retrocedían.
Así conocimos a la insecto, hermana de una de las mujeres que nos cuidaban. Ella tenía nuestra edad y, aunque chiquita de cuerpo, era la única que se atrevía a salir de noche sola. De alguna forma o de otra, terminábamos por encontrarnos todos los días. El mudo y ella se entendían con facilidad. No faltó mucho para que empezaran a compartir la intimidad que permite un pueblo chico.
***
En una carpeta que escondía con prolijidad, el mudo guardaba las pocas fotos de los borrachos que nos quedaban, junto a la colección de momentos íntimos robados a parejas entre arbustos. Ahora el mudo sacaba fotos de la insecto, y también de su propia cara o cuerpo. Le interesaban las heridas resultantes de nuestros ya escasos combates: convertía al blanco y negro detalles amarillentos o violáceos alrededor del ojo, de la boca roja hecha trompa, de manos machucadas; una colección de momentos improvisados por la maldad ajena en un cuerpo de chico que sanaba transformado ya en varón. Lentos, crecíamos los tres.
La insecto me conseguía mujeres las noches que el mudo y yo nos mostrábamos por el barrio. Sospecho que intentaba distraerme con amigas para extender el tiempo que pasaba a solas con el mudo. Las amigas de la insecto mordían, arañaban, a veces se quedaban con mechones de mi pelo. Nuestros encuentros parecían más peleas que encuentros amorosos. En respuesta, yo mordía cuando me mordían, arañaba cuando me arañaban; nunca me quedé un mechón de pelo por la habilidad de las mujeres de acomodar el cuerpo y acompañar el tirón.
Quise creer que otros varones eran responsables de las costumbres que llevaban a aquellas mujeres a la violencia, pero no podría confirmar el origen de tanta agresión. Luego del combate físico, esperaba el regreso del mudo para volver a casa, maltrecho. A veces esperaba solo, cuando la mujer que me hubiera tocado esa noche decidía irse; otras veces me acompañaban, que era peor, en un lento y pausado intercambio de frases sueltas, insulsas para ambos.
Yo intentaba que el mudo me contara detalles de sus encuentros con la insecto, de los que regresaba sumido en una calma contemplativa, pero el mudo nunca hablaba de esas cosas, por más que yo le relatara cada noche mis historias y le mostrase punto por punto dónde me habían mordido, donde arañado, él escuchaba sin intervenir y luego hablábamos de otra cosa.
Con el tiempo la insecto y el mudo empezaron a prescindir de mí para encontrarse. La insecto tenía un perro bastante hábil, que mandaba a encontrar al mudo, y siempre que aparecía el perro, el mudo dejaba lo que fuera que estuviéramos haciendo para seguirlo. Yo podía acompañarlo o no. Nunca me invitaban, pero tampoco hacían nada por impedir que fuera.
Entre ellos se entendían extremadamente bien. Los dos manejaban un código sofisticado que muchas veces me dejaba en la incomprensión absoluta. Movían de un lado a otro las manos, los dedos, empleaban inusuales lugares del cuerpo para hacerse bromas o invitar al romanticismo. Temeroso de admitir que no entendía, yo los imitaba, pero mis gestos eran un mecanismo de participación, desprovisto de significado. Al final jugaba con el perro, o tejía hebras de pasto.
No volví a ver a las amigas de la insecto. Las odiaba y, siempre que podía, hacía crecer ese odio. En particular las tardes que, lejos de nuestras casas y del barrio, disfrutábamos la tranquilidad del arroyo, imaginaba terribles flagelos para ellas. Imaginaba con desesperación cruzarlas alguna noche al costado de un camino de tierra, casi muertas, para demostrarles la indiferencia con que seguiría de largo, sin aprovecharme siquiera del hecho de que estuvieran desnudas e indefensas. O peor, deseaba que ya no estuvieran, que algo se las hubiera llevado para que al fin abandonaran el sucio espacio que ocupaban en mi mente.
El padre del mudo se enfermó. Estuvo en cama todo un verano hasta que, al fin, murió en el hospital. Al entierro fueron sólo aquellos que van a todos los entierros, las mujeres que lloran, los hombres que acompañan, y también estábamos la insecto y yo. Todos vimos el cajón, imaginamos al hombre adentro del cajón, y entrecerramos los ojos para hacer de cuenta, por un instante, que los muertos éramos nosotros.
Nadie vio al mudo en el entierro ni en ninguna parte en los días que siguieron. El perro de la insecto lo buscaba por el pueblo, pero el deseo del mudo de no ser hallado era más intenso que el olfato del pobre animal, que terminaba por encontrarme a mí, y juntos volvíamos hasta donde la insecto sufría una nueva desilusión al vernos llegar solos.
¿De qué había muerto el padre del mudo? No lo sabíamos. Su casa estaba abierta. La insecto y yo entrábamos de noche por si nuestro amigo decidía volver, para que no se encontrara una casa vacía. Faltaban todos los objetos de valor, y si bien no había indicios de un crimen, sospechábamos un robo, y cada noche inventábamos nuevos culpables. Poseídos por el silencio, nos comunicábamos mediante gestos. El perfil de la insecto recortado contra la vela que traíamos (porque en la casa no había luz) me hacía creer que era cierto, que los dos éramos el mudo y que pronto, cuando el mudo regresara, el mudo seríamos los tres.
Dos semanas después del entierro del padre, el mudo que apareció en mi casa una tarde de domingo a la hora de la siesta parecía otro. Lento para expresarse, me puso al tanto de los preparativos de su viaje: se iría del pueblo. Había juntado los valores de los que disponía y los había vendido. Me pedía, mediante gestos, que no lo acompañase. Que cuidara de la insecto. Pronto recibiría noticias de él.
La insecto no se tomó a bien que el mudo se fuera sin avisarle. Tampoco me perdonaba por haberlo dejado ir. Según ella, entre los dos lo habríamos retenido, si no con palabras, a la fuerza, porque aunque él creyera que no nos necesitaba era nuestro deber mostrarle que nosotros sí lo necesitábamos a él, y así darle sentido a su muda existencia. Todo eso me decía la insecto y a mí no me quedaba del todo claro de qué hablaba, pero recibía el reto en silencio, a la espera de la pausa que me permitiese expresar que yo también estaba de acuerdo, que había que darle sentido a nuestra muda existencia y que era mi culpa, sólo mi culpa, que el mudo nos hubiera abandonado.
La casa del mudo fue rematada. Así perdimos nuestro escondite, pero no la necesidad de vernos. Por las tardes me sentaba en el patio de casa con los restos de un mate frío para aguardar la llegada del perro que, a paso lento, vendría a buscarme. Ya la insecto no sufría al vernos llegar a los dos solos. Incluso nos anticipaba: de lejos oía su voz que me decía hola, por acá, y al seguir ese sonido la encontrábamos, el perro y yo, esperándonos.
El mudo no había escrito. No sabíamos nada de él. Mientras tanto, cenábamos, dormíamos, bailábamos. En el arroyo nos bañábamos vestidos. Pasaba el verano y la pálida piel de la insecto se bronceaba bajo el sol. En mis sueños el mundo entero estaba cubierto por su piel. Montañas y valles de su piel bronceada. Desiertos de piel por los que yo debía buscarla aunque supiera que todo era ella. Los sueños de buscar a la insecto en el desierto de su piel eran para mí sueños felices.
¿Habíamos construido una traición? Es posible. De noche, en el baño, buscaba al monstruo en el espejo. Efímero, seguía ahí. No se parecía al monstruo de antes, pero yo sabía que era el mismo. Le conté a la insecto del monstruo. Intentamos el ejercicio juntos, pero nunca lo entendió. Para ella no había monstruos; para ella éramos chicos en un pueblo que, mientras crecíamos, se achicaba violentamente a nuestro alrededor.
***
Odiaba la risa de la insecto; odiaba verla feliz. Pero también adoraba cada uno de sus gestos. Odiaba la envidia que me producía su manera particular de disfrutar el mundo. Como si fuera de ella y para ella. Paseábamos por la calle y cada objeto bajo el sol estaba puesto frente a nosotros para que la insecto dijera mirá y lo señalara, o por el contrario, para generar en ella el más profundo desinterés cuando se trataba de algo que no iba de acuerdo con su manera particular de ver las cosas.
Yo empezaba un trabajo de medio tiempo en el videoclub del barrio. La familia del dueño y mi familia eran amigas. El hijo del dueño del videoclub trabajaba para mi padre en su oficina. Yo trabajaba para su padre en el videoclub. Así, ambas familias cuidaban de sus hijos. En el videoclub siempre había tiempo de ver películas. Desde que yo llegaba hasta la noche no había casi circulación. Poca gente en el pueblo tenía videocasetera. Las familias que sí tenían delegaban en el hombre de la casa la tarea de alquilar y devolver los casetes. La gran parte del trabajo sucedía al atardecer. El dueño, pasada la primera semana, en las horas muertas, dejaba el local a mi cargo. En poco tiempo agoté mi genero favorito: películas de acción norteamericanas.
En las películas de acción norteamericanas siempre había un soldado con un pasado oscuro. El soldado llegaba a un pueblo o ciudad y hacía valer sus aptitudes en favor de la justicia. A veces era un ninja. A veces tenía moto. Mis películas favoritas tenían un soldado ninja con un pasado oscuro y moto que llegaba a un pueblo o ciudad para hacer valer sus aptitudes en favor de la justicia, y siempre alguna joven, atractiva y de peinado voluminoso, agradecía al héroe con romanticismo.
La insecto detestaba esas películas. Las trataba con la misma indiferencia que a un auto, o a un policía. Para la insecto, el mundo padecía el mal del materialismo, y ella apreciaba las cosas espirituales. Le gustaban el arroyo y el sol, las piedras y el mate, su perro y el verano, y la idea de tanta violencia comercial la afectaba más allá de las palabras.
Teníamos dieciséis años. El cuerpo de la insecto había cambiado frente a mis ojos, bajo la desesperada atención de mis pupilas. Yo quería tocarla y ella me dejaba, con la misma indiferencia con que trataba otros aspectos del mundo que le parecieran superficiales. Nada era más importante para mí que su cuerpo. Ni siquiera su cuerpo mismo. Esconderme en mi habitación con la idea de su cuerpo llenaba y vaciaba mi existencia más que las tardes que pasábamos juntos.
Odiaba verla feliz porque su felicidad la llevaba a reírse de cosas que yo no entendía. En vez de festejar juntos su florecimiento, pasábamos horas hablando de la posibilidad de vivir alejados de las cosas del mundo que para mí eran justamente el mundo. La insecto era feliz en el campo, sobre la tierra, con las patitas en el agua. Las cosas que la insecto disfrutaba no estaban hechas por nadie. Mi felicidad venía de consumir cosas prefabricadas, de abrir envases y respirar el aroma del plástico roto.
Sin embargo, seguíamos juntos. Yo ahorraba dinero para invertir en nuestra pareja. Confiaba en que el tiempo enseñaría a la insecto a ser mujer. Lejos quedarían estos campos cuando nos fuéramos por el camino del mudo, sin decir más que lo justo y con el plan de no volver. Y al desencanto inicial seguirían años de felicidad compartida. Teníamos dieciséis años, y yo empezaba a ver la línea de mi futuro trazada con la claridad de lo inevitable. Como el héroe lucha y gana porque debe ganar, así serían nuestras vidas: llenas de sacrificio, enseñanzas morales y magnificencia.
***
Los meses pasaban de a uno. Yo seguía en el videoclub. El hijo del dueño del videoclub aún trabajaba con mi padre. Ellos parecían llevarse cada vez mejor. Mi padre hablaba del hijo del dueño del videoclub en la mesa, mientras cenábamos. Elogiaba su buena conducta. Mi padre nunca había hablado con mi madre o conmigo de su trabajo. Ahora, a través de las historias del hijo del dueño del videoclub, abría una puerta a su vida que siempre había estado cerrada. Mi madre y yo no sabíamos qué hacer con esta nueva información: era aburrida. Extrañábamos al padre que comía en silencio.
Yo intuía que en casa del dueño del videoclub, a la hora de la cena, el hijo contaría las mismas historias, hablaría bien de mi padre mientras el suyo, que por lo general era enemigo del silencio, escucharía sin interés la buena actitud que mi padre tenía hacia el trabajo. Así, las cenas en familia de las dos familias se arruinaban a medida que las relaciones cruzadas de padres e hijos se volvían cada vez más estrechas. Mi padre era un hombre delgado que cuidaba su salud; el dueño del videoclub exhibía con orgullo una gordura incipiente.
Mi familia no sabía de mi relación con la insecto. Con el único con el que discutía el tema era con el dueño del videoclub, que siempre hablaba de mujeres, y esa costumbre, que al principio me resultó molesta, llevó a que tuviéramos largas conversaciones donde por primera vez encontré el alivio del consejo equivocado: en las palabras del dueño del videoclub se armaba un mundo distinto, con códigos de conducta irreprochables y derechos inalienables para cualquier hombre. Yo nunca había hablado de sexo con mi padre. Con el dueño del videoclub no hablábamos de otra cosa. Que yo lograra encamarme con la insecto era para él un proyecto que compartíamos. Yo le contaba que si bien hacíamos cosas que podrían considerarse sexuales, nunca había habido una penetración. Para el dueño del videoclub era tu culpa, pero no porque fuera culpa tuya, sino porque el mundo estaba armado de esa forma que hacía difícil ser hombre y ser feliz.
La insecto venía alguna vez a visitar en horas de trabajo. Mirábamos películas. Ella sólo quería ver documentales. El videoclub contaba con tres títulos: dos del África (uno de animales y otro de personas) y uno sobre la segunda guerra mundial. Siempre veíamos alguno de los tres. El de personas del África tenía mujeres con pechos colgantes y cuellos deformes. El de la segunda guerra mundial era una porquería en blanco y negro. Tenía esqueletos que caminaban. Algunos parecían mujeres, pero era difícil decir. No tenían pelo ni curvas. Todo el tiempo abrían la boca para mostrar los dientes que les faltaban. La insecto prefería el de animales del África.
Un día el dueño del videoclub dijo que tenía algo para mostrarme. Un mundo perfecto. Con la parsimonia de un chamán, sacó el llavero de su bolsillo y cerró la puerta del local. Después, con otra llave pequeña, abrió un cajón del escritorio que yo nunca antes había visto. Adentro había más películas, todas en cajas de plástico negro. Eligió una y la puso en la videocasetera. La película empezaba igual que cualquier otra: con barras de colores. Después música. El dueño del videoclub me puso una mano en el hombro. Prestá atención, dijo. Así son las cosas en la naturaleza: sin tantas vueltas. Por supuesto que él amaba a su mujer y a su hija, y le dolía pensar en su chiquita haciendo esas cosas, pero era el orden natural y ¿quiénes somos para desatender los mandatos de aquello que estuvo desde siempre?
Él amaba a su mujer y a su hija, pero era culpa de ellas, más que nada de su mujer, que los hombres de hoy no tuvieran la paz y la tranquilidad que acompaña a un trabajo bien hecho. Mirá, mirá, me decía y me golpeaba el hombro, ¿sabés hace cuánto que no me hace eso mi mujer? Y yo lo entendía, porque a mí la insecto eso no me lo había hecho nunca.
La hermana de la insecto era ciega, se había quedado ciega por una enfermedad de la que nadie sabía el nombre más que el médico, y algunos decían que se había quedado ciega por ver lo que no está permitido ver. La hermana de la insecto veía el futuro. Utilizaba una baraja española para predecir catástrofes y casamientos. Fuimos a verla por insistencia de la insecto. Yo estaba en contra. Mi sospecha era que entre las dos tramaban algo y que el resultado serían nuevos argumentos para que no hiciéramos lo que yo quería hacer. Pero la insecto me convenció.
Los ojos de la hermana de la insecto, libres del comando de ver, se movían en sus órbitas a voluntad, sin detenerse en nada. Por lo general miraban hacia arriba. La hermana de la insecto gesticulaba con los ojos: cuando buscaba una palabra, iban de lado a lado, y cuando volvían al centro era porque la búsqueda había terminado.
Es deshonesto mirar a los ojos de alguien que no puede ver. Sin embargo, mis ojos estaban clavados en los ojos ciegos de la hermana de la insecto. Verla me causaba impresión. No entendía por qué estábamos ahí: yo no tenía problemas con el futuro. Mis problemas estaban claramente en el presente. El problema principal era que la insecto no me pedía que le hiciera nada. Cuando me pedía cosas eran del estilo de: miremos un documental de animales, vamos a ver el atardecer al arroyo, vayamos a que mi hermana nos lea el futuro. Nunca tocame una teta, sacame la bombachita, dame un besito ahí.
Primera carta: dos de bastos. La hermana de la insecto suspiró y empezó a hablar. Dijo que los dos éramos como un camino que intentaba separarse. Dijo que teníamos el mismo destino, pero que llegaríamos por caminos diferentes. Esto para la insecto era bueno y cierto, pude saberlo por su manera de respirar por la nariz.
Segunda carta: as de oro. Doble suspiro. La insecto no consideraba la aparición del oro como un buen augurio. Se agarraba la cabeza, negaba con las trenzas la realidad que enfrentábamos. ¿Encontraremos la felicidad?, pregunté, porque ya no quería más vueltas, y la pregunta llenó el aire de mi estupidez. Densa y contagiosa, mi estupidez entraba en los pulmones de aquellos que la respiraban. La hermana de la insecto parecía a punto de estornudar. ¿Seremos todo lo que podemos ser?
La noche anterior le había pedido a la insecto que me tocara. Teníamos un acuerdo: mientras ella hiciera eso siempre que yo le pedía, yo no la molestaría demasiado con lo otro. Parecía un trato justo, pero me costaba cubrir mi parte del asunto. Mientras ella me tocaba, en mi cabeza discutíamos. El monstruo se vestía de insecto para escuchar mis quejas, yo gritaba y él lloraba. Me dejaba pegarle mientras pedía perdón, una disculpa dolorosa que nacía de su boca horrible. Perdón por qué, insistía en saber yo. Perdón por todo, decía él, y yo le cruzaba la cara porque pedir perdón por todo es no pedir perdón por nada.
La tercera carta era un comodín. Epa, esa carta no vale, dije. La insecto me pateó por debajo de la mesa para callarme. Pero yo necesitaba saber si la hermana de la insecto sabía qué carta había salido. El comodín tenía el dibujo de un niño angelical que tocaba la trompeta. A nadie le importaba. Los ojos de la hermana de la insecto buscaban palabras para tejer el monólogo que salía de su boca mientras la insecto asentía, tan de acuerdo como le permitían sus apretadas trenzas.
Entonces el monstruo tuvo una idea que, debo decir, me pareció admirable: en el instante en que las manos de la hermana de la insecto iniciaban el recorrido hacia la próxima carta, mi mano se interpuso y la robó del mazo. Nadie la había visto. Comencé a demandar que me dijera qué carta era. Parecía un mago ejecutando un truco demencial, condenado al fracaso. Qué carta es, decime qué carta es. La insecto intentaba arrancarla de mis manos. Qué carta, eh, qué carta. Irrumpió en la habitación el padre de la insecto para ver cuál era la causa del alboroto. Era evidente que la causa del alboroto era yo. Inhabilitado para defenderme ante esa audiencia, elegí correr. Corrí varias cuadras hasta quedarme sin aliento. Arrojé la carta para no tener que devolverla. Era un caballo de espada.

 

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zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

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Publicado en Andrés Tejada Gómez, Gonzalo Basualdo, James Ellroy, Jorge Luis Borges, Juan Diego Incardona, Julián Urman, Maximiliano Crespi, Sebastián Hernaiz, zzz---Confesiones de un librero de mierda---zzz | Deja un comentario

Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda René Juan Pablo Liefeld

Soy un gato
Las aventuras de René
 
Seite y media de la mañana.
Me levanto.
Agarro los anteojos y los cigarrillos.
Voy a la cocina a poner la pava para el mate.
Busco a Peter Brown que hoy me va a hablar de Orígenes.
Voy al baño a mear.
¿Y René?
Lo llamo es vos baja para no despertar a mi novia.
René.
Cuando me levanto por lo general él ya esta despierto esperando que para que le de comida, le limpie el baño y juguemos.
Y no son pocas las veces que ya vino varias veces aburrido a despertarme para que me levante y lo tengo que hechar a las patadas para que no rompa los huevos.
René, dónde estas.
Y me viene un flash back.
A la madrugada me desperte escuchando ruidos raros.
Pero como vivo en un edificio y que da a una calle transitada no le di pelota.
René.
Lo busco en el comedor.
Lo busco en la cocina.
Lo busco en el baño.
Lo busco en la pieza.
René.
Lo busco en la pieza que usa mi novia de escritorio.
Del otro lado de la ventana veo unas mecetas con malvones y otras plantas todas desparramadas y bolteadas en la cornisa ancha.
Vuelvo a escuchar los ruidos de la madrugada en mi cabeza.
Pero ahora suenan como detonaciones de una escopeta calibre 16 apuntando a mi pecho a quemarropa.
René.
Vuelvo a rastrillar toda la casa: cocina, pieza, comedor, escritorio.
¡René!
Despierto a mi novia.
¡No esta René!
Los dos estamos histericos.
Tenemos miedo.
A veces los gatos se esconden.
¿Dónde estas René?
Una vez Pablo Klappenbach y Vicky Massa me dejaron su departamento de Parque Patricios para que les cuidara a su gato. Ulises, negro y blanco y mucho mas peludo que René.
René y Ulises son primos hermanos de Silvestre el gato de los dibujitos que quería cazar al canario Twity.
Y una tarde llegue al departamento de Pablo y Vicky y llame a Ulises.
Ulises, culo roto, cómo estas.
Nada.
Estaba todo cerrado y el gato no estaba.
Me volvi loco.
Di vuelta toda el departamento 20 millones de veces.
Desesperado.
Como a la media hora, ya derrotado y a punto de llamar a mis amigos al cell y que cuando volvieran de sus vacaciones Ulises ya no estaria con ellos, volvi a rastrillar toda la casa nuevamente. Y esta ultima vez se me ocurrio revisar en el unico lugar que no había mirado: debajo de la cama.
Ahí estaba el hijo de puta.
Y lo agarre de una pata y lo saque bruscamente de debajo de la cama y lo abrace y el alma me volvio al cuerpo.
¡René!
Agarro los cigarrillos. Me pongo una remera. Y bajo a la calle.
Lo encaro al portero que esta baldeando la vereda.
¿Qué haces Charly?
El portero me llama Charly.
¿No viste a un gato?
No, me dice.
Le explico que sospecho que mi gato se callo por la ventana.
Y el portero me dice que encontro macetas en la vereda.
Cruzo Pasteur.
Vivo en Pasteur, entre Rivadavia y Mitre.
Me paro frente al edificio de la vereda de enfrente a mirar fijamente el tilo que hay a la altura de la ventana donde supuestamente se callo René.
Quizá este en el tilo.
Miro.
Si cayo a la calle…
Es un gato que jamas salio del departamento. No sabe caminar la calle. Y aunque sepa la gente suele ser malvada con los gatos.
René dónde estas la puta que te pario, por favor.
Mi novia baja y empieza se va para Rivadavia preguntando a los otros porteros que estan baldeando la vereda y los locales chinos que estan abriendo a ver si vieron a un gato blanco y negro, grande, peludo.
Si cayo de un segundo piso puede que se haya hecho pelota o no, según como haya caído. Y si se asusto y empezo a corrrer para cualquier lugar para esconderse quiza no vuelva a verlo jamas.
René, dónde estas, por favor.
El gato de mi amigo Luis Pompa, Bengi, un atorrante naranja y peludo, un día desaparecio y no se supo más de él. Mi amigo lo busco en todo el barrio y jamas dio con él. Y cuando comprendió que ya no volveria sencillamente armo sus valijas y se mudo. Almagro y el fantasma de Bengi fue demasiado para su corazón.
René.
Muqui, el perro de mi abuela Elsa Kalish, que la sobrevivio a ella varios años y que vivia con mi viejo una tarde como siempre salio a la vereda y nunca mas se supo de él.
Muqui, dónde estas.
Por favor.
Estoy parado todavía mirando el tilo, parado en la vereda de la cuadra del edifico del que se suicido arrojandose por el pulmon de manzana el escritor Carlos Correas, amigo de Juan José Sebreli y Oscar Masotta.
También me viene a la memoria Nico, un gato negro y grandote que tuve. Lo criaron Jacka Zulu y Evelyn, mis perros. Nico era su hijo. Se turnaban para agarrarlo por el lomo, como hacen los animales con sus crias y lo llevaban al patio de casa para jugar los tres. Nico dormia acurrucado, hecho un ovillo entre Jacka y Evelyn y si se portaba mal ellos lo retaban. Y una tarde un hijo de puta le metio un balinazo cuando estaba tomando sol en el patio.
La gente es mala con los gatos.
René, dónde estas.
Entonces mi novia asoma la cabeza desde un local chino.
Miro sin entender.
Una portera que esta valdeando me dice que mi novia me llama.
Voy a su encuentro.
Paso por al lado de mi portero. Me dice Charly no sé cuánto y sacado le grito ¡pelotudo se perdió mi gato no me rompas las pelotas!
René esta escondido detrás del mostrador del local, debajo, entre unas cajas.
Está asustado, sospechamos que herdido.
Vuelvo al departamento a buscar la casita que se usa para trasladar gatos en la calle y el telefono del veterinario.
Este local chino esta atendido por dos chinos. Uno, el que debe tener mi edad mas o menos, 40 años, esta siempre en la veredad fumando unos cigarrillos chinos de cajita roja y tiene en su rostro una expresión de tristeza que le imprime cierta belleza. El otro, el que lo encontro a René, es jovencito, con modales delicados y elegantes como mi amigo Choi, que es Coreano, no chino.
El chico me cuenta que estaba abriendo el negocio y vio a René caminando para el local asustado y como si estuviera cazando un aguila y se mando adentro del local y se autoacuartelo debajo del mostrador.
René tuvo suerte, al chico le gustaban los gatos y no lo hecho.
Mi gato quemo en una madrugada todas sus vidas.
Si un gato tiene 7 vidas, René ahora solo le queda la que lleva puesta únicamente.
Y se me vuelve a cruzar en la mente el perrito que vi el otro día por la calle llevando en la boca, mordiendo con sus dientes, un cartel que decia: “sin su ayuda me muero de hambre”. Yo venía boleado de caminar durante horas bajo el rayo del sol y pensando en el nuevo libro de Michael Foucault, Sobre el gobierno de los vivos, donde Foucault le da un giro a sus ideas en el College de France y hasta cuatro años después que va a encontrar la muerte emprende la busqueda de la parresia.
Y René si no hubiera encontrado a este chico chino amigo de los gatos podría haber corrido la suerte del perrito éste: ir por la calle con un cartel en la boca mendigando.

 

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País de sombras – Peter Matthiessen

País de sombras Peter Matthiessen Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Roberto FontanarrosaGramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $1000.

País de sombras *
Peter Matthiessen
La “Trilogía de Watson”, tal como se llamó su edición original, fue gestada como una sola e inmensa novela cuyo primer borrador manuscrito debió de tener más de mil quinientas páginas. No es de extrañar que mi editor se mostrara reacio ante la enormidad de lo que yo había forjado, y así pues, como si fuera una hogaza de pan, aquella cosa elemental fue partida en tres pedazos que se correspondían con sus sucesivos marcos temporales y de punto de vista. A continuación su primera parte fue desgajada del resto y terminada con el título de Matar al señor Watson (que era el título original del conjunto), mientras que a la segunda y a la tercera parte se les fueron dando títulos nuevos a medida que cada una de ellas era terminada y publicada: El río Lost Man (el nombre de un río que había en la región del remoto sudoeste de los Everglades donde vivía Watson) y Hueso a hueso (tomado de un hermoso y extraño poema de Emily Dickinson).
Aunque los tres libros fueron recibidos con generosidad, la solución de la “trilogía” nunca se correspondió con mi idea original de cuál era la verdadera naturaleza de este libro. Aunque el primer libro y el tercero se sostenían por sí mismos, la sección intermedia, que había servido originalmente como una especie de tejido conectivo, y sin embargo contenía gran parte del corazón y el cerebro del conjunto del organismo, carecía de armazón o esqueleto propio; separado de los otros, se volvió amorfo, y me recordaba de forma desagradable el vientre alargado de un perro salchicha, colgando lastimosamente entre sus patas recias y verticales. Resumiendo, la obra me parecía inacabada, y su desdichado autor, después de veinte años de trabajo penoso (las primeras notas, tal como descubrí con horror, databan de 1978), quedo algo frustrado e insatisfecho. La única solución aceptable era desmontarlo y volverlo a crear, para asegurarse de que existía en alguna parte (aunque fuera solamente en un armario) en su forma adecuada.
En una entrevista concedida a The Paris Review (nº 157, Primavera de 1999), confesé mi intención de dedicar un año a su reconstrucción, aunque yo carecía de expectativa alguna de que lo que resultara fuera a encontrar una editorial respetable. Pese a todo, el año reservé para la recreación de la obra se acabó convirtiendo en seis o siete. Esto se debe a que el señor Watson y la gente desesperada que había compartido su vida desesperada volvieron a cobrar vida en las nuevas página y me volvieron a absorver por completo, y también a que – durante los cortes y destilaciones que redujeron el conjunto en casi cuatrocientas páginas – su historia se profundizó y se intensificó de forma inevitable.
En mi concepción original, los tres libros de la novela eran variaciones entretejidas de la evolución de una leyenda. En esta nueva manifestación, el libro primero de la novela sería análogo a un primer movimiento, ya que el conjunto tiene unos ritmos, un auge y caída que me recuerdan a una sinfonía, así como el regreso continuo a la autodestrucción obsesiva de un hombre narrada sobre el trasfondo histórico de la esclavitud y la guerra civil, el imperialismo y la violación de la tierra y de la vida bajo el estandarte del “progreso” industrial. De forma indirecta, pero tal vez esencial, la obra trata de la tragedia del racismo que sigue oscureciendo la integridad de un gran país como si fuera la sombra de un dosel de nubes.
Conservado a modo de preludio más o menos intacto, y regresando a lo largo del libro de formas diversas, se encuentra el mito de la violenta y controvertida muerte de Watson. De forma intencionada, este “final” se devela de entrada, a fin de evitar que la trama obstaculice la intriga mas profunda del misterio que le subyace. Un hombre poderoso y carismático es cosido a tiros por sus vecinos: ¿Por qué? Lo que importa es ese porqué. ¿Cómo puede tener lugar un acontecimiento tan aterrador en una comunidad pacífica de pescadores y granjeros? ¿Fue realmente un acto de defensa propia, tal como afirmaban quienes participaron en el mismo, o fue un linchamiento calculado? ¿Cómo respoderán los hijos de Watson a su muerte? Y el único hombre negro que había en aquella turba de blancos armados, ¿qué estaba haciendo allí? Narrada con el trasfondo de la era de la segregación, la extraña historia de Henry Short tiene interminables reverberaciones. En País de sombras, a esta enigmatica figura se le da una voz propia en calidad de testigo y también se le adjudica su propia narración final.
El presente libro junta en una sola obra los temas que me han absorbido durante toda mi vida: la polución de la tierra, el aire y el agua que resulta inevitable durante la ciega aniquilación de la naturaleza virgen y de sus criaturas silvestres, y también las injusticias que se cometen hacia los más pobres de nuestra propia especie, sobre todo los pueblos indígenas y los herederos de la esclavitud, dejados atrás por la cruel hipocresía de eso que quienes tienen el poder hacen pasar por progreso y democracia.
E. J. Watson fue un empresario de la frontera inspirado y dotado de un talento excepcional que vivió durante la época más fabulosa para la invención y los avances que ha habido en toda la historia de América. También fue un hombre gravemente condicionado por la pérdida, los desmanes del destino y la mala suerte, que se llegó a obsecionar tanto con participar de la prosperidad del nuevo siglo que al final cayó en la ilegalidad y llegó a excusar sus acciones cada vez más insensatas citando como precedentes la implacabilidad de las corporaciones y las prácticas laborales asesinas en la construcción de los ferrocarriles, en las minas y en todas partes: unas atrocidades comunes y flagrantes en los EEUU del cambio de siglo que eran disculpadas y hasta promovidas por un nuevo gobierno americano de corte imperial.
En el libro tercero leemos la versión de los hechos que nos da el mismo señor Watson, desde su tierna infancia hasta el momento de su muerte: la última palabra, ya que seguramente él sabe mejor que nadie en quién se ha convertido, ese “primo oscuro” que nadie en la familia menciona. El lector debe de ser el juez último de Watson.
Aunque el libro carece de mensaje, se puede afirmar que la metáfora de la leyenda de Watson representa nuestra trágica historia de liberalismo salvaje y racismo, la erosión continua de nuestro hábitat humano y cómo estas cosas afectan las vidas de quienes viven bajo el azote de los elementos y perdidos en los márgenes, despojados de voz en medio del desgaste económico y medioambiental que erosiona los cimientos de sus esperanzas y sin nada con que afrontar su propia irrelevancia más que el coraje y la rabia. Puede que los males de nuestra gran república, tal como son percibidos con los ojos de los americanos del campo atrasado, parezcan inconsecuentes, pero la gente que tiene que afrontar verdaderas penurias en su búsqueda de la felicidad, y no simples neurosis, pueden ser amargamente elocuentes y hacer gala de un humor muy negro, razón por la cual siempre me han gustado sus voces y escribir sobre ellos. Al final, por extravagantes que puedan parecer esos personajes, sus historias también proceden del corazón humano; en este caso, del corazón salvaje de un primo oscuro y presunto forajido.
Respecto a Watson, los reseñistas de los tres libros originales han citado la idea de D. H. Lawrence de que “el alma esencial americana es dura, solitaria, estoica y asesina”. Hasta cierto punto, esto se puede aplicar al caso de Watson, pero también hay más misterio en él. Por lo que he llegado a entender después de todos estos años, no fue ni un “asesino nato” ni tampoco un hombre provisto de una mentalidad criminal atrofiada: esa clase de hombre carece de interés. Por otra lado, sí que estaba obsesionado, y toda obsesión que no es enfermiza ni criminal resulta apasionante; a lo largo de estos treinta años he aprendido mucho sobre las obsesiones por culpa de pasar demasiado tiempo en la mente de E. J. Watson.
* Nota del autor que abre el libro fechado en la  primavera de 2008.
Nota del traductor
 Javier Calvo
No sé muy bien qué es lo que determina qué es una traducción importante dentro de la carrera de un traductor literario. Desde el punto de vista de mi experiencia personal, sí que he tenido la impresión a veces de haber traducido novelas “importantes”, desde una perspectiva más o menos canónica: por ejemplo, The Adventures of Cavalier and Klay de Michael Chabon o Tree Of Smoke de Denis Johnson son obras monumentales que destacan sin discusión en una década de narrativa americana. Desde un punto de vista de aprendizaje personal, por otro lado, Girl with Curious Hair de David Foster Wallace supuso para mí un punto de inflexión. Por otro lado yo siempre he dicho que el trabajo de traducción del que me siento más orgulloso son las doce novelas de Terry Pratchett que he traducido al español para Plaza y Janés, cuyo humor verbal cristalino plantea unas dificultades para el traductor a menudo mucho mayores que toda la alta literatura que le pueda caer en las manos.
Todo este tipo de consideraciones han cambiado después de finalizar la traducción más larga e intensa de toda mi carrera. Se trata de la versión española de Shadow Country de Peter Matthiessen. Un año entero de mi vida (el 2009 para mí siempre estará asociado a este trabajo que se llevó la mitad de sus horas) que he invertido en intentar dar forma a un proyecto que no llamaré imposible, pero sí faraónico. Se la puede llamar una novela colosal, con el riesgo de sarcasmo inevitablemente asociado a sus 900 páginas de letra diminuta que “camuflan” más o menos las 1300 de los tres tomos en que se publicó originalmente. Colosal también por su condición de síntesis o reactivación, o quizás transmutación, de una tradición entera: la de Sinclair Lewis, Mark Twain, James Fenimore Cooper, Theodor Dreiser y William Faulkner (usando el vernáculo americano de dicha tradición). Novelización libre de la vida del plantador sureño y asesino múltiple Edgar Watson (1855-1910), Shadow Country fue concebida como una sola novela, luego dividida en tres para su publicación comercial y por fin reunida en este tomo que ganó con cierta polémica el National Book Award del año pasado. Los tres tomos del libro son radicalmente distintos pese a compartir protagonista, escenarios y personajes. Killing Mister Watson, el libro primero, con su perspectivismo faulkleriano al estilo As I Lay Dying, se centra en los acontecimientos que llevan al linchamiento de Edgar Watson por los habitantes de una mísera comunidad rural de Florida, narrados desde el punto de vista alternativo de una veintena larga de personajes. De los tres, es el que más se acerca al género de la tragedia: una revenge tragedy casi isabelina en su planteamiento y genuinamente modernista en la forma. Es también el que más se resiente de la traducción, ya que está escrito en realidad en tres variantes distintas de inglés: el americano histórico de principios del siglo XX, el dialecto rural pobre de los estados del Sur en aquella época y el idioma rudimentario de los esclavos negros recién emancipados por entonces.
Lost Man’s River, el segundo tomo, es un largo relato gótico de violencia y alcoholismo, increíblemente angustioso, opresivo y cargado de tensiones freudianas, en que el hijo de Watson, Lucius, convertido en escritor, reconstruye los asesinatos de su padre para un libro que está escribiendo. Cercano en ocasiones al relato de horror, contiene algunas de las descripciones de la muerte más espeluznantes que he leído. Pero es el tercer volumen,Bone by Bone, narrado por el mismo Watson, el más impresionante de los tres, donde la trilogía cobra su verdadero sentido y el asesino Watson emerge como la aterradora metáfora de América: cínico y violento, increíblemente hábil para los negocios, atemorizador de sus vecinos, increíblemente atractivo y seductor, su narración es ejercicio increíble de manipulación de la verdad, mentiras repulsivas y maldad en estado puro fácilmente identificable con esa máquina de matar y mentir que el público ha llegado a asociar con la parte más negativa de la política y la economía de Estados Unidos.
Nada permitía presagiar la aparición de esta novela tremenda en la carrera anterior de Peter Matthiessen (Nueva York, 1927), escritor, activista medioambiental y naturalista que antes de esta novela apenas había escrito más ficción que las novelas At Play in the Fields of the Lord y la vanguardista Far Tortuga. La recomiendo encarecidamente a americanófilos, a fans del western crepuscular y del gótico americano y a gente con el estómago de hierro: si creéis que Cormac McCarthy es violento, es que NO HABÉIS LEIDO Shadow Country. En junio de 2010, en la editorial Seix Barral. No os arrepentiréis, y en caso de que sí, siempre lo podéis usar como arma contundente. Laboralmente, por supuesto, a mí me ha dejado hecho migas y desesperadamente necesitado de unas vacaciones, pero la lista de espera de próximas traducciones es larga y ya me jadea en el cuello: This is Water de David Foster Wallace, Monstruous Regiment de Terry Pratchett,Nobody Move de Denis Johnson, Ablutions de Patrick DeWitt y Don’t Cry de Mary Gaitskill. Cuando la muerte me encuentre, me encontrará traduciendo.
Peter Matthiessen (nació el 22 de mayo de 1927 en Nueva York), es un naturalista estadounidense y escritor de libros de historia reales y de ficción. El trabajo de Matthiessen es conocido por su enfoque meticuloso de investigación y desarrollo. Frecuentemente centra su investigación en el tema de los Indígenas Norteamericanos, como se detalla en su estudio sobre el caso de Leonard Peltier In the Spirit of Crazy Horse.
Junto con George Plimpton, Harold Humes, Thomas Guinzburg y Donald Hall, fundó en 1953 la revista literaria Paris Review.
En 1979, su libro The Snow Leopard ganó el premio que otorga El National Book Award por la categoría a reflexión contemporánea.
Su novela At Play in the Fields of the Lord (1965) que trata acerca de un misionero norteamericano que se adentra en una tribu indígena de América del Sur, fue llevada al cine en 1991. Su trabajo sobre investigación oceanográfica “Blue Meridian”, también se convirtió en una película titulada “Blue Water, White Death”. También se considera que ese libro inspiro a Peter Benchley para escribir “Jaws” (en castellano Tiburón) en 1974.
Más recientemente, la trilogía de ficción de Matthiessen Killing Mr. Watson, Lost Man’s River and Bone by Bone fue basada en la muerte del plantador de Florida Edgar J. Watson poco después del huracán al suroeste de florida en 1910. Matthiessen se convirtió en un practicante del Zen y después en un cura Budista. Actualmente vive en su natal Nueva York.

Otros libros relacionados:
Shadow Country – Peter Matthiessen (versión original en ingles)
Tobacco road – Erskine Caldwell (versión original en inglés)
Meridiano de sangre – Cormac McCarthy
Los Angeles confidencial – James Ellroy
¡Absalón, Absalón! – William Faulkner
Laberinto de muerte – Philip k. Dick
El huracán – James Lee Burke
El diablo a todas horas – Donald Ray Pollock
It (Eso) – Stephen King
Wyoming – Annie Proulx

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Técnica y civilización – Lewis Mumford

Técnica y civilización Lewis Mumford Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: usado.

Editorial: Emecé.

Traducción y prólogo: Carlos María Reyles.

Precio: $500.

Preparación Cultural
LEWIS MUMFORD Lewis Mumford
 MÁQUINAS, OBRAS DE INGENIERÍA Y “LA MÁQUINA”
Durante el último siglo la máquina automática o semi-automática ha llegado a desempeñar un gran papel en nuestra rutina diaria; y hemos llegado a atribuir al instrumento físico en sí mismo el conjunto de costumbres y métodos que lo crearon y lo acompañaron. Casi todas las discusiones sobre tecnología desde Marx en adelante han tendido a recalcar el papel desempeñado por las partes más móviles y activas de nuestro equipo industrial, y ha descuidado otros elementos igualmente críticos de nuestra herencia técnica.
¿Qué es una máquina? Excepción hecha de las máquinas sencillas de la mecánica clásica, el plano inclinado, la polea y otras más, la cuestión sigue siendo confusa. Muchos de los escritores que han discutido acerca de la edad de la máquina han tratado a ésta como si fuera un fenómeno muy reciente, y como si la tecnología artesana hubiera empleado sólo herramientas para trasformar el medio. Estos prejuicios carecen de base. Durante los tres mil últimos años, por lo menos, las máquinas han sido una parte esencial de nuestra más antigua herencia técnica. La definición de Resuleaux de una máquina se ha hecho clásica: “Una máquina es una combinación de partes resistentes dispuestas de tal manera que por sus medios las fuerzas de la naturaleza puedan ser obligadas a realizar un trabajo acompañado por ciertos movimientos determinantes’’ pero esto no nos lleva muy lejos. Su lugar se debe a su importancia como primer gran morfólogo de las máquinas, pues deja fuera la amplia clase de máquinas movidas por la fuerza humana.
Las máquinas se han desarrollado partiendo de un complejo de agentes no orgánicos para convertir la energía, para realizar un trabajo, para incrementar las capacidades mecánicas o sensorias del cuerpo del hombre o para reducir a un orden y una regularidad mensurables los procesos de la vida. El autómata es el último escalón en un proceso que empezó con el uso de una u otra parte del cuerpo humano como instrumento. En el fondo del desarrollo de los instrumentos y las máquinas está el intento de modificar el medio ambiente de tal manera que refuerce y sostenga el organismo humano; el esfuerzo es o bien aumentar la potencia de un organismo por otra parte desarmado, o fabricar fuera del cuerpo un conjunto de condiciones más favorables destinadas a mantener su equilibrio y asegurar su supervivencia. En lugar de una adaptación fisiológica al frío, como el crecimiento de los pelos o el hábito de la hibernación, se produce una adaptación ambiental, como la que se hizo posible con el uso de vestidos o la construcción de abrigos.
La distinción esencial entre una máquina y una herramienta reside en el grado de independencia, en el manejo de la habilidad y de la fuerza motriz del operador: la herramienta se presta por sí misma a la manipulación, la máquina a la acción automática. El grado de complejidad no tiene importancia: pues, usando la herramienta, la mano y el ojo humanos realizan acciones complicadas, que son el equivalente, en función, de una máquina muy perfeccionada; mientras que, por otro lado, existen máquinas sumamente efectivas, como el martinete, que realizan trabajos muy sencillos, con la ayuda de un mecanismo relativamente simple. La diferencia entre las herramientas y las máquinas reside principalmente en el grado de automatismo que han alcanzado; el hábil usuario de una herramienta se hace más seguro y más automático, dicho brevemente, más mecánico, a medida que sus movimientos voluntarios se convierten en reflejos, y por otra parte, incluso en las máquinas más automáticas, debe intervenir en alguna parte, al principio y al final del proceso, primero en el proyecto original, y para terminar en la destreza para superar defectos y efectuar reparaciones, la participación consciente de un agente humano.
Además, entre la herramienta y la máquina se sitúa otra clase de objetos, la máquina herramienta: aquí, en el torno o en la perforadora, tenemos la precisión de la máquina más perfecta unida al servicio experto del trabajador. Cuando se añade a este complejo mecánico una fuente externa de energía, la línea divisoria resulta aún más difícil de establecer. En general, la máquina acentúa la especialización de la función en tanto que la herramienta indica flexibilidad: una cepilladora mecánica realiza solamente una operación, mientras que un cuchillo puede usarse para alisar madera, para grabarla, para partirla, para forzar una cerradura, o para apretar un tornillo. La máquina automática es, pues, un tipo de adaptación muy especializada; comprende la noción de una fuerza externa de energía, una relación recíproca más o menos complicada de las partes y una especie de actividad limitada. Desde el principio la máquina fue como un organismo menor proyectado para realizar tan sólo un conjunto de funciones.
Junto con estos elementos dinámicos en la tecnología hay otros, más estáticos en cuanto al carácter, pero igualmente importantes en cuanto a sus funciones. Mientras el desarrollo de las máquinas es el hecho técnico más patente de los últimos mil años, la máquina, bajo la forma de la perforadora de fuego o del torno del alfarero, ha existido desde por lo menos los tiempos neolíticos. Durante el período más antiguo, algunas de las adaptaciones más efectivas del ambiente vinieron, no del invento de las máquinas, sino del invento igualmente admirable de utensilios, aparatos y obras. El cesto y la marmita corresponden a los primeros, la cuba para teñir y el horno de ladrillos a los segundos, y los embalses y acueductos, las carreteras y los edificios a los terceros. El período moderno nos ha dado finalmente las obras de energía, como el ferrocarril o la línea de transmisión eléctrica, que funcionan solamente mediante la operación de maquinaria de energía. En tanto las herramientas y las máquinas transforman el medio ambiente cambiando la forma y la situación de los objetos, los utensilios y los aparatos han sido utilizados para efectuar transformaciones químicas igualmente necesarias. El curtido, la fabricación de cerveza, la destilación, el teñido han sido tan importantes en el desarrollo técnico del hombre como forjar o tejer. Pero la mayor parte de estos procedimientos se mantuvieron en su estado tradicional hasta la mitad del siglo XIX, y sólo desde entonces es cuando han sido influidos en un grado más amplio por el mismo juego de fuerzas científicas, y de intereses humanos que estaban perfeccionando la moderna máquina de energía.
En la serie de objetos desde los utensilios a las obras existe la misma relación entre el hombre que trabaja y el procedimiento que uno observa en la serie entre herramientas y máquinas automáticas: diferencias en el grado de especialización, y el grado de impersonalidad. Pero como la atención de la gente se dirige más fácilmente hacia las partes más ruidosas y activas del medio ambiente, el papel de las obras y de los aparatos se han descuidado en la mayor parte de las discusiones sobre la máquina, o lo que es en casi peor, dichos instrumentos técnicos han sido todos ellos torpemente agrupados como máquinas. El punto que hay que recordar es que ambos han desempeñado una parte enorme en el desarrollo del medio ambiente moderno; y en ninguna etapa de la historia pueden separarse los dos medios de adaptación. Todo complejo tecnológico incluye a ambos: y no menos el nuestro moderno.
Cuando use la palabra máquina de aquí en adelante me referiré a objetos específicos como la prensa de imprimir o el telar mecánico. Cuando use el término “la máquina” me referiré como una referencia abreviada a todo el complejo tecnológico. Este abarcará el conocimiento, las pericias, y las artes derivadas de la industria o implicadas en la nueva técnica, e incluirá varias formas de herramientas, aparatos y obras así como máquinas propiamente dichas.
 EL MONASTERIO Y EL RELOJ
¿Dónde tomó forma por primera vez la máquina en la civilización moderna? Hubo claramente más de un punto de origen. Nuestra civilización representa la convergencia de numerosos hábitos, ideas y modos de vida, así como instrumentos técnicos; y algunos de éstos fueron, al principio, opuestos directamente a la civilización que ayudó a crear. Pero la primera manifestación del orden nuevo tuvo lugar en el cuadro general del mundo: durante los siete primeros siglos de la existencia de la máquina las categorías de tiempo y espacio experimentaron un cambio extraordinario, y ningún aspecto de la vida quedó sin ser tocado por esta transformación. La aplicación de métodos cuantitativos de pensamiento al estudio de la naturaleza tuvo su primera manifestación en la medida regular del tiempo; y el nuevo concepto mecánico del tiempo surgió en parte de la rutina del monasterio. Alfred Whithead ha recalcado la importancia de la creencia escolástica en un universo ordenado por Dios como uno de los fundamentos de la física moderna: pero detrás de esta creencia estaba la presencia del orden en las instituciones de la Iglesia misma.
Las técnicas del mundo antiguo pasaron de Constantinopla y Bagdad a Sicilia y Córdoba: de ahí la dirección tomada por Salerno en los adelantos científicos y médicos de la Edad Media. Fue, sin embargo, en los monasterios de Occidente en donde el deseo de orden y poder, distintos de los expresados por la dominación militar de los hombres más débiles, se manifestó por primera vez después de la larga incertidumbre y sangrienta confusión que acompañó al derrumbamiento del
Imperio Romano. Dentro de los muros del monasterio estaba lo sagrado: bajo la regla de la orden quedaban fuera la sorpresa y la duda, el capricho y la irregularidad. Opuesta a las fluctuaciones erráticas y a los latidos de la vida mundana se hallaba la férrea disciplina de la regla. Benito añadió un séptimo período a las devociones del día, y en el siglo VII, por una bula del papa Sabiniano, se decretó que las campanas del monasterio se tocaran siete veces en las veinticuatro horas. Estas divisiones del día se conocieron con el nombre de horas canónicas, haciéndose necesario encontrar un medio para contabilizarlas y asegurar su repetición regular.
Según una leyenda hoy desacreditada, el primer reloj mecánico moderno, que funcionaba con pesas, fue inventado por el monje Gerberto que fue después el papa Silvestre II, casi al final del siglo X.
Este reloj debió ser probablemente un reloj de agua, uno de esos legados del mundo antiguo conservado directamente desde tiempos de los romanos, como la rueda hidráulica misma, o llegado nuevamente a Occidente a través de los árabes. Pero la leyenda, como ocurre tan a menudo, es correcta en sus implicaciones y no en sus hechos. El monasterio fue base de una vida regular, y un instrumento para dar las horas a intervalos o para recordar al campanero que era hora de tocar las campanas es un producto casi inevitable de esta vida. Si el reloj mecánico no apareció hasta que las ciudades del siglo XIII exigieron una rutina metódica, el hábito del orden mismo y de la regulación formal de la sucesión del tiempo, se había convertido en una segunda naturaleza en el monasterio. Coulton está de acuerdo con Sombart en considerar a los Benedictinos, la gran orden trabajadora, como quizá los fundadores originales del capitalismo moderno: su regla indudablemente le arrancó la maldición al trabajo y sus enérgicas empresas de ingeniería quizá le hayan robado incluso a la guerra algo de su hechizo. Así pues no estamos exagerando los hechos cuando sugerimos que los monasterios -en un momento determinado hubo 40.000 hombres bajo la regla benedictina- ayudaron a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares colectivos de la máquina; pues el reloj no es simplemente un medio para mantener las huellas de las horas, sino también para la sincronización de las acciones de los hombres.
¿Se debió al deseo colectivo cristiano de proveer a la felicidad de las almas en la eternidad mediante plegarias y devociones regulares el que se apoderase de las mentes de los hombres el medir el tiempo y las costumbres de la orden temporal; costumbres de las que la civilización capitalista poco después daría buena cuenta? Quizá debamos aceptar la ironía de esta paradoja. En todo caso, hacia el siglo XIII existen claros registros de relojes mecánicos, y hacia 1370 Heinrich von Wyck había construido en Paris un reloj “moderno” bien proyectado. Entretanto habían aparecido los relojes de las torres, y estos relojes nuevos, si bien no tenían hasta el siglo XIV una esfera y una manecilla que transformaran un movimiento del tiempo en un movimiento en el espacio, de todas maneras sonaban las horas. Las nubes que podían paralizar el reloj de sol, el hielo que podía detener el reloj de agua de una noche de invierno, no eran ya obstáculos para medir el tiempo: verano o invierno, de día o de noche, se daba uno cuenta del rítmico sonar del reloj. El instrumento pronto se extendió fuera del monasterio; y el sonido regular de las campanas trajo una nueva regularidad a la vida del trabajador y del comerciante. Las campanas del reloj de la torre casi determinaban la existencia urbana. La medición del tiempo pasó al servicio del tiempo, al recuento del tiempo y al racionamiento del tiempo. Al ocurrir esto, la eternidad dejó poco a poco de servir como medida y foco de las acciones humanas.
El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina clave de la moderna edad industrial. En cada fase de su desarrollo el reloj es a la vez el hecho sobresaliente y el símbolo típico de la máquina: incluso hoy ninguna máquina es tan omnipresente. Aquí, en el origen mismo de la técnica moderna, apareció profética-mente la máquina automática precisa que, sólo después de siglos de ulteriores esfuerzos, iba también a probar la perfección de esta técnica en todos los sectores de la actividad industrial. Hubo máquinas, movidas por la energía no humana, como el molino hidráulico, antes del reloj; y hubo también diversos tipos de autómatas, que asombraron al pueblo en el templo, o para agradar a la ociosa fantasía de algún califa musulmán: encontramos las ilustradas en Herón y en AlJazari. Pero ahora teníamos una nueva especie de máquina, en la que la fuente de energía y la transmisión eran de tal naturaleza que aseguraban el flujo regular de la energía en los trabajos y hacían posible la producción regular y productos estandarizados. En su relación con cantidades determinables de energía, con la estandarización, con la acción automática, y finalmente con su propio producto especial, el tiempo exacto, el reloj ha sido la máquina principal en la técnica moderna: y en cada período a seguido a la cabeza: marca una perfección hacia la cual aspiran otras máquinas. Además, el reloj, sirvió de modelos para otras muchas especies de mecanismo, y el análisis del movimiento necesario para su perfeccionamiento así como los distintos tipos de engranaje y de transmisión que se crearon, contribuyeron al éxito de muy diferentes clases de máquinas. Los forjadores podrían haber repujado miles de armaduras o de cañones de hierro, los carreteros podrían haber fabricado miles de ruedas hidráulicas o de burdos engranajes, sin haber inventado ninguno de los tipos especiales de movimiento perfeccionados en el reloj, y sin nada de la precisión de medida y finura de articulación que produjeron finalmente el exacto cronómetro del siglo XVIII.
El reloj, además es una máquina productora de energía cuyo “producto” es segundos y minutos: por su naturaleza esencial disocia el tiempo de los acontecimientos humanos y ayuda a crear la creencia en un mundo independiente de secuencias matemáticamente mensurables: el mundo especial de la ciencia. Existe relativamente poco fundamento para esta creencia en la común experiencia humana: a lo largo del año, los días son de duración desigual, y la relación entre el día y la noche no solamente cambia continuamente, sino que un pequeño viaje del Este al Oeste cambia el tiempo astronómico en un cierto número de minutos. En términos del organismo humano mismo, el tiempo mecánico es aún más extraño: en tanto la vida humana tiene sus propias regularidades, el latir del pulso, el respirar de los pulmones, éstas cambian de hora en hora según el estado de espíritu y la acción, y en el más largo lapso de los días, el tiempo no se mide por el calendario sino por los acontecimientos que los llenan. El pastor mide según el tiempo que la oveja pare un cordero; el agricultor mide a partir del día de la siembra o pensando en el de la cosecha: si el crecimiento tiene su propia duración y regularidades, detrás de éstas no hay simplemente materia y movimiento, sino los hechos del desarrollo: en breve, historia. Y mientras el tiempo mecánico está formado por una sucesión de instantes matemáticamente aislados, el tiempo orgánico -lo que Bergson llama duración- es cumulativo en sus efectos. Aunque el tiempo mecánico puede, en cierto sentido, acelerar o ir hacia atrás, como las manecillas de un reloj o las imágenes de una película, el tiempo orgánico se mueve sólo en una dirección -a través del ciclo del nacimiento, el crecimiento, el desarrollo, decadencia y muerte-, y el pasado que ya ha muerto sigue presente en el futuro que aún ha de nacer.
Alrededor de 1345, según Thorndike, la división de las horas en sesenta minutos y de los minutos en sesenta segundos se hizo corriente. Fue este marco abstracto del tiempo dividido el que se hizo cada vez más el punto de referencia tanto para la acción como para el pensamiento, y un esfuerzo para llegar a la precisión en este aspecto, la exploración astronómica del cielo concentró más aún la atención sobre los movimientos regulares e implacables de los astros a través del espacio. A principios del siglo XVI, se cree que un joven mecánico de Nuremberg, Peter Henlein, inventó “relojes con muchas ruedas con pequeños pedazos de hierro” y a finales del siglo el relojito doméstico había sido introducido en Inglaterra y en Holanda. Como ocurrió con el automóvil y con el avión, las clases más ricas fueron las que adoptaron primero el nuevo mecanismo y lo popularizaron: en parte porque sólo ellas podían permitírselo, en parte porque la nueva burguesía fue la primera en descubrir que, como Franklin dijo más tarde, “el tiempo es oro”. Ser tan regular “como un reloj” fue el ideal burgués, y el poseer un reloj fue durante mucho tiempo un inequívoco signo de éxito. El ritmo creciente de la civilización llevó a la exigencia de mayor poder: y a su vez el poder aceleró el ritmo.
Ahora bien, la ordenada vida puntual que primeramente tomó forma en los monasterios no es connatural a la humanidad, aunque hoy los pueblos occidentales están tan completamente reglamentados por el reloj que constituye una “segunda naturaleza”, considerando su observancia como un hecho natural. Muchas civilizaciones orientales han florecido teniendo poca cuenta del tiempo: los indios han sido en realidad tan indiferentes al tiempo que les falta incluso una auténtica cronología de los años. Todavía ayer, en el centro de las industrializaciones de la Rusia soviética, apareció una sociedad para fomentar el uso de relojes y hacer la propaganda de los beneficios de la puntualidad. La popularización del registro del tiempo, que siguió a la producción sistemática del reloj barato, primeramente en Ginebra, después en Estados Unidos, hacia mitad del siglo pasado, fue esencial para un sistema bien articulado de transporte y de producción.
La medición del tiempo fue primeramente atributo peculiar de la música: dio valor industrial a la canción del taller o al abatir rítmico o a la saloma de los marinos halando una cuerda. Pero el efecto del reloj mecánico es más penetrante y estricto: preside todo el día desde el amanecer hasta la hora del descanso. Cuando se considera el día como un lapso abstracto de tiempo, no se va uno a la cama con las gallinas en una noche de invierno: uno inventa pábilos, chimeneas, lámparas, luces de gas, lámparas eléctricas, de manera aprovechar todas las personas que pertenecen al día. Cuando se considera el tiempo, no como una sucesión de experiencias, sino como una colección de horas, minutos y segundos, aparecen los hábitos de acrecentar y ahorrar el tiempo. El tiempo cobra el carácter de un espacio cerrado: puede dividirse, puede llenarse, puede incluso dilatarse mediante el invento de instrumentos que ahorran el tiempo.
El tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Las mismas funciones orgánicas se regularon por él: se comió, no al sentir hambre, sino impulsado por el reloj. Se durmió, no al sentirse cansado, sino cuando el reloj nos exigió. Una conciencia generalizada del tiempo acompañó el empleo más extenso de los relojes. Al disociar el tiempo de las secuencias orgánicas, se hizo más fácil para los hombres del renacimiento satisfacer la fantasía de revivir el pasado clásico o los esplendores de la antigua civilización de Roma. El culto de la historia, apareciendo primero en el ritual diario, se abstrajo finalmente como una disciplina especial. En el siglo XVII hicieron su aparición el periodismo y la literatura periódica; incluso en el vestir, siguiendo la guía de Venecia como centro de la moda, la gente cambió la moda cada año en vez de cada generación.
No puede sobreestimarse el provecho en eficiencia mecánica gracias a la coordinación y la estrecha articulación de los acontecimientos del día. Si bien este incremento no puede medirse sencillamente en caballos de fuerza, sólo tiene uno que imaginar su ausencia hoy para preveer la rápida desorganización y el eventual colapso de toda nuestra sociedad. El moderno sistema industrial podría prescindir del carbón, del hierro y del vapor más fácilmente que del reloj.
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Lewis Mumford (Flushing, Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de 1990, Amenia, estado de Nueva York). Sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y ciudad Jardín, aunque tienen mayor resonancia sus obras interdisciplinares, así El mito de la máquina.
Mumford pertenece a ese género de intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además, siempre mostró una postura crítica con la formación oficial, en particular, y con cualquier institución estatal, en general.
Dotado de una vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico de arquitectura y urbanismo, y escribió múltiples libros y artículos sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones, 1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo, y le supusieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quienes sorprendió tanto su juventud como su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright, acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”.
Durante décadas, estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar, en la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofreciendo a veces críticas positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford: éste era visto por Wright como una especie de padre espiritual, pese a que Mumford era bastante más joven. Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
Aunque destaque sus análisis sobre la utopía y la ciudad Jardín, sus obras más resonantes, sin embargo, pertenecen a un género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del su centuria.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un término que él mismo consideraba caduco en su centuria. Curiosamente, y pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas, políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, fue un autor bastante olvidado en las décadas finales del siglo XX. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o artículos. En ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura y el urbanismo siguió siendo obligatorio el conocimiento de este autor. Pero afortunadamente su obra se está recuperando en el siglo XXI en España: y hoy circulan —además de Técnica y civilización—, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana y El pentágono del poder, así comoLa ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, libro recuperado en 2012.
La ciudad en la historia, aparecida en 1961, es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, pero se trata más bien de una obra realmente extensa repartida en dos densas partes donde propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo, con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión, política, jurisprudencia con arquitectura.
Este proyecto resulta revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que su obra sería relegada al olvido por su pluralismo nada unidireccional) era verosímil.
Otro notable historiador del urbanismo, A.E.J. Morris, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana) que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
Pero retrocedamos en el tiempo. A partir del 1934 se ocupó extensivamente de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas, Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista, se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934) -que se tradujo en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa y reeditada. Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y el desarrollo de la bomba atómica son ejemplos de esa megamáquina en nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores como L. Winner.
Mumford no abogaba por un rechazo a la tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías “autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta, contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.
Otros libros relacionados:
El mito de la máquina (2 tomos) – Lewis Mumford
La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
Historia de la técnica. Del descubrimiento del fuego a la conquista del espacio – Carl von Klinckowstroem
Los nuevos poseidos – Jacques Ellul
Cultura y cambio tecnológico: el MIT – Rosalind Williams
Perspectivas de la revolución de los computadores – Zenon W. Pylyshyn (selección y cometarios)
Historia del automóvil – Ilya Ehrenburg
El joven Einstein. El advenimiento de la relatividad – Lewis Pyenson
La obsolescencia del hombre. Vol. I: Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Vol. II: Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial – Günther Anders
Autoridad, libertad y maquinaria automática en la primera modernidad europea – Otto Mayr
El libro del reloj de arena – Ernst Jünger

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata

Frank Sinatra Gay Talese Charles L. Granata Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Alba.

Prólogo: Phil Ramone.

Epílogo: Nancy Sinatra.

Precio: $600.

La voz de Sinatra suena como un violonchelo. Sus grabaciones son el ambiente perfecto para escuchar mientras se hace el amor. Verlo actuar en directo es asistir a una auténtica lección sobre el arte de la comunicación. Sylvia Syms.
La vida de Frank Sinatra ha sido objeto de numerosas biografías casi siempre centradas en aspectos de su vida privada. Sin embargo, El sonido de Sinatra aporta ua mirada profunda y detallada a la carrera profesional del artista a lo largo de más de cincuenta años. Charles L. Granata analiza minuciosamente las sesiones de grabaciones y, gracias a las revelaciones de muchos de sus colaboradores (músicos, productores, arreglistas y amigos), descubrimos cómo se hicieron los mejores discos de la historia de la música popular norteamericana.
Frank Sinatra no sólo está considerado uno de los más reconocidos cantentes del siglo XX sino que fue un estraordinario productor de su música y siempre quiso controlar el proceso de grabación de sus discos porque era consciente de que su “sonido” era su seña de identidad más valiosa. Asimismo, la evolución de las diferentes técnicas de grabación a lo largo de us extensa carrera profesional fue espectacular: desde las grabaciones en discos de cera de los años treinta hasta las grabaciones digitales en disco compacto de los años ochenta, el mundo de la música experimentó un avance revolucionario.
Este libro nos traslada a un estudio de grabación y nos da a conocer la apasionante historia de Frank Sinatra, el músico.
Sinatra está resfriado
Gay Talese
Frank Sinatra, con un vaso de bourbon en una mano y un pitillo en la otra, estaba de pie, en un ángulo oscuro del bar, entre dos rubias atractivas aunque algo pasaditas, sentadas y esperando a que dijera algo. Pero Frank no decía nada. Había estado callado la mayor parte de la noche y ahora, en su club particular de Beverly Hills, parecía aún más distante, con la mirada perdida en el humo y en la penumbra, hacia la gran sala, más allá del bar, donde docenas de jóvenes y parejas estaban acurrucadas alrededor de unas mesitas o se retorcían en el centro del piso al ritmo ensordecedor de una música folk que atronaba desde el estéreo. Las dos rubias sabían, como también los cuatro amigos de Sinatra, que era una pésima idea entablarle conversación cuando estaba de ese humor tan tétrico, un humor que le había durado toda la primera semana de noviembre, un mes antes de que cumpliera los cincuenta años.
Sinatra había trabajado en una película que ahora le desagradaba y estaba deseando terminar, harto de toda la publicidad que había rodeado sus encuentros con Mia Farrow, la jovencita de veinte años que esta noche no había aparecido todavía; estaba enfadado porque el documental televisivo sobre su vida, hecho por la CBS, y que se proyectaría dentro de dos semanas, según se murmuraba, se metía con su vida privada e incluso especulaba sobre su posible amistad con jefes de la mafia; y preocupado también por su papel de estrella en un show de la NBC, de una hora de duración, titulado “Sinatra: el hombre y su música”, que le impondría la obligación de cantar dieciocho canciones con una voz que en este preciso momento, unos días antes de que empezara la grabación, estaba débil, dolorida e incierta. Sinatra no se encontraba bien. Era víctima de un mal tan común que la mayoría de la gente lo hubiera encontrado insignificante. A él, en cambio, lo precipitaba en un estado de angustia, de profunda depresión, de pánico e incluso furor. Frank Sinatra tenía un resfriado.
Sinatra con catarro es Picasso sin colores o un Ferrari sin gasolina, sólo que peor. Porque los catarros corrientes roban a Sinatra esa joya que no se puede asegurar, su voz, y hieren en lo más vivo su confianza. No sólo afectan a su psique, sino que parecen provocar una especie de moquillo nasal psicosomático en las docenas de personas que lo rodean y trabajan para él, que beben con él y lo quieren y cuyo bienestar y estabilidad dependen de él. Un Sinatra acatarrado puede, salvando las distancias, enviar vibraciones a la industria del espectáculo y aún más lejos, casi como una enfermedad repentina de un presidente de los Estados Unidos puede sacudir la economía nacional.
Porque Frank Sinatra no sólo está involucrado en muchas cosas que implican a muchas personas –su propia compañía de películas, su compañía de discos, su línea aérea particular, su industria de piezas para cohetes, sus propiedades inmobiliarias en todo el país, su servicio privado de 75 personas–, una parte tan sólo, por lo demás, del poder que tiene y representa. Parecía, ahora, ser también la encarnación del varón completamente emancipado, quizá el único en Norteamérica, el hombre que puede hacer todo lo que quiere, cualquier cosa, y lo puede hacer porque tiene el dinero, la energía y ningún sentido aparente de culpa. En una época en la que parece que los más jóvenes lo invaden todo, protestando y pidiendo cambios, Frank Sinatra sobrevive como un fenómeno nacional, uno de los productos de preguerra que aguanta la prueba del tiempo. Es el campeón que supo hacer un “retorno” triunfal, el hombre que lo había perdido todo para luego recuperarlo, sin dejar que nada se le pusiera por delante, haciendo lo que pocos hombres logran hacer: desarraigó su vida, dejó a su mujer e hijos, rompió con todo lo que era familiar, aprendiendo sobre la marcha que el sistema para conservar a una mujer es no encadenarla. Ahora tiene el afecto de Nancy, de Ava y de Mia, el delicado producto femenino de tres generaciones, y conserva todavía la adoración de sus hijos además de la libertad de un soltero. No se siente viejo. Hace que hombres viejos se sientan jóvenes; les hace pensar que si Frank Sinatra puede, es que es posible. No quiere decir que ellos puedan, pero sigue siendo agradable para otros hombres saber que a los cincuenta años eso es posible.
Pero entonces, de pie junto a aquella barra, en Beverly Hills, Sinatra tenía un resfriado y seguía bebiendo silenciosamente, y parecía estar a muchos kilómetros de distancia, en un mundo privado, sin reaccionar siquiera cuando el estéreo en la otra sala emitió de pronto una canción de Sinatra, In the Wee Small Hours of the Morning.
Se trata de una bonita balada que grabó por primera vez hace diez años y que ahora obligaba a levantarse y a deslizarse lentamente, muy agarraditas, a muchas parejas de jóvenes que se habían sentado cansadas de tanto retorcerse. La entonación de Sinatra, pronunciada con precisión y, sin embargo, llena y fluida, daba un significado más profundo a la letra sencilla: “En las horas tempranas/ mientras todo el mundo duerme profundamente/ tú estás despierto, y piensas en la chica…” Como en muchos de sus clásicos, era una canción que evocaba soledad y sensualidad. Combinada con las luces tenues, el alcohol y la nicotina, se convertía en una especie de afrodisiaco aéreo. Sin duda, las palabras de esta canción y de otras similares han inspirado a millones de personas. Era música para hacer el amor, y sin duda se ha hecho, por toda Norteamérica, mucho el amor a su compás: por la noche, en los automóviles, mientras se descargan las baterías; en las playas, en los atardeceres suaves de verano; en casitas a orillas del lago; en parques apartados y en elegantes áticos o en cuartos amueblados; en yates, en taxis, en cabañas; en todos los lugares donde se podían oír las canciones de Sinatra. Las letras animaban a las mujeres, las cortejaban y las conquistaban, cortaban las últimas inhibiciones y complacían los egos masculinos de ingratos amantes; dos generaciones de hombres han sido beneficiarios de estas baladas, por lo cual quedan eternamente en deuda; por lo cual puede también que lo odien eternamente. Y, sin embargo, aquí estaba él en persona, fuera de su alcance, en Beverly Hills, a altas horas de la noche.
Las dos rubias, que aparentaban unos treinta y pico de años, compuestas y acicaladas, con sus cuerpos maduros ceñidos en trajes oscuros, estaban sentadas con las piernas cruzadas, encaramadas encima de los altos taburetes del bar. Escuchaban la música. Una de ellas sacó un Kent, y Sinatra rápidamente acercó el extremo de su encendedor de oro mientras ella le cogía la mano y miraba sus dedos: tenía los nudillos hinchados y los dedos tan rígidos por la artritis que los doblaba con dificultad. Como siempre, estaba vestido impecablemente. Llevaba un traje gris con chaleco, un traje de corte clásico, pero forrado de seda vistosa; parecía que se había sacado brillo a sus zapatos británicos hasta en la suela. También llevaba, como todos parecían saber, una convincente peluca negra, una de las sesenta que posee, la mayor parte de las cuales están confinadas a los cuidados de una insignificante viejecita que, con el pelo en una pequeña bolsa, le sigue a todas partes cuando actúa. Gana 400 dólares a la semana. La característica más saliente de la cara de Sinatra son sus ojos azules claro, vivos, unos ojos que en el espacio de un segundo pueden volverse fríos de rabia, o brillar de afecto, o, como ahora, reflejar un vago recogimiento que mantiene a sus amigos callados y a distancia.
Leo Durocher, uno de los más íntimos de Sinatra, jugaba al billar en la pequeña habitación detrás del bar. De pie, al lado de la puerta, estaba Jim Mahoney, el agente de prensa de Sinatra, un joven algo grueso, con una mandíbula cuadrada y ojos pequeños, semejante a un rudo policía irlandés a no ser por los costosos trajes europeos que llevaba y sus estupendos zapatos, adornados a menudo de bruñidas hebillas. Estaba cerca también un actor alto, de noventa kilos de peso, llamado Brad Dexter, que parecía sacar el pecho para que no se le notara la barriga.
Brad Dexter ha aparecido en algunas películas y en programas de televisión, dando pruebas de buenas condiciones como actor de carácter, pero en Beverly Hills es conocido también por el papel representado en Hawai hace dos años, cuando nadó cerca de cien metros y arriesgó su vida para salvar a Sinatra, a punto de ahogarse en un torbellino. Desde entonces Dexter ha sido uno de los constantes compañeros del cantante y fue nombrado productor en la compañía cinematográfica de Sinatra. Ocupa una lujosa oficina al lado de la suite. Su misión consiste en la busca y captura de obras literarias que puedan convertirse en nuevos papeles estelares para Sinatra. Siempre que está con Sinatra entre extraños se preocupa porque sabe que provoca lo mejor y lo peor en la gente: hay hombres que se vuelven agresivos, mujeres que insinúan sus encantos; otros se le aproximan y lo examinan con aire escéptico. El ambiente se excita con su sola presencia, y a veces el propio Sinatra, si está fastidiado, como esta noche, se muestra intolerante y tenso, lo que se traduce luego en grandes titulares en los periódicos. Brad Dexter intenta prevenir el peligro poniendo a Sinatra en guardia. Confiesa ser su protector. Recientemente, en un momento de sinceridad admitió: “Sería capaz de matar por él”.
Aunque esta declaración puede parecer excesivamente dramática, en particular si se cita fuera de contexto, expresa, sin embargo, la feroz fidelidad tan corriente en el círculo íntimo de Sinatra. Es característico que, aun sin reconocerlo explícitamente, Sinatra parece preferir el “para siempre”, el “todo o nada”. Es el siciliano que Sinatra lleva dentro; no permite a sus amigos, si quieren seguir siéndolo, ninguna de las escapatorias anglosajonas. Pero si le son leales no hay nada que Sinatra no sea capaz de hacer a su vez: regalos fabulosos, cortesías personales, ánimo y estímulo en los momentos de depresión, adulación cuando están eufóricos. Es necesario, sin embargo, que no olviden una cosa. Él es Sinatra. El amo. Il padrone, el padrino.
El verano pasado, en el bar de Jilly, en Nueva York, la única vez que logré verlo de cerca en esa noche, pude observar algunas de las características sicilianas de Sinatra. El Jilly’s está situado en Manhattan, en la calle Cincuenta y Dos, Oeste; aquí es donde Sinatra bebe siempre que se encuentra en Nueva York. En la sala de atrás hay pegada a la pared una silla especial que le está reservada y que no usa nadie más. Cuando la ocupa, junto a una larga mesa y rodeado de todos sus amigos íntimos de Nueva York –entre ellos el dueño del local, Jilly Rizzo, y Honey, su mujer, la de la cabellera azul, conocida también como la Judía Azul–, se desarrolla un extraño ritual. Aquella noche aparecieron en la entrada de Jilly’s docenas de personas, amigos casuales de Sinatra algunos, simples conocidos, otros, e incluso quienes no eran ni lo uno ni lo otro. Todos se acercaban como a un santuario. Habían venido a rendirle pleitesía. Venían de Nueva York, de Brooklyn, de Atlantic City y de Hoboken. Eran actores veteranos, ex boxeadores, cansados trompetistas, políticos, un chico con un bastón. Había una mujer gorda que decía acordarse de cuando Sinatra solía tirar en su puerta el diario Jersey Observer, en 1933; parejas de mediana edad que habían oído cantar a Sinatra en The Rustic Cabin, en 1938: “Lo hemos conocido de verdad cuando estaba de verdad en su momento”.
O lo habían oído cuando trabajaba en la orquesta de Harry James en 1939, o con Tommy Dorsey en 1941: “Sí, esa es la canción: I’ ll Never Smile Again. La cantó una noche en ese local cerca de Newark y bailamos…” O recordaban la voz aquella vez en el teatro Paramount con sus fans y él con sus corbatas de pajarita; y una mujer traía a la memoria aquel odioso chico que entonces ella conocía, Alexander Dorogokupetz, un resentido de dieciocho años que había lanzado un tomate a Sinatra y que por poco no fue linchado por las adictas legiones de adolescentes. ¿Qué había sido de Alexander Dorogokupetz? La señora lo ignoraba.
Y se acordaban de cuando Sinatra había sido un fracaso y cantado basura como Mairzie Doats, y luego su triunfal reaparición. Esa noche estaban todos apiñados en la puerta del bar de Jilly sin poder entrar. Algunos se marcharon. Pero la mayoría se quedó esperando deslizarse en el bar abriéndose paso entre el público que se apretujaba en triple fila ante la barra, para poderlo ver sentado allá atrás. Lo que querían era esto: verlo. Lo contemplaban en silencio unos momentos, con los ojos abiertos a través del humo. Luego se volvían, se abrían paso trabajosamente por el bar y se iban a casa.
Algunos amigos íntimos de Sinatra, conocidos todos ellos por los hombres de Jilly que custodian la entrada, logran una escolta para llegar a la sala de atrás. Pero una vez allí se las tienen que agenciar por sí solos. En esta noche en particular, Frank Giffors, el ex jugador de fútbol americano, logró avanzar tan sólo siete metros en tres intentonas. Muchos no llegaron siquiera a estrechar la mano de Sinatra, pero pudieron al menos tocarle un brazo, o bien se acercaron lo bastante para que los viera y después de haberles saludado con un gesto de la mano o pronunciando sus nombres (tiene una memoria fantástica para los nombres de pila), se volvían y se marchaban. Habían hecho acto de presencia. Habían rendido pleitesía. Al asistir a esta escena ritual, tenía la impresión de que Frank Sinatra vivía simultáneamente en dos mundos que no eran contemporáneos.
Por un lado está el hombre cordial –el que charla o bromea con Sammy Davis Jr., Richard Conte, Liza Minelli, Bernice Massi o con cualquier otra figura del mundo del espectáculo que se sienta a su mesa–; por el otro, el que saluda con la mano o inclina la cabeza a sus paisanos más próximos (Al Silvani, entrenador de boxeo que trabaja en la compañía de películas de Sinatra; Dominic Di Bona, encargado de su guardarropa; Ed Pucci, ex jugador de fútbol que pesa ciento treinta y cinco kilos y es su “ayudante de campo”): Frank Sinatra es il padrone. O, mejor todavía, es un ejemplar de lo que tradicionalmente llaman en Sicilia uomini rispettati, hombres respetados: hombres majestuosos y humildes a la vez, hombres queridos por todos y generosos por naturaleza, hombres a quienes les besan las manos cuando pasan por los pueblos, hombres dispuestos a tomarse molestias para enderezar un entuerto.
Frank Sinatra hace las cosas personalmente. En Navidades, él mismo escoge docenas de regalos para sus amigos íntimos y familiares, acordándose del tipo de alhajas que les gustan, sus colores favoritos, las medidas de sus camisas y trajes. Cuando la casa de un músico amigo suyo en Los Ángeles fue destruida por un alud de fango y su mujer pereció hace poco más de un año, Sinatra acudió personalmente en su ayuda. Le buscó otra casa, pagó todas las cuentas del hospital que el seguro no había cubierto y supervisó el decorado de la nueva casa hasta en los menores detalles, como la reposición de la plata, de los enseres y la ropa.
El mismo Sinatra que ha hecho esto es capaz, en menos de una hora, de estallar en un ataque de rabia si alguna cosa hecha por sus paisanos no encuentra su aprobación. Por ejemplo, cuando uno de sus hombres le trajo un frankfurter con salsa picante, que Sinatra aborrece, le tiró encima el frasco, salpicándolo. La mayoría de los hombres que trabajan al lado de Sinatra son muy altos, pero esto no parece intimidarlo ni poner freno a su conducta impetuosa cuando se enfada. Nunca reaccionarán. Él esil padrone.
En otras ocasiones, sus hombres, en un afán por darle gusto, se pasan de rosca. Una vez observó de pasada que su gran jeep naranja, que suele utilizar en el desierto, en Palm Springs, parecía necesitar otra mano de pintura; se pasó la voz de uno a otro, cada vez con más urgencia, hasta que por fin alguien dio la orden de que el jeep fuera pintado ahora, inmediatamente. Para ello hacía falta un equipo especial de pintores que trabajara toda la noche a precio de horas extraordinarias, lo que significaba que la orden tenía que recorrer el camino inverso para el visto bueno. Cuando llegó a la mesa de trabajo de Sinatra no sabía de qué se trataba. Por fin se dio cuenta y confesó con expresión cansada que prefería no averiguar cuándo demonios le habían pintado el coche.
Sin embargo no hubiera sido aconsejable para nadie prever su reacción, porque él es un hombre completamente imprevisible, de humor variable y dado el exceso, un hombre que reacciona de inmediato y por instinto, de golpe, dramática y salvajemente. Nadie puede prever lo que puede seguir. Una joven llamada Jane Hoag, reportera de Life en las oficinas de Los Ángeles, antigua compañera de escuela de Nancy, la hija de Frank Sinatra, había sido invitada a la casa de la señora Sinatra en California, donde Frank, que mantiene las más cordiales relaciones con su antigua mujer, recibía a los invitados. En los primeros momentos, la señorita Hoag, al apoyarse en una mesa en la que había una pareja de pájaros de alabastro, tiró con el codo uno de ellos. Según recuerda la señorita Hoag, la hija de Sinatra exclamó: “Oh, ése era uno de los favoritos de mi madre…” Pero antes de que terminara su frase, Sinatra la fulminó con la mirada y, mientras otros cuarenta invitados miraban en silencio, se acercó y con un rápido golpe tiró al suelo el otro pájaro, puso luego un brazo sobre el hombro de Jane Hoag y le dijo en tono tranquilo que le devolvió la calma: “Todo va bien, chica.”
 ***
Ahora Sinatra le estaba diciendo algunas palabras a las rubias. Luego se separó de la barra y se encaminó a la sala de billar. Otro de los amigos de Sinatra se acercó a las dos mujeres. Brad Dexter, que hablaba en un rincón con otras personas, siguió a Sinatra.
Resonaban en la sala los golpes de las bolas de billar. Había una docena de espectadores, la mayoría de ellos jóvenes que observaban cómo Leo Durocher contendía contra dos jugadores no muy diestros. Este club privado, donde está permitido el alcohol, cuenta entre sus socios con muchos actores, directores, escritores, modelos, todos ellos bastante más jóvenes que Sinatra y Durocher y mucho más descuidados en su manera de vestir por la noche. Muchas de las chicas, con el largo pelo suelto a las espaldas, llevaban pantalones vaqueros ceñidos y unos jerséis muy caros; algunos muchachos vestían unas camisas azules o verdes de cuello alto, pantalones estrechos muy ceñidos y zapatos italianos.
Era evidente, por la manera en que Sinatra miraba a estas personas, que no eran de su agrado, pero estaba apoyado en un taburete alto adosado a la pared, con un vaso en la derecha y sin decir nada. Observaba cómo Durocher pegaba a las bolas. Los hombres más jóvenes presentes, acostumbrados a ver a Sinatra en este club, lo trataban sin deferencia, aunque no decían nada ofensivo. Era un grupo joven muy displicente, al estilo de California, y frío. Uno que lo parecía más era una hombrecito de movimientos rápidos, con un perfil agudo, pálidos ojos azules, pelo castaño claro y gafas cuadradas. Llevaba pantalones de pana marrón, jersey peludo de Shetland, chaqueta beige de ante y botas de guarda forestal por las que había pagado hacía poco sesenta dólares.
Frank Sinatra, apoyado en el taburete, resollando de vez en cuando por su catarro, no lograba despegar la vista de las botas de guarda. Después de contemplarlas largo rato volvió los ojos; pero en seguida los volvió a dirigir hacia éstas. El propietario de las botas estaba mirando la partida de billar; se llamaba Harlan Ellison, un escritor que acababa de terminar un guión cinematográfico: El Oscar.
Por fin, Sinatra no pudo contenerse.
–¡Eh! –gritó con su voz algo ronca, que todavía tenía un suave eco agudo–, ¿son italianas esas botas?
–No –contestó Ellison.
–¿Españolas?
–No.
–¿Son botas inglesas?
–Mire, amigo, no lo sé –contestó Ellison, frunciendo el ceño a Sinatra y volviéndose otra vez.
En la sala de billar se hizo un repentino silencio. Leo Durocher, doblado con el taco en la mano, se quedó clavado en esa posición un segundo. Nadie se movió. Sinatra se despegó del taburete y empezó a caminar lentamente, con sus andares arrogantes, hacia Ellison. El único ruido en la sala era el taconeo de Sinatra. Luego, mirando de arriba abajo a Ellison con las cejas algo levantadas y una media sonrisita, Sinatra preguntó:
–¿Espera usted una tormenta?
Harlan se volvió ligeramente.
–Oiga, ¿hay alguna razón para que se dirija a mí?
–No me agrada su forma de vestir –contestó Sinatra.
–Siento disgustarle –dijo Ellison–, pero visto como quiero.
En la sala se había levantado un susurro y alguien dijo:
–Anda, Harlan, larguémonos.
Leo Durocher hizo su jugada y dijo:
–Sí, anda.
Pero Ellison no se movió.
Sinatra preguntó:
–¿Qué hace usted?
–Soy fontanero –contestó Ellison.
–No lo es –intervino rápidamente un joven del otro lado de la mesa–. Ha escrito El Oscar.
–Oh, sí –replicó Sinatra–. La he visto y es una mierda.
–Es raro –dijo Ellison–, porque todavía no se ha estrenado.
–Pues yo la he visto y es una mierda –repitió Sinatra.
Entonces Brad Dexter, demasiado grande frente a la bajita figura de Ellison, dijo, muy nervioso:
–Venga, chico, no quiero que se quede aquí.
–Eh –interrumpió Sinatra a Dexter–: ¿No ves que estoy hablando con este tipo?
Dexter se quedó confuso; luego cambió completamente de actitud y, en voz baja, casi implorando, dijo a Ellison:
–¿Por qué insiste en molestarme?
Toda la escena se tornaba ridícula. Sinatra parecía bromear, quizá como reacción frente al aburrimiento o contra su propia desesperación. De todos modos, después de unas pocas palabras más, Harlan Ellison se marchó.
Ya había corrido la voz en la sala sobre la disputa entre Sinatra y Ellison, y un muchacho había ido en busca del director. Pero otro dijo que cuando el director oyó rumores salió de estampida, cogió el coche y se marchó a su casa. Por esta razón el subdirector tuvo que ir al salón de billar.
–Aquí no quiero a nadie sin chaqueta y corbata –dijo bruscamente Sinatra.
El subdirector asintió con la cabeza y regresó a su despacho.
A la mañana siguiente comenzó otro día de tensión para el agente de prensa de Sinatra, Jim Mahoney.
Mahoney tenía dolor de cabeza y estaba preocupado, pero no por el incidente Sinatra-Ellison de la víspera. En aquellos momentos estaba en la otra sala sentado en una mesa con su mujer y probablemente ni se había enterado del incidente. Había durado cerca de tres minutos. Y tres minutos más tarde a Frank Sinatra se le había olvidado completamente, mientras que Ellison se acordaría de él durante el resto de su vida: había tenido, como muchos centenares de personas antes que él, una escena con Sinatra en un momento inesperado de la madrugada.
Seguramente fue mejor que Mahoney no estuviera en la sala de billar; aquel día tenía otras cosas en la cabeza: estaba preocupado por el catarro de Sinatra e inquieto por el discutido documental de CBS que, a pesar de las protestas de Sinatra y de haber retirado su permiso, se iba a transmitir por televisión en menos de dos semanas. Durante estos días los periódicos insinuaron que Sinatra iba a querellarse con la estación televisiva, y los teléfonos de Mahoney sonaron sin interrupción. Precisamente ahora hablaba en Nueva York, con Kay Gardella, del Daily News, y decía: “Así es, Kay, habían prometido no hacer ciertas preguntas sobre la vida privada de Frank, pero Cronkite dijo: ‘Frank, háblame de esas asociaciones’. Esa pregunta, Kay, fuera. Nunca debía haberla hecho”.
Mientras hablaba, Mahoney se había estirado en su butaca, sacudiendo lentamente la cabeza. Es un hombre robusto de 37 años; con una cara redonda y colorada, una mandíbula fuerte y unos ojos pequeños y azules. Parecería pendenciero si no hablara con tanta claridad y sinceridad y no fuese tan meticuloso en el vestir. Sus trajes y sus zapatos están soberbiamente cortados a la medida y esto es lo primero en que Sinatra se fijó al conocerlo. En su amplio despacho, frente al bar, hay un sacabrillos eléctrico para los zapatos y un par de perchas para sus chaquetas. Cerca del bar hay una foto del presidente Kennedy con su autógrafo y unas cuantas de Sinatra, no hay una más en el resto de las habitaciones de la agencia de Mahoney. Antes había una gran foto de Sinatra adornando la sala de recepción, pero como hería los sentimientos de otras estrellas de cine clientes de Mahoney, y en vista de que Sinatra no va nunca por allí, la foto fue eliminada.
Sin embargo, parece que Sinatra esté siempre presente, y aunque Mahoney no tenga razones auténticas para preocuparse por él –como sucedía hoy–, se las inventa. Para ello, se rodea de recordatorios de momentos en que se preocupó. Entre sus avíos de afeitar hay un frasco de somníferos despachado por una farmacia de Reno. La fecha de la etiqueta coincide con el secuestro de Frank Sinatra Jr. Sobre una mesa del despacho de Mahoney hay una reproducción de madera de la nota de rescate del mencionado suceso. Cuando Mahoney, sentado en un escritorio, está preocupado por algo, tiene la manía de entretenerse con un minúsculo tren de juguete que está delante de él. El tren –recuerdo de la película de Sinatra El coronelVon Ryan– es, para los hombres que lo rodean, lo que era el sujetacorbatas recuerdo del PT-1091 para los íntimos de Kennedy. Mahoney empuja el trenecito sobre los cortos rieles arriba y abajo, adelante y atrás, clic, clac…
Mahoney apartó su trenecito. La secretaria le anunció una llamada telefónica importante. Cogió el auricular y su voz se volvió aún más sincera que antes.
–Sí, Frank –dijo–. Bien… Bien… Sí, Frank… –Cuando hubo colgado el teléfono lentamente, anunció que Frank Sinatra se había marchado en su jet particular a pasar el fin de semana en la casa de Palm Springs, a dieciséis minutos de vuelo de su domicilio en Los Ángeles. Mahoney estaba preocupado de nuevo. El jet Lear, que el piloto de Sinatra iba a conducir, era idéntico, según Mahoney, a otro que se había estrellado no hacía mucho en un lugar de California.
Al lunes siguiente, un día poco californiano, nublado y frío, más de un centenar de personas se reunieron en el interior de un estudio blanco de televisión, una sala enorme dominada por un escenario, también blanco, paredes blancas y docenas de fotos y de luces colgando: parecía un quirófano gigantesco. En esta sala, aproximadamente en una hora, la NBC iba a grabar un espectáculo de sesenta minutos de duración que sería televisado en color en la noche del 24 de noviembre y que sintetizaría, lo mejor posible, los veinticinco años de carrera de Frank Sinatra como artista. No sondearía, como se decía del siguiente documental de CBS, el sector privado de la vida del artista. El espectáculo de la NBC tendría una hora de duración, en la que Sinatra cantaría algunos de los éxitos que lo llevaron de Hoboken a Hollywood; un espectáculo que únicamente sería interrumpido por algunos cortos y por los anuncios de la cerveza Budweiser. Antes del resfriado, Sinatra estaba muy excitado por este espectáculo; veía la oportunidad de atraer no sólo a los nostálgicos, sino también de dar a conocer su talento a los partidarios del rock and roll. En cierto sentido, presentaba batalla a los Beatles. Los comunicados de prensa realizados por la agencia de Mahoney subrayaban esto diciendo: “Si usted está cansado de los cantantes adolescentes que llevan la melena tan espesa que se puede ocultar en ella una caja de melones… sería estimulante que considere el grado de diversión de un programa especial titulado Sinatra: El hombre y su música”.
En esos momentos, en el estudio de la NBC de Los Ángeles había una atmósfera de expectación y de tensión a causa de la incertidumbre sobre la voz de Sinatra. Los cuarenta y tres músicos de la orquesta de Nelson Riddle ya habían llegado y algunos estaban templando sus instrumentos en la blanca plataforma. Dwight Hemion, un joven director de pelo rubio que había sido elogiado por su espectáculo televisivo sobre Barbra Streisand, estaba sentado en la cabina de dirección situada sobre la orquesta y el escenario. Los camarógrafos, el equipo de técnicos, los guardas de seguridad y los publicistas de la Budweiser estaban también esperando entre los focos y las cámaras, así como una docena o más de secretarias del edificio, que se habían escapado para poder presenciarlo todo.
Unos minutos antes de las once corrió la voz, a lo largo del interminable pasillo que conduce al estudio, de que se había visto a Sinatra en el estacionamiento y que parecía estar bien. Hubo gran alivio entre los allí reunidos; pero cuando la delgada figura elegantemente vestida se fue acercando, advirtieron con consternación que no se trataba de Frank Sinatra sino de su doble, Johnny Delgado.
Johnny Delgado anda como Sinatra, tiene su misma conformación de cuerpo, y desde algunos ángulos faciales se le asemeja. Pero parece un tipo algo tímido. Quince años antes, al principio de su carrera, aspiró a un papel en De aquí a la eternidad. Lo contrataron y más tarde descubrió que tenía que ser el doble de Sinatra. En la última película de éste, Asalto al Queen Mary, historia en la que Sinatra y algunos cómplices intentan asaltar al Queen Mary, Johnny Delgado le sustituye en algunas escenas en el agua; y ahora en el estudio de la NBC su cometido consistía en estar de pie bajo los calientes focos marcando las situaciones de Sinatra a los camarógrafos.
Cinco minutos más tarde entraba el auténtico Frank Sinatra. Su cara estaba pálida, sus ojos azules parecían algo acuosos. No había conseguido librarse del catarro, pero de todos modos iba a intentar cantar, porque el programa estaba muy ajustado y en ese momento estaban en juego miles de dólares entre la orquesta, los equipos y el alquiler del estudio. Pero mientras Sinatra caminaba hacia la pequeña habitación de ensayos para calentar su voz, miró hacia el estudio y vio que el escenario y la plataforma no estaban juntos, como había requerido específicamente; apretó los labios y apareció claramente contrariado. Unos momentos después se oyeron desde la salita de ensayos sus puñetazos sobre el piano y la voz de su acompañante, Bill Miller, que le decía suavemente:
–Procura calmarte, Frank.
Más tarde llegaron Jim Mahoney y otro hombre, y se habló de la muerte de Dorothy Kilgallen, acontecida por la mañana temprano en Nueva York. Había sido una ardiente enemiga de Sinatra durante años, y él, actuando en su centro nocturno, se había metido bastante con ella. Ahora, a pesar de haber muerto, no ocultó sus sentimientos.
–Dorothy Kilgallen ha muerto –repitió al salir de la salita al estudio–. Bueno, supongo que tendré que cambiar todo mi número.
Cuando entró en el estudio todos los músicos cogieron sus instrumentos y se quedaron rígidos en sus asientos. Sinatra se aclaró la garganta unas cuantas veces y luego, después de ensayar algunas baladas con la orquesta, cantó Don’t Worry About Me a su satisfacción. Como no estaba seguro de cuánto tiempo le duraría la voz se volvió impaciente.
–¿Por qué no grabamos esa matriz? –dijo dirigiéndose a la cabina de cristal donde Dwight Hemion, el director y su personal estaban sentados. Todos tenías las cabezas bajas observando el cuadro de mandos.
–¿Por qué no grabamos la matriz? –volvió a preguntar Sinatra.
El director de escena, que estaba cerca de la cámara con los auriculares puestos, repitió las palabras de Sinatra por el micrófono que le comunicaba con el control.
–¿Por qué no grabamos esa matriz?
Hemion no contestó. Posiblemente el interruptor estaba desconectado. Era difícil averiguarlo a causa de los reflejos oscuros que las luces producían en los cristales.
–¿Por qué no nos ponemos chaqueta y corbata –siguió Sinatra, que en ese momento llevaba un jersey amarillo de cuello alto– y grabamos esto?
De pronto se oyó, muy calma, la voz de Hemion desde el altavoz:
–Está bien, Frank, ¿le importaría repetir…?
–Sí, me importaría –replicó Frank con brusquedad.
El silencio de Hemion, que duró uno o dos segundos, fue interrumpido nuevamente por Sinatra, que dijo:
–Cuando dejemos de hacer las cosas como se hacían en 1950, tal vez…
Y siguió metiéndose con Hemion, renegando de la falta de técnicas modernas para la organización de este género de espectáculos; luego, tal vez para no malgastar su voz inútilmente, se calló. Y Dwight Hemion, muy paciente, tan paciente y sereno que parecía no haber oído nada de lo dicho por Sinatra, esbozó la primera parte del espectáculo. Y Sinatra, unos minutos más tarde, leyó las frases introductorias, frases que seguirían a Without a Song en los letreros para apuntar que se colocaban junto a las cámaras.
El show de Frank Sinatra, Acto i, página 10, toma primera –anunció, con la claqueta delante del objetivo, un hombre que se retiró en seguida.
–¿Han pensado alguna vez –empezó Sinatra– qué sería el mundo sin una canción? Sería un sitio bastante aburrido, ¿verdad?
Sinatra se interrumpió.
–Perdón –dijo–. Dios santo, necesito beber algo.
Ensayaron otra vez.
El show de Frank Sinatra, Acto i, página 10, toma segunda –gritó el tipo saltarín de la claqueta.
–¿Han pensado alguna vez qué sería del mundo sin una canción…?
Esta vez Frank Sinatra leyó todo seguido sin pararse.
Después ensayó algunas canciones, interrumpiendo a la orquesta una o dos veces cuando cierto sonido instrumental no era de su agrado. Era difícil predecir cuánto resistiría su voz, pues era todavía pronto; hasta ahora, sin embargo, todo el mundo parecía satisfecho, en particular cuando cantó Nancy, una vieja canción sentimental muy popular, escrita poco más de veinte años antes por Jimmy van Heusen y Phil Solvers, inspirada en la mayor de los tres hijos de Sinatra cuando tenía tan sólo unos pocos años.
If I don’t see her each day
I miss her…
Gee what a thrill
Each time I kiss her…
Mientras Sinatra entonaba esta canción, a pesar de haberla cantado en el pasado centenares de veces, de pronto fue evidente para todos los del estudio que algo muy importante bullía dentro de él, porque algo también muy especial salía de él. A pesar del catarro, estaba cantando con fuerza y calor; se abandonaba y su arrogancia había desaparecido; en esta canción aparecía el lado íntimo de la muchacha que lo comprende mejor que nadie y ante la cual puede manifestarse abiertamente.
Nancy tiene veinticinco años. Vive sola. Su matrimonio con el cantante Tommy Sands terminó en divorcio. Su casa se encuentra en un suburbio de Los Ángeles y en estos momentos participa en su tercera película y graba además en la casa de discos de su padre. Se ven diariamente; y si no, él le telefonea cada día, aunque esté en Europa o Asia. Cuando la voz de Sinatra empezó a hacerse popular en la radio, excitando a sus fans, Nancy lo escuchaba en casa y lloraba. Cuando el primer matrimonio de Sinatra se deshizo en 1951 y él se marchó de casa, Nancy era la única que se acordaba de su padre. Lo vio también con Ava Gardner, Juliet Prowse, Mia Farrow y con otras muchas. Algunas veces había salido formando pareja con él…
She, takes the winter
and makes summer…
Summer could take
some lessons from her…
Nancy lo ve cuando va de visita a casa de su primera mujer, Nancy Barbato, hija de un estuquista de Jersey City con la que Sinatra se casó en 1939 cuando ganaba veinticinco dólares en la semana cantando en The Rustic Cabin, cerca de Hoboken.
La primera señora Sinatra es una mujer excepcional que no ha vuelto a casarse (como ella misma explicó una vez a una amiga: “Cuando se ha estado casada con Frank Sinatra…”). Vive en una magnífica mansión de Los Ángeles con la hija menor, Tina, de diecisiete años. No hay amargura entre Sinatra y su primera mujer, sino tan sólo un gran respeto y afecto. Siempre ha sido bienvenido en su casa, e incluso se dice que acostumbra a llegar a cualquier hora, atiza el fuego de la chimenea, se estira en el sofá y se queda dormido. Frank Sinatra tiene la suerte de dormir en cualquier sitio, cosa que aprendió cuando viajaba en autobús con sus conjuntos musicales; en esa época también aprendió a dormir en smokingsin arrugar la chaqueta y conservando el pliegue de los pantalones. Pero ya no viaja en autobús, y su hija Nancy, que de niña se creía olvidada cuando él se dormía en el sofá en vez de dedicarle su atención, se ha dado cuenta de que uno de los pocos sitios del mundo donde Frank Sinatra podía encontrar un poco de recogimiento, donde su famosa cara no iba a ser mirada fijamente ni provocaría reacciones anormales en los demás, era el sofá. También se dio cuenta de que las cosas corrientes han eludido siempre a su padre: su infancia ha sido una infancia de soledad y de lucha para ganar la atención. Desde que lo ha conseguido, nunca más ha tenido la posibilidad de estar solo. Cuando miraba por las ventanas de una casa que tuvo una temporada en Hasbrouk Heights, Nueva Jersey, vislumbraba a veces las caras de los adolescentes que le espiaban, y en 1944, después de haberse mudado a California y haber adquirido una casa protegida por un seto de tres metros de altura a orillas del lago Toluca, descubrió que el único método para escapar del teléfono y otros asaltos era quedarse en un bote en el centro del lago. Sin embargo, según Nancy, ha intentado vivir como todo el mundo. El día de la boda de su hija lloró, porque es muy sensible y sentimental…
–¿Qué diantre estás haciendo allá arriba, Dwight?
Silencio desde la cabina de dirección.
–¿Tienes una recepción o algo parecido, Dwight?
Sinatra estaba en el escenario con los brazos cruzados y miraba furioso a Hemion. Había cantado Nancycon lo que probablemente le quedaba de voz ese día. Los números siguientes tuvieron unas cuantas notas roncas y por dos veces se le rompió la voz. Pero Hemion estaba incomunicado en la cabina. Bajó luego al estudio y se dirigió a Sinatra. Unos minutos después los dos se fueron a la cabina. Le puso la cinta a Sinatra. La escuchó unos minutos y en seguida empezó a sacudir la cabeza. Después dijo a Hemion:
–Olvídalo, olvídalo. Estás perdiendo el tiempo. Lo que hay allí –dijo Sinatra señalando su imagen que cantaba en la pantalla de la televisión– es un tipo acatarrado.
Luego se marchó de la cabina y ordenó que se cancelara todo y se aplazase la grabación hasta que se encontrara bien.
Inmediatamente la noticia se esparció como una epidemia entre el personal de Sinatra, luego en Hollywood, más tarde por todo el país, llegando al bar de Jilly, y también a la otra orilla del río Hudson, a las casas de los padres de Frank Sinatra y de sus amigos de Nueva Jersey.
Cuando Frank Sinatra habló con su padre por teléfono y le dijo que se encontraba malísimo, el viejo Sinatra le contestó que él se encontraba aún peor: que la mano y el brazo izquierdo estaban tan entorpecidos por un trastorno circulatorio que casi no podía usarlos, añadiendo que ello podía ser el resultado de haber golpeado demasiado con la izquierda, cincuenta años antes, en sus días de peso gallo.
Martin Sinatra, un pequeño siciliano tatuado, de tez colorada y ojos azules, nacido en Catania, había sido púgil bajo el nombre de Matty O’Brien. En aquellos tiempos y en aquellos lugares, con los irlandeses que mandaban en los bajos estratos de la vida ciudadana, no era raro el caso de los italianos que tomaran esos nombres. La mayoría de los italianos y de los sicilianos que habían emigrado a América a finales del siglo pasado eran pobres e incultos; eran excluidos de los sindicatos de la construcción, dominados por los irlandeses; eran amedrentados por la policía irlandesa, por los sacerdotes irlandeses y por los políticos irlandeses.
Una excepción notable era Dolly, la madre de Frank Sinatra, una mujer alta y muy ambiciosa, que sus padres habían traído a América de dos meses. El padre era litógrafo en Génova. Más tarde, Dolly Sinatra, con su cara colorada y redonda y sus ojos azules, era a menudo tomada por irlandesa y sorprendía a muchos por la rapidez con que lanzaba su pesado bolso contra el primero que dijera “wop” 2.
Valiéndose de su habilidad política dentro de la máquina democrática del norte de Jersey, Dolly Sinatra iba a convertirse en una especie de Catalina de Médicis del Tercer Distrito de Hoboken. En periodo de elecciones se podía contar con que ella conseguiría reunir hasta seiscientos votos en su barrio italiano, y en esto se basaba su poder. Cuando dijo una vez a uno de los políticos que quería que su marido ingresara en el cuerpo de bomberos de Hoboken y éste le contestó: “Pero, Dolly, no hay ninguna plaza vacante”, ella rebatió:
–Hágala.
Y la hicieron. Algunos años más tarde pidió que el marido fuera ascendido a capitán de bomberos, y un buen día recibió una llamada telefónica de los mandamases políticos que empezó:
–Enhorabuena, Dolly.
–¿Por qué?
–Por el capitán Sinatra.
–Oh, por fin lo han ascendido. Muchas gracias.
Seguidamente llamó a la estación de bomberos de Hoboken.
–Quiero hablar con el capitán Sinatra –dijo.
El bombero llamó al teléfono a Martin Sinatra, diciéndole…
–Marty, creo que tu mujer se ha vuelto loca.
Cuando él tomó el auricular, Dolly lo saludó:
–Enhorabuena, capitán Sinatra.
El único hijo de Dolly, bautizado Francis Albert Sinatra, nació y por poco se muere el 12 de diciembre de 1915. Fue un parto difícil y durante sus primeras horas en la tierra recibió unas señales que llevará hasta la muerte: las cicatrices del lado izquierdo del cuello fueron el resultado de la torpeza del médico al usar los fórceps. Sinatra decidió no borrarlas con la cirugía estética.
Después de cumplir los seis meses fue criado casi exclusivamente por su abuela. La madre tenía un empleo en una firma importante. Era tan hábil en dar baños de chocolate que prometieron enviarla a la fábrica de París para dar clases. Algunas personas recuerdan a Sinatra como el chico solitario que se pasaba las horas muertas en el porche con la mirada perdida en el espacio. Sinatra no fue nunca un golfillo de los barrios bajos; nunca estuvo en la cárcel, e iba siempre bien vestido. Poseía tantos pantalones que algunos en Hoboken le llamaban “Slacksey O’Brien”3.
Dolly Sinatra no era de ese tipo de madres italianas que se quedaban satisfechas tan sólo con la sumisión y el buen apetito de su vástago. Esperaba mucho de su hijo. Era siempre muy severa. Soñaba que se hiciera ingeniero aeronáutico. Una noche descubrió las fotos de Bing Crosby pegadas en las paredes de su dormitorio y se enteró de que también su hijo quería ser cantante; se puso furiosa y le tiró un zapato. Más adelante, consciente de que no había manera de hacerle cambiar de opinión –“se parece a mí”–, lo animó en su idea.
Muchos chicos italoamericanos de esa generación tenían los mismos sueños. Eran fuertes en la música, débiles en las letras; no ha habido ni un solo gran novelista entre ellos: ningún O’Hara, ningún Bellow, ningún Cheever, ningún Shaw. Sin embargo, podían establecer comunicación con el bel canto. Esto entraba más en su tradición; no hacía falta ningún título de estudios; podían ver sus nombres en neón:Perry Como… Frankie Lane… Tony Bennett… Vic Damone… Pero nadie lo veía con más claridad queFrank Sinatra.
A pesar de que estaba trabajando casi todas las noches en The Rustic Cabin, se levantaba al día siguiente para cantar gratis en la radio de Nueva York y atraer más la atención. Más adelante logró un empleo de cantante con el conjunto de Harry James, y fue entonces, en agosto de 1939, cuando Sinatra obtuvo el primer éxito con un disco: All or Nothing at All. Les tomó mucho cariño a Harry James y a todos los miembros de la orquesta, pero cuando recibió una oferta de Tommy Dorsay –que entonces tenía probablemente el mejor conjunto del país–, Sinatra aceptó. Le pagaban ciento veinticinco dólares por semana, y Dorsay sabía cómo promoverlo. Sin embargo, Sinatra estaba muy deprimido por tener que dejar la orquesta de James, y la última noche que pasó con ellos fue tan memorable que, veinte años después, hablando con un amigo, se acordaba aún de todos los detalles: “El autobús salió con todos los chicos sobre la medianoche.
Les había dicho adiós y me acuerdo de que estaba nevando. No había nadie alrededor y me quedé solo en la nieve con mi maleta, siguiendo con la mirada las luces posteriores hasta que desaparecieron. Luego comencé a llorar e intenté correr detrás del autobús. Había en ese conjunto tanto esfuerzo y tanto entusiasmo, que sentía dejarlo…”
Pero lo hizo. Como seguiría dejando también otros puestos cómodos, siempre en busca de algo más, sin perder nunca el tiempo, intentando hacerlo todo en una generación, luchando con su propio nombre, defendiendo a los débiles, aterrorizando a los poderosos. Le pegó un puñetazo a un músico que había dicho algo en contra de los judíos; sostuvo la causa de los negros dos décadas antes de que esto se pusiera de moda. Arrojó también una bandeja de vasos a Buddy Rich por tocar los tambores demasiado fuerte.
Antes de cumplir treinta años, Sinatra había regalado mecheros de oro por valor de cincuenta mil dólares y vivía el sueño dorado de los emigrados a Norteamérica. Hizo su aparición cuando DiMaggio estaba callado, cuando sus paisanos estaban melancólicos y a la defensiva por la presencia de las tropas de Hitler en su tierra nativa. Con el tiempo, Sinatra se convirtió en el único miembro de la Liga Contra la Difamación de los Italianos de Norteamérica, un tipo de organización que no hubiera progresado mucho entre ellos porque, según dicen, siendo individualistas rara vez están de acuerdo: magníficos como solistas, pero no tan buenos en el coro; fantásticos como héroes, pero no tan admirables en un desfile.
Cuando eran usados muchos nombres de italianos para distinguir a los pandilleros en la serie televisiva de Los intocables, Sinatra dejó oír con fuerza su desaprobación. Sinatra, y también muchos otros miles de italianos, se resistían cuando Joe Valadri, un delincuente de poca monta, era presentado por Bob Kennedy como una eminencia de la mafia, mientras en realidad, por lo que se pudo deducir de las declaraciones de Valadri en televisión, era evidente que estaba menos enterado que la mayoría de los camareros de Mulberry Street. Muchos italianos del círculo de Sinatra consideraban que Bobby Kennedy era un policía irlandés de más talla que los que había conocido Dolly Sinatra, pero que infundía el mismo pavor. Se dice que Bobby Kennedy, junto con Peter Lawford, se volvió arrogante con Sinatra tras la elección de John Kennedy, olvidando la contribución de Sinatra, tanto en la recaudación de fondos como en la influencia sobre muchos votos de los italianos antiirlandeses. Se sospecha que tanto Lawford como Bobby Kennedy intervinieron en la decisión del difunto presidente de hospedarse en casa de Bing Crosby en vez de en casa de Sinatra, como se había planeado en un principio. Una contrariedad que Sinatra no olvidará nunca. Desde entonces, Peter Lawford ha sido excluido del clan Sinatra en Las Vegas.
–Sí, mi hijo es como yo –dice con orgullo Dolly Sinatra–. Si se le contraría nunca lo olvida. Pero –aclara en seguida– no consigue hacer nada que su madre no quiera. Incluso ahora lleva la misma marca de prendas interiores que le solía comprar.
Hoy Dolly Sinatra tiene 71 años, uno o dos menos que Martin, y durante todo el día hay gente que llama a la puerta trasera de su casa pidiéndole consejos o buscando su influencia. Cuando no recibe visitas o no está en la cocina, se ocupa de su marido, un hombre callado pero testarudo, y le hace apoyar el brazo dolorido en la esponja que ha colocado en el brazo de su butaca.
–Oh, este hombre ha ido a incendios terroríficos –dijo Dolly a una visita, señalando con gestos admirativos al marido sentado en su butaca.
Aunque Dolly Sinatra tiene 87 ahijados en Hoboken, y sigue yendo a esa ciudad durante las campañas políticas, vive ahora con su marido en una bonita casa de dieciséis habitaciones en Fort Lee, Nueva Jersey. Esta casa fue regalada por el hijo, hace tres años, en sus bodas de oro. Está amueblada con gusto y está repleta de contrastes entre lo piadoso y lo mundano: fotografías del Papa Juan y de Ava Gardner, del Papa Pablo y Dean Martin; varias estatuas de santos y agua bendita, una silla con autógrafo de Sammy Davis Jr. y botellas de whisky. En el estudio de joyas de la señora Sinatra hay un magnífico collar de perlas que acaba de recibir de Ava Gardner, a quien quiso muchísimo como nuera y con la que todavía mantiene contacto y menciona a menudo. Colgando en una pared hay una carta dirigida a Dolly y a Martin: “Las arenas del tiempo se han convertido en oro; sin embargo, el amor continúa desplegándose como los pétalos de una rosa en el jardín de la vida de Dios… Que Dios los proteja por toda la eternidad. Le doy las gracias, les doy las gracias por el don de la existencia, su hijo que los quiere, Francis…”.
La señora Sinatra habla por teléfono con su hijo al menos una vez por semana. Hace poco Sinatra le sugirió que cuando fueran a Manhattan hiciera uso de su apartamento en la Calle Setenta y Dos Este, cerca del río. Está en un barrio caro y elegante de Nueva York, aunque en la misma manzana haya una pequeña fábrica. Dolly Sinatra se sirvió de esta oferta para tomar represalias contra su hijo por algunas declaraciones no muy lisonjeras que había hecho sobre su infancia en Hoboken.
–¿Qué? ¿Quieres que vaya a tu piso, a aquella pocilga? –preguntó–. ¿Crees que quiero pasar la noche en aquel horrible vecindario?
Frank Sinatra comprendió al vuelo y dijo:
–Mil perdones, señora Fort Lee.
Después de haber pasado toda la semana en Palm Springs, Frank Sinatra, muy mejorado del catarro, volvió a Los Ángeles, una bonita ciudad de sol y sexo, un descubrimiento español lleno de miseria mexicana, un país estelar de hombrecitos y de mujeres esbeltas con pantalones muy ceñidos que entran y salen de sus descapotables.
Sinatra regresó a tiempo para ver junto con su familia el documental tan esperado de la CBS. Cerca de las nueve de la tarde llegó en coche a la casa de su ex mujer Nancy y cenó con ella y sus dos hijas. El hijo, al que ven raramente, estaba fuera.
Frank Jr., de veintidós años, estaba de gira con un conjunto y viajaba a Nueva York, donde estaba contratado en Basin Street East con la orquesta de los Pied Pipers, con los que Frank Sinatra había cantado con la banda de Dorsay en 1940. Hoy en día Frank Sinatra Jr., nombre que le puso su padre en honor de Franklin D. Roosevelt, vive casi siempre en hoteles, cena cada noche en su camerino del club nocturno y canta hasta las dos de la madrugada, aceptando amablemente, dado que no tiene más remedio, la inevitable comparación. Tiene una voz suave y agradable que con el ejercicio está mejorando. Es muy respetuoso con su padre; habla de él con objetividad y, a veces, con arrogancia contenida.
Según Frank Jr., refiriéndose al principio de la fama de su padre, ha habido “un Sinatra de recortes de periódico” que tenía el propósito de “apartar a Sinatra del hombre corriente, de las cosas cotidianas; de repente ha surgido el magnate fogoso, el Sinatra súper normal, no súper hombre, sino súper normal. Y este es –seguía diciendo Frank Jr.– el error, el gran camelo, porque Frank Sinatra es normal, es un tipo con el que cualquiera puede toparse al volver la esquina. Sin embargo, hay otro factor, el disfraz súper normal que ha influido tanto en Frank Sinatra como en cualquiera que vea uno de sus programas televisivos o lea un artículo sobre él…”
“La vida de Frank Sinatra en los comienzos era tan normal –dijo–, que nadie en 1934 hubiera creído que este chiquillo italiano de pelo rizado se convertiría en un gigante, en un monstruo, en la gran leyenda viviente… Conoció a mi madre –Nancy Barbato, hija de Mike Barbato, estuquista de Jersey City– en un verano en la playa. Y ella conoció al hijo de Martin, un bombero, en un verano en la playa de Long Branch, Nueva Jersey. Los dos son italianos, los dos son católicos, los dos son unos tortolitos de clase media baja, es como un millón de películas malas protagonizadas por Frankie Avalon…
“Tienen tres hijos. El primero, Nancy, fue el más normal de los hijos de Frank Sinatra. Nancy fuecheerleader, iba a campamentos de verano, conducía un Chevrolet, tenía la clase de desarrollo más fácil, centrado en el hogar y la familia. El siguiente soy yo. Mi vida con la familia es muy, muy normal hasta septiembre de 1958, cuando, en completo contraste con la educación de las dos chicas, me mandan a una escuela preparatoria. Ahora estoy lejos del círculo más íntimo de la familia, y nunca he recuperado mi posición desde entonces… El tercer hijo es Tina. Y para ser totalmente honesto, no sabría decir cómo es su vida…”
El show de la CBS, narrado por Walter Cronkite, empezó a las diez de la noche. Un minuto antes de eso, la familia Sinatra, que había terminado de cenar, giró las sillas para ponerse de cara a la cámara, unida por el desastre que podía suceder. Los hombres de Sinatra en otras partes de la ciudad, en otras partes de la nación, estaban haciendo lo mismo. El abogado de Sinatra, Milton A. Rudin, fumando un cigarro, estaba mirando con ojos atentos, una alerta legal en la mente. El programa también iban a verlo Brad Dexter, Jim Mahoney, Ed Pucci; el maquillador de Sinatra, “Shotgun” Britton; su representante en Nueva York, Henri Gin, su camisero, Richard Carroll; su agente de seguros, John Lillie, su mayordomo, George Jacobs, un guapo negro que, cuando recibe a chicas en su apartamento, pone discos de Ray Charles.
Y como sucede con buena parte del miedo de Hollywood, la aprensión por el show de la CBS demostró carecer de razón. Fue una hora enormemente halagadora que no hurgó profundamente, como insistían los rumores, en la vida amorosa de Sinatra, o la mafia, u otras zonas de su provincia privada. Si bien el documental no era autorizado, escribió Jack Gould en el New York Times del día siguiente, “podría haberlo sido”.
Inmediatamente después del show, los teléfonos empezaron a sonar por todo el sistema de Sinatra y transmitieron palabras de alegría y alivio, y de Nueva York llegó el telegrama de Jilly: “¡SOMOS LOS AMOS DEL MUNDO!”
***
El día siguiente, en un pasillo del edificio de la NBC donde se iba a retomar la grabación de su programa, Sinatra estaba discutiendo el show de la CBS con varios de sus amigos, y dijo: “Oh, fue divertidísimo.”
–Sí, Frank, una barbaridad.
–Pero creo que Jack Gould tenía razón hoy en el Times –dijo Sinatra–. Debería haber habido más sobre el hombre, no sólo sobre la música…
Asintieron, nadie mencionó la histeria que había en el mundo Sinatra cuando parecía que la CBS iba a ser implacable con él; sólo asintieron y dos de ellos se rieron porque, al parecer, había salido en el programa diciendo la palabra “pájaro”, que es una de las palabras preferidas de Sinatra. Con frecuencia pregunta a sus compinches: “¿Cómo está tu pájaro?”, y cuando casi se ahogó en Hawai, después explicó: “Se me metió un poco de agua en el pájaro”, y bajo una gran fotografía suya sosteniendo una botella de whisky, una foto que cuelga en la casa de un amigo actor llamado Dick Balayan, la leyenda dice: “¡Bebe, Dickie! Es bueno para tu pájaro”. En la canción Come Fly with Me, Sinatra a veces altera la letra: “Sólo di las palabras y llevaremos a nuestros pájaros a Acapulco…”
Diez minutos más tarde Sinatra, siguiendo a la orquesta, entró en el estudio de la NBC, que no parecía ni de lejos la escena de ocho días antes.
En esa ocasión Sinatra tenía la voz muy bien, hizo bromas entre números, nada le alteró. En una ocasión, mientras cantaba How Can I Ignore the Girl Next Door, en el escenario, junto a un árbol, una cámara de televisión montada en un vehículo se acercó demasiado y chocó contra el árbol:
–¡Cristo! –gritó uno de los asistentes técnicos.
Pero Sinatra a duras penas pareció darse cuenta.
–Hemos tenido un pequeño accidente –dijo con total tranquilidad. Después empezó la canción desde el principio.
Cuando el programa terminó, Sinatra observó lo grabado en el monitor de la sala de control. Estaba muy complacido, le dio la mano a Dwight Hemion y a sus ayudantes. Después se abrieron las botellas de whisky en el camerino de Sinatra. Pat Lawford estaba allí, y también Andy Williams y una docena más de personas. Los telegramas y las llamadas seguían llegando de todas las partes del país con felicitaciones por el programa de la CBS. Hubo incluso una llamada, dijo Mahoney, del productor de la CBS, Don Hewitt, con el que Sinatra estaba terriblemente enfadado hacía sólo unos días. Y Sinatra seguía enfadado, sentía que la CBS le había traicionado, aunque el programa en sí mismo no era ofensivo.
–¿Le escribo una línea a Hewitt? –preguntó Mahoney.
–¿Se puede mandar un puño por correo? –respondió Sinatra.
Lo tiene todo, no puede dormir, da bonitos regalos, no es feliz, pero no cambiaría, ni por la felicidad, lo que es…
Es una parte de nuestro pasado, sólo que nosotros hemos envejecido, él no… nosotros estamos angustiados por la vida doméstica, él no… nosotros tenemos escrúpulos, él no… Es culpa nuestra, no suya…
Controla los menús de todos los restaurantes italianos de Los Ángeles; si quieres comida del norte de Italia, coge un avión a Milán…
Los hombres le siguen, le imitan, se pelean por estar cerca de él… hay algo de vestuario, de cuartel, en él… pájaro… pájaro…
Cree que hay que jugar a lo grande, con todo, cada vez más… cuanto más abierto eres, más recibes, tus dimensiones aumentan, creces, te vuelves más lo que eres… más grande, más rico…
“Es mejor que nadie, o al menos yo creo que lo es, y tiene que vivir a la altura de eso.” (Nancy Sinatra Jr.)
“Es tranquilo aparentemente… pero por dentro le están pasando un millón de cosas.” (Dick Bakalayan)
“Tiene un insaciable deseo de vivir cada momento al máximo porque tiene la sensación que al otro lado de la esquina está la extinción.” (Brad Dexter)
“Lo único que obtuve de mis matrimonios fueron los dos años que Artie Shaw me financió el diván del analista.” (Ava Gardner)
“No éramos madre e hijo, sino colegas.” (Dolly Sinatra)
“Tengo cualquier cosa que te ayude a pasar la noche, sean oraciones, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel’s.” (Frank Sinatra)
 ***
Frank Sinatra estaba cansado de la cháchara, los cotilleos, la teoría, cansado de leer citas sobre sí mismo, de oír lo que la gente decía de él en toda la ciudad. Habían sido tres semanas tediosas, dijo, y ahora sólo quería largarse, ir a Las Vegas, soltar un poco de presión. Así que se subió a su jet, voló por encima de las colinas de California hasta las llanuras de Nevada, después sobre millas y millas de desierto hasta The Sands y la pelea Clay-Patterson.
La velada del combate se quedó despierto toda la noche y durmió la mayor parte de la tarde, aunque su voz grabada se oyó en el lobby de The Sands, en el casino de apuestas, incluso en los lavabos, siendo interrumpido por algunos compases de anuncios públicos: “ … Llamada telefónica para el señor Ron Fish, señor Ron Fish… con una cinta dorada en el cabello… Llamada telefónica para el señor Herbert Rothstein, señor Herbert Rothstein… memories of a time so bright, keep me sleepless through dark endless nights…
La tarde antes del combate en el recibidor de The Sands y de los otros hoteles a lo largo de la avenida pululaban los consabidos profetas de la pelea: los apostadores, los viejos campeones, segundones del negocio del boxeo de la Octava Avenida, los redactores deportivos que dicen pestes de los grandes combates durante todo el año, pero que no quieren perderse uno; los novelistas que parecen identificarse siempre con un púgil o con otro; las prostitutas locales reforzadas por algunas profesionales de Los Ángeles; y también una joven morena con un traje negro de cóctel arrugado que estaba en el mostrador de recepción implorando: “Pero yo quiero hablar con el señor Sinatra”.
–No está aquí –contestó el encargado.
–¿No quiere comunicarme con su cuarto?
–No se puede transmitir ningún mensaje, señorita –contestó.
Tambaleándose y casi a punto de llorar, cruzó el recibidor y entró en la grande y ruidosa sala de juegos, llena de hombres interesados tan sólo en el dinero.
Poco antes de la siete de la tarde, Jack Entratter, un hombretón de pelo cano que dirige The Sands, entró en la sala de juego para anunciar a unos hombres que se encontraban alrededor de la mesa deblackjack que Sinatra se estaba vistiendo. Dijo también que le había sido imposible encontrar asientos de primera fila para todos, así que algunos de los hombres –incluido Leo Durocher, que escoltaba a una señorita, y Joey Bishop, que venía con su mujer– no podían sentarse en la fila de Sinatra y tenían que acomodarse en la tercera. Cuando Entratter se lo dijo a Joey Bishop, éste no pareció enfadarse; sin embargo, miró sorprendido a Entratter en silencio.
–Joey, lo siento –dijo Entratter al prolongarse el silencio–, pero no hemos podido conseguir en la primera fila más que seis localidades juntas.
Bishop siguió en silencio. Pero cuando asistieron a la pelea, Joey Bishop estaba en la primera fila y su mujer en la tercera.
El combate, llamado guerra santa entre cristianos y musulmanes, venía precedido por la presentación de tres ex campeones con calvicie incipiente: Rocky Marciano, Joe Louis y Sonny Liston, otro hombre que surgía también de las sombras del pasado. Habían pasado más de catorce años, pero Sinatra se acordaba de todos los detalles: Eddie Fisher era entonces el nuevo rey de los barítonos junto con Billy Eckstine y Guy Mitchell, mientras que él había sido desechado. Recordaba que, entrando una vez en un estudio de radio, un nutrido grupo de admiradores de Fisher que aguardaba en el recibidor esperó a mofarse de él: “Frankie, Frankie, me desmayo, me desmayo”. Era la época en que vendía tan sólo treinta mil discos al año, cuando en su programa televisivo le habían dado un papel equivocado de cómico y cuando había grabado aquellos desastres, como Mama Will Bark.
–Gruñía y ladraba en ese disco –ha dicho Sinatra, todavía lleno de horror ante la idea–. Únicamente fue bueno para los perros.
En 1952 su voz y su gusto artístico eran infinitamente malos, pero, según sus amigos, la causa principal de su ocaso fue la persecución de Ava Gardner. Ella era entonces la gran reina del cine, una de las mujeres más guapas del mundo. Nancy, la hija de Sinatra, recuerda haber visto a Ava nadar un día en la piscina del padre, salir luego del agua con ese cuerpo fabuloso, acercarse lentamente al fuego, inclinarse un momento hacia él, y de pronto tener la impresión de que su oscuro pelo largo se había secado y que milagrosamente y sin esfuerzo estaba perfectamente arreglado.
Como dicen sus amigos, Sinatra nunca sabe si las mujeres con las que devanea lo quieren por lo que puede hacer por ellas o por lo que hará más adelante. Con Ava Gardner fue distinto. Él no podía ayudarla en nada. Estaba en la cumbre. Si Sinatra ha aprendido algo de su experiencia con Ava, quizá haya sido que cuando un hombre orgulloso ha caído, una mujer no lo puede ayudar. Y en particular una mujer que está en la cumbre.
Sin embargo, en esta época, a pesar de su voz cansada, se filtraba alguna emoción profunda en su forma de cantar. Una canción en particular, que todavía hoy se recuerda: I Am a Fool to Want You. Un amigo que se encontraba en el estudio cuando Sinatra estaba grabando, recordaba: “Frank aquella noche estaba realmente presionado. Cantó en una sola toma, luego dio media vuelta y salió del estudio”.
Hank Sanicola, que era por entonces el representante de Sinatra, dijo: “Ava quería a Frank, pero no tanto como él la quería. Él necesita mucho amor. Lo quiere durante las veinticuatro horas del día; necesita gente a su alrededor. Frank es así”. Según Sanicola, Ava Gardner era muy insegura. Temía no poder retener a un hombre… Dos veces corrió detrás de ella a África, dañando su carrera…
Otro amigo dijo:
–Ava no quería que los amigos de Sinatra estuvieran siempre de por medio. Esto la ponía furiosa. Con Nancy solía llevar a su casa a toda la pandilla y ella, la buena mujer italiana, nunca se quejaba. Se limitaba únicamente a preparar espagueti para todo el mundo.
En 1953, después de casi dos años de matrimonio, Sinatra y Ava se divorciaron. Parece que la madre de Frank trató de reconciliarlos, pero si Ava estaba dispuesta, Frank Sinatra no. Salía con otras mujeres. La balanza se había equilibrado. De alguna manera, en ese periodo Sinatra dejó de ser el cantante adolescente, el chico actor en traje de marinero, para convertirse en hombre. Incluso antes de 1953, cuando ganó el Oscar por su interpretación en De aquí a la eternidad, salían a relucir algunos destellos de su antiguo talento como en la grabación de The Birth of the Blues y su reaparición en el club nocturno Riviera, que únicamente fue alabada por los críticos de jazz. Como había también entonces una tendencia hacia los Long Playing y evitar los discos de pocos minutos de duración, el estilo de concierto de Sinatra hubiera tenido éxito con el Oscar o sin él.
En 1954, Frank Sinatra, completamente entregado otra vez a su talento, fue nombrado por Metronome“cantante del año”, y más adelante ganó en la votación de los disc-jockeys de la upi, desplazando a Eddie Fisher, que en esos momentos salía del ring, después de haber cantado en Las Vegas el himno nacional. Y se inició el combate.
Floyd Patterson estuvo persiguiendo a Clay alrededor del cuadrilátero en el primer asalto, sin lograr alcanzarlo, y a partir de entonces fue el juguete de Clay. El encuentro terminó en el duodécimo asalto, quedando Patterson técnicamente fuera de combate. A la media hora casi todo el mundo se había olvidado del combate y había vuelto a las mesas de juego o se había puesto en la cola para comprar entradas para el espectáculo que ofrecían, en el escenario de The Sands, Dean Martin, Sinatra y Bishop. El show, que incluye a Sammy Davis Jr. cuando está en la ciudad, consiste en muchas canciones interrumpidas por un diálogo improvisado y chistoso.
Después del último espectáculo en The Sands, el grupo de Sinatra –que ascendía por entonces a unos veinte, y comprendía a Jilly, que había llegado en vuelo de Nueva York; a Jimmy Cannon, el crítico deportivo favorito de Sinatra, y a Harold Gibbons, un funcionario del sindicato de transportes que sustituiría a Hoffa si éste llegaba a ir a la cárcel– subió a varios coches para ir a otro club nocturno.
Eran las tres de la madrugada. La noche era todavía joven.
Se detuvieron en el Sahara, ocuparon una larga mesa en la parte de atrás y escucharon a un pequeño cómico calvo llamado Don Rickles, tal vez el más cáustico de todos los cómicos del país. Su humor es tan grosero, de tan mal gusto, que no ofende a nadie. Es demasiado ofensivo para ofender. Cuando distinguió entre el público a Eddie Fisher, empezó a tomarle el pelo, diciendo que no era nada extraño que no consiguiera dominar a Elizabeth Taylor como amante. Y cuando dos hombres de negocios admitieron ser egipcios, Rickles se metió con ellos criticando la postura de su país con Israel. Luego sugirió abiertamente que una mujer sentada en una mesa con su marido era, en realidad, una buscona.
Cuando el grupo de Sinatra entró, Don Rickles no pudo ponerse más contento. Señalando a Jilly, Rickles gritó: “¿Qué se siente al ser el tractor de Frank?… Sí, Jilly sigue andando delante de Frank para abrirle paso”. Después de meterse con Durocher, Rickles la emprendió con Sinatra, sin olvidar mencionar a Mia Farrow, ni que llevaba peluquín, ni que estaba terminado como cantante. Sinatra se rió y todos lo imitaron, y Rickles, señalando a Bishop, dijo: “Joe Bishop sigue tomando la pauta de Frank para saber lo que es gracioso”.
Después que Rickles contase algunos chistes judíos, Dean Martin se puso de pie gritando: “Eh, estás hablando siempre de los judíos y nunca de los italianos”. Y Rickles le interrumpió:
–¿Para qué queremos a los italianos? Lo único que hacen es ahuyentar las moscas de nuestros pescados.
Sinatra se rió, todos se rieron, y Rickles siguió durante casi una hora hasta que Sinatra, poniéndose de pie, dijo:
–Está bien, termina ya de una vez, tengo que marcharme.
–Siéntate y calla –ordenó Rickles–. Yo te he aguantado mientras cantabas…
–¿Con quién crees que estás hablando? –le dijo Sinatra.
–Con Dick Haymes –contestó el otro y Sinatra volvió a reírse.
Luego, Dean Martin, vaciándose en la cabeza una botella de whisky y empapándose el smoking, empezó a dar puñetazos en la mesa.
–¿Quién iba a creer que ese borrachín llegaría a estrella –dijo Rickles. Pero Martin dio un bocinazo:
–Eh, quiero echar un discurso.
–Cállate.
–No, Don, quiero decirte algo –insistió Martin–. Pienso que eres un gran artista.
–Bueno, gracias, Dean –contestó Rickles, aparentemente complacido.
–Pero no me hagas eso –siguió Martin, dejándose caer pesadamente en su silla–. Estoy borracho.
–No lo dudo –dijo Rickles.
A las cuatro de la madrugada, Frank Sinatra salió del Sahara con el grupo. Algunos llevaban en la mano sus vasos de whisky y seguían bebiendo en la acera y en los coches. De vuelta a The Sands entraron en las salas de juego. Seguían repletas de gente; las ruletas giraban y los jugadores de dados chillaban en el rincón más alejado.
Frank Sinatra, con un vaso de whisky en su izquierda, se adentró entre la gente. A diferencia de algunos de sus amigos, estaba impecable, con la corbata en su sitio y los zapatos sin tacha. Nunca parece perder su dignidad, nunca deja de estar alerta por mucho que haya bebido o por mucho que lleve despierto. Nunca se tambalea al andar, como Dean Martin, ni baila en los pasillos o salta encima de las mesas como Sammy Davis.
Dondequiera que se encuentre hay una parte de Sinatra que no está allí. Hay siempre algo de él, aunque a veces sea muy poco, que sigue siendo il padrone. Incluso ahora, con el vaso sobre la mesa deblackjack frente al que daba las cartas, Sinatra se mantenía un poco alejado de la mesa, sin siquiera apoyarse. Buscó en el bolsillo de los pantalones y sacó un abultado, pero limpio, manojo de billetes. Con suavidad despegó un billete de cien dólares que colocó en el fieltro verde de la mesa. El hombre le dio dos cartas. Sinatra pidió una tercera, se pasó y perdió los cien dólares.
Sin inmutarse, Sinatra depositó un segundo billete de cien. Lo perdió. Luego un tercero, que perdió también. Puso en la mesa otros dos billetes de cien y los perdió. Finalmente, tras haber colocado el sexto billete de cien dólares en la mesa y haberlo perdido también, se alejó saludando con una inclinación de cabeza al hombre y diciendo: “Buen croupier”.
La masa de gente que se había apretujado a su alrededor se abrió para dejarle paso. Pero una mujer se dirigió hacia él alargándole un trozo de papel para que pusiera su autógrafo.
Firmó y luego dijo: “Gracias”.
En la parte de atrás del gran comedor de The Sands había una larga mesa reservada para Sinatra. A esa hora el comedor estaba casi vacío. Había quizá dos docenas de personas, incluidas cuatro señoritas en una mesa cerca de Sinatra que no iban acompañadas. En otro extremo de la gran sala, en una larga mesa, estaban sentados siete hombres, apoyados en la pared hombro con hombro. Dos llevaban gafas oscuras y todos comían tranquilamente sin apenas hablar, pero nada escapaba de su observación.
El grupo de Sinatra, después de haberse acomodado y de haber bebido más, pidió algo de comer. La mesa era más o menos del mismo tamaño que la que le reservan en Jilly’s, en Nueva York; y las personas sentadas alrededor de ella eran en gran parte las mismas que están con Sinatra en Jilly’s, o en un restaurante de California, o dondequiera que se encuentre. Cuando Sinatra se sienta a cenar, sus fieles amigos están cerca; y dondequiera que esté, por muy elegante que sea el lugar, sale siempre a relucir algo sobre el barrio, porque Sinatra, aunque haya llegado muy lejos, sigue siendo el chico de barrio, sólo que ahora se lo puede llevar a todas partes.
De algún modo, la mesa reservada para él y sus familiares en un lugar público es lo más cercano que Sinatra tiene ahora de vida hogareña. Habiendo tenido un lugar y habiéndolo abandonado, quizá sea ésta la aproximación que más le guste; aunque no parece ser exactamente así, ya que habla con mucho cariño de la familia, se mantiene en contacto con su primera mujer, e insiste en que no tome ninguna decisión sin antes consultarlo. Siempre desea colocar muebles u otros recuerdos suyos en casa de su mujer o en la de su hija Nancy, y también guarda relaciones amistosas con Ava Gardner. Cuando Sinatra se encontraba en Italia rodando El coronelVon Ryan, estuvo con ella algún tiempo, y fueron perseguidos adondequiera que fuesen por los paparazzi. Se dijo entonces que los paparazzi habían hecho a Sinatra una oferta colectiva de 16.000 dólares si se dejaba retratar junto con Ava Gardner, y que él había hecho a su vez una contraoferta de 32.000 dólares si le dejaban romper un brazo o una pierna a un paparazzi.
Aunque Sinatra a menudo está encantado de quedarse en casa completamente solo para poder leer y pensar sin interrupciones por la noche, en algunas ocasiones se encuentra solo y no por voluntad propia. Tal vez ha llamado por teléfono a media docena de mujeres que por una razón u otra tenían otros compromisos. Entonces llama a su ayuda de cámara, George Jacobs:
–Esta noche iré a cenar a casa, George.
–¿Cuántas personas habrá?
–Tan sólo yo –contesta Sinatra–. Quiero algo ligero; no tengo mucha hambre.
George Jacobs es un hombre de 36, divorciado dos veces, que se asemeja a Billy Eckstine. Ha viajado por todo el orbe con Sinatra y le tiene mucha devoción. Jacobs vive en un cómodo piso de soltero en Sunset Boulevard, pasada la esquina de Whisky a gogo, y es conocido en todos lados por el surtido de vivarachas chicas californianas que tiene como amigas, algunas de las cuales, él lo admite, se acercaron a él para estar cerca de Frank Sinatra.
Cuando Sinatra llega, Jacobs le sirve la cena en el comedor. Después, Sinatra le dice que ya puede marcharse. Si alguna de estas noches el jefe pidiera a Jacobs quedarse más tiempo, o jugar alguna mano de póker, lo haría gustoso. Pero Sinatra nunca se lo pide.
Era la segunda noche en Las Vegas y Frank Sinatra se quedó con sus amigos en el comedor de The Sands hasta cerca de las ocho de la mañana. Durmió casi todo el día; luego volvió en avión a Los Ángeles, y a la mañana siguiente conducía su pequeño coche de golf por los estudios Paramount. Tenía que terminar dos escenas con la rubia y voluptuosa Virna Lisi para la película Asalto al Queen Mary. Mientras conducía el pequeño vehículo entre los grandes edificios de los estudios, vislumbró a Steve Rossi, que con su compañero cómico Marty Allen estaba rodando una película con Nancy Sinatra en un estudio adyacente.
–Eh, Dag –le gritó–, deja de besar a Nancy.
–Es parte de la película, Frank –contestó Rossi volviendo la cabeza mientras seguía andando.
–¿En el garaje?
–Es mi sangre “dago”, Frank.4
–Será mejor que frenes –contestó Sinatra, guiñándole un ojo.
Luego, vuelta la esquina, paró el cochecillo frente a un lóbrego edificio en el interior del cual serían rodadas las escenas de Asalto.
–¿Dónde está ese director gordo? –clamó Sinatra al entrar en el estudio, que estaba abarrotado de asistentes, técnicos y actores, todos reunidos alrededor de las cámaras. El director, Jack Donohue, un hombretón que había trabajado con Sinatra durante veintiún años en una u otra producción, había tenido sus problemas con esta película. El guión había sido cortado sin piedad, los actores parecían inquietos, y Sinatra había terminado aburriéndose. Pero ahora sólo quedaban dos escenas: una breve que se rodaría en el estanque y otra más larga y apasionada entre Sinatra y Virna Lisi en una playa.
La escena del estanque, que dramatiza una situación en la que Sinatra y sus compañeros fracasan al intentar saquear el Queen Mary, se hizo rápidamente y bien. Al ser retenido Sinatra en el estanque con el agua hasta los hombros durante algunos minutos, dijo:
–A ver si aligeramos, amigos. En el agua hace frío, y yo estoy saliendo de un catarro.
Los encargados de las cámaras se acercaron, Virna Lisi chapoteó en el agua junto a Sinatra y Jack Donohue gritó a los que manejaban los ventiladores: “Que empiecen las olas”. Otro hombre dio la orden: “Agitad”, y Sinatra empezó a cantar: “¡Agitad rítmicamente!”, después silencio, justo antes de que empezara el rodaje.
En la otra escena, Frank Sinatra estaba en la playa mirando a las estrellas. Virna Lisi tenía que acercarse y tirarle un zapato para señalar su presencia. Luego se sentaría a su lado y seguiría una escena apasionada. Poco antes de empezar, Virna Lisi ensayó el lanzamiento del zapato hacia Sinatra acostado en la playa. Cuando lo estaba tirando, Sinatra le dijo:
–Si me das en el pájaro me voy a casa.
Virna Lisi, que no entiende mucho el inglés y menos aún el vocabulario particular de Sinatra, pareció confundida, pero todos los demás se rieron. Tiró el zapato que, después de volar por el aire, cayó sobre el estómago de Frank.
–Bueno, ha sido diez centímetros más arriba –observó él.
Ella se desconcertó de nuevo por las risas de detrás de las cámaras.
Luego, Jack Donohue les hizo repasar el diálogo, y Sinatra, todavía excitado por la excursión a Las Vegas y ansioso de que empezara el rodaje, dijo:
–Vamos a intentarlo.
Donohue, aunque no estaba muy seguro de que Sinatra y Lisi se supieran bien el diálogo, accedió y el encargado de la claqueta anunció:
–419, toma 1.
Virna Lisi se acercó, lanzó el zapato que cayó en el muslo de Sinatra. Él levantó imperceptiblemente una ceja y los demás sonrieron.
–¿Qué te dicen las estrellas esta noche? –dijo Virna Lisi sentándose a su lado en la arena.
–Esta noche las estrellas me dicen que soy un idiota –contestó Sinatra–, un idiota de marca mayor por meterme en estos líos…
–Corten –ordenó Donohue. Había sobre las arenas las sombras de algunos micrófonos y Virna Lisi no estaba sentada en el sitio exacto cerca de Sinatra.
–419, toma 2 –anunció el hombre de la claqueta.
Virna Lisi volvió a acercarse. Le tiró el zapato, que no le alcanzó. Sinatra dio sólo un leve suspiro.
–¿Qué te dicen las estrellas esta noche?
–Esta noche las estrellas me dicen que soy un idiota, un idiota de marca mayor por meterme en estos líos…
Luego, según el guión, Sinatra tenía que continuar diciendo: “¿Sabes en qué nos vamos a meter? En el momento en que subamos al puente del Queen Mary, estaremos indeleblemente marcados”, pero Sinatra, que a menudo improvisa, dijo:
–¿Sabes en qué nos vamos a meter? En el momento en que subamos al puente de ese jodido barco…
No, no –interrumpió Donohue, sacudiendo la cabeza–. No creo que eso esté bien.
Las cámaras se pararon, algunos rieron y Sinatra miró arriba como si hubiera sido interrumpido injustamente.
–No veo por qué no lo puedo decir –empezó. Pero Richard Conte, que estaba detrás de la cámara, gritó:
–En Londres no lo aceptarían.
Donohue se pasó los dedos por su escasa cabellera gris y, sin dar muestras de enfado, dijo:
–¿Sabes?, la escena era muy buena hasta que alguien la estropeó…
–Sí –intervino Billy Daniels, asomando la cabeza por detrás de la cámara–, estaba muy bien…
–Cuidado con lo que dices –le interrumpió Sinatra.
Luego Frank, que es muy hábil en encontrar la forma de no volver a rodar, propuso una solución con la que se podía usar la película quitando la frase defectuosa que sería doblada más tarde. La idea se aceptó, las cámaras empezaron a funcionar de nuevo; Virna Lisi se inclinaba hacia Sinatra en la arena y él la atraía hacia sí. La cámara se acercó para tomar un primer plano de sus caras y estuvo en movimiento durante algunos segundos, pero Sinatra y Lisi no dejaron de besarse, siguieron echados en la playa estrechamente abrazados, luego la pierna izquierda de Virna Lisi empezó a levantarse un poco, y todos en el estudio miraban en silencio, sin decir palabra, hasta que Donohue dijo por fin:
–Cuando hayan terminado, avísenme. Se me está acabando la película.
Entonces Virna Lisi se levantó, se alisó el traje blanco, echó hacia atrás su pelo rubio, y se limpió la boca, cuya pintura se había emborronado. Sinatra, con una leve sonrisa en los labios, se levantó y se dirigió a su camerino.
Al pasar cerca de un anciano que estaba junto a una cámara, Sinatra le preguntó:
–¿Cómo va su Bell & Howell? 
El viejo sonrió.
–Muy bien, Frank.
–Me alegro.
En el camerino le esperaba un diseñador de coches que tenía los dibujos para el nuevo automóvil con carrocería especial que iba a reemplazar el Ghia de 25.000 dólares que Sinatra había conducido durante los últimos años. También le esperaba su secretario, Tom Conroy, que traía un saco lleno de cartas de sus admiradores, incluida una del alcalde de Nueva York, John Lindsay; y también Bill Millar, el pianista de Sinatra, para ensayar algunas de las canciones que serían grabadas más tarde, del nuevo álbum de Frank: Moonlight Sinatra.
Mientras que a Sinatra no le importa bromear en el estudio cinematográfico, es enormemente serio en las sesiones de grabación. Como explicó una vez al escritor británico Robin Douglas-Hume: “Cuando grabas un disco, estás completamente solo. Si es malo y a la gente no le gusta, la responsabilidad es tuya y de nadie más. Si es bueno, dígase lo mismo. Con las películas no es así: están los productores, los autores del guión y cientos de hombres en las oficinas. La responsabilidad no está sólo en tus manos. Con un disco lo eres todo…”
But now the days are short
I am in the Autumn of the year
And now I think of my life
As vintage wine
From fine old kegs…
Ya no tiene importancia el autor de la canción o de la letra. Todas sus palabras, sus sentimientos, son capítulos del lírico romance de su vida.
Life is a beautiful thing
As long as I hold the string…
Cuando Frank Sinatra llega en coche al estudio, baja del automóvil y se dirige danzando a la entrada; luego, chasqueando los dedos, de pie frente a la orquesta en una habitación íntima y sellada, de pronto domina a cada hombre, a cada instrumento, a cada onda de sonido. Algunos de los músicos llevan con él más de veinticinco años y se han hecho viejos oyéndole cantar You Make Me Feel so Young.
Cuando está en forma, como sucedía esa noche, Sinatra está extasiado, la sala se llena de electricidad, hay una excitación que se contagia a la orquesta y se percibe en la cabina de dirección donde una docena de amigos de Sinatra le saludan agitando las manos desde detrás del cristal, entre ellos Don Drysdale, jugador de los Dodgers. “Hola, gran D”, le grita Sinatra. También está allí Bo Wininger, profesional de golf; hay también –de pie en la cabina, detrás de los empleados– numerosas mujeres guapas, que sonríen a Sinatra y ondulan suavemente sus cuerpos al ritmo de la música:
Will this be moon love
Nothing but moon love
Will you be gone when the dawn
Comes stealing through…
Después de haber terminado se vuelve a escuchar la grabación de la cinta, y Nancy Sinatra, que acaba de entrar, se reúne con su padre delante de la orquesta para oír la repetición. Escuchan en silencio, mientras todos los ojos miran fijamente al rey y la princesa. Cuando la música termina, suena un aplauso desde la cabina de dirección. Nancy sonríe, su padre chasquea los dedos y canta, llevando el ritmo con el pie. “Oo-ba-deeba-boobe-do”. Luego Sinatra llama a uno de sus hombres:
–Eh, Sarge, ¿puedes conseguir media taza de café?
Sarge Weiss, que había estado escuchando la música, se levanta lentamente.
–No quería despertarte, Sarge –dice Sinatra sonriendo.
Weiss trae el café y Sinatra lo mira, lo olfatea y luego anuncia:
–Pensaba que iba a ser amable conmigo, pero es realmente café… –Más sonrisas, y luego la orquesta se prepara para el número siguiente. Una hora después todo ha terminado.
Los músicos guardan los instrumentos en sus estuches, cogen sus chaquetas y empiezan a desfilar, dando las buenas noches a Sinatra. Los conoce a todos por su nombre; sabe mucho de su vida, de sus días de solteros, de sus divorcios, de sus momentos felices y desgraciados, como ellos lo conocen también. Cuando la corneta, un italiano bajito llamado Vincent DeRosa –que ha trabajado con Sinatra desde los tiempos del Hit Parade del Lucky Strike– pasó por su lado, Sinatra lo detuvo un momento.
–Vincenzo –dijo–, ¿Cómo está tu nena?
–Está bien, Frank.
–Oh, ya no es ninguna nena –se corrigió Sinatra–, debe ser una mujer.
–Sí, ahora va a la universidad, la usc. También tiene cierto talento para cantar, Frank.
Sinatra calló un momento. Luego dijo:
–Sí, pero es mejor que antes se eduque, Vincenzo.
Vincenzo DeRosa asintió.
–Sí, Frank. Bien, buenas noches, Frank.
–Buenas noches, Vincenzo.
Después de que los músicos se hubieran marchado, Sinatra abandonó la sala de grabación y se reunió con sus amigos en el pasillo. Iría a tomar un trago con Drysdale, Wininger y otros pocos más, pero primero anduvo hasta el otro extremo del pasillo para dar las buenas noches a Nancy, que estaba poniéndose el abrigo y pensaba volver a casa en coche.
Cuando Sinatra la hubo besado en la mejilla, se apresuró a reunirse con sus amigos en la salida. Pero antes de que Nancy pudiera salir del estudio, Al Silvani, otro de los hombres de Sinatra, un antiguo entrenador de boxeo, se le acercó.
–¿Estás lista para marcharte, Nancy?
–Oh, gracias, Al, no hay cuidado.
–Órdenes de papi –dijo Silvani, levantando las manos con las palmas hacia fuera. Solamente cuando Nancy le demostró que dos de sus amigos la acompañarían a casa, y tan sólo cuando Silvani los reconoció como amigos, decidió marcharse.
El resto del mes fue claro y templado. La sesión de grabación había sido magnífica; la película estaba terminada y los espectáculos televisivos pertenecían al pasado. Sinatra salió de su despacho y mientras conducía su Ghia había empezado a coordinar sus últimos proyectos. Tenía un compromiso en The Sands, una nueva película de espionaje llamada Atrapado que se rodaría en Inglaterra, y un par más de álbumes por hacer en los próximos meses. Y dentro de una semana cumpliría cincuenta años…
Life is a beautiful thing
As long as I hold the string…
I’d be asilly so-and-so
If I should ever let go…
Frank Sinatra paró el coche. El disco estaba en rojo. Los peatones pasaban deprisa delante de sus parabrisas, pero, como siempre, hubo alguien que no lo hizo. Era una muchacha de unos veinte años. Estaba en la acera mirándolo fijamente. Él la veía de reojo y sabía, porque sucede casi a diario, que estaba pensando: “Se le parece, pero ¿será él?”
Cuando el disco iba a cambiar, Sinatra se volvió hacia ella y la miró directamente a los ojos, esperando la reacción que no tardaría en manifestarse. Así fue, y él le sonrió. Ella contestó con otra sonrisa, y Sinatra se fugó. ~
©Traducción cedida por la revista Gatopardo.
(1) El torpedero en que prestaba servicio John F. Kennedy y que se hundió en el Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. (Nota del traductor)
(2) Término despectivo con que los norteamericanos designan a los italianos. Parece ser que deriva de la palabra “guappo” (de indudable origen castellano) con la que se denomina a los bravucones y a los chulos. (Nota del traductor)
(3) De slacks, pantalones sueltos. (Nota del traductor)
(4) Término populachero con el que se designa a los latinos. (Nota del traductor)
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles – Philip Norman
Los Beatles – Hunter Davies
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin
Paul McCartney. Hace muchos años – Barry Miles
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
John Lennon, mi hermano – Julia Baird / Geoffrey Giuliano
Lennon in america. 1971-1980, based in part on the lost John Lennon diaries – Geoffrey Giuliano (versión original en inglés)
John Lennon. La biografía de un genio – Jordi Tarda y Andy Peebles
Memorias de un Rolling Stone – Ron Wood
Como una moto. La vida galopante de John Belushi – Bob Woodward
Kurt Cobain – Christopher Sandford (versión original en inglés)
Monk – Laurent de Wilde
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Cash. La autobiografía de Johnny Cash
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis – Enrico Merlin y Veniero Rizzardi
Louis Armstrong. An extravagante life – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker – James Gavin
Wishing on the moon. The life and times of Billie Holiday – Donald Clarke (versión original en inglés)
Disfruta de mí si te atreves. Bessie Smith, Billie Holiday, Aretha Franklin, Janis Joplin, Tina Turner y las grandes mujeres que marcaron la historia del blues – Buzzy Jackson
Live at the Village Vanguard – Max Gordon (versión original en inglés)
La música es mi amante – Duke Ellington
El mundo de Duke Ellington – Stanley Dance
El Jazz. Su origen y desarrollo – Joachim E. Berendt
El jazz en el agridulce blues de la vida – Wynton Marsalis / Carl Vigeland
Los grandes del jazz. La música negra en un país blanco – LeRoi Jones
Hear me talkin` to ya. The story of jazz by the men who made it – Nat Shapiro and Nat Hentoff (versión original en inglés)
Brother Ray. Ray Charles´ own story – Ray Charles & David Ritz (versión original en inglés)
The arrival of B.B. King. The authorized biography – Charles Sawyer (versión original en inglés)
 Jelly’s Blue. The Life, Music, and Redemption of Jelly Roll Morton – Howard Reich y William Gaines | Libros Kalish – Librería online
La rabia de vivir – Mezz Mezzrow con Bernard Wolfe
El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia – Ashley Kahn
My favorite things. Conversaciones con John Coltrane. Y una carta a Don DeMichael – Michel Delorme (ed.)
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Arnold Schönberg oder der Konservative revolutionär – Willi Reich (versión original en alemán)
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Ludwig van Beethoven – Jean Massin y Brigitte Massin
Correspondencia – Federico Chopin
El sonido es vida. El poder de la música – Daniel Barenboim
Vida y arte de Glenn Gould – Kevin Bazzana
Glenn Gould a Life and Variations – Otto Friedrich (versión original en inglés)
Viena, una historia musical – Henry-Louis de La Grange
Jinetes en la tormenta. Mis años en los Doors – John Densmore

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner

Historia criminal del cristianismo Karlheinz Deschner Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Vendido

Estado: impecable (6 tomos).

Editorial: Martínez Roca.

Precio: $000.

Tomo I: Los orígenes, desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana.
Tomo II: La época patrística y la consolidación del primado de Roma.
Tomo III: De la querella de Oriente hasta el final del periodo justiniano.
Tomo IV: La Iglesia antigua: Falsificaciones y engaños.
Tomo V: La Iglesia antigua: Lucha contra los paganos y ocupaciones del poder.
Tomo VI: Alta Edad Media: El siglo de los merovingios.
Karlheinz Deschner (Bamberg, 23 de mayo de 1924) es un historiador, crítico de la Iglesia y ensayista alemán.
Hijo de Karl Deschner, un humilde guardabosque católico en Bamberg, y de una madre protestante, luego conversa al catolicismo, Margareta Karoline, nacida en Reischböck, pasó su infancia y juventud en los cotos obispales de Würzburg y, tras combatir en laSegunda Guerra Mundial, estudió Derecho, Teología, Filosofía e Historia. En 1956 publicó su primer libro, una novela (La noche ronda mi casa), que causó gran impacto. Pero súbitamente abandonó la prometedora carrera literaria que acababa de emprender para consagrarse al estudio crítico del cristianismo en general y de la Iglesia católica en particular; desde sus primeras obras ha dado más de dos mil conferencias.
A partir de entonces, el caudal de sus obras se ha multiplicado de forma inagotable, con una erudición y agudeza tales que muchos lo consideran «el mayor de los críticos de la Iglesia en el siglo XX». En 1970 comenzó su obra más ambiciosa, la Historia criminal del cristianismo, proyectada en principio a diez volúmenes (de los cuales vieron la luz nueve hasta el presente y no se descarta que se amplíe el proyecto). Sin embargo, dada la naturaleza de sus escritos, Deschner no ha tenido acceso a becas, subsidios, patrocinios oficiales o cargos honorarios, apenas la ayuda de algunos amigos generosos y la adhesión de sus lectores le permitieron continuar con el trabajo monumental de investigación y desarrollo.
En 1971 fue convocado a una corte en Núremberg acusado de difamar a la Iglesia. Ganó el proceso con una sólida argumentación, pero aquella institución reaccionó rodeando sus obras con un muro de silencio que no se rompió definitivamente hasta los años ochenta, cuando las obras de Deschner comenzaron a publicarse fuera de Alemania (Polonia, Suiza, Italia y España, principalmente). El primer tomo de su ambiciosa Historia criminal del cristianismo fue publicado gracias al dinero de su amigo Alfred Schwarz, quien no sobrevivió a la aparición del mismo en septiembre de 1986; los siguientes aparecieron gracias al apoyo económico del industrial alemán Herbert Steffen, quien hasta ahora continúa financiando los trabajos de Deschner.
Como reconocimiento por su obra y esfuerzos por combatir la ignorancia, en 1988 le fue concedido el prestigioso premio Arno Schmidt, que fue el primero de una lista siempre creciente, sucediendo en ese honor a Wolfgang Koeppen, Hans Wollschläger y Peter Rühmkorf. En junio de 1993, como antes que él Walter Jens, Dieter Hildebrandt, Gerhard Zwerenz y Robert Jungk, recibió el premio Büchner alternativo y en julio del mismo año el Premio Humanista Internacional. En septiembre de 2001 recibió el premio Fischer y el Ludwig Feuerbach en noviembre de 2001.
INTRODUCCIÓN GENERAL SOBRE LA TEMÁTICA, LA METODOLOGÍA, LA CUESTIÓN DE LA OBJETIVIDAD Y LOS PROBLEMAS DE LA HISTORIOGRAFÍA EN GENERAL
Karlheinz Deschner
«El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.»
K.D. 1
«Yo condeno el cristianismo, yo formulo contra la Iglesia cristiana la más formidable acusación que jamás haya expresado acusador alguno. Ella es para mí la mayor de todas las corrupciones imaginables, […] ella ha negado todos los valores, ha hecho de toda verdad una mentira, de toda rectitud de ánimo una vileza. […] Yo digo que el cristianismo es la gran maldición, la gran corrupción interior, el gran instinto de venganza, para el que ningún medio es demasiado venenoso, secreto, subterráneo, bajo; la gran vergüenza eterna de la humanidad […].»
FRIEDRICH NIETZSCHE 2
«Abrasar en nombre del Señor, incendiar en nombre del Señor, asesinar y entregar al diablo, siempre en nombre del Señor.»
GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG 3
«Para los historiadores, las guerras vienen a ser algo sagrado; rompen a modo de tormentas saludables o por lo menos inevitables que, cayendo desde la esfera de lo sobrenatural, vienen a intervenir en el decurso lógico y explicado de los acontecimientos mundiales. Odio ese respeto de los historiadores por lo sucedido sólo porque ocurrió, sus falsas reglas deducidas a posterior!, su impotencia que los induce a postrarse ante cualquier forma de poder.»
ELIAS CANETTI 4
Para empezar, voy a decir lo que no debe esperar el lector.
Como en todas mis críticas al cristianismo, aquí faltarán muchas de las cosas que también pertenecen a su historia, pero no a la historia criminal del cristianismo que indica el título. Eso que también pertenece a la historia se encuentra en millones de obras que atiborran las bibliotecas, los archivos, las librerías, las academias y los desvanes de las casas parroquiales; el que quiera leer este material puede hacerlo mientras tenga vida, paciencia y fe.
No. A mí no me llama la vocación a discurrir, por ejemplo, sobre la humanidad como «masa combustible» para Cristo (según Dieringer), ni sobre el «poder inflamatorio» del catolicismo (Von Balthasar), a no ser que hablemos de la Inquisición. Tampoco me siento llamado a entonar alabanzas a la vida entrañable que «reinaba en los países católicos […] hasta épocas bien recientes», ni quiero cantar las «verdades reveladas bajo el signo del júbilo» que, según el católico Rost, figura entre «las esencias del catolicismo».
No seré yo tampoco el cantor del «coral gregoriano», ni de «la cruz de término adornando los paisajes», ni de «la iglesiuca barroca de las aldeas», que tanto encandilaban a Walter Dirks. Ni siento admiración por el calendario eclesiástico, con su «domingo blanco», por más que Napoleón dijese, naturalmente poco antes de morir, que «el día más bello y más feliz de mi vida fue el de mi primera comunión» (con imprimatur). ¿O debo decir que el IV Concilio de Toledo (633) prohibió cantar el Aleluya, no ya durante la semana de la Pasión, sino durante toda la Cuaresma? ¿Que fue también allí donde se dictaminó que la doxología trinitaria debía decir al final de los Salmos, Gloria et honor patri y no sólo Gloria patri? 5
Poco hablaremos de gloria et honor ecciesiae o de la influencia del cristianismo, supuesta o realmente (como alguna vez ocurriría) positiva. No voy a contestar a la pregunta: ¿para qué sirve el cristianismo? Ese título ya existe. Esa religión tiene miles, cientos de miles de panegiristas y defensores; tiene libros en los que (pese a tantas «debilidades», tantos«errores», tantas «flaquezas humanas», ¡ay!, en ese pasado tan venerable y glorioso) aquéllos presumen de la «marcha luminosa de la Iglesia a través de las eras» (Andersen), y de que la Iglesia (en ésta y en otras muchas citas) es «una» y «el cuerpo vivo de Cristo» y «santa», porque «su esencia es la santidad, y su fin la santificación» (el benedictino Von Rudioff); mientras que todos los demás, y los «herejes» los primeros, siempre están metidos hasta el cuello en el error, son inmorales, criminales, están totalmente corrompidos, y se hunden o se van a hundir en la miseria; tiene historiadores «progresistas» y deseosos de que se le reconozcan méritos, repartiendo siempre con ventaja las luces y las sombras, para matizar que ella promovió siempre la marcha general hacia la salvación y el progreso.6
Se sobreentiende, a todo esto, que los lamentables detalles secundarios (las guerras de religión, las persecuciones, los combates, las hambrunas) estaban en los designios de Dios, a menudo inescrutables, siempre justos, cargados de sabiduría y de poder salvífíco, pero no sin un asomo de venganza, «la venganza por no haber sido reconocida la Iglesia, por luchar contra el papado en vez de reconocerle como principio rector» (Rost).7
Dado el aplastante predominio de las glorificaciones entontecedoras, engañosas, mentirosas, ¿no era necesario mostrar, poder leer, alguna vez lo contrario, tanto más, por cuanto está mucho mejor probado? Una historia negativa del cristianismo, en realidad ¿no sería el desiderátum que reclamaba o debía inducir a reclamar tanta adulación? Al menos, para los que quieren ver siempre el lado que se les oculta de las cosas, el lado feo, que es muchas veces el más verdadero.
El principio de audi alteram partem apenas reza para una requisitoria. Picos de oro sí tenemos muchos…, eso hay que admitirlo; generalmente lacónicos, sarcásticos, cuyo estudio en cientos de discusiones y siempre que sea posible debo recomendar y encarecer expresamente, en el supuesto que nos acordemos de compararlos con algún escrito de signo contrario y que esté bien fundamentado.
El lector habrá esperado una historia de «los crímenes del cristianismo», no una mera historia de la Iglesia. (La distinción entre la Iglesia y el cristianismo es relativamente reciente, pudiendo considerarse que no se remonta más allá del Siglo de las Luces, y suele ir unida a una devaluación del papel de la Iglesia como mediadora de la fe.) Por supuesto, una empresa así tiene que ser una historia de la Iglesia en muchos de sus puntos, una descripción de prácticas institucionales de la Iglesia, de padres de la Iglesia, de cabezas de la Iglesia, de ambiciones de poder y aventuras violentas de la Iglesia, de explotación, engaño y oscurantismo puramente eclesiásticos.
Sin duda tendremos que considerar con la debida atención las grandes instituciones de la Ecciesia, y en especial el papado, «el más artificial de los edificios» que, como dijo Schiller, sólo se mantiene en pie «gracias a una persistente negación de la verdad», y que fue llamado por Goethe «Babel» y «Babilonia», y «madre de tanto engaño y de tanto error». Pero también será preciso que incluyamos las formas no eclesiásticas del cristianismo: los heresiarcas con los heresiólogos, las sectas con las órdenes, todo ello medido, no con arreglo a la noción general, humana, de la criminalidad, sino en comparación con la idea ética central de los Sinópticos, con la interpretación que da el cristianismo de sí mismo como religión del mensaje de gozo, de amor, de paz y como «historia de la salvación»; esta idea, nacida en el siglo XIX, fue combatida en el XX por teólogos evangélicos como Barth y Buitman, aunque ahora recurren a ella de buena gana los protestantes, y que pretendería abarcar desde la «creación» del mundo (o desde el «primer advenimiento de Cristo») hasta el «Juicio final», es decir, «todos los avalares de la Gracia» (y de la desgracia), como escribe Darlapp.8
El cristianismo será juzgado también con arreglo a aquellas reivindicaciones que la Iglesia alzó y dejó caer posteriormente: la prohibición del servicio de las armas para todos los cristianos, luego sólo para el clero; la prohibición de la simonía, del préstamo a interés, de la usura y de tantas cosas más. San Francisco de Sales escribió que «el cristianismo es el mensaje gozoso de la alegría, y si no trae alegría no es cristianismo»; pues bien, para el papa León XIII, «el principio sobrenatural de la Iglesia se distingue cuando se ve lo que a través de ella ocurre y se hace».9 Como es sabido, hay una contradicción flagrante entre la vida de los cristianos y las creencias que profesan, contradicción a la que, desde siempre, se ha tratado de quitar importancia señalando la eterna oposición entre lo ideal y lo real…, pero no importa. A nadie se le ocurre condenar al cristianismo porque no haya realizado del todo sus ideales, o los haya realizado a medias, o nada. Pero tal interpretación «equivale a llevar demasiado lejos la noción de lo humano e incluso la de lo demasiado humano, de manera que, cuando siglo tras siglo y milenio tras milenio alguien realiza lo contrario de lo que predica, es cuando se convierte, por acción y efecto de toda su historia, en paradigma, personificación y culminación absoluta de la criminalidad a escala histórica mundial», como dije yo durante una conferencia, en 1969, lo que me valió una visita al juzgado.10
Porque ésa es en realidad la cuestión. No es que se haya faltado a los ideales en parte, o por grados; no, es que esos ideales han sido literalmente pisoteados, sin que los que tal hacían depusieran ni por un instante sus pretensiones de campeones de aquéllos, ni dejaran de autoproclamarse la instancia moral más alta del mundo. Entendiendo que tal hipocresía no expresaba una «debilidad humana», sino bajeza espiritual sin parangón, abordé esta historia de crímenes bajo la idea siguiente: Dios camina sobre abarcas del diablo (véase el epílogo de este volumen).
Pero al mismo tiempo, mi trabajo no es sólo una historia de la Iglesia sino, precisamente y como expresa el título, una historia del cristianismo, una historia de dinastías cristianas, de príncipes cristianos, de guerras y atrocidades cristianas, una historia que está más allá de todas las cortapisas institucionales o confesionales, una historia de las numerosas formas de acción y de conducta de la cristiandad, sin olvidar las consecuencias secularizadas que, apartándose del punto de partida, han ido desarrollándose en el seno de la cultura, de la economía, de la política, en toda la extensión de la vida social. ¿No coinciden los mismos historiadores cristianos de la Iglesia en afirmar que su disciplina abarca «el radio más amplio de las manifestaciones vitales cristianas» (K. Bornkamm), que integra «todas las dimensiones imaginables de la realidad histórica» (Ebeling) sin olvidar «todas las variaciones del contenido objetivo real» (Rendtorff)?11
Cierto que la historiografía distingue entre la llamada historia profana (es ésta una noción usual tanto entre teólogos como entre historiadores, por contraposición a lo sagrado o santo) y la historia de la Iglesia, Aun teniendo en cuenta que ésta no se constituyó como disciplina independiente hasta el siglo xvi, y por mucho que cada una de ellas quiera enfilar (no por casualidad) rumbos distintos, realmente la historia de la Iglesia no es más que un campo parcial de la historia general, aunque a diferencia de ésta guste de ocultarse, como «historia de la salvación», tras los «designios salvíficos de Dios», y la «confusión de la gracia divina con la falibilidad humana» (Bláser) se envuelva en la providencia, en la profundidad metafísica del misterio.12
En este campo los teólogos católicos suelen hacer maravillas. Por ejemplo, para Hans Urs von Balthasar, ex jesuíta y considerado en general como el teólogo más importante de nuestro siglo después de su colega Kari Rahner, el motor más íntimo de la historia es el «derramamiento» de «la semilla de Dios […] en el seno del mundo. […] El acto generador y la concepción, sin embargo, tienen lugar en una actitud de máxima entrega e indiferenciación. […] La Iglesia y el alma que reciben el nombre de la Palabra y su sentido deben abrírsele en disposición femenina, sin oponer resistencia, sin luchar, sin intentar una correspondencia viril, sino como entregándose en la oscuridad».13
Tan misteriosa «historia de la salvación» (y en este caso descrita por medio de una no muy afortunada analogía), nebulosa aunque pretendidamente histórico-crítica, pero inventada en realidad bajo una premisa de renuncia al ejercicio de la razón, es inseparable de la historia general, o mejor dicho, figura entre los camaranchones más oscuros y malolientes de la misma. Es verdad que dicen que el Reino de Cristo no es de este mundo, y que se alaban, principalmente para contraponerse a la interpretación marxista de la historia, de que ellos ven ésta como espiritualidad, como «entelequia trascendente», como «prolongación del mensaje de Dios redivivo» (Jedin); precisamente, los católicos gustan de subrayar el carácter esotérico de la «verdadera» historia, «le mystére de 1′histoire» (De Senarclens). Como aseguran, «la trascendencia de todo progreso» está ya realizada en Cristo (Daniélou); sin embargo, los «vicarios» de éste y sus portavoces cultivan intereses de la más rabiosa actualidad. Papas y obispos, en particular, jamás han desdeñado medio alguno para estar a bien con los poderosos, para rivalizar con ellos, para espiarlos, engañarlos y, llegado el caso, dominarlos. Con ambos pies bien plantados en este mundo, podríamos’ decir, como si estuvieran dispuestos a no abandonarlo jamás.14
Esa línea de conducta empezó de una forma harto contundente a principios del siglo IV, con el emperador Constantino, a quien no en vano hemos dedicado el capítulo más largo de este volumen, y se prolonga a través de las teocracias del Occidente medieval hasta la actualidad. Los imperios de Clodoveo, Carlomagno, Olaf, Alfredo y otros, y no digamos el Sacro imperio romano-germano, se construyeron así sobre bases exclusivamente cristianas. Muchos príncipes, por convicción o por fingimiento, alegaron que sus creencias eran el móvil de su política, o mejor dicho, la cristiandad medieval lo remitía todo a Dios y a Jesucristo, de tal manera que hasta bien entrado el siglo xvi la historia de la Iglesia coincidió en gran medida con la historia general, y hasta hoy re- sulta imposible dejar de advertir la influencia de la Iglesia sobre el Estado en múltiples manifestaciones. En qué medida, con qué intensidad, de qué maneras: dilucidar eso, dentro de mi tema y a través de las distintas épocas, es uno de los propósitos principales de mi obra.
La historia general del cristianismo en sus rasgos más sobresalientes ha sido una historia de guerras, o quizá de una única guerra interna y externa, guerra de agresión, guerra civil y represión ejercida contra los propios subditos y creyentes. Que de lo robado y saqueado se diese al mismo tiempo limosna (para adormecer la indignación popular), o se pagase a los artistas (por parte de los mecenas deseosos de eternizarse a sí mismos y eternizar su historia), o se construyesen caminos (para facilitar las campañas militares y el comercio, para continuar la matanza y la explotación), no debe importarnos aquí.
Por el contrario, sí nos interesa la implicación del alto clero, y en particular del papado, en las maniobras políticas, así como la dimensión y la relevancia de su ascendiente sobre príncipes, gobiernos y constituciones. Es la historia de un afán parasitario, primero para independizarse del emperador romano de Oriente, luego del de Occidente, tras lo cual enarbolará la pretensión de alcanzar también el poder temporal sirviéndose de consignas religiosas. Muchos historiadores han considerado indiscutible que la prosperidad de la Iglesia tuvo su causa y su efecto en la caída del Estado romano. El mensaje de que «mi Reino no es de este mundo» se vio reemplazado por la doctrina de los dos poderes (según la cual la autoritas sacrata pontificum y la regalis potestas serían mutuamente complementarias); después dirán que el emperador o el rey no eran más que el brazo secular de la Iglesia, pretensión ésta formulada en la bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII y que no es depuesta oficialmente hasta León XIII (fallecido en 1903), lo que de todas maneras no significa gran cosa. La Cristiandad occidental, en cualquier caso, «fue esencialmente creación de la Iglesia católica», «la Iglesia, organizada de la hierocracia papal hacia abajo hasta el más mínimo detalle, la principal institución del orden medieval» (Toynbee).15
Forman parte de la cuestión las guerras iniciadas, participadas o comandadas por la Iglesia: el exterminio de naciones enteras, de los vándalos, de los godos, y en Oriente la incansable matanza de eslavos…, gentes todas ellas, según las crónicas de los carolingios y de los Otones, criminales y confundidas en las tinieblas de la idolatría, que era preciso convertir por todos los medios, sin exceptuar la traición, el engaño y la vesanía, ya que en la Alta Edad Media el proceso de evangelización tenía un significado militante, como luchar por Cristo con la espada, «guerra santa», nova religio, única garantía de todo lo bueno, lo grande y lo eterno. Cristo, descrito como soldado desde los más antiguos himnos medievales, combatiente, se convierte en caudillo de los ejércitos, rey, vencedor por antonomasia. El que combate a su favor por Jerusalén, por la «tierra de promisión», tiene por aliadas las huestes angélicas y a todos los santos, y será capaz de soportar todas las penalidades, el hambre, las heridas, la muerte. Porque, si cayese, le espera el premio máximo, mil veces garantizado por los sacerdotes, ya que no pasará por las penas del purgatorio, sino que irá directo del campo de batalla al Paraíso, a presencia del Sagrado Corazón de Jesús, ganando «la eterna salvación», «la corona radiante del Cielo», la requies aeterna, vita aeterna, salus perpetua… Los así engañados se creen invulnerables (lo mismo que los millones de víctimas de los capellanes castrenses y del «detente bala» en las guerras europeas del siglo xx) y corren hacia su propia destrucción con los ojos abiertos, ciegos a toda realidad.16
Hablaremos de las cruzadas, naturalmente, que durante la Edad Media fueron unas guerras estrictamente católicorromanas, grandes crímenes del papado, que fueron perpetrados en la seguridad de que, «aunque no hubiese otros combatientes sino huérfanos, niños de corta edad, viudas y reprobos, es segura la victoria sobre los hijos del demonio». Sólo la muerte evitó que el primer emperador cristiano emprendiese una cruzada contra los persas (véase el final del capítulo 5); no se tardaría demasiado en organizar la inacabable secuencia de «romerías en armas», convertidas en una «empresa permanente», en una idea, en un tema que por ser «repetido incesantemente, acaba por empapar las sociedades humanas, e incluso las estructuras psíquicas» (Braudel). Porque el cristiano quiere hacer dichoso al mundo entero con sus «valores eternos», sus «verdades santificantes», su «salvación final» que, en demasiadas ocasiones, se ha parecido excesivamente a la «solución final»; un milenio y medio antes de Hitler, san Cirilo de Alejandría ya sentó el primer ejemplo de gran estilo católico apostólico contra los judíos. El europeo siempre sale de casa en plan de «cruzada», ya sea en la misma Europa o en África, Asia y América, «aun cuando sea sólo cuestión de algodón y de petróleo» (Friedrich Heer). Hasta la guerra del Vietnam fue considerada como una cruzada por el obispado estadounidense quien, durante el Vaticano II, incluso llegó a pedir el empleo de las armas nucleares para salvar la escuela católica. Porque «incluso la bomba atómica puede ponerse al servicio del amor al prójimo» (según el protestante Künneth, transcurridos trece años de la explosión de Hiroshima).17
La psicosis de cruzada, fenómeno que todavía muestra su virulencia en la actual confrontación Este-Oeste, produce minicruzadas aquí y allá, como la de Bolivia en 1971, sin ir más lejos, que fue resumida por el Antonius, órgano mensual de los franciscanos de Baviera, en los términos siguientes: «El objetivo siguiente fue el asalto a la Universidad, al grito de batalla por Dios, la patria y el honor contra el comunismo […], siendo el héroe de la jornada el jefe del regimiento, coronel Celich: He venido en nombre propio para erradicar de Bolivia el comunismo. Y liquidó personalmente a todos los jóvenes energúmenos hallados con las armas en la mano. […] Ahora Celich es ministro del Interior y actuará seguramente con mano férrea, siendo de esperar que ahora mejoren un poco las cosas, ya que con la ayuda de la Santísima Virgen puede considerarse verdaderamente exterminado el comunismo de ese país.»18
Aparte de las innumerables complicidades de las Iglesias en otras atrocidades «seculares», comentaremos las actividades terroristas específicamente clericales como la lucha contra la herejía, la Inquisición, los pogroms antisemitas, la caza de brujas o de indios, etcétera, sin olvidar las querellas entre príncipes de la Iglesia y entre monasterios rivales. Hasta los papas se presentan finalmente revestidos de casco y coraza y empuñando la tizona. Poseen sus propios ejércitos, su armada, sus herreros fabricantes de armas…, tanto así que todavía en 1935, cuando Mussolini cayó sobre Abisinia entre frenéticas alabanzas de los prelados italianos, ¡uno de sus principales proveedores de guerra fue una fábrica de municiones propiedad del Vaticano! En la época de los Otones, la Iglesia imperial está completamente militarizada y su potencia de combate llega a duplicar la fuerza de los príncipes «seculares». Los cardenales y los obispos envían ejércitos en todas direcciones, caen en los campos de batalla, encabezan grandes partidos, ocupan cargos como prelados de la corte o ministros, y no se conoce ningún obispado cuyo titular no anduviese empeñado en querellas que se prolongaban a veces durante decenios. Y como el hambre de poder despierta la crueldad, más adelante hicieron otras muchas cosas que durante la Alta Edad Media todavía no habrían sido posibles. 19
Dedicaremos una atención pormenorizada a la formación y multiplicación de los bienes de la Iglesia («peculio de los pobres», oficialmente, al menos desde los tiempos de Pelagio I), acumulados mediante compra, permuta, diezmo, rediezmo, o por extorsión, engaño, robo, o alterando el sentido de las antiguas prácticas de culto mortuorio de los germanos, convirtiendo el óbolo para los muertos en limosna para las almas, o quebrantando el derecho de herencia germánico («el heredero nace, no se elige»). También saldrá a la luz lo de explotar la ingenuidad, la fe en el Más Allá, pintar los tormentos del infierno y las delicias del cielo, de donde resultan, entre otras cosas, las fundaciones de los príncipes y de la nobleza y también, sobre todo durante la Alta Edad Media, las mandas de los pequeños propietarios y de los colonos, pro salute animae.
Abundaban en la Iglesia los propietarios de latifundios enormes: los conventos de monjes, los conventos de monjas, las órdenes militares, los cabildos catedralicios y hasta las iglesias de los pueblos. Muchas de esas propiedades parecían más cortijo que casa de Dios, y estaban atendidas por sirvientes, domésticos y esclavos. En sus mejores tiempos, la abadía del Tegernsee fue propietaria de 11.860 alquerías; el convento de Saint Germain des Prés, junto a París, tenía unas 430.000 hectáreas, y el abate de Saint Martín de Tours llegó a poseer 20.000 sirvientes. Y mientras los hermanos legos y los siervos de la gleba cargaban con las faenas, mientras los conventos se enriquecían gracias a las dotes y las herencias, la riqueza inevitablemente corrompía cada vez más a los religiosos. «De la religión nació la riqueza —decía un proverbio medieval—, pero la riqueza devora a la religión.» En tiempos la Iglesia cristiana fue dueña de una tercera parte de las tierras de Europa; en 1917, la Iglesia ortodoxa era propietaria de una extensión de territorio en Oriente proporcional a Rusia. Y todavía hoy la Iglesia de Cristo es la mayor terrateniente privada del mundo. «¿Dónde hallaremos a la Iglesia? Naturalmente allí, donde campea la libertad» (según el teólogo Jan Hoekendijk).20
En la Edad Media, el estatuto de las clases menesterosas, naturalmente determinado por el régimen feudal, y las usurpaciones territoriales de los príncipes y de la Iglesia conllevaron una opresión cada vez mayor, que recayó sobre grandes sectores de la población, y acarrearon la ruina de los pauperes liben homines y los minus potentes mediante la política de conquistas, el servicio de las armas, los tributos, la represión ideológico-religiosa y rigurosísimos castigos judiciales. Todo ello provocó la resistencia individual y colectiva de los campesinos, cuyas sociedades secretas e insurrecciones, conjurationes y conspirationes llenan toda la historia de Occidente desde Carlos el Grande hasta bien entrada la Edad Moderna.
Serán temas especiales de nuestra investigación en ese contexto: el derecho de expiación, el bracchium saeculare o intervención de las autoridades temporales en la sanción de disposiciones y leyes de la Iglesia, con aplicación cada vez más frecuente de la pena capital (por decapitación, ahorcamiento, muerte en la hoguera, lapidación, descuartizamiento, empalamiento y otros variados sistemas). De los catorce delitos capitales legislados por Carlomagno después de someter a sangre y fuego a los sajones, diez se refieren exclusivamente a infracciones de tipo religioso. La frase estereotipada morte moriatur recae sobre cuantos actos interesaba reprimir a los portadores del mensaje gozoso: robo de bienes de la Iglesia, cremación de los muertos, denegación del bautismo, consumo de carnes durante los «sagrados cuarenta días de la Cuaresma», etcétera. Con arreglo al antiguo derecho penal de Polonia, a los culpables de haber comido carne durante el ayuno pascual se les arrancaban los dientes.21
Discutiremos también los castigos eclesiásticos por infracciones al derecho civil. Los tribunales eclesiásticos fueron cada vez más odiados. Hay cuestiones que discutiremos extensamente: las prácticas expiatorias (los bienes robados a la Iglesia debían restituirse al cuádruple, y según el derecho germánico hasta veintisiete veces lo robado); las prisiones eclesiásticas y monacales, llamadas especialmente ergástulas (también se llamaba ergástula a los ataúdes), donde eran arrojados tanto los «pecadores» como los insumisos y los locos, e instaladas generalmente en sótanos sin puertas ni ventanas, pero bien provistas de grilletes de todas clases, potros de martirio, manillas y cadenas. Se documentará la pena de exilio y la aplicación de este castigo a toda la familia, en caso de asesinato de un cardenal, extensible hasta los descendientes masculinos en tercera generación. También estuvieron muy en boga la tortura y los castigos corporales, sobre todo en Oriente, donde hizo furor la afición a mutilar miembros, sacar ojos, cortar narices y orejas. Asimismo gozaban de especial predilección, como suele suceder en los regímenes teocráticos, los azotes, como demuestra incluso la abundancia de sabrosas denominaciones (corporis castigatio, flageüum, flagelli disciplina, flagellorum poena, percussio, plagae, plagarum virgae, verbera, verberatio, verberum, vindicta y así sucesivamente). La pena de los azotes, con la que se sancionaban hasta las más mínimas infracciones, se aplicó sobre todo en los conventos a monjes y monjas, pero también a los menores de edad, a los sacerdotes y sobre todo a los miembros del bajo clero, todos los cuales recibieron palos desde el siglo v hasta el xix por lo menos; a menudo, eran los abades y obispos quienes esgrimían el látigo, el vergajo o la correa; a veces, los maltratados por los obispos eran abades, y habitualmente se superaba el tope de 40 o 39 golpes señalado por la ley mosaica para llegar a los 70, los 100 o los 200, quedando esta determinación «a discreción del abad» aunque, eso sí, sólo en casos excepcionales se autorizaba a «proceder hasta la muerte del reo» (según el católico Kober en comentario a Reg. Magistri c. 13). Es bastante plausible que no todas las autoridades llegasen a tales excesos, y seguramente no todos serían tan vesánicos como el abad Transmundo, que arrancaba los ojos a los monjes del convento de Tremití, o les cortaba la lengua (y que, pese a ello, gozó de la protección personal del papa Gregorio VII, quien también gozó de gran notoriedad). Ni debe sorprender que ocurriesen tales cosas cuando autoridad tan señalada como Pedro Damián, cardenal, santo y padre de la Iglesia, llegaba a la conclusión de que, si un castigo de 50 azotes era lícito y saludable, cuánto más no debería serlo uno de 60,100, 200 o incluso 1.000 o 2.000 azotes. Por eso, durante toda la Edad Media menudearon las insurrecciones de religiosos, hartos de algún abad frenético que luego era linchado, mutilado, cegado, envenenado o apuñalado por su grey. Incluso delante del altar fue traspasado a puñaladas algunos de estos superiores, o asesinado por bandidos a sueldo. El caso es que los castigos corporales para los inferiores fueron tan frecuentes durante la Alta y la Baja Edad Media, que el ordinario solía preguntar rutinariamente durante sus visitas si se sabía de alguien que no fustigase a sus esclavos o colonos. 22
Otros aspectos que van a merecer nuestra atención: la posición de la Iglesia ante la esclavitud y el trabajo en general; la política agraria, comercial y financiera de los monasterios, verdadera banca de la Alta Edad Media (durante los siglos X y xi hallamos en la Lorena monasterios en funciones de institutos de crédito o verdaderos bancos), convertidos en potencias económicas de primera magnitud. La agitación de los monjes en el mundo de la política y del dinero fue incesante, sobre todo durante las ofensivas alemanas hacia el Este, cuando las órdenes participaron en empresas de colonización y asentamiento, después del genocidio de naciones enteras. A comienzos del siglo XX, los jesuítas controlaban todavía la tercera parte del capital en España, y ahora que llegamos a finales del mismo siglo dominan el banco privado más grande del mundo, el Bank of América, mediante la posesión del 51 % de sus acciones. Y el papado sigue siendo una potencia financiera de categoría mundial, que además cultiva los más íntimos contactos con el mundo del hampa mediante instrumentos como el Banco de Sicilia, entre otros, llamado «el banco de la Mafia».
El financiero Michele Sindona, ex alumno de los jesuítas y «el italiano más célebre después de Mussolini» (Time), as de los banqueros de la Mafia (cuya actividad se desarrolló principalmente en Italia, Suiza, Estados Unidos y el Vaticano), siciliano que tuvo más bancos que camisas tienen muchos hombres y que, según se dice, hizo buena parte de su fortuna gracias al tráfico de heroína, era íntimo amigo del arzobispo de Messina y también del arzobispo Marcinkus, director del banco vaticano «Instituto para las Obras de Religión» («mi posición en el Vaticano es extraordinaria», «única»), y entre sus amistades figuraba Pablo VI. Sindona era también asesor financiero y asociado comercial de la Santa Sede, cuyos bancos siguen especulando con el dinero negro del gangsterismo organizado italiano. El mafioso Sindona, «probablemente el hombre más rico de Italia» (Lo Bello), que «había recibido del papa Pablo VI el encargo de reorganizar la hacienda vaticana» {Süddeutsche Zeitung) en 1980, fue condenado a 25 años de cárcel en Estados Unidos, como responsable de la mayor quiebra bancaria de la historia de dicho país; más tarde, fue extraditado a Italia, donde, en 1986, dos días después de su condena a cadena perpetua (por inducción al homicidio), murió envenenado con cianuro pese a todas las medidas de seguridad que se habían adoptado. Significativas fueron las declaraciones del magistrado milanos Guido Viola, después de investigar doce años de actividades financieras de Sindona (105.000 millones de pesetas en pérdidas, sólo en Italia): «El juicio no ha servido para destapar por completo ese tarro de inmundicia». También Roberto Calví, otro banquero de la Mafia que acabó colgado de un puente sobre el Támesis en 1982, figuraba durante el pontificado de Pablo VI en el cerrado círculo de los «uomini di fiducia», y en su calidad de «banquero de Dios», como le llamaban en Italia, contribuyó a «propagar por todo el mundo el cáncer de la delincuencia económica instigada desde el Vaticano». (Mencionemos de paso que, en abril de 1973, el director Lynch, del Departamento de represión del crimen organizado y la corrupción en el Ministerio de Justicia estadounidense, acompañado de funcionarios policiales y del FBI presentó en la Secretaría de Estado vaticana «el documento original por el que el Vaticano» encargaba a la Mafia de Nueva York «títulos falsificados por un valor ficticio de casi mil millones de dólares», «una de las mayores estafas de todos los tiempos»; el autor del encargo, por lo que parece, no era otro que el arzobispo Marcinkus, «íntimo amigo de Sindona» [Yallop].) El predecesor de Pablo, el papa Pío XII, cuando murió en 1958 dejó una fortuna privada (la misma que, según ciertas alegaciones, había gastado por entero en salvar a muchos judíos de las persecuciones nazis) de 500 millones de pesetas en oro y papeles de valor. Durante su pontificado, el nepotismo alcanzó dimensiones verdaderamente renacentistas. Se ve que los ministros de la salvación pensaban sobre todo en salvar su propio patrimonio.23
La avaricia de los prelados está documentada por testimonios de todas las épocas, así como el enriquecimiento privado de papas, obispos y abades, sus lujos generalmente desaforados, las malversaciones del patrimonio eclesiástico en beneficio de parientes, la simonía, la captación de canonjías o su usurpación, el cambalacheo de dignidades eclesiásticas, desde la de sacristán de aldea hasta la misma de pontífice. O la venta de vino, cerveza, óleos, hostias, pildoras abortivas (!) llamadas luteolas; la práctica del soborno incluso por parte de los más famosos doctores de la Iglesia, del papa Gregorio I, de san Cirilo (que impuso un dogma mariano con ayuda de enormes sumas de dinero), y otros muchos negocios como el préstamo, tráficos diversos, usura, óbolo de San Pedro, indulgencias, colectas, captación de herencias durante dos milenios, sin exceptuar las gigantescas operaciones de tráfico de armas. Todo ello consecuencia de la plétora de privilegios de que disfrutaba el alto clero, derechos de inmunidad, franquicias, condados, aranceles, dispensas de impuestos, privilegios penales, culminando en la autonomía orgullosa del pontífice romano: sic voló, sic jubeo! («Así lo quiero, así lo ordeno»). Sin olvidar el aspecto económico de las persecuciones contra idólatras, judíos, herejes, brujos, indios, negros, ni el factor económico de la milagrería, las estampitas, las vidas de santos, los librillos milagrosos, los centros de peregrinaje y tantas otras cosas.24
El santo fraude, o pía fraus, con sus diversos tipos de falsificación (apostolización, concurrencia de peregrinos, escrituras de propiedad, garantías jurídicas) se estudia en un apartado diferente, teniendo en cuenta que en toda Europa, hasta bien avanzada la Edad Media, los falsificadores fueron casi exclusivamente los religiosos. En conventos y palacios episcopales, y por motivos de política eclesiástica, buscaban la manera de imponerse en las luchas de rivalidad mediante la falsificación de diplomas o la práctica de la interpolación en los originales. La afirmación de que durante la Edad Media hubo casi más documentos, crónicas y anales falsos que verdaderos, apenas es exagerada; el «santo engaño» se convirtió en un factor político, «el taller del falsificador en instancia ordenadora de la Iglesia y del derecho» (Schreiner).25
La explotación sin escrúpulos de la ignorancia y de la superstición, en donde triunfan los engaños basados en reliquias, libros de devoción, milagrerías y leyendas (o dicho de manera científica, «la reinterpretación de los hechos históricos en el sentido de una causalidad hagiológica», según Lotter), dirige nuestra atención hacia los aspectos culturales, y más principalmente hacia los de política educativa.
Sin duda, las Iglesias, y en particular la Iglesia romana, han creado valores culturales importantes, sobre todo construcciones, lo que obedecía por lo general a motivos nada altruistas (representación del poder), así como en el dominio de la pintura, respondiendo también a razones ideológicas (las sempiternas ilustraciones de escenas bíblicas y de leyendas de santos). Pero dejando aparte que el tan decantado amor a la cultura contrasta fuertemente con la indiferencia cultural del paleocristianismo, que contemplaba las «cosas de este mundo» con total menosprecio escatológico, puesto que creía inminente el fin de todas ellas (error fundamental, en el que cayó el mismo Jesús), conviene tener presente que la mayoría de las aportaciones culturales de la Iglesia fueron posibles gracias a la explotación sin contemplaciones de las masas, esclavizadas y empobrecidas siglo tras siglo. Y frente a ese fomento de la cultura encontramos todavía más represión cultural, intoxicación cultural y destrucción de bienes culturales. Los magníficos templos de adoración de la Antigüedad fueron arrasados casi en todas partes; edificios de valor irreemplazable ardieron o fueron derribados, sobre todo en la misma Roma, donde las ruinas de los templos servían de canteras. En el siglo x se dedicaban todavía a derribar y romper estatuas, arquitrabes, a quemar pinturas, y los más bellos sarcófagos servían de bañeras o de comederos para los cerdos. De modo similar, pisotearon la grandiosa cultura de los árabes de España «no quiero decir qué clase de pies», para citar la frase de Nietzsche. Y en América del Sur el catolicismo arruinó (además de muchos millones de vidas) más tesoros culturales que los que innegablemente aportó, pese a la sobre explotación.26
Pero la destrucción más tremenda, apenas imaginable, ha sido la causada en el terreno de la educación. La cultura general de la Antiguedad cada vez más desterrada de las escuelas, la enseñanza teológica convertida en enseñanza por antonomasia. Durante toda la Edad Media sólo se consideraban útiles aquellas ciencias que contribuyeran a la prédica eclesiástica. Entre los reunidos en el Concilio de Calcedonia se hallaron 40 obispos analfabetos. Los papas de los siglos siguientes se envanecían de su ignorancia, no sabían el griego y hablaban pésimamente el latín. Gregorio I Magno, el único papa doctor de la Iglesia además de León I, según la tradición mandó quemar una gran biblioteca que existía en el Palatino. Es probable que no todos los papas de los siglos IX y X supieran leer y escribir.
En la Edad Media las artes no eran sino instrumentum theologiae, y algunas veces fueron condenadas como «necedades y vanidades». («Mi gramática es Cristo.») En las órdenes abundaban también los illiterati et idiotae. Desapareció el floreciente comercio librero de la Antigüedad, la actividad de los monasterios fue puramente receptiva. Trescientos años después de la muerte de Alcuino y de Rábano Mauro, los discípulos todavía estudiaban con los manuales que aquéllos escribieron. E incluso santo Tomás de Aquino, el filósofo oficial de la Iglesia, escribe que «el afán de conocimientos es pecado cuando no sirve al conocimiento de Dios».27
Aunque, en realidad, apenas estudiaba una ínfima minoría; todavía hoy, buena parte de la sabiduría del clero se funda en la ignorancia de los laicos. Hasta la época de los Hohenstaufen, la mayoría de los príncipes cristianos no sabían leer ni escribir; un trazo dibujado al pie de los documentos bastaba para considerarlos válidos. Los aristócratas medievales fueron «necios» (necio = el que no sabe) durante mucho tiempo; así podía engañarlos más fácilmente el clero. Y las masas populares vegetaron en condiciones del más absoluto analfabetismo hasta bien entrada la Edad Moderna. Después de la primera guerra mundial, o más; concretamente en 1930, cuando dos terceras partes de la población española padecían carencias alimentarias endémicas, sólo en Madrid se contaban 80.000 niños sin escolarizar, obedeciendo sin duda a los principios definidos por un ministro católico. Bravo Murillo, cuando, al solicitarle licencia para levantar una escuela con capacidad para 600 hijos de obreros, contestó: «Lo que necesitamos no son hombres que sepan pensar, sino bueyes que sirvan para trabajar» .28
En las universidades, la hipertrofia del aristotelismo abortó cualquier posibilidad de investigación independiente. Al dictado de la teología estaban sometidas la filosofía y la literatura; en cuanto a la historia como ciencia, era desconocida por completo. Se condenó la experimentación y la investigación inductiva; las ciencias experimentales quedaron ahogadas por la Biblia y el dogma; los científicos arrojados a las mazmorras, o a la hoguera. En 1163, el papa Alejandro III (recordemos de paso que por esa época existían cuatro antipapas) prohibió a todos los clérigos el estudio de la física. En 1380, una decisión del parlamento francés prohibía el estudio de la química, remitiéndose a un decreto del papa Juan XXII. Y mientras en el mundo árabe (obediente a la consigna de Mahoma: «La tinta de los escolares es más sagrada que la sangre de los mártires») florecían las ciencias, en especial la medicina, en el mundo católico las bases del conocimiento científico permanecieron inalteradas durante más de un milenio, hasta bien entrado el siglo xvi. Que los enfermos buscasen consuelo en la oración, en vez de llamar al médico. La Iglesia prohibía la disección de cadáveres, y a veces incluso rechazó el empleo de medicamentos naturales por juzgarlo una intervención ilícita en los designios divinos. En la Edad Media no tenían médico ni siquiera las abadías más grandes. En 1564, la Inquisición condenó a muerte al médico Andrés Vesalio, fundador de la anatomía moderna, por haber abierto un cadáver y por haber afirmado que al hombre no le falta la costilla con que fue creada Eva.29
En coherencia con esa tutela de la enseñanza, encontramos otra institución, la censura eclesiástica, muy a menudo (por lo menos desde los tiempos de san Pablo, en Efeso) dedicada a la quema de libros adversos, paganos, judíos o sarracenos, a la destrucción (o la prohibición) de literaturas cristianas rivales, desde los libros de los arríanos y nestorianos hasta los de Lutero. Pero no vayamos a olvidar que los protestantes también implantaron a veces la censura, incluso para los sermones fúnebres y también para obras no teológicas, siempre que tocaran cuestiones eclesiásticas, religiosas o de costumbres.
Ésta es una selección de los principales temas que he contemplado en mi historia del crimen. Y sin embargo, no es más que un segmento minúsculo de la historia en general.
¡La historia!
Fábula, según Napoleón; charlatanería, como dijo HenryFord; destilado de rumores, según Cariyie, y vergüenza del género humano, según el parecer de Seume (tan escasamente conocido como digno de ser leído). Y yo añado: la prueba más segura del fracaso de la educación. La historia de los individuos y de los pueblos es, sin duda, lo más complejo y complicado, porque pretende abarcar e integrar todos los fenómenos del universo humano, en todo momento una catarata gigantesca en donde intervienen factores forzosamente ocultos, tanto para los contemporáneos como para la posteridad, sentimientos, ideas, acontecimientos, los condicionantes de esos hechos, la manera en que los mismos son percibidos, una barabúnda insospechable de eventos que pertenecen al pasado, un entramado vertiginoso de formas sociales y de formas del derecho, de normas, de roles percibidos o no, de actitudes y mentalidades, de infinitos ritmos de vida heterogéneos e incluso antagónicos, de influencias de pensadores, de factores geopolíticos, de procesos económicos, de estructuras de clase, en donde hay que considerar tanto las variaciones del clima como las estadísticas demográficas, la práctica de la esclavitud como los conciertos de Bach, la noche de San Bartolomé, las jugadas de fortuna y las crisis de los precios, las neurosis eclesiógenas, las encíclicas papales y los castigos judiciales, la prostitución, los debates parlamentarios y la vivisección, la moda, y mucho más, ya que, por si fuera poco, el psicoanálisis agrega las motivaciones inconscientes, sin dejar de lado las aportaciones de la psicosociología analítica, las de la historiografía misma o historia de la historia, en un palabra, citando a Max Weber: «Una corriente titánica y caótica de acontecimientos que avanza a través del tiempo», o como dice Droysen: «la historia que engloba todas las historias».30
¿Es posible encontrar un punto fijo en esta ebullición de la agitada humanidad? ¿Hallaremos una constante en lo que, por definición, es devenir ininterrumpido? ¿Existe algo que no cambie, o que retome siempre como el río de Heráclito?
Sin duda, no reconocemos en esta descripción el papel que ya Cicerón adjudicó a la historia como magistra vitae. ¿Será tal vez lo contrario? ¿Quizá la única conclusión que podemos sacar es «que los pueblos y los gobiernos jamás han aprendido nada de la historia, ni se han atenido nunca a las reglas que de ella pudieran deducirse»? Casi todas las frases lapidarias de Hegel me llevan a contradecir las anteriores, y también ésa es cierta sólo cuando nos referimos a los pueblos. Porque los gobiernos sí han aprendido de la historia, y con tal éxito, que las únicas artes en que no se inventa nada nuevo son las de la conducción de los hombres, como podemos ver con un poco de perspectiva.
Retornemos durante unos momentos al presente.
Cualquiera de nosotros puede leer la historia, más aún, revivirla a través de sus propios ojos, aunque sin duda no tanto directamente como por vía de la «realidad» de los medios, es decir de los textos, las noticias, los sermones escritos, los «cien rostros» (Braudel). Pero, por muy inextricable que parezca la confusión de los hechos históricos, los conflictos de intereses, las influencias rivales, y por complicado que sea el organismo de la sociedad, una cosa sí podemos ver todos, indiscutida y, según todas las apariencias, indiscutible: que siempre hubo y hay en el mundo una minoría que manda y una gran mayoría que es mandada, que hubo y hay capillas reducidas de astutos explotadores y ejércitos innumerables de humillados y ofendidos. «Comoquiera que definamos el Estado y la sociedad, permanece siempre la oposición entre la masa de los gobernados y el pequeño número de los gobernantes» (Ranke). Esto rige para la era de la exploración espacial y la de la revolución industrial, lo mismo que para la época del colonialismo, o la del capitalismo mercantilista occidental, o la de las sociedades esclavistas de la Antigüedad. Así ha venido ocurriendo siempre, al menos, durante los dos mil años que aquí nos ocupan; no digo que se trate de una ley, pero sí que ha sido la regla general. ¡Nunca fueron los pueblos dueños de sus destinos! Siempre predominó un cierto afán de poder y de seguridad, siempre mandó una minoría mediante la opresión sobre la mayoría, mediante la explotación, perpetrando matanzas en o por medio de ella, unas veces más que otras, admitámoslo, pero por lo general con excesiva asiduidad. En todos los siglos que nos ocupan, la historia estuvo hecha de opresión y humillaciones, de clases altas explotadoras y clases bajas explotadas: lo que hoy se llama «Estado de derecho» y que forma parte indisoluble de la civilización humana, o mejor dicho de la cultura humana, y digo bien, porque los pueblos «cultos» siempre fueron los primeros en dar ejemplo.31
«La historia no se repite»: el dicho se repite siempre…, como la Historia misma: en las tensiones sociales, las insurrecciones, las crisis económicas y las guerras. Es decir, en sus hechos principales y capitales, cuyas repercusiones, sin embargo, alcanzan a los ámbitos más íntimos de la vida privada, en las relaciones entre amo y criado, entre amigo y enemigo. Visto de esa manera, en principio nunca pasa nada nuevo, pues, en lo cualitativo, poco importa si la opresión se ejerció por medio del arco y la flecha o por el arcabuz, la ametralladora o la bomba atómica.
La historia es un drama de muchos actos…, de violencia, sobre todo, aunque también un progreso ininterrumpido, digamos, desde el cazador de cabezas hasta el especialista en lavados de cerebro, desde la cerbatana hasta el misil, desde el derecho del más fuerte hasta el derecho escrito en articulados, ese disfraz de la violencia. Y así vamos de tratado de paz en tratado de paz, de metástasis en metástasis, de tropiezo en tropiezo.
Queda visto, pues, lo que es permanente dentro de las mudanzas de la historia, la estructura que la informa en profundidad. He ahí el punto fijo en medio del cambio, la verdadera «histoire de longue durée» (Braudel), o en todo caso más duradero que las eras abarcadas por esa noción: un «modelo» que lleva milenios de vigencia, un ritmo más o menos uniforme, una especie de «histoire biologique». Es casi como el ritmo de las mareas o el de las estaciones de la naturaleza, que también se repite a su manera; aunque pueda parecer desprovisto de una finalidad, obedece a leyes causales, a cuyas manifestaciones, sin embargo, sólo podemos asignar una probabilidad estadística y no una certeza. Por el contrario, la historia responde a intenciones y a voluntades, es decir, a acciones humanas deliberadas.32
Indudablemente, la historia en su globalidad es también acción humana única e irrepetible. Sin duda, la dimensión antropológica subrayada por el historicismo, la categoría de la individualidad, tiene sus derechos en esto como en todo: la importancia de la idiosincrasia de una persona determinada, la relevancia del carácter único de los fenómenos. Pero también está lo general, lo común, lo constante, mil veces demostrado empíricamente, sin que por eso sea necesario creer como Hobbes, pongamos por caso, o como Gobineau y como Burke, en la posibilidad de cultivar la historia con la perfección y la precisión de las ciencias naturales; esa historia de la que el mismo Edmund Burke escribió, en 1790 (en sus Reflections on the Revolution in France), que estaba hecha en su mayor parte «de la miseria que impera en el mundo por causa de la vanidad, la ambición, la codicia, la venganza, la lujuria, la insumisión, la hipocresía, y todas las demás pasiones desatadas. […] Estos vicios son la causa de aquellas tormentas. La religión, la moral, las leyes, las prerrogativas, los privilegios, no son más que pretextos». Y el mismo Kant decía no poder encontrar ninguna intención racional y propia en los hombres y en sus juegos, refiriéndose a «la marcha absurda de los negocios humanos» y afirmando no poder evitar «un cierto enojo cuando uno contempla lo que sucede, por acción y por omisión, en el gran teatro del mundo, y que pese a ocasionales asomos de prudencia, al fin se mezclan en todo la necedad, la infantil vanidad, y también no menos infantiles actos de malicia y afán destructivo; de manera que, en conclusión, no sabe uno qué opinar de esta especie nuestra, tan pagada de sus supuestas prendas».33
Muchos sucesos abonan estas opiniones de Burke y de Kant, sobre todo después de los dos siglos transcurridos. Parece como si la humanidad careciese de capacidad para elevarse y redimirse de la miseria moral. En efecto, lo histórico es el infierno, y la historia la resurrección de lo que no debería volver nunca; un espectáculo ruin, en el que los pueblos (perros encadenados que sueñan con la libertad) mueren más pronto bajo las consignas que éstas bajo los pueblos. De esta manera, gobernar, por lo general, no significa sino impedir la justicia, hacer lo menos posible para muchos y lo máximo para muy pocos; y el derecho tampoco es la precondición de la justicia, sino que sirve únicamente para evitarla y prevenirla. Summa sumarum: que no se puede hablar de ética a los que sólo creen en la «política de las realidades». Como dicen los chinos, habíale de ideas a un chacinero y creerá que estás hablando de cerdos. Las ideas no son sino las bambalinas del escenario del mundo; en la escena, mientras unos mueren otros ríen entre bastidores. El militarismo es la mística del homicidio, la historia apenas otra cosa sino negocios, la riqueza pocas veces otra cosa sino el residuo de los crímenes, y mientras los unos se desmayan de hambre los otros están hartos antes de sentarse a la mesa. El hecho de que, cuando salgamos de este mundo, como lamentaba Voltaire, hayamos de dejarlo tan necio y mísero como lo encontramos al nacer, parece todavía una idea soportable ante la sospecha de que dentro de dos mil años aún será tan necio y mísero como lo era dos mil años antes de nosotros.
Tal vez fuese otro el juicio, o mejor dicho seguramente lo sería, si pudiéramos abarcar totalmente la historia, el conjunto del universo humano, aunque a mi modo de ver eso quizá sería peor. Pero la verdad es que el conocimiento completo de los hechos es utópico, limitado nuestro saber histórico, perdidas o intencionadamente destruidas muchas informaciones valiosas; de la mayoría de los acontecimientos, además, jamás quedó comprobante alguno. Todo cuanto sabemos, a excepción de algunos testigos de piedra, visibles o desenterrados por los arqueólogos, se lo debemos a la historiografía. Y por minúscula que sea la noticia que ella nos da, nada más podemos averiguar: quod non est in actis, non est inmundo.
Como cualquier otro historiador, yo sólo contemplo una historia de entre las incontables historias posibles, particular, peor o mejor delimitada; e incluso de ese aspecto parcial no puede considerarse todo el «complejo de la acción», idea absurda, dado además el volumen de los datos existentes: teóricamente imaginable, pero prácticamente imposible y ni siquiera deseable.
No. El autor que se proponga escribir La historia criminal del cristianismo se ve constreñido a mencionar sólo el lado negativo de esa religión. No presentará un continuum sin fisuras, cosa también imposible, por supuesto, sino un «modelo de realidad» conforme a su propósito, en el que señalará únicamente los hechos más destacados y sintomáticos del devenir cronológico, los rasgos esenciales e históricamente relevantes, los que acarrearon las consecuencias más graves, los efectos más negativos y terribles, cuyo peso ha excedido a fin de cuentas el de los supuesta o realmente positivos. Quiero mostrar asimismo la tendencia que determina la historia, esa tendencia de fondo que ha condicionado o marcado durante esos dos mil años los destinos de las generaciones y las naciones, influidas, dominadas o combatidas por el cristianismo; señalaré las cabezas y las ideas rectoras de esa política cristiana, sus declaraciones, sus acciones, y muchos miles de hechos, hechos típicos, no alineados intencionadamente en un contexto tendencioso, ni con intención maliciosa ni calumniadora, sino presentados en su verdadero y propio contexto.
Quien prefiera leer acerca de otros aspectos, que lea otros libros: La fe gozosa, por ejemplo, El Evangelio como inspiración, ¿Es verdad que los católicos no son mejores que los demás?, ¿Por qué amo a mi Iglesia?, El cuerpo místico de Cristo, Bellezas de la Iglesia católica. Bajo el manto de la Iglesia católica. Dios existe (Yo le he conocido). El camino del gozo hacia Dios, La buena muerte del católico. Con el rosario hacia el Cielo, SOS desde el Purgatorio, El heroísmo del matrimonio cristiano. 34
O si le parece demasiado monótona esa selección, provista casi siempre de Imprimatur, hay otros heroísmos, no sólo el del matrimonio cristiano: Heridas del héroe. La Cruz en el hospital de campaña. Nuestra guerra (Consideraciones éticas), La conciencia éticorreligiosa durante la guerra mundial. La guerra mundial a la luz de los sermones de campaña del protestantismo alemán. Lucha y victoria (Ideas en Viernes Santo y Pascua como mensaje de la Patria para el Ejército y la Armada), Libro de himnos para el personal militar evangélico. Bendiciones para el frente de batalla. El pastor de almas en la guerra. Pastores en el ejército de Hitler, ¡A las armas!. Fidelidad hasta la muerte. Caídos en el seno del Señor, Jóvenes caídos con honor. Bienaventurados sean los caídos, María Auxiliadora de Occidente (Fátima y la «Vencedora en todas las batallas de Dios»: el combate decisivo en Rusia) .34a
¡La literatura procristiana! Más numerosa que las arenas del mar: contra 10.000 títulos apenas uno por el estilo de esta Historia criminal del cristianismo. Sin olvidar los millones de ejemplares que suman las incontables publicaciones periódicas confesionales, y que medio mundo anda lleno de reclutadores profesionales del cristianismo, de iglesias, de conventos; incluso las pequeñas pantallas están saturadas de Cruz y de Cristo, hasta el punto de que si Goethe viviera hoy, tendría motivos para repetir aquel sarcasmo suyo: «Entre tantas cruces y cristos/al Cristo verdadero y a su Cruz han ocultado»; en nuestros televisores veremos desde la ingeniosa Palabra de Dios dominical hasta las infiltraciones en todas las emisiones imaginables de todos los espacios culturales, sin olvidar la bendición papal urbi et orbe en no sé cuántos idiomas. Y resulta que verdaderamente hay entre los cristianos hombres de buena voluntad, como sucede en todas las religiones y en todos los partidos, lo que no debe tomarse como dato en favor de esas religiones y partidos, porque si eso se admitiese, ¡cuántos sinvergüenzas testimoniarían en contra! Hay incluso pastores que se inmolan voluntariamente por sus ovejas…, aunque los jefes de esos pastores prefieran comérselas. Porque todas las religiones viven, en parte, del hecho que algunos de sus creyentes son mejores que ellas. Y los cristianos buenos son los más peligrosos, porque tienden a confundirse con el cristianismo, o para decirlo con las palabras de Lichtenberg, «existen muchos cristianos justos, indiscutiblemente, sólo que no es menos cierto que sus obras in corpore y como tales nunca han servido para gran cosa».35
Juicios semejantes y expresados en términos bastante más contundentes los hallamos en personajes tan diferentes entre ellos como Gior” daño Bruno, Bayie, Voltaire, Diderot y Helvecio, Goethe, Schiller y Schopenhauer, Heine y Feuerbach, Shelley y Bakunin, Marx, Mark Twain o Nietzsche. O como Hebbel, quien vio que «el cristianismo trajo al mundo escasas bendiciones y muchas desgracias», observación en la que, dice, «coinciden muchas de las cabezas mejores y más nobles». Y halla las causas no en la Iglesia cristiana, como la mayoría de los críticos, sino «en la religión cristiana», esa «peste de la Humanidad», «germen de toda discordia»: «Odio y aborrezco el cristianismo»; y quiere plantear «a la altanería cristiana una única pregunta: ¿cómo se explicaría que todo el que alguna vez fue importante en este mundo pensó del cristianismo lo mismo que pienso yo?».36
Que los cristianos, repitiendo la expresión de Lichtenberg, in corpore y en sus obras como tales nunca han servido para gran cosa, y que tenemos pleno derecho a compartir el desprecio de Hebbel hacia el cristianismo; es lo que se propone demostrar esta historia de «los crímenes del cristianismo».
***
¿En qué se basa mi trabajo?
Lo mismo que la mayoría de los estudios históricos, se basa en las fuentes, en la «tradición», en la historiografía contemporánea. Es decir, sobre todo en textos. Se funda en la bibliografía histórica secundaria y sus ciencias auxiliares, la numismática, la heráldica, la sigilografía y otras, sin olvidar la utilidad de ciertas disciplinas parciales y estudios vecinos, en particular, como es lógico, la historia de la Iglesia con sus múltiples apartados que se entrecruzan: la historia de las misiones, la de la fe, la de las doctrinas teológicas y los dogmas, las vidas de mártires y otros religiosos, la historia del papado e incluso la historia de las «devociones». Hay que tener en cuenta, asimismo, a la arqueología, la historia económica y social, la historia del derecho común y constitucional, la historia militar y de la guerra, la geografía y la estadística. Un espectro tan amplio de disciplinas, en muchas de las cuales las investigaciones se hallan además tan avanzadas que incluso los especialistas tienen dificultad en seguirlas, sólo puede explotarse de manera parcial, incompleta. Sin embargo, hay una cuestión más importante que la de las bases de mi trabajo, bastante obvias por otra parte. Esa cuestión es: ¿cómo veo yo la historia? ¿Y cómo la describiré? Porque las diferencias de planteamiento metodológico suelen determinar desde el primer momento los puntos de vista y las valoraciones. Un teórico de la ciencia como Wolfgang Stegmüller ha llegado a afirmar que «el método elegido determina en grado decisivo la perspectiva teorética resultante de la investigación».37
Nadie creerá que el autor de una Historia criminal del cristianismo vaya a tomar de la Revelación, ni de Roma, los principios de su historiografía, ni siquiera de una noción protestante de la Iglesia, por espiritualizada que nos la presenten, ni de ninguna interpretación teológica de la historia por «progresista» que se pretenda. Esos saltos mistificantes de fronteras, hacia las categorías de la perspectiva sobrenatural, ese pasar de la historia a la «intrahistoria» y de las esferas terrestres a las celestes, quedan reservados a los apóstoles del delirio histórico-salvífico, a los numerosos lacayos de la Iglesia condicionados desde el seno materno y la familia, pasando por el bautismo (es decir, en el fondo, por un azar geográfico) y hasta llegar a los honores, a los premios, a las cátedras, a las prebendas, aunque en el fondo, según me ha demostrado la experiencia, sean unos «creyentes» tanto más escépticos cuanto más inteligentes.
Pero ¿qué diré de mi propia objetividad? ¿Acaso no soy parcial también? ¿No hablo desde mis propios prejuicios?
¡Naturalmente! Como cualquier hijo de vecino. Porque todos somos subjetivos, todos estamos condicionados por múltiples influencias, individuales y sociales, por nuestro origen, nuestra educación, nuestro ambiente social, nuestra época, las experiencias de nuestra vida, los intereses que nos llevan a explorar estas o aquellas áreas del conocimiento, por nuestra religión o irreligión; en fin, por una multiplicidad de influjos variados y toda una red de vínculos determinantes.
Si todos estamos condicionados, lo mismo cabe decir del historiador.
El primero en admitirlo, para lo tocante a la ciencia histórica, fue Chiadenius. Así que yo también tengo mi «punto de mira», según la terminología un poco obsoleta de Chiadenius, o mi «posicionamiento», de acuerdo con la noción clásica introducida por Kari Mannheim en la sociología de la ciencia; sin duda, estoy también determinado por un cierto clima de opinión contemporáneo, por mis estudios y por los demás conocimientos que he ido adquiriendo. Admito que antes de ponerme a escribir había tomado ya ciertas decisiones; sólo un inconsciente podría abordar una tarea así desde una pretensión de completa imparcialidad. Pero, prescindiendo de que una investigación iniciada desde esa óptica apenas conseguiría interesar a nadie, ni siquiera el más ignorante podría seguir siéndolo por tiempo indefinido, porque no tardaría en formarse algunas «opiniones previas», de cualquier signo que fuesen.38
Uno de mis críticos me acusaba de «parcialidad» por exponer en el prólogo de un trabajo mío ciertas tesis que, a su entender, debían figurar al final. Prescindiendo de que yo, como la mayoría de los autores, suelo escribir el prólogo cuando la obra está terminada, cuando empiezo un libro, naturalmente, y también como la mayoría de los autores, tengo una idea bastante aproximada de lo que voy a poner en él. Esto lo sabe cualquiera que haya escrito aunque sólo sea una carta. Hay que señalar que la investigación y la descripción, en historia, no sólo viven de coincidencias, como dice Droysen, sino que las buscan deliberadamente. Es preciso «saber lo que se busca, porque sólo así lo encuentra uno; las cosas hablan con tal de que uno sepa preguntarles».39
Después de estudiar la historia, y en particular la del cristianismo, durante muchos lustros, y a medida que uno va conociéndola mejor, se forma una cierta Filosofía de la historia (Voltaire fue el primero que utilizó ese término), una cierta opinión del cristianismo, no peor, porque no podía serlo, y repito que no soy el único que piensa así. Pero cuando expongo sin rodeos mi subjetividad, mi «punto de mira» y mi «posicionamiento», me parece que demuestro mi respeto al lector mejor que los escribas mendaces que quieren vincular su creencia en milagros y profecías, en transubstanciaciones y resurrecciones de entre los muertos, en cielos, infiernos y otros prodigios, con la pretensión de objetividad, de veracidad y de rigor científico.
¿Acaso no soy yo, con mi parcialidad confesa, menos parcial que ellos? ¿Es que mi experiencia, mi formación, no me autorizan a formarme una opinión más independiente acerca del cristianismo? Al fin y al cabo yo abandoné el cristianismo, pese a haberme formado en un hogar profundamente religioso, tan pronto como aquél dejó de parecerme verdadero, con lo que no dejaba de privarme de ciertas oportunidades que, de otro modo, quizá habrían estado a mi alcance. ¡Siempre me sorprende comprobar cómo el partido cristiano niega seriedad a las interpretaciones de la historia soviética ofrecidas por historiadores soviéticos, mientras toma muy en serio las interpretaciones cristianas de los teólogos cristianos!
Admitámoslo: todos somos «parciales», y el que pretenda negarlo miente. No es nuestra parcialidad lo que importa, sino el confesarla, sin fingir «objetividades» imposibles ni elevar pretensiones de «verdades eternas». Lo que importa es la cantidad y la calidad de las pruebas que aduzcamos para documentar nuestra «parcialidad», si las fuentes utilizadas son relevantes, si el instrumental metodológico, el nivel de argumentación y la capacidad crítica son adecuados. Lo decisivo, en fin, es la superioridad palmaria de una «parcialidad» sobre otra.
¡Todos somos parciales! Todo historiador tiene sus determinantes vivenciales y psíquicas, sus opiniones previamente formadas. La situación de cada uno está socialmente determinada, en función de la clase y del grupo. Todos tenemos nuestras simpatías y nuestras antipatías, conocemos nuestras hipótesis favoritas y nuestros sistemas de valores. Cada cual juzga de manera personal, especulativa, condicionado por su propio horizonte mental a la hora de plantearse los problemas, y en el trasfondo de sus trabajos pueden hallarse siempre «explícitas, o implícitas como sucede más a menudo […] convicciones de alcance muy general acerca de la Filosofía de la historia» (W.J. Mommsen).40
Esto es particularmente cierto en el caso de los historiadores que más se empeñan en negarlo, porque son los que más mienten…, y luego se echan mutuamente los perros del cristianismo; qué ridículo, cuando leemos que los católicos acusan de «parcialidad» a los protestantes, los protestantes a los católicos, cuando miles de teólogos de las más variadas confesiones se lanzan mutuamente tan socorrido reproche. Por ejemplo, cuando el jesuíta Bacht quiere ver en el protestante Friedrich Loofs «un exceso de celo reformado en contra de la condición monástica como tal», motivo por el cual «sus opiniones son demasiado unilaterales». ¿Y cómo no iba a opinar con parcialidad el jesuíta Bacht cuando se refiere a un reformado, él, que pertenece a una orden cuyos miembros tienen la obligación de creer que lo blanco es negro y lo negro blanco, si así lo manda la Iglesia?41
Lo mismo que a Bacht, a todos los teólogos católicos el hábito de la obediencia incondicional se les impone a través del bautismo, el dogma, la cátedra, la licencia eclesiástica para imprimir y otras muchas obligaciones y cortapisas. Y así viven año tras año, disfrutando de un sueldo seguro, a cambio de propugnar una determinada opinión, una doctrina concreta, una interpretación determinada de la historia, fuertemente impregnada de teología. De la que pocos se atreven a renegar, porque las consecuencias pueden ser terribles. En Italia, una vez firmado el Concordato de 1929 con Mussolini, los clérigos que colgaban la sotana no podían enseñar en ningún centro ni desempeñar cargo público alguno. Todos y cada uno de estos casos eran tratados durante lustros «como si hubiesen asesinado a alguien, con el objeto de conseguir que los renegados sean arrojados a la calle sin contemplaciones y se mueran de hambre» (Tondi, S.J.). Es bien significativo que el cardenal Faulhaber, de Munich, recomendase expresamente ese artículo 5 del Concordato italiano a la atención de Adolf Hitler, como hizo el 24 de abril de 1933, es decir, sin pérdida de tiempo. Pero los lacayos de la Iglesia no dimiten; al contrario, cuanto mayor sea su inteligencia y más profundo su conocimiento de la historia, más prefieren seguir fingiendo; no tanto para engañarse a sí mismos, sino para seguir cultivando el engaño de los demás. Por ejemplo, acusando de parcialidad a los adversarios de su confesión y fingiendo creer que, en cambio, los católicos se encuentran a salvo de tal defecto; como si existiese, de dos mil años acá, otra parcialidad más pérfida que la católica. Precisamente por eso, ellos se certifican siempre a sí mismos el más invariable respeto a la verdad científica y a la objetividad.42
Mientras tanto, la consideración de la historia como ciencia, como saber objetivante, y la posibilidad de la objetividad en el terreno científico (que es un problema de «teoría de la historia») está siendo puesta en duda o negada tajantemente por los mismos historiadores, y digo más, por los «especialistas». En nuestra sociedad, el que no figura en la nómina de la industria científico-histórica establecida, en el muy ilustre gremio de la interpretación universitariamente homologada, siempre en cabeza de las investigaciones, lo que equivale a decir siempre atento a la próxima vuelta de la tortilla del poder, simplemente no existe. Al menos de momento…, porque a veces se cambian las tornas. He leído a demasiados historiadores como para respetarlos mucho; por el mismo motivo, a algunos, pocos, los respeto tanto más. En la mayoría de los casos, sin embargo, la lectura de libros de historia puede ser tan útil como la lectura del vuelo de los pájaros que hacían los antiguos augures. No en vano un hombre tan notable en su especialidad como el francés Fernand Braudel nos previene contra «1′art pour 1′art» en los dominios de la historia. Y según William O. Aydelotte, un experto inglés, el criterio del consenso en el seno del grupo erudito «con frecuencia conduce a un dominio insuficiente del oficio», ya que el historiador podría caer bajo el dominio de «influencias externas» y tal vez acabaría por decir «no lo que refleja sus verdaderas convicciones u opiniones, sino lo que cree que puede agradar a su público».43
Cuan revelador el hecho de que cada generación de historiadores se dedique a reescribir la misma historia, a revisar esa antigua periodificación y esos personajes tradicionales, exactamente como hizo la generación anterior de sabios con las obras de sus predecesores, ¿y sin duda para verse a su vez puesta en tela de juicio por la siguiente? Porque, ¿se sigue discutiendo de un asunto cuando éste ha quedado bien resuelto? Parafrasear un relato, ¿aporta algo nuevo al mismo? ¿Es eso investigación, progreso y profundización del saber? En historiadores del pasado encuentro a menudo cosas mejores, y a veces mucho mejores, que en los modernos.
Naturalmente, los historiadores han buscado explicaciones para esa «reinterpretación de la historia» (Acham), para sus «innovaciones historiográficas» (Rüsen), explicaciones seductoras muchas veces, pero que no quitan el hecho de que la generación de historiadores que les suceda volverá a escribir la historia a su vez. Entre los unos y los otros surgen nuevos criterios, ideas predominantes, modos de expresión, métodos y «modelos», apreciaciones y depreciaciones dictadas por las modas, claves que adquieren o pierden vigencia según el interés de la época. Durante el siglo xix predominó la «historia de acontecimientos», hoy los estudios se vuelven más hacia la «historia cuantitativa». También hay posiciones mediadoras. De vez en cuando alguien recupera las técnicas antiguas, si es que en realidad no las hemos conservado siempre, de la «histoire événementielle» narrativa que, siguiendo una tradición que se remonta a la Antigüedad y que contempla la historia como una disciplina principalmente literaria, había sido desplazada en casi todas partes, con la posible excepción de Inglaterra, por la «histoire structurelle», la reflexión analítica, el discurso crítico, la fijación de los conceptos con todo el rigor posible. Y así se ha producido recientemente en todo el mundo un renacimiento de la antigua historia narrativa, o una especie de reequilibrio. Otros siglos verán otras maneras de ver las cosas, otros criterios de plausibilidad, otras disputas metodológicas, nuevas formas mixtas y nuevos mediadores.44
Podremos preguntarnos de dónde sacan los historiadores la suficiencia para «sonreírse hoy de ciertas manifestaciones […] de ingenuidad histórica del siglo XIX» (Koselleck), olvidando que los historiadores del siglo XXI tendrán ocasión de sonreírse al contemplar el estado de los conocimientos y de las opiniones de muchos historiadores del XX, y que a su vez muchos del XXII se sonreirán de los del XXI…, siempre suponiendo, naturalmente, que esos siglos llegue a verlos la humanidad. ¿No será una constante de todas las épocas eso de reírse los unos de los otros entre historiadores, y no serán locos los que así se empeñan en afirmar que ellos han descubierto las leyes inmutables de la ciencia histórica, o por lo menos las más probables, o que han andado cerca de ellas?45
Algunos objetarían que en esto de reescribir, parafrasear y reorientar continuamente la historia hay que ver la prueba de su propio afán de verdad y de exactitud científica, de la incesante búsqueda de mayor objetividad, de mayor precisión, teniendo en cuenta por otra parte la existencia de unas mejores condiciones de trabajo, de un instrumental más poderoso, de nuevas técnicas de investigación y nuevos métodos de interpretación, de sondeos más profundos, mejores posibilidades de verificación, nuevas concepciones teoréticas y metodológicas, planteamientos mejor delimitados, o ampliados, o más exactos de los problemas, sin mencionar las localizaciones de nuevas fuentes.
Sin embargo, lo que demuestran en realidad las obras de los historiadores es que el centro de gravedad de sus intereses sólo se desplaza, por lo común, cuando se desplazan los intereses de la actualidad, sus ideologías, sus conceptos; que la historiografía se halla mediatizada en cierta medida por presupuestos extracientíficos, del entorno metacientífico, por los poderes imperantes, por la praxis política, que está sometida al influjo determinante de la voluntad estatal, que obedece a las disposiciones y a las intenciones de los dictadores y que, por consiguiente, como enseña el presentismo desarrollado sobre todo por los historiadores norteamericanos (contra el positivismo), no es más que la proyección sobre el pasado de los intereses del presente; esto se manifiesta en todo el mundo, y precisamente en nuestro siglo más que en ningún otro. Y lo mismo debió suceder durante el siglo pasado, mutatis mutandis. ¡De qué sirven las mejores teorías sobre la objetividad de la ciencia histórica, cuando la realidad de esa misma ciencia niega tales teorías a cada paso! Tal contradicción casi nos recuerda la que existe entre las prédicas del cristianismo y sus prácticas.
Tampoco las polémicas metodológicas, como la famosa disputa metodológica del siglo xix, suelen ser objetivas, sino discusiones de orden político, procesos de transmutación de los valores sociales. Donde aparentemente se habla de ciencia, de investigación, de reflexión teórica, en realidad advertiremos la influencia de las realidades pre y extracientíficas, la política cotidiana, las realidades de la vida social, la subjetividad, los egoísmos.46
Al problema de la subjetividad se le suma otro más especial y delicado que guarda relación con el mismo. La dificultad no proviene del hecho de que las fuentes se hallen a menudo incompletas, de que las dataciones son inseguras, por no hablar de las considerables diferencias que se registran entre disciplinas distintas como la arqueología, la lingüística y la historia; la cuestión a que nos referimos es que la historia está hecha de textos, que toda historiografía es lenguaje, y lenguaje de historiador por más señas.
Según Louis Halphen (1946), sería suficiente «dejarse llevar por los documentos de una manera determinada, en la misma sucesión en que se nos han ofrecido uno tras otro, para ver establecido, de modo casi automático, el encadenamiento de los hechos». Pero, por desgracia, los hechos «historiográficos» no son lo mismo que los hechos «históricos», las palabras no son la realidad, no sonfaits bruts, y lamentablemente no existe «una divisoria exacta entre historia y mitología […], ninguna frontera claramente delimitada entre hechos y teorías» (Sir Isaiah Berlín), sino que las unas y los otros «están entretejidos, de tal manera que sería inútil el pretender separarlos» (Aron). Y efectivamente, también los hechos históricos pueden ser vistos y valorados de diferentes maneras, iluminados bajo un determinado prisma, u oscurecidos, deformados, tergiversados, falseados, o pueden ofrecer de por sí diferentes niveles de interpretación, habiendo nacido ya como «construcciones científicas» (Bobinska), como una «construcción del historiador» (Schaff). En una palabra, que la vida histórica no se puede captar adecuadamente mediante la simple reproducción; escribir historia siempre es entretejer hechos, hipótesis, teorías. «Todo hecho es ya teoría», según la aguda definición de Goethe.47
Por cuanto la historia es pasado, nunca nos vemos inmediatamente confrontados con un acontecimiento histórico, con el hecho desnudo como tal, con «lo que propiamente fue», según Ranke; lo que desde luego parece más modesto que el propósito originario. El historiador conservador, que comparaba su oficio con el del sacerdote (¡vaya por Dios!) y se extendía él mismo certificados de imparcialidad y máxima objetividad, aseguraba querer «borrar su subjetividad» y «hablar sólo de cosas tales, que dejen ver las fuerzas poderosas», atribuyendo a la historia «verdadera» la misión, más allá de los pros y los contras partidistas, de «ver, de iluminar […] para luego dar cuenta de lo visto».48
Esta fe inconmovible del objetivismo, llamada «ocularismo» por el conde Paúl York Wartenburg y satirizada como proposición de una «objetividad del eunuco» por Droysen («sólo los inconscientes pueden ser objetivos»), es ilusoria. Porque no existe verdad objetiva en historiografía, ni la historia tal como ocurrió; «sólo puede haber interpretaciones históricas, y de ésas ninguna es definitiva» (Popper). Pensemos que el historiador sólo tiene en sus manos descripciones de los «sucesos» o de los «hechos», y eso desde las «fuentes» mismas, es decir, los soportes primarios de la información, las epigrafías, los documentos.49
Pero esas descripciones, a su vez, son obra de unos autores que utilizaban para su trabajo recursos retóricos y narrativos, pues en todas las épocas se ha suscitado y se sigue suscitando la necesidad de explicar los hechos en un orden determinado, y eso es un acto no tanto científico como literario. Los autores de las descripciones, de buena o de mala fe, omiten tal cosa, callan tal otra; a ellos, naturalmente, también les mueven unos intereses, una mayor o menor parcialidad, a partir de la cual los comprobantes originales, digamos que correctos (teniendo en cuenta que toda traducción es, en mayor o menor medida, interpretación) han sido coloreados de una manera determinada, situados en un cierto contexto; de manera más o menos consciente, la visión del mundo que tengan esos autores habrá servido de hilo conductor a su interpretación. Al problema de los textos se suma con frecuencia el de la tradición, o el fenómeno, no tan raro como se cree, de las falsificaciones y las interpolaciones. Y tampoco los historiadores modernos se apartan un ápice de esa línea cuando manejan los documentos y seleccionan éste, omiten el otro, subrayan, explican, dilucidan, fieles a su propia Weltanschauung.
La existencia de los corifeos no contribuye a reforzar nuestra fe en la objetividad de su oficio, que digamos. Theodor Mommsen (Premio Nobel en 1902) dejó escrito que la fantasía «es madre de toda Historia lo mismo que de toda poesía»; Bertrand Russell puso a una de sus obras el título de History as an Art; A.L. Rowse, destacado historiador inglés de nuestro siglo, dice que la historia está mucho más cerca de la poesía de lo que comúnmente se cree: «In truth, I think, it is in essence the same» («En verdad creo que es en esencia lo mismo»). Según Geoffrey Elton (1970), es sobre todo «narración»: «A story, a story ofthe changíng fortunes of men, and political history therefore comes first because, abo ve all the forms of historical study, it wants to, e ven needs to, tell a story» («Narración de la suerte cambiante de los hombres, y por eso la historia política es la primera, por encima de todas las formas de los estudios históricos, porque quiere, más aún, necesita narrar»). También Hayden White ha afirmado recientemente que los textos históricos no son sino «productos del arte literario» (literary artifacts). Conocedores del tema como Koselleck y Jauss coinciden en afirmar que la facticidad y la ficción se entretejen. Quizá haya sido H. Strasburger el autor de la definición más acertada (1966), la misma que admitió expresamente F.G, Maier en 1984: «La historia es una disciplina mixta que participa de la ciencia y del arte», añadiendo «hasta hoy mismo», aunque ya Ranke había dicho, en 1824, que la misión del historiador era «tanto literaria como erudita», y que la historia misma era «arte y ciencia al mismo tiempo».50
Si tenemos presente que todas las operaciones no objetivas, «no naturalistas», de los historiadores posteriores utilizan como material las exposiciones, los patrones interpretativos, las tipificaciones de los historiadores pretéritos, que actuaron a su vez de la misma manera, más o menos, porque no hay otra, y que incluso nuestras «fuentes» tienen un origen similar, que han atravesado otras mediaciones y otras interpretaciones, que son ya selección, híbridos de hechos históricos y texto, y eso en el mejor de los casos, es decir, «literatura» que no significa sino constructo o «tradición», si lo vemos claro, parecerá evidente que toda historiografía se escribe sobre el trasfondo de nuestra personal visión del mundo.51
Es verdad que muchos eruditos carecen de tal visión del mundo y por ello suelen considerarse, ya que no señaladamente progresistas, sí al menos señaladamente imparciales, honestos y verídicos. Son los adalides de la «ciencia pura», los representantes de una supuesta postura de neutralidad o indiferencia en cuanto a las valoraciones. Rechazan toda referencia a un punto de vista determinado, toda subjetividad, como pecados anticientíficos o verdaderas blasfemias contra el postulado de objetividad que propugnan, contra ese sine ira etstudio que tienen por sacrosanto y que, como ironiza Heinrich von Treitschke, «nadie respeta menos que el propio hablante». Tenemos, pues, «que lo que llaman ciencia pura, es decir, el registro de los sistemas y de las hipótesis, de las explicaciones y las observaciones, todo ello viene lleno, o mejor dicho, saturado hasta la saciedad de los más ancestrales mitologismos sensibles y ultrasensibles», como anotó Charles Péguy con clarividencia poco habitual, aunque hablando, como es lógico, desde su propia posición de católico.52
Pues bien, la ficción de la ingenuidad teórico-científica y la ocultación de las premisas ideológicas de la presentación histórica pueden servir para disimular muchas cosas, una inercia mental propia de la especialidad, por ejemplo, una estrechez de perspectivas, o la pusilanimidad que precisamente hace estragos en los círculos de expertos, en el «pequeño museo de los elegidos» (Von Sybel), un relativismo ético y un escapismo que huye cobardemente de las decisiones tajantes en materia de principios…, lo que no deja de ser también una decisión, ¡la de declararse irresponsable en nombre de la responsabilidad científica! Porque una ciencia que no quiere formular valoraciones, con ello, quiéralo o no, se hace aliada del status quo, apoya a los que dominan y perjudica a los dominados. Su objetividad es sólo aparente y en la práctica no significa otra cosa sino amor a la propia tranquilidad, apego a la seguridad y a la carrera. No discuto que un planteamiento histórico valorativo pudiera ser rechazado o descartado desde una determinada convicción científica. Pero sé que la repugnancia del historiador ante la interpretación de la historia, su miedo a admitir lo que ocurre en realidad, «no es más que otro ejemplo de la conocida “trahison des cleros”, la negativa del especialista a vivir lo que predica» (Barraclough).53
Sin duda existe más de un método y más de dos para cultivar la historia. O mejor dicho, existe una multiplicidad de métodos, como demuestra la historiografía norteamericana, sin que ninguno de ellos pueda pretender la exclusiva. Pero, aunque haya muchas formas diversas del saber y de la ciencia, aquí sólo nos importan dos posturas: la que cultiva la ciencia por sí misma, por considerarla como lo más elevado, lo último, como una especie de religión y que, como ésta, sería capaz de pasar por encima de los cadáveres (y lo hace); y aquella ciencia que sin considerarse ni lo más alto ni lo definitivo, se pone al servicio de los hombres, del mundo y de la vida, y en particular asocia la historiografía con «el deber de la pedagogía política», como ha dicho Theodor Mommsen, que no tuvo reparos en afirmar que la historia era el «juicio contra los muertos» y que a la vista de su «brutalidad desnuda», de su «barbarie supina», invitaba a abandonar «la fe infantil en cuanto a que la civilización consiga erradicar la bestialidad de la naturaleza humana».54
Las expresiones más conocidas de estas dos posturas frente a la ciencia podemos hallarlas en el siglo XIX: de un lado, el optimismo cientifista, tanto para las ciencias naturales como para las históricas, el positivismo y el objetivismo; del otro, el pesimismo radical de Nietzsche, quien vio en las ciencias naturales de su época «algo terrible y peligroso», y las denunció como manifestación de aquella «estolidez funestísima» sus- ceptible de acarrear quizá, algún día, la ruina general. Similar es su valoración de la ciencia histórica imperante, que exige sea reemplazada por una historia «al servicio de la vida», una historia que ofrezca «ejemplo, enseñanza, consolación», pero sobre todo una «Historia crítica», que juzgue el pasado, que «indague sin contemplaciones y que condene», porque «todo pasado […] es digno de ser condenado».55
En un polo opuesto podríamos situar quizá a Max Weber, defensor de una separación rigurosa entre ciencia y juicios de valor, ya que según su concepto de la ciencia, ésta no debe ser sino investigación empírica e inventario analítico, ajena por definición a toda clase de valores, sentidos o finalidades; aunque también Weber distingue entre juicio de valor y (el término neokantiano de) referencia valorativa, ésta sí aceptada, entendiendo que los conocimientos científicos han de estar al servicio de unas decisiones tomadas en función de determinados valores, no sin incurrir con ello en flagrantes contradicciones.56
Pero nuestra vida no transcurre exenta de valores, sino llena de ellos, y las ciencias en tanto que parte de la vida, si se pretenden libres de valores incurren en hipocresía. Todos hemos de comparar, calibrar, decidir cada día; ¿por qué iba a librarse de esa ley la ciencia, que no es nada que esté fuera de nuestra vida, ni mucho menos por encima, y que figura entre las cosas que pueden amenazarnos o contribuir al progreso de la humanidad y del mundo? He tenido en mis manos obras de historiadores que venían dedicadas a la esposa, fallecida en un bombardeo, o tal vez a dos o tres hijos caídos en los frentes, y sin embargo, a veces, esas personas quieren seguir escribiendo «ciencia pura» como si no hubiese pasado nada. Allá ellos. Yo pienso de otra manera. Pues, aunque existiese, que yo digo que no puede existir, la investigación histórica totalmente apolítica, ajena a toda clase de juicios de valor, tal investigación no serviría para nada, sino para socavar los fundamentos éticos y abrir paso a la inhumanidad. Además no sería verdadera «investigación», porque no se dedicaría a revelar las relaciones entre las cosas; como mucho podría ser mero trabajo previo, mera acumulación de materiales, según ha señalado Friedrich Meinecke.57
Ahora bien, ¿hasta qué punto coincide la realidad de la historia con mi exposición? No entro aquí en el problema de la teoría del conocimiento (así como el de la estructura de nuestro aparato de percepción). He preguntado hasta qué punto, y no si coincide o no coincide. Pues cuando Wittgenstein dice de un axioma matemático que «no es axioma porque nos parezca evidente, sino porque admitimos la evidencia como prueba de verdad», y Einstein afirma que «las leyes de la matemática, en la medida en que se refieren a la realidad, no están demostradas, y en la medida en que están demostradas no se refieren a la realidad», ¿con cuánta mayor desconfianza no tendremos que considerar la historiografía?58
Todo historiador escribe dentro de un determinado sistema de referencia político y social, y eso se refleja de manera inconfundible en sus puntos de vista, e incluso en los mecanismos previos de selección que utiliza. Pues no hay ninguno que no «saque las cosas de su contexto», ya que no es posible hacerse con el objeto real, que es el pasado, con sus cadenas de acontecimientos sumamente complicadas y además no directamente accesibles para nosotros, con ese tejido gigantesco de ideas y de acciones, con esa multiplicidad de sucesos similares o contradictorios, de procesos, de relaciones: ¿quién sería capaz de reproducir objetivamente todo eso como quien saca un retrato al natural? Y no sólo hay que seleccionar, sino que además es preciso interpretar, ya que no sólo importa el tema histórico elegido sino también la manera de presentarlo (y no me refiero aquí a los aspectos formales, no porque no sean esenciales, sino porque son tan amplios y complicados que su discusión aquí llevaría demasiado lejos esta digresión): los medios lingüísticos empleados por el historiador en su exposición, el modelo narrativo, el género literario, el «tipo de representación», o dicho llanamente: su manera de «deformar», «alienar» y «violentar» el asunto, no necesariamente de mala fe, sino muchas veces con las mejores intenciones.
Como cualquiera que se dedique a escribir historia, en consecuencia, yo he seleccionado, por principio, he «sacado de contexto»…, el más absurdo de los reproches, dado que no puede hacerse de otra manera. Como cualquiera, he tenido que seleccionar dentro de mi tema. Como cualquiera, cuando presento a esos criminales coronados, no coronados o autocoronados, los obispos y papas, los generales y otros protagonistas de los negocios y de la historia (porque los negocios acaban por hacer historia), no reproduzco todos los detalles de sus biografías, las incidencias individuales, los problemas personales, las aventuras amorosas (todo lo cual, sin embargo, no deja de tener su importancia) o las alteraciones de la bilis, aunque su influencia sobre el acontecer macroscópico haya sido mayor de lo que se suele creer. Porque comúnmente, tales detalles no son conocidos, y aunque lo fuesen difícilmente podríamos calibrar en qué medida influyeron en la historia universal. En esto, como en otros muchos aspectos, quedan todavía oportunidades magníficas para toda clase de tesinas y tesis, e incluso cabría inaugurar una rama científica nueva: junto a la medicina forense tendríamos una medicina histórica (a no confundir con la historia de la Medicina, establecida desde hace bastante tiempo ya, y con no poco éxito por cierto), divisible en toda una serie de apartados y temas como: «Historia sistemática de la digestión de las cabezas coronadas y ungidas y su influencia sobre el Occidente cristiano, desde la querella de las investiduras hasta la guerra de los Treinta Años. Con un índice suplementario sobre las digestiones, los digestivos y los digestorios de todos los papas y antipapas de ese período».
Es posible que buena parte de la exposición anterior haya parecido demasiado teórica (el caso es que no se puede escribir historia si no es a partir de una teorización), o incluso demasiado escéptica. Sin embargo, hay motivos para el escepticismo, y no son pocos, aunque no vamos a llegar hasta el punto de capitular y decir que no creemos en nada.
Por otra parte, la fe cada vez menor, y no sin causa, en la posibilidad de alcanzar la objetividad histórica, no debe minar en ningún caso «la ética científica del historiador», ni conducir a la «decadencia de la racionalidad» (Junker/Reisinger).59 Más perjudica a esa ética, me parece, la pretensión de objetividad, porque tal pretensión necesariamente hipócrita sólo tiende a preservar «el fundamento de la ciencia histórica», que no es otro sino el carácter científico de esa disciplina, reiteradamente puesto en duda por muchos. A mí, en cambio, apenas me interesa esta cuestión; la verdad, o mejor dicho la probabilidad, me preocupa más que las ciencias que en nombre de la ciencia niegan la verdad. Además prefiero por principio la vida a la ciencia, sobre todo cuando ésta empieza a evidenciarse como una amenaza contra la vida en el más amplio sentido. A esto se suele objetar que no es «la ciencia» la culpable, sino algunos científicos (lo malo es que son muchos, a lo peor casi todos), argumento bastante similar al que afirma que no hay que echar a la cuenta del cristianismo los pecados de la cristiandad.
Todo esto no significa que yo sea partidario del subjetivismo puro, que no existe, como no existe la objetividad pura. Naturalmente, no niego la utilidad de las escalas de valores, de las referencias verificables, de las experiencias comunicables y reproducibles, del saber intersubjetivo y de los vínculos intersubjetivos. ¡Pero sí niego las interpretaciones intersubjetivas! Un filósofo de la historia como Benedetto Croce sabía muy bien por qué admitía los juicios subjetivos en la contemplación histórica: «por una razón irrebatible», y es que «no hay manera de excluirlos».60
Cuando decimos que en historia no sirve la rigidez lógica del silogismo, no afirmamos que no se deba razonar, ni que se deba razonar ilógicamente. Aunque muchas cosas, o todas, como quieren los escépticos más radicales, sean controvertibles, existe una posibilidad de acercarse más o menos a unos hechos históricos, y de aducir mejores o peores razones que justifiquen una determinada manera de contemplarlos (o no justifiquen, si son tan malas). Para citar la definición negativa de William O. Aydelotte: «La afirmación de que todos los juicios son inseguros no implica que todos sean inseguros en igual medida».61
A esto me atengo, así como a la convicción de que pese a toda la complejidad, al caos y a la confusión de la historia, es posible extraer algunas conclusiones generales, y destacar lo esencial, lo típico, lo decisivo. En una palabra, que es posible generalizar lo que suele ser discutido, negado o menospreciado por considerarlo demasiado especulativo o no demostrable; sin embargo, el historiador que no se limita a cultivar su disciplina por curiosidad de visitante museístico bien tiene que generalizar alguna vez, si pretende decir algo que valga la pena. Naturalmente, sin avanzar un paso más allá de lo que le consientan los datos que tenga a su disposición.62
Para que tales generalizaciones tengan fuerza concluyente, yo utilizo, entre otros métodos, el de la cuantificación, consistente en recopilar gran número de casos, variantes, datos comparables, siempre que sean relevantes y representativos. Escribir historia quiere decir destacar rasgos principales. Procedo por acumulación de material informativo. Ambas cosas, la generalización y la cuantificación, van necesariamente unidas.
Escasa capacidad de convicción tendría mi tesis del carácter criminal del cristianismo si para demostrarla me limitase a ofrecer algunos ejemplos. Pero, tratándose de una obra de varios tomos, nadie dirá que esos ejemplos sean aislados o poco concluyentes. Pienso, como Cicerón, que «la ley principal de la historiografía es que nadie se atreva a escribir cosa alguna que sea falsa». Pero donde Cicerón continúa («En segundo lugar, que nadie se atreva a dejar de escribir lo que sea verdadero, ya que daría lugar a sospechar que le mueve una parcialidad favorable o una enemistad») ,63 yo digo que en mi caso no hace falta que nadie se moleste en sospechar. Porque escribo «por enemistad»; la historia de aquellos a quienes describo me hizo enemigo de ellos. Y no me consideraría refutado por haber omitido lo que también era verdadero, sino únicamente cuando alguien demostrase que he escrito algo falso.
Ahora bien, y para aludir brevemente a la estructura de la obra, como todo esto se escribió con el propósito justificable de prestar un servicio a aquellas personas que dispongan de poco o ningún tiempo que dedicar a la investigación personal acerca del cristianismo, he procurado exponer con la mayor claridad posible, en los diversos tomos y capítulos, todos estos hechos y acontecimientos, junto con los paralelismos y las relaciones causales que he creído advertir, y las conclusiones que extraigo de ellos: por orden cronológico a menudo, con cierta sistematización, tratando de destacar expresamente los aspectos más importantes, con cesuras o divisiones intencionadas entre distintas temáticas o entre distintos períodos, resumiendo en algunos puntos, introduciendo en otros una ojeada panorámica, retrotrayéndome a un pasaje anterior, añadiendo digresiones. En fin, todo lo que suele hacerse para facilitar la lectura y la visión general del asunto.
Criticar es fácil, según una opinión corriente; lo dicen sobre todo quienes por oportunismo, por indolencia o por incapacidad jamás han intentado criticar nada en serio. No faltan los que opinan que eso de criticar está muy mal…, sobre todo cuando los criticados son ellos, aunque esto último no lo confesarían jamás. Muy al contrario, afirman siempre que no tienen nada en contra de la crítica, que todas las críticas son bien recibidas pero, eso sí, siempre y cuando sean críticas positivas, constructivas, y no críticas negativas y deletéreas. Entendiéndose siempre que la crítica constructiva es aquella que no profundiza demasiado, o mejor aún si sólo es crítica en apariencia, procedente de aquellos que, en el fondo, están de acuerdo con nosotros. En cambio, se juzga «negativo», «estéril», «condenable», el ataque que apunta a los fundamentos con intención de destruirlos. Cuanto más convincente sea dicho ataque, más se expondrá su autor a verse denigrado…, o silenciado.
Los círculos clericales son los más sensibles a la crítica. Precisamente los mismos que dicen «no juzgues, y no serás juzgado», pero consignan al infierno cuanto no les interesa, los mismos cuya Iglesia gusta de presentarse como la principal instancia moral del mundo, tal como viene haciendo desde hace siglos y seguirá haciendo todavía, ésos son los que más se indignan cuando ven que alguien quiere tomarles la medida y juzgarlos a ellos; y cuanto más agudo sea el juicio y más aplastante el veredicto, más grande es su ira y su furor. Sólo que esa ira y ese furor (a diferencia de las pasiones que conmueven a los demás mortales) son santa ira y santo furor, «furor ordenado», cómo no, que según Bernard Háring, gran entendido en moral, es «una fuerza indudablemente útil que ayuda a superar los obstáculos que se oponen al bien, a conseguir nuestro objetivo, ciertamente elevado pero difícil. El enamorado que no es capaz de enojarse no tiene sangre en las venas [!]; pero si amamos el bien enardecidamente, con todas nuestras energías anímicas y corporales, no serán menores nuestras energías en el momento en que debamos oponernos al mal. Porque no es lo propio del cristiano soportar los males con pasividad, sino alzarse contra ellos con valor y haciendo acopio de todas las fuerzas. Y entre éstas figura también la capacidad de enojarse».64
Con inflamada indignación se alzan esos círculos, precisamente, contra «la manía de juzgar» (Aitmeyer), y dan muestras de su escándalo con ribetes «científicos» cuando un autor, habráse visto, se atreve a «valorar», cuando «el historiador, reconocida su incapacidad en tanto que moralista, asume el papel de fiscal», cuando «cae en la tentación» de «extremar el rigorismo de su perspectiva», cuando se hunde «en las simas del maximalismo idealista», o adopta «la fraseología forense», y todo ello sin preocuparse del «tradicional problema historiográfico de la practicabilidad de las exigencias éticas» (Volk, S.J.).65
¿Acaso no es grotesco que los representantes juramentados de un culto mistérico ancestral, los que creen en trinidades, ángeles, demonios, infiernos, partos de vírgenes, asunciones celestes de un cuerpo real, conversiones del agua en vino y del vino en sangre, quieran impresionarnos con su «ciencia»? ¿Que el jesuíta Volk (a quien la regla decimotercera de su orden impone creer «que lo que yo tengo por blanco no es tal, sino negro, si lo manda la jerarquía eclesiástica») pueda presumir de un «espíritu de lúcida independencia y objetividad»? ¿Y no será el colmo de lo grotesco que personajes semejantes sigan recibiendo los honores del propio mundo científico?66
Pero son ellos precisamente quienes, al tiempo que condenan los juicios de valor y el pretender erigirse en fiscal (por parte de otros), más abusan del farisaico lugar común, sobre todo en los libros de historia, de que tal cosa y tal otra hay que entenderlas «teniendo en cuenta el espíritu de la época» (Dempf); durante el imperio romano tardío, por ejemplo, la aplicación de leyes contra el bandidaje a los «herejes» convictos, o mejor dicho toda la política eclesiástica de los emperadores de ese período, «o también —como agrega el mismo Dempf, siempre tan servicial — como en el período comparable de nuestra cultura occidental [!], la época de las guerras de religión, o sea, digamos, de 1560 a 1648».67 De todo eso y mucho más, incluyendo el tiempo transcurrido entre esas dos épocas, se nos invita a hacernos cargo en nombre del «espíritu de la época», para que lo comprendamos y disculpemos. En particular, los teólogos historiadores de la Iglesia se ven obligados a utilizar con asiduidad estos argumentos, que no sería lícito rechazar siempre o por principio, atenuantes, exculpatorios o absolutorios. Ellos dicen que hay que comprender, lo explican, nosotros lo comprendemos, y una vez comprendidas así las cosas desde «el espíritu de la época», dejan de parecemos tan graves, empieza a parecemos que no pudieron ser de otro modo; al fin y al cabo, ¿no obedece toda la historia a la voluntad del Señor?
En 1977, el teólogo Bernhard Kótting declaró ante la Academia de Ciencias de Renania-Westfalia que no sería justo exigir hoy que los obispos de la época constantiniana «hubieran solicitado al emperador un trato igual para todos los grupos religiosos, obedeciendo al espíritu de la caridad cristiana pongamos por caso. Eso sería querer determinar desde nuestros criterios actuales el horizonte espiritual en que vivían los hombres de la Antigüedad, y proyectar nuestras ideas actuales sobre la legitimidad del poder político hacia el siglo IV de nuestra era».68
Tal argumentación, expuesta en nombre de la perspectiva histórica, es precisamente un insulto a dicha perspectiva y es absurda por más de un motivo. En primer lugar, la Antigüedad pagana había sido bastante tolerante en asuntos de religión. En segundo lugar, fueron precisamente los autores cristianos de los siglos u, III y comienzos del IV quienes reclamaron con mayor apasionamiento la libertad de cultos, y ello en nombre del «espíritu de la caridad cristiana». Y en tercer lugar ¿qué valor hemos de asignar a ese «espíritu de la caridad cristiana», sabiendo que ha sido constantemente postergado en el siglo IV como en todos los demás transcurridos desde entonces, sin olvidar el siglo XX (sus dos guerras mundiales, su guerra del Vietnam), ya que seguramente ahora los cristianos no viven en el horizonte espiritual de la Antigüedad, pero tampoco en el «espíritu de la caridad cristiana». ¡No existe la proyección de nociones anacrónicas que se denuncia! En ninguna época los poderosos (del Estado y de la Iglesia) hicieron el menor caso del «espíritu de la caridad cristiana», invocado siempre sobre el papel, única y exclusivamente, pero siempre abyectamente traicionado en la realidad. Ése es el espíritu de la época que hay que considerar, en todas las épocas idéntico a sí mismo, y lo demás son trampas para incautos. Pero el «espíritu de la época», siempre útil a toda aplicación apologética, anida en las mentes queriendo disculpar, queriendo quitar hierro. El mismo Goethe ironizaba sobre esto en su Fausto:
Lo que llamáis espíritu de los tiempos,
en el fondo no es sino el espíritu de los amos.
Si no nos vale el testimonio del poeta, por notoriamente anticristiano y no poco anticlerical, acudamos al de san Agustín: «Corren malos tiempos, tiempos miserables, dice la gente. Dejadnos vivir bien, y sean buenos los tiempos. Porque nosotros mismos somos los tiempos que corren; tal como seamos nosotros, así será nuestro tiempo».69 En otros sermones suyos, San Agustín reiteró esta idea de que no hay por qué acusar a los tiempos ni al «espíritu de la época», sino a los mismos humanos que (como los historiadores de hoy mismo) acusan de todo a los tiempos que corren, a la época miserable, difícil y turbia. Porque «el tiempo no ofende a nadie. Los ofendidos son los hombres, y otros hombres son los que infligen las ofensas. ¡Oh dolor! Se ofende a los hombres, se les roba, se les oprime, y ¿por obra de quién? No de leones, no de serpientes, no de escorpiones, sino de los hombres. Y así viven los hombres el dolor de las ofensas, pero ¿no harán ellos mismos otro tanto, así que puedan, y por mucho que lo hayan censurado?».70
San Agustín sabía muy bien de qué hablaba, pues la última frase de la cita le cuadra perfectamente a él mismo (véase el capítulo 10). Por otra parte, y a diferencia de Voltaire, yo no estoy tan convencido de que exista una raison universelle imperecedera. Ni tampoco transfiero al remoto pasado las ideas ni las escalas de valores de la actualidad, hábito mental al que Montesquieu llamó con razón, aunque no sin cierta exageración, «la más terrible fuente del error».71 En toda época, sin embargo, al menos durante los últimos dos mil años, las rapiñas, los homicidios, la opresión, las guerras, fueron tenidas por lo que eran y son; no deberíamos olvidarlo, y menos que nadie los cristianos. Por- que ellos habían recibido a través de los Sinópticos el mensaje de Jesús, indiscutiblemente pacifista y social, y los encendidos llamamientos al «comunismo del amor» de los padres y doctores de la primera Iglesia, hasta bien entrado el siglo iv. En una palabra, el mundo fue  haciéndose cada vez más cristiano…, y cada vez peor, en muchos aspectos. Porque el cristianismo se funda en una serie de mandamientos, el del amor al prójimo, el del amor al enemigo, el no robarás, el no mataras; pero también se funda en la astucia, para no respetar ninguno de esos mandamientos.
Como esto, en el fondo, no pueden negarlo los apologistas, nos objetan que algunas veces (es decir, todas las veces que fue necesario, cualquiera que sea el período histórico que consideremos) los protagonistas «no eran cristianos verdaderos». Pero veamos, ¿cuándo hubo cristianos verdaderos? ¿Lo fueron los sanguinarios merovingios, los francos tan aficionados a expediciones de saqueo, las mujeres déspotas del período lateranense? ¿Fue cristiana la gran ofensiva de las cruzadas? ¿Lo fueron la quema de brujas y de herejes, el exterminio de los indios, las persecuciones casi bimilenarias contra los judíos? ¿La guerra de los Treinta Años? ¿La primera guerra mundial? ¿La segunda, o la del Vietnam? Si todos ésos no fueron cristianos, ¿quién lo ha sido?
En cualquier caso, el espíritu de los tiempos no ha sido siempre el mismo en cada época concreta.
Mientras los cristianos iban propagando sus Evangelios, sus creencias, sus dogmas, mientras transmitían su infección a territorios cada vez más extensos, hubo no pocos hombres, como los primeros grandes debeladores del cristianismo, Celso en el siglo II y Porfirio en el III, que supieron alzar una crítica global y aplastante, cuyas razones todavía hoy consideramos justificadas, como admiten incluso, todo hay que decirlo, los teólogos cristianos del siglo XX.
Pero no eran los paganos los únicos que se rebelaban contra la doctrina cristiana. En la misma época en que se vivía y moría por la fe en el dogma de la Trinidad, judíos y musulmanes lo rechazaban calificándolo de provocación inadmisible; tanto éstos como aquéllos veían en la paradoja del Dios hecho hombre un absurdo, una «injusticia», una «ofensa». Por lo que toca a las doctrinas rivales acerca de la doble naturaleza, el filósofo y místico islámico Al Ghazali (1059-1110) no lograba distinguir en los argumentos de los monofisitas, los nestorianos, los ortodoxos; sólo veía manifestaciones «incomprensibles, tal vez de pura necedad y pobreza de espíritu».72
Al igual que en los pensamientos, las personas de una misma época difieren asimismo en las obras.
Mientras el cristianismo se hacía culpable de tropelías espantosas, el budismo, que no tuvo nunca en la India una Iglesia organizada al estilo occidental, ni autoridad central dedicada a homologar la fe verdadera, daba muestras de una muy superior tolerancia. Los creyentes no sacerdotes no contraían ningún compromiso exclusivo, ni eran obligados a abjurar de otras religiones, ni se convertía a nadie por la fuerza. Muy al contrario, su amplitud de miras frente a las demás confesiones de otros países fue precisamente uno de sus «rasgos característicos» (Mensching).73
Sus virtudes pacificadoras pueden observarse, por ejemplo, en la historia del Tíbet, cuyos habitantes, nación guerrera entre las más temidas de Asia, se convirtieron en una de las más pacíficas bajo la influencia del budismo. En ese país, pese a su profunda religiosidad y a la existencia de una jerarquía sacerdotal bien organizada, reinó la tolerancia más absoluta entre toda clase de creencias y de sectas. Con razón escribe el lama budista Anagarika Govinda: «Las religiones que admiten plenamente la individualidad humana con todos sus derechos, se convierten automáticamente en impulsoras de la humanidad. Por el contrario, las que elevan la pretensión de poseer la verdad en exclusiva, o las que desprecian el valor del individuo y de las convicciones individuales, amenazan convertirse en enemigas de la humanidad, y ello en la misma medida en que la religión pase a convertirse en cuestión de poder político o social».74
El espíritu del tiempo ni siquiera imperaba sin límites entre los cristianos; ¡no todos estaban ciegos! Así, el gran trovador Peire Cardinal ironizaba sobre Hugo de Monfort y su epitafio: «Cuando uno mató gente, derramó sangre, condenó almas, instigó asesinatos, anduvo en consejo de reprobos, incendió, destruyó, violó, usurpó tierras, destripó mujeres y degolló niños, entonces dicen que mereció la corona de los Cielos y brillará allí para siempre».75 Durante el siglo XIII llegó a desarrollarse toda una literatura satírica contra las cruzadas, como en estos sarcasmos del francés Ruteboeuf:
 Que se atiborren de vino primero
 y duerman ebrios junto al fuego,
luego tomen la cruz con hurra y alegría
y asila cruzada veréis que ha comenzado,
que mañana, con la primera luz del día,
en desbandada y deshonor habrá terminado.76
Quiere decirse que no todo el mundo andaba poseído del espíritu de su época, ni privado de la facultad crítica y de la capacidad para comparar, verificar y juzgar. En todos los siglos existió una conciencia moral, incluso entre cristianos, y no menos que entre «herejes». ¿Por qué no habríamos de aplicar al cristianismo su propia escala de medida bíblica, o en ocasiones incluso patrística? ¿No dicen ellos mismos que «por sus frutos los conoceréis»?
Como cualquier otro crítico social yo soy partidario de una historiografía valorativa. Considero la historia desde un compromiso ético, que me parece tan útil como necesario, de «humanisme historique». Para mí, una injusticia o un crimen cometidos hace quinientos, mil, mil quinientos años son tan actuales e indignantes como los cometidos hoy o los que sucederán dentro de mil o de cinco mil años.
Escribo, por tanto, con intencionalidad política, que no es otra sino la ilustrada y emancipadora. Siempre estaré más cerca de la «histoire existentielle» que de la «histoire scientifique». Y la cuestión, últimamente muy debatida, de si la historia es o no una ciencia (cosa que ya negaban Schopenhauer y Buckie), apenas me preocupa. Los esfuerzos (casi diría los esguinces) polémicos de muchos historiadores profesionales, deseosos de probar el carácter científico de su disciplina, me parecen sospechosos, y muchas veces no tan «científicos» como «demasiado humanos». Mientras exista el género humano habrá historia; qué nos importa que se le reconozca el predicado de científica o no. Tampoco la teología es una ciencia (si lo fuera, sería la única que no consigue averiguar nada acerca del objeto de sus investigaciones; al menos los historiadores se salvan de ese reproche), pero tiene más cátedras que otras disciplinas que sí lo son. Al menos, en Alemania federal y durante el séptimo decenio del siglo XX, había en Würzburg diez cátedras para 1.149 estudiantes de ciencias político-sociales, y dieciséis cátedras para 238 futuros teólogos. Más aún, en Bamberg, el Estado federal de Baviera, gobernado por los socialcristianos, financiaba once plazas de número para treinta estudiantes de teología. Es decir, más profesores numerarios para treinta futuros expertos en asuntos de tejas para arriba (si no abandonaban antes la carrera) que para 1.149 estudiantes de otras ciencias no tan orientadas al Más Allá.77
Tengo para mí que la historia (y habrá bastado el ejemplo anterior, que no es sino una gota en un océano de injusticias) no puede cultivarse sine ira et studio. Sería contrario a mi sentido de la equidad, a mi compasión para con los hombres. El que no tiene por enemigos a muchos, es enemigo de toda humanidad. Y quien pretenda contemplar la historia sin ira ni afectación, ¿no se parece al que presencia un gran incendio y ve cómo se asfixian y abrasan las víctimas sin hacer nada por salvarlas, limitándose a tomar nota de todo? El historiador que se aferra a los criterios de la ciencia «pura» es forzosamente insicero. O quiere engañar a los demás, o se engaña a sí mismo. Diría más, es un delincuente, porque no puede haber delito peor que la indiferencia. Ser indiferente es facilitar el homicidio permanente.
Estos juicios, que quizá parezcan extravagantes o excesivamente severos, son consecuencia del doble sentido de la noción de historia, que se refiere tanto al suceso mismo como a la descripción de lo sucedido, res gestae y rerum gestarum memoriae. Y la historiografía no es sólo grafía sino también historia, parte de la misma, puesto que no se limita a reflejarla, bajo el matiz que sea; el historiador hace historia también. Importa tener presente que la reflexión deriva en acción, que influye en las ideas y en los actos de los humanos, de sus dirigentes y corruptores, influencia que en algunos casos ha podido ser determinante. En consecuencia, toda historiografía reviste tres aspectos: «narra la historia, es historia y hace historia» (Beumann).78
Los historiadores nunca han dejado de tener una opinión excelente acerca de ellos mismos. La misma ha ido mejorando en el decurso del tiempo y nunca ha estado tan hipertrofiada como hoy, pese a todos los déficits teóricos, escrúpulos metodológicos, titubeos y autojustificaciones, pese a la diversidad de escuelas historiográfícas rivales, para no hablar de los ataques externos. «El lugar de la historia préterita-desnaturalizada es la cabeza del historiador. De la historia real, no puede conservarse en aquélla sino su contenido» (Junker/Reisinger). En el siglo XX, precisamente, los historiadores han llegado a creerse protagonistas de la historia, hasta el punto que justifican la crítica de Edward Hallet Carr: «Historia es lo que hace el historiador».79
Sin embargo, esto sólo es una parte de la, verdad. Es más importante recordar que, por lo general, se hace historia a favor o en contra de los hombres, que siempre ha gobernado una minoría para la mayoría y en contra de ella, en contra de las masas dolientes y pacientes. La regla es que la historia política se funda en el poder, en la violencia, en el crimen; y por regla general también, esto no sólo lo silencia la mayoría de los historiadores, sino que muchos prefieren alabarlo, como siempre, al servicio de los potentados y del espíritu de los tiempos. Por tanto, también es regla que la historiografía no tiende a mejorar la política, sino que por lo general «se deja corromper por ella» (Ranke)…, y la corrompe a su vez. Pues así como sería posible hacer la política en favor de la mayoría, pero más comúnmente se hace en contra de ella, también la historiografía procede en contra de ella. A nosotros, en cambio, lo que nos importa no es la revolución en el trono, sino el destino de los hombres, como dijo Voltaire. Muchos historiadores, en vez de decirse homo sum como era su deber, prefirieron dedicarse a la descripción de batallas. Y si conserva hoy su validez la sentencia de san Juan Crisóstomo, «el que elogia el pecado es más culpable que el que lo comete», entonces los que elogian los crímenes de la historia y ensalzan a los criminales, ¿no son incluso peores que éstos?80
Lo cual nos obliga a plantearnos la cuestión siguiente: ¿Qué es crimen? ¿Quiénes son criminales?
Para responder a eso no voy a citar el Código Penal, teniendo en cuenta que tales códigos tienden siempre a la reproducción de lo socialmente establecido, a expresar la ideología del Establishment, por cuanto se escriben bajo la influencia de la minoría dominante y en contra de la mayoría dominada. Yo me fundo en la communis opinio, a la que no es del todo ajena la ciencia jurídica cuando establece que es homicida el que mata a otro intencionadamente, sobre todo cuando lo hace por motivos «bajos», como quitarle sus bienes o ponerse en su lugar, por ejemplo. Sólo que la Justitia hace una gran diferencia entre matar a uno o matar a millones: sólo lo primero es crimen. Y también hace diferencia entre matar a millones y robar millones: sólo lo segundo es justiciable. Para mí, esa «justicia» no es digna de su nombre.
Pero el sentido común, que pretende tener claro quién es un criminal, también cree saber bien a quiénes convierte en héroes. ¿Quién habrá contribuido más a ello, después del Estado y de la Iglesia, sino la historiografía? En la mayor parte de las fuentes relativas a nuestra era ha predominado la tradición de los opresores, y ha sido ignorada la de las capas oprimidas. Se presenta bajo la luz más favorable a los actores de la historia, al reducido grupo de los déspotas que la hicieron; los lomos que la soportaron quedan en la oscuridad, siempre o casi siempre. De tal manera que la influencia de la historiografía, sobre todo la de los últimos siglos, puede tildarse de catastrófica. No fue hasta 1984 cuando Michael Naumann demostró en su trabajo El cambio estructural del heroísmo que, desde la época absolutista, «el poder político, las instituciones sociales, la historia y la identidad nacional tienden a “condensarse” y “personificarse” en la figura del héroe nacional», que también las masas han interiorizado los actos de tales héroes como «existencialmente representativos» y «dignos de emulación», y que «siempre han sido los historiadores los primeros en presentar como “héroes” a estos personajes».81
Ahora bien, el heroísmo, y sobre todo el heroísmo político, suele ser más a menudo la mala disposición que quiere la ruina de otros, que la buena disposición para el autosacrificio. Y si Jean Paúl dijo que la historia no sólo era la novela más verídica que jamás hubiera leído, sino también la más hermosa, seguramente no llegaremos a saber nunca qué razones tendría para decirlo. Ni tampoco por qué Goethe («en una de sus manifestaciones más conocidas», según Meinecke) afirmó que lo mejor que nos queda de la historia es el entusiasmo que ella suscita. La historia del intelecto, no diré que no. La historia del arte, indudablemente. Pero, ¿la política? ¿Esta canción malsonante?82
Sea como fuere, tenemos que Thomas Cariyie, «el virrey de Goethe en Inglaterra» presenta la Historia universal, en su obra programáticamente intitulada Los héroes y el culto del héroe {Héroes ana Hero Worship) como la historia de los grandes hombres. O lo que es lo mismo, la fuerza como fuente de la legitimidad. En ello ha coincidido la inmensa mayoría de los historiadores profesionales, a los que realmente deberíamos llamar historiadores del Estado y que, en gran parte, no son sino funcionarios estatales que adoran a esos «grandes» hombres igualmente dotados para el mal como para el bien, a tal punto que el historiador Treitschke, hijo de un general de Sajonia, llegó a censurar la lucidez moralizante que «sólo concibe la grandeza como lo opuesto al desafuero».83
Ni siquiera una cabeza tan clara como la de Hegel consiguió ver la cuestión de otro modo; pero esto no debe sorprendernos, tratándose de un intelecto que por su parte se creía en posesión de la verdad absoluta (en contradicción con el sistema desarrollado por él mismo), que se tenía por un fiel «cristiano luterano» y que en su Filosofía de la historia identificó a ésta con la revelación divina; que, por otra parte y como máximo panegirista de la autoridad estatal en su versión más intolerante, rechazó todo lo marginal, todo lo diferente, como en el caso de «la demencia de la nación judía», en algunos pasajes llamada «incompatible […] con las demás naciones», y que reserva todo su odio para los débiles y contestatarios, a los que llama «miembros gangrenados», «seres próximos a la descomposición», al tiempo que desaprueba las políticas «de paños calientes» y las «medidas suaves», como apologista que fue de la violencia, de «proceder con la máxima intransigencia», que recomendaba que el Estado debía justificarse a sí mismo «por medio de la violencia» a fin de obtener «la sumisión del hombre a la autoridad». En cuanto a «esa chusma del pueblo alemán», sería preciso reuniría en una masa «mediante la violencia de un conquistador», para obligarla a «comportarse como corresponde a Alemania». «Así, todos los grandes Estados se crearon por la violencia superior de los grandes hombres»; en coherencia con ello, para Hegel la paz, y no hablemos de la idea kantiana de la paz permanente, es una pesadilla, ya que, a largo plazo, significaría «el apoltronamiento de la humanidad» e incluso «la muerte». En cambio, la guerra tiene la «significación superior» de servir para «preservar la salud moral de los pueblos, lo mismo que el movimiento de los vientos impide que se estanquen las aguas del mar». En cuanto al «estamento militar», Hegel dice sin rodeos que «le incumbe el deber […] de sacrificarse». Ahora bien, el sacrificio (a veces eüfemísticamente llamado «abnegación») «en pro de la individualidad del Estado» es también deber general. La obediencia es el principio de toda sabiduría, como dijo ya san Agustín…, y en efecto, ese principio conduce muchas veces a la muerte «heroica». «El verdadero valor de los pueblos cultos [!] es la disposición para sacrificarse al servicio del Estado», y ya que los Estados se reconocen los unos a los otros incluso durante las guerras, y que «incluso en la guerra misma la guerra se determina como una situación pasajera», Hegel concluye que «la guerra moderna es más humana, ya que no se enfrentan personas alzadas en odio contra personas», típica idea cristiana por cierto, casi como de cura de regimiento; si Hegel hubiese conocido la posibilidad de una guerra atómica-bacteriológica-química, sin duda habría visto bellamente confirmadas sus previsiones. Dios se encarga de que todo se presente en su punto: «La humanidad necesitaba de la pólvora, y la pólvora fue inventada». La humanidad necesitaba de un Hegel, y hete aquí que apareció el maestro. Necesitaba guerras más humanas, y no le faltaron. No hay nada comparable a un pensador impertérrito, capaz de escribir incluso que los actores de la historia «merecieron la fama por hacer lo que hicieron como lo hicieron. No se podría decir cosa peor del héroe, sino que actuó inocentemente, porque el honor de los grandes caracteres consiste en soportar las culpas», en efecto, mientras que la culpabilidad vergonzosa queda reservada para los «pequeños»; a éstos, cuando son culpables, y a veces aunque no lo sean, les toca la cárcel, el nudo corredizo o la silla eléctrica. A los grandes criminales, en cambio, el elogio de los historiadores y de los filósofos de la historia.84
No falla; si generaciones enteras han tenido maestros así, ¿cómo ha de extrañarnos que se dejaran seducir por el primer aventurero que les deparase la historia? ¿No andarían mejor los asuntos de la humanidad, y también los de la historia, si los historiadores (y las escuelas) iluminasen y educasen basándose en criterios más éticos, condenando los crímenes de los soberanos en vez de alabarlos? Pero la mayoría de los historiadores prefieren difundir las heces del pasado como si hubieran de servir como abono para los paraísos del porvenir. La historiografía alemana, sobre todo, se encargó de colaborar al mantenimiento de las formas históricas tradicionales así como de las sociales, a la reproducción del «orden» existente (un orden que no es en realidad sino caos social y guerra continua, interna y externa), en vez de contribuir a derribarlo. La historiografía alemana, sobre todo, vinculó su suerte al apriorismo nacionalista. A partir del siglo XIX, entra en el remolino de la idea del Estado nacional, del optimismo patriótico y de la fe en la construcción nacional. Ella padeció desde luego esas tendencias en mayor medida que la historiografía de otros países, pero también contribuyó lo suyo a configurarlas. En cambio, la vinculación entre los procesos políticos y los sociales, es decir la historia social (que va a desempeñar un papel importante en esta obra, y que había tomado un impulso considerable a partir de finales del siglo xix), ha preferido ignorarla y casi proscribirla, porque se entendía que «nuestro Estado, nuestra política de gran potencia, nuestra guerra, están al servicio de los bienes superiores de nuestra cultura nacional», que Alemania «representa la idea de la nación en su forma más elevada» y el enemigo, por el contrario, «el nacionalismo más brutal», como afirmaba en tiempos de la primera guerra mundial Friedrich Meinecke, más tarde convertido al liberalismo de izquierdas. Y todavía después de lo de Hitler, cuando algunos empezaron a abrir los ojos, la gran mayoría de los historiadores, y no sólo dentro de nuestras fronteras (cada vez más reducidas, como resultado de aquella misma política de gran potencia), aunque desengañados de la idealización y la adoración del Estado, no obstante quieren seguir justificándolo y defendiéndolo, y ni siquiera en la historiografía alemana más reciente hallamos apenas criterios «científicos», sino la proyección de determinados intereses de la actualidad hacia el pasado, lo que ha dado lugar a «las tendencias claramente restaurativas de la historia alemana de posguerra», según Groh.85
Continúan bien arraigados en las mentes, y por desgracia no sólo en las de los historiadores, el nacionalismo político, ahora llamado «europeísmo» (que no es sino un nacionalismo ampliado para peor) y la mentalidad de gran potencia: el imperialismo, en una palabra. Es casi repugnante leer siempre las mismas justificaciones por parte de los eruditos, tanto los eclesiásticos como los no eclesiásticos e incluso los antieclesiásticos.
 Ejemplo de ello, para citar sólo uno, es la glorificación cotidiana de Carlomagno (o Carlos el Grande), un héroe casi universalmente encomiado hasta alturas celestiales: el mismo que durante sus cuarenta y seis años de reinado y perpetuas guerras emprendió casi cincuenta campañas y que saqueó todo lo que pudo en los cientos de miles de kilómetros cuadrados de su imperium Christianum (Alcuino), su regnum sanctae ecclesiae (Libri Caroliní), en virtud de cuyos méritos fue elevado a los altares en 1165 por Pascual III, el antipapa de Alejandro III, siendo confirmada la canonización por Gregorio IX y no anulada por ningún papa posterior, que yo sepa; durante mi infancia, yo todavía celebraba mi onomástica en la fecha de «San Carlos el Grande».
 Naturalmente, los historiadores no dicen que un hombre de ese calibre fuese un saqueador, un incendiario, un homicida, un asesino y un cruel tratante de esclavos; el que escribe en esos términos se desacredita ante el mundo científico.86 Los investigadores auténticos, los especialistas, usan otras categorías muy distintas; las peores expediciones de saqueo y los genocidios de la historia vienen a llamarse expansiones, consolidación, extensión de las zonas de influencia, cambios en la correlación de fuerzas, procesos de reestructuración, incorporación a los dominios, cristianización, pacificación de tribus limítrofes.
Cuando Carlomagno sojuzga, explota, liquida cuanto encuentra a su alrededor, eso es «centralismo», «pacificación de un gran imperio»; cuando son otros los que roban y matan, son «correrías e invasiones de los enemigos allende las fronteras» (sarracenos, normandos, eslavos, avaros), según Kámpf. Cuando Carlomagno, con las alforjas llenas de santas reliquias, incendia y mata a gran escala, convirtiéndose así en noble forjador del gran imperio franco, el católico Fleckenstein habla de «integración política» e incluso viene a subrayar que no se trataba «de una empresa extraordinaria […], sino de una operación que implicaba una misión permanente». Nada más cierto. Lo que pasó fue que «el Occidente», según Fleckenstein (pero casi todos los historiadores escriben así), «no tardó en dilatarse más allá de la frontera oriental de Alemania», terminología que tiende a evocar un fenómeno de la naturaleza o de la biología, el crecimiento de una planta o el desarrollo de un niño… Algunos especialistas usan expresiones incluso más inocuas, pacíficas, hipócritas, como Camill Wampach, catedrático de nuestra Universidad de Bonn; «El país invitaba a la inmigración, y la región limítrofe de Franconia daba?; habitantes a las tierras recién liberadas» ,87
 Sin embargo podríamos describir con más lucidez lo que ocurrió en realidad, y ni siquiera sería necesario que padeciese por ello la «grandeza»: «El emperador Carlos fue grande como conquistador. Ahora se le planteaba la misión aún más grande de crear un nuevo orden allí donde, hasta entonces, sólo se había presentado como destructor». Así es: primero se destruye, después se edifica un «nuevo orden». Y partiendo de ese «nuevo orden», salimos otra vez de nuestras fronteras, o bien para seguir «renovando el orden», lo que desde luego nos obliga a seguir presentándonos como destructores, o si eso no fuese posible, para continuar con las escaramuzas fronterizas; lo que importa en todo caso, es seguir creciendo.88
 Acabo de citar una antigua Historia del obispado de Hildesheim (1899), cuyo autor es un clérigo no del todo desconocido, el canónigo Adolf Bertram, caracterizado por «el realismo de los oriundos de la Baja Sajonia» (Volk, S.J.). Tan grande fue su realismo que, no conforme con celebrar la grandeza de Carlomagno, y en su dignidad ulterior de cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, no desdeñó la oportunidad de saludar a un nuevo conquistador y creador de un nuevo orden en el sur, en el oeste y en el este que, si no ha sido elevado a los altares tampoco nos consta que fuese excomulgado: Adolf Hitler, cuya anexión de Austria fue aprovechada por el primado Bertram «para expresar con el debido respeto mi felicitación y mi gratitud […] cuyo fin he dispuesto un solemne redoble de campanas para el próximo domingo». Y que todavía el 10 de abril de 1942 aseguraba «al excelentísimo Caudillo [Führer] y Canciller del Reich» que los obispos alemanes elevaban sus oraciones «por la continuación de vuestros éxitos victoriosos en la guerra […]».
 Y es que los príncipes de la Iglesia, realistas o no, estuvieron siempre que pudieron al lado de los grandes aventureros de la historia, como más adelante iremos viendo, en la medida en que a éstos (al principio) suele sonreírles el éxito. Nada impresiona tanto a los príncipes de la Iglesia como el éxito (aunque luego, a toro pasado, suelen apuntarse a la resistencia). Así, un partidario tan frenético de la primera y segunda guerras mundiales como el cardenal arzobispo de Munich Freising, el «resistente» Faulhaber, pudo afirmar que «cuando el mundo sangra por mil heridas y las lenguas de los pueblos se confunden como en Babel, entonces ha sonado la hora de la Iglesia católica». Pero ya en el siglo V (cuando san Agustín se había declarado abierto partidario de la guerra, aunque fuese la guerra ofensiva), el patriarca Teodoreto decía que «los hechos de la historia nos demuestran que la guerra nos favorece más que la paz».89
 Incluso un historiador tan importante y tan crítico para con la Iglesia como Johannes Haller se entusiasma (en 1935, dicho sea de paso) con «las hazañas del gran rey Carlos» y afirma sin rodeos que «la sumisión de los sajones era para el imperio franco una necesidad, a los efectos de la seguridad nacional, y que sólo podía llevarse a cabo por medio de la violencia sin contemplaciones, es decir que la razón no estaba del todo con los sajones. Además no hay que olvidar que se trataba de incorporar un pueblo primitivo a un Estado ordenado, es decir, de extender el imperio de la civilización humana [.. .]».90
 Debemos entender, pues, que allí donde la historia se produce «por medio de la violencia sin contemplaciones», se está extendiendo «el imperio de la civilización humana». Evidente, y así hemos continuado desde entonces en todas partes, en Europa, en América, sobre todo bajo la enseña del cristianismo: explotación interminable y descarada, y una guerra tras otra, pero…, no exageremos, hasta que por fin llegamos a la posibilidad de que desaparezca Europa o la humanidad entera, cuando el jesuíta Hirschmann reclama «el valor necesario para arrostrar el sacrificio del rearme nuclear, dada la situación actual, incluso ante la perspectiva de la destrucción de millones de vidas humanas», y Gundiach, también jesuíta, se plantea incluso la destrucción del mundo, «ya que, por una parte, poseemos la seguridad de que el mundo no será eterno, y por otra parte nosotros no somos responsables de su fin», contando desde luego con la aprobación del papa Pío XII, que consideraba lícita incluso la guerra atómica bacteriológica-química contra «los delincuentes sin conciencia». Todo esto bajo el signo de la «extensión del imperio de la civilización humana». Confesemos, pues, que no se trataba de pacificar naciones primitivas en defensa de un Estado ordenado, sino de la lucha despiadada del más fuerte contra el más débil, del más corrompido contra el (tal vez) menos corrupto. La ley de la selva, en una palabra, que es la que viene dominando en la historia de la humanidad hasta la fecha, siempre que un Estado se lo propuso (u otro se negó a someterse), y no sólo en el mundo cristiano, naturalmente.91
 Porque, como es lógico, no vamos a decir aquí que el cristianismo sea el único culpable de todas esas miserias. Es posible que algún día, desaparecido el cristianismo, el mundo siga siendo igualmente miserable. Eso no lo sabemos; lo que sí sabemos es que, con él, necesariamente todo ha de continuar igual. Es por eso que he procurado destacar su culpabilidad en todos los casos esenciales que he encontrado, procurando abarcar el mayor número posible de ellos pero, eso sí, sin exagerar, sin sacar las cosas de quicio, como podrían juzgar algunos que, o no tienen ni la menor idea sobre la historia del cristianismo, o han vivido totalmente engañados al respecto.
 Que toda política de fuerza estuvo siempre acompañada de una discusión teológica, que por ejemplo «la labor teológica» continuó durante la lucha contra el arrianismo y que «no toda la vida de la Iglesia se agota en las luchas por el poder entre las facciones» (Schneemelcher) es cosa que nadie niega, y que se cumple para toda la historia del cristianismo. Pero el autor, después de leer tantos plagios al cabo del año, no tiene una gran opinión de la labor teológica ni de la vida de la Iglesia. Muy al contrario, porque considera que sólo sirven, con sus mentiras dogmáticas, sus justificaciones homilíticas y el adormecimiento litúrgico de las conciencias (las dudas que el sermón no haya despejado, las ahoga el estruendo del órgano), a la lucha descarnada por el poder, de la que siempre fueron y siguen siendo instrumentos.92
NOTAS
Los títulos completos de las fuentes primarias de la antigüedad, revistas científicas y obras de consulta más importantes aparecen en las pp. 315 y ss. Los títulos completos de las fuentes secundarias se reseñan en las pp. 322 y ss. Los autores de los que sólo se ha consultado una obra figuran citados sólo por su nombre en la nota; en los demás casos se concreta la obra por medio de su sigla.
Introducción general: sobre la temática, la metodología, la cuestión de la objetividad y los problemas de la historiografía en general
1- Deschner, Aphorismen 50.
 2-Nietzsche,II1234s.
3- Lichtenberg, Sudelbücher 423.
 4- Canetti37s.
 5- Dieringer, 103 s. V. Balthasar, Warum 17. Dirks ibíd. 46 s. Rost, Katholische Kirche 272. Cf. 45 y del mismo, Fróhlichkeit 37,184 s. Orlandis/Ramos-Lisón, 175s.Wolpert,89.
 6- Cf. la relación en Brox, Fragen zur «Denkform» der Kirchengeschichte, ZKG 1979,4 s. Rudioff 130 s.
 7- Rost, Katholische Kirche 27.
 8- F. Schiller, Kleinere prosaische Schriften, Crusius, Leipzig 1800, 2 parte, 28 Cit. s/Lóhde, Das pápstíiche Rom 76. Goethe, Italienische Reise, 28-8-1787. Cf. Von Frankenberg, Goethe 153 ss, en esp. 169. Saurer, Kirchengeschichte 157 ss. Blaser/Darlapp, Heilsgeschichte II 299 ss, 312 ss. Deschner, Hahn, anexo «Goethe und das Christentum» 599 ss.
 9 Francisco de Sales, cit./s Rost, Katholische Kirche 170. León XIII, «Satis Cognitum» Acta Leonis XIII vol. 16,160.
 10 Deschner, Ausgetreten 7 ss, esp. 14. El mismo, Un-Heil 111 ss esp. 118. El mismo, Opus Diaboli 115 ss, esp. 122.
 11 K. Bornkamm, Kirchenbegriff 445 ss; Ebeling y Rendtorffcit. ibíd.
12 Wagner, Zweierlei Mass 121 s. Sobre la diferenciación entre historia profana e historia eclesiástica cf. p.e. Meinhold, Historiographie 12 s; Saurer, Kirchengeschichte 159; Meinhold, Weltgeschichte; Weth, Heilsgeschichte 2 ss; Bláser/Darlapp, Heilsgeschichte II 229 ss, 312 ss.
 13 V. Balthasar, Theologie 53
 14 Cf. p.e. los títulos de J. de Senarclens «Le mystére de 1′histoire», 1949, o de J. Daniélou «Essai sur le mystére de 1′histoire», 1953, o del mismo Geheimnisse 15. También el clarividente ensayo de Saurer, Kirchengeschichte 160 ss. Ott, RGG 3, 186. Jedin cit. s/ Saurer, cf. en ibíd. las reseñas de fuentes originales.
 15 Toynbee, Weltgeschichte 1220,396. Momigliano, The Conflict 10.
 16 Heer, Kreuzzüge 24 ss, 40 ss, 64, 79,105. Kawerau, Mittelalterliche Kirche 131 s.
 17 Braudel, Die lange Dauer 174. Heer, Kreuzzüge 6 s, 103. Grupp, Kulturgeschichte V 146 s. V. Boehn, Die Mode 58. Kühner, Die Kreuzzüge 14-10-1970,2-9. Deschner, Heilgeschichte passim. El mismo, Un-Heil 25 s.
 18 Revolution in Bolivien 1971, en: Antonius, julio/agosto, 4/1973,136 s.
 19 V. Schubert, Geschichte I 283 ss, II 475. Sobre la fábrica vaticana de municiones 1935: Yailop 134.
 20 Grupp, Kulturgeschichte II 125 s, IV 446. Gerdes, Geschichte 15. Stamer, Kirchengeschichte 145 s. Daniel-Rops, Frühmittelalter 608. Heer, Mittelalter 92 s, Hoeckendijk 105.
 21 Capitulatío de partibus Saxioniae, M.G. Fontes iuris Germanici antiqui in usum scholarum, Leges Saxonum u. Lex Thuringorum. ed. C. v. Schwerin, 1918,37 ss. Cap. Sax. 45 ss. Hauck, Kirchengeschichte II 350 ss. Winter-Günther, Die sáchsischen Aufstánde 44 ss, 73 ss. Voigt, Staat und Kirche 325 s, 332. Schnürer, Kirche I 357 s, 395 s. V. Schubert, Geschichte I 336. Epperlein, Kari 37 s. Braunfeis, Kari 45 ss.
 22 Palad. Hist. Laus. 32; Poen. Paris. 26; Poen. Cumm. 4,1; Lex. Al. 7. Frusta 25. Kober, Züchtigung 5 ss, 22 ss, 376 ss, 433 ss con muchas reseñas de fuentes. Schmitz, Bussdisciplin 222. El mismo, Bussverfahren 53. Dresdner 23 s. Stoll 272. Poschmann, Kirchenbusse 146. Grupp, Kulturgeschichte I 275, 288, 436, II 305 ss, III 349. Hauck, Kirchengeschichte I 250. Schnürer, Kirche II 183. His I 510, 549. Andreas 83 ss. V. Hentig 1129,387, II 172 s. Ziegler, Ehelehre 135.
 23 Yailop 130 ss, 150 ss, 172 ss, 194 s. Mohrmann 51 ss. Lo Bello 216 ss, 255 ss, 267 ss, cf. también 61 s. Cf. además Deschner, Heilsgeschichte, II 288 ss. El mismo, Kapital 299 ss. Süddeutsche Zeitung 19-3-1986; 20-3-1986 (citando a Time); 21-3- 1986; 22/23-3-1986; 24-3-1986.
 24 Cf. p. e. Dresdner 35, 61 ss, 73 s. Kober, Deposition 706. Hauck III 565. Dresdner 35, 61 ss, 73 s. Haller II. Kawerau, Mittelalterliche Kirche 95. Toynbee,
Weltgeschichte 465. Weitzel 16 s. Lo Bello 184 ss, esp. 188 s.
 25 Speyer, Fálschung, literarische, RAC VII 1969, 242 ss, 251 ss. El mismo, Religióse Pseudepigraphie 238. El mismo, Die literarische Fálschung 300 ss. Schreiner, Zum Wahrheitsverstándnis 167 ss. Fuhrmann, Einfluss und Verbreitung 68 ss, 76 ss. Cit. aquí algunos pasajes de T.F. Tout, «Mediaeval Forgers and Forgeries» (1918-1920), donde dice p. e.: «It was almost the duty of the clerical class to forge», en cambio las mentiras de otros las juzgan como sacrilegas.
 26 Apg. 4,13: «Homines sine litteris et idiotae», llaman, en la traducción latina, los sacerdotes judíos a los apóstoles de Jesús. V. Soden, Christentum und Kultur 8 ss. Gregorovius I, 1239 s. Cf. también Deschner, Hahn 292 ss, 302 ss. RAC Christianisierung (II) der Monumente, 1954, 1230 ss, IV 64. Schuitze, Geschichte 248. Cf. Kriminalgeschichte 1503 ss, esp. 505 ss.
 27 Harnack, Mission 2.a ed., I 75. V. Boehn 33. Lietzmann, Geschichte III V. Schubert, Bildung 105. Illmer 27 ss. Dannenbauer, Entstehung 1147 ss, II 50 ss, 66 ss, 73 ss. Más detallado en Kriminalgeschichte III.
 28 Manhattan 87. Citado de la ed. alemana 84. H. Thomas, Bürgerkrieg 45. Cf. también la nota siguiente.
 29 A la cuestión de cómo se debe enseñar al hombre, Tomás de Aquino contesta de la manera siguiente: «Que lea un solo libro». Cf. Donin, Leben II 82. Hauck, Kirchengeschichte V 341. Hertiing, Geschichte 156. Heer, Mittelalter 13 ss, 403, 484,479 y el mismo, Abschied 170. Morus 142 s.
 30 Objetivitát 214. Droysen, Historik 354.
 31 Ranke, Werke 1887,318. Braudel 167. Lutz 320 ss.
 32 Nipperdey 33 ss. Cit. 49. Aydelotte, Das Problem 218.
 33 E. Burke, ci. s/Meinecke, Historismus 286. Cf. también nota 58.
 34 Froher Glaube, D. Soeller/K. Munser, Das Evangelium ais Inspiration, Impulse zu einer christiichen Praxis, 1971. J. Scherer, Warum liebe ich meine Kirche? Ein Weckruf für Jugend und Volk, 1910. F. Jürgensmeier, Der mystische Leib Christi ais Grundprinzip der Asketik. Aufbau des religiósen Lebens und Strebens aus dem Corpum Christum mysticum, 1938. K. Adam, Der Christus des Glaubens. Vorlesungen über die kirchiiche Christologie; 1954. El mismo, Christus unser Bruder, 1934. G. Rippel, Die Schónheit der katholischen Kirche, dargestellt in ihren áusseren Gebrauchen in und ausser dem Gottesdienste für das Christenvolk, 1911. L. Rüger, Geborgenheit in der katholischen Kirche. Katholisches Familienbuch, 1951. Rost, Die Fróhlichkeit in der katholischen Kirche, 1946. A. Doerner, Sentiré cum Ecciesia. Ein dringender Aufruf und Weckruf an Priester, 1941. H.J. Müller, Beichten – ein Weg zur Freude. Ein Büchiein vom rechten Beichten, 1961. Th. Ballsieper, Das gnadenreiche Prager Jesulein, 1968. A. Frossard, Gott existiert. Ich bin ihm begegnet, 1970. D. Considine, Frohes Gehen zu Gott, 1928. L. Drenkard, Mit dem Rosenkranz in den Himmel. Der grosse Segen des Rosenkranzgebetes, 1935. A.M. Weigí, SOS aus dem Fegfeuer, 1970. J. Neuháusler (ed.), Heldentum in der christiichen Ehe, 1952.
34a. H. Mohr, Der Held in Wunden, Gedanken und Gebete, 1914. Pastor Zeissig, Kriegs-Pfíngst-Predigt über Hesekiel 36, 26-27 gehalten am 1. Pfíngstfeiertag, den 23. Mai 1915 in der Jakobikirche zu Dresden. A. Titius, Unser Krieg. Ethische Betrachtungen, 1915. F. Koehier, Das religiós-sittiiche Bewusstsein im Weltkriege, 1917. El mismo, Der Weltkrieg im Lichte der deutsch-protestantischen Kriegspredigt, 1915. Conrad, Kampf und Sieg. Krafreitags- und Ostergedanken ais Gruss aus der Heimat für Heer und Marine, s/f. Estevant/Schneider (ed.), Katholisches Gesang- und Gebetbuch für die Kriegsmarine, 1941. Feldgesangbuch für die evangelischen Mannschaften des Heeres, 1914. J. Preau, Priester im Heere Hitlers, 1962. J.M. Hócht, Maria rettet das Abendiand. Fatima und die «Siegerin in alien Schiachten Gottes» in der Entscheidung über Russiand, 1953. Todos los demás títulos en M. v. Faulhaber (ed.). Das Schwert des Geistes. Feldpredigten im Weltkrieg.2ed.l917.
 35 Lichtenberg, Sudelbücher 379. Goethe, Venezianische Epigramme Nr. 67 y Fragment vom Ewigen Juden; cf. anexo «Goethe und das Christentum» en Deschner, Hahn 599 ss.
 36 Sobre los autores citados cf. Deschner (ed.). Das Christentum I y II passim. Sobre Hebbel: Ahiheim, Hebbel, en Deschner ibíd. 1300 ss, esp. 304 ss.
 37 Stegmüller, Glauben 7.
 38 Sobre Chiadenius cf. Koselleck, Theoriebedürftigkeit 50, y además Schaff, Der Streit 33 ss, esp. 38 ss.
 39 Cit. s/P. Kluke, Neuere Geschichte, p. 154.
 40 Mommsen, Die Sprache 77 s. Schaff, Der Streit 38 ss.
 41 Bacht, Die Rolle 202, nota 27.
 42 Tondi216.H.Maier281s.
 43 Braudel, p. 182, Aydelotte, Das Problem 224. Beard 74 ss. Schaff, Geschichte und Wahrheit 87 ss.
 44 Cf. Mommsen, Die Sprache 60 ss. Koselleck, Vergangene Zukunft 280 ss. Jauss 415 ss. Acham, p. 107.
 45 Koselleck, Theoriebedürftigkeit 47. Acham, p. 108 ss.
 46 Groh321ss.
 47 L. Halphen, Introduction á 1′histoire, 1946,50. Cit. s/Braudel, p. 169 s. Berlin 70. Aron 19. Schaff, Der Streit 33 ss, especialm. 36 ss. Bobinska 16 ss, 28 ss. Ludz/Rónsch 71 ss.
 48 Ranke, Werke vol. 33/34 p. VII; vol. 15 p. 101; vol. 43/44 p. XVI. El mismo, Das Briefwerk 518; cf. al respecto Vierhaus 63 ss.
 49 Schieder, Unterschiede 379 s. Popper 332. Cf. al respecto H. Rutte, Kari Popper und die Geschichte 111 ss.
 50 F.G. Maier, Der Historiker 83 ss. White 41 ss, Mommsen, Die Sprache 57 ss y bibliogr. en 60 s. Ranke, Werke vol. 33/34 p. VII. Cit. s/W. Hardtwig 185.
 51 Ludz/Rónsch 69 ss. Faber 9 ss.
 52 Treitschke, Deutsche Geschichte vol. V p. V. Péguy 80.
 53 Cf. carta de H. v. Sybeis a Waitz, mayo 1857, cit. en W.J. Mommsen, Objektivitát und Parteilichkeit 143. Barraclough 222.
 54 Th. Mommsen, Rómische Geschichte I 407. Más citas en Ch. Meier, Das Begreifen208.
 55 Otto Gerhard Oexie escribió en 1984 que el alegato de Nietzsche a favor de una historia no científica, sino crítica y puesta al servicio de la vida podía interpretarse como negación directa de lo afirmado por Ranke en 1824 en el sentido de que «no le incumbe a la Historia el pronunciar un juicio sobre el pasado» ni «el aleccionar al mundo actual en provecho del porvenir», sino simplemente «el mostrar lo que ocurrió en realidad».
 56 Dicho por Weber en su famosa lección inaugural de Freiburg (1895): «La economía política como ciencia explicativa y analítica es internacional, pero en cuanto formule juicios de valor queda ligada a la determinación humana que hallamos en nuestra propia manera de ser. […] El legado que hemos de dejar a quienes nos sucedan no tiene por qué ser de paz ni de felicidad, sino el de la lucha eterna por la conservación y mejoramiento de nuestro modo de ser nacional». Después de la primera guerra mundial Weber extremó todavía más sus posturas nacionalistas. M. Weber, Politische Schriften, Tübingen 3 ed. 1971,13 s. Cf. al respecto H. Lutz, Aufstieg und Krise der Neuzeit. Bemerkungen zu deutschen Interpretationen von Dilthey bis Horkheimer, 34 ss, esp. 36 ss. Cf. además H. von der Dunk, 1 ss. Rüsen, Werturteilsstreit 84 ss.
 57 Meinecke, Werke IV 68. Schieder, Unterschiede 366.
 58 Cit. en F.G. Maier, Der Historiker 91. L. Wittgenstein: Bemerkungen über die Grundiagen der Mathematik, cit. en Stegmüller, Metaphysik p. V.
 59 Junker/Reisinger424.
 60 Croce77.
 61 Aydelotte, Das Problem 225.
 62 Ibíd. 214. Del mismo, Quantifizierung 251 ss. Gottschalk 208.
 63 Cicerón, De orat. 2,62.
 64 HáringI414s.
65 Altrneyer 10. Volk, Zwischen Geschichtsschreibung und Hochhuthprosa 200. El mismo, Hitlers Kirchenminister 312,216 s. Cf. también mi crítica, lamentablemente desterrada al aparato crítico (aunque con mi autorización) en Heilsgeschichte II 560 ss, nota 320.
 66 Volk, Zwischen Geschichtsschreibung und Hochhuthprosa 196. Tondi 146.
 67 Dempf, Geistesgeschichte 138.
 68 Kotting, Religionsfreiheit 29.
 69 August. Serm. 80,8.
 70 Ibíd. 311,8,8.
 71 Acerca de Voltaire y Montesquieu cf. comentario y cita en Meinecke, Historismus 81 y 157.
 72 Gauss320ss, 338ss.
 73 V. Glasenapp 15. Mensching, Soziologie 111.
 74 K. Wilheim, H.B. Metz, K. Rahner, E. Wolfy otros 249 s.
 75 Cit. en Kühner, Gezeiten 1199.
 76 Cit.ibíd.
 77 Mynarek, Herrén und Knechte 250 s. El mismo, Verrat 202.
 78 Beumann, Wissenschaft vom Mittelalter 8.
 79 Junker/Reisinger 461. Carr 26.
 80 Voltaire, Essai c. 83, cit. s/Meinecke, Historismus 106. Ranke, cit. s/Schieder, Unterschiede 380 nota 31. Crisóstomo, Comentarios sobre las Epístolas a los Romanos 6. Hom. c 2.
 81 Naumman 67; el subrayado es mío.
 Meinecke, Historismus 565.
 83 V. Treitschke, Aufsátze 57. Cf. también Kindermann/Dietrich 123.
 84 Lówith/Riedel 306 ss. Hegel 552. Messer 103 ss, esp. 119 ss. Naumann 80 ss.
 85 Meinecke, Práliminarien 81, 95. Cit. s/H. Lutz, Aufstieg und Krise 44, cf. también 42 ss. Iggers 328. Groh 322 ss, cita en 327.
 86 Lo que algunos valoran como falta de seriedad aparece, por ejemplo, cuando se recensiona un libro cuyo autor no sea «historiador de carrera» (lo que ya de por sí» en nuestro país, constituye un veredicto abrumador): la «expresión desenfadada», que se lamenta; o cuando se habla de una mujer «de formas excepcionalmente amplias» o se dice que «Franz Egon von Fürstenberg puso en el mundo once hijos» o «que la cosa no salió bien», es decir giros atrevidos que según el crítico «sería preferible se hubiesen evitado» (E. Hegel comentando el libro «Die Goldenen Heiligen» de J.C. Nattermann en el periódico Rheinische Vierteijahrsblátter 1962,265).
 87 Kámpf, Das Reich im Mittelalter 29. Fleckenstein, Das grossfránkische Reich 270. El mismo, Grundiagen 156. Wampach 247. Wampach fue también director del archivo oficial de Luxemburgo; su texto hace referencia a las luchas entre Radbod y Pepino.
 88 Bertraml9s.
 89 Theodor, h.e. 5,41. Lewy 218 s. Cf. archivo diocesano de Aquisgrán 30076. Winter, Die Sowjetunion 222. Volk, Die Kirche 540. Faulhaber en su sermón de Cuaresma del 16 de febrero de 1930, cit. en Lóhde 51. Más comentarios sobre Faulhaber en Deschner, Mit Gott 164 ss y passim.
 90 Haller,Entstehung320.
 91 Cit. en Miller, Informationsdienst zur Zeitgeschichte 1/62 haciendo referencia a StDZ 7/58. Gundiach 13. Purdy 157 s. Con más extensión en Deschner, Heilsgeschichte II 417 ss.
 92 Schneemelcher, Aufsátze 317.

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Realidad y fantasia en Balzac – Ezequiel Martínez Estrada

Realidad y fantasia en Balzac Ezequiel Martínez Estrada Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: usado.

Editorial: Editorial Universidad Nacional del Sur.

Precio: $300.

Plan maestro para la conquista del mundo*
Ezequiel Martínez Estrada
Podemos asegurar que a cierta altura del ejercicio de escribir novela, Balzac llega a la certidumbre de que la sociedad civilizada occidental obedece a las mismas leyes estructurales que los seres orgánicos. Descubre la correlación de formas y funciones, las homologías, que permite emparentar dos seres, cosas o entidades abstractas disímiles y hasta sin relación ninguna entre sí.
El hallazgo o descubrimiento data de su juventud (Luis Lambert), según declara en diversos pasajes autobiográficos de sus obras; pero sistematiza esa intuición haciendo coincidir las piezas sueltas de sus obras en un amplio mosaico filosófico (Prefacio a la Comedia Humana). Siempre anheló, sin conseguirlo, dedicarse a escribir tratados y ensayos. Como Virgilio, no alcanzó a satisfacer ese anhelo, apremiado por obligaciones circunstanciales. La obra la realiza con estadios sucesivos de madurez de esa concepción intuitiva.
Desde el mismo instante del descubrimiento de que los seres humanos y los lugares que habitan representan (como actores y escenario, literalmente) un papel en la comedia humana, Balzac debe ser visto como un creador, sin temor a las palabras: como un taumaturgo o un metagnomo. Crea, no inventa. Pues sin declararlo ni proponérselo como tarea particularizada, su visión del acontecer histórico y biográfico (son lo mismo) lleva implícita una razón secreta y trascendental: todo ocurre conforme a pautas invariables y expresa en calidad de apariencias o símbolos de una verdad velada, un sentido que no queda circunscripto y menos agotado en el hecho de existir liso y llano.
La más grande innovación de Balzac está en haber hecho de la novela al mismo tiempo una obra literaria, ni más ni menos como se la define en su género, y una obra filosófica, sin que sus obras sean alegatos ni demostraciones. Pues lo cierto es que la novela de Balzac, como la poesía de Rimbaud, no puede ser leída por pasatiempo, por información o por curiosidad. Independientemente de que con insistencia sus digresiones nos adviertan que lo que narra forma parte de un todo mayor y de que hay abismos a los costados y cielo arriba, sentimos que por nuestra cuenta necesitamos razonar sobre lo que hemos leído.
Escribir, sencillamente, para comunicar algo que se desea expresar, es un movimiento primario de intercambio de impresiones, es tarea al alcance de cualquiera. Eso permite al novel engreído creer que alcanza las cumbres de la literatura, porque ese es uno de los valores diferenciales del alto estilo. Mas existe el problema de escribir como resultado de que se ha concebido, engendrado y parido algo cuyo padre es el mundo; servir de matriz, cumplir los deberes de la maternidad (cfr. Prefacio) para los seres que rondan en las tinieblas en busca de un evocador, de un médium, “en busca de un autor”.
De Sanctis dice que, aparte todas sus inconmensurables excelencias, uno de los méritos de Dante sobre los poetas de su época fue que puso en sus canciones la doctrina escondida bajo la figura de alegoría. Es lo que dice Balzac, en otros términos y aplicada la crítica a sí mismo, en La prima Bette.
Esta audaz innovación compete también a la técnica de la novela, y bien claramente lo ha expuesto Balzac en el Prefacio, de donde se puede extraer el mejor material de crítica, exégesis y encomio, estableciendo en qué su novela es una creación a pesar de partir del antecedente de las de Walter Scott.
Naturalmente, después de iniciar Balzac “un tipo de novela” que es la que hoy se cultiva, desaparece su entonces colosal estatura junto a los otros; y sus creaciones hasta pueden pasar a enriquecer la labor creadora de varios grandes novelistas que han hecho suyas una u otra de las propiedades del nuevo mundo descubierto por él, pasando todas ellas a engrosar el dominio público de la cultura. Para Balzac crear era dar vida. Su observación de que hay autores “vivíparos” y otros que no lo son, es profundísima; y, efectivamente, ningún autor, ni Homero, ni Shakespeare, ni Dickens, ha transmitido a sus creaciones el soplo de vida que es, desde el Génesis, el de la verdadera creación. Henry James ha establecido bien neta la diferencia entre un creador de la talla de Balzac y la creación parcial, esporádica, sujeta a los caprichos de las Musas; entre cuando la obra nace viva y completa y cuando se va organizando por agregados y recomposturas. Es el juicio de un especialista muy fino: “La mayoría de nosotros aspira a llegar, en el mejor de los casos, a hacer un poco aquí y un poco allí, escogiendo un tallo o una ramita suelta, carpiendo la tierra en un solo rincón de la vida. El plan de Balzac era sencillamente hacer todo lo que podía ser hecho”.
EL MUNDO COMO VOLUNTAD La creación está consagrada por un signo de elección y es común al artista y al hombre de empresa. Así consideró Napoleón, en Santa Elena, su misión y su obra. En muchas ocasiones Balzac ha declarado que se sentía dotado de un poder que le exigía expresarse, realizarse, adquirir un ser. En el Prólogo a la Segunda Decena de los Cuentos droláticos anuncia que tiene unos sesenta asuntos y muchas personas “llenos de cosas cómicas desvergonzadas, bromistas, picarescas, burlonas, retozonas, reidoras, unidos a las dos decenas ya presentados…” Esa fuerza creadora que siente en sí, emparentada con la fuerza genesíaca, es lo mejor y más valioso de su genio. Lo expresa por él Luis Lambert: “Soy fuerte, enérgico, y podría convertirme en una potencia; siento en mí una vida tan luminosa que podría animar a un mundo, y estoy encerrado en una especie de mineral, como están encerrados los colores que usted admira en el cuello de los pájaros de la península índica”.
Si se evalúa con espíritu de justicia la totalidad de la producción literaria de Balzac, se percibe que lo que se entiende corrientemente al respecto por la palabra “creación” puede aplicarse tanto al conjunto de los estudios como individualmente a cada uno de ellos. A nadie se le había ocurrido articular las otras entre sí, enhebrándolas por hilos de distinta índole, dotándolas de unidad de acción por el elenco de los actores; convertir la producción de toda una vida en un vasto mosaico donde cada pieza, manteniendo su absoluta individualidad fuera a la vez parte o fracción de un todo. Lo que no se ha dicho es que tal clase de composición estaba en la mente de los Trágicos Griegos, con la tetralogía, y que se resucita, contemporáneamente con Balzac para la obra literaria, con Wagner para el drama musical. Goethe, Byron y él tienen, por primera vez en el mundo moderno, conciencia de los poderes mágicos que animan la creación entera; ellos nos han demostrado por los métodos exactos de la semántica de las imágenes (los ídolos), que las imágenes son las esencias. El apotegma kantiano con que Schopenhauer inicia su obra magna: “El mundo es mi representación” (que luego complementa con otro: “el mundo es mi voluntad”), podría servir de epígrafe a La comedia humana.
Balzac creaba un mundo con la materia simbólica de la literatura, y ese mundo se ha reconocido era simétrico y duplicado del mundo real humano. Pero no creaba con símbolos abstractos, como las imágenes del físico y del matemático, que corresponden a las imágenes-cosas, sino con figuras vivientes, con estructuras de formas y contenidos semejantes a las naturales. Creaba como un demiurgo, manejando imaginativamente las mismas fuerzas naturales con que la naturaleza crea dando vida, y esta labor “a imagen y semejanza” es para cualquier arte grande de carácter trascendental. Es poco decir, con Wilde, que la naturaleza imita al arte; hay que decir, como lo dice Balzac, que nada puede ser creado por el hombre que no responda a las leyes universales de la naturaleza creadora, la naturaleza naturante de Spinoza, de donde dos series paralelas de existencia que se confunden en el absoluto de la unidad de plan, como quería Schelling. Si el hombre de ciencia y el artista sienten que es un deber imperativo, extrahumano, el entregarse como instrumentos fáciles a una clase de experimentación a la que en cierto modo permanecen extraños, es porque en ellos se está realizando, efectivamente, una creación de la que se creen autores sin serlo. Son “matrices” simplemente o, como se diría en el lenguaje místico, “mediums”. Ningún artista es dueño de dirigir la acción ni el destino de sus héroes. Estos nacen con los mismos derechos a su vida que los hijos de la carne. Balzac no puede manejar a sus creaciones como seres pasivos, obedientes a sus mandatos, que harán lo que él quiera. Muy al contrario, sabemos cómo estuvo toda su vida atado a la mesa de trabajo, frente a pilas de cuartillas en blanco, en una labor diaria de quince a dieciocho horas, privado del goce de las amistades y de la libertad, hasta el punto de sucumbir agotado y exhausto por lo que él ha llamado “esa forma de la maternidad”, y también “esta espantosa tarea”.
PLAN ORGANIZADO Es posible que, como Balzac asegura, el plan de clasificar su obra en una serie orgánica se lo sugiriera la lectura de novelas de Walter Scott, advirtiendo que faltaba en ellas una idea central, un principio ordenador que colocara las diferentes piezas como partes integrantes de una totalidad. La propia afinidad de las obras que concebía escribir, después de los ensayos o ejercicios preparatorios de las novelas de compromiso y de obligación, anónimas o signadas con seudónimos y por lo regular en colaboración, hubo de sugerirle cómo ensamblarlas, más que basándose en un criterio cronológico y geográfico, según el tema, los intereses en juego y el aspecto común de las biografías individuales. Como habría de decir en el Prefacio, existen unidades de tipo entre las clases de vida como entre las clases de actividades profesionales; y esas agrupaciones tipológicas correspondían, en otra esfera, a las de las especies zoológicas. Si el plan de sus obras responde a la estructura de la sociedad según los intereses en juego y las psicologías, la estructura de la sociedad respondía a su vez a la de la naturaleza. En carta del 26 de octubre de 1834, dice:
“En los «estudios de costumbres» deben estar representados todos los resultados de las situaciones sociales. Quiero reproducir todas las situaciones de la vida, todas las fisonomías, caracteres masculino y femenino, todas las formas de vivir, todas las profesiones, todas las capas sociales, todas las provincias francesas, la niñez, la ancianidad, la madurez, la política, el derecho y la guerra: nada de esto puede quedar olvidado. Cuando esto ocurra, cuando se haya mostrado la historia del corazón humano hilo por hilo, cuando se haya escrito la historia social en todas sus ramas, la base, los cimientos habrán sido colocados.”
No obstante, el primer plan de organización de su obra es contemporáneo de la primera que publica con su nombre: El último chuan (más tarde Los chuanes), pues al comienzo del Prefacio dice:
“Al dar a una obra, emprendida hará pronto trece años, el título de La comedia humana, es necesario decir el pensamiento, contar el origen, explicar brevemente el plan intentando hablar de esas cosas como si yo no estuviera interesado en ello”.
De modo que hemos de admitir que desde la primera obra reconocida por él como propia, toda su producción se rige por un plan o, como dirá, conforme a “principios”.
Habiendo seguido fielmente su proyecto, desde el bosquejo de 1834 hasta el Prefacio de 1842, en 1843 inicia la publicación de La comedia humana, con los tres primeros tomos. El plan pudo anunciarlo categóricamente en esta forma (Prefacio):
“En esos seis libros [división natural: Escenas de la vida privada; De provincia; Parisiense; Política; Militar; Campesina] están clasificados todos los Estudios de costumbres que forman la historia general de la sociedad, la colección de todos sus hechos y gestos, como habrían dicho nuestros antepasados (…).
Después de haber pintado en esos tres libros (Escenas de la vida privada, Escenas de la vida de provincia y Escenas de la vida parisina), quedaba por mostrar las existencias de excepción que resumen los intereses de muchos o de todos y que están de algún modo fuera de la vida común: de ahí las Escenas de la vida política. Esta vasta pintura de la sociedad finiquitada y concluida, ¿no era preciso que se mostrara en su estado más violento, conduciéndose fuera de sí, sea para la defensa, sea para la conquista? De ahí las Escenas de la vida militar, la porción menos completa todavía de mi obra, pero cuyo lugar se reservará en esta edición, a fin de que forme parte de ella cuando la haya terminado.
En fin, las Escenas de la vida de campaña son en cierto modo la tarde de esta larga jornada, si se me permite denominar así al drama social. En este libro se encuentran los más puros caracteres y la aplicación de los grandes principios de orden, de política, de moralidad.
Tal es el cimiento pleno de figuras, pleno de comedias y de tragedias sobre el cual se elevan los Estudios filosóficos, segunda parte de la obra, en que el medio social de todos los efectos se encuentra demostrado, en que todos los estragos del pensamiento son pintados, sentimiento a sentimiento, y en que la primera obra, La piel de zapa, vincula en cierto modo los Estudios de costumbres a los Estudios filosóficos por el anillo de una fantasía casi oriental en que la vida misma se pinta en lucha (aux prises) con el Deseo, principio de toda Pasión.
Coronándolo se encontrarán los Estudios analíticos, de los cuales nada diré, porque sólo se ha publicado uno solo, la Fisiología del matrimonio. De ahora en adelante debo entregar otras dos obras de ese género. Primero, la Patología de la vida social, después de Anatomía de los cuerpos docentes y la Monografía de la virtud”.
La sistemática de esa clasificación responde a un criterio filosófico más bien que lógico. Si para él “los hechos de la vida privada revisten tanta importancia histórica como los acontecimientos de la vida pública de las naciones”, pudo agrupar las obras con arreglo a características psicológicas o profesionales. Por ejemplo: un ciclo de novelas del interés pecuniario y otro de las pasiones de poderío habría reunido por afinidades intrínsecas numerosas novelas que hubo de anexar a la Vida parisiense, y a la Vida privada, a las villas y a los campos con un criterio harto arbitrario.
El criterio que sigue nos indica que para Balzac existen tipos de vida configurados por el medio, y que el ambiente implica todas las circunstancias decisivas que califican la índole de la acción. La clasificación obedece a un esquema geográfico más que funcional.
TIPOS DE NOVELA Una definición muy acertada del tipo de novela característico de Balzac, es la que sólo necesita esta palabra: fisiológica. Tanto Brunetière, como Thibaudet, Dilthey o Alain la emplean en el sentido de una organización natural, en que las partes integrantes funcionan como órganos internos. Otra forma de novela es la que se construye según el esquema de un mecanismo, con piezas que engranan entre sí, lógicamente, tal como se monta una máquina racionalmente construida; que no sólo tiene una función sino un proceso de principio y fin y que conduce a un fin concertado sin que se pueda exigir una continuación.
“En la novela fisiológica, que es la balzaciana, el acontecimiento es siempre acontecimiento, es decir, forma enlazada o adherida a otras formas y a todas” (Alain); no solamente en cuanto cada unidad independiente parece ser la continuación de otra y se cierra dejando sueltos innumerables filamentos que pueden anudarse a otras historias, sino en cuanto el argumento no necesita del tiempo y del espacio más que como caja que lo contiene. El acontecer no sigue una línea recta, un trabajo económico de aprovechar los materiales para lograr un tipo de acción que puede representarse con un diagrama; se produce desde distintos focos de interés y las acciones plurales a veces concurren sumándose, pero otras se ramifican, se abren en delta, sin que sus ramales se vuelvan a unir en un final verdadero. Algunos de ellos se prolongan de modo que es indispensable seguir su curso; y esto es lo que hace Balzac. Pues muchas continuaciones nacen de la costilla de un cuerpo, adquiriendo importancia por sí.
Hasta es posible señalar en el decurso de la producción de Balzac cierta evolución hacia las formas abiertas, radiolarias, que exigen una maestría consumada y un arte de la polifonía muy difícil. Esos dos tipos de construcción los podemos encontrar en dos representantes típicos: Poe para la construcción mecánica, deductiva y Dostoiewski para la construcción orgánica, fisiológica o balzaciana. Aunque también es cierto que Balzac se inicia con una novela de este último tipo, Los chuanes, de las más complejas que escribió, donde todo es un tumulto de acontecimientos, un hervor, como en un campo de batalla, efectivamente. Este mismo tipo de novela glandular, acaso la de menos unidad de acción, es la que le sigue: Fisiología del matrimonio, sin su nombre de autor.
Si se pudiesen emplear palabras que ayudaran a definir el concepto, se podría hablar de novelas anatómicas, articuladas, y de novelas fisiológicas, de sistema orgánico, en que la economía resulta de múltiples órganos y funciones concurrentes. En aquéllas la acción responde a un plan visible, de relieves; en ésta a una acción difusa, oculta, endocrina. Los personajes están unidos por vías profundas, diluyéndose las psicologías individuales en estados de ánimo colectivos, en una atmósfera o medio del que absorben las sustancias vitales. El grupo es la unidad. La forma característica de concebir Balzac el argumento es un cuadro donde hay diversos elementos de composición igualmente importantes: figuras, construcciones y paisaje, o como un sistema de equilibrio inestable. Alain observa bien: “nuestras novelas más difundidas aumentan partiendo de un punto central, y proliferan como familias; en tanto que los personajes balzacianos, aun los accesorios, ya existen; su esbozo es como la cubierta de una novela ya existente; los impulsa la masa del mundo”.
Podemos usar también la palabra panorama; en cuanto la novela típica de Balzac no se recuerda en un suceder sino en un estar; no se nos presenta a la memoria como algo que ha transcurrido ante nuestra vista, sino como algo para ser visto simultáneamente desde distintos ángulos y que, consumado ya al comenzar, hubo de ser narrado en una de las numerosas formas de que era susceptible el hacerlo. Los personajes significan lo que las cosas en un acontecer de conjuntos, y es la acción la que tiene una forma, un sentido: no el individuo.
Sin poseer Balzac de antemano una clave de interpretación de la realidad, de simplificación y coordinación de los elementos, la obra habría sido un caos en vez de una biografía colectiva. Esto mismo encontramos de nuevo en Proust, pero no en Zola ni en Jules Romains, quienes conciben las series como desarrollos, como cristales y no como fermentos. En la novela de Balzac, como en la de Dostoiewski y Proust, presiden los principios de una “malacomorfosis” gigantesca, las leyes generales biológicas del acontecer social, pero no la ingeniería ni la arquitectura. Lo sistemático no se articula sino que se anastomosa; la idea de Proust es también fisiológica, y pertenece como intuición a una familia de clínicos y de cirujanos notables.
Para crear un sistema torácico y abdominal, redes circulatorias, digestivas o nerviosas, le era indispensable unir unas partes con otras, en series mas no por los extremos del antes y el después, sino por los flancos. Por eso dije que una novela surge de otra como de la costilla adánica. Los mismos personajes circulan por distintas novelas, y si todas juntas forman un todo, La comedia humana, esto nos indica que es el argumento y no los seres, la historia y no los individuos, la zoología social y no la psicología del único caso lo que importa. La idea de un panorama de ese tipo nació en él, según dice en el Prefacio “de una comparación entre la Humanidad y la Animalidad”. La historia como tejido con personajes tipos eternos. Sean Rastignac, Biancho, Vandenesse, la Sra. Mortsauf o De Marsay, no imprimen su personalidad al hecho; están ahí porque algo acontece del tipo de lo que ya aconteció y que cada uno de ellos tipifica. En algunos casos como en César Birotteau o Beatrix, personajes ya conocidos podrían haberse omitido, pues otro cualquiera habría llenado ese papel; pero al traerlos de nuevo a la acción, Balzac nos convence de que son partículas circulantes en un sistema. Hasta puede, como en Otro estudio de mujer, La casa Nucingen o Papá Goriot, reunir a muchos de ellos como habitantes de un ámbito de destino, cuerpos de un vivir conjunto y cuyo auténtico ser no es el yo sino el nosotros. Para Balzac el plan de acción está ya organizado por la realidad social y no necesita concebir argumentos ni personajes, en cuanto el drama no está en lo interior, en la conciencia, sino en el encontrarse, en el separarse, en el metabolismo de un ser monstruoso cuyo trabajo interno no es psíquico sino digestivo.
Dentro de la caja o ambiente social, hallamos tipos de novela que se pueden establecer, independientemente de la clasificación hecha por el autor en grandes masas en, [por ejemplo]:
Novelas que demuestran una tesis: El médico rural.
Grupos de personajes afines: Casa Nucingen, Otro retrato de mujer, La prima Bette, Los chuanes.
Un plexo familiar: Papá Goriot.
Una situación sentimental: El lirio en el valle.
Un simbolismo de la realidad: La piel de zapa, Luis Lambert, Serafita, Una obra maestra desconocida.
Una novela pesadilla: César Birotteau. También: La prima Bette, El primo Pons.
* Tomado de Ezequiel Martínez Estrada. Realidad y fantasía en Balzac. Bahía Blanca, Cuadernos del Sur (Instituto de Humanidades, Universidad Nacional del Sur), 1964.
 Horacio Gonzalez – Conferencia sobre Ezequiel Martínez Estrada
– Centro Cultural Rondeau 29 – UNS:

 

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Los procesos de Juana de Arco – Georges Duby y Andrée Duby

Los procesos de Juana de Arco Georges Duby Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Granada.

Precio: $400.

De la condena de 1431 a la rehabilitación de 1456, los dos procesos de Juana de Arco cuentan la historia sobre la leyenda. Nos hablan de las exigencias y de la prudencia de los reyes, la pesada maquinaria jurídica de un clero parapetado tras las reglas del procedimiento, la inquietud de una Iglesia del orden frente a los nuevos movimientos, las esperanzas y las revueltas de la religiosidad popular. Con la creación de este libro, ya clásico, Georges y Andrée Duby nos muestran cómo, alrededor de la voz de Juana, las razones y los silencios dibujan el entramado de fuerzas de un siglo: he aquí el reverso del mayor mito nacional francés.

 

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La escoba del sistema – David Foster Wallace

La escoba del sistema David Foster Wallace Jonathan Franzen Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pasolini Borges Fontanarrosa Gram

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Pálido fuego.

Precio: $400.

La misteriosa desaparición de su bisabuela y de veinticinco personas más, entre “residentes” y empleados, de la residencia de ancianos Shaker Heights ha dejado a Lenore Beadsman emocionalmente encallada en el extremo del Gran Ohio Desértico, el G.O.D. Aunque ese es simplemente uno de los muchos problemas de la desventurada operadora telefónica, seriamente agravados por su relación sentimental con su jefe, Rick Vigorous, Vlad el Empalador, su cacatúa y estrella televisiva, y otras catástrofes menores que amenazan con elevar su búsqueda del amor y la autodeterminación hasta cotas de una anormalidad estrambótica.
Implacablemente original, intensamente divertida y profundamente misteriosa, La escoba del sistema es la brillante precursora de la celebrada segunda novela de David Foster Wallace, La broma infinita.
David Foster Wallace
(palabras pronunciadas en su funeral, el 23 de octubre de 2008)
Jonathan Franzen
Como tantos escritores, pero incluso más que a la mayoría, a Dave le encantaba tener las cosas bajo control. Las situaciones sociales caóticas enseguida lo estresaban. Sólo lo vi ir dos veces a una fiesta sin Karen. A una de ellas, ofrecida por Adam Begley, casi tuve que llevarlo a rastras, y en cuanto cruzamos el umbral y aparté la mirada de él durante un segundo, dio media vuelta y regresó a mi departamento para mascar tabaco y leer un libro. En la segunda no tuvo más remedio que quedarse, porque se celebraba la publicación de LA BROMA INFINITA. Sobrevivió diciendo gracias una y otra vez, con formalidad penosamente exagerada.
Una de las razones por las que Dave era un profesor extraordinario se debe a la estructura formal de ese trabajo. Dentro de esos confines, podía recurrir sin peligro a su enorme bagaje natural de bondad, sabiduría y conocimientos. De forma análoga, la estructura de las entrevistas también estaba exenta de peligro. Cuando Dave era el tema, podía relajarse y ocuparse él del entrevistador. Si él mismo era el periodista, realizaba sus mejores trabajos cuando encontraba a un técnico – una cámara que seguía a John McCain, un técnico de sonido en un programa de radio – a quien le entusiasmara conocer a alguien sinceramente interesado en los misterios del trabajo. A Dave le encantaban los detalles por sí mismos, pero los detalles constituían también una válvula de escape para el amor acumulado en su corazón: una manera de conectar con otro ser humano en una tierra de nadie relativamente segura.
La cual era, más o menos, la descripción de la literatura a la que él y yo llegamos en nuestras conversaciones y correspondencia a principios de los años noventa. Quise a Dave desde la primera carta que recibí de él, pero las primeras dos veces que intenté conocerlo en persona, allá en Cambridge, me dejo plantado. Incluso después de a vernos, nuestros encuentros eran a menudo tensos y precipitados: mucho menos íntimos que las cartas. Como mi amor por él fue a primera vista, siempre me esforzaba por demostrar que yo podía ser lo bastante gracioso e inteligente, pero su tendencia a fijar la mirada en un punto a kilómetros de distancia me hacía sentir que estaba fracasando en mi propósito. A lo largo de mi vida, con pocas cosas he experimentado una mayor sensación de logro que al arrancarle una risa a Dave.
Llegamos a la conclusión de que la narrativa era esa “tierra de nadie neutra donde establecer una profunda conexión con otro ser humano”, para eso servía. “Una escapatoria de la sociedad” fue la formulación en que coincidimos. Y en ninguna otra parte fue Dave más absoluta y magníficamente capaz de mantener el control que en su lenguaje escrito. Poseía un virtuosismo retórico más extenso, apasionante e imaginativo que el de cualquier escritor vivo. Allá en la palabra número 70 o 100 o 140 de una frase, ya bien entrado un párrafo de tres páginas de humor macabro o de autoconciencia extraordinariamente reticulada, uno olía el ozono de la tersa precisión de su estructura sintáctica, su desplazamiento sin esfuerzo y tonalmente perfecto entre niveles de dicción alta, baja, media, técnica, moderna, tecnológica, filosófica, vernácula, vodevilesca, exhortatoria, lumpen, desconsolada, lírica. Esas frases y páginas, cuando era capaz de producirlas, constituían para él un hogar tan verdadero, seguro y feliz como cuantos tuvo durante la mayor parte de los veinte años de nuestra relación. Así que podría contarles anécdotas del breve viaje por carretera salpicado de discusiones que emprendimos en cierta ocasión, o hablarles del olor mentolado que su tabaco de mascar dejaba en mi departamento siempre que se quedaba unos días, o de las torpes partidas de ajedrez que jugábamos y los peloteos de tenis aún más torpes que a veces hacíamos – la reconfortante estructura de los juegos frente a las extrañas y profundas rivalidades fraternales que bullían bajo la superficie –, pero ciertamente lo principal era la escritura. Durante la mayor parte del tiempo desde que lo conocí, la interacción más intensa con él fue estar sentado a solas en mi sillón, noche tras noche, durante diez días, leyendo el manuscrito de LA BROMA INFINITA. Ese fue el libro en el que, por primera vez, organizó el mundo y a sí mismo tal como quería. Al nivel más microscópico: entre cuantos han pasado por esta tierra, nadie ha puntuado la prosa de una manera tan apasionada y precisa como Dave Wallace. Al nivel global: produjo un millar de páginas de bromas de talla mundial que – si bien la modalidad y calidad del humor nunca flojeaban – eran cada vez menos graciosas, capítulo tras capítulo, hasta que, al final, uno pensaba que el título podía haber sido igualmente LA TRISTEZA INFINITA. Eso Dave lo captó como nadie.
Y ahora resulta que este hombre del Medio Oeste atractivo, brillante, gracioso, con una mujer asombrosa y una red de apoyo local magnífica y una magnífica carrera y un magnífico empleo en una magnífica universidad con unos alumnos magníficos, se ha quitado la vida, y los demás nos quedamos aquí preguntándonos (por citar una frase de LA BROMA INFINITA): “A ver, chabón, ¿y vos de qué la vas?”
Una buena respuesta, sencilla y moderna, sería: “Una personalidad encantadora, con talento, fue víctima de un severo desequilibrio químico en el cerebro. Por un lado, estaba la persona de Dave, y por otro, la enfermedad, y ésta mató al hombre igual que podía haberlo matado el cáncer”. Esta respuesta es más o menos cierta, pero a la vez insuficiente. Si se quedan satisfechos con ella, no necesitaran leer los relatos que Dave escribió, en especial tantos y tantos relatos en los que la dualidad, la separación entre persona y enfermedad aparece como problema o directamente es blanco de mofa. Una paradoja obvia es, naturalmente, que el propio Dave, al final, se dio por satisfecho con esta respuesta sencilla y dejó de establecer conexión con esos relatos más interesantes que había escrito en el pasado y podría haber escrito en el futuro. su tendencia suicida salió ganando y todo lo demás en el mundo de los vivos pasó a ser intrascendente.
Sin embargo, eso no significa que no nos queden más relatos significativos por contar. Podría ofrecerles diez versiones distintas de cómo llegó a la noche del 12 de septiembre, algunas muy sombrías, algunas muy indignantes para mí, y en la mayoría teniendo en cuenta las numerosas adaptaciones de Dave, como adulto, en respuesta a su intento de suicidio al final de la adolescencia. Pero en concreto hay un relato no tan sombrío que me consta que es verdad y que quiero contar ahora, porque  ha sido una gran felicidad, un privilegio y un desafío infinitamente interesante gozar de la amistad de Dave.
Las personas a quienes les gusta tener las cosas bajo control pueden pasarlo mal en la intimidad. La intimidad es anárquica e incompatible por definición con el control. Uno busca tener las cosas bajo control porque siente miedo, pero hace unos cinco años, Dave, muy perceptiblemente, dejó de sentirlo. En parte se debió a que había conseguido un empleo bueno y estable en el Pomona College. Pero en parte sobre todo a que por fin encontró a una mujer adecuada para él, una mujer que por primera vez le abrió la posibilidad de llevar una vida más plena y menos rígidamente estructurada. Cuando hablábamos por teléfono, empezó a decirme que me quería, y yo de pronto ya no tenía que esforzarme tanto para hacerlo reír o demostrarle que era inteligente. Karen y yo conseguimos llevarlo a Italia durante una semana, y en lugar de pasarse los días en la habitación del hotel viendo la televisión, como podría haber hecho años atrás, almorzó en la terraza y comió pulpo, y se dejó llevar a remolque a las cenas y de hecho disfrutó de la compañía de otros escritores en reuniones informales. Sorprendió a todos, y quizá en especial a sí mismo. Fue algo verdaderamente divertido que quizá volviera a hacer.
Mas o menos un año después, decidió dejar la medicación que había dado estabilidad a su vida durante más de veinte años. También aquí hay distintas versiones de por qué lo decidió exactamente. Pero una cosa que me dejó muy clara, cuando lo hablamos, fue que deseaba tener la oportunidad de llevar una vida más corriente, con menos control obsesivo y más placer normal. Fue una decisión surgida de su amor por Karen, de su afán por producir textos nuevos y más maduros, y de haber vislumbrado un futuro distinto. Fue por su parte un intento extraordinariamente aterrador y valiente, porque Dave rebosaba amor, pero también miedo: accedía con demasiada facilidad a esas profundidades de la tristeza infinita.
Así pues, fue un año de altibajos, en junio tuvo una crisis y pasó un verano muy difícil. Cuando lo vi en julio, volvía a estar en los huesos, como en la última etapa de la adolescencia, durante su primera gran crisis. Una de las últimas veces que hablé por teléfono con él, en agosto, me pidió que le contara en forma de historia cómo llegaría a irle mejor en la vida. Le repetí muchas de las cosas que él me había dicho en nuestras conversaciones del año anterior. Le dije que se encontraba en un momento terrible y peligroso porque intentaba realizar auténticos cambios como persona y escritor. Le dije que, la última vez que había vivido experiencias cercanas a la muerte, había salido de ellas y escrito, muy deprisa, un libro que estaba a años luz de lo que había estado haciendo antes de su desmoronamiento. Le dije que era un recalcitrante obseso del control y un sabelotodo – “¡Y tú también!”, replicó – y que las personas cono nosotros tememos tanto abandonar el control que a veces la única manera que tenemos de obligarnos a abrirnos y cambiar es dejarnos llevar a un acceso de pesadumbre y al borde de la autodestrucción. La dije que él había emprendido aquel cambio en la medicación porque quería madurar y llevar una vida mejor. Y le dije que, en mi opinión, su mejor literatura estaba por venir. Y él dijo: “Esta historia me gusta. ¿Podrías llamarme cada cuatro o cinco días y contarme otra parecida?”
Por desgracia, sólo tuve una oportunidad más de contársela, y para entonces él ya no la oía. Se hallaba sumido en un horrible estado de angustia y dolor, minuto a minuto. Después, las siguientes veces que intenté llamarlo no atendía el teléfono ni devolvía los mensajes. Se había hundido en el pozo de la tristeza infinita, fuera del alcance de las historias, y ya no consiguió salir. Pero poseía una inocencia hermosa y anhelante, y estaba intentándolo.

 

DFW, D. T., Y YO
Matt Bucher
I. Hablemos del año de David Foster Wallace
P. ¿Por qué 2012 fue “el año de DFW”?
A. Bueno, suena bien
Desde su muerte en 2008, David Foster Wallace se ha ido convirtiendo crecientemente en una estrella consolidada del firmamento literario. Quienes se ocupan de estar atentos a las modas y las variaciones incrementales podrían sin duda afirmar en retrospectiva que en 2012 se produjo “mogollón” de actividad en torno a Wallace y a los “Wallace Studies”. También en 2011, 2010, 2009 y 2008 hubo mucho que decir sobre Wallace. E imagino que 2013, 2014 y 2063 no serán muy diferentes.
Para este año [1] está prevista la publicación de al menos un libro de artículos sobre Wallace (editado por Stephen J. Burn y Marshall Boswell), varias editoriales universitarias han recibido monografías académicas sobre él como propuestas de publicación, en verano se reimprimirá Signifying Rappers, aparecerá la guía de Oblivion escrita por Greg Carlisle y también algunos otros volúmenes con material inédito de Wallace. Creo que hay una posibilidad real de que veamos aparecer también un volumen con las cartas de Wallace, un Portable David Foster Wallace y otra compilación más de relatos inéditos. Seguiremos escuchando comparaciones con el catálogo de álbumes póstumos de Tupac.
Por mucho que 2012 fuera el año de DFW, para mí fue el año de D. T . Max, pues tuve el privilegio de trabajar con Max en su biografía de Wallace, Todas las historias de amor son historias de fantasmas. En realidad contacté con él por primera vez en 2009 y dediqué buena parte de 2010 y 2011 a ayudarle con el trabajo de documentación y a conversar con él —reunidos en persona, por teléfono o email—, a comprobar datos y detallitos, a leer borradores del manuscrito, a visitar la sala de lectura del Ransom Center y otras cosas por el estilo (estoy particularmente orgulloso del capítulo de Arizona). Pero, en 2012, Max estaba verdaderamente en todas partes. Su biografía de Wallace entró en la lista de bestsellers del NYTimes, Michiko Kakutani le dedicó una reseña muy positiva y terminó señalándolo como uno de sus diez libros favoritos del año. Observar cómo un libro pasa de ser una idea a un manuscrito a todo esto es, bueno, como mínimo interesante.
Así que no tengo ninguna posibilidad de mostrarme objetivo con este libro. Resulta, además, que durante toda mi vida adulta he sido un fan obsesivo de David Foster Wallace. Leí La broma infinita en 1997 y cambió por completo la forma en que veo el mundo y en que me veo a mí mismo. Desde entonces he pensado en DFW y en su trabajo casi a diario (esto también tiene que ver, en parte, con haber asumido el papel de administrador de la lista de correo wallace-i en 2002, los emails que recibo diariamente con el asunto “wallace-i” son mi devocionario y mi fandom está inextricablemente ligado al hecho de participar en esta lista con otras personas).
Cuento todo esto para explicar que no sería capaz de leer ninguna reseña o crítica de la biografía de Max como si yo fuera un observador imparcial de algo que me es ajeno; sin embargo, sí creo que soy lo bastante abierto de mente como para poder escuchar verdaderas críticas y opiniones en contra del libro. Todos los libros que se esperan con gran anticipación (como este de Max) suelen resentirse de las ambiguas expectativas que generan. ¿Qué tipo de libro debería ser una biografía de David Foster Wallace? Que quede claro desde el principio, este no es un libro para académicos (aunque creo que bastantes personas que participan de la academia se beneficiarán de su lectura). No es un libro de crítica literaria (aunque creo que contiene elementos de crítica realmente agudos y originales). No es una biografía del tipo “un día en la vida de” ni “meterse hasta la cocina” (aunque tiene la cantidad de detalles y la profundidad suficientes como para dibujar ese retrato de Wallace). Para mí, la biografía puede leerse como una versión ampliada de “The Unfinished” el retrato de Wallace y de El rey pálido que Max escribió en 2009 para el New Yorker. Aquel texto hacía justo lo que se espera de un artículo del New Yorker: la liaba. Casi todas las personas que conozco alabaron el artículo, pero a algunos de los miembros de la lista de correo les disgustó que en él se insinuara que la incapacidad de Wallace para acabar su tercera novela tuvo algo que ver con su suicidio. Como si ellos lo supieran.
Antes de 2008, la lista de correo siempre experimentaba un frenesí de actividad cuando Wallace publicaba una nueva historia o un libro nuevo. Pero recibíamos también montones de relatos de gente que asistía a sus lecturas o que había tenido algún trato personal con él. Gracias a estos últimos llegamos a saber un poquito de la vida personal de Wallace, pero no demasiado. Era una persona muy reservada y quienes le rodeaban casi siempre respetaban este deseo de privacidad. Además, por norma, Wallace solía esquivar las preguntas relativas a su pasado y, cuando se veía presionado, directamente mentía sobre su vida personal. Un ejemplo elocuente: antes de su muerte casi nadie estaba al tanto de que Wallace sufría una depresión severa ni de que tomaba medicación para combatirla. Cuando leí la biografía de Max por primera vez me quedé impresionado por la cantidad de datos de la vida de Wallace que se descubren en cada página. Aunque no fuera más que por eso, al desvelar los detalles reales de su vida y sus relaciones, D. T. Max ya habría prestado un gran servicio a los fans y a los investigadores de la obra de Wallace. No puedo dejar de insistir en ello. Hay algunos periodos de la vida de Wallace que eran zonas grises hasta para sus mejores amigos. Algunos de los críticos que han reseñado el libro de Max han dado por hecho el buen trabajo que este supone en lo tocante a la descripción de la cronología de la vida de Wallace y quiero insistir en lo difícil que ha sido gran parte de esa labor. Dar con la secuencia adecuada de los acontecimientos, con la gente adecuada en quien confiar… La verdad, en esencia, incluso en el caso de una persona cuya muerte estaba tan reciente, tardó años en desentrañarse.
II. El don
Siempre me han fascinado los artistas que sufren cierta desconexión entre el don que poseen y aquello a lo que quizás hubieran preferido dedicarse. Como, por ejemplo, los que nacen con un talento o habilidad particular que se ven obligados a aceptar y abrazar aunque no necesariamente lo disfruten. Es básicamente de lo que va El indomable Will Hunting. Will Hunting nace con una habilidad nivel genio para las matemáticas, pero aceptar realmente todo lo que supone le resulta más complicado y combate su imagen de persona diferente o especial. Existe también un viejo vídeo de Christopher Cross cantando “Sailing” que tiene que ver con este tema y que me encanta, porque de niño escuchaba esa canción y me imaginaba a un cantante como Michael McDonald o Phil Collins. Pero, en realidad, con su camiseta de los Houston Oilers, Christopher Cross tiene pinta de conductor de autobús. Nació con el don de su voz y lo emplea para cantar canciones que hablan de navegar por el paraíso. A la mierda con la narrativa estándar.
Cuando se publicó La broma infinita en 1996 David Foster Wallace incendió por completo el mundo literario y en aquél momento era el epítome de lo cool. Parecía Ethan Hawke o el hermano de Kurt Cobain, y se veía que no era una pose, era auténtico. Y, además, su talento te volaba los sesos; era alta literatura de pura cepa, y un montón de personas importantes lo llamaban genio porque no se les ocurría una palabra mejor. Cada una de las novelas “literarias” largas que se han publicado después de La broma infinita vive a su sombra. ¿Es Adam Levin el nuevo David Foster Wallace? ¿Marisha Pessl? ¿Zadie Smith? ¿Eugenides? ¿Es House of Leaves tan buena como La broma infinita? ¿Cómo quedan en comparación Libertad o Witz? ¿Safran Foer? ¿Quién es la David Foster Wallace femenina? La cosa es que, en ese momento, Wallace podía haber tomado otra dirección. Podía haber salido en The Today Show o Good Morning America o haber aparecido en una valla publicitaria en Times Square. Podía haberse dado al autobombo y haberse convertido en el autor joven más famoso de América. Aunque tampoco es como si hubiera desaparecido en plan Pynchon, se las vio con su don y con su autoimagen. Pasó un mal rato en el programa de Charlie Rose y se volvió a Illinois a dar sus clases.
Gran parte del libro Although of Course You End Up Becoming Yourself, de David Lipsky, se ocupa de esta paradoja de la vida de Wallace. Lipsky es también escritor y novelista y en el libro lo tenemos charlando con el autor del momento, que acaba de conseguir lo que aparentemente todos los escritores desearían: reseñas en todas las publicaciones, la etiqueta de genio, la etiqueta de literario, buenas ventas, la envidia de todos tus iguales, una reputación… y Lipsky quiere saber cómo se siente uno con todo eso. ¿Qué es lo que se ve desde la cima de la montaña? Wallace no puede dar una respuesta satisfactoria.
Personalmente, yo casi siempre siento envidia de aquellos amigos míos que tienen más éxito y son más populares que yo, de esa gente que consigue hacer justo lo que yo sueño con hacer. Sé que está mal y que no es sano y aun así querría ser más como ellos. Me castigo por no haber conseguido más, por no ser más yo mismo, más productivo. Sé que esto solo lleva a la tristeza. En La broma infinita aparece un joven estudiante y jugador de tenis llamado LaMont Chu que desea desesperadamente convertirse en el prodigio tenístico Michael Chang. Quiere saber a qué saben el éxito y la fama y, cuando consulta a Lyle, el gurú residente de la academia de tenis, este le contesta: “Te engañas. Pero eso es una buena noticia. Has sido atrapado por el engaño de que la envidia produce un sentimiento recíproco. Crees que tu dolorosa envidia por Michael Chang tiene otra cara: a saber, que Michael Chang disfruta al ser envidiado por LaMont Chu. No existe ese animal.”
Quizás haya quienes sigan deseando ser el David Foster Wallace de 1996, con La broma infinita recién publicada, pero después de leer esta biografía, dudo que haya alguien que pueda envidiarle.
III. El sueño
La relación que establecemos con los autores que nos gustan es fundamentalmente ficción, una fantasía. Nos creamos una imagen específica de ellos en nuestra mente y dejamos que la realidad permee en ella solo de vez en cuando. En contrapartida, por su parte, el autor probablemente no te tiene nunca en la cabeza —de forma específica, individual— cuando escribe. Muy pocas personas han leído alguna vez un libro que haya sido escrito enteramente para ellos. ¿Y, para el autor, cuál es la mejor manera de pensar en el lector? Gertrude Stein dijo: “Escribo para mí y para los extraños”. Yo soy sólo otro extraño y me gustaría creer que cuando Wallace ponía su cerebro tras la pluma y se disponía a machacar en serio su cuaderno no estaba pensando ni en mí ni en ti, estaba creando Arte en Busca de la Verdad. O del Amor. O… en realidad, no sé. Aún sigo peleándome con esa cuestión de “el propósito que está en el corazón del arte” [2].
Aun después de haber leído todo lo que he podido sobre David Foster Wallace e incluso después de haber estado con él un par de veces, no hubiese podido decir cómo era él de verdad o cómo había sido su vida. Si alguna vez has conocido a un autor que te gusta mucho y has tenido esa impresión como de desconexión de la realidad en su presencia sabrás que es una sensación bastante peculiar. El tipo este en vaqueros y botas de baloncesto no puede ser la misma persona que llevas horas, meses y años construyendo en tu cabeza. Zadie Smith habló de ese mismo fenómeno en una entrevista reciente en Interview:
Interview: ¿Te sentiste abrumada por la atención [que recibió Dientes blancos]?
Zadie Smith: Voy a intentar contestar con toda honestidad. Esa cuestión tiene dos aspectos. La parte que tiene que ver con la vida pública no podía tolerarla y realmente sigo sin poder tolerarla. No puedo acostumbrarme a la idea de ser alguien irreal en la mente de otras personas. No puedo vivir mi vida de ese modo. Y, para un escritor, eso es directamente anatema. No es sano. Pero por otra parte, cuando escribo, de lo que se trata, para mí, es de hacerlo bien en la página. Todo aquel ruido no podría cambiar en lo más mínimo la sensación que me produce lo que escribo, que no es siempre particularmente positiva.
Como fan, tienes que tener en cuenta que la idea que te has hecho de un autor es irreal y que, probablemente, para ese mismo autor sea aberrante o intolerable. Toda esa atención que se dedica a la vida personal de los autores está a menudo motivada por alguna emoción negativa: los envidiosos, los fisgones (Frank Bruni llegó a cotillear en el botiquín de Wallace), los jóvenes fans hiperentusiastas, los displicentes, los de la falacia intencional. ¿Hay alguna motivación honrada para leer la biografía de un autor? Por supuesto. Pero cuando todos los que aparecen en ella, excepto el autor que constituye su tema, están aún vivos, la emoción y los sentimientos parecen estar más a flor de piel. Una vez relegados a la neblina de los tiempos, nos es posible estudiar la vida y obra de Shakespeare, de Milton, de Henry James con la postura desapegada de un historiador, con la idea de que, en gran media, estamos leyendo novela histórica.
Así que, sí, llegué a ver con mis propios ojos los andares a zancadas de Wallace, su bandana y su letra diminuta, y claro que sentía curiosidad por aquella mente capaz de crear el mundo de La broma infinita, pero no me engañaba pensando que la imagen que tenía de él fuera algo más que pura fantasía. Al imaginarlo paseándose por el recinto de la feria estatal uno de esos días calurosos de Illinois o a solas en un crucero, metido en su camarote y estudiando el panfleto oficial del barco, o incluso en Capri, asomado a un balcón mirando el mar, no tengo modo de saber si alguna de estas cosas ocurrió tal como yo las imagino. Esta biografía de David Foster Wallace podrá dar cierta forma a la impresión mental que tienes de él, pero su parte más auténtica y perdurable sigue estando ahí, en las historias que nos ha dejado.
Un año o dos después de su muerte, soñé que David Wallace había tenido hijos: un niño y una niña. Y, por algún motivo, en el sueño estoy mirando las fotos que ha publicado en Instagram (o en una versión onírica de Instagram). Voy haciendo scroll y los voy viendo crecer juntos: un bebé pelón en una trona, en los hombros de su padre, el primer día de guardería, jugando risueño en el barro, fiestas de cumpleaños, partidos de la liga infantil, a los 16, el baile de fin de curso, la ceremonia de graduación universitaria en la que se ve a los orgullosos padres muy peripuestos… y, al final, aparece una última foto de un David Wallace un poco más encanecido y arrugado que sostiene en brazos a un bebé envuelto en mantas, su nieto. Y la sonrisa que le veo en esa foto es tan simple, pura y real que ha entrado a formar parte también de mi fantasía. Y es así como yo elijo recordarle.
Notas
[1] 2013 para el autor, que escribió este texto a principios de año.
[2] Matt Bucher está citando aquí otra conocida frase de Wallace en la entrevista con Larry McCaffery: “No digo que yo sea capaz de escribir sistemáticamente a partir de esa premisa, pero sí que parece que la gran diferencia entre el buen arte y el arte que es sólo regular reside en el propósito que está albergado en el corazón de ese arte, los objetivos que motivan a la conciencia que está detrás del texto. Tiene que ver con el amor. Con tener la suficiente disciplina para hablar desde la parte de ti que es capaz de amar y no desde la parte de ti que sólo quiere ser amada”.

***

A Foster Wallace lo conocí por leer una reseña de Marcelo Cohen en Clarín y que pego a continuación. Lo leí tiempo después cuando lo encontré en una batea de baratijas  sin que me enamorara y en el verano me lleve su broma infinita que si bien me parecía que había cosas que estaban bien no me enamoro, no me enveneno, no me enloqueció como Larry Brown, Palahniuk, Ellroy o Ray Pollock, Roth, Dick, King o las correcciones de su amigo Franzen y cuando tuve que elegir entre él y los diarios de la Segunda Guerra de Jünger por economía de tiempo, claramente elegí a Jünger. Foster Wallace no es la línea narrativa americana que me vuelve loco y me envenena no escribir como ellos. Pero nada, cada cual elige y supongo que esta novela que nunca leeré estará bien.
Discurso de David Foster Wallace en la ceremonia de graduación del Kenyon College
Saludos y felicitaciones a la generación 2005 del Kenyon College.
Erase dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que los saludó y les dijo, “Buenos días, muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato, hasta que eventualmente uno de ellos miró al otro y le preguntó, “¿Qué demonios es el agua?”
Esto es algo común al inicio de los discursos de graduación en Estados Unidos: el empleo de una pequeña parábola con un fin didáctico. Esta costumbre resulta ser una de las mejores convenciones del género y la menos mentirosa, pero si te has empezado a preocupar de que mi plan sea presentarme como el pez sabio y viejo que le explica a los peces jóvenes lo que es el agua, por favor no lo hagas. Yo no soy el pez sabio y viejo. El punto de la historia de los peces es, simplemente, que las realidades más importantes y obvias son a menudo las más difíciles de ver y explicar. Enunciado como una frase, por supuesto, suena a un lugar común banal, pero el hecho es que las banalidades en el ajetreo diario de la existencia adulta pueden tener una importancia de vida o muerte, o así es como me gustaría presentarlo en esta mañana despejada y encantadora.
Por supuesto que el principal requisito en un discurso como éste es que hable sobre el significado de la educación en Humanidades y que intente explicar por qué el título que están a punto de recibir posee un verdadero valor humano en vez de ser una mera llave para la simple remuneración material. Así que mencionaremos otro lugar común al inicio de los discursos, que la educación en Humanidades no es tanto atiborrarte de conocimiento como “enseñarte a pensar”. Si son como yo fui alguna vez de estudiante, nunca hubiesen querido escuchar esto, y se sentirán insultados cuando les dicen que precisaron de alguien que les enseñara a pensar, porque dado que fueron admitidos en la universidad precisamente por esto, parece obvio que ya sabían cómo hacerlo. Pero voy a hacerme eco de ese lugar común que no creo sea insultante, porque lo que verdaderamente importa en la educación –la que se supone obtenemos en un lugar como éste– no vendría a ser aprender a pensar, sino a elegir cómo vamos a pensar. Si la completa libertad para elegir acerca de qué pensar les parece obvia y discutir acerca de ella una pérdida de tiempo, les pido que piensen acerca de la anécdota de los dos peces y el agua y que dejen entre paréntesis por unos segundo vuestro escepticismo acerca del valor de lo que es obvio por completo.
Les voy a contar otra de estas historias didácticas. Había dos personas sentadas en la barra de un bar en la parte más remota de Alaska. Uno de ellos era religioso, el otro ateo y ambos discutían acerca de la existencia o no de dios con esa especial intensidad que se genera luego de la cuarta cerveza. El ateo contó, ‘mirá, no es que no tenga un real motivo para no creer.  No es que nunca haya experimentado todo el asunto ese de dios, rezarle y esas cosas. El mes pasado, sin ir más lejos, me sorprendió una tormenta terrible cuando aún me faltaba mucho camino para llegar al campamento. Me perdí por completo, no podía ver ni a dos metros, hacía 50 grados bajo cero y me derrumbé: caí de rodillas y recé “Dios mío, si en realidad existes, estoy perdido en una tormenta y moriré si no me ayudas, ¡por favor!”. El creyente entonces lo mira sorprendido: ‘Bueno, eso quiere decir entonces que ahora crees! De hecho estás aquí vivo!”. El ateo hizo una mueca y dijo: “No, hermano, lo que pasó fue que de pronto aparecieron dos esquimales y me ayudaron a encontrar el camino al campamento…”.
Es fácil hacer un análisis típico en las Humanidades: una misma experiencia puede significar cosas totalmente distintas para diferentes personas si tales personas tienen distinto marco de referencia y diferentes modo de elaborar significados a partir de su experiencia. Dado que apreciamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en cualquiera de los análisis posibles jamás afirmaríamos que una de las interpretaciones es correcta y la otra falsa. Lo que en sí está muy bien, lástima que nunca nos extendemos más allá y nos proponemos descubrir los fundamentos del pensamiento de cada uno de los interesados. Y me refiero a de qué parte del interior de cada uno de ellos surgen sus ideas. Si su orientación básica en referencia al mundo y el significado de su experiencia viene ‘cableado’ como su altura o talla del calzado, o si en cambio es absorbida de la cultura, como su lenguaje. Es como si la construcción del sentido no fuera realmente una cuestión de elección intencional y personal. Y más aún, debemos incluir la cuestión de la arrogancia. El ateo de nuestra historia está totalmente convencido de que la aparición de esos dos esquimales nada tiene que ver con el haber rezado y pedido ayuda a dios. Pero también debemos aceptar que la gente creyente puede ser arrogante y fanática en su modo de ver. Y hasta puede que sean más desagradables que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema del dogmatismo del creyente es el mismo que el del ateo: certeza ciega, una cerrazón mental tan severa que aprisiona de un modo tal que el prisionero ni se da cuenta que está encerrado.
Aquí apunto a lo que yo creo que realmente significa que me enseñen a pensar. Ser un poco menos arrogante. Tener un poco de conciencia de mí y mis certezas. Porque un gran porcentaje de las cuestiones acerca de las que tiendo a pensar con certeza, resultan estar erradas o ser meras ilusiones. Y lo aprendí a los golpes y les pronostico otro tanto a ustedes.
Les daré un ejemplo de algo totalmente errado pero que yo tiendo a dar por sentado: en mi experiencia inmediata todo apuntala mi profunda creencia de que yo soy el centro del universo, la más real, vívida e importante persona en existencia. Raramente pensamos acerca de este modo natural de sentirse el centro de todo ya que es socialmente condenado. Pero es algo que nos sucede a todos. Es nuestro marco básico, el modo en que estamos ‘cableados’ de nacimiento. Piénsenlo: nada les ha sucedido, ninguna de vuestras experiencias han dejado de ser percibidas como si fueran el centro absoluto. El mundo que perciben lo perciben desde ustedes, está ahí delante de ustedes, rodeándolos o en vuestro monitor o en la TV. Los pensamientos y sentimientos de las otras personas nos tienen que ser comunicados de algún modo, pero los propios son inmediatos, urgentes y reales.
Y, por favor, no teman que no me dedicaré a predicarles acerca de la compasión o cualquiera de las otras virtudes. Me refiero a algo que nada tiene que ver con la virtud. Es cuestión de mi posibilidad de encarar la tarea de, de algún modo, saltear o verme libre de mi natural e ‘impreso’ modo de operar que está profunda y literalmente auto centrado y que hace que todo lo vea a través de los lentes de mi mismidad. A gente que logra algo de esto se los suele describir como ‘bien equilibrado’ y me parece que no es un término aplicado casualmente.
Y dado el entorno en el que ahora nos encontramos es adecuado preguntarnos cuánto de este re-ajuste de nuestro marco referencial natural implica a nuestro conocimiento o intelecto. Es una pregunta difícil. Probablemente lo más peligroso de mi educación académica –al menos en lo que a mí respecta– es que tiende a la sobre intelectualización de las cosas, que me lleva a perderme en argumentos abstractos en mi cabeza en vez de, simplemente, prestar atención a lo que ocurre dentro y fuera de mí.
Estoy seguro de que ustedes ya se han dado cuenta de lo difícil que resulta estar alerta y atentos en lugar de ir como hipnotizados siguiendo el monólogo interior (algo que puede estar sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación llegué a comprender el típico cliché liberal acerca de las Humanidades enseñándonos a pensar: en realidad se refiere a algo más profundo, a una idea más seria: porque aprender a pensar quiere decir aprender a ejercitar un cierto control acerca de qué y cómo pensar. Implica ser consiente y estar atentos de modo tal que podamos elegir sobre qué poner nuestra atención y revisar el modo en que llegamos a las conclusiones a las que llegamos, al modo en que construimos un sentido en base a lo que percibimos. Y si no logramos esto en nuestra vida adulta, estaremos por completo perdidos. Me viene a la mente aquella frase que dice que la mente es un excelente sirviente pero un pésimo amo.
Como todos los clichés superficialmente es soso y poco atractivo, pero en realidad expresa una verdad terrible. No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan liquidar al tirano. Y la verdad es que esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo.
Y les digo que este debe ser el resultado genuino de vuestra educación en Humanidades, sin mentiras ni chantadas: como impedir que vuestra vida adulta se vuelva algo confortable, próspero, respetable pero muerto, inconsciente, esclavo de vuestro funcionar ‘cableado’ inconsciente y solitario. Esto puede sonar a una hipérbole o a un sinsentido abstracto. Pero ya que estamos pensemos más concretamente. El hecho real es que ustedes, recién graduados, no tienen la menor idea de lo que implica el día a día de un adulto. Resulta que en estos discursos de graduación nunca se hace referencia a cómo transcurre la mayor parte de la vida de un adulto norteamericano. En una gran porción esa vida implica aburrimiento, rutina y bastante frustración. Vuestros padres y parientes mayores que aquí los acompañan deben de saber bastante bien a qué me estoy refiriendo.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos la vida de un adulto típico. Se levanta temprano por la mañana para concurrir a un trabajo desafiante, un buen trabajo si quieren, el trabajo de un profesional que con entusiasmo trabaja por ocho o diez horas y que al final del día lo deja bastante agotado y con el único deseo de volver a casa y tener una buena y reparadora cena y quizá un recreo de  una o dos horas antes de acostarse temprano porque, por supuesto, al otro día hay que levantarse temprano para volver al trabajo. Y ahí es cuando esta persona recuerda que no hay nada de comer en casa. No ha tenido tiempo de hacer las compras esta semana porque el trabajo se volvió muy demandante y ahora no hay más remedio que subirse al auto y, en vez de volver a casa, ir a un supermercado. Es la hora en que todo el mundo sale del trabajo y las calles están saturadas de autos, con un tránsito enloquecedor. De modo que llegar al centro comercial le lleva más tiempo que el habitual y, cuando al fin llega, ve que el supermercado está atestado de gente que como él,  que luego de un día de trabajo trata de comprar las provisiones que no pudo comprar en otro momento. El lugar está lleno de gente y la música funcional y melosa hacen que sea el último lugar de la tierra en el que se quiere estar, pero es imposible hacer las cosas rápido. Debe andar por esos pasillos atiborrados de gente, confusos a la hora de encontrar lo que uno busca y debe maniobrar con cuidado el carrito entre toda esa gente apurada y cansada (etc. etc. etc., abreviemos que es demasiado penoso) y al fin, luego de conseguir todo lo que necesitaba, se dirige a las cajas que, por supuesto, están casi todas cerradas a pesar de ser la hora pico, y las que están funcionando lo hacen con unas demoras colosales, lo que es enojoso, pero esta persona se esfuerza por dejar de sentir odio por la cajera que parece moverse en cámara lenta, quien está saturada de un trabajo que es tedioso, carente de sentido de un modo que sobrepasa la imaginación de cualquiera de los aquí presentes en nuestro prestigioso colegio.
Bueno, al fin esta persona consigue llegar a ser atendida, paga por sus provisiones y escucha que le dicen ‘que tenga un buen día’ con un voz que es la de la muerte. Luego tiene que cargar todas sus bolsas en el carrito que tiene una rueda chueca e insiste en irse para un costado y hace que el camino hasta el auto lo saque de quicio; luego tiene que cargar todo en el baúl y salir de ese estacionamiento lleno de autos que circulan a dos por ahora buscando un lugar libre ¡y todavía queda el camino a casa!, con un tránsito pesado, lento y plagado de enormes 4×4 que parecen ocupar toda la calle, etc. etc. etc.
Todos aquí han pasado por esto, claro. Pero aun no es parte de vuestra rutina de graduados, semana a semana, mes a mes, año a año. Pero lo será. Y cantidad de otras tareas fastidiosas y sin sentido aparente que les esperan. Pero no es este el punto al que me refiero. El punto es que estas tareas de mierda, insignificantes y frustrantes son las que permiten escoger qué y como pensar. Ya que debido al tránsito congestionado, o a los pasillos atiborrados de gente con carritos, o a las larguísimas colas, tengo tiempo para pensar y si no tomo una decisión consiente acerca de cómo pensar, de a qué prestar atención, me sentiré frustrado y jodido cada vez que me vea en estas situaciones. Porque el ajuste natural me dice que estar situaciones me afectan a MI. A MI hambre, a MI fatiga, a Mi deseo de estar en casa y me hace ver que toda esa gente se mete en MI camino. Y ¿quiénes son, después de todo? Miren qué repulsivos son, que caras de estúpidos portan, esa mirada de vacas, no parecen humanos, y que enojosos y groseros son hablando en voz alta por sus celulares todo el tiempo. Es absolutamente injusto e incordiante que me encuentre ahí, entre ESA gente.
Y, claro, además, como pertenezco a una clase de gente socialmente más consiente, gente de Humanidades, me parece terrible quedar atrapado en el tránsito de la hora pico entre esas tremendas 4×4, esos autazos de 12 cilindros que desperdician egoístamente sus tanques de 80 litros de un combustible cada vez más escaso, y puedo asegurar que las calcomanías con los slogans más religiosos y patrióticos están pegados en vidrios de los más enormes, llamativos y egoístas de los vehículos, conducidos por los más horrendos personajes (aplausos y respondiendo a esos aplausos) –este no es un ejemplo de cómo debemos pensar, ojo! –, conductores detestables, desconsiderados y agresivos. Y también puedo imaginar cómo nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos van a acordarse de nosotros por derrochar el combustible y probablemente joder el clima, y pensar en lo egoístas y estúpidos que fuimos por permitirlo y como nuestra sociedad consumista es detestable, etc., etc., etc.
Ya pescaron la idea.
Si yo escojo pensar así cuando me encuentro atrapado en el tránsito o en los pasillos de un supermercado, bueno, a la mayoría nos pasa. Porque este modo de pensar es tan automático, tan natural y establecido que no implica ninguna chance ni elección. Es el modo automático en que percibo la parte aburrida y frustrante de la vida adulta, cuando me dejo ir en automático, inconscientemente, cuando me creo el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos determinan las prioridades de todo el mundo, que creo gira a mi alrededor.
La cosa es que, claro, hay otras maneras por completo diferentes de pensar acerca de estas situaciones. En ese transito entorpecido, con vehículos que dificultan mi avance, puede que, en una de esas horrorosas 4×4, haya un conductor que luego de un horrible accidente de tránsito se haya sentido tan acobardado que el único modo de volver a manejar es sintiéndose protegido dentro de uno de esos tanques. O que aquella camioneta que corta mi paso imprudentemente, esté conducida por un padre que lleva a su hijo enfermo o accidentado y se apura por llegar a una guardia médica, o que está en una situación más urgente y legítima que la que yo me encuentro, y que en realidad yo soy el que se mete en SU camino.
O puedo elegir pensar y considerar que todos los que nos encontramos en esa larga cola del supermercado estamos tan aburridos y nos sentimos tan mal como me siento yo y que algunos de ellos probablemente tengan una vida más tediosa y dolorosa que la mía.
De nuevo, por favor, no crean que estoy dando consejos moralistas, o que sugiero el modo en que tienen que pensar ustedes, o que señalo cómo se espera que ustedes piensen. Porque esto que les describo es muy difícil. Requiere de mucha voluntad y esfuerzo y, si son como yo, algunos días no lo lograrán o simplemente se dejarán llevar por la comodidad y falta de ganas.
Pero puede pasar que, si están atentos los suficiente como para darse a ustedes mismos la opción, podrán escoger una manera distinta de percibir a esa gorda, de ojos muertos, sobre maquillada que no deja de gritar a su hijito en la fila. Quizá ella no es siempre así. Quizá lleva tres noches sin dormir sosteniendo la mano de su marido que muere de cáncer en los huesos. O quizá esta señora es la misma que ayer ayudó a tu señora a resolver ese horrendo trámite en el Registro Automotor mediante un simple acto de gentileza. Claro, sí, nada de esto es lo habitual, pero tampoco es imposible. Todo depende de lo que uno elija pensar. Si estás seguro de saber exactamente cuál es la realidad y estás operando en automático como me suele suceder a mí, entonces no dejarás de pensar en posibilidades enojosas y miserables. Pero si en realidad aprendes a prestar atención, te darás cuenta de que en realidad hay otras opciones. Vas a poder  percibir ese atestado, caluroso, y lento infierno no solo como significativo, sino como algo sagrado, consumido por las mismas llamas que las estrellas: amor, comunión, esa unidad mística que hay bien en lo profundo de las cosas.
No afirmo que esta mística se necesariamente verdadera. Pero lo que sí lleva una V mayúscula es la Verdad de que podés decidir cómo te lo vas a tomar.
Esto, yo les aseguro, es la libertad que otorga la educación real. Aprender a cómo estar bien balanceado. Y cada uno decidir qué tiene y qué no tiene sentido. Decidir conscientemente qué es lo que vale la pena venerar.
Y he aquí algo raro, pero que es verdad: en las trincheras del día a día de la vida de un adulto, no existe el ateísmo. No hay tal cosa como la ‘no-veneración’. Todo el mundo es creyente. Y quizá la única razón por la que debamos cuidarnos al elegir qué venerar, cualquier camino espiritual –llámese Cristo, Allah, Yaveh, la Pachamama, las Cuatro Nobles Verdades o cualquier set de principios éticos– es que, sea lo que sea que elijas, te devorará en vida. Si elegís adorar el dinero y los bienes materiales, nunca tendrás suficiente. Si elegís tu cuerpo, la belleza y ser atractivo, siempre te vas a sentir feo y cuando el tiempo y la edad se manifiesten, padecerás un millón de muertes antes de que al fin te entierren. En cierto modo, todos lo sabemos. Esto fue codificado en mitos, leyendas, cuentos, proverbios, epigramas, parábolas, en el esqueleto de toda gran historia. El verdadero logro es mantener esta verdad consiente en el día a día. Si elegís venerar el poder, terminarás sintiéndote débil y necesitarás cada día de más poder para no creerte amenazado por los demás. Si elegís adorar tu intelecto, ser reconocido como inteligente, terminarás sintiéndote un estúpido, un chasco, siempre al borde de ser descubierto. Pero lo más terrible de estas formas de adoración no es que sean pecaminosas o malas, es que son inconscientes. Son el funcionamiento por default.
Día a día nos vamos sumergiendo en un modo cada vez más selectivo acerca de a qué prestar atención, qué percibir como bueno y deseable, sin siquiera ser consientes de lo que estamos haciendo.
Y el mundo real no te va a desalentar en este modo de operar, porque el así llamado mundo real está esculpido del mismo modo, dinero y poder que se regodean juntos en una piscina de miedo y odio y frustración y ambición y adoración al YO. Las fuerzas de nuestra cultura dirigen a estas fuerzas en pos de las riquezas, confort y libertad individual. Libertad para ser los señores de nuestro diminuto reino mental, solitarios en el centro de la creación. Este tipo de libertad es muy tentadora. Pero hay otros tipo de libertad pero justo del tipo de libertad que es el más precioso no vas a escuchar mucho en este mundo que nos rodea, de puro desear y conseguir.
La libertad que importa verdaderamente implica atención, conciencia y disciplina, y estar realmente interesados en el bienestar de los demás y estar dispuestos a sacrificarnos por ellos una y otra vez en miríadas de insignificantes y poco atractivas maneras, todos los días.
Esa es la libertad real. Eso es ser educado y entender cómo pensar. La alternativa es lo inconsciente, lo automático, el funcionamiento por default, el constante sentimiento de haber tenido y perdido alguna cosa infinita.
Yo sé que esto que les digo puede sonar poco divertido y que roza en lo grandilocuente  espiritual en el sentido que un discurso de graduación debe sonar. Lo que quiero que rescaten, del modo en que yo lo veo, es el tema de la V mayúscula de Verdad, dejando fuera todas las linduras retóricas. Ustedes son libres de pensar como quieran. Pero por favor, no tomen este discurso como a un sermón de esos con el dedito apuntando acusatoriamente. Nada de esto tiene que ver con moralidad o religión o dogma ni con las grandes preguntas luego de la muerte.
La V mayúscula de Verdad se refiere a la vida ANTES de la muerte.
Es acerca de los valores que implica la real educación, que no tiene nada que ver con el acumular conocimiento y sí con la simple atención, atención a lo que es real y esencial, tan oculto en plena vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que estar constantemente recordándonos a nosotros mismos, una y otra vez: Esto es agua. Esto es agua. Esto es agua.
Es inimaginablemente arduo de llevar a cabo, estar consientes y vivos en el mundo adulto, día a día. Lo que trae a colación otro gran cliché archisabido: la educación ES un trabajo para toda la vida. Y comienza ahora.
Les deseo que tengan más que suerte!
La máscara infinita
Marcelo Cohen
David Foster Wallace, nacido en 1962, es el escritor estadounidense que más fanáticos ilustrados ha logrado reclutar después de los ya eminentes John Barth y Thomas Pynchon. Como creció entre 500 canales de TV y el auge universitario del post-estructuralismo, Foster Wallace tiene una crispada conciencia de que la cultura de su país ya no puede confiar en la transparencia de la persona ni la realidad de las sensaciones. Por eso se abstiene de escribir sus relatos desde una idea previa, y por lo tanto de concebirlos desde el desenlace para atrás. Con tal de examinar a fondo lo que su imaginación inventa, resigna de buena gana la autoridad que ejercen otros narradores para mantener al lector sujetado. A veces lo mejor de sus cuentos es una flagrante falta de rumbo, como si aprovecharan las alternativas que se abren con cada frase.
Sin duda Foster Wallace piensa que las sólidas certezas y la solvencia técnica de algunos humanos se combinan bien para crear dictaduras. Pero también piensa que pocos humanos se las arreglan sin un modelo de conducta; y que, como los relatos siempre han sido los grandes proveedores de modelos, toda ficción que no quiera colaborar con el dominio y el crimen debe ponerse en cuestión a sí misma. Dicho de otro modo: la ficción convencional se cree un instrumento para explorar el mundo, pero se emperra en ignorar que, como todo instrumento, puede funcionar mal, averiarse o tener efectos paradójicos.
Por su parte, a Foster Wallace le interesan la rara fluidez de los hechos y la distancia como condición del amor; cree más en la energía y la amplitud del relato que en su poder de hechizo. Publicó una novela de mil páginas llamada Infinite Jest, que trata de los complots en torno a un filme tan cómico que puede matar al espectador o lobotomizarlo, y varios libros más; el primero acaba de traducirse al español.
La niña del pelo raro (1989) consta de diez cuentos de extensión y forma muy diversa, el último de los cuales, “Hacia el oeste, el imperio continúa”, es largo y angustiante. Para festejar los 20 años de una publicidad muy popular, McDonald”s convoca a todos los ex niños que participaron en la campaña a una fiesta mediática en Collision, Illinois, donde está el primero de los locales estelares que la cadena llamó “Casas encantadas”. Debido a un retraso de vuelo, el genio publicitario J.D. Steelritter y su hijo De Haven —forzado por J.D. a oficiar de anfitrión vestido de payaso— llevan al festejo, en un auto achacoso, a un ejecutivo fóbico, a la escuálida y engreída escritora en ciernes Drew-Lynn Eberhardt y a su novio Mark Nechtr, campeón de tiro con arco y adonis sereno que se consume por dentro preguntándose cómo escribir sin ser ingenuo ni hipócrita. Drew-Lynn y Mark son las promesas del encumbrado Seminario de Escritura que el novelista C. Ambrose dicta en una universidad de Nueva Inglaterra. Hay un libro de Ambrose, Perdido en la casa encantada, que para los alumnos es el canon de la metaficción posmoderna y el relativismo ético; y Ambrose no es ajeno a que su amigo Steelritter haya llamado “Casas encantadas” a los locales McDonald”s. La sexta y estoica pasajera es ex mujer de Ambrose y también fue publicitaria.
Lo peor de la situación es que no proviene de un complot, sino de una natural relación de funciones culturales. Al borde del camino se extiende la llanura central americana. Rencillas y dilemas saturan el ambiente del coche. Mark piensa que, más allá de las ventanas, los negocios y la publicidad nublan el paisaje sin que la novela paródica que pregona Ambrose consiga aclararlo un poco. Dentro, la cercanía de los cuerpos corroe lo que queda de afecto. De Haven se atormenta buscando el reconocimiento del padre, JD no entiende a quién puede interesarle una casa encantada McDonald”s. Mark y Drew-Lynn ignoran si los une la emulación o la indiferencia. Todo lo real se aleja más y más; y Foster Wallace trata esta extravagante situación con una obstinada lentitud, como si la atención del narrador al detalle pudiera dar a los personajes la ocasión de salvar las suspicacias que los aislan; como si la atención muy abierta y la digresión constante fueran un remedio aceptable para un deseo aturdido por los simulacros.
Foster Wallace hace con esa anécdota exactamente lo contrario de lo que haría un narrador “vívido y continuo”, por ejemplo John Irving: va mostrando el revés de cada artimaña narrativa. Y es que en sus cuentos sobre gente acomodada, hiperconsciente y triste se juega el drama de la actual ficción norteamericana, que para él está atrapada entre un falso realismo ciego a los hechos —porque les impone las reglas del arte representativo— y un elogio de la autonomía literaria que abjura rencorosamente de la realidad.
Por cierto, forzar hasta el paroxismo el poder de la literatura para crear más literatura es lo que hizo el inimitable John Barth, notoriamente en los cuentos de Perdido en la casa encantada. Se ve entonces que en ese coche Foster Wallace concentra todo lo que su generación debe superar para entender el desasosiego de un país desrealizado. Con un pie en Melrose Place y otro en la metaficción (Barth incluido), observa una cultura que puede aniquilarse toda de placer en formas que otras culturas desconocieron, y que por eso mismo puede sondear zonas desconocidas de la mente. ¿Cree de veras la Norteamérica de hoy que el placer ilimitado es la libertad? ¿Supone que el objeto de la vida es experimentar todo el placer posible? Foster Wallace sugiere estas preguntas sin miedo al ridículo, con la levedad que aprendió en las sit-com y el desdén por la voz de autor que le inculcó la posmodernidad, pero también con la vieja fe en que los hechos son para el narrador no un problema sino un estímulo.
Estos cuentos son una muestra perfecta de la cantidad de historias interesantes que puede dar una estética relajada. Héroes del periodismo, villanos de la empresa, figuras históricas, leyendas del deporte, presentadores famosos y hasta dinosaurios pueblan La niña del pelo raro, junto con personajes que van del manager deprimido hasta el psicótico de frontera.
En “Animalitos inexpresivos”, por ejemplo, una chica que tiene una racha triunfal de años en un concurso televisivo es derrotada por un hermano autista, en un encuentro que urden los productores cuando el lesbianismo de la genia se les vuelve engorroso. En “La niña del pelo raro”, un joven millonario nacido entre militares alivia su angustioso sadismo en un concierto de Keith Jarret, en compañía de un grupo de punks trogloditas. Todos, famosos y miserables, se enfrentan con la productiva impotencia, no ya de practicar la sinceridad, sino de definirla o identificarla.
 En el mismo grado de indefinición está el lenguaje de Foster Wallace, lo cual se dice aquí como elogio. Para despojarse del estilo hace falta un talento dúctil, entrega a los argumentos, diletancia y amor a secas. El beneficio puede ser, como en este caso, una coherencia hecha de surtido; un efecto de franqueza logrado por la abundancia de máscaras. Y hasta la promesa de que el cuento, ese género herido de imitación, también puede ser reinventado.
Otros libros relacionados:
Amor malo y feroz – Larry Brown
Matilda, peón de circo – Michelle Chalfoun
Personajes desespearados – Paula Fox
Ah Puch está aquí y otros textos – William S. Burroughs
Desayuno de campeones – Kurt Vonnegut Jr.
Los inquilinos de Moonbloom – Edward Lewis Wallant
Y el asno vio al ángel – Nick Cave
Tree of smoke – Denis Johnson (versión original en inglés)
The Amazing adventures of Kavalier & Clay – Michael Chabon (versión original en inglés)
Introitus lapidis (Stone Junction). Una epopeya alquímica – Jim Dodge

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto:juanpablolief@hotmail.com

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Historia del automóvil – Ilya Ehrenburg

Historia del automóvil Ilya Ehrenburg Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: impecable.

Editorial: Melusina.

Precio: $250.

Escrito en 1925, Historia del automóvil captura todo el miedo y excitación provocados por el nuevo medio de transporte de la época. Personajes tan conocidos como Henry Ford, J. P. Morgan o André Citroën se pasean por sus páginas, como las desafortunadas víctimas del primer accidente automovilístico o las primeras huelgas en las fábricas de coches. Escrita en un tiempo en que la confianza en la ciencia era casi ciega, Historia del automóvil predice, curiosamente, el ascenso y caída de nuestro romance con el coche: el texto es tan relevante ahora como lo fue la primera vez que se publicó.
Ilya Ehrenburg, Kiev, Ucrania (1891)- Moscú, URSS (1967). Vivió una vida fascinante no exenta de polémicas. Poeta y propagandista soviético, Vladimir Nabokov dijo en una ocasión de él que no existía como escritor, pues era «periodista. Siempre fue un corrupto.» Escritor y cronista lúcido de su tiempo, le tocó vivir una de las épocas más descarnadas de todos los tiempos -el grueso del siglo xx- con sus incompresibles y letales guerras mundiales, el genocidio judío y el auge de los totalitarismos, en particular, el que construyeron los bolcheviques sobre las ascuas de la Rusia de los zares.
Amigo de Bujarin, con quien colaboró en actividades subversivas en 1905, emigró a una temprana edad a París y trabó amistad con Picasso, Apollinaire y Ferdinand Léger. Trabajó como corresponsal en el frente durante la Gran Guerra y luego regresó a Rusia, pero volvió a partir en 1921, esta vez hacia Berlín. Cuando estalló guerra civil española, Ehrenburg no dudó en acudir tras la noticia y trabó amistad con Buenaventura Durruti. Durante la segunda guerra mundial, publicó una serie de artículos incendiarios sobre los soldados alemanes en la revista Estrella Roja que avivaron la ferocidad del Ejército Rojo en su conquista del III Reich. Entre 1943 y 1946, trabajó junto con Vasili Grossman en el Comité antifascista judío. Éste fue el origen del Libro negro, obra de ambos, en el que se documenta el exterminio judío en Europa oriental; el libro no fue publicado hasta 1970 y no en Moscú sino en Jerusalén.
Al finalizar la guerra, Ehrenburg se convirtió en una personalidad destacada del régimen soviético. Tras la muerte de Stalin, escribió la novela El deshielo (1954), título generado por el proceso de «desestalinización» que se activó en la Unión Soviética.
Otros libros relacionados:
La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
El mito de la máquina (2 tomos) – Lewis Mumford
La obsolescencia del hombre. Vol. I: Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Vol. II: Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial – Günther Anders
El taller y el robot. Ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era de la electrónica – Benjamin Coriat
Autoridad, libertad y maquinaria automática en la primera modernidad europea – Otto Mayr
El libro del reloj de arena – Ernst Jünger

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Escucha esto – Alex Ross

Escucha esto – Alex Ross Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $200.

Con El ruido eterno Alex Ross consiguió un éxito sin precedentes en un libro sobre música: la unanimidad crítica y la popularidad entre los lectores lo convirtieron en el gran autor internacional sobre el tema. En Escucha esto, el crítico musical del New Yorker continúa su apasionada exploración de este arte, y «nos demuestra que comprender la música es una forma de entender el mundo» (Time).
Conjugando la vida y el arte, la música y la historia, Alex Ross teje atemporales retratos de los maestros canónicos –Mozart, Verdi o Schubert– a la vez que muestra su visión de la música pop y sus grandes iconos: Radiohead, Bob Dylan o Björk. Todos ellos personajes únicos, buscadores infatigables capaces de plasmar, en breves secuencias o acordes, sus poderosas personalidades individuales y la complejidad del alma humana.
ALEX ROSS nació en Washington D. C. Desde 1996 es crítico musical del New Yorker. Ha sido galardonado con numerosos premios, como tres ASCAP Deems Taylor Award por su crítica musical, la Genius Fellowship de la MacArthur Foundation, la Holtzbrinck Fellowship de la American Academy en Berlín, la Fleck Fellowship del Banff Centre y una Letter of Distinction del American Music Center por su contribución al campo de la música contemporánea. Ha sido profesor de escritura en la Universidad de Princeton y ha recibido un doctorado honorífico de la Manhattan School of Music. Actualmente vive en Manhattan. Su primer libro, el best seller internacional El ruido eterno (Seix Barral, 2009), fue galardonado con el National Book Critics Circle Award, el Guardian Book Award, el Premio del Pen Club Musical Japonés al mejor libro del año y la Genius Fellowship, y fue finalista del Premio Pulitzer 2008 y del Premio Samuel Johnson.
Entrando en este link se puede leer el primer capítulo del libro en PDF, Cruzar la frontera de la clásica al pop – Alex Ross:
Prestar oído
Ramón del Castillo
Hace tres años, una entretenida y profunda historia de la música del siglo XX, El ruido eterno, arrasó en ventas y dejó una sensación extraña: si era tan fácil contentar a expertos y al gran público, ¿por qué no se había hecho antes? ¿Cuál era el secreto de ese crítico de The New Yorker con cara de niño tímido?
Su nuevo libro, Escucha esto, es distinto. Está muy bien escrito, como el anterior, y la estupenda versión española de Luis Gago consigue que escuchemos la voz de Ross, pero también que la enorme información que transmite (no sólo musical) nos llegue con rigor y claridad. Escucha esto no es una crónica histórica de largo alcance, pero está llena de pequeñas y sorprendentes historias. Reúne versiones, ampliadas y revisadas, de los artículos que publicó entre 1997 y 2010, todos ellos para The New Yorker (excepto el que versa sobre Brahms, para The New Republic), junto con un ensayo inédito, el más musicológico e histórico, escrito para la ocasión: una microhistoria de la música que toma como hilo conductor unas líneas de bajo que también atraviesan géneros.
Escucha esto es, por encima de todo, mezcla de épocas, mezcla de géneros y mezcla de espacios. Una combinación de escalas (locales o globales), de espacios (grandes salas de concierto o pequeñas habitaciones, paisajes naturales y ámbitos domésticos) y de distintos tiempos (cronologías y velocidades). Es un libro con vocación planetaria, claro, y que se mueve, al menos, entre China, Estados Unidos y Europa (Latinoamérica y África yo no las he encontrado). No es un atlas, aunque Ross utilice símiles cartográficos para describir las separaciones entre estilos (pp. 359 y ss.). No sólo habla de todo tipo de músicos, sino de diferentes dimensiones del fenómeno musical (tecnologías, orquestas, modos de producción, mercados). El elenco de músicos incluye a Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms y Verdi; a Cage y a Adams (el de Alaska), pero también a Bob Dylan, Björk, los chicos de Radiohead y compositores chinos poco conocidos como Guo Wenjing. Incidentalmente, también resuenan Nirvana y Cobain, Sonic Youth, Cecil Taylor, Bach y Monteverdi, los Beatles y Stockhausen, Led Zeppelin y Purcell. Distintos tipos de intérpretes también tienen su lugar: pequeños cuartetos (St. Lawrence), directores de orquestas espectaculares (Esa-Pekka Salonen), pero también directores de China (Long Yu), cantantes (Marian Anderson y Lorraine Hunt), Sinatra y el cabaret queer de Kiki y Herb, bandas de música de institutos de secundaria (como el Malcolm X Shabazz de Newark), pianistas japonesas (Mitsuko Uchida), escuelas de perfeccionamiento, conservatorios, festivales. El reparto es variado y en alguna reimpresión del libro seguro que algún editor se decidirá a imitar la portada del Sgt. Pepper’s, aunque entre los experimentos de los Beatles y el crossover de Ross median casi cincuenta años. La música ha cambiado tanto como la Tierra y las relaciones entre géneros ya son otra cosa. Cruzar fronteras ya no es lo mismo.
El sonorama de Escucha esto no sólo es más variado que el panorama de El ruido eterno: también revela mucho mejor algunos secretos de Ross. Para empezar, Ross no cree que la crítica musical tenga un objeto propio. «Me acerco a la música […] no como un ámbito autosuficiente, sino como una manera de conocer el mundo» (p. 11). El ruido eterno ya apuntaba en esa dirección, pero Escucha esto lo lleva mucho más lejos. La crítica musical no es una disciplina con límites definidos, sino más bien una perspectiva desde la que contemplar el mundo (otras serían la literatura, el cine o la pintura). La fórmula no es nueva y Ross no es el único que la maneja (lo han hecho también muy buenos críticos literarios). El problema es que, para que salga bien, se tiene que saber muchísima música, y bastante del mundo.
También se tiene que bailar con la musicología y con la historia, sin echarse en brazos de ninguna de ellas. El significado de la música no reside en la música, de acuerdo, pero tampoco en un departamento de sociología. En el capítulo sobre China, por ejemplo, Ross enseña muchas cosas sobre las relaciones entre Asia y Occidente, o sobre los tránsitos entre viejo comunismo y nuevo capitalismo, pero lo hace sin dejar de hablar de música. Los capítulos sobre bandas de música iluminan muy bien problemas sociales, pero no son un ensayo de sociología urbana o de psicología social. El capítulo sobre Marian Anderson no es una mera ilustración del problema del racismo. Y el dedicado a la educación musical no es un informe de un teórico de la educación (aunque cite a John Dewey). La política está por todos lados, pero suena de otra forma, porque siempre se hace comprensible a través de la vida musical.
La cosa también es complicada porque, en realidad, la música no nos ayuda exactamente a entender el mundo, sino más bien a entender por qué no lo entendemos. La llamada música «clásica» (termino que Ross aborrece) no sirve para pisar más firmemente en el mundo (muchas veces nos empuja a lo contrario, a evadirnos de él), ni nos hace necesariamente más buenos y abiertos («no escucho música para ser civilizado; a veces la escucho precisamente para huir del mundo ordenado», p. 26). El ruido eterno se subtitulaba en inglés «Listening to the Twentieth Century». Escucha esto podía haberse subtitulado «Listening to the World». Ross habla un montón de música, qué menos –de acordes, timbres, estructuras, melodías y bajos, del ruido de unos y otros–, pero también de soledad y sociedad, de juventud y miedo, de injusticia y educación, de la Naturaleza y la ciudad, del amor y la muerte. «La dificultad de escribir sobre música no estriba, en fin de cuentas, en describir un sonido, sino en describir un ser humano» (p. 13). Lo cierto es que Ross describe muy bien sonidos (que no es tan fácil) e intenta describir a seres humanos (que es casi imposible). Lo que tienen en común unos y otros es sencillo: hay fronteras que ellenguaje no puede traspasar. Este tema también aflora continuamente en el libro, y a propósito de cualquier tipo de música. Ross sucedió a Paul Griffiths en The New Yorker con sólo veintiocho años, y su revista le instó a adoptar otro tipo de estilo y a conversar con todo tipo de músicas. Ross aprendió a ser locuaz, sin duda, pero no hay que engañarse: ya tiene cuarenta y cinco años, y sabe que, por mucho que hablemos, es difícil entendernos. Y por mucho ruido que se meta, el resto también es silencio. «En música, como en todo –dice él mismo citando a Benjamin Boretz–, el momento de la desaparición de la experiencia constituye la realidad más firme» (p. 122).
La crítica musical, por tanto, nos ayuda a escuchar, sí, pero también a reconocer nuestras limitaciones. Nos empuja a celebrar la universalidad del ruido, pero también a callarnos. Escucha esto está articulado sobre las dos ideas: una sensación gozosa de entendimiento, pero también una experiencia de enmudecimiento. Quienes sólo ven a Ross como un sabihondo locuaz que sabe venderse, se pierden su otra faceta. No vive el silencio como sus antecesores, cierto, pero no rellena el vacío de la vida y de la música tan alegremente. Escribir sobre música no es testimoniar una experiencia de lo inefable, pero tampoco es consumar una experiencia de plenitud. Quizás en el libro predomine la sensación de comunión, pero también hay mucha soledad y retraimiento. El capítulo sobre Mozart habla de padres e hijos, inevitablemente. Parece que cuenta lo de siempre, pero no. El dedicado a la Filarmónica de los Ángeles en realidad tiene mucho que ver con los ciclos de reinado y retiro, y de lo que significa ser un director estrella. El dedicado a Schubert está dedicado a Schubert, pero también a entender un tipo peculiar de tristeza. El dedicado a Lorraine Hunt habla del duelo y de la muerte, así de sencillo. El de Adams, de una huida imposible; el de Brahms, de un tipo de juventud que ya suena a posteridad; el de Dylan, de las complejas relaciones entre letra y música, entre poesía y sonido, pero también del valor de recrearse una y otra vez. En otros, la imaginación de Björk se conecta con el legado de Jón Leifs, y con mitologías islandesas, pero también con el frío existencial. Los chavales tocando en bandas de música, y los cuartetistas de gira en autobuses, conmueven en otros momentos no sólo por ser músicos. El capítulo sobre Kiki y Herb no es sólo una simple exploración del medley, sino una reflexión sobre el transformismo como parte de toda condición humana.
Segundo secreto: Escucha esto deja mucho más claro el modo en que Ross sabe valerse de su propia vida como argumento, pero sin ponerse en el centro de la escena. El secreto también es ese: Ross te cuenta su vida, pero sin resultar cargante. Proporciona conocimientos e instruye, pero no deja de hablar en primera persona («Escucha, esto me pasó a mí. A ti también podría pasarte»). Sabe contar cuentos basados en experiencias propias e intenta transformar la experiencia ajena exponiendo su propio caso. Un crítico musical no es sólo un enjuiciador, sino un modificador de la escucha y su ejemplo, después de todo, quizá puede resultar ilustrativo. Escucha esto es muchas cosas pero, además de un extraordinario capítulo explícitamente autobiográfico (el primero, pensado en su origen como un prólogo para El ruido eterno), contiene muchos destellos dispersos de un viaje personal. Está lleno de datos extraordinariamente útiles, pero saca a flote recuerdos de un pasado retocado y anuncia presagios de un futuro incierto. Su experiencia de pasar de un género a otro (de Brahms al punk, y viceversa, p. 31) puede que no les conmueva a muchos, pero lo cuenta muy bien, y quizás anime a unos pocos. Su manera de describir la experiencia de rendirse ante Bob Dylan es sincera (utiliza la jerga de Daniel Cavicchi para clasificar a los fans de Bruce Springsteen, que a su vez se basa en las categorías de William James para describir las variedades de la experiencia religiosa). La conversión, ciertamente, tiene algo de claudicación voluntaria, y la música o, mejor, algunos músicos, parecen tener el poder para lograr ponernos a sus pies. Sin embargo, el converso no es lo común, y la música, como la religión, tiene una dimensión institucional que atenaza al creyente. La gente suele ser monoteísta en música, como en religión, o en sexo. Ross confía, sin embargo, en el poder de la experiencia liberada de sus marcos, cara a cara, ante el divino artista.
El tercer secreto tiene que ver con los dos anteriores, pero es más cultural que personal: Ross tiene una personalidad única, pero no brillaría tanto al margen de un modo de producción representado no sólo por The New Yorker, sino por una forma de tomarse la música (y muchas otras cosas) en Estados Unidos: «Siempre he querido hablar de música clásica como si fuera música popular, y de la música popular como si fuera clásica» (p. 31). La idea no es exclusivamente estadounidense, pero ha tenido, desde luego, más posibilidades en Estados Unidos. Durante un tiempo la música clásica se percibió como algo europeo, distante, aristocrático, antipopular. En cambio, el jazz se veía como la democracia, el folk como el Volk, y el rock como la rebeldía. Las cosas han cambiado y Ross intenta colaborar cruzándose de barrios musicales, y poniéndose entre nuevos tipos de oyentes. Su jugada sigue siendo buena contra los expertos arrogantes de la clásica, pero también puede promover un nuevo populismo fácil. El viejo problema de Estados Unidos era el antiintelectualismo (contra el que Ross sigue luchando), pero el intelectualismo populista (o «populismo chic») es igual de peligroso, o peor, y prospera desde hace tiempo. El neoyorquino tiene que hacer gala de disfrutar tanto con Lacan como con una serie basura de televisión; tiene que declararse fan de un grupo callejero que no conoce nadie, pero dejar claro que no puede vivir sin ciertas versiones de las Partitas de Bach. Ross sabe esto, y por eso combina, en dosis astutas, el «neo-buen-rollo» estadounidense con toques de nihilismo trasnochado, pero admirable, la nueva eufonía made in USA con disonancias de algún abismo, lo políticamente correcto con la atracción del vacío.
Trata de crear un nuevo tipo de público, y se diría que lo consigue, aunque de algún modo da la sensación de que ese tipo de público ya existía, y estaba ahí, esperándolo desde hacía tiempo. ¿Tiene el crítico el poder para modificar la escucha, o es él mismo efecto de una modificación? Quizá las dos cosas. No sé si un fundamentalista musical se hará politeísta después de leer a Ross, pero seguro que su libro le ha gustado a una doctoranda en Letras leyendo un manga en Prospect Park una mañana de domingo, y a una camarera de Shanghái que desconecta por la noche oyendo a Beethoven, y a multitud de individuos dispersos por el planeta que han nacido con iPods en las orejas. También le agradará a esa especie de oyente que se apunta a todo, «profesores de colegio, correctores de pruebas, estudiantes, jubilados y otras personas» (p. 21) que asisten al Met no como un signo de distinción, sino para llorar con Puccini o gozar con Mozart por el módico precio de veinticinco dólares. Pero también va a gustar el libro, mucho me temo, a los típicos gestores y programadores musicales que se lavan las manos diciendo que toda la música es música, y que toda es buena, y que es fácil ponernos de acuerdo, y comunicarnos, y que «All is Full of Love» (pace Björk). Es fácil proclamar que todos estamos abiertos a todo, y que somos todo oídos, pero sería más interesante empezar por aprender a oírnos a nosotros mismos y reconocer nuestra propia resistencia y nuestras propias barreras. Tampoco habría que confundir la tolerancia con el fomento del gran surtido. ¿Y si dentro del surtido hay porquería? ¿Es posible abrirse de oídos sin desentenderse del juicio? ¿Cuánto contribuye Ross a un tipo de educación (musical y social, da lo mismo) que no confunda la variedad con el enriquecimiento? Ross se ha embarcado en una empresa compleja: predica la comunicación, algo presionado por el ambiente de su país, pero es un individuo extraordinariamente sensible e inteligente, y un críticoautorizado. Necesita inspirar buenos sentimientos, pero deja entrever que las cosas son más complicadas. Tiene que saber que el pluralismo está convirtiéndose en un dogma, de tal forma que practicar un solo estilo musical es fomentar la «sonofobia» y la intolerancia con sonidos alternativos. Ross se considera un «bicho raro» al que le gusta de todo, pero, ¿no nos rodean «bichos raros» que pueden vivir toda una vida escuchando sólo a Bach? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Y quienes sólo oyen hip-hop? Algunos son buena gente, y no impondrían su dios a los demás. Pero otros tienen tarado el oído, y sienten que poseen la verdad. ¿Qué hacer? La solución consistente en explicar que Bach mismo es una mezcla y que el hip-hop es muchas cosas al mismo tiempo no suele modificar la escucha. La gente se aferra a su oído como a su sexualidad, a sus trajes regionales, sus nacionalidades y sus platos favoritos. Es comprensible que Ross lo intente con métodos autobiográficos, con cuentos, o con lo que sea: las grandes teorías sobre las mezclas no tienen muchos efectos cuando trabajas in medias res, y tratas de que un grupo de adolescentes vestidos de raperos atiendan por un momento a una fuga de Bach, o se den cuenta de que las letras de Bob Dylan son tan buenas como los versos de la poesía canónica inglesa, pero que no funcionarían bien sin la música (pp. 488 y ss.). Tampoco funcionan cuando intentas que un melómano que conoce cien versiones de la Novena reconozca que Beethoven era como lo retrató Mauricio Kagel en su Ludwig.
El iPod en modo shuffle tampoco es la tabla de salvación para fomentar la escucha desprejuiciada, «derribar barreras estilísticas» (p. 45) y celebrar la feliz coexistencia de géneros. En realidad, ya hay que tener escuchada mucha música para usar el iPod como lo hace Ross. Además, mucha gente sólo tiene sensación de mezcla si la música viene troceada en pistas de muy pequeño tamaño que puedan combinarse. Si, por el contrario, las pistas tuvieran el tamaño de un cuarteto de Morton Feldman, el oyente podría verse sumergido en un océano de música y perder el interés por saltar a algo diferente. La mezcla buena, después de todo, no tiene que ver con la facilidad del «salto», sino con cierta relajación, la que te permite oír el San Francisco de Asís de Messiaen de un tirón o veinticinco veces las Variaciones «Heroica», op. 35 de Beethoven, en modo loop, y luego pasarte cuatro días escuchando a Pepe Mairena, o un mes sin sacar la cabeza de los últimos discos de Coltrane.
Creo que, si hiciera una gira por ciertos sitios, Ross se daría cuenta de que el diálogo y la fusión, incluso el cruzarse únicamente de acera musical, sigue siendo un verdadero problema, y que convencer a un progre al que le gusta el rock de que vaya a escuchar a Beethoven es tan difícil como conseguir que un conservador con abono de ópera se deje caer por un concierto de un rapero anticapitalista. Poner de acuerdo a las tribus musicales es como poner de acuerdo a los provida y a los defensores de los derechos de las mujeres, a los cristianos y los musulmanes, a los taurinos y a los socios de las protectoras de animales. Ross lo ve desde otra óptica, es cierto, quizá la que tienes cuando sales de un concierto del Carnegie Hall una tarde preciosa, fresca y soleada, y se te hace de noche tomando copas en un local musical muy exótico del Soho o en un garito alternativo en Brooklyn. Las cosas no se ven igual desde aquí, creo. En realidad, tampoco allí las cosas son tan bonitas: a Lorraine Hunt podía gustarle mucho Stevie Wonder (p. 501), pero la gente que paga un dineral por una gala en la que se escucha «This is Fun Day» no suele pagar veintitantos dólares por escuchar Erwartung en el Carnegie Hall (véanse otros ejemplos en las pp. 21-22). El público de Björk no suele escuchar ópera, aunque amigos de Ross se pongan «Casta diva» después de escuchar Vespertine. Ross también cree que el ruido puede unirnos a todos (pp. 360-364), pero tampoco es tan fácil que alguien que se traga discos frenéticos de Cecil Taylor se oiga con tanto agrado algo de Xenakis o de Stockhausen.
Sería injusto, con todo, pedirle a Ross lo que muchos otros críticos y profesionalesnunca se han atrevido a dar y ni siquiera han intentado. Ross da confianza, e intenta hacer algo. Trata de que no oigamos la voz de nuestro amo (sea el amo quien sea o esté donde esté, fuera o dentro de nosotros mismos). Y de una forma u otra, lo logra. Lectores de su nuevo libro han pasado ya por la experiencia, algunos de ellos eruditos que parecían estar de vuelta de todo. Da igual si ya la conocen o si nunca la han oído: necesitan escuchar la música de la que habla Ross; necesitan soltar el libro y ponerse un disco, o conectarte a la red. Ahí está lo bueno, pero también lo desconcertante. Si finalmente se trataba de escuchar, ¿por qué no fabricar de una vez un libro de música que hiciera sonar la música de la que habla? Ross lo intenta, e incluye en su libro, además de bibliografías, guías de audición y recomendaciones discográficas típicas, conexiones con su blog, que contiene archivos musicales, audioguías con fragmentos sonoros y vínculos a listas de reproducción de Spotify. También graba él mismo, con su propia voz, la versión para el audiolibro, pero finalmente hay algo frustrante. No puede hacer oír la música de la que habla, en buena parte porque tropieza con los derechos de autor (especialmente con los poderosos artistas pop).
Si Ross pudiera llevar adelante su proyecto, sin embargo, necesitaría el libro multimedia total, conectado a catálogos de discográficas, fonotecas, páginas educativas de orquestas, etc. De momento, ahí está el libro y en otro sitio… la música. El lector es el que aún tiene que dar el salto. Tampoco pasa nada. Lo mismo en el libro multimedia total nadie leería las palabras. Quizás en algún momento las dos cosas –texto y música– se fusionarán y serán igual de inmateriales. «No es malo –dice Ross– que la gente haya dejado de acumular música en forma de soportes materiales empaquetados». Gracias a las tecnologías, la música «está volviendo –dice– a su evanescente estado natural» (p. 119). Suena bonito, pero para romper las barreras del sonido, seguirá necesitándose algo más que eso. Probablemente aporrear un piano viejo, o frotar un violín malo seguirá teniendo tantos efectos transformando vidas como un iPod con cientos de gigas de música del tipo del que se compró Ross en 2003. Los directos van a seguir existiendo, y seguirán alterándose gracias a las tecnologías (el capítulo 3 debería leerse obligatoriamente en todos los colegios). Los sistemas de almacenamiento y descarga modificarán para siempre el uso y el significado de la música. Pero ésta seguirá también dependiendo de cosas tan tontas como agitar aire a cierta velocidad, y romper el silencio con ruido, o pararse y percibir todo lo que se oye cuando se trata de estar en silencio (aunque se crea saberlo todo sobre Cage, por favor, léase el decimoséptimo capítulo con tranquilidad).
Alex Ross no es un amargado, pero tampoco un eufórico. No le asquea el destino de la música, pero no se deja llevar por utopías. Hasta cuando se pone más inmaterial, y parece que más moderno, sigue haciendo cosas propias de la época de Monteverdi o de Beethoven. Ha compuesto un libro extraordinario que, hasta cierto punto, es más auténtico que El ruido eterno. Enseña, nuevamente, un montón de música, pero destapa, por activa y por pasiva, un aluvión de dilemas. En realidad, el reto de la música y de la crítica no es hacernos escuchar más, sino hacernos escuchar algo de una vez. ¿Cómo diablos lo conseguimos? ¿Suavizando diferencias, o exhortando a la escucha? Según él, la Heroica de Beethoven, la que le cambió la vida, empieza «con unos acordes imperiosos que dicen: “Escucha esto”» (p. 48; la cursiva es mía). Alex Ross ha hecho lo más difícil. Sugiero a los lectores que corran a comprar el libro, y añadan con un rotulador indeleble un rotundo signo de exclamación al «Escucha esto» de la portada. Quizá no sirva de mucho pero, por ayudar, que no quede.
Alex Ross: “Si fuese joven querría rebelarme contra la gran máquina capitalista. La música clásica es una cultura outsider en muchos sentidos”
Javier Blánquez
En el brillante ensayo introductorio de “Escucha Esto” (Seix Barral, 2012) –una antología de textos que Alex Ross ha ido publicando en el semanario New Yorker a lo largo de los últimos 15 años, donde ejerce como crítico de ‘música clásica’–, se revela precisamente contra esta expresión, ‘música clásica’, por lo que acaba significando para mucha gente: algo así como ‘música muerta’. Su papel como crítico siempre ha estado dirigido a devolverles la vida a los grandes compositores de la música occidental, volverles a presentar cercanos y actuales a oídos de un público abierto de oídos y heterogéneo que se distancia mucho de las elites burguesas con las que se suele identificar siempre el público asistente a los espectáculos de ópera y los ciclos de música de cámara.
Alex Ross explica en esa especie de prólogo, escrito para la ocasión, que su juventud fue especialmente traumática por haber sido siempre aficionado a la música clásica y no haber descubierto el pop hasta su llegada a la universidad –momento en el que se enamoró del punk y, más tarde, de Bob Dylan–. Su universo de héroes estaba compuesto por Brahms, Beethoven y Stravinsky, entre otros, y esa música le resultaba particularmente viva y vertebradora de un proyecto personal enriquecedor. Pero, a la vez, ha sido capaz de comprender el diálogo –muchas veces silenciado– que existe entre las capas ‘serias’ de la música académica y los estratos populares; para Alex Ross no hay una división infranqueable entre Mozart y Björk, y es tan sano ir a escuchar música sinfónica a un auditorio de conciertos como acudir a conciertos de rock, y aunque su área de interés y dominio es la música clásica –y, más en particular, la contemporánea, la que arranca con Mahler y Strauss y llega hasta hoy–, lo hace siempre en función de lo que esta música tiene de vivo, y no como documento de museo. Comprendiendo que las epifanías musicales no siempre llegan con la compra de un disco de cualquier banda rock o la música de la radio, sino –por ejemplo– con la Sinfonía nº 40 de Mozart.
Su primer libro, “El Ruido Eterno” –traducido en España por Seix Barral en 2009, del que ya se han vendido más de 50.000 ejemplares y ha superado la decena de ediciones–, era una historia del siglo XX a través de su música –que no una historia de la música del siglo XX–: su manera de exponer la evolución del modernismo desde Schoenberg hasta John Adams no sólo resultaba una manera lúcida, amena y clara de comprender fenómenos complejos como la experimentación académica tras la caída del mito romántico que llegaba hasta Brahms y Chaikovski, sino que hacía entender que hay mucha pasión, lucha y sufrimiento en una música que normalmente se ha desestimado como dificultosa, inaudible y para minorías snobs. El segundo es “Escucha Esto”, que actúa como complemento, en cierto modo, al expandir el tema y completarlo con piezas que se prolongan en el tiempo hacia atrás y hacia delante. Es una selección de ensayos publicados en su versión original en New Yorker y vueltos a escribir (en parte) para la ocasión: piezas sobre Mozart, Schubert, Verdi, el campus de verano de Malboro, el director de orquesta Esa Pekka Salonen o John Cage (también sobre artistas de la esfera popular como Radiohead, Bob Dylan, Nirvana, Frank Sinatra o Björk). Con un estilo de escritura nítido y entusiasta –y a la vez riguroso y altamente técnico–, Alex Ross vuelve a repetir con su segundo libro lo que ya consiguiera con el primero, “El Ruido Eterno”: abrir el apetito musical a un manjar copioso y rico, el de la música clásica entendida, simplemente, como ‘música’. Viva y estimulante, nunca irritante o aburrida. Y sobre esto hablamos con él, coincidiendo con la llegada a las librerías de “Escucha Esto”. De sus palabras, como esperábamos, mana un torrente de sensatez.
Has sido crítico musical en una posición muy inusual (no sé si debería decir también incómoda): has tratando de explicar que la música contemporánea no es un fenómeno extraño, que nos explica muchas cosas sobre el mundo en el que vivimos y sobre nuestra reciente historia, y que la “música clásica” no es una cosa intocable, que debería ser más líquida y fluida, mezclada con jazz, pop y viceversa. ¿Has tenido alguna vez la sensación de sentirte completamente solo en esta posición durante tu vida profesional? ¿Y cómo te sientes ahora?
¡Es una pregunta interesante! Probablemente me sentí más solo cuando era más joven, en la escuela. Durante ese tiempo mi interés por la música clásica parecía una cosa bastante freak. Una vez me mudé a Nueva York y empecé a escribir sobre música, ya no me sentí aislado. Pero estar especialmente interesado en la música contemporánea y tener curiosidad por la música popular sí que te pone de algún modo en una categoría inusual en el mundo clásico, en el que mucha gente prefiere ignorar el presente y centrarse en el pasado.
La mayoría de libros sobre música (digamos, música “seria”) son sobre historia o teoría. “Escucha Esto”, en cambia, trata más con la idea de entusiasmo: sobre compartir ideas y sensaciones, tratar de llevar al lector a tu bando. ¿Tuviste que sacrificar algunas de tus ideas fundamentales para conseguir este equilibrio o ése ha sido siempre tu objetivo principal?
Espero que mi escritura combine un cierto tipo de entusiasmo o apreciación con un modo de escritura más analítico y objetivo. Ambas cualidades son cruciales para hacer buena crítica sobre música. De todas maneras, ha habido una separación falsa entre escritura ‘académica’, que es muy técnica, y escritura ‘periodística’, que es muy simplista. Idealmente, los periodistas tanto académicos como de los medios de comunicación deberían encontrar un punto intermedio, aunque, por supuesto la naturaleza de tu audiencia dicta hasta cierto punto lo que escribes.
La variedad de ensayos es grande y han sido escrito durante una década y media. Funcionan como una colección, pero hay también la sensación de que el libro trabaja como unidad, que finalmente muestra un panorama general muy abierto. ¿Esto permite espacio para una futura ampliación, o el trabajo se quedará como está?
¡Estoy muy orgulloso de que se perciba como un libro unificado! Revisé los ensayos con la finalidad de poner sobre la mese temas comunes. Por ejemplo, después de escribir el ensayo “Chacona, Lamento, Walking Blues” especialmente para este libro, inserté párrafos en los ensayos sobre Mozart, Schubert, Bob Dylan y Brahms con tal de señalar los patrones similares en su música. Algún día espero publicar otra recopilación con distintos temas, aunque no estoy muy seguro sobre qué incluirá.
Las piezas sobre Radiohead y Björk apelan a una audiencia pop; las piezas sobre Verdi, Brahms y Mozart hacen lo mismo con una audiencia clásica, y al mismo tiempo todos estos artistas tienen en común que son los favoritos de mucha gente. Tu escritura y tus elecciones no son para nada snobs. ¿Estás en contra de las oscuridades? ¿Cuál es tu enfoque crítico hacia los fenómenos de minorías?
No. No estoy para nada en contra de las oscuridades, y algunas de las personas  sobre las que escribo son muy poco conocidas: el compositor John Luther Adams, de Alaska, por ejemplo. Pero a menudo mi objetivo es ofrecer un profundo vistazo a una figura muy conocida y, en cierto sentido, introducir o volver a presentar esa figura a quienes quieran conocer más. Pensé que este libro podría ser una especie de guía de algunos de los hitos de la música clásica, y también a algunas de las figuras significantes dentro del pop.
“El Ruido Eterno” y “Escucha Esto” hacen una buena pareja: uno aporta el marco histórico principal, ayuda al principiante a poner en contexto a cada compositor y movimiento importante del siglo XX, y el otro expande la experiencia y al mismo tiempo lleva al lector al presente. ¿Tuviste mucho en mente “El Ruido Eterno” mientras recopilabas “Escucha Esto”?
¡Me alegra que pienses eso! Pensé mucho en “El Ruido Eterno” mientras juntaba “Escucha Esto”. Quería que fuese algo así como un complemento al libro más viejo, no quería que los dos se solapasen. Así que en “Escucha Esto” no incluí largos ensayos del New Yorker que he escrito sobre Stravinsky, Schoenberg, Shostakovich, y otros autores más. (John Cage fue la excepción que confirmaba la regla). Quería ir más atrás en el tiempo, también quería abarcar más cosas del presente, fuera de la esfera puramente clásica.
¿Qué es lo siguiente que quieres escribir después de estos dos libros?
Estoy escribiendo ahora un libro titulado “Wagnerism: Art In The Shadow Of Music”. Es un repaso a la masiva influencia que ha tenido Wagner en la cultura después de su muerte: literatura, pintura, danza, cine, todo. Es un tema muy grande y aún me quedan muchos años de trabajo. Pero estoy disfrutando profundamente la inmersión en el fascinante y a veces aterrador mundo de Wagner.
Obviamente no pudiste incluirlo todo en “El Ruido Eterno”: el libro es largo y entiendo que llegaste a un punto en el que tuviste que tomar la decisión de recortarlo y descartar algunos temas. Si pudieras reescribir o expandir el libro, ¿qué espacio podría tener la música para el cine a partir de los sesenta, el free jazz y la vanguardia electrónica, especialmente en esos subgéneros que tratan el noise, los drones y las capas ambient?
Mi primer borrador de “El Ruido Eterno” eran 400.000 palabras: el doble de largo de cómo ha acabado saliendo [nota: la traducción al español supera las 600 páginas]. ¡Un tomo tan pesado hubiese causado problemas de muñeca a muchos lectores! Tuve que quitar a muchos compositores que adoro. Sí, tendría más sobre música para cine, y también música electrónica y de ordenador. Me hubiese gustado incluir más sobre compositores como Vaughan Williams, Frank Martin y Galina Ustvolskya, que están más en los márgenes de la historia de la música, pero son tan importantes como cualquier otro. Pero al final me tuve que concentrar en determinados hilos narrativos que unían el libro. De otra manera hubiese sido como una enciclopedia o, aún peor, un interminable listín telefónico.
Hace unas semanas, Bret Easton Ellis escribió en su cuenta de Twitter que una de las preguntas más cruciales de esta generación era “¿qué demonios ocurrió con Radiohead?”. Parece como si no hubiese entendido la transición entre “OK Computer” y “Kid A”. ¿Tienes una respuesta a su pregunta?
Mucha gente quería que Radiohead continuasen escribiendo canciones rock que fuesen de un tipo reconocible, con líneas melódicas claras, coros y grandes florituras de guitarra. Muchos reprocharon que la banda se moviese hacia una dirección distinta. Creo que eso es una actitud equivocada. Los artistas musicales no son nuestros sirvientes, que atienden a nuestras necesidades. Tenemos que estar preparados para seguirles cuando tomen nuevas direcciones. Quizá estos experimentos no funcionen: desde luego, muchas bandas rock, y también compositores clásicos, han perdido el rumbo después de un comienzo exitoso. No siento que ocurra lo mismo con Radiohead. Los álbumes que van de “Kid A” en adelante son los que más escucho. “The Bends” y “OK Computer” me parece que están un poco desfasados, muy noventas.
En “El Ruido Eterno” mencionas a Radiohead y Björk como los verdaderos maestros del pop de vanguardia. Luego, en “Escucha Esto”, aparecen otra vez, como dos de los artistas que representan el lado experimental del pop y el rock. ¿Hoy tienes otra banda o artista que comparta ese mismo espacio en tu universo musical personal?
Ay, ojalá pudiese revelar todos los descubrimientos excitantes que he hecho de bandas y artistas jóvenes, pero en los últimos años me he encontrado con que es cada vez más difícil mantener el ritmo. Soy un hombre de mediana edad ahora, y me es más difícil seguirle la pista a las últimas corrientes. Además, hay tantas cosas que pasan en la música clásica que tengo menos tiempo para el pop. Espero no convertirme en un cascarrabias, simplemente es que no he encontrado nada a lo que haya respondido con la misma pasión. Creo que Joanna Newsom es increíblemente talentosa: escucho todo lo que hace. Y creo que Frank Ocean tiene un enorme potencial como cantante-cantautor.
Hay dos mitos: uno es que la música clásica y el pop siempre se han estado divididos por un muro invisible (algo que es falso), y el otro es que el muro se ha empezado a romper hace poco tiempo (tampoco es cierto, porque la fractura empezó a ser notoria hace ya muchas décadas). Creo que la cuestión no es si el muro se está rompiendo o no, sino cuán lejos hemos llegado en el proceso de fracturación. ¿Has notado una aceleración sustancial en los últimos años?
Esta es una buena cuestión. En intervalos regulares, en los últimos 100 años los artistas de ambos lados de esta supuesta división han tratado de romper el muro. Piensa en Gershwin y Weill en los años veinte, en Duke Ellington en su fase sinfónica, en Gunther Schuller and The Third Stream en los 50 y 60, por supuesto el gran movimiento minimalista en los 70. Cada generación, parece, ha tratado de construir un puente sobre este abismo una y otra vez. ¿Ha habido algún progreso real? No estoy tan seguro. Por ejemplo, la gente tiene una idea limitada de lo que es la música clásica. En los medios es representada como la música de la elite, de la gente rica, aunque la verdadera riqueza se encuentre en el mundo del pop.
Tratas de desmontar otro mito, que es que la música clásica en las salas de conciertos se está muriendo. Es algo que se escucha muy a menudo, a músicos profesionales y a gente del público (ya sabes, ‘hay muchos viejos’, ‘la mitad de los asientos están vacíos’, etcétera). Mi pregunta es si esta crisis puede ser regional (por ejemplo, en algunos territorios de Europa), ya que dices claramente en el libro que está situación parece estar revirtiéndose en Estados Unidos y China.
Depende mucho de dónde vayas. Este verano fui a los Proms en Londres y había 5.000 personas, tanto jóvenes como adultos, escuchando la reciente Novena Sinfonía de Peter Maxwell Davies. Sin lugar a dudas, no había la sensación de que la música estuviese muerta. En Finlandia la audiencia ha crecido en los últimos años. En América, a algunas orquestas les va bien, otras están sufriendo. En general, no es verdad que las salas estén medio vacías. Lo gracioso es que puedes encontrar a gente quejándose de lo mismo desde los años 20 o incluso antes. La música clásica se ha estado muriendo durante mucho tiempo.
En general, la música experimental ha encontrado un lugar (y, por tanto, ha subsistido) más en galerías de arte y festivales de vanguardia que en salas de concierto. Muchos compositores jóvenes y artistas sonoros, con un pasado en el punk, el hardcore, el jazz o el reggae como Ben Frost, Alva Noto, Mika Vainio o Vladislav Delay, pueden ser creativos y ganarse bien la vida sin compartir el mismo espacio que las orquestas y su audiencia, pese a que quizá sean la respuesta más natural a lo que debería ser hoy la música contemporánea. Me pregunto por qué no te centras más en este tipo de música en tus libros y artículos.
He escuchado a Ben Frost, pero no a los otros. Me encantaría tener un tiempo infinito y un espacio infinito para explorar todo el mundo del sonido moderno. En el New Yorker tenemos un excelente crítico de pop, Sasha Frere-Jones, que está abierto a todo tipo de música tanto en los márgenes como en el pop mainstream. ¡Probablemente él esté mejor posicionado que yo para escribir sobre estos artistas!
¿Crees que los sellos como Deutsche Grammophon o Decca han adaptado sus estrategias a los tiempos actuales? DG empezó hace unos años una colección titulada “Recomposed” en la que invitan a artistas techno a reescribir a los clásicos (su último lanzamiento es Max Richter recomponiendo a Vivaldi, y el anterior era Matthew Herbert ‘acabando’ la décima sinfonía de Mahler), pero no es algo a lo que dediquen demasiado esfuerzo, como si no valiese la pena o fuese una concesión para atraer a una audiencia más joven. ¿Sabe alguien lo que demanda la audiencia hoy en día?
He visto algunos de estos proyectos, no me han parecido tan atractivos. Recuerda, por supuesto, que DG pasó por una fase “moderna” en los 60 y 70 lanzando discos de Stockhausen y demás. En esa época había una necesidad entre estas majors de conectar con la audiencia psicodélica que escuchaba tanto a The Beatles como a Stockhausen. Los sellos parece que perdieron el interés después de un tiempo y probablemente lo vuelvan a perder. Tienes que mirar a los sellos pequeños para percibir de verdad de lo que está pasando.
Parece como si los sellos se estuviesen centrando en descubrir aquellos talentos jóvenes que pueden venderse bien en el mercado: evidentemente, chicos y chicas jóvenes y atractivos, bien vestidos y con un buen peinado, un fenómeno que viene de lejos (recordemos a Vanessa Mae), pero que se ha intensificado en los últimos años. ¿Hay el riesgo de que la música la acaben interpretando en sus papeles estelares aquellos que pueden participar en el mercado del pop, en lugar de los mejores músicos?
Esto es completamente verdad. He visto docenas de estos CDs con gente joven y atractiva en sus portadas. A veces parece como si ser fotogénico sea un requisito para ser grabado. Hay un violinista británico que tiene una carrera paralela como modelo masculino. En algunos casos, los artistas tienen un talento real. Muchos otros son mediocres, o virtuosos pero mediocres. De hecho, estoy bastante en contra de esas “monadas de la música clásica”, como las llamamos en América. La gente atractiva lo tiene mejor en este mundo, automáticamente. Como crítico, busco otra gente que quizá está pasando desapercibida. Por ejemplo, el brillante y joven violinista Augustin Hadelich, un talento mayor, aunque no vaya a ser modelo.
¿Tienes la sensación de que los extremos más radicales, atonales y dodecafónicos de la composición moderna han llegado a un callejón sin salido o, al contrario, son la mejor carta que puede jugar todavía la vanguardia?
La música dodecafónica se ha desvanecido en gran medida; no conozco muchos jóvenes compositores que estén practicando el sistema en un sentido estricto. Probablemente se convirtió en un dogma muy pesado a finales del siglo pasado, como Boulez llegó a admitir. La atonalidad, en un sentido amplio, música escrita fuera del sistema tonal convencional, está, sin embargo, muy viva. Encuentro muchos jóvenes compositores revelándose en los extremos más duros del sonido, en la peligrosa sensualidad del ruido. La atonalidad es una avenida natural para los espíritus rebeldes, y no está agotada. El sonido aún tiene el poder de chocar y poner nervioso al oyente. Lo que importa a fin de cuentas no es el sistema, sino la personalidad de la carrera. Cuando escucho una voz destacable, me emociono, sin importar el estilo.
Como una extensión de la anterior pregunta, ¿qué opinas de la cada vez más grande legión de jóvenes compositores que están trabajando de nuevo en un lenguaje casi completamente tonal, mezclando influencias de bandas sonoras, electrónica, impresionismo del estilo de Satie e, incluso, influencias barrocas? Los puristas radicales de la vanguardia menosprecian a compositores como Nico Muhly, Olafur Arnalds o Johann Johannsson como simplemente ‘música pop’, pero a la vez tienen un público. ¿Están aportando algo nuevo o son redundantes?
Daría la misma respuesta, realmente depende del talento y la personalidad del individuo. Trabajar en un estilo muy ecléctico puede ser peliagudo: puedes acabar con una papilla indistinguible de distintas cosas mezcladas. Desde luego, me he tenido que sentar a escuchar un buen número de piezas anémicas que encajarían en esta descripción. Pero es intelectualmente perezoso desestimar todos estos compositores simplemente por la manera en la que trabajan. Nico Muhly tiene un enorme talento natural como compositor, es una persona profundamente musical. Sus dos primeras óperas de algún modo eran fallidas en la construcción, pero no tengo la más mínima duda de que conseguirá grandes logros. “The Miners’ Hymns” de Jóhann Jóhannsson es demoledor.
¿Qué tipo de gente joven has detectado que va a los conciertos? ¿Es un público que comparte unas mismas cualidades o es variado?
La música clásica atrae a un público bastante más diverso de lo que la gente se piensa: jóvenes, viejos, y público intermedio. Veo parejas jóvenes adineradas que van a una sinfonía pensando que es algo ‘elegante’ y romántico. Veo gente joven con ropa moderna que se han visto atraídos por un elemento contemporáneo en el programa: Arvo Pärt, quizá, o algo más de vanguardia. Veo gente con gafas grandes y pelo despeinado que son obviamente estudiantes de composición. Y así. Es un público muy variopinto. La música clásica a veces atrae gente que no encaja muy bien en cualquier sitio.
Estaba pensando el otro día sobre una posibilidad improbable: ¿qué pasaría si un público hipster adoptase la música clásica como su instrumento para diferenciarse del resto y presentarse como más cool que los demás? Es un público que iría a conciertos y a la ópera y compraría CDs de una manera irónica. Pasó con el folk, y puede pasar de nuevo. ¿Tiene la música clásica alguna posibilidad de convertirse en la víctima?
¡Pienso en esa posibilidad todo el tiempo! Pero no tiene por qué ser ‘irónico’. La música clásica ha sido descuidada, pasada por alto y descartada en la cultura del pop mainstream, y quizá por eso podría ser propuesta para un gran retorno. Aunque la gente muy rica asegura el mantenimiento de los grandes recintos de ópera y las orquestas, en cierto sentido la música clásica es un poco underground. Hay mucha presión en la cultura de masas para que prestes atención a los fenómenos populares: nos lo lanzan constantemente en anuncios, posters, en las páginas de las revistas. Incluso tu banda indie ‘alternativa’ puede sobreexponerse rápidamente y convertirse en un producto desfasado. Si fuese joven, querría rebelarme contra esa gran máquina capitalista, encontrar algo que esté en los márgenes. La música clásica es una cultura outsider en muchos sentidos. Hay algo en ella que es indómita, casi explosiva. Por ejemplo, ¡Wagner! Aquí hay un compositor que, 200 años después de su nacimiento, aún se considera peligroso. Eso es algo.
Por último, una pregunta muy local: ¿Has descubierto alguna música interesante (compositores, artistas, orquestas, etcétera) en España en los últimos tiempos?
Conozco una serie de compositores españoles contemporáneos: Benet Casablancas, Tomás Marco, Luis de Pablo y María de Alvear, entre otros. Ay, conozco muy poco sobre pop y rock español. Entre los artistas clásicos españoles y catalanes, Jordi Savall es un músico al que he escuchado muchas veces y al que considero que es uno de los artistas vivos más grandes, más imaginativos y más sinceros. Espero algún día poder escribir sobre él en profundidad. Es uno de esos músicos que ha hecho mucho más que ofrecer excelentes actuaciones: ha cambiado el modo en el que escucha la gente, en cierto sentido, ha cambiado el mundo.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles – Philip Norman
Los Beatles – Hunter Davies
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin
Paul McCartney. Hace muchos años – Barry Miles
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
John Lennon, mi hermano – Julia Baird / Geoffrey Giuliano
Lennon in america. 1971-1980, based in part on the lost John Lennon diaries – Geoffrey Giuliano (versión original en inglés)
John Lennon. La biografía de un genio – Jordi Tarda y Andy Peebles
Memorias de un Rolling Stone – Ron Wood
Como una moto. La vida galopante de John Belushi – Bob Woodward
Kurt Cobain – Christopher Sandford (versión original en inglés)
Monk – Laurent de Wilde
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Cash. La autobiografía de Johnny Cash
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis – Enrico Merlin y Veniero Rizzardi
Louis Armstrong. An extravagante life – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker – James Gavin
Wishing on the moon. The life and times of Billie Holiday – Donald Clarke (versión original en inglés)
Disfruta de mí si te atreves. Bessie Smith, Billie Holiday, Aretha Franklin, Janis Joplin, Tina Turner y las grandes mujeres que marcaron la historia del blues – Buzzy Jackson
Live at the Village Vanguard – Max Gordon (versión original en inglés)
La música es mi amante – Duke Ellington
El mundo de Duke Ellington – Stanley Dance
El Jazz. Su origen y desarrollo – Joachim E. Berendt
El jazz en el agridulce blues de la vida – Wynton Marsalis / Carl Vigeland
Los grandes del jazz. La música negra en un país blanco – LeRoi Jones
Hear me talkin` to ya. The story of jazz by the men who made it – Nat Shapiro and Nat Hentoff (versión original en inglés)
Brother Ray. Ray Charles´ own story – Ray Charles & David Ritz (versión original en inglés)
The arrival of B.B. King. The authorized biography – Charles Sawyer (versión original en inglés)
 Jelly’s Blue. The Life, Music, and Redemption of Jelly Roll Morton – Howard Reich y William Gaines | Libros Kalish – Librería online
La rabia de vivir – Mezz Mezzrow con Bernard Wolfe
El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia – Ashley Kahn
My favorite things. Conversaciones con John Coltrane. Y una carta a Don DeMichael – Michel Delorme (ed.)
Rodrigo Superstar – Cicco
Discépolo. Una biografía argentina – Sergio Pujol
En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui – Sergio Pujol
Escuchando a The Doors – Greil Marcus
Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll – Greil Marcus
Escucha esto – Alex Ross
Música al límite. Tres décadas de ensayos y artículos musicales – Edward W. Said
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
Autonomía y gracia. Sobre las óperas de Mozart – Ivan Nagel
Pau Casals – Robert Baldock
Arnold Schönberg oder der Konservative revolutionär – Willi Reich (versión original en alemán)
As thousands cheer. The life of Irving Berlin – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Los grandes compositores – Harold C. Schonberg
El poseedor y el poseído. Handel, Mozart, Beethoven y el concepto de genio musical – Peter Kivy
Ludwig van Beethoven – Jean Massin y Brigitte Massin
Correspondencia – Federico Chopin
El sonido es vida. El poder de la música – Daniel Barenboim
Vida y arte de Glenn Gould – Kevin Bazzana
Glenn Gould a Life and Variations – Otto Friedrich (versión original en inglés)
Viena, una historia musical – Henry-Louis de La Grange
Jinetes en la tormenta. Mis años en los Doors – John Densmore

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Comer animales – Jonathan Safran Foer

Comer animales – Jonathan Safran Foer Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $200.

Cuando Jonathan Safran Foer iba a convertirse en padre empezó a preocuparse por la forma más responsable de alimentar a su hijo. ¿Cuáles son las consecuencias de comer animales para la salud? ¿Cuáles los efectos económicos, sociales y ambientales de hacerlo? Mezclando con maestría filosofía, literatura, ciencia y la narración de sus propias aventuras detectivescas, Comer animales explora el origen de nuestros hábitos alimenticios: desde las costumbres nacionales a las tradiciones familiares, pasando por una atroz falta de información.
Con una profunda perspicacia, un equilibrado sentido ético y una creatividad desbordante, Safran Foer revela la espeluznante verdad sobre el precio pagado por el medio ambiente, el Tercer Mundo y los animales para que podamos tener carne en nuestras mesas.
“Se evocan de forma tan viva los horrores diarios en las granjas industriales y se evidencia de forma tan convincente la responsabilidad de los dirigentes del sistema que cualquiera que haya leído el libro de Foer y continúe consumiendo los productos de la industria o no tiene corazón o es impermeable a la razón, o ambas cosas”  . J. M. Coetzee.
Jonathan Safran Foer, nació en Washington D.C. en 1977. Es autor de las novelas Todo está iluminado (2002), Tan fuerte tan cerca (2005) yTree of Codes (2010). Ha sido galardonado con el Zoetrope: All-Story Fiction Prize, el New York Public Library’s Young Lions Fiction Award y fue incluido en la lista de los mejores novelistas jóvenes norteamericanos publicada por Granta. Su obra ha sido traducida a treinta y seis idiomas. Vive en Brooklyn, Nueva York.
Pablo Entrerrios
Llego a la parada del 176 en la ruta 8. Desde hace semanas una chica peruana vende tortilla al lado del cartel de Diarco, a su lado un nene de 10, 11 años, guardapolvo blanco, campera azul, gorro negro. Tiene frió. El nene me dice algo que yo no llegué a entender bien porque justo estaba cambiando de FM a reproductor en el celular, digo que NO con la cabeza. Camino tres pasos. Suena “Giorgio by Moroder” de Daft Punk. Ahhhh, vos querías una tortilla!!! El nene sonríe, como sonríen todos los nenes de Costa esperanza. Grande y lindo. De mi escuálida billetera de día 4 sale un Belgrano; la chica peruana me devuelve Dos Mitre y una tortilla toxica dentro de un sobre de madera que ya empieza a teñirse de aceite.
Estiro el brazo tan largo, como el puente de Zarate y digo: Toma campeón. Vos Querés? tira el pibito. Claro, amigo yo la corto dije. En el horizonte se veía el cartel del 176. El nene saludo a otro chico que bajaba del 670 y enfilaron para el colegio (un colegio para chicos con “problemitas” diría mi vieja) compartiendo la tortilla.
Mastico ese bolo alimenticio a base de harina, agua y sal. sigo masticando, recién logro que traspase el esófago cruzando General Paz. En mis Sony gira “A- punk” de Vampire Weekend.
No hay sol. Pero mis ojos brillan…
Fragmento del libro Comer animales
Posible de nuevo
Unos impulsos inesperados me asaltaron cuando descubrí que iba a ser padre. Empecé a ordenar la casa, a cambiar bombillas que llevaban tiempo difuntas, a limpiar ventanas y a archivar documentos. Me gradué la vista, compré una docena de pares de calcetines blancos, instalé una baca en el techo del coche y un panel divisorio en la parte trasera, me sometí al primer chequeo en media dé-cada… y decidí escribir un libro sobre comer animales.
La paternidad fue el empuje inmediato para emprender el viaje del que saldría este libro, pero lo cierto es que llevaba la mayor parte de mi vida haciendo esas maletas. A los dos años, los héroes de todos mis cuentos eran animales. A los cuatro, adoptamos al perro de un primo durante un verano. Yo le di un puntapié. Mi padre me dijo que a los animales no se los patea. Con siete años, lloré la muerte de mi pez. Me enteré de que mi padre lo había tirado por el retrete. Le dije a mi padre, con palabras menos educadas, que a los animales no se los tira por el retrete. Cuando tenía nueve años, tuve una canguro que no quería hacerle daño a nada. Lo expresó así cuando le pregunté por qué no comía pollo, como hacíamos mi hermano mayor y yo: «No quiero hacerle daño a nada.»
—¿Hacer daño? —pregunté.
—Sabes que el pollo es pollo, ¿no?
Frank me lanzó una mirada: «¿Mamá y papá han confiado sus preciosos retoños a esta imbécil?»
Ignoro si su intención era o no convertirnos al vegetarianismo —el hecho de que las conversaciones sobre carne tiendan a hacer sentir incómoda a la gente no significa que todos los vegetarianos se dediquen al proselitismo—, pero como ella era aún una adolescente, carecía de esos frenos que a menudo nos impiden entrar en ciertos temas. Sin dramatismos ni retóricas, compartió su opinión con nosotros.
Mi hermano y yo nos miramos, con las bocas llenas de pollo sacrificado, y tuvimos uno de esos momentos de «¿cómo diantre no había pensado en esto antes y por qué diablos nadie me lo ha dicho?». Dejé el tenedor sobre la mesa. Frank se terminó la comida y es probable que esté zampándose un muslo de pollo mientras yo escribo estas líneas.
Lo que nos dijo la canguro tenía sentido para mí, no sólo porque parecía verdad, sino porque era la aplicación al tema de la comida de todo lo que mis padres me habían enseñado. No debe hacerse daño a la familia. No debe hacerse daño a amigos ni a extraños. Ni siquiera a los muebles tapizados. El hecho de que yo no hubiera incluido a los animales en esa lista no los convertía en excepciones. Sólo dejaba constancia de que yo era un crío, ignorante del funcionamiento del mundo. Hasta que dejara de serlo. Momento en el cual debía cambiar de vida.
Mas no lo hice. Mi vegetarianismo, tan explosivo e inquebrantable en sus inicios, duró unos cuantos años, se atascó y agonizó en silencio. Nunca se me ocurrió una respuesta a lo que nos había dicho la canguro, pero encontré formas de difuminarlo, reducirlo y finalmente olvidarlo. En términos generales, no causaba daño a nadie. En términos generales, intentaba hacer el bien. En términos generales, tenía la conciencia limpia. Pásame el pollo. Me muero de hambre.
Mark Twain dijo que dejar de fumar era una de las cosas más fáciles que uno puede hacer: él lo hacía constantemente. Yo añadiría el vegetarianismo a la lista de propósitos sencillos. En mi época en el instituto pasé a ser vegetariano más veces de las que puedo recordar, normalmente como un esfuerzo para reclamar alguna identidad en un mundo poblado por personas cuyas identidades parecían fluir sin el menor esfuerzo por su parte. Quería un eslogan para lucir en el parachoques del Volvo de mi madre, una buena causa para llenar la solitaria media hora del descanso, una excusa para acercarme a los pechos de las activistas. (Y seguía pensando que estaba mal hacer daño a los animales.) Lo cual no quiere decir que me abstuviera de comer carne. Sólo que me abstenía de hacerlo en público. En privado, el péndulo tendía a oscilar. En esos años muchas cenas empezaban con la siguiente pregunta por parte de mi padre: «¿Alguna nueva restricción dietética que necesite saber esta noche?»
En la universidad, empecé a comer carne con más ganas. No es que «creyera en ello», signifique lo que signifique, pero de una forma consciente alejé la preocupación de mi mente. En esos momentos no me apetecía tener una «identidad propia». Y no tenía por allí cerca a nadie que me hubiera conocido en mi época vegetariana, así que no se suscitaba el tema de la hipocresía pública, ni siquiera tenía que justificar el cambio. Tal vez fuera el predominio del vegetarianismo en el campus lo que descorazonó el mío: uno se siente menos impelido a dar dinero a un músico callejero cuya gorra rebosa billetes.
Pero cuando, a finales del segundo curso, empecé la licenciatura de Filosofía e inicié mis primeros razonamientos serios y pretenciosos, recuperé el vegetarianismo. Estaba convencido de que la clase de olvido voluntario que implicaba comer carne resultaba demasiado contradictorio con la vida intelectual que intentaba moldear. Creía que la vida debería, podía y tenía que adaptarse al tamiz de la razón. Podéis imaginar lo fastidioso que me puse.
Cuando me gradué, comí carne, montones de carne de todo tipo, durante unos dos años. ¿Por qué? Pues porque estaba buena. Y porque a la hora de forjar hábitos las historias que nos contamos a nosotros mismos son más importantes que la razón. Y yo me conté una historia que me exoneraba de toda culpa.
Entonces tuve una cita a ciegas con la mujer que luego se convertiría en mi esposa. Y unas cuantas semanas más tarde nos descubrimos abordando dos temas sorprendentes: el matrimonio y el vegetarianismo.
Su historia con la carne era notablemente parecida a la mía: había cosas en las que creía por la noche, cuando estaba acostada en la cama, y decisiones que tomaba en la mesa del desayuno a la mañana siguiente. Existía en ella una sensación (aunque fuera sólo transitoria y fugaz) de estar participando en algo que estaba muy mal, y al mismo tiempo existía la aceptación tanto de la confusa complejidad del tema como de la naturaleza falible, y por tanto excusable, del ser humano. Al igual que yo, ella tenía intuiciones muy fuertes, pero al parecer no lo bastante.
La gente se casa por muchas y variadas razones, pero una de las que nos animó a tomar la decisión fue la perspectiva de iniciar, explícitamente, una etapa nueva. El ritual y el simbolismo hebreo fomentan esta idea de establecer una profunda división con lo que había antes: el mejor ejemplo de ello es la rotura del vaso al final de la ceremonia nupcial. Las cosas eran como antes, pero serían distintas a partir de entonces. Las cosas serían mejores. Nosotros seríamos mejores.
Suena genial, sin duda, pero ¿mejores en qué sentido? Se me ocurrían incontables formas de mejorar (aprender idiomas, tener más paciencia, trabajar más), pero ya había hecho demasiados buenos propósitos para seguir confiando en ellos. También se me ocurrían incontables maneras de mejorarnos a los dos, pero en una relación las cosas en las que ambos miembros pueden ponerse de acuerdo para cambiar son más bien escasas. En realidad, incluso en los momentos en que uno siente que puede hacer muchas cosas, son pocas las que al final puede realizar.
Comer animales, una preocupación que ambos habíamos tenido y olvidado, parecía un buen principio. Implicaba muchas cosas y podía dar pie a muchas otras. En la misma semana, abrazamos el vegetarianismo con fervor.
Nuestro banquete de boda no fue vegetariano, por supuesto, ya que nos convencimos de que era de justicia ofrecer proteínas animales a nuestros invitados, algunos de los cuales habían recorrido largas distancias para participar de nuestra alegría. (¿Es un razonamiento difícil de seguir?) Y comimos pescado durante la luna de miel porque estábamos en Japón, y donde fueres… Y, ya de regreso a casa, tomábamos de vez en cuando hamburguesas y caldo de pollo, salmón ahumado y filetes de atún. Pero sólo en contadas ocasiones. Sólo cuando nos apetecía de verdad.
Y me dije que así eran las cosas. Y me dije que no estaban mal. Acepté que mantendríamos una dieta marcada por una consciente incoherencia. ¿Por qué comer debía ser distinto al resto de los aspectos éticos de nuestra vida? Éramos gente básicamente honesta que a veces decía mentiras, amigos atentos que en ocasiones metían la pata. Éramos vegetarianos y comíamos carne de vez en cuando.
Y ni siquiera podía estar seguro de que mis intuiciones fueran algo más que vestigios sentimentales de mi infancia; de que si las exploraba con seriedad no me toparía con cierta indiferencia. Ignoraba qué eran los animales, y no tenía la menor idea de cómo los criaban o los mataban. El tema en conjunto me resultaba incómodo, pero eso no quería decir que tuviera que serlo para el resto del mundo. Ni siquiera para mí. Y no sentía la menor prisa o necesidad de averiguarlo.
Pero entonces decidimos tener un hijo, y ésa fue una historia distinta que iba a necesitar una historia distinta.
****
Una media hora después del nacimiento de mi hijo, fui a la sala de espera a dar la buena noticia a mi familia.
—¡Has dicho «él»! ¿Es un chico?
—¿Cómo se va a llamar?
—¿A quién se parece?
—¡Cuéntanoslo todo!
Respondí a sus preguntas tan deprisa como pude, luego me fui a un rincón y encendí el móvil.
—Abuela —dije—. Hemos tenido un niño.
El único teléfono de su casa está en la cocina. Descolgó a la primera llamada, lo que significaba que se encontraba sentada a la mesa, esperando a que sonara. Era poco más de medianoche. ¿Estaba recortando vales? ¿Preparando pollo con zanahorias para congelarlo y dárselo de comer a alguien en el futuro? Nunca la había visto u oído llorar, pero noté un nudo de lágrimas en su voz cuando preguntó:
—¿Cuánto ha pesado?
***
Pocos días después de nuestro regreso del hospital, envié una carta a un amigo en la que adjunté una foto de mi hijo y mis primeras impresiones sobre la paternidad. Él respondió simplemente: «Todo vuelve a ser posible.» Era la frase perfecta, porque reflejaba exactamente cómo me sentía. Podríamos volver a contar nuestras historias y hacerlas mejores, más significativas o más ambiciosas. O podíamos elegir historias distintas. El mundo tenía otra oportunidad.
Comer animales
Es posible que el primer deseo de mi hijo, mudo e irracional, fuera el de comer. Segundos después de nacer ya estaba mamando del pecho de su madre. Lo observé con una admiración que no tenía precedentes en mi vida. Sin explicaciones ni experiencia previa, él sabía qué hacer. Millones de años de evolución le habían transferido ese conocimiento, de la misma forma que habían codificado el latido de su diminuto corazón y la expansión y contracción de sus flamantes pulmones.
Mi admiración no tendría precedentes, pero me vinculaba a otros a través de las generaciones. Vi los anillos de mi árbol: mis padres observándome mientras comía, mi abuela viendo comer a mi madre, mis bisabuelos viendo a mi abuela… Él comía igual que lo habían hecho los niños de los pintores de cuevas.
A medida que mi hijo daba los primeros pasos en la vida y yo iniciaba este libro, daba la sensación de que todo cuanto él hacía giraba en torno a la comida. Mamaba, dormía después de mamar, lloriqueaba antes de mamar, o expulsaba la leche que había mamado. Ahora que termino el libro, él es capaz de mantener conversaciones bastante sofisticadas y, cada vez más, los alimentos que come se digieren con la ayuda de las historias que le contamos. Dar de comer a mi hijo no es lo mismo que alimentarme yo: importa más. Importa porque la comida importa (su salud física es importante, el placer de comer es importante), y porque las historias que se sirven de guarnición con la comida también importan. Estas historias unen a la familia, y unen nuestra familia a las otras. Historias sobre comida e historias sobre nosotros: nuestra historia y nuestros valores. De la tradición hebrea de mi familia, aprendí que la comida sirve para dos propósitos paralelos: nutre y te ayuda a recordar. La comida y los cuentos son inseparables: el agua salada son lágrimas, la miel no sólo tiene un sabor dulce sino que nos hace evocar la dulzura, el matzo es el pan de nuestra aflicción.
Hay miles de alimentos en el planeta, y explicar por qué comemos una parte relativamente pequeña de ellos requiere unas cuantas palabras. Tenemos que explicar que el perejil está en el plato por motivos decorativos, que la pasta no se come para desayunar, y por qué comemos alas y no ojos, vacas y no perros. Las historias establecen narrativas, las historias establecen reglas.
En muchos momentos de mi vida he olvidado que tengo historias que contar acerca de la comida. Me limité a comer lo que tenía a mano o tenía buen sabor, lo que parecía lógico, sensato o sano… ¿qué había que explicar? Pero la clase de paternidad que siempre imaginé aborrece ese tipo de olvido.
Esta historia no empezó en forma de libro. Yo sólo quería saber, por mí y por mi familia, qué es la carne. Quería saberlo con la mayor concreción posible. ¿De dónde sale? ¿Cómo se produce? ¿Cómo se trata a los animales y hasta qué punto eso importa? ¿Cuáles son los efectos económicos, sociales y ambientales de comer animales? Mi búsqueda personal no se mantuvo así durante mucho tiempo. A través de mis esfuerzos como padre, me enfrenté cara a cara con realidades que como ciudadano no podía ignorar y como escritor no podía guardar para mí. Pero enfrentarse a esas realidades y escribir sobre ellas con responsabilidad son dos cosas distintas.
Quería abordar estas cuestiones de una forma global. De manera que aunque el 99 por ciento de los animales que se comen en este país proceden de «granjas de producción masiva» —y por tanto dedicaré gran parte de este libro a explicar qué significa esto y qué importancia tiene—, el otro 1 por ciento de la cría de animales es también una parte de esta historia. La desproporcionada cantidad de páginas que dedico en este libro a las mejores granjas familiares refleja lo significativas que creo que son, pero al mismo tiempo, lo insignificantes que resultan en el conjunto: la excepción a la regla.
***
Para ser totalmente honesto (y aun arriesgándome a perder mi credibilidad en esta misma página), partí de la base, antes de empezar con mis investigaciones, de que sabía lo que iba a encontrar: no los detalles, pero sí el conjunto de la imagen. Otros asumieron exactamente lo mismo. Casi siempre que comentaba que estaba escribiendo un libro sobre «comer animales», mi interlocutor llegaba a la conclusión, sin conocer mi punto de vista, de que se trataba de una defensa del vegetarianismo. Es significativa la convicción de que una investigación concienzuda sobre la cría de animales acabará comportando que uno se aleje de comer carne y que la mayoría de la gente es consciente de ello. (¿Qué os vino a la cabeza al leer el título del libro?)
También yo asumí que mi libro sobre comer animales se convertiría en una defensa a ultranza del vegetarianismo. No ha sido así. Merece la pena escribir una defensa a ultranza del vegetarianismo, pero no es lo que he escrito.
La cría de animales es un tema muy complejo. No hay dos animales, criadores, granjas, granjeros ni consumidores de carne que sean iguales. Al echar un vistazo a la ingente cantidad de investigación —lecturas, entrevistas, observaciones de campo— que fue necesaria incluso para ponerse a pensar sobre este tema en serio, tuve que preguntarme si era posible decir algo coherente y significativo sobre una práctica tan diversa. Quizá no exista la «carne». En su lugar, existe este animal, criado en esta granja, sacrificado en esta planta, vendido de este modo y consumido por esta persona: todos demasiado distintos para ser unidos en un mismo mosaico.
Y comer animales, como el aborto, es uno de esos temas en los que es imposible saber de manera definitiva algunos de los detalles más importantes. (¿Cuándo es un feto una persona real y no potencial? ¿Cómo es en verdad la experiencia animal?), lo cual remueve las desazones más profundas de uno y a menudo provoca actitudes defensivas o agresivas. Es un tema peliagudo, frustrante y vibrante. Una pregunta lleva a otra, y resulta fácil que uno acabe defendiendo una postura mucho más radical que sus propias creencias o que su forma de vida real. O, aún peor, que acabe sin hallar una postura que merezca la pena defender o que sirva de base en su vida.
Luego está la dificultad de distinguir entre las sensaciones que provoca algo y lo que ese algo es en realidad. A menudo los argumentos sobre comer animales no son en absoluto argumentos, sino simples afirmaciones de gusto. Y donde haya hechos —ésta es la cantidad de cerdo que comemos; éste es el número de plantaciones de mangos que han sido destruidas por la acuicultura; así se mata una vaca—, surge la cuestión de qué hacer con ellos. ¿Deberían ser éticamente convincentes? ¿Comunitariamente? ¿Legalmente? ¿O sólo más información para que cada consumidor la digiera como le parezca?
Mientras que este libro es el fruto de una enorme cantidad de investigación, y resulta tan objetivo como cualquier otra obra periodística —usé los datos estadísticos disponibles más fiables (casi siempre del gobierno, y de fuentes del ámbito académico y de la industria que gozaban de un amplio consenso) y contraté a dos asesores externos para corroborarlos—, yo pienso en él como en una historia. Contiene muchos datos, pero a menudo se muestran lábiles y maleables. Los hechos son importantes, pero por sí solos no dotan de significado, sobre todo cuando están tan vinculados a las elecciones lingüísticas. ¿Qué significa «reacción de dolor mesurada» en los pollos? ¿Significa dolor? ¿Qué significa «dolor»? No importa cuánto aprendamos de la fisiología del dolor —cuánto tiempo persiste, qué síntomas produce, etcétera— nada de ello nos dirá algo significativo. Pero si se colocan los hechos en una historia, una historia de compasión o dominación, o quizá de ambas; si se colocan en una historia sobre el mundo en que vivimos, sobre quiénes somos y quiénes queremos ser, podremos empezar a hablar con sentido sobre la costumbre de comer animales.
Estamos hechos de historias. Pienso en esos sábados por la tarde sentados a la mesa de la cocina en casa de mi abuela, los dos solos: pan negro en la tostadora humeante, el rumor de una nevera casi cubierta por el velo de fotografías familiares. Tomando esos restos de pan de centeno y Coca-Cola, ella me hablaba de su huida de Europa, de lo que se vio obligada a comer y lo que no. Era la historia de su vida. «Escúchame», me suplicaba, y yo comprendía que me transmitía una lección vital, aunque siendo niño no alcanzara a saber de qué lección se trataba.
Ahora sí lo sé. Y aunque los detalles no podían ser más distintos, intento, e intentaré, transmitir su lección a mi hijo. Este libro es mi esfuerzo más serio por hacerlo. Al empezarlo siento una gran inquietud, porque son muchos los recuerdos. Aun dejando de lado, por un momento, los más de diez millones de animales sacrificados todos los años en Estados Unidos para servir de alimento, y dejando a un lado el entorno, los trabajadores, y otros temas tan relacionados como el hambre del mundo, las epidemias de gripe y la biodiversidad, también está la cuestión de qué pensamos de nosotros mismos y de los demás. No sólo somos los narradores de nuestras historias, somos las historias mismas. Si mi esposa y yo criamos a nuestro hijo como vegetariano, él no comerá el plato especial de su bisabuela, nunca recibirá esa expresión única y absolutamente directa de su amor, quizá nunca pensará en ella como en la Mejor Cocinera del Mundo. La historia de ella, la historia básica de nuestra familia, tendrá que cambiar.
Las primeras palabras de mi abuela al ver a mi hijo por primera vez fueron: «Mi venganza.» Del infinito número de cosas que podría haber dicho, fue eso lo que escogió, o que le fue escogido.
Escúchame:
—No éramos ricos, pero siempre teníamos lo suficiente. Los jueves hacíamos pan, challah y rolls, y duraban para toda la semana. Los viernes hacíamos crepes. Para el sabbat siempre tomábamos pollo y sopa de fideos. Ibas al carnicero y pedías un poco más de carne. Cuanta más grasa tuviera mejor era la pieza. No era como ahora. No teníamos neveras, pero sí leche y queso. No teníamos verduras de todas clases, pero las que teníamos nos bastaban. Las cosas que tenéis aquí y que dais por sentadas… Pero éramos felices. No conocíamos nada mejor. Y también dábamos por sentadas muchas cosas.
»Luego todo cambió. La guerra fue el Infierno en la Tierra y me quedé sin nada. Dejé a mi familia, ya lo sabes. Corrí día y noche, sin parar, porque los alemanes iban pisándome los talones. Si parabas, morías. Nunca había suficiente comida. Fui poniéndome más y más enferma por la falta de comida, y no hablo sólo de quedarme esquelética. Tenía llagas por todo el cuerpo. Me costaba moverme. No se me caían los anillos por comer de los cubos de basura. Comí los trozos que tiraban los demás. Si te espabilabas, sobrevivías. Cogí cuanto pude. Comí cosas de las que prefiero no hablarte.
»Incluso en los peores tiempos, encontrabas a buena gente. Alguien me enseñó a atarme los extremos de los pantalones para poder llenar las perneras con tantas patatas como podía robar. Caminé kilómetros y kilómetros así, porque nunca sabías cuándo volverías a tener suerte. Una vez alguien me dio un poco de arroz, y viajé dos días hasta un mercado para cambiarlo por jabón, y luego fui a otro mercado y canjeé el jabón por judías. Había que tener suerte e intuición.
Lo peor de todo fue hacia el final. Mucha gente murió al final, y yo no estaba segura de poder sobrevivir un día más. Un granjero ruso, Dios lo bendiga, vio cómo estaba, entró en su casa y salió con un pedazo de carne para mí.
—Te salvó la vida.
—No la comí.
—¿No la comiste?
—Era cerdo. Nunca comería cerdo.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con «por qué»?
—¿Te refieres a que no era kosher?
—Por supuesto.
—Pero ¿ni siquiera para salvar la vida?
—Cuando ya nada importa, no hay nada que salvar.
La matanza de animales como alimento
Henry Stephens Salt
Es imposible que resulte adecuada o concluyente ninguna discusión del principio de los derechos de los animales que, como siguen ignorando muchos de los llamados humanitarios, ignore la inmensa importancia subyacente del tema de la alimentación. No tenemos por qué preocuparnos gran cosa por el origen del hábito de comer carne. Vamos a dar por supuesto, como hace la teoría que goza de mayor favor, que inicialmente, bajo la presión de la necesidad, mataban animales las tribus migratorias no civilizadas, y que la práctica que así surgió, fomentada por la idea religiosa de la ofrenda de sangre y la propiciación, se perpetuó e incrementó aun después de que hubieran desaparecido las tempranas condiciones de su origen. Lo que es más importante observar es que el hecho mismo de que ese hábito prevalezca ha propiciado que llegue a considerarse una característica necesaria de la civilización moderna, y que esta opinión ha tenido, inevitablemente, un señalado efecto -un efecto sumamente perjudicial- sobre el estudio de la relación moral del hombre con los animales inferiores. (Nota de la web: inevitablemente encontraremos en este texto numerosas expresiones especistas, así como un uso del lenguaje que reafirma la distancia entre los humanos y el resto de los animales, como esta de “animales inferiores”. Téngase presente que el texto es de finales del siglo XIX.)
Ahora bien, hay que admitir, creo, que resulta difícil reconocer y afirmar de manera coherente los derechos de un animal que tenemos el propósito de convertir en festín, dificultad que no han podido superar en absoluto, de manera satisfactoria, aquellos moralistas que, mientras aceptan la práctica del consumo de carne como una institución que está más allá de toda crítica, se han mostrado deseosos de hallar una base sólida para una teoría de la condición humanitaria. “Extraña contradicción de la conducta -dice el Filósofo Chino de Goldsmith respecto a este dilema-. ¡Sienten piedad y devoran los objetos de su compasión!” Hay también otra consideración más que hacer: que la sanción que implícitamente otorgamos a las terribles crueldades que el vaquero y el matarife infligen al inofensivo ganado hacen casi imposible, por paridad de razonamiento, abolir muchos otros actos de injusticia que por todas partes vemos en nuestro derredor, y quienes se oponen a la reforma humanitaria no han tardado en sacar provecho de este obstáculo[39]. De ahí la disposición por parte de muchos autores, que por lo demás muestran humanos sentimientos, a evitar el embarazoso tema del matadero, o a pasar por encima de él con una serie de excusas contradictorias y harto irrelevantes.
Pondré algunos ejemplos. “Privamos a los animales de la vida -dice Bentham, en una aplicación deliciosamente ingenua de la filosofía utilitaria- y está justificado que lo hagamos: sus dolores no son comparables al placer que nos proporcionan.”
“Dentro del programa de la universal providencia -dice Lawrence- han querido ser recíprocos los servicios entre hombre y bestias, y la mayor parte de estas últimas no puede pagar el trabajo y el cuidado humanos de otro modo que mediante la pérdida de la vida.”
La alegación de Schopenhauer se asemeja en algo a la anterior: “El hombre, privado de la alimentación carnívora, sobre todo en el norte, sufriría más de lo que sufre el animal con una muerte rápida e inesperada. Pero deberíamos mitigar ese sufrimiento con la ayuda del cloroformo”.
Hay también el argumento que suele fundamentarse en la supuesta sanción por parte de la naturaleza. “Mis escrúpulos -escribe Lord Chesterfield- no podían reconciliarse con esta horrible forma de alimentarse hasta que, tras grave reflexión, llegué al convencimiento de su legitimidad derivada del orden general de la naturaleza, que ha establecido, como uno de sus primeros principios, la depredación sobre el más débil.”
Y tenemos por último al temible Paley, que descarta como carente de valor toda apelación a la naturaleza, y se apoya en los mandatos de las Sagradas Escrituras. “Un derecho a la carne de los animales. Alguna excusa se antoja necesaria por el dolor y la pérdida que ocasionamos a los animales al restringir su libertad, mutilar sus cuerpos y, finalmente, poner fin a su vida para nuestro placer o conveniencia. Las razones que se alegan para vindicar esta práctica son las siguientes: que al haberse creado diversas especies de animales para comerse unos a otros, es permisible una suerte de analogía para demostrar que la especie humana debía alimentarse a base de ellos… Ante tal razonamiento haría yo la observación de que la analogía que pretende establecerse resulta en extremo débil, ya que los animales no pueden sustentarse de otro modo, y puesto que nosotros sí podemos, ya que la especie humana podría subsistir en su totalidad a base de fruta, legumbres, hortalizas y tubérculos, como de hecho hacen muchas tribus hindúes… Paréceme que sería difícil defender este derecho mediante argumentos proporcionados por el orden natural, y que debemos agradecerlo al permiso que se recoge en las Sagradas Escrituras.”
De las citas que acabamos de mencionar, y que podrían ampliarse indefinidamente, resulta claramente que la fábula del lobo y el cordero se repite incesantemente en la actitud de nuestros moralistas y filósofos hacia las víctimas del matadero.
Así puede señalar Humphry Primatt que “buscamos por toda la naturaleza y la forzamos en sus partes más débiles y tiernas para arrancarle, a ser posible, cualquier concesión en la que podamos apoyar la apariencia de un argumento”.
Mucho más prudente y humano es, sobre este particular, el tono adoptado por autores tales como Michelet, quienes, no viendo modo alguno de escapar a la práctica de la alimentación carnívora, se abstienen al menos de intentar apoyarla con falaces razonamientos. “Los animales que están por debajo de nosotros -dice Michelet- tienen también sus derechos delante de Dios. ¡Sombrío misterio, la vida animal! Inmenso mundo de ideas y de mudos sufrimientos! La naturaleza entera protesta contra la barbarie del hombre, que no comprende, que humilla, que tortura a sus hermanos inferiores… ¡Vida… muerte! El diario asesinar que implica alimentarse de animales… esos duros y amargos problemas eran una grave preocupación para mi mente. ¡Miserable contradicción! Esperemos que exista otro globo en el que se nos ahorren las bajas, las crueles fatalidades de éste.”[40]
Pero, mientras tanto, sigue siendo cierto el sencillo hecho -que cada día encuentra más y más corroboración científica- de que no existe esa “cruel fatalidad” que Michelet imaginaba. La anatomía comparada ha demostrado que el hombre no es carnívoro, sino frugívoro, en su estructura natural, y la experiencia ha demostrado que la alimentación a base de carne es totalmente innecesaria para sustentar una vida saludable. La importancia de este reconocimiento más general de una verdad con la que han estado familiarizados en toda época unos cuantos pensadores bien informados, difícilmente se sobreestimará en la relación que tiene con la cuestión de los derechos de los animales. Despeja una dificultad que desde hace tanto tiempo ha aminorado el entusiasmo, o deformado el juicio, de la escuela más humana de moralistas europeos, y hace posible abordar el tema de la relación moral del hombre con los animales inferiores con un espíritu de indagación más imparcial y menos lleno de temores. No es mi propósito en estas páginas abogar por la causa del vegetarianismo. Pero, a la vista de la gran masa de pruebas, fáciles de obtener[41], de que el transporte y sacrificio de animales van necesariamente acompañados de las más atroces crueldades, y de que un gran número de personas han vivido durante años con buena salud sin recurrir al consumo de carne, hay que decir al menos que omitir esta derivación del tema de la consideración más seria y rigurosa es jugar con la cuestión de los derechos de los animales. Hace cincuenta o cien años quizá existiera alguna excusa para suponer que el vegetarianismo era una simple manía. Pero no existe en la actualidad semejante excusa.
Dos puntos hay de especial significación a este respecto. El primero es que, conforme la civilización avanza, las crueldades inseparables del sistema de sacrificio se han ido agravando, en vez de disminuir, debido tanto a la mayor necesidad de transportar animales a grandes distancias, por mar y tierra, en condiciones de premura y dureza que impiden por lo general toda consideración humana hacia su bienestar, como a los torpes y bárbaros métodos que con harta frecuencia se practican en esos antros de tortura que se conocen como “mataderos privados”[42].
El segundo es que también ha aumentado en gran manera el sentimiento de repugnancia que causa entre toda la gente sensible y refinada la visión de la actividad del carnicero, e incluso su mera mención, o el hecho de pensar en ella, de modo que los detalles del repulsivo proceso se mantienen cuidadosamente fuera de la vista y de la mente, en la medida de lo posible, delegándose en una clase de parias que realizan el trabajo que horrorizaría hacer a las personas más delicadas. En estos dos hechos tenemos clara evidencia, primero, de que hay buenas razones para que la conciencia pública, o en todo caso la conciencia humanitaria, se inquiete por cuanto concierne al sacrificio del “ganado” y, segundo, que esta inquietud ya se ha desarrollado y manifestado en gran medida.
El argumento común, que adoptan muchos apologistas del consumo de carne, o de la caza del zorro, según el cual el dolor que se inflige al matar a los animales está más que compensado por el placer que han gozado durante su vida, ya que de otro modo no hubieran existido siquiera, es más ingenioso que convincente, ya que no es en rigor nada más que la vieja y conocida falacia que ya hemos comentado: el arbitrario truco de constituirnos nosotros en portavoces e intérpretes de nuestras víctimas. Mr. E.B. Nicholson es por ejemplo de la opinión de que “podemos estar bien seguros de que si [el zorro] fuese capaz de entender y dar respuesta a la pregunta, elegiría la vida, con todos sus riesgos y penalidades, a la no existencia sin ellos”[43]. Desgraciadamente para la solidez de esta suposición sospechosamente parcial no hay ningún caso registrado de que esta extraña alternativa se haya sometido nunca a ningún zorro ni a ningún filósofo, de modo que habría primero de establecerse el precedente para basar en él un juicio. Entre tanto, en vez de cometer el grosero absurdo de hablar de la no existencia como estado bueno o malo, o de algún modo comparable a la existencia, mejor haríamos en recordar que los derechos de los animales, si los admitimos en absoluto, han de empezar con el nacimiento de los animales en cuestión, y pueden sólo terminar con su muerte, y que no podemos evadirnos de las responsabilidades que en justicia nos corresponden mediante esas sofísticas referencias a una imaginaria decisión prenatal en un imaginario estado prenatal.
El más nocivo efecto de la práctica carnívora, en su influencia sobre el estudio de los derechos de los animales en los actuales tiempos, es que estultifica y degrada la razón de ser misma de innumerables miríadas de seres: trae a éstos a la vida sin mejor finalidad que negarles el derecho a vivir. Ocioso resulta apelar a la mortífera guerra que vemos en algunos aspectos de la naturaleza salvaje, donde el animal más débil es a menudo presa del más fuerte, puesto que allí {aparte del hecho de que la cooperación modifica en gran medida la competición) las razas más débiles viven al menos su vida propia y tienen su oportunidad en el juego, mientras que las víctimas de los carnívoros humanos son criadas y cebadas, y destinadas desde el primer momento a la final matanza, de forma tal que todo su modo de vida se ve desvirtuado de su natural norma, y apenas son más que filetes, piernas o jamones animados. Y esto, yo sostengo, es una flagrante violación de los derechos de los animales inferiores, derechos que comienzan a ser percibidos por la conciencia más humana de la humanidad. Muy bien se ha dicho que “tener a un hombre {esclavo o siervo) meramente para tu propia ventaja, o tener a un animal al que puedas comerte, es una mentira. No puedes mirar a ese hombre o animal a la cara”[44].
Que quienes son conscientes de los horrores que implica la matanza, y asimismo de la posibilidad de una dieta sin carne, piensen que basta con oponer “el permiso de las Escrituras” como respuesta a los argumentos de los reformadores de la alimentación, es un ejemplo del extraordinario poder de la costumbre para cegar la vista y el corazón de personas por lo demás humanas. Cito el siguiente pasaje de Súplica de Clemencia para los Animales[45], como ejemplo típico de esa especie de perversión del sentimiento a la que aludo. “No sólo en la supersticiosa India -dice el autor, cuyas ideas de lo que constituye superstición parecen ser más bien confusas- sino también en este país, hay vegetarianos y otras personas que ponen objeciones al uso de alimentos animales, y no únicamente por motivos de salud, sino porque implican el uso de un poder al que el hombre no tiene ningún derecho. Ante tales afirmaciones no tenemos más que oponer el claro permiso del divino Autor de la vida. Pero ese permiso sin matices no puede nunca sancionar que se inflija innecesario sufrimiento”.
Pero si puede prescindirse del consumo de carne mismo, ¿cómo cabe argumentar que el sufrimiento, que es inseparable de la matanza, pueda ser también otra cosa que innecesario? Confío en que la causa de la humanidad y la justicia (que no “clemencia” ) para con los animales inferiores no se vea retardada por objeciones sentimentales y supersticiosas de este estilo.
La reforma de la dieta será sin duda lenta, y en el caso de muchos individuos estará llena de dificultades y retrocesos. Pero al menos establece que hay algo que incumbe a todos los pensadores humanitarios: que cada cual debe llegar a alguna conclusión satisfactoria respecto a la necesidad, la necesidad real, del consumo de carne, antes de llegar a ninguna conclusión intelectual sobre el tema de los derechos de los animales. Es fácil de ver que, conforme se discuta más y más la cuestión, el resultado será cada vez más decisivo. “Con independencia de cuál sea mi práctica -escribe Thoreau- no me cabe la menor duda de que forma parte del destino de la raza humana, en su gradual mejoramiento, dejar de comer animales, del mismo modo que en las tribus salvajes han dejado de comerse los unos a los otros al entrar en contacto con los más civilizados.”
NOTAS A PIE DE PAGINA
[39] He aquí dos argumentos que se utilizan respectivamente en defensa del vivisector y del cazador deportivo ..Si el hombre puede legítimamente dar muerte dolorosa a los animales con el fin de procurarse alimento y lujos, ¿por qué no ha de estar asimismo legitimado para provocarles dolor, e incluso la muerte, con la superior finalidad de aliviar los sufrimientos de la humanidad?” (Chamber´s Enclyclopaedia,1884).
“Si se les pide que pongan fin al tiro al pichón, se les pedirá a continuación que pongan fin al sacrificio de reses” (Lord Fortescue, Debate on Pigeon-Shooting, 1884).
[40] “La Bible de I´Humanité”
[41] Pueden conseguirse dirigiéndose a cualquiera de las sociedades que a continuación se citan: Vegetarian Society, 75, Princess Street, Manchester; London Vegetarian Society, Memorial Hall. E.C.; National Food Reform Society, 13, Rathhone Place, W.
[42] Si algún lector piensa que hay exageración en esta afirmación. que estudie Cattle Ships, de Samuel! Primsoll, Kegan Paul, Trench, Trubner and Co., 1890, y Behind the Scenes in Slaughter-House.”, de HF Lester, Wm. Reeves, 1892.
[43] The Rights of an Animal, 1879.
[44] Edward Carpenter, England, Ideal.
[45] J. Macaulay, Plea for Mercy to Animals (Partridge and Co., 1881).
PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE LA VIVISECCIÓN
CONTESTADAS POR HANS RUESCH
EN CONMEMORACIÓN DE LOS 20 AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE LA PRIMERA EDICIÓN DE MATANZA DE INOCENTES EN INGLÉS
Hans Ruesch, investigador de la historia de la vivisección y de la medicina, es el principal partidario de la abolición de la vivisección. En las siguientes preguntas y respuestas, Ruesch explica con términos simples pero convincentes por qué la “vivisección” (experimentación con animales) es algo más que una forma de explotación animal, y asegura que constituye una amenaza para la salud y el bienestar de los humanos.
Puede servir de introducción a Matanza de Inocentes, el genial libro del mismo autor que generó el moderno movimiento antiviviseccionista científico que es apoyado por numerosos eruditos, doctores y científicos de todo el mundo.
PREFACIO
El funcionamiento de la naturaleza humana es siempre misterioso. En cada época de la historia aparecen ciertos individuos en la escena mundial que están destinados a desafiar y a cambiar la cultura dominante con objeto de mejorarla y ennoblecerla. Tales individuos sueles ser científicos o artistas (generalmente artistas), pero siempre dejan en el mundo una gran obra que inspira a las generaciones siguientes. En mi opinión, Matanza de Inocentes, de Hans Ruesch, es una de esas obras.
Matanza de Inocentes es un libro escrito con una gran inteligencia, con una erudición sólida pero fácil de entender y con una elevada dosis de compasión y empatía, combinadas con una gran destreza literaria. Además constituye la crítica más contundente de la vivisección (experimentación con animales vivos) publicada en el siglo XX, superando incluso al Dr. Walter Hadwen, gran pionero del antiviviseccionismo. Hans Ruesch fue capaz de mezclar en ella con gran brillantez la pasión con la perspicacia, la piedad con un humor amargo y mordaz, y el conocimiento con la sensibilidad. En Matanza de Inocentes podemos encontrar algunas de las enseñanzas más importantes de la vida, unas enseñanzas que la humanidad ha optado por ignorar neciamente.  La vivisección no es solamente una agresión salvaje contra los animales que tan inútilmente diezma y profana y luego desecha sin ninguna compasión, sino que también es culpable de la matanza de la humanidad (en todos los sentidos de la palabra), porque sus resultados no son aplicables a la investigación médica seria. No existe una crítica más convincente, angustiosa y sincera contra la vivisección que la que se realiza en Matanza de Inocentes.
Han pasado 20 años desde la publicación de la primera edición en inglés de Matanza (el autor e investigador suizo había publicado con anterioridad una versión menos extensa del mismo libro en italiano dos años antes). Para conmemorar el vigésimo aniversario UKAVIS ha decidido publicar el presente resumen de los argumentos básicos de Matanza de Inocentes, con el objeto de animar al público en general a leer la versión completa de Matanza de Inocentes.
Si se preocupa por los animales tanto como por su propia salud, si se preocupa usted por conocer la verdad, entonces encontrará pocos libros más importantes que Matanza de Inocentes, pero lea primero las siguientes páginas que resumen la inutilidad y los peligros de la vivisección. En las preguntas y respuestas que aparecen a continuación podrá leer un anticipo del poderoso e inolvidable mensaje que le espera enMatanza de Inocentes, que es un clásico del idealismo humano y una defensa irrefutable de la verdad.
Con ocasión del vigésimo aniversario de Matanza de Inocentes en inglés, UKAVIS desea destacar el gran valor de los escritos y de la figura de Hans Ruesch.
ENTREVISTA
● ¿Preferiría que se realizaran experimentos con humanos en lugar de con animales?
En absoluto. Deseamos que se dejen de realizar experimentos con seres humanos. Se están efectuando constantemente experimentos con humanos, y eso ocurre precisamente porque los experimentos con animales nunca proporcionan resultados concluyentes.
● ¿Cómo podemos desarrollar entonces nuevos medicamentos?
Su pregunta parte de la suposición de que necesitamos más medicamentos y de que las pruebas efectuadas con animales pueden proporcionarnos una información correcta sobre sus efectos. Ambas suposiciones son erróneas.
● ¿Está sugiriendo que no necesitamos más medicamentos?
Solamente la industria farmacéutica necesita nuevos medicamentos para reemplazar los que se demuestra que son inútiles o peligrosos. La gran mayoría de los 205.000 medicamentos y combinaciones que se han desarrollado hasta ahora ya han sido retirados del mercado. Los experimentos realizados con animales llevaron a los investigadores ingenuos a conclusiones incorrectas.
● ¿Cuántos medicamentos necesitamos en realidad?
Lo que sabemos con seguridad es que no existen suficientes enfermedades para todos los medicamentos que se comercializan actualmente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una lista de medicamentos esenciales que solamente incluía 250 referencias, pero poco después la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) presentó una lista que únicamente contenía 26 medicamentos “realmente esenciales”, que posteriormente se quedaron en 9, según informó el semanario suizo Weltwoche el 14 de octubre de 1981. ¿Y cuál era el medicamento que encabezaba la lista de los 9 “particularmente esenciales”? Era la antigua Aspirina, que fue descubierta hace más de un siglo sin experimentación animal.
● ¿Es posible determinar la eficacia de un medicamento sin realizar experimentos con animales?
Lo cierto es que la mayoría de los pocos medicamentos que tienen un valor terapéutico demostrable nunca fueron probados con animales; son de origen vegetal y ya eran conocidos en la antigüedad, y en aquella época la gente no los probaba con animales.
● ¿Y la industria farmacéutica no ha utilizado esos medicamentos útiles?
Sí, la verdad es que ha usado algunos de ellos, pero de forma incorrecta. Para producirlos a escala industrial (es decir, para ganar dinero más rápidamente), la industria farmacéutica ha procedido a sintetizar sus agentes activos intentando reproducirlos artificialmente, pero frecuentemente con resultados devastadores.
● ¿Puede proporcionar más información al respecto?
La Rauwolfia Serpentina, por ejemplo, es una planta de la familia de las apocináceas procedente de la India que se usa desde hace siglos y que contiene diversos alcaloides de importante valor terapéutico, como la Reserpina (que reduce la tensión sanguínea) y la Ajmalina (que regula el ritmo cardiaco).
En su estado natural es una planta medicinal que contiene numerosos oligoelementos y ciertas sales que hacen que sea de fácil asimilación, y que además posee las habituales sustancias “vitales” que los análisis químicos no pueden identificar y, por lo tanto, no pueden reproducir. Los hombres de negocios de los laboratorios aislaron la Reserpina intentando imitarla químicamente y empezó a prescribirse en su forma pura, hasta que pocos años después se descubrió que la preparación artificial (la imitación química del valioso producto natural) puede causar cáncer de mama y depresión en humanos, unas enfermedades que no provoca la planta en su estado natural y que no pudieron predecir los experimentos con animales realizados durante años.
● No obstante, suponiendo que tuviéramos que probar un nuevo medicamento, ¿no sería más seguro probarlo primero con animales?
Todo lo contrario. El creciente número de desastres farmacéuticos se debe a los resultados de los experimentos efectuados con animales. No se producían tales catástrofes antes de que se empezaran a realizar pruebas con animales de forma masiva.
● ¿Por qué siguen experimentando con animales entonces?
Porque la experimentación con animales es indispensable para la industria farmacéutica, aunque no lo es para la ciencia médica.
● ¿Podría explicar eso un poco más?
Por supuesto. Es un hecho generalmente reconocido que a causa de las diferencias existentes entre las especies ninguna prueba realizada con animales puede proporcionar un resultado completamente fiable sobre la seguridad y los efectos de un nuevo medicamento en el ser humano. Por tanto, los experimentos con animales se llevan a cabo porque suministran oráculos que solamente pueden ser interpretados por los propios fabricantes de medicamentos.
● ¿Las pruebas realizadas con animales no pueden indicarnos, por ejemplo, si un nuevo medicamento es capaz de provocar malformaciones en los fetos humanos?
En absoluto. Lo único que pueden hacer es despistarnos como sucedió en la década de los 50 del siglo xx con la Talidomida, que es el primer caso que se produjo y también el más conocido, aunque de ningún modo es el único. La Talidomida, un tranquilizante que fue comercializado a pesar de que no era necesario en aquella época debido al gran número de tranquilizantes existentes, había sido especialmente recomendada a las mujeres embarazadas después de haber sido experimentada durante años con animales. Después de dicha tragedia, la industria farmacéutica, en lugar de renunciar a los experimentos con animales, decidió aumentar su número con el pretexto de evitar desastres similares, pero desafortunadamente el resultado ha sido el contrario. (Para más detalles consultar el apartado titulado “10.000 Pequeños Monstruos”, de Matanza de Inocentes). A la inversa, si la Aspirina hubiera sido probada con animales, una de las medicinas más usadas y relativamente menos peligrosas probablemente nunca hubiera sido comercializada, porque causa la muerte a muchas especies de animales. Por lo tanto, los experimentos con animales también pueden impedir el uso de medicamentos valiosos.
● ¿Considera usted entonces que la investigación basada en el uso de animales es errónea?
Efectivamente. Miles de expertos médicos que se niegan a someterse a los intereses de la industria farmacéutica confirman mi opinión totalmente. De hecho, en 1989 publicamos a través de nuestra editorial CIVIS un libro titulado 1000 DOCTORES (Y MUCHOS MÁS) CONTRA LA VIVISECCIÓN.
● ¿Y por qué las autoridades sanitarias continúan exigiendo la realización de experimentos con animales?
Las llamadas Autoridades Sanitarias confían en los “expertos” médicos que son proporcionados por la industria farmacéutica. Desgraciadamente, es lógico que quienes trabajan para las empresas farmacéuticas sean considerados los principales “expertos” en la materia. ¿Dónde si no podrían encontrarse? Los experimentos con animales cumplen con la función de proveer una coartada. Cuando sucede un desastre a causa de los medicamentos, los fabricantes pueden exculparse aduciendo que efectuaron “las pruebas de seguridad legalmente establecidas”, aunque no revelan que fueron ellos mismos los que impusieron esas engañosas pruebas “de seguridad”.
● ¿Quiere usted decir que dichas pruebas no garantizan la seguridad?
Es peor que eso: los medicamentos experimentados de esa manera han causado muchas enfermedades que antes no existían.
● ¿Puede mencionar algún ejemplo?
La Neuropatía Mielo – Óptica Subaguda (SMON) es una grave enfermedad completamente nueva del sistema nervioso que provocó parálisis, ceguera o incluso la muerte a decenas de miles de seres humanos. Fue causada por unos medicamentos que contenían Clioquinol, una sustancia que fue distribuida por todo el mundo con afirmaciones fraudulentas sobre sus efectos. Los tribunales de justicia determinaron que el Clioquinol carece de valor terapéutico, y que, por tanto, tenía “efectos secundarios” fatales sin aportar ningún beneficio, excepto para sus fabricantes.
● ¿Algún otro ejemplo?
El Dietilestilbestrol, una hormona sintética, más conocido como Destilbene en Francia y DES en Estados Unidos, había sido probado con animales durante décadas y fue especialmente recomendado a las mujeres embarazadas para prevenir abortos espontáneos. Años después se demostró que causaba cáncer en la vagina de las hijas de las mujeres que lo habían tomado durante su embarazo. (Para más detalles consultar los apartados titulados “¿Medicamentos Cancerígenos?” y “El Caso del Estilbestrol, o Los Fabricantes de Cáncer”, de Matanza de Inocentes). Hemos mencionado solamente dos ejemplos de los muchos que existen.
La FDA (Administración de Alimentación y Medicamentos de Estados Unidos), ha admitido recientemente que cada año un millón y medio de americanos son hospitalizados a causa de los efectos adversos de los medicamentos. Además, en el hospital tienen más posibilidades de sufrir más daños debido a terapias incorrectas.
De hecho, en uno de los años estudiados se atribuyeron 140.000 muertes a los efectos de los medicamentos.
● ¿Todo eso es aplicable también a Europa?
Por supuesto, y también a todos los países industrializados en los que la propaganda de la industria farmacéutica, aliada con el sistema médico y con las autoridades sanitarias, ha logrado que el supersticioso público crea en la medicina “oficial” como si fuera una nueva religión.
● ¿Quiere usted decir que los ciudadanos están siendo engañados deliberadamente?
Así es, y sucede por orden de la todopoderosa industria farmacéutica. Como ha declarado hace poco un importante responsable de la OMS, las multinacionales farmacéuticas se han convertido en la principal fuerza política y económica de nuestras sociedades. Es una situación muy peligrosa.
● ¿Por qué no interviene el gobierno?
Porque los gobiernos actuales están sometidos a la industria química, que es la mayor de las industrias y supera incluso a la industria bélica, porque toda guerra termina tarde o temprano, mientras que las enfermedades nunca terminan, especialmente si uno sabe cómo hacer que se mantengan con vida y se multipliquen. Para permanecer en el poder los políticos tienen que proporcionar puestos de trabajo, no salud, y por lo tanto es la enfermedad lo que hace que la industria farmacéutica prospere. Eso explica por qué nuestros gobiernos contribuyen a hacer que la gente dependa de los médicos y de los medicamentos desde la infancia. Los escolares “hiperactivos” (sanos) son tratados con tranquilizantes. Los padres colaboran con esa locura, porque también fueron educados con la misma mentalidad.
En un Congreso de especialistas de medicina interna celebrado en Wiesbaden, Alemania, el Profesor Hoff confirmó en 1977 que las enfermedades iatrogénicas, que son las enfermedades causadas por los doctores o por sus terapias, se han convertido en la actualidad en la principal causa de enfermedad.
● ¿Qué puede decirnos de la situación en Suiza?
¿Cómo podría ser la situación diferente en un país que está igualmente dominado por la industria farmacéutica? Suiza tiene una clase política equivocada y venal, y creadores de opinión y periodistas similares a los del resto de países industrializados.
● ¿Cómo podemos luchar contra el cáncer y las enfermedades cardiovasculares sin recurrir a la experimentación animal?
Aunque millones de animales han sido torturados cada año en la investigación contra el cáncer y contra las afecciones circulatorias, dichas enfermedades siguen en aumento. Sus causas son perfectamente conocidas y podrían evitarse mediante la prevención, que es el único enfoque válido para el mantenimiento de la salud general y que no tiene efectos secundarios. Sin embargo, la prevención no da dinero, y por tanto se permite que la gente crea que no es necesario realizar ningún esfuerzo personal ni ningún sacrificio para obtener o preservar la salud, y que solamente tienen que tomar unas píldoras que una empresa filantrópica pone a su disposición por motivos humanitarios. El contribuyente es quien paga la factura.
● ¿No se descubrió la cura de la diabetes mediante la experimentación con animales?
La diabetes es una de las enfermedades que pueden evitarse con medidas preventivas, como una dieta apropiada. El uso prolongado de la insulina de origen animal (un planteamiento de efectos devastadores) provoca inevitablemente con el tiempo problemas circulatorios, artritis, gangrena pancreática, ceguera y muerte prematura, además de animar al insulinodependiente a no seguir una dieta adecuada, que es el único remedio que podría salvarle. Y lo que es peor, el uso crónico de insulina provoca la atrofia total del páncreas. Hay que tener en cuenta que desde la introducción de la insulina a comienzos de la segunda década del siglo xx, cuando la diabetes era una enfermedad extremadamente rara todavía, su incidencia ha aumentado de un modo tan dramático que en Estados Unidos se ha convertido en la tercera causa de muerte, después del cáncer y de las enfermedades cardiovasculares. ¿Cómo vamos a hablar de éxito entonces?
● ¿No se descubrió la penicilina mediante la experimentación animal?
La penicilina se descubrió por pura casualidad. Según sus tres descubridores — Fleming, Chain y Florey — la penicilina nunca se habría utilizado si hubiera sido probada primero con los habituales conejillos de indias como era intención de sus descubridores, porque la penicilina es fatal para los conejillos de indias. Afortunadamente, en aquel momento no tenían conejillos de indias en el laboratorio porque los habían matado a todos; en consecuencia, emplearon ratones, y los ratones afortunadamente no mueren cuando se les administra penicilina.
● ¿No es verdad que por lo menos debían realizarse pruebas con animales para determinar la dosis correcta?
¿Cómo va a ser eso cierto cuando algunos animales pueden tolerar 100 veces más o 100 veces menos que los seres humanos determinadas sustancias? De hecho, todavía no existe una dosis universalmente “correcta” de penicilina.
Algunas personas son extremadamente alérgicas a la penicilina y pueden sufrir graves daños cuando se les administra, mientras que para otras personas resulta ineficaz. Además, cada vez más doctores están llegando a la conclusión de que es posible que los antibióticos hayan causado más daños que beneficios.
● ¿Cómo es posible?
Según la teoría de la supervivencia de los más aptos enunciada por Darwin, la prescripción irresponsable de la penicilina, que se emplea hasta de forma preventiva, ha causado con el tiempo el desarrollo de cepas de bacterias particularmente resistentes que son inmunes a la penicilina.
Lo mismo puede decirse de los antibióticos que se desarrollaron cuando la penicilina empezó a perder su eficacia inicial. En realidad, una de las maravillas atribuibles a la medicina moderna es haber creado seres humanos cada vez más débiles y cepas de bacterias cada vez más resistentes.
El término “antibiótico” significa curiosamente “enemigo de la vida”. No es un secreto que todos los medicamentos maravillosos solamente han causado maravillas en las cuentas bancarias de sus fabricantes. (Para más detalles consultar el apartado titulado “Los Traficantes”, de Matanza de Inocentes).
● ¿Cuántos tipos de investigación existen?
El más importante consiste en la observación clínica practicada por doctores sensibles e inteligentes, que tantos problemas médicos ha resuelto en el pasado. Además, pueden usarse cultivos de células, órganos y tejidos de seres humanos, que están disponibles y proceden de biopsias, de fetos abortados, de cordones umbilicales, de placentas, etc. Todos ellos producen resultados más fiables precisamente porque son de origen humano, y no de origen animal. Asimismo, la tecnología informática ha alcanzado un gran desarrollo en el ámbito de la medicina. Pueden usarse ordenadores no solamente para la diagnosis y para los análisis de datos, sino también para la experimentación de preparados medicinales, de reflejos condicionados, de la función renal, de los trastornos cardiacos y en estudios de crecimiento. (Para más detalles consultar el apartado titulado “Métodos Científicos Alternativos” de Matanza de Inocentes) Dichos métodos son más rápidos, más fiables y más baratos que la experimentación animal.
● ¿Por qué no se usan generalmente entonces?
En primer lugar, porque los investigadores no recibieron la formación adecuada, y no hay una ignorancia más terca que la de los supuestos científicos, que no ven más allá de lo que les han enseñado. Los poderosos solamente se preocupan de las ventajas inmediatas que obtienen para sí mismos, y no de las generaciones futuras. La gente buena es demasiado débil para ganar en la lucha por el poder. La mayoría de los profesores de nuestra época todavía viven en el siglo XIX. Debe enseñarse a usar métodos progresistas; eso requiere realizar un estudio serio y utilizar una inteligencia normal, mientras que cualquier idiota puede cortar en pedazos a los animales o envenenarlos y luego puede afirmar que lo que hace es “investigación médica”.
● ¿Es ésa la única razón?
Por supuesto que no. Se ha construido con secretismo una lucrativa infraestructura alrededor de la creciente actividad viviseccionista: enormes criaderos de animales de laboratorio y desventuradas criaturas condenadas a crecer y morir sin ver jamás la luz del día ni a seres humanos que no sean sus torturadores. A eso hay que añadir el negocio de la fabricación de jaulas, de instrumentos de inmovilización y de tortura, y de cajones diseñados para el transporte a los laboratorios de animales vivos ya mutilados por hasta 17 diferentes operaciones quirúrgicas, como quedó perfectamente documentado en los inolvidables vídeos Hidden Crimes (Crímenes Ocultos) y Lethal Medicine (Medicina Letal), de Javier Burgos. Todos esos intereses han creado los poderosos lobbies de la industria farmacéutica y médica que hoy dan instrucciones a los medios de comunicación y a los gobiernos.
● ¿Pero no es cierto que la alta esperanza de vida actual es debida a la vacunación?
En absoluto. Los historiadores médicos tienen una opinión totalmente diferente, porque el descenso de la incidencia de las enfermedades infecciosas y el consiguiente aumento de la esperanza de vida comenzó medio siglo antes del inicio de la vacunación. Ambos fenómenos fueron resultado de la revolución industrial, que terminó con la pobreza generalizada dominante en la Edad Media y con ello mejoró el nivel de vida y la higiene. En los continentes donde todavía no hay un nivel de vida alto y la higiene es mala la esperanza de vida es actualmente muy baja.
● ¿No fueron eliminadas las grandes plagas y epidemias del pasado mediante la vacunación?
En absoluto. Todas las epidemias pasan por un ciclo determinado: crecen, alcanzan un apogeo durante el cual mueren los individuos más sensibles a esa enfermedad en particular y finalmente la epidemia entra en declive. Todas las campañas de vacunación se iniciaron cuando ya había pasado el apogeo y el ciclo estaba en la etapa de decadencia de la enfermedad. De hecho, la devastadora peste bubónica de la Edad Media desapareció por sí misma sin intervención médica y mucho antes de que se ideara el concepto de vacunación. La fiebre puerperal, que en el pasado mataba a tantos niños y a sus madres y reducía la esperanza de vida, fue eliminada exclusivamente con medidas higiénicas, que fueron puestas en práctica por primera vez por Semmelweis en la Maternidad de Viena muchas décadas antes de que se oyera hablar de Pasteur. (Para más detalles consultar el apartado titulado “Cirugía”, de Matanza de Inocentes).
● ¿No fue eliminada la viruela mediante la vacunación?
Todo lo contrario. Inglaterra fue el primer país que impuso la vacunación contra la viruela obligatoria en el siglo xix, y fue también el primer país que prescindió de ella a finales del mismo siglo, después de que se demostraran su inutilidad y sus riesgos. Consiguientemente, durante el siglo XX, después de deshacerse de la vacunación obligatoria contra la viruela, Gran Bretaña pasó a tener menos casos de viruela que los países europeos en los que la vacunación seguía siendo obligatoria. (Para más detalles consultar los apartados titulados “Las Vacunas y Otras Confusiones” y “Gigantes con Pies de Barro”, de Matanza de Inocentes).
● ¿No es posible entonces determinar más allá de toda duda razonable si la vacunación ha alcanzado sus propósitos?
Es posible que nunca consigamos pruebas de ello. Para obtener una respuesta estadísticamente significativa debería exponerse a un amplio grupo de personas no vacunadas a una infección peligrosa y luego comparar los resultados con los de otro grupo de personas vacunadas expuestas a la misma infección.
● ¿No demuestra la explosión demográfica del Tercer Mundo que la vacunación protege contra las enfermedades?
La introducción de los programas de vacunación masiva siempre va acompañada de la mejora de las medidas higiénicas y de las condiciones de vida. Es obvio que el aumento de la alimentación y la reducción de la suciedad tienen un efecto positivo en la esperanza de vida.
● ¿No es posible demostrar los efectos positivos de las vacunaciones?
Nunca se ha podido demostrar. Lo único que se ha demostrado de manera irrefutable es que las vacunaciones han provocado muertes y daños físicos. Se han escrito volúmenes enteros sobre ello que pueden encontrarse en las principales bibliotecas médicas. No obstante, no nos estamos preguntando si la vacunación es útil o no, sino si los experimentos con animales proporcionan resultados válidos para la ciencia médica. Lo cierto es que las vacunas desarrolladas sin el uso de animales han demostrado ser menos peligrosas.
● ¿Puede proporcionar algún ejemplo?
Para producir vacunas se necesita material biológico básico que no tiene por qué proceder de los animales. La antigua medicina china solía practicar la vacunación procediendo a introducir directamente en la nariz de quien deseaba ser vacunado mucus seco en forma de polvo procedente de pacientes infectados. En la antigua Unión Soviética las vacunas se producían usando huevos de pato, y no porque los dirigentes soviéticos fueran amantes de los animales. De hecho, no permitían a sus ciudadanos tener animales de compañía.
● ¿No fue eliminada la poliomielitis mediante la experimentación con monos?
Eso es solamente propaganda y desinformación deliberada. Ocurrió exactamente lo contrario. Los programas de vacunación masiva contra la poliomielitis se introdujeron cuando dicha enfermedad infecciosa extremadamente rara ya estaba desapareciendo. La incidencia de la poliomielitis descendió al mismo ritmo en todos los países que no realizaron vacunaciones contra ella, pero los que habían realizado vacunaciones experimentaron rebrotes de la enfermedad después de cada vacunación masiva. Brasil fue uno de los países más afectados, porque la poliomielitis prácticamente no existía en ese país hasta que se llevó a cabo la vacunación masiva.
● ¿Provocó realmente daños demostrables la vacunación contra la poliomielitis?
Efectivamente. En 1983, por ejemplo, unos 30 años después de la supuesta eliminación de la poliomielitis, se produjeron importantes escándalos relacionados con la poliomielitis en Estados Unidos, Gran Bretaña y Nueva Zelanda. Es particularmente interesante el hecho de que los cultivos celulares procedentes de los riñones de los monos (con los que Salk y Sabin elaboraron sus vacunas) demostraron ser muy peligrosos, y lo eran precisamente porque procedían de los animales. El reconocimiento de ese hecho hizo que se fabricara una nueva vacuna procedente de cultivos celulares humanos. (Para más detalles consultar los apartados titulados “Métodos Científicos Alternativos” y “¿Medicamentos Cancerígenos?”, de Matanza de Inocentes).
● Una carta publicada en el Swiss Observer afirmó que actualmente no es posible determinar si un paciente está afectado de tuberculosis sin efectuar pruebas con animales.
Ése y otros disparates médicos similares son difundidos por el Dr. Carl Stemmler, un colaborador habitual delSwiss Observer, un semanario que suele presentar a dicho personaje como un gran amante de los animales: por tanto, es el más capacitado para engañar al público en asuntos de vivisección. Stemmler es un apasionado defensor de la experimentación animal y fue durante años presidente de la Comisión Estatal para el control de los experimentos con animales en la ciudad de Basilea (una comisión que aprueba regularmente hasta los experimentos más absurdos). Desafortunadamente, la opinión pública está expuesta a los engaños de los pseudoexpertos, porque todas las demás informaciones, que pueden perjudicar a la todopoderosa industria farmacéutica, no pueden expresarse en igualdad de condiciones.
● ¿No es cierto que no es posible demostrar que alguien padece tuberculosis sin realizar pruebas con animales?
Por supuesto que no. Hasta hace unas pocas décadas el único método que había para descubrir si un paciente tenía tuberculosis consistía en inocular una mezcla de su material orgánico (saliva, orina, jugos estomacales) a un conejillo de indias y esperar unas semanas para observar si el animal desarrollaba la enfermedad. Los resultados no eran fiables, como ocurre con los resultados de todos los experimentos efectuados con animales. Sin embargo, investigadores más inteligentes han conseguido desarrollar un método para cultivar las bacterias de la tuberculosis in vitro, fuera del cuerpo humano, en un medio de cultivo artificial. Por tanto, actualmente el examen se realiza exclusivamente con el microscopio, lo que proporciona unos resultados rápidos y fiables que hacen que las pruebas con animales hayan quedado obsoletas.
● De acuerdo, admitimos que los experimentos con animales son inútiles para la investigación médica humana. ¿Qué puede decirnos de la cirugía? Un cirujano necesita practicar para adquirir destreza manual. ¿No es cierto que la mejor manera de adquirir esa destreza es realizando primero operaciones con animales?
Permítame hacer una pregunta: ¿Si usted tuviera que ser operado acudiría a un veterinario? ¿Por qué no? Contestaremos a su pregunta con las palabras de Lawson Tait, el famoso cirujano británico que a finales del siglo xix desarrolló varias técnicas quirúrgicas que hoy se practican habitualmente.
Después de años de ejercicios con animales, Tait dejó el método viviseccionista y se embarcó en una campaña contra la experimentación animal. Escribió lo siguiente: “Como método de investigación, la vivisección ha llevado a quienes la han empleado a conclusiones erróneas, y la historia está repleta de casos en los que no solamente se ha causado la muerte a animales sin obtener ningún fruto, sino que además se han añadido vidas humanas a la lista de víctimas provocadas por sus errores y por su falso esplendor”. Un gran número de destacados cirujanos actuales y del pasado han expresado opiniones similares.
● ¿Cómo puede desarrollar entonces un cirujano su destreza manual?
Abel Desjardins, que fue el cirujano más importante de su época en Francia y que también fue profesor de cirugía de la Universidad de París, respondió a la pregunta que usted ha formulado de forma inequívoca y lógica en el transcurso de una conferencia que pronunció en Ginebra: “Para convertirse en un cirujano, uno debe primero ser ayudante de un cirujano durante mucho tiempo. Cuando el profesor considera que el aprendiz está preparado, éste debe ocuparse de casos simples bajo la supervisión del profesor, que debe comunicarle si realiza algún procedimiento erróneo y que también puede aconsejarle. Solamente de forma gradual podrá el aprendiz pasar a ocuparse de casos más difíciles. Ése es el único método válido para la formación de un cirujano, y afirmo categóricamente que no hay ningún otro. Cualquier formación basada en la realización de operaciones con perros, como se ha hecho con frecuencia, está condenada a cometer lamentables errores. El cirujano que conoce su arte no puede aprender nada de tales ejercicios, y el principiante no aprende con ellos la verdadera técnica quirúrgica: únicamente se convierte en un cirujano peligroso” (Para más detalles consultar los apartados titulados “Cirugía”, “La Formación Quirúrgica” y “Opiniones de Cirujanos Muy Importantes”, de Matanza de Inocentes).
● ¿Por qué estos hechos no son conocidos por el público en general si la situación es tal y como usted afirma?
Porque la opinión pública es manipulada por los vastos intereses de la industria farmacéutica y de la corporación médica, que siguen apoyándose mutuamente. En Suiza, por ejemplo, la industria química es una fuerza política dominante, y la industria farmacéutica es su sección más lucrativa. La industria química y la de armamento no están sujetas al control de los políticos y superan a estos últimos en poder real. También determinan la actitud de los medios de comunicación, que dependen de la publicidad para seguir existiendo: entre el 80 y el 90 por ciento de toda la publicidad que permite que existan los medios de comunicación procede directa o indirectamente de dichas industrias.
● ¿Quiere usted decir que no todos los doctores están inspirados exclusivamente por ideales elevados y que se dejan manipular por la industria?
Exactamente. La industria química farmacéutica, valiéndose de generosas donaciones a las facultades de medicina, compra la gratitud y la dependencia de relevantes departamentos universitarios y de muchos doctores, que se han convertido en una especie de asiduos traficantes de los productos farmacéuticos. Los médicos inteligentes, valientes y honestos que se atreven a prescribir medicinas y terapias más baratas son acusados de ser “curanderos” por los auténticos curanderos que ostentan el poder médico. Los doctores que prescriben terapias naturales suelen ser expulsados de la profesión médica.
Además, la industria química se ha hecho con el control de las principales organizaciones de protección animal mediante generosas donaciones realizadas en nombre de la filantropía y de la humanidad; también se ha adueñado de algunas supuestas organizaciones antiviviseccionistas, que actualmente se dedican a ocultar la verdad sobre la inutilidad de la vivisección y sobre sus peligros intrínsecos. En otras palabras, su labor es impedir cualquier cambio.
● ¿Cómo lo hacen?
Asegurando que hay un pequeño porcentaje de experimentos con animales que “todavía son necesarios actualmente”, y pidiendo a sus miembros que tengan paciencia unos cuantos años más. Normalmente les dicen que en cinco años se solucionarán todos los problemas y que entonces podrán pedir la abolición total.
● ¿No ha publicado La Academia de Ciencia Médica de Suiza recientemente unas normas éticas para la protección de los animales de laboratorio?
La llamada “Academia”, que se presenta con un disfraz de “Fundación”, es un fraude. En realidad fue creada por la industria farmacéutica, que se ocupa de su financiación. Su único objetivo es promover los venenos de la industria, que tantas enfermedades causan.
● ¿No cree usted entonces que la industria farmacéutica esté guiada por intereses filantrópicos?
¿Qué opinión le merece a USTED una industria que no duda en vender a la ignorante población del Tercer Mundo los medicamentos que han sido retirados del mercado de los propios países de los fabricantes a causa de sus fatales efectos secundarios?
● ¿No han amenazado las empresas químicas de Basilea con trasladar su fábricas a otros países si la vivisección es abolida?
Se trata de propaganda vacía para intimidar a los políticos y a los ciudadanos, Ya tienen filiales en otros países, donde la mano de obra es mucho más barata. No obstante, deben mantener su sede en Suiza para contar con la protección del gobierno. Unas organizaciones que han logrado vender medicamentos cancerígenos como remedios contra el propio cáncer podrían vender sin problemas productos menos dañinos si quisieran. No pedimos que dejen de vender medicinas a los creyentes, sino que cambien sus métodos de investigación. La facturación del negocio de las medicinas de Basilea podría incluso aumentar si los envases llevaran una inscripción como la siguiente: “La eficacia de este producto no ha sido probada con animales”.
● Se me ocurre otra pregunta. ¿No fue el factor Rhesus descubierto realizando experimentos con monos de dicha especie, como su nombre indica?
En absoluto. El factor Rhesus, como ocurre siempre, fue descubierto en el ser humano, y fue posteriormente cuando se buscó en los animales. En 1939, Levine y Stetson descubrieron un nuevo antígeno (sustancia que provoca la formación de anticuerpos en la sangre) en el suero de una mujer que había recibido una transfusión de su marido después de un parto prematuro con graves consecuencias (Levine P. y Stetson R.: “An Unusual Case of Intra – group Agglutination” – “Un Caso Inusual de Aglutinación Intragrupal”, Journal of the American Medical Association – Revista de la Asociación Médica Americana, 113: 126, 1939). Describieron la aglutinina (una sustancia que provoca la aglutinación de los glóbulos rojos) sin darle un nombre. Si hubieran decidido darle un nombre, el “Factor Rhesus” tendría actualmente un nombre distinto. Un año después, Landsteiner y Wiener descubrieron que cuando la sangre de un mono rhesus es inoculada en el peritoneo de un conejo, aparece en la sangre del conejo una aglutinina que es similar (aunque no idéntica) a la aglutinina descrita por Levine y Stetson, y le dieron el nombre de “RH”, abreviatura de Rhesus (Landsteiner K. y Wiener A. S.: “An Agglutinable Factor in Human Blood Recognizable by Immune Sera for Rhesus Blood” – “Factor Aglutinable de la Sangre Humana Reconocible Mediante Sueros Inmunes de Sangre de Rhesus”, Soc. exp. Biol.. Med. 43: 223).
● Una última pregunta. ¿Por qué no se preocupa usted más por el bienestar de los humanos que por el de los animales?
Creemos que a partir de todo lo que hemos dicho hasta este punto ha quedado claro que nos preocupa el bien de la humanidad en la misma medida, y realmente mucho más que a la industria farmacéutica, a los medios de comunicación, a los doctores y a los gobiernos en su conjunto. Para dichas organizaciones el “bien de la humanidad” y de “nuestros hijos” son solamente pretextos para aumentar su poder y su riqueza. Esa misma pregunta suelen hacérnosla personas que nunca han hecho nada ni por los animales ni por los humanos. Creemos que existen leyes para la protección de la gente. Sin embargo, las legislaciones no protegen a los animales de laboratorio, sino a sus torturadores y explotadores.
● ¿Cómo cree usted que puede cambiarse la situación?
Solamente con la educación de toda la población. Eso es precisamente lo que CIVIS está intentando conseguir. ¿Quieren colaborar con nosotros?
Liberación animal [1]
Peter Singer [2]
I
La frase “Liberación animal” apareció en la prensa por primera vez el 5 de abril de 1973, en la tapa deThe New York Review of Books. Bajo ese título, yo reseñaba Animals, Men and Morals, una colección de ensayos acerca de cómo tratamos a los animales publicada por Stanley y Roslind Godlovitch, y John Harris[3]. El artículo comenzaba con las siguientes palabras: “Estamos familiarizados con la liberación negra, la liberación gay, y una inmensa variedad de movimientos. Con la liberación femenina, algunos pensaron que habíamos llegado al final del camino. Se decía que la discriminación basada en el sexo era la última forma de discriminación universalmente aceptada y practicada sin fingimientos, incluso en esos círculos liberales que durante largo tiempo se habían enorgullecido de estar libres de discriminación racial. Pero uno siempre debe ser cauteloso si se refiere a ‘la última forma de discriminación que queda’”.
En aquel texto, señalaba con insistencia que a pesar de las diferencias obvias entre los animales humanos y los no humanos, compartimos con ellos la capacidad de sufrir, y que esto significaba que ellos, como nosotros, tenemos intereses. Si ignoramos o no tenemos en cuenta sus intereses basándonos simplemente en que no son miembros de nuestra especie, la lógica de nuestra posición se hace similar a la de los más obvios racistas o sexistas, que piensan que aquellos que pertenecen a su raza o sexo tienen un estatuto moral superior simplemente en virtud de su raza o sexo, y sin respeto por otras características o cualidades. A pesar de que la mayor parte de los humanos pueda ser superior en cuanto al razonamiento y otras capacidades intelectuales respecto de los animales no humanos, esto no es suficiente para justificar la línea que hemos trazado entre humanos y animales. Algunos humanos –los niños y quienes tienen severas disfunciones intelectuales– tienen capacidades intelectuales inferiores a las de algunos animales, pero nos sentiríamos escandalizados, y con razón, si alguien propusiera que infligiéramos muertes penosas y lentas a esos humanos intelectualmente inferiores con la finalidad de probar la seguridad de los productos que se compran para el hogar. Tampoco toleraríamos, por supuesto, que se los confinara en jaulas pequeñas y que luego se los carneara para comerlos. El hecho de que estemos preparados para hacer este tipo de cosas a los animales no humanos es entonces signo de “especismo”, un prejuicio que sobrevive porque es conveniente para el grupo dominante, en este caso ya no blancos o personas de sexo masculino, sino todos los seres humanos.
A aquel ensayo, y al libro que derivó de él, también publicado por la revista The New York Review[4], se le adjudica en general el comienzo de lo que luego se conoció como el “movimiento en defensa de los derechos de los animales”, a pesar de que la posición ética sobre la que descansa dicho movimiento no precisa remitirse a los derechos. Por esa razón, el aniversario número treinta de la publicación de ese ensayo ofrece una conveniente oportunidad de hacer un balance tanto del estado actual del debate acerca del estatuto moral de los animales como de cuán efectivo ha sido este movimiento para dar lugar a los cambios prácticos que pretende en el modo en el que tratamos a los animales.
La diferencia más obvia entre el debate actual acerca del estatuto moral de los animales y aquel de hace treinta años es que al comienzo de la década de 1970, y con una extensión apenas creíble hoy, prácticamente nadie pensaba que el tratamiento de los animales suscitara un tema ético digno de ser tomado con seriedad. No había organizaciones por los derechos de los animales o por la liberación animal. El bienestar animal era cuestión de amantes de gatos y perros, y era llanamente ignorado  por cualquiera que tuviera algo más importante que escribir.
Hoy la situación es muy diferente. Las cuestiones referidas a nuestro tratamiento de los animales aparecen habitualmente en las noticias. Las organizaciones de derechos de los animales son activas en todas las naciones industrializadas. El grupo estadounidense de derechos de los animales denominadoPeople for the Ethical Treatment of Animals tiene 750.000 miembros y colaboradores. Ha surgido un animado debate intelectual (la bibliografía más abarcativa sobre escritos acerca del estatuto moral de los animales cuenta con sólo noventa y cuatro trabajos en los primeros 1970 años de la era cristiana y 240 trabajos entre 1970 y 1988, año en que la lista fue confeccionada[5]. Hoy probablemente la cuenta daría miles). Este debate no es simplemente un fenómeno occidental: los principales trabajos sobre animales y ética fueron traducidos a la mayor parte de las lenguas más extendidas, incluidos el japonés, el chino y el coreano.
Para evaluar el debate, es útil diferenciar dos preguntas. Primero, ¿puede ser defendido el especismo, es decir la idea de que es justificable dar preferencia a ciertos seres sobre el simple supuesto de que son miembros de la especie Homo Sapiens? En segunda instancia, si el especismo no puede ser defendido, ¿existen otras características en los seres humanos que justifiquen que se le de mucha más significación moral a lo que les ocurre a ellos respecto de lo que les ocurre a los animales no humanos?
Se asume con frecuencia la visión de que la especie en sí misma es una razón para tratar a algunos seres como moralmente más significativos que otros, pero raramente se la defiende. Ciertas personas que escriben como si defendieran el especismo, de hecho están defendiendo una respuesta afirmativa a la segunda pregunta, cuando argumentan que existen diferencias moralmente relevantes entre los seres humanos y otros animales que nos arrogan el derecho a dar más peso a los intereses de los humanos[6]. El único argumento que encontré que parece una defensa del especismo en sí mismo es la reivindicación de que así como los padres tienen una obligación especial de cuidar a sus propios hijos con preferencia a los hijos de los extraños, del mismo modo tenemos una obligación especial frente a los miembros de nuestra especie respecto de los miembros de otras especies[7].
Los defensores de esta posición usualmente hacen silencio sobre el caso obvio que se encuentra entre la familia y las especies. Lewis Petrinovich, profesor emérito de la Universidad de California y una autoridad en ornitología y evolución, dice que nuestra biología convierte ciertos límites en imperativos morales, y luego enumera: “niños, familiares, vecinos, y especies”[8]. Si el argumento funciona tanto para el círculo más restringido de la familia y los amigos como para la esfera más amplia de las especies, entonces también debería funcionar para el término medio: la raza. Pero un argumento que apoyara nuestra preferencia por los intereses de los miembros de nuestra propia raza por sobre los de miembros de otras razas sería menos persuasivo que uno que otorgara prioridad solamente a familiares, vecinos y miembros de nuestra especie. A la inversa, si el argumento no muestra que la raza es un límite moral relevante, ¿cómo puede demostrar que la especie sí lo es?
Robert Nozick, el ya desaparecido filósofo de Harvard, decía que no podemos inferir mucho del hecho de que no tengamos todavía una teoría acerca de la importancia moral de la pertenencia a las especies. “Nadie” –escribió– “ha invertido mucho tiempo intentando formular una teoría de esa índole porque la cuestión no parecía apremiante”[9]. Pero ahora que han pasado casi veinte años desde que Nozick escribiera estas palabras, y que muchas personas invirtieron, durante esos años, una buena parte de tiempo intentando defender la importancia de pertenecer a ciertas especies, el comentario de Nozick adquiere otro peso. El continuo fracaso de los filósofos en producir una teoría plausible acerca de la importancia moral de la pertenencia a algunas especies indica, con probabilidades cada vez mayores, que nada de eso puede existir.
Esto nos lleva a la segunda pregunta. Si la especie no es moralmente importante en sí misma, ¿hay otra cosa que resulta coincidir con la especie humana, en base a la cual podemos justificar la consideración inferior que damos a los animales no humanos?
Peter Carruthers argumenta que es la falta de la capacidad para la reciprocidad. La ética, dice, se desprende de un acuerdo que consiste en que si no te hago daño, no me harás daño a mí. Desde el momento en que los animales no pueden formar parte de este contrato social, no tenemos deberes directos respecto de ellos[10]. La dificultad con esta aproximación a la ética es que también quiere decir que no tenemos deberes directos respecto de los niños pequeños o de las futuras generaciones todavía no nacidas. Si producimos desechos radiactivos que serán mortíferos durante miles de años, ¿no es antiético ponerlos en un recipiente que va a durar ciento cincuenta años y luego arrojarlo en un lago conveniente? Si lo es, la ética no se puede basar en un principio de reciprocidad.
Se han sugerido muchos otros modos para marcar la significación moral especial de los seres humanos: la capacidad de razonar, la seguridad en uno mismo, la posesión de un sentido de justicia, el lenguaje, la autonomía, y otras tantas. Pero el problema con esas supuestas marcas distintivas es, como se ha señalado más arriba, que algunos seres humanos carecen por completo de ellas y son muchos los que quisieran relegarlos a la misma categoría moral que los animales no humanos.
Este argumento se hizo conocido por el rótulo, carente de tacto, de “argumento de los casos marginales”, y produjo una extensa literatura por sí mismo[11]. El intento del filósofo conservador inglés Roger Scruton para responder a este argumento en Animal Rights and Wrongs ilustra a la vez su fortaleza y su debilidad. Scruton está seguro de que si aceptamos la retórica moral prevaleciente que asevera que los seres humanos tenemos el mismo grupo de derechos básicos, independientemente del nivel intelectual, el hecho de que algunos animales no humanos sean como mínimo tan racionales, seguros de sí mismos y autónomos como algunos seres humanos parece una base firme para asegurar que todos los animales tienen esos derechos básicos. Señala, sin embargo, que esta retórica moral predominante no coincide con nuestras actitudes reales, porque generalmente contemplamos “el asesinato de un vegetal humano” como excusable. Si los seres humanos con discapacidades intelectuales profundas no tienen el mismo derecho a la vida que los seres humanos normales, entonces no hay inconsistencia alguna en negar ese derecho a los animales no humanos también.
Sin embargo, al referirse a un “vegetal humano”, Scruton convierte a las cosas en demasiado fáciles para sí mismo, desde que esa expresión sugiere un ser que no es siquiera consciente y que por lo tanto no tiene interés en todo aquello que necesitaría ser protegido. Scruton estaría menos cómodo aplicando este punto de vista respecto de un ser humano que tuviera tanta seguridad y capacidad para aprender, tal cual los zorros que él pretende que se permita seguir cazando. En cualquier caso, el argumento de los casos marginales no se limita a la cuestión acerca de qué seres podemos matar con justificación. Además de matar animales, les infligimos sufrimiento en una amplia variedad de modos. Por lo tanto los defensores de las prácticas habituales que involucran animales nos deben una explicación respecto de su voluntad de hacerlos sufrir, mientras que no estarían tan de acuerdo con hacer lo mismo con seres humanos con similares capacidades intelectuales (Scruton, para crédito suyo, se opone al creciente confinamiento de los animales modernos, diciendo que “una verdadera moral del bienestar animal debe comenzar con la premisa que este modo de tratar a los animales está equivocada”).
Scruton, de hecho, está dispuesto a admitir sólo a medias que un “vegetal humano” deba ser tratado de modo diferente de otros seres humanos y enturbia el panorama cuando afirma que es “parte de la virtud humana reconocer a la vida humana como sacrosanta”. Además, sostiene que, como en condiciones normales los seres humanos son miembros de una comunidad moral protegida por derechos, incluso la anormalidad profunda y seria no cancela la pertenencia a esa comunidad. Entonces, aunque los humanos con profundas discapacidades intelectuales no tengan realmente las mismas reivindicaciones para hacernos que los humanos normales, haríamos bien, dice Scruton, en tratarlos como si las tuvieran. Pero, ¿es esto defendible? Desde luego, si cualquier ser sensible, humano o no humano, puede sentir dolor o sufrimiento, o a la inversa, puede disfrutar de la vida, debemos otorgarle a los intereses de ese ser la misma consideración que le damos a los intereses similares de los seres humanos normales cuyas capacidades no están afectadas. Hay que decir, sin
embargo, que el hecho de que la especie, solamente, sea condición necesaria y suficiente para hacer de alguien un miembro de nuestra comunidad moral y para tener los derechos básicos que se garantizan a todos los miembros de esa comunidad, requiere una justificación adicional. Volvemos a la pregunta central: ¿sólo los seres humanos, y todos ellos, deben ser protegidos por derechos, cuando existen animales no humanos que son superiores en sus capacidades intelectuales y tienen vidas emocionales más ricas que algunos seres humanos?
Un argumento conocido para una respuesta afirmativa a esta pregunta afirma que, a menos de que podamos trazar un límite claro en torno de la comunidad moral, nos vamos a encontrar en una pendiente resbaladiza[12]. Vamos a comenzar por negar los derechos a los “vegetales humanos” de Scruton, es decir, a aquellos que se pueda demostrar que están irreversiblemente inconscientes, pero luego quizás extendamos gradualmente la categoría de aquellos sin derechos hasta abarcar a otros, quizás a los intelectualmente discapacitados, o a los dementes, o sólo a aquellos cuyo cuidado es una carga para sus familias y la comunidad, hasta que finalmente hayamos alcanzado una situación que ninguno de nosotros habría aceptado de haber sabido que nos dirigíamos hacia allí cuando negábamos el derecho a la vida a los irreversiblemente inconscientes. Este es uno de los tantos argumentos que fueron examinados críticamente por la activista por los animales italiana Paola Cavalieri en su libro The Animal Question: Why Nonhuman Animals Deserve Human Rights, una rara contribución al debate anglófono hecha por una escritora de Europa continental. Cavalieri apunta a la facilidad con la que las sociedades esclavistas eran capaces de trazar líneas entre los humanos con derechos y los humanos sin derechos.
Que esos esclavos eran seres humanos había sido reconocido tanto en la antigua Grecia como en los estados esclavistas de los Estados Unidos –Aristóteles dice explícitamente que los bárbaros son seres humanos que existen para servir el bienestar de los griegos más racionales[13] y los blancos del sur buscaban salvar las almas de los africanos que habían hecho esclavos convirtiéndolos en cristianos. Todavía la línea entre esclavos y personas libres no se había desplazado de modo significativo, aun si algunos bárbaros y africanos lograban la libertad o si los esclavos daban a luz a niños de raza mixta. Por lo tanto, Cavalieri sugiere que no hay razones para dudar de nuestra habilidad para negar que algunos humanos tienen derechos, mientras se mantienen los derechos de otros humanos tan a salvo como siempre. Sin duda ella no está defendiendo que hagamos eso. Su preocupación es más bien la de socavar el argumento que dibuja los límites de la esfera de los derechos de modo tal de incluir a todos los humanos y solamente a ellos.
Cavalieri también responde al argumento de que todos los humanos, incluyendo a los irreversiblemente inconscientes, tienen que ser elevados sobre los otros animales por las características que “normalmente” poseen, más que por las que realmente tienen. Este argumento parece convocar una especie de injusticia al excluir a aquellos que “fortuitamente” fracasan en poseer las características requeridas. Cavalieri responde que lo “fortuito” es meramente estadístico y no conlleva relevancia moral, y que si se intenta sugerir que la falta de las características requeridas no es culpa de aquellos con profundas discapacidades intelectuales, entonces ese hecho no constituye una base para separar a esos seres humanos de los animales no humanos.
Cavalieri plantea su propia posición en términos de derechos, y en particular los derechos básicos que constituyen lo que, siguiendo a Ronald Dworkin, denomina la “meseta igualitaria”. Cavalieri insiste en que queremos asegurar una forma básica de equidad para todos los seres humanos, incluidos los “no paradigmáticos” (su término para “casos marginales”). Si la meseta igualitaria consiste en tener un límite defendible y no arbitrario que salvaguarde a todos los humanos de ser empujados al borde, debemos seleccionar como criterio para ese límite un estándar que permita a un gran número de animales no humanos estar comprendidos también dentro del límite. Entonces debemos admitir dentro de la meseta igualitaria a los seres cuyo intelecto y emociones estén en un nivel compartido por, como mínimo, todas las aves y mamíferos.
Cavalieri no argumenta que los derechos de aves y mamíferos puedan ser derivados depremisas morales verdaderas y evidentes por sí mismas. Su punto de partida, más bien, es nuestra creencia prevaleciente en los derechos humanos. Busca mostrar que todos los que aceptan esta creencia deben también aceptar que derechos similares se aplican a otros animales. Siguiendo a Dworkin, considera a los derechos humanos como parte del marco político básico de una sociedad decente. Las sociedades decentes colocan límites a lo que el Estado puede eventualmente hacer a los demás justificadamente. En particular, instituciones como la esclavitud u otras formas odiosas de discriminación racial basadas en violar los derechos humanos de algunos para los cuales lasreglas del Estado son, por esa razón solamente, ilegítimas. Nuestra aceptación de la idea de los derechos humanos, en consecuencia, requiere la abolición de todas las prácticas que cotidianamente pasan por alto los derechos básicos de quienes tienen derechos. Entonces, si el argumento de Cavalieri es sólido, nuestra creencia en los derechos nos compromete a una extensión de los derechos más allá de los humanos, y eso a su vez requiere que nos decidamos a abolir todas las prácticas, como las granjas industriales y el uso de los animales como sujetos de investigaciones penosas y letales, que habitualmente pasan por alto los intereses básicos de los portadores de derechos no humanos.
Por otra parte, no se supone que los derechos que defiende Cavalieri resuelvan toda situación en la cual haya un conflicto de intereses o de derechos. Su noción de los derechos como parte del marco político básico de una sociedad decente es compatible con restricciones específicas a los derechos, como ocurrió por ejemplo cuando “Typhoid Mary”[14] fue puesta compulsivamente en cuarentena porque era portadora de una enfermedad mortal. Un gobierno debe tener la potestad de restringir el movimiento de humanos o animales cuando son un peligro para el público, pero incluso así debe mostrar hacia ellos la preocupación y el respeto que se les debe como poseedores de derechos básicos[15].
Mi propia oposición al especismo se basa, como lo he mencionado, no en los derechos sino en la idea de que una diferencia entre especies no es una base éticamente defendible para tener menos consideración por los intereses de un ser sensible que los que damos a intereses similares de un miembro de nuestra propia especie. David DeGrazia defiende hábilmente la consideración equivalente para todos los seres sensibles en el libro Taking Animals Seriously. Una posición de ese tipo precisa no dar por sentada una aceptación previa de nuestra visión habitual respecto de los derechos humanos –visión que, a pesar de estar extendida, puede ser rechazada, especialmente una vez que se extraen sus implicaciones respecto de los animales, como lo hace Cavalieri. Mientras que el principio de consideración equitativa de los intereses está más solidamente basado que en el argumento de Cavalieri, sin embargo debe enfrentar las dificultades que se derivan del hecho de que sean los intereses, y no los derechos, el foco de atención en este caso. Eso requiere que consideremos cuán variables e ilimitados son los intereses en diferentes circunstancias.
Para tomar un caso de significación ética particular: el interés que tiene un ser en una vida que se desarrolla en el tiempo –y por consiguiente, desde el punto de vista de los intereses, lo equivocado de quitarle la vida a ese ser– dependerá, en parte, del hecho de que el ser sea consciente de sí mismo como entidad existente en el tiempo, y de que sea capaz de formar deseos orientados a futuro que le den algún tipo de interés particular en continuar viviendo. Hasta este punto Roger Scruton está en lo cierto respecto de nuestras actitudes frente a la muerte de miembros de nuestra propia especie que carecen de estas características. Lo vemos como menos trágico que la muerte de un ser orientado hacia el futuro y cuyos deseos de hacer cosas en el mediano y largo plazo se verán, por consiguiente, truncados si él o ella muere[16]. Pero esto no es una defensa del especismo, porque implica que matar a un ser consciente de sí mismo, como un chimpancé, causa una pérdida mayor que matar a otro ser con una discapacidad intelectual tan severa que excluya la capacidad de formular deseos a futuro.
Entonces tenemos necesidad de preguntarnos qué otros seres tengan quizás esta clase de interés en vivir en el futuro. DeGrazia combina intuiciones filosóficas e investigación científica para ayudarnos a resolver ese tipo de preguntas acerca de especies de animales en particular, pero en general deja lugar a dudas, y los cálculos que se requieren para aplicar el principio de consideración equitativa de los intereses, si es que se pueden hacer, sólo pueden ser aproximados. Sin embargo, quizás esa sea simplemente la naturaleza de nuestra situación ética, y las visiones basadas en los derechos evitan ese tipo de cálculos al costo de dejar afuera algo relevante para lo que debemos hacer.
El agregado más reciente a la literatura sobre el movimiento por los animales provino de una zona sorpresiva, una zona profundamente hostil a cualquier discusión acerca de la posibilidad de justificar el asesinato de seres humanos, no importa cuán severamente dañados puedan estar. En el libro Dominion: The Power of Man, the Suffering of Animals, and the Call to Mercy, Matthew Scully, un cristiano conservador, antiguo editor de literatura de la revista National Review y luego autor de los discursos del presidente George W. Bush, escribió un elocuente y polémico texto contra el abuso de los animales por parte de los humanos que terminaba con una descripción devastadora de las granjas industriales.
Como el movimiento por los animales fue generalmente asociado, en los últimos treinta años, con la izquierda, es curioso ver ahora a Scully tematizar muchos de los mismos puntos dentro de la perspectiva del derecho cristiano, lleno de referencias a Dios, interpretaciones de las escrituras y ataques al “relativismo moral, el materialismo centrado en sí mismo, el libertinaje que se justifica a sí mismo como libertad, y la cultura de la muerte”[17], pero esta vez apuntando a condenar no crímenes sin víctimas, como la homosexualidad o el suicidio clínicamente asistido, sino el sufrimiento innecesario infligido por las granjas industriales y los modernos mataderos. Scully apela a nosotros para que mostremos piedad frente a los animales y abandonemos los modos en que los tratamos, modos que fallan en respetar su naturaleza de animales. El resultado es un trabajo que, aunque no sea filosóficamente riguroso, tuvo una notable y favorable recepción en la prensa conservadora, en general desdeñosa con los defensores de los animales.
II
La historia del movimiento animal moderno ofrece un buen contraejemplo al escepticismo respecto del impacto de los argumentos morales en la vida real[18]. Como observan James Jasper y Dorothy Nelkin en The Animal Rights Crusade: The Growth of a Moral Protest, “Los filósofos sirvieron de parteros para los movimientos por los derechos de los animales en la última parte de la década de 1970”[19]. La primera protesta exitosa contra los experimentos realizados con animales en Estados Unidos fue la campaña de 1976-1977 contra los experimentos llevados a cabo en el Museo Estadounidense de Historia Natural respecto del comportamiento sexual de gatos mutilados. Henry Spira, que concibió y llevó adelante la campaña, tenía antecedentes de trabajo dentro de movimientos de derechos civiles y sindicales, y no había considerado, hasta que leyó el artículo de 1973 en la New York Review of Books, que los animales también merecieran la atención de aquellos que se ocupaban de la explotación de los débiles. Spira avanzó hasta ocuparse de objetivos de envergadura, como la prueba de cosméticos con animales. Su técnica era hacer blanco en una corporación importante que usara animales –en la campaña cosmética, comenzó con Revlon– y luego les pedía que diera pasos razonables tendientes a encontrar alternativas al uso de los animales. Siempre con la intención de entablar un diálogo y no de penar a los abusadores de los animales como si fueran sádicos diabólicos, tuvo notable éxito en estimular el interés en el desarrollo de otros caminos para probar los productos que supusieran la utilización de animales, o que recurrieran a menos animales y de modos menos dolorosos[20].
Parcialmente como resultado de su trabajo, hubo también un considerable descenso en el número de animales usados en investigación. Las estadísticas oficiales británicas muestran que hoyen día se utiliza apenas la mitad de los animales que se usaban en 1970. Las estimaciones para Estados Unidos –donde no se llevan estadísticas oficiales– sugieren una evolución similar. Desde la posición de una ética no especista, todavía falta un largo camino que recorrer respecto de los animales usados en investigación, pero el cambio que introdujo el movimiento por los animales implica que cada año muchos menos animales se ven forzados a pasar por procedimientos dolorosos y muertes lentas.
El movimiento animal tiene también otros éxitos en su haber. A pesar de que la industria afirme que “volvieron las pieles”, las ventas de pieles todavía no recuperaron los niveles de la década de 1980, cuando el movimiento por los animales comenzó a hacer su blanco en ellas. Desde 1973, momento en que se duplicaron las personas que tenían gatos y perros, el número de animales callejeros y no queridos asesinados en perreras y refugios se redujo en más de la mitad[21].
Estas modestas ganancias son pequeñas, sin embargo, si se considera el enorme aumento de animales que se mantienen encerrados, algunos atados tan fuertemente que son incapaces de estirar sus patas o caminar incluso un paso o dos en las granjas industriales de Estados Unidos. Esto es, de lejos, la mayor fuente de sufrimiento infligido por seres humanos a animales, simplemente porque los números en juego son enormes. Los animales utilizados en experimentos se cuentan en decenas
de millones por año, pero el año último, sólo en Estados Unidos, diez billones de aves y mamíferos fueron criados y asesinados para alimentación. El incremento respecto de los años anteriores, de alrededor de 400 millones de animales, es mayor que el número total de animales asesinados en Estados Unidos en perreras y refugios, sumando los asesinados para la investigación y la explotación de pieles. La abrumadora mayoría de esos animales criados industrialmente viven hoy sus vidas completamente puertas adentro, sin conocer jamás el aire fresco, la luz del sol o la hierba hasta que son arrastrados al matadero.
El movimiento por los animales fue impotente hasta hace bastante poco contra el confinamiento y matanza de animales de granja en Estados Unidos. El libro de Gail Eisnitz, Slaughterhouse [Matadero], de 1997, contiene informes espeluznantes y bien autenticados respecto de animales que fueron desollados y desmembrados cuando aún estaban conscientes en los mayores mataderos estadounidenses[22]. Si estos incidentes hubiesen sido documentados en Gran Bretaña, hubieran llegado a constituir notas de importancia en la prensa y el gobierno nacional se habría visto obligado a hacer algo al respecto. Aquí el libro pasó virtualmente inadvertido fuera del movimiento a favor de los animales.
La situación es muy diferente en Europa. Los estadounidenses han menospreciado muchas veces a algunas naciones europeas, especialmente a los países mediterráneos, porque toleraban la crueldad respecto de los animales. Ahora la mirada acusatoria corre en sentido contrario. Incluso en España, que tiene una cultura establecida alrededor de la corrida de toros, muchos animales son mejor cuidados que en Estados Unidos. En el año 2012 se solicitará a los productores europeos de huevos que den a sus gallinas una percha y un lugar para anidar donde puedan soltar sus huevos, y a dejar como mínimo 750 cm2, o 120 pulgadas cuadradas, por ave –cambios radicales que transformarán las condiciones de vida de más de doscientos millones de gallinas. Los productores de huevos de Estados Unidos ni siquiera comenzaron a pensar en perchas o sitios para anidar, y en general dan a sus gallinas adultas sólo 48 pulgadas cuadradas, o sea más o menos la mitad de la superficie de una hoja de papel tamaño carta de 81/2 x 11 pulgadas para cada ave[23].
En Estados Unidos, las terneras parturientas se mantienen deliberadamente anémicas, privadas de paja para echarse, y se las confina en nichos individuales tan angostos que ni siquiera pueden darse vuelta. Este sistema para tener animales preñados fue ilegal en Gran Bretaña durante muchos años, y ya es ilegal en toda la Unión Europea. Dejar a las cerdas preñadas en nichos individuales durante toda la gestación, lo cual es la práctica corriente en Estados Unidos, fue prohibido en Gran Bretaña en 1998 y hoy está siendo eliminado paulatinamente en Europa. Estos cambios tienen un amplio apoyo y el respaldo de los líderes europeos expertos en el bienestar de los animales de granja. Son una vindicación de mucho de lo que los defensores de los animales han venido diciendo en los últimos treinta años.
¿Están menos preocupados los estadounidenses por el sufrimiento animal que sus contrapartes europeas? Quizá, pero en el libro Political Animals: Animal Protection Policies in Britain and the United States, Robert Garner explora varias explicaciones diferentes y posibles para la brecha creciente entre ambas naciones[24]. En comparación con el británico, el proceso político de Estados Unidos es más corrupto. Las elecciones son muchas veces más costosas –la elección británica completa de 2001 costó menos que lo que John Corzine gastó para ganar una simple banca en el senado norteamericano en el año 2000. Como el dinero juega un rol mayor, los candidatos estadounidenses son más contemplativos con sus donantes. Lo que es más, la recaudación de fondos en Europa es realizada en su mayor parte por los partidos políticos, no por los candidatos individuales, lo que hace que sea más abierta al escrutinio público y hace más probable que se produzca una reacción violenta contra el partido entero si se lo percibe asociado al bolsillo de alguna industria en particular. Estas diferencias permiten a la industria agroalimenticia un control mucho mayor sobre el congreso norteamericano del que puede soñar en tener sobre los procesos políticos en Europa.
Coherentemente con esta explicación, las más exitosas de las campañas estadounidenses –como la campaña de Henry Spira contra el uso de los animales para testear cosméticos– se han concentrado en las corporaciones más que en la legislatura o el gobierno. Recientemente se vio un rayo de esperanza proveniente de un agente poco probable para el cambio. Luego de prolongadas discusiones con los defensores de los animales comenzadas por Henry Spira antes de su muerte, y luego continuadas por el grupo “Personas por el Tratamiento Ético de los Animales”, McDonald’s aceptó pautar y cumplir estándares más altos para los mataderos que le proveían carne, y luego anunció que iba a solicitar a sus proveedores de huevos que suministraran a cada gallina un mínimo de setenta y dos pulgadas cuadradas de espacio para vivir –una mejora del 50 por ciento para la mayor parte de las gallinas estadounidenses, pero todavía apenas suficiente para aproximar a esos productores hasta un nivel que ya está siendo superado en Europa. Las cadenas Burger King y Wendy’s siguieron el ejemplo. Estos pasos fueron los primeros signos esperanzadores para los animales de granja estadounidenses desde que comenzó el movimiento moderno por los animales.
Un triunfo todavía mayor fue logrado en noviembre pasado recurriéndose a otro camino: el referendum iniciado por la ciudadanía. Con apoyo de una cantidad de organizaciones nacionales por los animales, un grupo de activistas por los animales en al estado de Florida logró reunir 690.000 firmas para someter a votación una propuesta de cambio de la Constitución de ese estado, de modo tal de eliminar la posibilidad de mantener a las cerdas preñadas en nichos tan angostos que ni siquiera pudieran darse vuelta. Cambiar la Constitución es el único modo en el que los ciudadanos pueden tener un voto directo sobre una medida en Florida. Los que se oponían a la medida, obviamente mal dispuestos a argumentar que los cerdos no necesitan poder darse vuelta o caminar, trataron en cambio de persuadir a los votantes de Florida que el confinamiento de cerdos no era un tema apropiado para la Constitución del estado. Pero con una ventaja de 55 a 45 por ciento, los votantes dijeron “no” a los nichos para las cerdas e hicieron entonces de Florida la primera jurisdicción de los Estados Unidos en eliminar una de las formas principales de confinamiento de los animales de granja. A pesar de que Florida tiene sólo un pequeño número de criaderos intensivos de cerdos, el voto sostiene la idea de que no es el corazón duro ni la falta de simpatía por los animales, sino una falla de la democracia, lo que causa que Estados Unidos esté tan rezagado respecto de Europa en abolir los peores rasgos de las granjas industriales.
III
Mi artículo original en The New York Review of Books finalizaba con un párrafo que veía el desafío propuesto por el movimiento por los animales como una prueba para la naturaleza humana: “¿Puede tener éxito una demanda de este tipo, puramente moral? Las apuestas le jugaban en contra. El libro [Animals, Men and Morals] no incentiva esta idea. No nos dice que vamos a convertirnos en más saludables, o que disfrutaremos más de la vida, si dejamos de explotar a los animales. La liberación animal va a requerir un enorme altruismo por parte de la humanidad, más que cualquier otro movimiento de liberación, desde el momento en que los animales son incapaces de pedirlo por ellos mismos, o de protestar contra su explotación por medio de votos, marchas o bombas. ¿Es capaz el hombre de ese tipo de altruismo genuino? ¿Quién sabe? Si este libro tiene un efecto significativo, sin embargo, será una reivindicación de aquellos que creyeron que el hombre tiene dentro de sí el potencial para algo más que la crueldad y el egoísmo”.
Entonces, ¿lo hemos hecho? Tanto los optimistas como los cínicos acerca de la naturaleza humana pudieron ver los resultados como confirmadores de sus puntos de vista. Han ocurrido cambios significativos en las pruebas científicas realizadas con animales y en otras formas de abuso de los animales. En Europa, industrias enteras están siendo transformadas a causa de la preocupación del público por el bienestar de los animales de granja. Quizás lo más alentador para los optimistas es el hecho de que millones de activistas entregaron libremente su tiempo y su dinero para apoyar el movimiento por los animales, y muchos de ellos cambiaron su dieta y estilo de vida para evitar respaldar abusos respecto de los animales. El vegetarianismo e incluso el veganismo (el hecho de evitar todo producto de origen animal) están mucho más extendidos en América del Norte y Europa de que lo que estaban hace treinta años, y aunque es difícil saber cuánto de esto habla de la preocupación por los animales, sin duda algo tiene algo que ver.
Por otro lado, a pesar del curso favorable del debate filosófico acerca del estatuto moral de los animales, la visión popular respecto del tema todavía está muy lejos de adoptar la idea básica de que los intereses de todos los animales deben recibir una consideración similar, independientemente de la especie. La mayor parte de la gente todavía come carne, compra lo que es más barato e ignora el sufrimiento del animal cuya carne come. El número de animales consumidos es mucho mayor hoy que hace treinta años y la prosperidad creciente de Asia oriental está creando una demanda de carne que amenaza con elevar ese número todavía mucho más. Mientras tanto las reglas de la Organización Mundial de Comercio amenazan los avances en el bienestar animal, desde el momento en que deja en duda el hecho de que Europa pueda mantener sus importaciones provenientes de países con estándares más bajos. En síntesis, la conclusión que hasta ahora puede extraerse indica que como especie somos capaces de una preocupación altruista por otros seres, pero la información incompleta, los intereses poderosos y un deseo de no conocer ciertos hechos perturbadores han limitado las ganancias obtenidas por el movimiento por los animales.
Traducción de Margarita Martínez
Notas
[1] Artículo publicado en la revista The New York Review of Books nº 8 del Volumen L, el 15 de mayo de 2003.
[2] Filósofo australiano. Profesor Titular de la cátedra de Ética en la Universidad de Princeton.
[3] Publicado por Taplinger en New York, 1972.
[4] Peter Singer. Animal Liberation. New York, New York Review/Random House, 1975; edición revisada, New York Review/ Random House, 1990; reeditada con un nuevo prefacio, Ecco, 2001.
[5] Charles Magel. Keyguide to Information Sources in Animal Rights. Londres, McFarland, 1989.
[6] Véase, por ejemplo, de Carl Cohen, “The Case for the Use of Animals in Biomedical Research”, enNew England Journal of Medicine, Volumen 315, 1986, páginas 865 a 870; y de Michael Leahy,Against Liberation: Putting Animals in Perspective. Londres, Routledge, 1991.
[7] Véase, de Mary Midgley, Animals and Why They Matter. Athenas, University of Georgia Press, 1984; de
Jeffrey Gray, “On the Morality of Speciesism”, Psychologist, Volumen 4, nº 5, de mayo de 1991, páginas 196 a 98, y “On Speciesism and Racism: Reply to Singer and Ryder”, Psychologist, Volumen 4, nº 5, de mayo de 1991, páginas 202 y 203; y de Lewis Petrinovich, Darwinian Dominion: Animal Welfare and Human Interests. Cambridge, MIT Press, 1999.
[8] Lewis Petrinovich. Darwinian Dominion: Animal Welfare and Human Interests. Op. cit., página 29.
[9] Robert Nozick. “About Mammals and People”, en The New York Times Book Review del 27 de noviembre de 1983, página 11. Sobre esto, me baso en el artículo de Richard I. Arneson: “What, If Anything, Renders humans Morally Equal?”, en Singer and His Critics. Compilado por Dale Jamieson. Oxford, Blackwell, 1999, página 123.
[10] Peter Carruthers. The Animals Issue: Moral Theory in Practice. Cambridge, Cambridge University Press, 1992.
[11] Daniel Dombrowski. Babies and Beasts: The Argument from Marginal Cases. Urbana, University of Illinois Press, 1997.
[12] Véase, por ejemplo, de Peter Carruthers, The Animals Issue. Op. cit.
[13] Aristóteles. Politics. London, J.M. Dent and Sons, 1916, página 16.
[14] (N. de la T.) Sobrenombre popular de Mary Mallon (1869-1938), la primera persona en ser catalogada, en Estados Unidos, como portadora sana de fiebre tifoidea.
[15] Como argumentó el propio Dworkin respecto de la detención de presuntos terroristas; véase “The Threat to Patriotism”, en The New York Review of Books, 28 de febrero de 2002.
[16] Véase, de mi autoría, Practical Ethics. Cambridge, Cambridge University Press, 1993, especialmente el  capítulo 4.
[17] Citado del artículo de Kathryn Jean Lopez, “Exploring ‘Dominion’: Matthew Scully on Animals”, publicado en la revista National Review Online, el 3 de diciembre de 2002.
[18] Véase, por ejemplo, de Richard A. Posner. The Problematics of Moral and Legal Theory. Cambridge, Belnap Press/Harvard University Press, 1999.
[19]  New York, Free Press, 1992, página 90.
[20] Véase, de Peter Singer. Ethics into Action: Henry Spira and the Animal Rights Movement. Lanham, Rowman and Littlefield, 1998.
[21] The State of the Animals 2001, editado por Deborah Salem y Andrew Rowan. Humane Society Press, 2001.
[22] New York, Prometheus, 1997.
[23] Véase, de Karen Davis. Prisoned Chickens, Poisoned Eggs: An Inside Look at the Modern Poultry Industry. Summertown, Book Publishing Company, 1996.
[24] New York, Saint Martin’s, 1998.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Walden o La vida en los bosques – Henry D. Thoreau
Los derechos de los animales – Henry S. Salt
Tras la sonrisa del delfín. El hombre que decidió devolver a los delfines a su hábitat natural – Richard O’Barry con Keith Coulbourn
Historia de la alimentación – Jean-Louis Flandrin & Massimo Montanari
El país del hambre – Piero Camporesi
Historia natural y moral de los alimentos (9 tomos) – Maguelonne Toussaint-Samat
El café. Historia de la semilla que cambió el mundo – Mark Pendergrast
El hambre. Una historia moderna – James Vernon
Obesos y famélicos. Gobalización, hambre y negocios en el nuevo sistema alimentario mundial – Raj Patel
De compras en el Renacimiento. Culturas del consumo en Italia 1400-1600 – Evelyn Welch
Monsanto. De la dioxina a los OGM. Una multinacional que les desea lo mejor – Marie-Monique Robin
Sal. Historia de la única piedra comestible – Mark Kurlansky
El mundo de los caníbales – Christian Spiel
Una cena con Calígula. El libro de la cocina depravada – Medlar Lucan & Durian Gray
La bodega del mundo. La vid y el vino en España (1800-1936) – Juan Pan-Montojo

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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La Segunda Guerra Mundial – Antony Beevor

La Segunda Guerra Mundial – Antony Beevor Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: Pasado y Presente.

Precio: $800.

El libro definitivo sobre el acontecimiento más terrible y decisivo del siglo XX. La culminación de una carrera dedicada a la investigación y la narración históricas. Apoyándose en un descomunal trabajo de investigación y desplegando sus asombros recursos narrativos, Beevor nos muestra en este libro el inmenso escenario de una guerra que abarca desde el Altlántico Norte hasta el Pacífico Sur desde las nevadas estepas septentrionales a los áridos desiertos del norte de África; desde la jungla de Birmania hasta las fronteras de Europa oriental; desde los prisioneros del Gulag reclutados para los batallones de castigo hasta las indecibles crueldades de la guerra entre China Y Japón.
“La Segunda Guerra Mundial se ha simplificado en el pasado, hay muchos aspectos desconocidos”
Julio MARTÍN ALARCÓN
El historiador británico Antony Beevor, autor de Stalingrado, publica su nueva obra La Segunda Guerra Mundial, -Editorial Pasado y Presente- un momumental ensayo sobre la mayor conflagración de la Historia, que rechaza la clásica  división entre Europa y Pacífico e integra los conflictos paraleos como la Guerra Chino-Japonesa, los orígenes de la guerra civil entre los nacionalistas de Chan Kai Shek y los comunistas de Mao, las confrontaciones entre Japón y Rusia o la irrupción de Ho Chi Minh en Indochina, por citar algunos de ellos y analiza  la interrelación  de cada uno con los dos grandes escenarios de la lucha de las cinco grandes potencias: Gran Bretaña, Alemania, EEUU, Japón y la URSS.
Una ambiciosa revisión que aporta, además de las novedades de la guerra en Asia,nuevos datos sobre las operaciones en el frente Este entre los soviéticos y los nazis, que según sus propias palabras sigue deparando aspectos desconocidos. El autor atendió a La Aventura de la Historia  brindándonos una extensa entrevista en la que desgrana algunos de los pormenores del libro, además de comentar la actualidad de la crisis europea y sus similitudes y diferencias con la gran crisis de los años 30, que abocó a Europa al desastre.
P.- En su libro comenta que el factor dominante de la IIGM fue un guerra civil internacional entre la izquierda y la derecha. ¿En que consiste esa apreciación?
R.- Bueno eso es sólo un aspecto, lo importante es que fue una mezcla de dos cosas, una variedad de coflictos civiles por un lado y el choque de las grandes potencias por otro. No se puede decir que fuera la izquierda contra derecha porque, obviamente, Churchill y Stalin tenían una ideología opuesta y sin embargo fueron aliados, así que por una parte hubo un conflicto entre Gran Bretaña, Alemania, Unión Soviética, EEUU y Japón, pero paralelamente, de forma soterrada, había un guerra civil internacional que afectó a muchos países, especialmente aquellos que fueron ocupados, debido a una gran división, muy maniquea, que existía entonces entre comunismo y fascismo y que pervivió desde 1917 hasta los años treinta.
P.- Explíqueme como afecta la visión de esos conflictos en el contexto de la IIGM.
R.- Sí, creo que el problema es que tendemos a focalizar la IIGM desde la perspectiva puramente europea, como resultado se considera sólo los conflictos entre las grandes potencias, pero de hecho, casi cualquier país del mundo se vio afectado de una manera u otra, y por eso se necesita integrar o mostrar al menos cómo estos distintos conflictos interactuaron entre ellos y en general en la IIGM. Éste es el planteamiento principal del libro, porque creo que se ha simplificado mucho en el pasado, incluso con la tradicional división de la guerra en Europa y la guerra en el Pacífico, ya que esto facilitó que no se establecieran las interrelaciones entre ambos escenarios.
P.- En este sentido sorprende la gran dedicación en el libro a adentrase en lacomplejidad de la guerra en Asia, un aspecto que en Europa tendemos a minimizar.
R.- He tratado de integrar la guerra en Asia en el conjunto total y para ello he incluido los antecedentes de la guerra chino-japonesa e incluso los orígenes de la guerra civil entre los nacionalitas de Chan-Kai-Shek y los comunistas de Mao, y de cómo la causa de los nacionalistas estaba abocada al fracaso, o si lo prefiere, cómo Roosevelt y los estadounidenses hicieron tanto para que Chan Kai Shek no ganara, que es una de la ironías de la Historia, de las muchas que brindó la Segunda Guerra Mundial.
Cuando piensas en todas las guerras civiles que emergieron -como en China- es más fácil percibir ese componente de la guerra civil internacional que se gestó durante la IIGM y que en algunos casos se interrumpió debido al choque de las grandes potencias, pero que cuando el gran conflicto terminó en 1945, estallaron de nuevo. No fue sólo China, también en Vietnam donde los nortreamericanos habían estado prestando apoyo a Ho Chi Minh, en parte porque estaban en contra delcolonialismo francés.
Hay por lo tanto una serie de corrientes o influencias contradictorias de fondo, pero el devenir fundamental de la guerra chino-japonesa está en el libro aunque nadie ha escrito todavía una historia verdaderamente completa. Para hacerse una idea de lo difícil que es aún, hasta ahora lo que se sabía es que en total murieron unos 20 millones de chinos, mientras que nuevos historiadores asiáticos comienzan a dar unas cifras de 40 millones…Lo que muestra lo limitado que es nuestro conocimiento sobre este conflicto. Lo único que podemos hacer por el momento es el de dar una idea de cómo encaja esta confrontación en el esquema general de la guerra de las grandes potencias.
P.- ¿Se debe a la dificultad de acceder a los archivos de China y Japón?
R.- Sí es uno de lo problemas claros. Sin embargo, lo que es esperanzador es que nuevos historiadores japoneses, jóvenes, están trabajando por conseguir nuevos datos, pero no sólo de los archivos de su país.  Por ejemplo,  un historiador japonés  ha encontrado información sobre el el tema del canibalismo, que fue censurado, y enterrado, y lo obtuvo de los archivos norteamericanos, así que nunca se puede preveer de que fuente puede surgir, pero lo verdaderamente positivo es que la nueva generación de historiadores está plantando cara a la negativa de la anterior generación a admitir las atrocidades cometidas, de forma que la verdad comenzará a surgir, aunque todavía quede un camino largo por recorrer.
En ese sentido los redactores del Washington Post fueron muy amables al reseñar mi libro como lahistoria definitiva de la IIGM, pero sencillamenteno es verdad, ningún libro de Historia es definitivo, no puede serlo, es de locos.  Siempre va ha haber nuevo material que aparezca, de archivos que aún hoy están cerrados, otros que no lo estuvieron pero ahora sí y que no se estudiaron en profundidad.
P.-  Respecto a Europa la historiografía clásica señala la Guerra Civil Española como el primer escenario de la IIGM…
R.- No lo creo. No se puede definir cada conflicto en relación a la IIGM. Yo diría que España sí formaba parte de esa guerra civil internacional que se había desatado en 1917 , pero no necesariamente una parte de esa gran guerra de potencias que comenzó en 1939. Desde ese punto de vista, si la República hubiera resisitido hasta septieembre de 1939 se podría haber argumentado que la Guerra Civil Española fue una vertiente más de la IIGM, pero no fue así.
P.-  En su obra escribe que la “crisis global del capitalismo llevó a un declive de las democracias liberales y una eclosión del radicalismo”  ¿Qué similitudes encuentras con la actual crisis del Euro y la debacle del capitalismo en los años 30? ¿Se pueden esperara unas consecuencias similares?
R.- Desde luego, hay muchas similitudes, pero también unas cuantas diferencias, la más fundamental es que no tenemos aquella división entre fuerzas fascistas y comunistas, más bien al contrario, no tenemos una ideología alternativaque seguir. Nadie sabe muy bien que hacer en un momento en que el socialismo ha fallado y el capitalismo también, y hay una gran pregunta sin respuesta: ¿Hacia dónde vamos?
Esto se puede ver muy bien respecto al fracaso del capitalismo: en el pasado éste se podía justificar sobre la base de que, aunque existía una gran brecha entre ricos y pobres, al menos los más desfavorecidos mejoraban lentamente su estatus, pero eso ya no ocurre. Los pobres se hacen más pobres, por lo que el capitalismo ha perdido su gran baza, la justificación moral que se basaba en el paulatino progreso de la clase baja. Y esta es la gran pregunta porque ¿Cómo cambias ahora?
Desde luego los países del sudeste asiático o las economías emergentes como India o China no lo van a hacer en absoluto, es decir no van a mutar hacia un modelo económico más amable, por llamarlo de alguna manera. Ellos entienden que es su momento para tomar el control, sobre todo porque perciben cómo el Oeste ha entrado en declive.
P.- ¿Asia es la amenaza?
R.- Sí, porque entienden que es su momento para convertirse en las potencias hegemónicas del mundo. La otra similitud obvia entre los años treinta y hoy es la delnacionalismo, emergente otra vez, debido a que el poder de las instituciones europeas de la UE se está concentrando peligrosamente en muy pocos lugares: Frankfurt, Bruselas, lo que llevará sin duda a una reacción cada vez mayor en España, Italia, Grecia etc por el sentimiento de no tener las riendas de su propio destino. Esto va a ser siempre un peligro, pero no veremos otra vez una segunda o tercera guerra mundiales simplemente porque la Europa de hoy no está militarizada, como sí lo estaba la de los años treinta. Será un mundo en desorden, con revueltas, acciones callejeras etc pero no en guerra.
Es muy sorprendente, sin embargo, la tranquilidad con la que España está viviendo un periodo tan convulso. Aunque ha habido manifestaciones de protesta y concentraciones en el Parlamento, en general la reacción está siendo muy tímida y muy poco violenta, si tenemos en cuenta el nivel de paro de la juventud y su grado de descontento.
El propio embajador británico en Madrid se sorprendía de ello y argumentaba que el recuerdo de la Guerra Civil Española ejercía como freno…puede que sea verdad o no, aunque ciertamente es un elemento a tener en cuenta. Lo mismo pasa en Grecia donde ya no es un recuerdo sobre la guerra civil si no sobre la dictadura de los coroneles y sabemos que ahora mismo el Ejército griego está en disposición de tomar el control , pero no sabrían que hacer con él, así que prefieren que los ciudadanos carguen primero con el problema.
P.- ¿Qué hay de nuevo respecto a al guerra en Europa?
R.- Sobre todo se refieren a la guerra en el frente Este. Como la Operación Marte por ejemplo. Fue una de las más cínicas y crueles operaciones de toda la historia de las campañas militares. Sacrificaron 215.000 hombres tan sólo para una operación de diversión, un señuelo, y creo que eso es muy relevante, porque de hecho filtraron los detalles de la operación a los alemanes con antelación para asegurarse de que la Werchmacht no desplazara las unidades que tenía en el centro, en Moscú,  hacia Estalingrado cuando la verdadera gran ofensiva comenzó en ese escenario.
Ahora bien ¿Qué tipo de gobierno democrático podría haber tomado una decisión asi? Sería totalmente impensable, inasumible, ni siquiera podrían haberlo considerado, sacrificar directamente más de 200.000 vidas sólo para crear un gran señuelo. Esto es sólo una muestra de por qué la guerra en el Este fue totalmente difernete  a la del frente occidental.Ningún ejeército democrático hubiera sobrevivido a Estalingrado. Los norteamericanos, ingleses o franceses se habrían rendido, porque existe una idea del límite del sufrimiento.
P.- Exactamente igual que en el caso de los japoneses entonces, que tenían la intención de sacrificar hasta el último soldado antes que rendirse…
R.- Sí, sólo que en ese caso estaba respaldado por una cultura muy específica, una idiosincrasia muy particular transmitida durante siglos que lo hacía aceptable, honorable, deseable incluso. Aunque es cierto que en el ejército rojo existía la orden personal de Stalin de que los soldados se quitaran la vida antes de ser apresados por los nazis, al igual que ocurría en el caso de Japón.
P.- Esto va también un poco en la dirección de sus argumentos sobre las bomba atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, que en su libro considera que fue una decisión dolorosa pero acertada.
R.- Estoy cada vez más seguro de ello y más aún después de ponerlo en común con otros colegas. Creo que no hay duda de que las bombas salvaron más vidas japonesas, lo cual resulta una terrible paradoja, pero es cierto, porque si la lucha se hubiera prolongado hasta 1946 con los civiles japoneses obligados por los militares a defender incluso con espadas de bambú si hiciera falta a lo largo y ancho de toda la isla habría significado la muerte de otros dos millones o más, sin contar con los que habrían muerto de hambre, ya que el país se encontraba ya en en ese momento en el borde de la hambruna.
Si hubieran continuado un año más habría llevado a todo eso. No hay más que ver el ejemplo de Okinawa , alrededor de 100.000 civiles murieron y eso que no estaban luchando, estaban escondidos en escondrijos y cuevas simplemente porque no se rendían, y había que seguir bombadeando con artillería. Si solo por el hecho de seguir resistiendo, no ya luchando, porque carecían de posibilidades para hacerlo, murieron ya 100.000, imagínate lo que habría sido en Japón. No, creo que no hay duda sobre el tema de las bombas, en retrospectiva fue una decisión correcta.
P.- Respecto a la entrada de EEUU en la guerra y la declaración de guerra de Hitler, hay un capítulo en el que cita que los oficiales alemanes estaban ya completamente seguros de la derrota, ¿Que hay de Hitler? ¿Podía no saber que eso iba ocurrir? ¿pensaba realmente que ya era imposible ganar?
R.- Bueno Hitler era muy extraño en el sentido de que a menudo su mente trabajaba en dos niveles diferentes al mismo tiempo. Cuando invadió la Unión Soviética justificó la decisión ante sus generales sobre la base de que aquello rendiría a Gran Bretaña, un razonamiento un tanto peregrino que se fundamentaba en que los ingleses estaban resistiendo con la esperanza de que los soviéticos acabarían entrando en la guerra como sus aliados. Luego si ellos golpeaban primero con la invasión de la Unión Soviética y la opcupaban, eliminado esa amenaza, Gran Bretaña se quedaría sin nada a lo que agarrarse y acabarían rindiéndose. Éste era uno de sus argumentos preferidos desde el punto de vista estratégico.
De la misma forma, cuando decidió declararle la guerra a los EE.UU en diciembre de 1941, sus generales estaba horrorizados pero de nuevo utilizó un argumento similar: para acabar con Gran Bretaña era necesario hundir literalmente su cordón umbilical de suministros, material, pertrechos, combustible etc que llegaba desde el otro lado del oceáno vía EE.UU, si podía  trasladar la guerra submarina total sin restricciones ni cortapisas de ningún tipo a la misma costa este de EE.UU hundiendo cada barco que zarpara en el atlántico norte, podía conseguir el abatamiento de los británicos, que quedarían totalmente aislados, aunque eso en realidad ya lo estaba haciendo, y por tanto sabía que pasara lo que pasara Rooseveltacabaría entrando en la guerra, algo en lo que no se equivocaba, así que era mejor ser los primeros en atacar.
Sin embargo, como ya ocurrió en otros de los movimientos audaces de Hitler lo que le falló fue la planificación, no la estrategia. La Kriegsmarine se deseperó con la declaración de guerra sin que le hubieran dado dos o tres semanas para poder concentrar los submarions necesarios en la costa este y aniquilar cualquier intento de salir de EE.UU por el atlántico norte, se precipitó porque se dejaba llevar por el orgullo, la pasión y además no escuchaba nunca consejos sobre las cuestiones técnicas, le aburrían los pormenores de las operaciones.
P.- Es decir que sí debía saber que era imposible ganar.
R.- En algunos momentos de lucidez sí, sabía que la guerra podía estar perdida, pero entonces se autoengañaba a sí mismo con cualesquiera argumentos que pudieran servirle, especialemente el del desarrollo de nuevas armas que le dieran la supremacía. Fantaseaba a menudo en este sentido  y lo hizo hasta el último momento. Hitler no se dio verdaderamente por vencido, a nivel personal hasta la misma Batalla de Berlín cuando supo que el noveno ejército jamás llegaría a socorrerlo, que es cuando así se lo hizo saber a todo sus allegados y colaboradores cercanos.
Respecto al comportamiento de Hitler, hablé una vez con un psiquiatra inglés tremendamente prestigioso y respetado, muy interesado además en la figura de  Hitler y Stalin y le pregunté: ¿cómo analizarías el comportamiento la personalidad de Hitler? Me contestó: puedes estar seguro de que Stalin era un esquizofrénico paranoico pero lo que ocurre conHitler es que sufría más bien de un desorden de la personalidad…Y yo le dije ¡Vaya! si eso es todo es increíble hasta donde llegó ese desorden de la personalidad. Estuve en Noruega hace poco justo después de los asesinatos que tuvieron lugar, y el país estaba absolutamente conomocionado, confuso y aterrorizado preguntandose si el Mal como ente existía o si se puede justificar como una enfermedad mental que provoca estos asesinatos, es decir que el mal como tal no existe que es sólo una enfermedad. Es una de esas cuestiones filosóficas y que ningún historiador es capaz de responder.
P.- ¿Se han olvidado las atrocidades de los Aliados?
R.- Bueno, todo hay que verlo en contexto, ciertamente no eran ángeles pero es algo que hay que ver en contexto sin llegar a cometer lo que se denomina psicoanacronismo y es el de tratar de imponer la visión de nuestros principios morales a una época pasada. Pero aún teneindo en cuanta eso, tenemos diferentes aspectos, está el hecho de matar  a prisioneros que es un fenómeno propio de la guerra y que tiene su vertiente puramente práctica y militar, que no sé si se puede considerar una atrocidad, así que cuando entras en la definición de crímenes de guerra yo creo que hay un aspecto esencial que lo diferencia del resto de muertes acaecidas cuando se produce una guerra y es la muerte deliberada de  civiles indefensos.
En este sentido, el único verdadero crimen de guerra en el que se vieron involucrados los ingleses y los norteamericanos, especialmente los primeros, fue en la campaña de bombardeos estatégicos sobre Alemania. Y esto es una cuestión que se va a debatir en Gran Bretaña en las proximas semanas y en el que yo voy a defender una posición en contra de esa campaña de bombardeo, aunque no en todos los aspectos.
Por ejemplo, creo que era totalmente innecesario seguir bombardeando las ciudades alemanas a partir del verano de 1944.  Pero hasta entonces antes de juzgar esa estrategia hay que entender como se gestó y se desarrolló.
Después de la destrucción de las ciudades británicas y otras muchas europeas a partir de 1941 y 1942, la única esperanza de los ingleses para que los soviéticos no fueran derrotados residía en el hostigamiento de las ciudades alemanas y esto se debía también a un factor que se pasa por alto a veces: la poca precisión de los bombarderos de esa época y más aún durante el invierno, lo que hacía que bombardear ciudades garantizase al menos que se alcanzaba algún objetivo, si este era uno estratégico militar bien, si no, al menos se había causado daño a la infraestuctura de la ciudad y, desde luego, a la moral.
Luego está el componente intrínsecamente estratégico que tenía la RAF desde su creación como arma separada del ejército o la Armada. Tenían independencia desde 1918 y querían mantenerla, y la mejor manera de hacerlo era llevando su plantemaiento hasta el final,tratando de ganar la guerra por el aire. De hecho, lo único que podían hacer en Europa durante los años 41, 42 y parte del 43 y que creían que podría funcionar, lo mismo que pensaron los estadounidense con Japón.  Esto se probó falso, pero en cualquier caso, no se podia encontrar a nadie en Gran Bretaña en esa época que estuviera en contra del Raid, querían venganza, y querían que los alemanes probaran las bombas que antes les habían enviado a ellos.
P.- ¿Se puede decir que ganaron los “buenos“?
R.- Es ridículo pretender presentar la IIGM como una guerra entre el bien y el mal que ganaron los primeros, aunque se recurra a ella como icono de esta confrontación simbólica. Lo que es cierto es que se derrotó al mal en el sentido de que se eliminó al nazismo, pero fue a costa de sacrificar media Europa, que se vio atrapada por otro totalitarismo sanguinario como era el de Stalin. Los buenos sólo la ganaron parcialmente.
Otros libros relacionados:
Stauffenberg. La biografía del hombre que atentó contra Hitler – Peter Hoffmann
Diez años y veinte días. Memorias del hombre que sucedió a Hitler como jefe del III Reich – Karl Dönitz
Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana – Giles MacDonogh
Hitler. Anatomía de un dictador. Conversaciones de sobremesa en el Cuartel General del Führer, 1941/1942 – Henry Picker
La resistencia alemana contra Hitler 1933-1945 – Barbara Koehn
Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial – Ernst Jünger
Kaputt – Curzio Malaparte
Vida y destino – Vasili Grossman
La bandera invisible – Peter Bamm

 

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Los Karivan – Miljenko Jergovic

Los Karivan – Miljenko Jergovic Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: impecable.

Editorial: metáfora.

Precio: $300.

La Bosnia de hoy encuentra en Jegovic a su más potente cronista. Los Karivan, narración coral que participa tanto de la novela como del relato, es una buena muestra de ello. A lo largo de las historias de la estirpe de Ivan el Negro, Karivan en serbocroata, se desgrana aquí el árbol genealógico de una población multiétnica, de religiones que han convivido durante siglos, de vecinos que han compartido su cotidianidad a lo largo de guerras, de alegrías y de horrores.
Los personajes y familias que pueblan Los Karivan son seres de una pieza, atípicos, irrepetibles, pero dotados de una espeluznante naturalidad, casi vulgares de puro humanos. Observados con ternura por el narrador, cada uno de ellos está situado en distintos momentos de los últimos doscientos años de la historia de los Balcanes, y representan la cotidianidad vital perturbada por un nimio hecho – una compra, un desdén, una frase, una nevada, una carrera de atletismo – que desencadena tragedias.
Los niños, los monjes, las mujeres, los ferroviarios, los soldados, las ancianas, los tíos, las sobrinas, los bailarines, todos a su manera representan en cada época el final de un estilo de vida que estalló en 1992. Sarajevo y sus barrios aparecen como protagonistas de los diferentes relatos, en los que se cruzan las religiones musulmana, cristiana y judía, la prepotencia turca, la opresión austríaca, la sangría nazi, la carencia comu8nista y la calculada frialdad de los francotiradores serbios. Las historias de estos relatos son el mapa de una felicidad que siempre está a la puerta pero nunca entra. Y sin embargo los Karivan, quienesquiera que sean, nunca reniegan de la vida.
Miljenko Jergovic nació en Sarajevo en 1966 y desde 1993 reside en Zagreb (Croacia). Es periodista y escribe en las revistas y diarios más importantes de su país, así como en Allgemeine Zeitung, Die Zeit o La Repubblica. Sus obras le han hecho merecedor de varios premios, entre los internacionales el Erich-Maria-Remarque, el Grinzane Cavour por Mamá Leone y el Premio Napoli 2005 por su libro Hauzmajstor Sulc; en Croacia el August Senoe 2002 por Buick Rivera así como el premio de la Asociación de Escritores de Bosnia y Hercegovina.

 

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Furias – Fernanda Eberstadt

Furias – Fernanda Eberstadt Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: impecable.

Editorial: El Aleph.

Precio: $300.

Gwen Lewis tiene 31 años, un puesto de trabajo interesante, es rica, atractiva, mantiene una relación con un banquero y pasa el tiempo libre en los lugares de moda de Manhattan. Una tarde, en Central Park, Gwen fija su mirada en un par de zapatillas Converse de color rojo agujereadas que lleva un hombre que está dormido en un banco.
Dos semanas después, en Novosibirsk, antigua Rusia, descubre que esos zapatos pertenecen a Gideon Wolkowitz, un artista de marionetas del Lower East Side. En el momento en que sus vidas se cruzan, una atracción incontrolable, en parte alimentada por la diferencia entre sus mundos, les lleva a rayar la obsesión. Sin poder remediarlo, Gwen empieza un proceso intimísimo e imparable a partir del cual las creencias y valores que fundamentaban su vida, que hasta entonces creía ideal, empiezan a venirse abajo.
Con una gran precisión psicológica, Eberstadt disecciona la naturaleza humana y aporta una nueva mirada a temas universales como el peso de nuestros orígines, los conflictos entre clases sociales y la diferencia de géneros.
Fernanda Eberstadt (Nueva York – 1960), novelista y ensayista, ha sido precoz en casi todo. a los once años se apartó temporalmente de sus estudios para escribir su primera novela sobre la revolución Bolchevique, a los dieciséis se introdujo en la escena underground neoyorkina y trabajó en la Factory de Andy Warhol y a los dieciocho dejó su ciudad natal para estudiar en Magdalen College de Oxford, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en ser aceptadas  en dicha institución. Entre su obra de ficción destaca When the Sonso f Heaven Meet the Daughters of the Earth, Low Tide y Los demonios de Isaac. También tiene publicados varios ensayos.
Otros libros relacionados:
Shiloh – Bobbie Ann Mason
El teatro de Sabbath – Philip Roth
Cuentos – Mary Gordon
Su pasatiempo favorito – William Gaddis
Personajes desespearados – Paula Fox
Zelda. La vida de Zelda Scott Fitzgerald – Nancy Milford
La escoba del sistema – David Foster Wallace
Freedom – Jonathan Franzen (versión original en inglés)
El hombre que se enamoró de la luna – Tom Spanbauer
El Cantante de Gospel – Harry Crews
Cielo rojo sobre Montana – James Lee Burke
País de sombras – Peter Matthiessen

 

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La carroza carmesí – Gyula Krúdy

La carroza carmesí – Gyula Krúdy Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci Sándor Márai

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: El Aleph.

Precio: $300.

En la Budapest de principios del siglo XX, Klara y Silzvia, dos jóvenes actrices de provincia, se instalan en un vetusto edificio de Pest. Una de ellas es bonita pero cacere de talento, la otra está ansiosa por encontrar un caballero y ambas han sido expulsadas de Buda por “judías y provocadoras” al dedicarse a espiar a las parejas de amates clandestinos de Pest que cruzaban el Danubio hacia Buda. Las dos amigas, junto a la riquísima tía de una de ellas, saldrán al encuentro de la vida social y artística de la ciudad donde bulle una multitud de artistas, intelectuales fracasados y aristócratas excénticos y en extinción.
Un viaje nostálgico entre lo real y lo imaginario que dibuja un retablo vívido del viejo Budapest. El autor sigue con dinura e ironía las pasiones y los sueños de sus personajes, incapaces de sobrevivir en un nuevo mundo.
El poder literario de Krúdy va más allá de cualquier explicación. Pocos escritores de la literatura mundial han alcanzado su grandeza. Con pocas pinceladas dibuja escenas apocalípticas de sexo, entrañas, crueldad humana y desesperación.    Sándor Márai
Gyula Krúdy (Nyíregyháza, 21 de octubre de 1878 – Budapest, 12 de mayo de 1933) fue un escritor y periodista húngaro.
Gyula Krúdy nació en Nyíregyháza, Hungría, en 1878. Su padre era abogado y su madre trabajaba como sirvienta para la aristocrática familia Krúdy. Ya en su juventud, Gyula comenzó a publicar artículos periodísticos y relatos breves. Tras trabajar como editor de un periódico durante varios años, Krúdy se mudó a Budapest, para descontento de su padre, que deseaba que se convirtiera en abogado como él. Su etapa de madurez como escritor está compuesta por sus novelas de la serie de “Sinbad”, un personaje que comparte su nombre con el protagonista de Las mil y una noches. En estas novelas Krúdy emplea técnicas narrativas que podría considerarse paralelas al monólogo interior que utilizaron autores como Virginia Woolf o James Joyce.
Las novelas de Krúdy se hicieron bastante populares durante la Primera Guerra Mundial y la Revolución Húngara de 1956. Eso no mejoró su situación económica, sin embargo, debido a que cayó con frecuencia en la bebida y el juego. Su primer matrimonio fracasó, entre otras razones a causa de su carácter promiscuo. A finales de los años 1920 y comienzos de los 30, la salud de Krúdy empeoró y su fama como escritor menguó. En los años que siguieron a su muerte en 1933, su obra permaneció prácticamente olvidada, hasta que en 1940 el novelista Sándor Márai publicó Sinbad vuelve a casa, una narración ficcionalizada del último día de vida de Gyula Krúdy.

 

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Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk

Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk Beatles  Lennon McCartney Ringo Starr George Harrison  Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci

Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: nuevo.

Editorial: DEBOLSILLO.

Precio: $250.

Shannon parece tenerlo todo en la vida hasta que un «accidente» la deja completamente desfigurada e incapaz de hablar…
Shannon parece tenerlo todo en la vida: belleza, fama, un novio, una gran amiga… pero cuando un «accidente» la deja completamente desfigurada e incapaz de hablar, pasa de ser un hermoso centro de atracción a convertirse en un monstruo invisible, tan horrible que nadie parece percatarse de su existencia. Nadie, salvo Brandy Alexander, un transexual a quien conoce en el hospital y que le ofrece la oportunidad de encontrar su nuevo destino, a partir de olvidar su pasado y constru irse infinitos y simultáneos presentes. Así, tras secuestrar a Manus, su actual ex novio, partirán en una carrera desenfrenada que solo puede conducirlos hacia su aniquilación. Monstruos invisibles es una road movie alucinada cuyos protagonistas se lanzan en una aventura contra la imposición social de la belleza. Palahniuk, dueño de un universo muy personal, sacude y agita nuestras mentes de un modo brutal.
Monstruos invisibles
Chuck Palahniuk
Capítulo 1
Se supone que estáis en una de esas magníficas bodas de West Hills, en una enorme mansión llena de flores y champiñones rellenos. Esto es lo que se llama la puesta en escena: dónde está todo el mundo, quién está vivo y quién está muerto. Es el momento de la gran recepción de Evie Cottrell, en el día de su boda. Evie está de pie en mitad de las imponentes escaleras del vestíbulo de la mansión, desnuda bajo lo poco que queda de su traje de novia, con la escopeta en la mano.
Yo estoy al pie de la escalera, pero solo físicamente. Mi cabeza está no sé dónde.
De momento nadie ha muerto del todo, pero digamos que el reloj marca los segundos.
No es que ninguno de los personajes de este extraordinario drama sea un ser vivo y real. Para saber qué aspecto tiene Evie Cottrell basta con mirar algún anuncio televisivo de champú orgánico, solo que en este momento el traje de novia de Evie está quemado justo hasta los aros de la falda que orbitan alrededor de sus caderas y hasta los pequeños esqueletos de alambre de las flores de seda que llevaba en el pelo. Y el pelo rubio de Evie, cardado bien alto y como un arco iris en todos los tonos de rubio, bien fijado con laca, pues bien, el pelo de Evie también está quemado.
El único personaje aparte de nosotras es Brandy Alexander, que está tendida al pie de la escalera tras recibir un disparo, desangrándose.
Me llama la atención que el líquido rojo que fluye a borbotones por el orificio de la bala parece no tanto sangre como una herramienta sociopolítica. Eso de estar clonado a partir de los anuncios de champú también vale para Brandy Alexander y para mí. Matar a alguien de un tiro en esta habitación podría ser el equivalente moral de matar un coche, o una aspiradora o una muñeca Barbie. De borrar un disco duro. De quemar un libro. Es probable que esto sea lo mismo que matar a cualquier persona. Todos somos productos semejantes.
A Brandy Alexander, la reina suprema de las chicas de fiesta de la alta sociedad, con su talle esbelto como el bambú, se le salen las tripas por un orificio de bala a través de su increíble traje de chaqueta. El traje es de Bob Mackie, blanco, y Brandy lo compró en Seattle, con una falda recta muy ajustada que le oprime el culo formando un corazón perfecto. No os podéis imaginar lo que cuesta el traje en cuestión. El margen de beneficios es del tropecientos por cien. La falda es muy corta; las solapas y las hombreras son muy grandes. El corte de la fila de botones es simétrico, a excepción del agujero por el que sale la sangre.
Evie empieza a sollozar, en mitad de la escalera. Evie, el virus mortal del momento. Esta es nuestra clave para descubrir a la pobre Evie, a la pobre y triste Evie, despeinada, vestida de cenizas y embutida en el miriñaque de su falda quemada. Poco después suelta la escopeta. Con lacara sucia hundida entre las manos sucias, Evie se sienta y empieza a gemir, como si el llanto lo solucionara todo. La escopeta, cargada, del calibre treinta y algo, cae rebotando escaleras abajo y se desliza hasta el centro del suelo del vestíbulo, girando, apuntándome a mí, apuntando a Brandy, apuntando a Evie, que llora.
No creáis que soy un producto de laboratorio condicionado para no responder a la violencia, pero mi primer impulso es frotar las manchas de sangre con sosa.
He pasado la mayor parte de mi vida adulta posando a cambio de un fajo de billetes por hora, luciendo ropa y zapatos, bien peinada delante de un fotógrafo de moda que me dice lo que debo sentir.
El fotógrafo grita: Dame placer, cariño.
Flash.
Dame maldad.
Flash.
Dame desapego y hastío existencial.
Flash.
Dame intelectualidad rampante, como mecanismo compensatorio.
Flash.
Puede que sea la impresión de ver que mi peor enemiga se carga de un tiro a mi segunda peor enemiga. Bum, y todo el mundo sale ganando. Eso y el hecho de que a fuerza de tratar con Brandy he desarrollado un increíble talento dramático.
Parece que estoy llorando cuando me pongo un pañuelo por debajo del velo para respirar a través de él. Para filtrar el aire porque apenas se puede respirar a causa del humo, porque la enorme mansión de Evie se está quemando.
Yo, arrodillada junto a Brandy, podría llevarme las manos a cualquier parte del vestido y encontrar Darvon y Dolantina y dextropropoxifeno. Esa es la clave para entenderme. Mi vestido es una imitación de saldo de la Sábana Santa de Turín, principalmente marrón y blanca, drapeado y cortado de manera que los brillantes botones rojos oculten los estigmas. Además, llevo metros y metros de velo de organdí blanco en la cabeza, adornado con estrellitas de cristal austríaco talladas a mano. La verdad es que no os podéis imaginar la pinta que tengo, pero esa es más o menos la idea. Mi aspecto es elegante y sacrílego, y me hace sentir santa e inmoral.
Alta costura, cada vez más alta.
El fuego avanza centímetro a centímetro por el papel pintado del vestíbulo. Soy yo quien ha prendido fuego, para realzar la escenografía. Los efectos especiales pueden hacer maravillas a la hora de intensificar un estado de ánimo, y esto para nada se parece a una casa de verdad. Lo que está ardiendo es una recreación de una casa de época diseñada a partir de una copia de una copia de una copia de la maqueta de una mansión estilo Tudor. Cien generaciones la separan de cualquier cosa original, pero ¿no es cierto que a todos nos ocurre lo mismo?
Justo antes de que Evie baje las escaleras gritando y dispare a Brandy Alexander, yo derramo varios litros de Chanel Número Cinco, lo prendo con una invitación de boda. . . y bum, estoy reciclando.
Tiene gracia pensar que hasta el más trágico de los incendios no es más que una reacción química. La quema de Juana de Arco.
La escopeta, que, sigue girando en el suelo, me apunta, apunta a Brandy.
Otra cosa es que, por mucho que creas que quieres a alguien, te echas atrás cuando el charco de su sangre se acerca demasiado.
Al margen de todo este drama, hace un día espléndido. Hace un día agradable y soleado, y la puerta principal está abierta al porche y al jardín. El fuego del piso de arriba transporta hasta el vestíbulo el olor tibio de la hierba recién cortada, y se oye a los invitados que están fuera. Los invitados se llevaron lo que quisieron, el cristal y la plata, y salieron al jardín para esperar la llegada de los bomberos y la ambulancia.
Brandy abre una de sus manos cubiertas de anillos y se palpa el agujero, derramando su sangre sobre el suelo de mármol.
Brandy dice:
—Mierda. Yano podré cambiar el traje.
Evie se descubre el rostro, embadurnado de hollín, de mocos y de lágrimas, y grita:
—¡Odio esta vida tan aburrida!
Evie le chilla a Brandy Alexander:
—¡Resérvame una mesa junto a la ventana en el infierno!
Las lágrimas trazan limpias líneas en las mejillas de Evie, que grita:
—¡Amiga! ¡Tienes que contestarme a gritos!
Como si la situación no tuviese suficiente dramatismo, Brandy levanta la vista y me vearrodillada junto a ella. Con los ojos de color berenjena dilatados como flores, dice:
—¿Se va a morir Brandy Alexander?
Evie, Brandy y yo; todo se reduce a una lucha de poder para ver quién chupa más cámara. Todas queremos ser yo, yo, yo la primera. La asesina, la víctima, la testigo, todas pensamos que nuestro papel es el protagonista.
Tal vez esto sea aplicable a cualquiera.
Todo es espejo, espejo en la pared, pues la belleza es poder como el dinero es poder y un arma es poder.
Además, cuando veo en el periódico la foto de una chica de veintitantos años raptada, sodomizada, atracada y finalmente asesinada, que aparece en portada, joven y sonriente, en lugar de pensar que se trata de un crimen atroz, mi primera reacción es: uau, estaría buenísima si no tuviera esa narizota. Mi segunda reacción es: me gustaría tener a mano una pistola para pegarme un par de tiros en el caso de que me secuestrasen y me sodomizasen hasta matarme. Mi tercera reacción es: bueno, al menos esto pone fin a la competición.
Por si ello no bastase, el vaporizador que uso es una suspensión de fragmentos fetales inertes diluidos en aceite mineral hidrogenado. Lo cierto es que, honestamente, mi vida entera gira entorno a mi persona.
Eso a menos que la cámara esté rodando y algún fotógrafo gritando: Dame empatía.
Y luego salta el flash de la estroboscópica.
Dame simpatía.
Flash.
Dame una franqueza brutal.
Flash.
—No me dejes morir aquí en el suelo —dice Brandy. Y se aferra a mí con sus manos enormes—.Mi pelo —dice—, se me está aplastando por detrás.
Lo cierto es que sé que Brandy está a punto de morir, pero no consigo meterme en la escena.
Evie solloza cada vez más fuerte. Para colmo, las sirenas de los bomberos terminan por convertirme en la reina de Villa Migraña.
La escopeta sigue girando en el suelo, aunque cada vez más despacio.
Brandy dice:
—Esta no es la vida que Brandy Alexander quería. En primer lugar, se supone que es famosa. Se supone que sale por televisión en el intermedio de la Super Bowl bebiendo una Coca-Cola light y desnuda, moviéndose a cámara lenta antes de morir.
La escopeta deja de girar y no apunta a nadie.
Al oír los sollozos de Evie, Brandy grita:
—¡Cállate!
—¡Cállate tú! —responde Evie, también a gritos. A su espalda, el fuego va devorando la alfombra de las escaleras.
Se oye el ulular de las sirenas por todo West Hills. La gente se abre camino a empujones para llamar a los servicios de emergencia y convertirse en el gran héroe. Nadie parece estar preparado para la llegada del equipo de televisión, que está prevista en cualquier momento.
—Es tu última oportunidad, cariño —dice Brandy, mientras su sangre se extiende por todas partes. Y añade—: ¿Me quieres?
Cuando la gente hace preguntas como esta es cuando pierdes cámara.
Así es como te atrapan para que realices tu mejor interpretación secundaria.
Aún mayor que el hecho de que la casa esté en llamas es mi enorme expectación, porque tengo que decir las tres palabras más manidas de cualquier guión. Esas palabras me hacen sentir queme estoy acusando gravemente a mí misma. No son más que palabras. Inútiles. Vocabulario. Diálogo.
—Dime una cosa —dice Brandy—. ¿De verdad? ¿De verdad me quieres?
Así de histriónicamente es como Brandy ha interpretado su papel toda la vida. El teatro de Brandy Alexander funciona en directo y sin interrupción, aunque pierde vida por momentos.
Tomo la mano de Brandy en la mía, por cuestiones escénicas. Es un gesto bonito, pero me asusta la amenaza de los agentes patógenos que pueda haber en la sangre, y luego, bum, el techo del comedor se desploma, saltan chispas y brasas hacia nosotras desde la puerta del comedor.
—Aunque no puedas amarme, cuéntame mi vida —dice Brandy—. Una chica no puede morir sin ver pasar la vida ante sus ojos.
Prácticamente nadie consigue satisfacer sus necesidades emocionales.
Y entonces el fuego devora la alfombra de la escalera hasta el culo desnudo de Evie, y Evie grita y baja torpemente los escalones encaramada sobre sus zapatos blancos de tacón alto, completamente quemados. Desnuda y despeinada, cubierta con un miriñaque y llena de ceniza, Evie Cottrell sale corriendo por la puerta principal en busca de mayor audiencia, de los invitados que asisten a su boda, del cristal, de la plata y de los coches de bomberos. Así es el mundo en que vivimos. Las condiciones cambian, y nosotros mutamos.
De manera, claro está, que el eje de todo será Brandy, presentada por mí, con apariciones esporádicas de Evelyn Cottrell y el mortal virus del sida. Brandy, Brandy, Brandy. La pobre Brandy, tendida boca arriba, toca el agujero por el que la vida se le escapa y cae sobre el suelo de mármol, diciendo:
—Por favor, cuéntame mi vida. Dime cómo hemos llegado hasta aquí.
Y aquí estoy yo, tragando humo solo para documentar este momento de Brandy Alexander.
Dame atención.
Flash.
Dame adoración.
Flash.
Dame un respiro.
Flash.
13 consejo para escribir
 Chuck Palahniuk
Hace veinte años, una amiga y yo caminábamos por el centro de Pórtland en navidad. Los grandes almacenes: Meier an dFrank… Fredrick and Nelson… Nordstroms… sus enormes escaparates mostraban cada uno una bonita y sencilla escena: un maniquí vistiendo ropa o una botella de perfume sobre nieve falsa. Pero el escaparate de J.J. Newberry’s, maldita sea, estaba atestado de muñecas y oropeles y espátulas y destornilladores y almohadas, aspiradoras, perchas de plástico, jerbos, flores artificiales, golosinas – ya pillas el punto. Cada uno de los cientos de objetos tenía marcado su precio con un círculo de desteñida cartulina roja. Y, al pasar, mi amiga, Laurie, echó un buen vistazo y dijo, “Su filosofía de escaparatismo debe de ser: Si el escaparate no parece estar del todo bien, ponle más cosas”
Ella hizo el comentario perfecto en el momento perfecto, y lo recuerdo dos decadas después porque me hizo reír. Aquellos otros preciosos escaparates… Estoy seguro que tenían mucho gusto y estilo, pero no tengo memoria real de cómo eran.
Para este trabajo (….) mi meta es poner más. Poner juntos una especie de escaparate de navidad de ideas, con la esperanza que algo será útil. O como empacar regalos de navidad para los lectores, poniendo dentro caramelos y una ardilla y un libro y algunos juguetes y un collar. Espero que una variedad suficiente garantizará que aparezca una completa tontería , pero que alguna otra cosa pueda ser perfecta.
Número Uno: Hace dos años, cuando escribí las primeras de estas tareas, era más o menos el tiempo de mi método de escritura “egg timer” (avisador). He aquí el método: Cuando no quieres escribir, pon en el avisador en una hora (o en media hora) y siéntate a escribir hasta que el cronómetro suene. Si todavía odias escribir, eres libre en una hora. Pero, normalmente, para cuando suene la alarma, estarás tan involucrado en tu trabajo, disfrutándolo tanto, que seguirás adelante. En vez de un avisador, puedes poner una lavadora, o secadora y úsalas para cronometrar tu trabajo. Alternar la tarea mental que supone escribir con la física de hacer la colada y lavar los platos, te proporcionará las pausas que necesitas para que te lleguen nuevas ideas y percepciones. Si no sabes qué es lo siguiente que va a ocurrir en la historia… limpia el baño. Cambia las sábanas. Por el amor de Dios, quítale el polvo al ordenador. Una idea mejor llegará.
Número dos: Tu audiencia es más lista de lo que imaginas. No temas experimentar con las formas de la historia ni con los cambios en el tiempo. Mi teoría personal es que los lectores jóvenes se distancian de la mayoría de los libros no porque esos lectores sean más tontos que los del pasado, sino porque el lector de hoy es más listo. Las películas nos han hecho muy sofisticados para la narración. Y tu audiencia es mucho más complicada de impactar de lo que puedas imaginar.
Número tres: Antes de sentarte a escribir una escena, medítala y conoce el propósito de dicha escena. ¿Que situaciones establecidas en escenas anteriores salda? ¿Qué establece para escenas posteriores? ¿Cómo activa tu trama? Cuando estés trabajando, conduciendo, haciendo ejercicio, mantén sólo esta cuestión en tu mente. Toma notas conforme tengas ideas. Y sólo cuando estés decidido acerca de los huesos de la escena, entonces siéntate y escríbela. No vayas a ese aburrido y polvoriento ordenador sin algo en la mente. Y no hagas que tu lector camine trabajosamente a través de una escena en la que pasa muy poco o nada.
Número cuatro: Sorpréndete a ti mismo. Si puedes llevar la historia – o dejarla que ella te lleve a ti – a un lugar que te asombre, entonces puedes sorprender a tu lector. Cuando llegas a ver cualquier sorpresa bien planeada, las posibilidades son que también la verá tu sofisticado lector.
Número cinco: Cuando te atasques, vuelve y lee los capítulos anteriores, buscando personajes o detalles que puedas resucitar como “armas enterradas”. Al final de estar escribiendo “El club de la lucha”, no tenía ni idea de qué era lo que iba a hacer con el edificio de oficinas. Pero releyendo el primer capítulo, encontré el comentario desperdiciado sobre mezclar nitro con parafina y como eso era un método incierto para fabricar explosivos plásticos. Esa tonta acotación (… la parafina nunca me ha funcionado…) fue la perfecta “arma enterrada” para resucitarla al final y salvar mi culo de narrador.
Número seis: Utiliza el escribir como una excusa para hacer una fiesta cada semana – incluso aunque llames a esa fiesta un taller” -. Cada vez que pasas tiempo entre otra gente que valora y apoya la escritura, eso compensará esas horas que gastas a solas, escribiendo. Incluso si algún día vendes tu trabajo, ninguna cantidad de dinero te compensará del tiempo que pasas a solas. Así coge tu “cheque” por adelantado, haz de la escritura una excusa para estar con gente alrededor. Cuando llegues al final de tu vida, confía en mí, no mirarás atrás y saborearás los momentos que pasaste a solas.
Número siete: Permítete mantenerte en el “No Saber”. Este pequeño consejo viene a través de un centenar de gente famosa, a través de Tom Spanbauer hasta mí y ahora, tú. Cuanto más tiempo puedas permitirle a una historia que tome forma, mejor forma tendrá. No apresures o fuerces en final de una historia o un libro. Todo lo que tienes que conocer es la próxima escena, o unas pocas próximas escenas. No tienes que conocer cada momento hasta el final, de hecho, si lo haces, será terriblemente aburrido de ejecutar.
Número ocho: Si necesitas más libertad en la historia, entre borrador y borrador, cambia los nombres de los personajes. Los personajes no son reales, y ellos no son tú. Por el hecho de cambiar sus nombres arbitrariamente, consigues la distancia que necesitas para torturarlo de veras. O peor, bórralo, si eso es lo que la historia necesita de verdad.
Número nueve: Hay tres tipos de discurso – No sé si esto es VERDAD, pero lo oí en un seminario y tenía sentido -. Estos tipos son: Descriptivo, Imperativo y Expresivo. Descriptivo: “El sol se levantó alto…” Imperativo: “Camina, no corras…” Expresivo: “¡Ay!” La mayoría de los escritores de ficción utilizarán sólo uno – dos, todo lo más -. Así que, usa los tres. Mézclalos. Es como la gente habla.
Número diez: Escribe el libro que quieres leer.
Número once: Hazte ahora fotos de autor, con chaqueta, mientras eres joven. Y hazte con los negativos y el copyright de esas fotos.
Número Doce: Escribe sobre los temas que realmente te preocupan. Esas son las únicas cosas sobre las que merece la pena escribir. En su curso, llamado “Escritura peligrosa”, Tom Spanbauer enfatiza que la vida es demasiado preciosa como para desperdiciarla escribiendo historias insulsas y convencionales las cuales no tienen ningún lazo personal contigo. Hay tantas cosas de las que Tom habló, pero sólo puedo medio recordar: el arte de “manumision” que no puedo deletrear, pero que entendí que significaba el cuidado que utilizas al mover a un lector a través de una historia. Y “sous conversation”, el cual me hice la idea de que significaba el mensaje escondido, enterrado entre la historia obvia. Como no me siento cómodo describiendo temas, sólo medio entiendo. Tom estuvo de acuerdo en escribir un libro sobre este trabajo y las ideas que él enseña. El título de trabajo es “A Hole In The Heart (Un agujero en el corazón”) y tiene planeado tener listo un borrador en Junio de 2006, con fecha de publicación a primeros de 2007.
Número Trece: Otra historia de escaparates de navidad. Casi cada mañana, desayuno en el mismo restaurante, y esta mañana un hombre estaba pintando el escaparate con dibujos navideños. Hombres de nieve. Copos de nieve. Campanas. Santa Claus. Él permanecía de pie, fuera, en la acera, pintando con pinturas de diferentes colores. Dentro del restaurante, los clientes y los camareros observaban como esparcía pintura roja y blanca y azul en el exterior de la gran ventana. Tras él, la lluvia cambió a nieve, cayendo de un lado a otro en el viento.
El pelo del pintor era de todos los tonos de gris, y su cara, flácida y arrugada como el culo vacío de sus vaqueros. Entre colores, paró para beber algo de un vaso de papel.
Observándolo desde el interior, comiendo huevos y tostadas, alguien dijo que era triste. Este cliente dijo que el hombre era, probablemente, un artista fracasado. Que lo del vaso de papel, probablemente sería güisqui. Que probablemente tenía un estudio lleno de pinturas fracasadas y ahora vivía de decorar escaparates de restaurantes y tiendas. Triste, triste, triste.
Este pintor siguió poniendo colores. Todo el blanco nieve primero. Entonces algunas extensiones de rojo y verde. Entonces unas líneas de negro que delimitaban las formas de colores y las convertían en paquetes y árboles.
Un camarero caminó por el restaurante, sirviendo café a la gente, y dijo, “Es tan bonito. Ojalá yo pudiera hacer algo así…”
Y tanto si envidiábamos como si nos daba pena el camarero en el frío, él siguió pintando. Añadiendo detalles y capas de color. Y no estoy seguro de cuándo pasó, pero en algún momento ya no estaba allí. Las pinturas por sí mismas eran tan ricas, llenaron tan bien la ventana, los colores tan brillantes, que el pintor se había ido. Tanto si era un fracasado como un héroe. Él había desaparecido, se había largado a donde fuera, y todo lo que estábamos viendo era su trabajo.
Otros libros relacionados:
Ravonne – Julián Urman
Plástico cruel – José Sbarra
Última salida para Brooklyn – Hubert Selby Jr.
Viaje al fin de la noche – Louis-Ferdinand Céline
Matilda, peón de circo – Michelle Chalfoun

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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No woman no cry. Mi vida junto a Bob Marley – Rita Marley (con la colaboración de Hettie Jones)

Jorge Luis Borges Bob Marley Adolf Hitler Fontanarrosa John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Juan Pablo Liefeld
Para este collage se uso: una travesti negra, Adolf Hitler,  John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, un Muñequito Liefeld Puteador y las cenizas de Gramsci

Estado: nuevo.

Editorial: Byblos/Edicones B.

Precio: $200.

El 10 de febrero de 1966, Rita Anderson y Robert Nesta marley contrajeron matrimonio en Kingston. Apenas unos días antes, Bob Marley había cumplido veintiún años y, aunque por aquella época ocupaba su tiempo como guitarrista de los Wailing Wailers, no tardaría mucho en convertirse en un artista de talla internacional. Por su especial carisma, el contenido revolucionario de sus canciones y su filosofía de vida rastafari, Bob Marley fue elevado a la categoría de Rey del Reggae y, tras su muerte, empezó a ser considerado un profeta.
‘No Woman No Cry’ es la historia de Rita y Bob Marley, la crónica de un amor que se impuso a pesar de las tensiones que genera la fama, pero es también el relato emocionado de una mujer que, tras la muerte de su esposo, luchó por salir adelante y mantener vivo su inmenso legado.
El Rey León
Lloyd Bradley
Primera Parte
La industria Marley es lo único que puede rivalizar con el culto a Bob Marley (1945-1981). La caja recopilatoria de cuatro CDs “Songs Of Freedom” (Island, 1992) es una de las más vendidas de la historia, y su rostro es uno de los más conocidos del planeta: desde Moscú hasta Mombasa, hay cientos de personas que no reconocerían a Elvis Presley pero que saben perfectamente quién es Bob Marley. Poco antes de su muerte, había logrado una hazaña insuperable: había tendido un puente sobre el abismo que separa el reggae de la música de éxito internacional. Un año antes, en abril de 1980, todavía en plenas facultades, era capaz de aparecer durante los actos de celebración de la independencia de Zimbabue y poco después volver locas a 100.000 personas en el estadio de fútbol de San Siro en Milán. La muerte puede que haya servido para canonizarlo, y su aura despierta una devoción parecida a la que recibe el Che, pero los cimientos de su logro gigantesco ya estaban asentados. Marley había completado la mayor parte de su viaje, un buscavidas de Kingston que se convierte en la primera Superestrella del Tercer Mundo.
¿Cómo lo consiguió? Responder que componiendo buena música sería demasiado simplista. En realidad, la música solo fue una parte de una ecuación que comprendía un montón de trabajo, una estrategia de imagen astuta y una amplitud de miras internacional. En 1974, antes de publicar “Natty Dread” (Tuff Gong-Island, 1975), Bob y los Wailers se encontraban cerca de su cumbre. Una serie de cambios sutiles pero decisivos les habían ayudado a llegar hasta allí: cambios de sonido, de mánager, en la formación del grupo e incluso en la estructura social de Jamaica. El camino estaba despejado y Marley podía escalar un peldaño más.
El 11 de agosto de 1974, en un artículo aparecido en ‘Xaymaca’, el suplemento dominical de la edición jamaicana del ‘Daily News’, Marley afirmó: “Amo a Jamaica y a su gente, pero tengo que empezar a moverme a lo largo y ancho del mundo. Mi madre me dice que Dios es el padre de los sin padre. Así que debo ir donde él me envíe”.
Parece obvio que, como músico, Marley fue un producto 100% jamaicano, pero también lo fue el fenómeno Marley. En la década de los setenta, Jamaica pasó por una época de gran agitación socio-política que terminó por cargarse los últimos vestigios del colonialismo. El proyecto de Michael Manley y su gobierno recién elegido, del partido de izquierdas Partido Nacional del Pueblo, totalmente projamaicano, nacionalista y defensor de la autosuficiencia estatal, proponía reinventar la nación jamaicana diez años después de su independencia. Manley era un antiguo líder sindical y se ganó el apoyo de la clase trabajadora prometiendo reformas sociales radicales y un grado de integración social que nunca había existido durante el gobierno del Partido Laborista Jamaicano. Desde que Jamaica consiguió la independencia en 1962, el Partido Laborista Jamaicano (con sede en Estados Unidos) no había movido ni un dedo para reducir el enorme abismo de riqueza entre la élite jamaicana de plantadores y comerciantes y la gran mayoría trabajadora. En cambio, el gobierno del Partido Nacional del Pueblo, de inspiración marxista, desarrolló el sistema universitario, y muchos jóvenes jamaicanos que se habían marchado a estudiar a Estados Unidos o al Reino Unido regresaron a casa entre 1973 y 1974, deseosos de contribuir al renacimiento de su patria.
Fue decisivo que Manley rescatara a los natty dread (los rastas) de la oscuridad y los situara en primera línea de la cultura juvenil jamaicana. La religión rastafari estaba establecida en Jamaica desde la década de los treinta. Cuarenta años después, aproximadamente el 5% de una población de 2,5 millones eran rastas o simpatizantes del rastafarismo, la mayoría jóvenes. Antes del gobierno Manley, era normal que la policía humillase a los rastas, deteniéndolos y afeitándoles los dreadlocks, en una práctica que se conocía como trimming (recorte). Pero Manley propuso legalizar la marihuana y ofrecer billetes de avión subvencionados a Etiopía. En la campaña electoral de 1971, reclutó a Bob y Rita Marley (además de a Dennis Brown y The Inner Circle) para que formasen parte del PNP Musical Bandwagon, el carrusel musical del partido. A pesar de que los rastafaris desconfiaban enormemente de la política (la llamaban “polichanchullo”), es comprensible que muchos de ellos, y también muchos músicos, se animaran a apoyar el PNP.
La legitimación del movimiento rastafari permitió introducirlo en la clase media, y losuptown dreads (rastas de clase alta) empezaron a asomar la cabeza. Cat Coore, por ejemplo, el violonchelista y guitarrista de Third World, era el hijo de uno de los ministros del gobierno de Manley. Este movimiento fue evolucionando hasta crear una nueva rama del rastafarismo, llamada Twelve Tribes, que ofrecía una alternativa moderada y abierta de miras al Rastafari de Nyabinghi, inspirado en la intolerancia del Antiguo Testamento.
Marley se identificaba cada vez más con el rastafarismo, y ello le sirvió de plataforma para su misión artística y le metió de lleno en la onda de los nuevos tiempos. Diez años antes, había dejado su huella entre la juventud descastada en los teatros y las calles del centro de Kingston. Sin embargo, en los años setenta los rude boys (los jóvenes de pandillas callejeras) podían dejar de pelearse entre ellos y dirigir su rabia contra las autoridades competentes. Marley estaba en condiciones de representarlos, y así de bien lo hizo en los discos “Burnin’” (Tuff Gong-Island, 1973) y “Natty Dread”.
Además, Jamaica se estaba preparando para vender su imagen al extranjero. En 1972, “Caiga quien caiga” (“The Harder They Come”), la película dirigida por Perry Henzell que catapultó la carrera de Jimmy Cliff, alcanzó un gran éxito y sirvió para presentar la realidad jamaicana en medio mundo. La imagen que proyectaba vendía sufrimiento (“sufferation”, una de las palabras favoritas del argot jamaicano) y gangsterismo adornados con una pátina de glamour cinematográfico. De repente, daba la impresión de que la isla rebosaba de iconos musicales con potencial internacional. Dennis Brown, Big Youth y Max Romeo eran guapos y llevaban dreadlocks, tenían el dogma y el carisma, mientras que Jimmy Cliff gozaba de reconocimiento mundial. Pero Marley era el único que combinaba a la perfección la sensibilidad jamaicana con las ambiciones de internacionalidad.
Marley siempre fue jamaicano hasta la médula. El día después de su boda, en 1966, se marchó del país para reunirse con su madre en Wilmington (Estados Unidos), dejando a Rita Marley sola en la isla. Pero regresó tan solo ocho meses después. Marley era un trotamundos, algo inusual entre sus compatriotas, y no tenía más remedio que absorber las influencias cosmopolitas que recibía.
Durante el invierno y la primavera de 1970, residió en Suecia junto al cantante estadounidense Johnny Nash y su mánager Danny Sims. Este último y el también estadounidense Arthur Jenkins formaron el primer equipo de management y publishingde los Wailers. Luego, cuando Sims y Nash dejaron a los Wailers tirados y prácticamente en la indigencia durante los últimos cuatro meses de 1971 en una casa del norte de Londres (los habían llevado allí para grabar y hacer una gira, pero Sims y Jenkins se largaron a Estados Unidos para promocionar un disco de Johhny Nash), fue Marley quien se esforzó por integrarse en la comunidad negra de la zona. Engendró al menos un hijo en este período.
De vuelta en Jamaica, Marley se rodeó de un círculo de amigos muy concienciados con la causa jamaicana pero que a su vez tenían mucho mundo. Neville Garrick, por ejemplo, era un rastafari devoto que se había licenciado en UCLA en diseño gráfico y había regresado a la isla cuando Manley subió al poder. Alan “Skill” Cole había estudiado con Garrick en Kingston a principios de los años sesenta, y posteriormente se había convertido en la estrella de la selección jamaicana de fútbol, lo cual le había permitido viajar por todo el mundo. Don Taylor, quien en 1974 reemplazaría a Sims en las funciones de mánager, era un jamaicano avispado que había logrado hacerse camino en Estados Unidos trabajando como mánager de artistas de soul como Little Anthony & The Imperials, Martha Reeves, Chuck Jackson y The Stylistics.
Sin embargo, la vocación internacional de Bob Marley no respondía al criterio con que la industria musical mide el éxito; es decir, con los territorios conquistados y el número de discos vendidos. En una entrevista radiofónica de 1973, Marley afirmó lo siguiente: “Yo no vivo del dinero. No me importa lo más mínimo. Yo toco música; y si de la música sale dinero, pues que salga. Mi corazón está abierto de par en par. Por mis venas corre sangre, no dinero”.
Bob Marley se mantuvo fiel a estas convicciones durante el resto de su vida, y siempre conservó la obsesión de expandir el mensaje de unidad entre hermanos (“one love”) del Jah Rastafari. Para él, vender discos y entradas de conciertos era solamente un medio para alcanzar el fin deseado. En 1976 le contó al escritor Steven Davis que “si Dios no me hubiese dado una canción para que yo la cantase, entonces yo no podría cantar ninguna canción. La cultura no puede venderse… Yo hablo de una hermandad universal”.
Según Neville Garrick (el director artístico de los Wailers a partir de 1975), Marley no disfrutaba con la rutina de las giras, pero se lo tomaba como un deber que tenía que cumplir. “A Bob no le gustaban los viajes ni tener que vivir en hoteles. Lo encontraba cansino y pensaba que le estaba robando un tiempo que podría haber dedicado a cosas más importantes. Pero, por muy cansado que estuviera, siempre decía que valía la pena porque lo importante era, durante el concierto, conseguir que sus letras y su mensaje llegasen al mayor número de gente posible”.
El motivo principal de la disolución de los Wailers originales fue que Marley deseaba conectar con el resto del mundo. En 1973 Bunny Livingston se negó a seguir viajando; Peter Tosh, el gigante de dos metros, se rebeló y empezó a intimidar a los periodistas extranjeros con llaves de artes marciales, y solía burlarse del público diciendo que no estaba a su altura. Además, Tosh nunca sintió demasiado aprecio por Chris Blackwell, el director del sello Island. Se refería a él como “whiteworst” (el peor blanco) y, supuestamente, una vez lo amenazó con un machete. Pero era Bunny quien tenía más fama de ser anti-blancos. Por decirlo suavemente, los compañeros de Marley no ayudaban demasiado a transmitir el mensaje de amor universal.
Marley conocía perfectamente las limitaciones de Bunny y Tosh, pero dejó que Blackwell asumiese él solo la responsabilidad de la ruptura del trío. “Por alguna razón –dijo Marley–, en Island siguen hablando de Bob Marley & The Wailers. Yo nunca les he dicho que lo hicieran, nunca. Pero quizá tengan algún motivo. Bueno, de hecho, yo soy un Wailer”. Marley era consciente de lo que estaba perdiendo. La mejor música de The Wailers antes de “Natty Dread” fue el fruto de una dinámica de grupo particular, un choque de temperamentos que había imbuido de un sentido de urgencia canciones como “400 Years”, “Small Axe”, “Get Up And Stand Up” y “I Shot The Sheriff”. Además, en la manera de interpretarlas pesaba tanto la delicada voz de tenor de Bunny y su dicción instintiva como la naturalidad del sentido musical de Tosh y el tono quejumbroso de Marley. Es revelador que, en los discos subsiguientes de los Wailers, Marley siguiese recurriendo al material grabado con este trío.
Incluso sin ellos, Marley acertó de pleno con “Natty Dread”. Canciones como “Rebel Music (3 O’Clock Road Block)”y “Them Belly Full (But We Hungry)” reflejan la convulsión política que vivía Jamaica en 1974, pero sus encantos rockeros lograron ampliar su atractivo. Una versión anterior de “Road Block” había ocupado el número uno de la lista de singles jamaicana durante todo el verano de 1974, seguramente gracias a que Marley, Skill Cole y un matón amigo suyo llamado Take-Life se presentaron blandiendo armas en los estudios de la JBC Radio y consiguieron que suspendieran el veto radiofónico que pesaba sobre la canción. “Natty Dread” vendía sufrimiento rasta a los aficionados al rock, y en febrero de 1975 se convirtió en el primer disco de los Wailers que entraba en el Top 100 de Estados Unidos.
Sin embargo, las probaturas musicales de Marley no habían hecho más que empezar. Durante unas sesiones de remezcla en Londres, a Marley le presentaron al guitarrista negro de Nueva Jersey Al Anderson, quien había formado parte de The Centurians y Red Bread. Anderson jamás había tocado reggae –aunque Paul Kossoff, el guitarrista de Free, le había hecho escuchar “Catch A Fire” (Tuff Gong-Island, 1973)–, y era la primera vez que conocía en persona a un rastafari. Las sesiones en que Anderson se encargó de añadir fraseos de blues en las canciones “Lively Up Yourself” y “No Woman, No Cry” no fueron un éxito, pero ambos se pasaron una noche tocando juntos en el piso de Marley en Chelsea. “Me di cuenta de que Marley tenía un potencial enorme como compositor”, le contó Anderson a Steven Davis. “Era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Me dijo: ‘Vente a Jamaica. Verás que es un mundo totalmente distinto al que estás acostumbrado’”.
Marley le invitó a unirse a los Wailers, pero Anderson se pasó seis meses de relax en el centro de operaciones de Marley, en el número 56 de Hope Road en Uptown Kingston, sin presentarse a un solo ensayo. Sin embargo, al cabo de poco se pusieron a preparar una gira norteamericana para el verano. Marley no quería dejar pasar esta oportunidad. Manejaba el grupo con la disciplina de un James Brown. Los Wailers estaban obligados a jugar a fútbol, correr por la mañana y comer alimentos sanos “I-tal” (la comida que recomienda el rastafarismo): sopa de pescado, carragenina, fruta fresca y avena, todo ello preparado por los cocineros de gira Mikey Dan y Antonio “Gillie” Gilbert. Gracias a estos cuidados, los Wailers se mantenían en buena forma física durante las giras y lograban la concentración mental necesaria para afrontar con garantías todos los conciertos, que duraban siempre dos horas.
Los ensayos se llevaban a cabo con una diligencia militar, y los músicos eran sancionados cuando se distraían o tocaban con desgana. Después de los conciertos, Marley nunca se iba de juerga y quería que los miembros del grupo estuviesen disponibles para comentar errores y proponer mejoras. Rita Marley, Marcia Griffiths y Judy Mowatt formaban las I-Threes, el trío encargado de los coros en la gira, y esta última recuerda que muchas veces Marley las sacaba de la cama y les obligaba a ir a ensayar a su habitación, donde él las esperaba con la guitarra acústica. “Ya nos habíamos puesto el camisón y pensábamos que por aquel día ya se había terminado todo, pero él siempre quería que practicásemos algunas armonías o que mejorásemos algo que no le convencía. Lo repetíamos una y otra vez, y vuelta a empezar… A veces estábamos tan cansadas que se nos saltaban las lágrimas, pero es que él era así, un perfeccionista radical. Mantenía una disciplina férrea. Siempre era el primero en subirse al autobús o en bajar a la recepción del hotel. Si habíamos quedado a las 10, él llegaba a menos cuarto. Si llegabas tarde, te miraba fijamente sin decir nada, pero esa mirada te hacía sentir tan mal que ya no volvías a llegar tarde. Era un gran líder porque nunca le pedía a nadie que hiciese algo que él nunca haría”.
Por decirlo llanamente, Marley sabía cómo tenían que tocar y comportarse para poder competir con los grandes grupos de rock. Tenía determinación y ambición suficientes para no permitir que le frenasen las preconcepciones del mainstream sobre lo que debería ser un artista de reggae, y tampoco estaba dispuesto a aceptar que nadie escondiese la cabeza.
Durante los meses de junio y julio de 1975, los Wailers asombraron a los hipsters de Norteamérica. En el ‘Village Voice’ llamaron a Marley “el Mick Jagger del reggae”. A su primer concierto en el Roxy de Los Ángeles, el 9 de julio, acudió una multitud estelar de curiosos; entre ellos, The Rolling Stones, Grateful Dead, George Harrison, Ringo Starr, Billy Preston, Herbie Hancock, The Band, Cat Stevens, Buddy Miles y la mujer de Bob Dylan, Sara Lowndes.
Los Wailers llegaron pletóricos de fuerza al Reino Unido, y su primer concierto en el Lyceum de Londres fue tan deslumbrante que Chris Blackwell decidió grabar el segundo, el 19 de julio. La cinta se editó en forma de álbum en directo, y el single de “No Woman, No Cry” alcanzó el número 22 de la lista de singles británica. Es curioso porque el“Live!” (Tuff Gong-Island, 1975) de Bob Marley guardaba más de una similitud con el “Live At The Apollo” de James Brown, editado doce años antes: ambos fueron retratos definitorios que les propulsaron a la estratosfera del rock.
“Los Wailers lo conseguirán”, opinó el teclista Tyrone Downie en la revista ‘Black Music’.“Solo tienen que seguir tocando este tipo de canciones, porque son muy comerciales”. Lo más fácil hubiese sido que Marley siguiese componiendo música pensando solo en Jamaica. La industria musical de la isla siempre había sido boyante, y un artista medianamente bueno podía vivir perfectamente de la música sin tener que pasar por el aeropuerto. Pero Marley tenía una misión. Como dijo Downie, “no va a bajar la guardia ni un segundo”.
Marley convirtió a los Wailers en una banda de formato occidental basada en un cantante y un grupo de acompañamiento, y este cambio los hizo más accesibles a los ojos del público mainstream. También cuidaba la imagen hasta el último detalle: Neville Garrick diseñaba las portadas, supervisaba las fotografías y el juego de luces en escena y se encargaba de pintar los inmensos murales rastas que adornaban el escenario. Por entonces, tener un director artístico no era demasiado habitual en el mundo del rock, pero el reggae era un territorio distinto. Marley sabía, por ejemplo, que la portada de “Catch A Fire”, nada convencional, no había tenido el impacto deseado. Garrick, sin embargo, era un rastafari que entendía el mensaje y sabía cómo transmitirlo al nuevo público. “Yo me encargaba de tratar el tema de las portadas con la compañía de discos–explica–. Bob confiaba en mí, y solo en un par de ocasiones me pidió que cambiase algo”.
Las letras de Marley también evolucionaron. Antes de “Natty Dread” eran puros himnos de orgullo o redención negra, y ahora predicaban el amor universal en todo el mundo. La culminación fue el single “Punky Reggae Party” (grabado en Londres en 1977), donde se mencionaba a The Clash y The Damned. Fue decisivo que Marley modificase su fe rasta, rechazando el credo anti-blanco de Nyabinghi y adoptando la postura tolerante de la facción Twelve Tribes –en el disco “Rastaman Vibration” (Tuff Gong-Island, 76), Marley firma como Joseph, un nombre Twelve Tribes–. A su modo, era un proceso equivalente al de Malcolm X cuando regresó de La Meca y rompió con Elijah Mohammed en favor de una rama del islamismo más integradora racialmente. “Yo no estoy de parte del hombre negro ni del hombre blanco –le contó Marley al periodista Carl Gayle–. Yo estoy de parte de Dios, que es quien hace que yo sea blanco y negro”.
Al igual que los Black Panthers (que sabían cómo manipular a la prensa norteamericana y a la clase media progresista), Marley sabía jugar la carta de Babilonia con astucia. Vestía al estilo del gueto, y convirtió su centro de operaciones en el 56 de Hope Road en una especie de campamento dreadlock, un lugar donde los colegas de West Kingston se sentían a gusto y donde los partidarios de Twelve Tribes podían pasarse a fumar y reflexionar. Los periodistas de visita podían creerse que tenían una verdadera experiencia del gueto sin exponerse a ningún peligro. En realidad, Marley era tan elegante y sofisticado como cualquier millonario que ha corrido mundo. Pero le faltaba darse cuenta de una cosa: por mucho que hubiese salido del gueto, todavía no había logrado irse lo suficientemente lejos.
Segunda Parte
El 3 de diciembre de 1976, Bob Marley y su grupo ultimaban en Hope Road los ensayos de Smile Jamaica, un concierto gratuito con el que Marley quería agradecer el apoyo que siempre había recibido de la isla y que organizó con la cooperación de Michael Manley,premier jamaicano, y el ministro del Partido Nacional del Pueblo (PNP) Arnold Bertram. En los doce meses anteriores al concierto, la popularidad de los Wailers había seguido creciendo. “Rastaman Vibration” (Tuff Gong-Island, 1976) se editó en mayo de aquel año, y se encaramó por sorpresa al número 8 de las lista de álbumes de Estados Unidos. Antes, el 27 de agosto de 1975, murió el emperador depuesto de Etiopía, su majestad imperial Haile Selassie I; pero como los rastafaris consideraron que su fallecimiento había sido producto de una conspiración de Babilonia, la moral rasta se recuperó enseguida (Marley resumió la postura de los dreads al respecto en el single “Jah Live”). Al Anderson dejó el grupo, pero al ya existente núcleo básico formado por el batería Carlton Barrett y su hermano Aston, bajista, se unieron los guitarristas Earl “Chinna” Smith y Don Kinsey (como Anderson, otro guitarrista negro de blues que se estrenaba con el reggae). Tras finalizar la enésima gira arrasadora por Estados Unidos (esta vez Bob Dylan, el héroe de Marley, acudió a verlos al Roxy), un Marley eufórico declaró en la revista ‘Chic’: “Me siento tan seguro de mí mismo que hasta me da vergüenza”.
Sin embargo, esta buena racha estuvo a punto de irse a pique en un abrir y cerrar de ojos. Aquel 3 de diciembre de 1976 en Kingston, sobre las nueve de la noche, mientras los Wailers ensayaban el puente de “Jah Live”, un par de Datsuns de color blanco frenaron delante del patio. Seis pistoleros salieron de los coches y empezaron a disparar. Tras los disparos, los coches se esfumaron en la noche con las ruedas chirriando. Cuando se disipó la humareda, se descubrió el desastre. Cinco balas alcanzaron al mánager Don Taylor (tuvo que ir en silla de ruedas durante unas semanas). Lewis Simpson, un amigo del grupo, fue herido de gravedad, mientras que a Bob Marley un mismo disparo le alcanzó en el cuello y en el brazo izquierdo. Un fragmento de bala se alojó entre el cuero cabelludo y el cráneo de Rita.
El motivo del ataque no estaba claro. Se insinuó que había sido una represalia por un asunto turbio de apuestas de caballos en que estaba implicado Alan “Skill” Cole (amigo de Marley), y también se habló de un intento de extorsión fallido. Cuando se calmaron las aguas, cobró fuerza la hipótesis de que se trataba de un asunto político. Al poco de conocerse la fecha del Smile Jamaica, el primer ministro Manley había convocado elecciones generales para el 20 de diciembre, dos semanas después del concierto. Por la proximidad de las fechas, parecía como si los Wailers estuviesen haciendo campaña a favor de Manley. Se murmuraba que el Partido Laborista Jamaicano (PLJ) había enviado a unos pistoleros para asegurarse de que el concierto Smile Jamaica no tuviera lugar.
Los disturbios de este tipo eran muy habituales cuando había elecciones en Jamaica. El PNP y el PLJ controlaban indirectamente tropas barriobajeras fuertemente armadas. En período electoral las fuerzas políticas se medían con sangre en lugar de con encuestas de intención de voto. Además, la política y la música unían esfuerzos sin ninguna restricción. En la década de los cincuenta, el líder laborista Edward Seaga fue uno de los primeros productores de discos de la isla; consciente de la necesidad de no alejarse de los sound systems, estableció la sede de su partido en el Cho Co Mo, una enorme sala de baile al aire libre. Cuando le entrevisté para el documental de la BBC2 “Reggae: The Story Of Jamaican Music”, el primer ministro jamaicano P.J. Patterson (quien en 1972 se encargaba de la campaña electoral del PNP y era el responsable del PNP Musical Bandwagon) me contó lo siguiente: “Desde la independencia, en Jamaica el pueblo debe tener total libertad para expresarse. Y los músicos, al estar tan cerca de la gente, se encargan de expresar los sentimientos de esta. Ellos son el reflejo del estado de ánimo general, y esto es algo que no puede eliminarse de la ecuación política”.
Aunque en 1972 Marley hizo campaña para el PNP, en 1976 quería dejar claro por todos los medios que él apoyaba a Jamaica y a los jamaicanos, pero no a un partido político. Como todavía seguía comprometido con la motivación no-partidista original de Smile Jamaica, el 5 de diciembre de 1976 Marley cantó en el concierto a pesar de de sus heridas.
El tiroteo recibió una cobertura informativa de primer orden en todo el mundo, y en lugar de intento de asesinato frustrado se habló de “magnicidio”, lo cual refleja perfectamente el estatus que Marley había alcanzado. Sin embargo, en privado, la primera reacción de Marley fue de miedo y perplejidad, y más tarde, según afirma Neville Garrick (director artístico de Marley), se sintió amargamente decepcionado por el hecho de que “los jamaicanos pudiesen hacerle una cosa así a él, que siempre los había representado y había luchado por ellos. Creo que nunca lo superó”.
Según afirma Don Taylor, el paisaje después de la batalla puso al descubierto una faceta desconocida de la vida de Bob Marley. Las autoridades nunca lograron detener a los matones, pero en su autobiografía de 1995, “So Much Things To Say: My Life As Bob Marley’s Manager”, Taylor reveló finalmente cómo se les ajustició: al estilo callejero. Al cabo de dieciocho meses del tiroteo, una tarde Taylor y Marley fueron conducidos por un famoso personaje del submundo a un lugar solitario de Kingston. Allí les esperaban tres de los seis pistoleros (dos de ellos solo habían montado guardia en la puerta), atados y amordazados y esperando sentencia ante la mirada de un jurado del gueto presidido por un “señor de la guerra” de la ciudad. Recuerda Taylor: “Los acusados intentaron defenderse y negaron su intervención en el crimen mientras nos miraban a mí y a Bob implorando ayuda. Pero la justicia del gueto es implacable. El jurado escuchó todas sus alegaciones y dictó la sentencia. Colgaron a dos de ellos, y al otro lo mataron de un tiro en la cabeza. Recuerdo que los generales del gueto le ofrecieron la pistola a Bob para que ejecutase él mismo a la última víctima. Le dijeron: ‘Jefe, ¿quieres matar a este miserable?’. Bob rehusó sin mostrar un ápice de emoción. Recuerdo perfectamente cómo le pusieron la soga en el cuello a uno de los acusados y cómo le arrastraron con la cuerda para poderlo colgar en un lugar discreto. Los condenados gritaban como locos y suplicaban clemencia. Después subimos al coche y regresamos a Hope Road. No hablamos de ello, y nunca volvió a mencionarse. Fue como si no hubiera ocurrido”.
A causa del tiroteo, Marley aterrizó a principios de 1977 en el Reino Unido para quedarse un año y medio. Este exilio resultó ser uno de los mejores períodos de su vida. Se instaló en la zona de moda, en Oakley Street, Battersea Park, con la banda y su círculo íntimo. A Neville Garrick se le humedecen los ojos cuando rememora esa época: “Era exactamente lo que Bob y el resto de nosotros necesitábamos. Después del tiroteo, teníamos que marcharnos de Kingston y huir de todo lo que allí ocurría. Nuestra vida en Londres transcurría de la manera más normal del mundo: levantarse, jugar a fútbol, echarse un rato, ir a grabar o a ensayar, echarse otro rato, jugar a fútbol un rato más… La buena vida. Bob podía relajarse completamente, y para el resto de nosotros era la primera vez que vivíamos juntos sin estar de gira. Todo el mundo pudo recuperar el sentimiento original de lo que hacíamos”.
En Londres, Marley podía pasar todo el tiempo que quisiese con su última novia formal, Cindy Breakspeare, quien había sido elegida Miss Mundo en octubre de 1976. Bob Marley había tenido relaciones sentimentales con bellezones como la actriz Esther Anderson, la Princesa Yashi de Libia o la estrella del tenis de mesa Anita Belnavis, pero Cindy Breakspeare era simplemente impresionante. Bob estaba como atontado con ella, y podía relajarse todo lo que quisiera. Rita también estaba en Londres, pero no vivía en Oakley Street. Además, hizo la vista gorda a los escarceos de Bob. Tal y como contaba siempre a los periodistas, Marley al final siempre volvía con ella.
Breakspeare estaba obligada a vestirse y arreglarse con la sofisticación propia de una Miss Mundo. Tenía que acudir a sus compromisos toda peripuesta, repleta de laca y maquillaje, y Marley se burlaba constantemente de ella, mostrando un desprecio típicamente rasta. Cuando podía, Breakspeare se quitaba el maquillaje y la pintura de uñas antes de llegar a casa. “Normalmente, me lo intentaba quitar con agua fría en el lavabo minúsculo de un tren, y otras veces hacía lo que podía en el taxi. No quería que al llegar a casa me frunciese el ceño, del plan: ‘¿Dónde vas con esta facha?’. Pero una noche estaba demasiado cansada y no tuve tiempo de quitármelo, y aparecí por la puerta con el uniforme completo de Miss Mundo: el vestido de noche, las pieles, el pelo cardado, el maquillaje… Entré en el vestíbulo y de un salto se puso detrás de mí. Se encendieron las luces y yo me giré, esperando lo peor. Me miró de arriba abajo, muy lentamente, y estalló a reír. Me dijo: ‘¡Te pillé! ¡Te pillé!’”.
Margaret Anderson, la hermana de Rita Marley, conocida como The Ranking Miss P. en su faceta de locutora de la BBC, también recuerda la faceta burlona de Marley: “Nos tomaba el pelo a mí y a mis amigas constantemente, bromeando, pero siempre con la intención de hacernos reflexionar sobre algo o para cuestionar algo que hacíamos. Por entonces estaba de moda llevar calcetines a rayas, de los que cubren la rodilla. Y a mí me gustaba llevarlos de rayas rojas, blancas y azules, los colores que estaban de moda. Estuvo tres días dándonos la brasa diciendo que cómo era posible que tres hermanas decentes como nosotras vistiésemos con los colores de Babilonia. Insistía en que nos comprásemos unos de rayas rojas, verdes y doradas. ¡Y con él no valían excusas! Terminamos por comprar lana y tejer los calcetines nosotras mismas. Él era capaz de influirte hasta este punto, y nos hizo pensar: ‘¿Por qué no hacen estos calcetines en colores rasta?’. Bob se lo pasó muy bien en Londres; era muy feliz. Se sentía seguro y protegido al no tener que lidiar con pistolas y matones, o con la política jamaicana. Tenía la oportunidad de ser normal, un hombre familiar. Cocinaba o charlaba, y tenía tiempo para él solo; podía tener lo que nosotros llamábamos ‘momentos Nesta’ (en referencia al segundo nombre de Marley), en los que podía ser él mismo”.
Neville Garrick concede que tal vez fue el momento en que el mundo estuvo más cerca de poder ver al Bob Marley de verdad, y cree que esta calma se refleja en los álbumes“Exodus” (Tuff Gong-Island, 1977) y “Kaya” (Tuff Gong-Island, 1978). Son menos militantes y más románticos, y reflejan la influencia de su relación con Breakspeare (para ella escribió “Turn Your Lights Down Low” y “Waiting In Vain”, del álbum “Exodus”) y de la escena reggae del Reino Unido. Allí se estaba cociendo el lovers rock, una variante más suave del pop-reggae que gozó de gran popularidad en las voces de las cantantes Janet Kaye y Carol Thompson.
Marley conoció en Londres a Asfa Wossen, el príncipe heredero en el exilio de la desaparecida corona etíope, un descendiente de Haile Selassie. Según Don Taylor, entablaron amistad, y Marley le ofreció 50.000 dólares para que pudiese traer a miembros de la familia real etíope a Londres. Para agradecérselo, el príncipe obsequió a Marley con un ónix y un anillo con un sello de oro que había pertenecido a Haile Selassie. La sortija se convirtió en su posesión más preciada (hay quien sostiene que fue la única pertenencia por la que sintió verdadera estima), y Garrick afirma que para él tenía un significado muy elevado: “El anillo lo elevó espiritualmente. Fue el mejor reconocimiento que podía recibir: ser aceptado por la familia real etíope y que le considerasen un guerrero de la libertad. Cuando le dieron el anillo, se produjo en él un cambio muy claro. Se sentía muy seguro de sí mismo”.
Durante la gira de 1977, el público europeo pudo disfrutar de los solos histriónicos del guitarrista Junior Marvin, un nuevo fichaje rock de Marley que había tocado en las bandas de T-Bone Walker y Stevie Wonder. El estatus ultra-cool de los Wailers quedó demostrado en el aftershow del concierto del 13 de mayo en el Paris Pavillion, al que acudieron, entre otros, Ahmet Ertegun (cofundador del sello Atlantic) y Bianca Jagger. Sin embargo, en París se ocultaba la semilla de la destrucción. Durante un partido de fútbol contra un equipo de periodistas franceses, Marley se lesionó el dedo gordo del pie derecho. La herida no se curó bien, y Marley viajó a Inglaterra para consultar con un especialista del pie: la biopsia reveló que tenía células cancerígenas. Le recomendaron la amputación del dedo, con lo que la gira hubiese podido proseguir en apenas unas semanas. La alternativa era una operación más complicada que hubiese permitido salvar el dedo pero que conllevaba un tiempo de recuperación superior. Asfa Wossen le advirtió que dejándose amputar podía estar cometiendo un pecado. Las sospechas de que su sello discográfico había sobornado al médico para que le recomendase la opción más rápida le llevaron a terminar la gira europea, pero finalmente pospuso el tour norteamericano que tenía planeado. Sin una gira que lo apoyase, “Exodus” tuvo que conformarse con el número 20 de la lista de Estados Unidos. El sueño de Chris Blackwell de llevar un álbum de Bob Marley hasta el número 1 debería esperar.
Marley fue operado en Miami para atajar el cáncer el mes de julio de 1977. Pese a que la intervención en apariencia fue un éxito, la dolencia estaba destinada a reaparecer. Fue un parón muy inoportuno. A pesar del éxito que ya había conseguido, el mayor deseo de Marley era seducir al público negro norteamericano. Hoy en día, la nación negra de Estados Unidos considera a Marley un icono revolucionario, pero, según Neville Garrick, por entonces no le hacían ni caso. “La Norteamérica Negra no nos conocía porque no tuvo la oportunidad de escucharnos. La industria de la música negra ya estaba bien establecida, y no querían que nos metiésemos en medio. Era muy difícil que te pinchasen en la radio, y eso es la base de todo en ese país. Pensamos que la mejor manera de llegar a los jóvenes negros era tocar en directo, que comprobasen y sintiesen por sí mismos de qué iba el rollo de Bob. Pero no funcionó”.
Garrick continúa: “En Norteamérica, el público negro no suele comprar las entradas con anticipación; simplemente se presentan el mismo día del concierto. De forma que lo que ocurría era que las entradas las compraban los jóvenes universitarios y la noche del concierto se habían agotado. En la gira ‘Survival’, la última del grupo en Estados Unidos, en 1979, intentamos solucionarlo reservando una gran cantidad de entradas para poner a la venta la misma noche. De alguna manera estaba empezando a funcionar. Las canciones de ‘Kaya’ y ‘Exodus’ tenían cierto aire de R&B y podían encajar perfectamente en el mercado de Estados Unidos. De hecho, canciones como ‘Turn Your Lights Down Low’ y ‘Exodus’ empezaban a tener repercusión. Creo que si hubiésemos seguido insistiendo, el público negro nos habría aceptado. Lo que en realidad quería Bob era el público”.
En 1979 lo estaban consiguiendo en ciudades como Detroit, Chicago u Oakland. En Nueva York, Bob Marley y los Wailers se apuntaron a tocar cuatro noches seguidas en el Apollo Theatre, en Harlem. Tenía lógica: si el público no venía a él, él iría a buscarlos. En el Apollo habían estado tocando dos semanas seguidas Parliament y Funkadelic, de manera que las octavillas llegaron a las manos adecuadas. Además, contaban con el apoyo de influyentes personalidades radiofónicas como Frankie Crocker. Murray Elias, quien recopiló las series de discos denominadas “Big Blunts: Smokin’ Reggae Hits” y era uno de los fans universitarios blancos más antiguos de Bob, acudió a los cuatro conciertos del Apollo. “Se pensaba que tocar en Harlem sería un acierto. Pero al ponerse a la venta las entradas, quienes hicimos la cola y las acaparamos todas fuimos sus fans de toda la vida, los jóvenes blancos de clase media. Nosotros nunca hubiésemos ido a Harlem, de noche y en 1979, ¡pero era Bob Marley! La gente estaba dispuesta a hacer ese esfuerzo. La primera noche yo estaba en primera fila. Cuando se abrieron las cortinas, Bob se acercó al borde del escenario, pero vio las mismas caras blancas que había visto en todos los conciertos que había dado en Nueva York. Nunca le había visto a Bob un gesto de decepción en la cara, pero por un momento se quedó petrificado”.
En realidad, lo que significaba Marley en la segunda mitad de los setenta no encajaba en el mercado negro norteamericano. El concepto de sufferation (sufrimiento y penalidades extremas) no casaba con las aspiraciones de los negros norteamericanos, obsesionados con el moving on up (salir adelante y evolucionar). Para ellos, la música tenía que ser exuberante y el estilo tenía que ser fardón. Nunca había estado tan presente como entonces la cultura del consumo, una cultura que se manifestaba en el Philly soul y las películas de blaxploitation. Su ropa tejana hecha de retales y sus dreadlocks le daban a Marley un aire displicente. No era lo que ellos querían.
No conseguir conquistar al público negro fue el primer fracaso importante de Bob Marley. Se debe señalar que en su círculo íntimo nadie tenía experiencia en este sector. Sus músicos norteamericanos, Anderson y Kinsey, venían de un contexto puramente rock. Don Taylor conocía el mundo de la música soul, pero solo el de la era prefunk, que tenía un código de valores completamente distinto del soul de finales de los setenta. Chris Blackwell conocía el público del rock y del reggae primerizo, pero no tenía ni idea de la música soul del momento.
Es imposible saber si las cosas hubiesen cambiado si Marley no hubiese muerto. En 1980 le ofrecieron un contrato multimillonario con Polygram en Nueva York, donde le prometían que accedería al público negro norteamericano. En agosto de aquel año, sintiendo el aliento de la competencia, Blackwell se hizo con los servicios de Danny Sims para ayudarle a dar el empujón definitivo al nuevo álbum de Marley, “Uprising”(Tuff Gong-Island, 1980). Organizaron una campaña para hacerse un hueco en las emisoras de radio negras más importantes de Estados Unidos, y se consiguió una cobertura informativa total. Pero por entonces la enfermedad de Marley ya estaba en fase terminal.
Cuando llegó el final de la etapa imperial de Bob Marley, su música había trascendido y había alcanzado un grado tal de relevancia social que muchos jefes de estado darían un riñón por tener una mínima parte del poder que tenía él. Un suceso de esa época lo ilustra a la perfección. El One Love Peace Concert fue una ocurrencia de Claudie Massop, un señor de la guerra del PLJ, y de Bucky Marshall, un matón de poca monta del PNP. Mientras pasaban el tiempo en una celda de la cárcel, decidieron que era preferible intentar hacerse ricos que seguir peleándose entre ellos. Se necesitaba una tregua. El único que tenía la influencia suficiente para convencer a la gente, tanto en los barrios ricos como en los pobres, era Bob Marley, su vecino de la infancia en el gueto de Trenchtown. En febrero de 1978, Massop y un jefe del PNP más veterano, Tony Welch, se reunieron en Londres con Bob Marley (a través de intermediarios de la secta rastafari Twelve Tribes) para discutir la posibilidad de organizar un concierto al aire libre a favor de la paz. Le convencieron de que su familia estaría a salvo de los pistoleros del PLJ, y Marley accedió a tocar el 22 de abril de aquel año.
Pero ni el mismísimo Marley podía haber imaginado el espectacular desenlace del concierto. Esa noche en el National Stadium de Kingston, mientras interpretaba la canción “One Love”, Marley invitó a Michael Manley y Edward Seaga a subir al escenario y darse la mano. De mala gana, y flanqueados en todo momento por Marshall y Massop, los políticos rivales se acercaron al micrófono. Entonces Marley cogió sus manos y las unió por encima de su cabeza. Dada la enemistad asesina que enfrentaba a los dos hombres, fue un momento histórico. La fotografía que tomó Kate Simon dio la vuelta al mundo. Bono, el cantante de U2, se ha pasado la vida intentando repetir algo parecido. Kate Simon lo recuerda: “No sé si Bob lo tenía planeado, pero en cualquier caso no se lo había contado a nadie. Era un acontecimiento en el que iban a reunirse dos facciones rivales, y todo el mundo estaba inquieto. Ya quedó claro en la prueba de sonido, pero la tensión subió de tono a medida que avanzaba el concierto. Cuando Marley invitó a Manley y Seaga al escenario, se hizo el silencio y entonces me di cuenta de que la gente estaba empezando a desaparecer. Yo estaba haciendo fotos justo en frente del escenario, y estaba a rebosar hasta que aparecieron Manley y Seaga en escena. Entonces la gente de mi alrededor se esfumó de repente, por si se producía alguna reacción violenta entre el público. Cuando Marley unió las manos de Manley y Seaga, me encontraba completamente sola y me sentí tan transportada por el momento que seguí haciendo fotos como si nada. Después me enteré de que todo el mundo estaba preocupado por si a alguien se le ocurría dispararles”.
Edward Seaga, quien en la actualidad está retirado de la política y se dedica al estudio y a la promoción de la cultura popular jamaicana, recuerda el Peace Concert de esta manera: “Una vez acordada la paz, nos pareció que Bob Marley era el hombre adecuado para apuntalarla, porque considerábamos que Bob y su música eran fuerzas unificadoras. Manley y yo acudimos al concierto porque era una oportunidad única de firmar la paz… No se trataba de puro entretenimiento; era entretenimiento con causa. La música de Bob luchaba por la paz y los derechos humanos, trataba de mejorar a la humanidad. En ese momento, un gesto como aquel solo podía llevarlo a cabo Bob Marley. Nadie más”. Poco después, Marley comentaría jocoso que por qué no se cepilló a los dos líderes políticos ese día que tenía la oportunidad.
La imagen que Marley nos deja, uniendo las manos de Manley y Seaga, es imperecedera. Le resume por completo; dando la cara en una situación en que otros hubiesen tenido miedo, uniendo a dos facciones en guerra y ayudando así a su amado pueblo jamaicano. Poco después empezaron a aparecer imágenes mucho más tristes, las de un Bob Marley consumido por el cáncer. Los dos últimos años de su vida no fueron nada agradables en términos de salud, ni tampoco productivos en términos discográficos.
Es posible imaginar que, de haber sobrevivido, Marley se hubiera centrado en la escena política mundial en detrimento de las salas de conciertos. Podemos imaginar a Marley y Mandela afrontando juntos los problemas de África. Una nueva generación de afroamericanos lo consideraría un icono revolucionario aunque no hubiese tenido la oportunidad de escuchar su música. Se puede imaginar la fuerza que hubiesen reunido Bob Marley y Chuck D, o Bob Marley y KRS-One, o Bob Marley y Afrika Bambaataa.
Con un poco de suerte, la gente le hubiese entendido mejor y hubiese podido aceptar que era un personaje complicado y contradictorio. Era perfeccionista, mujeriego, sabía lo que quería, no toleraba la estupidez, era de fiar… Lo mismo podría decirse de Sting o George Michael. Sin embargo, Marley poseía algo de lo que la mayoría de personas de su estatus adolecen: su sentido de la compasión era desinteresado. Aunque a la hora de cobrar no fuera nada ingenuo, tampoco puede decirse que su motivación fuese el dinero o la vanidad de la fama. Muchas veces se quejaba de esto: “Quieren que me crea lo de ser una estrella, pero yo no voy a caer en la trampa”. Simplemente quería transmitir su mensaje al mayor número de personas posible. Además, sus convicciones permanecieron intactas incluso cuando empezó a amasar una fortuna. “Bob Marley fue el Malcolm X de los años setenta –afirma Danny Sims–, un verdadero revolucionario y un hombre que nunca abandonó a la gente por la que luchaba, a la gente que amaba. Bob Marley nunca cambió a lo largo de su vida. Nunca cambió de actitud o de punto de vista… Ni siquiera cambió de vestuario” .
Kate Simon trabajo con él y fue su amiga, y nunca olvidó el efecto que tenía Marley en la gente a la que él quería llegar con su mensaje: “Era una persona verdaderamente humanitaria. Sabía sacar lo mejor del interior de la gente. Ya fuese a través de la música o a través del contacto directo con él, Marley lograba que la gente se sintiese mejor consigo misma. Este fue su talento, este fue su regalo para el mundo”.
Jamaica sound Systems *
El principio del reggae
Lloyd Bradley
 “La gente para la que se hacía el reggae nunca hacía distinciones entre este estilo y ese estilo. Es una música que nos llega desde la esclavitud, pasando por el colonialismo, de manera que es más que un estilo. Da igual que vengas de la Calle Patata, la Calle Banana o las montañas, la gente canta. Para liberarse de sus frustraciones y levantar el ánimo, la gente canta. También es una forma de diversión los fines de semana: ya sea en la iglesia o en un funeral o en la puerta de casa, la gente canta. Si estás cortando maleza, te pones a cantar; si estás cavando, te pones a cantar. La música es vibrante. Es una forma de vida, no es solo una música lo que se está creando, es un pueblo… una cultura… una actitud, una forma de vida creada por un pueblo” (Rupie Edwards)
BOOGIE IN MY BONES
Formar parte del público en una sala de baile grande, como Forresters’ Hall en North Street, mientras sonaba música en el sound system, era seguramente la mejor sensación del mundo para cualquier chaval jamaicano. Pero si además tenías aspiraciones de hacer música, era mágico. Era… grandioso.
Derrick Harriott es ahora un exitoso empresario musical, con una tienda de discos familiar en la zona de Constant Spring en Kingston y un negocio internacional de reediciones en CD especializado en sus propias grabaciones y producciones de reggae y rocksteady. Pero durante dos décadas, desde finales de los cincuenta, fue uno de los artistas jamaicanos de éxito más duradero, uno de los pocos que pasó por el R&B, el ska, el rocksteady, el reggae y el dub produciendo hits internacionales para sí mismo y para otros con absoluta convicción. Aunque a este elegante cincuentón no hace falta que le insistas mucho para que se suba a un escenario a mover al público; para que te haga caso de verdad lo mejor es preguntarle por sus años de adolescente en el centro de Kingston. Le brota una sonrisa y se le empañan los ojos.
“Los bailes de los sound systems eran el sitio donde la gente del gueto iba a divertirse. Nadie se daba aires, nadie te miraba por encima, estabas entre tu propia gente. Eso era un gran atractivo. A veces había jaleo, pero en aquella época lo más normal era que no lo hubiera. Parecía que entonces ser adolescente en Jamaica era lo mejor de todo el planeta. La gente se ponía sus mejores ropas –a la hora de arreglarse no hay nadie que vista con tanto estilo como la gente del gueto– y te tomabas una bebida o lo que fuera y oías la mejor música. Nos sentíamos orgullosos de nosotros mismos. Sentíamos que todo era posible”.
Estamos hablando de la primera mitad de los cincuenta y ya para entonces los sound systems eran un muro de cajas de altavoces tan grandes que una familia podía vivir dentro de cada uno, y con una amplificación que parecía capaz de atravesar océanos. Era, de una manera bastante literal, el latido de la comunidad, lo que significaba que el baile siempre era más que un simple lugar donde pasar el tiempo. De hecho, presentar un sound system como una simple “discoteca móvil”, o incluso “una discoteca móvil con clase”, sería hacerles un flaco favor a estos equipos, a la gente que los montaba y a la nueva generación de jóvenes jamaicanos de la época.
Un equivalente europeo válido de lo que representaban los sound systems para Harriott y las posteriores generaciones serían los equipos de fútbol británico, ya que en Kingston casi todos los jóvenes seguían un sound system o, más bien, se movían con un sound system. En casa y en campo contrario, porque, cuando tus chicos ponían música en un barrio distinto al tuyo, contaban con tu presencia y tu apoyo vocal. Y si había un sound clash, un enfrentamiento entre dos sound systems, una contienda en la que dos equipos rivales luchaban a brazo partido tocando temas alternos y ganaban los que tenían un público más ruidoso, defender tu sound system era una cuestión de honor. Estabas defendiendo tu barrio, a tus amigos, tu reputación.
Para entonces ya se había convertido en parte de su ser.
La idea de poner música a todo volumen, ya fuera con una radio o un tocadiscos –el mejor R&B o el jazz más moderno–, con paredes de cajas de altavoces en un espacio al aire libre, se hizo popular a mediados de los cuarenta como fórmula para atraer clientes a los bares y las tiendas. De hecho, el motivo por el que los primeros locales donde tocaban los sound systems y se organizaban los bailes se llamaron sets era sencillamente porque los equipos evolucionaron a partir de grandes sets (equipos) de radio y gramófonos. Y ciertamente estas estratagemas ruidosas funcionaban como herramienta publicitaria; hasta el punto de que para finales de la década la música, a menudo, era el principal motivo para visitar un establecimiento. A fin de cuentas, en una época en la que los transistores no eran aún parte de los hogares y los armarios con radio estaban fuera del alcance de la mayoría de los bolsillos, para muchos jamaicanos era la única forma de oír música producida por profesionales.
En un espacio de unos diez años, el sound system se había convertido en un fenómeno social, y el dueño, también conocido como sound man, en una de las personas más populares de cada barrio. Aquellas salas de baile al aire libre, con nombres extravagantes como Tom The Great Sebastian, V Rocket, Count Smith The Blues Baster, Sir Nick The Champ, King Edwards o Lord Koos Of The Universe, empezaron como una forma más de entretenimiento urbano y acabaron convirtiéndose en el núcleo en torno al cual giraba la vida de los barrios populares de Kingston. Para el público que acudía allá donde retumbara el gran ritmo, era una animada agencia de contactos, un desfile de moda, un punto de intercambio de información, un lugar donde verificar el estatus callejero, un foro político, un centro de comercio y, cuando los deejays tomaban el micrófono para parlotear sobre algo más que su propio sound system, sus discos, sus mujeres o sobre sí mismos, se convertía en el periódico del gueto.
Con todo, el aspecto económico era fundamental. Los bailes que se organizaban en el gueto traían dinero fresco a la comunidad de la zona y de la ciudad en general, ya que venía gente de otros barrios dispuesta a gastar. Aunque no eran grandes cantidades por cabeza, la enorme afluencia de personas garantizaba un flujo de capital interesante y, además, en términos proporcionales, cualquier dinero que entrara era una gran ganancia. Pero no eran solo los promotores y los dueños los que ganaban dinero: había todo un sistema periférico de comercio que garantizaba que un porcentaje de aquel dinero acabase en la comunidad. Las calles en torno a los locales importantes estaban repletas de mesas de comida que vendían cerdo o pollo adobado, empanadas o pescado frito, y no faltaban los carritos con cocos, caña de azúcar, plátanos y mangos. Era raro que alguien no vendiera toda su mercancía. Lo mismo ocurría con las camionetas de bebidas, que se inclinaban abrumadas por el peso de las cajas de cervezas Red Stripe o Heineken y refrescos, y suministraban su mercancía al bar de los locales de baile y a los del exterior. Y en el extremo de esta cadena músico-alimentaria, cualquier escolar con dos dedos de frente se levantaba antes del amanecer para recoger las botellas abandonadas y devolverlas a las fábricas a cambio de unas monedas.
Se ha dicho que la finalidad de los sound systems era vender cervezas. Es algo que nunca fue cierto y al afirmarlo se desprecia toda noción de pasión e inventiva por parte de los sound men, dando a entender que el fenómeno cambiante y culturalmente innovador de los sound systems lo dirigían grandes empresas ajenas al gueto. Obviamente había beneficios mutuos para los sound systems y las empresas de bebidas. Red Stripe se estableció y se mantuvo gracias al negocio que hacía en los dancehalls, los locales donde la gente bailaba la música que reproducían los sound systems. Y posteriormente Red Stripe, Guinness, Heineken y las grandes destilerías de ron participaron activamente en la organización de acontecimientos con sound systems –al igual que sigue ocurriendo hoy en día–. Tampoco es coincidencia que los dos hombres que hicieron más para animar y consolidar este panorama estuvieran relacionados con negocios de bebidas alcohólicas antes de entrar en el mundo de la música. La familia de Coxsone Dodd era dueña de licorerías, igual que Duke Reid –de hecho, los primeros anuncios de Duke Reid decían: “Si quieres lo mejor en música y alcohol, pide el sound system y las bebidas de Reid, para clubes, bares y fiestas, y también en casa”–. Para los primeros que establecieron sound systems, fueron los ingresos extra que hicieron con los dancehallslo que les permitió sobrevivir y ampliar su negocio hasta niveles impensables.
Pero estamos adelantando acontecimientos.
Es fundamental señalar que, aunque las ventajas económicas mencionadas –ya fueran para la comunidad o de manera individual– implicaban que los sound systems iban a perdurar, su aspecto definitorio como alma de la vida del gueto consistía en que eran “su cultura” y no una simple forma cultural más.
En un entorno donde se desalentaba cualquier nueva forma de expresión artística indígena –es decir, negra–, se la suavizaba para atraer a los turistas blancos o se impedía su desarrollo y se la diluía hasta la mínima expresión en nombre de la sofisticación artística, el sound system se creó por y para los desposeídos. Por ello, siempre tendría el futuro garantizado si seguía siendo propiedad exclusiva de esos desposeídos. Volviendo al argumento de Derrick Harriott, era toda una cuestión de autoestima: una noche cálida en un recinto de césped vallado con caña de bambú –los locales también se llamaban lawn (césped, patio cubierto de césped), ya que gran parte de la actividad sucedía en la zona cubierta de hierba fuera del establecimiento–, bajo el cielo estrellado del Caribe, era todo lo que uno podía pedir de la vida. Cuando te envolvían los dulces aromas del pollo sazonado, la buganvilla y la marihuana, sentías el R&B más excitante vibrar a través de una botella bien fría de cerveza y te marcabas unos pasos en la pista con una chica o un chico de ojos hermosos… era una sensación capaz de embargar a cualquiera. Hasta el punto de que daba igual que no fuera a durar toda la vida, porque justo entonces, justo allí, en el baile del sound system, lo tenías todo.
Había distintos sound systems según los barrios, con cierto sentido territorial que se tomaba muy en serio para los sound clashes o enfrentamientos entre sound systems. Sin embargo, por muy caldeados que fueran estos choques a cara de perro, en el fondo eran de tono amistoso y el objetivo del público era pasarlo bien. Era raro que hubiera peleas violentas entre el público (eso es algo que llegó después y de manera orquestada por algunos de los sound men más pintorescos, no por el público). De la primera generación de sound systems más conocidos, Tom The Great Sebastian se instaló en la esquina de Luke Lane y Charles Street, King Edwards controlaba la zona de Maxfield Avenue/Waltham Park y Count Smith estaba en Greenwich Town. Todo esto ocurría en un área que no era más grande que un distrito pequeño de Londres, pero que contenía un enorme número de establecimientos con pista de baile en el exterior. Forresters’ Hall, donde se reunía la logia, y Kings Lawn, en North Street, solo estaban separados por Love Lane; los dos tenían amplias zonas exteriores y juntaban públicos de más de mil personas. Liberty Hall y Jubilee estaban en la misma calle, King Street, y aun así reunían a varios cientos de personas en la misma noche. Dancehalls como el Pioneer en Jones Town, el Carnival en North Street, el Red Rooster en Tower Street, The Success Club en Wildman Street y el Bar-B-Que en Fleet Street (en el este de Kingston) tenían capacidad para más de trescientas personas. Sin embargo, el Cho Co Mo, en Wellington Street, con su enorme patio, era el más grande, ya que entraban fácilmente dos mil personas, a lo que se sumaban muchas más que vibraban con la música desde el otro lado de la valla.
Había bailes casi todas las noches de la semana y los fines de semana duraban hasta la mañana siguiente. Muchos de los sitios más pequeños organizaban sesiones por la tarde; no era extraño que un chaval saliera del colegio y en el camino se dejara embelesar por la música de un sound system, se colara dentro y perdiera la noción del tiempo, para acabar llegando tarde a casa con la consiguiente regañina. También estaban las excursiones de los domingos a Palm Beach, Gold Coast o Hellshire Beach, al oeste de Kingston, o a las todavía más populares playas junto a St. Thomas Road, al este. Esta última es la carretera que lleva a Bull Bay (girando a la derecha cuando sales de la carretera del aeropuerto) y al lado de la playa había varios clubes montados para la ocasión. Eran espacios vallados al aire libre con una zona de suelo de hormigón donde se montaba el sound system y también contaban con una barra para las bebidas. De esta forma, el equipo se situaba a una distancia prudente de la arena, pero la zona de baile sí se adentraba en la playa para disfrute de los clientes. El mejor con diferencia era el Palm Beach Club, que tenía árboles y arbustos plantados en torno a la pista de baile con mesas alrededor, y cabañitas hechas con hojas de palma que creaban espacios apartados de chill out. Los dueños de los sound systems fletaban autocares para recoger a la gente en puntos acordados del gueto a primera hora de la mañana, y acudían familias enteras con picnics, aunque los más marchosos llegaban mucho más tarde y no cerraban el local hasta el lunes por la mañana. ¡Y pensar que los adolescentes británicos de finales de los ochenta creían haber inventado las raves nocturnas al aire libre!
Pero más que una simple cuestión de diversión o una forma cultural relevante, estas sesiones de los sound systems cambiaron Jamaica y su relación con el resto del mundo para siempre. El flujo constante de discos importados de electrizante R&B estadounidense puso en marcha lo que acabaría convirtiéndose en el mejor producto de exportación jamaicano, el más rentable y duradero: la música. Porque a mediados de los cincuenta, y debido exclusivamente a los sound systems, el país comenzó a enloquecer con la música y era evidente que algo grande tenía que pasar. Y rápido.
Con los ojos brillantes de emoción, Derrick Harriott retoma la historia dando pequeños golpes sobre el mostrador de la tienda con el dedo índice para reforzar su discurso.
“Lo que pasó es que el interés por la música estaba muy extendido, pero solo entre cierto tipo de gente. Era siempre un fenómeno de los barrios humildes. Como el equipo era tan potente y la vibración tan fuerte, más que escuchar la música la sentíamos. Era como si al bailar formaras parte de la música. Era nuestra y muchos de nosotros queríamos hacer algo para contribuir. Si te fijas, verás que del aluvión de músicos jamaicanos que comenzaron a hacer música original la mayoría había estado entonces en los sound systems, absorbiendo y sintiendo cómo disfruta la gente de una buena canción. Es fácil entender dónde encontraron la inspiración. Por eso, por el enorme impacto de los sound systems en los cincuenta, había tantos jóvenes que querían hacer música cinco años después. A principios de los sesenta salía mucha más música de Kingston que lo que podrías esperar de una ciudad de ese tamaño”.
Tom The Great Sebastian’s era uno de los sound systems más importantes de la primera mitad de los cincuenta. La mayoría de los veteranos coinciden en que el suyo fue el primer gran equipo, el que tenía los amplificadores más potentes y el mayor número de torres de altavoces –o “casas de alegría” (houses of joy), como se llamaban en referencia a su tamaño–. A continuación, por orden de potencia y prestigio, estaban V Rocket, King Edwards, Sir Nick, Nation, Admiral Cosmic, Lord Koos, Kelly’s y Buckles. Y los ritmos que animaban estas veladas eran muy distintos a los de las melodías edulcoradas que ocupaban las transmisiones de la radio local por gentileza de la Radio Jamaica Rediffusion (RJR).
Con el fin de atraer al mayor número posible de gente, la radio evitaba riesgos y tendía hacia lo insípido. No obstante, el público del gueto que buscaba diversión el sábado por la noche quería bailar hasta desfallecer. Un propietario de un sound system digno de su reputación no podía poner los conformistas éxitos de la radio jamaicana y solo valían los temas con más garra soul: el R&B, merengue o latin jazz más incendiario; el mento más crudo; las baladas más conmovedoras. Lógicamente, la radio jamaicana no emitía la música de los sound systems, ya que estaba en manos de gente de clase media tan obsesionada con la “decencia” que consideraba “salvaje” –es decir, “negra”– cualquier cosa demasiado descontrolada. Por otra parte, y esto era aún más importante, si los sound systems hubieran puesto los grandes éxitos, todos tendrían los mismos discos; ¿y dónde habría estado entonces la gracia? En la fiera competencia de los sound systems, lo que permitía superar a los rivales era tener discos que no solo nadie más tuviera, sino de los que ni siquiera hubieran oído hablar. Era un mundo del rare groove, de “a ver quién tiene el disco más extraño”, en estado puro, donde se trascendía el ritmo simple para alcanzar un reino donde los únicos parámetros eran la exclusividad y la oscuridad.
Y, obviamente, también contaba el favor del público, que podía ser instantáneo e incondicional. Uno de los mayores atractivos de ir a un sound system era la oportunidad de montar una buena bulla. Los discos exclusivos de un local –que asumían el estatus de trofeos– o los grandes clásicos eran recibidos con ovaciones, y el público lo daba todo en la pista. Los singles nuevos que encendían el garito acababan con un estruendo de gritos –“Lick it back” (Dale otra vez) o “Wheel and come again” (Ponlo a girar otra vez)–, algo que podía ocurrir docenas de veces si la canción seguía moviendo a la gente. Por contra, si un disco no gustaba, el público mostraba sus sentimientos con la misma ferocidad: apenas se oía la música entre tanto abucheo y el operador tenía que cambiarla a toda prisa. Y no era sencillo, teniendo en cuenta que solo tenían un plato, por lo que era imposible, como se hace hoy en día, bajar el volumen de la canción mientras se sube el de la siguiente en el otro plato. Este era el método: en una mano se sujetaba el siguiente disco, entre el corazón, el anular y la palma; la otra mano levantaba la aguja del disco repudiado; entonces la primera mano sacaba ese disco con el pulgar y el índice y depositaba el otro al instante en un solo movimiento de prestidigitador. Un golpe de muñeca y zas. En este punto la otra mano bajaba la aguja.
Siempre hubo mucho más contacto entre un pincha jamaicano y el público de lo que es habitual en una discoteca. Un buen baile era una experiencia colectiva; una asociación de aprecio mutuo entre el disc-jockey y sus seguidores. Al público le encantaba corear las canciones favoritas o exclusivas del sound system y el pincha bajaba el volumen al máximo para que solo se oyera a la gente. Era también una prueba de la popularidad de un sound system, ya que el griterío se oía por todo el barrio, algo fundamental para su estatus. A cambio de esta entrega, el propietario tenía que estar a la altura de su fama. De ahí los espectaculares nombres artísticos, el comportamiento extravagante, el sentido del espectáculo que iba más allá de pinchar discos y el afán por conseguir siempre la mejor música, la más exclusiva y por tanto más prestigiosa. Fue de esta interacción de donde surgió la pasión de las hinchadas por sus sound systems.
* Fragmento del primer capítulo de “Bass Culture. La historia del reggae”, del inglés Lloyd Bradley, considerada una de las obras más importantes sobre la música jamaicana en el mundo anglosajón. Este texto que puedes leer aquí nos introduce en el vibrante mundo de los sound systems a finales de la década de los cincuenta, todo un fenómeno social que empezó como una forma de entretenimiento urbano y acabó convirtiéndose en el núcleo en torno al cual giraba la vida de los barrios populares de Kingston, en el periódico del gueto.
BOB MARLEY & THE WAILERS HARVARD STADIUM 1979

Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles – Philip Norman
Los Beatles – Hunter Davies
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin
Paul McCartney. Hace muchos años – Barry Miles
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
John Lennon, mi hermano – Julia Baird / Geoffrey Giuliano
Lennon in america. 1971-1980, based in part on the lost John Lennon diaries – Geoffrey Giuliano (versión original en inglés)
John Lennon. La biografía de un genio – Jordi Tarda y Andy Peebles
Memorias de un Rolling Stone – Ron Wood
Como una moto. La vida galopante de John Belushi – Bob Woodward
Kurt Cobain – Christopher Sandford (versión original en inglés)
Monk – Laurent de Wilde
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
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Cash. La autobiografía de Johnny Cash
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis – Enrico Merlin y Veniero Rizzardi
Louis Armstrong. An extravagante life – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
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Disfruta de mí si te atreves. Bessie Smith, Billie Holiday, Aretha Franklin, Janis Joplin, Tina Turner y las grandes mujeres que marcaron la historia del blues – Buzzy Jackson
Live at the Village Vanguard – Max Gordon (versión original en inglés)
La música es mi amante – Duke Ellington
El mundo de Duke Ellington – Stanley Dance
El Jazz. Su origen y desarrollo – Joachim E. Berendt
El jazz en el agridulce blues de la vida – Wynton Marsalis / Carl Vigeland
Los grandes del jazz. La música negra en un país blanco – LeRoi Jones
Hear me talkin` to ya. The story of jazz by the men who made it – Nat Shapiro and Nat Hentoff (versión original en inglés)
Brother Ray. Ray Charles´ own story – Ray Charles & David Ritz (versión original en inglés)
The arrival of B.B. King. The authorized biography – Charles Sawyer (versión original en inglés)
 Jelly’s Blue. The Life, Music, and Redemption of Jelly Roll Morton – Howard Reich y William Gaines | Libros Kalish – Librería online
La rabia de vivir – Mezz Mezzrow con Bernard Wolfe
El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia – Ashley Kahn
My favorite things. Conversaciones con John Coltrane. Y una carta a Don DeMichael – Michel Delorme (ed.)
Rodrigo Superstar – Cicco
Discépolo. Una biografía argentina – Sergio Pujol
En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui – Sergio Pujol
Escuchando a The Doors – Greil Marcus
Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll – Greil Marcus
Escucha esto – Alex Ross
Música al límite. Tres décadas de ensayos y artículos musicales – Edward W. Said
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
Autonomía y gracia. Sobre las óperas de Mozart – Ivan Nagel
Pau Casals – Robert Baldock
Arnold Schönberg oder der Konservative revolutionär – Willi Reich (versión original en alemán)
As thousands cheer. The life of Irving Berlin – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Los grandes compositores – Harold C. Schonberg
El poseedor y el poseído. Handel, Mozart, Beethoven y el concepto de genio musical – Peter Kivy
Ludwig van Beethoven – Jean Massin y Brigitte Massin
Correspondencia – Federico Chopin
El sonido es vida. El poder de la música – Daniel Barenboim
Vida y arte de Glenn Gould – Kevin Bazzana
Glenn Gould a Life and Variations – Otto Friedrich (versión original en inglés)
Viena, una historia musical – Henry-Louis de La Grange
Jinetes en la tormenta. Mis años en los Doors – John Densmore

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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¡Absalón, Absalón! – William Faulkner

¡Absalón, Absalón! – William Faulkner Pasolini Borges Beatles Fontanarrosa William Vollmann Juan Pablo Liefeld Gramci

Para este collage se uso: a mi gato René, William T. Vollmann, John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, un Muñequito Liefeld Puteador y las cenizas de Gramsci

Estado: usado.

Editorial: EMECÉ.

Traducción: Beatriz Florencia Nelson.

Precio: $200.

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Estado: usado.

Editorial: Alianza/EMECÉ.

Traducción: Beatriz Florencia Nelson.

Precio: $150.

“Absalom, Absalom!” (en español: “¡Absalón, Absalón!”) es una novela publicada en 1936, escrita por William Faulkner, uno de los novelistas más reconocidos de la literatura estadounidense del siglo XX.
William Faulkner cuenta en “Absalom, Absalom!” la historia de la familia Sutpen, antes de la Guerra de Secesión, durante ella y después de ella en el imaginario condado de Yoknapatawpha, en Mississippi. La historia es narrada por cuatro personajes, directa e indirectamente relacionados con los Sutpen: Rosa Coldfield, Shreve, Quentin Compson y su padre. Estos cuatro narradores intentan reconstruir los trágicos acontecimentos que rodearon a la familia Sutpen y que acabaron con la progresiva destrucción del patrimonio y la dinastía que había creado Thomas Sutpen en el idílico Sur, de la cultura de la plantación y de la esclavitud y que se vio súbitamente truncada por la Guerra Civil estadounidense.
Esta obra enigmática, ambigua, paradójica y de gran complejidad técnica gira alrededor del racismo, el amor, la venganza y el honor en el contexto histórico y cultural de la época de la esclavitud y las plantaciones de los grandes terratenientes del sur y la Guerra de Secesión (1861-1865), que acabó con todo ello. Pero el verdadero significado de “Absalón, Absalón” reside en los límites del conocimiento humano y la inexistencia de la verdadera objetividad. Todo ello lo representan los cuatro narradores, que intentan reconstruir una historia de la que desconocen gran parte de los hechos.
William Faulkner: Absalom, absalom!
Jorge Luis Borges
Sé de dos tipos de escritor: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos verbales; el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar con el mote de «bizantino» y exaltar con el nombre de «artista puro». El otro, más feliz, conoce los epítetos laudatorios «profundo», «humano», «profundamente humano» y el halagüeño vituperio de «bárbaro». El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Theodore Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías. Victor Hugo anota que Shakespeare contiene a Góngora; podemos observar que también contiene a Dostoievski… Entre los grandes novelistas, Joseph Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y el carácter de las personas. El último, hasta la aparición tremenda de Faulkner.
Faulkner gusta de exponer la novela a través de los  personajes. El método no es absolutamente original -El  anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas-,  pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi  intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y  negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es  el estado de Mississippi: los héroes, hombres  desintegrados por la envidia, por el alcohol, por la soledad,  por las erosiones del odio.
¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia.  No sé de un elogio mayor.
[22 de enero de 1937]
CONFESIONES DE UN LECTOR: “de 2.00 a 2.15 p.m.”
   Juan Carlos Onetti [1976]
Mi primer encuentro con Faulkner fue peripatético. Este comienzo que parece prometedor de estremecimientos no es más que la imagen, el recuerdo de un pequeño  accidente, de una casualidad.
 Una tarde, al salir de la oficina donde trabajaba pasé por una librería y compré el  último número de Sur, revista fundada y mantenida por Victoria Ocampo. Creo que el nombre le fue sugerido por Ortega y Gasset. La intención del título fue desvirtuada porque Sur se convirtió –afortunadamente– en un instrumento que nos permitió conocer lo mejor de la literatura europea y la de U.S.A.
Se trató, reitero, de una casualidad porque yo leía la revista esporádicamente debido a que las poesías que publicaba eran intercambiables. Es decir: recogía poemas que parecían todos de un mismo autor. Cuántas veces jugué a dar a leer las poesías de un número cualquiera de la revista y, escondiendo el nombre del poeta, preguntar quien era. Fue una broma y una tortura para amigas y amigos.
 Vuelvo atrás, recuerdo que abrí el ejemplar en la calle, encontré por primera vez en mi vida en nombre de William Faulkner. Había una presentación del escritor desconocido y un cuento mal traducido al castellano. Comencé a leerlo y seguí caminando, fuera del mundo de peatones y automóviles, hasta que decidí meterme en un café para terminar el cuento, felizmente olvidado de quienes me estaban esperando. Volví a leerlo y el embrujo aumentó. Aumentó, y todos los críticos coinciden en que aún dura.
En muchos comentarios y sobre todo en solapas de libros, he visto las palabras alucinante o alucinado referidas a obras de Faulkner. Según mi diccionario, el término puede significar ceguera o engaño. Aquí recuerdo que Bernard Shaw se vanagloriaba de sus ojos que por ser totalmente normales eran anormales por cuanto es muy reducido el número de personas que disfrutan o padecen de una vista perfecta. El irlandés atribuía a esto el desconcierto y hasta las iras que provocaban sus comedias.
Al leer y releer a Faulkner es forzoso sospechar que su mirada era distinta a la nuestra, a la del común de los hombres, a la del común de los escritores. Detenida sobre paisajes, personas, circunstancias, veía algo más que lo percibido por nosotros. Dejando de lado lo que escribió por astucia o compromiso (Sartoris, Gambito de caballo, El intruso en la riña, Los rateros, etcétera) aquella mirada, cuando es totalmente faulkneriana tiene, sí, algo de ceguera y engaño. Aunque jamás recurra a lo sobrenatural, aunque parezca siempre aferrado a una realidad, nos deja la sensación de que el hombre sólo veía de verdad un mundo propio, introducido sin esfuerzo en los mundos universales y ajenos.
 De ahí que todo lo nombrado (panoramas, gente, anécdotas) resulte creíble pero fantasmal. El ejemplo más violento de lo que digo tal vez sea el reportero innominado de Pylon. Éste ausente y profundamente metido en el relato hace pensar en el mismo Faulkner, capacitado para ver vivir y mantenerse, a la vez, fuera de los hechos.
Si los lectores meditan podrán atribuir la misma cualidad fantasmal a los personajes más importantes de su obra y a sus mismas peripecias.
Pero lo que más me deslumbró y me unió en aquel primer encuentro con su genio fue aquella manera de largarse, como uno de los caballitos que creó para nosotros en El villorrio, él solo, seguro de que nadie podía acompañarlo o que no tenían lo necesario para enfrentar un fracaso idiomático, heredado, puesto para siempre frente a una barrera que maestros viejos habían colocado para reventar los morros de los potrillos audaces y nuevos.
Ésa fue la historia y los siete años sin obras en losbookstores forman la más exacta apreciación de la cultura norteamericana en materia literaria.
Los hombrecitos del tren de regreso a las 5.15 p.m., polluelos del más feroz matriarcado conocido por la historia contemporánea traían los viernes –puntuales– el libro del mes, el libro elegido por solteronas o no solteras y tampoco satisfechas; el libro seleccionado por el pastor de cualquier iglesia antipapista y su rebaño feliz.
¿Cómo imaginar que un hombre sin pecado atravesara la sucia red puritana y llegara a casa llevando escondido en el portafolio un libro del maldito W. F., del sadista que había escrito Santuario?
 De manera que no había más y ninguna miss tenía motivo para ruborizarse y ninguna mistress se privaba de leerlo cuando el ganapán respectivo comenzaba a roncar. Claro que nunca se trataba de una novela comprada en una librería y al aire libre; eran préstamos sigilosos de amigas y al diablo los derechos de autor.
Pero esta pobre gente no pensaba que en un rincón de Oxford o Memphis un maniático llamado William Faulkner persistía escribiendo libros incomparables que flotaban muy por encima de lo que ellos consideraban literatura.
Degenerado dentro de la sociedad norteamericana, no buscaba dólares; se contentaba con ser, párrafo tras párrafo, él mismo dentro de su genio o su locura; se contentaba –lo dijo– con un poco de tabaco, un poco de whisky sureño y su maravillosa soledad nocturna en un granero al borde de la ruina, desbordante de marlos resecos, alfombrado por suciedad de gallinas.
La vida tiene una asombrosa imaginación y fuerza suficientes para inventar e imponer infiernos privados, efímeros paraísos subjetivos. Nadie sabrá nunca si el mencionado granero contenía un paraíso o un infierno para el amo y propietario de Yoknapatawpha. Ambas cosas, supongo. Todos los vicios ofrecen o imponen lo mismo. Ambas cosas, también, cuando uno está hundido en un amor, sin remisión. En el proyecto –inútil y fracasado antes de iniciarlo– de descubrir al hombre, debe tenerse en cuenta su timidez enfermiza, su corta estatura, su repugnancia y desdén por “la feria en la plaza”, su obsesiva resolución de no permitir, en las pocas entrevistas que regaló a críticos y reporteros, ninguna pregunta de índole personal. Sabemos que tenía una hija adolescente cuando estuvo de paso en París, rumbo a Estocolmo y al cheque del premio. Pero no lo sabemos de verdad; se dice que la hermosa criatura había nacido mucho antes de su casamiento con una señora divorciada que aportó dos hijos al matrimonio; su nombre era Stelle Oldham Franklin.
 El misterio que él usó como valla para que nadie penetrara en su vida privada fue mantenido por sus deudos. Nadie conoce la causa de su muerte. Se habló de una caída al intentar descender, en la madrugada o la mañana, los escalones de madera podrida del mencionado granero. Y, como en la canción de Stevenson, el bourbon hizo lo demás. El bourbon y los fantasmas que seguían poblándolo cuando consideró que la cuota diaria de escritura había terminado. Pero esto no está probado y tampoco interesa. Los deudos, los Faulkners o Falkners, eran en Oxford tan importantes como los Sartoris, los Sutpen, los Compson, o Miss Emily Grierson –“una tradición, un deber y una preocupación” – personaje de aquel cuento tan envidiado como inmortal: Una rosa para Emily. Tenían poderes feudales nacidos de los sufrimientos y la derrota del Sur en la Guerra de Secesión. Y sabían usarlos. Dócilmente, el doctor Martino escribió un certificado: falla del corazón.
 De modo que ordenaron al sheriff que declarara persona no grata a todo periodista, curioso o admirador que se acercara a la casa blanca de Oxford, donde Faulkner vivió sus últimos años y en cuyo cementerio fue puesto a descansar, bajo un olmo ya quemado por el verano incipiente. Y el velatorio se hizo con el ataúd cerrado. Como es natural e irremediable, al día siguiente de su muerte todas las agencias de noticias norteamericanas cubrieron el mundo con obituarios ditirámbicos y desolados. Al fin y al cabo –aunque los redactores no lo hubieran leído nunca– se trataba de un Premio Nobel.
Pero este animal de estirpe extraña había dicho una vez:“Espero ser el único individuo del mundo que no haya dejado huellas de su paso”. Los elogios, las interpretaciones críticas (“Entre los aplausos, entre los desdenes y las tonterías de la multitud”; y “la fama es siempre un malentendido”) habrían resbalado sobre su genio como una lluvia molesta que nos coge desprevenidos. Pero tal vez hubiera sonreído con ironía afectuosa de haber podido mirar los letreros colocados en los escaparates de los negocios de Oxford el día de su entierro:
En memoria de William Faulkner
este negocio permanecerá cerrado
desde las 2.00 hasta las 2.15 p.m.
                            Julio 7 de 1962.
Es decir: ¡quince minutos sin ganar un mísero cent! El muerto no podría imaginar una homenaje mayor y más sacrificado que éste de los pequeños gold diggers de su país.
Discurso de William Faulkner al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1949
Creo que este honor no se confiere a mi persona sino a mi obra, la obra de toda una vida en la agonía y vicisitudes del espíritu humano, no por gloria ni en absoluto por lucro sino por crear de los elementos del espíritu humano algo que no existía. De manera que esta distinción es mía solo en calidad de depósito. No será difícil encontrar, para la parte monetaria que extraña, un destino acorde con los elevados propósitos de su origen.
Pero también me gustaría hacer lo mismo con el renombre, aprovechando este momento como pináculo desde el cual me escuchen los hombres y mujeres jóvenes que se dedican a la misma lucha y afanes entre los cuales ya hay uno que algún día se parará aquí donde yo estoy.
Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo estallaré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos vale la pena de escribir y justifican la agonía y los afanes.
Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente de ellos. Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso: amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio.
Mientras no lo haga así continuará trabajando bajo una maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no serán penas universales y no dejarán huella. No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas.
Mientras no capte de nuevo estas cosas, continuará escribiendo como si estuviera entre los hombres sólo observando el fin de la Humanidad. Yo rehúso aceptar el fin de la Humanidad.
Es fácil decir que el hombre es inmortal porque perdurará; que cuando haya sonado la última clarinada de la destrucción y su eco se haya apagado entre las últimas rocas inservibles que deja la marea y que enrojecen los rayos del crepúsculo, aun entonces se escuchará otro sonido: el de su voz débil e inextinguible todavía hablando. También me niego a aceptar esto.
Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia.
El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.
La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer.
 Entrevista a William Faulkner (1956)
Jean Stein Vanden Heuvel 
William Faulkner nació en 1897 en New Albany, Mississippi, donde su padre trabajaba como conductor en el ferrocarril construido por el bisabuelo del novelista, el coronel William Falkner (sin la “u”), autor de The White Rose of Memphis. Poco después la familia se mudó a Oxford, a 55 kilómetros de New Albany, donde el joven Faulkner, pese a ser un lector voraz, no logró aprobar suficientes créditos para graduarse en la escuela secundaria de la localidad. En 1918 se enlistó como aprendiz de piloto en la Real Fuerza Aérea Canadiense. Pasó poco más de un año como estudiante especial en la Universidad de su estado natal, Miss”, y posteriormente trabajó como jefe de la estación de correos de la Universidad hasta que fue despedido por leer en el trabajo.
Estimulado por Sherwood Anderson, escribió Soldier’s Pay (La paga de los soldados, 1926). El primero de sus libros que conquistó un gran número de lectores fue Sanctuary (Santuario, 1931), una novela sensacionalista que escribió, según propia confesión, para ganar dinero ya que sus libros anteriores -Mosquitoes (Mosquitos, 1927), Sartoris (Sartoris, 1929), The Sound and the Fury (El sonido y la furia, 1929) y As 1 La)’ Dying (Mientras agoni:0, 1930)–no le produjeron lo suficiente para sostener una familia.
Faulkner publicó a continuación una serie de novelas relacionadas en su mayor parte con lo que ha venido a llamarse la saga de Yoknapatawpha: Light in August de agosto, 1932), Pvlon (Pylon, 1935), Absalom, Absalom! (¡Absalón, Absalón! 1936), The Unvanquished (Los invictos, 1938), The Wild Palms, (Las palmeras salvajes, 1939), The Hamlet (El villorrio, 1949) y Co Down Moses (j Desciende, Moisés!, 1941). Después de la Segunda Guerra Mundial sus obras principales fueron lntruder in the Dust (Intruso en el polvo, 1948), A Fable (Una fábula, 1954) y The Town (En la ciudad, 1957). Sus Collected Stories (“Cuentos reunidos”) y Una Fábula ganaron el National Book Award (Premio Nacional del Libro Norteamericano) en 1951 y 1955 respectivamente. William Faulkner obtuvo el Premio Nobel de Literatura correspondiente a 1949 murió en agosto de 1962. La conversación tuvo lugar en la ciudad de Nueva York, a comienzos de 1956. 
 -Señor Faulkner, usted decía hace rato que no le gustan las entrevistas. 
– La razón de que no me gusten las entrevistas es que suelo reaccionar con violencia a las preguntas personales. Si las preguntas se refieren a la obra, trato de contestarlas. Cuando se refieren a mí, puede que las conteste y puede que no, pero aun cuando lo haga, si me hacen la misma pregunta al día siguiente, la contestación tal vez sea diferente.
–¿Y en cuanto a usted como escritor? 
-Si yo no hubiese existido, alguna otra persona me habría escrito, Hemingway, Dostoyevski, todos nosotros. La prueba de ello es que hay unos tres candidatos a la paternidad de las obras de Shakespeare. Pero lo importante es Hamlet Midsummer Dream, no quién las escribió, sino el que alguien las escribiera. El artista no tiene importancia. Sólo lo que él crea es importante, puesto que no hay nada nuevo que decir. Shakespeare, Balzac y Homero han escrito sobre las mismas cosas, y si hubiesen vivido milo dos mil años más, los editores no habrían necesitado a nadie más desde entonces.
–Pero cuando aparentemente no haya nada más que decir, ¿no es acaso importante la individualidad del escritor? 
–Muy importante para él mismo. Todos los demás deberían estar demasiado ocupados con la obra para reparar en la individualidad.
¿Y sus contemporáneos? 
-Ninguno de nosotros logró realizar su sueño de perfección, así que hay que juzgarnos a base de nuestro espléndido fracaso en la realización de lo imposible. En mi opinión, si yo pudiera volver escribir toda mi obra, estoy convencido de que Jo haría mejor, lo cual es la condición más saludable para un artista. Esa es la razón de que siga trabajando y haciendo nuevos intentos; cada vez cree que en esta ocasión logrará lo que se propone. Por supuesto que no lo hará, y por eso la condición es saludable. Si lo hiciera, si lograra igualar su obra con la imagen, con el sueño, no le quedaría más que degollarse, saltar desde el otro lado de ese pináculo de la perfección al suicidio. Yo soy un poeta fallido. Tal vez todo novelista quiere escribir poesía primero. descubre no puede continuación intenta el cuento, que es el género exigente después de la poesía. Y, al fracasar también en el cuento, sólo entonces, se pone a escribir novelas.
–¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir ser un buen novelista? 
– 99% de talento … 99% de disciplina…99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno sabe que puede apuntar. No preocuparse por mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.
–¿Quiere usted decir que el artista debe ser completamente despiadado? 
–El artista es responsable sólo ante su obra. completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo; la “Oda a una urna griega” vale más que cualquier cantidad de buenas señoras.
–¿Entonces la falta de seguridad, felicidad, honor, sería un factor importante en la capacidad creadora riel artista? 
– Esas cosas sólo son importantes para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.
–¿Entonces cuál sería el mejor ambiente para un escritor?
– El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ése es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada que hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo le da cierta posición social; no tiene nada que hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán “señor”. Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán “señor”. Y podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky.
–¿Bourbon? 
–No, no soy tan melindroso. Entre escocés y nada, me quedo con el escocés.
–Usted mencionó la libertad económica. ¿La necesita el escritor? 
–No. El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa, nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia ele aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una Fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. El buen arte puede ser producido por contrabandistas de licores o cuatreros. La gente realmente teme descubrir exactamente cuántas penurias y pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por tener éxito o por hacerse ricos. El éxito es femenino e igual que una mujer: si uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de tratarla es mostrándole el puño. Entonces tal vez que humille será ella.
–¿Trabajar para el cine es perjudicial para su propia obra de escritor?
Nada puede perjudicar la obra de un hombre si éste es un escritor de primera. Si no es un escritor de primera, nada podrá ayudarlo mucho. El problema no existe si el escritor no es de primera, porque ya habrá vendido su alma por una piscina.
–¿Transige un escritor cuando escribe para el cine? 
– Siempre, porque una película es, por su propia naturaleza, una colaboración, y toda colaboración es una transacción porque eso es lo que significa la palabra: dar y tomar.
–¿Con qué actores le gusta más trabajar a usted? 
–Con nadie he trabajado mejor que con Humphrey Bogart. Trabajamos juntos en To Have and Have Not y en The Big Sleep. 
–¿ Le gustaría a usted hacer otra película?
– Sí, me gustaría hacer una con 1984, de George Orwell. Tengo una idea para un final que probaría la tesis que no me canso de sostener: que el hombre es indestructible debido a su simple voluntad de ser libre.
–¿Cómo obtiene usted los mejores resultados cuando trabaja para el cine? 
– El mejor trabajo que creo haber hecho para el cine lo logramos los actores y yo desechando el guión e inventando la escena al ensayarla unos momentos antes de que la cámara empezara a filmar. Si yo no tomara, o pensara que soy incapaz de tomar, el trabajo cinematográfico en serio, no lo habría intentado por simple honradez con el cine y conmigo mismo. Pero ahora sé que jamás seré un buen escritor de cine, así que ese trabajo nunca tendrá para mí la urgencia que tiene mi propio medio de expresión.
–¿Querría usted decir algo sobre esa legendaria experiencia suya con Hollywood? 
–Yo acababa de cumplir un contrato con la Metro Goldwyn Mayer y me disponía a volver a casa. El director con el que había trabajado me dijo: “Si quiere usted volver a hacer algo aquí, no tiene más que dejármelo saber y yo hablaré Con el estudio para conseguir un nuevo contrato.” Le di las gracias y me fui a casa. Como seis meses después le telegrafié a mi amigo el director diciéndole que me gustaría hacer otro trabajo. Poco después recibí una carta de mi agente en Hollywood y un cheque por mi primera semana de trabajo. Me sorprendí porque yo había contado con que primero recibiría una notificación o una llamada oficial y un contrato del estudio. Pensé que el contrato se habría retrasado y llegaría en el próximo correo. En lugar de ello, una semana después recibí otra carta del agente con mi segundo cheque manal. Eso empezó en noviembre de 1932 continuó hasta mayo de 1933. Entonces recibí un telegrama del estudio, que decía: William Faulkner, Oxford, Miss. está usted? MGM Studio. Yo contesté con otro telegrama: MGM Studio, Culver City, California. William Faulkner. La joven telegrafista me preguntó: “¿Dónde está el mensaje, señor Faulkner?” Yo le contesté: “Ese es.” y ella me dijo: “El reglamento dice que no lo puedo mandar sin un mensaje; usted tiene que decir algo.” Así que revisamos su muestrario y escogimos uno que ya no recuerdo, uno de esos mensajes de felicitación de cumpleaños que uno sólo tiene que firmar. Mandé ése. A continuación recibí una llamada telefónica de larga distancia desde el estudio ordenándome que tomara el primer avión a Nueva Orleáns y me reportara con el director Browning. Yo podía tomar un tren en Oxford y llegar a Nueva Orleáns ocho horas más tarde, pero obedecí las instrucciones del estudio y me fui a Memphis, desde donde hay un vuelo ocasional a Nueva Orleáns. Tuve que esperar tres días. Llegué al hotel del señor Browning a eso de las ocho de la tarde y me reporté con el director. Estaban celebrando una fiesta. El director me dijo que me fuera a dormir temprano y estuviera listo para empezar a trabajar temprano en la mañana. Le pregunté el argumento. “Ah, sí -me dijo-. Vaya al cuarto número tal. Allí está el escritor de continuidad. El le contará el argumento.” Me fui al cuarto indicado y allí encontré al escritor de solo. Me presenté y le pregunté por el argumento. El me dijo: “Cuando usted haya escrito los diálogos le dejaré ver el argumento.” Volví al cuarto de Browning y le conté lo que había sucedido. “Vuelva allá dijo-, y dígale a ese tal por cual… Pero no, mejor olvídese y váyase a dormir para que podamos empezar a trabajar temprano en la mañana.” Bueno, pues, al otro día por la mañana nos fuimos todos, menos el escritor de continuidad, en una lancha alquilada muy elegante, a Granel Isle, a unos 150 kilómetros de distancia, donde se iba a filmar la película. Llegamos justo a tiempo para almorzar y tener tiempo de recorrer los 150 kilómetros de regreso para llegar a Nueva Orleáns antes del anochecer. Así pasaron tres semanas. De cuando en cuando me preocupaba un poco por el argumento, pero Browning siempre me decía: “Deje de preocuparse. Acuéstese temprano para que podamos empezar a trabajar temprano en la mañana.” Una noche, al regresar, apenas acababa de entrar en mi cuarto cuando sonó el teléfono. Era Browning. Me dijo que fuera a su cuarto en seguida. Así lo hice. El tenía un telegrama que decía: Faulkner despedido. MGM Studio. “No se preocupe -me dijo Browning-. Vaya llamar a ese tal por cual ahora mismo y no sólo haré que lo vuelva a poner a usted en la nómina, sino que se disculpe por escrito.” Alguien tocó a la puerta. Era un botones con otro telegrama, que decía: Browning despedido. MGM Studio. Así que me fui a casa. Supongo que Browning también se fue a alguna parte. Me imagino que el escritor de continuidad todavía está en su cuarto, en algún lugar, con su cheque semanal bien apretado en la mano. Esa película nunca la acabaron. Pero si construyeron una aldea camaronera: una plataforma larga con pilares en el agua y caber. tizos encima de la plataforma, una especie de muelle. El estudio pudo haber comprado docenas de esas construcciones a cuarenta o cincuenta dólares cada una. En lugar de hacer eso, construyeron la suya propia, falsa. Es decir, una plataforma con una sola pared, de modo que cuando uno abría la puerta y pasaba por ella iba a dar directamente al océano. El día que empezaron a construirla, pescador cayún se acercó remando en su piragua cha de un tronco hueco. Pasó todo el día sentado bajo el sol abrasador, observando a los extraños hombres blancos que construían la imitación de plataforma. Al día siguiente volvió en la piragua con toda familia: su que amamantaba al hijo de meses, los otros niños y la suegra, y todos pasaron ese día sentados bajo el sol abrasador. observando la insensata e incomprensible actividad. Volví a Nueva Orleáns dos o tres años después y enteré de que los cayunes seguían yendo a -recorriendo para ello considerables distancias-la imitación de plataforma camaronera que un montón ele hombres blancos habían construido a toda prisa y después habían abandonado.
–Usted dice que el escritor debe transigir cuando trabaja para cine.  ¿Y en cuanto a su propia obra? ¿Tiene alguna obligación con lector? 
– Su obligación es hacer su obra lo mejor que pueda hacerla; cualquier obligación que le quede después de eso, puede corno le venga en gana. Yo, por mi parte, estoy demasiado ocupado para preocuparme por el público. No tengo tiempo para pensar quién me lee. No me interesa la opinión de Juan Lector sobre mi obra ni sobre la cualquier otro escritor. La norma que tengo que cumplir es la mía, ésa es la que me hace sentir como me siento cuando leo La Tentation de Saint Antoine o el Antiguo Testamento. Me harán sentir bien, del mismo modo que observar un pájaro me hace sentir bien. Si reencarnara, sabe usted, me gustaría volver a vivir como un zopilote. Nadie lo odia, ni lo envidia, ni lo quiere, ni lo necesita. Nadie se mete con él, nunca está en peligro y puede comer cualquier cosa.
–¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
– Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos. Tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.
– ¿Entonces niega la validez de la técnica? 
– De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso estour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera. Eso sucedió con Mientras agonizo. No fue fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo en cuanto que todo el material estaba ya a la mano. La composición de la obra me llevó sólo unas seis semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de doce horas al día haciendo trabajo manual. Sencillamente me imaginé un grupo de personas y las sometí a las simples catástrofes naturales universales, que son la inundación y el fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección a su desarrollo. Pero cuando la técnica no interviene, escribir es también fácil en otro sentido. Porque en mí siempre hay un punto en el libro en el que los propios personajes se levantan y toman el mando y completan trabajo. Eso sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis propias normas, debo juzgarlas sobre la  base de aquélla que me causó la mayor aflicción y angustia, del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote.
–¿Qué obra es ésa? 
– El sonido y la furia. La escribí cinco veces tratando contar la historia para liberarme del sueño seguirla angustiándome mientras no la contara. una tragedia de dos mujeres perdidas: Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes favoritos porque es valiente, generosa, dulce y honrada. Es más valiente, honrada y generosa que yo.
–¿Cómo empezó El sonido y la furia?
Empezó con una imagen mental. Yo no comprendí en aquel momento que era simbólica, La imagen era la de los fondillos enlodados de los calzoncitos de una niña subida a un peral, desde donde ella podía ver a través de una ventana el lugar donde se estaba efectuando funeral su abuela y se lo contaba a hermanos que estaban al pie del árbol. Cuando llegué a explicar quiénes eran ellos y qué estaban haciendo y cómo se habían enlodado los calzoncitos de la niña, comprendí que sería imposible meterlo todo en un cuento que el relato tendría que ser un libro. Y entonces comprendí el simbolismo de los calzoncitos enlodados, y esa imagen fue reemplazada por la de la niña huérfana de padre y madre que se descuelga por el tubo de desagüe del techo para escaparse del único hogar que tiene, donde nunca ha recibido amor ni afecto ni comprensión. Yo había empezado ya a contar la historia a través de los ojos del niño idiota, porque pensaba que sería más eficaz si la contaba alguien que sólo fuera capaz de saber lo que sucedía, pero no por qué. Me di cuenta de que no había contado la historia esa vez. Traté de volver a contarla, ahora a través de los ojos de otro hermano. Tampoco resultó. La conté por tercera vez a través de los ojos del tercer hermano. Tampoco resultó. Traté de reunir los fragmentos y de llenar las lagunas haciendo yo mismo las veces de narrador. Todavía no quedó completa, hasta quince años después de la publicación del libro, cuando escribí, como apéndice de otro libro, el esfuerzo final para acabar de contar la historia y sacármela de la cabeza de modo que yo mismo pudiera sentirme en paz. Ese es el libro por el que siento más ternura. Nunca pude dejarlo de lado y nunca pude contar bien la historia, aun cuando lo intenté con ahínco y me gustaría volver a intentarlo, aunque probablemente fracasaría otra vez.
–¿ Qué emoción suscita Benjy en usted? 
-La única emoción que puedo sentir por Benjy es aflicción y compasión por toda la humanidad. No se puede sentir nada por Benjy porque él no siente nada. Lo único que puedo sentir por él personalmente es preocupación en cuanto a que sea creíble tal cual yo lo creé. Benjy fue un prólogo, como sepulturero en los dramas isabelinos. Cumple su cometido y se va. Benjy es incapaz del bien y del mal porque no tiene conocimiento alguno del bien del mal.
–¿Podía Benjy sentir amor? 
– Benjy no era lo suficientemente racional ni siquiera para ser egoísta. Era un animal. Reconocía la ternura y el amor, aunque no habría podido nombrarlos; y fue la amenaza a la ternura y al amor lo que lo llevó a gritar cuando sintió el cambio en Caddy. Ya no tenía a Caddy; siendo un idiota, ni siquiera estaba consciente de la ausencia de Caddy. Sólo sabía que algo andaba mal, lo cual creaba un vacío en el que él sufría. Trató de llenar ese vacío. Lo único que tenía era una de las pantuflas desechadas de Caddy. La pantufla era la ternura y el amor de Benjy que éste podría haber nombrado, y sólo sabía que le faltaban. Era mugroso porque no podía coordinar y porque la mugre no significaba nada para él. Así como no podía distinguir entre el bien y el mal, tampoco podía distinguir entre lo limpio y lo sucio. La pantufla le daba consuelo aun cuando ya no recordaba la persona a la que había pertenecido, como tampoco podía recordar por qué sufría. Si Caddy hubiese reaparecido, Benjy probablemente no la habría reconocido.
– ¿Tiene alguna significación el narciso que le dan a Benjy? 
A Benjy le dieron el narciso para distraer su atención. Era sencillamente una flor que estaba a la mano ese cinco de abril. No fue nada premeditado.
– ¿Ofrece ventajas artísticas el componer la novela en forma de alegoría, como la alegoría cristiana que usted utilizó en Una fábula?
– La misma ventaja que representa para el carpintero construir esquinas cuadradas al construir una casa cuadrada. En Una fábula la alegoría cristiana era la alegoría indicada en esa historia particular, del mismo modo que una esquina cuadrada oblonga es la esquina indicada para construir una casa rectangular oblonga.
–¿Quiere eso decir que un artista puede usar el cristianismo simplemente como cualquier otra herramienta, de la misma manera que un carpintero tomaría prestado un martillo? 
– Al carpintero del que estamos hablando nunca le falta ese martillo. A nadie le falta cristianismo, si nos ponemos de acuerdo en cuanto al significado que le damos a esa palabra. Se trata del código de conducta individual de cada persona, por medio del cual ésta se hace un ser humano superior al que su naturaleza quiere que sea si la persona sólo obedece a su naturaleza. Cualquiera que sea su símbolo cruz o la media luna o lo que fuere-, ese símbolo es para el hombre el recordatorio de su deber como miembro de la raza humana. Sus diversas alegorías son los modelos con que se mide a sí mismo y aprende a conocerse. La alegoría no puede enseñar al hombre a ser bueno del mismo modo que el libro de texto le enseña matemáticas. Le enseña cómo descubrirse a sí mismo, cómo hacerse de un código moral y de una norma dentro de sus capacidades y aspiraciones al proporcionarle un ejemplo incomparable de sufrimiento y sacrificio y la promesa de una esperanza. Los escritores siempre se han nutrido, y siempre se nutrirán, de las alegorías de la conciencia moral, por la razón de que las alegorías son incomparables: los tres hombres en Moby Dick, que representan la trinidad de la conciencia: no saber nada, saber y no preocuparse, y saber y preocuparse. La misma trinidad está representada en Una fábula por el joven aviador judío, que dice: “Esto es me niego a aceptarlo, aun cuando deba rechazar la vida para hacerlo”; el viejo cuartelmaestre francés, que dice: “Esto es terrible, pero podemos llorar y soportarlo”; y el mensajero del batallón que dice: “Esto es terrible, voy a hacer algo para remediarlo”.
– ¿Fueron reunidos en un solo volumen los dos temas no relacionados de Las palmeras salvajes con algún propósito simbólico? ¿Se trata, como sugieren algunos críticos, de una especie de contrapunto o simple casualidad? 
– No, no. Aquello era una historia: la historia de Charlotte Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que lo sacrificaron todo por el amor y después perdieron eso. Yo no sabía que iban a ser dos historias separadas sino después de haber empezado el libro. Cuando llegué al final de lo que ahora es la primera sección de Las palmeras salvajes comprendí súbitamente que faltaba algo, que la historia necesitaba énfasis, algo que la levantara como el contrapunto en la música. Así que me puse a escribir “El viejo” hasta que Las palmeras salvajes volvió a ganar intensidad. Entonces interrumpí “El viejo” en lo que ahora es su primera parte y reanudé la composición de “Las palmeras salvajes” hasta que empezó a decaer nuevamente. Entonces volví a darle intensidad con otra parte de su antítesis, que es la historia de un hombre que conquistó su amor pasó el resto del libro huyendo de él, hasta el grado de volver voluntariamente a la cárcel en que estaría a salvo. Son dos historias sólo por casualidad, tal vez por necesidad. La historia es la de Charlotte y Wilbourne.
– Qué porción de sus obras se basa en la experiencia personal? 
– No sabría decirlo. Nunca he hecho la cuenta, porque la “porción” no tiene importancia. Un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación. Cualesquiera dos de ellas, y a veces una puede suplir la falta de las otras. En mi caso, una historia generalmente comienza con una sola idea, un solo recuerdo o una sola imagen mental. La composición de la historia es simplemente cuestión de trabajar hasta el momento de explicar por qué ocurrió la historia o qué otras cosas hizo ocurrir a continuación. Un escritor trata de crear personas creíbles en situaciones conmovedoras creíbles de la manera más conmovedora pueda. Obviamente, debe utilizar, como uno de sus instrumentos, el ambiente que conoce. Yo diría que la música es el medio más fácil de expresarse, puesto que fue el primero que se produjo en la experiencia y la historia del hombre. Pero puesto que mi talento reside en las palabras, debo tratar de expresar torpemente en palabras lo que la música pura habría expresado mejor. Es decir, que la música lo expresaría mejor y más simplemente, pero yo prefiero usar palabras, del mismo modo que prefiero leer a escuchar. Prefiero el silencio al sonido, y la imagen producida por las palabras ocurre en el silencio. Es decir, que el trueno y la música de la prosa tienen lugar en el silencio.
–Algunas dicen no entender sus obras aun después de leerlas dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría  usted pudieran para que pudieran entenderlas? 
– Que las leyeran cuatro veces.
–Usted dijo que la experiencia, la observación la imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría usted la inspiración? 
–Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar, pero nunca la he visto.
– Se dice que usted, como escritor, está obsesionado con la violencia. 
–Eso es como decir que el carpintero está obsesionado con su martillo. La violencia es simplemente una de las herramientas del carpintero. El escritor, al igual que el carpintero, no puede construir con una sola herramienta.
– ¿Puede usted decir cómo empezó carrera de escritor? 
–Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Anderson. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes de mediodía nunca lo veía. El estaba encerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí que si ésa era la vida de un escritor, entonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la primera vez que venía a verme- y me preguntó: “¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?” Le dije que estaba escribiendo un libro. El dijo: “Dios mío” y se fue. Cuando terminé el libro, La paga de los soldados, me encontré con la señora Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había terminado. Ella me dijo: “Sherwood dice que está dispuesto a hacer un trato con usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su editor que acepte el libro”. Yo le dije: “Trato hecho”, y así fue como me hice escritor.
–¿Qué tipo de trabajo hacía usted ganar ese “poco de dinero de vez en cuando”? 
–Lo que se presentara. Yo podía hacer un poco de casi cualquier cosa: manejar lanchas, pintar casas, pilotar aviones. Nunca necesitaba mucho dinero porque entonces la vida era barata en Nueva Orleáns, y todo lo que yo quería era un lugar donde dormir, un poco de comida, tabaco y whisky. Había muchas cosas que yo podía hacer durante dos o tres días a fin de ganar suficiente dinero para vivir el resto del mes. Yo soy, por temperamento, un vagabundo y un golfo. El dinero no me interesa tanto como para forzarme a trabajar para ganarlo. En mi opinión, es una vergüenza que haya tanto trabajo en el mundo. Una de las cosas más tristes es que lo único que un hombre puede hacer durante ocho horas, día tras día, es trabajar. No se puede comer ocho horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas… lo único que se puede hacer durante ocho horas es trabajar. Y ésa es la razón de que el hombre se haga tan desdichado e infeliz a sí mismo y a todos los demás.
– Usted debe de sentirse en deuda con Sherwood Anderson, pero ¿qué juicio le merece como escritor? 
– El fue el padre de mi generación de escritores norteamericanos y de la tradición literaria norteamericana que nuestros sucesores llevarán adelante. Anderson nunca ha sido valorado como se merece. Dreiser es su hermano mayor y Mark Twain el padre de ambos.
– ¿Y en cuanto a los escritores europeos de ese período? 
– Los dos grandes hombres en mi tiempo fueron Mann y Joyce. Uno debe acercarse al Ulysses de Joyce como el bautista analfabeto al Antiguo Testamento: con fe.
– ¿Cómo obtuvo usted sus conocimientos bíblicos? 
– Mi bisabuelo Murry era un hombre gentil y bondadoso, para nosotros los niños, cuando menos. Es decir, que aunque era escocés, no era (con nosotros) especialmente devoto ni severo: era sencillamente un hombre de principios inflexibles. Uno ele ellos era que todo el mundo, desde los niños hasta los adultos presentes, debía tener un versículo de la Biblia en la punta de la lengua en el momento en que nos sentábamos a la mesa cada mañana para tomar el desayuno. El que no tuviera listo su versículo, no se desayunaba; se le excusaba el tiempo suficiente para que saliera del comedor y se aprendiera uno (había una tía solterona, especie de sargento mayor a cargo de tales deberes, que se retiraba con el culpable y le daba un buen repaso para la próxima vez no quedara mal). Tenía que ser un versículo auténtico y correcto. Mientras éramos pequeños podía ser el mismo, que repetíamos una mañana tras otra hasta que uno se hacía un poco mayor, cuando una mañana (ya para entonces uno estaba acostumbrado a repetir el versículo sin pensar en lo que decía porque había sacado cinco o diez minutos de ventaja y se encontraba ya frente al jamón y el filete y el pollo frito y el cereal y las batatas y dos o tres clases de pan caliente) se encontraba uno con los ojos del bisabuelo clavados en uno, muy azules, muy bondadosos y gentiles, y aun entonces no tan severos como inflexibles; y a la siguiente mañana se sabía uno su nuevo versículo. En cierto sentido, así era como uno descubría que su infancia había terminado; la habíamos dejado atrás v entrábamos en el mundo.
– ¿Lee usted a sus contemporáneos? 
-No; los libros que leo son los que conocí y amé cuando era joven y a los que vuelvo como se vuelve a los viejos amigos: el Antiguo Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes… leo el Quijote todos los años, como algunas personas leen la Biblia. Flaubert, Balzac –este último creó un mundo intacto, una corriente sanguínea que fluye a lo largo de veinte libros-, Dostoyevski, Tolstoi, Shakespeare. Leo a Melville ocasionalmente, y entre los poetas a Marlowe, Campion, Jonson, Herrick, Donne, Keats y Shelley. Todavía leo a Housman. He leído estos libros tantas veces que no siempre empiezo en la primera página para seguir leyendo hasta el final. Sólo leo una escena, o algo sobre un personaje, del mismo modo que uno se encuentra con un amigo y conversa con él durante unos minutos.
– ¿Y Freud? 
– Todo el mundo hablaba de Freud cuando yo vivía en Nueva Orleáns, pero nunca lo he leído. Shakespeare tampoco lo leyó y dudo que Melville lo haya hecho, y estoy seguro de que Moby Dick tampoco.
– ¿Lee usted alguna vez novelas policíacas? 
– Leo a Simenon porque me recuerda algo de Chéjov.
– ¿Y sus personajes favoritos? 
– Mis personajes favoritos son Sarah Gamp: una mujer cruel y despiadada, una borracha, oportunista, indigna de confianza, en la mayor parte de su carácter era mala, pero cuando menos era un carácter; la Sra. Harris, Falstaff, el Príncipe Hal, Don Quijote, y Sancho, por supuesto. A Lady Macbeth siempre la admiro. y a Bottom, Ofelia y Mercucio. Este último y la Sra. Gamp se enfrentaron con la vida, no pidieron favores, no gimotearon. Huckleberry Finn, por supuesto, y Jim. Tom Sawyer nunca me gustó mucho: un mentecato. Ah, bueno, y me gusta Sut Lovingood, de un libro escrito por George Harris en 1840 o 1850 en las montañas de Tennessee. Lovingood no se hacía ilusiones consigo mismo, hacía lo mejor que podía; en ciertas ocasiones era un cobarde y sabía que lo era y no se avergonzaba; nunca culpaba a nadie por sus desgracias y nunca maldecía a Dios por ellas.
– ¿Tiene usted algo que comentar sobre el futuro de la novela? 
– Me imagino que mientras la gente siga leyendo novelas, seguirá escribiéndolas o viceversa. A menos, por supuesto, que las revistas ilustradas y las tiras cómicas acaben por atrofiar la capacidad del hombre para leer y la literatura se encuentre realmente de regreso a la escritura en las paredes de la cueva de Neanderthal.
–¿Y en cuanto a la función de los críticos? 
– El artista no tiene tiempo para escuchar a los críticos. Los que quieren ser escritores leen las críticas, los que quieren escribir no tienen tiempo para leerlas. El crítico también está tratando de decir: “Yo pasé por aquí”. La finalidad de su función no es el artista mismo. El artista está un peldaño por encima del crítico, porque el artista escribe algo que moverá al crítico. El crítico escribe algo que moverá a todo el mundo menos al artista.
–¿ Entonces usted nunca siente la necesidad de discutir sobre su obra alguien? 
– No; estoy demasiado ocupado escribiéndola. Mi obra tiene que complacerme a mí, y si me complace entonces no tengo necesidad de hablar sobre ella. Si no me complace, hablar sobre ella no la hará mejor, puesto que lo único que podrá mejorarla será trabajar más en ella. Yo no soy un literato; sólo soy un escritor. No me da gusto hablar de los problemas del oficio.
– Los críticos sostienen que las relaciones familiares son centrales en sus novelas. 
– Esa es una opinión y, como ya le dije, yo no leo a los críticos. Dudo que un hombre que esté tratando de escribir sobre la gente esté más interesado en sus relaciones familiares que en la forma de sus narices, a menos que ello sea necesario para ayudar al desarrollo de la historia. Si el escritor se concentra en lo que sí necesita interesarse, que es la verdad y el corazón humano, no le quedará mucho tiempo para otras cosas, como las ideas y hechos tales como la forma de las narices o las relaciones familiares, puesto que en mi opinión las ideas y los hechos tienen muy poca relación con la verdad.
– Los críticos también sugieren que sus personajes nunca eligen conscientemente entre el bien y el mal. 
– A la vida no le interesa el bien y el mal. Don Quijote elegía constantemente entre el bien y el mal, pero elegía en su estado de sueño. Estaba loco. Entraba en la realidad sólo cuando estaba tan ocupado bregando con la gente que no tenía tiempo para distinguir entre el bien y el mal. Puesto que los seres humanos sólo existen en la vida, tienen que dedicar su tiempo simplemente a estar vivos. La vida es movimiento, y el movimiento tiene que ver con lo que hace moverse al hombre, que es la ambición, el poder, el placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la moralidad, tiene que quitárselo forzosamente al movimiento del que él mismo es parte. Está obligado a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se lo exige a fin de que pueda vivir consigo mismo el día de mañana. Su conciencia moral es la maldición que tiene que aceptar de los dioses para poder obtener de éstos el derecho a soñar.
–¿Podría usted explicar mejor lo que entiende por movimiento en relación el artista? 
– La finalidad de todo artista es detener el movimiento, que es la vida, por medios artificiales y mantenerlo fijo de suerte que cien años después, cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse en virtud de que es vida. Puesto que el hombre es mortal, la única inmortalidad que le es posible es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque siempre se moverá. Esa es la manera que tiene el artista de escribir “Yo estuve aquí” en el muro de la desaparición final e irrevocable que algún día tendrá que sufrir.
– Malcolm Cowley ha dicho que sus personajes tienen una ciencia de sumisión a su destino. 
Esa es su opinión. Yo diría que algunos de ellos la tienen y otros no, como los personajes de todo el mundo. Yo diría que Lena Grave en Luz de agosto se entendió bastante bien con la suya. Para ella no era realmente importante en su destino que su hombre fuera Lucas Birch o no. Su destino era tener un marido e hijos y ella lo sabía, de modo que fue y los tuvo sin pedirle ayuda a nadie. Ella era la capitana de su propia alma. Uno de los parlamentos más serenos y sensatos que yo he escuchado fue cuando ella le dijo a Byron Bunch en el instante mismo de rechazar su intento final, desesperado y desesperanzado, de violarla: “¿No te da vergüenza? Podías haber despertado al niño.” No se sintió confundida, asustada ni alarmada por un solo momento. Ni siquiera sabía que no necesitaba compasión. Su último parlamento, por ejemplo: “No llevo viajando más que un mes y ya estoy en Tennessee. Vaya, vaya, cómo rueda uno.” La Familia Brunden, en Mientras agonizo, se las arregló bastante bien con su destino. El padre, después de perder a esposa, necesitaba naturalmente otra, así que se la buscó. De un solo golpe no sólo reemplazó a la cocinera de la familia, sino que adquirió un fonógrafo para darles gusto a todos mientras descansaban. La hija embarazada no logró deshacerse de su problema esa vez, pero no se descorazonó. Lo intentó nuevamente, y aun cuando todos los intentos fracasaron, al fin y al cabo no fue más que otro bebé.
– Cowley dice que a usted le resulta difícil crear personajes entre las edades de veinte y cuarenta años, que sean simpáticos. 
– Las personas entre los veinte y los cuarenta años no son simpáticas. El niño tiene la capacidad de hacer, pero no sabe cómo. Sólo lo sabe cuando ya no puede hacer: después de los cuarenta. Entre los veinte y los cuarenta la voluntad de hacer se hace más fuerte, más peligrosa, pero la persona todavía no ha empezado a aprender a saber. Puesto que su capacidad de hacer está obligada a seguir los cauces del mal a través del medio ambiente y las presiones, el hombre es fuerte antes de ser moral. La angustia del mundo es causada por las personas entre los veinte y los cuarenta años. La gente cerca de mi casa que ha toda la tensión interracia1, los Milams y los Bryants (el asesinato de Emmet Till) y las pandillas de negros que violan a una mujer blanca en venganza, los Hitlers, los Napoleones, los Lenins … todos ellos son símbolos del sufrimiento y la angustia humanas, todos ellos tienen entre veinte y cuarenta años.
– Usted hizo una declaración en la prensa en ocasión del asesinato de Emmet Till. ¿Tiene algo que añadir aquí? 
– No, sólo repetir lo que dije antes: que si nosotros los norteamericanos hemos de sobrevivir, tendrá que ser porque elijamos defendamos el ser norteamericanos antes que nada, presentarle al mundo un frente homogéneo y compacto, ya sea de norteamericanos blancos o negros o morados o azules o verdes. Tal vez el propósito de este lamentable y trágico error cometido en mi Misisipí nativo por dos adultos blancos en la persona de un desdichado niño negro haya sido el de probarnos si merecemos o no sobrevivir. Porque si nosotros en Norteamérica hemos llegado a ese punto en nuestra cultura desesperada en que debemos asesinar niños, no importa por qué razón o de qué color, entonces no merecemos sobrevivir y probablemente no sobreviviremos.
– ¿Qué le sucedió a usted entre La paga de los soldados Sartoris, es decir, cuál fue el motivo de que usted empezara a escribir la saga de Yoknapatawpha? 
– Con La paga de los soldados descubrí que escribir era divertido. Pero más tarde descubrí que no sólo cada libro tiene que tener un designio, sino que todo el conjunto o la suma de la obra de un artista tiene que tener un designio. La paga de los soldados Mosquitos los escribí por el gusto de escribir, era divertido. Comenzando con Sartoris descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad. Puedo mover a esas personas de aquí para allá como Dios, no sólo en el espacio sino en el tiempo también. El hecho de que haya logrado mover a mis personajes en el tiempo, cuando menos según mi propia opinión, me comprueba mi propia teoría de que el tiempo es una condición fluida que no tiene existencia excepto en los avatares momentáneos de las personas individuales. No existe tal cosa como fue; sólo es. Si fue existiera, no habría pena ni aflicción. A mí me gusta pensar que el mundo que creé es una especie de piedra angular del universo; que si esa piedra angular, pequeña y todo como es, fuera retirada, el universo mismo se vendría abajo. Mi último libro será el Libro del Día del Juicio Universal, Libro de Oro, del Condado de Yoknapatawpha, Entonces quebraré el lápiz y tendré que detenerme.

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media – Norman Cohn

En pos del milenio Norman Cohn Nietzsche William T Vollmann Fontanarrosa Jorge Luis Borges John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison

Para este collage se uso: dos travestis negras, William T. Vollmann, John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa, Friedrich Nietzsche y las cenizas de Gramsci

Estado: usado.

Editorial: Alianza / Barral Editores.

Precio: $600.

Las sectas de revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos, que tan destacado lugar ocupan entre las herejías y las disidencias religiosas medievales, revisten gran interés tanto para la comprensión de este período de la historia occidental como para el estudio comparativo del milenarismo en otras épocas y lugares. Estos movimientos se caracterizaron por la creencia en la salvación colectiva, terrenal e inminente, y florecieron entre los desposeídos y desarraigados del continente europeo entre los siglos XI y XVI. Muchos de los presuntos profetas y mesías eran miembros del bajo clero que habían tomado gran parte de sus ideas de las profecías judaicas, los textos del Libro de la Revelación, las concepciones sobre la historia de Joaquín de Fiore y los místicos heréticos agrupados en la fraternidad del Espíritu Libre. En pos del milenio examina el origen de las diversas doctrinas milenaristas, los cambios que sufrieron esas ideas al trasmitirse a los desheredados y los movimientos sociales que recibieron su inspiración, desde las Cruzadas hasta el igualitarismo de fines de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna (taboritas, seguidores de Thomas Müntzer, etc.). La obra concluye con la exposición de la sugestiva tesis de que las viejas aspiraciones milenaristas, despojadas ahora de su original justificación sobrenatural y secularizadas, perviven todavía en los movimientos revolucionarios del siglo XX. Norman Cohn ha estudiado también, en Los demonios familiares de Europa, el desarrollo, a lo largo de la Edad Media, de las ideas y estereotipos contra grupos disidentes y las sectas heréticas que desemboracorn en las grandes “cazas de brujas” desatadas en Europa Occidental durante los siglos XVI y XVII.

 

Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner
El incendio milenarista – Yves Delhoysie y Georges Lapierre
El año mil y la paz de Dios. La iglesia y la sociedad feudal – Dominique Barthélémy
Thomas Müntzer, teólogo de la revolución – Ernst Bloch
La revolución husita – Joseph Macek
Historia y etnología de los movimientos mesiánicos – Maria Isaura Pereira de Queiroz
Durruti. The people armed – Abel Paz (versión en inglés)

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford

La ciudad en la historia Lewis Mumford adolf Hitler William T Vollmann Borges Fontanarrosa Beatles
Para este collage se uso: una travesti negra, Adolf Hitler, William T. Vollmann, The Beatles, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y un Muñequito Liefeld Puteador. 

Estado: nuevo.

Editorial: Pepitas de calabaza.

Precio: $1100.

En La ciudad en la historia Lewis Mumford arranca de una interpretación radicalmente innovadora sobre el origen y la naturaleza de la ciudad, y sigue su evolución en Egipto y Mesopotamia pasando por Grecia, Roma y la Edad Media hasta llegar al mundo moderno. En lugar de aceptar que el destino de la ciudad sea la tendencia a la congestión metropolitana, la expansión descontrolada de los suburbios y la desintegración social, Mumford esboza un orden que integre las instalaciones técnicas con las necesidades biológicas y las normas sociales. Tan convincente como exhaustiva, esta obra de Mumford «es mucho más que el estudio de la cultura urbana a lo largo de los siglos, es una revitalización de las civilizaciones» (Kirkuk Reviews).
Este libro fue reconocido como una obra excepcional desde el momento de su publicación en 1961 y fue ampliamente laureado y galardonado con diversos premios, entre ellos el National Book Award de 1962. Es un libro fundamental, una de las obras más importantes del siglo xx.
Lewis Mumford (Flushing, Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de 1990, Amenia, estado de Nueva York).Sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y ciudad Jardín, aunque tienen mayor resonancia sus obras interdisciplinares, así El mito de la máquina.
Mumford pertenece a ese género de intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además, siempre mostró una postura crítica con la formación oficial, en particular, y con cualquier institución estatal, en general.
Dotado de una vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico de arquitectura y urbanismo, y escribió múltiples libros y artículos sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones, 1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo, y le supusieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quienes sorprendió tanto su juventud como su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright, acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”.
Durante décadas, estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar, en la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofreciendo a veces críticas positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford: éste era visto por Wright como una especie de padre espiritual, pese a que Mumford era bastante más joven. Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
Aunque destaque sus análisis sobre la utopía y la ciudad Jardín, sus obras más resonantes, sin embargo, pertenecen a un género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del su centuria.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un término que él mismo consideraba caduco en su centuria. Curiosamente, y pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas, políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, fue un autor bastante olvidado en las décadas finales del siglo XX. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o artículos. En ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura y el urbanismo siguió siendo obligatorio el conocimiento de este autor. Pero afortunadamente su obra se está recuperando en el siglo XXI en España: y hoy circulan —además de Técnica y civilización—, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana y El pentágono del poder, así comoLa ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, libro recuperado en 2012.
La ciudad en la historia, aparecida en 1961, es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, pero se trata más bien de una obra realmente extensa repartida en dos densas partes donde propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo, con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión, política, jurisprudencia con arquitectura.
Este proyecto resulta revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que su obra sería relegada al olvido por su pluralismo nada unidireccional) era verosímil.
Otro notable historiador del urbanismo, A.E.J. Morris, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana) que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
Pero retrocedamos en el tiempo. A partir del 1934 se ocupó extensivamente de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas, Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista, se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934) -que se tradujo en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa y reeditada. Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y el desarrollo de la bomba atómica son ejemplos de esa megamáquina en nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores como L. Winner.
Mumford no abogaba por un rechazo a la tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías “autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta, contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.
La utopía, la ciudad y la máquina
 Lewis Mumford
El hecho de que las utopías, desde Platón hasta Bellamy, hayan sido ampliamente visualizadas como una ciudad , parecería tener una explicación histórica sencilla. Las primeras utopías que conocemos se construyen en Grecia, y a pesar de sus repetidos esfuerzos para establecer una confederación, los griegos no fueron nunca capaces de concebir una comunidad política humana excepto en la forma concreta de una ciudad. El propio Alejandro había aprendido tan bien esta lección que, cuando menos, una parte de las energías que podrían haberse empleado en conquistas mayores y mas rápidas se emplearon en la construcción de ciudades. Una vez establecida esta tradición, a los escritores posteriores, empezando con Tomas Moro, les fue fácil continuar, tanto más cuanto que laciudad tenia la ventaja de reflejar las complejidades de la sociedad dentro de un marco que respetaba la escala humana.
Ahora bien, no hay duda de que el pensamiento utópico fue profundamente influido por elpensamiento griego. Además, como tratare de mostrar, este modo de pensar, precisamente porque respetaba ciertas capacidades humanas que el método científico deliberadamente ignora, puede servir todavía de útil correctivo a un positivismo que no deja lugar para lo potencial, lo intencional o lo ideal. Pero cuando se escarba mas profundamente en la tradición utópica se descubre que sus fundamentos están enterrados en un pasado mucho mas antiguo que el de Grecia, y la cuestión que, en ultima instancia, se plantea no es: “¿Por qué son tan a menudo las ciudades el locus de la Utopía?”, sino: “¿Por qué tantasinstituciones que son características de la utopía vieron la luz por vez primera en la ciudad antigua?”.
Aunque he sido durante mucho tiempo un estudioso tanto de las utopías como de las ciudades, solamente en los últimos años han salido a la luz datos suficientes para sugerirme que el concepto de utopía no es una fantasía especulativa helénica, sino una derivación de un acontecimiento histórico: que, en efecto, la primera utopía fue la ciudad como tal. Si puedo establecer esta relación se esclarecerá mas de una cuestión, no siendo la menos importante la explicación de la naturaleza autoritaria de tantas utopías.
***
Pero miremos primero la utopía a través de los ojos de los griegos. Es harto extraño que aunque Platón se acerca al dominio de la utopía en cuanto a sus diálogos, el que tuvo mayor influencia, la República , es la utopía mas desprovista de imágenes concretas de la ciudad, excepto en lo que se refiere a la prescripción de limitar el números de sus habitantes para mantener de integridad y unidad.
En la reacción de Platón contra la polis democrática ateniense, el modelo que le sedujo fue el de Esparta: un Estado cuya población se hallaba diseminada en pequeñas aldeas. En laRepública, Platón retuvo muchas de las instituciones de la ciudad antigua e intentó darles una dimensión ideal; y esto, por si mismo, proyectará una luz oblicua tanto sobre la ciudad antigua como sobre la literatura utópica post platónica. Únicamente en las Leyes descendióPlatón lo suficiente desde las alturas para dar unos pocos detalles -demasiado pocos- de las características físicas reales de la ciudad que incorporaría sus controles morales y legales.
No es preciso entrar en las escasas descripciones platónicas de la ciudad: en las Leyes, la mayoría de los detalles del entorno urbano están tomados directamente de ciudades existentes, aunque en la encendida descripción de la Atlántida la imaginación de Platónparece evocar el audaz planeamiento de la ciudad helenística del siglo III a.c. Lo que nosotros hemos de tomar en consideración en Platón son mas bien esas limitaciones peculiares que sus admiradores -y yo sigo siendo uno de ellos- han pasado por alto hasta nuestros días, cuando nos vemos enfrentados, de pronto, con una versión magnificada y modernizada del tipo de Estado totalitario que Platón había escrito. Bertrand Russell fue el primero en hacer este descubrimiento, en su visita a la Rusia soviética al comienzo de la década de 1920, casi 20 años antes de que Richard Crossman y otros indicasen que laRepública de Platón, lejos de ser un modelo deseable, era el prototipo del Estado fascista, aun cuando ni Hitler ni Mussolini y ni siquiera Stalin se cualificasen exactamente por el título de Filosofo-Rey.
Es cierto que Platón, en el Libro Segundo de la República , casi llegó a describir la sociedad normativa de la Edad de Oro de Hesíodo: esencialmente, la comunidad preurbana del cultivador neolítico, en la que ni tan siquiera el lobo y el león, como narra el poema sumerio, eran peligrosos, y en la que todos los miembros de la comunidad compartían sus bienes y sus dioses -en la que no había una clase dominante explotadora de los aldeanos, no obligación de trabajar para producir unos excedentes que la comunidad local no estaba autorizada a consumir, ni gusto por el lujo ocioso, ni celosa reivindicación de la propiedad privada, ni una exorbitante ansia de poder, ni guerra institucional-. Aunque los estudiosos han arrumbado despectivamente y durante largo tiempo el “Mito de la Edad de Oro”, es su saber, más que el mito lo que ahora ha de ser puesto en cuestión.
En efecto, dicha sociedad había surgido al final de la ultima era glaciar, si no antes, cuando el largo proceso de domesticación había llegado a un techo en el establecimiento de pequeñas comunidades estables, con un abundante y variado abastecimiento de alimentos; comunidades cuya capacidad para producir un excedente almacenable de grano proporcionaba seguridad y una alimentación adecuada a los jóvenes. Este aumento de vitalidad se vio acrecentado por una vívida intuición biológica y por la intensificación de las actividades sexuales, lo que atestigua la multiplicación de símbolos eróticos, en grado no menor que el éxito, no superado en ninguna cultura posterior, en la selección y cría de plantas y ganado. Platón reconocía las cualidades humanas de estas comunidades más sencillas; por tanto, es significativo que no hiciera el menor intento de recuperarlas a un nivel más elevado. (La institución de las comidas comunales para ciudadanos varones, tal como se practicaba todavía en Creta y en Esparta, ¿fue acaso una excepción?) Dejando aparte esta posibilidad, la comunidad ideal de Platón comienza en el mismo punto en el que llega a su fin la temprana Edad de Oro: con el gobierno absoluto, la coerción totalitaria, la permanente división del trabajo y constante disposición para la guerra -aceptado todo ello puntualmente en nombre de la justicia y de la sabiduría-. La guerra era tan central en toda la concepción platónica de la comunidad ideal que Sócrates, en el Timeo al confesar su deseo de contemplar esa estática República en acción, demanda una descripción del modo cómo libraría “una batalla contra sus vecinos”.
Todo el mundo se halla familiarizado con los pilares fundamentales de la República. Laciudad que describe Platón es una ciudad cerrada sobre si misma; y a fin de garantizar esta autosuficiencia ha de poseer tierra bastante para alimentar a sus habitantes y para mantenerse independiente de toda otra comunidad: autarquía. La población de esta comunidad se divide en tres grandes clases: labradores, artesanos y “defensores”, una casta especial de “guardianes”. Estos últimos se han convertido en los controladores y condicionadotes habituales de la mayoría de las comunidades políticas ideales, bien en su comienzo, bien en su gobierno cotidiano: Platón había racionalizado la realeza.
Una vez seleccionados, los miembros de cada una de estas clases deben mantenerse en su profesión y ocuparse estrictamente de lo suyo, recibiendo ordenes de los de arriba, y sin protestar. Para asegurar una perfecta obediencia no debe permitirse “ideas peligrosas” ni emociones perturbadoras: de ahí una estricta censura, que se extiende incluso a la música. Para garantizar la sumisión los guardianes no vacilan en alimentar de mentiras a la comunidad: constituyen, de hecho, una arquetípica Agencia Central de Inteligencia dentro de un Pentágono Platónico. La única innovación radical de Platón en la República es el control racional de la raza humana a través del matrimonio comunal. Aunque con retraso, esta práctica se estableció durante breve tiempo en la Comunidad de Oneida y hoy ronda insistentemente en los sueños de más de un genetista.
Pero adviértase que la constitución y la disciplina cotidiana de la comunidad política ideal de Platón convergen hacia un único fin: la aptitud para hacer la guerra. La observación deNietzsche de que la guerra es la salud del Estado se aplica en toda su plenitud a la Repúblicade Platón porque solamente en la guerra son temporalmente soportables esa autoridad rigurosa y esa coerción. Recordemos esta característica porque, con uno u otro acento, la encontraremos tanto en la ciudad antigua como en los mitos literarios de la Utopía. Hasta la mecanizada “nación en mono” de Bellamy , reclutada para veinte años de servicio laboral, se encuentra bajo la disciplina de una nación en armas.
Si se considera el esquema de Platón como una contribución a un futuro ideal, hay que preguntarse si la justicia, templanza, el valor y la sabiduría se habían orientado alguna vez anteriormente a un resultado “ideal” tan contradictorio. Lo que Platón había, en verdad, conseguido no era superar las incapacidades que amenazaban a la comunidad política griega de su tiempo, sino establecer una base aparentemente filosófica para instituciones históricas que, de hecho, habían detenido el desarrollo humano. Aunque Platón era un amante de la sociedad helénica, nunca pensó que valiera la pena preguntarse de qué modo podrían conservarse y desarrollarse los múltiples valores que habían dado lugar a su propia existencia y a la de Sócrates; a lo sumo, fue lo bastante honesto para aceptar, en las Leyes, que todavía podían encontrase hombres buenos en sociedades malas -es decir, muy platónica- .
Lo que hizo Platón -trataré de demostrarlo- fue racionalizar y perfeccionar unas instituciones que habían surgido como modelo ideal mucho tiempo antes, con la fundación de la ciudad antigua. Se proponía crear una estructura que, a diferencia, de la ciudadexistente en la historia, fue inmune al desafío provocado desde el interior y a la destrucción provocada desde el exterior. Platón sabía demasiada poca historia para darse cuanta de adonde le llevaba su imaginación; pero al volver la espalda a la Atenas contemporánea, retrocedía incluso más allá de Esparta, por lo que hubo que esperar más de dos mil años, hasta que el desarrollo de una tecnología científica convirtiera en realidad sus singularmente inhumanos ideales.
Hay que destacar otro atributo de la utopía de Platón, no sólo porque fue transmitido a utopías posteriores, sino porque ahora amenaza con llevar a cabo la consumación final de nuestra pretendidamente dinámica sociedad. Para realizar su ideal, Platón hace suRepública inmune al cambio: una vez constituida, el modelo de orden permanece estático, como en las sociedades de insectos, con las cuales guarda una estrecha semejanza. Elcambio, tal como lo describía en el Timeo , acontecía como una intrusión catastrófica de las fuerzas naturales. Desde su mismo comienzo aflige a todas las utopías una especie de rigidez mecánica. Según las interpretaciones mas generosas, estos se debe a la tendencia de la mente, o, cuando menos, del lenguaje, señalada por Bergson, a fijar y geometrizar todas las formas de movimiento y cambio orgánico: a detener la vida para entenderla, a matar el organismo para controlarlo, a combatir el incesante proceso de autotransformación que subyace en el origen mismo de las especies.
Todos los modelos ideales tienen esta misma propiedad de detener la vida, si no de negarla; de ahí que nada puede ser más funesto para la sociedad humana que realizar estos ideales. Pero afortunadamente no hay nada menos probable, porque, como observó Walt Whitman, está previsto en la naturaleza de las cosas que cada consumación emerja en condiciones que hagan necesario ir más allá de ella – afirmación superior a la que proporciona la dialéctica marxista-. Un modelo ideal es el equivalente ideológico de un contenedor físico: mantiene el cambio extraño dentro de los límites del proyecto humano. Con ayuda de los ideales, una comunidad puede seleccionar, entre una multitud de posibilidades, aquellas que son compatibles con su propia naturaleza o que prometen un desarrollo humano más amplio. Esto corresponde al papel de la entelequia en la biología de Aristóteles. Pero adviértase que una sociedad como la nuestra, comprometida con el cambio como su principal valor ideal, puede sufrir una interrupción y una fijación a través de su inexorable dinamismo y su caleidoscópica innovación, en grado no menor de lo que lo hace una sociedad tradicional a través de su rigidez.
Aunque es la influencia de Platón la primera que acude a la mente al pensar en las utopías posteriores, es Aristóteles quien se ocupa de manera más definitiva de la estructura real de una ciudad ideal. De hecho, podría decirse que el concepto de utopía impregna cada página de la “Política” . Para Aristóteles, como para cualquier otro griego, la estructura constitucional de una comunidad política tenía su contrapartida física en la ciudad; porque era en la ciudad donde los hombres se unían, no sólo para sobrevivir al ataque militar o para enriquecerse con el comercio, sino también para vivir la mejor vida posible. Pero las tendencias utópicas de Aristóteles iban mucho más lejos, porque comprara constantemente las ciudades reales, cuyas constituciones ha estudiado tan cuidadosamente, con sus posibles formas ideales. La política era, para él, la “ciencia de lo posible”, en un sentido bastante diferente del que ahora dan a esta frase quienes encubrían sus mediocres expectativas o sus débiles tácticas sucumbiendo, sin oponer ningún esfuerzo, a la probabilidad.
De la misma manera que cada organismo viviente tenía, para Aristóteles, la forma arquetípica de su especie, cuya realización gobernaba el proceso total de desarrollo y transformación, así también el Estado tenía una forma arquetípica; y un determinado tipo de ciudad podía ser comparado con otro no sólo en términos de poder, sino en términos de valor ideal para el desarrollo humano. Por una parte, Aristóteles consideraba la polis como un hecho natural, puesto que el hombre era un animal político que no podía vivir solo, a menos que fuera una bestia o un dios. Pero era igualmente cierto que la polis era un artefacto humano: su constitución heredada y su estructura física podían ser criticadas y modificadas por la razón. En resumen, la polis era potencialmente una obra de arte. Como en cualquier otra obra de arte, el medio y la capacidad del artista limitaban la expresión; pero la valoración humana, la intención humana, formaban parte de su diseño real. El interés racional de Aristóteles en las utopías se sustentaba no tanto en la insatisfacción por las deficiencias y fracasos de la polis existente, cuanto en la confianza en la posibilidad de perfeccionamiento.
La distinción establecida por Moro -un inveterado aficionado a los juegos de palabras-, al escoger la palabra utopía como un término ambiguo a caballo entre outopía, ningún lugar, y eutopía, el buen lugar, se aplica igualmente a la diferencia entre las concepciones de Platón y Aristóteles. La República de Platón estaba “en las nubes”, y después de su desastrosa experiencia en Siracusa (1) difícilmente podía esperar encontrarla en otro sitio. PeroAristóteles, incluso cuando en el Libro Séptimo de la “Política” bosqueja los requisitos de una ciudad ideal cortada según su propio patrón, sigue teniendo los pies en la tierra; no vacila en retener numerosas características tradicionales, tan accidentales como en el caso de las calles estrechas y torcidas, que podían ayudar a confundir y a obstaculizar a un ejército invasor.
Por tanto, en cada situación real, Aristóteles veía una o más posibilidades ideales surgidas de la naturaleza de la comunidad y de sus relaciones con otras comunidades, así como de la constitución de grupos, clases y profesiones dentro de la polis. Su propósito -declara abiertamente en la primera frase del Libro Segundo- “es considerar qué forma de comunidad política es la mejor de todas para quienes mejor pueden realizar su ideal de vida”. Quizá habría que subrayar esta afirmación porque en ella Aristóteles expresaba una de las contribuciones permanentes del modo de pensar utópico: la percepción de que los ideales, en cuanto tales, pertenecen a la historia natural del hombre animal político. Estos son los términos en los que dedica aquel capítulo a la crítica de Sócrates, tal como fue interpretado por Platón, y después continúa examinando otras utopías, como las de Faleas eHipódamo .
La asociación de lo potencial y lo ideal con lo racional y lo necesario fue un atributo esencial del pensamiento helénico, el cual consideraba a la razón como la característica central y definitiva del hombre: solamente con la desintegración social del siglo III a. C. dio paso esta fe en la razón a la creencia supersticiosa en el azar como dios último del destino humano. Pero cuando se examina la exposición de Aristóteles sobre la ciudad ideal vuelve a chocarnos, como en Platón , el ver cuán limitados eran estos originales ideales griegos. Ni Aristóteles, ni Platón, y ni siquiera Hipódamo, podían concebir una sociedad que sobrepase los límites de la ciudad ; ninguno de ellos podía abarcar una comunidad multinacional o policultural, ni aun centrándola en la ciudad; tampoco podían admitir, ni como un ideal remoto, la posibilidad de destruir las permanentes divisiones de clase o suprimir la institución de la guerra. A estos utópico griegos les resultaba más fácil imaginar posibilidad de abolir el matrimonio o la propiedad privada que la de liberar a la utopía de la esclavitud , la dominación de clase y la guerra.
En este breve repaso del pensamiento utópico griego se toma conciencia de unas limitaciones que fueron monótonamente repetidas por los escritores utópicos posteriores. Hasta el humano Moro, tolerante y magnánimo en el tema de las convicciones religiosas, aceptaba la esclavitud y la guerra; y el primer acto del rey Utopo cuando invadió la tierra de Utopía fue poner a trabajar a sus soldados y a los habitantes conquistados por él en la excavación de un gran canal, para convertir el territorio en una isla separada de la tierra firme.
Aislamiento, estratificación, fijación, regimentación, estandarización, militarización -en la concepción de la ciudad utópica, tal como la interpretación de los griegos, entran uno o varios de estos atributos-. Y estos mismos rasgos se mantienen, en forma abierta o disfrazada, incluso en las utopías supuestamente más democráticas del siglo XIX, como “Looking Backward” (mirando hacia atrás) de Bellamy. Al final, la utopía se funde con ladistopía del siglo XX, y de pronto nos damos cuenta de que la distancia entre el ideal positivo y el negativo no fue nunca tan grande como habían sostenido los defensores o los admiradores de la utopía.
Hasta aquí he discutido la literatura utópica en relación con el concepto de ciudad, como si la utopía fuese el lugar totalmente imaginario y como si los escritores utópicos clásicos, con la excepción de Aristóteles, formulasen una prescripción para una forma de vida bastante irrealizable, que tan sólo podía lograrse bajo condiciones excepcionales o en un futuro remoto.
A esta luz, todas las utopías, incluidas las de H. G. Wells, se presentan como un auténtico rompecabezas. ¿Cómo podía la imaginación humana, liberada supuestamente de las constricciones de la vida real, estar tan empobrecida? Y esta limitación resulta tanto más extraña en la Grecia del siglo IV, porque la polis helénica, de hecho, se había emancipado de muchas de las incapacidades de las monarquías orientales, movidas por el ansia de poder. ¿Cómo es posible que hasta los propios griegos visualizaran tan escasas alternativas a la vida consuetudinaria? ¿De dónde procedía esa total coacción y regimentación que distingue a estas comunidades políticas supuestamente ideales?
A estas preguntas puede dárseles más de una respuesta plausible. Quizá la que resulte menos aceptable para nuestra generación de hoy, científicamente orientada, sea la que sostiene que la inteligencia abstracta, operando con su propio aparato conceptual y en su propio y autorrestringido campo, es, en verdad, un instrumento coercitivo: un arrogante fragmento de la personalidad humana total, dispuesto a rehacer el mundo en sus propios términos, excesivamente simplificados, rechazando voluntariosamente intereses y valores incompatibles con sus propias asunciones y, consecuentemente, privándose de sí misma de todas las funciones cooperativas y generativas de la vida -sentimiento, emoción, exuberancia, espíritu de juego, libre fantasía-, en suma, las fuerzas liberadoras, dotadas de una creatividad impredecible e incontrolable.
Comparada aun con las manifestaciones más sencillas de vida espontánea dentro del fecundo ambiente de la naturaleza, toda utopía es, casi por definición, un desierto estéril, no apto para ser ocupado por el hombre. El edulcorado concepto de control científico, que B. F. Skinner insinúa en su “Walden Two”, no es sino otra forma de hablar de desarrollo interrumpido.
Pero hay otra posible respuesta a estas preguntas: a saber, que la serie de utopías escritas que vieron la luz en la Grecia helénica, fueron, en verdad, reflejos tardíos o residuos ideológicos de un fenómeno remoto, pero genuino: la ciudad antigua arquetípica. Que estautopía, efectivamente, existió en otro tiempo, realmente puede demostrarse ahora: sus beneficios reales, sus pretensiones y alucinaciones ideales y su severa y coercitiva disciplina se transmitieron a comunidades urbanas posteriores, y ello incluso después de que sus rasgos negativos se tornaran más conspicuos y formidables. Pero la ciudad antigualegó, por así decirlo, a la literatura utópica una imagen posterior de su forma “ideal”contenida en la mente humana.
Curiosamente el propio Platón, si bien, al parecer, como una ocurrencia tardía, se esforzó en dar a su utopía una fundamentación histórica, porque, en el “Timeo” y en el “Critias”, describe la ciudad y la Isla-Imperio de Atlántida en términos ideales perfectamente aplicables al Egipto faraónico o a la Creta minoana, hasta el punto de dar al paisaje de la Atlántida , con su abundancia de recursos naturales, una dimensión ideal ausente en el austero mundo de la “República”. En cuanto a la Atenas antediluviana, la comunidad pretendidamente histórica que conquistó la Atlántida nueve mil años antes de la época deSolón, fue, “casualmente”, una encarnación magnificada de la comunidad política ideal descrita en la “República”. Más tarde, en las “Leyes”, Platón se extiende repetidamente sobre las instituciones históricas de Esparta y Creta, enlazando de nuevo estrechamente su futuro ideal con un pasado histórico.
En tanto que el motivo que indujo a crear a Platón una utopía severamente autoritaria fue, sin duda, su aristocrática insatisfacción con la demagógica política ateniense, que él consideraba responsable de las sucesivas derrotas iniciadas con la Guerra del Peloponeso, acaso sea significativo que su retirada ideológica llevase aparejada una vuelta a una realidad anterior que reafirmaba sus ideales. El hecho de que esta imagen idealizada llegase por la vía del sacerdocio egipcio en Sais, país que Platón, y también Solón, habían visitado, proporciona, cuando menos, un hilo conductor entre la ciudad histórica en sus dimensiones originariamente divinas y las comunidades ideales más secularizadas de una época posterior. ¿Quién puede decir, entonces, que fueron solamente los problemas de la Atenas contemporánea, y no también los logros reales de la ciudad lo que alentó la excursión de Platón por la utopía?
Aunque en una primera lectura esta explicación pueda parecer exagerada, me propongo ahora presentar los datos -procedentes principalmente de Egipto y Mesopotamia- que hacen plausible esta hipótesis histórica. Porque es justamente en el principio de la civilización urbana donde se encuentra, no solamente la forma arquetípica de la ciudadcomo utopía, sino también otra institución utópica coordinada, esencial para todo sistema de régimen comunal: la máquina. En aquella arcaica constelación se hace patente por primera vez la noción de un mundo que se halla bajo un control científico y tecnológico total -lo cual constituye la fantasía dominante en nuestra época-. Mi propósito consiste en mostrar cómo en aquella temprana etapa la explicación histórica y filosófica van juntas. Si logramos entender por qué se fue a pique la más madrugadora de las utopías, quizá podamos intuir los riesgos con los que se enfrenta nuestra civilización actual, porque lahistoria es el más obstinado crítico de las utopías.
Notas:
  (1) Ver Carta VII, Platón
Texto extraído de “Utopías y pensamiento utópico”, varios, editorial Espasa Calpe, Madrid, España.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Me despierto seis y media de la mañana.
A los gritos.
Con los ojos desorbitados.
Con el corazón en la boca.
Sin aliento.
Me levanto, se que ya no voy a poder dormir.
El sueño que acabo de tener era demasiado real y ridiculo.
El día que me espera es demasiado real y ridiculo.
Prendo un cigarrillo, pongo la pava para el mate y voy a mear.
Me siento en la mesa con la pava, los puchos, un libro y mi gato que insiste en que ya que me levante juege un rato con él.
Mietras tomo mate repaso el sueño.
Esta fresco como un cadáver recien horneado.
En el sueño estaba en la casa de mi abuela. Estaban papá, una de mis hermanas y mi primo. Salimos a la calle. Y en la puerta nos cruzamos con el Indio Solari que viene a la casa de mi abuela. A mi hermana se le ilumina la cara. Nos saludamos. Le decimos que estamos llendo a comprar comida. El Indio Solari dice que prefiere quedarse. Y mi hermana y mi primo se quedan con él en la casa de la abuela. Que ahora es la casa de mi papá en José León Suarez.
Bien.
Mi papá y yo salimos a la calle.
Cruzamos.
El se mete en otra casa para sacar el auto.
Unos pibes en la puerta de la casa me miran.
Los miro.
Hay algo raro.
Nos miramos.
Hay algo que no entiendo.
Entonces sale mi papá por la puerta.
Ellos, los pibes, me miran.
Y yo los miro.
Hay algo raro.
Algo que no entiendo.
Y de repente todo cobra sentido.
Todo se vuelve una pesadilla.
Esos pibes estan ahí esperandome para ponermela.
Estan ahí para reventarme.
Y me despierto a los gritos.
Manoteando el aire.
Intentando escapar de los sicarios.
Tomo mate.
Intento leer.
Ahora estoy con Clemente de Alenadría que era un buen lector de los estoicos.
Y me baja una ficha.
Agustin.
San agustin.
Prendo la computadora y abro un Word.
Escribo:
Agustin.
Y debajo:
Angustia.
Y de rependte como si hubiera descubierto la polvora me digo:
Agustin es una contracción de Angustia.
Agustin es un anagrama de angustia, me repito como si fuera un matematico que encontro casualmente en su mesa de trabajo la formula matematica que da orden y sentido al universo.
Mi gato que se hecho en el sillon ofendido porque no le doy pelota me mira aburrido mientras sueña con destripar a las putas palomas que le hacen pito catalan desde la ventana.
Mi columna se llama Confesiones de un librero de mierda.
El nombre de la columna proviene de una novela de Philip K. Dick, Confesiones de un artista de mierda. Y probablemente el titulo de su novela sea producto de sus lecturas de Agustin y sus confesiones.
Así que si habría que armar una serie historica seria mas o menos así: primero vienen las confesiones de Agustin, luego las de Dick y por último las mías.
No esta mal.
Un power trío.
Agustin, Dick y yo.
Otra que los trios que armo Bill Evans o Jimi Hendrix.
Dick era un gran lector de textos de filosofia y religiosos.
Tambien de Borges.
De hecho Dick en algunas de sus mejores novelas metaboliza a Borges y la literatura borgeana en literatura dickeana.
El hombre en el castillo es un ejemplo de ello.
Quiza su mejor novela, cuya estructura recuerda a El jardín de senderos que se bifurcan.
Y este cuento de Borges me recuerda a Jorge Panesi desarmando como si fuera un reloj suizo al cuento en un pizarron.
Y volviendo en el colectivo y luego en el tren al Conurbano tan loco y maravillado con el asunto como cuando baje por primera vez una bombacha o peine mi primer raya o Michael Foucault me miro a los ojos y me dijo: esto, bobito lo escribi pensando en vos, solo en vos, y yo le crei y lo lei y me hizo muy feliz.
En fin.
¿Toda confesion implica una angustia?
No lo se.
En todo caso después de Agustin todo angustia y toda confesion remite a él ya sea que pagues peaje o te mandes por la colectora.

 

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El amor dura tres años – Frédéric Beigbeder

Hitler juan pablo liefeld William t vollmann beatles lennon mccartney fontanarrosa borges Houellbecq Frédéric Beigbeder

Para este collage se uso a William T. Vollmann, Jorge Luis Boges, The Beatles, Roberto Fontanarrosa, el perrito Mendieta, Adolf Hitler y un Muñequito Liefeld Puteador.

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Quinteto.

Precio: $000.

No das crédito a estar tan enamorado. Durante un año, la vida es una sucesión de soleadas mañanas. Te dedicas a escribir libros sobre esta cuestión. Te casas lo antes posible. El segundo año, hacéis el amor cada vez menos. Resistes la tentación de fijarte en las señoritas ligeras de ropa. El tercer año, ya no resistes la tentación. Llega el momento en que ya no puedes soportar a tu esposa, te has enamorado de otra. Recibes dos noticias. La noticia buena: tu mujer te abandona. La noticia mala: empiezas otro libro. Una historia de amor muy moderna, radicalmente autobiográfica, que el autor-protagonista presenta de forma aguda y desenvuelta.
Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965) es autor de otras tres novelas, un libro de cuentos y un ensayo. Durante diez años simultaneó su trabajo publicitario con colaboraciones en diferentes medios de comunicación como cronista de la noche o crítico literario en revistas, periódicos y programas de radio y televisión. Con «13, 99 euros» tuvo un éxito extraordinario, encabezando durante meses las listas de best-sellers, y de paso fue despedido fulminantemente de la agencia de publicidad en la que era un brillantísimo creativo.
Todo por 99F
Alejo Schapire
Para hablar de 99 francos –título y precio del libro que más tinta ha hecho correr en esta rentrée literaria– debemos, antes que nada, presentar a su autor. Durante el día, Frédéric Beigbeder es el redactor estrella de Young & Rubicam, la agencia de publicidad más importante del mundo. Por 6 mil dólares mensuales, este parisino de 34 años evoluciona en un medio de millonarios sarcásticos y artistas frustrados para concebir campañas de corpiños y yogures que luego contaminan las calles y la prensa de todo el país. Pero por la noche, Beigbeder abandona su (caro) traje de creativo y juega a la resistencia. Se transforma en el apasionado crítico literario de Rive Droite, Rive Gauche (una excelente emisión cultural televisiva) y Voici (un semanario sensacionalista que vive de fotos robadas a ricos y famosos), desde donde escribe una insólita y reputada columna que intenta despertar la curiosidad libresca del vulgo. La libertad con la que arremete contra ciertos valores seguros de la industria editorial local e internacional le han valido ser físicamente amenazado. Por si fuera poco, y cuando le queda algo de tiempo, Beigbeder se ocupa de su envidiado ascenso en el paisaje literario francés. Las editoriales más prestigiosas, Gallimard y Grasset, se reparten sus cuatro opúsculos: Memorias de un joven perturbado (1990), Vacaciones en coma (1994), El amor dura tres años (1997) y Cuentos bajo éxtasis (1999).
Durante una década, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde han compartido el mismo cuerpo, la misma pluma. Pero un buen día, el dandy provocador descubrió que ya no podía mirarse al espejo y decidió poner un punto final a la esquizofrenia. Con 99 francos eligió definitivamente su trinchera.
“Escribo este libro para que me echen” “Escribo este libro para que me echen. Si renuncio, no cobraría las indemnizaciones. Prefiero ser despedido por la empresa que por la vida.” Así comienza la confesión de un arrepentido, Octave Parango, alter ego de Frédéric Beigbeder. Como su autor, el narrador es redactor publicitario. Y aunque le gusta definirse como “un autor de aforismos que se venden”, sabe que hace rato que su sueño inicial de cambiar el estado de las cosas del mundo se ha desvanecido. Porque Octave confiaba en que podía transformar el mundo: “Los de la generación del 68 habían empezado a hacer la revolución, pero luego entraron en la publicidad; yo quería hacer lo contrario”. Hoy, admite con resignación, “soy un publicitario, y sí, colaboro con la polución del universo”; se dedica a fabricar “una felicidad retocada con Photoshop” para su target más dócil: “la mogólica de menos de cincuenta años”. La manipulación es su negocio: “Hago el casting de las modelos que van a hacer que se te pare seis meses más tarde”. Manejar a la gente le produce un placer sexual: “Mmm, qué bueno es penetrar en tu cerebro. Acabo en tu hemisferio derecho. Tu deseo ya no te pertenece, impongo el mío”. Octave se libra a la autodenigración, porque “lo ideal sería que usted empiece a detestarme, antes de detestar a la época que me creó”. Según explica el desertor: “Atrás quedó el tiempo en que los publicitarios eran saltimbanquis truchos. Hoy en día son hombres de negocios peligrosos, calculadores, implacables”.
El creativo de Bouygues Télécom y Wonderbra no duda en calificar a sus colegas como nietos espirituales de Goebbels, y las reuniones de estrategia como nuevos acuerdos de Munich donde se vuelve a abandonar al mundo.
Pese a los salarios astronómicos, los viajes organizados por la empresa a lugares paradisíacos con drogas y putas incluidas en el programa, a Octave le cuesta resignarse a la “capitulación diaria”. Sus compañeros, “alcohólicos, depresivos y drogadictos”, lo apodan el Gucche, el Che vestido por Gucci. En el mundo cínico que describe, “la crítica es digerida, la insolencia alentada, la delación remunerada, la diatriba organizada”.
Hasta que un buen día no puede más. Tal vez toca fondo porque su mujer embarazada lo deja, tal vez porque sin cocaína no logra ir al trabajo, probablemente porque sus estadías en hospitales psiquiátricos se vuelven cada vez más frecuentes. En todo caso, el ilusionista ha decidido traicionar al gremio y revelar sus secretos. Porque “todo escritor es un buchón. Toda literatura es delación”.
“La felicidad” es de Nestlé La publicidad, su modo de operar y sus consecuencias, han sido largamente estudiadas por sociólogos y semiólogos. En este sentido, la crítica de 99 francos no aporta nada nuevo. Sin embargo, el acceso privilegiado de este tránsfuga a la cocina de una multinacional de la publicidad sirve para revelar algunas perlas menos conocidas. “Ahí donde trabajo, circulan muchas informaciones: así, te enterás, por casualidad, de que existen lavarropas irrompibles que ningún fabricante quiere lanzar al mercado; que un tipo inventó medias que no se corren (¡Arlt!), pero una marca de panties le compró su patente para destruirla; que el neumático que no se pincha quedó también en un cajón.” A la lista conspirativa hay que agregar el boicot de los lobbies que no quieren autos que funcionen sin petróleo, la inutilidad de la pasta dental, los productos lavavajillas que resultan intercambiables o los CD’s, que se rayan tanto como los vinilos. Octave precisa: “Mi trabajo consiste en convencer a los consumidores de elegir el producto que se gasta más rápido. Los industriales llaman a esto: programar la obsolescencia”.
De paso, nos enteramos también de que Nestlé tiene los derechos de la palabra “felicidad”, mientras que Pepsi, que no quiere quedarse atrás, estaría interesada en quedarse con el color azul.
99 francos es a la publicidad lo que Glamorama de Bret Easton Ellis es a la moda. Más allá de la sátira social, los personajes de Beigbeder están obsesionados por las marcas, practican el name dropping y los diálogos absurdos. Para dejar en claro esta deuda, el crítico literario besó en su programa televisivo el zapato del norteamericano. Podemos hablar también de una filiación con Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq. Aquí también el narrador pierde el contacto con la realidad e inicia un descenso al infierno, desde la oficina al hospital psiquiátrico. De hecho, fue el autor de Las partículas elementales (según consta en los agradecimientos al final de la novela) quien le aconsejó: “Dejá de hacer libros sobre las noches mundanas y las discotecas, escribí sobre lo que es el centro del poder hoy, sin lo cual no existiría ni la nueva economía ni la prensa: la publicidad”.
Censura inc. Beigbeder siguió ese consejo al pie de la letra. Como Octave, durante tres años programó su venganza tomando apuntes del mundo que lo rodeaba, sin ocultarlo en absoluto. A nadie le extrañó entonces que días antes de que el libro estuviera en la calle, el presidente de Young & Rubicam-Francia se procurara las pruebas de la novela. Frédéric Beigbeder fue despedido en el acto. El motivo oficial de falta grave por haberse tomado vacaciones sin seguir el procedimiento adecuado no convenció a mucha gente. La cuestión está hoy en manos de la Justicia. Mientras tanto, los medios se apoderaron del asunto. La revista Paris-Match le dio la pluma a uno de los publicitarios citados en el libro para que descargue su furia. El diario Libération le dedicó al autor su contratapa, consagración de toda figura pública. Y, mientras la televisión organiza debates con el autor y sus detractores, 99 francos entró en la preselección de los aspirantes del premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas. Más allá de los secretos y conflictos personales que crearon el affaire de la rentrée, la polémica ha puesto en evidencia un problema más grave y que recién ahora empieza a ser analizado. La publicidad forma parte integrante de la vida cotidiana de la humanidad. No sólo está omnipresente bajo todos los soportes imaginables, sino que financia los medios de expresión, poniendo así en duda el margen de libertad de la prensa. Paralelamente, y esto es patente sobre todo en las novelas de Bret Easton Ellis, la literatura integra cada vez más las marcas y los nombres de celebridades que ocupan el espacio público, simplemente porque forman, como las nubes, el sol o el mar, parte del paisaje. Sin embargo, las corporaciones no admiten el derecho a réplica. Su discurso unidireccional está custodiado por ejércitos de abogados. En Francia, la ley impide que los medios de comunicación citen marcas fuera de los espacios publicitarios claramente establecidos. Esta legislación, inicialmente creada para evitar los “chivos” publicitarios, censura finalmente a los que critican a las multinacionales.
En estos días, los escritores franceses publican con el temor a ser enjuiciados, multados y censurados. La víctima que abrió la serie fue Houellebecq, quien se vio obligado a sacar de circulación los primeros ejemplares de Las partículas elementales porque al propietario del centro de veraneo l’Espace du possible no le gustó que se mencionase su establecimiento. Más recientemente, el diario Le Figaro tuvo que interrumpir la publicación de un folletín basado en un suceso policial porque la familia que protagoniza el hecho ganó un juicio contra el periódico. Al mismo tiempo, la última y celebrada novela Matrimonio mixto de Marc Weitzmann, que se inspira en otra noticia cotidiana, podría correr la misma suerte.
Para Houellebecq, el caso de Beigbeder fue la gota que derramó el vaso, y en un panfleto que equivale a una declaración de guerra contra las celebridades, organizaciones, multinacionales y las leyes que las amparan (ver aparte), llama a resistir con violencia a este tipo de censura. El debate recién empieza; lo que está en juego es, ni más ni menos, saber si se puede escribir sobre el mundo que nos rodea.
La privatización del mundo
Michel Houellbecq
Los best-sellers norteamericanos son generalmente libros mediocres. Los personajes son chatos y artificiales, el estilo inexistente, el suspenso se desmorona rápidamente; sin embargo, estos libros tienen una calidad que le falta a la mayoría de los libros franceses: la precisión y el realismo en la descripción de los medios profesionales. Cuando leemos sus libros, sentimos que John Grisham efectivamente ha sido abogado, y durante muchos años; que Robin Cook ha sido médico y cirujano, que trabajó en hospitales, laboratorios y clínicas privadas. Frédèric Beigbeder ha trabajado durante casi una década para Young et Rubicam, es decir en la filial francesa del grupo más grande de la publicidad mundial. Como su personaje Octave, era concepteur-rédacteur (lo que quiere decir que imaginaba campañas publicitarias y redactaba sus eslóganes). Un oficio de este tipo –aunque sea por las frustraciones a las que induce– puede predisponer a la escritura novelesca. Es sorprendente que no haya más novelas que nos describan desde adentro la vida de una agencia de publicidad –las razones de esta escasez aparecerán más adelante–. Por ejemplo el título del libro, 99 francos, es un concepto (un concepto pertinente, incluso genial: dar a un libro el título de su precio de venta es expresar con franqueza la naturaleza de un mundo donde el dinero es la realidad última). (…)
Los creativos de las agencias de publicidad –es una de las evidencias que surgen de este libro– se desprecian a sí mismos; son conscientes de que fabrican mierda y de que sólo son “creativos”. Lo que les gustaría, a ellos, es ser creadores (escribir realmente libros, dirigir películas, o bien pintar, etc.). Como “creativos” pueden, sin embargo, permitirse despreciar a los ejecutivos de cuenta, sus colegas. Estos, a su vez, desprecian a los clientes, a quienes estafan diariamente por sumas considerables. En cuanto a los clientes, de todas formas, pueden hacer jugar la competencia –y, por este hecho, desprecian indistintamente a las agencias de publicidad–.
Estos pequeños desprecios particulares forman parte de una cadena de desprecio más general: los directores generales de las multinacionales no sólo desprecian a sus empleados sino también a sus consumidores, a quienes venden voluntariamente productos de mala calidad (programación de la obsolescencia); pero éstos a su vez son despreciados por los accionistas, para quienes trabajan. Estos accionistas son al mismo tiempo consumidores, y muchas veces empleados. (…)
Lo que ocurre en el libro de Beigbeder, dejo que el lector lo descubra. En la vida real, el director de Young et Rubicam-France ha logrado acceder a las pruebas de imprenta del libro (¿Cómo?, podríamos preguntarnos). En la vida real, Frédèric Beigbeder fue despedido según el procedimiento de patitas en la calle (debía abandonar el lugar de trabajo en la hora que sigue a la notificación, y sin indemnización de despido). Esto sin excluir la posibilidad de un procedimiento de urgencia para bloquear la aparición de la obra.
Llegados a este punto, ya no se sabe cómo calificar 99 francos. ¿Autoficción prospectiva? En todo caso, nos encontramos frente a un nuevo tipo de objeto; de hecho, el libro parece funcionar como una suerte de dispositivo experimental: se describe una situación cercana a la vida real, incluyendo la escritura de un libro y somete a experimentación su funcionamiento. El momento de la experiencia es la recepción del libro. Los sucesos en la vida real del autor les darán validez o no a las hipótesis iniciales. Es así como progresan las ciencias sociales.
En el último número de la Nouvelle Revue Française, Dominique Noguez señala con exactitud que la novela contemporánea tiende cada vez más a proceder “por collage o por ready-made, por absorción de lugares, calles, negocios, marcas, eventos, personas de la vida real”. Observa igualmente que el mundo real, atrapado en un movimiento hacia la privatización de todo, se defiende con un vigor creciente y multiplica al infinito los juicios que, generalmente, gana.
Es poco probable que “el mundo real”, enardecido por sus primeros éxitos jurídicos, deponga su actitud agresiva. Es poco probable igualmente que los escritores cedan; al contrario, podemos esperar verlos salirse de la legalidad de un modo cada vez más preciso, deliberado y violento. Todas las condiciones están entonces reunidas para una lucha a muerte, de la que me siento partícipe. Hay pocos puntos en común entre Jean-Marie Le Pen, presidente del partido de extrema derecha Front National, el “Espace du posible”, las Chiennes de Garde (organización feminista a la que pertenece –señalo el hecho por divertido, Monseigneur Gaillot, eclesiástico rebelde a las posturas del Papa), la Licra, Liga Contra el Racismo y el Antisemitismo, la familia Godard, que logró interrumpir un folletín que publicaba Le Figaro sobre la extraña desaparición de miembros de esta familia y la multinacional de productos alimenticios Danone. Pero sé que desde ahora considero a toda esta gente –aun con el riesgo de una amalgama apresurada– como mis enemigos. Y que en el futuro sentiré un gran placer al insultarlos, difamarlos, calumniarlos, y atentar públicamente contra su reputación y hacerles sufrir según los medios que estén a mi disposición perjuicios materiales o morales irreversibles.
La solución de este conflicto es incierta. Es probable que los editores (como, desde otro punto de vista, los productores de películas) sean el eslabón débil de la cadena. No podemos culparlos, teniendo en cuenta las infames leyes Evin –que impide citar marcas en los medios de difusión– y Gayssot –que rige la libertad de expresión–, y el estado espantoso de la jurisprudencia en este país.
Entonces, ¿qué? ¿Los diarios? Claro que no: están amordazados, de manera simple y eficaz, por sus presupuestos publicitarios.
¿Internet? Sería una lamentable regresión en relación con el libro. Pero sí, ay, Internet. Vamos a tener que pasar por ahí, por lo menos durante las próximas décadas.r
La versión íntegra de La privatización del mundo será publicada próximamente en la revista l’Atelier du roman.

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Compañeros. El GAP: la escolta de Allende – Patricio Quiroga Z.

Salvador Allende Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro Pereyra GAP The Beatles Lennon McCartney
Para este collage se uso a Miles Davis, Jorge Luis Borges, Inodoro Pereyra, The Beatles, una familia argentina, al perrito Mendieta y la puta imagen que tengo desde el mediodía de un perrito con su dueño linyera llevando en su boca que sostenía con sus dientes un cartel que decía: «sin su ayuda me muero de hambre». Para vos perrito y tu dueño este collage que me hizo pensar que mierda tenes que ver vos caminando por las calles de Buenos Aires mientras desembarca en las librerias de de Baires un nuevo libro de Michael Foucualt Del gobierno de los vivos. Estoy convencido que vos perrito y ese libro algo tienen para decirme, quizá algún día lo averigue.

Estado: usado.

Editorial: Aguilar.

Precio: $400.

Finales de 1971. Plena Unidad Popular. Salvador Allende decide crear el Departamento de Seguridad de la Presidencia de la República y en la prensa de la época la sigla surge por combustión espontánea: GAP (Grupo de Amigos Personales).
Se entrenan en el santuario cubano de Punto Cero, admiran al Che Guevara, se consideran la vanguardia revolucionaria y hay obreros y campesinos, también algunos ex militares; chilenos jóvenes, hombres la mayoría y un puñado de mujeres, que se instalan en el epicentro de la política y en el corazón de la tormenta.
El GAP funciona en cuatro secciones: Escolta, Operativo, Guarnición y Servicios; su centro de operaciones esá en las casas de El Cañaveral y Tomás Moro; los autos son los FIAT 125; usan nombres de chapa como Jano, Silvio, Patán y El Ciego.
El 11 de septiembre de 1973 van a limpiar el cañón de su fusil para defender al gobierno, la Constitución y la ley, pero la sangre salpicará La Moneda, Tomás Moro, los cordones industriales y a Chile entero: los van a aplastar y luego a perseguir como a un enemigo derrotado e infame.
El GAP, el líder y su tiempo,  van a morir con las botas puestas; y algunos pocos vivieron para contarlo: Compañeros. El GAP: la escolta de Allende.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
Sobre la responsabilidad. No matar – Oscar del Barco
Los Tupamaros. Guerrilla urbana en el Uruguay – Alain Labrousse
Ernesto Guevara también conocido como el Che – Paco Ignacio Taibo II
Camilo Cienfuegos – Carlos Franqui
Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA – Marcelo Larraquy y Roberto Caballero
Conversaciones con Juan Gelman. Contraderrota, Montoneros y la revolución perdida – Roberto Mero
El hombre ante la muerte – Philippe Ariès
La muerte – Vladimir Jankélévitch

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Homosexualidad: literatura y política – George Steiner y Robert Boyers (compiladores)

Homosexualidad literatura y política George Steiner John Boswell Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro Pereyra

Para este collage se uso a Jorge Luis Borges, Charly Garcia, Inodoro Pereyra, el perrito Mendieta, Miles Davis y a una familia argentina durmiendo plácidamente un sábado por la mañana en la esquina de Callao y Corrientes debajo de la vidriera de una librería llena de libros relindos (y tuve la colaboración de Nick Cave que mientras  me cebaba unos  mates  me canto algunas de sus oscuras y bellas melodías).

Estado: impecable.

Editorial: Alianza.

Precio: $400.

Los trabajos incluidos en este volumen – número especial de la revista Salmagundi – estudian las relaciones existentes entre el homoerotismo, por un lado, y la sociedad y la cultura modernas, por otro. “Estas interacciones – señala George Steiner en el prólogo – parecen cumplir una importante función en algunos núcleos decisivos de la energía y  de las actitudes que alientan en las recientes tendencias de la literatura, de las artes y del modo de articularse la sensibilidad”. Además de una larga entrevista con Michel Foucault, Homosexualidad: literatura y política – compilación de George Steiner y Robert Boyers – incluye trabajos de John Boswell (“Hacia un enfoque amplio. Revoluciones universales y categorías relativas a la sexualidad”), George Chauncey Jr. (“De la inversión sexual a la homosexualidad: la medicina y la evolución de la conceptualización de la desviación de la mujer”), W. W. Bartley III (“Sobre Wittgenstein y la homosexualidad”), Calvin Bedient (“Walt Whitman, anulado”), Robert Alter (“Una lectura ideológica de Proust”), Larry David Nachman (“Genet, dandy de los abismos”), Catherine R. Stimpson (“La generación beat y las vicisitudes de la liberación de los homosexuales”), Martin Green (“La homosexualidad en la literatura”), Philipp Rieff (“Epílogo. La cultura imposible: Wilde, profeta moderno”).
Reflexiones en torno a la historia de la homosexualidad
 Philippe Ariès
Es evidente que, como en este mismo volumen muestra Michael Pollak, el debilitamiento de las restricciones que pesan sobre la homosexualidad es uno de los rasgos más sobresalientes de la situación moral actual, en las sociedades occidentales. Los homosexuales forman actualmente un grupo coherente, sin lugar a dudas aún marginal, pero que ha tomado conciencia de su propia identidad; un grupo que reivindica sus derechos contra una sociedad dominante que aún no lo acepta (y que, incluso, en Francia, reacciona con dureza por medio de una legislación que duplica las penas de los delitos sexuales cuando son cometidos por individuos del mismo sexo), pero que no está ya tan segura frente al problema de la homosexualidad y que incluso ve tambalearse sus opiniones al respecto. Así pues, queda abierta la puerta a la tolerancia y hasta a una cierta complicidad que era impensable hace treinta años. Recientemente, los diarios informaban de una ceremonia paramatrimonial en la que un pastor protestante (desautorizado por su Iglesia) casaba a dos lesbianas, ¡no para toda la vida, por supuesto!, sino para tanto tiempo como fuera posible. El mismo Papa ha tenido que intervenir para recordar la condena paulina de la homosexualidad, lo que no habría sido necesario si no se hubieran manifestado tendencias contemporizantes en el seno de la Iglesia romana. Se sabe que en San Francisco, los gaysconstituyen un grupo de presión con el que hay que contar. En resumen, los homosexuales están a punto de ser aceptados, aunque no faltan moralistas conservadores que se indignan de su audacia y de la escasa resistencia ante tal hecho. Michael Pollak, sin embargo, deja caer una duda: esta situación podría no durar mucho, e incluso invertirse, y Gabriel Matzneff se ha hecho eco de ello en un artículo del diario Le Monde (5-1-1980) titulado «El Paraíso clandestino» —Paraíso, pero clandestino—. «Asistiremos a la vuelta del orden moral y a su triunfo. [¡Tranquilizaos, no es cosa de un día para otro!] Pero también tendremos más necesidad que nunca de ocultarnos. El porvenir está en la clandestinidad.»
Aún existe inquietud. No cabe duda de que asistimos a una especie de vuelta al orden, aunque por ahora parece centrarse más en la seguridad que en la moralidad.[1] ¿Será la primera etapa? De todos modos, la normalización de la sexualidad y de la homosexualidad ha ido demasiado lejos como para ceder a las presiones jurídicas y policiales. Ahora bien, es necesario admitir que el lugar que ha llegado a ocupar —a conquistar— la homosexualidad no se debe sólo al hecho de la mayor tolerancia y de la laxitud general: «Todo está permitido, todo importa poco…» Hay algo más profundo, más sutil, y sin duda más estructural y definitivo, al menos para un largo futuro: en adelante, la sociedad toda tiende, en mayor o menor medida, y con resistencias, a adaptarse al modelo homosexual. Ésa es una de las tesis que más me ha llamado la atención en la exposición de Michael Pollak: los modelos de la sociedad en su conjunto se avienen a la representación que de sí mismos hacen los homosexuales, pero esta concordancia es sólo debida a una deformación de las imágenes y los papeles.
Retomo la tesis. El modelo dominante del homosexual, a partir del momento en que comienza a tomar conciencia de su especificidad y a reconocerla, aún, con frecuencia, como una enfermedad o una perversión —es decir, como se considera desde el siglo xviii y comienzos del xix hasta los primeros años del xx—, es el de un tipo afeminado: el travesti, con la voz aguda. En este sentido, se puede ver una adaptación del homosexual al modelo dominante en la sociedad: los hombres a quienes ama tienen el aire de mujeres y ello es, en cierto sentido, tranquilizador para la sociedad. Así, les es permitido amar a los niños o a los jóvenes (pederastia): relación ésta muy antigua, podríamos decir clásica, puesto que viene de la antigüedad grecolatina y perdura en el mundo musulmán, a pesar del ayatolah Jomeini y sus verdugos. Corresponde, pues, a una práctica tradicional de educación o de iniciación que puede adquirir formas degradadas y furtivas: ciertos tipos de amistad rozan la homosexualidad, aunque no se reconozca conscientemente.
Ahora bien, según Michael Pollak, la vulgata homosexual de la actualidad rechaza, a menudo, los dos modelos anteriores; o sea, el tipo afeminado y el paidófilo, y los reemplaza por una imagen machista, deportiva, superviril, aunque conserve algunos rasgos adolescentes, como la cintura estrecha, al contrario de las imágenes macizas de la pintura mejicano-americana de la década del veinte al treinta y del arte soviético: el tipo físico del motorista enfundado en su mono de cuero, con un aro en la oreja; un tipo, por lo demás, común a toda una clase de edad —sin que denote ninguna sexualidad concreta—; un tipo de adolescente que incluso resulta atractivo para la mujer. Es un hecho comprobado que no siempre se sabe a quién se pretende atraer: ¿a él o a ella?
El eclipsamiento de las diferencias aparentes entre los sexos que se da entre los adolescentes ¿no es uno de los rasgos más originales de nuestra sociedad, de una «sociedad unisex»? Los roles son intercambiables, como el papel de padre y el de madre, y también el de los partenaires sexuales. Lo curioso es que el modelo único es «viril». La silueta de las muchachas adopta una semejanza con la de los chicos. Las muchachas han perdido las formas abundantes que tanto gustaban a los artistas desde el siglo xvi al xix y que aún prevalecen en las sociedades musulmanas, quizá porque se las asocia con la evocación de la maternidad. Nadie hoy en día se divertiría bromeando con la delgadez de una muchacha en el tono en que lo hacía el poeta del siglo pasado:
¡Qué importa la delgadez, oh mi preciado bien!
Se está más cerca del corazón cuando el pecho es plano.
Si nos retrotraemos un poco más en el tiempo, quizás encontraríamos indicios, aunque tan sólo pasajeros, de otra sociedad con una débil inclinación unisex en la Italia del siglo xv, pero entonces el modelo era menos viril que actualmente, y tendía hacia el tipo andrógino.
Como quiera que sea, la adopción por la juventud de un modelo físico de indudable origen homosexual explica, quizá, su curiosidad, no exenta de cierta atracción, respecto a la homosexualidad, de la que toma esos rasgos y de la que busca su presencia en los centros de reunión y placer. Así, el homo se ha convertido en uno de los personajes de la nueva comedia. — Si no me equivoco en mi análisis, la moda unisex sería un indicador muy fiable del cambio general de la sociedad: la tolerancia frente a la homosexualidad derivaría de un cambio en la representación de los sexos, no sólo de sus funciones, de sus roles en la profesión y en la familia sino de sus imágenes simbólicas.
Intentamos acotar lo que está pasando ante nuestros ojos: pero, ¿podemos hacernos una idea de las actitudes anteriores, de otra forma que no sea por medio de las prohibiciones literales de la Iglesia? Existe un gran espacio sin explorar. Nos detendremos en algunas impresiones que podrían llegar a ser pistas para acometer esa investigación.
Han aparecido libros en los últimos años que vienen a decir que la homosexualidad sería una invención del siglo xix. En la discusión que siguió a su exposición, Michael Pollak expresaba sus reservas al respecto. Pero no por ello el problema dejaba de tener interés. Ahora bien: eso no quiere decir que antes no hubiera homosexuales —sería una hipótesis ridícula. Sin embargo, sólo se tiene conocimiento de comportamientos homosexuales que se desarrollaban a cierta edad en la vida o en algunas circunstancias y que no excluían, por otro lado, que esos mismos individuos mantuvieran, simultáneamente, relaciones heterosexuales. Como señala Paul Veyne, lo que conocemos de la antigüedad clásica da testimonio no de la oposición entre homosexualidad y heterosexualidad sino de una bisexualidad cuyas manifestaciones «parecen» dictadas más por el azar del contacto entre las personas que por determinismos biológicos.
Sin duda, la aparición de una moral sexual rigurosa, apoyada por una concepción filosófica del mundo, como la que el cristianismo ha configurado y mantenido hasta nuestros días, ha favorecido una definición más estricta de la «sodomía»: pero este término, surgido del comportamiento de los hombres de Sodoma en la Biblia, se refería tanto al ayuntamiento llamado contra natura (more canum) como al masculorum concubitus, también calificado como antinatural. Entonces, la homosexualidad estaba bien separada de la heterosexualidad, una práctica moralmente admitida, pero a la vez rechazada y sumida en el acervo de las perversidades; la ars erótica occidental es un catálogo de perversidades pecaminosas. Se creaba, de este modo, la categoría de perverso o, como se decía entonces, «lujurioso», de la que el homosexual no se podía librar. Naturalmente, la situación es más sutil de lo que esta síntesis apretada pueda dar a entender. Pero volveremos, muy pronto, a un ejemplo de esa sutileza que se plasma en la ambigüedad de Dante. Admitámoslo pues: el homosexual medieval y del Antiguo Régimen era un perverso.
A finales del siglo xviii y comienzos del xix, se convierte en un monstruo, en un anormal. Evolución que, por otra parte, marca el problema de la relación existente entre el monstruo medieval o renacentista y el anormal biológico del Siglo de las Luces y de los comienzos de la ciencia moderna (véase J. Ceard). El monstruo, el enano, pero también la vieja alcahueta a la que se confunde con la bruja, son aberraciones de la creación, culpabilizados como criaturas diabólicas.
Por su parte, el homosexual del siglo xix ha heredado esa especie de maldición. Era a la vez un anormal y un perverso. La Iglesia estaba dispuesta a reconocer la anomalía física que hacía del homosexual un hombre-mujer, un hombre anormal y afeminado —pues no olvidemos que esta primera etapa en la formación de una homosexualidad autónoma se realiza bajo el signo del afeminamiento—. La víctima de esta anomalía no era responsable de ella, sin duda; pero no dejaba de ser un sospechoso, expuesto por su naturaleza, más que cualquier otro, al pecado, y más predispuesto a seducir a sus allegados y a arrastrarlos por los mismos derroteros; por lo tanto el homosexual debía ser encerrado como una mujer, o vigilado como un niño, y siempre expuesto a la desconfianza de la sociedad. Quien padecía esta anormalidad, precisamente por ello, atraía sobre sí todas las sospechas de que pudiera llegar a convertirse en un perverso, en un delincuente.
La medicina, desde finales del siglo xviii, ha incorporado la concepción clerical de la homosexualidad. Así, está se convierte en una enfermedad, en el mejor de los casos en una enfermedad tras cuyo examen clínico se podía hacer un diagnóstico. Además, algunos libros de reciente aparición, después de la obra de J. P. Aron y Roger Kempf, han vuelto a conceder credibilidad a aquellos extravagantes médicos y les han asegurado una nueva popularidad. Dentro del viejo mundo marginal de las prostitutas, de las mujeres fáciles, de las descarriadas, emergía una «especie», coherente, homogénea, con características físicas propias. Los médicos habían aprendido a detectar al homosexual, que, sin embargo, se ocultaba. El examen del ano o del pene era suficiente para desenmascararlo, pues presentaban deformidades específicas, como las de los judíos circuncisos. Así pues, constituían una especie de etnia, si bien sus características particulares eran más bien adquiridas por la práctica que determinadas por el nacimiento. El diagnóstico médico se apoyaba en dos evidencias: una, física, la de los estigmas del vicio, que, por lo demás, se encontraban en todos los descarriados y alcohólicos; otra, moral, la de una tendencia casi congénita hacia el vicio y que entrañaba un peligro de contaminación para los demás. Frente a esa denuncia que los definía como una especie, los homosexuales se defendían, por un lado ocultándose, por otro confesándose como tales, en confesiones patéticas y lastimeras o, a veces, cínicas —eso depende de nuestra apreciación actual—, pero siempre haciendo patente el hecho de la diferencia a la vez irremediable y vergonzosa o provocativa. Tales confesiones ni eran públicas ni a ellas se les daba publicidad. Una de ellas le fue enviada a Zola, que no supo muy bien qué hacer con ella y se la sacó de encima pasándosela a otro. Ahora bien, tales confesiones vergonzantes no incitaban a la reivindicación de la homosexualidad. Cuando el homosexual salía de la clandestinidad, era para introducirse en el mundo marginal de los perversos en donde había vegetado, hasta que la medicina, desde el siglo xviii, se lo llevó a su museo de los horrores e infecciones. La anomalía aquí denunciada era la del sexo y la de su ambigüedad: el hombre afeminado o la mujer con órganos sexuales masculinos, el andrógino.
En una segunda etapa, los homosexuales abandonan simultáneamente la clandestinidad y la perversidad para reivindicar su derecho a ser abiertamente como son, para afirmar su normalidad. Como hemos visto, esta evolución implica un cambio de modelo: el modelo viril reemplaza al tipo afeminado o pueril.
Sin embargo, no se trata de una vuelta a la bisexualidad de la sociedad clásica que, a cierta edad de la vida, en los ritos de iniciación y en las novatadas se habían mantenido aún durante mucho tiempo entre los adolescentes. Más bien, este segundo tipo de homosexualidad excluye las relaciones heterosexuales, ya sea por impotencia, ya sea por una preferencia deliberada de las relaciones homosexuales. Ya no serán los médicos ni los clérigos quienes en adelante hagan de la homosexualidad una categoría aparte, una especie, sino que son los homosexuales mismos los que reivindican su carácter diferente y quienes, de este modo, se oponen al resto de la sociedad al exigir su propio espacio bajo el sol.
Me parece bien que Freud haya rechazado esa pretensión diferenciadora: «El psicoanálisis se niega rotundamente a admitir que los homosexuales formen un grupo con unas características particulares que los puedan distinguir de las demás personas.» Pero no ha impedido que la vulgarización del psicoanálisis haya contribuido tanto a la liberación de la homosexualidad como a su clasificación como especie, en la línea de los-médicos del siglo xix.
He tenido la tentación de afirmar que la juventud o la adolescencia no existían verdaderamente antes del siglo xviii, una adolescencia cuya historia habría sido casi la misma (aunque con una desviación en cuanto a la cronología) que la de la homosexualidad: primero, Querubín, el afeminado, y después Sigfrido, el viril. En este sentido, se me ha objetado (N. Z. Davis) el caso de las castas formadas por grupos de jóvenes de la misma edad en los noviciados o la «subcultura» de los aprendices londinenses…, que testimonian una actividad social propia de la adolescencia, expresión de la solidaridad entre los adolescentes. Desde luego, eso es cierto.
La juventud tenía a la vez un status y unas funciones, ya fuera en la organización de la comunidad y de su ocio, ya fuera en la vida laboral y en el taller, frente a los patronos y patronas. En otras palabras, había una diferencia entre el status de los adolescentes solteros y el de los adultos. Pero si bien esa diferencia los oponía entre sí, no los separaba en dos mundos sin conexión. La adolescencia no constituía una categoría particular, aunque los adolescentes tuviesen unas funciones concretamente destinadas a ellos. Es por eso por lo que no existía el prototipo de adolescente. Por supuesto, esta regla general tiene sus excepciones. Por ejemplo, en el siglo xv italiano y en la literatura isabelina, la adolescencia está muy presente en la forma del tipo juvenil elegante y esbelto, no exento de ambigüedad, y que evoca un cierto toque de homosexualidad. A partir del siglo xvi y en el xvii, por el contrario, la silueta del hombre viril y fuerte o la de la mujer fecunda son las que triunfan. El modelo de la era moderna (siglo xvii) es elvarón joven y no el muchacho; pues es el varón joven con su mujer el que ocupa el vértice de las pirámides de edad. El afeminamiento, la puerilidad, o incluso la «jovialidad» grácil del siglo xvson extraños a la imaginación de esa época.
Por el contrario, a finales del siglo xviii y sobre todo en el siglo xix, la adolescencia adquiere consistencia al tiempo que pierde poco a poco su status en el conjunto de la sociedad; la adolescencia deja de ser un elemento orgánico de la sociedad para convertirse simplemente en la antesala de la madurez. Así, el fenómeno de compartimentacíón, a comienzos del siglo xix (época romántica), ha quedado limitado a la juventud burguesa de las escuelas (los estudiantes). Por toda una serie de razones se ha ido extendiendo y generalizando después de la segunda guerra mundial y, en adelante, la adolescencia aparece como un grupo definido por la edad extremadamente numeroso, poco estructurado, al que se accede muy pronto y del que se sale tarde y con dificultades, bastante después del matrimonio. Con ello, la adolescencia se ha convertido en una especie de mito.
Pero esta adolescencia ha sido, en primer lugar, eminentemente viril; pues las muchachas continuaron durante largo tiempo compartiendo la vida de las mujeres adultas y participando en sus actividades. Después, como ocurre en la actualidad, una vez que la adolescencia se ha convertido en una realidad mixta, aunque unisex, muchachos y muchachas han adoptado un modelo común, predominantemente viril.
Por otra parte, es interesante comparar las historias de los dos mitos, el de la juventud o la adolescencia y el de la homosexualidad. Su paralelismo es sugestivo.
La historia de la homosexualidad plantea un problema adicional que constituye un caso particular dentro de la historia de la sexualidad en general.
Hasta el siglo xviii, y durante mucho tiempo después en amplias capas populares de la sociedad urbana o rural, la sexualidad parecía que estaba localizada y concentrada en el terreno de la procreación, en las actividades de los órganos genitales. La poesía, las artes mayores, tendían el deseo como puente hacia el amor; lo genésico y lo sentimental apenas si entremezclaban sus trayectorias, por lo demás, separadas. Por el contrario, las canciones, el grabado y la literatura picante, apenas iban más allá de lo genital.
Había, pues, una vertiente descaradamente sexual y otra asexual, limpia de cualquier contaminación. Pero actualmente, ilustrados tanto por Dostoievski como por Freud, y aún más por la apertura de nuestra sensibilidad, sabemos que eso no era cierto, que las gentes del Antiguo Régimen y de la Edad Media se equivocaban. Sabemos que lo asexual estaba permeabilizado por lo sexual, si bien de una forma difusa e inconsciente: como por ejemplo, en el caso de los místicos, el del Barroco o el de Bernini. Ahora bien, sus contemporáneos no se percataban; y por eso, porque su ignorancia dictaba su comportamiento, podían bordear el abismo sin precipitarse en él.
A partir del siglo xviii, la barrera entre los dos mundos se vuelve permeable: lo sexual se infiltra en lo no sexual. La reciente vulgarización del psicoanálisis (efecto más que causa) ha suprimido las últimas fronteras. En adelante, abrigamos la pretensión de dar nombre a los deseos, a las pulsiones subterráneas que antaño parecían transparentes y anónimas. Y todavía, llevados de nuestro exceso de celo, en nuestras prospecciones temerarias descubrimos lo sexual por doquier y, desde nuestro punto de vista, la mínima forma cilíndrica aparece como una forma fálica. La sexualidad no tiene ya un campo propio, más allá del genital, pues ha invadido el cuerpo del hombre (del niño) y el espacio social. Tendemos a explicar la pansexualidad actual en base a la abdicación de las morales religiosas y por la búsqueda de la felicidad obtenida por la victoria sobre las prohibiciones. El hecho de que éste sea un fenómeno consciente es uno de los rasgos más característicos de la modernidad. Así, podemos descubrirsimul et semel la belleza de una iglesia gótica, de un palacio barroco, o de una máscara africana, mientras que antiguamente, la belleza reconocida en cualquiera de ellos habría excluido el reconocimiento de la belleza de los otros. Igualmente, así como la belleza se extiende en manifestaciones artísticas contradictorias, la sexualidad —donde, por otro lado, algunos verían una forma de Belleza— penetra todos los sectores de la vida, tanto de los individuos como de las sociedades, en donde antes pasaba inadvertida. Actualmente, su imagen, antaño oscura o virtual, emerge de la no-conciencia como si del revelado de una placa fotográfica se tratase.
Esta tendencia es antigua y se remonta, al menos, al siglo xviii del marqués de Sade. Pero la hemos visto acelerarse, en las dos últimas décadas, hasta el paroxismo.
El conocimiento y el reconocimiento de la homosexualidad han sido uno de los aspectos asombrosos de la pansexualidad. Y me pregunto si no habrá una relación entre la extensión del ámbito de una homosexualidad normalizada y el debilitamiento del papel de la amistad en nuestra sociedad actual. Ese papel era muy grande en otras épocas. La lectura de los testimonios así lo pone de manifiesto. Y lo que es curioso, la palabra tenía entonces un sentido menos restringido que el que hoy tiene y también servía para designar el amor, al menos el amor de los prometidos y de los esposos. .Me- parece que una historia de la amistad mostraría su declive entre los adultos a lo largo de-los siglos xix y xx —en beneficio de los familiares más próximos— y su, repliegue entre los adolescentes. La amistad se convierte en un rasgo característico de la adolescencia, que se desvanece paco después.
En las últimas décadas, la amistad se ha visto cargada de una sexualidad consciente que la vuelve ingenua; ambigua o vergonzosa. La sociedad la reprueba entre hombres de edades dispares: en la actualidad, el viejo y el niño de Hemingway, de regreso de su paseo por el mar, despertarían las sospechas de los centinelas de la moralidad y de las madres de familia.
O sea: progreso de la homosexualidad y de sus mitos, retroceso de la amistad, presencia creciente de la adolescencia que se instala en el corazón mismo de la sociedad en su conjunto: tales son las características fundamentales de nuestro tiempo e ignoro qué correlación puede haber entre ellas.
Hace unos treinta años (digamos una generación), la reflexión sobre la homosexualidad habría concedido una especial importancia a la amistad ambigua, al amor que empuja irresistiblemente a un hombre hacia otro, a una mujer hacia otra, y a pasiones trágicas que acaban en. la muerte o el suicidio. Los ejemplos escogidos habrían sido Aquiles y Patroclo (dos amigos), Harmodio y Aristogitón (el adulto y el efebo), los misteriosos y ambiguos amantes de Miguel Ángel, Shakespeare, Marlow y, más próximo a nosotros, el oficial de la obra de Julien Green,Sud. Pero nada de esto se encuentra en el análisis de Michael Pollak ni en su cuadro sobre la homosexualidad. Ésta rechaza la ilusión de la pasión sentimental, del amor romántico, para presentarse como el producto de un mercado estrictamente sexual: un mercado del orgasmo.
Ahora bien, hablando con propiedad, el sentimiento no está ausente en la sociedad homosexual, sino que se lo pospone al período de actividad sexual, siempre breve: la homosexualidad rechaza los compromisos duraderos y en esto no difiere de la heterosexualidad actual. Ya no se ama de por vida, sino en la intensidad del instante irrepetible, una intensidad de difícil compatibilidad, según parece, con la ternura y el sentimiento, que quedan reservados a los viejos combatientes.
Quienes han sido amantes, dice Michael Pollak, se reencuentran como hermanos, de una forma tan inocente que el deseo pasa a ser considerado como incestuoso. Después, pero no durante el tiempo que dura la relación sexual.
Pero hablemos un poco más de la pansexualidad actual, de la sexualidad difusa en la sociedad. Éste es uno de los aspectos característicos de la sexualidad contemporánea. El otro, que a primera vista parece su opuesto, es la concentración de la sexualidad o, más bien, su decantación. La sexualidad está, a la vez, separada de la procreación y del amor en el sentido antiguo del término y desprovista de la contaminación sentimental que antaño la aproximaba a la amistad. La sexualidad se presenta así como la consumación de profundas pulsiones que permiten al hombre o a la mujer alcanzar la plenitud en la vivencia momentánea del orgasmo como eternidad. ¿No cabe decir que el orgasmo se ha sacralizado? Lo es porque la homosexualidad, que es por naturaleza ajena a la procreación y absolutamente nueva e independiente, al margen de las tradiciones, de las instituciones, de los vínculos sociales, es la única forma de la sexualidad que puede llegar hasta el final de la dicotomía sexual que privilegia el orgasmo. Por eso aparece como la sexualidad en estado puro y, por consiguiente, un modelo de sexualidad.
En las sociedades precedentes a la nuestra, la sexualidad se mantenía acotada, bien en la procreación, y entonces era legítima, bien dentro de la perversidad, y entonces, era condenable. Pero fuera de esas limitaciones, el sentimiento era libre.
Sin embargo, en la actualidad, el sentimiento se centra en la familia, que, en otros tiempos, no lo monopolizaba. Por eso la amistad jugaba el importante papel que hemos señalado. Pero el sentimiento que unía a los hombres excedía la amistad, incluso en un sentido amplio, ya que daba pie a toda una serie de relaciones serviciales que hoy han sido reemplazadas por el sistema de contratación. Entonces la vida social estaba organizada a partir de relaciones personales de dependencia y patronazgo, y también de ayuda mutua. Las prestaciones de servicios o las relaciones de trabajo eran relaciones directas de hombre a hombre que evolucionaban de la amistad y de la confianza hacia la explotación y el odio —odio que tanto recuerda al amor—. Pero, como quiera que fuese, eran relaciones que nunca caían en la indiferencia o en el anonimato. De este modo, se iba de las relaciones de dependencia a las de clientela, de comunidad, de linaje y hasta las decisiones más personales. Se vivía, pues, en una sentimentalidad a la vez difusa y aleatoria que no estaba sino parcialmente determinada por el nacimiento, la vecindad, y que era catalizada por los encuentros fortuitos, por los flechazos.
Una vez más, la sentimentalidad quedaba completamente fuera de la sexualidad, que la invadiría más tarde. Sin embargo, hoy podemos intuir que la sentimentalidad no debió de ser ajena a las bandas de jóvenes de la Edad Media que Georges Duby ha descrito, ni a las intensas amistades presentes en los cantares de gesta y en la novela que protagonizaban los más jóvenes. ¿Amistades particulares? Ése es el título, por lo demás, de una novela de Roger Peyrefitte —una obra maestra—, en la que las relaciones mantienen un tono de ambigüedad, una indefinición, que desaparecería en las obras posteriores del mismo autor en las que se expone la homosexualidad, por lo contrario, como una especie de sexualidad con características claras. Creo que es a partir de una forma de la sentimentalidad en apariencia asexuada de donde comienza a arraigar, en algunas culturas (siglo xv italiano y la Inglaterra isabelina), una forma de amor viril en los límites de la homosexualidad, pero de una homosexualidad que ni se confiesa ni se reconoce; que deja subsistir el equívoco más por rechazo de la posibilidad de verse clasificado en uno de los dos segmentos de la sociedad de su tiempo (lo sexual y lo no sexual) que por el temor a las prohibiciones que pudieran pesar sobre la homosexualidad. Se permanecía en una zona intermedia que no pertenecía ni a la sexual ni a lo no sexual.
Por otra parte, no siempre es fácil hacer el diagnóstico de la homosexualidad. No se sabe muy bien quién era homosexual y quién no lo era, pues los criterios son o anacrónicos (los actuales), discutibles (como las acusaciones de Agripa d’Aubigné contra Enrique III y sus favoritos) o simplemente faltos de rigor. La actitud de las sociedades anteriores a la nuestra respecto a la homosexualidad —actitud que conocemos deficientemente y que sería necesario estudiar con una perspectiva a la vez renovada pero sin caer en el anacronismo psicoanalítico— parece más compleja de lo que pudieran dar a entender los códigos estrictos y precisos de la moral religiosa de entonces. Existen indudables indicios que revelan una represión intransigente, como, por ejemplo, se puede constatar en este párrafo del Diario de Barbier, fechado el 6 de julio de 1750: «Hoy, lunes 6, han sido quemados en la plaza de Gréve, públicamente, a las cinco de la tarde, dos obreros: un ayudante de carpintero y un charcutero, de dieciocho y veinticinco años, respectivamente, que habían sido sorprendidos en flagrante delito de sodomía por la ronda de vigilancia. La opinión general fue que los jueces habían actuado con mano demasiado dura. Aparentemente, el vino de más que habían tomado les impidió obrar con el recato suficiente.» (Suficiente para evitar la publicidad.) ¡Si hubiesen tomado algunas precauciones…! Pero, se estaba en una época en que la astucia policial permitía sorprender en plena comisión del delito a los infractores, con el fin de poder ser más estrictos: «A través de estos hechos he podido conocer que, por delante de las patrullas,[2] va un hombre de incógnito inspeccionando lo que ocurre en las calles, sin levantar ninguna sospecha, que es el encargado de avisar a las patrullas.La ejecución ha sido llevada a cabo de forma ejemplar, pues es un delito frecuente y existen muchas personas reas del mismo.» Aunque sería preferible que los «pecadores públicos» fuesen encerrados en el hospital general.
La condena de la homosexualidad parece incuestionable. Pero, ¿dónde comenzaba? ¡Ésta no es una cuestión fácil de dilucidar! Es posible que la represión moral tendiese, en la época de Barbier, a recrudecerse fijando la categoría delictiva que quería reprimir. Contamos, además, con una opinión más antigua, de una época que cabría considerar más rigurosa (finales del siglo xiii): la de Dante. Su jerarquía de los condenados, como la jerarquía de los pecados en san Pablo, o la aún más minuciosa de los Penitenciales, da una idea de la gravedad relativa de los pecados, de su evaluación.
En san Pablo, los lujuriosos van a continuación de los homicidas. Pero Dante los sitúa, precisamente, a la entrada del Infierno, a continuación del Limbo, «noble castillo» donde «sobre el suave césped» llevan una vida apacible y sin más sufrimiento que la privación de la contemplación de Dios aquellos «ilustres» que, como Homero y Horacio, Aristóteles y Platón, han vivido antes de la venida de Cristo. En el Limbo, permanecieron, además, los patriarcas del Antiguo Testamento hasta que Cristo resucitado los redimió. Los otros, los paganos, como Virgilio, aún continúan allá, ocupando el primer círculo del Infierno. Pero el segundo círculo es más siniestro, allá se encuentra el tribunal de Minos, aunque las penas que impone no son duras en comparación con las de los otros siete círculos: los arrebatos de los apetitos aún continúan embargando las almas que habían cedido a ellos en el más allá. «Un lugar tenebroso que ruge como el mar embravecido en la tempestad cuando lo azotan vientos contrarios.» «Comprendí que era la clase de suplicio al que eran condenados quienes habían cometido los pecados de la carne abandonando la razón en aras del deseo.» Algunos son verdaderos perversos, como la reina Semíramis: «Tal fue su entrega al vicio de la lujuria que dictó la ley para hacerla lícita, suprimiendo la reprobación que merecía»: con ella todo quedó permitido. Pero como auténticos lujuriosos, según nuestras normas, sólo se consideran a los de la remota y legendaria Antigüedad de los tiempos de Semíramis y Cleopatra. Sin embargo, muy distinta es la confesión de una contemporánea de Dante, la bella Francesca de Rímini. Y no seremos nosotros, después de A. de Musset y Tolstoi, quienes la privemos de la Felicidad de Dios, pues tan venial nos parece su pecado como patético su dolor y profundo su amor. «El amor que tan raudo abrasa un noble corazón, conquistó [a su amante, que la acompaña en el Infierno] por el hermoso cuerpo que me ha maravillado (…) El Amor que nos urge a amar a quien nos ama, me concedió placer tan intenso que, como ves, aún no me ha abandonado.» Pero no nos llamemos a engaño, Dante ha tenido que colocar a la pareja entre los condenados, pero pensaba como nosotros, y algo hay en él que se rebelaba; es ahí donde detecto la tensión entre la ley dictada por el clero y la resistencia instintiva de un pueblo, a pesar de todo, fiel. Al oír lamentarse a los dos amantes, «compungido, me desvanecí como si fuese a morir y me desplomé como un cadáver». Nada hay de repugnante en los condenados, por eso se sitúan en el límite del reino de los suplicios, allí donde los tormentos son menores. Sin embargo, esos desdichados amantes que cuentan con toda la indulgencia de Dante son clasificados en la misma categoría que los perversos auténticos como Semíramis y Cleopatra.
Pero el círculo de los lujuriosos no incluye a los «sodomitas» que san Pablo asociaba a losadulteri, molles fornicarii. Dante los ha desplazado para no ubicarlos tampoco entre los pecadores «por incontinencia»,[3] sino más lejos, entre los violentos, los pecadores por«malizia»; en el séptimo círculo. Uno de los círculos más profundos del Infierno, no en el más bajo, el noveno, que es el de Caín y Judas, el de los traidores y asesinos —el fondo del Infierno donde mora Satán—. Pero dejemos que Dante mismo lo explique (XI, 28): «Este círculo está ocupado por todos los violentos, pero como los actos de fuerza se pueden ejercer contra tres formas de persona, el círculo está dividido y formado por tres murallas concéntricas; puesto que se puede ejercer la violencia contra Dios, contra uno mismo y contra el prójimo.»
1- Violencia contra el prójimo: los homicidas, los bandidos y los salteadores de caminos.
2- Violencia contra uno mismo y los propios bienes (hay que subrayar esa asociación entre ser y tener que parece una de las características esenciales de la segunda mitad de la Edad Media): los suicidas y los dilapidadores.
3- La violencia contra Dios, la más grave.
Actúa con violencia contra la Divinidad quien en su fuero interno reniega de ella y blasfema. No se trata en este caso de los no creyentes, de los idólatras, sino de los blasfemos. El segundo caso es el de «Sodoma y Cahors»; o sea, el de los sodomitas y los usureros (los cahorsianos). Unos y otros son medidos por el mismo rasero: ambos, a su modo, han «despreciado la bondad de Dios y la naturaleza». Ése es su crimen; sin embargo, el de los sodomitas se considera menos grave que el de los usureros.
Por otra parte, Dante no tiene reparo alguno en departir con los sodomitas. Además, entre ellos reconoce a su viejo maestro y bien amado Brunetto Lattini. Le habla con un respeto, una consideración y un afecto que a una persona del siglo xx le parecen incompatibles con una conducta reprobable, a la que, por lo demás, no hace ninguna alusión en el breve diálogo que Dante mantiene con él:[4] «Aún conservo grabada en mi alma —y ahora me entristezco [conmovido por su condición de condenado]— vuestra honorable y querida imagen paternal del tiempo en el que, en el Mundo, me enseñasteis cómo adviene el hombre a la inmortalidad y por el enorme reconocimiento que me merecen, conviene que mientras viva haga mías vuestras palabras.» Así hablaba un hombre de 1300 a un sodomita declarado. Un sodomita entre tantos, pues parece que se trata de una práctica extendida: ¡«nos faltaría tiempo» si hubiera que enumerarlos a todos! Pecado propio de intelectuales y de clérigos, según sire Brunetto: «Todos fueron clérigos y grandes hombres de letras, de extendida fama y [sin embargo] mancillados en la Tierra por el mismo pecado.» Pero también hay entre ellos maridos que no sentían atracción alguna por sus mujeres: «Más que nada, mi mujer malhumorada es lo que me ha inducido por el camino equivocado.» ¿No es ésta circunstancia atenuante?
Dante no experimenta contra los sodomitas la indignación o el desprecio que manifiesta contra otros «falsarios». ¡Nada hay en él que recuerde las denostaciones del doctor Ambroise Tardieu en los años 1870! Sin embargo, no se engaña respecto a la gravedad del pecado de su maestro. Aunque la gravedad no se debe a la incontinencia, al acto del concubitus, sino a lamalizia; o sea, a la violencia ejercida contra Dios a través de su obra: la naturaleza. Por eso, el caso es más grave, más metafísico.
El interés del testimonio de Dante radica en que es, a la vez, el de un escolástico, un escritor latino que ha asimilado la concepción del mundo, de Dios y de la naturaleza de los teólogos-filósofos de los siglos xii y xiii; siendo, además, el testimonio de un hombre cualquiera que participaba en la sensibilidad general de su tiempo. El teólogo condena, el hombre confiesa su indulgencia. Pecado de clérigos, pecado de maestros, quizá también pecado de jóvenes. Dante no precisa nada al respecto, pero constata a través de sire Brunetto la frecuencia de unas prácticas que, propiamente, no tienen nombre. Por otra parte, las prostitutas del Barrio Latino, como sabemos, les echaban los tejos a los escolares en la calle e insultaban trabándolos de sodomitas a los que no cedían a sus proposiciones.
En otro orden de cosas, las autoridades eclesiásticas desde el siglo xv al xvii han sido muy severas por lo que se refería a las comidas de confraternización, que eran, en realidad, ceremonias de iniciación, ritos de paso a la madurez en los que se bebía abundantemente y en los que, desde luego, no se andaban con mojigaterías. Por supuesto, en ellos intervenían las prostitutas. Pero las reprobaciones de los censores, en general, daban a entender que había una perversidad más ambigua que la de la utilización de los servicios de las prostitutas, quizás una bisexualidad más o menos tradicional que persistió durante largo tiempo entre los adolescentes.
Esa sexualidad indefinida tenía también su sitio en las grandes mascaradas de finales de año, entre Navidad y Epifanía, tiempo del mundo invertido, de los disfraces, los juegos de espejos, el país de Jauja, de donde emerge el equívoco de la bisexualidad, como lo señala Francois Laroque: «En esa zona imprecisa en la que se pasa del viejo al nuevo año… se perfila la cuestión de la diferencia sexual. Pero gracias a la magia carnavalesca del disfraz, Violo-Cesario puede franquear a su gusto la frontera que separa los sexos; bissexus más que hifrons.»
No se trata, verdaderamente, de homosexualidad, sino solamente de una inversión ritual y perturbadora, en un momento en que las prohibiciones son derogadas durante un corto período y sin consecuencias. Y ahí encontramos una ambigüedad que no ha desaparecido completamente en la actualidad, a pesar de la intransigencia de los homosexuales en su voluntad de afirmar su identidad. Eso es, al menos, lo que sugiere una apreciación de Laurent Dispot (Le Matin, 6 de noviembre de 1979): «¿Existen, verdaderamente, hombres que no se demuestren amor? ¿Qué decir de las exteriorizaciones de los futbolistas después de haber marcado un gol? Sin duda no son «homosexuales»; no. Sin embargo, lo que hacen en ese momento resultaría chocante a los transeúntes, si los homosexuales que se afirman en su homosexualidad hiciesen lo mismo en plena calle, en la vida cotidiana. ¿Habrá que concluir que los estadios deportivos son una válvula de seguridad de la homosexualidad masculina normal?»
Notas
[1] Esas líneas fueron redactadas en la atmósfera de orden moral y de obsesión por la seguridad de los años 1979-1980.
[2]  Los dossiers policiales han sido muy bien estudiados por Michel Rey en una tesis doctoral (bajo la dirección de Jean-Louis Flandrin) sobre la homosexualidad en el siglo XVIII. Entonces es cuando se pasa de la consideración de los actos homosexuales a la de una «especie» constituida por los homosexuales
[3]  La incontinencia es menos ofensiva a Dios y merece una reprobación menor.
[4]  Hasta el extremo de que se ha sostenido en varias ocasiones que había un error de interpretación y que Brunetto Latini no se encontraba allí por ser sodomita.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
El marqués y el sodomita. Oscar Wilde ante la justicia – Merlin Holland
Vamps & tramps. Más allá del feminismo – Camille Paglia
Impotencia. Una historia cultural – Angus McLaren
Las bodas de la semejanza. Uniones entre personas del mismo sexo en la Europa premoderna – John Boswell
Grafías de Eros. Historia, género e identidades sexuales – J. Allouch, D. Halperin, J. Butler, E. K. Sedwick, H. Abelove, Cl. Lévi-Strauss, J. Matlock, M-J. Bonnet
Historia ilustrada de la moral sexual – Eduard Fuchs
Sexografías – Gabriela Wiener
Homosexuales en la historia. Estudio sobre la ambivalencia en la sociedad, la literatura y las artes. Homo, hominis lupus – A. L. Rowse
¿Por qué es divertido el sexo? Un estudio de la evolución de la sexualidad humana – Jared Diamond
Jerarquías sexuales, estatus público. Masculinidad, sodomía y sociedad en la España del Siglo de Oro – Cristian Berco
Sexualidad en el confesionario. Un sacramento profanado – Stephen Haliczer
La cultura del striptease. Sexo, medios y liberalización del deseo – Brian McNair
La vida sexual en la antigua China – R. H. Van Gulik

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en George Steiner, Jack Kerouac, Jean Genet, John Boswell, Ludwig Wittgenstein, Marcel Proust, Michel Foucault, Oscar Wilde, Philippe Ariès, Walt Whitman, William S. Burroughs | Deja un comentario

Las correcciones – Jonathan Franzen

Las correcciones  Jonathan Franzen Charly Garcia Miles Davis Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Inodoro Pereyra

Para este collage se uso a Jorge Luis Borges, Charly Garcia, Inodoro Pereyra, el perrito Mendieta, Miles Davis y a una familia argentina durmiendo plácidamente un sábado por la mañana en la esquina de Callao y Corrientes debajo de la vidriera de una librería llena de libros relindos (y tuve la colaboración de Nick Cave que mientras  me cebaba unos  mates  me canto algunas de sus oscuras y bellas melodías).

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $200.

Tercera novela de Jonathan Franzen, Las correcciones —editada por primera vez en castellano en 2002— marcó un punto de inflexión en la trayectoria de su autor y lo consagró como uno de los más destacados escritores norteamericanos contemporáneos y uno de los más finos intérpretes de la compleja realidad de nuestra época. Con esta historia inmisericorde de una típica familia norteamericana, Franzen obtuvo el National Book Award y el Premio James Tait Black Memorial, fue finalista de los premios Pulitzer y Pen/Faulkner, vendió cuatro millones de ejemplares y su éxito alcanzó una dimensión internacional.
De este meticuloso retrato de los Lambert emergen de forma brillante y profundamente humana las angustias y contradicciones de toda una sociedad, la norteamericana, y de una época, la última década del siglo xx. Alfred Lambert es un ingeniero de ferrocarril jubilado cuya percepción de la realidad empieza a resquebrajarse a causa de la enfermedad de Parkinson. Su esposa Enid, tras cincuenta años de matrimonio, sigue obsesionada con mantener el orden en su enorme casa de un próspero barrio residencial. Los tres hijos se establecieron en la costa Este años atrás, lejos del hogar familiar. El mayor, Gary, es un alto ejecutivo bancario, un modélico padre de familia acosado por el fantasma de la depresión. Chip, el segundo, tras su fracaso en el mundo académico, se ha enfrascado en un nuevo proyecto de dudosa legalidad. Y Denise, la menor, extremadamente competitiva, triunfa como chef de un restaurante de moda, pero sufre los reveses de una vida sentimental inestable. En el país, la realidad económica corrige las expectativas sobrevaloradas del mercado bursátil, mientras los medicamentos más avanzados corrigen los trastornos del ánimo. Pero, en el ámbito de la familia, ¿pueden los hijos corregir los errores de sus padres? Y en un orden de cosas más concreto, ¿logrará Enid reunir a todos sus hijos para pasar una última Navidad juntos?
Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) fue elegido en 1996 entre los Mejores Jóvenes Novelistas Norteamericanos en la prestigiosa revista Granta. Hasta esa fecha, había escrito las novelas Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992), pero la eclosión de su enorme talento narrativo tuvo lugar en 2001 con la aparición deLas correcciones (Salamandra, 2012), que marcó un punto de inflexión en su trayectoria: obtuvo el National Book Award y el Premio James Tait Black Memorial, fue finalista de los premios Pulitzer y Pen/ Faulkner, y fue descubierto por millones de lectores en todo el mundo. Nueve años más tarde, la consagración definitiva de Jonathan Franzen como un auténtico maestro de la literatura anglosajona actual llegó con su última novela, Libertad(Salamandra, 2011), que fue objeto de los más encendidos elogios por parte de un amplísimo abanico de críticos y expertos de los más diversos países. En España, obtuvo el Premio a la Mejor Novela del Año otorgado por los lectores de la revista Qué LeerMás afuera —última obra de no ficción después de Cómo estar solo (2002) y Zona templada(2006)— es una interesantísima recopilación de ensayos y artículos periodísticos, que ponen de manifiesto una vez más la lucidez y la amplitud de miras de un autor excepcional. En la actualidad, Franzen vive entre Nueva York y Santa Cruz, California.
LAS SAGRADAS FAMILIAS
Rodrigo Fresan
Ocurre desde el principio de los tiempos –desde Adán y Eva, y Caín y Abel–, pero es Ley de Murphy desde que León Tolstoi escribió aquellas primeras líneas de Anna Karenina: las familias infelices son las que vale la pena narrar, porque la infelicidad es siempre diferente. Y las familias infelices suelen hacer felices a los lectores. Conozcan –si se atreven– a los Drummond y a los Lambert.
TODAS LAS FAMILIAS SON PSICóTICAS 
Luego del espíritu new age de Girlfriend in a Coma (recientemente editada en español como La segunda oportunidad) y las instrucciones de autoayuda de la todavía inédita en nuestro idioma Miss Wyoming, lo cierto es que pocos esperaban la disparata incorrección política de la nueva novela de Douglas Coupland. Este autor –que pasará a la historia como el inventor de la etiqueta “Generación X”– da un brusco golpe de timón con su sexta novela All Families Are Psychotic, comedia negra oscurísima que lo devuelve al territorio apenas insinuado en su amarga Planeta Shampoo (1992) para contar la perfecta disfuncionalidad de la tribu Drummond: personajes escapados de una sitcom loca entre los que se cuentan una hija astronauta talidomídica, una madre adicta a la Internet hardcore, a la que su hijo delincuente le contagió el sida (el padre le dispara al hijo, la bala lo atraviesa y va a incrustarse en la madre), otro hijo que ha intentado suicidarse varias veces con resultados más bien tristes. Por si esto fuera poco, por ahí anda gente interesada en vender esa carta que uno de los hijitos de Lady Di depositó sobre el féretro de su madre y gente interesada en comprar un bebé que todavía no ha nacido y alguien que explica lo del título –la psicopatología de la infelicidad familiar, la imposibilidad de hallar un sistema y una cura en las múltiples variaciones de la tristeza– y alguien que dice que “somos jardines que han perdido sus jardineros”. Los Hermanos Farrelly deberían hacerse ya con los derechos para el cine de esta feliz novela de infelices.
LAS CORRECCIONES 
La tercera novela de Jonathan Franzen –The Corrections, Nº 1 de ventas, ganadora del National Book Award, elegida por Oprah para su Club de Libros y próxima a ser editada por Seix Barral– viene siendo promovida y celebrada como la nueva encarnación de la Gran Novela Americana desde su llegada a las librerías de EE.UU. La pregunta es: ¿por qué? La respuesta es compleja, larga: Franzen –autor de dos más que correctas novelas anteriores, The Twenty-Seventh City (1988) y Strong Motion (1992), donde contaba con modales realistas un improbable avance hindú sobre Saint Louis y los también improbables terremotos que golpean a Boston por culpa de una fábrica de sustancias químicas– ha sido consagrado como la resistencia social verité a las estéticas e innovaciones formales que han venido proponiendo Rick Moody, David Foster Wallace, Donald Antrim, George Saunders, Chuck Palahniuk y otros novísimos profetas de la Pesadilla Americana. The Corrections y Franzen –conocido también por un largo ensayo en la revista Harper’s publicado en 1996 con el título “Penchance to Dream”, donde denunciaba la irrelevancia de la literatura de hoy y la necesidad de regresar a la novela balzaciana– opta, en cambio, por una encendida defensa del Sueño Americano corporizado en las idas y vueltas de la familia Lambert: padre enfermo, madre insoportable, hijo sin brújula, hijo neurótico, hija promiscua. Todo más cerca de Tom Wolfe que de Philip Roth y cocinado a fuego lentísimo siguiendo la receta recalentada de gente como John O’Hara e Irwin Shaw a la vez que se permite una reescritura Big Mac de las mejores porciones nouvelle del Don DeLillo de Ruido de fondo y Submundo, del Rick Moody de La tormenta de hielo y América ocaso, el Michael Cunningham de Una casa en el fin del mundo y del David Foster Wallace –a quien en varias entrevistas señala como colega y rival a superar– de Infinite Jest y el ensayo “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”.
Cunningham, DeLillo y Wallace elogian a Franzen desde la contratapa de su libro (cabe pensar en aquella conocida táctica de los de arriba elogiando a los de abajo porque no les hacen sombra) y leer The Corrections –si se sigue más o menos el presente de lo que se escribe en Estados Unidos– equivale a una suerte de constante déjà vu: enfermedad degenerativa, psicotrópicos, cruceros por el Caribe, aventuras en la Nueva Europa fragmentada, cambios de pareja… Todo está ahí, otra vez, facilito y como en American Beauty, transgresor sin ser irrespetuoso, fácilmente digerible para el gran público lector que prefiere la sensación de estar leyendo un Gran Libro sin complicaciones antes que la certeza y el esfuerzo de leer varios complejos libros grandes. Y, digámoslo: no hay novela social y familiera norteamericana que todavía supere lo que hizo y hace John Updike con la tetralogía Rabbit Angstrom y la coda “Rabbit Remembered”.
The Corrections, con su curva de caídas y ascensos, es el libro ideal para una sociedad aterrorizada por el mundo exterior y así está siendo leído –me cuentan desde Nueva York– por gente en busca de historias de consuelo y redención. Ficción moral en el peor sentido del asunto. Detalle gracioso y mal que le pese a Franzen, The Corrections acaba siendo más “experimental” que todos: toda su primera edición invierte por errata el orden de las páginas 430 y 431 y al final los Lambert, más o menos felices y lindos y unidos y Campanelli, confirman aquella Ley de Tolstoi: son aburridos e iguales a cualquier otra familia más o menos correctamente escrita.
América, la culta (*0) 
Un ensayo de ficción
Stephen King
Con Jonathan Franzen y sus colegas dando todas las embestidas, el tiempo es inflexible para tipos como yo.
No me gustó mucho The Corrections –lo encontré condescendiente e indulgente– pero cualquier persona que lo lea encontrará difícil reconocer, creo, que no sigue su estilo e idioma.
Eso era lo que mantenía el libro en mis manos cuando mi impulso era –no miento aquí– lanzarlo por la habitación (y luego quizás mearme encima). Ese impresionante asimiento del idioma está también a la vista en la colección de ensayos de Jonathan Franzen (How to Be Alone), y ahí encontramos lo más agradable: esa enloquecedora actitud de Nueva York que parece susurrar“Soy más pequeña que tú, soy más sofisticada que tú, más leída que tú, soy mejor que tú” al menos una vez cada vez que se pasa una página.
La sensación del resoplido cómico sucede, también, al menos el mismo número de veces (el Sr. Franzen quizá sea una de esas personas que solo se sienten con necesidad de decir soy-más-pequeño-pero-controlo-las-palabras en su ficción). Hay, de hecho, algo de encantador en su casi constante necesidad de lograr su propia temperatura creativa. ¿Cómo lo lleva Jonathan hoy? Se pregunta a sí mismo repetidamente. ¿Podrá Jonathan escribir mañana a pesar de Internet, el decaimiento de la sensibilidad artística y la cada vez mayor idea de que la televisión puede ser culturalmente importante?
La idea a la que el Sr. Franzen vuelve una y otra vez en estos ensayos (y con la obsesión de un niño que pierde su primer diente) es esa literatura seria que no se expande por América, y esos escritores que han perdido su público. Esos que esencialmente hablan entre ellos y a nadie más. Me pregunto si verdaderamente puede ser cierto dentro de lo que R. J. Franklin, autor deAmerican Intelligence and Creativity, llama “la sociedad más culta que ha existido sobre la faz de la Tierra”(*1) Hice algunas investigaciones, y resulta que los miedos del Sr. Franzen de no hablar con nadie excepto consigo mismo y sus iguales (y sospecho que, en el fondo de su corazón, el Sr. Franzen cree que no tiene ninguno) son infundados. De hecho, se tira pedos como la seda.
Comencemos con Ulysses, la historia de James Joyce del gran día de Leopold Bloom. En 1998 se vendieron ochenta y un millón de copias de Ulysses –no en todo el mundo, únicamente en Estados Unidos–. (*2) Puesto que hay casi 290 millones de personas en América (*3), las matemáticas revelan que uno de cada 3’5 americanos tiene una copia de Ulysses. Creo que incluso el Sr. Franzen debería admitir que, cuando el libro parece literatura seria es que “Ulysses escribió bastante del libro”. (*4) Y en el vernáculo de ventas, eso llega a altas cotas.
Me preguntaba cómo tantas copias de Ulysses –generalmente reconocido como “resistente a ser leído”– podían haber sido vendidas en un solo año. Aunque no puedo ofrecer una respuesta definitiva a esta cuestión, es ciertamente interesante decir que esta novela se ha explicado en más de 700 escuelas secundarias americanas e incluso en más de 30 facultades. (*5) En su artículo de enseñar literatura a los jóvenes, Justin Reeve señala que “fumar y beber son hábitos difíciles de adquirir, pero una vez formados, son más difíciles de dejar. Igualmente ocurre con la gran literatura, que es, hagámosle frente, Jim Beam para el cerebro”. (*6)
Si se pregunta el nombre de las novelas que leen la mayoría de los estudiantes, un graduado de secundaria de los años 1950 ó 1960 sería apto para nombrar libros “adolescentes-amistosos” tales como The Red Badge of Courage, The Old Man and the Sea, y Are You There God? It’s Me, Margaret. Es, quizás, difícil de imaginarlos leyendo Last Exit to Brooklyn de Hubert Selby Jr. (60 millones de copias vendidas en 1998) (*7) The Tunnel de Williams H. Gass (40 millones de copias vendidas en 1998), (*8) pero los números no mienten, y ninguno de ellos hacen los planes de estudio. Cuando se les pregunta por el último, Andrea Gernet, una joven de 17 años de Berlín (N.H.), escribió: “Es duro al principio, pero una vez que el tipo empieza a cavar el túnel, es muy fácil apreciar el simbolismo vaginal, a menos que seas un post-freudiano. Mr. Yardley [un profesor de literatura moderna americana del BHS] nos ayudó mucho, y representamos el clímax en clase. Fue divertido, aunque mi madre se enojara por llevar el cajón de mis bragas al colegio y el conserje nos dijo que tendríamos que limpiar todo lo que ensuciáramos”(*9) Ella, más allá, precisó que después de leer al Sr. Gass “Danielle Steel y V. C. Andrews parecen muy pobres”. (*10) Está claro que el lector americano en general ha venido compartiendo la misma sed cada vez mayor de Andrea Gernet hacia la literatura seria (a la cual, en su carta, ella la menciona de un modo encantador como “el gran trato”).
El año pasado en América, The Quiet American de Graham Greene vendió 110 millones de copias. Uno puede compararlo con la Sra. Steel que entra en las listas con menos de un millón de copias vendidas. La propia novela del Sr. Franzen The Corrections vendió más de 80 millones de copias,(*11) y mientras algo de esto se puede atribuir a la “solapa de Oprah”, (*12) qué podemos decir de las ventas de la novela previa del Sr. Franzen (Strong Motion) que vendió 14 millones de copias en tan solo un mes. (*13)
Tales ventas han cambiado ciertamente la idea de que los novelistas vivan en la pobreza. Williams H. Gass, por ejemplo, se mudó a Nassau, un notorio paraíso fiscal, y a finales del año pasado el Sr. Franzen compró una isla en el sur del Pacífico. (*14) Según Forbes, en otoño de 2001, el bien conocido constructor neoyorquino Donald Trump se relacionó con el novelista Joyce Carol Oates como su socio financiero; cuando ella ensambló su equipo, Trump Enterprises se convirtieron en Mulvaney Enterprises, S.A(*15) Uno puede decir que el Sr. Trump está “recogiendo su fruto”.
Dados tales números (y un resurgimiento tan claro de la ficción seria en el mercado) uno tiene el derecho de preguntar por qué perdura el mito del novelista culto como “la voz que grita en el yelmo”. Hay varias respuestas a esta pregunta. Una tiene que ver con la simple viabilidad. Como Cynthia Ozick confió en una reciente entrevista “si mis parientes supiesen que tengo más dinero que Tom Clancy, Sue Grafton y John Grisham juntos, nunca me dejarían en paz”. (*16) Y Cormac McCarthy agregó, “estos días paso más tiempo negociando con la IRS que trabajando en mi nueva novela, aunque esto no tiene nada que ver con mi adquisición de El Paso; eso es solo una cesión de nueve años con opción a compra”(*17) Y el novelista Ian McEwan describe la compra de EMI Records no como una decisión económica –“Los escritores son pésimos hombres de negocios”puntualiza con una sonrisa conmovedora (*18)– sino una decisión del corazón. Y cuando se le pregunta sobre su decisión de comprar una porción de tierra, particularmente, el sureste de Montana, Annie Proulx ofrece una respuesta concisa, dos palabras: “Ofertas, compañero”. (*19)
Históricamente hablando, la abundancia ha formado escritores inquietos. (“El dinero es el bloqueo verdoso del escritor” escribió una vez Charles Dickens a Wilkie Collins, a lo que Collins contestó“Envíame tus lápices, Chuck”). (*20) Esto siempre ha sido menos cierto en los escritores reconocidos como populares (llegaremos a ellos en un momento), pero la idea de que el dinero destruye el serio pensamiento, sigue existiendo. Por ello es por lo que probablemente libros como Ada, de Vladimir Nabokov, nunca han aparecido en las listas de bestsellers del USA Today, aunque haya vendido 9 millones de copias al año. (*21) Una crítica, de hecho, la ha llamado “Los Puentes de Madison para gente elegante”. (*22) La verdad es así de simple: un poderoso grupo de “novelistas literarios” han invertido en los principales periódicos y en los sitios de Internet donde publican listas de bestsellers, y las novelas consideradas “demasiado literaria” queda apartada de estas listas. Cuando se pregunta acerca de una explicación más clara sobre la racionalidad de esta decisión, Annie Proulx –que, junto a Cynthia Ozick, Don DeLillo y John Updike, poseen actualmente The Wall Street Journal– ofrece una concisa respuesta: “Ofertas, compañero”. (*23)
¿Dónde, puede usted preguntarse, quedan en la ecuación los novelistas de bestsellers más leídos? ¿Dónde están Clive Cussler, Anne Rice, Jonathan Kellerman? ¿Dónde están las nuevas promesas como Dennis Lehane y Michael Connelly?
¿Dónde está Stephen King?
Bien, compañero, déjame explicar todo esto. Debes de haberme visto fotografiado sobre una Harley-Davidson de época, pero eso es sólo un trabajo para la central de Harley en Maine (“Los Muchachos con los Jueguetes”). Debes de haberme visto también tras una rueda de Mercedes Benz, pero eso también era un trabajo. El vehículo que actualmente poseo es un viejo Dogde Ram ranchera, que compré durante el Reventón de Fin de Año del McDonald Motors en el sureste de Maine. Yo, como virtualmente cada novelista popular de América, vive mayoritariamente con cheques de doce mil dólares al mes (yo, apenas cien mil dólares al año, después de impuestos). El cheque llega de Literature ‘r’ Us, una compañía de las Bahamas. (*24) El Presidente de esta compañía es la Sra. “Ofertas, compañero”, Annie Proulx. El tesorero que firma mis cheques (con firma absolutamente ilegible) aparece como Margaret Drabble.
En cuanto a mi última novela, Buick 8: Un Coche Perverso, vendió sólo un millar de copias. (*25)
Después de admitir esta humillación, no tengo que explicar qué va a ocurrir, pero para aquellos de ustedes que sean “un poco lentos” (*26) aquí viene: los supuestos novelistas populares son realmente fachada, creados por la TV y la Prensa de modo que tengan a alguien a quien incomodar cuando tienen cinco minutos extra al final de las noticias o un hueco que rellenar en la sección de arte y ocio del Domingo por la tarde. Como Margaret Atwood indica tan sucintamente“¿Por qué querría conceder una entrevista a un absurdo periódico cuando estoy intentando escribir una novela? La idea es idiota”. (*27)
En un nivel personal debo admitir que me gustaría que mis libros vendieran más, pero a veces las películas me elevan al alza; gracias a la película La Milla Verde de Frank Darabont, por ejemplo, mi novela vendió un extra de 15 mil copias. (*28) Y como J. R. Rowling admite “sin las películas, Harry Potter sería un auténtico desconocido”(*29) Al principio, uno puede tender a burlarse de esto, o considerarlo increíble. Pero entonces, uno se da cuenta de que nunca ha satisfecho realmente a alguien que ha leído estas novelas “violentamente populares”. Como Andrea Gernet dice en su carta, “Tengo docenas de amigos que han leído toda la saga de Harry Potter, pero yo no he tenido tiempo. He tenido que leer The Brothers K para las clases, y estoy trabajando en un documento sobre novelistas contemporáneos chinos en mi tiempo libre. Leeré los libros de Harry Potter el año que viene”. (*30)
Lo más importante es que la literatura está viva y sana en América, y Jonathan Franzen no debe preocuparse (como siempre hizo; como te he dicho, es todo fachada, pero el Constante Efecto Torturador del Novelista Popular es difícil de dejar). Y si él persiste preocupándose, puede seguir haciéndolo en su Jaguar K-type mientras conduce hasta su casa de campo en Vail.
Vail, Colorado, a propósito, es propiedad del consorcio de escritores que mencioné antes. Uno tiene el gusto de imaginar a Margaret Drabble, Don DeLillo y al Sr. Franzen relajarse en las cuestas. ¿Y qué hay de los beneficios de cada estupenda adquisición del lugar de vacaciones? Bueno, escribir es una cosa, pero Vail, por otro lado… Son Ofertas, compañero.
NOTAS
NOTAS
*0 Título original: America, the literate. Publicado originalmente en Book Magazine (julio-agosto de 2003). Traducción de Ziebal de Gilead
*1 Esta cita y su fuente –como todas las de este ensayo– son, por supuesto, ficticias. Uno puede opinar que esto, en cierto grado, niega los argumentos que el ensayo expone, pero como no existen fuentes actuales que apoyen estos argumentos, solo puedo decir que me parecía necesario inventarlas.
*2 Beverly Stonehouse y Personal. “Estudio de Fin de Año”. Registro de Libros. Febrero 1998, pp 18-26.
*3 Estadística de la población de América (Internet).
*4 John Kapp y Justin Reeve. ¡La literatura es divertida! (Nueva York: McGraw Hill, 1998) pag 89.
*5 Justin Reeve, “Elegantes libros, elegantes niños”, El Profesor inglés. Vol LXXV, Nº 7, Junio 1999.
*6 Ídem.
*7 Registro de libros.
*8 Ídem.
*9 Carta de Andrea Gernet a Stephen King, fechada el 16 de Noviembre de 2002.
*10 Ídem.
*11 Registro de Libros.
*12 El Sr Franzen al expresar una cierta repugnancia al ser seleccionado en el Club de Libros de Oprah, apenó tanto a la Sra. Winfrey que canceló absoluta y completamente el Club.
*13 Agosto de 2000, George Stillsbury especula que los lectores lo ven como un “espléndido libro para la playa”, “Estudio de Fin de Año”, Registro de libros. Febrero de 2001.
*14 Jacob Frisch, “Serios Escritores que lo tienen todo”, Ritzy Hideaways, Vol. 3, No. 2, Octubre 2001.
*15 Según el Registro (“Estudio de Fin de Año”, Febrero 2001) We were the Mulvaneys, de la Sra. Date, vendió 40 millones de copias en pasta dura y 80 millones de copias adicionales en rústica, superando las cifras de su anterior novela, Them, con casi 40 millones de copias.
*16 Ellen Prosser, “El problema de tener tanto dinero,” La revista de Gente Rica, Vol. 19, No. 9, Septiembre de 2000.
*17 Ídem.
*18 Ídem.
*19 Carta de Annie Proulx a Stephen King, fechada el 9 de Diciembre, 2002 (Ella añadió, “Espero que pases unas felices Navidades y un próspero Año Nuevo”).
*20 Richard Woofington, Dickens y la cuestión del dinero (Paris: Paris Literary Press, 1976), p. 291.
*21 Registro de Libros.
*22 Jacob LaFountain, Literatura como yo la veo (Rahway: Nueva Jersey Literary Press, 1995), p. 743.
*23 Carta, Annie Proulx a Stephen King.
*24 U.S. Guía Paraíso Fiscal, 2001-2002; también La Salud Secreta de América, publicada en Internet por http://www.stinger.corn.
*25 Declaración de derechos de Sribner, 9 de Noviembre, 2002.
*26 Eric Partridge, Slanguage (Oxford: Oxford University Press), p. 1023.
*27 Margaret Atwood, “¿Por qué no me incomoda un absurdo periódico?”, The Canadian Quarterly, Vol. 4, No. 4 (el número completo, 16), Invierno de 2000.
*28 Declaración de derechos, Scribner y Penguin Putnam, 1999-2001.
*29 Anthony Crackbottom, “La verdad sobre Harry”, The Daily Mail. Vol CCCXXXIX, nº 159, 19 de Junio de 2000.
*30 Carta, Andrea Gernet a Stephen King.
Las correcciones
Mariana Enríquez
Pocas novelas recientes provocaron una reacción tan inmediata como Las correcciones de Jonathan Franzen. El revuelo duró poco, porque la novela se editó meses antes del atentado a las Torres Gemelas, con lo que la discusión quedó en un plano decididamente menor. Pero se puede reconstruir de este modo: Franzen era entonces un autor prometedor, a quienes los críticos comparaban con Pynchon y DeLillo (más por espíritu que por estilo), pero que sin embargo no poseía obra suficiente para su status de Gran Narrador Norteamericano. Al momento de la publicación de Las correcciones su novela anterior (Strong Motion, 1994) estaba fuera de circulación y toda la fama de Franzen se apoyaba en un artículo publicado en Harper’s en 1996, donde argumentaba sobre la agonía de la ficción literaria en la era de la imagen y aseguraba que EE.UU. todavía podía producir una novela con relevancia social que además no aburriera a las masas fascinadas por las grandes producciones cinematográficas.
A este llamado a la salvación de la narrativa norteamericana le sucedió un período de encierro: Franzen pasó unos ocho años escribiendo Las correcciones. Cuando se publicó, resultó imposible no verla como el ejemplo, la prueba, la demostración de las propuestas de Franzen. Y hubo quienes afirmaron que sí, era la Gran Novela Norteamericana; otros la consideraron un experimento fallido, y los más vocearon su decepción. Vueltas de la vida, hoy anda en varias librerías a unos 10 pesos.
Ni tanto ni tan poco. Las correcciones es una gran novela –¿quién puede saber qué es esa entelequia, ese sueño llamado Gran Novela Norteamericana?– ambiciosa, sí, pero sorprendentemente fresca. También es una novela anticuada, a veces satírica, por momentos claramente realista –aquí es donde el balance suele fallar– y con un fondo de crítica al capitalismo y cierta cultura de bienestar impostado que parece tan cara al espíritu de Estados Unidos hoy. También resulta, vista desde el 2005, una novela de época, quizá la narración más abarcadora de los ¿prósperos? y confusos años noventa.
La familia protagonista se apellida Lambert. Los padres, ya ancianos, son Alfred y Enid; él sufre de mal de Parkinson, se jubiló repentinamente sin esperar la fecha en que recibiría un dinero importante por mes. Ella vive obsesionada con la Navidad, los nietos y los hijos; demandante, neurótica, perfeccionista, Enid es una madre enloquecedora que maneja la culpa con maestría. La construcción de la pareja es impecable; la escena en que llegan a Nueva York cargados de paquetes y su hijo Chip los recibe en el aeropuerto es de verdad antológica.
Los hijos, por su parte, no pretenden otra cosa más que “corregir” con sus vidas la mediocridad y el conservadurismo típico del Medioeste, donde nacieron y donde viven sus padres. Chip es un profesor universitario especializado en crítica cultural, brillante pero disfuncional, expulsado del college por un obsesivo affaire con una alumna; fracasa en sus intentos de escribir guiones, y acaba envuelto en un fraude internacional con base en Lituania. Gary es un inversor bancario que, en la superficie, tiene una familia dinámica y agradable; pero las escenas en que se lo ve sumergido en ese infierno cotidiano de hijos consumistas y esposa permisiva son casi dolorosas (y de una empatía prodigiosa). Denise, la menor, parece la más funcional, pero es incapaz de establecer relaciones románticas sanas, sea con hombres o con mujeres.
Además, Las correcciones es una novela plagada de información: sobre mercados financieros, sobre neurología, manejo de restaurantes, estudios culturales, política interna de la ex URRS. A veces tantos datos parecen interferir, pero en realidad son necesarios para el mosaico a veces cruel y a veces tierno de esta crónica familiar que, en el fondo, intenta retratar dos generaciones de norteamericanos en cortocircuito.
Jonathan Franzen: “La riqueza de un país y su creación de literatura realista están ligadas”
GABRIELA CABEZON CAMARA
“Es una una situación incómoda, pero la verdad es que a mí las cosas me están yendo mejor justo cuando al país le van peor”, termina de decir, levanta la vista –porque la baja, en un gesto reflexivo y calmo, mientras responde cada pregunta– y sonríe Jonathan Franzen. Está descalzo, sentado a la mesa, de espaldas a la cocina, en su departamento del Upper East Side de Manhattan, un barrio próspero dentro de la isla próspera, a pocas cuadras de Central Park: todo hermoso.
Franzen recibe a cronista y fotógrafa, descalzas también, son las reglas de la casa, y ofrece té, café, agua. Y se sienta. Y empieza a hablar. Franzen es el escritor que se hizo famoso en 2001 con su novela Las Correcciones, y el que fue considerado autor de la primera gran novela americana del Siglo XXI con Libertad. Fue tapa de la revista Time –legendaria y prestigiosa– en agosto de 2010. Era la primera vez en diez años que la revista le dedicaba la tapa a un escritor. Titularon así: “Gran Novelista Americano. No es el más rico ni el más famoso. Sus personajes no resuelven misterios, no tienen poderes mágicos ni viven en el futuro. Pero su nueva novela, Libertad, nos muestra la manera en que vivimos”.
Las Correcciones se publicó por primera vez en septiembre de 2001. Una semana después, una ecuación inusitada cambiaría la política internacional: fueron dos aviones estrellados y dos torres caídas en esta isla bonita, lo que mostró las fisuras del poder de Estados Unidos. Y también su fortaleza: la de su enorme aparato militar en las guerras “contra el terrorismo” en Afganistán e Irak.
Acaba de reeditarse en nuestro país Las Correcciones (Salamandra). Pasaron once años desde su primera edición en Estados Unidos. De esos años hablaba Franzen al principio de esta entrevista, que empezó con esta pregunta.
-¿Qué cambios fueron más importantes, a tu criterio, en tu país y en tu vida en esta década? 
-En lo que se refiere a mí, estoy menos enojado, aunque en términos políticos sentí mucha ira durante la era Bush. Pero me hice famoso con Las Correcciones y no me pareció propio de alguien tan afortunado como yo estar tan enfadado– se ríe. Y sigue: La verdad es que aún me cuesta creer que haya escrito ese libro. Y me resulta extraña la ira que tiene. No es que haya cambiado de opinión ni que haya menos motivos para estar enojado, al contrario. Y ya no puedo escribir con ese humor, porque el humor tiene mucho que ver con la agresión: no me divierte más la forma en que mis personajes se enojan con el mundo. Respecto de los cambios en el país, el más importante para mí es que la gente es más destructiva de lo que era en 2000; nos autodestruimos constantemente y mientras tanto estamos el día entero enganchados a Facebook, Twitter. Por otra parte, el país está en una posición mucho más débil, económica y estratégicamente, que hace 11 años. La situación medioambiental empeora y sin embargo, tengo la sensación de que es mucho más fácil no pensar en eso, porque estamos todo el día jugando con los nuevos aparatos electrónicos.
-¿Antes se pensaba más en términos políticos? 
-El 11S fue interesante porque en todas partes se discutía sobre el tema, qué había pasado, cuál sería la respuesta adecuada. Ahora es muy difícil tener una conversación adulta y racional sobre cualquier cosa. Todo lleva a la distracción, las imágenes repetidas una y otra vez en televisión, Internet. Todo lo que parece haber es sombra y destrucción. En los 90 yo sentía que era el único que se daba cuenta de lo que estaba mal y que tenía luchar contra eso. Ya no, es un alivio, ahora siento que mi responsabilidad es solo hacer compañía a los lectores que me preocupan.
-Tus muchísimos lectores ¿te hicieron sentir acompañado también políticamente?
-Sí, saber que había muchos otros que también estaban enojados con lo que pasaba me hizo sentir menos solo. Esa debe ser una de las ventajas del realismo.
-¿Por qué elegiste esta corriente literaria? 
-En este país el realismo nunca murió: pasó por una cara posmoderna, en la que ciertos escritores privilegiados hacían un trabajo no convencional, pero siempre se produjo ficción realista seria. Siempre hay personas como Toni Morrison, Alice Munro, Norman Mailer. En parte, creo que esto sucede porque este es un país enorme, educado y rico: podés vivir de escribir, hay un gran mercado. Si estás en un país donde la literatura es principalmente para las élites, que es lo que, creo, pasa en la mayor parte del mundo, entonces se vuelve atractivo el hecho de hacer una literatura muy difícil. Parece haber algún tipo de conexión entre la riqueza de un país y su producción de literatura realista, eso opino, aunque no lo puedo probar. Pero la novela surgió y empezó a tener su forma en economías en expansión, cuando se empezaron a vender libros para las clases bajas y medias.
-¿Y cómo empezó tu relación con la literatura? 
-Mi padre me leía cada noche, libros básicos que los chicos americanos solían leer: Tom SawyerLa Isla del tesoroLos viajes de Gulliver, y rápidamente me empezó a gustar leer. Mis padres eran bastante mayores y estaban ocupados, tenía amigos, pero solo podía verlos a la tarde, así que simplemente leía, constantemente. Libros de divulgación científica, ciencia ficción, de todo. Aunque no creo haber tenido una buena educación en la escuela pública. Recién en la universidad empecé a entender algo. La mía no era una familia de lectores y mucho menos de escritores. Creían en el valor de la lectura como elemento de formación y nada más. Mi madre incluso pensaba que la ficción era deshonesta, que inventaba mentiras. Ellos no alentaron en absoluto mi carrera de escritor, pensaban que no era práctico, querían que fuera médico o ingeniero, que tuviera alguna profesión útil.
-¿Llegaron a ver lo bien que te va? 
-No.
-Qué lastima.
-Sí, la verdad que sí.
-¿Cómo decidiste ser escritor? 
-Soy una persona competitiva. Ya en el colegio me di cuenta de que siempre había alguno mejor en matemática o en física. Pero no había nadie tan bueno en inglés como yo, así que eso fue una señal. Cuando tenía 17 escribimos y publicamos un texto con un amigo y nos pagaron 100 dólares y nos dieron ejemplares. La idea de hacer algo tan divertido y además ganar dinero fue irresistible. Después, en la universidad, tomé la literatura como una religión, me volví muy ambicioso, probablemente porque sentí que tenía que tener un gran éxito para que mis padres vieran que había elegido bien no siendo médico o ingeniero. Además, quería ser el mejor, jugar en lo más alto.
-Te salió bien.
-Sí, parece que sí.
-¿Es cierto que cuando te jugaste por la literatura te la pasaste años a pizza porque no tenías plata? 
-Nunca comprábamos pizza, la hacíamos, que es más barato. Pensé que me llevaría solo dos años escribir una novela y venderla, y poder decirles a mis padres que estaba todo bien, pero tardé seis. Aunque en aquel momento pareció una eternidad, visto más ampliamente fue bastante rápido. Empecé el libro a los 22 y estaba publicado a los 28 (habla de La ciudad veintisiete ). Me casé, tuve un trabajo de media jornada, nunca salíamos a comer, éramos muy pobres y solitarios, y eso se convirtió en un problema después, pero en aquellos años trabajaba 8 horas, después cenábamos, a lo sumo con una cerveza barata, luego leía 4 o 5 horas, seis noches a la semana, y con todo ese tiempo leyendo durante cinco años, realmente llegás a saber lo que se ha hecho en novela. De vez en cuando íbamos a ver una película, porque había un cine que pasaba dos películas por dos dólares. Fue un buen momento, pero nunca volvería a estar tan aislado. Tengo amigos, responsabilidades familiares, trabajo.
-Tanto “Las Correcciones” como “Libertad” son novelas que cuentan historias de familias, ¿por qué? 
-No estoy muy seguro de que sean novelas familiares. En Las Correcciones, la familia entera sólo se junta una vez Sí, pero es una novela de familia, como Los hermanos Karamazov.
-¿Los hermanos Karamazov es una novela de familia?
-No hay demasiado sobre dinámicas familiares en ese libro. Tenés todos esos personajes que están emparentados, y eso solo te hace saber mucho de ellos: tomemos por ejemplo a Dimitri, él es hijo y hermano, siempre hay sentimientos fuertes asociados con ser un chico, un hermano, un padre, pero la mayor parte de lo que vemos de él no tiene nada que ver con su hermano, sale con la chica, va a terribles fiestas… Es la historia de una familia, de todos modos. Y es una elección: hay muchas novelas que hacen eje en otro tipo de vínculos.Creo que poner a los personajes en una relación de familia les suma mucho. EnLas Correcciones, por ejemplo, mayormente vemos a los personajes aislados del resto de su familia. Solo están juntos en una escena de una página; los vemos cuando eran chiquitos, pero ni siquiera ahí interactúan mucho. Ponés un padre, una madre y un hijo y enseguida te preguntás cuánto se parece a cada uno, qué conflictos entre los padres afectan al chico: estas preguntas se te ocurren casi automáticamente. Solo con especificar la relación, hay un valor añadido. Y tomo valor añadido de donde sea que lo encuentre. Es difícil crear valor literario, es difícil crear textos con mucho significado, y la familia es una forma rica y fácil de hacerlo, no entiendo por qué no la usan muchos más escritores.
Porque no es tan fácil… 
-No, no lo es, pero creo que Las Correcciones más que una novela familiar, es una novela donde la historia central es que un hombre mayor se está desmoronando y ni sus hijos ni su mujer quieren aceptarlo. Todo el mundo huye de las verdades horribles.
Franzen vive solo y dice que no le interesa tener hijos. Tal vez por eso cierra así: “Las dinámicas psicológicas profundas entre hermanos y padres e hijos me interesan mucho, pero el día a día de una familia no me interesa demasiado”.

 

A Conversation with Don DeLillo and Jonathan Franzen

Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
La ciudad de los cazadores tímidos – Tom Spanbauer
El tiempo de nuestras canciones – Richard Powers
País de sombras – Peter Matthiessen
Todo está iluminado – Jonathan Safran Foer
Árbol de humo – Denis Johnson
El Día de la Independencia – Richard Ford
La escoba del sistema – David Foster Wallace
Cuerpo – Harry Crews
El Cadillac de Big Bopper – Jim Dodge
Furias – Fernanda Eberstadt
América – James Ellroy
Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk
El diablo a todas horas – Donald Ray Pollock
Retratos de Will – Ann Beattie
El evangelio de la anarquía – Justin Taylor
Amor malo y feroz – Larry Brown
En la frontera – Cormac McCarthy
Dr. Bloodmoney o cómo nos las apañamos después de la bomba – Philip K. Dick
La casa de hojas – Mark Z. Danielewski
It (Eso) – Stephen King
Su pasatiempo favorito – William Gaddis
El teatro de Sabbath – Philip Roth
 Jernigan – David Gates

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Boludeces de Facebook

 

I
lunes
la concha de la lora
el guion de una pelicula que hace dias persigo sin lograr bajar al papel
cuentas que vencen y clientes que no aparecen
lunes otra vez
que chotada
me escapo
me siento a ordenar la biblioteca
cigarrillo, mate y la angustia habitual
de un barquito de papel perdido
en un charco de agua estancada
miro mi biblioteca
una parte de ella
la que vive conmigo en balvanera
la otra parte esta en villa ballester
y que deliberadamente nunca quise
que viviera conmigo
porque esta en el cuarto donde
duerme mi sobrino
y es lo mejor que le pude dar:
vivir con una buena biblioteca
a la cual
poder acudir o ignorar
en fin
se que mi ultima columna de las
confesiones de un librero de mierda
de este año
va a ser sobre mi biblioteca
y sobre los abismos a los que me hundi
el dia que tuve que vender una parte de ella
sobre el precio que pague
en cuerpo y alma
por hacer
algo tan necesario como inutil
en fin
lunes
hay que inventar guita urgente
hay que terminar un guion para una pelicula para ayer
y miro los lomos de la biblioteca
y saco y pongo
y ordeno
todo queda desordenado
porque el espacio no alcanza
para darle un orden a la cosa
pero ese desorden de titulos y autores
es un orden
que me señala con nombre y apellido
juan pablo liefeld
y en ese desorden
asoma
Resto Pampeanos
lo abro
y leo la dedicatoria:
«para juan pablo,
festejando este
encuentro casual, y pensando en
que al fin no hay
casualidad, hay
una cierta
persistencia del vivir.
con mucho
afecto
horacio gonzalez
(gallo para esculapio)
nov. 2001»
lunes
la concha de la lora
me asomo al presipicio de tu locura
una vez mas
y me arrojo
en la oscuridad
de otro lunes mas
tan imposible y real
como la sonrisa de Estebez
el dueño de la tabaqueria
que me saluda
con un dejo de desadociego
que reconosco y agradesco
en esta mañana gris
tan inutil como desabrida
en la que no hay locoto
que pueda darle
un poco de sabor
de picante
a esta sopa fria
a este lunes
que va
como la vida va
sin mas
sin menos
sin horizonte ni brujula
por los laberintos
de la nada
donde a veces
asoma el misterio.

 

II
Las chicas de letras se masturban así XV
Las chicas de letras se masturban así XVIII
En estas dos columnas de Elsa Kalish y su columna Las chicas de Letras se Masturban así que pueden leer entrando en el link de esta entrada de la libreria cuento a partir del run run de los pasillos de Puan de mediados de los 2000 donde la comidilla era la guerra civil desatada en una catedra por el poder de la misma una historia de amor. Obviamente la miserabilidad de los academicos de Puan solo pudieron leer sus miserias y trapitos sucios que tanto se esmeran en maquillar y ocultar sin poder apreciar en su infinito egoismo que solo busca poder y reconocimiento que yo deslizaba sus miserias para convertirlas en una historia de amor tan conmovedora y dramatica y hermosa como las mejores novelas de cuando era chico y veia por la tarde novelas de Arnaldo andré y lupita ferrer y veronica castro y carlos mata y tantas otras figuras que fueron mis primeros maestros narrativos que me condujeron a Chandler y Dick y Dostoiexki y Borges y bla bla bla
https://libroskalish.wordpress.com/2012/02/17/regueros-de-tinta-el-diario-critica-en-la-decada-de-1920-sylvia-saitta/

 

III
Andrés Tejada Gomez y Gonzalo Basualdo les copio aqui dos fragmentos de la famosa entrevista que se le hizo en su momento a Heidegger y que creo que algo tiene que ver con la larga charla que mantuvimos el viernes a la noche en la libreria:
SPIEGEL: Sin embargo, se le podría objetar de manera completamente ingenua: pero, ¿qué es lo que está aquí dominado? Todo funciona. Cada vez se construyen más centrales eléctricas. Cada vez se producirá con mayor destreza. En la parte del mundo altamente tecnificado, los hombres están bien atendidos. Vivimos en un estado de bienestar. ¿Qué falta en realidad?
HEIDEGGER: Todo funciona. Esto es precisamente lo inhóspito, que todo funciona y que el funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento y que la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga. No sé si Vd. estaba espantado, pero yo desde luego lo estaba cuando vi las fotos de la Tierra desde la Luna. No necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra. Hace poco tuve en Provenza una larga conversación con René Char, el poeta y resistente, como Vd. sabe. En Provenza se han instalado ahora bases de cohetes y la región ha sido devastada de forma inimaginable. El poeta, que no es precisamente sospechoso de sentimentalismo y de glorificar el idilio, me decía que el desarraigo del hombre, que está sucediendo, es el final, a no ser que alguna vez el pensar y el poetizar logren alcanzar el poder sin violencia.
[…]
HEIDEGGER: También eso lo diría. Mientras, a lo largo de los últimos treinta años, se ha hecho cada vez más claro que el movimiento planetario de la técnica moderna es un poder cuya capacidad de determinar la historia apenas puede apreciarse. Hoy es para mí una cuestión decisiva cómo podría coordinarse un sistema político con la época técnica actual y cuál podría ser. No conozco respuesta a esta pregunta. No estoy convencido de que sea la democracia.
LA ENTREVISTA COMPLETA SE PUEDE LEER ENTRANDO ES ESTE LINK:
https://libroskalish.wordpress.com/2014/05/22/nietzsche-martin-heidegger-2/

 

 IV
Los 100 mejores temas de roberto goyeneche

 

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
El twist del pibe

 

Mediodía.
Salgo a la calle.
Voy a la parada del 5 para venir a la librería.
Estoy pensando en la confesion que te voy a contar hoy.
Estoy evaluando si copio o no en un Word un capítulo de Yo fui el cammello de Keith Richards para que leas, aunque no te lo mereces, porque lo leí los otros días y me divirtió mucho.
Cuando llego a la parada del 5 el sol ya me hizo saber que mi propia sombra vale menos que un alfajor Capitán del Espacio.
Hago foco en algo que me hace parar las antenitas.
Veo tres patrulleros de un lado de Rivadavia.
En la cola del 5 todos esperan  y solo tienen ojos para ver llegar el colectivo.
Pobre gente, esperan algo que nunca llegara, como Penelope, ellos aguardan que asome por Rivadavia Godot.
Mis antenitas ya estan conectadas via coaxil con la central de inteligencia del satelite de mi locura.
De la mano de enfrente donde estan los tres patrulleros hay un carro de asalto de la Federal.
Dejo que mi ojos vayan a la deriva buscando el nervio del dolor oculto en la superficie.
Mis ojos tropiezan con el Bingo Congreso.
Mis antenitas me ordenan que capte la escena.
En el Bingo Congreso hay unos 150 o 200 Inodoros Pereyra y Eulogias de todas las edades con banderas acampando en la puerta.
Qué esta pasando acá, me pregunto.
Y me respondo, ¡este es un trabajo para Lanata Gay!
Vuelvo corriendo a mi edificio.
Entro en el ascensor.
¡Dale Power, cambiame la música!, le pido a los dioses.
Y ya esta.
Soy Lanata Gay.
Puto puto puto puto.
Vuelvo a salir a la calle y enfilo para el Bingo.
Me quede sin cigarrillos, la puta madre.
Así que paso entre los Inodoros Pereyra y las Eulogias y entro en el kiosco de al lado del Bingo donde al empleado de la noche le preste para que leyera mi ejemplar de El hombre en el castillo de Philip K. Dick.
Le pido a la chica que atiende dos atados de Philip Morris y le pregunto qué estan reclamando o si sabe por qué esta toda esa gente en la puerta del Bingo cortando la libre circulación de tanta menopausica y abuela que acude a ese templo en busca de un poco de locura en forma de cartones y azar.
La quiosquera me responde que no tiene ni idea.
Pago y salgo.
Me prendo un pucho.
Encaro a dos Inodoros que estan sentados en el piso.
Los saludo y les pregunto por qué estan en la puerta del Bingo.
Me responden que no tienen ni idea. Que ellos solo estan descansando y no tienen nada que ver con los que estan ahí con banderas y obstruyendo el paso de la gente y violando  el art. 194 del Código Penal  que prescribe que: “El que, sin crear una situación de peligro común impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los transportes por tierra, agua o aire o los servicios públicos de comunicaciones, de provisión de agua, de electricidad o de sustancias energéticas será reprimido con prisión de tres meses a dos años”.
Sigo.
Abanzo.
Retrocedo.
Soy Lanata Gay.
Puto puto puto puto.
Encaro a otro Inodoro Pereyra.
Este esta en la puerta misma del Bingo sosteniendo uno de los palos de un bandera inmensa.
Es jovencito. No debe tener más de 15 años.
Lo saludo y le pregunto qué estan haciendo ahí.
Me explica.
¡Bingo!
¡Lanata Gay cumple y Cristina te regala calculadoras con Internet!
Si este chico también me decia ni idea solo me quedaba preguntarle a la policía.
¿Y si ellos me decían ni idea?
¡Dios santo, no creo en tu gracia como tampoco cree en vos la nieta de Moria Casan, pero por favor, llama a Francisco y decile que vuelva, que lo necesitamos los argentinos!
Bien.
Ok.
Soy Lanata Gay.
Puto puto puto puto.
El chico me explico que estaban haciendo en la puerta del Bingo él y otros 200 Inodoros Pereyras y Eulogias.
Hace unas semanas su agrupación política envio una carta al Bingo pidiendo que colabore con dinero o donando alimentos y otros productos para ayudar a las familias mas pobres y sin recursos para pasar una navidad y año nuevo mas amable. Como no tuvieron respuesta alguna a su pedido se movilizaron y fueron en persona a pedir un porcentaje de la guita que el Bingo les saca diariamente a las menopausicas y las abuelas argentinas.
Me prendi otro pucho y le convide uno al chico.
Le decie suerte y me aleje.
Como el sol ya me tenia los huevos al plato opte por el subte del Pito Triste de Macri.
Baje en Rio de Janeiro.
Entre en la Kentucky de Rivadavia y Otamendi.
El de la caja me reconocio.
Lanata Gay.
Puto puto puto puto, le dije.
Me comi una porción de napolitana y fui al chino a comprar una latita de cerveza.
Luego llegue a la librería.
Encendí la compu.
La misma que tiene sobre su monitor un poster de Inodoro Pereyra dandole una flor a Eulogia y estan parados sobre la palabra amor mientras los observa a un costado el perrito Mendieta emocionado.
Y mientras la computadora se enciende. Es una carreta con sus fuelles desvencijados. Voy al baño.
Grito a los Dioses:
¡Dame  Power, cambiame la música!
Y ya esta.
Dejo mi traje de Lanata Gay y vuelvo a ser un boludo más del montón.
Me siento en la compu.
Enciendo un cigarrillo.
Y te voy a contar algo.
Hace un tiempo atrás, una tarde, en la que estaba cansado, quemado, roto y tenía que sacar laburo adelante en la librería, puse Grooveshark y busque La Renga y me puse a laburar subiendo libros a la pagina de la libreria cantando a los gritos:
 La vieja palabra destino
quiso sorprender a su suerte
le cruzó en medio del camino
la sonrisa de la muerte.
Bellos dientes para una sonrisa, dijo, 
pero no para volver a verte
si el destino lo tiene planeado
echada estaba su suerte. 
La cosa es que unos días antes me habían comprado por Mercado Libre una novela de Coetzee.
El titular de la cuenta de ML  se llamaba Fabian Casas.
¿Sería el escritor?
Que se yo.
La cosa que el comprador se comunico telefónicamente para retirar el libro.
Le pase mi direccion y horarios y me explico que se le complicaba pasar por las tardes porque trabajaba en una radio.
Le ofreci que podia pasar por Almagro por las mañana donde por entonces trabajaba en un sindicato.
Me respondio que veia cómo hacia y que cualquier cosa volviamos a hablar.
Yo deduje por el trabajo de mi comprador que no era quien yo pensaba que era este Fabian Casas.
Ok.
Amiguito.
Estaba dandome máquina con La Renga que salía por los parlantes de la compu de un funcionario público kirtchnerista con el que compartia el departamento de la librería por entonces y cantando a los gritos:
 Lo que hay después de un espejismo
es la sed al veneno más fuerte
jugos que al paladar de la vida
lo embriaga y lo divierte.
Y en el frío de aquel invierno
le quedaba una cita pendiente
allá por el barrio de Lugano
jamás volveré a verte.
Entonces suena el teléfono.
Bajo un poco la musica.
Atiendo.
Hola, Libros Kalish.
Del otro lado del telefono escucho que me disparan a quemarropa:
Flaco, estoy en la puerta tocando timbre y esperando que me atiendas hace 20 minutos.
Cuelgo y salgo al palier.
Abro la puerta de calle.
Pongo mi mejor cara de boludo y le pregunto que libro viene a retirar.
Un libro de Coetzee, me dice y lo invito a pasar.
Te espero, estoy apurado.
Busco el libro y se lo doy.
Me paga y se va.
Y sí.
Era nomas Fabian Casas.
El escritor.
Y tuvo la dicha y fortuna de apreciar durante un rato mis cualidades bocales para el canto una tarde que para darme manija y trabajar puse La Renga al palo y cante:
Será el intento a buscar
lo que valore tu vida
buscar termina en encontrar
pero cómo saber, si tuvo lo que quería.
Así como volver a empezar
todo termina de repente
pero no me digas adiós
sólo decime hasta siempre.

 

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

 

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Miles Davis. La biografía definitiva – Ian Carr

Miles Davis. La biografía definitiva – Ian Carr Jorge Luis Borges Fontanarrosa Bill Evans John Coltrane

vendido

Estado:  impecable.

Editorial: RBA.

Precio: $000.

Contrapunto analítico y, en cierto modo, necesario a la brillante, pero un tanto errática y fragmentaria, autobiografía que escribiera el trompetista, de la mano de Quincy Troupe; proporcionándonos una equilibrada y muy amena relectura de la vida y obra de uno de los grandes íconos de la cultura y el arte del siglo XX. La edición revisada de este exhaustivo ejercicio de investigación -que ve la luz, por primera vez, en lengua castellana, en esta edición especial-, aporta nuevas y muy enriquecedoras aproximaciones a la vida y sin par carrera del más revolucionario e infatigable renovador del Jazz. Carr abunda, con profundidad y erudición encomiables, en multitud de detalles y aspectos de la obra del artista que trascienden el ámbito de la mera investigación biográfica, y que no escapan a su aguda percepción como músico, para deleitarnos con una minuciosa reconstrucción de las extraordinarias e innovadoras propuestas y estilos que se suceden en su obra desde mediados de los 50; para retomar el hilo argumental de la biografía en el punto en el que el irreductible trompetista resurge, de nuevo, de las cenizas, protagonizando un épico retorno a los escenarios y a los estudios de grabación, y sacudiendo de nuevo los cimientos de todo cuanto los más ortodoxos y dogmáticos músicos, críticos y aficionados consideraban irrenunciable e intocable en el jazz, sin temor a embarcarse en nuevas experiencias y a colaborar con las nuevas generaciones de músicos de jazz que le acompañan en los últimos años de su carrera. Carr ha mantenido reveladoras conversaciones con quienes conocieron mejor a Miles y su música – Bill Evans, Joe Zawinul, Keith Jarrett, Jack DeJohnette-, y, para esta nueva edición, se entrevistó también con Ron Carter, Max Roach, John Scofield y muchos otros colaboradores. Obra de consulta imprescindible para quienes deseen conocer al hombre, su obra y buena parte de la historia del jazz. Ian Carr nació en Escocia y se graduó en el King’s Collage de Newcastle. Es, además de un excelente y reputado músico, uno de los periodistas y críticos de mayor renombre en el Reino Unido, donde colabora regularmente con BBC Radio 3 y escribe también para BBC Music Magazine. Es el autor de Music Outside (1973) y de ketty Jarrett, The Man and his Music (1991), de próxima aparición en esta colección, también en nueva edición revisada.
Prólogo *
Miles Davis 
Mira, la sensación más fuerte que he experimentado en mi vida (con la ropa puesta) fue cuando por primera vez oí a Diz y Bird juntos en St. Louis, Missouri, allá por 1944. Yo tenía dieciocho años y acababa de graduarme en la Linco1n High School, que estaba justo al otro lado del Mississippi, en East St. Louis, Illinois. Cuando oí a Diz y Bird tocar en la banda de B, me dije: «¿Qué? ¡Qué es esto!» Tío, la parida era tan fuerte que asustaba. Figúrate, Dizzy Gillespie, Charlie «YardBird» Parker, Buddy Anderson, Gene Ammons, Lucky Thompson y Art Blakey reunidos en la misma banda, y no digamos B: el propio Billy Eckstine. De puta madre, tú. Aquella santa mierda, tío, me inundó el cuerpo: la música inundándome el cuerpo, precisamente la música que quería oír. Algo grande. Y yo allá arriba tocando con ellos. Ya había oído antes cosas de Diz y Bird, ya había entrado en su música; especialmente en la de Dizzy, lógico, siendo yo un trompetista como era. Pero también había entrado en la de Bird. Fíjate, tenía un disco de Dizzy titulado Woodyn You y un disco de Jay McShann con Bird, titulado Hootte Blues. En ellos fue donde primero oí a Diz y Bird, y no pude creer lo que tocaban. Eran terribles. Además de los que he dicho tenía un disco de Coleman Hawkins, un disco. de Lester Young y uno de Duke Ellington, con Jimmy Blanton en el bajo, que era también de puta madre. Y basta. Aquéllos eran todos mis discos. Dizzy era entonces mi ídolo: intentaba continuamente tocar los mismos solos que Diz tocaba en aquel único álbum que tenía d 1 e él. Pero igualmente me gustaban Clark Terry, Buck Clayton, Harold Baker, Harry James, Bobby Hackett y Roy Eldridge. Roy fue más tarde mi ídolo de la trompeta, pero allá por 1944 era Diz.
La banda de Billy Eckstine había ido a St. Louis para tocar en un sitio llamado Plantation Club, propiedad de unos gángsteres blancos. St. Louis era en aquel entonces un gran foco de gangsterismo. Cuando le dijeron a B que tenía que dar media vuelta y entrar por la puerta de atrás como los demás negros, se limitó a ignorar a aquellos gilipollas y entró con la banda al completo por la puerta principal. Por supuesto, B no se dejaba pisar por nadie. Se lanzaba sin titubear contra cualquier hijoputa. De veras. Olvídate de su aire de playboy: B era un duro. También lo era Benny Carter. Ninguno de los dos tardaba ni un minuto en tumbar a cualquier tío del que pensaran que les faltaba el respeto. Pero por muy duro que fuera Benny, y lo era, B lo era más. Así que los gángsteres despacharon a B inmediatamente y contrataron a George Hudson, quien tenía en su banda a Clark Terry. Entonces B se llevó a sus músicos al otro lado de la ciudad, al Riviera Club de Jordan Chambers, un local sólo para negros situado en la esquina de Delmar y Taylor, en una zona negra de St. Louis. Jordan Chambers, que por aquellas fechas era uno de los políticos negros más poderosos, le dijo simplemente a B que siguiera adelante con la banda.
De modo que cuando circuló la noticia de que aquellos tíos iban a tocar en el Riviera en lugar del Plantation, agarre mi trompeta y me fui para allá a ver si podía pescar algo, quizás un puesto en la banda. De esta forma, con un amigo llamado Bobby Danzig, que también era trompetista, nos plantamos en el Riviera a probar suerte y ver qué pasaba en los ensayos. Entiéndeme, yo ya tenía en St. Louis cierta reputación de que ya era capaz de tocar; por eso los guardianes me conocían y nos dejaron entrar a mí y a Bobby. La primera cosa que vi cuando estuve dentro fue a un tipo que venía hacia mí, preguntándome si yo era trompetista. Le dije: «Sí, soy trompetista.» Entonces me preguntó si tenía carné sindical. «Sí, también tengo carné sindical.» Así que el tipo se vio obligado a decir: «Ven, necesitamos un trompetista; el nuestro está enfermo. » El tipo me llevó al estrado de la banda y me puso la partitura delante. Yo podía leer una partitura, pero en aquel momento tuve problemas con la que me había dado porque me distraje escuchando lo que tocaban los demás.
El tipo que había salido a mi encuentro era Dizzy. Al principio no le reconocí. Pero pronto empezó a tocar. Supe quién era. Y como he dicho, no pude siquiera leer la música, y no digamos tocarla, escuchando a Bird y Diz. Pero, mierda, yo no era el único que escuchaba, porque la banda entera parecía tener un orgasmo cada vez que Diz o Bird actuaban, especialmente Bird. Quiero decir que Bird era increíble. Sarah Vaughan estaba allí también, y también era algo serio. Entonces y ahora. ¡Sarah sonando como Bird y Diz y ellos dos tocándolo todo! Lo notable era que tratasen a Sarali como si fuera otra trompeta. ¿Sabes a lo que me refiero? Ella cantaba You Are My First Love y Bird intervenía con su solo… Tío, cuánto me gustaría que todo el mundo hubiese escuchado aquella parida.
En aquella época Bird tocaba solos de ocho compases. Pero las cosas que solía hacer en esos ocho compases eran otra cuestión. Simplemente, dejaba a todos muertos con su música. Si he dicho que yo me olvidé de tocar, recuerdo ocasiones en que los demás músicos olvidaban entrar a tiempo por la atención con que escuchaban a Bird. Allí estaban, en el estrado, pasmados, con la boca abierta. Coño, en aquellos tiempos Bird tocaba como un dios.
Cuando Dizzy tocaba ocurría lo mismo. Y también cuando tocaba Buddy Anderson. Él tenía aquella cosa, aquel estilo que estaba próximo al que me gustaba a mí. De manera que en 1944 me encontré de golpe ante todas aquellas maravillas. Te juro que aquellos cabrones eran terribles. ¡Eso sí era creación! Imagina cómo tocarían para el público negro del Riviera. Porque los negros de St. Louis amaban su música, pero querían que su música fuera como debía ser. Puedes, pues, imaginar lo que hacían en el Riviera. Ten por seguro que llegaban al fondo.
La banda de B cambió mi vida. Decidí precisamente allí y entonces que debía dejar St. Louis y vivir en Nueva York, donde estaban todos los músicos súper.
Aunque entonces yo estimaba a Bird, de no haber sido por Dizzy no estaría hoy donde estoy. Le digo esto constantemente y se limita a reír. Porque cuando fui por primera vez a Nueva York él me llevó consigo a todas partes. Díz era en aquella época muy divertido. Sigue siéndolo hoy. Pero entonces era otra cosa. Por ejemplo, sacaba la lengua a las mujeres y les decía guarradas en plena calle. A las mujeres blancas. Imagínate, yo soy de St. Louis, y él hacía aquello a personas blancas, a mujeres blancas. Me decía a mí mismo que Diz debía de estar loco. Pero no lo estaba, ¿sabes? En realidad -no lo estaba. Era diferente, pero no estaba loco.
La primera vez en mi vida que subí en un ascensor fue con Diz. Me metió en un ascensor en Broadway, en alguna parte del centro de Manhattan. A él le gustaba tomar ascensores y burlarse de todos, hacerse el loco, dar sustos de muerte a la gente blanca. Era un personaje, tío. Yo iba a su casa, y Lorraine, su esposa, no dejaba que nadie se quedara demasiado, excepto a mí. Siempre me invitaba a cenar. Unas veces aceptaba y otras no. Toda la vida he sido raro con lo qué como y dónde lo como. Sea como fuere, Lorraine solía poner unos rótulos que decían: « ¡No os sentéis aquí! » Y encima le gritaba a Diz: «¿Qué estás haciendo con todos estos cabrones en mi casa?» ¡Échalos, y que sea ahora mismo!» Yo, naturalmente, me levantaba para marcharme, y ella me decía: «Tú, no, Miles, tú puedes quedarte, pero que se marchen todos estos cabrones.,» Nunca he sabido qué sería lo que le gustaba de mí, pero algo le gustaba.
Al parecer, la gente quería tanto a Dizzy que simplemente deseaba estar con él ‘ ¿entiendes? Pero no importaba a quién tuviera en derredor, Dizzy siempre me llevaba dondequiera que fuese. Decía: «Anda, ven conmigo, Miles.» Y nos íbamos a alguna oficina, o a cualquier otro lugar, o corno he dicho, quizás a subir en ascensores por pura diversión. Hacía para divertirse las cosas más insólitas.
Una de sus iniciativas favoritas era ir a donde empezaron a emitir el programa «Today», cuando Dave Garroway era el presentador. El estudio estaba a nivel de la calle, de manera que la gente podía presenciar el programa desde la acera, mirando por un gran ventanal de vidrio. Dizzy se colocaba ante el ventanal cuando el programa salía en antena (se emitía en directo, ya sabes) y sacaba la lengua y hacía muecas al chimpancé que intervenía en el asunto. Tío, se lo montaba de puta madre con aquel chimpancé -J. Fred Muggs se llamaba-, tanto que lo ponía fuera de sí. El chimpancé se ponía a chillar, a saltar arriba y abajo, a enseñar los dientes, y todos los del programa se preguntaban qué Coño le pasaba. Cada vez que la bestia descubría a Dizzy, se volvía loco. Pero Dizzy era encantador, realmente encantador, y yo le quería mucho y todavía le quiero igual.
De todos modos, he conseguido casi reproducir las sensaciones de aquella noche y aquella música de 1944, cuando oí por primera vez a Diz y Bird, pero nunca lo he logrado del todo. Y ando siempre buscándolas, escuchando, sintiendo, tratando constantemente de encontrarlas en y a través de la música que toco cada día. Recuerdo aún cuando no era más que un chiquillo, un crío imberbe, pirrado por todos aquellos grandes músicos, mis ídolos incluso hasta hoy Absorbiéndolo, chupándolo todo. Aquello era serio, tío.
* Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe.
Últimas reflexiones*
Miles Davis
A medida que envejezco, más aprendo sobre tocar la trompeta, y más acerca de muchas otras cosas. Solía gustarme beber y me gustaba de verdad la cocaína, pero ya ni siquiera pienso en lo uno ni en la otra. Ni en los cigarrillos. Ese género de cosas, sencillamente, dejé de hacerlo. Cortar con la cocaína me resultó un poco más duro, pero también la dejé. Es sólo cuestión de fuerza de voluntad, de creer en que puedes hacer lo que quieres hacer. Cuando no quiero hacer determinada cosa me limito a decirme: «Que se joda.» Porque, eso sí, debes hacerlo tú mismo. Nadie más puede hacerlo por ti. Otras personas quizás intenten ayudarte, pero la mayor parte del tiempo tendrás que luchar solo.Nada es imposible, dada mi forma de pensar y de vivir mi vida. Estoy siempre pensando en crear. Mi futuro empieza cuando despierto cada mañana. Es entonces cuando empieza: cuando despierto y veo la primera luz. Entonces me siento agradecido, y no puedo esperar a levantarme porque cada día hay algo nuevo que hacer o que intentar. Cada día encuentro algo creativo a que dedicar mi vida. La música es una bendición y una maldición. Pero la amo, no querría que fuese de otro modo.
En mi vida hay pocos remordimientos y poco sentimiento de culpa. De mis remordimientos no quiero hablar. Hoy estoy más distendido conmigo mismo y con los demás. Creo que mi personalidad es más agradable. Todavía recelo de la gente, pero menos de lo que desconfiaba en tiempos pasados, y también me muestro menos hostil. Sigo siendo una persona muy amante de lo privado; sin embargo, y no me gusta estar rodeado de gente que no conozco. Pero no me lanzo contra esa gente, como hacía, ni la despacho con improperios. Demonio, ahora incluso presento a los miembros de mi banda en los conciertos, e incluso hablo un poquito con el público.
Tengo fama de ser una persona de trato difícil. Pero quien me conoce de verdad sabe que esto no es cierto, porque seguro que nos llevamos bien. Me molesta ser siempre el centro de la atención, hago sólo lo que debo hacer, y basta. No obstante, tengo algunas amistades excelentes, con Max Roach, por ejemplo, y con Richard Pryor, Quincy Jones, Bill Cosby, Prince, mi sobrino Vincent y otras personas más. Creo que mi mejor amigo fue Gil Evans. Los componentes de mi banda son buenos amigos míos, como lo son mis caballos allá en Malibu. Amo a los caballos y a otros animales. Pero quizá las personas que realmente mejor me conocen son algunos de los tipos con quienes crecí en East St. Louis, pese a que ya raras veces los veo. Pienso en ellos, y si en alguna ocasión nos encontramos es como si no nos hubiéramos separado nunca. Me hablan como si acabara de salir de su casa.
Ellos pueden decirme cosas interesantes sobre lo que toco y les haré más caso que a un crítico. Porque sé que están muy enterados de cuanto intento hacer y de cómo se supone que debo sonar. Si Clark Terry, a quien considero uno de mis mejores amigos, viniese y me dijera que estoy tocando mierda, macho, lo tomaría en serio. Me llegaría al corazón. Lo mismo por lo que concierne a Dizzy, que es mi mentor y uno de los amigos más íntimos que tengo en el mundo. Si me dijese algo relativo a mi manera de tocar, le escucharía. Pero yo siempre he sido como soy, he sido así toda mi vida. Nadie puede decir nada malo de mí a mis buenos amigos porque ni siquiera le prestarían atención. Igual me ocurre a mí: no escucharé nada contrario a alguien a quien conozco.
La música ha sido siempre para mí como un maleficio porque siempre me he sentido impulsado a tocarla. Siempre ha tenido prioridad en mi vida y todavía la tiene. Se antepone a todo. Pero he concertado una especie de paz con mis demonios musicales que me permite llevar una vida más relajada. Pienso que pintar me ha ayudado mucho. Los demonios siguen allí, pero ahora sé dónde están y cuándo quieren ser alimentados. De modo que creo tener la mayoría de las cosas bajo control.
Soy, ya lo he dicho, una persona amante de lo privado, y cuesta un montón de dinero preservar ésta cuando uno es famoso como yo. Es verdaderamente duro, muy duro, y ésta es una de las razones por las que necesito ganar dinero: para proteger mi vida privada. La fama se paga cara, mentalmente, espiritualmente y en dinero efectivo.
No salgo mucho, casi nunca estos días. De esa clase de cosas he tenido ya suficiente. Acude gente tratando de hacerse alguna foto conmigo. A la mierda. Es por eso que las personas expuestas a la curiosidad pública no pueden llevar una vida normal; sufren demasiadas intromisiones e interferencias. No es natural. Y constituye una de las principales razones de que no me guste salir de casa. Pero cuando estoy con mis caballos o con mis mejores amigos puedo relajarme y no.preocuparme del resto. Poseo un caballo llamado Kara, otro llamado Kind of Blue y otro llamado Gemini. Gemínitiene mucho brío, debido a que lleva algo de sangre árabe. Es elque más me gusta montar, aunque me haga un favor dejándome montarlo, pues mis dotes de jinete no están a la altura de lo que merece. Todavía soy un aprendiz, y él lo sabe. Así, cuando hago alguna cosa mal, se limita a dirigirme una mirada peculiar, como diciendo: «¿Qué coño hace otra vez este hijoputa ahí arriba? ¿No se ha enterado de que yo soy un profesional?» Pero quiero mucho a mis animales, los entiendo y ellos me entienden a mí. En cuanto a las personas… Bien, las personas son muy extrañas.
Siempre he sido capaz de predecir cosas antes (le que ocurriesen. Siempre. Creo en la capacidad de algunos de nosotros para anticipar el futuro. Por ejemplo, un día estaba yo nadando en la piscina del United Nations Plaza Hotel, en Nueva York, y un tipo blanco nadaba cerca de mí. De repente me dijo: «¿Adivina adónde voy a ir?» Y yo le dije: «Va usted a Nueva Orleans.» ¡Y allí iba! Macho, aquello le dejó bien jodido. Inmediatamente se apartó, me miró con verdadero asombro y preguntó cómo lo sabía. Pero yo no pude decírselo. Lo sabía, simplemente. Ignoro la causa y no hago preguntas sobre este tema. Sólo sé que esta habilidad me ha acompañado siempre. Soy, por otra parte, una persona instintiva que ve en la gente cosas que otras personas no ven. Oigo cosas que otras personas no oyen, y no pienso que sean importantes hasta muchos años después, cuando las otras personas finalmente las oyen o las ven por sí mismas. Para entonces ya estoy en cualquier otra parte y he olvidado el asunto. Si estoy tan al corriente y tan encima de las cosas es porque tengo la cualidad de olvidar todo lo que carece de importancia. Me-tiene sin cuidado que otros consideren importante algo que para mí no lo es. Se trata sólo de su opinión. Yo tengo la mía, y por lo general confío en lo que siento y lo que oigo, no en lo que opinen los demás, cuando afecta a algo relacionado conmigo o con lo que estoy haciendo.
Para mí, la música ha sido mi vida, y los músicos que he conocido y querido y de los que procedo han constituido mi familia. Mi familia convencional lo es por razones de paternidad, de parentesco, de sangre. Pero, para mí, mi familia son las personas con quienes me asocio en mi profesión: otros artistas, músicos, poetas, pintores y escritores, aunque no críticos. Cuando muere, la mayoría de la gente deja el dinero a los parientes, a sus primos, tías, hermanas o hermanos. Yo no creo en esto. Mi idea es que si has de dejar algo, lo dejes a las personas que te ayudaron a hacer lo que hayas hecho. Si son parientes de sangre, muy bien, pero si no lo son, no creo en que deba dejarse a los parientes. Mira, yo pensaría en legar mi dinero a Dizzy 0 Max, a alguien así, o a un par de mujeres que me ayudaron mucho. No quiero que aparezcan en Louisiana, o donde sea, unos primos a quienes nunca he visto y mi dinero vaya a parar a ellos, cuando muera, sólo porque tenemos la misma sangre. Y una mierda, vamos.
Quiero compartir lo mío con las personas que me ayudaron a lo largo de todo lo que he tenido que pasar, que contribuyeron a hacerme más creativo. Y he tenido en la vida varios períodos realmente fértiles. El primero fue de 1945 a 1949, los inicios. Luego, después de haberme librado de las drogas, entre 1954 y 1960 conocí una época para mí diabólicamente fértil en el campo musical. Y de 1964 a1968 no me fue del todo mal, aunque yo diría que me estaba alimentando de muchas de las ideas musicales de Tony, Wayne y Herbie. Lo mismo puede aplicarse a cuando hice Britches Brew y Live-Evil,porque fueron fruto de una combinación de personas y cosas (Joe Zawinul, Paul Buckmaster y otros), y lo único que yo hice fue reunirlo todo y escribir un poco. Pero creo que en la actualidad estoy viviendo el mejor período creativo que he conocido nunca, puesto que pinto y escribo música y toco por encima de lo que en realidad sé.
No me gusta pasar a Dios por la cara de nadie ni que nadie me lo pase por la mía. Pero si tengo alguna preferencia religiosa, pienso que me inclinaría por el Islam y que sería musulmán. Sin embargo, no sé nada sobre esto, nada sobre las religiones organizadas. Nunca he utilizado la religión como unas muletas, porque personalmente rechazo muchas de las cosas que en una religión organizada ocurren: no me parecen precisamente espirituales, sino más bien relacionadas con el dinero y el poder, y esto no puede atraerme.
Pero sí creo que soy espiritual, y creo en los espíritus. Siempre he creído. Creo en que mi madre y mi padre vienen a visitarme. Creo que también vienen todos los músicos que he conocido y que ya están muertos. Cuando trabajas con grandes músicos, pasan a ser para siempre una parte de ti: personas como Max Roach, Sonny Rollins, John Coltrane, Bird, Diz, Jack Dejohnette, Philly Joe. Echo mucho de menos a los muertos, especialmente a medida que envejezco: Monk, Mingus, Freddie Webster y la Gorda. Pensar en los que han desaparecido me pone de mal humor, por lo que procuro no hacerlo. Pero sus espíritus caminan a mi alrededor, de modo que ellos están todavía aquí y de alguna manera se manifiestan. Es una cuestión espiritual, y parte de lo que yo soy actualmente son ellos. Todo ha quedado en mí, todo lo que de ellos aprendí a hacer. La música viene del espíritu y de lo espiritual, así como de los sentimientos. Creo, pues, que su música continúa aquí, en algún lugar, ya me entiendes. Las cosas que tocamos juntos han de encontrarse de un modo y otro en el aire que nos rodea, porque al aire las lanzamos y eran cosas mágicas, cosas espirituales.
Yo solía soñar que me parecía ver ciertas cosas, ver una materia diferente, una especie de humo 0 nubes, con las que mi mente formaba imágenes. Ahora lo hago cuando despierto por las mañanas y quiero ver a mi madre o a mi padre o a Trane o a Gil o a Philly, o a quienquiera que sea. Simplemente me digo: «Quiero verles», y allí están, y les hablo. A veces miro el espejo y veo en él a mi padre. Esto ha venido ocurriendo desde que murió y escribió aquella carta. Creo definitivamente en el espíritu, pero no pienso en la muerte: tengo demasiadas cosas que hacer para preocuparme por ella.
Para mí, la urgencia de tocar y crear música es hoy más fuerte que cuando empecé. Es como un maleficio. Macho, la música que olvido hace que me vuelva loco tratando de recordarla. Estoy obsesionado por ella: me acuesto pensando en ella, me levanto pensando en ella. Está permanentemente allí. Y me ilusiona que no me haya abandonado: me siento muy dichoso.
Hoy me considero creativamente fuerte y noto que mi fortaleza aumenta. Hago ejercicio cada día, y como casi siempre alimentos adecuados. A veces me tienta la comida negra, como las barbacoas, el pollo frito, la tripa de cerdo que llamamos chitterlings; ya sabes, cosas que se supone que no debo comer: tarta de batata, greens, pies de cerdo, todo eso. Pero ya no bebo ni fumo ni tomo drogas, excepto las que el médico me prescribe contra la diabetes. Estoy bien, porque nunca me he sentido más creativo. Pienso que lo mejor todavía ha de llegar. Como dice Prince que uno debe hacer para incorporarse a una música y coger el ritmo, voy a seguir «entrando en el primer compás», hermano; trataré de que mi música entre siempre en el primer compás, siempre en el primer compás mientras yo toque. Entrará en el primer compás. Más adelante.
* Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe.
Otros libros relacionados del catálogo de Libros Kalish:
¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles – Philip Norman
Los Beatles – Hunter Davies
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin
Paul McCartney. Hace muchos años – Barry Miles
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
John Lennon, mi hermano – Julia Baird / Geoffrey Giuliano
Lennon in america. 1971-1980, based in part on the lost John Lennon diaries – Geoffrey Giuliano (versión original en inglés)
John Lennon. La biografía de un genio – Jordi Tarda y Andy Peebles
Memorias de un Rolling Stone – Ron Wood
Como una moto. La vida galopante de John Belushi – Bob Woodward
Kurt Cobain – Christopher Sandford (versión original en inglés)
Monk – Laurent de Wilde
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Cash. La autobiografía de Johnny Cash
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis – Enrico Merlin y Veniero Rizzardi
Louis Armstrong. An extravagante life – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker – James Gavin
Wishing on the moon. The life and times of Billie Holiday – Donald Clarke (versión original en inglés)
Disfruta de mí si te atreves. Bessie Smith, Billie Holiday, Aretha Franklin, Janis Joplin, Tina Turner y las grandes mujeres que marcaron la historia del blues – Buzzy Jackson
Live at the Village Vanguard – Max Gordon (versión original en inglés)
La música es mi amante – Duke Ellington
El mundo de Duke Ellington – Stanley Dance
El Jazz. Su origen y desarrollo – Joachim E. Berendt
El jazz en el agridulce blues de la vida – Wynton Marsalis / Carl Vigeland
Los grandes del jazz. La música negra en un país blanco – LeRoi Jones
Hear me talkin` to ya. The story of jazz by the men who made it – Nat Shapiro and Nat Hentoff (versión original en inglés)
Brother Ray. Ray Charles´ own story – Ray Charles & David Ritz (versión original en inglés)
The arrival of B.B. King. The authorized biography – Charles Sawyer (versión original en inglés)
 Jelly’s Blue. The Life, Music, and Redemption of Jelly Roll Morton – Howard Reich y William Gaines | Libros Kalish – Librería online
La rabia de vivir – Mezz Mezzrow con Bernard Wolfe
El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia – Ashley Kahn
My favorite things. Conversaciones con John Coltrane. Y una carta a Don DeMichael – Michel Delorme (ed.)
Rodrigo Superstar – Cicco
Discépolo. Una biografía argentina – Sergio Pujol
En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui – Sergio Pujol
Escuchando a The Doors – Greil Marcus
Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll – Greil Marcus
Escucha esto – Alex Ross
Música al límite. Tres décadas de ensayos y artículos musicales – Edward W. Said
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
Autonomía y gracia. Sobre las óperas de Mozart – Ivan Nagel
Pau Casals – Robert Baldock
Arnold Schönberg oder der Konservative revolutionär – Willi Reich (versión original en alemán)
As thousands cheer. The life of Irving Berlin – Laurence Bergreen (versión original en inglés)
Los grandes compositores – Harold C. Schonberg
El poseedor y el poseído. Handel, Mozart, Beethoven y el concepto de genio musical – Peter Kivy
Ludwig van Beethoven – Jean Massin y Brigitte Massin
Correspondencia – Federico Chopin
El sonido es vida. El poder de la música – Daniel Barenboim
Vida y arte de Glenn Gould – Kevin Bazzana
Glenn Gould a Life and Variations – Otto Friedrich (versión original en inglés)
Viena, una historia musical – Henry-Louis de La Grange

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Publicado en Bill Evans, Charlie Parker, Ian Carr, John Coltrane, Miles Davis, Thelonious Monk | Deja un comentario

Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner

Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner Jorge Luis Borges Roberto Fontanarrosa Juan Pablo Liefeld The Rolling Stones

vendido

Estado: impecable (6 tomos).

Editorial: Martínez Roca.

Precio: $000.

Tomo I: Los orígenes, desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana.
Tomo II: La época patrística y la consolidación del primado de Roma.
Tomo III: De la querella de Oriente hasta el final del periodo justiniano.
Tomo IV: La Iglesia antigua: Falsificaciones y engaños.
Tomo V: La Iglesia antigua: Lucha contra los paganos y ocupaciones del poder.
Tomo VI: Alta Edad Media: El siglo de los merovingios.
Karlheinz Deschner (Bamberg, 23 de mayo de 1924) es un historiador, crítico de la Iglesia y ensayista alemán.
Hijo de Karl Deschner, un humilde guardabosque católico en Bamberg, y de una madre protestante, luego conversa al catolicismo, Margareta Karoline, nacida en Reischböck, pasó su infancia y juventud en los cotos obispales de Würzburg y, tras combatir en laSegunda Guerra Mundial, estudió Derecho, Teología, Filosofía e Historia. En 1956 publicó su primer libro, una novela (La noche ronda mi casa), que causó gran impacto. Pero súbitamente abandonó la prometedora carrera literaria que acababa de emprender para consagrarse al estudio crítico del cristianismo en general y de la Iglesia católica en particular; desde sus primeras obras ha dado más de dos mil conferencias.
A partir de entonces, el caudal de sus obras se ha multiplicado de forma inagotable, con una erudición y agudeza tales que muchos lo consideran «el mayor de los críticos de la Iglesia en el siglo XX». En 1970 comenzó su obra más ambiciosa, la Historia criminal del cristianismo, proyectada en principio a diez volúmenes (de los cuales vieron la luz nueve hasta el presente y no se descarta que se amplíe el proyecto). Sin embargo, dada la naturaleza de sus escritos, Deschner no ha tenido acceso a becas, subsidios, patrocinios oficiales o cargos honorarios, apenas la ayuda de algunos amigos generosos y la adhesión de sus lectores le permitieron continuar con el trabajo monumental de investigación y desarrollo.
En 1971 fue convocado a una corte en Núremberg acusado de difamar a la Iglesia. Ganó el proceso con una sólida argumentación, pero aquella institución reaccionó rodeando sus obras con un muro de silencio que no se rompió definitivamente hasta los años ochenta, cuando las obras de Deschner comenzaron a publicarse fuera de Alemania (Polonia, Suiza, Italia y España, principalmente). El primer tomo de su ambiciosa Historia criminal del cristianismo fue publicado gracias al dinero de su amigo Alfred Schwarz, quien no sobrevivió a la aparición del mismo en septiembre de 1986; los siguientes aparecieron gracias al apoyo económico del industrial alemán Herbert Steffen, quien hasta ahora continúa financiando los trabajos de Deschner.
Como reconocimiento por su obra y esfuerzos por combatir la ignorancia, en 1988 le fue concedido el prestigioso premio Arno Schmidt, que fue el primero de una lista siempre creciente, sucediendo en ese honor a Wolfgang Koeppen, Hans Wollschläger y Peter Rühmkorf. En junio de 1993, como antes que él Walter Jens, Dieter Hildebrandt, Gerhard Zwerenz y Robert Jungk, recibió el premio Büchner alternativo y en julio del mismo año el Premio Humanista Internacional. En septiembre de 2001 recibió el premio Fischer y el Ludwig Feuerbach en noviembre de 2001.
INTRODUCCIÓN GENERAL SOBRE LA TEMÁTICA, LA METODOLOGÍA, LA CUESTIÓN DE LA OBJETIVIDAD Y LOS PROBLEMAS DE LA HISTORIOGRAFÍA EN GENERAL
Karlheinz Deschner
«El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.»
K.D. 1
«Yo condeno el cristianismo, yo formulo contra la Iglesia cristiana la más formidable acusación que jamás haya expresado acusador alguno. Ella es para mí la mayor de todas las corrupciones imaginables, […] ella ha negado todos los valores, ha hecho de toda verdad una mentira, de toda rectitud de ánimo una vileza. […] Yo digo que el cristianismo es la gran maldición, la gran corrupción interior, el gran instinto de venganza, para el que ningún medio es demasiado venenoso, secreto, subterráneo, bajo; la gran vergüenza eterna de la humanidad […].»
FRIEDRICH NIETZSCHE 2
«Abrasar en nombre del Señor, incendiar en nombre del Señor, asesinar y entregar al diablo, siempre en nombre del Señor.»
GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG 3
«Para los historiadores, las guerras vienen a ser algo sagrado; rompen a modo de tormentas saludables o por lo menos inevitables que, cayendo desde la esfera de lo sobrenatural, vienen a intervenir en el decurso lógico y explicado de los acontecimientos mundiales. Odio ese respeto de los historiadores por lo sucedido sólo porque ocurrió, sus falsas reglas deducidas a posterior!, su impotencia que los induce a postrarse ante cualquier forma de poder.»
ELIAS CANETTI 4
Para empezar, voy a decir lo que no debe esperar el lector.
Como en todas mis críticas al cristianismo, aquí faltarán muchas de las cosas que también pertenecen a su historia, pero no a la historia criminal del cristianismo que indica el título. Eso que también pertenece a la historia se encuentra en millones de obras que atiborran las bibliotecas, los archivos, las librerías, las academias y los desvanes de las casas parroquiales; el que quiera leer este material puede hacerlo mientras tenga vida, paciencia y fe.
No. A mí no me llama la vocación a discurrir, por ejemplo, sobre la humanidad como «masa combustible» para Cristo (según Dieringer), ni sobre el «poder inflamatorio» del catolicismo (Von Balthasar), a no ser que hablemos de la Inquisición. Tampoco me siento llamado a entonar alabanzas a la vida entrañable que «reinaba en los países católicos […] hasta épocas bien recientes», ni quiero cantar las «verdades reveladas bajo el signo del júbilo» que, según el católico Rost, figura entre «las esencias del catolicismo».
No seré yo tampoco el cantor del «coral gregoriano», ni de «la cruz de término adornando los paisajes», ni de «la iglesiuca barroca de las aldeas», que tanto encandilaban a Walter Dirks. Ni siento admiración por el calendario eclesiástico, con su «domingo blanco», por más que Napoleón dijese, naturalmente poco antes de morir, que «el día más bello y más feliz de mi vida fue el de mi primera comunión» (con imprimatur). ¿O debo decir que el IV Concilio de Toledo (633) prohibió cantar el Aleluya, no ya durante la semana de la Pasión, sino durante toda la Cuaresma? ¿Que fue también allí donde se dictaminó que la doxología trinitaria debía decir al final de los Salmos, Gloria et honor patri y no sólo Gloria patri? 5
Poco hablaremos de gloria et honor ecciesiae o de la influencia del cristianismo, supuesta o realmente (como alguna vez ocurriría) positiva. No voy a contestar a la pregunta: ¿para qué sirve el cristianismo? Ese título ya existe. Esa religión tiene miles, cientos de miles de panegiristas y defensores; tiene libros en los que (pese a tantas «debilidades», tantos«errores», tantas «flaquezas humanas», ¡ay!, en ese pasado tan venerable y glorioso) aquéllos presumen de la «marcha luminosa de la Iglesia a través de las eras» (Andersen), y de que la Iglesia (en ésta y en otras muchas citas) es «una» y «el cuerpo vivo de Cristo» y «santa», porque «su esencia es la santidad, y su fin la santificación» (el benedictino Von Rudioff); mientras que todos los demás, y los «herejes» los primeros, siempre están metidos hasta el cuello en el error, son inmorales, criminales, están totalmente corrompidos, y se hunden o se van a hundir en la miseria; tiene historiadores «progresistas» y deseosos de que se le reconozcan méritos, repartiendo siempre con ventaja las luces y las sombras, para matizar que ella promovió siempre la marcha general hacia la salvación y el progreso.6
Se sobreentiende, a todo esto, que los lamentables detalles secundarios (las guerras de religión, las persecuciones, los combates, las hambrunas) estaban en los designios de Dios, a menudo inescrutables, siempre justos, cargados de sabiduría y de poder salvífíco, pero no sin un asomo de venganza, «la venganza por no haber sido reconocida la Iglesia, por luchar contra el papado en vez de reconocerle como principio rector» (Rost).7
Dado el aplastante predominio de las glorificaciones entontecedoras, engañosas, mentirosas, ¿no era necesario mostrar, poder leer, alguna vez lo contrario, tanto más, por cuanto está mucho mejor probado? Una historia negativa del cristianismo, en realidad ¿no sería el desiderátum que reclamaba o debía inducir a reclamar tanta adulación? Al menos, para los que quieren ver siempre el lado que se les oculta de las cosas, el lado feo, que es muchas veces el más verdadero.
El principio de audi alteram partem apenas reza para una requisitoria. Picos de oro sí tenemos muchos…, eso hay que admitirlo; generalmente lacónicos, sarcásticos, cuyo estudio en cientos de discusiones y siempre que sea posible debo recomendar y encarecer expresamente, en el supuesto que nos acordemos de compararlos con algún escrito de signo contrario y que esté bien fundamentado.
El lector habrá esperado una historia de «los crímenes del cristianismo», no una mera historia de la Iglesia. (La distinción entre la Iglesia y el cristianismo es relativamente reciente, pudiendo considerarse que no se remonta más allá del Siglo de las Luces, y suele ir unida a una devaluación del papel de la Iglesia como mediadora de la fe.) Por supuesto, una empresa así tiene que ser una historia de la Iglesia en muchos de sus puntos, una descripción de prácticas institucionales de la Iglesia, de padres de la Iglesia, de cabezas de la Iglesia, de ambiciones de poder y aventuras violentas de la Iglesia, de explotación, engaño y oscurantismo puramente eclesiásticos.
Sin duda tendremos que considerar con la debida atención las grandes instituciones de la Ecciesia, y en especial el papado, «el más artificial de los edificios» que, como dijo Schiller, sólo se mantiene en pie «gracias a una persistente negación de la verdad», y que fue llamado por Goethe «Babel» y «Babilonia», y «madre de tanto engaño y de tanto error». Pero también será preciso que incluyamos las formas no eclesiásticas del cristianismo: los heresiarcas con los heresiólogos, las sectas con las órdenes, todo ello medido, no con arreglo a la noción general, humana, de la criminalidad, sino en comparación con la idea ética central de los Sinópticos, con la interpretación que da el cristianismo de sí mismo como religión del mensaje de gozo, de amor, de paz y como «historia de la salvación»; esta idea, nacida en el siglo XIX, fue combatida en el XX por teólogos evangélicos como Barth y Buitman, aunque ahora recurren a ella de buena gana los protestantes, y que pretendería abarcar desde la «creación» del mundo (o desde el «primer advenimiento de Cristo») hasta el «Juicio final», es decir, «todos los avalares de la Gracia» (y de la desgracia), como escribe Darlapp.8
El cristianismo será juzgado también con arreglo a aquellas reivindicaciones que la Iglesia alzó y dejó caer posteriormente: la prohibición del servicio de las armas para todos los cristianos, luego sólo para el clero; la prohibición de la simonía, del préstamo a interés, de la usura y de tantas cosas más. San Francisco de Sales escribió que «el cristianismo es el mensaje gozoso de la alegría, y si no trae alegría no es cristianismo»; pues bien, para el papa León XIII, «el principio sobrenatural de la Iglesia se distingue cuando se ve lo que a través de ella ocurre y se hace».9 Como es sabido, hay una contradicción flagrante entre la vida de los cristianos y las creencias que profesan, contradicción a la que, desde siempre, se ha tratado de quitar importancia señalando la eterna oposición entre lo ideal y lo real…, pero no importa. A nadie se le ocurre condenar al cristianismo porque no haya realizado del todo sus ideales, o los haya realizado a medias, o nada. Pero tal interpretación «equivale a llevar demasiado lejos la noción de lo humano e incluso la de lo demasiado humano, de manera que, cuando siglo tras siglo y milenio tras milenio alguien realiza lo contrario de lo que predica, es cuando se convierte, por acción y efecto de toda su historia, en paradigma, personificación y culminación absoluta de la criminalidad a escala histórica mundial», como dije yo durante una conferencia, en 1969, lo que me valió una visita al juzgado.10
Porque ésa es en realidad la cuestión. No es que se haya faltado a los ideales en parte, o por grados; no, es que esos ideales han sido literalmente pisoteados, sin que los que tal hacían depusieran ni por un instante sus pretensiones de campeones de aquéllos, ni dejaran de autoproclamarse la instancia moral más alta del mundo. Entendiendo que tal hipocresía no expresaba una «debilidad humana», sino bajeza espiritual sin parangón, abordé esta historia de crímenes bajo la idea siguiente: Dios camina sobre abarcas del diablo (véase el epílogo de este volumen).
Pero al mismo tiempo, mi trabajo no es sólo una historia de la Iglesia sino, precisamente y como expresa el título, una historia del cristianismo, una historia de dinastías cristianas, de príncipes cristianos, de guerras y atrocidades cristianas, una historia que está más allá de todas las cortapisas institucionales o confesionales, una historia de las numerosas formas de acción y de conducta de la cristiandad, sin olvidar las consecuencias secularizadas que, apartándose del punto de partida, han ido desarrollándose en el seno de la cultura, de la economía, de la política, en toda la extensión de la vida social. ¿No coinciden los mismos historiadores cristianos de la Iglesia en afirmar que su disciplina abarca «el radio más amplio de las manifestaciones vitales cristianas» (K. Bornkamm), que integra «todas las dimensiones imaginables de la realidad histórica» (Ebeling) sin olvidar «todas las variaciones del contenido objetivo real» (Rendtorff)?11
Cierto que la historiografía distingue entre la llamada historia profana (es ésta una noción usual tanto entre teólogos como entre historiadores, por contraposición a lo sagrado o santo) y la historia de la Iglesia, Aun teniendo en cuenta que ésta no se constituyó como disciplina independiente hasta el siglo xvi, y por mucho que cada una de ellas quiera enfilar (no por casualidad) rumbos distintos, realmente la historia de la Iglesia no es más que un campo parcial de la historia general, aunque a diferencia de ésta guste de ocultarse, como «historia de la salvación», tras los «designios salvíficos de Dios», y la «confusión de la gracia divina con la falibilidad humana» (Bláser) se envuelva en la providencia, en la profundidad metafísica del misterio.12
En este campo los teólogos católicos suelen hacer maravillas. Por ejemplo, para Hans Urs von Balthasar, ex jesuíta y considerado en general como el teólogo más importante de nuestro siglo después de su colega Kari Rahner, el motor más íntimo de la historia es el «derramamiento» de «la semilla de Dios […] en el seno del mundo. […] El acto generador y la concepción, sin embargo, tienen lugar en una actitud de máxima entrega e indiferenciación. […] La Iglesia y el alma que reciben el nombre de la Palabra y su sentido deben abrírsele en disposición femenina, sin oponer resistencia, sin luchar, sin intentar una correspondencia viril, sino como entregándose en la oscuridad».13
Tan misteriosa «historia de la salvación» (y en este caso descrita por medio de una no muy afortunada analogía), nebulosa aunque pretendidamente histórico-crítica, pero inventada en realidad bajo una premisa de renuncia al ejercicio de la razón, es inseparable de la historia general, o mejor dicho, figura entre los camaranchones más oscuros y malolientes de la misma. Es verdad que dicen que el Reino de Cristo no es de este mundo, y que se alaban, principalmente para contraponerse a la interpretación marxista de la historia, de que ellos ven ésta como espiritualidad, como «entelequia trascendente», como «prolongación del mensaje de Dios redivivo» (Jedin); precisamente, los católicos gustan de subrayar el carácter esotérico de la «verdadera» historia, «le mystére de 1′histoire» (De Senarclens). Como aseguran, «la trascendencia de todo progreso» está ya realizada en Cristo (Daniélou); sin embargo, los «vicarios» de éste y sus portavoces cultivan intereses de la más rabiosa actualidad. Papas y obispos, en particular, jamás han desdeñado medio alguno para estar a bien con los poderosos, para rivalizar con ellos, para espiarlos, engañarlos y, llegado el caso, dominarlos. Con ambos pies bien plantados en este mundo, podríamos’ decir, como si estuvieran dispuestos a no abandonarlo jamás.14
Esa línea de conducta empezó de una forma harto contundente a principios del siglo IV, con el emperador Constantino, a quien no en vano hemos dedicado el capítulo más largo de este volumen, y se prolonga a través de las teocracias del Occidente medieval hasta la actualidad. Los imperios de Clodoveo, Carlomagno, Olaf, Alfredo y otros, y no digamos el Sacro imperio romano-germano, se construyeron así sobre bases exclusivamente cristianas. Muchos príncipes, por convicción o por fingimiento, alegaron que sus creencias eran el móvil de su política, o mejor dicho, la cristiandad medieval lo remitía todo a Dios y a Jesucristo, de tal manera que hasta bien entrado el siglo xvi la historia de la Iglesia coincidió en gran medida con la historia general, y hasta hoy re- sulta imposible dejar de advertir la influencia de la Iglesia sobre el Estado en múltiples manifestaciones. En qué medida, con qué intensidad, de qué maneras: dilucidar eso, dentro de mi tema y a través de las distintas épocas, es uno de los propósitos principales de mi obra.
La historia general del cristianismo en sus rasgos más sobresalientes ha sido una historia de guerras, o quizá de una única guerra interna y externa, guerra de agresión, guerra civil y represión ejercida contra los propios subditos y creyentes. Que de lo robado y saqueado se diese al mismo tiempo limosna (para adormecer la indignación popular), o se pagase a los artistas (por parte de los mecenas deseosos de eternizarse a sí mismos y eternizar su historia), o se construyesen caminos (para facilitar las campañas militares y el comercio, para continuar la matanza y la explotación), no debe importarnos aquí.
Por el contrario, sí nos interesa la implicación del alto clero, y en particular del papado, en las maniobras políticas, así como la dimensión y la relevancia de su ascendiente sobre príncipes, gobiernos y constituciones. Es la historia de un afán parasitario, primero para independizarse del emperador romano de Oriente, luego del de Occidente, tras lo cual enarbolará la pretensión de alcanzar también el poder temporal sirviéndose de consignas religiosas. Muchos historiadores han considerado indiscutible que la prosperidad de la Iglesia tuvo su causa y su efecto en la caída del Estado romano. El mensaje de que «mi Reino no es de este mundo» se vio reemplazado por la doctrina de los dos poderes (según la cual la autoritas sacrata pontificum y la regalis potestas serían mutuamente complementarias); después dirán que el emperador o el rey no eran más que el brazo secular de la Iglesia, pretensión ésta formulada en la bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII y que no es depuesta oficialmente hasta León XIII (fallecido en 1903), lo que de todas maneras no significa gran cosa. La Cristiandad occidental, en cualquier caso, «fue esencialmente creación de la Iglesia católica», «la Iglesia, organizada de la hierocracia papal hacia abajo hasta el más mínimo detalle, la principal institución del orden medieval» (Toynbee).15
Forman parte de la cuestión las guerras iniciadas, participadas o comandadas por la Iglesia: el exterminio de naciones enteras, de los vándalos, de los godos, y en Oriente la incansable matanza de eslavos…, gentes todas ellas, según las crónicas de los carolingios y de los Otones, criminales y confundidas en las tinieblas de la idolatría, que era preciso convertir por todos los medios, sin exceptuar la traición, el engaño y la vesanía, ya que en la Alta Edad Media el proceso de evangelización tenía un significado militante, como luchar por Cristo con la espada, «guerra santa», nova religio, única garantía de todo lo bueno, lo grande y lo eterno. Cristo, descrito como soldado desde los más antiguos himnos medievales, combatiente, se convierte en caudillo de los ejércitos, rey, vencedor por antonomasia. El que combate a su favor por Jerusalén, por la «tierra de promisión», tiene por aliadas las huestes angélicas y a todos los santos, y será capaz de soportar todas las penalidades, el hambre, las heridas, la muerte. Porque, si cayese, le espera el premio máximo, mil veces garantizado por los sacerdotes, ya que no pasará por las penas del purgatorio, sino que irá directo del campo de batalla al Paraíso, a presencia del Sagrado Corazón de Jesús, ganando «la eterna salvación», «la corona radiante del Cielo», la requies aeterna, vita aeterna, salus perpetua… Los así engañados se creen invulnerables (lo mismo que los millones de víctimas de los capellanes castrenses y del «detente bala» en las guerras europeas del siglo xx) y corren hacia su propia destrucción con los ojos abiertos, ciegos a toda realidad.16
Hablaremos de las cruzadas, naturalmente, que durante la Edad Media fueron unas guerras estrictamente católicorromanas, grandes crímenes del papado, que fueron perpetrados en la seguridad de que, «aunque no hubiese otros combatientes sino huérfanos, niños de corta edad, viudas y reprobos, es segura la victoria sobre los hijos del demonio». Sólo la muerte evitó que el primer emperador cristiano emprendiese una cruzada contra los persas (véase el final del capítulo 5); no se tardaría demasiado en organizar la inacabable secuencia de «romerías en armas», convertidas en una «empresa permanente», en una idea, en un tema que por ser «repetido incesantemente, acaba por empapar las sociedades humanas, e incluso las estructuras psíquicas» (Braudel). Porque el cristiano quiere hacer dichoso al mundo entero con sus «valores eternos», sus «verdades santificantes», su «salvación final» que, en demasiadas ocasiones, se ha parecido excesivamente a la «solución final»; un milenio y medio antes de Hitler, san Cirilo de Alejandría ya sentó el primer ejemplo de gran estilo católico apostólico contra los judíos. El europeo siempre sale de casa en plan de «cruzada», ya sea en la misma Europa o en África, Asia y América, «aun cuando sea sólo cuestión de algodón y de petróleo» (Friedrich Heer). Hasta la guerra del Vietnam fue considerada como una cruzada por el obispado estadounidense quien, durante el Vaticano II, incluso llegó a pedir el empleo de las armas nucleares para salvar la escuela católica. Porque «incluso la bomba atómica puede ponerse al servicio del amor al prójimo» (según el protestante Künneth, transcurridos trece años de la explosión de Hiroshima).17
La psicosis de cruzada, fenómeno que todavía muestra su virulencia en la actual confrontación Este-Oeste, produce minicruzadas aquí y allá, como la de Bolivia en 1971, sin ir más lejos, que fue resumida por el Antonius, órgano mensual de los franciscanos de Baviera, en los términos siguientes: «El objetivo siguiente fue el asalto a la Universidad, al grito de batalla por Dios, la patria y el honor contra el comunismo […], siendo el héroe de la jornada el jefe del regimiento, coronel Celich: He venido en nombre propio para erradicar de Bolivia el comunismo. Y liquidó personalmente a todos los jóvenes energúmenos hallados con las armas en la mano. […] Ahora Celich es ministro del Interior y actuará seguramente con mano férrea, siendo de esperar que ahora mejoren un poco las cosas, ya que con la ayuda de la Santísima Virgen puede considerarse verdaderamente exterminado el comunismo de ese país.»18
Aparte de las innumerables complicidades de las Iglesias en otras atrocidades «seculares», comentaremos las actividades terroristas específicamente clericales como la lucha contra la herejía, la Inquisición, los pogroms antisemitas, la caza de brujas o de indios, etcétera, sin olvidar las querellas entre príncipes de la Iglesia y entre monasterios rivales. Hasta los papas se presentan finalmente revestidos de casco y coraza y empuñando la tizona. Poseen sus propios ejércitos, su armada, sus herreros fabricantes de armas…, tanto así que todavía en 1935, cuando Mussolini cayó sobre Abisinia entre frenéticas alabanzas de los prelados italianos, ¡uno de sus principales proveedores de guerra fue una fábrica de municiones propiedad del Vaticano! En la época de los Otones, la Iglesia imperial está completamente militarizada y su potencia de combate llega a duplicar la fuerza de los príncipes «seculares». Los cardenales y los obispos envían ejércitos en todas direcciones, caen en los campos de batalla, encabezan grandes partidos, ocupan cargos como prelados de la corte o ministros, y no se conoce ningún obispado cuyo titular no anduviese empeñado en querellas que se prolongaban a veces durante decenios. Y como el hambre de poder despierta la crueldad, más adelante hicieron otras muchas cosas que durante la Alta Edad Media todavía no habrían sido posibles. 19
Dedicaremos una atención pormenorizada a la formación y multiplicación de los bienes de la Iglesia («peculio de los pobres», oficialmente, al menos desde los tiempos de Pelagio I), acumulados mediante compra, permuta, diezmo, rediezmo, o por extorsión, engaño, robo, o alterando el sentido de las antiguas prácticas de culto mortuorio de los germanos, convirtiendo el óbolo para los muertos en limosna para las almas, o quebrantando el derecho de herencia germánico («el heredero nace, no se elige»). También saldrá a la luz lo de explotar la ingenuidad, la fe en el Más Allá, pintar los tormentos del infierno y las delicias del cielo, de donde resultan, entre otras cosas, las fundaciones de los príncipes y de la nobleza y también, sobre todo durante la Alta Edad Media, las mandas de los pequeños propietarios y de los colonos, pro salute animae.
Abundaban en la Iglesia los propietarios de latifundios enormes: los conventos de monjes, los conventos de monjas, las órdenes militares, los cabildos catedralicios y hasta las iglesias de los pueblos. Muchas de esas propiedades parecían más cortijo que casa de Dios, y estaban atendidas por sirvientes, domésticos y esclavos. En sus mejores tiempos, la abadía del Tegernsee fue propietaria de 11.860 alquerías; el convento de Saint Germain des Prés, junto a París, tenía unas 430.000 hectáreas, y el abate de Saint Martín de Tours llegó a poseer 20.000 sirvientes. Y mientras los hermanos legos y los siervos de la gleba cargaban con las faenas, mientras los conventos se enriquecían gracias a las dotes y las herencias, la riqueza inevitablemente corrompía cada vez más a los religiosos. «De la religión nació la riqueza —decía un proverbio medieval—, pero la riqueza devora a la religión.» En tiempos la Iglesia cristiana fue dueña de una tercera parte de las tierras de Europa; en 1917, la Iglesia ortodoxa era propietaria de una extensión de territorio en Oriente proporcional a Rusia. Y todavía hoy la Iglesia de Cristo es la mayor terrateniente privada del mundo. «¿Dónde hallaremos a la Iglesia? Naturalmente allí, donde campea la libertad» (según el teólogo Jan Hoekendijk).20
En la Edad Media, el estatuto de las clases menesterosas, naturalmente determinado por el régimen feudal, y las usurpaciones territoriales de los príncipes y de la Iglesia conllevaron una opresión cada vez mayor, que recayó sobre grandes sectores de la población, y acarrearon la ruina de los pauperes liben homines y los minus potentes mediante la política de conquistas, el servicio de las armas, los tributos, la represión ideológico-religiosa y rigurosísimos castigos judiciales. Todo ello provocó la resistencia individual y colectiva de los campesinos, cuyas sociedades secretas e insurrecciones, conjurationes y conspirationes llenan toda la historia de Occidente desde Carlos el Grande hasta bien entrada la Edad Moderna.
Serán temas especiales de nuestra investigación en ese contexto: el derecho de expiación, el bracchium saeculare o intervención de las autoridades temporales en la sanción de disposiciones y leyes de la Iglesia, con aplicación cada vez más frecuente de la pena capital (por decapitación, ahorcamiento, muerte en la hoguera, lapidación, descuartizamiento, empalamiento y otros variados sistemas). De los catorce delitos capitales legislados por Carlomagno después de someter a sangre y fuego a los sajones, diez se refieren exclusivamente a infracciones de tipo religioso. La frase estereotipada morte moriatur recae sobre cuantos actos interesaba reprimir a los portadores del mensaje gozoso: robo de bienes de la Iglesia, cremación de los muertos, denegación del bautismo, consumo de carnes durante los «sagrados cuarenta días de la Cuaresma», etcétera. Con arreglo al antiguo derecho penal de Polonia, a los culpables de haber comido carne durante el ayuno pascual se les arrancaban los dientes.21
Discutiremos también los castigos eclesiásticos por infracciones al derecho civil. Los tribunales eclesiásticos fueron cada vez más odiados. Hay cuestiones que discutiremos extensamente: las prácticas expiatorias (los bienes robados a la Iglesia debían restituirse al cuádruple, y según el derecho germánico hasta veintisiete veces lo robado); las prisiones eclesiásticas y monacales, llamadas especialmente ergástulas (también se llamaba ergástula a los ataúdes), donde eran arrojados tanto los «pecadores» como los insumisos y los locos, e instaladas generalmente en sótanos sin puertas ni ventanas, pero bien provistas de grilletes de todas clases, potros de martirio, manillas y cadenas. Se documentará la pena de exilio y la aplicación de este castigo a toda la familia, en caso de asesinato de un cardenal, extensible hasta los descendientes masculinos en tercera generación. También estuvieron muy en boga la tortura y los castigos corporales, sobre todo en Oriente, donde hizo furor la afición a mutilar miembros, sacar ojos, cortar narices y orejas. Asimismo gozaban de especial predilección, como suele suceder en los regímenes teocráticos, los azotes, como demuestra incluso la abundancia de sabrosas denominaciones (corporis castigatio, flageüum, flagelli disciplina, flagellorum poena, percussio, plagae, plagarum virgae, verbera, verberatio, verberum, vindicta y así sucesivamente). La pena de los azotes, con la que se sancionaban hasta las más mínimas infracciones, se aplicó sobre todo en los conventos a monjes y monjas, pero también a los menores de edad, a los sacerdotes y sobre todo a los miembros del bajo clero, todos los cuales recibieron palos desde el siglo v hasta el xix por lo menos; a menudo, eran los abades y obispos quienes esgrimían el látigo, el vergajo o la correa; a veces, los maltratados por los obispos eran abades, y habitualmente se superaba el tope de 40 o 39 golpes señalado por la ley mosaica para llegar a los 70, los 100 o los 200, quedando esta determinación «a discreción del abad» aunque, eso sí, sólo en casos excepcionales se autorizaba a «proceder hasta la muerte del reo» (según el católico Kober en comentario a Reg. Magistri c. 13). Es bastante plausible que no todas las autoridades llegasen a tales excesos, y seguramente no todos serían tan vesánicos como el abad Transmundo, que arrancaba los ojos a los monjes del convento de Tremití, o les cortaba la lengua (y que, pese a ello, gozó de la protección personal del papa Gregorio VII, quien también gozó de gran notoriedad). Ni debe sorprender que ocurriesen tales cosas cuando autoridad tan señalada como Pedro Damián, cardenal, santo y padre de la Iglesia, llegaba a la conclusión de que, si un castigo de 50 azotes era lícito y saludable, cuánto más no debería serlo uno de 60,100, 200 o incluso 1.000 o 2.000 azotes. Por eso, durante toda la Edad Media menudearon las insurrecciones de religiosos, hartos de algún abad frenético que luego era linchado, mutilado, cegado, envenenado o apuñalado por su grey. Incluso delante del altar fue traspasado a puñaladas algunos de estos superiores, o asesinado por bandidos a sueldo. El caso es que los castigos corporales para los inferiores fueron tan frecuentes durante la Alta y la Baja Edad Media, que el ordinario solía preguntar rutinariamente durante sus visitas si se sabía de alguien que no fustigase a sus esclavos o colonos. 22
Otros aspectos que van a merecer nuestra atención: la posición de la Iglesia ante la esclavitud y el trabajo en general; la política agraria, comercial y financiera de los monasterios, verdadera banca de la Alta Edad Media (durante los siglos X y xi hallamos en la Lorena monasterios en funciones de institutos de crédito o verdaderos bancos), convertidos en potencias económicas de primera magnitud. La agitación de los monjes en el mundo de la política y del dinero fue incesante, sobre todo durante las ofensivas alemanas hacia el Este, cuando las órdenes participaron en empresas de colonización y asentamiento, después del genocidio de naciones enteras. A comienzos del siglo XX, los jesuítas controlaban todavía la tercera parte del capital en España, y ahora que llegamos a finales del mismo siglo dominan el banco privado más grande del mundo, el Bank of América, mediante la posesión del 51 % de sus acciones. Y el papado sigue siendo una potencia financiera de categoría mundial, que además cultiva los más íntimos contactos con el mundo del hampa mediante instrumentos como el Banco de Sicilia, entre otros, llamado «el banco de la Mafia».
El financiero Michele Sindona, ex alumno de los jesuítas y «el italiano más célebre después de Mussolini» (Time), as de los banqueros de la Mafia (cuya actividad se desarrolló principalmente en Italia, Suiza, Estados Unidos y el Vaticano), siciliano que tuvo más bancos que camisas tienen muchos hombres y que, según se dice, hizo buena parte de su fortuna gracias al tráfico de heroína, era íntimo amigo del arzobispo de Messina y también del arzobispo Marcinkus, director del banco vaticano «Instituto para las Obras de Religión» («mi posición en el Vaticano es extraordinaria», «única»), y entre sus amistades figuraba Pablo VI. Sindona era también asesor financiero y asociado comercial de la Santa Sede, cuyos bancos siguen especulando con el dinero negro del gangsterismo organizado italiano. El mafioso Sindona, «probablemente el hombre más rico de Italia» (Lo Bello), que «había recibido del papa Pablo VI el encargo de reorganizar la hacienda vaticana» {Süddeutsche Zeitung) en 1980, fue condenado a 25 años de cárcel en Estados Unidos, como responsable de la mayor quiebra bancaria de la historia de dicho país; más tarde, fue extraditado a Italia, donde, en 1986, dos días después de su condena a cadena perpetua (por inducción al homicidio), murió envenenado con cianuro pese a todas las medidas de seguridad que se habían adoptado. Significativas fueron las declaraciones del magistrado milanos Guido Viola, después de investigar doce años de actividades financieras de Sindona (105.000 millones de pesetas en pérdidas, sólo en Italia): «El juicio no ha servido para destapar por completo ese tarro de inmundicia». También Roberto Calví, otro banquero de la Mafia que acabó colgado de un puente sobre el Támesis en 1982, figuraba durante el pontificado de Pablo VI en el cerrado círculo de los «uomini di fiducia», y en su calidad de «banquero de Dios», como le llamaban en Italia, contribuyó a «propagar por todo el mundo el cáncer de la delincuencia económica instigada desde el Vaticano». (Mencionemos de paso que, en abril de 1973, el director Lynch, del Departamento de represión del crimen organizado y la corrupción en el Ministerio de Justicia estadounidense, acompañado de funcionarios policiales y del FBI presentó en la Secretaría de Estado vaticana «el documento original por el que el Vaticano» encargaba a la Mafia de Nueva York «títulos falsificados por un valor ficticio de casi mil millones de dólares», «una de las mayores estafas de todos los tiempos»; el autor del encargo, por lo que parece, no era otro que el arzobispo Marcinkus, «íntimo amigo de Sindona» [Yallop].) El predecesor de Pablo, el papa Pío XII, cuando murió en 1958 dejó una fortuna privada (la misma que, según ciertas alegaciones, había gastado por entero en salvar a muchos judíos de las persecuciones nazis) de 500 millones de pesetas en oro y papeles de valor. Durante su pontificado, el nepotismo alcanzó dimensiones verdaderamente renacentistas. Se ve que los ministros de la salvación pensaban sobre todo en salvar su propio patrimonio.23
La avaricia de los prelados está documentada por testimonios de todas las épocas, así como el enriquecimiento privado de papas, obispos y abades, sus lujos generalmente desaforados, las malversaciones del patrimonio eclesiástico en beneficio de parientes, la simonía, la captación de canonjías o su usurpación, el cambalacheo de dignidades eclesiásticas, desde la de sacristán de aldea hasta la misma de pontífice. O la venta de vino, cerveza, óleos, hostias, pildoras abortivas (!) llamadas luteolas; la práctica del soborno incluso por parte de los más famosos doctores de la Iglesia, del papa Gregorio I, de san Cirilo (que impuso un dogma mariano con ayuda de enormes sumas de dinero), y otros muchos negocios como el préstamo, tráficos diversos, usura, óbolo de San Pedro, indulgencias, colectas, captación de herencias durante dos milenios, sin exceptuar las gigantescas operaciones de tráfico de armas. Todo ello consecuencia de la plétora de privilegios de que disfrutaba el alto clero, derechos de inmunidad, franquicias, condados, aranceles, dispensas de impuestos, privilegios penales, culminando en la autonomía orgullosa del pontífice romano: sic voló, sic jubeo! («Así lo quiero, así lo ordeno»). Sin olvidar el aspecto económico de las persecuciones contra idólatras, judíos, herejes, brujos, indios, negros, ni el factor económico de la milagrería, las estampitas, las vidas de santos, los librillos milagrosos, los centros de peregrinaje y tantas otras cosas.24
El santo fraude, o pía fraus, con sus diversos tipos de falsificación (apostolización, concurrencia de peregrinos, escrituras de propiedad, garantías jurídicas) se estudia en un apartado diferente, teniendo en cuenta que en toda Europa, hasta bien avanzada la Edad Media, los falsificadores fueron casi exclusivamente los religiosos. En conventos y palacios episcopales, y por motivos de política eclesiástica, buscaban la manera de imponerse en las luchas de rivalidad mediante la falsificación de diplomas o la práctica de la interpolación en los originales. La afirmación de que durante la Edad Media hubo casi más documentos, crónicas y anales falsos que verdaderos, apenas es exagerada; el «santo engaño» se convirtió en un factor político, «el taller del falsificador en instancia ordenadora de la Iglesia y del derecho» (Schreiner).25
La explotación sin escrúpulos de la ignorancia y de la superstición, en donde triunfan los engaños basados en reliquias, libros de devoción, milagrerías y leyendas (o dicho de manera científica, «la reinterpretación de los hechos históricos en el sentido de una causalidad hagiológica», según Lotter), dirige nuestra atención hacia los aspectos culturales, y más principalmente hacia los de política educativa.
Sin duda, las Iglesias, y en particular la Iglesia romana, han creado valores culturales importantes, sobre todo construcciones, lo que obedecía por lo general a motivos nada altruistas (representación del poder), así como en el dominio de la pintura, respondiendo también a razones ideológicas (las sempiternas ilustraciones de escenas bíblicas y de leyendas de santos). Pero dejando aparte que el tan decantado amor a la cultura contrasta fuertemente con la indiferencia cultural del paleocristianismo, que contemplaba las «cosas de este mundo» con total menosprecio escatológico, puesto que creía inminente el fin de todas ellas (error fundamental, en el que cayó el mismo Jesús), conviene tener presente que la mayoría de las aportaciones culturales de la Iglesia fueron posibles gracias a la explotación sin contemplaciones de las masas, esclavizadas y empobrecidas siglo tras siglo. Y frente a ese fomento de la cultura encontramos todavía más represión cultural, intoxicación cultural y destrucción de bienes culturales. Los magníficos templos de adoración de la Antigüedad fueron arrasados casi en todas partes; edificios de valor irreemplazable ardieron o fueron derribados, sobre todo en la misma Roma, donde las ruinas de los templos servían de canteras. En el siglo x se dedicaban todavía a derribar y romper estatuas, arquitrabes, a quemar pinturas, y los más bellos sarcófagos servían de bañeras o de comederos para los cerdos. De modo similar, pisotearon la grandiosa cultura de los árabes de España «no quiero decir qué clase de pies», para citar la frase de Nietzsche. Y en América del Sur el catolicismo arruinó (además de muchos millones de vidas) más tesoros culturales que los que innegablemente aportó, pese a la sobre explotación.26
Pero la destrucción más tremenda, apenas imaginable, ha sido la causada en el terreno de la educación. La cultura general de la Antiguedad cada vez más desterrada de las escuelas, la enseñanza teológica convertida en enseñanza por antonomasia. Durante toda la Edad Media sólo se consideraban útiles aquellas ciencias que contribuyeran a la prédica eclesiástica. Entre los reunidos en el Concilio de Calcedonia se hallaron 40 obispos analfabetos. Los papas de los siglos siguientes se envanecían de su ignorancia, no sabían el griego y hablaban pésimamente el latín. Gregorio I Magno, el único papa doctor de la Iglesia además de León I, según la tradición mandó quemar una gran biblioteca que existía en el Palatino. Es probable que no todos los papas de los siglos IX y X supieran leer y escribir.
En la Edad Media las artes no eran sino instrumentum theologiae, y algunas veces fueron condenadas como «necedades y vanidades». («Mi gramática es Cristo.») En las órdenes abundaban también los illiterati et idiotae. Desapareció el floreciente comercio librero de la Antigüedad, la actividad de los monasterios fue puramente receptiva. Trescientos años después de la muerte de Alcuino y de Rábano Mauro, los discípulos todavía estudiaban con los manuales que aquéllos escribieron. E incluso santo Tomás de Aquino, el filósofo oficial de la Iglesia, escribe que «el afán de conocimientos es pecado cuando no sirve al conocimiento de Dios».27
Aunque, en realidad, apenas estudiaba una ínfima minoría; todavía hoy, buena parte de la sabiduría del clero se funda en la ignorancia de los laicos. Hasta la época de los Hohenstaufen, la mayoría de los príncipes cristianos no sabían leer ni escribir; un trazo dibujado al pie de los documentos bastaba para considerarlos válidos. Los aristócratas medievales fueron «necios» (necio = el que no sabe) durante mucho tiempo; así podía engañarlos más fácilmente el clero. Y las masas populares vegetaron en condiciones del más absoluto analfabetismo hasta bien entrada la Edad Moderna. Después de la primera guerra mundial, o más; concretamente en 1930, cuando dos terceras partes de la población española padecían carencias alimentarias endémicas, sólo en Madrid se contaban 80.000 niños sin escolarizar, obedeciendo sin duda a los principios definidos por un ministro católico. Bravo Murillo, cuando, al solicitarle licencia para levantar una escuela con capacidad para 600 hijos de obreros, contestó: «Lo que necesitamos no son hombres que sepan pensar, sino bueyes que sirvan para trabajar» .28
En las universidades, la hipertrofia del aristotelismo abortó cualquier posibilidad de investigación independiente. Al dictado de la teología estaban sometidas la filosofía y la literatura; en cuanto a la historia como ciencia, era desconocida por completo. Se condenó la experimentación y la investigación inductiva; las ciencias experimentales quedaron ahogadas por la Biblia y el dogma; los científicos arrojados a las mazmorras, o a la hoguera. En 1163, el papa Alejandro III (recordemos de paso que por esa época existían cuatro antipapas) prohibió a todos los clérigos el estudio de la física. En 1380, una decisión del parlamento francés prohibía el estudio de la química, remitiéndose a un decreto del papa Juan XXII. Y mientras en el mundo árabe (obediente a la consigna de Mahoma: «La tinta de los escolares es más sagrada que la sangre de los mártires») florecían las ciencias, en especial la medicina, en el mundo católico las bases del conocimiento científico permanecieron inalteradas durante más de un milenio, hasta bien entrado el siglo xvi. Que los enfermos buscasen consuelo en la oración, en vez de llamar al médico. La Iglesia prohibía la disección de cadáveres, y a veces incluso rechazó el empleo de medicamentos naturales por juzgarlo una intervención ilícita en los designios divinos. En la Edad Media no tenían médico ni siquiera las abadías más grandes. En 1564, la Inquisición condenó a muerte al médico Andrés Vesalio, fundador de la anatomía moderna, por haber abierto un cadáver y por haber afirmado que al hombre no le falta la costilla con que fue creada Eva.29
En coherencia con esa tutela de la enseñanza, encontramos otra institución, la censura eclesiástica, muy a menudo (por lo menos desde los tiempos de san Pablo, en Efeso) dedicada a la quema de libros adversos, paganos, judíos o sarracenos, a la destrucción (o la prohibición) de literaturas cristianas rivales, desde los libros de los arríanos y nestorianos hasta los de Lutero. Pero no vayamos a olvidar que los protestantes también implantaron a veces la censura, incluso para los sermones fúnebres y también para obras no teológicas, siempre que tocaran cuestiones eclesiásticas, religiosas o de costumbres.
Ésta es una selección de los principales temas que he contemplado en mi historia del crimen. Y sin embargo, no es más que un segmento minúsculo de la historia en general.
¡La historia!
Fábula, según Napoleón; charlatanería, como dijo HenryFord; destilado de rumores, según Cariyie, y vergüenza del género humano, según el parecer de Seume (tan escasamente conocido como digno de ser leído). Y yo añado: la prueba más segura del fracaso de la educación. La historia de los individuos y de los pueblos es, sin duda, lo más complejo y complicado, porque pretende abarcar e integrar todos los fenómenos del universo humano, en todo momento una catarata gigantesca en donde intervienen factores forzosamente ocultos, tanto para los contemporáneos como para la posteridad, sentimientos, ideas, acontecimientos, los condicionantes de esos hechos, la manera en que los mismos son percibidos, una barabúnda insospechable de eventos que pertenecen al pasado, un entramado vertiginoso de formas sociales y de formas del derecho, de normas, de roles percibidos o no, de actitudes y mentalidades, de infinitos ritmos de vida heterogéneos e incluso antagónicos, de influencias de pensadores, de factores geopolíticos, de procesos económicos, de estructuras de clase, en donde hay que considerar tanto las variaciones del clima como las estadísticas demográficas, la práctica de la esclavitud como los conciertos de Bach, la noche de San Bartolomé, las jugadas de fortuna y las crisis de los precios, las neurosis eclesiógenas, las encíclicas papales y los castigos judiciales, la prostitución, los debates parlamentarios y la vivisección, la moda, y mucho más, ya que, por si fuera poco, el psicoanálisis agrega las motivaciones inconscientes, sin dejar de lado las aportaciones de la psicosociología analítica, las de la historiografía misma o historia de la historia, en un palabra, citando a Max Weber: «Una corriente titánica y caótica de acontecimientos que avanza a través del tiempo», o como dice Droysen: «la historia que engloba todas las historias».30
¿Es posible encontrar un punto fijo en esta ebullición de la agitada humanidad? ¿Hallaremos una constante en lo que, por definición, es devenir ininterrumpido? ¿Existe algo que no cambie, o que retome siempre como el río de Heráclito?
Sin duda, no reconocemos en esta descripción el papel que ya Cicerón adjudicó a la historia como magistra vitae. ¿Será tal vez lo contrario? ¿Quizá la única conclusión que podemos sacar es «que los pueblos y los gobiernos jamás han aprendido nada de la historia, ni se han atenido nunca a las reglas que de ella pudieran deducirse»? Casi todas las frases lapidarias de Hegel me llevan a contradecir las anteriores, y también ésa es cierta sólo cuando nos referimos a los pueblos. Porque los gobiernos sí han aprendido de la historia, y con tal éxito, que las únicas artes en que no se inventa nada nuevo son las de la conducción de los hombres, como podemos ver con un poco de perspectiva.
Retornemos durante unos momentos al presente.
Cualquiera de nosotros puede leer la historia, más aún, revivirla a través de sus propios ojos, aunque sin duda no tanto directamente como por vía de la «realidad» de los medios, es decir de los textos, las noticias, los sermones escritos, los «cien rostros» (Braudel). Pero, por muy inextricable que parezca la confusión de los hechos históricos, los conflictos de intereses, las influencias rivales, y por complicado que sea el organismo de la sociedad, una cosa sí podemos ver todos, indiscutida y, según todas las apariencias, indiscutible: que siempre hubo y hay en el mundo una minoría que manda y una gran mayoría que es mandada, que hubo y hay capillas reducidas de astutos explotadores y ejércitos innumerables de humillados y ofendidos. «Comoquiera que definamos el Estado y la sociedad, permanece siempre la oposición entre la masa de los gobernados y el pequeño número de los gobernantes» (Ranke). Esto rige para la era de la exploración espacial y la de la revolución industrial, lo mismo que para la época del colonialismo, o la del capitalismo mercantilista occidental, o la de las sociedades esclavistas de la Antigüedad. Así ha venido ocurriendo siempre, al menos, durante los dos mil años que aquí nos ocupan; no digo que se trate de una ley, pero sí que ha sido la regla general. ¡Nunca fueron los pueblos dueños de sus destinos! Siempre predominó un cierto afán de poder y de seguridad, siempre mandó una minoría mediante la opresión sobre la mayoría, mediante la explotación, perpetrando matanzas en o por medio de ella, unas veces más que otras, admitámoslo, pero por lo general con excesiva asiduidad. En todos los siglos que nos ocupan, la historia estuvo hecha de opresión y humillaciones, de clases altas explotadoras y clases bajas explotadas: lo que hoy se llama «Estado de derecho» y que forma parte indisoluble de la civilización humana, o mejor dicho de la cultura humana, y digo bien, porque los pueblos «cultos» siempre fueron los primeros en dar ejemplo.31
«La historia no se repite»: el dicho se repite siempre…, como la Historia misma: en las tensiones sociales, las insurrecciones, las crisis económicas y las guerras. Es decir, en sus hechos principales y capitales, cuyas repercusiones, sin embargo, alcanzan a los ámbitos más íntimos de la vida privada, en las relaciones entre amo y criado, entre amigo y enemigo. Visto de esa manera, en principio nunca pasa nada nuevo, pues, en lo cualitativo, poco importa si la opresión se ejerció por medio del arco y la flecha o por el arcabuz, la ametralladora o la bomba atómica.
La historia es un drama de muchos actos…, de violencia, sobre todo, aunque también un progreso ininterrumpido, digamos, desde el cazador de cabezas hasta el especialista en lavados de cerebro, desde la cerbatana hasta el misil, desde el derecho del más fuerte hasta el derecho escrito en articulados, ese disfraz de la violencia. Y así vamos de tratado de paz en tratado de paz, de metástasis en metástasis, de tropiezo en tropiezo.
Queda visto, pues, lo que es permanente dentro de las mudanzas de la historia, la estructura que la informa en profundidad. He ahí el punto fijo en medio del cambio, la verdadera «histoire de longue durée» (Braudel), o en todo caso más duradero que las eras abarcadas por esa noción: un «modelo» que lleva milenios de vigencia, un ritmo más o menos uniforme, una especie de «histoire biologique». Es casi como el ritmo de las mareas o el de las estaciones de la naturaleza, que también se repite a su manera; aunque pueda parecer desprovisto de una finalidad, obedece a leyes causales, a cuyas manifestaciones, sin embargo, sólo podemos asignar una probabilidad estadística y no una certeza. Por el contrario, la historia responde a intenciones y a voluntades, es decir, a acciones humanas deliberadas.32
Indudablemente, la historia en su globalidad es también acción humana única e irrepetible. Sin duda, la dimensión antropológica subrayada por el historicismo, la categoría de la individualidad, tiene sus derechos en esto como en todo: la importancia de la idiosincrasia de una persona determinada, la relevancia del carácter único de los fenómenos. Pero también está lo general, lo común, lo constante, mil veces demostrado empíricamente, sin que por eso sea necesario creer como Hobbes, pongamos por caso, o como Gobineau y como Burke, en la posibilidad de cultivar la historia con la perfección y la precisión de las ciencias naturales; esa historia de la que el mismo Edmund Burke escribió, en 1790 (en sus Reflections on the Revolution in France), que estaba hecha en su mayor parte «de la miseria que impera en el mundo por causa de la vanidad, la ambición, la codicia, la venganza, la lujuria, la insumisión, la hipocresía, y todas las demás pasiones desatadas. […] Estos vicios son la causa de aquellas tormentas. La religión, la moral, las leyes, las prerrogativas, los privilegios, no son más que pretextos». Y el mismo Kant decía no poder encontrar ninguna intención racional y propia en los hombres y en sus juegos, refiriéndose a «la marcha absurda de los negocios humanos» y afirmando no poder evitar «un cierto enojo cuando uno contempla lo que sucede, por acción y por omisión, en el gran teatro del mundo, y que pese a ocasionales asomos de prudencia, al fin se mezclan en todo la necedad, la infantil vanidad, y también no menos infantiles actos de malicia y afán destructivo; de manera que, en conclusión, no sabe uno qué opinar de esta especie nuestra, tan pagada de sus supuestas prendas».33
Muchos sucesos abonan estas opiniones de Burke y de Kant, sobre todo después de los dos siglos transcurridos. Parece como si la humanidad careciese de capacidad para elevarse y redimirse de la miseria moral. En efecto, lo histórico es el infierno, y la historia la resurrección de lo que no debería volver nunca; un espectáculo ruin, en el que los pueblos (perros encadenados que sueñan con la libertad) mueren más pronto bajo las consignas que éstas bajo los pueblos. De esta manera, gobernar, por lo general, no significa sino impedir la justicia, hacer lo menos posible para muchos y lo máximo para muy pocos; y el derecho tampoco es la precondición de la justicia, sino que sirve únicamente para evitarla y prevenirla. Summa sumarum: que no se puede hablar de ética a los que sólo creen en la «política de las realidades». Como dicen los chinos, habíale de ideas a un chacinero y creerá que estás hablando de cerdos. Las ideas no son sino las bambalinas del escenario del mundo; en la escena, mientras unos mueren otros ríen entre bastidores. El militarismo es la mística del homicidio, la historia apenas otra cosa sino negocios, la riqueza pocas veces otra cosa sino el residuo de los crímenes, y mientras los unos se desmayan de hambre los otros están hartos antes de sentarse a la mesa. El hecho de que, cuando salgamos de este mundo, como lamentaba Voltaire, hayamos de dejarlo tan necio y mísero como lo encontramos al nacer, parece todavía una idea soportable ante la sospecha de que dentro de dos mil años aún será tan necio y mísero como lo era dos mil años antes de nosotros.
Tal vez fuese otro el juicio, o mejor dicho seguramente lo sería, si pudiéramos abarcar totalmente la historia, el conjunto del universo humano, aunque a mi modo de ver eso quizá sería peor. Pero la verdad es que el conocimiento completo de los hechos es utópico, limitado nuestro saber histórico, perdidas o intencionadamente destruidas muchas informaciones valiosas; de la mayoría de los acontecimientos, además, jamás quedó comprobante alguno. Todo cuanto sabemos, a excepción de algunos testigos de piedra, visibles o desenterrados por los arqueólogos, se lo debemos a la historiografía. Y por minúscula que sea la noticia que ella nos da, nada más podemos averiguar: quod non est in actis, non est inmundo.
Como cualquier otro historiador, yo sólo contemplo una historia de entre las incontables historias posibles, particular, peor o mejor delimitada; e incluso de ese aspecto parcial no puede considerarse todo el «complejo de la acción», idea absurda, dado además el volumen de los datos existentes: teóricamente imaginable, pero prácticamente imposible y ni siquiera deseable.
No. El autor que se proponga escribir La historia criminal del cristianismo se ve constreñido a mencionar sólo el lado negativo de esa religión. No presentará un continuum sin fisuras, cosa también imposible, por supuesto, sino un «modelo de realidad» conforme a su propósito, en el que señalará únicamente los hechos más destacados y sintomáticos del devenir cronológico, los rasgos esenciales e históricamente relevantes, los que acarrearon las consecuencias más graves, los efectos más negativos y terribles, cuyo peso ha excedido a fin de cuentas el de los supuesta o realmente positivos. Quiero mostrar asimismo la tendencia que determina la historia, esa tendencia de fondo que ha condicionado o marcado durante esos dos mil años los destinos de las generaciones y las naciones, influidas, dominadas o combatidas por el cristianismo; señalaré las cabezas y las ideas rectoras de esa política cristiana, sus declaraciones, sus acciones, y muchos miles de hechos, hechos típicos, no alineados intencionadamente en un contexto tendencioso, ni con intención maliciosa ni calumniadora, sino presentados en su verdadero y propio contexto.
Quien prefiera leer acerca de otros aspectos, que lea otros libros: La fe gozosa, por ejemplo, El Evangelio como inspiración, ¿Es verdad que los católicos no son mejores que los demás?, ¿Por qué amo a mi Iglesia?, El cuerpo místico de Cristo, Bellezas de la Iglesia católica. Bajo el manto de la Iglesia católica. Dios existe (Yo le he conocido). El camino del gozo hacia Dios, La buena muerte del católico. Con el rosario hacia el Cielo, SOS desde el Purgatorio, El heroísmo del matrimonio cristiano. 34
O si le parece demasiado monótona esa selección, provista casi siempre de Imprimatur, hay otros heroísmos, no sólo el del matrimonio cristiano: Heridas del héroe. La Cruz en el hospital de campaña. Nuestra guerra (Consideraciones éticas), La conciencia éticorreligiosa durante la guerra mundial. La guerra mundial a la luz de los sermones de campaña del protestantismo alemán. Lucha y victoria (Ideas en Viernes Santo y Pascua como mensaje de la Patria para el Ejército y la Armada), Libro de himnos para el personal militar evangélico. Bendiciones para el frente de batalla. El pastor de almas en la guerra. Pastores en el ejército de Hitler, ¡A las armas!. Fidelidad hasta la muerte. Caídos en el seno del Señor, Jóvenes caídos con honor. Bienaventurados sean los caídos, María Auxiliadora de Occidente (Fátima y la «Vencedora en todas las batallas de Dios»: el combate decisivo en Rusia) .34a
¡La literatura procristiana! Más numerosa que las arenas del mar: contra 10.000 títulos apenas uno por el estilo de esta Historia criminal del cristianismo. Sin olvidar los millones de ejemplares que suman las incontables publicaciones periódicas confesionales, y que medio mundo anda lleno de reclutadores profesionales del cristianismo, de iglesias, de conventos; incluso las pequeñas pantallas están saturadas de Cruz y de Cristo, hasta el punto de que si Goethe viviera hoy, tendría motivos para repetir aquel sarcasmo suyo: «Entre tantas cruces y cristos/al Cristo verdadero y a su Cruz han ocultado»; en nuestros televisores veremos desde la ingeniosa Palabra de Dios dominical hasta las infiltraciones en todas las emisiones imaginables de todos los espacios culturales, sin olvidar la bendición papal urbi et orbe en no sé cuántos idiomas. Y resulta que verdaderamente hay entre los cristianos hombres de buena voluntad, como sucede en todas las religiones y en todos los partidos, lo que no debe tomarse como dato en favor de esas religiones y partidos, porque si eso se admitiese, ¡cuántos sinvergüenzas testimoniarían en contra! Hay incluso pastores que se inmolan voluntariamente por sus ovejas…, aunque los jefes de esos pastores prefieran comérselas. Porque todas las religiones viven, en parte, del hecho que algunos de sus creyentes son mejores que ellas. Y los cristianos buenos son los más peligrosos, porque tienden a confundirse con el cristianismo, o para decirlo con las palabras de Lichtenberg, «existen muchos cristianos justos, indiscutiblemente, sólo que no es menos cierto que sus obras in corpore y como tales nunca han servido para gran cosa».35
Juicios semejantes y expresados en términos bastante más contundentes los hallamos en personajes tan diferentes entre ellos como Gior” daño Bruno, Bayie, Voltaire, Diderot y Helvecio, Goethe, Schiller y Schopenhauer, Heine y Feuerbach, Shelley y Bakunin, Marx, Mark Twain o Nietzsche. O como Hebbel, quien vio que «el cristianismo trajo al mundo escasas bendiciones y muchas desgracias», observación en la que, dice, «coinciden muchas de las cabezas mejores y más nobles». Y halla las causas no en la Iglesia cristiana, como la mayoría de los críticos, sino «en la religión cristiana», esa «peste de la Humanidad», «germen de toda discordia»: «Odio y aborrezco el cristianismo»; y quiere plantear «a la altanería cristiana una única pregunta: ¿cómo se explicaría que todo el que alguna vez fue importante en este mundo pensó del cristianismo lo mismo que pienso yo?».36
Que los cristianos, repitiendo la expresión de Lichtenberg, in corpore y en sus obras como tales nunca han servido para gran cosa, y que tenemos pleno derecho a compartir el desprecio de Hebbel hacia el cristianismo; es lo que se propone demostrar esta historia de «los crímenes del cristianismo».
***
¿En qué se basa mi trabajo?
Lo mismo que la mayoría de los estudios históricos, se basa en las fuentes, en la «tradición», en la historiografía contemporánea. Es decir, sobre todo en textos. Se funda en la bibliografía histórica secundaria y sus ciencias auxiliares, la numismática, la heráldica, la sigilografía y otras, sin olvidar la utilidad de ciertas disciplinas parciales y estudios vecinos, en particular, como es lógico, la historia de la Iglesia con sus múltiples apartados que se entrecruzan: la historia de las misiones, la de la fe, la de las doctrinas teológicas y los dogmas, las vidas de mártires y otros religiosos, la historia del papado e incluso la historia de las «devociones». Hay que tener en cuenta, asimismo, a la arqueología, la historia económica y social, la historia del derecho común y constitucional, la historia militar y de la guerra, la geografía y la estadística. Un espectro tan amplio de disciplinas, en muchas de las cuales las investigaciones se hallan además tan avanzadas que incluso los especialistas tienen dificultad en seguirlas, sólo puede explotarse de manera parcial, incompleta. Sin embargo, hay una cuestión más importante que la de las bases de mi trabajo, bastante obvias por otra parte. Esa cuestión es: ¿cómo veo yo la historia? ¿Y cómo la describiré? Porque las diferencias de planteamiento metodológico suelen determinar desde el primer momento los puntos de vista y las valoraciones. Un teórico de la ciencia como Wolfgang Stegmüller ha llegado a afirmar que «el método elegido determina en grado decisivo la perspectiva teorética resultante de la investigación».37
Nadie creerá que el autor de una Historia criminal del cristianismo vaya a tomar de la Revelación, ni de Roma, los principios de su historiografía, ni siquiera de una noción protestante de la Iglesia, por espiritualizada que nos la presenten, ni de ninguna interpretación teológica de la historia por «progresista» que se pretenda. Esos saltos mistificantes de fronteras, hacia las categorías de la perspectiva sobrenatural, ese pasar de la historia a la «intrahistoria» y de las esferas terrestres a las celestes, quedan reservados a los apóstoles del delirio histórico-salvífico, a los numerosos lacayos de la Iglesia condicionados desde el seno materno y la familia, pasando por el bautismo (es decir, en el fondo, por un azar geográfico) y hasta llegar a los honores, a los premios, a las cátedras, a las prebendas, aunque en el fondo, según me ha demostrado la experiencia, sean unos «creyentes» tanto más escépticos cuanto más inteligentes.
Pero ¿qué diré de mi propia objetividad? ¿Acaso no soy parcial también? ¿No hablo desde mis propios prejuicios?
¡Naturalmente! Como cualquier hijo de vecino. Porque todos somos subjetivos, todos estamos condicionados por múltiples influencias, individuales y sociales, por nuestro origen, nuestra educación, nuestro ambiente social, nuestra época, las experiencias de nuestra vida, los intereses que nos llevan a explorar estas o aquellas áreas del conocimiento, por nuestra religión o irreligión; en fin, por una multiplicidad de influjos variados y toda una red de vínculos determinantes.
Si todos estamos condicionados, lo mismo cabe decir del historiador.
El primero en admitirlo, para lo tocante a la ciencia histórica, fue Chiadenius. Así que yo también tengo mi «punto de mira», según la terminología un poco obsoleta de Chiadenius, o mi «posicionamiento», de acuerdo con la noción clásica introducida por Kari Mannheim en la sociología de la ciencia; sin duda, estoy también determinado por un cierto clima de opinión contemporáneo, por mis estudios y por los demás conocimientos que he ido adquiriendo. Admito que antes de ponerme a escribir había tomado ya ciertas decisiones; sólo un inconsciente podría abordar una tarea así desde una pretensión de completa imparcialidad. Pero, prescindiendo de que una investigación iniciada desde esa óptica apenas conseguiría interesar a nadie, ni siquiera el más ignorante podría seguir siéndolo por tiempo indefinido, porque no tardaría en formarse algunas «opiniones previas», de cualquier signo que fuesen.38
Uno de mis críticos me acusaba de «parcialidad» por exponer en el prólogo de un trabajo mío ciertas tesis que, a su entender, debían figurar al final. Prescindiendo de que yo, como la mayoría de los autores, suelo escribir el prólogo cuando la obra está terminada, cuando empiezo un libro, naturalmente, y también como la mayoría de los autores, tengo una idea bastante aproximada de lo que voy a poner en él. Esto lo sabe cualquiera que haya escrito aunque sólo sea una carta. Hay que señalar que la investigación y la descripción, en historia, no sólo viven de coincidencias, como dice Droysen, sino que las buscan deliberadamente. Es preciso «saber lo que se busca, porque sólo así lo encuentra uno; las cosas hablan con tal de que uno sepa preguntarles».39
Después de estudiar la historia, y en particular la del cristianismo, durante muchos lustros, y a medida que uno va conociéndola mejor, se forma una cierta Filosofía de la historia (Voltaire fue el primero que utilizó ese término), una cierta opinión del cristianismo, no peor, porque no podía serlo, y repito que no soy el único que piensa así. Pero cuando expongo sin rodeos mi subjetividad, mi «punto de mira» y mi «posicionamiento», me parece que demuestro mi respeto al lector mejor que los escribas mendaces que quieren vincular su creencia en milagros y profecías, en transubstanciaciones y resurrecciones de entre los muertos, en cielos, infiernos y otros prodigios, con la pretensión de objetividad, de veracidad y de rigor científico.
¿Acaso no soy yo, con mi parcialidad confesa, menos parcial que ellos? ¿Es que mi experiencia, mi formación, no me autorizan a formarme una opinión más independiente acerca del cristianismo? Al fin y al cabo yo abandoné el cristianismo, pese a haberme formado en un hogar profundamente religioso, tan pronto como aquél dejó de parecerme verdadero, con lo que no dejaba de privarme de ciertas oportunidades que, de otro modo, quizá habrían estado a mi alcance. ¡Siempre me sorprende comprobar cómo el partido cristiano niega seriedad a las interpretaciones de la historia soviética ofrecidas por historiadores soviéticos, mientras toma muy en serio las interpretaciones cristianas de los teólogos cristianos!
Admitámoslo: todos somos «parciales», y el que pretenda negarlo miente. No es nuestra parcialidad lo que importa, sino el confesarla, sin fingir «objetividades» imposibles ni elevar pretensiones de «verdades eternas». Lo que importa es la cantidad y la calidad de las pruebas que aduzcamos para documentar nuestra «parcialidad», si las fuentes utilizadas son relevantes, si el instrumental metodológico, el nivel de argumentación y la capacidad crítica son adecuados. Lo decisivo, en fin, es la superioridad palmaria de una «parcialidad» sobre otra.
¡Todos somos parciales! Todo historiador tiene sus determinantes vivenciales y psíquicas, sus opiniones previamente formadas. La situación de cada uno está socialmente determinada, en función de la clase y del grupo. Todos tenemos nuestras simpatías y nuestras antipatías, conocemos nuestras hipótesis favoritas y nuestros sistemas de valores. Cada cual juzga de manera personal, especulativa, condicionado por su propio horizonte mental a la hora de plantearse los problemas, y en el trasfondo de sus trabajos pueden hallarse siempre «explícitas, o implícitas como sucede más a menudo […] convicciones de alcance muy general acerca de la Filosofía de la historia» (W.J. Mommsen).40
Esto es particularmente cierto en el caso de los historiadores que más se empeñan en negarlo, porque son los que más mienten…, y luego se echan mutuamente los perros del cristianismo; qué ridículo, cuando leemos que los católicos acusan de «parcialidad» a los protestantes, los protestantes a los católicos, cuando miles de teólogos de las más variadas confesiones se lanzan mutuamente tan socorrido reproche. Por ejemplo, cuando el jesuíta Bacht quiere ver en el protestante Friedrich Loofs «un exceso de celo reformado en contra de la condición monástica como tal», motivo por el cual «sus opiniones son demasiado unilaterales». ¿Y cómo no iba a opinar con parcialidad el jesuíta Bacht cuando se refiere a un reformado, él, que pertenece a una orden cuyos miembros tienen la obligación de creer que lo blanco es negro y lo negro blanco, si así lo manda la Iglesia?41
Lo mismo que a Bacht, a todos los teólogos católicos el hábito de la obediencia incondicional se les impone a través del bautismo, el dogma, la cátedra, la licencia eclesiástica para imprimir y otras muchas obligaciones y cortapisas. Y así viven año tras año, disfrutando de un sueldo seguro, a cambio de propugnar una determinada opinión, una doctrina concreta, una interpretación determinada de la historia, fuertemente impregnada de teología. De la que pocos se atreven a renegar, porque las consecuencias pueden ser terribles. En Italia, una vez firmado el Concordato de 1929 con Mussolini, los clérigos que colgaban la sotana no podían enseñar en ningún centro ni desempeñar cargo público alguno. Todos y cada uno de estos casos eran tratados durante lustros «como si hubiesen asesinado a alguien, con el objeto de conseguir que los renegados sean arrojados a la calle sin contemplaciones y se mueran de hambre» (Tondi, S.J.). Es bien significativo que el cardenal Faulhaber, de Munich, recomendase expresamente ese artículo 5 del Concordato italiano a la atención de Adolf Hitler, como hizo el 24 de abril de 1933, es decir, sin pérdida de tiempo. Pero los lacayos de la Iglesia no dimiten; al contrario, cuanto mayor sea su inteligencia y más profundo su conocimiento de la historia, más prefieren seguir fingiendo; no tanto para engañarse a sí mismos, sino para seguir cultivando el engaño de los demás. Por ejemplo, acusando de parcialidad a los adversarios de su confesión y fingiendo creer que, en cambio, los católicos se encuentran a salvo de tal defecto; como si existiese, de dos mil años acá, otra parcialidad más pérfida que la católica. Precisamente por eso, ellos se certifican siempre a sí mismos el más invariable respeto a la verdad científica y a la objetividad.42
Mientras tanto, la consideración de la historia como ciencia, como saber objetivante, y la posibilidad de la objetividad en el terreno científico (que es un problema de «teoría de la historia») está siendo puesta en duda o negada tajantemente por los mismos historiadores, y digo más, por los «especialistas». En nuestra sociedad, el que no figura en la nómina de la industria científico-histórica establecida, en el muy ilustre gremio de la interpretación universitariamente homologada, siempre en cabeza de las investigaciones, lo que equivale a decir siempre atento a la próxima vuelta de la tortilla del poder, simplemente no existe. Al menos de momento…, porque a veces se cambian las tornas. He leído a demasiados historiadores como para respetarlos mucho; por el mismo motivo, a algunos, pocos, los respeto tanto más. En la mayoría de los casos, sin embargo, la lectura de libros de historia puede ser tan útil como la lectura del vuelo de los pájaros que hacían los antiguos augures. No en vano un hombre tan notable en su especialidad como el francés Fernand Braudel nos previene contra «1′art pour 1′art» en los dominios de la historia. Y según William O. Aydelotte, un experto inglés, el criterio del consenso en el seno del grupo erudito «con frecuencia conduce a un dominio insuficiente del oficio», ya que el historiador podría caer bajo el dominio de «influencias externas» y tal vez acabaría por decir «no lo que refleja sus verdaderas convicciones u opiniones, sino lo que cree que puede agradar a su público».43
Cuan revelador el hecho de que cada generación de historiadores se dedique a reescribir la misma historia, a revisar esa antigua periodificación y esos personajes tradicionales, exactamente como hizo la generación anterior de sabios con las obras de sus predecesores, ¿y sin duda para verse a su vez puesta en tela de juicio por la siguiente? Porque, ¿se sigue discutiendo de un asunto cuando éste ha quedado bien resuelto? Parafrasear un relato, ¿aporta algo nuevo al mismo? ¿Es eso investigación, progreso y profundización del saber? En historiadores del pasado encuentro a menudo cosas mejores, y a veces mucho mejores, que en los modernos.
Naturalmente, los historiadores han buscado explicaciones para esa «reinterpretación de la historia» (Acham), para sus «innovaciones historiográficas» (Rüsen), explicaciones seductoras muchas veces, pero que no quitan el hecho de que la generación de historiadores que les suceda volverá a escribir la historia a su vez. Entre los unos y los otros surgen nuevos criterios, ideas predominantes, modos de expresión, métodos y «modelos», apreciaciones y depreciaciones dictadas por las modas, claves que adquieren o pierden vigencia según el interés de la época. Durante el siglo xix predominó la «historia de acontecimientos», hoy los estudios se vuelven más hacia la «historia cuantitativa». También hay posiciones mediadoras. De vez en cuando alguien recupera las técnicas antiguas, si es que en realidad no las hemos conservado siempre, de la «histoire événementielle» narrativa que, siguiendo una tradición que se remonta a la Antigüedad y que contempla la historia como una disciplina principalmente literaria, había sido desplazada en casi todas partes, con la posible excepción de Inglaterra, por la «histoire structurelle», la reflexión analítica, el discurso crítico, la fijación de los conceptos con todo el rigor posible. Y así se ha producido recientemente en todo el mundo un renacimiento de la antigua historia narrativa, o una especie de reequilibrio. Otros siglos verán otras maneras de ver las cosas, otros criterios de plausibilidad, otras disputas metodológicas, nuevas formas mixtas y nuevos mediadores.44
Podremos preguntarnos de dónde sacan los historiadores la suficiencia para «sonreírse hoy de ciertas manifestaciones […] de ingenuidad histórica del siglo XIX» (Koselleck), olvidando que los historiadores del siglo XXI tendrán ocasión de sonreírse al contemplar el estado de los conocimientos y de las opiniones de muchos historiadores del XX, y que a su vez muchos del XXII se sonreirán de los del XXI…, siempre suponiendo, naturalmente, que esos siglos llegue a verlos la humanidad. ¿No será una constante de todas las épocas eso de reírse los unos de los otros entre historiadores, y no serán locos los que así se empeñan en afirmar que ellos han descubierto las leyes inmutables de la ciencia histórica, o por lo menos las más probables, o que han andado cerca de ellas?45
Algunos objetarían que en esto de reescribir, parafrasear y reorientar continuamente la historia hay que ver la prueba de su propio afán de verdad y de exactitud científica, de la incesante búsqueda de mayor objetividad, de mayor precisión, teniendo en cuenta por otra parte la existencia de unas mejores condiciones de trabajo, de un instrumental más poderoso, de nuevas técnicas de investigación y nuevos métodos de interpretación, de sondeos más profundos, mejores posibilidades de verificación, nuevas concepciones teoréticas y metodológicas, planteamientos mejor delimitados, o ampliados, o más exactos de los problemas, sin mencionar las localizaciones de nuevas fuentes.
Sin embargo, lo que demuestran en realidad las obras de los historiadores es que el centro de gravedad de sus intereses sólo se desplaza, por lo común, cuando se desplazan los intereses de la actualidad, sus ideologías, sus conceptos; que la historiografía se halla mediatizada en cierta medida por presupuestos extracientíficos, del entorno metacientífico, por los poderes imperantes, por la praxis política, que está sometida al influjo determinante de la voluntad estatal, que obedece a las disposiciones y a las intenciones de los dictadores y que, por consiguiente, como enseña el presentismo desarrollado sobre todo por los historiadores norteamericanos (contra el positivismo), no es más que la proyección sobre el pasado de los intereses del presente; esto se manifiesta en todo el mundo, y precisamente en nuestro siglo más que en ningún otro. Y lo mismo debió suceder durante el siglo pasado, mutatis mutandis. ¡De qué sirven las mejores teorías sobre la objetividad de la ciencia histórica, cuando la realidad de esa misma ciencia niega tales teorías a cada paso! Tal contradicción casi nos recuerda la que existe entre las prédicas del cristianismo y sus prácticas.
Tampoco las polémicas metodológicas, como la famosa disputa metodológica del siglo xix, suelen ser objetivas, sino discusiones de orden político, procesos de transmutación de los valores sociales. Donde aparentemente se habla de ciencia, de investigación, de reflexión teórica, en realidad advertiremos la influencia de las realidades pre y extracientíficas, la política cotidiana, las realidades de la vida social, la subjetividad, los egoísmos.46
Al problema de la subjetividad se le suma otro más especial y delicado que guarda relación con el mismo. La dificultad no proviene del hecho de que las fuentes se hallen a menudo incompletas, de que las dataciones son inseguras, por no hablar de las considerables diferencias que se registran entre disciplinas distintas como la arqueología, la lingüística y la historia; la cuestión a que nos referimos es que la historia está hecha de textos, que toda historiografía es lenguaje, y lenguaje de historiador por más señas.
Según Louis Halphen (1946), sería suficiente «dejarse llevar por los documentos de una manera determinada, en la misma sucesión en que se nos han ofrecido uno tras otro, para ver establecido, de modo casi automático, el encadenamiento de los hechos». Pero, por desgracia, los hechos «historiográficos» no son lo mismo que los hechos «históricos», las palabras no son la realidad, no sonfaits bruts, y lamentablemente no existe «una divisoria exacta entre historia y mitología […], ninguna frontera claramente delimitada entre hechos y teorías» (Sir Isaiah Berlín), sino que las unas y los otros «están entretejidos, de tal manera que sería inútil el pretender separarlos» (Aron). Y efectivamente, también los hechos históricos pueden ser vistos y valorados de diferentes maneras, iluminados bajo un determinado prisma, u oscurecidos, deformados, tergiversados, falseados, o pueden ofrecer de por sí diferentes niveles de interpretación, habiendo nacido ya como «construcciones científicas» (Bobinska), como una «construcción del historiador» (Schaff). En una palabra, que la vida histórica no se puede captar adecuadamente mediante la simple reproducción; escribir historia siempre es entretejer hechos, hipótesis, teorías. «Todo hecho es ya teoría», según la aguda definición de Goethe.47
Por cuanto la historia es pasado, nunca nos vemos inmediatamente confrontados con un acontecimiento histórico, con el hecho desnudo como tal, con «lo que propiamente fue», según Ranke; lo que desde luego parece más modesto que el propósito originario. El historiador conservador, que comparaba su oficio con el del sacerdote (¡vaya por Dios!) y se extendía él mismo certificados de imparcialidad y máxima objetividad, aseguraba querer «borrar su subjetividad» y «hablar sólo de cosas tales, que dejen ver las fuerzas poderosas», atribuyendo a la historia «verdadera» la misión, más allá de los pros y los contras partidistas, de «ver, de iluminar […] para luego dar cuenta de lo visto».48
Esta fe inconmovible del objetivismo, llamada «ocularismo» por el conde Paúl York Wartenburg y satirizada como proposición de una «objetividad del eunuco» por Droysen («sólo los inconscientes pueden ser objetivos»), es ilusoria. Porque no existe verdad objetiva en historiografía, ni la historia tal como ocurrió; «sólo puede haber interpretaciones históricas, y de ésas ninguna es definitiva» (Popper). Pensemos que el historiador sólo tiene en sus manos descripciones de los «sucesos» o de los «hechos», y eso desde las «fuentes» mismas, es decir, los soportes primarios de la información, las epigrafías, los documentos.49
Pero esas descripciones, a su vez, son obra de unos autores que utilizaban para su trabajo recursos retóricos y narrativos, pues en todas las épocas se ha suscitado y se sigue suscitando la necesidad de explicar los hechos en un orden determinado, y eso es un acto no tanto científico como literario. Los autores de las descripciones, de buena o de mala fe, omiten tal cosa, callan tal otra; a ellos, naturalmente, también les mueven unos intereses, una mayor o menor parcialidad, a partir de la cual los comprobantes originales, digamos que correctos (teniendo en cuenta que toda traducción es, en mayor o menor medida, interpretación) han sido coloreados de una manera determinada, situados en un cierto contexto; de manera más o menos consciente, la visión del mundo que tengan esos autores habrá servido de hilo conductor a su interpretación. Al problema de los textos se suma con frecuencia el de la tradición, o el fenómeno, no tan raro como se cree, de las falsificaciones y las interpolaciones. Y tampoco los historiadores modernos se apartan un ápice de esa línea cuando manejan los documentos y seleccionan éste, omiten el otro, subrayan, explican, dilucidan, fieles a su propia Weltanschauung.
La existencia de los corifeos no contribuye a reforzar nuestra fe en la objetividad de su oficio, que digamos. Theodor Mommsen (Premio Nobel en 1902) dejó escrito que la fantasía «es madre de toda Historia lo mismo que de toda poesía»; Bertrand Russell puso a una de sus obras el título de History as an Art; A.L. Rowse, destacado historiador inglés de nuestro siglo, dice que la historia está mucho más cerca de la poesía de lo que comúnmente se cree: «In truth, I think, it is in essence the same» («En verdad creo que es en esencia lo mismo»). Según Geoffrey Elton (1970), es sobre todo «narración»: «A story, a story ofthe changíng fortunes of men, and political history therefore comes first because, abo ve all the forms of historical study, it wants to, e ven needs to, tell a story» («Narración de la suerte cambiante de los hombres, y por eso la historia política es la primera, por encima de todas las formas de los estudios históricos, porque quiere, más aún, necesita narrar»). También Hayden White ha afirmado recientemente que los textos históricos no son sino «productos del arte literario» (literary artifacts). Conocedores del tema como Koselleck y Jauss coinciden en afirmar que la facticidad y la ficción se entretejen. Quizá haya sido H. Strasburger el autor de la definición más acertada (1966), la misma que admitió expresamente F.G, Maier en 1984: «La historia es una disciplina mixta que participa de la ciencia y del arte», añadiendo «hasta hoy mismo», aunque ya Ranke había dicho, en 1824, que la misión del historiador era «tanto literaria como erudita», y que la historia misma era «arte y ciencia al mismo tiempo».50
Si tenemos presente que todas las operaciones no objetivas, «no naturalistas», de los historiadores posteriores utilizan como material las exposiciones, los patrones interpretativos, las tipificaciones de los historiadores pretéritos, que actuaron a su vez de la misma manera, más o menos, porque no hay otra, y que incluso nuestras «fuentes» tienen un origen similar, que han atravesado otras mediaciones y otras interpretaciones, que son ya selección, híbridos de hechos históricos y texto, y eso en el mejor de los casos, es decir, «literatura» que no significa sino constructo o «tradición», si lo vemos claro, parecerá evidente que toda historiografía se escribe sobre el trasfondo de nuestra personal visión del mundo.51
Es verdad que muchos eruditos carecen de tal visión del mundo y por ello suelen considerarse, ya que no señaladamente progresistas, sí al menos señaladamente imparciales, honestos y verídicos. Son los adalides de la «ciencia pura», los representantes de una supuesta postura de neutralidad o indiferencia en cuanto a las valoraciones. Rechazan toda referencia a un punto de vista determinado, toda subjetividad, como pecados anticientíficos o verdaderas blasfemias contra el postulado de objetividad que propugnan, contra ese sine ira etstudio que tienen por sacrosanto y que, como ironiza Heinrich von Treitschke, «nadie respeta menos que el propio hablante». Tenemos, pues, «que lo que llaman ciencia pura, es decir, el registro de los sistemas y de las hipótesis, de las explicaciones y las observaciones, todo ello viene lleno, o mejor dicho, saturado hasta la saciedad de los más ancestrales mitologismos sensibles y ultrasensibles», como anotó Charles Péguy con clarividencia poco habitual, aunque hablando, como es lógico, desde su propia posición de católico.52
Pues bien, la ficción de la ingenuidad teórico-científica y la ocultación de las premisas ideológicas de la presentación histórica pueden servir para disimular muchas cosas, una inercia mental propia de la especialidad, por ejemplo, una estrechez de perspectivas, o la pusilanimidad que precisamente hace estragos en los círculos de expertos, en el «pequeño museo de los elegidos» (Von Sybel), un relativismo ético y un escapismo que huye cobardemente de las decisiones tajantes en materia de principios…, lo que no deja de ser también una decisión, ¡la de declararse irresponsable en nombre de la responsabilidad científica! Porque una ciencia que no quiere formular valoraciones, con ello, quiéralo o no, se hace aliada del status quo, apoya a los que dominan y perjudica a los dominados. Su objetividad es sólo aparente y en la práctica no significa otra cosa sino amor a la propia tranquilidad, apego a la seguridad y a la carrera. No discuto que un planteamiento histórico valorativo pudiera ser rechazado o descartado desde una determinada convicción científica. Pero sé que la repugnancia del historiador ante la interpretación de la historia, su miedo a admitir lo que ocurre en realidad, «no es más que otro ejemplo de la conocida “trahison des cleros”, la negativa del especialista a vivir lo que predica» (Barraclough).53
Sin duda existe más de un método y más de dos para cultivar la historia. O mejor dicho, existe una multiplicidad de métodos, como demuestra la historiografía norteamericana, sin que ninguno de ellos pueda pretender la exclusiva. Pero, aunque haya muchas formas diversas del saber y de la ciencia, aquí sólo nos importan dos posturas: la que cultiva la ciencia por sí misma, por considerarla como lo más elevado, lo último, como una especie de religión y que, como ésta, sería capaz de pasar por encima de los cadáveres (y lo hace); y aquella ciencia que sin considerarse ni lo más alto ni lo definitivo, se pone al servicio de los hombres, del mundo y de la vida, y en particular asocia la historiografía con «el deber de la pedagogía política», como ha dicho Theodor Mommsen, que no tuvo reparos en afirmar que la historia era el «juicio contra los muertos» y que a la vista de su «brutalidad desnuda», de su «barbarie supina», invitaba a abandonar «la fe infantil en cuanto a que la civilización consiga erradicar la bestialidad de la naturaleza humana».54
Las expresiones más conocidas de estas dos posturas frente a la ciencia podemos hallarlas en el siglo XIX: de un lado, el optimismo cientifista, tanto para las ciencias naturales como para las históricas, el positivismo y el objetivismo; del otro, el pesimismo radical de Nietzsche, quien vio en las ciencias naturales de su época «algo terrible y peligroso», y las denunció como manifestación de aquella «estolidez funestísima» sus- ceptible de acarrear quizá, algún día, la ruina general. Similar es su valoración de la ciencia histórica imperante, que exige sea reemplazada por una historia «al servicio de la vida», una historia que ofrezca «ejemplo, enseñanza, consolación», pero sobre todo una «Historia crítica», que juzgue el pasado, que «indague sin contemplaciones y que condene», porque «todo pasado […] es digno de ser condenado».55
En un polo opuesto podríamos situar quizá a Max Weber, defensor de una separación rigurosa entre ciencia y juicios de valor, ya que según su concepto de la ciencia, ésta no debe ser sino investigación empírica e inventario analítico, ajena por definición a toda clase de valores, sentidos o finalidades; aunque también Weber distingue entre juicio de valor y (el término neokantiano de) referencia valorativa, ésta sí aceptada, entendiendo que los conocimientos científicos han de estar al servicio de unas decisiones tomadas en función de determinados valores, no sin incurrir con ello en flagrantes contradicciones.56
Pero nuestra vida no transcurre exenta de valores, sino llena de ellos, y las ciencias en tanto que parte de la vida, si se pretenden libres de valores incurren en hipocresía. Todos hemos de comparar, calibrar, decidir cada día; ¿por qué iba a librarse de esa ley la ciencia, que no es nada que esté fuera de nuestra vida, ni mucho menos por encima, y que figura entre las cosas que pueden amenazarnos o contribuir al progreso de la humanidad y del mundo? He tenido en mis manos obras de historiadores que venían dedicadas a la esposa, fallecida en un bombardeo, o tal vez a dos o tres hijos caídos en los frentes, y sin embargo, a veces, esas personas quieren seguir escribiendo «ciencia pura» como si no hubiese pasado nada. Allá ellos. Yo pienso de otra manera. Pues, aunque existiese, que yo digo que no puede existir, la investigación histórica totalmente apolítica, ajena a toda clase de juicios de valor, tal investigación no serviría para nada, sino para socavar los fundamentos éticos y abrir paso a la inhumanidad. Además no sería verdadera «investigación», porque no se dedicaría a revelar las relaciones entre las cosas; como mucho podría ser mero trabajo previo, mera acumulación de materiales, según ha señalado Friedrich Meinecke.57
Ahora bien, ¿hasta qué punto coincide la realidad de la historia con mi exposición? No entro aquí en el problema de la teoría del conocimiento (así como el de la estructura de nuestro aparato de percepción). He preguntado hasta qué punto, y no si coincide o no coincide. Pues cuando Wittgenstein dice de un axioma matemático que «no es axioma porque nos parezca evidente, sino porque admitimos la evidencia como prueba de verdad», y Einstein afirma que «las leyes de la matemática, en la medida en que se refieren a la realidad, no están demostradas, y en la medida en que están demostradas no se refieren a la realidad», ¿con cuánta mayor desconfianza no tendremos que considerar la historiografía?58
Todo historiador escribe dentro de un determinado sistema de referencia político y social, y eso se refleja de manera inconfundible en sus puntos de vista, e incluso en los mecanismos previos de selección que utiliza. Pues no hay ninguno que no «saque las cosas de su contexto», ya que no es posible hacerse con el objeto real, que es el pasado, con sus cadenas de acontecimientos sumamente complicadas y además no directamente accesibles para nosotros, con ese tejido gigantesco de ideas y de acciones, con esa multiplicidad de sucesos similares o contradictorios, de procesos, de relaciones: ¿quién sería capaz de reproducir objetivamente todo eso como quien saca un retrato al natural? Y no sólo hay que seleccionar, sino que además es preciso interpretar, ya que no sólo importa el tema histórico elegido sino también la manera de presentarlo (y no me refiero aquí a los aspectos formales, no porque no sean esenciales, sino porque son tan amplios y complicados que su discusión aquí llevaría demasiado lejos esta digresión): los medios lingüísticos empleados por el historiador en su exposición, el modelo narrativo, el género literario, el «tipo de representación», o dicho llanamente: su manera de «deformar», «alienar» y «violentar» el asunto, no necesariamente de mala fe, sino muchas veces con las mejores intenciones.
Como cualquiera que se dedique a escribir historia, en consecuencia, yo he seleccionado, por principio, he «sacado de contexto»…, el más absurdo de los reproches, dado que no puede hacerse de otra manera. Como cualquiera, he tenido que seleccionar dentro de mi tema. Como cualquiera, cuando presento a esos criminales coronados, no coronados o autocoronados, los obispos y papas, los generales y otros protagonistas de los negocios y de la historia (porque los negocios acaban por hacer historia), no reproduzco todos los detalles de sus biografías, las incidencias individuales, los problemas personales, las aventuras amorosas (todo lo cual, sin embargo, no deja de tener su importancia) o las alteraciones de la bilis, aunque su influencia sobre el acontecer macroscópico haya sido mayor de lo que se suele creer. Porque comúnmente, tales detalles no son conocidos, y aunque lo fuesen difícilmente podríamos calibrar en qué medida influyeron en la historia universal. En esto, como en otros muchos aspectos, quedan todavía oportunidades magníficas para toda clase de tesinas y tesis, e incluso cabría inaugurar una rama científica nueva: junto a la medicina forense tendríamos una medicina histórica (a no confundir con la historia de la Medicina, establecida desde hace bastante tiempo ya, y con no poco éxito por cierto), divisible en toda una serie de apartados y temas como: «Historia sistemática de la digestión de las cabezas coronadas y ungidas y su influencia sobre el Occidente cristiano, desde la querella de las investiduras hasta la guerra de los Treinta Años. Con un índice suplementario sobre las digestiones, los digestivos y los digestorios de todos los papas y antipapas de ese período».
Es posible que buena parte de la exposición anterior haya parecido demasiado teórica (el caso es que no se puede escribir historia si no es a partir de una teorización), o incluso demasiado escéptica. Sin embargo, hay motivos para el escepticismo, y no son pocos, aunque no vamos a llegar hasta el punto de capitular y decir que no creemos en nada.
Por otra parte, la fe cada vez menor, y no sin causa, en la posibilidad de alcanzar la objetividad histórica, no debe minar en ningún caso «la ética científica del historiador», ni conducir a la «decadencia de la racionalidad» (Junker/Reisinger).59 Más perjudica a esa ética, me parece, la pretensión de objetividad, porque tal pretensión necesariamente hipócrita sólo tiende a preservar «el fundamento de la ciencia histórica», que no es otro sino el carácter científico de esa disciplina, reiteradamente puesto en duda por muchos. A mí, en cambio, apenas me interesa esta cuestión; la verdad, o mejor dicho la probabilidad, me preocupa más que las ciencias que en nombre de la ciencia niegan la verdad. Además prefiero por principio la vida a la ciencia, sobre todo cuando ésta empieza a evidenciarse como una amenaza contra la vida en el más amplio sentido. A esto se suele objetar que no es «la ciencia» la culpable, sino algunos científicos (lo malo es que son muchos, a lo peor casi todos), argumento bastante similar al que afirma que no hay que echar a la cuenta del cristianismo los pecados de la cristiandad.
Todo esto no significa que yo sea partidario del subjetivismo puro, que no existe, como no existe la objetividad pura. Naturalmente, no niego la utilidad de las escalas de valores, de las referencias verificables, de las experiencias comunicables y reproducibles, del saber intersubjetivo y de los vínculos intersubjetivos. ¡Pero sí niego las interpretaciones intersubjetivas! Un filósofo de la historia como Benedetto Croce sabía muy bien por qué admitía los juicios subjetivos en la contemplación histórica: «por una razón irrebatible», y es que «no hay manera de excluirlos».60
Cuando decimos que en historia no sirve la rigidez lógica del silogismo, no afirmamos que no se deba razonar, ni que se deba razonar ilógicamente. Aunque muchas cosas, o todas, como quieren los escépticos más radicales, sean controvertibles, existe una posibilidad de acercarse más o menos a unos hechos históricos, y de aducir mejores o peores razones que justifiquen una determinada manera de contemplarlos (o no justifiquen, si son tan malas). Para citar la definición negativa de William O. Aydelotte: «La afirmación de que todos los juicios son inseguros no implica que todos sean inseguros en igual medida».61
A esto me atengo, así como a la convicción de que pese a toda la complejidad, al caos y a la confusión de la historia, es posible extraer algunas conclusiones generales, y destacar lo esencial, lo típico, lo decisivo. En una palabra, que es posible generalizar lo que suele ser discutido, negado o menospreciado por considerarlo demasiado especulativo o no demostrable; sin embargo, el historiador que no se limita a cultivar su disciplina por curiosidad de visitante museístico bien tiene que generalizar alguna vez, si pretende decir algo que valga la pena. Naturalmente, sin avanzar un paso más allá de lo que le consientan los datos que tenga a su disposición.62
Para que tales generalizaciones tengan fuerza concluyente, yo utilizo, entre otros métodos, el de la cuantificación, consistente en recopilar gran número de casos, variantes, datos comparables, siempre que sean relevantes y representativos. Escribir historia quiere decir destacar rasgos principales. Procedo por acumulación de material informativo. Ambas cosas, la generalización y la cuantificación, van necesariamente unidas.
Escasa capacidad de convicción tendría mi tesis del carácter criminal del cristianismo si para demostrarla me limitase a ofrecer algunos ejemplos. Pero, tratándose de una obra de varios tomos, nadie dirá que esos ejemplos sean aislados o poco concluyentes. Pienso, como Cicerón, que «la ley principal de la historiografía es que nadie se atreva a escribir cosa alguna que sea falsa». Pero donde Cicerón continúa («En segundo lugar, que nadie se atreva a dejar de escribir lo que sea verdadero, ya que daría lugar a sospechar que le mueve una parcialidad favorable o una enemistad») ,63 yo digo que en mi caso no hace falta que nadie se moleste en sospechar. Porque escribo «por enemistad»; la historia de aquellos a quienes describo me hizo enemigo de ellos. Y no me consideraría refutado por haber omitido lo que también era verdadero, sino únicamente cuando alguien demostrase que he escrito algo falso.
Ahora bien, y para aludir brevemente a la estructura de la obra, como todo esto se escribió con el propósito justificable de prestar un servicio a aquellas personas que dispongan de poco o ningún tiempo que dedicar a la investigación personal acerca del cristianismo, he procurado exponer con la mayor claridad posible, en los diversos tomos y capítulos, todos estos hechos y acontecimientos, junto con los paralelismos y las relaciones causales que he creído advertir, y las conclusiones que extraigo de ellos: por orden cronológico a menudo, con cierta sistematización, tratando de destacar expresamente los aspectos más importantes, con cesuras o divisiones intencionadas entre distintas temáticas o entre distintos períodos, resumiendo en algunos puntos, introduciendo en otros una ojeada panorámica, retrotrayéndome a un pasaje anterior, añadiendo digresiones. En fin, todo lo que suele hacerse para facilitar la lectura y la visión general del asunto.
Criticar es fácil, según una opinión corriente; lo dicen sobre todo quienes por oportunismo, por indolencia o por incapacidad jamás han intentado criticar nada en serio. No faltan los que opinan que eso de criticar está muy mal…, sobre todo cuando los criticados son ellos, aunque esto último no lo confesarían jamás. Muy al contrario, afirman siempre que no tienen nada en contra de la crítica, que todas las críticas son bien recibidas pero, eso sí, siempre y cuando sean críticas positivas, constructivas, y no críticas negativas y deletéreas. Entendiéndose siempre que la crítica constructiva es aquella que no profundiza demasiado, o mejor aún si sólo es crítica en apariencia, procedente de aquellos que, en el fondo, están de acuerdo con nosotros. En cambio, se juzga «negativo», «estéril», «condenable», el ataque que apunta a los fundamentos con intención de destruirlos. Cuanto más convincente sea dicho ataque, más se expondrá su autor a verse denigrado…, o silenciado.
Los círculos clericales son los más sensibles a la crítica. Precisamente los mismos que dicen «no juzgues, y no serás juzgado», pero consignan al infierno cuanto no les interesa, los mismos cuya Iglesia gusta de presentarse como la principal instancia moral del mundo, tal como viene haciendo desde hace siglos y seguirá haciendo todavía, ésos son los que más se indignan cuando ven que alguien quiere tomarles la medida y juzgarlos a ellos; y cuanto más agudo sea el juicio y más aplastante el veredicto, más grande es su ira y su furor. Sólo que esa ira y ese furor (a diferencia de las pasiones que conmueven a los demás mortales) son santa ira y santo furor, «furor ordenado», cómo no, que según Bernard Háring, gran entendido en moral, es «una fuerza indudablemente útil que ayuda a superar los obstáculos que se oponen al bien, a conseguir nuestro objetivo, ciertamente elevado pero difícil. El enamorado que no es capaz de enojarse no tiene sangre en las venas [!]; pero si amamos el bien enardecidamente, con todas nuestras energías anímicas y corporales, no serán menores nuestras energías en el momento en que debamos oponernos al mal. Porque no es lo propio del cristiano soportar los males con pasividad, sino alzarse contra ellos con valor y haciendo acopio de todas las fuerzas. Y entre éstas figura también la capacidad de enojarse».64
Con inflamada indignación se alzan esos círculos, precisamente, contra «la manía de juzgar» (Aitmeyer), y dan muestras de su escándalo con ribetes «científicos» cuando un autor, habráse visto, se atreve a «valorar», cuando «el historiador, reconocida su incapacidad en tanto que moralista, asume el papel de fiscal», cuando «cae en la tentación» de «extremar el rigorismo de su perspectiva», cuando se hunde «en las simas del maximalismo idealista», o adopta «la fraseología forense», y todo ello sin preocuparse del «tradicional problema historiográfico de la practicabilidad de las exigencias éticas» (Volk, S.J.).65
¿Acaso no es grotesco que los representantes juramentados de un culto mistérico ancestral, los que creen en trinidades, ángeles, demonios, infiernos, partos de vírgenes, asunciones celestes de un cuerpo real, conversiones del agua en vino y del vino en sangre, quieran impresionarnos con su «ciencia»? ¿Que el jesuíta Volk (a quien la regla decimotercera de su orden impone creer «que lo que yo tengo por blanco no es tal, sino negro, si lo manda la jerarquía eclesiástica») pueda presumir de un «espíritu de lúcida independencia y objetividad»? ¿Y no será el colmo de lo grotesco que personajes semejantes sigan recibiendo los honores del propio mundo científico?66
Pero son ellos precisamente quienes, al tiempo que condenan los juicios de valor y el pretender erigirse en fiscal (por parte de otros), más abusan del farisaico lugar común, sobre todo en los libros de historia, de que tal cosa y tal otra hay que entenderlas «teniendo en cuenta el espíritu de la época» (Dempf); durante el imperio romano tardío, por ejemplo, la aplicación de leyes contra el bandidaje a los «herejes» convictos, o mejor dicho toda la política eclesiástica de los emperadores de ese período, «o también —como agrega el mismo Dempf, siempre tan servicial — como en el período comparable de nuestra cultura occidental [!], la época de las guerras de religión, o sea, digamos, de 1560 a 1648».67 De todo eso y mucho más, incluyendo el tiempo transcurrido entre esas dos épocas, se nos invita a hacernos cargo en nombre del «espíritu de la época», para que lo comprendamos y disculpemos. En particular, los teólogos historiadores de la Iglesia se ven obligados a utilizar con asiduidad estos argumentos, que no sería lícito rechazar siempre o por principio, atenuantes, exculpatorios o absolutorios. Ellos dicen que hay que comprender, lo explican, nosotros lo comprendemos, y una vez comprendidas así las cosas desde «el espíritu de la época», dejan de parecemos tan graves, empieza a parecemos que no pudieron ser de otro modo; al fin y al cabo, ¿no obedece toda la historia a la voluntad del Señor?
En 1977, el teólogo Bernhard Kótting declaró ante la Academia de Ciencias de Renania-Westfalia que no sería justo exigir hoy que los obispos de la época constantiniana «hubieran solicitado al emperador un trato igual para todos los grupos religiosos, obedeciendo al espíritu de la caridad cristiana pongamos por caso. Eso sería querer determinar desde nuestros criterios actuales el horizonte espiritual en que vivían los hombres de la Antigüedad, y proyectar nuestras ideas actuales sobre la legitimidad del poder político hacia el siglo IV de nuestra era».68
Tal argumentación, expuesta en nombre de la perspectiva histórica, es precisamente un insulto a dicha perspectiva y es absurda por más de un motivo. En primer lugar, la Antigüedad pagana había sido bastante tolerante en asuntos de religión. En segundo lugar, fueron precisamente los autores cristianos de los siglos u, III y comienzos del IV quienes reclamaron con mayor apasionamiento la libertad de cultos, y ello en nombre del «espíritu de la caridad cristiana». Y en tercer lugar ¿qué valor hemos de asignar a ese «espíritu de la caridad cristiana», sabiendo que ha sido constantemente postergado en el siglo IV como en todos los demás transcurridos desde entonces, sin olvidar el siglo XX (sus dos guerras mundiales, su guerra del Vietnam), ya que seguramente ahora los cristianos no viven en el horizonte espiritual de la Antigüedad, pero tampoco en el «espíritu de la caridad cristiana». ¡No existe la proyección de nociones anacrónicas que se denuncia! En ninguna época los poderosos (del Estado y de la Iglesia) hicieron el menor caso del «espíritu de la caridad cristiana», invocado siempre sobre el papel, única y exclusivamente, pero siempre abyectamente traicionado en la realidad. Ése es el espíritu de la época que hay que considerar, en todas las épocas idéntico a sí mismo, y lo demás son trampas para incautos. Pero el «espíritu de la época», siempre útil a toda aplicación apologética, anida en las mentes queriendo disculpar, queriendo quitar hierro. El mismo Goethe ironizaba sobre esto en su Fausto:
Lo que llamáis espíritu de los tiempos,
en el fondo no es sino el espíritu de los amos.
Si no nos vale el testimonio del poeta, por notoriamente anticristiano y no poco anticlerical, acudamos al de san Agustín: «Corren malos tiempos, tiempos miserables, dice la gente. Dejadnos vivir bien, y sean buenos los tiempos. Porque nosotros mismos somos los tiempos que corren; tal como seamos nosotros, así será nuestro tiempo».69 En otros sermones suyos, San Agustín reiteró esta idea de que no hay por qué acusar a los tiempos ni al «espíritu de la época», sino a los mismos humanos que (como los historiadores de hoy mismo) acusan de todo a los tiempos que corren, a la época miserable, difícil y turbia. Porque «el tiempo no ofende a nadie. Los ofendidos son los hombres, y otros hombres son los que infligen las ofensas. ¡Oh dolor! Se ofende a los hombres, se les roba, se les oprime, y ¿por obra de quién? No de leones, no de serpientes, no de escorpiones, sino de los hombres. Y así viven los hombres el dolor de las ofensas, pero ¿no harán ellos mismos otro tanto, así que puedan, y por mucho que lo hayan censurado?».70
San Agustín sabía muy bien de qué hablaba, pues la última frase de la cita le cuadra perfectamente a él mismo (véase el capítulo 10). Por otra parte, y a diferencia de Voltaire, yo no estoy tan convencido de que exista una raison universelle imperecedera. Ni tampoco transfiero al remoto pasado las ideas ni las escalas de valores de la actualidad, hábito mental al que Montesquieu llamó con razón, aunque no sin cierta exageración, «la más terrible fuente del error».71 En toda época, sin embargo, al menos durante los últimos dos mil años, las rapiñas, los homicidios, la opresión, las guerras, fueron tenidas por lo que eran y son; no deberíamos olvidarlo, y menos que nadie los cristianos. Por- que ellos habían recibido a través de los Sinópticos el mensaje de Jesús, indiscutiblemente pacifista y social, y los encendidos llamamientos al «comunismo del amor» de los padres y doctores de la primera Iglesia, hasta bien entrado el siglo iv. En una palabra, el mundo fue  haciéndose cada vez más cristiano…, y cada vez peor, en muchos aspectos. Porque el cristianismo se funda en una serie de mandamientos, el del amor al prójimo, el del amor al enemigo, el no robarás, el no mataras; pero también se funda en la astucia, para no respetar ninguno de esos mandamientos.
Como esto, en el fondo, no pueden negarlo los apologistas, nos objetan que algunas veces (es decir, todas las veces que fue necesario, cualquiera que sea el período histórico que consideremos) los protagonistas «no eran cristianos verdaderos». Pero veamos, ¿cuándo hubo cristianos verdaderos? ¿Lo fueron los sanguinarios merovingios, los francos tan aficionados a expediciones de saqueo, las mujeres déspotas del período lateranense? ¿Fue cristiana la gran ofensiva de las cruzadas? ¿Lo fueron la quema de brujas y de herejes, el exterminio de los indios, las persecuciones casi bimilenarias contra los judíos? ¿La guerra de los Treinta Años? ¿La primera guerra mundial? ¿La segunda, o la del Vietnam? Si todos ésos no fueron cristianos, ¿quién lo ha sido?
En cualquier caso, el espíritu de los tiempos no ha sido siempre el mismo en cada época concreta.
Mientras los cristianos iban propagando sus Evangelios, sus creencias, sus dogmas, mientras transmitían su infección a territorios cada vez más extensos, hubo no pocos hombres, como los primeros grandes debeladores del cristianismo, Celso en el siglo II y Porfirio en el III, que supieron alzar una crítica global y aplastante, cuyas razones todavía hoy consideramos justificadas, como admiten incluso, todo hay que decirlo, los teólogos cristianos del siglo XX.
Pero no eran los paganos los únicos que se rebelaban contra la doctrina cristiana. En la misma época en que se vivía y moría por la fe en el dogma de la Trinidad, judíos y musulmanes lo rechazaban calificándolo de provocación inadmisible; tanto éstos como aquéllos veían en la paradoja del Dios hecho hombre un absurdo, una «injusticia», una «ofensa». Por lo que toca a las doctrinas rivales acerca de la doble naturaleza, el filósofo y místico islámico Al Ghazali (1059-1110) no lograba distinguir en los argumentos de los monofisitas, los nestorianos, los ortodoxos; sólo veía manifestaciones «incomprensibles, tal vez de pura necedad y pobreza de espíritu».72
Al igual que en los pensamientos, las personas de una misma época difieren asimismo en las obras.
Mientras el cristianismo se hacía culpable de tropelías espantosas, el budismo, que no tuvo nunca en la India una Iglesia organizada al estilo occidental, ni autoridad central dedicada a homologar la fe verdadera, daba muestras de una muy superior tolerancia. Los creyentes no sacerdotes no contraían ningún compromiso exclusivo, ni eran obligados a abjurar de otras religiones, ni se convertía a nadie por la fuerza. Muy al contrario, su amplitud de miras frente a las demás confesiones de otros países fue precisamente uno de sus «rasgos característicos» (Mensching).73
Sus virtudes pacificadoras pueden observarse, por ejemplo, en la historia del Tíbet, cuyos habitantes, nación guerrera entre las más temidas de Asia, se convirtieron en una de las más pacíficas bajo la influencia del budismo. En ese país, pese a su profunda religiosidad y a la existencia de una jerarquía sacerdotal bien organizada, reinó la tolerancia más absoluta entre toda clase de creencias y de sectas. Con razón escribe el lama budista Anagarika Govinda: «Las religiones que admiten plenamente la individualidad humana con todos sus derechos, se convierten automáticamente en impulsoras de la humanidad. Por el contrario, las que elevan la pretensión de poseer la verdad en exclusiva, o las que desprecian el valor del individuo y de las convicciones individuales, amenazan convertirse en enemigas de la humanidad, y ello en la misma medida en que la religión pase a convertirse en cuestión de poder político o social».74
El espíritu del tiempo ni siquiera imperaba sin límites entre los cristianos; ¡no todos estaban ciegos! Así, el gran trovador Peire Cardinal ironizaba sobre Hugo de Monfort y su epitafio: «Cuando uno mató gente, derramó sangre, condenó almas, instigó asesinatos, anduvo en consejo de reprobos, incendió, destruyó, violó, usurpó tierras, destripó mujeres y degolló niños, entonces dicen que mereció la corona de los Cielos y brillará allí para siempre».75 Durante el siglo XIII llegó a desarrollarse toda una literatura satírica contra las cruzadas, como en estos sarcasmos del francés Ruteboeuf:
 Que se atiborren de vino primero
 y duerman ebrios junto al fuego,
luego tomen la cruz con hurra y alegría
y asila cruzada veréis que ha comenzado,
que mañana, con la primera luz del día,
en desbandada y deshonor habrá terminado.76
Quiere decirse que no todo el mundo andaba poseído del espíritu de su época, ni privado de la facultad crítica y de la capacidad para comparar, verificar y juzgar. En todos los siglos existió una conciencia moral, incluso entre cristianos, y no menos que entre «herejes». ¿Por qué no habríamos de aplicar al cristianismo su propia escala de medida bíblica, o en ocasiones incluso patrística? ¿No dicen ellos mismos que «por sus frutos los conoceréis»?
Como cualquier otro crítico social yo soy partidario de una historiografía valorativa. Considero la historia desde un compromiso ético, que me parece tan útil como necesario, de «humanisme historique». Para mí, una injusticia o un crimen cometidos hace quinientos, mil, mil quinientos años son tan actuales e indignantes como los cometidos hoy o los que sucederán dentro de mil o de cinco mil años.
Escribo, por tanto, con intencionalidad política, que no es otra sino la ilustrada y emancipadora. Siempre estaré más cerca de la «histoire existentielle» que de la «histoire scientifique». Y la cuestión, últimamente muy debatida, de si la historia es o no una ciencia (cosa que ya negaban Schopenhauer y Buckie), apenas me preocupa. Los esfuerzos (casi diría los esguinces) polémicos de muchos historiadores profesionales, deseosos de probar el carácter científico de su disciplina, me parecen sospechosos, y muchas veces no tan «científicos» como «demasiado humanos». Mientras exista el género humano habrá historia; qué nos importa que se le reconozca el predicado de científica o no. Tampoco la teología es una ciencia (si lo fuera, sería la única que no consigue averiguar nada acerca del objeto de sus investigaciones; al menos los historiadores se salvan de ese reproche), pero tiene más cátedras que otras disciplinas que sí lo son. Al menos, en Alemania federal y durante el séptimo decenio del siglo XX, había en Würzburg diez cátedras para 1.149 estudiantes de ciencias político-sociales, y dieciséis cátedras para 238 futuros teólogos. Más aún, en Bamberg, el Estado federal de Baviera, gobernado por los socialcristianos, financiaba once plazas de número para treinta estudiantes de teología. Es decir, más profesores numerarios para treinta futuros expertos en asuntos de tejas para arriba (si no abandonaban antes la carrera) que para 1.149 estudiantes de otras ciencias no tan orientadas al Más Allá.77
Tengo para mí que la historia (y habrá bastado el ejemplo anterior, que no es sino una gota en un océano de injusticias) no puede cultivarse sine ira et studio. Sería contrario a mi sentido de la equidad, a mi compasión para con los hombres. El que no tiene por enemigos a muchos, es enemigo de toda humanidad. Y quien pretenda contemplar la historia sin ira ni afectación, ¿no se parece al que presencia un gran incendio y ve cómo se asfixian y abrasan las víctimas sin hacer nada por salvarlas, limitándose a tomar nota de todo? El historiador que se aferra a los criterios de la ciencia «pura» es forzosamente insicero. O quiere engañar a los demás, o se engaña a sí mismo. Diría más, es un delincuente, porque no puede haber delito peor que la indiferencia. Ser indiferente es facilitar el homicidio permanente.
Estos juicios, que quizá parezcan extravagantes o excesivamente severos, son consecuencia del doble sentido de la noción de historia, que se refiere tanto al suceso mismo como a la descripción de lo sucedido, res gestae y rerum gestarum memoriae. Y la historiografía no es sólo grafía sino también historia, parte de la misma, puesto que no se limita a reflejarla, bajo el matiz que sea; el historiador hace historia también. Importa tener presente que la reflexión deriva en acción, que influye en las ideas y en los actos de los humanos, de sus dirigentes y corruptores, influencia que en algunos casos ha podido ser determinante. En consecuencia, toda historiografía reviste tres aspectos: «narra la historia, es historia y hace historia» (Beumann).78
Los historiadores nunca han dejado de tener una opinión excelente acerca de ellos mismos. La misma ha ido mejorando en el decurso del tiempo y nunca ha estado tan hipertrofiada como hoy, pese a todos los déficits teóricos, escrúpulos metodológicos, titubeos y autojustificaciones, pese a la diversidad de escuelas historiográfícas rivales, para no hablar de los ataques externos. «El lugar de la historia préterita-desnaturalizada es la cabeza del historiador. De la historia real, no puede conservarse en aquélla sino su contenido» (Junker/Reisinger). En el siglo XX, precisamente, los historiadores han llegado a creerse protagonistas de la historia, hasta el punto que justifican la crítica de Edward Hallet Carr: «Historia es lo que hace el historiador».79
Sin embargo, esto sólo es una parte de la, verdad. Es más importante recordar que, por lo general, se hace historia a favor o en contra de los hombres, que siempre ha gobernado una minoría para la mayoría y en contra de ella, en contra de las masas dolientes y pacientes. La regla es que la historia política se funda en el poder, en la violencia, en el crimen; y por regla general también, esto no sólo lo silencia la mayoría de los historiadores, sino que muchos prefieren alabarlo, como siempre, al servicio de los potentados y del espíritu de los tiempos. Por tanto, también es regla que la historiografía no tiende a mejorar la política, sino que por lo general «se deja corromper por ella» (Ranke)…, y la corrompe a su vez. Pues así como sería posible hacer la política en favor de la mayoría, pero más comúnmente se hace en contra de ella, también la historiografía procede en contra de ella. A nosotros, en cambio, lo que nos importa no es la revolución en el trono, sino el destino de los hombres, como dijo Voltaire. Muchos historiadores, en vez de decirse homo sum como era su deber, prefirieron dedicarse a la descripción de batallas. Y si conserva hoy su validez la sentencia de san Juan Crisóstomo, «el que elogia el pecado es más culpable que el que lo comete», entonces los que elogian los crímenes de la historia y ensalzan a los criminales, ¿no son incluso peores que éstos?80
Lo cual nos obliga a plantearnos la cuestión siguiente: ¿Qué es crimen? ¿Quiénes son criminales?
Para responder a eso no voy a citar el Código Penal, teniendo en cuenta que tales códigos tienden siempre a la reproducción de lo socialmente establecido, a expresar la ideología del Establishment, por cuanto se escriben bajo la influencia de la minoría dominante y en contra de la mayoría dominada. Yo me fundo en la communis opinio, a la que no es del todo ajena la ciencia jurídica cuando establece que es homicida el que mata a otro intencionadamente, sobre todo cuando lo hace por motivos «bajos», como quitarle sus bienes o ponerse en su lugar, por ejemplo. Sólo que la Justitia hace una gran diferencia entre matar a uno o matar a millones: sólo lo primero es crimen. Y también hace diferencia entre matar a millones y robar millones: sólo lo segundo es justiciable. Para mí, esa «justicia» no es digna de su nombre.
Pero el sentido común, que pretende tener claro quién es un criminal, también cree saber bien a quiénes convierte en héroes. ¿Quién habrá contribuido más a ello, después del Estado y de la Iglesia, sino la historiografía? En la mayor parte de las fuentes relativas a nuestra era ha predominado la tradición de los opresores, y ha sido ignorada la de las capas oprimidas. Se presenta bajo la luz más favorable a los actores de la historia, al reducido grupo de los déspotas que la hicieron; los lomos que la soportaron quedan en la oscuridad, siempre o casi siempre. De tal manera que la influencia de la historiografía, sobre todo la de los últimos siglos, puede tildarse de catastrófica. No fue hasta 1984 cuando Michael Naumann demostró en su trabajo El cambio estructural del heroísmo que, desde la época absolutista, «el poder político, las instituciones sociales, la historia y la identidad nacional tienden a “condensarse” y “personificarse” en la figura del héroe nacional», que también las masas han interiorizado los actos de tales héroes como «existencialmente representativos» y «dignos de emulación», y que «siempre han sido los historiadores los primeros en presentar como “héroes” a estos personajes».81
Ahora bien, el heroísmo, y sobre todo el heroísmo político, suele ser más a menudo la mala disposición que quiere la ruina de otros, que la buena disposición para el autosacrificio. Y si Jean Paúl dijo que la historia no sólo era la novela más verídica que jamás hubiera leído, sino también la más hermosa, seguramente no llegaremos a saber nunca qué razones tendría para decirlo. Ni tampoco por qué Goethe («en una de sus manifestaciones más conocidas», según Meinecke) afirmó que lo mejor que nos queda de la historia es el entusiasmo que ella suscita. La historia del intelecto, no diré que no. La historia del arte, indudablemente. Pero, ¿la política? ¿Esta canción malsonante?82
Sea como fuere, tenemos que Thomas Cariyie, «el virrey de Goethe en Inglaterra» presenta la Historia universal, en su obra programáticamente intitulada Los héroes y el culto del héroe {Héroes ana Hero Worship) como la historia de los grandes hombres. O lo que es lo mismo, la fuerza como fuente de la legitimidad. En ello ha coincidido la inmensa mayoría de los historiadores profesionales, a los que realmente deberíamos llamar historiadores del Estado y que, en gran parte, no son sino funcionarios estatales que adoran a esos «grandes» hombres igualmente dotados para el mal como para el bien, a tal punto que el historiador Treitschke, hijo de un general de Sajonia, llegó a censurar la lucidez moralizante que «sólo concibe la grandeza como lo opuesto al desafuero».83
Ni siquiera una cabeza tan clara como la de Hegel consiguió ver la cuestión de otro modo; pero esto no debe sorprendernos, tratándose de un intelecto que por su parte se creía en posesión de la verdad absoluta (en contradicción con el sistema desarrollado por él mismo), que se tenía por un fiel «cristiano luterano» y que en su Filosofía de la historia identificó a ésta con la revelación divina; que, por otra parte y como máximo panegirista de la autoridad estatal en su versión más intolerante, rechazó todo lo marginal, todo lo diferente, como en el caso de «la demencia de la nación judía», en algunos pasajes llamada «incompatible […] con las demás naciones», y que reserva todo su odio para los débiles y contestatarios, a los que llama «miembros gangrenados», «seres próximos a la descomposición», al tiempo que desaprueba las políticas «de paños calientes» y las «medidas suaves», como apologista que fue de la violencia, de «proceder con la máxima intransigencia», que recomendaba que el Estado debía justificarse a sí mismo «por medio de la violencia» a fin de obtener «la sumisión del hombre a la autoridad». En cuanto a «esa chusma del pueblo alemán», sería preciso reuniría en una masa «mediante la violencia de un conquistador», para obligarla a «comportarse como corresponde a Alemania». «Así, todos los grandes Estados se crearon por la violencia superior de los grandes hombres»; en coherencia con ello, para Hegel la paz, y no hablemos de la idea kantiana de la paz permanente, es una pesadilla, ya que, a largo plazo, significaría «el apoltronamiento de la humanidad» e incluso «la muerte». En cambio, la guerra tiene la «significación superior» de servir para «preservar la salud moral de los pueblos, lo mismo que el movimiento de los vientos impide que se estanquen las aguas del mar». En cuanto al «estamento militar», Hegel dice sin rodeos que «le incumbe el deber […] de sacrificarse». Ahora bien, el sacrificio (a veces eüfemísticamente llamado «abnegación») «en pro de la individualidad del Estado» es también deber general. La obediencia es el principio de toda sabiduría, como dijo ya san Agustín…, y en efecto, ese principio conduce muchas veces a la muerte «heroica». «El verdadero valor de los pueblos cultos [!] es la disposición para sacrificarse al servicio del Estado», y ya que los Estados se reconocen los unos a los otros incluso durante las guerras, y que «incluso en la guerra misma la guerra se determina como una situación pasajera», Hegel concluye que «la guerra moderna es más humana, ya que no se enfrentan personas alzadas en odio contra personas», típica idea cristiana por cierto, casi como de cura de regimiento; si Hegel hubiese conocido la posibilidad de una guerra atómica-bacteriológica-química, sin duda habría visto bellamente confirmadas sus previsiones. Dios se encarga de que todo se presente en su punto: «La humanidad necesitaba de la pólvora, y la pólvora fue inventada». La humanidad necesitaba de un Hegel, y hete aquí que apareció el maestro. Necesitaba guerras más humanas, y no le faltaron. No hay nada comparable a un pensador impertérrito, capaz de escribir incluso que los actores de la historia «merecieron la fama por hacer lo que hicieron como lo hicieron. No se podría decir cosa peor del héroe, sino que actuó inocentemente, porque el honor de los grandes caracteres consiste en soportar las culpas», en efecto, mientras que la culpabilidad vergonzosa queda reservada para los «pequeños»; a éstos, cuando son culpables, y a veces aunque no lo sean, les toca la cárcel, el nudo corredizo o la silla eléctrica. A los grandes criminales, en cambio, el elogio de los historiadores y de los filósofos de la historia.84
No falla; si generaciones enteras han tenido maestros así, ¿cómo ha de extrañarnos que se dejaran seducir por el primer aventurero que les deparase la historia? ¿No andarían mejor los asuntos de la humanidad, y también los de la historia, si los historiadores (y las escuelas) iluminasen y educasen basándose en criterios más éticos, condenando los crímenes de los soberanos en vez de alabarlos? Pero la mayoría de los historiadores prefieren difundir las heces del pasado como si hubieran de servir como abono para los paraísos del porvenir. La historiografía alemana, sobre todo, se encargó de colaborar al mantenimiento de las formas históricas tradicionales así como de las sociales, a la reproducción del «orden» existente (un orden que no es en realidad sino caos social y guerra continua, interna y externa), en vez de contribuir a derribarlo. La historiografía alemana, sobre todo, vinculó su suerte al apriorismo nacionalista. A partir del siglo XIX, entra en el remolino de la idea del Estado nacional, del optimismo patriótico y de la fe en la construcción nacional. Ella padeció desde luego esas tendencias en mayor medida que la historiografía de otros países, pero también contribuyó lo suyo a configurarlas. En cambio, la vinculación entre los procesos políticos y los sociales, es decir la historia social (que va a desempeñar un papel importante en esta obra, y que había tomado un impulso considerable a partir de finales del siglo xix), ha preferido ignorarla y casi proscribirla, porque se entendía que «nuestro Estado, nuestra política de gran potencia, nuestra guerra, están al servicio de los bienes superiores de nuestra cultura nacional», que Alemania «representa la idea de la nación en su forma más elevada» y el enemigo, por el contrario, «el nacionalismo más brutal», como afirmaba en tiempos de la primera guerra mundial Friedrich Meinecke, más tarde convertido al liberalismo de izquierdas. Y todavía después de lo de Hitler, cuando algunos empezaron a abrir los ojos, la gran mayoría de los historiadores, y no sólo dentro de nuestras fronteras (cada vez más reducidas, como resultado de aquella misma política de gran potencia), aunque desengañados de la idealización y la adoración del Estado, no obstante quieren seguir justificándolo y defendiéndolo, y ni siquiera en la historiografía alemana más reciente hallamos apenas criterios «científicos», sino la proyección de determinados intereses de la actualidad hacia el pasado, lo que ha dado lugar a «las tendencias claramente restaurativas de la historia alemana de posguerra», según Groh.85
Continúan bien arraigados en las mentes, y por desgracia no sólo en las de los historiadores, el nacionalismo político, ahora llamado «europeísmo» (que no es sino un nacionalismo ampliado para peor) y la mentalidad de gran potencia: el imperialismo, en una palabra. Es casi repugnante leer siempre las mismas justificaciones por parte de los eruditos, tanto los eclesiásticos como los no eclesiásticos e incluso los antieclesiásticos.
 Ejemplo de ello, para citar sólo uno, es la glorificación cotidiana de Carlomagno (o Carlos el Grande), un héroe casi universalmente encomiado hasta alturas celestiales: el mismo que durante sus cuarenta y seis años de reinado y perpetuas guerras emprendió casi cincuenta campañas y que saqueó todo lo que pudo en los cientos de miles de kilómetros cuadrados de su imperium Christianum (Alcuino), su regnum sanctae ecclesiae (Libri Caroliní), en virtud de cuyos méritos fue elevado a los altares en 1165 por Pascual III, el antipapa de Alejandro III, siendo confirmada la canonización por Gregorio IX y no anulada por ningún papa posterior, que yo sepa; durante mi infancia, yo todavía celebraba mi onomástica en la fecha de «San Carlos el Grande».
 Naturalmente, los historiadores no dicen que un hombre de ese calibre fuese un saqueador, un incendiario, un homicida, un asesino y un cruel tratante de esclavos; el que escribe en esos términos se desacredita ante el mundo científico.86 Los investigadores auténticos, los especialistas, usan otras categorías muy distintas; las peores expediciones de saqueo y los genocidios de la historia vienen a llamarse expansiones, consolidación, extensión de las zonas de influencia, cambios en la correlación de fuerzas, procesos de reestructuración, incorporación a los dominios, cristianización, pacificación de tribus limítrofes.
Cuando Carlomagno sojuzga, explota, liquida cuanto encuentra a su alrededor, eso es «centralismo», «pacificación de un gran imperio»; cuando son otros los que roban y matan, son «correrías e invasiones de los enemigos allende las fronteras» (sarracenos, normandos, eslavos, avaros), según Kámpf. Cuando Carlomagno, con las alforjas llenas de santas reliquias, incendia y mata a gran escala, convirtiéndose así en noble forjador del gran imperio franco, el católico Fleckenstein habla de «integración política» e incluso viene a subrayar que no se trataba «de una empresa extraordinaria […], sino de una operación que implicaba una misión permanente». Nada más cierto. Lo que pasó fue que «el Occidente», según Fleckenstein (pero casi todos los historiadores escriben así), «no tardó en dilatarse más allá de la frontera oriental de Alemania», terminología que tiende a evocar un fenómeno de la naturaleza o de la biología, el crecimiento de una planta o el desarrollo de un niño… Algunos especialistas usan expresiones incluso más inocuas, pacíficas, hipócritas, como Camill Wampach, catedrático de nuestra Universidad de Bonn; «El país invitaba a la inmigración, y la región limítrofe de Franconia daba?; habitantes a las tierras recién liberadas» ,87
 Sin embargo podríamos describir con más lucidez lo que ocurrió en realidad, y ni siquiera sería necesario que padeciese por ello la «grandeza»: «El emperador Carlos fue grande como conquistador. Ahora se le planteaba la misión aún más grande de crear un nuevo orden allí donde, hasta entonces, sólo se había presentado como destructor». Así es: primero se destruye, después se edifica un «nuevo orden». Y partiendo de ese «nuevo orden», salimos otra vez de nuestras fronteras, o bien para seguir «renovando el orden», lo que desde luego nos obliga a seguir presentándonos como destructores, o si eso no fuese posible, para continuar con las escaramuzas fronterizas; lo que importa en todo caso, es seguir creciendo.88
 Acabo de citar una antigua Historia del obispado de Hildesheim (1899), cuyo autor es un clérigo no del todo desconocido, el canónigo Adolf Bertram, caracterizado por «el realismo de los oriundos de la Baja Sajonia» (Volk, S.J.). Tan grande fue su realismo que, no conforme con celebrar la grandeza de Carlomagno, y en su dignidad ulterior de cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, no desdeñó la oportunidad de saludar a un nuevo conquistador y creador de un nuevo orden en el sur, en el oeste y en el este que, si no ha sido elevado a los altares tampoco nos consta que fuese excomulgado: Adolf Hitler, cuya anexión de Austria fue aprovechada por el primado Bertram «para expresar con el debido respeto mi felicitación y mi gratitud […] cuyo fin he dispuesto un solemne redoble de campanas para el próximo domingo». Y que todavía el 10 de abril de 1942 aseguraba «al excelentísimo Caudillo [Führer] y Canciller del Reich» que los obispos alemanes elevaban sus oraciones «por la continuación de vuestros éxitos victoriosos en la guerra […]».
 Y es que los príncipes de la Iglesia, realistas o no, estuvieron siempre que pudieron al lado de los grandes aventureros de la historia, como más adelante iremos viendo, en la medida en que a éstos (al principio) suele sonreírles el éxito. Nada impresiona tanto a los príncipes de la Iglesia como el éxito (aunque luego, a toro pasado, suelen apuntarse a la resistencia). Así, un partidario tan frenético de la primera y segunda guerras mundiales como el cardenal arzobispo de Munich Freising, el «resistente» Faulhaber, pudo afirmar que «cuando el mundo sangra por mil heridas y las lenguas de los pueblos se confunden como en Babel, entonces ha sonado la hora de la Iglesia católica». Pero ya en el siglo V (cuando san Agustín se había declarado abierto partidario de la guerra, aunque fuese la guerra ofensiva), el patriarca Teodoreto decía que «los hechos de la historia nos demuestran que la guerra nos favorece más que la paz».89
 Incluso un historiador tan importante y tan crítico para con la Iglesia como Johannes Haller se entusiasma (en 1935, dicho sea de paso) con «las hazañas del gran rey Carlos» y afirma sin rodeos que «la sumisión de los sajones era para el imperio franco una necesidad, a los efectos de la seguridad nacional, y que sólo podía llevarse a cabo por medio de la violencia sin contemplaciones, es decir que la razón no estaba del todo con los sajones. Además no hay que olvidar que se trataba de incorporar un pueblo primitivo a un Estado ordenado, es decir, de extender el imperio de la civilización humana [.. .]».90
 Debemos entender, pues, que allí donde la historia se produce «por medio de la violencia sin contemplaciones», se está extendiendo «el imperio de la civilización humana». Evidente, y así hemos continuado desde entonces en todas partes, en Europa, en América, sobre todo bajo la enseña del cristianismo: explotación interminable y descarada, y una guerra tras otra, pero…, no exageremos, hasta que por fin llegamos a la posibilidad de que desaparezca Europa o la humanidad entera, cuando el jesuíta Hirschmann reclama «el valor necesario para arrostrar el sacrificio del rearme nuclear, dada la situación actual, incluso ante la perspectiva de la destrucción de millones de vidas humanas», y Gundiach, también jesuíta, se plantea incluso la destrucción del mundo, «ya que, por una parte, poseemos la seguridad de que el mundo no será eterno, y por otra parte nosotros no somos responsables de su fin», contando desde luego con la aprobación del papa Pío XII, que consideraba lícita incluso la guerra atómica bacteriológica-química contra «los delincuentes sin conciencia». Todo esto bajo el signo de la «extensión del imperio de la civilización humana». Confesemos, pues, que no se trataba de pacificar naciones primitivas en defensa de un Estado ordenado, sino de la lucha despiadada del más fuerte contra el más débil, del más corrompido contra el (tal vez) menos corrupto. La ley de la selva, en una palabra, que es la que viene dominando en la historia de la humanidad hasta la fecha, siempre que un Estado se lo propuso (u otro se negó a someterse), y no sólo en el mundo cristiano, naturalmente.91
 Porque, como es lógico, no vamos a decir aquí que el cristianismo sea el único culpable de todas esas miserias. Es posible que algún día, desaparecido el cristianismo, el mundo siga siendo igualmente miserable. Eso no lo sabemos; lo que sí sabemos es que, con él, necesariamente todo ha de continuar igual. Es por eso que he procurado destacar su culpabilidad en todos los casos esenciales que he encontrado, procurando abarcar el mayor número posible de ellos pero, eso sí, sin exagerar, sin sacar las cosas de quicio, como podrían juzgar algunos que, o no tienen ni la menor idea sobre la historia del cristianismo, o han vivido totalmente engañados al respecto.
 Que toda política de fuerza estuvo siempre acompañada de una discusión teológica, que por ejemplo «la labor teológica» continuó durante la lucha contra el arrianismo y que «no toda la vida de la Iglesia se agota en las luchas por el poder entre las facciones» (Schneemelcher) es cosa que nadie niega, y que se cumple para toda la historia del cristianismo. Pero el autor, después de leer tantos plagios al cabo del año, no tiene una gran opinión de la labor teológica ni de la vida de la Iglesia. Muy al contrario, porque considera que sólo sirven, con sus mentiras dogmáticas, sus justificaciones homilíticas y el adormecimiento litúrgico de las conciencias (las dudas que el sermón no haya despejado, las ahoga el estruendo del órgano), a la lucha descarnada por el poder, de la que siempre fueron y siguen siendo instrumentos.92
NOTAS
Los títulos completos de las fuentes primarias de la antigüedad, revistas científicas y obras de consulta más importantes aparecen en las pp. 315 y ss. Los títulos completos de las fuentes secundarias se reseñan en las pp. 322 y ss. Los autores de los que sólo se ha consultado una obra figuran citados sólo por su nombre en la nota; en los demás casos se concreta la obra por medio de su sigla.
Introducción general: sobre la temática, la metodología, la cuestión de la objetividad y los problemas de la historiografía en general
1- Deschner, Aphorismen 50.
 2-Nietzsche,II1234s.
3- Lichtenberg, Sudelbücher 423.
 4- Canetti37s.
 5- Dieringer, 103 s. V. Balthasar, Warum 17. Dirks ibíd. 46 s. Rost, Katholische Kirche 272. Cf. 45 y del mismo, Fróhlichkeit 37,184 s. Orlandis/Ramos-Lisón, 175s.Wolpert,89.
 6- Cf. la relación en Brox, Fragen zur «Denkform» der Kirchengeschichte, ZKG 1979,4 s. Rudioff 130 s.
 7- Rost, Katholische Kirche 27.
 8- F. Schiller, Kleinere prosaische Schriften, Crusius, Leipzig 1800, 2 parte, 28 Cit. s/Lóhde, Das pápstíiche Rom 76. Goethe, Italienische Reise, 28-8-1787. Cf. Von Frankenberg, Goethe 153 ss, en esp. 169. Saurer, Kirchengeschichte 157 ss. Blaser/Darlapp, Heilsgeschichte II 299 ss, 312 ss. Deschner, Hahn, anexo «Goethe und das Christentum» 599 ss.
 9 Francisco de Sales, cit./s Rost, Katholische Kirche 170. León XIII, «Satis Cognitum» Acta Leonis XIII vol. 16,160.
 10 Deschner, Ausgetreten 7 ss, esp. 14. El mismo, Un-Heil 111 ss esp. 118. El mismo, Opus Diaboli 115 ss, esp. 122.
 11 K. Bornkamm, Kirchenbegriff 445 ss; Ebeling y Rendtorffcit. ibíd.
12 Wagner, Zweierlei Mass 121 s. Sobre la diferenciación entre historia profana e historia eclesiástica cf. p.e. Meinhold, Historiographie 12 s; Saurer, Kirchengeschichte 159; Meinhold, Weltgeschichte; Weth, Heilsgeschichte 2 ss; Bláser/Darlapp, Heilsgeschichte II 229 ss, 312 ss.
 13 V. Balthasar, Theologie 53
 14 Cf. p.e. los títulos de J. de Senarclens «Le mystére de 1′histoire», 1949, o de J. Daniélou «Essai sur le mystére de 1′histoire», 1953, o del mismo Geheimnisse 15. También el clarividente ensayo de Saurer, Kirchengeschichte 160 ss. Ott, RGG 3, 186. Jedin cit. s/ Saurer, cf. en ibíd. las reseñas de fuentes originales.
 15 Toynbee, Weltgeschichte 1220,396. Momigliano, The Conflict 10.
 16 Heer, Kreuzzüge 24 ss, 40 ss, 64, 79,105. Kawerau, Mittelalterliche Kirche 131 s.
 17 Braudel, Die lange Dauer 174. Heer, Kreuzzüge 6 s, 103. Grupp, Kulturgeschichte V 146 s. V. Boehn, Die Mode 58. Kühner, Die Kreuzzüge 14-10-1970,2-9. Deschner, Heilgeschichte passim. El mismo, Un-Heil 25 s.
 18 Revolution in Bolivien 1971, en: Antonius, julio/agosto, 4/1973,136 s.
 19 V. Schubert, Geschichte I 283 ss, II 475. Sobre la fábrica vaticana de municiones 1935: Yailop 134.
 20 Grupp, Kulturgeschichte II 125 s, IV 446. Gerdes, Geschichte 15. Stamer, Kirchengeschichte 145 s. Daniel-Rops, Frühmittelalter 608. Heer, Mittelalter 92 s, Hoeckendijk 105.
 21 Capitulatío de partibus Saxioniae, M.G. Fontes iuris Germanici antiqui in usum scholarum, Leges Saxonum u. Lex Thuringorum. ed. C. v. Schwerin, 1918,37 ss. Cap. Sax. 45 ss. Hauck, Kirchengeschichte II 350 ss. Winter-Günther, Die sáchsischen Aufstánde 44 ss, 73 ss. Voigt, Staat und Kirche 325 s, 332. Schnürer, Kirche I 357 s, 395 s. V. Schubert, Geschichte I 336. Epperlein, Kari 37 s. Braunfeis, Kari 45 ss.
 22 Palad. Hist. Laus. 32; Poen. Paris. 26; Poen. Cumm. 4,1; Lex. Al. 7. Frusta 25. Kober, Züchtigung 5 ss, 22 ss, 376 ss, 433 ss con muchas reseñas de fuentes. Schmitz, Bussdisciplin 222. El mismo, Bussverfahren 53. Dresdner 23 s. Stoll 272. Poschmann, Kirchenbusse 146. Grupp, Kulturgeschichte I 275, 288, 436, II 305 ss, III 349. Hauck, Kirchengeschichte I 250. Schnürer, Kirche II 183. His I 510, 549. Andreas 83 ss. V. Hentig 1129,387, II 172 s. Ziegler, Ehelehre 135.
 23 Yailop 130 ss, 150 ss, 172 ss, 194 s. Mohrmann 51 ss. Lo Bello 216 ss, 255 ss, 267 ss, cf. también 61 s. Cf. además Deschner, Heilsgeschichte, II 288 ss. El mismo, Kapital 299 ss. Süddeutsche Zeitung 19-3-1986; 20-3-1986 (citando a Time); 21-3- 1986; 22/23-3-1986; 24-3-1986.
 24 Cf. p. e. Dresdner 35, 61 ss, 73 s. Kober, Deposition 706. Hauck III 565. Dresdner 35, 61 ss, 73 s. Haller II. Kawerau, Mittelalterliche Kirche 95. Toynbee,
Weltgeschichte 465. Weitzel 16 s. Lo Bello 184 ss, esp. 188 s.
 25 Speyer, Fálschung, literarische, RAC VII 1969, 242 ss, 251 ss. El mismo, Religióse Pseudepigraphie 238. El mismo, Die literarische Fálschung 300 ss. Schreiner, Zum Wahrheitsverstándnis 167 ss. Fuhrmann, Einfluss und Verbreitung 68 ss, 76 ss. Cit. aquí algunos pasajes de T.F. Tout, «Mediaeval Forgers and Forgeries» (1918-1920), donde dice p. e.: «It was almost the duty of the clerical class to forge», en cambio las mentiras de otros las juzgan como sacrilegas.
 26 Apg. 4,13: «Homines sine litteris et idiotae», llaman, en la traducción latina, los sacerdotes judíos a los apóstoles de Jesús. V. Soden, Christentum und Kultur 8 ss. Gregorovius I, 1239 s. Cf. también Deschner, Hahn 292 ss, 302 ss. RAC Christianisierung (II) der Monumente, 1954, 1230 ss, IV 64. Schuitze, Geschichte 248. Cf. Kriminalgeschichte 1503 ss, esp. 505 ss.
 27 Harnack, Mission 2.a ed., I 75. V. Boehn 33. Lietzmann, Geschichte III V. Schubert, Bildung 105. Illmer 27 ss. Dannenbauer, Entstehung 1147 ss, II 50 ss, 66 ss, 73 ss. Más detallado en Kriminalgeschichte III.
 28 Manhattan 87. Citado de la ed. alemana 84. H. Thomas, Bürgerkrieg 45. Cf. también la nota siguiente.
 29 A la cuestión de cómo se debe enseñar al hombre, Tomás de Aquino contesta de la manera siguiente: «Que lea un solo libro». Cf. Donin, Leben II 82. Hauck, Kirchengeschichte V 341. Hertiing, Geschichte 156. Heer, Mittelalter 13 ss, 403, 484,479 y el mismo, Abschied 170. Morus 142 s.
 30 Objetivitát 214. Droysen, Historik 354.
 31 Ranke, Werke 1887,318. Braudel 167. Lutz 320 ss.
 32 Nipperdey 33 ss. Cit. 49. Aydelotte, Das Problem 218.
 33 E. Burke, ci. s/Meinecke, Historismus 286. Cf. también nota 58.
 34 Froher Glaube, D. Soeller/K. Munser, Das Evangelium ais Inspiration, Impulse zu einer christiichen Praxis, 1971. J. Scherer, Warum liebe ich meine Kirche? Ein Weckruf für Jugend und Volk, 1910. F. Jürgensmeier, Der mystische Leib Christi ais Grundprinzip der Asketik. Aufbau des religiósen Lebens und Strebens aus dem Corpum Christum mysticum, 1938. K. Adam, Der Christus des Glaubens. Vorlesungen über die kirchiiche Christologie; 1954. El mismo, Christus unser Bruder, 1934. G. Rippel, Die Schónheit der katholischen Kirche, dargestellt in ihren áusseren Gebrauchen in und ausser dem Gottesdienste für das Christenvolk, 1911. L. Rüger, Geborgenheit in der katholischen Kirche. Katholisches Familienbuch, 1951. Rost, Die Fróhlichkeit in der katholischen Kirche, 1946. A. Doerner, Sentiré cum Ecciesia. Ein dringender Aufruf und Weckruf an Priester, 1941. H.J. Müller, Beichten – ein Weg zur Freude. Ein Büchiein vom rechten Beichten, 1961. Th. Ballsieper, Das gnadenreiche Prager Jesulein, 1968. A. Frossard, Gott existiert. Ich bin ihm begegnet, 1970. D. Considine, Frohes Gehen zu Gott, 1928. L. Drenkard, Mit dem Rosenkranz in den Himmel. Der grosse Segen des Rosenkranzgebetes, 1935. A.M. Weigí, SOS aus dem Fegfeuer, 1970. J. Neuháusler (ed.), Heldentum in der christiichen Ehe, 1952.
34a. H. Mohr, Der Held in Wunden, Gedanken und Gebete, 1914. Pastor Zeissig, Kriegs-Pfíngst-Predigt über Hesekiel 36, 26-27 gehalten am 1. Pfíngstfeiertag, den 23. Mai 1915 in der Jakobikirche zu Dresden. A. Titius, Unser Krieg. Ethische Betrachtungen, 1915. F. Koehier, Das religiós-sittiiche Bewusstsein im Weltkriege, 1917. El mismo, Der Weltkrieg im Lichte der deutsch-protestantischen Kriegspredigt, 1915. Conrad, Kampf und Sieg. Krafreitags- und Ostergedanken ais Gruss aus der Heimat für Heer und Marine, s/f. Estevant/Schneider (ed.), Katholisches Gesang- und Gebetbuch für die Kriegsmarine, 1941. Feldgesangbuch für die evangelischen Mannschaften des Heeres, 1914. J. Preau, Priester im Heere Hitlers, 1962. J.M. Hócht, Maria rettet das Abendiand. Fatima und die «Siegerin in alien Schiachten Gottes» in der Entscheidung über Russiand, 1953. Todos los demás títulos en M. v. Faulhaber (ed.). Das Schwert des Geistes. Feldpredigten im Weltkrieg.2ed.l917.
 35 Lichtenberg, Sudelbücher 379. Goethe, Venezianische Epigramme Nr. 67 y Fragment vom Ewigen Juden; cf. anexo «Goethe und das Christentum» en Deschner, Hahn 599 ss.
 36 Sobre los autores citados cf. Deschner (ed.). Das Christentum I y II passim. Sobre Hebbel: Ahiheim, Hebbel, en Deschner ibíd. 1300 ss, esp. 304 ss.
 37 Stegmüller, Glauben 7.
 38 Sobre Chiadenius cf. Koselleck, Theoriebedürftigkeit 50, y además Schaff, Der Streit 33 ss, esp. 38 ss.
 39 Cit. s/P. Kluke, Neuere Geschichte, p. 154.
 40 Mommsen, Die Sprache 77 s. Schaff, Der Streit 38 ss.
 41 Bacht, Die Rolle 202, nota 27.
 42 Tondi216.H.Maier281s.
 43 Braudel, p. 182, Aydelotte, Das Problem 224. Beard 74 ss. Schaff, Geschichte und Wahrheit 87 ss.
 44 Cf. Mommsen, Die Sprache 60 ss. Koselleck, Vergangene Zukunft 280 ss. Jauss 415 ss. Acham, p. 107.
 45 Koselleck, Theoriebedürftigkeit 47. Acham, p. 108 ss.
 46 Groh321ss.
 47 L. Halphen, Introduction á 1′histoire, 1946,50. Cit. s/Braudel, p. 169 s. Berlin 70. Aron 19. Schaff, Der Streit 33 ss, especialm. 36 ss. Bobinska 16 ss, 28 ss. Ludz/Rónsch 71 ss.
 48 Ranke, Werke vol. 33/34 p. VII; vol. 15 p. 101; vol. 43/44 p. XVI. El mismo, Das Briefwerk 518; cf. al respecto Vierhaus 63 ss.
 49 Schieder, Unterschiede 379 s. Popper 332. Cf. al respecto H. Rutte, Kari Popper und die Geschichte 111 ss.
 50 F.G. Maier, Der Historiker 83 ss. White 41 ss, Mommsen, Die Sprache 57 ss y bibliogr. en 60 s. Ranke, Werke vol. 33/34 p. VII. Cit. s/W. Hardtwig 185.
 51 Ludz/Rónsch 69 ss. Faber 9 ss.
 52 Treitschke, Deutsche Geschichte vol. V p. V. Péguy 80.
 53 Cf. carta de H. v. Sybeis a Waitz, mayo 1857, cit. en W.J. Mommsen, Objektivitát und Parteilichkeit 143. Barraclough 222.
 54 Th. Mommsen, Rómische Geschichte I 407. Más citas en Ch. Meier, Das Begreifen208.
 55 Otto Gerhard Oexie escribió en 1984 que el alegato de Nietzsche a favor de una historia no científica, sino crítica y puesta al servicio de la vida podía interpretarse como negación directa de lo afirmado por Ranke en 1824 en el sentido de que «no le incumbe a la Historia el pronunciar un juicio sobre el pasado» ni «el aleccionar al mundo actual en provecho del porvenir», sino simplemente «el mostrar lo que ocurrió en realidad».
 56 Dicho por Weber en su famosa lección inaugural de Freiburg (1895): «La economía política como ciencia explicativa y analítica es internacional, pero en cuanto formule juicios de valor queda ligada a la determinación humana que hallamos en nuestra propia manera de ser. […] El legado que hemos de dejar a quienes nos sucedan no tiene por qué ser de paz ni de felicidad, sino el de la lucha eterna por la conservación y mejoramiento de nuestro modo de ser nacional». Después de la primera guerra mundial Weber extremó todavía más sus posturas nacionalistas. M. Weber, Politische Schriften, Tübingen 3 ed. 1971,13 s. Cf. al respecto H. Lutz, Aufstieg und Krise der Neuzeit. Bemerkungen zu deutschen Interpretationen von Dilthey bis Horkheimer, 34 ss, esp. 36 ss. Cf. además H. von der Dunk, 1 ss. Rüsen, Werturteilsstreit 84 ss.
 57 Meinecke, Werke IV 68. Schieder, Unterschiede 366.
 58 Cit. en F.G. Maier, Der Historiker 91. L. Wittgenstein: Bemerkungen über die Grundiagen der Mathematik, cit. en Stegmüller, Metaphysik p. V.
 59 Junker/Reisinger424.
 60 Croce77.
 61 Aydelotte, Das Problem 225.
 62 Ibíd. 214. Del mismo, Quantifizierung 251 ss. Gottschalk 208.
 63 Cicerón, De orat. 2,62.
 64 HáringI414s.
65 Altrneyer 10. Volk, Zwischen Geschichtsschreibung und Hochhuthprosa 200. El mismo, Hitlers Kirchenminister 312,216 s. Cf. también mi crítica, lamentablemente desterrada al aparato crítico (aunque con mi autorización) en Heilsgeschichte II 560 ss, nota 320.
 66 Volk, Zwischen Geschichtsschreibung und Hochhuthprosa 196. Tondi 146.
 67 Dempf, Geistesgeschichte 138.
 68 Kotting, Religionsfreiheit 29.
 69 August. Serm. 80,8.
 70 Ibíd. 311,8,8.
 71 Acerca de Voltaire y Montesquieu cf. comentario y cita en Meinecke, Historismus 81 y 157.
 72 Gauss320ss, 338ss.
 73 V. Glasenapp 15. Mensching, Soziologie 111.
 74 K. Wilheim, H.B. Metz, K. Rahner, E. Wolfy otros 249 s.
 75 Cit. en Kühner, Gezeiten 1199.
 76 Cit.ibíd.
 77 Mynarek, Herrén und Knechte 250 s. El mismo, Verrat 202.
 78 Beumann, Wissenschaft vom Mittelalter 8.
 79 Junker/Reisinger 461. Carr 26.
 80 Voltaire, Essai c. 83, cit. s/Meinecke, Historismus 106. Ranke, cit. s/Schieder, Unterschiede 380 nota 31. Crisóstomo, Comentarios sobre las Epístolas a los Romanos 6. Hom. c 2.
 81 Naumman 67; el subrayado es mío.
 Meinecke, Historismus 565.
 83 V. Treitschke, Aufsátze 57. Cf. también Kindermann/Dietrich 123.
 84 Lówith/Riedel 306 ss. Hegel 552. Messer 103 ss, esp. 119 ss. Naumann 80 ss.
 85 Meinecke, Práliminarien 81, 95. Cit. s/H. Lutz, Aufstieg und Krise 44, cf. también 42 ss. Iggers 328. Groh 322 ss, cita en 327.
 86 Lo que algunos valoran como falta de seriedad aparece, por ejemplo, cuando se recensiona un libro cuyo autor no sea «historiador de carrera» (lo que ya de por sí» en nuestro país, constituye un veredicto abrumador): la «expresión desenfadada», que se lamenta; o cuando se habla de una mujer «de formas excepcionalmente amplias» o se dice que «Franz Egon von Fürstenberg puso en el mundo once hijos» o «que la cosa no salió bien», es decir giros atrevidos que según el crítico «sería preferible se hubiesen evitado» (E. Hegel comentando el libro «Die Goldenen Heiligen» de J.C. Nattermann en el periódico Rheinische Vierteijahrsblátter 1962,265).
 87 Kámpf, Das Reich im Mittelalter 29. Fleckenstein, Das grossfránkische Reich 270. El mismo, Grundiagen 156. Wampach 247. Wampach fue también director del archivo oficial de Luxemburgo; su texto hace referencia a las luchas entre Radbod y Pepino.
 88 Bertraml9s.
 89 Theodor, h.e. 5,41. Lewy 218 s. Cf. archivo diocesano de Aquisgrán 30076. Winter, Die Sowjetunion 222. Volk, Die Kirche 540. Faulhaber en su sermón de Cuaresma del 16 de febrero de 1930, cit. en Lóhde 51. Más comentarios sobre Faulhaber en Deschner, Mit Gott 164 ss y passim.
 90 Haller,Entstehung320.
 91 Cit. en Miller, Informationsdienst zur Zeitgeschichte 1/62 haciendo referencia a StDZ 7/58. Gundiach 13. Purdy 157 s. Con más extensión en Deschner, Heilsgeschichte II 417 ss.
 92 Schneemelcher, Aufsátze 317.

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Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Dashiell Hammett

 

Hace un tiempo vino un escritor conocido a la librería acompañando a su mujer que venía a retirar un libro. El escritor en cuestión que supo armar un gran catalogo alguna vez para Planeta al entrar solo tubo ojos para mirar los lomos y títulos de los libros. Su mujer, un amigo mio y yo no existíamos, solo las estanterias de la librería en la que se hundió a revolver y buscar como un niño que se arroja feliz en un pelotero persiguiendo vaya uno a saber que tesoro que solo él puede soñar y encontrar.
En un momento me menciono la biografia de Chandler y se la mostre y le dije que tambien tenía la de Hammett. Sí, me dijo, la vi, esta ahí abajo.
Entonces nos pusimos a hablar de Hammett y le comente que me sorprendio al leer el libro que le dedica Otto Friedrich  al Hollywood de los 40 cuando escribe de Hammett porque lo trata de chanta. Friedrich es interesante, tiene un libro sobre la Alemania de los años 20 y una biografía sobre Glenn Gould  donde hace una lectura de la musica norteamericana del siglo XX y que mirara con tanta desconfianza a Hammett me desconcertaba, amen, de que era la primera vez que leía a un escritor interesante criticando su figura publica.
A lo cual, el escritor, sin dejar de mirar y revolver libros – se llevo la Historia del automóvil de  Ilya Ehrenburg – me dijo:
No se que carajos dijo ese tipo, ni me importa, sencillamente no tiene razón. Hammett es lo más.
 ***
Estas líneas se desprenden de otras que deslice en Facebook y que dicen mas o menos asi:
ya que pasamos por un dia de huelga
y tropece
una vez mas con hammett
y seguire trompezandome
con este hombre
que fumaba
tanto como yo
o quiza mas
lo que es decir
mucho mucho mucho
en fin
nada
hammett
se hace conocido
y pasa a la historia de la literatura
de la concha de la lora
por un librito
que se llama
cosecha roja
que contaba ese librito
un pueblito de mierda
donde habia una mina de no se que carajo
estoy escribiendo
solo valiendome
de los recuerdos de mis lecturas
ok
el detective
sam pikc???
el detective gordito y retacon
de hammett
bien
va ahi a poner orden
al pueblo
donde todos son mas o menos
jodidos
la policia, los obreros, los ganster
el comisario y tu mama tambien
ok
el cuentito si no sos un analfabeto
mas o menos lo conoces
o lo recordas
lo que muchos no saben
es que esa novela
esta inspirada
en las propias vivencias de hammett
como detective privado en la decada del 20
y la historia que narra ahi
sucedio
resulta
que en estados unidos
en las primeras decadas del siglo XX
las agencias de detectives
entre otros servicios
ofrecian detectives
para ir a romper huelgas obreras
no te olvides que estados unidos
aunque sea una historia
poco contada y bien tapada bajo
la alfombra
tuvo una larga lucha de peleas obreras
anarcosindicalistas y socialistas
¡el primero de mayo existe
porque se juzgo y asesino
el estado norteamericano
a anarquistas por defender
sus derechos!
bien
hammett
trabajaba para una de estas
agencias de detectives
que se dedicaban
a romper huelgas
a destrozar huesos de obreros
sindicalizados
y otras delicatesen
bien
y la historia de
la novela
cosecha roja
(de la cual chandler dice
que es el punto de inflexion
donde se agarra al jarron de la dinastia ming
que esta en un cuarto de una habitacion
victoriana
y se lo arroja a la calle
quitandole al policial
sus
artilugios matematicos
y dotandolo
de la mierda de la vida misma)
retomo
me perdi
cosecha roja
cuenta
basicamente
un caso que tuvo que resolver
hammett
para la agencia de detectives
para la que trabajaba
en que consistia el caso???
en ir a romper una huelga obrera
en un pueblo minero
hammett
años despues
revertiria estos actos miserables
con los que tuvo que ganarse la vida
siendo un pibito
dando clases todos los jueves hasta su muerte
sobre socialismo en una catedra libre
de no se que facultad
y cuando todos los alcahuetes
empezaron a bailar
al ritmo del chinghi chingui
del senador McCarthy y sus brujas trolas
el viejo, enfermo
sin poder escribir una puta linea
hacia años
y se sentaba todos los putos
dias a escribir y no le salia una mierda
y lo siguio intentando hasta el fin
bien
en ese contexto
miro a dj McCarthy y sus brujas trolas
y en lugar de alcahuetear
gente
marcho a la carcel
un beso grande hammett
te quiero mucho

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Facebook
El Muñequito Liefeld Puteador

 

El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.
Historia criminal del cristianismo, Karlheinz Deschner

 

I
Acabo de recibir este mensaje de Facebook:
Al usar nuestros servicios a partir del 1 de enero de 2015, aceptas las actualizaciones de nuestras condiciones, política de datos y política de cookies y, además, aceptas ver anuncios mejorados según las aplicaciones y los sitios que usas. Obtén a continuación más información sobre estas actualizaciones y cómo controlar los anuncios que ves.
Y despues de leerlo lo unico que se me ocurre pensar es lo siguiente:
¿por qué no me chupas la pija facebook?
II
bueno, parece que este mundo horrible y doloroso quiere volver mi cotidianidad un infierno. bueno. no lo va lograr, porque siempre vivi en el infierno, cocinandome a fuego lento como un pollito al spiedo.
bien.
por un momento me voy a poner el traje de lanata gay
me prendo un pucho, me armo una raya y me sirvo un rico wiskhy.
y ya soy lanata gay
puto puto puto puto…
si, a vos te hablo florencio randazzo
decile a tu jefa que
que a papa mono con banana verde, no
a ver
acabo de recibir un mensaje te texto a mi celular
copio numero
15 2 663 5425
¿quien me escribe?
¡FLorencio Randazzo!
¿Lo habra mandado la presidenta para invitarme a comer un lechon a la quinta de olivos?
aclaro que no comparto una mierda su mirada politica con cristina pero podria sentarme a comer un asado con ella y charlar de politica y otras boludeces con un rico asado y buen vino y wiskhy y rico «postre» ¡por favor que no falte el postre!
es un digno enemigo cris
el resto de los mamertos de sus filas como de las de la vereda de enfrente y toda la patria periodistica no compartiria ni un hola, porque son unos terribles pelotudos
bien
randazzo
me mandaste un mensaje de texto
y ustedes, si, ustedes, se preguntaran qué decia
te lo voy a contar esta operación que me acaba de hacer el gobierno
porque soy lanata gay
puto puto puto puto
te leo el mensaje
«vos ya tenes el nuevo DNI, no tenes que renovarlo. si tenes dudas consutlawww.mininteriro.gob.ar . ministro florencio randazzo»
bueno randazzo
para que quede rengo de una nariz
ya vuelvo puto
ya esta
a ver
me estas mintiendo
yo tengo el dni que me saco mi mama cuando naci
es el unico que tengo
y me gustaria seguir teniendo ese
y no el nuevo
pero en todo caso
me estas mintiendo floripondio de meo
jamas en mi vida tramite un DNI
asi que quien te informo que yo ya lo tengo
el nuevo DNI
Flor de pelotita
no me vas a hacer pisar el palito para que no hable mas
florencio
no me rompas la pelotas
no me mientas
y por favor
no me mandes mas mensajes a mi celular
a no ser que sea de parte de la presidenta
que me invita a cenar
ok
ahora anda a laburar
y dejar de perder el tiempo mandando mensajitos
con pescado podrido
III
hace un rato fui a tomar el subte del pito triste de macri
y obviamente habia demoras
y obviamente nadie putea a macri porque es un reverendo hijo de puta
si me estoy acordando de papa macri
el que dice que ya no coge pero le gusta que cuando terminan
de hacerle un mesaje le chupen la pija
sic.
y no se si te acordas que fundio el correo argentino
este hijo de puta que se fue a china y nos dejo
al pelotudo de su hijo
que aparentemente en la ciudad todos lo quieren
(¡ah, leyeron el nuevo libro de santilli
La ciudad verde!
¿quien habra sido el sorete de Puan o Marcelo T.
que le escribio el libro al colo?)
bien
cuando llego a la boca del subte
de mi casa
pasa sobre rivadavia una columna
de unos tres mil manifestantes
me quedo fumando y viendo pasar
la manifestacion
como si fuera un servis
un chico de la SIDE
que mira y controla y anota
y todos los que pasaban
niños, mujeres y hombres
se parecian a
eulogia (la novia de Inodoro Pereyra)
y al gauchito de fontanarrosa
y me acorde de unas palabras de un sociologo y ensayista argentino
del cual no dare el nombre
porque no me interersa ampararme en su apellido para
decir lo mismo que el:
la gente pobre es fea
tienen cuerpos feos
y otro sociologo y escritor
escribio
feo es ser pobre
todo lo demas se agrega por añadidura
viendo esta marcha
de inodoros pereyras y eulogias
me acorde de las palabras
de estos dos
escritores y ensayistas
IV
paso corriendo por la libreria
y salgo rajando a llevar unos libros al correo
en la vereda me encuentro a un vecino
que me mira mal
me odia
no me aguanta
anoche charlando con un cliente que me vino a comprar
un libro de historia
estuvimos charlando de política
y como cuando yo charlo y me engancho
tiendo a querer que el mundo me escuche
todo el edificio se entero
de que para mi
los ahorristas del 2002
son tan soretes y traidores a la patria
y tan humanos y argentinos
como Menem duhalde y de la rua
el chacho alvarez no
ese es el sorete mayor
una basura humana
cobarde puto
me cago en vos
pero sacando a los eichmann alvarez
el resto son todos
somos todos mas o menos
una misma massa de porqueria
y claro que deje en claro
que para mi la clase media
es un mal necesario pero una porqueria
que es la peor basura de este pais
que tanto con el menemismo
como con el kirchnerismo
se fueron de vacaciones a
europa y brasil y nueva york
y se compraron plasmas de cinco mil pulgadas
para ver el mundial
ahhhh
pero para ellos
que son los favorecidos de la fiesta
miserable
pero fiesta al fin
todo es dictadura
y todos roban
¿y vos clase media
no robas?
¿o sera que sos tan inutil
que no te da para robar?
cualquier sorete de clase media
que critica a cristina o el carlos
por corruptos
yo estoy convencido que los critican
porque envidian
lo buenos ladrones que ellos imaginan
que son «los politicos»
bien
y que se yo
despacho los libros
en el correo de angel gallardo
y paso por ambrosetti
por la panaderia del frances
Boulangerie Boulangerie Franck Dauffouis
compro dos baggettes
y sigo
entro en Los Cachorros
y charlo con el dueño
de la libreria un momento
sobre pan y panaderias
(yo fui panadero
era uno de los encargados
de sacar toda la produccion
de la noche de una cooperativa
junto a otros dos compañeros)
y bueno
charlamos dos minutos de panes
y segui
y cuando llegue a la libreria de vuelta
me cruzo con otro vecino
una vieja
que deve tener como 75 años
y que siempre que me ve
me dice lo mismo
«por favor cierren la puerta con llave»
y la verdad que si fuera
un ser humano de verdad
tendria que patearle la cabeza
que triste es llegar a viejo
y tan pelotudo
cuya unica preocupacion
sean
los ladrones y que este serrada la puerta
si te vas a morir vieja de mierda
por que no te relajas
llamas a un taxiboy
y que te coja bien cogida
y te fumas un porro y dos rayas de merca
y compras un rico wiskhy
y salis a pasear y a tomar un cafe
y a vivir y volves a llamar al taxiboy
para qye te de mas masa
si el viejo forro de tu marido
que yo lo conoci
terrible pelotudo
seguro jamas te cogio bien
loco
llegar a viejo
solo para molestar a otros
con que cierren bien la puerta de calle
y estar siempre esperando que te roben
bueno
ese es y sera el futuro de toda la clase media argentina
terminar
siendo una vieja mal cogida
que solo puede esperar
que un pibe chorro le robe
que te puede robar
clase media argentina
vieja y chota
un pibe chorro???
si no tenes nada
si no sos nada
salvo
tu miserabilidad
tu mesquindad
tu odio hacia lo popular
tu egoismo dolarizado
tu alcahuetismo traidor frente a cualquier
defensa de lo colectivo
tu voracidad criminal que si te dan la oportunidad
te volves un
capo de campo de concentración
V

El muñequito liefeld puteador Francisco Giarcovich Libros Kalish

Collage hecho por el músico y escritor Francisco Giarcovic.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Jorge Luis Borges Juan Carlos Onetti Charly Garcia Inodoro Pereyra Roberto Fontanarrosa Libros Kalish Juan Pablo Liefeld 15C
¡Dame Power, cambiame la música!

 

Para este collage se usaron los siguientes elementos: un Charly García, un Jorge Luis Borges, un Inodoro Pereyra, un Juan Carlos Onetti, un Clics Modernos, un Muñequito Liefeld Puteador, un Monje Zen Rebentado, una lengua de los Rolling Stones y un leve desasociego porque mañana no abra 15C.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Aristipo Libros
Patricio Rago *

 

El lunes compré un lote de libros. Fui a un quinto piso en Uruguay y Perón y me llevé lindas cosas: mucho psicoanálisis y novelas importantes como «El obsceno pájaro de la noche» de Donoso, o «Hijo de hombre» de Roa Bastos. No eran más de cien.
Hoy cuando los revisaba (siempre los abro y miro si están rotos o tienen anotaciones o subrayados), agarré “El reino de este mundo” de Carpentier, dentro tenía un papelito que decía:
“Abuelo, te presto este libro, por favor no me lo pierdas”.
Sonreí.
Seguí revisando los libros.
En “El zorro de arriba y el zorro de abajo” de Arguedas, había otro:
“Abuelo, te dejo este libro, ¡pero no te olvides que todavía me debés el de Carpentier!”

 

* Patricio Rago es escritor y librero.

 

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Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Arnold Schönberg
(o de las virtudes de no ser un alcahuete lameculos como vos)*
Juan Pablo Liefeld

 

“Para mí, un artista es semejante a un manzano. Cuando llega el momento, tanto si quiere como si no, florece y empieza a dar manzanas. Y así como un manzano ni sabe ni pregunta por el valor que los expertos del mercado atribuirán a sus frutos, tampoco un compositor auténtico pregunta si su obra gustará a los expertos (…).”
Arnold Schönberg refiriéndose a George Gershwin

 

Arnold Schönberg era un pelado botón que si te lo presentaban como el hermano gemelo de Alberto Olmedo te la comias doblada. Y fue uno de los primeros inmigrantes de una nueva especie en llegar a Los Angeles, la de los que huían del desastre político. Al principio habían sido los traperos y tonadilleros, los Mayer, los Warner, los Cohn, que habian llegado para matar el hambre y atracarse con lo que pudieran encontrar. Luego acudieron los cosmopolitas, los actores y directores que habían ya alcanzado el triunfo en Berlín o Londres – una Greta Garbo o un Ersnt Lubitsch, por ejemplo – y que habían firmado suculentos contratos para acudir a Holywood con objeto de trabajar para los Mayer, los Warner y los Cohn. Arnold Schönberg, el pelado boton que se parecía a Olmedo y era el distinguido compositor de Noche transfigurada y Pierrot lunaire y el creador del sistema “serial” o dodecafonico, que según él “aseguraria la supremacía de la musica alemana durante los cien años siguientes”, llegó casi a los sesenta sin haber tenido en ningun momento la menor intención de acercarse, ni por asomo, a Los Angeles donde en minutos la vieja de James Ellroy seria asesinada brutalmente y tirada en un baldío.
Orgulloso de su cargo vitalicio de profesor de la Academia de Música de Berlin, ya en los primeros años del régimen nazi se dio cuenta de que aquel cargo vitalicio no significaba nada. Encontrandose de vacaciones en Francia en el verano de 1933 – aquel año fatidico para Martin Heidegger a partir del cual los alcahuetes no dejarian de romperle las pelotas con boludeces hasta el dia de su muerte – le dijeron que estaría en peligro si volvía a Berlin. Se sintió aturdido y ofendido. Catolico por educación, convertido al protestantismo dureante su juventud, se dirigió pese a ello a la principal sinagoga de Paris y solicitó se lo admitiera en la fe judía. Luego, con su mujer y su hija, partió para el exilio. Solo un oscuro periodista fue a recibirlo cuando llegó a Nueva York; éste recordaría muchos años después que “era un león, un león, no hay otra forma de describirlo a este pelado botón”. La Sociedad de Compositores (League of Composers) le preparó un concierto en el Teatro Municipal y el publico aplaudió con sumisión incluso las disonancias del piano, que acompañaba a la cantante en clave distinta. Cuando se puso a buscar trabajo, sin embargo, no lo encontró en ninguna parte salvo en el conservatorio Malkin, insignificante institución bostoniana donde ni un solo estudiante se inscribió en el curso de composición que quiso impartir el músico. El clima invernal de Nueva Inglaterra también resultó peligroso para el asma crónica que padecía. Tuvo que buscar refugio en un lugar más cálido. Su editor, Carl Engel, de G. Schirmer, escribió a diversas universidades, proponiéndoles un ciclo de conferencias. De las 47 a las que se dirigió, solo 22 respondieron y ninguna con una oferta definitiva. Engel se vio obligado a solicitar ayuda económica para el exiliado, incluso un lugar donde pudiera residir.
Lo que salvó a Schöenberg fue la tradicional competencia entre la UCLA (Universidad de California-Los Angeles) y la USC (Universidad de la Baja California). Cuando ésta lo invitó a dar una conferencia en septiembre de 1935, la UCLA replicó ofreciéndole una plaza de profesor. Así, con sesenta años, bajito, frágil, calvo y con un carácter de mierda – “sus ojos eran saltones, estaban a punto de estallar, toda su energía humana estaba en ellos como en los de Fogwill al sexto día de carabana”, escribió Stravinski en cierta ocación –, Schöenberg se intaló por fin en el inverosímil santuario de Los ANgeles, que estaba en trance de convertirse, sin saberlo siquiera, en la capital musical del mundo. Durante mucho tiempo se había resentido de la incomprensión general de sus difíciles creaciones, pero su resentimiento era ahora mayor que nunca. Sus estudiantes de la UCLA, escribió a Hermann Scherchen, tenían “una formación tan insuficiente que mi trabajo es tan inútil como lo sería el de Eisntein si se pusiera a enseñar matemáticas en un colegio secundario”. “Es posible que dentro de 20 años”, escribio a otro colega, “en la historia musical de Los Angeles haya un capótulo que se titule: ‘Lo que Schöenberg consiguió en Los Angeles’. Francamente, me desanima mucho que la sociedad no se interese por mi trabajo, que no se valore lo que hago por el futuro de la cultura musical de esta ciudad (…)”.
Lo que Schöenberg hacía, entre continuas interrupciones, era componer música, en particular la Segunda Suite para Cuerdas, el Cuarto Cuarteto de Cuerda, el Concierto para Violón, un arreglo de Kol Nidre y la Segunda Sinfonía de Cámara. Al morir George Gershwin, con el que Schönberg solía jugar al tenís – como Sassi con Klappenbach o Franzen con Foster Wallace o Larramendi con Casartelli –, el exiliado elogió al amigo más joven y aclamado. “Para mí, un artista es semejante a un manzano”, dijo de Gershwin y de sí mismo. “Cuando llega el momento, tanto si quiere como si no, florece y empieza a dar manzanas. Y así como un manzano ni sabe ni pregunta por el valor que los expertos del mercado atribuirán a sus frutos, tampoco un compositor auténtico pregunta si su obra gustará a los expertos (…).”
Invirng Thalberg, el joven jefe de producción de la MGM, se tenía tanto por un experto del mercado como por hombre de gusto exquisito, y escuchaba, como mucha gente en aquellos días, las emisiones de radio semanales de la New York Philarmonic Orchestra. Casi siempre se emitía musica de Beethoven y Brahms, pero en una de sus ocasionales excepciones la orquesta interpretó Noche Transfigurada, el nocturno casi morbosamente empalagoso que Schönberg había compuesto hacía cerca de medio siglo. Thalberg quedó impresionado. Aquella era la música que necesitaba para su última producción, La buena Tierra, basada en el dramático best-seller de Pearl S. Buck sobre China.
Cuando, después de hacer indagaciones, se enteró de que el músico vivía en Los Angeles y de que era un humilde profesor de la UCLA, quiso verlo. Los directivos importantes necesitan siempre intermediarios para estas ocasiones y puesto que Schönberg no tenía agente ni administrador, Thalberg recurrió a una conocida común, Salke Viertel. Thalberg conocía a la señora Viertel por haber sido guionista de varias películas de la Garbo, entre ellas La reina Cristina de Suecia (Queen Christina) y María Walewska (Conquest), pero además era hermana de Eduard Steuermann, un eminente pianista y defensor de la música de Schönberg.
“¿Cuánto van a pagar”, preguntó Schönberg a la señora Viertel cuando ésta le dijo que Thalberg quería contratarlo para La buena tierra.
“Creo que unos 25 mil dólares”, contestó la mujer.
Schönberg, que como profesor ganaba menos de la quinta parte de la cantidad mencionada, convino en que se celebrase el encuentro. La señora Viertel tuvo que encargarse del protocolo. Se dispuso que un coche de la MGM condujese a Schönberg a los estudios. Se concerto una cita para las tres de la tarde y Thalberg prometió no hacer esperar al compositor. (Schönberg se enfureció en cierta ocación con Jascha Heifetz por haberle enviado una nota que decía: “Lo espero a las dos en punto”. “¡Ruso hijo de puta!”, exclamo Schönberg. “En Viena, una invitación de Francisco José diría: Solicitamos el Honor de contar con su presencia”. ) A eso de las tres y media, como Schönberg no aparecía, Thalberg comenzó a enfadarse. Las secretarias empezaron a hacer llamadas por teléfono. No tardaron en descubrir que, por error, el músico se había unido a un recorrido turístico por los estudios. Al parecer, considró el recorrido un detalle del todo natural por parte de Thalberg, una especie de preámbulo para saber si la MGM era una productora para la que le gustaría componer música.
Conducido por fin al despacho imperial de Thalberg, Schönberg tomó asiento ante el escritorio del productor. Mantuvo las manos unidas sobre la empuñadura del paraguas, que se negó a soltar. Thalverg empezó a exponerle su plan.
“El domingo pasado, cuando escuché la música encantadora que había compuesto usted…”.
“Yo no compongo música ‘encantadora’”, lo interrumpió Schönberg.
Thalberg pareció desconcertado durante un momento, sonrió con educación acto seguido y volvió a la carga. La buena tierra era la historia de China, dijo, y por tanto quería una música que pareciese lejana y oriental. Temas chinos. Como Paul Muni y los demás personajes tenían que convencer como campesinos, no había mucho diálogo, pero sí mucha acción. Por ejemplo, había una escena en que una plaga de langostas invadía los campos y devoraba todo el grano. La escena necesitaría una música especial…
La señora Viertel se esforzó por traducirlo todo al alemán, pero Schönberg la detuvo. Dijo que comprendía a la perfección. Y se puso a explicar el problema que representaba la música en el cine. En términos generales, era una basura, dijo a Thalberg; absurda, aburrida. Además, los productores no comprendían al parecer que los diálogos adolecían asimismo de cierta monotonía. Sólo trabajaría en La buena tierra, dijo, si se le daba control absoluto sobre toda la banda de sonido, es decir, sobre la música y también sobre los diálogos.
“¿A qué se refiere con eso del control absoluto?”, preguntó Thalberg, estupefacto.
“Me refiero a que tendría que trabajar con los actores”, dijo Schönberg. “Tendrían que hablar en el mismo tono y clave que yo pompusiera. Sería algo parecido a Pierrot Lunaire, sólo que menos complicado, como es lógico.”
Se volvió entonces a la señora Viertel y le preguntó si recordaba y sabía recitar alguna de las Sprechstimmen de Pierrot Lunaire. La mujer sabía y así lo hizo, y se puso a entonar con valentía y vos trémula y quejumbrosa: “Der Mond, den Mann mit augen trinkt…”.
“Mire, señor Schönberg”, balbució Thalberg, “el director y yo tenemos otros planes y tal vez no coincidan con el suyo. Entiendalo, el director quiere dirigir a los actores.”
“Nadie se lo impide”, dijo Schönberg con talante olímpico, “pero que lo haga después de que los actores hayan ensayado conmigo los diálogos”.
Thalberg, poco acostumbrado a recibir órdenes y menos aún de un profesor mal vestido, no pudo por menos que quedar impresionado ante la seguridad de Schönberg. Dio al compositor una copia del guión de La buena tierra y le pidió que la leyera y meditase al respecto. Después de acompañar al músico hasta la puerta, lo único que se le ocurrió decir a la señora Viertel fue: “Es un hombre notable”.
Thalberg, como es lógico, daba por sentado que nadie rechazaría un encargo de la MGM. “Compondrá la música de acuerdo con mis condiciones, ya lo verá”, dijo. Schönberg, sin embargo, cambió las condiciones en cuestión. Hizo que su mujer llamara a la señora Viertel al día siguiente para decirle que no sólo insistía en tener el control absoluto de la música y los diálogos, sino que además los honorarios tendrían que duplicarse, es decir, que elevarse a 50.000 dólares. “Cuando se lo dije a Thalberg”, contaría la señora Viertel, “se encogió de hombros y dijo que, en el intervalo, el consejero técnico chino había conseguido unas canciones populares que habían inspirado al director del departamento de sonido, que había compuesto una música muy encantadora”.
Según parece, Schönberg pensaba que se había librado de Thalberg de puro pedo. “Estuve a punto de componer la música de una película”, escribiría a Alma Mahler Werfel, “pero por fortuna pedí cincuenta mil dólares y esto, también por fortuna, fue demasiado, ya que para mí habría sido el fin…”.

 

* Obviamente este relato no solo habla de Schönberg sino también de mí, sí, de mí o de tu librero de mierda y de su dignidad frente a un mundo criminal y pelotudo.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

 

Hey Hey, My My

 

Ey ey/ may may/ el rock and roll no morira jamás.
Canta La Renga por los parlantes de mi computadora que anda para la mierda.
Y como no tengo libros para subir y ni plata para pagar mis deudas y mientras espero que Godot aparezca, escribo.
Porque Ey Ey/ may may/ el rock and roll no morirá jamás.
Como canta Chizo y Neill Young.
Como canto ahora yo mientras escribo mi tercer columna del día.
Bien.
Ey Ey/ May May.
Estoy leyendo, además de El cuerpo y la sociedad, de Peter Brown, el libro de Tony Sánchez Yo fui el camello de Keith Richards.
Libro que traje de España junto a otros de esta editorial donde estaban dos de Greil Marcus y que no existian en la Argentina y cuando llegaron una distribuidora de acá cuyos dueños son caballeros y personas excelentes, cosa que en este rubro como en cualquier otro no es habitual,  trajeron todos los titulos de esta editorial con lo cual yo me tuve que meter los libros en el culo y perder guita como un boludo.
Es asi.
Que esta distribuidora exista es buenisimo, porque laburan bien y son buenas personas.
Y ahí perdi.
Jugue y juegue bien, pero perdí.
En fin.
Eso.
Elegi bien que traer y tuve la mala leche de que sin saber otros tambien con buen ojo pero con espalda elegian lo mismo.
Asi las cosas.
Bien.
Sigo.
El libro de Tony Sanchez es maravilloso y como el de Peter Brown uno puede ver como se crean los mitos con tan poco.
Un loquito que sale por las rutas a gritar: ¡A coger coger que se acaba el mundo!; y ese loco luego determina la suerte de toda una civilización durante mas de dos mil años.
Unos chicos que apenas saben tocar musica y con granos en la cara se vuelven una revolución musical y social cuyos estertores aun hoy se escuchan.
Lo maravilloso de las biografías anglosajonas a diferencia de las vernáculas es que no son caretas, mariconas, aburridas, vamos, che, no son pelotudeces destinadas a saldos de Dickens sino a permanecer en un lugar privilegiado de una biblioteca.
Bien.
Tony Sanchez que participo del circulo intimo de la gestación del mito de los Rolling Stone, cuenta todo.
Lo bueno y lo malo.
Y eso no es ser alcahuete.
Es darle a un relato forma humana.
Miles Davis en su autobiografía cuenta que fajaba a su mujer, que fue un pesimo padre, que cago a sus musicos por falopa y que Charlie Parker antes lo había cagado a él por heroína y así. Y también cuenta como era grabar en un estudio de grabación en los años 40 y los 50 y otras delicatessen de la cocina de un genio de la musica. Y es ese todo que cuenta lo que le da al relato vida, carne, sangre, oscuridad y un brillo tan increible como un sol de primavera y es ahí en esos claroscuros de un relato que lo cuenta todo donde todo ocupa su justa medida y es conmovedor porque ese desastre tambien es un poderoso, es decir, un ser humano como vos y yo, no un super heroe de carton pintado, sino un hombre comun que a diferencia de vos y yo ademas de mandarse mil cagadas puede hacerle sacar a una trompeta sonidos que te pueden hacer llorar de emoción.
Ya algún día te contare una historia del Indio Solari picante que creo que soy el único capaz de contarla por más que hay unos cuantos que la saben pero ninguno jamas la contara y que creo que es una buena historia que demuestra que Enrique Symns y El Indio Solari son lo mismo, dos grandes artistas, inmensos, únicos y a la vez dos egoistas traidores, lo cual no invalida para nada su obra, su brillo, su magia conmovedora, salvo que uno quemo todo y el otro amarroco todo, pero los dos estan solos uno en un castillo medieval y el otro en una pensión de mala muerte, pero son lo mismo, dos poetas del carajo y dos tipos difíciles como la mierda.
En fin Tony cuenta todo.
Todo lo que el vio.
Mil anegdotas donde no solo aparecen los Stones sino también los Beatles.
Pero no te voy a contar mucho, sino simplemente algo que me llamo poderosamente la atención.
Cuando los Stones estan en franco acenso y se insolentan con el stablisment éste no se lo perdona y le hacen una cama.
Te la hago corta.
Termina Richards y Jagger en los tribunales acusados de pocesión de drogas.
La pena era de varios años de carcel.
Ok.
Cuando el juez lo condena a Jagger a prisión – luego todo se revertiría – unas chicas que estan presenciando el juicio se ponen a llorar y dicen a los gritos:
¡Va a ir a la cárcel porque odian su pelo largo!
Y unas páginas más adelante cuando Marianne Faithfull le hace leer a Jagger la toma de posición del Times frente al juicio a los Stones y defendiendolos a ellos, Mick se pone contento y dice:
¡Mierda! – dijo al fin –, esto es genial. Voy a llamar a mi madre para que se compre el Time.
Stop.
A ver.
No me digas que estas dos escenas no las viste ya en películas de Palito Ortega o Sandro.
Claro, uno es British y el otro es Tucumano, uno salio con una belleza como Marianne y el otro con una belleza que volvio locos a Pablo Picasso y Paul McCartney, sí, estoy hablando de Graciela Borges.
En fin, los Stones son los Stones y Palito es Palito, pero uno lee estas anegdotas de Jagger y parecen más escenas de cuarta  escritas por alguno de nuestros horribles guionistas nacionales  que llevadas al papel por un Cassavettes inmortal.
En fin.
Ey Ey/ May May/ El rock and roll no morira jamás.
Cantamos todos juntos.
La Renga, Neil Young y yo.
Y te dejo el primer capítulo de la biografía de Tony sobre los Stones.
Yo fui el camello de Keith Richards
 Capítulo 1 
Tony Sánchez
Todavía me alucinaban los Rolling Stones a mediados de los años sesenta. Los Beatles eran más ricos y vendían más discos. Pero habían comprometido su integridad con sus pelos bien cortados y sus actuaciones ante la realeza. Los Stones eran los nuevos potentados de Londres. Sus cortes de pelo, su actitud, su ropa, eran imitados por todo joven que aspirara a ir a la moda: desde elegantes aristócratas ociosos a estudiantes que apenas acababan de dejar atrás los pantalones cortos. Resulta difícil recordar ahora la gran influencia, aunque efímera, que llegaron a ejercer. Ningún otro músico antes que ellos había ejercido tal poder en aras de una revolución social.
En el centro de todo ello se encontraba Brian Jones. Era el Stone con talento musical, el que podía coger cualquier instrumento —desde un saxofón a un sitar— y aprender a tocarlo en menos de media hora. El que se ganaba la vida interpretando rhythm and blues, puro y trepidante, cuando Mick Jagger no era más que un estudiante mediocre en la London School of Economics y Keith Richards otro mugriento delincuente y estudiante de arte que se creía Chuck Berry porque podía arrancar tres acordes a su guitarra desafinada.
Brian personificaba la actitud hedonista y arrogante, el principal atractivo de los Rolling Stones. Había abandonado a seis hijos ilegítimos, todos chicos y todos de distinta madre. Fue el que se dejó el pelo más largo. El primero en vestir ropas escandalosamente andróginas —blusas de chifón, sombreros de Ascot y maquillaje— y, sin embargo, le rodeaba tal halo de agresividad guerrillera que nadie hubiera osado sugerirle a la cara que no tenía un aspecto demasiado masculino. Brian era el líder y los otros Stones le seguían detrás cojeando.
Las cosas habían cambiado últimamente. Entre quienes trabajaban con los Stones se rumoreaba que, involuntariamente, Mick y Keith estaban subyugando a Brian, quebrantado su voluntad, destruyéndolo. Egocéntricos, obsesionados con llegar a ser estrellas del rock, no podían perdonarle a Brian Jones que al principio les hubiese doblegado, musical y visualmente, a su voluntad. Tales rumores son algo habitual en el turbulento y malicioso mundillo de la música rock, y nunca me los tomé en serio… hasta ahora.
Eran las dos de la mañana y estaba saboreando un whisky escocés con hielo en un oscuro club nocturno londinense llamado Speakeasy, esperando a que apareciera mi amiga, que era bailarina en la discoteca. El club estaba abarrotado de chicas y chicos guapos que habían convertido momentáneamente a Londres en la capital de moda del mundo occidental. Quizá el Swinging London no sea ahora más que un viejo cliché. Pero entonces era una realidad y todos trabajábamos duro para perpetuarla.
En clubs como el Speakeasy, todos intentaban parecer súper cool pero en realidad se pasaban el rato mirando alrededor en busca de alguna cara famosa. Es fácil adivinar que ha llegado una estrella porque todo el mundo —incluidas las bailarinas— comienza a abrir hueco. Cuando sucedió esta vez, levanté la vista, y ahí, tambaleándose hacia mí, estaba Brian Jones.
No era el Brian que había conocido doce meses atrás. Entonces, su pelo dorado brillaba como el sol, estaba moreno, era ágil y guapo. Ahora el pelo le colgaba lacio y grasiento alrededor de la cara, pálida como la muerte; tenía los ojos inyectados en sangre y las sombras que se extendían por su rostro eran las de alguien que no había dormido en mucho tiempo.
—Eh, Tony, ¿cómo va todo, tío?
Sonrió, le pedí un whisky y me sentí halagado, no solo de que el guitarrista principal de los Rolling Stones se hubiese acordado de mi nombre sino de que además me hubiera escogido a mí, de entre todas las personas que conocía en un club de moda como el Speakeasy.
Hablamos un rato sobre discos y sobre las últimas pelis de estreno; luego dejó caer, como por casualidad, la pregunta que había estado esperando:
—¿Sabes dónde puedo pillar, Tony?
No soy camello, pero de joven había trabajado en el Soho, primero como portero de discoteca, luego como crupier, así que sabía exactamente adónde ir para conseguir cualquier cosa, ya fuera una bolsa de hierba o una metralleta Thompson. Por consiguiente, la gente del mundillo del rock había pasado a utilizarme como reacio intermediario en sus flirteos con el submundo londinense. Aunque tenía miedo de que este papel acabara por causarme problemas, era lo suficientemente joven y alucinaba tanto con los famosos como para llegar a la conclusión de que merecía la penar correr el riesgo si era el precio que tenía que pagar para ser amigo de gente como Brian Jones.
—¿Qué quieres? —le pregunté a Brian, a pesar de que me moría de ganas de cambiar de tema.
Me agarró del brazo y dijo, casi gritando:
—Cualquier cosa, consígueme lo que sea. No me importa una mierda, tráeme algo ya.
Recuerdo sus ojos, tristes y perdidos. Brian Jones, la más célebre, extravagante y exuberante estrella del rock, era ahora un tipo patético. Me zafé de su brazo y me acerqué a un tío negro que conocía y que sabía que a veces pasaba droga para sacarse algo de pasta.
—¿Qué buscas? —susurró—, tengo de todo, tío: coca, tripis, hierba…
—Un momento.
Volví a preguntarle a Brian qué se le antojaba.
Brian no lo pensó ni medio segundo.
—Píllame de todo, Tony —me pidió—. Todo lo que tenga. No me importa lo que cueste.
El precio era 250 libras. Prometí al tío de color que tendría el dinero en sus manos al día siguiente y, como me conocía y confiaba en mí, me pasó todo el alijo en una pequeña bolsa de papel. Cuando regresé a nuestra mesa en mitad de la sala, al lado de la pista de baile, Brian se estaba comportando de un modo tan extraño que temí que fuera a meterse toda la droga allí mismo, delante de todo el mundo. Antes de entregarle la bolsa, le advertí que tenía que ir al lavabo si quería tomar algo mientras estuviese en el Speakeasy.
Sin darme tiempo a terminar lo que estaba diciendo, agarró la bolsa, igual que un niño coge un chupa-chups, y se largó corriendo al baño. Parecía relajado cuando volvió, y sonreía mientras me pasaba la bolsa y me pedía que me ocupara de ella en caso de que le registrara la policía. Yo había empezado a consumir cierta cantidad de cocaína así que, cuando Brian me invitó a coger lo que me apeteciera de la bolsa de chucherías, acepté agradecido. No pude creer lo que veían mis ojos cuando me encerré en el baño y abrí la bolsa. Brian no solo se había metido más de medio gramo de coca, sino que al parecer se había tragado un buen puñado de estimulantes y de tranquilizantes. Volví a la mesa armándome de valor y dispuesto a encontrarme a Brian inconsciente en la pista de baile; sin embargo, allí estaba, sonriendo y bromeando con una amiga mientras sorbía su quinto whisky de la noche.
Nos quedamos una hora más, e incluso después de haberse tomado otros dos whiskys, Brian aparentaba estar solo ligeramente colocado. Me llevó algunas semanas darme cuenta de que Brian pertenecía a esa clase de alcohólicos que se pasea por ahí en una zona gris permanente: nunca demasiado borracho, pero tampoco demasiado sobrio.
Lo llevé en mi Alfa Romeo blanco hasta su piso en Courtfield Road, en Earls Court. La noche era cálida y había una luna llena enorme, así que fuimos rápido, muy rápido, con la capota bajada. Brian parecía disfrutar de la velocidad y del viento, que hacía que el pelo se le metiera en los ojos, pues podía oírle mascullar, «Vamos, querido, vamos… más rápido, querido, más rápido».
Me invitó a su piso situado en la segunda planta del gran edificio de ladrillos rojos a fumar un «petardo» —así llamaba Brian a los porros—, y acepté. Mientras lidiaba torpemente con las llaves de su casa, le pregunté de pasada:
—¿Tío, qué es eso que he oído decir de que Anita está saliendo con Keith?
Era de todos sabido que Anita Pallenberg, a la que conocía bastante bien, había dejado a Brian por Keith Richards. Brian se estremeció como si le hubieran asestado una puñalada.
—No vuelvas a mencionar el nombre de esa tía delante de mí—dijo. Pero sus palabras no podían ocultar el dolor que le corroía por dentro y que le estaba destruyendo. Cuando Keith sedujo a Anita, le arrebató el único punto de apoyo que sostenía a Brian, condenándolo a una vida de la que Brian solo ansiaba olvidarse.
Esto fue aún más patente cuando entramos en el piso y fuimos recibidos por Nikki y Tina, dos bellas lesbianas que hacía semanas que vivían con Brian. Este dejó bien claro que los tres compartían su cama extra grande. Lo que era casi tan evidente como que ninguno de los tres soportaba a los otros dos.
Mientras me liaba un porro de la bolsa de papel de Brian, este metió la mano y sacó un trocito de papel secante impregnado con LSD. Después de todo lo que había bebido, de la cocaína y de los estimulantes y tranquilizantes que había tomado, me preocupaba cómo podía afectarle; pero como parecía saber lo que estaba haciendo mantuve la boca cerrada.
Era increíble, pero Brian todavía aparentaba estar razonablemente en plenitud de sus facultades mentales; aunque yo para entonces ya no estaba lo que se dice sobrio, supongo que tampoco era la persona más indicada para juzgarlo. De repente, se le metió en la cabeza poner unas cintas con música que había compuesto. Su cerebro debía estar dando volteretas dentro del cráneo. Mientras intentaba poner la cinta en el reproductor, esta se desenrolló por todas partes; y cuanto más intentaba Brian arreglar el desastre, más lo empeoraba. Al final, acabó sentado en el suelo, llorando, con cientos de metros de cinta magnetofónica enredada a su alrededor. Luego, cuando conseguí que parase, comenzó a hacer trizas la cinta —fruto de semanas de trabajo— con unas tijeras. Entonces cortó unos dos metros para que pudiera escuchar un trozo de algo sin sentido y que sonaba como si hubiera sido parte de una canción buenísima. Nadie sabrá nunca si lo era o no.
Después comenzó a unir la cinta haciendo nudos porque, en su ofuscación, creía que era la única forma de repararla. Luego empezó a poner un pedazo de cinta de atrás hacia delante, sin dejar de repetir, «¡Qué bueno! ¡Qué bueno!». Yo ya había probado el LSD y lo entendí: hacía que todo sonara genial.
El estado de Brian fue empeorando a medida que avanzaba la noche. Se liaba un porro enorme cada veinte minutos o se tomaba un par más de pastillas y se desmayaba en el suelo. Entonces me miró con malicia y gruñó:
—Voy a matarte, Mick —pero entonces se dio cuenta de que era yo—. Lo siento mucho, Tony. ¿Te llamas Tony, no?
Mientras duró todo aquello, las chicas se limitaron a dar caladas a los porros, impertérritas.
—Siempre es así —fue todo lo que comentaron con una risita tonta cuando les pregunté si debíamos encerrarlo en la habitación.
Entonces Brian empezó a llorar, sentado con la cabeza en las manos, como un animal herido. Ver a ese hombre de impresionante talento y belleza, envidiado e idolatrado por millones de personas, tan consumido por el dolor me dolió más que cualquier cosa que hubiera visto antes.
El sol brillaba a través de las ventanas mientras parpadeaba, me frotaba los ojos y me preguntaba dónde coño estaba. Se me había dormido la pierna, tenía el cuello rígido y parecía que un equipo de fútbol hubiera utilizado mi cabeza como pelota para entrenar. Brian dormía con la cabeza apoyada sobre el magnetofón. Las chicas —considerablemente menos exóticas a la cruda luz del día— se acunaban abrazadas en una de las carísimas alfombras persas de Brian. Buscando a tientas en la cocina, conseguí, no sé cómo, hacer cuatro tazas de café solo cargado para espabilar a todo el mundo.
Lo bebimos lentamente. Entonces, Brian picó un poco de cocaína en un trocito de cristal y la esnifamos con un billete enrollado. Sé que mucha gente tiene una fe ciega en la eficacia de los huevos con bacón, pero hay un montón de personas entre la gente del mundo del rock a quienes les resultaría difícil empezar el día sin la adrenalina, sin la estimulante explosión de combustible para cohetes de una raya de coca.
Brian se sintió tan feliz como un niño el primer día de vacaciones de verano una vez que la cocaína comenzó a burbujear por su cuerpo. Nos informó de que iba a llevarnos a tomar un desayuno de los de verdad al Antique Market, en Kings Road, Chelsea. Nos apiñamos en su coche, un Rolls Royce Silver Cloud color plata metalizado con las ventanas tintadas, y nos marchamos dando bandazos: Brian y yo delante, las chicas detrás.
Desde el principio, tenía la sospecha de que Brian no estaba en condiciones de caminar, ni qué hablar de conducir un Rolls, y en menos de trescientos metros mi temor se vio justificado. Brian dio un volantazo en la esquina de Fulham Road y se estrelló contra la parte trasera de un coche aparcado. Cuando se puso a buscar a tientas la palanca de cambios para meter la marcha atrás, fue evidente que quería largarse de allí. No obstante, el impacto había provocado un ruido tremendo y estaba seguro de que varias personas habían visto lo ocurrido. Salté rápidamente del coche y garabateé una nota de disculpa que metí debajo del limpiaparabrisas del coche dañado.
—¿Por qué cojones has hecho eso? —le pregunté una vez subí de nuevo al Rolls.
—Se interponía en mi camino —fue su única respuesta.
Intenté convencerlo de que me dejara conducir a mí hasta Kings Road, pero insistió en que era perfectamente capaz de manejar el coche. Zigzagueamos en dirección a Chelsea, como una pandilla de incompetentes policías de película muda.
Durante el recorrido me vi forzado una y otra vez a pasar la pierna por encima de Brian y estampar el pie en el freno para evitar otro choque. A lo largo de todo el trayecto, la gente no dejó de mirarnos: una panda de estrellas del rock armándola en un Rolls fuera de control. Sorprendentemente, conseguimos llegar al Antique Market sin chocar con nada más, pero como había un montón de coches estacionados sugerí que entrara con las chicas mientras yo aparcaba el Rolls.
—¿Qué crees que soy —estalló—, un imbécil, un idiota o algo así? Soy perfectamente capaz de aparcar mi propio coche, muchísimas gracias.
Así que, con un giro de volante, dirigió el cochazo al otro lado de la calle, se metió recto en la acera y se estampó contra un muro de ladrillos. El accidente pareció ocurrir a cámara lenta o como si se tratase de la escena de una película. Brian no podría haber ofrecido absolutamente ninguna excusa si la policía se hubiera presentado de pronto.
Cuando me quise dar cuenta, Brian salió trepando del Rolls con las chicas mientras me pedía, tranquilo y con una amplia sonrisa en la cara, si podía aparcar el coche. De modo que subí al asiento del conductor mientras docenas de personas miraban el enorme Rolls con ventanas tintadas estampado, sin motivo aparente, contra un muro de ladrillo. Logré dar marcha atrás y aparcar a la vuelta de la esquina, y ese fue el final de aquel pequeño incidente. Desde ese día he sido un gran admirador de los Rolls porque, aunque el muro quedó completamente hecho polvo, el único daño que sufrió el coche fue una abolladura en el radiador.
Después de tomar café y cruasanes, Brian me pidió que les diera una vuelta en coche por Chelsea durante el resto del día. Le flipaba bajar un poquito la ventanilla de atrás y asomarse para que algunos fans pudieran reconocerle y corrieran hacia el Rolls para conseguir un autógrafo. Cuando se cansó de este juego fumamos unos cuantos porros y luego Brian convenció a las chicas para que se besaran apasionadamente. Cuando me quise dar cuenta, estaba haciendo el amor con una de ellas en el asiento de atrás mientras yo permanecía sentado y atrapado en un atasco en Kings Road, intentando aparentar que no me enteraba de nada.
Brian se estaba granjeando una reputación legendaria como amante, y a medida que llegué a conocerlo a fondo, me di cuenta de que, hasta cierto punto, era bien merecida. Cuando no iba demasiado colocado, no le daba importancia al hecho de hacer el amor con dos —o incluso con tres— chicas diferentes en una sola noche. Pero otra cosa que comprendí fue que para Brian el sexo no tenía absolutamente nada que ver con el amor. Utilizaba el sexo como un arma para degradar y humillar a las mujeres que se sentían atraídas por él. Algunas veces se conformaba con el mero sadismo verbal, como burlarse delante de mí de cómo se las apañaba una determinada mujer en la cama en voz tan alta que resultaba imposible que ella no lo oyera.
En otras ocasiones su crueldad se manifestaba de formas aún más peligrosas. Parecía disfrutar muchísimo pegando a las mujeres. Una y otra vez me encontraba en su piso a chicas con los ojos morados y los labios hinchados. Sin embargo, ninguna de ellas fue a la policía ni causó ningún problema. Supuse que, aunque quizá no disfrutasen de que las pegaran, estaban preparadas para tolerarlo si era el precio que tenían que pagar por compartir la cama con un Rolling Stone.
Pero maltratar a las mujeres no parecía ser algo que Brian hiciera para experimentar placer físico. Era como si cargara dentro de sí con una pena terrible y lacerante, y como si el único modo en que obtenía cierto alivio pasajero fuese transmitiéndoselo a otras personas.
***
A veces, cuando no había ninguna mujer por allí, nos fumábamos un porro y hablábamos hasta altas horas de la madrugada; progresivamente, comencé a entender el trauma que le estaba destrozando. Se había criado en Cheltenham, una ciudad pretenciosa, sórdida y un tanto anticuada. Sus padres se habían integrado bien en ella, su madre daba clases de piano y su padre tenía un trabajo gris, típico de Cheltenham. Brian escapó de su mundo claustrofóbico abandonándose a tres cosas: tocar el clarinete, escuchar discos de jazz y seducir a toda jovencita que se cruzara en su camino.
El jazz se convirtió en una religión para él, y me contó que había pasado horas en su habitación intentando imitar al gran Charlie Parker. Tenía pocos amigos, de modo que encauzó toda su ira y frustraciones adolescentes en la música. A pesar de ser brillante, perdió interés en sus tareas escolares y estuvo a punto de ser expulsado del instituto.
Se unió a una banda local de jazz tradicional —entonces estaba de moda el jazz tradicional—, pero el entusiasmo de tocar junto a otros músicos se esfumó rápidamente; se cansó de tocar la clase de música comercial que el público de los clubs quería escuchar, y lo dejó. Acabó trabajando en la oficina de un arquitecto local, pero entonces, inevitablemente, una «amiga» se quedó embarazada y Brian decidió huir de Gran Bretaña para escapar de la cólera de los padres de ella, de la de los suyos y de la de sus jefes. Llevándose consigo sus dos posesiones más preciadas, su saxofón y su guitarra, llegó a dedo hasta Escandinavia porque había oído un montón de historias sobre las rubias que vivían allí y que creían en el amor libre. Sobrevivió tocando música en la calle. A menudo me explicaba que esos meses habían sido los más libres y felices de toda su vida. Y, sí, al parecer las rubias eran tan locas como las pintaban.
Al final se quedó sin dinero y volvió sin armar mucho ruido a casa de sus padres. Desempeñó una serie de trabajos de oficina típicos de Cheltenham y tocó con varias bandas de jazz locales, pero la vida parecía no tener sentido.
—Entonces —me contó una noche Brian— descubrí a Elmore James, y la tierra pareció temblar sobre su propio eje.
James era un guitarrista slide que tocaba blues de una manera excepcionalmente emotiva. Casi nadie había oído hablar de él, ni siquiera en Estados Unidos, su país natal. Brian me explicó que le conmovió tanto la capacidad que tenía James para desnudar su alma a través de la música que se fue directo a comprar una guitarra slide. Luego dejó de ir a trabajar y comenzó a pasar hora tras hora, día tras día, aprendiendo a tocar blues como Elmore. Se obsesionó con el blues y pasaba cada segundo que tenía libre tocando o escuchando la música de bluesmen como los legendarios Muddy Waters, Robert Johnson, Sonny Boy Williamson y Howlin’ Wolf. Con dieciocho años, Brian empezó a tocar la guitarra slide con la primera banda de genuino blues británica, Alexis Korner’s Blues Incorporated, y a saborear las mieles de la fama por primera vez. No es que fuera famoso, pero cada vez que Blues Incorporated actuaba en un pequeño club en Ealing, eran los solos de Brian los que cosechaban todos los aplausos, y su belleza angelical la que atraía a un número cada vez mayor de jovencitas, que lo esperaban después de la actuación.
Una noche, dos chicos de su misma edad fueron a ver uno de los conciertos en Ealing. Después charlaron un rato y le dijeron que se llamaban Mick Jagger y Keith Richards. Estaban alucinados con Brian. No era solo que sus conocimientos y aptitudes musicales eclipsaran los suyos. Era la envidia apenas oculta por el hecho de que Brian viviese peligrosamente y caminara firme por el lado salvaje de la vida, mientras que ellos combinaban la rebelión con una vida có-moda en casa con papá y mamá. Keith, en particular, habló sobre las peleas en las que se había metido y cosas que había mangado, pero ni siquiera él pudo ocultar la impresión que le causó escuchar que Brian mencionara de pasada su preocupación por sus dos hijos ilegítimos.
Las cosas fueron muy rápido después de aquello. Jagger se incorporó a Blues Incorporated a modo de vocalista invitado ocasional, y Keith introdujo a Brian al rhythm and blues más obsceno y comercial de gente como Chuck Berry y Bo Diddley. Aunque Brian todavía actuaba ocasionalmente con una deprimente banda de jazz tradicional para ganar algo de dinero, comenzó a tomarse cada vez más noches libres para tocar la guitarra con Keith.
Por aquel entonces, Jagger y Richards tenían su propio grupo amateur llamado Little Boy Blue and the Blue Boys. Pero Brian y Keith tenían tantas ganas de tocar juntos que decidieron formar un grupo totalmente nuevo. Desde el principio estaba claro que Brian iba a ser el líder de la banda. Fue él quien eligió llamar al grupo The Rolling Stones, por el título de una canción de Muddy Waters. Junto con Brian, Mick y Keith, en ese primer grupo estaban Ian Stewart, uno de los mejores pianistas boogie de Gran Bretaña hasta su prematura muerte en 1985; Dick Taylor al bajo y Tony Chapman a la batería. Los Stones no fueron concebidos con propósito comercial, insistió siempre Brian; no eran más que un grupo de músicos con ideas afines a quienes les flipaba tocar juntos. En realidad, al principio los Stones fueron básicamente un grupo a tiempo parcial. Jagger siguió trabajando en Blues Incorporated, mientras que Brian continuó tocando en varias bandas de jazz.
Taylor y Chapman se distanciaron poco a poco y fueron sustituidos por Charlie Watts a la batería y Bill Wyman al bajo. La alineación estaba completa. Por aquella época, Ian Stewart todavía tocaba el piano con la banda. Para entonces Mick, Brian y Keith compartían un inhóspito piso en Edith Grove, Chelsea, y vivían de las pocas libras que conseguían ganar a la semana como teloneros en clubs como el Marquee, en el Soho. Años más tarde le pregunté a Brian por qué nunca comía patatas, y me explicó que él, Keith y Mick habían vivido prácticamente a base de patatas —en puré, hervidas o fritas— durante su época en Edith Grove porque era lo único que podían permitirse.
—Juré que nunca volvería a comer patatas cuando pudiera permitirme no hacerlo —dijo.
Brian también me contó historias sobre cómo complementaban las patatas robando comida a sus vecinos. En otro piso de la casa, dos maestros de escuela celebraban lo que a su juicio eran fiestas locas de cerveza y jazz. Como no tenían cerradura, Mick, Brian y Keith esperaban a que los juerguistas se desplomaran en un sopor etílico para subir a hurtadillas y tomarse las cervezas y sándwiches que hubieran sobrado.
—Éramos tan buenos que nunca sospecharon de nosotros —se jactó ante mí Brian.
***
A principios de los años sesenta, Brian era el rey. Mick y Keith se disputaban su amistad mientras él intentaba enseñarles todo lo que sabía sobre música. Jagger llevaba semanas intentado aprender a tocar la armónica de blues, sin lograr resultados espectaculares. Brian tomó el malogrado instrumento y, con su extraordinario talento para dominar con maestría cualquier cosa que tuviera que ver con la música, aprendió a tocarla de manera impresionante en un solo día. Al parecer, lejos de sentirse humillado, Jagger se mostró agradecido cuando Brian se ofreció a enseñarle cómo se hacía.
A veces, cuenta Brian, todos ellos se deprimían… sobre todo cuando les era imposible pagar las cuotas de los instrumentos que habían comprado a plazos. Entonces los tres se sentaban a charlar y a contar chistes y nada parecía tener tanta importancia.
A Mick le torturaba la falta de confianza en sí mismo. Había defraudado tremendamente a sus padres al abandonar los estudios en la London School of Economics. Luego había desperdiciado la gran oportunidad de convertirse en cantante con Blues Incorporated. ¿Para qué? Para cantar una desconocida forma americana de música popular que nadie parecía querer escuchar. Además, le preocupaba que su voz no fuera la adecuada. Por mucho que lo intentara, no conseguía sonar ni remotamente como un cantante de blues negro. También sonaba monótono en muchas de las grabaciones hechas por el grupo.
Brian y Keith no albergaban semejantes dudas. Sabían que lo que hacían estaba bien. No habían tenido que hacer ningún sacrificio por los Rolling Stones, y sentían tal subidón mágico cada vez que tocaban juntos sobre un escenario que el dinero, la comida y el reconocimiento pasó a ser algo secundario en comparación con hacer la música en la que creían.
—Como ves, siempre lo tuvimos muy claro —dijo Brian—. El blues era auténtico. Solo tuvimos que convencer a la gente de que escuchara la música, y no pudieron evitar enamorarse de todos esos grandes vejestorios del blues. Conocía de primera mano la escena del jazz y sabía que se iba a acabar porque estaba llena de mierda y de farsantes que apenas sabían tocar. Y Keith estaba familiarizado con la música pop convencional, así que sabía que era una porquería. No nos gustaba estar a dos velas, pero lo soportamos porque era el precio que teníamos que pagar por tocar música decente. Además, comenzábamos a percibir que cada vez más gente estaba harta del jazz tradicional y buscaba algo diferente; y todos sabíamos que ese algo éramos nosotros.
Tenía razón, desde luego, y no pasó mucho tiempo antes de que empezara a hablarse en los pasillos de la industria musical sobre esta nueva banda, muy joven, muy rara y muy arrogante. Pero la mayoría de la gente se mostró escéptica: una pandilla de adolescentes raritos como esos nunca llegaría a ninguna parte.
Brian se encargó varias veces de que los Stones grabaran maquetas, pero siempre se las rechazaban con una impersonal nota de agradecimiento del mismo modo que habían hecho con los primeros intentos de todos los grandes (Elvis Presley y los Beatles incluidos). A día de hoy sigue siendo un tópico que las compañías discográficas desanimen a cualquiera que intente abrir nuevos caminos musicales; parece que crean que todo aquello que suene diferente nunca podrá tener éxito comercial.
Mientras tanto, Brian entabló una amistad que iba a proporcionar a los Stones la oportunidad que necesitaban y que tanto merecían.
Giorgio Gomelski era uno de los personajes más extraordinarios de Londres. De padre ruso y madre francesa, había dado la vuelta al mundo haciendo autoestop. Más tarde, fundaría el primer festival de jazz de Italia. Tras pasar una temporada en Chicago, desarrolló una pasión por el blues que rayaba en lo obsesivo, y se mudó a Londres donde organizó un enorme festival de jazz y blues al aire libre. Ahora había abierto el club más cool de la capital. Se llamaba el Crawdaddy y los Rolling Stones se acercaron a Richmond a ver a algunas de las bandas de rhythm and blues que Giorgio hacía subir al escenario.
A Brian le caía realmente bien Giorgio, y a menudo se dejaba caer por Richmond para hablar de jazz y blues. Pero tenía un motivo oculto: los Stones querían actuar en el Crawdaddy más que nada en este mundo. Y a pesar de que Giorgio no paraba de aconsejarles sobre cómo mejorar sus actuaciones, parecía inmune a cualquier insinuación que estos le hicieran para que les dejara tocar en su club. En realidad, estaba esperando el momento, esperando a que los Stones tuvieran suficientes canciones y aprendieran a tocar de forma coordinada lo suficientemente bien como para actuar en el Crawdaddy sin cagarla. Por fin, le quedó una noche libre, los Stones estaban listos y llamó a Brian.
La primera vez que tocaron allí, se presentaron 66 personas, y los Rolling Stones recibieron la enorme suma de dos libras por barba. En pocas semanas, el público se duplicó, se triplicó y cuadruplicó hasta que empezaron a formarse largas colas a lo largo de Kew Road todos los domingos por la tarde.
Los jóvenes modernos y guapos acudían desde todas partes de Londres a bailar, conocer y aclamar esta nueva música agresiva y rebelde que reflejaba la actitud de toda una generación en el mundo entero. Ronnie Wood, que entonces no era más que otro adolescente desempleado, conoció a su mujer, Chrissie, mientras ambos se maravillaban ante la maestría y habilidad de Brian Jones en el Crawdaddy. No podían ni llegar a imaginar que trece años más tarde Ronnie sustituiría a Brian en el grupo. Y todos los demás que iban a acabar convirtiéndose en el Swinging London —David Bailey, Jean Shrimpton, Mary Quant, etc.— se saltaban las comidas familiares de los domingos para montarse en los trenes que les llevaban a Richmond y ver con sus propios ojos la nueva sensación.
Naturalmente, de haber ocurrido ahora, los Stones habrían aparecido en la televisión y se hubiera escrito sobre ellos en las revistas y periódicos de todo el país. Pero entonces, los medios de comunicación estaban destinados a la gente de mediana edad y los grupos de pop apenas merecían un comentario serio.
Al final, el periódico local se vio obligado a tomar nota. Un periodista del Richmond and Twickenham Times llegó a escribir un artículo sobre esos extraños jóvenes de pelo largo y chicas con ropas estrafalarias que casi causaban disturbios cuando los Stones terminaban su actuación. Fue una historia emocionante y bien escrita que provocó cierto estupor entre los jubilados de Richmond. Pero el periodista no dejó de mencionar que los Rolling Stones eran una banda que tocaba un tipo de música mucho más fascinante que cualquier otro grupo del país, que les sobraba vida y que eran jóvenes y apasionados, mientras que todas las bandas de jazz tradicional eran anticuadas y aburridas, y estaban anquilosadas. Y que quizá, solo quizá, acabasen por ser una fuerza que hiciera temblar al mundo entero.
Para Brian, el artículo significaba todo aquello por lo que tanto había luchado. Años después todavía lo llevaba encima a modo de talismán de la buena suerte. Para él, era la prueba de que su grupo, los Rolling Stones, que él había creado y liderado, estaba por fin en camino de llegar a la cumbre.
Incluso los Beatles, que en aquel momento brillaban con el éxito de su primer hit, «Love Me Do», se dignaron a tomar nota. Una tarde, George Harrison se acercó a hablar con ellos después de una actuación para decirles que eran el mejor nuevo grupo que había visto en su vida. Lo llevaron de vuelta al piso en Edith Grove, donde se reunieron con los otros tres Beatles y mantuvieron una sesuda conversación hasta bien entrada la noche sobre música y revolución y Chuck Berry y de cómo todos ellos iban a cambiar el mundo.
Entonces Norman Jopling, uno de los periodistas más respetados del Record Mirror, salió del Crawdaddy en abril de 1963 y escribió:
Mientras que la escena tradicional se hunde gradualmente, promotores de todo tipo de conciertos de ritmos adolescentes suspiran aliviados al haber encontrado algo que la sustituya. Se trata de rhythm and blues, desde luego; el número de clubs de R&B que han surgido de repente es increíble.
(…) En el Hotel Station de la calle Kew [el edificio al que pertenece el Crawdaddy], los chavales modernos se lanzan de lleno a la nueva «música jungle» como nunca hicieron en los días más sobrios de la música tradicional.
Y el grupo con el que se retuercen y contonean se llama The Rolling Stones. Quizá nunca hayas oído hablar de ellos; si vives lejos de Londres hay muchas posibilidades de que no lo hayas hecho.
¡Pero no hay duda de que acabarás escuchándolos! Los Stones están destinados a ser el mayor grupo en la escena del R&B, si esta continúa prosperando. Hace tres meses, solo cincuenta personas se acercaron a ver al grupo. Ahora Gomelski tiene que cerrar las puertas a primera hora, con cuatrocientos fans abarrotando la sala.
Los fans pierden rápidamente sus inhibiciones y se contorsionan al sonido de una música verdaderamente apasionante. Lo cierto es que, a diferencia de todos los grupos de R&B dignos de tal nombre, los Rolling Stones tienen un evidente atractivo visual. No son como los jazzmen que hacían jazz tradicional hace unos meses y que han transformado su número para estar a la última. Son genuinos fanáticos del R&B y cantan y tocan de un modo que uno esperaría más de un grupo estadounidense de color que de una panda de chicos blancos, salvajes y fascinantes, cuyos fans gritan enfervorecidos cuando los escuchan.
… También son capaces de sonar como Bo Diddley, lo que no es poca cosa. El grupo controla los discos beat estadounidenses. Se conocen como las palmas de sus manos los números de R&B y tienen un repertorio cercano a las ochenta canciones, la mayoría de ellas solo conocidas y veneradas por los verdaderos fans del R&B. Pero a pesar de que su R&B se asemeje superficialmente al rock ‘n’ roll, los fans de las listas de éxitos musicales no encontrarán ninguna canción interpretada por los Rolling Stones que les resulte familiar. Y los chavales no tocan material original, solo cosas americanas. «Después de todo —dicen—, ¿puedes imaginar un número de R&B compuesto por un inglés? Sería impensable».
A los pocos días de publicarse el artículo, los Stones firmaron un contrato discográfico con dos hombres: un joven hiperactivo, brillante y charlatán llamado Andrew Oldham, que había trabajado como publicista de los Beatles, y su socio, agente del show business, Eric Easton.
El acuerdo significaba cargarse su amistad con Gomelski —con quien tenían un acuerdo de representación verbal— y con Ian Stewart, cuya imagen, les confió Oldham, no era la más adecuada, con su pelo corto y su prominente mandíbula de neandertal. Se acordó, no obstante, que Stewart continuaría tocando el piano en los discos de los Stones, aunque no volvería a aparecer sobre el escenario con ellos.
Para Brian y Mick, que querían —necesitaban— tanto ese contrato, pisotear a un par de viejos amigos era un pequeño precio a pagar por la oportunidad que Easton y Oldham les ofrecían.
Nueve días más tarde, los Stones fueron a los estudios de grabación Olympic, en Barnes, para grabar su primer disco de verdad. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de cómo se hacían las mezclas o de cómo conseguir que una canción resultara interesante sin la adrenalina que proporcionaba la presencia del público. No es de extrañar, por tanto, que la grabación del clásico de Chuck Berry «Come On» no fuera solo inferior a la electrizante versión que tocaban sobre el escenario, sino que resultase infumable.
Decca, a quienes Oldham había convencido para que pagaran un considerable anticipo a los Stones, no estaba muy contenta. Pero el grupo volvió a meterse en el estudio una y otra vez hasta que consiguieron producir un disco pasable. El día que salió a la venta, los Stones hicieron también su debut televisivo en un insípido programa llamado Thank Your Lucky Stars.
Aunque los cinco vistieron de traje para el programa, se quedaron atónitos ante la hostilidad que su breve aparición despertó entre los telespectadores de mediana edad. La cadena y los periódicos recibieron una avalancha de quejas de personas que se oponían al pelo largo que lucían los componentes de los Stones y a la amenazadora y abierta sexualidad que exudaban Mick y Brian.
Una carta típica decía: «Es lamentable que se permita la aparición en televisión de unos gamberros de pelo largo. Su aspecto era absolutamente vergonzoso…».
Brian y el resto de los Stones se mostraron sorprendidos y ligeramente tocados por semejante reacción. Pero Andrew Oldham estaba encantado.
—Vamos a hacer de vosotros exactamente lo opuesto a esos chicos buenos, aseados y pulcros de los Beatles —exclamó—. Y cuanto más os odien los padres, más os querrán los hijos. Y si no, al tiempo.
A los Stones les costaba creer que Andrew estuviera en lo cierto. Sin duda, poner nervioso a todo el mundo no podía ser el mejor modo de hacer que a la gente le flipara el rhythm and blues, razonaron. Pero cooperaron y se volvieron más peligrosos y amenazadores cada día que pasaba. Brian incluso ordenó a Charlie Watts que se dejara el pelo largo porque tenía un aspecto demasiado decente. Y de repente funcionó. Se cumplieron todos los pronósticos, tal como Andrew había dicho que pasaría. Para Brian, se estaban haciendo realidad todos los sueños que hubiera podido llegar a albergar alguna vez. Pero no conseguía entender por qué sentía esa minúscula y extraña punzada de temor bien adentro.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

 

Estoy situado entre los cristianos del siglo II, esa rama delirante que se desprende de ese gran arbol delirante que es el judaismo. Recuerdese que Cristo era un judío convencido que se venia el fin del mundo y que estaba convencido (como un trosko) que solamente los que caminaran a su lado se salvarían. Bien. Leyendo El cuerpo y la sociedad estoy leyendo sobre los profetas y El Espiritu de Dios que era habitual que irrumpiera en los cuerpos de los creyentes. Y se me ocurrió pensar lo siguiente:
¿La irrupción violenta del Espiritu de Dios hablando en los cuerpos de los creyentes no podría pensarse como un equivalente moderno de la irrupción violenta del Panic Attack de la actualidad como forma de disciplinar y dar orden a un cuerpo social?
Demás esta decir que el Panick Attack no es otra cosa que Angustia, Dolor, Sufrimiento. Esto lo sabía Shopenhauer y Jünger que al escuchar a esta sociedad analfabeta hablar de Panick Attack hubieran tenido un sentimiento contradictorio de burla y espanto frente a tanta ignorancia y estupidez.
Bien.
Licenciado Sebastián Cariola, usted que en su impresionante biblioteca alberga igual que yo este libro de Peter Brown, El cuerpo y la sociedad y posee la suficiente erudición como para meditar si lo que digo es una barbaridad o araña alguna verdad, le pregunto, ¿no es posible pensar el cuerpo poseído por la profetica vos del espíritu santo con la del cuerpo poseído por el espanto del Panick Attack??
Este es el pasaje de Peter Brown que me hizo reflexionar y formularte la pregunta acerca del los cuerpos de los delirantes que antes eran hablados por Dios y hoy son hablados por el Panick Attack y donde es exquisita la anegdota que cuenta Brown sobre la mujer de Moises cuando se entera que hay otros chiflados como su marido y piensa en las pobres mujeres de estos hombres que se tienen que fumar a estos enfermos.que por desgracia son sus maridos:
Capítulo 3
Martirio, profecía y continencia: de Hermas a Tertuliano
Peter Brown
La profecía fue una realidad de la vida en la Iglesia primitiva. En la época de Pablo, la presencia del Espíritu de Dios entre los paganos conversos había proclamado que el regreso de Cristo era inminente. Por la época en que escribía Justino, un siglo después, la existencia de profetas en las iglesisas cristianas se consideraba una demostración concluyente de que Dios había abandonado a Israel. Su Espíritu poderoso habitaba ahora en el “nuevo Israel” de la Iglesia:
Y después de esto
derramaré mi espíritu sobre toda carne,
y profetizarán vuestros hijos y vuestas hijas,
y vuestros ancianos tendrán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones.
La cultura diaria de una comunidad cristiana – sus oraciones, sus salmos, sus canticos, sus reconciliaciones de las diferencias personales y su visión de sí misma en un problemático futuro – florecía bajo el aliento del Espíritu de Dios:
Que cada persona sea diligente en ir a la iglesia, el lugar donde florece el Espíritu… y oiréis allí lo que no ha alcanza a vuestro entendimiento, y haréis progresos en las cosas que os ofrecerá el Espíritu, merced al profeta que instruye al pueblo.
La presencia activa entre ellos del Espíritu de un Dios supremo era una carga aplastante para cualquier grupo humano de carne y hueso, y especialmente para un grupo como el de los cristianos, que se consideraban a sí mismos los herederos del sentimiento judaico de la majestad y trascendencia excluyentes del Dios de Israel. Los cristianos del siglo II vivían en un mundo poblado de espíritus invisibles y mendaces. Tenían una clara percepción – al menos en sus enemigos – del poder de las trampas y del autoengaño. Para estar dotada de autoridad, la profecía tenía que presentarse como una experiencia violenta y casi necesariamente espasmódica: algo que escapaba del control consciente del profeta. Aquellos que como el propio Pablo, rezaban en extrañas lenguas “angélicas”, rezaban “en el Espíritu”, mientras su mente consciente “quedaba sin fruto”. En las situaciones de tensión, la voz del auténtico profeta era más eficaz cuando lanzaba un grito impremeditado. El Espíritu de Dios no era un visitante ocasional para la Iglesia. Estaba siempre accesible a los creyentes como signo de Su exclusiva presencia entre ellos. Pero en todas las comunidades, algunos cristianos se distinguían por ser vehículos sumamente fidedignos de los mensajes divinos. Se contaba con que su vida estuviera marcada por la extraordinaria proximidad al Espíritu de Dios. La abstinencia sexual era una de esas marcas. Cumplía con una función importante en cuanto a establecer la autoridad de los profetas en muchas iglesias secundarias. Como escribió el apologeta Atenágoras:
Encontraréis muchos entre nosotros, lo mismo hombres que mujeres, que envejecen sin casarse, con la esperanza de vivir en estrecha comunidad con Dios. [Pues] mantenerse virgen y en la condición de eunuco sitúa a uno más cerca de Dios.
Semejante comentario hubiera sido instantáneamente comprensible para los judíos y paganos contemporáneos. Ambos creían que abstenerse de la actividad sexual, y sobre todo la virginidad, hacían que el cuerpo humano fuese un vehículo más adecuado para recibir la inspiración divina. La posesión era una experiencia íntima y dramáticamente física. Conllevaba que el cuerpo fuese invadido por un Espíritu divino ajeno. Poco puede sorprender que se creyera que esta experiencia excluía el torrente cálido de los espíritus vitales por el mismo cuerpo, que se asociaba tradicionalmente con la copulación. Filón de Alejandría había presentado a Moisés bajo esta luz: después de su encuentro con Dios en el Sinaí, había pasado a desdeñar el sexo
Durante muchos días, y casi desde el momento en que, poseído por el Espíritu, emprendió su tarea de profeta, puesto que le pareció que era adecuado para mantenerse siempre en condiciones de recibir mensajes oraculares.
Leyendas judías posteriores ratificaron esta opinión. Después de los cuarenta días pasados en presencia de Dios, Moisés había perdido el interés por “las obras”; su esposa se sintió desatendida y, cuando supo que el Espíritu de Dios había caído también sobre otros, lo único que acertó a decir fue: “¡Pobres de las mujeres de esos hombres!».

 

Respuesta de Sebastián Cariola a una pregunta que le formulé y que forma parte de un largo diálogo que viene de lejos, casi tanto tiempo como los años que arropan nuestros huesos:

 

“El Ideal humano de continencia, el ideal propuesto por los filósofos griegos
nos enseña a resistir a la pasión, a que no seamos siervos de la misma 
y a entrenar los instintos en su persecución de metas pasionales. 
El ideal cristiano, nuestro ideal, es no experimentar deseo.”
Clemente de Alejandría, Stromata, 3.7.57.

 

Estimado Sr. Librero de mierda:
Me parece muy interesante su pregunta sobre la afectación de los cuerpos mediante los discursos que los atraviesan, ya que si entiendo bien es eso lo que está planteando.
Conocí a Peter Brown gracias a la Dra. Diana Ravinobich y a la lectura que le dedica en uno de sus libros para poder plantear la relación entre deseo, cuerpo y goce. Justamente el libro que toma la Dra. es “El cuerpo y la sociedad”, el mismo que usted está leyendo, aunque también recomienda la lectura de la biografía de San Agustín de Hipona, del mismo autor.
Allí retoma el concepto de Amor divino, como “amor al prójimo” a diferencia del amor cortés. En el amor divino, se produce la oscilación entre el amor al prójimo y la dimensión del ser del Otro, el amor a Dios. A este Otro, punto neurálgico de la religión, se le dedica todo, y en el cristianismo esto se acompaña de un peculiar vaciamiento del amor sexual como tal. Para Brown la noción cristiana de la sexualidad intenta liberar al ser humano del mundo físico. Un buen ejemplo de esto es el concepto de cuerpo que aparece en San Pablo, “el cuerpo es la carne”. La carne surge con la concretización dolorosa de la vulnerabilidad del ser humano ante un peligro inédito para el paganismo: la tentación, idea inseparable del pecado original y que nos sumerge en la sexualidad y la muerte. Tengamos en cuenta que el pecado original iguala a todos los hombres ante Dios y cambia la relación de los sujetos con su cuerpo, instaurando los horizontes de una nueva libertad humana, la del cuerpo sin deseo. Lacan va a calificar a este vaciamiento como Perversión del Otro, perversión articulada con la idea misma del pecado original, de la falta. El cuerpo aquí experimenta una mutación, pierde algo de su corporeidad misma, desarrolla lo que también Lacan llamara cierta desensibilización. Ejemplo de esto son los mártires quienes en nombre de Dios harán gala de su resistencia a la tortura.
En el Amor divino se produce la sustitución planteada en el Banquete de Platón, en donde el amante es trasmutado en amado; Dios es amante de la humanidad, y por tal es amado como amante. De este modo sucede algo que los Griegos con sus dioses nunca hubieran concebido, el ser divino todopoderoso se vuelve sede de una falta, la falta es lo que funda el deseo (solo se puede desear de lo que carece, no lo que tiene), sin embargo el cristianismo sustituye el deseo del Otro, por el amor del Otro, expulsando el deseo como algo solidario al cuerpo. Según Diana: “El amor divino al producir la volatilización del cuerpo sitúa lo simbólico del goce haciendo que el cuerpo devenga muerte y la muerte devenga cuerpo”. De este modo el deseo deviene fin, meta, algo a conseguir o cumplir, algo a obtener, al separarse de su causa corporal (tripa causal según Lacan) en la medida que el objeto causa del deseo es inseparable del cuerpo. El objeto reaparece como fin del deseo convirtiéndose en objeto de deseo y que se confunde al objeto del amor. Ineludible aquí es introducir el discurso capitalista que puja, manda, pugna por un circuito infernal donde los objetos de deseo, (o amor, aquí es lo mismo) siempre es otro a conseguir, obtener, meta a cumplir. No solo los cuerpos sino también los tiempos son arbitrados por el discurso: la inmediatez de la promesa de llegar al fin último del deseo se vende en cada uno de los gadgets que cae en la inutilidad apenas se obtiene. Es como querer obtener la respuesta última a todas las preguntas sin haberlas formulado nunca, uno de los modos en que Lacan designa al síntoma: la respuesta a una pregunta no formulada. La lógica de este discurso es el de una verdad toda sustentada por el significante Amo en su lugar y un sujeto en el lugar del agente que se presenta solo por la acción de consumir…En el Seminario 19 Lacan agrega: “Lo que distingue al discurso del capitalismo es esto: el rechazo de la castración”. Los objetos se obtienen y se consumen en pos de obturar la castración, la castración sobretodo del Otro, entronandolo como Amo absoluto. El consumido aquí es el sujeto mismo. El objeto causa de deseo y por el ende el cuerpo aquí también es desplazado por el amor a los objetos de consumo y la promesa del goce todo que estos producirían.
Si el cristianismo es una religión universal lo es en tanto marca un punto común en los seres humanos: su vulnerabilidad al deseo sexual y al dolor. Y plantea que puede superarse gracias a la expulsión del deseo. Para los Gnosticos “Cristo vino a deshacer el trabajo de las mujeres”, trabajo que según la Génesis se articula al deseo (carne-tentación) sexual con el nacimiento y la corrupción del cuerpo, es decir la muerte. La muerte marca la fragilidad del ser humano como indisociable de la sexualidad. De aquí la instauración del ascetismo y la castidad, llevada por los Gnosticos al extremo: la salvación de la corrupción del cuerpo es evitar el deseo sexual.
Pero como nos enseña el psicoanálisis desde sus comienzos, existe la falla, y el deseo expulsado retorna bajo la forma del masoquismo: la muerte aparece como lo que permite anudar el goce y el cuerpo.
Ahora en relación a la irrupción del espíritu de Dios hablando en los cuerpos de los creyentes desde el punto de vista psicoanalítico tenemos que decir que se trata del goce que irrumpe en el cuerpo y cabria hacer una diferenciación: el goce padecido en la psicosis con el goce que experimenta el místico. Esta disparidad se pone en evidencia entre la obra poética de San Juan y las Memorias del presidente Schreber. El goce experimentado por los místicos queda del lado del goce femenino “… de ese goce la mujer nada sabe, es que nunca se les ha podido sacar nada. Llevamos años suplicándoles de rodillas (…) que traten de decírnoslo, ¿y qué?, pues mutis, ¡ni una palabra!”
No hay significantes para nombrar ese otro goce se trata de un goce suplementario respecto a lo que define como goce la función fálica. Goce inefable que quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente. A propósito de la experiencia mística Lacan ubica a San Juan del lado femenino, pues ser macho no es condición suficiente para alinearse del lado masculino, nos dice “Uno puede colocarse también del lado del no – todo. Hay hombres allí que están tan bien como las mujeres. (…). A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico”. En relación a esto ya Freud en 1939 planteaba, en alusión a “Eso” que se sitúa por fuera del significante. Nos dice acerca del tema que nos concierne: “Mística: la oscura autopercepción del reino situado fuera del yo, del ello”. Lo importante a tener en cuenta a los cuerpos poseídos por la palabra de Dios es que se trata de un goce que irrumpe, que se presenta, no que se representa.
Retomando, si el capitalismo es un discurso universalizante lo es en tanto, como dice Lacan, es “locamente astuto”, ya que plantea la obturación castrativa que angustia a los sujetos, ese punto de imposibilidad, de cerrar lo que no cesa de no. Tambien vemos la intención de sortear lo imposible de la relación entre los sexos, aquí también aparece la sexualidad, y en todo caso el sujeto ya entra jugando de muerto, ya que el mandato superyoico que conlleva este discurso nada tiene que ver con el deseo como motor, sino con el intento de recuperación de lo perdido, plus de goce, es decir con un intento de obtención de un goce todo, goce imposible. Un deseo universalizable, para todos igual, asequible por todos, un deseo como meta, como realización.
El “panic Atack”, (que fue descripto por primera ver por Freud ya en 1984 como crisis de pánico) pueden considerarse las descripciones sobre la angustia (Angst) como Angstanfall (ataque de miedo), Angsthysterie (histeria de miedo), Angstausbruch (irrupción de angustia). La hipótesis general es que la idea de Angst se vincula a la concepción de descarga/salida (Abfuhr) de los estímulos (Reize) acumulados.
Podemos ponerlo asi: existe un sujeto que se queda sin recursos frente a la propia imprecisión de su malestar, pero denunciante de que el malestar existe, él es un testigo del “malestar de la cultura”. El ataque de pánico dice poco del sujeto como efecto del significante, del producto (que es el objeto) y del resultado (que es el síntoma). La omnipresencia del Otro en el discurso capitalista produce una falla en la constitución de la realidad psíquica que el pánico viene a revelar brutalmente: el sujeto quiere ser representado, quiere hacerse escuchar, aunque sea a precio de los costos y las costas del pánico.
Ahora bien, en ambos, lo que aparece es el goce, concepto indisociable del cuerpo, ya que el goce es del cuerpo. Es por eso que el cuerpo y el deseo cobran un lugar destacado en la última enseñanza de la obra de Lacan. Creo que si bien hay puntos de encuentro entre ambos fenómenos planteados, y el mas evidente y que trato de transmitirte es el de la irrupción del goce en los cuerpos y sus afecciones, en el caso de la palabra Divina poseyendo en cuerpo (mística) se puede hablar de una irrupción sin representación, algo que no remite a nada simbólico, mientras que el Ataque de pánico, o crisis de angustia como prefiero yo llamarlo, se trata de algo que viene al lugar de otra cosa, es decir que denuncia algo en el sujeto, ateniendo más al concepto de síntoma. Sin duda alguna ambos son fenómenos que se presentan como forma de disciplinar y dar orden a un cuerpo, solo que no tomaría como equivalente el Panic Atack con el fenómeno místico, ya que si algo hereda uno del otro, lo hace solo luego de la degradación e idiotización del sujeto que habita en ese cuerpo (goce autista o del idiota). Por decirlo de otro modo: un verdadero místico jamás habría sufrido un ataque de pánico, esto último es solo ganancia del cobarde.
Saluda a usted muy atentamente.
Sebastián Cariola.

 

 Respuesta, observaciones y una nueva pregunta a Sebastián Cariola

 

Debo hacer una confesión.
Y a partir de ella señalar algunas de tus palabras vertidas en el texto que me envias.
Y finalmente formularte una nueva pregunta.
Debo confesar que me es difícil seguir tus planteos.
Como me es difícil seguir a Barthes o Heidegger.
Lo cual no es para mi un problema que invalide nada sino una forma de pensar diferente donde devo señalar que ahí donde sos claro y presiso, quizá, no sea capaz de llegar a escuchar el carozo del durazno del tango escencial.
Lo cual no inabilita el dialogo, sino que lo enriquece, porque eso que no se entiende insiste en ser pensado.
Después de todo toda lectura es una traducción y toda traducción presenta dificultades.
En fin, quería señalar mis limitaciones, para que sepas que quizá ahí donde sos claro yo te responda sin llegar a comprenderte cabalmente lo que decis.
Fogwill no se donde escribio que escribir es pensar. Y si bien no soy una luz, en la escritura encuentro, a veces, claro, la luz que alumbra las sombras de mi inteligencia.
Bien.
Un problema que encuentro en tu texto es que se hace tabla raza del cristianismo. El cristianismo no siempre fue “una religión universal”. Ni hay un solo Pablo, como señala Peter Brown, pocos años después de la muerte de éste sus seguidores dibujan un Pablo que a él mismo le costaria reconocer. Así como el Cristo del amor universal es un relato moderno – como señala Paul Veyne en algún lugar de El imperio grecorromano – y que en sus presupuestos originales esta más cerca de los movimientos milenaristas de Jan Hus y Thomas Müntzer que del Papa Francisco.
O no quisiera pasar por alto que la Iglesia primitiva surge en un mundo donde la sobrevida de las personas era tan frágil como la de cualquier país pobre del Tercer Mundo. Con lo cual señala Brown el ideal de la Virgenes era una excepción espectacular para resaltar la necesidad de que la sociedad devia reproducirce.
Y una última cosa, cito:
La carne surge con la concretización dolorosa de la vulnerabilidad del ser humano ante un peligro inédito para el paganismo: la tentación, idea inseparable del pecado original y que nos sumerge en la sexualidad y la muerte.
¿Inedito?
¿O lo que cambia es sutilmente la luz con la que se iluminaba el cuerpo pagano y luego se ilumina el cuerpo cristiano?
Quiero decir, no hay novedad, sí una tradición que se reformula, para formular una respuesta nueva a una vieja pregunta.
En fin.
También entiendo que toda operación de lectura siempre requiere ajustar y forzar ciertos argumentos para formular una idea.
No estoy seguro de mis observaciones pero son las que me surgen y vos podes desarmarlas en caso de que sean paparruchadas o desarrollarlas en caso de que sean pertinentes.
Ahora bien.
Siguiendo la vena inicial quisiera formularte otra pregunta que se desprende de la primera.
Creo que estamos hablando del dolor.
O ese es uno de los colores sobresalientes de esta pintura.
Ernst Jünger en Sobre el dolor escribe que cuando todas las señales fallan la única la única certeza valida para orientarse que tiene un hombre es poder escuchar el dolor.
Creo que esta sociedad es incapaz de escuchar su propio dolor, de ahí el éxito rutilante de la industria farmacológica y sus artilugios para encender y apagar un cuerpo. Y no quiero dejar pasar que Jünger con setenta años y todavía en los años 70 con treinta años mas por delante escribió una historia de las drogas donde teje experiencias propias con la historia universal y donde señala que la droga del futuro – futuro que es nuestro presente – son las pastillas.
Bien.
Esta es la pregunta.
Muchas veces me vi envuelto en la siguiente discusión:
¿Qué diferencia hay entre recurrir a una receta del psiquiatra para comprar pastillas para calmar el dolor o recurrir a al chino en busca de alcohol o al dealer en busca de falopa?
Yo sostengo que no es lo mismo.
Pero me doy cuenta que me faltan las palabras para sostener mi postura.
¿Hay diferencia o es lo mismo apagar o contener o suspender el dolor con antidepresivos que con “drogas”?
Quiero decir, ¿hay algún margen de posibilidad en alguno de los dos casos de oir el dolor o son ambas formas de dejar al cuerpo desnudo a la intemperie?

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

 

¿Que seria de un dia de mierda como hoy si no pudiera trabajar cantando a los gritos A mi manera junto a la gorda maria marta serra lima?
Estoy despierto desde las 6 de la mañana. Un día de mierda. Y son las 21 horas y me tengo que volver a casa caminando porque no tengo un mango. Y no se por qué carajos hoy me abandonaron en Facebook un monton de personas que dejaron de ser “mis amigos”. ¿Sera por lo que escribo? ¿Sera por los libros que vendo? ¿Sera porque me gusta Maria Marta Serra Lima? ¿Sera por las imágenes que uso para vender mis libros? Que se yo. Me chupa un huevo. Como canta Maria Marta “estoy en paz porque la vivi a mi manera”. Así que ahora me voy caminando de caballito a balvanera y sin un mango en el bolsillo. Y te dejo esta canción de Emmanuel Toda la vida. Mario Pergolini a fines de los 80 tenia un programa que hacia junto a la turca najmias y un humorista cordobes y se llamaba Malas Compañias hiba por las noches de 20 a 24hs y serraba todas las noches con este tema de Emmanuel y le dedicaba el gritito que pega Emma al final del tema siempre a alguien. Yo se lo quiero dedicar a la Gorda Maria Marta que es mi Areta Franklin, mi Ella Fittzgerald. Para vos gorda que te conozco desde chiquito, cuando te escuchaba en una casetera JVC.

 

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Honestidad brutal
Segunda Parte
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges 

 

Para los puesteros de Plaza Italia 
Pablo
Walter 
León
y Alejandro

 

 A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
Honestidad brutal
Cierta mañana primaveral hermosa, perfecta y que como toda belleza autentica alberga la promesa de algo que nunca se va a concretar, El Monje Zen Rebentado camino con paso firme a buscar su destino por los senderos de la nada.
Sabía que ese lunes las cartas ya estaban hechadas. Que lo que lo aguardaba seria criminal. Pero algo en él, lo único que importaba, seguía intacto. Su primera y última responsabilidad era preservar esa mágia modesta.
Esa mañana se levanto muy temprano y fue a su prostíbulo. Se sento frente a la computadora y la encendio.
Mientra aguardaba a que se encendiera, se quedó mirando la bandera que flameaba en lo alto del mastil de su nave pirata: el poster de Inodoro Pereyra dando una flor a Eulogia.
El Monje Zen Rebentado era hijo de una profesora de matematicas. Una gran profesora de matematicas. No porque fuera brillante matemáticamente sino porque sus alumnos la querian. Y recordó aquella mañana en que tomo conciencia que su madre había perdido para siempre esa magía modesta que es lo único que importa. Fue terrible y doloroso. Una profesora de matematicas que había perdido todo en los fichines de los bingos. Pero sabía que no era eso lo que la rompio. En verdad, jamas supo que fue. Eso, solo lo sabía su madre.
Aquella remota mañana en que EL Monje Zen Rebentado levo anclas y partío mar adentro a que el ojo del huracán lo arrasara, reflexiono que el a direfencia de su madre podia, al menos esa mañana, mirar a la muerte a los ojos, sin miedo ni tener que pedir perdon. En cambio mamá seguia viva pero estaba muerta. Es tan habitual morirse y seguir vivo. La ciudad esta saturada de cadáveres que caminan por la calle. Esa mañana que El Monje Zen descubrió que su madre ya no era esa mujer fuerte y segura e independiente que lo había criado, sino un cadáver en vida fue terrible pero también revelador: la personas se pueden romper y seguir vivas, pero de ahí no se vuelve jamás.
Frente a todos estos hechos, qué se podía hacer esa mañana oscura y luminosa.
Escribir.
Qué otra cosa se puede hacer cuando se es un escritor como William Faulkner o Philip K. Dick.
Así que eso hizo.
Medito qué contar. Qué palabras convocar.
Y escribió:
Te voy a contar una historia.
El domingo por la tarde luego de terminar un texto brutal donde exponía su conciencia estallada en mil pedazos por el dolor y la desesperación, orden su casa, le dio de comer a su gato, se baño y salio a la calle.
Se fue caminando de Balvanera a Plaza Italia.
Queria ver y charlar un rato con algunos de los puesteros de Plaza Italia con los que solía charlar y que el tiempo había logrado unirlo a ellos por cierta forma particular del afecto.
Algunos al verlo revolviendo en los puestos buscando libros lo reconocían y lo saludaban. Otros no lo registraban. Pero habían cuatro a los que el Monje Zen Rebentado apreciaba y les tenia cariño.
Uno era Pablo. Otro Walter. Otro León que había abandonado el puesto en busca de otros horizontes. Y el cuarto era… puta madre, no me acuerdo el nombre y que desde que su hijo se encerro en la pieza y se prendio fuego como un bonzo casi no asomaba la nariz en su puesto que lo manejaba su socia – aun recordaba el Monje Zen Rebentado la última vez que lo vio sus palabras que si sos capaz de escucharlar son una herida sangrando por siempre jamas: loco, no sabes dolor que es esto, tengo una herida en el corazón que no me va a cerrar jamás.
Al único que encontro aquel domingo fue a Pablo.
El gordo Pablo.
Que lo sorpredío con un coqueto sombrero que le había regalado una clienta que paso por su puesto.
El gordo Pablo era un enamorado de los libros como el Monje Zen Rebentado.
Un enfermo.
Y como lo conocía desde hacia años, sabía de los agridulces avatares de prostituirse con escort independientes de la palabra.
La vida es dura y ahí estaba el gordo Pablo con hijos y mujer aguantando los trapos, como siempre.
Se saludaron.
Que haces pequeño, lo saludo Pablo.
El gordo Pablo hablaba así.
Cuando pasaba una chica por su puesto, sea joven o vieja, linda o fea, les decia: “que estas buscando chicuela”, “hola preciosa, qué libro estas buscando” y así.
El Monje Zen Rebentado se sento en un banquito a charlar con el gordo Pablo.
Sabía que él sin contar mucho ni explicar todo hiba a entender el meollo de sus quilombos de rufían del saber de otros.
Mucho tiempo atrás ya lo había visto el Monje Zen Rebentado ver al Gordo vender libros de su propia biblioteca, que era inmensa y exquisita y que amaba como a un hijo, tener que venderla para seguir adelante por la senda de la nada.
Lo vio hacer eso muchas veces.
Y hasta que el Monje Zen Rebentado tuvo que hacer lo mismo nunca supo cuanto cuesta tener que vender para comer algo que es tu propia carne, tu propia sangre, algo sagrado y que no tiene valor monetario alguno porque es tu vida misma, carajo.
Así que cuando le conto el Monje Zen Rebentado de aquella fatida jornada que se sento con una botella de wiskhy y una bolsa de merca y se encerro a llorar y trabajar todo un día entero subiendo los libros de su biblioteca personal para juntar unos pesos, a diferencia de tanta gente que le hizo en su momento comentarios de todo tipo, pero ninguno entendió lo tragico de ese hecho, el Gordo Pablo, simplemente dijo:
Sí, es horrible, te entiendo, y lo dijo con una tristeza infinita en sus ojos.
También le conto de los quilombos que se le venían ensima en breve como pesadillas ideadas por Stephen King.
Obviamente hablaron de libros.
De qué otra cosa podía hablar estos dos enfermos.
De libros y del negocio de los libros.
Durante la charla aparecio una docente ofreciendo libros que no servían ni para limpiarte el culo.
Otro que le ofreció libros tecnicos que no valían nada y entre ellos El Carbunclo azul de Arthur Conan Doyle de la fea colección de Biblioteca Pagina/12.
Y también aparecio un flaco medio pesado y lumpen que al verlo lo reconoció y no sabía de dónde. Este flaco estaba ofreciendo unos libros nuevos de Tusquets.
Luego recordo de donde lo conocía.
De cuando era esclavo de Librería Portnoy.
Solía entrar al local del Alto Palermo este flaco.
Sí, lo recordaba. Era un ratero, especializado en robar libros.
Nada que objetar a este pibe que se gana la vida robandole a terribles hijos de puta como los dueños de Librería Portnoy unos libritos.
Cuando la noche cayo, el gordo pablo tenía que guardar todo y partir.
Estaba cansado y lebantar el puesto no es una tarea grata y menos cuando ya tenes años y excedido en peso y una vida de remar y remar y remar y cada vez con menos fuerza en tus brazos.
Leoncito Pereyra cuando trabajaba en el puesto de al lado a veces lo ayudaba pero ahora no estaba.
Así que el Monje Zen rebentado lo ayudo.
Mientras desmontaban el puesto entre ambos el Monje Zen Rebentado descubrio un libro que le llamó la atención El amor a los comienzos de J. B. Pontalis. El Gordo Pablo le dijo que se lo llevara.
Cuando terminaron de levantar el puesto el Monje Zen Rebentado saludo a Pablo y partió.
Como se cruzo con la mujer de Walter le pidió que le mandara saludos de su parte.
Cuando estaba parado en la esquina esperando que cambiara el semaforo vio tirados los libros tecnicos que no valían nada y entre ellos el libro de Conan Doyle.
El Monje Zen Rebentado se agacho y lo recogió.
No podía permitir que Conan Doyle quedara tirado ahí en la calle un domingo solo y sin amigos.
Juan José Saer que era amigo de Arthur Conan Doyle hubiera hecho lo mismo.
Llegó a su casa, puso Shostakovich, recordó el libro de William T. Vollmann que le habían robado y donde el musico ruso es el personaje central de esa obra impresionante y se preparo un Campari, fuerte, bien fuerte y se sento en el sillon con su gato René aguardando que la noche lo envolviera en sus brazos.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Honestidad brutal (1)
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges (2)

 

Para Honoré de Balzac que al igual que yo fue un gran escritor y un pesimo comerciante.

 

 El crimen desorganizado entra y sale de mi casa
O van a la casa de al lado.
Todos mis amigos son iguales
Y los que no son iguales son tan diferentes que somos ausentes.
Hace poco un amigo volvió arrepentido a su casa,
Y ya por acá ni pasa, ni el teléfono atiende.
Serán las indicaciones del psiquiatra:
«seguí con el ribo pero ni te juntes con el músico furtivo»
No lo culpo, a mí me pasó algo muy parecido.
Y me desintoxiqué, engordé
Y desayunaba al mediodía cinco minutos de felicidad.
La verdad? que a veces mataría por otros cinco minutos más.
Y que más? el resto de la vida
La vida? ¿cuál vida?
La mía te asustaría.
A mí que la vida me gusta también me asusta.
La verdad que tengo momentos de debilidad.
Y quiero ir al cine, ir a cenar al lado de una pareja de amigos,
Hablar de jarsmuch y abel ferrara,
Y ninguna mañana rara,
Y ninguna mañana rara.
Miro a los otros que son como yo …mala vida.
Si no se suicidaron ya fue por cobardía.
Cómo quisiera ser tan diferente
Que haber recibido a cambio de ser un solitario del carajo:
Un buen trabajo, facilidad musical, violencia intelectual,
Fama, respeto…no esta mal.
Pero la herida es mortal.
No estoy solo, de verdad,
Me acompaña mi propia soledad.
De verdad, me acompaña mi propia soledad.
Nadie sabe lo que pasa con la gente diferente?
El bohemio se pudrió mucho antes del milenio.
Y el reo? queda feo en un mundo grasa,
Qué pasa con los vagabundos y los borrachines y los soñadores?
Yo te digo que pasa: se quedan sin casa y
La vida moderna los arrasa,
Los pasa por arriba y se los morfa, se los come
O los encierra bajo dieta de cyndor y cocaína
O les lame el orto esperando que terminen arrastrándose.
No lo sé.
A mi me parece claro como el agua podrida.
Cest la vida.
Cest la vida.
Interminablemente se vuelve uno decadente,
Y en una sociedad que engorda mostrás los huesos,
Esos huesos,
Ese abandono…¿será la capa de ozono?
No lo sé.
A mi me parece claro como el agua estancada,
No pasa nada.
A mí me parece claro como el agua podrida,
Así es la vida.
Thats life…
My funeral once de bronce.
My funeral once, Andrés Calamaro.

 

 A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
Honestidad brutal
Necesito cubrir para el lunes una parte de las espenzas de la libreria de las cuales no estoy en condiciones de afrontar.
Ok.
Que a mi y al sujeto que vive en la librería nos rompan el culo por boludos. Bien, valla y pase.
Pero el problema es que el que firmo el contrato no soy yo ni el sujeto viviente de la libreberia, sino un amigo.
Lo cual todo lo hace mas complicado.
Porque me involucra afectivamente y me absuelve legalmente.
A ver.
Perdido por perdió y borracho como una cuba a las 12 del mediodía (¡vendes libros que lindo! Sí, es lindo como la puta que te pario)
En fin.
Además este semana había hecho una venta grande de casi 1500$ y entonces me envalentone y compre todos los libros que subi esta semana con la guita que me presto una amgia y que yo le prometi que el sábado a mas tardar se los devolvía.
Y es sábado al mediodía y estoy borracho y una vez mas (y ya no se cuantas van) que digo que te este mundo me ahoga, me deja sin aire y solo la enagenacion extrema me permite seguir adelante.
Y ahora al borde del mediodía, borracho, viendo la forma de inventar como acuñar monedas fuertes que me ayuden a sostener el terremoto saco un ultimo conejo de la galera.
Sí.
Lalo Mir y La negra bernazi durante los noventa tenían un programa que se llamaba si las nuves del halcohol y los narcoticos no me hacen ver fantasmas en la pesadilla diurna de tu puta tarde de sábado no me engaña se llamaba Buenos Aire una divina comedia.?
¿hiba por del plata esta programa cuando lalo y Elizabeth lo conducían y él era el director artístico de la radio?
Ahora solo necesito dormir un rato y ver como encajo este dolor de huevo, ¡junto a atros y algunos producto de mi propia creación enferma!
En fin.
Saco el ultimo conejo de la galera ¡y cuantas veces ya dije eesto????
Que mierda, loco.
En fin.
Lalo y Elizabeth en buenos aires una divina comedia donde estaban las anegdotas del pibe Banana sí, ellos, idearon un sistema de juego donde vos por toda recompensa por jugar recibías una agradecimiento de lalo.
El sorteo consistía en que los locutores del programa querían hirce de vacaciones a el Caribe y le proponían a todos los oyentes que donaran un dólar para que lalo y Elizabeth pudieran irse a hacerse coger por un monstruo de america central.
Bien.
Solvente no soy.
Lo que me falta en guita para vivir una vida “normal”
En fin eso nunca fue posible en mi vida y seria ridículo esprarlo ahora.
¡ya soy un boludo que se peina los huevos con gimonte!
En fin.
Lalo y Elizabeth lograro conseuir la guita para irse al Caribe.
Bien.
Yo te propongo lo mismo.
Que me regales plata para una ambicion taqn quiquitqa como miserable que es la de que un insecto me amenaza con carta documento y me rompe el culo.
Asi es la vida de un librero altentivo.
Igualit que la tuya pedazo de hijo de puta que solo el día que me muera me vas a reconocer que el dí a que muera Libros Kalisshe y fue un ito en la cultura argentina.
Bueno forro, y me amparo en la quinta enmieda con la cual Dashell Hammett se amparo para decirle a la derecha mas rancia de estados unidos que el no era un botón forro como vos y que la quijnta enmienda lo amapraba.
Buen o si no sabes quien fue hammatt, es un problema tuyo, no mio, y eso marca que sos una mierda lisa y llana y analbabeta.
Un beso grande a todos y espero sus dólares para una empresa tan miserabl e y estúpida como puede ser no llegar con las espensas-
Me voy a dormir y se pueden ir todos y todas a la chonca bien puta de sus madres (3)
NOTAS
(1) Este problablemente sea el texto más personal y barroco y psicodélico de la basta obra de Chuang Tzu, donde lleva la escritura automática del boludo de Cesar Aira extremos insoportables; donde lleva el biodrama de Vivi Tellas a tensar la cuerda dramatúrgica hasta hacerla una tanza con la cual poder suicidarse; donde como el Salmón Calamaro el texto sostiene como un Barthebil que dice hasta el final “preferiria no hacerlo”: Siempre seguí la misma dirección/la difícil la que usa el salmón/siento llegar al vacío total/de tu mano me voy a soltar; donde como en su momento Honore de Balzac a medida que todas sus empresas comerciales fracasaban su escritura se volvia cada vez mas poderosa (porque tanto Balzac como su seguidor y discípulo Chuang Tzu eran artistas con una pija así de grande y no comerciantes de pitos tristes y Balzac y Tzu tuvieron cada uno en su época que vivir de empresas comerciales que obiamente no tenían un carajo que ver con su poder soberano poetico.
(2) Hay una entrada de los Diarios de Borges donde Bioy Casares escribe algo que citamos ahora a continuación y que prueba que Borges no es el traductor de este texto que facturo y vendió a occidente como su traductor y es más, quizá ni siquiera existió antes de Borges, es decir, quizá este texto, Honestidad Brutal, es de Borges:
Viernes, 11 de diciembre de 1959. Come en casa Borges. Cita, sobre uno de los más celebre textos de Chuang Tzu.
Luego de leerlo opina: “Está bien traducido, no sabemos si el original estará tan bien”.
(3) Este texto Chuang Tzu lo publico por primera vez en Facebook, un sábado al mediodía de la remota y lejana China del siglo XXI y tuvo estas repersuciones:
La novia de una de las personas citadas en este texto puso me gusta y Chuang Tzu le respondió:
«que es lo que te gusta Anita Leporina el lunes cuando la cucaracha de la administradora del consorico le mande la carta documento al puto del dueño al que lo van a agarrar de los huevos es a tu novio, bueno nada, me voy a compar con la plata que me queda para hacer unas pizzas caseras y ahi les mande un mensaje para intitarlos a comer a casa, si algun otro amigo, esta colgado hoy y quiere venir a comer unas pizzas caseras esta invitado, obviamente esta invitacion es solo para amigos, el resto simplemente los invito a que me relagen plata»
Y una amiga de otra persona citada en este texto hizo la siguiente pregunta, ¿sujeto?, a lo cual Chuang Tzu respondió:
«Cecilia Boullosa sí, sujeto, cual es el problema????, acaso no es una categoria que usa hegel??, acaso george bataille no habla no se donde de sujeto soberano???, sí, sujeto, como tambien podria decir: gran poeta, uno de los mejores escritores vivos que tiene la argentina y que lamentablemente creo mas yo en ese poder poetico que el mismo, y digo lamentablemente porque si pudiera volcar en el papel todo su poder poetico seria maravilloso, pero que lo haga o no, no importa para mi que se reconocer a un gran escritor de un cagatintas, y este sujeto es un gran escritor, escriba o no escriba lo que tenga que escribir, pero si, sujeto, cual es el problema de usar esta categoria???»
Y su gran amigo Santiago Ferron luego de leer este texto hizo la siguiente observación: «Para con la…. locura hijo»; a la cual Chuang Tzu le respondió:
«de un laberinto nunca se escapa uno por por puerta salida, eso lo sabia muy bien el minotauro de la mitologia griega, condenado a vivr perdido entre sus pasillos sin jamas poder encontar la salida. la unica forma posible de salir de un laberinto es por arriba, escapandote por los techos, abrazo y no te me descontroles mucho hoy a la noche»

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido (1)
Episodio 3: La batalla final.

 

Todo el mundo en la ciudad
 es un suicida 
tiene una herida 
y es la verdad. 
Todo el mundo en la ciudad 
tiene mil vidas 
tiene mil vidas 
y es la verdad. 
Quisiera ver ese mar al amanecer 
preciso tiempo para crecer. 
Quisiera ver ese mar 
y veo esta pared 
yo ya no se qué hacer. 
Todo gato en la ciudad 
tiene mil vidas 
tiene mil vidas 
y es la verdad. 
Todo el mundo sabe bien que no hay salida 
somos suicidas 
y es la verdad. 
Pero si vas hacia el mar al amanecer 
quizás extrañes a la pared. 
Somos estatuas de sal 
queremos volver. 
Yo ya no miro atrás 
ya no queda mucho más. 
Ahora no pregunto más adónde está la estrada. 
Ahora ya no espero más aquella madrugada.
Suicida, Charly García

 

Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño.
Las ruinas circulares, Jorge Luis Borges.

 

Balvanera.
Esquina de Pichincha y Rivadavia.
El baño de la confitería Atenea yace desnudo, calcinado por las llamas.
Toda la manzana es un paiseja de desolación y dolor.
La ciudad de Buenos Aires, de repente, se ha vuelto un cementerio.
Una ciudad fantasma.
Entre las ruinas del baño de la confitería Atenea se pueden ver los cadáveres de Cheever y Carver acribillados a balazos por el Comando de Elite Ladysoft Premium. Desparramados un poco más allá se puenden ver los cuerpos de Borges y Ringo desmembrados, mutilados y con señales de aber padecido el canibalismo de La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido.
Todo es demasiado doloroso.
Todo es demasiado absurdo.
Todo se parece demasiado a un infierno donde el cielo ya nos a quedado demasiado lejos para siempre.
Entre las ruinas del baño de  la confitería Atenea un inodoro permanece en pie.
Algo se mueve en su interior.
De repente empiezan a brotar soretes.
Y más soretes.
Son los soretes de los cadáveres de una ciudad en ruinas que ha sucumbido bajo el peso del tiempo.
Y de entre los soretes que brotan del inodoro como flores muertas de un paisaje postnuclear surge El Muñequito Liefeld Puteador con un cuchillo de caza entre los dientes que le hizo artesanalmente su tío Juan cuando él era chico.

 

La puta que te parió Alan Pauls.
Tu ambición desmedida y tu locura sin límites lo convirtieron todo en una guerra que no ha dejado nada en pie.
Hijo de puta.
Ahora somos solo vos y yo.
Acá estoy.
Si hubiera echo caso a la tarotista del 15C quiza todo esto podría haberse evitado.
Pero luego de que me tendieras una trampa con una falsa tarotista para asesinarme al recibir un mail de la tarotista del 15C advirtiendome de lo que tramabas no pude más que desconfiar. No pude más que leer en ese mail otra de tus artimañas para eliminarme. (2)
Fuieste demasiado lejos.
Trajiste del futuro una Bombacha  Terminator de Elastico Vencido con un chip Androide de Ovulo Loco activado para que me buscara, tuviera un hijo y luego asesinarme.
Las Bombachas Terminator de Elastico Vencido con chip Androide de Ovulo Loco son implacables. Indestructibles. Asesinos seriales.
Desconocen la piedad y solo tienen un objetivo el cual a como de lugar abanzan hacia él arrazando a todo lo que se interponga en sus caminos.
Alan, la puta que te parió.
Convocaste del futuro a una Bombacha Terminator para destruirme.
La primera vez ella me intersepto con su GPS fue en una esquina del barrio de Urquiza donde estaba con mis amigos cartoneando en la puerta de un Mc Donals.
Ringo y Borges estaban revolviendo en la basura, buscando amburguesas y panes y tomates y sobresitos de mayonesa y preparando la cena de esa noche.
Cheever y Carver estaban juntando los cartones y apilandolos en el changuito de supermercado.
Y yo estaba sentado en un portal tomandome un fernecito-cola Fernando cuando veo dirigirse hacia mí con paso firme una Bombacha Terminator y pararce frente a mí.
Me basto un segundo para reconocer a este monstruo y el miedo congeló el cuerpo y me anulo la mente.
Ringo, que rapidamente capto toda la escena, saco la escopeta recortada y abrió fuego.
La bombacha Terminator se desplomo sobre mi hecha concha.
Mis amigos acudieron a mi rescate.
Hicieron a un lado a La Bombacha Terminator, me levantaron y obligaron a salir corriendo urgentemente del lugar.
Toda la cuadra por los escopetazos de Ringo se habia convertido en un pandemónium.
Empezamos a uir. A confundirnos con la gente que corria en todas direcciones espantada por los disparos.
Al darme vuelta, ahí estaba, de pie, apuntandome con una 9 Mm, La Bombacha Terminator fresca como si recien hubiera salido de ducharse y sin rastros de los dos escopetazos de la escopeta calibre 16 que acababa de recibir.
Ringo y Borges abrieron fuego y volvieron a derribarla y logramos uir.
Ese fue el prinsipio de un infierno que hundió a la ciudad en una guerra sin cuartel.
Durante una semana me tuve que enfrentar y escapar no se cuantas veces en diversos puntos de la ciudad con tu Bombacha Terminator.
Aun no lograste tu objetivo.
Lograste dejarme sin amigos.
Mataste a Cheever y Carver con el Comando de Elite Ladysoft Premium en una galería del Microcentro.
Tus Bombachas de Elastico Vencido Caníbales dieron muerte a mi perrito Ringo y a mi muñeco Borges y logre salvarlos del canibalismo cuando estaban ya por ser devorados.
Logre salvarlos del hambre canibal. Pero no logre que siguieran vivos.
La puta que te parío Alan.
Acá estoy.
Con un cuchillo entre los dientes.
El mismo que me regalo el tío Juan cuando era pequeño y que lo hizo él mismo con sus propias manos para mí.
Esto ya fue demasiado lejos.
Acá estoy.
Te estoy esperando a vos y a tu Bombacha Terminator para la batalla final.

 

Alan Pauls aparece caminando por Pateur, cruza Rivadavía y se para entre los cadáveres de Borges y Ringo.
A su lado esta Bombacha  Terminator de Elastico Vencido con un chip Androide de Ovulo Loco.
Alan se rie.
Esta gozando su victoria aplastente sobre El Muñequito Liefeld Puteador que ya cree un hecho.
El Muñequito Liefeld Puteador toma el cuchillo que tiene entre sus dientes y lo empuña apuntando a sus enemigos.
La sonrisa de Sergio Denis que se dibuja en la cara de Alan Pauls se vuelve una mueca descompuesta.
La Bombacha Terminator quiere abalanzarse sobre El Muñequito Liefeld Puteador.
Alan la detiene.

 

No hagas eso, porque eso sería el fin de la historia, le advierte Alan al Muñequito con evidente espanto frente al poder repentino que su contrincante le enrostra amenazante.

 

El muñequito Liefeld Puteador se ríe como un enfermo mental.
Se baja los pantaloncitos y queda en pelotas.
Alan y La Bombacha Terminator corren hacia él intentando evitar lo que esta a punto de cometer.
Todo trascurre en camara lenta.
El Muñequito Liefeld Puteador con la mano izquierda agarra sus huevitos y con la mano derecha con la que empuña el cuchillo hace un solo movimiento rapido, presiso, limpio y se corta los huevitos.

 

Alan y La Bombacha Terminator gritan.
¡Nooooooooooooo!

 

Y siguen corriendo en camara lenta abalanzandose sobre él.

 

El Muñequito Liefeld Puteador sabe que aun no a terminado el peligro. Que si su enemigo logra recuperar rapidamente sus huevitos y los opera de urgencia para reimplantarselos esta en el horno.
Entonces sin dejar de mirar a los ojos a Alan que corre hacia él en camara lenta junto con su Bombacha Terminator se lleva los huevitos recien rebanados a la boca y se los come.

 

La Bombacha Terminator entra en convulsiones y cae entre las ruinas agonizando y muere de un ACV fulminante al comprender que su objetivo no podra ser cumplido.
Alan cae de rodillas frente al inodoro del baño en ruinas de la confiteria Atenea.
Llorar de impotencia frente al eunuco Muñequito Liefeld Puteador que se desangra y eructa sus huevitos que le cayeron un poco pesados.

 

Alan llora.
Y grita:
¡Nooooooo!

 

El Muñequito Liefeld Puteador le dice:
Conmigo, no.
Así, no, Alan.
Reconoce que  perdiste pedazo de hijo de puta.

 

¡Nooooooooo!

 

Y El Muñequito Liefeld Puteador salta dentro del inodoro y se pierde entre los soretes cuyos dueños como la ciudad en que vivieron ha muerto para siempre. (3)

 

Notas
(1)  El primer episodio de esta historia se cuenta en esta entrada de las Confesiones:
Confesiones de un librero de mierda
El segundo episodio de esta historia se cuenta en esta entrada de las Confesiones:
Confesiones de un librero de mierda
(2) Reproducimos en esta nota al pie el mail de la tarotista del 15C de la cual habla El muñequito Liefeld Puteador:
ES URGENTE!!! TU BIENESTAR ESTÁ EN JUEGO.
No quiero asustarte, Corazon pero te escribo porque tengo que contarte algo importante que he visto sobre ti.
Soy Yolanda Mena. Estaba haciendo una tirada de cartas de Tarot rutinaria a mis clientes (os hago 2 al mes para conocer vuestro presente y futuro y así poder preveniros con antelación si las cartas me muestran algo importante) y cuando te he hecho a ti la tirada de futuro han aparecido:
EL 7 DE ESPADAS, EL 8 DE ESPADAS Y EL 9 DE ESPADAS ¡¡¡SEGUIDAS!!!
Esto es grave, Corazon siento decírtelo de forma tan directa, pero es justo que conozcas todos los detalles, ya que es tu vida y tú decides.
Estas cartas, por separado no son buenas (7 de ESPADAS: Deshonestidad, engaño; 8 de ESPADAS: Aislamiento, vulnerabilidad; 9 de ESPADAS: Culpa, preocupación), pero JUNTAS SON MUCHO PEOR.
Significan que PORTAS SOBRE TI LA CARGA DE UN MAL DE OJO, ¡no es nada convencional! Este tipo de mal de ojo no puede hacerlo cualquiera, es profundo y afecta a muchas facetas de tu vida ¿No te has preguntado por qué las cosas no te han salido como esperabas? ¿No ves la soledad y el cansancio de tu corazón? Es normal cuando cargas sobre tus hombros un peso tan enorme como lo es un mal de ojo de estas proporciones, no quiero pensar por lo mal que lo estarás pasando… de verdad que lo lamento.
Sólo te lo ha podido echar un profesional con grandes conocimientos en la materia y mucha experiencia en estos temas tan oscuros, así que es muy probable que te lo haya hecho por encargo de alguien que te odia ¿Quién puede ser Corazon?
Bueno, no todo está perdido: Mi experiencia para realizar limpiezas y purificaciones juega de tu parte y, aunque es un trabajo complicado que requiere tiempo y concentración, podré ayudarte a liberarte de tu mal hoy mismo. No te aconsejo que pases ni un día más así, es felicidad que pierdes por momentos.
Voy a REALIZARTE LA TIRADA DE TAROT que necesitamos para conocer la identidad de esta mala persona que ha querido dañarte con un mal de ojo tan potente como éste que portas y REALIZARTE EL RITUAL DE LIMPIEZA Y PURIFICACIÓN, con el que desaparecerá para siempre el mal de ojo y te protegeré de próximos ataques.
Los materiales que necesito para el Ritual no te los voy a cobrar porque quiero hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
Hazme caso y no lo dejes para mañana, llámame ahora:
806405980 o 947880095
Un saludo y que la paz sea contigo.
Yolanda Mena.
Coste de la Llamada: 0,02e/s desde fijo y 0,026e/s desde movil.
(3) Un amigo al leer el final de esta historia me escribió estas breves líneas:
«De haber convocado a la mafia gay de «los cruzados de la pija enlechada» esto habria acabado mas rapidamente sin tantas bajas, drogando a Alan con sus artimañas anfetaminicas y polvos ketamicos y empalandolo en una orgia diurna sobre el falo sudoroso de varios de sus miembros mas sidosos y mortiferos…. pensalo para la proxima… «
¿Y por qué no imaginar estas palabras cerrando esta historia como alguna vez Michael Foucault luego de dar su famosa charla Qué es un autor y tener que fumarse a un boludo interviene Jaccques Lacan y cierra diciendole a Foucault: acuerdo con vos pelado maraca?

 

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Cash. La autobiografía de Johnny Cash

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: nuevo.

Editorial: RBA.

Precio: $150.

Descubierto a mediados de los 50 por la discográfica Sun Records de Memphis, Cash fue compañero de Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, grabando canciones de gran éxito. Fichado por Columbia, en los 60 se convertiría en toda una institución cultural publicando álbumes conceptuales, himnos gospel, aclamados discos grabados en prisiones e incluso presentando su propio programa de televisión. Desde la satisfacción de su recuperada fama en los 90, Cash rememora pasajes oscuros, otros luminosos, y hace las paces con el mundo y consigo mismo. Y no únicamente su propia vida habita estas páginas de lectura compulsiva, sino también la historia de todo un país, Estados Unidos, y sus gentes más humildes y olvidadas.
Réquiem por Johnny Cash
 Bob Dylan
 Me pidieron que diera una opinión sobre la muerte de Johnny y pensé en escribir un texto llamado “Cash es el Rey”, porque eso es lo que realmente siento. Lisa y llanamente, Johnny era y es la estrella polar: te orientaba al navegar. El más grande de los grandes, entonces y ahora. Lo conocí en el ‘62 o ‘63 y lo vi mucho durante esos años. No tanto en los últimos tiempos, pero de algún modo estaba conmigo más que mucha gente a la que veo todos los días.
A principios de los ‘60 no había muchos medios musicales. Sing out! era la revista que cubría todas las noticias típicas del folk. Los editores habían publicado una carta donde me castigaban por el rumbo que estaba tomando mi música.
Johnny les contestó con una carta abierta diciéndoles que se callaran la boca y me dejaran cantar, que yo sabía lo que estaba haciendo. Eso fue antes de conocerlo, y esa carta fue todo para mí. Todavía conservo ese número de la revista.
Por supuesto, yo sabía de él mucho antes de que él hubiera oído hablar de mí. En el ‘55 o ‘56, “I Walk the Line” sonó en las radios todo el verano. Era algo diferente a todo lo que habíamos escuchado. El disco sonaba como una voz que venía del centro de la tierra. Era poderoso y conmovedor. Era profundo, y así también eran su tono y cada uno de sus versos: hondos y ricos, a la vez imponentes y misteriosos. “I Walk the Line” tenía una presencia monumental y cierta humillante majestad. Hasta un verso tan simple como “Es demasiado, demasiado fácil para que sea cierto” da una idea de lo que era. Basta recordarlo para darse cuenta lo lejos que estamos hoy de algo así.
Johnny escribió miles de versos como ése.
Él es, en verdad, la esencia de la tierra y el territorio, la encarnación de su corazón y de su alma y de todo lo que significa estar aquí. Y todo eso lo dijo en un inglés llano. Creo que podemos recordarlo pero no definirlo, así como no podemos definir una fuente de verdad, de luz y de belleza. Para saber qué significa ser mortal, no tenemos más que volvernos hacia el Hombre de Negro. Bendecido con una profunda imaginación, Johnny usó ese don para expresar todas las muchas causas perdidas del alma humana, y eso es algo milagroso y humillante. Escúchenlo y siempre volverán a sus cabales. Johnny se eleva muy alto sobre todas las cosas y nunca morirá ni será olvidado por nadie, ni siquiera por los que aún no han nacido, especialmente por los que aún no han nacido. Y así será para siempre.
ASESINATO POR NATURALEZA
Quentin Tarantino
En un país que cree estar dividido por las razas pero en realidad está dividido por la economía, las baladas country de delincuentes que canta Johnny Cash se conectan directamente con el corazón de Norteamérica. Con sus sheriffs brutales, jueces impiadosos, mendigos mentirosos, fugitivos desesperados, hombres condenados, prisioneros encadenados, inocentes injustamente acusados y protagonistas que confiesan en primera persona haberle disparado a un hombre sólo para verlo morir, las canciones de Cash –como las novelas de Jim Thompson– son poemas dedicados a la mentalidad criminal.
Un cantor comienza su historia: “Una mañana temprano, haciendo mi ronda/ me tomé un pase de cocaína/ y le disparé a mi mujer”. Una hija ve a su padre por primera vez y le dice: “Mi nombre es Sue/ ¿Cómo estás?/ Ahora vas a morir”. Es entonces cuando el padre desenvaina un cuchillo y corta parte de la oreja de su hija. Un asesino canta una canción sobre su víctima: “El primer tiro que le disparé/ le dio en el costado/ fue duro verla sufrir/ pero al segundo disparo/ ella murió”. Un convicto le canta un tema a la prisión que “retorció su mente y quebró su alma”: “San Quintín/ tal vez te pudras y ardas de una vez/ tal vez caigan tus paredes de piedra y yo sobreviva para contarlo/ tal vez todo el mundo se arrepienta de que alguna vez hayas existido/ y tal vez todo el mundo lamente que no hayas servido para nada”. Sin haberse arrepentido de sus actos, un asesino de una mujer desconocida describe al jurado de como “doce hombres malvados con la muerte en sus ojos”. Un prisionero encadenado (un esclavo del siglo XX) canta cada vez que usa su pala: “Me serví agua/ en una lata del Príncipe Alberto/ el jefe me descubrió bebiendo/ y creo que me rompió la mano”. Un asesino serial nos cuenta cuál fue su patria: “Nací en una miseria del alma”.
Siempre me he preguntado si los gangsta rappers sabrán lo poco que separa sus historias de delincuentes urbanos de las historias de delincuentes de campo abierto de Johnny Cash. No lo sé, pero lo que sí sé es que Cash lo sabe. Cash canta canciones de hombres tratando de escapar. Escapar de la ley, escapar de la pobreza en la que han nacido, escapar de la prisión, escapar de la locura, escapar de la gente que los tortura. Pero la única cosa de la que Cash no los deja escapar es del remordimiento. A diferencia de la mayor parte del gangsta rap, las canciones de la vida criminal de Cash raramente son hijas de los mejores momentos. De hecho, la mayoría de sus canciones llegan después que la puerta de la celda se ha cerrado o que el martillo de un juez ha decretado la muerte del reo.
Cuando un hombre enfrenta la muerte o 99 años en prisión por las decisiones que ha tomado en su vida, cuando cuenta la historia de esas decisiones no lo hace con ampulosidad sino con una pesada sensación de remordimiento. Remordimiento por la libertad que perdió. Remordimiento por la no-vida que enfrenta. Remordimiento por el camino que eligió. Remordimiento por la vida que no vivió, y que sólo ahora se da cuenta que era noble y decente. Remordimiento por la violencia dentro de él, que podría haber controlado pero que dejó que lo controlase a él. Remordimiento por ese único momento de violencia que le sacó todo de las manos y que ya no puede recuperar. El remordimiento, incluso, del asesino por su víctima. Como el hombre que le disparó a Delia dos veces y le dice a su carcelero: “Carcelero, oh carcelero/ carcelero, no puedo dormir/ porque alrededor de mi cama/ escucho a los pies de Delia caminar”.
Restos inmortales
Rodrigo Fresán
Su cuerpo todavía no está del todo frío cuando ya su voz vuelve a arder y a calentar. Johnny Cash –fallecido el último 12 de septiembre– vuelve sin haberse ido nunca. Caja con canciones. Más cajón que caja, en realidad: porque lo que contiene Cash Unearthed –mucho más inmenso de lo que en principio hace pensar su tamaño portátil de Biblia– son 5 CDs con 79 canciones –15 éxitos y 64 out-takes de las legendarias sesiones orquestadas por el productor Rick Rubin, que de ningún modo pueden considerarse descartes: sencillamente no entraron– más un libro de 104 páginas donde Cash y compañía discuten tema por tema, y Cash responde hasta casi el último aliento una profunda entrevista de Sylvie Simmons.
La cosa se organiza así: Unearthed Volume One: Who’s Gonna Cry, 18 canciones casi funerarias; Unearthed Volume Two: Trouble in Mind, 13 canciones con invitados como Tom Petty y Carl Perkins, y una versión de la Pocahontas de Neil Young que hace olvidar a su legítimo dueño y saludar a este ladrón, que se la roba porque se la merece; Unearthed Volume Three: Redemption Songs, 14 más, entre las que destacan la de Bob Marley que da título al volumen junto a otro finado reciente: Joe “The Clash” Strummer, Cindy con Nick Cave, el Father and Son de Cat Stevens a dúo con Fiona Apple y versiones solitarias para cantar todos juntos ahora de You Are my Sunshine y You’ll Never Walk Alone; Unearthed Volume Four: My Mother’s Hymn Book, la joya del tesoro: 15 canciones religiosas pasadas de madre a hijo; canciones que te dan ganas de creer en Dios para poder cantarle todo esto con la voz oscura y pecadora de Cash (alcanza, como muestra, con escuchar Where We’ll Never Grow Old con la garganta casi muerta del más vivo de todos); y el Unearthed Volume Five: Best of Cash On American, quince tracks escogidos entre los cuatro American Recordings grabados entre 1994 y el 2002, donde vuelven a encontrarse hits como la definitiva canción sobre el fin del mundo The Man Comes Around, Delia’s Gone, Southern Accents de Tom Petty, One de U2, Bird on the Wire de Leonard Cohen, la reinvención de Hurt de Nine Inch Nails (y cómo puede ser que no hayan incluido la reinvención del Personal Jesus de Depeche Mode o el In my Life de los Beatles, o lo que para mí ya es el cover definitivo de First Time Ever I Saw your Face).
Los fans han criticado la inclusión –y el consiguiente aumento de precio– de ese caprichoso Best of… considerándolo innecesario, porque todo cash-man ya tiene lo que en él se ofrece. Es cierto. Pero tal vez Cash haya pensado que el quinto CD tenía intenciones evangélicas: predicar la buena nueva, regalárselo al primero que, cuando salte el nombre de Cash, declare que “odia la música country”. Y entonces disfrutar viendo lo que pasa y darle la bienvenida a la congregación al nuevo hermano. Semejante generosidad será premiada, y aquí viene, ya, la recompensa. Más buenas noticias: luego de dejar armado este Unearthed –seguro de que le quedaba poco tiempo, sabiendo que se le había roto el corazón por la muerte de su compañera June Carter–, Cash se sentó otra vez frente al micrófono y se puso a cantar con prisa y sin pausa y grabó cincuenta canciones más para el American V, que llegará a nosotros desde el Más Allá para las próximas Navidades. Sí, Papá Noel existe.
Y Johnny Cash también.
RELIQUIAS SAGRADAS
Cash Unearthed –Cash desenterrado– es un gran título para definir todo este asunto y todo aquello que fue descubriéndose en American Recordings (1994), American II: Unchained (1996), American III: Solitary Man (2000), American IV: The Man Comes Around (2003) y, vale la pena, en el CD en vivo del 2002 junto a Willie Nelson, grabado como parte del programa Storytellers del canal televisivo y musical VH1. Porque lo que hace Cash con estas y aquellas canciones –lo que hizo a la hora de cantar durante casi estos últimos diez años– fue enterrar las canciones, dejarlas ahí hasta que queden en los huesos, para recién despuésdesenterrarlas y cantarlas limpias y resucitadas como nunca se oyeron. Porque la voz de Cash tiene la rara virtud de tomar algo de otro y escupirlo como si siempre hubiera sido suyo y nada más que suyo.
Así, Cash Unearthed –más allá de su grandeza presente, a partir de ahora atemporal y eterna– es también un más que merecido recordatorio de uno de los momentos más trascendentes e inesperados en la historia de la música popular norteamericana. Se sabe y se lo recuerda en el precioso libro –formidables fotos– que acompaña a la edición limitada de la caja. Todos pensaban que la historia de Johnny Cash estaba terminada. Johnny Cash también. Luego de años de ganar dinero con él, la Columbia no le había renovado contrato y la Mercury Polygram –su discográfica actual– no le llevaba el apunte y lo consideraba un dinosaurio de Nashville. Pero una noche de 1993, en el camarín de un teatro de Orange County California, tuvo lugar un milagro. Y Johnny Cash resucitó. Lo que ocurrió entonces fue que un productor de rock y rap peludo de treinta años de nombre Rick Rubin se coló en el backstage después del show y, tras conversar apenas quince minutos y caerse bien –a Cash le causó gracia el aspecto “de mendigo” de Rubin–, le propuso a un prócer country de sesenta y un años que se juntaran a grabar y ver qué pasaba. Fue el principio de una gran amistad, y de una de las más interesantes y celebrables sociedades artísticas desde que Los Beatles se juntaron con George Martin. Rubin lo definió con las letras justas desde el principio: “Cash no encajaba dentro de las reglas de la sociedad o del género. Siempre tuvo ese lado oscuro. Se lo consideraba un artista country… pero no un artista country normal. Yo siempre vi y sentí que Cash representaba la esencia del rock and roll”.
Así que Rubin se lo llevó a su casa y a su estudio de California, y lo puso a cantar frente a un micrófono. Sin parar. Una canción tras otra: todas las que quisiera Cash, todas las que se le pasaran por la cabeza y la garganta. Cash, coleccionista compulsivo de todo lo que se pueda cantar –“Ninguna canción está segura mientras yo ande suelto”, bromeó–, contribuyó con canciones antiguas y profundas, muchas de ellas sin nombre ni apellido. Rubin, por su parte, sugería selecciones que en principio parecían irreconciliables con la leyenda de Cash pero que, en cuestión de minutos –los minutos que se demoraba en cantarlas–, caían de rodillas ante el hombre de negro para convertirse en una canción que el cantante parecía haber cantado desde siempre. La idea era, de algún modo, desprogramar a Cash como se desprograma a los miembros de una secta: hacer que se olvidara de coros celestiales y pesados arreglos de cuerdas y de guitarras saltarinas; devolverlo a sus raíces más fuertes y profundas, a la atmósfera eléctrica y live de esos álbumes carcelarios. Cuando se cansaban de tanto encierro, Rubin llamaba a Johnny Depp y le pedía prestado el escenario de The Viper Room para esa misma noche, y allá iba Cash a solas con su guitarra para foguearse, para ponerse un poco nervioso, para volver a empezar. De tanto en tanto –no tardó en correrse la voz– ilustres curiosos pasaban por lo de Rubin y hacían un alto para hacer lo que se pudiera, por favor. Enseguida, al poco tiempo, ya no estaba tan claro quién era el rehén y quién el secuestrador. Y todos felices.
ULTIMOS RITOS
El primer American ganó un Grammy, el single oscurísimo y criminal Delia’s Gone tuvo videoclip con la top-model Kate Moss. El segundo y el tercero ganaron otros Grammy y la cosa ya podía ser considerada como tendencia, estilo, revolución. Entonces Cash se enfermó de muchas enfermedades raras y terribles (llegó a estar diez días en coma profundo) y se vio obligado a dejar los escenarios. No fue fácil para alguien acostumbrado a ofrecer 300 conciertos al año justo cuando era descubierto y celebrado por toda una nueva generación. Lo único que podía hacer entonces era seguir grabando. Grabar a la velocidad del sonido. Másy más canciones, tal vez creyendo que mientras hubiera aliento no se dejaría de respirar.
De esas sesiones agónicamente vitales surgió American IV: The Man Comes Around, el mejor de la serie –ya oiremos qué tal es el V–, que abre con una canción sobre el Apocalipsis y cierra con el familiar y familiero We’ll Meet Again. Entre uno y otro extremo: Hurt y su antológico video, multinominado por la MTV y compaginado en forma de postales de un hombre que se despide sin bajar la guardia. Fue por esos días cuando el canal Country Music Television lo nombró “Number One Country Artist of All Time”, título que venía luciendo Hank Williams. June Carter murió en mayo del 2003 y Cash se encerró todavía más en el estudio y tiró la llave. Terminó de ensamblar Cash Unearthed, terminó de grabar American V y –cuenta Rick Rubin– “Johnny se fue al hospital. Y se murió”.
Días antes, la periodista Sylvie Simmons fue a visitarlo y lo encontró triste, indignado por no poder escapar a la trampa de su silla de ruedas, destruido por la muerte de su mujer, mirando al cielo con los ojos entrecerrados. Simmons le preguntó primero cómo imaginaba el paraíso. “No tengo la menor idea. Espero que sea grande”, respondió Cash. Simmons le preguntó entonces si se sentía enojado con Dios por esta mala jugada de los últimos meses y cuenta que Cash se enderezó en la silla y gruñó: “¡No! ¡No! Yo nunca me enojo con Dios. No tengo nada que reprocharle”. Se hizo un silencio incómodo y negro, y entonces Cash agregó en voz baja, con una sonrisa torcida, mientras la enfermera se lo llevaba de regreso a su habitación: “Mis brazos… Mis brazos son demasiado cortos para boxear con Dios”.
Aun así…
Dios Mio
Bono
En una vieja Biblia negra leí cómo Moisés liberó de la esclavitud a los hijos de Israel con una plaga de langostas y un gran palo que se transformó en serpiente. A cambio, ellos prometieron no adorar a ningún falso dios, en especial a las vacas doradas (eran populares entonces, y aún lo son). Sin embargo, a pesar de los fuegos del cielo que cubrieron la noche y la infinita provisión de pan (maná) por parte de Dios durante el día, ésta fue una promesa que los liberados apenas supieron mantener por un minuto. Enojados porque aún no habían alcanzado la Tierra Prometida y quejándose de su vida nómade en el desierto, pronto retornaron al altar de la “vaca dorada”. Ignoraron advertencia tras advertencia. Moisés no podía creer que su pueblo fuera capaz de presenciar semejante temporada de milagros y seguir eligiendo el oro en vez de Dios. Dios, a su vez, estaba furioso. Pero cuando Él le dijo a Moisés que los abandonase o sería destruido junto con Su pueblo descarriado, sucedió algo maravilloso. De hecho, las Escrituras recuerdan que “Moisés, conociendo el corazón de Dios”, corrió entre la gente llorándole a Dios: “castígame a mí si los vas a castigar a ellos”. Dios, misericordioso, se retractó.
Es una maravillosa historia de empatía y piedad. Es la clase de historia que Johnny Cash podría haber escrito y cantado. Empatía y gracia están escritas en su cara, grabadas en su voz. La música gospel tiene una alegría que en la mayoría de las manos se convierte en sentimental; una dulzura fácilmente convertida en sacarina. ¿Por qué es entonces que en las canciones de Cash los ángeles sienten que están “a la vuelta de la esquina de los diablos”? Sentimos que él ha elegido “armar su tienda en las puertas del infierno”. Johnny Cash no le canta a los malditos sino que canta con los malditos, y a veces uno siente que podría preferir su compañía a casi cualquier otra.
Entonces el azúcar deviene en sal y el triunfalismo se atempera por los quiebres de una voz que conoce el compromiso de la vida real. El Gran John canta como el ladrón que fue crucificado al lado de Jesús, cuyas humildes súplicas fueron respondidas por el Hijo, asegurándole que esa noche vería el Paraíso.
Johnny Cash es un tipo virtuoso, y goza de la aún más virtuosa compañía de June Carter Cash y toda la familia Carter, pero es al bandido que hay en él al que queremos. El ladrón que puede romperte el corazón, colarse en él y dejarte con una pregunta molesta: “¿Dónde estaban ustedes cuando crucificaron a mi Dios?”.
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Anillo de fuego, el cómic de Joaquín Secall (dibujo) y Javier Lucini (texto) que acompaña Man in Black, la autobiografía de Johnny Cash.
Entra en el Anillo de Fuego
http://issuu.com/joaquinsecall/docs/anillo_de_fuego?e=1025938/2964859
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Johnny Cash: «Soy la última persona que estaría enojada con Dios»
La histórica entrevista con Larry King en la CNN (2002)*
Este, es un documento histórico. La transcripción de la entrevista efectuada a Johnny Cash por Larry King en Noviembre de 2002, donde Johnny Cash habla de todo: de su música, de su salud, de la música country, de su relación con otros artistas, de la cercanía de la muerte, de sus convicciones…
Entrevista a Johnny Cash
Emitido el 26 de noviembre 2002 en la CNN – 21:00 h.
LARRY: Es un gran placer dar la bienvenida a una visita que vuelve a Larry King Live, al maravilloso Johnny Cash. Su nuevo álbum, «The Man Comes Around» acaba de salir a la venta el 04 de noviembre, mientras hablamos al respecto en nuestra fiesta de Acción de Gracias. Y este año pasado hemos visto el lanzamiento de «The Essential Johnny Cash», una crónica de dos CD ´s de sus años de grabación con Sun, Colombia y Mercury y el último año también ha visto el lanzamiento de un complemento ampliado de cinco LP´s vintage de Johnny Cash que se difunden en CD. ¡Eres como una leyenda viviente!.
CASH: Bueno, hay una gran recopilación de mi trabajo que he puesto junto de todas las empresas que trabajé, ¿sabes? Todo el mundo está tratando de superar a la otra.
LARRY: ¿Cantaste con Sun?
CASH: Sí, yo estaba en Sun Records.
LARRY: ¿Cuando Presley estaba allí?
CASH: Sí, cuando Presley estaba allí.
LARRY: ¿Los dos cantaron para Sun Records?
CASH: Sí, claro.
LARRY: ¿Por qué no duró esa compañía?
CASH: Bueno, yo no lo sé. Era una cosa de dinero, supongo. RCA-Victor fue a Sam Phillips para comprar Elvis y lo compró. Y él fue el núcleo de todo este asunto en torno al rockabilly.
LARRY: ¿Te diste cuenta de su grandeza entonces?
CASH: Eso creo. Pienso que todo el que le vió actuar lo hizo, si
Larry: Si.
LARRY: Está bien, Johnny, en primer lugar, ¿cómo te va? ¿Cómo está tu salud?
CASH: Buena. Bien.
LARRY: Porque, ya sabes, tienes un aspecto de que te hubiera ocurrido algo. Explícamelo.
CASH: He tenido algunos momentos difíciles. He tenido neumonía en tres ocasiones en los últimos tres años… cuatro veces en los últimos tres años-. Y eso te debilita. Te quita las fuerzas. Debilitó mis piernas y… puedo caminar, pero no muy bien.
LARRY: ¿Es esta la neumonía relacionada con la neuropatía autonómica que tienes?.
CASH: Si, la neuropatía autonómica.
LARRY: ¿Qué es eso?
CASH: Bueno, según entiendo, es una especie de amortiguador de las células de las terminaciones nerviosas en las extremidades inferiores y, a veces las manos y otras extremidades.Y para mí eso es realmente lo único que más me afectó. No estoy seguro de que haya afectado a mi capacidad pulmonar pero no tengo la capacidad pulmonar que tenía. Pero, por supuesto, la neumonía quita eso también.
LARRY: Esta rama de la neumonía…. ¿Te produce neumonía debido a que tienes esa enfermedad? ¿Como descubriste esto?
CASH: Bueno, en 1993 estuve hospitalizado en estado de coma y estuve allí durante 12 días. Todos pensaron que me estaba muriendo y no podían diagnosticar lo que estaba mal en mi. Finalmente, elaboraron un diagnóstico de Síndrome Shydreger. Unos meses más tarde se dieron cuenta de que no lo tenía y que era Parkinson. Y eso no fue todo. Entonces finalmente resultó ser neuropatía autonómica.
LARRY: Por fin se supo.
CASH: Finalmente conlcuyeron eso. Y estoy bastante tranquilo por el hecho de que eso es lo que tengo. Es una ralentización de las terminaciones nerviosas.
LARRY: ¿No tiene cura?
CASH: No, yo no lo creo. Pero está bien. No hay cura para la vida tampoco. (Nota propia: ¡gran respuesta Johnny!)
LARRY: ¿Puedes cantar?
CASH: Bueno, tan bien como siempre creo.
LARRY: ¿Puedes? Quiero decir, ¿sales a cantar por ahí?
CASH: Si. Bueno, no voy a cantar. Ya no hago más conciertos, por la cuestión física de ir por ahí y hacer conciertos… y los aviones… y los automóviles… y los hoteles… y todo eso. Y el backstage es un sitio tan oscuro que tengo dificultades. Mi visión se ha complicado. Yo diría que ha disminuido probablemente el 60 por ciento a causa de la neuropatía. Y la diabetes.
LARRY: Pero usted puede grabar todavía.
CASH: Si. Todavía puedo grabar, sí. He estado en el estudio mucho. He volcado mis energías de la carretera al estudio y realmente me siento bien. Estoy disfrutando de verdad.
LARRY: ¿Estás amargado?
CASH: ¿Amargado? No.
LARRY: ¿Estás enojado? Eres un chico joven. Sólo 70 años.
CASH: No, no estoy amargado. ¿Por qué amargarse? Estoy encantado de la muerte con la vida. La vida es… la manera en que Dios me lo ha dado a mí sólo un plato.. una bandeja de oro de la vida asignada sólo para mí. Ha sido hermoso. He estado con ustedes muchas veces, Larry, y todo ha sido cuesta arriba todo el tiempo. ¿Te acuerdas?
LARRY: Sí.
CASH: Sí, las cosas han sido buenas. Y las cosas van a mejorar todos los tiempos.
LARRY: ¿Así que no tienes de qué arrepentirte?
CASH: No me lamento.
LARRY: ¿Y no se volverá contra Dios?, «¿Por qué Dios me hace esto a mí?».
CASH: Oh, no. No. Yo soy la última persona que estaría enojado con Dios.
LARRY: ¿No te acuerdas de nada de cuando estuvistes en coma?
CASH: Recuerdo voces en la sala. Recuerdo las cosas que decían. Y yo no podía responder a ellas, ya que yo estuve en coma durante bastante tiempo. En realidad, fuí tres veces con neumonía. Yo estuve en coma varias veces, con neumonía en tres ocasiones. Y varias veces he querido despertar y decirles, oí lo que dijisteis, ¿sabeis?. No me estoy muriendo…
LARRY: ¿Cómo es ese sentimiento?
CASH: …No me estoy muriendo. Podía oír a la gente a mi alrededor hablando. Y después de un rato, ya sabes, la conversación, inevitablemente, tiene que girar en torno a la muerte, si él muere, esto o aquello, ¿sabes?
LARRY: ¡Oh, y estabas acostado oyendo todo?
CASH: …Y estoy acostado oyendo eso, ¿sabes? Y oía hablar todo el tiempo de eso. He oído bastante todo eso.
LARRY: ¿Y no te podías mover?
CASH: Días y días y noches. Y no podía responder. No, no me podía mover, no.
LARRY: ¡Cuántas cosas, Johnny!.- La enfermedad, la neumonía, problemas que has tenido en los años 90, ¿puedo volver a tu adicción a las drogas, fue en los años 60?, ¿verdad?
CASH: No voy a echarle la culpa de mi enfermedad a eso en absoluto.
LARRY: ¿No?
CASH: En absoluto. La adicción a las drogas… no voy a culpar a este momento por mi adicción a las drogas, en absoluto. Y la gente dice, bueno, se metió droga en su organismo. Bueno, tal vez lo hice. Pero era por un buen propósito. Ellos deberían estar agradecidos de que lo diese todo en mi carrera, escribiendo… y grabando… y de gira.. y haciendo conciertos. En todos los sitios lo di todo y pensé que podría disfrutarlo. Pensé que la gente podría disfrutar de mí.
LARRY: Nunca te has detenido, ¿verdad?
CASH: Nunca he parado hasta 1993. No. Nunca.
LARRY: En los años 60 estabas enganchado a las drogas, ¿ cuales?
CASH: En los años 60, anfetaminas y barbitúricos.
LARRY: Las anfetaminas para mantenerse.
CASH: Uh-huh.
LARRY: Los barbitúricos para bajar después del subidón.
CASH: Así es.
LARRY: ¿Como era actuar bajo los efectos de drogas?
CASH: Bueno, por un tiempo estuvo bien. Por un tiempo estuvo bien. Por un tiempo, Larry, cuando tomé mis primeras dosis me decía, esto es lo que Dios quiere que tenga en este mundo. Esto fue inventado para mí, ¿sabes? Sinceramente, pensé que estas pildoras eran una bendición – un regalo de Dios. Hasta que me di cuenta de que me estaba engañando a mí mismo. Que se trataba de una de esas cosas que tienen una cara falsa, que es el diablo disfrazado que se ha presentado ante mi.
LARRY: Puedes hacer una buena canción de ello.
CASH: Probablemente ya se ha escrito, pero la escribiría.
LARRY: ¿Fue difícil liberarse de la droga?
CASH: ¿Deshacerse de las pastillas? Sí. Tomó -la primera vez que se rompió la adicción- 32 días. Y vivía en una casa que estaba sin terminar. La acababa de comprar. Esto fue justo antes de que June y yo nos casasemos.Y yo estaba viviendo en esta casa y June se mudó allí con su madre y su padre y otras personas se unieron en torno a mí y al comisionado de salud mental para el estado de Tennessee, que me había ofrecido su amistad. Y él dijo: Yo le ayudaré a salvar su vida si desea mantenerla. Y yo le dije, quiero conservarla. Así que él vino a mí todos los días a las 5 de la tarde cuando salía del trabajo. Venía todos los días para una sesión de asesoramiento. Durante 32 días. Sucedió una cosa divertida sobre el séptimo u octavo día. Tenía unas píldoras escondidas en el último rincón, ya sabes. Para que nadie supiera dónde estaban.
LARRY: Como medida de seguridad.
CASH: Sí, mi medida de seguridad, sí. Y un día en el quinto o sexto día que estaba por ahí, dijo, está bien, ¿cómo estás? Ya he dicho, simplemente genial. Él dijo, no, no lo estás. Estás mintiendo. Yo dije, OK. Él dijo, ¿dónde están? ¿Quieres que las tiremos por el WC o quieres que me vaya y continuar haciéndolo? Le dije: voy a tirarlas. Así que lo hice. Las tiré.
LARRY: ¿Y quedaste limpio?
CASH: Estuve limpio, sí. Durante 32 días.
LARRY: Más de la saga sobre Johnny Cash, una auténtica leyenda americana, que sigue, manteniéndose en marcha.
(PAUSA)
LARRY: Ya estamos de vuelta con el increíble Johnny Cash. Que sigue, como hemos dicho, manteniendose en marcha. Y en las notas interiores del álbum «The Essential Johnny Cash,» Bono de U2 dice de Cash que es la mayor voz masculina de la cristiandad. Todo hombre sabe que cualquiera es un blando comparado con Johnny Cash. Bien dicho.¿Cómo te hace sentir eso?
CASH: Eso me pone en un aprieto. Sentado acá delante de ti.
LARRY: ¿Dónde empezaste?
CASH: ¿Que dónde empecé? Memphis. Memphis, 1955.
LARRY: ¿Cuál fue tu primer éxito?
CASH: ‘Cry, Cry, Cry’.
LARRY: Un éxito country, ¿verdad?
CASH: Bueno, ‘Folsom Prison Blues’ fue mi próximo disco. Fue el primer gran hit country.
LARRY: ¿Cómo se llega a entretener a los presos? ¿Cómo comenzastes?
CASH: Bueno, los presos en Huntsville, Texas State Prison, había oído ‘Folsom Prison Blues’.
LARRY: Que fue grabado en un estudio.
CASH: Correcto, un estudio de grabación. Y esto fue en 1956, cuando recibí la invitación para hacer un concierto en Huntsville, Texas. Así, el Tennessee Two y yo, Grant Marshall y Perkins Luther y yo fuimos a Huntsville, Texas, y tocamos en el centro de la arena del rodeo. Ellos hacen este gran rodeo cada año.
LARRY: Famoso rodeo. Rodeo en la prisión.
CASH: Bueno, justo antes del rodeo me tuvieron como una atracción especial. Y yo estaba ahí fuera, supuestamente para cantar ‘Folsom Prison Blues’. Bueno, lo hicimos ‘Folsom Prison Blues’ y empezó a llover, y la tormenta era enorme. Estábamos justo en medio de la canción y el amplificador se quemó. Y no tenía amplificación, ninguna en absoluto. Allí estaba rodeado de truenos y relámpagos. A los hombres les habían dicho que no dejasen sus asientos pero se levantaron todos. Todos lo hicieron. Caminaron bajo la lluvia para acercarse lo suficiente para oírme cantar sin el amplificador. Y canté esa canción, y me pidieron que la cantase una y otra vez.
LARRY: ¿Bajo la lluvia?
CASH: Bajo la lluvia. Todos nos pusimos empapados, pero nos lo pasamos muy bien. Después de eso, Larry, recibí una petición de San Quintín, se corrió la voz en las prisiones de que yo era uno de ellos, supongo. Así que la historia llegó hasta San Quintín, y como tenían una fiesta de Año Nuevo cada año, me invitaron a actuar. Así que empecé a hacerlo y continué durante unos cinco años.
LARRY: ¿Estuviste preso?
CASH: En realidad no.
LARRY: ¿Sintió afinidad?
CASH: Bueno, sólo en mi mente y en las canciones que cantaba.
LARRY: Es obvio que la sentías, estabas escribiendo acerca de ellos, ¿verdad? Obviamente tuvistes algún contacto con estos hombres? ¿Qué crees que fue?
CASH: Bueno, como me metí en la droga en los años 60, sí, empecé a tener mucho contacto con los hombres de la parte sórdida de la vida. Cuando me metí en la adicción a las drogas.
LARRY: ¿Así que podría identificarse con ellos? Había tipos allí por las drogas…
CASH: Sí, cuando acabas en la cárcel varias veces, y te golpeas la cabeza un par de veces y te golpean las manos con una porra por tenerlas en los barrotes piensas como ellos, supongo.
LARRY: ¿Te endurecieron?
CASH: No, no me endurecieron. No, en absoluto. Creo que me ablandé Creo que , realmente, me ablandó. Realmente lo creo. Recuerdo la última vez que estuve en la cárcel antes de cuando te dije, ya sabes, cuando el comisionado de salud mental fue por casa todos los días. Llegué a casa buscando ayuda. Pero llegué a casa después de estar en la cárcel en Georgia, en una pequeña cárcel del condado. Y el carcelero me atrapó y me puso en la cárcel. Yo no supe qué paso hasta que desperté a la mañana siguiente y ahí estaba en la cárcel. Comencé a golpear los barrotes, pateando la puerta de la celda, esto y aquello, para llamar la atención. Bajó, me levantó y me tiró mi dinero y mis llaves del coche y mis pastillas en el mostrador. Y dijo, llévese todo. Siga tomando las pastillas, siga adelante y mátese a si mismo si quiere. Dijo, es su dios quien le ha dado derecho a hacerlo si quiere hacerlo. Él dijo, yo hice lo mejor que pude hacerlo. Le he traído para salvarle la vida, pero ahora siga adelante y mátese o cuidese. Acabé de meterme las cosas en el bolsillo y me fuí. Y decidí… oh, dijo, también, dijo, mi esposa es una gran fan suya y me dijo, cuando me fui a casa anoche y cuando le dije que tenía de Johnny Cash en mi cárcel, ella lloró toda la noche. Y añadió: «No quiero verle más. Así que salga de aquí».
LARRY: ¿Qué hicistes?
CASH: Bien, esa clase de… sabes, me hundió para elevarme.
LARRY: Con todas las cosas que te han pasado, debe haber sido duro. ¿Y yo qué hago aquí?
CASH: Si, eso, qué haces ahí pasmado.
LARRY: Johnny Cash es nuestro invitado. El hombre que nunca huye. Nuevos álbumes, noticias y una de las grandes figuras de la historia de la música americana. Volveremos.
(PAUSA)
LARRY: Johnny Cash fue presentado por el presidente George W. Bush en una ceremonia en la Sala Constitucional en abril con la Medalla Nacional de las Artes. Ha ganado todos los premios importantes que se puede ganar en la música. Es una institución estadounidense. ¿Cuándo supiste que querías cantar?
CASH: Supe que quería cantar cuando era un niño, muy pequeño. Cuando tenía probablemente 4 años de edad. Mi madre tocaba la guitarra y me sentaba con ella y ella cantaba y aprendí a cantar junto con ella.
LARRY: ¿Cómo describirías tu voz?
CASH: No sé, Larry.
LARRY: Quiero decir ¿Eres un bajo?
CASH: No, yo no soy un bajo. Yo no me oigo como todo el mundo lo hace. Lo siento. Pensé que no lo hacen. No oigo… No oigo una voz bien fuerte. Supongo que me acuerdo mucho de la neumonía. No sé. Yo sólo, pero mi voz… tengo que trabajar realmente en mi voz, en la voz de mis discos para hacerlo bien. Me quedo sin aire. Me quedo sin aliento. Pierdo el punto…
LARRY: ¿Así que tienes que trabajar sobre ella mucho?
CASH: Si. Bastante. Bastante. Tal vez no más que una persona normal, pero para mí mucho, nunca tuve que hacerlo tanto.
LARRY: ¿Todavía disfrutas cantando?
CASH: Me encanta. Me encanta.
LARRY: ¿Y eso?
CASH: Me encanta ir al estudio y permanecer allí 10 o 12 horas al día. Me encanta. ¿Qué es? No sé. Es la vida.
LARRY: Me refiero a que con neumonía debe ser doloroso. Puede doler, ¿verdad?
CASH: Sí, pero pasó, ahora no tengo neumonía Así que no me duele ahora trabajar tanto tiempo.
LARRY: ¿Echas de menos al público?
CASH: Echo de menos al público. Echo de menos al público. Pero veo a muchas personas. ¿Sabes dónde veo a mucha gente? Con June, al ir de compras, mucho.
LARRY: ¿A centros omerciales?
CASH: En los centros comerciales. En los centros comerciales. Nos encanta ir a centros comerciales. Y algunas de los centros, los grandes, tienen estos pequeños coches eléctricos, como sillas de ruedas eléctricas.
LARRY: ¿Los montas?
CASH: Soy un peligro en una de esas cosas. Sí. Vamos a estos centros, salto sobre uno, y sigo a June todo el día. Me encanta ir de compras.
LARRY: ¿Dónde está tu casa?, ¿Nashville?
CASH: Cerca de Nashville. Hendersonville.
LARRY: ¿Por qué el negro? ¿Por qué siempre vistes de negro?
CASH: Usted sabe, yo escribí una canción (The man in black) sobre la razón por la que visto de negro, pero quizás no es exactamente la misma. Me visto de negro porque me siento cómodo asi Pero entonces, en el verano cuando hace calor me siento cómodo en celeste.
LARRY: Creo que jamás te he visto en azul claro. ¿Alguna vez has grabado o has hecho un concierto en azul claro?
CASH: No. Nunca dí un concierto excepto en negro.
LARRY: ¿Toda tu ropa es negra?
CASH: Si entras en mi armario de ropa está oscuro. Está muy oscuro.
LARRY: ¿Cuántos discos has vendido?
CASH: No sé.
LARRY: «No lo sé». ¿El hit mayor?
CASH: ‘I Walk The Line’. ‘I Walk The Line’. Fue un éxito en tres ocasiones.
LARRY: Háblame de la historia de esa canción.
CASH: ‘I Walk The Line’. Dejame pensar…. ¿Cuando surgió la idea? Oh. Tenía una grabadora pequeña. Tuve un Wilcox Gay Recorder, un magnetófon de cinta abierta, en la Fuerza Aérea, en 1952. Estaba con la guitarra, estaba grabando y tocaba ritmicamente do-do-do-do. Se acabó la cinta y revobiné. Y entonces la reproducí y había un sh-sh-sh-sh, una especie de zumbido, que finalmente incorporé al disco.
Pero yo no sabía dónde provenía ese sonido cuando la toqué. Cuando incorporé ese sonido… cuando llegué a casa, cuando estaba en casa tras la Fuerza Aérea, estaba en la carretera y ese sonido me perseguía de nuevo. Y entonces… pero llegó la línea «porque eres mía, camino por la línea.» («because you’re mine, I walk the line»). Seguía viniendo a mí, ¿sabes? Pero yo era… yo era jóven y no llevaba casado por mucho tiempo. Sí, seguía viniendo a mí. Porque eres mía, camino por la línea. Y luego, naturalmente, sólo las palabras fluyeron. Era una canción fácil de escribir.
LARRY: ¿Qué tal ‘A Boy Named Sue’?
CASH: Esa fue una canción de Shel Silverstein.
LARRY: Esa canción hace reir a todo el mundo cada vez que la canta, ¿verdad?
CASH: Así es. Sí.
LARRY: ¿Te gustó de inmediato?
CASH: Inmediatamente.
LARRY: ¿Alguien más alguna vez la grabó?
CASH: Nadie que yo sepa. Nadie que yo sepa. Hay una cosa sobre esa canción. La grabé en vivo en San Quintín en 1969.
LARRY: Recuerdo el álbum.
CASH: La noche anterior me fui de casa en Hendersonville para ir a California para hacer ese concierto, para hacer ese disco, tuvimos una fiesta en nuestra casa… June organizó una fiesta para el elenco de nuestro programa de televisión. Y en la fiesta estaban cantando estas canciones, todas las canciones por primera vez; Bob Dylan cantó ‘Lay Lady Late At Night’, Kris Kristofferson cantó «Me and Bobby McGee’, Shel Silverstein cantó ‘A Boy Named Sue’, Graham Nash cantó ‘Marrakesh Express’, Joni Mitchell interpretó ‘Both Sides Now’. Todos estos temas fueron cantados por primera vez en la fiesta en mi casa esa noche.
Salíamos al día siguiente para ir a California y June dijo: «llévate la letra de «A Boy Named Sue» a California. Querrás cantarla en San Quintín». Le dije que no tenía tiempo para aprender esa canción antes del show. Y ella dijo: «Bien, cantala de todos modos». Así que lo hice. Tomé la letra de «A Boy Named Sue». Sólo la leí por primera vez – cantándola la primera vez, pero no sabía la letra de la misma. Así que de mala gana la puse en mi maletín y la llevé a California. Y salimos a hacer el show. Como último recurso, saqué las letras y las puse sobre el atril, y cuando llegó el momento que pensé que era lo bastante valiente, e hice esa canción.
LARRY: ¿Y esa multitud se volvió loca?.
CASH: Sí, ellos se volvieron locos.
LARRY: Estás muy involucrado en el patriotismo, cantaste un montón de canciones patrióticas, te involucras en tu país mucho. ¿Dónde estabas el 9 / 11? ( Nota: Se refiere a 2001, las bombas a las Torres Gemelas)
CASH: Yo estuve en mi finca en el centro del estado de Tennessee, en una finca de 107 acres, viendo la televisión.
LARRY: ¿Recuerda sus primeros pensamientos?
CASH: Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Pensé en… Ya sabes, «Es una invasión». Me sentí como si fuera una invasión de la guerra, y eso me asustó. Realmente me asustó. Se acabó. Pensé, ha llegado al fin.
LARRY: ¿La gente te pide que haga shows, desde el momento en sólo grabas discos? , ¿te han pedido que hagas conciertos y especiales?
CASH: Bueno, no lo sé. Creo que tuve un par de peticiones, pero no he considerado nada seriamente.
LARRY: ¿Dado que no podía hacerlo?
CASH: Así es.
LARRY: Willie Nelson hizo algunos.
CASH: Creo que sí. Creo que Willie hizo algunos, sí. Muchos chicos lo han hecho.
LARRY: Hablemos de tus contemporáneos. Waylon Jennings murió en febrero tras luchar contra la diabetes, tenía parte de un pie amputado. Usted compartió con él un apartamento en los años 60. ¿Qué se siente al perderlo?
CASH: Perder a Waylon fue difícil. Estuvimos muy cerca. Éramos muy buenos amigos.
LARRY: ¿Fueron pobres juntos?
CASH: Bueno, en realidad no, no. Yo no era pobre. Cuando compartimos el apartamento juntos, yo no era pobre. Yo me podría haber permitido un apartamento mejor. Podría haber tenido mi propio apartamento, sin tener que compartirlo con Waylon, pero pensé que sería divertido. Como resultó ser, pero nos alejamos el uno del otro después de unas pocas semanas en ese apartamento. Realmente no funcionó, por ambas partes. Compartimos la caída y el golpe que supusieron la drogas, compartimos esta cosa. Y también, compartimos este lugar para que June nos hiciera de desayunar. Ella venía y nos hacía jamón casero o galletas o salsa para desayuno o su madre, Mother Maybelle Carter, que venía y nos hacía el desayuno para tratar de mantenernos con vida, ya sabes, mantener nuestros huesos juntos por un tiempo.
LARRY: ¿Es más fácil cantar country? ¿cuál es la razón?
CASH: Bueno, estamos en nuestros patios. Montamos en nuestros automóviles. Vamos a las tiendas. Supongo que conozco a mucha gente cuando voy de compras.
LARRY: ¿Pero no tienes guardaespaldas? ¿No tiene 40 guardianes -a la altura de tu fama-, no tienes 13 personas para guiarte a través de una habitación?
CASH: No, nunca. No. No. Nunca he tenido a la gente diciendo «atentos, que viene el señor Cash, atentos». Nunca he necesitado tener eso.
LARRY: ¿Qué hay de la música country en sí? Es el formato de radio más popular.
CASH: Parece ser. Parece ser la más popular.
LARRY: ¿Por qué nos gusta?
CASH: Bueno, yo no sé por qué nos gusta algo. Parte de ella no creo que nos guste.
LARRY: Buena respuesta, Johnny. Generalmente es parte de la nomenclatura.
CASH: Usted está tratando de meterme en problemas ahora….
LARRY: No, es parte de la nomenclatura en América.
CASH: Sí, sí lo es. Creo que hay más estaciones de country que de otras estaciones de música.
LARRY: Con muchos éxitos country crossover.
CASH: Creo que habla a nuestros sentimientos fundamentales básicos, ya sabes. De emociones, de amor, de la ruptura, del amor y el odio y la muerte y el morir, de mamá, del pastel de manzana, y todo eso. Cubre una gran cantidad de territorio, la música country lo hace.
LARRY: ¿Y cantar country es divertido?
CASH: Lo es.
LARRY: ¿No es demasiado triste? Cuenta una historia.
CASH: Hay divertidas como ‘A Boy Named Sue’, y tristes, como ‘Give My Love a Rose’.
LARRY: ¿Escribes la mayoría de las canciones que haces?
CASH: No. En esTe álbum, escribí cinco de las 15 de esas canciones.
LARRY: ¿Tienes la música siempre en tu cabeza?
CASH: Siempre. Siempre. Siempre hay ritmo fluyendo por mi mente.
LARRY: Entonces, ¿estás literalmente, en este sentido, escribiendo canciones todo el tiempo?
CASH: O bien las estoy cantando, June le dirá, o bien las canto, o tengo el ritmo saliendo de mi o estoy escribiendo una canción.
LARRY: ¿Alguna vez creyó tener una canción que pensaba que iba a ser fenomenal, y no lo hizo?
CASH: Exactamente.
LARRY: ¿Cuál? En lugar de eso voy a pedir a la inversa, también.
CASH: Si. Se llama ‘Red Velvet’. Creo que fue un éxito de Ann Tyson.
LARRY: ¿La escribistes?
CASH: No, yo no la escribí. Pero cuando la grabé, pensé, esto es todo. Éste es la que he estado buscando. Nadie la quería. Nadie la pidió. Todo el mundo la odiaba.
LARRY: ¿La odió? Porque recuerdo ‘Blue Velvet’, Tony Bennett tuvo un gran éxito, ‘Blue Velvet’. ¿Recuerdas alguna línea de ‘Red Velvet’?.
CASH: «Four months guy in April she came down, and the dusty autumn winds began to blow. Should have known I couldn’t hold her livin’ out so far from town, and the nights to come are cold and slow to go. If I had known before we kissed, you can’t keep Red Velvet on a poor dirt farm like this now she’s up — any time you can stop me. «
LARRY: Pensastes que no podías fallar. Está bien. Ahora, ¿cual te sorprendió?. ¿Qué canción te sorprendió para bien sin esperarlo?
CASH: ‘I Walk The Line’. La tuve en mi cabeza mucho tiempo, yo no creía que fuera tan buena canción. Simplemente creí que a nadie le gustaría. No me gustaban los arreglos. No me gustó el sonido que había en el disco. La primera vez que lo escuché en la radio estaba de gira por Florida. Llamé a Stan Phillips y le dije, «por favor no hagas más copias. Por favor, no envies más a las estaciones de radio».
LARRY: ¿En serio?
CASH: Eso hice. Le rogué que no lo hiciera. Dije, no envies ‘I Walk The Line’ a las estaciones de radio. No quiero oírlo más. Él me dijo: «Tendrás que mantener el radio apagado, porque la ponen en todos los sitios». Y él dijo, «vamos a darle una oportunidad. Vamos a darle una oportunidad y ver qué pasa». Bueno, lo que pasó es que en una semana o dos fue directo al número uno.
LARRY: ¿Las estrellas country cantan con estrellas country?.
CASH: Nosotros si.
LARRY: En cambio, las estrellas pop rara vez comparten escenario con similares. ¿Por qué? Quiero decir, todas las estrellas country han grabado con estrellas country.
CASH: Eso es otra cosa que identifica a la música country. La música country es una hermandad. Y compartimos la música, las canciones, los sentimientos y las emociones. Lo hacemos y lloramos delante del otro, si queremos.
LARRY: ¿También se dan ánimo mutuamente?
CASH: Sí, lo hacemos.
LARRY: A diferencia de otros negocios en el mundo del espectáculo, ¿desea que a otros artistas les vaya bien?
CASH: Sí, lo creo. Sí, lo hacemos. Queremos ver a nuestros amigos triunfar.
LARRY: ¿Y usted es feliz cuando consiguen un gran éxito?
CASH: Si.
LARRY: ¿Así que no hay celos en la industria de la música country?
CASH: Yo no diría que no hay celos. Yo no podría decir eso, pero …
LARRY: La gente que lo hace se sienten segura en la música country, ¿verdad?
CASH: Creo que sí. Las personas que lo hacen se sienten seguros.
LARRY: ¿Tiene un favorito?
CASH: La tengo, tengo una favorita. Mi artista femenina favorita es Emmylou Harris. Mi artista masculino favorito sería Dwight Yoakam.
LARRY: Buen actor, también.
CASH: ¿No es genial?
LARRY: Es sensacional. Puede cantar. Es un auténtico cowboy.
CASH: Es fantástico.
LARRY: ¿Es su amigo?
CASH: Sí, somos amigos.
LARRY: Johnny ¿tienes la esperanza de que alguna vez esta enfermedad, lo que sea, pueda desaparecer? ¿Alguien la puede curar? Estarás fuera en el escenario otra vez.
CASH: ¿No sería agradable? Sí, eso estaría bien si no sólo podrían curar esta enfermedad, pero revertirla. No sólo eso, sino también el glaucoma.
LARRY: ¿Qué ves cuando ves ahora? Has dicho que sólo tenías un 40 por ciento de visión.
CASH: Lo que veo es, que te veo, pero es que hay mucha niebla entre tú y yo. Mucha niebla.
LARRY: Esa cosa en el lado de la cara, ¿es una cicatriz? (Se refiere a la pequeña cavidad que Johnny tiene en la parte inferior derecha de su rostro)
CASH: Si.
LARRY: ¿Eso es de hace mucho tiempo?
CASH: Sí, es de las Fuerzas Aéreas.
LARRY: ¿Qué pasó?
CASH: Es un agujero de bala.
LARRY: No!!
CASH: No, no lo es…
LARRY: ¿De dónde provienen de esa cicatriz?
CASH: Me extirparon un quiste cuando estuve en las Fuerzas Aéreas.
LARRY: ¿Tan simple como eso? ¿No hay una gran historia? ¿Nadie le disparó?
CASH: Eso es todo.
LARRY: ¿Fue un héroe en las Fuerzas Aéreas?
CASH: No. Yo estaba en Servicio de Seguridad de las Fuerzas Aéreas. Yo era un operador de radio de alta velocidad de intercepción. Interceptaba el código Morse de Rusia.
LARRY: ¿En la Guerra de Corea?
CASH: Si.
LARRY: Bastante bien. ¿Solía usted cantar en el servicio?
CASH: Si.
LARRY: ¿Tuvistes un programa de televisión que fue un éxito durante un par de años?, ¿no?
CASH: No, no, cuando yo estaba en el servicio.
LARRY: Quiero decir, cuando salistes del servicio. Me fui adelante en el tiempo…
CASH: Sí, lo hice. Tuve un programa de televisión muy exitoso.
LARRY: ¿Por qué dejó de hacerlo?
CASH: ¿El show de ABC? Oh, yo no lo dejé. Ellos me dejaron…
LARRY: Estuvo bien, y lo reponen en la televisión.
CASH: Lo reponen en la televisión, sí.
LARRY: Muy bien, Johnny. ¿A dónde vamos desde aquí? ¿Mira, te dices a ti mismo, estoy buscando un futuro? Estoy fastidiado por esta enfermedad, ¿voy a seguir grabando? Voy a aguantar, voy a… ¿qué te fijas para el mañana?
CASH: Bueno, Larry, puedes preguntarle a la gente a mi alrededor. No me doy por vencido. No me doy por vencido. Y no es por frustración y desesperación por lo que te digo que no me doy por vencido. No me doy por vencido porque no me doy por vencido. No creo en rendirme.
Es como decía mi padre, cuando vayas a los campos de algodón, si se supone que dan los hombres 10 horas por $ 5 al día, dales 10 horas y media. Sigo tratando de hacer eso, ¿sabes? Cuando mi sesión se supone que es de tres horas, voy a tratar de hacer cuatro o cinco horas. Yo trabajo porque me encanta mi trabajo. Mientras yo pueda trabajar, voy a trabajar.
LARRY: Hábleme de «The Man Comes Around». (El tema principal de American IV que salía a la venta por ese entonces)
CASH: «The Man Comes Around» es una canción que escribí, es mi canción del apocalipsis, y tuve la idea de un sueño que tuve: soñé que veía a la reina Isabel. Soñé que entraba al Palacio de Buckingham, y allí se quedó sentada en el suelo.Y ella me miró y dijo: Johnny Cash, eres como un espino en un torbellino. Y me desperté, por supuesto, y pensé, ¿qué puede significar este sueño? ¿Espino en un torbellino? Bueno, me olvidé del asunto durante dos o tres años, pero el sueño seguía persiguiéndome. Me quedé pensando en él, fue muy vívido, y entonces pensé, quizás es bíblico. Así que lo encontré. Algo sobre remolinos y los espinos en la Biblia. Así que a partir de eso, comenzó mi canción… (Cash está haciendo referencia a la letra del tema)
LARRY: ¿Y como han titulado el álbum?
CASH: «The Man Comes Around». Sí.
LARRY: ¿Cuántas canciones has cantado, Johnny?
CASH: No lo sé, Larry.
LARRY: ¿Las tienes en casa?
CASH: Si, problamente las tengo. Probablemente las tengo todas.
LARRY: Tengo otra canción por la que preguntarte, ‘The Burning Ring of Fire’.
CASH: «Ring of Fire».
LARRY: ¿De dónde viene?
CASH: Está escrita por June Carter.
LARRY: Que está sentada justo ahí mismo.
CASH: June Carter y Merle Kilgore. Ellos escribieron esa canción para mi.
LARRY: Te tiene que gustar.
CASH: Cuando la escuché, dije, ese soy yo en una canción.
LARRY: ¿No intentastes parar ese disco?
CASH: No, no lo hice. No, no tenía intención de parar ese disco.
LARRY: Siempre es un gran placer tenerte, Johnny.
CASH: Gracias, Larry.
LARRY: Cuídate.
CASH: Gracias.
LARRY: Johnny Cash, «The Man Comes Around» ya está a la venta. La publicación de «The Essential Johnny Cash,» un CD doble crónica de los años de grabación con Sun, Columbia y Mercury ya está a la venta. También tenemos la reedición de ediciones con extras de 5 LP´S vintage de Johnny Cash. Gracias, Johnny, gracias por esta velada maravillosa. Gracias por estar con nosotros.
* Por Dr. Fernando Gil, Buenos Aires, Argentina.

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Todo está iluminado – Jonathan Safran Foer

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

vendido

Estado: usado.

Editorial: debolsillo.

Precio: $000.

El viaje de un joven norteamericano a Ucrania en busca de los orígenes de su familia es el pretexto que utiliza Jonathan Safran Foer para narrar una inquietante y divertida odisea a través de los claroscuros de la memoria en la que poco a poco se irán iluminando los escenarios de un pasado turbador: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. Novela sobre la amistad, la memoria, las palabras, la guerra y el amor, Todo está iluminado constituye el primer y decidido paso de un joven maestro.
Jonathan Safran Foer (Washington, 1977) consiguió con su primera novela, Todo está iluminado (2002), llevada al cine en 2005, un contundente éxito de crítica y público. A esta le siguieron las obras Tan fuerte tan cerca (2005), Comer animales (2009) y Tree of Codes (2010). A lo largo de su carrera ha sido galardonado con numerosos premios, entre los que destacan el Guardian First Book, el National Jewish Book, el New York Public Library Young Lions y el Zoetrope: All-Story Fiction. En el año 2007 fue incluido en la lista de los mejores novelistas jóvenes norteamericanos publicada por Granta. Su obra ha sido traducida a treinta y seis idiomas. Actualmente vive en Brooklyn, Nueva York.
Safran Foer: «Reprimir la pulsión sexual es más difícil que la de comer carne»
Carmen Mañana
Todo estalló cuando su mujer, la también escritora Nicole Krauss, se quedó embarazada. Jonathan Safran Foer (Washington, 1977) empezó a pensar en el mundo en el que viviría su hijo: en la situación política, social, medioambiental… y en la comida. Él, que había sido un vegetariano intermitente, aún no había conseguido responder la gran pregunta: «¿Es éticamente correcto comer animales». Y para hacerlo escribió 430 páginas fruto de dos años de investigación y varias visitas furtivas a granjas industriales. Comer animales, que ahora edita Seix Barral en España, reflexiona sobre las consecuencias que la industria alimentaria tiene sobre el medio ambiente, la salud humana y la economía, además de ahondar en la forma en que los animales viven y son sacrificados. A medio camino entre el informe y las memorias (gastronómicas) personales, recopila una cantidad ingente de datos y estudios que harán al lector mirar al sushi de otra forma. Foer llega a la entrevista con zapatos de piel -«todos tenemos nuestras hipocresías»- y pide horchata. Quizá un recuerdo de los dos años que vivió en España, entre Cadaqués y Barcelona. «Volví a Nueva York dos días antes del atentado de las Torres Gemelas». Un episodio que inspiró su segundo libro Tan fuerte, tan cerca (2005), que junto a Todo está iluminado(2002), Tree of codes (2010) y ahora Comer animales completan su currículo.
Pregunta. ¿Qué fue lo que más le impactó de todo lo que descubrió en su investigación?
Respuesta. Una pareja de amigos leyó el libro en la cama, antes de dormir, y me contaban que se interrumpían constantemente para decirse «¡Oh, Dios mío! No puedo creerme esto». Y esa es exactamente la sensación que tuve durante todo el proceso: no me puedo creer que la industria alimentaria sea la que más gases de efecto invernadero emite a la atmósfera, muchos más que la industria aeronáutica; que para capturar medio kilo de gambas en Indonesia, se maten y luego se devuelvan al mar once kilos de otros animales marinos; o que hay una bacteria (MRSA) relacionada con las granjas de cerdos intensivas que mata a más gente en Estados Unidos que el sida. Lo peor es que esto no sucede por accidente. Es que se hace a propósito. Sabemos o intuimos que no tratan bien a los animales que comemos y sabemos o intuimos la repercusión que esto puede tener para nuestra salud y aún así elegimos este tipo de consumo.
P. Según su libro, lo más equilibrado y sano, después de dejar de comer animales, serían las granjas y los sistemas de pesca tradicional. Pero entonces habría muchos menos productos cárnicos y pescado, y su precio se multiplicaría exponencialmente. Pasarían a ser un lujo solo para ricos. Y la gente normal no podría acceder a ellos y no por una decisión moral.
R. Es que el pescado y la carne deberían ser caros. Son caros, de hecho. Hace dos meses se publicó un estudio que cuantificaba en 200 dólares (139 euros) el coste real de producir las hamburguesas que se venden a un euro. Todo el proceso de crianza, sacrificio, transporte… influye en el aumento del nivel del mar, en el crecimiento de emisiones de CO2. Y todo eso nosotros lo pagamos, no al comprar la hamburguesa, pero sí con nuestros impuestos que pagan las subvenciones que da el gobierno a la industria. Y también pagamos las consecuencias, claro.
P. ¿No hay término intermedio? ¿O hamburguesas a un euro o panceta a 500?
R. Si hiciesen pagar a las grandes compañías para limpiar los daños medioambientales que causan y los costes sanitarios, todo cambiaría. Pero eso nunca va a pasar.
P. Dice que no le gusta que le califiquen como vegetariano, ¿por qué?
R. Porque supone que estás de un lado o de otro. Si tú me dices que comes carne porque quieres, me parece bien. Si me dices que es porque no puedes dejar de hacerlo, ya me parece una esclavitud, casi una adicción. Los gestos pequeños son útiles también. En EE UU han hecho un estudio sobre la cantidad de CO2 que dejas de emitir cuando dejas de comer carne un día. Es un pequeño sacrificio y se puede intentar.
P. ¿No echa de menos un buen chuletón? ¿No siente la tentación?
R.Claro, pero simplemente la someto. Reprimir la pulsión sexual es más difícil que la de comer carne, más dura de domar, y no vamos por la calle acostándonos con todo el mundo. Siempre pongo el mismo ejemplo: si un músico grabase un disco con el sonido que emite un animal al ser descuartizado no lo compraríamos; si un artista grabase un vídeo con su sacrificio, diríamos no; pero sí podemos comernos el animal sin pestañear, ¿es que el gusto es un sentido más importante que la vista o el oído? ¿somos más impunes por comerlo en vez de por verlo o oírlo?
P. ¿Piensa en un cerdo agonizante cuando ve una pizza de salami?
R. Una de las personas que aparecen en el libro me hizo una pregunta que aún no he sido capaz de responder: ¿Por qué alguien cuando está cachondo no tiene derecho a violar un animal y sí cuando está hambriento a matarlo, descuartizarlo y comérselo?
P. Puede que sea cruel comer animales pero también otras cosas, como llevar ropa hecha por personas, o niños, que trabajan en condiciones deplorables ¿Podría ser un buen tema para otro libro?
R. Sí, pero no lo haré. Hay gente que piensa que para ser feliz en esta vida hay que saber lo menos posible. Yo creo que hay que saber lo más posible, pero también saber que uno no puede hacerlo todo. Prefiero ser un hipócrita que un ignorante o decir que no me preocupan. Lo hacen. Tanto que he escrito un libro. Pero no soy perfecto, hay cosas hipócritas en mí. Llevo estos zapatos de piel, por ejemplo. Ya no compro cosas de piel, pero los tenía y me los pongo. Solo trato de mejorar poco a poco las cosas.
P. Así que su próximo libro no va a seguir por este camino.
R. No, entre otras cosas, este me ha dado muchas ganas de volver a la ficción.
P. Su último trabajo en este género, Tan fuerte, tan cerca, abordaba las secuelas del 11-S. Si lo escribiese ahora, una vez muerto Osama bin Laden, ¿sería distinto?
R. No, pero sucede algo curioso. Se está rodando una película basada en él y el otro día me llamó el director y me dijo que ahora la gente va a ver la película de una forma radicalmente distinta, sin taparse la cara con aprensión. Porque Estados Unidos no se ha recuperado del 11-S y la muerte de Bin Laden es como una catarsis. Ahora este episodio puede ser historia. Un capítulo del pasado.
Otros libros relacionados disponibles en LibrosKalish:
Comer animales – Jonathan Safran Foer

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Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay – Michael Chabon

Frida Kahlo Auschwitz Borges Hitler Michael Chabon

Estado: nuevo.

Editorial: DEBOLSILLO.

Precio: $400.

En esta magnífica historia, ambientada en el Nueva York de los años 40, dos chicos judíos de Brooklyn crean a un superhéroe del cómic -también judío- capaz de viajar a Europa para acabar con Hitler.
 La novela narra la historia de Sam y Joe, dos chicos judíos de Brooklyn que en los primeros días de la Segunda Guerra Mundial se meten en el negocio de los comics y crean un héroe llamado Escapista, un superhéroe judío que viaja a Europa a luchar contra Hitler. En la aluncinante recreación del Nueva York de los años cuarenta que sigue a continuación caben el amor, los celos, la bohemia, las reflexiones sobre la creación y toda una serie de elementos que recrean nuevamente el mundo glamuroso de Chabon, un mundo que nunca deja de ser tierno, optimista ni divertido y que, sorprendentemente, nunca resulta cursi.
Michael Chabon, nacido en 1963, se convirtió en joven prodigio literario con sus primeros relatos publicados en la revista The New Yorker a mediados de los ochenta, antes de cumplir los treinta años. Poco después saboreó el éxito con su primera novela, Los misterios de Pittsburgh. Es también autor de las novelas Chicos prodigiosos, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (premio Pulitzer 2001) y El sindicato de policía yiddish, y de los libros de relatos Un mundo modelo y Jóvenes hombres lobo.

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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Entrevistas breves con hombres repulsivos – David Foster Wallace

david Foster Wallace Onetti Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison

Estado: nuevo.

Editorial: DEBOLSILLO.

Precio: $400.

David Foster Wallace
(palabras pronunciadas en su funeral, el 23 de octubre de 2008)
Jonathan Franzen
Como tantos escritores, pero incluso más que a la mayoría, a Dave le encantaba tener las cosas bajo control. Las situaciones sociales caóticas enseguida lo estresaban. Sólo lo vi ir dos veces a una fiesta sin Karen. A una de ellas, ofrecida por Adam Begley, casi tuve que llevarlo a rastras, y en cuanto cruzamos el umbral y aparté la mirada de él durante un segundo, dio media vuelta y regresó a mi departamento para mascar tabaco y leer un libro. En la segunda no tuvo más remedio que quedarse, porque se celebraba la publicación de LA BROMA INFINITA. Sobrevivió diciendo gracias una y otra vez, con formalidad penosamente exagerada.
Una de las razones por las que Dave era un profesor extraordinario se debe a la estructura formal de ese trabajo. Dentro de esos confines, podía recurrir sin peligro a su enorme bagaje natural de bondad, sabiduría y conocimientos. De forma análoga, la estructura de las entrevistas también estaba exenta de peligro. Cuando Dave era el tema, podía relajarse y ocuparse él del entrevistador. Si él mismo era el periodista, realizaba sus mejores trabajos cuando encontraba a un técnico – una cámara que seguía a John McCain, un técnico de sonido en un programa de radio – a quien le entusiasmara conocer a alguien sinceramente interesado en los misterios del trabajo. A Dave le encantaban los detalles por sí mismos, pero los detalles constituían también una válvula de escape para el amor acumulado en su corazón: una manera de conectar con otro ser humano en una tierra de nadie relativamente segura.
La cual era, más o menos, la descripción de la literatura a la que él y yo llegamos en nuestras conversaciones y correspondencia a principios de los años noventa. Quise a Dave desde la primera carta que recibí de él, pero las primeras dos veces que intenté conocerlo en persona, allá en Cambridge, me dejo plantado. Incluso después de a vernos, nuestros encuentros eran a menudo tensos y precipitados: mucho menos íntimos que las cartas. Como mi amor por él fue a primera vista, siempre me esforzaba por demostrar que yo podía ser lo bastante gracioso e inteligente, pero su tendencia a fijar la mirada en un punto a kilómetros de distancia me hacía sentir que estaba fracasando en mi propósito. A lo largo de mi vida, con pocas cosas he experimentado una mayor sensación de logro que al arrancarle una risa a Dave.
Llegamos a la conclusión de que la narrativa era esa “tierra de nadie neutra donde establecer una profunda conexión con otro ser humano”, para eso servía. “Una escapatoria de la sociedad” fue la formulación en que coincidimos. Y en ninguna otra parte fue Dave más absoluta y magníficamente capaz de mantener el control que en su lenguaje escrito. Poseía un virtuosismo retórico más extenso, apasionante e imaginativo que el de cualquier escritor vivo. Allá en la palabra número 70 o 100 o 140 de una frase, ya bien entrado un párrafo de tres páginas de humor macabro o de autoconciencia extraordinariamente reticulada, uno olía el ozono de la tersa precisión de su estructura sintáctica, su desplazamiento sin esfuerzo y tonalmente perfecto entre niveles de dicción alta, baja, media, técnica, moderna, tecnológica, filosófica, vernácula, vodevilesca, exhortatoria, lumpen, desconsolada, lírica. Esas frases y páginas, cuando era capaz de producirlas, constituían para él un hogar tan verdadero, seguro y feliz como cuantos tuvo durante la mayor parte de los veinte años de nuestra relación. Así que podría contarles anécdotas del breve viaje por carretera salpicado de discusiones que emprendimos en cierta ocasión, o hablarles del olor mentolado que su tabaco de mascar dejaba en mi departamento siempre que se quedaba unos días, o de las torpes partidas de ajedrez que jugábamos y los peloteos de tenis aún más torpes que a veces hacíamos – la reconfortante estructura de los juegos frente a las extrañas y profundas rivalidades fraternales que bullían bajo la superficie –, pero ciertamente lo principal era la escritura. Durante la mayor parte del tiempo desde que lo conocí, la interacción más intensa con él fue estar sentado a solas en mi sillón, noche tras noche, durante diez días, leyendo el manuscrito de LA BROMA INFINITA. Ese fue el libro en el que, por primera vez, organizó el mundo y a sí mismo tal como quería. Al nivel más microscópico: entre cuantos han pasado por esta tierra, nadie ha puntuado la prosa de una manera tan apasionada y precisa como Dave Wallace. Al nivel global: produjo un millar de páginas de bromas de talla mundial que – si bien la modalidad y calidad del humor nunca flojeaban – eran cada vez menos graciosas, capítulo tras capítulo, hasta que, al final, uno pensaba que el título podía haber sido igualmente LA TRISTEZA INFINITA. Eso Dave lo captó como nadie.
Y ahora resulta que este hombre del Medio Oeste atractivo, brillante, gracioso, con una mujer asombrosa y una red de apoyo local magnífica y una magnífica carrera y un magnífico empleo en una magnífica universidad con unos alumnos magníficos, se ha quitado la vida, y los demás nos quedamos aquí preguntándonos (por citar una frase de LA BROMA INFINITA): “A ver, chabón, ¿y vos de qué la vas?”
Una buena respuesta, sencilla y moderna, sería: “Una personalidad encantadora, con talento, fue víctima de un severo desequilibrio químico en el cerebro. Por un lado, estaba la persona de Dave, y por otro, la enfermedad, y ésta mató al hombre igual que podía haberlo matado el cáncer”. Esta respuesta es más o menos cierta, pero a la vez insuficiente. Si se quedan satisfechos con ella, no necesitaran leer los relatos que Dave escribió, en especial tantos y tantos relatos en los que la dualidad, la separación entre persona y enfermedad aparece como problema o directamente es blanco de mofa. Una paradoja obvia es, naturalmente, que el propio Dave, al final, se dio por satisfecho con esta respuesta sencilla y dejó de establecer conexión con esos relatos más interesantes que había escrito en el pasado y podría haber escrito en el futuro. su tendencia suicida salió ganando y todo lo demás en el mundo de los vivos pasó a ser intrascendente.
Sin embargo, eso no significa que no nos queden más relatos significativos por contar. Podría ofrecerles diez versiones distintas de cómo llegó a la noche del 12 de septiembre, algunas muy sombrías, algunas muy indignantes para mí, y en la mayoría teniendo en cuenta las numerosas adaptaciones de Dave, como adulto, en respuesta a su intento de suicidio al final de la adolescencia. Pero en concreto hay un relato no tan sombrío que me consta que es verdad y que quiero contar ahora, porque  ha sido una gran felicidad, un privilegio y un desafío infinitamente interesante gozar de la amistad de Dave.
Las personas a quienes les gusta tener las cosas bajo control pueden pasarlo mal en la intimidad. La intimidad es anárquica e incompatible por definición con el control. Uno busca tener las cosas bajo control porque siente miedo, pero hace unos cinco años, Dave, muy perceptiblemente, dejó de sentirlo. En parte se debió a que había conseguido un empleo bueno y estable en el Pomona College. Pero en parte sobre todo a que por fin encontró a una mujer adecuada para él, una mujer que por primera vez le abrió la posibilidad de llevar una vida más plena y menos rígidamente estructurada. Cuando hablábamos por teléfono, empezó a decirme que me quería, y yo de pronto ya no tenía que esforzarme tanto para hacerlo reír o demostrarle que era inteligente. Karen y yo conseguimos llevarlo a Italia durante una semana, y en lugar de pasarse los días en la habitación del hotel viendo la televisión, como podría haber hecho años atrás, almorzó en la terraza y comió pulpo, y se dejó llevar a remolque a las cenas y de hecho disfrutó de la compañía de otros escritores en reuniones informales. Sorprendió a todos, y quizá en especial a sí mismo. Fue algo verdaderamente divertido que quizá volviera a hacer.
Mas o menos un año después, decidió dejar la medicación que había dado estabilidad a su vida durante más de veinte años. También aquí hay distintas versiones de por qué lo decidió exactamente. Pero una cosa que me dejó muy clara, cuando lo hablamos, fue que deseaba tener la oportunidad de llevar una vida más corriente, con menos control obsesivo y más placer normal. Fue una decisión surgida de su amor por Karen, de su afán por producir textos nuevos y más maduros, y de haber vislumbrado un futuro distinto. Fue por su parte un intento extraordinariamente aterrador y valiente, porque Dave rebosaba amor, pero también miedo: accedía con demasiada facilidad a esas profundidades de la tristeza infinita.
Así pues, fue un año de altibajos, en junio tuvo una crisis y pasó un verano muy difícil. Cuando lo vi en julio, volvía a estar en los huesos, como en la última etapa de la adolescencia, durante su primera gran crisis. Una de las últimas veces que hablé por teléfono con él, en agosto, me pidió que le contara en forma de historia cómo llegaría a irle mejor en la vida. Le repetí muchas de las cosas que él me había dicho en nuestras conversaciones del año anterior. Le dije que se encontraba en un momento terrible y peligroso porque intentaba realizar auténticos cambios como persona y escritor. Le dije que, la última vez que había vivido experiencias cercanas a la muerte, había salido de ellas y escrito, muy deprisa, un libro que estaba a años luz de lo que había estado haciendo antes de su desmoronamiento. Le dije que era un recalcitrante obseso del control y un sabelotodo – “¡Y tú también!”, replicó – y que las personas cono nosotros tememos tanto abandonar el control que a veces la única manera que tenemos de obligarnos a abrirnos y cambiar es dejarnos llevar a un acceso de pesadumbre y al borde de la autodestrucción. La dije que él había emprendido aquel cambio en la medicación porque quería madurar y llevar una vida mejor. Y le dije que, en mi opinión, su mejor literatura estaba por venir. Y él dijo: “Esta historia me gusta. ¿Podrías llamarme cada cuatro o cinco días y contarme otra parecida?”
Por desgracia, sólo tuve una oportunidad más de contársela, y para entonces él ya no la oía. Se hallaba sumido en un horrible estado de angustia y dolor, minuto a minuto. Después, las siguientes veces que intenté llamarlo no atendía el teléfono ni devolvía los mensajes. Se había hundido en el pozo de la tristeza infinita, fuera del alcance de las historias, y ya no consiguió salir. Pero poseía una inocencia hermosa y anhelante, y estaba intentándolo.
Jest fest*
 Dave Eggers
Al pedirme este prólogo, la editorial quería un muy breve y fresco ensayo que fuera capaz de convencer a un nuevo lector de que La broma infinita es un libro accesible, incluso sin esfuerzo muy divertido de leer. Bueno. Es fácil estar de acuerdo con lo primero, más difícil aprobar lo segundo. El libro es accesible, sí, porque no incluye contenido complejo científico o histórico, no necesita una especialización o erudición particular. Siendo tan largo y verborrágico, nunca quiere castigar al lector por un conocimiento que no tiene, ni quiere mandarlo a buscar el diccionario después de algunas páginas. Y aun así, aunque usa un vocabulario lo suficientemente familiar, no hay que equivocarse: La broma infinita es algo distinto. Quiero decir: no tiene semejanza con nada que se haya escrito antes, y las comparaciones con textos editados después son desesperadas y vacías. Apareció en 1996, sui géneris, muy diferente que virtualmente cualquier cosa anterior. Desafía cualquier categorización, y derrumba los esfuerzos para descifrarla y explicarla.
Para el lector astuto es posible, con la mayoría de las novelas contemporáneas, reducirlas a sus partes, desarmarlas como si fueran un auto o una repisa de Ikea. Esto es si pensamos que el lector es una especie de mecánico. Y digamos que este lector-mecánico particular ha trabajado en un montón de libros, y después de unas cien novelas contemporáneas, el lector piensa que puede desarmar y volver a armar cualquier novela. Esto es, el mecánico reconoce los componentes de la ficción moderna y puede decir, por ejemplo, he visto esta parte antes, y sé por qué está acá y cuál es su función. Y ésta también, la reconozco. Esta parte se conecta a ésta y cumple esta tarea. Esta usualmente va acá, y hace aquello. Todo esto es suficientemente familiar. Lo que digo no implica que la ficción contemporánea es reconocible y desarmable. Pero sí incluye a cerca del 98 por ciento de la ficción que conocemos y amamos.
Pero hacer esto no es posible con La broma infinita. Este libro es como una nave espacial sin elementos reconocibles, sin puntos de entrada, sin explicación sobre cómo desarmarla. Es muy brillante y no tiene fallas discernibles. Si de alguna manera se pudiera destrozar hasta reducirla a sus mínimas piezas, seguramente no habría manera de volver a armarla. Sencillamente, es. Página a página, línea a línea, es probablemente el más extraño, más destacable y más comprometido trabajo de ficción escrito por un estadounidense en los últimos veinte años. En ningún punto de La broma infinita a uno se le escapa que éste es un trabajo de obsesión completa, de estirar la mente de un joven escritor hasta el punto de, asumimos, casi la locura.
Que no es decir que es locura de la manera en que Burroughs o incluso Fred Exley usaron un tipo de locura para crear. Exley, como muchos escritores de su generación y unos pocos de la generación anterior, bebía en exceso, y Burroughs consumía cada sustancia controlada que pudiera comprar o pedir prestada. Pero Wallace es un tipo de loco diferente, uno que está en completo control de sus herramientas, uno que en vez de caminar al borde del precipicio o que, bajo la influencia de las drogas y el alcohol, parece dirigirse cada vez más adentro, en las profundidades de la memoria y la conjura incesante de un cierto tipo de lugar y tiempo de un manera que evoca –parece tan equivocado tipear este nombre, pero bueno, adelante– a Marcel Proust. Existe el mismo tiempo de obsesión, la misma increíble precisión y focalización, y la misma sensación de que el escritor quería (y, se puede discutir, lo lograba con éxito) dar en el clavo de la conciencia de una era.
Hablemos de edad, en el sentido más pedrestre de la palabra. Es esperable que la edad promedio del nuevo lector de La broma infinita sea de unos 25 años. Habrá entre ellos muchos universitarios, y probablemente habrá un igual número de lectores entre los 30 y los 50 que por cualquier razón alcanzaron el momento de sus vidas en que se animan a entrarle a este libro, que este o el otro amigo les recomendó. El punto es que la edad promedio es la apropiada. Yo tenía 25 cuando leí esta novela. Sabía que estaba por publicarse hacía como un año porque la editorial, Little Brown, había sido muy inteligente al construir un clima de anticipación, con postales que llegaban una vez por mes, escritas con frases y pistas, enviadas a todos los medios del país. Cuando finalmente lanzaron el libro, lo empecé de inmediato.
Y así pasé un mes de mi joven vida. No hice mucho más. Y no puedo decir que fue siempre divertido. Ocasionalmente costó. Demanda atención completa. No se puede leer en un café muy concurrido, o con un chico sobre la falda. Era frustrante que las notas al pie estuvieran al final del libro y no en la parte de abajo de cada página, como estaban ubicadas en los ensayos y los textos periodísticos de Wallace. Hubo momentos en los que, por ejemplo, cuando leía la exhaustiva crónica de un partido de tenis, pensaba, bueno, me gusta el tenis como a cualquier persona, pero ya basta.
Y sin embargo el tiempo pasado con este libro, en este mundo de lenguaje, es absolutamente recompensador. Cuando uno se va de estas páginas después de un mes de lectura, es una mejor persona. Es demencial, pero también difícil de negar. El cerebro es más fuerte porque ha tenido un mes de entrenamiento, y más importante, el corazón se agranda porque rara vez ha habido un relato más conmovedor de la desesperación, la depresión, la adicción, la stasis generacional y el deseo, o la obsesión con las expectativas humanas, con las posibilidades artísticas y atléticas e intelectuales. Los temas aquí son grandes, y las emociones (guardadas como están) son muy reales, y el efecto acumulativo del libro es, se podría decir, sísmico. Sería muy raro encontrar a un lector del libro que, después de terminarlo, se encogiera de hombros y dijera: “Está bien”. Aquí hay una pregunta que me ha hecho un estudiante de Letras grandote que usaba una gorra de béisbol en una universidad mediana del oeste: ¿Es nuestro deber leer La broma infinita? Es una buena pregunta, y una que mucha gente, particularmente gente interesada en la literatura, se hacen. La respuesta es: quizás. A lo mejor. Probablemente, de alguna manera. Si creemos que es nuestro deber leer este libro, es porque estamos interesados en el genio. Estamos interesados en la ambición de la escritura épica. Estamos fascinados por lo que puede hacer una persona con el suficientemente tiempo, foco y cafeína y, en el caso de Wallace, tabaco masticable. Si nos atrae La broma infinita, también nos atrae 69 Love Songs de Magnetic Fields, un disco para el que Stephin Merritt escribió esa cantidad de canciones, todas de amor, en alrededor de dos años. Y nos atraen las diez mil pinturas del artista folk Howard Finster. O el trabajo de Sufjan Stevens, que está en una misión para crear un disco sobre cada estado de la Unión. Actualmente se encuentra en el estado Nº 2, pero si lo termina, se va a acercar a lo que hizo Wallace con este libro que tienen en las manos. El punto es que si estamos interesados en las posibilidades humanas, y estamos capacitados para animarmos mutuamente en cada paso adelante de la ciencia, el deporte, el arte y el pensamiento, debemos admirar el trabajo que nuestros pares han logrado crear. Tenemos una obligación, en primer lugar con nosotros mismos, de ver lo que un cerebro, y particularmente un cerebro como el nuestro, puede hacer. Es el motivo por el que vemos Shoah o visitamos el rollo sin fin en el que Jack Keroauc escribió (en días afiebrados) En el camino, o las 3.300 páginas de Rising Up and Rising Down de William T. Vollmann, o las series de películas de Michael Apted 7-Up, 28-Up, 42-Up o… bueno, la lista sigue.
Y ahora, desafortunadamente, nos encontramos de vuelta con la impresión de que el libro es arduo. Y no lo es, realmente. Es largo, pero tiene placeres por todas partes. Hay humor por todas partes. También hay una callada pero muy firme corriente subterránea que es trágica y tiene que ver con gente que está completamente perdida, que está perdida en el seno de sus familias y en su país, y perdidas en su tiempo, y que sólo quieren alguna especie de dirección o propósito o sentido de comunidad o de amor. Lo que, después de todo, y convenientemente para esta introducción, lo que un autor está buscando cuando se sienta a escribir un libro –cualquier libro, pero particularmente un libro como éste, y libro que entrega tanto, que requiere tanto sacrificio y dedicación–. ¿Quién haría semejante cosa salvo por un deseo de conexión y por lo tanto de amor?
Una última cosa: en el intento de convencerlos para que compren este libro, o que lo busquen en su biblioteca, es útil decirles que el autor es una persona normal. Dave Wallace, como se lo conoce comúnmente, tiene perros perezosos y nunca los ha vestido con tafeta o los ha hecho usar impermeables. Se ha quejado con frecuencia sobre que transpira demasiado cuando lee en público, tanto que usa una bandana para evitar que el sudor humedezca las páginas. Una vez fue un jugador de tenis que entró en los rankings nacionales, y lo preocupa tener un buen gobierno. Es del estado de Illinois (medioeste, este central, para ser específico), una parte intensamente normal del país (no lejos, de hecho, de una ciudad que, fuera de joda, se llama Normal). Así que es normal, y regular, y ordinario y éste es su logro extraordinario e irregular y anormal, algo que va a vivir más que ustedes y yo, pero que va a ayudar a la gente del futuro a entendernos –a entender cómo nos sentimos, cómo vivimos, qué nos dimos los unos a los otros, y por qué.
* El texto de Eggers es parte del prólogo a la edición especial del 10º aniversario de La broma infinita.
Por mano propia
David Gates
Cuando me enteré de que David Foster Wallace, de apenas 46 años, se había colgado en su casa de California, abrí su obra maestra, Infinite Jest (La broma infinita), en cualquier página y me encontré con una escena en que un drogadicto en recuperación recuerda un momento de angustia existencial de su infancia. “Era un total horror psíquico: muerte, decadencia, disolución, espacio frío vacío negro malevolente solitario nulo. Era lo peor que alguna vez hubiera enfrentado… Entendí a nivel intuitivo por qué hay gente que se mata. Si tuviera que sentir lo que sentía por un tiempo, seguro que me mato.” Seguramente vamos a encontrar más y más claves como ésta en su obra: algunos escritores –como Hemingway– parecen pasar años escribiendo su carta de suicidio justo bajo nuestras narices. En el último libro de Wallace, Extinción, el atormentado protagonista de “El neón de siempre” es un publicitario que se sintió toda la vida un fraude –y era amigo de chico de un tal David Wallace– y se llena de antihistamínicos antes de estrellar el auto contra el terraplén de un puente. Y también en el discurso que hizo en Kenyon College para la graduación de 2005, cuando sacó de la nada que “hay una vieja frase que dice que la mente es un excelente sirviente pero un terrible amo… no es en absoluto una coincidencia que tantos adultos que se pegan un tiro lo hagan siempre en la cabeza. Le pegan un tiro al amo terrible. La verdad es que la mayoría de esos suicidas ya están muertos mucho antes de tirar del gatillo”.
Falta para que estas “pistas” aparentes dejen de brillar como neones en la obra de Wallace. Su obra va a sobrevivir los detalles morbosos de su muerte. En el futuro, nadie podrá descartarlas como los síntomas de un caso de depresión: la angustia a la que dio forma artística es demasiado real y universal. Es cierto que Wallace era un caso de depresión, pero de la misma manera en que todos somos un caso: encerrados en nuestros cráneos y aislados de los demás, vivimos en mundos y más mundos de indominables, apiñadas sensaciones, emociones, actitudes, opiniones y –esa palabra de neutralidad que asusta– información. “Lo que nos pasa por adentro –escribió Wallace en “El neón de siempre”– es simplemente demasiado rápido y demasiado grande y todo interconectado como para que las palabras puedan más que formar el más burdo boceto de una partecita ínfima en un momento dado.” El título de Infinite Jest recuerda a Hamlet con la calavera –la de Yorick, “a fellow of infinite jest”, el bufón de la broma infinita– y el proyecto literario de Wallace era sacar un poco de ese infinito afuera para que pudiéramos verlo y oírlo. Esto explica sus notas al pie y sus colofones, sus digresiones dentro de digresiones y su compulsivo, agotador detallismo. Como el narrador de “El neón de siempre”, le parecía “torpe y trabajoso… transmitir hasta el menor aspecto”, por lo que su obra se hinchaba y forzaba sus límites prácticos. Un ensayo de 2001 en la revista Harper’s –sobre el abuso de la lengua inglesa en EE.UU.– llegaba a las 17.000 palabras y Rolling Stone le cortó la mitad de su épica nota sobre la campaña presidencial de McCain en el 2000. (La nota, incluida en Hablemos de langostas, apareció este año sola en el libro McCain’s Promise: Aboard de Straight Talk Express With John McCain and a Whole Bunch of Actual Reporters, Thinking About Hope). Infinite Jest tiene 1079 páginas y las últimas 96 tienen 388 notas al pie. Fue a la vez un espléndido, generoso chorro y un intento frenético de contener la inundación.
Claro que Wallace también se pavoneaba con su casi infinita erudición –¿había algo que no supiera, de tenis a terrorismo?– pero en un sentido de lo más humano: “Supongo que buena parte del sentido de la ficción seria –dijo en una entrevista en 1993– es darle al lector, que como todos nosotros está como naufragado en su cabeza, acceso imaginario a otras personas”. Los últimos trabajos de Wallace, en particular las historias en Extinción, eran más oscuras que Infinite Jest, su segunda novela, que pese a ser un libro acelerado tiene sus raíces en la angustia y el pánico. Su premisa central es que hay una película –que se llama, por supuesto, Infinite Jest– que es tan mortalmente entretenida que deja a sus espectadores catatónicos: literalmente se entretienen a muerte. La aceleración de la novela lleva a la histeria: son más de mil páginas de luchan entre el impulso ordenador del autor y el “amo terrible” de la conciencia descontrolada, sin límites, incallable. Wallace encontraba un valor artístico y moral en el simple registro de su angustia: “Dado que una parte ineludible del ser humano es sufrir, parte de lo que nos lleva al arte es la experiencia del sufrimiento, siempre un sufrimiento vicario… En el mundo real todos sufrimos a solas, la empatía de verdad es imposible. Pero si una pieza de ficción nos permite identificarnos con el sufrimiento de un personaje, podremos con más facilidad imaginar que otros se identifiquen con el nuestro. Esto alimenta, redime, nos deja menos solos en nuestro interior”. Wallace dijo una vez que el filósofo del lenguaje Ludwig Wittgenstein –uno de los pensadores más inquietantes que hayan existido– era un artista porque “se dio cuenta de que ninguna conclusión puede ser peor que el solipsismo”.
Sospecho que Wallace fue un genio que también fue un escritor más que un escritor que también fue un genio –como, por ejemplo, fue Hemingway–. Uno no puede imaginar a Hemingway escribiendo un ensayo titulado Todo y Más: Una Historia Compacta del Infinito (2004) o ganando un premio universitario con un ensayo sobre lógica nodal, sea lo que sea, o entrando a Harvard para un posgrado luego de publicar su primera novela, The Broom of the System en 1987 y con buenas reseñas, y todo esto después de obtener un primer título en artes en la universidad de Arizona. Wallace y Hemingway fueron ambos periodistas, pero el segundo era un observador y el primero un explorador. En sus piezas de no ficción Wallace se sumergió en los universos miniatura de los cruceros de placer, la Feria Rural de Iowa, la industria porno, el Abierto de Tenis y la Fiesta de la Langosta de Maine. Esa nota, “Hablemos de langostas”, le debe haber costado algunas canas a la editora de la revista Gourmet, Ruth Reichl: Wallace hablaba más que nada de la incómoda cuestión de “si es correcto hervir viva a una criatura consciente para lograr un cierto placer gustativo” dado que “las langostas pueden sufrir y preferirían no hacerlo”. Wallace dijo después que escribir una pieza así para un público gourmet fue “otra instancia de mi extraña autodestructividad”.
El escritor que también resulta un genio –el arquetipo es Shakespeare– está enamorado de sus palabras, su historia y su gente. Wallace, el arquetipo contrario, sabía mucho de palabras, de historias y personas, como cualquier escritor, pero guardaba su amor para las ideas sobre ellos. Si el analítico Hamlet hubiera sido un escritor, hubiera escrito más como Wallace que como Shakespeare. Hamlet dice que “podría estar encerrado en una nuez pero considerarme el rey de un espacio infinito, si no fuera porque tengo pesadillas”, una oración que Wallace hubiera adorado. La autorreferencia enciclopédica de Wallace hizo de su prosa, en los mejores momentos, una maravilla de la vida literaria, y en los peores algo casi ilegible. En su reciente libro Cómo funciona la ficción, el crítico James Wood le admite a Wallace la seriedad de su propósito: “Su ficción sigue una aguda discusión sobre la descomposición del lenguaje en América y no teme descomponer –y desarmar– su propio estilo para hacernos vivir con él esta América lingüística”. Pero, dice Wood, al mediar el lunfardo “barato, vulgar, aburrido” de nuestra época, la última prosa de Wallace a veces resulta indistinguible de lo que parodia. Hasta el mucho más amistoso crítico Wyatt Mason concluye, en su reseña de Extinción para la London Review of Books, que “Wallace tiene derecho a escribir un gran libro que sólo puede leer gente como él” pero “no sería la peor de las ideas que, la próxima vez, cuando la gran novela número tres caiga al mundo, resulte que va más profundo, busca más y encuentra una manera más generosa de hacerse oír”.
Nunca veremos esa tercera novela, por lo que tendremos que tomar la carrera de Wallace como lo que es hoy. ¿Alcanza? No. ¿Alcanzaría alguna vez? El buscó vaciar el infinito que contenía, una empresa heroica e imposible. “¿Qué si resulta que todos los infinitamente densos y cambiantes mundos que tenemos adentro en cada momento de nuestras vidas pueden de alguna manera ser abiertos después, después de que lo que uno concibe como uno se muere?”, dice el narrador de “El neón de siempre” en sus últimos momentos, “porque ¿qué si resulta que a partir de entonces cada momento es un mar infinito o un infinito pasaje del tiempo en el que expresarlo o transmitirlo…?”. Es la versión literaria del éxtasis beatífico, y suena a mucho trabajo. “El resto es silencio”, dice Hamlet al morir. Pero Wallace no era un quietista: al menos en su obra, nunca paró de pelearle al “amo terrible” en su propia cabeza. Hasta más allá de su vida, parece que encontraba al silencio inimaginable.
Todo esto es muy divertido
David Foster Wallace
La mejor metáfora que conozco para eso de ser un escritor de ficción con un libro largo a medio escribir es el Mao II de Don DeLillo, donde describe al libro en proceso como una suerte de bebé horriblemente deformado que sigue al escritor por todos lados, gatea siguiendo al escritor (se arrastra por el piso de los restaurantes donde el escritor trata de comer, aparece al pie de la cama apenas se despierta, etc.) con sus horribles deformaciones, su hidrocefalia y su cara sin nariz y sus brazos como aletas y su incontinencia y su retardo y su fluido cerebro-espinal que babea mientras hace gorgoritos y le grita al autor, pidiendo que lo amen, pidiendo justo lo que su misma fealdad le garantiza: la absoluta atención del escritor.
El tópico del bebé deformado es perfecto porque captura la mezcla de repulsión y amor que el escritor de ficción siente por el texto en que está trabajando. La ficción siempre sale horriblemente defectuosa, una traición horrible a todas tus ilusiones, una caricatura repelente y cruel de la perfección del concepto –sí, hay que entenderlo: grotesca porque es imperfecta–. Y sin embargo, ese bebé es propio, es uno y uno lo ama y lo mima y le limpia el fluido cerebro-espinal de la boquita fofa con la manga de la única camisa limpia que queda (y queda una sola camisa limpia porque hace como tres semanas que uno no lava nada porque por fin parece que este personaje o este capítulo está al borde de definirse y funcionar y uno está aterrado de pasar un minuto haciendo otra cosa que trabajar porque si uno se distrae aunque sea un segundo puede perderlo, condenando al bebé a la fealdad eterna). Y uno ama tanto al bebé deforme y le tiene tanta pena y lo cuida tanto; pero también uno lo odia –lo odia– porque es deforme, repelente, porque le pasó algo grotesco en el parto que va de la cabeza a la página; lo odia porque su deformidad es la deformidad de uno (si uno fuera un mejor escritor de ficción el bebé por supuesto que sería como esos bebés de los catálogos de ropa de bebés, perfecto y rosadito y continente con su líquido cerebro-espinal) y cada una de sus exhalaciones horribles incontinentes es un cuestionamiento devastador para uno, a todo nivel… y por eso uno quiere que se muera, hasta cuando uno lo mima y lo limpia y lo alza y hasta le da a veces atención de emergencia cuando parece que su deformidad lo asfixia y se va a morir nomás.
Todo esto es muy desordenado y triste, pero a la vez es también tierno y conmovedor y noble y cool –es una relación genuina, a su modo– y hasta en el pico de su fealdad el bebé deforme de alguna manera toca y despierta lo que uno sospecha son las mejores cosas de uno: cosas maternales, cosas oscuras. Uno ama mucho a su bebé. Y uno quiere que otros también lo amen cuando llegue el momento de que el niño deforme salga y enfrente al mundo.
Pero querer que otros lo amen, de hecho, significa la esperanza de que otros de alguna manera no vean al nene deforme como uno lo ve –como una traición grotesca y mal formada de las mismas posibilidades que le dieron vida–. Uno espera y mucho que ellos lo miren y lo alcen y lo mimen y se enamoren de algo que ellos ven como rosadito y entero, como el tipo de milagro trascendente que son los bebés sanos y los libros a escribir.
O sea que uno queda medio entrampado: uno ama al nene y uno quiere que otros lo amen, pero eso significa esperar que otros no lo vean de verdad. Uno quiere más o menos engañar a los otros: que vean como perfecto algo que de corazón uno sabe que es una traición a cualquier noción de perfección.
O uno no quiere engañar a nadie: lo que uno quiere es que ellos vean y amen a un bebé divino, milagroso, perfecto, de propaganda y que encima tengan razón en lo que ven y sienten. Uno quiere equivocarse por completo: uno quiere que la fealdad del bebé deforme resulte ser nada más que una rara alucinación o engaño de uno. Sólo que eso significaría que uno está loco: uno fue perseguido por y asqueado por deformidades horrendas que de hecho (otros lo convencen a uno) no existen. O sea que a uno le faltan al menos un par de jugadores, no hay duda. Aún peor: también significaría que uno ve y desprecia deformaciones en algo que uno creó (y ama), en la propia semilla, de cierto modo en uno mismo. Y esta última y mejor esperanza representaría algo mucho peor que ser un mal padre: sería una clase terrible de autoagresión, casi de autotortura. Pero pese a todo es lo que uno más desea: estar completa, insana y suicidamente equivocado. Todo esto es muy divertido. No me malinterpreten.
***
Entrevista a David Foster Wallace, 1997 (Subtítulos en español)
Con un look que recuerda a Axl Rose, la noche del jueves 27 de marzo de 1997, David Foster Wallace charló por segunda vez, durante media hora, con Charlie Rose, un periodista que durante los últimos veinte años se ha encargado de entrevistar a celebridades de la talla de Milton Friedman y Hunter S. Thompson, pasando por los últimos cuatro presidentes de los Estados Unidos.
Cuando Charlie Rose no lo está interrumpiendo, intentando adivinar para qué lado va a disparar ese cerebro hiperactivo, Foster Wallace balbucea, tardamudea, lo admite, se avergüenza de ello y sigue tropezando con el lenguaje. Su inteligencia, trágica y melancólica, parece jugarle una mala pasada a lo largo de toda la conversación, mientras discurre sobre la fascinación que sobre él ejerce David Lynch. Foster Wallace reflexiona acerca de sus notas a pie de página compulsivas, habla de literatura, de cine, nombra películas de los años noventa que ya hemos olvidado, con una erudición sensible, matizando siempre cada una de sus frases.
«¿A dónde querés llegar?», pregunta Charlie Rose sobre el final del diálogo. «Creo que no explotar sería un buen comienzo», contesta David Foster Wallace. Resulta un tanto amargo escuchar esta entrevista diecisiete años más tarde de que fuera emitida, ahora que sabemos a dónde desembocaría la angustia profunda en la que estaba ahogándose un autor que supo captar y articular la subjetividad de finales de siglo XX, un autor que nos sigue interpelando de una manera muy intensa.
Fabricio Tocco (S. XXI d.C.)

***

This Is Water David Foster Wallace 2005 Kenyon College Commencement

Discurso de David Foster Wallace en la ceremonia de graduación del Kenyon College
Saludos y felicitaciones a la generación 2005 del Kenyon College.
Erase dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que los saludó y les dijo, “Buenos días, muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato, hasta que eventualmente uno de ellos miró al otro y le preguntó, “¿Qué demonios es el agua?”
Esto es algo común al inicio de los discursos de graduación en Estados Unidos: el empleo de una pequeña parábola con un fin didáctico. Esta costumbre resulta ser una de las mejores convenciones del género y la menos mentirosa, pero si te has empezado a preocupar de que mi plan sea presentarme como el pez sabio y viejo que le explica a los peces jóvenes lo que es el agua, por favor no lo hagas. Yo no soy el pez sabio y viejo. El punto de la historia de los peces es, simplemente, que las realidades más importantes y obvias son a menudo las más difíciles de ver y explicar. Enunciado como una frase, por supuesto, suena a un lugar común banal, pero el hecho es que las banalidades en el ajetreo diario de la existencia adulta pueden tener una importancia de vida o muerte, o así es como me gustaría presentarlo en esta mañana despejada y encantadora.
Por supuesto que el principal requisito en un discurso como éste es que hable sobre el significado de la educación en Humanidades y que intente explicar por qué el título que están a punto de recibir posee un verdadero valor humano en vez de ser una mera llave para la simple remuneración material. Así que mencionaremos otro lugar común al inicio de los discursos, que la educación en Humanidades no es tanto atiborrarte de conocimiento como “enseñarte a pensar”. Si son como yo fui alguna vez de estudiante, nunca hubiesen querido escuchar esto, y se sentirán insultados cuando les dicen que precisaron de alguien que les enseñara a pensar, porque dado que fueron admitidos en la universidad precisamente por esto, parece obvio que ya sabían cómo hacerlo. Pero voy a hacerme eco de ese lugar común que no creo sea insultante, porque lo que verdaderamente importa en la educación –la que se supone obtenemos en un lugar como éste– no vendría a ser aprender a pensar, sino a elegir cómo vamos a pensar. Si la completa libertad para elegir acerca de qué pensar les parece obvia y discutir acerca de ella una pérdida de tiempo, les pido que piensen acerca de la anécdota de los dos peces y el agua y que dejen entre paréntesis por unos segundo vuestro escepticismo acerca del valor de lo que es obvio por completo.
Les voy a contar otra de estas historias didácticas. Había dos personas sentadas en la barra de un bar en la parte más remota de Alaska. Uno de ellos era religioso, el otro ateo y ambos discutían acerca de la existencia o no de dios con esa especial intensidad que se genera luego de la cuarta cerveza. El ateo contó, ‘mirá, no es que no tenga un real motivo para no creer.  No es que nunca haya experimentado todo el asunto ese de dios, rezarle y esas cosas. El mes pasado, sin ir más lejos, me sorprendió una tormenta terrible cuando aún me faltaba mucho camino para llegar al campamento. Me perdí por completo, no podía ver ni a dos metros, hacía 50 grados bajo cero y me derrumbé: caí de rodillas y recé “Dios mío, si en realidad existes, estoy perdido en una tormenta y moriré si no me ayudas, ¡por favor!”. El creyente entonces lo mira sorprendido: ‘Bueno, eso quiere decir entonces que ahora crees! De hecho estás aquí vivo!”. El ateo hizo una mueca y dijo: “No, hermano, lo que pasó fue que de pronto aparecieron dos esquimales y me ayudaron a encontrar el camino al campamento…”.
Es fácil hacer un análisis típico en las Humanidades: una misma experiencia puede significar cosas totalmente distintas para diferentes personas si tales personas tienen distinto marco de referencia y diferentes modo de elaborar significados a partir de su experiencia. Dado que apreciamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en cualquiera de los análisis posibles jamás afirmaríamos que una de las interpretaciones es correcta y la otra falsa. Lo que en sí está muy bien, lástima que nunca nos extendemos más allá y nos proponemos descubrir los fundamentos del pensamiento de cada uno de los interesados. Y me refiero a de qué parte del interior de cada uno de ellos surgen sus ideas. Si su orientación básica en referencia al mundo y el significado de su experiencia viene ‘cableado’ como su altura o talla del calzado, o si en cambio es absorbida de la cultura, como su lenguaje. Es como si la construcción del sentido no fuera realmente una cuestión de elección intencional y personal. Y más aún, debemos incluir la cuestión de la arrogancia. El ateo de nuestra historia está totalmente convencido de que la aparición de esos dos esquimales nada tiene que ver con el haber rezado y pedido ayuda a dios. Pero también debemos aceptar que la gente creyente puede ser arrogante y fanática en su modo de ver. Y hasta puede que sean más desagradables que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema del dogmatismo del creyente es el mismo que el del ateo: certeza ciega, una cerrazón mental tan severa que aprisiona de un modo tal que el prisionero ni se da cuenta que está encerrado.
Aquí apunto a lo que yo creo que realmente significa que me enseñen a pensar. Ser un poco menos arrogante. Tener un poco de conciencia de mí y mis certezas. Porque un gran porcentaje de las cuestiones acerca de las que tiendo a pensar con certeza, resultan estar erradas o ser meras ilusiones. Y lo aprendí a los golpes y les pronostico otro tanto a ustedes.
Les daré un ejemplo de algo totalmente errado pero que yo tiendo a dar por sentado: en mi experiencia inmediata todo apuntala mi profunda creencia de que yo soy el centro del universo, la más real, vívida e importante persona en existencia. Raramente pensamos acerca de este modo natural de sentirse el centro de todo ya que es socialmente condenado. Pero es algo que nos sucede a todos. Es nuestro marco básico, el modo en que estamos ‘cableados’ de nacimiento. Piénsenlo: nada les ha sucedido, ninguna de vuestras experiencias han dejado de ser percibidas como si fueran el centro absoluto. El mundo que perciben lo perciben desde ustedes, está ahí delante de ustedes, rodeándolos o en vuestro monitor o en la TV. Los pensamientos y sentimientos de las otras personas nos tienen que ser comunicados de algún modo, pero los propios son inmediatos, urgentes y reales.
Y, por favor, no teman que no me dedicaré a predicarles acerca de la compasión o cualquiera de las otras virtudes. Me refiero a algo que nada tiene que ver con la virtud. Es cuestión de mi posibilidad de encarar la tarea de, de algún modo, saltear o verme libre de mi natural e ‘impreso’ modo de operar que está profunda y literalmente auto centrado y que hace que todo lo vea a través de los lentes de mi mismidad. A gente que logra algo de esto se los suele describir como ‘bien equilibrado’ y me parece que no es un término aplicado casualmente.
Y dado el entorno en el que ahora nos encontramos es adecuado preguntarnos cuánto de este re-ajuste de nuestro marco referencial natural implica a nuestro conocimiento o intelecto. Es una pregunta difícil. Probablemente lo más peligroso de mi educación académica –al menos en lo que a mí respecta– es que tiende a la sobre intelectualización de las cosas, que me lleva a perderme en argumentos abstractos en mi cabeza en vez de, simplemente, prestar atención a lo que ocurre dentro y fuera de mí.
Estoy seguro de que ustedes ya se han dado cuenta de lo difícil que resulta estar alerta y atentos en lugar de ir como hipnotizados siguiendo el monólogo interior (algo que puede estar sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación llegué a comprender el típico cliché liberal acerca de las Humanidades enseñándonos a pensar: en realidad se refiere a algo más profundo, a una idea más seria: porque aprender a pensar quiere decir aprender a ejercitar un cierto control acerca de qué y cómo pensar. Implica ser consiente y estar atentos de modo tal que podamos elegir sobre qué poner nuestra atención y revisar el modo en que llegamos a las conclusiones a las que llegamos, al modo en que construimos un sentido en base a lo que percibimos. Y si no logramos esto en nuestra vida adulta, estaremos por completo perdidos. Me viene a la mente aquella frase que dice que la mente es un excelente sirviente pero un pésimo amo.
Como todos los clichés superficialmente es soso y poco atractivo, pero en realidad expresa una verdad terrible. No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan liquidar al tirano. Y la verdad es que esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo.
Y les digo que este debe ser el resultado genuino de vuestra educación en Humanidades, sin mentiras ni chantadas: como impedir que vuestra vida adulta se vuelva algo confortable, próspero, respetable pero muerto, inconsciente, esclavo de vuestro funcionar ‘cableado’ inconsciente y solitario. Esto puede sonar a una hipérbole o a un sinsentido abstracto. Pero ya que estamos pensemos más concretamente. El hecho real es que ustedes, recién graduados, no tienen la menor idea de lo que implica el día a día de un adulto. Resulta que en estos discursos de graduación nunca se hace referencia a cómo transcurre la mayor parte de la vida de un adulto norteamericano. En una gran porción esa vida implica aburrimiento, rutina y bastante frustración. Vuestros padres y parientes mayores que aquí los acompañan deben de saber bastante bien a qué me estoy refiriendo.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos la vida de un adulto típico. Se levanta temprano por la mañana para concurrir a un trabajo desafiante, un buen trabajo si quieren, el trabajo de un profesional que con entusiasmo trabaja por ocho o diez horas y que al final del día lo deja bastante agotado y con el único deseo de volver a casa y tener una buena y reparadora cena y quizá un recreo de  una o dos horas antes de acostarse temprano porque, por supuesto, al otro día hay que levantarse temprano para volver al trabajo. Y ahí es cuando esta persona recuerda que no hay nada de comer en casa. No ha tenido tiempo de hacer las compras esta semana porque el trabajo se volvió muy demandante y ahora no hay más remedio que subirse al auto y, en vez de volver a casa, ir a un supermercado. Es la hora en que todo el mundo sale del trabajo y las calles están saturadas de autos, con un tránsito enloquecedor. De modo que llegar al centro comercial le lleva más tiempo que el habitual y, cuando al fin llega, ve que el supermercado está atestado de gente que como él,  que luego de un día de trabajo trata de comprar las provisiones que no pudo comprar en otro momento. El lugar está lleno de gente y la música funcional y melosa hacen que sea el último lugar de la tierra en el que se quiere estar, pero es imposible hacer las cosas rápido. Debe andar por esos pasillos atiborrados de gente, confusos a la hora de encontrar lo que uno busca y debe maniobrar con cuidado el carrito entre toda esa gente apurada y cansada (etc. etc. etc., abreviemos que es demasiado penoso) y al fin, luego de conseguir todo lo que necesitaba, se dirige a las cajas que, por supuesto, están casi todas cerradas a pesar de ser la hora pico, y las que están funcionando lo hacen con unas demoras colosales, lo que es enojoso, pero esta persona se esfuerza por dejar de sentir odio por la cajera que parece moverse en cámara lenta, quien está saturada de un trabajo que es tedioso, carente de sentido de un modo que sobrepasa la imaginación de cualquiera de los aquí presentes en nuestro prestigioso colegio.
Bueno, al fin esta persona consigue llegar a ser atendida, paga por sus provisiones y escucha que le dicen ‘que tenga un buen día’ con un voz que es la de la muerte. Luego tiene que cargar todas sus bolsas en el carrito que tiene una rueda chueca e insiste en irse para un costado y hace que el camino hasta el auto lo saque de quicio; luego tiene que cargar todo en el baúl y salir de ese estacionamiento lleno de autos que circulan a dos por ahora buscando un lugar libre ¡y todavía queda el camino a casa!, con un tránsito pesado, lento y plagado de enormes 4×4 que parecen ocupar toda la calle, etc. etc. etc.
Todos aquí han pasado por esto, claro. Pero aun no es parte de vuestra rutina de graduados, semana a semana, mes a mes, año a año. Pero lo será. Y cantidad de otras tareas fastidiosas y sin sentido aparente que les esperan. Pero no es este el punto al que me refiero. El punto es que estas tareas de mierda, insignificantes y frustrantes son las que permiten escoger qué y como pensar. Ya que debido al tránsito congestionado, o a los pasillos atiborrados de gente con carritos, o a las larguísimas colas, tengo tiempo para pensar y si no tomo una decisión consiente acerca de cómo pensar, de a qué prestar atención, me sentiré frustrado y jodido cada vez que me vea en estas situaciones. Porque el ajuste natural me dice que estar situaciones me afectan a MI. A MI hambre, a MI fatiga, a Mi deseo de estar en casa y me hace ver que toda esa gente se mete en MI camino. Y ¿quiénes son, después de todo? Miren qué repulsivos son, que caras de estúpidos portan, esa mirada de vacas, no parecen humanos, y que enojosos y groseros son hablando en voz alta por sus celulares todo el tiempo. Es absolutamente injusto e incordiante que me encuentre ahí, entre ESA gente.
Y, claro, además, como pertenezco a una clase de gente socialmente más consiente, gente de Humanidades, me parece terrible quedar atrapado en el tránsito de la hora pico entre esas tremendas 4×4, esos autazos de 12 cilindros que desperdician egoístamente sus tanques de 80 litros de un combustible cada vez más escaso, y puedo asegurar que las calcomanías con los slogans más religiosos y patrióticos están pegados en vidrios de los más enormes, llamativos y egoístas de los vehículos, conducidos por los más horrendos personajes (aplausos y respondiendo a esos aplausos) –este no es un ejemplo de cómo debemos pensar, ojo! –, conductores detestables, desconsiderados y agresivos. Y también puedo imaginar cómo nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos van a acordarse de nosotros por derrochar el combustible y probablemente joder el clima, y pensar en lo egoístas y estúpidos que fuimos por permitirlo y como nuestra sociedad consumista es detestable, etc., etc., etc.
Ya pescaron la idea.
Si yo escojo pensar así cuando me encuentro atrapado en el tránsito o en los pasillos de un supermercado, bueno, a la mayoría nos pasa. Porque este modo de pensar es tan automático, tan natural y establecido que no implica ninguna chance ni elección. Es el modo automático en que percibo la parte aburrida y frustrante de la vida adulta, cuando me dejo ir en automático, inconscientemente, cuando me creo el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos determinan las prioridades de todo el mundo, que creo gira a mi alrededor.
La cosa es que, claro, hay otras maneras por completo diferentes de pensar acerca de estas situaciones. En ese transito entorpecido, con vehículos que dificultan mi avance, puede que, en una de esas horrorosas 4×4, haya un conductor que luego de un horrible accidente de tránsito se haya sentido tan acobardado que el único modo de volver a manejar es sintiéndose protegido dentro de uno de esos tanques. O que aquella camioneta que corta mi paso imprudentemente, esté conducida por un padre que lleva a su hijo enfermo o accidentado y se apura por llegar a una guardia médica, o que está en una situación más urgente y legítima que la que yo me encuentro, y que en realidad yo soy el que se mete en SU camino.
O puedo elegir pensar y considerar que todos los que nos encontramos en esa larga cola del supermercado estamos tan aburridos y nos sentimos tan mal como me siento yo y que algunos de ellos probablemente tengan una vida más tediosa y dolorosa que la mía.
De nuevo, por favor, no crean que estoy dando consejos moralistas, o que sugiero el modo en que tienen que pensar ustedes, o que señalo cómo se espera que ustedes piensen. Porque esto que les describo es muy difícil. Requiere de mucha voluntad y esfuerzo y, si son como yo, algunos días no lo lograrán o simplemente se dejarán llevar por la comodidad y falta de ganas.
Pero puede pasar que, si están atentos los suficiente como para darse a ustedes mismos la opción, podrán escoger una manera distinta de percibir a esa gorda, de ojos muertos, sobre maquillada que no deja de gritar a su hijito en la fila. Quizá ella no es siempre así. Quizá lleva tres noches sin dormir sosteniendo la mano de su marido que muere de cáncer en los huesos. O quizá esta señora es la misma que ayer ayudó a tu señora a resolver ese horrendo trámite en el Registro Automotor mediante un simple acto de gentileza. Claro, sí, nada de esto es lo habitual, pero tampoco es imposible. Todo depende de lo que uno elija pensar. Si estás seguro de saber exactamente cuál es la realidad y estás operando en automático como me suele suceder a mí, entonces no dejarás de pensar en posibilidades enojosas y miserables. Pero si en realidad aprendes a prestar atención, te darás cuenta de que en realidad hay otras opciones. Vas a poder  percibir ese atestado, caluroso, y lento infierno no solo como significativo, sino como algo sagrado, consumido por las mismas llamas que las estrellas: amor, comunión, esa unidad mística que hay bien en lo profundo de las cosas.
No afirmo que esta mística se necesariamente verdadera. Pero lo que sí lleva una V mayúscula es la Verdad de que podés decidir cómo te lo vas a tomar.
Esto, yo les aseguro, es la libertad que otorga la educación real. Aprender a cómo estar bien balanceado. Y cada uno decidir qué tiene y qué no tiene sentido. Decidir conscientemente qué es lo que vale la pena venerar.
Y he aquí algo raro, pero que es verdad: en las trincheras del día a día de la vida de un adulto, no existe el ateísmo. No hay tal cosa como la ‘no-veneración’. Todo el mundo es creyente. Y quizá la única razón por la que debamos cuidarnos al elegir qué venerar, cualquier camino espiritual –llámese Cristo, Allah, Yaveh, la Pachamama, las Cuatro Nobles Verdades o cualquier set de principios éticos– es que, sea lo que sea que elijas, te devorará en vida. Si elegís adorar el dinero y los bienes materiales, nunca tendrás suficiente. Si elegís tu cuerpo, la belleza y ser atractivo, siempre te vas a sentir feo y cuando el tiempo y la edad se manifiesten, padecerás un millón de muertes antes de que al fin te entierren. En cierto modo, todos lo sabemos. Esto fue codificado en mitos, leyendas, cuentos, proverbios, epigramas, parábolas, en el esqueleto de toda gran historia. El verdadero logro es mantener esta verdad consiente en el día a día. Si elegís venerar el poder, terminarás sintiéndote débil y necesitarás cada día de más poder para no creerte amenazado por los demás. Si elegís adorar tu intelecto, ser reconocido como inteligente, terminarás sintiéndote un estúpido, un chasco, siempre al borde de ser descubierto. Pero lo más terrible de estas formas de adoración no es que sean pecaminosas o malas, es que son inconscientes. Son el funcionamiento por default.
Día a día nos vamos sumergiendo en un modo cada vez más selectivo acerca de a qué prestar atención, qué percibir como bueno y deseable, sin siquiera ser consientes de lo que estamos haciendo.
Y el mundo real no te va a desalentar en este modo de operar, porque el así llamado mundo real está esculpido del mismo modo, dinero y poder que se regodean juntos en una piscina de miedo y odio y frustración y ambición y adoración al YO. Las fuerzas de nuestra cultura dirigen a estas fuerzas en pos de las riquezas, confort y libertad individual. Libertad para ser los señores de nuestro diminuto reino mental, solitarios en el centro de la creación. Este tipo de libertad es muy tentadora. Pero hay otros tipo de libertad pero justo del tipo de libertad que es el más precioso no vas a escuchar mucho en este mundo que nos rodea, de puro desear y conseguir.
La libertad que importa verdaderamente implica atención, conciencia y disciplina, y estar realmente interesados en el bienestar de los demás y estar dispuestos a sacrificarnos por ellos una y otra vez en miríadas de insignificantes y poco atractivas maneras, todos los días.
Esa es la libertad real. Eso es ser educado y entender cómo pensar. La alternativa es lo inconsciente, lo automático, el funcionamiento por default, el constante sentimiento de haber tenido y perdido alguna cosa infinita.
Yo sé que esto que les digo puede sonar poco divertido y que roza en lo grandilocuente  espiritual en el sentido que un discurso de graduación debe sonar. Lo que quiero que rescaten, del modo en que yo lo veo, es el tema de la V mayúscula de Verdad, dejando fuera todas las linduras retóricas. Ustedes son libres de pensar como quieran. Pero por favor, no tomen este discurso como a un sermón de esos con el dedito apuntando acusatoriamente. Nada de esto tiene que ver con moralidad o religión o dogma ni con las grandes preguntas luego de la muerte.
La V mayúscula de Verdad se refiere a la vida ANTES de la muerte.
Es acerca de los valores que implica la real educación, que no tiene nada que ver con el acumular conocimiento y sí con la simple atención, atención a lo que es real y esencial, tan oculto en plena vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que estar constantemente recordándonos a nosotros mismos, una y otra vez: Esto es agua. Esto es agua. Esto es agua.
Es inimaginablemente arduo de llevar a cabo, estar consientes y vivos en el mundo adulto, día a día. Lo que trae a colación otro gran cliché archisabido: la educación ES un trabajo para toda la vida. Y comienza ahora.
Les deseo que tengan más que suerte!

 

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Contacto:juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Dave Eggers, David Foster Wallace, David Gates, Jonathan Franzen | Deja un comentario

The Theater Essays Of Arthur Miller (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: impecable.

Editorial: Da Capo.

Precio: $300.

Arthur Miller is one of the most important and enduring playwrights of the last fifty years. This new edition of The Theater Essays has been expanded by nearly fifty percent to include his most significant articles and interviews since the book’s initial publication in 1978. Within these pages Miller discusses the roots of modern drama, the nature of tragedy, and the state of contemporary theater; offers illuminating observations on Ibsen, Strindberg, Chekhov, O’Neill, and Williams; probes the different approaches and attitudes toward theater in Russia, China, and at home; and, of course, provides valuable insights into his own vast dramatic corpus. For this edition the literary chronology and cast and production information have been updated, and an extensive new bibliography has been added. The Theater Essays confirms Arthur Miller’s standing as a brilliant, eloquent commentator on drama and culture. No one interested in theater should be without this definitive collection.
The Paris Review
Arthur Miller, The Art of Theater No. 2
Interviewed by Olga Carlisle and Rose Styron
Arthur Miller’s white farmhouse is set high on the border of the roller-coaster hills of Roxbury and Woodbury, in Connecticut’s Litchfield County. The author, brought up in Brooklyn and Harlem, is now a county man. His house is surrounded by the trees he has raised—native dogwood, exotic katsura, Chinese scholar, tulip, and locust. Most of them were flowering as we approached his house for our interview in spring 1966. The only sound was a rhythmic hammering echoing from the other side of the hill. We walked to its source, a stately red barn, and there found the playwright, hammer in hand, standing in dim light, amid lumber, tools, and plumbing equipment. He welcomed us, a tall, rangy, good-looking man with a weathered face and sudden smile, a scholar-farmer in horn-rimmed glasses and high work shoes. He invited us in to judge his prowess: he was turning the barn into a guesthouse (partitions here, cedar closets there, shower over there . . . ). Carpentry, he said, was his oldest hobby—he had started at the age of five.
We walked back past the banked iris, past the hammock, and entered the house by way of the terrace, which was guarded by a suspicious basset named Hugo. Mr. Miller explained as we went in that the house was silent because his wife, photographer Inge Morath, had driven to Vermont to do a portrait of Bernard Malamud, and that their three-year-old daughter Rebecca was napping. The living room, glassed-in from the terrace, was eclectic, charming: white walls patterned with a Steinberg sketch, a splashy painting by neighbor Alexander Calder, posters of early Miller plays, photographs by Ms. Morath. It held colorful modern rugs and sofas; an antique rocker; oversized black Eames chair; a glass coffee table supporting a bright mobile; small peasant figurines—souvenirs of a recent trip to Russia—unique Mexican candlesticks, and strange pottery animals atop a very old carved Spanish table, these last from their Paris apartment; and plants, plants everywhere.
The author’s study was in total contrast. We walked up a green knoll to a spare single-roomed structure with small louvered windows. The electric light was on—he could not work by daylight, he confided. The room harbors a plain slab desk fashioned by the playwright, his chair, a rumpled gray day bed, another webbed chair from the thirties, and a bookshelf with half a dozen jacketless books. This is all, except for a snapshot of Inge and Rebecca, thumbtacked to the wall. Mr. Miller adjusted a microphone he had hung crookedly from the arm of his desk lamp. Then, quite casually, he picked up a rifle from the daybed and took a shot through the open louvers at a woodchuck that, scared but reprieved, scurried across the far slope. We were startled—he smiled at our lack of composure. He said that his study was also an excellent duck blind.
The interview began. His tone and expression were serious, interested. Often a secret grin surfaced, as he reminisced. He is a storyteller, a man with a marvelous memory, a simple man with a capacity for wonder, concerned with people and ideas. We listened at our ease at he responded to questions.
INTERVIEWER
Voznesensky, the Russian poet, said when he was here that the landscape in this part of the country reminded him of his Sigulda*—that it was a “good microclimate” for writing. Do you agree?
ARTHUR MILLER
Well, I enjoy it. It’s not such a vast landscape that you’re lost in it, and it’s not so suburban a place that you feel you might as well be in a city. The distances—internal and external—are exactly correct, I think. There’s a foreground here, no matter which way you look.
INTERVIEWER
After reading your short stories, especially “The Prophecy” and “I Don’t Need You Any More,” which have not only the dramatic power of your plays but also the description of place, the foreground, the intimacy of thought hard to achieve in a play, I wonder: is the stage much more compelling for you?
MILLER
It is only very rarely that I can feel in a short story that I’m right on top of something, as I feel when I write for the stage. I am then in the ultimate place of vision—you can’t back me up any further. Everything is inevitable, down to the last comma. In a short story, or any kind of prose, I still can’t escape the feeling of a certain arbitrary quality. Mistakes go by—people consent to them more—more than mistakes do on the stage. This may be my illusion. But there’s another matter: the whole business of my own role in my own mind. To me the great thing is to write a good play, and when I’m writing a short story it’s as though I’m saying to myself, Well, I’m only doing this because I’m not writing a play at the moment. There’s guilt connected with it. Naturally I do enjoy writing a short story; it is a form that has a certain strictness. I think I reserve for plays those things that take a kind of excruciating effort. What comes easier goes into a short story.
INTERVIEWER
Would you tell us a little about the beginning of your writing career?
MILLER
The first play I wrote was in Michigan in 1935. It was written on a spring vacation in six days. I was so young that I dared do such things, begin it and finish it in a week. I’d seen about two plays in my life, so I didn’t know how long an act was supposed to be, but across the hall there was a fellow who did the costumes for the University theater and he said, “Well, it’s roughly forty minutes.” I had written an enormous amount of material and I got an alarm clock. It was all a lark to me, and not to be taken too seriously . . . that’s what I told myself. As it turned out, the acts were longer than that, but the sense of the timing was in me even from the beginning, and the play had a form right from the start.
Being a playwright was always the maximum idea. I’d always felt that the theater was the most exciting and the most demanding form one could try to master. When I began to write, one assumed inevitably that one was in the mainstream that began with Aeschylus and went through about twenty-five hundred years of playwriting. There are so few masterpieces in the theater, as opposed to the other arts, that one can pretty well encompass all of them by the age of nineteen. Today, I don’t think playwrights care about history. I think they feel that it has no relevance.
INTERVIEWER
Is it just the young playwrights who feel this?
MILLER
I think the young playwrights I’ve had any chance to talk to are either ignorant of the past or they feel the old forms are too square, or too cohesive. I may be wrong, but I don’t see that the whole tragic arc of the drama has had any effect on them.
INTERVIEWER
Which playwrights did you most admire when you were young?
MILLER
Well, first the Greeks, for their magnificent form, the symmetry. Half the time I couldn’t really repeat the story because the characters in the mythology were completely blank to me. I had no background at that time to know really what was involved in these plays, but the architecture was clear. One looks at some building of the past whose use one is ignorant of, and yet it has a modernity. It had its own specific gravity. That form has never left me; I suppose it just got burned in.
INTERVIEWER
You were particularly drawn to tragedy, then?
MILLER
It seemed to me the only form there was. The rest of it was all either attempts at it, or escapes from it. But tragedy was the basic pillar.
INTERVIEWER
When Death of a Salesman opened, you said to The New York Times in an interview that the tragic feeling is evoked in us when we’re in the presence of a character who is ready to lay down his life, if need be, to secure one thing—his sense of personal dignity. Do you consider your plays modern tragedies?
MILLER
I changed my mind about it several times. I think that to make a direct or arithmetical comparison between any contemporary work and the classic tragedies is impossible because of the question of religion and power, which was taken for granted and is an a priori consideration in any classic tragedy. Like a religious ceremony, where they finally reached the objective by the sacrifice. It has to do with the community sacrificing some man whom they both adore and despise in order to reach its basic and fundamental laws and, therefore, justify its existence and feel safe.
INTERVIEWER
In After the Fall, although Maggie was “sacrificed,” the central character, Quentin, survives. Did you see him as tragic or in any degree potentially tragic?
MILLER
I can’t answer that, because I can’t, quite frankly, separate in my mind tragedy from death. In some people’s minds I know there’s no reason to put them together. I can’t break it—for one reason, and that is, to coin a phrase: there’s nothing like death. Dying isn’t like it, you know. There’s no substitute for the impact on the mind of the spectacle of death. And there is no possibility, it seems to me, of speaking of tragedy without it. Because if the total demise of the person we watch for two or three hours doesn’t occur, if he just walks away, no matter how damaged, no matter how much he suffers—
INTERVIEWER
What were those two plays you had seen before you began to write?
MILLER
When I was about twelve, I think it was, my mother took me to a theater one afternoon. We lived in Harlem and in Harlem there were two or three theaters that ran all the time, and many women would drop in for all or part of the afternoon performances. All I remember was that there were people in the hold of a ship, the stage was rocking—they actually rocked the stage—and some cannibal on the ship had a time bomb. And they were all looking for the cannibal: It was thrilling. The other one was a morality play about taking dope. Evidently there was much excitement in New York then about the Chinese and dope. The Chinese were kidnapping beautiful blond, blue-eyed girls who, people thought, had lost their bearings morally; they were flappers who drank gin and ran around with boys. And they inevitably ended up in some basement in Chinatown, where they were irretrievably lost by virtue of eating opium or smoking some pot. Those were the two masterpieces I had seen. I’d read some others, of course, by the time I started writing. I’d read Shakespeare and Ibsen, a little, not much. I never connected playwriting with our theater, even from the beginning.
INTERVIEWER
Did your first play have any bearing on All My Sons, or Death of a Salesman?
MILLER
It did. It was a play about a father owning a business in 1935, a business that was being struck, and a son being torn between his father’s interests and his sense of justice. But it turned into a near-comic play. At that stage of my life I was removed somewhat. I was not Clifford Odets; he took it head-on.
INTERVIEWER
Many of your plays have that father-son relationship as the dominant theme. Were you very close to your father?
MILLER
I was. I still am, but I think, actually, that my plays don’t reflect directly my relationship to him. It’s a very primitive thing in my plays. That is, the father was really a figure who incorporated both power and some kind of a moral law which he had either broken himself or had fallen prey to. He figures as an immense shadow . . .. I didn’t expect that of my own father, literally, but of his position, apparently I did. The reason that I was able to write about the relationship, I think now, was because it had a mythical quality to me. If I had ever thought that I was writing about my father, I suppose I never could have done it. My father is, literally, a much more realistic guy than Willy Loman, and much more successful as a personality. And he’d be the last man in the world to ever commit suicide. Willy is based on an individual whom I knew very little, who was a salesman; it was years later that I realized I had only seen that man about a total of four hours in twenty years. He gave one of those impressions that is basic, evidently. When I thought of him, he would simply be a mute man: he said no more than two hundred words to me. I was a kid. Later on, I had another of that kind of a contact, with a man whose fantasy was always overreaching his real outline. I’ve always been aware of that kind of an agony, of someone who has some driving, implacable wish in him which never goes away, which he can never block out. And it broods over him, it makes him happy sometimes or it makes him suicidal, but it never leaves him. Any hero whom we even begin to think of as tragic is obsessed, whether it’s Lear or Hamlet or the women in the Greek plays.
INTERVIEWER
Do any of the younger playwrights create heroes—in your opinion?
MILLER
I tell you, I may be working on a different wavelength, but I don’t think they are looking at character any more, at the documentation of facts about people. All experience is looked at now from a schematic point of view. These playwrights won’t let the characters escape for a moment from their preconceived scheme of how dreadful the world is. It is very much like the old strike plays. The scheme then was that someone began a play with a bourgeois ideology and got involved in some area of experience which had a connection to the labor movement—either it was actually a strike or, in a larger sense, it was the collapse of capitalism—and he ended the play with some new positioning vis-à-vis that collapse. He started without an enlightenment and he ended with some kind of enlightenment. And you could predict that in the first five minutes. Very few of those plays could be done any more, because they’re absurd now. I’ve found over the years that a similar thing has happened with the so-called absurd theater. Predictable.
INTERVIEWER
In other words, the notion of tragedy about which you were talking earlier is absent from this preconceived view of the world.
MILLER
Absolutely. The tragic hero was supposed to join the scheme of things by his sacrifice. It’s a religious thing, I’ve always thought. He threw some sharp light upon the hidden scheme of existence, either by breaking one of its profoundest laws, as Oedipus breaks a taboo (and therefore proves the existence of the taboo), or by proving a moral world at the cost of his own life. And that’s the victory. We need him, as the vanguard of the race. We need his crime. That crime is a civilizing crime. Well, now the view is that it’s an inconsolable universe. Nothing is proved by a crime excepting that some people are freer to produce crime than others, and usually they are more honest than the others. There is no final reassertion of a community at all. There isn’t the kind of communication that a child demands. The best you could say is that it is intelligent.
INTERVIEWER
Then it’s aware—
MILLER
It’s aware, but it will not admit into itself any moral universe at all. Another thing that’s missing is the positioning of the author in relation to power. I always assumed that underlying any story is the question of who should wield power. See, in Death of a Salesman you have two viewpoints. They show what would happen if we all took Willy’s viewpoint toward the world, or if we all took Biff’s. And took it seriously, as almost a political fact. I’m debating really which way the world ought to be run; I’m speaking of psychology and the spirit, too. For example, a play that isn’t usually linked with this kind of problem is Tennessee Williams’s Cat on a Hot Tin Roof. It struck me sharply that what is at stake there is the father’s great power. He’s the owner, literally, of an empire of land and farms. And he wants to immortalize that power, he wants to hand it on, because he’s dying. The son has a much finer appreciation of justice and human relations than the father. The father is rougher, more Philistine; he’s cruder; and when we speak of the fineness of emotions, we would probably say the son has them and the father lacks them. When I saw the play I thought, This is going to be simply marvelous because the person with the sensitivity will be presented with power and what is he going to do about it? But it never gets to that. It gets deflected onto a question of personal neurosis. It comes to a dead end. If we’re talking about tragedy, the Greeks would have done something miraculous with that idea. They would have stuck the son with the power, and faced him with the racking conflicts of the sensitive man having to rule. And then you would throw light on what the tragedy of power is.
INTERVIEWER
Which is what you were getting at in Incident at Vichy.
MILLER
That’s exactly what I was after. But I feel today’s stage turns away from any consideration of power, which always lies at the heart of tragedy. I use Williams’s play as an example because he’s that excellent that his problems are symptomatic of the time—Cat ultimately came down to the mendacity of human relations. It was a most accurate personalization but it bypasses the issue that the play seems to me to raise, namely the mendacity in social relations. I still believe that when a play questions, even threatens, our social arrangement, that is when it really shakes us profoundly and dangerously, and that is when you’ve got to be great; good isn’t enough.
INTERVIEWER
Do you think that people in general now rationalize so, and have so many euphemisms for death, that they can’t face tragedy?
MILLER
I wonder whether there isn’t a certain—I’m speaking now of all classes of people—you could call it a softness, or else a genuine inability to face the tough decisions and the dreadful results of error. I say that only because when Death of a Salesmanwent on again recently, I sensed in some of the reaction that it was simply too threatening. Now there were probably a lot of people in the forties, when it first opened, who felt the same way. Maybe I just didn’t hear those people as much as I heard other people—maybe it has to do with my own reaction. You need a certain amount of confidence to watch tragedy. If you yourself are about to die, you’re not going to see that play. I’ve always thought that the Americans had, almost inborn, a primordial fear of falling, being declassed—you get it with your driver’s license, if not earlier.
INTERVIEWER
What about Europeans?
MILLER
Well, the play opened in Paris again only last September; it opened in Paris ten years earlier, too, with very little effect. It wasn’t a very good production, I understand. But now suddenly they discovered this play. And I sensed that their reaction was quite an American reaction. Maybe it comes with having . . . having the guilt of wealth; it would be interesting if the Russians ever got to feel that way!
INTERVIEWER
Death of a Salesman has been done in Russia, hasn’t it?
MILLER
Oh, many times.
INTERVIEWER
When you were in Russia recently did you form any opinion about the Russian theater public?
MILLER
First of all, there’s a wonderful naïveté that they have; they’re not bored to death. They’re not coming in out of the rain, so to speak, with nothing better to do. When they go to the theater, it has great weight with them. They come to see something that’ll change their lives. Ninety percent of the time, of course, there’s nothing there, but they’re open to a grand experience. This is not the way we go to the theater.
INTERVIEWER
What about the plays themselves?
MILLER
I think they do things on the stage that are exciting and deft and they have marvelous actors, but the drama itself is not adventurous. The plays are basically a species of naturalism; it’s not even realism. They’re violently opposed to the theater of the absurd because they see it as a fragmenting of the community into perverse individuals who will no longer be under any mutual obligation at all, and I can see some point in their fear. Of course, these things should be done if only so one can rebut them. I know that I was very moved in many ways by German Expressionism when I was in school: yet there too something was perverse in it to me. It was the end of man, there are no people in it any more; that was especially true of the real German stuff: it’s the bitter end of the world where man is a voice of his class function, and that’s it. Brecht has a lot of that in him, but he’s too much of a poet to be enslaved by it. And yet, at the same time, I learned a great deal from it. I used elements of it that were fused into Death of a Salesman. For instance, I purposefully would not give Ben any character, because for Willy he has no character—which is, psychologically, expressionist, because so many memories come back with a simple tag on them: somebody represents a threat to you, or a promise.
INTERVIEWER
Speaking of different cultures, what is your feeling about the French Théâtre National Populaire?
MILLER
I thought a play I saw by Corneille, L’Allusion Comique, one of the most exciting things I’ve ever seen. We saw something I never thought I could enjoy—my French is not all that good. But I had just gotten over being sick, and we were about to leave France, and I wanted to see what they did with it. It was just superb. It is one of Corneille’s lesser works, about a magician who takes people into the nether regions. What a marvelous mixture of satire, and broad comedy, and characterizations! And the acting was simply out of this world. Of course, one of the best parts about the whole thing was the audience. Because they’re mostly under thirty, it looked to me; they pay very little to get in; and I would guess there are between twenty-five hundred and three thousand seats in that place. And the vitality of the audience is breathtaking. Of course the actors’ ability to speak that language so beautifully is just in itself a joy. From that vast stage, to talk quietly, and make you feel the voice just wafting all over the house . . .
INTERVIEWER
Why do you think we haven’t been able to do such a thing here? Why has Whitehead’s Lincoln Center Repertory Theater failed as such?
MILLER
Well, that is a phenomenon worthy of a sociological study. When I got into it,After the Fall was about two-thirds written. Whitehead came to me and said, “I hear you’re writing a play. Can we use it to start the Lincoln Center Repertory Company?” For one reason or another I said I would do it. I expected to take a financial beating; I could hope to earn maybe twenty percent of what I normally earn with a play, but I assumed that people would say, Well, it’s a stupid but not idiotic action. What developed, before any play opened at all, was a hostility that completely dumbfounded me. I don’t think it was directed against anybody in particular. For actors who want to develop their art, there’s no better place to do it than in a permanent repertory company, where you play different parts and you have opportunities you’ve never had in a lifetime on Broadway. But the actors seemed to be affronted by the whole thing. I couldn’t dig it! I could understand the enmity of commercial producers who, after all, thought they were threatened by it. But the professional people of every kind greeted it as though it were some kind of an insult. The only conclusion I can come to is that an actor was now threatened with having to put up or shut up. He had always been able to walk around on Broadway, where conditions were dreadful, and say, “I’m a great actor but I’m unappreciated,” but in the back of his mind he could figure, “Well, one of these days I’ll get a starring role and I’ll go to Hollywood and get rich.” This he couldn’t do in a repertory theater where he signed up for several years. So the whole idea of that kind of quick success was renounced. He didn’t want to face an opportunity that threatened him in this way. It makes me wonder whether there is such a profound alienation among artists that any organized attempt to create something that is not based upon commerce, that has sponsorship, automatically sets people against it. I think that’s an interesting facet. I also spoke to a group of young playwrights. Now, if it had been me, I would have been knocking at the door, demanding that they read my play, as I did unsuccessfully when The Group Theatre was around. Then every playwright was banging on the door and furious and wanted the art theater to do what he thought they should do. We could do that because it belonged to us all—you know—we thought of The Group Theatre as a public enterprise. Well, that wasn’t true at all here. Everyone thought the Lincoln Theater was the property of the directors, of Miller and Whitehead and Kazan and one or two other people. Of course, what also made it fail was, as Laurence Olivier suggested, that it takes years to do anything. But he also made the point that with his English repertory theater he got encouragement from the beginning. There were people who pooh-poohed the whole thing, and said it was ridiculous, but basically the artistic community was in favor of it.
INTERVIEWER
How about the actors themselves? Did Lee Strasberg influence them?
MILLER
I think Strasberg is a symptom, really. He’s a great force, and (in my unique opinion, evidently) a force that is not for the good in the theater. He makes actors secret people and he makes acting secret, and it’s the most communicative art known to man; I mean, that’s what the actor’s supposed to be doing. But I wouldn’t blame the Repertory Theater failures on him, because the people in there were not Actors Studio people at all; so he is not responsible for that. But the Method is in the air: the actor is defending himself from the Philistine, vulgar public. I had a girl in my play I couldn’t hear, and the acoustics in that little theater we were using were simply magnificent. I said to her, “I can’t hear you,” and I kept on saying, “I can’t hear you.” She finally got furious and said to me, in effect, that she was acting the truth, and that she was not going to prostitute herself to the audience. That was the living end! It reminded me of Walter Hampden’s comment—because we had a similar problem in The Crucible with some actors—he said they play a cello with the most perfect bowing and the fingering is magnificent but there are no strings on the instrument. The problem is that the actor is now working out his private fate through his role, and the idea of communicating the meaning of the play is the last thing that occurs to him. In the Actors Studio, despite denials, the actor is told that the text is really the framework for his emotions; I’ve heard actors change the order of lines in my work and tell me that the lines are only, so to speak, the libretto for the music—that the actor is the main force that the audience is watching and that the playwright is his servant. They are told that the analysis of the text, and the rhythm of the text, the verbal texture, is of no importance whatever. This is Method, as they are teaching it, which is, of course, a perversion of it, if you go back to the beginning. But there was always a tendency in that direction. Chekhov, himself, said that Stanislavsky had perverted The Seagull.
INTERVIEWER
What about Method acting in the movies?
MILLER
Well, in the movies, curiously enough, the Method works better. Because the camera can come right up to an actor’s nostrils and suck out of him a communicative gesture; a look in the eye, a wrinkle of his grin, and so on, which registers nothing on the stage. The stage is, after all, a verbal medium. You’ve got to make large gestures if they’re going to be seen at all. In other words, you’ve got to be unnatural. You’ve got to say, I am out to move into that audience; that’s my job. In a movie you don’t do that; as a matter of fact, that’s bad movie acting, it’s overacting. Movies are wonderful for private acting.
INTERVIEWER
Do you think the movies helped bring about this private acting in the theater?
MILLER
Well, it’s a perversion of the Chekhovian play and of the Stanislavsky technique. What Chekhov was doing was eliminating the histrionics of his actors by incorporating them in the writing: the internal life was what he was writing about. And Stanislavsky’s direction was also internal: for the first time he was trying to motivate every move from within instead of imitating an action; which is what acting should be. When you eliminate the vital element of the actor in the community and simply make a psychiatric figure on the stage who is thinking profound thoughts which he doesn’t let anyone know about, then it’s a perversion.
INTERVIEWER
How does the success of Peter Weiss’s Marat/Sade play fit into this?
MILLER
Well, I would emphasize its production and direction. Peter Brook has been trying for years, especially through productions of Shakespeare, to make the bridge between psychological acting and theater, between the private personality, perhaps, and its public demonstration. Marat/Sade is more an oratorio than a play; the characters are basically thematic relationships rather than human entities, so the action exemplified rather than characterized.
INTERVIEWER
Do you think the popularity of the movies has had any influence on playwriting itself?
MILLER
Yes. Its form has been changed by the movies. I think certain techniques, such as the jumping from place to place, although it’s as old as Shakespeare, came to us not through Shakespeare, but through the movies, a telegraphic, dream-constructed way of seeing life.
INTERVIEWER
How important is the screenwriter in motion pictures?
MILLER
Well, you’d be hard put to remember the dialogue in some of the great pictures that you’ve seen. That’s why pictures are so international. You don’t have to hear the style of the dialogue in an Italian movie or a French movie. We’re watching the film, so that the vehicle is not the ear or the word, it’s the eye. The director of a play is nailed to words. He can interpret them a little differently, but he has limits: you can only inflect a sentence in two or three different ways, but you can inflect an image on the screen in an infinite number of ways. You can make one character practically fall out of the frame; you can shoot it where you don’t even see his face. Two people can be talking, and the man talking cannot be seen, so the emphasis is on the reaction to the speech rather than on the speech itself.
INTERVIEWER
What about television as a medium for drama?
MILLER
I don’t think there is anything that approaches the theater. The sheer presence of a living person is always stronger than his image. But there’s no reason why TV shouldn’t be a terrific medium. The problem is that the audience watching TV shows is always separated. My feeling is that people in a group, en masse, watching something, react differently, and perhaps more profoundly, than they do when they’re alone in their living rooms. Yet it’s not a hurdle that couldn’t be jumped by the right kind of material. Simply, it’s hard to get good movies, it’s hard to get good novels, it’s hard to get good poetry—it’s impossible to get good television because in addition to the indigenous difficulties there’s the whole question of it being a medium that’s controlled by big business. It took TV seventeen years to do Death of a Salesman here. It’s been done on TV in every country in the world at least once, but it’s critical of the business world and the content is downbeat.
INTERVIEWER
A long time ago, you used to write radio scripts. Did you learn much about technique from that experience?
MILLER
I did. We had twenty-eight and a half minutes to tell a whole story in a radio play, and you had to concentrate on the words because you couldn’t see anything. You were playing in a dark closet, in fact. So the economy of words in a good radio play was everything. It drove you more and more to realize what the power of a good sentence was, and the right phrase could save you a page you would otherwise be wasting. I was always sorry radio didn’t last long enough for contemporary poetic movements to take advantage of it, because it’s a natural medium for poets. It’s pure voice, pure words. Words and silence; a marvelous medium. I’ve often thought, even recently, that I would like to write another radio play, and just give it to someone and let them do it on WBAI. The English do radio plays still, very good ones.
INTERVIEWER
You used to write verse drama too, didn’t you?
MILLER
Oh yes, I was up to my neck in it.
INTERVIEWER
Would you ever do it again?
MILLER
I might. I often write speeches in verse, and then break them down. Much ofDeath of a Salesman was originally written in verse, and The Crucible was all written in verse, but I broke it up. I was frightened that the actors would take an attitude toward the material that would destroy its vitality. I didn’t want anyone standing up there making speeches. You see, we have no tradition of verse, and as soon as an American actor sees something printed like verse, he immediately puts one foot in front of the other—or else he mutters. Then you can’t hear it at all.
INTERVIEWER
Which of your own plays do you feel closest to now?
MILLER
I don’t know if I feel closer to one than another. I suppose The Crucible in some ways. I think there’s a lot of myself in it. There are a lot of layers in there that I know about that nobody else does.
INTERVIEWER
More so than in After the Fall?
MILLER
Yes, because although After the Fall is more psychological it’s less developed as an artifice. You see, in The Crucible I was completely freed by the period I was writing about—over three centuries ago. It was a different diction, a different age. I had great joy writing that, more than with almost any other play I’ve written. I learned about how writers felt in the past when they were dealing almost constantly with historical material. A dramatist writing history could finish a play Monday and start another Wednesday, and go right on. Because the stories are all prepared for him. Inventing the story is what takes all the time. It takes a year to invent the story. The historical dramatist doesn’t have to invent anything, except his language, and his characterizations. Oh, of course, there’s the terrific problem of condensing history, a lot of reshuffling and bringing in characters who never lived, or who died a hundred years apart—but basically if you’ve got the story, you’re a year ahead.
INTERVIEWER
It must also be tempting to use a historical figure whose epoch was one of faith.
MILLER
It is. With all the modern psychology and psychiatry and the level of literacy higher than it ever was, we get less perspective on ourselves than at almost any time I know about. I have never been so aware of clique ideas overtaking people—fashions, for example—and sweeping them away, as though the last day of the world had come. One can sometimes point to a week or month in which things changed abruptly. It’s like women’s clothing in a certain issue of Vogue magazine. There is such a wish to be part of that enormous minority that likes to create new minorities. Yet people are desperately afraid of being alone.
INTERVIEWER
Has our insight into psychology affected this?
MILLER
It has simply helped people rationalize their situation, rather than get out of it, or break through it. In other words—you’ve heard it a hundred times—“Well, I am this type of person, and this type doesn’t do anything but what I’m doing.”
INTERVIEWER
Do you think the push toward personal success dominates American life now more than it used to?
MILLER
I think it’s far more powerful today than when I wrote Death of a Salesman. I think it’s closer to a madness today than it was then. Now there’s no perspective on it at all.
INTERVIEWER
Would you say that the girl in After the Fall is a symbol of that obsession?
MILLER
Yes, she is consumed by what she does, and instead of it being a means of release, it’s a jail. A prison which defines her, finally. She can’t break through. In other words, success, instead of giving freedom of choice, becomes a way of life. There’s no country I’ve been to where people, when you come into a room and sit down with them, so often ask you, “What do you do?” And, being American, many’s the time I’ve almost asked that question, then realized it’s good for my soul not to know. For a while! Just to let the evening wear on and see what I think of this person without knowing what he does and how successful he is, or what a failure. We’re ranking everybody every minute of the day.
INTERVIEWER
Will you write about American success again?
MILLER
I might, but you see, as a thing in itself, success is self-satirizing; it’s self-elucidating, in a way. That’s why it’s so difficult to write about. Because the very people who are being swallowed up by this ethos nod in agreement when you tell them, “You are being swallowed up by this thing.” To really wrench them and find them another feasible perspective is therefore extremely difficult.
INTERVIEWER
In your story “The Prophecy,” the protagonist says this is a time of the supremacy of personal relations, that there are no larger aims in our lives. Is this your view too?
MILLER
Well, that story was written under the pall of the fifties, but I think there’s been a terrific politicalization of the people these past four or five years. Not in the old sense, but in the sense that it is no longer gauche or stupid to be interested in the fate of society and in injustice and in race problems and the rest of it. It now becomes aesthetic material once again. In the fifties it was out to mention this. It meant you were really not an artist. That prejudice seems to have gone. The Negroes broke it up, thank God! But it has been an era of personal relations—and now it’s being synthesized in a good way. That is, the closer you get to any kind of political action among young people, the more they demand that the action have a certain fidelity to human nature, and that pomposity, and posing, and role-taking not be allowed to strip the movement of its veracity. What they suspect most is gesturing, you know, just making gestures, which are either futile, or self-serving, or merely conscientious. The intense personal-relations concentration of the fifties seems now to have been joined to a political consciousness, which is terrific.
INTERVIEWER
Do you feel politics in any way to be an invasion of your privacy?
MILLER
No, I always drew a lot of inspiration from politics, from one or another kind of national struggle. You live in the world even though you only vote once in a while. It determines the extensions of your personality. I lived through the McCarthy time, when one saw personalities shifting and changing before one’s eyes, as a direct, obvious result of a political situation. And had it gone on, we would have gotten a whole new American personality—which in part we have. It’s ten years since McCarthy died, and it’s only now that powerful senators dare to suggest that it might be wise to learn a little Chinese, to talk to some Chinese. I mean, it took ten years, and even those guys who are thought to be quite brave and courageous just now dare to make these suggestions. Such a pall of fright was laid upon us that it truly deflected the American mind. It’s part of a paranoia which we haven’t escaped yet. Good God, people still give their lives for it; look what we’re doing in the Pacific.
INTERVIEWER
Yet so much of the theater these last few years has had nothing to do with public life.
MILLER
Yes, it’s got so we’ve lost the technique of grappling with the world that Homer had, that Aeschylus had, that Euripides had. And Shakespeare. How amazing it is that people who adore the Greek drama fail to see that these great works are works of a man confronting his society, the illusions of the society, the faiths of the society. They’re social documents, not little piddling private conversations. We just got educated into thinking this is all “a story,” a myth for its own sake.
INTERVIEWER
Do you think there’ll be a return to social drama now?
MILLER
I think there will be, if theater is to survive. Look at Molière. You can’t conceive of him except as a social playwright. He’s a social critic. Bathes up to his neck in what’s going on around him.
INTERVIEWER
Could the strict forms utilized by Molière appear again?
MILLER
I don’t think one can repeat old forms as such, because they express most densely a moment of time. For example, I couldn’t write a play like Death of a Salesman anymore. I couldn’t really write any of my plays now. Each is different, spaced sometimes two years apart, because each moment called for a different vocabulary and a different organization of the material. However, when you speak of a strict form, I believe in it for the theater. Otherwise you end up with anecdotes, not with plays. We’re in an era of anecdotes, in my opinion, which is going to pass any minute. The audience has been trained to eschew the organized climax because it’s corny, or because it violates the chaos which we all revere. But I think that’s going to disappear with the first play of a new kind which will once again pound the boards and shake people out of their seats with a deeply, intensely organized climax. It can only come from a strict form: you can’t get it except as the culmination of two hours of development. You can’t get it by raising your voice and yelling, suddenly—because it’s getting time to get on the train for Yonkers.
INTERVIEWER
Have you any conception of what your own evolution has been? In terms of form and themes?
MILLER
I keep going. Both forward and backward. Hopefully, more forward than backward. That is to say, before I wrote my first successful play, I wrote, oh, I don’t know, maybe fourteen or fifteen other full-length plays and maybe thirty radio plays. The majority of them were nonrealistic plays. They were metaphorical plays, or symbolic plays; some of them were in verse, or in one case—writing about Montezuma—I turned out a grand historical tragedy, partly in verse, rather Elizabethan in form. Then I began to be known really by virtue of the single play I had ever tried to do in completely realistic Ibsen-like form, which was All My Sons. The fortunes of a writer! The others, like Salesman, which are a compound of expressionism and realism, or even A View from the Bridge, which is realism of a sort (though it’s broken up severely), are more typical of the bulk of the work I’ve done.After the Fall is really down the middle, it’s more like most of the work I’ve done than any other play—excepting that what has surfaced has been more realistic than in the others. It’s really an impressionistic kind of a work. I was trying to create a total by throwing many small pieces at the spectator.
INTERVIEWER
What production of After the Fall do you think did it the most justice?
MILLER
I saw one production which I thought was quite marvelous. That was the one Zeffirelli did in Italy. He understood that this was a play which reflected the world as one man saw it. Through the play the mounting awareness of this man was the issue, and as it approached agony the audience was to be enlarged in its consciousness of what was happening. The other productions that I’ve seen have all been really realistic in the worst sense. That is to say, they simply played the scenes without any attempt to allow the main character to develop this widened awareness. He has different reactions on page ten than he does on page one, but it takes an actor with a certain amount of brains to see that evolution. It isn’t enough to feel them. And as a director, Zeffirelli had an absolutely organic viewpoint toward it. The play is about someone desperately striving to obtain a viewpoint.
INTERVIEWER
Do you feel in the New York production that the girl allegedly based on Marilyn Monroe was out of proportion, entirely separate from Quentin?
MILLER
Yes, although I failed to foresee it myself. In the Italian production this never happened; it was always in proportion. I suppose, too, that by the time Zeffirelli did the play, the publicity shock had been absorbed, so that one could watch Quentin’s evolution without being distracted.
INTERVIEWER
What do you think happened in New York?
MILLER
Something I never thought could happen. The play was never judged as a play at all. Good or bad, I would never know what it was from what I read about it, only what it was supposed to have been.
INTERVIEWER
Because they all reacted as if it were simply a segment of your personal life?
MILLER
Yes.
INTERVIEWER
Do you think contemporary American critics tend to regard the theater in terms of literature rather than theater?
MILLER
Yes, for years theatrical criticism was carried on mainly by reporters. Reporters who, by and large, had no references in the aesthetic theories of the drama, except in the most rudimentary way. And off in a corner, somewhere, the professors, with no relation whatsoever to the newspaper critics, were regarding the drama from a so-called academic viewpoint—with its relentless standards of tragedy, and so forth. What the reporters had very often was a simple, primitive love of a good show. And if nothing else, you could tell whether that level of mind was genuinely interested or not. There was a certain naïveté in the reportage. They could destroy plays which dealt on a level of sensibility that was beyond them. But by and large, you got a playback on what you put in. They knew how to laugh, cry, at least a native kind of reaction, stamp their feet—they loved the theater. Since then, the reporter-critics have been largely displaced by academic critics or graduates of that school. Quite frankly, two-thirds of the time I don’t know what they really feel about the play. They seem to feel that the theater is an intrusion on literature. The theater as theater—as a place where people go to be swept up in some new experience—seems to antagonize them. I don’t think we can really do away with joy: the joy of being distracted altogether in the service of some aesthetic. That seems to be the general drift, but it won’t work: sooner or later the theater outwits everybody. Someone comes in who just loves to write, or to act, and who’ll sweep the audience, and the critics, with him.
INTERVIEWER
Do you think these critics influence playwrights?
MILLER
Everything influences playwrights. A playwright who isn’t influenced is never of any use. He’s the litmus paper of the arts. He’s got to be, because if he isn’t working on the same wavelength as the audience, no one would know what in hell he was talking about. He is a kind of psychic journalist, even when he’s great; consequently, for him the total atmosphere is more important in this art than it is probably in any other.
INTERVIEWER
What do you think of certain critics’ statement that the success of a really contemporary play, like Marat/Sade, makes Tennessee Williams and his genre obsolete?
MILLER
Ridiculous. No more than that Tennessee’s remarkable success made obsolete the past before him. There are some biological laws in the theater which can’t be violated. It should not be made into an activated chess game. You can’t have a theater based upon anything other than a mass audience if it’s going to succeed. The larger the better. It’s the law of the theater. In the Greek audience fourteen thousand people sat down at the same time, to see a play. Fourteen thousand people! And nobody can tell me that those people were all readers of the New York Review of Books! Even Shakespeare was smashed around in his time by university people. I think for much the same reasons—because he was reaching for those parts of man’s makeup which respond to melodrama, broad comedy, violence, dirty words, and blood. Plenty of blood, murder—and not very well-motivated at that.
INTERVIEWER
What is your feeling about Eugene O’Neill as a playwright?
MILLER
O’Neill never meant much to me when I was starting. In the thirties, and for the most part in the forties, you would have said that he was a finished figure. He was not a force any more. The Iceman Cometh and The Long Day’s Journey into Night, so popular a few years ago, would not have been successful when they were written. Which is another example of the psychic journalism of the stage. A great deal depends upon when a play is produced. That’s why playwriting is such a fatal profession to take up. You can have everything, but if you don’t have that sense of timing, nothing happens. One thing I always respected about O’Neill was his insistence on his vision. That is, even when he was twisting materials to distortion and really ruining his work, there was an image behind it of a possessed individual, who, for good or ill, was himself.
I don’t think there is anything in it for a young man to learn technically; that was probably why I wasn’t interested in it. He had one virtue which is not technical, it’s what I call “drumming”; he repeats something up to and past the point where you say, “I know this, I’ve heard this ninety-three different ways,” and suddenly you realize you are being swept up in something that you thought you understood and he has drummed you over the horizon into a new perception. He doesn’t care if he’s repeating. It’s part of his insensitivity. He’s a very insensitive writer. There’s no finesse at all: he’s the Dreiser of the stage. He writes with heavy pencils. His virtue is that he insists on his climax, and not the one you would want to put there. His failing is that so many of his plays are so distorted that one no longer knows on what level to receive them. His people are not symbolic; his lines are certainly not verse; the prose is not realistic—his is the never-never land of a quasi-Strindberg writer. But where he’s wonderful, it’s superb. The last play is really a masterpiece.
But, to give you an example of timing: The Iceman Cometh opened, it happened, the same year that All My Sons opened. It’s an interesting sociological phenomenon. That was in ’47, soon after the war. There was still in the air a certain hopefulness about the organization of the world. There was no depression in the United States. McCarthyism had not yet started. There was a kind of . . . one could almost speak of it as an atmosphere of goodwill, if such a term can be used in the twentieth century. Then a play comes along which posits a world really filled with disasters of one kind or another. A cul-de-sac is described, a bag with no way out. At that time it didn’t corroborate what people had experienced. It corroborated what they were going to experience, and pretty soon after, it became very timely. We moved into the bag that he had gotten into first!
But at the time it opened, nobody went to see Iceman. In a big way, nobody went. Even after it was cut, the thing took four or five hours to play. The production was simply dreadful. But nobody made any note that it was dreadful. Nobody perceived what this play was. It was described simply as the work of a sick old man of whom everybody said, “Isn’t it wonderful that he can still spell?” When I went to see that play not long after it opened, there must have been thirty people in the audience. I think there were a dozen people left by the end of the play. It was quite obviously a great piece of work which was being mangled on the stage. It was obvious to me. And to a certain number of directors who saw it. Not all of them. Not all directors can tell the difference between the production and the play. I can’t do it all the time, either, though Iceman was one where I could. But as for the critics I don’t think there is anybody alive today, with the possible exception of Harold Clurman, whom I would trust to know the difference between production and play. Harold can do it—not always, but a lot of the time—because he has directed a good deal.
INTERVIEWER
Could this question of timing have affected the reaction here to After the Fall?
MILLER
Look, After the Fall would have been altogether different if by some means the hero was killed, or shot himself. Then we would have been in business. I knew it at the time. As I was saying before, there’s nothing like death. Still, I just wasn’t going to do it. The ironic thing to me was that I heard cries of indignation from various people who had in the lifetime of Marilyn Monroe either exploited her unmercifully, in a way that would have subjected them to peonage laws, or mocked her viciously, or refused to take any of her pretensions seriously. So consequently, it was impossible to credit their sincerity.
INTERVIEWER
They were letting you get them off the hook.
MILLER
That’s right. That’s exactly right.
INTERVIEWER
And they didn’t want Quentin to compromise.
MILLER
I think Günter Grass recently has said that art is uncompromising and life is full of compromises. To bring them together is a near impossibility, and that is what I was trying to do. I was trying to make it as much like life as it could possibly be and as excruciating—so the relief that we want would not be there: I denied the audience the relief. And of course all these hard realists betrayed their basic romanticism by their reaction.
INTERVIEWER
Do you think if you had done it in poetry that would have removed the threat more?
MILLER
Yes, I suppose so. But I didn’t want to remove it. It would have seduced people in a way I didn’t want to. Look, I know how to make ‘em go with me—it’s the first instinct of a writer who succeeds in the theater at all. I mean by the time you’ve written your third play or so you know which buttons to push; if you want an easy success there’s no problem that way once you’ve gotten a story. People are pretty primitive—they really want the thing to turn out all right. After all, for a century and a half King Lear was played in England with a happy ending. I wrote a radio play about the boy who wrote that version—William Ireland—who forged Shakespeare’s plays, and edited King Lear so that it conformed to a middle-class view of life. They thought, including all but Malone, who was the first good critic, that this was the real Shakespeare. He was an expert forger. He fixed up several of the other plays, but this one he really rewrote. He was seventeen years old. And they produced it—it was a big success—and Boswell thought it was the greatest thing he’d ever seen, and so did all the others. The only one was Malone, who on the basis of textual impossibilities—aside from the fact that he sensed it was a bowdlerization—proved that it couldn’t have been Shakespeare. It’s what I was talking about before: the litmus paper of the playwright: you see, Ireland sensed quite correctly what these people really wanted from King Lear, and he gave it to them. He sentimentalized it; took out any noxious references.
INTERVIEWER
And did it end with a happy family reunion?
MILLER
Yes, kind of like a Jewish melodrama. A family play.
INTERVIEWER
To go back to After the Fall, did the style in which this play was presented in New York affect its reception?
MILLER
Well, you’ve hit it right on the head. You see, what happened in Italy with Zeffirelli was—I can describe it very simply: there was a stage made up of steel frames; it is as though one were looking into the back of a bellows camera—you know, concentric oblong steel frames receding toward a center. The sides of these steel frames were covered, just like a camera is, but the actors could enter through openings in these covers. They could appear or disappear on the stage at any depth. Furthermore, pneumatic lifts silently and invisibly raised the actors up, so that they could appear for ten seconds—then disappear. Or a table would be raised or a whole group of furniture, which the actors would then use. So that the whole image of all this happening inside a man’s head was there from the first second, and remained right through the play. In New York the difficulty was partly due to the stage which was open, rounded. Such a stage has virtues for certain kinds of plays, but it is stiff—there is no place to hide at all. If an actor has to appear stage center, he makes his appearance twenty feet off the left or right. The laborious nature of these entrances and exits is insuperable. What is supposed to “appear” doesn’t appear, but lumbers onstage toward you.
INTERVIEWER
Did that Italian production have a concentration camp in the background? I remember a piece by Jonathan Miller complaining of your use of the concentration camp in New York.
MILLER
Oh yes. You see in Italy the steel frame itself became the concentration camp, so that the whole play in effect was taking place in the ambiance of that enclosure. This steel turned into a jail, into a prison, into a camp, into a constricted mechanical environment. You could light those girders in such a way that they were forbidding—it was a great scenic idea.
INTERVIEWER
Why did you choose to use a concentration camp in the first place?
MILLER
Well, I have always felt that concentration camps, though they’re a phenomenon of totalitarian states, are also the logical conclusion of contemporary life. If you complain of people being shot down in the streets, of the absence of communication or social responsibility, of the rise of everyday violence which people have become accustomed to, and the dehumanization of feelings, then the ultimate development on an organized social level is the concentration camp. Camps didn’t happen in Africa where people had no connection with the basic development of Western civilization. They happened in the heart of Europe, in a country, for example, which was probably less anti-Semitic than other countries, like France. The Dreyfus case did not happen in Germany. In this play the question is, what is there between people that is indestructible? The concentration camp is the final expression of human separateness and its ultimate consequence. It is organized abandonment . . . one of the prime themes of After the Fall.
Even in Salesman what’s driving Willy nuts is that he’s trying to establish a connection, in his case, with the world of power; he is trying to say that if you behave in a certain way, you’ll end up in the catbird seat. That’s your connection; then life is no longer dangerous, you see. You are safe from abandonment.
INTERVIEWER
What is the genesis of The Crucible?
MILLER
I thought of it first when I was at Michigan. I read a lot about the Salem witch trials at that time. Then when the McCarthy era came along, I remembered these stories and I used to tell them to people when it started. I had no idea that it was going to go as far as it went. I used to say, you know, McCarthy is actually saying certain lines that I recall the witch-hunters saying in Salem. So I started to go back, not with the idea of writing a play, but to refresh my own mind because it was getting eerie. For example, his holding up his hand with cards in it, saying, “I have in my hand the names of so-and-so.” Well, this was a standard tactic of seventeenth-century prosecutors confronting a witness who was reluctant or confused, or an audience in a church which was not quite convinced that this particular individual might be guilty. He wouldn’t say, “I have in my hand a list”; he’d say, “We possess the names of all these people who are guilty. But the time has not come yet to release them.” He had nothing at all—he simply wanted to secure in the town’s mind the idea that he saw everything, that everyone was transparent to him. It was a way of inflicting guilt on everybody, and many people responded genuinely out of guilt; some would come and tell him some fantasy, or something that they had done or thought that was evil in their minds. I had in my play, for example, the old man who comes and reports that when his wife reads certain books, he can’t pray. He figures that the prosecutors would know the reason, that they can see through what to him was an opaque glass. Of course he ends up in a disaster because they prosecuted his wife. Many times completely naive testimony resulted in somebody being hanged. And it was because they originally said, “We really know what’s going on.”
INTERVIEWER
Was it the play, The Crucible itself, do you think, or was it perhaps that piece you did in the Nation—“A Modest Proposal”—that focused the Un-American Activities Committee on you?
MILLER
Well, I had made a lot of statements and I had signed a great many petitions. I’d been involved in organizations, you know, putting my name down for fifteen years before that. But I don’t think they ever would have bothered me if I hadn’t married Marilyn. Had they been interested, they would have called me earlier. And, in fact, I was told on good authority that the then chairman, Francis Walter, said that if Marilyn would take a photograph with him, shaking his hand, he would call off the whole thing. It’s as simple as that. Marilyn would get them on the front pages right away. They had been on the front page for years, but the issue was starting to lose its punch. They ended up in the back of the paper or on the inside pages, and here they would get right up front again. These men would time hearings to meet a certain day’s newspaper. In other words, if they figured the astronauts were going up, let’s say, they wouldn’t have a hearing that week; they’d wait until they’d returned and things had quieted down.
INTERVIEWER
What happened at the committee hearing?
MILLER
Well, I was indicted for contempt for having refused to give or confirm the name of a writer, whether I had seen him in a meeting of communist writers I had attended some eight or ten years earlier. My legal defense was not on any of the Constitutional amendments but on the contention that Congress couldn’t drag people in and question them about anything on the Congressman’s mind; they had to show that the witness was likely to have information relevant to some legislation then at issue. The committee had put on a show of interest in passport legislation. I had been denied a passport a couple of years earlier. Ergo, I fitted into their vise. A year later I was convicted after a week’s trial. Then about a year after that the Court of Appeals threw out the whole thing. A short while later the committee’s chief counsel, who had been my interrogator, was shown to be on the payroll of a racist foundation and was retired to private life. It was all a dreadful waste of time and money and anger, but I suffered very little, really, compared to others who were driven out of their professions and never got back, or who did get back after eight and ten years of blacklisting. I wasn’t in tv or movies, so I could still function.
INTERVIEWER
Have your political views changed much since then?
MILLER
Nowadays I’m certainly not ready to advocate a tightly organized planned economy. I think it has its virtues, but I’m in deadly fear of people with too much power. I don’t trust people that much any more. I used to think that if people had the right idea they could make things move accordingly. Now it’s a day-to-day fight to stop dreadful things from happening. In the thirties it was, for me, inconceivable that a socialist government could be really anti-Semitic. It just could not happen, because their whole protest in the beginning was against anti-Semitism, against racism, against this kind of inhumanity; that’s why I was drawn to it. It was accounted to Hitler; it was accounted to blind capitalism. I’m much more pragmatic about such things now, and I want to know those I’m against and who it is that I’m backing and what he is like.
INTERVIEWER
Do you feel whatever Jewish tradition you were brought up in has influenced you at all?
MILLER
I never used to, but I think now that, while I hadn’t taken over an ideology, I did absorb a certain viewpoint. That there is tragedy in the world but that the world must continue: one is a condition for the other. Jews can’t afford to revel too much in the tragic because it might overwhelm them. Consequently, in most Jewish writing there’s always the caution, “Don’t push it too far toward the abyss, because you’re liable to fall in.” I think it’s part of that psychology and it’s part of me, too. I have, so to speak, a psychic investment in the continuity of life. I couldn’t ever write a totally nihilistic work.
INTERVIEWER
Would you care to say anything about what you’re working on now?
MILLER
I’d better not. I do have about five things started—short stories, a screenplay, et cetera. I’m in the process of collecting my short stories. But I tell myself, What am I doing. I should be doing a play. I have a calendar in my head. You see, the theater season starts in September, and I have always written plays in the summertime. Almost always—I did write View from the Bridge in the winter. So, quite frankly, I can’t say. I have some interesting beginnings, but I can’t see the end of any of them. It’s usually that way: I plan something for weeks or months and suddenly begin writing dialogue which begins in relation to what I had planned and veers off into something I hadn’t even thought about. I’m drawing down the lightning, I suppose. Somewhere in the blood you have a play, and you wait until it passes behind the eyes. I’m further along than that, but I’d rather leave it at that for now.
Arthur Miller, The Art of Theater No. 2, Part 2
Interviewed by Christopher Bigby
Arthur Miller’s first interview with The Paris Review appeared in issue 38 in the spring of 1966. Since then, Miller has continued to write for the stage—including such plays as The PriceAfter the Fall, The Last Yankee, and The Ride Down Mt. Morgan. He also has written several screenplays, stories, and nonfiction books. In 1998 A View from the Bridge received the Tony Award for best revival of a play, and in 1999, the play’s fiftieth anniversary, Death of a Salesman was awarded the same honor. This autumn, an opera based on A View from the Bridge premiered in Chicago.
The following interview was conducted last spring at the 92nd Street YMHA before a packed house.
INTERVIEWER
The 1960s saw a certain radicalization aesthetically. That was the period of The Living Theater, The Open Theater, The Performance Group, and The Wooster Group. I have the feeling that you never found that particularly compelling as a version of theater.
ARTHUR MILLER
I found myself a lot of the time being reminded of a similar outbreak of that kind of theater in the thirties when Clifford Odets and Bertolt Brecht were starting. I just felt that this was going to pass away the way the other one did, because its emphasis was so heavily on the side of the issues rather than on the side of the characterization of people or of the human conflicts involved. They were political conflicts basically, and I felt that this was very temporary and it was not going to endure.
INTERVIEWER
The Wooster Group tried to incorporate The Crucible in one of their plays.
MILLER
The Wooster Group is a highly experimental group of actors downtown in SoHo. For The Crucible they were dressed like children in a nursery. I’m not quite sure what that meant! They were swinging on swings and speaking at a rate of speed that I could not follow! But I have to say, and this shows how far out I am, that I talked to young people who had seen it and were tremendously moved by it, so I decided simply to resign my job as critic because I couldn’t dig it. It seemed to be absolutely volou—French for «willed.» They were just trying to do something different even though it was absolutely meaningless.
INTERVIEWER
The Price, which was your most successful play since Death of a Salesman,premiered in 1968. It doesn’t feel like a 1968 play. It’s about two brothers who come together to dispose of their father’s estate, symbolized by a room full of furniture, so they spend a lot of their time looking back to the past, and this in a decade, the sixties, when the past tended to be dismissed as an irrelevance. Did you feel that that?
MILLER
That’s why I wrote about it. I wanted to tell them that the past counted, that they were creatures of the past just as we all were. They had affected to negate the past, cut themselves off from it, and throw it in a wastebasket. As it turned out, they were as much affected by their fathers and grandfathers. There was no way to escape it, anymore than you could escape the beat of your own heart. I was on vacation in the Caribbean just before we produced The Price and ran into Mel Brooks. I’d never known him before. He said, Well, what are you doing now? I said, Well, I just wrote this play that we’re about to put on. It’s called The Price, He said, What’s it about? I said, Well, there are these two brothers . . . He said, Stop, I’m crying!
INTERVIEWER
Very good assessment. You began the seventies with a play that is disposed as a straight play, The Creation of the World and Other Business, and a musical, Up From Paradise, about Adam and Eve. Why? What led you to that?
MILLER
To show how man invented God. He invented God because there had to be something to stop a guy from killing his brother, and there was nothing visible in the Garden that could stop that. They needed a higher authority. Even though they invented him, pretty soon they began believing in him as a being totally independent of themselves, hoping some kind of justice would descend from him. So it’s the invention of the idea of justice, because if a brother could kill a brother then who was safe? There had to be some moral, superhuman law that would at least scare people into stopping themselves from murdering, and that’s what put God in business.
INTERVIEWER
That reminds me of an earlier sixties play, After the Fall, which is almost about the necessity, after the Holocaust and the concentration camps, of reinventing God.
MILLER
I’m glad you mentioned that because no critic ever did! Yes, that’s what it was about. There are two of my plays, at least, in which the play is looking into a void where there is nothing and trying to invent something to stop the world from killing itself.
INTERVIEWER
Is that also a reason why you have resisted the theater of the absurd?
MILLER
Well, I enjoyed Zero Mostel playing in Ionesco’s Rhinoceros—one of the greatest things I ever saw in my life. He really turned himself into a rhinoceros. However, at the back of my mind always was: OK, but you’ve got to be very safe and very rich to really enjoy this form. You have to have grown out of the need for public order. You have to be living in a society where nobody’s killing anybody. And that nagged at me, I must say. It’s a spoilsport attitude because everybody was having a lot of fun being absurd. I enjoy it as much as anybody, but I’m slightly off to one side of it, saluting as it goes by.
INTERVIEWER
As the seventies went on you wrote what seems to me a very European play—European in its setting—The Archbishop’s Ceiling.
MILLER
Maybe I’d better take a moment to describe that play. These people are in the living room of a writer in Prague in the old regime. Unlike a lot of people, he does very well under the system. He’s full of contradictions because he has helped people who have gotten in trouble with the regime and, therefore, seems to be aligned with the dissidents. On the other hand, no dissident except him seems to have this much money and the freedom to leave the country occasionally for a lecture in France or England. How does that happen, since the rest of them have no passports? So he’s under suspicion in a way, but at the same time they love him because he has helped them. Meantime, they think that maybe in the ceiling of his room there are microphones. He keeps having large parties in his house, and maybe he’s doing this so that people will reveal themselves to the microphones in the ceiling connected to the secret police. Something like this happened in the United States in the fifties when people would talk to one another, but they weren’t quite sure whether that was as far as that speech was going to go.
INTERVIEWER
This was only a few years after Watergate and the bugging of the White House by the president of the United States.
MILLER
That’s a very good example—imagine Nixon getting people to tell him what they really felt about life and issues, knowing that at all times he was betraying them!
INTERVIEWER
Betrayal is a theme in many of your plays, isn’t it? Willy Loman betrays his wife, John Proctor does likewise in The Crucible, a rather major betrayal of faith and trust.
MILLER
The guy in After the Fall says, “Why is betrayal the only truth that sticks?” I can’t answer that altogether, but after all, the Bible begins with a betrayal, doesn’t it? Cain has betrayed his brother by killing him. I think the old rabbis who put that Bible together understood this, that betrayal hangs over so much that men do, and from its threat comes the need for justice. It’s the challenge to us all, to humanity, to keep faith, and I think it goes right down through our literature and certainly the religious ideas of the world. It’s involved in a lot of my work.
INTERVIEWER
People often come out of Death of a Salesman crying. If you said to them that you’d watched them laughing while in their seats, they would deny it. And yet humor is part of it, isn’t it?
MILLER
The whole thing is very sad, but the fact is I did a lot of laughing when I was writing the play because some of Willy Loman’s ideas are so absurd and self-contradictory that you have to laugh about them; the audience in fact does, but they don’t remember it, thank God! If they remembered it, they wouldn’t be as moved as they are. Basically, it’s the laughter of recognition, I believe.
INTERVIEWER
You moved on in the direction of what was first a television film and then a song, Playing for Time, your adaptation of Fania Fenelon’s book, an account of her experience in a concentration camp playing in an orchestra. The concentration camp and the Holocaust are daunting subjects to approach.
MILLER
I was full of doubts, because in one sense nobody can write about that subject, certainly nobody who hasn’t been there, but I couldn’t accept the alternative. You can’t confront something like that with silence. We already know there’s a considerable group of people who deny the thing ever happened, incredibly enough, so how do you remain silent in the face of that? In fact, I don’t think there is a possibility of any art ever encompassing that monstrosity. At the time that I decided to do this there was very little attention being given to the Holocaust. It seemed to have completely slipped away at that particular moment.
INTERVIEWER
Do you think there’s a sense in which the Holocaust had already entered your work, I don’t mean in After the Fall and Incident at Vichy, but in The Crucible, this sense of the irrational . . .
MILLER
When I learned about the Holocaust, it stopped me cold. I had been brought up in the twenties and thirties to imagine that the Germans were the most cultivated people in Europe and maybe the world. My grandfather, who was born in Poland but had spent some time in Vienna as a tailor, used to say when Hitler came into power, Well, he won’t last six months. The Germans are too intelligent for this idiot. It was the Russians who were stupid. Poles were stupid. The French were hopeless because they had no interest in anybody but French people! He looked to the Germans to help. The Germans were the most non-anti-Semitic people in Europe. So when they went down that route, then you felt anybody could. It was a devastating piece of news for me. It entered my work through my bones. The idea of confronting this kind of unreason and having no response possible to it is probably the most dramatic event imaginable because it leaves the human being utterly alone with his pain. To survive this psychologically is the work of a great spirit, and this kind of stubborn resistance went into The Crucible because there were people in Massachusetts at the time who did survive it spiritually.
INTERVIEWER
In 1984 you were one of a group of writers from around the world who went to the then–Soviet Union and had a meeting with Gorbachev, which was one of the first signs that something was happening. What can you remember of that meeting?
MILLER
I had gotten a phone call from a writer whom I had met in Europe, and he said, I’m in Kirghizia. I said, Congratulations! What do you want from me? He said, I want you to come here. I said, Kirghizia? He said, Yes, we’re going to have a meeting here. I said, Don’t. I’m finished with meetings. I don’t want any more meetings. He said, No, this has nothing to do with the government. I said, That’s impossible. You’re in Russia! He said, Yes, but something’s happening in Russia. Gorbachev had been in power a couple of months. Anyway, a lot of French, Germans, and Italians, and so on met in this place. Jimmy Baldwin came and a couple of other Americans. We sat around talking. Then a message came: would you like to come to meet Mr. Gorbachev in Moscow? So we did that, about fourteen of us. What was interesting to me was that he was saying that the past is not a guide anymore in the sense that we used to think of it; Marx never knew anything about the atom bomb, so we have to start from reality instead of from theories. And I had a little private moment with him: I asked, Are you a Communist? He said, I’m a Leninist. I’m not a Stalinist, and I think we have to start a whole new approach to Marxism. Well, I thought this was pretty hot news, and when I got back to America, I told a friend of mine, Harrison Salisbury, a retired editor of The New York Times, who lived down the road. He said, Jesus, you’ve got to write this. This is big news. Well, I wrote a piece. I had taken notes of that occasion, which I never do, but I knew that this was an unusual historical moment and I wrote up exactly what had been said, and he sent it down to his buddies at The New York Times, and nobody would print it. They couldn’t believe it, so he sent it to The Washington Post. They wouldn’t print it either. That’s when I learned that we have a party line. The party line was that the Russian government was Stalinist, incapable of any change, that the whole thing was some kind of a gag. And that’s how we ended up looking at a Soviet Union that was literally falling to pieces and refusing to believe it. Because the line was that they had the atom bomb, they had all these airplanes, they had the biggest army in the world, they had to be powerful! Here I’d just left a man who was saying, in effect, We are lost. We don’t know where the hell we’re going. That’s what the substance of his speech to us was, and I couldn’t get a major paper to publish it.
INTERVIEWER
There’s a bit of your conversation that sticks with me because he asked you what the function of the artist was, and you said the artist’s function is to speak truth to power, but does power ever listen to the artist’s truth?
MILLER
I can’t think of many occasions. No. Power is power. The reason it’s power is because it doesn’t listen. If it listened, it wouldn’t be power. It’d be just one of us, and we don’t have any power. I mean, I just told them exactly what the man had said. What I added it up to mean was that he was philosophically, spiritually at sea. He didn’t know where the hell he was going. He was calling himself a Leninist. Well, it’s meaningless. The New York Times always knows what’s happening. So six months or so later, when the fact became undeniable, it came out that Gorbachev didn’t know where he was going, ideology was set aside, and we were allowed to read the obvious. Anyway, end of chapter.
INTERVIEWER
You began the decade of the nineties, which has proved to be amazingly prolific as far as you’re concerned, with a play called The Ride Down Mt. Morgan, about a bigamist who believes that he can get away with almost everything without consequences. It seems very much a play coming out of the Reagan period. Is that how you felt it to be, or not?
MILLER
I don’t see it that way. The play is testing whether there needs to be any restraint on human instinct and why. Why can’t we all do exactly what we want to do? In certain people, the sexual impulse is overwhelming. Need I mention names! So what’s wrong with the bigamist since that’s his honest truth. His truth is the expression of the sexual instincts. Apart from the damage that it might do to the individual, is there any wider application of this question? His problem is that he marries two of them at the same time. They don’t know it. And it goes great for about ten years until he has an accident on a highway, and the cops call his first wife because it’s with her that the car is registered, but he’s on his way to the second wife, and the two women meet in the hospital lobby. The question is, well, what’s wrong with this? And that’s what the play is about. It’s Reaganism only in the sense that the character is letting it all hang out: he’s wanting to be everything to everybody, the man totally freed of obligation. But I have an old quarrel with morality.
INTERVIEWER
It’s a play that you recently revised. How often does that happen?
MILLER
Very rarely. I had a very difficult time with that play. I couldn’t get it right. Last week I was cleaning up my studio to try to bring some order to this chaos, and I found about fifteen different versions with sub-versions, two large boxes with manuscripts in them, collected over the past fifteen years! It took all this time to get it right. It’s a very difficult question: where do you come down? Do you simply condemn the guy out of hand, knowing that these impulses exist in most people? That means you condemn the human race. Do you condone the thing? Well, you can’t do that either because of the pain that it causes other people and the social chaos it could justify. That’s a hard thing to write, but I got as close to it as I think it can get.
INTERVIEWER
Are the changes major or is it simply tinkering?
MILLER
There is much variation from play to play. Some just spill out, some are more reluctant, some never emerge at all. I revise in order—generally—to further unearth themes as new connections are discovered. You want to find the center of the web where all the threads meet.
INTERVIEWER
Your recent play Broken Glass won the Olivier award in Britain as best play of the year. It’s set in the time of Kristallnacht though it takes place in this country. Can you think of what the trigger was that led you back to 1938 in 1994?
MILLER
I’m not sure that I can. It’s a play about a woman who around the time of the Nazi explosion in Germany wakes one morning and is paralyzed. She can’t walk—a perfectly healthy woman. They can’t figure out what it is. They give it the general name of hysteria, but she’s not a hysterical kind of person. It’s an investigation of a whole personal as well as political situation that brought this upon her. She’s not a political person, but she’s living in that time when the menace of fascism was alive in the world, and through various means, she is affected by it.
INTERVIEWER
In your play Golden Years, written in the late thirties, which is about Cortés’s conquest of Mexico, you wrote about two hundred Spaniards simply mesmerizing and paralyzing . . .
MILLER
That’s right, isn’t it?
INTERVIEWER
So paralysis in the face of power is obviously in your sensibility. I remember rehearsals of Broken Glass were going on while Sarajevo was being shelled.
MILLER
I hadn’t thought of that. Well, that’s what we generally feel when we read about places like Sarajevo or Bosnia or whatever. We feel paralyzed. In her case she was really paralyzed; she couldn’t walk.
INTERVIEWER
The most recent play we’ve seen in New York is Mr. Peters’ Connection, which starred Peter Falk. Pete is an ex-pilot looking back over his life and the life of his society, his city, his culture, trying to find out what the connections were. Now is this Arthur Miller, eighty-three, looking back over a life and trying to see how it all fitted together?
MILLER
It really came out of conversations with an actual pilot. It isn’t me at all. I mean, it’s me in the sense I wrote it. It’s a guy who’s done everything: bombing places, delivering fighter planes to Murmansk during World War II, being the chief operating officer of Eastern Airlines for years and sitting there at the age of seventy-eight, up in Connecticut, and trying to figure out what it all comes to. I used a lot of his lines. He said, You know, I pick up a paper and there are advertisements for breast enlargements: forty-five hundred. He said, You know, our house where I and four brothers and two sisters were raised cost fifty-five hundred, and now we have breast enlargements for forty-five hundred! How do you put that together? He said, Then we have penile enlargement. It’s the same price! That wonderful bewilderment on the part of a very experienced man is what set that play off. He’s trying to reach out and bring together the strands of experience as he’s moving down the streets of New York City. He can look at a building and remember the building that was taken down in order to build this one. But he can also remember the building that was taken down for the building that preceded this building! And he says, So what does that mean? He’s walking around with the layers of New York City in his gut and trying to come to some image that will help him digest the whole mess.
INTERVIEWER
Looking for the connections between people, between the past and the present . . . trying to find some kind of coherence, which is, I suppose, one of the functions of theater, or indeed, art—to find some order beneath the level of the incoherent and chance and the arbitrary.
MILLER
It’s a one-act stab in the darkness.
INTERVIEWER
What about the exact genesis of any given work? It would seem it’s always a concept. Is it ever more specific—an image, a snatch of conversation?
MILLER
By this time any language capable of being performed can be called a play. But if one demands a crisis followed by a climax, issues raised and to some degree resolved, then a concept would probably be required. Some writers start with concept, some with objective meaning to an action; others begin with a character, a line even, or perhaps a physical setting. For myself, a play arrives at an almost palpable architectural form, but its discovery is gradual and can begin anywhere.
INTERVIEWER
Does a character tend to change, establish an identity that seems a departure from what you originally had in mind?
MILLER
Characters, like real people, tend to deceive and deflect attempts to penetrate their motives, so as you go along you pick up hints. It’s all a lot like getting to know somebody.
INTERVIEWER
How easy is it to divide a work into the requisite number of acts? Does one have to add padding to gain a few minutes? Do you think of closing lines to an act and then work toward them?
MILLER
Act breaks are mysterious; the action seems to want to fall at some point. One should realize, too, that fashion has something to do with this. Until sometime around 1947, in New York (Europe may have been different) almost all plays were in three acts, the first presenting the issues or conflict, the second ending at a crisis, and the third at the climax and resolution. As society’s claims on the individual fell into doubt, so did the very notion of a plot or even a continuous story and all became sheer experience, moments of interest, one or another description of a moral chaos. Salesman and Streetcar come to mind among the earliest two-acters.
INTERVIEWER
Why are you drawn to theater at the end of this millennium? After all, the theater is now dwarfed by giant screens. It’s deafened by Dolby stereo. The electronic media appear to blot it out. It’s expensive. It’s very often awkward and uncomfortable to get to. Sometimes it’s not very good! Why stay with theater?
MILLER
Well, in the first place, I’ve been doing it all my life. But I do think it’s the simplest way for one citizen to address other citizens. It is the least complicated, the most naked means for a society to address itself. It’s far simpler than any filmic system. It needs nothing but a board and a man to stand on it, so that’s very attractive to me. That the rest is getting bigger and bigger, Disney and the rest of it, makes me feel even more attracted to the fact that it’s taking place in a hall only this big, and only in this place on the planet and not in seventeen hundred different theaters, some of which have two or three thousand seats! I like the fact that it’s intimate and that it is direct, and above all, I suppose, I like the fact that the writer controls it. I don’t think there are very many people who decide to go to a movie because so-and-so wrote it. Which is another egotistical reason to be writing plays! But it’s also that the word in the theater is the great thing. The word in the movies barely enters the scene, very little to do with anything. It’s the image. So, for those reasons I choose to stay with this old-fashioned, probably dying art. But I don’t think it’s dying. In fact, as I go around the country, there are more and more young people who want to be in it, be part of it, for the reasons I’ve just said.
INTERVIEWER
Do you have a routine for writing?
MILLER
I wish I had a routine for writing. I get up in the morning and I go out to my studio and I write. And then I tear it up! That’s the routine, really. Then, occasionally, something sticks. And then I follow that. The only image I can think of is a man walking around with an iron rod in his hand during a lightning storm.
INTERVIEWER
Do you go to opening nights? Is that an easy experience?
MILLER
By that time one knows the answer. I go to buck up the actors.

 

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The Working Poor. Invisible in America – David K. Shipler (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: usado.

Editorial: Vintage.

Precio: $250.

“Nobody who works hard should be poor in America,” writes Pulitzer Prize winner David Shipler. Clear-headed, rigorous, and compassionate, he journeys deeply into the lives of individual store clerks and factory workers, farm laborers and sweat-shop seamstresses, illegal immigrants in menial jobs and Americans saddled with immense student loans and paltry wages. They are known as the working poor.
They perform labor essential to America’s comfort. They are white and black, Latino and Asian–men and women in small towns and city slums trapped near the poverty line, where the margins are so tight that even minor setbacks can cause devastating chain reactions. Shipler shows how liberals and conservatives are both partly right–that practically every life story contains failure by both the society and the individual. Braced by hard fact and personal testimony, he unravels the forces that confine people in the quagmire of low wages. And unlike most works on poverty, this book also offers compelling portraits of employers struggling against razor-thin profits and competition from abroad. With pointed recommendations for change that challenge Republicans and Democrats alike, The Working Poor stands to make a difference.
Can’t Win for Losing
By Ron Suskind
THE phrase »working poor» doesn’t carry much weight in this fractious political season. It slips by in a campaign speech, with nothing much to grab onto as it passes. It suffers from a kind of blunt-edged simplicity — a collision of enormous, rounded terms that, by the lights of American exceptionalism, should not be joined. Both political parties quietly agree that it is an ugly, unsettling combination — that any American who works steadily should not have to suffer the barbed indignities of poverty. But Americans do — millions of them. There are 35 million people in the country living in poverty. Most of the adults in that group work nowadays; many of them work full time. And while there are heavy concentrations of African-Americans and white single women in the mix, the group is every bit as diverse, and diffuse, as the nation is.
Which presents a central problem for David Shipler in his powerful new book, »The Working Poor: Invisible in America»: how do you write a treatise on something as vast and many-hued as an ocean, a forest, the sky? Shipler knows this and, somehow, proceeds undaunted. A former New York Times reporter, he won a Pulitzer Prize for his book »Arab and Jew,» and then managed to wrap his arms around the classically obstreperous topic of race in America with »A Country of Strangers: Blacks and Whites in America.» This is what he’s become known for: tackling the unwieldy.
Of course, Shipler has plenty of company in writing about fault-line issues of the American experiment, like race, class and the nature of opportunity. But it is an area populated in the past decade or two by writers — like Alex Kotlowitz in »There Are No Children Here» or, more recently, Barbara Ehrenreich, who chronicled her personal journey as a low-wage worker in »Nickel and Dimed» — who incline toward the power of personal narrative. In the first few chapters of »The+Working+Poor,» Shipler shows, inadvertently, why so many journalists have made that choice. He lunges forward at the book’s start with some sweeping judgments, like »the rising and falling fortunes of the nation’s economy have not had much impact on these folks» and »the skills for surviving in poverty have largely been lost in America» — both debatable issues — and introduces a racially+diverse, thinly+connected army of poor workers, some appearing for just a paragraph or two. Parts of an early chapter titled »Importing the Third World» read like a dissertation on sweatshop cash flows.
I suggest that readers — and this is clearly one of those seminal books that every American should read and read now — stick with it. Shipler, like the man who pays to wrestle a behemoth at the county fair, is just trying to get leverage on an indomitable opponent. By the fourth chapter, just a third of the way, his strategy takes shape: he’s wearing down the giant. Shipler’s subjects, many of whom he spent nearly seven years following with meticulous empathy, begin to reappear in the text. Their stories start to deepen, mixed with complex insights that Shipler interweaves judiciously. In the chapter »Harvest of Shame,» he deftly shows how government crackdown on illegal immigrants creates »migration within the migration,» as an army of immigrant workers races from strict-enforcement states like Ohio to more lenient ones like North Carolina, and notes that »when a migrant stops moving . . . he starts to enter America.» There are employers like Jimmy Burch — a North Carolina farm owner — who co-signs loans for new trailers for his workers. He has an interest. His workers do, too. He says he’s »never been burned» with a default — not yet. Shipler never shies away from noting the employer’s power, but by embracing complexity, and trusting the reader to be up to the task, he burns off the easy illusions of hero versus villain that so often addle journalism.
Doing+that frees the writer to ask a set of questions off+limits to many practitioners of what is called »poverty literature.» Kevin Fields, a beefy 280-pound African-American man, with a shaved head, gold earring and a felony conviction for effectively fighting off a street gang, is virtually unemployable. Men with a similar arrest record, but different profiles, have less difficulty. »Violence,» Shipler points out, »has a longstanding place in many whites’ images of blacks. So, if you are black, if you are a man, if you are large and strong, or if you have a prison record, you are likely to be perceived as a person with a temper, a vein of rage.»
Half of all poor families are headed by single women, and, in a chapter titled »Sins of the Fathers,» Shipler doesn’t flinch from delving into how many struggling women were sexually abused as children. The evolving estimates show the outlines of an epidemic. Kara King, a white New Hampshire mother, was molested by her father, who told her »that’s the way a father and a daughter are.» The effects — »a paralyzing powerlessness» that »mixes corrosively with other adversities that deprive those in or near poverty of the ability to effect change» — are visible each time Kara and her family appear in the book.
The same goes for other subjects whose jumbled lives serve to illuminate various elements of this enormous topic. The reader learns the issues; knows the aching heart. What takes shape is an ensemble play that weaves together traditional feature reporting, digressions about »best evidence» and a few passionate expository arias to display »the constellation of difficulties,» as Shipler puts it, that defines working poverty. It defines the lives of millions of Americans.
Toward the book’s finish, Shipler tries to harness the outrage provoked by his characters’ stories to examine the question of what can be done. He shifts his focus to programs for job training, early childhood care and remedial education (that alone meriting a domestic Marshall Plan, considering that 14+percent of American adults can’t find an intersection on a map, total a deposit slip or determine the correct dose of a medication). The author’s efforts, here, are uneven. Programmatic solutions, after all, are the hard, ungainly work of hours and inches. Shipler’s frustration seems to get the best of him when he is talking about unenthusiastic students, bad teaching and the way dreams of future success are little more than »a notion carried on a breeze of impulse.»
But alongside these broad, imperfect efforts, Shipler threads a glowing filament: the telling acts of kindness, so often just small offerings, that lift both giver and receiver. It’s the little traps and trips that foil those at the bottom. When you have no bank account, no car, no health insurance, it inverts the slogan of that best-selling self-help book: You have to sweat the small stuff. A modest mishap to someone who can land on a cushion of nominal security can land a poor person on the pavement, often literally. Caroline Payne, with a two-year associate’s degree and no teeth, can’t afford dentures. No one wants to hire her. When she finally gets a job in a Procter & Gamble factory, all is almost lost when the plant’s rotating shift policy leaves her unable to care for her daughter one week every month. A friend steps up; her job is saved. In the book’s last section, Kara King is fighting cancer. Her husband, Tom, has no car to the drive the two hours to a Boston hospital for visits. It’s crushing to read. When a local car dealer gives him a loaner it feels like the healing of the world. The working poor — that enormous cohort — are easily outnumbered by America’s broad middle class. Most experts agree: lifting a poor worker to the uplands of self-sufficiency takes a concerted, many-pronged effort. In that mix, invariably, must be someone willing to lend a hand, to make even a little sacrifice.
Shipler’s underlying mission, no doubt, is identical to that of the narrative stylists who toil among America’s underclass: to press readers beyond appraising poverty’s causes and effects, so often inventoried for swift, harsh judgment, to the deeper understanding that the working poor are really us. »I hope this book,» Shipler writes, »will help them to be seen.» In short, he wants to give readers something to hold onto.
Then, the questions tend to be about the »hows» — how we, as a country, might now act. Readers, by the last page, can scarcely avoid that question, or the larger algorithm that Shipler offers: »To appraise a society, examine its ability to be self-correcting. When grievous wrongs are done or endemic suffering exposed, when injustice is discovered or opportunity denied, watch the institutions of government and business and charity. Their response is an index of a nation’s health and of a people’s strength.»

 

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Siqueiros. His Life and Works – Philip Stein (versión original en inglés)

 Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: impecable

Editorial: International Publishers; First Edition edition (August 1994).

Precio: $300.

David Alfaro Siqueiros created inspired, monumental art in the midst of social action and turmoil. He won the top award at the XXV Venice Biennial, and was unsurpassed as a modern portrait painter. He became the muralist champion of modern realism, who brought his public art forms into direct relation with the viewer. His passionate commitment to art with social justice cost him many years in exile, several arrests and years in jail. He was a soldier in the Mexican Revolution, and again in Spain. He organized the miners in Jalisco and was elected president of their union.
Philip Stein wrote the definitive biography of David Alfaro Siquieros. Titled Siqueiros, His Life and Works, the book is the result of the author having worked with Siquieros in Mexico for ten years, helping the master create some of his most renowned murals. The 400 page book provides incredible insights into the work, life, and times of one of the world’s greatest political artists. The authoritative volume includes 72 pages of rare color and black & white illustrations and photographs. Also presented in Stein’s book is an up close look at the Mexican Muralist school itself – its motivations, objectives, triumphs, and lasting contributions.
Excerpt from Siqueiros – His Life and Works
«There were nineteen murals being painted in Mexico in 1948, not an excessive number, but all were sponsored by the «revolutionary» government. It had learned that it was expedient to keep the volatile muralists, as least the Big Three, busy on walls rather than deal with the political inflammation their idleness would provoke. Their «provocative» mural statements were «dangerous» enough. In June a storm flared up around the mural Diego Rivera was painting in the Hotel del Prado, a new government hotel. As was the custom, holy water was to be sprinkled in the building, and in this case the blessing of the hotel was to be performed by the archbishop of Mexico, Luis Maria Martinez. Nine months earlier, Rivera had completed a section of the mural, Dream of a Sunday in the Alameda; painted among its large cast of characters was the 19th-century Mexican politician Ignacio Ramirez, El Nigromante (The Necromancer), prominently portrayed holding a slip of paper bearing his
well-known belief, Dios no Existe.
When the archbishop arrived to perform the blessing, he of course, refused to do so unless the offending words were removed from the mural. During the previous months, it was well known that the «scandalous» words had been painted in the mural but there had been little noticeable reaction. Now, with the archbishop’s verdict, the newspapers mounted an extraordinary campaign of vilification against Rivera. He refused to change the mural and explained his position to a reporter: «To affirm ‘God does not exist,’ I do not have to hide behind Don Ignacio Ramirez; I am an atheist and I consider religions to be a form of collective neurosis. I am not an enemy of the Catholics, as I am not an enemy of the tuberculars, the myopic or the paralytics; you cannot be an enemy of the sick,
only their good friend in order to help them cure themselves.
«
The publicity in the newspapers had been riot-provoking, and Rivera’s adamant stand – «I will not remove one letter from it» – brought forth a mob of some thirty students who crashed into the Hotel del Prado, vandalizing everything in their path. In the dining room, the site of the mural, a knife was used to scrape the words no existe from the mural, leaving Dios untouched. Malevolently, they further violated the mural by defacing the self portrait of Rivera as a young boy. Newspaper reports praised the desecration of the mural. On the very night the mural was assaulted, not two blocks away in the restaurant Fonda Santa Anita, Rivera, along with Mexico’s leading artists and intellectuals, was attending a dinner honoring Fernando Gamboa, director of the museum of Fine Arts. Gamboa was speaking on the threats to freedom of expression by the forces of intolerance when word arrived about the Rivera’s mural, causing a stir in the audience.
Near midnight, when the guests left the restaurant, «A stentorian voice was heard filling Avenida Juarez, saying: ‘Let’s go to the Hotel del Prado!’ It was the voice of David Alfaro Siqueiros, who arm-in-arm with Jose Clemente Orozco and Dr. Atl, marched at the head of 100 people. Among them were the distinguished artists and writers of national and international fame: Diego Rivera, Gabriel Fernandez Ledesma, Leopoldo Mendez, Juan O’ Gorman, Frida Khalo, Maria Asunsolo, Raul Anguiano, Jose Chavez Morado, Jose Revueltas, Arturo Arzaiz y Freg, and many others. Someone told the doorman of the hotel: «We are reporters.» «Everyone?» he asked. «Everyone!»
And the group marched to the luxurious dining room, where at this hour, amid the notes of a Chopin waltz played by a chamber orchestra, were dining at various tables the lawyer Aaron Saenz, the doctor Rafael P. Gamboa, Secretary of Health and Welfare, and the lawyer Rodolfo Reyes, untiring propagandist for Franco Spain. At the shout of «Death to imperialism!» hurled by Alfaro Siqueiros, the orchestra stopped, the waiters left, and the women present were startled as the artists entered the dining room. «Viva Madero! Viva El Nigromante!» the historian Dr. Arturo Arnaiz y Freg shouted at the top of his lungs. «Death to the Archbishops who bless whorehouses and beauty salons!» in his turn shouted Raul Anguiano. A woman, the granddaughter of Ignacio Ramirez, climbed atop a table and exclaimed: «The freedom of expression that made the words of El Nigromante and the fresco of Rivera possible must be respected.»
Diego Rivera then climbed on a chair, asked for a pencil and calmly began to restore the destroyed inscription: «Dios no existe.» Juan O’ Gorman held up a delicate cup containing water for the artist to moisten an improvised brush. Meanwhile vivas could be heard for Juarez, Madero, El Nigromante and the Flores Magons. After which Rivera, directing himself to Rodolfo Reyes, said: «As in Mexico, Franco is not in command.» Directing himself to the manager of the hotel: «This hotel belongs to the people, it has been built with the money of the employees.» He then threatened that the hotel manager be ousted by the workers. «And those that are there dining in evening clothes,» pointing again at Rodolfo Reyes, «they will be finished like Mussolini: hung by the feet.» Siqueiros then announced: «As many times as they take out the sentence we will come to paint it in.» When the artists left the Hotel del Prado, the doorman, in his most correct manner, asked, «Shall I call a taxi, gentlemen?»

 

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The Life and Times of William Shakespeare – Peter Levi (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: usado.

Editorial: Henry Holt.

Precio: $300.

One of the most important books on William Shakespeare, this superb biography is both authoritative and extremely readable. It is the first modern biography of Shakespeare since the Victorian Age to pay full attention to his life and times, to his works, and to the numerous and subtle connections among them. Peter Levi emphasizes the background of Shakespeare’s life – the local and national events that shapes his experiences, his family and friends, and the Elizabethan people with whom he shared his life and populated his plays. Bringing together new work and new discoveries and reexamining the famous legends about Shakespeare, Levi uses the writings of modern historians to shed light on the poet’s life. This valuable work will be the definitive life of Shakespeare for many years to come.

 

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Shakespeare. La invención de lo humano – Harold Bloom

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

vendido

Estado: nuevo (tapa dura/sobrecubierta/cuadernillos cocidos).

Editorial: Norma.

Precio: $000.

En este extraordinario libro -la culminación de toda una vida consagrada a leer, enseñar y escribir sobre Shakespeare- Bloom demuestra una vez más que es el más eminente crítico literario de nuestro tiempo. Shakespeare. La invención de lo humano es un completo, ambicioso, apasionado y convincente análisis de la obra literar ia más importante del canon occidental, y del autor teatral que no sólo inventó la lengua inglesa, sino que también -tal como argumenta Bloom- inventó la naturaleza humana tal como la conocemos actualmente. Antes de Shakespeare había arquetipos; después de Shakespeare hubo personajes, hombres y mujeres capaces de cambiar, con personalidades absolutamente individualizadas. Bloom nos propone una minuciosa lectura de cada una de las obras teatrales de Shakespeare, empezando por el original o Ur-Hamlet-que, en contra de la línea oficial de los especialistas actuales, él atribuye a Shakespeare- y acabando con el misterioso abandono de su arte por parte de Shakespeare tras Los dos nobles parientes. Bloom sigue cada avance en la caracterización humana de los personajes, empezando con Faulconbridge, el bastardo de El rey Juan, Mercucio en Romeo y Julieta, y Bottom en El sueño de una noche de verano, y culminando con las inigualables creaciones de Falstaff, Hamlet, Yago, Cleopatra, Macbeth, Rosalinda y Lear. A medida que tomamos conciencia de los rasgos diferenciales de los más logrados personajes shakesperianos -el ingenio de Falstaff, la extraordinaria inteligencia de Hamlet, la perturbada imaginación de Macbeth, la capacidad de afecto de Lear, la teatralidad de Cleopatra, el genio de Yago para manipular la vida de los demás- logramos penetrar en las propias obsesiones de Shakespeare, y emerge antes nosotros un retrato perspicaz y emocionante del enigmático autor teatral que, según la tesis de Bloom, nos creó a todos nosotros. Este volumen es una brillante guía de la obra de Shakespeare, y también una indagación en lo que significa ser humano. Nos explica por qué Shakespeare sigue siendo nuestro más popular y universal autor dramático después de cuatro siglos y, al ayudarnos a entendernos mejor a nosotros mismos a través de Shakespeare, restaura la destacada importancia del papel del crítico literario de nuestra cultura.
Sobre Shakespeare, la Invención de lo Humano
Por Harold Bloom
Antes de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personales menores claramente distinguibles.
Cuanto más lee y pondera uno las obras de Shakespeare, más comprende uno que la actitud adecuada ante ellas es la del pasmo. Cómo pudo existir no lo sé, y después de dos décadas de dar clases casi exclusivamente sobre él, el enigma me parece insoluble. Este libro, aunque espera ser útil para otras personas, es una declaración personal, la expresión de una larga pasión (aunque sin duda no única) y la culminación de toda una vida de trabajo leyendo y escribiendo y enseñando en torno a lo que sigo llamando tercamente literatura imaginativa. La «bardolatría», la adoración de Shakespeare, debería ser una religión secular más aún de lo que ya es. Las obras de teatro siguen siendo el límite exterior del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo moralmente, incluso espiritualmente. Se ciernen más allá del límite del alcance humano, no podemos ponernos a su altura. Shakespeare seguirá explicándonos, que es el principal argumento de este libro. Este argumento lo he repetido exhaustivamente, porque a muchos les parecerá extraño.
Ofrezco una interpretación bastante abarcadora de las obras de teatro de Shakespeare, dirigida a los lectores y aficionados al teatro comunes. Aunque hay críticos shakespeareanos vivos que admiro (y en los que abrevo, con sus nombres), me siento desalentado ante gran parte de lo que hoy se presenta como lecturas de Shakespeare, académicas o periodísticas. Esencialmente, trato de proseguir una tradición interpretativa que incluye a Samuel Johnson, William Hazlitt, A. C. Bradley y Harold Goddard, una tradición que hoy está en gran parte fuera de moda. Los personajes de Shakespeare son papeles para actores, y son también mucho más que eso: su influencia en la vida ha sido casi tan enorme como su efecto en la literatura postshakespeareana. Ningún autor del mundo compite con Shakespeare en la creación aparente de la personalidad, y digo «aparente» aquí con cierta renuencia. Catalogar los mayores dones de Shakespeare es casi un absurdo: ¿Dónde empezar, dónde terminar? Escribió la mejor prosa y la mejor poesía en inglés, o tal vez en cualquier lengua occidental. Esto es inseparable de su fuerza cognitiva; pensó de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor. Es asombroso que un tercer logro supere a éstos, y sin embargo comparto la tradición johnsoniana al alegar, casi cuatro siglos después de Shakespeare, que fue más allá de todo precedente (incluso de Chaucer) e inventó lo humano tal como seguimos conociéndolo. Una manera más conservadora de afirmar esto me parecería una lectura débil y equivocada de Shakespeare: podría argumentar que la originalidad de Shakespeare estuvo en la representación de la cognición, la personalidad, el carácter. Pero hay un elemento que rebosa de las comedias, un exceso más allá de la representación, que está más cerca de esa metáfora que llamamos «creación». Los personajes dominantes de Shakespeare -Falstaff, Hamlet, Rosalinda, lago, Lear, Macbeth, Cleopatra entre ellos- son extraordinarios ejemplos no sólo de cómo el sentido comienza más que se repite, sino también de cómo vienen al ser nuevos modos de conciencia.
Podemos resistirnos a reconocer hasta qué punto era literaria nuestra cultura, particularmente ahora que tantos de nuestros proveedores institucionales de literatura coinciden en proclamar alegremente su muerte. Un número sustancial de norteamericanos que creen adorar a Dios adoran en realidad a tres principales personajes literarios: el Yahweh del Escritor J (el más antiguo autor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de Marcos, y el Alá del Corán. No sugiero que los sustituyamos por la adoración de Hamlet, pero Hamlet es el único rival secular de sus más grandes precursores en personalidad. Su efecto total sobre la cultura mundial es incalculable. Después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental; nadie le reza, pero tampoco nadie lo rehuye mucho tiempo. (No se le puede reducir a un papel para un actor; tendríamos que empezar por hablar, de todos modos, de «papeles para actores», puesto que hay más Hamlets que actores para interpretarlos.) Más que familiar y sin embargo siempre desconocido, el enigma de Hamlet es emblemático del enigma mayor del propio Shakespeare: una visión que lo es todo y no es nada, una persona que fue (según Borges) todos y ninguno, un arte tan infinito que nos contiene, y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros.
Con la mayor parte de las obras de teatro, he tratado de ser tan directo como lo permitían las rarezas de mi propia conciencia; dentro de los límites de una franca preferencia por los personajes antes que por la acción, y de una insistencia en lo que llamo «ir al primer plano» mejor que el «ir al trasfondo» de los historicistas viejos y nuevos. La sección final, «Ir al primer plano», pretende ser leída en relación con cualquiera de las obras de teatro indiferentemente, y podría haberse impreso en cualquier parte de este libro. No puedo afirmar que soy directo en lo que respecta a las dos partes de Enrique iv, donde me he centrado obsesivamente en Falstaff, el dios mortal de mis imaginaciones. Al escribir sobre Hamlet, he experimentado con el uso de un procedimiento cíclico, tratando de los misterios de la obra y de sus protagonistas mediante un constante regreso a mi hipótesis (siguiendo al difunto Peter Alexander) de que el propio Shakespeare joven, y no Thomas Kyd, escribió la primitiva versión de Hamlet que existió más de una década antes del Hamlet que conocemos. En El rey Lear, he rastreado la fortuna de las cuatro figuras más perturbadoras ?el Bufón, Edmundo, Edgar y el propio Lear a fin de rastrear la tragedia de ésta que es la más trágica de las tragedias.
Hamlet, mentor de Freud, anda por ahí provocando que todos aquellos con quienes se encuentra se revelen a sí mismos, mientras que el príncipe (como Freud) esquiva a sus biógrafos. Lo que Hamlet ejerce sobre los personajes de su entorno es un epítome del efecto de las obras de Shakespeare sobre sus críticos. He luchado hasta el límite de mis capacidades por hablar de Shakespeare y no de mí, pero estoy seguro de que las obras han inundado mi conciencia, y de que las obras me leen a mí mejor de lo que yo las leo. Una vez escribí que Falstaff no aceptaría que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Eso se aplica también a los iguales de Falstaff, ya sean benignos como Rosalinda y Edgar, pavorosamente malignos como lago y Edmundo, o claramente más allá de nosotros, como Hamlet, Macbeth y Cleopatra. Unos impulsos que no podemos dominar nos viven nuestra vida, y unas obras que no podemos resistir nos la leen. Tenemos que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente como podamos, sabiendo a la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún. Nos leen definitivamente.

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Absence of the Hero. Uncollected Stories and Essays, Vol. 2: 1946-1992 – Charles Bukowski (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: impecable.

Editorial: City Lights.

Introducción:  David Stephen Calonne.

Edición: David Stephen Calonne.

Precio: $300.

Everyone’s favorite Dirty Old Man returns with a new volume of uncollected work. Charles Bukowski (1920–1994), one of the most outrageous figures of twentieth-century American literature, was so prolific that many significant pieces never found their way into his books. Absence of the Hero contains much of his earliest fiction, unseen in decades, as well as a number of previously unpublished stories and essays. The classic Bukowskian obsessions are here: sex, booze, and gambling, along with trenchant analysis of what he calls “Playing and Being the Poet.” Among the book’s highlights are tales of his infamous public readings (“The Big Dope Reading,” “I Just Write Poetry So I Can Go to Bed with Girls”); a review of his own first book; hilarious installments of his newspaper column, Notes of a Dirty Old Man, including meditations on neo-Nazis and driving in Los Angeles; and an uncharacteristic tale of getting lost in the Utah woods (“Bukowski Takes a Trip”). Yet the book also showcases the other Bukowski—an astute if offbeat literary critic. From his own “Manifesto” to his account of poetry in Los Angeles (“A Foreword to These Poets”) to idiosyncratic evaluations of Allen Ginsberg, Robert Creeley, LeRoi Jones, and Louis Zukofsky, Absence of the Hero reveals the intellectual hidden beneath the gruff exterior.
Our second volume of his uncollected prose, Absence of the Hero is a major addition to the Bukowski canon, essential for fans, yet suitable for new readers as an introduction to the wide range of his work.
«He loads his head full of coal and diamonds shoot out of his finger tips. What a trick. The mole genius has left us with another digest. It’s a full house—read ‘em and weep.»
Tom Waits
Charles Bukowski*
Enrique Symms
 Es de buitre o de chacal escribir sobre literatura, sobre lo que otros escriben o sobre la vida de los escritores. No escribas nada si no te arrastró la vida con su peso muerto, si no tienes cicatrices del tiempo que te fueron dejando todos esos días vagabundeados sin ton ni son por los pabellones del gran shopping que es el mundo o si de casualidad o por que estabas distraído no fuiste testigo de cuando a otros los arrasaban, los labraban con todos esos aparatos del demonio que la tecnología cría y seguirá criando hasta completar los objetivos del siniestro plan que algún día sabré exactamente quién diseño. Hay una excepción, claro. Puedes escribir sobre esos escritores cuyas vidas y sus historias y sus mitologías te hayan modificado la carretera por donde caminan tus senderos. No te propusiste contar las 2000 pelotudeces que le pasaron al tipo en su historia tal como te pasan a ti y a cualquier hijo de cualquier rutinario coño. Nada de eso. Estás inevitablemente reencarnado por ese tipo y por sus personajes, que se parecen a ti hasta en la manera de lavarse los calzoncillos. El tipo te inoculó su veneno y ahora eres él. Además de ocupar este incómodo metro cuadrado en el espacio, este metro cuadrado de masa física, esplazamientos y de gestos, ese espacio que dado en denominar «YO» y que otros llaman «Enrique», porque «YO» les pasó el dato, además soy todos esos héroes inventados por mis amigos desconocidos: no me cansó de ver los films de Martin Scorsese que cuentan la historia que yo hubiera contado y soy Joe Pesci pateando la cabeza de quién me faltó el respeto en «Buenos Muchachos», estoy gatillando mis pistolas en «Taxi Driver» sobre los proxenetas porqué fracasé en mi intento de matar al presidente Menem, soy el boxeador rebelde y traicionado de «El Toro Salvaje», el burguesito perdido en el desopilante laberinto de «After Hours» el psicópata que corrompe para siempre a la nena metiéndole en la boca en «Cabo de Miedo», y también soy cualquiera de los muchachitos aprendices del delito en «Calles Asesinas». Soy el río primaverante que fluye torrentoso por las páginas de «Primavera Negra» de Henry Miller, quizá la obra poética más contundente de todo el siglo, ese río que entró a mi vida a los 16 años inundando mis prejuicios, aliviando mis sufrimientos, proponiéndome nuevas aventuras y viejas humillaciones. Y también soy, lamentablemente William Burroughs, que se introdujo como una jeringa en mi mente inyectando la sutil paranoia de los fantasmas alienígenas que nos habitan, esa búsqueda imposible del proyector de imágenes que estructuran esta pesadilla convivencial del mercado común familiar societario. No tengo una verga que ver con maricones psicoanalizados como Woddy Allen. Porque soy ese borracho, ese tipo que parece un mono, que se emborracha todos los días y de vez en cuando se coje una nena. SOY BUKOWSKI. Desde los 20 años que leí todas sus obras, y sin embargo nunca lo leí. No sé si sabés a qué me refiero, con leer sin leer, como tragar sin masticar. Fue debido a una maléfica casualidad, en una noche de caravana acorralado por Vera Land, que lo leí. Leer a Burroughs: sumergirse en un remolino hambriento que te arrastra hacia los abismos de la locura. Leerlo, ponerse a trabajar con sus propuestas. Fue hace apenas cuatro años. También fue apenas hace siete años que leí por primera vez a Bukowski: «Cartero». El periodista Claudio Kleiman fue el primero que me lo mencionó: «¿Tío, leiste a Bukowski?» – «¡Pero claro! – le respondí, con la misma pasión con que a veces respondo cuando me preguntan si vi «Batman» o «La Nave Va», films que jamás vería. Pero fue otro periodista quien prácticamente me obligó a leerlo. Carlos Polimeni, en un memorable viaje de cobertura periodística al festival de rock de La Falda, me pidió que hiciera un monólogo en el pasillo del ómnibus: «Che, Bukowski… hacéte un monólogo». Fue una pesadilla. a partir de ese momento, amigos y desconocidos, lectores y parientes me llamaban, «Chinaski» o «Bukowski».
No era muy afecto a leer. Hay pocos libros para leer. Me refiero a los pocos libros que contienen las instrucciones que dejaron escritas algunos pilotos expertos, para navegar en este miserable planeta. Pero si algún día alguien empieza a llamarte Dostoievski, vas a tener que leerlo, solo para verificar si es porque eres epiléptico o un buen narrador. Después de «Cartero», siguió todo el resto: «Mujeres», «Eyaculaciones……..», «Música de Cañerías», «Hollywood», «Factotum», «La Senda del Perdedor» «La máquina de Follar». Y también algunas pocas poesías que se publicaron en Buenos Aires, que alcanzaron para intuir la dimensión del gran poeta.
Bukowski es como el Corto Maltés, o las actuaciones de Robert De Niro o Michael Rourke: todo lo que lees es lo mismo, huele al mismo sudor, te deja el sabor amargo de un antiguo chiste contado para distraer a la muerte, te envicia Bukowski porque las palabras tienen su aliento y podés sentir la saliva que escupen, y sus historias de bares y pensiones son las mismas que tu vives en los mismos bares y las mismas pensiones. Todavía me dan ganas de cortarles la cara a ésos que consideran a Bukowski un escritor menor. «Es fácil escribir así», «No agrega nada», Mierda, prueba, cornudo, prueba. Es casi imposible escribir tal cual, tal cual el mundo se chorrea sobre tu percepción. Sin inventos, sin hiperbaton, sin grandes espectáculos ni resplandores gramaticales. Nunca los hay en la vida. Esas tremendas cosas sin importancia, esas son tu vida.
Bukowski escribe para los que habitamos en el sotano oscuro de ese edificio abandonado que es este tiempo. Para nosotros, que no tenemos un pedo de ganas de que nos lo cuente Joyce, con sus 2600000 detalles, para nosotros, que se nos ha roto la silla en donde estábamos sentados frente a las puertas de la eternidad, esperando jugarnos el tiempo y lo perdimos, ya no nos queda tiempo para apostar en entretenimientos literarios, no queremos que nos distraigan mientras miramos y estudiamos este siglo de aburrimiento que han empezado a proyectar en las pantallas de todo el mundo, no nos distraigan con chorradas y pájerías literarias. Leemos a Bukowski que nos lo cuenta en el tiempo en que tardás en echarte un mal polvo y volvemos a mirar sobre la ligustrina podada del mundo, mirándolo todo, sintiendo nada. Sentado sobre una insegura incomodidad que es este lugar, este sitio que probablemente ya no exista más en el diseño del plan. Pero no es tan jodido. Nada duele demasiado, ni te acongoja casi todo lo que ves y casi todo lo que pasa te importa tres pitos.
¿Y ENTONCES PORQUÉ ESCRIBES? Por que no queda otra.
Hay que tener un insano prejuicio para creer que la literatura es importante, que la poesía es trascendente, que un artista es algo que no salió por el mismo ojete donde salieron las albondigas y los tornillos. Escribir es pura mierda. Y encima todo escritor sabe que te tiene que ir muy mal en la vida para poder escribir más o menos bien. Cuanto más mal, mejor lo harás. Y eso es el escritor. Un puñetero desgraciado que le reza a sus entrañas para que hagan fracasar a la bestia, para que cojamos mal, para que no tengamos dinero, para que los pulmones se acostumbren a respirar con dolor (éso que los maricones llaman angustia). Te adiccionás a la desgracia, te acostumbrás al rito de sentarte frente a este animal viscoso y repugnante que estoy tecleando ahora mismo y esperar pacientemente que las palabras se hablen entre ellas, que se olviden que las estás escuchando o que te olvides tu de escucharlas, que los dioses o el vago de la esquina de la nada duerman tu conciencia y todo sea escrito como si fueras una mina cojida mientras duerme. Y después acostumbrarte a todos los días o noches en donde los vagos de los dioses están estreñidos y ni siquiera sale olor del culo de tu creatividad.
¿Nunca caminaste por LA SENDA DEL PERDEDOR? Esa senda por la que se trasladan, caminando o arrastrándose, ansioso como niños o desencantados como ancianos, todos los seres que perdieron el rumbo, la cacería, la nostalgia y la alegría. Todos marcados por la misma cicatriz, el estigma de haber tocado los cables pelados que produjeron un pequeño cortocircuito en la farsa humana. Es todo un pueblo, una raza raigal atravesando los siglos de este instante arrastrados por el viento del fracaso, nacidos bajo la determinación de un calendario maldito construido por una casta de agricultores que le cantan a la muerte. Malos boxeadores, ladrones y ladronzuelos, vagos, orgullosos sin armas, ayudantes de cualquier oficio, vocacionados que vomitaron su destino, tipos que nunca aprendieron a limpiarse el culo, tipos útiles para nada porque son como dioses que no pueden hundir sus manos mentales sobre la arcilla de sensaciones del teatrillo que sueñan.
Pero a veces sucede que los perdedores consiguen triunfar.
Tipos como Charles Bukowski, mal nacidos de la mala hora, un granuliento inmundo, hijo de un hijo de puta que lo revienta a palos, un vago inservible que observa la maldad del mundo mientras se endurece. Trabaja en el correo y juega a los burros. Es uno de esos a los que no les queda más que ser escritor. Pero no es un tipo sutil como Pessoa, que usaba el mundo como ventana, que le daba lo mismo mirar por el periscópio de una oficina 8 horas por día de todos los días de todas las semanas o desde la puerta entreabierta de una gran aventura, porque todo momento y todo lugar le eran óptimos para describir la miseria perceptiva de ese animal usurpado que es el hombre. No, este tipo no es un poeta sutil. Es un bruto, un bravucón como tú que prometió conquistar los sueños, un hombre que se apasiona con las damas y termina tomando café con putitas de cocaína, un peleador callejero hijo de Atila que terminó leyendo a Rimbaud en la casa de su suegro y que siguió prometiéndose COJERSE UNA NENA DE 18 A LOS 80. Prométete eso a los 50 y alegrate y festejá a los 60 si estás cojiendo de 25. Pero a los 70 es tarde, ya has triunfado, has conseguido arrastrar tu bulto de boxeador callejero molido a palos por la vida hasta las puertas del mito, ahora eres famoso o bastante conocido, te saludan por la calle los hombres de barba y las chicas se humedecen con tus páginas. Hasta pasan una película de tu vida en el Space. Y escriben artículos importantes sobre lo importante que sos para la literatura contemporánea, te hacen reportajes y uno de estos días aparecerá tu cara estropeada transladada por los rayos catódicos hasta el cerebro de los consumidores, aparecerás maquillado como un maricón para decir: «Odio a la Humanidad», mientras el locutor sonríe con ternura. 20 años de emborracharte hasta los huevos, de reventarte a piñas, de ser ladrón o zopenco, todas esas docenas de bocas que besaste y que se comieron tu leche, toda esa colección de amores frustrados, y ahora no habrá para tí el sabor de esa nena de 18 años porque tendrá olor a libro viejo, esa conchita ha aprendido a hablar y te volverá loco otra vez, oh, maldito mundo de cartón.
ASI ES HOLLYWOOD, BARFLY. Así es en todas las sucursales del mundo donde Hollywood desplagó sus sets, los mismos decorados de una pasión pintada. En Roma o en Necochea, en la casa de Fito Páez o en el palacio del Ayatollah, en la cabaña del leñador y en la pieza mugrienta del soldador de filtros mecánicos. Tu vida no vale nada, sólo hay vales que te dan para que transites por los distintos pabellones, vales para que te compres esas chorradas que tanto te gustan. Y aquí estoy yo, internado en casa, se terminaron las vacaciones en el planeta, voy a tener que escribir un buen libro porque toda la gilada de los periodistas lo está haciendo, voy a tener que demostrar que soy mejor que ellos. Corrijo: que sé escribir, simplemente. Mientras estoy friendo unos huevos, pensando como cerrar este prólogo o como se llame, por la radio pasan un tema de Rod Stewart que quiebra la armonía de esta mortaja. Dice: «cuando estés lejos de tu casa, y nadie te ame ni te conozca, te deseo mucha suerte y que la luz te ilumine, y cuando te pierdas en los caminos y ya no puedas volver iré tras de ti para recordarte que eres joven, que siempre, siempre serás joven. Y aunque no te encuentres por esos caminos, te recordaré y estaré contigo, ganes o pierdas, alcances o no alcances tu meta, estaré contigo y te recordaré que siempre, siempre serás joven». No deja de sorprenderme comprobar que aún estoy vivo, sepultado bajo esta capa de soledad que exhalan la mayoría de los seres que conozco.
Es raro conmoverse. Fue un recuerdo electrocutante de aquella vitalidad despierta y desamparada de los 16 o 17 años, ese amor que estaba bajo mi ropa, el recuerdo fulminante atravesó la coraza de anestesia dentro de la cual me voy congelando a medida que me aproximo al océano de la eternidad. Soy un buen emparedado de nervios pelados y cemento armado. Lo experimento ese congelamiento. Lo veo. Esa mezcla de fluido geométrico de naturaleza óptica que veo cuando me friego los párpados con los ojos cerrados. ¿Ese plasma de melaza existe debido a la permanente invasión visual edilicia y catódica o por las propias características del fotómetro instalado en el cráneo de un mono estúpido y curioso hace miles de años? ¿Y esta anestesia, es uno de los síntomas del obturamiento del aparato perceptivo que se va desgastando a medida que la geometría gramatical lo va moldeando? ¿Los poros perceptivos del miedo, del peligro, del amor se ensucian y por tanto el amor y el peligro y el miedo dejan de acecharnos en las puertas de nuestras vesículas receptoras o ese embotamiento que se incorpora poco después de la adolescencia a nuestra conducta es una enfermedad generada por las excreciones del reptil dorsal que duerme en tu espalda? ¿A ti te importan un carajo estas preguntas? A mí no. Yo me pongo a llorar como un viejo niño tonto cuando pienso cosas como esas.
Mientras como mi huevo frito y al mismo fumo mi cigarro y comprendo porque me dicen Bukowski: no porque escriba bien, sino porque estoy con mi copa en la mano, siempre, llueva o truene, me la estés chupando o me quieras pelear, en el escenario o en el bosque. Lo que me queda con vida levanta la copa, como un ser enterrado vivo que perfora el ataúd para respirar. Y todos lo bebedores, apuéstalo, están vivos en parte. Sed del alma, llanto o risa del alma, todas mis emociones son grandes alientos, grandes inspiraciones de aire que realizo para después seguir aguantando la respiración bajo la mortaja de la vida social. Apago el pucho sobre el huevo y te cuento la fantasía que bailaba en los pasadizos de mi mente mientras la canción de Rod Stewart me bañaba de sol y eternidad.
Estoy un día muy borracho y están a punto de reportearme en un programa de tv o de radio o dando una conferencia en un bar, prefiero que sea la TV, porque soy tan exhibicionista como Bukowski y tal como le paso a él, estaría ahí entre el panel de reporteados o lo que mierda se trate, muy borracho y el locutor diría: «Aquí también se encuentra con nosotros el Licenciado Vidal…» y yo no entendería nada, o sí entendería pero para el culo, escucharía otra voz, una voz más remota como si hubiera dicho, «Con ustedes, un psiquiatra de Rodez…», me acordaría de ese psiquiatra que destruyó la vida de un gran amigo, no sé qué pesadilla tendría cuando todos me vieran levantarme con la botella de ginebra en una mano y la navaja en la otra. Buscaría la cara del licenciado Vidal y capaz que vería el rostro del putañero tipo del noticiero, o el curita del Proyecto Andrés, o el comisario Mendizábal, y le partiría la botella de ginebra en la cara al licenciado y una escupida de sangre saltaría hacia las cámaras. Un poco de refrescante sangre que corra por los rayos catódicos de este perverso complot y te moje los ojos. Tu lo sabés como yo. La sangre es la única poesía que fluye como un río y por donde alguna vez nos escaparemos de noche, navegando alborozados, hasta perdernos para siempre. //
* Este texto forma parte del prólogo que Enrique Symns escribió para el libro «100 poemas» de Charles Bukowski, editado por emptybeercan ediciones con selección y traducción de los poemas de Federico Ludueña.
 Vasos vacíos *
Sean Penn
 Charles Bukowski nació en Andernach, Alemania, en 1920. A los tres años de edad llegó a los Estados Unidos y creció en Los Angeles. Actualmente reside en San Pedro, California, con su esposa, Linda. Famoso borracho, peleador y mujeriego, Genet y Sartre lo llamaron “el mejor poeta de los Estados Unidos”, pero sus amigos lo llaman Hank.
Bares: “Ya no voy mucho a bares. Saqué eso de mi sistema. Ahora, cuando entro a un bar, siento náuseas. Estuve en demasiados, es apabullante. Son para cuando uno es más joven: todo eso de irse a las manos con un tipo, hacerse el macho, levantarse minas. A mi edad, ya no lo necesito. Hoy sólo entro a los bares para mear. A veces cruzo la puerta y empiezo a vomitar”.
El alcohol: “El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Siempre fui reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre en la cama. Es una liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo un montón de cosas atrevidas… Entonces el alcohol me gusta, cómo no”.
Fumar: “Me gusta fumar. El cigarrillo y el alcohol se equilibran. Yo solía despertarme de una borrachera y había fumado tanto que mis dos manos estaban amarillas, casi marrones, como si tuviera puestos guantes. Y me preguntaba: ‘¡Mierda! ¿Cómo se verán mis pulmones?’”.
Pelear: “La mejor sensación es cuando golpeás a un tipo que no se supone que puedas golpear. Una vez me metí con un tipo, me estaba insultando. Le dije: ‘Bueno, adelante’. No tuve ningún problema, le gané la pelea fácilmente. Estaba tirado en el piso. Tenía la nariz ensangrentada. Me dijo: ‘Jesús, te movés siempre tan lentamente que pensé que serías fácil. Y cuando empezó la condenada pelea, ya no podía ver tus manos, te volviste tan rápido. ¿Qué pasó?’. Le dije: ‘No sé, hombre. Así son las cosas. Uno ahorra para cuando tiene que usarlo’”.
Los gatos: “Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse y ellos lo saben. Por eso son salvadores. Cuantos más gatos uno tenga, más tiempo vivirá. Si tenés cien gatos, vivirás diez veces más que si tenés diez. Algún día esto será descubierto: la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre. Realmente es ridículo”.
Las mujeres y el sexo:  “Yo las llamo máquinas de quejarse. Las cosas con un tipo nunca están bien para ellas. Y cuando me tiran toda esa histeria… Tengo que salir, agarrar el auto e irme. A cualquier parte. Tomar una taza de café en algún lado. En cualquier lado. Cualquier cosa menos otra mujer. Supongo que están construidas de diferente manera, ¿no? Cuando la histeria empieza, se acaba todo. Uno se tiene que ir, ellas no entienden por qué. ‘¿Adónde vas?’, te gritan. ‘¡Me voy a la mierda, nena!’. Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Es puro boca a boca. Escuchan que Bukowski es ‘un cerdo macho chauvinista’, pero no chequean la fuente. Seguro, a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos, pero con los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o perro. Las mujeres son tan quisquillosas, piensan que me las agarro con ellas en particular. Ése es su problema”.
La primera vez: “Mi primera vez fue la más rara. No sabía cómo hacerlo, y ella me enseñó a chuparle la concha y todas esas cosas de coger. Me acuerdo de que me decía: ‘Hank, sos un buen escritor, pero no sabés una mierda sobre las mujeres’. ‘¿Qué querés decir? Estuve con un montón de mujeres.’ ‘No, no sabés nada. Dejame enseñarte algunas cosas.’ Le dije que bueno y ella: ‘Sos buen estudiante, entendés rápido’. Eso fue todo. (Está un poco avergonzado. No por los detalles sino por el sentimentalismo del recuerdo.) Pero todo ese asunto de chupar conchas se puede poner un poco servil. Me gusta hacerlas gozar, pero… Todo está sobrevalorado. El sexo sólo es una gran cosa cuando no lo hacés”.
El sexo antes del sida (y su casamiento): “Yo nada más entraba y salía de entre las sábanas. No sé, era como un trance, un trance de coger. Y las mujeres… uno les decía algo, las tomaba de la muñeca, ‘vamos, nena’, las guiaba hasta el dormitorio y se las cogía. Cuando uno entra en el ritmo, sigue adelante. Hay un montón de mujeres solitarias allá afuera. Son lindas, pero no se saben conectar. Están sentadas solas, van al trabajo, vuelven a la casa… es algo maravilloso para ellas que un tipo se les aparezca. Y si se sienta cerca, bebe y habla, es entretenimiento. Estuvo bien, tuve suerte. Las mujeres modernas… no te cosen los botones”.
Escribir: “Escribí un cuento desde el punto de vista de un violador de una niña muy pequeña. Y la gente me acusó. Me hicieron entrevistas. Decían: ‘¿Le gusta violar a niñitas?’. Dije: ‘Por supuesto que no. Estoy fotografiando la vida’. Me metí en problemas con montones de cosas. Pero, por otro lado, los problemas venden libros. Pero, en última instancia, escribo para mí. (Da una larga pitada a su cigarrillo.) Es así. La pitada es para mí, la ceniza es para el cenicero. Eso es publicar. Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado desnudo. Todo el mundo te puede ver. De noche es cuando se sacan los trucos de la manga… la magia”.
La poesía: “Siempre recuerdo que, en el patio de la escuela, cuando aparecía la palabra ‘poeta’ o ‘poesía’, todos los pendejos se reían y se burlaban. Puedo ver por qué: es un producto falso. Ha sido falso y snob y endogámico por siglos. Es ultradelicado, sobreapreciado. Es un montón de mierda. Durante siglos, la poesía es casi basura total. Es una farsa. Ha habido grandes poetas, no me entienda mal. Hay un poeta chino llamado Li Po. Podía poner más sentimiento, realismo y pasión en cuatro o cinco sencillas líneas que la mayoría de los poetas en sus doce o trece páginas de mierda. Y bebía vino también. Solía quemar sus poemas, navegar por el río y beber vino. Los emperadores lo amaban porque podían entender lo que decía. Por supuesto, sólo quemó sus poemas malos. Lo que yo quise hacer, si me disculpa, es incorporar el punto de vista de los obreros sobre la vida… los gritos de sus esposas que los esperan cuando vuelven del trabajo. Las realidades básicas de la existencia del hombre común… algo que pocas veces se menciona en la poesía desde hace siglos. Mejor, que quede registrado que dije que la poesía es una mierda desde hace siglos. Y una vergüenza”.
Céline: “La primera vez que leí a Céline, me fui a la cama con una caja grande de galletitas Ritz. Empecé a leerle y me comía una galletita Ritz, me reía, me comía una Ritz, leía. Leí la novela entera de un tirón y me terminé la caja de galletitas. Y me levanté y tomé agua. Tendrías que haberme visto. No me podía mover. Eso es lo que un buen escritor te puede hacer. Casi te puede matar. Un mal escritor puede hacerlo, también”.
Shakespeare: “Es ilegible y está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda. Cuando algo dura mucho tiempo, los snobs empiezan a aferrarse a él, como ventosas. Cuando los snobs sienten que algo es seguro, se aferran. Pero si les decís la verdad, se ponen salvajes. No pueden soportarlo. Es atacar su propio proceso de pensamiento. Me desagradan”.
Su material de lectura favorito: “Leí en el The National Enquirer una nota titulada ‘¿Es su marido homosexual?’. Linda me dijo: ‘¡Tenés voz de puto!’. Yo dije: ‘Oh, sí, siempre me lo pregunté’. Ese artículo decía: ‘¿Su marido se depila las cejas?’. Y yo pensé, mierda, lo hago todo el tiempo. Ahora sé lo que soy. Me depilo las cejas, soy un puto. Es muy amable de parte de The National Enquirer decirme lo que soy”.
El humor y la muerte: “El último gran humorista era un tipo llamado James Thurber. Pero su humor era tan magnífico que tuvieron que ignorarlo. Este tipo era, podría decirse, un psiquiatra de las edades. Tenía algo ambiguo, hombre-mujer, veía cosas. Era sanador. Su humor era tan real que uno gritaba de risa, era como una liberación frenética. Aparte de Thurber, no puedo pensar en nadie… Yo tengo algo de humorista, pero no como él. No llamo humor a lo que tengo, lo llamo un ‘filo cómico’. Estoy colgado en eso. Casi todo lo que pasa es ridículo. Cagamos todos los días. Eso es ridículo, ¿no te parece? Tenemos que seguir meando, poniendo comida en nuestras bocas, nos sale cera de los oídos. Tenemos que rascarnos. Cosas feas y tontas, ¿o no? Las tetas no sirven para nada, salvo…”.
Nosotros: “La verdad es que somos monstruosidades. Si pudiéramos vernos, podríamos amarnos, darnos cuenta de lo ridículos que somos, con nuestros intestinos retorcidos por los que se desliza lentamente la mierda mientras nos miramos a los ojos y decimos: ‘Te amo’. Nos carbonizamos y producimos mierda, pero no nos tiramos pedos cerca del otro. Todo tiene un filo cómico”.
Ganar: “Y después nos morimos. Pero la muerte no nos ha ganado. No ha mostrado ninguna credencial. Nosotros hemos mostrado todas las credenciales. Con el nacimiento, ¿nos ganamos la vida? No realmente, pero de seguro la hija de puta nos tiene atrapados… La muerte me provoca resentimiento, la vida también, y mucho más estar atrapado entre las dos. ¿Sabés cuantas veces intenté suicidarme? Dame tiempo, sólo tengo 66 años. Sigo trabajando en eso. Cuando uno tiene tendencias suicidas, nada lo molesta, excepto perder en las carreras de caballos. ¿Por qué será? A lo mejor porque uno usa su mente en las carreras, no su corazón. Pero nunca cabalgué. No estoy muy interesado en el caballo sino en el proceso de acertar o no, selectivamente”.
Las carreras: “Traté de ganarme la vida con las carreras por un tiempo. Es doloroso. Es vigorizante. Todo está al límite, el alquiler, todo. Pero uno tiende a ser cuidadoso. Una vez estaba sentado en una curva. Había doce caballos en la carrera y estaban todos amontonados. Parecía un gran ataque. Todo lo que veía era esos grandes culos de caballo subiendo y bajando. Parecían salvajes. Miré esos culos de caballos y pensé: ‘Esto es una locura total’. Pero hay otros días en los que ganás cuatrocientos o quinientos dólares, ganás ocho o nueve carreras al hilo, y te sentís Dios, como si lo supieras todo. Y todo queda en su lugar”.
La gente: “No miro mucho a la gente. Es perturbador. Dicen que si mirás mucho a otra persona, te empezás a parecer a ella. Pobre Linda. La mayoría de las veces me la puedo pasar sin la gente. La gente no me llena, me vacía. No respeto a nadie. Tengo un problema en ese sentido. Estoy mintiendo pero, creeme, es verdad”.
La fama: “Es destructora. Es una puta, una perra, la destructora más grande de todos los tiempos. A mí me tocó la mejor parte porque soy famoso en Europa y desconocido aquí, en Estados Unidos. Soy uno de los hombres más afortunados. La fama es terrible. Es una media en una escala del denominador común, la meten trabajando a un nivel bajo. No tiene valor. Una audiencia selecta es mucho mejor”.
La soledad: “Nunca me sentí solo. He estado en una habitación, me he sentido suicida. Estuve deprimido, me he sentido horrible más allá de lo descriptible, pero nunca pensé que una persona podía entrar a una habitación y curarme. Ni varias personas. En otras palabras, la soledad no es algo que me molesta porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo. Siento la soledad cuando estoy en una fiesta, o en un estadio lleno de gente vitoreando algo. Citaré a Ibsen: ‘Los hombres más fuertes son los más solitarios’. Nunca pensé: ‘Bueno, ahora va a entrar una rubia hermosa y vamos a garchar, y me va a frotar las bolas, y me voy a sentir bien’. No, eso no iba a ayudar. Viste cómo piensa la gente común: ‘Guau, es viernes a la noche, ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos acá sentados?’. Bueno, sí. Porque no hay nada allá afuera. Es estupidez. Gente estúpida mezclándose con gente estúpida. Que se estupidicen entre ellos. Nunca tuve la ansiedad de lanzarme a la noche. Me escondía en bares porque no quería esconderme en fábricas. Eso es todo. Les pido perdón a los millones, pero nunca me sentí solo. Me gusta estar conmigo mismo. Soy la mejor forma de entretenimiento que puedo encontrar”.
El tiempo libre: “Es muy importante tener tiempo libre. Hay que parar por completo y no hacer nada por largos períodos para no perderlo todo. Seas un actor o una ama de casa, cualquier cosa, tiene que haber grandes pausas en las que no hacés nada. Uno se tira en una cama a mirar el techo. Hacer nada es muy, muy importante. ¿Y cuánta gente lo hace en la sociedad moderna? Muy poca. Por eso la mayoría está totalmente loca, frustrada, enojada y odiosa. Antes de casarme, o de conocer a muchas mujeres, bajaba las cortinas y me metía en la cama por tres o cuatro días. Me levantaba para cagar y para comer una lata de porotos. Después me vestía y salía a la calle, y el sol brillaba y los sonidos eran maravillosos. Me sentía poderoso, como una batería recargada. Pero, ¿sabés qué me tiraba abajo? El primer rostro humano que veía en la vereda. Esa cara nomás me hacía perder la mitad de la carga. Esta cara monstruosa, sin expresión, tonta, sin sentimientos, cargada de capitalismo. Pero aún así valía la pena, me quedaba la mitad de la carga todavía. Por eso el tiempo libre es importante. Y no digo tomarse tiempo para tener pensamientos profundos. Hablo de no pensar en absoluto. Sin pensamientos de progreso, sin pensamientos sobre uno mismo. Sólo ser un haragán. Es hermoso”.
La belleza: “No existe algo como la belleza, especialmente en un rostro humano, eso que llamamos fisonomía. Todo es un imaginado y matemático alineamiento de rasgos. Por ejemplo, si la nariz no sobresale mucho, si los costados están bien, si las orejas no son demasiado grandes, si el cabello no es demasiado largo. Es una mirada generalizadora. La gente piensa que ciertos rostros son hermosos, pero, realmente, no lo son. La verdadera belleza, por supuesto, viene de la personalidad. No tiene nada que ver con la forma de las cejas. Me dicen de tantas mujeres que son hermosas… pero cuando las veo, es como mirar un plato de sopa”.
La fealdad: “No existe. Hay algo llamado deformidad, pero la simple fealdad no existe. He dicho”.
Érase una vez: “Era invierno, yo me estaba muriendo de hambre intentando ser escritor en Nueva York. No había comido en tres o cuatro días. Así que finalmente dije: ‘Me voy a comer una gran bolsa de pochoclo’. Cada grano era como un churrasco. Tragaba y echaba pochoclo a mi estómago que decía ‘¡Gracias, gracias!’. Estaba en el paraíso, caminando por ahí, hasta que dos tipos pasaron a mi lado y uno le dijo al otro: ‘¡Jesús!’. El otro dijo: ‘¿Qué pasa?’ ‘¿Viste a ese tipo comiendo pochoclo? Dios, era horrible.’ Así que no pude disfrutar el resto del pochoclo. Pensé qué quisieron decir con eso de que ‘era horrible’. Yo estaba en el paraíso. Supongo que era un poco cochino. Ellos siempre pueden distinguir a un tipo hecho mierda”.
La prensa: “Disfruto las cosas malas que se dicen sobre mí. Aumenta la venta de libros y me hace sentir malvado. No me gusta sentirme bien porque soy bueno. ¿Pero malo? Sí. Me da otra dimensión. Me gusta ser atacado. ‘¡Bukowski es desagradable!’ Eso me hace reír, me gusta. ‘¡Es un escritor desastroso!’ Sonrío más. Me alimento de eso. Pero cuando un tipo me dice que dan un texto mío como material de lectura en una universidad, me quedo boquiabierto. No sé, me aterra ser demasiado aceptado. Siento que hice algo mal”.
El dedo: (Levanta el dedo meñique de su mano izquierda) “¿Viste alguna vez este dedo? (El dedo parece paralizado en una forma de “L”). Me lo rompí una noche, borracho. No sé por qué, pero nunca se acomodó. Pero funciona perfecto para la letra ‘a’ de la máquina de escribir, y qué demonios, le agrega algo a mi personaje”.
La valentía: “A la mayoría de la gente supuestamente valiente le falta imaginación. Es como si no pudieran concebir lo que sucedería si algo saliera mal. Los verdaderos valientes vencen a su imaginación y hacen lo que deben hacer”.
El miedo: “No sé nada sobre eso”.  (Se ríe.)
La violencia: “Creo que, la mayoría de las veces, la violencia es malinterpretada. Hace falta cierta violencia. En nosotros hay una energía que necesita ser sacada. Creo que si esa energía es contenida, nos volvemos locos. La paz última que todos deseamos no es un área deseable. De alguna manera, no estamos destinados a eso. Por eso me gusta ver peleas de boxeo, y por eso yo mismo las protagonizaba en mi juventud. A veces se llama violencia a la expulsión de energía con honor. Hay locura interesante y locura desagradable. Hay buenas y malas formas de violencia. Es un término vago. Está bien si no se hace a expensas de otros”.
El dolor físico: “Con el tiempo uno se endurece, aguanta el dolor físico. Cuando estaba en el Hospital General, un tipo entró y dijo: ‘Nunca vi a nadie aguantar la aguja con tanta frialdad’. Eso no es valentía. Si uno aguanta suficiente dolor, uno cede. Es un proceso, un ajuste. Pero no hay forma de acostumbrarse al dolor mental. Me mantengo lejos de él”.
La psiquiatría: “¿Qué consiguen los pacientes psiquiátricos? Una cuenta. Creo que el problema entre un psiquiatra y su paciente es que el psiquiatra actúa de acuerdo al libro, mientras que el paciente llega por lo que la vida le ha hecho. Y aunque el libro pueda tener cierta perspicacia, las páginas siempre son las mismas y cada paciente es diferente. Hay muchos más problemas individuales que páginas. Hay demasiada gente loca como para resolverlo diciendo: ‘Tantos dólares por hora, cuando suena el timbre terminamos’. Eso sólo puede llevar a una persona un poco loca a la locura total. Recién empiezan a abrirse y a sentirse bien cuando el psiquiatra dice: ‘Enfermera, arregle la próxima cita’. Todo es asquerosamente mundano. El tipo está ahí para quedarse con tu culo, no para curarte. Quiere tu dinero. Cuando suena el timbre, que entre el siguiente loco. Ahora, el loco sensible se va a dar cuenta de que cuando el timbre suena, significa que lo cagaron. No hay límites de tiempo para curar la locura, y no hay cuentas para eso, tampoco. Muchos de los psiquiatras que yo he visto parecen estar al límite ellos mismos, además. Pero están demasiado cómodos. Creo que el paciente quiere ver un poco de locura, no demasiado. Ah, los psiquiatras son totalmente inútiles. ¿Siguiente pregunta?”.
La fe: “La fe está bien para los que la tienen. Mientras no me la tiren por la cabeza. Tengo más fe en mi plomero que en el ser eterno. Los plomeros hacen un buen trabajo. Dejan que la mierda fluya”.
El cinismo: “Siempre me acusaron de cínico. Creo que el cinismo es una uva amarga. Es una debilidad. Es decir: ‘¡Todo está mal! ¿Entendés? ¡Esto no está bien! ¡Aquello no está bien!’. El cinismo es la debilidad que evita que nos ajustemos a lo que ocurre en el momento. El optimismo también es una debilidad. ‘El sol brilla, los pájaros cantan, sonríe.’ Eso es mierda también. La verdad está en algún lugar entre los dos. Lo que es, es. Si no estás listo para soportarlo, joderse”.
La moralidad convencional: “Puede que no exista el infierno, pero los que juzgan pueden crearlo. Pienso que la gente está sobredomesticada. Uno tiene que averiguar lo que le pasa, y cómo va a reaccionar. Voy a usar un término extraño aquí: el bien. No sé de dónde viene, pero siento que hay un básico rasgo de bondad en cada uno de nosotros. No creo en Dios, pero creo en esta ‘bondad’, como un tubo dentro de nuestros cuerpos. Puede ser alimentada. Siempre es mágica, por ejemplo cuando en una autopista sobrecargada de tráfico un extraño hace lugar para que alguien pueda cambiar de mano… es esperanzador”.
Sobre ser entrevistado: “Es como ser arrinconado. Es vergonzoso. Por eso, no siempre digo toda la verdad. Me gusta jugar y burlarme un poco, así que doy información falsa sólo por el gusto de entretener y mentir. Así que si quieren saber algo sobre mí, no lean una entrevista. Ignoren ésta, también”.
* Entrevista realizada por Sean Penn en 1987 para la revista Interview, cuando el actor estaba a punto de participar de la filmación de Barfly (en un papel que finalmente haría Mickey Rourke).

 

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The World of Nasrudin – Idries Shah (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: impecable (tapa dura/sobrecubierta/cuadernillos cocidos).

Editorial: Octagon Press Ltd London.

Precio: $300.

Nasrudin is the greatest of all Arab folk heroes, and is found across the Islamic World, from Morocco to Pakistan, and beyond.
He is said to have been the wisest fool who ever lived – that is if he ever did live at all. Stories of Nasrudin’s many incarnations are studied by Sufis for their hidden wisdom, and are universally enjoyed for their humour. Sometimes Nasrudin is an impoverished itinerant or stallholder, and at others, he is the mayor, judge, vizier, or even the King.
The World of Nasrudin is the fourth book in the corpus written by Idries Shah, and is the last to be published by the celebrated Afghan author.

 

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From Dawn to Decadence: 500 Years of Western Cultural Life 1500 to the Present – Jacques Barzun (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: impecable (tapa dura/sobrecubierta)

Editorial: Harper Collins.

Precio: $400.

Highly regarded here and abroad for some thirty works of cultural history and criticism, master historian Jacques Barzun has now set down in one continuous narrative the sum of his discoveries and conclusions about the whole of Western culture since 1500.
In this account, Barzun describes what Western Man wrought from the Renaisance and Reformation down to the present in the double light of its own time and our pressing concerns. He introduces characters and incidents with his unusual literary style and grace, bringing to the fore those that have «Puritans as Democrats,» «The Monarch’s Revolution,» «The Artist Prophet and Jester» — show the recurrent role of great themes throughout the eras.
The triumphs and defeats of five hundred years form an inspiring saga that modifies the current impression of one long tale of oppression by white European males. Women and their deeds are prominent, and freedom (even in sexual matters) is not an invention of the last decades. And when Barzun rates the present not as a culmination but a decline, he is in no way a prophet of doom. Instead, he shows decadence as the creative novelty that will burst forth — tomorrow or the next day.
Only after a lifetime of separate studies covering a broad territory could a writer create with such ease the synthesis displayed in this magnificent volume.
Idea Man
William R. Everdell
The Great Books are back, according to a report in The New York Times on Jan. 18; but thanks in part to Jacques Barzun they never did leave the curriculum at Columbia. Now, making timelessness timely, Barzun presents his account of all the great works of the Western mind in the last five centuries. If »From Dawn to Decadence» is not a Great Book itself, it is certainly a great achievement. Encyclopedic without being discontinuous, the book hardly seems as long, as carefully constructed or as densely packed as it is. Though the ideas it explains are often complicated, the explanations it offers are limpidly clear, sparkling with biographical anecdote and counter-canonical observations, entirely free of those deserts of abstraction unrelieved by example often found in works of cultural theory. This is the American style, and Barzun owns it. Arriving from France as a teenager in the 1920’s, he became one of the leading lights of an exceptional generation of immigrant intellectuals. Now 92 and retired from teaching, he is no less the »veritable Pic,» as French students call those classmates who remind them of Pico della Mirandola — that young man of the Renaissance who knew everything.
History is what this »Pic» knows best, and Barzun’s two histories of the 19th-century intellectual world have become classics. But over the last half-century he has been focusing on a critique of scholarship and teaching. »From Dawn to Decadence» will find many readers waiting, because it has been 17 years since Barzun last published an old-fashioned cultural history. »Cultural» means it includes technology, sex and cuisine and both high and popular entertainments. »Old-fashioned» means it relies on narrative, and instead of subscribing to a »theory» it deploys dozens of them.
The book’s form, a gallery of remarkable profiles, from the once familiar Juan Luis Vives to the inevitable Mozart, is one of which the pioneers of cultural history, Germaine de Stal and Voltaire (also profiled), would have approved; and it allows Barzun to display his extraordinary facility for finding unfamiliar facts about familiar characters and teasing the expectations of all levels of readers. Thus Florence Nightingale and Oliver Wendell Holmes Sr. get feature treatment under boldface subheads, while that fount of modernist poetry, Walt Whitman, is limited to a paragraph and Karl Marx to a page of very short (though very intelligent) shrift.
The shift of emphasis has deeper significance, suggesting one theory that Barzun finds almost universally applicable — a point of view that a historian of ideas might label aristocratic pessimism. Punctuating his narrative at regular intervals with »Cross Sections» on cities in time, Barzun devotes the last of these, on New York, to a retrospect of what he sees as the decadent culture of 1995 from an imagined second Renaissance 300 years in the future. It is both a virtuoso performance and an epitome of what will surely be seen as the book’s major weakness, a curmudgeonly view of the century of the common man.
Despite his view that things in general are going downhill, Barzun is undiminished in his scholarship, research and polymathic interests. Like Diderot, one of his subjects, and unlike too many professors of literature, Barzun can keep up to date and comment intelligibly on almost anything human minds may light upon. A musical amateur who celebrates science and has made sense of nearly every art in several languages, Barzun even knows enough mathematics to defend Diderot’s (though it must be said that to cite Giuseppe Peano as the inventor of the Interlingua language instead of the axiomatizer of arithmetic is like citing Arnold Schoenberg as the designer of the 10-by-10 chessboard).
Barzun reconceives people, events and even words by rehistoricizing them. He deftly revises reputations as unsung as that of the Swiss liberal republican J.-C.-L. Simonde de Sismondi or as canonical as that of Bach. He also shakes up the meanings of words, like creationist, Victorian, bourgeois, pragmatic, gas and esprit (a quality he often displays). Even unobtrusive but significant social facts are here, including the invention of silent reading and the spoon. All this will delight readers who find none of these details in the popular media, and provide prima facie evidence that the decline of history has been exaggerated — even by Barzun.
The superb range and clarity of Barzun’s writing are also on display. His prose is fitting and never florid, full of lapidary judgments. He is willing to risk letting the authors of the Great Books themselves set him a standard, praising the hard work and deliberate art of prose in Pascal and Lincoln, and criticizing Flaubert’s syntax as »often slovenly,» Gertrude Stein’s writing as »stutterings» and Joyce’s language in »Finnegans Wake» as a »blur.»
Barzun’s own slips are minor (including an extravagant claim that Adam Smith’s economics has now been »proved deductively»). More serious, I think, is the way Barzun writes the history of liberalism as if democracy had not improved it. Barzun’s Jacobins are totalitarian democrats, and his converts to liberal democracy (like Tocqueville), who created the Second French Republic, are portrayed as self-defeating. The democratic socialism of the later J. S. Mill dares not speak its name. Barzun does not even define »democracy» explicitly until Page 773, by which point he has turned »democratic» into the less political »demotic,» and »demotic» itself into a pejorative. Clearly, for Barzun, equality is not a good.
But here we are in what cannot but be a democratic era — Barzun’s own century — and it is here that the author’s aristocratic pessimism feels strangest. For one thing, both the 20th century and its modernism (which Barzun’s poet-father helped to found) have trouble getting started, then see their best cut off in youth by the first of two world wars. For another, they produce little of lasting value. »The impetus born of the Renaissance,» Barzun writes, »was exhausted, and the new start made in the years just before 1914 had been cut short. . . . Ridicule, denial, anti-art and sensory simplicity mean that culture and society are in the decadent phase.» A bit later, boldfacing Dorothy Sayers while relegating the work of Albert Einstein to a page and the man himself to a line or two, Barzun risks misconceiving the culture of the whole 20th century. If »the confidence in science felt and voiced in the 19th century» is »gone,» as Barzun claims, the news has not yet reached Brooklyn. After teaching the Renaissance to the early 20th century for 20-odd years, I cannot think of a student who ever concluded that »the time of vast original conceptions that cause a readjustment of accepted ideas» is »over.»
Might historical pessimists like Spengler, whom Barzun evokes looking back from 1900 on »the decline of the West,» turn out to be right after all in 2000? At a time when intellectuals question modernization and even the very concept of »civilization» (that time-tested term for cultures that grow enough food to support specialized nonfarmers in cities), can anyone still write a narrative about modern Western culture — even a modernist grand narrative — that predicts disaster instead of triumph? What can we do with so respectable a Cassandra?
The fact is, as Barzun knows, »rise and fall» is an idea like all the others in his history, more a pattern in the mind than a pattern in the world. Optimism about our culture’s future is a lot to ask from a writer who has committed himself for almost 50 years to the reform of cultural evils, like clotted prose, bad taste and poor public education, that have stubbornly refused to be reformed. Nevertheless, in history few Dark Ages have ever come, and all of those that have come (so far) have gone. As the first 400 years of Barzun’s history are biased toward the best, the last 100, unfiltered by time, are colored by the worst. By Page 776 Barzun is extrapolating the ugly recent rise in the United States’ incarceration rate into a nonexistent rise in the overall Western crime rate. What a decline from Page 59, where he quoted the humanist Matteo Palmieri’s outlook on the violent, filthy, crime-ridden Renaissance cities he lived in: »This new age, so full of hope and promise . . . already rejoices in a greater array of noble and gifted souls than the world has seen in the last thousand years.» Wouldn’t we think Palmieri’s paean to be truer of 2000, when it is a sober consequence of demography, than it was of 1440?
»From Dawn to Decadence,» in short, is peerless — on every century but the one of which Jacques Barzun can now say, like Sieyes, »I survived.» His book will surely survive to provoke and delight readers of the 21st century, and cause even the readers of the 22nd to wonder at his anticipations of them.

 

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El gran espejo del amor entre hombres. Episodios entre samurai, monjes y actores – Ihara Saikaku

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

vendido

Estado: usado.

Editorial: Interzona.

Traducción: Amalia Sato.

Introducción: Paul Gordon Schalow.

Precio: $000.

El gran espejo del amor entre hombres es un libro extraordinario que constituye un verdadero breviario del amor homosexual en donde, a veces con dramatismo estremecedor, a veces con ternura conmovedora, se descubre un lado insólito del alma de los samuráis.
Colección de veinte episodios protagonizados por quienes decidieron recorrer el camino del nanshoku o «vía del amor viril», una senda que en el Japón antiguo y premoderno era tolerada y respetada. En sus páginas conviven la pasión y los juramentos de devoción eterna con violentos duelos de honor y venganzas sangrientas. Sacrificio y tragedia, elegancia y belleza aderezan estos relatos de amores ejemplares y heroicos que exaltan las principales virtudes del samurái: la lealtad, la sinceridad de corazón y la renuncia a la propia vida, y que Ihara Saikaku narra con pluma exquisita y sutil.
Un esclarecedor prólogo, con las claves de comprensión del contexto social y cultural de la homosexualidad en el Japón del siglo XVII, y más de 20 grabados de la época, aportan una valiosa riqueza documental a esta obra, imprescindible para los interesados en la cultura japonesa y en el tratamiento universal del amor.
Ihara Saikaku (1642-1693) fue el novelista más importante del siglo XVII. En 1675, tras las muertes de su esposa y de su hija, se retiró del mundo para dedicarse en exclusiva a la escritura. En 1682 publicó Hombre lascivo y sin linaje, su primera obra en prosa. Posteriormente llegarían Cinco mujeres apasionadas, Vida de una mujer amorosa y la soberbia El gran espejo del amor entre hombres, en las que describe con talento y naturalidad la vida alegre en los barrios de placer de las grandes ciudades japonesas. Saikaku gozó de gran éxito y popularidad y supo acercar la literatura a una clase comercial cada vez más pujante y que demandaba historias reflejo de su propia vida.
Un artista del mundo flotante
Mariana Enriquez
Ihara Saikaku (1642-1693) inventó una etimología para el antiguo nombre de Japón, seirei koku, “Tierra de las libélulas”. Sostenía que provenía del hecho de que las libélulas se montan por detrás, algo que el autor llamaba “la postura del amor por los muchachos”. Así legitimaba de forma humorística la antigüedad y naturalidad del amor entre hombres por encima del amor por las mujeres en Japón. Saikaku era un escritor comercial y muy popular que, cuando comenzó la escritura de Nanshoku okagami (1678) lo hizo para aumentar su número de lectores; eligió el tema del amor homosexual masculino para llegar a su audiencia más común, los samurai y los habitantes de Kioto y Osaka. El gran espejo del amor entre hombres: episodios entre samurai, monjes y actores es la traducción de ese antiguo texto, una colección de cuarenta relatos que describen las relaciones amorosas homosexuales en el Japón del siglo XVII.
La necesaria introducción a los relatos de Paul Gordon Schalow (publicada originalmente por Stanford University Press) ayuda a comprender mejor la naturaleza y el escenario de estos amores. Explica, por ejemplo, que en la cultura japonesa premoderna las relaciones entre hombres debían darse entre un adulto y un adolescente (wakashu); que los libros de amor sexual como El gran espejo… circulaban en el Japón de la era Genroku gracias a la demanda de la emergente clase urbana y reflejaban la idea de que el amor no se encontraba en el matrimonio, sino en la prostitución; que los hombres se dividen en “conocedores de los muchachos” y “misóginos”: los primeros se casaban y tenían relaciones con mujeres, mientras los segundos rechazaban por completo a las mujeres como compañeras sexuales.
El gran espejo… se divide en ocho secciones de cinco capítulos cada una: las primeras cuatro se ocupan de los samurai, las restantes de los actores kabuki que se prostituían en los distritos teatrales de Kioto, Osaka y Edo (la actual Tokio). Cada uno es la biografía de un samurai o de un kabuki wakashu ideal. El exotismo y complejidad de ese mundo antiguo atravesado por la estetización y la violencia parece más cercano gracias a la prosa límpida y “moderna” de Saikaku. No hay descripciones explícitas de relaciones sexuales, sólo de pasiones efímeras donde los jóvenes pierden su belleza rápidamente, mueren enfermos de amor o cometen honorable suicidio junto a sus amantes. Aunque los relatos, muy similares entre sí, resultan repetitivos, es deliciosa la vida en el “mundo flotante” –las ciudades y sus distritos de placer– con jóvenes andróginos que recorren kilómetros en busca de un nuevo peluquero o imponen modas de telas importadas, fanáticos de los actores que conservan las imágenes de sus amados en grabados –como si fueran posters– y les gritan piropos en las presentaciones, los díscolos actores prostitutos que cuestan fortunas, los lamentos por los jóvenes hermosos que se entregan a la vida religiosa.
Las bellas descripciones (“Amaba este lugar y el modo en que la luz de la luna se filtraba de noche a través de las agujas de los pinos”, escribe en “El ABC del amor por los muchachos”), las delicadas comparaciones, los cerezos en flor y el aroma del incienso, se mezclan con decapitaciones, mutilaciones, venganzas, profundas traiciones. En “A pesar de portar una sombrilla se mojó con la lluvia”, se puede leer la siguiente situación:
“El amo le cercenó el brazo izquierdo. ‘¿Sigues sin lamentarte?’, se mofó. Korin le extendió su brazo derecho. ‘Acaricié el cuerpo de mi amante con esta mano. Seguramente ha de molestarte’. Furioso, el amo se la cortó”.Saikaku tampoco ahorra misoginia. El permanente desprecio por las mujeres no se relaciona, escribe Schalow, con una supuesta intención de Saikaku de revelar sus sentimientos homoeróticos enmascarados, sino para entretener al círculo de sus lectores. Mishima insistía en que Confesiones de una máscara había sido la primera obra importante en tratar el tema de la homosexualidad en Japón desde El gran espejo…. Schalow escribe: “Demostró gran creatividad al manipular leyendas e iconos del amor entre los hombres, pero se vio limitado por las restricciones de la tradición literaria en la que se inscribía. Enmascarar y mostrar las ‘verdaderas preferencias’ era algo ajeno a esa tradición. Hasta Mishima, casi tres siglos más tarde, ningún escritor japonés haría innovaciones similares”.
El texto de Saikaku pertenece a una tradición premoderna donde el amor homosexual no era representado como perverso y se integraba a la amplia esfera del amor sexual como tema literario; una tradición que no apelaba a la estrategia de enmascarar y revelar. Esta notable ausencia de estigmatización es el principal atractivo de El espejo… y parte del misterio de su belleza.

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Eugene O’Neill Son & Playwright – Louis Sheaffer (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: usado.

Editorial: Paragon House.

Precio: $300.

The most lauded playwright in American history, Eugene O’Neill (1888-1953) won four Pulitzer Prizes and a Nobel Prize for a body of work that includes The Iceman ComethMourning Becomes ElectraDesire Under the Elms, and Long Day’s Journey into Night. His life, the direct source for so much of his art, was one of personal tumult from the very beginning. The son of a famous actor and a quiet, morphine-addicted mother, O’Neill had experienced alcoholism, a collapse of his health, and bouts of mania while still a young man. Based on years of extensive research and access to previously untapped sources, Sheaffer’s authoritative biography examines how the pain of O’Neill’s childhood fed his desire to write dramas and affected his artistically successful and emotionally disastrous life.
The Buenos Aires Affair
 ANDREW GRAHAM-YOOLL
Un 10 de agosto de hace noventa y un años, llegó a Buenos Aires Eugene O’Neill, por entonces un ignoto marinero, en fuga de su padre actor y de una dama embarazada con quien se había casado momentos antes de embarcar. Durante sus nueve meses en suelo argentino, el futuro Premio Nobel sería despedido de la Swift, la Westinghouse y la Singer, planearía un asalto que a último momento se arrepentiría de encabezar y, cansado de dormir bajo una chapa en las dársenas del Dock, volvería a Nueva York borracho y tuberculoso, para sentarse a escribir las obras teatrales que lo inmortalizarían. Ésta es la historia de esos funambulescos nueve meses.
Según el cuaderno de bitácora del capitán Gustav Waage, el velero Charles Racine ancló en la rada de Buenos Aires el 4 de agosto de 1910. En su sección marítima del sábado 6 de agosto, el Buenos Aires Herald confirma el arribo: “Bergantín noruego Charles Racine, 1526 toneladas, de Boston, con carga de madera. Agencia Christophersen Hermanos”. El miércoles 10, el mismo diario anunciaba el amarre en el Riachuelo, para descarga. A bordo, como tripulante de cubierta, viajaba Eugene Gladstone O’Neill (1888-1953), futuro dramaturgo y ganador del Premio Nobel en 1937. Ese primer viaje como marinero no sólo le dejó a O’Neill una apetencia por el mar que lo llevaría a coleccionar el resto de su vida modelos de veleros, estadísticas y anécdotas marítimas (a tal punto que en 1946 le diría a un entrevistador: “Lo más hermoso que se ha construido en los Estados Unidos fueron los veleros Clipper”) sino también un material tan sórdido como valioso para sus obras teatrales.
El velero había partido el 6 de junio de Boston, envuelto en una densa niebla. Según Waage, el viaje duró 57 días (O’Neill anotaría en su diario que la experiencia duró 65 días, incluyendo los días de embarcado antes de partir y la demora en la rada antes de entrar a La Boca). Era el segundo viaje de O’Neill en diez meses. El primero había sido a Honduras, donde estallaría una revuelta contra el gobierno cuando ya estaba llegando a Buenos Aires. Ambas partidas habían sido en fuga de Kathleen Jenkins, una muchacha de la clase media alta cuya casta dictaba que había que llegar virgen al matrimonio. Kathleen estaba embarazada de dos meses cuando ocurrió el casamiento con O’Neill, en Nueva Jersey, el 2 de octubre de 1909, a espaldas de los padres de ambos y dos semanas antes de que el futuro dramaturgo cumpliera veintiún años (aunque declaró tener veintidós en el acta matrimonial).
James O’Neill, un actor oriundo de Kilkenny, Irlanda, respetado en los escenarios de Estados Unidos por su legendaria adaptación teatral de El conde de Montecristo (que estuvo ininterrumpidamente en escena durante treinta años, dando a la familia una desahogada posición económica), había recomendado a su hijo la primera fuga a Centroamérica. El actor era apoyo económico de sus dos hijos, y a la vez guía autoritario a quien siempre recurrían. Si bien el joven O’Neill le confesó el embarazo de Kathleen a su padre, antes de partir a Honduras, prefirió ocultarle el casamiento. De hecho, sólo aceptaría conocer a Eugene junior más de diez años después, aun cuando la noticia de su paternidad fue revelada en esos días por un periodista de la farándula, cuando el aspirante a marino estaba en Nueva York, de regreso de Honduras, escondido de las iras de su padre y de su esposa parturienta. Confundido por el revuelo, y aunque para esas fechas ya había intentado sus primeras incursiones literarias, O’Neill se fugó nuevamente del entorno familiar. A bordo del Charles Racine –uno de los últimos veleros que intentaban competir con los vapores–, O’Neill se dedicó a las lecturas marítimas de Joseph Conrad y John Masefield, y elaboró sus primeros poemas inspirados en la vida marítima. El mar y aquella residencia en Buenos Aires que le daría un sinfín de situaciones y personajes definieron en gran medida el viraje del joven O’Neill al universo teatral. Basta citar, por ejemplo, el monólogo del más bien autobiográfico Edmund Tyrone en Viaje de un largo día hacia la noche (1940), obra inspirada en un verano en familia en 1912, recordando vívidamente el ritmo del mar y el vaivén del velero acompañando los vaivenes de su atormentado interior. De Buenos Aires también saldrían varias de las escenas sobre borracheras y abstinencias en otra de sus obras capitales, El hombre de hielo llega (1939). Pero ese O’Neill aún estaba lejos de ser el fabuloso renovador de quien Tennessee Williams diría que “parió el teatro norteamericano y murió por él”.
La única razón de poner proa a Buenos Aires fue por ser el destino final del Charles Racine: no hubo nada significativo en la elección de BuenosAires. Según lo consignado en una excelente biografía, publicada en 1962 y actualizada el año pasado, de Arthur Gelb (ex crítico de teatro del New York Times) y Barbara Gelb (O’Neill: Life with Monte Cristo, Applause, New York, 2000, 760 páginas), “la emoción de vivir” que había experimentado en alta mar no podía continuar en tierra. En Buenos Aires, sin embargo, el joven no se contactó con el mundo de los jóvenes poetas, como en Honduras, sino que se sumergió en el ambiente funambulesco de las recovas del Bajo y agotó rápidamente los sesenta dólares que le había regalado su padre antes de zarpar, única reserva para solventar aquella estadía en el Río de la Plata. Más tarde, O’Neill diría: “Entré en Buenos Aires como un caballero, y terminé como una piltrafa en las dársenas del puerto”.
Luego de alojarse en el Hotel Continental (no el de Diagonal Norte, que se fundó en 1929, sino uno cerca de Plaza Constitución), buscó la calidez de un bar de marineros en el Paseo Colón. Su objetivo era buscar empleo en tierra, pasar unos meses en la ciudad, y luego “recuperar la libertad en alta mar”. Durante el viaje a Buenos Aires, alguien le dijo que había una numerosa comunidad norteamericana que fácilmente le daría trabajo en tierra, cosa que él sospechaba que le permitiría sentar cabeza. Pero pronto se dio cuenta de que un aspirante a poeta y marinero no tenía calificación alguna para conseguir trabajo. Aun así, en el Continental conoció a un ingeniero californiano, Frederick Hettman, que estaba de paso en la ciudad rumbo a Córdoba. Hettman quedó impresionado con O’Neill, más por su filiación con el famoso actor que por méritos propios del joven viajero. Y se ofreció a presentarlo en las oficinas de la recién inaugurada sucursal porteña de la Westinghouse Electric Company, donde O’Neill fue contratado como dibujante (falsedad que rápidamente tuvo que confesar al hacerse evidente que no sabía trazar una línea). Así y todo le dieron un puesto calcando planos, ocupación que logró conservar durante seis semanas.
Cuando renunció, debió irse también del Hotel Continental por no poder pagarlo y terminó instalándose en una pensión de marineros en el Bajo. Poco después consiguió empleo en el galpón de lanas en Dock Sud de la Swift Meat Packing Company. Pero el depósito se incendió al poco tiempo, ahorrándole a O’Neill el trabajo de renunciar a su puesto. Su pequeño sueldo se consumía en los boliches y burdeles de Paseo Colón. Su preferido era una pocilga llamada Sailor’s Opera, cerca de Parque Lezama. La biografía de los Gelb registra el recuerdo afectuoso que O’Neill retuvo de ese lugar: “Era un loquero, pero siempre había algún programa para los habitués. Todo el que se hallaba en el salón aportaba alguna actuación… Algún viejo lobo de mar contaba un cuento, otro bailaba… Había acaloradas discusiones entre marineros yanquis y europeos acerca de la calidad de sus barcos. Y si alguna noche no prometía otro entretenimiento, siempre se podía iniciar una buena pelea para pasar el rato”.
Los bajos fondos de Buenos Aires hacían que los andurriales de Nueva York parecieran una fiesta parroquial, según O’Neill. “Marineros borrachos, burreros empedernidos, funcionarios desclasados del servicio diplomático, mujeres que ofrecían y homosexuales que pedían, además de esos jovenzuelos que entregaban por las mesas tarjetas rosadas y amarillas que ofrecían paraísos en rojo… Y siempre, como ruido de fondo, alguna melodía producida a martillazos por un pianista, el único sobrio.” Otro de los destinos predilectos de O’Neill eran las salas de cine pornográfico en Barracas. Sus amigos en Nueva York se sorprenderían por el florido relato del joven bien educado que jamás pronunciaba una palabrota. “Esos cines no dejaban nada librado a la imaginación. Toda forma de perversidad se exhibía en la pantalla y a los marineros les deleitaba. Pero, salvo las excepciones de siempre, no eran hombres violentos. Por lo general eran honestos, corajudos sin heroísmo, y sólo trataban de pasar un buen rato entre borrachera y borrachera.” En el Sailor’s Opera de Paseo Colón, O’Neill se hizo de un amigo, un joven inglés que pasaría a ser el personaje Smitty en tres futuras obras de teatro. En Rumbo a Cardiff (1914), La luna del Caribe (1917) e In the Zone (1917), Smitty es un marinero en cambiantes etapas de miseria emocional. En la realidad, era un joven de 25 años, hijo de un noble inglés con una educación de primera, pero su alcoholismo había terminado con su noviazgo con una chica inglesa de buena familia. “Era casi demasiado bello, como la descripción de Dorian Gray que hace Oscar Wilde. Bebía para consolarse. Y, entre borracheras, bebía para recuperarse”, recordaría O’Neill, que para entonces, ya en las vísperas de su cumpleaños número 22, también vivía borracho constantemente. Con lo que les quedaba de dinero a ambos, decidieron compartir una pieza en otra pensión del Bajo. A pesar del estado calamitoso en que se hallaba, O’Neill encontró otro trabajo, a dos dólares por día, en la Singer Sewing Machine Company, que para entonces fabricaba 575 modelos de máquinas (aunque, según el propio O’Neill, jamás aprendió a identificar más de diez y por esa razón fue despedido al poco tiempo, cosa que lo hizo sentir como “un colegial fugado y sin lugar adonde ir”).
Con los bolsillos vacíos y ninguna esperanza laboral en el horizonte, dormía al reparo de algún depósito en las dársenas. Las dos semanas que trabajó como estibador en el vapor alemán Timandra serían tan vívidas que la embarcación ingresaría en su obra El largo regreso a casa (1917). De esa período final en Buenos Aires, O’Neill luego diría que “no había banco de plaza en toda la ciudad sobre el que no durmiera alguna vez”. Aparte del hambre continuo y la necesidad de hallar dinero suficiente para bebida, O’Neill también estaba en fuga constante de los “sádicos vigilantes” que buscaban extorsionar a marineros sin papeles. La fuga constante lo llevó a improvisar diversos escondrijos en el puerto, durmiendo bajo cobertizos de chapas, colchones y frazadas sacadas de la basura. Allí encontró el apoyo y la solidaridad de marineros anarquistas, cuyo discurso repetía sólo para lograr compartir su comida. Compartió un techo de chapa con una adolescente flaca y hambrienta (de la que el libro de los Gelb no consigna más información) y su principal fuente de alimento pasó a ser la cantina de los barcos, desde donde un tripulante tiraba restos a los hambrientos en tierra. Los personajes más autodestructivos de Extraño interludio (1927) y A Electra le sienta bien el luto (1931) se basan, según los Gelb, en personas conocidas por O’Neill en esos tiempos en Buenos Aires.
De hecho, el futuro Premio Nobel recordaba aquellos meses como un descenso al infierno. En un momento hasta consideró participar de un asalto a una agencia de cambio, pero se disuadió a sí mismo reconociendo que no tenía el coraje. Un cronista del Buenos Aires Herald, Charles Ashleigh, que también escribía poesía, recordaría luego que halló a O’Neill insoportablemente morboso, “excepto cuando hablaba de Joseph Conrad o de la poesía de John Keats”. El ingeniero Hettman quedó tan impresionado por el derrumbe de su joven amigo que fue hasta una pensión donde O’Neill era conocido y pagó varios meses de alquiler por adelantado. Pero cuando Hettman volvió poco después de Córdoba, su compatriota ya no estaba. Ante el desolado panorama de la vida en tierra, O’Neill había decidido embarcarse nuevamente. Años después, en apuntes autobiográficos, recordaría haberse sumado a la tripulación de un vapor que llevaba ganado y mulas a Durban. Pero, al llegar a Sudáfrica, las autoridades coloniales británicas no lo dejaron bajar a tierra porque no reunía los cien dólares necesarios para ingresar al país.
De regreso en Buenos Aires, O’Neill reconoció que era hora de retornar a casa. Cargaba en su cuerpo con un comienzo de tuberculosis que le llevaría varios años superar. Dejó la ciudad en el vapor Ikala, un carguero construido en Glasgow sin más rumbo que el destino incierto de sus cargas. La nave había arribado el 22 de febrero a Buenos Aires, donde la representaba la agencia J.R. Williams. El 21 de marzo de 1911, a nueve meses de su partida de Boston, O’Neill subió por la planchada del Ikala, y se sumó a la tripulación de treinta ingleses y escandinavos. El sueldo de tripulante era de 27,50 dólares por mes.
Semblanzas de ese viaje aparecerían en cuatro de sus futuras obras, entre 1913 y 1917. El Ikala llegó a Nueva York el 15 de abril. Allí, O’Neill se reunió con sus padres, contratados para actuar en un teatro local. Su primer objetivo fue emborracharse, y con un grupo de sus compañeros de cubierta se dirigió a un boliche infernal conocido como Jimmy The Priest, demolido en 1966 para dar lugar al World Trade Center. Los parroquianos perennes del bar, que se autotitulaba “hotel” por alquilar habitaciones por hora en el primer piso, tendrían un lugar prominente en futuras obras. Al joven viajero le costó reinstalarse con sus padres, cuya agitada vida en las tablas decidió que jamás seguiría. Al hijo que había dejado recién nacido en esa ciudad lo vería por primera vez diez largos años después. El 22 de julio de 1911, O’Neill volvió a embarcarse, en el carguero New York, esta vez rumbo al país de sus padres, Irlanda. De ahí pasó a Liverpool y Southampton. Fue su último viaje como tripulante. El 26 de agosto de 1911 la nave atracó en el puerto de Nueva York. La paga que recibió O’Neill luego de los descuentos (léase gastos de bar) fue de 14,84 dólares. En 1913 empezaría a cambiar su suerte, con la publicación de tres obras en un acto (A Wife for A Life, The Web y Thirst, la primera basada en su enamoramiento de la esposa de un conocido). Pero sus personajes más potentes, entre ellos muchos que había conocido en Buenos Aires, aún deberían esperar unos años para verse inmortalizados en el escenario.
Yo, Edmund Tyrone, también conocido como Eugene O’Neill
A.G.Y.
Hasta ahora, el paso por Buenos Aires de Eugene O’Neill había sido usado en un cuento por Pedro Orgambide, y también por Juan José Delaney en una ocurrente pieza teatral, basada en una carta apócrifa atribuida a un tal Patrick Hickey (compañero de trabajo de O’Neill en la Swift), cuando se descubre como el personaje del mismo nombre en El hombre de hielo llega. A ellos se les suma ahora Miguel Sottolano, con El largo viaje del hijo del Conde de Montecristo, que ganó el año pasado el Premio de Novela Breve Leopoldo Marechal del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y acaba de ser publicado por Ediciones De la Flor. En las 125 páginas de su texto ficcional, Sottolano recrea la vida de O’Neill en Buenos Aires a través del personaje autobiográfico Edmund Tyrone (protagonista de Viaje de un largo día hacia la noche) y las observaciones de Frederick Hettman (aquel ingeniero californiano afincado en Córdoba). La novela logra recrear el ambiente de Buenos Aires a principios del siglo XX para dar vida a Tyrone, un O’Neill en fuga de su padre y atormentado por sus propias debilidades (en comparación con la abrumadora seguridad que le ha dado al padre su perenne éxito teatral encarnando al héroe de Alejandro Dumas). La recreación resulta en un texto entretenido y potente, que refleja bien la crisis de identidad e independencia por la que pasa O’Neill en Buenos Aires. Pero es indudable que el descenso del joven Eugene a su fondo existencial fue más duro en vida que en la ficción de Sottolano. Eso no le quita mérito a las excelentes escenas ambientadas en prostíbulos y bares como telón de fondo para un ser humano experimentando la temporada de descomposición: esa “caída” que el mismo O’Neill usaría fructíferamente durante el resto de su vida literaria.

 

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Flaubert. A Biography – Herbert Lottman (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: usado.

Editorial: Fromm.

Precio: $300.

Books of The Times; A Man Who Wrote, Only Wrote
By MICHIKO KAKUTANI
»What an atrociously delicious thing we are bound to say writing is – since we keep slaving this way, enduring such tortures and not wanting things otherwise,» wrote Flaubert to his mistress, Louise Colet, in 1894. »There is a mystery in this I cannot fathom. The writer’s vocation is perhaps comparable to love for one’s native land (of which I have little, by the way), a certain fated bond between men and things. The Siberian in his snow and the Hottentot in his hut both live content, not dreaming of the sun or of palaces. Something stronger than they keeps them attached to their miserable environment, while we flounder about in our search for Forms. Whether poets, sculptors, painters or musicians, we perceive existence as refracted in words, shapes, colors or harmonies, and we find that the most wonderful thing in the world.»
Just as »Madame Bovary» became a touchstone for the modern novel, so did Gustave Flaubert’s religious devotion to his work become a kind of model of artistic dedication. His industriousness (he wrote up to 18 hours a day), his willful search for »le mot juste,» his decision to spend the better part of his adult life in an isolated provincial village, far from the distractions of the city – all would serve as an inspiration (and admonition) to younger generations of writers, eager to apprentice themselves to the demanding muse of fiction.
Indeed these qualities, combined with his enduring literary achievement, help explain the fascination that Flaubert has exerted on contemporary figures in literature – among them Julian Barnes, who recently created an enchanting fictional improvisation on the novelist’s life (»Flaubert’s Parrot») and Mario Vargas Llosa, the author of a smart, chatty meditation on »Madame Bovary» (»The Perpetual Orgy»). Whereas both those books were impassioned, highly personal works that illuminated Flaubert’s art with wit and indirection, Herbert Lottman’s new biography emerges as an altogether more conventional work.
In emulation, perhaps, of Flaubert’s own credo of detachment (an artist should be like God, »present everywhere, yet visible nowhere»), Mr. Lottman has quietly removed himself from this volume. There are no critical assessments of the novels here, no real excursions into the inner landscape of Flaubert’s conflicted soul. Mr. Lottman dismisses the famous remark »Madame Bovary, c’est moi» with a line, arguing that the novel was a willed choice of style over personality; and he refers only glancingly to the novelist’s long love-hate relationship with romanticism, delineated with such admirable sympathy by Francis Steegmuller in his fine study »Flaubert and Madame Bovary.»
When it comes to giving us a dispassionate chronicle of day-to-day events in Flaubert’s life, however, Mr. Lottman proves a reliable guide, demonstrating the qualities of judiciousness and patience that distinguished his biography of Camus, and his recent study of French intellectuals during World War II (»The Left Bank»). Mainly, he gives us a portrait of Flaubert in his own words (»Debris of a vanished world, old fossil of romanticism»; »all alone, like a bear»), and in the words of his family and friends.
To his brother Achille, he was a fanatic, who »makes night into day, works to excess, and is continually overexcited.» To the young historian Hippolyte Taine, he was an ungainly man with »the look of a cavalry captain who is already used up and who has been a drinker.» To the Goncourt brothers, he was an affected provincial, »mainly concerned with the drumbeat of his sentences.» And to Henry James, he was »the novelist’s novelist» and a somewhat awkward human being – »so much talent, and so much naivete and honesty, and yet so much dryness and coldness.»
In fact Flaubert’s life is animated, from beginning to end, by his single-minded determination to become a writer. By the age of 10, he had ideas for 30 different plays; by 13, he’d written an ambitious story about Satan and the hellish nature of earth; by 15, he’d published a story in a grown-up journal. Though he reluctantly enrolled in law school, he clung throughout to his idee fixe of writing; and by the age of 24, had settled into a hermitlike existence at his parents’ house in Croisset. When he wasn’t writing, he was studying Greek, reading the classics or analyzing Shakespeare – activities all intended to sharpen his budding literary skills.
So dedicated was Flaubert to his writing that he came to regard marriage as a kind of »apostasy»; and he limited himself to seeing Louise Colet once every two or so months. When she complained that he did not confide in her, he explained that his heart contained only »two or three poor artistic ideas nursed with love; nothing more.» Following the end of that romance in 1854, he retreated even further into solitude. »I hear no sound other than the crackling of my fire and the ticktock of my clock,» he wrote a friend.
No doubt the isolation contributed to his growing misanthropy. The Paris revolt of 1871 elicited from him a bitter condemnation of democracy; and he was soon talking of »the universal decline» of the world around him. Health problems and difficulties with his novel »Bouvard and Pecuchet» contributed further to the disillusionment of his remaining years. As he wrote George Sand in 1875: »A roving gout, pains that show up here and there, an invincible melancholy, the feeling of ‘the world’s uselessness,’ and considerable doubt about the book I’m writing, that’s what’s wrong with me, dear and brave master. Add to that problems involving money, and the permanent desire to be dead . . . this is my present condition.»
He died five years later, without finishing his last novel.

 

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Without Stopping: An Autobiography – Paul Bowles (versión original en inglés)

Jorge Luis Borges Johnny Cash Nick Cave Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

Estado: usado.

Editorial: The Ecco Press.

Precio: $250

Paul Bowles was born in Queens, New York, in 1910. He began his travels as a teenager, setting off for Paris, telling no one of his plans. In 1930 he visited Morocco for the first time, with Aaron Copland, with whom he was studying music. His early reputation was as a composer and he wrote the scores for several Tennessee Williams plays. Bowles married the writer Jane Auer in 1938, and after the war the couple settled in Tangier. In Morocco Bowles turned principally to fiction. The Sheltering Sky—inspired by his travels in the Sahara—was a New York Times bestseller in 1950, and has gone on to sell more than 250,000 copies. It was followed by three further novels, numerous short stories, nonfiction, and translations. Bowles died in Tangier in 1999.
The Paris Review
Paul Bowles, The Art of Fiction No. 67
Interviewed by Jeffrey Bailey
 The Tangier that once greeted Bowles in 1931, promising “wisdom and ecstasy,” bears little resemblance to the Tangier of the 1970s. The frenetic medina, with its souks, its endless array of tourist boutiques, its perennial hawkers and hustlers is still there, of course, though fifty years ago it had already been dwarfed by the European city and its monuments to colonialism: the imperious French Consulate, the Café de Paris, luxury hotels in the grand style (the Minzah, the Velasquez, the Villa de France), the now forlornly abandoned Teatro Cervantes, and the English church with its cemetery filled with the remains of knight commanders, baronets, and the prodigal sons of former empires. The days of Tangier as the wide-open international city of intrigue are gone forever. Today it is simply one city of a third-world country in flux, slowly but steadily coming to grips with the twentieth century.
For those of a romantic bent, however, the power of Tangier to evoke images of the inscrutable East remains potent, despite the ravages of modernity. It still seems an appropriate place to find Paul Bowles. Any American who comes to Tangier bearing more than a casual curiosity about Morocco and a vague concern for music and literature considers a visit with Bowles an absolute must; for some, it even assumes the reverential character of a pilgrimage. In no way, however, does Bowles see himself as an object of special interest. Indeed, such an attitude strikes him as being amusingly naive, if not downright silly.
He lives in a three-room apartment in a quiet residential section of Tangier. His flat, located in a fifties-futuristic building in sight of the American consulate, is comfortably unimposing, though it does testify to his days as a world traveler: souvenirs from Asia, Mexico, black Africa; a bookcase lined with personally inscribed volumes by Burroughs, Kerouac, Ginsberg, Vidal; an entryway in which vintage trunks and suitcases are stacked shoulder high, as if a voyage of indefinite length were perpetually in the offing.
Our first meeting took place in the summer of 1976. I arrived at his door in the early afternoon. I found him newly awakened, his thick white hair tousled and pale blue eyes slightly bleary; he was obviously surprised that anyone would come to call at that hour of the day. As he finished his breakfast and lighted up his first cigarette, his thin, somewhat wiry frame relaxed noticeably. He became increasingly jovial.
Evidently, however, my timing hadn’t been particularly good. The tape recorder had just begun to roll when a series of visitors announced themselves with persistent rings of the doorbell: his chauffeur, his maid, a woman friend from New York, an American boy who’d taken the apartment downstairs, and, eventually, Mohammed Mrabet. Handsome in a rugged and brooding way, Mrabet asked me to bring him, on my return to Tangier, a pistol with nine chambers as there were apparently nine people upon whose elimination he was intent at that time.
As it turned out, I had reason to be grateful for his and the other interruptions. They enabled me to return and talk at length with Bowles that evening, the next day, and two more times over the following year and a half.
INTERVIEWER
For many people, the mention of your name evokes romantic images of the artist’s life in exotic, faraway places. Do you see yourself as a kind of consummate expatriate?
            PAUL BOWLES
I’m afraid not. I don’t see myself as a consummate anything. I don’t see myself, really, I have no ego. I didn’t find the United States particularly interesting and once I found places that were more interesting I chose to live in them, which I think makes sense.
INTERVIEWER
Was this decision to leave the United States an early one?
BOWLES
I made it at seventeen, so I guess you’d say it was an early decision. Some people absorb things more quickly than others, and I think I had a fairly good idea of what life would be like for me in the States, and I didn’t want it.
INTERVIEWER
What would it have been like?
BOWLES
Boring. There was nothing I wanted there, and once I’d moved away I saw that all I needed from the States was money. I went back there for that. I’ve never yet gone there without the definite guarantee of making money. Just going for the pleasure of it, I’ve never done.
 INTERVIEWER
Since your contact with foreign places has so obviously nurtured your writing, perhaps you would never have been a writer if you had stayed in the States.
 BOWLES
Quite possibly not. I might have gone on as a composer. I cut the composing cord in 1947, when I moved here, although, as I say, I went back several times to write scores for Broadway.
 INTERVIEWER
Did you cut the composing cord because writing and music were getting in each other’s way?
 BOWLES
No, not at all. You do them with separate parts of the brain, I think. And you derive different kinds of pleasure from them. It’s like saying, “Is it more fun to drink a glass of water when you’re thirsty or eat a good meal when you’re hungry?” I gave up composing professionally simply because I wanted to leave New York. I wanted to get out of the States.
 INTERVIEWER
Did giving up an entire career because you disliked life in America leave you feeling hostile toward the place?
 BOWLES
No, no. But when you say “America” to me, all I think of is New York City where I was born and brought up. I know that New York isn’t America; still, my image of America is New York. But there’s no hostility. I just think it’s a great shame, what has happened there. I don’t think it will ever be put right; but then again, I never expect anything to be put right. Nothing ever is. Things go on and become other things. The whole character of the country has changed beyond recognition since my childhood. One always thinks everything’s got worse—and in most respects it has—but that’s meaningless. What does one mean when one says that things are getting worse? It’s becoming more like the future, that’s all. It’s just moving ahead. The future will be infinitely “worse” than the present; and in thatfuture, the future will be immeasurably “worse” than the future that we can see. Naturally.
 INTERVIEWER
You’re a pessimist.
 BOWLES
Well, look for yourself. You don’t have to be a pessimist to see it. There’s always the chance of a universal holocaust in which a few billion people will be burned. I don’t hope for that, but it’s what I see as a probability.
 INTERVIEWER
Can’t one also hope for things like a cure for cancer, an effective ban on nuclear arms, an upsurge of concern for the environment, and a deeper consciousness of being?
 BOWLES
You can hope for anything, of course. I expect enormous things to happen in the future, but I don’t think they’ll be things which people born in my generation will think are great and wonderful. Perhaps people born in 1975 will think otherwise. I mean, people born in 1950 think television is great.
 INTERVIEWER
Because American technology has already contributed so much to making what you regard as an inevitably undesirable future, I guess it’s understandable that living outside your indigenous culture became almost a compulsion with you.
 BOWLES
Not almost; it was a real compulsion. Even as a small child, I was always eager to get away. I remember when I was six years old, I was sent off to spend two weeks with someone—I don’t know who it was or why I was sent—and I begged to stay longer. I didn’t want to go home. Again, when I was nine and my father had pneumonia, I was sent off for a month or two and I kept writing letters asking, “Please, let me stay longer.” I didn’t want to see my parents again. I didn’t want to go back into all that.
 INTERVIEWER
In Without Stopping, you were quite frank about your feelings toward your parents in describing the fondness you had for your mother and your estrangement from your father.
 BOWLES
I think most boys are fond of their mothers. The hostility involved with my father was very real. It started on his side and became reciprocated, naturally, at an early age. I don’t know what the matter was. Maybe he didn’t want any children. I never knew the real story of why he was so angry with me, although my maternal grandmother told me it was simply because he was jealous. She said he couldn’t bear to have my mother pay attention to this third person, me. It’s probably true.
 INTERVIEWER
Did this negative relationship with your father affect your becoming a traveler and an artist?
 BOWLES
Probably, I don’t know. I’ve never really gone over it in my mind to see what caused what. I probably couldn’t. It’s obvious that a shut-in childhood is likely to make an introverted child and that an introverted child is more likely to be “artistic.”
 INTERVIEWER
Your parents weren’t enthusiastic about your going off to Europe when you were only eighteen?
BOWLES
It wasn’t a matter of their being enthusiastic or not, inasmuch as they knew nothing about my going. I had the money for my passage to France, plus about twenty-five dollars.
 INTERVIEWER
Were you running away from something?
 BOWLES
No, I was running toward something, although I didn’t know what at the time.
 INTERVIEWER
Did you ever find it?
 BOWLES
Yes, I found it over the years. What I was ultimately running toward was my grave, of course: “The paths of glory lead but to the grave.”
 INTERVIEWER
You began studying with Aaron Copland not long after your return from that first trip abroad. How would you describe your experience with Copland?
 BOWLES
It couldn’t have been better. He was a wonderful teacher.
 INTERVIEWER
Apparently Copland was able to compose professionally outside of New York, yet you say that you weren’t.
BOWLES
No, because I had to make a living at writing music. If I’d had a private income I could have composed anywhere, as long as I’d had a keyboard. A few composers don’t even need that, but I do. Aaron and I had a very hard time the first summer here in Tangier, in 1931. Gertrude Stein had told us that it would be easy to get a piano, but it wasn’t. Nowadays it’s impossible, but in those days you still could if you really looked. We finally found one. It wasn’t very good, and the problem of getting it up the mountain to the house we’d rented was horrendous. The road wasn’t paved so it had to come up on a donkey. Just as it was going through the gate the piano fell off with a wham!!! and I thought, “That’s the end of our summer.” It worked out all right, eventually. Aaron was writing a short symphony and although he couldn’t finish it, he was able to do some work on it. Of course, he worked constantly.
INTERVIEWER
Weren’t you as diligent a worker as Copland?
BOWLES
I wouldn’t say so, no. When we were in Berlin, it seemed that I was always going somewhere else. Aaron was rather annoyed by that. I was supposed to be studying, but instead I would set out for Austria or Bavaria.
INTERVIEWER
What was your impression of Berlin back then?
BOWLES
Well, I wasn’t there for very long, only four months; one whole spring. But it was crazy. Really crazy. It was like a film of Fritz Lang’s. You had the feeling that all of life was being directed by Lang. It was sinister because of the discrepancy between those who had and those who didn’t, and you felt it all very intensely. The “haves” were going hog-wild while the “have-nots” seethed with hatred. There was a black cloud of hatred over the whole east end of the city. It was that summer that the Disconto-Gesellschaft failed. You felt the catastrophe coming, which gave an uncomfortable tinge to everything that happened. Christopher Isherwood was living it rather than writing about it then.
INTERVIEWER
How did you react when Isherwood gave your name to his best-known character creation?
BOWLES
Sally Bowles? I thought it was quite natural, really. We’d all been there together through the whole season and we used to eat lunch together every day. He didn’t want to use her real name, Jean Ross, so he used mine. Where he got “Sally,” I don’t know.
INTERVIEWER
From your recollection, did the real Jean Ross much resemble the character she had inspired?
BOWLES
I’d say so. Yes. She was very attractive, and also very amusing. Christopher was always with her. They lived in the same rooming house on the Nollendorfplatz. I lived on Güntzelstrasse, in a room with a balcony, I remember. Aaron took a flat that belonged to an American poet named Alfred Kreymborg on the Steinplatz, so I would go there for my lessons every day. We’d have lunch with Stephen Spender, Christopher, and Jean. We always had that nucleus. We generally ate at the Café des Westens opposite the Kaiser Gedächtnis Kirche.
INTERVIEWER
Did you know that you were observing the genesis of Goodbye to Berlin?
BOWLES
How would I? I had no idea that he was going to write a book. One was just concerned with living each day as it came. I met some of the people in The Berlin Stories, but I never suspected they were going to be “immortalized.”
INTERVIEWER
Have you ever felt any professional antagonism toward other artists?
BOWLES
No, I’ve never been like that at all. I refuse to play. I told you I don’t have much of an ego. I meant it. To take part in such games, you have to believe in the existence of your personality in a way that I don’t. And I couldn’t do it. I could pretend, but it wouldn’t get me very far.
INTERVIEWER
When you were a young man making the acquaintance not only of other young writers such as Isherwood and Auden but also getting to know more established writers, like Stein and Cocteau, were you consciously attempting to become part of an artistic community? Were you looking to be nurtured by contact with other artists?
BOWLES
I was never aware of wanting to become part of a community, no. I wanted to meet them. I suppose I simply felt that I was taking potshots at clay pipes. Pop! Down goes Gertrude, down goes Jean Cocteau, down goes André Gide. I made a point of those things—meeting Manuel de Falla, for example—for no reason at all. I went to Granada, found his door, knocked, went in, and spent the afternoon. He had no idea who I was. Why I did that, I don’t know. Apparently I thought such encounters were important or I wouldn’t have bothered, because it involved a lot of work and sometimes a sacrifice of something I cared about. But exactly how I felt I can’t remember, because it wasn’t an intellectual thing. It was “unthought,” and it’s hard for me to recall the reason for it. Of course, I’ve never been a thinking person. A lot seems to happen without my conscious knowledge.
INTERVIEWER
Has it always been that way, or has it developed over the years?
BOWLES
It was always like that. All through my late teens, from sixteen on, I was writing surrealist poetry. I read André [Breton], who explained how to do it, and so I learned how to write without being conscious of what I was doing. I learned how to make it grammatically correct and even to have a certain style without the slightest idea of what I was writing. One part of my mind was doing the writing, and God knows what the other part was doing. I suppose it was bulldozing the subconscious, dredging up ooze. I don’t know how those things work, and I don’t want to know.
INTERVIEWER
It sounds as though Breton served to inspire your early writing. Did you have many “inspiration” writers?
BOWLES
Not really. During my early years in Europe, I was very much taken with Lautréamont. I carried him with me wherever I went, but I got over that and didn’t supplant him with anyone else. You may have such enthusiasms when you’re very young, but you don’t usually have them when you get older, even a few years older. There were many writers whom I admired, and if they were living I tended to seek them out: Stein, Gide, Cocteau, many others.
INTERVIEWER
Your autobiography, Without Stopping, seemed to overflow with the names of artists, writers, famous people in general, whom you’d met.
BOWLES
And yet I cut many of them out. I saw when I was finished that it was nothing but names, so I cut out fifty or sixty. The reason for all that was that Putnam wanted the book to be a roster of names; they stressed that at the beginning, before I signed the contract. If they’d just left me alone without all the stipulations, I think I could have done something more personal. Actually, I think the first half was personal enough, but the last half was hurried. Time was coming to an end and I had to meet the deadline. They’d already allowed an extra year in the contract, so I just rushed it off. I’d never do another book like that, under contract. A full year after I’d signed the contract I still hadn’t begun to write. It took me that length of time to recall events and sequences. I had no diaries or letters to consult, so I had to go back over my entire life, month by month, charting every meaningless meander of its course. And as I say, that took more than a year.
INTERVIEWER
You’ve never been a diarist?
BOWLES
No. I had no letters or documents to go on at all.
INTERVIEWER
Was that intentional? Would a diary have hindered your spontaneity?
BOWLES
I don’t know about that. It was just the facts of life. I never bothered. I felt that life itself was important, each day. I didn’t see any reason to keep a diary. Then again, I never thought I’d be writing an autobiography.
INTERVIEWER
How do you write?
BOWLES
I don’t use a typewriter. It’s too heavy, too much trouble. I use a notebook, and I write in bed. Ninety-five percent of everything I’ve written has been done in bed.
INTERVIEWER
And the typing?
BOWLES
The typing of a manuscript to send out is another thing. That’s just drudgery, not work. By work I mean the invention of something, the putting down, the creation of a page with words on it.
INTERVIEWER
Did you write any of your novels under a deadline?
BOWLES
No. When I finished them, I sent them in and they were published. I couldn’t write fiction under pressure. The books wouldn’t have been any good; they’d have been even less good than they were.
INTERVIEWER
You don’t seem to have a particularly high regard for your talent as a writer.
BOWLES
No, no. I haven’t.
INTERVIEWER
Why not?
BOWLES
I don’t know. It doesn’t seem very relevant.
INTERVIEWER
Haven’t people encouraged you along the way, telling you that you were good?
BOWLES
Oh, yes. Of course.
INTERVIEWER
You just didn’t believe them?
BOWLES
I believed that they believed it, and I wanted to hear them say they liked this or disliked that, and why. But I was never sure of their viewpoint, so it was hard to know whether they understood what they were liking or disliking.
INTERVIEWER
Would you say that it was easier for a serious young writer to get published twenty or thirty years ago?
BOWLES
I doubt that getting “serious” writing published was ever easy. But judging from the quantity of nonwriting that gets into print today, I’d deduce that today there are fewer young authors writing with the intention of producing serious work. To quote Susan Sontag: “Seriousness has less prestige now.”
INTERVIEWER
In reading your work, one doesn’t expect to be led to some conclusion through a simple progression of events. One has the sense of participating in a spontaneous growth of events, one on top of another.
BOWLES
Yes? Well, they grow that way. That’s the point, you see. I don’t feel that I wrote these books. I feel as though they had been written by my arm, by my brain, my organism, but that they’re not necessarily mine. The difficulty is that I’ve never thought anything belonged to me. At one time, I bought an island off Ceylon and I thought that when I had my two feet planted on it I’d be able to say: “This island is mine.” I couldn’t; it was meaningless. I felt nothing at all, so I sold it.
INTERVIEWER
How big an island was it?
BOWLES
About two acres. A beautiful tropical forest on an island. Originally it had been owned by a French landscape gardener. Sixty or seventy years ago he’d brought back trees, shrubs, vines, and flowers from all over Southeast Asia and the East Indies. It was a wonderful botanical display. But as I say, I never felt I owned it.
INTERVIEWER
Was writing, for you, a means of alleviating a sense of aloneness by communicating intimately with other people?
BOWLES
No. I look on it simply as a natural function. As far as I’m concerned it’s fun, and it just happens. If I don’t feel like doing it, I don’t do it.
INTERVIEWER
One is struck by the violence in your work. Almost all the characters in The Delicate Prey, for example, were victimized by either physical or psychological violence.
BOWLES
Yes, I suppose. The violence served a therapeutic purpose. It’s unsettling to think that at any moment life can flare up into senseless violence. But it can and does, and people need to be ready for it. What you make for others is first of all what you make for yourself. If I’m persuaded that our life is predicated upon violence, that the entire structure of what we call civilization, the scaffolding that we’ve built up over the millennia, can collapse at any moment, then whatever I write is going to be affected by that assumption. The process of life presupposes violence, in the plant world the same as the animal world. But among the animals only man can conceptualize violence. Only man can enjoy the idea of destruction.
INTERVIEWER
In many of your characterizations, there’s a strange combination of fatalism and naïveté. I’m thinking in particular of Kit and Port Moresby in The Sheltering Sky. It seemed to me that their frenetic movement was prompted by an obsessive fear of self-confrontation.
BOWLES
Moving around a lot is a good way of postponing the day of reckoning. I’m happiest when I’m moving. When you’ve cut yourself off from the life you’ve been living and you haven’t yet established another life, you’re free. That’s a very pleasant sensation, I’ve always thought. If you don’t know where you’re going, you’re even freer.
INTERVIEWER
Your characters seem to be psychologically alienated from each other and from themselves, and though their isolation may be accentuated by the fact that you’ve set them as foreigners in exotic places, one feels that they’d be no different at home, that their problems are deeper than the matter of locale.
BOWLES
Of course. Everyone is isolated from everyone else. The concept of society is like a cushion to protect us from the knowledge of that isolation. A fiction that serves as an anesthetic.
INTERVIEWER
And the exotic settings are secondary?
BOWLES
The transportation of characters to such settings often acts as a catalyst or a detonator, without which there’d be no action, so I shouldn’t call the settings secondary. Probably if I hadn’t had some contact with what you call “exotic” places, it wouldn’t have occurred to me to write at all.
INTERVIEWER
To what degree did the character of Kit resemble your wife, Jane Bowles?
BOWLES
The book was conceived in New York in 1947, and 80 percent of it was written before Jane ever set foot in North Africa in 1948, so there’s no question of its being related to experience. The tale is entirely imaginary. Kit is not Jane, although I used some of Jane’s characteristics in determining Kit’s reactions to such a voyage. Obviously I thought of Port as a fictional extension of myself. But Port is certainly not Paul Bowles, any more than Kit is Jane.
INTERVIEWER
Have you ever written a character who was supposed to be Jane Bowles, or a character who was directly modeled after her?
BOWLES
No, never.
INTERVIEWER
Yet couldn’t one say that you both exerted a definite influence on each other’s work?
BOWLES
Of course! We showed each other every page we wrote. I never thought of sending a story off without discussing it with her first. Neither of us had ever had a literary confidant before. I went over Two Serious Ladies with her again and again, until each detail was as we both thought it should be. Not that I put anything into it that she hadn’t written. We simply analyzed sentences and rhetoric. It was this being present at the making of a novel that excited me and made me want to write my own fiction. Remember, this was in 1942.
INTERVIEWER
You hadn’t had that strong an interest before?
BOWLES
Oh, I’d written before, of course, although of the fiction I saved only one short story. All during my childhood I was writing, and that means from the age of four on. Even at four it gave me a very special kind of pleasure to make up my own stories and print them on paper. They were always about animals and barnyard fowl. My memory doesn’t go back to a time when I couldn’t read. I remember being ridiculed by my grandfather because I couldn’t pronounce the word “clock.” I said, “Tlot,” but I indignantly spelled it out for him to prove that I knew the word. I must have spelled it “c-l-o-c-tay.”
INTERVIEWER
You learned to read at an unusually early age?
BOWLES
Three, I guess. I learned from wooden blocks that had letters of the alphabet carved on them. Toys weren’t encouraged. They gave me “constructive things,” drawing paper, pencils, notebooks, maps and books. Besides, I was always alone then, never with other children.
INTERVIEWER
Tell me, would you please, about Jane Bowles.
BOWLES
That’s an all-inclusive command! What can I possibly tell you about her that isn’t implicit in her writing?
INTERVIEWER
She obviously had an extraordinary imagination. She was always coherent, but one had the feeling that she could go off the edge at any time. Almost every page ofTwo Serious Ladies, for example, evoked a sense of madness although it all flowed together very naturally.
BOWLES
I feel that it flows naturally, yes. But I don’t find any sense of madness. Unlikely turns of thought, lack of predictability in the characters’ behavior, but no suggestion of “madness.” I love Two Serious Ladies. The action is often like the unfolding of a dream, and the background, with its realistic details, somehow emphasizes the sensation of dreaming.
INTERVIEWER
Does this dreamlike quality reflect her personality?
BOWLES
I don’t think anyone ever thought of Jane as a “dreamy” person; she was far too lively and articulate for that. She did have a way of making herself absent suddenly, when one could see that she was a thousand miles away. If you addressed her sharply, she returned with a start. And if you asked her about it, she would simply say: “I don’t know. I was somewhere else.”
INTERVIEWER
Can you read her books and see Jane Bowles in them?
BOWLES
Not at all; not the Jane Bowles that I knew. Her work contained no reports on her outside life. Two Serious Ladies was wholly nonautobiographical. The same goes for her stories.
INTERVIEWER
She wasn’t by any means a prolific writer, was she?
BOWLES
No, very unprolific. She wrote very slowly. It cost her blood to write. Everything had to be transmuted into fiction before she could accept it. Sometimes it took her a week to write a page. This exaggerated slowness seemed to me a terrible waste of time, but any mention of it to her was likely to make her stop writing entirely for several days or even weeks. She would say: “All right. It’s easy for you, but it’s hell for me, and you know it. I’m not you. I know you wish I were, but I’m not. So stop it.”
INTERVIEWER
The relationships between her women characters are fascinating. They read like psychological portraits, reminiscent of Djuna Barnes.
BOWLES
In fact, though, she refused to read Djuna Barnes. She never read Nightwood. She felt great hostility toward American women writers. Usually she refused even to look at their books.
INTERVIEWER
Why was that?
BOWLES
When Two Serious Ladies was first reviewed in 1943, Jane was depressed by the lack of understanding shown in the unfavorable reviews. She paid no attention to the enthusiastic notices. But from then on, she became very much aware of the existence of other women writers whom she’d met and who were receiving laudatory reviews for works which she thought didn’t deserve such high praise: Jean Stafford, Mary McCarthy, Carson McCullers, Anaïs Nin. There were others I can’t remember now. She didn’t want to see them personally or see their books.
INTERVIEWER
In the introduction that Truman Capote wrote for the collected works, he emphasized how young she’d been when she wrote Two Serious Ladies.
BOWLES
That’s true. She began it when she was twenty-one. We were married the day before her twenty-first birthday.
INTERVIEWER
Was there something symbolic about the date?
BOWLES
No, nothing “symbolic.” Her mother wanted to remarry and she had got it into her head that Jane should marry first, so we chose the day before Jane’s birthday.
INTERVIEWER
Did your careers ever conflict, yours and your wife’s?
BOWLES
No, there was no conflict of any kind. We never thought of ourselves as having careers. The only career I ever had was as a composer, and I destroyed that when I left the States. It’s hard to build up a career again. Work is something else, but a career is a living thing and when you break it, that’s it.
INTERVIEWER
Did you and Jane Bowles ever collaborate?
BOWLES
On a few songs. Words and music. Any other sort of collaboration would have been unthinkable. Collaborative works of fiction are rare, and they’re generally parlor tricks, like Karezza of George Sand and who was it: Alfred de Musset?
INTERVIEWER
How did she feel about herself as an artist—about her work?
BOWLES
She liked it. She enjoyed it. She used to read it and laugh shamefacedly. But she’d never change a word in order to make it more easily understood. She was very, very stubborn about phrasing things the way she wanted them phrased. Sometimes understanding would really be difficult and I’d suggest a change to make it simpler. She’d say, “No. It can’t be done that way.” She wouldn’t budge an inch from saying something the way she felt the character would say it.
INTERVIEWER
What was her objective in writing?
BOWLES
Well, she was always trying to get at people’s hidden motivations. She was interested in people, not in the writing. I don’t think she was at all conscious of trying to create any particular style. She was only interested in the things she was writing about: the complicated juxtapositions of motivations in neurotic people’s heads. That was what fascinated her.
INTERVIEWER
Was she “neurotic”?
BOWLES
Oh, probably. If one’s interested in neuroses, generally one has some sympathetic vibration.
INTERVIEWER
Was she self-destructive?
BOWLES
I don’t think she meant to be, no. I think she overestimated her physical strength. She was always saying, “I’m as strong as an ox,” or “I’m made of iron.” That sort of thing.
INTERVIEWER
Considering how independently the two of you lived your lives, your marriage couldn’t really be described as being “conventional.” Was this lack of “conventionalism” the result of planning, or did it just work out that way?
BOWLES
We never thought in those terms. We played everything by ear. Each one did what he pleased—went out, came back—although I must say that I tried to get her in early. She liked going out much more than I did, and I never stopped her. She had a perfect right to go to any party she wanted. Sometimes we had recriminations when she drank too much, but the idea of sitting down and discussing what constitutes a conventional or an unconventional marriage would have been unthinkable.
INTERVIEWER
She has been quoted as saying, “From the first day, Morocco seemed more dreamlike than real. I felt cut off from what I knew. In the twenty years I’ve lived here, I’ve written two short stories and nothing else. It’s good for Paul, but not for me.” All things considered, do you think that’s an accurate representation of her feelings?
BOWLES
But you speak of feelings as though they were monolithic, as though they never shifted and altered through the years. I know Jane expressed the idea frequently toward the end of her life, when she was bedridden and regretted not being within reach of her friends. Most of them lived in New York, of course. But for the first decade she loved Morocco as much as I did.
INTERVIEWER
Did you live with her here in this apartment?
BOWLES
No. Her initial stroke was in 1957, while I was in Kenya. When I got back to Morocco about two months later, I heard about it in Casablanca. I came here and found her quite well. We took two apartments in this building. From then on, she was very ill, and we spent our time rushing from one hospital to another, in London and New York. During the early sixties she was somewhat better, but then she began to suffer from nervous depression. She spent most of the last seven years of her life in hospitals. But she was an invalid for sixteen years.
INTERVIEWER
That’s a long time to be an invalid.
BOWLES
Yes. It was terrible.
INTERVIEWER
Before that, though, your life together had been as you wanted it?
BOWLES
Oh, yes. We enjoyed it. We were always busy helping each other. And we had lots of friends. Many, many friends.
INTERVIEWER
What is life like for you in Tangier these days?
BOWLES
Well, it’s my home. I’m settled here and I’m reasonably content with things as they are. I see enough people. I suppose if I had been living in the States all this time I’d probably have many more intimate friends whom I’d see regularly. But I haven’t lived there in many years, and most of the people I knew are no longer there. I can’t go back and make new acquaintances at this late date.
INTERVIEWER
All those trunks you’ve got stacked in your entryway bear testament to your globetrotting days. Don’t you miss traveling?
BOWLES
Not really, surprisingly enough. And Tangier is as good a place for me to be as any other, I think. If travel still consisted of taking ships, I’d continue moving around. Flying to me isn’t travel. It’s just getting from one place to another as fast as possible. I like to have plenty of luggage with me when I start out on a voyage. You never know how many months or years you’ll be gone or where you’ll go eventually. But flying is like television: you have to take what they give you because there’s nothing else. It’s impossible.
INTERVIEWER
Tangier is nothing like the booming international city it once was, is it?
BOWLES
No, of course not. It’s a very dull city now.
INTERVIEWER
Things were still happening here in the sixties when Ginsberg, Burroughs, and that group were here. To what degree were you involved with them?
BOWLES
I knew them well, but I wasn’t involved with their work. I think Bill Burroughs came to live in the medina in 1952. I didn’t meet him until 1954. Allen Ginsberg came in ‘57 and began to supervise the retrieving of the endangered manuscript ofNaked Lunch, which was scattered all over the floor of Bill’s room at the Muniriya. The pages had been lying there for many months, covered with grime, heelmarks, mouse-droppings. It was Alan Ansen who financed the expedition, and between them they salvaged the book.
INTERVIEWER
Was Gregory Corso here then?
BOWLES
No. He came when Ginsberg returned in 1961.
INTERVIEWER
What was Tangier like back then?
BOWLES
By the sixties, it had calmed down considerably, although it was still a good deal livelier than it is these days. Everyone had much more money, for one thing. Now only members of the European jet set have enough to lead amusing lives, and everyone else is poor. In general, Moroccans have a slightly higher standard of living than they did, by European criteria. That is, they have television, cars, and a certain amount of plumbing in their houses, although they all claim they don’t eat as well as they did thirty years ago. But nobody does, anywhere.
INTERVIEWER
Moroccan life seems to be so incongruously divided between Eastern and Western influences—the medinas and nouvelles villes, djellabas and blue jeans, donkey-carts and Mercedes’that it sometimes seems downright schizophrenic. I wonder where the Moroccan psyche really is.
BOWLES
For there to be a Moroccan psyche there’d have to be a national consciousness, which I don’t think has yet come into being. The people are much more likely to think of themselves as members of a subdivision: I’m a Sousse, I’m a Riffi, I’m a Filali. Then there are those lost souls who privately think of themselves as Europeans because they’ve studied in Europe. But the vast majority of Moroccans have their minds on getting together enough money for tomorrow’s meal.
INTERVIEWER
Through the years that you’ve been here, have you ever had feelings of cultural estrangement, or even superiority?
BOWLES
That wouldn’t be very productive, would it? Of course I feel apart, at one remove from the people here. But since they expect that in any case, there’s no difficulty. The difficulties are in the United States, where there’s no convention for maintaining apartness. The foreigners who try to “be Moroccan” never succeed and manage to look ridiculous while they’re trying. It seems likely that it’s this very quality of impenetrability in the Moroccans that makes the country fascinating to outsiders.
INTERVIEWER
But isn’t there a special psychological dimension to the situation of a foreigner living in Morocco? It seems to me that a foreigner here is often looked upon automatically as a kind of victim.
BOWLES
Well, he is a victim. The Moroccans wouldn’t use the word. They’d say “a useful object.” They believe that they, as Muslims, are the master group in the world, and that God allows other religious groups to exist principally for them to manipulate. That seems to be the average man’s attitude. Since it’s not expressed as a personal opinion but is tacitly accepted by all, I don’t find it objectionable. Once a thing like that is formulated you don’t have to worry about the character of the person who professes it. It’s no longer a question of whether or not he agrees with it as part of his personal credo.
INTERVIEWER
Doesn’t this rather limit the nature of a relationship between a Moroccan and a non-Muslim?
BOWLES
It completely determines the nature of a relationship, of course, but I wouldn’t say that it limits it, necessarily.
INTERVIEWER
You’ve never met a Moroccan with whom you felt you could have a Western-style relationship in terms of depth and reciprocity?
BOWLES
No, no. That’s an absurd concept. Like expecting a boulder to spread its wings and fly away.
INTERVIEWER
Coming to this realization must have been a frustrating experience.
BOWLES
No, because right away when I got here I said to myself, “Ah, this is the way people used to be, the way my own ancestors were thousands of years ago. The Natural Man. Basic Humanity. Let’s see how they are.” It all seemed quite natural to me. They haven’t evolved the same way, so far, as we have, and I wasn’t surprised to find that there were whole sections missing in their “psyche,” if you like.
INTERVIEWER
Can Morocco be described as a homosexual culture?
BOWLES
Certainly not. I think that’s one thing that doesn’t exist here. It may be putting in an appearance now in the larger cities, what with the frustrations of today’s urban life. I would expect it to, since that’s the world pattern. They’re undifferentiated, if you like, but they don’t have a preference for the same sex. On the contrary.
INTERVIEWER
I suppose there are advantages to living in a sexually “undifferentiated” society.
BOWLES
There must be, or they wouldn’t have made it that way. The French colons found it an unfailing source of amusement, of course.
INTERVIEWER
Isn’t it paradoxical, though, because of the restrictions of Islam?
BOWLES
But religion always does its utmost to restrain human behavior. The discrepancy between religious dogma and individual behavior is no greater here than anywhere else.
INTERVIEWER
What do you know about Moroccan witchcraft?
BOWLES
Witchcraft is a loaded word. To use it evokes something sinister, a regression to archaic behavior. Here it’s an accepted facet of daily life, as much as the existence of bacteria is in ours. And their attitude toward it is very much the same as ours is toward infection. The possibility is always there, and one must take precautions. But in Morocco only what you’d call offensive magic is considered “witchcraft.” Defensive magic, which plays the same game from the other side of the net, is holy, and can only be efficacious if it’s practiced under the aegis of the Koran. If the fqihuses the magician’s tricks to annul the spell cast by the magician, it doesn’t necessarily follow that the fqih believes implicitly in the existence of the spell. He’s there to cure the people who visit him. He acts as confessor, psychiatrist, and father image. Obviously some of the fouqqiyane must be charlatans, out to get hold of all the money they can. But the people get onto the quacks fairly fast.
INTERVIEWER
One hears a lot about the legend of Aicha Qandicha. Who is she?
BOWLES
You mean who do I think she really is? I’d say she’s a vestigial Tanit. You know when a new faith takes over, the gods of the previous faith are made the personification of evil. Since she was still here in some force when Islam arrived, she had to be reckoned with. So she became this beautiful but dreaded spirit who still frequented running water and hunted men in order to ruin them. It’s strange; she has a Mexican counterpart, La Llorona, who also lives along the banks of streams where there’s vegetation, and who wanders at night calling to men. She’s also of great beauty, and also has long tresses. The difference is that in Mexico she weeps. That’s an Indian addition. In Morocco she calls out your name, often in your mother’s voice, and the danger is that you’ll turn and see her face, in which case you’re lost. Unless, unless. There are lots of unlesses. A series of formulas from the Koran, a knife with a steel blade, or even a magnet can save you if you’re quick. Not all Moroccans consider Aicha Qandicha a purely destructive spirit. Sacrifices are still made to her, just as they are to the saints. The Hamadcha leave chickens at her sacred grotto. But in general she inspires terror.
INTERVIEWER
The Moroccans have had an extremely violent history, and even now it seems that there’s an innate belligerence in their character, a constant undercurrent of violence. Do you think that’s true?
BOWLES
As far as I can see, people from all corners of the earth have an unlimited potential for violence. The Moroccans are highly emotional individuals. So naturally in concerted action they’re formidable. There’s always been intertribal violence here, as well as the age-old rustic resentment of the city dwellers. Until 1956 the country was divided officially into two sectors: blad l-makhzen and blad s-siba, or, in other words, territory under governmental control and territories where such control couldn’t be implanted. That is, where anarchy reigned. Obviously violence is the daily bread of people living under such conditions. The French calledblad s-siba “La Zone d’Insécurité.” As an American you were just as safe there as anywhere else in Morocco, but it wasn’t the security of Americans that the French were thinking of.
INTERVIEWER
One also feels, don’t you think, that the concept of time is completely different here?
BOWLES
Well, yes, but it’s partially because one lives a very different life. In America or Europe the day is divided into hours and one has appointments. Here the day isn’t measured; it simply goes by. If you see people, it’s generally by accident. Time is merely more or less, and everything is perhaps. It’s upsetting if you take it seriously. Otherwise it’s relaxing, because there’s no need to hurry. Plenty of time for everything.
INTERVIEWER
How did your association with Mohammed Mrabet come about?
BOWLES
I began to translate from Moghrebi Arabic twenty-five years ago, when I’d notate stories Ahmed Yacoubi told me. Shortly afterward, tape recorders arrived in Morocco and I went on translating, but from tapes. I did the novel A Life Full of Holes, by Layachi, and some things by Boulaich. When I met Mrabet I knew that there was an enormous amount of material there, and fortunately he wasn’t averse to exploiting it. On the contrary, he’s been telling tales into a microphone now for thirteen years, all from Arabic. The only difficulty with Mrabet is getting everything onto tape. I’ve lost some wonderful tales merely because at the moment he told them there was no way of recording them.
INTERVIEWER
Isn’t Mrabet continuing an oral tradition which is well established here?
BOWLES
He’s very much aware of it. From his early childhood he preferred to sit with elderly men, because of the stories they told. He’s impregnated with the oral tradition of his region. In a story of his it’s hard to find the borderline between unconscious memory and sheer invention.
INTERVIEWER
Why isn’t he more popular within Morocco?
BOWLES
It’s not a question of being popular or not being popular. He’s practically unknown in Morocco. His books are all in English, though there are a few things in French, Italian, and Portuguese. What little notice he’s received here has been adverse. There have been a few unpleasant articles about him in the newspapers, but probably only because it was I who translated him. But since, at the moment, I’m the sole possible bridge between him and the publishers, I go on doing these books, even though the local critics may take a dim view of them. They feel that a foreigner can present a Moroccan only as a performing seal. They scent neocolonialism in a book translated directly from darija. At first they wrote that he didn’t exist, that I’d invented him. Then they accused me of literary ventriloquy. I’d found some fisherman and photographed him so I could present my own ideas under the cover of his name, thinking that would give them authenticity. What they seem to resent most of all is not that the texts were taped, but that they were taped in the language of the country which, by common consent, no one ever uses for literary purposes. One must use either Classical Arabic or French. Moghrebi is only for conversational purposes. Then they object to the subject matter. For them contemporary prose must be political in one way or another. They don’t conceive of literature as such, only as ammunition to implement their theories about economics and government. Most Moroccan intellectuals are confirmed Marxists, naturally. The same pattern as in other third-world countries. I can see clearly why they’d execrate the very concept of such a phenomenon as Mrabet. His books could as easily have been written under the colonial regime as during independence, and this strikes the local critics as tantamount to intellectual treason.
INTERVIEWER
Are you still taping storytellers whom you meet in cafés?
BOWLES
There aren’t any more. All that’s completely changed. There’s a big difference just between the sixties and seventies. For instance, in the sixties people still sat in cafés with a sebsi [pipe] and told stories and occasionally plucked an oud or aguimbri. Now practically every café has television. The seats are arranged differently and no one tells any stories. They can’t because the television is going. No one thinks of stories. If the eye is going to be occupied by a flickering image, the brain doesn’t feel a lack. It’s a great cultural loss. It’s done away with both the oral tradition of storytelling and whatever café music there was.
INTERVIEWER
The music here is supposed to have a mesmerizing effect on its listeners. Is this true?
BOWLES
That’s one of its functions, but not the only one. If you’re an initiate of certain religious groups, it can induce trancelike conditions. In less evolved cultures music is always used for that. But something similar exists in many parts of the world, perhaps even in our own. Strobe lights, acid rock, and so on, I think all that’s meant to alter consciousness.
INTERVIEWER
Has your involvement with Moroccan music been a means of maintaining your contact with the music world at large?
BOWLES
How could it be? It’s just a natural interest which I’ve had since I first came.
INTERVIEWER
What are your future plans, as regards writing?
BOWLES
I don’t think much about the future. I’ve got no plans for future books. The book of stories I’m writing at present takes up all my attention. More tales about Morocco. If an idea were to come to me which required the novel form, I’d write a novel. If it happens, it happens. I’m not ambitious, as you know. If I had been, I’d have stayed in New York.

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido (1)
Episodio 2

 

¿Qué podemos hacer nosotros, prole de un Innombrable? Podemos hacer política: es decir, podemos destruir.
Sujetos impresentables, Christian Ferrer

 

Palermo.
Esquina de Charcas y Vidt.
Borges (2), Cheever y Carver parados en la vereda frente a las mesas de la confitería La Pharmacie miran paranoicos para todos lados, sin poder disimular la angustia.
Es que desde que El Muñequito Liefeld Puteador cometió el error de hablar de la sonrisa de Alan Pauls La Patota de Las Bombachas de Elastico Vencido a pueto precio a su cabeza y a quienes insistan en querer seguir siendo sus amigos.
Ringo, que esta parado un poco más allá de Borges, Cheever y Carver, cuando persive que los mozos estan distraidos les hace una seña a sus amigos y los cinco se mandan a los pedos escaleras abajo, al subsuelo de La Pharmacie, se meten en el baño y traban la puerta con sus cuerpos para que no pueda entrar nadie.
Ringo, que sabe que tiene los minutos contados, que es cuestion de segundos para que los mozos los vengan a hechar a patadas, improvisa una rapida presentación.
¡Leadis an shentelman, sean bienvenidos a otra función de El Muñequito Liefeld Puteador desde la clandestinidad de las calles y baños de Buenos Aires!
Borges saca su aifon y busca musica.
Ringo le grita:
¡Dame Power, cambiame la música!
Borges obedece poniendo un enganchado de canciones John Lee Hoocker.
Y del inodoro del baño de la confiteria La Pharmacie resurge entre meos y soretes como Cristo después de la crucifixión vuelve de la muerte para ofrecernos su amor El Muñequito Liefeld Puteador.

 

Así, no, Alan, te lo digo en el limpio y cristalino español de Moría Casán.
Así, no.
O si queres, te lo digo con el español un poco más confuso e incoerente de Beatriz Sarlo.
Conmigo, no, Barone.
Lograste que me vuelva un paria. Que tenga que vivir en la calle cartoneando con Borges y Ringo. Y obligastes a que mis amigos Cheever y Carver también tuvieran que pasar a la clandestinidad por no renunciar a mi amistad.
Ok.
La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido, ya estuvieron una docena de veces a punto de asesinarme.
Y acá estoy, haciendote pito catalan.
Esas Bombachas sádicas no me dan respiro.
Me obligan como a Pancho Villa a nunca despertar en el mismo lugar donde me acuesto a dormir.
Cuando luego de todo un día de cartonear con Borges, Ringo, Cheever y Carver desensillamos en la puerta de un banco o el portal de un edificio a tomarnos un fernecito-cola Fernando y dormir el sueño de los justos, yo siempre amanezco a un kilometro, en otro portal o entrada de edificio, de donde armamos el campamento con mis amigos.
Bien.
Pero lo de ayer fue demasiado, Alan.
Así, no.
Conmigo, no.
Alan.
Como lo perdí todo.
En mis recorridos por la ciudad profugo de la pena de muerte que dictaminaste  vos y La Patota de las Bombachas de Elástico Vencido, me veo obligado a ir a cibers cuando quiero chequear mis mails.
Y ayer en un parate del laburo del negocio de la basura under y la paranoía de saberse uno todo el tiempo con sicarios que te pisan los talones dejandote sin aliento, habro mi casilla de correo y leo este mail:

 

¿Qué tienen sus ojos claros?
Hola cariño mío. Te mando este e-mail para prevenirte de algunos acontecimientos que me preocupan. ¿Te has hecho alguna tirada de cartas en las últimas semanas? Es que te salen unas cosas que me gustaría hablar contigo.
La carta del Diablo me habla de la relación que tienes con una persona de “ojos claros”. Es alguien muy cercano… pero como no conozco tu entorno no puedo decirte. Puede ser tu pareja, tu hijo, algún familiar muy cercano. Pero es alguien de vital importancia para ti, porque si no, no saldría tan marcado en tu tirada.
¿Qué significa la Carta del Diablo? Pues es muy claro… Esta carta significa que te están escondiendo algo MUY IMPORTANTE. Algo que te puede perjudicarte en muchos sentidos. Incluso en muchas ocasiones es algo que nosotros mismos no queremos ver… Por ponerte un ejemplo puede ser una infidelidad muy evidente, una traición, algo que tenga que ver con una gran cantidad de dinero que te están robando como una herencia o cosas así, incluso tema drogas…
¿Quién es esa persona de los ojos claros? ¿Hay varias en tu vida y no sabes quién es? ¿Cómo te va a traicionar? ¿Qué esconde? ¿Cómo te puede perjudicar?
Para todo eso necesitas una tirada en directo más extensa y personal. Por eso te recomiendo que hagas una esta misma semana. Acude a cualquier vidente.
Eso es todo, si tienes interés en que te la haga yo personalmente ya que conozco tu caso y en 5 minutitos te concreto todo. ¿Vale cielo?
Mi teléfono es 806405990 o 964800000
Malena Marin  / Coaching y Tarot personalizado.
P.D: No dudes en llamarme esta misma tarde o mañana. Recuerda que no cobro ninguna tarifa, tan solo se paga el precio de la llamada. Coste de la Llamada: 0,02e/s desde fijo y 0,026e/s desde movil.

 

Cuando leí este mail no dude un instante y la llame a Malena.
Obviamente ella podía ayudarme y si una coaching y tarotista no podía ayudarme a salir de esta pesadilla, entonces quién.
Así que la llame y concerte una cita inmediatamente.
Me cito en una casona de Palermo.
Allá fuimos Borges, Ringo, Cheever y Carver.
Ringo, me advirtió que algo en todo este estofado olía mal.
Pero no quise escucharlo.
En el desierto los espejismos suelen adquirir la solidez de una piramide egipcia.
Mis cuatro secuaces se quedaron en la esquina y Ringo me advirtió que si no salía en media hora entraba a los tiros a buscarme.
Lo tranquilice y le dije que esta mujer claramente había leido en las cartas mi destino y buscaba ayudarme de corazón.
Sos un pelotudo, me respondio Ringo y se fue a mear a un arbolito.
Toqué timbre y la tarotista Malena me abrío.
Era una cuarentona, un poco excedida en peso, con un vestido de bambula y muchos aros y collares.
Me hizo pasar a un cuarto y nos sentamos en una mesa frente a un mazo de cartas.
Me pidio que las mezclara.
Lo hice.
Me pidio que dividiera el mazo en dos.
Lo hice.
Me pidio que eligiera una carta y se la diera.
Elegi una y cuando estaba dándosela senti un terrible golpe en la cabeza que me hizo caer de costado al piso.
En un segundo el cuarto se lleno de Bombachas de Elástico Vencido y comenzaron a lincharme.
Entonces entro Ringo derribando la puerta de calle con una escopeta recortada y una nueve milímetros.
De un escopetazo barrio a tres Bombachas de Elástico Vencido.
Con la 9 Mm bajo a otras cinco Bombachas.
Y con ocho cadáveres en el cuarto Ringo logró hacerce del control de la situación.
Sin dejar de apuntar con las armas a Las Bombachas les ordeno a Borges, Cheever y Carver que me levantaran del piso y me sacaran de la casona.
Luego me pusieron en el changuito de supermercado que usamos para juntar los cartones y desaparecimos por las calles de Buenos Aires.
Como vez Alan, esta vez estuviste cerca.
Pero la pena de muerte que pesa sobre mi carne no ha logrado el cometido que buscabas.
Que calle y muera.
Conmigo, no, Alan.
Así, no.

 

Los mozos de la confiteria La Pharmacie golpean la puerta furiosamente exigiendo que los que estan dentro salgan inmediatamente y amenazan con que ya han llamado a la policía.
Ringo, rapidamente, aprieta el botón del baño y El Muñequito Liefeld Puteador desaparece en un remolino de agua meo y cagadas con la descarga del depósito hacia las profundidades de la mierda humana.
Y Ringo le grita a Borges:
¡Dame Power, cambiame la musica!
Y  mientras Borges busca en su aifon otra música los mozos de La Pharmacie logran entrar al baño y sacarlos del forro del culo a Ringo, Borges, Cheever y Carver y ponerlos en la vereda frente a la mirada de los clientes que miran espantados la escena.
En la esquina aparece un patrullero y los cuatro amigos salen corriendo.
Uyendo una vez más de la ley como Pancho Villa tantas veces tuvo que uir del ejercito y se pierden por las calles de Buenos Aires donde el espanto es una moneda de curso legal que desconoce las reglas de la devaluación y los mecanismos siniestros de la inflación.
Notas
(1) El primer episodio de esta historia se cuenta en esta entrada de las Confesiones:
Confesiones de un librero de mierda
(2) El origen de esta historia  se narra en Borges y Bioy (o las desdichas de dos perros sarnosos) y se puede leer aquí:
 Confesiones de un librero de mierda

 

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
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Cuando muere el dinero – Adam Fergusson

Cuando muere el dinero – Adam Fergusson Beatles Borges John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison

Estado: impecable.

Editorial: Alianza.

Precio: $250.

La República de Weimar fue escenario, durante la década de 1920, de la mayor inflación que registra la historia europea contemporánea. A lo largo de cuatro años, los precios subieron de forma tan vertiginosa que hicieron necesaria la enloquecida fabricación de papel-moneda y la multiplicación casi inverosímil de los medios de pago; los sellos alemanes de la época, con valores faciales de miles de millones de marcos, dan todavía testimonio, en las colecciones de los filatélicos, de ese patológico fenómeno. CUANDO MUERE EL DINERO constituye un documentado relato de las causas, el desarrollo y las consecuencias de aquella hiperinflación galopante, contemplada a veces como una pesadilla irreal y estrafalaria pero susceptible siempre de repetirse en circunstancias críticas. ADAM FERGUSSON, que ha utilizado documentación procedente de los archivos oficiales recientemente abiertos al público, narra el fracaso de una generación europea -incapaz de comprender el alcance de sus actos y las consecuencias de la destrucción de las clases medias- y el irresistible ascenso al poder de los regímenes autoritarios. Esta trágica historia muestra las penalidades, la desmoralización y el sufrimiento que la inflación puede distribuir sobre la población. Porque la muerte del dinero en la Alemania de los años veinte no sólo fue un grave desorden económico, sino que también fomentó el debilitamiento de los principios éticos, el desarrollo de la insolidaridad, la supresión de la libertad y la histeria belicista.

 

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Los que iban cantando. Detrás de las voces – Guilherme de Alencar Pinto

Los que iban cantando. Detrás de las voces – Guilherme de Alencar Pinto Onetti Borges Beatles

Estado: nuevo.

Editorial: Ediciones del TUMP.

Páginas: 824.

Precio: $450.

Integrado por Jorge Lazaroff, Jorge Bonaldi, Luis Trochón, Jorge Di Pólito y Carlos da Silveira (y ocasionalmente por Jorge Galemire, Walter Venencio y Edú «Pitufo» Lombardo), el grupo Los que Iban Cantando existió, con intermitencias, entre 1977 y 1987. Su aparición suele ser considerada uno de los principales detonadores del movimiento que se conoció como Canto Popular —la más masiva de las manifestaciones culturales de resistencia durante la dictadura más reciente—. Con una curiosa combinación de elementos de folclore, música erudita de vanguardia, rock, tango, canción brasileña y otros, propuso un enfoque experimental, complejo y sensibilizador, que pese a su apartamiento de los estándares musicales y letrísticos más habituales, alcanzó una gran popularidad. Este libro narra la trayectoria del grupo y de cada uno de sus integrantes como solistas, estudiando la naturaleza de su incidencia, su postura estética y los debates de la época sobre la música popular, al mismo tiempo que ahonda en aspectos de las composiciones, letras, arreglos e interpretaciones, entrelazando historia, historia cultural y musicología.
Canta, oh musa
Los Que Iban Cantando, “grupo de solistas” y espina dorsal del fenómeno conocido como Canto Popular uruguayo, es el tema central de un libro publicado recientemente. Guilherme de Alencar Pinto, autor de “Los Que Iban Cantando/ Detrás de las voces”, conversó con Montevideo Portal sobre el proceso de investigación, la importancia y el legado del grupo en la música popular.
rante sus primeros años, la dictadura cívico-militar consiguió, por distintos medios, borrar la existencia del importante fenómeno de la música popular, que por indócil, contestatario o incomprensible para el régimen molestaba el orden que pretendían los mandamases de turno. Cárcel, exilio, insilio, prohibición, las herramientas fueron varias. Sin embargo, subterráneamente y muchas veces a hurtadillas, comenzó a gestarse una experiencia nueva, que con el tiempo derivó en lo que hoy se etiqueta (a veces demasiado ampliamente) bajo el rótulo de Canto Popular, y que tuvo en Los Que Iban Cantando su espina dorsal.
Los Que Iban Cantando fue un grupo de solistas que tuvo en sus filas a Jorge Lazaroff, Jorge Bonaldi, Luis Trochón, Jorge Di Pólito y Carlos Da Silveira, y por el que también pasaron Jorge Galemire, Walter Venencio y Edú ‘Pitufo’ Lombardo, y que, durante una década se arrogó la potestad del canto «joven», desmarcándose del rock aunque sin soslayar a sus referentes más importantes, y hurgando en su búsqueda en elementos del folklore latinoamericano, el tango y la murga uruguaya. Su cuarto y último trabajo discográfico, publicado hace más de un cuarto de siglo, cerró de alguna manera el canto popular, y abrió la puerta para otras expresiones, unas «importadas» y otras sincréticas, hijas de un tiempo que había cambiado.
Guilherme de Alencar Pinto, musicólogo, docente y periodista, autor de «Razones locas. El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya», es el responsable ahora de una monumental biografía de Los Que Iban Cantando, que no solo recorre minuciosamente la carrera del grupo y de sus integrantes, como solistas y en otras formaciones, sino que además es atravesada por decenas de historias y personajes que construyeron el relato del canto popular.
El libro, de apariencia intimidante, por sus más de 800 páginas, pero de lectura llana y atrapante, ofrece datos y análisis musicales para los iniciados y un importante índice, que permite entrar al libro (y a la historia) desde distintos puntos y abordajes, y es, según su autor, un intento de describir el fenómeno de una manera «compleja» y «discutible».
¿Cómo y por qué hacer un libro sobre Los Que Iban Cantando?
El estímulo fue la aparición de los Fondos Concursables. Yo ya había hecho el libro sobre Mateo, Razones locas, en el 94, y terminé lleno de ideas, con ganas de escribir otros libros. Pero al mismo tiempo, habiendo pasado por la experiencia de hacerlo, con la idea de que es muy poco viable escribir algo, porque tenés que trabajar de otra cosa, vivir de otra cosa, y el trabajo de hacer un libro seriamente, que cumpla con los requerimientos de utilidad, que sirva, que esté bien hecho, que no sea simplemente ‘ah, qué orgullo, alguien llenó 200 páginas de letritas hablando del grupo tal’, sino que sea algo que aporte una información confiable, que se pueda consultar, que las ideas se puedan debatir… un libro discutible en el mejor sentido, que te dé la base para que puedas discrepar a partir de alguna cosa concreta, algo que no podés hacer con un palabrerío, eso cuesta mucho trabajo.
Intenté algunas veces conseguir algún tipo de apoyo, y no había. Con los Fondos Concursables dije ‘voy a poder hacer algo’. Ahí entré a pensar sobre qué cosas tenía ganas de escribir, y Los Que Iban Cantando era una de ellas. Además me pareció que era un trabajo abarcable… si escribiera un libro sobre Jaime Roos o Leo Maslíah, por poner dos ejemplos, no se podría, porque es tan inmensa la producción, la trayectoria, que no sería posible hacerlo en un plazo tan corto. Con Los Que Iban Cantando me pareció que podía entrarle hondo en poco tiempo. Luego, en la medida en que le entré, me entusiasmé y el auspicio de los Fondos Concursables terminó siendo ampliamente insuficiente, porque se me fue la idea, y ahí obtuve el apoyo del FONAM y la Fundación Banco Itaú. Me percaté de que Los Que Iban Cantando eran, de alguna manera, como lo opuesto de Mateo. En el libro de Mateo se trató de generar una información de la que había muy poco documento. Era entrevistar a mucha gente y buscar información colateral, tangencial, para construir la historia de Mateo. En este caso era al revés: había una gigantesca masa de información publicada, y en algunos casos organizada. Era otro problema: lo que implica la historia de ese grupo en cuanto a reflexión estética, a su papel dentro del canto popular, a su inserción en ese momento específico de la historia del Uruguay, en plena dictadura, y problematizar todo ese tipo de cosas. Muy pronto me di cuenta de que no podía quedarme tan solo en la versión más simple del discurso: ‘había un apagón cultural, nadie hacía nada, vinieron estos cuatro jóvenes valientes, armaron un espectáculo y tiraron la semillita que fue creciendo hasta que el pueblo uruguayo demostró que era posible generar ese movimiento de resistencia’. Me pareció que todo eso tenía que ser descrito de una manera mucho más compleja, para no quedar solo en el clisé.
Decís que este libro es el opuesto al de Mateo por una cuestión de acceso y tratamiento de la información, pero se me ocurre que también Los Que Iban Cantando estaban en las antípodas de Mateo. Unos eran cerebrales, metódicos, y el otro más anárquico, intuitivo…
Sí, pero viste que los opuestos se juntan. La personalidad de Los Que Iban Cantando, e incluso su música, pueden verse como opuestos. Sin embargo, yo veo que, dentro del propio espíritu, teorizado y racional de Los Que Iban, había también una cosa de constante desafío a la razón, quizás no como desde la ‘locura real’ de Mateo, pero sí de ‘dejarse ir’, cuestionar todo lo lógico. También es una música llena de locura, imprevisible. Uno escucha un disco de Los Que Iban Cantando, y es casi imposible, después de una canción, tratar de adivinar qué puede ser la canción siguiente. Uno escucha varias de las cosas que hicieron cada uno de ellos y adónde llegaron, y ve que la amplitud de creación de cada uno de los tres principales solistas del grupo es enorme. Por el otro lado, Mateo no era capaz, de repente, de ponerlo en palabras muy articuladas ni muy demostrativas, pero desde un punto de vista que mezclaba mucha intuición y cosas que expresadas no siempre son verbales, creo que sentía y tenía la íntima confianza de que lo de él tenía un propósito y una razón. Lo decía explícitamente. No los veo como cosas tan alejadas… Es más: capaz que los elegí un poco por eso. Me encantaría imaginarme un Mateo con alguno de los elementos de Los Que Iban Cantando; me imagino algo parecido a Caetano Veloso. Y también al revés: a Los Que Iban Cantando con lo que les faltaría de ‘mateísmo’…
Una relación complicada, si uno piensa en la militancia artístico-política de Jorge Bonaldi, por ejemplo, y el desparpajo de Mateo…
Sin embargo, Bonaldi fue el que tuvo más vínculo con Mateo. Creo que fue el único de ellos que llegó a hacer ‘pizzas’ con Mateo. Ambos fueron acompañantes de Diane Denoir. No sé cómo se hubieran llevado. Todos fueron amigos del Pájaro (Canzani)… ¡tocaron con (Walter) Venencio! Tenían una apertura, por lo menos el inicio de un puente tendido hacia ese lado.
A medida que ibas avanzando en la investigación… ¿te ibas encontrando con unos Los Que Iban Cantando similares o distintos a aquellos que habías conocido a fines de los 70, principios de los 80?
No me pasó, como sí me pasó con Mateo, que tenía aspectos de su vida que me eran totalmente desconocidos y se me fueron revelando. En este caso creo que todo fue como más explícito en su historia. Quizá sí pesé o verifiqué de una manera distinta el grado de la influencia de algunos elementos que no había tenido en cuenta. En todo caso, con respecto a las canciones en sí, les entré más a fondo. Fueron cuatro años de escuchar discos que ya tenía recontra escuchados, saqué cada una de las canciones al piano, conseguí que amigos que habían sacado canciones me las pasaran, y me creció el gusto por esos temas. En ningún momento me fatigué, algo que podría haber sido una alternativa. Cuanto más entraba, más lecturas les descubría, más enlaces, segundas, terceras y cuartas lecturas, elementos de riqueza estructural, grados de originalidad, de emoción, matices. También me resultó muy conmovedor ver el grado en que eso incidió en el medio. Una cosa de la que no tenía mucha idea era la influencia, sobre todo de Lazaroff, como articulador del medio musical en ese momento. Yo sabía que Rumbo se había formado bajo la influencia de Los Que Iban Cantando, pero no tenía idea de la manija que Lazaroff y Di Pólito dieron para la formación del grupo. No sabía que Lazaroff había sido un tipo importante para que (Fernando) Cabrera se tirara como compositor y como intérprete de sus propias cosas ya en MonTresvideo. Ese es un aspecto histórico que yo desconocía. Por el otro lado, sí tenía montones de anécdotas del magnetismo, de la generosidad, de la capacidad de Lazaroff de hacer cosas; no sabía que él había hecho tantas cosas por tantas personas importantes en ese momento.
 Decís ‘en ese momento’, y el libro muestra cómo, con el correr del tiempo, Los Que Iban Cantando comienzan a perder importancia, ya sea por el gusto de la gente, por el funcionamiento de la industria musical, en detrimento de otras expresiones. ¿Hay, salvando esos casos puntuales, como Cabrera o Maslíah, una continuación de la marca de Los Que Iban… en la música popular contemporánea?
Creo que hay dos cosas: la más presente es quizás el fruto indirecto del trabajo de ellos. Creo que el canto popular tuvo el perfil que tuvo en cuanto movimiento gracias a que Los Que Iban Cantando se metieron en el juego, y a partir de ahí se delinea esa cosa nueva. Por ejemplo: ellos, junto con Jaime (Roos), y quizá alguna cosita de Contraviento, están en la base de la inserción de la murga en la canción popular. No sé si los integrantes del movimiento MPU (Música Popular Uruguaya), salvo el Pitufo Lombardo, responden directamente a Los Que Iban Cantando. Pero sí responden a alguien que respondió a ellos. Cualquier cosa que haga Mauricio Ubal tiene detrás a Los Que Iban Cantando. Lo mismo, de alguna manera, con Ruben Olivera, Leo Maslíah. No quiero decir con esto que sean gajos deprendidos de Los Que Iban…, pero sí que está su influencia, aunque ni siquiera piensen en eso. Fue algo tan importante para ellos que alguna cosita quedó.
Luego está la influencia concreta en algunas personas que sí fueron marcadas a fuego por Los Que Iban, porque fueron alumnos suyos o porque los descubrieron un poco después, pero que, por cuestiones de generación, de cómo se dieron las cosas a la salida de la dictadura, son artistas que desarrollaron su carrera de una forma mucho más lenta y mucho menos masiva: Asamblea Ordinaria, que actúa desde aquel tiempo pero siempre con un público chico haciendo un trabajo súper importante… Alessandro Podestá, un tipo para quien la motivación de Los Que Iban es muy importante (N .de. R: además de músico, responsable del documental ‘Latido de vereda’ sobre LQIC). Es un músico relativamente joven y está haciendo los trabajos más lindos de los que esté enterado que andan por ahí en la vuelta. Freddy Pérez también sale de ahí, (Guillermo) Lamolle como solista y ahora también Segunda Fundación, que incluye a Carlos Giráldez, de Asamblea Ordinaria… Veo también que existe ese grupito de personas. Quizá llegamos a un momento donde, librados de toda la polución emocional que hubo en los años del final de la dictadura, donde había muchas animosidades en juego, algunas personas pueden mirar de una manera más abierta, libre, aquel trabajo y descubrirle sus muchas virtudes y soluciones que ellos encontraron, o caminos que abrieron, explotaron para desarrollar, están ahí, con mucha potencialidad, para sacarle mucho más jugo que el que se sacó en su momento. A mí me sorprendió descubrir que en Buenos Aires hay muchos jóvenes que los tienen como referencia: el Ensamble Chancho a Cuerda, Zelmar Garín.
No existe en Uruguay una cultura de producir libros de investigación musical, ¿o sí? ¿Fue complicado, por tratarse de una experiencia casi inédita, el acceso a la información?
No, no hay libros monográficos de este tipo. Por supuesto que cada uno de los libros que se escribieron me dejó algo, y creo que leí prácticamente todos para hacer este trabajo, y, con pocas excepciones, de cada uno fui sacando algún datito para enriquecer la obra. Creo que hay un solo libro publicado con estas características, y es el de (Fernando) Peláez (De las cuevas al Solís; Perro Andaluz). De ahí saqué troja de cosas. Además es un libro que tiene índice, por lo tanto es muy consultable.
Lo que me facilitó mucho es el hecho de que tanto Bonaldi como Lazaroff tenían un archivo de prensa muy conservado. Probablemente el 80% del material de prensa lo saqué de ahí, y a partir de lo que encontré tuve la pista para buscar el 20% restante en la Biblioteca Nacional. No tuve que hacer la misma cantidad de entrevistas que hice para Razones locas. Ahora bien, conseguir información siempre tiene su complicación, pero no fue lo más difícil en este caso. Hubo algún aspecto en el que no logré ahondar, y que fue el de los debates que se hacían entre ‘facciones’ en el contexto del canto popular. Conseguir datos muy concretos sobre eso me resultó muy difícil, porque no estaban en papel, pero además intenté preguntar a algunas personas y los recuerdos eran vagos, o media un poco de pudor, por no entrar en una suerte de chusmerío. Yo no quería chusmerío, pelea, simplemente quería saber en qué estaban basando esas discrepancias. Por ejemplo, sobre los líos internos en Canciones para no dormir la siesta, a los que hace referencia Bonaldi, nunca logré concretizarlos, objetivarlos en nada específico, y algunas de las personas que pregunté al respecto no me constestaron…
Esos problemas internos bajan a tierra, le sacan el ‘aura’ a Canciones…, no? Bonaldi dice que querían hacer del grupo un brazo cultural del Partido Comunista, y que además financiara con sus actividades al Partido…
Yo no lo veo tan así. No creo que eso ‘me baje a tierra’. En todo caso entregarle la plata al PCU, en un grupo en el que eran comunistas, no porque los obligaran a serlo, sino por militancia, yo lo veo como un gesto generoso. A mí me hubiera gustado entrarle de una manera más explícita para saber cuáles eran los reproches, de una parte y otra. Yo tuve la voz de Bonaldi, pero me resultó imposible conseguir la otra. Un ejemplo más elocuente aún: nunca logré una lista de quiénes fueron las personas que estuvieron cuando se hicieron los dos espectáculos grandes, en el mismo fin de semana, en el año 79. (N.de R.: el 22 de diciembre de ese año se realizarían dos grandes festivales, uno en el Estadio Centenario, del que participarían más de 70 artistas, entre ellos Los Que Iban Cantando, y otro en el Palacio Peñarol. Ambos fueron prohibidos por las autoridades de turno). Como que son todos asuntos un poco turbios, vaya uno a saber. Capaz que, yendo a lo concreto no había nada grave, simplemente que la gente estaba tensa. No sé. Pero son detalles. En general, no fue difícil conseguir los datos, y lo más complicado fue procesarlos. Juntarlos, ensamblarlos, darles un sentido.
¿Creés que el periodismo cultural por un lado y la Academia por el otro están en deuda con la música popular? Pregunto porque, más allá de pequeños impulsos individuales, no se reeditan los materiales que hicieron a la música popular, no se escriben libros, no se investiga sistemáticamente… ¿es así también en países de la región, como Brasil y Argentina?
En Brasil hay más libros de investigación sobre músicos puntuales. No creas que son todos buenos. Pero Brasil es más grande, y allá uno hace un libro y es económicamente viable, porque las ventas justifican el trabajo. Acá no se puede, a menos que uno haga un trabajo rápido, pero comprometiendo la seriedad. Los libros de Coriún Aharonian sí son muy serios, pero casi todos son compilaciones de trabajos más breves, que, de alguna manera, se hicieron con una finalidad periodística, o para una conferencia, o algo así, y el trabajo es de revisión y unificación del material. Es una pena eso, porque un libro concebido ‘en serio’ sobre un fenómeno de estos es algo que ayuda muchísimo, que incide en el propio medio, y tiene una repercusión muy importante en la manera como la gente recibe el fenómeno en sí. Como que las músicas que envuelven e involucran un elemento conceptual, que no son simplemente ‘ah, qué gozadera y no sé cuánto’, muchas veces necesitan el metadiscurso. Es algo que naturalmente se desprende de ese tipo de cosas, y que cuando existe, y existe con un nivel profundo intensifica la experiencia musical. Creo que eso pasó en el caso de Razones locas. A partir de ese libro aparecieron un montón de otras cosas que amplificaron la recepción del trabajo de Mateo. Creo que si se ingeniaran circunstancias que hicieran posible la aparición de más trabajos en profundidad sobre la música uruguaya, trabajos donde uno realmente aprendiera, sería beneficioso para la música popular local. La música uruguaya, en algunas de sus etapas, fue de las más creativas e interesantes que se hicieron en el planeta, y además es abarcable. No es tan complicado rastrear los elementos que involucra. Son pocas personas, en pocos lugares, en una geografía delimitada, y hay acceso a ellas, no es como ir a entrevistar a Paul McCartney, es mucho más simple. Y es posible, y es importante. La música uruguaya lo merece.

 

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La otra economía. Trabajo negro y sector informal – Enric Sanchis y José Miñana (ed.)

La otra economía. Trabajo negro y sector informal -  Enric Sanchis y José Miñana (ed.) Onetti Borges

Estado: impecable.

Editorial: Alfons el Magnànim, Valencia.

Precio: $250.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Alan Pauls y La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido

 

Para Gonzalo Basualdo que fue mi primer contacto de afecto y amistad cuando me embarque de polizon por los pasillos y aulas de diversas carreras de la UBA buscando quizá eso un amigo como Gonzalo y la gente de elinterpretador

 

Todo transito es al mismo tiempo un corte, toda ganacia una perdida.
Acercamientos, Ernst Jünger
Porque dentro, del corazón de los hombres, porceden los pensamientos malos, fornicaciones, hurtos, homicidios.
Marcos 7:21.
… supe mientras se me revolvían las tripas que nuestro final feliz estaba a punto de dar un giro fatal.
Desenamorarse, Larry Brown.

 

Microcentro.
Un departamento de la calle Esmeralda desde donde se puede ver el Obelisco petiso y erecto.
El baño de las fiestas del 15C.
La puerta está cerrada.
En su interior no hay menos de 50 personas.
En la bañera los equipos de sonido de Luis Pompa.
El muñeco de Borges de la confitería La Biela prófugo de la justicia y cartonero (1) esta tocando un set de música house.
Detrás de Borges, en la bañera, se apelotonan Luis y algunos de sus hermanos y primos y Pancho y Lucas y algunos integrantes de La Joven Guarriors y Cheever y Carver y el mozo Queen de la confitería Atenea y El Peruano del baño del Atenea.
En las baldosas que hay entre la bañera y el inodoro, y entre la puerta y la pileta se apelotonan el resto de las personas. Incluso hay gente haciendo equilibrio sobre el bidé.
El aire está viciado.
Ringo, el perro atorrante que posee el don de la palabra y patrulla las calles de Buenos Aires con el muñeco de Borges con un changuito de supermercado curtiendo el negocio de la basura under, se abre paso a los tarascones entre la multitud y grita:
¡Leadys an sheltelman, sean bienvenidos a otra función del siempre del siempre explosivo y sorprendente y mágico mundo del show de El Muñequito Liefeld Puteador! ¡Y en esta ocación acompañado de Las Salchichas Salvajes del Magical Mystery tour!
Ringo levanta la tapa del inodoro y surge de su interior cabalgando un súper pancho con mostaza, mayonesa, kétchup y lluvia de papas fritas El Muñequito Liefeld Puteador.
¡Dale Power, cambiame la música!, ordena Ringo con la gracia eterna de ese héroe olvidado del rockanrrol de los 60 que fue Johnny Allon cuyo pasado a quedado sepultado bajo los escombros de su personaje televisivo así como Los Luditas – Los Destructores de Máquinas – quedaron sepultados bajos los escombros de la ultima Playstation y el televisor LCD de 84 pulgadas 3D Ultra HD, con resolución de 3840×2160 píxels!
El muñeco de Borges, cambia la música, enganchando con la elegancia de un 최태건 o de los Carisma Esencia Enamorada de María Marta Serra Lima con El Trío Los Panchos y El Muñequito Liefeld Puteador cabalgando el super pancho completo comienza su show.

 

Antes que nada quiero agradecer a todos los que han venido a esta fiesta del 15C a solidarizarse conmigo luego de los brutales aprietes y los intentos criminales de LaPatota de Las Bombachas de Elástico Vencido de la Revista Mujer mandadas por Alan Pauls para que renuncie a ejercer mi hablar franco.
Gracias, totales.
Para los que no están al tanto que desde el jueves cuando subi a Facebook un análisis filoso y brillante sobre la vida y obra de Alan Pauls condenándome desde entonces a un biodrama que me persigue como la sombre terrible de Facundo pego en nota al pie mis palabras vertidas en esta red social (2).
Bien.
Quiero decir que ese mismo día, también en esta red social, vertí unas breves palabras sobre el vienes Karl Kraus y la realidad política argentina, la cual no mereció que un pedo en un colectivo lleno, donde todos nos miramos culpables e inocentes. (3)
Ok.
Ahora bien, si Karl Kraus era alguien que la crema de la crema de la Viena del 900 y pelotudos de la talla de Wittgenstein, Benjamin o Freud le presaban oído, parece que entre la inteligencia argentina cien años más adulta y convencida en el progreso y superación continuo e ilimitado del hombre y la historia y sus ideas y contradicciones este viejo cachivache de la Viena de los Hasburgos es algo tan anticuado y zonzo como las fotos porno de las chicas regordetas que se consumían en la época de Die Fackel.
Pero, deslizo unas palabras sobre Alan Puals y me vuelvo un terrorista al que se le pone precio a su cabeza.
Desde entonces mi mamá me retiro el saludo.
¡Mí mamá!
La tía Marta me invito a que este año no me haga presente en el asado de navidad donde la familia se reúne como todos los años deponiendo diferencias y persiguiendo la máxima del programa de Gillermo Franchella y la familia Benbenuto: ¡Y al final… lo primero es la familia!
En la puerta de la Libros Kalish hay cuatro gordas en un auto desde el jueves esperando que asome por la librería que si dejo que me pongan una mano ensima esos monstruos con el primer sopapo que me ponen me tienen que juntar con cucharita.
El baño de la confitería Atenea donde suelo juntarme a beber con Cheever y Carver, Borges y Ringo, fue objeto de un incendio “accidental” que redujo la confitería a cenízas – como el tema que canta la Gorda Serra Lima con Los Panchos.
Mi novia cambio las llaves de la serradura y no me atiende el teléfono.
Cuando atiende y escucha mi vos, simplemente dice, equivocado.
Le grito desesperado, ¡soy yo!
Y por toda respuesta recibo del otro lado del tuvo el pi pi pi de una llamada que termino.
Mi amiga Julieta Caballero que este sábado festeja su cumpleaños en San Andrés – partido de San Martin – me mandó un mensajito de texto a mi celular donde me informaba que suspendia su cumpleaños pero entro en su Facebook y descubro que gente que conozco le pregunta si puede caer con amigos y ella les responde que obvio, que vengan todos, que va a estar buenísimo.
Desesperado, sin saber a dónde ir ni a quién recurrir, jugué mi última carta y fui a lo de amiga de toda la vida Fernanda. Como tengo las llaves de su casa y tocarle el timbre y esperar a que me atendiera se me antojaba que me volvía un blanco móvil fácil de bajar como un patito de feria con un rifle de aire comprimido, entre directamente.
Al verme, mi amigo, me pidió las llaves de su casa y me propuso que me hiciera a un costado con el proyecto que llevamos a cabo con ella y otros amigos de hacer un documental sobre Enrique Symns.
En fin.
Desde que deslice unas breves líneas sobre Alan Pauls mi vida se desmorono con la misma facilidad con la que un niño derriba un castillo de naipes.
Incluso amigos de fierro como Sebastián Hernaiz o Hernán Sassi o el psicoanalista Sebastián Cariola hace días que los llamo por teléfono y les mando mensajes y no recibo mas que un silencio pesado como una lapida y me he acercado a sus domicilios en busca de refugio y contención y sus puertas han permanecido cerradas a cal y canto a pesar que me volví loco implorando ayuda y solo conseguí la amable invitación a ratirarme si no quería ir a que me rompieran el culo en una celda de la policía que acudió al lugar llamada por mis amigos o sus vecinos.
Estos son los hechos.
Esta ahora es mi vida.
Una pesadilla sin fin ni retorno ni final feliz por decir dos boludeces de Alan Pauls.
Un biodrama donde sin darme cuenta active los mecanismos criminales de La Patota de Las Bombachas de Elástico Vencido de La Revista Mujer.
Alan, aunque arrojes sobre mí las hienas del Comando de Elite Ladysoft Premium. Aunque tenga que exiliarme y vivir encerrado en una pieza de embajada para no exponerme al fanatismo de Las Bombachas de Elástico Vencido. Aunque ya no vuelva a ver a mi gato René ni tenga mas techo por las noches que la intemperie ni mas certeza que la confirmación del aliento de mis perseguidores respirándome en la nuca.
Alan, sí, pague un costo alto por ejercer la palabra libremente.
Alan, una noche en canal 2 me presentaste una peli de Woody Allen, Dos extraños amantes. Luego Zelig y luego Septiembre y la cuarta no la recuerdo.
¿Sería Manhathan?
No se.
Ya no importa.
Pero el impacto de Dos Extraños amantes fue central y lo cambió todo para el chico que estaba en la cocina de ese hogar metalúrgico docente bonaerense – como el de Juan Diego Incardona -.
Como vez, puedo, separar la paja del trigo.
Alan.
Sostengo lo dicho.
Como la peli que vi de pequeño cuyo titulo ahora te enrostra que tus Patotas de Bombachas de Elastico Vencido no pueden con mi palabra soberana:
Retroceder nunca, rendirse jamás.

 

Y con las guitarras de Los panchos rasgando  acordes que desgarran el alma y María Marta cantando:
Qué breve fue tu presencia en mi hastío,
Qué tibias fueron tus manos, tu voz;
Como luciérnaga llegó tu luz
Y disipó las sombras de mi rincón.
Y yo quedé como un duende temblando
Sin el azul de tus ojos de mar
Que se han cerrado para mí
Sin ver que estoy aquí
Perdido en mi soledad.
Ringo, aprieta el boton del baño hundiendo a El muñequito Liefeld Puteador con superpancho y meo de cerveza al corazón de la ciudad.
Y  Ringo le dice a Borges:
¡Dame Power, cambiame la musica!
Notas
(1)  El origen de esta historia  se narra en Borges y Bioy (o las desdichas de dos perros sarnosos) publicada en  Confesiones de un librero de mierda
 (2) Alan Pauls no se rie nunca. Si uno busca fotos suyas jamás aparece con una risa franca y abierta. Esto no se debe a que es un intelectual serio, una suerte de Roland Barthes en Disney Channel. A que es un prosista que jamás olvida que solo puede escribir bien y entonces como Funes el memorioso solo puede cagarla cuando tiene algo que contar. No. Nada que ver. El misterio de por qué Alan no rie nunca me lo revelo una tarde un puto amigo – que como todo puto para estas cosas tienen un ojo clínico. Alan Pauls nunca se rie o mejor no se deja ver en publico riendo de forma abierta y franca porque tiene una sonrisa fea. Y aca viene la maldad sofisticada de un puto – en este caso amigo – haciendo una operación critica: si te fijas la risa de Alan es la misma que la de Sergio Denis. Ambos se conocen de cuando Alan Pauls y Marcelo Tinelli eran pollos de Juan Alberto Badía en un boliche que tenia este en canal 13 los sabados por la tarde y Sergio Denis un hombre con lo que hay que tener – recuérdese que Susana GImenez solo sale con hombres bien dotados, únicamente, y Sergio fue su amante en los 70 – paraba en ese boliche de Badia y compañía en la cúspide de su estrellato musical. Y Alan de pibito aprendió gracias a Sergio Denis que cuando uno tiene una sonrisa fea aunque sea lindo, y alan lo es, solo puede reir de forma abierta y franca si es muy hombre y ser muy hombre aquí debe traducirse a tener un sifón Drago como el que cargaba Pappo Napolitano.
(3) Asi como en la batalla sobre los medios desatada por la Ley de Medios en su momento me llamo poderosamente la atención que nadie tomara el Diario de la Argentina de Jorge Asis o que cuando se debatio la ley de Matrimonio igualitario jamas se menciono a John Boswell, ahora, hoy mientras hacia una cola quilometrica para pagar el gas vencido de la libreria que sino me lo cortaban me di cuenta que tanto Los Unos como Los Otros ninguno jamas menciono a Karl Kraus. Y yo pregunto a… ponele que Sabatela, Ricardito Foster, Sandra Ruso y la Presidenta o a Tomas Abraham, Beatriz Sarlo, Jorge Lanata y Hector Magnetto, amiguitos, les pregunto de honda, nunca escucharon hablar de Karl Kraus, no se, se las tiro porque creo que algo tiene para decir sobre la libertad de prensa y los medios de comunicacion, no??? no, evidentemente no, bueno sigan en la pavada, que estoy seguro de Daniel Hadat ya cerro negocios para los proximos 10 años y lo festejo porque el en lugar de engancharse el la boludez universal sabe que cuando Karl Kraus escribio este aforismo «así como todo hombre puede convertirse en periodista no así toda mujer puede volverse puta», el Dani lo entendio y en lugar de engarcharse a la pabada se pone su puterio al hombro y labura en serio.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Un chispazo entre dos oscuridades
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges

 

 Para
El Alemán
Santiago Ferron
Dady Brieva
y Roberto Fontanarrosa

 

 A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
Un chispazo entre dos oscuridades
Existió una noche, entre las multimples noches que le toco transitar por la senda de la nada al Monje Zen Rebentado, en la cual antes de cerrar su humilde prostibulo, pego un poster  – de Inodoro Pereyra dandole una flor a Eulogia Tapia mientras el perrito Mendieta mira la escena derramando una lagrima y surgen unos corazones sobre las cabezas de los enamorados  que estan parados sobre la palabra AMOR – sobre la pantalla de su computadora.
De ahora en más, había decidido, que ese dibujo de Roberto Fontanarrosa, fuera la bandera que flamerara en lo alto del mastil de su nave pirata como emblema, talismán de las aventuras que lo aguardaban de aquí en más.
Luego, cerró su puticlub y se retiro a su hogar.
Esa noche había quedado en cenar con un amigo mucho mayor que él y cocinaron una bondiola y bebieron vino y luego unos wiskhy y en determinado momento en que los amigos se quedaron sin puchos para continuar la charla bajaron a comprar cigarros a un kiosco. En el camino su amigo le dijo:
La vida no es más que un chispazo entre dos oscuridades.
Esas palabras lo hicieron reflexionar al Monje Zen Rebentado.
Medito buscando el chispazo de esa frase que su amigo le ofrendo como un don a él.
Entonces recordo otra vida, de otro chispazo atrapado entre dos oscuridades que había conocido.
Todo el mundo lo conocía por El Aleman. En San Martín en general y en José León Suarez en particular.
Si bien durante su juventud fue un excelente basquetbolista al que muy pronto lo compro un club europeo para llevarlo a jugar al Viejo Mundo, ya de chiquito, de purrete, supo lo que quería ser con la convicción que solo adquieren los guerreros: pistolero.
El Aleman, de niño, cuando un adulto que preguntaba, ¿qué queres ser cuando seas grande?, respondia sin basilar y para desconcierto y escandalo de los adultos, pistolero, quiero ser pistolero, decía a su interlocutor mirandolo fijamente con una mirada donde su destino se reflejaba tan claro como sus ojos celestes.
El Monje Zen Rebentado lo conoció bastante bien por ser el novio de su hermana menor durante años.
El Aleman era una persona noble.
Era difícil no quererlo.
Pero era un quilombo.
Un salvaje.
Un emperador medieval como Federico I de Hohenstaufen, más conocido como Barbarroja, pero de José León Suárez.
Imaginate el descontrol que era.
Una tarde el Monje Zen Rebentado llego a la casa de sus padres y El Aleman que había convertido la casa en un oulet de indumentaria deportiva que había reventado vaya uno a saber donde y durante dos días acudieron en peregrinación desde los cuatro puntos cardinales de San Martin personas que pasaban a comprar si tenian plata o simplemente llevarse si no la tenían zapatillas, buzos, remeras, medias, camperas.
Tambíen otra tarde en la que el Monje Zen Reventado estaba en la cocina leyendo un libro (1) cuidando a su sobrino que era muy pequeño cuando entra por la puerta El Aleman corriendo y se va al patio y trepa la medianera y se escapa por los techos, dejando en la vereda un auto robado y un patrullero de la Bonaerense que lo estaba siguiendo.
Era un descontrol.
Pero hubo una vez que el Monje Zen Rebentado tuvo que tomar las riendas y poner un poco de orden.
Su hermana había caído por un delito federal en en interior de su país y El Aleman estaba profugo de la justicia. El Monje sabía – como el resto de su familia – que en algun lugar de la casa habían muchos dolares. Entonces los busco, dio vuelta todo, los encontro y fue al patio con ellos, los puso en la parrilla y los prendio fuego. Todo el mundo lo puteo, pero el que era un Monje Zen Rebentado sabía que estaba haciendo lo correcto, tenía a su hermana en una comisaria presa por un delito federal y en la casa había con la complicidad de todos un botin y dijo:
Acá no se jode más, bayanse todos a la puta que los pario.
Las aventuras de El Aleman merecerían un libro.
Entro a Europa con pedido de captura y sin papeles. Sí, salio por Ezeiza buscado por la policia sin un puto papel, tomo un avion, bajo en España y paso todos los controles caminando como quien sale del baño y se encamina para la pieza a dormir la siesta.
Estuvo preso en Cuba y logro escaparse.
Se interno en la selva del Amazonas donde fue en busca de los últimos chamanes.
Alguna vez a pedido de El Monje Zen Rebentado hizo una movida de merca para ayudar a un amigo al que estaba en las malas y acorralado y todos los gastos de la operación corrieron por su cuenta porque se lo pedia su cuñadito.
Jamas olvidare ese gesto de afecto hacia mi ayudando a un amigo mio que él no conocia pero sabia que era importante para mi.
Tambien lo llevo a ver el ultimo concierto de Patricio Rey y sus redonditos de ricota en Cordoba.
En fin.
Te voy a contar algo.
Una historia.
Que como suele decir Dady Brieva en la radio: no hay peor cosa que disimular un pedo.
Y una historia, te agrago yo parafraseando al Dady,  que disimula un pedo no vale una mierda.
te la dejo picando joven garza que busca su camino por la senda de la nada.
Resulta que un domingo estaban el Monje Zen Rebentado y su cuñado El Aleman y un amigo de este, comiendo un asado en Pilar, en la casa de una amiga de su hermana y su novia.
La novia de entonces de el Monje Zen Rebentado era igual a Jenifer Lopez. La misma cara pero con un culito más lindo.
Luego del asado, era un domingo a la noche, las mujeres se quedaron en Pilar, porque trabajaban por la zona y los hombres partieron rumbo a sus casas en San Martin.
Ok
En el camino de vuelta el amigo del Aleman que coordinaba un equipo de ventas de celulares conto que estaba rescatado y que bla bla bla.
La cosa que terminamos en el auto del rescatado vendedor de celulares el domingo a la madrugada pegando merca en Villa Corea, donde El Aleman era conocido y amado por todos.
Estuvimos haciendo ranchada un rato en un circulo de unos veinticinco monos durante un rato donde el Monje Zen fue presentado con ceremonia a todos como “mi cuñadito” y luego de tomar unas birras partieron.
Durante varias horas el auto fue a la deriva por Capital Federal, sonando el los parlantes el que era por entonces nuevo disco de Los Redondos Momo Sampler y tomando merca.
Cuando ya estaba por clarear y necesitabamos desencillar del caballo y encontrar un refugio antinuclear para aguantar los trapos El Aleman sugirió que fueramos al depto de un traba que conocía por el Microcentro.
Se hicieron varias llamadas de rigor y ahí desensillaron el caballo.
El departamento era horrible y había mugre por todos lados.
El traba era más feo que pisar mierda descalzo.
Pero era simpatico y amable.
Pregunto si hiban a coger todos y si llamaba a otras amigas.
El Monje Zen Rebentado dijo que no, que el se quedaba en la cocina tomando merca en memoria del Gordo Pichuco y su discipulo Piazzola, cuya dupla recuerda a Charlie Parker y Miles Davis.
Bien, amiguito.
Cayo otra traba y más merca y algunas botellas y puchos.
Esta traba era bonita a diferencia de la dueña de casa.
El Aleman y su amigo y las dos chicas se fueron al cuarto a garchar.
Y cada tanto El Alemán salia en bolas con la poronga parada a ofrecerle que si no le cabían los trabas podía llamar a una puta.
Esta escena se repitio varia veces y siempre y en todas ellas el Monje Zen Rebentado agradecio la generosidad del Aleman y prefirió quedarse en la cocina tomando y escuchando la radio.
La jodita termino a las 7 de la tarde en la que El Aleman, su amigo y el Monje Zen Rebentado fueron en busca del auto y atravezaron la capital y volvieron a los barrios afantasmados y con sus novias y madres puteandolos en arameo, frances, japones y el ingles preciso y limpio de los ingleses.
Y colorin colorado donde mierda estes cuñado aunque me halla enojado por aberte mandado cagadas que no podía permitir que te mandaras igual te aprecio y se que el chispazo que brota entre las dos oscuridades de la que surgiste es de una nobleza que pocas veces tuve la oportunidad de conocer.
 NOTAS
(1)  Durante años el Monje Zen Reventado solo se dedico a leer en la cocina del hogar paterno frente a la mirada de espanto de sus padres que habían criado a un vago bueno para nada que no hacia un carajo salvo leer libritos y escribir boludeces pero cuando le hablaban de estudiar o trabajar el se autoacuartelaba en su pieza con un libro y la radio.

 

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Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental – Erich Auerbach

Mimesis  Erich Auerbach Borges Eva Peron Fogwill George Steiner Homero Honoré de Balzac Marcel Proust Montaigne Cervantes San Agustín Stendhal Virginia Woolf

Estado: nuevo.

Editorial: Fondo de Cultura Económica.

Precio: $400.

Erich Auerbach es uno de los más reputados investigadores de las culturas románicas, singularmente conocido por sus brillantes trabajos sobre literatura francesa. Su Mimesis va trazando, a lo largo de tres milenios, la historia de la representación poética de la realidad en Occidente, a base de ejemplos característicos que en cada caso se transcriben y traducen para que el lector pueda seguir cabalmente el análisis. Así van desfilando las mudables actitudes del escritor ante los sucesos humanos y los muy diversos procedimientos en que tal cambio de visión se refleja.
Al poeta griego, sólo atento a los más altos personajes de su comunidad, lo real se le aparece transfigurado en imagen heroica. El cristianismo hará tambalearse el edificio de la antigua poesía clásica y su separación retórica entre estilo bajo y estilo elevado: la Edad Media impone, a su modo, un realismo anticlásico. Cuando la literatura moderna incorpore lo cotidiano al mundo de la poesía, rematará un proceso secular que parece precipitarse dicididamente desde comienzos del ochocientos. Si la novela de costumbre y la comédie larmoyante del siglo XVIII (y más claramente el prerromanticismo, con su sensibilidad para lo histórico) preparan la revolución estilística de Stendhal y Balzac, el realismo se desplegará después de ellos en formas cada vez más complejas y extremas hasta llegar a los refinamientos -ironía, amargura o desesperación- de la literatura críptica de hoy.
Pero lo que de esa manera se nos da en Mimesis no es una abstracta historia de la literatura de ficción. En la obra de los poetas ve Auerbach la cifra de los más fundamentales quehaceres en que ha venido empeñándose el hombre. Ideas y pasiones, sensibilidad y religiosidad, economía y retórica, todo se pone a contribución para iluminar, en su vital complejidad y riqueza, los paisajes de experiencia humana cristalizados en las obras poéticas. Con mente abierta a tan admirable diversidad de intereses, el crítico nunca se pierde, sin embargo, en lo inesencial, y sabe pasar de los pormenores de forma externa a las íntimas fuerzas creadoras de la poesía.
Levantada la crítica a estas alturas de sagacidad y amplitud, toda la producción poética de Occidente se concilia en maravillosa unidad. Sentimos tan cerca de nosotros una página de Proust o de Virginia Woolf como una de Montaigne o de San Agustín.
Grave jubilation *
George Steiner
Este texto de George Steiner retoma a fondo un gran clásico del ensayo de la literatura occidental: Mimesis, de Eric Auerbach. Steiner parte de una reedición de Mimesis en inglés, al cumplir cincuenta años de su primera publicación en esa lengua.
Filología” significa “amor a la palabra”. Esta definición se hizo más rica y densa con las doctrinas y las metáforas cristológico-helenistas de la encarnación. La “Palabra” (Logos) se “hace carne”. Incorpora y comunica tanto el sentido como la sustancia. Sin embargo, la filología conserva una denotación secular, más técnica y profesional. El filólogo estudia, edita y coteja los textos en los ni- veles lexical, gramatical y semántico de los lenguajes. El filólogo ubica la palabra escrita dentro de sus contextos etimológicos, históricos y sociales. Los instrumentos filológicos pueden ser rigurosamente especializados, se enfocan en la fábrica tanto diacrónica como sincrónica del discurso. “Dios está en los detalles”. Aun así las implicaciones son vastas. En ningún punto puede la filología evadir la cuestión filosófica y psicológica central de qué es “entender”, de cuáles supuestos (¿teológicos?) aseguran la posibilidad misma de interpretación; del consenso, incluso aproximado y siempre susceptible de revisión, entre lectores diferentes y sucesivos del mismo texto o “acto del discurso”. ¿Cómo logran la poesía o la prosa de hace miles de años apelar a nosotros, en lenguajes recuperables sólo en parte y con dificultad, informarnos y conmovernos profundamente? ¿Qué significa apoderarse de, parafrasear una línea de Gilgamesb o dé la Itíada, intentar una traducción? ¿Y no es acaso esa pregunta, en esencia, la que atañe a todos los intercambios humanos lingüísticos, semióticos, incluso en nuestra propia lengua nativa y entre nuestros contemporáneos?
Estas implicaciones fueron articuladas, en lo que respecta a la moderna civilización occidental, por el genio solitario de Giambattista Vico en su Scienza nuova. El interés de Erich Auerbach por Vico se remonta al menos a 1922. Vico había visto cómo las naciones ponían su historia y espíritu en sus literaturas, notablemente en su poesía épica. Él le había asignado a la filología, a la interpretación textual (la expresión de Auerbach es verstehende Philotogié) el privilegio y la tarea de interpretar la especial humanidad del hombre. Esta  humanidad era, al tiempo, pródigamente diversa (sólo podía ser leída “comparativamente”) y universal. Un sensus communis generís humani subyace en la multiplicidad de los lenguajes y las circunstancias históricas, haciendo posible el entendimiento. Mucho antes de Feuerbach y Marx, Vico se había figurado a la historia como un producto humano de la cual la literatura y los mitos eran testigos manifiestos.
Lo que sigue es un axioma, un credo hermenéutico muy poco impugnado en la herencia intelectual de occidente hasta las vanguardias. Si los lenguajes construyen nuestro mundo, también se relacionan con él en términos que son a fin de cuentas “realistas”, que desafían y refutan la noción de Descartes de un demonio maligno que falsifica el sentido y la evidencia. Aunque conscientes de los extremados acertijos metafísicos que atañen al concepto del sentido, de la designación verificable; aunque conscientes de las patologías, con frecuencia creativas, que se esconden en el lenguaje, asumimos que sí sabemos lo que estamos hablando (incluso si tenemos que revisar ese conocimiento) y que el mundo, problemático como es, sí se relaciona con los hallazgos del lenguaje. Desde el comienzo, a Auerbach lo convenció la fe de Vico en los poderes radicalmente creativos, generativos, del sentido común (” il senso commune della riostra medesima mente umana”).
El segundo diapasón fue Dante. Auerbach se volvió hacia Dante sin cesar y le dedicó la más incisiva y original de sus monografías: Dante als Dichter der irdischen Welt (1929), publicado en inglés en 1961. Más allá de Shakespeare, Dante consuma obras que son a la vez poesía suprema y discusión teológica-filosófica de primer orden. En Dante, las dobles corrientes que determinan la conciencia occidental, la de la antigüedad clásica y la de la herencia escritural cristiana, se interconectan en una rendición y una tensión infatigables. No hay un solo verso en la Commedia, proclama Auerbach, que no exprese la convicción de que la excelencia poética equivale tanto como a la revelación de la verdad divina, que la verdad y la belleza son de hecho inseparables. Más que ningún otro maestro, Dante poseía el don de la gratitud: hacia sus maestros y sus predecesores, hacia el milagro que fue Beatriz, hacia Virgilio “el amado guía” y, sobre todo, hacia Dios que le había permitido la maravilla de su peregrinación. El poder poético de Dante, escribió Auerbach en 1953-4, “no habría llegado a su más alta perfección si no la hubiera inspirado una verdad visionaria que trascendía el significado inmediato y real… Así que pudo haber sido muy legítimo que Dante les hablara a sus lectores, como aún nos habla a nosotros, con la autoridad y la urgencia de un profeta”. Como T. S. Eliot, afín a él en su sensibilidad virgiliana y cristiana, Auerbach ubicó a Dante como el soporte de la capacidad literaria occidental.
De modo que Auerbach podía reclamar como suyos a dos espíritus tutelares italianos, pero también un fondo del romanticismo alemán y la ciencia académica (Wissenschaft). Fue Goethe, el traductor, muchas veces de manera indirecta, de algunas veintisiete lenguas y cuyo orientalismo final alteró los mapas de la referencia poética, quien acuñó el término seminal Weltliteratur, quien postuló que no puede haber ninguna iluminación con autoridad dentro de la propia lengua si uno no estudia y conoce lenguas extranjeras. Fue Herder, después de Vico, quien expuso las conexiones orgánicas entre el lenguaje, la literatura y la nacionalidad. (Auerbach publicó sobre Vico y Herder en el año ominoso de 1932.) Schleiermacher estableció, en relación tanto con Platón como con la Biblia, los fundamentos metodológicos de la hermenéutica moderna, de las artes del entendimiento. La universidad alemana, después de Humboldt, el Gymnasium alemán desarrolló un adiestramiento incomparable en el latín y el griego, en historia del arte, en crítica textual. No menos que sus pares, Karl Vossler, Leo Spitzer o E. R. Curtius, Auerbach fue educado y afianzado por la más fina paideia en Europa.
Auerbach empezó sus estudios en leyes y sirvió en el ejército alemán durante la Primera Guerra mundial, para luego cambiarse a Filología Romance en la Universidad de Greifswald. Auerbach fue electo a la prestigiosa cátedra de estudios romances en la Universidad de Marburgo (por ahí estaban las sombras del joven Heidegger) en 1929. Este adiestramiento como Román ist determinó su perspectiva, su concentración en las literaturas italiana y francesa, en la latinidad de las Edades Medias europeas y en las continuidades entre las letras clásicas y modernas. De ahí la riqueza de sus publicaciones sobre Dante, sobre Vico, sobre el público literario francés del siglo XVII. Hasta el final de su vida, Auerbach dilucidó sobre textos franceses. Escribió sobre La Fontaine, Pascal, Hacine, Montaigne; sobre el lugar de Rousseau en la historia europea, sobre Stendhal y Baudelaire. Su conocimiento de la valía de Proust se remonta a 1927. El papel de Montesquieu y del anden régime lo preocupó durante los mil novecientos cuarentas. Auerbach experimentó una lógica profunda y en continuo desarrollo relacionada con el realismo de la literatura antigua, y el realismo que iba desde la narrativa francesa medieval y renacentista hasta la novela del siglo XIX y principios del XX; Balzac, Stendhal, Flaubert y, por último, la summa sumarum de Proust.
Esta cartografía es característica del canon de la literatura comparada. Hay incursiones en el Lejano Oriente, como en Etiemble, y en las literaturas eslavas y de Europa del Este, como en Román Jakobson. Pero en esencia, la erudición y la hermenéutica representativas en los estudios comparativos han sido eurocéntricas o, con mayor precisión, continentales. La contribución británica ha sido esporádica, por no decir flaca. A su vez, a las literaturas de los mundos anglo-parlantes y anglo-americanos se las ha mantenido a distancia. Cuando le pidieron que mencionara a los tres más grandes escritores europeos, De Gaulle respondió: “Dante, Goethe, Chateaubriand”. “¿Y Shakespeare?” objetó el sorprendido interlocutor. La respuesta de De Gaulle fue lapidaria: “Usted dijo europeos’ “. Es precisamente la soberanía y el enigma de la universalidad provinciana de Shakespeare lo que con frecuencia ha hecho a un lado el acercamiento comparativo a la literatura, empapado como estaba en la Romanitas.
A esto debe añadirse un factor complejo, casi trágico. Los estudios literarios comparativos, las publicaciones, los puestos académicos, surgieron del exilio, del desplazamiento personal. La primera cátedra, finamente titulada Littérature genérale, fue creada por Sismondi, un refugiado político, en la Universidad de Génova. (Tuve el honor de ocuparla durante un cuarto de siglo.) El espíritu de lo comparativo es aquel del políglota, del “fronterizo”, del peregrino. Con distinguidas excepciones —Curtius, Mario Praz, Contini— sus practicantes han sido judíos, con frecuencia tan mal recibidos en las tradicionales facultades de literatura inglesa. Con frecuencia se les critica por no estar “interiorizados”, una palabra favorita del Este anglo, con la lengua nativa. También a este respecto la carrera de Auerbach fue ejemplar.
Por ser un “no-ario”, Erich Auerbach fue echado de Marburgo en 1935. Su percepción del nazismo y sus complicadas interrelaciones con el antisemitismo cristiano inspiró su famoso ensayo sobre la “Figura” y las consecuencias histórico- políticas de la interpretación figural, alegórica. Una minuciosa investigación filológica se desplegó sobre una atrocidad histórica. Auerbach encontró refugio en la Universidad Estatal de Estambul, en sucesión de Leo Spitzer como profesor de lenguas y literaturas romances. La leyenda, aunque es probable que sea más que eso, indica que Auerbach, privado de su magnífica biblioteca personal, de su patria y su primera lengua; de los recursos académicos y del prestigio intelectual connaturales a un Ordinarias en una universidad alemana, sufrió de una severa depresión. En particular, las fuentes primarias y secundarias de las que dependían todos sus trabajos filo- lógico-históricos, no estaban disponibles. Los acervos bibliográficos en Estambul eran magros. Incluían las ediciones de Tauchnitz de una “biblioteca del viajero” en la biblioteca pública local: difícilmente estas ediciones serían proveedoras de notas al pie. ¿Podría un erudito quintaesenciado, alguien que empezó como bibliotecario siendo parte del personal de la Biblioteca Estatal Prusiana de Berlín, forzarse a sí mismo a escribir para el lector general; a producir, con los más escasos recursos textuales, una obra, precisamente, sin notas al pie? El reto ocupó a Auerbach de mayo de 1942 a abril de 1945 (se trasladó a Estados Unidos y a sus acervos eruditos en 1947). Para entonces, su libro “ge- neralista” se había publicado en alemán, en Berna.
Ahora, para destacar el cincuenta aniversario de aquella primera publicación en inglés, el libro se ha reeditado.* La obra fue amorosamente traducida por Willard R. Trask y apareció por primera vez en 1953- El capítulo que abre Mimesis sigue siendo con mucho el “Debe notarse que la publicación en español de Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental fue anterior: el Fondo de Cultura Económica publicó el libro en 1950, en traducción de Ignacio Domínguez y Eugenio Imaz. (N. del T.). más famoso (¿habrá muchos lectores que vayan más allá de él?). Ese capítulo contrasta las representaciones narrativas de la realidad en la Odisea y el Génesis, en el episodio en que Euriclea reconoce al disfrazado Odiseo al tocarle su cicatriz, y en el del intento de Abraham de sacrificar a Isaac.
En Homero, sostiene Auerbach, todo está “claramente delineado, iluminado de una manera brillante y uniforme, los hombres y las cosas sobresalen en un campo en el que todo es visible; y no menos claros —expresados por entero, ordenados incluso en su pasión— son los sentimientos y los pensamientos de las personas involucradas”. La épica procesión de los fenómenos tiene toda ella lugar en un primer plano, en un presente local y temporal que es absoluto. Las interpolaciones, como aquella descripción de la caza del jabalí en que el héroe quedó cicatrizado, no alteran el primer plano iluminado de manera uniforme.
La evocación de las cosas pasadas hace de ellas “un presente autónomo y exclusivo”. Nada permanece oculto o inexpresado en las motivaciones psicológicas, en las actitudes de los agentes homéricos. Ese “primer-planismo” y la serena claridad definen el genio del estilo homérico, su atractivo perenne para nuestra imaginación.
La narración bíblica ofrece un contraste completo. Se nos ocultan elementos del contexto y de qué causa las cosas. El concepto judío de Dios no admite ninguna explicación. Este concepto es “menos una causa que un síntoma de la manera judía de comprender y representar las cosas”. El contraste con los diálogos entre las deidades y los mortales no podría ser más rígida: “Las palabras y los gestos de Abraham se dirigen hacia las profundidades del cuadro o hacia arriba, pero en todo caso el lugar indeterminado, oscuro de donde le llega a él la voz no está en primer plano”. En los intercambios entre Abraham e Isaac, “todo permanece inexpresado”. El registro bíblico sólo externaliza algo de los fenómenos mientras es necesario para el propósito de la narración; todo lo demás permanece oscuro. Aquello que yace entre los momentos cruciales no existe. “Los pensamientos y los sentimientos permanecen inexpresados, sugeridos tan sólo por el silencio y los parlamentos fragmentarios; el todo, permeado con el suspenso continuo y dirigido a una sola meta (y en ese sentido, aún más unitario), permanece misterioso y ‘cargado de fondo’ “. De ahí la necesidad del comentario y la interpretación incesantes. El texto  homérico busca meramente hacernos olvidar nuestra propia realidad por unas cuantas horas; busca superar nuestra realidad. Los Libros de Moisés podrían ejercer y promulgar autoridad sobre nuestras propias vidas. Esto induce un contraste abarcador. “Homero permanece dentro de lo legendario con todo su material, mientras que el material del Antiguo Testamento se acerca cada vez más a la historia conforme avanza la narración”. Es con esta diferencia con la que Auerbach desarrollará sus análisis de representaciones de la realidad en la literatura europea.
El tour de forcé es conmovedor y rico en sugerencias. ¿Es del todo convincente? Más que la Ilia da, de la cual puede ser, en puntos clave, una crítica sutil, la Odisea de Homero sí incluye la sombra y el trasfondo. Pensemos en el encuentro de Odiseo con Ayax y Aquiles en el inframundo o su encuentro con Nausicaa (en el cual Goethe vio uno de los más discretos, no declarados, idilios de la literatura universal). Pensemos en la cantidad de comentario y debate que surge por el ambiguo regreso con Penélope de Odiseo. Son estas facetas del poema las que al parecer lo vuelven para muchos la primera “novela” occidental. Auerbach, más aún, decide hacer a un lado, como lo hará en muchas partes de Mimesis, los aspectos lingüísticos de la recepción interpretativa. ¿Puede uno llegar a una comparación exacta de estos textos seminales sin entrar en las radicales, aunque en parte irrecuperables, discriminaciones entre el lenguaje de Homero y el del Elo- hista? ¿Hasta qué medida son la claridad, la temporalidad uniforme del idioma épico de Homero separables de las fuentes y los sesgos inherentes a un estilo en parte arcaico, en parte compuesto y formulado con un antecedente decisivo en la oralidad? Las invenciones paratácticas en la narrativa bíblica —la elisión de conectivas e intermediarias—, las oscuras inmediateces de los discursos divinos están, a su vez, íntimamente relacionados con formas del hebreo que siguen desafiando y humillando nuestro entendimiento.
En ninguna parte de Mimesis es tan fascinante el virtuosismo de Auerbach para las comparaciones como en su triangulación de un pasaje de Petronio, de los Anales de Tácito y la versión de Marcos de la negación de San Pedro. La representación de la desaliñada esposa de Trimalción “marca el último límite que el realismo alcanzó en la antigüedad”. Pero es un realismo limitado que excluye todo lo problemático, “todo lo psicológica o socialmente sugerente o serio, ya no digamos las complicaciones trágicas”. La concepción trágica, compleja del personaje que abrieron maestros como Balzac o Flaubert o Tolstoi (Auerbach omite a Dickens) es “completamente imposible en la antigüedad”. Porque no hay un tratamiento literario serio de las ocupaciones cotidianas y de las clases sociales. Pero “es precisamente en las condiciones intelectuales y económicas de la vida cotidiana donde se revelan las fuerzas que subyacen a los movimientos históricos” —una proposición que habla de la deuda de Auerbach con Dilthey—. Una indiferencia análoga ante la dimensión social es lo que caracteriza al registro de Tácito de la revuelta de las legiones germánicas luego de la muerte de Augusto. En este episodio se hace evidente que Tácito no entiende los malestares y las demandas de los soldados comunes. “Las aproximaciones ética y retórica son incompatibles con una concepción en la que la realidad es un desarrollo de enfoque”.
Contrasta con esto el tratamiento de los personajes locales y dramáticos en el Evangelio. “Qué tremenda” es la mirada puesta sobre estos tipos comunes en su escenario humilde y cotidiano. “Para los autores del Nuevo Testamento que son sus contemporáneos, lo que ocurre en el plano de la vida cotidiana asume la importancia de eventos que revolucionarán al mundo, como después lo harán para todos”. Como Proust, concluye Auerbach, Petronio escribe “desde arriba”, mientras que la narración de Marcos, inocente de retórica, es realista desde adentro.
Los capítulos siguientes ilustran la capacidad de Auerbach  para extraer inferencias poderosas de textos familiares sólo al especialista. La Historia de los francos de Gregorio de Tour está expresada en un lenguaje “de equipamiento imperfecto para organizar los hechos”. Pero De Tour entrega de modo admirable “los lujos y los intereses materiales, mitigados por el miedo del uno al otro y a las fuerzas sobrenaturales” de la gente poco refinada entre la que él vivió. A pesar de todo su patbos y su energía poética, la Canción de Roldan carece de la humanidad trágica que Auerbach encuentra en épicas germanas como la Hilde- brandslied y la Nibelungenlied. La estructura de los valores feudales y las coerciones en el destino de Roldán y su odio por Canelón responden por un mundo a la vez dramático y “pequeño y reducido”. Estos mismos valores se encuentran paradójicamente tanto en los guerreros cristianos como en los paganos. Están ausentes “la fricción y la resistencia de la vida real”, porque “prevalecen la limitación de clase social, la idealización, la simplificación y el velo resplandeciente de la leyenda”. En ciertos momentos hay más que un eco entre Auerbach y aquel otro apóstol del realismo y la densidad social, György Lukács.
Las escenas de Farinata y Cavalcante en el canto X del Inferno de vuelve a Auerbach a casa y a terreno amado. Las páginas cantan de alegría y reverencia. ¿Cómo logró Dante fusionar hasta hacer coherente, hasta lograr la unión polifónica, de las voces formidablemente diversas e individualizadas de cuatro protagonistas (Virgilio está siempre presente, aunque en esta ocasión queda al margen)? La respuesta está en lo que Blake habría llamado “la santidad del minuto particular”. Auerbach demuestra cómo las cláusulas relativas de Virgilio después de un vocativo son “hermosas y armónicas hasta la perfección” pero nunca tan “concisas y arrebatadoras” como las de Dante. El único posible precedente es el et ecce cuando Abraham alza su cuchillo sobre Isaac. El lenguaje de Dante, declaró Auerbach, es “algo cercano a un milagro incomprensible”. Sus fuentes son innumerables y complejas, pero su solo oído estaba trabajando. En consecuencia, en ninguna otra parte una mezcla de estilos “se acerca tanto a una violación de todo estilo”. De ahí el regaño miope de Goethe, en 1821, contra “la grandeza llevada a la repulsión y con frecuencia a la repugnancia” de Dante. Humanistas y estilistas ciceronianos posteriores del Renacimiento se sentían incómodos al confrontar el “fenómeno tremendo” de la Divina Comedia.
En deuda con una página resplandeciente de la Estética de He- gel, Auerbach argumenta que el “realismo” de Dante sumerge la dinámica de la acción humana y de los destinos y hechos personales en una “existencia sin cambio”, haciendo que el tiempo, por decirlo así, se detenga a sí mismo pero conserve aún su pulso específico. El mecanismo esencial es teológico. El secreto abierto del idioma con muchos estratos de Dante “consiste precisamente en integrar lo que es característico de los individuos y a veces horrible, feo, grotesco y vulgar, con la dignidad del juicio de Dios —una dignidad que trasciende los límites últimos de nuestras concepciones terrenales de lo sublime—”. Como nos lo enseña el canto XIII del Paradiso, toda creación, no importa qué tan humilde o reverberante, es una reduplicación y emanación constantes del amor activo de Dios. Esta convicción es elocuente en la visión de Dante de la cuestión política e histórica. La suma de Auerbach al respecto es la del libro Mimesis mismo. La Comedia es, finalmente, el texto en que los seres humanos aprenden a verse y a conocerse a sí mismos: incluso en el Infierno hay grandes almas, y algunas almas en el Purgatorio pueden olvidar por un momento el camino de la purificación por la dulzura de un poema, la obra de la fragilidad humana. Y debido a las condiciones especiales de la auto-plenitud del hombre en el más allá, su realidad humana se afirma a sí misma incluso de manera más fuerte, concreta y específica de lo que se afirma, por ejemplo, en la literatura antigua. Porque esta auto-plenitud, que comprende el pasado entero del individuo —tanto objetivamente como en la memoria— encierra la historia ontogenética, la historia del crecimiento personal de un individuo; el resultado de ese crecimiento, es cierto, aparece ante nuestros ojos como un producto acabado; pero en muchos casos se nos da un retrato detallado de sus varias fases; nunca se nos oculta del todo. De un modo más preciso de lo que pudo presentarlo alguna vez la literatura antigua, se nos es dado buscar, en el reino del ser eterno, la historia de la vida interior del hombre y su despliegue.
En pocas palabras, un Bildungsroman ante Dios.
Luego de Dante, el oleaje (moto spirituale) del libro se normaliza. Chaucer no aparece ni siquiera en el índice, aunque es seguramente integral al desarrollo del realismo europeo, pero lo que hay es una mirada al manejo que hace Boccaccio de “complejos datos reales” y la sutil habilidad con la que adapta el tiempo narrativo y los niveles de tono al flujo interno y externo de los eventos. “Los personajes de Boccaccio viven en la tierra y sólo en la tierra”. Pero su inmanencia realista es aún muy insegura, con poco soporte para servir, “luego de la interpretación imaginativa de Dante, como una base sobre la cual el mundo puede ordenarse, interpretarse y representarse como una realidad y como un todo”. En Rabelais, esa totalidad es enciclopédica, cómico-pedante, incluso paródica de cualquier jerarquía metafísico-teo- lógica. Y aun así estos elementos, familiares para la Baja Edad Media, son ensamblados para servir a los propósitos de una novela. Al mostrarle a su lector los fenómenos en un embrollo turbulento, Rabelais lo tienta a que se lance “al gran océano del mundo, en donde puede nadar libremente, aunque bajo su propio riesgo”. Tal liberación y liberalidad de observancia aventurada es manifiesta en Montaigne. A un precio, sostiene Auerbach, que es evitar lo trágico, un “equilibrio peculiar” que a la vez resulta profundamente atractivo y limitado.
En el siguiente capítulo, casi de modo predecible, la cita de Shakespeare como ejemplo, vía el hastío de Hal en una escena de Enrique IV Parte Dos y algunos pasajes de Macbeth, es de algún modo rutinaria. La mezcla de estilos le permite a Shakespeare no sólo articular la realidad en su plenitud y coherencia terrenas, sino trascenderla. “Cargados de destino”, los grandes personajes de Shakespeare como Hamlet, Macbeth, o Lear, alcanzan su madurez en “una obra escrita por el Poeta Cósmico desconocido e insondable” (una vez más, un Bildungsroman panóptico). Esta trascendencia y madurez, sin embargo, tiene sus restricciones sociales. Cuando se trata del pueblo común, “es siempre en el estilo inferior, en una de las muchas variaciones de lo cómico que él ordena”. Sancho Panza está más allá del alcance de Shakespeare. El registro es de contento, incluso de absurdidad, pero los niveles de alegría compasiva “se multiplican como nunca antes”. Esta alegría tan universal, tan condonadora y no-problemática al retratar la realidad humana de todos los días, “no ha sido intentada otra vez en los héroes europeos”. El resultado es una ruptura tajante con la milenaria tradición popular y cristiana de la mezcla de estilos. Pasará mucho tiempo antes de que el divorcio entre la seriedad trágica y lo cotidiano, entre la sublimidad y lo vulgar, puedan superarse. En un capítulo de particular brío, Auerbach demuestra cómo tal separación es tanto funcional como ironizada en la crónica de Saint-Simon de la vida cortesana.
Como Lukács, Auerbach está seguro de que la maestría técnica y filosófica del realismo alcanza su completa estatura en la novela europea. Aquí, también, la perspectiva es gálica. No se menciona a Defoe, a Fielding se le alude sólo al paso. Es con Stendhal y con Balzac que “la seriedad existencial y trágica” entra al realismo y a la narrativa en prosa del mundo. Una “profunda fe en la verdad del lenguaje empleado de manera responsable, franca y cuidadosa” le permitió a Flaubert alcanzar prodigalidades y profundidades de objetividad psicológica y social inigualadas hasta entonces. Por tanto Madame Bovary nos permite experimentar el “prolongado estado crónico” de la realidad pública y privada. “Los maestros saben que el subsuelo político, económico y social parece comparativamente estable y al mismo tiempo cargado intolerablemente de tensión”. Flaubert puede evocar una “concreción de duración” cuya irrele- vancia tonta y banal es de hecho muy explosiva. En Dickens “casi no hay rastro de la fluidez del fondo político e histórico” (¿acaso en la biblioteca pública de Estambul no había un ejemplar de Barnaby Rudgét), mientras que Thackeray preserva el “punto de vista moralista, medio-satírico, medio-sentimental en gran medida como lo había fabricado el siglo XVIII”. Y un estudio majestuoso que simplemente omite Middlemarcb, en tantos aspectos la más adulta, inteligente de las ficciones europeas, avanza a su fin vía Germinie La certeux de los Goncourt y la fuerte aprehensión de la realidad, con frecuencia fotográfica, de Zola. Se da noticia del impacto de los Titanes Rusos, pero Auerbach renuncia por el requisito de la competencia lingüística.
Puede palparse una diseminación impaciente en el capítulo que cierra el libro, que debió escribir se en un momento de tensión considerable (ya se filtraban las noticias del Holocausto). El capítulo empieza con Mrs. Ramsay tejiendo su media color marrón en To the Lighthouse de Virginia Woolf. Las oblicuidades del enfoque, la interrupción de lo externo por procesos internalizados con sus inestabilidades presentes en la voz narrativa, logran una síntesis de lo intrincado de la vida donde la fineza de Mrs. Ramsay “a un tiempo se manifiesta y se oculta”. Una mirada no intencional nos llevará a las mismísimas profundidades de la vida. Esto conduce a una exposición detallada de Proust. El Ulises de Joyce es una “burlona olla pútrida, en clave de odi-et-amo, de la tradición europea, con su cinismo vocinglero y adolorido y su simbolismo impenetrable”. Ojalá que la noble republicación de Mimesis hubiera descartado estas páginas finales para conservar sólo el epílogo conmovedor. Auerbach se pregunta si los lectores por los que él espera aún están vivos, si podrá redescubrir amigos de años anteriores. Da cuenta de los orígenes de la obra en la manera en que Platón denigra la estética de la mimesis en el Libro Diez de la República, y en la orgullosa observación de Dante de que la Comedia representa la realidad auténtica. Si su visión panorámica es selectiva, esto se debe a que Auerbach escogió los textos y los paralelos que estaban “cerca de su corazón”. “Mimesis es, a conciencia, un libro que una persona particular, en una situación particular, escribió a principios de los mil novecientos cuarentas”. Sesenta años después, ¿se lee Mimesis aún? Es una pregunta difícil.
Su inclusión ritual en las bibliografías y en las citas eruditas no confirma el que sea leído, sobre todo afuera de la academia. Como sugerí, el gran terreno de la literatura comparativa pertenece a cierto periodo y a ciertas circunstancias personales y profesionales, con frecuencia sombrías. En sus mejores casos, la disciplina produjo media docena de clásicos —entre ellos La literatura europea y la Edad Media latina, sobre la que Auerbach echó una mirada de algún modo celosa—. Hoy, los estudios literarios comparativos, notablemente en los Estados Unidos, están profesionalizados, rasgados por la corrección política —no más lenguas clásicas ni elitismo eurocentrista— y con mucha frecuencia reducidos a lecturas antologadas de “grandes libros” en ediciones de bolsillo y traducciones cuestionables. Si en algún lado, la visión del comparativista es aún vital en la Europa del Este, donde es una heredera directa de los estudios eslávicos comparativos. En otras partes, su espíritu tiende a ser ocasional y fragmentario. Lo encontramos en los trabajos de Umberto Eco sobre traducción (y ya que la traducción y sus problemas filosófico-semánticos son cruciales para la empresa comparativa); brilla en los ensayos de Pierre Brunel sobre la interacción meta- mórfica entre el texto literario y la puesta en música; en Charles Rosen sobre el romanticismo; o en el entretejido de Anne Carson de Simónides con Paul Celan. ¿Pero quién, en el presente, y excepto en el nivel de haute vulgarisation, se atrevería a comprometerse con el alcance cronológico, lingüístico, formal que emprendió Mimesis?
El leviatán de Erich Auerbach es inocente del arrogante reduccionismo de lo psicoanalítico. Su confianza despreocupada en el lenguaje, tanto en el suyo como en el de los textos que glosa; su suposición axiomática de que las relaciones entre la palabra y el mundo son, sin importar qué tan vulnerables y necesitadas de una revaluación constante, auténticas y verificables, preceden a los movimientos de vanguardia. Ni los nihilistas juegos de palabras de la deconstrucción ni la anarquía del posmodernismo, derivada de un modo tan palpable de Dadá y el surrealismo, subvierten el sentido común ontológico de Auerbach. Los gritos feministas de batalla aún no se oían en su horizonte, que paradójicamente era un horizonte del siglo XIX puesto en la mitad de la noche oscura del siglo XX. Ya vimos que esta limitación espaciosa puede falsificar algunos de los hallazgos de Auerbach, en lo que a Joyce se refiere. La sola alusión a Kafka es dolorosamente inadecuada. No es fácil suponer qué habría hecho Mimesis al ocuparse ya fuera de Borges o de Samuel Beckett. La fuente doble a la que Auerbach toma como la validez permanente de la narrativa realista y la figural, Atenas y Jerusalem, no cuenta ya con el reconocimiento inmediato ni siquiera de los letrados. El mapa de lo que Francia nombra como mentalités, el alfabeto de la cultura compartida, se ha alterado profundamente desde 1945.
No obstante, Mimesis sigue siendo una obra de estatura excepcional. Nada falta más en nuestro encuentro habitual con el entendimiento de la gran literatura que la alegría. La maravilla pura de la cosa, la risa incluso en la creación de lo trágico —quizá sólo Nietzsche tuvo las palabras exactas para eso— irradian en el conocimiento de Auerbach. El sabe que las obras de los maestros son un don impredecible, a veces perturbador, pero en cierto sentido milagroso. Homero y Dante pudieron no haber sido, o pudieron haberse perdido. Un serio y gozoso sentido de buena fortuna habita este libro. Somos sus deudores.
La cicatriz de Ulises
Erich Auerbach
Los lectores de la Odisea recordarán la emocionante y bien preparada escena del canto xix, en la cual la anciana ama de llaves Euriclea reconoce a Ulises, de quien había sido nodriza, por la cicatriz en el muslo. El forastero se ha granjeado la benevolencia de Penélope, quien ordena al ama lavarle los pies, primer deber de hospitalidad hacia los fatigados caminantes en las historias antiguas; Euriclea se dispone a traer el agua y mezclar la caliente con la fría, mientras habla con tristeza del señor ausente, que muy bien pudiera tener la misma edad que el huésped, y que quizá se encuentre ahora, como éste, vagando quién sabe dónde como un pobre expatriado, y entonces se da cuenta del asombroso parecido entre ambos, al mismo tiempo que Ulises se acuerda de su cicatriz y se retira aparte en la oscuridad, a fin de no ser reconocido, al menos por Penélope. Apenas la anciana toca la cicatriz, deja caer con alegre sobresalto el pie en la jofaina; el agua se derrama, y ella quiere prorrumpir en exclamaciones de júbilo; pero con zalamerías y amenazas Ulises la retiene, la sujeta e inmoviliza. Penélope, oportunamente distraída por Atenea, no ha notado nada.
Todo esto es relatado ordenada y espaciosamente. En parlamentos flúidos, circunstanciados, las dos mujeres dan a conocer sus sentimientos, y aunque éstos se hallan entremezclados con consideraciones generales sobre el destino de los hombres, la conexión sintác­tica entre sus partes es perfectamente clara, sin perfiles esfumados. Para la descripción de los útiles, de los ademanes y de los gestos, una descripción bien ordenada, uniformemente ilustrada, con eslabones bien definidos, dispone de tiempo y espacio abundantes: incluso en el dramático instante del reconocimiento, Homero no olvida decir al lector que es con la mano derecha con la que Ulises coge a la anciana por el cuello, a fin de impedirle hablar, mientras con la otra la atrae hacia sí. Las descripciones de hombres y cosas, quietos o en movimiento dentro de un espacio perceptible, uniformemente destacados, son claras, lúcidas, y no menos claros y perfectamente expresados, aun en los momentos de emoción, aparecen sentimientos e ideas.
Al reproducir la acción he omitido a propósito una serie completa de versos que la interrumpen a la mitad. Son más de setenta, mientras que la acción propiamente dicha consta de unos cuarenta antes y otros cuarenta después de la interrupción. Durante ésta, que ocurre en el preciso momento en que el ama reconoce la cicatriz, o sea en el instante justo de la crisis, se nos describe el origen de la herida, un accidente de los tiempos juveniles de Ulises, durante una cacería de jabalíes celebrada con motivo de la visita a su abuelo Autólico. Esto da ocasión de instruir al lector sobre Autólico, su morada, parentesco, carácter, y, de una manera tan deliciosa como puntual, sobre lo que hizo al nacer su nieto; después, la visita del adolescente Ulises, la salutación, el banquete, el sueño y el despertar, la partida matinal a la caza, el rastreo, el combate, Ulises herido por un jabalí, el vendar la herida, la curación, el regreso a Itaca, la solícita inquisitoria de los padres; todo vuelve a relatarse con un perfecto modelado de las cosas y una conexión en las frases que no deja nada oscuro o inadvertido. Después de lo cual el narrador nos retrotrae al aposento de Penélope, y relata cómo Euriclea, que antes de la interrupción ya había reconocido la herida, deja ahora caer espantada el pie levantado de Ulises en la jofaina.
Lo primero que se le ocurre pensar al lector moderno es que con este procedimiento se intenta agudizar aún más su interés, lo cual es una idea, si no completamente falsa, al menos insignificante para la explicación del estilo homérico. Pues el elemento «tensión» es, en las poesías homéricas, muy débil, y éstas no se proponen en manera alguna suspender el ánimo del lector u oyente. Si fuera así, debería procurar ante todo que el medio tensor no produjera el efecto contrario de la distensión, y sin embargo esto es lo que más a menudo ocurre, como en el caso que ahora presentamos. La historia cinegética, espaciosa, amable, sutilmente detallada, con todas sus elegantes holguras, con la riqueza de sus imágenes, idílicas, tiende a atraer para sí la atención del oyente y hacerle olvidar todo lo concerniente a la escena del lavatorio. Una interpolación que hace crecer el interés por el retardo del desenlace no debe acaparar toda la atención ni distanciar la conciencia de la crisis, cuya solución ha de hacerse desear, en forma que destruya la tensión del estado de ánimo, sino que la crisis y la tensión deben conservarse, manteniéndoselas en un segundo plano. Mas Homero, y sobre esto volveremos luego, no conoce ningún segundo plano. Lo que él nos relata es siempre presente, y llena por completo la escena y la conciencia. Como en este caso: cuando la joven Euriclea pone al recién nacido Ulises después del convite sobre las rodillas de su abuelo Autólico, la anciana Euriclea, que unos versos antes tocaba  el pie del viajero, ha desaparecido por completo de la escena y de la conciencia.
Goethe y Schiller, cuya correspondencia de fines de abril de 1797 trataba de lo «retardador» en la poesía homérica en general, lo oponían precisamente al principio de «tensión», expresión que si no aparece se halla claramente implícita al considerar el proceso retardador como genuinamente épico, en contraste con la tragedia (cartas del 19, 21 y 22 de abril). Lo retardador, el «avance y retroceso» de la acción por medio de interpolaciones, me parece hallarse también en la poesía homérica en contraposición con la tensión directa hacia un objetivo, y sin duda alguna tiene razón Schiller cuando dice que Homero nos describe «tan sólo la tranquila presen­cia y acción de las cosas según su propia naturaleza», y que la finalidad de su descripción descansa «en todos y cada uno de los puntos de su desarrollo». Pero Schiller yGoethe elevan el procedimiento homérico a regla de la poesía épica en general, y las palabras de Schiller arriba citadas deben valer para toda la poesía épica, en oposición a la trágica. Sin embargo, existen, tanto en los tiempos anti­guos como en los modernos, importantes obras épicas que no contienen elementos «retardadores» en este sentido, y que están escritas en un estilo de extrema tensión, que «nos roban nuestra libertad de ánimo», lo que Schiller concedía exclusivamente a la poesía trágica. Y aparte de esto, me parece indemostrable e improbable que en el referido procedimiento de la poesía homérica hayan intervenido consideraciones estéticas, ni siquiera un sentimiento estético de la índole del mencionado por Goethe y Schiller. El resultado es exactamente el que éstos describen, y de aquí se deduce en efecto el concepto de lo épico, común tanto a ellos como a todos los escritores influidos por la antigüedad clásica. Pero la causa de la aparición de lo retardador me parece debe atribuirse a otro móvil, precisamente a la necesidad, intrínseca al estilo homérico, de no dejar nada a medio hacer o en la penumbra. La digresión sobre el origen de la cicatriz no se diferencia en nada de los pasajes en que un personaje recién introducido, o un utensilio, o cualquier otra cosa, que aparecen en la descripción, así sea en medio de la más apremiante confusión del combate, son detalladamente descritos según su género y procedencia, o de aquellos otros en que se nos proporcionan, de un dios recién llegado, toda clase de datos sobre su última estancia, lo que en ella hizo y por qué caminos llegó; hasta sus epítetos me parecen atribuibles en último término a tal deseo de modelación sensible de los fenómenos.
He aquí la cicatriz que aparece en el curso de la acción; mas siendo incompatible con el sentimiento homérico el dejarla simplemente surgir de un oscuro pasado, tiene que ponerla bien de manifiesto, a plena luz, y con ella un trozo del panorama juvenil del héroe; igual que en la Ilíada, cuando el primer barco se está ya quemando y por fin los mirmidones se disponen a acudir en ayuda; momento en que no sólo encuentra tiempo suficiente para su magnífica comparación con los lobos y para describirnos el orden de sus batallones, sino incluso para la exacta relación de la ascendencia de algunos de sus jefes (Ilíada, 16, 155). Desde luego que el efecto estético que con ello se obtiene ha debido de ser notado muy pronto, y más tarde buscado también, pero el primer impulso proviene sin duda del fondo mismo del estilo homérico: representar los objetos acabados, visibles y palpables en todas sus partes, y exactamente definidos en sus relaciones espaciales y temporales. Con respecto a los procesos internos, se comporta en idéntica forma: nada debe quedar oculto y callado. Los hombres de Homero nos dan a conocer su interioridad, sin omitir nada, incluso en los momentos de pasión; lo que no dicen a los otros lo dicen para sí, de modo que el lector quede bien enterado. Rara vez es mudo lo espantoso, que con frecuencia ocurre en la poesía homérica; Polifemo habla con Ulises, éste a su vez con los pretendientes, cuando comienza a matarlos; prolijamente conversan Héctor y Aquiles, antes y después de su combate, y ningún parlamento es tan medroso o colérico que falten o se descompongan en él los elementos de la ordenación lógica del lenguaje. Naturalmente, esto no concierne tan sólo a lo que dicen los personajes, sino a toda la descripción en general. Los diversos términos de la composición se relacionan clarísimamente entre sí; gran cantidad de conjunciones, adverbios, partículas y otros recursos sintácticos, transcritos cada uno con su significación y finamente matizados, deslindan las personas, casas y sucesos, y los traban al mismo tiempo en ininterrumpida fluidez; al igual que los distintos objetos, aparecen también en plena luz y perfectamente conformadas sus interrelaciones, sus entrelazamientos temporales, locales, causales, finales, consecutivos, comparativos, concesivos, antitéticos y condicionales, de modo que se produce un tránsito ininterrumpido y rítmico de las cosas, sin dejar en ninguna parte un fragmento olvidado, una forma inacabada, un hueco, una hendidura, un vislumbre de profundidades inexploradas.
Y este paso de figuras acaece en primer plano, es decir, en un constante presente, temporal y espacial. Podria creerse que las muchas interpolaciones, tanto ir adelante y atrás en la acción, deberían crear una especie de perspectiva temporal y espacial; pero el estilo homérico no produce jamás esta impresión. El modo de evitar la impresión de perspectiva puede observarse en el método de introducción de las interpolaciones, una construcción sintáctica familiar a todo lector de Homero. En el caso concreto de que nos ocupamos se emplea igualmente, pero también es de notar en interpolaciones mucho más breves. La palabra «cicatriz» (verso 393) es seguida de una oración de relativo («que a él antaño un jabalí. . . «), la cual se ensancha en un amplio paréntesis sintáctico; en éste se introduce impensadamente una oración principal (verso 396: «un dios le dió…») que va saliendo gradualmente de la subordinación sintáctica, hasta que con el verso 399 empieza un nuevo presente, una inclusión sintácticamente libre del nuevo contenido, que reina por sí solo hasta que en el verso 467 («que la anciana tocaba ahora…») se vuelve a reanudar la conexión en el punto interrumpido. De todos modos, en interpolaciones tan largas como ésta apenas sería posible una ordenación sintáctica, pero tanto más fácilmente podría haberse obtenido una ordenación en perspectiva, dentro de la acción principal, por medio de una apropiada disposición de los contenidos, exponiendo todo el relato de la cicatriz como un recuerdo de Ulises, que aparece en aquel momento en su conciencia; hubiera sido muy fácil, con sólo comenzar la historia de la herida dos versos antes, al mencionar por primera vez la palabra cicatriz, y cuando ya se dispone de los motivos «Ulises» y «recuerdo». Pero un tal procedimiento subjetivo-perspectivista, creador de primeros y segundos planos, para que el presente resalte sobre la profundidad de lo pasado, es totalmente extraño al estilo homérico; en éste sólo hay primer plano, únicamente un presente uniformemente objetivo e iluminado; y por eso comienza la digresión dos versos más tarde, cuando Euriclea ha descubierto la cicatriz y ya no existe la posibilidad de ordenación en perspectiva, convirtiéndose la historia de la herida en un presente completo e independiente.
La particularidad del estilo homérico se hace aún más clara si se confronta con un texto asimismo épico y antiguo, sacado de otro mundo de formas. Lo voy a intentar con el sacrificio de Isaac, un relato recopilado por el llamado Elohista. Cipriano de Valera traduce el principio como sigue: «Y aconteció después de estas cosas, que tentó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí.» Este principio ya nos deja perplejos, si venimos de Homero. ¿Dónde están los interlocutores? No se dice. El lector sabe muy bien, sin embargo, que no están en todo tiempo en el mismo sitio, y que uno de ellos, Dios, debe venir de alguna parte, de alguna altura o profundidad, hasta llegar a la tierra e interpelar a Abraham. ¿De dónde viene, desde dónde se dirige a Abraham? Nada de esto se nos dice. No viene, como Zeus o Poseidón, de Etiopia, donde se ha regocijado con un holocausto. Tampoco se nos informa sobre las causas que lo han movido a tentar tan terriblemente a Abraham. No ha discutido con otros dioses en una asamblea, como Zeus; tampoco se nos comunica lo que él decide en su corazón; inesperada y enigmáticamente llega a la escena, desde desconocidas alturas o abismos, y llama: ¡Abraham! Se dirá que esto se explica por la singular idea judía de Dios, tan diferente de la de los griegos. Es cierto, pero no constituye una objeción. Pues ¿cómo se explica la idea judía de Dios? Ya su primitivo Dios del desierto carecía de forma y residencia fijas, y era solitario; su falta de forma, de sede, y su soledad no sólo se han reafirmado en la lucha con los dioses del próximo Oriente que, relativamente, son mucho más intuíbles, sino que se han intensificado. La idea que de Dios se hacían los judíos no era tanto causa como síntoma de su modo de concebir y exponer.
Lo vemos con más claridad todavía si nos fijamos en el otro interlocutor, en Abraham. ¿Dónde se encuentra? No lo sabemos. Él dice: «Heme aquí»; pero la expresión hebrea significa algo así como «Veme» o, como traduce Gunkel: «Oigo» y, en cualquier caso, no pretende señalar el lugar real en que se encuentra Abraham, sino más bien un lugar moral en relación con Dios, que lo ha llamado: «Estoy a tus órdenes». Pero no se nos dice dónde se halla realmente, si en Beer-Seba o en otro lugar, si en su casa o al descampado; al narrador no le interesa y el lector se queda sin saberlo, y también la ocupación a que se dedicaba al ser llamado por Dios permanece a oscuras. Recordemos, para percibir bien la diferencia, la visita de Hermes a Calipso, donde el encargo, el viaje, la llegada y recepción del visitante, así como la situación y ocupaciones de la persona visitada, son expuestos en muchos versos; e incluso allí donde los dioses aparecen repentina y fugazmente, sea para ayudar a uno de sus favoritos o para perder o confundir a uno de sus odiados mortales, se nos indican su figura y, la mayor parte de las veces, el modo de su aparición y desaparición. Pero en nuestro caso Dios aparece sin figura alguna (y, sin embargo, «aparece»), no se sabe de dónde, y tan sólo percibimos su voz, que no dice más que un nombre, sin adjetivos, sin denotar descriptivamente a la persona interpelada, lo contrario de lo que ocurre en todas las alocuciones homéricas; y de Abraham tampoco se nos hacen sensibles más que sus palabras de réplica: Hinne-ni, «Heme aquí», con lo cual, desde luego, se sugiere un gesto conmovedor, expresivo de obediencia y acatamiento, pero cuyo delineamiento queda a cargo dcl lector. Así, tenemos que de los dos interlocutores no nos son perceptibles más que las breves palabras abruptas, sin preparación previa, duramente contrapuestas y, cuando más, la figuración de un gesto de fervor: el resto permanece en la oscuridad. Y tampoco los dos interlocutores están en el mismo plano; si nos imaginamos a Abraham en un primer término, donde nos lo podríamos figurar postrado en el suelo, o arrodillado, o inclinándose con los brazos abiertos, o con la mirada fija en lo alto, Dios no estaría ahí: los ademanes y las palabras de Abraham se dirigirían a la imagen interna o hacia la altura, hacia un sitio indeterminado, oscuro -en ningún caso situado en primer término-, de donde la voz llega hasta él.
Después de este comienzo, Dios dicta su orden, y da principio la narración propiamcnte dicha, ya de todos conocida. Se va desarrollando sin interpolaciones de ningún género, en unas pocas oraciones principales, cuya conexión sintáctica es extremadamente pobre. Imposible pensar en descripción alguna de un instrumento empleado, de un paisaje recorrido, de los siervos o de los asnos que forman la comitiva, y mucho menos de la ocasión en que fueron adquiridos, de su procedencia, material, aspecto o utilidad, por medio de expresiones elogiosas; ni siquiera soportan un adjetivo; son siervos, asnos, madera o cuchillo, y nada más, sin epítetos; no tienen otro fin que el de cumplir la misión que Dios les ha encomendado;  lo que son, eran o serán aparte de esto permanece en la oscuridad.Van recorriendo un camino, pues Dios ha indicado el sitio exacto donde ha de consumarse el sacrificio, pero nada se nos dice del camino, excepto que la caminata dura tres días, y esto de una manera indirecta: Abraham con su comitiva se levantó «muy de mañana» y se dirigió al lugar del que Dios le había hablado; al tercer día levantó sus ojos y reconoció el lugar a lo lejos. Este alzar los ojos es el único ademán, más todavía, lo único que se nos refiere del viaje, y aunque por él deducimos que el lugar del sacrificio debe hallarse en una altura, esta referencia señera hace aún más profunda la impresión de vacío del camino; es como si durante el viaje Abraham no hubiera visto nada ni a derecha ni a izquierda, como si hubiera inhibido todas sus manifestaciones vitales y las de sus compañeros, salvo mover los pies. Por lo tanto, el viaje parece un silencioso caminar a través de lo indeterminado y provisional, una contención del aliento, un suceso sin presente, enclavado entre lo pasado y lo que va a ocurrir como una duración vacía, y no obstante medida:¡tres días! Tres días semejantes debían sugerir naturalmente la interpretacíón simbólica que más tarde cobrarán. Han comenzado «muy de mañana». Pero ¿en qué momento del tercer día levantó Abraham la vista y vió ante sí la meta de su viaje? En el texto nada  se dice. Sin duda, no muy tarde, ya que les quedó tiempo para subir a la montaña y preparar el sacrificio. «Muy de mañana» no señala, pues, una demarcación del momento, ya que reviste más bien un sentido moral al expresar la urgencia y escrupulosidad con que obedece el desdichado Abraham. Amargo para él el amanecer en que enalbarda su asno, llama a sus dos siervos y a su hijo y los hace levantarse; no obstante, obedece, y camina hasta el día tercero, en que, alzando los ojos, ve el lugar. De dónde viene, no lo sabemos nosotros, pero el punto de destino está bien indicado: Jeruel, en la tierra de Moriah. No se ha comprobado qué lugar era éste, ya que es posible que «Moriah» haya sustituído más tarde a otra palabra, pero en todo caso en la narración aparece el nombre del lugar del culto que, en conexión con la ofrenda de Abraham, estaba llamado a obtener una particular significación sagrada. Lo mismo que «muy de mañana» no trata de fijar el tiempo, tampoco «Jeruel en la tierra de Moriah» realiza función alguna de determinación espacial, puesto que en ninguno de los dos casos conocemos el límite opuesto, o sea, el momento en que Abraham alzó los ojos y el punto de donde salió para realizar su viaje. La importancia de Jeruel no consiste tanto en ser el término de un viaje terrenal, en su relación geografica con otro lugar, como en haber sido elegido para escenario del sacrificio, es decir, por su relación con Dios, y por esto debe ser nombrado en el relato.
En la narración hay un tercer personaje principal: Isaac. Mientras que Dios y Abraham, sus siervos, asnos y herramientas son simplemente nombrados, sin mención de sus propiedades o de cualquiera otra particularidad, Isaac obtiene una aposición; Dios dice: «Toma ahora tu hijo, tu único, a quien amas». Pero esto no constituye una caracterización del propio Isaac, aparte de su relación con el padre y fuera del tema del relato; no es desviación ni interrupción descriptiva, pues no se trata de perfilar la figura de Isaac; puede haber sido hermoso o feo, discreto o tonto, alto o bajo, atrayente o repulsivo: nada sabemos. Tan sólo se nos presenta aquello que debe ser conocido de él aquí y ahora, dentro de los límites de la acción, a fin de que percibamos cuán horrible es la tentación de Abraham, y que Dios se da bien cuenta de ello. Se ve, con este ejemplo antitético, la significación de los adjetivos descriptivos y de las digresiones en el estilo homérico: con la alusión a la vida del personaje descrito, que trasciende del momento actual, a su vida como si dijéramos absoluta, impide la concentración unilateral del lector en la crisis presente, evita, aun en los más terribles acontecimientos, el progreso de una tensión opresiva. Pero en la historia de la ofrenda de Abraham hay tensión opresiva; lo que Schiller reservaba al poeta trágico ­-robarnos la libertad del ánimo, dirigir y concentrar nuestras fuerzas internas (Schiller dice: «nuestra actividad») en un solo sentido- se produce también en este relato bíblico que, no obstante, debe ser considerado como épico.
Igual contraste hallamos al comparar el empleo que se hace del parlamento. También hablan los personajes en la narración bíblica, pero el parlamento no sirve en ella para darnos a conocer sin reservas sus interioridades, como en Homero, sino justamente para lo contrario, para aludir a un algo implícito, que no se expresa. Dios ordena por sí mismo, pero calla sus motivos e intenciones; Abraham permanece silencioso al recibir la orden, y obra como se le manda. Las palabras que se cruzan entre Abraham e Isaac durante el camino hacia el lugar del holocausto son sólo una interrupción del denso silencio, y contribuyen a hacerlo más denso aún. «Y fueron ambos juntos», Isaac con la leña, Abraham con los útiles para encender el fuego y con el cuchillo. Tímidamente, Isaac pregunta por el cordero, y Abraham le responde como sabemos. Luego el texto repite: «E iban juntos». Todo queda inexpresado.
No es fácil concebir estilos más contradictorios entre sí que los de estos dos textos, antiguos y épicos en la misma medida. Por un lado, figuras totalmente plasmadas, uniformemente iluminadas, definidas en tiempo y lugar, juntas unas con otras en un primer plano y sin huecos entre ellas; ideas y sentimientos puestos de manifiesto, peripecias reposadamente descritas y pobres en tensión. Por el otro, las figuras están trabajadas tan sólo en aquellos aspectos de importancia para la finalidad de la narración, y el resto permanece oscuro; únicamente los puntos culminantes de la acción están acentuados, y los intervalos vacíos; el tiempo y el lugar son inciertos y hay que figurárselos; sentimientos e ideas permanecen mudos, y están nada más que sugeridos por medias palabras y por el silencio; la totalidad, dirigida hacia un fin con alta e ininterrumpida tensión y, por lo mismo, tanto más unitaria, permanece misteriosa y con trasfondo.
Para que no se me entienda mal voy a precisar un tanto esta idea de «trasfondo». He hablado más arriba del estilo homérico como «de primer plano», porque, a pesar de que tantas veces marcha hacia atrás o hacia adelante, sitúa lo que se relata en un presente puro, sin perspectiva. El análisis del texto elohístico nos muestra que la expresión «trasfondo» puede emplearse en un sentido más amplio y hondo. Vemos que hasta el individuo puede ser presentado con «trasfondo»: así Dios en la Biblia, pues no es, como Zeus, aprehensible en su presencia, ya que sólo «algo» de Él aparece, mientras se esconde en las profundidades. Pero también los hombres de los relatos bíblicos tienen más trasfondo que los homéricos, más profundidad en el tiempo, en el destino y en la conciencia; a pesar de que el suceso los ocupa por entero casi siempre, no se entregan a él hasta el punto de olvidar lo que les ocurriera en otro tiempo y lugar; sus sentimientos e ideas presentan más capas, son más intrincados. La actuación de Abraham no se explica sólo por lo que momentáneamente le está sucediendo, ni tampoco por su carácter (como la de Aquiles por su osadía y orgullo, y la de Ulises por su astucia y prudente previsión), sino por su historia anterior; recuerda, tiene siempre en la conciencia lo que Dios le ha prometido y lo que ya le ha otorgado, su ánimo se halla hondamente conmovido entre la rebeldía desesperada y la esperanza confiada; su silenciosa obediencia oculta capas y planos diversos, es decir, un trasfondo. Las figuras homéricas, cuyo destino se halla unívocamente fijado, y que despiertan cada día como si fuera el primero, no pueden caer en situaciones internas tan problemáticas; sus pasiones son desde luego violentas, pero simples, y se exteriorizan de inmediato. ¡Cuánto trasfondo, por el contrario, en caracteres como los de Saúl o David, qué intrincadas y de distintos planos las relaciones humanas entre David y Absalón, o entre David y Joab! Es inimaginable en Homero una multiplicidad de planos, un «trasfondo» de la situación psicológica como el que aparece, más sugerido que claramente expuesto, en la historia de la muerte de Absalón y su epílogo (2, Sam. 18 y 19). En esta última no se trata sólo de acaeceres psíquicos, de caracteres con mucho trasfondo y hasta insondables, sino también de un trasfondo puramente espacial. Pues David está ausente del campo de batalla, pero su voluntad y sentimientos irradian y ejercen su influencia incluso sobre Joab, que se resiste y actúa a su antojo. En la grandiosa escena de los dos emisarios alcanzan una expresión perfecta los segundos planos espacial y psíquico, aunque éste apenas sugerido. Contrapóngase a ésta la forma en que Aquiles, cuando envía a Patroclo a informarse primero y luego al combate, pardece en «presencia» durante todo el tiempo en que no está corporalmente presente. Pero lo más importante son las muchas capas dentro de cada hombre, cosa que a lo sumo puede encontrarse en Homero en forma de duda consciente entre dos acciones posibles; por lo demás, en él la diversidad de la vida psíquica se nos muestra sólo en la sucesión y cambio de las pasiones, mientras que los escritores judíos consiguen expresar las capas superpuestas y simultáneas de la conciencia y el conflicto entre ellas.
Los poemas homéricos, cuyo refinamiento sensorial, verbal y, sobre todo, sintáctico parece tan superior, resultan, sin embargo, por comparación, muy simples en su imagen del hombre, y también en lo que respecta a la realidad de la vida que describen. Lo que más les importa es la alegría por la existencia sensible y por eso tratan de hacérnosla presente. En medio de los combates y las pasiones, las aventuras y los riesgos, nos muestran cacerías y banquetes, palacios y chozas pastoriles, contiendas atléticas y lavatorios, a fin de que observemos a los héroes en su ordinario vivir y de que disfrutemos viéndolos gozar de su sabroso presente, bien arraigado en costumbres, paisajes y quehaceres. Y de tal manera nos encantan y se captan nuestra voluntad, que compartimos la realidad de su vida, y mientras estamos oyendo o leyendo nos es totalmente indiferente saber que todo ello es tan sólo ficción. El reproche que a menudo se ha hecho a Homero, de ser mentiroso, no rebaja en nada su eficiencia; no tiene necesidad de copiar la verdad histórica, pues su realidad es lo bastante fuerte para envolvernos y captarnos por entero. Este mundo «real», que existe por sí mismo, dentro del cual somos mágicamente introducidos, no contiene nada que no sea él; los poemas homéricos no ocultan nada, no albergan ninguna doctrina ni ningún sentido oculto. Se puede analizar a Homero, como lo hemos intentado nosotros, pero no se le puede interpretar. Corrientes posteriores, orientadas hacia lo alegórico, han intentado ejercer sobre él sus artes interpretativas, pero no han llegado a ningún resultado. Es reacio a este tratamiento, las interpretaciones resultan forzadas y extrañas, y no cristalizan en una teoría unitaria. Las consideraciones de tipo general que encontramos aquí y alla -en nuestro episodio, por ejemplo, la del verso 360: «pues los hombres envejecen pronto en la desgracia»- revelan una tranquila aceptación de las peculiaridades de la existencia humana, pero no la necesidad de cavilar sobre el asunto, y mucho menos el impulso apasionado de sublevarse o someterse con extática entrega.
En los relatos bíblicos todo esto es completamente diferente. Su intención no es el encanto sensorial, y si a pesar de ello producen vigorosos efectos plásticos, es porque los sucesos éticos, religiosos, íntimos que les interesan se concretan en materializaciones sensibles de la vida. Pero la intención religiosa determina una exigencia absoluta de verdad histórica. La historia de Abraham e Isaac no está mejor atestiguada que la de Ulises, Penélope y Euriclea: ambas son leyenda. Sólo que el narrador bíblico, el Elohista, tenía que creer en la verdad objetiva de la ofrenda de Abraham, pues la persistencia de la ordenación sagrada de la vida dependía de la verdad de este y otros relatos parecidos. Tenía que creer en ella apasionadamente o, de lo contrario, sería, como muchos exégetas racionalistas supusieron y siguen suponiendo todavía, un redomado embustero, no inocente, como Homero, que mentía para agradar, sino un mentiroso político consciente de sus fines, que mentía en provecho de sus pretensiones de mando. Esta opinión racionalista me parece psicológicamente absurda, pero aun cuando la tomemos en serio, de todos modos la relación entre el narrador bíblico y la verdad de su narración es mucho más apasionada y terminante que en Homero. Aquél tuvo que escribir exactamente lo que le dictaba su fe en la verdad de la tradición, o, según el punto de vista racionalista, su propio interés para que pasara por verdad; en cualquier caso, su fantasía creadora o descriptiva estaba estrictamente limitada, su actividad debía reducirse a redactar la piadosa tradición de un modo impresionante. Su producción tendía, ante todo, no al realismo, que, cuando lo conseguía, sólo era un medio y no un fin, sino a la verdad. ¡Ay de aquel que no creyera en ella! Se puede muy bien abrigar objeciones históricas contra la guerra de Troya y contra las aventuras de Ulises sin que por ello la lectura de Homero deje de causar el efecto que éste perseguía; pero el que no cree en el sacrificio de Isaac no puede hacer de este relato el uso para que fué destinado. Más aún. La pretensión de verdad de la Biblia no sólo es mucho más perentoria que la de Homero, sino que es tiránica: excluye toda otra pretensión. El mundo de los relatos bíblicos no se contenta con ser una realidad histórica, sino que pretende ser el único mundo verdadero, destinado al dominio exclusivo. Cualquier otro escenario, decurso y orden no tienen derecho alguno a presentarse con independencia, y está dicho que todos ellos, la historia de la humanidad en general, han de inscribirse en sus marcos y ocupar su lugar subordinado. Los relatos de las Sagradas Escrituras no buscan nuestro favor, como los de Homero, no nos halagan, a fin de agradarnos y embelesarnos: lo que quieren es dominarnos, y si rehusamos, entonces nos declaran rebeldes. No se pretenda objetar que voy demasiado lejos, y que no son las narraciones, sino la doctrina religiosa la que alza estas pretensiones, pues estos relatos están muy lejos de ser sólo, como los de Homero, una «realidad» meramente contada. En ellas se encarnan la doctrina y la promesa, fundidas indisolublemente a los relatos, y precisamente por eso, tales relatos, velados y con trasfondo, albergan un doble sentido oculto. En la historia de Isaac no sólo las intervenciones de Dios al comienzo y al final, sino los sucesos intermedios y lo psicológico que apenas si se rozan, son oscuros y con trasfondo; y por eso el relato da qué pensar y reclama intcrpretación. Que Dios tienta también al más piadoso espantosamente, que la única actitud posible ante Él es una obediencia absoluta, pero que sus promesas son inconmovibles, por mucho que sus decisiones nos predispongan a la duda y la desesperación: éstas son las más importantes enseñanzas contenidas en la historia de Isaac; pero nos hacen el texto tan difícil, tan lleno de contenido, encierran tantas insinuaciones sobre la naturaleza de Dios, y sobre la actitud del hombre piadoso, que el creyente se ve obligado una y otra vez a enfrascarse en cada uno de los detalles para buscar la luz que en ellos puede estar oculta. Y puesto que de hecho contiene tanto de oscuro e inconcluso, y puesto que sabe que Dios es un Dios «escondido», su afán interpretativo halla siempre nuevo alimento. La doctrina y el anhelo de interpretación se encuentran íntimamente unidos a la materialidad del relato, el cual es mucho más que mera «realidad» y está perpetuamente en riesgo de perder su propia realidad; como ocurrió más tarde cuando la interpretación dominó de tal modo que llegó a disolverse lo real.
Además de estar el texto bíblico de por sí necesitado de interpretación, su pretensión de dominio lo encauza aún más lejos por este camino. No intenta hacernos olvidar nuestra propia realidad durante unas horas, como Homero, sino que quiere subyugarIa; nosotros debemos acomodar nuestra vida propia a su mundo, y sentirnos partes de su construcción histórico-universal, lo cual se hace cada vez más difícil, a medida que el mundo en que vivimos se aleja del de las Sagrada s Escrituras; y cuando, a pesar de ello, éste mantiene su pretensión, habrá necesariamente de adaptarse mediante una transformación interpretativa, cosa que durante mucho tiempo fué relativamente fácil: todavía en la Edad Media europea era posible concebir los sucesos bíblicos como acaeceres cotidianos de aquel entonces, para lo cual el método exegético suministraba las bases. Cuando esto ya no puede hacerse, a causa de un cambio de ambiente demasiado violento, o por el despertar de la conciencia crítica, la pretensión de dominio se encuentra en peligro, el método exegético es despreciado y abandonado, los relatos bíblicos se convierten en viejas leyendas y las doctrinas que se han desgajado de ellos pierden su cuerpo, y ya no penetran en la realidad sensible o se volatilizan en el fervor personal.
A consecuencia de esa pretensión de dominio, el método interpretativo se extendió también a otras tradiciones, aparte de la judía. Los poemas homéricos proveen una relación de sucesos bien determinada, delimitada en tiempo y lugar; antes, junto y después de ella son perfectamente pensables otras cadenas de acontecimientos, sin conflicto ni dificultad alguna. En cambio, el Antiguo Testamento nos ofrece una historia universal; comienza con el principio de los tiempos, con la creación del mundo, y quiere terminar con el fin de los siglos, al cumplirse las profecías. Todo lo demás que en el mundo ocurra sólo puede ser concebido como eslabón de esa cadena. Todo lo que se llegue a conocer en ese orden, que interfiera con la historia judía, debe ser introducido como parte consti­tutiva del plan divino, y como esto sólo es posible por medio de la exégesis del nuevo material, la necesidad de interpretación se amplía, más allá del primitivo campo judeo-israelita, a las historias asiria, babilónica, persa, romana; la interpretación orientada por un sentido determinado se convierte así en un método general para comprender lo real; el mundo extraño, constantemente nuevo, que irrumpe en el horizonte judío y que, tal como se presenta, no se acomoda en él, debe ser interpretado para forzar esa acomodación. Pero lo nuevo, a su vez, repercute casi siempre sobre el obligado marco, que necesita ser ampliado y modificado; en este sentido, la labor interpretativa más impresionante tuvo 1ugar en los primeros siglos del cristianismo, como consecuencia de la misión entre los infieles llevada a cabo por Pablo y los padres de la iglesia; éstos interpretaron de nuevo toda la tradición judía como una serie de «figuras» anunciadoras de la aparición de Cristo, y señalaron al Imperio romano su lugar dentro del plan divino de salvación de los hombres. Así pues, mientras por una parte la realidad del Antiguo Testamento aparece como verdad total, con pretensiones hegemóni­cas, estas mismas pretensiones la obligan luego a continuas modi­ficaciones interpretativas de su propio contenido; éste pervive du­rante milenios, dentro de la vida del hombre europeo, en una evolución activa e incesante.
La pretensión de universalidad histórica y la relación constantemente ahondada y generadora de conflictos con un Dios Único y oculto, que, sin embargo, se aparece, y que con sus promesas e intervenciones dirige la historia universal, confiere a los relatos del Antiguo Testamento una perspectiva totalmente distinta de los de Homero. El Antiguo Testamento es en su composición incomparablemente menos unitario que los poemas homéricos; es, más obviamente que éstos, una reunión de piezas sueltas; no obstante, todas estas piezas entran dentro de una conexión histórico-universal, de una interpretación de la historia universal. Aunque contengan ele­mentos extraños, difícilmente acomodables, la interpretación hace presa en ellos, de modo que el lector siente en cada momento la perspectiva religiosa e histórico-universal que confiere a los relatos aislados su sentido correspondiente y su finalidad común. Si las diversas narraciones y grupos narrativos se hallan más aislados y horizontalmente desligados que los de la Ilíada y la Odisea, es mucho más fuerte su unidad vertical, que los mantiene a todos bajo el mismo signo, cosa que falta por completo en Homero. Cada una de las grandes figuras del Antiguo Testamento, desde Adán hasta los profetas, encarna un momento de ese enlace vertical. Dios ha elegido y modelado estas figuras para que encarnen su esencia y su voluntad; pero la elección y la plasmación no coinciden, pues la última se va realizando paulatinamente, históricamente, durante la vida terrenal de los elegidos. En la historia de Abraham hemos visto de qué manera ocurre y qué terribles pruebas impone tal modelado. Por eso las grandes figuras del Antiguo Testamento son más evolutivas, más cargadas de historia y tienen un sello más individual que los héroes homéricos. Aquiles y Ulises están magní­ficamente descritos, con abundancia de hermosos conceptos y epíte­tos; sus sentimientos se manifiestan sin reservas en sus palabras y ademanes; pero no evolucionan, y la historia de sus vidas se ha ba­sado inequívocamente de una vez y para siempre. Los héroes homéricos están tan poco representados en su devenir y en lo que han devenido, que en su mayor parte, Néstor, Agamemnón, Aquiles, aparecen con una edad estancada desde el principio. Incluso Uli­ses, que ofrece ocasión señalada para un desarrollo histórico, a causa del largo tiempo de su periplo y de los muchos sucesos que en él tienen lugar, apenas si da muestras de algo semejante. Telémaco ha crecido durante todo este tiempo, indudablemente, y se ha hecho mozo como cualquier otro niño; y también en la digresión sobre la cicatriz son evocadas idílicamente la infancia y adolescencia de Uli­ses. Pero Penélope apenas si ha cambiado en veinte años; y en el mismo Ulises la edad puramente corporal está velada con tantas intervenciones de Atenea, que lo hace aparecer viejo o joven, según lo exija la situación. Fuera de lo corpóreo, no se hace ni siquiera alusión a otra cosa y, en definitiva, Ulises es completamente el mismo al regreso que cuando, dos décadas antes, abandonó Itaca.
¡Pero qué camino y qué destino se interpone entre el Jacob que consigue arteramente la bendición de primogénito y el anciano cuyo hijo más amado es destrozado por una fiera; entre David, el tañedor de arpa, perseguido por el rencor amoroso de su señor, y el anciano rey, rodeado de apasionadas intrigas, a quien Abisai la Sunamita calienta en el lecho, sin que él la «conozca»! El anciano, del cual sabemos cómo ha llegado a ser lo que es, tiene una individualidad más acusada, más característica que el joven, pues solamente en el curso de una vida preñada de destino se diferencian entre sí los hombres y adquieren carácter propio, y esta historia de la personalidad es lo que nos ofrece el Antiguo Testamento como modelación de los elegidos por Dios para representar papeles ejemplares. Sobre su vejez, marchita a veces, pesa todo el pasado y muestran un sello individual completamente extraño a los héroes homéricos. A éstos el tiempo los afecta sólo exteriormente, y aun ello se nos pone de manifiesto lo menos posible; las figuras del Antiguo Testamento, en cambio, permanecen constantemente bajo la dura férula de Dios, que no sólo las ha creado y elegido, sino que continúa moldeándolas, doblegándolas, amasándolas, y que, sin destruir su esencia, obtiene de ellos formas que su juventud no dejaba presagiar. De nada vale la objeción de que las historias personales del Antiguo Testamento son fruto, muchas veces, de la fusión de le­yendas personales diversas, pues la fusión forma parte del nacimiento del texto. ¡Y cuanto más amplias son las oscilaciones pendulares de su destino que las de los héroes homéricos! Pues aunque aquéllos son portadores de la voluntad divina, también son falibles, y expuestos a la desgracia y a la humillación; y en medio de su desgracia y humillación se revela en sus acciones y palabras la sublimidad de Dios. Apenas si hay alguno que no sufra, como Adán, la más profunda humillación, y apenas alguno que no sea ensalzado al trato y a la inspiración divinas. La humillación y la exaltación alcanzan mayores profundidad y altura que en Homero, y se implican en el fondo. Ulises está únicamente disfrazado de mendigo, mientras que Adán es realmente expulsado, Jacob un auténtico fugitivo, José es arrojado al pozo y más tarde será un esclavo en venta. Pero su grandeza, surgida de su misma humillación, es casi sobrehumana, un reflejo de la grandeza divina. Se percibe claramente la relación que existe entre la amplitud de la oscilación pendular y la inmensidad de la historia personal. Precisamente las circunstancias extremas, en las cuales quedamos abandonados a la desesperación des­medida o somos elevados a la felicidad también desmedida, nos confieren, si las superamos, un sello personal que se reconoce como resultado de una historia densa, de una rica evolución. Y esta forma evolutiva confiere casi siempre a las narraciones del Antiguo Testamento un carácter histórico, aun en aquellos casos en que se trata de tradiciones puramente legendarias.
Todos los asuntos de Homero permanecen en lo legendario, mientras que los del Antiguo Testamento, a medida que avanzan en su desarrollo, se van acercando a lo histórico: en la narración de David, predomina ya la comunicación histórica. Hay todavía mucho de legendario, como, por ejemplo, la anécdota de David y Go­liath, pero lo esencial consiste en cosas vividas por los mismos na­rradores, o que éstos conocen por testimonio directo. Ahora bien: para un lector algo experimentado, la distinción entre leyenda e historia es, la mayor parte de la veces, fácil. Si difícil resulta distinguir entre lo verdadero y lo falso o lo parcial dentro de una narración histórica, pues requiere una cuidadosa formación histórico-filológica, es fácil, por lo general, separar lo legendario de lo histórico. Sus estructuras son diferentes. Incluso cuando lo legendario no se acusa inmediatamente por sus elementos maravillosos, por la repetición de motivos tradicionales, por descuido de las circunstancias de tiempo y lugar u otras cosas semejantes, puede ser identificado la mayor parte de las veces por su propia estructura. Se desarrolla con exce­siva sencillez. En lo legendario se elimina todo lo contrapuesto, resistente, diverso, secundario que se insinúa en los acontecimientos principales y en los motivos directores; todo lo indeciso, inconexo, titubeante que tienda a confundir el curso claro de la acción y el derrotero simple de los actores, la historia que nosotros presencia­mos, o que conocemos por testigos coetáneos, transcurre en forma mucho menos unitaria, más contradictoria y confusa; tan sólo cuando ha producido ya resultados dentro de una zona determinada, podemos con su ayuda ordenarla de algún modo, y cuantas veces ocurre que el pretendido orden conseguido nos parece de nuevo dudoso, cuantas veces nos preguntamos si los resultados aquellos no nos llevarán a ordenar demasiado sencillamente los anteriores acontecimientos. La leyenda ordena sus materiales en forma unívoca y decidida, recortándolos de su eonexión con el resto del mundo, de modo que éste no pueda ejercer una influencia perturbadora, y conoce tan sólo hombres definitivamente cortados, determinados por unos pocos motivos simples, y cuya unidad compacta de sentir y de obrar no se puede alterar. Por ejemplo, en la leyenda de los Mártires se enfrentan perseguidos tercos y fanáticos a perseguidores no menos tercos y fanáticos; una situación tan complicada -es decir, realmente histórica- como aquella en que se encuentra el «perseguidor» Plinio en la carta que escribe a Trajano sobre los cristianos es inutilizable para ninguna leyenda. Y eso que éste es un caso relati­vamente sencillo. Piénsese en la historia que nosotros estamos viviendo: quien reflexione sobre el proceder de los individuos y de los grupos humanos durante el auge del nacional-socialismo en Alema­nia, o en el de los pueblos y estados antes y durante la guerra actual (1942), comprenderá lo difícil que es una exposición de los hechos históricos y qué inservibles son para la leyenda; lo histórico contiene en cada hombre una multitud de motivos contradictorios, un titubeo y un tanteo ambiguo en los grupos humanos; muy rara vez aparece (como ahora con la guerra) una situación definida, relativamente sencilla, y aun ésta se halla subterráneamente muy matizada, su sentido unívoco en constante peligro; y los motivos en cada uno de los actores son tan alambicados que los tópicos de la propaganda se logran tan sólo por medio de la más grosera simplificación, lo que trae como consecuencia que amigos y enemigos empleen muchas veces los mismos. Es tan difícil escribir historia, que la mayoría de los historiadores se ve obligado a hacer concesio­nes a la técnica de lo fabuloso.
Pronto se ve que gran parte de los libros de Samuel contienen historia y no leyenda. En la rebelión de Absalón o en las escenas de los últimos días de David, lo contradictorio y entrecruzado de los motivos en los personajes y en la trama total se han hecho tan concretos que no es posible dudar de su autenticidad histórica. Hasta qué punto los sucesos han podido ser alterados por parcialidad, es cuestión que no nos interesa ahora; lo cierto es que aquí comienza la transición de lo legendario a lo histórico, que se introduce la noticia histórica, ausente por completo en la poesía homérica. Ahora bien: las personas que compusieron la parte histórica de los libros de Samuel son muchas veces las mismas que redactaron las leyendas; además, su peculiar concepción religiosa del hombre en la historia, que anteriormente hemos tratado de describir, no los lleva en modo alguno a la simplificación legendaria del acontecer, y por eso es natural que muchos trozos fabulosos del Antiguo Testamento muestren una estructura histórica; no en el sentido de que haya sido probada la credibilidad de la tradición en forma científico-crítica, sino porque en su mundo legendario no domina la tendencia a la armonización, sin tropiezos, del acontecer, a la simplificación de los motivos y a la fijación estática de los caracteres que elude todo conflicto, titubeo y evolución, como acontece en la forma legendaria. Abraham, Jacob y hasta Moisés producen un efecto más concreto, próximo e histórico que las figuras del mundo homérico, no porque estén más plásticamente descritas -lo contrario es lo cierto-, sino porque la confusa y contradictoria variedad del suceso externo o interno, rica en obstrucciones, que la historia auténtica nos muestra, es en aquéllos patente, lo que depende en primer lugar de la concepción judaica del hombre, y también de que los redac­tores no eran poetas de leyendas sino historiadores, cuya idea de la estructura de la vida humana provenía de su educación histórica. Es además muy comprensible que, a causa de la unidad de la construcción religioso-vertical, no pudiera originarse una separación consciente de los géneros literarios. Pertenecen todos a la misma or­denación común, y lo que no era adaptable, por lo menos después de ser sometido a interpretación, no encontraba sitio. Pero lo que nos interesa ante todo en los relatos de David es la transición, tan im­perceptible, de lo legendario a lo histórico, que sólo la crítica científica supo poner de manifiesto; y cómo ya en lo legendario se ataca apasionadamente el problema de la ordenación e interpreta­ción del acaecer humano, problema que más tarde rompe los marcos de la historiografía sofocándola por entero con la profecía. De este modo el Antiguo Testamento, en cuanto se ocupa del acaecer hu­mano, se extiende por tres zonas: la leyenda, la noticia histórica y la teología que interpreta la historia.
Relaciónase con lo que acabamos de exponer el hecho de que el texto griego aparezca mucho más limitado y estático también en lo concerniente al círculo de los actores y de su actividad política. En la anécdota del reconocimiento, que hemos tomado como punto de partida, aparecen, además de Ulises y Penélope, el ama Euriclea, una esclava que había comprado el padre de Ulises, Laertes. Ha pasado su vida al servicio de los Laertíadas, como el pastor de puercos Eumeo, y está como éste unida al destino de la familia, a la que ama, y cuyos intereses y sentimientos comparte. Pero no tiene ni vida ni sentimientos propios, sino exclusivamente los de sus dueños. También Eumeo, aun cuando recuerda haber nacido libre, e incluso pertenecer a una casa noble (fué robado cuando niño), no tiene, ni prácticamente, ni en sus sentimientos, una vida propia, y se halla unido por completo a la de su señor. Estas son las dos únicas per­sonas no pertenecientes a la clase señorial que Homero nos describe. De donde se infiere que en los poemas homéricos no se despliega otra vida que la señorial, y todo el  resto tiene una participación de mera servidumbre. La clase dominante es todavía tan patriarcal y tan familiarizada con la diaria actividad de la vida económica, que se llega a olvidar a veces su rango social. Pero no se puede dejar de reconocer que constituye una especie de aristocracia feudal, cuyos hombres distribuyen su vida entre combates, cacerías, deliberaciones y festines, mientras que las mujeres vigilan a las sirvientas. Como estructura social, este mundo es inmutable; las luchas tienen úni­camente lugar entre diferentes grupos señoriales; de abajo no llega nada. Aun cuando los sucesos del segundo canto de la Ilíada, que terminan con el episodio de Tersites, se consideren como un movi­miento popular -y dudo que esto pueda hacerse en sentido sociológico, puesto que se trata de guerreros capaces de consejo, es decir, de gentes que son también miembros, aunque de inferior condición, de la clase señorial-, de todos modos lo que demuestran esos gue­rreros ante el pueblo reunido es su falta de independencia y su incapacidad para tomar iniciativas. En los relatos de los patriarcas del Antiguo Testamento reina asimismo la constitución patriarcal, pero tratándose de jefes de familia aislados, nómadas o seminómadas, la configuración social causa una impresión de mucha menor estabilidad; no se siente la división de clases. En cuanto el pueblo aparece decididamente, es decir, a partir de la salida de Egipto, su movimiento nos es constantemente perceptible, a menudo con bu­lliciosa tranquilidad, e interviene frecuentemente en los aconteci­mientos, ya en su totalidad, ya en grupos aislados, ya en personajes únicos; el origen mismo de la profecía parece hallarse en la indomable espontaneidad político-religiosa del pueblo. Se tiene la im­presión de que los profundos movimientos populares en Israel-Judá han debido de ser completamente diferentes y mucho más elementales que hasta en las mismas democracias antiguas.
La profunda historicidad y la profunda movilidad social del texto del Antiguo Testamento implican finalmente una última e importante diferenciación: un concepto del estilo elevado y de la sublimidad muy distintos a los de Homero. Éste ciertamente no teme en absoluto conjugar lo cotidiano-realista con lo trágico-elevado, te­mor extraño e inconciliable con su estilo; en nuestro episodio de la cicatriz vemos cómo la escena casera del lavatorio, descrita apacible­mente, se entreteje con la grandiosa y significativa acción de la vuelta al hogar. Homero está muy lejos de aquella regla de separación estilística, que luego se impuso casi por todas partes, y a tenor de la cual la descripción realista de lo cotidiano no es com­patible con lo sublime, y tan sólo encuentra su lugar adecuado en la comedia o, en todo caso, y cuidadosamente estilizada, en la égloga. Y, sin embargo, está más cerca de dicha regla que el Antiguo Tes­tamento. Pues los episodios grandiosos y sublimes de los poemas homéricos tienen lugar en forma casi exclusiva e innegable entre los pertenecientes a la clase señorial, los cuales permanecen más intactos en su sublimidad heroica que las figuras del Antiguo Testamento, que experimentan profundas caídas en su dignidad -piénsese, si no, en Adán, en Noé, en David, en Job-; y finalmente, en Homero, el realismo casero y la descripción de la vida cotidiana permanecen constantemente dentro de un apacible idilio, mientras que, ya desde el principio, en las narraciones del Antiguo Testamento lo elevado, trágico y problemático se plasman en lo casero y cotidiano: episodios como los de Caín y Abel, Noé y sus hijos, Abraham, Sara y Agar, Rebeca, Jacob y Esaú, y así sucesivamente, son irrepresentables en estilo homérico. Esto se deduce ya de la diferente especie de conflicto. En las narraciones del Antiguo Tes­tamento, el sosiego de la diaria actividad en la casa, en los campos y en el pastoreo está siempre minado por los celos en torno a la elección y a la bendición paternas, y se suscitan complicaciones inconcebibles para los héroes homéricos. Para que en éstos surjan el conflicto y la enemistad, se necesita un motivo palpable y clara­mente definible, y una vez surgido rompe en una lucha abierta; mientras que en aquéllos, la constante consunción de los celos y la trabazón de lo económico con lo espiritual conducen a una impregnación de la vida diaria con gérmenes de conflicto y, frecuentemente, a un envenenamiento de la misma. La intervención sublime de Dios actúa tan profundamente en la vida diaria, que las dos zonas de lo sublime y lo cotidiano son fundamentalmente insepara­bles y no sólo de hecho.
Hemos comparado los dos textos y, en relación con ellos, los dos estilos que enearnan, a fin de obtener un punto de partida en nues­tro estudio de la representación literaria de la realidad en la cultura europea. Ambos estilos nos ofrecen en su oposición tipos básicos: por un lado, descripción perfiladora, iluminación uniforme, ligazón sin lagunas, parlamento desembarazado, primeros planos, univoci­dad, limitación en cuanto al desarrollo histórico y a lo humanamente problemático; por el otro lado, realce de unas partes y oscu­recimiento de otras, falta de conexión, efecto sugestivo de lo tácito, trasfondo, pluralidad de sentidos y necesidad de interpretación, pretensión de universalidad histórica, desarrollo de la representación del devenir histórico y ahondamiento en lo problemático.
Cierto que el realismo homérico no puede equipararse al cla­sicismo antiguo en general, pues la separación de estilos, que se desarrolló después, no permitió una descripción tan minuciosa­mente acabada de los episodios cotidianos dentro del marco de lo sublime; en la tragedia, sobre todo, no había lugar para ello; además, la cultura griega se enfrentó en seguida con los fenómenos del devenir histórico y de la diversidad de capas de la problemática humana y los abordó a su manera; finalmente, en el realismo romano aparecen modos peculiares. Cuando la ocasión lo exija, abordaremos los cambios ulteriores del antiguo estilo de representación de la realidad, pero, en general, las tendencias fundamentales del estilo homérico, que hemos tratado de analizar, siguieron imponién­dose hasta las postrimerías de la antigüedad.
Al tomar como punto de partida el estilo homérico y el del Antiguo Testamento, los hemos considerado tal como en los textos se nos ofrecen, haciendo abstracción de cuanto se refiere a su origen, y también hemos dejado de lado el problema de si sus peculiaridades son originales o atribuíbles total o parcialmente a influencias extrañas, y a cuáles. Escapa a nuestro propósito la consideración de este problema, pues dichos estilos, tal como se formaron en los primeros tiempos, han ejercido su acción constitutiva sobre la representación europea de la realidad.
La Dulcinea encantada
Erich Auerbach
—Yo no veo, Sancho, dijo don Quijote, sino a tres labradoras sobre tres borricos.
—Ahora me libre Dios del diablo, respondió Sancho; ¿y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos? Vive el Señor, que me pele estas barbas si tal fuese verdad.
—Pues yo te digo, Sancho amigo, dijo don Quijote, que es tan verdad que son borricos o borricas, como yo soy don Quijote, y tú Sancho Panza: a lo menos a mí tales me parecen.
—Calle, señor, dijo Sancho, no diga la tal palabra, sino despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca.
Y diciendo esto se adelantó a recebir a las tres aldeanas, y apeándose del rucio tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras, y hincando ambas rodillas en el suelo, dijo:
—Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talante al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos de verse ante vuesa magnífica presencia. Yo soy Sancho su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.
A esta sazón ya se había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho, y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora; y como no descubría en ella sino una moza aldeana y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas viendo a aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera; pero rompiendo el silencio la detenida, toda desgraciada y mohína, dijo:
—Apártense nora en tal del camino, y déjennos pasar, que vamos de priesa.
A lo que respondió Sancho:
—Oh princesa y señora universal del Toboso, ¿cómo vuestro magnífico corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?
Oyendo lo cual otra de las dos dijo:
—Mas yo que te estrego burra de mi suegro: mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burlas de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullos como ellos: vayan su camino, y déjennos hacer el nueso, y serles ha sano.
—Levántate, Sancho, dijo a este punto don Quijote, que ya veo que la fortuna, de mi mal no harta, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, oh extremo valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio de este afligido corazón que te adora, ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te adora.
—Toma que mi agüelo, respondió la aldeana, amiguita soy yo de oír resquebrajos. Apártense y déjennos ir, y agradecérselo hemos.
Apartose Sancho y dejola ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo. Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea cuando picando a su hacanea con un aguijón que en un palo traía, dio a correr por el prado adelante; y como la borrica sentía la punta del aguijón, que le fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra: lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar el albarda, que también vino a la barriga de la pollina. Acomodada pues el albarda, y queriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los brazos sobre la jumenta, la señora levantándose del suelo le quitó de aquel trabajo, porque haciéndose algún tanto atrás tornó una corridica, y puestas ambas manos sobre las ancas de la pollina dio con su cuerpo más ligero que un halcón sobre la albarda, y quedó a horcajadas como si fuera hombre, y entonces dijo Sancho:
—¡Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotán, y que puede enseñar a subir de la jineta al más diestro cordobés o mejicano; el arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra, y no le van en zaga sus doncellas, que todas corren como el viento!
Y así era la verdad, porque en viéndose a caballo Dulcinea todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua. Siguiólas don Quijote con la vista, y cuando vio que no parecían, volviéndose a Sancho le dijo:
—Sancho, ¿qué te parece, cuán mal quisto soy de encantadores?…
Es éste un trozo tomado del capítulo X del Quijote (segunda parte). El caballero ha mandado a Sancho Panza a la aldea llamada del Toboso, con el encargo de que se entreviste con Dulcinea y le anuncie su visita. Sancho, enredado en anteriores mentiras y no sabiendo cómo ni dónde encontrar a la imaginaria dama, decide engañar a su señor. Se sienta un rato a la entrada de la aldea, dejando pasar el tiempo necesario para hacer creer a don Quijote que ha cumplido su encargo. Ve pasar a tres aldeanas montadas en sendos jumentos y se vuelve corriendo a anunciar a su señor que Dulcinea viene a saludarle, escoltada por dos de sus damas. Lleva al inocente caballero, fuera de sí de estupor y de gozo, al encuentro de las aldeanas, pintándole con ardientes colores la belleza de su dama y el esplendor de su cortejo. Pero esta vez don Quijote sólo acierta a ver la realidad desnuda y escueta: tres aldeanas montadas en tres asnos, y así sigue la escena descrita en el fragmento que acabamos de reproducir.
Este episodio tiene una importancia singular, entre los muchos que pintan, en la obra de Cervantes, el choque de la ilusión de don Quijote con la realidad vulgar y cotidiana, opuesta a toda ilusión. En primer lugar, porque se trata de Dulcinea, de la dueña ideal e incomparable de su corazón; es éste el punto culminante de su ilusión y de su desengaño, y aunque también esta vez encuentra nuestro caballero una salida para seguir acariciando su ilusión (la de creer que Dulcinea ha sido encantada), esta salida es tan dura, tan difícil de soportar, que de allí en adelante todos los pensamientos de don Quijote se proyectarán hacia la meta de su desencantamiento y salvación; y la idea o la presunción de que jamás lo logrará habrá de preparar, en los últimos capítulos de la obra, el tránsito directo a su enfermedad y, con ella, al derrumbamiento de su ilusión y a su muerte.
La escena cobra relieve destacado, en segundo lugar, por el hecho de que en ella aparecen trocados, por primera vez, los papeles: hasta ahora, había sido don Quijote el encargado de captar y transfigurar a través del prisma de la novela caballeresca las realidades de la vida diaria con las que topaba a cada paso, mientras que el escudero, por su parte, ponía casi siempre en duda y se atrevía frecuentemente a contradecir los absurdos actos de su señor, pugnando en ocasiones por impedirlos. Aquí, sucede al contrario: es Sancho quien improvisa una escena novelesca, al paso que la habitual capacidad de don Quijote para transformar los acontecimientos a tono con su ilusión se estrella contra la prosaica realidad, a la vista de las tres aldeanas. Todo ello es, al parecer, de la más alta importancia; y ofrece además, tal como (intencionalmente) lo hemos presentado nosotros, los visos de algo muy triste, amargo y casi trágico.
Sin embargo, quien lea pura y simplemente el texto de Cervantes se encontrará sencillamente con una farsa del más puro sabor cómico. Muchos ilustradores del Quijote han captado esta escena: el caballero, postrado de hinojos junto a Sancho y mirando con los ojos atónitos y el rostro desencajado aquel deplorable espectáculo que tiene delante. Pero el contraste estilístico entre los parlamentos de los personajes y el grotesco movimiento que pone fin a la escena (cuando Dulcinea cae del burro y se encarama de nuevo en él) dan a lo que acaece su pleno y delicioso sentido.
Por lo que a los parlamentos se refiere, sólo poco a poco va desarrollándose el contraste de estilo a que nos referimos, pues su estupor no permite a las aldeanas reaccionar en seguida con las vigorosas palabras a que habrán de recurrir después. Las primeras que pronuncia Dulcinea, pidiendo que la dejen seguir su camino, son todavía bastante moderadas, y hay que aguardar a la segunda y la tercera reacción (en la segunda habla una de sus acompañantes, en la tercera vuelve a hacerlo Dulcinea) para que de sus labios salgan algunas perlas de elocuencia aldeana. Sus palabras son tajantes, pero pocas, pues las buenas mujeres se sienten todavía demasiado estupefactas ante lo que sucede para experimentar el deseo de entrar en más interioridades: sólo quieren seguir su camino sin más dilaciones, y es precisamente esta prisa la que provoca la caída de Dulcinea, con lo que el vulgar estilo aldeano de la escena se manifiesta no sólo en palabras, sino también y sobre todo en un hecho grotesco, al caer Dulcinea del burro y volver en seguida a saltar prestamente sobre él.
El que mueve los muñecos es esta vez Sancho, el necio y tosco escudero, que imita con sorprendente pericia el estilo propio de los caballeros andantes: salta de su asno, se postra reverente a los pies de las damas y habla como si en toda su vida no hubiese hecho otra cosa que expresarse en la jerga de los libros de caballería: la elocución y la sintaxis, las metáforas y los adjetivos, la descripción de los sentimientos de su señor y, por último, las súplicas para impetrar la gracia de las damas, todo sale de sus labios cortado a las mil maravillas, y nadie podría hacerlo mejor. Y, sin embargo, este escudero no sabe siquiera leer, todo lo ha aprendido en la escuela de don Quijote; unos minutos antes, le hemos conocido como lo que realmente es, como un hombre prosaico y recio, receloso y astuto como un buen aldeano; de pronto, rompe a hablar como un personaje de novela. El éxito que sus palabras tienen no hace más que realzar el efecto cómico de la escena; no acierta, es verdad, a transfigurar la realidad a los ojos de don Quijote, a sugerir a su espíritu la imagen de la hermosa Dulcinea; pero logra, por lo menos, arrastrarlo tras él, haciendo que su señor se arrodille a su lado delante de las tres aldeanas.
Podría tal vez pensarse que esta escena es precursora de una espantosa crisis. Dulcinea es, para don Quijote, la señora de sus pensamientos, el prototipo de la belleza, el sentido y la razón de ser de su vida. Esta experiencia, consistente en poner en tensión la esperanza del caballero, para luego conducirle a un amargo desengaño, podría ser peligrosa; podría provocar una conmoción que desembocase en una locura todavía más rematada; podría también conducir, por la conmoción, a la curación del demente, libertándolo repentinamente de su idea fija.
Pero no ocurre ninguna de las dos cosas. Don Quijote se sobrepone a la conmoción. En su misma idea fija encuentra la salida que le libra de caer en la desesperación, pero que le impide también curarse: Dulcinea ha sido embrujada por un encantador. Es la salida que se ofrece ante su espíritu cada vez que la realidad exterior se halla en contradicción irreductible con la ilusión; esta salida permite a don Quijote perseverar en la actitud del noble e invencible héroe, víctima de un poderoso encantador, envidioso de su fama. Cierto es que, en este caso concreto, tratándose de Dulcinea, se hace difícil de soportar la idea de tan feo y vulgar encantamiento; no obstante, la situación puede ser remediada todavía recurriendo a medios que se mantienen dentro del campo de la ilusión, a las virtudes caballerescas de la inquebrantable lealtad, del espíritu de sacrificio jamás desfalleciente, de una valentía sin tacha. A la postre, no cabe dudarlo, acabará triunfando la virtud; está garantizado el desenlace feliz.
Se evitan tanto la tragedia como la curación. Sobreponiéndose a su breve desconcierto, don Quijote rompe a hablar. Sus palabras van dirigidas, en primer lugar, a Sancho, quien se da cuenta, por ellas, de que su señor ha reaccionado como él suponía, interpretando la realidad con arreglo a la pauta de su ilusión; y tan firmemente ha arraigado en su espíritu esta interpretación ilusoria, que ni las vigorosas y rudas expresiones que las aldeanas allí presentes hacen resonar en sus oídos, contrastando clamorosamente con el pomposo estilo de las costumbres caballerescas, son ya capaces de hacerle perder el restablecido equilibrio. El ardid de Sancho ha triunfado. Cuando don Quijote vuelve a hablar, sus palabras van ya dirigidas a Dulcinea.
Este discurso del caballero es de una belleza maravillosa. Hemos visto con cuánta habilidad y de qué modo tan divertido imitaba Sancho el estilo de los libros de caballerías, aprendido de labios de su señor; ahora se pone de manifiesto cuán buen maestro tenía el cazurro discípulo. La alocución comienza, como una plegaria, con una invocación (invocatio); está triplemente escalonada («extremo del valor»…, «término»…, «único remedio»…), en una construcción muy bien calculada, en la que se pasa de la perfección absoluta a la que es posible en lo humano, para acabar ponderando la rendida devoción personal del que habla. Estas tres partes se enlazan en unidad mediante las palabras iniciales «y tú». Y la invocación termina, en su tercera parte de amplio vuelo, con las palabras rítmicamente convencionales, pero en este caso encajan de un modo maravilloso: «corazón que te adora».
Está apuntado en contenido, palabras y ritmos el tema central que habrá de aparecer al final de la alocución; se crea, de este modo, la transición para pasar a la supplicatio, que obligadamente tiene que venir después de la invocatio y para la que se ha reservado la oración principal optativa «no dejes de mirarme…», pero que todavía se hará esperar. Antes viene una construcción concesiva, complicada y ascendente, que contrasta dramáticamente con la invocación y la súplica: «ya que»…, «y»…, «y»…, «si ya también»… Su sentido no es otro que «y a pesar de que», y su cresta rítmica se halla en la mitad de la primera parte («ya que»…), en las palabras vigorosamente subrayadas: «y para sólo ellos».
Sólo después de apagarse todo el esplendor dramático-melódico de la frase concesiva, se entra en la oración principal, tanto tiempo retenida en suspenso, la de la supplicatio, que tampoco, llegado este momento, se apresura a exteriorizarse, amontonando por delante paráfrasis y pleonasmos, hasta que por fin asoma el motivo central, hacia el que tiende todo el largo parlamento, las palabras que tratan de simbolizar la actitud presente de don Quijote y su vida entera, aquellas que dicen: «la humildad con que mi alma te adora».
Es el estilo que Sancho había admirado ya en el capítulo XXV de la primera parte, cuando don Quijote le lee la carta que ha escrito a Dulcinea y que arranca al escudero este comentario: «¡Y como que le dice vuestra merced ahí todo cuanto quiere, y qué bien que encaja en la firma El Caballero de la Triste Figura!». Pero el parlamento que glosamos es incomparablemente más bello y, a pesar de todo el arte que en él brilla, no tan preciosista como el de la carta. Cervantes gustaba mucho de estos alardes de retórica cortesana, ricos en ritmo y en imágenes, bellamente construidos y llenos de resonancias musicales, en los que es maestro y cuyo antecedente debe buscarse ya, sin embargo, en la tradición de la literatura antigua. También en este respecto es el gran prosista algo más que un crítico y un demoledor; es un continuador y coronador de la gran tradición épico-retórica, para la que también la prosa constituye un arte sujeto a reglas, oratoria. Cuando salen a escena los grandes sentimientos o las grandes pasiones, cuando estamos en presencia de insignes acontecimientos que los justifiquen, vemos aparecer en la pluma de Cervantes este estilo elevado, con todos sus refinamientos. Cierto que, gracias a una larga convención, deriva ya un poco de la alta tragedia a lo amable, suave y hasta autoirónico, pero también se pronuncia con seriedad. Basta leer el discurso de queja de Dorotea a su amante infiel, en el capítulo XXXVI de la primera parte, con toda su riqueza de figuras, imágenes y cláusulas rítmicas, para darse cuenta de que este estilo sigue vivo todavía para expresar sentimientos serios y trágicos.
Pero ahora, ante Dulcinea, persigue solamente una finalidad: la del contraste; es la esquiva y tosca respuesta de la aldeana la que da su sentido a las altas palabras de don Quijote. Hemos descendido al estilo bajo, y la grandilocuente retórica del caballero sirve a los efectos de realzar cómicamente la brusca ruptura del estilo.
No contento con esto, Cervantes añade a la ruptura del estilo verbal la extrema ruptura del estilo de la acción, haciendo que Dulcinea caiga del burro y salte de nuevo, con aldeana agilidad, sobre la albarda, mientras don Quijote se esfuerza por no perder el hilo de su estilo caballeresco.
La farsa llega a su apogeo al mantenerse el caballero aferrado a su ilusión, sin que le hagan apearse de ella ni la tajante réplica de Dulcinea ni la grotesca escena del asno. Ni siquiera le hace mella la desbordada alegría de Sancho («¡Vive Roque…!»), que más que alegría es, en verdad, insolencia. Don Quijote ve marcharse a las aldeanas caballeras en sus jumentos y, al perderlas de vista, se dirige a Sancho con palabras que, más que tristeza o desesperación, expresan una especie de satisfacción triunfante por verse convertido en blanco de las peores artes de los malignos encantadores. Ello le da la posibilidad de considerarse como un individuo destinado para altas empresas, verdaderamente excepcional, en una manera que encaja perfectamente en la convención del caballero andante: «Yo nací —dice don Quijote— para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asesten las flechas de la mala fortuna». Y la observación, que en seguida hace el buen caballero, de que los malignos encantadores ni siquiera respetaron el perfume de Dulcinea, pues el olor que dejó a su paso no era precisamente de ámbar y azahares, deja tan incólume su espíritu como la grotesca descripción que Sancho le hace de algunos detalles de su belleza. Sancho Panza, animado por el éxito rotundo de su ardid, no acierta ya a contenerse y juega y se divierte a sus anchas con la chifladura de su señor.
En este libro andamos tras las descripciones literarias de la vida cotidiana en las que ésta aparece expuesta de un modo serio con sus problemas humanos y sociales, y hasta con sus complicaciones trágicas. No cabe duda de que la escena que acabamos de describir es una escena realista; todos los personajes que en ella actúan nos son presentados en el medio de una realidad actual y de una existencia viva y cotidiana. No sólo las figuras de las aldeanas, sino también la de Sancho, e incluso la de don Quijote, actúan ante nosotros como figuras vivas desprendidas del retablo de la vida española de su tiempo. El hecho de que Sancho se burle insolentemente de su señor y de que don Quijote se aferre ciegamente a la ilusión de su vida no los arranca a su existencia cotidiana. Sancho Panza es campesino de la Mancha, y don Quijote no es precisamente un Amadís o un Rolando, sino un hidalgüelo rural que ha perdido el seso. Se dirá que la locura ha transportado al hidalgo a otra esfera de vida, imaginaria, pero no por eso pierde nuestra escena ni otras semejantes que ocurren en la novela su carácter realista y cotidiano, pues en ellas los personajes y los sucedidos de cada día se pintan en contraste permanente con aquel desvarío, y por eso mismo sus perfiles se acentúan.
Mucho más difícil es situar el nivel del estilo de esta escena y de la novela en general en la escala que se extiende entre lo cómico y lo trágico. Tal como fue escrita por su autor, no cabe duda que la historia de las tres aldeanas y don Quijote es, simplemente, una historia cómica. La idea de enfrentar al caballero loco con su Dulcinea de carne y hueso debió de ocurrírsele a Cervantes ya al escribir la primera parte de su libro; la ocurrencia de desarrollar esta idea a base de una maniobra fraudulenta de Sancho, haciendo que se trocasen los papeles, fue una ocurrencia verdaderamente genial, y el autor supo realizarla de una manera tan excelente, que la farsa, pese a todo lo que hay de absurdo y de intrincado en todos sus elementos y situaciones, se proyecta ante el lector como algo perfectamente natural y hasta necesario. Pero, pese a todo, no pasa de ser eso, una farsa. Ya hemos intentado demostrar más arriba que el posible giro hacia lo problemático y lo trágico se salva perfectamente en el único personaje de la escena en quien esta posibilidad podía darse, que era don Quijote. Desde el momento en que éste se parapeta, casi instantáneamente y de un modo automático, por así decirlo, en su ilusoria interpretación del encantamiento de Dulcinea, queda eliminado del episodio todo aspecto trágico. Don Quijote es burlado, y esta vez el burlador es el propio Sancho Panza; se postra de hinojos y perora, en grandilocuente estilo sentimental, ante tres mozas aldeanas; y, luego, se ufana de su sublime desgracia.
Pero el sentimiento que embarga a don Quijote es un sentimiento auténtico y profundo. Dulcinea es, real y verdaderamente, la señora de sus pensamientos. Nuestro caballero se siente en verdad poseído por una misión, que considera como el más alto de los deberes del hombre; nadie puede poner en duda su lealtad, su valentía, su abnegación. Un sentimiento tan noble, una decisión tan entera y firme, mueven a admiración aunque descansen sobre una ilusión vana, y este sentimiento de admiración lo inspira don Quijote, evidentemente, a la mayoría de los lectores de la obra. Pocos amantes de la literatura habrá que no asocien a la figura de don Quijote la idea de una grandeza idealista; de un modo absurdo, aventurero, grotesco, es verdad, pero no por ello menos idealista, heroico e incondicional. Esta idea se ha generalizado, sobre todo desde la época del romanticismo, y aún se mantiene frente a la crítica filológica, que trata de demostrar que Cervantes no tuvo la intención de provocar un efecto semejante.
La dificultad estriba en la circunstancia de que, en la idea fija de don Quijote, las intenciones nobles, puras y redentoras aparecen inseparablemente mezcladas con la insensatez. Para que la lucha por lo ideal y deseable pueda ser considerada como una lucha trágica hace falta, ante todo, que intervenga de un modo sensato en la realidad de las cosas, que la sacuda y asedie, para que la acción razonable del idealista tropiece con una resistencia igualmente razonable, nacida unas veces de la inercia, de la malignidad mezquina o de la envidia, y otras de una concepción de la vida y del mundo que podríamos llamar conservadora. La voluntad idealista tiene que hallarse en consonancia con la realidad existente, por lo menos, en la medida necesaria para poder encontrarse con ella, de modo que ambas se entrelacen, choquen y provoquen, al chocar, un conflicto real.
Pues bien; el idealismo de don Quijote no es de esta clase. No se basa en una visión real de las circunstancias del mundo; no es que don Quijote no vea la realidad; lo que ocurre es que la pierde de vista tan pronto como se apodera de él el idealismo de la idea fija. Todo cuanto hace, en estas condiciones, carece de sentido, es perfectamente absurdo, y tan incompatible con el mundo existente, que sólo logra sembrar en él confusiones de extrema comicidad. No sólo que sus actos no albergan la menor posibilidad de éxito, sino que jamás pisa en firme y los golpes dan en el vacío.
Cabría desarrollar la misma idea por otras vías, haciendo ver otras posibles consecuencias. El tema del noble y valeroso caballero loco, que sale al mundo en busca de aventuras para realizar su ideal y mejorar la suerte del universo, podría concebirse y plasmarse también haciendo que, en esta cruzada, se pusieran en evidencia los problemas y conflictos existentes en el mundo. La pureza y la derechura de este insensato podían ser de tal naturaleza, que, aun sin proponerse un efecto concreto, por todas partes en que interviniera diera espontánea e inconscientemente en el meollo de las cosas, haciendo así que cobrasen relieve los conflictos latentes o imprecisos. Baste pensar en el idiota, de Dostoievski. Y, llevada la idea por este camino, podría ocurrir que el loco mismo se enredase en responsabilidad y culpa, con lo que su figura cobraría perfiles trágicos. Nada de esto sucede en la novela de Cervantes.
El encuentro de don Quijote con Dulcinea no es, ciertamente, el ejemplo más adecuado para poner de relieve las relaciones de aquél con la realidad concreta, ya que no se trata en este caso, como otras veces, de imponer la voluntad ideal del caballero frente a la realidad, sino de lo contrario: de contemplar y adorar el objeto en que el ideal aparece encarnado. Y, sin embargo, también este encuentro resulta simbólico en cuanto a la manera de concebir las relaciones entre el caballero loco y los fenómenos del mundo en que vive. Para comprenderlo, no hay sino recordar cuáles eran las ideas tradicionales encarnadas en el tema de Dulcinea y cómo estas ideas resuenan todavía en las palabras grotescamente augustas de Sancho y don Quijote. La «señora de sus pensamientos», «extremo del valor que puede desearse», «término de la humana gentileza», y por ahí adelante: es la supervivencia del prototipo platónico de lo bello, la sublime Minne de los trovadores germanos, la donna gentile del dolce stile nuovo; es Beatriz, la gloriosa donna della mia mente. Y toda esta munición retórica y poética se dispara sobre tres feas y zafias labriegas. El tiro es disparado al aire. Don Quijote no puede ser acogido graciosamente ni puede tampoco ser rechazado; todo se reduce a un quid pro quo grotesco y divertido. Para descubrir en esta escena alguna seriedad o un sentido profundo oculto, sería menester violentarla.
Las tres aldeanas no salen de su asombro y huyen, en cuanto les dejan el camino libre, como alma que se lleva el diablo. Es éste un efecto que la aparición de don Quijote provoca con harta frecuencia. Con frecuencia también, llueven sobre su cabeza, donde se presenta, los insultos y los golpes; sus desatinos provocan la furia de las gentes en cuyo camino se atraviesa. Muchas veces ocurre que le siguen la manía con el fin de divertirse. El ventero y las mozas de partido reaccionan de este modo, en su primera salida, cuando el caballero se presenta en la venta, creyéndola castillo; lo mismo sucede más tarde con las gentes congregadas en el segundo mesón de sus aventuras, con el cura y el barbero, Dorotea y don Fernando, sin excluir a Maritornes; aunque algunos tratan de seguir la burla con objeto de devolver al caballero a su casa, pero llevan las cosas mucho más allá de lo que sería menester para la realización de su propósito. En la segunda parte de la obra, el bachiller Sansón Carrasco concibe un plan de curación del loco a base de jugar con la idea fija; y más tarde, en el palacio de los duques y en Barcelona, la locura quijotesca es explotada metódicamente como pasatiempo, lo que hace que, en estos capítulos, apenas sucedan ya aventuras reales, sino simplemente imaginarias, es decir, preparadas ex professo para que sus organizadores puedan divertirse con los extravíos del loco.
En toda esta gama de reacciones, lo mismo en la primera que en la segunda parte, se advierte la ausencia total de una cosa: complicaciones trágicas y consecuencias graves. Queda muy atenuado, incluso, el elemento satírico y el de la crítica de su época, y hasta podríamos decir que brilla completamente por su ausencia, si se prescinde de la crítica puramente literaria; se reduce, en el mejor de los casos, a breves observaciones hechas de pasada o a las caricaturas incidentales de ciertos tipos (como, por ejemplo, la del sacerdote que aparece en la corte del duque); esta crítica no va nunca al fondo y su tono es moderado.
Y, sobre todo, las aventuras de don Quijote no ponen en evidencia ningún problema radical de la sociedad de aquel tiempo. En esta materia, su actividad no destaca nada. Sirve de pretexto para hacer desfilar, en abigarrado cortejo, la vida española de entonces. En los sucesivos episodios en que don Quijote choca con la realidad no se acusa nunca una situación que ponga en tela de juicio su legitimidad; ella, la realidad, tiene siempre razón contra él, y sigue discurriendo, impertérrita e incólume, tras algunos divertidos momentos de desconcierto.
Una sola escena hay en la obra en que esto que decimos pudiera resultar dudoso: aquella en que don Quijote liberta a los galeotes y que figura en el capítulo xxii de la primera parte. El protagonista de la novela se interpone al orden jurídico vigente, y no han faltado críticos para sostener que lo hace en nombre de una moral superior. Es comprensible semejante interpretación, pues no cabe duda que don Quijote expresa un precepto situado por encima de cualquier derecho positivo cuando dice aquello de «allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello».
Pero esta moral superior, para poder ser tomada en serio, tiene que ser mantenida consecuentemente y con método. Y sabemos que don Quijote, al dar libertad a los galeotes, no piensa ni remotamente en atacar el orden jurídico establecido; no es un anarquista ni un profeta del reino de Dios. Lejos de ello, todo nos lleva a pensar que, cuando este hombre no obra movido por su idea fija, se somete de buena gana al orden corriente y que sólo bajo el imperio de su desvarío reclama un lugar superior y privilegiado en la sociedad para el caballero andante. Esas hermosas palabras: «allá se lo haya», etc., tienen sus profundas raíces, sin duda alguna, en la bondadosa sabiduría de su genuina naturaleza (sobre esto volveremos más adelante), pero, en el lugar en que aquí aparecen pronunciadas, no pasan de ser una improvisación. Lo que mueve a don Quijote a dar suelta a los galeotes es la idea fija; ésta es la que le lleva a concebir cuanto le acontece como materia de sus aventuras caballerescas y la que le suministra los motivos: «ayudar a los desvalidos» o «libertar a los conducidos a la fuerza», y obra en consecuencia.
Me parece totalmente equivocado empeñarse en ver detrás de este episodio un problema de fondo, algo así como un conflicto entre el Derecho natural-cristiano y el Derecho positivo. Para el planteamiento de semejante conflicto sería necesario, en última instancia, que apareciese en escena un adversario autorizado dispuesto a defender, como el Gran Inquisidor en Dostoievski, el principio del Derecho positivo contra los ataques de don Quijote. El comisario de Su Majestad a cuyo cargo iba la cuerda de los forzados a galeras no siente la menor necesidad de hacerlo, ni sería tampoco el más indicado; tal vez, tomado como un particular, se sienta más inclinado a hacer suyo aquel pensamiento que dice: «No juzguéis, si no queréis ser juzgados». Pero él no ha juzgado ni condenado a nadie; no hace más que representar allí, junto a los presos, a la ley positiva. Tiene sus instrucciones y se remite a ellas, con una razón que nadie puede discutirle.
Todo termina alegremente y vemos a cada paso cómo los males que don Quijote causa o padece son tratados con humorismo verdaderamente estoico, como incidentes cómicos. Hasta el bachiller Alonso López, maltrecho y tendido en tierra con una pierna quebrada debajo de su mula, se consuela del mal paso con chistosas palabras. Esta escena figura en el capítulo XIX de la primera parte, y demuestra, aparte de otras cosas, que la idea fija preserva a don Quijote del peligro de sentirse responsable de todos los males que acarrea, lo que hace que también en el mundo de su conciencia quede descartado todo conflicto trágico y todo serio ensombrecimiento. Le basta con saber que ha obrado con arreglo a las normas de la caballería andante, con esto está justificado todo; se apresura, cierto es, a sacar de apuros al bachiller, pues su bondad y su deseo de socorrer al desvalido no se desmienten nunca, pero no se le pasa por las mientes ni de lejos sentirse culpable de lo que ha hecho.
Tampoco se siente culpable cuando el cura, al comienzo del capítulo xxx, para probarle, le habla de las malas consecuencias que ha acarreado su acto de dar libertad a los galeotes. Don Quijote le replica, colérico, que es deber del caballero andante ayudar a los oprimidos y no ponerse a averiguar si sufren con razón o sin ella; con lo cual queda zanjado el asunto para él. Y en la segunda parte de la obra, cuya alegría es todavía más libre y elegante que en la primera, no nos encontramos ya con complicaciones de este género.
En la obra de Cervantes encontramos, pues, muy poca problemática y muy poca tragedia, a pesar de tratarse de una de las obras maestras de una época en la que va adquiriendo forma en Europa lo problemático y lo trágico. La locura de don Quijote no despliega ante nosotros ninguna de estas dos cualidades; todo el libro es, desde el comienzo hasta el fin, una obra humorística, en que la locura resulta risible al proyectarla sobre el fondo de una realidad bien fundada.
Y, sin embargo, don Quijote es algo más que una figura ridícula; es algo más que el viejo de las comedias, o el soldado fanfarrón, o el doctor ignorante y pedantesco. En nuestra escena, Sancho se burla de don Quijote; pero ¿quiere decirse que el escudero desprecie al caballero, que le engañe constantemente? Nada de eso. Le engaña, en este episodio concreto, porque no encuentra otro recurso para salir del atolladero; pero le ama y le reverencia, a pesar de estar convencido a medias, y en ocasiones por entero, de su locura. Aprende de su amo, y no quiere separarse de él; la compañía de don Quijote le ayuda a ser más inteligente y más bueno de lo que antes era. El caballero sin juicio conserva por debajo de toda su locura una dignidad y una superioridad naturales, en las que no hacen mella sus incontables infortunios. Don Quijote no tiene nada de la vileza que caracteriza, por lo general, a aquellas otras figuras cómicas de esta especie, un autómata llevado a la novela para provocar la risa de los lectores. Es, también él, un ser vivo, que se desarrolla y se torna más sabio y bondadoso, aunque atado a su locura.
¿Es la locura de don Quijote, acaso, una locura sabia, como la que la ironía de los románticos gusta de pintar? ¿Se abre paso, en él, la sabiduría a través de la locura? ¿Le permite la locura ver las cosas con una claridad que escapa a la cordura, y en realidad la sabiduría habla en él por boca de la locura, como en los bufones de Shakespeare o en las películas de Charlie Chaplin? No, no es nada de esto. Cuando la locura, es decir, la idea fija de la caballería andante, se apodera de nuestro caballero, obra insensatamente y como un autómata, ni más ni menos que las figuras cómicas a que nos referíamos. Su sabiduría y su bondad son independientes de su locura y se manifiestan a pesar de ella. Es verdad que una locura como la suya sólo podría darse en un hombre noble y puro, y lo es también que la sabiduría, la bondad y el decoro iluminan su locura y la hacen aparecer amable. No obstante, cordura y locura aparecen claramente diferenciadas en él, al revés de lo que ocurre en los personajes de Shakespeare, en los locos del romanticismo y en las películas de Chaplin.
Ya lo dice el cura en la pimera parte (capítulo XXX), y más tarde reaparece, una y otra vez, este mismo pensamiento: don Quijote sólo es loco cuando se deja llevar por su idea fija; por lo demás, es una persona normal, juiciosa e inteligente. Su locura no es de las que absorben la naturaleza entera de la persona y se identifican totalmente con ésta. Don Quijote es víctima de una idea fija, que se apodera de él a partir de un determinado momento y que, aun después de haber perdido el juicio, deja intactas ciertas partes de su ser, permitiéndole obrar y hablar en muchos casos como un hombre cuerdo, hasta que un buen día, momentos antes de morir, la locura le abandona y Alonso Quijano recobra el seso.
Unos cincuenta años tenía nuestro héroe cuando, obsesionado por sus lecturas sin tasa de libros de caballería, forjó en su magín el descabellado plan de lanzarse al mundo en busca de aventuras. Extraña cosa. Por lo regular, son los jóvenes o los adolescentes los que suelen perder su equilibrio con el pasto de sus lecturas solitarias (Julián Sorel, madame Bovary). Ante este hecho tan singular, se siente uno tentado a buscar una explicación psicológica especial: ¿cómo es posible que un hombre de cincuenta años, que lleva una vida ordenada y posee un entendimiento claro y, en muchos respectos, cultivado y nada desequilibrado, pueda lanzarse a tan disparatada empresa?
En las primeras líneas de su novela apunta Cervantes algunos datos acerca de la situación social del protagonista. De lo poco que el autor nos cuenta se deduce, desde luego, que esta situación social oprimía a nuestro héroe, pues no le brindaba posibilidad alguna de actuar con arreglo a sus ambiciones y capacidades; sentíase paralizado, en cierto modo, por las trabas que le imponían, de una parte, su condición social y, de la otra, su pobreza. Cabría, pues, suponer que su descabellada decisión era una huida para salir de una situación insoportable, una manera de evadirse violentamente de ella. Y no faltan, en la literatura, en efecto, quienes sostengan esta explicación sociológica y psicológica. Yo mismo la defiendo en un pasaje anterior de la presente obra, y la dejo estar allí tal y como la escribí, por parecerme que tiene su razón de ser dentro del contexto en que figura. Pero esta explicación no puede satisfacernos como interpretación del propósito artístico perseguido por Cervantes, ya que no es verosímil que, en tan pocas palabras como escribe acerca de la posición social y los hábitos de vida de don Quijote, haya querido ofrecernos algo así como una motivación psicológica de su idea fija; de haber sido ése su propósito, no cabe duda de que se habría expresado más claramente y con mayor detalle.
Un psicólogo moderno podría encontrar, aparte de ésta, otras interpretaciones al extraño fenómeno de la locura quijotesca. Pero a Cervantes no le preocupaba esta clase de problemas. La única respuesta que él da a la pregunta sobre las causas de la demencia del protagonista de su obra es ésta: le han sorbido el seso las desmedidas lecturas de los libros de caballería. Por qué esto le ocurra precisamente a un hombre de cincuenta años, es cosa que la obra de Cervantes sólo permite explicar desde el punto de vista estético, por la visión cómica que le surgió en el momento de concebir su novela: la visión de un hombre alto y seco, entrado en años y revestido de una armadura anticuada cubierta de orín, imagen que, por lo demás, pone de relieve por modo excelente, al lado de lo grotesco, lo ideal y lo ascético. Tenemos que aceptar, mal que nos pese, el hecho de que este juicioso y cultivado hidalgüelo rural pierda de pronto el juicio, no como resultado de una espantosa conmoción, a la manera de Áyax o de Hamlet, sino simplemente por efecto de la lectura voraz de las novelas de caballería. Tampoco en esto tiene la figura de don Quijote nada de trágico. En el análisis de la locura quijotesca hay que dejar a un lado todo lo trágico, como hay que prescindir también de esa conjunción específicamente shakespeariana y romántica de la sabiduría y la locura, en que ambas se condicionan mutuamente, sin que sea posible concebir la una separada de la otra.
Ya lo hemos dicho: la sabiduría de don Quijote no es la sabiduría de un loco; es la inteligencia, la nobleza, el decoro y la dignidad de un hombre juicioso y equilibrado: no de un ser demoníaco o paradójico, devorado por las dudas, los conflictos interiores y el desarraigo del mundo, sino de un ser ponderado, razonable, sensible, que aun en medio de la ironía se mantiene amable y mesurado; de un hombre, además, de mentalidad más bien conservadora o que se halla, por lo menos, acorde con las condiciones de su tiempo. Todo esto se pone de manifiesto en sus relaciones con los demás hombres, y en especial con Sancho Panza, en los momentos más o menos largos en que no hace presa en él su idea fija. Desde el primer momento, aunque más todavía en la segunda parte de la obra que en la primera, vemos al lado del desatinado aventurero al hombre bueno y juicioso, al carácter bondadoso y dotado de una dignidad natural y superior; vemos a Alonso Quijano el Bueno junto al desaforado don Quijote. Véase con qué ironía entre divertida y bondadosa trata a Sancho cuando éste, en el capítulo VII de la segunda parte, cediendo a los consejos de su mujer Teresa Panza, comienza a exponerle su súplica de que le asigne una soldada fija; la chifladura apunta solamente cuando el caballero razona su negativa invocando las sagradas costumbres de la caballería andante. Pasajes como éste abundan en la obra; por dondequiera se nos revela que existen dos don Quijotes, unidos entre sí como la sombra al cuerpo, uno cuerdo y otro loco, y que la cordura de Alonso Quijano no es, en modo alguno, una cordura dialécticamente inspirada por la locura de don Quijote, sino por lo contrario una cordura perfectamente normal y corriente.
Ya esto sólo produce una combinación verdaderamente extraordinaria; hay, en la tónica de esta novela, capas que no estamos acostumbrados a encontrar en lo puramente cómico. Un loco es un loco; lo corriente es verlo reducido a una dimensión única, la de lo cómico y lo descabellado, nota que, por lo menos en la literatura antigua, va unida generalmente a la de la bajeza y la necedad y, a veces, a la de la malignidad atravesada. Pero ¿qué decir de un loco que, al mismo tiempo, es cuerdo y prudente, de una cordura y una prudencia que, por ser precisamente las del hombre jucioso, parecen las más incompatibles con el estado de la locura?
Esta combinación, la del juicioso equilibrio con el desequilibrio de lo absurdo y lo descabellado, con la locura de la idea fija, da por resultado una complejidad que no es fácil de sintonizar con lo puramente cómico. Pero no es esto todo. Las alas con las que vuela la sabiduría quijotesca, recorriendo el mundo y acrecentándose en su vuelo a través de él, son precisamente las de la locura, pues si don Quijote no hubiese perdido el seso jamás habría abandonado su casa y su hacienda. Tampoco Sancho habría dejado su pegujal a no ser por la locura de su amo, ni habría podido arrancar a su naturaleza todo lo bueno que en ella había, esperando a revelarse, según vamos comprendiendo, con divertido asombro, a lo largo de la obra; no se habría llegado a producir ese juego múltiple entre ambos personajes, al que sirve de fondo el mundo de su época.
Este juego no presenta nunca, como creemos dejar sentado ya, los relieves de lo trágico; nunca, en esta obra, nos son presentados los problemas humanos, ni los personales del indivinio ni los de la sociedad, de modo que nos hagan temblar o que muevan a compasión; nuestras emociones, al leer la novela de Cervantes, no se salen nunca del marco de la alegría. Pero esta alegría cobra una riqueza de capas como nunca hasta entonces.
Volvamos al texto con que hemos empezado. Don Quijote habla a las aldeanas en un estilo que es, realmente, el elevado estilo del amor cortesano, el cual no tiene en sí mismo nada de grotesco; sus frases no son ridiculas, como tal vez podría pensar más de un lector de nuestros días; se hallan por entero dentro de la mejor tradición de la época y son una obra maestra de la elocuencia tan en boga y tan apreciada en aquel entonces. Si Cervantes se proponía polemizar contra los libros de caballería, ponerlos en ridículo (como sin duda lo hizo), sus dardos no iban dirigidos precisamente contra el elevado estilo cortesano; antes bien, echa en cara a los libros de caballería el defecto contrario, su estilo seco y ramplón. Y así, nos encontramos con la paradoja de que una parodia contra la ideología del amor caballeresco cree uno de los más bellos textos de prosa producidos por la forma tardía de la trova amorosa.
Las aldeanas contestan al caballero con su rústica y zafia tosquedad. El estilo rústico venía siendo empleado desde hacía tiempo en la literatura cómica (aunque tal vez nunca con tanta mesura dentro de su verbosidad); lo que no había ocurrido nunca es que siguiera inmediatamente a parlamentos como los de don Quijote, que, mirados en sí, no dejan traslucir que se hallen insertos en un contexto grotesco. El tema del caballero que requiebra de amores a una aldeana, dando lugar a situaciones parecidas a la de nuestra escena, es antiquísimo, es el tema de la pastorela; había sido creado ya por la vieja poesía provenzal y estaba llamado a perdurar largo tiempo, como veremos más adelante, cuando tratemos de Voltaire. Lo que ocurre es que, en la pastorela, los dos personajes del coloquio se amoldan el uno al otro, se comprenden, dando por resultado un nivel de estilo unitario, que oscila entre lo idílico y lo cotidiano. En Cervantes, por el contrario, gracias a la locura de don Quijote, los dos mundos de vida y de estilo chocan entre sí y se repelen sin la menor posibilidad de engarce; son dos mundos cerrados y antagónicos, entre los que no existe más cohesión que la alegre neutralidad del juego, cuyos hilos se hallan, esta vez, en manos de Sancho, del zafio aldeano que creía casi todo lo que escuchaba a su señor, que no acierta a vencer el hábito de creer en algo, en lo que sea, que obra simplemente con arreglo a la situación del momento. En este caso, sin embargo, se siente tentado, por la perplejidad misma del momento, a engañar a su señor, y se acomoda a la situación de director del juego con la misma verba y la misma ductilidad con que más tarde sabrá cumplir a maravilla con su misión de gobernador de la ínsula. Empieza expresándose en el mismo estilo elevado de su amo, pero pronto pasa a emplear el estilo bajo, no a la manera de las aldeanas, sino con superioridad, dominando la situación, una situación que él mismo ha provocado sacando fuerzas de flaqueza y con la que a la postre se regodea.
Lo que aquí hace Sancho Panza, asumir un papel que no es el suyo, transformándose y jugando con la locura de su señor, lo hacen constantemente otros personajes de la novela. La locura de don Quijote da pie a interminables transformaciones y trucos: Dorotea se disfraza de princesa Micomicona, el barbero se trueca en su escudero, Sansón Carrasco en caballero errante, Ginés de Pasamonte aparece manejando un retablo de títeres: son nada más que unos cuantos ejemplos. Estas metamorfosis convierten la realidad en un teatro inacabable, sin que por eso deje de ser realidad. Y cuando los personajes no se transmutan voluntariamente, se encarga de transmutarlos la locura de don Quijote, como lo hace sin cesar desde la escena con el ventero y las mozas en la primera venta que visita. Y la realidad se somete de buen grado a este juego que la viste a cada momento con distinto ropaje; jamás se resiste a la broma, echando a perder la alegría del juego con la severa y grávida seriedad de sus miserias, sus cuidados y sus pasiones.
Es la locura quijotesca la que conjura y desata todo el juego; es ella la que hace del mundo real y cotidiano un divertido escenario. Recuerde el lector las diferentes aventuras con mujeres que se suceden a lo largo de la obra, aparte de este encuentro con Dulcinea; recuerde a la brava Maritornes debatiéndose en los brazos del caballero, recuerde a Dorotea cambiada en la princesa Micomicona, la serenata de la enamorada Altisidora, el encuentro nocturno con la dueña Rodríguez (escena de la que Cide Hamete Benengeli nos dice que habría dado su mejor vestido por haberla presenciado): cada una de estas historias está escrita en estilo diferente, presenta cambios del nivel estilístico, y todas son provocadas por la locura de don Quijote y se mantienen todas dentro de los dominios de la alegría. Y, sin embargo, algunas de ellas podrían haber adoptado perfectamente otro tono. La descripción de Maritornes y de su mozo de mulas acusa un relieve unidamente realista; Dorotea se siente desdichada y la dueña Rodríguez pasa por una situación de angustia y de pena, pues su hija acaba de ser seducida. La interposición del caballero loco en nada cambia de tono esto, ni la relajada vida de Maritornes, ni el triste estado de la hija de doña Rodríguez. Lo que ocurre es que, al aparecer en escena don Quijote, ya no nos preocupan y la situación de la vida de estas mujeres cobra en seguida un tinte de alegría, y nuestra conciencia no siente inquietud alguna. Del mismo modo que Dios hace lucir el sol y descender la lluvia sobre justos y pecadores, la locura de don Quijote ilumina y transfigura cuanto se cruza en su camino, derramando una alegría imperturbable y entregándolo todo al más divertido desconcierto.
La rica tensión del libro y su sapientísima alegría se manifiestan en las circunstancias en que don Quijote aparece situado constantemente: sus relaciones con Sancho. No se pueden describir tan a la llana como las relaciones entre Rocinante y el rucio o entre el rucio y el propio Sancho. No discurren siempre por los cauces del amor y la lealtad. Don Quijote se deja llevar, no pocas veces, de la cólera, e insulta y maltrata a Sancho; en ocasiones, hasta se avergüenza de él y una vez, en el capítulo XXVII de la segunda parte, le deja en la estacada. Sancho, por su parte, une su suerte a la del caballero, en un principio, llevado de su necedad y de su mezquino egoísmo, con el señuelo de las fantásticas ventajas que cree podrá obtener de la empresa; y también, ésa es la verdad, porque el vagabundeo, pese a todos los quebrantos y fatigas que lleva consigo, le parece más apetecible que el duro trabajo del campo y la vida monótona de la casa.
Pero pronto empieza a barruntar que don Quijote no está en sus cabales; empieza a engañarle, se burla de él y aun se permite hablar de su señor, a veces, en un tono despectivo. En ocasiones, también en la segunda parte de la obra, el escudero se siente tan enojado y desengañado, que está a punto de abandonar al amo a quien sirve. El lector tiene constantemente ante los ojos, en estas alternativas, todo lo que hay de inconstante y de mezclado en las relaciones humanas, todo lo que hay de caprichoso y variable en todas nuestras uniones, incluso en las más íntimas.
En el episodio que hemos tomado como punto de partida, hemos visto cómo Sancho engaña a su señor y se burla de un modo casi cruel de su desvarío. Y, sin embargo, ¡qué amorosa atención a este desvarío, qué delicado adentramiento en el mundo interior de don Quijote tuvieron que preceder, para que Sancho pudiera fraguar este plan y representar tan excelentemente su papel! Hace solamente unos meses, nada sospechaba de todo esto; de pronto, lo encontramos viviendo a su manera en el mundo de las aventuras caballerescas. Y no cabe duda de que el contacto con él le ha contagiado: Sancho acaba por enamorarse de la locura del caballero y del propio papel que él desempeña a su lado; su modo de ser y de sentir se ha desarrollado del modo más asombroso. A pesar de lo cual es y sigue siendo quien es, Sancho, de la familia de los Panza, un cristiano de vieja cepa, a quien todos conocen en su aldea; es y sigue siendo Sancho aun al verse convertido en sabio gobernador de la ínsula, e incluso y precisamente cuando se empeña en que Sanchica, su hija, no tome por esposo más que a un conde.
Sigue siendo Sancho, y solamente a un Sancho podrían sucederle las cosas que a él le suceden; pero, si estas cosas le suceden, si su cuerpo y su espíritu se sienten tan poderosamente conmovidos, y si de estas conmociones salen incólumes, ¿a quién se lo debe si no a don Quijote, «su amo y natural señor»?
Nadie experimenta la personalidad de don Quijote de un modo tan completo, nadie se la asimila directamente y como un todo con tanta pureza como Sancho. Los demás se admiran, se enojan o se burlan de él, se divierten con él o quieren curarle de su locura: sólo Sancho se adentra en él y vive en él, sólo para él son creadoras la locura y la prudencia quijotescas. Y, aunque no tenga, ni de lejos, el entendimiento crítico necesario para formarse y expresar un juicio sintético acerca de su amo, es él, en realidad, quien con toda su conducta nos ayuda mejor que nadie a comprender a don Quijote.
Esto, a su vez, hace que don Quijote se sienta unido a su escudero; Sancho es su paño de lágrimas y su pareja, es su criatura y es, al mismo tiempo, otro hombre, el prójimo, que afirma su personalidad frente a la del caballero loco e impide que la locura le lleve a encerrarse en una jaula.
Dos figuras cómicas o semicómicas enfrentadas la una con la otra, contrastadas entre sí: es un tema muy antiguo y con el que todavía hoy nos encontramos por todas partes, en la farsa, en la caricatura, en el circo, sobre las tablas y en el cine; el flaco y el gordo, el astuto y el tonto, el señor y el criado, el hombre culto y distinguido y el rústico patán, notas a las cuales podemos seguir añadiendo, según los distintos países y culturas, cuantos cruzamientos y combinaciones se nos ocurran. Pero lo logrado por Cervantes con este tema es algo único y espléndido.
Aunque tal vez no sea del todo exacto decir «lo logrado por Cervantes». Tal vez nos ajustaríamos más a la verdad diciendo: lo que salió de sus manos. Varios siglos, y sobre todo desde el romanticismo, llevan las gentes atribuyéndole a Cervantes, leyendo en él, entre líneas, mucho que el autor del Quijote ni siquiera sospechaba al escribir su obra. Estas interpretaciones y versiones superpuestas de un texto consagrado dan, a veces, buenos frutos. Un libro como el Quijote está llamado, por fuerza, a desembarazarse de las intenciones de su creador, para vivir una vida propia; presenta una nueva faz a cada época que se complace en él.
Pero, concedido lo anterior, no cabe duda de que el historiador atento a situar una obra literaria dentro del período histórico que le corresponde tiene que cuidarse, en la medida de lo posible, de poner de manifiesto lo que la obra representó para su autor y para las gentes de su tiempo. Nos hemos esforzado en interpretar lo menos posible; hemos hecho hincapié, sobre todo, en lo poco que en el Quijote se contiene de tragedia y de problemática. Creemos que no debe verse en esta obra, y así lo hemos dicho, más que un juego alegre que se desarrolla a muy diversas alturas, y sobre todo en el de la realidad cotidiana, lo que la distingue, por ejemplo, de la alegría, también exenta de toda problemática, de un Ariosto.
Pero por mucho que hayamos procurado huir de interpretaciones personales, tenemos que reconocer que también nuestras ideas acerca del libro van, a veces, más allá de las intenciones artísticas de Cervantes. Sea de ello lo que fuere (pues no es nuestro propósito adentrarnos aquí en los problemas de la estética de su tiempo), no cabe duda que aquellas intenciones no se proyectaron desde el primer momento, conscientemente, sobre una creación tan perfecta como la de las relaciones entre don Quijote y Sancho, por lo menos tal como esta pareja se alza ante nosotros cuando hemos acabado de leer la obra. Las dos figuras, bien podemos asegurarlo, empezaron siendo en el espíritu de su creador solamente una visión, hasta que poco a poco, a la vuelta de cientos de episodios sueltos, de cientos de situaciones en que el autor las colocó, acabaron convirtiéndose, cada una de ellas y las dos conjuntamente, en lo que a la postre han llegado a ser, a fuerza de reaccionar en esas situaciones según las inspiraciones del momento, bajo el soplo de la imaginación sin cesar fluyente y continuamente renovada del poeta.
A veces, nos encontramos incluso con cosas raras y con contradicciones no sólo en cuanto a los hechos, como con frecuencia se ha puesto de relieve por la crítica, sino también en lo psicológico: con sesgos que no se avienen con la estampa de ambos héroes. Lo cual no es sino un indicio de cómo Cervantes se dejaba llevar, en efecto, por la situación de cada momento, por las exigencias de cada una de las aventuras en que situaba a sus personajes, cosa que ocurre también, e incluso con mayor frecuencia aún que en la primera, en la segunda parte de la obra.
Las figuras de los dos protagonistas van desarrollándose poco a poco y sin ningún propósito preconcebido, cada una de por sí y en sus muchas relaciones. Claro que esto sirve para que lo peculiarmente cervantino, la suma de la rica experiencia de la vida y el tesoro de la imaginación de Cervantes fluyan con mayor abundancia y espontaneidad en los sucesos y los diálogos de su libro. Esto que llamamos lo peculiarmente cervantino no es fácil de definir con palabras; queremos, no obstante, decir algo para destacar su fuerza y sus límites.
Es, en primer lugar, algo espontáneamente plástico: una vigorosa capacidad para representarse vivamente a diferentes seres en las más diferentes situaciones; para imaginarse y expresar qué pensamientos tienen que afluir en cada caso a su mente, qué sentimientos a su corazón, qué palabras a sus labios. Cervantes posee esta capacidad en tal grado, de un modo tan directo y tan vigoroso, tan independiente, al mismo tiempo, de cualquier otro designio, que a su lado nos parece ilimitado, convencional o vinculado a un fin cualquiera otra literatura realista de tiempos anteriores.
No menos plástica es su capacidad para inventar o producir nuevas y nuevas combinaciones de personajes y acontecimientos. Cierto que en este punto existía la antigua tradición de las novelas de aventuras, renovada por Boyardo y Ariosto; pero nadie antes de él había sabido infundir a este brillante y espontáneo juego de combinaciones el aliento de la auténtica realidad cotidiana.
Finalmente, encontramos en Cervantes algo, un algo que se encarga de ordenar y ensamblar los elementos para formar con ellos un todo y para derramar sobre él una luz auténticamente cervantina . Es verdaderamente difícil decir en qué consiste este algo. Podríamos esquivar la dificultad diciendo que consiste, simplemente, en el tema mismo, en la idea del hidalgo rural que pierde el seso y se deja llevar por la quimera de que está llamado a resucitar la caballería andante: este tema da a la obra, en efecto, su unidad y su tónica. Pero el tema (que Cervantes tomó, por lo demás, de una obrilla de su época, desprovista de todo otro interés, del Entremés de los romances) muy bien podía haber sido tratado de otro modo; muy bien podía el héroe haber sido otro que don Quijote, y no era obligado tampoco que saliesen a escena Dulcinea ni, lo que importa más, Sancho Panza. Y, sobre todo, ¿qué fue lo que tanto cautivó a Cervantes en esta idea? Fueron las grandes posibilidades que encerraba de desarrollar en torno a ella el panorama de lo múltiple y sus perspectivas, la mezcla de lo fantástico y lo cotidiano, las inacabables mudanzas, lo flexible y lo maleable del tema, en el que cabía encuadrar todas las modalidades del arte y del estilo. Era un tema que permitía mostrar el abigarrado mundo bajo una luz que respondía perfectamente al talento de Cervantes.
Al llegar aquí, topamos de nuevo con aquella difícil pregunta que nos hacíamos y que aún no hemos contestado: ¿qué es ese algo que ordena el todo en unidad y nos lo muestra bajo una determinada iluminación, precisamente la cervantina?
No es una filosofía, no es una tendencia, ni siquiera una preocupación por la inseguridad de la existencia humana o por la fuerza del destino, como en Montaigne o en Shakespeare. Es una actitud, una actitud ante el mundo, y también ante los temas de su propio arte, actitud en la que se destacan por encima de todo dos cualidades: la valentía y la ecuanimidad. Al lado del goce que le produce el juego multiforme de lo sensible, hay en Cervantes, siempre, un no sé qué de áspero y orgulloso, muy meridional. Este algo impide a nuestro poeta tomar demasiado en serio el juego. Lo contempla, lo plasma, se complace en él; también tiene que regocijar cultamente a sus lectores. Pero el autor permanece al margen, sin tomar partido (como no sea para pronunciarse en contra de los libros mal escritos); guarda una actitud neutral. No basta con decir que no enjuicia ni saca conclusiones; esto es poco, pues ni siquiera se abre el proceso, ni siquiera se formulan las preguntas a que se pudiera contestar. Nada ni nadie (con excepción de los libros y comedias detestables) es condenado en esta obra, ni Ginés de Pasamonte, ni Roque Guinart, ni Maritornes, ni Zoraida; la conducta de Zoraida para con su padre se torna en un problema moral y en un acertijo a nuestros ojos, pero Cervantes nos cuenta la historia sin dejar traslucir lo que piensa; mejor dicho, no es Cervantes mismo quien la cuenta, sino el preso, el cual aprueba, como es natural, la conducta de Zoraida, y basta con esto. Hay en el libro, es cierto, una que otra caricatura como la del vizcaíno, la del cura que ejerce su ministerio en el palacio de los duques, o la de la dueña Rodríguez; pero estas caricaturas no encierran ninguna problemática moral, ningún juicio emitido en el terreno de los principios. Y el autor no pone tampoco a ningún personaje por modelo. Tal vez podríamos invocar, en refutación de esto que decimos, la figura del Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda, quien en el capítulo xvi de la segunda parte hace un relato de su ejemplar vida, produciendo con ello en Sancho Panza una profunda admiración. Este caballero es un hombre moderado, ponderado y razonable, que sabe encontrar tanto para con Don Quijote como para con Sancho el tono adecuado de una afectuosa y modesta cortesía, en la que se trasluce, sin embargo, la seguridad del personaje en sí mismo; los intentos que hace para refutar o, por lo menos, atenuar la locura de don Quijote son amables e inteligentes al mismo tiempo; no hay ninguna razón para ponerlo, como lo hace un prestigioso crítico español, Américo Castro, en el mismo plano que al limitado e impaciente cura del palacio de los duques. No; don Diego es el ejemplo de su clase, de la variante española del noble humanista: otium cum dignitate. Pero no es tampoco, evidentemente, más que esto; Cervantes no nos presenta en él ningún modelo absoluto. Es, para ello, demasiado cauto y mediocre, y no nos extrañaría que hubiese una leve sombra de ironía en la manera como Cervantes pinta sus costumbres, su afición cinegética y sus ideas acerca de las inclinaciones literarias de su hijo; en esto quizá tenga razón Américo Castro.
La actitud de Cervantes es tal que su mundo se convierte en un juego en el que cada figura del tablero está justificada por el mero hecho de vivir en el lugar en que se encuentra. El único que carece de razón es don Quijote, con su locura. Su creador le quita también la razón frente al mesurado y pacífico don Diego, a quien Cervantes, «con inspirada perversidad», para decirlo con las palabras de Américo Castro, hace testigo de la aventura de los leones. Sería violentar las cosas empeñarse en ver en esta aventura el premio al heroísmo del aventurero frente a la prudencia calculadora y mezquina de todos los días. Puede, repetimos, que haya un rastro de ironía en la descripción que Cervantes hace de la figura de don Diego, pero los colores ridículos con que el autor pinta la de don Quijote no es sólo algo posible y probable, sino perfectamente seguro, y no simplemente en esbozo, sino de un modo consumado y perfecto.
El capítulo en que sale a escena el Caballero del Verde Gabán comienza con la descripción del absurdo orgullo de que se siente poseído don Quijote por la victoria que acaba de alcanzar sobre el bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de caballero, y con el coloquio que con Sancho sostiene sobre el incidente. Reléase este capítulo, y se verá que rara vez en el transcurso de la obra se pinta al protagonista en una traza tan ridícula, incluso desde el punto de vista moral, como en este pasaje. Y no es menos infatuada la descripción que de sí mismo hace el caballero andante al presentarse a don Diego. En ese estado de ánimo se lanza a la aventura con el león; y el león, sin hacerle caso, da la espalda a don Quijote. Es todo una pura parodia, y en este mismo sentido están presentados todos los detalles del episodio: la pretensión de que el encargado de guardar la jaula de la fiera le extienda un certificado personal de su arrojo, el modo como recibe a Sancho, el cambio de nombre, para adoptar en lo sucesivo el de Caballero de los Leones, y así sucesivamente.
Sólo don Quijote no tiene razón mientras no recobra el juicio; sólo él pisa terreno falso dentro de un mundo regido por un orden perfecto, en el que todos, fuera de él, están en su sitio; hasta él mismo se dará cuenta, cuando recobre el seso y se restituya al orden establecido, momentos antes de morir. Pero ¿es que, realmente, reina el orden en el universo? El autor ni siquiera se formula esta pregunta. No cabe duda de que, contemplado a la luz de la locura quijotesca, el mundo brilla por su orden y su armonía, y es, incluso, un divertido juego. Puede que abunden en él la desdicha, la injusticia y el desorden. Desfilan por las páginas del libro las mozas de mal vivir, los malhechores conducidos a las galeras, los bandidos ahorcados, y otras cosas por el estilo. Pero nada de esto nos afecta. La aparición de don Quijote, que no corrige nada ni ayuda a nadie, convierte en un juego lo mismo la dicha que el infortunio.
El tema del hidalgo rural que, perdido el juicio, trata de resucitar la caballería andante, ofrecía a Cervantes la posibilidad de mostrar el mundo como un juego, con esa neutralidad multifacética, llena de perspectivas, que no se mete a enjuiciar ni siquiera a inquirir y que es, en el fondo, una valiente sabiduría. Podríamos expresar esta actitud, bastante fielmente, con las palabras del propio don Quijote, citadas más arriba: «allá se lo haya cada uno con su pecado, Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al bueno»; o bien con las que, dirigidas a Sancho, pronuncia en el capítulo XIII de la segunda parte, al final de su coloquio sobre los monjes y los caballeros: «muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo».
Vale tanto como decir que es ésta, en última instancia, una piadosa sabiduría. La sabiduría cervantina guarda cierta afinidad con aquella actitud neutral que tanto se esforzaba por mantener Gustavo Flaubert y es, sin embargo, perfectamente distinta: Flaubert quería trasmutar con el estilo la realidad, para que ésta apareciera tal y como Dios la veía; el orden divino, en cuanto se relacionaba con el fragmento de realidad tratado por el autor, había de encarnar, por tanto, en el estilo de éste. Para Cervantes, en cambio, una buena novela no persigue otra finalidad que la de proporcionar a quien la lee un honesto entretenimiento. Nadie ha sabido expresar esta idea, en los últimos tiempos, con tanta fuerza de convicción como W. J. Entwistle en su libro sobre Cervantes (Cervantes, Oxford: Clarendon Press, 1940), donde, con un bello juego de palabras muy inglés, parangona el vocablo recreation (recreación, recreo [del espíritu]) con re-creation (re-creación).
A Cervantes jamás se le habría ocurrido pensar que el estilo de una novela, siquiera fuese la mejor de todas, pudiera poner de manifiesto el orden reinante en el universo. Por otra parte, los fenómenos de la realidad, incluso para él, se habían hecho demasiado complejos para poder abarcarlos con la mirada, y no se podían encuadrar en un orden unívoco y tradicional.
En otros lugares de Europa, el espíritu había comenzado ya, desde hacía largo tiempo, a indagar y a dudar, e incluso a reconstruir el mundo con elementos propios. Pero esto no se avenía bien ni con el espíritu de su país ni con su propio temperamento, ni con su idea sobre la misión del escritor. Para Cervantes, el orden de la realidad residía en el juego. No era ya el juego de alguien en condiciones para poder juzgar, con arreglo a normas fijas, lo que es bueno y lo que es malo, como sucedía todavía en la Celestina. La cosa se había complicado un poco. Cervantes sólo se atreve ya a emitir un juicio acerca de lo que toca a su profesión, como escritor, a la literatura. Fuera de esto, deja que el mundo terrenal siga su curso; todos, en él, somos pecadores, y hay que dejar que Dios se encargue de castigar el mal y recompensar el bien. Aquí abajo, el orden de lo que la mirada humana no puede abarcar reside solamente en el juego: por muy difícil que resulte para nosotros atalayar los acontecimientos y juzgarlos, tal como desfilan ante el caballero loco de la Mancha se truecan en una ronda de alegres y divertidos embrollos. Tal es, a nuestro modo de ver, la función de la locura de don Quijote. A medida que el tema —la salida al mundo del hidalgo desequilibrado, empeñado en realizar el ideal del caballero andante— va encendiendo a Cervantes la chispa de la inspiración, se despliega ante él el panorama de la realidad de su tiempo, tal como había que presentarla en contraste con semejante locura. Y este panorama, proyectado ante los ojos de su imaginación, complacía a su espíritu de poeta, tanto por su abigarrada traza como por aquella alegría neutral que la locura del caballero de la Mancha derrama sobre cuanto entra en contacto con ella. No podía ocultársele a él, ciertamente, que no era ésta una locura heroica e idealista, una locura perfectamente compaginable con la sabiduría y la humanidad. Pero nos parece que será violentar su pensamiento interpretar la locura de don Quijote como algo simbólico y trágico. No dudo que esta idea puede ser llevada al libro por medio de la interpretación, pero no aparece, desde luego, expresada en el texto.
Nunca, desde Cervantes hasta hoy, ha vuelto a intentarse, en Europa, una exposición de la realidad cotidiana envuelta en una alegría tan universal, tan ramificada y, al mismo tiempo, tan exenta de crítica y de problemática como la que se nos ofrece en el Quijote; ni acertamos tampoco a imaginarnos dónde ni cuándo habría podido acometerse de nuevo la empresa.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Con Francisco y Libros Kalish a mi lado

 

Para mi hermana María Carolina Liefeld con la cual no comparto su mirada troska de la vida pero respeto y me conmueve mucho más que otras miradas con las cuales me siento más afín y sin embargo ni respeto ni me conmueven porque jamás serían capaces de sostener sus palabras con el cuerpo como mi hermana.

 

El baño de la confitería Atenea.
Suenan los primeros acordes de la guitarra de Keith Richards tocando Little T&A loopeado al infinito.
Cheever y Carver clavados a una mesa discuten que el mundo a vivido equivocado y se dejan llevar por la ensoñación de cómo sería un perfec day. (1)
Ringo, el perro atorrante cartonero que posee el don de la palabra se dirige alegremente en sus cuatro patas a mear.
Sentado sobre la tapa del inodoro esta el muñeco de Borges de la confitería la Biela profugo de la justicia (2).
Ringo mira a su socio en el negocio de la basura under (3) y mueve la cola festejando la guachada que esta a punto de cometer.
Borges y Ringo vienen tiroteados desde hace unos días cartoneado por las calles de Buenos Aires sin dirigirse la palabra.
Ringo levanta una de sus patas traseras y lo mea a Borges.
Borges permanece sentado en el inodoro indiferente con sus ojos ciegos bien abiertos mirando fijamente un punto preciso del baño de la confitería Atenea donde surge ante su mambo de Fernet-Cola Fernando el Aleph en alta resolución HD.
Ringo espera que el mozo Queen le acerque una botellita de Fernando.
Toma un trago.
Hace gargaras.
Y con una voz de locutor que recuerda a Pancho Ibañez presentando El deporte y el hombre, a Víctor Hugo relatando los partidos del Mundial del 86, a Cacho Fontana en Radio Rivadavia, a Antonio Carrizo conduciendo La vida y el canto y a Hugo Guerrero Marthineitz presentando a los Beatles, se para frente al público y dice:
¡Leidys an shentelman, sean bienvenidos a una nueva función del show de El Muñequito Liefeld Puteador!
Los acordes loopeados de la guitarra de Keith Richards reciben la bateria de Charlie Watts y comienza a sonar Little T&A.
Borges que esta sentado sobre la tapa del inodoro sale volando hacia atrás despedido por una fuerza que brotra con violencia del pozo ciego del baño de la confiería Atenea.
Del inodoro brotan como flores silvestres en la primavera de la pampa humeda soretes y mas soretes.
Y entre todos los sorestes surge El Muñequito Liefeld Pueator.

 

Libros Kalish te invita a participar de una experiencia única con un concurso espectacular que desafía tus valores y te premia con un viaje a Roma para conocer al Papa.
¿Cómo participar de esta experiencia mística donde la locura argentina, la estupidez del mundo y las cenizas de Pier Paolo Pasolini y Karlheinz Deschner se mezclan, confunden, unen y dan forma y contenido a los designios secretos de Dios?
¡Es sencillo!
Solo tenes que seguir las consignas que te paso a detallar:
Desde un punto biológico, los varones son aquellos fetos que han realizado todo su potencial. Han acumulado un decisivo excedente de calor y de ardiente espiritu vital durante las primeras etapas de su coagulación en la matriz. La eyaculación caliente de varón así lo demuestra: “Pues es el semen, cuando posee vitalidad, lo que hace que nosotros los hombres seamos ardientes, firmes de miembros, corupulentos, dotados de buena voz, fogosos, fuertes para pensar y actuar”.
Las mujeres, por el contrario, son varones fallidos. El precioso calor vital no les llegó en suficiente cantidad cuando estaban en la matriz. Esta carencia de calor las hace más blandas, más líquidas, más viscosas y frías, así com más informes que los hombres. la periódica menstruación demuestra que sus cuerpos no son capaces de consumir los pesados excedentes que se coagulan en su interior. Pero estos son precisamente los excedentes que se necesitan para alimentar y contener la caliente semilla masculina, dando de este modo lugar a los hijos. Si esto no fuera así, los hombres podrían pensar que el Creador ha hecho a propósito la mitad de la especie imperfecta, y por así decirlo, mutilada.
Son cuerpos de los hombres y mujeres son universos ardientes, en cuyas venas, cerebro y corazón late el mismo calor y el mismo espíritu vital que brilla en las estrellas. Hacer el amor es poner en ebullición la propia sangre, mientras el ardoroso espíritu vital se precipita por la vena, transformando la sangre en la espuma blanquecina que es el semen. Es un proceso en el que todo el cuerpo – la cavidad craneana, la médula espial, los riñones y la región del bajo vientre – entra en juego, como en un coro. Las partes genitales son meros puntos de paso. Son los desagües de la cafetera a presión que es el cuerpo humano. Es el cuerpo entero, y no meramente los genitales, lo que hace posible el orgasmo y que vos puedas fotocopiar para perpetuar tu horrible vida sin sentido en la manufactura de tu descendencia.
Bien.
Este largo rodeo es para llegar al punto que nos convoca.
Busca la hoja en blanco que se incluye en cada una de las 15 entregas de la obra Con Francisco y Libros Kalish a mi lado que sale durante este mes de noviembre con la columna Confesiones de un librero de mierda.
Tu hijo, sobrino, nieto o algún ser querido de hasta 12 años (autorizado por su padre y madre) deberá hacer en ella un dibujo relacionado con el tema de cada entrega.
Tomá una foto del dibujo y subila a www.confranciscoylibroskalishamilado. (4)
A medida que subís los dibujos de las diferentes entregas vas creando tu propia galería.
Compartí tu galería y pedí a tus amigos que te voten.
¡Y ya esta, eso es todo!
Después solo tenes que armar la valija y esperar a ver si sos el ganador.
El contenido de los fascículos de Con Francisco y Libros Kalish a mi lado con los cuales los chicos haran sus dibujos relacionados con el tema de cada entrega es el siguiente:
1 Los derechos de los animales – Henry S. Salt
2 El manjar de los dioses. La búsqueda del árbol de la ciencia del bien y el mal. Una historia de las plantas, las drogas y la evolución humana – Terence McKenna
3 Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía – Werner Ross
4 La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
5 Sobre la responsabilidad. No matar – Oscar del Barco
6 El gran desierto – James Ellroy
7 Monstruos invisibles – Chuck Palahniuk
8 El poder del perro – Don Winslow
9 ¡Absalón, Absalón! – William Faulkner
10 Vivir afuera – Fogwill
11 Primo Levi o la tragedia de un optimista – Myriam Anissimov
12 Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay
13 Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
14 Los procesos de Juana de Arco – Georges Duby y Andrée Duby
15 Walden o La vida en los bosques – Henry D. Thoreau
Con este concurso, sin fines de lucro, apostamos una ves más a la construcción de un mundo mejor.
¡Pero hay más!
¡Mucho más!
Si no sos el afortunado elegido a viajar a Roma, tenes premio consuelo con yapa donde ganas o ganas.
¡Un viaje en el helicóptero a pilas Durecell comandado por Sergio Berni para reprimir un corte de ruta por reclamos sindicales en la Panamerina donde tendrás la oportunidad única de disparar con un rifle de aire comprimido contra mi hermana que milita en una agrupación troska coartando tu derecho a la libre circulación!
¡Un libro de Marcos Aguinis que nunca logre vender!
¡Una entrada en primera fila para asistir al programa de Jorge Lanata y después ir a comer con él y toda su producción a Pancho 46!
¡Y más, mucho más!
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El Muñequito Liefeld Puteador abre sus brazos y se abraza a sí mismo y en ese abrazo nos abraza a todos haciendo equilibrio sobre un sorete enorme que desconcierta y mete miedo.
Ringo aprieta el botón del inodoro.
Y se va, se hunde una vez más, El muñequito Liefeld Puteador, por los chinchulines de la realidad.
Y el publico lo ovaciona, lo festeja.
En un único y cerrado aplauso en el que el universo se reconstituye sin ideal ni esperanza.

 

Notas
(1) Pocas veces se puede convocar tanto en tan solo una oración donde se hilvana a la narrativa americana – Cheever y Carver –  con la nacional – Fontanarrosa – y se reune para dar en un baño de Balvanera con una melodía de Lou Reed de fondo.
(2)  El origen de esta historia  se narra en Borges y Bioy (o las desdichas de dos perros sarnosos) publicada en  Confesiones de un librero de mierda
(3) ¿Hay algo más under que un perro que maneja la lengua de Cervantes y un muñeco de Borges profugo de la justicia y cartonero?
(4) Este diálogo se produjo horas después de haber subido la columna en Facebook:
Francisco Giarcovich no pude ver el enlace
Juan Pablo Liefeld Francisco Giarcovich el enlace consta de un sistema de seguridad especial que tiene como objetivo detectar a los judios que quieran infiltrarse en la pagina y los rechaza, la primera vez como fue en tu caso de forma amable, si volves intentarlo francis, en fin… mejor no lo intentes
Francisco Giarcovich jeje la historia de mi vida
Juan Pablo Liefeld busca el lado positivo del asunto: mi abuelo te hubiera mandado a trabajar a una fabrica y cuando fueras solo piel y huesos te mandaba a un hornito Siemens donde te gaseaba con una fragancia testeada por Bayer y con olor a frutos del bosque. En cambio yo, Francisco Giarcovich, como te quiero a pesar de que seas judio, se que no sos malo por elección sino por naturaleza, y solo te discrimino.
Francisco Giarcovich Bueno, gracias! cómo hubiera cambiado la historia si todos en Auswitch hubieran sido como vos! Igual no te vanaglories de tus raíces nazis que a los sudacas nos tienen asco. Yo creo que tu abuelo no te reconocería. O que diría: «si hubieras estado allá, hubieras estado del lado de adentro Juan Pablo Liefeld, hubieras sido solo otro jabón innomonado y de PH neutro
Juan Pablo Liefeld En ese caso hubiera aportado, como todo buen aleman, soy aleman francis, gracias al abuelo que nunca se nacionaliso argentino, pero en el caso hipotetico que hubiera desidido hacer un jaboncito conmigo, como no podia ser de otra forma, hubiera sido un jaboncito de calidad que mantiene tu piel linda e hidratada. Contiendo PH neutro y ¼ de crema humectante combinado con los más delicados agentes de limpieza que a diferencia de los jabones normales, protegen y nutren tu piel. Todo el cuidado que tu piel necesita en una barra de belleza.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

 Señor, no, señorita
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges

 

 Para Hernán Sassi

 

…lo ubicuo que resulta el uso de la palabra «sexy» para describir los apara tos de última generación; y que hace un siglo, las virguerías que podemos hacer ahora con dichos aparatos —como inducirlos a la acción pronunciando invocaciones, o eso de separar los dedos sobre los iPhones para que las imágenes se agranden— habrían parecido conjuros de un mago, juegos de manos de un mago; y que cuando queremos describir una relación erótica que va muy bien, recurrimos, de hecho, a la palabra «magia». Si me lo permitís, lanzaré a la palestra la idea de que, según la lógica del tecnoconsumismo, por la cual los mercados descubren y responden a lo que los consumidores más desean, nuestra tecnología se ha vuelto especialmente diestra en crear productos que se correspondan con nuestra fantasía de relación erótica ideal. En dicha fantasía, el objeto amado no pide nada y lo da todo al instante, haciéndonos sentir todopoderosos, y tampoco monta escenas espantosas cuando se ve sustituido por otro objeto aún más sexy y queda relegado a un cajón. Es la idea de que (hablando en términos más generales) el objetivo último de la tecnología, el télos de la téchne, es sustituir un mundo natural indiferente a nuestros deseos —un mundo de huracanes y adversidades y corazones rompibles; un mundo de resistencia— por otro tan receptivo a nuestros deseos que llega a ser, de hecho, una simple prolongación del yo. Si me lo permitís, afirmaré por último que el amor verdadero altera el mundo del tecnoconsumismo, y a éste no le queda más remedio que alterar, a su vez, el amor.
Su primera línea de defensa consiste en mercantilizar a su enemigo.
El dolor no los matara, Jonathan Franzen

 

A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
 Señor, no, señorita
Cierto día, el que aquí nos convoca, de una remota tarde de finales de octubre de 2014, ya perdida en el tiempo, cuyos restos estas palabras intentan volver a armar con los pedacitos suelto y confusos que quedaron el Monje Zen Rebentado se tomo el subte para ir a buscar un regalo.
En el subte una vieja chota le decia a un joven pelotudo que su marido fumaba y chupaba y que ella le decía que eso hace mal pero él no hacía caso, y concluyo, reflexionando como sólo puede reflexionar una vieja chota: y esas cosas se pagan, dijo, mira que yo le decia, pero él no hacia caso y esas cosas se pagan, y cuando dijo “pagan” el Monje Zen percivio un sutil quiebre de su voz.
Y entonces la miro.
Recordo, que su abuela y su tía, en su momento, habían operado como la C.I.A. cuando quiere emputecer un país para hacerlo concha, con su abuelo paterno consiguiendo que dejara el pucho y la botella.
Y reflexionó.
¡Menos mal que se pagan porque de lo contraria ese pobre Cristo tendria que estar viajando ahora en el subte con vos y aguantando la boludeces que brotan de tu boca con la misma facilidad con la que Miles Davis hacia brotar melodías de una trompeta!
Cuando llego a la casa de su amigo toco el timbre de su departamento y cuando escucho su vos le pidio que le bajara el su regalo, que no podía quedarse a tomar unos mates y charlar como habian quedado porque tenía que seguir viaje por la senda de la nada en busca del mango que persigue toda puta para llenar la holla del puchero.
La mujer de su amigo – que también era su amiga – bajo en el acensor con su hija mayor y el regalo.
La mujer de su amigo insistio que se quedara un momento pero se excuso explicando que las obligaciones de su humilde prostibulo lo obligaban a seguir camino con cierta urgencia.
Mientras caminaba por la calle miro su regalo.
Entonces una chica jovencita que estaba esperando en el portal de un edificio a que le bajaran a abrir la puerta al verlo pasar largarndo humo por su boca como una chimenea de Auschwitz le pregunto “señor, ¿me convidaría un cigarrillo?”.
El Monje Zen Rebentado intento asimilar la piña de Carlitos Monzón que lo sento de culo en el piso boqueando, sin aliento, casi nocaut: “señor, no, mocosa, señorita y a mucha honra”.
Como pudo llegó a su casa lleno de moretones producto de la paliza de esta adolescente que si seguía fumando las pagaría, porque como sabemos todas las viejas chotas que nos gusta hacer concha la vida del projimo, esa clase de cosas se pagan.
¿Señor?
Pendeja hija de puta, seguí fumando, que vas a explotar como un sapo.
El Monje Zen Rebentado agarro el timon de su barco pirata y salio a navegar.
Entonces recordó el regalo de su amigo que había dejado sobre una silla y fue por él.
El regalo era un libro, que su amigo y él, largamente esperaron que´su autor lo terminara para que se publicara y ellos poder deleitarse con su lectura.
Qué libro era, no te importa, eso forma parte del ambito privado de una amistad. Así como qué marca de papel higiénico uso para limpiarme el culo no te importa porque eso forma parte del ambito de la intimidad de un culo con su dueño.
Con los libros pasa lo mismo que con una puta cara, ninguna es imposible, inalcanzable, si uno sabe esperar y consigue el dinero suficiente para pagarse ese goce.
Bien.
En la primera página del libro habia una dedicatoria en la cual su amigo le formulaba la siguiente pregunta:
¿Estaremos a la altura
de escribir algun día
tres páginas como las 175-6-7?
El Monje Zen Rebentado reflexionó.
Cuando supo qué responder a la pregunta de su amigo en la dedicatoria del regalo que no podía dejar de manosear como si fuera el culo de una Porno Star, le escribio un mail:
estamos a la altura
de escribir
algo mucho
muchisimo mejor
que esas paginas que mencionas
y que son
lo que nosotros mismos
tenemos
para contar
para escribir

 

estamos a la altura
de escribir
algo infinitamente
mejor
que esas paginas
y que son
las paginas
que para bien o para mal
afortunadas en el amor y desafortunadas en el dinero
o viseversa
escribiremos
y seran las mejroes
si son verdaderamente nuestras
abrazo
el monje zen rebentado
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La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación 1909-1989 – Ricardo Sidicaro

Beatriz Sarlo David Viñas Jorge Luis Borges Libros Kalish diario La Nación Ricardo Sidicaro

Estado: usado.

Editorial: Sudamericana.

Precio: $350.

El diario La Nación optó en 1909 por tomar distancia de las luchas partidarias y decidió asumir el papel de orientador intelectual de la clase dirigente argentina. Desde entonces y hasta nuestros días, ningún acontecimiento político importante dejó de ser materia de reflexión en sus editoriales. Redactados con notoria vocación pedagógica, en ellos se combinan la perspectiva ética con el realismo político. Seguir la transformación de las ideas del matutino fundado por Bartolomé Mitre supone introducirse desde su óptica en el accidentado desarrollo político en nuestro país. Según observadores destacados hubo momentos en que la opinión del diario fue decisiva en la orientación de los sucesos políticos; en otros, su influencia quizás fue menor, pero en todos los casos su punto de vista fue difícil de ignorar.
El análisis sociológico del pensamiento político de La Nación realizado en esta obra constituye un aporte original para la mejor comprensión de la historia argentina de las últimas ocho décadas. Las esperanzas, las crisis, las certezas, los desconciertos, las furias y las pasiones que a su turno poblaron el imaginario social se reflejan, en el estilo que le es propio, en las ideas del diario. La evolución de la sociedad y sus conflictos, los cambios del Estado y del régimen político, la ingobernabilidad prolongada, el militarismo y la democracia, la Argentina que fue y la que no fue dejaron sus trazas en el corpus constituido por aproximadamente 80.000 editoriales, sóbrelos que trabajó Ricardo Sidicaro. De este libro surge una visión en muchos aspectos distinta de la conocida sobre el período, una aproximación nueva a la dinámica del campo político, basada en el empleo de una fuente vivencia! y cotidiana que nos ofrece claves renovadas para pensar La Nación y el país.
***
Este libro lo deberia haber escrito David Viñas. El lo leia con lapiz y escuadra. Todos los días. Nadie lo tomo tan en serio. Nadie lo leyo con tanta pasión. Que no haya escrito la vida y obra del diario La Nación es algo que siempre faltara. Y lamentaremos.
Libros Kalish
***
Ese polemista incansable
Beatriz Sarlo
 difícil borrar los recuerdos personales de esta despedida a David Viñas. Cuando regresó del exilio en 1983, aterrizó en Ezeiza sin un peso. Vivió unas semanas en la oficina de la revista Punto de Vista . A pulso, por escalera, subió ocho pisos la cama que alguien le había prestado, mientras gritaba: «¡Hermanita, allá vamos, como Cristo!». Tenía entonces más de cincuenta años (había nacido en 1927) y llegaba como un joven, sin nada, todo por delante.
Aunque, en realidad, detrás de sí había muchos libros, y uno fundamental para pensar la cultura en este país: Literatura argentina y realidad política , de 1964. Ese libro comienza en la revistaContorno , que fundó con su hermano Ismael en noviembre de 1953. La edición facsimilar, publicada por la Biblioteca Nacional en 2007, permite ver que esa revista fue un banco de pruebas del pensamiento político, de la crítica literaria y de la historia cultural de la generación de Viñas: en la primera página del primer número hay un artículo de Juan José Sebreli; escribieron en ContornoNoé Jitrik, León Rozitchner, Tulio Halperin Donghi, Ramón Alcalde, Carlos Correas y siempre, con su nombre o con diversos seudónimos, los dos hermanos Viñas. Contorno quiso ser una respuesta a Sur y lo fue para los que vinimos después, no porque atacara a Sur, sino porque leía otra literatura argentina, de otro modo.
El número 4 de Contorno , de diciembre de 1954, está dedicado a Martínez Estrada. David Viñas lo llama un «heterodoxo argentino». Definiendo a Martínez Estrada, Viñas se definía a sí mismo anticipadamente. Siempre fue un escritor nacional; siempre fue un heterodoxo. Hoy ya es posible decir que Viñas y Martínez Estrada son los dos grandes ensayistas ideólogos del siglo XX.
Literatura argentina y realidad política fue el libro de quienes comenzábamos a leer en los años 60. Inauguró temas: nadie que lo haya leído olvidará «La mirada a Europa: del viaje colonial al viaje estético» ni el ensayo sobre intelectuales y escritores profesionales en 1900. «Los dos ojos del romanticismo» sigue siendo uno de los grandes textos de la crítica y mucho más: una hipótesis sobre literatura e historia, ese par conceptual que nunca dejó de obsesionar a Viñas; una hipótesis sobre la mirada intelectual y la mirada estética, esas perspectivas que también lo obsesionaron siempre. Literatura argentina y realidad política fue una revelación. Durante décadas, esa revelación se repitió en las clases de Viñas, en Rosario, en Buenos Aires, en Dinamarca, en Estados Unidos. Un estudiante de medicina que lo había escuchado en Los Angeles me contó el efecto convulsionante de una conferencia suya: se entraba de un modo y se salía cambiado: abandonó la medicina para dedicarse a la literatura. No tengo dudas de ese poder iniciático y transformador porque muchos comprobamos su potencia. Traerlo a Viñas a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en los años 60 fue un programa de máxima que no se alcanzó nunca. Llegó a esa facultad con la democracia, en 1984.
Pero antes se podía escuchar a Viñas en los bares o en las reuniones de grupos políticos. Fugazmente, militamos en el mismo partido, para el que Viñas dirigió una revista cuyo título, por cierto, había sido idea suya: La Comuna . Viñas discutía como si invariablemente el desenlace fuera definitivo y en él se jugara todo. Tenía una visión totalizante de lo que una discusión ponía en juego. Violento y arrollador, era, al mismo tiempo, democrático: discutía con quien tenía adelante, escuchaba a quien se sentara a su mesa, no establecía jerarquías de interlocutores. Flamígero y horizontal, valga el oxímoron.
Fue durante toda su vida un hombre de izquierda. Su origen familiar era radical (léase esa sólida novela Los dueños de la tierra , donde hay pistas familiares) y ese origen le trasmitió saberes nacionales, lo hizo baquiano de las tradiciones, las herencias y los linajes desde el siglo XIX. Odiaba como si los personajes del pasado continuaran su vida en el presente. Nunca dejó de criticar a Lugones, como si fuera un contemporáneo. Su gran libro Indios, ejércitos y fronteras(1982) fue al mismo tiempo una quebrada alegoría de los crímenes estatales del siglo XX y una denuncia de los del siglo XIX. Era partidario, siempre. Pero Tulio Halperin Donghi lo citaba con respeto. Hizo del partidismo el impulso vital de sus investigaciones: no fue el obstáculo que temen los débiles, sino la fuerza que permite ver más a los inteligentes.
Nunca pudo leer a Borges. En 1981 nos dijo a Carlos Altamirano y a mí en un reportaje que fue el primero que se publicó en la Argentina posterior al golpe: «A mí, Borges no me interesaba». Un insulto al sentido común literario, que Viñas pronunció impertérrito. Borges no le interesaba y tampoco le interesaba una parte importante (fundamental) de la literatura argentina del siglo XX. En cambio, entendió a Roberto Arlt y a Sarmiento. Este es uno de los enigmas que Viñas deja abiertos. Habrá que responderlo, porque no es justo ni perspicaz decir superficialmente: allí estaban sus límites. Más bien habría que admitir que Viñas tenía una mirada penetrante y estrábica. No hay que coincidir con Viñas para reconocer que ese «Borges no me interesaba» encierra una cuestión que tiene pliegues más atractivos que la adhesión ciega a un parnaso literario. En las palabras de Viñas no hay simplemente ceguera sino una discusión estética profunda. No es necesario coincidir para entenderlas.
Su literatura era sencillamente no borgeana. La gran novela (cada uno marcará la que considera su gran novela) fue Cuerpo a cuerpo , publicada en México en 1979. Allí colocó a un general del ejército, una guerrillera, un periodista. Pero es mucho más que un relato sobre un militar y la violencia. Viñas escribió esa novela experimental casi a los cincuenta años, como si se tratara de un proyecto de juventud enloquecida. Basta hojearla para descubrir un texto extremo, fuera del mercado, fuera del horizonte de los lectores: pura literatura, cuando la literatura es pura precisamente por no serlo, por tragarse todo: ideología, política, sexualidad, perversión, violencia. Pura literatura que busca contaminarse con todo. Fue hombre de teatro, guionista de cine. Se ganó la vida con la escritura, aunque no hablaba de profesionalismo jamás.
Las novelas de Viñas tienen el sentido de lo material. Maestro del detalle, capta los ademanes y los tics, persigue los cuerpos en sus convulsiones y recovecos. No es un escritor típicamente realista porque siempre desborda, siempre escribe más de la medida. Careció, en verdad, de medida. Con los años, sus novelas se hicieron más desmesuradas; se sujetaron menos a cualquier regulación; amplificaron los parlamentos de sus personajes o redujeron los diálogos a tres o cuatro palabras. Viñas era un realista que abandonó las técnicas del realismo. En sus comienzos, había leído a Dos Passos, a Hemingway, a Sartre y a Faulkner. Después vino un desmadre, un exceso, algo que fue su marca de escritura; pero conservó siempre, inalterable, el deseo de verdad histórica, esa tensión que no es representativa ni meramente estética sino ideológica.
Su muerte abre el capítulo «Viñas de la cultura argentina». Ignoro cuántos años pasarán antes de que ese capítulo se escriba. Como con Martínez Estrada o con Murena, puede haber momentos de oscuridad y grandes relecturas. Quienes lo conocimos, sabemos que la síntesis, tratándose de David Viñas, nunca fue sencilla. Producía admiración e inquietud; a veces, miedo; era posible pelearse con él y pensar que esa había sido la última vez. En un mundo de encontronazos mezquinos, las peleas de David Viñas siempre fueron generosas: discutía sólo por ideas. Desaforado, sus reacciones tuvieron siempre la nobleza de quien no calcula las consecuencias. Peleaba sin beneficio de inventario. Nunca administró su fuerza. En eso se pareció a Sartre. Un Sartre arrastrado por flujos de gasto personal infinito. También los une la idea de intelectual comprometido, esa fórmula que ya no se usa, que él mismo había dejado de usar, pero que lo definía bien porque algunos hombres (pocos) siguen pareciéndose a lo que quisieron ser en su juventud.
La última vez ha llegado ahora. Hace poco más de un año, lo encontré en un bar de la calle Corrientes y Rodríguez Peña. Nos habíamos alejado, y ambos nos abrazamos pensando (yo, por lo menos, lo pensé) que posiblemente la mayoría de las cosas presentes seguían separándonos, pero que valía la pena abrazarse porque nunca se sabe. Hoy ya se sabe. Quizás esta misma nota lo habría enojado a Viñas: «Hermanita, ¿en el diario de los Mitre?». Así llamaba invariablemente a este diario. La pregunta forma parte de lo mucho que nos separaba. Sin embargo, soy su alumna, de la manera infiel en que se puede serlo, de la única manera en que David lo habría admitido.
Otros libros relacionados disponibles en LibrosKalish:
The Paper. The Life and Death of the New York Herald Tribune – Richard Kluger (versión original en inglés)
La realidad satírica. 12 hipótesis sobre Página 12 – Horacio González
Lo mejor de Rolling Stone – Hunter S. Thompson, Tom Wolfe, Ken Kesey, Brian Jones, William S. Burroughs, Greil Marcus, The Rolling Stones, Patti Smith, y otros
El tábano. Vida, pasión y muerte de Natalio Botana, el creador de Crítica – Álvaro Abós
Una historia personal. Mujer, periodista, empresaria, editora de “The Washington Post” – Katharine Graham
El periodismo canalla y otros artículos – Tom Wolfe
Manual Chiche. Llegó la hora de explicarlo todo – Samuel Chiche Gelblung
La gran caza del tiburón – Hunter S. Thompson
Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992 – Christopher Silvester (ed.)
La Antorcha. Selección de artículos de Die Fackel – Karl Kraus
El pueblo del abismo – Jack London
Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920 – Sylvia Saítta

 

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A la caza de la mujer – James Ellroy

Jorge Luis Borges David Bowie  James Ellroy libros kalish A la caza de la mujer –

vendido

Estado: nuevo (tapa dura)

Editorial: Mondadori.

Precio: $000.

En 1959 James Ellroy tenía diez años. Un día, después de hacerle un regalo, su madre, Jean Hilliker, que acababade divorciarse de su marido, le dio a elegir entre vivir con ella o con su padre. James eligió a su padre sin dudarlo y Jean zanjó el asunto con una bofetada. Desde el suelo, James deseó que se muriera y tres meses después fue asesinada. En torno a este hecho, James Ellroy reconstruye su infancia desestructurada, los delitos de su época adolescente y la temporada que pasó en la cárcel, su vida como escritor, su avidez sexual, sus matrimonios fallidos y la crisis nerviosa que tuvo cuando conoció a una mujer extraordinaria que podría haber sido Ella. Superponiendo épocas y lugares, momentos cargados de emoción e instantes llenos de clarividencia, Ellroy narra la historia de su vida con el pulso narrativo de sus mejores novelas.
«El último libro de James Ellroy es también el más íntimo y personal. Es convincente e implacable en sus revelaciones. Sus frases hacen que te sientas agradecido de leer su prosa, cargada de esa furia, pasión y energía maravillosas.» San Francisco Chronicle
James Ellroy nació en Los Ángeles en 1948. Cuando sus padres se divorciaron en 1954, se mudó con su madre a El Monte, una zona deprimida de Los Ángeles. Poco después su madre sería asesinada en ese mismo lugar. Entre sus obras más conocidas se encuentran La Dalia Negra y L.A. Confidential, que fueron llevadas al cine y se convirtieron en grandes éxitos de ventas y crítica. América fue considerada la mejor novela de 1995 por la revista Time. Al año siguiente, sus memorias Mis rincones oscuros se convirtieron en el mejor libro del año según Time y uno de los mejores libros del año según The New York Times. En 2001, otra de sus novelas, Seis de los grandes, volvió a ser elegida el mejor libro del año, esta vez por Los Angeles Times, y uno de los mejores libros del año por The New York Times.

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El libro de Dios. Una respuesta a La Biblia – Gabriel Josipovici

Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco El libro de Dios. Una respuesta a La Biblia – Gabriel JosipoviciLibros Kalish Luis Pompa

Estado: impecable.

Editorial: Herder.

Traducción: Juan Andrés Iglesias.

Precio: $300.

Un estudio sobre la Biblia, realizado no por un biblista propiamente dicho, sino por un crítico literario – y literato a su vez –, que intenta ofrecer al lector moderno todos aquellos aspectos del “libro de Dios” que puedan hacerlo sugestiva y atrayente su lectura.
Este enfoque literario – que prescinde, sin negarla, de la prespectiva estrictamente histórico-crítica – no olvida en ningún momento que la Biblia e considerada por muchos como “palabra de Dios” y, por otros, “libro sagrado” o, por lo menos, sumamente “autorizado”. Partiendo del carácter singular y único de la Biblia, el autor analiza con finura y perspicacia algunos de los puntos más sobresalientes de los libros santos que muestran su alto valor literario y estético. Y lo que más lo preocupa es suscitar en el lector “una respuesta a la Biblia” – tal como reza el subtitulo de la obra – inteligente y cordial.
Josipovici, Gabriel. Inglaterra, 1940. Fue profesor del Centro de Investigación de Posgrado en Humanidades de la Universidad de Sussex. Especialista en la transición de la Edad Media al Renacimiento y en la perspectiva literaria de la Biblia, es autor de El libro de Dios y Touch. En la actualidad vive retirado, aunque colabora con frecuencia en elTimes New Literary Supplement.
Otros libros relacionados disponibles en LibrosKalish:
El proceso a Jesús – Paul Winter
Jesuitas. Tomo 1: Los conquistadores; Tomo 2 Los continuadores – Jean Lacouture
Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede
Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos – Piergiorgio Odifreddi
El evangelio de María Magdalena. Jesús y la primera apóstol – Karen King
Simón Pedro, Pablo de Tarso y María Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman
El diablo. Su presencia en la mitología, la cultura y la religión – Gerald Messadié
El catolicismo de Lutero a Volteire – Jean Delumeau
Jesús. La historia de un viviente – Edward Schillebeeckx
Jesús y la historia – Charles Perrot
El Jesús histórico. La vida de un campesino judío del mediterráneo – John Dominic Crossan
Poderosas palabras. La Biblia y nuestras metáforas – Northrop Frye
El genio del paganismo – Marc Augé
El incendio milenarista – Yves Delhoysie y Georges Lapierre
Caballeros y milagros. Violencia y sacralidad en la sociedad feudal – Dominique Barthélemy
Historia criminal del cristianismo – Karlheinz Deschner
La transmigración de Timothy Archer – Philip K. Dick

 

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La noche quedó atrás – Jan Valtin

Adolf Hitler Jorge Luis Borges Libros Kalish La noche quedó atrás – Jan Valtin

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $000.

Publicada por primera vez en el turbulento 1941, La noche quedó atrás se convirtió inmediatamente en un éxito que vendió más de un millón de ejemplares sólo en Estados Unidos. Las memorias de Richard Krebs, escritas bajo el pseudónimo de Jan Valtin, son la apasionante crónica de una época, la historia de un hombre profundamente implicado en los sucesos que marcaron las décadas de 1920 y 1930.
Jan Valtin desnuda en estas páginas una vida llena de idealismo, peligro y desengaño, una vida marcada por un gran amor. Revolucionario y espía, Valtin formó parte del Partido Comunista, donde fue ascendiendo posiciones, hasta que fue detenido por la Gestapo y se convirtió en agente doble. Temido y perseguido tanto por Hitler como por Stalin, el testimonio de Valtin proporciona un retrato impresionante de los dos bandos que determinaron el destino del siglo XX.
Este relato de aventuras se lee como una novela llena de suspense, y constituye el mejor retrato del fanatismo político jamás escrito. Alabada por autores de la talla de Mario Vargas Llosa, Jack Kerouac o Hannah Arendt, esta joya ha despertado la admiración de varias generaciones de lectores: “El mejor libro que he leído sobre el siglo XX”, F. D. Roosevelt; “Un libro apasionante, autentico y sin concesiones”, H. G. Wells; “Conmovedor e imposible de dejar de leer. Nunca lo olvidarás”, Alan Furst.
Jan Valtin, pseudónimo de Richard Krebs (1904-1951), fue agente del Partido Comunista alemán durante el periodo de entreguerras. Emigró a Estados Unidos, donde realizó diversos trabajos hasta alistarse en el Ejército americano durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1941 publicó “La noche quedó atrás”, que vendió más de un millón de ejemplares en Estados Unidos y se publicó en medio mundo, convirtiéndose en España en un best seller después de su publicación en 1969. Finalizada la guerra, fue investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas, pero fue absuelto. Obtuvo la ciudadanía estadounidense en 1948.

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Pornografía y modernidad.
De Charles Baudelaire y Honoré de Balzac a Nicolás Casullo y James Ellroy (1)
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges

 

Hay muchas razones: la primera es mi necesidad de desobedecer a Buda. Buda predica la renuncia del mundo (por decirlo a la manera occidental) y el rechazo de todo compromiso (por continuar con el gris lenguaje occidental): dos cosas que se encuentran en mi naturaleza. Pero ocurre que en mí hay una necesidad irresistible de contradecir esta naturaleza mía.
El caos. Contra el terror, Pier Paolo Pasolini

 

A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
Pornografía y modernidad. De Charles Baudeleare, Honoré de Balzac a Nicolás Casullo y James Ellroy
No es fácil llevar adelante un puterio de categoría cuando se vive al día o tener que cargárselo sobre las espaldas y remarla cuando el sol se vuelve un fantasma y la noche una boca de lobo.
El Monje Zen Rebentado lo sabía.
El precio, muchas veces, que se pagaba por sostener semejante aventura era en libras de carne y al cantado y en esos casos jamas te fiaban.
Su cuerpo  y la sombra que proyectava su recorrido por la senda de la nada podían dar fe de esto.
Muchas veces amigos bien intenciondos y que lo querían solían darle consejos de cómo optimizar la empresa desconociendo los secretos del negocio de un prostibulo.
El Monje Zen se enojaba por escuchar a sus amigos hablar boludeces. Y sus amigos se enojaban con él por querer ayudarlo y verlo reaccionar como trastornado.
Es que el puterío del Monje Zen Rebentado era muy particular. No subía fotos de los libros que prostituía sino fotos que él mismo sacaba de personas durmiendo en la calle y de mujeres con pepino en el culo o travestis taladrando a un chabon con su tararira mientras sus tetas se bambolean locamente. A sus clientes en general los indigentes que duermen en los portales de una hogar no les molestaba en lo más minimo, las chicas con o sin pepino pero bien lubricadas a punto de acabar les molestaba un poquito a algunos pocos, pero las pijas ya sean grandes o chicquitas, erectas o muertas molestaban a una gran porción de los que se topaban buscando un libro un chipote chillon que les escupia en los ojos.
Para el Monje Zen Rebentado esto era curioso y no lograba una respuesta certera, a pesar que no dejaba de meditar el tema, que una cachufleta humeda y abierta no genera rechazo y un chipote chillon erecto y a punto de llorar fuera una escena terriblemente violenta para la gente.
Demás esta decir que esta reflexion se enmarcaba dentro de una pregunta que sostenía toda esta galería de imágenes.
¿Dónde se encuentra la pornografía: en el hombre que duerme en la puerta de tu casa cuyo techo es la intemperie y su colchon un carton corrugado o en una chica que esta gozando de su cuerpo?
El Monje Zen Rebentado, casi siempre debia escuchar con enorme tristeza la misma respuesta: en la mujer  o el hombre que estan haciendo uso de sus placeres.
Esta respuesta, que le confirmaba que sus conciudadanos eran monstruos deprabados lo obligaba a insistir en su estetica, en su pregunta y continuar poblando sus avisos de indigentes superpuestos a cuchufletas y chipotes chillones.
Sabía que su empresa estética era incomprendida, por clientes y conocidos, que podía atentar contra su propia subsistencia diaria dejandolo en la indigencia como a las personas a las cuales fotografiaba durmiendo en la puerta de tu casa, sí puto lector, de tu casa.
Pero tambien sabía que una empresa noble y justa no busca recompensas del Emperador ni aplausos del populacho embrutecido. Simplemente lo hace porque ese es su camino, su deber, su arte, su ética.
Y estaba convencido que si sus maestros Ernst Jünger o Pier Paolo Pasolini estubieran vivos lo visitarian para tomar unos mates o irse de carabana de wiskhy y cocaína y en el trascurso de esa visita llegado el momento le dirían:
El discipulo ahora puede hablar de igual a igual con su maestro porque a dejado de serlo para ser el mismo, es decir, concluirian,  la joven grulla ahora es un tigre que puede pelear como un guerrero y meditar con la sabiduria de un maestro.
Man, escuchame.
Lo que más lo sacaba y lo ponía loco como una cabra al Monje Zen Rebentado eran los consejos de los amigos que le recomendaban no mezclar el trabajo con su arte.
En otras palabras lo que le recomendaban era lo que los indios les recomendaron a Fierro y Cruz en las tolderías cuando se rajaron a Fuerte Apache para que no los encontrara la Ley:
Donde se caga no se come.
Tambien le criticaban, obviamente sin saber una mierda de nada, que solo trabajara con un book exclusivo de escort independientes de lujo en lugar de comercializar putas baratas.
¡Mamadera, mamadera!
¡Man!
¡Amiguito!
Cuando escuchaba esta clase de planteos al Monje Zen Rebentado le agarraba la chiripiorca.
A ver, amigos, el secreto de cualquier buen puterío, de cualquier puterio que se dedica a vender libros, es comprar carne siempre, todo el tiempo. Ese es el único secreto. Y después saber que comprar. Y para eso básicamente se necesita sencillamente plata, no consejos bien intencionados.
Pero lo que probocaba sus chiripiorcas que lo dejaban todo torcido como después de un ataque de ACV era que gente que lo quería le pidiera que copartimentara su vida en publica y privada.
Medito este malestar que lo angustiaba.
Recordo las novelas de James Ellroy en las que éste remixa las tragedias historicas de William shakeaspeare y las transforma en rockanrroles al palo de los 60. En esas obras de Ellroy sus personajes todo el tiempo estan compartimentando sus vidas: en este compartimento coloco mi relación con la mujer que amo, en este otro compartimento trabajo con el FBI, en este otro ayudo a lo fomentar los derechos de los negros y en este compartimento le vuelo la cabeza a J. F. K.
Entonces.
Ahí.
Justo ahí.
Man.
Amiguito.
¡Mamadera, mamadera!
Las meditaciones le trajeron un viejo recuerdo de su pasado como alumno.
Recordo a Nicolás Casullo en un aula de Ramos Mejía – que era igual a profesor Chapatin de su infancia e incluso tenía su mismo tono de voz – explicandole qué era un buen burgues del siglo XIX.
Un buen burgues del siglo XIX era una persona que tenía una mina de carbon donde explotaba en condiciones infrahumanas propias de un campo de concentración nazi o una carcel argentina a niños y hombres y mujeres de todas las edades y que en el comedor de su casa tenía un cuadro de Velazquez – ¡no el que pinto Michael Foucault, ese para entonces estaba en un museo! –  o de cualquier otro mostro de la pintura universal y el sabado a la noche se sentaba con un puro y un buen licor a apreciar la belleza del mundo y conmoverse hasta las lagrimas.
Eso le enseño Nicolás Casullo al Monje Zen Rebentado en un aula de Ramos en el barrio de Parque Centenario en un vieja fábrica textil qué era ser un buen burgues.
Y también le enseñó que los intelectuales y artistas del siglo XIX que intetaron poner en tela de juicio de forma frontal esta forma de vida vipolar de los héroes de Balzac como de Ellroy (2) pagaron con sus huesos apilados en presidios, con su carne picada en patíbulos y con el exilio o la mas rotunda y brutal indiferencia.
Y frente a esta realidad, le ensaño Nicolás Casullo al Monje Zen Reventado, en un aula que no mucho después a poco menos de cincuenta metros pasaria noches enteras cocinando pan toda la noche en una cooperativa de la cual Fogwill (3) quizo sacarlo consiguiendole trabajo en un diario como periodista y lo rechazo siguiendo las palabras del vienes Karl Kraus (4) que le ensaño que así como todo hombre puede hacerse periodista sin embargo no toda mujer puede hacerse puta, en fin, , man, amiguito, Nicolas Casullo – que junto con Tomás Abraham y Horacio Gónzalez fueron los maestros que le ensañaron como abrir las pesadas puertas del del pensamiento filosofico e intelectual – le conto a él y el resto del aula las recomendaciones que daba Charles Baudelaire cuando la soledad y la angustia asolan, azontan y le mean la cabeza a un artista o intelectual que deviene francotirador en el techo de un edificio cagando a corchazos a putos chanchos burgueses:
Baudeleare siempre recomendaba a un artista o intelectual independiente que estuviera a punto de tirar la toalla exausto por los golpes ir a la compu, entrar en Internet y buscar una buena página porno. En ella elegir alguna de las categorias que ofrecia la pagina (5)  y hacerce una buena paja para relajarse y más tranquilo volver a la pelea y a seguir bajando munequitos a los corchazos.
NOTAS
(1) Definitivamente, Borges, con el titulo de este cuento me hace dudar de todo. Quiero decir, de su rigurosidad para trabajar. ¿Cómo puede ser que Chuang Tzu que vivió muchisimos años antes que Casullo, Ellroy o Ricky Espinosa conociera sus obras o manejara categorias como pornografía y modernidad en la Antigua China?
(2) No hay nada mas punk rock, en la mejor tradición de este género, como escribe Greil Marcus en Rastros de Carmín. Una historia secreta del siglo XX,: “que el  disco Nunca nos fuimos  de la banda argentina Flema, que extrae toda su poderosa fuerza de pibe chorro del Conurbano BOnaerense de las obras de Balzac y Ellroy. Puestas en serie las obras de Balzac, Ellroy y Flema forman una melodía rabiosa y coherente.”
(3)  Columnas anteriores de las Confesiones donde  se habla sobre Fogwill:
Meridiano de sangre.
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/23/confesiones-de-un-librero-de-mierda-66/ 
Correspondencia Fogwill – Elsa Kalish.
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/08/confesiones-de-un-librero-de-mierda-59/
(4) En una columna anterior de las Confesiones se publicó un largo ensayo  sobre Karl Kraus escrito por Jonathan Franzen.
 Lo que falla en el mundo moderno – Jonathan Franzen. Traducción Guadalupe Marando.
https://libroskalish.wordpress.com/2014/10/25/confesiones-de-un-librero-de-mierda-67/ 
(5) Las categorías que ofrece una página porno ya son un topico, como solía decir David Viñas, donde uno puede elegir: Maduras calentonas, , Madres incestuosas, Profesoras putas, Secretarias reputas, Tetonas, Terribles culos, Pendejas calientes, Tríos, Orgías, Sexo Anal, Doble Penetración, Amateur, Porno Stars, Entrenando duro en el gimnasio, La Profe de yoga me la pone dura, Mi masajista me la chupa como los dioses, Señor Policia deme duro con su cahiporra, En la ducha con la tía, En el Auto de papá nos iremos a pasear, etcétera.
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Fábula del joven editor de madera de pino (1)
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges
Para Boris Spivacow y Enrique Pezzoni
A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
Fábula del joven editor de madera de pino
Una noche, el Monje Zen Rebentado, luego de cerrar su prostíbulo, salió a la calle, encendió su cigarrillo número treinta y pico del día y se encamino por la senda de la nada de la realidad psicótica de su patria hacia su morada.
Al llegar a su hogar lo aguarda un joven editor argentino para cenar y charlar un rato de las caricias y puñaladas de los días y las noches que se suceden como en toda guerra dejando tras de sí una estela de cadáveres, mutilados y hombres destrozados cuyo eje emocional jamas volvera a encontrar su norte.
Así de cruel es la vida.
Como la guerra.
Todos los días.
En fin.
Cenaron.
El Monje Zen Rebentado estaba más loco que una cabra producto de sus propios quilombos aquella noche. Así que el joven editor, emprendedor y ambicioso, como cualquier rufían deseoso de poder colocar a sus putas en los books de los hoteles 5 estrellas y facturar en dólares se lo tuvo que fumar con toda su locura al Monje Zen Rebentado.
La conversación fue derivando, como no podía ser de otra manera, hacia el tema de la nueva editorial del joven editor  en particular y sobre libros, librerias y editores y escritores en general.
¿De qué otra cosa podrían hablar un librero y un editor si no es de cómo vender o comprar a una buena puta que te deje una buena guita para vivir?
Bien.
El Monje Zen Rebentado sabía que el joven editor era una buena persona pero sospechaba que no tenía madera para editar libros. Para él en su patria los editores eran todos cagones, miserables y si raspabas un poco la pintura que los recubria con una monedita seduciendolos con poder salian corriendo sin pensarlo a afiliarze al partido Nazi.
En verdad, nada que no se viera en cualquier otro rubro, oficio o profesión con el cual cada quien se prostituye para sostener su esqueleto en pie.
Ok, man.
La teoria del Monje Zen Reventado era que en su Patria los editores estaban formados con madera de pino blanda y barataa diferencia de otras donde se los formaba con madera de roble cuyas propiedades y virtudes en infinitamente mas noble. Por esta razón, afirmaba, que en su comarca darle dinero a un editor era tan inútil y estúpido como invitar a un barra brava de Boca Juniors o Chaca a ver una Opera de Wagner al Teatro Colón.
El joven editor se quejo de las pesimas politicas editoriales estatales con las cuales tenía que lidiar para sacar su empresa prostibularia adelante.
El Monje Zen Rebentado medito una respuesta y concluyo:
En Argentina yo le doy un millon de dólares o cinco millones de dolares mejor a un editor para que me arme un gran sello y en unos diez años solo tengo un chiquero lleno de cerdos que tras carton el CENASA me lo cierra por no cumplir las normas minimas de calidad.
Y remato:
Este holocausto cultural solo se resuelve con una dictaruda que prohiba durante cien años a todos los que salen de la UBA o pasaron por ahí a editar, hacer critica en suplementos o revistas y publicar libros de ficción o ensayo y los mando a todos al campo, a una fabrica o un supermercado a laburar de verdad por pelotudos y bagos y creerse que son algo cuando su propio trabajo todo el tiempo lo unico que esta señalando es que no sirven ni para ir a la esquina a ver si llueve.
El joven editor, obviamente estaba en desacuerdo. Y el Monje Zen Rebentado si bien no esperaba nada de él  a la vez lo esperaba todo. Es decir, que si era editor lograra armar un buen catalogo.
Pero no hay que pedir peras al olmo, como repetia mamá en relación a mi cuando estaba enojada por una cagada mandaba, pensó el Monje Zen Rebentado.
Ok, amiguito.
La cuestion que la charla siguió y el Monje Zen Rebentado esucho a su visitante aguardando de sus palabras una señal que le confirmara que el viento había cambiado y traería lluvias que del suelo de su Patria una tierra fértil.
Pero cualquier buen gaucho sabe que un buen asado no se logra jamas con madera de pino. O como dice el Martín Fierro: si vas a pegar falopa que sea buena y la barata siempre sale cara.
Así, que en estas andábamos, amiguito, cuando la conversación derivo en la dueña de la editorial Tusquets que como no tenía “nadie” que la herede le vendió su excelente prostíbulo a la editorial Planeta.
Para el Monje Zen esto era una reverenda mierda.
Para el joven editor era algo razonable, su dueña la hizo guita y se fue a gastarla en lo que le quedaba de vida. Qué otra cosa podía hacer, le pregunto el joven editor al Monje Zen.
El Monje Zen lo miro con infinita tristeza sabiendo, ahora sí, que la devil y barata madera de pino de su joven amigo estaba bichada y que aunque la pudiera curar ya no valia la pena, que era mejor tirarla a la mierda y comprar nueva.
Igual argumento:
Mira, amiguito, esa vieja pelotuda dedico trabajo para armar un catalogo excelente y dos minutos antes de entregar el equipo y haber logrado su objetivo tiro todo a la basura. Plata para vivir no necesitaba, asi que no es un problema de guita. Despues, en su Patria, asi como todos los traductores son unas bestias que emulan al Manolito amigo de Mafalda igualmente en su gran mayoria sus editores son excelentes, vijate ahora que esta todo mal alla con una crisis económica que los puso en caja y no paran de surgir buenas editoriales independientes con catalogos de la concha de la lora. Amiguito, por qué no le dejo a la sangre joven y de buena madera su editorial o la cerro en vez de darsela a esos terribles hijos de puta. Porque vos sabes que son unos hijos de puta. Y te recuerdo que esos putos en nuestra patria antes de matar el sello Minotauro su gerente en Argentina un día entró al deposito y vio muchos libros de Philip K. Dick, ¡Philip K. Dick, la puta madre!, y busco la planilla de ventas y dictamino, este producto da perdidas y mando todo a saldo y serro el sello y ahora Dick viene a cuentagotas y a precio de euros cuando llega. Y tambien mataron a Paidos y así. ¿De qué estas hablando, flaco? Allá, en España ,el editor historico del sello Crítica lo hecharon a patadas, loco. ¿Y sabes que pasó? Una de las putas mas caras de Planeta, Antony Beevor, en un gesto que recuerda a las putas de la Patagonia que se negaron a atender a los milicos que fueron a reprimir las huelgas obreras del 20 le dijo a Planeta, mi nuevo libro es para el viejo editor de Critica y su nueva editorial Pasado y presente, no para ustedes.
A esta altura el Monje Zen Rebentado había elebado su vos para que lo pudieran escuchar todos sus vecinos  y mas alla tambien.
¿Sabes quien es Boris Spivacow?
Sí, dijo incomodo, el joven editor, el editor historico de EUDEBA y Centro Editor.
Bueno, ¿y sabés que hizo cuando se entero que tenía cáncer y se hiba a morir en breve? Fue a los bancos y sacó creditos para editar y publicar todo lo que pudiera y que cuando le quisieron cobrar la deuda estos soretes hijos de puta de los banqueros se dieron cuenta que el polaquito los había dormido, que el viejo boludo con el que supuestamente se hiban a hacer una panzada cobrandole intereses que jamas hiba a llegar a pagar estaba muerto y que lo único que habia dejado eran toneladas de libros para que boludos como vos y yo que venimos del Conurbano Bonaerense pudieramos acceder al mejor catalogo nacional e internacional a precios baratos que de otra forma nuestros padres laburantes jamas prodrian habernos comprado.
Dicho esto y lamentando no tener una bolsa y una botella, para poder subir y bajar un rato y regular su angustia que lo estaba cagando a palos, el Monje Zen Rebentado, medito, reflexiono y finalmente le dijo a su joven amigo editor:
Te voy a contar algo.
Una fabula.
Y después te acompaño a la puerta porque me tengo que acostar y mañana levantarme muy temprano mañana.
Resulta que en un país tropical existía un escritor que venía trabajando su arte hacía tiempo. Se ganaba la vida como periodista y cada tanto publicaba algun librito. Pero durante años escribio una obra a la que le puso todo su trabajo, saber y arte y aposto a ella a full. Cuando logro concluirla resulto que justo eran las vacaciones de su familia.
¿Qué hizo este escritor metizo, de vigotitos y vos que a nosotros en nuestra patria nos resulta de putitos frente a esta realidad?
Uso la guita de las vacaciones de su mujer y sus hijos para venirse a Buenos Aires y entregar la única copia que tenia de su obra a Sudamericana, cuando era una editorial de verdad y no como ahora una factoria de Mondadori y la leyo Enrique Pezzoni que era el encargado de leer para Sudamericana.
¿Y qué dijo Pezzoni?
La novela de este putito puede funcionar.
Y así fue como Cien años de soledad gracias a la lectura de un buen editor se transformo en una novela que es el día de hoy que no para de vender y a Gabriel García Marquez lo mando de una patada en el culo a la sima de las letras como le paso a Maradona que del día a la mañana se transformo en un semidios.
Bien.
Amiguito.
¿Cual es la fábula?
Si hoy un ingnoto y desconocido Gabriel García Marquez con un Cien años de soledad bajo el brazo o un Roberto Bolaño con un Detectives Salvajes bajo el brazo tocaria los timbres de los editores argentinos, qué le dirian.
Que es una novela larga.
Que a el no lo conoce nadie.
Que gracias por averlos tenido en consideración acercandoles su trabajo.
Que siga intentando, que no esta mal la obra.
Que quizas encuentra un editor al que le interese su material, pero no aca, no es la honda del catalogo que se maneja.
Que después por mail le manda un listado de mails de posibles editores que seguramente estarian interesados en su novela si la leyeran.
Le diriran, hoy, en argentina, cualquier editor grande o chiquito, con guita o sin ella, a un Garcia Marquez desconocido con un Cien años de soledad inedito o un Roberto Bolaños desconocido con un Detectives salvajes bajo el brazo, cualquier cosa.
Le diran lo que se te ocurra.
Le podrian llegar a decir cualquier pero cualquier cosa.
Cosas lindas o feas, amables y groseras.
Pero jamas a un editor argentino se le ocurriria decir frente a un desconocido García Marquez o Bolaños con su obra cumbre inedita:
te la publico.
Jamás.
Porque la madera de pino es blanda y barata y desconoce las sutilezas y bellezas de un buen libro.
NOTAS
(1) En este cuento Borges a diferencia de los anteriores que ya públicamos dónde cambia títulos poniendo lo que se le canta y forzando la traducción hasta puntos por momentos que deforman el original, directamente lo inventa y hace pasar por una historia de Chuang Tzu una historia de él. En los borradores de la traducción de este cuento anota Borges: “Este cuento se me ocurrió una mañana después de hacerme una paja en el baño con unas fotos de Padre que guardaba Madre en un cajón bajo llave y que trajeron de un viaje que hicieron hace años de Europa, quizá, por la estetica sean cocotes de París, pero en todo caso, sean de París o donde sean, estas gorditas putas de principio de siglo hacen llorar a mi Chipote Chillon como la mas experimentada de las perras en la cama”
Y debajo de esta nota, sorprendente dado el cariz erótico hasta ahora desconocido y pornografo de Borges, copia con esmerada letra dos posteos suyos que hizo en Facebook la mañana del 29 de octubre de 1941:
I
navegando en la red
buscando la forma de inventar guita urgente
tropiezo accidentalmente
con un dato que conocia pero habia olvidado
jonathan lethem
tiene varios libros de cuentos y ensayos
sin traducir en castellano
jonathan lethem
es uno de los novelistas mas notables
de norteamerica
y te pregunto
a vos
editor argentino
que haces mal tu trabajo
siempre
¿estas seguro que los alcahuetes de Mondadori
tienen los derechos de estos libros de Lethem?
te la dejo picando
y no me tenes que agradecer
nada
por hacer gratis tu trabajo
que igual es al pedo
porque estoy tirando margaritas
a los chanchos
II
sigo como titular de catedra
de la UBA de la materia
¿Cómo es posible que los editores argentinos sean todos ciegos, mariquitas, miserables y que no entiendan nada del mercado ni del arte?
bien
sigo
dando catedra
asi como la obra de Donald Ray Pollock
uno de los ultimos milagros literarios que tuve
la suerte de que me envolviera
en su
su dolorosa, cruel prosa
cuyos derechos los tenia
una editorial española que se murio
les pregunto a ustedes

editores argentinos que hacen todo mal
siempre
¿por que no se toman la molestia de averiguar
si no podemos conseguir los libros de Ray Pollock
para el publico argentino y latinoamericano?
y te hago otra pregunta
a vos
editor argentino
que si trabajaras en
revista gente
o
revista paparazzi
ya te hubieran hechado por inutil
¿conoces a Larry Brown?
¿no?
bueno
yo, chuck palahniuk, bob dylan y tom waitts
te decimos
que esta buenisimo
¿y al historiador Peter Brown?
bueno
bueno
yo y micheal foucault
te decimos que esta buenisimo
y aca te muestro otro autor
que los españoles si bien son unos brutos
para traducir
son excelentes editores
mira lo que acaban de publicar en españa
que lo podriamos aber traducido y publicado en argentina
si hubieran editores con huevos
que no se depilan para aparentar que la tienen grande
aunque todos sabemos que la tienen chiquita y sonsa
Acuarela Libros & A. Machado se complacen en invitarles a visitar de nuevo la Biblioteca CREWS. El viaje lo iniciamos hace tres años con Cuerpo —una crítica a la sociedad de consumo y la cultura/tiranía de la belleza—, seguida de su portentosa ópera prima, El Cantante de Gospel, donde Harry Crews nos sumergía en el basural del Sueño Americano. Ahora tenemos el orgullo de poder continuar descubriendo en castellano el secreto mejor guardado de la literatura norteamericana con la publicación de Una infancia: biografía de un lugar, su obra más aclamada por la crítica, un libro de iniciación juvenil, con ecos de Mark Twain y Flannery O’Connor, que transcure en la ciénaga inmunda, pero al mismo tiempo tierna y bella, de la que salió el propio Crews casi de milagro: ese Sur profundo y derrotado, sin aparente escapatoria, donde proliferan los linchamientos, las cicatrices, el analfabetismo, los circos de freaks y el fanatismo religioso…
«No eran hombres violentos, pero sus vidas estaban llenas de violencia.»
La infancia recuperada de esta novela es el lugar del que Harry Crews se marchó a los diecisiete años con idea de no volver. No la miserable cabaña de arrendatarios en la que siendo apenas un bebé amaneció un buen día junto a su padre muerto, ni siquiera aquella cama en la que se pasó tendido buena parte de su infancia soñando con huir al mundo idílico y sin cicatrices que se anunciaba en las páginas satinadas de los catálogos de Sears, sino todo el condado de Bacon, con sus gentes y sus historias. Sobre todo sus historias. Historias de alambiques ilegales escondidos en mitad de la espesura, de viejas rencillas sangrientas, de serpientes que hablan, de pájaros que pueden poseer el alma de un niño, de predicadores delirantes y hechiceras que espantan a los espíritus… Y es que en Bacon todo el mundo cuenta historias. Las historias lo son todo y todo son historias. Contar historias es su manera de sobrevivir y de comprenderse. Nada muere si hay historias. Todo, tanto lo bueno como lo malo, se incorpora y se traspasa de una generación a la siguiente y son quienes cargan con ese legado los que acaban por darle forma y color. A lo largo de estas páginas el autor de El Cantante de Gospel intenta regresar al territorio delimitado por las historias que configuraron su infancia para descubrir que de aquel lugar del que, como el viejo Huckleberry Finn, siempre quiso huir, por muy lejos que le llevarían sus futuros vagabundeos, nunca logró marcharse.
Harry Crews (1935-2012) sirvió como marine durante la guerra de Corea. Durante su primer año en el ejército fue campeón de los pesos ligeros en su regimiento y le rompieron la nariz al menos seis veces. Practicó karate durante 27 años. Su primer hijo murió ahogado en la piscina de un vecino. Entrenó halcones. Le gustaba la cetrería. Tenía un tatuaje en el brazo derecho con la frase «How do you like your blue eyed boy, Mr. Death» bajo una calavera. Es un verso de e.e. cummings. Bebió mucho y se drogó lo suficiente. Hasta los 47 no tuvo su primera resaca. Admitía no ser una persona divertida. La gente no se sentaba a su alrededor y se reía con sus ocurrencias. Él mismo se reía bastante poco. Todo su humor se encuentra en sus más de 20 libros. Murió en Florida, a los setenta y seis años, por complicaciones de una neuropatía.
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
La sabiduría del maestro y la fortaleza del guerrero (1) (2)
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges
A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
La sabiduría del Maestro
Cierto día el Monje Zen Rebentado recibió en su humilde prostíbulo del saber a uno de sus clientes más queridos.
En cualquier negocio, sea cual fuere el producto que se prostituye, atrae a toda clase de clientes, desde monstruos y alimañas a dragones y princesas. Como la orilla de un río en un claro de la selva que convoca desde tigres y pajaritos a monos y mosquitos o elefantes y hormigas.
Y en este caso, en cierto día que ahora nos ocupa, el Monje Zen Rebentado fue visitado por un docente de escuela secundaria  de Capital Federal que se dejaba caer cada tanto en el prostibulo en busca de la mejor carne del mercado para gozar con ella.
Hubo un tiempo en el que el Monje Zen Rebentado temío que su cliente hubiera entregado el equipo y los gusanos hubieran organizado un gran asado con sus restos. Ese temor se debio a que a que la última vez que lo había visto a su cliente le había contado éste que lo aguardaba en breve una operación muy complicada y jodida cuyo mal se origino en un pasado de sexo, drogas y rock and roll. Durante mucho tiempo nada supo de él. Cada tanto lo recordaba y una sombra negra de tristeza le nublaba el pensamiento haciendolo pensar que su cliente había estirado la pata. Hasta que una mañana caminando por la calle Corrientes se tropezo con él y el Monje Zen Rebentado sintió una gran alegria de saber que el sol seguia proyectando su sombra y la luna seguía covijando sus sueños.
En fin.
Ese cierto día que se dejo caer este cliente en busca de buena carne norteamericana, como siempre, como era habitual, se puesieron a charlar de libros y otras boludeces, pero fundamentalmente de libros. Después de todo el Monje Zen Reventado y su cliente eran dos enfermitos cuya morada espiritual estaba edificada sobre una biblioteca construida a lo largo de la senda de la nada de sus días.
El Monje Zen Rebentado le conto de los ingratos sinsabores de administrar un humilde prostibulo sin renunciar a la magia de la belleza, la inteligencia y el placer.
Luego pasaron al tema de qué libros los habian agarrado de los huevos últimamente hasta dejarlos secos y completos  como siempre que se hace el amor uno queda vacio y lleno.
En fin.
La cosa que la conversación derivo en la doscencia de su cliente.
Éste estaba contento porque le vino a agradecer una madre que su hija a partir de ser su alumna había empezado a leer. Que se la pasaba el día leyendo de todo. Y que eso era producto de su enseñanza.
El Monje Zen Rebentado recordo a su madre que había sido docente de matematica y que a pesar de que esa era una materia que para cualquier chico podía resultar un incordio, una experiencia casi treumatica que obligaba a ver a su maestro como un sutil e implacable torturador, a su madre, sus alumnos, tanto los de clases bajas como altas, la apreciaban.
Es que un buen docente puede trasmitir algo verdadero a sus discipulos si primero prueba su templanza y es capaz de diagnosticar sus alegria y sus tristezas. Si el maestro es incapaz de escuchar la risa y el llanto de su discipulo puede torturar a este durante toda la vida que jamas lograra franquear la muralla detrás de la cual su alumno por fin estara preparado para recibir lo que él tiene para enseñarle.
Y antes de retirarse su cliente le comento de su deseo de poseer a cierta puta cara, País de sombras de  Peter Mattihessenn, pero que no llegaba con el metalico para adquirirla.
El Monje Zen Rebentado no dudo ni tuvo nada que meditar, le ofrecio su propio ejemplar en prestamo para que lo leyera y se lo devolviera cuando lo terminara. No podia regalarle la puta cara que tenía a la venta, después de todo solo era un humilde proxeneta del saber. Pero sí podía ofrecerle su propio ejemplar que sabia que lo disfrutaria y se lo devolveria una vez que saciara sus necesidades con esa escort de lujo.
Y su cliente le respondio que no. Que gracias, que hiba a intentar conseguir la plata y que si no llegaba entonces aseptaba su ofrecimiento.
Entonces el Monje Zen Rebentado se sintio feliz porque supo en esa respuesta que su cliente no era tal sino un amigo que un día había aparecido por las sendas de la nada de Mercado Libre en busca de una transacción mercantil prostibularia y que ahora eso había virado hacia una amistad donde el dinero entre ellos era un fantasma ridiculo que podían ignorar para sentarse a tomar unos mates, fumar unos puchos y charlar de igual a igual como dos seres humanos.
La fortaleza del Guerrero
Pero tambíen hubo otra historia que se teje he hilvana a esta.
Y es la de cierta tarde en que el Monje Zen Rebentado que handaba loco sin un mango lo llamo un cliente y le pidio si podia ir antes de su horario habitual a la librería para retirar un libro.
El Monje Zen Rebentado tenía una resaca de la puta madre pero como dice el refran: la necesidad es hereje. Y ahí fue, arrastrando la porqueria que habia quedado de él la noche anterior a su prostibulo en busca del mango del que hablaba Discepolin en no me acuerdo que letra que si no me equivoco es Gira, Gira.
Bien.
Milagrosamente, como pudo, arrastrandose, como si estuviera atravezando un campo de batalla y no tomando un subte y caminando una cuantas cuadras llego en tiempo y forma para recibir a su cliente.
El cliente en cuestión era un militar retirado, un piloto de aviones de guerra del Ejercito Argentino y había llegado a su humilde prostíbulo en busca del libro del clérigo Gales Geoffrey de Monmouth que en el siglo XII escibió la Historia de los reyes de Britania de donde surgen todos los posteriores relatos del Rey Arturo y otros reyes que luego Shakeaspeare utilizaria para escribir algunas de sus piezas teatrales más logradas.
Este cliente era amante de las escort medievales, con la particularidad que su raye no eran las fuentes secundarias o lecturas que pudieran hacerse de ellas sino de las fuentes primarias. En cambio cuando el Monje Zen Rebentado hiba en busca de una puta medieval siempre preferia a una de segunda mano como En pos del milenio: revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media de Norman Cohn que lo volvía loco pero era incapaz de gozar con los textos originales de la época que el autor habia leido para producir esa obra.
Ok.
Intercambiaron un breve dialogo luego del intercambio mercantil y se dirigieron a la puerta. Una vez ahí, siguieron charlando de dónde este cliente podía llegar a encontrar el material que andaba buscando y que era difícil de hallar frente a la mirada de los vecinos del prostibulo que lo miraban mal al Monje Zen Rebentado por recibir en el edificio a clientes que ellos siempre esperaban que fuera un delicuente que les robarian a todos los del edificio los dolares que escondian bajo la cama y se cogerian a sus mujeres  y matarian a sus hijos.
En fin.
Les digo queridos vecinos que cuidado con lo que uno desea porque puede cumplirse si uno lo desea con mucha insistencia.
Bien.
Ahí, justo ahí, en la puerta, el cliente le dijo al Monje Zen Rebentado que era loca su vida. Que paso de manejar aviones de guerra con misiles y ametralladoras a se un amante de la lectura.
El Monje Zen lo miro y le dijo estas palabras no exentas de un humor franco:
¿Acaso Ernst Jünger no era militar y un gran lector? (3)
Sí, le respondio el cliente al Monje Zen, pero a uno le faltan tantas lecturas, le falta leer tanto.
A lo cual el Monje Zen Rebentado le dijo:
No es una cuestion de cantidad sino de intensidad. Una persona herudita que destina su vida entera a la lectura ¿cuántos libros puede leer a lo largo de una vida y pongamos por caso Lewis Mumford, Freud u Horacio González? Ponele que lean 2 libros por semana y que empiezen a leer desde el día que nacieron hasta su muerte y que vivan 100 años, ¿esa cuenta cuanto te da?: te da mas o menos entre 9.000 y 10.000 libros leidos en una vida. ¿Y qué son 10.000 libros leidos frente a la biblioteca de Babel y todas las restantes bibliotecas de la historia hasta hoy? Apenas unos granitos de arena en el desierto. Nada tiene que ver la cantidad con la intensidad de la lectura.
Y acá el Monje Zen agarro la moto resacoso como estaba y apreto el acelerador:
Mira, loco, en Heidegger en el 36 que venía de estar inchado las pelotas con todas las boludeces de los Nazis y de los enemigos de los nazis y se puso a leer a Nietzsche, pero no de forma pelotuda, sino que lo subio a un ring de boxeo para medirse de igual a igual a ver quien de los dos la tenia mas grande y estuvieron piña va, piña viene durante varios años sacudiendose sin asco y la puta madre que los pario, cuando uno ve eso conmueve, te emociona y eso nada tiene que ver con la cantidad de lecturas hechas, que por otra parte Heidegger era un gran lector , pero eso es anegdotico porque boludos lectores esta lleno pero mirarlo a Nietzsche a los ojos y decirle: puto te voy a cagar a piñas o vos a mi, pero aca y ahora vamos a resolver nuestras cuentas y hasta que uno de los dos no muerda la lona no se baja ningun. Uy, loco, eso es sobervio y la contabilidad nada tiene que ver con esa intensidad.
Y en este punto al Monje Zen Reventado se le hizo un nudo en la garganta y se le empañaron los ojos de emoción.
Su cliente se lo quedó mirando mudo, con los ojos muy abiertos a lo cual el Monje Zen Reventado no supo como leer pero sospechaba que éste estaba pensando que él era un quemado pelotudo.
Entonces el Monje Zen Reventado le extendio la mano a su cliente para despedirlo.
Y éste la rechazo.
Y remplazo el saludo de manos por un beso en la mejilla del Monje Zen.
Y ese atardecer, el Monje Zen, satisfecho consigo mismo y su trabajo en el prostibulo, cerro para irse  antes a las fiestas del 15C donde unos amigos lo estaban iniciando en el arte de la musica electronica y como mover el esqueleto con unos sonidos que aun le resultaban extraños para su alma.
NOTAS
(1) Este relato fue escrito sin nicotina, producto de la desesperación que da a un fumador compulsivo no tener plata para ir al kiosco a comprar puchos. Es el famoso mono del que hablaba Miles Davis cuando no tenes plata o no logras pegar un poco de heroína para darte un pico y volar a las estrellas. Es el mismo mono que padecio Juan Carlos Onetti una noche en Buenos Aires a finales de los años 30 cuando entonces los fines de semana estaba prohibido vender cigarrillos y Onetti que era un fumador compulsivo como yo – ademas de ser un terrible borracho y drogón que se encerraba durante días con damajuanas de vino y pastillas de benzedrina a escribir – en su desesperación de no tener un puto cigarrillo escribio de un tirón su novela El pozo.
(2) Borges anota debajo del título este cuento estas palabras sorprendentes: “Madre dice que si sigo perdiendo el tiempo traduciendo a este chino boludo en lugar de salir a buscar un laburo me va a dar una patada en el culo y me va a hechar de casa por vago y inútil. Además, quizá, a Madre le moleste que yo con casi cuarenta años solo pueda escribir cuentitos en revistuchas under y no sea capaz de formar una familia y darle un nieto y que cada dos por tres me tenga que ir a sacar de la comisaria por bardearla reloco por la calle. Y sí, Madre tiene razón, pobre, le salio un hijo negro cabeza peronista.
(3) Sí no sabes quién mierda es esta puta carisima a mi corazón te la resumo en pocas palabras: Ernst Jünger fue militar,  que participo en La Primera y Segunda Guerras Mundiales y de pendejo se escapo de su casa para ir a la Legión Extranjera y fue una de las plumas mas elegantes he inteligentes del siglo XX.
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

La vara de bambú de Wittgenstein (1)
Chuang Tzu
Traducción de Jorge Luis Borges

 

Esto me trajo a la mente tu retrato de las prostitutas, porque, sabes, en general, son vistas como menos, pero le otorgas mucha empatía a esos personajes.
Le tengo mucho amor y respeto a las prostitutas.
Y tratas de mantener las cosas en un plano genuino, y aparte, como dijiste antes, todos somos prostitutos en cierta manera.
Claro, están allá afuera para obtener lo que puedan, y se aprovechan de los tipos ocasionalmente. Les roban, les dan enfermedades, bueno, así es la vida, así es la gente. Y al mismo tiempo, hacen feliz a sus clientes, mantienen juntos los matrimonios, consuelan a la gente solitaria. Pienso que son muy, muy espirituales con lo que hacen.
Fragmento de una entrevista de Tony DuShane a William T. Vollmann

 

A la sombra de una Tumba Federal, existió, cuando yo aun era joven, un Pajarito Loco, que me enseñó todo lo que sé sobre un monje zen rebentado y sus aventuras extraterrestres.
Esta es una de las miles de historias que me contó Pajarito Loco y que te hire contando con el trascurso del tiempo que como el río va, sereno y cristalino en la superficie, demente y caotico en su lecho.
La vara de bambú de Wittgenstein
Una tarde llegó el Monje Zen Rebentado a su humilde y precario prostibulo donde se ganaba la vida regenteando el saber de filosofos, novelistas, poetas y otros boludos de esta calaña y ofreciendolo por dinero en Internet.
Esa tarde, que es la que ahora nos ocupa, el Monje Zen Rebentado, que estaba puteando por no tener plata para comprar miel y polen, wiskhy y cocaína y que si no lograba inventar guita urgente no sabía como mierda hiba a pagar el alquiler y las facturas vencidas, se sentó frente a su vieja computadora, que estaba casi tan hecha mierda como él y que la llamaba: “mi barco pirata».
Bien.
Resulta que sube a su barco pirata y empieza a navergar esperando que aparezca un hijo de puta que quisiera darle plata a cambio de un libro.
Durante horas se dejo llevar por la deriva del río que va como tu corazón va, latiendo enloquecido por los senderos de la nada.
Y de repente surge un posible cliente.
En su cuenta de Hotmail aparece un nuevo mensaje de Mercado Libre que le anuncia que alguien le esta haciendo una pregunta.
El barco pirata del Monje Zen Rebentado pega un bolantazo rapido de timon y se dirigue raudamete a su cuenta de Mercado Libre.
El cliente quería saber si la biografía de Wittgenstein escrita por Monk y que el vendia tenia un prologo de Tomás Abraham o si no era así por que vendia ese libro anunciandolo pegado a este pensador argentino nacido en las tierras de Drácula.
El Monje Zen Reventado al ver esa pregunta lamento no tener wiskhy para desaparecer dentro de la botella en lugar de tener que seguir dando vueltas toda la tarde en esa calecita de infradotados mentales.
Ok.
El monje Zen medito su respuesta. Mietras se tomo dos pavas de mates y reflexiono que si no era obvio que la biografía de Wittgenstein era de Monk y que si aparecia citado Abraham y un texto de él sobre esta salchicha vienesa del pensamiento, era para que el cliente pudiera leer algo interesante acerca del pensamiento de esta escort independiente  que estaba interesado poseer.
En realidad, intentaba en su prostibulo, no solo vender el saber y la poetica de otros a sus clientes, sino también ofrecerles su propio saber y poetica en forma de columnas semanales y fotos y collages y textos de otros cuya lectura podrian enriquecer al posible comprador que acudia a su prostibulo en busca de determinada puta que lo volvia loco de calentura.
Bien.
Medito.
Cuando tuvo una respueta que le parecio justa volvio a tomar el timon de su nave pirata y se dirigio a responder a su cliente.
Un monje zen que regentea un humilde prostibulo solo puede responder a tu pregunta de la siguiente manera: azotandote con una bara de bambú hasta que brote la sange y tu cuerpo se quede seco de lagrímas. También podría responder directamente a tu pregunta pelotuda para que recibieras de mi el mensaje pelotudo que es el unico que un boludo puede recibir, pero entonces, no sería un buen monje zen, porque estaria haciendo algo peor que flagelando tu cuerpo para conducirte por la buena senda de la nada, en fin, te haria un daño infinito que haria hacer brotar sangre de tu corazon y lagrimas de tu alma. Pero como no estas aquí para flagelarte en vivo y directo con mi bara de bambú te respondo sencillamente que preguntas pelotudas no respondo.
NOTAS
(1)  En verdad el titulo verdadero de este primer cuento así como del resto de los cuentos de esta obra que hasta hoy a permanecido inedita en occidente y cuya traducción  Jorge Luis Borges una vez concluida se nego a publicar en vida condenandola al olvido del cual Libros Kalish recupera he ira publicando en sucesivas entregas, no es correcto. Chuang Tzu titula este cuento Para los amigos todo para los boludos la injusticia, pero como a Jorge Luis Borges le incomodaba el guiño peronista de Chuang Tzu cambio deliberadamente el nombre del título. Sin embargo, respetamos en el cuerpo central como editores de esta obra la traducción de Borges y optamos en esta nota al píe restituir a Chuang Tzu el verdadero nombre que le dio a su cuento.
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Confesiones de un librero de mierda

Jonathan Franzen Karl Kraus Guadalupe Marando Margarita Martínez libros kalish Lo que falla en el mundo moderno  confesiones-de-un-librero-de-mierda
Lo que falla en el mundo moderno
Jonathan Franzen
Traducción de Guadalupe Marando [*]
Karl Kraus fue un satírico austriaco y una figura central en la célebremente rica vida del pensamiento de la Viena finisecular. Desde 1899 hasta su muerte en 1936 editó y publicó la influyente revista Die Fackel (La antorcha); a partir de 1911 fue el autor único de la revista. Aunque Kraus probablemente habría odiado los blogs, Die Fackel era como un blog que todos los que importaban algo en el mundo germanoparlante, desde Freud a Kafka o Walter Benjamin, creían necesario leer, y sobre el que había que pronunciarse. Kraus era especialmente famoso por sus aforismos –por ejemplo, “el psicoanálisis es esa enfermedad del espíritu de la que él mismo cree ser la cura”– y en la cima de su popularidad incluyó miles de ellos en sus lecturas públicas.
El problema con Kraus es que es muy difícil de seguir en una primera lectura –deliberadamente difícil. Era el flagelo del periodismo descartable, y para sus seguidores de culto su estilo densa e intrincadamente codificado era una agradable barrera: mantenía a los no iniciados afuera. Kraus mismo dijo del dramaturgo Hermann Bahr, antes de atacarlo: “Si entiende una sola oración del ensayo, me retractaré de todo”. Si uno lee las afirmaciones de Kraus más de una vez, se da cuenta de que tienen mucho para decir sobre nuestra época mediáticamente saturada, tecnológicamente trastornada y apocalípticamente obsesionada. Este, por ejemplo, es el primer párrafo de su ensayo “Heine y sus consecuencias”.
“Dos vertientes de la vulgaridad intelectual: indefensión ante el contenido e indefensión ante la forma. Una experimenta en el arte solo lo material. Es de origen alemán. La otra experimenta artísticamente incluso la materia. Es de origen romance [romance en el sentido de lengua romance, francés o italiano, n. de J.F.].[1] Para una, el arte es un instrumento; para la otra, la vida es un ornamento. ¿En qué infierno preferiría freírse el artista? Seguramente viviría entre los alemanes. Pues aunque hayan atado al arte a la cama de Procusto plegable de su actividad comercial, también han hecho sobria la vida, y eso es una bendición: la fantasía prospera, y cada cual puede poner su luz en los desnudos marcos de las ventanas. ¡Pero nada de guirnaldas! Nada de ese buen gusto que aquí y allá deleita al ojo e irrita a la imaginación. Nada de esa melodía de la vida que destruye mi propia música, que solo alcanza su máxima expresión en el ruido del día de trabajo alemán. Nada de ese elevado nivel de refinamiento universal desde el que es tan sencillo observar que el vendedor de diarios en París tiene más encanto que el editor prusiano”.
Primera nota al pie: la desconfianza de Kraus de la “melodía de la vida” en Francia e Italia aún tiene su valor. Su opinión –que caminar por una calle de París o de Roma se vive como una experiencia estética en sí misma– se confirma por la popularidad creciente de Francia e Italia como destinos vacacionales, y por el tono “envídienme” de los americanos amigos de lo francés y lo italiano a la hora de anunciar sus planes de viaje. Si en cambio uno dice que va a viajar a Alemania, más vale que pueda explicar qué planea hacer allí exactamente; de lo contrario, la gente se preguntará por qué no ir a un lugar donde la vida sea bella. Todavía hoy Alemania insiste en la primacía del contenido por sobre la forma. Si el concepto de lo cool hubiera existido en su época, Kraus podría haber dicho que Alemania es poco cool.
Esto me sugiere una versión más contemporánea de la dicotomía de Kraus: Mac versus PC. ¿No es acaso la esencia del producto Apple que uno se vuelve cool simplemente poseyéndolo? Ni siquiera importa lo que estés creando en tu Mac Air. El solo hecho de usar una Mac Air, de experimentar el diseño elegante de su hardware y su software, es un placer en sí mismo, como caminar por una calle de París. Por el contrario, si trabajás con una PC tosca y funcional, lo único para disfrutar es la calidad del trabajo mismo. Como dice Kraus de la vida alemana, la PC “vuelve sobrio” el trabajo; permite verse despojado de adornos. Esto era especialmente cierto en la época de los sistemas operativos DOS y de los primeros Windows.
Uno de los desarrollos que Kraus condenará en este ensayo –el engalanamiento de la lengua y la cultura alemanas con elementos decorativos importados de las lenguas y la cultura romances– tiene un correlato en las ediciones más recientes de Windows, que toman prestados más elementos de Apple y sin embargo no pueden ocultar su “windowsidad” esencialmente no cool. Peor aún, al aspirar a la elegancia de Apple, traicionan la vieja y austera belleza de la funcionalidad de la PC. Todavía no funcionan tan bien como las Macs, y son feas tanto desde el punto de vista cool como del utilitario.
Y sin embargo, siguiendo a Kraus, prefiero vivir entre PCs. Toda chance de pasarme a Apple fue obturada por la famosa y extensa serie de avisos de Mac destinados a convencer a gente como yo de que se pasara. El argumento era eminentemente razonable, pero lo comunicaba una Mac personificada (interpretada por el actor Justin Long), de una pedantería tan insoportable, que las miserias de Windows parecían atractivas en comparación. No querrías leer una novela sobre la Mac: ¿qué podría decir excepto que todo es copado? Los personajes de las novelas deben tener deseos reales; y el personaje que tenía deseos en los avisos de Apple era la PC, interpretada por John Hodgman. Sus intentos por defenderse y pasar por cool eran divertidos, y sufría, como un ser humano. (Había versiones locales del aviso en otras partes del mundo, por ejemplo, en el Reino Unido, con los actores David Mitchell y Robert Webb como la PC y la Mac).
Sería negligente no agregar que el concepto de lo “cool” ha sido tan ampliamente cooptado por la industria tecnológica que se necesita una expresión adicional como “con onda” para describir esas voces online que a continuación odiaban a Long y juzgaban a Hodgman como el cool. La inquietud por quién o qué se considera con onda hoy puede considerarse un producto de la célebre “inquietud” de la naturaleza del capitalismo que identificara Marx. Uno de los peores efectos de Internet es que tienta a todos a volverse sofisticados –a tomar posición respecto de lo que tiene onda y a considerar, bajo pena de ser juzgado sin onda, las posiciones adoptadas por los demás. Probablemente a Kraus no le importaba la onda per se, pero ciertamente disfrutaba de tomar posición y estaba intensamente sintonizado con las posiciones de los otros. Era un sofisticado; de ahí que Die Fackel cause la impresión de un blog. Kraus pasaba mucho tiempo leyendo cosas que odiaba para poder odiarlas con autoridad.
“Créanme, gente alegre, en culturas donde cualquier imbécil posee individualidad, la individualidad se vuelve cosa de imbéciles.”
Segunda nota al pie: algo así no puede decirse hoy en Estados Unidos, sin importar cuánto el billón (¿o ahora son dos billones?) de páginas “individualizadas” de Facebook te pueda llevar a querer decirlas. Kraus era conocido, en su época, como el Gran Odiador. Según se sabe, era un hombre tierno y generoso en su vida privada, lleno de amigos leales. Pero una vez que empieza a darle cuerda al mecanismo de su retórica polémica, la lleva hasta registros extremadamente duros.
Los imbéciles “individualizados” que Kraus tiene en mente no son hoi polloi.[2] Aunque Kraus pudiera sonar como un elitista, no se ocupaba de denigrar a las masas o la cultura popular; la calculada dificultad de su escritura no era una barricada contra los bárbaros. Apuntaba, por el contrario, a autoridades brillantes y bien educadas que adoptaban una falsa clase de individualidad –gente que, según pensaba Kraus, no podía hacerse la distraída.
No es claro que las denuncias chillonas y ex cátedra de Kraus fueran el medio más efectivo para transformar mentes y corazones. Pero confieso experimentar cierta versión de su decepción cuando un novelista que creo que no puede hacerse el distraído, como Salman Rushdie, sucumbe a Twitter. O cuando una revista en papel políticamente comprometida que respeto, N+1, denigra a las revistas en papel como terminalmente “masculinas”, celebra Internet como “femenina”, y de algún modo se olvida de considerar la acelerada pauperización de los escritores freelance para Internet. O cuando buenos profesores progres que alguna vez resistieron la alienación –que criticaron al capitalismo por su permanente ataque contra cada tradición y cada comunidad que se interpuso en su camino– comienzan a llamar “revolucionaria” a la corporativizada Internet.
“¡Y nada de ese hormigueo pintoresco en la cáscara de un viejo gorgonzola en lugar de la confiable monotonía del queso crema! La vida es difícil de digerir tanto allí como aquí. Pero la dieta romance embellece lo echado a perder; uno le hinca el diente y queda patas para arriba. El régimen alemán echa a perder la belleza y nos pone a prueba: ¿cómo podríamos recrearla? La cultura romance hace de cualquiera un poeta. Allí el arte es una papa. Y el cielo, un infierno.” En lo hondo de este párrafo hallamos la sugerencia de que la Viena de Kraus era un caso intermedio –como el Windows Vista. Su lengua y su orientación eran alemanas, pero era la co-capital de un Imperio Romano Católico que se extendía hasta el sur de Europa, y estaba enamorada de la noción que tenía de su espíritu vienés y su estilo de vida especial y encantador. (“Las calles de Viena están pavimentadas de cultura”, reza uno de los aforismos de Kraus. “Las calles de otras ciudades, de asfalto”).
Para Kraus el supuesto encanto cultural de Viena consistía en un tejido de hipocresías extendido sobre contradicciones al borde de la catástrofe que él se sentía inclinado a desenmascarar con su sátira. El párrafo puede caer más duramente sobre la cultura latina que sobre la alemana, pero a Kraus en realidad le gustaba vacacionar en Italia y tuvo allí algunas de sus experiencias más románticas. Para él, el lugar de la desconexión realmente peligrosa entre contenido y forma era Austria, que se modernizaba rápidamente al mismo tiempo que mantenía modelos políticos y sociales de comienzos del siglo XIX. A Kraus lo obsesionaba el rol de los diarios modernos, consistente en ocultar las contradicciones. Como los periódicos de Hearst en Estados Unidos, la prensa burguesa vienesa tenía una enorme influencia política y financiera, y era probadamente corrupta. Se benefició inmensamente de la Primera Guerra Mundial y fue instrumental a la hora de sostener encantadores mitos vieneses como el de la “muerte del héroe” durante años de masacre mecanizada. La Gran Guerra fue precisamente el apocalipsis austriaco que Kraus había profetizado, y que contó con la complicidad de la prensa implacablemente satirizada por él.
La Viena de 1910 era, pues, un caso especial. Y sin embargo se podría afirmar que Estados Unidos en 2013 es un caso especial similar: otro imperio debilitado contándose historias sobre su carácter excepcional mientras se encamina hacia alguna clase de apocalipsis, fiscal o epidemiológico, climático-ambiental o termonuclear. Nuestra extrema izquierda puede odiar la religión y pensar que consentimos a Israel; nuestra extrema derecha puede odiar a los inmigrantes ilegales y pensar que consentimos a los negros; y todos pueden no saber cómo se supone que deba funcionar la economía ahora que los mercados se volvieron globales, pero la sustancia real de nuestras vidas cotidianas es la distracción total. No podemos enfrentar los problemas reales; gastamos un trillón de dólares en no resolver realmente un problema en Irak que no era realmente un problema; ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo evitar que los gastos en salud se devoren el PBI. En lo que sí estamos todos de acuerdo es en entregarnos a los nuevos medios y tecnologías cool, a Steve Jobs y Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, y en dejar que se beneficien a costa nuestra. Nuestra situación se parece bastante a la de Viena en 1910, solo que la tecnología del periódico fue reemplazada por la tecnología digital, y el encanto Vienés por lo cool de los Estados Unidos.
Consideremos el primer párrafo de un segundo ensayo de Kraus, “Nestroy y la posteridad”. El ensayo es una celebración ostensible de Johann Nestroy, una figura central de la Edad de Oro del teatro vienés durante la primera mitad del siglo XIX. En la época en que Kraus lo publicó, Nestroy era infravalorado, mal leído y fundamentalmente olvidado, y Kraus ve en esto un síntoma de lo que falla en la modernidad. En su anterior ensayo “Apocalipsis” había escrito: “La cultura no puede recuperar el aliento y, en el final, una humanidad muerta yace junto a sus obras, cuya invención nos costó tanto intelecto que no nos quedó nada para hacerlas funcionar. Fuimos lo suficientemente evolucionados como para construir máquinas y demasiado primitivos para ponerlas a nuestro servicio.” Para mí, lo más sorprendente de Kraus como pensador probablemente sea cuán temprana y claramente reconoció la diferencia entre el progreso tecnológico y el progreso moral y espiritual. Un siglo exitoso del primero, incluyendo avances científicos que habrían parecido milagrosos hasta no hace mucho, resultó en videos de smartphones de alta resolución de tipos tirando pastillas Mentos adentro de botellas de litro de Pepsi light y gritando “¡Waaa!” Los tecnovisionarios de los noventas prometieron que Internet iba a dar lugar a un nuevo mundo de paz, amor y comprensión, y los ejecutivos de Twitter aún golpean el tambor utópico, reclamando el crédito principal por la primavera árabe. Al escucharlos uno pensaría que es inconcebible que Europa del Este haya podido librarse de los Soviets sin ayuda de los celulares, o que un puñado de estadounidenses se levantaran contra los británicos y redactaran la constitución de los Estados Unidos sin capacidad 4G.
“Nestroy y la posteridad” comienza:
“No podemos celebrar su memoria del modo en que una posteridad debería hacerlo, reconociendo una deuda que tenemos que pagar. Entonces queremos celebrar su memoria confesando una culpa con la que cargamos, nosotros, habitantes de una época que ha perdido la capacidad de ser una posteridad… ¿Cómo pudo el constructor eterno no aprender de las experiencias de este siglo? Pues, desde que hay genios, fueron instalados en la época como ocupantes temporarios mientras se secaba el revoque; luego se mudaron, y la humanidad pudo habitar un ambiente más cálido. Desde que hay ingenieros, sin embargo, el edificio se volvió menos habitable. ¡Que Dios se apiade del emprendimiento! Que no permita que nazcan artistas, si no es con el consuelo de que cuando los recuerde la posteridad, lo haga mejor. ¡Este mundo! Intentemos tan solo que se sienta como una posteridad, y ante la insinuación de que debe su progreso a un rodeo del Espíritu, soltará una risa que parecerá decir: Los dentistas prefieren Kalodont. Una risa basada en una idea de Roosevelt y orquestada por Bernard Shaw. Es la risa que acaba con todo y todo lo puede. Pues los técnicos han derribado los puentes, y el futuro es todo lo que sigue automáticamente.”
Hoy el lema es “no hay quien detenga nuestras poderosas nuevas tecnologías”. La resistencia espontánea a estas tecnologías está casi completamente confinada a asuntos de salud y seguridad, y mientras tanto, varias otras lógicas –de la teoría de la guerra, de la tecnología, del mercado– continúan desplegándose automáticamente. Vivimos en un mundo con bombas de hidrógeno porque las bombas de uranio no alcanzaban para hacer el trabajo; pasamos la mayor parte de nuestras horas de vigilia mensajeando, enviando emails, twitteando y posteando en aparatos con pantalla a color porque la ley de Moore determinó que podíamos hacerlo. Nos dicen que, para ser económicamente competitivos, debemos olvidarnos de las humanidades y enseñarles a nuestros hijos la “pasión” por la tecnología digital, y prepararlos para que pasen toda su vida reeducándose para estar al día. La lógica indica que si queremos cosas como Zappos.com o capacidad DVR doméstica –¿y quién no los querría?– debemos decirle adiós a la estabilidad laboral y hola a toda una vida de angustias. Debemos volvernos tan inquietos como el propio capitalismo.
No solo no soy ludita, sino que ni siquiera estoy seguro de si los luditas originales lo eran. (Simplemente les resultaba práctico destruir las máquinas textiles a vapor que los estaban dejando sin trabajo). Paso todo el día, todos los días, usando software y silicona, y estoy encantado con todo lo relativo a mi nueva ultrabook Lenovo, excepto con su nombre. (Trabajar con algo que se llama IdeaPad me tienta a negarme a tener ideas). Pero no hace mucho tiempo, cuando era lo bastante desmedido como para decir que Twitter era una “estupidez” en público, la respuesta de los adictos a Twitter fue llamarme ludita. ¡Lero, lero! Fue como decir que fumar es una “estupidez”, solo que en este caso no contaba con evidencia médica que me respaldase. A la gente sí le preocupó, por un tiempo, que los celulares pudieran causar cáncer de cerebro, pero se demostró que la relación era entre débil y no existente, y ahora ya nadie tiene de qué preocuparse.
“Esta velocidad no sabe que su mérito solo es importante en la medida en que escapa de sí misma. Carnalmente presente, espiritualmente repugnante, acabada como es, esta época, así lo espera, será absorbida por la siguiente, y los niños, que fueron testigos de la unión del deporte y la máquina y se nutrieron de periódicos, podrán reírse mejor entonces… Asustarlos no sirve; si un espíritu se anuncia, se dice: estamos completos. La ciencia está determinada a garantizar su aislamiento hermético de todo lo que esté más allá de ella. Lo que entonces se llama mundo porque puede recorrerse en cincuenta días está terminado tan pronto como puede hacer el cálculo. Para mirar a la pregunta ‘¿Y entonces qué?’ directamente a los ojos: todavía confía en dar cuenta de lo incalculable. Y el cerebro difícilmente piensa alguna vez que el día de la gran sequía ha despuntado. Entonces calla el último órgano, pero la última máquina continúa zumbando, hasta que incluso ella hace silencio porque su operador olvidó la palabra. Porque el entendimiento no entendió que, alejándose del espíritu, podía no obstante crecer dentro de su generación, pero perdería habilidad para reproducirse. Si dos por dos es cuatro, como sostienen, esto se debe al hecho de que Goethe escribió el poema “El mar en calma”. Pero ahora se sabe con tanta exactitud cuánto es dos por dos que en cien años no podrá ser calculado. Algo que nunca antes existió tuvo que haber venido al mundo. Una infernal máquina de humanidad”.
De todas las líneas de Kraus esta es probablemente la que más ha significado para mí. En este pasaje Kraus está evocando al Aprendiz de Brujo –el desencadenamiento involuntario de consecuencias sobrenaturalmente destructivas. Aunque está hablando del periódico moderno, su crítica se aplica, si cabe, todavía mejor al tecnoconsumismo contemporáneo. Para Kraus, lo infernal de los periódicos era el acoplamiento fraudulento de ideales ilustrados con una implacable búsqueda de ganancias y poder. Con el tecnoconsumismo, la retórica humanista del “empoderamiento” y la “creatividad” y la “libertad” y la “conexión” y la “democracia” se vuelve cómplice del franco monopolio de los tecno-titanes; la nueva máquina infernal parece cada vez más obedecer exclusivamente a su propia lógica de desarrollo, y es mucho más esclavizante y adictiva, y mucho más indulgente con los peores impulsos humanos de lo que los periódicos lo fueron alguna vez. De hecho, lo que Kraus dirá más tarde de Nestroy podría decirse hoy del propio Kraus: “ataca su pequeño entorno con una aspereza digna de una causa posterior”. Las ganancias y el alcance de la prensa vienesa eran lastimosamente pequeños de acuerdo con los parámetros de la tecnología y los gigantes mediáticos de hoy. El océano de datos triviales o falsos o vacíos es millones de veces más vasto ahora. Kraus simplemente pronosticaba cuando vislumbraba el día en el que la gente olvidaría cómo sumar y restar; hoy es difícil que transcurra una comida con amigos sin que alguien recurra a su Iphone para obtener la clase de información que su cerebro solía tener la responsabilidad de recordar. Los tecnoadeptos, por supuesto, no ven nada malo aquí. Apuntan que los seres humanos siempre han tercerizado la memoria –en poetas, historiadores, parejas y libros. Pero soy a tal punto un hijo de los sesentas que puedo ver la diferencia entre dejar que tu esposa recuerde los cumpleaños de tus sobrinas y ceder funciones memorísticas básicas a un sistema corporativo global de control.
“Un invento para destrozar el Koh-i-nor [en esa época, el diamante más grande, (n. de J. F.)] y hacer accesible su luz a todos los que no lo poseen. Por cincuenta años ha estado funcionando la máquina en la que el espíritu se coloca por la parte delantera para salir por la trasera como impreso; diluyendo, divulgando, destruyendo. El que da, pierde, los que reciben, se empobrecen, y los intermediarios se ganan la vida…”
Ahí tienen una muestra de la prosa krausiana. La pregunta que ahora me gustaría considerar es: ¿Por qué Kraus estaba tan enojado? Fue un hijo tardío en una familia judía próspera y bien asimilada cuyo negocio generaba un ingreso lo suficientemente alto como para asegurarle independencia financiera de por vida. Esto, a su vez, le permitió publicar Die Fackel exactamente como quería, sin hacer concesiones a anunciantes ni suscriptores. Tenía un estrecho círculo de buenos amigos y un círculo mucho más amplio de admiradores, muchos de ellos fanáticos, algunos de ellos famosos. Aunque nunca se casó, tuvo algunos affairs rutilantes y una relación extensa. Su único problema de salud significativo era una curvatura de columna, e incluso esto tuvo la ventaja de dejarlo afuera del servicio militar. ¿Cómo pudo una persona tan afortunada convertirse en el Gran Odiador?
Me pregunto si no estaría tan enojado precisamente porque era tan privilegiado. Más adelante en el ensayo sobre Nestroy, el Gran Odiador defiende su odio de este modo: “El ácido quiere el brillo, y el óxido dice de él que solo está siendo corrosivo”. Kraus odiaba el lenguaje malo porque amaba el buen lenguaje –porque tenía dones, intelectuales y financieros, para cultivar ese amor. Y la persona que tuvo suerte en la vida no puede evitar esperar que el mundo siga marchando en la misma dirección; cuando el mundo insiste en tomar la dirección equivocada, la dirección de la corrupción y el mal gusto, se siente traicionado por él. Y entonces se enoja, y el enojo lo aísla más e intensifica su sentimiento de singularidad.
Como cualquier artista, Kraus quería ser un individuo. Durante buena parte de su vida fue desafiantemente antipolítico; parecía formar alianzas profesionales casi con la intención de torpedearlas espectacularmente después. Dado que la obra de teatro favorita de Kraus era El rey Lear, me pregunto si habrá visto su propio destino en el de Cordelia, la hija menor mimada que ama al rey y que, precisamente porque ha sido la hija privilegiada, segura del amor del rey, tiene la integridad personal de negarse a degradar su lenguaje y mentirle en su vejez. El privilegio colocó a Kraus, también, en la senda de la individualidad independiente, pero el mundo parecía dispuesto a frustrarlo. Lo decepcionó del mismo modo en que Lear decepciona a Cordelia, y en Kraus esto se convirtió en una receta para el enojo. En su anhelo de un mundo mejor en el que la verdadera individualidad fuera posible, continuó aplicando el ácido de su enojo a todo lo que fuera falso.
Permítanme pasar a mi propio ejemplo, ya que de todos modos he intentado encontrarlo en la historia de Kraus.
Fui un hijo tardío en una familia amorosa que, aunque ni siquiera era lo bastante próspera como para hacer de mí un rentista, sí tenía suficiente dinero como para ubicarme en un buen colegio público y enviarme a una buena universidad, donde aprendí a amar la literatura y el lenguaje. Era un estadounidense blanco, macho y heterosexual con buenos amigos y perfecta salud. Me convertí en una persona extremadamente enojada. El enojo cayó sobre mí tan cerca del momento en el que me enamoré de la escritura de Kraus que los dos hechos me resultan prácticamente indistinguibles.
No nací enojado. En todo caso, fue todo lo contrario. Puede sonar exagerado, pero creo ser exacto al decir que no conocí el enojo hasta los veintidós. En la adolescencia tuve mis momentos de malhumor y rebelión contra la autoridad, como Kraus, pero el conflicto con mi padre había sido mínimo, y lo peor que podría decirse de la relación con mi madre era que discutíamos como una pareja de viejos. El enojo real, el enojo como una forma de vida me fue ajeno hasta una tarde en particular de abril de 1982. Estaba en una estación de tren desierta en Hanover. Había venido de Múnich y esperaba el tren a Berlín; era un oscuro día gris alemán, y tomé un puñado de monedas alemanas de mi bolsillo y comencé a arrojarlas sobre la plataforma. Había cierta hostilidad anti-alemana en esto; hacía poco había tenido una experiencia horrible con una vieja alemana tacaña, y me hacía bien imaginarme a otras viejas alemanas tacañas agachándose para recoger las monedas como sabía que lo harían, agravando así sus dolores de rodilla y de cadera. El modo en que soltaba las monedas, sin embargo, revelaba un enojo más general. Estaba enojado con el mundo de una forma en que no lo había estado nunca. La causa próxima de mi enojo era mi intento fallido de tener sexo con una chica increíblemente linda en Múnich, solo que no había sido exactamente un intento fallido, sino una decisión de mi parte. Pocas horas más tarde, en la plataforma de Hanover, marqué mi entrada en la vida que siguió a esa decisión arrojando mis monedas. Luego tomé el tren y regresé a Berlín, donde vivía de una beca Fulbright, y me inscribí en un curso sobre Karl Kraus.
Como regalo de boda, tres meses después del regreso de Berlín, mi colega profesor de alemán, George Avery, me dio una edición de tapas duras de la formidable crítica del nazismo de Kraus, La tercera noche de Walpurgis. George, que me había abierto los ojos a la conexión entre leer literatura y vivir la vida, se estaba convirtiendo en una especie de segundo padre para mí, un padre que leía novelas y abrazaba todo los placeres. Había sido un buen estudiante suyo, y debe haber sido el deseo de mostrarme valioso, de demostrarle mi amor, el que me llevó, durante los dos meses siguientes a mi boda, a intentar traducir los dos difíciles ensayos de Kraus que había traído de Berlín.
Hacía el trabajo avanzada la tarde, luego de seis o siete horas de escribir relatos breves, en el dormitorio del pequeño departamento de Somerville que mi esposa y yo alquilábamos por 300 dólares al mes. Cuando terminé los borradores de las dos traducciones se las envié a George. Me las devolvió unas pocas semanas más tarde, con anotaciones marginales manuscritas en letra microscópica, y con una carta en la que aplaudía mi esfuerzo pero decía que también podía ver lo “endemoniadamente difícil” que era traducir a Kraus. Teniendo en cuenta su insinuación, volví a los borradores con una mirada renovada y me desanimé al descubrir que eran poco naturales y casi ilegibles. Tenía que retrabajar casi todas las oraciones, y estaba tan agotado por el trabajo que ya había hecho que enterré las páginas en una carpeta.
Pero Kraus me había cambiado. Cuando abandoné los cuentos y volví a mi novela, era consciente de su fervor moral, su rabia satírica, su odio por los medios, sus preocupaciones apocalípticas y su audacia como escritor de sentencias. Quería exponer las contradicciones estadounidenses del modo en que él había expuesto las austriacas, y quería hacerlo a través de la novela, el género popular que él había desdeñado, pero yo no. Todavía deseaba terminar mi proyecto Kraus también, luego de que mi novela me hubiera hecho famoso y millonario. Para hacer honor a estos deseos, coleccionaba recortes del Sunday Times y el Boston Globe a los que nos habíamos suscripto mi esposa y yo. Por alguna razón –tal vez para asegurarme de que otras personas también se casaban– leía religiosamente las páginas nupciales, y recortaba títulos como “Cynthia Pigott se casa con Louis Bacon”, y mi favorito: “La señorita LeBourgeois contraerá matrimonio con el señor Writer”.[3]
Leía el Globe con un ojo krausiano especialmente frío, y me enfurecía amablemente con su trivialidad, y el trabajo lamentable de sus correctores, y sus mortalmente aburridos juegos de palabras en los títulos de la sección del clima. Me molestaba tanto el “ingenio” sin fundamento y sin sentido de Head-on Splash[4] –que imagino que no le causaría gracia a la familia de alguien muerto en un accidente automovilístico– y de Autumnic Balm[5] –que ofendía mi sentido de la seriedad del peligro nuclear–, que terminé enviándole una carta fulminantemente krausiana al editor. El Globe por cierto publicó mi carta, pero, con su negligencia característica, se las arregló para deformar mi remate como Automatic Balm,[6] volviendo mi argumento incomprensible. Estaba tan furioso que más tarde dediqué muchas páginas de mi segunda novela a burlarme del diario de mierda que era el Globe. Mi furia de entonces –dirigida no solo contra los medios sino también contra Boston, los automovilistas de Boston, la gente del laboratorio donde trabajaba, la computadora del laboratorio, mi familia, la familia de mi mujer, Ronald Reagan, George H. W. Bush, los teóricos literarios, los escritores de ficciones minimalistas por entonces en boga y los hombres que se divorciaban de sus esposas– me es ajena ahora. Debe haber tenido que ver con el profundo aislamiento de mi vida de casado y con la crueldad con la que, en mi ambición y mi pobreza, me negaba todo placer.
Como ya argumenté, probablemente también habría algo del enojo del hombre privilegiado con el mundo que lo decepciona. Si resultó que no tenía suficiente enojo como para convertirme en un Kraus junior, fue debido al género que había elegido. Cuando un satírico hardcore logra alcanzar cierta popularidad, solo puede significar que su público no lo entiende. La falta de un público al que Kraus pudiera respetar era una conclusión inevitable, de manera que nunca tuvo que dejar de estar enojado: podía ser el Gran Odiador en su escritorio, y luego dejar su lapicera y tener una cálida vida personal con sus amigos. Pero cuando un novelista encuentra su público, incluso uno pequeño, se relaciona de una manera diferente con él, porque la relación está basada en el reconocimiento, y no en el malentendido. Con una relación así, con un público como ese, se vuelve simplemente deshonesto permanecer tan enojado. Y el trabajo mental que la ficción fundamentalmente requiere, que consiste en imaginar cómo es ser alguien que no sos, debilita todavía más el enojo. Cuantas más novelas escribía, menos confiaba en mi propia virtud y más inclinado me sentía a compadecer a gente como los cajistas del Globe. Es más: cuando Internet ascendió al poder, diseminando información en la que se podía confiar tan poco como costaba leerla, agradecí que el Times y el Globe todavía existieran y continuaran pagándoles a cronistas a medias responsables para que informaran, y perdí todo interés en destrozarlos.
Y así, en algún momento de los 90s, saqué mis malas traducciones de Kraus de mi gabinete de carpetas activas y las archivé en un depósito. Las sentencias de Kraus nunca dejaron de dar vueltas en mi cabeza, pero sentía que había dejado atrás a Kraus, que era un escritor del tipo chico enojado, y básicamente no del tipo novelista. Lo que ahora me ha llevado a él nuevamente es, en parte, mi irritante sensación de que el apocalipsis, que por un momento pareció retroceder, todavía está en el horizonte.
En mi pequeño rincón del mundo, lo que equivale a decir “la ficción estadounidense”, Jeff Bezos de Amazon puede no ser el Anticristo, pero seguramente se parece a uno de los cuatro jinetes. Amazon quiere un mundo donde los libros sean o bien autopublicados o bien publicados por Amazon, con lectores dependientes de las reseñas de Amazon para elegir sus libros, y con autores responsables de su propia promoción. El trabajo de charlatanes, twitteros y fanfarrones, y de la gente con dinero para pagarle a alguien que escriba para ellos cientos de reseñas de cinco estrellas florecerá en ese mundo. ¿Pero qué pasa con los que se convirtieron en escritores porque la charlatanería, el twitteo y la fanfarronería les parecían formas superficiales de compromiso social?¿Qué pasa con los que quieren comunicarse en profundidad, de individuo a individuo, en la tranquila permanencia de la letra impresa, y que fueron delineados por su amor a escritores que escribían cuando la publicación todavía aseguraba alguna clase de control de calidad, y las reputaciones literarias eran más que un asunto de cantidad de decibeles de autopromoción? En la medida en que cada vez menos lectores pueden encontrar su camino, en medio del ruido, los libros decepcionantes y las reseñas falsas, hacia el trabajo producido por esta nueva generación de escritores, Amazon va camino a convertir a los escritores en trabajadores sin perspectivas a quienes sus contratantes dan empleo en sus almacenes, donde trabajan cada vez más duro por cada vez menos, y sin seguridad laboral, porque los almacenes están ubicados en lugares donde ellos son la única empresa contratante. Y cuanto mayor es la población que vive como esos trabajadores, mayor es la presión descendente sobre los precios de los libros y mayor es el apriete a los vendedores de libros convencionales, porque cuando uno no gana mucho dinero, quiere entretenimiento gratis, y cuando la vida es dura, quiere gratificación inmediata (“¡Envío inmediato gratuito!”)
Pero así el libro físico pasa a formar parte de la lista de especies amenazadas, así los reseñadores responsables se extinguen, así las librerías independientes desaparecen, así los novelistas son reclutados para la autopromoción al estilo Jennifer Weiner, así los Seis Grandes editores son asesinados y devorados por Amazon: esto parece un apocalipsis solo si la mayoría de tus amigos son escritores, editores o libreros. Pero es posible que la historia no se haya terminado. Tal vez el experimento de internet de las reseñas de consumidores resulte en una corrupción tan flagrante (ya se sospecha que un tercio de las reseñas de todos los productos online son falsas) que la gente clamará por el regreso de los reseñadores profesionales. Tal vez un número económicamente significativo de lectores llegue a reconocer los costos humanos y culturales de la hegemonía de Amazon y vuelva a las librerías locales o al menos a barnesandnoble.com, que ofrece los mismos libros y un e-reader superior, y cuyos dueños tienen una política progresista. Tal vez la gente llegue a asquearse tanto de Twitter como alguna vez se asqueó de los cigarrillos. Todavía me parece que los últimos modelos de Twitter y Facebook para hacer dinero pueden describirse como una tercera parte fraude piramidal, una tercera parte ilusión y una tercera parte repugnante vigilancia panóptica.
Podría, es cierto, desarrollar un argumento apocalíptico más amplio sobre la lógica de la máquina, que ahora se ha vuelto global y está acelerando la desnaturalización del planeta y la esterilización de sus océanos. Podría mencionar la transformación del bosque boreal canadiense en un lago tóxico de arenas bituminosas, la destrucción de los últimos bosques asiáticos para la fabricación de muebles de garaje chinos ultralivianos en Home Depot, los diques en el Amazonas y la tala terminal de sus bosques para la producción de carne y la explotación minera, y toda la mentalidad “me cago en las consecuencias, queremos comprar un montón de mierda y la queremos barata, con envío inmediato gratuito”. Y mientras tanto el calentamiento de la atmósfera, mientras tanto el abuso de antibióticos en los agronegocios, mientras tanto el jugueteo generalizado con núcleos celulares, que podría resultar tan desastroso como el jugueteo con núcleos atómicos. Y sí: los misiles termonucleares todavía están en sus silos y submarinos.
Pero el apocalipsis no es necesariamente el final físico del mundo. Por cierto, la palabra sugiere más directamente la idea de juicio cósmico final. En su crónica de los crímenes contra la verdad y el lenguaje en Los últimos días de la humanidad (mankind) Kraus no se refiere únicamente a la destrucción física. De hecho, el título de su obra debería traducirse como Los últimos días de la condición humana (humanity): “deshumanizado” no significa “despoblado”, y si la primera guerra mundial significó el fin de la humanidad no fue porque allí no hubiera más gente. Kraus se sintió consternado ante la matanza, pero vio en ella el resultado, y no la causa, de una pérdida de humanidad por parte de personas que todavía estaban vivas. Vivas pero condenadas, cósmicamente condenadas.
Pero un juicio como ese obviamente depende de lo que se entienda por “humanidad”. Me guste o no, el mundo que está siendo creado por la máquina infernal del tecnoconsumismo es todavía un mundo hecho por seres humanos. Mientras escribo esto, parece que la mitad de las publicidades televisivas muestran a personas inclinándose sobre sus smartphones; hay una particularmente nociva/genial donde todos los veinteañeros en una recepción de boda no hacen otra cosa que sacarse fotos y mensajearse unos a otros. Describir este espectáculo deprimente en términos apocalípticos, como la “deshumanización” de una boda, es sostener una particular concepción moral de humanidad; y si uno sigue a Nietzsche y rechaza el juicio moral en favor del estético, es inmediatamente confrontado por la persuasiva conexión de Bourdieu entre estética y privilegio de clase; y al momento siguiente uno se encuentra traduciendo Los últimos días de la humanidad como Los últimos días del privilegio de aquello que personalmente encuentro hermoso.
Y tal vez no sea algo tan malo. Tal vez el apocalipsis sea, paradójicamente, siempre individual, siempre personal. Mi actividad sobre la tierra es breve y aparece encorchetada por una nada infinita, y durante la primera parte de esta actividad estoy anexado a un conjunto de valores humanos inevitablemente delineados por mis circunstancias sociales. Si hubiera nacido en 1159, cuando el mundo era más estable, a los cincuenta y tres podría haber sentido que la siguiente generación compartiría mis valores y apreciaría lo mismo que yo había apreciado; ningún apocalipsis en el horizonte. Pero nací en 1959, cuando la TV era algo que solo se miraba en el horario central, y la gente escribía cartas y las colocaba en el buzón, y todas las revistas y periódicos tenían una sólida sección de libros, y editores respetados hacían inversiones a largo plazo en jóvenes escritores, y la Nueva Crítica reinaba en los departamentos de literatura, y la cuenca del Amazonas estaba intacta, y los antibióticos solo se empleaban para tratar infecciones graves y no eran inyectados en vacas sanas. No era necesariamente un mundo mejor (teníamos refugios antiaéreos y piletas solo para blancos), pero era el único mundo que conocía para intentar encontrar mi lugar como escritor. Y entonces hoy, cincuenta y tres años más tarde, no puedo evitar que la sintomática protesta de Kraus –respecto de que el nexo entre tecnología y medios hizo que las personas se enfocaran inexorablemente en el presente y se olvidaran del pasado– me parezca verdadera. Kraus fue el primer gran ejemplo de un escritor experimentando plenamente cómo la modernidad, cuya esencia es la aceleración de la tasa de cambio, crea dentro de sí las condiciones para el apocalipsis personal. Naturalmente, como fue el primero, los cambios le parecían particulares y únicos, pero de hecho estaba registrando algo que se volvió el esquema de la modernidad. La experiencia de cada generación siguiente es tan distinta de la de la anterior que siempre habrá quienes sientan que toda conexión con los valores claves del pasado se perdió. Mientras dure la modernidad, todos los días le parecerán a alguien los últimos días de la humanidad.
Notas
[*] Guadalupe Marando es profesora de Letras de la UBA, traductora, profesa una herudicion promiscua en el Templo de las Virgenes Vestales de Georg Lukács y es mi amiga.
A traducido entre otras obras libros de Copi, Marguerite Duras, Siegfried Kracauer y tiene una traducción inédita de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.
Junto a Margarita Martínez forman un equipo de traducción que está a la altura de los mejores traductores de la historia de la traducción.
Jonathan Franzen es novelista, cultivador de la poética del siglo XIX donde el cuentito busca el relato total de una época, elegante ensayista, amante de los pajaritos y contrincante raqueta en mano de David Foster Wallace en una cancha de tenis hasta que este se ahorco.
Pero es fundamentalmente el autor de Las correcciones. Un cuentito chiquito donde la familia Lambert en poco más de 600 páginas logra desplegar la locura de una familia normal y el pulso de una época. Suerte de Los Simpsons remixado por León Tolstói, de Esperando la carroza con pulso de dickensiano.
Karl Kraus fue un punky epiléptico como Iggy Pop y de palabras afiladas como escupitajos de Ricky Espinosa. Su revista La Antorcha fue – cosa que Jonathan Franzen no puede saber ni su biógrafo Edward Timms – una trinchera contracultural arrinconada entre la ya clásica película de súper acción insuperable hasta hoy de La Primera Guerra Mundial con su manejo de efectos especiales que siguen maravillando y los pasos de comedia desopilantes de Adolf Hitler, diseño la maqueta sobre la cual años después en un sitio inmundo Enrique Symns – suerte de alter ego de Kraus – zarparía con su nave pirata de tripulación extraterrestre, de cerdos y peces extraviados, rumbo al doloroso abismo de los días ni fáciles o difíciles sino imposibles a recuperar el brillo misterioso de la aventura.
[1] Nos mantenemos, como en el resto de la traducción, más cerca de la versión inglesa, que traduce el término alemán romanisch como Romance, “romance”; también traducible como “latino”. (N. de t.)
[2] En griego, “los muchos”, “la mayoría”. En inglés se usa para referirse a la plebe, la masa. (N. de t.)
[3] Pig: cerdo; bacon: panceta; le bourgeois (fr.): el burgués; writer: escritor. (N. de la t.)
[4] ¿Lluvia de frente?; juego con head-on crash: choque frontal. (N. de la t.)
[5] Bálsamo otoñal; la pronunciación es parecida a atomic bomb: bomba atómica. (N. de la t.)
[6] Bálsamo automático. (N. de la t.)
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Confesiones de un librero de mierda Libros Kalish Correspondencia Fogwill - Elsa Kalish

Meridiano de sangre*
Se suman a esta gesta el batallon de guachines secuestradores de Villa la tranquila, Costa Esperanza y los ya citados «Soldaditos» de la 9 de Julio. Me pregunta Mameluco si necesitamos la presencia de nuestros hnos de la patria grande, asentados en la rivera del Rio Reconquista, El te arma un batallon de Chicha y Terere 
 Pablo Entrerrios
Hace años que me obcesiona el Conurbano Bonaerense como geografía literaria.
Así como me obseciona la literatura norteamericana donde encuentro una cantera narrativa de donde extraer una inagotable variedad de poeticas siempre sorprendentes, inteligentes, violentas, implacables, elegantes, desprolijas, trágicas, humoristicas. En fin, una cantera siempre dispuesta a un nuevo autor o título cuya obra esta viva.
Algo que en Argentina no encuentro.
No existe.
Una literatura que este viva.
Escritores, boludos como yo y un monton de amigos que conozco y tantos otros que no conozco o son enemigos declarados o latentes, hay tantos como para fundar una nueva república con mas habitantes que la población total de Uruguay o Paraguay.
Pero escritor, lo que se dice escritor, los dedos de una mano me sobran para contarlos.
Lo cual no me parece grave ni mucho menos mientras James Ellroy y William T. Vollmann, o Donald Ray Pollock y Jonathan Franzen, o Stephen King y Chuck Palahniuk o Tom Spanbauer sigan vivos y preparando el terreno para la proxima generación que ya seguramente se esta gestando de nuevos y excelentes escritores.
Es, así, uno escribe, como va al baño, por necesidad. Y si entendes eso todo bien. El problema en esta patria que alberga la lengua de Sarmiento y Martinez Estrada, de Borges y Arlt, de Juan L Ortiz y Nestor Perlongher, de José Sbarra y Roberto Fontanarrosa es que cuando salen del baño de comparecer en el trono, como todo buen cristiano que debe pasar por la el calvario de la cruz para resucitar,  solo toleran y permiten que se les diga que el olor a mierda que dejaron tras de sí huele a flores del prado o a manzanitas verdes  o a frutos del bosque.
Y no flaco, acá, vos y yo, escribimos para la mierda.
Es verdad, escribimos, pero no nos da para ser geniales como  Shakespeare o Faulkner.
¿Y cúal es el problema?
Si escribis para la mierda y sos feliz, ¿cúal es? Adelante.
Pero no.
Acá es más importante aparecer en la tapa de Ñ o que Marcelo Cohen te dedique un ensayo en su revista Otra parte que ser feliz escribiendo la boludeces que por un momento te devuelvan a la vida.
Como cantaba Ricky Espinosa en una canción de Flema: vivo como un muerto, pero vuelvo a nacer.
Y sí, yo vivo como un muerto pero vuelvo a nacer cuando escribo mis pelotudeces en un Word.
Bien.
Vivir afuera, de Fogwill.
Es una de esas pocas novelas donde el Conurbano Bonaerense logra atrapar algo de su increible potencial literario.
Yo que me creci en Villa Ballester, en la frontera con José León Suarez, reconozco en esa novela algo que esta vivo.
Los personajes de El Pichi y Mariana para cualquiera que allá leido la novela y conozca a mi familia no pueden dejar de asociarlos con mi cuñado el pistolero, gracias al cual conozco bastante Villa Corea o mi hermana la que vive en Londres.
Y Fogwill que era poeta, sobre todas las cosas, sabía y no deja de marcarlo que el único personaje que sabe narrar, contar historias es la puta. Mariana es la unica que sabe contar historias y mucho mejor que cualquier escritor famoso amigo de Fogwill que conocia a muchos y los mejores.
Si no conoces el conurbano podes imaginar que esos personajes son pura ficción fogwilliana. Y son ficción fogwilliana pero su matriz es producto de la escucha inclemente y la mirada atenta de Fogwill.
Esa novela fue escrita a mediados de los años 90.
El Conurbano que surge de esa narración posee una geografía tan diferente a al Conurbano del mejor Jorge Asís de Los rebentados, Flores robadas en los jardines de Quilmes o Carne picada, como es infinitamente diferente la Buenos Aires de El Matadero de Echeverría de la ciudad de Cesar Aira de Los fantasmas (1).
Y ahí me impresiona comprobar como a esas dos capaz geologicas de el Conurbano Bonaerense, tanto la de Asís de los años 70, como la de Fogwill de los 90, poco y nada tienen que ver con la que yo deje a mediados de los 2000 o en la que hoy vive mi sobrino Esteban Masot.
El Conurbano Bonaerense sigue siendo mejor contado y casi en exclusiva por los programas de televisión armados a partir de camaras de seguridad o por escritores norteamericanos que jamas fueron a bailar a Soul Train o Rescate Bailable ni conocieron jamas el frio criminal del fierro de un guachin dado vuelta o un cobani psicopata y sin embargo, ahí, encuentro un relato infinitamente más vivo que en la boluces que se publican y pasan y se venden como literatura.
La novela de Fogwill esta buenisima, si no la leiste deverias hacerlo, porque es un viaje del Conurbano al Alto Palermo, de una transa de merca entre una puta y unos canas de la bonaerense, de un viaje al fin de la noche, de una noche cualquiera que lamentablemente por ser la Argentina un pais de escritores mancos, solo muy de vez en cuando uno encuentra textos como estos donde es mas divertido y mas inteligente leer un libro que mirar por la tele a Alejandro Fantino.
NOTAS
*  Reseña crítica a Vivir afuera de  Fogwill.
(1) En esta serie de grandres – y lamentablemente escasa – ficciones bonaerenses me olvide de citar a Fernando Peña que con sus heterónimos  radiales Ruben Ramon Sixto Alegre Palito y Martín Revoira Lynch, el pibe cabeza de José León Suarez y el concheto de San Isidro. En las voces de Palito y Rovaira Lynch, Peña, quiza, logro el milagro de crear personajes de carne y hueso para dar vida a una ficción poderosa y brutal, estupida y fascinante, rabiosa y conmovedora con la cual el Conurbano Bonaerense supo arropar su mejor traje narrativo. No hay mas que entrar en You Tube y buscar los audios de estos dos vecinos, del pibe chorro de San Martín y del forro garca de la crema de la crema de la burguesia argentina para comprobar que los relatos Bonaerenses de Asís y Fogwill son buenisimos pero los de Fernando Peña son geniales, sobervios, piezas maestras de un narrador único.
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

vengo del Conurbano y en San Martín todo bicho que camina va a parar a la parrilla,
como dijo Martin Fierro

 

acabo de enterarme de que el escritor chileno eduardo labarca meo sobre la tumba de borges y se saco fotos mostrando su pequeño miembro de sudamericano resentido frente a la lapida de las ficciones argentinas
bueno, bueno, bueno
esto me parece que es demasiado
no se que mierda vas a hacer vos pero yo ya tome una decision
saque del placard la Luger del abuelo con la que defendio con valor a su patria durante la segunda guerra mundial y me pongo en camino para la cordillera, como hizo alguna vez San Martin y enseñarles a esos envidiosos que estan del otro lado de la cordillera que con borges no se jode.
los que quieran unirse los espero en el obelisco a las cinco de la tarde – por favor los que se sumen a esta gesta patriotica vengan armados porque vamos a la guerra – de donde partiremos en carabana hacia chile a defeneder lo nuestro y portando una unica bandera que nos albergara de los sinsabores de la batalla y nos protegera del fuego enemigo: la bandera de la libertad que supo portar don jose de san martin totalmente falopeado cuando cruzo la cordillera buscando la dignidad del hombre

chileno puto

Bonus track
¡Buenas noticias!
A poco menos de media hora de comenzar la gesta sanmartiniana convocada por mí para las 17hs en el obelisco para partir a las 18hs rumbo a la cordillera a pata, pasar del otro lado y darle su merecido a estos indios plantadores de quiwi que mearon la tumba de nuestro mas ilustre y destacado ancestro de las letras, hay, en el obelisco, ahora, según TN, hay mas de medio millon de ciudadanos en armas, sí, 500 mil patriotas y más seguramente y no paran de llegar, columnas y mas columnas desde los cuatro puntos cardinales, para dar batalla a estos maleducados que se creen con derecho a mear nuestro pasado solo por acordarse de que Roberto Bolaños era chileno cuando ya muerto la pego con 2666 en Estados Unidos.
Así de frívolos son nuestros enemigos.
Así de cipayos son estos indios sudamericanos.
De paso recuerdo a los ministros Montenegro – el ministro de seguridad con la voz mas cachonda del condado –  y Berni – el ministro de seguridad nacional que siempre soño con ser piloto de la NASA y llegar a la luna – que a casi una semana de haber sufrido un atentado criminal y en mi persona en calidad de escritor y librero y editor haber sufrido un atentado la CULTURA ARGENTINA, tanto los ministros de seguridad del pito triste y de la conchuda siguen sin venir a tocarme el timbre para solidarizarse. En cambio, desde entonces, no he parado de recibir gestos de afecto y cariño del pueblo. De millones de ustedes  Lo cual demuestra que la vieja dicotomia ALPARGATAS O LIBROS deja al pueblo del lado de la CULTURA y a los politicos del lado de la BARBARIE.
Bien.
Quiero contarles que a menos de 15 minutos de iniciarse esta nueva guerra libertaria, según en notero del programa radial de Gerardo Rozin, acaba de informar que en el obelisco ya pasamos el millon de argentinos dispuestos a ir a la guerra contra estos indios que si dejamos pasarles una meada a la tumba de Borges mañana vendran por nuestra Patagonia.
Quiero agradecer a La Reina de los Supermercados Chinos que financio de su propio bolsillo un escenario, sonido y los honorarios de Fito Páez para que suba a cantar y nos de manija para la larga marcha que nos espera El oso de Moris – canción que La Reina de los Supermercados Chinos sabe que siempre que estoy en un caraoke a la madrugada borracho y puesto no puedo evitar gesticular haciendo como que estoy tocando el piano como Fito y cantar a los gritos El oso.
Tambien mis queridos amigos de La Rana, La 9 de Julio y Corea han aportado mas kilos y kilos de merca, faso y armas para esta empresa que aun no comenzo y ya pertenece a la HISTORIA grande de la PATRIA.
Ahí vamos Chile. Por ustedes como cuando Roca fue por los Ranqueles.
Y les adelanto que esta empresa culminara con un recital en Viña del Mar donde Soda Stereo la rompio en los 80 y donde tocare junto a David Bowie, Nick Cave y Lemmy de Motörhead en homenaje a Gustavo Cerati una versión muy particular de Bajan de Luisito Spinetta que Gustavo supo reversionar en su primer disco solista Amor amarillo.
Y recuerden esto, compañeros, llevenlo siempre como un tatuaje en el pecho, como la escarapela con los colores azul y blanco de Manuel Belgrano, como sus propios corazones siempre latiendo ¡Argentina, Argentina! en sus cuerpos:
¡seamos libres y lo demas no importa!
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Para Petu

 

No hay que olvidar nada.
Patrimonio. Una historia verdadera, Philip Roth
 Lunes.
Pasadas las doce. Es decir, ya martes.
Estoy por acostarme a dormir. Estoy filtrado.
Pero vuelvo una última vez a la computadora.
Necesito plata. Tengo cuentas que pagar. No vendo un libro desde hace una semana. Y el unico que vendí la semana pasada que era una historia del concepto de neurósis me robaron la recaudación cuando volvia de la fiesta inaugural de 15C que hace Luis Pompa a partir del jueves pasado todos los jueves en su departamento de Esmeralda.
Así que podria decir que la semana pasada cuando volvia de lo de Pompa me robaron la recaudación de la neurósis.
Y tras carton vengo golpeado de venir sacando agua del barco que se unde con una tasita de café. Y, cosa que vos no tenes por qué saber, pero yo sí, que los meses de octubre y noviembre son historicamente un palo de escoba en el culo. Sí, astillado, para más datos.
Bien.
Así que vuelvo a la compu a ver si algún hijo de puta se le ocurrio comprarme un libro. Un puto libro.
Nadie.
Y las astillas del palo de escoba se en mi culo se mueven con la alegria hasta hacerme ladrar.
Pero al carajo.
Se lo que estoy haciendo.
Volví a leer. Estoy escribiendo más que nunca. Estoy encotrando en los collage que hago supliendo mi falta de talento plastico con inocencia infantil algo que me gusta, que progresa, que lentamente va tomando un estilo muy particular, el mio. Y estoy preparando un libro, que una de las mejores editoras de la Argentina y quizá, ojala, con el prologo de una persona a la cual quiero sencillamente porque fue uno de mis maestros, de mis pocos maestros que al finalizar sus clases salia del aula caliente, feliz, enamorado por haberme trasmitido algo nuevo que me dejaba en falta y me obligaba a ir a seguir aprendiendo. Loco, eso pasa poco y cuando pasa y ademas sos chico es magico.
Bien.
Así estamos.
La fosa común, sigue ahí, esperandome pasiente.
Que espere. O que venga a buscarme.
Pero yo no voy a arrojarme de cabeza en mi tumba – aunque también es cierto que puedo tropezar y caer de cabeza dentro. Al menos no por ahora porque no se cómo mierda conseguí, pero la conseguí, cierta vitalidad, cierta fortaleza espiritual para poder moverme  por estos días en la tormenta que es inclemente y no para de mearme en la cabeza.
Bien.
Chequeo mails. Ni un puto cliente.
Ok.
Pero alguien me pide amistad en Facebook.
Nos hacemos amigos.
Y me manda un mensaje particular.
Me escribe, que haces tanto tiempo, todo bien, loco???
¿Quién mierda es? No lo saco.
Miro sus fotos de Facebook.
No lo saco.
Pero es de Villa Ballester y porta el apellido de mi abuela Elsa Kalish. Pero bien escrito Kalisch.
¿Un compañero de la escuela?
No. Si hubiera tenido un compañero de la escuela con el apellido de mi abuela me acordaria.
Pienso. Busco en los archivos de mi pasado.
No lo saco.
Vuelvo a mirar las fotos. Miro sus ojos y algo reconozco. Pero no logro definir lo que veo – y te recuerdo que estoy viendo para la mierda porque el dia que volvia de la fiesta de Pompa no solo me robaron la recaudación de la neurósis sino que me rompieron los anteojos. Pero esos ojos, sí, los conozco, hay algo en ellos que me es familiar, casi como mis ojos, pero infinitamente mas bellos. Y cuando veo a las nenas, una mellizas, de esta persona que me saluda como si nos conocieramos de  toda la vida y que no se quien mierda es, algo en el rostro de sus nenas me recuerda un rostro y unos vigotes y no logro hacer foco. Y vuelvo a ver esos ojos, los de la persona que me pidio amistad. Los miro fijamente y en ellos reconozco otros ojos que se apagaron hace décadas y sin embargo siguen vivos convijandome en su bella claridad. Algo en esos ojos en la pantalla me recuerdan a la abuela Elsa. Y sí, ahí lo recuerdo todo. Es Daniel, el hijo del primo de mi papá y mi tía Marta, el primo Oscar.
Y todo esto me lleva a más atrás en el tiempo. Y al presente también.
Cuando mi vecino Beto, el papá de mi mejor amigo de la infancia, quedo en la lona, mi tío Juan y mi papá durante meses y meses lo mancaron. Con guita, para cubrir las necesidades de su familia. Ni a Juan ni a mi viejo les sobraba el dinero, pero a Beto no le falto durante esos meses largos de hiperinflación alfonsinista el mango para cubrir las necesidades de su familia.
Y hubo algo más.
Mi papá y Juan empezaron a juntarse los sabados al mediodia en la casa de la abuela Elsa a comer asados. Asados a los que yo hiba y también mi primo Sebastían.
Papá, Juan, la abuela, Seba y yo. Y ahora, también Beto.
Esas reuniones para alguien que esta en la lona son tan importantes como poder hacer frente a las responsabilidades que tenes cuando sos sosten de una familia.
Es el aguante del cual te cantaba Charly García.
Este es el aguante. Sin él, todo, todo, todo se va a l mierda.
Con el tiempo la abuela murió.
Pero los asados o comidas siguieron.
Yo me hice adolescente.
Y empezo a venir Oscar, el padre de Daniel.
Oscar es el único de esa mesa que tenía calle. Nunca supe bien de que trabajaba. Pero tenía contactos con mucha gente. Canas, lumpenes, religiosos, políticos, de todo un poco. Podías tomarlo por un mitomano pero tengo escucha y se ver y habia algo en su decir que implicaba un saber y un conocimiento que se tiene o no, pero no se puede mentir. Y andaba siempre en un rastrojero que se caía a pedazos y a años luz era el que mejor y mas cogia de esa mesa.
Y recuerdo una mañana de esas en las que el sol te ilumina para descubrite desnudo en el desierto rodeado de alimañas. Y fue él, Oscar, el primo Oscar, que me rescato y por lo que siempre le estare agradecido.
Y ahí esta ahora Daniel, su hijo, el cual lo trate poco pero siempre me cayo bien. La última vez que lo vi no tengo la mas puta idea pero eramos pibes y acá etamos ahora dos hombres de la edad que tenian mi papá y su padre cuando comenzaron los asados en lo de la abuela Elsa.
Eso quería contar.
Eso.
Y que este jueves volvere a ir a C15, a las reuniones de Pompa, porque aprendi de chico que tener un lugar donde ir a juntarte con amigos es importante. Como cuando haciamos radio todos los viernes con Pablo Enterrios frente a un microfono y luego en bares de la zona, como cuando nos juntabamos todos los jueves con Vestite y andate en el bar El Mirador frente al parque Lezama, como cuando nos juntabamos con la gente de elinterpretador una vez a la semana para armar la revista y  comer y charlar y beber, como nos juntabamos con Andres Tejada Gomez y Pablo Klappenbach todos los domingos a charlar y armar Tevoyaatornillar o como las cenas que haciamos con Gustavo Casartelli y Fernanda Simonetti todos los miércoles.
Y sí, como cuando era chico y comiamos todos los sabados al mediodia con la abuela, papá, Juan y Beto en la cocina minuscula un buen asado.
Y sí, este es el aguante, te lo digo yo.
Como alguna vez te lo dijo Charly.
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Conversación analítica XI. El objeto en psicoanálisis – Hugo Piciana (coordinador)

Hugo Piciana Sebastián Cariola Sigmund Freud Lacan Libros Kalish Borges Rodrigo Ruiz Ciancia Conversación analítica XI. El objeto en psicoanálisis

Estado: nuevo.

Editorial: Grama.

Prólogo: Sebastián Cariola y Martín Baamonde.

Precio: $200.

María Teresa Avellaneda – Andrea Barone – Florencia Bonino – José Manuel Cano – Lorena Cáceres – Sebastián Cariola – Bárbara Degleve – Teresa Freier – Pablo Olivero – Santiago Perpere – Oscar Quiroga – David Vargas Castro – Paula Zelwianski.
Prólogo
Sebastián Cariola y Martín Baamonde
“Conversar” comparte sus raíces etimológicas con el término “convertir”, de allí la equivocidad que nos otorga “converso”, que indica tanto la primera persona del que toma la palabra como aquel que realiza un cambio, que produce un movimiento, se convierte, muy utilizado para indicar el advenimiento de alguien en una nueva visión o creencia. Lo que evidencia esto es que “conversar” no es lo mismo que “hablar” en tanto la implicancia subjetiva que conlleva una u otra. Hablar puede quedar más del lado de lo gozoso del bla bla, y por ende, se lo puede equiparar a “callar”. En este punto ambos funcionan como defensa ante el riesgo de lo que podría encontrar un sujeto si se desembaraza del silencio. Es lo que con Lacan podemos plantear como diferencia entre el decir y lo dicho.
En este caso, ese conversar es sobre psicoanálisis. La Conversación Analítica se gesta a partir de un silencio, pero un silencio en relación a lo que se calla. Callar que resguarda el efecto conversivo que puede producir la palabra, tal como nos enseñó Freud. Callar como forma de retención de goce, de adormecimiento del sujeto y zozobra en el arrullo de cuna que canta el Otro. El discurso analítico plantea que no todo puede ser dicho, y es desde esta imposibilidad, que dice a diferencia de los otros discursos que sostienen la ilusión de completad cuyo efecto es el incesante intento de lo que no cesa.
En esta oportunidad el tema que nos convoca es ·”el objeto en psicoanálisis”, y este libro, objeto en sí mismo, es el producto de aquel encuentro. Claro que si bien este libro es un objeto, no es uno de los del psicoanálisis, pero sí uno referente al psicoanálisis. Objeto de intercambio, pero que tiene un valor de uso, diferente para cada quien que pueda plantearse qué tiene que ver con eso que tiene entre sus manos. Objeto también con un cuerpo, cuerpo agujereado. Un cuerpo no como soporte material, sino como aquel que a partir de sus agujeros arma el andamiaje que le da existencia, y que evidencia su no completad, sinónimo de “no todo”. Falta que pone en juego un deseo que se decide en la producción del trabajo que se refleja en el mismo. Dentro de esta lógica se da la Conversación Analítica, y es de lo que este libro intenta prestar testimonio. Sus trabajos, sus mesas, la coordinación de las mismas, sus conversaciones, tienen la particularidad de armar a posteriori una serie, tal como Lacan en “La instancia de la letra…” define la cadena significante. Hebras de hilos que se enhebran en otros hilos formando la red de una trama de fibras, se va leyendo el recorrido que los significantes arman bordeando los diferentes temas: objeto, das Ding, trama, trauma, cuerpo, síntoma, espera, los efectos del discurso capitalista sobre el don, el estrago… arponeados por lo que se va delimitando como lo invariante, lo irreductible de lo constante, que se pone en juego a lo largo del recorrido. Los trabajos teóricos, la casuística, invitan a la conversación, a la pregunta. Las posiciones encontradas en alguna de las conversaciones que enriquecen este libro demuestran que el lazo entre analistas no requiere del supuesto orden de las instituciones, dando cuenta de lo genuino de este dispositivo.
Este objeto, objeto con cuerpo, objeto en cuerpo, encore, aun, insiste por su falla misma, porque no todo es dicho, evidenciando en su decir el silencio mismo que produjo su nacimiento. Porque este, el XIº encuentro ya está perdido, es que aún insiste, redoblando la apuesta por un silencio que no calla.
Concluyendo, y en consonancia a lo antes planteado puede proponerse la pregunta por el fin: ¿cada vez, la Conversación, termina a fracasa? En el caso de que fracase, ¿no es la condición misma de su posible relanzamiento? De ser así, si no fracasara, terminaría.
Fragmento extraído de la apertura de la XI Jornada de Trabajo de la Conversación Analítica (2013)
Hugo Piciana
En el Seminario 16, De un Otro al otro, en la página 283, Lacan hace una referencia clara y precisa sobre el cuerpo del Otro: «Ya despejamos el campo donde inscribir el lugar del A, ese lugar que es el Otro con mayúscula, es decir, aquí, el cuerpo… Lo vemos así, en suma, ahuecarse por lo que llamé la última vez el en-forma de A, a saber, ese a que lo agujerea». De aquí lo que se desprende es que ese Otro no está completo, pero este nuevo nombre que le da Lacan, en-forma del A, es el modo de formalizarlo, y formalizar la marca, la cicatriz de la castración del Otro.
Es el en-forma que hace añicos la ilusión de un cuerpo totalizado, de la buena forma. Ficción ilusoria que el sujeto se complace en perfeccionar, como uno de sus trabajos o tareas que rayan lo inútil, en lo que se encuentra un yo luminoso, desconociendo la opacidad de lo que lo sustenta.
El en-forma y el fracaso del orden simbólico ubican, en la inexistencia del significante, la posibilidad de dar cuenta del no hay el todo, ni la perfección, pues el objeto que no hay, articulado al significante de la falta, abre el camino de la contingencia de un encuentro fallado, en tanto que hay, para cada sujeto, nadie. Es la gramática en su inversión lógica, de lo que hay, que no es justamente lo adecuado sino lo aproximado. La hiancia es lo imborrable, marca que está ahí, y solo es menester de cada analista saber leerla. Letra que se hace carne en un eco de silencio.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges
Mother*
Mother…
John Lennon
Mother…
Marvin Gaye
La muerte no pudo con ella.
Era más brava que el demonio de Tasmania. Más implacable que un comisario de la Bonaerense. Tan exigente, metódica y banal como Eichmann enviando diariamente materia prima a la fábrica de Jabón Federal.
Así era ella, madre, como la llamaba su hijo, siniestra y gentil.
Una excelente traductora como me explicó una tarde en Avenida de Mayo un traductor uruguayo al que le había comprado por Mercado Libre el libro de Michel Houellebecq Rester vivant.
Así era ella, madre.
Más brava que el demonio.
Y cuando la muerte la vino a buscar, no tuvo miedo. Ni se inmuto. Simplemente la miro a los ojos, le escupió en la cara, irónicamente, una línea de un escritor cuya sintaxis y ortografía le resultaban insoportable. Raja, turrita, raja. Y la muerte se fue con la cola entre las patas aullando espanto.
Así era ella, madre.
Oficialmente muerta para todo el mundo en 1975.
Pero más viva que la muerte.
Y estaba furiosa. Porque le había llegado el rumor de que su hijo convertido en un muñeco pelotudo había logrado la libertad. Que cartoneaba feliz (1) junto un pordiosero y un perro callejero que poseía el don de la palabra y cultivaba la humilde lengua de Cervantes (2) y Fontanarrosa. Y que cada tanto paraba a boludear y empedarse en una confitería de Once.
Así es como madre, sufrida, abnegada, aguardo intranquila pero paciente en las inmediaciones de la confitería Atenea a que se hiciera presente el pelotudo de su hijo.
Y una noche, tanta entrega y amor, recompensaron su martirio.
Lo vio entrar al baño de la confitería Atenea junto a perro, que no paraba de hablar y sentarse en la mesa de Cheever y Carver.
El mozo Queen les sirvió whisky para los cuatro. Y Ringo les conto a Cheever y Carver, que él y Borges hacía días que no conseguían juntar suficiente cartón por las calles para comprar fernet-cola Fernando y puchos.
Madre, no aguanto más.
Irrumpió con la pericia de un cuerpo de elite del grupo G.E.O.
No te puedo dejar dos minutos solo que empezas a mandarte cagadas. Sos como el pato criollo, un paso, una cagada, le dijo madre al muñeco de Borges, a los gritos, fuera de sí.
Y cuando estaba por llevárselo de las orejas frente al espanto de Ringo, Cheever y Carver que enmudecieron sin atinar a decir mu cagados en las patas por la presencia de este monstruo mitológico, apareció La Reina de los supermercados chinos.
Su última mujer. Furiosa. Igual que madre. Pero no porque Borges fuera libre y feliz finalmente sino porque en lugar de estar facturando la estaba haciendo perder guita cartoneado por Buenos Aires.
Madre y La Reina de los Supermercados Chinos se midieron. Se estudiaron. Evaluaron fortalezas y debilidades de su contrincante.
Es mío, dijo madre.
Se viene conmigo soy su mujer, dijo La Reina de los Supermercados Chinos.
Un silencio espeso como una cortina de hierro cayó sobre el baño de la confitería Atenea.
Madre saco una daga.
La Reina de los supermercados Chinos otra.
Y las dos mujeres salieron del baño de la confitería Atenea, puñal en mano, a dirimir sus diferencias a la esquina de Rivadavia y Pichincha, frente a la mirada melancólica del muñeco de Borges que ahora comprende (3) bajo la luz salvaje de la hora sin sombra que un hombre no escapa jamás a su destino ni siquiera cuando atraviesa las puertas de la eternidad.
Notas
* El título de esta colúmna, Mother, la tome en prestamo de una palabra perdida entre las páginas de la novela de William Faulkner The Wild Palms, que según el crítico Douglas Day’s en su ensayo “Borges, Faulkner, and the Wild Palms”  publicado 1980 en la revista VQR señala que esta novela de Faulkner no fue traducida por Borges sino por su madre y firmada por él.
(1) El origen de esta historia  se narra en Borges y Bioy (o las desdichas de dos perros sarnosos) publicada en  Confesiones de un librero de mierda
(2) Dos hechos fortuitos que se reflejan mutuamente pero invertidos como en un espejo nos muestran a dos chicos inmersos en la lectura del Don Quijote de la Mancha de Cervantes, uno cuya lengua es el alemán y lo lee es castellano y el otro cuya lengua es el castellano y lo lee en ingles. Así como la obra de traducción de Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges sigue esperando un estudio que le haga justicia igualmente las lecturas de Sigmund Freud y Jorge Luis Borges  leyendo el Quijote en una legua que «no» les pertenece, que no es la materna, aun espera un ensayo inteligente y malicioso como  inteligentes y maliciosos eran estos dos hombres que sabian que hay momentos en la vida en que la cuestión de saber si uno es capaz de pensar de forma distinta de como piensa, y de percibir de forma distinta de como ve, es absolutamente impresindible para poder seguir pensando y reflexionado.
(3) » Los textos nos ponen frente a dolores y tristezas que nos caen tan cerca como nuestra propia carne […] Pero el lector debe ser conciente de que la comprensión no es un sucedáneo de la compasión.», Peter Brown, El cuerpo y la sociedad. Los hombres, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo.
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

tanto joder con el viejo boligoma de borges
que finalmente me la metio doblada
anoche venia caminando borracho de una fiesta
y un flaco que venia de frente
me sacudio en la cara
quede desparramado en el piso
con los anteojos rotos en cuatro pedazos
otro de atras me agarro de los pelos
y entre los dos tipos
me robaron todo lo que tenia
la camara con la que sacaba fotos
a la gente que duerme en la calle
billetera
un acqua di gio de armani que me regalo mi hermana
¡y el libro de william  t vollmann
europa central!
tanto joder con ese viejo demonio
de la calle talcahuano
ahora sin anteojos
voy a experimentar
lo que es caminar por la calle
con los ojos ciegos bien abiertos
Bonus Track
Quiero agradecer a todos los que se solidarizaron en esta dificil hora en la que fui victima como tantos otros ciudadanos diariamnete de los negros de mierda que nos odian. Tambien quiero denunciar que el ministro de seguridad Sergio Berni con su helicoptero a pilas Durracel ni el ministro de justicia y seguridad Guillermo Montenegro con ese fraseo tan masculino como el de Eduardo Aliverti, luego de mas de 12 hora de producido el siniestro aun no sen hicieron presentes. Y ya hable por telefono con Juan Carlos Blumberg y estamos viendo de reflotar la vieja patriada de las marchas con velas blancas. Vení, sumate, todo suma, Ivo, Baby, vos,  tu mamá, tu novia, tus amigos de futboll, ¡todos! La consigna es: Un hombre, una vela blanca, por una república que vuelva a ser un vergel donde el amor, la paz y la armonía nos una he incluya a todos y obviamente se legalice ya la pena de muerte para los negros hijos de puta que asesinan a sangre fria a nuestros hijos y mujeres y entran y salen de la carcel tantas veces y con la misma facilidad con la que vos una noche de birra entras y salis del baño 20 veces por hora para mear.
Y para los que están preocupados porque tengo que andar por estos días sin anteojos, porque los delincuentes me los destrozaron, quiero contarles algo de mi modesta ceguera personal.
Modesta, en primer término, porque es ceguera total de un ojo, parcial del otro. Todavía puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde y el azul. Hay un color que no me ha sido infiel, el color amarillo. Recuerdo que de chico me demoraba ante unas jaulas del jardín zoológico de Palermo y eran precisamente la jaula del tigre y la del leopardo. Me demoraba ante el oro y el negro del tigre; aún ahora, el amarillo sigue acompañándome.
Quiero pasar a un hecho que suele ignorarse y que no sé si es de aplicación general. La gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro. Hay un verso de Shakespeare que justificaría esa opinión: “Looking on darkness which the blind do see”; “mirando la oscuridad que ven los ciegos”. Si entendemos negrura por oscuridad, el verso de Shakespeare es falso.
Uno de los colores que los ciegos (o en todo caso este ciego) extrañan es el negro; otro, el rojo. “Le rouge et le noir” son los colores que nos faltan. A mí, que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. Hubiera querido reclinarme en la oscuridad, apoyarme en la oscuridad. Al rojo lo veo como un vago marrón. El mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando en mi nombre y en nombre de mi padre y de mi abuela, que murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir. Se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor. Sé que fueron valientes en un país donde los delincuentes entran por una puerta por haber matado a tu hijo y salen por la otra para ir a matarte a vos.
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Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld Christian Ferrer Ezequiel Martinez Estrada Borges

Cow & Chicken: X-Ray of the Pampa
Para  Gustavo Casartelli 
Lo que sigue a continuación es una lectura crítica del libro de Christian Ferrer La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiél Martínez Estrada. El impulso inicial de esta crítica se origina en un collage ehco por una nena de cinco años, cortando y pegando una vaquita en el libro de Ferrer. Seguramente abran en el futuro multiples lecturas críticas de este libro, sin embargo, ninguna tan inteligente y aguda como la de Albertina Sassi Marando.

I

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish

II

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish Lisa Ann

III

Ezequiel Martinez Estrada Jorge Luis Borges Libros Kalish

IV

Borges Ezequiel Martinez Estrada Libros Kalish  Käthe Kollwitz Keith Richards Mick Jagger Bob Dylan Gustavo Cerati Richard Coleman Ren & Stimpy

V

Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Jorge Luis Borges

VI

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros Kalish Lisa Ann

VII

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada  Libros Kalish Juan Pablo Liefeld Ava Addams

VIII

La Vaca y El Pollito Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros KalishLuis Pompa

IX

Jorge Luis Borges Ezequiel Martinez Estrada Oscar del Barco Libros Kalish Dady Brieva Nietzsche William T Vollmann Luis Pompa

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Publicado en Bob Dylan, Christian Ferrer, Dady Brieva, Eva Perón, Ezequiel Martínez Estrada, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Gustavo Cerati, Jorge Luis Borges, Juan Domingo Perón, Käthe Kollwitz, Keith Richards, Mick Jagger, Oscar del Barco, William T. Vollmann, zzz---Confesiones de un librero de mierda---zzz | Deja un comentario

La contracultura a través de los tiempos. De Abraham al acid house – Ken Goffman

Albertina Sassi Marando Libros Kalish La contracultura a través de los tiempos. De Abraham al acid house – Ken Goffman Timothy Leary

Este collage es obra de Albertina Sassi Marando.

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Anagrama.

Prólogo: Timothy Leary.

Precio: $000.

Esta historia de la contracultura es también la historia de la civilización, aunque desde la perspectiva del motor oculto al que ésta debe su dinámica desde los tiempos más remotos: la ardua imaginación del futuro posible. Ken Goffman y el coautor Dan Joy apuestan por la reescritura de la historia cultural como una sucesión de estremecimientos producidos por la incomodidad de algunos ?los hippies, pero también los monjes taoístas de la China milenaria o los pensadores de la Ilustración? en el seno de las estables y opresivas estructuras sociales, modificándolas incesantemente a lo largo del tiempo. Goffman, conocido en los ambientes cibernéticos como R. U. Sirius, se coloca al lado de los individualistas y los marginales, para desplegar ante los lectores el estimulante panorama histórico de la rebeldía.
Ken Goffman estudió en la Universidad Estatal de Nueva York en Brockport. Fue fundador y editor de la revista Mondo 2000, uno de los principales órganos del movimiento cyberpunk. Entre otras obras, ha escrito «How to mutate and Take Over the World» y «Design for dying», este último en colaboración con Timothy Leary. Participó como candidato del Partido de la Revolución a las elecciones presidenciales norteamericanas del año 2000, experiencia recogida en su libro The Revolution: Quotations from Revolution Party Chairman R.U. Sirius.
Ciclo 2013 – Primera clase del seminario ‘Historia de la contracultura’,
a cargo de Esteban Ierardo.

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Publicado en Ken Goffman, Timothy Leary | 2 comentarios

En busca de J. D. Salinger – Ian Hamilton

En busca de J. D. Salinger Ian Hamilton Albertina Sassi Marando Ezequiel Martinez Estrada Jorge Luis Borges Libros Kalish Alan Pauls

Este collage es una obra conjunta entre Albertina Sassi Marando y Juan Pablo Liefeld.

Estado: nuevo.

Editorial: Mondadori.

Precio: $400.

En 1983, el biógrafo Ian Hamilton emprendió lo que sabía que iba a resultar una tarea abrumadora: el recuento de la vida literaria de uno de los más leídos – y recluidos – escritores norteamericanos del siglo XX, J. D. Salinger. Lo que no sabía era que acabaría no con una, sino cono dos historias que contar, pues al final su propia vida se vería íntimamente vinculada a la de su notoriamente difícil biografiado.
A través de El guardián en el centeno y sus cuentos, cuyo atractivo no se ha visto alterado por el tiempo, la magia de Salinger ha influido – – y continúa influyendo – en la vida de millones de lectores. No obstante, el propio creador de Holden Caulfield y de los enigmáticos Franny y Zooey constituye un misterio comparable al más evasivo de sus personajes. Cumpliendo una brillante hazaña de literatura detectivesca, Ian Hamilton penetra ahora el misterio, proporcionando el primer estudio extenso y responsable sobre Jerome David Salinger, el escritor y el hombre.
Pero En busca de J. D. Salinger no es simplemente la biografía literaria que Hamilton se propuso escribir, la versión contra la que Salinger recurrió judicialmente. La desconcertante respuesta de Hamilton ha consistido en rehacer su libro, contando con cautivante detalle la historia original, pero incorporándole, además, la narración de su propia aventura indagatoria – a veces mordaz, por momentos cómica, a menudo exasperante –, una pesquisa que lo ha convertido definitivamente en parte de la vida de Salinger, y a Salinger en parte de la suya.
Revelando los caminos descubiertos para llegar al pasado de Salinger – así como al describir el proceso de discusión consigo mismo, los pasos en falso, el frecuente paso de la certidumbre a la duda a lo largo de la persecución de su objetivo –, Ian Hamilton nos conduce a la infancia neoyorquina de Salinger y sus años de adolescente en la Academia Militar de Valley Forge, hasta su sorprendente carrera militar; de las amistades íntimas y las primera influencias, , a los romances y a un breve primer matrimonio; de los días de escribir para las “revistas satinadas”  a los primeros éxitos en la revista New Yorker; de la relativa oscuridad de Salinger a su súbita y arrolladora fama y a su curiosa reacción ante esa fama. Por último, Hamilton reconstruye las contiendas legales de 1986 y 1987 que – aunque fugazmente – llevaron de nuevo a la escena pública a Salinger, y a su biógrafo a volver sobre sus pasos y recontar su historia, esta vez con él mismo como un personaje ineludible.
En busca de J. D. Salinger es un notable libro, en el que un importante biógrafo, crítico y poeta expone una inesperada cantidad de información no proporcionada por el mismo Salinger, exponiendo lo que nunca se había sabido acerca de uno de los más distinguidos escritores de ficción norteamericanos, y embarcándonos de paso en su propia y agitada aventura.
Las máscaras de Salinger
Alan Pauls
El Salinger de Shane Salerno y David Shields resucita el fenómeno de reticencia pública más exasperante de la industria cultural norteamericana: el affaire Jerome David Salinger (1919-2010), autor de una ópera prima prodigio, El cazador oculto, un best seller contemporáneo admirablemente longevo que desde su aparición, en 1951, inició en la imaginación literaria a generaciones enteras de generaciones y lleva vendidos 65 millones de ejemplares, y tres pequeños libros de culto masivo (Nueve cuentos, Franny y Zoey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado–Seymour: una introducción), que a principios de los años ’60, tapa de Time, codiciado por Elia Kazan y Billy Wilder, se autoconfinó en una tosca dacha de Cornish, New Hampshire –un pabellón frío e inhóspito para su familia, un bunker frío e inhóspito para él, al que ni su mujer ni sus hijos tenían derecho de acercarse “a menos que la casa estuviera ardiendo”– y no volvió a publicar libros ni a dar entrevistas ni a intervenir en la vida social hasta que murió, salvo para comprar el pan, retirar su correo en el centro de Cornish, espantar paparazzi carabina en mano o litigar vía abogados contra cuanto periodista o biógrafo o simpatizante académico osara perturbar su voto de castidad mundana.
Nadie con dos dedos de frente perdería un segundo de su tiempo indignándose por un escritor que abraza el ostracismo como modo de vida. Nadie con una pizca de sentido común, o de imaginación, o de familiaridad con las tasas de demanda de exposición de la industria cultural americana perdería el tiempo improvisando respuestas alambicadas para una pregunta (“¿Por qué usted, que hasta ayer era todo expresión, manifestación, sentido, se llama ahora a silencio?”) que Marcel Duchamp, recluso igualmente célebre aunque más intermitente, ya había contestado con un laconismo ejemplar: “Me quedé sin ideas”. Saber si Salerno y Shields satisfacen esos requisitos de longitud frontal es tan difícil como saber por qué Salinger hizo todo lo que hizo en sus ochenta y un años de vida, una vida que lo embarcó en una guerra cruenta, en relaciones sentimentales enigmáticas, desdichadas o imposibles, en sociedades editoriales complejas, en disciplinas orientales, dietas espartanas y obstinados amours fous con ninfas de inspiración nabokoviana, pero cuya única singularidad evidente es eso mismo que el tándem Salerno-Shields (SS) se obstina en ignorar en su libro: una obra literaria, esa obra frugal, a la vez compacta y abierta, pulida y enigmática, inconclusa siempre, desde el minuto uno, que hoy llamamos Salinger. Lo que sabemos, porque el libro lo suda en cada página, es que el motor de Salinger no es la curiosidad, ni la identificación mimética, ni la admiración, ni siquiera el morbo (que son las altas y bajas pasiones que informan a la biografía): es el escándalo. El escándalo provocado por el deseo de desaparecer, por supuesto, pero sobre todo los escándalos suplementarios, supremos –casi provocaciones criminales– que derivan: 1) del hecho de que Salinger se borró del mundo en pleno éxito (y sabemos hasta qué punto el régimen capitalista del triunfo impone como condición estar ahí, para experimentarlo y gozarlo, naturalmente, pero sobre todo para padecerlo y sucumbir a él), y 2) del hecho de que Salinger desertó y enmudeció pero siguió escribiendo encarnizadamente (y sabemos el tipo de asocialidad, el gasto perverso, la provocación que representa ese encarnizamiento cuando los que lo justifican no son sus destinatarios “naturales” (lectores, crítica, academia, mercado).
Más que leerse, el Salinger de Salerno y Shields se ve, se ve con avidez, con impaciencia, con la atención irascible que solían merecer los episodios, siempre distintos pero siempre idénticos, de The E! True Hollywood Stories o de su primo hermano amarillo, Mysteries and scandals, suerte de Hollywood Babylon de pacotilla, con el inolvidable A. J. Benza en el papel de un Kenneth Anger quemado por años de pujante cable latino. No es casual que en septiembre del año pasado, cuando se lanzó en Estados Unidos, el libro de SS saliera al ruedo en simultáneo con un documental, también titulado Salinger pero firmado sólo por Salerno (de los dos, al parecer, Shields es el letrado, mientras que Salerno acusa sabrosas entradas –guionista de Armaggedon y Aliens vs. Predator: Requiem, entre otras– en el penal de Hollywood). No me negaría a ver el documental si me lo mandaran a casa con una mensajería, pero estoy seguro de que no necesito verlo para haberlo visto. Basta chequear el trailer en YouTube y enterarse de quiénes son las talking heads que Salerno se pasó una década reclutando para su película para entender hasta qué punto lo que tenía en la mira cuando se entusiasmó con el personaje de Salinger no era la vida y mucho menos la obra del escritor sino la creación del formato “Puñado de actores famosos hablan del escritor de culto más vendido del siglo XX”, en el que el escritor de culto más vendido del siglo XX importa menos, mucho menos, que el ‘consenso cultural’ fraguado por una pandilla de muñecos que hablan con pasmosa autoridad de alguien con quien tienen una relación como mínimo totalmente inconsistente, la misma que admitirían tener con entre seis y siete mil ítem que participan de sus vidas cotidianas”. Puede que el pobre Philip Seymour Hoffman, que Edward Norton, John Cusak o Martin Sheen (actores entre los que figuran dos objetos de mi suave devoción y el plan de ortodoncia más inexplicable de la historia americana) tengan mucho que decir sobre J. D. Salinger. Cómo les pegó la primera vez que lo leyeron, cómo todos ellos fueron Holden Caulfield, cómo les encantaría seguir siéndolo, cómo de algún modo lo siguen siendo, etc. Nada demasiado estimulante, como era de prever. Pero, por desalentadora que sea, la falta de interés de lo que digan sobre Salinger es mucho menos invalidante que la función publicitaria que Salerno los obliga a cumplir, que por supuesto no tiene por objetivo promover al escritor del que se declaran simpatizantes sino a sí mismos, a la peculiar fórmula de frivolidad cool que encarnan, al concepto de accesibilidad cultural que representan, etc.
Entre las novedades de las que el Salinger de Salerno (suena un tanto sobrevaluado, como “el Hamlet de Laurence Olivier”) se decía portador en septiembre del año pasado, cuando lo lanzaron al mercado, figuran cartas desconocidas e inéditas (las más conspicuas, a Hemingway, las menos, a Paul Fitzgerald, un camarada de la 4ª división del ejército norteamericano que fue su amigo de toda la vida), fotos nunca vistas (Salinger durante el desembarco de Normandía: flaco y lungo, una mezcla de Borat y de Humphrey Bogart; más tarde, trajeado de oscuro y fumando muy suelto, como un Don Draper judío), testimonios de gente que nunca había hablado (ex conquistas, ex mujeres, empleadas domésticas, amigos, etc.). Muchas de esas voces aportan cosas carnosas, anécdotas, detalles que valen la pena, pero a menudo las desmerecen y relativizan –aunque más no sea por contagio– ciertas compañías: los propios SS, que se intercalan en el coro para opinar, sólo para opinar (cuando lo que deberían hacer es escribir, o hacer del cortar-y-pegar algo equivalente a escribir, y en lo posible hacerlo bien), libros o entrevistas ya publicados (que SS presentan sin comentar, como si fueran hallazgos de su propia cosecha) o Holden Caulfield, Seymour Glass, Esmé y otros personajes de ficción de Salinger, a los que SS dan la palabra como si fueran informantes de carne y hueso. No me acuerdo si Jean Stein y George Plimpton se insertan a sí mismos en la familia de testigos que hacen hablar en Edie: American Girl, la gran biografía oral que reconstruye el vía crucis de Edie Sedgwick, la libélula más triste de la factoría de Warhol. Creo que no; la idea probablemente les hubiera parecido vulgar, de mal gusto. Pero Stein y Plimpton no se veían a sí mismos como informantes, y tampoco veían a sus testigos como portavoces potenciales de la verdad ínfima, mezquina, esquiva, cuyas huellas rastrea sin descanso este Salinger. No compartían el populismo cínico que campea aquí (y presumo que en la película) y que consiste en confiar en que cualquiera, hasta el más insignificante de los mortales con los que Salinger cruzó una palabra alguna vez, tendrá algo que decir sobre él, sabrá algo de él, habrá estado en contacto con algo recóndito y decisivo de él y, sobre todo, aportará la evidencia que lo crucificará. Porque la matriz investigativa de Salinger es mucho más judicial que periodística. Los testigos que declaran ante SS no están allí para recordar, contar o describir, sino para amenazar: zanjar la discusión, disipar la ambigüedad, develar el enigma, dar un veredicto. Amenazar al famoso: he aquí la consigna del libro de Salerno y Shields.
Pero en septiembre del año pasado, Salinger no sólo alardeaba de novedades; también prometía promesas. (Eso, que no es tan común en un libro que se presenta como la biografía de un muerto, tal vez sea menos anómalo en un libro que va al grano y miente desde la tapa de la edición original cuando dice: El libro oficial del aclamado documental. A menos que en el mundo SS “aclamado” no signifique lo mismo que en el nuestro, nadie diría que “aclamar” es lo que hizo con Salinger la crítica del The New York Times Michiko Kakutami el 25 de agosto del año pasado. Por supuesto que los juicios de madame Kakutami y el The New York Times no tienen más peso y valor que los que les da la ley que encarnan ni más autoridad que la que les confiere la autoridad que se les reconoce. Lo que impacienta del asunto no es tanto que SS mientan, como que mientan cuando ya no necesitan mentir.) Siempre es tentador anunciar novedades sobre la vida de un muerto. Pero ¿anunciar su futuro, su próximo capítulo, su continuará? La serie otra vez; otra vez la tele dándole forma al libro, lo que, además de triste, parece más bien pasado de moda, en la medida en que las fuerzas que dan forma hoy a los libros ya no vienen de la tele sino de regiones incluso más brutalmente democráticas que la tele. Y en el rubro promesas, el Salinger de SS es a la vez excitante y desmoralizador, porque todos los hallazgos que anuncia con bombos y platillos pertenecen a la literatura, la misma cultura letrada ridícula, lenta y compleja en la que SS no se detienen ni una sola vez en las 700 páginas que tiene el original. Dicen que Salinger, antes de morir, habría dejado instrucciones para publicar en un lapso de cinco años (entre 2015 y 2020) todo lo que escribió en secreto en su exilio de Cornish, mientras los precursores de Salerno velaban en las inmediaciones de la granja camuflados de arbustos: cinco relatos nuevos sobre la familia Glass, una novela inspirada en su relación con su primera mujer, Sylvia Welter –la alemana con la que Salinger se casa poco después del fin de la guerra–, una novela de guerra con forma de diario de un oficial de contrainteligencia (lo que Salinger fue en Europa durante la Segunda Guerra), un manual de filosofía vedanta (con amenos inserts narrativos), unas cuantas secuelas del personaje de Holden Caulfield, mítico punk avant la lettre.
¿Existirán esas reliquias? El tiempo y la sucesión del eremita muerto y las abstrusas leyes de la posteridad literaria lo dirán. Lo extraño es que, publicitadas en el libro de Salerno y Shields, esas trouvailles resultan menos deseables de lo que deberían, quizá porque la euforia un poco maníaca con que se proclaman da la impresión de que el día que estén disponibles será a ellos, a Shields y Salerno, a quien habremos de pagarles el peaje para poder leerlas; a ellos, que se adjudicaron el papel de albaceas por el simple hecho de haber anunciado que existían. ¿Tienen derecho Salerno y Shields a esa arrogancia? Probablemente sí. Es un efecto intrínseco, no necesariamente ruin, de la equívoca tarea de hurgar en la vida de otro para escribirla. No son pocas las cosas nuevas que hay en este Salinger, y Salerno y Shields tienen todo el derecho del mundo de enarbolar en estado de trance las cartas autógrafas, los memos, las instantáneas borrosas, los testigos que fueron los primeros en encontrar. La paradoja (herida congénita de toda biografía) es que nosotros, por nuestro lado, tenemos también todo el derecho del mundo de contemplar esos fósiles laboriosamente excavados y darnos cuenta –encogiéndonos de hombros– de que son el colmo de la banalidad, de que nos dicen poco y nada, tan poco y tan nada como lo que dicen de la singularidad del muerto. De ahí que la arrogancia de SS suene espuria, o no todo lo legítima que podría sonar, y que, envueltos en ella, los presuntos inéditos de Salinger aparezcan menos como tesoros que reclaman ser leídos que como una suerte de botín de guerra, el pago que satisface un anhelo voraz, levemente resentido, la libra de carne que SS querían a toda costa que el anacoreta de Salinger les diera para no sentir que su escándalo había sido en vano, y ni hablar su investigación.
¿Hay una tesis en el Salinger de SS? La habría si el libro fuera una biografía oral y no la mutación grafoaudiovisual que es, y si las tesis –en el mundo eminentemente biópico de Salerno– no hubiesen sido reemplazadas ya por su ersatz más grotesco, los concepts, esos slogans secos y sexies que todo cineasta primerizo deberá aprenderse de memoria y recitar cuando pitchee su proyecto ante un jurado de productores mal dormidos: “La guerra lo destruyó y lo convirtió en un gran artista. La religión le ofreció consuelo espiritual y liquidó su arte”. Y hay además algo mejor, más eficaz, mucho más reproducible que una tesis (que, por escuálida que sea, siempre exigirá un mínimo de argumentación): hay “conclusiones”. Los autores prefieren llamarlas “condiciones”, lo que muestra la fe que tienen en su poder explicativo y quizá sólo las vuelva más risibles. Están al final del libro, al alcance de la mano, como un grato cotillón, y van sin escalas del insight anatomopatológico (una de las causas de la vocación prófuga de Salinger habría sido un testículo remiso a bajar, desperfecto que lo habría abochornado toda su vida) a la prístina obviedad (la experiencia de la Segunda Guerra –el desembarco, la batalla de Hurtgen Forest, la entrada en Dachau– habría dejado en el escritor un trauma imborrable), pasando por el determinismo erótico (Salinger, ninfófago célebre, habría contraído el virus nabokovianus de joven, cuando la súper teen Oona O’Neill aprovechó que se iba a la guerra y lo plantó por Charlie Chaplin), el bovarismo salvaje (Salinger se extraditó del mundo real para vivir en el que había inventado, el mundo de la familia Glass, disfuncional y suicida pero infinitamente más glamoroso) o la vulgata sociopsicoliteraria (karma muy norteamericano, la vida de Salinger no tuvo segundo acto: conoció el éxtasis del éxito y se agotó).
El Salinger de Salerno y Shields no es serio, ni inspirado, ni elegante, ni siquiera especialmente asombroso para los standards biográficos americanos, tan exigentes, siempre, a la hora de tasar exhaustividades, primicias y esos coups de théâtre únicos que dan vuelta las vidas como guantes y nos deparan el alivio de saber que vivimos equivocados. Pero si es interesante, si es incluso irresistible –para hablar la jerga de las toxicofilias, el verdadero género que el libro de SS debería reivindicar–, es porque es un objeto básicamente malsano, que actúa con una especie de indolencia psicopática los problemas que debería plantearse y que todas las grandes biografías contemporáneas –del Henry James de Leon Edel al Philip K. Dick de Emmanuel Carrère, pasando por el Wittgenstein de Ray Monk y el Kafka de Reiner Stach– debieron articular de algún modo para ser lo que son. Esos problemas son básicamente dos: cómo leer a la vez una vida y una obra y cómo leer a la vez esa vida y esa obra y la relación que el biógrafo establece con ellas. Si el Salinger de SS los actúa es porque no puede pensarlos, y no puede pensarlos simplemente porque no sabe, no puede, no quiere leerlos. Híbrido de letra, voz e imagen, mosaico de versiones montadas según la lógica del infomercial, el libro de SS es un objeto más para ver que para leer porque es un libro que no lee, que no cree en leer, que no cree que para hacer la biografía de un escritor, aun de un escritor ultra pop como Salinger –icono literario, gurú, excéntrico, freak–, y aun una biografía oral, sigue siendo necesario leer. En ese sentido, el Salinger de SS no es un libro de biógrafos sino de groupies, y ni el más sorprendente de sus hallazgos brilla más que la gema más triste de una vitrina memorabílica. Y es en ese sentido, también, que todo lo que el libro exhuma del caso Salinger suena menos a descubrimiento que a satisfacción y a revancha, como si SS susurraran entre líneas que lo que encontraron husmeando no es más ni menos que lo que Salinger –en tanto que ídolo– les debía –a ellos, en tanto que fans, pero también consumidores, compradores, clientes, usuarios, etc.–. Tal vez ése sea el mérito más singular de este libro, y también el más incómodo: poner en escena a qué se parecerá una existencia artística cuando los encargados de contarla no sean los biógrafos, lectores devotos de signos de vida, sino los fans, raza desinteresada y militante, parcial y exhaustiva, insensible y vengativa, talibanes de la experiencia vicaria que lo saben todo de sus ídolos, que sueñan con dar su vida por ellos, pero nunca gozan tanto –véase Mark Chapman, fan de Lennon pero también de El cazador oculto– como cuando los ajustician.

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El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico – Eduardo Grüner

El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico – Eduardo Grüner fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-kurt-cobain-ren-y-stimpy-lisa-ann

Estado: nuevo.

Editorial: Paidos.

Precio: $400.

Nociones como las de globalización, pluralismo, multiculturalismo, hibridez, fragmentación cultural -tan frecuentes hoy en los análisis de las ciencias sociales y las teorías de la cultura, en sus últimas versiones académicas- parecen verse desmentidas por una unidad «subterránea»: la de la lógica económica, política, militar y cultural que preside esa fragmentación, y cuyo verdadero poder se oculta en los ropajes de una «tolerancia represiva». Es en este punto donde los estudios culturales parecen haber dado un paso en falso: en su imposibilidad de articular sus «pequeños relatos» con una radiografía de conjunto, en el progresivo abandono de las grandes cuestiones histórico-filosóficas del siglo XX. Por su parte, la teoría poscolonial, obligada por su propio objeto a analizar las aporías de la relación Mismo/Otro, suele quedar presa de su fascinación por interrogarla en tanto pura textualidad.
Eduardo Grüner propone en este libro una operación en cuatro movimientos: reconstruir una teoría crítica de la cultura que sea implacable en la descripción del modo como la Cultura es actualmente un instrumento de alienación, dominación y «engaño de masas»; inscribir los estudios culturales y la teoría poscolonial en una macroteoría histórica a fin de alcanzar un análisis totalizador; reinscribir dichos estudios en fundamentos filosóficos «duros» que permitan sortear las trampas evanescentes de la mera filosofía post; y, por último, recuperar una concepción trágico-poética y política de la experiencia. histórica, social y subjetiva.
Con el estilo riguroso e incisivo que constituye un verdadero sello del autor, Grüner desecha la tiranía de lo «políticamente correcto» -asfixia del pensamiento-, para adentrarse en un auténtico examen del carácter conflictivo, transgresivo e, incluso, criminal, de la cultura.
Pensar en argentino
Daniel Mundo
El compromiso intelectual suele tener serias dificultades para comprender el mundo que le ha tocado en suerte, aunque trágicamente no sepa hacer otra cosa, ni pueda tampoco renunciar a esa tarea. Puede, es cierto, comenzar aceptando sus desfasajes, su extemporaneidad, es decir, puede dar por descontado su derrota y comenzar, entonces, a pensar desde ese suelo arrasado en el que su pensamiento se enraiza y hunde. Pero para lograr acercarnos a una práctica crítica semejante hacen falta un tiempo singular y una tradición que la cultive; el ejercicio de reflexión necesita sedimentarse, posponer su realización inmediata, aunque la hora parezca apremiante y ya no sepamos cómo esperar ni qué significa instaurar una espera.
Estas intuiciones se desprenden del último libro de Eduardo Grüner, El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico. Constituyen su fondo, los límites de lo que piensa, límites que marcan y puntúan sus olvidos y sus obsesiones. La tradición marxista de la que Grüner se asume como heredero sería difícil de objetar. Es cierto que el pensamiento posmoderno —el “enemigo” contra el cual Grüner la emprende de una manera demoledora, junto con los tan en boga y correctos estudios culturales— se caracterizaría por desconocer la tradición crítica que debería, supuestamente, continuar. En lugar de enfrentarse a las condiciones imperantes que gobiernan la sociedad capitalista contemporánea, su lógica diferencial y fragmentada de homogeneización general celebra el pandemónium de las desigualdades reinantes, y a lo sumo protesta contra las injusticias que impotentemente se sufren.
Tanto el arte como el pensamiento posmodernos tienen una marcada tendencia a aceptar lo dado o, dicho con otras palabras, tienen dificultad para la reflexión y la crítica. En lugar de concebirse a sí mismo como la última etapa del capitalismo avanzado, el posmodernismo (cuya lógica Grüner persigue en las obras de Herbert White y Ernesto Laclau, aunque es evidente que ellos no alcanzan para sintetizar un movimiento tan vasto) se conforma con interpretaciones textualistas, malabarismos híbridos que se eximen de historizar lo que se escribe y lee o de situar sus preguntas. Pareciera ser que antes que una corriente de pensamiento, el posmodernismo fuera un estilo de vida. De aquí que sus grandes manifestaciones espirituales se materialicen en obras de arquitectura que, en lugar de orientarnos por el mundo, nos despistan y extrañan.
El llamado a la reflexión de Grüner supone un doble esfuerzo. Primero, un esfuerzo por volver material una realidad que se desvanece en un juego de lenguaje sin fin ni sentido, en el que todo –las palabras y las cosas, el tiempo y el espacio– se consume con la misma voracidad. Luego, un esfuerzo por recuperar una crítica auténtica que tal vez nunca se tuvo, y que no consistiría en mucho más que en ser “implacable incluso con nuestras propias ilusiones”. Ser fiel a esta consigna, queda claro, no es una tarea sencilla.
Perry Anderson, en un libro que analiza los principios rectores del pensamiento de Jameson (según Grüner, tal vez el mayor intelectual del postmodernismo), plantea la necesidad de evitar los abordajes moralistas de la historia contemporánea: es tan fácil despreciarla o denigrarla como festejarla y regocijarse con ella. Ambos modos de encarnar la lectura dificultan la comprensión del mundo en el que vivimos. Un mundo donde, porponer un ejemplo que utiliza Grüner, el concepto de clase social tal vez todavía tenga algún sentido, aun cuando éste se haya desplazado considerablemente. Por un lado, como afirma Grüner, toda la sociedad se proletarizó (un “superproletariado mundial”); pero por el otro, sin lugar a dudas, se ha aburguesado, y no sólo eso: también se ha lumpenizado.
Esto significa que diferencias clásicas y muy fructíferas en el pasado exigen hoy una revisión de fondo. La revisión de los conceptos que iluminan el mundo más allá de las pregnantes modas académicas y la revisión de los prejuicios de una izquierda que no sólo es “tímida” –como se atreve a decir Grüner– sino que falla en las tareas que emprende, no puede darse de un día para otro en un país como Argentina, que ha perdido (entre otras cosas) su tradición reflexiva. El libro de Grüner, como una baliza, viene a iluminar el camino interminable que una revisión como ésta implicaría.

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No digas a Dios lo que tiene que hacer. Einstein: la novela de una vida – François de Closets

No digas a Dios lo que tiene que hacer. Einstein la novela de una vida – François de Closets fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-dady-brieva-hitler-peron-ezequiel-martinez-estrada

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Anagrama.

Precio: $000.

Albert Einstein o la revancha del destino. Durante sus primeros cuarenta años, el padre de la relatividad construye su personaje solo, contra todos. Se convierte en el más grande físico de su tiempo. A los cuarenta años, su vida se desplaza a lo contrario de todo cuanto había elegido. El oso solitario es devorado por su propia fama, arrastrado por el tumulto del mundo. Judío que ha olvidado su tradición, tiene que unirse al movimiento sionista; pacifista y defensor de la objeción de conciencia, incita al presidente Roosevelt a construir la bomba atómica. Y el sabio genial se aferra a sus certezas y rechaza la física nueva. ‘Dios no juega a los dados’, repite, hasta que escucha la respuesta de Niels Bohr: ‘¿Quién eres, Einstein, para decir a Dios lo que tiene que hacer?’ Esta suerte de ‘novela’ de un hombre excepcional es también la de un siglo portador de todas las esperanzas y padre de todas las barbaries.
Un mundo en ebullición, lleno de personajes novelescos y de escenas de alta tensión, se convierte con la pluma de François de Closets en un relato biográfico que adquiere la fuerza y los colores de una epopeya. Y el lector se asombra al comprender una historia que se creía reservada para especialistas, que ha tenido un éxito espectacular en Francia y en sus muchas traducciones.

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El proceso a Jesús – Paul Winter

El proceso a Jesús – Paul Winter fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-charly-garcia-hitler-nietzsche-william-vollmann-ralph-steadman-george-grosz-the-rolling-stones

Estado: nuevo.

Editorial: Muchnik.

Precio: $400.

Durante casi veinte siglos, y hasta la celebración del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica divulgó la idea de que el pueblo judío era el pueblo deicida, responsable del arresto, juicio, condena y ejecución de Jesús de Nazareth. Una lectura superficial de los Evangelios favorecería este punto de vista. Pero la exégesis bíblica y un examen crítico y científico de las Sagradas Escrituras demuestran exactamente lo contrario: no sólo los judíos no pueden ser responsables -cada uno de ellos- del proceso a Jesús, sino que tampoco puede afirmarse que las autoridades judías de la época tuvieran nada que ver con la muerte del de Nazareth. El libro de Paul Winter, que tuvo una marcada influencia en las decisiones del Concilio Vaticano II, pretende demostrar esta teoría que llega a tiempo para la reconciliación de los pueblos.
Paul Winter nació en 1904 en Straznice, Moravia. Tras estudiar filosofía y lenguas antiguas en la Universidad de Viena, y derecho en la de Praga, se convirtió en un abogado de éxito. Judío de nacimiento y de formación religiosa, pasó a la clandestinidad en 1939, después de que el Tercer Reich se anexionase Checoslovaquia, y logró huir.
Tras un azaroso viaje en el que cruzó Hungría y los Balcanes, logró incorporarse al Ejército Checo Libre en Palestina y prestó servicio activo en el norte de África(1941-1943) y en Inglaterra (1944) bajo mando británico, y en Francia y Alemania con las fuerzas norteamericanas. En 1945, fue oficial superior de enlace en el cuartel general alemán del Primer Ejército de los Estados Unidos, y estuvo a lcuidado de las personas liberadas de Buchenwald, Ohrdruf y Dora(Nordhausen). Después del armisticio, pasó a ocuparse de la repatriación de unos 80.000 supervivientes de los campos de concentración y de trabajos forzados. Durante este período, se enteró de que sus familiares más directos, y entre ellos su madre y su hermana, a quienes estaba profundamente unido, habían perecido en centros de exterminio nazis.
Cuando se licenció del Ejército, regresó a Londres, donde le destinaron a la Oficina Central de Localización del Departamento de Ayuda y Rehabilitación de Naciones Unidas, nombramiento que le llevó a Arolsen, Hesse. Más tarde, fue asesor legal de la Operación Personas Desplazadas y, antes de que se crease la República Federal Alemana, participó en las deliberaciones del comité de estudio del Länderrai intergubernamental (Stuttgart), organismo encargado de elaborar legislación destinada a regular las indemnizaciones a las víctimas de la persecución racial o política.
Desde finales de 1947 vivió en Londres, y acabó optando por la ciudadanía británica. Durante un corto período trabajó para el Servicio Exterior de la Corporación Radiofónica Británica, pero las dos últimas décadas de su vida las dedicó casi en exclusiva al estudio del Nuevo Testamento y, sobre todo, al juicio a Jesús, tema que ya había subyugado su imaginación cuando era joven. Prosiguió sus investigaciones con un entusiasmo apasionado, llevando una existencia solitaria y ascética, trabajando de día en bibliotecas y ganándose de noche su magro sustento como camarero de ferrocarril, vigilante de una residencia de epilépticos, empleado de correos, etc.
Winter, especialista en derecho comparado, adquirió pronto un gran dominio en los temas de la filología bíblica y la crítica formal, y sus polémicos artículos sobre el Cuarto Evangelio y los Relatos del Nacimiento Lucasianos, publicados en revistas especializadas de Europa y América, le situaron pronto en la primera fila de la erudición neotestamentaria. La primera edición del Proceso, que apareció en 1961, revelaba amplios conocimientos, una erudición meticulosa y una visión judía comprensiva de Jesús de Nazaret. El libro alcanzó fama mundial (se publicaron más de ciento cincuenta recensiones y notas en varios continentes) y el criterio general fue que ejercería una influencia perdurable en la visión histórica del juicio a Jesús, del nacimiento de la Iglesia y del antisemitismo cristiano. Según rumores, el cardenal Bea y sus colegas estudiaron el libro y eso influyó en las decisiones del Concilio Vaticano Segundo sobre la relación entre el catolicismo romano y el pueblo judío.
Es una tragedia que Winter tuviera que esperar tanto a que se reconocieran sus méritos y que viviese hasta el fin en una situación que bordeaba la miseria. Tras prolongadas dilaciones, recibió una pequeña indemnización de la República Federal Alemana, y la aparición de su libro fue recompensada con una ayuda de la Fundación Bollingen de Nueva York. Pero, por lo demás, tuvo que arreglárselas en gran medida solo. Aun así, durante sus últimos años, se hizo cada vez más obligada su presencia en acontecimientos públicos y participó en debates judío-cristianos en programas de radio y televisión alemanes, y en la Universidad de Harvard. Dio también conferencias en universidades de Canadá y Estados Unidos, así como de Alemania… y, por último, en la propia Oxford. Pero por entonces los años de lucha, aislamiento y pobreza ya se habían cobrados u tributo, socavando irremisiblemente su salud. Murió el 9 de octubre de 1969de un ataque cardíaco.
Quienes conocieron a Paul Winter difícilmente pudieron ignorar su ánimo valeroso y combativo. No fue tan conocida su capacidad de afecto a los amigos; quizás no se sospechase tampoco su profundo sentido religioso y su devoción a Dios, evidentes en el siguiente poema, hallado entre escritos inéditos suyos después de su muerte.
Otros libros relacionados:
Simón Pedro, Pablo de Tarso y María Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman
El evangelio de María Magdalena. Jesús y la primera apóstol – Karen King
Jesús y la historia – Charles Perrot
Libro de la vida – Santa Teresa de Jesús
El Jesús histórico. La vida de un campesino judío del mediterráneo – John Dominic Crossan
Jesuitas. Tomo 1: Los conquistadores; Tomo 2 Los continuadores – Jean Lacouture
Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede
Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos – Piergiorgio Odifreddi
El diablo. Su presencia en la mitología, la cultura y la religión – Gerald Messadié
Historia del diablo – Daniel Defoe
Breve historia del satanismo – Joseph McCabe
La muerte de Satán – Andrew Delbanco
Jesús. La historia de un viviente – Edward Schillebeeckx

 

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Bajo el asfalto: la vida en los túneles de Nueva York – Jennifer Toth

Bajo el asfalto la vida en los túneles de Nueva York – Jennifer Toth fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-jose-sbarra-eva-peron-david-bowie

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Estado: impecable.

Editorial: Galaxia Gutenberg.

Precio: $000.

Este libro cuenta un viaje al infierno. Pero a un infierno demasiado cercano, convertido en un sorprendente mundo paralelo al nuestro. Jennifer Toth ha investigado durante un año para escribir este estremecedor reportaje sobre la gente que vive en los túneles de Nueva York. En su descenso aparecerán indigentes violentos, artistas sorprendentes, dementes, seres animalizados o extrañas comunas utópicas: una gran variedad de personas confinadas en las profundidades subterráneas por distintos motivos y con diferentes expectativas, pero cuyo denominador común parece ser la degradación humana y el repudio al ‘mundo civilizado’.
Otros libros relacionados:
Muerte y vida de las grandes ciudades – Jane Jacobs
La cabeza de Goliat. Microscopía de Buenos Aires – Ezequiel Martínez Estrada
La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
Ratas. Cuatro estaciones entre los vecinos menos queridos de Nueva York: su historia y hábitat – Robert Sullivan
Getting Up. Hacerse ver. El grafiti metropolitano en Nueva York – Craig Castleman
Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental – Richard Sennett
La cultura de las ciudades – Lewis Mumford
The arcades project – Walter Benjamin (versión en inglés)
Buenos Aires. Historia de una ciudad (2 Tomos) – Mario Rapoport / María Seoane
Rep hizo los barrios (Buenos Aires dibujada) – Miguel Rep
La democracia urbana: una vieja historia – Henri Pirenne
La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo – Rose George
Jerusalén. Una ciudad y tres religiones – Karen Armstrong
La época de las catedrales. Arte y sociedad, 980-1420 – Georges Duby
La catedral gótica. Los orígenes de la arquitectura gótica y el concepto medieval de orden – Otto von Simson

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Todo cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto – Saul Bellow

Todo cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto – Saul Bellow fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-mishima-leo-mattioli-fontanarrosa

Estado: impecable.

Editorial: Galaxia Gutenberg.

Precio: $300.

Ensayos, artículos, ponencias y apuntes de viaje que Bellow escribió entre 1948 y 1994.
En Todo cuenta, recopilación de ensayos, artículos, ponencias y apuntes de viaje que abarca, prácticamente, toda la vida del autor, el lector tiene la oportunidad de conocer la visión del mundo de este hombre de letras ajeno a modas y estilos. Más de treinta textos publicados en su día por revistas y periódicos en los que la astuta mirada de Bellow recoge, desde un magnífico retrato de la ciudad de Chicago, la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel, o impresiones sobre sus colegas, hasta una descripción de la sociedad española de posguerra. Pero es, sobre todo, su lamento sobre la pérdida de responsabilidad del novelista en la tarea de construir una literatura que sea vehículo de «impresiones verdaderas» lo que compone el corazón de este libro. Una crítica devastadora a sus contemporáneos que ejemplifica a la perfección el texto leído en la recepción del Nobel. Como colofón, tres entrevistas recogen las impresiones del autor sobre la lectura, la escritura, la enseñanza y la vida.
Saul Bellow (1915-2005) nació en Lachine (Quebec). Estudió en la Universidad de Northwestern y fue profesor de la de Chicago. El análisis de la humanidad frente a la amenaza de la modernidad es tema central de sus novelas, entre las que destacan Hombre en suspenso (1944), La víctima (1947), Las aventuras de Augie March (1953), Carpe Diem (1956) y Henderson, el rey de la lluvia (1959). También ha reflexionado acerca del intelectual judío frente al mundo que lo rodea, en libros como Herzog (1964) o El planeta de Mr. Sammler (1970), ambas novelas galardonadas con el National Book Award. En 1975 obtuvo el premio Pulitzer por su libro El legado de Humboldt, y al año siguiente se le otorgó el premio Nobel de Literatura.
El legado de Bellow
Rodrigo Fresán
UNO
En la mayoría de sus fotos, Saul Bellow solía aparecer bajo un sombrero, rostro arrugado desde siempre (Bellow, como Fred Astaire, nació con cara de viejo) y con una sonrisa llena de dientes. Pero mi foto favorita de Bellow es muy distinta. En la foto no hay sonrisa ni sombrero. (Existe, también, una variación “feliz” de esta foto con Bellow riendo y una flamante bebé plácidamente acomodada en el hueco de uno de sus brazos; pero no es una foto interesante.) En la foto que a mí me gusta –mismo día, 15 de junio del 2000, tomada por Jill Krementz, fotógrafa de escritores y esposa de Kurt Vonnegut– hay, sí, un auténtico anciano de ochenta y cinco años que no hacía mucho tiempo había sido padre de una hija junto a su quinta esposa. Pero no es una foto alegre. Es una foto sombría. En esta foto, Bellow aparece solo y acostado en una cama, la cabeza sobre un almohadón, descalzo, con un gato sentado a sus pies y, sobre el pecho, las gafas descansando sobre un libro abierto y boca abajo. En la foto, Bellow mira a cámara resignado y –seguro– con ganas de que lo dejen solo para poder seguir leyendo, pensando, escribiendo. Porque si algo distinguió a Bellow, creo, es que podía hacer las tres cosas al mismo tiempo.
DOS
¿Y de qué tratan los relatos y novelas de Bellow? Difícil decirlo; casi imposible reducirlas a historias o sintetizar sus tramas que nunca se caracterizaron por su contención o sencillez. Digamos –a falta de una respuesta mejor– que la obra de Bellow trata de nombres. Pocos escritores desde Dickens pusieron más nombres en las portadas de sus libros; y aquí vienen Augie March, Henderson, Herzog, Mosby, Mr. Sammler, Humboldt, Ravelstein. Y cuando los nombres no están en el título están a lo largo y ancho de las páginas y pueden llamarse Joseph (The Victim), Asa Leventhal (Dangling Man), Tommy Wilhelm (Seize the Day), Albert Corde (The Dean’s December), Kenneth Trachtenberg & Benn Crader (More Die of a Heartbreak), Harry Trellman (The Actual) y –en cuentos y textos breves– Zetland, Harry Foster, Billy Rose, Wilder Velde, Rob Rexler… Todos ellos siempre acompañados y casi siempre torturados por mujeres bellísimas de astucia casi criminal y –nada es casual– alguna de ellas hasta es argentina.
Y tal vez sea conveniente que me explique mejor: cuando digo que los libros de Bellow tratan de nombres en realidad quiero decir que tratan de lo que viven y sienten esos nombres. Las vidas no suelen tener reflejos automáticos o modales prolijos y no acostumbran ordenarse a la hora de ser narradas; y esa fue la misión que se impuso y que cumplió Bellow: contar el desorden de las vidas de esos nombres desde adentro de las mentes de esas personas que, por lo general, eran transparentes alter-egos suyos. Digámoslo así: jamás hubo un escritor más literal y literariamente cerebral que Saul Bellow.
TRES
Y algunas cosas que dijo Bellow en 1967 en su entrevista para The Paris Review: “Yo creo que la literatura realista, desde un principio, ha hablado de las víctimas. Del individuo común y corriente –y la literatura realista siempre se ocupa de individuos comunes y corrientes– en lucha contra el mundo externo que, naturalmente, acaba por vencerlo… La corriente realista tiende a poner en tela de juicio el significado humano de los sucesos y de las cosas. La medida de nuestro realismo es la medida de nuestra propia amenaza contra el arte que practicamos. El realismo ha aceptado y rechazado invariablemente las circunstancias de la vida diaria. Aceptó escribir sobre la vida diaria, pero intentó hacerlo recurriendo a procedimientos extraordinarios. Este es el caso de Flaubert. El asunto puede ser ordinario, ruin, degradante, pero redimido por el arte. El ambiente sugiere la forma, el estilo en que debe ser presentado. Yo trabajo apoyado en ese fundamento… Cuando escribo, pienso en algún ser humano que pueda comprenderme. Esto lo tomo muy en cuenta. Pero no pienso en ningún lector ideal. Permítame añadir esto: cuando escribo me acepto a ojos cerrados, como ese excéntrico que no puede concebir que alguien no comprenda con absoluta claridad todas sus excentricidades”.
CUATRO
Bellow, hijo de inmigrantes, nació en una barriada judía de Lachine, Canadá, en 1915; pero su familia cruzó el lago y la frontera cuando él tenía nueve años y desde entonces se consideró un “hijo de Chicago”. Los especialistas lo responsabilizan –a partir de la publicación en 1953 de la desaforada y explosiva The Adventures of Augie March, novela a la que su auto-adoptado hijo de tinta Martin Amis y Christopher Hitchens no vacilan en considerar la Gran Novela Americana– de haber liberado a las letras norteamericanas de las cadenas del pasado y haberlas lanzado hasta este presente (“Intentando inventar una nueva forma de oración en inglés”, según su propio autor) donde Bellow reinó hasta la noche de su muerte.
En 1987 y en 1989, la revista Esquire –a la hora de sus hoy extinguidos y tan añorados Fiction Issues– no había dudado en colocarlo en el centro flamígero de un hipotético mapa cósmico o en la cima de una pirámide secreta hecha con post-its donde se extinguían como estrellas muertas o se despegaban desde las alturas los nombres del establishment ficcionalista de los Estados Unidos que en ocasiones lo acusó, siempre en voz baja, de varias cosas. Elitista, vengativo, misógino, soberbio, machista, cruel, invento de la intelectualidad judía necesitada de un “Gran Escritor” y demasiado indiscreto a la hora de utilizar episodios lamentables de las vidas de amigos y conocidos, solían ser los cargos más frecuentes. Y ya saben: Von Humboldt Fleischer es el retrato apenas velado del poeta Delmore Schwartz, Abe Ravelstein no intenta siquiera esconder al polémico Allan Bloom, y Jehová proteja a las ex esposas de Bellow.
Y la demorada y obsesiva biografía que James Atlas le dedicó a finales del 2000 puso en evidencia lo que cualquiera de sus admirados lectores sospechaban: la persona Bellow no era lo que se dice alguien perfecto y mucho menos simpático. Esa persona era, sí, alguien exactamente igual a cualquiera de sus personajes. Especialmente el cornudo y al borde del más ilustrado y epistolar de los brotes psicóticos Moses Herzog, protagonista del fácilmente decodificable roman à clef de 1964 donde Bellow cuenta el estruendoso Apocalipsis de uno de sus tantos matrimonios. Para algo sirven los divorcios después de todo, descubrió enseguida Bellow, quien solía definirse como “marido serial”, agregando con generoso egoísmo: “He dedicado una enorme cantidad de tiempo a las mujeres, y si pudiera volver a empezar lo haría de una manera completamente diferente… Me casé varias veces, y tenía perfectamente en claro cuáles serían mis fines para cada una de esas parejas; pero nunca pensé en los fines de ellas. Y así, de pronto, me descubrí una y otra vez arrastrado lejos de mis profundas prioridades”.
Y ya lo dijo él: literatura realista = víctimas.
CINCO
Y de haber reincidido Esquire cualquier día de éstos con la maniobra estilo hit-parade, la situación no habría cambiado: Bellow –ganador de todos los premios importantes incluyendo el Nobel de 1976– continuaría en la cúspide y en el sol. Y Philip Roth (a quien, no está de más recordarlo, Bellow le robó una novia que no demoró en convertirse en Mrs. Bellow Nº 3), John Updike y Norman Mailer orbitando a su alrededor –felices, humildes o a regañadientes, según el caso– con la cabeza gacha.
Lo que es comprensible pero, al mismo tiempo, misterioso: está claro que las ficciones de Bellow –y su feroz e hiperreflexivo realismo sin trucos formales y rebosante de detalles sobrenaturales en su epifánica precisión– parecen por momento no haber envejecido del todo bien, quizá porque cada uno de sus libros se ocupa de momentos muy puntuales y pasajeros de la zeitgeist norteamericana. Es decir: Bellow no es ni aspira a la universalidad a partir de lo íntimo, pero sí consigue ser un novelista “histórico” en todos los sentidos de la palabra. Bellow no es Faulkner ni Fitzgerald ni el Hemingway de los cuentos, aunque sea más inteligente que todos ellos juntos. Su prosa está muy lejos de la belleza y potencia lírica de la de Cheever, pero es más afilada y aguda y muerde mejor. Bellow siempre dijo ser “poco sofisticado”, pero pocos más elegantes que él a la hora de dramatizar un pensamiento. Sus ligeros plots –en realidad bosquejos escenográficos– casi siempre sucumben al peso de sus contundentes ideas; pero aun así uno no para de preguntarse “¿Qué va a pasar ahora?”. Su lectura no es sencilla y, en ocasiones, suena a una versión high-brow de las turbulencias del reciente suicida Hunter S. Thompson; pero de pronto se congela en la más absoluta de las claridades cuando se trata de contarnos lo que se siente cuando se experimenta exactamente eso. Su “escuela” es más difusa, su “estilo” un tanto irregular y espasmódico; y –en lo que a mí respecta– Roth supo cómo superarlo casi enseguida con una aplicación mucho más sofisticada y moderna de lo metaficcional y lo sexual en los carnales Portnoy, Zuckerman y Sabbath.
Aun así Bellow llegó primero y abrió la puerta (aunque en la privacidad de sus Diarios Cheever, colega y admirador y amigo, se quejara con un “Mucho antes de que apareciera Augie March yo ya escribía en jerga en primera persona”) y se puso el sombrero. Y sonrió.
Y los “héroes” de Bellow –los nombres de Bellow– siguen ahí. Alcanza con abrir al azar cualquiera de sus libros para encontrarse con esa particular y exacta manera de posar los ojos sobre cosas y personas y, enseguida, pensarlas y, al ponerlas por escrito, dotar de un brillo entre heroico y esperpéntico a cualquiera que pase por ahí. La gloria de Bellow pasa por el modo en que combina inteligencia e ingenuidad, las inserta dentro de un hombre de papel y lo deja suelto y a ver qué pasa.
Y está claro que sin Bellow hoy no tendríamos a buena parte de Woody Allen (Hannah y sus hermanas y Crímenes y pecados y Maridos y esposas son films inequívocamente bellowianos; Allen, como Bellow, también parece fluctuar entre el drama y la comedia) y que entonces la etiqueta de gran escritor de “lo judío” habría sido aplicada a Isaac Bashevis Singer o a Bernard Malamud quien en Dubin’s Life fue casi más Bellow que Bellow. Lo que no quita que Bellow siempre se haya resistido a ser catalogado por sus orígenes religiosos y –al ser interrogado sobre el tema en una entrevista de 1973– se refirió muy claramente al asunto: “Todo eso es un invento de los periodistas, los críticos y los académicos. Soy muy consciente de que soy judío y americano y escritor. Pero también soy un fan del hockey. Y nadie habla de eso. Pareciera haber mil ictiólogos por cada pez en el océano. Y lo cierto es que no se le deben hacer preguntas del tipo ictiológico a un pez, porque éste jamás sabrá nada sobre ciencias. Yo estoy completamente seguro de no saber nada. En ocasiones asciendo a la superficie y asomo la cabeza por encima del agua y veo a todos estos tipos estudiándome, pero yo no siento la menor curiosidad o deseo de estudiarlos a ellos”.
De acuerdo, Bellow pintó su aldea como pocos y narró desde esa tensa línea que separa a la carcajada de la mueca y –nada es casual, las metáforas suelen ser boomerangs– muchos años después casi se muere al intoxicarse con un pescado traicionero. Pero también es cierto que lo suyo no tenía fronteras, que nunca demoramos en morder el anzuelo de sus libros, y que pocos como él supieron traducir a letras lo que es ser feliz, ser triste, ser inteligente, ser.
SEIS
En 1997, en un programa para la BBC, Bellow fue entrevistado por su discípulo Martin Amis quien –con partes exactas de respeto y curiosidad– le preguntó qué pensaba respecto de la muerte. Bellow respondió claro y despacio: “Hay momentos a lo largo del día en que me siento como si ya estuviera contemplando mi vida pasada desde el Más Allá. A la edad que tengo ya me he familiarizado tanto con la posibilidad de una muerte inminente que es como si ya viera el mundo con los ojos de un muerto… En cuanto a la existencia de una vida después de esta vida… bueno… me resulta imposible creer en algo así; porque no hay ningún motivo ni evidencia racional de que así sea. Pero sí tengo una intuición que persiste y que no llega a ser siquiera una esperanza, porque tal vez lo mejor sería desaparecer por completo. Algo a lo que me gusta llamar ‘impulsos amorosos’. Pienso en cuán agradable sería volver a ver a mi madre y a mi padre y a mis hermanos. Ver otra vez a mis muertos. Y que ellos me cuenten todas las cosas que necesito saber y que tanto necesité que me cuenten durante todos estos años. Pero enseguida me digo: ‘¿Cuánto durarían esos momentos?’ Tenemos que imaginar a la eternidad como un alma consciente. Así que lo único que pienso es que, en la muerte, todos nos convertimos en aprendices de Dios. Y que entonces, por fin, nos son revelados los verdaderos secretos del universo”.
SIETE
La muerte de Bellow ha sido una mala pero inevitable noticia –tenía 89 años de edad, después de todo–, pero algo de bueno y de inteligente trajo a estos días necrológicos y perturbados por alucinaciones vaticanas, luto monegasco y accidentadas nupcias windsorianas.
Y, suele ocurrir, obligó sin esfuerzo a la revisión apesadumbrada pero al mismo tiempo gozosa. Porque –digámoslo– Bellow es uno de esos escritores que se disfrutan todavía más en la relectura que en la primera visita. Bellow fue y es, también, uno de esos escritores cuya lectura cura y ayuda a una más pronta cicatrización. Y –no podía ser de otro modo– es Bellow quien ahora alivia la pena de saber que ya no habrá nuevos libros de Bellow; aunque, quién sabe, tal vez se publiquen los fragmentos de manuscritos abandonados como A Case of Love o All the Marbles Left.
Y, por supuesto, todos tienen su Bellow favorito y, en los últimos tiempos, el estruendo jubiloso de The Adventures of Augie March ha sido suplantado –en las simpatías de los estudiosos– por el sombrío eco de The Planet of Mr. Sammler (1970) o por esa variación temprana y kafkiana que es The Victim (1947). Y –si de novela corta se trata– existe un amplio consenso en cuanto a que Seize the Day (1956) nunca fue superada y que aguanta hasta su adaptación cinematográfica con Robin Williams en el rol protagonista.
En lo personal, a la hora de las largas distancias, me quedo con la desatada y casi alucinógena picaresca intelectual de Humboldt’s Gift (1975). Y, si se trata de ser breve, con esos dos relatos escritos casi al final –“By the St. Lawrence” y “Something to Remember Me By”– abriendo y cerrando sus Collected Stories (2001) y recordando desde el crepúsculo infancias y juventudes: esa prehistoria jamás fósil de todo escritor terráqueo y ese convencimiento inocente pero sabio al permitirse creer que “después de todo, es posible que en el universo existan verdades amigas”.
Y, claro, con esa foto: allí un Bellow horizontal –un anciano y sabio delfín– nos mira mirarlo sabiendo que, observándolo a él, nos vemos a nosotros y así, de golpe, en la portada de sus libros, creemos leer nuestro nombre.
De semejantes ilusiones ópticas está hecha la indiscutible certeza de los verdaderos clásicos.

 

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Los hijos de Zeus. Pueblos, etnias y culturas de Europa – Felipe Fernández-Armesto (ed.)

Los hijos de Zeus. Pueblos, etnias y culturas de Europa – Felipe Fernández-Armesto (ed.) fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-william-vollmann-george-grosz

Estado: impecable.

Editorial: Grijalbo.

Precio: $400.

Grandes movimientos de población y viejas adscripciones territoriales; encrucijada de culturas y crisol de mestizajes fecundos. Por debajo de una universalidad que se propone moderna y específicamente europea, debajo incluso del estado-nación, creación asimismo europea, late un microcosmos de etnias y pueblos con distintos grados de aculturación y conciencia de sí mismos que habla de un sedimento histórico tan complejo como el de otras zonas de la Tierra aunque, a diferencia de éstas, ha sufrido con mayor intensidad y persistencia la presión del mundo moderno.
Los hijos de Zeus, título que hace referencia tanto a la importancia de la cultura grecolatina en la configuración de la europea como a la figura del dios que raptó a la mítica Europa, es un estudio riguroso y ameno de los pueblos de esta península occidental de Asia – poco más grande que China – a la que se llama continente: historia, religión, tradiciones, grados de integración en sus estructuras estables. Escrito por relevantes especialistas en las respectivas áreas – desde las tierras árticas hasta el Mediterráneo, desde los Urales hasta las islas del Atlántico – ofrece al lector una guía exhaustiva de un paisaje humano tantas veces oscurecido por las nieblas uniformadoras del estado-nación, pero que deberá tomarse en consideración en cualquier proyecto de unidad continental.
Felipe Fernández-Armesto (Londres, Reino Unido, 1950) es un historiador británico, hijo del periodista Felipe Fernández Armesto (conocido como «Augusto Assía»). Catedrático de Historia Mundial y Ambiental del Queen Mary College de la Universidad de Londres. Su madre fue la periodista inglesa Betty Fernández de Armesto, fundadora de The Diplomatist. Padre del actor Sebastian Armesto, junto con su esposa Lesley Patricia Hook.
Desde septiembre de 2005 a 2009 ejerció la cátedra Príncipe de Asturias de la Tufts University en Boston (Massachusetts, Estados Unidos de América). En 2008 fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Los Andes de Colombia. En 2009 se incorporó al departamento de historia de la Universidad de Notre Dame.

 

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The Paper. The Life and Death of the New York Herald Tribune – Richard Kluger (versión original en inglés)

The Paper. The Life and Death of the New York Herald Tribune – Richard Kluger (versión original en inglés) fogwill-jorge-luis-borges-libros-kalish-pablo-picasso-indio-solari-oscar-del-barco

Estado: impecable.

Editorial: Alfred A. Knopf.

Precio: $300.

Few American newspapers – and perhaps none at all in the view of some students of the craft – have matched the many excellences of the New York Herald Tribune. In the crispness of its writing and editing, the bite of its critics and commentators, the range of its coverage, and the clarity of its typography, the “Trib” (as media people and many of its readers affectionately called it) raised newspapering to an art form. It had an influence and importance out of all proportion to its size. Abraham Lincoln valued its support so highly during the Civil War he went to great lengths to retain the allegiance of its co-founder Horace Greeley. And President Eisenhower felt it was so significant a national institution and Republican organ that while in the White House he helped broker the sale of the paper to its last owner, multimillionaire John Hay Whitney.
From Karl Marx to Tom Wolfe, its list of staffers and contributors was spectacularly distinguished, including Walter Lippmann, Dorothy Thompson, Virgil Thomson, Eugenia Sheppard, Red Smith, Heywood Broun, and brothers Joseph and Stewart Alsop. At the close of World War II, the Herald Tribune, which represented the marriage of two newspapers that had done more than any other to create modern daily journalism, was at its apex of power and prestige. Yet just twenty-one years later, its influence still palpable in every newsroom across the nation, the Trib was gone. It is this story – of a great American daily’s rise to international renown and its doomed fight for survival in the world’s media capital – that Richard Kluger tells in this sweeping and fascinating book.
It begins in pre-Civil War New York with two bitter enemies who, between them, practically invented the newspaper as we know it: the Herald’s James Gordon Bennett, a cynic who brought aggressive honesty to re-porting for the first time, and the Tribune’s Greeley, whose passion for social justice and vision of a national destiny made him an American icon and the most widely read polemicist since Tom Paine. These two giant figures loomed above a colorful, intensely competitive age, and with a novelist’s sense of detail and character, Kluger gives us an extraordinary picture of them and their time. Here is Bennett breaking new ground in 1836 with his extended coverage of the sensational murder of a well-known prostitute near City Hall… the Tribune scooping the War Department on the outcome of the Battle of Antietam in 1862…Greeley going upstate to testify in a libel suit brought against him by James Fenimore Cooper, then rushing back to the city in time to write a hilarious account of the trial for the next morning’s edition…the birth of investigative journalism as the Tribune’seditors cracked the coded messages proving that Tilden’s backers tried to fix the presidential election of 1876.
After the two papers and their two traditions – political and reportorial – merged early in the twentieth century, the fate of the Herald Tribune became intertwined with that of the pride-driven Reid family and its dynastic rule of the paper. In particular, it is the story of Helen Reid, the social secretary who married the owner’s son and became the paper’s dominant force, and of her two sons, whose fratricidal struggle for control helped bring about its downfall. To try to save it, one of America’s richest men lent his name and fortune as a last wave of staff talent redefined the limits and redesigned the look of U.S. daily journalism.
The Tribune’s story is populated with a Dickensian cast of characters: Ishbel Ross, the dainty little woman who was the best and hardest-working reporter of her time…the acerbic city editor, Stanley Walker, and his successor, L. L. Engelking, who set a standard of city-room fervor and ferocity for a generation of newsmen…Homer
Bigart, the stuttering copyboy who became America’s finest and most daring combat correspondent…the beautiful, bitchy, and intensely competitive Marguerite Higgins, who won a Pulitzer Prize by the time she was thirty…as well as modern figures like humorist Art Buchwald, crack drama critic Walter Kerr, straight-from-the gut reporter and columnist Jimmy Breslin, and superb science writer Earl Ubell.
Above all, The Paper is a rich and revealing work of social and literary history, and exploration of the “free” in free press, and an elegiac tribute to the fading world of print journalism that spawned and sustained what was, line for line, America’s best newspaper.
BOOKS OF THE TIMES
Christopher Lehmann-Haupt
THE PAPER: The Life and Death of the New York Herald Tribune. By Richard Kluger with the assistance of Phyllis Kluger. Illustrated. 801 pages. Alfred A. Knopf. $24.95. IT has always seemed to this observer a dubious notion that an institution can possess a life of its own. Any organization is the sum of its people, and to ascribe independent life to it is at best fuzzy-minded and at worst totalitarian. And yet, upon finishing »The Paper» by Richard Kluger and witnessing in its closing pages the demise of The New York Herald Tribune, one feels as if one is mourning the death of a close friend. Perhaps the greatest compliment that one can pay Mr. Kluger’s monumental new book is that it forces one to get his categories mixed up and to be all the happier for that confusion.
The secret to Mr. Kluger’s success is of course the deftness with which he has interwoven in his narrative the history of the institution and the activities of the people who worked for it. He begins with a view of the paper’s third owner, Ogden Mills Reid, on a postwar tour of the Pacific in 1945, when The New York Herald Tribune was »at its apex of power and prestige.» Thence he flashes back to the paper’s patriarch in the early 1850’s, the volatile Horace Greeley, who would lecture the young nation, and sometimes uplift it, through the medium of The Tribune’s editorial page: »Seen even from the rear, his is the most conspicuous figure in Broadway’s midday throng as, swaying and rocking at high velocity, the twin tails of his very long, very loose, very worn white coat flying out behind him, he proceeds like a bent hoop, appearing to occupy both sides of the street at the same time.»
And then with a narrative sweep that is always absorbing and sometimes breathtaking, Mr. Kluger -who edited The Herald Tribune’s Sunday book section in the 1960’s and is the author of five novels as well as »Simple Justice,» a nonfiction account of the United States Supreme Court’s 1954 landmark decision outlawing racial segregation in the schools – works his way back to Greeley’s and his paper’s beginnings, then forward through The Tribune’s 131-year history. But the movement is not strictly chronological. Seamlessly, it knits together historical events with the stories that were made of those events, the people who wrote those stories and the stories of those people. For instance, in a typical section midway through »The Paper,» the subject of the prejudice against women in the press leads to profiles of Margaret Parton, Judith Crist and Marguerite Higgins, which in turn brings up the Korean War and Ms. Higgins’s and Homer W. Bigart’s fierce rivalry in covering »one of the saddest chapters in American military history.»
Such a narrative technique gives Mr. Kluger the freedom to range anywhere – from the allegorical meaning of the logotype, known as the »dingbat,» that adorned The Trib’s front page for a century to A. Homer Byington’s coverage of the battle of Gettysburg; from the personalities of the many remarkable people who put out the paper to close-ups of Tom Wolfe’s and Jimmy Breslin’s contrasting innovative journalistic styles.
What emerges finally is not just the story of one paper but also a history of all New York City’s papers from The Sun of Benjamin Day to The Times of Arthur Ochs Sulzberger; and by extension a history of the heyday of print journalism, from the invention of the modern »lead,» which was designed to transmit the essential news of the Civil War battlefield, to the coming of television and its effect on the ecology of newspapers.
And what invigorates this history is Mr. Kluger’s enthusiasm for his subject, which is apparent everywhere: in the loving detail with which he tells the story of famous stories (like Peter Kihss’s remarkable report on the B-26 Army bomber that crashed into the Empire State Building in 1945); in the vigor with which he challenges Gay Talese’s »unexamined premise» in »The Kingdom and the Power» that The Times in its 20th-century version »was incomparably the best newspaper in America»; and in the liveliness of the prose with which he profiles some of The Tribune’s more unusual personalities. (Of John L. Denson, who edited the paper in the early 1960’s, Mr. Kluger writes: »With a fearsome visage, eyes bulging, face flushing, teeth clicking as he worked, trimming text blocks he had ordered to fit a precise hole and dreaming up headlines of a kind no one else seemed able to get just right, he looked like a mad genius, wrapped in cigarette smoke, redoubtable and combustible and half the time on the verge of apoplexy over the exigencies of the clock and the ineptness of subordinates. They called him the Lone Ranger.») In minor ways, the enthusiasm occasionally gets out of hand. He has a tendency to paint his heroes too bright and to shade his villains too dark. Too often his samplings of the paper’s more felicitous writing somehow fail to live up to their notices. Four times, in his zeal to streamline his prose, he employs the locutions »At war’s end» or »At year’s end.»
But in far more important ways, his passion helps him. Early in his story he foresees The Tribune’s doom in the »very availability to it» of its various owners’ fortunes, which »turned the paper into a hereditary possession to be sustained as a public duty rather than developed as a profit-making opportunity.» And yet, even recognizing this fate, he celebrates what The Tribune accomplished, particularly when it was closest to its death, in the 1960’s under John Hay Whitney’s stewardship.
The tension here verges on the tragic, because despite being doomed, the paper still struggled to achieve new ideals of journalistic art. It makes one understand why, when institutions die, people sometimes weep as if a living thing had expired.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld
Hace veinte o treinta años, que la obra de Jorge Luis Borges es sometida a toda clase de lecturas, abordajes y operaciones cuyo horizonte apenas alcanza a arañar la más rancia estupidez soporífera.
Está el Borges de Bioy. ¿Pero esos diarios no son acaso junto a Otras inquisiciones o Ficciones una parte fundamental de la obra de este cieguito atorrante?
Y sí.
Tuve que agarrar la posta yo.
Y ponerme a trabajar.
No me quedo otra.
Cansado de tanta mozzarella Barraza.
Tuvo que venir Libros Kalish con sus collage borgeanos para decir algo nuevo, distinto, inteligente, divertido.
Por ahí suena el run run de que Sebastián Hernaiz está preparando un estudio sobre Borges que promete algo diferente. Habrá que esperar para poder ver ese trabajo. Aunque a decir verdad Las Chicas de Letras hace tiempo perdieron las uñas de guitarrero.
Mientras aguardamos ese trabajo de Hernaiz aca sumo una nueva serie de collage borgeanos que sin duda estan a la altura de las lecturas de Ana María Barrenechea, Michel Foucault o Jaime Rest.

I

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Charly Garcia Hitler Nietzsche William Vollmann Ralph Steadman George Grosz The Rolling Stones

II

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Dady Brieva Hitler Peron Ezequiel Martinez Estrada

III

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Jose Sbarra Eva Peron David Bowie

IV

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Kurt Cobain Ren y Stimpy Lisa Ann

V

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Mishima Leo Mattioli Fontanarrosa

VI

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish Pablo Picasso Indio Solari Oscar del Barco

VII

Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish William Vollmann George Grosz

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
 zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

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Publicado en Adolf Hitler, Charly García, Dady Brieva, David Bowie, Eva Perón, Evita, Ezequiel Martínez Estrada, Fogwill, Friedrich Wilhelm Nietzsche, George Grosz, Indio Solari, Jorge Luis Borges, José Sbarra, Juan Domingo Perón, Kurt Cobain, Oscar del Barco, Pablo Picasso, Ralph Steadman, Roberto Fontanarrosa, Sebastián Hernaiz, The Rolling Stone, William T. Vollmann, Yukio Mishima, zzz---Confesiones de un librero de mierda---zzz | Deja un comentario

Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld

Célula maoísta del coro estable del  Teatro Colón de bombachas viejas de elastico vencido
Para María Emilia Orellano y su particular humor para
relatar la vida cotidiana el cual este texto le debe mucho
Voy a reir / voy a bailar / vivir mi vida / lalalala…
Así me levante el lunes.
Cantando Marc Anthony.
Voy a reir / voy a gozar / vivr mi vida / lalalala…
Así empece la semana.
Con la energía de una abeja que sale al campo a buscar las flores de la primavera y cuando vienen los “mosquitos” rociando muerte desde el aire les canta:
Voy a reir / voy a bailar / vivir mi vida / lalalala…
Y así salí a la calle.
Con dos mates en el estamogo y un pucho en la boca.
Tenía que ir primero al Banco Provincia de Santa Fe y Riobamba. A retirar una transferencia de un cliente al que le tenía que enviar un libro al interior.
Ok.
Saco numero.
Espero.
Leo mientras Europa Central de Vollmann.
Shostakovich esta agarrado de los huevos por la policia de Stalin y tiroteado por las balas del ejército de Hitler.
¡Es mi turno!
Voy a reir / voy a gozar / vivir mi vida / lalalala…
Y bailando llego a la ventanilla y saludo a la cajera.
Saco mi documento y se lo doy a la cajera.
Es mi documento original. Lo tengo desde que naci. Es tan viejo como yo.
La cajera lo mira. Empieza a pasar las páginas.
¿Qué es esto?, me pregunta con la misma cara de limón con la que aparece Ezequiél Martínez Estrada en las fotos.
Mi documento, le respondo a la cajera que ahora viendola bien la reconozco, es una celula maoísta del coro estable del  Teatro Colón de las bombachas viejas de elastico vencido.
La muy conchuda no para de pasar las hojas de mi documento cada vez mas violentamente hasta que rompe dos de ellas.
Qué haces, es mi documento.
Esto es cualquier cosa, me dice la bombacha vieja de elastico vencido, para hacer un trámite tiene que presentar el nuevo documento.
No, le digo, el forro de Randaso dijo que el primero del año proximo todos tienen que tener el nuevo documento, así que hasta entonces este es valido.
No, me dice la bombacha vieja, con este documento no puede operar en este banco.
Yo no me voy de aca hasta que no me des mi dinero.
Por favor retirese.
Yo no me voy una mierda. Me das mi dinero y me voy.
Bayase o llamo a seguridad.
Dame mi dinero y me voy, la puta que te pario, soy cliente de este banco desde hace 7 años la concha de tu vieja puta.
Dos de seguridad me piden que me retire que en cuanto pueda me va a atender el gerente.
Salgo.
La gente me mira.
Yo pateo una columna y espero parado.
En mi cabeza ahora suena V8:
Lunes, y nuevamente /en el trabajo estoy/ sólo recuerdo momentos de ayer
/nvivo el bajón de hoy./ para continuar en esta/ estúpida senda/ debo gritar que…/ muy cansado estoy…
El gerente por fin me atiende.
Me vuelve ha hacer la misma escena que la bombacha vieja de elastico vencido.
Discuto.
La peleo.
Necesito mi plata.
$500 de mierda.
Solo eso pido.
Finalmente me da el dinero y me voy.
La utopía de la abejita que sale al prado a recoger polen mientras canta alegre canciones de Marc Anthony a muerto ahogada por los agrotóxicos de los putos porotos de soja.
Para recuperar la templanza voy a una librería de Recoleta donde suelo encontrar maravillas a ver si eso logra devolverme algo de serenidad.
En esa librería se puede escuchar a clientes que comentan que estan por viajar a París o que acaban de volver de Nueva York. Esta atendida por una vieja y el hijo. La vieja al principio me miraba con desconfianza pero luego logre agenciarme su confianza y el hijo sabe de libros, no es un improvisado, sabe lo que vende y sí, sabes que ahí, justo ahí, en medio de esos conchetos los libros no solo son excelentes sino que mucho mas baratos que en cualquier librería de usados de Corrientes. Tienen acento de San Isidro y mucama y los titulos que podes encontrar ahí son increíblemente buenos y baratos. Y saben de libros. Librería El Incunable, Chapeau!
Bajo al sotano, revuelvo, compro algo, subo, charlo de la mierda de las políticas sobre el libro de estos últimos años con el dueño y le pago. Entonces le pregunto por la vieja, por su madre y me dice, mamá murio en diciembre pasado.
Salgo.
Tomo el subte.
Una estación después me bajo.
La bombacha vieja de elastico vencido de la locutora del pito triste de Mauricio Macri dice por los altavoces que el servicio esta interrumpido y la remata con una frase que cada vez que la escucho es como si con un martillito me estuvieran golpeando en los huevos:
Disculpe por las molestias ocacionadas.
Y en el andén un pibe grita:
¡La Razón a voluntad!
En los subtes de mierda del pito triste de Macri se viaja para la mierda pero se puede comprar voluntad por moneditas – igual Randaso vos no te agrandes porque mi familia que usa el ramal Suarez-Retiro todos los días también viajan para la mierda y de paso te facturo lo que los cartoneros no te pueden decir: te fuiste a China a comprar trenes, puto, y no trajiste y un solo vagon para los cartoneros que lo necesitan infinitamente más que la clase media del orto que cuando te postules para presidente no te va a votar ni que les regales botellas de whisky Chivas Regal, forro.
Una vez en la librería chequeo mi Hotmail, mi Factbook, mi Mercado Libre, las estadisticas de LibrosKalish, contesto mails, boludeo en la red un poco y luego empiezo a sacar cuentas de todo lo que devo. ¡Números rojos!
Tengo ganas de tirar todo a la mierda.
Pero no.
Ahí vamos!!!
Cantemos, aguantemos los trapos que la vida vale la pena como canta Sergio Denis con el cual en el 2001 y 2002 tomabamos el tren juntos en Chilavert y los cartoneros y la bombachas de elastico vencido le pedian autografos y el un geltenman, con la misma facha con la que aparecía en la tele se arreglaba el pelo, sonreía y aunque estubiera por entonces en la lona y tenía que viajar con muertos de hambre como mi familia y el resto del vagon sonreía, firmaba autógrafos y dejaba descender a los pasajeros antes de subir el al bagón.
Así que cantemos, carajo, como Sergio Denis, como la abejita amiga de la privamera y la naturaleza:
 Voy a vivir / voy a bailar / vivir mi vida / lalalala…
Así llegué al correo argentino de Angel Gallardo en cuya sucursal suele haber poca gente.
Saco numero.
Cuando es mi turno me acerco a la ventanilla.
Pido una caja numero 1 para enviar al interior el libro de conversaciones de David Foster Walllace.
Me pasan la caja y me retiro a armar la encomienda.
Cuando termino vuelvo a esperar a que la ventanilla que me atendio se desocupe y pueda seguir con el despacho de mi encomienda.
El cliente de mi ventanilla se retira y abanzo solo cuando la empleada me lo indica.
Estoy llenando un formulario.
Y ahí, justo ahí, soy sorprendido por otra célula terrorista de las bombachas viejas de elastico vencido del coro estable del Teatro Colón.
La empleada me consulta si mientras lleno el formulario que no me lleva mas de 30 segundos puede atender a esa señora que esta detrás de mí y tiene que terminar un tramite.
Obvio.
Me pongo a un costado.
Pasan los segundos.
Pasan los minutos.
Empiezo a mover la piernita. A bufar. A moverme haciendo una interpretación libre de ataque de epilepsia dostoievkiana.
Otra empleada que esta libre finalmente me atiende.
No se que me consulta.
Y le disparo:
Estoy intentando enviar un libro pero me corrieron para atender por un segundo a esta señora, y la señalo con un dedo, y me hicieron esperar una eternidad.
La bombacha vieja de elastico vencido me mira y dice, bueno a mi la empleada me dijo que pase y usted me sedio el lugar.
¡Porque era un segundo me dijeron!
Claro, la atacan a una porque es mujer.
Que tiene que ver que sea mujer?
Claro, porque si fuera un hombre no diría nada.
Yo saque un número, hice la cola y espere mi turno, como cualquier hijo de puta del jefe del Papa Francisco.
Machista, me dice.
Qué tiene que ver ubicarse con la misoginia, le respondo.
Y así vuelvo a la librería.
Hecho un manojo de nervios y un boludo en Hotmail me acusa de falta de conciencia de clase por el precio de mis libros.
Y ahí, sí,  ahí, justo ahí, en ese momento de máxima angustia y soledad, que es la misma que padecio Shostakovich durante el sitio de Leningrado, escucho la voz de Fernando Peña que me dice:
Droguese, por favor, droguese, con lo que tenga, con lo que sea, pero droguese, porque en este país la única forma de aguantar es drogandose.
Bonus Track
Este video recuerda la filosa inteligencia humoristica de los Monty Python. La genial inprovisación actoral de los esquech de Alberto Olmedo.
Pero no es un video de los Monty Python. Ni un duelo verbal de Borges y Alvarez en No toca boton.
¡No!
Nada de eso.
Es algo mucho, mucho mejor.
Es el surrealista absurdo arte de  Alfredo Casero, Favio Posca, Rodolfo Samsó, Fabio Alberti, Mex Urtizberea y Diego Capusotto en De la Cabeza y Cha cha cha.
Sí. Pero recargado. Más loco. Más zarpado.
Es el programa de Hora Clave donde Mariano grondona debate de drogas con Samuel «Chiche» Gelblung, Carolina Perin, Enrique Symns, Nicanor Gonzalez del Solar, El Doctor Julio Cesar Araoz (Secretario lucha contra drogadicción y narcotráfico) y Mempo Giardinelli.
Un video para ver una y mil veces!!!!!!
Un video para reir una y mil veces!!!!!
Un video para no reflexionar porque si lo haces te tenes que pegar un corchazo en la cabeza!!!!!!!!!!!!
Video de Hora clave acerca del debate por el Consumo de Drogas (1996):

http://www.youtube.com/watch?v=itdOi4l2TqE

Columnas anteriores de Confesiones de un librero de mierda entrado en este Link:
 zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

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Vivir afuera – Fogwill

Vivir afuera - Fogwill Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: El Ateneo.

Precio: $300.

Apenas unas horas en la vida de sus personajes le alcanzan a Fogwill para trazar un mapa descarnado y a la vez fascinante de la Argentina de las crisis. Desplazándose entre el conurbano y la capital, Vivir afuera habla de los territorios más disímiles: el sida, los negocios políticos, las distintas formas que asume la locura, la nueva relación entre policía y delito, las secuelas de Malvinas, el nuevo y el viejo periodismo, la expansión de los cultos evangelistas entre los sectores pobres y también, por qué no, de literatura. Los personajes de Mariana, Gil Wolf (que juega todo el tiempo a convertirse en alter ego del autor sin terminar de serlo nunca), Saúl, Pichi y la Susi -cada uno desde diferentes lugares sociales, a veces enfrentados entre sí- forman parte de un mundo en el que el sexo, la droga y la violencia son la manera más habitual de comunicarse. Todo desde una mirada que mucho tiene de impiadoso y de incorrección política y que es la marca de estilo de un escritor que se ha ido transformando en imprescindible. La falta de concesiones de esta notable novela es a la vez un desafío y un incentivo para aquellos lectores que busquen reencontrarse con una obra con destino de clásico.
Fogwill. El hombre que nada
Federico Bianchini
1
El viejo nada despacio. Boca arriba. Lento. Muy lento. Mueve el brazo derecho, las piernas apenas. Mueve el brazo izquierdo. La pileta está casi vacía. En el segundo andarivel, solos: el viejo y yo. Él, con su parsimonia. Malla negra, antiparras oscuras, bigote finito y canoso. Lo conozco. De algún lado lo conozco. Lo paso por el costado. Llego al borde de la pileta, giro en el lugar, empujo con los pies. Son más de las nueve de la noche de un día de semana. Bajo los violentos reflectores del histórico club Almagro, me lo cruzo de vuelta. Cambio el ritmo: busco coincidir en los descansos de ese hombre que nada y no avanza. Trato de confirmar si la cara es la misma que aparece en la solapa del libro Restos diurnos. Foto en blanco y negro. Varios años menos. Ahora el hombre que nada descansa. Está apoyado en la pared del sector menos profundo de la pileta. Se saca las antiparras. Olor a cloro. Agitado, el viejo resopla con fuerza. Murmura.
–Disculpe. ¿Dijo algo? –pregunto.
–No. Hablaba solo.
–¿Usted es Fogwill?
–Sí. Por eso hablo solo.
 2
Dos años y dos meses después de nuestro encuentro casual en la pileta, vuelvo a ver a Fogwill en el comedor de su casa de Palermo. El hombre que nada tiene casi setenta años. Lo trato de usted. Nadie le dice señor. Fogwill es ya una marca. Su marca. El apellido le arrebató casi por completo el nombre. En la Argentina, si uno habla de literatura, dice “Fogwill” sin antecederlo por Rodolfo Enrique. Casi nadie recuerda su nombre de pila. De algún modo, él promovió este olvido a los 44 años, días antes de publicar su séptimo libro, Pájaros de la cabeza, cuando vio la futura tapa y decidió, por una cuestión estética, de diseño gráfico, truncar su firma. Desde entonces fue solo Fogwill. Para ello, este escritor y publicista creó un personaje del que pocas veces quiso escapar. Un personaje procaz, sincero, hipersexual, polémico. Egocéntrico, aunque a veces perdedor. Despiadado pero tierno en ocasiones. “Cada escritor tiene su máscara y arma su pose. Mi pose es esta: yo siempre aspiro a mentir con la verdad. Engañar de que valgo la pena diciendo que no valgo la pena”, dice sentado en una silla de diseño. En el piso, a su alrededor, hay diarios, ropa, un telescopio, discos, botellas vacías y libros. De fondo, suena una ópera en alemán. A un costado, un asiento ergonómico, que es una especie de tabla sin respaldo. Delante de este asiento, la computadora. El monitor cubierto de polvo y manchas pegajosas. Junto al teclado, un par de medias. El de Fogwill es un departamento de soltero, decorado con uno, dos, tres helechos.
Su pose, entonces: un escritor que repite ser malo aunque se sabe entre los mejores.
Digresión: en la Argentina, casi nadie tiene la menor idea de quién es Fogwill. A pesar de que ganó el Premio Nacional de Literatura, de que publicó libros en casi todos los géneros –novelas, cuentos, ensayos, poemas–; de que fue traducido al francés, alemán, croata y mandarín, Fogwill solo es popular en los círculos intelectuales. Más allá de lo prolífico del autor, salvo contadas excepciones y libros reeditados, como el de sus cuentos completos, si uno va a una librería argentina y pide por Fogwill lo más probable es no que no encuentre nada. Además de ser un escritor de culto, Fogwill es, sin referirse a un estado de cansancio ni a una ausencia de ideas, un escritor agotado. El hombre que nada es lo que suele conocerse como un “escritor de culto”. ¿Qué es un escritor de culto? No tiene la menor idea. Cree que, quizá, los que así lo califican entiendan por ese concepto a un escritor que vende poco y se admira mucho. A uno que tiene escasos lectores, pero que compran todos sus libros.
Tal vez, a uno que era un chico, como todos los chicos. Un chico consentido, “no con sentido, sino consentido”, el hijo único, que escribió su primer poema a los ocho años: “A Nuestra Señora de Fátima en la Entronización de Su Imagen Divina en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quilmes”. Y en el comedor de su casa de soltero, Fogwill sigue diciendo de sí mismo: “el que produjo esta mierda que soy ahora, que se permite todos los vicios; el tabaco y el chicle, por ejemplo”. Sin embargo, Fogwill trata de eludir cualquier referencia a su niñez. Prefiere hablar de otra cosa.
En el año en que la Argentina fue sede del mundial de futbol, durante la dictadura de Videla, Fogwill, que por entonces dirigía una agencia de publicidad, editó su primer libro: los poemas de El efecto de realidad. Un año después con Mis muertos Punk ganó el premio Coca-Cola que, además de plata, incluía la publicación del libro. Sin embargo, cuenta que, después de cobrar el cheque y sorprendiendo a los editores, se sentó a negociar. “Les dije: ‘Este libro vale tanto.’ Ellos querían publicarlo gratis, así que decidí no cumplir las condiciones del premio, y listo.” Fogwill, su propio personaje, empezó a hacerse conocido.
Cuatro años después, durante 72 horas sin dormir, con doce gramos de cocaína encima, Fogwill escribió una novela –Los Pichiciegos– que figura en los programas de letras de todas las universidades del país. La historia transcurre en las Islas Malvinas durante la guerra entre la Argentina y el Reino Unido, y retrata de forma casi premonitoria (la escribió en simultáneo con el conflicto) el clima que se vivía en el frente de batalla. “El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo –a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida–, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. El miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.” Su consejo: escribir como se debe. No reprimirse. Saber contar lo que no se reprime y atreverse a llegar hasta el final, sin que importe lo que digan el portero, la novia, la vieja, los amigos o el tipo que nos pasa los tomates.
Hay quienes lo consideran el mejor escritor argentino vivo. En ningún momento, aunque escriba en prosa, Fogwill deja de ser un poeta. Es un placer leer en voz alta sus textos aliterados, cacofónicos, polisémicos. Después de escuchar Sobre el arte de la novela, Jorge Luis Borges lo definió como un maestro de la elipsis. “Los que le leyeron el relato, saltearon las partes pornográficas –minimiza Fogwill–; la verdad es que era un texto repugnante.”
Un amigo dice que el escritor se ocupa, con sorprendente dedicación, de que cada uno de nosotros podamos vivir nuestra propia “experiencia Fogwill” para luego tener que contarla. No es poco común que, al volver de una entrevista con él, cualquier cronista encuentre en su casilla de correo un e-mail con comentarios o pensamientos sobre algún tema de la nota. Un fotógrafo dice que a las semanas de un encuentro con él Fogwill lo llamó exaltado. Necesitaba, ya, una cámara prestada: su vecina se estaba cambiando. La desnudez era inminente.
Un dato que Fogwill se encarga de repetir en cada una de sus entrevistas es que siempre evitó vivir de la literatura. “Quien depende del mercado está definitivamente perdido”, me dice en su casa, sentado en su moderna silla, después de desperezarse. Él pudo conseguirlo gracias a lo que llama sus oficios. Se recibió de sociólogo y a partir de ese momento trabajó, y aún lo hace, en marketing, creación de productos, relevamiento de marcas y hábitos de consumo. “En idear estrategias para llevar a los mercados hacia el interés moralmente supremo de quien me paga.” De allí, de esa profesión, saca la plata para vivir. “Tengo un nivel de ingreso igual que un mediocre escritor de best seller, tipos que ganan el premio Alfaguara o el premio Planeta y los traducen a diez idiomas.” Para vivir como vive, no necesita vender miles de libros, acumular premios importantes, ser conocido en todo el mundo. Con ser Fogwill le alcanza.
Cuando ganó la beca Guggenheim, usó la plata del premio para cambiar el auto y comprarles computadoras a sus hijos. “Agarré la guita y la rrrrrrrreventé”, casi grita, y abre enormes los ojos aceitunados. “Si hoy me dan otra, la reviento igual. Uno hace un proyecto y lo tiene que cumplir. Pero si no lo cumple, no lo van a retar. No hay que rendirle cuentas a nadie.” El proyecto que Fogwill presentó para ganarla fue la renovación de su página web (“un laburo que se podía hacer en un día”) y la corrección de dos libros: “Que después publiqué con un cartelito que decía: corregidos con la beca.” Pelo grisáceo, mirada profunda, bigote prolijo, Fogwill, el hombre que nada, se pregunta: “¿Qué otra cosa iba a hacer?” Cuando habla, se apasiona: gesticula, enfatiza sus palabras, mueve las cejas histriónico.
El escritor, que admite su pose de engañar que vale la pena diciendo que no vale la pena, me dice que de toda su producción solo rescata dos o tres poemas buenos.
“En un país donde debe haber miles y miles de poetas publicando, ser uno de los diez que publica cobrando ya es un logro.” Hay tres o cuatro poemas que, sabe, no va a poder superar en lo que le queda de vida. Versiones sobre el mar, “El antes de los monstruitos” y Tras el cristal de la pistola de acuario. “Es una cagadita, pero bueno, es lo que pude –dice Fogwill–. Yo no sé si Borges, al cabo de su vida, pudo estar satisfecho con cinco poemas de él. De él, que sabía leer, ¿no? Por ahí la culpa es mía y me sobrevaloro por tener una deficiente lectura. Él leía mejor que yo, pero yo veo mejor que él. Por ahora”, me sonríe con malicia.
Sí: Fogwill no está ciego.
Y no está muerto.
3
Meses después de la guerra de Malvinas, el hombre que nada se enteró de que un amigo suyo, hijo de un capitán de marina mercante, estaba preso. Buscó poemas que se refirieran al mar. Los coleccionó y se los fue mandando por carta, uno a uno. Baudelaire, Mallarmé, Valéry, entre otros. Cientos de cartas. Cientos de poemas que, según dice, se transformaron, luego, en el origen de su poema Versiones sobre el mar. Compactación de todo lo que había leído y sentido, puesto al servicio de una ideología.
El mismo mar nos pierde; nos encuentra y nos pierde. Tema de las olas: se arman, desobedecen, las crea el viento –¿su amor?– y se derrumban para volver a armarse con restos de olas anteriores, idénticas. Historia de amor: la planicie del mar, el viento que la oprime, y todo se levanta para perderse. Y todo tiende a disolverse contra una línea de aguas eternas y sol dilapidado llamada mar. Mar: abundancia de sinsentido humano.
(Fragmentos del poema Versiones sobre el mar.)
4
Dos años y cuatro días después del primer encuentro, el hombre que nada lleva algo más que la mallita negra que tenía en la pileta, aunque sigue respirando con dificultad, como si durante la última media hora hubiera nadado sin detenerse. Estamos en un bar del barrio de Palermo. Antes, Fogwill había ido a la pescadería. Pidió nueve filetes de merluza, pidió pan y, luego de piropear a la vendedora, también pidió si no le podían guardar un rato la compra. Cuando la mujer le preguntó un nombre para escribir sobre el envoltorio de papel, Fogwill dijo “Quique”. Luego, cruzó la calle hacia la verdulería, compró dos tomates grandes, una cabeza de ajo, dos plantas de lechuga, cuatro bananas y un kilo de naranjas para jugo que, según comentó el empleado del lugar, estarían muy sabrosas. Al igual que en el local anterior, el escritor, consciente de lo incómodo de sostener los paquetes durante el transcurso de nuestra conversación, pidió si le podrían cuidar un rato más su bolsita con frutas y verduras.
–Tengo que salir con una mina –mintió.
Dos veces por semana, Fogwill, que como buen soltero cocina lo que come, hace asado. Una vez por semana, pescado; todos los días: fideos. Al mediodía y a la noche. No se cansa de las pastas. Sin embargo, en este bar de Palermo, lejos de pensar en el menú de la cena, a lo largo de nuestra conversación que durará cerca de dos horas, Fogwill interrumpirá sus dichos para comentar las piernas de la mujer que acaba de pasar. Me indicará que observe a aquella increíble adolescente de la esquina o se quedará callado con la mirada fija en una colegiala junto al semáforo como si mentalmente quisiera sumergirse debajo de la pollera a cuadros.
Pero eso será más adelante: ahora mismo me dice que nunca decidió ser escritor. Que habría preferido ser rico, pero intentó y no le salió y que cuando acumuló un poco de obra lo calificaron de escritor. A los veinticinco años escribía doce horas por día. Informes, campañas de publicidad, guiones de cine y discursos políticos. Luego, siguió con poesía y ficción. Una de las claves para poder escribir bien, dice Fogwill, es poder mentirse y mentir a los otros.
–Hay gente que escribe pero no puede desdoblarse. No puede producir una voz que no sea la suya. Escribir no es un acto de habla natural, sino un acto de simulación –dice, y corre la mano para que el mozo apoye el cortado y el café con leche sobre la mesa–. Si no tenés un personaje, no podés escribir. Porque lo hacés en un registro monocorde y no sería tolerable. En la actuación es igual.
Y Fogwill tiene su personaje. Un personaje que desaparece cuando el escritor habla de literatura. Allí, se pone serio, fija la vista, mueve la taza del café, medita unos segundos y, solo entonces, opina. Como si durante esos instantes toda su libido estuviese puesta en eso que rodea al hecho literario. Basta que su interlocutor deje de mirarlo o se distraiga un momento para que él vuelva y suelte una frase que hace que uno, inevitablemente, ría a carcajadas.
A pesar de que disfruta escribiendo, “como disfrutaría diseñando autos”, Fogwill piensa que la de los escritores es una carrera de fracaso. “Miremos el siglo xx, tomemos a diez que nos parezcan los mejores. Pensá dónde terminaron Vargas Llosa y García ‘Marketing’, por ejemplo. Vargas Llosa está en la plenitud de sus facultades pero no le salen libros como antes. Y él escribió aquellos libros –hablo de La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, que eran realmente obras maestras– creyendo que siempre iba a ser tan innovador, tan genial. Nadie lo es. Uno agota su fuente. Cuanto más triunfa un escritor, más fracasa en tanto productor de sí mismo.” Es su propia derrota, asumida, pero transformada en herramienta de promoción. Fogwill no va a hacer una obra maestra. Lo acepta. Ni quiere.
Lo sabe: ya las hizo.
5.
Si bien Fogwill tuvo épocas de introspección (durante doce años no dio entrevistas porque le daba asco el sistema de medios), alguna vez se definió como “una máquina de hacerse prensa”. Siempre que puede, y puede bastante, lanza un comentario provocador, una chicana, un desafío a ver si alguien levanta el guante y se produce un debate que lo coloque en el centro de la escena o, al menos, en la columna de algún suplemento cultural. Fogwill es su propio personaje. “Aplico el carácter teatral en todo lo que es la participación del artista (el escritor en mi caso) en la comunicación”, me dice antes de darle un sorbo a su cortado. Con su estrategia, dice aprovechar una época en la que la comunicación se subordina al consumo, al intercambio económico. “En el caso de los imbéciles, los efectos de esta subordinación producen mucha más hipocresía. Porque hay escritores que se creen importantes por viajar, por ganar una beca o ser jurados de un concurso.” A corto plazo, dice el escritor, esto rinde muchos beneficios. “Pero, como alguien decía en un blog: son gente que se cree arriba de un caballo, sin darse cuenta de que está sentada sobre un poni con sueño.” Fogwill habla con ternura, piensa unos segundos, repite: sobre un poni con sueño. Y sonríe.
Fogwill lee blogs. Y no solo eso. Tiene un ejercicio matutino que consiste en entrar a internet, ir a la página de Google, tipear su apellido y verificar el número de menciones. Después, abre los links que cree interesantes. Hoy Fogwill aparece unas sesenta veces. “Es muchísimo”, dice sin ganas. En ocasiones contesta, pero no siempre. Solamente cuando le entran ganas de burlarse de los que lo nombraron.
7
–Disculpe. ¿Me dijo algo?
–No. Hablaba solo.
–¿Usted es Fogwill?
–Sí. Por eso hablo solo.
Fogwill se sumerge y nada, lento, hacia el otro extremo de la pileta.
Al rato, ambos descansamos en la parte menos profunda.
–¿Comiste un caramelo rojo? –dice.
–¿Eh?
–No importa…
–Comí un caramelo de frutilla –digo, sin entender cómo se habrá dado cuenta.
–En el aire hay olor a acidulante de frutilla, o de frambuesa –me dice–. Debe ser tu transpiración.
Fogwill se sumerge de nuevo. Nada unos largos y sale de la pileta.
Vuelvo a encontrarlo en el vestuario.
El hombre que nada canta a gritos una ópera en italiano.
Un pelado que se seca con una toalla rosa lo mira con desconfianza.
Hay olor a encierro, a cloro, a humedad. Ruido del agua de las duchas. El tipo que guarda los bolsos detrás de un mostrador lo ignora. Seguro debe conocerlo. Fogwill me ve y comienza el soliloquio.
–Estaba pensando en algo que me hiciste acordar. Por lo de los olores. El otro día me estaba cogiendo una mina. Una flaca, azafata. Le estaba chupando la concha.
El pelado de la toalla rosa nos mira. El que guarda los bolsos, ahora, también presta atención aunque discreto, haciéndose el que no escucha.
–En un momento, en medio del acto, le pregunto: ¿comiste cilantro? La piba no entendía nada. No sabía qué era el cilantro. Me dice que no había cenado. Que por ir y venir, por los viajes, solo había estado picando boludeces. Vos sabés lo que es el cilantro, ¿no?
Fogwill no espera mi respuesta.
Empiezo a reírme, y el pelado de la toalla rosa también se ríe, y el tipo que guarda los bolsos detrás del mostrador no puede disimular la sonrisa.
Fogwill, en estado puro.
–¿Ves? Yo a una mina le chupo la concha y puedo decirte qué comió el día anterior.
Ahora el hombre que nada se ríe a carcajadas.
Días después, releo su cuento “La chica de tul de la mesa de enfrente”: descubro los personajes, el hincapié en los olores. El fragmento: “Beso largo. Tierno y sensual, sabor a pepinos, café, torta de ciruela. Su perfume era delicado: fue necesario el beso para percibirlo a fondo. Y todavía lo recuerdo.”
8
Sentado en la silla del bar Delicity, junto a la ventana que da a la calle, Fogwill respira por la boca. Da grandes bocanadas, igual que los peces cuando los sacan del agua. En el bolsillo derecho del pantalón lleva un broncodilatador. Tiene un enfisema pulmonar y, por eso, respira con dificultad. Por eso, también, necesita nadar dos kilómetros por día. Setenta y dos horas sin ir a la pileta le
destrozan el sistema respiratorio. Si no va, dice, hasta pierde el olfato.
En el gimnasio, el hombre que nada prefiere caminar en la cinta. Para no aburrirse lleva el iPod, y mientras hace ejercicio escucha poemas. De Eliot, Pessoa y de Borges leídos por él mismo. Y los sonetos de Shakespeare. Al nadar, Fogwill se concentra en el sonido del agua. Escucha y se da cuenta de si está salpicando. Su objetivo es hacer el largo en dieciocho brazadas. A veces no puede. Suele haber dos causas: le falta el aire o no le responde el corazón.
El corazón no es lo único que a veces falla. Con la edad, Fogwill también perdió la memoria espacial de corto plazo. Si está sentado frente a una mesa y pone el salero a la derecha, y luego cierra los ojos y quiere agarrarlo, estira la mano hacia la izquierda. “El adelante se vuelve atrás. La derecha se vuelve izquierda. Es degradación neurológica”, dice. Y, serio, no descarta que la nicotina y la droga hayan lesionado esa zona.
Fogwill se arrepiente de algunas cosas. Por ejemplo, del tabaquismo. También de las horas perdidas. “Si pudiera volver atrás, ni probaría la cocaína. Pero, quién sabe, no sería tal como soy, así que por las dudas no voy a volver para atrás.” Fogwill, quizá, producto de las drogas. Fogwill, sobre todo, producto de sí mismo.
Durante los años previos y la dictadura militar, la cocaína fue su anestesia para escapar al horror. Fogwill había sido trotskista y temía que lo hicieran desaparecer. Durante meses, los militares tuvieron secuestrado a un vecino suyo a quien confundieron con él. “Vivía como anestesiado. Y además, la droga fue un estimulante para la hiperactividad que tenía: gastaba miles de dólares mensuales en viajes de trabajo.” Lo dice con la voz neutra, como si todo esto le hubiese sucedido a otra persona.
En ese estado, Fogwill escribía. Tiene textos, relatos, pedazos de novelas redactados bajo los efectos de la droga que, me dice, son más o menos iguales a los que producía sobrio. “Lo que pasa es que con la cocaína yo podía estar 48 horas sin dormir. Durante ese tiempo uno conserva la memoria del espacio en el que está concentrado y no le importa absolutamente nada.” Fogwill se refiere a permanecer a salvo de los peligros de afuera, como el teléfono y lo demás. Y a esa acumulación de concentración que, según él, puede ser muy útil, aunque a veces también puede llevarlo a uno a perder el sentido crítico.
Ahora al hombre que nada le cuesta concentrarse. Nunca tiene más de una hora y media para escribir. Por los horarios del club, los horarios del trabajo, los de la cocina, los de sus hijos: tiene cinco cuyas edades van de los diez a los cuarenta años. No es igual la relación con los más chicos, que se la pasan sacándole plata, que con el mayor, que es rico, y al que, según Fogwill, él le saca plata.
A pesar de sus problemas físicos, Fogwill no le tiene miedo a la muerte: a su muerte. Me explica lo que se siente durante un broncoespasmo. Simula: abre grande los ojos y la boca. Deja de respirar. Se le empieza a enrojecer la cara y me dice en voz baja: “El aire se vuelve vidrio. Lo sentís como sólido. No entra ni sale. Cualquier intento por hacer fuerza con los brazos, o piernas, cualquier consumo de energía, incluso el angustiarte, te aumenta el ritmo cardíaco a una velocidad impresionante. Sentís que te vas a morir.” Le pasa dos o tres veces por año. La única solución sería un transplante de pulmón. Pero no es su estilo. “No soportaría un cadáver adentro. Ni el de Eva Perón. Ni el de una chica de catorce años en la cama entibiada –dice con mirada cómplice–. No. Cadáveres no. Por una cuestión ética.” El hombre que nada se pone serio.
–Si aceptamos los trasplantes, vamos a terminar aceptando los trasplantes involuntarios. Elegir el tipo justo para tener su corazón, sus pulmones o su hígado.
–¿Usted moriría por ética?
–Creo que sí. Sí. “La ética es la estética del porvenir”, decía Lenin.
Se queda pensando unos segundos. Luego, sonríe, señala a una adolescente rubia que, en la esquina, está por cruzar la calle y dice:
–Estética. Eso es estética.
9
Un viernes a la noche, dos años y cinco meses después de nuestro encuentro, entro al natatorio: Fogwill sumergido en el segundo andarivel. Estilo mariposa. Amplia brazada, inmersión. Amplia brazada. Lleva antiparras. La malla negra. Debe estar concentrado en si salpica al sumergirse, en el sonido del agua. El escritor que se oye sumergido, el que pierde el aliento cuando nada, como si recrease el poema de Héctor Viel Témperley, uno de sus poetas preferidos, una y otra vez, con sus brazadas.
Soy el nadador, Señor, soy el
                       [hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en
                               [las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
[…]
Soy el nadador, Señor, sólo el
                       [hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque
                                        [en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.
El hombre que nada, tratando de conseguir aire, resoplaba.
Fue la última vez que lo vi.
*  Publicado en Revista Anfibia | Revista revistaanfibia.com/

 ***

Fogwill y mi abuela. Coitus interruptus
El miércoles 18 de septiembre de 2013 participe de unas jornadas sobre Fogwill  en el auditorio David Viñas del Museo del libro y de la lengua. Comparti cartel esa noche estelar junto a Diego Erlán, Maximiliano Tomas y Juan Ignacio Boido. Y entre el público se encontraban el psicoanlista Sebastián Cariola, la compañera Graciela Quezada de Llavallol y como 30 amigos mas que coparon el auditorio para escuchar hablar sobre un poeta. También conocido como Fogwill. Este es el video de aquella noche con audio Guadalupe Marando y camaras Pablo Klappenbach y Rodrigo Ruiz Ciancia (estas no utilizadas en este edición):

FogwillKalish por Liefeld – YouTube

***

Fogwill
(un cuento narcoprostibulario para niños de 4 a 6 años)
Hace una semana paso por la Cuspide de Santa Fe casi esquina Callao.
Entro a buscar algo preciso, concreto. Una de esas pocas novelas argentinas de estos últimos 30 años a las cuales se la puede acusar de ser una novela. Literatura de la buena
La media de la literatura argentina es lamentable.
El grueso una vergüenza.
La buena una excepción.
Ok.
Mi novela esta en camino así que espero con eso al menos mejorar un poco el promedio para arriba. Aunque con tanta chica y chico palermitano y provincianos viviendo en capital escribiendo tan mal ni si Borges publicara hoy Ficciones lograría elevar un poco el nivel general de la peripatetica literatura argentina.
Bien.
Estoy enojado.
Escribiendo en caliente.
Porque tengo que seguir laburando todo el día y si no me saco el veneno de encima me voy a volver loco.
Entre la semana pasada a Cuspide de Santa Fe y Callao en busca de Fogwill. De su novela Vivir afuera.
Hasta hace unos meses atrás tenían varios ejemplares y baratos.
Consulto.
Me dicen que no y se desentienden de mi.
Stop.
Repregunto e interrumpo el laburo del empleado que ya me había descartado y queria cobrarle el librito pelotudo que estaba comprando una mina.
Ok.
Te podes fijar en el sistema si hay ejemplares en otra sucursal.
Se fija.
Hay en dos.
Le pido que me traiga a esta sucursal todos los que hay.
Me mira sin entender.
Los quiero todos.
Lo quiero a Fogwill.
Es una gran novela.
Pedí que te traigan todos los ejemplares para esta sucursal.
Me dice que no puede. Que no se los van a enviar. Pero que puede que si pide le envíen uno.
Le pido que lo pida.
Y le consulto en que otras sucursales hay.
En Ramos hay 4  y en Cabildo hay dos.
Pide uno, le doy mi teléfono para que me avise cuando llegue y me voy.
El domingo viaje luego de mucho tiempo al Conurbano.
Hace tiempo que no piso el Conurbano. Que no quiero pisarlo.
La última vez que lo hice fue una noche horrible.
Ok.
Por ir tras el rastro de una gran novela de Fogwill hago el esfuerzo y voy a Ramos Mejía el domingo a la tarde.
Levanto todos los ejemplares que hay en esa sucursal y desaparezco. Huyo del Conurbano y sus demonios.
Ok.
Faltan los de Cabildo.
Voy el lunes al mediodía.
Cerrado.
Luego me quedo sin liquiidez.
Cero peso.
Así que Quique me va a tener que aguantar unos días para que lo rescate de esa librería de Belgrano tan sin honda como un chupetin de caca de chiguagua.
Ayer me dejan un mensaje en el telefono.
Llego Quique a Santa Fe y Callao.
Hoy me levanto a las 6 de la mañana.
Leo Peter Matthiessen una hora y luego me pongo a laburar.
Salgo a la calle temprano.
Voy a Los Cachorros en Parque Centenario a comprar unos libros y a charlar con su dueño, un viejo lobo de mar.
Gasto mas guita de la que devía.
Estoy casi en cero nuevamente.
Pero tengo merca de la buena.
Y falta Fogwill.
Si falta Fogwill no es merca tan de la buena.
Vamos por Quique.
Se lo que vale esa novela.
No estoy hablando de guita.
La puta de esa novela es inolvidable.
Es literatura 100%.
Ok.
Voy cargado de libro y traspirando y tambaleandome por el peso en busca de los restos diurnos de quicoteputochillon.
Llego a Cuspide.
Saludo al empleado que me atendió la otra vez.
Le pido mi libro que me trajeron de otra sucursal.
Lo busca. No lo encuentra.
Aparece otro empleado que me dice que me conoce pero no sabe de dónde.
Le digo que no lo conozco.
Me mira y dice si estaba en la Feria.
Sí, trabaje en la Feria.
Consulta qué pasa y le explica su compañero que me trajeron un libro de otra sucursal, que el lo vio y que ahora no le ve.
El supuesto encargado busca en el sistema.
Me dice que el libro se vendió hace dos días.
Le digo que me llamaron ayer.
Se vendió, me dice el supuesto encargado y sigue con su laburo.
Y su compañero sigue con el siguiente cliente para facturar un librito.
Ok.
Cuando buscas un libro jamas tenes que creerle a un empleado de librería ni al sistema. Tenes que arremangarte y empezar a dar vuelta la librería y encontrarlo vos mismo.
Busco. Lo busco a Fogwill. Y no lo encuentro.
Vuelvo a la caja.
Pasa un cliente, otro cliente y un tercero y yo parado frente a la caja como si fuera una mosca molesta que anda sumbando en el aire y lo mejor es ignorar.
Le digo al de la caja, disculpame, quiero mi libro.
Me dice que se vendio y sigue facturando.
Bueno hay dos en Belgrano traelos para acá.
Y en lugar de enmendar el error de haber vendido la librería un libro encargado para mi y remediarlo rapidamente llamando a otra sucursal para que me traigan el libro ya sigue facturando libros boludos y me hace esperar cuando sabe que me ha hecho ir al pedo para retirar un libro que no estaba.
Y me caliento.
Y empiezo a los gritos.
Que quiero a mi Fogwill.
Que quiero que enmenden su mal trabajo ya.
El supuesto encargado me pide que no grite.
Cuando me vuelvo loco y me pongo a gritar si me pedis que no grite solo puedo volverme más loco y gritar mas fuerte.
¡Quiero a Fogwill ya!
Solucioname el problema ahora.
Hay ejemplares en otra sucursal traelos ya.
Y el encargado se me para de guantes.
Nos miramos. Tenemos las caras pegadas y sus puños cerrados y me pide que me retire ya.
Yo no se pelear.
Pero evalúo la posibilidad de que me pegue.
El problema lo va a comprar el si me pone una mano encima no yo.
Me acusa de que le estoy faltando el respeto.
Y le retruco que ellos me faltan el respeto trabajando mal y haciendo ir a buscar un libro que cuando lo quiero retirar ya lo vendieron a otro y en lugar de solucionarme el problema trayendo otro ejemplar de otra sucursal se desentienden de mi y pasan a otra cosa.
Y sigo gritando y el tipo que me quiere arrancar la cabeza para que no siga getoniando a los gritos que son unos incompetentes.
Y finalmente me voy a buscar el documento a la esquina que Randaso me dijo que ya lo tenia cocinado y vuelvo a casa enfurecido y te cuento este cuentito.

***

Apuntes para un ensayo que no voy a escribir nunca a partir de una reseña de Andrés Tejada Gómez sobre Fogwill
Juan Pablo Liefeld
F – Muelas podridas. Hay pensamientos que se mueven buscando el nervio enfermo, el núcleo del dolor y cuando lo encuentran escarban en él. Su inteligencia y lucidez se abre como una flor al sol, ahí, justo ahí, cuando encuentran la raíz de la muela podrida y hunden en la podredumbre su instrumental doloroso.
F – Una serie de muelas podridas: Ezequiel Martínez Estrada, Fogwill, Enrique Symns y Fernando Peña. Cada uno de ellos supo ser insoportable como una muela cariada. Con poéticas diferentes y maneras que no se equivalen, cada uno de ellos en sus momentos más memorables supieron encarnar la molesta tarea de pensar sin red lo que se resiste dolorosamente a pensar.
F – En Argentina las memorias y biografías son rápidamente compost que nutre la bateas de saldo y ofertas. Cómo es posible que las memorias de Moria Casan o Maradona no sean libros interesantes, divertidos. El problema es que se “cuida” al biografiado, se intenta dar una forma humana a partir de un fotoshop que lo convierte en una caricatura. La autobiografía de Miles Davis o el Foucault de Paul Veyne son buenos ejemplos de cómo una vida se puede contar sin borrar lo incomodo y oscuro y contradictorio de una vida. Por aquí solo se han escrito un puñado de buenas biografías: el Galimberti de Larraquy y Caballero, el Barón Biza de Christian Ferrer, la del Potro Rodrigo de Cicco y el Lamborghini de Ricardo Strafacce.
F – Y obviamente los diarios de Bioy sobre Borges son un caso único dentro del sistema cultural nacional. Bioy esta muerto y el personaje del diario es desmesurado. Pero eso esta visto como traición. Para mi es un gesto de amor y de tomarse en serio el asunto.
F – Hablar y pensar en Argentina sin comenzar evaluando si lo que se va ha hablar y pensar afecta a un amigo o enemigo y si eso lo es positivo o negativo lo tiñe todo de balbuceos y peroratas que nadie termina de creer y aburren.
F – Fogwill esta siendo monumentalizado. Lo cual nada tiene que ver con pensarlo o leerlo con amor (como reclamaba Pasolini de una lectura). Fogwill es un nuevo muñeco de cera en el museo de la cultura. Si es bueno lo que hizo sobrevivirá a eso como Sarmiento o Borges.
F – Fogwill era una persona que sabía escuchar. También sincero. De ahí el supuesto miedo que generaba en algunos. De ahí la supuesta maldad que podía ejercer sobre otros.
Escuchar y hablar franco no son monedas de curso legal.
F – Tenía una sólida formación académica y era poeta. Ser poeta (ser escritor es una fatalidad, no importa si sos bueno o no en lo que escribís, pero el escritor si no escribe no deja de serlo y solo vive cuando la fugacidad de la escritura fluye) es en su caso una marca de nobleza y jerarquía, como ser soldado (¿guerrero?) para Ernst Jünger o albañil como Cipriano Mera. Digo esto porque sus ingresos provenían del marketing y la publicidad. Qué tiene que ver la poesía con la publicidad. Qué tiene que ver el marketing empresarial con un implacable crítico del pulso político y sus oscuras bambalinas. Nada y todo. ¿Cómo compartimentaba esos dos universos que se oponen y rechazan – que en la superficie pueden complementarse pero en el subsuelo se rechazan y enfrentan por representar formas de mundo radicalmente opuestas? No lo sé. Supongo que eso lo abra lastimado y roto bastante. Porque era poeta y no era boludo, sabía que era una mierda su brillante carrera publicitaria o sus servicios empresariales.
F – Su voz me recuerda a la de Silvio Soldán.
F – ¿Fogwill siempre decía todo? No. Nadie dice todo. Solo que la muela cariada suele tocar el núcleo del dolor que se resiste a ser pensado y eso produce la impresión de que es capaz de decirlo todo. Pero no, la muela cariada tiene la virtud de ponerle palabras al dolor que no se quiere ver o pronunciar.

***

Confesiones de un librero de mierda
Correspondencia Fogwill – Elsa Kalish

Confesiones de un librero de mierda

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

Publicado en Fogwill | 1 Comentario

Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Libros Kalish Correspondencia Fogwill - Elsa Kalish
Correspondencia Fogwill – Elsa Kalish
Esta es una parte de la correspondencia de Fogwill y Elsa Kalish.
Sin editar.
Tanto lo que se escribieron Fogwill y esa Chica de Letras de ojos hermosos que supe ser alguna vez esta en crudo.
Esta correpondencia me la pidio un familiar de Fogwill.
Le dije que lo hiba a meditar.
Y eso hice.
Esta correspondencia me la quisieron comprar.
No tuve nada que meditar.
Dije que no.
Esta correspondencia me la pidio su actual biografo.
Es amigo de una persona con la cual comparti trabajo, techo y me une una amistad y una confianza ciega.
Le consulte a él por el biografo y me dijo que era un tipo de ley.
Ok.
Le di la clave de la cuenta de Elsa Kalish y que sacara todo, que si le servia lo usara y si no que lo tirara a la basura.
Esta selección es de su biografo.
No se que selecciono.
No pienso leerlo.
Ni cambiar una coma.
Esto no me pertenece.
Pertenecia a Elsa Kalish que esta muerta.
Y a Fogwill que tambien esta muerto.
Si tiene un valor o no este cruce de palabras lo desconozco.
Pero no es mio ni de nadie.
Y si no es de nadie…
es de todos
Fogwill y mi abuela. Coitus interruptus
El miércoles 18 de septiembre de 2013 participe de unas jornadas sobre Fogwill  en el auditorio David Viñas del Museo del libro y de la lengua. Comparti cartel esa noche estelar junto a Diego Erlán, Maximiliano Tomas y Juan Ignacio Boido. Y entre el público se encontraban el psicoanlista Sebastián Cariola, la compañera Graciela Quezada de Llavallol y como 30 amigos mas que coparon el auditorio para escuchar hablar sobre un poeta. También conocido como Fogwill. Este es el video de aquella noche con audio Guadalupe Marando y camaras Pablo Klappenbach y Rodrigo Ruiz Ciancia (estas no utilizadas en este edición):

FogwillKalish por Liefeld – YouTube

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Apuntes para un ensayo que no voy a escribir nunca a partir de una reseña de Andrés Tejada Gómez sobre Fogwill
Juan Pablo Liefeld
F – Muelas podridas. Hay pensamientos que se mueven buscando el nervio enfermo, el núcleo del dolor y cuando lo encuentran escarban en él. Su inteligencia y lucidez se abre como una flor al sol, ahí, justo ahí, cuando encuentran la raíz de la muela podrida y hunden en la podredumbre su instrumental doloroso.
F – Una serie de muelas podridas: Ezequiel Martínez Estrada, Fogwill, Enrique Symns y Fernando Peña. Cada uno de ellos supo ser insoportable como una muela cariada. Con poéticas diferentes y maneras que no se equivalen, cada uno de ellos en sus momentos más memorables supieron encarnar la molesta tarea de pensar sin red lo que se resiste dolorosamente a pensar.
F – En Argentina las memorias y biografías son rápidamente compost que nutre la bateas de saldo y ofertas. Cómo es posible que las memorias de Moria Casan o Maradona no sean libros interesantes, divertidos. El problema es que se “cuida” al biografiado, se intenta dar una forma humana a partir de un fotoshop que lo convierte en una caricatura. La autobiografía de Miles Davis o el Foucault de Paul Veyne son buenos ejemplos de cómo una vida se puede contar sin borrar lo incomodo y oscuro y contradictorio de una vida. Por aquí solo se han escrito un puñado de buenas biografías: el Galimberti de Larraquy y Caballero, el Barón Biza de Christian Ferrer, la del Potro Rodrigo de Cicco y el Lamborghini de Ricardo Strafacce.
F – Y obviamente los diarios de Bioy sobre Borges son un caso único dentro del sistema cultural nacional. Bioy esta muerto y el personaje del diario es desmesurado. Pero eso esta visto como traición. Para mi es un gesto de amor y de tomarse en serio el asunto.
F – Hablar y pensar en Argentina sin comenzar evaluando si lo que se va ha hablar y pensar afecta a un amigo o enemigo y si eso lo es positivo o negativo lo tiñe todo de balbuceos y peroratas que nadie termina de creer y aburren.
F – Fogwill esta siendo monumentalizado. Lo cual nada tiene que ver con pensarlo o leerlo con amor (como reclamaba Pasolini de una lectura). Fogwill es un nuevo muñeco de cera en el museo de la cultura. Si es bueno lo que hizo sobrevivirá a eso como Sarmiento o Borges.
F – Fogwill era una persona que sabía escuchar. También sincero. De ahí el supuesto miedo que generaba en algunos. De ahí la supuesta maldad que podía ejercer sobre otros.
Escuchar y hablar franco no son monedas de curso legal.
F – Tenía una sólida formación académica y era poeta. Ser poeta (ser escritor es una fatalidad, no importa si sos bueno o no en lo que escribís, pero el escritor si no escribe no deja de serlo y solo vive cuando la fugacidad de la escritura fluye) es en su caso una marca de nobleza y jerarquía, como ser soldado (¿guerrero?) para Ernst Jünger o albañil como Cipriano Mera. Digo esto porque sus ingresos provenían del marketing y la publicidad. Qué tiene que ver la poesía con la publicidad. Qué tiene que ver el marketing empresarial con un implacable crítico del pulso político y sus oscuras bambalinas. Nada y todo. ¿Cómo compartimentaba esos dos universos que se oponen y rechazan – que en la superficie pueden complementarse pero en el subsuelo se rechazan y enfrentan por representar formas de mundo radicalmente opuestas? No lo sé. Supongo que eso lo abra lastimado y roto bastante. Porque era poeta y no era boludo, sabía que era una mierda su brillante carrera publicitaria o sus servicios empresariales.
F – Su voz me recuerda a la de Silvio Soldán.
F – ¿Fogwill siempre decía todo? No. Nadie dice todo. Solo que la muela cariada suele tocar el núcleo del dolor que se resiste a ser pensado y eso produce la impresión de que es capaz de decirlo todo. Pero no, la muela cariada tiene la virtud de ponerle palabras al dolor que no se quiere ver o pronunciar.
***
Correspondencia Fogwill – Elsa Kalish
2 de abril de 2005
punkysaurio
estube una hora y media esperando para conseguir una maquina con esteban y me desyuno que te fuiste… bueno espero que la pases bien
sabes
esta semana camino y vuelta al laburo
en el tren mitre y el colectivo
estube leyendo a loore more y a hebe uhart
y si bien las dos estan bien
no se
las minas a no ser la duras
no me terminan de convencer
bueno ahora me voy a sentar a jugar
al bay city
porque si a esteban le copa tanto debe estar bueno.
aaaaa
lei toda la pelea Milian nielsen y compania
hacia tiempo que no se discutia de algo concreto en el mundo de las letras no?
es decir de guita
¿que es eso de los premios municipales de la coca Sarli?
besitos
elsa
bay city
6 de abril (responde F.)
Estaba bien tu «se masturban». la nota editorial más o menos. Te robaste todo lo que hice yo sobre el caso piglia sin darte cuenta que lo mejor de mi dossier, es el rescate de lo del canallita Zeiger. Ese tendr´pia que haber sido el eje del comentario. De todos modos, esta biuen: bueno el arte de la rvista., Ya estoy enb Baires y vuelvo a mis habitos normales. Ahora me toca la paja presiestita. Pensare un poco en vos. Pero como nop tengo fotos, me imaginare una tuirkita de rumania, un poco peluda y babosa,.
6 de abril
Asunto: ¿te estás volviendo viejo o en verdad te gustó la revista?
quicosaurio
què tal la paja de la tarde?
desde ya te aclaro que no soy peluda
y si bien no soy de los pagos de abraham
de por ahi vengo
mescla de polaco judio
y aleman aleman
mira lo de zeiger no lo publique porque
no decia nada
piglia dice boludeces pero es piglia
en cambio
zeiger tambien dice boludeces
y solo es zeiger
sabias que este pelotazo esta escribiendo
una novela sobre putos sidosos en los 80
es una lastima que no estemos en la china pre mao
porque entonces una tendria la tranquilidad
que a todos estos zeiger y compania
los mandarian a hacer laburos forzados al campo
besitos
babosos
de turquita polacoalemanasuarense
elsita
(respuesta F)
no entendés nada:
lo de zeiger habia que comentarlo no por zeiger,. sino por su apuesta a facvoir del cinismo. En esos dias, estaba a las ordenes de Pauls, que está culposo y cagoso porque él también ganó un premio arreglado: cuando se presentó a anagrama, era «por pliucas», pero Herralde conocía tan bien la novela, como que la tenía contratada para su publicación. El terro de alan es que yo se lo hice saber seis meses antes, por medio de Gastón el lindo y bueno-. Pero no te da la cabeza para tanto.  Vos escribis mas o menos bien. Pero te falta de todo. Por ejemplo, es poco mundano eso de quejarse del precio del pesado benjamin. Y es grasa respetar a Ferrer; un  buenb chico que trabaja de anarquista profesional.
6 de abril
Asunto: en todas no puedo estar papito
¿quien es gaston y quien herralde?
yo publique los textos que me parecieron pertinentes
y la interna paul zeiger y compania no la conocia  y me desayuno recien
aparte que me queres hacer creer que todavia te da para pajearte en la siestita
estoy segura que si tu mujer se entera que te pajeas a la tarde
te manda a la cama sin cenar durante una semana
aaaa
vos hoy no deverias estar en el goethe
escuchando a luckmann
y al filosofo argentino garcia canclini
letras a dado grandes dolores de cabeza
pero tu gremio de sociologos
no se queda atras con canclinis y otras yerbas
che contame mas del lo de pauls
quiza pueda hacer alguna maldad
y en cuanto a ferrer
si soy grasa
y aparte el chabon es un gran ensayista y  profesor
por ejemplo el ensayo una moneda valaca
es un texto hermoso
y recuerdo ahora una clase que dio sobre shopenhauer
sin microfono
que si algo asi como la trasmicion del conocimiento existe
el lo logra
¿donde fuiste el fin de semana?
vos debes ser un agente encubierto de los judios y los chilenos
para robarnos la patagonia
elsita
(respuesta)
mi mujer sabe que me pajeo. No cuánto ni con que tema, pero lo sabe y seguro sobrestima la cantidad. Nunca mas de una por día y bien temprano, no vaya a ser cosa de que después se presente una emergencia y no haga buen papel. De cualquier modo, lo aprueba mientras no haga ruido ni grite cosas hacia el final. Sabe que es parte de la profilaxis contra el cáncer de próstata que recomiendan los urólogos y también Osho.
Gaston es el hermano del anal (viste que es  un buenb anagrama para el ganador del premio Anagrama con un libro malo?) a quien ví en la fiesta de la peli de mihija en la que actúa. Aproveche el encuentro para delicitarlo .cuatro meses antes del cierre del certamen, por sab´pia, vía Bolaño, que es eaño lo ganaría Alan. Cuando me enteré medio me indigné, porque el llamado del premio herralde, hasta ese año, proponía em «metodo de plicas». Se lo conté a los de Mondadori enb Barcelona, y ellos también sabían y me dijeron que Herralde no lo ocultaba y que hasta se jactaba de que el libro estaba por salir, y que podía no ganar si el jurado lo convencía de habría algun libro comercialmente mas ventajoso. La macana es que libro no era anónimo: fragmentos circulaban ya entonces por internet, atribuidos a una novela de Pauls llamada «Ex». Yo usé a Gastón y a todos los que estaban en el cocktail, como «buzón» de mi secreto. Herralde es el dueño de Anagrama: un canalla que domina a la pr
 ensa española. Rey de la traducción trucha. Principe el fraude. Ladrón  de derechos: tengo por ahí el contrato que le hizo firmar a Forn por una antología, por el cual el buen juanito le concedía por quince años el derecho a publicar y republicar mi Muchacha Punk y «las actas del juicio» de Piglia, por que ambos habiamos recibido de forn la módica suma de cien dolares. Pero en España reina y nadie se atreve a cruizársele, salvo los dos unicos cruiticos con pelotas: Rodriguez Rivero y Echevarria, aunque este último en forma mas cuidadosa y callada, por su dependencia laboral con ese Zar (pado). Alan censuró a Nielsen desde Radar con el argumento de que para el diario el tema quedaba cerrado con la difusión de la noticia judicial y la nota de Zeiger, que para ayudar a Piglia, ensucia de mala fe a Saer. Alan firmó y agregó la firma de su obscena conchugueen la solicitada canalla que habla de una «campaña» siendo que los unicos que abrimos la boca fuimos Nielsen -por razones obv
 ias-. y yo, por indignación contra la subestimación de Nielsen, que es mejor cuentista que él. Nielsen tiene por lo menos  cuatro cuentos buenos. Piglia, en el mejor de los casos, dos o tres. Cunado iba a la facu, la mamá de alan le pagaba cursos con Piglia porque queria que fuese escritor. Es un karma. Lo que ocurre es esto es confidencial, por cuanto tarde o temprano termianrpe de ewscribir sobre «el pasado» y no quiero animar una polémica antes de que el texto esté terminado y circule. Si querés hacer quilombo, yo te estoy ayudando. Como protoperiodita, tu deber profesional sería averiguar 1) por qué Viñas se negó a firmar la solicitada 2) por qué Cohen agregó su firma recién despues de que se publicara. A diferencia de lo otro, la fuente de estas prguntas podés citarla.
Ah.. ojo que Zeiger no es mal crítico. De hecho, es el unico legible del plantel de p12. Sabe redactar y sabe leer. Vos tambien sabes redactar. Podrías llegar a ser la Sandra Russo de los años 2010. (Sandra y Pauls, a los 20, eran empleados de mi agencia de publicidad y no servían para nada). Una russo gana, por columna, lo mismo que voz por los miles de pan flautas que moves en un mes.
Hablando de mes: ¿cuándo te viene?
7 de abril
Asunto: mi quicote chillon
quicote chillon
sos un reberendo hijo de puta
me tiras una bomba con toda la data
pero me pedis que guarde silencio
ok pukysauriochillon
el dato es tuyo y si te jode tus intereses me callo
escribirte estas lineas me duelen mas que la primera vez que
me rompieron el culo
igual pensalo y
si no desime cuando pueda mandar toda la data junta
porque no termina de serrarme con solo viñas y cohen-
tenes el mail de cohen-
prometeme que asi como yo te prometo que ahora cayo
vos me avisas cuando pueda mandar toda la fruta
¿dale?
pasando a otro tema
mira que sos loco nene
me maltratas a christian y me reivindicas a zeiger
como critico que se yo
pero como escritor es orrible
¿cuando me viene?
en estos dias
aaaaa
ni sandra ruso ni ocho cuartos ni periodista
con todas esas pelotudeces yo no tengo nada que ver
besitos
para la siestita
de mi papito que se masturba por prescripcion medica
elsa
(respuesta F.)
Digamos que un compañero de Argentina II, o Linguistica I, u onanimos III te paso el mail de Cohen que es
rz4f8y2a@overnet.com.ar
Marcelo es muy cuidadoso de su cultivada privacidad semitica y semiaustera. Pero es un gran tipo a pesar de las malñas compañias que tiende a elegir. No me quemes. Quemarias la más potente y fpalica de tus naves. No obstante: sé cortés y no olvides de elogiarle algun texto. Anda un poco deprimido el hombre.
Toda la puta fruta se podrá mandar en un par de meses. Habrpa mas: guindas, kiwis y sandiacalada para morfar.
Creo que tie vendrá el domingo. Feliz regla y no abuses del Evanol y cambia los OB cada cuatro horas. Si queres, guardame los hilitos. Soy un troesma haciendo helice para enrrllármemelos en la lengua sin tocarlos con los dedos porque me dan un poquito de asco.
Hablando de conchas podridas, te cuento que hoy la Cristina de K. me entregó el premio y me dio un besito, madaré la foto, cuando me llegue. En otro mail te mando copia de lo que mande a Clarin contando otra parte de la historia: el premio era semitrucho.
Volviendo a cajetas; suerte con tu reglay no ensucies del sahabiyé, como escribía Martin Gambarotta.
Hablando de poetas: me pareció de cuarta el reportaje a Casas. El está medio buludo, pero los entrevistadores, totalmente boludos. Es un gran poeta y solo se le nota su resentimiento y su falta de lucidez.
7 de abril
Asunto: mail de mi chica en Clarin
otra humillación más!
Remitente: fogwill@uolsinectis.com.ar
Fecha: Jue 07 Abr 2005 15:28
 Querida Pato:
 Como verás, el sobre que entregaron a los Premios Nacionales no contenía un  cheque sino este papelito adjunto. Yo consulté a la mujer de la Sec. de Cult.  que me lo dio y ella me aconsejó ir a la sucursal del banco Patagonia de  Azcuénaga y Santa Fé, Allí fui, pero hace tiempo el banco se había mudado a  Córdoba y Uriburu.  Caminé, pensativo. En el nuevo local que a esas horas,  presenté el papel, me pidieron mi DNI y fotocopiaron ambos, y le pasaron una  copia al personal de seguridad. Los emplelados del banco fueron muy amables,
 pero parecen entrenados  para defraudaciones de este tipo. Sin documento, debí  esperar que el hombre de seguridad hiciese varios llamados a la casa matriz.
Quince minutos después me llamaron, me pidieron disculpas, me devolvieron el  documento, y recomendaron que probase suerte  en el curso de la próxima semana porque la cuenta de los premios nacionales aún no se había constituido en el  banco.
¿Mi pregunta es: no pudo prever esta situación el Secretario de Cultura y  comunicarlo en el acto, o este mismo papelucho, o, acaso, es parte del protocolo  presidencial infligir estas pequeñas humillaciones que sirven para recordar otras mayores que solemos
padecer?
 P.D. Rato después, sin dinero, pero desde mi casa, llamé a la tesorería del  subsuelo del Palacio de Cultura donde un funcionario muy cortés se disculpó y atribuyó el problema a que aún no habían dispuesto de los fodos requeridos. Otra  preguntas ¿No podían haber
avisado?
 Off the record: Nun es otro pelotudo.
 —
Fogwill
(tiene un adjunto)
8 de abril
Asunto: anda mas lento papi que no te sigo el tren
la verdad que me estas mareando
qué es eso de los premios municipales
de los que hablas
son los mismos de los que hablas en un mail
con ¿? y que esta la sarlo de por medio?
a ver ordename
un poco las cosas
porque ensima que me esta por venir
-prometo que en cuanto me venga te cuento-
tiene algo que ver estos premios municipales
con lo de pauls en anagrama?
cuando volvieron los premios?
vos con la cristina?
-sabes que soñe ya dos veces con la conchuda
y las dos veces me la estaba apretando y en lo mejor
zas
me desperte-
igual te cuento que anoche estuve maquinando
toda el tiempo esta cantinela de pauls y anagrama
le contaba a los chicos
que son analfabetos – aunqeu saben leer y escribir y usar celular-
la mejor forma de graficarle lo que pasa
con los libros aca y las editoriales españolas
fue
diciendoles
imaginate que la renga o los piojos
hacen discos pero los venden a una discografica española
y esta por razones de mercado
o no los envian o los envian a 50 euros
la casaron al toque los pibes
ernesto y ezequiel
bueno ya me resigne a guardar en carpeta todo esto
que me contas
hasta que vos
mi mariscal fogwill
me des la orden de atacar
o
si queres publicar vos directamente en la revista
toda esta chanchada
besitos
(respuesta)
SE VE QUE NO LEES LOS DIARIOS. Ayer me dieron el premio nacional de literatura por VIvir Afuera. Me lo dio la Cris, y me dió beso yo le dije que estaba linda en la oreja. Me había perfumado la sien derecha con un perfume que me reglaron en el freeshop de ezeiza, que tiene jusot olor a pija limpita.  La chica estpa toda siliconada y «hay fuego en su mirada/y un ooco de isntatisfaccion» o, si lo queres en tango está, «rara, como encendida».
La guita no estaba tampoco hoy en el banco. Lo que ya tengo es la pensión vitalicia y el carnet de Pami.
Elk perfume es acqua for men de armani. Se parece al de la pijas limpias de goys, porque sin prepucio, el glade es muy inodoro e insebnsible.
A ver si ves la foto en tu yahoo. Mirá los ojos de ella.
8 de abril
Asunto: evento
mirá mi manera de saludar al público careta del Palis de Glace (400 bañaditois y emp4erfillados, entre los que estaba de uniforme Mi General Bendini, de cualquier forma, mas respetable que mi colega Nun)
La foto la tomó mi hita de 7 años.
10 de abril
Asunto: el escritor de la nacion
quique
ya me informe
lei el diario de la argentina del viernes
y hable con una amiga que estuvo en el evento
-che la o las fotos que me mandas de tu piba no las pude abrir-
mi amiga me conto que estabas relindo
y con un traje impecable que deve valer una fortuna
estaban casi todos tus pibes
tu mujer
que es linda joven
de pelo lacio largo
medio modernita
-la verdad que sos un maestro
porque pibas jovenes cualquier boludo con guita las compra
ahora si ensima logras que te quiera
«por algo sera»,
algo similar deve pasarte con tus pibes
te deven apreciar no?
por algo sera tambien
y habia ademas en la trup fogwill
una señora mayor
¿quien era?
tu mama tu suegra una tia?
en fin
nun no solo es un idiota
sino que ademasw mi amigo peronista
me contaba hacew poco
que nun en los ochenta escribio no recuerdo donde
un texto muy canalla contra el peronismo
y ahora es un principe de la cultura peronista
¿viste la pelea sarlo feimann – el malo, el bueno es el de radio 10?
besitos
elsa
(respuesta)
la mina vieja es una prima de mi papá de 84 años, que está podrida en guita y va a todos los eventos donde vaya yo o Laiseca. Es fanátoca de Lai. Graduda en nilogia de exactas y en filo en los años 40´s, es decir, en la epoca en que se estudiaba y la chjicas de letras no se hac´´ian la paja. ¿Qué tal estpa tu amiga? tamhien tiene cancer de vul
va?
10 de abril
Asunto: te mando foto-resumen en miniatura
a ver si ahora te entra. Corre el tampon para atras y hacia lo alto.
o conseguite un correo y un ciber mas actualizados
11 de abril
me vino
> y estoy
> inchada
> molesta
> y con ganas de no se que
> pero ya
>
> la de azul es tu mujer no?
> te felicito
> es linda
> y me da una mescla de envidia y…
> y si la verdad que cuando se me pase este
> asuntito femenino
> probablemente me haga una paja pensando en los tres
> o mejor
> a vos te voy a poner a un costado
> mirando
>
> ¡che si esa tia tuya es como me contas
> me tendrias que pasar el mail de ella
> que seguro de ese intercambio de mails voy a aprender un monton
>
> aaaa
> me olvidaba
> me hiciste publicar a tu amigo bizzio
> es un pelotazo
> en realidad yo cuando lei lo que me mando
> quise mandarle un mail diciendole que no me gustaba
> y que siga participando
> pero en la revista me dijeron
> noooooooooo
> como vas a hacer eso
> y bueno
> la revista la hacemos entre varios
> y una que es medio peronista
> ¿como va a resistirse a la desision de las mayorias
>
> bueno te felicito
> ahora sos el poeta de la nazion surepticia
>
> che lo de pauls me sigue dando vueltas
> la verdad que me cagaste
> porque ya tenia todo armado para el proximo numero
> me tiras esta
> me envale como loca
> y me mandas a cuarteles de invierno
> y ahora tengo que hacer la columna
> sabiendo que lo que salga
> no va a ser ni ahi mejor
> de lo que puede ser de lo que no voy a decir nada
>
> che mi amiga
> que estubo ahi
> es recopada
> de las pocas personas de puan
> que labura en serio y no entra en puterios baratos
> pero no creo que ni ahi sea tu onda
> aparte para loco un poco
> tu mujer
> yo en internet
> anda a saber las que podras tener por ahi
> y ensima mi amgia
> para loco
> mira que vos ya tenes tus años
> y el bobo ya no responde como antes
> aunque vos digas sentirte de 16
>
> besitos
> elsa
11 de abril
Asunto: Re que feo es ser mujer una vez al mes
así que sos de la que no se pajean con la regla…?
tipico del suburbio. La clase media baja no coje con la regla. Pero creo que es porque no tienen sabanas de repuesto.
mi primita viejita no usa correo electrónico, y estpá orgullosa. Creo que tiene razón
11 de abril
Sin asunto
volví a mirar el cap 1 en pantalla y nme pareció rebien. Rabaia es rebuena. Leela, que esta por salir en argentina.
12 de abril
Asunto: sigo pelotuda mi asunttito femenino
no papi
 ni me pajeo con la regla
ni tengo muchas sabanas
ni leo mala literatura bizziada de morondanga
che que cagada que no
tiene mail tu primita
hubiera estado bueno mantener un correo
con una abuela a la que le gusta laiseca
– en este momento estoy leyendo
 la mujer en la muralla –
y vos me venis con el pelotudo de tu  amigo bizzio
te felicito
este cuatrimestre en literatura argentina II
van a leer vivir afuera
lo va a dar la chonchuda esperanza
que le ofrecieron para que de
urbana
porque  cuesta conseguir tus novelas
pero la conchudita – pobre tu amigo cohen¡-
se nego de mala gana a que sus alumnos bajen
urbana de internet
sin dar esplicaciones
ahora la pregunta es
por que
besitos
en la nuca
y uno justo arriba del pezon izquierdo
elsa
(respuesta)
No te preocupes. Confdidfencialmente, cuandfo empiece el cuatrimestre, tendrán vivir afuera en internet.
No me extraña que La esperanza se niegfue a bajar cosas de interntet. Acaba de firmar con su esposo, ya fuera de termino,  la solicitada de intelectuales (Horacio, Banegas, Gandiono, Tellas) en favor de Schavelzon y en flaco favor a piglia. Me llega de  Clarín el chisme de que firmaron y que Cohen es ahora representado por Schavelzon. Como no lo creí los llame a ellos para comentarles la canallkada del rumor, pero me confiraron,. que en efecto, para ellos «Schavelzon es un caballero» y representa a Cohen, por lo cual procedí a mandarlos a la puta que los parió.
Pobre Pig.
13 de abril
Asunto: elsa la histerica
la conchudita de esperanza va a dar vivir afuera en mayo
che lo de pool como va
disculpa que sea tan inchapelotas
pero vos que algo de minas sabes
sabras que una mina cuando no es histerica
es sicotica
en el verano una amiga
-que esta relacionada con hugo piciani
la mano derecha de diana rabinovich
es decir enemigos aserrimos de los comisarios de la eol-
tubo que llamarlo a german garcia para un laburo que estaba haciendo
sobre grupos de estudios o algo asi
y este garcia
con su mal humor abitual
la trato muy mal
y la trato de histerica
-cuando en realidad era el el que estaba resacado-
y ella le respondio
german es una suerte que sea una histerica
sino seria una psicotica
elsa
(respuesta)
lo de P. lleva tiempo. Igual, te regalarè una granada de salva para el pròximo nùmero.
falta para mayo. Antes, tendràs el borrador de VA, pero de «fuente confidencial», es decir, yo, nada que ver.
no hago diferencia entre la rabino y germàn. Pensar que fui amigo de èl hace 35 años.. Son, como toda la canalla lacaniana, dos encanallecidos por el Ethos Burcràtico francès. Conozco todo sobre el tema.
Para peor, Germàn que unca escribi`po bien, pero hizo Nanina, ahora hace literatura mentirosa y de pèsima calidad.
feliz fib de regla. Aprovecha hoy para hacerte llenar de leche sin peligro.
Rica la lechita.
14 de abril
Asunto: busco nombre para gatito naranja
mira
hasta donde yo se
rabinovich aparte de ser brillante
nunca tranzo con miller y compania
recien venia en el tren
leyendo la mujer en la murralla
y en el asiento de atras se pusieron a charlar
dos pelotuditas
una de letras y otra de de historia
con un pelotudo pelotudo de comunicacion
y me sacaron por completo de mi lectura
el idiota comunicologo
les contaba a las otras dos retardadas
que tenia un tio que exporta embutidos
y que lo va a mandar a shangai
porque va a abrir una oficina alla con un socio
entonces las pibas les preguntan
chino
y el responde
no uruguayo
si no fuera porque estoy peleada con mi cuñado
que es pistolero
y se porto muy mal
comprometio mi casa mas de una vez
se lo marcaria para
sacarle guita a este idiota
che a esteban
le trajeron un gatito
naranja
y mi vieja le puso garfield
pero es un nombre muy pelotudo
y la verdad que a mi no se me ocurre ningun nombre
se te ocurre alguno copado?
mañana a la mañana
sin falta
antes de irme a dormir
ahora que la emorragia ya paso
creo que me voy a hacer una pajota
con tu mujer
y voz a un costado
mirando
besitos
elsa
(respuesta)
rabinoche no es brillante
es opaca y mentirosa
-sìntomas lacanianos-
al gato llamalo garchel
(a esteban le va a encantar)
que la paja te sea leve
y no breve, ahora que llueve
sobre las conchas empapadas.
(respuesta de elsa 16 de abril)
aaaa
quicote
no te paranoiquees
paula es mi prima
y ademas mi mejor amiga
por eso le mostre los mails lacanosos
besotes
16 de abril
Asunto: una amiga enojada con vos o no tanto va
Muy divertido lo de Fowill hablando de la canallada
lacaniana, pero decile que una gran diferencia es que
el boludo de German Garcia como en algún momento se
dío cuenta que no escribía bien y como es evidente que
tiene chamullo, empezo a robar con los lacanianos, y
bue, para lo que armo Miller siempre se necesita un
buen psicopata que trabaje para vos reclutando gente,
sobretodo si es culto. En cambio Rabinovich jamás pasó
verguenza publicando malas novelas, solo se dedico a
lo sujo.
Esto no hace `´as que confirmarme que Fowill jamás
leyó a Rabinovich,lo cual está muy bien porque escribe
clínica para analistas, y no psicoliteraturabarata
como german, a quien si leyo Fowill.
Uno de los errores de Lacan fue escribir ambicionado
ser leido por todos los intelectuales y no solo para
analistas (a pesar de que el diga otra cosa), cosa que
logro y de la cual luego siempre se quejó ya que
permitió que lo usaran, al igual que a Freud, para
cualqueir cosa.
Y bue, avatares fálicos, seguramente si no hubiera
sido así hoy no existiría el psicoanalisis lacaniano.
PD: Es Hugo Piciana.
Y seguro el viernes cuando salgo de la facu voy para
tu casa, tipo 9.
Bye
(respuesta)
Eso quye tu amiga llama «clinica para anlistas» es mera psiucologìa ficciònb franco freudiana: gente que no sabe nada sobre lo «psi», ni sobre filosfìa.
«El inconciente està estructurado como un lenguaje»
Ahora averiaguà como imaginaba lacan que estaba estructurado un lenguaje.
Arbolitos de saussure y conjeturas a primera vista.
Lo peor es que esta gente cobra y tiene a su clientelea entretenida, haciendole creer que hay una direcciòn de la cura.
«A ese doctor le hace falta un buen siquiatra». (Heidegger, sobre la visita de Lacan)
El error de la Lacan no fue administrativo: es conceptual y se repite en todas estas ventrìlocuas mal cojidas.
Y en los farsante como Germàn-
(Respuesta de F. al 16 de abril)
lo imporetante de la parientas es 1) si tienen guita y 2) si estyan buenas. Lo demàs, no importa.
17 de abril
Asunto Prima Paula
QUIQUE
QUICOOOOTE
GUITA
LO QUE SE DICE GUITA NO TIENE
PERO SI UN BUEN PASAR
Y SI
PAULITA ESTA LINDA LINDA
OJOS VERDES
RUBIA
BUENAS GOMAS
Y COMO TODA LACANIANA
MUY PUTITA
PERO NI LOCA TE PASO EL MAIL DE MI PRIMITA
BESITOS
ELSA
(respuesta de F.)
dale, ya que no entregàs la concha cancerosa, entreg+a la prima.
pero no: gracias. No soporto a las monotemàticas lacanianas. Hablan en frases hechas, no las dejan pensar y viven mal.
Admàs, a mì la gomas me interesan solo para los autos. Los pezones spì, los uso.
lo que va attached es vivir afuera zipiado. Es la versiòn borrador, antes de correcciòn. No debe diferir mucho de lo editado. Creo que lo que se puede hacer es ponerlo en un ciber de la factultad para que, durante el mes de mayo, se lo puedan bajar gratis a diskette.
Cualquier cosa, tenès que decir que te lo pasó un abogado del autor.
18 de abril
Asunto: anal sexy boy
gracias
viejorro- como diria el profe filigranatti-
lpero no se eso de ponerlo en un ciber
porque no veo como ponerlo en un ciber
ni como los pibes se pueden enterar
¿que opinas hacer correr la bola que yo la tengo
y se las puedo mandar si me escriben un mail?
no se
mañana que veo a la tarde a algunos de los chicos
voy a ver que solucion le encontramos
porque lo que estos locos van a querer es publicarla en la revista
¡imaginate una novela premiada por pepe nun
en una revista mercachifle
un golazo¡
che pasando a otro tema
silvio mattoni un capo
-casi escribo un caballero-
un dulce.
aaa
porestos dias hay un par de chicas de la revista que
le estan por hacer una entrevista a lupus anal
una algo sabe porque es del nucleo de la revista
la otra que es colaboradora nada
alguna sugerencia para esa entrevista?
la entrevista ya estaba medio pautada antes que vos me tiraras la bomba
y como eso parece que viene para largo y las chicas
se mean por estar 5 minutos con el anal sexy boy
por que negarles la humedad que esa entrevista
promete para ellas no?
Besitos
(respuesta de F.)
preguntas:
se me ocurrieron estas:
Pregunta Suavecita:
el título El Pasado parece invocar directamente a los diversos tópicos de la temporalidad en Proust. La pareja Rimini-Sofia padece  proustianante un vínculo de fascinación con el pintor Riltse, que es un anagrama del Elstir de Proust, aunque su personaje también puede tener algo en común con el músico Vinteuil.  Sin embargo en determinado momento la novela se dispara hacia el grotesco, por ejemplo, en la aventura de “las mujeres que aman demasiado”, o en el episodio del museo de Londres, donde, por una casualidad que parece parodiar al peor cine de Holywood, la pareja se encuentra con el antiguo amante de Riltse, recién salido de la cárcel. Este desplazamiento hacia géneros menores ¿no traiciona el proyecto proustiano que prometían el titulo y los primeros capítulos del libro?
Fragmentos de la novela circularon con el título “Ex” en algunas páginas de internet. ¿por qué cambió el nombre de la novela?
¿La novela participó en el premio Herralde con ese titulo?
Cuando se resolvió el premio, un comunicado de prensa de Anagrama anunciaba que la novela ganadora había sido presentada con el seudónimo Vocoder, que tal vez aludiera  a ese ”sound effect that can make a human voice sound synthetic. It is often used to speak like a robot, with a metallic and monotonous voice..” ¿El uso de seudónimo, era un requisito del premio, o fue una decisión suya?
Meses antes del llamado al premio, circuló el rumor de que su novela, por entonces llamada “Ex”, aparecería en Anagrama, donde, según Fogwill, había sido propuesta nada menos que por Roberto Bolaño.  Meses antes de laudarse el premio, fue el mismo Fogwill quien anunció que “Ex” sería la ganadora. ¿Esto significa que el presidente del jurado, el editor Herralde, conocía el texto? En tal caso, no temió usted quedar involucrado en un malentendido del estilo Planeta- Piglia.
Yendo al caso Planeta-Piglia: usted firma una solicitada que hace referencia a “una campaña” contra Ricardo Piglia. Se entiende que las campañas tienen un autor y un objetivo: ¿podría usted darnos alguna pista sobre quienes alentaron esa campaña, y con que finalidad cree que actuaron?
Daniel Link agregó su firma a esa solicitada, a condición de que no ocultase el nombre de Guillermo Schavelzon , que presidió el jurado del Premio Planeta. ¿No comparte los mismos reparos de Link?  ¿què podrìa decirnos al respecto?
20 de abril
(Sin asunto)
PUNKYSAURIO
>
> le voy a pasar las preguntas a la colorada
> aunque no se si ella y la otra – esa me odia –
> van a querer hacer las preguntas que me mandas
> en fin
> es su entrevista
> que hagan lo que quieran
> no
> a la pelirroja la tendrias que conocer
> es una pelirroja de esas que ya no se hacen
> como los impalas
> o las chicas de las novelas de chandler
> el problema es que a ella le gustan
> las naranjitas dulces que se cosechan en jaffa
> va  y despues de todo
> no se por que te cuento esto porque yo a vos ni loca te
> consigo minas
>
> escuchame
> lo de vivir afuera lo resolvimos asi
> a juan diego incardona
> director y diagramador de la revista
> aparte de estar escribiendo una muy buena novela
> ¿la ojeaste?
> la esta publicando una parte en la revista
> ampere
> bueno a el
> se le ocurrio
> imprimir bolantes
> que vamos a dar a la entrada de argentina II
> y todo el que mande un mail a la revista le mandamos
> la novela en un documento
>
> bueno
> y tus cosas como van?
>
> besitos
> elsa
Respuesta)
iNCARDFONA
CON ESE APELLIDO MEJOR NO FIRMAR NUNCA UNA NOVELA
QUE HAGA COMO ASIS, RIVERA, GIRRI, CESAr tiemp, neruda y se busque un nombre como la gente
pero sospecho que no ha dfe tener imaginacòn ni para eso.
Eso: «imprimir bolantes
> que vamos a dar a la entrada de argentina II
> y todo el que mande un mail a la revista le mandamos
> la novela en un documento»
pero que entreguen el número de libreta universitaria para vericar que
sean dl cotolengo Puan
mira que sabrioso: anoche hybo una reunion de escritores chupamedias con un editor espàñol Avanzada la noche llegò9 cohen y cuando fue a saludar a uno acariciandole la nuca, este le dijo que era un sorte por firmar la soplicitada proschavelzon y le dio un sonoro cachetazo.
Cuando Chohen le pidiò explicaciones, lo echo del encuentro y lo sacò0 empujones  hacia la puerta y lo sacò puteandolo. Nadie lo defendio al pobre Cohen-.
Estaban presentes no menposd de Kazumi Stahl, su macho, Martin Kohan, Chernov, el insulso Martinez y Alicia Steimberg.  Nadie defendiò al firmante-
Confirmà el dato.
22 de abril
Asunto: chuda
chuda: ter escribo porque van dos dias quye no me subìs. ¿Tas aì?
          Fogwill
22 de abril
Asunto: chuda, sí, pero limpita
si estoy aca
lo que pasa es que estos dias me estuve sintiendo bastante mal
pero ya estoy mejor
mañana a la tarde te escribo con mas tiempo
de hecho solo me hacerque al cyber para chequear tus mensajes
che lei recien lo que me mandastes los otros dias
quiza vaya en la columna
ahora
¿quien era el editor?
¿donde era?
¿quien le pego al cohen?
te pregunto esto porque si lo sabes mejor
porque de donde queres que chequee los agujeros en blanco
pensa que yo no soy sandrita russo
o mejor magdalena ruiz guinazu
viste entre una boluda y boluda
me quedo con una señora boluda
no te parece
che
viste que martinez es igual a maxoler smart el agente 86
en fin vuelvo a mi tapera
a terminar de recuperarme
besitos
elsa
(respuesta)
el editor era el gallego de «Paginas de Espuma»
el que pegòi el bife y echó a Cohen es un tal Nielsen
era en el espacioso depto de Shua
a martinez nunca lo vi. Tampoco a De santis, ni a Kohan y ahora me arrepieto de haberlo visto a esposo de la Diva Tellas.
23 de abril
Asunto: chuda, sí, pero limpita y el sabado a la noche perfumadita
quicote
mira lo que hago
estuve toda la tarde intentando conseguir una maquina y nada
y como hayer te conte que estaba media chachusa
y hoy me iba a conectar
bueno nada
aca estoy escribiendote estas lineas rapidas
y llegando tarde a un lugar
me volves loca vos
estaban o no k el agente 86 de santis y toda esa trolada
y vos estabas
y el de la espuma  sigo sin saber quien es
y asi que estaba lupus anal sexy boy
y l+el mandril de su chica
che sabes que se esta comentando
me conto una profe de letras
que nielsen es un invento de fogwill
hablando de inventos
ginsburg dice que el es el que invento
el placer de fumar
y el sabor del encuentro
trabajaban juntos
o uno de los dos miente
mañana si encuentro una maquina
te cuento con mas tiempo una anegdota de esteban
que esta buena
besitos
y felices coitos con tu jermu
se sabe que los sabados a la noche las parejas
suelen chocar sus bichos
elsa
(respuesta)
entendes todo mal.
El editor era el dueño de la editorial Paginas de Espuma. No se el nombre del tipo.
Alan mo estaba; su bizarra mujer tampoco.
Yo tampoco.
De Santis creo que sì.
Los demàs eran Shua, Katzumi, Martinez, Alicia Steinberg, Chernov. Estos, con seguridad.
no vuelvas a entender mal.
ginzburg que diga lo que quiera: tiene derecho, porque hizo guita de verdad. Pero empezo a trabajar en publicidad en 1981 y mis campañas son de los años 75 al 78 y gueron registradas a mi nombre y al de Santiago Alvarez Forn, actual gerente de Nobleza Piccardo.De todos modos, cambiarìa cualquier invento mìo por la cupè mercedes de ginsburg, tal como èl, sin duda, cambiarìa toda su guita por la ventaja de centimetraje que le llevo en estatura y largo y ancho de pija. Por el centimetraje de obra y de tirada, no cambiarìa nada, èl. Yo tampoco.
El profesor ese se equivoca: Nielsen es autògeno y genial. Seguro que en letras nadie escribe como èl.
Firma: F de ffog y de feliz fife
FFF
24 de abril (asunto: domingo a la noche de mierda)
MIRA ESTOY CON UN ATAQUE DE CONCHA DE
LA PUTA MADRE QUE LOS REMIL PARIO
ASI QUE SI MAÑANA SE ME PASA
Y VUELVO A LA NORMALIDAD
TE ESCRIBO
PORQUE AHORA LO UNICO QUE SE ME OCURRE SON
PUTEADAS
Y LO  PEOR DE TODO ES QUE NO PASO NADA EN PARTICULAR
SOLO ME PUSE MAL Y ESTA TODO MAL
TODO
Y LAS PARTES
TAMBIENM
BESSSSSSSSSSSSSSSSS
ELSSSSSSSSSSSSSSSSS
(respuesta)
que rompàntico: la panaderita sufriendo…
es el clima.
yo sufro: es la gripe. tengo los fuelles como dos ùteros podridos.
25 de abril (asunto: lunes más tranqui)
que romantico ni nada
nene
estaba rehisterica y nada
eso
acabo de escuchar en la radio al dueño de la competencia
de tu amigo de nobleza picardo
hablando de que esta recontento con que a los cigarrillos
se los grabe con mas impuestos
y se eleve el piso de lo que cuestan
son unos hijos de puta
escuchame
puedo en el numero que viene
citar el of de record
nun es un pelotudo
y escribir que si alguien quiere saber quien dijo eso
que consulten a la periodista de clarin
te lo pregunto
porque quizas esta todo bien entre vos y esta chica de clarin
y no quiero jorobarte tus negocios
aaaaaaaaaaaaaaa
sabes el domingo soñe con vos
eras petiso y pelado
y despues resulta que eras tu abogado
tambien soñe otras dos veces con vos
en una eras el compañerito de banco en la escuela
y en el otro no me acuerdo
asi que estas enfermito
cuidate
igual lo que vos tenes podrido no son loos
fuelles
sino el marulo
y desde hace una pila de años
pero es justamente eso lo que te sigue haciendo un tipo
interesante
y no un viejo choto
y te dejo a vos para que ahi pongan
a todos los de tu generacion
que estan muertos y siguen dando vueltas
como si estubieran vivos
besitos
y toma mucha lechita tibia
y abrigate
a ver si por hacerte el loco
te perdemos
elsa
(respuesta)
A esta hora de la helada noche, en un ciber siberiano, pobre mi panaderita.
A la chica de Clarin dejala en Paz. Si querès poner mis opiniones, no me opongo. Tengo la peor opiniòn sobre la actual administraciòn de cultura y Nun lo sabe. Tal vez no sepa que apuesto que va a pasar a la historia junto a Asis y Pacho Odonell, como ejemplo de solemnidad erronea e inoperante.  Que en el estado actual del presupuesto, Cultura debe desmantelarse explicitamente y no por pura inaniciòn. Y que lo que reste, deberìa pasar a integrarse a 1) Educaciòn 2) Relaciones Exteriores y 3) Economìa y separarse para siempre de la feria de vanidades de la llamada «cultura». Que hay vender ese absurdo Palacio, al que los Secretarios llaman orgullosamente «palacio» que estpa en ruinas y tiene al personal administrtivo trabajando en el sòtano.  Que le famoso patriomonio, habr`pia rematarlo antes de terminen de robárselo los Glusbergs que andan haciendo cola esperando su oportunidad.
Si queres, podès publicar copia del attachment que es el mail enviado a Nun que nunca respondiò-
28 de abril (de F.)
Asunto: PPPPPP
uta: desapareciste!
(respuesta de EK)
no desapareci
uto
lo que sucede es que me mandaron
en la panaderia a laburar de dia
el jueves entre a las 9 de la noche y sali a las 6
y desde el lunes entro a las 7 y salgo a las 4
-en ves de pan hice pepitos, escones, vizcochitos de grasa
facturas, tapitas de alfajores de maicena, frola, etcetera-
aparte tengo una hora y media de viaje de ida y otra de vuelta
es por esto que no pude sentarme en un ciber
estos ultimos dias
igual viejo uto
te tuve en mente
de hecho hayer volvi a soñar con vos
me venias a buscar a la casa de mi prima paula
y yo me escapaba
eso es todo lo que recuerdo del sueño
aaaaa
te cuento lo de esteban
los otros dias estaba viendo una peli en isat
con mi vieja
la peli era de una familia negra norteamericana
y el padre era medio borrachin
y entra a la casa y le da un beso en la boca a la hija
frente a esa imagen estaban orrorizado le dice a mi vieja
este hombre esta loco¡
como le va a dar un beso en la boca a la hija
ee
que me puede decir señor sociologo?
y la semana pasada
 pobre
 en la escuela
– va a una escuela de capital
somos de los p`rovincianos que nos gusta cruzar la frontera de
la general paz
lo aclaro porque hay gente aca que odia la capital-
un pibe no lo queria dejar jugar a la pelota
y le sacudio un trompaso
y se rompio la mano el tarado
aunque no estubo tan mal
porque si bien salio lesionado
logro que lo dejaran jugar en el recreo a la pelota
che tenes el mail de la esperanza
asi le mando vivir afuera en un documento word
y a nombre de silvia molloy
¿por que a nombre de molloy?
porque los chicos me contaron que el otro dia estubieron con panesi
– divino panesi, aparte tiene la ironia de borges
y a diferencia de tu amigo bicio es puto y lo lleva rebien
bueno no te voy a contar a vos que era la pareja del gran pezzoni-
y este les conto que queria el mail de saitta
para mandarle algo y como no lo tenia
y se la cruzo a esperanza se lo pide
y la conchudita le manda un mail con la direccion de
silvia molloy
lo que segun panesi no sabia
era que en argentina dos hay una guerra campal
entre speranza y saitta
en realidad lqa mala leche es de esperanza
porque saitta tiene la mejor honda
y de hecho en lo que me mandas
que voy a publicar le agradeces ser parte del jurado que te premio con
una jubilacion
bueno nada
viejo
pr favor cuidate
comprate supradyn
decile a tu mujer que no te deje salir despues de las 6 de la tarde
por el frio
viste
y eso
besitos
en los fuelles gastados
elsa
(respuesta F)
povbres sahitra y esperanza: todavìa juegan con el nintendo uno en plena època de la Play III.
no me hago complice de sus puterios y poara m`pi, la esperanza .que siempre es vana-. se muriò.
arreglense enm la cpàtedra y compitan pòr un diez, asì llegan a ayudantes de segunda y terminanb como titulares veitne años despuès, pasados engañando chicos.-
¡idos la concha de vuestras putìsimas madres!!!!
a vos te salva el pan: aprende el oficio.
29 de abril
Asunto: por fin llegaste… Me moria esperandote
antes que me olvide
> y ya estamos cerrando
> como queres que presente al texto
> va con titulo
> cuento que es algo que le mandaste a nun
> o va asi a secas
>
> aaaaa
> otra mangueada
> tenes lo que escribiste para pacho o donel
> sobre el borda y los escritores
> eso estaria bueno
>
> lo de argentina II
> me parece que no casaste la honda
> nada es eso puterio
> de esperanza que esta venosa
> porque perdio un concurso
> frente a saiita que aparte de abrir el juego
> a gente que tiene ganas de hacer algo
> tiene 40 pirulos y sabe de literatura argentina como pocos aca
>
> con respecto al pan
> en estos ultimos meses le fui agarrano la honda
> al horno y a los tiempos de las masas
> del pan, de las galletitas, de las tortas, de las facturas
>
> te cuento una graciosa
> que me paso el domingo
> cai en la casa de mi prima paula
> la lacaniana rabinochesca
> porque tenia que usar internet
> ella vive a dos cuadras de la casita de barrionuevo
> y a la vuelta de una mansion de un gerente de ypf
> bueno
> mi tia marta y mi tio juan carlos
> estaban frente al televisor
> mi tio haciendo nada
> y mi tia haciendo manualidades de esas que hacen las de utilicima
> ahora no me acuerdo como salio el tema
> pero paula hiso u chiste sobre el pasado nazi del nuevo papa
> y mi tio salta y dice
> y eso que tiene que ver
> el hombre estaba haciendo el servicio militar
> y bueno que hiba a hacer desertar
> entonces interviene mi tia
> y dice
> claro
>  es como X
> – no me acuerdo a quien sito que conoce ella-
> el pobre durante su servicio militar
> lo destacaron a un campo de concentracion
> y que
>  pobre hombre
> que hiba a hacer
> a todo esto paula les hiba haciendo chistes
> pero aca ya no dio para mas
> preparamos el mate y nos fuimos a su pieza
>
> besitos
> elsa
29 de abril
Asunto: willfog
hacè lo que quieras con forro de nun., Podes poner que me preguntaste porque hablaba mal de Nun y de Horacio Gonzalez y te respondi que eran dos forros y que cuando me pediste una explicaciòn te escribì  que yo aspiraba a ser critico literario y no crìtico de forros a sueldo. Y te mandè copiua del mail diciendo que como el forro nunca respoindió, me permiìa publicarlo.
que mina cana que sos: ¿De dónde cponcha  sacaste que escribì para pacho? Yo hable para los siquiatras, no escribì para pacho. Sol9o me acuerdo que fui con mi mujer y que veinte locos, todos petisos, la rodearon gritandole XUXA. Hable sobre tres pacientes cèlebres del lugar, Fijman, Vespoli y el gran Lai, cuyas experiencias estàn contadas en «El jardin de las m`paquinas parlantes», novela que, claro, sigue siendo de las mejores de este pais. Por lko menos mucho mejor que Plata quemada y «Respiraciòn arlt»y la porquerìa esa «El pasado», del esposo de la señora Tellas.
No soñaste conmigo. Eres una puta. Cuando te mueras se lo contarpe a Esteban: el unico macho que no sabe tu verdad
29 de abril
Asunto: que plajié?
que plagie, yo?
deci que no tengo abogados
> sino te hago juicio por plagio
(respuesta EK)
boludo
me mandas un mail
encabezado asi
«fogwill@uolsinectis.com.ar escribió:»
y despues reproducis mis palabras
eso es plagio
no lo seria si no hubieras escrito «escribio:»
y ¿yo cana?
si se que pacho te pago muy bien por esa conferencia
es por la sen cilla razon que te lo escuche decir a vos
papurri
(respuesta F)
dond e me oiste? yo te vì? còmo puede ser que no me enamorè al instante y no e cogì y me olvidèenseguida de vos?
(respuesta de EK)
ay
quique quique
mira
me encantaria seguir charlando con vs
pero el dueño del ciber acaba de decir que ya cierra
asi que te mando esto y me tengo que ir a casa
bueno nada
que le vbas a hacer
se te paso en su momento
pero aca me tenes
todos los dias
que no sera lo mismo
que estar entre mis piernas
pero bueno…
es lo que hay
besitos
y cuidate de los fuelles
mira que vos sos de esos que una ves que se hicieron
se rompio el molde
(respuesta F)
cerro el ciber
hay que aprovechar antes de que todo cierre
tampoco hay que pedir demasiado de la vida
¡una pajita…! ¿te animàs?
o una mamada de parado, a las 02.00 am, cerca del hoprno ardiente
aunque sea gas, el horno
y apenas oral la mamada
( a mi me gusta la faringea)
30 de abril
(respuesta de EK)
quique
no jodas
no te me hagas el enamorado ni nada por el estilo
en serio
si pudiera…
pero no puedo
bueno voy a estar un toque mas en el ciber
l¿lobo esta?
(Elsa Kalish repite cinco veces este mensaje)
(Respuesta de F)
una sola pajita por el amor de dios!
piedad!
Si, aunque con los pieces
Te fuiste ya?
(respuesta de EK)
a ver
el profe filigranatti
frente a esta situacion que recomendaria?
(respuesta de F)
El profe recordarìa la ley biblica: «pariras con dolor y pajearàs con abnegada devociòn» O con con devota abnegaciòn. O con botitas de terciopelo rosa y forro de seda.
Tuy ciber es una mierda: los correos me llegan mutiplicados por tres- Y eso parece un chat rum de tartamudos.
(respuesta de EK)
que queres quicote
aca en la provincia todo funciona asi
che boludin
nada
la verdad que no se me ocurre nada
asi
que te mando muchos besos
y nada
me voy a ir a casa a bañarme
porque me tengo que ir por ahì
loco
espero que tengas un buen sabado a la noche
en serio
elsa
tu novia perversa de internet truchos del conurbano bonaerensa
PD
aparte que queres que te escriba si lo tengo  esteban en la
maquina de al lado jugando al gta bay city
y pensar que cuando cresca se va a transformar en un mostro como
vos
30 de abril
Asunto: anda a baniarte
anda  a baniarte
y lavate bien
todas las partes.
sabado a la noche: bis.
que aburrido. Yo cojo a la siesta.
(Respuesta EK)
como no era que a la tarde te pajeabas por recomendacion de osho?
(repite tres veces)
(respuesta de F)
de tarde me pajeo
y a la siestita cojo
para sentirme productivo
juhna pajita antes de la siesta: solitariua y atuonoma
un polvillo al despertar de la siesta
despues comer comer los restows del amuerzo, abrir interte, zamparse un cuarto de cabernet chileno, y una hora a apoliyo, escuchando reproches
¡no se que tienen estas conchudas contra el machismo!
1 de mayo
Asunto: niebla seras punkysaurio
che punkysaurio
aca tengo una duda que me plantea
sebi
uno de los chicos del grupo editor del interpretador
que descubrio que tu nombre significa en ingliy
niebla seras:
Sebastián Hernaiz <sebsaiz@yahoo.com.ar> escribió:
elsita, si tenes ganas mandale a tu amigo quicote esto que va adjunto , a ver que opina.
che, y me queda siempre la duda: tanto escritor «nuevo» como rodriguez, casas, mattoni, etc que supone el del enrique obliterado que los de la superada casa de tabaco no conocemos, él, que esperaba hace ya tiempo que vos de un tiro «literario» lo mates, que glozman hablara de literatura y no de vericuetos gastronomico, él, entonces, me queda siempre la duda, que lee del interpretador aparte de tu columna? que lectura hace de mis textos, los de llambi, los de sassi, los de farias, los de goransky, los de abbate, los de flynn, los de incardona, los de kogan, los de de mendonça?
si queres, mandale tambien, aparte del volante, esa duda mia.
los besitos que quieras que quiera
nos vemos a la noche -estaremos desde las 18 en lo de la pelirroja:
se.ba
(respuesta)
Tu abigo sebas se expresa mal y no se entiende su pregunta. Lo miusmo sucede con la mayorìa de los textos de El Intgerpretador, sus proyectos de narrativa y sus versitos. Ni hablar del foro: es un retrete de corazones débiles. Lo ùnico legibles es lo de la Kalish, pobre obrerita. Y no por lo que dice (ignora demaisado, y se le nota) sino por la fuerza de las que quieren llegar. Judìa de clase media baja, dispuesta a ser yba mnatilde o Sandra de las comunicaciones o una besarlo del pensamiento.
Pocas miras, en realidad
Fogwill no significa niebla seràs sino «testamento de niebla», segun la heraldica anglosajon.
3 de mayo
Asunto: Desapa (escribe Fogwill)
3 May 2005
que triste, desaparecieron al mismo tiempo vos y el magazine color .com de tus parientes..
(sin fecha pero en respuesta al mail anterior)
quique
> > le mande la novela vivir afuera a la esperanza
> > y esta re paranoica
> > me mando un mail que emieza asi
> > va ahora te los reenvio
> >
> > che me llego otra version de lo que paso entre Nielsan
> > y cohen
> > nadie le pego a cohen
> > nielsen se izo el hombre
> > agarrame que lo mato ….
> > ese mambo
> > igual en el nuevo numero
> > si logramos que el proveedor internetico nos permita estar en la red
> > va la version erronea que te cojntaron a vos
> >
> > besitos
> > elsa
fogwill@uolsinectis.com.ar escribió:
>
>
> Lo que te puse, a mì lo contò Nielsen, en presencia de Gandolfo, la mañana siguiente en el bar El Taller. De todos modos, lo importante ha sifgo confirmado y es que ninguno de los escritores «famosos» presentes saliò a defender a Cohen.
>
> no m,e reenviaste el mail. Estoy curioso. ¡que lindo serìa un polvo mañanero conm olor a cafpe con leche y pelos!
6 de mayo
tas ahì?
 quique
> che nielsen me parece que es medio bolacero
> hablando de lupus anal
> lo sabe todo el mundo por lo que pude aberiguar
> claro que nadie habla
> y me entere que a saer lo llamaron los del premio nadal
> y le preguntaron
> juan estas escribiendo algo
> si dijo juancito
> y ellos les dijeron bueno terminalo ya asi te damos el premio por
> esa novela
> que es la ocacion
>
> te pego abajo lo de la esperanza
> y el sitio sigue sin aparecer no se hasta cvuando
[mail que Elsa le manda a Speranza]
Sent: Sunday, May 01, 2005 7:16 PM
> Subject: querida graciela….
>
>
> como se que vas a dar este año en lit arg II
> vivir afuera de fogwill
> y esta circulando por la facu una version entre tus alumnos
> que puede ser que no coincida con la del libro publicado
> te la envio
> atentamente
> elsa kalish
[respuesta de Speranza]
Graciela Speranza <gsperanza@sion.com> escribió:
> ¿¿¿??? ¿Te conozco? No entiendo el mensaje. ¿Qué proponés? ¿Que compare la versión de este archivo con la novela publicada? ¿De dónde salió? Si me explicás un poco más… G.
contactosAsunto:RE: querida graciela….A:»Graciela Speranza» <gsperanza@sion.com> [input]  [input]  [input]  [input]          no me conoces gra
>          te mande esta version de quicote
>        porque esta circulando en la facu
>          y como vos vas a dar vivir afuera
>          seria bueno que la tubieras por si no coincide
>        con la que publico sudamericana
>          ya que hay alumnos tuyos que tienen la que te mande
>
>        si tenes tiempo y ganas me podes leer
>        en
>        http://www.elinterpretador.com
>        mi columna se llama
>        LAS CHICAS DE LETRAS SE MASTURBAN ASÌ
>
>        BESITOS
>        ELSA
6 de mayo
Asunto: atrasada
atrasadfa: lo de Saer lo saben todos y lo hizo publicar Alan en Pagina 12, por claudfio Zeiger, casi como atenuante de lo de piglia, que es distinto: Saer participó del premio (en fecha) y pudo haber perdido. Piglia entro al premio despues del cierre, con un libro ya contratado, y no cobrò el premio (dewvolkvio la plata a Planeta). TE pierde tu histeria, Concha. Por momentos te obsesiona con detalles que te impiden ver la totalidad del mundo. Muy femenbino lo tuyo: casi enternece.
GELMAN ganò el Reina Sofìa. Alegremonos. Vas a ver que, al recibirlo, no se va apostrar de rodillas  ante la corona como hizo Gonzalo Rojas.
6 de mayo [otro mail de F]
Te pierde la histeria. Esperanza tiene razòn, pobre. QUe pretendes ¿que una Doctora (como a ella le gusta llamarse) pierda tiempo haciendo trabajos de corrector de pruebas=
(respuesta de EK)
Puto
(respuesta F)
Parcialmente puto. Pero dfoy el orto por amor, y a mujeres.
6 de mayo
Asunto: www.elinterpretador.com
quiero informarles
que la revista virtual mensual el interpretador
esta fuera de servicio por problemas con el servidor
pero esperamos que se solucionen en breve
ya que para esta fecha siempre tenemos colgada de la red un nuevo numero
de nuestro pasquin literatopensapoetico
gracias
y disculpen por las molestias
elsa
(respuesta F)
TE VAN A BORRAR DE TODOS LOS BUSCADORES.
HAY PAGAR.
Y ANTES: ELEGIR UN PROVEDOR QUE SIRVA
7 de mayo
mira todo el tema del servidor y compañia se encarga
juancito
igual como yo soy poarte de la revista
me ago cargo de cualquier cagada que haga el interpretador
la verdad que esto me tiene remal y sacada e isterica
si puedo a la noche te escribo
si no mañana
che me entere de la carta que escribio
oscar del barco en cordoba
es violentisima
y quiero reponer toda la serie
la carta de el
las respuestas de no se que revista
y algo que uno de los chicos me iso llegar de ferrer
que es lo unico que lei
esta bueno
vos que opinas
y a quien tengo que tocar en cordoba para conseguir todo
mattoni
ya se
ya se lo pedi
alguna otra persona?
besitos
istericos
elsa
[respuesta F]
Podés pedfirselo a Carlos. de parte mìa:
cschilling@lavozdelinterior.com.ar
pero no hagas bardo: ni nombres a Mattoni
8 de mayo
Asunto: cordoba, migre
que haria si no estarias punkysaurio
gracias totales
che lo de matto en cuanto me pasaron el dato los chicos
le envie un mail
porque como el labura con oscar y schmugler me dije
el seguro me puede tirar una punta
y despues te consulte a vos tambien
matto todavia no contesto
y no se por que no puedo nombrarlo
ya le mande un mail a carlos
formal educado y cortes
y por otra parte tambien le pedimos a christian a ver si el puede hacer algo
– te adjunto textos de el que le mando a juampi-
desde ya si logro conseguir barios textos y armar un dosieer
esta oscar, los de la revista, una carta de scmugler, gruner, y unas cartas privadas de teran y no se que fundador de montoneros que estan circulando por todos lados pero yo no encontre
te repito desde ya estaria bueno que vos tambien estes en la discucion
en cuanto tenga los textos si los consigo te los envio
para que los leas y veas si tenes ganas o no de decir algo
che te cuento una que se me ocurrio
y que creo puede ser una operacion para la revista reinteresante
publicar el guion televisivo de piel naranja de alberto migre
por entregas
¿que te parece?
yo creo que migre es hoy el puig grasa
puig hoy tiene un aula en puan que se llama boquitas pintadas
esta novela se da en los secundarios
y en la feria del libro aparece su foto ¡junto a la de aguinis,
forn, saer, sabato y compania¡
e ibarra le dedica su estand a manuel
es decir
es hora de alejarse de puig
al menos hasta que la canallada lo termine de matar
el sabado made a los chicos a la feria
porque migre iba a estar y lo contactaron
y quedaron en que en la semana le telefoneaban a argentores
– el problema es que no se lo puede llamar hasta que la revista este de nuevo en la red porque seguro antes de decirno que si o no van a subir a la pagina y si no esta ¡que nos van a dar¡
aaaaaaaaaaaa
juancito incardona me dijo que el problema con el servidor
lo vamos a tener solucionado en una semana o menos
y ahi colgamos el ultimo numero
besitos
elsa
(respuesta F)
estoy en chile. hay un sol brutal y se ve la cordi toda nevada.
me vienen bien estos textitos.  Pero esa  polemica o reflexion colectiva esta podrida  desde el comienzo.
Las nuevas generaciones de relevo -gruner, ferrer, etc.,etc.- están cometiendo, en su presente, el mismo error que cometìan Oscar, el toto, portantiero, delich y todo eso, que en 1964, ya llamabamos «la charca».
Oscar es un sabio zen, un poeta, un maestro, etc. Pero es tambien un heidee ggerianqo (ahora schellingiano..) que no sabe alemàn. Asì en tu lugar los mandaria a la mierda, aunque es inùtil, porque siempre vivieron en la mierda.
El intrpretador no está a la altura de este tema. Mejor que sigan como buzón de chismes y vehiculo de chicas que se masturban por escrito
(respuesra Elsa)
asi que estas en chile
vos si que sabes vivir
esto leelo como corresponde con envidia
escuchame es probable que toda estadiscucion este podrida
pero me parece interesante que circule
si queres como hecho educativo para que mi generacion
no caiga en los patetismos de todos ellos
ya se que el interpretador no esta a la altura del tema
nuestra formacion es deficiente y llena de agujeros
pero partimos de esa falta y privarnos de publicar estos textos no creo que sea una buena elecion
en todo caso estaria bueno que si logro los textos
escribas atacando las pociciones de todos ellos y del interpretador por no estar a la altura del debate
che ya que estas en chile no me cpodes conseguir mails
de chilenos que escriban bien poesia, cuentos
besos
desde este lado de la cordillera
elsa
9 de mayo sigue al anterior
bueno
ya le mande a carlos el mail
escuchame
contame de aya
que honda
hay lindo tiempo y esta toda la cordillera nevada
y ¿que mas?
¿tenes alguna novia shilena?
bueno me voy a laburar
viste
como decia el pichi
feo es ser pobre
todo lo demas se agrega por añadidura
besitos
a mi sarmiento punky
elsa
(respuesta de F)
va foto de procer argentino en chile.
yo aquí laburo, este pais es mi panadería.
ceno con escritores y gente de El Mercurio. Conspiro un poco. Ayudo un poco a que los chilenos tengan una presidente chilena y piola.
minas: minimo indispenssable. Prefiero las argentinas.
racialmente, me gustan las mapuches, pero hay un abismo infranqueable
ademàs extraño a los nenes, y me da culpa hacer turismo. Aquí el sexo es parte del negocio del turismo: hay que ir a la playa, al desierto, a los volcanes con termas o a los ski resorts para cojer
esto es el primer mundo, casi. En la ciudad se labura y se trama
cambio de tema: la generacion esa no se salva del patetismo. Son seres concebidos patéticamente, que mamaron mirando tv y crecieron con el indio solari
10 de mayo
(escribe Elsa)
anoche estubo mi papa en casa
porque era el cumplaños de mi hermana menor
la que sale con el pistolero
¿que qureres que te diga de mi viejo?
es un pelotudo
ese no es el problema
el problema es que es mi papa
no se
lo que siento cada ves que lo veo es
lastima verguenza
y antes tambien miedo
ahroa ya no
¿vos como te llevas con tus pibes?
te quieren?
tenes una relacion semejante a la mia con alguno de ellos?
bueno nada
aaaaaaaa
te cuento que la semana pasada me encontre con un conocido
y me conto que hablo con un imprentero y quieren sacar
una edicion pirata de urbana
nada
 te lo cuento para que lo sepas
y sepas tambien que yo en esta no tengo nada que ver
y me parecia que vos lo tenias que saber
no se si esta bien o mal
en todo caso
ya no es mi historia
che saliste lindo en la foto
y cuidado con los gatos
mira que te mandamos a chile a hacer guita
y no para que te la banquetees con gatos shilenos medio pelo
besos
elsa
(respuesta de Fog)
son un lío los padres. Es un tema que no se puede nunca entender. Creo que mis hijos están contentos de mí, pero seguro que no se la hice fácil. Ocurre que Me Quieren.
dejalos que pirateen no más. Si uno escribe para que lo lean. Aquí, la mitad de los libros de Lemebel que ciurculan, son truchos. Y el muy puto, muy contento. Tiene un estilo parecido a vos. ¿Leiste «Zanjón de la aguada»? Lo recomiendo, en general.
(respuesta de Elsa)
quique
como te esta sentando el aire de cordillera?
te cuento que tu amigo de la vos del interior no contesto ni siquiera para decirme
no
igual como la revista va a estar el fin de semana en la red
le voy a volver a enviar un mail
y quiza si puede subir a la pagina me conseda al menos contestar
che matto me dio el mail de diego tatian y la carta de oscar
no la que se publico
sino la que circulo entre sus intimos
y este me envio un texto que escribio sobre el tema
y la direcion de correo electronico de
la intemperie
aparte via ferrer
por uno de los chicos de la revista tenemos una carta de schmugler
que todavia no se si se puede o no publicar
te mando todo
pero por favor esto queda entre nos
porque todo lo que conseguimos hasta ahora
no se que se puede publicar o hacer circular
si logro conectar con la gente de la intemperie
y me permiten reproducir lo de oscar y las respuestas de la revista
mas esto que te envio creo que va a estar jugoso
besitos
elsa
[envía cuatro adjuntos: cartas de Tatian, Del Barco, etc]
(respuesta de F)
Ya estoy en baires. El aire chileno me sentò bien: traje platita.
Raro Schilling. Es un suizo muy atento.
Pero ya conseguiiste lo fundamental. tatian es un gran tiupo, y, ademas de un filosofo interesante (lee «desde la linea» Ensayo sobre lo politico en heidegger) es uin granm tipo.
No se por què arajo te querès meter en esta poléica de reventados. Me refiero con eso a la antiguedad de esos cuerpos, y a la antiguedad de los conceptos y los horizontes que manejan.
Debe ser la influencia de Ferrer: um buen tipo, pero siempre mal encaminado. Lo conocì en tiempos de lo que ellos llaman «dictadura militar» para ocultar que fue una dictadurta capiutalista que fundó la sociedad y el charco ideologico en el medran por un sueldito de profesores y una imagen publica de intelectuales profundos. ¿Por què no se ponen a laburar en una panaderìa? Es tan bueno el pan. Por lo menos Mattoini es un gran padre. Lo mismo vale para Diego T. Los demàs son unos castratti.
No olvides de lavarte la concha antesde subir la página a la Web.
[mail del 12 de mayo que aparece en una respuesta de F]
Re: èl o yo
  • •••••••••••Ver encabezado
  • •••••••••••Remitente:
  • •••••••••••Isabelle Gugnon <isabelle.gugnon@free.fr Agregar a libreta – Lista Negra
  • ••••••••••• Borrar
  • •••••••••••Fecha:
  • •••••••••••Jue 12 May 2005 15:33
  • •••••••••••
  • •••••••••••
  • ••••••••••• El «on» en este caso sonaría más como el colectivo «nosotros». Él, en
  • ••••••••••• este caso, es más misterioso, porque podría ser el propio pintor que
  • ••••••••••• quisiera escribir sobre un pintor o, mejor, su amigo escritor…
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Me encanta este texto, tiene algo de borgiano, y perdóname si suena
  • ••••••••••• camafeo.
  • ••••••••••• Besos,
  • ••••••••••• Votre :
  • ••••••••••• Mâtelot
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Le 12 mai 05, à 14:17, fogwill@uolsinectis.com.ar a écrit :
  • •••••••••••
  • ••••••••••• no me gusta ninguno de ambos. ¿que pasaria conel impresonal «on»? No
  • ••••••••••• sé francés, nunca quise pensar en traducciones..
  • •••••••••••
  • ••••••••••• El chile e un pais de de mestizos racistas. Un mundo siútico.
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Querido Fogwill,
  • ••••••••••• Gracias por todo. Me queda una duda en lo que concierne la primera
  • ••••••••••• frase : en francés, tengo que elegir entre yo o él (cuestión de
  • ••••••••••• conjugación) ¿Cuál solución prefieres? Yo, el yo, que añade un
  • ••••••••••• narrador
  • ••••••••••• que sólo aparece en el primer párrafo, pero quisiera que eligieras tú.
  • ••••••••••• Sí, «choral» existe y lo voy a poner.
  • ••••••••••• La señora de Duchamp me parece bien, salvo que no suena muy hispano,
  • ••••••••••• pero me gusta.
  • ••••••••••• Y si; Shönberg era bastante feo, e igualmente la mayoría de los
  • ••••••••••• chilenos son una lata, pero hay excepciones (Roberto, por ejemplo, que
  • ••••••••••• no he visto desde hace siglos). Yo no soporté vivir allá. Algunos años
  • ••••••••••• atrás, era un país de pitucos campesinos, ¿ves lo que quiero decir?
  • ••••••••••• Las
  • ••••••••••• mujeres te invitaban a su casa para hablarte toda la noche de nenes,
  • ••••••••••• etc… algunas sentadas debajo de un verdadero cuadro de Rotko…
  • ••••••••••• Un abrazo fuerte y hasta pronto.
  • ••••••••••• Isabelle
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Le 11 mai 05, à 19:18, fogwill@uolsinectis.com.ar a écrit :
  • •••••••••••
  • ••••••••••• QUERIDA ISABELLE:
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Todo Respondido:
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Chile es bello. La Gente es moralmente fea, racialmente encantadora.
  • ••••••••••• Ya se que sos expeta en chilenos. Roberto es de los pocos que no han
  • ••••••••••• caido en el pesimo gusto dominante. Yo vengoi a trabajar:
  • ••••••••••• estadísticas
  • ••••••••••• de marketing, creacion de productos, conceptos y campañas. Una
  • ••••••••••• mierda.
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Respondo todo:
  • •••••••••••
  • ••••••••••• En la primera frase «tenía el propósito de escribir sobre un pintor»,
  • ••••••••••• supongo que este «tenía» no se refiere al propio pintor descrito a
  • ••••••••••• lo
  • ••••••••••• largo del cuento, sino a un «yo» narrativo que sólo aparece en la
  • ••••••••••• primera frase. ¿Me equivoco? Pueden ser ambagas cosas. También
  • ••••••••••• podría se runa tercera persona gramatical. El YO lo crea la
  • ••••••••••• conciencia
  • ••••••••••• del lector.
  • •••••••••••
  • ••••••••••• p. 2 : ¿Este Albero del que hablas es Albero Giacometti u otro? No,
  • ••••••••••• es un escritor cuyo apellido es Albero.
  • ••••••••••• ¿El viejo es Picasso? Efectivamente se refer´pia al hijo de puta de
  • ••••••••••• Piccaso.
  • ••••••••••• La frase era suya, creo que de un reportaje. Ahora la usa todo el
  • ••••••••••• mundo.
  • ••••••••••• *Misma página : ¿Schoemberg está bien ortografiado? Es la ortografía
  • ••••••••••• que se usa en <nortamerica, c¿uando emigró. Pero está mal. Sin
  • ••••••••••• embargo, la pagina oficial austriaca, llena de fotos de Schömberg, se
  • ••••••••••• llama http://www.schoenberg.at/ Es raro y feo, ¿no?
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Cuando hablas de los  corales de Bach ¿puedo poner música vocal?
  • ••••••••••• NO!!!!!!
  • ••••••••••• No es música vocal (de la boca) sino del Alma. Los corales (Choräle,
  • ••••••••••• en alemán, son un genero musical luterano. Seguro que en francia los
  • ••••••••••• llaman as´pi, afrancesando el sustantivo levemente. Habría que
  • ••••••••••• averiguar. Averigüé: veo en la web que los franceses los llaman
  • ••••••••••• Chorals.
  • ••••••••••• ¿Existe este libro de Schweitzer? Claro que existe, es maravilloso.
  • ••••••••••• Hay una edición de Riccordi de los años 50´s. Me la robaron. Eso es
  • ••••••••••• sólo para mi información personal.
  • ••••••••••• p. 4 : escribiste Juillard, supongo que se trata del quatuor
  • ••••••••••• Juilliard. Yo lo tenía de oído. Se puede buscar en una disquería la
  • ••••••••••• manera de escribirlo de ellos mismos, que ahora son todos americanos.
  • ••••••••••• p.4 : ¿aurotomizada? La inventé yo para describir a una cara sin
  • ••••••••••• orejas. Inventa tú algo, para el francés.
  • ••••••••••• p. 4 : Con la señora Campo, la analogía es evidente con la palabra
  • ••••••••••• «campo». No lo es en francés. Propongo cambiar el nombre por
  • ••••••••••• Champo,
  • ••••••••••• así guardo las consonancias hispanícas ya que campo se dice champ
  • ••••••••••• en
  • ••••••••••• francés. ¿Y no te gustaría llamara “señora de Duchamp”?
  • ••••••••••• La otra solución sería poner una nota de pie de página, pero
  • ••••••••••• me gusta menos.
  • •••••••••••
  • •••••••••••
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Gracias. ¿Qué tal Chile? Roberto es simpatiquísimo, ¿verdad? Puedo
  • ••••••••••• esperar. De todas maneras estoy lanzada y te puedo decir que el gran
  • ••••••••••• escritor eres tú. La verdad, es que de Gustavo sólo leí Playa
  • ••••••••••• quemada
  • ••••••••••• (el último cuento es buenísimo). Hasta mañana. Besos Isabelle
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Le 10 mai 05, à 20:09, fogwill@uolsinectis.com.ar a écrit :
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Estoy en Chile. Leí tus buenas preguntas pero ahora no puedo
  • ••••••••••• responder. Anoche comí con Roberto Brodsky que me contó tu
  • ••••••••••• encuentro
  • ••••••••••• con Nielsen en Baires. Te envia Te envia dud saludos. Nielsen es un gran
  • ••••••••••• escritori. Insoportable, pero gran escritor. Mañana paso a
  • ••••••••••• responder
  • ••••••••••• tus preguntas. No es difícil.
  • ••••••••••• Un beso andino.
  • •••••••••••
  • ••••••••••• Estimado Capitán,
  • ••••••••••• ¿Cómo va?
  • ••••••••••• Ya estoy empezando. Con Lo cristalino, que acabo de releer. tengo
  • ••••••••••• algunas preguntas para no meter la pata :
  • ••••••••••• En la primera frase «tenía el propósito de escribir sobre un
  • ••••••••••• pintor»,
  • ••••••••••• supongo que este «tenía» no se refiere al propio pintor descrito a
  • ••••••••••• lo
  • ••••••••••• largo del cuento, sino a un «yo» narrativo que sólo aparece en la
  • ••••••••••• primera frase. ¿Me equivoco?
  • ••••••••••• p. 2 : ¿Este Albero del que hablas es Albero Giacometti u otro?
  • ••••••••••• ¿El
  • ••••••••••• viejo es Picasso? Confieso mi ignorancia : conozco la frase, pero
  • ••••••••••• no
  • ••••••••••• sabía de quién era.
  • ••••••••••• Misma página : ¿Schoemberg está bien ortografiado? Cuando hablas
  • ••••••••••• de
  • ••••••••••• los
  • ••••••••••• corales de Bach ¿puedo poner música vocal? ¿Existe este libro de
  • ••••••••••• Schweitzer? Eso es sólo para mi información personal.
  • ••••••••••• p. 4 : escribiste Juillard, supongo que se trata del quatuor
  • ••••••••••• Juilliard
  • ••••••••••• p.4 : ¿aurotomizada?
  • ••••••••••• p. 4 : Con la señora Campo, la analogía es evidente con la palabra
  • ••••••••••• «campo». No lo es en francés. Propongo cambiar el nombre por
  • ••••••••••• Champo,
  • ••••••••••• así guardo las consonancias hispanícas ya que campo se dice champ
  • ••••••••••• en
  • ••••••••••• francés. La otra solución sería poner una nota de pie de página,
  • ••••••••••• pero
  • ••••••••••• me gusta menos.
  • ••••••••••• Gracias de antemano y abrazos.
  • ••••••••••• Hasta muy pronto.
  • ••••••••••• Isabelle
13 de mayo
(respuesta de Elsa)
no se por que me quiero meter en esta polemica de rebentados
¡que buena novela es los rebentados de asis¡
seamos sincera
me encajete
eso
che la revista ya esta nuevamente en la red
http://www.elinterpretador.net
mañana con mas tiempo te escribo
porque ya tengo que entrar al laburo
¡el pan, las galletitas y el pesado de mi jefe me esperan¡
no entendi tu ultimo mail
quien es esa mina
«que es eso»
otro gran libro -de eze
con respecto a mi higiene
sere pobre pero limpita pibe
me la labo todos los dias
besitos
y espero que el aire shileno
el reencuentro con tus chicos y la bruja
y la billetera abultada de plata shilena
te hagan pasar un lindo fin de semana
elsa
(respuesta de F)
Pasarè el viernes leyendo «el ùltimo lector» (no es tan malo como esperaba) y el domingo con mattoni y sus tres hijas-
Suerte en la panaderìa.
15 de mayo
(respuesta de Elsa)
che quique me olvidaba de algo
carlos shilling contesto
y me mando un cuento para publicar
escribe bien el pibe
lo que habia pasado es que se le habia pasado
la verdad que tus amigos cordobeses son buena gente
che lo que esta abajo no entendia nada
porque como habia muchos puntitos
lei dos lineas y te mande el mail diciendo que no entendia nada
bueno no me retes
tu que eres el gran escritor
pensa que tuve una infancia pobre
pero no me podes negar que de a poco la estoy remontando
por lo menos …
bueno dejo de escribir pelotudeses
y me voy al cumple
mas besitos
y hablamos mañana
elsa
(respuesta de F)
no sé  por què carajo se intercalò un mail a la traductora de Lo Cristlino. Ese mail no saliò de mi PC-
SOnm buena gente los 3 cordobeses. Pero est`pan en conflicto entre sí por boludas cuestiones cordobesas-
Amnoche sali a comer con un tío (Rodfolfo Fogwill, empresario en España,74 años y 5 polvos por semana) y mis 3 hijos menores. DFespues, fuimos los cinco a pasear en mi autito y recorrimos todos los barrios de Baires donde viviò hasta que, cansado caer en cana por llamarse igual que yo se fue a españa y pasò a mejor vida. Se lo bancò, pese a que el tiene varios autos, entre ellos un Mercedes, y solo anjea su BMW gigante. Despues lo lleve a la casa de unos parientes en Quilmes y volvimos hecho concha a las 4 de la matina. Nunca miro tele y lo que me contàS me Suena a chino.
Sos e las chicas que usan las letras para ascender socialmente y lo lograràs. Pero escribis mejor y, -OBBBBVVVVVVIO- penbsas mejor que la Sandra. te mata la histeria y la avidez.
Auffwiedersehen
es verdad
la histeria hay dias que me mata
en cuanto a que no miras tele
yo tampoco miro tele
pero todos en casa si
y es del relato de ellos que se de ella
ademas porque escucho bastante radio
y imagino que tus chicos tambien
asi que no me digas que no estas al tanto de nada de la tele
vos cuando eras pibe no tenias tele
si en tu familia por lo que me contas todo tenian guita
vos deberias ser el chico de la cuadra que tenia un televisor
he iban todos los pibes del barrio a ver algun programa
a la tarde
che una pregunta
con respecto a mi ultima columna
que pensas de eso de leer la mujer en la muralla
como una alegoria del peronismo
o a ellroy como una alegoria de la argentina de los ultimoas 30 años
o el camino del tabaco como una alegoria del 2001?
besitos
con gusto a bidu cola
elsa
(respuesta de F)
Mis chicos miran en su cuarto. Yo no miro jam+às tele. No vi mas dfe cuatro o cinco horas en la vidfa. M;iento: en chjile tengo en hoptel dos televisores. Miro un canal dfe arte que pasa òpera. Es dfecir: escucho. Mi primer tele me la regalaron mis viejos cuandfop naciòi mi primer hijo: no querian uin nieto parecidfo a mì y a mis mujeres.
Tu nota es, por brillante, convincente. No para mì. Todfo es alegorìa dfe todas las cosas. Lee la antologìa apocrifa de Roxlo, especialmente, el poema gongorino.
La mujer en la muralla merece otro tipo dfe considferaciones. Es un gran libro. Mejor, por supuesto, que Respiracion artificial. Gracias por los besitos. Me encantaria que me pases un buche de Bidù. Las pardfas burbujas dfe la bidfù me hacen cosquillas en la protesis dental.
16 de mayo
Asunto: no jhagás K gadas
compaginé y lkeo meticulosamente la falsa polèmica. Todos, sin excepciòn, pasan su aviso publicitario.
Ferrer es un sorete, gusano de Miami. Tendria que escribir en Salon Mati.
Disparando praecoxmente esta informaciòn, haràs una cagada. Hay que debatir en serio. Yo lo voy a poner en su lugar. Pero an+ònimamente,. sin poner aviso o pubnlcidad de mis servicios.
En el mail si pongo «free pùblicity» o chuvos: ¡Chupo conchas a domicilii!  Miles de clientas satisfechas pueden probar ´cuarentay siente años de buenops servicios- Lengua superlarga-.
16 de mayo (escribe F)
Asunto: ahhh y
ah… y dedos màgicos!
16 de mayo (escribe F)
Asunto: va Armado
Elsucha:
empecè a armarlo mejor de lo que venìa- Ahì va.
Bah..
17 de mayo (responde Elsa)
quique
me acabo de escapar del laburo
y pense que hiba a tener mas tiempo
bueno te escribo
hoy a la noche
o mas probablemente mañana a la mañana
besitos
en tus dedos magicos
18 de mayo (escribe Elsa)
vos no escribiste cuando los hecos de houve
es decir los 60
contra el guevarismo?
otra cosa que me acorde es que lo que dice oscar sobre gelman
esta en la misma sintonia que lo que vos decis
en la entrevista del ojo mocho 11
¿por que te ensañas asi con chris?
te cuento que juan diego incardona
opina que no deveriamos intervenir nosotros en este debate
solo publicar los textos
yo le dije que de ninguna manera
que mi columna va a estar dedicada al tema
claro que al lado de oscar
-yo que nunca pude paqsar de la pagina 3 de ser y nada-
yo soy una analfabeta
pero asumo mi condicion y a partir de ahi pienso escribir
que por otra parte no es otra cosa todo lo que escribi hasta ahora
besos
puta te queria decir otras cosas
pero ya llego tarde al laburo
aaaaaaaaa
el viernes matto va a estar en baires
quiza quieras berlo
quiza vaya
despues te envieo donde va a estar………
18 de mayo (responde Fog)
Oscar del Barco siempre viviòi equivocado.
Hasta las pocas veces en que tuvo razòn.
Sigue siendo una histèrica con el poder.
Sin Stalin, sin el Che, sin Aricò, sin la Patria Socialista del agente cubano Quieto ahora su patria socialista es la Verdad de los Grandes Maestros bañada en humanismo critiano y condimentada con la usina de chismes de contrainteligencia de la Cia.
En sus textos siempre faltaron  palabras. Ahora le faltan «imperialismo», «neocapitalismo», «explotación» y todo lo que se requerirìa para entender el duhaldkirchnerismo.
Tu amigo ferrer es Chris Morena. No creo que sea un agente de la Cìa: los yanquis saben reclutar para largos plazos y no le sirven las floricientas de un dìa. Pero «objetivamente» sirve al interes yanqui tanto como la imbècil y malcojida Matisan.
Hace pan y pajas de chicas de letras. No te metas en esto cuiya seriedad te supera.
Yo no escribì contra el guevariosmo en el momento debido. Me bastaron los textos de Nahuel Moreno, desde el lado trozco y de Elias Seman, del chino, para dar por cerrada la cuestiòn.
Es màs: estuve en un grupo foquista que apoyaba urbanamente al EGP. Desde ahì pude conocer a la tecnocracia guerrillera de la inteligen cia Cubana. Y eso me librò de quedar pegado con el militarismo monto.
igual quedè pegado en cosas peores.
No dudo que ese dialogo con el ojo mocho pudo ayudar a muchos a reflexionar. Pero reflexionar no es transfpormar las ideas en mercancìa acadèmica, a la manera de Toto y Oscar.
Por favor. NO TE METÀS EN ESTO. NO LES HAGAS EL JUEGO A ESTOS TURISTA DE LA REVOLUCIÒN QUE AHORA PLANEAN VIAJES AL M.I.T. Y A PRINCETON.
Mandame una foto de recuerdo. Nunca tuve tu imagen.
19 de mayo
Asunto: punkysaurio
quique
estoy hcha mierda
estoy en un dia particularmente sensible
de esos que todo me parece triste y opaco y al borde del llanto
por todo, por cualquier cosa, por nada
pero aca estoy
mira
los textos van a ir
y creo que de alguna forma tengo que intervenir con mi columna
lo que te prometo es que cuando escriba lo que ira mio
te lo voy a enviar
a vos junto con el resto de los chicos de la revista
¡vas a tener un original mio¡
lleno de errores de ortogrrafia y sin corregir
igual no llego a entender por que no queres que interbengha
yo no estoy de acuerdo con casi nada de esa generacion
y mucho menos con el mito que se creo en torno a el
pero creo que la carta de oscar de alguna forma
rompe la logica del relato que se venia construyendo de 20 años a
esta parte
con respecto a la foto
dudo que cualquier foto mia
pueda superar el recuerdo que vos tenes de mi en tu cabecita perversota
besos
elsa
(responde Fog)
la lògica del relato la rompi yo en 1980 y sin comprarme el relato imperialista ni el posmo ni hablar de los cien millones de mnuertos del paises socialistas. Siempre se muere, boluda. Salvo que se rajen o exilien como los filosofos cordobeses. Oscar se equivò siempre y sigue equivocandose en todo. Piensa para corte de chicas de la facultad. Mas le valdrìa haber aprendido alemàn. Lo que està haciendo, va ser precipitar la salida al aire del programa que grondona y/o rosendo fraga preparan para sacar al forro Bielsa de la cancillería, y llevarlo a poerder las elecciones de capital, si el tonto abre la boca. Ocupate de lo sabès: ag+lgo de letras, algo de paja. NBada de psicoanàlisis y nada de Historia. Empezà leyendo Revolucion y Guerra de tulio Halperin. y hasta que aprendas, quedate callada, pelotuda. No abras la boca en esto hasta que puedas meter adentro de tu discurso las nociones de lucha de clases, clase, naciòn, imperialismo y guerra y sin copiarlas de un manual del PC
 o de la librarìa liberarte, forra.  Y aprende bien a hacer pan, que es parte de lo tuyo., Y mandà foto. SI no tenès, te voy a ir a buscar uy la voy a escanear directamente contra tu jeta, o tu cajeta, si posas desnuda-..
23 de mayo (responde Elsa)
como va
estube todo el fin de semana frente a un cuaderno escribiendo
y festejando el cumple de esteban
¡ya tiene 9 años¡
y ahora me preparo para entrar al laburo
eso a sido mi vida estos dias
lo tuyo como va
¿lo viste a Matto?
Besos
(responde Fog)
sI. eSTUVE EL SABADO CON ÈL Y ANTES DE AEROPARQUE ME ACOMPAÑO A BUSCAR ENTRADAS PARA EL FESTIVAL DE CHAMAMÈ DEL LUNA PARK. FUE MARAVILLOSO. TENDRIAS QUE ECUCHAR A LOS GIMENENEZ Y AL TRIO «TREBOL DE ASES» DEL VIEJOTO AVELINO FLORESM Y DEJARTE DE JODER CON CHISMES DE FORROS DE LA FACULTAD QUE QUIEREN VIAJAR GRATIS A PRINCETON.
NUEVE AÑOS E SMUCHO: LA EDAD DE JOSE FOGWILL. CASI UN TEENAGER.
SALiò EL FIFA 2005 PARA PLAYSTATIOON 2. (Sesenta dolares: muchos kilos amasados de pan..) Encargue uno.
(respuesta de Elsa)
la verdad que el chamame o el folclore en general es practicamente un misterio
me gusta atahualpa y el chango spaciu
asi que jose tiene nueve como esteban
va como mi sobrino a una escuela de boquita de pescado ibarra?
che
me contaron que el pepe esta armando un canal
tipo canal A
y que vos vas a ser columnista de un programa en el
 junto
al seductor martin k, charnov, y otros paparulos
es cierto?
sabes que casi voy el viernes a lo de matto
pero el pan tiene sus tiempos y caprichos
-en eso el pan es igual a cualquier mina-
besitos
con musica de fondo del litoral
elsa
(respuesta Fog)
23 May 2005
Si: el chango S es grande.
Pero los jimenez, Rudi&Nini Flores y Barbosa son mejores.
No sabia nada del canal del Pepe. Pero un pelotuido: nada puede hacer bien.
24 de mayo (respuesta de Elsa)
che quique
una preguntita
de pura chusma
¿cuando estuviste con matto
hablaron de mi?
¿que dijeron?
te tiro una
en el banco rio de la sucursal flores
la que esta frente a la plaza
ha un cajero
rinaldi no se cuanto
que es el turco asis hace 30 años atras
¡increible¡
ya tengo lo que escribi para este mes
se va a llamar
¡puta: hay cadaveres!
en cuanto lo corrija te lo envio a vos en simultaneo
con el resto de los chicos de la revista
besitos
elsa
(respuesta de F)
No: no hablamos de vos con M. Tenemos otros temas que vos difìcilemnte entenderìas.
No me mandes nada que escribas sobre el tema. Tampoc pienzo polemizar. Manda foto, y no me escribas pavadas
25 de mayo (responde Elsa)
mira pibe
los unicos temas que me interesan
 son aquellos que didicilmente podria entender
con respecto al debate en torno a oscar
ya entendi que vos no queres involucrarte
y no te estaba insistiendo para que lo agas
solo te estaba diciendo que cuando corrigiera lo que escribi
te lo iba a enviar porque te lo habiaq prometido
pero si no queres no te mando nada
en cuanto a la foto
no te mando ninguna
porque no soy fotogenica
en vivo y directo siempre soy mas linda
es por eso que mi ultiam foto debe ser de los 15 años
besos
patrios
la chica que escribe pavadas
(responde Fog)
sio estàs ahpui, manda una foto
25 de mayo
Asunto: lástima la foto (escribe Fog)
làstima: eres joven. Todavìa podès aprender a posar. Karin Pistarini y Raquel Satragno dan cursos. Te servirìa en tu carrera periodìstica futura. Por ejemplo, tu modelo, Sandra Siviet, nunca pudo saltar a la tele, y antecesoira Absatz, apenas pudo asoimar la jeta en el programa de Grondona. Si querès, te consigo una cita con Pampita., Ella lee tu columna y -es Buena mina- le encantarìa auydarte a salir del fango del G.B.A.
LA PALABRA «DEBATE» TE QUEDA TAN GRANDE COMO AL ENCLENQUE cRISTIAN fERRER. uSTEDES SON DEL ZAPPING, NO DEL AGAPÈ
26 de mayo
(responde Elsa)
bueno puto
si queres tyanto una foto mia
mañana si encuentro un cyber con escaner
te la envio
pero no te vayas a pejear mucho9 con mi foto
mira que no quiero tener problemas con tu mujer
besitos
elsa
28 de mayo
Asunto: lastima la foto aucente
(escribe elsa)
que
hasta que no te mande la foto no me vas a hablar?
mira la traje
pero en el cyber de mi barrio no anda el aparato
que copia las imagenes
– como se llamaba: escaner?-
bueno
en cuanto consiga un cyber com la gente
te la mando
y estoy considerando
tu propuesta de que me ayude Pampita…
que viejo jodido que sos
pero
bue
que se le va a hacer…
(respuesta de Fog)
nunca te hablè. te escribìa… POero me dice un crìtico que escribí demasiado para mis pobres condiciones.
(sigue fog)
Sandra Russo tiene un scanner nuevo.hacè como eya
(responde elsa)
quique
los boludos son legion
y en todo caso
ese critico seguro no es del interpretador
ni mucho enos lo debemos leer no-s-otros
aparte no te quejes
que la critica te trata bien
la vuena y la mala
te lee y no le pasas desapersibido ni mucho menos
(resuesta de elsa al comentario sobre Sandra Russo)
Pelotudo
29 de mayo
Asunto: foto
punkysaurio
aca te envio una foto mia de un asado que hice hace unos años
atras en la casa de mi viejo
no pidas mas porque es la primera y ultima que te mando
besitos
elsa
(respuesta de Fog)
Confirmado: sos 7cm mas alrta que la heladera y fumas mucho. Tomas quilmes. Yo prefiero Isembeck. Por el lùpulo. Y pòr ñla propaganda-.
(sigue fog)
Es evidente: a esta chica le falta un manager que pueda rescatar sus labios de polaca-chupapija y su pelo de schwartze
–envía un adjunto –
30 de mayo (responde elsa)
mmmmmmmmmmmmmmmmmmmm…
(responde fog)
ggggggggggggggggggggggggggggggggggg…!
4 de junio
Asunto: kalixta
(escribe elsa)
estoy triste
> cansada
> y nada
> ni un maldito mail tuyo en toda la semana
> bueno me voy a cuidar de decir estupideces porque despues
> me retas
> asi
> que
> besos
> elsa
> o una version deformada
> del cuento de fontanarrosa:
> rosita la obrerita
> ¡que libro ese!
> el mundo a vivido equivocado
> para mi tiene tres cuentos de la puta madre
> el que le da titulo al libro
> ¡que lastima catamarancio!
> y sueño de barrio
>
> bueno y ya que estamos hablando de fontanarrosa
> en algun momento se me ocurrio cruzar
> la experiencia sensible
> con el cuento
> medievals time
> que esta en
> la mesa de los galanes
> viste que en letras tenemos devilidad
> por hacer lecturas de viajes
> y me parecia que ahi
> habia dos viajes
> dos clases
> dos decadas
> y ambos escritos por la misma fecha
> en fin otra idea mia que quedo en carpeta
> ahora la que se manda a la carpeta soy yo
> besitos
(responde fog)
llegyè anoche. No te escribi; ckaroi. Yo no escribo mails, los respondo. Es un principio comercial.
Siempre dije que Fontanarosa es el mejor. Se lo dije a èl y me tomó en broma.
Si yo hubiera escrito «El mundo ha vivido equivocado» me sentirìa distinto. Y por supuesto, el texto serìa objeto de veneraciòn acadèmica.
Etica: èl es un caso positivo de ètica.
Vos no.
(responde elsa)
5 de junio
chudo: ter escribo porque van dos dias quye no me subìs. ¿Tas aì
elsa
(responde fog)
Toy aquì en mi casita, laburando.
(responde elsa)
eta bien
labura
pensa que son muchas personas que dependen de vos
directa o indirectamente
empezando por tus pibes
y terminando por tus lectores
(responde fog)
tás aì?
(responde elsa)
estoy
con o sin metafisca
estoy
quien sabe
(responde fog)
ir+ìa ya mismo a buscarte, pero el mail entro tarde y acordè comer afuera con todos los chicos juntos menos Vera.
igual= me da tema para una japa
(responde elsa)
te mando dos textos de duras traducidos por matto
que me permitio hacerlos circular pero no publicar
quiza despues de comer con tus chicos
y de hacerte una paja con mi fantasmatica precencia internetica
tengas ganas de leer a la margarite
besitos
que vos sabras colocar
ahi
justo ahi
5 de junio (escribe fog)
Asunto: tarde piaste
ya me gaste el saldo que tenia para el güiquèn. Ya me voy a chile.
los cuardo, pero creo que lea a la duras. Se lop dejo a mi amiugo enriquevilamata
(respuesta de elsa)
bueno
lo unico que te pido es que tengas cuidado en shile
porque segun contaba hayer marcelo polino en quien es quien
los gatos argentinos estan a la orden del dia por alla
besitos
(respuesta de fog)
Como le digo a mis cliewntes chilenos: dejemos que chilenbois cojan con putas argentinas que los poetas argentinos nos cojemos a sus hijas gratis. Y nos prestan el Mini Cooper.
(sigue fog)
quien es marcelo polino. ¿de tinelli?
(responde elsa)
-> > ay
> punkysaurio
> estas aut
> marcelo polino
> hizo sus primeras armas en el programa de lucho abiles
> indiscreciones
> un programa que veiamos con mi tia marta
> todas las tardes a las 2
> despues de la novela de la una
> amo y señor
> de esa me acuerdo
> donde arnaldo andre la cagaba a cachetazos a la culiok
> bueno marcelo polino
> es basicamente un puto malo
> que habla de chimentos
> y dice «toda la verdad» sobre el medio
> en este momento lo podes ver al mediodia en el programa de
> rial en america tv – pedile el televisor prestado a tus pibes-
> y despues lo podes escuchar en radio 10 am 710
> todos los sabados de 1 a 3 de la tarde
> con marcela tauro
> che mira que polino ultiomamente esta yendo mucho a chile
> asi que si vos estas haciendo negocios haya
> y no lo conoces …
> sabes por que le presto tanta atencion a estos programas de chimentos?
> por leer las novelas de james ellroy
> donde los chimentos son una de las patas fundamentales
> del crimen
> y claro tambien por puig
(Responde fog)
Asunto: ahora me quedo una fanta
ah.. ahora me quedó una fantasìa sobre tuy formaciòns exual con la tia martha.
fogwill@uolsinectis.com.ar escribió:
claro… yo me confundo a rial con tinelli y pergolini. En realidad, son iguales, el mismo tiupo, con distinto personajes. Los vi a los tres en la època de la caida de De la Rua, porque con el miedo a no se qu`pe mi mujer se volviò voluda como tù y estuvo dos semanas mirando tele, expuesta a las putiadas de los chicos. Con tanto saber tuyo, se xplica c¡porquè tenès esa cpncepciòn chismografica de la literatura. Es errada.
7 de junio
(Responde elsa)
que novedad que mi consepcion de la literatura es erronea¡
si te leo a vos
laiseca fontanarrosa mattoni
lamborghini ferreyra baron biza
rivera saer y otros malos escritores
escuchame
otor dia te cuento de mi formacion sexual con mi tia marta
sin h nene
mira que mi tia es germanofila
y si sse entera que la tratas de rusita es capas de
cortarte la hacedora de fogwillitos
eeee
bueno nada no tengo tiempo
pero te prometo que otro dia te cuento de mi tia y yo
aunque de erotico no tiene nada
pero como vos sos un perverso reventado
sabras sacarle el juguito a la cosa
¿o no?
besitos
¿ya esta en shile?
elsa
(responde fog)
Si te crees que la oliteratura la hacen personajes y sale por canales. Es todo lo contrario. No hay rating.
y no hay cable
9 de junio
(responde elsa)
ay quique
vos si que sos bravo
pero no me quejo
solo verifico una realidad
ya se que no hay reiting ni cable ni nada ni personajes
en la literatura
e incluso fuera de la literatura
pero sin embargo eso esta ahi
eso
que se yo
besos
elsa
aaaaa
no te puse dentro de los agradecimientos de la intemperie
no porque se me haya pasado por alto
que vos me ayudaste
sino porque vos no quisiste saber nada con el asunto y me parecio
que vos hubieras preferido no aparecer ahi
10 de junio (escribe Fog)
asunto: primito
leì lo de tu primito. Es el verdadero revolucionario de hoy: luchar por la liberaciòn con respeto a la vida humana. Ha revolucionado la teoría de la historia, la ètica y ñla antropologìa. Èl sì que no se constituyo mirando a Rial y Tinelli como vos. Se vè que tiene en la cabeza un cable directo con Disney Chanel.
Buenos los poemas de Sagulo. Pensar conocì tanto a su madre y su padre…
Para Juan Pa – Fibertel
 10 Jun 2005
—– Mensaje reenviado —–
juampi¡¡¡¡
mira lo que dice quique de vos
el sabe que sos mi primo y que cuando eramos pendejitos
jugabamos al dotor
y en fin….
lo que vos ya sabes
bessos
elsa
Nota: Se adjuntó el mensaje reenviado.
10 de junio (escribe elsa)
che che che
> con la parentela no eeeh
>
> pasando a otro tema
> recien viajando en el tren
> habia una ciega
> pidiendo monedas
> con calzas grises
> un buso
> una remera que le salia por debajo
> sapatillas y medias negras
> sin dientes
> guiada por una nenita de unos 6 años
> pidiendo monedas
> y atropellando a todo el bagon lleno hasta la manija
> y me quede mirandola
> asombrada
> loco
> esa ciega y la nenita
> son una version  bonaerense del lazarillo de tormes
>
> ¿leiste el ensayo que publico gonzales
> en el matadero sobre vos?
(responde fog)
ENTRE VOS Y DISNEY….
LEÌO LA CRONICA DEL LAZARILLO: REALISMO POPULISTA. nO ERA CIEGA.
NO LEI LO DE GONZALES. ¡EST`PA EN LA WEB? NO VOY A PERDER TIEMPO LEYENDO A ESE PELOTUDO.
(responde elsa)
mira
la conchuda del ciber me pide que la corte prque va a cerrar
mañana te copio lo mas destacado de lo de horacio
entre otras cosas que
le das miedo y lo atraes a un mismo tiempo¡¡¡
el te quiere y mira como le pagas
tratandolo de pelotudo
vos diras lo que quieras
pero poca gente te presto tanta atencion en los ultimos quince años como el
y no me pode s negar que lito cruz es un tipo que es una maquina de
pensar
en fin
me hechan
chau¡¡¡¡¡¡
10 de junio
Asunto: maquina de no cojer
es una maquina de pensar equivocàndose
otro que nunca dejò de estar en el lugar equivocado.
(responde elsa)
es probable que sea una maquina de pensar mal
pero vos sabes mejor que yo
señor licenciado en sociologia
que suele ser mas productivo y rico un pensamiento
que no deja de producir equivocos
que uno que solo produce verdades
hablando de verdades
viste que hace un rato se murio
juan jose saer?
che la gorda quiroga esta llamando escritores para que
hablen de saer
si te llama atendelo
besitos
y cuidate
que con la aucenssia de saer
ahora queda uno menos
de los pocos buenos escritores que quedan
besos
12 de junio
(responde fog)
Buscando unos libros de Naipaul y Coetzee encontre matadaero y leì. Una sarta de macanas. Yo pago mis impuestos y el estado se gasta mi plata en estos institutos. Horacio quiere arreglar sus cuentas con sigo, y habla de mí, en vez de preguntarse por què nucna pudo escribior nada que no fuese a pròsito de libros o de cosas publicas como polìticas y peliculas de t.v. que equivalen, mas o menos a libros. Y encima vos, Kalichta. ¡por què no se esmeran y hacen un poco mejor las cosas y la vida? ¿Ehhh…………………..?
(responde elsa)
 ay ay ay
> quique
> sos terrible ehhh..
> mira estoy resacosa
> y sin una neurona
> hoy
> ensima parece que mi viejo esta mal
> es verdad que hace años esta mal
> muerto
> es un muerto que sircula
> un fantasma
> un castrado
> un pobre obrero metalurgico que solo puede hacer todo mal
> esepto arandelas, bulones, y otras cosas con el torno
> en fin
> eso
> elsa
>
(responde fog)
Re pito:
por què no se esmeran y hacen un poco mejor las cosas y la vida? ¿Ehhh…………………..?
 Cuaralo a tu papito!
(responde elsa)
evidentemente
hoy estas re pito
pero ojito
porque el re pito
te puede jugar una mala pasada
(vuelve fog)
ya tuebe buenas pasadas y hasta una buena pajeada.
Repito:
no sean ehhhhhh….!
(responde elsa)
ay quique
no se por que te quiero
ni me importa saberlo
pero cada dia me caes mejor
asi como sos
in-so-por-ta-ble
(responde fog)
mucha boludez, pero jamàas piensan en Levrerop, que es mejor. Si quieren, negocio con la viuda la autorizacion para publicar dos cuentosque ya no se consiguen ni en el uruguay. Me repongo de las guevadas de tu hilito cruz leyendo el ensayo sobre borges de Coetzee. Es evidente que lo leyò con mas devociòn y lucidez que cualquier argentino. Y, por supuesto, que cualquier boludo de la academia.
sigue que:
Ignacio Echevarria
Una narrativa sin territorio
-Consideraciones sobre el qué de la narrativa hispanoamericana-
El Mercurio 3 de junio 2005
Pese a que mi actividad como reseñista comienza en el año 1990, hasta 1997 apenas publiqué media docena de reseñas sobre libros de autores hispanoamericanos. No es de extrañar: desde un comienzo, mi atención crítica estuvo dedicada preferentemente a la narrativa española, y la producción editorial en este campo, ayer como hoy, basta y sobra para tener ocupado a cualquier reseñista, por laborioso y prolífico que sea. Por otro lado, hasta mediados de los noventa la industria editorial española se interesaba escasamente por la narrativa hispanoamericana, como no se tratase de autores ya renombrados o muy exitosos. ¿Los motivos? La resaca del llamado boom de la literatura hispanoamericana, sumada al hundimiento de las exportaciones al continente, tuvo por resultado, a finales de los setenta, un prolongado desentendimiento —cultural y comercial a la vez— respecto a las novedades que pudieran llegar del otro lado del Atlántico (en castellano, se entiende). Enseguida, ya durante la
 década de los ochenta, la cultura española, dejándose ganar por la euforia que desencadenó la restauración democrática, vivió un periodo de autoafirmación que apenas dejaba sitio para otra cosa que la propia celebración de sí misma. Nadie en España quería oír hablar por aquellos años de nuevos escritores mejicanos, argentinos, cubanos, uruguayos, chilenos, fuera de los ya conocidos. Tanto menos si tales escritores, a menudo pertenecientes a países sometidos a dictaduras o con democracias muy deficientes, se empeñaban reavivar cualquiera de los dos fantasmas a los que “nueva” narrativa española de los ochenta, considerada en conjunto, había resuelto dar la espalda: el de la narrativa política o socialmente comprometida, y el de la narrativa desdeñosamente tachada de “experimental”.
Hacia comienzos de los noventa, sin embargo, las cosas empiezan a cambiar. Lo hacen a consecuencia, en no poca medida, de la consolidación y prosperidad alcanzadas, durante la década anterior, por la industria cultural. Las editoriales españolas, muchas de ellas absorbidas por grandes grupos de comunicación, empiezan a competir, a veces desesperadamente, en la búsqueda de nuevos autores con que abastecer las demandas no tanto de los lectores como de sus propias estructuras comerciales. Se desata de este modo una escalada de adelantos millonarios que obliga a volver la vista hacia Hispanoamérica, en busca de autores menos costosos, no maleados aún por las exigentes interferencias de los agentes literarios; y que obliga a hacerlo con tanto mayor motivo cuanto que el caudal de la “joven” narrativa española parece agotarse con alarmante prontitud. Por otro lado, las condiciones generales del continente sudamericano, en un sentido tanto político como económico, parecen haber mejor
 ado en su conjunto, y la lógica comercial de los grandes grupos invita a tratar una vez más de ampliar el mercado y pensar en términos cada vez más globales.
El caso es que, hacia mediados de los noventa, empieza a incrementarse sensiblemente la presencia de narradores hispanoamericanos en los catálogos de las editoriales españolas. Una presencia que se hace notar muy pronto, y significativamente, en los grandes premios comerciales, sobre todo a partir de la resonancia obtenida por En  busca de Klingsor, de Jorge Volpi. Esta novela, como se recordará, fue distinguida en 1999 con el Premio Biblioteca Breve, galardón antaño muy prestigioso que actuó como una de las plataformas de lanzamiento del boom y que, después de muchos años, fue reactivado por la editorial Seix Barral con evidente propósito de hacerlo servir como cabeza de puente para su nueva política de reclutamiento en Hispanoamérica. Otro sellos editoriales españoles seguirían pronto el mismo camino.
Así las cosas, yo mismo, como seguidor del desarrollo de la narrativa española, no puedo desentenderme de la situación nueva que se está creando y, sin dejar de hacer el seguimiento de aquélla, resuelvo orientarme gradualmente hacia el comentario de la narrativa hispanoamericana. La hago asumiendo una situación de hecho, pero lo hago también en atención a dos intereses principales, los dos convergentes: por un lado, escrutar —y señalar— rumbos de renovación para una narrativa —la española— mayoritariamente estancada en la más inane convencionalidad; y por el otro, contribuir a la dilatación del foro común de recepción en que sería deseable que actuara y se articulara la narrativa que se produce a una y otra orilla del Atlántico. Un foro cuyo horizonte debería ser, idealmente al menos, el de la lengua; el mismo, por cierto, que ambiciona la industria editorial como mercado.
Con esta doble intención, y en la medida de mis posibilidades, abogo como reseñista, a menudo encendidamente, por autores como, por ejemplo, los argentinos Fogwill o César Aira, que se dan a conocer en España con décadas de retraso, y que pertenecen a la franja generacional que más se resintió de las consecuencias de la ya aludida resaca del boom. Abogo también por autores algo más jóvenes, como Roberto Bolaño, Juan Villoro o Rodrigo Rey Rosa, que, pese a haber sido publicados en España con alguna anterioridad, apenas habían obtenido la resonancia que merecían; y al mismo tiempo, destaco la novedad que ofrecen nuevos autores más recientes como Rafael Gumucio o José Manuel Prieto.
    Entre tantas posibles, y salvadas sus diferencias a veces muy grandes, las propuestas de estos y otros autores señalan actitudes y conductas narrativas a veces insólitas, usos y registros estilísticos escasamente cultivados por los narradores españoles. Cabría, por lo tanto, atribuir a su llegada conjunta un efecto, si no perturbador, al menos “refrescante” de un panorama narrativo que —como todos— tiende a mimetizarse en función de los éxitos afirmados y los escalafones establecidos. En cierto modo, eso es lo que vino a ocurrir en el pasado con el dichoso boom. Irrumpieron entonces en la narrativa española —y enseguida en la europea— un puñado de escritores que la  convulsionaron con sus libros completamente novedosos, alterando decisivamente su desarrollo. Pero lo hicieron en tiempos muy diferentes a los actuales, en todos los órdenes. A tal extremo, que toleran mal las comparaciones. En la actualidad, el creciente reclutamiento, por parte de las editoriales españolas, de autores hispanoamericanos, se realiza, de hecho, bajo un signo inverso al que presidió el desembarco de la pléyade del boom. De ahí que las direcciones que los más valiosos entre ellos invitan a seguir apenas sean tomadas en cuenta. El efecto de choque que tuvo en España la literatura del boom no tiene correspondencia alguna con la muelle recepción que hoy se brinda a los narradores procedentes de la otra orilla del Atlántico. Y los escasos autores hispanoamericanos que obtienen un éxito comparable al que en su momento obtuvieron —y conservan— autores como García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa, suelen ser de un calibre notablemente inferior, aparte de no entrañar sus libros novedad alguna digna de ser destacada. Para probar esto último, basta echar un vistazo al tipo de autores y de libros que se han apresurado a distinguir los más sonados premios comerciales.
Ignacio Padilla, Gonzalo Garcés, Mario Mendoza, Xavier Velasco, Antonio Skármeta, Zoé Valdés, Laura Restrepo…: con novelas que en el mejor de los casos toleran ser (ver mail)
(respuesta elsa)
dale
negocia
que algo de eso entendes
besos
12 de junio
Asunto: mande attach
orgulloso porque conseguì carar en mi notebook ciento veinte chamamamès, comi muhco y me dormì todo. en la siesta soñe que tenia una estancia en corrientes y que para evitar aviones, ma hacia una casa rodante de luxo sobre chasis de camion Mercedes Benz. Me iba poal camnpo porque habia organizado un asado para Ignacio.  En panamerica lklovia y le levantaba, para llevarte a Caa Catí, pero eras vos: era tu foto retocada por m`pi. Bueno el azu: salia identico en el sueño. (re/tocada: perla para tu prima lagañosa..)  El azul… Lo cierto es que en el asado te entgregaba (a vos, o a la foto) al vasco. n buen regalo para ustedes, porque es el critico mas pijudo de europa: calza no menos de 22 cm…)
Yo quedaba feliz y comìa como un cerdo asadod  de baca y de pescados corentinos
supongo que tu correo para pobres no dejara pasar el tema musical de transito cocomarolla que evoca el sueño. Làstima. Va attached. Es de Transito Cocomarolla grabado hace 40 años.
13 de junio
(responde elsa)
che y yo que tal quedaba en el sueño?
satisfecha como vos
con tu asadito?
no se por que recien cuando lei el mail
se me bino a la cabeza el nombre de bioy casares
y
una ves mas tenias razon no pude escuchar el tema
boy a ver si me meto en algun cyber que lo pueda eschchar
felices sueños
kutenaj
troimetingel
-son dos palabritas que me decia mi abuela paterna
cuando me quedaba a dormir en su casa-
besitos
elsa
13 de junio
Asunto: kakishta culiada en la pura mesopotamia
supongo0 que quedabas bien, pipona. No lo soñe. me dormì en el sueño, vìctima de la siesta corentina y del canto de los nativos yacares.
kutenaj es la deformacion de nuestro ario Gutten Nacht _ buenas noches
troime es la deformacion de Träume, plural de Traum, sueño en Ario
tingel en aleman signfica bambalinas, y se usa para decir farandula.
supongo que denbe signmificar «sueños divertidos».
tendrias que estudiar Idish
te mando una canciòn. la que canta es la Cipe linkowsky
17 de junio (escribe fog)
Asunto: puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR TAS AHI?
puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ES
 CRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ
 ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?puta 5 DIAS SIN ESCRIBIR.  ¿TAS AHÍ?> >
18 de junio
Asunto: paralizada y la verdad es que estoy para la mierda
(responde elsa)
quique
> la verdad que estoy para la mierda
> y durante estos dias tengo que tomar una decicion complicada
> dificil
> si junto ganas te prometo que en algun momento del fin de semana
> te escribo y te cuento
> si no
> sera en algun momento de la semana
> besos
> pensa
> en serio
> que hace cuatro dias que no contesto un mail
> a esepcion de este
> besos
> pasa un lindo fin de semana
> elsa
(responde fog)
viene el día del padre. Podrías llamarme: 1559289937 o pasarme un fono y un horario potable. Yo atiendo todo el dìa hasta las 23.30
20 de junio (escribe fog)
Asunto: sin escribir tas ahi?
pone un signo, señal de que estàs ahì
21 de junio
Asunto: tas aí?
t´ás aí?
volvé/dale
          Fogwill
22 de junio
Asunto: son una mierda
estoy guachin
> lo que pasa es que estube y estoy para la mierda en el laburo
> me estan haciendo las cosas muy putas
> y no puedo dejarlo por la guita
> el  sueldo es una cagada
> pero esa cagada a mi me ayuda
> tendria que aca reponerte algunos aspectos particulares
> de que clase de panaderia es
> una de esas «solidarias»
> si una cooperativa
> una cooperativa donde los que desiden
> son dos
> y somos treinta
> y los ue tienen control
> sobre la guita que entra
> la que sale
> como se invierte o redistribuye o ahorra
> son dos
> como yo los estoy enfrentando para que todos podamos
> participar
> y esto en realidad es un kiosquito de dos
> me estan boludeando para que me baya
> lo cual terminare haciendo
> mi amiga ines
> me pidio que aguante que ella hiba a ver si me conseguia
> algo
> asi que tendre que aguantar un tiempo
> aparte me da bronca tener que irme abiendo perdido la batalla
> con estos izquierdistas profesionales
> en fin
> estoy
> asi estamos
> besos
> elsa
(responde fog)
son una mierda estos de izquierda
22 de junio
(responde elsa)
 para que veas que no son todas palidas
> o para que veas las cosas locas ezquizo que le suceden a una
> te cuento cuento
> que el jefe de marina
> una de las chicas de la revista es schquetini
> de la catedra de panesi
> y este le conto el otro dia que estubo senando con la china ludmer
> y esta le dijo que le gusta el interpretador y que lee mi columna
> bueno ahora no puede decir que te desconoce a vos y a laiseca
> veremos en sus proximos libors si los tiene mas en cuenta
(responde fog)
leida por  la china vs leidos EN la china
te lee porque escribis bien.
a mi no me lee la china pero me leen los chinos que pagan en dolares:
http://www.fogwill.com.ar/muchachino.html
25 de junio
(escrube fog)
realmente, te extraño mucho. Si hubiese tenido tu direccion o la de panaderìa, hubiese ido a putiarte. Espero que estés bien y mke inquieto.
26 de jun
(escribe elsa)
domingo
estoy triste pero voy
estoy totalmente de acuerdo con voz
los izquierdistas profesionales son una mierda
lo verifico 9 horas todos los dias
por ahora no tengo otra cosa
asi que seguire alli
aparte no quiero irme de ahi sin armar quilombo
no solo por mi
sino por otros pibes mas indefensos que yo
y que son buena gente y no se merecen que los mierdeen
gracias por tu preocupacion
pero no te olvides que lo nuestro solo es algo virtual
no porque yo lo haya desidido
pero las cosas estan dadas asi
en serio
te cuento que mi alimento por estos dias
es el
libro del desasociego
aaaaaaaaa
viste que tuvimos problemas con los derechos del punto com
bueno ya no los tenemos porque una empresa norteamericana
los adquirio
besos
elsa
27 de jun (escribe fog)
igualmente, el trabajo es salud. hasta para la conchas virtuales. lo de interoretador tambienme paso a mì, me aanaron el punto com y se lo vendieron a mis parientes de sudafrica. por eso ahora soy un grasa com.ar
ademàs, dios castiga a las birtuales
(responde elsa)
¿como, no era que dios havia muerto?
¿a quien le creo: a vos o a nietzche
2 de julio
Asunto: un sueño (confidencial)
(escribe elsa)
 te voy a contar un sueño rarisimo que tuve durante la semana:
> yo era un tipo
> y me chupaba el pito a mi misma
> ¡raro no?
>
> vos que sabes de todo
> puede un tipo
> que se yo
> tipo faquir o de esos que se contorcionan todo y se doblan como un chicle
> chuparse la pija a si mismos?
> besitos
> elsa
(escribe fog)
No es nada original. Es un sueño frecuente. A mni se produce cada dois o tres años. La verdad es que lindìsimo chuipar poiujas, pero tiene el incoveniente de la escasez de canbdidatos. Los tipos son boludos, en general, y los que se prestan a una mamada, suelen ser homesuales. ASntes no era malo,m pero ahora que todos los putos son gays, post cou¡itum, o post mamada con paja  o post 69 sobreviene el papelon bochorno de encontrarse fente a frente con un imbpecil.
Yo probe la auto, pero no me fue facil., El metodo no es el de la silla (ver foto) y mnucho menos el gumanàstico como el de quien hace abrominales. La mejor manera de hacer contacto con el propio pene o cklitoris, es la posiciion yoga que se llama «el arado», que se practica despues de la posiciòn de «la vela». Mi suelñoi siuempre fue acabarme en la boca, pero nunca lo pude concretar. Me salpiquè, eso sì. Ahora tengo panza de Cabernet&Malbec y columna vertebral de ofinista, de modo que me mantengo a una lamentable distyancia de la punta.
Por eso lo mejor es el 69. Solo quien tine pija y ha chupado propias y ajenas, puede tratar la la defectuosa y liliputiense pija femina como sin fuese un pene. Y algo se consigue. Es cuesti`pon de amor, que querès que te diga.
Proba el arado. Yo he coniocido mnuychas munas que hasta logran meterse la lengua en la vagina. Es el momento ideal para chuparles el orto, que queda enorme y florecido.
Eso sì: sin merca. las poses extremas ya de por sì aumentan la presion arterial en carotidas y cerebro y no pocos han muerto en el camino-
Vuelvo al tema: que lindas son las pijas de ambos sexos!!!
Este teclado de la notebook es una garcha fea. Creo que no se va a entender lo quye puse.
2 de julio
Asunto: PDConmfid
(Escribe fog)
Puedo chuipar clitoris, pero ya no pijas, porque me averguenza el contacto entre  el glande y mi protesis dental….
3 de jul
(escribe elsa)
che quique acabo de releer el mail que te
acabo de mandar
¡que pelotuda
que manera de decir estupideces la mia ¡
disculpame
de verdad
eso
pd
qué significa: PDCOnmfid
(escribe fog)
Los lacanioanos no merecen piedfad. êrop si el pibe ese trabaja en serio, le puedo contar algo sobre la cuñltura «better» y los «tapados» de los aós 50´s. SI es lacaniano milotamnte, no: mejhor es callar: que vayan a sacarle la guita sus pacientes antes de que se les suiciden.
4 de julio
(escribe elsa)
el pibe es posta
quique
igual
en principio contamelo a mi
que estoy intrigada
nunca escuche hablar de ese mambo
va
lo unico que lei sobre ese tema alguna ves
es algo si mal no recuerodo que escribe carlos correas
por ahi
ahora me acuerdo de una entrevista de correas donde decia
que te habia dos veces en su vida
que no le habias gustado
y que tu literatura le parecia pesima
como intelectual todo bien con correas
pero leiste su novela
las entrevistas de lord chesternon – o algo asi-
un pelotazo¡¡¡¡
besos
(responde fog)
Correa era un pobre tipo. Puto semitapado y resentido. Los reportajes de Felliz Chaneton (existiò, yo lo tratè, era un cerdo) es un grean libro: lo ùnico que hizo. No sabìa que habìa hablado de mì. Se meaba porque Lambor, Massota  o yo le diéramos bola. Terminò de felpùdo de Tommy Abraham. Mal destino.
Admàs, la pelìcula de los better la vio, si no de afuera, muy desde abajo. ¡Bajo las sàbanas de sebrelli: que asco!!!!
Al pibe posta decile que me yame desde un tel`pefono de linea, a partir del domingo (me voy a Chile y con suerte, Pascua Island y vuelvo sabado o  domingo.
5 de julio
(responde elsa)
buen viaje
y mejor retorno
che
quique que es pascua island?
y viste
a mi me toco una epoca en la que la educacion publica estaba en decadencia
aaaaa
y con lo de la  tele y los chicos…
el otro dia le tuve que decir a mi hermana que le corte un poco la tele
a esteban
porque esta re pelotudo con tinelli
aparte ahora se obseciono con el futbol
y sabe todo y habla todo el tiempo de eso
insoportable
chicos, chicos, chicos
besos
6 de julio
(escribe fog)
Pascua es una isla llena de barbies masculinas hechas de piedra. Acaba de suspenderse mi vuelo. Me quedo en Santiago. Mejor.
Deja que el pendejo mire tinelli y fobal: es mejor que cristian ferrer.
Te mando un tango ácrata cantado por gardel.
[mp3 al pie de la santa…]
(responde elsa)
no me jodas
loco
un poco de tinelli no esta mal
pero hay que tenerlo corto porque si no…
o vos me vas a decir que los dejas a tus pibes mirar tinelli indiscriminadamente?
bamos
a mama mona con banana verde
y si quiere futbol
que lo juegue o lea los cuentos de fontanarrosa sobre el tema
o lea el diario o lo escuche por la radio a victor hugo
aaaaa
y dale con ferrer
que tipo ¡¡
che
escribe bien
lee bien
y es un tipo copado
yo hasta ahora es al unico pensador argentino que vi hacerle dos desplantes a filosofos extranjeros
una ves en el goethe
y otra en la biblioteca nacional
en fin
cuidate
y lo que me mandaste no lo pude bajar
aaaaa
te hiba a mandar poesia de omar chaban que bamos a publicar en el proximo numero
pero lo borre el mail
asi que en cuanto me lo vuelva a enviar juan diego incardona
te lo mando
asi se lo lees a tu chuchi shilena
mientras te tomas un conac
– ¿hace frio alla ahora no?-
besos
elsa
(responde fog)
mis hijos miran lo que quieren.
Tinelli, losochoa, floricienta, etc.
Josesito mira todos los partidos que se transmiten gratis y es fana bostero.
Dejá en paz al pendejo.
No hau cucis en chile. La unica dama de aquí que me copan son Nicanor Parra y Pedro lemebel. Y no sonmi tipo para cojer.
7 de julio
(escribe elsa)
estaban si no me equiboco es de san lorenzo o de un equipo de avellaneda
que ignoro y supongo que es de ahi porque su padre es de ahi
un buen tipo
un pobre tipo
un alcoholico perdido
es un buen tipo pero no sirve para nada
y la verdad es que este lejos de esteban
toda la capital federal de por medio
no digo que no mire tele
che
lo que digo es que hay que restringirle un poco
porque viste
yo no se a donde estudian tus chicos
pero esteban estudia en una escuela de ibarra
-o mas conocido por boquita de pescado
che vos tenes contactos con pedro lemebel?
esteria bueno contactarlo, no?
che te mando un poema de omar chaban
que probablemente publiquemos en el proximo numero
decime vos
que algo entendes de poesia si bale la penaaaaaaaa
en la ultima XXIII
martin caparros
habla de lo de la intemperie
y el boludaso se olvida de sitarnos
solo al final se acuerda y nos cita
eso no es nada
juan me cuenta que martin ablo de nosotros en algun lado
entonces le mando un mail
preguntandole donde
y de pazo cañazo le digo que como ensayista no es malo
pero que su literatura es horrible
cuando le conte a juan diego incardona¡
casi me mata
y algo de razon tenia
fui un poco violenta al pedo
pero me salio del alma decircelo
bueno
el chabon contesto
y me dijo que no le interesaba mantener un dialogo conmigo
y que antes de hablar de su literatura – estas dos palabras entre comillas-
primero tendria que leerla
le conteste que habia leido barios libros
y efectibamente no queria dialogar conmigo
bue…
otro premio planeta con el que me enemiste
que se le va hacer
besos
Cerceno o ene pedazos de mármol en
__________________________la vidriera
mordí en vez de afeitarlo
embalsamé un fémur
_______________embutí
los parientes se recostaron en el
_______________________sofá cama
pegué partes en una alfombra del living
con sucio barniz pinté la sangre seca
mi primo descuartizado besa a su novia
en la oreja partida al medio
la sangre pegada al piso formaba un lago
estaba triste y los comí
el pantalón, el cinturón, la remera
me masturbaba y descorché la botella
___________________________de cerveza
los pedazos podridos acariciaban la bragueta,
el cinturón, mi propia pija, el pantalón, el velcro de las zapatillas
y la remera con el logo de los piojos
con mucha fuerza rompí una lámpara
y con la punta de mi pija embadurné el televisor
en soledad me di cuenta que estaba
__________________________loco
(…)
la soledad, mi angustia y la muerte
no se resignan a abandonarme
todos ellos me odian hay que comerlos
acuchillo la pared durante varios días
la sociedad me reconoce y maltrata
amordacé a los policías y bebí su orín
nadie se cura sin ayuda de los padres
quiero viajar al delta para nadar
desde el fondo del mar voy a ver
como se desliza la sombra del bote
encerré los mosquitos junto al cerebro
hervido de mi hermana
camino sobre latas oxidadas a la
_______________________intemperie
la angustia la soledad la muerte
el dolor mi amor por ellas no me dejan
___________________________dormir
como una milanesa con mostaza
el cuerpo se debilita por el sufrimiento
beber y comer no son mi necesidad
_________________________primaria
me voy a enterrar junto a un cofre
con mis escritos
cuando me confieso me altero
leo biografías de personajes históricos
gran parte de mí es miga de pan
y dulce de leche
el día menos pensado me caso y me la
___________________________como
en una fiesta de blanco hay emparedados
______________________________de anchoas
(…)
los abuelos se ríen y nacen
así como los muertos lloran y nacen
todos son amigos en el infierno y con
__________________________dios
el semen se pega en la retina a golpes
de una cuchara de té
el azúcar también
la cama está incendiada por la
vela junto a las prostitutas y los
_______________________ladrones
ardo, el muerto me reconoce entonces
subo al tobogán dormido y sin aliento
el círculo angustioso me hace respirar
felizmente y sin sobresaltos
saltar en el vacío es violar a la
______________________dama muerte
cuento sucesivamente lo ocurrido
muertos y cadáveres son igual a mí
como unos y otros al bebé
los cadáveres están vivos y locos
como los muertos
los muertos se oxidan
la mierda con gusanos de los cadáveres
los empujo en las axilas de mi novia
mujer casada
envaso las costillas con duraznos en
__________________________almíbar
rompo y como el mentón de mi hijo
adoptivo rengo
las niñas son muy cuidadosas
si se mueren sus padres maltratadores
el peligro está en la calle
me altera la ciudad y los entierros en
___________________________el campo
el camión lleva los escombros de
_______________________mi habitación
en mi angustia está mi muerte
mato para angustiarme y encontrar
__________________________mi muerte
(…)
junto a mis parientes
los parentescos son sórdidos
________________      _calmantes.
(responde fog)
pobre caparros: es un pavo real en los cuatro sentidos de los dos términos en todo lo que denita su expresión combinada. Como escritor es mediocre. Como ensayista un imbécil mentiroso. Y vos sos su lectora y corresponsal! No me estrña que llames poemas a esas tonteras de Yabran co chiván.
8 de julio
Asunto: llegaste a chile y ya tenes el mismo mal humor que sarmiento
que mala honda nene
se ve que te tiene mal no haber podido ir a ver esas rocas mugrosas que vos llamas barbies hombres
che si tus jefes shilenos te tratan mal no te la agarres conmigo
mira que a mi mis jefes me tratan mal y por mucha menos guita que a vos
y por eso no te trato mal
che
vos siempre fuiste asi de cascarrabias ?
porque te hiba a escribir viejo cascarrabia
pero se me hace que fuiste siempre asi
un gauchipunk
en fin
igual se te quiere
esto es como cuando compras una remerita y despues la queres cambiar por otra pero no tenes la boleta
mira te hiba a contar de jabi y los leonsitos bayos de misiones
pero como estas medio cabron no te cuento nada
besos
elsa
(responde fog)
estoy de putísimo humor: anclado en el aeropuerto 0 que el martes, solo que ahora en Santiago. 4 horas de demora en el vuelo por una puta huega de pilotos bagayeros… Así que: ¡vete al k-rajo y lávate la chucha!
9 de julio (escribe elsa)
no mariconees tanto
a mi eso me pasa una ves por semana con el tren
9 de julio
Asunto: El tren es diferente
(escribe fog)
El tren es diferente, porque es para los pobrews que estàn destinados a esperarLlegue a las 4.00 AM a mi casa. La calle estaba llena de boludos que venian del baile y de negritas que iban a laburar a sus panaderias. Hay matar a los que hacen guelga.
10 de julio
(responde elsa)
AGRADECE QUE LOS NEGRITOS LOS FINES DE SEMANA SE ENTRETIENEN Y LAS NEGRITAS HACEMOS PAN
PORQUE SI NO LOS VIEJOS PUTOS COMO VOS
ESTARIAN EN PROBLEMAS
CON AMOR
UN BESITO
ELSA
(responde fog)
swsi AGRADFEZCO. eN EL FONDO SOY CRISTIANO. lOS POBRES SON BUENÌSIMOS.
(reponde elsa)
no se si somos buenisimos
pero sin nosotros el mundo dejaria de dar vueltas
10 de julio
Asunto: mundo sin pobres
(escribe fog)
Tenès razon: estoy por cumplir 64, y aunque cocino bien, y cojo9 muy bien solo, nunca pude aprender a planchar camisas…
11 de julio
(responde elsa)
che
nene
y tu mujer que dice del energumeno que tiene al lado?
en el fondo deves ser muy bueno sino con lo insoportable que sos
ya tendrias que estar viviendo deportado en una isla solito
che encontre un fogwill inedito del invierno del 83
¿sabes de que te hablo?
a ver hace memoria
lo voy a leer y si me gusta te lo publico
besos
elsa
(responde fog)
què mierda te importa de mi conchù mujer. ¡o ahora vos tambièn sos torta-bombera?
y qué es eso del 83 q´te apareció?
por ahì me lo olvidè
12 de julio (responde elsa)
el otro dia encontre en una libreria de viejo
una revista
nota al pie
y ahi
hay un ensayo intitulado
asis y los buenos servicios
esta bueno el ensayo
que decis de publicarlo?
torta bombera no soy
pero alguna que otra ves frecuente a chicas
 una duda
por que preguntas
«y ahora vos tambien»
quienes son esas «tambien»
besos
y me olvide de traer una propaganda de aerolineas argentinas
donde la empresa te pedia disculpas por las molestias que te causaron los malvados de los empleados de la empresa
pero prometo copiartela la proxima ves
(responde fog)
No copies la solicitada de Aeroli eas. Ya la vì. Los pilotos de Aerolineas sobn todos pajeros y contrbandistas de basura y gilada. Habria que matarlos. Me hcieron perder dos dias con vista al larguisimo pacifico.
Los de LAN son finos, trilingues y algunos de ellos ex pilotos de mig cubanos y simnpatias de izquierda. Como Jirchner, ¿Viste?
YO NO TENGO ESE «ENSAYO». pero iguyal te dejarìa publuicarlo sui estuvieses en un sitio como la gente. El interpretador ya colmò el vaso de la imbecilidad cpon su chuismogìa de facu y su cholulismo mediatico llevado ya al extremo. Tus masturbadas estaban mas o menos bien, pero igual: cholulismo mediàtico. uede ser la influencia del grupo Horacio Gonzalez, que se la pasaba escribiendo sobre Solanas y Olmedo, y en sus clases usaba muñlecos imitando los primeros programas de tinelli. Paloma F. està bastante bien, es una gran ,maestra de Haikido y se curte a los machos mejores de baires. Creo que la envidia del sub-subirbio te carcome. Las notas sobre eñe son una mierda. Compàralas con la mì que tuvo que publicar el año pasado el pobre Cohen, casia su pesar, AHpora, que lo empalmaba en este maiñ releo que  puse
«En la estrategia del suplemento Ñ de Clarín, todo debió ser calculado, excepto el malestar que su existencia e inconsistencia provocarían en la gente de letras. En la estrategia del suplemento Ñ de Clarín, todo debió ser calculado, excepto el malestar que su existencia e inconsistencia provocarían en la gente de letras».
y por entocers, vos y tus proimiutos ni sab ian hajar un zip de la web.
Yo los imagine.
aquì va el borrador de la nota y lña corespondiente correspoindencia con la Revista (?) re-vista, «otra parte»
Marcelo:
Mirá querido, el borrador que me devolviste parecía un plato de fi-deos con tuco, todo salpicado de manchas rojas. Yo no soy del palo de el Agli Oglio, nada de trabajoso tomate pero veo que tomaste un tiempo que yo no tengo. Gracias por el laburo. Lamento que pierdas la amistad de Fresan: ese era uno de mis objetivos. Pienso en las nuevas generaciones y por eso creo que a Fresan, como a Pauls habría que ponerlos su sitio. Son el peor ejemplo que se pueda ima-ginar. ¿Todavía no comparaste El Pasado con Flores Robadas?  Es hora de hacerlo. Caravario es distinto. Malo, pero incapaz de hacer daño. Saludos a Fresan. Los domingos, en Enfoques de La Nacion, tendrías que leer las columnas de Peicovich. En cada una hay mas literatura que en toda la colección de Ñ y Radar, y por supuesto, que en el pesado pasado con su Riltse y sus papás y mamis. Fogwill
Jue 18 Mar 2004 09:09
Mirá, querido, el artículo es lo que todos  hemos soñado en esta pu-blicación rastrera. Es fehaciente, pone los puntos sobre las íes y lleva tu indeleble marca de ceño fruncido y molinete de brazos. No, sin jo-da, es un lindo manotazo de lo que llamaríamos intervención quirúrgi-ca cultural. Lamento que ponerlo en mi publicación pueda enemis-tarme con Fresán, que sabe tanto de grupos locos de pop neozelan-dés. Pero me conformo con tu estro.
    Personalmente, discutiría algunas elecciones de objetivo, pero lo dejamos para la charla.
    Gracias, de veras. Soy de esos judíos que agradecen, cuando tie-nen que.
    Lo que sí,  hemos detectado algunas algunas erratas que no convendría que pasaran cuando tanto nos ensañamos con Ellos (por ejemplo, la sección «Separados al nacer» debería ir así, no en cursiva ni con ma-yúscula  en la segunda letra; o bien falta un acento, o sobra o falta una coma, etc): los cambios son propuestas; en otros casos hay du-das respecto de si querés dejar lo que pusiste o cambiarlo. Todo eso está marcado en rojo y queda a tu criterio final: nosotros lo vamos a mandar a diagramar tal como lo devuelvas. (o de Max Sebald, que sé que es como lo llamaban los amigos pero pocos saben, ¿no pensás que algunos acá lo tomarán por  un error o no entenderán?)
    No hace falta que cortes nada (tampoco agregues). Graciela le hizo lugar y con calzador entra bien.
    Pero por favor devolvelo mañana. Abrazo. Cohen
Los efectos K y Ñ
y la penosa
impotencia del campo literario
Iba a escribir acerca de la perplejidad ingenua de los in-telectuales. Pensaba en el mal papel desempeñado por el gremio en la cobertura del 11M. Sus intervenciones fueron eso: cobertura. Y todo estaba dispuesto como para descu-brir algo. Estaba todo al alcance, para pensar y crear, sal-vo la voluntad de los de la casta, siempre abúlicos y ten-denciosamente calculadores: medrosos. Merdosos, en su perpleja ingenuidad..
Me pareció que cada colapso de los acontecimientos produce un nuevo pliegue incómodo que tironea de la manta que nos cubre a todos y que eso sería la manifesta-ción última del malestar en la cultura, que no es un males-tar psíquico sino mas bien ecológico o topológico, siempre espacial y funcional.
Y etólogico, diría, antes que ético. En palabras de un co-ronel, o de quien le escribe, ya no es más hora de éticas: pasó la hora de la espada y es hora dar la espalda a todo: era de etiquetas y códigos de barras que, a espaldas del producto, resuelvan radicalmente la apreciación, la evalua-ción y el abastecimiento.
Y mientras, en el campo intelectual, chacareros, peones, arrendatarios y contratistas coinciden en horrorizarse tanto más ante las manifestaciones del terror vasco, islámico o imperialista, cuanto más naturales les parecen la emer-gencia del código de barras, los cultivos transgénicos y la medicina prepaga.
De eso hay mucha manifestación secundaria: en la últi-ma década se ha incrementado la cantidad de miembros del campo intelectual que cría las llamadas «mascotas hogareñas» en sus detestablescría las llamadas «mascotas hogareñas» en sus detestables departamentos atestados de libros.
Y entre esa gente asombra la cantidad que ha comprado  perritos de raza. Parece una tendencia concomitante a la creciente inclinación por los vinos finos y hacia la cultura de catado, deguste y dilapidación asociada a su consumo. Hoy por hoy, en la cultura, quien ignore los rudimentos de la gastronomía y la enología, es un discapacitado funcional para desenvolverse exitosamente en la compleja red de decisiones del campo.
Yendo de Barrio Norte hacia Belgrano y cruzando Pa-lermo, sorprenden los cambios verificados en el color, la textura  y la consistencia de la mierda de perros que abona las aceras de la ciudad. En cierto modo, se ha urbanizado la mierda, y esto es un efecto benéfíco de la intervención de las grandes corporaciones en el mercado de alimentos para mascotas. El proveedor líder es la empresa suiza Nestlé, y hace poco ha mudado a Brasil la planta elabora-dora de comida para perros que abastece a todos los su-permercados de la Argentina.
En cambio las editoras multinacionales, han desplazado la producción de sus libros de las casas centrales, a los suburbios de Argentina. La comuna de Avellaneda está a punto de consagrarse como la capital nacional del best se-ller. Mientras, proporcionalmente, la venta de libros en su-permercados e hipermercados sigue creciendo a expensas de los roñosos sucuchos libreros y estimulada por el códi-go de barras, que facilita el rápido escaneo de precios y la rápida lectura, al tiempo que, como signo fiscal, garantiza el imprimatur de la época.
Bajo la influencia de Sebald tuve la tentación de insertar en este escrito un par de *.gif o *.jpg ilustrando alguno de los códigos de barras que fiscalizan mis últimos libros junto a un testimonio del aspecto actual de los soretes de alguno de los rotwailers que vigilan los departamentos y, sin costo alguno, dan afecto a los pequeños hijos de mis vecinos. Pero contemplando que Sebald fue desacreditado por la autoridad de Rodrigo Fresán, que probó que es una figura de moda pasajera, evito la inclusión de imágenes mientras me guardo para otra oportunidad dar cuenta de la imagen que tengo del autor del celebrado Kensington Gardens.
No es fácil concebir las callecitas y los paseos de Ken-sington cagados por los perros y administrados por Aníbal Ibarra. Uno imagina las aceras de Kensington bañadas  por la luz matinal y recorridas por viejitas de ojos azules que pasean un perro, -uno y sólo uno per canosa cápita-,  con las decrépitas manos derechas envueltas en guantele-tes descartables con que tarde o temprano recogerán la inglesa mierda de su mascota.
Pero uno se equivoca, y la proporción de viejas dispues-tas a recoger deposiciones es tan baja en la nublosa Lon-dres como en la próspera Barcelona y la cirujeada Buenos Aires.
La diferencia es una cuestión meramente nominal, sono-ra: la palabra Kensington emite una atmósfera floral que fascina a los espíritus despistados de todos los fresanes y les impide verlas como lo que son: un territorio más de la guerra de clases y de las raras formas que va asumiendo en esta fase ulterior del desarrollo humano.
Campo intelectual. Fase superior. Nestlé. Alimento ba-lanceado para mascotas. Sopitas Duhalde balanceadas para desocupados. Viejas portadoras de zoofilia senil ali-mentadas por la eficiente organización de los seguros de retiro semiestatales de la Europa neocolonial.  Perros que cagan en Europa y América como instrumentos de opre-sión para una mayoría marginada de peatones y pobres por parte de los segmentos ociosos, decrépitos y perverti-dos de la sociedad. Reflexiones obscenas sobre las rela-ciones domésticas entre las mujeres de edad y sus cani-ches blancos de rugosa y rojísima lengua. Reflexiones in-dignadas por la práctica de la infibulación en algunos pai-ses islámicos y alusiones obscenas al uso del velo islámi-co en países civilizados que ni circuncidan ni infiibulan pe-ro incentivan el aborto. Y horror: ¡Consternado horror ante la barbarie vasca, islámica, kasaja, narcomarxista! Todo brota en el campo intelectual y tiende sus ramitas en todo el campo de las letras…
En el campo de la letras el último grito del malestar se eleva entre dos letras atávicas y casi superfluas del espa-ñol, K y Ñ.
El efecto K paraliza por la no-indignación: ¿Cómo sobre-vivir a un nuevo estado que ni indigna ni dignifica? ¿Qué hacer en la cultura o en las letras que tenga una efectivi-dad en la misma escala que, sin hacer nada, obtiene Kirchner con sus medidas vertiginosas y telespectacula-res? Como antes, como en tiempos de la asunción del ol-vidado Alfonsín, la consigna puede seguir siendo la receta de Jinkis: no dejarse distraer. Pero esta vez, es momento de especificarla: no dejarse distraer por las acciones y las representaciones del Estado, y mucho menos por los efec-tos que ambas tienen sobre la conciencia asustada del que intentó pensar.
De modo que habría que invertir la formulación leninista y preguntarse qué no hacer, cómo no hacer, cómo no hacerse y cómo deshacer lo que las acciones y las repre-sentaciones del Estado, desde las pantallas de la actuali-dad, han producido en la vulnerable conciencia del que al-guna vez se sintió llamado a dar testimonio de algo. Y ni hablar de los que nos señalan el ranking de temas del ins-tante, la agenda pública, el menú cultural.
Y espectar en círculos y caminar circunspectos vigilando el estado de esas veredas que son el borde del mundo que quedó a nuestro alcance.
Ahí, las veredas con su incesante ir y venir de viejitas, la mierda de sus perros y el trabajo metódico de cartoneros y cirujas habilitados por el Gobierno de la Ciudad.
Las veredas no tienen antenas. En las veredas casi no hay restos de periódicos. En los periódicos queda algún re-flejo de cultura. Los suplementos. Es increible, pero desde Lugones y Mallea se han formado decenas de generacio-nes de argentinos entrenadas en el desprecio por el su-plemento cultural de La Nación: cultura de derecha, distri-bución meticulosa de hojitas de laurel a los autores de de-recha y a gente del entorno social del diario que redacta li-bros. Y sin embargo, en la era K es el único suplemento que se puede leer sin reactivar la nueva perplejidad indig-nada.
Por ejemplo, Radar no se puede leer.
Radar es el suplemento del matutino Pagina/12.
Mejor dicho, son dos suplementos: uno, el Radar, dedi-cado a cubrir el espacio intemedio entre lo que se suele llamar cultura y la cultura pop: agenda de espectáculos, modas y tendencias sexuales, veraneos, y -muy especial-mente- publicidad encubierta de eventos, grupos musica-les de poco valor y sellos grabadores de muchos recursos.
De este Radar, el Radar «cultural», queda la impresión de que utiliza lo que tendemos a llamar «cultura» para tri-vializarla y demostrar que en los filósofos y grandes artis-tas habría algo pertinente al mundo de las recomendacio-nes de turismo para cada verano, a los éxitos de la tele y a la excentricidad de las figuras mediáticas.
El otro suplemento Radar se llama Radar Libros y en esto Página 12 sigue la tendencia adoptada por El Mercu-rio de Santiago, y también  copiada por Clarín de Argenti-na, que consiste en mantener en compartimientos separa-dos el interés cultural, y los intereses que se suponen lite-rarios, es decir, los de la industria editorial.
Página 12 cifra su poco éxito en la  inversión de la fór-mula de Timerman que proponía escribir la cultura con la izquierda y la economía con la derecha. Fue esa la inteli-gencia de Primera Plana y del diario La Opinión. En la es-trategia de Página 12 no hay huellas de inteligencia: es como si por la inercia de su propio peso, la estética y la ética del ex director Lanata siguiesen conduciendo un ma-tutino cuyos lectores y colaboradores imaginan progresis-ta.
En la estrategia del suplemento Ñ de Clarín, todo debió ser calculado, excepto el malestar que su existencia e in-consistencia provocarían en la gente de letras. Clarín dio un paso mas allá de El Mercurio: mientras los chilenos con sus suplementos se limitaron a tabicar cultura y letras, con su nuevo Ñ, primer suplemento de lectura optativa y condi-cionada a los dispuestos a pagar, avanza hasta segmentar nítidamente al público. Para acceder a Ñ hay que pagar: Ñ cuesta cincuenta centavos y no vale nada. Su posiciona-miento parece obedecer a una estrategia de marketing, pe-ro no muestra más que una táctica de cost-saving, como si respondiera a la consigna macroeconómica de «vivir con lo nuestro» del economista Aldo Ferrer. El suplemento de Clarín se hace con las sobras de su redacción, donde pu-lulan cronistas de espectáculos, vida cotidiana, policiales y deportes dotados de fuertes inquietudes literarias y, mu-chos de ellos, ansiosos por figurar en un espacio cultural donde su
 s numerosos «libros en preparación» jamás mere-cerán un comentario.
Parte del malestar que Ñ produce entre la gente literaria es gremial y habrá que imputarla a la merma de changas. Con Ñ se terminaron de cortar las colaboraciones, y, con ellas, se cortaron los ínfimos honorarios que la generosi-dad de Clarín destinaba a gente de letras dispuesta a co-laborar y capaz de redactar y de tener actualizado su códi-go de identidad tributaria que eran todas las condiciones requeridas para habilitar a alguien como comentarista de libros.
Como todo producto industrial, Ñ tiene su código de ba-rras. Su ideograma y la larga cadena de dígitos y letras que representa figuran en el ángulo superior derecho de la primera página de cada edición. Hay una marca de dulce de batata y otra de alimento para gatos que tienen dígitos parecidos, de modo que, cada sábado, el personal de su-per e hipermercados, debe calibrar la sensibilidad de sus scanners para evitar que la registradora facture a los clien-tes distraídos un artículo más caro, y de mayor valor pro-teico y cultural.
En el centro de la tercera página de Ñ hay una columna anónima y permanente destinada a censurar los malos usos del lenguaje por parte de modelos y gatos de la tele-visión, voceros de prensa de la policía, jugadores fútbol y redactores semianalfabetos del diario popular Crónica. Pe-ro en las otras tres columnas permanentes de la misma página -una destinada a recoger testimonios orales de ar-tistas, otra a insertar y comentar testimonios fotográficos de artistas y figuras más o menos culturales, y otra, llama-da «Palabras Cruzadas», a recoger las reflexiones semana-les del poeta Aulicino-, cualquier lector puede encontrar ejemplos más elocuentes de la torpeza mental que suelen indicar los errores gramaticales y de léxico. Por ejemplo, en la misma página donde se censura el error ortográfico de un diario popular, se inserta esta profunda reflexión del poeta: «el campeonato de fútbol es una metáfora reiterada, acaso vana, sobre el eterno enfrentamiento de las pasio-nes». En otra
 s ediciones, donde aparecen burlas a errores conceptuales, se pueden encontrar, compensatoriamente, uno que otro error ortográfico, en los que repararán muy pocos entre los poquísimos lectores de Ñ, más atentos a sobreponerse al horror estético que en demorarse vigilan-do letritas de palabras insignificantes.
Y casualmente, son redactores de Clarín y de Pagina 12 quienes popularizaron la expresion «vergüenza ajena» para esa emoción que el español hace siglos designa con el término “bochorno”. No es fácil elucidar la diferencia en-tre lo que llamé «horror estético» y lo que bien se llama «bochorno», pero apelando la combinatoria de los que acu-ñaron la «vergüenza ajena», especificaría mi horror estético como una forma de «bochorno agredido», que evocará la bofetada virtual que a la gente de letras espera detrás de cada página de Ñ.
 Como todo artículo industrial, el suplemento de Clarín viene muy estandarizado. Siempre en sus páginas 19 y 20 despliega una agenda que aconseja  siete actividades po-sibles para cada uno de los siete días de la semana. ¡Son cuarenta y nueve eventos culturales disponibles para todos los que tengan tiempo y carezcan de un foxterrier para pa-sear por la vereda..! La agenda de Clarín es una herra-mienta valiosísima en tiempos de subempleo y flexibiliza-ción laboral, y no en vano Buenos Aires atrae tanto turismo europeo. Pero que nadie piense que esta agenda es copia de la que desde hace años, y siempre los domingos, pre-senta Radar en su páginas 10 y 11. Lo prueba el hecho de que el calendario de Radar está desplegado horizontal-mente -una columna de página para cada día- mientras que el de Ñ, mas optimizado, ordena los días horizontal-mente, y, para mayor claridad, agrega en el borde superior de la página una réplica del mismo almanaque que la gen-te suele colgar en la pared d
 el baño para notificarse de en qué día está cagando. La agenda Ñ de Clarín no es una copia, sino un emergente de la misma incapacidad de discriminar y comunicar que dio origen a la del suplemento de Página 12.
Cada medio encuentra con facilidad una metáfora de su estilo. Radar lo consiguió con su columna permanente que se llamaba «Separados al nacer» y se ha iconizado al ex-tremo de que ya se publica sin título.  En ella, en cada nú-mero, alguien enfrenta dos fotos distintas de personas pa-recidas (a veces son apenas dos fotos parecidas de per-sonas..) en la que los nombres aparecen invertidos. La gracia está en notificar al lector de que el suplemento está armado para personas que encuentran graciosas las se-mejanzas entre personajes de mundos diferentes y gustan de burlarse de los defectos fisionómicos de personas más o menos conocidas. Por mi parte, ignoro la mayoría de los nombres y nunca reconozco las caras de los personajes retratados, de modo que deben proceder del ámbito de la televisión o de los espectáculos deportivos de masas. Es cierto que del consumo de estas fuentes proceden los compradores  de Página 12, pero tratándose de un suple-mento «cultural» siempre se espera
 que, por algún recurso sutil, el medio interpele a otras demandas de información de los lectores. De allí viene lo que en algún párrafo anoté con las expresiones «malestar» y en otros con «horror esté-tico» ante Ñ y Radar.
Uno se autodenigra conscientemente al someterse a la lectura de estas cosas. Masoquismo. Frivolidad. Curiosi-dad: ¿Me nombrarán en este número? Costumbre. Pero cuando cada página está diseñada para recordarle la subordinación y la propia estupidez, sobreviene la perpleji-dad indignada, el malestar estético que acompaña a la fealdad de uno mismo. El maestro que guía al narrador de la excelente El Jardín de las máquinas parlantes de Alber-to Laiseca existió y se llamaba Enrique César Llerena de la Serna. Ante estas emergencias del malestar y de la angus-tia, el buen gurú recetaba cojer.
Es buen método, y si uno lo logra, termina de alguna manera satisfecho y convencido de que, en algún plano, estos operadores de la prensa y los negocios han fracasa-do en su intención de reducirlo a la mas penosa impoten-cia.
Asunto: salvemos a las ballenas y al ultimo lector
(escribe elsa)
che
quique los de la rolling stones me quieren hacer una entrevista y una de las preguntas es , ¿que relacion tiene con fogwill?
(responde fog: confirmar que lo de sandrovive haya sido escrito por fogwill)
deciles la verdad: que te meabas por mì y no quisiste cojer porque tenias un diagnostico equivocado de papilomas en la cajeta.
y eso que ofrecia chup`partela igual yt hasta pagarte un fin de semana en carilo con los restos de la gugenjeum y un refuerzo del premio nacional.
no hay leer blogs, salvo el de nielsen que tiene perlas literarias (lo de lso pies, poor ejemplo; LA SOLICITADA, POR OTRO EJEMPLO)…
YA SOS FAMOSA., lA SEMANA QUE VIENE TE LLAMARÀN  DE pLANETA URBANO Y POCO DESPUES, DE eD. PLANETA PRA OCUPAR EL LUGAR VACANTE DE LA VACA PEREZ ALONSO.
> otra cosa
> a piglia lo carga todo el mundo la verdad que no me va a quedar otra que hacer una campaña honda salvemos a las ballenas y a piglia
>
>
> http://sandrovive.blogspot.com/SANDROVIVE
> Este es el blogg de Ricardo Piglia. No acepte imitaciones. Escrito in person por Emilio Renzi. Nos ìbamos a llamar Champagne con caviar, para ajusticiar a Milanesa con papas, pero serìa traicionar a Arlt…
> Wednesday, July 13, 2005Leopoldo Brizuela, otra susceptibilidad morbosa
> Antenoche discutì con el ya no tan joven premio Clarìn, uno de los que màs me apoyò en mi «caìda».
>
> ¡Me encanta apoyarte!-me dijo, mientras seleccionaba uno de mis recientes textos para su «Antologìa de exquisitos cadaveres literarios».
>
> Le comentè que era un error no haber cocedido el Premio Nobel a Borges, despuès de todo yo obtuve el Planeta.
>
> Me respondiò que hubiera sido una calamidad que el viejo tuviera semejante espladarazo y aval para hablar bien de Videla.
>
> Entonces tuvimos esa discusiòn terminal, porque insistì en focalizar los mèritos literarios. Yo sè que perdì JUDICIALMENTE el juicio por los cincuenta mil dòlares. Yo sè que los lùmpenes infames de mis personajes de «Plata quemada» pueden alegar que atentè pùblicamente contra su investidura de ladrones y asesinos confesos. Pero desde el estricto punto de vista de la literatura, la historia (mi metier) me absolverà. La plata va y viene, el ARLTE queda.
>
> Y Borges, literariamente, es mejor que todos los premiecitos Nòbeles de los ùltimos cincuenta años.
>
> Lo que ofuscò tanto a Leopoldo, y Dios sabe que no quise ofenderlo, fue cuando le espetè: «¿Còmo no te vas a fijar en lo puramente literario?¿O acaso te creès que vos tu premio te lo ganaste por tu simpatìa a las Madres de Plaza de Mayo?»
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> posted by SANDROVIVE at 10:01 AM 0 comments
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> TODOS VIVEN DE MÍ
> Esta mañana despertè con un regusto amargo. La Uniòn de Europa, la ideoligìa ùnica o fìn de alternativas, la mancomunada unanimidad conceptual respecto de lo que el terrorismo internacional deberìa producirnos, ha de algùn modo hermanado a mis enemigos conmigo.
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> Y eso es malo.
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> Yo no digo que haya elegido bien a mis enemigos, en realidad ellos me eligieron a mí. Yo declarè que la ùnica carrera que no conviene estudiar si se quiere ser un literato es Letras. Y todo Letras me besò los pies y me citò regocijado desde que dije eso. Beatriz Sarlo, Daniel Link, Jorge Panesi, el viejo Noe, todos me besaron metafòricamente la humorada. Ergo: cuando yo elijo a mis enemigos, ellos me adoran.
>
> Abelardo Castillo de la nada empezò a odiarme. A decir que en «Respiraciòn Artificial» yo defiendo a Arlt frente a Borges con argumentos del propio Borges para con Sarmiento (cualquier maestra de primer grado podrìa corregir su ortografìa, ninguna producir texos con su fuerza). Yo no sè que le pasa a ese viejo carcamàn borracho. Tal vez haya una conspiraciòn de alcohòlicos que me odien porque soy abstemio. Miren lo que declara Gustavo Nielsen, el màs declarado de mis enemigos insospechados: «tomo para no enamorarme, me enamoro para no tomar».
>
> Ni siquiera fue finalista segundo, estuvo sòlo entre los diez preseleccionados. Me tomè el trabajo de leer «Auschwitz». Este muchacho es la reencarnaciòn misma de todo lo que yo defiendo de Arlt: «Arlt escribe contra la idea de estilo literario, o sea, contra lo que nos enseñaron que debìa entenderse por escribir bien, esto es, escribir pulcro, prolijito, sin gerundios ¿no? sin palabras repetidas.» Este es el comienzo de Auschwitz: «Odio esto.
> Odio las conversaciones sobre bebès, odio el olor a ricota de los bebès, odio los escarpines, las batitas, los pañales. Odio a los recièn nacidos, sus chupetes; a las madres de los recièn nacidos dàndoles las tetas sin pudor en las plazas, sus corpiños reforzados.»
>
> Un comienzo rabioso y juguetòn, frente al cual empalidece el mìo, que parece un prontuario, me refiero a «Plata quemada».
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> Un comienzo que te agarra de los huevos.
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> Es evidente que este muchacho suscribe a la escuela de Lamborghini, de escribir para agarrar de las pelotas y sacudir, para molestar, para que lo soez se trasmute en arlte. Pero no es autèntico. El èxito lo va a arruinar. Si leen su blogg van a advertir que es cien veces màs burguesito que yo. Necesita rugir para abrirse lugar, una vez que tenga su trono, va a ser el monarca màs Zorreguieta de todos.
>
> Me hace acordar al olfa de Aira. Que saltò a la fama al reseñar peyorativamente «Respiraciòn Artificial» para promocionar «Ema, la cautiva».
>
> Aira tambièn es un aventajado discìpulo de Lamborghini, salvo que es tan nerd, tan traga, que si fuera surrealista sòlo serìa Bretòn. Se quiere hacer el loco y la decepcionante cordura hace ruido todo el tiempo. Va a quedar como la Kodama de Lamborghini, como el excègeta excèntrico de Pizarnik, y como otro producto editorialista arruinado por el exceso de producciòn. ¿Quièn lo mandò a escribir «Las noches de Flores»?. Yo tambièn soy desparejo, «La ciudad ausente» y algùn que otro cuento tal vez sean muy superiores a mis actuales producciones, peor conservo un piso, un nivel mìnimo, nadie nunca podrà atacarme, como se puede destrozar a Julio Cesar Aira cuando cruzò el Rubicòn de rubricar cualquier mierda.
>
> Y encima nunca lo hizo por la güita, no es que lo engrupìo Schavelzòn, todo lo hace desde un lugar de «artista independiente con un aura dramàtica». Ni siquiera lo hace para la posteridad. Su pose es la evanesencia, el arte efìmero, que se escribe aùn màs ràpido de lo que se lee. ¿Què perdurarà de Aira en veinte años?. Sòlo su imagen, una imagen por cierto falaz, nadie lo verà como el olfa que es, serà un campechano transgresor de exquisita prosa e imaginaciòn desbordada para la mediocridad de los lectores argentinos.
>
> Es lindo que Castillo tambièn lo odie. Yo no odio a Abelardo Castillo, no merece que me rebaje a siquiera considerarlo. Pero concedamos que dos o tres cosas escribiò o al menos intentò y de un modo clàsico y sin trampas polìticas. Aùn lo peor que escribiò es ameno y grato, «El evangelio segùn Van Hutten» se lee de un tiròn y son como vacaciones cordobesas.
>
> Castillo dice que Aira pronto va a superar por su producciòn a Flaubert.
>
> ¿Què repite la gilada?. Que cualquier basura que Aira escriba no importa, porque siempre se lo puede rescatar por su labor como crìtico literario. ¡Pero si dicen lo mismo de mì!. Uno de nosotros dos no puede estar en lo cierto. O bien «Respiraciòn artificial» es mala, o bien es buena. Josè Pablo Feinmann mismo, otro que se cuelga de mis tetas, reconoce sòlo que fue sobredimensionada y que tenerla por «la mejor novela argentina de los ùltimos diez años» erosionaba algunos egos monstruosos como el suyo propio.
>
> Aira sale ahora desde el diario español «La vanguardia» a atacar a Sàbato, lo cual literalmente y nunca mejor dicho es «pegarle a un viejo». ¿Què le critica?. Que haga declaraciones polìticas en vez de consagrarse sacerdotalmente a escribir. ¿Y què carajo està haciendo Aira al momento de criticar a Sàbato, traduciendo del francès, por ventura?.
>
> La razòn por la cual me atacan , es porque quien me ataca, obtiene el inmediato fervor de las muchedumbres iconoclastas.
>
> Sin haberlo querido, me he convertido en un sìmbolo de la institucionalidad, siendo yo por cierto, como nadie puede dudar, cualquier cosa menos un acomodaticio arribista intelectual.
>
> Me hace acordar a cuando Borges se quejaba de que a los libros de Sàbato le pusieran una faja que decìa «Sàbato, el rival de Borges» y a los suyos no le pusieran «Borges, el rival de Sàbato».
>
> Todos los Carlos Argentino Daneris que me atacan no hacen màs que confirmar mi grandeza. Es cierto que Daniel Link fue el ùnico que ganò algo defendièndome, su blogg «Linkillo» se convirtiò en el òrgano màs informado de todo el proceso que derivò en el intento de desestabilizarme, los lectores que yo le arrastrè ya se quedaron despuès leyendo esas boludeces sobre marchas gay satelitales sobre Monserrat y grandes declaraciones del Subcomandante Caracol Marcos.
>
> Un tal «Oliverio Coelho» tambièn me atacò, desde la cobardìa de un pseudònimo inverosìmil: miren esto .
>
> «Si la luna tuviera un nombre serìa el tuyo», le dije a ella antenoche, «Si Oliverio tuviera un nombre», podrìa parafrasearse.
>
> ¡Què mezcla infame!. Girondo, que era un propagandista barato avant la lettre y Paulo Coelho, quien al igual que yo, usa y explota al ùnico buen escritor argentino de la historia, insuperado y desleìdo, lucrando con el slogan «El zahir està en vos».
15 de julio
Asunto: punkysaurio
(escribe elsa)
che lo de carilo lo agregaste ahora
te pego abajo lo que le conteste a la chica rolling stones
ahora recuerdo una nota que te hicieron en esa revista
¿guillermo saveedra?
en la que aparecia una foto tuya
tu imagen reflejada en un espejo
estabas con una camisa a cuadritos y panzon
¡que memoria que tengo para recordar siertas cosas¡
«no es que ella fuera mala. no hay ninguna mujer que nazca mala, porque todas nacen malas, nacen con la maldad dentro. la cosa es casarlas antes que la maldad llegue a su consecuencia natural. pero tratamos de hacer que se sujeten a un sistema que dice que una mujer no se puede casar hasta que alcanza cierta edad. y la naturaleza no presta atencion a los sistemas, y las mujeres les prestan menos atencion a ellos, ni a nada. simplemente es que ella crecio demasiado de prisa. alcanzo el punto en que la maldad llega a su consecuencia antes que el sistema dijera que era hora para ella. creo que no lo pueden remediar. yo tengo una hija tambien, y lo digo.»
                                                                                william faulkner, pelo.
bien
te escribo desde un cyber
y acabo de salir del laburo. estoy cansada, sucia y con ganas de no tener nada que ver con el mundo.Y no tengo internet, no me alcanza el sueldo.
empece a escribir en el interpretador por culpa de hernan sassi y de juan diego incardona. es mas, aprendi a usar internet para poder estar al tanto de que iba la revista; la revista ya la conocia, pero como nunca me habia tomado la molestia de aprender a usar internet, nunca la habia podido ver.
queres saber de mi.
tengo 29 años, soy hermosa y no tengo ni idea de que es la cultura.
ahora si la pregunta es que entiendo yo por literatura hoy
simple
silvio mattoni, fontanarrosa, laiseca, fogwill, leonidas lamborghini, rivera; todo lo demas- puede ser que me este olvidando de dos o tres, pero no mas-  esta en discucion y solo el futuro, si es que existe, lo dira.
si la pregunta es que entiendo yo por medios creo que lo mas rico
es esteban schmidte, oscar raul cardoso, marcela tauro, marcelo polino, y chiche gelblum, todo lo demas es basura madiatica.
y si la pregunta es por los pensadores creo que christian ferrer, el ruso verea, abraham, gonzales, panesi, silvia delfino, ludmer, viñas, rosa, saitta, son buenos ejemplos de personas pensantes.
si la pregunta es por el cine, no veo cine desde el 2000 y no lo lamento.
por que escribo, porque es lo unico que se hacer, mal, en serio, creo que escribo mal, no es modestia, comparame con mattoni, o faulkner, o borges, o pessoa, y te daras cuenta que no miento.
mi columna en realidad empezo como un texto, el primero que escribi  no era para la revista sino que lo escribi para mi y cuando lo leyo juan diego incardona me lo pidio y lo colgo, el resto, no se que paso, pero empezaron a mandarle mails a juan diego incardona diciendole que mi columna era una mierda o estaba buenisima, pero lo que nos dimos cuenta es que la gente despues de leerla tenia la nececidad de tomar posicion.
que se yo, te escribo al calor de lo primero que se me ocurre.
en realidad en mis columnas podes rastrear mas de mi que en este mail, pero sigamos, con los fulgores de este simulacro.
pero volvamos a la cultura.
mira, creo que la cultura aca es un nicho de muertos-vivos, o que es la cuartada que usan los gobiernos de turno para otros fines, y claro, los artistas se hacen los boludos . no hay mas que mirar la historia de los ultimos 20 años para verificar este dato. no creo en la inocencia del artista, como tampoco en que tenga que estar «comprometido con su epoca» – ¡y esto te lo dice alguien que no sabe poner un acento donde corresponde¡
mira ezequiel martinez estrada, la vio bien en la decada del 30.
el se preguntaba por que en buenos aires habian tantos recitales de poesia, tantos espectaculos de musica, teatros, publicaciones, cines,  etcetera, y llego a la siguiente conclusion: es porque no se coge. te pido que lo verifiques, esto que te digo, esta en la cabeza de goliat.
en cuanto a mi, solo soy un mal entendido, el dia que se den cuenta que lo que yo publico tranquilamente podria escribirlo en mi casa y morir ahi, me van a dar una patada en el culo y volveran a prestarle mas atencion a otras inquisiciones de jorge luis borges, que es lo que yo hago. o que es lo que hizo michel foucalt y despues de ahi se le ocurrio un librito que si no me equivoco empieza asi: este libro surge de la lectura de un texto de borges.
y vos de donde venis?
que estudiastes?
que lee una chica rolling stones?
te pagan bien por laburar para la gente de la  nacion?
vivis de esto?
como llegaste al interpretador – nombre y apellido, si es posible?
tenes mas lebante desde que publicas en la revista?- yo si.
como ves a la politica de K?
se puede hablar de todo en la rolling stones o hay un Escribano que te baja linea?
como ves los medios de comunicacion vos que estas metida en el corazon de la bestia?
sabes que es el interpretador, en principio: nada, pero tambien, un intento de un grupo de personas de no morirnos de tristeza – aunqeu ya se sabe que esa lucha esta perdida, quiero decir con la muerte, la cuestion es como llegar con dignidad hasta ella-, de decir que no estamos de acuerdo, de conseguir guita y novios, que es la explicacion de masotta de por que se escribe,  de abrir la cancha a gente que no tiene espacios – nosotros incluidos-, y todo esto lo hacemos sin recursos, perdiendo plata y tiempo, y mas plata y tiempo, pero si ahora nos bajaran la beca hugenstein no creo que podriamos hacer algo mejor; creo que esto funciona porque hay un grupo: ines de mandioca, marina kogan, juampi lafosse, seba hernaiz, juan diego incardona y yo, mas colaboradores permanentes como hernan sassi, juan leota, dario steimberg, diego cousido, y varias personas mas que, escriban o no, nos apoyan espiritaulmente , y otra gente que por lo conflictivo de mi columna no las quiero nombrar para no traerles problemas. con esto quiero decirte que la guita es fundamental, la verdad de la milanesa, pero con eso no alcanza, la guita nunca alcanza, asi que lo unico que queda es hacer lo mejor posible lo que se te cante y obvio como siempre remarca david viñas poniendo el cuerpo.
en fin, lograste hacerme sentir una pelotuda
que dice pelotudeces. pero como el mundo esta regido por pelotudos seguro que nadie se dara cuenta.
besos
elsa
Julieta Mortati <jmortati@fibertel.com.ar> escribió:
Elsa. no voy a preguntarte cosas inteligentes, así que en cuanto a las respuestas no te lo exijas. Sólo necesito saber de vos y cómo fue que empezaste a publicar en elinterpretador.
Vos, escribir, internet, la cultura, vos, vos, vos. qué hacés? hace cuánto que estás en letras? si elsa kalish es tu nombre o un seudónimo, desde dónde escribís? desde cuándo? para qué? cómo lo hacés? que te explayes en el nombre de tu columna, tu relación con fogwill.
bueno, es solo eso. si querés escribime y sino te llamo y nos limitamos al cuestionario. ¿para antes del viernes?
un beso. julieta.
—– Original Message —–
From: elsa kalish
To: Julieta Mortati
Sent: Wednesday, July 13, 2005 8:35 PM
Subject: Re: nota para RS
MIRA
LA VERDAD ES QUE SOY BASTANTE TONTA EXPRESANDOME POR TELEFONNO
POR QUE MEJOR NO ME HACES LAS PREGUNTAS POR MAIL
Y YO AHI PUEDO PENSARLAS Y RESPONDERTE
«COSAS MUY INTELIGENTES»
BESOS
ELSA
Julieta Mortati <jmortati@fibertel.com.ar> escribió:
Elsa. Hola. Estoy escribiendo una nota para la Rolling Stone sobre chicas en la web. Sí, así como suena. Necesito, si aceptás, hablar con vos. Puede ser por tel, en Puán o arreglamos dónde.
Tiene que ser esta semana, un rato. Avisame.
Por las dudas, mi número es: 4308-4773.
Un beso, Julieta.
(respuesta fog)
CHE LO DE CARILO SIGUE EN OFERTA CON CHUPADA Y TODO. CORRIJO: MEKJOPR MAR DFE LAS PAMPÀS, QUE PUEDFO GARRONEAR UNA BELLA CABAÑA. SOLO ME FALTAN UNOS MANGOS Y NAFDTA, PERO YA ALGUNO CULO SANGRARA.
(sigue fog)
veo que seguis ah`pi y que segis ysterikiando
taba bien lo dfe rolling. pero cuidfa el perfdil. es tu fduturo: pagaN EL DOBLE QUE LA SURDA PANADFERIA
(responde elsa)
quique
vos que haces cuando queres decir algo
pero lo decis mal y lastimas a otras personas?
nada
querias decir una cosa pero terminas diciendo otra
o los demas agarran otra
y no podes decir estos boludos entienden todo mal
que se bayan a cagar
porque esos boludos son tus afectos?
en fin
besos
elsa
(responde fog)
yo no hago que cagadas con esos mal ent34endidos o malsentidos.
pero no es una preocupaciòn para el proletariado.
vos tendrias que dedicar el 2005 al ascenso social
te deseo un 2006 plenamente arraigada en clase media. Preferentemente, en palero Viejo, o, mejor, villa creplaj
un buen tropiezo con tus origenes negados
sueño para vos y tus hijos una casita linda como la de alejandro rozitchner.
22 de julio
(responde elsa)
como va quique
acabo de abrir los mails
y te agradesco tus deseos de llegar a ser parte de tus vecinos de palermo
en fin nada
solo te aclaro que yo hijos ni loca
y ahora que mencionas al hijo del leon
me acuerdo de un programa que tenia en fm la roka
donde te hizo una entrevista
y vos le pedias al finalizar la entrevista
que te garpe la nafta
que te prometio para ir a su programa
che te pego abajo una discucion entre rivera y galazo
que me mando ya no se – en 5 minutos chequee 50 mails-
si mi primo juampi lafose o juan diego incardona
besitos
elsa
tu futura vecina de palermo
(A partir de la publicación de la polémica que protagonizaron el escritor Andrés Rivera y el historiador Norberto Galasso, se generó una interesante respuesta del público lector de la revista. A través de mensajes en la casilla de mail, solicitadas en los diarios, junta de firmas, llamados telefónicos, simpáticos comentarios en la calle e intimaciones a publicar cosas impublicables, mucha gente se hizo eco de la discusión que apareció en Sudestada desde noviembre pasado. Más allá de las cuestiones personales que afloraron en las cartas publicadas, nos parece de gran importancia haber brindado un espacio para un debate que excede la idiotez cotidiana de los medios argentinos. En un país repleto de pseudo-intelectuales y opinólogos que aparecen hasta por abajo de la alfombra, no es común leer opiniones políticas de peso, fundamentadas y sin medias tintas.
Desde ya, agradecemos a Rivera y a Galasso por haber elegido esta publicación para escribir una nueva página sobre una discusión que sigue vigente en nuestro país y que pocas veces se discute con nombre y apellido.)
Sudestada n° 34, noviembre de 2004.
1) Una respuesta a Andrés Rivera
Por Norberto Galasso
Se equivoca Andrés Rivera cuando dice que «Un escritor verdadero no puede ser peronista». Lo que no puede es desconocer las luchas de su pueblo.
Del Partido Comunista de la vieja época alguien pudo decir que lo más peligroso que tenía eran sus colectas. Pero puede agregarse, además, que ha resultado una enfermedad incurable para mucha gente que parece haber congelado su pensamiento en las enseñanzas de Vittorio Codovilla. Lo lamento sinceramente, por ellos y por la Argentina, tan necesitada de pensadores profundos, capaces de conocer hondamente la realidad nacional y asimismo, de poder señalar rumbos hacia nuestro progreso histórico. Pero no ocurre así. Reiteran los viejos errores y además, esos errores los conducen necesariamente a no confiar en las posibilidades de su propio pueblo.
Estas reflexiones me las provoca el reportaje de la revista Veintitrés a un autor exitoso: Andrés Rivera, titulado con una frase que él emite en el reportaje: «Un verdadero escritor no podría ser peronista».
El título me asombró y leí la nota con cuidado pues podría ser que Rivera se refiriese al Partido Justicialista actual, un mero aparato que se sostiene, en gran medida, merced al cálido recuerdo del viejo peronismo que subsiste en la memoria colectiva. Pero no. Rivera se refiere al peronismo histórico, al de la época de Perón, según se esfuerza por aclararlo con otras reflexiones semejantes: «¿O qué relación hay entre la revolución cubana y el justicialismo? La revolución cubana expropió a los magnates norteamericanos y cubanos. ¿A quién expropió de hecho el peronismo?» -Asimismo, agrega: -«Son dos mundos irreconciliables: peronismo y revolución».
En esa misma línea, argumenta que tratándose de Rodolfo Walsh, «en ese choque entre peronismo y revolución» iba a triunfar el revolucionario, de donde se deduce que se haría antiperonista, como Rivera. También, en esa línea, sostiene que «Marechal fue, en definitiva, un populista. Hoy sería un chavista. Su manera de novelar y su adhesión a la Cuba de Fidel estuvieron lejos de los postulados del peronismo».
Esto último requiere un análisis: Marechal no habría sido peronista, sino populista. Por tanto, hoy sería chavista. Pero, «por su manera de novelar y por su adhesión a Cuba revolucionaria», estaría lejos «de los postulados del peronismo». Sin embargo, Rivera, observe usted que también Fidel es chavista, por lo cual también sería populista y además, que Fidel opina muy bien de Perón y Chávez se ha declarado últimamente «peronista» de donde… son todos populistas: Perón, Marechal, Fidel y Chavez. Pobre América Latina, tan mestiza y tan de segunda, que no tiene revolucionarios, salvo que se suponga que lo fue Codovilla. Pero lo que interesa recalcar, me parece, es que todos estos «populistas» -una caracterización que usan desdeñosamente ‘los revolucionarios con cátedras’- todos ellos, resulta que son odiados por las respectivas oligarquías cubana (desde Miami), venezolana y argentina. Y casualmente también, los odia la burguesía imperialista yanqui. Entonces, algún mérito tendrán y además, los pueblos les han dispensado todo su afecto. Por eso no los pueden echar del escenario político, ni siquiera a Perón, a treinta años de su muerte.
Rivera pregunta: ¿A quien expropió Perón? Y yo que no soy peronista sino una modesta expresión de la Izquierda Nacional le digo que a través del control y la fijación de tipos de cambio, el gobierno de Perón (no el de Menem, por supuesto) le quitó a la oligarquía ganadera exportadora una buena parte de la renta agraria diferencial que ella había dilapidado durante décadas. Es decir, la expropió parcialmente y con esa riqueza financió el desarrollo industrial y una redistribución del ingreso en favor de los trabajadores jamás lograda en nuestra historia. Hoy, Trabajo tiene el 17% de participación en el Ingreso Nacional, en 1950, pasaba largamente el 50%. No creo que usted pueda suponer que los trabajadores siguen siendo peronistas por la sonrisa carismática del General o por los carteles de «Perón cumple». También podría recordarse que expropió a los Bemberg, a la Cía. Primitiva de Gas, a los Pereyra Iraola y algunos otros, entre los cuales estaba Federico Pinedo, que perdió su finca de La Angostura y fue preso, igual que Martínez de Hoz y Victoria Ocampo. Esto último merece tenerse en cuenta para juzgar a un gobierno que no era socialista pero realizó un proceso de Liberación Nacional importante, con el pueblo como protagonista.
Pero, por otra parte, yo pregunto: ¿A quién expropió Chávez? ¿A quien expropió Sandino? y sin embargo, integran la lista de los grandes de América Latina.
Otra cuestión que me preocupa de ese reportaje es que su incomprensión acerca de cómo se dio la lucha de clases en la Argentina, lo lleva al escepticismo. Usted se refiere a los «chicos», a la juventud argentina actual y vuelca su desconcierto y su pesimismo de manera que juzgo muy nociva. No es cierto que los chicos adolescentes de Córdoba «son fascistas potenciales» porque «es más sencillo ser fascista que inclinarse hacia el socialismo». Tampoco es cierto que esos «adolescentes no trabajan ni les interesa hacerlo». Puede haber alguno -y motivos les sobran para soluciones nefastas y desesperadas- pero hay muchos jóvenes que están buscando un verdadero camino de liberación, para ellos, para el pueblo todo, para usted y para mí también, que van a los cursos y discuten, que van a las manifestaciones y protestan, que estudian, que se replantean las cosas, que no se conforman con catecismos revolucionarios como en otras épocas. Y eso está despuntando. Me gustaría que lo viera, así nos acompaña.
Finalmente, no puedo omitir decirle que no soy populista, ni tampoco tan negado para la literatura que no advierta sus méritos como escritor. Pero qué pena me dio cuando un hermoso libro como «La revolución es un sueño eterno», concluye confundiendo al revolucionario Juan José Castelli, con su hijo ganadero, levantado contra Rosas sólo porque estropeaba sus negocios al emperrarse en no claudicar ante los franceses para que liberasen el bloqueo. Ese levantamiento de los Libres del Sur se define sólo por los apellidos que intervienen, hoy estaciones -es decir, estancias- del camino Buenos Aires-Mar del Plata: Crámer, Gándara, Castelli, con la colaboración de un Ramos Mejía, de un Ezeiza, y de una Machado de Deheza, «rica heredera de la zona de Chascomús» y con tierras en Córdoba. Pedro Bonifacio Sabino Castelli anduvo matando indios junto con Rauch, quien luego se dedicó a despedazar gauchos federales junto con Estomba que murió loco perseguido por los fantasmas de sus víctimas. Bueno, este Pedro Castelli se hizo después estanciero, primero en el partido de Gral. Madariaga y luego en el de Balcarce. Este Castelli no figura como su dignísimo padre en el diccionario de la revolución sino en el «Diccionario biográfico del campo argentino». Entre padre e hijo, nada que ver y usted me los junta y me lo jode a ese hermoso Castelli con el cual nos hizo sufrir en su marginamiento y su enfermedad.
Qué lástima, Rivera, porque para ser «un verdadero escritor» se puede ser peronista pero lo que no se puede es desconocer la verdadera historia argentina, pues hay que estar impregnado de las luchas sociales de nuestro pueblo para poder recrear su pasado, tanto como apoyar su presente y ayudar a ganar un futuro… aunque estos trabajadores nuestros, tan golpeados y tan expoliados últimamente, …sean solo populistas y todavía no lleguen a ser socialistas, o con sus palabras, sean «clase en sí» y todavía no sean «clase para sí».
VALE: En Veintitrés usted no entiende. Pero, días después, en Sudestada dice dos verdades: la primera, que usted no es Marx; la segunda, que en Villa Lynch, el 16 de julio de 1955 (debió decir de «junio») trabajaba en una fábrica «que era un emporio industrial. Y había tres turnos todavía, de las 5 de la mañana hasta la 1 de la tarde, de la 1 hasta las 9 de la noche y de las 9 hasta las 5 de la mañana». ¿Y qué fue de Villa Lynch? Ahí reside el misterio de todo. Usted mismo lo dice. Profundícelo. Y no vuelva a equivocarse, contando una historia de trabajadores que se fugaron para no dar «la vida por Perón». Acuérdese de Héctor Pessano. ¿Lo recuerda?… Estaba en la calle Paseo Colón, cerca de la CGT, enarbolando un palo contra los aviones que ya huían a Montevideo y desde uno de ellos, le llenaron el cuerpo de balas. Como a tantos otros, héroes sin nombre, porque nuestro país, Rivera -no «este país», como usted dice- «nuestro país» tiene en su historia muchos, pero muchos héroes y por eso, aunque usted no lo crea, tenemos futuro.
Buenos Aires, octubre 12 de 2004
Norberto Galasso
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Sudestada n° 35, diciembre de 2004.
2) La Izquierda Nacional tiene el escriba que se merece
por Andrés Rivera
El Sr. Norberto Galasso, en el número 34, noviembre 2004 de Sudestada intenta, penosamente, responder a ciertas apreciaciones que formulé a la mencionada revista y a Veintitrés.
El Sr. Norberto Galasso, que se presenta como «una modesta expresión de la Izquierda Nacional», declara que me equivoco cuando sostengo que «un escritor verdadero no puede ser peronista». Y a partir de ahí, comienzan las profusas divagaciones de esa «modesta expresión de la Izquierda Nacional».
Me dirijo, entonces, a los inteligentes y, casi con seguridad, jóvenes lectores de Sudestada. Digo que suena atrozmente familiar eso de izquierda nacional. Adolfo Hitler y su pandilla de genocidas se autodenominaron Partido Nacional Socialista, de donde derivó el término nazi. Auschwitz es sinónimo de nazi e Izquierda Naci-onal. Y si Hitler inflingió a la sociedad alemana, y a buena parte de Europa, el nacionalsocialismo fue porque el socialismo, como ideología y práctica tuvo una inmensa, profundísima influencia en la militancia de millones de trabajadores alemanes -como el cartismo, antecedente directo del laborismo, en los mineros y obreros ingleses, e intelectuales de la talla de Bernard Shaw-, y en centenares y miles de intelectuales, artistas y docentes de aquel país. Doy cuatro nombres: Thomas Mann, Heinrich Heine, Bertold Brecht, Marlene Dietrich.
El Sr. Norberto Galasso, «modesta expresión de la izquierda naci-onal» argumenta (?) que «el Partido Justicialista actual» es «un mero aparato que se sostiene, en gran medida, merced al cálido recuerdo del viejo peronismo que subsiste en la memoria colectiva. Pero no. Rivera se refiere al peronismo histórico, al de la época de Perón …». Y no voy a seguir con la trascripción de los inquietantes extravíos políticos del Sr. Norberto Galasso, izquierdista naci-onal sin comillas, para no abusar de la paciencia de los jóvenes y presumiblemente inteligentes lectores de Sudestada.
«Peronismo histórico», el «de la época de Perón». Bien: durante el gobierno de J.D. Perón fue asesinado, en Rosario, por la policía de esa ciudad, el médico comunista Juan Ingalinella. Durante el gobierno de J.D. Perón, «peronismo histórico», actuó la Sección Especial de Represión al Comunismo, a cuyo frente estuvo el comisario Cipriano Lombilla. Y cómo actuó. Sus integrantes utilizaron, con una cotidianeidad abyecta, la picana eléctrica, que supo poner en uso Leopoldo Lugones, el hijo del poeta Leopoldo Lugones que, degradado y ampuloso, anunció que llegaba la hora de la espada. ¿No usó espada J.D. Perón en el golpe del 6 de septiembre de 1930, que derribó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen? ¿No usó espada J.D. Perón en el golpe del 4 de junio de 1943, que volteó al gobierno del «fraude patriótico» de Ramón S. Castillo? ¿No fue vicepresidente, ministro de guerra y secretario de trabajo y previsión (las minúsculas no son erratas) del golpismo militar?
J.D. Perón es electo presidente de la República el 24 de febrero de 1946. ¿Cómo, dónde, qué tocó de los poderes de la así llamada gran burguesía argentina? Gozó, J.D. Perón, del apoyo incondicional de los miembros de la Acción Católica.
Le doy algunos nombres emblemáticos al historiador (¿historiador?) para sus pretenciosas cavilaciones. Menéndez Behety, Anchorena, Zorraquín. ¿J.D. Perón habría rechazado, hoy, a los Mauricio Macri, a los Ricardo López Murphy, a las Patricia Bullrich? J.D. Perón no rechazó a José López Rega, que de lustrarle los zapatos a su patrón en la quinta de Olivos o en San Vicente, pasó a ser el capomafia de la Triple A. ¿Quién nombró al genocida Emilio Eduardo Massera miembro prominente del gabinete nacional? Isabel Perón, heredera directa del «peronismo histórico» e impuesta como vicepresidenta de la Nación por su marido, J.D. Perón. Este último, y para información de los lectores de Sudestada, presentó, al aplauso de la multitud, de las barras bravas, y de los aficionados al choripán, a Don Anastasio Somoza, el mayor asesino que conoció Nicaragua.
Fue J.D. Perón quien agasajó a Milton Eisenhower, enviado de Wall Street. Nombre simbólico, si lo hay, en la historia de América Latina, el de Wall Street. ¿Qué sabe de eso, y si sabe, qué opina de eso el izquierdista naci-onal Norberto Galasso?
J.D. Perón es dueño indiscutido de frivolidades como éstas: «Cinco de ellos por uno de nosotros». «Soy un general herbívoro». Y refiriéndose a Montoneros, les confirió el insuperable título de «formaciones especiales». Un poco más tarde, desde el mismo balcón que pisaron Anastasio Somoza y el hermano del presidente de USA, Dwight Eisenhower, los tildó de «tontos e imberbes», protegido por un vidrio blindado, claro.
«Peronismo histórico»: ¿no fue el «peronista histórico», Luis Cerruti Costa, al ministerio de Trabajo del golpista Eduardo Lonardi? Y la CGT del «peronismo histórico», ¿a qué jugó? Cuidaron, los gordos del «peronismo histórico», los autos, las casas, los departamentos que supieron conseguir -esforzadamente, por supuesto- de los contratos con la Fiat, y firmas tan notorias como ésa, de origen inglés o norteamericano, o de la llamada burguesía nacional.
«Peronismo histórico»: Carlos Juárez y su esposa Nina, tan longevos ellos, tan dueños de Santiago del Estero ellos, son ramas del «peronismo histórico». ¿Y los cuatro millones de votos que recibió C.S. Menem, provienen del «cálido recuerdo del viejo peronismo que subsiste en la memoria colectiva»?
Señor Norberto Galasso: ¿dónde aprendió a leer la historia, la sociología y la filosofía política de este país?
¿Y dónde aprendió a escribir? ¿En las cloacas protofascistas de la derecha vernácula? ¿En Cabildo, órgano de la civilización cristiana y blanca, de Dios, Patria y Hogar? ¿Sí? ¿Y por qué no? «El peronismo histórico, y su Jefe (la jota de Jefe con mayúsculas) implantaron, en 1946, la enseñanza religiosa en las escuelas. Aquí, en la Argentina laica. Repare en su apellido, Galasso, que no es, precisamente, castizo. O en el ominoso apellido Galtieri, el responsable criminal del funesto episodio malvinense, o el de tanto policía de gatillo fácil, o el de Antonio Bussi, amo feudal de Tucumán, y asesino y violador de mujeres indefensas, o el de tanto Cruzado (con mayúscula la ce de cruzado) contra el comunismo rojo, subversivo y sovietizante. N.G., aprenda: leer El Manifiesto Comunista, que escribieron Carlos Marx y Federico Engels proporciona la misma cuota de cultura que leer el Martín Fierro, de José Hernández. En verdad, N.G., me pregunto qué sentido tiene refutar las sordideces policíacas de un «izquierdista naci-onal».
Porque «así paga el Diablo» (J.D. Perón dixit). La Iglesia católica, que recibió cuantiosos beneficios de mano del Jefe, cuando consideró que el ciclo del «peronismo histórico» había concluido, y había dado a la así llamada gran burguesía argentina lo que ella exigía, remitió al Viudo -algo sorprendido, algo perplejo, algo encorvado- a Paraguay.
Recuerde N.G. naci-onal: la Cuba que expulsó al sargento Fulgencio Batista ofreció un asilo generoso al general herbívoro. Y el general herbívoro optó por la España negra, masacradora, inquisitorial de Francisco Franco, que contó, durante su asalto a la República, con el apoyo de la Legión Cóndor nazi, y las huestes de camisas negras del ex socialista Benito Mussolini. ¿Recuerda, N.G., la invasión a Etiopía, Albania y Grecia sólo para llevar a la realidad la puesta en pie de la reconstrucción del Sacro Imperio Romano, ese sueño que pobló las noches del vociferante ex socialista B.M.? Tal ves no: quizá Ud., esté deleitándose en la lectura de las instrucciones a los estancieros bonaerenses que Juan Manuel de Rosas dictó a uno de sus innumerables amanuenses. ¿Le suena, N.G., la palabra amanuense?
Y, ahora, vamos a la jerga policíaca. N.G. alude a «las enseñanzas de Vittorio Codovilla» que, efectivamente, fue la lumbrera ideológica del Partido Comunista durante muchos años con las consecuencias desoladoras que se perciben hoy, aún, en ese geriátrico de lujo. Pero N.G., «modesta expresión de la Izquierda Naci-onal» utiliza, como calcados, para referirse al PC, las vilezas malolientes de Cabildo, de La Época, diario que dirigió Eduardo Colom, «peronista histórico», El Pampero, que escribían policías que confundían, asiduamente, la be larga con la ve corta y, anticipándose a Gabriel García Márquez, desconocían la existencia de la hache. Hoy -y es hoy abarca a muchos años antes del 24 de marzo de 1976- es la SIDE la que dicta paupérrimas idioteces a sus escribas de turno, donde sea que se ubiquen.
Andrés Rivera
(25 de noviembre de 2004)
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Sudestada n° 36, marzo de 2005.
3) Respuesta a Andrés Rivera
por Norberto Galasso
A la revista Sudestada.
Estimados amigos:
Les hago llegar mi respuesta a la nota de Andrés Rivera, del último número de esa revista. Lo hago con perplejidad y con pesar. Con perplejidad porque este autor revela que jamás ha leído un texto de la Izquierda Nacional, pues sólo así es posible que la confunda con el nacionalismo de derecha. (¿Para qué habrá publicado esta corriente tantos periódicos, revistas y libros desde su aparición, el 29 de octubre de 1945?) ¿Para qué habré escrito más de 50 libros, en los últimos 30 años?) Y con pesar porque en un país donde casi no hay polémicas, cuando se intenta iniciar una, resulta que un intelectual exitoso, en vez de formular sus posiciones, se desborda en insultos y calumnias de todo tipo. (Desde «nazi» hasta «amanuense», «agente de la SIDE» y hasta de portar apellido de ascendencia italiana).
Pero no lo voy a seguir en ese camino. Sus exabruptos no me interesan. Quienes aguantamos el boicot de «los medios» somos -como decía un amigo-«monstruos marinos con epidermis gruesa para resistir la presión de las aguas». No me interesan sus errores, por desconocimiento; ni sus falsedades, por intemperancia. Lo que no le disculpo es que pretenda transformar una polémica en una remoción de tachos de basura, difundiendo inmundicias con ventilador, a tontas y a locas. Por otra parte, no contesta lo que motivó mi crítica, pues ya han contestado, con sus obras, Cancela, Marechal, Urondo, Rega Molina, Tiempo, Olivari, Orgambide, Paz, Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui y tantos otros.
Asimismo, le comento -y disculpe si lo coloco en una compañía poco agradable- que últimamente he recibido otro fuerte ataque que curiosamente me exime de contestar los suyos, pues proviene precisamente del campo ideológico donde usted pretende ubicarme: el nacionalismo de derecha. Se trata de un artículo del periódico «Patria Argentina», donde un militar «carapintada», después de glorificar a Rosas, me acusa de «liberal», «de extrema pequeñez intelectual…» -y también él- me imputa que cuando hablo de «nacionalismo de derecha, con botas, sotanas y chiripá» cometo una «sobresimplificación sólo atribuible a una mentalidad que oculta algo en esa falsa síntesis».
Volviendo a su contestación, entiendo que a usted lo que le provoca insomnio es solamente el peronismo. Y bueno, discutamos el peronismo, si eso lo hace feliz o le permite descargar sus broncas.
La Argentina anterior al 45 era una semicolonia del imperialismo británico (en manos extranjeras las comunicaciones, servicios públicos, comercio exterior y sistema financiero, primitivismo agropecuario, endeudamiento externo, distribución regresiva del ingreso, satelismo en relaciones exteriores, fraude electoral, antilatinoamericanismo, en fin, presidentes de la nación, como Quintana y Ortiz, abogados de empresas inglesas). La Argentina posterior al 45 es un país en proceso de liberación nacional (nacionalización de comunicaciones y servicios, del comercio exterior y del sistema financiero, industrialización, deuda externa cero, no ingreso al F.M.I., notable avance de los trabajadores en la participación en el Ingreso, intento del ABC). El poder político, antes en manos de la vieja oligarquía vacuna, pasó a un movimiento nacional policlasista con fuerte incidencia de los trabajadores, protagonistas precisamente del 17 de octubre. Con las contradicciones propias de su naturaleza histórica -inclusive, concediendo, a veces, dado el enorme poderío del imperialismo- significó un notable avance en las condiciones de vida de los sectores populares, lo cual explica todavía hoy -a pesar de claudicaciones y traiciones- la vigencia del peronismo. Salvo que se suponga que las mayorías populares argentinas guardan afecto por un gobierno que las maltrató, es decir, que son taradas, en cuyo caso, ¿para qué polemizar?
Por supuesto, el liberalismo oligárquico (de derecha, con Pinedo o de izquierda, con los hermanos Ghioldi), reduce ese proceso tan complejo y polifacético simplemente a «fascismo» o «nazismo». No comprendieron que el nazismo es la máxima expresión del capitalismo desarrollado sin colonias (pues el capitalismo que saquea colonias se da el lujo de ser democrático) y por tanto, expansionista, belicista y racista, precisamente la contracara de un proceso de liberación. «Identificar el nacionalismo de un país semicolonial con el de un país imperialista es una verdadera ‘proeza’ teórica que no merece siquiera ser tratada seriamente», sostenía el periódico «Frente Obrero», el 29 de octubre de 1945, al fundar la Izquierda Nacional. El desconocimiento de esta cuestión constituye un gravísimo error porque lo convierte, a ese tipo de intelectual de izquierda -también llamado «progresista»- en funcional al sistema de la dependencia: abrazo de socialistas y comunistas con el embajador yanqui Spruille, Braden en el 45, opinión de Codovilla, a favor del Alte. Rojas, en 1955, como expresión de «cierta resistencia al imperialismo».
La cuestión nacional es la clave en los países dominados, enseñaron Lenin y Trotsky en los primeros Congresos de la III Internacional. También lo enseñó Mao, y por supuesto, Fidel y el Che («Patria o Muerte»). El Frente de izquierda -antiburgués- es propio de los países capitalistas desarrollados. El frente único antiimperialista (o Frente de Liberación Nacional, contra el opresor externo y su aliada, la oligarquía o gran burguesía nativa) es lo que corresponde en colonias y semicolonias (Congreso de 1922). Los trabajadores luchan inicialmente, en estos países, por encabezar el frente nacional contra el imperialismo y por la liberación nacional; luego, profundizando la revolución de manera ininterrumpida -cumpliendo en la lucha política la tesis de la revolución permanente- intentan pasar al socialismo (China, Cuba, por ejemplo).
¿Y la libertad?, me dirá usted. ¿Y los derechos humanos? (Quiero creer que se refiere a la libertad y los derechos humanos para las mayorías populares, ¿no es cierto?). De cualquier modo, conozco el argumento: Ingalinella, la Sección Especial y también el obrero Aguirre, ¿se acuerda?, en Tucumán. Pero quien alguna vez leyó marxismo -aunque sea solamente el Manifiesto- sabe que cuando la lucha de clases se agudiza aparece indefectiblemente la violencia. Lo lamentamos, pero es así. Ambos bandos en lucha la ejercen. Y por un Ingalinella que cae, en un lado, caen 27 fusilados en junio del 56, por el otro. Y por las torturas al estudiante Bravo -ya ve que no me hago el tonto y lo ayudo en sus recuerdos- están los 380 muertos del 16 de junio del 1955. Mató Facundo Quiroga, pero también mató «el civilizado» Lavalle y peor aún, ataba a los gauchos a la boca de los cañones y los despedazaba, por lo cual se volvió loco Estomba, años después, como usted seguramente sabe. (Esto de Estomba, caminando loco por las calles de Buenos Aires, es un lindo tema para su brillante pluma, ¿no le parece?).
Pero, no nos equivoquemos. No es lo mismo el descuartizamiento de Tupac Amarú, para ahogar la revolución, que el balazo en la sien que le metió French a Liniers, para sofocar la contrarrevolución. No es lo mismo una ejecución practicada por la Inquisición, que un ajusticiamiento aplicado por los revolucionarios franceses del 89. No es lo mismo la muerte de estudiantes a manos de Batista, que el «paredón» sentenciado por Fidel. Sencillamente porque la violencia, como la libertad, tienen un contenido de clase. Como usted bien lo sabe -pues, un poco tardíamente, me aconseja leer el Manifiesto- en un caso, la aplican los reaccionarios para restaurar el pasado y en otro, los revolucionarios para impulsar el progreso histórico. Usted seguramente se acuerda del japonés Kenjuro Yanagida. Porque, bueno, en esto de tener memoria, no cabe solo acordarse de Marlene Dietrich (aunque lo merezca, por sus piernas). Yanagida era un marxista y sostenía algo así, que le cito de memoria: -«nadie está contra la libertad, a lo sumo está contra la libertad del otro» (de su enemigo). Nadie más libre que un obrero peronista en los cincuenta, nadie más libre que un ‘galerita’ conservador en los 30 o en el 56. Precisamente los que se rasgan las vestiduras porque no había libertad bajo el peronismo, son los que quieren la libertad sólo para ellos, no para los trabajadores y por eso no consideran dictadura ni al gobierno de Justo, ni al de Aramburu. Desde el marxismo y desde los trabajadores, sólo es posible hablar del contenido de clase tanto de la libertad, como de la violencia.
Algo similar ocurre cuando se extrapola un dato del total de una historia. Más allá de ciertas vacilaciones o debilidades -que resultan directamente del poderío de las fuerzas contrarias- el mejor antecedente de política antiimperialista y latinoamericana proviene del peronismo histórico y basta con recordar su no ingreso al FMI, ni al GATT, ni al Bco Mundial y otros. Visto el proceso global, se comprende que Perón no estaba contento con Somoza, el asesino de Sandino, en el balcón, como usted refiere, como tampoco Fidel se complacía cuando debía justificar la invasión rusa a Checoeslovaquia. Se trata de concesiones inevitables, coyunturales, dentro de una política general correcta. Los pueblos lo comprenden. ¿Por qué no los intelectuales? ¿Por qué éstos apoyan -e idealizan- a las revoluciones lejanas y se equivocan, generalmente, cuando hay que definirse en el propio país? Le digo mi opinión -que tampoco es invento mío-: porque la clase dominante los controla, los confunde, a veces los seduce, los gratifica, les otorga «refugio en la cultura» y eso cuesta, ¿sabe?, se paga un precio muy alto. Algunos se venden, otros, creo, como en su caso, se equivocan.
Aún a los más aparentemente contestatarios, la clase dominante los domestica, poniéndolos a su servicio, aunque les deja resquicios para gritonear un poco, para lanzar algún fuego de artificio, de vez en cuando, para que algún sector de la clase media, con su ingenuidad, digo ingenuidad para no bajar el nivel, crea que son intelectuales revolucionarios. Les enseña la historia falsa, al revés, la geografía europea antes que la propia, el liberalismo económico y no el marxismo, los torna enciclopedistas al tiempo que les niega la necesaria posición nacional de quien vive en un país esclavizado, expoliado. Entonces, van a los programas de Grondona y sostienen verdades parciales que son falsedades concretas en el hoy y aquí. ¿Qué hubiera dicho Franz Fannon si le criticaban el nacionalismo argelino o el terrorismo, verdades incuestionables para él, aunque relativas en otro contexto político? Seguramente, diría que se trataba de sirvientes de la Francia imperialista. ¿Existe acaso una Francia imperialista? «Jamás. Es el centro de la cultura del mundo», dirían desde la revista Sur y Victoria Ocampo, con los ojos en blanco, recitaría: «La Bella Francia es tan bella que lo difícil es no adorarla…». Por supuesto, no pensaría lo mismo si le hubieran puesto una botella en cierta parte del cuerpo como a las muchachas del Frente de Liberación Argelino.
Bueno, nos estamos yendo para otras playas, aunque las aguas son las mismas. Lo que yo simplemente le quise advertir -no desde el peronismo sino desde la Izquierda Nacional- es que hay que comprender a los trabajadores, sus experiencias, sus luchas. Quizás no sepan de PBI y la distribución del ingreso pero en su vidas concretas perciben la mayor participación en el ingreso, como entre 1945 y 1955. Y relacionan esto, simplemente, con la función de las comisiones internas de fábrica, la «deuda externa cero» y el país fuera del FMI, actitud que no adoptan los intelectuales. De ahí que los trabajadores tengan sus propios mártires -entre los que no figura Ingalinella, aunque nadie pueda justificar su asesinato, y aunque fuera el mejor intencionado y más idealista de todos los hombres- sino Di Pascuale, Vallese, Mussi, Retamar, Alberte, Santillán, Hilda Guerrero, Pessano y tantos otros. Claro, alguien podría decir que esto ocurre porque los obreros son «bárbaros», «incultos», «fanáticos», etc. y que sus opiniones no interesan. Pero descarto que ésa sea su opinión. Porque si así fuese, yo diría: He perdido el tiempo. Creí que estaba polemizando con alguien progresista, que quiere un mundo mejor y resulta que estaba discutiendo con el Alte. Rojas resucitado o con el sempiterno Alvaro Alsogaray. ¿Me comprende, ahora?
Diciembre de 2004
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Sudestada n° 37, abril de 2005.
4) Patético y desmemoriado, Norberto Galasso, en «marxista» nacional
por Andrés Rivera
A los redactores de Sudestada y a quienes leen la revista:
Respondo, y por última vez, a la nota que firma Norberto Galasso y que Sudestada publicó en su número de marzo 2005.
1) Afirmé que el peronismo (el «histórico», en palabras de Norberto Galasso, y el actual) fue y es incapaz de dar un escritor de ficción, cuya obra se distinga por la calidad y la perdurabilidad de su escritura, y de la historia o de las historias que pone, en el papel, esa escritura. Norberto Galasso se abstiene, premeditadamente, de contradecir una verdad indesmentible como la que cito al iniciar. Porque, Norberto Galasso, usted, que escribió «50 libros en los últimos 30 años», no lo va a encontrar ni con la lupa de Sherlock Holmes.
2) Considero necesario señalar que Arturo Cancela, Leopoldo Marechal, Paco Urondo, Rega Molina, César Tiempo (seudónimo de un escritor de origen judío), Nicolás Olivari, Pedro Orgambide, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui, «y tantos otros», entre los que, usted, llamativamente, no incluye a Jorge Abelardo Ramos, pergeñador de buenas prosas en el diario peronista «Democracia», y, luego, embajador de algún gobierno peronista en México, con un sueldo mensual de fábula criolla y, aun, latinoamericana, no los creó el peronismo. Y, salvo Orgambide, no fueron escritores de ficción. Quizá, sí, Cancela. Y no voy a incurrir en la atávica costumbre argentina de dar cuenta de un rumor que reaparece, con intermitencias, en la fila de los intelectuales de este país, acerca de la conversión de Marechal al peronismo. En cuanto a Francisco Urondo (buen poeta él, antes de su acercamiento al «peronismo histórico», y también después, supongo, si es que le quedó tiempo para entregarse a los desvelos y los placeres de la escritura rimada o no), supo, Francisco Urondo supo -y hay testigos de ello- que iba al muere, enviado a Mendoza por la dirección de Montoneros, partidaria de la implantación del socialismo nacional en la Argentina. Dirección ésa que fue alentada por J.D. Perón, desde la España de la Inquisición, del fusilamiento de 200 mil republicanos por orden del generalísimo Francisco Franco.
3) 18 años estuvo cómodamente exiliado el adalid del «peronismo histórico» en la España de Miguel de Cervantes, Federico García Lorca y Antonio Machado, que Franco conquistó y arrasó con el apoyo del nazismo «máxima expresión del capitalismo desarrollado sin colonias (pues el capitalismo que saquea colonias se da el lujo de ser democrático) y por lo tanto, expansionista, belicista y racista…» (La frase entrecomillada pertenece a la erudición marxista de N.G.)
4) Norberto Galasso nos recuerda «los 380 muertos del 16 de junio de 1955» y «los 27 fusilados en junio del 56», y «la Argentina anterior al 45» que «era una semicolonia del imperialismo británico». Se le agradece, Norberto Galasso, el considerable esfuerzo rememorativo.
Permítame, entonces, algunas preguntas:
¿J.D. Perón era capitán del Ejército de Salvación o del ejército que derribó a Hipólito Yrigoyen, que mantuvo la neutralidad argentina en la guerra 1914-1918, y que, por lo tanto, no se plegó al bando de las democracias burguesas y coloniales, en ese conflicto inter-imperialista? ¿Qué grado tenía J.D. Perón en el ejército que masacró a los peones, en la Patagonia, para defender los intereses el lucro de los Menéndez-Behety? ¿No aceptó J.D. Perón el grado de teniente general en el ejército que tuvo en sus filas a Pedro Eugenio Aramburu, ambos con los mismo oros en las gorras, hombreras y uniformes? ¿No le rindieron los máximo honores, al J.D. Perón yacente en su ataúd, oficiales como J.R. Videla, A. Bussi, Ibérico Saint-Jean? ¿Y no fue María Estela Martínez de Perón, continuadora directa del fundador del «peronismo histórico», quien designó a Videla comandante en jefe del ejército destinado a salvar la patria de Juan Manuel de Rosas, La Mazorca, de José Evaristo Uriburu -jefe de la chirinada del 6 de septiembre de 1930, de los Alemann, Martínez de Hoz, Blaquier, y de otros, muchos, apellidos emblemáticos, la patria de los torturadores de la Sección Especial (que J.D. Perón conservó y alentó) de «la subversión bolchevique y apátrida».
5) De manera, Galasso, que ni ser alojado en uno de los calabozos de la Sección Especial, y ser golpeado por sus patoteros a sueldo del gobierno de J.D. Perón, cuyo olímpico retrato brillaba, espejeante, en una de las paredes de la oficina del jefe de esa banda de criminales, me provocó insomnio.
Usted, Galasso, intenta eludir, o hacerse cargo, de las responsabilidades del peronismo, «histórico» o no, de los destinos del país a lo largo de 60 años, desde, digo, el 17 de octubre de 1945. Y, entonces, me tira en un papel -ése que publicó Sudestada el mes pasado- «los 380 muertos del 16 de junio de 1955». Para esa ominosa fecha, yo era secretario de la comisión interna de una fábrica textil. Me habían elegido 100 obreros y obreras de ese establecimiento, situado en Villa Lynch, partido bonaerense de San Martín. Y esa elección se realizó a despecho de las denominaciones policíacas -«rojo», «zurdo»- de los ofuscados capos peronistas de la Asociación Obrera Textil (AOT), y de sus amenazas gangsteriles.
La mayoría de esos 100 obreros y obreras adherían al gobierno de J.D. Perón. Y bien: el 16 de junio de 1955, en horas de la mañana, nos llega la noticia del bombardeo de los aviones de la Marina a Plaza de Mayo. La comisión interna decide que la fábrica para. Convoco al personal a dirigirnos, en busca de las armas, que los capitos de la AOT habían prometido entregarnos para defender a El General. Dos, solos con nuestras almas, llegamos al sindicato. Sus puertas estaban cerradas. Imagínese, Galasso, a qué olían los pantalones de los capitos peronistas de la AOT de Villa Lynch. Este episodio se repitió, el 16 de junio de 1955, a lo largo y ancho de la Argentina.
¿Dónde estaba J.D. Perón, ese día? ¿Qué hizo J.D. Perón hasta el 16 de septiembre de 1955? ¿»Cinco por uno» o «general herbívoro»? Salvador Allende murió con un fusil en la mano. J.D. Perón no fue Fidel Castro ni Ernesto Guevara ni, mucho menos, Lenin. Y, usted, Galasso, debería saber, que la cosa no pasaba por la valentía, el coraje, los cojones de J.D. Perón.
6) Usted escribe que la Argentina «posterior al 45 es un país en proceso de liberación nacional», y exalta la «nacionalización de comunicaciones y servicios». El gobierno de J.D. Perón paga por los ferrocarriles -vías, trenes, estaciones gastadas por el uso, a lo largo de más de cuatro décadas- un precio que satisfizo largamente a los accionistas ingleses. ¿Imagina, Galasso, la sonrisa muy british de esos caballeros y sus familias?
Usted escribe, Galasso, «deuda externa cero, no ingreso al FMI, notable avance de los trabajadores en la participación en el ingreso…». De 1939 hasta el 4 de junio de 1943, el gobierno del conservador Ramón S. Castillo mantuvo la neutralidad argentina en la segunda guerra mundial, con el beneplácito de Gran Bretaña, y la desganada contrariedad de USA. Los príncipes de la burguesía agropecuaria vendieron, como nunca antes en la historia, trigo y carne a los aliados (Gran Bretaña y USA). Se sustituyeron importaciones elementales, y la pequeña y mediana burguesía (¿escuchó hablar, Galasso, del apellido Di Tella?) se obligó a elaborarlas en Buenos Aires y sus adyacencias. Necesitó, entonces, en esa coyuntura excepcional, mano de obra, y pagar, a esa mano de obra, un «salario mínimo, vital y móvil». Eso tuvo lugar durante el gobierno del fraude, y durante el gobierno militar, que integró J.D. Perón en su carácter de vicepresidente, ministro de Guerra, y secretario de Trabajo y Previsión. Y es ese gobierno militar el que declara la guerra a la Alemania nazi y a la Italia fascista, pocos meses antes de que el Ejército Rojo conquistara Berlín, y Mussolini -de quien J.D. Perón fue admirador confeso, y de quien copió su histrionismo gobernante- terminara su carrera de favorecedor de la Fiat y de los requerimientos económicos, políticos, ideológicos del Vaticano, colgado de los pies en una plaza de Milán.
7) Entonces, ¿para qué ingresar, en los años de la posguerra a los organismos de crédito controlados por hombres de confianza del imperio norteamericano? Galasso, cuéntenos por qué J.D. Perón exhibe a Milton Eisenhower, hermano del presidente Eisenhower, de USA, en el balcón de la Plaza de Mayo. ¿Para que tome aire, para que se refresque con las brisas del Río de la Plata?
8) No, Galasso, usted es incapaz de polemizar con nadie. Ni, siquiera, «con alguien progresista». (Detesto la palabra «progre» con la que se cubren, entre otros, perpetuos impotentes, historiadores resabiados). Usted, Galasso, no polemiza con Álvaro Alsogaray ni con su hija, María Julia, ambos funcionarios de un gobierno del «peronismo histórico». ¿Deslices del «peronismo histórico», Galasso?
Usted, Galasso, que es incapaz de polemizar ideológica y políticamente con nadie, da pena. Sólo eso: pena.
Andrés Rivera, febrero de 2005
(responde fog)
Borro todo. Son dos tipos desagradables y perdedores natos. ES una imagen de El interpretador; confunde a dos boludos melancòlicos con polemistas. AHopra seguro que van a intervenir para levantar el rating del site.
Y eso de «hijos ni loca» es una expresiòin de tu locura., ¿quién te cres que sos Hanah Ahrendt o Victoria Ocampo?  Aspi empezo marìa moreno y terminò dando cursos de tortiya en el rojas.
23 de julio
(responde elsa)
para ser hanah arendt primero tendria que ser algo mas que una boludita que se le ocurren cosas simpaticas
y despues convertirme en amante de un heidegger
bueno ese quizas
mdiaciones mediante podria suplirlo con vos
y en cuanto a ser victoria
no me da ella era de san isidro y yo vengo de jose leon suares
eso por mucha guita pueda llagar a tener en un futuro improbable
-pero si susana gimenez lo logro ¿por que yo no?-
 y por mucho que pueda pensar
es una cuestion tautologica
siempre voy a oler a parda
te diste cueta la similitud que hay entre
tortiya y troskista?
maria era troska?
galazo que se yo
pero rivera escribio
la sierva y la revolucion es un sueño eterno
que son grandes libros
24 de julio (escribe fog)
marìa nu nca fue trosca: era de una fraccion deñl PC y trabajaba de ilustradora de una revistita del PC que hacìa su primer marido. Curioso, se llamaba ROmero y ella Forero y despues se caso con un tal Moreno (talentoso: de Clarin, pooer entonces jefe de cultura del diario de la marina)sin darse cuenta de que le robarìa el apèllido y que era un anagrama del apellido de su primer marido.. Se hizo torta por carenmcia, no por exceso. En eso vos sos diferente.
Con la Sierva tenès razòn. A mi el libro «la revolu» me pareció un ladrillo y, para peor, como todo lo de esa època, «editado» por algún joven canchero. El gran editor de nuestro tiempo es Paula perez Alonso. Antes estyropeaba los libros de Planeta, pero ahora parece extender sus temntàculos de tointa roja a Alfaguara.
Leiste «Keres Cojer»? no estpa «editado»: es bueno.
25 de julio (responde elsa)
quique
¡ese gorro azul quièn te lo regalo¡
hoy tuve que pedir el dia porque tenia que hacer unos tramites
y venia caminando por corrientes y de repente veo a un hombre del otro lado de la avenida que para a un taxi con un gorro azzul electrico y una campera verde militar
¡y eras vos¡
bueno  nada
eso
queres coger no la lei
pero juan diego le pidio libros para receñar a damian rios y parece que le dijo que si , igual como yo no reseño el libro supongo que se lo llevara otro
el que si nos dio libros es edgardo russo
y che
habla pestes de tus abogados trolines
fueron juan diego y la pelirroja ines
y les conto que los tipos son de armas tomar
en fin cuanto mas conosco el campo intelectual y literario argentino y el editor …. nada es un asco, carton pintado, no
bueno vos algo de eso conoces
que te voy a contar
besitos
elsa
26 de julio
Asunto: pidiendo
(escribe fog)
Justo salìa de la pìleta de Almagro y habpia comporado factura y pancitos para el mate…
El gorro azul lo compre a 7$ en una vereda, ni me había dado cuenta del color. parece que me queda bien: trae suerte.
Debe ser feo, pero más feo es tener  «que pedir el dia» y andar con dos tipos que tienen que pedir libros a Russso&Rios…!
¡Así que vos reseñas solo los libros que te «dan»? Ya lo reseño La Link. Pero ojo: tampoco es para exagerar.
(responde elsa)
26 de julioasunto: pidiendo (de gorra)
(escribe fog)
Vlaro, tuys jefes en el site piden libros. En cambio vos «conseguìs» pero igual, tenès que pedir «dìas». Hablandfo dfe Matto: es muy bvueno el art`piculo sobre Safo, Arquiloko y Catullo que saliò en el último Nombres. ¿Le leìste? También es bueno el ensayo de tatian sobre la paz perpetua. Claro, no son cosas de actualidad.
El de la foto trola de clarín es mi gorrito inglès de navegar.
No voy al Suterh, yeno e pòrteros. Voy a Almagro Beach, donde tambien hago gimnasia y pequeños ejerciciuos dfe tiro y caza mayor.
Tendfrias tener un dfepto con pileta. Alquila en los lofts de Darwin,
en pleno palermo jolivú.
27 de julio
(repsonde elsa)
cuando me aga famosa como fogwill o santos biasati
y me compre un loft con pileta, pero en palermo no, es muy grasa, mejor la recoleta y
te prometo que la estrenamos juntos
pero plece veni con la gorrita inglesa
y si
tenes razon hay algo de trola en esa foto
de viejo perversote que te queda re lindo
no
 la nombres no la lei
eso que me recomendas lo escribio matto?
se lo voy a pedir a ver si me lo manda
y a tatian tambien
viste
es cara la revista
es un monton de pan
hoy en realidad estube haciendo viscochuelos y facturas
para un pedido que tiene que salir para el fin de semana
besitos
elsa
(repsonde fog)
haciendo bizcochito y fatura nunca vas a yegarun loft. tal vez, para entregarun pedido y, eso, cuando aprendas a hacer canapes de salmón. estoy en chile,k a-k bo de yegar y me rajo a comer ostritas que es la época buena
28 de julio (responde elsa)
dos y media de la noche
estoy un poco borrachita
le acabo de venir del cumple de juan diego y le saque la lapton a mi primo juampi
y nada
viejorro
cutenaj y troimetingel
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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld
El hombre en el castillo
«…y todo es muy alegre, como la sonrisa de un cadáver.»
William T. Vollmann
El Enano Polvorita me invita a comer una pizza a Guerrín.
En la esquina de Corrientes y Uruguay. Sobre Uruguay. De la mano de en frente al Banco Ciudad, donde alguna vez entre para ir a cobrar las cuotas del juicio que les gane a los putos de Librería Portnoy, veo derramado bajo la vidriera de una casa de ropa de mujer el cuerpo rebosante de belleza obscena de un Pornostar.
Saco la cámara de la mochila. Le pido a El Enano Polvorita que me banque un momento antes de entrar a la pizzería que quiero sacarle unas fotos a la truculenta desnudez de este Pornostar.
De la mano de enfrente los muñecos pelotudos y alcahuetes de la gestión cultural de Macri captan la atención de todos los ciegos que pasean por la calle Corrientes. Los muñecos de Olmedo y Portal, de Calabro, de Tato Bores, de Minguito y del Gordo Porcel captan la atención de todas las cámaras de la familia argentina que sucumbe eclipsada ante el orgiástico ACV de la estupidez criminal.
Mi pornostar posa para mi. Divino. Hermoso. Abierto a mis deseos mas perversos.
Le saco fotos.
Me paro en el medio de la calle. Con un ojo en el objetivo de la cámara y el otro en los autos que me van a llevar puesto de un momento a otro si no los esquivo.
Cuando termino de fotografiar a mi Pornostar me acerco al Enano Polvorita y entramos en Guerrín.
En la puerta dejamos un enjambre de gente que se aglutina para comentar la pericia de unos motochorros que acaban de robarle la cartera a una mujer frente a la picara sonrisa sinvergüenza de Franchella y Suar.
Nos sentamos en una mesa. Miramos la carta.
Una pizza y una birra son 200 pesos.
Mierda.
Y si después queres tomar un helado y luego comprar un whisky y un tubo de merca y ver caer la tarde y charlar, bueno, estamos hablando que necesitamos otros 600 pesos.
¡Y con estos costos de vida no hay primavera que no se vuelva una pesadilla cotidiana!
Mientras comemos la pizza le comento al Enano Polvorita que no sé quien me comento alguna vez que en Guerrín todos los mozos eran putos y paraguayos.
El Enano Polvorita se ríe y la conversación se desliza aceitosa entre la muzzarella de Guerrin a un conductor de tele y radio que afirma nunca haber consumido drogas ni pijas.
El Enano Polvorita me cuenta de un amigo de él que cuando el conductor estudiaba locución y ambos llevaban chicos para coger a la habitación en la que ambos compartían cuarto quedó loco para siempre de pija enorme de este. Y yo le cruzo el dato de una chica que me conto que estuvo con él y estaba tan duro que nunca se le paro.
En fin. Toda una gran mentira. Como todo, como siempre a sido la República Argentina.
Cuando salimos de Guerrín rumbeamos para Guadalquivir porque El Enano Polvorita quiere comprarse los cursos de Kojeve sobre Hegel que le dicto a Georges Bataille, Queneau, Jean Hyppolite, Raymond Aron, Merleau-Ponty, Caillois o Jacques Lacan, entre otros boludos.
Al salir de la librería nos topamos con El Enano Gula-Gula que viene de pegar acido para la noche y va para el gimnasio.
Agarramos los tres por Santa Fe.
Cuando llegamos a la puerta de una de las sucursales de Libreria Portnoy El Enano Gula-Gula me señala un edificio que queda enfrente.
Me dice que ahí, en ese edificio de cómo 20 pisos, en la terraza hay una pileta increíble. Que el la conoce por ir ahí a garchar con un tipo que vive ahí y lo llevo a la terraza. Y que en ese edificio hay putas, dealers, sicarios, travestis, taxisboys, de todo.
¡Yo trabaje enfrente y nunca me entere, la puta que los parió¡
Cogoteo para adentro de Librería Portnoy.
Veo a un ex compañera y a dos empleadas que no conozco.
La tristeza me invade.
Yo estoy en el horno, mi futuro económico esta sostenido a los días por un moco verde que en cualquier momento se despega de la realidad y me voy a la mismísima mierda. ok. Pero no estoy atado al campo de concentración de esa librería como mi excompañera que se lo que sufre por ser empleada de esos putos por haber compartido cautiverio con ella.
Recuerdo no hace mucho a un distribuidor de libros, un tipo excelente, que hablándome del viejo Portnoy me decía que era un buen tipo dentro de todo.
Y yo pensé y no se lo dije. Claro. Porque tu mujer no fue empleada del viejo Portnoy y la obligo a ir en pollerita corta a trabajar y cuando venia un amigo le pedia que se subiera a la escalera y le bajara un libro de ahí arriba y el viejo Portnoy y su amigo se paraban abajo para verle la bombacha. O no trabajo tu hijo de empleado y el viejo lo puteo y le dijo que era un inútil de mierda y agarro la mesa de novedades y tiro todo al piso y le ordeno que ya pusiera todo en orden.
Sí, es un buen tipo, el viejo Portnoy.
Cuando llegamos a santa fe y pueyrredon dejo a los enanos Gula-Gula y Polvorita y doblo para volver a Once.
Pueyrredon, entre Santa Fe y Rivadavia, es tan horrible como fascinante. Se puede escuchar los latidos del corazón de la tinieblas en cada esquina.
En Rivadavia compro un whisky barato y enfilo para casa.
Cuando llego a la Confiteria Atenea estoy tentado de entrar al baño a ver si estan sentados en una mesa charlando mis amigos Cheever y Carver. Pero prefiero sentarme en el sillón con mi gato a beber whisky y ver por la ventana el final de la tarde.
Antes voy al kiosco que esta al lado del Bingo a comprar cigarrillos.
Esta el empleado paraguayo que una noche me pregunto si me podía hacer una pregunta, si no me ofendía. Le respondí que sí, que la hicera, que todo bien. Me pregunto si yo era escritor porque tenía aspecto de escritor. Le dije que sí, que era escritor, de cuarta, pero escritor al fin. Que ser escritor no era una elección, era una necesidad, como comer y cagar. Todos los seres humanos estan condenados a comer y cagar y algunos también a escribir.
Y otra noche me consulto en mi calidad de escritor y librero si conocía a no se que autor pedorro de ciencia ficción. Yo no lo conocía y le recomendé a Philip K Dick.
Y mientras le estoy comprando puchos me doy cuenta que tengo en la mochila El hombre en el castillo de Dick y lo saco y se lo doy y le digo que lo lea, que se lo presto, que es mio y lo cuide, por favor, porque amo ese libro.
El kiosquero me agradece y me da dos atados de Philip Morris, le pago y me voy a emborracharme solo con mi gato Rene que estuvo toda la tarde solo.
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Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay

Kierkegaard. Una biografía – Alastair Hannay Libros Kalish Jorge Luis Borges Tomas Abraham

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad Iberoamericana.

Precio: $1000.

Soren Kierkegaard (1813-1855) ha sido uno de los más importante referentes intelectuales del siglo XIX que influyeron en las ideas y la transformación socila del siglo XX. Junto con autores como Marx, Nietzsche y Darwin, Kierkegaard se destacó por su critica al orden establecido en us tres ámbitos: el social, el intelectual y el religioso, mostrando las inconsistencias y atropellos de una sociedad de masas que es manipulada y enajenada. Su propuesta es el rescate de lo genuinamente humano; solo así lo social, lo religioso y el uso de la razón podrán reencontrar su verdadero sientido.
Esta biografía, escrita por Alastair Hannay, reconocido traductor y especialista en Kierkegaard, ha tenido una gran acogida entre los especialistas del autor danés. La biografía desarrolla la génesis de las principales obras de Kierkegaard y contextualiza muy bien los diversos acontecimientos del mundo académico danés y del resto de Europa que influyeron en el debate filosófico de aquella época.
Los miedos de Kierkegaard
Tomás Abraham
Parte 1 – La prisión conyugal
   Es emocionante escribir sobre Kierkegaard. No es como otros filósofos. En realidad no hay un filósofo que sea parecido a otro. Pero hubo pocos que se expusieron personalmente en sus escritos como él lo ha hecho. Situación extraña ya que casi siempre escribió con pseudónimos. Debe ser una costumbre rara pero de todos modos no exclusiva del filósofo danés el carácter intimista a la vez que disimulado de sus libros. Lo hace a la manera de Nietzsche que dice Ecce Homo!, y señala para otro lado.
   Sin embargo, hay que reconocer que Kierkegaard no es sólo un escritor emotivo, en realidad su pensamiento llega con frecuencia a un grado de abstracción digna de los grandes escolásticos. Hasta tal punto de complejidad lleva sus elaboraciones teorizantes que el lector se pierde con facilidad. Es que Sören da tantas vueltas alrededor de sí mismo que nos deja a nosotros también mareados y en el mismo lugar.
   Lo emotivo en Kierkegaard no radica en que pone sentimiento en su prosa, su juego de acercamiento y distancia impide los apegos – recordemos que es un seductor – tampoco se debe a una alta dosis de intensidad melodramática. Tiene buen gusto, y al estar hecho a la medida del personaje del dandy, de moda en aquellos tiempos, se cuida de no ser vulgar.
   Abstracción e intensidad no se contraponen en Kierkegaard, así lo resumía TheodorAdorno:
   “ ella ( la espiritualidad absoluta) no es el ser, cuyo sentido habría que esclarecer ontológicamente, sino una función que involucra un sentido. En cuanto tal se llama, no por azar, con un nombre que recuerda el carácter dionisíaco de la naturaleza: pasión”.
   Pero esta pasión es concreta. El impacto emocional proviene de su desesperada necesidad de expresarse y de buscar sin tregua la forma adecuada para su manifestación escrita.
   Kierkegaard es un escritor, a pesar de ser una vocación que declara extraña, inconfesa, comprometida con el mal, hija de la vanidad pecaminosa de un hombre tentado por la fama.
   Georges Bataille escribió un ensayo llamado La literatura y el mal, los ejemplos del entramado instalado por el autor entre inocencia y culpabilidad de quien escribe, de Emily Brontë a Baudelaire, Jean Genet y Sade, bien podría haber agregado a Kierkegaard, culpable por vocación literaria.
    La categoría de filósofo no le cuadra, la rechaza, jamás se le ocurriría pertenecer a la galería de los especuladores del concepto. Pero se hace filósofo.
   No es un poeta, por el contrario, el poeta es su interlocutor negativo, representa la voz del esteta, del diletante impotente adicto al brillo formal. pero se hace poeta.
   No es un místico, para Kierkegaard la racionalidad es indispensable ya que pone en funcionamiento el entusiasmo diurno, la insaciabilidad del hombre disconforme, del buscador de la verdad. Sin embargo, su revuelta incesante persigue la unidad y desea la fusión.
   No es un pastor religioso, los credos no son más que protocolos de un ceremonial nefasto, el más sombrío de todos, porque se enmascara con la divinidad. Pero el sermón atraviesa sus escritos, el púlpito le sirve para declamar, y el más allá de Dios es su emblema.
   Ni filósofo, ni poeta, ni pastor, pero sí actor. Hay algo de un actor en Sören Kierkegaard. Su postura autoral es, en realidad, actoral. La pseudonimia es parte de esta vocación. Su afición por travestirse, por cambiar de tono, multiplicar las formas, el estilo de interlocución y monólogo característicos de un show unipersonal, su modo de interpelar al lector como si fuera un espectador de teatro, muestran a un comediante. Todas estas son formas de quien está dotado para la representación dramática y la escritura escénica.
   En esta vocación, en este insistente llamado teatral, hay dos notas salientes. Una es la conciencia del juego. La otra es la conciencia de la falta de autenticidad en toda actuación. No son dos fases de la misma conciencia, no se unen por el filo de una moneda, ni son las dos caras de una única pieza, están separadas y pueden alternarse sin una bisagra que las ensamble.
   El juego es la matriz de la actuación. La conciencia de lo que se hace es plena. Nada es espontáneo en su desarrollo, sin embargo, la imprevisibilidad define el hecho de jugar. No hay juego con un resultado programado y con los gestos automatizados. El juego deja de serlo  cuando lo absorbe la técnica y la norma lo determina.
   El juego tiene reglas pero deja un lugar a la inventiva y al talento sin los cuales el jugador se convierte en una marioneta. De ahí que haya placer en jugar y que se diferencie de lo que es trabajar. La intriga, la acechanza, el disimulo, la apropiación del tiempo, la necesidad de un adversario, el desafío en controlarlo y vencerlo, estas peripecias lúdicas son parte de lo que Kierkegaard llama “seducción”. Son conocidos sus textos “ Diario de un seductor” y “ Cartas de un noviazgo”.
   Entre las figuras literarias y sociales por las que transita la pluma de Kierkegaard nos encontramos con ésta, la del “novio”. Ser novio y comprometerse con una sola y única mujer.
   Además tiene especial interés por las formas de la seducción y la figura del Seductor. Los personajes de Don Juan y Fausto, son parte de su galería de personajes filosóficos. Plantean problemas existenciales. Acabamos de transcribir la palabra santuario de la filosofía kiekegaardiana, por la cual ocupa un lugar en el panteón de la filosofía contemporánea: existencia. Pero no nos detendremos aquí, por ahora seguimos nuestra ruta.
   A muchos podrá interesarles la versión que ofrece Sören de la conquista amorosa. No podemos culparlo por ser algo antigua. El seductor como cazador y la niña como su presa. De todos modos destacaría lo siguiente. Hay quienes se sienten a gusto con los procedimientos estratégicos en el rubro del amor. La frialdad planificadora, la trampa ideada para que caiga el pichoncito, le da al gavilán la sensación de poder. En la seducción activa se expone de un modo claro y distinto el modo en que el amor y el poder pueden conjugarse juntos.
   Seducción activa, ya que resulta del pensamiento de uno de los protagonistas con un objetivo y un deseo explícito, y no de la seducción como forma mágica del encanto amoroso. Hoy diríamos que la seducción activa es una avanzada erótica de acuerdo a una estrategia de mercado.
   En los tiempos de Kierkegaard la conversación “ interesante” y el ser interesante, eran productos codiciados siempre que esuvieran ayudados por un linaje respetable. Regina, la presa de Sören, no es aún Emma Bovary. Sören era un señor de buena familia, un heredero burgués con las costas pagas y la prestancia de un joven caballero a la moda de Copenhagen.
   La idea del Seductor es la de dominar a su presa con el menor uso posible de tácticas amorosas. El verdadero triunfo lo tiene quien no le demuestra afecto alguno a su elegida, ni siquiera le pronuncia palabras de cortejante. Debe armar situaciones que permanentemente atraigan la atención de la doncella, que la desconcierten, que la hagan cautiva de un misterio, que la lleven por el laberinto del deseo indomable. Así, de a poco, gradual pero inexorablemente, sin recurrir al sentimiento, con una calculada frialdad se hace dueño de su porvenir.
   Escribe: “ Por medio de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir de forma maravillosa a una muchacha a la tentación, ligarla a su persona incluso sin tomarla, sin desear siquiera poseerla, en el más estricto sentido de la palabra.
   Imagino perfectamente cómo sabía conducir a una muchacha hasta sentirse seguro de que ella iba a sacrificarlo todo por él. Y cuando lo había conseguido, cortaba de plano”.
   Cordelia es el nombre de la presa, invocación de la leal y devota hija del Rey Lear. Él se llama Johannes, autor ficticio de esteDiario de un seductor, que un caballero anónimo encuentra casualmente. Juego de espejos, autoría disipada en los reenvíos especulares. Un seductor no siente nada en su corazón, lo tiene congelado. Sus válvulas se abren y cierran de acuerdo a un ritmo cerebral. Nada lo altera. Es un estoico perverso. Sabe que su libertad depende de su poder sobre sí mismo y del dominio de las circunstancias en las que se desenvuelve. Necesita dominar para ser. Se siente vivir cuando acecha. Le gusta esconderse y espiar. Es un voyeur, un fóbico, un histérico, puede tener todos los atributos que se nos pueda ocurrir de acuerdo a los historiales clínicos y a las elaboraciones teóricas del doctor Freud. Pero no ensanchan el horizonte de nuestra comprensión. El mundo de los sentimientos es un guisado, hay de todo y las formaciones psíquicas pueden osificarse pero en identidades fuera de especie.
   Dice Johannes que le gustaría entrar como un sirviente en una casa en la que hay señoras jóvenes. Son fantasías cortesanas. Los salones de las relaciones peligrosas. En el mundo del cine Gerard Philippe y John Malkovich mostraron el arte del embaucador de alcobas. Pero en Kiekergaard hay un resistencia al acto sexual. No se consuma el deseo. El dispositivo de humillación puesto en juego en la seducción no incluye el coito. Es un erotismo sublimado y contenido. Hay que irse con el deseo a otra parte. El premio no es el goce sexual sino el goce de la libertad, el poder no querer. El goce de la abstención.
   Más allá del placer vulgar hay otro refinado. El seductor dice pertenecer a la escuela de Cuvier, tiene mirada de botanista, mira los piececitos de Cordelia con curiosidad científica. Todo en él es mirada de detalles morfológicos, por lo general en diminutivo: carita, manitas, piececitos, deditos, extremidades, languideces, palideces, nunca un buen trasero, jamás una seno gordo y blanco. Estamos en Copenhagen, hace frío, la gente abrigada va a la ópera y la gente decente camina por una vereda y la voluptuosas actrices de Boulevard por la otra. Lo suculento es ordinario.
   Estoico perverso en lucha contra dos maldiciones de la Babilonia ilustrada: el aburrimiento y el azar. “Maldito azar! Tú, mi único amigo íntimo, único ser que creía digno de confianza, de mi alianza y de mi enemistad, siempre inestable y siempre igual a sí mismo, siempre incomprensible, eterno enigma!”
   El spleen, el hastío de la gran ciudad, la desesperación del dandy. Pero hay algo más en esta entrega de Kierkegaard que un cuadro de costumbres y una escena epocal. Si nada nos interpelara la mera fuerza del texto no superaría los encantos del exotismo.
   Enamorarse es una cosa y saberse enamorado es otra. La reflexión anula la intensidad emotiva. Kierkegaard es un filósofo para quien el modelo de la crítica kantiana, el de la reflexión analítica, así como el de la especulación dialéctica, son obstáculos que impiden el acceso a la verdad. El volver sobre sí con el pensamiento nos aleja de la realidad del objeto y adormece la verdad del sujeto. Partícipe del movimiento romántico, su pensamiento gira alrededor del ideal del conocimiento intuitivo y de la inmediatez del Absoluto.
   No es con la reflexión ni con el entendimiento categorial con el que se accede a la plenitud de un saber que es ser a la vez, sino con la facultad de la imaginación reelaborada en una teoría estética y una nueva valoración del Arte. Y amar también es un arte.
   La inevitabilidad de la escisión del que siente y sabe, la imposibilidad de mantenerse en la completud de la pasión amorosa, la maldición de la razón que todo lo separa y objetiviza, no le deja otra alternativa al seductor que hacer del desdoblamiento de la consciencia amorosa, un arte amatorio. Extremar la doblez y fijarla en un canon.
   “ Cuando una muchacha, no despierta en nosotros desde la primera mirada una impresión tan viva que cree una imagen ideal de sí misma, generalmente no es digna de que nos tomemos el trabajo de buscarla en la realidad ”.
   De un cuerpo se proyecta otro cuerpo, los orientalistas dirían un cuerpo astral o un aura, sólo que este espectro no queda en suspenso en el aire sino que penetra nuestra mente y se convierte en nuestro propio fantasma, nos posee, hemos hecho de la sensación una imagen poderosa. Un ideal. Hay algo más grande que nosotros. El amor romántico ha marcado nuestra sensibilidad. La amada o el amado debe ser un espejismo. Nos gusta ser engañados. Creemos en la trampa. Queremos soñar. No nos asusta el universo mágico. Nadie se enamora de un ADN pero sí de una foto. El cuerpo del otro es un molde que segrega nuestra fantasía y modela nuestra percepción.
   Carlos Correas en su prólogo a las Cartas del noviazgo dice que el lenguaje de la seducción es mítico. Su sentido es hechizo. Escribe: “ Regina es lo que le pasa a Kierkegaard; un nuevo objeto como retrato mítico, cuyo correspondiente “saber” pertenece al registro de la contemplación estética y de la verdad de la existencia como interioridad”.
   Una de las formas en que se manifiesta el ideal es la repetición, concepto casi inasible e intraducible de Kierkegaard. Repetir no es reproducir un hecho pasado sino proyectar el actual a un futuro. Rememorar para adelante. El futuro anterior: yo habré amado.
   Gracias a la repetición, la actualidad amatoria se tiñe de melancolía. Pero no se evoca aquello que no fue, rasgo propio de la melancolía que la distingue del mero extrañar.
   Con un breve paréntesis, proponemos la siguiente ecuación: la angustia es al miedo lo que la melancolía es a la nostalgia. Mientras se teme algo y se extraña lo que ya no es, en la angustia se tiene miedo de nada y en la melancolía se extraña lo que ya no será.
   Gracias a la repetición, el presente se rodea de un contorno poético que nos permite sublimar el cuerpo carnal y hacerlo espíritu con el ideal del amor. No hay como extrañar a quien sigue presente ahí y llena los ojos de hoy.
   Se sale del hechizo y de la prisión mítica evitando el enamoramiento. Es decir, convirtiéndose en un seductor. Pero no todo es engaño y trampa. El seductor le dice a su muchacha que él la hará mujer, le mostrará lo que puede llegar a sentir, la dominará desde un saber secreto que la transfigurará. La muchacha no sabe lo que es capaz de hacer. Desconoce su “potencial”. Ella se entregará al maestro. La figura del seductor romántico es diabólica. La poseerá con su inteligencia. La dirigirá como un director de escena y barrerá con los escrúpulos y los miedos de su frágil inocencia. Su mayor triunfo es que la doncella confíe totalmente en él, y que se le entregue sin condiciones.
   Su materia prima es el pudor femenino, su trabajo es convertirlo en desenfreno pasional y se corona la tarea con el abandono y la aflicción de la seducida. Pero la gloria es poder asegurarse la posteridad, que la muchacha no deje de adorarlo y que el seductor viva en su  recuerdo. Es la venganza del zángano.
   Dos figuras románticas se alternan en el amor de aquellos tiempos, el enamorado torpe, sufriente, dolorido, que padece un amor desdichado y se suicida, un Werther. El otro es un Fausto o un Don Juan, los conquistadores de Elvira de la ópera Don Juan de Mozart, y Margarita de El Fausto de Goethe.
   Don Juan tuvo en sus brazos a 1003 mujeres, para una carrera con dedicación exclusiva a la fornicación no debería figurar en el Guinnes Record. Elvira es presa de la ambigüedad, odia a Don Juan, le exige pruebas de amor, la domina la indecisión pero no puede desprenderse del hechizo. Kierkegaard en sus estudios estéticos, la llama “la amiga de la pena”. El filósofo dice que la domina “ la paradoja”.
   “Me ama no me ama”, dice por otro lado la dulce Margarita invocando al Fausto, al seductor de una sola doncella. Fausto es un hombre problemático. La insaciabilidad de Don Juan no es su característica anímica. No es un adicto. Lo atormenta la densidad asfixiante de la vida. Todo le parece ua segunda versión. Vive un mundo de duplicaciones. La comedia social le impide siquiera sentir. La pompa pensante succiona su espíritu. Desea la inmediatez, el contacto directo. No es un animal, no es un ser con la automaticidad y los reflejos de los seres instintivos. Por el contrario segrega pensamientos excesivos. Es un escéptico. Demasiado humano.
   No le alcanza con el placer de los sentidos, necesita la inmediatez del espíritu. Fausto no cree en nada, sólo con el contacto del “abrazo amoroso” se convence de su existencia. Descansa con la plenitud de la inocencia y de la ingenuidad de Margarita. Sólo ella está afuera de la duplicidad de las costumbres. Únicamente ella es capaz de evitarle el agotador ejercicio de la mordacidad. Le permite soñar con la alegría pura, caudalosa e impecable del alma femenina. Ella admira en él a un ser superior, un escéptico que en nada se parece, agrega Kierkegaard, a “esos batarates vanidosos que se dan importancia dudando de lo que los otros creen”
   Pero la mujer de Kierkegaard es la conocida Regina, no es ni Cordelia, ni Valeria ni Margarita, sino una de las pocas que pueden estar asociadas al nombre de un filósofo. Puede ubicarse en el panteón junto a Jantipa y Heloísa. Es cierto que no dejó testimonio alguno, no escribe ni tiene la estatura intelectual de Heloísa quien fue la única que puede adjudicarse haber logrado vencer en un duelo argumentativo a su amante y maestro. Ni tiene el carácter de Jantipa que bien conocía las debilidades de su marido y quien es recordada por grabados ilustres con su palangana de agua sucia echándola sobre la cabeza de su terco y ocioso marido. Regina fue más astuta y convencional, en el sentido de haberse finalmente casado con un conocido de Kierkegaard, su preceptor, el señor Fritz Schlegel, y amoldarse a la pacífica vida matrimonial.
   El señor Schlegel es nombrado en un alto puesto político en la Guyana danesa y Regina lo acompaña. Y así como Nietzsche pudo haber venido al Paraguay si aceptaba la invitación de su hermana, un apasionado Kierkegaard de haberse desesperado y arrepentido, podría haber recalado en el Caribe. Misterios de la contingencia y de la fortuna no permitieron que los dos filósofos más intensos de la contemporaneidad no disfrutaran de la gayuaba con ron y son caribeño y del borí borí con yerba mate en guaraní.
   Kierkegaard conoce a Regina a los veinticuatro años cuando ella tenía diez menos. Se compromete formalmente con ella y el noviazgo dura tres años. Luego por un ataque de pánico – para usar terminología actualizada – decide, sin que nadie comprenda las razones, provocar la ruptura. Para prevenir un estado de desconsuelo terminal, decide facilitarle la tarea, tornándose en un ser desagradable e interpretando una serie de roles seleccionados entre las conductas que le resultaran más repulsivas a su ex novia. Cuando ella le pregunta si a pesar de romper el compromiso piensa casarse alguna vez, responde. “ me casaré de viejo con una señorita de sangre caliente que me excite”. Finalmente, Regina se resigna, se cansa, y se va con Fritz.
   ¿Por qué el filósofo decide no casarse con su amor? Por miedo. Se asusta. Cree que la vida doméstica va a matar su vocación de escritor. El ruido hogareño, los berrinches de cuna y las interferencias conyugales no las concilia con la vida del poeta. Es un romántico. Se entrega al Absoluto. La literatura pide todo. Tanto terror le da esta decisión finalmente basada en la vanidad que deberá revertirlo y justificarlo por motivos más puros. Era un gesto arriesgado y recriminable pero no tanto, quizás no sólo se sostenía por este amable y comprensible vicio narcisista, pero de todos modos no podía evitar percibirlo como un comportamiento acechado por el fantasma de la autocomplacencia y el deseo de gloria. La reconversión estará inspirada en la teología de la renuncia. Interpretará su acto como un sacrificio en pos de un ideal. Dirá que Dios exige lo máximo y las pruebas de una auténtica devoción.
   A la manera de su antecesor Abelardo, pero sin la mutilación por aquel sufrida, decide no someterse al yugo marital.
   Lo cierto es que luego de este escándalo social comentado por los círculos de la pequeña Copenhagen, Kierkegaard viaja a Berlín para escuchar las clases de Schelling y escribir la primera de una serie de obras que comienzan con su O Uno o lo Otro. Su energía pensante y amatoria fluirá en sus escritos hasta el final.
 Parte 2 – El enojo de Hegel
   La tesis para obtener el diploma de Magister Artium se llama Sobre el concepto de ironía. Es larga, repetidas veces se vuelve tediosa, y otras concentra nuestra atención. No hay por qué pensar que los filósofos geniales son siempre geniales. A veces lo mejor de sí lo dan en cuentagotas y debemos descubrirlo en medio de rellenos eruditos y de referencias monótonas e interminables.
   En el caso de las tesis académicas, el tesista está obligado a dar cuenta del estado de la cuestión del tema seleccionado y no puede omitir a los que lo antecedieron en las elaboraciones del problema.
   El hecho de haber elegido la ironía como núcleo teórico de su trabajo muestra que el danés estaba bien al tanto de lo que se discutía en el ambiente filosófico de su tiempo en los últimos años del siglo XVIII y los primeros del siguiente. La filosofìa alemana había llenado todos los casilleros de la filosofía. El protagonista casi exclusivo del nuevo pensamiento era Hegel, monarca universitario y referencia obligada de todos los aspirantes a filósofos.
   Desde los primeros años del siglo XIX hasta mediados del siglo, Hegel dirige las mentes ya fueran en su favor o en su contra. Neohegelianos, posthegelianos, antihegelianos, nada podía enunciarse sin mencionarlo. Una gloria en el firmamento hasta que a un músico como Wagner se le ocurrió difundir el pensamiento del oscuro Schopenhauer y al joven Marx abandonar a su país para estudiar economía política inglesa, desde la música y la economía, entonces, se intentó soltar amarras y navegar para otros rumbos del pensamiento.
   Fueron cincuenta años de dominio, poco tiempo desde el punto de vista de un fenómeno histórico de larga duración, pero marca sostenida y vigorosa que resistió al embate del olvido.
   Cuando domina un pensamiento en el océano cultural se tiene la tranquilidad que da un horizonte a los navegantes, un límite y un encuadre a su ruta. Hay una dirección. La dificultad reside en que la tierra al ser redonda, nos da un horizonte englobante que no fija posición. Todo es igual, infinito y sin salida.
   ¿Cómo salir de Hegel una vez que se ha entrado en él? Su peso e influjo parece mayor que el de otros filósofos que han hecho historia. Al menos es lo que dicen los que lo han padecido. Es frecuente que una vez que se entra a una filosofìa, como si se ingresara a un continente de superficie desmedida, el viajero lector se pierda y no pueda más volver a sí. La filosofìa con marca propia nos lleva de las narices, tal es la ambición hermenéutica de su discurso que nada quiere dejar sin explicar. Decirlo todo de todo es una tarea ciclópea que a la filosofìa clásica le resultaba necesaria para ser considerada rigurosa y sistemática.
   Sin sistema no hay filosofía, afirmaban los idealistas alemanes, sin voluntad de sistema ni siquiera habría nacido la filosofía en Grecia, insiste Heidegger. Sistema no es cierre o clausura del pensar, sino proyecto de relacionar aquello que está disperso e impensado.
   Hegel explicitó el sistema de relaciones de la cultura a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. Encontró una llave para crear un diagrama comprensible que le evitara la mera enumeración de sucesos. Relacionar no es juntar ni amalgamar sino mostrar la necesidad que tienen las partes de evocarse las unas a las otras, de enlace y enhebración, de identificarse justamente como partes.
   Hegel llama dialéctica a la necesidad de confrontación que tienen cada una de las fases de la historia humana, a su inacabamiento, al carácter abierto de sus ciclos y al engarce de cada sección con una nueva argolla de la cadena del determinismo universal.
   Todo está abierto en el Todo por el trabajo de lo negativo. La totalidad es un proceso sin sujeto que permite el desplazamiento temporal progresivo, y simultáneamente, da inicio a una recuperación de la memoria histórica. Como decía Sartre – uno de los últimos hegelianos – ciento cincuenta años despúes, el método de la dialéctica es progresivo-regresivo.
   Hegel regresa. Cada momento de la historia desarrolla hasta sus últimas posibilidades su energía histórica. Extrema su potencialidad hasta que desova su momento contrario que nace por la negación. Es cada uno de los “en sí” que se hace “para sí” en el momento siguiente. Para desovillar la madeja de la historia y encontrarle el sentido de totalidad traducido en el “ en sí-para sí” del conjunto, se debe estar en una posición de privilegio. La filosofìa especulativa recupera aquello que en la historia los hombres hacen pero no comprenden. Es el filósofo quien comprende porque integra lo dado en el tiempo en la globalidad del sistema. Está autorizado porque los límites de los tiempos se han ensanchado hasta su mayor ángulo de mira. Lo hace la filosofía y no la religión ni el arte, porque la Ciencia con mayúscula, es el saber que explicita el sistema completo de determinaciones.
   La perspectiva hegeliana coincide con el advenimiento de la razón universal encarnada en el Estado mundial. Razón y Estado convergen en la figura mítica pero real de Napoleón Bonaparte. Luego del escándalo revelador de la venida de Jesucristo es el Corso quien cierra el sentido de la historia y corona el autoconocimiento del Absoluto.
   Éste es el desvarío de la omnisapiencia hegeliana. Nace la filosofía especulativa, la que refleja la instancia de lo real. El discurso transparenta lo real: todo lo racional es real, todo lo real es racional.
   Con una erudición impresionante, disponiendo de los recursos del saber de su tiempo, la Ciencia filosófica despliega las determinaciones del orden concreto del Absoluto. Lo absoluto es la Totalidad saturada de mediaciones. Nada queda afuera, todo tiene su lugar. Incluso Kierkegaard.
   Pero hay algo que la filosofía hegeliana jamás podrá explicar, ya que no es un fenómeno inteligible, la revelación. Es un escándalo de la historia – descubrimiento que Kierkegaard repetirá en toda su obra – la venida de Cristo al mundo. Que Dios se haga hombre como nosotros lo somos, con nuestro cuerpo, con nuestros dolores y con la muerte que llevamos en nosotros, no tiene texto descifrable. Es esta venida al mundo que ha cambiado no sólo el sentido de la historia sino la de la existencia. Pero este misterio al que no accederemos directamente, hace necesario otro acceso para desligarse de las ataduras especulativas, necesita un maestro antes que un Salvador.
   ¿Por qué los griegos? ¿ Por qué los románticos? Estos dos interrogantes deben agregarse a la aparición y hegemonía de la filosofía hegeliana.
   La filosofía griega había demostrado su poder creativo por haber sido la matriz de la antigüedad, y, a través del platonismo y del pensamiento aristotélico, ser la fuente de la elaboración del cristianismo agustiniano, de la escolástica medieval, de la filosofia árabe instalada en el Andalús, y del Renacimiento.
   La revolución científica del siglo XVI produce una mutación de paradigmas, y la filosofía extrae las consecuencias de la ciencia galileana con el cartesianismo más Spinoza y Leibniz. La filosofía política produce su propia ruptura con el pensamiento político-moral clásico. Con Hobbes y Locke se construye el pensamiento político de la modernidad ( a pesar de esta ruptura, hay quienes subrayan la permanencia de la filosofía clásica en la base del pensamiento moderno como el historiador de las ciencias Alexandre Koyré, y su pertinencia filosófico-política como lo hace Leo Strauss).
    Ya no es el saber el que guía la política sino la libertad, el derecho natural y el contrato social. No es una elite de sabios, ni un monarca divino, los que deben gobernar a los hombres, sino un Estado parlamentario que represente al “común”, a los hombres ordinarios. La filosofía política moderna no piensa el poder en términos de verdad sino de conveniencia.
   Dice Hobbes: “ cualquier imbécil sabe en dónde le aprieta el zapato”, frase con lo que da inicio a los tiempos modernos.
   De ahí la sorpresa del retorno griego luego de los tiempos de la Ilustración y de un acontecimiento decisivo como la revolución francesa.
   Es el idealismo y el romanticismo alemanes los que vuelven a los griegos. Hay un movimiento reactivo frente al cosmopolitismo kantiano. La idea de ciudadano del mundo, de una asociación mundial de Estados, la integración de todas las particularidades de raza, religión y lengua, en la razón ilustrada, es la base de la idea de “civilización” del iluminismo. Una idea francesa retomada por Kant a partir del ideario revolucionario de los derechos del hombre.
   La reacción romántica reinvindica la vigencia del suelo, del localismo, de las etnias, de las voces populares, el folklore, de lo que llamaron “ kultur”. Será la base de la nueva idea de “nación”, ya no solamente territorial sino cultural.
   El mundo griego es la imagen ideal de una sociedad que a pesar de ser una fuente lumínica para la civilización cristiano- romana, era el fruto de una comunidad unida por fuertes lazos linguísticos, de una asociación política con protagonismo directo del pueblo, de un sentimiento comunitario y un espíritu localista.
   La serenidad griega, su ideal de armonía y moderación, oculta la pasión dionisíaca, campesina, mágica, excesiva, volcánica. Los románticos descubren la otra cara de Grecia, la de la danza, el frenesí y la tragedia.
   Con este retorno inesperado, los románticos inician un tipo de especulación que tiene un objeto teórico por excelencia: el arte. Ya no es la sabudiría de los grandes hombres del panteón filosófico los que inspiran los nuevos modos de pensamiento, sino la música, los mitos, la poesía. A través de estas expresiones tanto lo local como lo popular, solidifican la unión entre el genio y el pueblo, pero además, constituirán el punto de partida para dos conceptos que determinarán a la nueva filosofía del idealismo: subjetividad y absoluto.
Volver a los griegos sin dejar a Cristo, será la tarea del idealismo. Los románticos aportarán una nueva zona de reflexión: la poesía, el espíritu poético, la idea de que desde la literatura se puede pensar una nueva situación del hombre en el mundo, una conversión de sí, un nuevo arte de vivir. La literatura no es un género sino la culminación de lo que puede dar el arte, es el “Absoluto literario”, como lo definen en su estudio preliminar a los fragmentos escogidos del Athenaeum de Federico Schlegel, Jean Luc Nancy y Philippe Labarthe.
La tesis de filosofía de Kierkegaard se inscribe e interviene en este panorama filosófico. Está informado e interesado por el nuevo pliegue del pensamiento posrrevolucionario, no sólo por estar al tanto de modo directo con la filosofía de Hegel y de Schelling, y con la obra canónica de los hermanos Schlegel, sino por ser espectador de este debate trasladado a Dinamarca ( ver estudio de K. Brian Söderquist, “ Kierkegaard contribution to the Danish Discusion of `Irony´ ”, in Kierkegaard and his contemporaries, The culture of Golden Age Denmark, edited Jon Stewart )
El tema de la ironía es central en esta avanzada del romanticismo y del idealismo alemán. En Dinamarca nombres como los de Helberg, Sibbern, Tryde, Moller, que habían escrito específicamente textos sobre el tema, eran conocidos por Kierkegaard.
   La ironía es un tema romántico. Se vincula al arte y a la subjetividad, pero su origen es moral, y su fundador es Sócrates. Que este mítico señor vuelva a ser un interlocutor de los filósofos de Hegel a Nietzsche, nos habla de su enormidad simbólica.
   Sócrates inventa la moral porque su posición es la del individuo frente a las asociaciones parciales y el Estado. Corruptor de menores y hereje de los dioses, son la familia y las instituciones político-religiosas las que lo condenan al suicidio inducido. Es el primer suicidado de la sociedad, como se definió en nuestra era a su sucesor Antonin Artaud y a su epónimo Vicent van Gogh.
   Su posición es subjetiva, habla en nombre de la libertad de pensamiento. Hegel lo condena por su arbitrariedad y por no respetar lo que llama el sostén de la “eticidad” del mundo griego. Aquel ideal de una comunidad por completo identificada con sus símbolos y sus instituciones. Sócrates es el ángel exterminador, el veneno de la Polis, quien introduce la insistente pregunta sobre la legitimidad del poder, y se arroga el derecho a la disidencia y la rebeldía.
   Las palabras de Sócrates tienen una doble faz: conócete a tí mismo…sepárate de los otros!
   La moral subjetiva para construirse necesita de un modo particular de interpelación. Educado en un ambiente sofístico, apadrinado por los grandes maestros de la retórica y la dialéctica, Sócrates sabe que la moral además de mostrarse con acciones debe declararse con palabras. No es la mayeútica lo que Kierkegaard rescata de la metodología del diálogo socrático sino la ironía. El “sólo sé que nada sé” no se explica únicamente para justificar la gratuidad de su enseñanza, nadie le paga a un maestro por lo que no sabe, sino por los efectos que produce en la subjetividad.
   Sócrates maltrata y seduce a sus discípulos e interlocutores. Desbarata sus argumentos, muestra que sus convicciones se basan en razonamientos contradictorios, saca a la luz la impostura y la arrogancia de sus actitudes, los deja sin nada, y luego se va. Crea un vacío, ahueca el mundo en el que viven y los deja caer por el pozo del desconcierto. Por eso lo aman, los deja anhelantes, deseantes, insatisfechos. Los deja pensando, pero sin respuestas.
   La posición irónica pone entre paréntesis el mundo, lo despoja de significado, es nihilista. Combate las certezas colectivas y reinvindica los derechos del individuo contestatario. Ante el espíritu de seriedad que decreta que lo verdadero es verdad y que lo falso es falsedad, mezcla las aguas, contamina el ambiente, y crea zonas de incredulidad.
   Sócrates es cruel, porque es seductor, no se deja atrapar por las tentaciones de los jóvenes como Alcibíades que todo lo intentan para debilitarlo. El maestro es imperturbable, “está de vuelta”, como lo están las almas y los hombres que saben leerlas.
   La eficacia del discurso socrático no se agota en las declamadas virtudes de una sabiduría de quien tiene el oficio de parir almas, ni de quien ha visto lo que nadie ve. Por el contrario, aquello que “ve” Sócrates es lo que está más cerca y más visible, como el “ hombre de la carta robada” de Poe y Lacan. El maestro de la ironía es terrestre, no hay tema ni problema ni objeto que le parezca menor. Kierkegaard subraya este rasgo socrático: “ Sócrates jamás consideró que un fenómeno fuese tan humilde como para no tomarse el trabajo de ascender, a partir de él, a la esfera misma del pensar”.
   Ante el bullico y la avidez de los sofistas, la modestia del maestro. Frente al egoísmo y la vanidad de la declamación, el arte de la conversación. A diferencia de los explicitadores de ideas, él sólo las indica. El sistema es infinitamente elocuente, dirá Kierkegaard, la ironía infinitamente silenciosa.
   Contra el Estado, el sistema y la especulación, la ironía succiona el contenido aparente y deja el vacío de la forma. El filósofo danés compara a Sócrates con Sansón por derrumbar los cimientos del saber. El ironista cautiva de manera irresistible con su encanto y seducción. Combina disimulación, misterio y comunicación telegráfica provocando dolor en el enamorado. Siente beneplácito en la destrucción.
   Sócrates, dice Kierkegaard, paraliza con su mirada de reojo “ que al instante perforaba sus almas como una puñalada. Era como si Sócrates hubiera interceptado el diálogo íntimo de sus almas”. Una vez que la mirada del maestro capturaba las demás, una vez que un “ relámpago iluminaba por un segundo el universo de sus conciencias”, cuando el entorno giraba alrededor de ello con la aceleración de un instante, los dejaba.
   Extraño pedagogo, fulmíneo, inasible, difícil de entender. La ironía cumple la función de vaciamiento. Marca una distancia con la certidumbre que nos orienta por el mundo. Perfora una brecha sin la cual es imposible pensar y permanecemos en lo ya sabido. Nos da una idea del funcionamiento del saber en el nivel subjetivo. El saber no se conforma con datos que almacenamos en una caja cerebral. El saber tiene connotaciones emotivas y afectivas. No nos interesamos por las cosas con naturalidad. Así como queremos saber también   queremos olvidar, así como nos concentramos también nos distraemos.
   Años más tarde, Nietzsche proseguirá con esta encuesta con la finalidad de mostrar que el deseo de verdad como el de saber no es esencial a la naturaleza del hombre, sino más bien a la condición animal, cerca de la voracidad, de la voluntad de manipular y destruir, de no soportar el enigma.
   Ironizar es trazar un territorio que inmoviliza al sabio. Decreer de la autoridad que habla en nombre de lo que es y será. Son los derechos de la subjetividad los que aquí están en litigio.
   Los románticos pensaban a la ironía como una de las manifestaciones en que el artista juega con los signos. El arte es juego, hay una vertiente lúdica que el espíritu dionisíaco conjugaba con el espíritu trágico. No hay composición de formas sin la alternancia de máscaras a la manera del dios Proteo.
   El espíritu romántico mucho le debe a Kant. Fue a gracias a su interpretación del arte en la Crítica del Juicio que la imaginación es convertida en la facultad creadora por antonomasia. Es por ella que la razón se manifiesta en lo sensible, es por ella que lo sublime es plausible de ser representado en la producción artística. Fue por su pensamiento detallado y riguroso que el arte adquiere legitimidad filosófica.
   El artista ironiza con la “necesidad objetiva” del mundo. Hace algo más que ponerlo en duda, ya que dudar se restringe a la fugacidad e inaprensibilidad del objeto frente al intento de conquista del sujeto. En la ironía es el sujeto quien quiere apartarse del objeto,  consciente de que no tiene realidad alguna.
   Es el reclamo de lo que en lenguaje hegeliano definen como la subjetividad negativa. Aquella iniciada por Sócrates, y que para el danés, continúa con la filosofía de Kant y de Fichte. Una subjetividad a la que hay que reconocerle su valor positivo porque nos aleja de todo lo relativo, hay un entusiasmo en el ironista, sólo que su entusiasmo no lleva a nada. Hay una dignidad de combate en la ironía que la diferencia con nitidez de las estrategias liberadoras y salvíficas de la sabiduría oriental. En esto también, en esta defensa del yo, Kierkegaard se acerca a Nietzsche, mejor dicho éste al primero aunque aparentemente no lo conociera.
   Para Kierkegaard el misticismo oriental pregona la extinción del deseo y la anulación del yo en pos de un relajamiento de la fuerza muscular del alma y de la tensión que la constituye. Los orientalistas toman partido por el opio dulce y la quietud vegetativa. Nuestro filósofo está del lado de los griegos, la otra tradición, en la que reconoce una versión de la consciencia como locomoción, voluntad de obrar y como aspirante a un cielo elevado y abierto y no plano y opresivo. Dice: “ la consciencia no busca macerarse en líquidas determinaciones, sino endurecerse cada vez más (…) Por eso mientras el oriental quiere retroceder por detrás de la consciencia, el griego quiere avanzar en el proceso de la consciencia. Pero ese algo totalmente abstracto hacia el que tiende, es la nada”.
   Sin embargo esta defensa de la ironía tiene corto alcance. Kierkegaard confiesa que en la ironía hay una negatividad limitada. La subjetividad finita torna vano y vacío el mundo mediante la ironía, pero se salva a sí misma. Entre la ambigüedad y la indiferencia, el sujeto irónico tiende a la frivolidad. La travesura de la ironía carece de la gravedad suficiente frente a las pretensiones del misticismo y de la filosofía especulativa.
   Papá Hegel está enojado. La ironía helénica destruyó la eticidad sustancial, la sociedad integrada desde las familias hasta el Estado. En nombre de la individualidad orgullosa y de la moral soberana puso en marcha la negatividad infinita. La subjetividad debe ser castigada por abstracta e irreverente. La ironía no sujeta la consciencia a la comunidad unida, sino que la hace vacilar. Ha perturbado la unidad armónica de la bella individualidad. No ha extraído las consecuencias evidentes del juicio a Sócrates. No fue suficiente, a la manera de Platón, con luchar contra el particularismo sofista, por su uso espúreo de la razón en defensa de intereses sectoriales. La palabra socrática no hace más que inaugurar el universalismo de la subjetividad, con efectos disolventes.
    El niño Sören se arrepiente, teme represalias, redecora su tesis de doctorado con un homenaje a la autoridad, aunque tiene un pedido de consideración, dice así: “ …nunca podremos terminar de reconocer los grandes méritos de Hegel en la concepción del pasado histórico. Pero la realidad es también para el individuo una tarea que hay que realizar. Cabría pensar que en este aspecto, la ironía resulta beneficiosa.”
Parte 3 – Ser marido con plata
  Sin embargo, hay más interesante que la ironía: Finalmente ésta si bien recupera los derechos de la subjetividad, no deja de ser amarga, un lamento y una desilusión ante un mundo que no ha correspondido a nuestra espera. El humor es más humano y menos soberbio, permite una reconcilación con la debilidad. El humor encierra un escepticismo más profundo que la ironía – dice con inteligencia JeanWahl – , no gira alrededor del hecho de ser finito, sino del hecho de ser culpable. Es la sonrisa que podemos tener luego de un desbarajuste que nos deja mal parados ante los otros y nosotros mismos.
  Kierkegaard dice que en el cristianismo, ya sea por la compasión, o por la paradoja y el absurdo que define a la fe, la comprensión sonriente por la falta es posible. En lugar de hacernos irónicamente más grandes con el escarnio, nos hacemos más pequeños con el sentido del humor.
  Incursionemos por otro ángulo en el camino que Kierkegaard debe emprender para desatar lo que no podrá ser liberado, nos referimos a la tensión entre la estética y la religión.
  El libro Aut Aut Enten-Eller, ha sido traducido por “ O lo Uno o lo Otro” o por “Alternativa” o por “ Ética y Estética en la formación de la personalidad”, vemos que ya desde los títulos las opciones se multiplican. Este es uno de los primeros escritos de Kierkegaard que tenía treinta años en 1843, firmado con el pseudónimo de Victor Eremita.
  Con la palabra “estética” el filósofo danés está bien al tanto del idioma filosófico de su tiempo. El concepto pasa de ser una categoría de las facultades de la sensibilidad y la imaginación a ser una noción del pensamiento sobre el arte. Se desplaza de la filosofía crítica al romanticismo. Sören le da una nueva vuelta de tuerca, ahora es el hombre quien puede ser estético.
  La estética es una puerta de entrada el novedoso tema de la “personalidad”. Ser una personalidad interesante es un nuevo ideal derivado de las filosofías de la subjetividad. Buscar el modo de ser singular, autor de la propia vida, original en la obra.
  Mientras en Kant el placer del arte era “desinteresado”, Federico Schlegel reinvindicaba los derechos del aprecio subjetivo de la belleza. Luego, desde 1830, se aplicó la categoría de lo “ interesante” a los efectos estéticos que buscaban los románticos para concitar la atención y suscitar nuevas expectativas.
  Sin embargo, esta tarea puede convertirse en un espejismo y en una trampa. Una persona estética es la que busca el placer inmediato. Vive al instante y en el instante. Hoy la calificaríamos en el rubro del maníaco del consumo. Todo lo quiere comprar, es esclavo de las grandes marcas y siervo de la imagen. Se desvive por aparecer en la televisión y se arrastra por conseguir quince minutos de fama. En aquella época no era el consumismo el denuesto adecuado para condenar una de las formas de la la frivolidad, sino el dandysmo de boulevard, la pose en el palco del teatro, la vestimenta llamativa, y la personalidad excéntrica.
  Sostenía esta presentación social la moda de la filosofía alemana, la poesía romántica y un actitud ante el mundo de descreimiento, distancia burlona, ironía mordaz, y crueldad erótica. ¿ Crueldad erótica? Quizás el atributo sea exagerado, pero se trata de juguetear con las mujeres, hacerlas desear, abandonarlas en el amor, y huir de su deseo de conyugalidad.
  Estas formas diabólicas de la tentación social era bien conocidas por Kierkegaard, además de atraerle lo suficiente como para arrepentirse con método.
  Gozad de la vida!, es la consigna del hombre estético, nos dice, una fierecilla que hay que domar. El hombre del instante no puede detener la rueda de los placeres. De la excitación a la languidez, su alma salta de los goznes y rebota contra los objetos. Nada le es suficiente. Todos los fantasmas que acechan al hombre arrepentido, la liturgia pastoral de las morales de la abstención, salen de su pluma. Hombre arrepentido que vuelve sobre sí con demasiada insistencia. Pero Kierkergaard avanza algo más allá del mero espíritu luterano.
  El dandysmo agrega una nota a su reservorio de cualidades. Es la melancolía. Un hombre festivo y triste a la vez, el rufián melancólico, figura romántica que el filósofo interpela ya que no está satisfecho con la supuesta elegancia del hombre de la mirada lánguida.
  La melancolía nace cuando nos damos cuenta de la vanidad de nuestra vida sujeta a la inmediatez, cuando percibimos la inutilidad de los vacuos placeres, después de tanto brillar nos cansamos y el mundo pierde color. Nada nos atrae ya, todo se vuelve gris.
  Sin embargo el hombre hastiado no sale de su aburrimiento, se queda en la inmediatez pero sin disfrutarla, está detenido y ya no quiere nada, su personalidad se empobrece y no encuentra salida.
  El hombre melancólico es pusilánime. Kierkegaard dice que la melancolía es la madre de los todos los pecados, es el estigma del hombre que no quiere nada ni profunda ni sinceramente. Una enfermedad. El hombre melancólico, dice Jean Wahl, el lector más devoto del danés, tiene la esperanza detrás y el recuerdo por delante.
  Para despegarse de la pastocidad triste es necesario saltar, es el salto de la desesperación para terminar con la caminata del rumiante meditativo. Sólo una pasión nos cura de otra pasión. A la indolencia se la combate con la risa burlona de la desesperación. Una carcajada diabólica nos restituye al mundo de la posibilidad, pero no es el aut aut del hombre estético que prueba todos los sabores, sino de quien busca lo absoluto y no lo encuentra, quien se siente decepcionado y malherido por la vana búsqueda de la plenitud, pero que no entristece sino que grita y ríe. Festeja la ausencia, dibuja la forma del abismo y se hace dueño de la falta. Lo que Artaud llama “ un teatro de la crueldad”, Nietzsche “ espíritu de la tragedia” y antes, Spinoza, “pasión alegre”.
  Por la desesperación salimos del placer inmediato. El arrepentimiento no es un ejercicio del entendimiento. No es un acto tranquilo. Tampoco una duda cartesiana ni una especulación abstracta. No nos permite permanecer en la zona de lo impersonal. Dice Kierkegaard: “ la duda es la desesperación del espíritu, la desesperación es la duda de la personalidad (…) La duda descansa en la diferencia, la desesperación en lo absoluto”.
  Pero la desesperación asusta, no nos lleva a ningún lado. Por la rejilla podemos adivinar la locura. Kierkegaard no es Baudelaire, no hay haschich, ajenjo, amores descarriados, persecución por la censura, maldición eterna, falta de Dios. En realidad, hay falta de Dios, en este vacío reside la grandeza filosófica del danés que sostiene la creencia sobre la nada. Eso será más adelante, cuando salga de la desesperación con el clamor por un nombre divino, por ahora la desesperación no tiene destinatario, sale de sí, sacude la melancolía, sin rumbo.
  Gracias a Dios, bueno, a Dios todavía no, existe la ética, es decir la sociedad y sus normas. El individuo en carne viva desespera, es necesario vestirse con roles, ejecutar funciones, hacerse cargo de otros, ser responsable ante los demás, ser esposo y padre.
  “Es hermoso que un hijo pueda arrepentirse por culpa del padre”, nos dice. Es conocida la anécdota del padre de Sören que ante la desdicha maldijo al Señor, como lo hizo Job. Esta maldición está en los anales de la historia kierkegaardiana, aquella maldición ha tenido un enorme peso incluso en el hijo. Como si el enojo del Todopoderoso se volcara con toda la ira a través de las generaciones. El hijo debe expiar al padre, ¡ qué hermoso!, sostiene, la unión de las familias es la base de la ética, lo dijo Hegel, como lo es el Estado. Ser esposo es parte de la tarea, en realidad no hay más que tareas. Se sale de la indolencia con la desesperación, y de la desesperación con la familia y el trabajo.
  Ser burgués, hay que tener coraje para ser burgués, un ser limitado por la vida, acotado en el tiempo, cargado con labores, con identidad específica, miembro de la comunidad y par de los otros. Uno más en la muchedumbre, un casillero más en el palomar de lo general.
  “Todo el mundo debe casarse” nos dice el solterón arrepentido pero no tanto. El que vive éticamente no desea ni está sujeto a la inmediatez del placer, sino que “quiere” y deviene. Dice Nietzsche en su Genealogía de la moral: “el hombre es el único animal al que le es lícito hacer promesas”.   Prometer es dar la palabra y responder por ella.
  El hombre que quiere es el que pone su voluntad a disposición de su palabra, y el tiempo a disposición de su voluntad. Responde por el futuro. Se compromete por lo que vendrá. Ni el placer, ni la inmediatez, ni el olvido o los cambios por conveniencia, podrán violar al hombre del deber y del querer.
  El hombre de vida ética se casa porque no lo asusta el sacramento del matrimonio. Tiene hijos para asegurar la posteridad y la repetición de lo mismo. No busca la diversidad. Perfecciona la contingencia, con esto Kierkegaard se refiere a que cada uno de los deberes sociales puede realizarse cada vez mejor. Cada día mejor marido, mejor hijo y mejor trabajador.
  Por eso dice que no se trata sólo de qué se elige sino de la intensidad con que se lo hace. Al hombre ético no le interesa ser un ilustrado. El librepensador abre las puertas del infinito histórico y siembra el escepticismo a la vez que debilita a la ética. Por la historia todo parece posible, o por la misma todo se justifica. Ya sea por necesidad o contingencia, la historia no es una buena consejera moral.
  Dice el filósofo danés que el dinero es la condición sine qua non de la felicidad. Lo dice de un modo un poco diferente pero no menos taxativo: el dinero es y será la condición absoluta para vivir.
  Cuando dice dinero no dice lo mínimo indispensable sino lo suficiente para tener lacayo, cochero, ama de llaves y personal de ayuda doméstica. Lo mínimo vital para un soltero que además le gusta ir al teatro y hacer regalitos a las actrices. Subraya: “las historias de fragilidad campestre cansan rápido, es mejor tener dinero y leer los poemas bucólicos”. Sabe, y así lo expresa, que sin dinero se deja el patriciado y se puede caer en la condición plebeya. Pero, recuerda, no hay que ofender a quien no tiene dinero, es un uso cruel de las posibilidades que nos ofrece la tranquilidad material. Además, hay que tener una cierta elegancia y sabiduría en el uso del dinero, saber emplearlo. Lo que ha acarreado entre sus intérpretes discusiones respecto de la aplicación del precepto en su propia vida.
  En el año 1813, el mismo de su nacimiento, Copenhagen es bombardeada por fuerzas antinapoleónicas, y se produce una aguda crisis financiera que Kierkegaard padre – un hombre que antes se había dedicado a la industria y al comercio textil, por lo que a Sören de chico le decían “soquete” – supo desviar en su propio beneficio. Se hizo de un muy buen dinero. Sus hijos aprovecharon esta ventaja, Sören también, a pesar de las quejas paternas por un dispendio abultado y un uso negligente de las rentas familiares. Cuando el filósofo muere, a los cuarenta y dos años, ya le quedaba poco.
Parte 4 – La locura religiosa
 El libro Temor y Temblor es desde nuestro punto de vista el mejor escrito de Kierkegaard y el más dramático. Tiene una particular intensidad. Este texto es el que probablemente haya marcado el siglo XX con su indeleble impronta sobre la filosofía de la existencia, o en lo que se ha llamado existencialismo, para identificarlo con fuerza.
La idea de existencia, de singularidad, de individuo, de paradoja, y, fundamentalmente la de absurdo, se leen en esta historia. Es el libro más seductor del danés, el más emotivo, el más tramposo.
Contra la especulación mediada de Hegel, embistió con Sócrates, contra la subjetividad negativa del maestro ateniense, atacará con Abraham y Job. El hombre de la resignación infinita y el rebelde.
La historia es simple, es el comentario del episodio bíblico de Abraham, Sara e Isaac. En el nuestrario de héroes legendarios de Kierkegaard ya estaba el enigmático Judío Errante : Ahasverus. Un ser que como un Yeti o el monstruo del lago Ness, era visto por los hombres en circunstancias fantásticas e incomprobables.
Abraham quiere decir padre de pueblos, fundador de estirpe, la “H” es importante para esta resignificación del nombre. Abraham debe matar a su hijo. La prueba de la fe del profeta se decide en esta encrucijada. Quien mata aquello que más quiere para honrar y demostrar la fe en Dios, es quien será merecedor de la posteridad. Este relato es tomado al pié de la letra por Kierkegaard y ve en él la matriz de lo que será su pensamiento religioso. Es la gran novedad del filósofo danés. El creyente debe probar su fe con un acto. Este acto viola las leyes de la convivencia humana y todos los códigos de ética. Matar a un hijo porque sí, al hijo esperado desde siempre, para sentirse individuo, un ser singular, en contacto con el absoluto, eregirse en un ser absoluto por la decisión y la intensidad de la creencia, sólo puede ser una metáfora. Una imagen de lo que es la fe. No por eso todos los hombres deben salir con una daga y un haz de leños para llevarse de los pelos al hijo y acuchillarlo con la esperanza de que aparezca un ángel y le obstruya el envión de la mano.
Kierkegaard no pregona el filicidio, simplemente nos quiere decir que ser un buen esposo y un buen padre, no alcanza, que lo que llama “ generalidad ”, el mundo de las convenciones, de la sociabilidad, de la Iglesia y del Estado, que la buena conducta a la manera hegeliana, la ética, son relativas, que no son absolutas, que lo que ganan por un lado lo pierden por el otro, que lo que muestran de generosidad lo recuperan en mezquindad, que por eso jamás saldremos del cepo de la moralidad cumpliendo con los otros. La verdad pura exige más, la construcción de sí en cuando singularidad nos obliga a otro salto, hacia arriba, fuera de todo, sin garantías de seguridad, sin protecciones ni premios, un salto que temple nuestra voluntad, que le tome el pulso a nuestra capacidad de entrega.
El hombre que tiene fe está dispuesto a perder todo, sinó es un farsante. El que cree en algo tan sagrado como Dios, no se guarda nada para sí. Dios es la eternidad, pero no está Allá, no se ve, es invisible, cuando vino a la tierra se volvió a ir, ahora nos espera cuando todo termine. Debemos estar dispuesto a que todo termine.
Abraham es el ejemplo del que todo lo da. Desde el punto de vista de la moral es un criminal, desde el de la religión es un elegido. Para la ética se trata de un crimen, para la religión un sacrificio.
¿ Pero qué clase de Dios es aquel que pide eso? ¿ Qué divinidad hay que honrar que nos ordena matar el hijo amado? ¿Por qué obedecerle a una divinidad así? ¿Por miedo? No, no se puede tenerle miedo a lo que no se conoce. Pero hay una voz, esa voz que le dice a Abraham lo que teme pero debe hacer.
Kierkegaard cita el capítulo XIV, 26, del Evangelio de San Lucas, el párrafo que se denomina Condiciones para ser discípulo: “ Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y su madre y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”
Dice Sören que hay que tener coraje para reconocer lo terrible de las palabras cristianas. Ser un buen cristiano no es posible, o se es cristiano o no se es cristiano. No hay medio cristianos ni buenos o malos. Un fanático mata en nombre de Dios, pero el caballero de la fe mata en su propio nombre. Para salvarse, para ser eterno, y mata lo que más le duele, se mata a sí mismo en lo que más ama.
Todas las religiones exigen rituales de iniciación y un gesto repetido de renuncia. Manda no ser más lo que se ha sido. El monje budista se rapa y pierde identidad, todos los fieles se parecen vestidos con la misma túnica y la misma apariencia. Debemos perder la humanidad, porque es una falsa humanidad, artificial, convencional, engañosa. Es el engaño de la dignidad, debemos perder el falso orgullo, arrodillarnos, ofrecer el cuello, olvidarnos de nuestro nombre. Lo sabían los nazis en los campos de exterminio. Perder vestido y cabello alcanza para extraviar al hombre y hacerlo animal.
Está más cerca de Dios el animal que el hombre, la humanidad es mentira. Es lo que decía Diógenes el Cínico. Ser nuevo, absoluto, hacerse a sí mismo a través de una entrega total a Dios, ¿ pero dónde está Dios?
Dios es parte de una frase performativa. Kierkegaard ha inventado el pragmatismo místico. Es creyente quien actúa como tal. Creer es decir que algo existe. No existe para ser creído, existe porque es creído. El hombre que cree en lo que no conoce es un hombre de coraje, un cruzado. Esa quien extrema la verdadera esencia de una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, la que permite superar el instinto de conservación animal, y superando al animal deja lo humano y se hace divino. Más que la muerte, hay algo más que la muerte, pero sólo el hombre que la enfrenta podrá salvarse.
Tema romántico, escena de la dialéctica del Amo y del Esclavo en Hegel, finalmente Kierkegaard le agrega un pliegue más a este mito filosófico. El caballero de la fe es un nuevo amo, un autoengendrado, el hombre que se hace a sí mismo y se entrega a Dios.
Dios es el nombre que hace al hombre nuevo.
El acto encomendado a Abraham es absurdo, no tiene sentido moral, por eso el sentido que hay que hallarle es otro. Cuando el sistema moral está en crisis, como lo está desde comienzos del siglo XIX, como también lo está desde que la civilización occidental no pudo hallarle sustituto a la trascendencia monoteísta, desde que las morales laicas no pueden salir de la convención y de la arbitrariedad que conlleva todo lo político, ni con los derechos humanos, ni los ideales Ilustrados, ni el comunismo, positivismo o el liberalismo, desde el momento en que las ideologías políticas no han podido establecer sus promesas redentoras, a partir de la crisis de la modernidad en la que los valores se discuten y no dejarán de hacerlo hasta su misma raíz al ritmo de los sacudones de la ciencia y de la técnica, desde ese momento el sentido moral está fisurado. Nadie baja del Sinaí.
Es la consecuencia que han extraído los existencialistas, Sartre y Camus. Esta filosofía dominante un siglo después de Kierkegaard, es conocida como la filosofía del absurdo a la vez que de la libertad. Hacerse a sí mismo desde el absurdo, sin una moral delegada ni un mundo que nos justifique, fue el emblema de una filosofía reconocida por su ateísmo. Nuevamente Sartre y Camus, este último en su maravillosa y breve novela El extranjero le hace decir a Mersault condenado a muerte por una muerte no intencional en la escena en la que lo visita un cura para la confesión final, lo agarra de la solapa y le grita “ nada tiene importancia”, frase que evoca lo que Kierkegaard describe como condición de la fe: la resignación infinita.
En su lecho de muerte, Sören también rechaza la extremaunción.
Dice León Chestov: “ No sólo el pensamiento resulta conservado en lo Absurdo, sino que adquiere en él una tensión hasta entonces insospechada; recibe, por así decirlo, una tercera dimensión totalmente descnocida para Hegel y para la filosofía especulativa, y en ella radica el carácter distintivo de la filosofía existencial.”
Kierkegaard es el filósofo que inspiró la más encantadora y talentosa filosofía atea moderna que le agregó la fenomenología de la consciencia. Esto se debe a que la religiosidad del danés es un hecho estético. Es cierto que la escritura filosófica plantea algunas cuestiones de género arduas de comprender. El hecho de que un filósofo escriba no lo hace escritor. Hay un rasgo en la filosofía que la hace difícil de encasillar. Por un lado ha pretendido hasta Kant ser una ciencia. Primero una sabiduría en los tiempos griegos, un remedo aproximado de la palabra de los viejos sabios como Parménides, Heráclito, que escribían con máximas o poemas alegóricos. Luego de la revolución galileana se escribe según el more geométrico o de acuerdo a las reglas de un discurso de tipo jurídico.
Entre una escritura pastoral, una jurídica y otra poética, el estilo filosófico alterna sus apariciones retóricas. Pero su finalidad ha sido siempre cognitiva y moral, incluso en un filósofo atípico como Rousseau, o en un meditador escéptico como Montaigne.
Con Kierkegaard la función de escribir se vuelve más intrincada aún. Por un lado el filósofo danés escribe todo lo que puede escribir y no deja de preocuparse por la calidad de su prosa. Por el otro cambia de estilo, a veces es un sermón, otras una carta, una glosa, un comentario exegético sobre un texto bíblico, una tesis universitaria, una parodia cuando escribe falsos prólogos que hemos conocido en nuestra lengua con Macedonio Fernández, textos orales en el que se reconoce al declamador, y otros de forzada y difícil composición escrita como los de la angustia y la repetición.
La variedad de la propuesta literaria llama la atención. Sin embargo, no es del todo literatura porque no quiere encantarnos con una historia sino que no deja de trasmitir un deseo de reforma moral. Como bien dirá Nietzsche en un futuro no muy lejano de Sören, la filosofía desde el mismo momento en que se propone y se enuncia como texto, es evaluativa y moral. No puede escaparse del juicio.
De ahí que cuando se lee a Kierkegaard nos cuestionamos sobre la validez de lo que dice, ya que sus palabras no se satisfacen por sí mismas sino que impulsan a determinada acción.
Por eso podemos preguntarnos si en el libro Temor y temblor y con su lectura del sacrificio de Isaac, hay una lección de vida que podamos extraer, si sugiere un tipo determinado de acción y si hay una ponderación y jerarquía de conductas. Nos preguntamos aquello que en un libro de literatura, prosa o poema, no nos preguntamos.
Kierkergaard no sólo escribe sino que nos induce al sacrificio, a no casarnos, a dejar a la novia sin decirle nada, a romper el juguete más querido, a ser cristianos como lo han sido los apóstoles, a buscar algo más allá de la relatividad moral y social, a arrepentirnos en silencio, a sentir que nada es comparable como el amor a Dios, y que ese Dios al que amamos no es más que nuestra decisión de amarlo.
Kierkegaard es un romántico que pone en crisis el romanticismo, en especial al romanticismo de Jena de los hermanos Schlegel, de su canon enumerado en el Athenaeum, y a la filosofía del arte que se escribe tanto en Schopenhauer como en Schelling. También ataca la idea de que hay un absoluto literario autopoiético, sin embargo, al mismo tiempo culmina el proyecto del absoluto literario.
Una nueva ecuación: Kierkegaard es a Federico Schelgel lo que Artaud fue a Breton. Un hombre sin programa ni manifiesto de principios que extrema la intención normalizadora de una visión del arte.
Es con Kierkegaard que la teoría se construye como una literatura, y luego con Nietzsche es con quien alcanza una cima difícil de superar. Ellos son los que han inaugurado un modo de escribir la filosofía que hace eco a su origen literario en los diálogos platónicos: género literario, con escenas imaginadas, para un público indiferenciado, como los definía Giorgio Colli.
El filósofo danés nuevamente pone en relación al conocimiento con la vida, elabora un nuevo arte de vivir en base a la escritura de sí, pero sin el optimismo de la razón de los antiguos, por el contrario, con el pesimismo de su ocaso.
Así como Pascal es la parte negra de Descartes, Kierkegaard se instala en la soledad del instante frente a la temporalidad circular y saturada de Hegel, frente a la especulación dialéctica confronta el silencio de la fe.
En Hegel, dice Kierkegaard, pensar lo absoluto en mí, es el pensamiento de sí mismo de lo absoluto. La filosofía dialéctica afirma que hay coincidencia posible entre lo real y lo racional, y autoconocimiento. Kierkegaard es el filósofo del abismo y del salto. No hay nada entre el Absoluto y yo, del otro lado del precipicio tampoco hay nada, es el salto lo que puede llegar a ser absoluto.
Un pensador extremo, una radicalidad tan intensa, es sospechosa. Sartre en su crítica al ensayo de Bataille La experiencia interiordice que pertenece a la tradición del “ensayo mártir”, es la que escritura la que sufre para el goce de su autor. Una pose intensa para un juego estético. El pensamiento de Kierkegaard parece algo impúdico. Sartre decía que Bataille mostrabasus llagas, decía: mirad mis llagas!, se desnudaba con letras. Es una escritura patética, beethoveniana, pero con palabras, por eso el riesgo es mayor.
La filosofía existencialista se inspiró en Kierkegaard. La problemática de la angustia retoma las intuiciones del danés. La angustia nos dice en su texto El concepto de angustia, tiene que ver con la libertad. El primer hombre no conocía el pecado. No sabía que podía pecar. Se enteró de su transgresión luego del hecho. Por lo tanto no es culpable, nadie puede serlo en desconocimiento de la Ley.
La angustia no deriva de la consciencia del pecado, es el revés. Se tiene angustia porque se puede pecar, repetir el acto adámico pero ya con consciencia de la Ley. No se trata de que Dios nos tiente, como tampoco tentó a Adan. El Señor no es un estratega que juega con los hombres y les tiende una trampa. El primer hombre ni siquiera tenía conocimiento de la tentación, al no tenerlo del mandamiento.
Era inocente, y la inocencia, para Kierkegaard, tal como la describe, es un estado de sonambulismo, de flotación, de bruma. Un cierto extravío existencial caracteriza al hombre que no conoce lo que divide el bien del mal. La angustia proviene de que todo parece posible, que no hay sendero trazado y el caminante se pierde en la maleza.
Esta idea que adosa la angustia a la libertad es retomada por Sartre, sin patetismo, sin llagas, en un nuevo héroe ateo que asume su condición de bastardía existencial.
Kierkegaard no tuvo una buena recepción como la que tuvo su desciendiente heterodoxo Sartre. El ateísmo de Sartre no era escandaloso a pesar de las modas de la época. Mientras la religiosidad de Kierkegaard lo fue bastente más. Los cronistas y biógrafos hablan del escarnio que sufría en los periódicos de la época. Lo trataban de jorobado, mal vestido, le tiraban piedras en la calle y se divertían burlándose de él. Parecía el destino de un pastor maldito.
Ni siquiera la posteridad le fue tan fácil. Su comentador más dedicado, el profesor Jean Wahl, señala que se lo tildó de epiléptico, onanista e impotente. En la historia de la filosofía hay filósofos que han recibido infinidad de diagnósticos. Sabemos del misterio que para los especialistas encierran las obras y vidas de Rousseau, Nietzsche, y Kierkegaard.
Hace años Foucault escribió sobre estas cuestiones que atañen a la relación entre locura y obra. Antes Jaspers había incursionado en el tema del genio y la locura. Problema espinoso, quizás incomensurable, de un puntillismo algo cargoso.
Lo que está escrito tiene la forma y la composición de la gramática, que no es loca sino todo lo contrario, es la misma humanidad en acción. Puede haber un lenguaje loco, quizás, pero la palabra loco nada agrega a lo dicho, como tampoco lo hace la palabra sano o cuerdo o normal.
Jamás se nos ocurriría, creo, decir que la prosa filosófica de Kant es sana, menos aún la de Hegel. El problema es más bien cultural que neuronal. Para Kierkegaard la vida ética comienza con el matrimonio, y cree que la mujer nos hace comerciantes en lugar de poetas, héroes o santos. No pudo fusionar, agrega Wahl, los dos aspectos de su vida: el religioso con el erótico, hacerlo lo hubiera confinado al plano ético.
Kierkegaard tenía vocación de escritor, ese era todo el mal, su llamado a la fe es literatura a la vez que filosofía. En su libro traducido como Mi punto de vista por editorial Aguilar y que tiene otros nombre que nos obligan a darlo en danés: Synspunkiel for min foraftterwirksomhed…único escrito en que cesa la polinimia y lo firma con su propio nombre, el filósofo se explica a sí mismo, a la manera de Raymond Roussel, diciendo la verdad sobre una obra de ficción sin dejar de prolongar el inevitable engaño.
En este libro Kierkegaard afirma que le fue indispensable engañar. El engaño es un método que llama “ indirecto ”. Dice: “ no se debe empezar directamente con la materia que uno quiere comunicar, sino comenzar aceptando la ilusión del otro hombre como buena ”.
Se define como un escritor religioso que emplea criterios estéticos. Su finalidad es religiosa: comunicarle a los cristianos que no lo son aún sino que deben devenir cristianos. Necesita disimular su propósito. Juega al escondite con los pseudónimos, desconcierta a sus compatriotas, cambia de disfraz para desconcertar, da una falsa imagen de sí.
Se hace el dandy mundano para ocultar que vive en el aislamiento en el que plasma su obra. Va con frecuencia al teatro, llega cuando la función termina y se muestra con ostentación, para que se diga que es frívolo y diletante. Extraña vida la de este escritor religioso. Quiere todo lo que no puede, puede lo que no le alcanza. El absoluto le es inaccesible porque está mediado por su reflexión. “ Yo soy reflexión ”, dice. Sabe y cuida sus dotes intelectuales que resume en imaginación y capacidad dialéctica.
No es todo, pero no es poco. Se sintió en falta, el luteranismo no le dió respiro. Esta falta de oxígeno la sentía con la filosofía de su tiempo, la de Hegel, que tenía el poder de tragarse todo en la panza de la totalidad. Por eso para Kierkegaard la existencia, su concepto rector, se define como un “ estar afuera ”.
Su idea de construcción del individuo frente a lo que avisora como “ catástrofe histórico mundial ”, la idea que a partir de 1848, no hay otra salvación que la de una nueva fe, lo reafirma en su búsqueda.
Da un paso más con una nueva presencia de la religión en la cultura moderna. La Fe por sí misma, la fe por la fe, ya no la fe en Dios, sino el peso ético del hombre de fe. Fe en nada. Un nihilismo cristiano.
Fenómeno interesante, un nuevo paso algo diabólico luego del punto de partida del maestro Kant. Con el filósofo alemán la religión se convierte en una creencia razonable, una conveniencia moral. Con Kierkegaard esta razonabilidad se vuelve loca, hasta bella.

 

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Encyclopaedia Anatomica. Museo La Specola Florence – Monika von Düring y Marta Poggesi

Encyclopaedia Anatomica. Museo La Specola Florence Chuck Palahniuk Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Taschen.

Precio: $300.

Gathering together photographs of stunningly realistic wax anatomies from Florence’s Museo La Specola, «Encyclopedia Anatomica» is a revealing journey through the human body. Although reduced, the the most important views and studies from the original Taschen volume have all been included.
Éxodo
Chuck Palahniuk
Por favor, entiendan.
Nadie está defendiendo lo que hizo Cora.
Tal vez hace dos años fue la única vez que pasó algo parecido. En primavera y en otoño, el personal de la oficina del condado tenía que hacer un curso de repesca de boca a boca. De reanimación cardiopulmonar. Los grupos se reunían en la enfermería para practicar masajes cardíacos sobre el maniquí. Formaban parejas, la directora de la división se dedicaba a hacer presión sobre el pecho mientras la otra persona se arrodillaba, presionaba las aletas nasales para mantenerlas cerradas e insuflaba aire dentro de la boca. El maniquí era un modelo Breather Betty, nada más que un torso con cabeza. Sin brazos ni piernas. Con unos labios azules de goma. Con los ojos moldeados abiertos, mirando fijamente. Unos ojos verdes. Con todo, quien fabricara aquellos maniquíes les pegaba pestañas largas. Les pegaba una peluca glamourosamente femenina, un pelo rojo y tan suave que uno no se daba cuenta de que lo estaba cepillando con los dedos hasta que alguien decía:
–Ya basta…
Mientras permanecía arrodillada junto al maniquí y extendía sus uñas pintadas de rojo sobre el pecho del mismo, la directora de la división, la directora Sedlak, dijo que todos los maniquíes Breather Betty estaban moldeados a partir de la máscara mortuaria de la misma chica francesa.
–Es una historia verídica –les dijo a todos.
Aquella cara que había en el suelo era la cara de una suicida a la que habían sacado del agua hacía más de un siglo. Los mismos labios azules. Los mismos ojos vidriosos y muy abiertos. Todos los maniquíes Breather Betty están moldeados a partir de la cara de la misma joven que se tiró al río Sena.
Nunca sabremos si la chica murió de amor o de soledad. Pero los detectives de la policía usaron yeso para hacer una máscara de su cara muerta, para ayudar a descubrir su identidad, y décadas más tarde un fabricante de juguetes poseía aquella máscara y la usó para moldear la cara del primer maniquí Breather Betty.
A pesar del riesgo de que alguien en una escuela o en una fábrica o en una unidad del ejército pudiera algún día agacharse y reconocer el cuerpo muerto hacía mucho tiempo de su hermana, de su madre, de su hija o su mujer, aquella misma chica muerta seguía siendo besada por millones de personas. Durante generaciones enteras, millones de desconocidos habían puesto sus labios sobre los de ella, sobre aquellos mismos labios ahogados. Durante el resto de la historia, y por todo el mundo, la gente seguiría intentando salvar a aquella misma mujer muerta.
Aquella mujer que solamente quería morir.
La chica que se convirtió a sí misma en un objeto.
Nadie dijo esto último. Pero no hacía falta que nadie lo dijera.
Así pues, el año pasado, Cora Reynolds estaba en un grupo que fue a la enfermería y sacó al maniquí Breather Betty de su maleta de plástico azul. La extendieron sobre el suelo de linóleo. Le limpiaron la boca con agua oxigenada. Otra norma de la oficina del condado. Procedimiento higiénico estándar. La directora Sedlak se inclinó para poner las palmas de las dos manos en medio del pecho de Betty. Sobre su esternón. Alguien se arrodilló a su lado para cerrarle la nariz con los dedos al maniquí. La directora empezó a hacer presión sobre el pecho de plástico. Y el tipo que estaba de rodillas, el que tenía la boca sobre la boca de goma de Betty, se puso a toser.
Se echó hacia atrás, tosiendo, sentado sobre sus talones. Luego escupió. Plaf, allí en medio del suelo de linóleo de la enfermería, escupió. Luego el tipo se limpió los labios con el dorso de la mano y dijo:
–Joder, qué peste.
La gente se agolpó a su alrededor, Cora Reynolds entre ellos, el resto de la clase, todos se acercaron.
Todavía en cuclillas allí, el tipo del boca a boca dijo:
–Tiene algo dentro.
Se tapó la boca y la nariz con una mano ahuecada. Apartando la cara a un lado, apartándola de la boca de goma pero sin dejar de mirarla, dijo:
–Adelante. Golpéela otra vez. Golpéela fuerte.
La directora, inclinada con el dorso de las manos sobre el pecho de Betty, con las uñas pintadas de color rojo oscuro, hizo presión.
Y una burbuja de gran tamaño se hinchó entre los labios de goma azules de Betty. Un líquido, parecido a salsa para ensaladas, claro y lechoso, una burbuja enorme del mismo. Una perla gris grasienta. Luego una pelota de ping-pong. Una pelota de béisbol. Hasta que reventó. Salpicándolo todo de aquella sopa grasienta y blanquecina. De aquel cultivo claro y acuoso que llenó la sala de una nube de hedor.
Hasta aquel día, cualquiera podía usar la enfermería. Cerrar la puerta con llave. Estirar el catre plegable y echarse una siesta durante la hora del almuerzo. Si les dolía la cabeza. O si tenían dolores menstruales. Allí era donde podían encontrar el botiquín. Todas las vendas y las aspirinas. No hacía falta el permiso de nadie. Lo único que había allí dentro era el catre plegable, un armarito con una pileta metálica para lavarse las manos y un interruptor en la pared para encender la luz. La maleta de plástico azul donde iba guardado el Breather Betty no tenía cerradura.
Los miembros del grupo hicieron rodar el maniquí hasta ponerlo de lado, y de la comisura de la boca blanda de goma del mismo cayó primero una serie de gotas y luego un hilo de mejunje cremoso. Una parte de aquella porquería líquida le mojó la mejilla de goma rosada. Otra parte formó una película entre sus labios y sus dientes de plástico. La mayor parte formó un charco sobre el embaldosado de linóleo.
Ahora aquel maniquí era una persona francesa. Una chica que se había ahogado. Una víctima de sí misma.
Todo el mundo estaba allí de pie, tapándose la boca y la nariz con una mano ahuecada o con un pañuelo. Parpadeando para protegerse de aquel hedor que les hacía llorar los ojos. La nuez les subía y les bajaba por debajo de la piel del cuello mientras tragaban saliva una y otra vez para mantener en su sitio sus huevos revueltos y su beicon y su café y su avena con leche desnatada y su yogur de melocotón y sus magdalenas inglesas y su queso fresco, allí abajo en sus tripas.
El tipo del boca a boca agarró el botellín de agua oxigenada y echó la cabeza hacia atrás. Se llenó la boca de un par de tragos e infló las mejillas. Miró el cielo, con los ojos cerrados, la boca abierta, haciendo gárgaras de agua oxigenada. Luego se echó bruscamente hacia delante para escupir el líquido que tenía en la boca dentro de la pileta de metal.
Todo el mundo en la sala pudo inhalar el olor a lejía para la ropa del agua oxigenada y, por debajo del mismo, el olor a retrete de los pulmones del maniquí Breather Betty. La directora dijo que alguien trajera un kit de investigación de delitos sexuales. Los frotis y los portaobjetos para el microscopio y los guantes.
Cora Reynolds era uno de los miembros de aquel grupo, y se encontraba tan cerca que se llevó en los zapatos un poco de aquella porquería resbaladiza cuando regresó a su mesa. Fue después de aquel día cuando la oficina del condado puso una cerradura en aquella puerta y le entregó la llave a
Cora. Desde entonces, si alguien tenía dolores menstruales tenía que poner su nombre en una lista, con la fecha y la hora, antes de que le dieran aquella llave. Si a alguien le dolía la cabeza, le pedía dos aspirinas a Cora.
El equipo de los laboratorios estatales, cuando recibieron los frotis y analizaron las muestras y los cultivos, preguntaron si aquello era una broma.
Sí, dijo el equipo del laboratorio, aquel pringue era esperma. Una parte del mismo tal vez tuviera seis meses. Era de la época de la sesión anterior de los cursos de boca a boca. Pero es que, además, había muchísimo. Cuando se le hizo la prueba del ADN, los índices genéticos mostraron que aquello era obra de doce, tal vez quince hombres distintos.
Y los chicos de aquí de la oficina del condado dijeron: Sí. Es una broma sin gracia. Olvidadlo todo.
Esto viene a ser lo que hacen los seres humanos: convertir objetos en gente y convertir a la gente en objetos.
Nadie mencionó que era el equipo del condado el que la había cagado. La había cagado por todo lo alto.
No sorprendió a nadie que Cora se llevara a casa el maniquí Breather Betty. Que se las apañara para limpiarle los pulmones. Que le lavara y le arreglara el pelo rojo glamourosamente femenino. Cora le compró un vestido nuevo para su torso sin brazos ni piernas. Un collar de perlas falsas para ponérselo en el cuello. Cora simplemente no podía tirar a la basura algo tan indefenso. Le puso pintalabios en los labios azules. Rímel en sus largas pestañas. Colorete. Colonia, mucha colonia, para tapar el olor. Unos bonitos pendientes de esos que no necesitan agujero. A nadie le sorprendería descubrir que se pasaba todas las noches sentada en el sofá de su apartamento, mirando la televisión y charlando con el maniquí.
Nadie más que Cora y Betty. Charlando en francés.
Con todo, nadie llamaba chiflada a Cora Reynolds. Como mucho un poquito para allá.
La normativa de la oficina del condado decía que tendrían que haber metido al maniquí en una bolsa de plástico negro y dejarlo en una estantería recóndita de la sala de pruebas. Dejarla allí olvidada. A Betty, no a Cora. Fermentando. Olvidada junto con las bolsas numeradas de marihuana y cocaína. Con las ampollas de crack y las pelotas de heroína. Con las pistolas y cuchillos que esperaban su momento de aparecer en algún tribunal. Con todas las bolsitas y las papelas que se iban encogiendo, volviéndose cada vez más pequeñas, hasta que solamente quedaba lo bastante para una pena de cárcel por delito mayor.
Pero no, rompieron las normas. Dejaron que Cora se llevara el maniquí a casa. Nadie quería que envejeciera sola.
Cora. Era de esa clase de personas que no pueden comprar un solo animal de peluche. Parte de sus tareas asignadas consistía en comprar muñecos de peluche para todos los niños que venían a prestar declaración. Todos los niños a los que el tribunal cogía bajo su tutela. Todos los niños a los que se traía por abandono y se mandaba a un hogar de acogida. En la juguetería, Cora cogía un mono todo suavecito de una cubeta llena de animales… pero es que parecía muy solo en su carrito de la compra. Así que elegía una jirafa peluda para que le hiciera compañía. Luego un elefante de peluche. Un hipopótamo. Una lechuza. Llegaba un punto en que había más animales en su carro de la compra que en la cubeta de venta al público. Y todos los animales que quedaban atrás eran aquellos a los que les faltaba un ojo, que tenían una oreja rota o una costura abierta. A los que se les salía el relleno. Eran los animales que nadie quería.
Nadie se podía imaginar cómo el corazón de Cora se caía desde lo alto de un acantilado en aquel momento. Aquella larga caída desde la cima de la montaña rusa más alta del mundo, aquella sensación dejaba a Cora convertida en nada más que piel. En nada más que un tubo de piel con un agujero diminuto en cada extremo. Un objeto.
Aquellos tigrecitos todos sucios, que dejaban tras de sí un rastro de hilos sueltos. Los renos de peluche aplastados. Tenía el apartamento lleno de aquellos osos panda rotos y de aquellos pequeños búhos manchados y aquel maniquí Breather Betty. Una sala de pruebas de una naturaleza distinta.
A eso se dedican los seres humanos…
Pero la pobre, pobre Cora. Después se dedicaría a cortarle la lengua a la gente. A infectarlos con parásitos. Obstruir la justicia. A robar artículos de propiedad pública. Y nadie está hablando de apropiación indebida de artículos de oficina: bolígrafos, grapadoras, papel de la fotocopiadora.
Era Cora la que ordenaba el material de oficina. La que los viernes recogía la tarjeta de fichar de todo el mundo. La que los jueves repartía los cheques de la paga. La que enviaba todos los informes de gastos a Contabilidad para que se los reembolsaran. La que contestaba el teléfono diciendo: «Servicio de atención familiar y al menor». La que compraba un pastel y hacía circular una tarjeta de felicitación por el departamento cuando era el cumpleaños de alguien. Aquel era su trabajo.
Nadie tuvo ningún problema con Cora Reynolds antes de que la niña y el niño llegaran de Rusia. El problema de verdad era que Cora nunca veía a ninguna niña, a ninguna niñita con pecas y coletas, a menos que alguien se la hubiera follado.
A todos aquellos granujillas, a todos aquellos bribonzuelos con sus petos y un tirachinas sobresaliendo del bolsillo de atrás, Cora solamente los conocía porque alguien los había obligado a chuparle la polla. Allí todas las sonrisas infantiles con dientes caídos eran máscaras. Todas las rodillas manchadas de hierba eran pistas. Todos los moretones eran indicadores. Todos los guiños o chillidos o risitas tenían una casilla para marcarlos en los formularios de ingreso de las víctimas. Y tener controlados aquellos formularios de entrevistas era trabajo de Cora. Tener controlados a los niños y todos los expedientes y todas las investigaciones en curso. Hasta lo que sucedió, Cora Reynolds fue la mejor directora de oficina de la Historia.
Con todo, lo que hacían allí no eran más que cuidados paliativos. No se puede desfollar a una criatura. En cuanto te tiras a un niño, ya no se puede sacar a ese genio de la botella. Ese niño ya está jodido para el resto de su vida.
No, la mayoría de los niños y niñas iban allí sin decir nada. Con estrías. Ya en su mediana edad. Sin sonreír.
Las criaturas iban allí, y el primer paso era la entrevista de evaluación con un muñeco anatómicamente detallado. Que no es lo mismo que un muñeco anatómicamente correcto, pero hay mucha gente que los confunde. Como Cora. Cora los confundía.
El muñeco anatómicamente detallado típico está hecho de trapo y cosido como si fuera un animal de peluche. Con el pelo hecho de hebras de hilo. Lo que lo distingue principalmente de la muñeca Raggedy Ann son los detalles: un pene y unas pelotas blanditos de peluche o bien una vagina de tela de encaje. Un cordón bien prieto en la parte de atrás para formar un ano apretado. Dos botones cosidos al pecho para representar pezones. Estos muñecos sirven para que los niños y niñas que ingresan puedan representar los hechos. Para demostrar lo que les han hecho papá y mamá o el nuevo novio de mamá.
Los niños y niñas metían los dedos dentro de los muñecos. Los arrastraban por el pelo de hilo. Los agarraban del cuello y los zarandeaban hasta que se les caía la cabeza de peluche. Pegaban a los muñecos y los lamían y los mordían y los chupaban, y luego le correspondía a Cora el trabajo de volver a coserles los pezones. Era Cora quien buscaba un par de canicas nuevas cuando alguien tiraba demasiado fuerte del pequeño escroto de felpa.
Todo lo que se hacía a aquellos niños y niñas se les hacía después a los muñecos.
Nadie llegaba a aquel tipo de trabajo por casualidad.
Los hilos se soltaban como resultado de que demasiados niños víctimas de abusos sometían a los muñecos a abusos. Demasiados niños engañados chupaban el mismo pene rosado de fieltro. Demasiadas niñas habían metido a la fuerza un dedo, dos dedos y tres dedos en la misma vagina de labios de satén. Rasgándola por encima y por debajo. Hasta que sobresalían pequeñas hernias de relleno de algodón. Debajo de su ropa, los muñecos estaban manchados y sucios. Pegajosos y malolientes. La tela estaba rozada hasta hacer bolas y llena de cicatrices de enganchones allí donde faltaban los hilos.
Aquellos muñecos y muñecas de los que el mundo entero abusaba.
Y por supuesto, Cora hacía lo que podía para mantenerlos limpios. Los remendaba cuando se rompían. Pero un día se metió en internet para encontrar otro par. Una pareja nueva.
En alguna parte había mujeres que se ganaban la vida cosiendo pequeñas vaginas en forma de bolsillo o escrotos en forma de monedero. Mujeres que vestían a aquellos muñecos y muñecas con vestiditos floreados de algodón o con pantalones de peto. Pero aquella vez, Cora quería algo que durara. Se metió en internet. Encargó una pareja nueva de un fabricante del que nunca había oído hablar. Pero aquella vez confundió detallado con correcto.
Lo que pidió fue muñecos de niño y niña anatómicamente correctos. Los más baratos que hubiera. Que duraran. Fáciles de lavar.
Un buscador de internet le ofreció una pareja de muñecos. Hechos en la antigua Unión Soviética. Con brazos y piernas flexibles. Anatómicamente correctos. Como eran los más baratos, y aquella era la política de compra de la oficina del condado, encargó la compra.
Más tarde, nadie llegó a preguntar por qué había encargado aquellos muñecos. Cuando llegó la caja, que era de cartón marrón y tan grande como un archivador de cuatro cajones, cuando el repartidor la trajo con una carretilla y la dejó al lado de la mesa de ella, cuando le hizo firmar el impreso que llevaba en un sujetapapeles, fue entonces cuando Cora sospechó por primera vez que aquello podía haber sido una equivocación.
En cuanto abrieron la caja, en cuanto vieron lo que había dentro, ya fue demasiado tarde.
Fueron Cora y un detective del condado los que sacaron las grapas de metal y luego hurgaron entre las láminas de plástico de burbujas, los que hurgaron hasta encontrar un pie. Un pie rosado de niño, con cinco dedos perfectos sobresaliendo, asomando de las bolitas de espuma de poliestireno y del plástico de burbujas.
El detective movió uno de los dedos del pie. Miró a Cora.
–Eran los más baratos –dijo Cora.
Y añadió:
–No había mucho donde elegir.
El pie era de goma rosado y estaba acabado con unas uñas de color claro y duras. La piel era lisa y no tenía pecas ni lunares ni venas. Después el detective cogió el tobillo con la mano y tiró del mismo hasta dejar al descubierto una rodilla rosada y lisa. Luego un muslo rosado. Luego una lluvia de bolitas de embalar. Una cascada de plástico de burbujas. Y por fin apareció una niña desnuda y rosada suspendida del puño en alto del detective. Los rizos de pelo rubio le colgaban de la cabeza, rozando el suelo. Los brazos desnudos le colgaban a ambos lados de la cabeza. Permanecía boquiabierta, en un jadeo silencioso, dejando ver los dientes blancos y pequeños como perlas y el paladar liso y rosado. Una niña en la edad de ir a cazar huevos de Pascua y de hacer la primera comunión y de sentarse en el regazo de Santa Claus.
Mientras el detective la sostenía de un tobillo, la otra pierna de la niña permanecía doblada por la mitad, a la altura de la rodilla. Entre sus piernas, allí abierta, no solamente correcta sino… perfecta, estaba su vagina rosada. Con sus labios de un tono rosado más oscuro curvados hacia dentro.
Todavía en la caja, mirándola, mirándolos a todos, había un niño desnudo.
Un folleto impreso cayó revoloteando al suelo.
Luego Cora rodeó a la niña con sus brazos, abrazando su cuerpo blando como una almohada, y agarró una lámina de papel de embalar para envolver con ella su cuerpecillo.
El detective sonrió, negando con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza, y dijo:
–Muy buen trabajo de adquisición, Cora.
Cora estaba abrazando a la niña, con una mano ahuecada para taparle las nalgas rosadas. Con una mano ahuecada sujetándole la cabeza rubia contra su pecho, y dijo:
–Esto es una equivocación.
El folleto decía que los muñecos eran de silicona blanda moldeada, de la misma que se usa para los implantes de pechos. Que se podían dejar debajo de una manta eléctrica y permanecerían calientes durante varias horas de placer. Su piel cubría un esqueleto de fibra de vidrio con articulaciones de acero. Su pelo había sido injertado mechón a mechón, plantado en la piel de su cuero cabelludo. No tenían vello púbico. El muñeco del niño tenía un prepucio opcional que se le podía poner sobre la punta del pene. La niña tenía un himen de plástico reemplazable que uno podía pedir por correo. Ambos muñecos, decía el folleto, tenían gargantas y rectos profundos y estrechos «para facilitar una vigorosa entrada oral o anal».
La silicona tenía memoria y regresaba a su forma original, sin importar lo que uno hiciera. Uno les podía estirar de los pezones hasta que estos tenían cinco veces su longitud original sin que se les rompieran. Los labios vaginales, el escroto y los rectos se podían ensanchar para «acomodar casi cualquier deseo». Los muñecos, decía el folleto, podían soportar «años de disfrute violento y vigoroso».
Para lavarlos solamente había que usar agua y jabón.
Dejar los muñecos bajo la luz directa del sol podía decolorarles los ojos y los labios, decía el folleto en francés, español, inglés, italiano y en algo que parecía chino.
Había garantía de que la silicona era inodora e insípida.
A la hora del almuerzo, Cora salió a comprar un vestidito y un juego de pantaloncitos y camisa. Cuando regresó a su mesa, la caja estaba vacía. A cada paso crujían bajo sus pies bolitas de espuma de poliestireno y plástico de burbujas. Los muñecos habían desaparecido.
En intendencia, le preguntó al encargado de los envíos si sabía algo. El encargado se encogió de hombros. En la sala de descanso, un detective dijo que tal vez alguien los necesitara para un caso. Se encogió de hombros y dijo:
–Están para eso…
Fuera, en el pasillo, le preguntó a otro detective si los había visto.
Preguntó dónde estaban los muñecos de los niños.
Le rechinaban los dientes. Le dolía el entrecejo de tanto juntar las cejas en medio de la frente. Notaba que le ardían las orejas. Que las tenía a punto de derretirse de tanto que ardían.
Encontró los muñecos en el despacho de la directora. Sentados en el sofá. Sonrientes y desnudos. Pecosos y sin vergüenza de nada.
La directora Sedlak estaba estirando un pezón del pecho del niño. Con los dedos, con el índice y el pulgar, con nada más que las uñas oscuras, la directora retorció y estiró del pezón oscuro. Con la otra mano, la directora pasó las yemas de los dedos de arriba abajo por entre las piernas de la niña y dijo:
–Joder, parece de verdad.
Cora le dijo a la directora que lo sentía. Se inclinó para apartarle un mechón de pelo de la frente al niño y dijo que no tenía ni idea. Cruzó los brazos de la niña por encima de sus pezones rosados. Luego le cruzó las piernas de plástico a la altura de la rodilla. Extendió las dos manos del niño sobre su regazo. Los dos muñecos se quedaron allí sentados, sonrientes. Los dos tenían ojos de cristal azules y pelo rubio. Dientes brillantes de porcelana.
–¿Qué es lo que sientes? –dijo la directora.
Malgastar el presupuesto de la oficina del condado, dijo Cora. Comprar algo tan caro a ciegas. Pensaba que estaba comprando una ganga. Y ahora la oficina del condado se vería obligada a pasarse un año más usando los muñecos viejos. La oficina del condado se quedaba sin nada y aquellos muñecos habría que destruirlos.
Y la directora Sedlak dijo:
–No digas tonterías.
Peinó el pelo rubio de la niña con las uñas de los dedos y dijo:
–No veo dónde está el problema.
Dijo:
–Podemos usar estos.
Pero estos muñecos, dijo Cora, son demasiado reales.
Y la directora dijo:
–Son de goma.
De silicona, dijo Cora.
Y la directora dijo:
–Si te ayuda, piensa en cada uno como en un condón de treinta y cinco kilos…
Aquella tarde, incluso mientras Cora les estaba poniendo la ropa al niño y a la niña, vinieron varios detectives a su mesa a pedirle que les dejara llevárselos. Para entrevistas de admisiones. Para investigaciones. Pidiendo reservarlos para cierta evaluación supersecreta fuera del terreno. Pidiendo llevárselos a casa esa noche para usarlos a primera hora de la mañana. Llevárselos el fin de semana. Preferiblemente la niña, pero si no estaba disponible, entonces el niño. Al final del primer día, los dos muñecos ya estaban reservados para todo el mes siguiente.
Si alguien quería un muñeco urgentemente, ella le ofrecía los muñecos de trapo viejos.
La mayor parte de las veces, el detective le decía que prefería esperar.
Y a pesar de toda aquella avalancha de casos que se abrían, nadie le enviaba ni un solo expediente nuevo.
Durante casi todo aquel mes, Cora solamente vio al niño y a la niña de vez en cuando, durante el tiempo que tardaba en entregárselos al siguiente detective. Y luego al siguiente. Y al siguiente. Y nunca estaba claro qué estaba haciendo cada cual, pero la niña llegaba y se marchaba, un día con las orejas perforadas, otro día con un piercing en el ombligo, luego con carmín en los labios, luego apestando a colonia. En un momento dado, el niño llegó tatuado. Con una cadena de espinas tatuada alrededor del músculo de la pequeña pantorrilla. Un poco más tarde, con los pezones atravesados por pequeños aros plateados. Luego el pene. En una ocasión, con el pelo rubio despidiendo un olor acre.
Un olor como a caléndulas.
Como las bolsas de marihuana de la sala de pruebas. Aquella sala llena de pistolas y de cuchillos. Las bolsas de marihuana y de cocaína que siempre pesaban un poco menos de lo que debían. La sala de pruebas que siempre era la siguiente parada de los detectives después de llevarse en préstamo uno de los muñecos. Con la chica debajo de un brazo, se dedicaban a hurgar en las bolsas de las pruebas. A meterse cosas en el bolsillo.
En el despacho de la directora, Cora mostró los recibos de gastos que los detectives enviaban para que se los reembolsaran. Un recibo de una habitación de hotel de la misma noche en que un detective se había llevado la niña a su casa para hacer una entrevista al día siguiente. La habitación de hotel era una operación de vigilancia, le había dicho el detective. Y la noche siguiente otro detective volvió a sacar a la chica, y otra habitación de hotel, y otra cena para uno. Una película para adultos comprada en el televisor. Otra operación de vigilancia, dijo el tipo.
La directora Sedlak se la quedó mirando. A Cora, allí de pie, inclinada sobre la mesa de la directora, temblando tanto que los recibos le revoloteaban en el puño.
La directora se limitó a mirarla y a decir:
–¿Qué intentas decirme?
Es obvio, dijo Cora.
Y sentada detrás de su mesa de madera, la directora se echó a reír.
Y dijo:
–Considera esto una represalia.
–Todas esas mujeres –dijo la directora– que hacen manifestaciones y cánticos en contra de la revista Hustler, y que dicen que la pornografía convierte a las mujeres en objetos… Bueno –dijo–. ¿Qué crees que es un consolador? ¿O un donante de esperma de una clínica?
Puede que algunos hombres solamente quieran fotos de mujeres desnudas. Pero hay mujeres que solamente quieren la polla de un hombre. O su esperma. O su dinero.
Los dos sexos tienen el mismo problema con la intimidad.
–Deja de dar la vara por un par de puñeteros muñecos de goma –le dijo a Cora la directora Sedlak–. Si estás celosa, sal y cómprate un buen vibrador.
Una vez más, es a esto a lo que se dedican los seres humanos.
Nadie podía prever adonde iba aquello.
Aquel mismo día Cora salió a almorzar y compró un tubo de Superglue.
Y la siguiente vez que los muñecos volvieron a ella, y antes de dárselos a otro hombre, Cora embutió Superglue dentro de la vagina de la niña. Dentro de las bocas de ambos niños, sellándoles la lengua al paladar. Luego les embutió pegamento en el interior a los dos, por detrás, para soldarles los culos. Para salvarlos.
Y aun así, al día siguiente, un detective le vino a preguntar a Cora si le podía prestar una cuchilla de afeitar. O un cúter. O una navaja automática.
Y cuando ella le preguntó ¿por qué? ¿Para qué lo necesitaba?
Entonces él dijo:
–Para nada. Olvídalo. Ya encontraré algo en la sala de pruebas.
Y al día siguiente, tanto a la niña como al niño los habían abierto a cuchilladas, seguían siendo blandos pero ahora estaban llenos de cicatrices. Abiertos a navajazos. Vaciados a puñaladas. Todavía oliendo a pegamento, pero cada vez oliendo más a la porquería que tenía dentro Breather Betty y que seguía goteando y dejando manchas en el sofá de casa de Cora.
Unas manchas que la gata de Cora se pasaba horas oliendo. No las lamía, sino que las olía como si fueran Superglue. O cocaína de la sala de pruebas.
Fue entonces cuando Cora salió a almorzar y compró una cuchilla de afeitar. Dos cuchillas. Tres cuchillas. Cinco.
Y la siguiente vez que la niña regresó a su mesa, Cora la metió en el cuarto de baño y la sentó en el borde del lavabo. Con un pañuelo de papel, Cora le limpió el colorete de las mejillas rosadas. Le lavó el pelo rubio y mustio y se lo peinó. Mientras el siguiente detective ya llamaba a la puerta cerrada con llave del cuarto de baño, Cora le dijo a la niña:
–Lo siento. Lo siento. Lo siento…
Le dijo:
–No te va a pasar nada malo.
Y Cora le metió una cuchilla de afeitar en el interior de la blanda vagina de silicona. En el agujero vaciado por un hombre a cuchilladas. Echando hacia atrás la cabeza de la niña, Cora le metió otra cuchilla en lo más hondo de su garganta de silicona. Y la tercera cuchilla, Cora la metió dentro del culo abierto a navaja, desbloqueado a machetazos, de la niña.
Cuando el niño le llegó a su mesa, simplemente dejado allí por alguien, tirado boca abajo sobre el brazo de su silla de oficina, Cora se lo llevó al baño junto con las dos últimas cuchillas.
Una represalia.
Al día siguiente entró un detective arrastrando a la niña del pelo. La dejó en el suelo al lado de la mesa de Cora. Se sacó un cuaderno y un boli del bolsillo interior de la chaqueta y escribió: «¿Quién la tuvo ayer?».
Y levantando a la chica del suelo, atusándole el pelo, Cora le dio un nombre. Un nombre al azar. De otro detective.
Con los ojos fruncidos y negando con la cabeza, el tipo cogió su bolígrafo y su papel y dijo:
–¡Eze higo de la gandíziba buda!
Y se vio que tenía las dos mitades de la lengua sujetas con puntos negros.
El detective que trajo al niño iba cojeando.
Las cinco cuchillas habían desaparecido.
Fue después de eso cuando Cora tuvo que hablar con alguien del dispensario del condado.
Nadie supo cómo había conseguido aquella muestra de residuos tóxicos del laboratorio.
Después de aquello, todos los hombres del departamento caminaban agarrándose la piel de las pelotas a través de los pantalones. Levantando el codo como los monos para rascarse el pelo del sobaco. Tal como lo veían ellos, no habían tenido relaciones sexuales con nadie. No era posible que hubieran cogido ladillas.
Tal vez fue entonces cuando la esposa de un detective vino al centro. Después de encontrar esos puntitos de sangre que le salen a uno con las ladillas. Esas salpicaduras como de pimienta roja que uno se encuentra en los calzoncillos ajustados o en la parte de dentro de la camisa blanca, en cualquier sitio donde la ropa toque el vello corporal. Manchitas de sangre, sangre, sangre. Tal vez la mujer las encontrara en los pantalones cortos de su marido. O tal vez en los de ella. Se trataba de gente universitaria, que vivía en los barrios residenciales y compraba en el centro comercial, sin verdadera experiencia con las ladillas. Y ahora la mujer por fin entendía todos aquellos picores.
Y ahora aquella mujer estaba cabreada de verdad.
Y de ninguna manera podía imaginarse ninguna esposa que aquella era la versión con muñeco de goma de coger ladillas en la taza de un retrete. Que era sin duda la historia que contaría el marido. Pero es que era lo único que Cora había podido mangar en el dispensario. No se podía conseguir que las espiroquetas sobrevivieran en la silicona. La hepatitis no se podía contagiar a menos que hubiera contacto con la sangre. O con la saliva. No, los muñecos eran realistas, pero no tanto.
Cualquier esposa dejaba pasar aquello y a la semana siguiente su marido traía a casa un herpes y se lo contagiaba a ella y a los niños. O una gonorrea. O la clamidia. O el sida. Así que la esposa se puso a perseguir a Cora y a preguntarle:
–¿A quién se está tirando mi marido en la pausa del almuerzo?
Una sola mirada a Cora, con su peinado enlacado y sus perlas y sus medias de nailon hasta las rodillas y su traje pantalón, bastaba para disipar las sospechas de la esposa en su dirección. Cora con sus pañuelos de papel usados metidos en la manga de su cárdigan. Cora con un plato de cintas
de caramelo duro sobre su mesa. Con las tiras cómicas de Family Circus sujetas con chinchetas a su panel de corcho.
Con todo, nadie está diciendo que Cora Reynolds careciera de atractivo.
Luego la esposa fue a ver a la directora Sedlak, la de las uñas de color rojo intenso.
No hubo nadie que no se asombrara de ver que a Cora la llamaban para tener una pequeña charla.
Nadie pudo decirle a Cora Reynolds que sus días estaban contados.
La directora hizo sentarse a Cora al otro lado de su enorme mesa de madera. En el despacho de la directora con su ventana alta. El contorno de la directora sentada se recortaba sobre el fondo de la luz del sol y del paisaje de los coches aparcados en el aparcamiento de la oficina del condado. Con los dedos de una mano le hizo un gesto a Cora para que se acercara.
–No ha sido nada fácil –dijo la directora– decidir si toda mi plantilla se ha vuelto loca o si tú estás… reaccionando de forma exagerada.
Nadie podía imaginarse cómo el corazón de Cora se despeñó desde un acantilado en aquel momento. Permaneció sentada, paralizada. A eso nos dedicamos: a convertirnos en objetos. A convertir objetos en lo que somos nosotros.
Todos esos millones de personas, por todo el mundo, que todavía intentan salvar al maniquí Breather Betty. Tal vez lo que tendrían que hacer es no meterse donde no les llaman. Tal vez sea demasiado tarde.
Son las criaturas, dijo la directora, quienes se cargan los muñecos. Siempre ha sido así. Los niños y niñas que han sufrido abusos abusan de todo lo que pueden. Todas las víctimas encuentran una víctima. Es un ciclo. Y le dijo:
–Creo que deberías tomarte unas vacaciones.
Si les ayuda, piensen en Cora Reynolds como en un condón de sesenta kilos…
Nadie dijo esto último. Pero no hacía falta que nadie lo dijera.
Nadie le dijo que se fuera a su casa y se preparara para lo peor.
Como condición para conservar su empleo, Cora tenía que devolver el maniquí Breather Betty que constaba que se había llevado. Tenía que entregar los muñecos de peluche que había comprado con el presupuesto de la oficina del condado. Tenía que devolver las llaves de la enfermería. Inmediatamente. Y poner la enfermería y los muñecos anatómicamente correctos a la disposición de todos los miembros de la plantilla. El primero que los pidiera era el primero que se los llevaba. De inmediato.
Lo que se sentía Cora era lo que siente alguien que llega a su primer semáforo después de conducir un millón de billones de kilómetros, demasiado deprisa y sin el cinturón de seguridad puesto. Resignación mezclada con alivio fatigado. Cora, nada más que un tubo de piel con un agujero en cada extremo. Era una sensación terrible, pero hizo que se le ocurriera un plan.
Al día siguiente, cuando llegó al trabajo, nadie la vio entrar a escondidas en la sala de pruebas. Dentro de la cual había cuchillos que olían a sangre y a Superglue para quien los quisiera.
Ya se estaba formando cola junto a su mesa. Todos esperando a que el último detective que lo había usado devolviera a uno de los niños. A cualquiera. Los dos eran iguales si se ponían boca abajo.
Cora Reynolds no era una tonta del bote. Nadie se iba a reír de ella.
Llegó un detective con el niño debajo de un brazo y la niña debajo del otro. El hombre los tiró a los dos sobre la mesa y la multitud se abalanzó hacia delante, agarrando las piernas de silicona rosada.
Nadie sabe quiénes son los verdaderos locos.
Y Cora apareció con una pistola en la mano, con la etiqueta de las pruebas policiales todavía colgando de un cordel. Con el número de caso escrito en la misma. Hizo un gesto con la pistola en dirección a los dos muñecos.
–Recógelos –dijo–, Y ven conmigo.
El niño no llevaba más que sus calzoncillos blancos, manchados de grasa en la parte del trasero. La niña, unas braguitas blancas de satén, apelmazadas de tantas manchas. El detective los recogió a los dos, todo el peso de dos niños, con un solo brazo y los abrazó contra su pecho. Con sus piercings en los pezones y sus tatuajes y sus ladillas. Con su hedor a humo de marihuana y a aquello que goteaba de Breather Betty.
Cora le hizo un gesto con la pistola y lo acompañó a la puerta del despacho.
Con los hombres siguiéndola, rodeándola, Cora hizo retroceder al detective por el pasillo, llevando a rastras a la niña y al niño más allá del despacho de la directora y más allá de la enfermería. Hasta el vestíbulo. Luego hasta el aparcamiento. Allí, los detectives esperaron a que ella abriera el coche.
Con el niño y la niña sentados en el asiento trasero de su coche, Cora pisó el acelerador y roció a los hombres de gravilla. Antes de que llegara siquiera a la cancela de la alambrada, ya se oían sirenas que se acercaban.
Nadie se imaginaba que Cora Reynolds estaría tan preparada. Breather Betty ya estaba en el coche, en el asiento del pasajero, con un pañuelo atado sobre el pelo rojo y unas gafas de sol sobre su cara de goma. Con un cigarrillo colgando de entre los labios muy rojos. Aquella chica francesa regresada de entre los muertos. Rescatada y con el cinturón de seguridad para mantenerle el torso erguido.
Aquella persona convertida en objeto y ahora nuevamente convertida en persona.
Los animales de peluche lisiados, los tigres raídos y los osos y pingüinos huérfanos, están todos desplegados en el cristal trasero del coche. Con la gata entre ellos, dormida bajo el sol. Todos diciendo adiós con la mano.
Cora se metió en la autopista, con los neumáticos traseros coleando y alcanzando ya el doble de la velocidad límite indicada. Su sedán marrón de cuatro puertas ya llevaba detrás un séquito de coches patrulla, con las luces azules y rojas parpadeando. Helicópteros. Detectives furiosos en coches de la oficina del condado sin distintivos. Unidades móviles de televisión, todas en furgonetas blancas con números de gran tamaño pintados a un costado.
Ya no había forma de que Cora pudiera ganar.
Tenía a la niña. Tenía al niño. Y tenía la pistola.
Aunque se le acabara la gasolina, nadie se follaría a sus niños.
Aunque la policía del estado le disparara a los neumáticos. En ese caso, ella les tirotearía los cuerpos de silicona. Cora les volaría las caras. Los pezones y las narices. Los dejaría sin nada donde un hombre pudiera meter la polla. Y le haría lo mismo a Breather Betty.
Y luego se pegaría un tiro. Para salvarlos.
Por favor, entiendan. Nadie dice que lo que hizo Cora estuviera bien.
Nadie está diciendo ni siquiera que Cora Reynolds estuviera cuerda. Pero aun así, ganó ella.
A esto se dedican los seres humanos. A convertir objetos en gente y a convertir a la gente en objetos. En un sentido y en otro. A modo de represalia.
Aquello era lo que la policía encontraría si se acercaban demasiado. A los niños mutilados. A todos muertos. A los animales empapados de la sangre de ella. A todos muertos y juntos.
Pero hasta que llegara aquel momento, Cora tenía el depósito de gasolina lleno. Tenía una bolsa llena de cocaína de la sala de pruebas para mantenerse despierta. Una bolsa de bocadillos. Unas cuantas botellas de agua y a la gata, dormida y ronroneando.
No le quedaban más que unas cuantas horas de autopista para llegar a Canadá.
Pero por encima de todo, Cora Reynolds tenía a su familia.

 

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Correspondencia – Thomas Mann y Hermann Hesse

Correspondencia – Thomas Mann y Hermann Hesse Libros Kalish Jorge Luis Borges

Estado: impecable.

Editorial: Muchnik.

Precio: $400.

Desde tiempos remotos, los exiliados han tenido una visión clara de los acontecimientos históricos, y han dado la verdadera medida de las grandes tragedias humanas – por haberlas vivido y, al mismo tiempo, haberse visto obligados a reflexionar sobre ellas –. En esta admirable Correspondencia, se enfrentan dos posiciones de exiliados ante el mundo, dos posiciones que tienen más  de complementario que de antitético. “El mundo se esfuerza en facilitarnos, a la gente mayor, la despedida final. La suma de razón, método y organización con que se cometen tantas atrocidades no resulta menos asombrosa que la suma de sinrazón y sincera ingenuidad con que los pueblos transforman la necesidad en virtud y elaboran sus ideologías a partir de las catástrofes. Tan bestial y candoroso es el ser humano”. (Hesse a Mann, 1942). “Todos, bajo una presión terrible, hemos sufrido una especie de simplificación. Hemos vivido el mal en toda su monstruosidad, y, al mismo tiempo – es una confesión vergonzosa – hemos descubierto nuestro amor al bien. Si el espíritu es el principio, o la fuerza, que desea el bien, la solícita atención a posibles variaciones en la imagen de la verdad, la diligencia divina, en una palabra, que postula la aproximación a lo temporalmente justo, prescrito y debido, entonces el espíritu es político, le guste o no le guste el calificativo. Creo que ningún ser vivo puede eludir actualmente la política. El rechazo es también política; con él se prctica la política de la causa injusta.” (Mann a Hesse, 1945).

 

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Jesuitas. Tomo 1: Los conquistadores; Tomo 2 Los continuadores – Jean Lacouture

Jesuitas Jean Lacouture Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado:impecable (2 tomos) .

Editorial: Paidos.

Precio: $1000.

Pocas aventuras colectivas habrán influido tan poderosamente en nuestra civilización actual como la de la Compañía de Jesús: una aventura que se desarrolla durante casi medio milenio y que se despliega por todo el planeta auroleada de verdaderos y falsos misterios, de sospechas e intrigas, pero a la vez dirigida por una fe y una energía invencibles. En efecto, reformadores considerados como sospechosos por la Inquisición, intrépidos evangelizadores de Japón o China, ralizadores de utopías en Paraguay, agentes universales del papismo, confesores de príncipes, enemigos de los jansenistas y educadores de élites, entre otras muchas cosas, los jesuitas han encarnado, a través de los siglos, un cristianismo adaptado al mundo, abierto a la ciencia profana y audazmente comprometido en el debate político, para lo mejor y para lo peor. Desde la fundación de la orden por Ignacio de Loyola en 1540 hasta su supresión en 1773 por el papa Clemente XIV, Jean Lacouture propone aquí, con Los conquistadores, el primer volumen de un díptico multicolor que completará su evocación con Los resucitados, que abarcará de 1814 a nuestros días. Así, en catorce capítulos, el libro narra los principales episodios de esta historia prodigiosa y, sobre todo, hace revivir a los actores de una cruzada incansablemente recomenzada para mayor gloria de Dios. El resultado es un texto tan insólito como apasionante: la narración casi novelada de otros, y que Lacouture cuenta con el convencimiento y la distancia necesarios para que la información y el relato lleguen a su destino sin interferencias ni exageraciones. Fábula política y religiosa, retrato de tres siglos densos y turbulentos de la historia universal, este primer volumen no sólo es una minuciosa retrospectiva de lo que ocurrió, sino también un soberbio análisis de las razones que movieron a ello. La primera multibiografía histórica escrita por uno de los más grandes biógrafos de nuestro siglo.
Después del primer volumen de este díptico –también publicado por Paidós–, Jean Lacouture prosigue aquí el relato de una prodigiosa aventura colectiva iniciada a mediados del siglo XVI: la multibiografía definitiva de aquellos “hombres de negro” que fueron los compañeros y herederos de Ignacio de Loyola.Aunque la tonalidad de esta segunda época es más grave y menos épica, las personalidades que aparecen en escena están sin duda a la altura de los brillantes pioneros de los orígenes. Del padre De Smet, evangelizador de los nativos de Estados Unidos, a Pierre Teilhard de Chardin, los jesuitas continúan encarnando la vanguardia de la Iglesia, una compañía de élite cuyas audacias han influido profundamente en la historia de nuestra civilización.Jean Lacouture, con su reconocido e indiscutible talento de biógrafo e historiador, cierra de este modo una obra-epopeya que tanto la crítica como los lectores han considerado, desde su aparición, un clásico excepcional.
Nacido en 1921 en Burdeos, Jean Lacouture estudió letras y ciencias políticas antes de incorporarse en 1945 al ejército, donde se inició en el periodismo. Después de vivir una temporada en Marruecos, empezó a colaborar en Combat y en Le Monde, y luego se convirtió en el corresponsal de France-Soir en Egipto de 1953 a 1957. En el período comprendido entre 1957 y 1966 volvió a Le Monde, y luego se dedicó a militar contra la colonización de Vietnam, sobre todo a partir de su estancia en los Estados Unidos y, en concreto, en Harvard. Tras escribir una obras sobre De Gaulle (1965), comienza una segunda carrera, la de biógrafo, que ha continuado hasta hoy en día con un éxito sin precedentes. Sus obras sobre Malrauz, Mauriac, Ho Chi Minh, Mendès France y sobre todo De Gaulle, no necesitan presentación, ni siquiera para el lector hispánico. Además, colabora en la revista L’histoire.

 

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Napoleón Bonaparte – Albert Manfred

Napoleón Bonaparte Albert Manfred Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: usado.

Editorial: AKAL.

Precio: $450.

La presente obra se debe a la pluma de un conocido historiador soviético, Albert Manfred, especialista en la historia de la Revolución francesa de 1789-1794, autor de estudios biográficos sobre Marat y Robespierre y de numerosos trabajos sobre la historia de las relaciones diplomáticas entre Rusia y Francia.
Este libro está dedicado a la vida y la actividad de Napoleón Bonaparte. A partir de documentos a menudo poco conocidos, el autor nos habla de los acontecimientos esenciales de aquella época, describe el entorno de Napoleón, anliza los secretos de sus triunfos y las razones de sus defectos. Este estudio fundamental, fruto de varios años de investigaciones, está escrito en un estilo excelente. Albert Manfred está considerado como uno de los más grandes maestros en el arte de narrar la historia y en el género del retrato psicológico de personalidades históricas.
Otros libros relacionados:
Mémoires. I (1725-1756) – Giacomo Casanova (versión en francés)
Ciudadanos. Crónica de la Revolución Francesa – Simon Schama
Los bohemios – Anne Gédéon Lafitte Marqués de Pelleport
La reina desalmada. María Antonieta en los panfletos – Chantal Thomas
Europa: privilegio y protesta 1730-1789 – Olwen Hufton
Europa, madre de revoluciones – Friedrich Heer
Europa en el siglo XVIII. La aristocracia y el desafío burgués – George Rudé
Rasputín. Los archivos secretos – Edvard Radzinsky
La formación de la clase obrera en Inglaterra – E. P. Thompson

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld

Tengo que entregar el libro de Pastoreau Una historia simbolica de la Edad Media Occidental en Barracas a las 11 de la mañana.
Llego a Constitución. Esta un poco más maquillada. Pero sigue siendo una avanzada del conurbano bonaerense donde en un abrir y serrar de ojos que puede suceder cualquier cosa. Cualquier cosa.
Conozco la zona de los años 90 cuando solia frecuentarla.
Un pozo ciego. Un hervidero de mierda.
En el viaje voy leyendo Eurpoa Central de William T. Vollmann.
El capítulo donde habla de la vida de Shostakóvich entre 1906 y 1942.
El libro de Vollmann es un tratado sobre la historia donde está muestra su verdadera cara eternamente humana el cual no es otra cosa que el rostro patibulario de un verdugo.
Camino por Constitución.
Gente de mierda. Gente hecha mierda. Gente comiendo mierda. Gente vestida para la mierda. Gente que se limpia el culo con papel higienico comprado en supermercado Día.
Un asco.
Llego a la avenida Montes de Oca.
Todo cambia.
De repente acá la vida parece amable. Todo resulta acogedor y deseable.
En un abrir y cerrar de ojos paso de las catacumbas del subte C y sus espectros cargando sus penas tan miserables y bulgares a los jardines primaverales de una avenida donde el sol le sonríe a los vecinos de Buenos Aires todas las mañanas.
Caminar por estas calles me vuelve un resentido, un pibe chorro y me recuerdan ciertas paginas de El juguete rabioso de Artl donde Astier camina por no se qué barrio ricachon sintiendo el mareo de eso que lo maravilla y lo escluye – o algo así recuerdo de esa escena que leí hace años, miles de años.
Entrego el libro en un edificio y el cliente me entrega el dinero a traves de las rejas del edificio.
Vuelvo para tomar el subte nuevamente.
En la esquina donde nace Montes de Oca miro hacia un edificio donde vive un amigo. Sigo de largo y en dos pasos estoy nuevamente del lado de los jodidos,
Y pienso. Y vuelvo a confirmar una sospecha que vengo rumiando hace tiempo.
El Estado de Bienestar fue un fenomeno muy particular del siglo XX.
Argentina por alguna extraña anomalia de la historia supo conocer sus mieles a pesar de su condicion de pais tercermundista y periferico.
Pero el Estado de Bienestar es una ilusion hoy. Algo que todos en Argentina necesitamos creer que sigue vigente. Que es posible.
Pero no. No es posible ni lo sera.
El Estado de Bienestar ya no es posible. Ni existe volutad politica, ni poder popular ni una poronga que lo vuelva real y posible. Sencillamente fue algo que existio como los dinosaurios. O como tantas especies animales y vegetales que durante el siglo XX conocieron su extinción del planeta tierra para no volver nunca jamás.
Los pobres volveran a ser pobres y los ricos ricos.
Como siempre a sido.
Como nunca devio de ser de otra manera en la Argentina.
Y caminar por la avenida Montes de Oca y luego undirme en el subte me lo confirma.
Mientras bajo para tomar el subte de mierda del sorete de Macri, un pibe me da un folleto.
Es una suerte de comic berreta donde me recomiendan leer la biblia titulado: ¿Es usted una buena persona? Y el folleto culmina diciendome: si tiene preguntas puede escribir a: info@quierosalvacion.com.ar .
Y me dan otro folleto.
Préstamos!!! En 24 hs. Hasta $10.000. Muy facil!!! Credimar.
En un piringundin de esos que hay en los laberintos que conducen al subte en Constitución suenan los redondos.
Este mundo, esta empresa de hoy, que te esnifa la cabeza una y otra vez…

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld
Mate, pongo nombre
Para el fotografo Rodrigo Ruiz Ciancia
La calle Corrientes me conoce de memoria.
De pendejito.
De la remota mañana que fuimos con el abuelo Carlos – que era marinero y pintor –  a comprar tacos de billar.
De las adrenaliticas pelis de súper acción que cada tanto me llevaba a ver el tío Juan.
De las primeras excursiones con el psicoanalista Sebastián Cariola cruzando la General Paz en el Mitre – ramal Suarez-Retio ¡y con vagón para fumadores! – para ir a revolver libros.
De la noche que Pablo Entrerrios me llevo a ver Divididos a Halley la noche que Andrea Álvarez remplazo en la batería a Gil Sola que se había incendiado la cabeza.
De la noche que Nicolas me llevo a debutar a un puterio para que me hiciera hombre y no me volviera loco, como su tío, por exceso de masturbación.
De la ultima vez que me cruce con David Viñas y Fogwill – el primero en La Paz leyendo La Nación con lapiz y regla y al segundo saliendo de Boullevard Corrientes con una parka inglesa verde.
De las recorridas distribuyendo en los puestos de diario la revista Vestite y andate que surgió de un curso de periodismo de Enrique Symns y donde conoci a mi amiga Fernanda Simonetti.
La calle Corrientes me conoce hace años.
Me ha visto ir y venir.
Una y otra vez.
Infinitamente.
Feliz. Enamorado. Borracho. Puesto. Inmortal.
Triste. Perdido. Naufragando. Destrozado. Acribillado.
La calle Corrientes me ha visto desde todos los ángulos.
Conoce todas mis mutaciones. Reencarnaciones. Colores. Sombras y luces.
La calle Corrientes me ha visto subir y bajar. Y bajar y subir. Y vuelta a empezar.
Hasta conocerme como a cada una de sus baldosas.
La calle Corrientes me ha visto desde la adolescencia entrando a librerías. Buscando. Revolviendo. Rastreando. Averiguando. Descubriendo. Obsesivamente. Siempre esperando encontrar otro libro que me agarre de los huevos. Y que me
La calle corrientes me vio incontables veces salir de librerias como quien encontró luego de multiples peripecias y peligros que al final de la aventura se allaba el inicio del arco iris donde los duendes esconden tesoros.
La tarde que compre en una librería desaparecida que estaba al 1100 casi esquina Cerrito La máquina de follar de Charles Bukowski.
Encontrando en las estanterías de Hernández la edición de Legasa del Severino di Giovanni de Osvaldo Bayer agotadísimo por entonces.
Llendo a buscar En la frontera de Cormac McCarthy – la edición de Plaza & Janes – en las mesas de saldo luego de leer una reseña de Marcelo Cohen donde hablaba de este autor que lo había cruzado millones de veces en las mesas de oferta sin prestarle atención – ¡y hay que tener en cuenta que por entonces no existía google ni computadoras y tuve que cruzar links, datos, imágenes, recuerdos y llegar a la información que buscaba googleando en mi cabeza!; y lo encontré en Corrientes al 1900 en otra librería que ya no existe.
En esa misma librería que compre mi primer McCarthy, ahí, justo ahí, entre sus saldos compre a otro amor eterno de mi corazón luego de que una noche en la casa del Santiago Ferron le pregunte a Patan Ragendorfer qué nuevo autor de policiales había tan bueno como Hammett o Chandler y me dijo James Ellroy y ahí, justo ahí, por monedas, me esperaban para hacerme feliz El gran desierto y Los Angeles confidencial con traducción de Carlos Gardini. Tan feliz como cuando una mañana que en lugar de buscar laburo estaba boludeando llegue a Brujas y en la vidriera estaba el Libro del desasociego de Pessoa con traducción excelente del alcahuete ortiva de Santiago Kovadloff que lo leí en los vagones del Mitre cruzando la General Paz de ida o vuelta, de noche o de día. No sé cómo llegue a Las correciones de Franzen pero lo fui a comprar a Dickens (1). O uno que busque sin suerte durante mucho tiempo y que un día entro a la librería que esta al lado de El Gato Negro a la que visitaba periodicamente y paso de largo por los bet sellers pero de refilon algo me llama la atención y me detiene en seco y miro y ahí estaba, expuesto en la pared con boludeces y lo agarro y lo llevo al fondo y saludo al encargado sin mostrar mi alegría por el hallazgo para no delatar su valor – relativo, obvio, pero ahí se juegan multlipes variables: si el librero sabe o no que esta vendiendo y su precio oficial si se consigue o su precio estimado si es un incunable y si vos estas dispuesto a pagar cualquier cosa o no o solo llevártelo si es barato o a como de lugar pagando fortuna y así se abre el juego – y el encargado lo mira y me dice diez pesos, te lo dejo en 8 – esto fue hace tres años – y ahí le digo que lo estaba buscando hace tiempo, inconseguible, imposible, le digo, y él me mira y me dice, pero si hace como seis meses que esta en el mismo lugar del que lo agarraste y vos venis siempre, cómo no lo viste, y no, pasaba dos veces por semana delante de La ciudad de los cazadores timidos de Tom Spanbauer, el que le enseño a escribir a Chuck Palahniuk y en su cocina le hizo escribir El club de la pelea y el que escribió esa maravilla que es El hombre que se enamoro de la luna que lo compre en Librería Libertador. Como cuando tropeze con el Durruti de Abel Paz en una librería anarco de Corrientes y Angel Gallardo o Trata de esclavos de Hugh Thomas en Lucas o los libros de John Boswell cerca de Chacarita. Recuerdo dónde vi por primera vez libros que no leí como El porvenir es largo de Althuser, X-ray of the Pampa de Ezequiel Martinez Estrada, la Evita. A militante no camarim de Horacio González dedicado por él para una mujer y lo compre sin saber leer brasilero sospechando que era un libro que Horacio no tenía y cuando se lo mostre al final de una clase del 2002 lo miro sorprendido y me dijo que no lo tenia y que recordaba a la chica a la que se lo había dedicado y se lo regalé, El coraje de la verdad de Foucault, los cuentos reunidos en dos tomos de Fontanarrosa de Alfaguara en la colección donde estan Nabokov, Faulkner, Onetti, Córtazar, Scott Fitzgerald y Quiroga, la Historia criminal del cristianismo de Karlheinz Deschner  o la última vez que vi el Borges de Bioy en la calle Corrientes.
La calle Corrientes es la ruta del humo de todos mis cigarrillos.
Los fumados a medias. Ansioso. Antes de entrar a una librería.
Los encendidos apresurado. Vencedor o derrotado. Al salir de otra librería.
La calle Corrientes es berreta, sucia y bastante chota.
Es cruel como su inútil y estúpida superficie de monótonas tragedias y farsas.
Si tuvo encanto, brillo, misterio, lo extravió.
Y sin embargo es mi calle.
O yo soy su aliento
En fin.
Ahí, justo ahí.
En las profundidades de su descarada desnudes expuesta a la mirada del ciego.
Ahí, justo ahí.
En la superficie que oculta lo que exive con la mecánica y rutinaria y ovbia cadena de montaje de una película porno – y devo confesar que consumo ese arte menor, hoy, quien te dice, después de todo no fue un inodoro que solo se usava para mear lo que hizo volar en pedazos las reglas del arte, que igual ya paso, dumchamp hoy es todo lo que su mingitorio buscaba destruir con eso y una simple firma, papilla academica su vida y su arte piezas de museo, no mas uque eso.
Pero me fui a la mierda. con dumchapm que nunca me importo una mierda y no se por que ahora aparece y sí, es que tiene uque ver con las discusiones que e tenido con esos otros docs conocedores de la calle Corrientes. Hernan Sassi y andres tejada gomez, los dos enamorados de ese muchachito que estuvp em la argentina asi quw sospecho queedevio ahber sido sometido a la mirada sonámbula de la calle Corrientes.
Y ashí, justo ahí, en el corazón de la calle que me desnuda como Bioy en los diarios de Borges, ahí, justamente, en corrientes al 1400 0 1500, ahí donde esta Losada y el San martin y el boliche de Carlos Heller, sí, ahí, en el mismo centro de su fantasmal existencia ¡y casi me olvidaba de el café La Paz, que esta en esa misma cuadra y bueno te la ahgo corta sí ahí en esa cuadra hace anos que un tipo esta sentado en la vereda ofreciendo a los que pasamos ya sin verlo ni escucharlo, el tipo vende mates y grita  y repite una y otra vez:
Mate, pongo nombre.
Notas
(1) Y cuando subí la columna a mi cuenta de Facebook se resolvió el misterio de cómo había llegado a este libro:
Cariola Sebastian: «Las correcciones» es uno de los pocos titulos que puedo adjudicarme que vos conociste gracias a mi, y no como fue en la mayoria de los casos, que yo escuche por primera vez de vos.
Juan Pablo Liefeld: sí, es verdad, ahi me acorde de todo, llegue a las correcciones de jonathan franzen que me comnentaste que lo estabas buscando porque el psicoanalista hugo piciana te lo havia recomendado.

 

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Viaje a las hormigas. Una historia de exploración científica – Bert Hölldobler / Edward O. Wilson

Viaje a las hormigas Bert Hölldobler Edward Wilson Gustavo Cerati Soda StereoJorge Luis Borges Libros Kalish L A Spinetta Charly García Fito Páez Juan Pablo Liefeld Guadalupe Marando

vendido

Estado: impecable (tapa dura/con sobrecubierta).

Editorial: Crítica.

Precio: $000.

¿Es realmente el hombre el animal que domina la Tierra? ¿O son las hormigas? Tomando en su conjunto a las hormigas de nuestro planeta su peso sería igual al de la totalidad de los seres humanos, pero siendo el tamaño de una de ellas menos de una millonésima parte que el de un hombre, esto significa que por cada uno de nosotros hay al menos un millón de hormigas. Su biomasa satura el entorno terrestre y su organización en superoganismos perfectamente estructurados, donde el individuo se sacrifica a la comunidad, les da una gran capacidad de supervivencia.
Nadie sabe más acerca de las hormigas y de sus hábitos que Edward O. Wilson y Bert Hölldobler, cuyo monumental tratado The Ants ganó un premio Pulitzar y fue celebrado como una obra maestra. Hoy, al cabo de los años, vuelven al tema al que han dedicado sus vidas para contarnos, en un libro escrito con un lenguaje accesible y bellamente ilustrado, cómo viven y se organizan las hormigas: para explicarnos el lenguaje químico con que se comunican, mostrrasnos cómo cooperan o se hacen la guerra, cómo practican la agricultur, capturan esclavos, emplean la propaganda, mendigan, construyen rascacielos de temperatura controlada o practican el bandidaje. El mundo de las hormigas y de sus depredadores y parásitos sociales llega a parecernos tan semejante al de las sociedades humanas que los autores se ven obligados a advertirnos que no están falseando la realidad, “humanizándola”. “Tal vez suceda – nos dicen – que el número de formas de organización social que la evolución encuentra a su disposición en cualquier lugar del mundo es tal que los fenómenos que hemos mostrado resultan ser categorías naturales e inevitables de explotación, sea donde fuere que ocurren”.
Edward O. Wilson: Más allá de las hormigas
Tim Appenzeller
Edward O. Wilson está sentado en el vestíbulo frente a un millón de sus mejores amigas. Su oficina en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard está cerca de lo que el llama «la Estación Central de las hormigas»: un cuarto repleto de estas, con ejemplares de unas 6 000 especies sujetos con alfileres. Wilson, de 77 años, ha combinado diversas carreras -conservacionista, biólogo evolutivo, teórico de la naturaleza humana- en una sola. Ha escrito 20 libros, dos con su colaborador de toda la vida, el profesor Bert Hölldobler, de la Universidad del Estado de Arizona. En su trabajo subyacen decenios de investigación sobre las hormigas y sus complejas sociedades. Cuando un joven entra a su oficina, cargando un bote con una docena de especies provenientes de América del Sur, a Bert se le iluminan los ojos y queda claro cual es us gran pasión.
¿Cómo desarrolló esa pasión por la naturaleza?
Cuando tenía nueve años y viviá en Washington, D.C., me emocionaba la idea de emprender expediciones a las selvas más remotas para recolectar todo tipo de cosas que veía en National Geographic. Por eso decidí hacer una expedición al Parque Rock Greek dotado de botellas y todo lo necesario. Allí comencé a recolectar muestras. Iba solo y caminaba durante horas. Después fuí al Zoológico Nacional, que para mí era el Paraíso en la Tierra.ç
¿Considera que ese tipo de experincias es algo poco común para los niños de la actualidad?
Eso me preocupa. Muchos jóvenes se quedan en su casa y reciben gran influencia por parte de un mundo artificial que les resulta cada vez más estimulante: naturalezas falsas, películas de ciencia ficción, videos; todo ello los invitan a pasar la vida frente a una computadora. Esa es una tendencia que alejará a los jóvenes de las experiencias que vive un naturalista. Pero también hay estímulos en el sentido opuesto. ¿sabiá que en los E.U.A. hay más personas que acuden a los zoológicos que a los partidos deportivos profesionales?
A Darwin le gustaban los escarabajos. ¿Qué fue lo que le atrajo a usted de las hormigas?
En un principio iba a trabajar con moscas porque sentía que ese era un campo que no se había explorado, pero no pude conseguir los alfileres especiales de insectos para colecionarlas. Era 1946, justo después de la segunda guerra mundial, y esos alfileres no estaban disponibles. Entonces opté por las hormigas, porque podía coleccionarlas en botellas de alcohol.
Algunos dicen que esta práctica no es una auténtica ciencia, que tan solo es dedicare a coleccionar.
Bueno, cunado alguien dice algo así, se le puede responder con rapidéz que no se a lograr nada a menos que se le conviera en una ciencia. Nunca se sabe cuando alguien va a buscar algún tipo de pista en el enorme cuerpo de información que resulta al trazar el mapa de la vida en la Tierra. Por ejemplo, alguien podría decir: «Para mí trabajo, necesito una hormiga que cace bajo el agua, que se mueva como si fuera un submarino, que luego salga del agua y regrese a su nido seco. ¿Existe tal cosa?», ¡Y resulta que sí!
¿Una hormiga submarina?
Sí. En Malasian, en la planta carnívora Nepenthales: recolecta agua en la que los insectos caen y se ahogan. La planta obtiene material orgánico a partir de los insectos que captura. Hay un tipo de hormiga cuyas obreras entran justo en la boca del lobo. La atraviesan como si fueran submarinos y recogen los insectos que han caido en el fondo.
¿Usted realiza viajes de investigación en la actualidad?
Me reúno con entomólogos especializados en hormigas y salimos de viaje. Es muy emocionante. En un viaje que hicimos recientemente a República Dominicana ascendimos a elevaciones que alcanzaban los 2 440 metros. Subimos por los fríos bosques de pino y descubrimos nuevas especies en cada lugar de la montaña.
¿No tiene la sensación de que el mundo ya ha sido explorado y estudiado en su totalidad?
No. Apenas estamos comenzando la exploraicón. En cuanto a los animales, probablemente tan sólo conozcamos 10% de las especies. Incluso en un grupo tan conocido como el de las hormigas, calculo que tal vez falte por conocer la mitad de las especies de hormigas del mundo.
¿Qué tan bien conocía Darwin a sus hormigas?
Las conocía muy bien; pasó mucho tiempo observándolas, en parte porque las hormigas ejemplificaban una peculiaridad la cual, según él, podrían haber desacreditado su teoría de la evolución. Ese posible error era que las obreras son muy distintas de la hormiga reina y, sin embargo, son estériles. Entonces, ¿cómo explicar esta característica mediante selección natural? Si las obreras no pueden tener descendencia, ¿cómo se desarrollan y se transmiten sus rasgos?
¿El problema era entender como evolucionó este tipo de «autosacrificio»: cuidar a la reina y renunciar a la reproducción?
Sí. Darwin resolvió el problema: lo que cuenta es el grupo, y las hormigas obreras son sólo parte de la colonia, una extensión de la reina. Lo importante es la herencia de esta. Si la reina produce organismos separados que sirven para sus propositos, entonces las colonias en conjunto pueden predominar sobre los individuos en particular. Esa fue la solución. Y, en realidad, no es muy distinto de como vemos ahora. Las teorías más recientes se detallarán en The Superorganism (el superorganismo), un libro que Bert Hölldobler y yo estamos terminando.
¿Por qué ese título?
La colonia es el siguiente ivel de orgaización biológica. Esta, mediante la selección del grupo, ha desarrollado rasgos que de otro modo no habrían sido posibles: la comunicación, el sistema de castas, la coducata de cooperación. Es una unidad de actividad y de evolución. Lo que se selecciona es una colonia frente a otra. Esto se parece a la idea de Darwin, pero en términos de la genética moderna.
¿Cómo comienza este tipo de comportamiento social?
Esto tiene que ver con al defensa ante los enemigos. Los naturalistas han descubierto una cantidad cada vez mayor de prupos que tienen obreras y soldados altruistas: las ormigas, las termitas, ciertos escarabajos, los camarones e incluso un mamífero: la rata topo desnuda. Lo que tienen en común estos animales es que cuentan con un lugar con recursos para alimentarse y donde vivir. Si se es un individuo solitario y se contruye un lugar como ese, alguien podría sacarlo de allí. La idea es que para estas especies será ventajoso desarrollar castas estériles que mantengan y progejan la colonia.
Entonces, es una historia que trata de la comunidad y el hogar.
He aprendido a no hacer comparaciones entre las hormigas y los humanos. Pero sí: esto hace que demos otro vistazo a los orígenes del ser humano. Los antropólogos coinciden en que un factor importante en los orígenes del hombre fue tener un hogar fijo, lo que les permitió cierta especialización, pues era un lugar donde algunos se quedaban y cuidaban el campamento, mientras otros traían comida. Además, el asedio de los depredadores seguramente fue muy fuerte.
Pero nosotros no tenemos castas estériles.
No, pero tenemos la división del trabajo. Y es una diferencia fundamental entre nosotros, los insectos y esas otras criaturas. Por eso debemos tener mucho cuidado al establecer analogías. Podemos dividir el trabajo sin castas físicas, debido a que los seres humanos son muy flexibles e inteligentes.
Ese sistema les ha funcionado muy bien a las hormigas.
Ellas dominan ecosistemas. Un estudio demuestra que, en los bosques tropicales, las hormigas solas equivalen a cuatro veces el peso de todos los verterados terrestres juntos: anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Comparativamente, el peso de la totalidad de las hormigases casi igual al del conjunto de los seres humanos. Son las principales depredadoras de los animales pequeños, las principales carroñeras en gran parte del mundo, y las principales encargadas de prevenir la erosión del suelo.
Cada especie es una obra maestra
Diane Toomey 
El científico Edward Osborne Wilson (Alabama, 1929) se quita de la frente un mechón de cabello liso antes de comenzar con su trabajo. «Voy a poner el espécimen bajo el microscopio para verlo bien». Cuando mira a través de la lente, a pesar de su vestimenta de académico serio, su mirada se ilumina con la ilusión de un chaval. Tras toda una vida estudiando el mundo de las hormigas, este investigador de la Universidad de Harvard -la vaca sagrada de los estudios sobre biodiversidad- no ha perdido la pasión por los pequeños animales que él llama «criaturas escogidas». ¿Tiene alguna favorita? Pues sí; una rara especie de hormiga que protege su nido de una forma muy peculiar. «Su cabeza tiene forma de corcho de botella y en la frente, una armadura que parece un antiguo escudo griego. Cuando el enemigo aparece, cierra las entradas del nido con la cabeza, como si estuviese tapando una botella de vino. ¡Me parece genial!».
Lo que Wilson ha colocado bajo el microscopio es unahormiga amarilla de Panamá. Su nombre científico es Pheidole caltrop y hace pocos años la identificó como una especie aparte. Me deja asomarme para verla y le comento que me sorprende la cantidad de pelos en el cuerpo del insecto. «Mucha gente ve una hormiga y se cree que ya las ha visto todas», responde. «Pero en realidad, el tamaño de esos pelos, su abundancia en ciertas partes del cuerpo, la dirección en la que crecen, si son tiesos o si se enrollan… todas esas cosas se tienen en cuenta para describirlas». No es fácil determinar si uno tiene o no una especie nueva sobre la mesa. Son necesarios ojos entrenados y años de experiencia para apreciar los sutiles detalles que muchas veces marcan la diferencia.
Wilson no sólo es famoso por su trabajo con insectos; también por sus investigaciones en sociobiología y conservación; no en vano fue él quien acuñó el término «biodiversidad». Pero nunca ha dejado de lado su actividad básica: descubrir, describir y clasificar especies de hormigas. Hace unos años publicó un espectacular libro de 800 páginas sobre un solo género, titulado Pheidole in the New World. A Dominant, Hyperdiverse Ant Genus.
Las Pheidole, conocidas como las hormigas cabezonas, son las más comunes en occidente, con especies que pueblan desde Argentina hasta el norte de los Estados Unidos. «Son unos auténticos Schwarzeneggers de pecho para arriba. Sus cabezas están llenas de músculos enormes, y sus poderosas mandíbulas están diseñadas como si fueran cortadoras de cables para poder descabezar a sus enemigos y cortarles las patas», comenta con regocijo. Estas miniforzudas se convirtieron en el hobby del biólogo, que durante 18 años les dedicó interminables horas de sus fines de semana. De esta manera, Wilson ha dibujado hasta el último detalle las 624 especies de hormigas Pheidole del Nuevo Mundo. Entre ellas se incluyen 300 que eran nuevas para la ciencia, sin olvidar a una que bautizó con el nombre Harrisonfordi en honor al actor, que en cierta ocasión le envió una generosa suma en un arranque de inspiración. Wilson dice que todo esto lo ha hecho simplemente por amor a la hormiga misma: «Cuando hallaba una nueva especie me decía a mí mismo, ¡Dios santo, soy la primera persona en ver esta fascinante criatura!, y eso me emocionaba mucho».
Las pequeñas criaturas que rigen el mundo
A sus 78 años, el entusiasmo de Wilson por las hormigas sigue tan vivo como el primer día. Pero últimamente lo que llena su mente son todos los otros seres que reptan, vuelan, se arrastran o nadan por el mundo: la vida que aún está por explorar. «No exagero al decir que vivimos en un planeta muy poco conocido. La biología del siglo XXI dependerá de un examen a fondo de la biodiversidad, y de que hagamos un esfuerzo muy serio para completar la lista de animales que pueblan la Tierra».
Eso es lo que Wilson y otros investigadores han pedido a gritos: que se haga un esfuerzo conjunto en las próximas dos décadas para estudiar los millones de especies que aún permanecen en la oscuridad. La gigantesca iniciativa se llama Enciclopedia de la Vida y acaba de levantar el vuelo. Las aves, los mamíferos y los árboles ya están relativamente bien catalogados; son las pequeñas formas de vida, como los humildes nematodos, los ciempiés y las bacterias, las que siguen siendo un misterio. Wilson llama a estos organismos «las diminutas criaturas que rigen el mundo». Y advierte que pagaremos un precio muy alto si ignoramos su existencia. «Cuando los biólogos se adentran en el campo para entender cómo funcionan los ecosistemas, identificar las especies invasoras o buscar nuevos fármacos entre las plantas y los insectos, lo que casi siempre sucede es que no son capaces de identificar muchas de estas especies que van hallando. Ni siquiera somos conscientes de su existencia».
Según Wilson, hay una razón muy básica para hacer un exhaustivo inventario global: «Obviamente, no podemos salvar lo que desconocemos«. La herramienta para hacer este registro es una rama de la biología llamada taxonomía. Es la ciencia de descubrir, describir y clasificar especies; el trabajo que Wilson realizó durante 18 años con las hormigas Pheidole. Y en ella reside la clave del problema: la taxonomía cayó en desgracia durante el siglo XX, a medida que la microbiología se adueñaba de toda la atención y el dinero de las investigaciones. Como resultado, hoy muchas criaturas no cuentan con expertos para identificarlas.
El discreto encanto de las sanguijuelas
Un par de ejemplos: el último especialista en grillos de las cuevas murió en 1989, y si alguien necesita ayuda para estudiar los saltamontes del Cáucaso, llega tres décadas tarde. La profesión de los taxónomos está tan amenazada que ellos mismos bromean sobre su situación. «Al lado de Ed Wilson, cualquiera se emociona con las hormigas», dice Mark Siddall, un investigador del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. «Pero seamos honestos: me cuesta trabajo creer que otros científicos se apasionen por las pobres sanguijuelas».
Siddall es uno de los pocos taxónomos que estudian las sanguijuelas, aunque aún quedan muchas por clasificar. Hace unos años, durante un viaje a Madagascar, el experto dobló el número de especies de estos gusanos que se conocían en la isla. Siddall es un amante de sus criaturas, y está empeñado en pasarle la antorcha a sus alumnos. Pero es una batalla dura: ningún estudiante se pelea por ser la próxima autoridad en sanguijuelas. Y aunque así fuera, tampoco es fácil encontrar financiación para dedicarse a observarlas. Por eso Siddall opina que la taxonomía debe convertirse en algo más «sexy». «Sin estas criaturas que no interesan a nadie, el mundo sería más oscuro y solitario. Si sólo tuviéramos árboles grandes, antílopes y pandas, todo sería muy aburrido».
Cuando se trata de convencer a los jóvenes para que se interesen por la taxonomía, E. O. Wilson no habla de «sexo», sino de «amor». «Escoja un grupo de seres de los que se pueda enamorar. Pueden ser orquídeas, seres microscópicos u hormigas. Conviértase en un experto en ellas y verá cómo se le presentan las oportunidades de trabajar en biología fundamental con su adorado grupo de seres vivos». Durante su niñez, E. O. Wilson no tuvo problemas para decidir qué animales le apasionaban. «Con nueve años quise ser entomólogo. Me interesé por las hormigas y lo único que deseaba era poder vivir de ellas». Asegura que nunca ha superado la etapa de fascinación por los bichos en la que cae la mayoría de los niños.
Tras estudiar entomología en la Universidad de Alabama, obtuvo un doctorado en Harvard. Su trabajo de investigación incluye muchos dibujos de hormigas como los que hacían los taxónomos del siglo XVIII. Wilson recreaba en papel lo que veía bajo el microscopio. «No soy artista, pero sí un ilustrador moderadamente bueno. Me di cuenta de que no sería capaz de avanzar en la taxonomía de las hormigas a menos que invirtiera un gran esfuerzo personal en el dibujo». Wilson calcula que ha retratado más de 5.000 hormigas para su estudio de las Pheidole, ya que los soldados y los obreros de cada especie tienen que ser observados desde varios ángulos.
Viajan por todo el planeta con el cartel de «frágil»
Estoy a punto de preguntarle otra cosa, pero me interrumpe con una mirada de preocupación. Al parecer ha perdido la hormiga panameña que estábamos observando. «¿Dónde habré puesto mi caja con la caltrop?». Cuando finalmente encuentra a su pequeña, la coloca con reverencia en el cajón entre docenas de especies. La simple idea de perder un bicho es una pesadilla. «Especialmente si te han prestado un espécimen de cien años de edad, de esos que sólo existen en algún museo europeo. En una ocasión tuve una hormiga recogida en Colombia en 1826 que me envió el Museo de París. La posibilidad de que se rompiera me hacía sudar. Esa es la parte del trabajo que menos me gusta, desempaquetar y manipular todos esos especímenes tan sumamente frágiles y valiosos».
Cuando alguien quiere comparar o identificar las hormigas de otras instituciones, tiene dos opciones: viajar hasta el lugar o -si uno está entre los científicos más famosos del mundo, como Wilson- pedir que se las envíen. «Es un procedimiento de alto riesgo. He sufrido momentos de gran nerviosismo al recibir los paquetes de los museos europeos, porque un accidente podría eliminar gran parte de los especímenes de un género». Y aunque Wilson ha devuelto todos los ejemplares en perfectas condiciones, no siempre es ese el caso. La Universidad de Harvard ha prestado insectos raros que han terminado descuartizados por el camino. Por eso muy pocos taxónomos logran que se les envíen especímenes por correo.
Imaginemos que existe un bicho sin identificar en la trastienda de algún gran museo de EE UU, pero el científico con la experiencia para hacerlo está en Latinoamérica o Europa. Mala suerte… a menos que el experto pueda viajar hasta el museo, lo cual es especialmente difícil para los taxónomos de los países en vías de desarrollo. O supongamos que un investigador de África cree haber descubierto una nueva especie. Para confirmarlo necesitará comparar su descubrimiento con los especímenes de referencia de las ya conocidas. Puesto que muchos de estos se encuentran en instituciones occidentales, el científico africano tendrá las manos atadas.
Globalizar la ciencia con la ayuda de la tecnología
Hacía falta una nueva herramienta de trabajo que aliviase ese cuello de botella. El sueño de muchos investigadores se hizo realidad cuando Wilson terminó de escribir su voluminoso libro, cuya publicación se acompañaba de un CD-ROM con fotos de hormigas realizadas con un revolucionario sistema digital. Las imágenes ofrecen un grado de detalle mayor que el que se puede apreciar teniendo el animal enfrente. La tecnología hará avanzar la identificación de especies a pasos de gigante y, puesto que todo estará en internet, los científicos de África o Latinoamérica podrán explorar la anatomía de sus criaturas con sólo un clic. Para ver cómo funciona, sólo tengo que caminar desde la oficina de Wilson hasta el Museo de Zoología Comparada de Harvard. La escena que encuentro allí suena igual que una sesión fotográfica con modelos. «Bien. El truco es que la luz la ilumine del todo. Yo aumentaría la intensidad detrás de la cabeza. Eso es». Piotr Naskrecki, un investigador del museo, está a punto de hacerle una foto a una avispa a través de un microscopio. «Necesita más luz en este ojo».
Unas supermodelos en miniatura
Hasta hace poco, fotografiar organismos pequeños -de menos de 5 centímetros- representaba un gran problema, porque con el aumento es difícil mantener toda la imagen enfocada. Para ilustrarlo, Naskrecki mueve la imagen hacia la pata de la avispa. «Estoy desplazando el microscopio y, al hacerlo, enfoco una parte distinta del cuerpo. Ahora la distancia entre la punta de la pata y el primer segmento es menor que una décima de milímetro. Pero eso es suficiente para desenfocarla». En otras palabras: sólo es posible ver claramente una única sección del animal en cada instante. Si uno se concentra en la antena, el abdomen queda desenfocado. Y si se hace énfasis en las alas, se pierden las patas. «Lo que hacemos es un automontaje del insecto». Automontaje es el nombre del programa informático que busca sólo las porciones que están enfocadas entre una serie de fotos, y las combina en una imagen perfecta. Originalmente, el sistema fue diseñado para emplearse en geología, pero cuando hace pocos años los biólogos lo descubrieron, entendieron que tenían en sus manos una herramienta poderosa. Desde entonces, Naskrecki ha trabajado para afinarlo y poder utilizarlo en taxonomía.
Pronto aparece en la pantalla una garra digna de un clásico de ciencia ficción. «Esta tecnología le permite al taxónomo identificar una especie sin tener que ponerla bajo el microscopio«, explica Naskrecki. Siempre que exista un automontaje de un espécimen, todos los investigadores de cualquier parte del mundo tienen acceso a él. Como dice el doctor Wilson, «no importa si ese científico está en Harvard, en Lima o en Angola; con las fotografías digitalizadas todos estamos sobre el mismo terreno». Por eso, Naskrecki y su equipo van a fotografiar los 28.000 especímenes de referencia que existen en la colección de entomología de Harvard, una de las más importantes de Norteamérica.
Los recursos tecnológicos son un acelerador para la identificación de especies, pero para Wilson lo más importante es la pasión de los científicos. «Los jóvenes y atléticos investigadores que trabajan subidos a las copas de los árboles son los que deben estudiar el mundo. En la exploración del planeta hay que combinar la aventura física con la ciencia básica», afirma.
El Leonardo de las ciencias de la vida
Wilson es el puente entre la taxonomía antigua y la moderna. Por un lado, dibuja bocetos con la paciencia de un artista y, por otro, abraza las nuevas tecnologías con visión de futuro e insiste en la necesidad de describir la red de la vida en toda su complejidad. «Será tentador tratar la biosfera de forma holística y las especies que la componen como un gran flujo de entidades que no merece la pena distinguir unas de otras. Pero estas especies, incluso la más pequeña, son obras maestras de la evolución. Todas han persistido durante miles y millones de años. Cada una está exquisitamente adaptada a su medio ambiente y se relaciona con otras especies para formar los ecosistemas de los cuales dependen nuestras vidas mediante mecanismos que ni siquiera alcanzamos a sospechar. Si destruimos esos ecosistemas, será a costa de nuestra propia existencia«. Una llamada de atención difícil de ignorar, y más cuando proviene de una eminencia científica como E. O. Wilson.
Otros libros relacionados:
Comer animales – Jonathan Safran Foer
Walden o La vida en los bosques – Henry D. Thoreau
Los derechos de los animales – Henry S. Salt
Tras la sonrisa del delfín. El hombre que decidió devolver a los delfines a su hábitat natural – Richard O’Barry con Keith Coulbourn
La jungla – Upton Sinclair
Los silencios de África – Peter Matthiessen
El fin de la tierra. Viajes a la Antártida – Peter Matthiessen
El guerrero de la Tierra. A bordo, con Paul Watson y la Sea Shepherd Conservation Society – David B. Morris
La responsabilidad del hombre frente a la naturaleza. Ecología y tradiciones en Occidente – John Passmore
Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las especies – Franz J. Broswimmer
Más afuera – Jonathan Franzen
La jirafa de los Medici. Y otros relatos sobre los animales exóticos y el poder – Marina Belozerskaya

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Noches de cocaína – J. G. Ballard

Noches de cocaína – J. G. Ballard Keith Richards Mick Jagger Bob Dylan Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Richard Coleman Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Booket.

Precio: $150.

Para un foráneo, los británicos que viven en Estrella de Mar, en una pequeña localidad de la Costa del Sol, forman una de las comunidades más idílicas que puedan imaginar, con un estilo de vida que comprende constantes actividades culturales y deportivas, centradas en un club náutico. Pero esa imagen se pulveriza cuando se desata un incendio en misteriosas circunstancias que se salda con cinco víctimas. El director del club, Frank Prentice, es detenido por asesinato.
De Londres llega Charles, el hermano de Frank, quien descubre sorprendido que, si bien ni los testimonios ni la policía lo creen responsable del crimen, Frank insiste en autoinculparse. A fin de comprender la actitud de éste, Charles resuelve investigar Estrella de Mar y detectará extrañas redes de personajes y comportamientos. Bajo la civilizada superficie se esconde un mundo secreto de crímenes, drogas y sexo ilícito, todo orquestado por la carismática figura del tenista Bobby Crawford. Un mundo de tal poder magnético que acabará arrastrando al propio Charles…
Noches de cocaína es Ballard en estado puro: el que explora el lado oscuro de la psique, el que provoca; el que cuestiona y despedaza la sociedad occidental del siglo XX, llevando al límite el sexo, la violencia, el frenesí y el ansia de poder y seguridad, sinónimo de aislamiento y muerte cultural.
El hombre que inventó el futuro
 Mariana Enriquez
Muchos de sus lectores se molestaron cuando J. G. Ballard publicó El imperio del Sol en 1984. Era su primer libro semiautobiográfico, le había llevado cuarenta años procesar las experiencias hasta ponerlas en papel, y tuvo un gran éxito que se materializó en película dirigida por Steven Spielberg y una estabilidad económica que Ballard no había conocido hasta entonces (en el momento de la publicación tenía 54 años y casi treinta de escritor). Pero es que muchos, incluidos fans famosos como Martin Amis, creyeron que el visionario había revelado la verdadera fuente de sus profecías: Jim Ballard había sido un niño rico en la Shanghai “internacional” anterior a la Segunda Guerra, pero con la invasión japonesa de Pearl Harbour, se vio despojado de todo y testigo de la muerte, los bombardeos, la brutalidad; cuerpos de hombres chinos en descomposición cubiertos de sangre junto a aviones derribados y la primera comunidad cerrada, la del campo de prisioneros (“Los cadáveres yacían en las calles del centro de Shanghai, regados con lágrimas por campesinas a las que nadie prestaba atención en medio del tumulto de transeúntes”). Allí estarían, entonces, todas esas imágenes que después usaría para anticipar y describir la vida moderna. Ballard siempre fue ambivalente en cuanto a este primer encuentro con los desastres de la guerra: “Mis recuerdos del campo no son alegres, pero tampoco desagradables”. Más tarde, resumiría sus futuras obsesiones en los recuerdos de infancia: “En Shanghai vivía una vida muy protegida, lejos de las calles, de los mendigos, cortado de toda reacción emocional. Me la pasaba en el asiento trasero de un auto norteamericano con un sirviente y una gobernanta, con miedo a que me secuestraran. Estaba detrás del vidrio como si hubiera estado frente a una pantalla de TV viendo reportes de la guerra de Indochina, o de Nicaragua, o de El Salvador”.
EL ESPACIO INTERIOR
Ballard volvió a Inglaterra en 1946, y nunca se sintió del todo a gusto en su país. Fue estudiante de medicina y piloto; a principios de los ’60 empezó a escribir cuentos de ciencia ficción y pronto se publicaron en New Worlds, la revista que, guiada por Michael Moorcock, quería revolucionar el género. Vivió poco en Londres: después de la temprana muerte de su mujer, en 1964, se mudó con sus tres hijos al suburbio, a Shepperton, y los crió solo. De los escritores de su edad, sólo se relacionó con Kingsley Amis, y brevemente: no soportaba lo que llamaba “la comedia social” que sus contemporáneos llevaban adelante. Tampoco se relacionaba con los escritores de ciencia ficción. Ni siquiera le gustaba que sus novelas fueran llamadas sci-fi. Prefería “ficción predictiva” o explicaba que sus libros “describían la psicología del futuro”. Decía: “El planeta más alien es la Tierra”. Y se lanzó a la conquista de otro espacio, el interior. Sus primeros libros hablan del fin del mundo, pero a la par se desvanecen sus protagonistas, de psique tan frágil. El espacio de Ballard se parece mucho a las pinturas de Salvador Dalí, Francis Bacon o Yves Tanguy, con hombres al borde la locura, o después de la locura, cansados e infelices. Protagonistas que suelen llamarse Ballard o Sheppard o Ransom o Travis; ellas, la mujeres, suelen llevar por nombre Catherine Austen. Ellos suelen ser médicos. (¿Suena a Lost? Pero claro, esos guionistas cerebritos no se lo iban a perder.) Bacon y Tanguy: sangre y arena, cuerpos en el desierto. Un estilo punzante, seco, que duele tanto como la arena que golpea la cara arrastrada por el viento. Su primer libro “de catástrofes” se llama El viento de ninguna parte.
LA MUERTE DEL AFECTO
Los años ’70: Ballard se hace amigo de William Burroughs, se vuelca a la experimentación y lanza una ofensiva contra la vida moderna. Primero, con La exhibición de atrocidades, donde predice la actual obsesión por las celebridades –esos carteles enormes de Elizabeth Taylor y su agonía–, anuncia que un cowboy gobernará Estados Unidos (“¿Por qué me quiero coger a Ronald Reagan?”) y logra acusaciones de libelo. El libro se puede leer fragmentado, es un zapping. Escribe sobre la humanidad: “Es Calibán durmiendo sobre un vidrio manchado de su propio vómito”. Lleva a la síntesis su imaginario más potente, el que más tarde se convertiría en el adjetivo “ballardiano”: “Lo guió la hermosa mujer joven quemada por la radiación… En el aire de la noche pasaron al lado de cascarones de torres de concreto, de monoblocs medio hundidos… En los suburbios del infierno, Travis caminó dentro de las luces de las plantas petroquímicas. En las esquinas, las ruinas de cines abandonados, marquesinas decadentes se les enfrentaban desde el otro lado de la calle. En el montón de autos destrozados encontró las ruinas del Pontiac blanco…”. En 1973 logró publicar Crash: el primer editor al que ofreció el libro escribió sobre el manuscrito: “Este autor necesita ayuda psiquiátrica”. Hay espanto y gozo lúbrico en Crash, sobre el choque de autos como erotismo (y sobre mucho más). Decía: “La imagen clave del siglo XX es el hombre y su auto. Resume todo. Los elementos de velocidad, drama, agresión, la unión de la publicidad y el consumo con el paisaje tecnológico, la violencia y el deseo, el poder y la energía”. También simbolizaban otra cosa, que lo preocupaba: la muerte del afecto. “Está teniendo lugar la muerte de la emoción, o de cualquier respuesta emotiva. Esperemos que en el futuro nazca un nuevo tipo de afecto, pero de cualquier manera creo que va a ser un afecto emparentado con las máquinas.” Esto lo dijo en 1973. ¿Tenía razón?
LAS PROFECIAS
Ballard habló de las comunidades cerradas antes de que existieran; por primera vez en High Rise (1975), sobre un edificio de departamentos con piletas y gimnasio de esos que ahora son tan comunes como hogares de los ricos pero entonces eran apenas ideas inmobiliarias extrañas. Del calentamiento global, en El mundo sumergido (1962), donde se funden los polos, y en La sequía, donde deja de llover porque una superficie de sustancia contaminada “inpermeabiliza” el mar. De la obsesión por las celebridades en la vida y en la muerte en La exhibición de atrocidades: la presidencia de Reagan y la muerte de Lady Di estaban implícitas –¡casi explícitas!– en sus fantasías. Habló de playas blancas, de balnearios más que exclusivos, con arquitecturas fantásticas y caprichos de billonarios en Vermillion Sands (1971), su colección de cuentos más “fantástica”. Pero, cuando se lee esa colección hoy, parece que Ballard estuviera hablando de Dubai.
LAS COMUNIDADES CERRADAS
Si hoy las comunidades cerradas (los countries, los resorts turísticos, los barrios) son la búsqueda de una vida idealizada, de seguridad, dinero, aire libre y verde (“sin alarmas ni sorpresas” cantaría Radiohead), para Ballard eran un círculo del infierno, un paso más en la muerte del afecto, porque sencillamente separan a la gente. En los ’70, cuando no existían, las inventó por su intuición de que el futuro de los pudientes iría hacia el aislamiento social (previa, o no, eliminación de los otros). Le dedicó cuatro libros al encierro voluntario: Rascacielos de 1975, Running Wild de 1988, sobre los niños aislados del “country” Pangbourne Village, que matan a sus padres; el crimen en comunidades cerradas es creado en Noches de cocaína (1996) porque de lo contrario la gente del resort Estrella de Mar se aburre, y ni siquiera baja a la playa: “Cuando mayor es la sensación de criminalidad, mayor es la conciencia cívica”, dice Crawford, el protagonista de la novela. La última fue Super Cannes, de 2000, un lugar descripto como “laboratorio de ideas para el nuevo milenio”. Un lugar donde pronto todo se va al diablo, claro. Porque en este espacio de negocios y opulencia “no hay tensiones que fuercen a reconocer las fuerzas y debilidades de los otros, nuestras obligaciones con ellos, nuestros sentimientos de dependencia… No hay necesidad de moral personal”.
LA VALENTIA
Ballard anunció que su cáncer de próstata había hecho metástasis en Milagros de vida (2006) su último libro autobiográfico. Allí decía que la quimioterapia era como “comer ostras pasadas todos los días”. Se atendió siempre en los hospitales públicos británicos. En sus últimos días lo preocupaba “que el consumo se convierta en fascismo”. De eso se trata Kingdom Come, su última ficción, recién editada en la Argentina como Bienvenidos a Metrocentre. “Es triste –decía–, pero la gente está generando más crueldad que amor. Es algo que deploro. Pero, como escritor, tengo que enfrentarlo.”
Ballard: una autopsia del futuro interior*
Christian Ferrer y Claudia Kozak
El siglo XX fue cuna de tres mitos fundantes de la  autocomprensión que los hombres tienen de su propia época y de su propio destino: el psicoanálisis, el cine  y la ciencia-ficción. Pueden ser considerados, además, como mitologías  predictivas, no tanto de lo que sucederá en términos de retorno de lo negado, de circulación de modas y costumbres promovidas por la dinámica del espectáculo o  de próximas aventuras tecnológicas, sino como vehículos para explorar los  paisajes que germinan en la imaginación colectiva.  Las tres mitologías se  expandieron por occidente a partir de núcleos territoriales originarios (Viena, Los  Angeles, los Estados Unidos) hasta llegar a nutrir conversaciones urbanas, modos  de experimentar afectos y de gestionar la personalidad, y el consumo de imágenes deseables o temidas del futuro cercano. En un implante de siliconas, en nuestra  reactividad perceptiva en la ciudad o en el desplazamiento de los malestares  existenciales a la resolución farmacéutica de un subjetivismo trastocado, están  activos los tres mitos. La ciencia-ficción debió sobrellevar un largo via crucis a  través de las mesas de librería más alejadas y en el cine de trasnoche de la  televisión hasta poder ser admitida como una tradición literaria importante del  siglo. Y fue justamente cuando la ciencia-ficción comenzaba a ser aceptada como  «consumo cultural honorable», gracias a obras como la de Ray Bradbury, series  televisivas como Viaje a las estrellas o películas como La guerra de las galaxias,  que James Ballard, escritor inglés nacido en Shangai y criado en un campo de  prisioneros japonés de la Segunda Guerra Mundial, pronosticó su inminente  defunción a menos que el género abandonara tanto los temas literarios acoplados  a los viajes espaciales como la llamativa pero estéril artesanía de efectos  especiales asperjada por las computadoras de Hollywood, y aceptara  radicalmente el hecho de que «el único planeta verdaderamente alienígena es la  Tierra». Y para que la ciencia-ficción pudiera explorar este planeta misterioso era  preciso prestar atención a los cuadros de Salvador Dalí, a psicópatas como Hitler,  al accidente estadísticamente pronosticado de un automóvil en una autopista o al  consumo hogareño de pornografía. Ni en sistemas solares lejanos ni en la  intrusión inesperada de seres enigmáticos, sino en  el empalme de paisaje  tecnológico y cuerpo incierto.
Como autor que habita las fronteras del género y como portavoz de la «nueva ola» de la ciencia-ficción de los años sesenta, James Ballard decide ser un disidente; y como todo hereje frente a su propia tradición, alguien que pretende purificarla.  Ballard comprendió que la ciencia-ficción había constituido tanto una respuesta  ante la emergencia del complejo científico-militar  contemporáneo como una  aceptación gustosa del rol de notario de la imaginación colectiva estimulada por  la carrera espacial. Temas propios de la época de la «guerra fría». En tanto tal, fue  un género relevador, a veces alucinado, a veces crítico, de las transformaciones  tecnológicas del siglo XX. Pero era preciso subvertir las propias convenciones de  los autores de la ciencia-ficción clásica, complacidos con sus imágenes literarias  de futuros lejanos, es decir, «exteriores». En las  obras de Ballard, la cienciaficción es usada como respuesta personal ante la introyección temprana de la  técnica en la psiquis y en los afectos. De allí que su futuro sea «interior», y por eso  mismo a sus influencias literarias las encontramos no tanto en marcianos verdes  o en monstruos implacables sino  en el surrealismo, entendido como auscultador  amoral del paisaje alucinado interior, o en su preocupación por Hitler como  bisagra donde se sueldan tecnología, psicopatología y política. Los saberes científico-técnicos no son lanzados ya a garantizar la primacía en la conquista del  espacio: sus frutos orbitan en torno a nuestra vida cotidiana. Ballard es el  cronista de la experiencia humana contemporánea afectada por las usinas de  objetos de consumo doméstico, por el aparataje industrial pseudofuturista  devenido en acontecimiento psíquico y por la mutua pertenencia entre la cultura  del ocio y los impulsos criminales del ciudadano modelo. Tal es nuestro auténtico paisaje lunar. En este sentido, Ballard es un agudo observador de la vida  cotidiana, y por ello es capaz de detectar la magia, el misterio y el peligro que se  ocultan tanto en los nuevos modelos de la tecnología «de última generación» – según suele publicitarse entre los bienpensantes de la actualidad- como en la  basura industrial obsoleta. Sus residuos restan duraderamente en nuestro mundo  afectivo e imaginario, como anacronismos auráticos  y como estímulos industriales patológicos.
«¿Tiene futuro el futuro?». Esa es la pregunta que  el autor dirige al género de  ciencia-ficción, convencido de que hoy en día carecemos de imágenes  interesantes de futuro justamente porque el presente tecnológico se ha devorado  a la capacidad humana de dar significado al tiempo. La vieja guardia del género  está difunta y los fuegos de artificio de la corriente llamada cyberpunk ya se han  consumido. Ballard ha descartado el recurso al futuro fantasioso y dirige  entonces su atención hacia la violencia que se descarga sobre la sensorialidad  corporal. Es un autor que no sólo puede imaginar el presente atravesando las  matrices que el paisaje industrial propone a la imaginación colectiva, también  dispone de ideas conceptuales sobre esta sociedad. Una raza del futuro que nada  supiera de nuestra vida actual podría reconstruir los fundamentos imaginarios y  psicológicos de nuestra época tan solo observando los objetos tecnológicos que pueblan nuestra domesticidad o bien analizando unas cuantas horas de televisión. El paisaje mediático ha logrado canalizar la imaginación humana hacia sí mismo desde el momento en que pudo liberarse de sus sujeciones originarias a la censura estatal y a la moral eclesiástica. Desde entonces, el consumo de pornografía, de cirugía plástica o de cocaína constituye casi un signo de respetabilidad. Ballard comprendió hace décadas que la publicidad, las películas hechas para televisión, los desfiles de modelos, los conciertos de rock, las fotografías de accidentes automovilísticos o de crímenes policiales son reminiscencias socialmente aceptables de la pornografía más dura. Experimentamos la época de la excitación obligatoria. El paisaje mediáticoindustrial se constituye en una suerte de estetoscopio tentacular que ausculta directa y cotidianamente el sistema nervioso central de cientos de millones de personas, y a la vez que transforma a la psiquis en un campo de batalla opera sobre las fuentes de donde mana la imaginación. No es el menor de sus objetivos desactivar la memoria histórica y la capacidad de deliberación ética a fin de suspender los juicios morales sobre los acontecimientos de la actualidad. Quizás esto sea la consecuencia cultural necesaria de la madurez de las sociedades liberales modernas, tan humanistas como administradas, tan previsibles como necesitadas de emotividad, sociedades que intentan encapsular la psicopatología colectiva en imágenes preprogramadas para el consumo catártico a fin de evitar su tendencia a la dispersión individualizada y letal. Ballard considera que este acontecimiento inaugura la agonía de la cultura del afecto, con las consecuencias perversas que ello supone. El vínculo entre placer  visual y muerte y la reciente tendencia a nominar y eliminar personas de los juegos televisivos por audiencias invisibles son pruebas de laboratorio de un futuro  temible. Quizás por esto mismo el tratamiento de la violencia y la sexualidad en los libros de Ballard destile un halo de perversión y melancolía.
Casi toda la obra literaria de James Ballard ha sido publicada en castellano por las editoriales Minotauro y Emece. Una de sus novelas, Crash, ha sido filmada por el canadiense David Cronemberg. Y son muchas las entrevistas que se pueden consultar en viejos periódicos y revistas argentinas y españolas. Pero hasta el momento, solo una minúscula parte de sus ensayos ha sido traducida. Ya desde la época en que redactó sus primeros cuentos, Ballard  se había interesado en divulgar sus ideas sobre distintos aspectos de la cultura contemporánea por medio de ensayos, comentarios bibliográficos y notas periodísticas. De todos ellos hemos seleccionado algunos que exploran tópicos claves de la  summa ballardiana, desde su fascinación por la obra pictórica de Dalí o las fotografías de niños de la guerra de Robert Capa hasta su obsesión por liberar a la cienciaficción de su órbita espacial. Estas son también sus memorias del futuro interior.
*Presentación a un dossier sobre Ballard en la revista Artefacto.
Crash*
J.G. Ballard 
El matrimonio de la razón y la pesadilla que dominó el siglo XX ha engendrado un mundo cada vez más ambiguo. Los espectros de siniestras tecnologías y los sueños que el dinero puede comprar se mueven en un paisaje de comunicaciones. El armamento tecnológico y los anuncios de bebidas gaseosas coexisten en un dominio de luces enceguecedoras gobernado por la publicidad y los seudo acontecimientos, la ciencia y la pornografía. Los leitmotive gemelos de este siglo, el sexo y la paranoia, presiden nuestras existencias. El júbilo de McLuhan frente a los mosaicos de información ultrarrápida no basta para que olvidemos el profundo pesimismo de Freud en El malestar de la cultura. El vouyerismo, la insatisfacción, la puerilidad de nuestros sueños y aspiraciones, todas estas enfermedades de la psique han culminado ahora en la víctima más aterradora de nuestra época: la muerte del afecto.
Este abandono del sentimiento y la emoción ha preparado el camino a nuestros placeres más tiernos y reales: en las excitaciones provocadas por el sufrimiento y la mutilación; en el sexo como una arena ideal -semejante a un cultivo de pus estéril- para todas las verónicas de nuestras perversiones; en nuestro poder de conceptualización, en apariencia ilimitado. Nuestros hijos tienen menos que temer de los coches en las autopistas del mañana que del placer con que calculamos sus muertes futuras de acuerdo con los parámetros más elegantes. Mostrar los dudosos encantos de la existencia en este glauco paraíso se ha convertido cada vez más en una función propia de la ciencia ficción. Creo con firmeza que la CF, considerada a menudo un mero retoño, es al contrario la principal tradición de una respuesta de la imaginación frente a la ciencia y la tecnología y que corre en una línea ininterrumpida de H.G. Wells, Aldous Huxley, y los autores norteaméricanos modernos de ciencia ficción, hasta los innovadores de hoy, como William Burroughs.
El «hecho» capital del siglo XX es la aparición del concepto de posibilidad ilimitada. Este predicado de la ciencia y la tecnología implica la noción de una moratoria del pasado -el pasado ya no es pertinente, y tal vez esté muerto- y las ilimitadas alternativas accesibles en el presente. La filosofía social y sexual del asiento eyectable une el primer vuelo de los hermanos Wright con la invención de la píldora.
No parece haber género mejor equipado que la ciencia ficción para explorar este inmenso continente de lo posible. Ninguna otra forma narrativa dispone de un repertorio de imágenes e ideas adecuadas para tratar el presente, y mucho menos el porvenir. La característica dominante de la novela moderna es su preocupación por el aislamiento del individuo, la atmósfera de introspección y alienación, un estado mental que se presenta siempre como si fuera la marca distintiva de la conciencia del siglo XX.
Nada menos cierto. Al contrario, a mi juicio esta psicología procede totalmente del siglo pasado, e ilustra la reacción contra las presiones de la sociedad burguesa, el carácter monolítico de la era victoriana y la figura tiránica del pater familias parapetado en su autoridad sexual y económica. Se trata de una óptica resueltamente retrospectiva, obsesionada por la naturaleza subjetiva de la experiencia, y que además tiene como tema la racionalización de la culpa y el enajenamiento. Los elementos de esta literatura son la introspección, el pesimismo y la sofisticación. No obstante, si algo distingue al siglo XX es por cierto el optimismo, la iconografía del producto de masas, la ingenuidad, el gozo libre de culpa de todas las posibilidades de la mente.
La modalidad imaginativa que se manifiesta hoy en la ciencia ficción no es nueva. Homero, Shakespeare y Milton inventaron otros mundos para hablar del nuestro. La acción de la ciencia ficción como un género separado, de reputación algo dudosa, es un fenómeno reciente y que está unido a la casi desaparición de la poesía dramática y filosófica y al lento deterioro de la novela tradicional, cada vez más dedicada a describir exclusivamente distintos matices de las relaciones humanas. Entre los temas que la novela tradicional ha descuidado, los más importantes son sin duda la dinámica de las sociedades humanas (la novela tradicional tiende a presentarlas como estáticas) y el puesto del hombre en el universo. Aun ingenua o crudamente, la ciencia ficción intenta al menos poner un marco filosófico o metafísico a los acontecimientos más importantes de nuestras vidas y nuestras conciencias.
Esta defensa general de la ciencia ficción se debe obviamente a que mi propia carrera de escritor ha estado unida a ella durante unos veinte años. Desde un principio, cuando me volví por vez primera hacia el género, tuve la convicción de que la clave del presente está en el futuro, más que en el pasado. En esa época, sin embargo, no me satisfacía el apego convulsivo de la CF por dos temas principales: el espacio exterior y el futuro remoto. Tanto con propósitos emblemáticos como teóricos y de programa, di el nombre de «espacio interior» al nuevo territorio que yo deseaba explorar: ese dominio psicológico (y que aparece, por ejemplo, en los cuadros surrealistas) donde el mundo exterior de la realidad y el mundo interior de la mente se encuentran y se funden.
Mi intención primera era escribir una obra de ficción sobre el mundo actual. En el contexto de la década del 50, cuando uno podía oír en la radio los primeros mensajes del Sputnik I, como la señal avanzada de un nuevo universo, este propósito requería unas técnicas completamente distintas de las utilizadas por el novelista del siglo XIX. Yo creía en verdad que si fuera posible borrar del todo la literatura existente, estando obligados a comenzar de nuevo sin ningún conocimiento del pasado, todos los escritores empezarían a producir inevitablemente algo muy semejante a la ciencia ficción.
La ciencia y la tecnología se multiplican a nuestro alrededor. Cada vez son más ellas las que nos dictan el lenguaje en que pensamos y hablamos. Utilizamos ese lenguaje, o enmudecemos.
No obstante, por una paradoja irónica, la ciencia ficción se convirtió en la primer víctima de este mundo cambiante que anticipó y ayudó a crear. El porvenir entrevisto por los autores de las décadas del 40 y el 50 es ya nuestro pasado. Las imágenes entonces predóminantes, no solo los primeros vuelos a la luna y los viajes interplanetarios sino también nuestras cambiantes relaciones sociales y políticas en un mundo gobernado por la tecnología, hoy parecen los enormes fragmentos de un decorado teatral desechado. 2001: Odisea del espacio comunicaba esta impresión de un modo particularmente conmovedor. Este film anuncia a mi juicio el fin de la época heroica de la ciencia ficción moderna. Los paisajes y el vestuario cuidadosamente concebidos, las maquetas espectaculares, me hicieron pensar en Lo que el viento se llevó; la epopeya tecnológica se transformaba en una especie de novela histórica al revés, un mundo cerrado donde nunca se permitía que entrase la luz cruda de la realidad contemporánea.
Nuestros conceptos de pasado, presente y futuro necesitan ser revisados, cada vez más. Así como el pasado mismo -en un plano social y psicológico- fue una víctima de Hiroshima y la era nuclear, así a su vez el futuro está dejando de existir, devorado por un presente insaciable. Hemos anexado el mañana al hoy, lo hemos reducido a una mera alternativa entre otras que nos ofrecen ahora. Las opciones proliferan a nuestro alrededor. Vivimos en un mundo casi infantil donde todo deseo, cualquier posibilidad, trátese de estilos de vida, viajes, identidades sexuales, puede ser satisfecho en seguida.
Añadiré que a mi criterio el equilibrio entre realidad y ficción cambió radicalmente en la década del sesenta, y los papeles se están invirtiendo. Vivimos en un mundo gobernado por ficciones de toda indole: la producción en masa, la publicidad, la política conducida como una rama de la publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y la tecnología en imaginería popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes de consumo, la anulación anticipada, en la pantalla de TV, de toda reacción personal a alguna experiencia. Vivimos dentro de una enorme novela. Cada vez es menos necesario que el escritor invente un contenido ficticio. La ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad.
En el pasado, dábamos siempre por supuesto que el mundo exterior era la realidad, aunque confusa e incierta, y que el mundo interior de la mente, con sus sueños, esperanzas, ambiciones, constituía el dominio de la fantasía y la imaginación. Al parecer esos roles se han invertido. El método más prudente y eficaz para afrontar el mundo que nos rodea es considerarlo completamente ficticio… y recíprocamente, el pequeño nodo de realidad que nos han dejado está dentro de nuestras cabezas. La distinción clásica de Freud entre el contenido latente y el contenido manifiesto de los sueños, entre lo aparente y lo real, hay que aplicarla hoy al mundo externo de la llamada realidad.
Frente a estas transformaciones, ¿cuál es la tarea del escritor? ¿Puede seguir utilizando las técnicas y perspectivas de la novela del siglo XIX, la narrativa lineal, la mesurada cronología, los personajes representativos fastuosamente instalados en un tiempo y un espacio amplios? ¿El tema principal puede seguir siendo las fuentes pretéritas de un carácter o una personalidad, la lenta inspección de las raíces, el examen de los matices más sutiles pueden encontrarse en el mundo del comportamiento social y las relaciones humanas? ¿Posee aún el escritor autoridad moral suficiente para inventar un universo autónomo y cerrado en sí mismo, manejando a sus personajes como un inquisidor que conoce de antemano todas las preguntas? ¿Tiene derecho a dejar de lado lo que prefiere no entender, incluyendo sus motivos y prejuicios, y su propia psicopatología?
Entiendo que el papel, la autoridad y la libertad misma del escritor han cambiado radicalmente. Estoy convencido de que en cierto sentido el escritor ya no sabe nada. No hay en él una actitud moral. Al lector sólo puede ofrecerle el contenido de su propia mente, una serie de opciones y alternativas imaginarias. El papel del escritor es hoy el del hombre de ciencia, en un safari o en el laboratorio, enfrentado a un terreno o tema absolutamente desconocidos. Todo lo que puede hacer es esbozar varias hipótesis y confrontarlas con los hechos.
Crash es un libro de ese tipo, una metáfora extrema para una situación extrema, un conjunto de medidas desesperadas a las que sólo se recurrirá en caso de emergencia. Si no me equivoco, y si lo que he hecho en estos últimos años es intentar redescubrir el presente, Crash es una novela apocalíptica de hoy que continúa la serie iniciada por otros libros míos en los que imaginaba un cataclismo mundial en un futuro cercano o inmediato: El mundo sumergido, La sequía y El mundo de cristal.
Crash por supuesto no trata de una catástrofe imaginaria, por muy próxima que pueda parecer, sino de un cataclismo pandémico institucionalizado en todas las sociedades industriales, y que provoca cada año miles de muertos y millones de heridos. ¿Es lícito ver en los accidentes de automóvil un siniestro presagio de una boda de pesadilla entre la tecnología y el sexo? ¿La tecnología moderna llegará a proporcionarnos unos instrumentos hasta ahora inconcebibles para que exploremos nuestra propia psicopatología? ¿Estas nuevas fijaciones de nuestra perversidad innata podrán ser de algún modo benéficas? ¿No estamos asistiendo al desarrollo de una tecnología perversa, más poderosa que la razón?
A lo largo de Crash he tratado el automóvil no sólo como una metáfora total de la vida del hombre en la sociedad contemporánea. En este sentido la novela tiene una intención política completamente separada del contenido sexual, pero aún así prefiero pensar que Crash es la primera novela pornográfica basada en la tecnología. En cierto sentido, la pornografía es la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra cómo nos manipulamos y explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada.
Por supuesto, la función última de Crash es admonitoria, una advertencia contra ese dominio de fulgores estridentes, erótico y brutal, que nos hace señas, llamándonos cada vez con mayor persuasión desde las orillas del paisaje tecnológico.
[1]  Prólogo de la novela de Crash, Buenos Aires, Minotauro, 1979 publicado por vez primera en 1973, edición inglesa, Vintage. La traducción aquí reproducida se basa en la edición francesa, Calmenn-Lévy, 1974.

 

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Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões

Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación – João Gaspar Simões Jorge Luis Borges Gustavo Cerati Fito Páez Charly García David Bowie Spinetta Libros Kalish Fabiana Cantilo

Estado: impecable.

Editorial: Fondo de Cultura Económica.

Precio: $400.

João Gaspar Simões tiene, por sí solo, suficientes méritos como para que se reconozca en su Vida y obra de Fernando Pessoa un estudio necesario, inteligente y preciso. Amigo personal del genio lusitano, su correspondencia con él fue documentación fundamental para el conocimiento de su obra.
Simões es uno de los mayores conocedores de poesía en lengua portuguesa, novelista de calidad y autor de estudios básicos sobre Eça de Queiroz, Julio Dinis, Camilo Pessanha y José Régio. Su labor se extiende hasta el oficio de traductor al haber puesto en admirable portugués Los Sonámbulos de Broch.
Vida y obra de Fernando Pessoa resulta uno de los ensayos indispensables de conocer para quien ame y lea al indisciplinador de almas, inventor de heterónimos y demás. La luz que da sobre pasión y creación, relaciones personales y expresión estética llega a ser dolorosa, de tan aguda y certera. En pocas ocasiones un poeta ha encontrado lector, conocedor y divulgador tan lúcido y afortunado como Pessoa en Gaspar Simões, principalmente a través de este ensayo, que inevitablemente nos da el panorama de una generación, una época y una nación. Sá-Carneiro, Santa Rita Pintor, Ofelia de Queiroz, doña María Madalena Pinheiro Nogueira de Pessoa (la madre del poeta), el general Henrique Rosa, Almado-Negreiros, el Portugal republicano y hombres públicos como Sidonio Pais y João Franco aparecen en el lugar y el tiempo que les corresponde, dentro de esta obra maestra sobre uno de los más grandes poetas del siglo.
Otros libros relacionados:
Extraño extranjero. Una biografía de Fernando Pessoa – Robert Brechón
La vida plural de Fernando Pessoa – Ángel Crespo
Un baúl lleno de gente. Escritos sobre Fernando Pessoa – Antonio Tabucchi

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld

Trabaje como nunca en mi vida para hacer las cosas bien.
Por un momento pareció posible.
Cuando las cosas empezaron a desarmarse redoble apuestas.
Jugué a todo o nada.
No me quedaba otra.
Una parte dependía de mi y otra del azar.
Y en la desesperación por sostener lo que consegui me fui rompiendo y lastimando a gente que quiero.
Puedo exponer razones. Altas y nobles razones. Pero el hecho real y concreto es que las cosas salieron mal y en mi intento por encausarlas terminé por estropearlo todo.
No tengo la más puta idea de lo que hare.
No tengo plan B ni una mierda.
Hasta acá llegó Libros Kalish.
La madrugada de hace dos sábados atrás abrí un libro de poemas de Michel Houellebecq y leí esta línea: El futuro no existe, no teman.
Es posible que el futuro sea un fantasma payasesco.
Pero el presente suele albergar toda clase de pesadillas criminales.
Puse lo mejor de mí y las cosas terminaron horribles.
Habrá que barajar y dar de vuelta.
El futuro no existe.
Y Libros Kalish hoy a muerto.
En su propia ley.
Lo cual no es poco.
Pero hoy, acá, esta noche, eso no vale una mierda.
Columnas anteriores:
 zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

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Escucha esto – Alex Ross

Escucha esto – Alex Ross Libros Kalish Jorge Luis Borges Adolf Hitler Benito Mussolini Radiohead Bob Dylan Björk Mozart Verdi Schubert

Estado: nuevo.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $200.

Con El ruido eterno Alex Ross consiguió un éxito sin precedentes en un libro sobre música: la unanimidad crítica y la popularidad entre los lectores lo convirtieron en el gran autor internacional sobre el tema. En Escucha esto, el crítico musical del New Yorker continúa su apasionada exploración de este arte, y «nos demuestra que comprender la música es una forma de entender el mundo» (Time).
Conjugando la vida y el arte, la música y la historia, Alex Ross teje atemporales retratos de los maestros canónicos –Mozart, Verdi o Schubert– a la vez que muestra su visión de la música pop y sus grandes iconos: Radiohead, Bob Dylan o Björk. Todos ellos personajes únicos, buscadores infatigables capaces de plasmar, en breves secuencias o acordes, sus poderosas personalidades individuales y la complejidad del alma humana.
ALEX ROSS nació en Washington D. C. Desde 1996 es crítico musical del New Yorker. Ha sido galardonado con numerosos premios, como tres ASCAP Deems Taylor Award por su crítica musical, la Genius Fellowship de la MacArthur Foundation, la Holtzbrinck Fellowship de la American Academy en Berlín, la Fleck Fellowship del Banff Centre y una Letter of Distinction del American Music Center por su contribución al campo de la música contemporánea. Ha sido profesor de escritura en la Universidad de Princeton y ha recibido un doctorado honorífico de la Manhattan School of Music. Actualmente vive en Manhattan. Su primer libro, el best seller internacional El ruido eterno (Seix Barral, 2009), fue galardonado con el National Book Critics Circle Award, el Guardian Book Award, el Premio del Pen Club Musical Japonés al mejor libro del año y la Genius Fellowship, y fue finalista del Premio Pulitzer 2008 y del Premio Samuel Johnson.
Entrando en este link se puede leer el primer capítulo del libro en PDF, Cruzar la frontera de la clásica al pop – Alex Ross:
Prestar oído
Ramón del Castillo
Hace tres años, una entretenida y profunda historia de la música del siglo XX, El ruido eterno, arrasó en ventas y dejó una sensación extraña: si era tan fácil contentar a expertos y al gran público, ¿por qué no se había hecho antes? ¿Cuál era el secreto de ese crítico de The New Yorker con cara de niño tímido?
Su nuevo libro, Escucha esto, es distinto. Está muy bien escrito, como el anterior, y la estupenda versión española de Luis Gago consigue que escuchemos la voz de Ross, pero también que la enorme información que transmite (no sólo musical) nos llegue con rigor y claridad. Escucha esto no es una crónica histórica de largo alcance, pero está llena de pequeñas y sorprendentes historias. Reúne versiones, ampliadas y revisadas, de los artículos que publicó entre 1997 y 2010, todos ellos para The New Yorker (excepto el que versa sobre Brahms, para The New Republic), junto con un ensayo inédito, el más musicológico e histórico, escrito para la ocasión: una microhistoria de la música que toma como hilo conductor unas líneas de bajo que también atraviesan géneros.
Escucha esto es, por encima de todo, mezcla de épocas, mezcla de géneros y mezcla de espacios. Una combinación de escalas (locales o globales), de espacios (grandes salas de concierto o pequeñas habitaciones, paisajes naturales y ámbitos domésticos) y de distintos tiempos (cronologías y velocidades). Es un libro con vocación planetaria, claro, y que se mueve, al menos, entre China, Estados Unidos y Europa (Latinoamérica y África yo no las he encontrado). No es un atlas, aunque Ross utilice símiles cartográficos para describir las separaciones entre estilos (pp. 359 y ss.). No sólo habla de todo tipo de músicos, sino de diferentes dimensiones del fenómeno musical (tecnologías, orquestas, modos de producción, mercados). El elenco de músicos incluye a Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms y Verdi; a Cage y a Adams (el de Alaska), pero también a Bob Dylan, Björk, los chicos de Radiohead y compositores chinos poco conocidos como Guo Wenjing. Incidentalmente, también resuenan Nirvana y Cobain, Sonic Youth, Cecil Taylor, Bach y Monteverdi, los Beatles y Stockhausen, Led Zeppelin y Purcell. Distintos tipos de intérpretes también tienen su lugar: pequeños cuartetos (St. Lawrence), directores de orquestas espectaculares (Esa-Pekka Salonen), pero también directores de China (Long Yu), cantantes (Marian Anderson y Lorraine Hunt), Sinatra y el cabaret queer de Kiki y Herb, bandas de música de institutos de secundaria (como el Malcolm X Shabazz de Newark), pianistas japonesas (Mitsuko Uchida), escuelas de perfeccionamiento, conservatorios, festivales. El reparto es variado y en alguna reimpresión del libro seguro que algún editor se decidirá a imitar la portada del Sgt. Pepper’s, aunque entre los experimentos de los Beatles y el crossover de Ross median casi cincuenta años. La música ha cambiado tanto como la Tierra y las relaciones entre géneros ya son otra cosa. Cruzar fronteras ya no es lo mismo.
El sonorama de Escucha esto no sólo es más variado que el panorama de El ruido eterno: también revela mucho mejor algunos secretos de Ross. Para empezar, Ross no cree que la crítica musical tenga un objeto propio. «Me acerco a la música […] no como un ámbito autosuficiente, sino como una manera de conocer el mundo» (p. 11). El ruido eterno ya apuntaba en esa dirección, pero Escucha esto lo lleva mucho más lejos. La crítica musical no es una disciplina con límites definidos, sino más bien una perspectiva desde la que contemplar el mundo (otras serían la literatura, el cine o la pintura). La fórmula no es nueva y Ross no es el único que la maneja (lo han hecho también muy buenos críticos literarios). El problema es que, para que salga bien, se tiene que saber muchísima música, y bastante del mundo.
También se tiene que bailar con la musicología y con la historia, sin echarse en brazos de ninguna de ellas. El significado de la música no reside en la música, de acuerdo, pero tampoco en un departamento de sociología. En el capítulo sobre China, por ejemplo, Ross enseña muchas cosas sobre las relaciones entre Asia y Occidente, o sobre los tránsitos entre viejo comunismo y nuevo capitalismo, pero lo hace sin dejar de hablar de música. Los capítulos sobre bandas de música iluminan muy bien problemas sociales, pero no son un ensayo de sociología urbana o de psicología social. El capítulo sobre Marian Anderson no es una mera ilustración del problema del racismo. Y el dedicado a la educación musical no es un informe de un teórico de la educación (aunque cite a John Dewey). La política está por todos lados, pero suena de otra forma, porque siempre se hace comprensible a través de la vida musical.
La cosa también es complicada porque, en realidad, la música no nos ayuda exactamente a entender el mundo, sino más bien a entender por qué no lo entendemos. La llamada música «clásica» (termino que Ross aborrece) no sirve para pisar más firmemente en el mundo (muchas veces nos empuja a lo contrario, a evadirnos de él), ni nos hace necesariamente más buenos y abiertos («no escucho música para ser civilizado; a veces la escucho precisamente para huir del mundo ordenado», p. 26). El ruido eterno se subtitulaba en inglés «Listening to the Twentieth Century». Escucha esto podía haberse subtitulado «Listening to the World». Ross habla un montón de música, qué menos –de acordes, timbres, estructuras, melodías y bajos, del ruido de unos y otros–, pero también de soledad y sociedad, de juventud y miedo, de injusticia y educación, de la Naturaleza y la ciudad, del amor y la muerte. «La dificultad de escribir sobre música no estriba, en fin de cuentas, en describir un sonido, sino en describir un ser humano» (p. 13). Lo cierto es que Ross describe muy bien sonidos (que no es tan fácil) e intenta describir a seres humanos (que es casi imposible). Lo que tienen en común unos y otros es sencillo: hay fronteras que ellenguaje no puede traspasar. Este tema también aflora continuamente en el libro, y a propósito de cualquier tipo de música. Ross sucedió a Paul Griffiths en The New Yorker con sólo veintiocho años, y su revista le instó a adoptar otro tipo de estilo y a conversar con todo tipo de músicas. Ross aprendió a ser locuaz, sin duda, pero no hay que engañarse: ya tiene cuarenta y cinco años, y sabe que, por mucho que hablemos, es difícil entendernos. Y por mucho ruido que se meta, el resto también es silencio. «En música, como en todo –dice él mismo citando a Benjamin Boretz–, el momento de la desaparición de la experiencia constituye la realidad más firme» (p. 122).
La crítica musical, por tanto, nos ayuda a escuchar, sí, pero también a reconocer nuestras limitaciones. Nos empuja a celebrar la universalidad del ruido, pero también a callarnos. Escucha esto está articulado sobre las dos ideas: una sensación gozosa de entendimiento, pero también una experiencia de enmudecimiento. Quienes sólo ven a Ross como un sabihondo locuaz que sabe venderse, se pierden su otra faceta. No vive el silencio como sus antecesores, cierto, pero no rellena el vacío de la vida y de la música tan alegremente. Escribir sobre música no es testimoniar una experiencia de lo inefable, pero tampoco es consumar una experiencia de plenitud. Quizás en el libro predomine la sensación de comunión, pero también hay mucha soledad y retraimiento. El capítulo sobre Mozart habla de padres e hijos, inevitablemente. Parece que cuenta lo de siempre, pero no. El dedicado a la Filarmónica de los Ángeles en realidad tiene mucho que ver con los ciclos de reinado y retiro, y de lo que significa ser un director estrella. El dedicado a Schubert está dedicado a Schubert, pero también a entender un tipo peculiar de tristeza. El dedicado a Lorraine Hunt habla del duelo y de la muerte, así de sencillo. El de Adams, de una huida imposible; el de Brahms, de un tipo de juventud que ya suena a posteridad; el de Dylan, de las complejas relaciones entre letra y música, entre poesía y sonido, pero también del valor de recrearse una y otra vez. En otros, la imaginación de Björk se conecta con el legado de Jón Leifs, y con mitologías islandesas, pero también con el frío existencial. Los chavales tocando en bandas de música, y los cuartetistas de gira en autobuses, conmueven en otros momentos no sólo por ser músicos. El capítulo sobre Kiki y Herb no es sólo una simple exploración del medley, sino una reflexión sobre el transformismo como parte de toda condición humana.
Segundo secreto: Escucha esto deja mucho más claro el modo en que Ross sabe valerse de su propia vida como argumento, pero sin ponerse en el centro de la escena. El secreto también es ese: Ross te cuenta su vida, pero sin resultar cargante. Proporciona conocimientos e instruye, pero no deja de hablar en primera persona («Escucha, esto me pasó a mí. A ti también podría pasarte»). Sabe contar cuentos basados en experiencias propias e intenta transformar la experiencia ajena exponiendo su propio caso. Un crítico musical no es sólo un enjuiciador, sino un modificador de la escucha y su ejemplo, después de todo, quizá puede resultar ilustrativo. Escucha esto es muchas cosas pero, además de un extraordinario capítulo explícitamente autobiográfico (el primero, pensado en su origen como un prólogo para El ruido eterno), contiene muchos destellos dispersos de un viaje personal. Está lleno de datos extraordinariamente útiles, pero saca a flote recuerdos de un pasado retocado y anuncia presagios de un futuro incierto. Su experiencia de pasar de un género a otro (de Brahms al punk, y viceversa, p. 31) puede que no les conmueva a muchos, pero lo cuenta muy bien, y quizás anime a unos pocos. Su manera de describir la experiencia de rendirse ante Bob Dylan es sincera (utiliza la jerga de Daniel Cavicchi para clasificar a los fans de Bruce Springsteen, que a su vez se basa en las categorías de William James para describir las variedades de la experiencia religiosa). La conversión, ciertamente, tiene algo de claudicación voluntaria, y la música o, mejor, algunos músicos, parecen tener el poder para lograr ponernos a sus pies. Sin embargo, el converso no es lo común, y la música, como la religión, tiene una dimensión institucional que atenaza al creyente. La gente suele ser monoteísta en música, como en religión, o en sexo. Ross confía, sin embargo, en el poder de la experiencia liberada de sus marcos, cara a cara, ante el divino artista.
El tercer secreto tiene que ver con los dos anteriores, pero es más cultural que personal: Ross tiene una personalidad única, pero no brillaría tanto al margen de un modo de producción representado no sólo por The New Yorker, sino por una forma de tomarse la música (y muchas otras cosas) en Estados Unidos: «Siempre he querido hablar de música clásica como si fuera música popular, y de la música popular como si fuera clásica» (p. 31). La idea no es exclusivamente estadounidense, pero ha tenido, desde luego, más posibilidades en Estados Unidos. Durante un tiempo la música clásica se percibió como algo europeo, distante, aristocrático, antipopular. En cambio, el jazz se veía como la democracia, el folk como el Volk, y el rock como la rebeldía. Las cosas han cambiado y Ross intenta colaborar cruzándose de barrios musicales, y poniéndose entre nuevos tipos de oyentes. Su jugada sigue siendo buena contra los expertos arrogantes de la clásica, pero también puede promover un nuevo populismo fácil. El viejo problema de Estados Unidos era el antiintelectualismo (contra el que Ross sigue luchando), pero el intelectualismo populista (o «populismo chic») es igual de peligroso, o peor, y prospera desde hace tiempo. El neoyorquino tiene que hacer gala de disfrutar tanto con Lacan como con una serie basura de televisión; tiene que declararse fan de un grupo callejero que no conoce nadie, pero dejar claro que no puede vivir sin ciertas versiones de las Partitas de Bach. Ross sabe esto, y por eso combina, en dosis astutas, el «neo-buen-rollo» estadounidense con toques de nihilismo trasnochado, pero admirable, la nueva eufonía made in USA con disonancias de algún abismo, lo políticamente correcto con la atracción del vacío.
Trata de crear un nuevo tipo de público, y se diría que lo consigue, aunque de algún modo da la sensación de que ese tipo de público ya existía, y estaba ahí, esperándolo desde hacía tiempo. ¿Tiene el crítico el poder para modificar la escucha, o es él mismo efecto de una modificación? Quizá las dos cosas. No sé si un fundamentalista musical se hará politeísta después de leer a Ross, pero seguro que su libro le ha gustado a una doctoranda en Letras leyendo un manga en Prospect Park una mañana de domingo, y a una camarera de Shanghái que desconecta por la noche oyendo a Beethoven, y a multitud de individuos dispersos por el planeta que han nacido con iPods en las orejas. También le agradará a esa especie de oyente que se apunta a todo, «profesores de colegio, correctores de pruebas, estudiantes, jubilados y otras personas» (p. 21) que asisten al Met no como un signo de distinción, sino para llorar con Puccini o gozar con Mozart por el módico precio de veinticinco dólares. Pero también va a gustar el libro, mucho me temo, a los típicos gestores y programadores musicales que se lavan las manos diciendo que toda la música es música, y que toda es buena, y que es fácil ponernos de acuerdo, y comunicarnos, y que «All is Full of Love» (pace Björk). Es fácil proclamar que todos estamos abiertos a todo, y que somos todo oídos, pero sería más interesante empezar por aprender a oírnos a nosotros mismos y reconocer nuestra propia resistencia y nuestras propias barreras. Tampoco habría que confundir la tolerancia con el fomento del gran surtido. ¿Y si dentro del surtido hay porquería? ¿Es posible abrirse de oídos sin desentenderse del juicio? ¿Cuánto contribuye Ross a un tipo de educación (musical y social, da lo mismo) que no confunda la variedad con el enriquecimiento? Ross se ha embarcado en una empresa compleja: predica la comunicación, algo presionado por el ambiente de su país, pero es un individuo extraordinariamente sensible e inteligente, y un críticoautorizado. Necesita inspirar buenos sentimientos, pero deja entrever que las cosas son más complicadas. Tiene que saber que el pluralismo está convirtiéndose en un dogma, de tal forma que practicar un solo estilo musical es fomentar la «sonofobia» y la intolerancia con sonidos alternativos. Ross se considera un «bicho raro» al que le gusta de todo, pero, ¿no nos rodean «bichos raros» que pueden vivir toda una vida escuchando sólo a Bach? ¿Qué hacemos con ellos? ¿Y quienes sólo oyen hip-hop? Algunos son buena gente, y no impondrían su dios a los demás. Pero otros tienen tarado el oído, y sienten que poseen la verdad. ¿Qué hacer? La solución consistente en explicar que Bach mismo es una mezcla y que el hip-hop es muchas cosas al mismo tiempo no suele modificar la escucha. La gente se aferra a su oído como a su sexualidad, a sus trajes regionales, sus nacionalidades y sus platos favoritos. Es comprensible que Ross lo intente con métodos autobiográficos, con cuentos, o con lo que sea: las grandes teorías sobre las mezclas no tienen muchos efectos cuando trabajas in medias res, y tratas de que un grupo de adolescentes vestidos de raperos atiendan por un momento a una fuga de Bach, o se den cuenta de que las letras de Bob Dylan son tan buenas como los versos de la poesía canónica inglesa, pero que no funcionarían bien sin la música (pp. 488 y ss.). Tampoco funcionan cuando intentas que un melómano que conoce cien versiones de la Novena reconozca que Beethoven era como lo retrató Mauricio Kagel en su Ludwig.
El iPod en modo shuffle tampoco es la tabla de salvación para fomentar la escucha desprejuiciada, «derribar barreras estilísticas» (p. 45) y celebrar la feliz coexistencia de géneros. En realidad, ya hay que tener escuchada mucha música para usar el iPod como lo hace Ross. Además, mucha gente sólo tiene sensación de mezcla si la música viene troceada en pistas de muy pequeño tamaño que puedan combinarse. Si, por el contrario, las pistas tuvieran el tamaño de un cuarteto de Morton Feldman, el oyente podría verse sumergido en un océano de música y perder el interés por saltar a algo diferente. La mezcla buena, después de todo, no tiene que ver con la facilidad del «salto», sino con cierta relajación, la que te permite oír el San Francisco de Asís de Messiaen de un tirón o veinticinco veces las Variaciones «Heroica», op. 35 de Beethoven, en modo loop, y luego pasarte cuatro días escuchando a Pepe Mairena, o un mes sin sacar la cabeza de los últimos discos de Coltrane.
Creo que, si hiciera una gira por ciertos sitios, Ross se daría cuenta de que el diálogo y la fusión, incluso el cruzarse únicamente de acera musical, sigue siendo un verdadero problema, y que convencer a un progre al que le gusta el rock de que vaya a escuchar a Beethoven es tan difícil como conseguir que un conservador con abono de ópera se deje caer por un concierto de un rapero anticapitalista. Poner de acuerdo a las tribus musicales es como poner de acuerdo a los provida y a los defensores de los derechos de las mujeres, a los cristianos y los musulmanes, a los taurinos y a los socios de las protectoras de animales. Ross lo ve desde otra óptica, es cierto, quizá la que tienes cuando sales de un concierto del Carnegie Hall una tarde preciosa, fresca y soleada, y se te hace de noche tomando copas en un local musical muy exótico del Soho o en un garito alternativo en Brooklyn. Las cosas no se ven igual desde aquí, creo. En realidad, tampoco allí las cosas son tan bonitas: a Lorraine Hunt podía gustarle mucho Stevie Wonder (p. 501), pero la gente que paga un dineral por una gala en la que se escucha «This is Fun Day» no suele pagar veintitantos dólares por escuchar Erwartung en el Carnegie Hall (véanse otros ejemplos en las pp. 21-22). El público de Björk no suele escuchar ópera, aunque amigos de Ross se pongan «Casta diva» después de escuchar Vespertine. Ross también cree que el ruido puede unirnos a todos (pp. 360-364), pero tampoco es tan fácil que alguien que se traga discos frenéticos de Cecil Taylor se oiga con tanto agrado algo de Xenakis o de Stockhausen.
Sería injusto, con todo, pedirle a Ross lo que muchos otros críticos y profesionalesnunca se han atrevido a dar y ni siquiera han intentado. Ross da confianza, e intenta hacer algo. Trata de que no oigamos la voz de nuestro amo (sea el amo quien sea o esté donde esté, fuera o dentro de nosotros mismos). Y de una forma u otra, lo logra. Lectores de su nuevo libro han pasado ya por la experiencia, algunos de ellos eruditos que parecían estar de vuelta de todo. Da igual si ya la conocen o si nunca la han oído: necesitan escuchar la música de la que habla Ross; necesitan soltar el libro y ponerse un disco, o conectarte a la red. Ahí está lo bueno, pero también lo desconcertante. Si finalmente se trataba de escuchar, ¿por qué no fabricar de una vez un libro de música que hiciera sonar la música de la que habla? Ross lo intenta, e incluye en su libro, además de bibliografías, guías de audición y recomendaciones discográficas típicas, conexiones con su blog, que contiene archivos musicales, audioguías con fragmentos sonoros y vínculos a listas de reproducción de Spotify. También graba él mismo, con su propia voz, la versión para el audiolibro, pero finalmente hay algo frustrante. No puede hacer oír la música de la que habla, en buena parte porque tropieza con los derechos de autor (especialmente con los poderosos artistas pop).
Si Ross pudiera llevar adelante su proyecto, sin embargo, necesitaría el libro multimedia total, conectado a catálogos de discográficas, fonotecas, páginas educativas de orquestas, etc. De momento, ahí está el libro y en otro sitio… la música. El lector es el que aún tiene que dar el salto. Tampoco pasa nada. Lo mismo en el libro multimedia total nadie leería las palabras. Quizás en algún momento las dos cosas –texto y música– se fusionarán y serán igual de inmateriales. «No es malo –dice Ross– que la gente haya dejado de acumular música en forma de soportes materiales empaquetados». Gracias a las tecnologías, la música «está volviendo –dice– a su evanescente estado natural» (p. 119). Suena bonito, pero para romper las barreras del sonido, seguirá necesitándose algo más que eso. Probablemente aporrear un piano viejo, o frotar un violín malo seguirá teniendo tantos efectos transformando vidas como un iPod con cientos de gigas de música del tipo del que se compró Ross en 2003. Los directos van a seguir existiendo, y seguirán alterándose gracias a las tecnologías (el capítulo 3 debería leerse obligatoriamente en todos los colegios). Los sistemas de almacenamiento y descarga modificarán para siempre el uso y el significado de la música. Pero ésta seguirá también dependiendo de cosas tan tontas como agitar aire a cierta velocidad, y romper el silencio con ruido, o pararse y percibir todo lo que se oye cuando se trata de estar en silencio (aunque se crea saberlo todo sobre Cage, por favor, léase el decimoséptimo capítulo con tranquilidad).
Alex Ross no es un amargado, pero tampoco un eufórico. No le asquea el destino de la música, pero no se deja llevar por utopías. Hasta cuando se pone más inmaterial, y parece que más moderno, sigue haciendo cosas propias de la época de Monteverdi o de Beethoven. Ha compuesto un libro extraordinario que, hasta cierto punto, es más auténtico que El ruido eterno. Enseña, nuevamente, un montón de música, pero destapa, por activa y por pasiva, un aluvión de dilemas. En realidad, el reto de la música y de la crítica no es hacernos escuchar más, sino hacernos escuchar algo de una vez. ¿Cómo diablos lo conseguimos? ¿Suavizando diferencias, o exhortando a la escucha? Según él, la Heroica de Beethoven, la que le cambió la vida, empieza «con unos acordes imperiosos que dicen: “Escucha esto”» (p. 48; la cursiva es mía). Alex Ross ha hecho lo más difícil. Sugiero a los lectores que corran a comprar el libro, y añadan con un rotulador indeleble un rotundo signo de exclamación al «Escucha esto» de la portada. Quizá no sirva de mucho pero, por ayudar, que no quede.
Alex Ross: “Si fuese joven querría rebelarme contra la gran máquina capitalista. La música clásica es una cultura outsider en muchos sentidos”
Javier Blánquez
En el brillante ensayo introductorio de “Escucha Esto” (Seix Barral, 2012) –una antología de textos que Alex Ross ha ido publicando en el semanario New Yorker a lo largo de los últimos 15 años, donde ejerce como crítico de ‘música clásica’–, se revela precisamente contra esta expresión, ‘música clásica’, por lo que acaba significando para mucha gente: algo así como ‘música muerta’. Su papel como crítico siempre ha estado dirigido a devolverles la vida a los grandes compositores de la música occidental, volverles a presentar cercanos y actuales a oídos de un público abierto de oídos y heterogéneo que se distancia mucho de las elites burguesas con las que se suele identificar siempre el público asistente a los espectáculos de ópera y los ciclos de música de cámara.
Alex Ross explica en esa especie de prólogo, escrito para la ocasión, que su juventud fue especialmente traumática por haber sido siempre aficionado a la música clásica y no haber descubierto el pop hasta su llegada a la universidad –momento en el que se enamoró del punk y, más tarde, de Bob Dylan–. Su universo de héroes estaba compuesto por Brahms, Beethoven y Stravinsky, entre otros, y esa música le resultaba particularmente viva y vertebradora de un proyecto personal enriquecedor. Pero, a la vez, ha sido capaz de comprender el diálogo –muchas veces silenciado– que existe entre las capas ‘serias’ de la música académica y los estratos populares; para Alex Ross no hay una división infranqueable entre Mozart y Björk, y es tan sano ir a escuchar música sinfónica a un auditorio de conciertos como acudir a conciertos de rock, y aunque su área de interés y dominio es la música clásica –y, más en particular, la contemporánea, la que arranca con Mahler y Strauss y llega hasta hoy–, lo hace siempre en función de lo que esta música tiene de vivo, y no como documento de museo. Comprendiendo que las epifanías musicales no siempre llegan con la compra de un disco de cualquier banda rock o la música de la radio, sino –por ejemplo– con la Sinfonía nº 40 de Mozart.
Su primer libro, “El Ruido Eterno” –traducido en España por Seix Barral en 2009, del que ya se han vendido más de 50.000 ejemplares y ha superado la decena de ediciones–, era una historia del siglo XX a través de su música –que no una historia de la música del siglo XX–: su manera de exponer la evolución del modernismo desde Schoenberg hasta John Adams no sólo resultaba una manera lúcida, amena y clara de comprender fenómenos complejos como la experimentación académica tras la caída del mito romántico que llegaba hasta Brahms y Chaikovski, sino que hacía entender que hay mucha pasión, lucha y sufrimiento en una música que normalmente se ha desestimado como dificultosa, inaudible y para minorías snobs. El segundo es “Escucha Esto”, que actúa como complemento, en cierto modo, al expandir el tema y completarlo con piezas que se prolongan en el tiempo hacia atrás y hacia delante. Es una selección de ensayos publicados en su versión original en New Yorker y vueltos a escribir (en parte) para la ocasión: piezas sobre Mozart, Schubert, Verdi, el campus de verano de Malboro, el director de orquesta Esa Pekka Salonen o John Cage (también sobre artistas de la esfera popular como Radiohead, Bob Dylan, Nirvana, Frank Sinatra o Björk). Con un estilo de escritura nítido y entusiasta –y a la vez riguroso y altamente técnico–, Alex Ross vuelve a repetir con su segundo libro lo que ya consiguiera con el primero, “El Ruido Eterno”: abrir el apetito musical a un manjar copioso y rico, el de la música clásica entendida, simplemente, como ‘música’. Viva y estimulante, nunca irritante o aburrida. Y sobre esto hablamos con él, coincidiendo con la llegada a las librerías de “Escucha Esto”. De sus palabras, como esperábamos, mana un torrente de sensatez.
Has sido crítico musical en una posición muy inusual (no sé si debería decir también incómoda): has tratando de explicar que la música contemporánea no es un fenómeno extraño, que nos explica muchas cosas sobre el mundo en el que vivimos y sobre nuestra reciente historia, y que la “música clásica” no es una cosa intocable, que debería ser más líquida y fluida, mezclada con jazz, pop y viceversa. ¿Has tenido alguna vez la sensación de sentirte completamente solo en esta posición durante tu vida profesional? ¿Y cómo te sientes ahora?
¡Es una pregunta interesante! Probablemente me sentí más solo cuando era más joven, en la escuela. Durante ese tiempo mi interés por la música clásica parecía una cosa bastante freak. Una vez me mudé a Nueva York y empecé a escribir sobre música, ya no me sentí aislado. Pero estar especialmente interesado en la música contemporánea y tener curiosidad por la música popular sí que te pone de algún modo en una categoría inusual en el mundo clásico, en el que mucha gente prefiere ignorar el presente y centrarse en el pasado.
La mayoría de libros sobre música (digamos, música “seria”) son sobre historia o teoría. “Escucha Esto”, en cambia, trata más con la idea de entusiasmo: sobre compartir ideas y sensaciones, tratar de llevar al lector a tu bando. ¿Tuviste que sacrificar algunas de tus ideas fundamentales para conseguir este equilibrio o ése ha sido siempre tu objetivo principal?
Espero que mi escritura combine un cierto tipo de entusiasmo o apreciación con un modo de escritura más analítico y objetivo. Ambas cualidades son cruciales para hacer buena crítica sobre música. De todas maneras, ha habido una separación falsa entre escritura ‘académica’, que es muy técnica, y escritura ‘periodística’, que es muy simplista. Idealmente, los periodistas tanto académicos como de los medios de comunicación deberían encontrar un punto intermedio, aunque, por supuesto la naturaleza de tu audiencia dicta hasta cierto punto lo que escribes.
La variedad de ensayos es grande y han sido escrito durante una década y media. Funcionan como una colección, pero hay también la sensación de que el libro trabaja como unidad, que finalmente muestra un panorama general muy abierto. ¿Esto permite espacio para una futura ampliación, o el trabajo se quedará como está?
¡Estoy muy orgulloso de que se perciba como un libro unificado! Revisé los ensayos con la finalidad de poner sobre la mese temas comunes. Por ejemplo, después de escribir el ensayo “Chacona, Lamento, Walking Blues” especialmente para este libro, inserté párrafos en los ensayos sobre Mozart, Schubert, Bob Dylan y Brahms con tal de señalar los patrones similares en su música. Algún día espero publicar otra recopilación con distintos temas, aunque no estoy muy seguro sobre qué incluirá.
Las piezas sobre Radiohead y Björk apelan a una audiencia pop; las piezas sobre Verdi, Brahms y Mozart hacen lo mismo con una audiencia clásica, y al mismo tiempo todos estos artistas tienen en común que son los favoritos de mucha gente. Tu escritura y tus elecciones no son para nada snobs. ¿Estás en contra de las oscuridades? ¿Cuál es tu enfoque crítico hacia los fenómenos de minorías?
No. No estoy para nada en contra de las oscuridades, y algunas de las personas  sobre las que escribo son muy poco conocidas: el compositor John Luther Adams, de Alaska, por ejemplo. Pero a menudo mi objetivo es ofrecer un profundo vistazo a una figura muy conocida y, en cierto sentido, introducir o volver a presentar esa figura a quienes quieran conocer más. Pensé que este libro podría ser una especie de guía de algunos de los hitos de la música clásica, y también a algunas de las figuras significantes dentro del pop.
“El Ruido Eterno” y “Escucha Esto” hacen una buena pareja: uno aporta el marco histórico principal, ayuda al principiante a poner en contexto a cada compositor y movimiento importante del siglo XX, y el otro expande la experiencia y al mismo tiempo lleva al lector al presente. ¿Tuviste mucho en mente “El Ruido Eterno” mientras recopilabas “Escucha Esto”?
¡Me alegra que pienses eso! Pensé mucho en “El Ruido Eterno” mientras juntaba “Escucha Esto”. Quería que fuese algo así como un complemento al libro más viejo, no quería que los dos se solapasen. Así que en “Escucha Esto” no incluí largos ensayos del New Yorker que he escrito sobre Stravinsky, Schoenberg, Shostakovich, y otros autores más. (John Cage fue la excepción que confirmaba la regla). Quería ir más atrás en el tiempo, también quería abarcar más cosas del presente, fuera de la esfera puramente clásica.
¿Qué es lo siguiente que quieres escribir después de estos dos libros?
Estoy escribiendo ahora un libro titulado “Wagnerism: Art In The Shadow Of Music”. Es un repaso a la masiva influencia que ha tenido Wagner en la cultura después de su muerte: literatura, pintura, danza, cine, todo. Es un tema muy grande y aún me quedan muchos años de trabajo. Pero estoy disfrutando profundamente la inmersión en el fascinante y a veces aterrador mundo de Wagner.
Obviamente no pudiste incluirlo todo en “El Ruido Eterno”: el libro es largo y entiendo que llegaste a un punto en el que tuviste que tomar la decisión de recortarlo y descartar algunos temas. Si pudieras reescribir o expandir el libro, ¿qué espacio podría tener la música para el cine a partir de los sesenta, el free jazz y la vanguardia electrónica, especialmente en esos subgéneros que tratan el noise, los drones y las capas ambient?
Mi primer borrador de “El Ruido Eterno” eran 400.000 palabras: el doble de largo de cómo ha acabado saliendo [nota: la traducción al español supera las 600 páginas]. ¡Un tomo tan pesado hubiese causado problemas de muñeca a muchos lectores! Tuve que quitar a muchos compositores que adoro. Sí, tendría más sobre música para cine, y también música electrónica y de ordenador. Me hubiese gustado incluir más sobre compositores como Vaughan Williams, Frank Martin y Galina Ustvolskya, que están más en los márgenes de la historia de la música, pero son tan importantes como cualquier otro. Pero al final me tuve que concentrar en determinados hilos narrativos que unían el libro. De otra manera hubiese sido como una enciclopedia o, aún peor, un interminable listín telefónico.
Hace unas semanas, Bret Easton Ellis escribió en su cuenta de Twitter que una de las preguntas más cruciales de esta generación era “¿qué demonios ocurrió con Radiohead?”. Parece como si no hubiese entendido la transición entre “OK Computer” y “Kid A”. ¿Tienes una respuesta a su pregunta?
Mucha gente quería que Radiohead continuasen escribiendo canciones rock que fuesen de un tipo reconocible, con líneas melódicas claras, coros y grandes florituras de guitarra. Muchos reprocharon que la banda se moviese hacia una dirección distinta. Creo que eso es una actitud equivocada. Los artistas musicales no son nuestros sirvientes, que atienden a nuestras necesidades. Tenemos que estar preparados para seguirles cuando tomen nuevas direcciones. Quizá estos experimentos no funcionen: desde luego, muchas bandas rock, y también compositores clásicos, han perdido el rumbo después de un comienzo exitoso. No siento que ocurra lo mismo con Radiohead. Los álbumes que van de “Kid A” en adelante son los que más escucho. “The Bends” y “OK Computer” me parece que están un poco desfasados, muy noventas.
En “El Ruido Eterno” mencionas a Radiohead y Björk como los verdaderos maestros del pop de vanguardia. Luego, en “Escucha Esto”, aparecen otra vez, como dos de los artistas que representan el lado experimental del pop y el rock. ¿Hoy tienes otra banda o artista que comparta ese mismo espacio en tu universo musical personal?
Ay, ojalá pudiese revelar todos los descubrimientos excitantes que he hecho de bandas y artistas jóvenes, pero en los últimos años me he encontrado con que es cada vez más difícil mantener el ritmo. Soy un hombre de mediana edad ahora, y me es más difícil seguirle la pista a las últimas corrientes. Además, hay tantas cosas que pasan en la música clásica que tengo menos tiempo para el pop. Espero no convertirme en un cascarrabias, simplemente es que no he encontrado nada a lo que haya respondido con la misma pasión. Creo que Joanna Newsom es increíblemente talentosa: escucho todo lo que hace. Y creo que Frank Ocean tiene un enorme potencial como cantante-cantautor.
Hay dos mitos: uno es que la música clásica y el pop siempre se han estado divididos por un muro invisible (algo que es falso), y el otro es que el muro se ha empezado a romper hace poco tiempo (tampoco es cierto, porque la fractura empezó a ser notoria hace ya muchas décadas). Creo que la cuestión no es si el muro se está rompiendo o no, sino cuán lejos hemos llegado en el proceso de fracturación. ¿Has notado una aceleración sustancial en los últimos años?
Esta es una buena cuestión. En intervalos regulares, en los últimos 100 años los artistas de ambos lados de esta supuesta división han tratado de romper el muro. Piensa en Gershwin y Weill en los años veinte, en Duke Ellington en su fase sinfónica, en Gunther Schuller and The Third Stream en los 50 y 60, por supuesto el gran movimiento minimalista en los 70. Cada generación, parece, ha tratado de construir un puente sobre este abismo una y otra vez. ¿Ha habido algún progreso real? No estoy tan seguro. Por ejemplo, la gente tiene una idea limitada de lo que es la música clásica. En los medios es representada como la música de la elite, de la gente rica, aunque la verdadera riqueza se encuentre en el mundo del pop.
Tratas de desmontar otro mito, que es que la música clásica en las salas de conciertos se está muriendo. Es algo que se escucha muy a menudo, a músicos profesionales y a gente del público (ya sabes, ‘hay muchos viejos’, ‘la mitad de los asientos están vacíos’, etcétera). Mi pregunta es si esta crisis puede ser regional (por ejemplo, en algunos territorios de Europa), ya que dices claramente en el libro que está situación parece estar revirtiéndose en Estados Unidos y China.
Depende mucho de dónde vayas. Este verano fui a los Proms en Londres y había 5.000 personas, tanto jóvenes como adultos, escuchando la reciente Novena Sinfonía de Peter Maxwell Davies. Sin lugar a dudas, no había la sensación de que la música estuviese muerta. En Finlandia la audiencia ha crecido en los últimos años. En América, a algunas orquestas les va bien, otras están sufriendo. En general, no es verdad que las salas estén medio vacías. Lo gracioso es que puedes encontrar a gente quejándose de lo mismo desde los años 20 o incluso antes. La música clásica se ha estado muriendo durante mucho tiempo.
En general, la música experimental ha encontrado un lugar (y, por tanto, ha subsistido) más en galerías de arte y festivales de vanguardia que en salas de concierto. Muchos compositores jóvenes y artistas sonoros, con un pasado en el punk, el hardcore, el jazz o el reggae como Ben Frost, Alva Noto, Mika Vainio o Vladislav Delay, pueden ser creativos y ganarse bien la vida sin compartir el mismo espacio que las orquestas y su audiencia, pese a que quizá sean la respuesta más natural a lo que debería ser hoy la música contemporánea. Me pregunto por qué no te centras más en este tipo de música en tus libros y artículos.
He escuchado a Ben Frost, pero no a los otros. Me encantaría tener un tiempo infinito y un espacio infinito para explorar todo el mundo del sonido moderno. En el New Yorker tenemos un excelente crítico de pop, Sasha Frere-Jones, que está abierto a todo tipo de música tanto en los márgenes como en el pop mainstream. ¡Probablemente él esté mejor posicionado que yo para escribir sobre estos artistas!
¿Crees que los sellos como Deutsche Grammophon o Decca han adaptado sus estrategias a los tiempos actuales? DG empezó hace unos años una colección titulada “Recomposed” en la que invitan a artistas techno a reescribir a los clásicos (su último lanzamiento es Max Richter recomponiendo a Vivaldi, y el anterior era Matthew Herbert ‘acabando’ la décima sinfonía de Mahler), pero no es algo a lo que dediquen demasiado esfuerzo, como si no valiese la pena o fuese una concesión para atraer a una audiencia más joven. ¿Sabe alguien lo que demanda la audiencia hoy en día?
He visto algunos de estos proyectos, no me han parecido tan atractivos. Recuerda, por supuesto, que DG pasó por una fase “moderna” en los 60 y 70 lanzando discos de Stockhausen y demás. En esa época había una necesidad entre estas majors de conectar con la audiencia psicodélica que escuchaba tanto a The Beatles como a Stockhausen. Los sellos parece que perdieron el interés después de un tiempo y probablemente lo vuelvan a perder. Tienes que mirar a los sellos pequeños para percibir de verdad de lo que está pasando.
Parece como si los sellos se estuviesen centrando en descubrir aquellos talentos jóvenes que pueden venderse bien en el mercado: evidentemente, chicos y chicas jóvenes y atractivos, bien vestidos y con un buen peinado, un fenómeno que viene de lejos (recordemos a Vanessa Mae), pero que se ha intensificado en los últimos años. ¿Hay el riesgo de que la música la acaben interpretando en sus papeles estelares aquellos que pueden participar en el mercado del pop, en lugar de los mejores músicos?
Esto es completamente verdad. He visto docenas de estos CDs con gente joven y atractiva en sus portadas. A veces parece como si ser fotogénico sea un requisito para ser grabado. Hay un violinista británico que tiene una carrera paralela como modelo masculino. En algunos casos, los artistas tienen un talento real. Muchos otros son mediocres, o virtuosos pero mediocres. De hecho, estoy bastante en contra de esas “monadas de la música clásica”, como las llamamos en América. La gente atractiva lo tiene mejor en este mundo, automáticamente. Como crítico, busco otra gente que quizá está pasando desapercibida. Por ejemplo, el brillante y joven violinista Augustin Hadelich, un talento mayor, aunque no vaya a ser modelo.
¿Tienes la sensación de que los extremos más radicales, atonales y dodecafónicos de la composición moderna han llegado a un callejón sin salido o, al contrario, son la mejor carta que puede jugar todavía la vanguardia?
La música dodecafónica se ha desvanecido en gran medida; no conozco muchos jóvenes compositores que estén practicando el sistema en un sentido estricto. Probablemente se convirtió en un dogma muy pesado a finales del siglo pasado, como Boulez llegó a admitir. La atonalidad, en un sentido amplio, música escrita fuera del sistema tonal convencional, está, sin embargo, muy viva. Encuentro muchos jóvenes compositores revelándose en los extremos más duros del sonido, en la peligrosa sensualidad del ruido. La atonalidad es una avenida natural para los espíritus rebeldes, y no está agotada. El sonido aún tiene el poder de chocar y poner nervioso al oyente. Lo que importa a fin de cuentas no es el sistema, sino la personalidad de la carrera. Cuando escucho una voz destacable, me emociono, sin importar el estilo.
Como una extensión de la anterior pregunta, ¿qué opinas de la cada vez más grande legión de jóvenes compositores que están trabajando de nuevo en un lenguaje casi completamente tonal, mezclando influencias de bandas sonoras, electrónica, impresionismo del estilo de Satie e, incluso, influencias barrocas? Los puristas radicales de la vanguardia menosprecian a compositores como Nico Muhly, Olafur Arnalds o Johann Johannsson como simplemente ‘música pop’, pero a la vez tienen un público. ¿Están aportando algo nuevo o son redundantes?
Daría la misma respuesta, realmente depende del talento y la personalidad del individuo. Trabajar en un estilo muy ecléctico puede ser peliagudo: puedes acabar con una papilla indistinguible de distintas cosas mezcladas. Desde luego, me he tenido que sentar a escuchar un buen número de piezas anémicas que encajarían en esta descripción. Pero es intelectualmente perezoso desestimar todos estos compositores simplemente por la manera en la que trabajan. Nico Muhly tiene un enorme talento natural como compositor, es una persona profundamente musical. Sus dos primeras óperas de algún modo eran fallidas en la construcción, pero no tengo la más mínima duda de que conseguirá grandes logros. “The Miners’ Hymns” de Jóhann Jóhannsson es demoledor.
¿Qué tipo de gente joven has detectado que va a los conciertos? ¿Es un público que comparte unas mismas cualidades o es variado?
La música clásica atrae a un público bastante más diverso de lo que la gente se piensa: jóvenes, viejos, y público intermedio. Veo parejas jóvenes adineradas que van a una sinfonía pensando que es algo ‘elegante’ y romántico. Veo gente joven con ropa moderna que se han visto atraídos por un elemento contemporáneo en el programa: Arvo Pärt, quizá, o algo más de vanguardia. Veo gente con gafas grandes y pelo despeinado que son obviamente estudiantes de composición. Y así. Es un público muy variopinto. La música clásica a veces atrae gente que no encaja muy bien en cualquier sitio.
Estaba pensando el otro día sobre una posibilidad improbable: ¿qué pasaría si un público hipster adoptase la música clásica como su instrumento para diferenciarse del resto y presentarse como más cool que los demás? Es un público que iría a conciertos y a la ópera y compraría CDs de una manera irónica. Pasó con el folk, y puede pasar de nuevo. ¿Tiene la música clásica alguna posibilidad de convertirse en la víctima?
¡Pienso en esa posibilidad todo el tiempo! Pero no tiene por qué ser ‘irónico’. La música clásica ha sido descuidada, pasada por alto y descartada en la cultura del pop mainstream, y quizá por eso podría ser propuesta para un gran retorno. Aunque la gente muy rica asegura el mantenimiento de los grandes recintos de ópera y las orquestas, en cierto sentido la música clásica es un poco underground. Hay mucha presión en la cultura de masas para que prestes atención a los fenómenos populares: nos lo lanzan constantemente en anuncios, posters, en las páginas de las revistas. Incluso tu banda indie ‘alternativa’ puede sobreexponerse rápidamente y convertirse en un producto desfasado. Si fuese joven, querría rebelarme contra esa gran máquina capitalista, encontrar algo que esté en los márgenes. La música clásica es una cultura outsider en muchos sentidos. Hay algo en ella que es indómita, casi explosiva. Por ejemplo, ¡Wagner! Aquí hay un compositor que, 200 años después de su nacimiento, aún se considera peligroso. Eso es algo.
Por último, una pregunta muy local: ¿Has descubierto alguna música interesante (compositores, artistas, orquestas, etcétera) en España en los últimos tiempos?
Conozco una serie de compositores españoles contemporáneos: Benet Casablancas, Tomás Marco, Luis de Pablo y María de Alvear, entre otros. Ay, conozco muy poco sobre pop y rock español. Entre los artistas clásicos españoles y catalanes, Jordi Savall es un músico al que he escuchado muchas veces y al que considero que es uno de los artistas vivos más grandes, más imaginativos y más sinceros. Espero algún día poder escribir sobre él en profundidad. Es uno de esos músicos que ha hecho mucho más que ofrecer excelentes actuaciones: ha cambiado el modo en el que escucha la gente, en cierto sentido, ha cambiado el mundo.
Otros libros relacionados:
Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll – Greil Marcus
Escuchando a The Doors – Greil Marcus
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Bird. Biografía de Charlie Parker – Ross Russell
La música es mi amante – Duke Ellington
Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker – James Gavin
Yo fui el camello de Keith Richards – Tony Sánchez
Discépolo. Una biografía argentina – Sergio Pujol
En nombre del folclore. Biografía de Atahualpa Yupanqui – Sergio Pujol
No woman no cry. Mi vida junto a Bob Marley – Rita Marley (con la colaboración de Hettie Jones)
Jinetes en la tormenta. Mis años en los Doors – John Densmore
Rodrigo Superstar – Cicco
Pass thru Fire. The collected lyrics – Lou Reed (versión original en inglés)
El sonido de Sinatra. Sesiones de grabación con La Voz (1939-1994) – Charles L. Granata
Las muchas vidas de John Lennon – Albert Goldman
Vida y milagro de Sgt. Pepper’s. Un disco para una época – Clinton Heylin

 

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Laguna – Barbara kingsolver

Laguna – Barbara kingsolver Frida Kahlo Diego Rivera Leon Trotsky Jorge Luis Borges adolf Hitler Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Lumen.

Precio: $200.

La vida de un hombre que vivió de cerca la relación de Frida Kahlo y Diego Rivera y de su entorno, para luego trasladarse a Estados Unidos y vivir los peores años de la guerra fría.
Harrison Shepherd había nacido en Estados Unidos, pero cuando aún era un niño tuvo que irse a México tras los pasos de una madre siempre en busca del hombre ideal. Luego, un día, casi por casualidad, acabó trabajando en la cocina de la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, y de los fogones pasó al despacho de Rivera y a los rincones oscuros de la mansión, donde nació una intimidad muy peculiar con Frida.
Fue allí, en esa casa, donde Harrison conoció a León Trotsky, un gran líder político que en aquel momento era un hombre que malvivía en el exilio y temía por su propia vida.
De vuelta a Norte América, este hombre que había sido cocinero, secretario y confidente de personajes tan ilustres, se dedicó a la escritura y dejó un diario que llenaba su laguna -ese espacio ambiguo entre lo que somos y lo que mostramos a los demás- con unas palabras reveladoras, testimonio de la vida de Harrison y de los hechos que marcaron el siglo XX.
Tras el éxito de La biblia envenenada, Barbara Kinsolver vuelve con una novela poderosa que muestra el poder de la Historia en el destino de cada cual, más allá de nuestras mejores y peores intenciones.
Esta espléndida obra de Barbara Kingsolver se parece a las buenas novelas del siglo XIX, esas que nos hablan del pecado, de la redención y de los «oscuros deberes» de la Historia. Michiko Kakutani, The New York Times
Todo el peso de la historia
 Margara Averbach
Ya desde lo gráfico, podría creerse que Laguna es la típica propuesta fragmentaria y posmoderna. Pero no. La belleza y la fuerza de la última novela de Barbara Kingsolver es que su estructura y construcción están íntimamente ligadas con la lectura del mundo que hace la escritora estadounidense: el planeta como un todo único cuyas partes diversas bailan unas con otras en un movimiento íntimo, doloroso, lleno de conflictos y siempre, siempre apasionante.
Las dos voces principales que cuentan Laguna son las de una bibliotecaria enamorada que reúne papeles para reivindicar la vida del escritor al que amó y el escritor mismo, a través de su palabra escrita. Esas dos voces, diferenciadas en lo gráfico y en el tipo de texto –ella escribe notas; él, un diario y cartas– están apoyadas por artículos de periódicos, reseñas literarias, documentos oficiales, una transcripción de una sesión de la Comisión de Actividades Antiestadounidenses en tiempos de McCarthy y hasta un obituario. Pero lo que se cuenta es una vida en contacto con la Historia de México, EE.UU., el mundo a mediados de siglo XX.
Laguna forma parte de lo mejor de la “novela histórica” y como pasa en ese género, cuando habla de las décadas entre 1929 y 1959, en realidad, habla del presente. El peso de la Historia importa y por eso, al final, Kingsolver aclara sus fuentes y explica qué artículos periodísticos son ficticios y cuáles citados textualmente.
Las temáticas principales del libro son el choque de vidas individuales con las fuerzas de la Historia (representadas aquí por personajes como Diego Rivera, Frida Kahlo, León Trotsky, Pancho Villa, Stalin, Joe McCarthy); el problema de la libertad de expresión y su contraparte, la manipulación con la que los medios construyen la realidad a su conveniencia; el rol del arte y el artista (la vieja controversia entre arte “puro” y “comprometido”); la relación entre “público”, arte e interpretación; la fuerza de los amores y los odios y los fanatismos entre los seres humanos.
El punto de vista del escritor es el del mestizo cultural: un hombre estadounidense y también mexicano, que habla inglés y castellano y es capaz de mirarlo todo desde el medio, desde el cruce, con ironía. Es una mirada que implica crítica. Desde esa mirada, Kingsolver acusa a Estados Unidos de ceguera frente al resto del mundo. Tal vez su reflexión más interesante sea que los estadounidenses quieren ver a su país como algo terminado, algo que ya no debe cambiar, e ignoran que “cualquier país sigue haciéndose, siempre. Así es la historia”.
Desde el fanatismo de ese “no cambio” (muy semejante al de tiempos de George Bush), es desopilante y amarga la forma en que la interpretación de una cita en una novela del escritor (una novela que transcurre en México en tiempos de los aztecas) termina llevándolo frente al Comité de McCarthy como “comunista peligroso” y “espía de la U.R.S.S.”. En ese sentido, la transcripción de la sesión del Senado contra el protagonista parecería una pieza maestra de teatro del absurdo sino fuera porque se parece demasiado a las sesiones de la Historia, tan repetidas en películas y novelas.
En Laguna, Barbara Kingsolver maneja como una verdadera maestra situaciones, personajes, amores (que son desgarradores pero nunca simples, nunca sentimentaloides), ironía y reflexión, y Laguna –título ambiguo si los hay (hay lagunas en la geografía y lagunas en la memoria)– es una experiencia inolvidable con la cual, la estadounidense vuelve al nivel impresionante que tuvo su escritura en ese otro gran libro, La biblia envenenada .
La historia como un cuadro
Laura Galarza
Cuando no escribe frente a la ventana que da a los bosques, Barbara Kingsolver cuida a sus ovejas, siembra y cosecha lo que más tarde ella misma se encargará de cocinar en su granja del sur, muy cerca de donde Flannery O’Connor criaba sus pavos reales. Con parte de una infancia vivida en el Congo cuando en la región se luchaba por salir del colonialismo, Kingsolver ve el mundo con ojos inquisidores y le da a la escritura estatuto político: “Pueden perderse vidas por una palabra equivocada”, señala. En Laguna, su sexta novela, después de sus nominaciones al Pulitzer y al Faulkner y del éxito de La Biblia envenenada, Kingsolver parece desafiar que el menos es más en literatura y vuelve con otra novela extensa, cargada de historia. Real, y de la otra. Jugando en ese borde con oficio, la estructura de la obra es de una prolijidad magistral. Imprescindible quizás, para contar un cóctel explosivo de arte y política en México y los Estados Unidos durante los años que van del ’30 al ’50. De un lado: Frida Kahlo y Diego Rivera, Trotsky, su esposa y Lev, su inseparable asistente en la casa, huyendo de Stalin; y como addenda, un lúcido y original repaso de la cultura maya y azteca. Del otro, la persecución a todo lo que ponga en jaque a la bella América: comunistas, veteranos de guerra, negros, artistas y sindicatos. El papel del periodismo panqueque, que lo que no sabe lo inventa, y la Comisión de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy.
Laguna está escrita en su mayor parte a modo de diario, el que lleva Harrison William Sheperd, en pequeños cuadernos del tamaño de un sandwich, desde su infancia y juventud en México, donde termina trabajando de asistente en la casa de Frida y Rivera en la época del exilio de Trotsky, hasta su vida adulta en Norteamérica. En sus diarios, Sheperd no habla de sí mismo, sino que como una cámara indiscreta (en parte objetiva, en parte reveladora), cuenta la intimidad de ese lugar donde se respira concentrado, el aire de época: arte y revolución. “La Paloma y El Sapo” se gritan de sector a sector de esa casa en forma de U (ella mueve la tijera en el aire: “Voy a castrar a ese hijo de puta”); Trotsky pide pan tostado cortado bien fino y su mujer repollitos de Bruselas.
Sheperd ya adulto, de vuelta en Norteamérica, se convierte en un escritor consagrado y perseguido por el macartismo. En esa época, contrata a quien va a convertirse en la segunda voz de Laguna: su archivista y mecanógrafa, Violet Brown, una mujer mayor, enamorada secretamente de él. Ella será en el reparto, la encargada de contar aquello que el protagonista omite de sí mismo. Las notas de VB (así firma) aparecen intercaladas con el diario de Sheperd, diferenciadas en la tipografía y funcionando como la pieza que falta.
Y finalmente, lo que podría considerarse como la tercera en discordia: un intercambio epistolar de tono entre amoroso e intelectual entre Sheperd y Frida. La misma Kingsolver explica cómo a medida que fue escribiendo la novela, la pintora tomaba mayor protagonismo y vida. Así es que frases adjudicadas a Kahlo, dichas en una carta, llegan como un mensaje intimista al oído del lector.
La obra se completa con documentos históricos, artículos de época de The New York Times, reseñas de libros y un obituario. Las últimas páginas las escribe la misma Kingsolver. “Esto es una novela”, dice y se encarga de aclarar qué documentación es oficial y cuál es inventada. Ahora, si bien Kingsolver –bióloga de profesión– investigó con rigor durante ocho años antes de sentarse a escribir, la intensidad y hondura de la prosa con que lo hace deja claro que ella es, ante todo, una narradora solvente.
Kingsolver, en sus declaraciones en la web oficial que armó para evitar la deformación periodística, se corre del género histórico. Y hace bien. “La historia es como un cuadro. No debe ser igualita a lo que ves por la ventana”, dice Frida. Porque Kingsolver tiene claro que “la mierda apesta aunque la cague un héroe” y escribe desde lo que no cierra, haciendo foco en las grietas de la historia y del alma, obliga a que su lector la siga con los ojos abiertos y la mente despierta. Porque cuando de pronto, por un agujero sale una araña enorme y peluda, advierte: “Cada hueco puede hospedar algo semejante en su interior”.

 

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Una breve historia de la misoginia – Jack Holland

Una breve historia de la misoginia – Jack Holland adolf Hitler Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Oceano.

Precio: $200.

 El odio hacia las mujeres no es nuevo ni excepcional. Su origen se pierde en la noche de los tiempos y se ha manifestado de manera constante a lo largo de los siglos. La misoginia no es algo que se circunscriba a cierto ambito cultural; aparece lo mismo en las obras de los antiguos filosofos griegos y en los sermones de prominentes figuras religiosas de la Edad Media que en las manifestaciones populares de nuestros dias. La encontramos entre los pueblos menos civilizados, pero tambien en las naciones supuestamente mas avanzadas. La misoginia se ha presentado bajo muchos rostros: como menosprecio, humillacion, exclusion, discrimancion, rechazo, despojo, etcetera. Hoy como ayer, este odio desemboca, con aterradora regularidad, en la violencia bajo todas sus formas: golpes, tortura, violacion, mutilacion. Muchos asesinatos de mujeres, desde los crimenes de Jack el Destripador hasta las muertas de Juarez, tienen una raiz misogina. ¿Que hay detras de este perjuicio?, ¿por que se ha mantenido durante milenios?, ¿que lo alimenta?, ¿como erradicarlo? Tales son algunas preguntas que intenta responder el autor de este extraordinario y estremecedor libro.
Las cartas marcadas
Marisa Avigliano
“No sólo a los homosexuales no les gustan las mujeres, a casi nadie”, repite Peter Sellers mientras se mira en un espejo en el set de Woman Times Seven. Escenas desordenadas, fragmentos de películas pegados con la scotch de la memoria vaga compaginan un anuario misógino que nos acomoda boca abajo con las piernas cruzadas hacia arriba escribiendo la lista interminable en la que aparecen la ambigüedad poética, los mitos desenterrados y las más lejanas y amorosas obsesiones personales en la que figurará seguramente Jenny Colon, la Pandora de Nerval.
Pero después de hacer la lista o mientras tanto podríamos empezar una historia de la misoginia a partir de la entrada mujer en cualquier diccionario simbólico: en la esfera antropológica la mujer es el principio pasivo de la naturaleza y también es la sirena, lamia o ser monstruoso que encanta, divierte y aleja de la evolución. Con ese axioma, será fácil aventurarse en la patraña histórica con furia rauda.
Meses atrás se publicó en español Una breve historia de la misoginia, de Jack Holland (1947-2004) cronista político –indiscutido referente para conocer la situación de Irlanda del Norte–, narrador y poeta. Trabajó dos años en su breviario (“cuando los hombres se enteraban sobre el libro que estaba escribiendo me hacían un gesto de cabeza y un guiño, por el supuesto tácito de que me había dedicado a justificarla”), y murió en un hospital de Manhattan corrigiendo el manuscrito junto a su hija Jenny, prologuista y artífice de la edición del libro. Recuerda Jenny: “Mi padre adoraba la historia y adoraba a las mujeres. Estos son los dos factores que lo llevaron al tema de la misoginia, considerablemente diferente de las cuestiones políticas del norte de Irlanda a las que dedicó toda su carrera. A medida que escribía se iba quedando atónito ante la asombrosa lista de crímenes cometidos contra las mujeres por sus esposos, padres, vecinos y gobernantes (…) ¿Cómo se explican la opresión y la brutalidad contra la mitad de la población mundial por parte de la otra mitad, a lo largo de toda la historia?”.
Jack Holland se crió en Belfast y desde chico supo que en su barrio (después supo que en cualquier otro barrio, también) la palabra concha expresaba la peor clase de desprecio que una persona podía sentir por otra, recuerda Holland: “Si aborrecías a alguien, con llamarlo conchudo estaba todo dicho”.
ODIO ANTES DE CRISTO
El rastreo histórico de Holland empieza en algún momento del siglo VIII a. C. ¿Quién acunó al prejuicio? ¿La Grecia de Pandora? ¿El Génesis y su Eva? Las míticas chicas comparten el protagonismo, son el blanco móvil de todos los males, las responsables de todo el sufrimiento humano. Sí, la culpable de todo es Eva o Pandora o como quieran llamarla, qué importa el nombre si es mujer. La idea tardía de la creación, el bello mal, la letal raza femenina trajo todos los males, acarreó muerte, pecado y sufrimiento. Está dicho, los efectos malignos de la caída de la gracia los produjo la mujer.
Sigamos recorriendo las zonas del desastre, la emergencia de la misoginia en la Grecia del siglo VIII a. C. se produjo precisamente cuando declinaba la influencia de las dinastías basadas en familias; el poder pasó al cuerpo político de la ciudad-Estado. En aquellos días las mujeres romanas eran la pesadilla de los varones griegos porque desafiaban el dictado misógino que sentenció Pericles: “Una buena mujer es aquella de la que no se habla ni siquiera para elogiarla”, mientras las mujeres griegas caían en el olvido y eran mujeres sin nombre, las romanas sólo exhibían el suyo: Mesalina, sinónimo de sexualidad; Agripina, la de la ambición implacable, o Sempronia, la intelectual que aprendió a conspirar. Entonces… ¿se podía ser mujer en Roma? Sí, siempre y cuando esa mujer haya sobrevivido al infanticidio femenino o no se haya casado. Egnatius Metellus una vez llegó a su casa y como encontró a su mujer tomando vino la mató a golpes con una maza, escribió V. Máximo y agregó: “No sólo nadie lo acusó de haber cometido un crimen sino que nadie lo culpó. Todos consideraron que era un ejemplo excelente”. Parece que los romanos heredaron la preocupación griega por la virtud femenina y la vincularon con el honor de la familia y el bien del Estado.
Ya entonces la misoginia estaba basada en el temor de lo que podrían hacer las mujeres si fueran libres. “Que la raza femenina no desarrolle su razón, porque eso sería una cosa terrible” (Demócrito).
ODIO A LA ROMANA
A medida que el Imperio Romano prosperaba primero y declinaba después, la búsqueda de sensaciones fue volviéndose cada vez más la clave de la imaginación romana y de sus manifestaciones más misóginas. Los combates de gladiadores en el Coliseo fueron un elemento central de esa búsqueda en la que ocasionalmente también participaban las mujeres. Amazonia y Aquilia luchaban sin cascos porque los espectadores querían verles la cara: “¿Cómo puede ser decente una mujer que se pone casco en la cabeza, negando el sexo con el cual nació?” (Sexta sátira, Juvenal).
En un costado de ese mismo Coliseo se levanta una cruz negra que recuerda a todos los mártires que murieron allí y que fueron en su mayoría mujeres atrapadas entre el poder y la complejidad misógina del cristianismo.
En 412 d.C. Cirilo, obispo de Alejandría y más tarde canonizado santo, arengó en el estertor de uno de sus sermones a una turba excitada para que atacara la academia de Hipatia, acusada de artes satánicas. (Hipatia era hija del matemático Teón y daba clases de música, filosofía y astronomía.) “La sacaron de su academia, la arrastraron hasta la iglesia Cesarión, allí la desnudaron y, sujetándola, la desollaron viva. Después entregaron sus estremecidos miembros a las llamas.”
Los cristianos habían pasado rápidamente de mártires a inquisidores. En los siglos siguientes el perfume del incienso eclesiástico empezaba a mezclarse con el olor de la carne de una mujer quemada. Para los inquisidores la explicación era sencilla: toda brujería nacía de la lujuria carnal, lujuria que en las mujeres era insaciable porque la boca del útero nunca logra satisfacerse. A lo largo de los años fueron quemadas vivas con mordazas de hierro y púas en la boca. Se pregunta Holland: “¿Cómo fue posible que las mujeres fuesen demonizadas durante años en una sociedad en la que el conocimiento y las artes estaban en los más fructíferos de los períodos y en la cual las revoluciones científicas, filosóficas y sociales de Europa no tardarían en trasformar para siempre la forma en la que la gente se veía a sí misma y al mundo?”
LA PALABRA JUSTA
Un prejuicio sobrevive en el tiempo mucho antes de tener nombre. Cuando se inventó la rueda la misoginia ya estaba dando cuatro vueltas en el aire. Pero la palabra apareció por primera vez en el Oxford English Dictionary en 1656 y se la definía como odio o desprecio hacia las mujeres. Misógino ya había aparecido en 1630 en un folleto titulado Swetman arraigned como respuesta a un texto escrito por Swetman en el que las atacaba y despreciaba.
La literatura, siempre considerada, nos muestra que la misoginia, el prejuicio más antiguo del mundo, nunca pasó de moda. Allí está siempre presente y actualizado en un texto de meloso elogio escrito por Clement Marot (1496-1544):
Bolita de marfil
en medio de la cual se encuentra
una fresa o una cereza,
cuando alguien te ve muchos hombres sienten
en sus manos el deseo de tocarte y sostenerte.
el mismo poeta que también escribió:
Seno que no es más que piel,
seno fláccido, como un pendón,
como un embutido,
seno con un feo labio grande y negro,
seno adecuado para amamantar
a los hijos de Lucifer en el infierno
Otros ataques como parte de una convención retórica fundados en gastados clichés perduraron como tradición literaria a lo largo de todo el siglo XVIII:
“¡Oh, rostro más vil! Y, sin embargo, me cuesta cuarenta libras al año de mercurio y huesos de cerdo. Todos sus dientes se hicieron en Blackfriars, sus dos cejas en el Strand y su pelo en Silverstreet. Cada rincón de la ciudad posee una parte de ella… Se desarma toda cuando se va a acostar, en unas veinte cajas, y alrededor del mediodía se vuelve a armar, como un gran reloj alemán.”
(fragmento en el que el capitán Otter describe a su esposa, Ben Jonson, Obras, Volumen I.)
Los ejemplos de misoginia cruzan trópicos y siglos pero la historia siempre se encargó de mostrarlo como un prejuicio demasiado obvio para reparar en él. Qué conveniente y qué cómodo. En distintas civilizaciones, en diferentes épocas, el registro histórico es muy claro: se considera algo perfectamente normal que los hombres condenasen a las mujeres o que expresasen su disgusto hacia ellas por el simple hecho de que eran mujeres.
Y EL ODIO CONTINUA
“Mientras se esperaba que las mujeres victorianas se mantuvieran por encima de ciertos aspectos de la naturaleza, se contaba también con que se sometiesen a la naturaleza de maneras que consideraban parte esencial del destino femenino. Una de ellas eran los dolores de parto. Desde hace mucho tiempo, los cristianos predicaban que ese sufrimiento era el castigo impuesto sobre todas las mujeres debido al pecado de Eva. Doscientos cincuenta años antes, durante el reinado de Jacobo VI (1566-1625), una tal Euphanie McCalyane, incapaz de tolerar los dolores del parto, le pidió a una partera, Agnes Simpson, que le diese algo para aliviar su sufrimiento. El rey se enfureció y mandó que se la quemase viva.”
Obviamente el pasado no monopolizó horrores ni torturas hacia las mujeres ni mucho menos, basta con recordar los abusos sexuales y el trato a las embarazadas, el robo de bebés nacidos en cautiverio durante la dictadura militar y el tiempo que se ha tardado para que estos crímenes, concretamente el de la violencia de género, fueran considerados de lesa humanidad. En los comienzos del siglo XXI, una de las desertoras de las prisiones de Corea del Norte, Sun-ok Lee, actual investigadora en economía, contó en su libro Los ojos brillantes de las bestias sin cola, que estuvo detenida en Kaechon, donde el 80 por ciento de las prisioneras eran amas de casa. Cuenta Sun-ok que compartía una celda de 5,8 metros de largo por 4,9 de ancho con otras noventa mujeres, que dormían en el piso, que se les permitía bañarse dos veces por año y podían ir al baño sólo dos veces por día en horarios establecidos y en grupos de diez. Escribe Lee: “Dos mujeres caminaban hundidas hasta las rodillas en el fondo de la fosa séptica para llenar de excrementos una cubeta de hule de 20 litros, sin otra herramienta que sus manos desnudas. Otras tres mujeres jalan la cubeta de hule desde arriba y vierten su contenido en un tanque de transporte”.
Escribe Holland: “En noviembre de 2003 Gary Leon Ridgway (el asesino del Río Verde), es declarado culpable frente a un tribunal de Seattle por haber matado a 48 mujeres –posteriormente confesó haber matado a 71–. Ridgway es considerado uno de los asesinos en serie más prolíficos en la historia criminal de los Estados Unidos. Si las víctimas de esa turbulencia asesina hubieran sido judíos o negros se hablaría de cuestiones raciales, filosóficas, en cambio cuando se trata de un Ridgway o de un Jack el Destripador se espera que las explique un psiquiatra”.
Mientras las religiones, la filosofía y el psicoanálisis mostraban desprecio por las mujeres, la historia nos iba enseñando que podíamos entender la indestructibilidad de la misoginia a través de cuatro palabras clave: generalizada, persistente, perniciosa y cambiante.
Para los misóginos las mujeres son el “otro” originario, el “no tú”, de modo que no hace falta viajar mucho para saber qué es la misoginia, basta con quedarse en la puerta de una escuela a la hora de la salida, mirar un programa político por televisión, hablar con un médico, con un jefe o con una jefa.
Mientras busca petróleo Occidente se persigna porque en el camino se encuentra con una de las piedras que mató a una mujer y vuelve a persignarse con una gran cruz en el cuello mientras canta un rap en el que las mujeres son todas putas o estúpidas pero tan bellas que sólo dan ganas de violarlas.
El breviario de Holland –apenas un intento de divulgación del prejuicio– abre el juego para pensar en la misoginia más allá de las clasificaciones temporales y geográficas. Allí están las mujeres recluidas en las tribus de las montañas de Nueva Guinea, en el Amazonas o detrás de un velo, obligadas a la clitoridectomía, asesinadas por dejar de amar a un hombre o mutiladas por no querer seguir cocinando. Días atrás el Tribunal Federal Supremo de los Emiratos Arabes Unidos ha sentenciado que un hombre tiene el derecho de castigar a su esposa y niños con la condición de que no deje señales físicas. No nos quejemos por los golpes, parecemos nenas…
La sed misógina está siempre esperando su ambrosía. Se la detectaba en el Imperio Romano, en las matanzas de Ruanda y en medio de la ciudad cuando acalorados señoras y señores dicen yegua en lugar de Cristina Fernández.
Todo está frente a nuestras narices, sólo habrá que componer una taxonomía misógina y develar el mayor enigma al que se asomaron sin éxito vieneses y austrohúngaros (Wittgenstein y Otto Weininger, autor de Sexo y Carácter, un hit de la misoginia de entre dos siglos, entre otros).
Una creciente admiración por la construcción del sexo épico –con sus menstruales proezas– nos obligaron en días pasados, cuyo único tema fue la minería, a pensar en que apaciblemente despóticos y misóginos nos vuelve la contumacia de la Madre Tierra, tal vez una consulta geológica revelaría la supervivencia animal de especies sexualmente analfabetas. ¿Es el sexo la gramática superior de la especie? Mientras pensaba en una respuesta recordé un verso de “Desnudo en barro” de César Vallejo: “La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre”.

 

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Elogio del látigo. Una historia cultural de la excitación – Niklaus Largier

Elogio del látigo. Una historia cultural de la excitación – Niklaus Largier Frida Kahlo Jorge Luis Borges adolf Hitler Auschwitz Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Oceano.

Precio: $200.

La mortificación del cuerpo, cubierto o desnudo, siempre ha implicado un acto ritual de castigo, devoción, libertinaje e, incluso, en alguna época llegó a ser una medida terapéutica para devolver la razón. Este escenario del dolor voluntario y dosificado ha ejercido sobre algunos el irresistible torrente de la excitación previa a la consumación de un placer prohibido y, en otros casos, ha conducido a hombres y mujeres al arrobamiento extático de la santidad. Niklaus Largier explora en este penetrante ensayo los diversos y en apariencia contradictorios rostros de la flagelación, poniendo especial énfasis en aquel que surge de un mutuo acuerdo entre quien la aplica y quien la recibe. Así, el autor nos conduce de las flagelaciones rituales de la antigüedad clásica hasta los manuales de psicopatología del siglo XX, pasando por las procesiones de flagelantes de la Edad Media, los relatos de los santos y santas, y las novelas de los libertinos franceses e ingleses de los siglos XVIII y XIX, con el Marqués de Sade y Sacher Masoch a la cabeza.

 

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De baratijas y curiosidades. Por bazares, zocos, mercadillos y calles del mundo – Barbara Hodgson

De baratijas y curiosidades. Por bazares, zocos, mercadillos y calles del mundo – Barbara Hodgson Adolf Hitler Auschwitz  Jorge Luis Borges Libros Kalish

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Editorial: Oceano.

Precio: $200.

De visita por bazares, zocos, mercadillos, librerías y tiendas de antigüedades Barbara Hodgson ha ido coleccionando baratijas y curiosidades de todo tipo. La autora emprende un auténtico periplo por ciudades del mundo para descubrir su pasado y la esencia de sus gentes, desde Bruselas a Shanghai, pasando por Los Ángeles y Tánger. En las calles, las librerías y los mercados es donde una ciudad tentadora y coqueta revela su ser más íntimo, donde muestra el contenido de sus desvanes y sus cubos de basura. Rastrear una ciudad en busca de secretos es una tarea para caminantes infatigables e intrépidos.

 

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Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede

Los Rollos del Mar Muerto y los orígenes judíos del cristianismo – Carsten Peter Thiede Frida Kahlo Jesús de Nazaret Adolf Hitler Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Oceano.

Precio: $200.

En 1947 en la zona de Qumran, cerca del Mar Muerto (Palestina), por accidente y debido a la intervención casual de unos pastores, se llevó a cabo uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de nuestro siglo. En varias cuevas de la región, se encontraron numerosas vasijas de arcilla, que resultaron contener una colección de más de 800 pergaminos y papiros que hoy se conocen como los «Rollos del Mar Muerto» (o de Qumran) y que han llegado a tener una trascendencia enorme en la validación y revisión de los textos bíblicos del Antiguo Testamento, además de ser uno de los descubrimientos papirológicos más importantes de la historia: La colección de textos hebreos más antigua y completa que se ha encontrado. Las investigaciones demostraron que estos rollos, en gran parte copias de los libros canónicos del Antiguo Testamento de la Biblia, fueron recopilados por la secta de los Esenios, contemporánea a Cristo, y en la que se cree se educó Jesús de Nazaret. Nunca, sin embargo, esta concepción se había articulado con tanta efectividad teórica como en el presente volumen de Thiede que plantea una hipótesis radical: los primeros cristianos no consideraban estar fundando una nueva religión. Se asumían como un movimiento aún apegado al dogma y la tradición judía. Thiede traza un detallado perfil de los Esenios, sus ritos, conocimientos y costumbres, hasta identificar en éstos el origen de la moderna religión católica. Para ello se vale de dos recursos esenciales: su conocimiento profundo de la época y sus procesos, y un sorprendente dominio técnico de los manuscritos antiguos. Se trata sin duda de una auténtica arqueología del saber, en que la obra atrapa tanto por su tema como por la brillante aproximación metodológica del autor.

 

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La transmigración de Timothy Archer – Philip K. Dick

La transmigración de Timothy Archer – Philip K. Dick libros kalishLa transmigración de Timothy Archer – Philip K. Dick Libros Kalish Juan Pablo Liefeld

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Minotauro.

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Ésta es la historia de Timothy Archer, un abogado alcohólico convertido en clérigo que viaja a Israel para examinar una nueva traducción de los manuscritos del Mar Muerto. Durante su viaje también se cuestionará ciertas decisiones de su vida, en especial aquéllas que contribuyeron al suicidio de su amante y su hijo.

Este libro contemplativo e introspectivo es uno de los trabajos más filosóficos y literarios de Dick. La transmigración de Timothy Archer es, además, su última novela.

Philip K. Dick nació en Chicago en 1928 y residió la mayor parte de su vida en California. Asistió a la universidad pero no llegó a finalizar sus estudios. Escritor precoz, empezó a dedicarse a ello profesionalmente en 1952, para publicar un total de treinta y seis novelas y cinco colecciones de relatos a lo largo de su vida. En 1962 ganó el premio Hugo a la mejor novela con El hombre en el castillo, y en 1975, el premio John W. Campbell Memorial a la mejor novela con Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Murió el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana (California) sin llegar a ver la primera adaptación cinematográfica de su obra, Blade Runner.
Penúltimas verdades*
Emmanuel Carrère
Salvo que no haya tenido lugar en alguna parte de las últimas cien páginas, llego al final de esta historia. ¿Qué otras cosas le ocurrieron a Dick? Su madre murió y él llamó a Kleo, a la que no veía desde hacía veinte años, para anunciárselo llorando. Los derechos cinematográficos de Blade Runner le procuraron mucho dinero. Donó una parte importante de ese dinero a asociaciones caritativas, compró una casa para Tessa y para Christopher y quiso ofrecer el apartamento contiguo al suyo, que Doris había ocupado por un tiempo, a Tim Powers, como regalo de bodas, pero éste lo rechazó. Siguió yendo todos los martes a la casa de Powers y todos los viernes a ver a su psicoterapeuta. Hizo esfuerzos por adelgazar y se vestía con más cuidado. Una foto tomada en las oficinas de la Warner muestra, al lado del director Ridley Scott, una imagen harto convincente de un escritor exitoso: corpulento pero no barrigudo, barba prolija y elegante chaqueta de ante. Joan Simpson fue su último amor, pero tuvo aún algunas amistades femeninas, quizá también una relación. Una actriz del montón a la que intentó abrirle las puertas de los estudios cinematográficos recuerda cinco rasgos de él: su caridad, su calidez, su lealtad, la devoción a su arte y su melancolía. En la penumbra de su apartamento, Dick escuchó muchas arias y piezas para laúd de Dowland, que tenían como título: Sorrow, Stay o Weep you no More, Sad Fountains, pero su preferida siguió siendo Flow, my Tears. Vio crecer a su hijo de lejos y por un momento pensó en juntarse otra vez con Tessa. Los días de angustia la llamaba por teléfono para que ella fuera a abrazarlo.
Dios ya no le hablaba. Casi no tenía visiones y soñaba menos. Según el humor en que estaba, veía en ese abandono una nueva prueba en el camino hacia la salvación, el signo de una victoria definitiva del Adversario, o bien el de un regreso a la lucidez después de una larga crisis de delirio. Una noche, sin embargo, después de que un invitado se marchara, como había sucumbido a la tentación de fumar los restos de un porro abandonado en un cenicero, Dios rompió su silencio. Para asegurarse de que no se encontraba frente a un impostor, Dick quiso someterlo a un test. En el momento, el test que imaginó le pareció luminosamente eficaz: por fin había descubierto el interrogante que obligaba al Altísimo, o a quienquiera que se hiciera pasar por Él, a descubrir las cartas. Al día siguiente, por desgracia, no consiguió recordar ni el interrogante definitivo, ni la respuesta que había recibido.
Como no tenía nada más a que aferrarse, continuó con su Exégesis. Escribió dos libros más. O, para ser más exactos, Amacaballo Fat escribió uno de ellos y Phil Dick el otro.
***
El libro de Fat, La invasión divina aborda un tema inabordable: la Encarnación. Todos los que han escrito la vida de Jesús han tenido que vérselas con este misterio. ¿Qué sabía el aprendiz de carpintero de su naturaleza divina? ¿Fue tomando progresivamente conciencia de ella durante un largo despertar? ¿Es posible imaginar que haya pensado, en la cruz, haber sido víctima de una ilusión creyéndose el Hijo de Dios? Y si no fuera así, si hasta el final estuvo seguro de la Resurrección, ¿es posible tomar en serio la Pasión?
El protagonista del libro es un niño llamado, como su predecesor, Emmanuel. Introducido de contrabando en la Tierra, en el vientre de una enferma agonizante, anuncia que nuestro universo es a la vez una cárcel y un simulacro; que la Creación se le ha escapado de las manos a su Creador y que todos nosotros dormimos, soñando los sueños que nos concede el Imperio, a cuyo poder hemos sucumbido. Vagas intuiciones, dudas, incoherencias insignificantes de nuestra vida cotidiana les hacen presentir esta verdad a aquellos que están menos profundamente dormidos. Ellos no tienen el valor de creerlo. Pero hay que creer, hay que despertar. Aquel que escuche y crea en la palabra de Emmanuel entrará en el Jardín y restaurará la Realidad.
Diversas figuras tutelares ayudan al niño a descubrir su origen y misión: el profeta Elías, bajo la apariencia de un mendigo, Juan el Bautista, Zoroastro, Atena, el mismo Jehová y una niña sentenciosa que tiene el mismo nombre que los hebreos dan a Su presencia: la Shejiná.
Esta reunión recuerda esas películas, supuestamente prestigiosas, en las que un estudio utiliza como invitados estelares a toda la caterva de estrellas que tiene bajo contrato. Plagada de referencias esenias, gnósticas y hebraicas, toda la elite de la Exégesis se encuentra reunida en torno a un banquete de tradicionales especialidades dickianas: memorias manipuladas, suspensiones criónicas, todo esto con música de Dowland de fondo, interpretada por Linda Ronstadt y su orquesta de vibrolaúdes sintéticos.
En fin, lo de siempre.
***
La transmigración de Timothy Archer es todo lo contrario: un libro perverso, inesperado, un verdadero golpe de Rata.
En 1979, Joan Didion, una de las plumas más prestigiosas de los Estados Unidos, publicó el libro The White Álbum, una antología de ensayos sobre los años sesenta, saludado de inmediato como un clásico del periodismo literario. El libro contiene un ensayo demoledor sobre el obispo Pike: advenedizo religioso, intelectual carente de inteligencia, filisteo, egoísta. Al leerlo, Dick sintió una profunda pena. Creo que más profunda aún, puesto que, con su manía de adherirse al punto de vista del adversario, sintió cuan justos eran los sarcasmos de Didion, y que además podían aplicarse tanto a él como a su difunto amigo.
Había subtitulado la Exégesis: Apología pro vita mea. Se le ocurrió escribir la apología del obispo Pike, que había sido a la vez su modelo y lo que él temía ser, o sea un perfecto alter ego.
¿A quién hacerle contar la historia? Por un momento pensó en encargarse él mismo, pero se dio cuenta de que en seguida se encontraría en el punto muerto en el que Phil y Fat continuaban disputando su interminable partida. Había que encontrar otro punto de vista. Escapar de sí mismo, escribir con las palabras y los pensamientos de algún otro: viejo sueño de novelista. In extremis y contra toda previsión, Dick lo consiguió. Por primera vez en su vida puso como protagonista a una mujer que no era ni la empalica morena de sus sueños, ni la zorra castradora de sus pesadillas. Por primera vez en su vida creó un personaje complejo, creíble y que no se parecía a él.
Ángel, la narradora de esta novela rigurosamente mainstream, está casada con Jeff, el hijo del famoso obispo episcopal de California, Timothy Archer. Jeff se ha suicidado. El obispo y su amante, Kirsten, han afirmado haber contactado con él desde el más allá. Kirsten también se suicida. El obispo tiene una extraña muerte en el desierto de Judea. Todo esto ocurre a finales de los años sesenta. El libro empieza el 8 de diciembre de 1980, día del asesinato de John Lennon. Tres semanas antes, Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos. «Se trata de una época—confirma el I Ching— en que avanzan los vulgares y se encuentran precisamente a punto de desplazar a los últimos vigorosos y nobles que quedan» (Po, resquebrajar).
Ángel trabaja de gerente en una tienda de discos de Telegraph Avenue en Berkeley. Como mucha gente de la bahía de San Francisco, los acontecimientos de su vida están jalonados por los discos de los Beatles. Su matrimonio se rompió cuando salió el Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band. En la habitación de hotel donde lo hallaron muerto, donde no había tocadiscos, Jeff llevaba con él el primer disco solista de Paul McCartney; y, doce años más tarde, cuando Ángel escucha Teddy Boy, aún siente ganas de llorar. Con frecuencia siente ganas de llorar. Aunque en el seminario sufí al que asiste, dirigido por un clon de Alan Watts en una barca de Sausalito, se enseñe lo contrario, cree que hemos venido a este mundo a descubrir que lo que más amamos nos será quitado, y que eso es todo. El día de la muerte de Lennon descubre por casualidad el artículo que una novelista de prestigio, Jane Marión, dedicó a su suegro. Primero se pone a llorar, después decide escribir su testimonio.
Ángel Archer amaba y admiraba al obispo, a quien llama Tim. Pero no está ciega, como tampoco Dick lo estaba sobre sí mismo. Al adoptar el punto de vista de esta joven mujer de luto, que busca entender qué ha fallado, se alejó mucho de su proyecto apologético. Pese a que la intención inicial fuera la de hacer un elogio de su amigo y la de justificarse justificándolo, acabó superando a Didion, retratando al obispo como un hombre brusco y pedante que sin escuchar nunca a sus interlocutores los abrumaba con una avalancha de citas y términos como «kerigma», «parusía» e «hipóstasis». Tim Archer daba lecciones de moral a todo el mundo, se llenaba la boca con la palabra «caridad» y leía, con el índice levantado, la epístola de los Corintios, pero en la vida se abría camino sin la más mínima preocupación por las consecuencias de sus actos. Nada que fuera trivial debía obstaculizar su camino hacia la verdad. Cuando desenvolvía una camisa nueva, dejaba caer al suelo los cartones y los alfileres y rápidamente abandonaba la habitación sin molestarse en recogerlos. Cuando veía que ya no se llevaba bien con su mujer, declaraba la nulidad del matrimonio. Cualquier compromiso que no le convenía caducaba. En lugar de perseverar en un error, mejor pasar la página, ¿no es cierto? Esta regla de conducta, en la que Didion lúcidamente identifica un rasgo esencial de los años sesenta, regía la vida del obispo: una sucesión de páginas pasadas rápidamente, un libro leído en diagonal. El mismo Cristo no era más que una de esas páginas, una experiencia entre otras. Seguir siéndole fiel, a pesar de las dudas y las tentaciones, no hubiese sido digno de aquel donjuán del espíritu. Además, como algunos donjuanes, el obispo siempre era sincero y creía definitiva su última visión del mundo. Pero bastaba con que apareciera un nuevo libro o una nueva teoría deslumbrante para que volviera a ponerlo todo en duda. El niño que a los cinco años leía de un extremo al otro el diccionario o la guía telefónica —proeza que sus admiradores resaltaban para ilustrar su pasión por el saber—, de adulto seguía buscando en los libros una respuesta objetiva a todas las preguntas. Pensaba que en alguna parte tenía que existir, igual que existen informes sobre la política agrícola del Benelux, un informe documentado, imparcial y fiable sobre las causas últimas. Descubrir que las respuestas a este tipo de preguntas se contradicen entre un libro y otro, ya que salvo que se piense que la Biblia y el Corán son divinos éstos no reflejan más que opiniones humanas, no le hacía optar por el relativismo ni lo incitaba a elegir su campo de una vez por todas, sino que más bien lo hacía cambiar continuamente de opinión.
Como era de prever, el estudio en forma de autorretrato de este caso de versatilidad intelectual y afectiva ofreció a Dick la oportunidad para un nuevo vuelco. Su religión, ahora, estaba hecha: mientras describía sus errores y los de Pike, acabó tomando partido por Ángel Archer. Ella al menos tenía los pies en el suelo y, sin censurar al pecador, denunciaba como un pecado la absurda búsqueda de una verdad que había llevado al obispo a perderse en pleno desierto de Judea a bordo de un escarabajo Volskwagen equipado tan sólo con un mapa de carreteras y dos botellas de Coca-Cola. Nada es más patético que el desprecio por la realidad concreta que muestran las personas que no dejan de razonar sobre la Realidad absoluta. La ilusión de ir al fondo de las cosas los aleja de su superficie. Ignoran la sensualidad del mundo, su dulzura y su resistencia. Pasan al lado de la vida.
«Sí —suspiraba Dick—, he pasado al lado de la vida.»
***
Convertido en el paladín de lo concreto, no pudo evitar recargar las tintas. Así como tampoco se contentó con contraponer a su caballero de la triste figura en busca de un significado a una joven desdichada y afectuosa: tuvo que agregar a un esquizofrénico y erigirlo prácticamente en ejemplo porque era incapaz de pasar la prueba de los proverbios. Esta prueba, que él había hecho de adolescente, consiste en explicar el significado de algún proverbio conocido, como por ejemplo: «Cuando el gato no está, los ratones bailan». Es de esperar que una persona dotada de cierta inteligencia se referirá al patrón que se ha marchado y a los dependientes que aprovechan su ausencia; una persona menos inteligente, por el contrario, no hará una transposición del enunciado, sino que se conformará con parafrasearlo utilizando sus términos concretos. Dirá algo así como: «Si tiene usted ratones en su casa, su gato los cazará, pero si su gato se marcha, los ratones estarán contentos porque nadie los molestará y se pondrán a bailar». Al dejarse llevar por el impulso, Dick llegó a presentar esta incapacidad para el razonamiento abstracto como un antídoto eficaz contra los excesos de los que se sentía culpable.
A quien dude de que unos vagos fenómenos psíquicos no tienen necesariamente que probar el regreso de su hijo de entre los muertos, el obispo, impaciente, ofrece el siguiente ejemplo:
—Usted mira debajo de su coche y descubre un charco de agua. No ha visto caer agua de su motor, es algo que se ve obligado a suponer. Pero tiene todas las razones para suponerlo: tiene el derecho de hacerlo. Yo he sido abogado y puedo decirle qué es lo que tiene valor de prueba…
—¿El coche está aparcado en su plaza de garaje reservada —interrumpe el esquizofrénico— o en un aparcamiento público?
—No lo entiendo —dice el obispo desconcertado tras una pausa.
—Si se encuentra en su plaza habitual, aquella en la que sólo usted puede aparcar, entonces seguramente es el agua de su coche. Pero no la del motor: más bien la del radiador, la de la bomba de agua o tal vez la de la transmisión. Si usted tiene una caja de cambios automática, hay un líquido especial que se parece mucho al agua. ¿Tiene usted una caja de cambios automática?
—¿Dónde?
—En su coche.
—No lo sé. Estoy hablando de un coche hipotético.
—¿Ah sí? De todas formas, lo primero que hay que hacer es saber de qué líquido se trata. Tiene que tenderse en el suelo y alargar un brazo por debajo del coche para mojar un dedo en el charco. Ahora bien, ¿qué es?, ¿aceite, gasolina, Lockheed o agua? Supongamos que es agua. Hay una explicación: cuando el motor está en marcha y el radiador se calienta, a veces se produce un exceso que se cuela por un orificio hecho especialmente para eso. De hecho, ¿qué coche tiene usted?
—Creo que es un Buick —dice el obispo, consternado.
—No —precisa amablemente Ángel—. Es un Chrysler.
—¡Ah! —dice el obispo.
***
«Lo importante en la vida —repetía Dick— es saber reparar el propio coche. No cualquier coche, ni los coches en general, pues nada existe en general. Sólo existen las cosas particulares y aquellas que se encuentran en nuestro camino deberían ser más que suficientes para mantenernos ocupados. Todo lo demás es peligroso. Empezamos por notar repeticiones extravagantes, por imaginar asociaciones divertidas, y terminamos creyendo que todo está regido por un designio global que pretendemos desentrañar. En suma, terminamos volviéndonos paranoicos. Cuidado, jóvenes, basta con meter un dedo en el engranaje. Sé muy bien de lo que hablo: es mi propia historia.»
En el juego de la oca de este libro esta posición nos devuelve a la casilla dieciséis. Ironía y repliegue: el invierno del alma. Don Quijote, al recobrar la cordura, se convierte antes de morir al mundo según Sancho. Y Cervantes también, según parece, ya que termina así su novela, y una costumbre mental difícil de erradicar quiere que el último capítulo nos revele la moraleja y el significado de la historia.
Como La transmigración de Timothy Archer es el último libro de Dick, es lícito afirmar que la ventaja es de Phil. Así, a la gente como Jeter, el apóstol del aquelarre universal, le place ver en éste «un testamento» un importante «regreso a lo real», una aceptación desencantada, aunque afable, de la absurda, compleja y maravillosa idiotez del mundo. No existe un significado, un más allá, y quizá sea mejor así; en todo caso, es así, y el que se retracta es un canalla.
Pero Dick era precisamente un canalla, quiero decir una Rata. Y no pudo evitar concluir su último libro con un capítulo que insinuaba la transmigración del difunto obispo en el cuerpo y el espíritu del joven esquizofrénico, su adversario. Ni terminar este último capítulo señalando que el esquizofrénico y la narradora contemplan esos hechos inquietantes compartiendo un buen porro. Cansado, sentía aproximarse la muerte y temía el momento en que, una vez que la ruleta dejara de girar, la bola se detuviera sobre un número: par o impar, necesariamente. Sabía que ese momento iba a llegar, pero, hasta el último suspiro, en la medida en que dependía de él, se empecinó en evitar concluir, en contradecirse, en no desvelar más que penúltimas verdades.
En septiembre de 1981 tuvo una última visión. El Salvador había vuelto a nacer, en Ceilán, en el seno de una familia muy pobre, con el nombre de Tagore. Creyéndose el elegido para prepararle el terreno, Dick hizo un resumen de su mensaje en un artículo del que envió copias a todos sus amigos y conocidos, así como a un oscuro fanzine. El mensaje en cuestión era un híbrido ridículo de sus habituales obsesiones religiosas con las tesis de la ecología profunda que empezaban a hacer estragos en los campus californianos: la ecoesfera es sagrada, quien daña la ecoesfera daña a Dios, y Tagore, nuevo Cristo, se apresta a expiar todos los pecados que el hombre comete contra la ecoesfera…
El tono de las cartas a sus amigos demuestra que creía profundamente en lo que decía. Cosa que no le impidió publicar el artículo con la firma de Amacaballo Fat, ni escribir para el mismo fanzine una parodia de artículo sobre su reciente producción, en la que se podía leer lo siguiente, algo, seguramente, en lo que también creía:
«Parece que Dick trata de liquidar el karma negativo adquirido durante los años pasados en la calle junto a los criminales, los agitadores y la elite de California del Norte. Nosotros le sugerimos una manera más adecuada de redimirse: deja de escribir, Phil, y de creer en todas las tonterías que se te ocurren. Mira la tele y hazte un porro, si lo deseas, no vas a morirte por eso, y déjate vivir hasta que tu mente quede purgada de los días oscuros del pasado y de tus reacciones a los días oscuros del pasado».
Después de escribir esto, suspiró con satisfacción y volvió a la Exégesis.
* Capítulo 23 de la biografía de Emmanuel Carrère Yo estoy vivo y ustedes están muertos. Philip K. Dick 1928-1982, Editorial Minotauro.

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El gran desierto – James Ellroy

El gran desierto – James Ellroy libros kalish

Estado: usado.

Editorial: Edicones B (primera edición).

Traducción: Carlos Gardini.

Precio: $400.

Los Ángeles, años cincuenta. Tres hombres se ven atrapados en una tupida red de ambiciones, perversión y mentiras: Danny Upshaw, ayudante del sheriff y punto de mira de intereses ajenos: Mal Considine, fiscal del distrito que intenta promocionarse profesionalmente y poner orden a su vida privada; Meeks, ex narco y hombre fiel a un único dios: el dinero. Por motivos distintos, los tres se verán vinculados a un grupo de comunistas entre los que un sádico asesino ha sembrado el pánico. Por motivos distintos, los tres habrán sacado billete para una pesadilla.
Mis morbos más raros
James Ellroy
Soy de L. A. Mis padres me trajeron al mundo en un lugar excelente. Aterricé en el hospital del que despegó Bobby Kennedy. Mi madre odiaba a los católicos y le gustaban los hombres despiadados. Bobby K. le habría provocado sentimientos contradictorios.
Yo veía L. A. con ojos de nativo. Crecí allí. Tamicé datos y los transfiguré al estilo de los chicos. Se trataba de morbos diversos. La corrupción y la obsesión eran sus hilos conductores. Mi métier fue el noir infantil. Viví en el epicentro del film noir durante la época del film noir. Desarrollé mi propia cepa de morbo raro. Era puro L. A.
Hacia 1950 mi padre trabajaba para Rita Hayworth. Decía que se la cogía. Mi madre cuidaba a astros de cine borrachos. Mi padre era perezoso. Mi madre era una adicta al trabajo. Mi padre me enseñó a leer a la edad de cuatro años.
Tuve acceso a las revistas de escándalos y a la Biblia. El libertinaje y la severa ley de Dios me acosan todavía. En la Biblia había sexo y abundantes carnicerías. En las revistas de escándalos, también. Sexo y porquería publicada. Incubé mis dotes narrativas. Mi imaginación se encendió.
Mis padres se divorciaron en 1955. Mi madre obtuvo la custodia principal. Yo viajaba de uno al otro. Estudiaba sus vidas separadas.
Mi madre bebía combinados de bourbon. Vi lo mucho que la cambiaba el alcohol. Salía con hombres que olían a psicópatas de film noir. La pesqué dos veces in fraganti. Mi padre acechaba el piso y espiaba a su ex. Mi madre me alimentaba con comida sana y novelas épicas. Mi padre me daba salsa de queso y combates de boxeo. Me enseñó a vitorear. Yo vitoreaba a los boxeadores mexicanos antes que a los negros. Vitoreaba a los púgiles blancos antes que a cualquiera.
Sexo: el asunto más importante de todos. El no va más de los chistes de los ‘50: quiero conocer al tipo que inventó el sexo y preguntarle en qué anda ocupado ahora.
Mi padre y mi madre me hacían leer. Los dos me llevaban al cine. Mi padre se repetía con historias de actrices ninfómanas. Mi madre hablaba de los actores a los que cuidaba. Me llevó al espectáculo de Dean Martin y Jerry Lewis. En una escena aparecía un perro conduciendo un coche. Me desternillé de risa varios días seguidos. A mi madre le pareció una reacción extrema. Mi madre era una mujer instruida. Decidió llevarme a un psiquiatra infantil.
Los viajes de uno a otro progenitor continuaron. Iba de una casa a la otra y me enteraba de chismes. Rita Hayworth era ninfómana. Rock Hudson, maricón. Floyd Patterson, un campeón de pacotilla. Mickey Rooney era un sátiro.
El calendario llega a junio de 1958. Comienza mi noche de Walpurgis. Mi madre es asesinada. La trama es SEXO. El caso queda sin resolver.
Fui a vivir con mi padre permanentemente. Estaba exultante con la muerte de mi madre e intentaba no regocijarse en mi presencia. Mi congoja era compleja. Odiaba a mi madre y la deseaba sexualmente. Bam: ha muerto. Bam: mi imaginación descubre el CRIMEN.
La fijación eludió la muerte de mi madre y se centró en víctimas sustitutas. La Dalia Negra se convirtió en mi asesinada favorita. Era mi madre hiperbolizada y estaba lo bastante distanciada para saborearla mediante la fantasía. Estudié recortes de prensa sobre la Dalia. Fui en bicicleta al lugar donde habían abandonado el cadáver. En mi mente empecé a hilar historias de salvamento. Rescataba a la Dalia cuando el asesino alzaba el cuchillo.
Leí novelas policíacas para chicos. Salté al Mike Hammer de Mickey Spillane. Las historias eran vengadoramente anticomunistas. Me gustaba la rabia y el fervor de Hammer. Yo era un anticomunista infantil. Ansiaba castigar a alguien invisible. Acechaba al asesino de mi madre pero no lo sabía. No sabía que estaba dragando morbo para mis páginas futuras. Mi padre me dejaba que me entretuviese leyendo y descuidara mis deberes escolares. Veíamos series de crímenes en televisión. Conocía a uno de los actores de 77 Sunset Strip. Decía que la mujer del tipo “le mostraba el felpudo”. Mi padre sacaba conclusiones erróneas. Daba por sentado mi conocimiento del sexo. Alababa a los homosexuales masculinos. Decía que, gracias a ellos, aumentaba el número de mujeres cogibles.
Mi rendimiento en la escuela era malo y fui autodidacta. Leí De aquí a la eternidad en 1960. El crimen se mezclaba con la historia social. La chispa que encendió mi grandiosa ambición infantil.
En esa época, mis aptitudes para la vida estaban por debajo de lo normal. A partir de los años ‘60, declinaron. Vivía para leer y fantasear. Robaba libros, comida y miniaturas de coches. Recorría L. A. en mi bicicleta de vendedor de tacos.
Espié a las muchachas en bicicleta. Era un acechador conspicuo. Aceché a las chicas ricas de Hancock Park y a las chicas judías del oeste de Kosher Kanyon. El verano del ‘61 me lo pasé acechando. Me encontré con manifestaciones de protesta y arrojé huevos a los estúpidos que querían prohibir la bomba. Se alzó el Muro de Berlín. Tío Sam y los comunistas jugaban a la intimidación. En la tele, un periodista presentaba cada día la gráfica del guerrámetro. Las posibilidades de que hubiese una guerra nuclear subieron hasta el 90 por ciento. La crisis me llenó de alegría nihilista.
Me arrastré de la primaria a la secundaria. El Instituto Fairfax era judío casi en su totalidad. Yo sólo destacaba porque era gentil y tenía acné. Anhelaba que me prestaran atención pero carecía de gracia para conseguirlo. Era un mal estudiante, peor deportista y mis relaciones sociales eran pésimas. Quería promocionarme como ser estrictamente único y atraer la atención consiguiente.
Sopesé el dilema. Encontré una solución. Me afilié al Partido Nazi Americano. Mi primera actuación fue en el barrio judío de Los Angeles Oeste.
El tiro me salió por la culata… y funcionó.
Gracias a eso, me prestaron algo de atención. Se me calificó de payaso. Distribuí panfletos racistas y “Billetes de Barco para Africa”. Me ungí como portador de la semilla de una nueva raza superior. Anuncié mi intención de establecer un Cuarto Reich en Kosher Kanyon. Insulté a los negros y denigré los Protocolos de los Sabios de Sión. Calumnié a Martin Luther Negro y vendí copias del Salmo 23 de los negros. Se burlaron de mí, se rieron de mí, me zarandearon y me dieron empujones. Desarrollé un sentido de la política estilo vodevil y recibí varias patadas en el culo. Mi cuelgue nazi me motivó, me aburrió y me angustió, en sincronía con la respuesta de mi público. Yo vivía para fantasear y asimilar tramas. Los buenos libros y la televisión conformaban mi arte interpretativo.
Estamos en otoño del ‘63. La salud de mi padre empeora. La mala alimentación y los cigarrillos. Bam: estrenan la serie El fugitivo.
Es puro concepto. Un médico de pueblo. Su matrimonio va mal. Su mujer es alcohólica. Un mendigo manco entra en la casa y la mata. El médico es acusado del asesinato. Lo juzgan y lo condenan a la silla eléctrica. El remilgado teniente Gerard lo lleva al corredor de la muerte. Bam: el tren descarrila. Bam: el médico huye para siempre. Persigue al mendigo manco. La policía lo persigue a él.
La serie me obsesionó. La serie interfería en mis sueños. El doctor Kimble huía. Yo también huía a toda velocidad. Kimble va a numerosas ciudades. Todas parecen estudios de filmación a L. A. Kimble es un pararrayos. Atrae descontento sexual y ennui. Siempre conoce a las mejores mujeres de la ciudad. Las mujeres eran mi madre transformadas por arte de magia.
Mi padre tuvo un ataque de apoplejía el 1/11/63. Llegué a casa del instituto. Lo encontré llorando y balbuceando. Vi su muerte como midesamparo y mi propia muerte décadas después. Empecé a prepararme para la vida en solitario. Empecé a excluirlo.
Pasó tres semanas ingresado en el Hospital de Veteranos. Su estado mejoró y sus posibilidades de sobrevivir aumentaron. Yo recorría L. A. en bicicleta. Birlaba revistas nudistas. Visitaba a mi padre. Miraba episodios de El fugitivo. Me llevaron hasta el golpe contra JFK. Mi padre salió del Hospital de Veteranos el día del atentado. La muerte de Jack y el consiguiente revuelo lo aburrieron. A mí también. A la mierda con Jack. Eramos republicanos y protestantes. Jack recibía órdenes de Roma. Ese martes casi se cargan a Kimble.
América lloraba a Jack K. Eso era carnaza para mi numerito nazi, pero nada más. Johnson incrementó el envío de tropas a Vietnam. Yo apoyé la guerra nuclear. Un vigilante de una tienda me arrestó por robar. Mi padre tuvo un infarto mientras yo sudaba en el calabozo. Las secuelas del golpe contra Jack sufrieron una metástasis. Los rumores de conspiración aumentaron.
El instituto se convirtió en una carga insoportable. Había cumplido diecisiete años. Era blanco. Ser libre sería tenerlo todo. Volví a poner en acción el numerito nazi. Me expulsaron de clase una semana. Mi padre empezó a llamarme “pendejo alemán”. Yo pintaba esvásticas en el plato del perro. Mi padre llevaba un casquete judío para atormentarme.
Volví al instituto. El club de la Música Folk celebró una reunión. La interrumpí con una melodía pronazi y un coro de Das Horst Wessel Lied. Me expulsaron definitivamente. Era un miércoles de mediados de marzo de 1965. Mi padre dejó que me alistara en el Ejército y tuvo un segundo ataque cuando yo llevaba dos días allí. Exploté su estado de salud. Fingí una crisis nerviosa. El Ejército me asustó terriblemente. Detestaba la disciplina. Yo era un cobarde y un faux-führer sedicioso. No quería ir a Vietnam. Conseguí un permiso por situación familiar grave. Visité a mi padre en su lecho de muerte. Sus últimas palabras fueron: “Intenta ligar con todas las camareras que te sirvan”.
El Ejército me soltó. A los diecisiete años era huérfano y estaba exento del servicio militar. Había llegado la hora de vivir y de leer. Había llegado la hora de completar mi educación picaresca.
Me matriculé en L. A. Me doctoré en droga y me gradué en abandono. Leí un montón de novelas policíacas y crónicas de crímenes auténticos y me abstuve de la literatura “convencional”. Era pura asimilación. Vivía en un universo criminal de ficción e imaginaba fantasías criminales. Cometía pequeños delitos por inercia y dejadez moral. Robaba comida y libros. Acechaba a las chicas de Hancock Park, irrumpía en sus casas y olía su ropa interior. Estuve encerrado en la cárcel del condado. Allí me codeé con otros inmaduros estúpidos y pequeños delincuentes. Mentíamos acerca de nuestras muchas putas y hazañas delictivas. Pulí mis nacientes dotes para la narrativa gracias a una jerga carcelaria de pacotilla.
Mis temas eran el crimen y mi locura innata. Comprendí las reglas de la verosimilitud. Cultivé mi aspecto extravagante. Medía metro noventa, pesaba setenta y cinco kilos, treinta de ellos de granos, y siempre tenía una pústula madura en la nariz.
¿El sistema? Al carajo con el sistema. Todo marginado callejero y pueril odia el sistema. A la crítica que hace de éste le falta rigor analítico y le sobra resentimiento personal. El marginado callejero Ellroy lo sabe. Es un neoconservador que duerme en parques y en contenedores de reciclaje.
Los años ‘60 y los ‘70 siguieron adelante. Yo seguía adelante impetuosamente. Comía algodones de inhalador Benzedrex. Bebía jarabe para la tos Romilar. Me pinché metanfetamina. Aceché, haraganeé, escuché y aprendí. El crimen cristalizó crujiente en mi cavidad craneal.
Y está L. A. Está en todas partes como una epidemia. Es una tierra rica en señuelos para chantajes y yonquis criados en la jungla. Es una casa de putas hiperbólica y una choza de hermafroditas elegantes. Aceché. Me enamoré de una preuniversitaria llamada Margaret Craig. Paseé junto a su casa de dos pisos de estilo Tudor y la saqueé amorosamente a lo voyeur.
Bam: estoy de nuevo en la cárcel. Me aburro. Estoy alerta. Estoy asustado. Miro. Aprendo. Escucho el lenguaje de la lasitud del hampa.
Aprendí. Me retiré y leí.
Leí a Dashiell Hammett en la biblioteca pública del centro de la ciudad. Leí a Ross MacDonald en los parques a la luz de una linterna. Leí al estremecedor Joe Wambaugh en la cárcel y fuera de ella. Los nuevos centuriones/El caballero de azul/Campo de cebollas/Los chicos del coro: obras visionarias escritas por un policía. Una visión contracultural de finales de los años ‘60. Absurdidad sin adoctrinamiento izquierdista.
Wambaugh me encendió. Wambaugh me cambió para siempre. ¿Cómo lo sé? Porque hizo que me avergonzase de mi vida.
Me desintoxiqué en el ‘77. Tenía veintinueve años. La cronología me favoreció. Se pusieron de mi parte unas drogas a las que se podía sobrevivir y unas cifras bajas de delincuencia callejera. Las galerías de las prisiones estaban vacías de violadores en grupo y de camarillas raciales. Los chicos asustados con escasas capacidades de supervivencia podían perdurar y aprender.
Aprender es difícil. Yo aprendí de la manera más dura. No lo recomiendo. Me golpeó una circunstancia atroz. Cultivé el don y la maldición de la obsesión. Finalmente ganó el don.
Ahora aprendo de mis palabras en la página.
En algún sitio hay un chico, o unos chicos. Nunca los conoceré. Ahora mismo están encajando cuadrículas en su cubo de Rubik. Les gustan mis dramas demoníacos. La metafísica los mutila. Se agarran a la gravedad. La combatirán con sus demonios. Les aportará un exceso de capacidades para la supervivencia. La cronología no los crucificará.
Apuntalarán mi morbo. Lo revisarán radicalmente. Lo harán circular.
Otros libros relacionados disponibles en LibrosKalish:
Little boy blue – Edward Bunker
Camino púrpura – James Lee Burke
Canciones de sangre – Jake Arnott
Pacto, s.a. – Les Standiford
Hollywood Station – Joseph Wambaugh
El expediente Archer. Los cuentos completos de Lew Archer, detective privado – Ross Macdonald
Mis rincones oscuros – James Ellroy
1280 almas – Jim Thompson
Manual del contorsionista – Craig Clevenger
Fuego cruzado – Sam Giancana y Chuck Giancana
Bésame, Judas – Will Christopher Baer
Mátalos suavemente – George V. Higgins
Cómo escribir relatos policíacos – G. K. Chesterton
El halcón maltes – Dashiell Hammett
Adiós, muñeca – Raymond Chandler
El poder del perro – Don Winslow
Santería – Leonardo Oyola

 

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Inteligencia artificial – Daniel Crevier

Inteligencia artificial – Daniel Crevier libros kalish

Estado: usado.

Editorial: Acento.

Precio: $500.

En el verano de 1956, diez jóvenes científicos americanos, algunos de los cuales acababan de terminar sus estudios de doctorado, se reunieron para discutir la sorprendente proposición según la cual «podemos describir cualquier aspecto del aprendizaje o de cualquier otro rasgo de la inteligencia con toda precisión y hacer que una máquina lo simule». Lanzaron así la idea de que la inteligencia humana se podía programar. Transcurrido el tiempo, el campo de la Inteligencia Artificial ha crecido con resultados ambivalentes y las preguntas han surgido inevitablemente: ¿Tendremos que compartir algún día nuestro mundo con entidades más inteligentes que nosotros mismos?, ¿Podemos fiarnos de esas criaturas nuestras para adoptar decisiones que puedan ser vitales en aspectos que afectan a la economía, la ciencia, la justicia o a la moral?
En este libro de Acento Editorial Daniel Crevier, un experto en el tema, debate estas cuestiones con los líderes de la Inteligencia Artificial y éstos nos ofrecen algunas respuestas sorprendentes en un libro que es, al mismo tiempo, una historia intelectual y un relato sobre los negocios de la ciencia, de la robótica o la tecnología inteligente a los programas campeones de ajedrez.
Daniel Crevier es doctor en filosofía por el MIT y enseña ingeniería eléctrica en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Quebec. Antes hbía sido profesor de la Universidad McGill, y es fundador de Coreco Inc, una empresa que utiliza la inteligencia Artificial para hacer que los ordenadores puedan ver mediante cámaras de televisión.
Otros libros relacionados:
Técnica y civilización – Lewis Mumford
El mito de la máquina – Lewis Mumford
Cultura y cambio tecnológico: el MIT – Rosalind Williams
Historia del automóvil – Ilya Ehrenburg
Correspondencia (1916-1955) – Albert Einstein & Max y Hedwig Born
Perspectivas de la revolución de los computadores – Zenon W. Pylyshyn (selección y cometarios)
El joven Einstein. El advenimiento de la relatividad – Lewis Pyenson
La obsolescencia del hombre. Vol. I: Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Vol. II: Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial – Günther Anders
El taller y el robot. Ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era de la electrónica – Benjamin Coriat
Historia de la tecnología. Tomo 5. Desde 1900 hasta 1950 (II) – Trevor I. Williams
Autoridad, libertad y maquinaria automática en la primera modernidad europea – Otto Mayr
El libro del reloj de arena – Ernst Jünger
El manjar de los dioses. La búsqueda del árbol de la ciencia del bien y el mal. Una historia de las plantas, las drogas y la evolución humana – Terence McKenna

 

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Malcolm X. Autobiografía – Malcolm X con la colaboración de Alex Haley

Malcolm X. Autobiografía – Malcolm X con la colaboración de Alex Haley libros kalish Assata Shakur Martin Luther King Muhammad Mohamed Ali Cassius Clay

Estado: usado.

Editorial: Ediciones B.

Precio: $400.

La Autobiografía de Malcolm X  fue escrita por Alex Haley entre 1964 y 1965, fruto de las conversaciones con Malcolm poco antes de la muerte de Malcolm X (y con un epílogo después), y publicada en 1965. El libro fue nombrado por la revista Time como uno de los diez libros más importantes de no ficción del siglo XX.
El guion para la película de 1992 Malcolm X, dirigida por Spike Lee, fue adaptado de la Autobiografía de Malcolm X.
El libro describe la educación de Malcolm X en Míchigan, su maduración en la adultez en Boston y Nueva York, su tiempo en la cárcel, su conversión al islam, su ministerio, sus viajes a África y a La Meca, y su posterior carrera y consiguiente asesinato en el Audubon Ballroom, cerca de la calle 116 y Broadway en Nueva York. El libro contiene una importante cantidad de pensamiento relacionado con la existencia africano-americana.
Haley dijo en el documental Eyes on the Prize que fue difícil escribir la autobiografía de Malcolm X, porque era bastante reacio a hablar de sí mismo y en lugar de ello prefería hablar de la Nación del Islam.
Existen exageraciones e inexactitudes en el libro, algunas de las cuales fueron reconocidos por Haley. Por ejemplo, Malcolm X describe un incidente en el que apuntó un arma con una sola bala en su cabeza y apretó el gatillo en numerosas ocasiones con el fin de demostrar a su cohorte de criminales que no tenía miedo a morir. En el epílogo, Haley escribió que cuando Malcolm fue a corregir los manuscritos le dijo a Haley que tenía la bala en la palma de su mano y que lo organizó todo para asustar a los demás.
En 2005, el historiador Manning Marable, autor del libro Malcolm X: Una Vida de Reinvención, alegó que Haley trabajó con el FBI mientras escribía el libro con Malcolm X. También habló de la existencia de tres capítulos inéditos del libro.
 Discurso de Malcolm X  pronunciado en Cleveland el 3 de abril de 1964
“Antes de tratar de explicar qué se entiende por el voto o la bala, me gustaría aclarar algo sobre mí mismo. Sigo siendo un musulmán, y mi religión sigue siendo el islam. Esa es mi creencia personal. […]
Pero aunque sigo siendo un musulmán, sin embargo, no estoy aquí esta noche para hablar de mi religión, ni para tratar de cambiar la suya. No vine para discutir ni polemizar sobre ninguna de las cosas sobre las que diferimos, porque ya es hora de superar nuestras diferencias y darnos cuenta de que es mejor para nosotros ver primero que tenemos el mismo problema, un problema común que te hace vivir en un infierno, lo mismo si eres bautista que si eres metodista o musulmán o nacionalista. Ya sea que seas educado o analfabeto, si vives en el bulevar o en el callejón, vas a sentirte en el infierno al igual que yo. Todos estamos metidos en el mismo barco, y a todos nos harán vivir en el mismo infierno, el mismo hombre blanco. Todos nosotros hemos sufrido aquí, en este país, la opresión política de manos del blanco, la explotación económica de manos del blanco y la degradación social de manos del blanco.
Ahora bien, el hecho que hablemos así no quiere decir que seamos antiblancos, pero sí quiere decir que somos antiexplotación, que somos antidegradación, que somos antiopresión. […]
En 1964 hay que escoger entre una cosa y la otra. No es que se acaba el tiempo ¡el tiempo se ha acabado!
1964 amenaza con ser el año más explosivo que Estados Unidos haya presenciado jamás. El año más explosivo. ¿Por qué? También es un año político. Es el año en que todos los políticos blancos volverán a meterse en la llamada comunidad de la gente de color para engañarnos y sacarnos unos cuantos votos. El año en que todos los bribones políticos blancos volverán a meterse en la llamada comunidad de gente de color con sus falsas promesas, alimentando nuestras esperanzas para luego defraudarlas con sus trucos y sus traiciones, con promesas falsas que no tienen intención de cumplir. Mientras ellos alimentan el descontento, todo esto solo puede conducirnos a una cosa: una explosión, y ahora tenemos ya en la vida norteamericana de nuestros días al tipo de hombre negro en la escena en los Estados Unidos de hoy –lo siento, hermano Lomax– que no tiene ninguna intención de seguir poniendo su otra mejilla por más tiempo. […]
Bueno, yo no creo en eso de engañarse uno a sí mismo. No me voy a sentar a tu mesa con el plato vacío para verte comer y decir que soy un comensal. Si yo no pruebo lo que hay en ese plato, sentarme a la mesa no hará de mí un comensal. Estar aquí en los Estados Unidos no nos hace norteamericanos. Haber nacido aquí en Estados Unidos no te hace un norteamericano, porque si el nacimiento nos hiciera norteamericanos, no se necesitaría de ninguna legislación, de ninguna enmienda de la Constitución ni tampoco tendría que enfrentarse con los obstruccionistas de los derechos civiles, ahora mismo, en Washington D.C. No hay que promulgar leyes de derechos civiles para hacer norteamericano a un polaco.
¡No! Yo no soy norteamericano. Yo soy uno de las 22 millones de las personas negras que son víctimas de los estadounidenses. Uno de los 22 millones de negros que son las víctimas de la democracia; nada más que hipocresía disfrazada. Por lo tanto, yo no estoy aquí hablando con usted como un norteamericano o como un patriota que saluda o hace ondear su bandera. ¡No!… ¡No!… Yo estoy aquí hablando como una víctima de este sistema americano. Veo a Estados Unidos de Norteamérica a través de los ojos de la víctima y no veo ningún sueño americano; sino una pesadilla americana. […]
Fue el voto del negro el que instaló a la nueva administración en Washington D.C. El voto de ustedes, el voto estúpido, el voto ignorante, el voto malgastado de ustedes fue el que instaló en Washington D. C. una administración que ha promulgado toda clase de leyes imaginables, dejándote al último, y que encima de todo es obstruccionista a la aprobación de la ley de derechos civiles. Y los líderes de ustedes y los míos tienen la osadía de andar correteando y aplaudiendo por ahí y de decir cuántos progresos estamos realizando. Y qué buen presidente tenemos. Si él no fue bueno en Texas, no puede ser bueno en Washington D.C., porque Texas es un estado de linchamiento. Está en la misma línea que Mississippi, sin ninguna diferencia; solo que en Texas te linchan con acento tejano y los otros con acento de Mississippi. Y estos líderes negros tienen la audacia de ir a tomar un café en la Casa Blanca con un tejano, con un blanco racista del Sur –eso es todo lo que él es– para luego venir a decirles a usted y a mí que este, como es del Sur, va a ser mejor con nosotros porque sabe cómo tratar a los sureños. ¿Qué clase de lógica es esa? […]
De manera que ya es hora de despertar en 1964. Y cuando los vean venir con esa clase de conspiraciones, háganles saber que tienes los ojos abiertos. Y háganles saber que también hay otra cosa que también está bien abierta. Tiene que ser el voto o la bala. El voto o la bala. Si usted tiene miedo de usar una expresión así, usted debería salir fuera del país, volver a la plantación de algodón o meterse al callejón. Ellos reciben todos los votos negros y, después que los reciben, el negro no recibe nada a cambio. Todo lo que hicieron cuando lograron llegar a Washington fue darles grandes empleos a unos cuantos grandes negros. Esos grandes negros no necesitaban grandes empleos, ya tenían trabajo. Eso es un camuflaje, eso es un truco, eso es una traición, un teatro. No estoy tratando de derribar a los demócratas en favor de los republicanos; a estos ya llegaremos dentro de un minuto. Pero es verdad: ustedes ponen a los demócratas en primer lugar y ellos los ponen en el último a ustedes. […]
Conque ¿qué rumbo seguimos de aquí en adelante? Primero, necesitamos unos cuantos amigos. Necesitamos unos cuantos aliados nuevos. Toda la lucha por los derechos civiles necesita una nueva interpretación, una interpretación más amplia. Necesitamos contemplar este asunto de los derechos civiles desde otro ángulo, tanto desde adentro como desde afuera. Para aquellos de nosotros cuya filosofía sea la del nacionalismo negro, la única manera de meterse en la lucha por los derechos civiles será darle una nueva interpretación. La vieja interpretación nos excluía a nosotros. Nos dejaba afuera. Por eso le estamos dando una nueva interpretación que nos permita entrar en ella, tomar parte en ella. Y a estos Tíos Tom que han estado actuando con evasivas, claudicaciones y componendas no los vamos a dejar que sigan con sus evasivas, con sus claudicaciones ni con sus componendas. […]
Y ahora se enfrentan ustedes a una situación en que el joven negro está apareciendo. Y este no quiere oír hablar de ese asunto de “dar la otra mejilla”. ¡No!… En Jacksonville –y eran adolescentes– estaban arrojando cócteles Molotov. Los negros nunca lo habían hecho antes. Pero eso demuestra que hay algo nuevo entrando en la escena. Hay una nueva manera de pensar entrando en escena. Serán los cócteles Molotov este mes, las granadas de mano el mes que viene y otra cosa el mes siguiente. Será la bala o será el voto. Será libertad o será la muerte. La única diferencia es que esta clase de muerte será recíproca. […]
Esa es nuestra inversión. Esa es nuestra contribución: nuestra sangre. No solo dimos gratis nuestro trabajo: dimos nuestra sangre. Cada vez que había un llamado a las armas, éramos los negros los primeros en vestir el uniforme. Moríamos en todos los campos de batalla del blanco. Hemos hecho un sacrificio mayor que el de cualquier otro que viva actualmente en Estados Unidos. Hemos hecho una contribución mayor y hemos cobrado menos. Para aquellos de nosotros cuya filosofía es el nacionalismo negro, los derechos civiles quieren decir: “Dénnoslo ahora. No esperen el año que viene. Dénnoslo ayer y todavía no será bastante rápido”.
Podría hacer un alto aquí mismo para señalarles una cosa. Siempre que uno ande detrás de algo que le pertenezca, el que lo prive a uno del derecho a tenerlo es un criminal. Entiendan eso. Siempre que anden detrás de algo que sea de ustedes, están en su derecho legal de reclamarlo. Y el que por cualquier medio intente privarlos de lo que es de ustedes, está violando la ley, es un criminal. Y eso lo señaló la decisión de la Corte Suprema. Puso fuera de la ley la segregación. Y eso significa que la segregación va contra la ley. Y eso quiere decir que un segregacionista está violando la ley. Un segregacionista es un criminal. No se le puede aplicar ningún otro calificativo sino ese. Y cuando hacen una manifestación contra la segregación, la ley está de parte de ustedes. La Corte Suprema está de parte de ustedes.
Ahora bien, ¿quién es el que se opone a la aplicación de la ley? El propio Departamento de Policía. Con perros policías y con garrotes. Siempre que ustedes estén manifestando contra la segregación, ya se trate de la enseñanza segregada, de la vivienda segregada o de cualquier otra cosa, la ley estará de parte suya, y el que se les ponga en el camino deja de ser la ley. Está violando la ley, no es representativo de la ley. Siempre que ustedes estén manifestando contra la segregación y un hombre tenga la osadía de echarles encima a un perro policía, maten a ese perro, mátenlo, les digo que maten a ese perro. Se lo digo aunque mañana me cueste la cárcel: maten a ese perro. Entonces le pondrán punto final a este asunto. Ahora, si estos blancos que están aquí no quieren ver esa clase de acción, que vayan y le digan al alcalde que le diga al Departamento de Policía que encierre a los perros. Eso es todo lo que tienen que hacer. Si no lo hacen ellos, lo hará otro. […]
Cuando empezamos a adentrarnos en este terreno necesitamos nuevos amigos, necesitamos nuevos aliados. Necesitamos ampliar la lucha por los derechos civiles llevándola a niveles más altos: al nivel de los derechos humanos. Mientras estén enfrascados en una lucha por derechos civiles, sépanlo, se estarán limitando a la jurisdicción del Tío Sam. Nadie del mundo exterior puede manifestarse en favor de ustedes mientras su lucha sea una lucha por derechos civiles. Los derechos civiles son parte de los asuntos internos de este país. Ninguno de nuestros hermanos africanos ni de nuestros hermanos asiáticos ni de nuestros hermanos latinoamericanos puede abrir la boca para interferir en los asuntos internos de Estados Unidos. Mientras se trate de derechos civiles, estos caerán bajo jurisdicción del Tío Sam. […]
La gente de piel oscura está despertando. Le están perdiendo el miedo al blanco. No está ganando en ninguno de los lugares donde está peleando ahora. Dondequiera que está peleando lo hace contra hombres de nuestro color, de nuestra complexión. Y esos hombres lo están derrotando. Ya no puede seguir ganando. Ya ganó su última batalla. No pudo ganar la guerra de Corea. No la pudo ganar. Tuvo que firmar una tregua. Eso es una derrota. Siempre que al Tío Sam, con toda su maquinaria bélica, lo obligan unos comedores de arroz a hacer una tregua, es que ha perdido la batalla. Tuvo que firmar la tregua. Se supone que Estados Unidos no firme tregua alguna. Se supone que Estados Unidos sea bravo. Pero ya no es bravo. Es bravo mientras puede usar su bomba de hidrógeno, pero no puede usar las suyas por temor de que Rusia use también las suyas. Rusia no puede usar las suyas, pues teme que el Tío Sam también use las suyas. De manera que están los dos desarmados. No pueden usar el arma, pues el arma que cada uno de ellos tiene anula la del otro. Así que donde únicamente puede desarrollarse la acción es en tierra y el blanco ya no puede ganar otra guerra en la tierra. Aquellos días ya pasaron. El negro lo sabe, el moreno lo sabe, el cobrizo lo sabe, el amarillo lo sabe. Por eso le hacen frente en guerra de guerrillas. Ese no es el estilo de él. Hay que tener coraje para ser guerrillero y él no tiene coraje. […]
Queremos escuchar nuevas ideas y nuevas soluciones y nuevas respuestas. Y en ese momento, si nos parece conveniente organizar un partido nacionalista negro, organizaremos un partido nacionalista negro. Si es necesario organizar un ejército nacionalista negro, organizaremos un ejército nacionalista negro. Será el voto o la bala. Será la libertad o será la muerte”.
Otros libros relacionados:
Alma encadenada (soul on ice) – Eldridge Cleaver
Martin Luther King y su tiempo. Estados Unidos desde 1954 a 1963 – Taylor Branch
El clarín de la conciencia – Martin Luther King
Un acto de Estado. La ejecución de Martin Luther King – William F. Pepper
Rey del mundo – David Remnick
Miles. La autobiografía – Miles Davis y Quincy Troupe
Una autobiografía – Assata Shakur

 

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Evolución. La asombrosa historia de una teoría científica – Edward J. Larson

Evolución. La asombrosa historia de una teoría científica – Edward J. Larson Charles Darwin libros kalish

Estado: impecable.

Editorial: DEBATE.

Precio: $300.

Un recorrido por la idea de la evolución, desde sus antecedentes teóricos a la actualidad.
La teoría de la evolución no nació solo de la imaginación de Charles Darwin. Desde sus orígenes, la humanidad ha buscado sin tregua respuestas religiosas, filosóficas y científicas a la pregunta clave: ¿de dónde venimos? Con la irrupción y el auge de la ciencia moderna, la controversia sobre la cuestión de la evolución de la especie se aceleró hasta alcanzar el grado de precisión científica actual. En esta brillante obra -que combina un maravilloso anecdotario con el rigor académico- el ganador del Pulitzer Edward J. Larson nos conduce a través de la idea de la evolución, desde sus antecedentes teóricos, pasando por los portentosos logros de Darwin y Wallace, hasta llegar al descubrimiento de la doble hélice del ADN llevada a cabo por los profesores Watson y Crick, la exitosa síntesis neodarwinista actual y la extensión de la sociobiología.
Al tiempo que traza el camino de las ideas, Evolución describe una galería de personajes fascinantes, los científicos, exploradores y excéntricos cuyas colaboraciones y disputas impulsaron la teoría evolutiva. De Cuvier, Lamarck, Darwin y Wallace a Haeckel, Galton, Huxley y Mendel o Watson y Crick, Larson recorre este dramatis personae consiguiendo un libro que el reputado científico Ernst Mayr calificó de «delicia intelectual».
Vindicación de una historia universal del evolucionismo
Andrés Moya
A modo de resumen anticipatorio, concluyo que la obra de Larson es una historia magníficamente documentada, y mejor escrita, sobre la génesis de la teoría de la evolución biológica, pero con un sesgo al que denomino «centralista». Tomo esta noción de la jerga que utilizamos en nuestro país para cuando, atendiendo al cariz ideológico del que escribe sobre su historia, el relato que nos transmite tiene la peculiaridad de eludir, de forma notoria, la relevancia que para una adecuada comprensión en su totalidad debe tener la correcta consideración de la historia de las periferias, que también son país. Hubiera sido deseable, y mucho, que el autor hiciera una observación preliminar para aclarar que la historia sobre la teo­ría evolutiva que ha escrito, que acompaña con una documentación exhaustiva (44 páginas de notas y referencias bibliográficas de un total de 416), es una historia centrada fundamentalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos. Soy consciente de que cualquier conocedor del pensamiento evolutivo podría argumentar que no puede ser de otro modo, porque esos dos países son los fundamentales para entender su origen y consolidación. Pero, ¿es esto cierto? ¿Cuánta historia debemos traer a colación sobre el evolucionismo en Francia, Alemania, Rusia o Italia –por no hablar, sin arrogancia chauvinista, de nuestro propio país y de muchos otros de habla española– para poder concluir que, en efecto, la historia del evolucionismo se ha desarrollado fundamentalmente en los dos primeros citados?
El tema es particularmente delicado porque esta obra no se titula Historia del evolucionismo en los países anglosajones, sino Evolución. La asombrosa historia de una teoría científica y, por lo tanto, por pura lógica, podríamos concluir, tras su lectura, que los otros no la tienen, es decir, que no han contribuido a la emergencia de la misma con innovaciones conceptuales, conflictos científicos, debates entre grupos por su diferente adscripción ideológica, etc. Y ese no es el caso. Tampoco es que Larson no haga referencia alguna a científicos, pensadores o ideólogos de otros países, pero su argumentación es lineal, en contraposición a otra, que se me antoja más razonable, y que denominaría paralela. Pues, en efecto, los dos primeros capítulos tienen por referencia central el debate evolucionista sostenido en Francia antes de Darwin, debate cuyo núcleo lo constituyen Cuvier, Lamarck y Saint-Hilaire. Quedan claros los antecedentes evolucionistas en ese país e incluso cómo fueron considerados allende Francia. Pero da la impresión de que los antecedentes evolucionistas en Francia del evolucionismo de Darwin quedaron en eso, en antecedentes, porque el dominio intelectual de Cuvier fue tan apabullante que lo único que consiguió fue «bloquear el de­sarro­llo del pensamiento evolucionista» (supongo que hace referencia a Francia). ¿Es esto así? Probablemente sea irrelevante decir sí o no, porque para Larson se cierra la historia de la contribución francesa, y pasamos (capítulos 3 y 4) a Darwin, la única figura que podría derribar el poderío intelectual de Cuvier.
Una historia que se supone universal sobre el pensamiento evolutivo bien hubiera merecido alguna consideración sobre lo acontecido en el país galo. Es esta concepción lineal, ciertamente muy habitual cuando se describe el origen y la consolidación de la teoría evolutiva, la que creo debe combatirse con otra basada en la dinámica paralela y de interrelación de la historia del pensamiento evolutivo en diferentes países, especialmente aquellos que han tenido o tienen una fuerte tradición científica. Los capítulos 3 y 4 describen –magníficamente, por otra parte– el surgimiento y despegue explicativo de la evolución por selección natural a través de la ardua tarea que siempre ha supuesto poder explicar algo desde una nueva visión, empíricamente fundamentada. Pero las historias paralelas siguen su curso, lo que Larson no considera o desarrolla suficientemente. En los capítulos 5 y 6 nos muestra el auge del darwinismo allende Gran Bretaña, particularmente Estados Unidos y Alemania. Hablando del impacto del darwinismo en Alemania, Larson escribe (capítulo 5, p. 143): «Con Haeckel, Weismann y sus seguidores, el darwinismo (nacido en Gran Bretaña y alimentado en Estados Unidos) encontró un lugar en Alemania». Me cuesta creer que el darwinismo no se haya alimentado más de Alemania que de Estados Unidos, al menos cuando hablamos de fechas contemporá­neas o inmediatamente posteriores al propio Darwin. Larson reconoce explícitamente que se desarrolla más en los países anglófonos, vinculados a la corona británica, y menos en los de tradición católica, por ejemplo en el sur de Europa. Da la impresión de ser una historia escrita por vencedores. De Francia afirma, de nuevo (p. 142): «El legado de Cuvier mantuvo a raya el evolucionismo en Francia durante una generación, y cuando éste entró en la ciencia francesa lo hizo con un característico sabor lamarckiano». Y ya está. Veamos otro ejemplo. En el capítulo 6, cuando introduce la labor de paleontólogos en el descubrimiento de eslabones fundamentales en la cadena evolutiva, especialmente los relacionados con la evolución humana, aparecen figuras importantes, pero milagrosas. Señala Larson (p. 182): «Finalmente llegó –de un lugar sumamente improbable– el gran avance de la paleontología protohumana gracias a los esfuerzos casi sobrehumanos de una darwinista holandés llamado Eugène Dubois […]. Dubois se rebeló contra el severo tradicionalismo de su país y probó fortuna con la ciencia. Cuando era estudiante leyó ávidamente a Darwin, Lyell y Huxley, pero lo que más le inspiró fue la obra de Haeckel». En modo alguno considero que la sociedad de los Países Bajos fuera más tradicional que la de Gran Bretaña o Estados Unidos y, por lo tanto, partiendo de ello, que fuera improbable la emergencia de una figura como la suya. Tesis lineales son las que llevan a explicaciones basadas en la improbabilidad.
Una consideración más profunda y paralela de la historia de las ciencias de la vida en varios países europeos, en época anterior, contemporánea, e inmediatamente posterior a Darwin, probablemente daría con tesis explicativas sobre la aparición de esos personajes claves no tan basadas en la inverosimilitud. En suma, seguimos a la espera de un estudio «universal» del pensamiento evolutivo. Refuerza esta vindicación el hecho de que los dos últimos capítulos, el 11 («Las guerras culturales modernas») y el 12 («Los avances posmodernos») sean, respectivamente, el relato sobre el creacionismo reciente en Estados Unidos (polémica bien plasmada y documentada), y sólo en este país, y la polémica científica en torno a la sociobiología, así como el debate mantenido en torno a ella, comenzando por los trabajos pioneros de Hamilton, continuando con Wilson, con Dawkins y con el ilustrado Gould. Dicho de otro modo, como si en la historia del evolucionismo reciente no hubiese un debate generalizado en torno al creacionismo científico y el diseño inteligente allende Estados Unidos, o la moderna biología evolutiva no tuviese algunos apoyos importantes por parte, precisamente, de escuelas de investigación que se han nutrido del pensamiento europeo que arranca desde Goethe.
Los capítulos 7 al 10, con mayor o menor razón, abundan en la misma trayectoria. El 7 y el 9 son canónicos, en la línea de otras historias más técnicas que ésta sobre el origen de la síntesis moderna, donde se narra el conflicto (capítulo 7) y conciliación final entre genética y evolución basada en la selección natural (capítulo 9). El capítulo 8, en cambio, vuelve de nuevo por los fueros de la descompensación al sugerirnos el carácter periférico y fuertemente ideológico de, por ejemplo, el pensamiento evolutivo alemán. Versa sobre evolución humana aplicada, y desarrolla la historia del darwinismo social y la eugenesia. Hablando del impacto social del darwinismo, no deja de sorprender su crítico comentario sobre Haeckel, cuando manifiesta que (p.150): «La biología de Haeckel contribuyó a que se desataran el nacionalismo militante y el racismo homicida que las normas sociales y culturales suelen mantener bajo control», lo que no discuto porque, aun siendo un autor favorable al desarrollo de una filosofía laica y materialista, sus tesis las hizo compatibles con la existencia de Estados poderosos y expansionistas. Pero Haeckel y Weismann han contribuido de forma muy relevante a la consolidación de la propia teoría. El último capítulo por comentar, el 9, está magistralmente escrito y documentado, y lleva un título apropiado, mucho más que los restantes y el título general si tenemos en cuenta que deben prefigurar su contenido. Éste se titula: «La cruzada antievolucionista en Estados Unidos». Y de ello trata.
Evolución de una gran idea
Daniel Veloso
CHARLES DARWIN NO inventó la evolución: fue quien logró sintetizar y ampliar el cuerpo de saberes generado décadas antes en el campo de la paleontología, la anatomía y la biología. Era un hombre de su época, viviendo en la nación más poderosa del siglo XIX, que enarbolaba la bandera del progreso tecnológico. Gracias a su viaje de cinco años alrededor del mundo, pudo observar decenas de ecosistemas y a los seres que los poblaban, prestando atención a las ideas más revolucionarias, que hablaban de un cambio gradual en las formas de los seres vivos, y desechando las tradicionales, que indicaban un mundo donde las especies eran fijas e inmutables desde su creación.
Darwin sostuvo que con suficiente tiempo (y la larga edad de la Tierra así lo permitía), esa aparente fijeza de las especies desaparecía. Su idea explicaba cómo a través de gigantescos períodos geológicos se acumulaban gradualmente pequeños e ínfimos cambios en las especies, que, al diversificarse en varias ramas, daban origen a nuevas variedades de seres.
Su teoría, divulgada en 1859 en El Origen de las Especies, ofreció un modo nuevo de ver la naturaleza a un público mayor que el de la comunidad científica. Fue uno de los primeros libros exitosos de divulgación de la ciencia. Por otra parte, con su Teoría de la Evolución, Charles Darwin estableció las bases para la biología moderna. Hoy día expertos en genética, ciencia molecular y biología celular lo reconocen como padre de sus disciplinas. La idea de que los seres evolucionan fue aceptada en vida de Darwin, pero su teoría, con la selección natural como mecanismo principal, no triunfó hasta entrado el siglo XX, cuando se integró con la genética de poblaciones y la biología molecular.
Sometida a prueba durante un siglo y medio, esta teoría ha sido tantas veces verificada y ha salido tantas veces airosa, que ya los científicos se refieren a la evolución no como una teoría, en el sentido popular de conjetura: simplemente la califican como «un hecho».
EVOLUCIÓN DE LA EVOLUCIÓN. La idea de que las especies se transforman con el paso del tiempo es muy antigua. En una «noticia histórica» preliminar que agregó a El Origen de las Especies Darwin señaló como sus precursores al filósofo griego Anaximandro de Mileto, a Empédocles de Agrigento y al poeta romano Lucrecio. Las ideas de estos pensadores de la antigüedad no fueron más que filosofías marginales durante el medioevo europeo, dominado por la religión cristiana, para la cual todas las especies, vegetales y animales, fueron creadas por Dios y son inmutables. Es recién en el siglo XVIII cuando el concepto de transformismo es retomado.
El naturalista Georges Louis de Buffon (1707-1788), creía que todos los seres habían surgido de uno solo y que a través del tiempo ese ser «ha producido, al perfeccionar y degenerar, todas las razas de los demás animales».
La hipótesis de la variabilidad de las especies, aunque poco difundida, ya era contemplada por varios naturalistas. El mismo abuelo de Darwin, Erasmus (1731-1802), formuló una teoría evolucionista en su libro Zoönomía, o las leyes de la vida orgánica. Su nieto tomaría la idea de que la lucha por la existencia es el mecanismo primordial de la evolución. También a Erasmus se lo considera precursor de Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829).
Los catastrofistas del siglo XVIII creían que grandes catástrofes, generalmente diluvios, habían barrido la vida sobre el planeta en varias oportunidades. Después de cada catástrofe la Tierra era repoblada con las especies sobrevivientes, las cuales se adaptaban, colonizando los nuevos ambientes. Esta idea, o la de que un Creador repoblaba el mundo con creaciones sucesivas, contradecía la opinión ortodoxa de que las especies no cambiaban. Éstas, afirmaban, eran «ideas fijas en la mente del Creador».
Pero otros científicos no creían en el fijismo de las especies, y vieron en los fósiles pruebas de una evolución orgánica. Jean-Baptiste-Pierre Antoine de Monet, Caballero de Lamarck, fue el primer naturalista que confeccionó una teoría completa de la evolución, conocida como «hipótesis de la transmutación» o más tarde como Lamarckismo.
Georges Cuvier (1769-1832), prestigioso colega de Lamarck en el Museo de Historia Natural de Francia, utilizó las mismas pruebas que aportaban los fósiles, para vapulear su teoría y desacreditarla. Sin embargo, décadas más tarde varios hallazgos de fósiles la harían reaparecer.
El historiador estadounidense Edward J. Larson, en su documentado libro Evolución: la asombrosa historia de una teoría científica (Debate/Random House Mondadori), afirma que ciertos aspectos de esta teoría, aún hoy «persisten en los márgenes de la ciencia esperando una nueva oportunidad».
Lamarck creía que los seres vivos cambiaban de forma gracias a un fluido vital. Este fluido actuaba en los cuerpos de los seres y de sus descendientes, permitiéndoles evolucionar hacia formas más especializadas.
Entendía el proceso evolutivo como una escalera mecánica ascendente, por la que subían todas las especies a la misma velocidad, impulsadas por el fluido nervioso, que corría hacia los órganos utilizados y escapaba de los que estaban en desuso, atrofiándolos.
El ejemplo más difundido de Lamarck es su explicación de cómo las jirafas obtuvieron su cuello largo, evolucionando de antepasados cuellicortos. Cuando los ancestros de las jirafas alargaban sus cuellos para alcanzar las ramas más altas, el fluido nervioso corría por sus cuellos haciéndolos más largos. «La única constante era el cambio», explica Larson. Cuvier desechó la hipótesis de Lamarck, alegando que en el registro fósil no se habían encontrado formas de transición que demostraran que una especie había evolucionado en otra. Años más tarde Darwin se basaría en el trabajo de estos naturalistas para construir su teoría de la evolución «sobre fundamentos más firmes que los de sus predecesores».
EN EL «BEAGLE». El Beagle tenía como objetivo cartografiar las costas de Sudamérica. Esta misión obedecía a una estrategia de la política exterior de Gran Bretaña, consistente en proteger las líneas logísticas y comerciales que unían a la metrópoli con sus posesiones en los mares del sur. De la parte científica se encargaría el nuevo recluta.
A pesar de su fama de holgazán, Darwin se esforzó por cumplir con el papel del naturalista de a bordo. Tomaba notas detalladas sobre geología, botánica y zoología y capturaba todo animal que pudiera para su colección.
El barco pasó por Canarias, pero una epidemia de cólera hizo que continuara hasta las islas de Cabo Verde. Lo que Darwin vio allí cambió su forma de pensar y asentó en su mente un par de ideas fundamentales para su futura teoría: la larga edad de la Tierra, y que los procesos geológicos, de forma gradual, van cambiando la faz del planeta.
En la costa vio entre las capas de roca volcánica que las sucesivas erupciones habían dejado un estrato con caparazones de moluscos. Comprendió que estas rocas habían sido levantadas sobre el nivel del mar por una fuerza formidable.
Al partir de Inglaterra su amigo, el geólogo Adam Sedgwick, le había dado una serie de lecturas para el viaje, pero había omitido a propósito el libro de Charles Lyell (1797-1875), Principios de geología. Ya a bordo, el capitán Fitz Roy le dio un ejemplar. Darwin lo estaba leyendo cuando llegaron a las islas y pudo interpretar correctamente su naturaleza volcánica. Había zarpado de Inglaterra como un convencido catastrofista y ahora se había pasado al uniformitarismo de Lyell. Esta doctrina afirmaba que la Tierra había sufrido cambios continuos como la erosión, la sedimentación y el vulcanismo, y que aún continuaban modificándola. De esta manera reemplazaba la concepción catastrófica de la historia del planeta por una historia en «cámara lenta». Lyell, que no creía en la transformación de las especies, sin quererlo allanó el camino a la teoría de Darwin y a la idea de la evolución biológica.
En el otoño de 1832 y tras una estadía de cuatro meses en Brasil, el Beagle llegó a las costas de la joven República Oriental del Uruguay, a la que Darwin mencionó simplemente como Banda Oriental. Lo que allí vio quedó registrado en su Diario del viaje de un naturalista alrededor del Mundo.
ÑANDÚES ANTES QUE PINZONES. El relato simplificado de cómo Darwin concibió la teoría de la evolución cuenta que cuando regresó a Inglaterra todavía no era evolucionista, y que llegó a esta idea luego de mucho reflexionar. No obstante algunos autores sostienen que ya durante el viaje Darwin había comenzado su conversión al evolucionismo. Tal afirmación se sustenta en párrafos de los diarios de viaje, y de posteriores comentarios en sus cuadernos.
La historia oficial explica que Darwin, durante su estadía en las Galápagos, encontró en la gran variedad de los pinzones pruebas de la evolución. Pero eso no es correcto. Había cazado a los pájaros guardándolos en cajas, mezclados y sin identificar en qué isla los había capturado. Así los envió al ornitólogo John Gould y fue él quien los clasificó. Recién en 1844 Darwin empezó a escribir sobre los pinzones en el borrador de su teoría.
En el primer lugar en que Darwin encontró pruebas de que las especies son sometidas a un proceso de descendencia con modificación o evolución, fue en la costa atlántica de Sudamérica y en forma de fósiles. Cuando el Beagle ancló frente a Bahía Blanca, en Argentina, Darwin desembarcó para explorar la costa. Allí encontró huesos fosilizados de caballos primitivos, armadillos y perezosos gigantes. Luego de embalarlos los envió a Inglaterra, donde Henslow se encargaría de recibirlos.
También en el litoral uruguayo cerca del Río Negro, consiguió «por el valor de 18 peniques la cabeza de un Toxodon», un mamífero herbívoro extinto, grande como un rinoceronte.
A pesar de tener escasos conocimientos en anatomía comparada y en vertebrados, el muchacho se las arregló para inferir que había muchas similitudes, por ejemplo entre los extintos gliptodontes y los armadillos actuales.
La conexión que encontró entre sucesores históricos también la halló entre dos especies actuales y vecinas. Darwin quedó perplejo al encontrar que en las praderas sudamericanas vivían dos especies de ñandúes: el ñandú común y otra pequeña especie que habita en el sur de la Patagonia, llamada más tarde en su honor ñandú de Darwin. Pese a ser muy parecidas, las dos especies casi no coincidían en su área de distribución geográfica. En el pasado estas aves se habían diversificado, colonizando nichos ecológicos distintos y diferenciándose tanto que ya no podían reproducirse entre sí.
Al regresar a su país, en octubre de 1836, se dispuso a ordenar y clasificar la gran cantidad de notas y material que había recogido en el viaje. En febrero de 1837 el anatomista Richard Owen le confirmó que algunos de los fósiles que le envió desde Sudamérica eran prototipos extintos de animales actuales. Un mes más tarde el ornitólogo John Gould le informó «que algunas especies de las Galápagos (entre las que no estaban todavía los pinzones), se remplazan unas a otras en islas diferentes».
Darwin sintió temor en poder de estas pruebas, con las que podría construir una teoría que eliminara para siempre la noción de la fijeza de las especies. Al mismo tiempo se sentía motivado y comenzó a ordenar sus ideas en una serie de cuadernos. El quince de marzo de 1837 escribió en el «cuaderno rojo» su primer comentario sobre la evolución.
EL ÁRBOL DE LA VIDA. El aislamiento de las especies en archipiélagos no explicaba por sí solo cómo se realizaba la evolución. Encontró la solución leyendo el Ensayo sobre el principio de la población del economista político inglés Thomas Malthus, quien desarrolla allí la idea de que todas las especies, incluida la humana, se reproducen en mayor número de lo que puede soportar su hábitat. Según Malthus, los alimentos no eran suficientes para mantener a todos los individuos que nacían.
A Darwin, en cambio, esta ley le ofrecía el mecanismo natural que impulsaba la evolución. Notó que dentro de cada especie se daba una competencia que eliminaba a los miembros más débiles y dejaba a los mejor adaptados. Los supervivientes se reproducían y transmitían sus caracteres a la generación siguiente. De esta forma, «las variaciones favorables tenderían a conservarse y las desfavorables a ser eliminadas», escribió. Por fin Darwin sintió que tenía «una teoría con la que trabajar», a la que llamó «selección natural».
Por analogía, comparó la selección artificial que practicaban los criadores de animales y plantas de su país, con la selección que se daba en la naturaleza, más lenta y difícil de observar. Así como los criadores obtienen animales con ciertas características que ellos seleccionan, como orejas largas o picos cortos, la selección natural también lo consigue pero de «manera mucho más perfecta e infinitamente más lenta», escribió.
Comprobó que los nichos ecológicos que ocupaban las especies favorecían adaptaciones diferentes, haciendo que no evolucionaran de manera lineal, como imaginó Lamarck. Al contrario, concibió un desarrollo evolutivo ramificado. A partir de un tipo ancestral común, las especies hijas evolucionaban en distintas ramas.
Larson argumenta que al llegar a este punto, Darwin se dio cuenta de que Dios no tenía lugar en este proceso. Es más, «Dios se volvió problemático», ya que la Teoría de la evolución prescinde de la necesidad de un creador que diseñara las especies, incluyendo a la humana. Los procesos naturales por sí solos podían hacerlo.
AHORA O NUNCA. Para escapar del bullicio de Londres, en setiembre de 1842 Darwin y su familia se mudaron al sur de Inglaterra, a una bonita casa rural conocida como Down House. A pesar de la enfermedad que lo confinó en su casa (tal vez consecuencia de picaduras de vinchuca sufridas en Mendoza en 1835, durante su largo viaje), el naturalista continuó con su trabajo. Darwin anhelaba ser aceptado en el seno de la comunidad científica, pero al mismo tiempo intentaba derribar una de sus creencias fundamentales: la inmutabilidad de las especies. Por eso trabajó en secreto durante veinte años. Varios autores explican que una de las razones para demorar la publicación de su teoría era que no quería ofender a su esposa, muy religiosa.
Darwin era consciente de la oposición que sufriría, y por ello se esforzó en anticiparse a las objeciones que habría en su contra, demorando la publicación de su teoría. Por carta, el naturalista tenía informados a algunos amigos sobre su trabajo, entre los que se encontraba el mismo Charles Lyell, quien no abandonó la doctrina creacionista, pero seguía con atención su trabajo y hasta lo urgió a que la publicara.
Para la década de 1850 la idea de la evolución ya era aceptada por la opinión pública británica. El filósofo Herbert Spencer ya había popularizado la expresión «supervivencia del más apto». Según Larson, Spencer vinculaba la evolución con «la visión malthusiana del progreso social humano conseguido mediante la lucha y la competencia», ideología que venía a legalizar la política del Imperio Británico y que justificaba su «superioridad racial» sobre el resto de los pueblos «primitivos» del planeta.
El 18 de junio de 1858, Charles Darwin recibió una carta que cambiaría la historia. Alfred Wallace, joven naturalista con el que ya mantenía fluida correspondencia, le envió desde la lejana Malasia un manuscrito con sus ideas sobre cómo obraba la selección natural en la naturaleza. La advertencia de Lyell sobre que le iban a ganar de mano era finalmente una realidad. Darwin escribió que «si Wallace hubiera tenido el borrador del manuscrito que escribí en 1842, no habría podido hacer un resumen mejor». Lyell reconoció el aporte de ambos naturalistas, quienes acordaron hacer juntos una lectura de sus trabajos en la sociedad Linneana de Londres.
DESPUÉS DE DARWIN. El Origen de las Especies, publicado en noviembre de 1859, tuvo un éxito imparable, vendiendo su primera edición en un solo día. El libro presentaba por primera vez una teoría que daba una explicación detallada de la evolución, con gran número de pruebas, en un lenguaje sencillo y ameno, que le facilitó su gran difusión.
A pesar de la oposición que se levantó en su contra, la teoría consiguió imponerse. Sin embargo presentaba puntos débiles, por ejemplo en la explicación de cómo se transmitían los caracteres de padres a hijos. Es que la genética aún no había entrado en escena.
En 1865 el fraile moravo Gregor Mendel (1822-1884) publicaría su trabajo sobre los mecanismos de transmisión de características heredables, estudiados en la planta del guisante. Sus conclusiones, conocidas después como Leyes de Mendel, pasarían inadvertidas durante casi treinta años.
Darwin creía que los caracteres adquiridos durante la vida de los individuos podían ser transmitidos a sus descendientes, idea que la genética demostraría como errónea. La vieja teoría lamarckiana del uso y desuso de los órganos de la que Darwin se valió también fue rechazada. Sin embargo la selección natural se sostuvo.
En 1900 el redescubrimiento de las leyes de Mendel generó un conflicto entre los evolucionistas. Los mendelianos, como el holandés Hugo de Vries, creían que la evolución se producía a través de mutaciones discontinuas, dando «saltos» que originaban formas nuevas. En cambio el darwinismo clásico sostenía que la evolución se da de manera continua, por acumulación de variaciones mínimas.
Este debate sería resuelto en la década del veinte, cuando se fundó la genética de poblaciones, disciplina que estudia cómo se propagan las especies. Gracias a sus aportes y a los descubrimientos realizados por la biología molecular, como el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, se consolidó la llamada Teoría sintética de la evolución. Las variaciones en los caracteres de los que hablaba Darwin se definieron como «mutaciones», es decir, accidentes que se producían en determinados genes. Aunque la forma en que se da la evolución, si a saltos o gradualmente, todavía no ha generado un consenso.
Ha pasado un siglo y medio desde la publicación de la teoría y pese a los momentos de auge o de desprestigio, se ha mantenido a flote. De hecho, con el tiempo se ha consolidado como uno de los enunciados más firmes del actual paradigma científico. Aquel muchacho que dos siglos atrás miraba perplejo la desolada costa sudamericana desde la borda de un pequeño barco, nunca imaginó la increíble revolución que desataría y de la que solo se está en el comienzo.
Otros libros relacionados:
Ocho cerditos. Reflexiones sobre historia natural – Stephen Jay Gould
Armas, gérmanes y acero. Breve historia de la humanidad en los últimos 13.000 años – Jared Diamond
Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen – Jared Diamond
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Europa en ruinas. Relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948 – Hans Magnus Enzensberger

Europa en ruinas. Relatos de testigos oculares de los años 1944 a 1948 - Hans Magnus Enzensberger libros kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Capitán Swing.

Precio: $400.

Este libro nos arrastra como un torbellino, introduciéndonos en un momento de la historia que parece lejano, una época que nos gusta describir insulsa y nebulosamente como ?la hora cero?: Europa, en los años en que la gente vivía en agujeros y entre los escombros, un tiempo en que nadie era capaz de imaginar un futuro para el continente. El aspecto de nuestro continente al final de la II Guerra Mundial es algo que no se pueden imaginar los que han nacido después, ninguna novela es capaz de reproducir lo inimaginable de aquellos años. Las imágenes más nítidas las han proporcionado los autores que siguieron a los ejércitos de los Aliados, los mejores reporteros de América, y más tarde los neutrales, ?outsiders? que procedían de países no afectados por la guerra y no daban crédito a sus ojos. H.M. Enzensberger recopiló los relatos de estos excepcionales testigos oculares entre 1944 y 1948: periodistas como Martha Gelborn, Edmund Wilson o Janet Fanner, y escritores como Max Frisch o el sueco Stig Dagerman. Escritas bajo la impresión directa del horror, las escenas que nos transmitieron son brutales y excéntricas, pavorosas y conmovedoras, como las que hoy nos llegan del denominado Tercer Mundo.
Hans Magnus Enzensberger, Kaufbeuren (Alemania), 1929 Poeta y ensayista alemán, estudió Literatura, Lenguas y Filosofía en las universidades de Erlangen, Friburgo, Hamburgo y París. Ha vivido como escritor independiente en Noruega, Italia, EEUU y Cuba, y actualmente reside en Munich. En 1965 fundó la revista Kursbuch en la editorial Suhrkamp que, hasta su desaparición en 2008, fue uno de los medios más importantes de los intelectuales europeos. También trabajó como editor de diversos libros de ensayo y poesía, y como traductor del inglés, francés, italiano, español y sueco. Se hizo famoso principalmente por sus ensayos políticos pero a lo largo de su trayectoria, también se ha dedicado al teatro y al guión radiofónico. Desde 1985, es editor de la Andere Bibliothek.
Sin duda, Hans Magnus Enzensberger es uno de los intelectuales más reconocidos dentro y fuera de Alemania. Galardonado con múltiples premios nacionales e internacionales, recibió en 1963 el Premio Georg Büchner. Otros, como el Premio Ludwig Börne y el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, reconocen la obra de toda su vida. En el año 2009 le otorgaron el Premio Sonning por su contribución a la cultura europea.
Los cronistas de la ruina de Europa
Javier Herrero
La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 inició el proceso que acabaría con las últimas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Un año después, la reunificación alemana que lideró el canciller Helmut Kohl era un hecho que se desarrolló con suma rapidez en paralelo al proceso de construcción política de Europa. Por aquellas fechas el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger temía que ese proceso terminase en un eurocentrismo económico, liberal hacia dentro y proteccionista hacia el exterior, una nueva “Fortaleza Europa”, en un sentido demográfico y económico, potencial generadora de tensiones. A modo de posible vacuna, Enzensberger entendía, acertadamente, que no se había llevado a cabo un análisis complejo de los “años fundacionales” de la nueva Europa y la situación que afrontó su población. Son los años de la posguerra europea, los años en que el continente  era materialmente un montón de ruinas y los europeos, no solo los alemanes, se encontraban en un pozo político y moral.
Al constatar que la filosofía europea se dejó llevar por una abstracción que le alejaba de un frío análisis de la realidad y que la literatura de memorias posterior carecía de credibilidad, la aportación del pensador alemán para iluminar esos oscuros años que van de 1944 a 1948, fue publicar en 1990 Europa en ruinas, una recopilación de crónicas de los mejoresreporteros y escritores americanos, que siguieron a los ejércitos aliados en su avance hacia Alemania, y de otros que provenían de países neutrales, outsiders que daban las impresiones más lúcidas, aunque solo fuesen relativamente acertadas, acerca de las calamidades que sufrían los supervivientes europeos. Enzensberger recurrió a ellos porque en la disposición intelectual de los periodistas  de los países afectados era palpable la autocensura interior que aplicaban a sus análisis y reportajes. En palabras de él mismo, “no solo había quedado devastado el entorno físico, sino también la capacidad de percepción. Toda Europa estaba por así decirlo, como si le hubieran propinado un porrazo en la cabeza”. Capitán Swing ha publicado a finales de 2013 el libro en español y lo hace en un momento muy adecuado, cuando los valores de la esencia del proyecto común europeo están en entredicho, en medio de una crisis económica de dimensiones desconocidas desde 1929, con Alemania convertida en el líder de una Unión Europea que promueve una política de austeridad que puede llegar a dividir al norte del sur de Europa. En un momento, en definitiva, en que los logros del estado del bienestar se tambalean y florecen de nuevo los populismos y la extrema derecha repartidos por toda la geografía europea.
“Nadie es un nazi. Nadie lo ha sido jamás. Tal vez había un par de nazis en el pueblo de al lado (…) durante seis semanas tuve escondido en mi casa a un judío (…). Ay cómo hemos sufrido. Las bombas…”. En abril de 1945 la norteamericana Martha Gellhorn escucha declaraciones parecidas de todos los alemanes con los que se cruza en Renania. Se pregunta “cómo es posible que ese detestable gobierno nazi, al que nadie apoyaba, fuera capaz de mantener esta guerra durante cinco años y medio”. Gellhorn ve “un pueblo entero que declina toda responsabilidad” y que “no constituye una visión edificante”. Se trata de negar una realidad que cada vez adquiere perfiles más terribles, una especie de amnesia colectiva se propaga. Dos años después, en julio de 1947 Janet Hanner envía una crónica desde Berlín que estremece: “La nueva Alemania es solo un despojo de la Alemania muerta de Hitler (…) enemistada con todo el mundo, parece, curiosamente, muy satisfecha consigo misma (…) los alemanes no demuestran ningún interés especial o compasión alguna por el sufrimiento y las pérdidas que han ocasionado a otros (…). Solo unos pocos alemanes parecen acordarse todavía de las palabras que algunos clarividentes pronunciaron al comienzo de los ataques de 1940: ¡Gozad de la guerra!, ¡La paz será terrible!”. Hanner es testigo de una pérdida general de las referencias morales entre los supervivientes alemanes, que deja perplejos a estos reporteros anglosajones. Observadores europeos como el sueco Stig Dagerman consiguen mejores resultados cuando intentan explicarse el comportamiento de los alemanes de la posguerra. Este escritor sueco viajó durante el otoño de 1946 por toda Alemania y afortunadamente hemos podido contar con su capacidad de análisis cuando describe a los antifascistas alemanes como “las ruinas más bellas de Alemania”  o cuando viaja en tren cerca de Hamburgo y “excepto nosotros dosnadie se asoma a la ventanilla para contemplar lo que probablemente sea el campo de ruinas más escalofriante de Europa. Cuando alzo los ojos me encuentro con miradas que dicen: Éste no es de aquí”. Los mecanismos de supresión de la memoria ya están activados.
En octubre de 1944 Martha Gellhorn se encuentra en la recién liberada Nimega, una ciudad holandesa que describe como plácida y aburrida en el pasado pero enclavada en una zona peligrosa, al lado de la Línea Sigfrido y el cauce del Rin. Gellhorn entra en una escuela convertida en cárcel llena de colaboracionistas de los nazis. Entre todos ellos destaca un grupo, “mujeres jóvenes con expresión sombría que yacen en el lecho, enfermas, con bebés muy pequeños; son las mujeres que vivían con soldados alemanes, que ahora son madres de hijos alemanes…”, y nos preguntamos si esas mujeres eran nazis convencidas o buscaban un medio, por peligroso que fuese, de sobrevivir.
En “unas circunstancias que semejan la temprana Edad Media. Como beduinos, los napolitanos acampan entre las ruinas…”. Norman Lewis describe así el Nápoles de octubre de 1944 que sufre de hambre y sed, porque los alemanes han destruido los sistemas de suministro de agua. Pero si alguien sabe sobrevivir en un medio hostil, esos son los napolitanos. Allí el mercado negro llegó a ser próspero como nunca lo fue. De cada tres barcos de los Aliados que eran descargados en el puerto desaparecía el cargamento de uno, y en los alrededores del Tribunal de Justicia se vendía en un ruidoso mercado lo poco que antes había sido robado.
John Gunther llega a Varsovia en el verano de 1948, la ciudad que, después de Stalingrado, ha sufrido la mayor devastación en la guerra. Un polaco se dirige al periodista: “Vosotros en Occidente podéis tener el más alto nivel de vida del mundo. Pero nosotros los polacos tenemos el más alto nivel de muerte”. No se puede resumir mejor lo que ha sufrido esta ciudad desde que fue invadida en 1939 cuando contaba con 1.300.000 habitantes y en 1945 contaba con 700.000 menos. Gunther relata como, a pesar de todo, esos perseverantes polacos salen de sus catacumbas cada día comprometidos a reconstruir una ciudad que los nazis quisieron borrar del mapa en octubre de 1944, con una fortaleza y optimismo que sorprenden precisamente porque Varsovia gracias a ellos vuelve a estar viva.
Max Frisch, dramaturgo y autor de Homo Faber, recorrió varias ciudades alemanas en 1946. La maestría con que traslada a las palabras sentimientos y emociones es algo que ha estado al alcance de solo unos pocos en el siglo XX. Por ello, su prosa elegante y delicada nos conmueve cuando describe la desolación y desesperanza que abruma a los civiles alemanes derrotados en esos años. En la primavera de 1946 visita Frankfurt en cuya estación de ferrocarril se encuentra a unos refugiados de territorios que ya no pertenecen a Alemania, abandonados y sin ayuda para los que “su vida solo es una ilusión, algo ficticio, una espera sin esperanza, ya no sienten ningún apego por ella; solo la vida continua adherida a ellos, como un espectro (…) respira en los niños dormidos que yacen sobre los escombros, con la cabeza entre los bracitos consumidos, acurrucados como embriones en el seno materno…”.
París, Roma, Londres, Praga, Budapest, el infierno de Dachau…con Europa en ruinas viajamos a través del caos mental y material de la Europa coventrizada y hambrienta que, curiosamente, a pesar de tantos y tantos bombardeos, no será convertida en un todo homogéneo con la reconstrucción. Las diferencias entre europeos persistirán. El trabajo de Enzensberger con la recopilación de estas crónicas y textos es encomiable y demuestra la necesidad de recordar ese sufrimiento y reivindicar esa memoria por sus efectos preventivos ya que no debemos dar la paz en el continente como algo por supuesto. No olvidemos que hace casi dos décadas, al poco de aparecer este libro por primera vez, 8.000 bosnios eran asesinados en Srebrenica.
La caída
Hans Magnus Enzensberger
Tal vez no sea casualidad que un libro tan extraordinario como Una mujer en Berlín estuviera marcado por un destino fuera de lo corriente. Nunca sabremos si, al escribirlo, la autora tenía en mente su posterior publicación. Los “garabatos íntimos” que realizó entre abril y junio de 1945 en tres cuadernos de notas (y algunos trozos de papel añadidos con precipitación) la ayudaron, más que nada, a mantener un vestigio de cordura en un mundo de devastación y crisis de los valores morales. Se trata, literalmente, de “memorias del subsuelo”, escritas en un refugio antiaéreo que también debía ofrecer protección contra el fuego de artillería, el pillaje y las agresiones sexuales del victorioso Ejército Rojo. Todo aquello de lo que disponía era un trozo de lápiz y debía trabajar a la luz de las velas, puesto que Berlín se encontraba sin suministro eléctrico. Refugiada en un sótano, su capacidad de percepción se encontraba seriamente limitada por la total suspensión de los medios informativos. A falta de periódicos, radio y teléfono, los rumores eran la única fuente de noticias del mundo exterior. Hasta pasados unos meses, cuando ya una apariencia de normalidad había vuelto a la ciudad devastada, no pudo copiar y corregir sus “121 páginas en el papel grisáceo de la guerra”. Como responsable de la reedición de este texto tras cuarenta años de permanencia en el olvido, me siento obligado a respetar el deseo de la autora de permanecer en el anonimato. Por otro lado, desearía presentar los hechos que avalan la autenticidad de su testimonio. En el mundo actual de los medios de comunicación, donde abundan toda clase de trucos, esto acaba siendo una necesidad.
Resulta evidente que la mujer que escribió el libro no era una simple aficionada, sino que se trataba de una periodista con experiencia. Ella alude a varios viajes que realizó como reportera, entre otros países, a la Unión Soviética, donde adquirió conocimientos básicos de ruso. Podemos deducir que continuó trabajando para una editorial o en diversas publicaciones periódicas después de que Hitler alcanzara el poder. Hasta 1943-1944 se continuaron publicando varias revistas como Die Dame o Koralle, en las cuales era posible mantenerse al margen de la inexorable campaña propagandística impuesta por el doctor Joseph Goebbels.
Es probable que, en este medio profesional, nuestra anónima conociera a Kurt W. Marek, crítico y periodista nacido en 1915 en Berlín, que había empezado su carrera en 1932. Durante los años nazis, trabajó para publicaciones semanales como el Berliner Illustrierte Zeitung, haciendo lo posible para pasar inadvertido. Alistado con carácter forzoso en 1938, sirvió como reportero en Polonia, Rusia, Noruega e Italia. Resultó herido en Monte Cassino y fue hecho prisionero de guerra por el ejército americano. Después de la guerra, fue licenciado por el gobierno militar y pudo reanudar su carrera como editor de uno de los primeros periódicos autorizados en Alemania. Más tarde, trabajó para Rowohlt, una gran editorial de Hamburgo, desde donde lanzó un libro que le daría fama internacional. Bajo el seudónimo de C. W. Ceram, un anagrama de su propio nombre, publicó un éxito de ventas sobre la historia de la arqueología: Dioses, tumbas y sabios.
En cualquier caso, fue a Marek a quien la autora confió el manuscrito, después de cambiar los nombres de las personas que aparecían en el libro y eliminar ciertos detalles delatores. Marek, quien tras su éxito internacional se había mudado a los Estados Unidos, le añadió un epílogo y consiguió que lo publicara un editor americano en 1954. Así fue como Una mujer en Berlín apareció primero en versión inglesa, a la cual siguieron traducciones al noruego, italiano, danés, japonés, español, francés y finlandés.
Tuvieron que pasar cinco años más para que el original en alemán viera la luz, e incluso entonces no fue a cargo de una editorial alemana, sino de Kossodo, una pequeña editorial suiza con sede en Ginebra. Obviamente, el público alemán no estaba preparado para enfrentarse a ciertos hechos desagradables. Uno de los pocos críticos que lo reseñó se lamentó de lo que dio en denominar “la desvergonzada inmoralidad de la autora”. No era de esperar que las mujeres alemanas hicieran mención de la realidad de las violaciones; ni que presentaran a los varones alemanes como testigos impotentes cuando los rusos victoriosos reclamaban a sus mujeres como botín de guerra. (Según los cálculos más fiables, más de cien mil mujeres fueron violadas en Berlín en las postrimerías de la guerra.)
Las inclinaciones políticas de la autora constituyeron una circunstancia agravante: carente de autocompasión, con una mirada fría hacia el comportamiento de sus compatriotas antes y después de la caída del régimen, rechazó la complacencia y la amnesia de la posguerra. No es de extrañar que el libro fuera acogido con hostilidad y silencio. En los años setenta, el clima político había cambiado y comenzaron a circular por Berlín fotocopias del texto, que hacía ya tiempo que se encontraba agotado. Los estudiantes del ’68 las leyeron y las adoptó el floreciente movimiento feminista. Cuando me aventuré en el mundo editorial, creía que había llegado el momento de reeditar Una mujer en Berlín. Este resultó ser un proyecto plagado de dificultades. No era posible dar con la autora sin nombre, el editor original había desaparecido, y no estaba claro a quién pertenecían los derechos de autor. Kurt W. Marek había muerto en 1972. Siguiendo una corazonada, me puse en contacto con su viuda, que resultó conocer la identidad de la autora. Me informó de que Anónima no deseaba que su libro se reimprimiera en Alemania mientras ella estuviera viva, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta la fría acogida con que fue recibido en 1957.
Finalmente, en 2001, la señora Marek me comunicó que la autora había fallecido, y su libro pudo al fin reaparecer tras un paréntesis de cuarenta años. Durante todo este tiempo, la situación política en Alemania y Europa sufrió cambios fundamentales. Comenzaron a aflorar toda clase de recuerdos reprimidos por la memoria colectiva y fue posible discutir temas que habían sido considerados tabú durante mucho tiempo, circunstancias que habían pasado inadvertidas ante la magnitud del genocidio alemán tales como la extensa colaboración de Francia, Holanda, el antisemitismo de Polonia, el intenso bombardeo de la población civil y la limpieza étnica de la posguerra.
Europa encontró en sí misma materias dignas de estudio. Se trataba, naturalmente, de temas difíciles y moralmente ambiguos, fácilmente explotados por revisionistas de todas las tendencias, pero está claro que hubo ocasión de incorporar todos los hechos en la agenda histórica y abrir un debate serio.
Es éste el contexto en el que Una mujer en Berlín y otros testimonios de los cataclismos del siglo XX deben leerse hoy en día. En el caso alemán, cabe destacar que los mejores registros personales disponibles son diarios y memorias escritos por mujeres. (Ruth Andreas-Friedrich, Volkonski, Lore Walb, Ursula von Kardoff, Margret Boveri, la princesa Wassilikow, Christabel Bielenberg.) Fueron ellas quienes mantuvieron una apariencia de cordura en un entorno de caos creciente.
Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la supervivencia entre las ruinas de la civilización. En la medida en que existió un movimiento de resistencia, fueron ellas quienes atendieron a su logística, y cuando sus maridos y novios volvieron desmoralizados, envueltos en harapos y anonadados por la derrota, fueron ellas las primeras en despejar el terreno.
Esto no quiere decir, naturalmente, que las mujeres no cumplieran una función en el universo nazi. Nuestra Anónima sería la última en pretender el respaldo de principios morales. Ella es una implacable observadora que no se deja llevar por el sentimentalismo o los prejuicios. Aunque no era del todo consciente de la enormidad del holocausto, vio claramente que los alemanes habían revertido en sí mismos el sufrimiento que habían infligido a otros. A través de las pruebas a las que la sometió el siglo que le tocó vivir, mantuvo no sólo la entereza de su orgullo, sino también un sentido de la decencia muy difícil de encontrar entre las ruinas del Tercer Reich.

 

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Condenados de Condado – Norberto Fuentes

Condenados de Condado – Norberto Fuentes Ernesto Che Guevara Fidel Castro Camilo Cienfuegos libros kalish

Estado: impecable.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $250.

Este libro, que se publicó por primera vez en La Habana en 1968, fue censurado por petición de Fidel Castro bajo el pretexto de que daba una pésima imagen de la guerrilla de Cuba. Sin embargo, éstos son relatos verdaderos sobre la manera en que se desarrolló la Revolución de 1959, lo que Fidel llamaba «la lucha contra bandidos», es decir los contrarrevolucionarios: seis años de combates, miles de hombres luchando hermanos contra hermanos, bandas con trovadores que cantaban las hazañas de unos jefes que hasta el día anterior eran brutales campesinos de la cordillera y cuyos apodos eran Látigo Negro, Tita el Cagüero, El Mocho, Caralinda.
Estas son historias de hombres duros y valientes, de fusilados y de muertos en despiadados combates cuerpo a cuerpo, de viudas desconsoladas, de madres dolientes, y como en las tragedias clásicas, todo se desarrolla en un pequeño pueblo, Condado, «medio kilómetro de calle central, un cementerio y un campamento militar», en la Sierra del Escambray en el centro de Cuba, «un paraíso de sangre y de desmesura de la conducta humana».
Estos relatos, que se han comparado con los mejores de Isaac Babel, narran la epopeya de un pueblo malogrado y soberbio, con una prosa que le coloca entre los «clásicos de la narrativa latinoamericana de fin de milenio» (José Agustín).
El escritor cubano Norberto Fuentes es el protagonista de una de las biografías más singulares y trepidantes de nuestro siglo: participó en acciones combativas junto a los internacionalistas cubanos, por lo que mereció importantes condecoraciones. Como delegado de Fidel Castro recibió, en 1989, la estatuilla de la Orden de San Luis y la medalla de la Cultura Nacional. Tras contactar con el oscuro mundo de los traficantes de armas, recorrió Europa con el coronel De la Guardia, aunque al estallar el caso Ochoa/De la Guardia, ambos ejecutados, no se le permitió salir de Cuba y se le sometió a una permanente vigilancia policíaca. Llegó su captura y, finalmente, su liberación, con el apoyo de sus colegas intelectuales. En la actualidad, comparte su tiempo entre Virginia y Miami y se dedica a escribir. Entre sus obras más conocidas, destacamos una colección de cuentos que fue considerada la primera obra disidente de la literatura cubana y por la que padeció quince años de ostracismo, Condenados de Condado, y una biografía, Hemingway en Cuba. En 1999, Seix Barral publicó Dulces guerreros cubanos.

 

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Las máscaras de Dios. T.1: Mitología primitiva; T.2: Mitología Oriental; T.3: Mitología Occidental; T.4: Mitología Creativa – Joseph Campbell

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Estado: impecable.

Editorial: Alianza.

Precio: $0000.

Este estudio comparativo de las mitologías del mundo -realizado a la luz de los más recientes descubrimientos en arqueología, antropología y psicología- nos confirma una idea mantenida largamente por Joseph Campbell: la unidad de la raza humana, no sólo en su historia biológica sino también en la espiritual. Temas tales como el robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el nacimiento de madre virgen y el héroe resucitado aparecen en todas partes del mundo, tanto en cuentos como en contextos religiosos donde se aceptan no sólo como verdades de hecho, sino incluso como revelaciones de las verdades de las que toda cultura es un testigo vivo y de las cuales derivan tanto su autoridad espiritual como su poder temporal. Y aunque muchos de los que adoran a ciegas en los santuarios de su propia tradición, analizan y descalifican racionalmente los sacramentos de otros, una comparación honesta revela que todos ellos provienen de un único fondo de motivos mitológicos, seleccionados, organizados, interpretados y ritualizados de diversas formas según las necesidades locales, pero reverenciados por todos los pueblos de la tierra. Esta importantísima obra, que lleva como título genérico LAS MASCARAS DE DIOS, está dividida en cuatro partes. El último volumen, explora lo que el autor denomina mitología creativa: el desarrollo en la cultura moderna, a partir de la literatura, el arte, la filosofía y la ciencia, de una nueva conciencia del hombre como creador de su propia mitología.
EL MITO, EL JUEGO Y LA CREACIÓN*
Esteban Ierardo
  Buenas noches.
  Les propondré un camino donde los mitos, y algunas tradiciones orientales, y también algunas filosofías occidentales, nos impulsarán hacia una percepción de la realidad como unidad, y hacia la actitud de un dejar que las cosas se muestren en lo que son. Y, sobre el final, consideraremos el juego como un vasto acto creador.
  El mito siempre es narración, una veratio narratio, una narración de lo verdadero. Al acercarnos al corazón de la experiencia mítica, debemos desactivar una identificación semántica habitual que nos hace suponer que el mito es sinónimo de ficción, de ilusión, de mentira, de pérdida de lo real. Todo lo contrario. La esencial del mito es ser un acto de expresión simbólica de lo real (o al menos dentro de lo que las culturas antiguas percibieron como lo real).
  Dado que hablamos de narración, continuaremos nuestra disertación a través de la recreación de un narrar mítico. Recordaremos uno de los relatos paradigmáticos de la tradición hindú, que tiene a Indra, como su máximo protagonista (1).
  Y ocurre en una oportunidad que Indra se encuentra ante un desafío. En lo alto de unas montañas un dragón llamado Vrtra, rodea con su cuerpo un lago. De esta manera, impide que el agua fluya y lleve su poder fertilizante hacia la tierra. Es así que para lograr que el agua se vierta en los suelos, Indra descarga su fulminante rayo. Mata al dragón. Y el agua fluye, y el suelo terrestre empieza a brillar con una incipiente vida fértil. Aquí Indra actúa como dios que consuma un supremo acto creador. Desde una perspectiva mitológica, la creación es un proceso vital por el cual el caos se transforma en un espacio ordeando bajo la conjunción del cielo y la tierra. La creación supera el caos primordial y entrega un mundo.
   Para todas las mitologías, la primera realidad es aquella donde todo lo posible está confundido en una suerte de raíz matemática, potencial y caótica. El agua que aún no fluye y que impide la fertilidad, el agua retenida por el dragón, es el símbolo de la posibilidad de la vida que todavía no se ha manifestado. Es el agua vinculada con aquello que todavía no ha cobrado forma, es lo amorfo, es aquello que tiene los gérmenes de la vida. Indra, como dios creador, permite que la potencialidad del caos vinculado con el agua y lo amorfo devenga acto, creación.
 Y este acto creador contribuye a una suerte de excesiva auto valoración por parte de Indra.
  Indra ahora se siente un dios triunfante, victorioso. Cree que puede ejercer su poder completo sobre la tierra y el cielo. Y piensa que debe buscar algún signo visible que manifieste su grandeza. Entonces, convoca a Visvakarman, el gran artesano, el gran constructor, el gran arquitecto, con el propósito de erigir un inmenso palacio cuyo resplandor y cuya grandeza pueda propagarse a todos los rincones del mundo. Visvakarman acude al llamado de Indra. Escucha el proyecto del colosal palacio. Se encuentra con frecuencia con el dios. En cada nuevo encuentro, Indra le comunica algún  nuevo detalle, alguno nuevo ornamento para que el palacio sea más grande y más brillante. Entonces, Visvakarman recuerda con dolor que él es un ser inmortal, que Indra es un ser inmortal y que, por lo tanto, la obsesión exhibicionista del dios puede durar eternamente. Algo desesperado, Visvakarman busca a otro divinidad: a Vishnú. El dios Vishnú es uno de los fundamentales dioses del el trimurti o trilogía del hinduismo, junto con Brahman y Shiva. Vishnú es el dios soñador. Mediante su sueño sueña este mundo. Y le da existencia. El universo existe, por lo tanto, dentro del sueño de este dios soñador. Vishnú sueña mientras se halla cómodamente recostado sobre la serpienta Ananta, que flota en un gran océano. De vuelta tenemos el agua, el líquido, lo potencial en el comienzo. Entonces, del ombligo de Vishnú emerge un loto. Y de entre sus pétalos radiantes, se yergue la figura de otro de los dioses fundamentales del trimurti: Brahma. Brahma es aquí, símbolo del universo manifestado, de la existencia que se despliega luego de ser creada.
  Vishnú le dice a Visvakarman que no se preocupe. Él se encarga del asunto que lo aflige. Con una recuperada serenidad, el gran arquitecto retoma la construcción del palacio de Indra.
 Y, al poco tiempo, se presenta en la corte del dios del rayo, un joven brahmin, alguien perteneciente a la casta sacerdotal depositaria de la tradición y la sabiduría. Pero este joven brahmin de piel azul y negra, se caracteriza por un especial resplandor, por un fulgor especialmente vivo. Que convoca la atención de los niños y toda la corte. Entonces, el portero del palacio acude ante Indra, y le dice que ha llegado un inesperado visitante que sería oportuno recibir en la cortedado dado que el fulgor que irradia denota una condición divina. Es así como el brahmin se presenta ante Indra. Al advertir el resplandor del palacio en construcción, el joven afirma expresa que efectivamente es la más colosal mansion que ningún Indra haya construido antes. Esta comparación inesperada provoca la sorpresa de Indra. ¿Existieron otros Indras antes? No es este el único Indra destinado a un gobierno eterno sobre las cosas producto de su victoria sobre el dragón que impedía que el agua de la vida fluyera. Y así, el joven brahmin le relata a la perpleja divinidad, que el universo no existe en una sola dimensión eterna. No. El universo es cíclico. El tiempo es circular. El mundo atraviesa periódicos momentos de aparición, desarrollo y destrucción. Una concepción de la temporalidad vinculada con el mito del eterno retorno, que fue desarrollado filosóficamente por los estoicos en la antigüedad greco-romana y que luego resurge,  en su versión filosófica más difundida, en el eterno retorno nietzscheano. El universo se repite eternamente. A partir del sueño creador la de Vishnú, surge el universo, que se desarrolla en un tiempo que se conoce como el año de Brahma. La última etapa de este gran año cósmico es el Kali yuga, donde predomina el artha, el impulso de la posesión. El otro famoso dios Shiva, cumple entonces con una de sus misiones. Shiva refleja la ambigüedad, la ambivalencia de lo vital. En la vida se incrusta el estandarte de la contradicción, el juego de los opuestos complementarios. La vida no tiene un solo color. Es integración de la diversidad; es creación. Y destrucción. Estos dos opuestos son en principio complementarios. Porque el propio Shiva contiene la fuerza creadora y la fuerza destructora. La danza del Vishnú es la danza del fuego, el fuego que destruye el universo cuando ha llegado al fin el año de Brahma. Y esta fogosa danza que destruye el universo hace que todo lo que era forma regrese a lo amorfo, a la fuente primaria del ser. El orden agotado vuelve al frescor del caos líquido, del océano primordial; y, a partir de allí, resurgirá después otro universo. Y así la eternidad contiene una cantidad inconmesurables de universos. En el relato que estamos recreando simbólicamente, cada uno de esos universos  aparece a partir de un parpadeo de los ojos de Brahma. Brahma abre los ojos, y surge un nuevo universo que fue antes destruido por la danza de fuego de Vishnú. Brahma cierra los ojos. Se destruye el universo. Vuelve a abrirlos. Y se vuelve a manifestar el universo. Y en cada universo existe un Indra. Y cada uno de estos Indras repiten la misma historia: la derrota del caos, una autovaloración excesiva, el deseo de una insaciable exhibición de la propia grandeza. Y, después, el caer…el caer en el reconocimiento de la vida sometida a la fugacidad, a lo efímero y al tiempo. Esta conciencia de la caída en lo temporal por parte de Indra en el relato, surgirá al presenciar un inesperado desfile del hormigas que irrumpen en la corte. Cuando el Brahmin observa el desfile de los diminutos seres, sonríe. Y, frente a esta risa, Indra, intrigado, le pregunta el motivo de su alegría. Y el Brahmin le manifiesta que cada una de las inacabables hormigas que integran ese desfile son cada uno de los Indras que han existido en los universos temporales que ya han desaparecido y que sólo sobreviven en una memoria eterna de lo divino.
  Cada una de las diminutas hormigas fue, en algún momento, un Indra que se pretendía un rey o dios fulgurante, que todo lo podía gobernar. Indra finalmente comprende. Vuelve a ver la realidad. Acepta la finitud de su reino, y la necedad de todo sueño del poder.
  La ilusión en la que vive Indra al principio, revela la necesidad del despertar, la necesidad de recuperar una percepción perdida de lo real. Lo real escapa al juego de las ilusiones y de las apariencias.
 Uno de los caminos orientales para la recuperación de lo real perdido es el camino del yoga al cual Campbell en Los Mitos de la luz, y en otras obras, le dedica numerosos comentarios. El yoga es un ejemplo también de lo que es la asimilación simplificadora de la profundidad del Oriente en Occidente. En la década del 50, en el contexto de la contracultura norteamericana, el beatnik, el power flower,  la difusión de lo oriental adquiere gran impulso mediante las famosas obras de Suzuki sobre el budismo Zen, y una conferencia de Umberto Eco sobre esta misma cuestión (2). En el caso particular del yoga, cuando esta milenaria disciplina oriental, iniciada por Patanjali en el siglo VI a.c, llega a Occidente, suele reducirse a un abanico de técnicas destinadas a aliviar al yo psicológico de sus vacíos y angustias. Por ejemplo, el yoga suele ser restringido a su primera etapa, al Hatha Yoga, el yoga corporal que consiste en el conocimiento del cuerpo, y la práctica de los asanas o posturas, y de la respiración y el control del prana. Pero el verdadero yoga es lo que el occidental promedio ignora, es el yoga vinculado con su raíz sánscrita yuj, que significa acoplar. La esencia del estado yóguico es la reintegración del individuo con una totalidad perdida. Este reintegra, o re-unir, es en realidad el camino de toda senda religiosa genuina. El llamado Yoga Raja, o yoga real, es el que busca despertar el conocimiento de lo divino olvidado.
En el contexto de la tradición occidental, en la antigüedad griega, Platón elabora una teoría de la educación o de paideia relacionada con la llamada anamnesis, con el recuerdo de algo que nosotros conocimos, vimos o experimentamos. Y después perdimos. En la concepción platónica el alma tiene una preexistencia, existió antes de esta encarnación. Son curiosos los posibles parentescos entre las tradiciones pitagóricas, órficas y platónicas y las creencias orientales en la vida cíclica y en la reencarnación. Platón suponía que el alma, antes de encarnarse en el soma o cuerpo y de estar dominado por el mundo de la doxa o la mera opinión, existía en la contemplación del mundo de las ideas, del eidos. Eidos es la palabra griega para hablar de las ideas como algo que puede ser visto. Las ideas en Platón no son entidades puramente sutiles, abstractas o metafísicas, carentes de algún tipo de manifestación precisa. Las ideas son formas; sólo que son formas que trascienden al mundo empírico; son formas que el ojo físico no puede ver, que únicamente son percibidas por lo que se conoce en la filosofía griega como el nous, o intelecto. El ojo de la mente puede ver el eidos, el mundo de las ideas. Platón imaginaba al mundo de las ideas como un gran triángulo. Mediante un método que es la dialéctica de lo ascendente, podemos llegar hasta la cúspide del orden triangular donde brilla la idea del bien. Y las ideas son eternas, son inmutables. Son la verdad profunda, que se vincula con el conocimiento, con la episteme. Antes de encarnarse, el alma contempló las ideas. El nous tuvo una percepción del eidos radiante y eterno. Este conocimiento de lo real, luego se pierde. Esta pérdida es presentada por Platón a través de una narración mítica, el mito de Er, que se halla en la segunda parte del libro décimo de La república. Er es un guerrero que, al morir, visita el más allá. Ve las realidades del trasmundo. Luego, retorna a la vida. Er descubre que todas las almas, al regresar a esta existencia terrenal, al reencarnarse, atraviesan el Leteo, el río del olvido. Olvidan así todo lo que se contempló en el trasmundo. Por eso, la educación, el conocimiento del sujeto encarnado, consiste en la anamnesis, el recuerdo de aquello que ya se conocía.
  La mística oriental también busca ese camino.
  En el caso del yoga, recordar un conocimiento que ya se posee o que ya late en lo profundo del sujeto, se relaciona con el despertar de una potencialidad espiritual llamada kundalini, presente en la parte inferior de la columna vertebral, a la altura del plexo. Kundalini es la serpiente. Es la imagen de una serpiente arrollada que yace en el fondo de la columna vertebral. La serpiente permanece dormida al principio. Luego, al despertar inicia un ascendente y lento camino por sietes chakras o ruedas. Es un camino que la serpiente tiene que recorrer gradualmente. La serpiente kundalini se desliza así desde el muladhara, el primer chakra (que en sánscrito significa «raíz»), hasta el sahasrara, el último chakra, ubicado en la coronilla donde se despliega el místico loto de los mil pétalos. El camino de la serpiente, su gradual expansión de la conciencia, le permite al hombre trascender la ilusión de la vida separada. Todas las religiones, por sus propios caminos, buscan disipar ese gran equívoco. Cuando percibimos el mundo de la multiplicidad, vemos que existen seres separados, cada uno dotado con su propia autonomía. Los animales, el mundo vegetal, el mundo de los minerales, y el hombre. La separación entre las distintas formas de vida es el primer dato que eclosiona durante nuestra visión de las cosas. Sin embargo, la vida múltiple y separada es ilusoria en tanto que oculta una realidad más subyacente y más profunda, que es la realidad previa a la multiplicidad. Es la realidad de lo uno. Tanto en Oriente como en la filosofía presocrática en Grecia, como en la propia filosofía platónica, como en el pensamiento cristiano medieval, la relación entre lo uno y lo múltiple es un tema esencial. ¿Cuál es el latido más profundo de la vida? ¿La multiplicidad o la unidad? La multiplicidad encierra un peligro que es la fragmentación, la separación. Las verdades se chocan, se enfrentan, no hay ninguna verdad que esté por encima de las otras. Todo está sujeto a la diversidad de las interpretaciones. La vida corre así el peligro de quedar descompuesta en un conjunto de interpretaciones opuestas, donde, muchas veces, cada interpretación busca imponerse sobre las otras. En la historia del cristianismo, este impulso ha derivado en la decisión de imponer por la fuerza su interpretación de la divinidad.
   Cuando la conciencia espiritual se despierta, ya sea en el contexto de un Parménides, de un Platón o del yoga oriental, despierta la conciencia de la unidad. Que es la reintegración de las partes y los fragmentos en un todo. Cuando el yogui llega al loto de los mil pétalos, arriba al estado de la contemplación de la unidad trascendental o samadi. A un estado por el cual se produce lo que, en la tradición búdica, se conoce también como Nirvana. La recuperación de esa conciencia de la unidad, significa escapar a la ilusión de la multiplicidad, la vida separada y a la ilusión de la maya. La búsqueda oriental de la verdad es un intento de liberarnos del peligro de la maya. Muchas veces se entiende la maya como la percepción ilusoria de la materia como si fuera una existencia última; lo cual oculta la realidad más subyacente del espíritu. Pero esto genera la equivocada suposición de una concepción dualista según la cual la materia es lo ilusorio y el espíritu, como nivel inmaterial del ser, lo verdadero. Esto está profundamente alejado de lo que es el monismo idealista que atraviesa las distintas filosofías hindúes conocidas como las «filosofías arias», para las que el cuerpo y la materia no son lo falso frente a un espíritu verdadero, sino que son algo así como la manifestación exterior de un principio espiritual, Brahma, que en principio es invisible y eterno; y que Atman, el yo profundo debe intuir.
 La maya se vinculada con una raíz que viene a significar algo así como crecer o producir. Es una raíz común a madre o a materia. La maya es la realidad en su potencia creadora de formas. La diosa es la que crea el tejido de formas materiales. La diosa crea las formas a través de un principio espiritual llamado shakti, que es la energía pura de la creación. Pero la maya, como tejido de las formas, es algo así como el preámbulo o el vestido de aquello que escapa a todas las formas. La maya se convierte en peligro cuando el individuo cree que el límite de lo real es el mundo empírico, la multiplicidad de las formas. Y no percibe que antes de las formas está aquello que escapa a toda forma y, por lo tanto, a todo concepto y a toda palabra. Esta profundidad que está más allá de todos los conceptos, es Brahman como ser indecible. Superar el peligro de la maya entonces no es negar la materia, sino advertir que ésta existe dentro de una inasible totalidad espiritual. No se debe negar el mundo material, sino reconocer que late dentro de un latido infinito, sin forma ni rostro.
  Pero no sólo no debemos dejarnos engañar por la maya. Tampoco el hombre debe quedar encerrado en sus propios, límites, en el exclusivo mundo de sus propias leyes o en el mundo que sólo existe como proyección o creación del sujeto humano. Esta necesidad de salir de esta existencia autorreferencial, podemos ilustrarla a través un aspecto del pensamiento chino. En un clásico sobre la cultura china llamado Sciencia and Civilization in china, de Joseph Needham se alude a dos categorías diferentes categorías, el li y el Tse. El li alude a todo lo que es la ley natural. A la marca que el viento o una gota de lluvia puede ejercer sobre la delicada brillantez del  jade. Es el poder de la naturaleza. Las leyes del universo material es el li. Por el contrario, el Tse es el orden de las leyes humanas, las leyes que el hombre crea. La diferencia entre el li y el  Tse es lo que en Occidente se conoce como la contraposición entre el derecho positivo, la ley que el hombre introduce, y el derecho natural, el orden de una justicia divina o un valor ético preexistente. Cuando el hombre vive encerrado en sí mismo, vive dentro del orden de las leyes, de los valores, de las acciones y creencias que el hombre genera como una proyección de sí. Vive dentro de sus leyes, del orden del Se, olvidándose de la percepción de una posible realidad no humana, que es previa a toda cultura, a toda ley, a toda creencia humana. La recuperación del orden divino, del li, en la concepción china está relacionado con una práctica muy interesante que se conoce como el wuwei, «el no hacer». El no hacer no es negarse a la acción, sino que es hacer de tal manera que las cosas se puedan manifestar tal como son. Abandonar la violencia de exigirle al universo que se manifieste según nuestra propia interpretación, según nuestra propias leyes.
  Existe una curiosa afinidad entre el camino chino de Wuwei y lo que puede ser una filosofía occidental, crítica de la modernidad cartesiana, como es el pensamiento heideggeriano. En su famosa conferencia sobre la cosa, Heidegger afirma que un centro de gravedad crucial de la modernidad es el acto de violencia que el sujeto cartesiano ejerce sobre las cosas. La época moderna, como Heidegger manifiesta famosamente, «es la época de la imagen del mundo». Esto no significa que la modernidad se defina sólo por tener una imagen o cosmovisión del mundo como la tienen todas las culturas. Todas las culturas tienen una Weltanschaung o una concepción del mundo propia. En la modernidad ocurre algo más. La propia realidad es una imagen, es una representación. Para el hombre cartesiano y moderno la realidad es proyectada y dominada por el sujeto. El objeto, la cosa, no brilla por sí sola. No resplandece en su propio fulgor. Por eso, el camino de la recuperación de la cercanía de la cosa heideggeriano y el camino oriental y chino del wuwei, tienen una gran afinidad. En estos  dos caminos, el hombre debe dejar de proyectar su propio ruido, la cacofonía de sus propias leyes finitas. Para permitirle a las cosas que se muestren en lo que son.
  El camino japonés para permitir que la cosa se manifieste en su propio brillo involucra al budismo zen. El zen es una derivación del budismo originario de la India, que después pasa a China y llega a Japón. En su raíz etimológica zen deriva del chino ch’an y éste a su vez deriva del sánscrito dhyana, que significa contemplación. El propósito del zen es recuperar lo real. Recuperar la contemplación de lo que la cosa es independientemente de las interpretaciones o imágenes del propio sujeto. Y aquí el yoga y el zen tienen un gran parentesco. Una de las imágenes más frecuentes del yoga es que la mente suele vivir constantemente como si fuera un estanque de agua donde el viento provoca una constante ondulación. Si pensamos que ese estanque de agua es una superficie reflectante, aquello que refleja el agua, el cielo, la tierra, la proximidad de los árboles, se verán como una realidad quebrada, como una realidad fragmentaria. El yoga busca una detención consciente, intencional, de las aguas del estanque para que, lo que antes se reflejaba como imagen quebrada, fragmentaria, dividida, ahora se manifieste en lo que es. Antes, cuando la mente estaba en un estado de movimiento y agitación, el cielo no se mostraba como cielo, la tierra no se mostraba como tierra; sólo se mostraban los fragmentos. Por lo tanto, el dominio de la mente conciente es la serenidad que permite contemplar rectamente lo que la realidad es. Por el contrario, en el camino japonés oriental del zen, la búsqueda de la detención de las aguas que transmiten imágenes quebradas, las aguas del estanque de la mente, no es un camino intencional, aunque este tema es más complejo. El zen busca una suerte de experiencia espontanea de lo que.
 El kendo es un ejemplo de este mostrarse espontáneo de las cosas. El kendo es el camino japonés del dominio de la espada, donde el espadachín no busca doblegar a su adversario mediante una planificación, mediante un método de combate que gradualmente va asimilando y en el cual se va haciendo cada vez más diestro. El ataque no es algo dirigido por la conciencia, planificado por un método previo, sino que el ataque, la reacción a las embestidas del contrincante, surgirán desde un movimiento espontáneo. En esa espontaneidad lo que se busca es una suerte de vacío en la interioridad de la mente. Para el taoísmo, para el Lao tse del Tao te king, el vacío es el  tao. Y este vacío es indecible, no puede ser forzado a manifestarse. La única posibilidad de que el ser vacío se muestre es a través de una espontáneo mostrarse. El camino del zen también busca preparar a la mente para la espontánea manifestación del ser. Sólo así el hombre vuelve a contemplar las cosas en su propia realidad. Cuando recuperamos la realidad tal como es, trascendemos el mundo de las proyecciones humanas.
  Hemos explorado como el camino de los mitos y de algunas tradiciones, como el yoga, el pensamiento chino, el taoísmo o el zen nos conduce a una recuperación de la realidad como unidad, y como un dejar que las cosas se muestren en lo que son. Pero la realidad también puede mostrarse como juego.
  A Joseph Campbell muchas veces relaciona la mitología con la producción de lo lúdico, con el juego. En su teoría del conocimiento, Kant usó la categoría del «como si». El hombre no puede conocer si existe Dios, pero puede hacer un juego: puede hacer como si Dios pudiera ser conocido. Y esto nos otorga un beneficio: que Dios se convierta en un modelo moral y guíe nuestra acción hacia una creciente purificación o elevación. Por lo tanto, en los mitos, los dioses pueden convertirse también en un juego. En el juego creador del universo. Que en la tradición sánscrita es la lisha. Los dioses juegan. Y jugando crean el universo. El mundo no es consecuencia de una necesidad. El juego es lo contrario de toda acción realizada de manera necesaria. La diferencia entre lo surge por el placer del juego y lo que se realizsa dsesde la nnecesidad, es pensada Federico Schiller, en sus famosas Cartas sobre la educación estética del género humano (3). Schiller afirma que al hombre lo mueven tres instintos: el instinto vinculado con la reproducción y la supervivencia biológica, el instinto de lo sensual; el instinto relacionado con la necesidad de imponer un orden racional a las cosas, el instinto de la forma. Y Schiller pretende descubrir o señalar un tercer instinto: el instinto del juego. El juego es el momento en el cual el hombre supera las exigencias del medio ambiente. Es cuando el hombre empieza a crear arte, y le adosa ornamentos o aditamentos innecesarios a las cosas bellas. La belleza rompe el estrecho círculo de la lucha animal por la subsistencia. La belleza, la creación artística de lo bello, es abundancia. Libertad. Juego.
 Y el juego es expresión de la inagotable abundancia creadora de los dioses. El universo es juego porque los dioses lo crean, no por necesidad, sino para manifestar su libertad creadora. El universo es  juego creador. Y el hombre debe participar en él desde una respuesta lúdica. Al jugar, el hombre crea. Como los dioses. Crea los mitos, el arte, las teorías científicas. Él mismo es continuación del juego divino primordial. La existencia que es lúdica creación no es fagocitada por la angustia existencial, ni por un paralizante escepticismo. Al jugar, el hombre, como manifiesta Gadamer, sostiene un libre automovimiento, un moverse que se da a así mismo sin opresivas o condicionantes determinaciones extrínsecas (4); al jugar, el hombre, baila en torno a un centro perdido, a la fuente del primer gran juego creador de los dioses. Este es el juego que mueve los pies que bailan. Más allá del cerco de todo racionalismo estrecho.
Muchas gracias.
En mayo de 2004, en el MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, se presentó la la traducción castellana de la obra de Joseph Campbell, Los mitos de la Luz. Dicha presentación estuvo a cargo del Licenciado Leandro Pinkler, director del Centro de Estudios de Ariadna. Gentilmente fui invitado a participar mediante una exposición. El texto que sigue a continuación es la conferencia que dictada en esa ocasión. Aquí exploramos el mito, y algunas tradiciones orientales, y también algunas filosofías occidentales, como vía hacia una percepción de la realidad como unidad; y recuperamos también la relación entre el juego y la creación mítica y artística. E.I
Citas:
(1)  Indra Indra es un equivalente en el contexto de la mitología griega de Zeus. Y no en vano, como destacaremos después, tanto la mitología hindú como la mitología griega tienen una raíz indo-aria común. Ambos dioses Indra y Zeus son dioses que corresponden a los llamados dioses celestiales, los dioses que gobierno sobre el topos urano, sobre el cielo. Gobierno en el cielo, su poder es el rayo, el fuego que se descarga sobre mortales o sobre posibles monstruos o entidades enemigas.
(2) Umberto Eco, Obra abierta, Planeta-Agostini, 1992.
(3) F. Schiller, Cartas sobre la educación estética del género humano, Madrid. ed. tecnos.
(4) El juego como pilar esencial de la creación artística es desarrollado por Gadamer, en su obra La actualidad de lo bello, ed.Paidós.
BIBLIOGRAFÍA:
Jopseph Campbell, Los mitos de la luz. Métaforas orientales de lo eterno, Buenos Aires, Marea Editorial.
Heinrich Zimmer, Filosofías de la India, Buenos Aires, ed. Eudeba.
                           Mitos y símbolos de la India, ed. Siruela.
Lao Tze, Tao te King (traducción Whilhem Reich), ed. Sudamericana.
Platón, La república, Buenos Aires, ed. Eudeba.
Daitzet Suzuki, Introducción al budismo zen, Buenos Aires, ed. Kier.
M.Heidegger, «La época de la imagen del mundo», en Senderos del bosque, ed. Alianza.
F. Schiller, Cartas sobre la educación estética del género humano, Madrid. ed. tecnos.
Hans-George Gadamer, La actualidad de lo bello, ed. Paidós.
LA LECCIÓN DE LA MÁSCARA (*)
 Joseph Campbell
    El ojo del artista, como ha dicho Thomas Mann, tiene una forma mítica de ver la vida; por tanto, al reino mitológico -el mundo de los dioses y los demonios, el carnaval de sus máscaras y el curioso juego del «como si» en el que el festival de los mitos vivos anula todas las leyes del tiempo, permitiendo a los muertos volver a la vida y el «érase una vez» se convierte en el presente actual- debemos aproximarnos y mirarlo por primera vez con los ojos de un artista. En el mundo primitivo, donde hay que buscar la mayor parte de las claves de la mitología, los dioses y los demonios no se conciben a la manera de realidades inflexibles, inalterables y positivas. Un dios puede estar simultáneamente en dos o más lugares, como una melodía o como la forma de una máscara tradicional. Y dondequiera que se presenta, el impacto de su presencia es el mismo, no queda reducido por su multiplicación. Además, en un festival primitivo la máscara es reverenciada y experimentada con una autentica aparición del ser mito que representa, aunque todo el mundo sabe que un hombre hizo la máscara y que un hombre la lleva sobre sí. Y el que la lleva es identificado con el dios mientras dura el ritual, del cual la máscara es una parte. El no representa simplemente al dios, es el dios. El hecho literal de que la aparición está formada por : A) una máscara, B) su referencia a un ser mítico y C) un hombre, se desplaza de la mente y la representación se acepta para que funcione sin cambios en los sentimientos tanto del espectador como del actor. En otras palabras, ha habido un cambio de punto de vista desde la lógica de la esfera secular normal, donde las cosas se entienden como diferentes las una de las otras a una esfera teatral o de juego, donde se aceptan por lo que se experimenta que son y la lógica es la de «hacer creer», «como si».
  Seguro que todos conocemos la convención; es un dispositivo primario, espontáneo, de la infancia, y un dispositivo mágico por medio del cual el mundo se puede transformar de trivial en mágico de un santiamén. Y su inevitabilidad en la infancia es una de esas características universales del hombre que nos reúne en una familia, por tanto, es un dato primario de la ciencia del mito, que hace referencia precisamente al fenómeno de la creencia autoimpuesta.
   «Un profesor», escribió Leo Frobenius en un célebre texto sobre el poder del mundo demoníaco de la infancia, «está escribiendo en su despacho y su hijita de cuatro años corre por la habitación. No tiene nada que hacer y le está molestando. Entonces él le da tres cerillas usadas diciendo: ‘¡Toma, juega!’  Y sentándose en la alfombra, ella empieza a jugar con las cerillas. Hansel, Gretel y la bruja. Pasa un tiempo considerable durante el cual el profesor se concentra en su trabajo, pero, de pronto, la niña grita aterrorizada. El padre salta: ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? La niña corre hacia él mostrando las señales de un gran espanto, ¡papá, papá, levante la bruja, no puedo tocarlo más!».
  Este vívido y convincente ejemplo de la niña atacada por una bruja mientras está jugando puede utilizarse para representar un intenso grado de la experiencia mitológica para representar por el propio juego, antes de que ocurriese el ataque, pertenece también a la esfera de nuestro tema. Pues como ha señalado J. Huizinga en su brillante estudio sobre el elemento lúdico en la cultura, al principio el punto central es lo divertido del juego, no el arrobo del ataque. «En todas las frenéticas imaginaciones de la mitología está jugando un espíritu divertido», escribe, «entre los límites de la broma y lo serio». «Que yo sepa, etnólogos y antropólogos coinciden en la opinión de que la actitud mental con que se celebran las grandes fiestas religiosas de los salvajes no es una ilusión completa, hay una conciencia sobreentendida de que las cosas no son reales». Y cita entre otros a R.R. Marrett, quien en el capítulo sobre «Ingenuidad Primitiva» en su libro The Threshold of Religion desarrolla la idea de que un determinado elemento de «hacer creer» opera en todas las religiones primitivas. «El salvaje», escribe Marett, «es un buen actor que puede estar totalmente embargado por su papel, como un niño al jugar; y, también como un niño, es un buen espectador que puede asustarse mortalmente por los rugidos de algo que él sabe perfectamente bien que no es un león real».
  «Considerando todo el conjunto de la llamada cultura primitiva como una esfera de juego», sugiere Huizinga como conclusión, «preparamos el camino para un entendimiento de sus peculiaridades más directo y general que el que permitiría cualquier análisis meticulosos psicológico o sociológico». Y estoy de acuerdo de todo corazón con este juicio, añadiendo únicamente que deberíamos extender la consideración a todo el campo de nuestro tema presente.
  En la misa católica, por ejemplo, cuando el sacerdote citando las palabras de Cristo en la Ultima Cena pronuncia la formula de la consagración con gran solemnidad, primero sobre la oblea de la hostia (Hoc est enim Corpus meum: éste es Mi cuerpo), y luego sobre el cáliz del vino (Hic est enim Calix Sanguinis mei, novi et aeterni Testamenti; Mysterium fidei: qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem pecatorum: Este es el cáliz de Mi samgre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados), se ha de suponer que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, que cada particular de la hostia y cada gota de vino es de hecho el Salvador viviente del mundo. Es decir, el sacramento no se concibe como una referencia, un simple signo o símbolo para provocar en nosotros una serie de pensamientos, sino que es Dios mismo, el Creador, Juez y Salvador del Universo, venido aquí para actuar sobre nosotros directamente, para liberar nuestras almas (creadas a su imagen) de los efectos de la caída de Adán y Eva en el jardín del paraíso (que debemos suponer existió como un hecho geográfico).
  Asimismo, en India se cree que como respuesta a las fórmulas de consagración los dioses descenderán graciosamente para infundir su sustancia divina en las imágenes del templo, que entonces son llamadas sus troncos o asientos (pitha). También es posible, y en algunas sectas hindúes incluso esperado, que el individuo mismo se convierta en un asiento de la deidad. En el Gandharva Tantra está escrito, por ejemplo: «Nadie que no sea el mismo divino puede adorar debidamente a una divinidad»; y de nuevo, «Habiéndose transformado en la divinidad, uno debería ofrecerle sacrificio».
   Más aún, incluso es posible para un actor realmente dotado descubrir que todo, absolutamente todo, se ha convertido en el cuerpo de un dios, o que revela la omnipresencia de Dios como sustrato de todo ser; por ejemplo, hay un pasaje entre las conversaciones del maestro espiritual bengalí del siglo XIX Ramakrishna, en el que describe esta experiencia: «Un día», se dice que contó, «se me reveló repentinamente que todo es Puro Espíritu. Los útiles religiosos, el altar, el marco de la puerta, todo Puro Espíritu. Entonces, como un loco, empecé a esparcir flores en todas direcciones, todo lo que veía lo adoraba».
  Creer, o al menos un juego de creer, es el primer paso hacia un trance divino semejante. Las crónicas de los santos abundan en relatos de sus largas pruebas de prácticas dificultosa, que precedían a sus momentos de éxtasis; y también tenemos los aficionados) para ilustrarnos sobre el principio formulado, el espíritu festivo, la fiesta, el día sagrado del ceremonial religioso, requiere que la actitud normal hacia las preocupaciones del mundo se abandone momentáneamente en favor de una particular disposición de engalanarse. El mundo está lleno de templos y catedrales donde una atmósfera de santidad flota permanentemente en el aire -no puede permitir que la lógica del hecho frío y simple se interfiera y deshaga el hechizo-. Los gentiles, «los aguafiestas», los positivistas que no pueden o no quieren jugar, deben ser mantenidos aparte. De aquí las figuras guardianas que están a ambos lados de las entradas a los lugares sagrados: leones, toros o terribles guerreros con espadas desvainadas. Están allí para impedir la entrada a los «aguafiestas», a los defensores de la lógica aristotélica, para quienes A nunca puede ser B; para los que el actor nunca ha de abandonarse a su papel, para quienes la máscara, la imagen, la hostia consagrada, el árbol o el animal no pueden convertirse en Dios, sino sólo aludirlo. Tales graves pensadores han de quedarse fuera, pues lo que se intenta al entrar en un santuario o al participar en un festival es ser alcanzado por el estado conocido en India como  «la otra mente» (en sánscrito anya-manas: mente ausente, posesión por un espíritu), donde uno está más allá de sí mismo, embelesado, apartado de la propia lógica de autoposesión y dominado por la fuerza de una lógica de indiferenciación, donde A es B y C también es B.
 «Un día», dijo Ramakrishna, «mientras adoraba a Shiva, iba a ofrecer una hoja del Señor sobre la cabeza de la imagen cuando se me reveló que este mismo universo es Shiva. Otro día, había estado cogiendo flores cuando se me reveló que cada planta era un ramillete que adornaba la forma universal de Dios; aquello fue el fin de mis recogidas de flores. Veo al hombre exactamente de la misma manera. Cuando miro a un hombre, veo que es el mismo Dios que anda sobre la tierra, que va de aquí para allá, como una almohada flotando sobre las olas».
  Según este punto de vista el universo es el asiento (pitha) de una divinidad de cuya visión nos excluye nuestro habitual estado de conciencia. Pero en la representación del juego de los dioses damos un paso hacia esa realidad, que en último caso es nuestra propia realidad. De aquí el éxtasis, los sentimientos de deleite y el sentido de renovación, armonía y recreación. En el caso de un santo, el juego lleva al éxtasis, como en el caso de la pequeña a la cual la cerilla se le aparecía como una bruja. El contacto con el sentido del mundo puede entonces desaparecer al permanecer la mente detenida en ese otro estado. Para ellos es imposible volver a este otro juego, el juego de la vida en el mundo. Están poseídos de Dios; esto es todo lo que saben sobre la tierra y todo lo que necesitan saber. Y pueden incluso impregnar a sociedad enteras, de manera que éstas, inspiradas por sus éxtasis, pueden igualmente perder el contacto con el mundo y rechazarlo como ilusión o como el mal. La vida secular puede ser entendida entonces como caída, una caída de la Gracia, siendo la gracia el éxtasis de la fiesta de Dios.
  Pero hay otra actitud más comprensiva que ha concedido belleza y amor a los dos mundos, a saber: la del lila, el juego como ha sido denominada en Oriente. El mundo no está condenado ni rechazado como caída sino penetrado voluntariamente como un juego o una danza donde el espíritu juega.
   Ramakrishna cerró los ojos: «¿Es sólo esto?», dijo. «Sólo existe Dios cuando los ojos están cerrados y desaparece cuando están abiertos?» Abrió los ojos. «El juego pertenece a Aquel a quien pertenece el Juego…algunas personas suben los siete pisos de un edificio y no pueden bajar, otros los suben luego, cuando lo desean, visitan los pisos inferiores».
  Así pues, la única pregunta pertinente es: ¿Cuánto se puede subir o bajar por la escalera sin perder el sentido del juego? El profesor Huzinga, en su obra antes mencionada, señala que en japonés el verbo asobu que se refiere al juego en general -recreo, relajamiento, diversión, viaje, excursión, distracción, jugueteo, abandono, estar desocupado- también significa estudiar en una universidad o con un profesor, asimismo, entablar una lucha simulada y, por último, participar en las muy estrictas formalidades de la ceremonia del té. Y continúa:
  La seriedad extraordinaria y la profunda solemnidad del ideal de vida japonés está  enmascarada por la elegante ficción de que todo no es más que un juego. Como la chevaleire de la Edad Media cristiana el bushido japonés fue tomando forma casi exclusivamente en la esfera del juego y fue representado en formas de juego. El lenguaje aún conserva está convención en el asobase-kotoba (literalmente, lenguaje de juego) o habla educada, la forma de hablar utilizada en la conversación con personas de rango superior. La convención es que las clases superiores meramente está representando todo lo que hacen. La forma cortés para «tú llegas a Tokio» es, literalmente, «haces como que llegas a Tokio» y para «he sabido que tu padre ha muerto», «he sabido que tu padre ha hecho como que muere». En otras palabras, a la persona que se reverencia se la imagina como viviendo en una esfera elevada donde lo que impulsa a la acción es sólo el agrado o la condescendencia.
   Desde este punto de vista supremamente aristocrático, cualquier estado de trance, ya sea por la vida o por los dioses, representa una caída o descenso del niveau espiritual, una vulgarización del juego. Nobleza de espíritu es gracias o habilidad para jugar, tanto en el cielo como en la tierra. Y supongo que esto, este noblesse oblige, que ha sido siempre la cualidad de la aristocracia, fue precisamente la virtud de los poetas, artistas y filósofos griegos, para quienes los dioses eran verdad como la poesía verdad. Podemos suponer también que este era el primitivo (y característico) punto de vista mitológico, como opuesto al más tedioso del positivismo; que posteriormente es representado, por una parte, por experiencias religiosas de un tipo literal, donde el impacto de un demonio surgiendo al plano de la conciencia desde su lugar de origen en el nivel de los sentimientos se acepta como objetivamente real, y por otra, por la ciencia y la economía política, para la que sólo los hechos comprobables son objetivamente reales. Porque si es verdad como ha dicho el filósofo griego Antístenes (nacido alr. 444 a.C.) que «Dios no se parece a nada, por tanto nadie puede comprenderlo por medio de una imagen» o, como leemos en el Upanishad hindú,
    En verdad, es otro que lo conocido
   y, además, por encima de lo desconocido.
  Entonces hay que reconocer, como un principio básico de nuestra historia natural de los dioses y los héroes, que cuando un mito se ha tomado literalmente, su sentido se ha pervertido; pero también, recíprocamente, que cuando se ha desdeñado como un mero engaño de sacerdotes o como señal de inteligencia inferior, la verdad ha salido por la otra puerta.
   ¿Entonces, cuál es el sentido que debemos buscar si no está aquí ni allá?
   Kant, en sus Prolegómenos, manifiesta cuidadosamente que todo nuestro pensamiento sobre las cosas últimas sólo se puede hacer por medio de analogías. «La expresión más adecuada para nuestro falible modo e concebir» declara, «sería: que nosotros imaginamos el mundo como si su ser y su naturaleza interna hubieran derivado de una mente suprema».
  Este juego del «como si» bien actuado libera nuestra menta y nuestro espíritu por una parte de la presunción de la teología, que pretende conocer las leyes de Dios, y por otra de la esclavitud de la razón, cuyas leyes no se aplican más allá del horizonte de la experiencia humana.
 De buena palabra aceptó las palabras de Kant, en tanto que representan la opinión de un metafísico considerable. Y aplicándolas a la serie de juego de fiesta y a los compartimientos que acabamos de ver -desde la máscara a la hostia consagradas y a las imágenes de los templos, adorador transustanciado y mundo transustanciado- veo, o creo que veo, que un principio de liberación opera a todo lo largo de las series por medio de la alquimia de un «como si», y que a través suyo es transustanciado el impacto sobre la mente de toda la llamada «realidad». Por tanto, el estado de juego y los estados de trance que a veces genera representan más bien un paso hacia la verdad ineluctable que un alejamiento de ella; y la creencia -conformidad con una creencia que no es una creencia del todo -es el primer paso hacia la honda participación que proporciona la fiesta en aquel deseo general de vida que, en su aspecto metafísico, es anterior a, y el creador de, todas las leyes de la vida.
  El peso opaco del mundo -tanto de la vida en la tierra como de la muerte, el cielo y el infierno- se disuelve, y en espíritu se libera, no de algo, pues no había nada de lo que ser liberado, excepto de un mito demasiado firmemente creído, sino para algo fresco y nuevo, un acto espontáneo.
  Por así decir, desde la posición del hombre secular (Homo sapiens) tenemos que entrar en la esfera de juego de las fiestas, aceptando un juego de creer, donde diversión, alegría y trance rigen en series ascendentes. Por consiguiente, las leyes de la vida en tiempo y espacio -económicas, políticas e incluso morales- desaparecerán. A partir de lo cual, recreados por ese retorno al paraíso antes de la caída, antes del conocimiento del bien y del mal, de lo correcto y lo erróneo, lo verdadero y lo falso, creencia e incredulidad, hemos de devolver a la vida el punto de vista y el espíritu del hombre jugador (Homo ludens); como en los juegos de los niños, donde, impávidos ante la trivial realidad de las pobres posibilidades de la vida, el impulso espontáneo del espíritu a identificarse con algo diferente a sí mismo por el puro deleite del juego, transmuta el mundo, donde, en realidad, después de todo, las cosas no son tan reales o permanentes, terribles, importantes o lógicas como parecen. (*)
(*) Fuente: Joseph Campbell, «La lección de la máscara», en La máscara del dios (v. I Mitologías primitivas), Madrid, editorial Alianza (trad. Isabel Cardona), pp.41-50.

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Dibujos: ilustraciones originales de la edición de Guang Bai Song Zhai (1866)

Precio: $600.

CUENTOS DE LIAO ZHAI fueron escritos a finales del siglo xvii. El título completo es Liao Zhai Zhi Yi, que podría traducirse como «Cuentos extraordinarios de tertulia», aunque son conocidos popularmente en China como Cuentos de Liao Zhai. Representan la culminación del relato fantástico chino como género literario. Siguiendo la larga tradición de la literatura fantástica en lengua culta, Pu Songling recrea un mundo de espectros, demonios, magos, animales sabios y espíritus reencarnados que conviven, en mayor o menor armonía, con el común de los mortales. Utilizando una gran variedad de elementos ­leyendas populares, obras literarias anteriores, sucesos históricos, experiencias personales­, el autor proporciona una nueva dimensión al cuento clásico al impregnar sus relatos de un marcado espíritu crítico. El sistema de exámenes imperiales, el funcionariado o las prácticas feudales son ingeniosamente denunciadas en estos relatos que combinan la narración y el comentario, y que inducen al lector a tomar lo fantástico por verdadero y el hecho real por inventado. Textos abiertos a la imaginación, cuyo final exige la reflexión o pone en juego los resortes capaces de provocar la sorpresa, los cuentos reflejan las creencias de una época marcada por el neoconfucionismo de Ching Zhu, la ascensión del budismo, el declive del taoísmo y el resquebrajamiento del sistema feudal. Esta edición de Cuentos de Liao Zhai recoge ciento cinco de los cuatrocientos setenta y cuatro que forman el original, a los que acompañan dos apéndices sobre el sistema de exámenes imperiales y la administración local, así como tres leyendas tradicionales chinas.
EL MURAL
Pu Songling
 Meng Longtan era de la provincia de Jiangxi y vivía en la capital con un letrado que se llamaba Zhu. Un día, paseando por las afueras de la ciudad, llegaron hasta un monasterio. No se veían allí espaciosos salones de meditación, sino sólo un viejo bonzo medio desnudo que, al divisar a los visitantes, se arregló la ropa y salió a recibirlos, mostrándoles a continuación todo lo que había en el templo digno de ver.
  Había sobre el altar una imagen de Zhi Gong, y en las paredes maravillosos frescos de hombres y animales representados con tanto verismo que parecían seres animados. En el muro oriental estaban pintadas varias hadas, entre las que destacaba una joven con trenzas de doncella que estaba recogiendo flores y sonreía amigablemente. Tenía una mirada vívida y chispeante y a sus labios de cereza sólo les faltaba hablar.
El letrado Zhu quedó embelesado mirándola y perdió la noción de cuanto le rodeaba. De repente, sintió que flotaba en el aire, como cabalgando sobre una nube, y se vio atravesando el muro. Del otro lado se veía una ininterrumpida sucesión de pabellones que por su forma no parecían de este mundo y a un viejo bonzo que predicaba la Ley de Buda rodeado de una multitud atenta. El letrado se metió entre la muchedumbre y al poco tiempo sintió que alguien le tiraba con suavidad de la manga. Al volverse distinguió a la joven que había visto pintada en el templo, que se alejaba sonriendo. Comenzó a seguirla. La muchacha enfiló un camino serpenteante y llegó hasta un pequeño aposento, en el que entró. El letrado no se atrevía a seguirla, pero la joven agitaba las flores que llevaba en la mano como para darle a entender que entrara. Al fin se decidió y vio que, aparte de ella, no había nadie más en el interior. La abrazó sin que ella opusiera resistencia y ambos disfrutaron de los deleites del amor. Después la joven se fue, rogándole antes al letrado que no hiciera ruido y que la esperara hasta la noche.
  Lo mismo ocurrió en los dos días siguientes, hasta que las compañeras de ella descubrieron el juego.
-¡Ya eres toda una mujer! -le dijeron a la joven entre risas-.¡No puedes seguir haciéndote ese peinado de soltera!.
En seguida le dieron las horquillas y los ornamentos de cabeza apropiados y la obligaron a cambiarse de peinado. Ella, en medio de su sonrojo, no acertaba a decir palabra.
-¡Hermanas!- gritó una de ellas-¡Aquí estamos de más! ¡Dejemos sola a la pareja!
  Todas rieron de nuevo y se marcharon. El letrado estaba fascinado con el nuevo peinado y, viendo que no había nadie delante, la tomó de la mano y la llevó a la cama. El olor a orquídea y a almizcle le embargaba el corazón y su alegría no tenía fin.
Pero, estando en esto, oyeron gran estrépito de pasos y cadenas y una voz ronca y salvaje de hombre enfurecido. Los amantes, muertos de miedo, escudriñaron por una rendija y vieron a un hombre de cara negra como el carbón, cubierto con una armadura dorada y armado de látigos y cadenas. Estaba imprecando a las demás mujeres.
-¿Estáis todas aquí?
-¡Sí, todas!
-Si tenéis escondido a algún mortal, decídmelo en seguida y os ahorraréis el castigo.
Las hadas dijeron que no había ningún mortal entre ellas y el hombre comenzó a buscar por el lugar.
-¡Rápido, escóndete debajo de la cama! – le dijo aterrorizada y con cara de color ceniza la joven, que abrió al punto una puertecilla que había en el muro y desapareció.
  El letrado apenas se atrevía a respirar. Sólo habían transcurrido unos momentos cuando oyó pisadas de botas que entraban en la habitación y luego volvían a salir, y al poco tiempo sintió que las voces se iban desvaneciendo en la distancia. Pero antes de que pudiera tranquilizarse volvió a oír ruido de voces acaloradas que iban y venían desde el otro lado de la puerta, lo que le obligó a seguir encogido donde estaba, debajo de la cama. Con el paso del tiempo, los oídos le zumbaban como si tuviera dentro una legión de chicharras y los ojos le ardían como tizones. Aunque la postura en que estaba le resultaba insoportable, permaneció sin atreverse a mover un dedo esperando el retorno de la joven y sin pararse a pensar por qué se encontraba en semejante situación.
A todo esto, Meng Longtan había advertido la súbita desaparición del amigo y le preguntó al monje por su paradero.
-Ha ido a escuchar la Ley- le respondió.
-¿Adónde? -preguntó Meng.
-No muy lejos -fue la respuesta.
El viejo bonzo golpeó la pared con los nudillos y gritó:
-¡Amigo Zhu! ¿Por qué tardas tanto?
En seguida apareció pintada en la pared la figura del letrado, con las orejas tiesas en actitud de escucha.
-¡Hace rato que tu amigo te está esperando!- añadió el bonzo.
  El letrado bajó del muro. Estaba rígido como un bloque de madera, tenía los ojos desorbitados del miedo y las piernas le temblaban como un flan. El amigo le preguntó qué le ocurría. Lo que ocurría era que, estando escondido debajo de la cama, había oído un ruido semejante al trueno y se había lanzado afuera.
 En ese instante los dos amigos advirtieron que la joven de trenzas del mural estaba ahora peinada como una mujer casada. El letrado Zhu, muy sorprendido, le preguntó al viejo bonzo la causa.
-Las visiones se originan en la imaginación del que las crea -contestó, sonriendo-.¿Qué otra explicación puedo darte?
Como la respuesta no convenció nada al letrado, y menos a su amigo, que tampoco las tenía todas consigo, ambos enfilaron las escaleras y se alejaron del templo a toda prisa.

 

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Rasputín. Los archivos secretos – Edvard Radzinsky

Rasputin. Los archivos secretos – Edvard Radzinsky Jorge Luis Borges Libros Kalish 

Estado: nuevo.

Editorial: Ares y Mares.

Precio: $700.

Rasputín, una de las figuras más fascinantes y polémicas del siglo XX, ha permanecido encubierto en el mito de su propia invención desde su extraordinario ascenso al poder de la corte de Nicolás y Alexandra, los últimos zares de Rusia. Hasta ahora. Edvard Radzinsky, el autor del best seller internacional El último zar, se sintió frustrado durante mucho tiempo por las exiguas explicaciones de la injusta autoridad de Grigory Efimovich Rasputín, un campesino ruso, monje semialfabetizado y místico, en la última corte de Romanov. En 1995 un expediente de los Archivos Estatales desaparecido durante años salió a subasta en Sotheby’s y llegó a manos de Radzinsky.
Contenía las interrogaciones del círculo íntimo de admiradores de Rasputín y de los que le mantuvieron bajo vigilancia policial -documentos que ningún otro historiador había visto nunca-. Con este expediente, Radzinsky es capaz de convertir la biografía de Rasputín de leyenda misteriosa en realidad. Utilizando las declaraciones de los amigos de Rasputín, de profesores, devotos, y de sus fanáticas fans femeninas -la gente que veía a Rasputín casi cada día- Radzinsky presenta un informe fascinante de cómo Rasputín ejercía y ampliaba su poder. Radzinsky revela el completo alcance de la cometida relación de Rasputín con la zarina y describe su famosa odisea sexual a través de las mujeres mundanas de St. Petersburgo, utilizando el sorprendentemente vicioso testimonio de las propias mujeres para descubrir el tesoro escondido de secretos increíbles. Aquí está documentado, por primera vez, el modo en que Rasputín llegó a la corte zarista y la verdadera identidad del hombre que le disparó y mató en 1916. Y finalmente, el autor nos ofrece las razones reales de la influencia de Rasputín en virtualmente todas las decisiones imperiales al final de la dinastía real rusa de Romanov. A través de su acceso exclusivo al «Expediente Rasputín», su incomparable investigación por otras fuentes y su probado talento para contar historias, Radzinsky es capaz, finalmente, de contar la completa, sensacional historia de Rasputín, extensamente documentada y definitiva.

 

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Simón Pedro, Pablo de Tarso y María Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman

Simon Pedro, Pablo de Tarso y Maria Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo – Bart D. Ehrman Jorge Luis Borges Libros Kalish 

Estado: nuevo.

Editorial: Ares y Mares.

Precio: $700.

Pedro, Pablo y María de Magdala son actores clave en los inicios de la institución histórica, social, política y, por supuesto, religiosa más longeva de la civilización occidental, la Iglesia cristiana. Pero estos tres personajes no son sólo importantes desde el punto de vista histórico, que Bart Ehrman analiza aquí desde los textos del Nuevo Testamento y desde fuentes extrabíblicas, sino que, además, resultan increíblemente fascinantes como protagonistas de leyendas y mitos, ya sea san Pedro resucitando un aranque ahumado, san Pablo bautizando a un león parlante o María Magdalena en sus diversas facetas de prostituta, esposa de Jesús o misionera en Francia. Para el doctor Ehrman estas historias son también importantes porque «expresan las creencias, preocupaciones, valores y prioridades de los cristianos», nos ayudan a comprender los orígenes del cristianismo y a repensar críticamente algunos aspectos de su doctrina. John Shelby Spong ha dicho de este libro que «es fascinante para las mentes abiertas que buscan la verdad en antiguas fórmulas religiosas, pero demoledor para aquellos que creen que están en posesión de la verdad infalible».
Bart D. Ehrman formado por la Universidad de Princeton y profesor en las de Princeton, Rutgers y Duke, Bart D. Ehrman dirige en la actualidad el Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Carolina del Norte. Como experto en crítica textual, Ehrman ha editado The Apostolic Fathers para la Loeb Classical Library, y ha publicado The Orthodox Corruption of Scripture y Dydimus the Blind and the Text of the Gospels. Como reputada autoridad en el estudio y conocimiento de la Iglesia primitiva y de los Evangelios, Ehrman ha sido premiado por diversas instituciones y colabora asiduamente en series de conferencias y programas de radio y televisión. Es autor, además, de numerosas monografías, entre las que destacan The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings (2000), Jesús, el profeta judío apocalíptico (2001),Cristianismos perdidos: los credos proscritos del Nuevo Testamento (Crítica, 2004), Jesús no dijo eso. Los errores y falsificaciones de la Biblia (Crítica, 2006) y Simón Pedro, Pablo de Tarso y María Magdalena. Historia y leyenda del cristianismo primitivo (Crítica, 2007) y El evangelio de Judas (Crítica, 2007).

 

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Walt Whitman. El canto a sí mismo – Jerome Loving

Walt Whitman. El canto a sí mismo – Jerome Loving Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: impecable.

Editorial: Paidós.

Precio: $600.

Esta es la primera biografia critica de envergadura sobre Walt Whitman publicada desde hace mucho tiempo. Jerome Loving recurre a documentos y textos periodisticos recientemente descubiertos para trazar el retrato mas fiel, completo y complejo del poeta editado hasta el momento. Esta biografia aporta una vision fresca, y a menudo reveladora, de muchos aspectos de la vida de Whitman, incluyendo sus actitudes respecto a la primitiva vida urbana de Estados Unidos, las relaciones con los miembros de su familia, el desarrollo de sus concepciones del amor, su postura en la controvertida cuestion de la raza y su insistencia en la union de los estados americanos. Casi todos los capitulos presentan materiales hasta ahora ineditos que muestran a Whitman en toda su complejidad fisica, mental y espiritual: un poeta de la democracia, uno de los escritores mas importantes de su tiempo y del nuestro. Loving rastrea las fuentes del anecdotario whitmaniano, el modo en que ha pasado de un biografo a otro, como se ha embellecido y recontextualizado segun las ocasiones, y acaba elaborando una biografia en la que nada se afirma sin el apoyo de datos objetivos. Walt Whitman, asi, constituira una valiosisima herramienta para las generaciones futuras: una fuente esencial para entender a un hombre que desafio el decoro literario, soporto las condenas con estoicismo y siempre prosiguio su camino con entereza y tenacidad.

 

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La guerra de los cien años – Edouard Perroy

La guerra de los cien años – Edouard Perroy Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: impecable.

Editorial: AKAL.

Precio: $600.

La guerra que enfrentó desde principios del siglo XIV hasta mediados del siglo XV a Francia e Inglaterra fue, con mucho, el más importante conflicto militar del Occidente medieval cristiano. Lo que inicialmente era una disputa feudal se transformó, con el paso del tiempo, en un conflicto dinástico de gigantescas proporciones; un enfrentamiento que iba a cambiar la geografía política europea. Como en todo largo periodo de crisis, la Guerra de los Cien Años implicó a numerosas generaciones entre los contendientes. Éstas, bajo el signo de la guerra, vieron cómo su realidad política y social se transformaba, ya fuera políticamente, desde la vivencia del feudalismo plenomedieval hasta la aparición del incipiente Estado moderno; ya fuera socialmente, con los estragos de la crisis de la Baja Edad Media y sus profundos cambios sociales. Originalmente publicado en 1945, este estudio tiene, hoy día, la autoridad de un clásico en la materia. Reeditado en numerosas ocasiones en el mercado francés, esta monografía sigue siendo todavía el más completo estudio del gran conflicto medieval francobritánico. De la batalla de Crécy a Juana de Arco, el profesor Edouard Perroy describe con minuciosidad todo este largo periodo ilustrando a la perfección tanto el conflicto militar como los cambios sociopolíticos que de él se derivan.

 

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La vida literaria en la Edad Media. La literatura francesa del siglo IX al XV – Gustave Cohen

La vida literaria en la Edad Media. La literatura francesa del siglo IX al XV – Gustave Cohen Jorge Luis Borges Libros Kalish 

Estado: impecable.

Editorial: Fondo de Cultura Económica.

Precio: $500.

La Edad Media no es ya para ningún historiador ‘edad oscura’ o ‘época de tinieblas’, en tanto se evalúan convenientemente los hitos humanistas y científicos en general que respecto de ese período han emplazado estudiosos y críticos eminentes. La presente obra ha contribuido decisivamente a rectificar la opinión negativa acuñada en tal sentido durante mucho tiempo, iluminando vías de penetración hacia el esclarecimiento total de diez siglos de nuestro pasado cultural.
Mérito sobresaliente de esta edición es el esmero con que la ilustre escritora Margarita Neiken, fallecida en el exilio (Madrid, 1896; México, 1968), llevó a cabo la tarea de dar a su versión la fluidez y belleza sintáctica precisas, particularmente en el traslado al verso castellano de los ejemplos originales.

 

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El vino y la viña. Geografía históric de la viticultura y el comercio del vino – Tim Unwin

El vino y la viña. Geografía históric de la viticultura y el comercio del vino – Tim Unwin Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Tusquets.

Precio: $500.

Esta fascinante obra explora los paisajes del vino, las actividades relacionadas con la viticultura y, en general, la historia de las relaciones que el hombre ha mantenido desde el alba de la civilización con el jugo fermentado de la uva. Siguiendo las pautas de trabajo de autores e historiadores de la talla de Braudel, Tim Unwin, profesor de geografía de la Universidad de Londres, ha escrito un libro de una asombrosa riqueza interdisciplinar, capaz de combinar el arte y la antropología, la biología y la economía. Nuestra edición viene enriquecida, además, con un iluminador prólogo para el lector español.
 Desde la prehistoria, el vino está arraigado en la cultura mediterránea tanto en la vida cotidiana como en sus relaciones con lo sagrado. El vino y la viñadescribe con multitud de ejemplos la historia y la geografía de la viticultura y el comercio del vino, desde los comienzos de la humanidad hasta el presente, y para ello rastrea los textos de la Antigüedad grecorromana, las prácticas comerciales de la Edad Media, la expansión colonial americana o el complejo simbolismo social asignado a esta bebida. Si, aparte de las virtudes de su sabor, se piensa en los poderosos efectos psicológicos que puede ejercer sobre quien lo bebe, se entenderá que el vino haya sido desde siempre portador de los más diversos patrones de significado, y que se haya convertido en uno de los más poderosos símbolos del eterno ciclo de vida, muerte y renacimiento.
Tim Unwin es jefe del Departamento de Geografía en el Royal Holloway de la Universidad de Londres. Sus trabajos de investigación se centran principalmente en las sociedades rurales europeas, y ha tratado de forma exhaustiva la reestructuración social y económica en la Europa central y oriental durante la última década. Es director editorial del Journal of Wine Research y editor de Ethics, Place and Environment. Entre sus obras cabe destacar El lugar de la geografía(Cátedra, 1995) y la edición de A European Geography (Longman, 1998).

 

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Los inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes – Jörg Blech

Los inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes – Jörg Blech Jorge Luis Borges Libros Kalish

vendido

Estado: nuevo.

Editorial: Destino.

Precio: $000.

Jörg Blech nos descubre de qué manera la industria farmacéutica nos manipula y hace todo lo posible por convertirnos sistemáticamente en pacientes y da las claves sobre cómo podemos protegernos de ello. En los últimos años, en el mundo industrializado, han hecho su aparición una serie de enfermedades “nuevas”, en algunos casos con sintomatología más bien difusa, e inmediatamente han aparecido los medicamentos para tratarlas: menopausia masculina, hijos inquietos, colesterol demasiado alto, timidez enfermiza, hipertensión arterial, fatiga crónica… ¿Hasta que punto todas estas enfermedades realmente lo son? ¿Es necesario y útil tratarlas médicamente, o es la industria farmacéutica la que crea falsas necesidades orquestando poco éticas campañas de márketing? La industria farmacéutica está redefiniendo la salud humana de tal modo que la convierte en un estado que ya nadie puede alcanzar. Muchos de los procesos normales de la vida: el nacimiento, la vejez, la sexualidad, la infelicidad y la muerte, así como otros comportamientos completamente normales, se nos presentan sistemáticamente como patológicos. Los consorcios que operan globalmente patrocinan la invención de enfermedades y métodos de tratamiento enteros para facilitar nuevos mercados a sus productos, ya que proclamando el colesterol factor de riesgo número uno, o instaurando dudosos exámenes preventivos, puede ganarse mucho dinero.
Jörg Blech (1966) estudió Biología y Bioquímica en Alemania e Inglaterra. Fue a la Escuela de Periodismo de Hamburgo y desde 1994 escribe sobre medicina y ciencia, primero en la revista Stern y luego en el semanario Die Zeit. Desde 1999 trabaja para Der Spiegel, donde ha publicado numerosos reportajes. Es autor de Los inventores de enfermedades (Destino, 2005), traducido a doce idiomas, y Medicina enferma (Destino, 2007).
Otros libros relacionados:
Lo normal y lo patológico – Georges Canguilhem
Historia natural de la enfermedad infecciosa – Sir Macfarlane Burnet / David O. White
Medicina y sociedad en la Europa moderna 1500-1800 – Mary Lindemann
Hermano asno. En torno a las limitaciones de la medicina – A. J. Dunning
Contra Hipócrates. El Cártel médico. Los siete pecados capitales de la industria de la salud – Kurt Langbein y Bert Ehgartner
La conquista biológica. Las enfermedades en el Nuevo Mundo 1492-1650 – Noble David Cook
La invención de la histeria. Charcot y la iconografía de la Salpêtrière – Georges Didi-Huberman
Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental – George Rosen

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Cómo esta solo – Jonathan Franzen

Cómo esta solo – Jonathan Franzen Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: impecable.

Editorial: Seix Barral.

Precio: $400.

El éxito de Las correcciones, «la gran novela americana» galardonada con el National Book Award, y su repercusión en todo el mundo ha provocado un enorme interés en lo que ha llegado a conocerse como «el artículo del Harper?s», un polémico texto que Jonathan Franzen escribió en 1996 sobre el destino de la novela. Esta pieza, reelaborada hoy, es uno de los ejes de este volumen, articulado en torno a catorce breves ensayos literarios que plantean desde muy diversos frentes la cuestión de cómo estar solo en el marco de la cultura contemporánea.
Aunque abarcan temas tan variados como las publicaciones de contenido sexual hasta el funcionamiento de una cárcel de máxima seguridad, los textos contienen referentes esenciales en la literatura de Jonathan Franzen. Cómo estar solo incluye un perturbador análisis sobre la lucha que libró su padre contra el Alzheimer ?galardonado recientemente con un National Magazine Award y publicado en todo el mundo? y una crónica de sus tribulaciones con la popular presentadora televisiva Oprah Winfrey.
El hilo conductor de estos textos es «el problema de preservar la individualidad y la complejidad en una cultura de masas ruidosa y que distrae: la cuestión de estar solo». Este fondo de extrema actualidad, y la inteligente forma de abordarlo, alimentando una lectura estimulante, desde la empatía, la imaginación y la observación, hacen de Franzen un crítico social agudo y sugerente.
América, la culta (*0) 
Un ensayo de ficción
Stephen King
Con Jonathan Franzen y sus colegas dando todas las embestidas, el tiempo es inflexible para tipos como yo.
No me gustó mucho The Corrections –lo encontré condescendiente e indulgente– pero cualquier persona que lo lea encontrará difícil reconocer, creo, que no sigue su estilo e idioma.
Eso era lo que mantenía el libro en mis manos cuando mi impulso era –no miento aquí– lanzarlo por la habitación (y luego quizás mearme encima). Ese impresionante asimiento del idioma está también a la vista en la colección de ensayos de Jonathan Franzen (How to Be Alone), y ahí encontramos lo más agradable: esa enloquecedora actitud de Nueva York que parece susurrar“Soy más pequeña que tú, soy más sofisticada que tú, más leída que tú, soy mejor que tú” al menos una vez cada vez que se pasa una página.
La sensación del resoplido cómico sucede, también, al menos el mismo número de veces (el Sr. Franzen quizá sea una de esas personas que solo se sienten con necesidad de decir soy-más-pequeño-pero-controlo-las-palabras en su ficción). Hay, de hecho, algo de encantador en su casi constante necesidad de lograr su propia temperatura creativa. ¿Cómo lo lleva Jonathan hoy? Se pregunta a sí mismo repetidamente. ¿Podrá Jonathan escribir mañana a pesar de Internet, el decaimiento de la sensibilidad artística y la cada vez mayor idea de que la televisión puede ser culturalmente importante?
La idea a la que el Sr. Franzen vuelve una y otra vez en estos ensayos (y con la obsesión de un niño que pierde su primer diente) es esa literatura seria que no se expande por América, y esos escritores que han perdido su público. Esos que esencialmente hablan entre ellos y a nadie más. Me pregunto si verdaderamente puede ser cierto dentro de lo que R. J. Franklin, autor deAmerican Intelligence and Creativity, llama “la sociedad más culta que ha existido sobre la faz de la Tierra”(*1) Hice algunas investigaciones, y resulta que los miedos del Sr. Franzen de no hablar con nadie excepto consigo mismo y sus iguales (y sospecho que, en el fondo de su corazón, el Sr. Franzen cree que no tiene ninguno) son infundados. De hecho, se tira pedos como la seda.
Comencemos con Ulysses, la historia de James Joyce del gran día de Leopold Bloom. En 1998 se vendieron ochenta y un millón de copias de Ulysses –no en todo el mundo, únicamente en Estados Unidos–. (*2) Puesto que hay casi 290 millones de personas en América (*3), las matemáticas revelan que uno de cada 3’5 americanos tiene una copia de Ulysses. Creo que incluso el Sr. Franzen debería admitir que, cuando el libro parece literatura seria es que “Ulysses escribió bastante del libro”. (*4) Y en el vernáculo de ventas, eso llega a altas cotas.
Me preguntaba cómo tantas copias de Ulysses –generalmente reconocido como “resistente a ser leído”– podían haber sido vendidas en un solo año. Aunque no puedo ofrecer una respuesta definitiva a esta cuestión, es ciertamente interesante decir que esta novela se ha explicado en más de 700 escuelas secundarias americanas e incluso en más de 30 facultades. (*5) En su artículo de enseñar literatura a los jóvenes, Justin Reeve señala que “fumar y beber son hábitos difíciles de adquirir, pero una vez formados, son más difíciles de dejar. Igualmente ocurre con la gran literatura, que es, hagámosle frente, Jim Beam para el cerebro”. (*6)
Si se pregunta el nombre de las novelas que leen la mayoría de los estudiantes, un graduado de secundaria de los años 1950 ó 1960 sería apto para nombrar libros “adolescentes-amistosos” tales como The Red Badge of Courage, The Old Man and the Sea, y Are You There God? It’s Me, Margaret. Es, quizás, difícil de imaginarlos leyendo Last Exit to Brooklyn de Hubert Selby Jr. (60 millones de copias vendidas en 1998) (*7) The Tunnel de Williams H. Gass (40 millones de copias vendidas en 1998), (*8) pero los números no mienten, y ninguno de ellos hacen los planes de estudio. Cuando se les pregunta por el último, Andrea Gernet, una joven de 17 años de Berlín (N.H.), escribió: “Es duro al principio, pero una vez que el tipo empieza a cavar el túnel, es muy fácil apreciar el simbolismo vaginal, a menos que seas un post-freudiano. Mr. Yardley [un profesor de literatura moderna americana del BHS] nos ayudó mucho, y representamos el clímax en clase. Fue divertido, aunque mi madre se enojara por llevar el cajón de mis bragas al colegio y el conserje nos dijo que tendríamos que limpiar todo lo que ensuciáramos”(*9) Ella, más allá, precisó que después de leer al Sr. Gass “Danielle Steel y V. C. Andrews parecen muy pobres”. (*10) Está claro que el lector americano en general ha venido compartiendo la misma sed cada vez mayor de Andrea Gernet hacia la literatura seria (a la cual, en su carta, ella la menciona de un modo encantador como “el gran trato”).
El año pasado en América, The Quiet American de Graham Greene vendió 110 millones de copias. Uno puede compararlo con la Sra. Steel que entra en las listas con menos de un millón de copias vendidas. La propia novela del Sr. Franzen The Corrections vendió más de 80 millones de copias,(*11) y mientras algo de esto se puede atribuir a la “solapa de Oprah”, (*12) qué podemos decir de las ventas de la novela previa del Sr. Franzen (Strong Motion) que vendió 14 millones de copias en tan solo un mes. (*13)
Tales ventas han cambiado ciertamente la idea de que los novelistas vivan en la pobreza. Williams H. Gass, por ejemplo, se mudó a Nassau, un notorio paraíso fiscal, y a finales del año pasado el Sr. Franzen compró una isla en el sur del Pacífico. (*14) Según Forbes, en otoño de 2001, el bien conocido constructor neoyorquino Donald Trump se relacionó con el novelista Joyce Carol Oates como su socio financiero; cuando ella ensambló su equipo, Trump Enterprises se convirtieron en Mulvaney Enterprises, S.A(*15) Uno puede decir que el Sr. Trump está “recogiendo su fruto”.
Dados tales números (y un resurgimiento tan claro de la ficción seria en el mercado) uno tiene el derecho de preguntar por qué perdura el mito del novelista culto como “la voz que grita en el yelmo”. Hay varias respuestas a esta pregunta. Una tiene que ver con la simple viabilidad. Como Cynthia Ozick confió en una reciente entrevista “si mis parientes supiesen que tengo más dinero que Tom Clancy, Sue Grafton y John Grisham juntos, nunca me dejarían en paz”. (*16) Y Cormac McCarthy agregó, “estos días paso más tiempo negociando con la IRS que trabajando en mi nueva novela, aunque esto no tiene nada que ver con mi adquisición de El Paso; eso es solo una cesión de nueve años con opción a compra”(*17) Y el novelista Ian McEwan describe la compra de EMI Records no como una decisión económica –“Los escritores son pésimos hombres de negocios”puntualiza con una sonrisa conmovedora (*18)– sino una decisión del corazón. Y cuando se le pregunta sobre su decisión de comprar una porción de tierra, particularmente, el sureste de Montana, Annie Proulx ofrece una respuesta concisa, dos palabras: “Ofertas, compañero”. (*19)
Históricamente hablando, la abundancia ha formado escritores inquietos. (“El dinero es el bloqueo verdoso del escritor” escribió una vez Charles Dickens a Wilkie Collins, a lo que Collins contestó“Envíame tus lápices, Chuck”). (*20) Esto siempre ha sido menos cierto en los escritores reconocidos como populares (llegaremos a ellos en un momento), pero la idea de que el dinero destruye el serio pensamiento, sigue existiendo. Por ello es por lo que probablemente libros como Ada, de Vladimir Nabokov, nunca han aparecido en las listas de bestsellers del USA Today, aunque haya vendido 9 millones de copias al año. (*21) Una crítica, de hecho, la ha llamado “Los Puentes de Madison para gente elegante”. (*22) La verdad es así de simple: un poderoso grupo de “novelistas literarios” han invertido en los principales periódicos y en los sitios de Internet donde publican listas de bestsellers, y las novelas consideradas “demasiado literaria” queda apartada de estas listas. Cuando se pregunta acerca de una explicación más clara sobre la racionalidad de esta decisión, Annie Proulx –que, junto a Cynthia Ozick, Don DeLillo y John Updike, poseen actualmente The Wall Street Journal– ofrece una concisa respuesta: “Ofertas, compañero”. (*23)
¿Dónde, puede usted preguntarse, quedan en la ecuación los novelistas de bestsellers más leídos? ¿Dónde están Clive Cussler, Anne Rice, Jonathan Kellerman? ¿Dónde están las nuevas promesas como Dennis Lehane y Michael Connelly?
¿Dónde está Stephen King?
Bien, compañero, déjame explicar todo esto. Debes de haberme visto fotografiado sobre una Harley-Davidson de época, pero eso es sólo un trabajo para la central de Harley en Maine (“Los Muchachos con los Jueguetes”). Debes de haberme visto también tras una rueda de Mercedes Benz, pero eso también era un trabajo. El vehículo que actualmente poseo es un viejo Dogde Ram ranchera, que compré durante el Reventón de Fin de Año del McDonald Motors en el sureste de Maine. Yo, como virtualmente cada novelista popular de América, vive mayoritariamente con cheques de doce mil dólares al mes (yo, apenas cien mil dólares al año, después de impuestos). El cheque llega de Literature ‘r’ Us, una compañía de las Bahamas. (*24) El Presidente de esta compañía es la Sra. “Ofertas, compañero”, Annie Proulx. El tesorero que firma mis cheques (con firma absolutamente ilegible) aparece como Margaret Drabble.
En cuanto a mi última novela, Buick 8: Un Coche Perverso, vendió sólo un millar de copias. (*25)
Después de admitir esta humillación, no tengo que explicar qué va a ocurrir, pero para aquellos de ustedes que sean “un poco lentos” (*26) aquí viene: los supuestos novelistas populares son realmente fachada, creados por la TV y la Prensa de modo que tengan a alguien a quien incomodar cuando tienen cinco minutos extra al final de las noticias o un hueco que rellenar en la sección de arte y ocio del Domingo por la tarde. Como Margaret Atwood indica tan sucintamente“¿Por qué querría conceder una entrevista a un absurdo periódico cuando estoy intentando escribir una novela? La idea es idiota”. (*27)
En un nivel personal debo admitir que me gustaría que mis libros vendieran más, pero a veces las películas me elevan al alza; gracias a la película La Milla Verde de Frank Darabont, por ejemplo, mi novela vendió un extra de 15 mil copias. (*28) Y como J. R. Rowling admite “sin las películas, Harry Potter sería un auténtico desconocido”(*29) Al principio, uno puede tender a burlarse de esto, o considerarlo increíble. Pero entonces, uno se da cuenta de que nunca ha satisfecho realmente a alguien que ha leído estas novelas “violentamente populares”. Como Andrea Gernet dice en su carta, “Tengo docenas de amigos que han leído toda la saga de Harry Potter, pero yo no he tenido tiempo. He tenido que leer The Brothers K para las clases, y estoy trabajando en un documento sobre novelistas contemporáneos chinos en mi tiempo libre. Leeré los libros de Harry Potter el año que viene”. (*30)
Lo más importante es que la literatura está viva y sana en América, y Jonathan Franzen no debe preocuparse (como siempre hizo; como te he dicho, es todo fachada, pero el Constante Efecto Torturador del Novelista Popular es difícil de dejar). Y si él persiste preocupándose, puede seguir haciéndolo en su Jaguar K-type mientras conduce hasta su casa de campo en Vail.
Vail, Colorado, a propósito, es propiedad del consorcio de escritores que mencioné antes. Uno tiene el gusto de imaginar a Margaret Drabble, Don DeLillo y al Sr. Franzen relajarse en las cuestas. ¿Y qué hay de los beneficios de cada estupenda adquisición del lugar de vacaciones? Bueno, escribir es una cosa, pero Vail, por otro lado… Son Ofertas, compañero.
NOTAS
*0 Título original: America, the literate. Publicado originalmente en Book Magazine (julio-agosto de 2003). Traducción de Ziebal de Gilead
*1 Esta cita y su fuente –como todas las de este ensayo– son, por supuesto, ficticias. Uno puede opinar que esto, en cierto grado, niega los argumentos que el ensayo expone, pero como no existen fuentes actuales que apoyen estos argumentos, solo puedo decir que me parecía necesario inventarlas.
*2 Beverly Stonehouse y Personal. “Estudio de Fin de Año”. Registro de Libros. Febrero 1998, pp 18-26.
*3 Estadística de la población de América (Internet).
*4 John Kapp y Justin Reeve. ¡La literatura es divertida! (Nueva York: McGraw Hill, 1998) pag 89.
*5 Justin Reeve, “Elegantes libros, elegantes niños”, El Profesor inglés. Vol LXXV, Nº 7, Junio 1999.
*6 Ídem.
*7 Registro de libros.
*8 Ídem.
*9 Carta de Andrea Gernet a Stephen King, fechada el 16 de Noviembre de 2002.
*10 Ídem.
*11 Registro de Libros.
*12 El Sr Franzen al expresar una cierta repugnancia al ser seleccionado en el Club de Libros de Oprah, apenó tanto a la Sra. Winfrey que canceló absoluta y completamente el Club.
*13 Agosto de 2000, George Stillsbury especula que los lectores lo ven como un “espléndido libro para la playa”, “Estudio de Fin de Año”, Registro de libros. Febrero de 2001.
*14 Jacob Frisch, “Serios Escritores que lo tienen todo”, Ritzy Hideaways, Vol. 3, No. 2, Octubre 2001.
*15 Según el Registro (“Estudio de Fin de Año”, Febrero 2001) We were the Mulvaneys, de la Sra. Date, vendió 40 millones de copias en pasta dura y 80 millones de copias adicionales en rústica, superando las cifras de su anterior novela, Them, con casi 40 millones de copias.
*16 Ellen Prosser, “El problema de tener tanto dinero,” La revista de Gente Rica, Vol. 19, No. 9, Septiembre de 2000.
*17 Ídem.
*18 Ídem.
*19 Carta de Annie Proulx a Stephen King, fechada el 9 de Diciembre, 2002 (Ella añadió, “Espero que pases unas felices Navidades y un próspero Año Nuevo”).
*20 Richard Woofington, Dickens y la cuestión del dinero (Paris: Paris Literary Press, 1976), p. 291.
*21 Registro de Libros.
*22 Jacob LaFountain, Literatura como yo la veo (Rahway: Nueva Jersey Literary Press, 1995), p. 743.
*23 Carta, Annie Proulx a Stephen King.
*24 U.S. Guía Paraíso Fiscal, 2001-2002; también La Salud Secreta de América, publicada en Internet por http://www.stinger.corn.
*25 Declaración de derechos de Sribner, 9 de Noviembre, 2002.
*26 Eric Partridge, Slanguage (Oxford: Oxford University Press), p. 1023.
*27 Margaret Atwood, “¿Por qué no me incomoda un absurdo periódico?”, The Canadian Quarterly, Vol. 4, No. 4 (el número completo, 16), Invierno de 2000.
*28 Declaración de derechos, Scribner y Penguin Putnam, 1999-2001.
*29 Anthony Crackbottom, “La verdad sobre Harry”, The Daily Mail. Vol CCCXXXIX, nº 159, 19 de Junio de 2000.
*30 Carta, Andrea Gernet a Stephen King.
Perdidos en el espacio
Claudio Zeiger
En 1996 Jonathan Franzen publicó “Tal vez soñar” (más conocido como “el artículo de Harper’s”), una queja-manifiesto que causó una atendible conmoción cultural en Estados Unidos al replantear una clásica obsesión intelectual: el futuro de la novela. Ya había sucedido en 1989 con Tom Wolfe y su manifiesto en pos de una “nueva novela social”. Las posiciones enfrentadas suelen ser siempre más o menos las mismas. De un lado los patricios y del otro los plebeyos. Wolfe deploraba los juegos formales de los nuevos autores de los ‘80 y llamaba a retomar el sendero de los Grandes Relatos totalizadores de lo social, sin advertir, como lúcidamente se lo señala Franzen en 1996, que esos caminos conducen más hacia Hollywood que a una resistencia contra la cultura de masas (“Lo más sorprendente del manifiesto de Wolfe”, escribió Franzen, “aun más que su asombrosa ignorancia acerca de las muchas y excelentes novelas socialmente comprometidas publicadas entre 1960 y 1989, fue su incapacidad de explicar por qué su novelista ideal de la nueva novela social no debería estar escribiendo guiones para Hollywood”). Pero, aunque varíen las respuestas, las preocupaciones tienen raíces similares.
Franzen versión 2002 lee a Franzen versión 1996 y se reconoce (un tanto sorprendido) como un patricio preocupado por la educación de los plebeyos. Alguien “que consideraba apocalípticamente inquietante que los norteamericanos viesen cantidad de televisión y no leyeran mucho a Henry James. La clase de fanático religioso que se convence a sí mismo de que como el mundo no comparte su fe, en mi caso la fe en la literatura, debe de estar viviendo el fin de los tiempos”.
En 2002, con la publicación de Cómo estar solo (ejerciendo su derecho de autor, Franzen confiesa haber suprimido la cuarta parte del artículo de Harper’s y haberlo revisado a conciencia), focaliza en un objetivo más personal, si cabe: “el problema de preservar la individualidad y la complejidad en una cultura de masas ruidosa y que distrae; la cuestión de estar solo”. Vuelta de tuerca intimista que no esconde que estamos todavía caminando sobre el mismo suelo del patricio preocupado por sí mismo y democráticamente preocupado por la cultura de los otros: ¿qué rol cumple la novela social en una cultura signada por la televisión y la informática? En definitiva, se plantea el rol social del escritor, algo que en la literatura norteamericana sólo se plantearon y se siguen planteando los escritores serios (a veces demasiado serios como Don DeLillo). Es evidente que Jonathan Franzen se ve a sí mismo como un escritor serio y esta percepción es correcta. Lo que más puede llamarnos la atención como integrantes de otra cultura literaria es no tanto la bienvenida seriedad de Franzen sino que entienda por novela social la necesidad de captar el Centro, la corriente principal del mundo contemporáneo, el corazón sensible del sistema.
(Breve desvío: en rasgos generales, si a cualquier escritor argentino se le pidiera que definiera a bocajarro lo que considera una “novela social”, casi seguro iría por otro lado que el de Franzen o Wolfe: algo relacionado a lo que está al margen, en los laterales, en algún flanco o costado del centro, del Eje. Una novela social sería aquella que buscara poner el foco en lo que no es aparente o está por detrás de la corriente principal del mundo contemporáneo. Un buen ejemplo sería –desde su elocuente título– Vivir afuera de Fogwill. Una novela, para decirlo en términos de nuestra más candente realidad, que sobre el escenario de la inclusión, busca indagar sobre la exclusión.)
El diagnóstico de Franzen, novelista en cierta forma perseguido por la realidad (su tercera y celebrada novela Las correcciones, postergada durante diez años, apareció una semana antes del atentado a las Torres Gemelas), seguía siendo más bien sombrío en 2002: “Nuestra sed nacional de petróleo, que ya ha producido dos presidencias Bush y una fea Guerra del Golfo, ahora amenaza con llevarnos a un conflicto de duración indefinida en Asia Central. Aunque nadie lo hubiera creído posible, parece que los norteamericanos hacen hoy incluso menos preguntas sobre su gobierno quelas que hacían en 1991, y los principales medios de comunicación son incluso más monolíticamente patrioteros”. Este análisis le da el contexto socio-político a este libro que recoge preocupaciones personales y sociales tan norteamericanas como el mal de Alzheimer (si bien es la enfermedad que afectó al padre del escritor y a quien dedica un texto bastante escalofriante acerca de la autopsia de su cerebro, nadie puede dejar de pensar en el largo Alzheimer de Ronald Reagan), la presentadora televisiva Oprah Winfrey, las cárceles de alta seguridad, el tabaquismo y las familias disfuncionales. Estamos en plena cultura americana. Y en plena resistencia. No por nada el libro termina con un conmovedor artículo de enero de 2001, “Toma de posesión del presidente”, tan elegíaco como profético de la soledad en la que vivirían los opositores a Bush al menos hasta muy avanzado el proceso de podredumbre americana.
Pero el artículo de Harper’s (1996/2002) y uno apenas anterior, “El lector exiliado” (1995), concentran nuestra atención. En ellos se juega el nudo de las preocupaciones de Franzen, su posición en el mundo. Quizás, a la luz de la lectura, Cómo estar solo es tanto una aspiración como un título excesivos. Cómicamente refiere que para volver a los libros debió deshacerse de su viejo televisor Sony Trinitron (mamotreto con un barnizado imitación madera para crear la ilusión de que es un mueble y no un frío artefacto). Todo termina sombríamente bien (hay que puntualizar que Franzen se pasó los ‘90 deprimido, separándose de su mujer y trabado con su tercera novela), afirmando: “Supongo que no muchas otras personas se desprenderán de su televisor. No estoy muy seguro de que yo aguante sin comprarme uno nuevo. Pero la primera lección que enseña la lectura es a estar solo”.
En el fondo, ni la televisión ni la soledad son las auténticas obsesiones de Franzen, sólo las puntas del iceberg de su obsesión. A Franzen, más que la tele le preocupan la computadora y el mundo digital. Ahí es donde en cierta forma el escritor serio se queda como congelado, se lo nota leve pero auténticamente aterrado de cara al futuro. Su reflejo automático de novelista social duda. Por primera vez el futuro se vuelve tan incierto y vertiginoso que la novela poco y nada puede hacer. Queda en entredicho algo que, por más deprimido que esté el individuo, también es un clásico tópico norteamericano: el optimismo. Y si decide “abrirse”, abandonar definitivamente el compromiso social y la necesidad de educar a las masas a través de un producto de calidad (información encerrada en una buena historia), le preocupa la acusación que se le pueda venir encima desde la cultura internética, la palabrita horrible en boca de los “cibervisionarios”: ¡elitismo! Los cibervisionarios creen que la democracia circula por la red y los libros son cosa de blancos ricos (tanto le preocupa a Franzen que recopila varios contraargumentos). Le preocupa que lo acusen de elitista y tampoco se resigna a que la cultura audiovisual procesa mejor y más rápido la información, función didáctica que el escritor social no resignará así nomás.
El escritor serio hace una lectura desopilante y profunda de El mundo digital de Nicholas Negroponte, el gurú del cibermundo, y si bien desarma el absurdo de un futuro de cd roms comestibles imaginados por un loco que comienza confesando que no le gusta leer porque es disléxico, no es tan fácil sacarse de encima el verdadero dilema de renunciar, quedarse encerrado en un mundo cultural de circuito cerrado. Escribe Franzen: “El elitismo es el talón de Aquiles de toda defensa seria del arte, una invitación para las flechas envenenadas de la retórica populista. El elitismo de la literatura moderna es, sin dudas, singular: una aristocracia de la alienación, una fraternidad de gente dubitativa e interrogante”.
Tan cerca de la aristocracia del espíritu, Franzen (¡novelista social!) no parece tener mucho más para ofrecer que una comunidad de lectores y escritores como miembros de una nueva familia divertidamente disfuncional: ratitas de biblioteca, nerds humanistas, viejos sesentistas y chicossolitarios. Ahí parece haber tocado el límite entre la resistencia y la resignación. Quizás más adelante tenga algo más que agregar. Pero no es poco lo que este escritor preocupado y aun un poco deprimido por Bush y la cultura americana pone sobre la mesa. La seriedad lo lleva a plantearse problemas que frívolamente podrían patearse de la mesa al grito de “¡No te enrollés con que la literatura tiene que servir para algo!”. Es bastante valiente (tan valiente como deprimirse) plantearse una vez más si la literatura tiene que servir para algo, aunque íntimamente se presienta que no sirve para nada.
Lo que falla en el mundo moderno
Jonathan Franzen
Traducción de Guadalupe Marando *
Karl Kraus fue un satírico austriaco y una figura central en la célebremente rica vida del pensamiento de la Viena finisecular. Desde 1899 hasta su muerte en 1936 editó y publicó la influyente revista Die Fackel(La antorcha); a partir de 1911 fue el autor único de la revista. Aunque Kraus probablemente habría odiado los blogs, Die Fackel era como un blog que todos los que importaban algo en el mundo germanoparlante, desde Freud a Kafka o Walter Benjamin, creían necesario leer, y sobre el que había que pronunciarse. Kraus era especialmente famoso por sus aforismos –por ejemplo, “el psicoanálisis es esa enfermedad del espíritu de la que él mismo cree ser la cura”– y en la cima de su popularidad incluyó miles de ellos en sus lecturas públicas.
El problema con Kraus es que es muy difícil de seguir en una primera lectura –deliberadamente difícil. Era el flagelo del periodismo descartable, y para sus seguidores de culto su estilo densa e intrincadamente codificado era una agradable barrera: mantenía a los no iniciados afuera. Kraus mismo dijo del dramaturgo Hermann Bahr, antes de atacarlo: “Si entiende una sola oración del ensayo, me retractaré de todo”. Si uno lee las afirmaciones de Kraus más de una vez, se da cuenta de que tienen mucho para decir sobre nuestra época mediáticamente saturada, tecnológicamente trastornada y apocalípticamente obsesionada. Este, por ejemplo, es el primer párrafo de su ensayo “Heine y sus consecuencias”.
“Dos vertientes de la vulgaridad intelectual: indefensión ante el contenido e indefensión ante la forma. Una experimenta en el arte solo lo material. Es de origen alemán. La otra experimenta artísticamente incluso la materia. Es de origen romance [romance en el sentido de lengua romance, francés o italiano, n. de J.F.].[1] Para una, el arte es un instrumento; para la otra, la vida es un ornamento. ¿En qué infierno preferiría freírse el artista? Seguramente viviría entre los alemanes. Pues aunque hayan atado al arte a la cama de Procusto plegable de su actividad comercial, también han hecho sobria la vida, y eso es una bendición: la fantasía prospera, y cada cual puede poner su luz en los desnudos marcos de las ventanas. ¡Pero nada de guirnaldas! Nada de ese buen gusto que aquí y allá deleita al ojo e irrita a la imaginación. Nada de esa melodía de la vida que destruye mi propia música, que solo alcanza su máxima expresión en el ruido del día de trabajo alemán. Nada de ese elevado nivel de refinamiento universal desde el que es tan sencillo observar que el vendedor de diarios en París tiene más encanto que el editor prusiano”.
Primera nota al pie: la desconfianza de Kraus de la “melodía de la vida” en Francia e Italia aún tiene su valor. Su opinión –que caminar por una calle de París o de Roma se vive como una experiencia estética en sí misma– se confirma por la popularidad creciente de Francia e Italia como destinos vacacionales, y por el tono “envídienme” de los americanos amigos de lo francés y lo italiano a la hora de anunciar sus planes de viaje. Si en cambio uno dice que va a viajar a Alemania, más vale que pueda explicar qué planea hacer allí exactamente; de lo contrario, la gente se preguntará por qué no ir a un lugar donde la vida sea bella. Todavía hoy Alemania insiste en la primacía del contenido por sobre la forma. Si el concepto de lo cool hubiera existido en su época, Kraus podría haber dicho que Alemania es poco cool.
Esto me sugiere una versión más contemporánea de la dicotomía de Kraus: Mac versus PC. ¿No es acaso la esencia del producto Apple que uno se vuelve cool simplemente poseyéndolo? Ni siquiera importa lo que estés creando en tu Mac Air. El solo hecho de usar una Mac Air, de experimentar el diseño elegante de su hardware y su software, es un placer en sí mismo, como caminar por una calle de París. Por el contrario, si trabajás con una PC tosca y funcional, lo único para disfrutar es la calidad del trabajo mismo. Como dice Kraus de la vida alemana, la PC “vuelve sobrio” el trabajo; permite verse despojado de adornos. Esto era especialmente cierto en la época de los sistemas operativos DOS y de los primeros Windows.
Uno de los desarrollos que Kraus condenará en este ensayo –el engalanamiento de la lengua y la cultura alemanas con elementos decorativos importados de las lenguas y la cultura romances– tiene un correlato en las ediciones más recientes de Windows, que toman prestados más elementos de Apple y sin embargo no pueden ocultar su “windowsidad” esencialmente no cool. Peor aún, al aspirar a la elegancia de Apple, traicionan la vieja y austera belleza de la funcionalidad de la PC. Todavía no funcionan tan bien como las Macs, y son feas tanto desde el punto de vista cool como del utilitario.
Y sin embargo, siguiendo a Kraus, prefiero vivir entre PCs. Toda chance de pasarme a Apple fue obturada por la famosa y extensa serie de avisos de Mac destinados a convencer a gente como yo de que se pasara. El argumento era eminentemente razonable, pero lo comunicaba una Mac personificada (interpretada por el actor Justin Long), de una pedantería tan insoportable, que las miserias de Windows parecían atractivas en comparación. No querrías leer una novela sobre la Mac: ¿qué podría decir excepto que todo es copado? Los personajes de las novelas deben tener deseos reales; y el personaje que tenía deseos en los avisos de Apple era la PC, interpretada por John Hodgman. Sus intentos por defenderse y pasar por cool eran divertidos, y sufría, como un ser humano. (Había versiones locales del aviso en otras partes del mundo, por ejemplo, en el Reino Unido, con los actores David Mitchell y Robert Webb como la PC y la Mac).
Sería negligente no agregar que el concepto de lo “cool” ha sido tan ampliamente cooptado por la industria tecnológica que se necesita una expresión adicional como “con onda” para describir esas voces online que a continuación odiaban a Long y juzgaban a Hodgman como el cool. La inquietud por quién o qué se considera con onda hoy puede considerarse un producto de la célebre “inquietud” de la naturaleza del capitalismo que identificara Marx. Uno de los peores efectos de Internet es que tienta a todos a volverse sofisticados –a tomar posición respecto de lo que tiene onda y a considerar, bajo pena de ser juzgado sin onda, las posiciones adoptadas por los demás. Probablemente a Kraus no le importaba la onda per se, pero ciertamente disfrutaba de tomar posición y estaba intensamente sintonizado con las posiciones de los otros. Era un sofisticado; de ahí que Die Fackel cause la impresión de un blog. Kraus pasaba mucho tiempo leyendo cosas que odiaba para poder odiarlas con autoridad.
“Créanme, gente alegre, en culturas donde cualquier imbécil posee individualidad, la individualidad se vuelve cosa de imbéciles.”
Segunda nota al pie: algo así no puede decirse hoy en Estados Unidos, sin importar cuánto el billón (¿o ahora son dos billones?) de páginas “individualizadas” de Facebook te pueda llevar a querer decirlas. Kraus era conocido, en su época, como el Gran Odiador. Según se sabe, era un hombre tierno y generoso en su vida privada, lleno de amigos leales. Pero una vez que empieza a darle cuerda al mecanismo de su retórica polémica, la lleva hasta registros extremadamente duros.
Los imbéciles “individualizados” que Kraus tiene en mente no son hoi polloi.[2] Aunque Kraus pudiera sonar como un elitista, no se ocupaba de denigrar a las masas o la cultura popular; la calculada dificultad de su escritura no era una barricada contra los bárbaros. Apuntaba, por el contrario, a autoridades brillantes y bien educadas que adoptaban una falsa clase de individualidad –gente que, según pensaba Kraus, no podía hacerse la distraída.
No es claro que las denuncias chillonas y ex cátedra de Kraus fueran el medio más efectivo para transformar mentes y corazones. Pero confieso experimentar cierta versión de su decepción cuando un novelista que creo que no puede hacerse el distraído, como Salman Rushdie, sucumbe a Twitter. O cuando una revista en papel políticamente comprometida que respeto, N+1, denigra a las revistas en papel como terminalmente “masculinas”, celebra Internet como “femenina”, y de algún modo se olvida de considerar la acelerada pauperización de los escritores freelance para Internet. O cuando buenos profesores progres que alguna vez resistieron la alienación –que criticaron al capitalismo por su permanente ataque contra cada tradición y cada comunidad que se interpuso en su camino– comienzan a llamar “revolucionaria” a la corporativizada Internet.
“¡Y nada de ese hormigueo pintoresco en la cáscara de un viejo gorgonzola en lugar de la confiable monotonía del queso crema! La vida es difícil de digerir tanto allí como aquí. Pero la dieta romance embellece lo echado a perder; uno le hinca el diente y queda patas para arriba. El régimen alemán echa a perder la belleza y nos pone a prueba: ¿cómo podríamos recrearla? La cultura romance hace de cualquiera un poeta. Allí el arte es una papa. Y el cielo, un infierno.” En lo hondo de este párrafo hallamos la sugerencia de que la Viena de Kraus era un caso intermedio –como el Windows Vista. Su lengua y su orientación eran alemanas, pero era la co-capital de un Imperio Romano Católico que se extendía hasta el sur de Europa, y estaba enamorada de la noción que tenía de su espíritu vienés y su estilo de vida especial y encantador. (“Las calles de Viena están pavimentadas de cultura”, reza uno de los aforismos de Kraus. “Las calles de otras ciudades, de asfalto”).
Para Kraus el supuesto encanto cultural de Viena consistía en un tejido de hipocresías extendido sobre contradicciones al borde de la catástrofe que él se sentía inclinado a desenmascarar con su sátira. El párrafo puede caer más duramente sobre la cultura latina que sobre la alemana, pero a Kraus en realidad le gustaba vacacionar en Italia y tuvo allí algunas de sus experiencias más románticas. Para él, el lugar de la desconexión realmente peligrosa entre contenido y forma era Austria, que se modernizaba rápidamente al mismo tiempo que mantenía modelos políticos y sociales de comienzos del siglo XIX. A Kraus lo obsesionaba el rol de los diarios modernos, consistente en ocultar las contradicciones. Como los periódicos de Hearst en Estados Unidos, la prensa burguesa vienesa tenía una enorme influencia política y financiera, y era probadamente corrupta. Se benefició inmensamente de la Primera Guerra Mundial y fue instrumental a la hora de sostener encantadores mitos vieneses como el de la “muerte del héroe” durante años de masacre mecanizada. La Gran Guerra fue precisamente el apocalipsis austriaco que Kraus había profetizado, y que contó con la complicidad de la prensa implacablemente satirizada por él.
La Viena de 1910 era, pues, un caso especial. Y sin embargo se podría afirmar que Estados Unidos en 2013 es un caso especial similar: otro imperio debilitado contándose historias sobre su carácter excepcional mientras se encamina hacia alguna clase de apocalipsis, fiscal o epidemiológico, climático-ambiental o termonuclear. Nuestra extrema izquierda puede odiar la religión y pensar que consentimos a Israel; nuestra extrema derecha puede odiar a los inmigrantes ilegales y pensar que consentimos a los negros; y todos pueden no saber cómo se supone que deba funcionar la economía ahora que los mercados se volvieron globales, pero la sustancia real de nuestras vidas cotidianas es la distracción total. No podemos enfrentar los problemas reales; gastamos un trillón de dólares en no resolver realmente un problema en Irak que no era realmente un problema; ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo evitar que los gastos en salud se devoren el PBI. En lo que sí estamos todos de acuerdo es en entregarnos a los nuevos medios y tecnologías cool, a Steve Jobs y Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, y en dejar que se beneficien a costa nuestra. Nuestra situación se parece bastante a la de Viena en 1910, solo que la tecnología del periódico fue reemplazada por la tecnología digital, y el encanto Vienés por lo cool de los Estados Unidos.
Consideremos el primer párrafo de un segundo ensayo de Kraus, “Nestroy y la posteridad”. El ensayo es una celebración ostensible de Johann Nestroy, una figura central de la Edad de Oro del teatro vienés durante la primera mitad del siglo XIX. En la época en que Kraus lo publicó, Nestroy era infravalorado, mal leído y fundamentalmente olvidado, y Kraus ve en esto un síntoma de lo que falla en la modernidad. En su anterior ensayo “Apocalipsis” había escrito: “La cultura no puede recuperar el aliento y, en el final, una humanidad muerta yace junto a sus obras, cuya invención nos costó tanto intelecto que no nos quedó nada para hacerlas funcionar. Fuimos lo suficientemente evolucionados como para construir máquinas y demasiado primitivos para ponerlas a nuestro servicio.” Para mí, lo más sorprendente de Kraus como pensador probablemente sea cuán temprana y claramente reconoció la diferencia entre el progreso tecnológico y el progreso moral y espiritual. Un siglo exitoso del primero, incluyendo avances científicos que habrían parecido milagrosos hasta no hace mucho, resultó en videos de smartphones de alta resolución de tipos tirando pastillas Mentos adentro de botellas de litro de Pepsi light y gritando “¡Waaa!” Los tecnovisionarios de los noventas prometieron que Internet iba a dar lugar a un nuevo mundo de paz, amor y comprensión, y los ejecutivos de Twitter aún golpean el tambor utópico, reclamando el crédito principal por la primavera árabe. Al escucharlos uno pensaría que es inconcebible que Europa del Este haya podido librarse de los Soviets sin ayuda de los celulares, o que un puñado de estadounidenses se levantaran contra los británicos y redactaran la constitución de los Estados Unidos sin capacidad 4G.
“Nestroy y la posteridad” comienza:
“No podemos celebrar su memoria del modo en que una posteridad debería hacerlo, reconociendo una deuda que tenemos que pagar. Entonces queremos celebrar su memoria confesando una culpa con la que cargamos, nosotros, habitantes de una época que ha perdido la capacidad de ser una posteridad… ¿Cómo pudo el constructor eterno no aprender de las experiencias de este siglo? Pues, desde que hay genios, fueron instalados en la época como ocupantes temporarios mientras se secaba el revoque; luego se mudaron, y la humanidad pudo habitar un ambiente más cálido. Desde que hay ingenieros, sin embargo, el edificio se volvió menos habitable. ¡Que Dios se apiade del emprendimiento! Que no permita que nazcan artistas, si no es con el consuelo de que cuando los recuerde la posteridad, lo haga mejor. ¡Este mundo! Intentemos tan solo que se sienta como una posteridad, y ante la insinuación de que debe su progreso a un rodeo del Espíritu, soltará una risa que parecerá decir: Los dentistas prefieren Kalodont. Una risa basada en una idea de Roosevelt y orquestada por Bernard Shaw. Es la risa que acaba con todo y todo lo puede. Pues los técnicos han derribado los puentes, y el futuro es todo lo que sigue automáticamente.”
Hoy el lema es “no hay quien detenga nuestras poderosas nuevas tecnologías”. La resistencia espontánea a estas tecnologías está casi completamente confinada a asuntos de salud y seguridad, y mientras tanto, varias otras lógicas –de la teoría de la guerra, de la tecnología, del mercado– continúan desplegándose automáticamente. Vivimos en un mundo con bombas de hidrógeno porque las bombas de uranio no alcanzaban para hacer el trabajo; pasamos la mayor parte de nuestras horas de vigilia mensajeando, enviando emails, twitteando y posteando en aparatos con pantalla a color porque la ley de Moore determinó que podíamos hacerlo. Nos dicen que, para ser económicamente competitivos, debemos olvidarnos de las humanidades y enseñarles a nuestros hijos la “pasión” por la tecnología digital, y prepararlos para que pasen toda su vida reeducándose para estar al día. La lógica indica que si queremos cosas como Zappos.com o capacidad DVR doméstica –¿y quién no los querría?– debemos decirle adiós a la estabilidad laboral y hola a toda una vida de angustias. Debemos volvernos tan inquietos como el propio capitalismo.
No solo no soy ludita, sino que ni siquiera estoy seguro de si los luditas originales lo eran. (Simplemente les resultaba práctico destruir las máquinas textiles a vapor que los estaban dejando sin trabajo). Paso todo el día, todos los días, usando software y silicona, y estoy encantado con todo lo relativo a mi nueva ultrabook Lenovo, excepto con su nombre. (Trabajar con algo que se llama IdeaPad me tienta a negarme a tener ideas). Pero no hace mucho tiempo, cuando era lo bastante desmedido como para decir que Twitter era una “estupidez” en público, la respuesta de los adictos a Twitter fue llamarme ludita. ¡Lero, lero! Fue como decir que fumar es una “estupidez”, solo que en este caso no contaba con evidencia médica que me respaldase. A la gente sí le preocupó, por un tiempo, que los celulares pudieran causar cáncer de cerebro, pero se demostró que la relación era entre débil y no existente, y ahora ya nadie tiene de qué preocuparse.
“Esta velocidad no sabe que su mérito solo es importante en la medida en que escapa de sí misma. Carnalmente presente, espiritualmente repugnante, acabada como es, esta época, así lo espera, será absorbida por la siguiente, y los niños, que fueron testigos de la unión del deporte y la máquina y se nutrieron de periódicos, podrán reírse mejor entonces… Asustarlos no sirve; si un espíritu se anuncia, se dice: estamos completos. La ciencia está determinada a garantizar su aislamiento hermético de todo lo que esté más allá de ella. Lo que entonces se llama mundo porque puede recorrerse en cincuenta días está terminado tan pronto como puede hacer el cálculo. Para mirar a la pregunta ‘¿Y entonces qué?’ directamente a los ojos: todavía confía en dar cuenta de lo incalculable. Y el cerebro difícilmente piensa alguna vez que el día de la gran sequía ha despuntado. Entonces calla el último órgano, pero la última máquina continúa zumbando, hasta que incluso ella hace silencio porque su operador olvidó la palabra. Porque el entendimiento no entendió que, alejándose del espíritu, podía no obstante crecer dentro de su generación, pero perdería habilidad para reproducirse. Si dos por dos es cuatro, como sostienen, esto se debe al hecho de que Goethe escribió el poema “El mar en calma”. Pero ahora se sabe con tanta exactitud cuánto es dos por dos que en cien años no podrá ser calculado. Algo que nunca antes existió tuvo que haber venido al mundo. Una infernal máquina de humanidad”.
De todas las líneas de Kraus esta es probablemente la que más ha significado para mí. En este pasaje Kraus está evocando al Aprendiz de Brujo –el desencadenamiento involuntario de consecuencias sobrenaturalmente destructivas. Aunque está hablando del periódico moderno, su crítica se aplica, si cabe, todavía mejor al tecnoconsumismo contemporáneo. Para Kraus, lo infernal de los periódicos era el acoplamiento fraudulento de ideales ilustrados con una implacable búsqueda de ganancias y poder. Con el tecnoconsumismo, la retórica humanista del “empoderamiento” y la “creatividad” y la “libertad” y la “conexión” y la “democracia” se vuelve cómplice del franco monopolio de los tecno-titanes; la nueva máquina infernal parece cada vez más obedecer exclusivamente a su propia lógica de desarrollo, y es mucho más esclavizante y adictiva, y mucho más indulgente con los peores impulsos humanos de lo que los periódicos lo fueron alguna vez. De hecho, lo que Kraus dirá más tarde de Nestroy podría decirse hoy del propio Kraus: “ataca su pequeño entorno con una aspereza digna de una causa posterior”. Las ganancias y el alcance de la prensa vienesa eran lastimosamente pequeños de acuerdo con los parámetros de la tecnología y los gigantes mediáticos de hoy. El océano de datos triviales o falsos o vacíos es millones de veces más vasto ahora. Kraus simplemente pronosticaba cuando vislumbraba el día en el que la gente olvidaría cómo sumar y restar; hoy es difícil que transcurra una comida con amigos sin que alguien recurra a su Iphone para obtener la clase de información que su cerebro solía tener la responsabilidad de recordar. Los tecnoadeptos, por supuesto, no ven nada malo aquí. Apuntan que los seres humanos siempre han tercerizado la memoria –en poetas, historiadores, parejas y libros. Pero soy a tal punto un hijo de los sesentas que puedo ver la diferencia entre dejar que tu esposa recuerde los cumpleaños de tus sobrinas y ceder funciones memorísticas básicas a un sistema corporativo global de control.
“Un invento para destrozar el Koh-i-nor [en esa época, el diamante más grande, (n. de J. F.)] y hacer accesible su luz a todos los que no lo poseen. Por cincuenta años ha estado funcionando la máquina en la que el espíritu se coloca por la parte delantera para salir por la trasera como impreso; diluyendo, divulgando, destruyendo. El que da, pierde, los que reciben, se empobrecen, y los intermediarios se ganan la vida…”
Ahí tienen una muestra de la prosa krausiana. La pregunta que ahora me gustaría considerar es: ¿Por qué Kraus estaba tan enojado? Fue un hijo tardío en una familia judía próspera y bien asimilada cuyo negocio generaba un ingreso lo suficientemente alto como para asegurarle independencia financiera de por vida. Esto, a su vez, le permitió publicar Die Fackel exactamente como quería, sin hacer concesiones a anunciantes ni suscriptores. Tenía un estrecho círculo de buenos amigos y un círculo mucho más amplio de admiradores, muchos de ellos fanáticos, algunos de ellos famosos. Aunque nunca se casó, tuvo algunos affairs rutilantes y una relación extensa. Su único problema de salud significativo era una curvatura de columna, e incluso esto tuvo la ventaja de dejarlo afuera del servicio militar. ¿Cómo pudo una persona tan afortunada convertirse en el Gran Odiador?
Me pregunto si no estaría tan enojado precisamente porque era tan privilegiado. Más adelante en el ensayo sobre Nestroy, el Gran Odiador defiende su odio de este modo: “El ácido quiere el brillo, y el óxido dice de él que solo está siendo corrosivo”. Kraus odiaba el lenguaje malo porque amaba el buen lenguaje –porque tenía dones, intelectuales y financieros, para cultivar ese amor. Y la persona que tuvo suerte en la vida no puede evitar esperar que el mundo siga marchando en la misma dirección; cuando el mundo insiste en tomar la dirección equivocada, la dirección de la corrupción y el mal gusto, se siente traicionado por él. Y entonces se enoja, y el enojo lo aísla más e intensifica su sentimiento de singularidad.
Como cualquier artista, Kraus quería ser un individuo. Durante buena parte de su vida fue desafiantemente antipolítico; parecía formar alianzas profesionales casi con la intención de torpedearlas espectacularmente después. Dado que la obra de teatro favorita de Kraus era El rey Lear, me pregunto si habrá visto su propio destino en el de Cordelia, la hija menor mimada que ama al rey y que, precisamente porque ha sido la hija privilegiada, segura del amor del rey, tiene la integridad personal de negarse a degradar su lenguaje y mentirle en su vejez. El privilegio colocó a Kraus, también, en la senda de la individualidad independiente, pero el mundo parecía dispuesto a frustrarlo. Lo decepcionó del mismo modo en que Lear decepciona a Cordelia, y en Kraus esto se convirtió en una receta para el enojo. En su anhelo de un mundo mejor en el que la verdadera individualidad fuera posible, continuó aplicando el ácido de su enojo a todo lo que fuera falso.
Permítanme pasar a mi propio ejemplo, ya que de todos modos he intentado encontrarlo en la historia de Kraus.
Fui un hijo tardío en una familia amorosa que, aunque ni siquiera era lo bastante próspera como para hacer de mí un rentista, sí tenía suficiente dinero como para ubicarme en un buen colegio público y enviarme a una buena universidad, donde aprendí a amar la literatura y el lenguaje. Era un estadounidense blanco, macho y heterosexual con buenos amigos y perfecta salud. Me convertí en una persona extremadamente enojada. El enojo cayó sobre mí tan cerca del momento en el que me enamoré de la escritura de Kraus que los dos hechos me resultan prácticamente indistinguibles.
No nací enojado. En todo caso, fue todo lo contrario. Puede sonar exagerado, pero creo ser exacto al decir que no conocí el enojo hasta los veintidós. En la adolescencia tuve mis momentos de malhumor y rebelión contra la autoridad, como Kraus, pero el conflicto con mi padre había sido mínimo, y lo peor que podría decirse de la relación con mi madre era que discutíamos como una pareja de viejos. El enojo real, el enojo como una forma de vida me fue ajeno hasta una tarde en particular de abril de 1982. Estaba en una estación de tren desierta en Hanover. Había venido de Múnich y esperaba el tren a Berlín; era un oscuro día gris alemán, y tomé un puñado de monedas alemanas de mi bolsillo y comencé a arrojarlas sobre la plataforma. Había cierta hostilidad anti-alemana en esto; hacía poco había tenido una experiencia horrible con una vieja alemana tacaña, y me hacía bien imaginarme a otras viejas alemanas tacañas agachándose para recoger las monedas como sabía que lo harían, agravando así sus dolores de rodilla y de cadera. El modo en que soltaba las monedas, sin embargo, revelaba un enojo más general. Estaba enojado con el mundo de una forma en que no lo había estado nunca. La causa próxima de mi enojo era mi intento fallido de tener sexo con una chica increíblemente linda en Múnich, solo que no había sido exactamente un intento fallido, sino una decisión de mi parte. Pocas horas más tarde, en la plataforma de Hanover, marqué mi entrada en la vida que siguió a esa decisión arrojando mis monedas. Luego tomé el tren y regresé a Berlín, donde vivía de una beca Fulbright, y me inscribí en un curso sobre Karl Kraus.
Como regalo de boda, tres meses después del regreso de Berlín, mi colega profesor de alemán, George Avery, me dio una edición de tapas duras de la formidable crítica del nazismo de Kraus, La tercera noche de Walpurgis. George, que me había abierto los ojos a la conexión entre leer literatura y vivir la vida, se estaba convirtiendo en una especie de segundo padre para mí, un padre que leía novelas y abrazaba todo los placeres. Había sido un buen estudiante suyo, y debe haber sido el deseo de mostrarme valioso, de demostrarle mi amor, el que me llevó, durante los dos meses siguientes a mi boda, a intentar traducir los dos difíciles ensayos de Kraus que había traído de Berlín.
Hacía el trabajo avanzada la tarde, luego de seis o siete horas de escribir relatos breves, en el dormitorio del pequeño departamento de Somerville que mi esposa y yo alquilábamos por 300 dólares al mes. Cuando terminé los borradores de las dos traducciones se las envié a George. Me las devolvió unas pocas semanas más tarde, con anotaciones marginales manuscritas en letra microscópica, y con una carta en la que aplaudía mi esfuerzo pero decía que también podía ver lo “endemoniadamente difícil” que era traducir a Kraus. Teniendo en cuenta su insinuación, volví a los borradores con una mirada renovada y me desanimé al descubrir que eran poco naturales y casi ilegibles. Tenía que retrabajar casi todas las oraciones, y estaba tan agotado por el trabajo que ya había hecho que enterré las páginas en una carpeta.
Pero Kraus me había cambiado. Cuando abandoné los cuentos y volví a mi novela, era consciente de su fervor moral, su rabia satírica, su odio por los medios, sus preocupaciones apocalípticas y su audacia como escritor de sentencias. Quería exponer las contradicciones estadounidenses del modo en que él había expuesto las austriacas, y quería hacerlo a través de la novela, el género popular que él había desdeñado, pero yo no. Todavía deseaba terminar mi proyecto Kraus también, luego de que mi novela me hubiera hecho famoso y millonario. Para hacer honor a estos deseos, coleccionaba recortes delSunday Times y el Boston Globe a los que nos habíamos suscripto mi esposa y yo. Por alguna razón –tal vez para asegurarme de que otras personas también se casaban– leía religiosamente las páginas nupciales, y recortaba títulos como “Cynthia Pigott se casa con Louis Bacon”, y mi favorito: “La señorita LeBourgeois contraerá matrimonio con el señor Writer”.[3]
Leía el Globe con un ojo krausiano especialmente frío, y me enfurecía amablemente con su trivialidad, y el trabajo lamentable de sus correctores, y sus mortalmente aburridos juegos de palabras en los títulos de la sección del clima. Me molestaba tanto el “ingenio” sin fundamento y sin sentido de Head-on Splash[4] –que imagino que no le causaría gracia a la familia de alguien muerto en un accidente automovilístico– y de Autumnic Balm[5] –que ofendía mi sentido de la seriedad del peligro nuclear–, que terminé enviándole una carta fulminantemente krausiana al editor. El Globe por cierto publicó mi carta, pero, con su negligencia característica, se las arregló para deformar mi remate como Automatic Balm,[6] volviendo mi argumento incomprensible. Estaba tan furioso que más tarde dediqué muchas páginas de mi segunda novela a burlarme del diario de mierda que era el Globe. Mi furia de entonces –dirigida no solo contra los medios sino también contra Boston, los automovilistas de Boston, la gente del laboratorio donde trabajaba, la computadora del laboratorio, mi familia, la familia de mi mujer, Ronald Reagan, George H. W. Bush, los teóricos literarios, los escritores de ficciones minimalistas por entonces en boga y los hombres que se divorciaban de sus esposas– me es ajena ahora. Debe haber tenido que ver con el profundo aislamiento de mi vida de casado y con la crueldad con la que, en mi ambición y mi pobreza, me negaba todo placer.
Como ya argumenté, probablemente también habría algo del enojo del hombre privilegiado con el mundo que lo decepciona. Si resultó que no tenía suficiente enojo como para convertirme en un Kraus junior, fue debido al género que había elegido. Cuando un satírico hardcore logra alcanzar cierta popularidad, solo puede significar que su público no lo entiende. La falta de un público al que Kraus pudiera respetar era una conclusión inevitable, de manera que nunca tuvo que dejar de estar enojado: podía ser el Gran Odiador en su escritorio, y luego dejar su lapicera y tener una cálida vida personal con sus amigos. Pero cuando un novelista encuentra su público, incluso uno pequeño, se relaciona de una manera diferente con él, porque la relación está basada en el reconocimiento, y no en el malentendido. Con una relación así, con un público como ese, se vuelve simplemente deshonesto permanecer tan enojado. Y el trabajo mental que la ficción fundamentalmente requiere, que consiste en imaginar cómo es ser alguien que no sos, debilita todavía más el enojo. Cuantas más novelas escribía, menos confiaba en mi propia virtud y más inclinado me sentía a compadecer a gente como los cajistas del Globe. Es más: cuando Internet ascendió al poder, diseminando información en la que se podía confiar tan poco como costaba leerla, agradecí que el Times y el Globe todavía existieran y continuaran pagándoles a cronistas a medias responsables para que informaran, y perdí todo interés en destrozarlos.
Y así, en algún momento de los 90s, saqué mis malas traducciones de Kraus de mi gabinete de carpetas activas y las archivé en un depósito. Las sentencias de Kraus nunca dejaron de dar vueltas en mi cabeza, pero sentía que había dejado atrás a Kraus, que era un escritor del tipo chico enojado, y básicamente no del tipo novelista. Lo que ahora me ha llevado a él nuevamente es, en parte, mi irritante sensación de que el apocalipsis, que por un momento pareció retroceder, todavía está en el horizonte.
En mi pequeño rincón del mundo, lo que equivale a decir “la ficción estadounidense”, Jeff Bezos de Amazon puede no ser el Anticristo, pero seguramente se parece a uno de los cuatro jinetes. Amazon quiere un mundo donde los libros sean o bien autopublicados o bien publicados por Amazon, con lectores dependientes de las reseñas de Amazon para elegir sus libros, y con autores responsables de su propia promoción. El trabajo de charlatanes, twitteros y fanfarrones, y de la gente con dinero para pagarle a alguien que escriba para ellos cientos de reseñas de cinco estrellas florecerá en ese mundo. ¿Pero qué pasa con los que se convirtieron en escritores porque la charlatanería, el twitteo y la fanfarronería les parecían formas superficiales de compromiso social?¿Qué pasa con los que quieren comunicarse en profundidad, de individuo a individuo, en la tranquila permanencia de la letra impresa, y que fueron delineados por su amor a escritores que escribían cuando la publicación todavía aseguraba alguna clase de control de calidad, y las reputaciones literarias eran más que un asunto de cantidad de decibeles de autopromoción? En la medida en que cada vez menos lectores pueden encontrar su camino, en medio del ruido, los libros decepcionantes y las reseñas falsas, hacia el trabajo producido por esta nueva generación de escritores, Amazon va camino a convertir a los escritores en trabajadores sin perspectivas a quienes sus contratantes dan empleo en sus almacenes, donde trabajan cada vez más duro por cada vez menos, y sin seguridad laboral, porque los almacenes están ubicados en lugares donde ellos son la única empresa contratante. Y cuanto mayor es la población que vive como esos trabajadores, mayor es la presión descendente sobre los precios de los libros y mayor es el apriete a los vendedores de libros convencionales, porque cuando uno no gana mucho dinero, quiere entretenimiento gratis, y cuando la vida es dura, quiere gratificación inmediata (“¡Envío inmediato gratuito!”)
Pero así el libro físico pasa a formar parte de la lista de especies amenazadas, así los reseñadores responsables se extinguen, así las librerías independientes desaparecen, así los novelistas son reclutados para la autopromoción al estilo Jennifer Weiner, así los Seis Grandes editores son asesinados y devorados por Amazon: esto parece un apocalipsis solo si la mayoría de tus amigos son escritores, editores o libreros. Pero es posible que la historia no se haya terminado. Tal vez el experimento de internet de las reseñas de consumidores resulte en una corrupción tan flagrante (ya se sospecha que un tercio de las reseñas de todos los productos online son falsas) que la gente clamará por el regreso de los reseñadores profesionales. Tal vez un número económicamente significativo de lectores llegue a reconocer los costos humanos y culturales de la hegemonía de Amazon y vuelva a las librerías locales o al menos a barnesandnoble.com, que ofrece los mismos libros y un e-reader superior, y cuyos dueños tienen una política progresista. Tal vez la gente llegue a asquearse tanto de Twitter como alguna vez se asqueó de los cigarrillos. Todavía me parece que los últimos modelos de Twitter y Facebook para hacer dinero pueden describirse como una tercera parte fraude piramidal, una tercera parte ilusión y una tercera parte repugnante vigilancia panóptica.
Podría, es cierto, desarrollar un argumento apocalíptico más amplio sobre la lógica de la máquina, que ahora se ha vuelto global y está acelerando la desnaturalización del planeta y la esterilización de sus océanos. Podría mencionar la transformación del bosque boreal canadiense en un lago tóxico de arenas bituminosas, la destrucción de los últimos bosques asiáticos para la fabricación de muebles de garaje chinos ultralivianos en Home Depot, los diques en el Amazonas y la tala terminal de sus bosques para la producción de carne y la explotación minera, y toda la mentalidad “me cago en las consecuencias, queremos comprar un montón de mierda y la queremos barata, con envío inmediato gratuito”. Y mientras tanto el calentamiento de la atmósfera, mientras tanto el abuso de antibióticos en los agronegocios, mientras tanto el jugueteo generalizado con núcleos celulares, que podría resultar tan desastroso como el jugueteo con núcleos atómicos. Y sí: los misiles termonucleares todavía están en sus silos y submarinos.
Pero el apocalipsis no es necesariamente el final físico del mundo. Por cierto, la palabra sugiere más directamente la idea de juicio cósmico final. En su crónica de los crímenes contra la verdad y el lenguaje en Los últimos días de la humanidad (mankind) Kraus no se refiere únicamente a la destrucción física. De hecho, el título de su obra debería traducirse como Los últimos días de la condición humana (humanity): “deshumanizado” no significa “despoblado”, y si la primera guerra mundial significó el fin de la humanidad no fue porque allí no hubiera más gente. Kraus se sintió consternado ante la matanza, pero vio en ella el resultado, y no la causa, de una pérdida de humanidad por parte de personas que todavía estaban vivas. Vivas pero condenadas, cósmicamente condenadas.
Pero un juicio como ese obviamente depende de lo que se entienda por “humanidad”. Me guste o no, el mundo que está siendo creado por la máquina infernal del tecnoconsumismo es todavía un mundo hecho por seres humanos. Mientras escribo esto, parece que la mitad de las publicidades televisivas muestran a personas inclinándose sobre sus smartphones; hay una particularmente nociva/genial donde todos los veinteañeros en una recepción de boda no hacen otra cosa que sacarse fotos y mensajearse unos a otros. Describir este espectáculo deprimente en términos apocalípticos, como la “deshumanización” de una boda, es sostener una particular concepción moral de humanidad; y si uno sigue a Nietzsche y rechaza el juicio moral en favor del estético, es inmediatamente confrontado por la persuasiva conexión de Bourdieu entre estética y privilegio de clase; y al momento siguiente uno se encuentra traduciendo Los últimos días de la humanidad como Los últimos días del privilegio de aquello que personalmente encuentro hermoso.
Y tal vez no sea algo tan malo. Tal vez el apocalipsis sea, paradójicamente, siempre individual, siempre personal. Mi actividad sobre la tierra es breve y aparece encorchetada por una nada infinita, y durante la primera parte de esta actividad estoy anexado a un conjunto de valores humanos inevitablemente delineados por mis circunstancias sociales. Si hubiera nacido en 1159, cuando el mundo era más estable, a los cincuenta y tres podría haber sentido que la siguiente generación compartiría mis valores y apreciaría lo mismo que yo había apreciado; ningún apocalipsis en el horizonte. Pero nací en 1959, cuando la TV era algo que solo se miraba en el horario central, y la gente escribía cartas y las colocaba en el buzón, y todas las revistas y periódicos tenían una sólida sección de libros, y editores respetados hacían inversiones a largo plazo en jóvenes escritores, y la Nueva Crítica reinaba en los departamentos de literatura, y la cuenca del Amazonas estaba intacta, y los antibióticos solo se empleaban para tratar infecciones graves y no eran inyectados en vacas sanas. No era necesariamente un mundo mejor (teníamos refugios antiaéreos y piletas solo para blancos), pero era el único mundo que conocía para intentar encontrar mi lugar como escritor. Y entonces hoy, cincuenta y tres años más tarde, no puedo evitar que la sintomática protesta de Kraus –respecto de que el nexo entre tecnología y medios hizo que las personas se enfocaran inexorablemente en el presente y se olvidaran del pasado– me parezca verdadera. Kraus fue el primer gran ejemplo de un escritor experimentando plenamente cómo la modernidad, cuya esencia es la aceleración de la tasa de cambio, crea dentro de sí las condiciones para el apocalipsis personal. Naturalmente, como fue el primero, los cambios le parecían particulares y únicos, pero de hecho estaba registrando algo que se volvió el esquema de la modernidad. La experiencia de cada generación siguiente es tan distinta de la de la anterior que siempre habrá quienes sientan que toda conexión con los valores claves del pasado se perdió. Mientras dure la modernidad,todos los días le parecerán a alguien los últimos días de la humanidad.
Notas
* Guadalupe Marando es profesora de Letras de la UBA, traductora, profesa una herudicion promiscua en el Templo de las Virgenes Vestales de Georg Lukács y es mi amiga.
A traducido entre otras obras libros de Copi, Marguerite Duras, Siegfried Kracauer y tiene una traducción inédita de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.
Junto a Margarita Martínez forman un equipo de traducción que está a la altura de los mejores traductores de la historia de la traducción.
Jonathan Franzen es novelista, cultivador de la poética del siglo XIX donde el cuentito busca el relato total de una época, elegante ensayista, amante de los pajaritos y contrincante raqueta en mano de David Foster Wallace en una cancha de tenis hasta que este se ahorco.
Pero es fundamentalmente el autor de Las correcciones. Un cuentito chiquito donde la familia Lambert en poco más de 600 páginas logra desplegar la locura de una familia normal y el pulso de una época. Suerte de Los Simpsons remixado por León Tolstói, de Esperando la carroza con pulso de dickensiano.
Karl Kraus fue un punky epiléptico como Iggy Pop y de palabras afiladas como escupitajos de Ricky Espinosa. Su revista La Antorcha fue – cosa que Jonathan Franzen no puede saber ni su biógrafo Edward Timms – una trinchera contracultural arrinconada entre la ya clásica película de súper acción insuperable hasta hoy de La Primera Guerra Mundial con su manejo de efectos especiales que siguen maravillando y los pasos de comedia desopilantes de Adolf Hitler, diseño la maqueta sobre la cual años después en un sitio inmundo Enrique Symns – suerte de alter ego de Kraus – zarparía con su nave pirata de tripulación extraterrestre, de cerdos y peces extraviados, rumbo al doloroso abismo de los días ni fáciles o difíciles sino imposibles a recuperar el brillo misterioso de la aventura.
[1] Nos mantenemos, como en el resto de la traducción, más cerca de la versión inglesa, que traduce el término alemán romanisch como Romance, “romance”; también traducible como “latino”. (N. de t.)
[2] En griego, “los muchos”, “la mayoría”. En inglés se usa para referirse a la plebe, la masa. (N. de t.)
[3] Pig: cerdo; bacon: panceta; le bourgeois (fr.): el burgués; writer: escritor. (N. de la t.)
[4] ¿Lluvia de frente?; juego con head-on crash: choque frontal. (N. de la t.)
[5] Bálsamo otoñal; la pronunciación es parecida a atomic bomb: bomba atómica. (N. de la t.)
[6] Bálsamo automático. (N. de la t.)

 

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Wu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente – Jonathan Clements

Wu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente – Jonathan Clements Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: nuevo.

Editorial: Crítica.

Precio: $400.

Esta es la historia de Wu, la concubina que llegó a ostentar personalmente el poder imperial y fue proclamada dios viviente. Hija de un comerciante de madera, entró en el palacio como una más de las concubinas del emperador Taizong. Sobrevivió en medio de las conspiraciones y los crímenes que rodeaban al viejo emperador, hasta que, a la muerte de éste, hubo de retirarse a un convento. Desafiando la tradición, el nuevo emperador, Gaozong, la sacó de allí para hacerla también su concubina. Fue entonces cuando Wu comenzó su ascenso hacia el poder con una sucesión de crímenes, eliminando en su camino a amigos, amantes y parientes, hasta destronar a su hijo y convertirse ella misma en soberana absoluta de China. Jonathan Clements, un gran conocedor de la cultura y de la historia chinas, ha recurrido a las fuentes originales para descubrirnos la verdad humana de Wu y contarnos su dramática historia en un libro.
Jonathan Clements (Reino Unido, 1971), autor de numerosos libros sobre historia del Extremo Oriente, entre los que se cuentan las biografías del almirante Togō, el estadista y príncipe Saionji o Coxinga, el «rey pirata» de origen japonés. También ha traducido al inglés una extensa colección de haikus clásicos y contemporáneos en The Moon in the Pines (2000). Su sitio web se halla en http://www.muramasaindustries.com. En Crítica ha publicado Wu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente (2007) y El primer emperador de China (2008).

 

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Mito y pensamiento en la Grecia Antigua – Jean-Pierre Vernant

Mito y pensamiento en la Grecia Antigua – Jean-Pierre Vernant Jorge Luis Borges Libros Kalish

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Ariel.

Precio: $000.

A través de los textos, el profesor Vernant indaga para averiguar lo que ha sido el hombre mismo de la Grecia antigua, al que no se puede disociar del marco social y cultural del cual es, a la vez, creador y producto. En el transcurso de pocos siglos el mundo griego vivió transformaciones sociales y espirituales decisivas, las cuales determinaron un cambio de mentalidad tan profundo que dieron lugar al nacimiento del ?hombre occidental?. Es, a lo largo de una evolución intelectual que va desde Hesíodo hasta Aristóteles, el paso del pensamiento mítico a la razón.
En este volumen el autor intenta hacer accesible todo el campo del helenismo a las investigaciones de la psicología histórica, y consagra la mayor parte de su Mito y pensamiento en la Grecia antigua a las categorías psicológicas que todavía no han sido objeto de estudios realizados en el marco de una perspectiva histórica: la memoria y el tiempo, el espacio, el trabajo y la técnica, la imagen y la categoría del doble.

 

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El palacio de la memoria de Matteo Ricci. Un jesuita en la China del siglo XVI – Jonathan D. Spence

El palacio de la memoria de Matteo Ricci. Un jesuita en la China del siglo XVI – Jonathan D. Spence Jorge Luis Borges Libros Kalish

vendido

Estado: impecable.

Editorial: Tusquets.

Precio: $000.

En la segunda mitad del siglo xvi, Oriente y Occidente entran en contacto de modo definitivo. Entre los personajes que protagonizan este encuentro destaca, sin lugar a dudas, el jesuita italiano Mateo Ricci, que abandonó su país en 1577 para llevar el cristianismo y el pensamiento occidental al Extremo Oriente. En El palacio de la memoria… Jonathan Spence, uno de los más importantes sinólogos contemporáneos, nos ofrece el gran relato de esa apasionante vida.
 A la llegada de Ricci, China representaba una gran esperanza y un inmenso desafío. Para demostrar la superioridad del pensamiento occidental y así conseguir conversos, Ricci se valió de algo que no podía fallar en una sociedad que valoraba extraordinariamente la capacidad memorística: los palacios de la memoria, construcciones mnemotécnicas que en Europa causaban furor en ese momento. Aprovechando la obra del propio jesuita, Spence abandona el estilo de las biografías convencionales para contarnos la vida de Ricci a partir de cuatro imágenes mnemotécnicas creadas por el misionero, cuatro imágenes derivadas de episodios de la Biblia, incluidas por Ricci en un libro sobre el arte de la memoria que escribió en chino y distribuyó entre las elites intelectuales. El resultado es una valiosísima obra de historia global, que yuxtapone el ambiente de la Contrarreforma europea al de la China de la dinastía Ming.

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Descartes. Biografía – Geneviève Rodis-Lewis

Descartes. Biografía – Geneviève Rodis-Lewis Jorge Luis Borges Libros Kalish

Estado: impecable.

Editorial: Península.

Precio: $400.

Entre otros privilegios, Descartes tuvo el valor de suscitar pasiones y leyendas mientras vivió. Sus biógrafos en seguida se empeñaron en trazar la vida de este filósofo, que declaraba: “avanzo enmascarado.” Tres siglos después del último de ellos, Geneviève Rodis-Lewis nos ofrece por fin una nueva biografía, que no solo integra en su lugar documentos recientemente descubiertos, sino que aporta además otros inéditos. El presente libro, pues, constituye un esclarecimiento completamente renovado sobre el autor del Discurso del método: las circunstancias de su nacimiento y su formación en el colegio de La Flèche, los famosos “sueños” de 1619 y el periodo de crisis fecunda que los rodea, la amistad con Mersenne, la querella del ateísmo y la metafísica de 1629, las polémicas con los teólogos calvinistas de Holanda, su relación con la pricesa Isabel de Bohemia y con la reina Cristina de Suecia y, por último, su muerte en Estocolmo.

 

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Confesiones de un librero de mierda

Confesiones de un librero de mierda Juan Pablo Liefeld
Los libreros del futuro*
Andrés Tejada Gómez
Para los lectores más exigentes era norma recorrer las librerías de viejo. Extraviarse en los anaqueles atiborrados, dilapidar el tiempo en el polvo que acumulan las hojas impresas. Regatear precios. Consultar primeras ediciones. Gastar la avenida Corrientes soñando esa perla que siempre estuvimos perdiendo. Los amantes más sensibles saben de la experiencia a la que me refiero. Sin embargo, tenemos la impresión que ese habitus ha quedado relegado. Una nostálgica estela del pasado. Con la impronta de las nuevas tecnologías se puede acceder a catálogos de libros vía internet y abandonar las aventuras del fláneur. ¡Es que las calles están muy peligrosas!
Una nueva pauta se va imponiendo. Las librerías a puerta cerrada que son atendidas por libreros que realizan su labor con esmero. Y además, saben de libros.
Daniel Zachariah nació en Inglaterra. El azar de un viaje como mochilero y el encuentro con un amor local lo arrinconó en nuestro país. Primero intentó trabajar a partir de su oficio: chef. Pero las condiciones laborales no le resultaron atractivas. Tuvo una idea. ¡Eureka! Así como en los 80 Luca Prodan vendió su departamento y compró instrumentos para armar una banda de rock, Daniel le pidió a sus familiares que le enviaran sus libros. Siempre ha sido un lector desmesurado. Con ese capital, la ayuda de su mujer y una mochila a cuestas para comprar textos fue armando su librería. Ubicada en el barrio de Belgrano desde el año 2008 su magia ha ido creciendo hasta volverse su sustento. Además de su pasión: “Yo soy como mis clientes, me encanta meterme entre los libros y hurgar”, nos dice en su castellano con giros porteños. Entre sus hallazgos más notables hay dos cajas enteras de libros en Esperanto. En una de ellas había un texto de Ergoto de Bonero: uno de los mayores traductores de esa lengua. Además, pudimos ver una primera edición de un texto de Charles Darwin, Insectivourous Plants, editado en Nueva York en 1875. Daniel nos informa sobre sus autores preferidos y nos confiesa que al llegar a Buenos Aires solo conocía a Borges y Cortázar. Hoy tiene otros autores en mente, pero a la hora de declararse fanático nos habla de Roberto Bolaño. Uno de sus secretos está en emitir un boletín con sus novedades que envia a los más de mil clientes que tiene. Allí figuran traductores, editores, escritores, periodistas. En su librería encontrarán un paraíso estimulante. Un dato a tener en cuenta para todos aquellos que lean en varias lenguas y busquen precios accesibles. Bookcellarsbsas es el lugar. http://bookcellarbsas.com/
Patricio Rago tiene 31 años. Cansado del trabajo en relación de dependencia decidió montarse una librería por su cuenta. Aristipo libros es su nombre. Arriesga con firmeza que “la tarea del librero es hacer circular los libros, animarse a verlos como mercancía y a su vez adaptarse a la espera del cliente preciso”. Apuesta a mantener un trato estrecho con sus clientes. En su caso no trabaja con un rubro específico; apunta a los lectores entusiastas. Una vez por mes envía un mailing a sus 4000 contactos comentando las novedades. Las dos falencias que encuentra son la imposibilidad del comprador de paso y los adultos mayores que no tienen la costumbre de buscar a través de Internet. Mantener la calma en el momento de la subasta es otro de los atributos que debe forjar un librero. Además de saber dónde se encuentra un libro que pueda ser interesante más allá de su propio conocimiento. Nos cuenta que revisando la biblioteca de Pipo Mancera, compró un una biografía titulada Extasis y yo, de Hedy Lamarr, cuyo único subrayado era el siguiente: “Después de haber sido una estrella, todo otro estado es pobreza”. También interesante resulta Libreros, editores e impresores de Bs As de Domingo Buonocore que es una piedra preciosa entre sus pares. http://www.aristipolibros.com.ar/
Libros Kalish es el Aleph. El apellido de origén alemán es un préstamo de su abuela. También le sirvió junto al nombre de Elsa para darle vida a la columna que salía en la revista digital El intrepretador. Todavía se recuerda la sangre de su prosa y su franqueza contestataría. Su librería está ubicada en el corazón de Caballito. Su catálogo tiene una implacable variedad de autores norteamericanos contemporáneos, libros de historia en general y ensayistas de peso. De mucho peso. Su inicio se remonta a seis años atrás cuando decidió abandonar su trabajo como librero de una gran cadena. Romper con la cadena de la mensedumbre; ese fue su primer paso. A partir de una pequeña suma, unido a su conocimiento de literatura y filosofía se arrojó al vacío para encontrar la libertad. Ellroy, Palanihuk,Vonnegut, Hempel, Pynchon, Mc Carthy, Franzen son algunos de los autores que conoce de memoria. Desopilantes son las fotos que utiliza en su página para promocionar los textos y la columna que escribe todos los domingos. Como sospechábamos, detrás de cada librero hay un escritor encubierto. https://libroskalish.wordpress.com/ ¡A leer antes que nos linchen a todos!
* Publicado en el suplemento Cultura del diario Perfil.
Columnas anteriores:
 zzz—Confesiones de un librero de mierda—zzz

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com

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